Super User

Super User

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

  Cuadro de Portada: Anunciación  Fray Angélico (detalle)

V

MARÍA, HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ. PLASENCIA. 1966-2018

 

¡SALVE,

 

MARÍA,

 

HERMOSA NAZARENA,

 

VIRGEN BELLA,

 

MADRE SACERDOTAL,

 

MADRE DEL ALMA,

 

CUÁNTO ME QUIERES,

 

CUÁNTO TE QUIERO:

 

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO;

 

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL

 

Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE,

MI MADRE Y MI MODELO!

 

¡GRACIAS!

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

V

MARÍA, HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ. PLASENCIA. 1966-2018

SIGLAS

 

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944.

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid1986

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985.

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Marialis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II.

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica.

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum.

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne.

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

ÍNDICE

Siglas .....................................................................................................4

Notas introductorias ..............................................................................7

 

Capítulo Primero

 

María en el Nuevo Testamento

 

 Referencias a María en el Nuevo Testamento……………….….. 13

El Misterio de la Encarnación..........................................................  14

 La Anunciación: Inicio de la historia de María………….……….15 

El Evangelio de la Anunciación ........................................................ 16

 El marco de la Anunciación ...............................................................17

Teología de la Anunciación: la Mariología………………….….…21

Sermón de la Anunciación  ...........................................................,,.  23

 

Capítulo Segundo

 

María en la Tradición: Los Santos Padres

 

1. El Espíritu Santo y María……....................................................... 33

2. El Espíritu Santo en la Concepción de Jesús……………………. 37

3.  María, esposa del Espíritu Santo .................................................. 40

 

Capítulo Tercero

 

Textos de los Santos Padres sobre María

1. San Efrén ....................................................................................... 43

2.  San Agustín  ...................................................................................51

3  San Cirilo de Alejandría ..............................................................  54

4.  San Ildefonso de Toledo  ............................................................  59

5.  San Romano el Cantor  .............................................................   61

6.  San Juan Damasceno  ................................................................  68

7.  San Bernardo ..............................................................................  72

8.  Mi homilía de la Asunción de la Virgen.........................................86

 

Capítulo Cuarto

 

Mirada Mística y Contemplativa a la Virgen

 

 María unida a Dios por la contemplación ..............................,,,......   94

Testimonios místicos sobre María .............................................,,,..... 96

Santa Catalina de Siena ..............................................................,,....  96

 Sor Isabel de la Trinidad  ...........................................................,.... 102

 Oh esplendor de la Luz Eterna ..................................................,..... 102

Trinidad de la Santa Madre Iglesia ............................................,,.... 104

María es un portento de la gracias .................................................   104

María es un portento del poder de Dios ........................................   107

La Señora de la Encarnación ......................................................      112

 

 

Capítulo Quinto

 

Anotaciones e improvisaciones sobre la Virgen

 

Queridos hermanos………………………………………..……..   117

La Virgen es miel y dulzura de nuestras alma…………………..  119

Qué alegría tener la misma madre de Dios....................................   120

 Maria es madre especialmente de los sacerdotes  ...... ............. ... 121

 Quie empujó a María  hasta el Calvario .....................................    122

La sangre derramada por Jesús es de la Virgen …………………123

 María“junto a la Cruz”, está sufriendo por ti y por mi………..  123

 María, camino cierto para encontrar a Cristo……………….…. 124

Juan Pablo II: María, camino seguro de santidad………………….124

Las lágrimas de la Virgen en Siracusa ............................................. 125

La Virgen sufre mucho por los desprecios a Dios ………………  125

Catequesis de Benedicto XVI: Llanto de Jesús por Jerusalen.…  126

Lituania: La Virgen que lloraba………………………….….…..  127

11. María, mediadora y a la vez madre .......... ……..…………..   127

Benedicto XVI: La Virgen y nuestra muerte..............  ……………132

 

BIBLIOGRAFÍA ............................................,,,,,,,,,,,,....        137

NOTAS INTRODUCTORIAS

 

Queridos amigos y amigas, en este libro a la Madre, quiero poner por escrito algo de lo más bello que yo he  leído,  meditado, vivido y predicado sobre nuestra Madre. Y cada uno de estos verbos tiene su importancia y significado, porque a veces lo meditado y vivido y predicado por mí sobre ella me gusta tanto que lo pongo tal cual, aunque sea de tiempos lejanos; y lo mismo lo que leído en otros hijos de la Virgen, lo pongo tal cual, procurando modificarlo muy poco, para no hacerlo mío propio, porque me gusta respetar la forma de decir de los otros, aunque tengamos las mismas ideas y pueda decirlo de otra forma.

Por lo tanto, teniendo presente toda la teología Mariana, toda la Mariología  que he meditado atenta y amorosamente, este libro quiere ser una especie de «lectio divina», de lectura espiritual, meditativa para conocer y amar más a la Virgen Nazarena, teniendo en cuenta lo que los evangelios dicen de ella, y la teología ha reflexionado sobre ella, y algo de lo que la Tradición y los Padres de la Iglesia y los hijos devotos han dicho o escrito sobre ella.     

Ya dije en algún libro mío, que estoy maravillado de la Tradición, de lo que los Padres de la Iglesia, sobre todo, orientales, han dicho de la Virgen. Por eso hice propósito de leerlos más despacio. Y de ahí la abundancia de sus citas, como he visto en otros autores. Pero todo hecho y escrito no especulativa o racionalmente, sino con método y andadura de  teología y sabiduría de amor.

No pongo notas ni tengo metodología  científica, como cuando uno hace en  tesina o tesis doctoral, pero los que me conocen bien, saben que detrás de cada afirmación o texto hay una densa lectura y bibliografía, atentamente examinada y leída y revisada. Y para eso me ayudo de todo lo bueno que  he encontrado sobre la Virgen, de la cual «nunquam satis».

Ya he dicho cuál fue y es mi camino y ruta para llegar a María. Primero fue ella y desde ella a Cristo. Ahora miro a la Virgen con los ojos y el corazón del Hijo hacia la Trinidad. Desde entonces, desde su advertencia en el Puerto, todo lo que yo he dicho y predicado y escrito y realizado, todo, absolutamente todo, ha sido desde Cristo, especialmente desde Jesucristo Eucaristía que tantas cosas bellas nos dice y realiza por su Madre, que Él quiso que también fuera nuestra. 

Él es el Verbo de Dios, la única Palabra de la Salvación pronunciada por el Padre con Amor de Espíritu Santo, y escuchada y encarnada primero en María, y por ella y desde ella, pronunciada como Palabra de Salvación para toda la humanidad: El Hijo de María es la Palabra “que estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho”: también María fue hecha Madre por esta Palabra pronunciada sobre ella desde el Padre y el Hijo por el Amor del Espíritu Santo, Espíritu de Amor de Dios Trino y Uno: “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María...El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios... Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel” (Lc 1, 26-38).

He querido poner este texto de San Lucas porque sin la raíz de la carne que es el cuerpo de esta Mujer, todo el misterio de la Encarnación, toda la Mariología termina perdiendo su indispensable materialidad para convertirse en puro espiritualismo o narración de cosas extraordinarias o moralismos ideológicos.

La mariología no el «tumor  del catolicismo», como sostienen algunos profesores protestantes, sino que es el desarrollo lógico y orgánico de los postulados evangélicos; no es una «excrecencia» injustificada de la teología, sino que es un capítulo fundamental, sin el cual faltaría un apoyo para su estabilidad.

Es más, como dije antes y la historia y la experiencia de los pueblos y personas ha confirmado, María es la mejor guardiana de la fe católica y el mejor camino para llegar a Cristo, porque Cristo es Dios, pero María está junto a nosotros, es humana como nosotros, pero al ser madre del Hijo, es casi divina, es casi infinita, y esto le ha llevado a un conocimiento y amor que son únicos.

María es «la destructora de toda herejía» y su función maternal de proteger al Hijo y a los hijos, al dárnosla como madre, continúa y continuará hasta la Manifestación última y gloriosa del Hijo.

Hoy, más que en otros tiempos, necesitamos de esta protección materna, que no le faltará a la Iglesia: Lourdes, Fátima, Siracusa..., siempre que escuchemos sus consejos, dándole el puesto que le corresponde: Consagración del mundo a su Corazón Inmaculado, como signo de la protección que Dios quiere para su Iglesia y sus hijos por medio  de María.

Lo único que pretendo es que María sea más conocida y amada. Pero sin caer en un estilo beato o dulzarrón; no es mi estilo, porque tampoco ha sido mi vida. Respeto todo, pero nada de cosas extraordinarias y manifestaciones  paranormales. Todo natural y normal, como es el amor de los hijos a su madre.

            Este libro quiere ser una meditación fundada en la lectura y  seguimiento de los textos evangélicos. Muchos santos, sobre todo mujeres santas, jamás cursaron teología, y hablan profunda y teológicamente desde la teología espiritual de la vivencia de amor de aquella “mujer fuerte” que entonó el Magnificat, --canto de adoración y de sentirse criatura ante el Dios infinito--,  y de la Madre solícita de Caná: “haced lo que Él os diga”, más atenta a las necesidades de los demás que a las suyas propias y que supo adelantar la “hora” del Hijo con el signo de su divinidad, convirtiendo el agua en vino. 

Y todo porque ella nos ama de verdad, se preocupa de verdad de sus hijos y se aparece en algunos lugares, a veces triste, porque no puede aguantar más la ignorancia o desprecio que muchos hombres tienen y manifiestan de la salvación de su Hijo y de los bienes eternos, dado que ella vive siempre inclinada sobre la universalidad de sus hijos y se da cuenta de lo que es lo fundamental y la razón de su existencia en el mundo, de lo que nos dijo su Hijo y por lo que vino a este mundo y murió por todos nosotros y que muchos de sus hijos ignoran: “¿ De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”.

Hay que ver lo que ella insiste en sus apariciones en la vida eterna, en la condenación, en el infierno. Le duele infinito. Esta verdad debiera estar más presente en nosotros, en nuestras vidas y predicaciones, somos sembradores y cultivadores de eternidades. De otra forma, el cristianismo, el sacerdocio, sin vida eterna, no tendría sentido, lo perdería todo, si no hay vida con Dios después de esta vida. Pero la resurrección de Cristo es el fundamento y la garantía de la Verdad y Vida de la vida eterna en Dios Trino y Uno.

            La Madre de Caná es la síntesis del papel que el Hijo quiere que ejerza sobre los creyentes, es la manifestación de lo que lleva en su corazón de madre, es el sentido de la misión que el Hijo le confió en la cruz, lo que ella misma nos manifiesta en todas sus apariciones: “Haced lo que Él os diga”.

            ¡Lo haremos, Madre! Y  te digo ahora lo que tantas veces te rezo y digo cuando tengo problemas personales o pastorales: «Madre, díselo, díselo, como en la Boda de Caná». No le digo más. Porque sé que de todo lo demás se encarga ella. Y el Hijo obedeció, porque Él mismo, por su Espíritu Santo, se lo había inspirado a su madre, y porque Él mismo estaba impaciente de manifestarse como Mesías, con el primero de sus signos, a sus discípulos y al mundo entero; para eso vino y se encarnó, para venir en nuestra búsqueda y abrirnos las puertas de la eternidad gozosa con Dios Trino y Uno. Eso es así,  y así me ha parecido escuchárselo en diálogos de amor con la Madre, que sabe de estas cosas más de lo que aparece y está escrito en los evangelios.

            Por eso, como el Hijo sabe que voy a hablar de su madre en este libro, y como la Virgen es la que mejor le conoce, espero que ya habrá recibido el recado que le ha dado su madre: «Madre, díselo, díselo, como en la Boda de Caná». Así que espero su intervención, y que me inspire o me diga lo que Él piensa de su madre y yo, con su ayuda, «benedicere», la bendiga, esto es, diga cosas bellas de la Madre, que eso significa bene-dicere. Se lo merece la Virgen. ¡Es tan buena madre! ¡Nos quiere tanto a todos los hombres sus hijos! ¡Me ha ayudado tanto!

            El camino para conocer mejor a María y quedar cautivos de su vida y amor, es aplicarnos a conseguir con relación a ella un triple conocimiento:

-- Un conocimiento histórico desde los evangelios.    Son pocos los textos bíblicos que hacen alusión a María, por lo que no es difícil acceder a ese conocimiento de una forma exhaustiva. Esto es fundamento y base para acceder a los otros. Lucas es el evangelista de María: a él le debemos los relatos de la infancia de Jesús, que faltan en los otros tres. Pero en otros puntos también el tercer evangelista se caracteriza por su atención especial a la Madre de Cristo.

            Según tradición antigua, Lucas era pintor; de hecho se le atribuyen varias imágenes de la Virgen. ¿Será realmente esta la causa de que nos haya pintado en su evangelio la belleza y fascinación de aquella que habría de convertirse, durante los milenios, en la mayor inspiradora del arte?

 

-- Un conocimiento teológico-sapiencial. Es necesario conocer, con todo esmero y dedicación, la doctrina de la Iglesia acerca de los dogmas Marianos y de la sencilla y, a la vez, extraordinaria vida de la Madre de Dios.

            Como doctrina de la Iglesia me encanta el capítulo VIII de la LG  para conocer y amar a María: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

            Leer a buenos teólogos, desde la teología espiritual, y a los Santos Padres, es necesario para saborear la riquísima tradición de la Iglesia. Desde luego los Santos Padres son alucinantes, te alucinan, te llenan de esplendores y luces divinas. Daos cuenta de lo que cito a los Padres en mis últimos libros. Eran sabios por ser santos.

 

-- Un conocimiento vivencial y pentecostal de María,  hecho por el Espíritu Santo en nosotros. Para ello es imprescindible orar y contemplar en oración personal toda la Mariología; hay que orar y contemplar lo que otros han vivido y experimentado, desde una devoción de buenos hijos de la Virgen, especialmente de los más santos y místicos.

            Porque ante esta Madre, toda llena de gracia de Dios, llena de sin igual santidad y belleza, de María, los conceptos teológicos se quedan a veces demasiado cortos y periféricos y no expresan ni contienen  suficiente y adecuadamente esta realidad sobrenatural de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Y todo programado y querido por Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

1. REFERENCIAS A MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

 

            Los momentos de la vida de la Virgen María recogidos en el Nuevo Testamento pueden ser agrupados en cuatro series:

a) Momentos y misterios relativos a la infancia de Jesús;

b) Momentos y misterios pertenecientes al tiempo de la predicación y vida pública de Jesús;

c) Momentos y misterios relativos a la pasión y muerte de Jesús;

d) Momentos y misterios que tienen lugar después de la resurrección de Jesús.

Como hechos principales de la vida de María el Nuevo Testamento recoge los siguientes:

— Su nombre: María, su matrimonio con el justo José y su descendencia de la familia de David.

— Que recibió en la Anunciación un mensaje de parte de Dios, en que se le daba a conocer la Encarnación del Verbo.

— Que María aceptó libre y conscientemente el mensaje y la voluntad salvífica de Dios, cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Estas palabras de María, según el Vaticano II (LG 56) expresan que Ella fue hecha madre de Jesús y que se consagró con generoso corazón a la persona y a la obra de su Hijo.

— Que María estuvo llena de la gracia de Dios.

— Que concibió milagrosa y virginalmente al Hijo de Dios.

— Que visitó a su prima Isabel, madre de Juan Bautista, siendo saludada por ésta como bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida.

— Que es verdadera Madre de Dios, porque de ella nació el Hijo de Dios.

— Que tuvo varios parientes, algunos de los cuales son llamados hermanos de Jesús.

— Que atendió y cuidó de su Hijo en su nacimiento, presentándolo a los pastores y magos.

— Que presentó a su Hijo en el templo, en cumplimiento de la ley.

— Que acostumbraba a cumplir sus obligaciones religiosas en el templo; que volvió a Jerusalén en busca de su Hijo, de doce años, a quien encontró en el templo, entre los doctores.

— Que pronunció el Magníficat, así como otras frases y dichos a su Hijo en el templo y a los ministros de la boda de Caná.

— Que asistió con Jesús y sus discípulos a la boda de unos familiares en Caná de Galilea, interviniendo por su intercesión en el primer milagro público de Jesús, hecho altamente significativo.

— Que se entrevistó con su Hijo alguna vez, en los años de su predicación evangélica.

— Que asistió al sacrificio de su Hijo en la Cruz “Estaban junto a la cruz de Jesús, su madre...”, y que escuchó sus palabras: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19,26-27); que en la tradición viva de la Iglesia han sido interpretadas como la declaración solemne de su maternidad espiritual sobre los hombres.

— Que perseveró en oración con los apóstoles, las piadosas mujeres y los familiares de Jesús, esperando e implorando con sus ruegos la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

 

 2 EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN

 

De este misterio  nos hablan Mateo y Lucas en dos redacciones sustancialmente idénticas pero a la vez complementarias. Si se atiende al orden cronológico de los acontecimientos narrados se tendría que comenzar por Lucas; pero si buscamos la explicación formal de la concepción y del nacimiento de Jesús es más oportuno tomar como punto de partida el texto de Mateo, en el cual se da la explicación formal de la concepción y del nacimiento de Jesús (quizá en relación con las primeras habladurías que circulaban en los ambientes judíos hostiles).

El Evangelista escribe: “La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José, y antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,18). El Evangelista añade que a José le informó de este hecho un mensajero divino: “El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: <José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,20). La intención de Mateo es, por tanto, afirmar de modo inequívoco el orden divino de ese hecho, que él atribuye a la intervención del Espíritu Santo.

A su vez, el texto de Lucas nos ofrece una precisión sobre el momento y el modo en el que la maternidad virginal de María tuvo origen por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1,26-38). He aquí las palabras del mensajero, que narra Lucas: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Vemos cómo Lucas afirma la venida del Espíritu Santo sobre María, cuando se convierte en la Madre del Mesías. Resalta así al mismo tiempo el papel de la Mujer en la Encarnación y el vínculo entre la Mujer y el Espíritu Santo en la venida de Cristo.

Vemos, pues, cómo en la narración de la concepción y nacimiento de Jesús, por parte de ambos evangelistas, como nos es revelado en el Nuevo Testamento, la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el Espíritu Santo constituyen el único misterio, como hecho histórico y biográfico, cargado de recóndita verdad, que reconocemos en la profesión de la fe en Cristo, eterno Hijo de Dios, “nacido de María” «por obra del Espíritu Santo».

Este misterio aflora en la narración que el evangelista Lucas dedica a la anunciación de María, como acontecimiento que tuvo lugar en el contexto de una profunda y sublime relación personal entre Dios y María; se puede decir que Dios realiza una unión y una presencia especial y privilegiada en María; es un misterio que se vislumbra cuando se considera la encarnación en su plenitud, en la concepción y en el nacimiento de Jesucristo, de quien sólo Él es el Padre.

 

 3.  LA ANUNCIACIÓN: INICIO DE LA HISTORIA DE MARÍA EN EL EVANGELIO

 

«El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida, Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que difundió en el mundo la vida misma que renueva todas las cosas» (LG 56)

 

3. 1. EL EVANGELIO DE LA ANUNCIACIÓN

 

“En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y la dejó el ángel”(Lc 1,28-38).

            Dejo esta narración a la mirada y contemplación de cada uno, y yo mismo quiero acallar mi pobre palabra, pues:

            -- Es uno de los diálogos más bellos de toda la Sagrada Escritura.

            -- Dios habla con la mujer más santa y más prodigiosa de toda la historia.

            -- Dios trae una Palabra de salvación y María dice un «sí» de acogida.

            -- Dios quiere venir a los suyos y María le prepara una digna morada.

            -- El Espíritu Santo la cubre con su sombra y María le da su carne y acoge con todo su corazón al hijo del Altísimo.

            -- En el seno de María (en la anunciación) comienza el Nuevo Testamento o la Nueva Alianza de Dios con el hombre.

            -- En este diálogo sucede el momento más solemne entre el tiempo y la eternidad.

            -- Toda la creación, que ha sido preparada para este acontecimiento, ha sido renovada sustancialmente en el gran momento de la encarnación.

            -- En la encarnación, Dios se ha hecho cercanía, misericordia y salvación para el hombre.

            Adora estremecido el inefable amor de Dios al hombre, cuyo misterio se realiza en el seno entrañable de una joven madre, María.

 

 

3.  2.  EL MARCO DE LA ANUNCIACIÓN

 

            Lo leí siendo seminarista teólogo. Yo no digo que nadie lo haya descrito mejor, más bellamente. Sinceramente a mí esta narración de la escena de la Anunciación me impresionó y me aprendí de memoria muchos párrafos, que luego repito al hablar de la Anunciación de la Virgen o en otras ocasiones. Lo podréis comprobar luego en algunas de mis homilías y meditaciones Marianas que pondré como última parte del libro. Ya consta en algunos párrafos de mi sermón de la novena de la Inmaculada predicado en el Seminario 1959. Y, como al hablar del marco y la escena de la Anunciación de la Virgen, no lo sabría hacer mejor, no lo intento siquiera, y así lo expongo ahora en este libro. Lo que importa es admirar la belleza  y la emoción de la Virgen. El texto es de José María Cabodevilla:

 

 

« La Anunciación

 

Aquí comienza la historia histórica de Nuestra Señora. La que se puede contar sencillamente, sin imaginación. Ahora empieza, cuando empieza la historia del Verbo, cuando el Verbo se sumerge en la historia, en el torrente de la historia, mensurable porque hay en las márgenes árboles, hay mojones, hay puntos de referencia. La vida anterior—una palabra de cronología que se hace milagrosamente posible—de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad no era historia, no era agua en movimiento, sino océano infinito y quieto, pura eternidad. Ya está el agua en marcha, hasta que desemboque nuevamente en la mar, hasta la Ascensión. O mejor, tal vez, hasta el fin de los tiempos, hasta que se acabe la historia de los cristianos, hasta que el Cristo total termine de ser adolescente y se haga adulto, cuando todo haya sido recapitulado y ofrecido al Padre: Ya el tiempo no existirá (cf. Ap 10,6).

            Este contacto de Dios con la historia la divide en dos partes: lo sucedido «antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo», mera víspera y expectación, y los tiempos posteriores, del año uno en adelante, calificados simplemente por su actitud de aceptación o repulsa al hecho de la encarnación de Dios.

            Ahora, cuando ha dado fin el prólogo, el Antiguo Testamento, la ilusión de María de que Dios descendiera al mundo y su humildad preparatoria de signo idéntico a la humildad de todas las almas puras, es cuando comienza el Nuevo Testamento, la maternidad de María y su humildad correspondiente, en tan misteriosa como necesaria compatibilidad, y de signo tan distinto a la humildad del resto de los hombres.

            Precisamente ahora, cuando el Hijo de Dios se encarna. Ya el destino de la Virgen entra en la fase de su realización y justificación, dibujándose sobre el destino de su Hijo. En función de Él. Como cinco días de creación, resumidos en la común y esencial expectación del sexto, cuando llega el hombre y ya la luz puede ser vista y escuchada la música de los vientos y todo empieza a tener objeto, nombre y finalidad concreta.

            La Virgen estaba orando. Adorando al Padre “en espíritu y en verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no precisa ser realizada en el templo de Jerusalén ni en el monte Garizim, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y a toda hora subsiste la obligación de orar.

            La Virgen, pues, estaba orando. Orando mientras hacía cualquier otra cosa o, sencillamente, orando sin hacer nada más que orar, el cuerpo tan extático como el alma. Esto es lo de menos. El cronista, San Lucas, no especifica. El arte, sin embargo, de todos los tiempos, nos ha habituado a figurárnosla en reposo y entornada, sumida en estricta oración.

            De rodillas, porque adoraba al Señor profundamente. Sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pie mientras Ella estaba arrodillada. Algunos autores le ponen un libro miniado entre las manos, anticipando en muchos siglos una caligrafía legible y exquisita. Hay quien se somete con tierna fidelidad a los datos arqueológicos y quien finge, al otro lado de la ventana labrada, unos minuciosos cielos flamencos sobre fondo de ciudad blanca, recogida, malva. San José pasa distraído, a lo lejos, pensando en la virginidad de su mujer como en una esterilidad muy grata a los ojos de Dios. Hay quien hace arrodillarse, en círculo devoto y vanidoso, a los regidores, comendadores, a sus protectores y amigos. Santa María es holandesa, negra, japonesa, y sus tocados acreditan las mejores firmas de la época. Unos y otros, en unanimidad sugerida por el símbolo, universal, añaden una azucena fresquísima en buena vasija. A estas horas, en el cielo, la Virgen le confiesa a Fray Angélico que sus Anunciaciones son bastante buenas.

            El diálogo sostenido entre la doncella y el Ángel es un tejido hecho de espuma. La castidad y la sumisión a los designios de Dios celebran, al fin, un pacto increíble, apoyado en el milagro. Ni Dios ni María han perdido nada, nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. San Gabriel, excelentísimo nuncio de Dios cerca de Santa María, ha desempeñado su papel con éxito. El Verbo se hizo carne. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazareth, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los campos vecinos                    --Melchisua, Ner, Abner, Edom-- no se enteraron de nada, pero medio cielo se desplazó a la tierra.

            Ave, ave. Ave. En ciento cincuenta lenguas está esculpida el avemaría en las paredes de la iglesia de Rafat, allí mismo, a veinticinco kilómetros de Jerusalén. Ave, Señora.

            Ella, después, continuó orando. Inaugurando un modo de oración que no es lo mismo hacerla en cualquier parte, porque sólo en algunos sitios está Dios singularmente presente: en Nazareth, por ejemplo, en las entrañas de la Virgen María. O en esa iglesia que está frente a tu casa, ahí. Es mejor que bajes, entres, y verás qué presente está ahí el Señor y qué necesario te resulta tomar, al entrar, el agua bendita. Empieza a rezar. ¿Difícil? No. Di: «En fin, me dicen que venga porque Tú estás aquí; francamente, lo creo».

            Pero no pienses que sólo ahí puedes hacer oración. Aunque el ser sacramental de Cristo resida únicamente en el sagrario, aunque tengas, de vez en cuando, cada cierto número de días o de horas, que acudir a la iglesia, no se te ocurra pensar que Dios no oye tu oración durante el resto del día o de la semana. Él está presente también en todas partes, y a todas horas tienes tú obligación de orar. Sine intermissione.

Exactamente como Nuestra Señora. Antes estaba orando y después continuó orando, sin que la conversación mantenida con el Ángel interrumpiese lo más mínimo su oración.

            Sine intermissione orate (1 Thes. 5,17). Que nuestra oración no sea interrumpida jamás ni por el trabajo, ni por los amigos, ni por la ira, ni por el sueño, ni por el amor, ni por el pecado siquiera. Es obligatorio orar siempre. Porque es posible orar en todo momento. La oración es la respiración del alma» (J. M. CABODEVILLA, Señora Nuestra, el misterio del hombre a la luz del misterio de María, BAC Madrid, págs 91-93).

 

 

 

 

3. 3. TEOLOGÍA DE LA ANUNCIACIÓN: LA   MARIOLOGÍA

          

            El capítulo VIII de la Constitución «Lumen Gentium» apunta hacia una mariología integrada en todo el contexto del dogma. Ya no es posible una mariología aislada; al contrario, integrando el puesto de María en la historia de la salvación, resalta su misión en la economía salvífica del Hijo desde el momento mismo de la Anunciación de su venida.

La ausencia de datos bíblicos acerca de María nos obliga a buscar un principio mariológico del que podamos, a modo de conclusiones, elaborar un estudio sistemático. Dado que la participación en la humanidad del Cristo histórico y la cooperación en la humanidad del Cristo místico constituyen una unidad, resulta como expresión del principio mariológico básico: «María es quien ha recibido la máxima participación en la humanidad de Cristo». Sin entenderlo en un sentido meramente físico, sino en la línea: “María llena de gracia”.

Concebida la maternidad como la suprema participación redentora en Cristo, la plenitud de gracia resulta ser consecuencia de aquella como su fruto interior. Al ser la maternidad tanto el principio activo, trajo al Redentor, como el pasivo, acogió al Redentor de la Redención, carecería de sentido que Dios no hubiese dado a María la más íntima participación en la humanidad de Cristo: la plenitud de gracia. Los efectos de esta plenitud se irán sucediendo temporalmente; el primero de ellos es su concepción inmaculada.

Siendo la maternidad de María el principio fundamental, el momento en el que se hace Madre Dios, la Anunciación, es el acontecimiento central de su vida y de su misión. El problema que ahora nos planteamos es éste: ¿qué es María como Madre de Cristo en la historia de la salvación?

La Anunciaciónno parece estar condicionada a la aceptación o no aceptación por parte de María: el ángel anuncia un decreto de Dios que se cumplirá, pues la voluntad de Dios no deja de cumplirse por la oposición de los hombres (cf. Gn 18, 10-15; Lc 1,20; Rm. 11, 1-32). Pero en la encarnación de Cristo, la humanidad debía colaborar fiel y maternalmente, y la negación por parte de María sería imposible en el marco de su libertad humana, pues por designio de Dios era la “llena de gracia, kejaritoméne”.

La respuesta de María es un acto de fe perfecta y total, por el que acepta y se entrega sin reservas a la acción divina, y tiene dimensión de universalidad (su «sí», dice Santo Tomás, fue «loco totius humanae criaturae»), en virtud de la ley de representatividad, fundamental en toda la historia de salvación.

La estructura de Redención (revelación-fe) es para cada hombre igual, pero en una ocasión este proceso no sólo significa la integración de una persona concreta a Cristo, sino que, por ser la encarnación del Hijo de Dios mismo, fundamento de toda gracia, la respuesta creyente de María fue la base y el prototipo de toda redención individual.

También explica esto la ley del Cuerpo de Cristo: «toda gracia de los miembros es una gracia de Cristo, Cabeza de todos, por tanto, la gracia de un miembro no pertenece ya a él más que a los restantes, puesto que Cristo es la gracia capital de todos». Así, la gracia maternal de María no es una gracia capital secundaria, sino que forma parte de la gracia de los miembros.

En la Anunciación se le dijo a María que sería Madre del Mesías, su “fiat” lleva consigo todo un plan de vida consiguiente. La actitud que mantendrá junto a la cruz no será más que la disponibilidad para ser madre; por eso, la Anunciación es el acontecimiento central en la vida de María, a partir del cual, hacia adelante y hacia atrás, puede explicarse todo.

            Dada la situación concreta de nuestra fe y de nuestra teología, el hecho de afirmar que María ha resucitado, ya la coloca en un nivel cualitativamente distinto de los demás redimidos. Con su glorificación el papel de María se «eterniza» en la Iglesia de la misma manera que Cristo continúa en ella su vida, su muerte y su resurrección. Su glorificación corporal es un signo de que la escatología ya ha comenzado, que la resurrección de la cabeza lleva consigo la de todo el cuerpo.

El papel de María en la obra de redención se basa esencialmente en su maternidad divina. El carácter de colaboradora con su proyección esencial y profunda sobre la Iglesia lo recibe en la «hora»de la cruz a través de las palabras de Jesús como extensión de su maternidad; y esta extensión se debe más a su maternidad divina que a su compasión, si bien ésta significa que desde un punto de vista subjetivo María realizó plenamente su misión.

La analogía e imágenes de «intercesora, mediadora de todas las gracias...» no son si no la expresión en el tiempo y fuera del tiempo de esa realidad que, en un momento histórico concreto, se nos hizo tangible: que María como sierva en la fe dio a luz un Hijo, que es el Redentor de todos.

 

3. 4. SERMÓN DE LA ANUNCIACIÓN                                           

 

            Así consta en unas cuartillas ya oscuras que tengo escritas con pluma y tinta de las de antes, nada de máquinas, ni siquiera bolígrafos, y menos ordenadores que entonces no existían; y así lo quiero titular también hoy: Sermón de la Anunciación. En letra muy pequeña porque había que ahorrar y porque jamás había que leer en la predicación, todo de memoria, aunque durase una hora.

            Y como siempre, lo primero que escribía en el comienzo, arriba del todo de la cuartilla, en la parte izquierda: VSTeV, que significa Ven, Santa Trinidad y María... a inspirarme y hacer esta homilía. Así hasta hoy, cuando escribo a mano.

            Fue predicado en abril de 1960 porque así consta en una cita del mismo sermón; igualmente consta que fue en el Santuario del Puerto y siendo en esa fecha, quiere decir que fue durante la Novena, que es ordinariamente en abril; me huele, por la introducción que alguna vez lo prediqué ante el Señor Expuesto, porque empiezo saludándole y en su nombre; pero no la primera vez, porque esta introducción dirigida al Señor está en tinta distinta, más negra, y en letras introducidas entre el título: Sermón de la Anunciación y el Queridos hermanos con que ordinariamente empiezo mis homilías..

            Lo prediqué, por tanto,  dos meses antes de ser ordenado sacerdote el 10 de junio 1960, clave secreta de todas mis tarjetas, cartillas y demás instrumentos, porque así no se me olvida. De paso os doy la clave por si queréis sacar algún dinero extra de los cajeros o entrar en los secretos de mi ordenador... etc. ¡le tengo tanto cariño a esta fecha!

            Como ya dije, al hablar de Cabodevilla, en mis primeros sermones y homilías, yo no le olvidaba y tengo algunas frases tomadas de él. Podía suplantarlas por otras posteriores ya elaboradas por mí, pero no quiero que pierda nada de su autenticidad y frescura. Así que ahí va el Sermón, tal cual fue escrito, y predicado: ¡Oh feliz memoria mía que era capaz de recitar durante una hora los textos aprendidos o simplemente leídos! ¿Dónde estás ahora que no te encuentro? ¡Cuánto te echo de menos! Ahora me digo: que no se me olviden estas tres palabras, son la clave de las tres ideas principales de la homilía... y se evaporan; así que ahora estas tres o cuatro palabras las tengo que poner delante ordinariamente, aunque luego no las mire; pero por si acaso... me dan seguridad.

                    

            QUERIDOS HERMANOS:

 

            «En tu nombre, Señor, y en tu presencia, quisiera con tu favor y ayudado de tu divina gracia, hablar esta tarde a tus hermanos y mis hermanos, los hijos de nuestra madre común, madre tuya y nuestra, la madre del Puerto. Ayer la veíamos en la mente de Dios, casi infinita, casi divina. Hoy la vamos a ver ya joven nazarena, de catorce años, estando en oración y visitada por el ángel Gabriel.

            Queridos hermanos, empiezo diciéndoos que la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

            Su paso por el mundo apenas fue notado por sus contemporáneos. La infancia de la Virgen nos es desconocida en los Evangelios. La vida histórica de Nuestra Señora comienza en la Anunciación. En ella empieza también la historia humana del Hijo de Dios  por su Encarnación en el seno de la Madre y hasta entonces océano infinito y quieto en la pura eternidad de Dios.

            En la Anunciación, el Torrente divino del Verbo de la Vida y de la Verdad, desde el Misterio de Dios Uno y Trino, baja y fluye hasta nosotros en torrente de aguas infinitas y llega hasta nosotros por este canal maravilloso que se llama y es María.

            Por ella llega a esta tierra seca y árida por los pecados de los hombres, para vivir y escribir con nosotros su historia, esa historia que se puede contar porque está limitada por las márgenes del espacio y del tiempo, por los mojones de los lugares y fechas por los que fue deslizando su bienhechora presencia e historia de la salvación. Y esa historia que se puede contar empieza en María, con María.

            Fijaos qué coincidencia, qué unión tan grande entre los dos, entre Jesús y María; entre el Hijo de Dios que va a encarnarse y la Virgen nazarena que ha sido elegida por Madre: los dos irrumpen de golpe y al mismo tiempo en el evangelio.

            Con un mismo hecho y unas mismas palabras se nos habla del Hijo y de la Madre. Tan unidos están estos dos seres en la mente de Dios que forman una sola idea, un solo proyecto, una misma realidad, y la palabra de Dios, al querer trazar los rasgos del uno, nos describe también los del otro, el semblante y la realidad del hijo que la hace madre.

            Todos habéis leído  y meditado muchas veces en el evangelio de San Lucas la Anunciación del Ángel a nuestra Señora. Es la Encarnación del Hijo de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Es aquella embajada que un día trajo el ángel Gabriel a una doncella de Nazaret.

            La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no necesita  ser realizada en el templo de Jerusalén, ni en el monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

            La Virgen, pues, estaba orando. Orando, mientas cosía, barría, fregaba o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. Dios puede comunicarse donde quiere y como quiere, pero de ordinario se comunica en la oración. Y la Encarnación es la comunicación más íntima y total que Dios ha tenido con su criatura; ha sido una comunicación única e intransferible.

            Por eso, el arte de todos los tiempos nos ha habituado a figurarnos a la hermosa nazarena, a la Virgen bella, en reposo y  entornada, sumida en profunda oración.

            Unas veces, de rodillas, porque la Virgen adoraba a Dios profundamente. Otras veces sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pié, mientras Ella estaba arrodillada.

            El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazaretana, de tez morena, ojos azules, alma divina, es un tejido de espumas, trenzado de alabanzas y humildad, de piropos divinos y rubores de virgen bella y hermosa. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Xaire, kexaritomene, o Kúrios metá soü...Ave, gratia plena, Dominus tecum... Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

            “Salve”, en griego “Xaire”, alégrate, regocíjate, que era el saludo corriente entre los helenos. “La llena de gracia”, el ángel emplea este participio a modo de nombre propio, lo que aumenta la fuerza de su significado. La piedad y la teología cristianas han sacado de aquí todas las grandezas de María. Y con razón, pues “la llena de gracia” será la Madre de Dios.

            Mucha gracia tuvo el alma de María en el momento de su Concepción Inmaculada; más que todos los santos juntos. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Y esa gracia se multiplicaba en ella cada instante con el ejercicio de todos sus actos siempre agradabilísimos al Dios Trino y Uno, a los ojos divinos, porque Ella nunca desagradó al Señor. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad del alma de María iba creciendo a medida que la gracia, la belleza y el amor de Dios  aumentaban en ella, para que en todos los momentos de su existencia el ángel del Señor pudiera saludarla y  pudiera llamarla: “kejaritoméne, gratia plena, llena de gracia”.

            “El Señor está contigo, o Kúrios metá soü, Dominus tecum”, prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Vive en ellas. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma, en su interioridad, en su ser y existir.

            Y como la Virgen estuvo siempre llena, como un vaso que rebosa siempre de agua o licor dulce y sabroso, resulta que Nuestra Madre del Puerto, más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos, tuvo siempre al Señor en su corazón; pero ahora al estar en su vientre, el Señor estaba con ella más íntimamente unido que podría estarlo jamás criatura alguna. “El Señor está contigo” porque Él te acompaña y acompañará en esta tarea que vais a realizar juntos, porque Él quiere hacerte madre y para eso su presencia es esencial e imprescindible.

            No tiene nada de particular que al ir preñada del Verbo divino, la prima Isabel, al verla en estado del Hijo de Dios, le dijera lo que le decimos todos sus hijos cuando rezamos el Ave María: “Eres bendita entre todas las mujeres”. Es ésta la alabanza que más puede halagar a una mujer. Porque sólo una podía ser la madre del Hijo de Dios. Y la elegida ha sido María. Por eso Ella es la “bendita entre todas las mujeres”.         Porque su belleza resplandece y sobresale sobre todas las otras, y atrae hacia sí todas las miradas del cielo y tierra, eclipsa todas las demás estrellas como el sol, para lucir Ella como la bendita, la bien dicha y pronunciada por Dios y por los hombres. “eres la predilecta de Dios entre todas las mujeres” vino a decirle el Ángel.

            Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían de existir  en la Iglesia católica. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María.

            El chaparrón de alabanza que de repente dejó caer el ángel  sobre aquella alma humildísima la debió dejar aturdida. Por eso dice el evangelio: “Al oír tales palabras, la Virgen se turbó y se puso a considerar qué significaría aquella salutación”. Advirtió el ángel que la humildad de la Virgen había quedado un poco sonrojada y se apresuró a explicar la razón de sus piropos, dirigiéndola otra alabanza: “no temas, María, porque ha hallado gracia en los ojos de Dios”. Tu humildad, tu pureza, todas tus virtudes han atraído hacia ti la mirada del Eterno y le has ganado el corazón. Tanto se lo has robado, que quiere tenerte por madre suya cuando baje del cielo a la tierra.

            La Virgen, durante toda su vida se había puesto con sencillez en las manos de Dios. El Señor Dios le inspira el voto de virginidad y lo hace. Ahora, en cambio, por medio del ángel le revela algo cuya realización destruye humanamente la virginidad y pregunta, porque lo acepta, cómo será eso, cómo y qué tiene que hacer.

            Sabe muy bien la Virgen que el pueblo de Israel y toda la humanidad está esperando siglos y siglos la venida de un libertador. Las Escrituras santas hablan continuamente. En el templo todos los días se hacen sacrificios y se elevan oraciones pidiendo su venida. La aspiración suprema de las mujeres israelitas es que pueda ser descendiente suyo.

            Pues bien, el ángel le anuncia ahora que ella es la elegida por Dios para ser la Madre del Mesías: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este hijo tuyo será grande y será llamado el Hijo del Altísimo;  el señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fín”.

            El ángel pudo descubrir a María, desde el primer momento, el modo milagroso de obrarse la Encarnación; sin embargo, lo calla. Sólo la propone el hecho, pero no el modo. Por eso la Virgen no se precipita en contestar. Reflexiona, calla, medita en su corazón y espera.

            Está orando la Virgen. Qué candor, qué dulzura, ¿qué le preguntará a Dios, al mismo Dios  que le inspiró  la virginidad? Momento este sublime en que el cielo y la tierra están suspendidos, pendientes de los labios. Espera   en el aposento. Espera en el Cielo la Santísima Trinidad. Espera el Hijo para entrar en su seno, para tomar carne humana de la suya. Esperan en el Limbo las almas de los justos esa  palabra que les traerá al libertador y les abrirá las puertas del cielo. Esperan en la tierra todos los hombres aquel sí, que romperá las cadenas del pecado y de la muerte que les aprisiona. «Todo el mundo está esperando, virgen santa, vuestro sí; no detengáis más ahí, al mensajero dudando. Dad presto consentimiento; sabed que está tan contento, de vuestra persona Dios, que no demanda de vos sino vuestro consentimiento».     Esperan todos, en el cielo y en la tierra, y la Virgen, mientras tanto, reflexiona. Piensa que ha hecho a Dios voto de virginidad y para Ella esto es intocable, sagrado. A Ella el ángel no le ha dicho que le dispensa del voto. Si esa fuera la voluntad de Dios lo cumpliría aunque le costase; pero el ángel no le ha dicho nada y Dios no le ha dicho que le dispense. Por lo tanto, su deber es cumplir lo prometido. Si es necesario renunciar a ser madre de Dios, si es necesario que otra mujer tenga en sus brazos al Hijo de Dios hecho hombre, mucho le cuesta renunciar al Hijo amado, pero que lo sea; que sea otra la que contemple su rostro y escuche de sus labios de niño el dulce nombre de madre. Que sea otra mujer la que lleve sobre su frente la corona de Reina de los cielos y de la tierra...

            Pero no, no será así porque Dios la ha elegido a Ella, Ella es la preferida, “la bendita entre todas las mujeres”, marcada en su seno y  elegida por Dios desde toda la eternidad para ser la madre del Redentor, el Mesías Prometido, el Salvador del mundo y de todos los hombres.

            La Virgen ha meditado todas estas palabras del ángel y ahora ve claro que estas palabras del ángel son de Dios, es la última voluntad de Dios sobre su vida. Tan verdadero y evidente es este deseo de Dios, que se va a entregar totalmente a esta voluntad declarándose esclava, la que ya no quiere tener más voluntad y deseo que lo que Dios tiene sobre Ella.

            Cuando hizo el voto de virginidad perpetua, Dios se lo expresó a solas y en secreto, en el fondo del alma; para comunicarla ahora que ha sido elegida para ser la madre del Hijo,  recurre al portento y a lo milagroso para que la Virgen se cerciore de que este segundo deseo de Dios, aunque aparentemente, desde la visión puramente humana, destruya el primero, viene también de Él.

            Y la Virgen fiel a todo lo que sea voluntad de Dios, accede gustosamente, aunque tenga que renunciar a su don más querido. Ya sólo quiere saber lo que tiene que  hacer, quiere oír del ángel qué es lo que Ella tiene que hacer de su parte para que se realicen los planes de Dios “¿Cómo ha de ser esto, pues no conozco varón?” Y oye del ángel aquellas misteriosas palabras, en las que le anuncia el portento que Dios quiere realizar en Ella. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el fruto santo que nacerá de ti, será llamado el Hijo de Dios”.

            Cuando la Virgen vio aclarada su pregunta y solucionada de un modo milagroso su dificultad, cuando ve que será madre y virgen ¿qué responde? A pesar de las alabanzas que el ángel le ha dirigido, a pesar de las grandezas que reconoce en sí,  sabe perfectamente que todo lo ha recibido de Dios, sabe que Ella no es más que una criatura, una esclava de Dios, que desea hacer en todos los momentos la voluntad de su Dios y Señor. Por  eso dice: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundun verbum tuum... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

            ¿Esclava, hermanos, la que está siendo ya la madre de Dios, la que ha sido elegida entre todas las mujeres para ser la Madre del Redentor, esclava la Señora del cielo y tierra, la reina de los ángeles, la que nos ha abierto a todos las puertas del cielo por su Hijo, la que nos ha librado a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte, la que empieza a ser madre  del Todopoderoso, del Infinito?

            Recibido el consentimiento de la Virgen, el ángel se retira de su presencia y volvió a los cielos para comunicar el resultado de su embajada a la Santísima Trinidad. La Virginidad y la sumisión a los designios divinos celebran, al fin, un pacto imposible para los hombres, pero posible para Dios. Ni Dios ni María han perdido nada; nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido a favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. La Virgen está preñada del Verbo por Amor y Gracia del Espíritu Santo.

            Ella después continuó orando. Inaugurando un estilo de oración que ya no es lo mismo hacerla en cualquier sitio, en cualquier lugar, porque sólo en un sitio ha estado Dios singularmente presente como en ningún otro: en Nazaret, por ejemplo, en las entrañas de una Virgen, y “el nombre de la Virgen es María”. “El Verbo  de Dios se hizo carne” Y empezó a habitar entre nosotros por medio de María. Dios empieza a ser hombre. Él que no necesita de nada y de nadie, empieza a necesitar de la respiración de la hermosa nazarena, de los latidos de su corazón para poder vivir. Qué milagro, qué maravilla, qué unión, qué beso, qué misterio, Dios necesitando de una virgen para vivir, qué cosa más inaudita, qué misterio de amor, amor loco y apasionado de un Dios que viene en busca de la criatura para buscar su amor, para abrirle las puertas de la amistad y  felicidad del mismo Dios Trino y Uno. Dios, ¿pero por qué te humillas tanto, por qué te abajas tanto, qué buscas en el hombre que Tú no tengas? ¿Qué le puede dar el hombre que Dios no tenga?

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora y viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la eternidad. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

            “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El Creador empieza a ser hijo, se hace hijo de su criatura. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazaret, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los alrededores y en los campos vecinos no se enteraron de nada, pero ya medio cielo se había desplazado a la tierra, y vivía dentro de María.

            Qué grande, qué inmensa, qué casi infinita hizo a su madre el Todopoderoso. Y cómo la amó, más que a todas. A su madre, que en ese momento empezó a ser también nuestra, porque ya en la misma encarnación  nos engendró místicamente a todos nosotros, porque era la madre de la gracia salvadora, del que nos engendraba por el bautismo como hijos de Dios. Luego ya en la cruz nos lo manifestaría  abiertamente: “Ahí tienes a tu madre, he ahí a tu hijo”.

            Qué gran madre tenemos, hermanos, qué plenitud y desbordamiento de gracia, hermosura y amor. Tan cargada está de cariño y ternura hacia nosotros sus hijos que se le caen de las manos sus caricias apenas nos insinuamos a Ella. La Virgen es hoy, en  abril del 1960, igual de  buena, de pura, igual de encantadora que cuando la visitó el ángel en Nazaret. Mejor dicho, es mucho más que entonces porque estuvo creciendo siempre hasta su muerte en todas sus perfecciones. Es casi infinita.

            María es verdad, existe ahora de verdad, y se la puede hablar, tocar sentir. María no es una madre simbólica, estática, algo que fue pero que ya no obra y ama. Ella en estos momentos,  ahora mismo nos está viendo y amando desde el cielo, está contenta de sus hijos que han venido a honrarla en su propia casa y santuario; y desde el Cielo, desde este Santuario, vive inclinada sobre todos sus hijos de Plasencia, del mundo, más madre que nunca.

            Ella es nuestro sol que nos alumbra en el camino de la vida venciendo todas las oscuridades, todas las faltas de fe, de sentido de la vida, de por qué vivo y para qué vivo; ella es nuestra Reina, nuestra dulce tirana. Acerquémonos  confiadamente a esta madre poderosa que tanto nos quiere. Pidámosla lo que queremos y como se nos ocurra, con la esperanza cierta de que lo conseguiremos.

            Necesitamos, madre, tu espíritu de oración para que Dios se nos comunique a nosotros como se te comunicó a ti en Nazaret. Necesitamos esa oración tuya continua e incesante, esa unión con Dios permanente que nos haga encontrarte en todas las cosas, especialmente en el trato con los demás. Necesitamos, Madre, meditar en nuestro corazón como tú lo hacías; necesitamos, madre, esa unión permanente de amor con Dios, mientras cosías o barrías o hacías los humildes oficios de tu casa. Queremos esa oración tuya que te daba tanta firmeza de voluntad y carácter que te hacía estar dispuesta a renunciar a todo por cumplir la voluntad de Dios, por cumplir lo que tú creías que era la voluntad de Dios. Tú siempre estabas orando. Orando te sorprendió el ángel y orando seguiste cuando te dejó extasiada, arrullando y adorando al niño que nacía en tus entrañas.

            Madre santa del Puerto, enséñanos a orar, enséñanos el modo de estar unidos  con Dios siempre en todo momento y lugar: «Desde niño su nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, ella alienta mi alma y mi vida,  nunca madre mejor conocí. Placentinos… >>.

 

 

 

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

MARÍA EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA: LOS PADRES

 

            En la Instrucción sobre los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, 30-noviembre-1989, de la Congregación para la enseñanza Católica, se daban tres razones fundamentales:

            a) Los Padres son testigos privilegiados de la Tradición de la Iglesia, porque nos transmiten, con sus comentarios y escritos, la doctrina viva del Evangelio de Cristo;

            b) nos la trasmiten  sin interrupción desde los Apóstoles a través de un método teológico seguro que es la «traditio»: el “hemos recibido”, que los convierte en testigos e intérpretes excepcionales de la Sagrada Escritura;

            c) los escritos de los Padres ofrecen una riqueza cultural y apostólica y espiritual, que hace de ellos los grandes maestros, a veces, incluso de su cultura patria y, siempre, de la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre.

            «Si quisiéramos resumir las razones que inducen a estudiar las obras de los Padres, podríamos decir que ellos fueron, después de los Apóstoles, como dijo justamente San Agustín, los sembradores, los regadores, los constructores, los pastores y los alimentadores de la Iglesia, que pudo crecer gracias a su acción vigilante e incansable. Para que la Iglesia continúe creciendo es indispensable conocer a fondo su doctrina y su obra, que se distingue por ser al mismo tiempo pastoral y teológica, catequética y cultural, espiritual y social en un modo excelente y, se puede decir, única con respecto a cuanto ha sucedido en otras épocas de la historia. Es justamente esta unidad orgánica de los varios aspectos de la vida y misión de la Iglesia lo que hace a los Padres tan actuales y fecundos incluso para nosotros».

 

2. 1. EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA

 

El Espíritu prepara y lleva a término la misión de Cristo. Y María entra de lleno en este proyecto, porque ha sido elegida como su madre. Lucas, en efecto, muestra cómo el Espíritu desciende sobre María, y con el poder de su sombra se realiza en su seno el nacimiento de un hijo que será llamado Jesús y será el Hijo del Altísimo (Lc 1,31.35).

Casi todos los Padres de la Iglesia destacarán la intervención de la tercera persona de la Trinidad en la encarnación del Verbo y pondrán de relieve el descenso del Espíritu Santo sobre la Virgen. Las llamas que prendieron en la zarza del Sinaí, sin abrasarla, serán consideradas en la antigua tradición de la Iglesia como un símbolo del fuego del Espíritu divino, que permanece siempre encendido en María, virgen perpetua y verdadera madre de Dios.

El poder del Altísimo dispuso a la Virgen para que en Ella se realizara el gran misterio de la encarnación: «El Espíritu Santo, viniendo de lo alto, santificó las entrañas de la Virgen y, alentando sobre ella, pues él sopla donde quiere, entró en contacto con nuestra carne humana. Con su fuerza y poder actuó en una naturaleza distinta de la suya; y para que no hubiera obstáculo alguno por razón de la debilidad propia del cuerpo humano, el poder del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, a fin de que la limitación humana que en ella había se fortaleciera con la sombra que la iba a envolver. De este modo, la sombra proyectada por el poder divino conseguía adaptar la condición de la sustancia corporal a la acción fecundante del Espíritu Santo que descendió sobre la Virgen. En todo ello se manifiesta la dignidad de esta concepción (HILARIO DE POITIERS, De la Trinidad, 2, 26: PL 10, 67-68).

 

En María, por obra del Espíritu Santo, se edifica aquel templo santo en el cual establece su morada el Verbo de Dios hecho carne: «Me atrevería a decir que el templo mismo del Señor, a saber, el cuerpo que tomó de la Virgen, fue ciertamente plasmado por el mismo Espíritu, como dijo el ángel Gabriel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por tanto lo que nacerá de ti procede del Espíritu Santo” (Lc 1, 35; Mt 1, 20). He aquí que el mismo templo en el que habitó el Señor el Verbo, fue santificado por el Espíritu (NICETAS DE REMISIANA, El Espíritu Santo, 5: BPa 16, 64-65).

 

Gabriel fue el mensajero; el Espíritu Santo, en cambio, realizó el misterio de la concepción virginal: «Este mismo Espíritu Santo es el que vino sobre la Santa Virgen María. Pues ya que Cristo era el Unigénito e iba a ser engendrado, 1a virtud del Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo vino sobre ella (cf. Lc 1, 35) y la santificó para que pudiera recibir a aquél por cuyo medio fueron hechas todas las cosas (Jn 1, 3). No necesito de muchas palabras para que comprendas que la generación fue inmaculada e intacta, pues ya lo sabes. Gabriel es quien le dice: Yo soy mensajero de lo que se va a hacer, no un cooperador. Porque aunque soy arcángel, conozco mi función. Lo que te anuncio es que te alegres; cómo hayas de dar a luz no depende de una gracia mía. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por ello lo santo engendrado se llamará Hijo de Dios (Lc 1, 35) (CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis XVII, 6, BPa 11, 71-72).

 

Jesús nació del Espíritu Santo y de la Virgen María: «Por su santa concepción en el seno de una virgen, efectuada no por el ardor de la concupiscencia carnal, sino por el fervor de la caridad y de la fe, se dice que Jesús nació del Espíritu Santo y de la Virgen María, correspondiendo el primer término no al engendrador, sino al santificador, y el segundo, a quien lo concibió y alumbró. Por eso, dijo, “lo que nazca de ti será santo y será llamado hijo de Dios” (Lc 1, 42). “Santo” porque “del Espíritu Santo”; puesto que “nacerá de ti”, por eso «de la virgen María». Es “hijo de Dios”; en consecuencia, “la Palabra se hizo carne” (Jn 1, 14) (SAN AGUSTÍN, Sermón 214, 6: BAC 447,170)

 

Sirviéndose de la imagen simbólica de un telar, es presentado el misterio de la encarnación: «María es sagrado y misterioso telar de la encarnación, en el cual de un modo inefable fue tejida la túnica de la unión, de la cual fue tejedor el Espíritu Santo, la hilandera fue la potencia que extendió su sombra desde lo alto, la lana fue el antiguo vellón de Adán, la trama fue la carne incontaminada de la Virgen, la lanzadera fue la inmensa gracia de Aquel que asumió nuestra naturaleza y, finalmente, el artífice fue el Verbo o Palabra de Dios que realizó su ingreso a través del oído (PROCLO DE CONSTANTINOPLA, Homilía 1ª sobre la Madre de Dios: PG 654,682).

 

María no puede dejar de difundir la gracia del Espíritu Santo: «No puede, sin embargo, María estar callada, antes bien, con las palabras que pronuncia ofrece una pregustación y una primicia del Espíritu Santo que ha descendido sobre ella. Porque el Espíritu a un mismo tiempo y en un mismo lugar actuó en las dos mujeres, o sea, tanto en la estéril como en la virgen. La estéril, porque había concebido al precursor, toma la delantera y proclama bienaventurada a la Madre de Dios; la Virgen, en cambio, va a la zaga de ella, porque ha concebido al que es proclamado. Escuchemos, pues, lo que dice esta Virgen, que no tiene precedentes, y oigamos cuáles son sus palabras. Como ella, en efecto, es virgen y madre, cosa que supera la naturaleza, pone de manifiesto su condición de profetisa y de iniciada en los divinos misterios. Dice, pues: Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc 1, 46) (TITO DE BOSTRA, Comentario al Evangelio de S. Lucas: CMP II, n° 827).

 

Por eso, es este Espíritu, el que en la visitación de María a su prima hará saltar de gozo al niño Juan en el seno de ésta, llenará a Isabel y le hará reconocer a María como bendita entre las mujeres y la Madre del Señor (Lc 1,42); es sin duda también el que inspira en María el cántico profético del Magnificat (Lc 1,46-56). María, la llena de gracia, está llena del Espíritu Santo, que es quien comunica la vida trinitaria. Esta es la raíz de la santidad de María, la Toda-santa, la Inmaculada, la Asunta al cielo. El Vaticano II le llama «sagrario del Espíritu Santo» (LG 53), y Juan Damasceno escribe: «El Padre la ha predestinado, la virtud santificante del Espíritu Santo la ha visitado, purificado, hecho santa y, por así decir, empapada de Él» (Homilías de la Dormición 1, 3).

María, reunida con los apóstoles en el cenáculo, invoca al Padre, como en una gran epíclesis, pidiéndole que descienda el Espíritu sobre la Iglesia naciente, aquel mismo Espíritu que en la anunciación ya la había cubierto con su sombra (LG 59).

Para los Padres orientales la finalidad última de la Encarnación es la comunicación del Espíritu a la humanidad, llegando a afirmar que Jesús es el Gran Precursor del Espíritu: «El Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo; Dios le ha hecho portador de la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu» (SAN ATANASIO, Discurso sobre la encarnación del  Verbo, 8).

 

            «Esta es la finalidad y destino de toda la obra de nuestra salvación realizada por Cristo: que los creyentes recibieran el Espíritu Santo» (SIMEÓN EL NUEVO TEÓLOGO, Catequesis VI).

 

 

2. 2. EL ESPÍRITU EN LA CONCEPCIÓN DE JESÚS

 

“Alégrate, llena de gracia”

 

«María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por ello, los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el trono de la “Sabiduría”. Así lo tengo desarrollado en mi homilía sobre la predestinación de María.

En ella comienzan a manifestarse las “maravillas de Dios”, que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia: El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese “llena de gracia” la madre de Aquel en quien “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la “Hija de Sión”: “Alégrate” (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo» (cf. Lc 1, 46-55) (CEC 721-722).

Jesús, concebido por el Espíritu Santo es Hijo de Dios y está habitado por el Espíritu de Dios desde el origen de su vida. Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros, porque es concebido por el Espíritu Santo:

“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”(Mt 1, 18.20).

“El ángel dijo a María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”(Lc 1, 35).

Como dice San Cirilo:

«Este mismo Espíritu Santo es el que vino sobre la Santa Virgen María. Pues ya que Cristo era el Unigénito e iba a ser engendrado, la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo vino sobre ella (Lc 1, 35) y la santificó para que pudiera recibir a aquel por cuyo medio fueron hechas todas las cosas» (Jn 1, 3)» (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Cat. XVII, 6).

Se trata de una generación virginal. Jesús nace de una mujer, es decir, de una virgen. San Cirilo explica a los catecúmenos cómo es posible una generación sin varón, sólo de María como elemento humano y del Espíritu divino que la santificó, siendo con todo una verdadera generación, de la Virgen verdaderamente, y no en apariencia. San Cirilo lo ilustra bellamente recurriendo a la procedencia de Eva a partir de Adán: «¿De quién fue engendrada Eva al principio? ¿Qué madre concibió a la sin madre? Dice la Escritura que fue hecha del costado de Adán (Gn 2, 22). Pues si Eva nació del costado del varón sin contar con una madre, de un vientre virginal ¿no podrá nacer un niño sin consorcio de varón? Por parte de la descendencia femenina se debía a los hombres la gracia, pues Eva había nacido de Adán, sin ser concebida de una madre sino como dada a luz de sólo un varón. María, pues, devolvió la deuda de la gracia, al engendrar (al segundo Adán) no por obra de varón sino de ella sola virginalmente, del Espíritu Santo con la fuerza de Dios» (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Cat. XII 29).

«María devuelve agradecida a Adán la deuda que con él había contraído la mujer. Pero, distintamente de Eva, por cuyo medio nos vino la muerte, no es por medio de la Virgen, como si fuera a través de un canal (Cat. IV 9), sino de ella como nos viene la vida (Ib. XII 15).

«En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios con y por medio del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).

En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).

En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres “objeto del amor benevolente de Dios” (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.

Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la “Mujer”, nueva Eva “madre de los vivientes”, Madre del “Cristo total” (cf. Jn 19. 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” (Hch 1, 14), en el amanecer de los “últimos tiempos” que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia» (CCE 723-4-5-6).

            El término «Espíritu Santo» resuena en el alma de María como el nombre propio de una Persona: esto constituye una «novedad» en relación con la tradición de Israel y los escritos del Antiguo Testamento, y es un adelanto de revelación para ella, que es admitida a una percepción, por lo menos oscura, del misterio trinitario.

En particular, el Espíritu Santo, tal como se nos da a conocer en las palabras de Lucas, reflejo del descubrimiento que de Él hizo María, aparece como Aquel que, en cierto sentido, «supera la distancia» entre Dios y el hombre. Es la Persona en la que Dios se acerca al hombre en su humanidad para «donarse» a él en la propia divinidad, y realizar en el hombre -en todo hombre- un nuevo modo de unión y de presencia (cf. Santo Tomás, Summa Theologica, 1, 43, a.3).

María es privilegiada en este descubrimiento, por razón de la presencia divina y de la unión con Dios que se da en su maternidad. En efecto, con vistas a esa altísima vocación, se le concede la especial gracia que el ángel le reconoce en su saludo: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Vemos cómo estuvo llena de la gracia de Dios desde el primer instante de su vida y esto no puede ser sino por obra del Espíritu Santo.

 

 

2.  3.   MARÍA, ESPOSA DEL ESPÍRITU SANTO

 

Según el profeta Jeremías, Dios dice a su pueblo: “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, Virgen de Israel” (Jr 31 1,3-4). Desde el punto de vista histórico, hay que colocar este texto en relación con la derrota de Israel y la deportación a Asiria, que humilla al pueblo elegido, hasta el grado de creerse abandonado por su Dios. Pero Dios lo anima, hablándole como esposo a una joven amada. La analogía esponsal se hace aún más clara y explícita en las palabras del segundo Isaías, dirigidas, durante el tiempo del exilio en Babilonia, a Jerusalén como a una esposa que no se mantenía fiel al Dios de la Alianza: “Porque tu esposo es tu Hacedor, Yahvéh Sebaot es su nombre... Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido, dice Yahvéh tu Redentor” (Is 54,5-8).

En los textos citados se subraya que el amor nupcial del Dios de la Alianza es “eterno”. Frente al pecado de la esposa, frente a la infidelidad del pueblo elegido, Dios permite que se abatan sobre él experiencias dolorosas, pero a pesar de ello le asegura, mediante los profetas, que su amor no cesa. El profeta Oseas declara con un lenguaje aún más explícito: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvéh” (Os 2, 21-22).

Estos textos extraordinarios de los profetas del Antiguo Testamento alcanzan su pleno cumplimiento en el misterio de la Encarnación. El amor nupcial de Dios hacia Israel, pero también hacia todo hombre, se realiza en la Encarnación de una manera que supera la medida de las expectativas del hombre. Lo descubrimos en la página de la Anunciación, donde la Nueva Alianza se nos presenta como Alianza nupcial de Dios con el hombre, de la divinidad con la humanidad.

En ese cuadro de alianza nupcial, la Virgen de Nazaret, María, es por excelencia la “virgen-Israel” de la profecía de Jeremías. Sobre ella se concentra perfecta y definitivamente el amor nupcial de Dios, anunciado por los profetas. Ella es también la virgen-esposa a la que se concede concebir y dar a luz al Hijo de Dios: fruto particular del amor nupcial de Dios hacia la humanidad, representada y casi comprendida en María.

El Espíritu Santo, que desciende sobre María en la Anunciación, es quien, en la relación trinitaria, expresa en su persona el amor nupcial de Dios, el amor «eterno». En aquel momento Él es, de modo particular, el Dios-Amor Esposo.

En el misterio de la Encarnación, en la concepción humana del Hijo de Dios, el Espíritu Santo conserva la trascendencia divina. El texto de Lucas lo expresa de una manera precisa. La naturaleza nupcial del amor de Dios tiene un carácter completamente espiritual y sobrenatural. Lo que dirá Juan a propósito de los creyentes en Cristo vale mucho más para el Hijo de Dios, que no fue concebido en el seno de la Virgen “ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios” (Jn 1,13). Pero sobre todo expresa la suprema unión del amor, realizada entre Dios y un ser humano por obra del Espíritu Santo.

En este esponsalicio divino con la humanidad, María responde al anuncio del ángel con el amor de una esposa, capaz de responder y adaptarse de modo perfecto a la elección divina. Por todo ello, desde el tiempo de San Francisco, la Iglesia llama a la Virgen «esposa del Espíritu Santo». Sólo este perfecto amor nupcial, profundamente enraizado en su completa donación virginal a Dios, podía hacer que la Virgen  llegase a ser «madre de Dios» de modo consciente y digno, en el misterio de la Encarnación.

En la Encíclica RedemptorisMater encontramos este texto precioso: «El Espíritu Santo ya ha descendido a Ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la Anunciación, acogiendo al Verbo de Dios verdadero, prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él, más aún, abandonándose plenamente en Dios por medio de la obediencia de la fe, por la que respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

María, con este acto y gesto, totalmente diverso al de Eva, se convierte en la madre espiritual de la humanidad, en la nueva Esposa, la nueva Eva, la Madre de los vivientes, como dirán con frecuencia los Doctores y Padres de la Iglesia. Ella será el tipo y el modelo, en la Nueva alianza, de la unión nupcial del Espíritu Santo con los individuos y con toda la comunidad humana (cf. JUAN PABLO II, Catequesis 26).

(cf. EMILIANO JIMÉNEZ, El Espíritu Santo dador de vida, en la Iglesia, al cristiano Bilbao 1993; GUILLERMO PONS, El Espíritu Santo en los Padres de la Iglesia, Madrid 1998; JUAN PABLO II, Catequesis sobre el Espíritu Santo, Madrid 1991; COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, Madrid 1997; VÍCTOR CODINA, “No extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19), una iniciación a la Pneumatología, Santander 2008).

 

 

 

 

 

CAPÍTULO TERCERO

 

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES  SOBRE MARÍA

 

            Desde los primeros tiempos del cristianismo los creyentes escrutaron, maravillados, esta frase sencilla y deslumbradora del Apóstol, sobre Cristo “nacido de una mujer”, que explicita, por decirlo así, la solemne afirmación del Prólogo de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”.

            Procuraron penetrar en el misterio de aquella mujer que suministró su carne al Verbo de Dios, de aquella creatura que llevó en su seno al Creador. En esta meditación orante y admirada, que no nacía de una simple curiosidad sino del amor, la Iglesia se preguntó una y otra vez: ¿Quién es esta mujer, mencionada junto al Salvador en los pasajes más decisivos de la Sagrada Escritura? ¿Quién es esta mujer cuya victoria sobre el demonio se predice desde las primeras páginas (cf. Gén 3, 15), en el momento más sombrío de la historia humana,  y cuya dignidad insigne atestiguan los escritores sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Por qué un Arcángel saluda a esta mujer con profunda admiración en nombre de Dios y la llama la llena de gracia? ¿Por qué Isabel la saluda en el colmo del asombro como Madre de mi Señor, bendita entre todas las mujeres, a quien el vidente del Apocalipsis contempla revestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas?

            Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuantos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo de la palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error.

            Los Padres, al fomentar entre sus fieles —mediante una recta doctrina— la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara «en armónica subordinación al culto de Cristo...en torno a Él como su natural y necesario punto de referencia» (Marialis cultus, introducción).

            Casi todos los autores de la Mariología aducen los textos de los Padres para probar las diversas verdades sobre María.  Nosotros, al tratar de escribir este capítulo, hemos procedido de forma diferente; nosotros hemos tenido en cuenta sus escritos y los he citado largamente para que se capte mejor su sentido y fervor. He ido a las fuentes para ponerlos con mayor amplitud; me he servido de los Padres griegos y latinos.

            Por eso citaré sus discursos y homilías más  ampliamente, poniendo lo más interesante de cada uno. San Bernardo no es considerado Padre de la Iglesia porque pertenece al siglo XI, pero es un predicador bellísimo y estupendo de las excelencias de la Virgen, al que leí en mi juventud en sus discursos sobre el amor de Dios en el Comentario al Cantar de los Cantares. Lo hago así porque este capítulo quiere ser como una «lectio divina», una meditación continuada y coherente sobre las maravillas obradas por Dios en su Madre.  

 

 

3. 1 SAN EFRÉN

 

            San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació en Nisibis, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. A los 18 años recibió el bautismo y se dedicó a la oración y al estudio, viviendo del propio trabajo, en Edesa., como empleado en un baño público.

            En el 338 Nisibis fue atacada por Sapor II, rey de los Persas, y Efrén acudió en su ayuda y desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes.       En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis, San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación y a la predicación.

            San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se le ha definido <<la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo>>.

            Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo V. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida.

            Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción, como ahora veremos en alguno de ellos.

 

Madre admirable

(Himno a la Virgen María)

 

            La Virgen me invita a cantar el misterio que yo contemplo con admiración. Hijo de Dios, dame tu don admirable, haz que temple mi lira, y que consiga detallar la imagen completamente bella de la Madre bien amada.

            La Virgen María da al mundo a su Hijo quedando virgen, amamanta al que alimenta a las naciones, y en su casto regazo sostiene al que mantiene el universo. Ella es Virgen y es Madre, ¿qué no es?

            Santa de cuerpo, completamente hermosa de alma, pura de espíritu, sincera de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta, fiel, pura de corazón, leal, posee todas las virtudes.

            Que en María se alegre toda la estirpe de las vírgenes, pues una de entre ellas ha alumbrado al que sostiene toda la creación, al que ha liberado al género humano que gemía en la esclavitud.

            Que en María se alegre el anciano Adán, herido por la serpiente. María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la serpiente maldita, y le sana de su herida mortal.

            Que los sacerdotes se alegren en la Virgen bendita. Ella ha dado al mundo el Sacerdote Eterno que es al mismo tiempo Víctima. Él ha puesto fin a los antiguos sacrificios, habiéndose hecho la Víctima que apacigua al Padre.

            Que en María se alegren todos los profetas. En Ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos.

            Que en María se gocen todos los patriarcas. Así como Ella ha recibido la bendición que les fue prometida, así Ella les ha hecho perfectos en su Hijo. Por Él los profetas, justos y sacerdotes, se han encontrado purificados.

            En lugar del fruto amargo cogido por Eva del árbol fatal, María ha dado a los hombres un fruto lleno de dulzura. Y he aquí que el mundo entero se deleita por el fruto de María.

            El árbol de la vida, oculto en medio del Paraíso, ha surgido en María y ha extendido su sombra sobre el universo, ha esparcido sus frutos, tanto sobre los pueblos más lejanos como sobre los más próximos.

            María ha tejido un vestido de gloria y lo ha dado a nuestro primer padre. Él había escondido su desnudez entre los árboles, y es ahora investido de pudor, de virtud y de belleza.

            Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo.

           

La Anunciación de la Virgen

(Himno por el Nacimiento de Cristo)

 

            «Volved la mirada a María. Cuando Gabriel entró en su aposento y comenzó a hablarle, Ella preguntó: “¿cómo se hará esto?” (Lc 1, 34). El siervo del Espíritu Santo le respondió diciendo: “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Y Ella, creyendo firmemente en aquello que había oído, dijo: “he aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y al instante descendió el Verbo sobre Ella, entró en Ella y en Ella hizo morada, sin que nada advirtiese. Lo concibió sin detrimento de su virginidad, y en su seno se hizo niño, mientras el mundo entero estaba lleno de Él...

            Cuando oigas hablar del nacimiento de Dios, guarda silencio: que el anuncio de Gabriel quede impreso en tu espíritu. Nada es difícil para esa excelsa Majestad que, por nosotros, se ha abajado a nacer entre nosotros y de nosotros.

            Hoy María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión; se ha hecho pequeño en la Virgen para hacernos grandes... En María se han cumplido las sentencias de los profetas y de los justos. De Ella ha surgido para nosotros la luz y han desaparecido las tinieblas del paganismo.

            María tiene muchos nombres, y es para mí un gran gozo llamarla con ellos. Es la fortaleza donde habita el poderoso Rey de reyes; mas no salió de allí igual que entró: en Ella se revistió de carne, y así salió. Es también un nuevo cielo, porque allí vive el Rey de reyes; allí entró y luego salió vestido a semejanza del mundo exterior...

            Adán y Eva, con el pecado, trajeron la muerte al mundo; pero el Señor del mundo nos ha dado en María una nueva vida. El Maligno, por obra de la serpiente, vertió el veneno en el oído de Eva; el Benigno, en cambio, se abajó en su misericordia y, a través del oído, penetró en María. Por la misma puerta por donde entró la muerte, ha entrado también la Vida que ha matado a la muerte. Y los brazos de María han llevado a Aquél a quien sostienen los querubines; ese Dios a quien el universo no puede abarcar, ha sido abrazado por María.

            El Rey ante quien tiemblan los ángeles, criaturas espirituales, yace en el regazo de la Virgen, que lo acaricia como a un niño. El cielo es el trono de su majestad, y Él se sienta en las rodillas de María. La tierra es el escabel de sus pies y Él brinca sobre ella infantilmente. Su mano extendida señala la medida del polvo, y sobre el polvo juguetea como un chiquillo.

            Feliz Adán, que en el nacimiento de Cristo has encontrado la gloria que habías perdido. ¿Se ha visto alguna vez que el barro sirva de vestido al alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto en pañales? A todo eso se ha rebajado Dios por amor del hombre. Así se ha humillado el Señor por amor de su siervo, que se había ensalzado neciamente y, por consejo del Maligno homicida, había pisoteado el mandamiento divino. El Autor del mandamiento se humilló para levantarnos.

            Demos gracias a la divina misericordia, que se ha abajado sobre los habitantes de la tierra a fin de que el mundo enfermo fuera curado por el Médico divino. La alabanza para Él y al Padre que lo ha enviado; y alabanza al Espíritu Santo, por todos los siglos sin fin».

 

Eva y María

(Carmen 18, 1)

 

            Oh cítara mía, inventa nuevos motivos de alabanza a María Virgen. Levanta tu voz y canta la maternidad enteramente maravillosa de esta virgen, hija de David, que llevó la vida al mundo.

            Quien la ama, la admira. El curioso se llena de vergüenza y calla. No se atreve a preguntarse cómo una madre da a luz y conserva su virginidad. Y aunque es muy difícil de explicar, los incrédulos no osarán indagar sobre su Hijo.

            Su Hijo aplastó la serpiente maldita y destrozó su cabeza. Curó a Eva del veneno que el dragón homicida, por medio del engaño, le había inyectado, arrastrándola a la muerte.

            Aquél que es eterno fue llamado el nuevo Adán, porque habitó en las entrañas de la hija de David y en Ella, sin semilla y sin dolor, se hizo hombre. ¡Bendito sea por siempre su nombre!

            El árbol de la vida, que creció en medio del Paraíso, no dio al hombre un fruto que lo vivificase. El árbol nacido del seno de María se dio a sí mismo en favor del hombre y le donó la vida.

             El Verbo del Señor descendió de su trono; se llegó a una joven y habitó en ella. Ella lo concibió y lo dio a la luz. Es grande el misterio de la Virgen purísima: supera toda alabanza.

            Eva en el Edén se convirtió en rea del pecado. La serpiente malvada escribió, firmó y selló la sentencia por la cual sus descendientes, al nacer, venían heridos por la muerte.

            Eva llegó a ser rea del pecado, pero el débito pasó a María, para que la hija pagase las deudas de la madre y borrase la sentencia que habían transmitido sus gemidos a todas las generaciones.

            Los hombres terrenales multiplicaron las maldiciones y las espinas que ahogaban la tierra. Introdujeron la muerte. El Hijo de María llenó el orbe de vida y paz.

            Los hombres terrenales sumergieron el mundo de enfermedades y dolores. Abrieron la puerta para que la muerte entrase y pasease por el orbe. El Hijo de María tomó sobre su persona los dolores del mundo, para salvarlo.

            María es manantial límpido, sin aguas turbias. Ella acoge en su seno el río de la vida, que con su agua irrigó el mundo y vivificó a los muertos.

            Eres santuario inmaculado en el que moró el Dios rey de los siglos. En ti por un gran prodigio se obró el misterio por el cual Dios se hizo hombre y un hombre fue llamado Hijo por el Padre.

            Bendita, tú, María, hija de David, y bendito el fruto que nos has dado ¡Bendito el Padre que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, y bendito el Espíritu Paráclito que nos manifestó su misterio! Sea bendito su nombre.

 

La canción de cuna de María

(Himno, 18, 1-23)

 

            He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo...

            Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

            Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

            Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas porque soy tu Madre. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

            Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

            Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

            He aquí que Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

            Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

            ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

            Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

            Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos...

            Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

            Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

            Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

            Descubra su rostro y se alegre contigo la antigua Eva, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

            La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

            Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida: por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.

            Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

 

 

3. 2. SAN AGUSTÍN

 

            Nació en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era aún pagano cuando nació su hijo. Su madre, Santa Mónica, mujer cristiana le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el «hijo de las lágrimas de su madre».

            San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y a la elocuencia. Allí mismo en Cartago, con sólo 17 años, se destacó por su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos.

            Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de gravedad y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue nombrado «magister rhetoricae» en Mediolanum, actual Milán.

            Por entonces ya había muerto su padre, de modo que su madre y sus hermanos le siguieron a la gran ciudad de la Italia septentrional. Los años de Milán fueron decisivos para la conversión de Agustín. La predicación de San Ambrosio, con su exégesis alegórica, le hizo descubrir las grandes verdades encerradas en las Sagradas Escrituras.

 

La fe de María

(Sermón 72 A, 3, 7-8)

 

            “Mientras hablaba a las turbas, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar con El. Alguien se lo indicó, diciendo: mira, tu Madre y tus hermanos están fuera, quieren hablar contigo. Y El dijo: ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo la mano sobre sus discípulos, repuso: éstos son mi madre y mis hermanos. Todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 46-50).

            ¿Qué hacía Cristo? Evangelizaba a las gentes, destruía al hombre viejo y edificaba uno nuevo, libertaba a las almas, desencadenaba a los presos, iluminaba las inteligencias oscurecidas, realizaba toda clase de obras buenas. Todo su ser se abrasaba en tan santa empresa.

            Y en ese momento le anunciaron el afecto de la carne. Ya oísteis lo que respondió, ¿para que voy a repetirlo? Estén atentas las madres, para que con su cariño no dificulten las obras buenas de sus hijos. Y si pretenden impedirlas o ponen obstáculos para retrasar lo que no pueden anular, sean despreciadas por sus hijos.

            Más aún, me atrevo a decir que sean desdeñadas, desdeñadas por piedad. Si la Virgen María fue tratada así, ¿por qué ha de enojarse la mujer --casada o viuda--, cuando su hijo, dispuesto a obrar el bien, la desprecie? Me dirás: entonces, ¿comparas a mi hijo con Cristo? Y te respondo: No, no lo comparo con Cristo, ni a ti con María. Cristo no condenó el afecto materno, pero mostró con su ejemplo sublime que se debe postergar a la propia madre para realizar la obra de Dios (...).

            ¿Acaso la Virgen María --elegida para que de Ella nos naciera la salvación y creada por Cristo antes de que Cristo fuese en Ella creado-- no cumplía la voluntad del Padre? Sin duda la cumplió, y perfectamente. Santa María, que por la fe creyó y concibió, tuvo en más ser discípula de Cristo que Madre de Cristo. Recibió mayores dichas como discípula que como Madre.

            María era ya bienaventurada antes de dar a luz, porque llevaba en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Al ver al Señor que caminaba entre la multitud y hacía milagros, una mujer exclamó: “¡Bienaventurado el vientre que te llevó!” (Lc 11, 27). Pero el Señor, para que no buscáramos la felicidad en la carne, ¿qué responde?: bienaventurados, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11,28).

            Luego María es bienaventurada porque oyó la  palabra de Dios y la guardó: conservó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Cristo es Verdad, Cristo es Carne. Cristo Verdad estaba en el alma de María, Cristo Carne se encerraba en su seno, pero lo que se encuentra en el alma es mejor que lo  que se concibe en el vientre.

            María es Santísima y Bienaventurada. Sin embargo, la Iglesia es más perfecta que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro santo, excelente, supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero. El Señor es la Cabeza, y el Cristo total es Cabeza y cuerpo. ¿Qué diré entonces? Nuestra Cabeza es divina: tenemos a Dios como Cabeza.

            Vosotros, carísimos, también sois miembros de Cristo, sois cuerpo de Cristo. Ved cómo sois lo que Él dijo: “he aquí mi madre y mis hermanos” (Mt 12, 49). ¿Cómo seréis madre de Cristo? El Señor mismo nos responde: “todo el que escucha y hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50).

            Mirad, entiendo lo de hermano y lo de hermana, porque única es la herencia; y descubro en estas palabras la misericordia de Cristo: siendo el Unigénito, quiso que fuéramos herederos del Padre, coherederos con Él. Su herencia es tal, que no puede disminuir aunque participe de ella una muchedumbre. Entiendo, pues, que somos hermanos de Cristo, y que las mujeres santas y fieles son hermanas suyas.

            Pero ¿cómo podemos interpretar que también somos madres de Cristo? ¿Me atreveré a decir que lo somos? Sí, me atrevo a decirlo. Si antes afirmé que sois hermanos de Cristo, ¿cómo no voy a afirmar ahora que sois su madre?, ¿acaso podría negar las palabras de Cristo?

            Sabemos que la Iglesia es Esposa de Cristo, y también, aunque sea más difícil de entender, que es su Madre. La Virgen María se adelantó como tipo de la Iglesia. ¿Por qué —os pregunto— es María Madre de Cristo, sino porque dio a luz a los miembros de Cristo’? Y a vosotros, miembros de Cristo ¿quién os ha dado a luz? Oigo la voz de vuestro corazón: ¡la Madre Iglesia! Semejante a María, esta Madre santa y honrada, al mismo tiempo da a luz y es virgen.

            Vosotros mismos sois prueba de lo primero: habéis nacido de Ella, al igual que Cristo, de quien sois miembros. De su virginidad no me faltarán testimonios divinos.

            Conservad, pues, la virginidad en vuestras almas, que es la integridad de la fe católica. Allí donde Eva fue corrompida por la palabra de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia con la gracia del Omnipotente. Por lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en la mente, como María alumbró a Cristo en su seno, permaneciendo virgen. De ese modo seréis madres de Cristo. Ese parentesco no os debe extrañar ni repugnar: fuisteis hijos, sed también madres.

            Al ser bautizados, nacisteis como miembros de Cristo, fuisteis hijos de la Madre. Traed ahora al lavatorio del Bautismo a los que podáis; y así como fuisteis hijos por vuestro nacimiento, podréis ser madres de Cristo conduciendo a los que van a renacer.

 

 

3. 3. SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA

 

            Nos han llegado muy pocas noticias sobre la vida de San Cirilo antes de su elección a la importante sede de Alejandría. Cirilo, sobrino de Teófilo, que desde el año 385 rigió como obispo, con mano firme y prestigio, la diócesis de Alejandría, nació probablemente en esa misma metrópoli egipcia entre el año 370 y el 380. Pronto se encaminó hacia la vida eclesiástica y recibió una buena educación, tanto cultural como teológica.

            Tras la muerte de su tío Teófilo, Cirilo, que aún era joven, fue elegido en el año 412 obispo de la influyente Iglesia de Alejandría, gobernándola con gran firmeza durante treinta y dos años, tratando siempre de afirmar el primado en todo el Oriente, fortalecido asimismo por los vínculos tradicionales con Roma.

            Dos o tres años después, en el 417 ó 418, el obispo de Alejandría dio pruebas de realismo al recomponer la ruptura de la comunión con Constantinopla, que persistía ya desde el año 406 tras la deposición de San Juan Crisóstomo.

            Pero el antiguo contraste con la sede de Constantinopla volvió a encenderse diez años después, cuando en el año 428 fue elegido obispo Nestorio, un prestigioso y severo monje de formación antioquena. El nuevo obispo de Constantinopla suscitó pronto oposiciones, pues en su predicación prefería para María el título de «Madre de Cristo» (Christotokos), en lugar del de «Madre de Dios» (Theotokos), ya entonces muy querido por la devoción popular. De este modo no era ya verdadera la unión entre Dios y el hombre en Cristo y, por tanto, ya no se podía hablar de Madre de Dios.

            San Cirilo de Alejandría está vinculado a la controversia cristológica que llevó al concilio de Éfeso del año 431 y es el último representante de relieve de la tradición alejandrina. Venerado como santo tanto en Oriente como en Occidente, en 1882 fue proclamado doctor de la Iglesia por el Papa León XIII.

            Entre los numerosos escritos de este segundo período, se recogen aquí algunos párrafos de dos homilías en las que San Cirilo teje un encendido elogio de la Madre de Dios.

 

Dios te salve, María

(Encomio a la Santa Madre de Dios)

 

            Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana, Vaso virginal.

            Dios te salve, María, Virgen, Madre y Esclava: Virgen, por gracia de Aquél que de ti nació sin menoscabo de tu virginidad; Madre, por razón de Aquél que llevaste en tus brazos y alimentaste con tu pecho; Esclava, por causa de Aquél que tomó forma de siervo. Entró el Rey en tu ciudad, o por decirlo más claramente, en tu seno; y de nuevo salió como quiso, permaneciendo cerradas tus puertas. Has concebido virginalmente, y divinamente has dado a luz.

            Dios te salve, María, Templo en el que Dios es recibido, o más aun, Templo santo, como clama el Profeta David diciendo: santo es tu templo admirable en la equidad (Sal 64, 6).

            Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe; Dios te salve, María, casta paloma; Dios te salve, María, lámpara que nunca apaga, pues de ti ha nacido el Sol de justicia.

            Dios te salve, María, lugar de Aquel que en ningún lugar es contenido; en tu seno encerraste al Unigénito Verbo de Dios y sin semilla y sin arado hiciste germinar una espiga que no se marchita.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien claman los profetas y los pastores cantan a Dios sus alabanzas, repitiendo con los ángeles el himno tremendo: “gloria a Dios en los mas alto de los cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14)

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los ángeles forman coro y los arcángeles exultan cantando himnos altísimos.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los Magos adoran, guiados por una brillante estrella.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien Juan, estando aún en el seno materno, saltó de gozo y adoró a la Luminaria de perenne luz.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brotó aquella gracia inefable de la que decía el Apóstol: “la gracia de Dios, Salvador nuestro, ha iluminado a todos los hombres” (Tit 2, 11).

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien resplandeció la luz verdadera, Jesucristo Nuestro Señor, que en el Evangelio afirma: “Yo soy la Luz del mundo”  (Jn 8, 12).

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brilló la luz sobre los que yacían en la oscuridad y en la sombra de la muerte: “el pueblo que se sentaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Is 9, 2). ¿Y qué luz sino Nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo? (Jn 1,  29).

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien en el Evangelio se predica: “bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt 21, 9); por quien la Iglesia católica ha sido establecida en ciudades, pueblos y aldeas.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien vino el vencedor de la muerte y exterminador del infierno.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien se ha mostrado el Creador de nuestros primeros padres y Reparador de su caída, el Rey del reino celestial.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien floreció y resplandeció la hermosura de la resurrección.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien las aguas del río Jordán se convirtieron en Bautismo de santidad.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien Juan y el Jordán son santificados, y es rechazado el diablo.

            Dios te salve, María, Madre de Dios por quien se salvan los espíritus fieles.

 

Alabanzas de la Madre de Dios

 

 (De la homilía de San Cirilo de Alejandría, obispo, pronunciada en el Concilio de Éfeso: Homilía 4: PG 77, 991. 995-996)

            «Tengo ante mis ojos la asamblea de los santos padres, que, llenos de gozo y fervor, han acudido aquí, respondiendo con prontitud a la invitación de la santa Madre de Dios, la siempre Virgen María. Este espectáculo ha trocado en gozo la gran tristeza que antes me oprimía. Vemos realizadas en esta reunión aquellas hermosas palabras de David, el salmista: “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos”.

            Te saludamos, santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a todos nosotros en esta iglesia de santa María, Madre de Dios.

            Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito, en los Santos evangelios, el que viene en nombre del Padre.

             Te saludamos a ti, que encerraste en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien la santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría,  llega al conocimiento de la verdad; por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el aceite de la alegría; por quien han sido fundamentadas las Iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión.

            Y ¿qué más diré? Por ti, el Hijo unigénito de Dios ha iluminado “a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte”; por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por ti, los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles.

            ¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez ¡qué cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído jamás decir que le esté prohibido al constructor  habitar en el mismo templo que ha construido? ¿Quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirviente sea adoptada como madre?

            Mirad: hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que todos nosotros reverenciemos y adoremos la unidad, que rindamos un culto impregnado de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar, con nuestras alabanzas, a María siempre Virgen, el templo santo de Dios, y a su Hijo y esposo inmaculado: porque a él pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

3. 4. SAN ILDEFONSO DE TOLEDO

 

            Nacido en el 607 en Toledo, durante el reinado de Witerico, de estirpe germánica, era miembro de una de las distintas familias regias visigodas. Por el estilo de sus escritos se deduce que recibió una brillante formación literaria. Según su propio testimonio fue ordenado diácono en el  632-633 por Eladio, obispo de Toledo.

            Ildefonso estuvo muy vinculado al  Monasterio Agaliense; y estando ya en este monasterio, sobre el 650 es elegido Abad y funda luego un convento de religiosas, dotándolo con los bienes que hereda.  Muere el 667, siendo sepultado en la iglesia de Santa Leocadia de Toledo, y posteriormente trasladado a Zamora.         

            Su obra más conocida es Sobre la virginidad perpetua de Santa María contra tres infieles (De virginitate S. Mariae contra tres infideles), de estilo muy cuidado y llena de entusiasmo y devoción Marianos. Consta de una oración inicial y de 12 capítulos.

            En el primero defiende contra Joviniano la virginidad de María en la concepción y en el parto; en el segundo mantiene contra Elvidio que María fue siempre virgen; a partir del tercero muestra que Jesucristo es Dios y la integridad perpetua de María. Depende estrechamente de San Agustín y San Isidoro, y constituye el punto de arranque de la teología Mariana en España.

 

 

Honrar a María

(Libro de la perpetua virginidad de Santa  María, XII)

 

            En mi pobreza y miseria, yo desearía llegar a ser, para mi reparación, el servidor de la Madre de mi Señor. Apartado de la comunión con los ángeles por la caída de nuestro primer padre, desearía ser siervo de la que es Esclava y Madre de mi Creador. Como un instrumento dócil en las manos del Dios excelso, así desearía yo estar sujeto a la Virgen Madre, dedicado íntegramente a su servicio. Concédemelo, Jesús, Dios e Hijo del hombre; dámelo, Señor de todas las cosas e Hijo de tu Esclava; otórgame esta gracia, Dios humillado en el hombre; permíteme a mí, hombre elevado hasta Dios, creer en el alumbramiento de la Virgen y estar lleno de fe en su encarnación; y al hablar de la maternidad virginal, tener la palabra embebida de tu alabanza; y al amar a tu Madre, estar lleno de tu mismo amor.

            Haz que yo sirva a tu Madre de modo que Tú me reconozcas por tu servidor; que Ella sea mi Soberana en la tierra de manera que Tú seas mi Señor por la eternidad.

            Ved con qué impaciencia anhelo ser vasallo de esta Reina, con qué fidelidad me entrego al gozo de su servidumbre, cómo deseo hacerme plenamente esclavo de su voluntad, con qué ardor no quiero sustraerme jamás a su imperio, cuánto ambiciono no ser nunca arrancado de su servicio... Haz que me admita entre sus súbditos y que, sirviéndola, merezca sus favores, viva siempre bajo su mandato y la ame por toda la eternidad.

            Los que aman a Dios conocen mi deseo; los que le son fieles, lo ven; los que se unen al Señor, lo comprenden, y lo conocen aquéllos a los que Dios conoce. Escuchad los que sois discípulos suyos; prestad atención los infieles; sabedlo vosotros, los que no pensáis más que en la desunión; comprended, sabios de este mundo que hace insensatos a los ojos de la sabiduría divina, lo que os hace sabios a los ojos de vuestra necedad...

            Vosotros, que no aceptáis que María sea siempre Virgen; que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo, y a Ella por Madre de mi Creador; que rehusáis creer que sólo Ella tenga por Hijo al Señor de las criaturas; que no glorificáis a este Dios como Hijo suyo; que no proclamáis bienaventurada a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones; que oscurecéis su gloria negándole la incorruptibilidad de la carne; que no rendís honor a la Madre del Señor con la excusa de que honráis a Dios su Hijo; que no glorificáis como Dios al que habéis visto hacerse hombre y nacer de Ella; que confundís las dos naturalezas de su Hijo y  rompéis la unidad de su Persona; que negáis la divinidad de su Hijo; que rehusáis creer en la verdadera carne y en la Pasión verdadera de su Hijo y que no creéis que ha sufrido la muerte como hombre y que ha resucitado de los muertos como Dios (...)

            Mi mayor deseo es servir a este Hijo y tener a la Madre por Soberana. Para estar bajo el imperio del Hijo, yo quiero  servirla; para ser admitido al servicio de Dios, anhelo que la Madre reine sobre mí como testimonio; para ser el servidor devoto de su propio Hijo, aspiro a llegar a ser el servidor de la Madre. Pues servir a la Sierva es también servir al Señor; lo que se da a la Madre se refleja sobre el Hijo, yendo desde la Madre a Aquél que Ella ha alimentado. El honor que el servidor rinde a la Reina viene a recaer sobre el Rey.

            Bendiciendo con los ángeles, cantando mi alegría junto con las voces celestiales, exultando de gozo con los coros angélicos, regocijándome con sus aclamaciones, yo bendigo a mi Soberana, canto mi alegría a la que es Madre de mi Señor y Sierva de su Hijo. Yo me alegro con la que ha llegado a ser Madre de mi Creador; con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne.

            Porque con Ella yo he creído lo que sabe Ella misma conmigo, porque he conocido que Ella es la Virgen Madre, la Virgen que dio a luz; porque sé que la concepción no le hizo perder su virginidad, y que una inmutable virginidad precedió a su alumbramiento, y que su Hijo le ha conservado perpetuamente la gloria de la virginidad.

            Todo esto me llena de amor, porque sé que todo ha sido realizado por mí. No olvido que, gracias a la Virgen, la naturaleza de mi Dios se ha unido a mi naturaleza humana, para que la naturaleza humana sea asumida por mi Dios; que no hay más que un solo Cristo, Verbo y carne, Dios y hombre, Creador y criatura.

           

 

3. 5. SAN ROMANO EL CANTOR

 

            Romano el Meloda o el Cantor, nació en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs) en Siria. Teólogo, poeta y compositor, pertenece al grupo de teólogos que ha transformado la teología en poesía. Pensemos en su compatriota, San Efrén de Siria, quien vivió doscientos años antes que él. Y pensemos también en teólogos de Occidente, como San Ambrosio, cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen llegando al corazón.

            Ordenado diácono permanente en torno al año 515, fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se marchó a Constantinopla, hacia el final del reino de Atanasio I en torno al año 518, y allí se estableció en el monasterio en la iglesia de la Theotókos, Madre de Dios. De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte tras el año 555.

            Romano ha pasado a la historia como uno de los autores más representativos de himnos litúrgicos. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, en general en forma de oración o súplica. Anunciaba así el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se repetía en coro al final de cada estrofa, declamada por él con una modulación de voz elevada. Un ejemplo significativo es el kontakion con motivo del Viernes de Pasión: es un diálogo entre María y el Hijo, que tiene lugar en el camino de la Cruz.

 

Madre dolorosa

(Cántico de la Virgen al pie de la Cruz)

 

            «María dice: <¿Adónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?/ Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,/ ni podría imaginar nunca que llegarían a este nivel de furor los impíos/echándote las manos encima contra toda justicia>.

            Jesús responde: <¿Por qué lloras, madre mía?  ¿No debería irme? ¿No debería morir?/ ¿Cómo podría salvar a Adán?». (El hijo de María consuela a la madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación) «Depón, por tanto, madre, depón tu dolor:/ no es propio de ti el gemir, pues fuiste llamada "llena de gracia"> (María a los pies de la cruz, 1-2; 4-5).

 

            Venid todos, celebremos a Aquel que fue crucificado por nosotros. María le vio atado en la Cruz: <Bien puedes ser puesto en cruz y sufrir – le dijo Ella--; pero no por eso eres menos Hijo mío y Dios mío>.

            Como una oveja que ve a su pequeño arrastrado al matadero, así María le seguía, rota de dolor. Como las otras mujeres, Ella iba llorando: ¿Dónde vas Tú, Hijo mío? ¿Por qué esta marcha tan rápida? ¿Acaso hay en Caná alguna otra boda, para que te apresures a convertir el agua en vino? ¿Te seguiré yo, Niño mío? ¿O es mejor que te espere? Dime una palabra, Tú que eres la Palabra; no me dejes así, en silencio, oh Tú, que me has guardado pura, Hijo mío y Dios mío>.

            <Yo no pensaba, Hijo de mi alma, verte un día como estás: no lo habría creído nunca, aun cuando veía a los impíos tender sus manos hacia Ti. Pero sus niños tienen aún en los labios el clamor: ¡Hosanna!, ¡seas bendito! Las palmas del camino muestran todavía el entusiasmo con que te aclamaban. ¿Por qué, cómo ha sucedido este cambio? Oh, es necesario que yo lo sepa. ¿Cómo puede suceder que claven en una Cruz a mi Hijo y a mi Dios?>.

            <Oh Tú, Hijo de mis entrañas: vas hacia una muerte injusta, y nadie se compadece de Ti. ¿No te decía Pedro: aunque sea necesario morir nunca te negaré? Él también te ha abandonado. Y Tomás exclamaba: muramos todos contigo. Y los otros, apóstoles y discípulos, los que deben juzgar a las doce tribus, ¿dónde están ahora? No está aquí ninguno; pero Tú, Hijo mío, mueres en soledad por todos. Abandonado. Sin embargo, eres Tú quien les ha salvado; Tú has satisfecho por todos ellos, Hijo mío y Dios mío>.

            Así es como María, llena de tristeza y anonadada de dolor, gemía y lloraba. Entonces su Hijo, volviéndose hacia Ella, le habló de esta manera: <Madre, ¿por qué lloras? ¿Por qué, como las otras mujeres, estás abrumada? ¿Cómo quieres que salve a Adán, si Yo no sufro, si Yo no muero? ¿Cómo serán llamados de nuevo a la Vida los que están retenidos en los infiernos, si no hago morada en el sepulcro? Por eso estoy crucificado, Tú lo sabes; por esto es por lo que Yo muero>.

            <¿Por qué, lloras, Madre? Di más bien, en tus lágrimas: es por amor por lo que muere mi Hijo y mi Dios>.

            <Procura no encontrar amargo este día en el que voy a sufrir: para esto es para lo que Yo, que soy la dulzura misma, he bajado del cielo como el maná; no sobre el Sinaí, sino a tu seno, pues en él me he recogido. Según el oráculo de David: esta montaña recogida soy Yo: lo sabe Sión, la ciudad santa. Yo, que siendo el Verbo, en ti me hice carne. En esta carne sufro y en esta carne muero. Madre, no llores más; di solamente: si Él sufre, es porque lo ha querido, Hijo mío y Dios mío».

            Respondió Ella: «Tú quieres, Hijo mío, secar las lágrimas de mis ojos. Sólo mi Corazón está turbado. No puedes imponer silencio a mis pensamientos. Hijo de mis entrañas, Tú me dices: si Yo no sufro, no hay salvación para Adán... Y, sin embargo, Tú has sanado a tantos sin padecer.

            Para curar al leproso te fue suficiente querer sin sufrir. Tú sanaste la enfermedad del paralítico, sin el menor esfuerzo. También hiciste ver al cielo con una sola palabra, sin sentir nada por esto, oh la misma Bondad, Hijo mío y Dios mío>.

            El que conoce todas las cosas, aun antes de que existan, respondió a María: <Tranquilízate, Madre: después de mi salida del sepulcro, tú serás la primera en verme; Yo te enseñaré de qué abismo de tinieblas he sido librado, y cuánto ha costado. Mis amigos lo sabrán: porque Yo llevaré la prueba inscrita en mis manos. Entonces, Madre, contemplarás a Eva vuelta a la Vida, y exclamarás con júbilo: ¡son mis padres!, y Tú les has salvado, Hijo mío y Dios mío».

 

Las bodas de Caná

(Himno sobre las bodas de Caná)

            Queremos narrar ahora el primer milagro obrado en Caná por Aquél que había demostrado ya el poder de sus prodigios a los egipcios y a los hebreos. Entonces la naturaleza de las aguas fue cambiada milagrosamente en sangre. Él había castigado a los egipcios con la maldición de las diez plagas y había vuelto el mar inofensivo para los hebreos, hasta tal punto que lo atravesaron como tierra firme.

            En el desierto, Él les había provisto del agua que prodigiosamente manó de la roca. Hoy, durante la fiesta de las bodas, realiza una nueva transformación de la naturaleza, Aquél que ha cumplido todo con sabiduría.

            Mientras Cristo participa de las bodas y el gentío de los invitados banqueteaba, faltó el vino y la alegría pareció mudarse en melancolía. El esposo estaba avergonzado, los servidores murmuraban y afloraba en todas partes el descontento por tal penuria, levantándose el tumulto en la sala. Ante tal espectáculo, María, la completamente pura, mandó advertir apresuradamente a su Hijo: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Hijito, te lo ruego, demuestra tu poder absoluto, Tú, que has cumplido todo con sabiduría.

            Cristo, respondiendo a la Madre que le decía: <concédeme esta gracia>, contestó prontamente: “Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4).

            Algunos han querido entrever en estas palabras un significado que justifica su impiedad. Son los que sostienen la sumisión de Cristo a las leyes naturales, o bien le consideran, también a Él, vinculado a las horas. Pero esto es porque no comprenden el sentido de la palabra.

            La boca de los impíos, que meditan el mal, es obligada a callar por el inmediato milagro obrado por Aquél que ha cumplido todo con sabiduría. Hijo mío, responde ahora --dijo la Madre de Jesús, la completamente Pura--. Tú, que impones a las horas el freno de la medida, ¿cómo puedes esperar la hora, Hijo mío y Señor mío? ¿Cómo puedes esperar el tiempo, si has establecido Tú mismo los intervalos del tiempo, oh Creador del mundo visible e invisible, Tú que día y noche diriges con plena soberanía y según tu discreción las evoluciones inmutables? Has sido Tú quien ha fijado la carrera de los años en sus ciclos perfectamente regulados: ¿cómo puedes esperar el tiempo propicio para el prodigio que te pido, Tú que has cumplido todo con sabiduría?».

            <Ya antes que Tú lo notases, virgen venerada, Yo sabía que el vino faltaba>, respondió entonces el Inefable, el Misericordioso, a la Madre veneradísima. <Conozco todos los pensamientos que habitan en tu corazón.

            Tú reflexionaste dentro de ti: <la necesidad incitará ahora a mi Hijo al milagro, pero con la excusa de las horas lo está retrasando>. Oh Madre pura, aprende ahora el porqué de este retardo, y cuando lo hayas entendido, te concederé ciertamente esta gracia, Yo que he cumplido todo con sabiduría>.

            <Eleva tu espíritu a la altura de mis palabras y comprende, oh Incorrupta, lo que estoy para pronunciar. En el momento mismo en que creaba de la nada cielo y tierra y la totalidad del universo, podía instantáneamente introducir el orden en todo lo que estaba formando.

            Sin embargo, he establecido un cierto orden bien subdividido; la creación ocurrida en seis días. Y no ciertamente porque me faltase el poder de obrar, sino para que el coro de los ángeles, al comprobar que hacía cada cosa a su tiempo, pudiese reconocer en mí la divinidad, celebrándola con el siguiente canto: Gloria a ti, Rey potente, que has cumplido todo con sabiduría>.

            <Escucha bien esto, oh Santa: habría podido rescatar de otro modo a los caídos, sin asumir la condición de pobre y de esclavo. He aceptado, sin embargo, mi concepción, mi nacimiento como hombre, la leche de tu seno, oh Virgen, y así todo ha crecido en mí según el orden, porque en mi nada existe que no sea de este modo. Con el mismo orden quiero ahora obrar el milagro, al cual consiento por la salvación del hombre, Yo que he cumplido todo con sabiduría>.

            <Di, pues, a los habitantes de la casa que se pongan a mi servicio siguiendo las órdenes: ellos pronto serán, para sí mismos y para los demás,  los testigos del prodigio. No quiero que sea Pedro el que me sirva, ni tampoco Juan, ni Andrés, ni alguno de mis apóstoles, por temor de que después, por su causa, surja entre los hombres la sospecha del engaño. Quiero que sean los mismos criados quienes me sirvan, porque ellos mismo se convertirán en testigos de lo que me es posible, a mí que he cumplido todo con sabiduría>.

            Dócil a estas palabras, la Madre de Cristo se apresuró a decir a los servidores de la fiesta de las bodas: “haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Había en la casa seis tinajas, como enseña la Escritura. Cristo ordena a los servidores: “llenad de agua las tinajas” (Jn 2, 8). Y al punto fue hecho. Llenaron de agua fresca las tinajas y permanecieron allí, en espera de lo que intentaba hacer Aquél que ha cumplido todo con sabiduría.

            Quiero ahora referirme a las tinajas y describir cómo fueron colmadas por aquel vino, que procedía del agua. Como está escrito, el Maestro había dicho en voz alta a los servidores: <Sacad este vino que no proviene de la vendimia, ofrecedlo a los invitados, llenad las copas secas, para que lo disfrute todo el mundo y el mismo esposo; puesto que a todos he dado la alegría de modo imprevisto, Yo que he cumplido todo con sabiduría>.

            En cuanto Cristo cambió manifiestamente el agua en vino gracias al propio poder, todo el mundo se llenó de alegría encontrando agradabilísimo el gusto de aquel vino.

            Hoy podemos sentarnos al banquete de la Iglesia, porque el vino se ha cambiado en la sangre de Cristo, y nosotros la asumimos en santa alegría, glorificando al gran Esposo. Porque el auténtico Esposo es el Hijo de María, el Verbo que existe desde la eternidad, que ha asumido la condición de esclavo y que ha cumplido todo con sabiduría.

            Altísimo, Santo, Salvador de todos, mantén inalterado el vino que hay en nosotros, Tú que presides todas las cosas. Arroja de aquí a los que piensan mal y, en su perversidad, adulteran con el agua tu vino santísimo: porque diluyendo siempre tu dogma en agua, se condenan a sí mismos al fuego del infierno.

            Pero presérvanos, oh Inmaculado, de los lamentos que seguirán a tu juicio, Tú que eres misericordioso, por las oraciones de la Santa, Virgen Madre de Dios, Tú que has cumplido todo con sabiduría.

 

Himno al sacrificio de Abraham

 

            En el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice: «Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras,/ al conocer tu voluntad, me dirá:/-Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado?/[...] -Tú, anciano, déjame mi hijo,/y cuando quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí» (El sacrificio de Abraham, 7).

            Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quisiera citar un ejemplo de la manera viva y muy personal con la que hablaba del Señor Jesús: le llama «fuente que no quema y luz contra las tinieblas», y dice: «Yo anhelo tenerte en mis manos como una lámpara;/ de hecho, quien lleva una luz entre los hombres es iluminado sin quemarse./ Ilumíname, por tanto, Tú que eres Luz inapagable» (La Presentación o Fiesta del encuentro, 8). La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia entre predicación y vida.

           

 

3. 6. SAN JUAN DAMASCENO

 

            El último Padre de la Iglesia en Oriente nació en Damasco entre los años 650 y 674, en el seno de una familia acomodada. Su padre ocupaba un cargo importante en la Corte y él llegó a formar también parte de la administración del califato, en calidad de  jefe de la población cristiana, que ya estaba bajo el dominio de los Califas. Hacia el año 726 dejó este puesto y se retiró al monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén.

            Con San Juan Damasceno se cierra el ciclo de los Padres de la Iglesia Griega del período bizantino, dignos de ser mencionados. Fue autor de una obra titulada «De la fe ortodoxa», que compuso para metodizar la ciencia eclesiástica, aplicando a ella la forma silogística de Aristóteles.

            Como orador han quedado de él algunos discursos sobre la «Santísima Virgen», uno sobre la «Transfiguración» y un panegírico sobre San Juan Crisóstomo. Como poeta dejó toda la parte lírica de la mayor parte del oficio divino de la Iglesia griega.

            Ordenado sacerdote, llevó a cabo una actividad literaria considerable, contestando a las preguntas de muchos obispos y predicando con frecuencia en Jerusalén.

            Hombre de vasta cultura, su apasionado amor por Jesucristo y su tierna devoción a Santa María le colocan entre los hombres ilustres de la Iglesia, tanto por su virtud como por su ciencia.

            Desde el punto de vista teológico, su importancia radica en que supo reunir y exponer lo esencial de la tradición patrística, sin carecer de fuerza creadora propia. Su actividad literaria ha dejado obras dogmáticas, exegéticas, ascético-morales, homiléticas y poéticas.

            Poco tiempo después de su muerte, ocurrida alrededor del año 750, ya estaba muy difundida su fama de santidad. Recibió del II Concilio de Nicea (año 787) los más cálidos elogios por su santidad y ortodoxia. El 19 de agosto de 1890 fue proclamado Doctor de la Iglesia por León XIII.

 

Madre de la gloria

(Homilía 2 en la dormición de la Virgen María, 2 y 14)

            Hoy es introducida en las regiones sublimes y presentada en el templo celestial la única y santa Virgen, la que con tanto afán cultivó la virginidad, que llegó a poseerla en el mismo grado que el fuego más puro. Pues mientras todas las mujeres la pierden al dar a luz, Ella permaneció virgen antes del parto, en el parto y después del parto.

            Hoy el arca viva y sagrada del Dios viviente, la que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el templo del Señor, templo no edificado por manos humanas.

            Danza David, abuelo suyo y antepasado de Dios, y con él forman coro los ángeles, aplauden los Arcángeles, celebran las Virtudes, exultan los Principados, las Dominaciones se deleitan, se alegran las Potestades, hacen fiesta los Tronos, los Querubines cantan laudes y pregonan su gloria los Serafines. Y no un honor de poca monta, pues glorifican a la Madre de la gloria.

            Hoy la sacratísima paloma, el alma sencilla e inocente consagrada al Espíritu Santo, salió volando del arca, es decir, del cuerpo que había engendrado a Dios y le había dado la vida, para hallar descanso a sus pies: y habiendo llegado al mundo inteligible, fijó su sede en la tierra de la suprema herencia, aquella tierra que no está sujeta a ninguna suciedad.

            Hoy el Cielo da entrada al Paraíso espiritual del nuevo Adán, en el que se nos libra de la condena, es plantado el árbol de la vida y cubierta nuestra desnudez. Ya no estamos carentes de vestidos, ni privados del resplandor de la imagen divina, ni despojados de la copiosa gracia del Espíritu. Ya no nos lamentamos de la antigua desnudez, diciendo:       “me han quitado mi túnica, ¿cómo podré ponérmela?” (Cant 5,3).

            En el primer Paraíso estuvo  abierta entrada a la serpiente, mientras que nosotros, por haber ambicionado la falsa divinidad que nos prometía, fuimos comparados con los jumentos (Cf. Sal 48, 13). 

            Pero el mismo Hijo Unigénito de Dios, que es Dios consustancial al Padre, se hizo hombre tomando origen de esta tierra purísima que es la Virgen.

            Hoy la Virgen inmaculada, que no ha conocido ninguna de las culpas terrenas, sino que se ha alimentado de los pensamientos celestiales, no ha vuelto a la tierra; como Ella era un cielo viviente, se encuentra en los tabernáculos celestiales. En efecto, ¿quién faltaría a la verdad llamándola cielo?: al menos se puede decir, comprendiendo bien lo que se quiere significar, que es superior a los cielos por sus incomparables privilegios.

            Pues quien fabricó y conserva los cielos, el Artífice de todas las cosas creadas --tanto de las terrenas como de las celestiales, caigan o no bajo nuestra mirada--, Aquél que en ningún lugar es contenido, se encarnó y se hizo niño en Ella sin obra de varón, y la transformó en hermosísimo tabernáculo de esa única divinidad que abarca todas las cosas, totalmente recogido en María sin sufrir pasión alguna, y permaneciendo al mismo tiempo totalmente fuera, pues no puede ser comprendido.

            Hoy la Virgen, el tesoro de la vida, el abismo de la gracia --no se de qué modo expresarlo con mis labios audaces y temblorosos-- nos es escondida por una muerte vivificante. Ella, que ha engendrado al destructor de la muerte, la ve acercarse sin temor, si es que está permitido llamar muerte a esta partida luminosa, llena de vida y santidad. Pues la que ha dado la verdadera Vida al mundo, ¿cómo puede someterse a la muerte?

            Pero Ella ha obedecido la ley impuesta por el Señor y, como hija de Adán sufre la sentencia pronunciada contra el padre. Su Hijo, que es la misma Vida, no la ha rehusado, y por tanto es justo que suceda lo mismo a la Madre del Dios vivo.

            Si el cuerpo santo e incorruptible que Dios, en Ella, había unido a su persona, ha resucitado del sepulcro al tercer día, es justo que también su Madre fuese tomada del sepulcro y se reuniera con su Hijo. Es justo que así como Él había descendido hacia Ella, Ella fuera elevada a un tabernáculo más alto y más precioso, al mismo cielo.

            Convenía que la que había dado asilo en su seno al Verbo de Dios, fuera colocada en las divinas moradas de su Hijo; y así como el Señor dijo que Él quería estar en compañía de los que pertenecían a su Padre, convenía que la Madre habitase en el palacio de su Hijo, en la morada del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios. Pues si allí está la habitación de todos los que viven en la alegría, ¿en donde habría de encontrarse quien es Causa de nuestra alegría?

            Convenía que el cuerpo de la que había guardado una virginidad sin mancha en el alumbramiento, fuera también conservado poco después de la muerte.

            Convenía que la que había llevado en su regazo al Creador hecho niño habitase en los tabernáculos divinos. Convenía que la Esposa elegida por el Padre, viviese en la morada del Cielo.            Convenía que la que contempló a su Hijo en la Cruz, y tuvo su corazón traspasado por el puñal del dolor que no la había herido en el parto, le contemplase, a Él mismo, sentado a la derecha del Padre.Convenía, en fin, que la Madre de Dios poseyese todo lo que poseía el Hijo, y fuese honrada por todas las criaturas.

 

(cf. GUILLERMO PONS, El Espíritu en los Padres de la Iglesia, Edit. Ciudad Nueva, Madrid 1998.

JAIME GARCÍA ALVAREZ, Oremos con San Agustín, Edit. Revista Agustiniana, Madrid 1996. 

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ PUCHE, María en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, Edibesa 2002, 1ªed.

MONJAS BENECITINAS, La Virgen María, Padres de la Iglesia, Edibesa 2004, 1ª edición.

JOSÉ ANTONIO LOARTE,  El tesoro de los Padres, Edit. Rialp-Madrid, 1998.

MONJAS BENEDICTINAS, La Virgen María, Padres de la Iglesia, Edibesa 2005.

PIE REGAMEI, Los mejores textos sobre la Virgen, Edit. Patmos,  3ª edición Madrid 2008

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez          Campos, Ed. Aldecoa, 8 vols., Burgos 1970-1985

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne).

3. 7. SAN BERNARDO

            Pedro de Ribadeneira, en su vida de San Bernardo, empieza así: «En la provincia de Borgoña hay un lugar que antiguamente fue de poco nombre y estima, y se llama Fontana; mas ahora con gran razón es famoso y célebre, por haber nacido en él San Bernardo Abad, espejo de toda virtud y retrato de santidad...».

            San Bernardo nació el año 1090. Fue el único de siete hermanos dedicado a las letras. Su temperamento concentrado y pacífico le llevaba a ello. Además, su madre, movida de presentimientos consoladores tenía sobre él grandes ideales.

            Sus estudios los hizo en Chatillon-sur-Seine, en donde había una famosa escuela de trivium (gramática, retórica y dialéctica) y cautrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), filosofía y teología. Ni que decir tiene, que, leyendo sus escritos,  vemos que sobresalió por la filosofía y la teología, pero todo envuelto en buena retórica y dialéctica. Entró en la orden del Císter con sus hermanos y treinta compañeros en el 1111.

            Lógicamente, por el tiempo en que vivió, no está considerado Padre de la Iglesia. Pero empalma plenamente con ellos, sobre todo, por su teología y por estilo de sus palabras y escritos. Especialmente sobre la Virgen.

            Siempre fue considerado un fervoroso hijo de María, de la que dijo cosas muy bellas  y de él todos aprendimos y hemos rezado  la conocida oración a la Virgen: <Oh bendita y piadosísima Virgen María... jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a Vos...> En mis años de seminario leí sus Sermones sobre el Amor de Dios en su comentario al Cantar de los Cantares, un verdadero tratado de oración y amor de Dios que me gustó y me hizo mucho bien.

            Ahora paso a poner lo más hermoso que he visto en sus obras publicadas por la BAC, sobre todo sus sermones y homilías a la Virgen, especialmente las tituladas por los traductores HOMILÍAS SOBRE LAS EXCELENCIAS DE LA VIRGEN MARÍA, comentando a Lc 1, 26-38  (PL 183, 55-88).

 

1. PRIMERA HOMILÍA

 

“En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

 1. ¿Qué fin tendría el evangelista en expresar con tanta distinción los propios nombres de tantas cosas en este lugar? Yo creo que pretendía con esto que no oyésemos con negligencia nosotros lo que él con tanta exactitud procuraba referir. Nombra, pues, el nuncio que es enviado, el Señor por quien es enviado, la Virgen a quien es enviado, el esposo también de la Virgen, señalando con sus propios nombres el linaje de ambos, la ciudad y la región. ¿Para qué todo esto? ¿Piensas tú que alguna de estas cosas esté puesta aquí superfluamente? De ninguna manera; porque si no cae una hoja del árbol sin causa, ni cae en la tierra un pájaro sin la voluntad del Padre celestial, ¿podría yo juzgar que de la boca del santo evangelista saliese una palabra superflua, especialmente en la sagrada historia del que es Palabra de Dios? No lo pienso así: todas están llenas de soberanos misterios y cada una rebosa en celestial dulzura; pero esto es si tienen quien las considere con diligencia y sepa chupar miel de la piedra y aceite del peñasco durísimo.

2. SEGUNDA HOMILÍA

 

4. Fue enviado, dice, el ángel Gabriel a una virgen. Virgen en el cuerpo, virgen en el alma, virgen en la profesión, virgen, finalmente, como la que describe el Apóstol, santa en el alma y en el cuerpo; ni hallada nuevamente o sin especial providencia, sino escogida desde los siglos, conocida en la presencia del Altísimo y preparada para sí mismo; guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los antiguos Padres, prometida por los profetas. Registra las escrituras y hallarás las pruebas de lo que digo. Pero ¿quieres que yo también traiga aquí testimonios sobre esto? Para hablar poco de lo mucho, ¿qué otra cosa te parece que predijo Dios, cuando dijo a la serpiente: “Pondré enemistades entre ti y la mujer” y si todavía dudas que hablase de María, oye lo que se sigue : “Ella misma quebrantará tu cabeza”. ¿Para quién se guardó esta victoria sino para María? Ella sin duda quebrantó su venenosa cabeza, venciendo y reduciendo a la nada todas las sugestiones del enemigo, así en los deleites del cuerpo como en la soberbia del corazón.

 

11. Mira, dice, “que una virgen concebirá y dará a luz un hijo”. Ea, ya tienes la mujer, que es la Virgen. ¿Quieres oír también quién es el varón? Y será llamado, añade, Manuel, esto es, Dios con nosotros. Así, la mujer que circunda al varón es la Virgen, que concibe a Dios. ¿Ve qué bella y concordemente cuadran entre sí los hechos maravillosos de los santos y sus misteriosos dichos? ¿Ves qué estupendo es este solo milagro hecho con la Virgen y en la Virgen, a que precedieron tantos prodigios y que prometieron tantos oráculos?

            Sin duda era uno solo el espíritu de los profetas y, aunque en diversas maneras, signos y tiempos, y, siendo ellos diversos también, pero no con diverso espíritu, previeron y predijeron una misma cosa.

            Lo que se mostró a Moisés en la zarza y en el fuego, a Aarón en la vara y en la flor, a Gedeón en el vellocino y el rocío, eso mismo abiertamente predijo Salomón en la mujer fuerte y en su precio; con más expresión lo cantó anticipadamente Jeremías de una mujer y de un varón; clarísimamente lo anunció Isaías de una virgen y de Dios; en fin, eso mismo lo mostró San Gabriel en la Virgen saludándola; porque esta misma es de quien dice el evangelista ahora: “Fue enviado el Ángel Gabriel a una virgen desposada”.

 

12. Auna virgen desposada, dice. ¿Por qué fue desposada? Siendo ella, digo, elegida virgen y, como se ha demostrado, virgen que había de concebir, y virgen que había de dar a luz siendo virgen, causa admiración que fuese desposada. ¿Habrá por ventura quien diga que esto sucedería casualmente?

            No se hizo casualmente cuando, para hacerse así, se halla causa muy razonable, causa muy útil y necesaria y digna enteramente del consejo divino. Diré lo que a mí me ha parecido o, por mejor decir, lo que antes de mí ha parecido a los Padres. La causa para que se desposase María fue la misma que hubo para permitir que dudase Tomás.

            Era costumbre de los judíos que desde el día del desposorio hasta el tiempo de las bodas fuesen entregadas las esposas a sus esposos para ser guardadas, a fin de que con tanta mayor diligencia guardasen su honestidad cuanto ellos eran más fieles para sí mismos.

            Así, pues, como Tomás, dudando y palpando, se hizo constantísimo confesor de la resurrección del Señor, así también José, desposándose con María y comprobando él mismo su honestísima conducta en el tiempo de su custodia con más diligencia, se hizo fidelísimo testigo de su pureza.

            Bella congruencia de ambas cosas, esto es, de la duda en Tomás y del desposorio en María. Podía el enemigo ponernos un lazo a nosotros para que cayésemos en el error, dudando de la verdad de la fe en Tomás y de la castidad en María, reduciéndose de esta suerte la verdad a sospechas; pero, con prudente y piadoso consejo de Dios, sucedió, por el contrario, que por donde se temía la sospecha, se hizo más firme y más cierta la verdad de nuestra fe.

            Porque acerca de la resurrección del Hijo, más presto sin duda, yo, que soy débil, creeré a Tomás, que duda y palpa, que a Cefas, que lo oye y luego lo cree; y sobre la continencia de María, más fácilmente creeré a su esposo, que la guarda y experimenta, que creería aún a la misma Virgen si se defendiese con sola su conciencia.

            Dime, te ruego, ¿quién viéndola embarazada, sin estar desposada, no diría más bien que era mujer corrupta que virgen? No era decente que se dijese esto de la Madre del Señor; era más tolerable y honesto que por algún tiempo se pensase que Cristo había nacido de matrimonio que no de fornicación.

 

13. Así, no hay duda en que intervinieron causas muy importantes para que María fuese desposada con José, puesto que por este medio se esconde lo santo a los perros y se comprueba la virginidad de María por su esposo; igualmente se preserva a la Virgen del sonrojo y se provee a la integridad de su fama. ¿Qué cosa más llena de sabiduría, qué cosa más digna de la providencia divina?

            Con sólo este arbitrio, se admite un fiel testigo a los secretos del cielo y se excluye de ellos al enemigo y se conserva ilesa la fama de la Virgen Madre.

            De otra suerte, ¿cuándo hubiera perdonado el justo a una adúltera? Pero está escrito: “Mas José, su esposo, siendo justo, y no queriendo delatarla, quiso dejarla ocultamente” ¡Qué bien dicho, siendo justo y no queriendo delatarla!

            Porque así como de ningún modo hubiera sido justo si la hubiera consentido conociéndola culpada, igualmente no sería justo si la hubiera delatado, conociéndola inocente. Como fuese, pues, justo y no quisiese delatarla, quiso dejarla ocultamente.

 

14. ¿Por qué quiso dejarla? Oye también en esto no mi sentencia propia, sino la de los Padres. Por el mismo motivo quería José dejar a María por el que San Pedro también apartaba de sí al Señor, diciéndole: Apártate de mí, Señor, porque yo soy un pecador;  y por la causa misma porque el centurión no quería que entrase el Señor en su casa diciendo: Señor, yo no soy digno de que entres bajo de mi techo.

            Así, José, teniéndose por indigno y pecador, decía dentro de sí mismo que no debía concedérsele ya en adelante la familiar compañía con tal y tan grande criatura, cuya admirable dignidad miraba sobre sí con asombro. Miraba y se llenaba de pavor a la vista de quien llevaba en sí misma una ciertísima divisa de la presencia divina; y, porque no podía penetrar el misterio, quería dejarla.

            Miró Pedro con pavor la grandeza del poder de Cristo, miró con pavor el centurión la majestad de su presencia. Fué poseído también José, como hombre, de un asombro sagrado a la novedad de tan grande milagro, a la profundidad de tan grande misterio, y por eso quiso dejarla ocultamente.

            ¿Te maravillas de que José se juzgase indigno de la compañía de María, cuando llevaba ya en sus virginales entrañas el Hijo de Dios, oyendo tú que Santa Isabel no podía sostener su presencia sin temor y respeto, pues prorrumpe en estas voces: “¿De dónde a mí esta dicha, que la Madre de mi Señor venga a mí?”.            

            Este fue el motivo porque José quería dejarla. Pero ¿por qué ocultamente y no a las claras? Porque no se inquiriese la causa del divorcio y se pidiese la razón que había para él. Porque ¿qué respondería este varón justo a un pueblo de dura cerviz, a un pueblo que no creía, sino que contradecía?

            Si decía lo que sentía y lo que había comprobado él mismo en orden a su pureza, ¿no se burlarían al punto de él los incrédulos y crueles judíos y a ella no la apedrearían? ¿Cuándo creerían a la verdad enmudecida en el seno, si después la despreciaron clamando en el templo? ¿Qué harían con quien todavía no aparecía los que pusieron en Él sus impías manos cuando resplandecía con milagros?

            Con razón, pues, este varón justo, por no verse obligado o a mentir o a infamar a una inocente, quiso ocultamente dejarla.

 

15. Mas si alguno siente de diferente modo, y porfía en que José, como hombre, dudó; y, como era justo, no quería habitar con ella por la sospecha, no queriendo, sin embargo, tampoco (como era piadoso) descubrir sus recelos, y que por esto quiso dejarla ocultamente; brevemente respondo que aun así fue muy necesaria y provechosa la duda de José, pues mereció ser aclarada por el oráculo divino. Porque así se halla escrito: “Pensando él en esto, es decir, en dejarla ocultamente, se le apareció un ángel en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María por consorte tuya, pues lo que en sus entrañas está es del Espíritu Santo”.

            Así, por estas razones, fue desposada María con José o, como dice el evangelista, con un varón cuyo nombre era José. Varón le llama, no porque fuese marido, sino porque era hombre de virtud. O mejor, porque, según otro evangelista, fue llamado, no varón absolutamente, sino varón de María, con razón se apellida como fue necesario reputarle.

            Sin duda, este José con quien se desposó la Madre del Salvador fue hombre bueno y fiel. Al fin del verso dice el evangelista: “Y el nombre de la virgen era María”. Digamos también, acerca de este nombre, que significa estrella de la mar, y se adapta a la Virgen Madre con la mayor proporción. Se compara María oportunísimamente a la estrella; porque, así como la estrella despide el rayo de su luz sin corrupción de sí misma, así, sin lesión suya, dio a luz la Virgen a su Hijo. Ni el rayo disminuye a la estrella su claridad, ni el Hijo a la Virgen su integridad.

            Ella, pues, es aquella noble estrella nacida de Jacob, cuyos rayos iluminan todo el orbe, cuyo esplendor brilla en las alturas y penetra los abismos; y, alumbrando también a la tierra y calentando más bien los corazones que los cuerpos, fomenta las virtudes y consume los vicios.

            Esta misma, repito, es la esclarecida y singular estrella, elevada por necesarias causas sobre este mar grande y espacioso, brillando en méritos, ilustrando en ejemplos. ¡Oh!, cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras, mas antes fluctuar entre borrascas y tempestades, que andar por la tierra, no apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas.

            Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres agitado de las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o el deleite carnal impele violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.             Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima sin suelo de la tristeza, en el abismo de la desesperación, piensa en María.

            En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas.

            Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer ; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dijo: “Y el nombre de la virgen era María”. Pero ya debemos pausar un poco, no sea que miremos sólo de paso la claridad de tanta luz.

            Bueno es que nos detengamos aquí; y da gusto contemplar dulcemente en el silencio lo que no basta a explicar la pluma laboriosa. Entre tanto, por la devota contemplación de esta brillante estrella recobrará más fervor la exposición en lo que se sigue.

 

3. TERCERA HOMILÍA

 

2. “Habiendo, pues, entrado el ángel a María, la dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”. ¿Qué mucho estuviera llena de gracia, si el Señor estaba con ella? Lo que más se debe admirar es cómo el mismo que había enviado el ángel a la Virgen fue hallado con la Virgen por el ángel.

            ¿Fue Dios más veloz que el ángel, de modo que con mayor ligereza se anticipó a su presuroso nuncio para llegar a la tierra? No hay que admirar, porque estando el Rey en su reposo, el nardo de la Virgen dio su olor y subió a la presencia de su gloria el perfume de su aroma y halló gracia en los ojos del Señor, clamando los circunstantes

            “¿Quién es esta que sube por el desierto como una columnita de humo formada de perfumes de mirra e incienso?” Y al punto el Rey, saliendo de su lugar santo, mostró el aliento de un gigante para correr el camino; y, aunque fue su salida de lo más alto del cielo, volando en su ardentísimo deseo, se adelantó a su anuncio, para llegar a la Virgen, a quien había amado, a quien había escogido para sí, cuya hermosura había deseado. Al cual, mirándole venir de lejos, dándose el parabién y llenándose de gozo, le dice la Iglesia: “Mirad cómo viene éste saltando en los montes, pasando por encima de los collados”.

           

4. Dice, pues: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”. No solamente el Señor Hijo es contigo, al cual distes tu carne, sino también el Señor Espíritu Santo, de quien concibes; y el Señor Padre, que engendró al que tú concibes.

            El Padre, repito, es contigo, que hace a su Hijo tuyo también. El Hijo es contigo, quien, para obrar en ti este admirable misterio, se reserva a sí con un modo maravilloso el arcano de la generación y a ti te guarda el sello virginal. El Espíritu Santo es contigo, pues con el Padre y con el Hijo santifica tu sello. El Señor, pues, es contigo.

 

8. Abre, Virgen, el seno, dilata el regazo, prepara tus castas entrañas, pues va a hacer en ti cosas grandes el que es todopoderoso, en tanto grado, que en vez de la maldición de Israel te llamarán bienaventurada todas las generaciones. No tengas por sospechosa, Virgen prudentísima, la fecundidad; porque no disminuirá tu integridad.

            Concebirás, pero sin pecado; embarazada estarás, pero no cargada; darás a luz, pero no con tristeza; no conocerás varón y engendrarás un hijo.      ¿Qué hijo? De aquel mismo serás Madre de quien Dios es Padre. El hijo de la caridad paterna será la corona de tu castidad; la sabiduría del corazón del Padre será el fruto de tu virgíneo seno; a Dios, en fin, darás a luz y concebirás de Dios.

            Ten, pues, ánimo, Virgen fecunda, madre intacta, porque no serás maldecida jamás en Israel ni contada entre las estériles. Y si con todo eso el Israel carnal te maldice, no porque te mire estéril, sino porque sienta que seas fecunda; acuérdate que Cristo también sufrió la maldición; el mismo que a ti, que eres su madre, bendijo en los cielos; pero aun en la tierra igualmente eres bendecida por e1 ángel, y por todas las generaciones de la tierra eres llamada, con razón, bienaventurada. Bendita, pues, eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

 

10. “No temas, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios”. ¡Oh,  si supieras cuánto agrada a Dios tu humildad y cuánta es tu privanza con Él! ¡No te juzgarías indigna de que te saludase y obsequiase un ángel! ¿Por qué has de pensar que te es indebida la gracia de los ángeles, cuando has hallado gracia en los ojos de Dios? Hallaste lo que buscabas, hallaste lo que antes de ti ninguno pudo hallar, hallaste gracia en los ojos de Dios. ¿Qué gracia? La paz de Dios y de los hombres, la destrucción de la muerte, la reparación de la vida. Esta es la gracia que hallaste en los ojos de Dios.

            Y ésta es la señal que te dan para que te persuadas que has hallado todo esto: “Sabe que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús”.

            Entiende, Virgen prudente, por el nombre del hijo que te prometen, cuán grande y qué especial gracia has hallado en los ojos de Dios. Y le llamarás Jesús. La razón y significado de este nombre se halla en otro evangelista, interpretándole el ángel así: Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.

4. CUARTA HOMILÍA

 

3. Dijo, pues, María al ángel: “¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón?” Primero, sin duda, calló como prudente, cuando todavía dudosa pensaba entre sí qué salutación sería ésta, queriendo más por su humildad no responder que temerariamente hablar lo que no sabía.

            Pero ya confortada y habiéndolo premeditado bien, hablándola a la verdad en lo exterior el ángel, pero persuadiéndola interiormente Dios (pues estaba con ella según lo que dice el ángel: “El Señor es contigo”); así, pues, confortada, expeliendo sin duda la fe al temor, la alegría al empacho, le dijo al ángel: “¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón?

            No duda del hecho, pregunta acerca del modo y del orden; porque no pregunta si se hará esto, sino cómo. Al modo que si dijera: sabiendo mi Señor que su esclava tiene hecho voto de no conocer varón;        ¿con qué disposición, con qué orden le agradará que se haga esto?

            Si su Majestad ordena otra cosa y dispensa en este voto para tener tal Hijo, alégrome del Hijo que me da, mas duéleme de que se dispense en el voto; sin embargo, hágase su voluntad en todo; pero, si he de concebir virgen y virgen también he de dar a luz, lo cual, ciertamente, si le agrada, no le es imposible, entonces verdaderamente conoceré que miró la humildad de su esclava.

            “¿Cómo, pues, se hará esto, porque yo no conozco varón?” Y respondiendo el ángel, le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Había dicho antes que estaba llena de gracia; pues ¿cómo dice ahora: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” ¿Por ventura podía estar llena de gracia y no tener todavía al Espíritu Santo, siendo Él el dador de las gracias? Y si el Espíritu Santo estaba en ella, ¿cómo todavía se le vuelve a prometer como que vendrá sobre ella nuevamente? Por eso acaso no dijo absolutamente vendrá a ti, sino que añadió sobre; porque, aunque a la verdad primero estuvo con María por su copiosa gracia, ahora se la anuncia que vendrá sobre ella por la más abundante plenitud de gracia que en ella ha de derramar.

            Pero, estando ya llena, ¿cómo podía caber en ella aquello más? Y si todavía puede caber más en ella, ¿cómo se ha de entender que antes estaba llena de gracia? Acaso la primera gracia había llenado solamente su alma, y la siguiente había de llenar también su seno; a fin de que la plenitud de la Divinidad, que ya habitaba antes espiritualmente en ella, como en muchos de los santos, como en ninguno de los santos comenzase a habitar en ella también corporalmente.

 

8. Oíste, ¡oh Virgen!, el hecho; oíste el modo también; lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. “Gózate, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén”. Y pues a tus oídos ha dado el Señor gozo y alegría, oigamos nosotros de tu boca la respuesta de alegría que deseamos para que con ella entre la alegría y el gozo en nuestros huesos afligidos y humillados.          

            Oíste, vuelvo a decir, el hecho, y lo creíste; cree lo que oíste también acerca del modo. Oíste que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que le envió.

            Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de que seremos librados por tus palabras. Ve que se pone entre tus manos el precio de nuestra salud; al punto seremos librados si consientes. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos criados, y con todo eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir.

            Esto te suplica, ¡oh piadosa Virgen!, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abraham, esto David con todos los santos Padres tuyos, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo postrado a tus pies. Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salud, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje.

            Da, ¡oh Virgen!, aprisa la respuesta. ¡Ah! señora, responde aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó tu hermosura, tanto desea ahora la respuesta de tu consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo. A quien agradaste por tu silencio agradarás ahora mucho más por tus palabras, pues Él te habla desde el cielo diciendo ¡Oh hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si tú le haces oír tu voz, El te hará ver el misterio de nuestra salud.

            ¿Por ventura no es esto lo que buscabas, por lo que gemías, por lo que orando días y noches suspirabas? ¿Qué haces, pues? ¿Eres tú aquella para quien se guardan estas promesas o esperamos otra? No, no; tú misma eres, no es otra.

            Tú eres, vuelvo a decir, aquella prometida, aquella esperada, aquella deseada, de quien tu santo padre Jacob, estando para morir, esperaba la vida eterna, diciendo “Tu salud esperaré, Señor”. En quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salud en medio de la tierra.

            Por qué esperarás de otra lo que a ti misma te ofrecen? ¿Por qué aguardarás de otra lo que al punto se hará por ti, como des tu consentimiento y respondas una palabra?

            Responde, pues, presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por el ángel; responde una palabra y recibe otra palabra; pronuncia la tuya y concibe la divina; articula la transitoria y admite en ti la eterna. ¿Qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe.

            Cobre ahora aliento tu humildad y tu vergüenza confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En sólo este negocio no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, pero más necesaria es ahora la piedad en las palabras.

            Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. ¡Ay si, deteniéndote en abrirle, pasa adelante, y después vuelves con dolor a buscar al amado de tu alma! Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

            “He aquí, dice la Virgen, la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

 

11. Esto sin duda entendió la Virgen prudente, cuando, al anticipado don de la gratuita promesa, juntó el mérito de su oración diciendo: “Hágase en mí según tu palabra”. Hágase en mí del Verbo según tu palabra; el Verbo, que en el principio estaba en Dios, hágase carne de mi carne según tu palabra. Hágase en mí, suplico, la palabra, no pronunciada que pase, sino concebida que permanezca, vestida ciertamente no de aire, sino de carne. Hágase en mí no sólo perceptible al oído, sino también visible a los ojos, palpable a las manos, fácil de llevar en mis hombros. Ni se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva; esto es, no escrita en mudos caracteres, en pieles muertas, sino impresa vitalmente en la forma humana en mis castas entrañas, y esto no con el rasgo de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.

            Para decirlo de una vez, hágase para mí de aquel modo con que para ninguno se ha hecho hasta ahora antes de mí y para ninguno después de mí se ha de hacer. De muchos y varios modos habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por sus profetas, y también se hace mención en las Escrituras de que la palabra de Dios se hizo para unos en el oído, para otros en la boca, para otros aun en la mano; pero yo pido que para mí se haga en mi seno según tu palabra.

            No quiero que se haga para mí o predicada retóricamente, o significada figuradamente o soñada imaginariamente, sino inspirada silenciosamente, encarnada personalmente, entrañada corporalmente.

            El Verbo, pues, que ni puede hacerse en sí mismo ni lo necesita, dígnese en mí, dígnese también para mí ser hecho según tu palabra. Hágase desde luego generalmente para todo el mundo, pero hágase para mí con especialidad según tu palabra.

 

(Hago totalmente mías estas palabras de San Bernardo al final de sus cuatro homilías sobre las Excelencias de la Virgen María. Y las hago extensivas a todo el libro: «Con todo eso, sepan los que me reprenden de una ociosa y nada necesaria exposición que no he pretendido tanto exponer el Evangelio como tomar ocasión del Evangelio para hablar lo que era deleite de mi alma»).

 

EXCÚSASE SAN BERNARDO A SÍ MISMO POR HABER EXPLICADO ESTE PASAJE DEL EVANGELIO DESPUES DE OTROS EXPOSITORES

 

            He expuesto la lección del Evangelio como he podido; ni ignoro que no a todos agradará este mi pensamiento, sino que sé que por esto me he expuesto a la indignación de muchos, y que reprenderán mi trabajo por superfluo o me juzgarán presumido; porque, después que los Padres han explicado plenísimamente este asunto, me he atrevido yo, como nuevo expositor, a poner mi mano en lo mismo.

            Pero si he dicho algo después de los Padres que, sin embargo, no es contra los Padres, ni a los Padres ni a otro alguno juzgo que debe desagradar. Donde he dicho lo mismo que he tomado de los Padres, esté muy lejos de mí el aire de presunción para que no me falte el fruto de la devoción, y yo con paciencia oiré a los que se quejaren de la superfluidad de mi trabajo.            Con todo eso, sepan los que me reprenden de una ociosa y nada necesaria exposición que no he pretendido tanto exponer el Evangelio como tomar ocasión del Evangelio para hablar lo que era deleite de mi alma.

            Pero si he pecado en que más antes he excitado en esto mi propia devoción que he buscado la común utilidad, poderosa será la Virgen para excusar este pecado mío delante de su hijo, a quien he dedicado esta pequeña obra, tal cual ella sea, con toda mi devoción.  (Cf. GREGORIO DIEZ, Obras de San Bernardo, BAC, Madrid 1953 pg´s 185-216).

 

 8.  YO TAMBIÉN PIDO EXCUSAS POR SER TAN ATREVIDO, PERO SUCEDIÓ ASÍ

 

            Por el Espíritu Santo y por la Virgen, que lo que voy a deciros es verdad, está siendo verdad. Hoy es 15 de agosto del 2008; 6, 30 de la mañana; me acabo de levantar de la cama y como es día de la Asunción de nuestra Madre al cielo, la he saludado cantando, como hago en ocasiones extraordinarias: «A ti va mi canturia, dulce Señora...».

            A lo que voy. Ayer por la tarde, terminé de transcribir en este libro la homilía de San Juan Damasceno: Madre de la gloria (Homilía 2 en la dormición de la Virgen María, 2 y 14) y esta mañana, al terminar de saludar a la Virgen con esta canturia, me ha dicho María: Pues como me has pedido que arribe a buen puerto tu alma, y la mía con mi cuerpo arribó hace siglos al buen puerto del cielo ¿por qué no añades aquí la primera homilía que me hiciste hace muchos años en mi Asunción a los cielos, que me gusta mucho porque hablas mucho del cielo, de que mis hijos  tienen que amar, hablar y pensar más en el cielo? A mí, como madre asunta al cielo, me gustaría que todos mis hijos se diesen cita aquí, puesto que para esto han sido creados por Dios.  Gonzalo, me gustaría tu homilía de la Asunción como la mejor felicitación que puedas hacerme hoy.

            Yo me quedé sorprendido. Y le he dicho, se lo estoy diciendo ahora mismo: Madre, en este capítulo trato de decir lo que los Santos Padres de la Iglesia han predicado de Ti; es verdad que he metido entre ellos, sin serlo, a San Bernardo, porque yo le recordaba con cariño al haber leído en mi juventud  cosas muy bellas y hermosas sobre el amor a Dios y a  Ti, que me gustaron; por eso le he puesto entre los Padres y espero que no pongas reparo; pero meter mi pobre homilía entre las de los Santos Padres no me parece bien; incluso algunos lo verán como una presunción muy grande; Madre, te lo digo de verdad, me parece muy atrevido... ¿qué van a decir de mí?

            Y como yo,  por otra parte, tratándose de la Virgen me paso un montón, pues ahí va una prueba de mi atrevimiento: repito, 15 de agosto 2008, 6, 30 de la mañana, pero la homilía es de mi primer año de sacerdocio, en la primera Fiesta de la Asunción de la Virgen que celebré como sacerdote.  Lógicamente la escribo tal cual, añadiendo sólo la nota introductoria que puse al publicar mis HOMILÍAS CICLO B,  Edibesa, Madrid 2005, pa s601-606).

MI PRIMERA HOMILÍA EN EL SEMINARIO

 

(Ahí va una homilía chula, de cuando uno tenía veintitrés años, mucho amor a la Virgen y se ajustaba a la oratoria que le había enseñado Don Pelayo en el Seminario.  Fue mi «primer sermón» a la Virgen en el misterio de su Asunción a los cielos).

           

QUERIDOS HERMANOS:

            1.- Celebramos hoy el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Esta verdad fue definida como dogma de la fe por el Papa Pío XII en el año 1950, siendo yo seminarista y todavía recuerdo la fiesta por todo lo alto que celebramos en el Seminario y en la Catedral de Plasencia, con misa «pontifical» solemnísima del Señor Obispo, D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo y todas las banderas de España y de todos los movimientos apostólicos. ¡Qué buen Obispo, cómo le recuerdo!¡Qué homilía!

            Sin embargo, queridos hijos de María Reina y Madre, esta definición no hacía falta realmente, porque el pueblo cristiano ya profesaba esta verdad desde siglos y la había celebrado con certeza y gozo desde siempre; por eso, a muchos cristianos, sobre todo al pueblo sencillo, más que admiración, le causó extrañeza, porque él siempre había celebrado la Asunción de María al cielo y honrado a la reina de los cielos y había rezado y había contado entre sus verdades de fe este privilegio de María.

 

            2.- Y es que necesariamente tenía que ser así, tenía que subir al cielo con su Hijo, necesariamente tenía que subir en cuerpo y alma antes de corromperse en el sepulcro, por las exigencias eternas del amor del Hijo a la Madre y de la Madre al Hijo.

            La Virgen añoraba la presencia del Hijo de sus entrañas, del Hijo que tanto la amaba y aunque amaba y quería a la Iglesia naciente y a sus hijos de la tierra, ella no podía soportar más la ausencia maternal y externa del hijo, porque siempre lo tenía en su corazón abrasado de amor hacia Él; a nuestra Madre Inmaculada, llena de gracia y amor, no le podía caber en su limitado cuerpo, aunque totalmente adaptado y sutil a su alma, la plenitud casi infinita de Madre de Dios y de los hombres; su carne inmaculada no pudo contener mas el torrente de estos dos amores, y habiendo ella reunido en su espíritu, con vivo y continuo amor, todos los misterios más adorables de su vida llevada con Jesús y recibiendo siempre perpendicularmente las más abrasadas inspiraciones que su Hijo, Rey del cielo y Esplendor de la gloria del Padre, lanzaba de continuo sobre ella, fue abrasada, consumida por completo por el fuego sagrado del Amor del Espíritu Santo, del mismo fuego del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, de manera que murió y su alma, así extasiada y enajenada, pasó a los brazos dulcísimos de su hijo, Hijo del Padre, como el gran río  penetra en el océano o la mínima sacudida desprende del árbol el fruto ya maduro, como la luz dulce y serena de una estrella, que al llegar la mañana, se esconde en el azul del cielo.

 

            3.-Porque la Virgen murió, sí, hermanos, murió, pero murió de amor, murió abrasada por el fuego sagrado del amor a su Hijo y a sus hijos a los que ayudaría más desde el cielo que desde la tierra, porque podría estar juntos a ellos, en todas las partes del mundo, y en comunicación directa y eficaz.

            Murió de amor. Se puede morir con amor, como todos los cristianos que mueren con la gracia de Dios en el alma, como mueren todos los justos, como moriremos nosotros. Se puede morir por amor, como los mártires, que prefieren morir, derramar su sangre antes de ofender a Dios; pero morir de amor, morir abrasada por el fuego quemante y transformante del amor de Dios, por el fervor llameante del Espíritu Santo, morir de Espíritu Santo, metida por el Hijo en su Amor al Padre, al Dios Amor que realizó y se goza en el proyecto de amor más maravilloso, ya realizado por el Hijo totalmente y consumado en ella… eso sólo en María.

            Por eso a ella con mayor razón que a ninguna otra criatura se le pueden aplicar aquellos versos de San Juan de la Cruz, que describen estas ansias de unión total en el Amado:  Hijo mío, «descubre tu presencia y tu figura, y máteme  tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura…¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste?». Son las nostalgias del amante que quiere fundirse en una realidad en llamas con el Dios amado.

            Jesús, el Hijo, había robado el corazón de su madre que permanecía separada de Él en la tierra. Es justo que si Él había robado el corazón de la madre, fuera un ladrón honrado y se llevase hasta el cielo lo que había robado.

            4.- ¡Ah hermanos! Es que el Hijo de María es hijo, hijo de una madre y esta madre está llena del Amor de Espíritu Santo de la Santísima Trinidad que le hace al Hijo el Hijo más infinito de amor y entrega y pasión por el Padre, porque le constituye en el  Hijo Amado, y el Hijo con el mismo Amor de Espíritu Santo le hace Padre al Padre, con el mismo amor de Espíritu Santo, y de este amor ha llenado el Hijo por ser hijo a la madre. El hijo de María es el Hijo más Hijo y adorable que pueda existir porque es el mismo Hijo de Dios. El Hijo de Dios es verdaderamente el hijo de María.

            Lógicos, madre, tus deseos, tus ansias por estar  con Él, tu anhelo de vivir siempre junto a Él. Por eso, Madre, en tus labios se pueden poner con mayor razón  que en los de  nuestros místicos: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dame la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es tan entero, que muero porque no muero.»

            Sí, hermanos, desde la Ascensión de su hijo al Cielo, a la Esencia Plena de la Trinidad, María vivía más en el cielo que en la tierra. Le suponía a Dios «más trabajo» mantenerla viva aquí abajo en la tierra que llevársela consigo al cielo. Son las ansías de amor, las impaciencias que sienten las almas transformadas e inflamadas por el fuego pleno del Espíritu Santo, una vez transformadas totalmente y purificadas, de que habla San Juan de la Cruz, almas que o las colma el Señor totalmente o mueren de amor.

            El que abrasa a los Serafines y los hace llama ardiente, como dice la Escritura, ¿no será capaz de abrasar de amor y consumirla totalmente con un rayo de Espíritu Santo que suba hasta los Tres en el cielo de su Esencia divina? Nosotros no entendemos de estas cosas porque no entendemos de esta clase de amor, porque esto no se entiende si no se vive, porque para esto hay que estar purificados y consumidos antes por el Amor de Espíritu Santo, que lo purifica y lo quema todo y lo convierte todo en «llama de amor viva, qué tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro». Es morir de amor, la muerte más dulce que existe, porque en ese trance de amor tan elevado que te funde en Dios, eso es el cielo: «esta vida que yo vivo, es privación de vivir y así es continuo morir, hasta que viva contigo. Oye, mi Dios, lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero».       Y murió la Virgen, sí, hermanos, murió de amor y su cuerpo permaneció incorrupto en el sepulcro como el de Jesús, hasta que Él se lo llevó al cielo.

            5.- La Asunción de la Virgen al Cielo de la Trinidad fue precedida de diversos hechos. Primeramente, su muerte. Muerte física y real como la nuestra, aunque causada por el amor. Por eso no fue precedida por el dolor o el sufrimiento o la agonía. Fue muerte gozosa, tranquila, como un sueño de amor. Murió por seguir en todo al hijo; el Hijo fue el Redentor y murió para salvarnos; la Madre fue corredentora y tenía que seguir sus mismos pasos muriendo, pero de amor por el Hijo y por los hijos transformada y recibiendo ya la plenitud de Salvación del Hijo, que tuvo ya en su Concepción Inmaculada desde el primer instante de su ser y la rebasó totalmente de ese mismo amor en el último instante de su existir.          

            Antiguamente se celebraba esta fiesta en la Iglesia con el nombre de la «Dormición de la Virgen» o el «Tránsito de la Virgen». Murió la Virgen y su cuerpo permaneció incorrupto hasta que el Hijo se la  llevó al cielo. Por eso, no tenemos reliquias corporales de la Virgen ni de Cristo, a pesar de la devoción que siempre tuvo la cristiandad a la Madre. No sabemos el tiempo que permaneció así, no sabemos si fueron horas o minutos, pero fue la primera redimida totalmente, como en nuestra resurrección lo seremos todos nosotros.

            6.- No pudo permanecer mucho tiempo en el sepulcro, porque no podía corromperse aquel cuerpo que había sido durante nueve meses templo de Dios en la tierra y morada del Altísimo, primer sagrario en la tierra, arca de la Alianza, Madre de la Eucaristía. No convenía que conociese la corrupción para gloria de Dios Padre, que quiso asociarla tan íntimamente a su generación del Hijo en el hijo; no convenía por el Hijo: «decir que Dios no podía es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo (subirla a los cielos), no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal… <<ser concebida, María>>  aquí lo cambio por <<ser asunta a los cielos, sin pecado original>>.

            Tenía que subir al cielo porque la gloria de Dios lo exigía, notaba su ausencia de vida, no podía permanecer inactivo aquel corazón capaz de amarle más que todos los ángeles y santos juntos. Así que cuando su Hijo quiso, se la llevó consigo y fue coronada reina del cielo y del universo.

            El Padre la dijo: Tú eres mi Hija predilecta porque he querido hacerte copartícipe de mi virtud generadora del Hijo en el hijo que concebiste por el Espíritu Santo, como ninguna otra criatura podrá serlo ni yo quiero ya. El Hijo la dijo: Tú eres mi Madre, la madre más grande que he tenido y puedo tener. El Espíritu Santo le dijo: Tú serás mi Esposa, te haré Madre del Verbo Encarnado. Y desde allí, coronada de la Luz y de Gloria  divinas, no deja de amarnos y cuidar de los hijos de la tierra, más que si hubiera permanecido entre nosotros, porque desde allí puede estar con todos, cosa imposible en la tierra, allí siempre y con todos a la vez.

            Por eso, desde el cielo es más madre, más nuestra, está totalmente inclinada sobre la universalidad de todos sus hijos. Se ha convertido en pura intercesión nuestra, totalmente inclinada sobre nuestras necesidades. Por eso, tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, querer y desear el cielo: el cielo es Dios, es estar en el regazo eternamente del Padre y de la madre, junto al Hijo, llenos de Espíritu Santo.

            ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor! Está tan cargada de dones y gracias, que necesita volcarlas en sus hijos de la tierra a los que tanto quiere.

            Al subir al cielo, iría viendo todos los lugares donde había sufrido. Todo ha pasado. Todo pasa, hermano que sufres ahor, y la Virgen desde el cielo te quiere ayudar.

            Mírala con amor en este día. Ella subiendo al cielo nos enseña a elevarnos sobre la tierra y saber que todo tiene fin aquí abajo y debe terminar en el cielo. Y eso es lo que le pedimos, y esto es lo que rezamos y así terminamos: <<Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto, oh quien pudiera ahora asirse a vuestro manto>> para escalar con Vos el Monte Santo.

            Santa María, Reina del cielo, tu Asunción nos valga; llévanos un día, a donde tú hoy llegas, pero llévanos tú, Señora del buen aire, Reina del Camino y Estrella de los mares.

CAPÍTULO CUARTO

MIRADA MÍSTICA Y CONTEMPLATIVA A MARÍA

            Aunque la vida de María Santísima estuvo siempre recogida y concentrada en Dios, hubo de estarlo ciertamente de una manera muy especial  durante aquel periodo en que, por la virtud del Espíritu Santo, tuvo en sus entrañas al Verbo divino encarnado. El ángel Gabriel había ya encontrado a María en la soledad y en el recogimiento, y en esa atmósfera le había revelado los decretos de Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será Hijo de Dios” (Lc 1, 35).

4.1. MARÍA UNIDA A DIOS POR LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA

            El recogimiento había hecho a María abierta a la escucha del mensaje divino, abierta al consentimiento y dispuesta al don total de sí misma. «En aquel momento recibió ella al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo» (LG 53) y Dios se hizo presente en María de un modo especialísimo que supera toda otra presencia de Dios en la criatura. La humilde Virgen lo atestigua en el sublime cántico del Magníficat: “Mi alma engrandece al Señor... porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso” (Lc 1, 46. 49).

            Sin embargo, encubre en sí el gran misterio y lo vive recogida en la intimidad de su espíritu. Llegará el día en que José descubrirá la maternidad de María y no sabrá cómo comportarse; pero ella no creerá oportuno romper el silencio ni para justificarse ni para dar alguna explicación. Dios, que le ha hablado y que obra en ella, sabrá defender su misterio e intervenir en el momento oportuno. María está segura de ello y a él remite su causa, continuando en su doloroso silencio, fiel depositaria del secreto de Dios.

            Aquel silencio debió conmover el corazón del Altísimo; y he aquí que un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Dios no puede resistir a un silencio que es fidelidad incondicionada y entrega total de la criatura en sus manos.

            A nadie como a María se entregó Dios tan abundantemente, pero tampoco criatura alguna comprendió como María la grandeza del don divino ni fue como Ella tan fiel depositaria y adoradora de él. Así nos la presenta Isabel de la Trinidad: «Hubo una criatura que conoció este don de Dios; una criatura que no desperdició nada de Él... Es la Virgen fiel, “la que guardaba todas aquellas cosas en su corazón”...           El Padre, al contemplar esta criatura tan bella, tan ignorante de su hermosura, determinó que fuera en el tiempo la Madre de Aquel de quien Él es el Padre en la eternidad.

            Vino entonces sobre Ella el Espíritu de amor que preside todas las operaciones divinas. La Virgen pronunció su “fiat”: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”: y se realizó el mayor de los misterios. Por la encarnación del Verbo, María fue para siempre posesión de Dios...» (cf. M.M. PHILIPON,  La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, El cielo en la tierra, 10: Obras, p. 196).

            Y mientras María adora en silencio el misterio que se ha realizado en ella, no descuida los humildes deberes de la vida; su vivir con Dios que vive en Ella no la abstrae de la realidad de la existencia cotidiana. Pero su estilo continúa siendo el de adoradora del Altísimo: «¡Con qué paz, con qué recogimiento se sometía y se prestaba María a todas las cosas! ¡Y cómo hasta las más vulgares quedaban en ella divinizadas, pues la Virgen, en todos sus actos, permanecía siendo la adoradora del don de Dios!

            Esta actitud no la impedía consagrarse a otras actividades externas cuando se trataba de ejercitar la caridad... La actitud observada por la Virgen durante los meses que transcurrieron entre la Anunciación y la Navidad, me parece ser el modelo de las almas interiores, de esos seres que Dios ha elegido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo» (ibid. Obras, pp. 196-197).

            María enseña al cristiano el secreto de la vida interior, vida de recogimiento en Dios presente en su espíritu. Es un recogimiento hecho de huida de curiosidades, charlas, ocupaciones inútiles y adobado con silencio, con un profundo sentido de la divina presencia y de adoración de la misma.

            Este silencio no es pobreza sino plenitud de vida, intensidad de deseos, grito que invoca a Dios no sólo como a Salvador propio sino de todos los demás: «Oh llave de David, que abres la puerta del Reino eterno, ven y saca al hombre de la prisión del pecado» (Leccionario).

4. 2 TESTIMONIOS MÍSTICOS SOBRE MARÍA

            Vamos a exponer en esta sección diversos testimonios de místicos y almas santas, profundamente Marianas, que nos han transmitido su contemplación de los misterios de María en forma de oraciones, cartas, diversos escritos.

 

 2. 1. Santa Catalina de Sena contempla así a la Virgen de la Encarnación: «¡Cuánto me agrada contemplarte así, oh María, profundamente recogida en la adoración del misterio que se obra en ti! Tú eres el primer templo de la Santísima Trinidad, tú la primera adoradora del Verbo encarnado, tú el primer tabernáculo de su santa Humanidad.

            ¡Oh María, templo de la Trinidad! María, portadora del Fuego divino, Madre de la misericordia, de ti ha brotado el fruto de vida, Jesús. Tú eres la nueva planta de la cual hemos recibido la flor olorosa del Verbo, Unigénito Hijo de Dios, pues en ti, como en tierra fructífera, fue sembrado este Verbo...! ¡Oh María, carro de fuego! Tú llevaste el fuego escondido y oculto bajo la ceniza de tu humanidad». (SANTA CATALINA DE SENA, Plegarias y Elevaciones, Edibesa Madrid 2007).

 

 2. 2. SOR ISABEL DE LA TRINIDAD es otra mística, a la que tengo sumo afecto y tengo escrito algo sobre ella en mi libro LA EXPERIENCIA DE DIOS, y que he citado antes en un texto breve, pero que ahora lo haré más largamente, siguiendo al P. M.M. PHILIPON; este autor me gustó mucho ya desde mi juventud y he leído su libro varias veces y hay páginas que me sé de memoria y que no puedo menos de decir aquí su nombre, porque, pesar de todo lo que he leído sobre la ya Beata Isabel de la Trinidad, santa predilecta mía, aunque no esté todavía canonizada por la Iglesia, pero para mí lo es y nadie me impide invocarla personalmente como santa;  su libro sigue siendo punto de referencias para mí, cuando hablo de esta santa, a la que, sin embargo siempre llamaré Sor Isabel, porque así la conocí de joven y la sigo llamando... Sor Isabel de la Trinidad contempla así a la Virgen en su misterio de la Encarnación:

 

            «Janua coeli» (Puerta del cielo)

 

            «Después de Jesucristo, pero teniendo en cuenta la distancia que media entre lo infinito y lo finito, hay una criatura que fue también la magna alabanza de gloria de la Santísima Trinidad, habiendo correspondido plenamente a la elección divina de que habla el Apóstol; pues fue siempre y en todo momento, pura, inmaculada e irreprensible a los ojos de Dios de toda santidad.

            Su alma es tan sencilla y los movimientos de la misma tan íntimos, que no es posible percibirlos; parece que reproduce en la tierra la vida del Ser divino, del Ser simplicísimo; por lo mismo es tan transparente, tan luminosa, que se la podría creer la luz misma. Sin embargo, no es sino el «espejo del Sol de Justicia: Speculum justitiae».

            Puede compendiarse toda su historia en estas pocas palabras: “La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón”; en él recogida vivió, y en tal profundidad, que la mirada humana no alcanza a sondearla.

            Cuando leo en el Evangelio que María fue presurosa hacia las montañas de Judea, a desempeñar oficios de caridad para con su prima Isabel, ¡cuán bella la veo caminar! ¡Cuán serena, majestuosa y recogida dentro de sí con el Verbo de Dios! Su oración, como también la de Él fue siempre ésta: “Ecce”. Aquí me tenéis. ¿A quién? ¡A la esclava del Señor, a la última de sus criaturas, ella, su Madre!

            Tan sincera fue su humildad, siempre olvidada, ignorada de sí misma, que le fue dado exclamar: “Ha obrado cosas grandes en mí Aquel que es Todopoderoso... Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.

            Pero esta Reina de las Vírgenes es asimismo Reina de los Mártires; mas en su corazón es donde la traspasó la espada, porque en Ella todo se verifica en el interior.

            ¡Oh cuán bella es para quien la contempla durante su prolongado martirio envuelta en una majestad que a la vez ostenta fortaleza y mansedumbre!, pues había aprendido del Verbo mismo cómo deben sufrir aquellos a quienes el Padre escogió por víctimas, aquellos a quienes resolvió asociar a la magna obra de la redención, los que conoció y predestinó para ser conformes a Cristo, crucificado por amor.

            Ahí está de pie cerca de la Cruz, en la actitud de fortaleza y valor; y mi Maestro me dice, dándomela como Madre: “Ecce Mater tua”. Y ahora que Él ha vuelto a la mansión del Padre y me sustituyó sobre la cruz en su lugar, con objeto de que sufra yo en mí lo que resta padecer en pro de su cuerpo, que es la Iglesia, junto a mí está la Virgen para enseñarme a sufrir como Él, y hacerme oír los últimos ecos de su alma, que nadie más que su Madre pudo percibir.

            En cuanto haya pronunciado mi “consummatum est”, también Ella, «Janua Coeli», es quien ha de introducirme en los atrios eternales con estas dulces palabras: “Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi: in domum Domini ibimus”...».

            Esta religiosa carmelita contemplativa experimentará esta soledad preñada sólo de Dios. Una vez que hubo entrado en el claustro, su piedad Mariana toma rápidamente un carácter carmelitano. Para comprender esta forma Maríana de devoción, hay que darse cuenta de que en el Carmelo la soledad lo es todo.

            ¡Y qué soledad en el alma de la Virgen! En ella, no hay nada ya humano. Es el ser puro, luminoso, transparente, libre de todo, a quien no rozó nunca el amor culpable o sencillamente demasiado sensible; la Virgen por excelencia separada de todo. Aquella que se marchó en su vida «Sola con el Solo», no queriendo otra sociedad que Él en la bienaventuranza o en el dolor.

            Soledad del corazón de la Virgen nunca retenida por lo sensible, que atravesó las afecciones de este mundo efímero «santa e inmaculada en el amor». Soledad del alma de la Virgen, en comercio con Dios solo, mezclada sin duda en la vida de los hombres, pero para cumplir una obra divina, alma de corredentora cada vez más identificada con todos los movimientos del alma de Cristo, tan solitaria por la noche en la montaña o en Getsemaní.

            Soledad divina del alma de la Virgen, transportada con el Verbo, su Hijo, hasta los confines de la Deidad, y allí, asociada a todos los designios de la Trinidad a causa de su lugar universal en la salvación del mundo, pero allí, sobre todo, tan infinitamente distante del Dios, su Hijo. Son éstos, abismos que hacen temblar.

            Esta Virgen Madre, ajena a todo lo creado y adoradora del Verbo oculto en su seno, es la Virgen de la Encarnación, la Virgen preferida por Sor Isabel de la Trinidad, cuyo ideal todo es también vivir silenciosa y adoradora del Dios oculto en lo más íntimo de su alma: «¿Se piensa en lo que debería acontecer en el alma de la Virgen cuando, después de la Encarnación, poseía en Ella el Verbo Encarnado, el Don de Dios? ¿En qué silencio, qué recogimiento, qué adoración debía ella sepultarse en el fondo de su alma para estrechar a ese Dios cuya Madre era?».

            «No tengo necesidad de ningún esfuerzo para entrar en ese misterio de la habitación divina en la Virgen. Paréceme encontrar en él mi movimiento habitual de alma, que fue el de Ella: adorar en mí al Dios oculto» (Carta a su hermana, noviembre de 1903).

            Sor Isabel de la Trinidad, leyendo a San Juan de la Cruz, descubre en María el modelo perfecto de la unión transformante y sueña con pasar por la tierra como la Virgen: silenciosa y adoradora del Verbo, enteramente perdida en la Trinidad:

             «Leo en este momento muy hermosas páginas en nuestro Padre San Juan de la Cruz, sobre la transformación del alma en las Tres Personas divinas. ¡A qué abismo de gloria somos llamados! ¡Oh!, comprendo los silencios, los recogimientos de los Santos, que no podían ya salir de su contemplación. Por eso Dios podía llevarlos a las cumbres divinas en donde <el UNO> se consuma entre Él y el alma hecha su esposa en el sentido místico de la palabra.

            Nuestro bienaventurado Padre dice que entonces el Espíritu Santo la eleva a una altura tan admirable, que la hace capaz de producir en Dios la misma aspiración de amor que el Padre produce con el Hijo y el Hijo con el Padre, aspiración que no es otra que el Espíritu Santo mismo ¡Decir que Dios nos llama, por nuestra vocación, a vivir bajo esas claridades santas! ¡Qué misterio adorable de caridad!

            Quisiera responder a él pasando por la tierra como la Santísima Virgen “conservando todas esas cosas en mi corazón”, sepultándome, por decirlo así, en el fondo de mi alma, para perderme en la Trinidad que en ella mora, para transformarme en Ella. Entonces serán realizados mi divisa y «mi ideal luminoso»: eso será por cierto, Isabel de la Trinidad» (Carta al Padre Ch., 23 noviembre 1903).

            Tenía devoción a una imagen recibida y que representaba a la Virgen de la Encarnación, recogida bajo la acción de la Trinidad: «En la soledad de nuestra celda, a la que llamo <mi pequeño paraíso>, pues está llena de Aquel del que se vive en el cielo, miraré a menudo la preciosa imagen y me uniré al alma de la Virgen cuando el Padre la cubría con su sombra, mientras el Verbo se encarnaba en Ella y el Espíritu Santo sobrevenía para obrar el gran misterio. Es toda la Trinidad que está en acción, que se entrega, que se da. ¿Y no debe la vida de la Carmelita transcurrir en esos abrazos divinos’?» (Carta a la Sra. de S., 1905).

            La Virgen de la Encarnación en completo recogimiento bajo la acción creadora de la Trinidad “que obra en Ella grandes cosas”: he ahí el ideal íntimo más caro a la devoción Mariana de Sor Isabel de la Trinidad, hacia el cual se siente atraída como «por connaturalidad», diremos con la teología. De esta larga experiencia Mariana debía surgir un día la tan hermosa elevación a la Virgen de su retiro «Cómo encontrar el cielo en la tierra».

            «“Si scires donum Dei, Si conocieras el don de Dios”, decía un día Cristo a la Samaritana. ¿Pero cuál es ese don de Dios, sino Él mismo? Y nos dice el discípulo amado: “Vino a su casa y los suyos no le recibieron”. San Juan Bautista podría decir también a muchas almas esta palabra de reproche: “Hay uno en medio de vosotros, a quien no conocéis”; “Si conocierais el don de Dios...” (Jn 1, 26).

            «Hay una criatura que conoció ese don de Dios, una criatura que no perdió una sola partícula de él, que fue tan pura, tan luminosa, que parece ser la Luz misma: <speculum justitiae>, una criatura cuya vida fue tan sencilla, tan perdida en Dios, que no se puede decir casi nada de ella: <virgo fidelis>; es la Virgen fiel, “la que conservaba todas las cosas en su corazón”.

            Se mantenía tan pequeña, tan recogida frente a Dios, en el secreto del Templo, que atrajo las complacencias de la Trinidad Santísima. “Porque Él miró la bajeza de su sierva, en adelante me llamarán bienaventurada todas las generaciones”».

            «El Padre, inclinándose hacia esa criatura tan bella, tan ignorante de su belleza, quiso que fuera en el tiempo la Madre de Aquel cuyo Padre en la eternidad es Él. Entonces, el espíritu de Amor, que preside todas las operaciones de Dios, sobrevino; la Virgen dijo su “fiat”: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) y se realizó el más grande de los misterios. Por la venida del Verbo en Ella, María fue siempre la presa de Dios.

            Me parece que la actitud de la Virgen durante los meses que transcurrieron entre la Anunciación y la Natividad, es el modelo de las almas interiores, de los seres que Dios ha elegido para vivir adentro, en el fondo del abismo sin fondo. ¡Con qué paz, con qué recogimiento María iba y se prestaba a todas las cosas! ¡Cómo las más triviales eran divinizadas por Ella, pues a través de todo, la Virgen seguía siendo la Adoradora del don de Dios! Eso no le impedía ocuparse afuera cuando se trataba de ejercer la caridad. El Evangelio nos dice que María “recorrió con toda diligencia las montañas de Judea para ir a casa de su prima Isabel”  (Lc 1,39).

            En la visión inefable que contemplaba, jamás decreció su caridad exterior, pues si la contemplación se dirige hacia la alabanza y hacia la eternidad de su Señor, posee la unidad y no la perderá».

            Tal elevación de pensamiento no surge al azar. Supone una larga vida de intimidad Mariana; cosa que los documentos confirman.

(cf. JEANS CLAPIER, OCD, La Aventura Mística de Isabel de la Trinidad, Burgos 2007; págs. 229-244; 253-273; 704-718)

INST.  DE ESPIRITUALIDAD, Cuaderno 2º: Isabel de la Trinidad, Madrid 1984;

M.M. PHILIPPON, La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, Desclée, Pamplona 1963, pags 173-178; 343-345).

 

42. 3.  «¡OH ESPLENDOR DE LA LUZ   ETERNA!»

 

            «¡OH ESPLENDOR DE LA LUZ ETERNA Y SOL DE JUSTICIA, VEN A ALUMBRAR A LOS QUE ESTÁN SENTADOS EN LAS TINIEBLAS Y EN LA SOMBRA DE LA MUERTE!» (Leccionario)

 

1.“La voz de mi amado ¡ Vedle que llega saltando por los montes, triscando por los collados... Mi amado ha tomado la palabra y dice: Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven!” (Ct 2, 8. 10). Bajo la metáfora del matrimonio, la Sagrada Escritura presenta a Dios como un esposo que toma la iniciativa de acercarse a Israel a quien ama como a esposa. En lo cual puede verse una figura de lo que sucedió cuando el Verbo eterno, Hijo de Dios, desposó consigo a la naturaleza humana uniéndose a ella en el seno virginal de María.

            Si por medio de esta sublime unión Cristo es el místico esposo de la Iglesia y en ella de todos los redimidos por él, la Virgen de Nazaret es por excelencia la Amada que el Hijo de Dios llama y elige para sí: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven!” (ib. 13). María respondió a esa llamada y el Verbo se le dio como místico Esposo y al mismo tiempo como verdadero hijo.

            Pero la Virgen, aunque sumergida en la adoración de tan excelso misterio, intuye que este don inefable no es sólo para sí: ella es su depositaria para participarlo a toda la humanidad. Docilísima a la llamada interior, “se puso en camino y con presteza fue a la montaña”. (Lc 1, 39) para dirigirse a la casa de su prima Isabel cuya próxima maternidad le había sido revelada por el ángel.

            Y no va sola: el Verbo hecho carne está con ella, y con ella va a través de montes y collados en busca de las criaturas que ha venido a salvar. Así comienza María su misión de portadora de Cristo al mundo. Lo lleva en silencio, pero Dios viviente en ella se manifiesta al mundo: “Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo” (ib. 41).

            María enseña a todos los creyentes y sobre todo a los apóstoles que es necesario llevar a Cristo a los hermanos no tanto con la palabra, cuanto con la vida de unión con él, dándole lugar y haciéndole crecer en el propio corazón.

 

2. María es portadora de Cristo, que está para alzarse sobre el mundo «como esplendor de la luz eterna y sol de justicia». Su esplendor es tan grande que no puede permanecer escondido y así obra a través de su madre: “Así como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo el niño en mi seno” (Lc 1, 44). Se cumple ahora lo que el ángel del Señor había predicho a Zacarías: “Tu mujer Isabel te dará a luz un hijo... y será lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre” (ib. 1, 13. 15). El precursor es santificado antes de nacer por mediación de María, la cual, siendo Madre del Hijo de Dios, es también mediadora de gracia y de santificación no sólo para Juan Bautista, “el más grande entre los nacidos de mujer” (ib. 7, 28), sino también para todos los hombres de todo tiempo y de toda nación.

            La Virgen Madre es tan pura y transparente que su sola presencia revela ya el esplendor y la luz de Cristo. Los hombres, que “están sentados en las tinieblas y en sombra de muerte”, privados de luz e incapaces de recibirla, tienen absoluta necesidad de recurrir a su mediación maternal.

            María es el camino que lleva a Cristo, es la Madre que disipa las tinieblas y dispone los corazones para dar acogida al Redentor. Y al mismo tiempo es modelo del cristiano, que habiendo recibido a Cristo está obligado a darlo a los hermanos.

            A su imitación, la vida de todo cristiano debe ser tan pura, límpida y genuina que pueda reflejar a Cristo en cada uno de sus gestos y acciones.

            Cristo, «esplendor de la luz eterna y sol de justicias», debe brillar en la conducta de los cristianos y a través de ella disipar las tinieblas, las dudas, los errores, los prejuicios y las incertidumbres de tantos que no creen porque no han encontrado quien sepa darles un testimonio vivo y eficaz del Evangelio.

Apoyándose en la poderosa intercesión de María, el cristiano ruega por si y por todos sus hermanos: «¡Oh esplendor de la luz eterna y sol de justicia, ven e iluminar a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte!» (Leccionario).

 

4. 4. TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA

 

            Así quiso llamarse Trinidad Sánchez Moreno, dentro de la Obra de la Iglesia, por ella fundada. He leído y escuchado mucho a esta mística del siglo veinte. Yo no digo que sea la más mística, yo digo sólo que de todo lo que yo conozco y he podido leer en esta materia, y he leído y estudiado bastante, yo no he encontrado una persona con tantas ideas y belleza de lenguaje. Yo creo que inventa el lenguaje en muchas ocasiones para poder decir lo inexpresable.

            Hice dos veces Ejercicios Espirituales con ella, aunque realmente su rostro no le vi. Sus charlas estaban grabadas. Y un sacerdote de la Obra de la Iglesia, buen amigo mío, pero que ahora no recuerdo su nombre, y eso que estuve hablando con él hace dos años, los dirigía. Realmente la madre es un alma de Dios. Tengo todos sus folletos y los dos libros publicados, aunque lo más importante de sus escritos tiene mandado que se publiquen después de su muerte.      De ella dice D. Laureano Castán, cuando era  Obispo de Sigüenza-Guadalajara en el prólogo del libro FRUTOS DE ORACIÓN: «Esta mujer fuera de serie vio la primera luz en Dos Hermanas (Sevilla) el 10 de febrero de 1929. En cierta ocasión, a los seis años, jugando con unas amigas, éstas le pintaron los ojos con cal no bien apagada, travesura que casi costó a la paciente quedar totalmente ciega.

            A partir de aquellos días, sus compañeras de colegio verían llegar todas las mañanas a su amiguita con unas gafas negras y sentarse, casi sólo como oyente, en los bancos de la clase. Tardaría bastantes años en recuperar la visión normal.

            A sus catorce abriles, estaba llevando ya con su padre y uno de sus hermanos, el comercio de calzados, propiedad de la familia, en su pueblo natal. Por las tardes, acudía en ese tiempo, junto con otras muchachas de su edad, a unas clases de bordado. Este es el expediente académico o certificado de estudios de la autora. No tiene otro.

            Hará muy bien el lector en recordar este punto cuando vaya leyendo los jugosos y densos pensamientos que llenan las páginas de este libro. ¿Es todo el fruto meramente del ingenio que a su autora le dio la naturaleza, y de la viveza, colorido y fuerza expresiva que le prestó su talante andaluz?

            Los que conocen profundamente a la madre Trinidad, saben que no. Saben también que esta a sus diecisiete años tuvo un encuentro con Dios que orientó su vida definitivamente hacia Él, y conocen que a éste siguieron otros contactos que tuvieron su punto culminante el 18 de marzo de 1959, en Madrid, llenándola de luz y de un impulso irresistible de comunicarse a los demás. Por eso, encuentran la explicación de la abundancia y profundidad de la producción teológica de la madre Trinidad, y de su misma calidad literaria en fuentes más altas.

            Carezco del carisma de profecía; pero, con plena convicción y conocimiento de causa, me atrevo a hacer esta doble predicción: tanto este primer volumen ahora impreso, como los que luego irán apareciendo en vida de la autora y, sobre todo, las que ella no quiere que se editen hasta que el Señor la llame, han de dejar una huella singular en la historia de la Iglesia e, incluso, en la historia de la Literatura (Mons. Castán Lacoma, Don LAUREANO, Prólogo al libro de FRUTOS DE ORACIÓN, Madrid 1979).

 

A) María es un portento de la gracia

creada por la mano del Inmenso,

que muestra su esplendor lleno de dones

al mirar compasivo este destierro.

María es un misterio que arrebata

a quien trasciende sobre lo terreno

y penetra, con luz del Infinito,

el fruto portentoso de su seno.

 

Es arrullo de Dios mi Madre buena,

jardín claustral de inéditos ungüentos,

perfume que penetra y embellece

la inmensa inmensidad del Universo.

 

Es recreo de Dios cuando se asoma

desde su Eternidad en luz del Cielo,

porque encuentra su gozo en sus entrañas,

en el silencio oculto de su pecho.

 

Es María sencilla cual paloma,

que esconde, en el arrullo de su vuelo,

a aquel Sancta Sanctorum del Dios vivo,

que no cabe en la bóveda del Cielo.

 

¡Misterio de misterios es María!,

¡ milagro de milagros del Inmenso!

 

B) María es un portento del poder de Dios (13-12-1979

 

            «María es un portento del poder de Dios. La Virgen es intrínsecamente <Nuestra Señora de la Encarnación>, pues para la Encarnación Dios la creó, haciendo de Ella un prodigio de la gracia en manifestación radiante del Omnipotente.

            Cuando el Ser infinito determinó, en un derramamiento de misericordia, darse al hombre, en ese mismo instante sin tiempo de la Eternidad, concibió a María, en su sabiduría eterna, para la realización del misterio de la Encarnación, incorporándola a la donación de su amor en manifestación de la esplendidez de su gloria.

            Todas las criaturas son, en el pensamiento de Dios, realización de su plan dentro del concierto armonioso de la creación; siendo cada una de ellas una nota vibrante que, unida a todas las demás, expresa, de alguna manera, el Concierto sonoro de las eternas perfecciones que Dios se es de por sí, en su única y simplicísima perfección; perfección que es cantada por el Verbo en infinitud por infinitudes de melodías de ser.

            ¡Qué concierto, el de la Eternidad, de inéditas canciones en una sola Voz, salida de las entrañas engendradoras del Padre, con el arrullo amorosamente consustancial del Espíritu Santo en Beso de Amor...! Y María es, en todo su ser, la creación-Madre, que expresa, en deletreo silencioso, el concierto infinito de Dios en el romance amoroso de su ser eterno para con el hombre.

            ¡Oh si mi alma pudiera hoy romper en expresión con el Verbo, y plasmar de alguna manera la riqueza inefable del alma de Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación...! ¡Si yo pudiera ser Verbo, aunque fuera un instante, que expresara, en mi decir, el pensamiento del Padre volcándose en donación sobre Nuestra Señora, en comunicación de todos sus infinitos atributos...! ¡Si yo pudiera descifrar el arrullo amoroso del Espíritu Santo en recreo de Esposo sobre la Virgen Blanca...!

            ¡Pero no sé! Y mi lengua profana el misterio silente que, en adoración, intuyo y penetro junto al Sanctasantorum de la virginidad de María, en el instante-instante de realizarse en Ella, por Ella y a través de Ella, la donación infinita del Infinito Ser, en misericordia sobre el hombre.

            Todos los atributos divinos Dios se los es en sí, por sí y para sí; pero hay uno en la perfección del Ser increado, que, a pesar de sérselo Dios en sí y por sí, no lo es para sí, y es el atributo de la misericordia; ya que éste es el derramamiento del poder Infinito en manifestación amorosa sobre la miseria.

            Dios no puede ser para sí misericordia, porque la misericordia implica derramamiento de amor sobre la miseria; por lo que la misericordia surgió en el seno del Eterno Serse el día que la criatura, creada para poseerle, le dijo: “No te serviré”. Y ya Dios se es Misericordia, porque el Amor Infinito se dio al hombre en la esplendidez magnífica de su desbordamiento.

            Y es por María y en Ella por quien la Misericordia, en Beso de amor, coge a la criatura hundida en su miseria para meterla en su pecho y besarla con el amor infinito del Espíritu Santo.

            ¡Bendita culpa que hizo que Dios se diera tan magníficamente hacia fuera, que se derramó sobre el hombre en un nuevo atributo para manifestación de su gloria, en el desbordamiento de las tres divinas Personas con corazón compasivo de Padre!

            Y a María, que es el medio por donde la Misericordia divina se nos da, se le podía de alguna manera llamar: Manifestación de esa misma Misericordia y donación de ella con corazón de Madre y amor de Espíritu Santo.

            Mí alma, acostumbrada a vivir los misterios de Dios en sabiduría sabrosa de profunda penetración, en amor candente de Espíritu Santo, se siente hoy como imposibilitada para expresar, sin profanarla con mis rudas y toscas palabras, la delicadez sagrada del portento que es Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación.

            Parece que el arrullo misterioso del Espíritu Santo, y el Beso sapiencial de su Boca en penetración

            Es tanta necesidad de adorar, de guardar silencio y contemplar atónita, que, robada por el respeto, siento miedo de expresar lo inexpresable, ante lo que concibo del derramamiento de las tres divinas Personas en el momento de la Encarnación, envolviendo con la brisa de su paso aquel misterio inefable de pletórica virginidad rompiendo en Maternidad Divina.

            Está el Espíritu Santo envolviendo a María con los requiebros de amor del Esposo más enamorado, en comunicación de todos sus infinitos atributos. La está queriendo la está enjoyando..., la está hermoseando..., tanto, tanto, tanto...!, que se está plasmando en Ella en Beso de amor y recreo de Esposo. ¡Tan secretamente...!, tan maravillosamente que, en ese instante-instante prefijado por Dios desde toda la Eternidad, el mismo Espíritu Santo va a besar a Nuestra Señora toda Virgen tan divinamente con un beso de fecundidad, que la va a hacer romper en Maternidad Divina. ¡Tan divina...!, que el Verbo del Padre, el Unigénito consustancial del Increado, va a llamar a la criatura en pleno derecho: Madre mía con la misma plenitud que la Virgen Blanca va a llamar: ¡Hijo mío...! al Unigénito del Padre, Encarnado.

            ¡Oh sapiencia del Padre, que, envolviendo el alma de Nuestra Señora, la saturaste tan pletóricamente de tu infinita sabiduría, tanto...!, que,  en la medida que fue Madre de tu Unigénito Hijo, en esa misma medida Tú la penetraste de tu luz, en el derramamiento de tu paternidad, para llamarla: ¡Hija mía! Y así como el Hijo llamó a María: ¡Madre mía!, desde el instante de la Encarnación Dios obró en Ella un portento de gracia tan maravilloso, ¡tanto, tanto!, tan pletórico, que, en esa misma medida, aunque de distinta manera, fue Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo.

            Porque, si fue Madre del Verbo infinito Encarnado, fue porque el Esposo divino, besando su virginidad, la hizo tan fecunda, que la hizo romper en Maternidad Divina. Pero, si el Beso del Espíritu Santo le dio a Nuestra Señora de la Encarnación tal fecundidad que la hizo Madre de Dios, fue porque la infinita sabiduría del Padre, en un desbordamiento de su amor eterno, la poseyó tanto, tanto, en penetración intuitiva de saboreo amoroso, que le dio su misma Mirada, y se la dio en la medida que el Verbo, por su filiación, fue Hijo de María y que el Espíritu Santo, por su Beso amoroso, la fecundizó haciéndola Madre del mismo Dios Encarnado.

            Las tres divinas Personas, cuando se manifiestan hacia fuera, siempre obran de conjunto, cada una según su modo personal, pero en la donación amorosa de su única y eterna voluntad.

            La voluntad del Padre es expresada por el Verbo, mediante el amor del Espíritu Santo, en el seno todo blanco de la Virgen, que rompe en Madre por el misterio de la Encarnación.

            María es un portento de la gracia, tan inimaginable para nuestra mente, que sólo en la Eternidad seremos capaces de expresar su riqueza incalculable, adhiriéndonos a la canción del Verbo, por el impulso del Espíritu Santo y en la claridad de la luz del Padre.

            Nunca podrá la lengua del hombre ni siquiera llegar a balbucear las riquezas insospechadas de la Madre de Dios, porque no es dado a la criatura sobre la tierra poderlas comprender, en la magnificencia esplendorosa de su plenitud.

            La Maternidad Divina de María es tan grande como grande es su desposorio con el Espíritu Santo, Esposo de su fecunda virginidad, y como grande es su filiación con relación al Padre, en la penetración disfrutativa de su infinita sabiduría.

            Y así es como el Espíritu Santo, al besarla en el arrullo de su amor, en la caricia de su brisa, en el abrazo de su poder y en la fecundidad de su Beso, la hizo amor de su infinito amor, en participación de su caridad en donación de Esposo, así el Verbo, al llamarla: ¡Madre!, la hizo tan Palabra, ¡tanto!, que la Virgen, como expresión de la realidad que era y que vivía por el poder de la gracia que sobre Ella se había derramado, pudo llamar a Dios: Hijo mío! Dándosele el Padre Eterno en tal plenitud de sabiduría y con tal vivencia de los misterios divinos, que, ahondada en lo profundo de Dios, intuía desbordantemente en lo que el Ser se es en sí.

            Y esto fue tan abundantemente comunicado a Nuestra Señora, que, como a hija muy amada y predilecta, el mismo Padre le dio como herencia, durante toda su vida, la penetración sabrosísima, en disfrute de intimidad y gozo, del misterio de su ser y de su obrar.

            Adorante ante el misterio de la Encarnación y la actuación de las tres divinas Personas derramándose sobre María, cada una en su modo personal, y ante el conjunto armónico de este derramamiento que le hace poder llamar al Verbo ¡Hijo mío!, al mismo tiempo que le llama Padre! a Dios y Esposo mío! al Espíritu Santo mi alma, trascendida y anonadada, pide al Padre que me penetre de su sabiduría para yo saber, en la medida del saboreo de mi pequeñez, algo del trascendente misterio de la Encarnación. Y pide al Espíritu Santo que, uniéndome a Él, me deje besar con su amor infinito ese instante-instante en el cual el Verbo del Padre rompe en el seno de María como Palabra, en una expresión tan cariñosa, tan real, tan dulce y tan misericordiosa para con el hombre, que le dice: ¡Madre mía...!

            ¡Oh Verbo infinito!, déjame, en tu Palabra y contigo, decir: ¡Madre mía! a María; y llamar: ¡Padre Eterno, Padre mío! a Dios. Déjame que, con María, yo pueda llamar: ¡Mi Espíritu Santo! a mi Esposo infinito. Y que así, desde el seno de María y por Ella, anonadada bajo la pequeñez de mi miseria, --ya que me ha sido dado contemplar, en penetración adorante, el misterio de la Encarnación--, poder responder con Ella a la Infinita Santidad derramándose sobre mi Madre Inmaculada en Trinidad de Personas bajo la actuación personal de cada una de ellas.

            Silencio...!Que está el Espíritu Santo besando el alma de Nuestra Señora toda Virgen tan divinamente..., tan fecundamente que le está haciendo romper en Maternidad Divina!

            Silencio...!Que el Espíritu Santo, impulsado por la voluntad del Padre, en el momento prefijado en su plan eterno para realizar la Encarnación, está abriendo el seno del mismo Padre, en el impulso de su amor, para coger al Verbo y meterlo en el seno de Nuestra Señora.

            Silencio... ¡Que está el Verbo rompiendo en Palabra de una manera tan maravillosa. ¡tanto...!, que, como Palabra infinita del Padre y en manifestación de su voluntad amorosa sobre el hombre, por el impulso del Espíritu Santo, va a pronunciarse en el derramamiento infinito de la eterna misericordia de Dios tan trascendentalmente, que va a romper llamando a la criatura, en derecho de propiedad: ¡Madre mía...!

            Y como sobreabundancia de esta misma Palabra que el Verbo está pronunciando en el seno de María, va a quedar constituida la Señora --por la voluntad del Padre, el Beso infinito del Espíritu Santo y la Palabra del Verbo, en manifestación del querer de Dios-- en: Madre universal de todos los hombres.

            María, porque eres Madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre y Esposa del Espíritu Santo, en la medida sin medida que el portento de la gracia obró en ti, yo hoy, en pleno derecho, te llamo también: ¡Madre mía!

            Yo te lo quiero decir en mi medida, uniéndome al Verbo con el máximo cariño que pueda para que te sepa a ternura de filiación en el impulso y el amor del Espíritu Santo; llenando así, en mi vida, la voluntad del Padre, que, al crearme, ya me concibió como hija tuya para, a través de tu Maternidad Divina, dárseme Él con el matiz, modo y estilo que quiere poner en tus hijos.

            ¡Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación, clame al Padre con corazón de Madre, adéntrame en su sabiduría y penétrame con su luz: con ésa de la que Tú estabas tan maravillosamente poseída, que te hacía saber, en saberes de penetración disfrutativa, el misterio de Dios en sí y en el derramamiento de su misericordia hacia nosotros!

            Dame, María, Virgen Blanca de la Encarnación, que, aunque no haya podido decirte ni expresarte en la apretura sapiencial que tengo de tu misterio, sepa al menos con el Verbo llamarte: ¡Madre mía! con la ternura, el cariño y el amor con que mí alma se abrasa en las llamas candentes del Espíritu Santo; cumpliendo la voluntad del Padre que, iluminando mi mente, me hizo capaz de saborear translimitadamente el misterio de misericordia y amor que, a través tuya y por ti, Él quiso derramar sobre el hombre con corazón de Madre, canción de Verbo y amor de Espíritu Santo.

            María es un portento de la gracia, sólo conocido, gozado, disfrutado y saboreado por el alma-Iglesia que, trascendiendo las cosas de acá, es llevada por el Espíritu Santo al recóndito profundo del seno inmaculado de Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación.

 

C) La Señora de la Encarnación: misterio de inédita ternura (25-1-1970)

            «¡Oh realidad pletórica de la grandeza de Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación!

            Yo necesito hoy, impulsada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, e inundada por el amor que hacia la Señora invade mi alma, deletrear en la medida de mi pequeñez y la pobreza de mi nada, llena de veneración, admiración y respeto, algo de cuanto, en un romance de amor de profunda sabiduría y bajo la luz sapiencial del pensamiento divino, he penetrado, llevada por el ímpetu de Dios “que con su diestra me abraza y su siniestra me sostiene”, sobre el trascendente y sublime misterio de la Encarnación; realizado por la voluntad del Padre, que nos da en deletreo amoroso a su Unigénito Hijo en las entrañas purísimas de la Virgen; la cual, por el arrullo amoroso del beso infinito de sublime y trascendente virginidad del Espíritu Santo, en paso de inmenso y bajo la brisa de su vuelo, rompe en Maternidad divina.

            Toda la grandeza de María le viene por su Maternidad divina; grandeza incomprensible para nuestra mente humana ofuscada y entenebrecida por el pecado.

            ¡Sublime misterio el de la maternidad de la Virgen!, porque encierra el incontenible misterio de la Encarnación en el ocultamiento velado y sacrosanto del portento que en Ella se obra por el poderío del Infinito Ser: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” se dio al hombre en deletreo amoroso de infinitos y coeternos cantares, en el modo más sublime e inefable que la mente humana pueda sospechar, a través de la maternidad virginal de Nuestra Señora de la Encarnación, ¡toda Blanca! ¡toda Virgen! ¡toda Madre! ¡toda Reina! y ¡toda Señora!

            No hay criatura capaz de contener en su seno el misterio de Dios, si el mismo Dios con la soberanía de su infinito poder, al penetrarla con su sabiduría, no la sostiene con su fortaleza. ¡Y Dios creó a María para que tomara parte activa en el misterio de la Encarnación...!

            ¡Ay qué terrible es María, por ser capaz de contener en su seno de Madre el momento del gran misterio de la Encarnación...! Momento sublime de infinita trascendencia que no cabe en la tierra, por su grandeza,  por la inmensa realidad que encierra...! ¡Cómo te hizo Dios, María, al hacerte capaz de contener lo incontenible en tu seno, de sostener lo insostenible!

            ¡Ay María! ¡Si veo que estás contemplando el misterio que en tu seno se obra...! ¡Ay María! ¡Si nadie puede conocerlo ni vislumbrarlo si Tú no se lo enseñas...! ¡Ay María!, manifestación esplendorosa de la voluntad de Dios, que te hizo contensora del misterio incontenible por criatura alguna en la tierra: del misterio trascendente de la donación de Dios al hombre, mediante la unión hipostática de la naturaleza divina y la naturaleza humana en la Persona del Verbo, realizada en tus entrañas virginales, por el arrullo del Espíritu Santo, bajo la sombra y amparo del mismo Omnipotente, que te hizo romper en Maternidad divina; de tal forma que, en ti y por ti, Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, y al hombre lo hizo Dios sin dejar de ser hombre.

            Gracias, Madre, por haberme introducido en tu seno para contemplar contigo lo no es dado vislumbrar a criatura alguna en la tierra, si no es llevado por ti a la hondura profunda y sacrosanta del misterio que Tú encierras.

            ... ¡Oh sacratísimo y secretísimo misterio el de la Encarnación...! ¡Inmenso, excelso e insondable misterio de Dios con el hombre!

            Oh! ¿quién podrá acercarse al misterio insondable de la Encarnación, sin ser introducido por María...? ¿Quién será capaz de acercarse al  instante-instante de romper el Padre en Palabra de fuego en el seno de la Señora, en el ímpetu sagrado del amor del  Espíritu Santo...? Y ¿quién podrá penetrar en aquel misterio infinito, sin que María lo lleve dentro de sí.

            ¡Ay María! ¡Inefable portento el de tu maternidad, que te hace depositaria de las promesas cumplidas de Dios al hombre a través de Cristo, el Unigénito del Padre, Enmanuel, Dios con nosotros...! ¡Ay María, tan desconocida y tan profanada tantas veces por la mente humana, al no conocerse según el pensamiento divino el portento de los portentos que encierras, para que Tú como única depositaria de él, lo  comunicaras a todos los hombres.

... ¡Qué sublime, qué profundo y qué excelso es el misterio de la Encarnación y, por ello, qué grandiosa la maternidad de María...! ... Sólo el que a ti se acerca es capaz de ser introducido por ti en la cámara nupcial del secreto de Dios Encarnado, y, acurrucado en tu seno maternal, sorprender el misterio infinito, oculto, trascendente, velado desde todos los tiempos y manifestado en ti, por ti y a través tuya a todos los hombres...

            ¡Gracias, Señor, por haberme dado una Madre, mediante la cual, yo sea capaz de entrar en el gran momento de la Encarnación y, por él, en todos los demás misterios que, donados por ti, se encierran en el seno de la Santa Madre Iglesia repleta y saturada de Divinidad!

            ¡Gracias, Madre!, por haberme introducido en tu seno, único camino y único medio por el cual yo puedo vislumbrar y penetrar, según la medida de la impotencia y nulidad de mi nada tener, nada poder y nada saber, algo del misterio de Dios hecho Hombre; y en él entender, saborear y vivir, en tu seno y desde tu seno, el misterio de la Iglesia que es perpetuación del misterio de la Encarnación realizado en tu seno. Y por eso, Tú, María, así como eres Madre de Dios, eres la Madre de la Iglesia mía, la  contensora también de toda su realidad en la prolongación de los siglos...

            ¡Gracias, Señor, por haberte hecho Hombre! ¡Gracias por habérmelo enseñado hoy en el seno de María, y por haberme manifestado que sólo en Ella se puede comprender el arcano insondable de Dios en sí, bajo el misterio de la Encarnación, que hoy, por ser Iglesia, he descubierto contenido y mantenido en el seno de la Señora y comunicado a mi alma con corazón de Madre y amor de Espíritu Santo...!

            ¡Gracias, Señor, por haberme dado a María por Madre y así tener en la tierra quien me introdujera en tu misterio...!

            La Encarnación es el romance de amor entre Dios y el hombre en las entrañas de María.

            ¡Qué grandeza apercibe mi alma hoy en la Virgen...! La he visto siempre muy hermosa, muy sublime, pero nunca he penetrado como hoy en su grandeza frente a la Encarnación.

            Por este misterio he comprendido que no hay gracia en la tierra que no le haya sido concedida en plenitud; porque cualquier gracia, por grande que sea, será siempre casi infinitamente más pequeña que su Maternidad divina, la cual le hace intervenir activamente en el gran misterio de la Encarnación.

            ¿Qué gracia habrá --por muy grande que sea, siempre a distancia inimaginable del don de la Maternidad divina-- que se pueda conceder a una pura criatura en cualquier momento de su existencia, que no le haya sido concedida en plenitud durante toda su vida a la Señora Blanca de la Encarnación, creada y predestinada para ser la Madre de Dios, por la voluntad del Padre que nos dio a su Unigénito Hijo en el seno de una Virgen “y la Virgen se llamaba María”; realizándose esto en “la llena de gracia” por obra del Espíritu Santo, en un romance de amor de tan subida excelencia, que la hizo romper en maternidad, y Maternidad divina...?

            Por lo que, según mi pobre y limitada captación, ahondada en el pensamiento divino en penetrante sabiduría amorosa, todas las gracias, frutos, dones y carismas que a cualquier santo en cualquier momento de su vida le hayan sido concedidos, a la Virgen, Inmaculada por los méritos previstos de Cristo, llena de gracia y Señora de la Encarnación, le fueron otorgados, durante todo su peregrinar, en la plenitud que pedía la gracia de su Maternidad divina. Ya que, por María y a través suya, Dios nos donó a su Hijo Encarnado, por el cual nos han venido todas las gracias.

            Siendo la Virgen «Madre de la divina gracia»; cosa que en un canto de alabanza en manifestación de sus grandezas, los hijos de la Iglesia lo vamos proclamando, llenos de gozo en el Espíritu Santo, en las letanías del Santo Rosario.

 

            Con temblor y temor, pero llena de confianza, amor filial bajo el cobijo amparador de su Maternidad divina, desde hoy miraré siempre a María, por la grandeza que he contemplado en el misterio de la Encarnación que en Ella se encierra y su participación en él. Con temor de acercarme a su blancura y poder enturbiar su grandeza con mi ofuscación; y con amor y confianza, porque Dios me la dio por Madre, para que, metiéndome en su seno, me fueran descubiertos los secretos del Padre que en Ella se nos comunican.

CAPÍTULO QUINTO

 

ANOTACIONES E IMPROVISACIONES SOBRE LA VIRGEN

 

5.1.- QUERIDOS HERMANOS: Como hemos celebrado el día 8 la fiesta de laNatividad de la Virgen y estamos esta tarde del jueves ante la presencia de su hijo y Señor, Jesús Eucaristía,  vamos a hablar de la madre y del hijo-Hijo de Dios, tal y como lo tengo transcrito en el libro que publiqué  hace años por Editorial Edibesa que publicó mis primeros 20 libros.

            Quiero transcribirlas tal cual las tengo escritas en un cuaderno de donde las pasé al libro.

            «...porque  es el nombre, que, hace más de cuarenta años (1962),  puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, ante el Sagrario, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado en el Seminario--contemplata aliis tradere-- para anotar las ideas,  que Jesús Eucaristía me inspiraba. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías y escribir mis libros, de ahí el nombre que puse a mi primer libro: EUCARÍSTICAS, esto es: VIVENCIAS EUCARÍSTICAS y que más tarde, publicado por Edibesa Madrid 2000, con otros veinte libros más de diversas materias, pág 8, y que pasé a titularlo: LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO,

            Pues bien, en las últimas páginas de ese cuaderno dedicado a poner por escrito las ideas y sentimientos que Jesús Eucaristía me inspiraba en la oración, como el Hijo y la Madre siempre están muy unidos, al menos para mí, y hablábamos largas conversaciones muchas veces los tres, y el Hijo me decía y la Madre me explicaba lo que yo no entendía o no quería enterarme y, como madre, suavizaba y otras veces remataba lo que me decía el Hijo, porque el Hijo habla muy claro, es que es la Verdad: “quien quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”, y luego yo muchas veces, cuando no quería entender lo que me decía clarísimo el Hijo sobre las cosas que tenía que corregir en mi vida, con mis compañeros... la miraba a Ella y me comprendía y no me decía que su Hijo exageraba ni le quitaba la razón pero me miraba de tal manera, con tal cariño, y se comprometía a acompañarme en ese camino como le acompañó a Él y le pedía  fuerzas para hacer lo que me exigía  su Hijo, el Cristo del Sagrario, que por cierto tenia toda la razón, y como los defectos, de cualquier clase que fueran, impedían la amistad y Él me quería infinitamente para una amistad verdadera... total que yo terminaba mirando a la Virgen, diciéndole como siempre: «díselo, díselo», como lo hizo en la boda de Caná, para conseguir de su Hijo el milagro de convertir en fuerte a esta debilidad que soy yo, o el perdón para el pecado que soy yo; pues bien, todo eso, cuando estaba en un pueblo pequeño como párroco y tenía prácticamente todo el día libre para pasar largos ratos ante Jesús Eucaristía, y me lo pasaba bomba y la gente del pueblo no lo entendía al principio, pero luego hice amistades cristianas que duraron toda la vida, ROBLEDILLO DE LA VERA, cuna de la Madre Matilde, fundadora de las Azules, Amantes de Jesús que después del Concilio cambiaron su nombre por el de HIJAS DE MARÍA MADRE DE LA IGLESIA, todo eso, mejor dicho, parte de esas conversaciones son las que  he puesto en mis primeros libros sobre Jesús Eucaristía, en lo referente a Jesucristo Eucaristía, y ahora voy a poner aquí con el título de anotaciones e improvisaciones sobre la Virgen, escritas en las diez últimas hojas a cuadritos de dicho cuaderno gris, en las notas referentes a María, y que ahora, al cabo de cuarenta y seis años (ya son sesente) tengo delante de mí y del teclado del ordenador y que voy a transcribir tal cual, por amor a María, a la Virgen bella, hermosa nazarena, porque me amó como a hijo predilecto, porque estuvo siempre muy presente en mi vida, tanto seminarística como sacerdotal y pastoral, y por si le pueden venir bien a otros hermanos y hermanas, hijos todos de María, que tanto nos quiere, que tanto queremos.

            Y como las tengo ahora ante mis ojos, aunque estas páginas están escritas en el 1962, ¡quién me diría entonces a mí, curita joven de veinticinco años, que un día las publicaría!, pues las voy a poner tal cual, aunque algunos sucesos y alusiones sean de aquel tiempo pasado, que ciertamente fue bueno para mí, pero no mejor que ahora, porque ahora la quiero mucho más a mi madre del alma, siempre a tope, siempre como vaso que rebosa, que siempre está lleno de gratitud, de admiración y de amor filial a Ella.

            Ciertamente algún suceso pertenece al pasado, pero no los sentimientos y afectos que son eternos, siempre presentes, porque me revelan el entusiasmo con que la Madre me hablaba del Hijo, de propagar y predicar su Evangelio, de pedir por los sacerdotes, de entregarme a la gente y vivir en unión con Él, de  mi sacerdocio recién estrenado, o de los amores y piropos que el Hijo me decía de la Madre y que yo, no sólo escribía, sino que decía en voz alta, cuando estaba solo en la Iglesia, y a veces no tan solo. De todo eso, aunque sólo son unas páginas, quiero decir algo.

            Repito, --porque esas emociones y sentimientos no se olvidan--, que no es menor el gozo y la fuerza con que el Hijo me hablaba de su Madre y quería que me dirigiera a Ella, sobre todo en horas de soledad, fracasos, problemas, o sencillamente, para que encontrara una palabra de dulzura y suavidad a las incomprensiones y durezas de la vida.

            Lógicamente también pongo los piropos que Jesús me decía o me inspiraba en relación con su Madre;  siempre he piropeado, pero en voz alta y clara a la Virgen, aunque hubiera gente delante, como ahora lo sigo haciendo algunas veces.

            En fin, voy ya a transcribir estos sentimientos tal cual. Puedo aseguraros que al escribirlos entonces no hice ni corregí una sola palabra; los estoy viendo ahora y no hay ni una sola tachadura; esto no quiere decir que fueran las más acertadas y correctas, no, sólo quiere decir que me salían del corazón y seguidas y así las escribía y me siguen saliendo.

                        

5. 2. LA VIRGEN ES DULZURA Y MIEL DE NUESTRAS ALMAS. Es una criatura tan pura, tan encantadora, tan delicada, tan profunda y verdaderamente humilde y sencilla, que se la quiere sin querer. La Virgen es mi madre, mi auténtica mamá del alma. (…nuestra madre, nuestra…)

 

6. 2. Qué alegría, qué dicha más grande tener la misma madre que el Hijo de Dios, que el Ser Infinito. Porque la Virgen es tu madre, Cristo, pero también es mi madre. Tú lo quisiste y yo estoy feliz con Ella. ¡Qué suerte he tenido! ¡Este sí que es el mejor tesoro que me has dado! ¡Gracias, Cristo del Sagrario!A mí me parece que en el mundo actual falta experiencia de esta Hermosura que tú elegiste y preparaste para que fuera tu Madre, nuestra madre. Qué gozo tenerte por madre, Virgen guapa y hermosa. Te quiero.

.

5. 3. MARÍA QUIERE SER MADRE DE TODOS, especialmente de los sacerdotes, porque son prolongación de su Hijo, de su ser y existir como Sacerdote Único del Altísimo. ¡Y cuánto la necesitamos para que nos ayude a ser vírgenes, con amor único, exclusivo y total a Cristo Sacerdote, como el suyo, como Ella le amó. Enséñame, Madre, a amar así; yo no sé ni puedo. Pero si Tú me ayudas, si Tú eres mi modelo y me llevas de la mano, lo conseguiré. Porque eres madre del Amor Hermoso, que es la Verdad y la Vida, que es tu Hijo, sobre todo, Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados agradable al Padre. Tú lo puedes todo de Él, hasta adelantar su “hora”: Caná de Galilea. Tú eres madre sacerdotal. De los bautizados y de los Ordenados. Porque Tú eres la Madre del Único Sacerdote del Altísimo. ¡Madre sacerdotal, te necesitamos! ¡Necesitamos tu ayuda y tu ejemplo! ¡Ayúdanos!

 

5. 4. ¿QUIÉN LA DIJO A LA VIRGEN QUE TENÍA QUE SUBIR HASTA EL CALVARIO?

 ¿Quién te inspiró esa idea? ¿Qué hacía allí la Madre entre blasfemias y desprecios? ¿Quién la empujó hasta la cima del Calvario y del dolor?  Su amor, sólo su amor, su amor al Hijo y a los hijos. Por eso Jesús nos lo explicó todo y nos lo confirmó: “He ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”; y en Juan estábamos representados todos los hombres, especialmente los sacerdotes.

            Querido hermano, he ahí a tu madre, a nuestra madre. Ámala, confía en ella, ven a su regazo materno con más frecuencia. Lo notarás en tu corazón, en tu oración, en tu vida. Entre dolores infinitos sigue dándonos a luz divina y eterna, a la vida del Hijo, conseguida con su dolor “junto a la cruz”, y la sangre del Hijo Salvador y Redentor por la cruz.

 

5. 5. LA SANGRE DERRAMADA POR JESÚS ERA DE LA VIRGEN, y aquellos sufrimientos de Jesús, a los que quiso unir los de su Madre, eran los que la Justicia Divina exigía como rescate de nuestras almas condenadas a la soledad y oscuridad eternas de un Dios Amor y a la ausencia eterna y para siempre de su Felicidad compartida en compañía y gozo infinito de Dios Trino y Uno,  entre Esplendores y Fulgores del Hijo, con fuego de Amor de Espíritu Santo, eternamente encarnando por ese mismo Amor, que es Espíritu Santo, al Hijo en una Madre que eternamente nos comunica la Vida y la Verdad eterna del Hijo, contemplada en su Hermosura y Belleza de Madre del Verbo, “cordero degollado” (por amor) eternamente ante el trono de la Santísima Trinidad, aclamado y alabado por el coro de los ángeles, ancianos y santos y santas, hijos de la Madre y hermanos del Hijo, que cantan delante “del trono de Dios” Fuerte y Grande.  

Y todo esto te lo debemos a Ti, Cristo del Sagrario, que fuiste valiente en adorar al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida; y tú, Madre suya, nuestra Madre, que quisiste compartir y compadecer y corredimirnos con Cristo tu Hijo.

            Gracias, Señor Jesucristo, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta Víctima de nuestros pecados, que lo diste todo por nosotros hasta dar la vida y quedarte para siempre hecho pan de Eucaristía en todos los sagrarios de la tierra para ser nuestro amigo y salvador; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos; y gracias Madre, porque “junto a la cruz estaba su madre...”, gracias porque todos los días cumples el mandato y la voluntad de tu Hijo: “ahí tienes a tu hijo”, y me ayudas y siento tu cariño y mano protectora de Madre, hermana y amiga. Gracias, hermosa nazarena. Te quiero.

 

5. 6. Miradla “junto a la cruz”, está sufriendo con su Hijo por ti y por mí. Jesús y María no  pecaron ni injuriaron a Dios ni una sola vez ni tenían deudas con Él. Ella fue Inmaculada desde el primer instante de su ser y, sin embargo, sufrieron por nosotros el pecado que tú y yo cometemos con facilidad y teníamos que haber pagado.

            ¡Cuánto nos quiere, cuánto me quiere la Virgen! ¡Qué gran madre tenemos! ¡Qué plenitud de gracia, hermosura y amor! ¡Qué entrega, qué generosidad en la madre del Hijo, en la madre de todos los hombres y en el Hijo de la Madre! Y para que yo me convenza de que todo es verdad, de que Tú, Cristo, nos quieres, te quedas en todos los sagrarios para explicarme todo esto y para seguir diciendo a la Madre, “ahí tienes a tu hijo”.

            ¡Qué pareja más convincente de certezas de amores, salvación y entrega forman el Hijo crucificado y la Madre dolorosa! ¡Qué pareja más formidable de pasión amorosa formaban la Madre del tal Hijo Jesús de Nazaret!

            Allí, en el Calvario, junto a su Hijo y unida a Él, nos dio a luz y nos engendró a vida inmortal y eterna, entre sufrimientos y dolores de parto, a vida divina junto a su Hijo, que, viendo al Padre entristecido, porque los hombres no podían entrar en su cielo, para el que fueron creados, quiso consolar a su Padre que tenía nostalgia de los hombres, sus hijos, y el Hijo le  dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y nos amó y vino en nuestra búsqueda por María y nos abrió las puertas de la eternidad.

            Agradezcamos al Hijo, agradezcamos a la Madre tanto amor. Correspondamos a su entrega de amor de madre y hermana y amiga. No seamos hijos ingratos que no valoran los sufrimientos de una madre; o hermanos olvidadizos de los trabajos de nuestra hermana mayor; o de los afectos personales de nuestra amiga del alma, que tanto nos quiere y piensa y se desvive por todos nosotros.

            Seamos auténticos hijos, limpios de pecados, como la Madre Inmaculada; auténticos hermanos generosos, que sepamos agradecer sus trabajos de “mujer” en la historia de la Salvación; auténticos amigos, que nos gocemos de encontrarnos y pasear con Ella en diálogos permanentes de amor y cariño. Seamos, en definitiva, personas entregadas a Dios y a los hombres como Ella, como Ella nos engendra junto a Cristo, como Ella nos pide y desea y nos quiere.

 

5. 7. María, camino cierto para encontrar a Cristo

La madre María es el camino más fácil y cierto de encontrar al Hijo. De verdad, queridos hermanos, hoy por hoy, yo no conozco otro camino más rápido y seguro para llegar a Dios que la Virgen. Ella fue el camino escogido por el Padre para llegar hasta nosotros, para enviarnos a su Hijo, por algo sería, y Ella nuevamente ha sido escogida y colocada por Dios en la vida espiritual para ser el camino de los hombres hasta Dios. Y así fue en Nazaret y así lo ha seguido siendo en la Historia de la Salvación.

            Si Dios todopoderoso, con plena confianza, entregó a su Hijo Predilecto, su Preferido, que es Dios infinito, a los cuidados de María para que lo educara y formara ¡cómo no lo hará con nosotros! Si Dios tuvo plena seguridad en Ella para confiarle a su Hijo Divino, cómo no tenerla nosotros, cómo vamos a desconfiar de Ella, nosotros, pobres criaturas, seres finitos y limitados y necesitados de todo.

            A Ella debemos confiarnos con la plena seguridad de que nos llevará hasta Dios. Dejémonos educar en la fe y en la relación con Dios y en el amor a los hermanos por Ella.

            Por eso, buscar la unión con María es buscar la unión con Dios. Confiarnos a su amor y cuidados es confiarnos y estar en los brazos de Dios, es imitar a Jesucristo que así lo vivió, lo quiso y nos dio ejemplo, siendo sumiso y obediente a su voluntad, convencido de que así lo quería el Padre. Es imitar a Jesucristo, nuestro modelo de santidad y unión con el Padre, que buscó y tuvo esta unión en grado insuperable; es imitar al Padre que confió y entregó a la Virgen nazarena, a la Virgen hermosa y madre, a su Hijo amado, igual a Él en todo y en el que tenía todas sus complacencias.

           

 8. 8. María, camino seguro de santidad.  Porque Ella tuvo muchas veces entre sus brazos a Jesús; Ella convivió  con Él, lo llevó en su seno, tuvieron un mismo respirar y latidos de corazón, la misma sangre...Ella conoce perfectamente su carácter, su temperamento, su psicología, su manera de ser. Ella sabe cómo piensa. Qué ratos más divinos y amables pasaron juntos, con sus manos entrelazadas, con miradas de amor, qué cosas, qué secretos más íntimos le confiaría Jesús, qué gozo de madre al oírlos, qué le confiaría a la Madre, qué escucharía de amor y confianza el Hijo, qué intimidades, quién pudiera entrar y tocar y entrelazar las manos con el Hijo y la Madre...

            ¡Pues podemos!, podemos y es verdad y uno puede entrar en diálogo de amor con la Madre y el Hijo. Y esto es el Sagrario y la Eucaristía. Y la vida en el Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo comunicado a la Virgen, que la “cubrió con su sombra”; y por María, desde Pentecostés, por el mismo Espíritu de Dios, a todos sus hijos.

            De esta forma, la vida cristiana “en Espíritu y Verdad”, la vida en el Espíritu de Cristo, en la Verdad que es el Verbo de Dios, y en el Espíritu que es el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre diciéndose y comunicándose total e infinitamente, se convierte en el alma, en mi espíritu, en experiencia y vivencia permanente de Dios y sus Misterios, en vivencia y relación de amor vivo con la Virgen.

            Hay diálogos que superan las palabras, no necesitan palabras, porque es comunicación de Espíritu de Dios al espíritu y alma del hombre, y sientes a Dios, su vida en tu vida por la gracia y por la oración, por el diálogo de amor.

            Es la experiencia de Dios por el Amor de Dios comunicado, por la oración unitiva y contemplativa, por el diálogo sin palabras porque se hacen en la Palabra en la que el Padre nos dice todo con su amor de Espíritu Santo, en su mismo Amor, en el que nos manifiesta, nos deletrea y canta también, lleno de gozo,  todo su Amor de Dios Trino y Uno a María, a su Iglesia, y a cada uno de nosotros.

            Eso se llama unión mística. Todos nuestros místicos lo sintieron; y todos nosotros, por la gracia de Dios y la oración, estamos llamados a esta unión e intimidad y experiencia de Dios.

            Por todo esto, la Madre conoce perfectamente a Jesús, y Ella es la que mejor nos puede llevar a Él. Nadie, ningún padre espiritual, ningún sacerdote puede llevarnos a Jesús mejor que María. Ella es la única que sabe lo que hay que hacer siempre y en cada circunstancia. Ella conoce el corazón y el espíritu de Jesús. Ella adivina sus reacciones y sentimientos, ella es la única que puede guiarnos con seguridad hasta Él.

            Digamos a la Virgen: Madre, somos hijos de tu amor, pobres y necesitados de tu ayuda. Estamos ciegos de tanto materialismo y paganismo contrarios al evangelio que nos impiden seguir el camino recto que nos lleva a tu Hijo.

            Sé nuestro lazarillo que nos lleve de la mano hasta tu Hijo para que nos cure la ceguera, como cuando estaba en Palestina y curaba a los ciegos de vista y corazón; sé tú nuestra fuerza para correr esta carrera del Amor, como cuando lo ofreciste niño en el templo de Jerusalén o lo buscaste perdido hasta encontrarlo en el templo en oración y  con los Doctores y liturgos.

            Sé tú el rótulo que nos indique el camino, como los Magos “encontraron al niño en brazos de su madre”; tú eres el mejor camino para encontrarnos con “el Camino, la Verdad y la Vida” que es tu Hijo.

            ¡Virgen hermosa, Virgen de amor, contigo quiero siempre vivir y en un abrazo tuyo de amor, quiero morir, así quiero morir!

 

 5. 9. Las lágrimas de la Virgen en Siracusa

           

Queridos fieles: esta tarde quisiera preguntaros a vosotros cuál os parece será la causa y el por qué último de las recientes apariciones de la Virgen. ¿No lo habéis pensado? Pues yo voy a intentar explicaros  esta razón según los criterios e ideas que me he formado en los ratos de conversación y oración con nuestra Madre.

            La Virgen no está muerta, está viva en el cielo. Desde allí nos ve, ve todo este mundo y todos sus problemas y necesidades. Sí, hermanos, la Virgen nos está viendo ahora mismo, en este momento, a las 7 de la tarde de este 7 de diciembre de 1962 (de este dato saco la fecha en que están escritos estas anotaciones e improvisaciones sobre la Virgen). No ha muerto la Virgen, aunque hayan querido matarla en este siglo los rusos, los comunistas y los ateos, el racionalismo y el paganismo.

            Y no sólo vive, sino que nos ama locamente a todos nosotros, sus hijos de la tierra, muchos de los cuales viven despistados, han perdido el rumbo y el sentido verdadero de por qué viven y para qué viven, y se comportan como si Dios no existiera, como si la condenación y la salvación eterna no fuera con ellos, como si la eternidad con Dios o sin Dios, eso es el infierno, oscuridad eterna como si uno estuviera solo en una habitación oscura sin ver, oír, sentir personas o ruidos eternamente, como si eso no pudiera suceder nunca.

            Las apariciones de la Virgen manifiestan su amor actual a todos sus hijos los hombres. A la Virgen se le parte el corazón de pena, al ver que sus hijos, los que su Hijo le confió y ella ayudó a engendrar para la vida eterna, entre dolores infinitos, porque la vida y la salvación son infinitas, se le escapan de su regazo materno de vida y salvación y se condenan para siempre, para siempre, para siempre. Y Ella es madre, la madre de todos.

            Por eso sufre y no lo puede soportar. Y por eso, como no puede aguantar este dolor por los hijos, se aparece y les manifiesta su preocupación por la salvación eterna, y últimamente, no solo nos habla del infierno y de la condenación y de que cumplamos los mandamientos de Dios para que lleguemos al cielo, por el cual su Hijo vino a este mundo en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la eternidad, últimamente se aparece y no puede hablar por la pena que tiene, por eso se aparece con los ojos llenos de lágrimas.

            ¿Qué nos dicen las lágrimas de Siracusa? ¿Qué nos quiere decir nuestra Madre llorando a través de imágenes? ¿Por qué llora la Virgen si está en el cielo?

Decía el Papa Pío XII con motivo de la celebración del año Mariano de 1954, en referencia a las lágrimas de la imagen de Siracusa: «Sin duda María es en el cielo eternamente feliz y no sufre dolor ni tristeza; pero no es insensible, antes bien alienta siempre al amor y la piedad para el desgraciado género humano, a quien fue dada por Madre, cuando dolorosa y llorando, estaba al pie de la cruz. ¿Comprenderán los hombres el lenguaje de aquellas lágrimas de María? Eran sobre el Gólgota lágrimas de compasión por Jesús y de tristeza por los pecados del mundo. ¿Llora todavía por las renovadas llagas producidas en el Cuerpo Místico de Jesús? ¿O llora por tantos hijos a quienes el error y el pecado han apagado la vida de la gracia y ofenden gravemente a Dios O ¿son las lágrimas de espera por el retorno de los hijos suyos, un día fieles y hoy arrastrados por falsos encantos entre los enemigos de Dios?

            Queridos hermanos: La Virgen llora porque los hombres siguen pecando, condenándose y cayendo en el infierno. Ella llora y no habla, porque muchos no se lo creen, a pesar de lo claro que se lo ha dicho a los pastorcitos de Fátima; Ella llora porque Ella ve con más claridad que nosotros la luz del sol, porque lo hace desde la luz divina, ve en presente eterno el infierno, el castigo de los malos hijos, ve todo eso, y como nos ama inmensamente no puede soportar tanto dolor y no puede hablar, sólo llora.   

            Y así se ha comunicado últimamente a los hombres. Y como los hombres no hacemos caso a sus palabras de Fátima, por eso, ahora se aparece y nos da su mensaje, pero no con palabras, sino con sus lágrimas. La última aparición de la Virgen ¿sabéis cómo será? Clavada en una cruz junto a su Hijo. Si los hombres nuestros hermanos no han hecho caso a los mensajes de Fátima, que hagan caso a la lágrimas de Siracusa.

                                 

5. 10. La Virgen sufre mucho los desprecios al Hijo-hijo y al Padre Dios, y los olvidos y ofensas al Hijo, su Hijo, por parte de los hombres, que se alejan así de la salvación eterna, del proyecto de Dios sobre el hombre y del envío y Encarnación del Hijo que vino en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la Eternidad y Felicidad con Dios Trinidad.

            Por eso su corazón de Madre del Hijo y de los hijos estalla primero en palabras y ahora en lágrimas. Y baja de los cielos, y se abre su rostro y su eternidad en el tiempo y en espacio: Lourdes, Fátima, Siracusa, y se aparece triste, inmensamente triste  nuestra madre y dice a Bernardita en Lourdes y a los Pastorcitos en Fátima, que, por piedad, los hombres  sus hijos hagan penitencia de sus pecados y pidan perdón a Dios por todos ellos.

            No puede soportar la Virgen tanta amargura y tanta tristeza y se lo comunica a los hombres que aún están en la tierra para que se conviertan y vayan al cielo. Y como prueba, no dice que Rusia se convertirá. Parece imposible. Pero lo ha dicho la Virgen. Y se cumplirá. Para eso nos ha recomendado el rezo del rosario. Yo ahora he vuelto a rezarle completo, siempre que puedo y por eso le rezamos en la Iglesia. Rusia se convertirá.

            ¿Comprendéis ahora cuál es la razón de las apariciones, veis ahora claro la causa y el por qué la Virgen se aparece? Es debido a que Ella ve la verdad y la eternidad del infierno, y no quiere que ninguno de sus hijos caiga en él. Su amor y su interés por nosotros no puede soportar tanta tristeza sin comunicárnosla.

            Por eso se aparece para comunicarnos a todos sus hijos lo que Cristo nos dijo y los hombres no quieren creer y aceptar: que son eternidades, que con la muerte no caemos en el vacío o en la nada, sino en la eternidad de Dios: con Dios o sin Él en soledad y oscuridad eternas, sin diálogo, en noche eterna como persona perdida en un glacial sin vida a miles y miles de kilómetros de la luz, del ruido, de la vida, en noche eterna del Dios que nos soñó y nos amó y nos creó para una eternidad de gozo y diálogo contemplativo con Él.

 

((Me alegra ver confirmados todos estos pensamientos y sentimientos míos de hace cuarenta y seis años por unas palabras de Juan Pablo II hace cinco años, 2003, a Siracusa. Hizo una homilía y catequesis estupenda; por razón de espacio, abrevio una nota del L´Osservatore Romano: « Las lágrimas de la Virgen y Juan Pablo II: El 31 de agosto 2003, el Papa consagró a Europa y a todo el mundo, especialmente las regiones que más sufren, a las lágrimas de la Virgen María.  El Papa recordó la «Virgen de las Lágrimas» de Siracusa, Sicilia (Italia), por el «milagro de las lágrimas» ocurrido hace 50 años (1953) y reconocido por el Papa Pío XII. El Papa Juan Pablo II la invocó para pedirle protección para «quienes tienen más necesidad de perdón y reconciliación».  El Papa añadió: «A ti, dulce Virgen de las Lágrimas, presentamos a la Iglesia y al mundo entero. Enjuga las lágrimas que el odio y la violencia provocan en muchas regiones de la Tierra, especialmente en el Medio Oriente y en el Continente africano».

 

********************************

********************************

AÑADO EN ESTA MISMA LÍNEA ESTA CATEQUESIS DEL SANTO PADRE, 6 DE NOVIEMBRE DE 1994

 

«1. Hay un lugar en Jerusalén, en la ladera del Monte de los Olivos, donde, según la tradición, Cristo lloró por la ciudad de Jerusalén... el llanto de Cristo en el Monte de los Olivos no fue de alegría. En efecto, exclamó: "¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa" (Mt 23, 37-38).

            En el llanto de Jesús por Jerusalén se manifiesta su amor a la ciudad santa y, al mismo tiempo, el dolor que experimentaba por su futuro no lejano, que prevé: la ciudad será conquistada y el templo destruido; los jóvenes serán sometidos a su mismo suplicio, la muerte en cruz. "Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lc 23, 30-31).

 

3. Sabemos que Jesús lloró en otra ocasión, junto a la tumba de Lázaro. "Los judíos entonces decían: Mirad cómo quería. Pero algunos de ellos dijeron: ‘Éste que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?’" (Jn 11, 36-37). Entonces Jesús, manifestando nuevamente una profunda turbación, fue al sepulcro, ordenó quitar la piedra y, elevando la mirada al Padre, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, sal fuera!"(cf. Jn 1, 38-43).

 

6. Los relatos evangélicos no recuerdan nunca el llanto de la Virgen. No escuchamos su llanto ni en la noche de Belén, cuando le llegó el tiempo de dar a luz al Hijo de Dios, ni tampoco en el Gólgota, cuando estaba al pie de la cruz. Ni siquiera podemos conocer sus lágrimas de alegría, cuando Cristo resucitó.

            Aunque la sagrada Escritura no alude a ese hecho, la intuición de la fe habla en favor de él. María, que llora de tristeza o de alegría, es la expresión de la Iglesia, que se alegra en la noche de Navidad, sufre el Viernes santo al pie de la cruz y se alegra nuevamente en el alba de la Resurrección. Se trata de la Esposa del Cordero, que nos ha presentado la segunda lectura, tomada del Apocalipsis (cf. 21, 9).

 

7. Conocemos algunas lágrimas de María por las apariciones con las que ella de vez en cuando acompaña a la Iglesia en su peregrinación por los caminos del mundo. María llora en La Salette, a mediados del siglo pasado, antes de las apariciones de Lourdes, en un período durante el cual el cristianismo en Francia afronta una creciente hostilidad.

            Llora también aquí, en Siracusa, al término de la Segunda Guerra Mundial. También en ese período llora la imagen de la Virgen de Czestochowa, en Lublín: Las lágrimas de la Virgen pertenecen al orden de los signos; testimonian la presencia de la Madre Iglesia en el mundo. Una madre llora cuando ve a sus hijos amenazados por algún mal, espiritual o físico. María llora participando en el llanto de Cristo por Jerusalén, junto al sepulcro de Lázaro y, por último, en el camino de la cruz.

 

9. Hoy, aquí en Siracusa, puedo dedicar el santuario de la Virgen de las Lágrimas. Aquí estoy finalmente, por segunda vez, pero ahora vengo como Obispo de Roma, como Sucesor de Pedro, y realizo con alegría este servicio a vuestra comunidad, a la que saludo con afecto.

 

11. Santuario de la Virgen de las Lágrimas, has nacido para recordar a la Iglesia el llanto de la Madre.

            Vengan aquí, entre estas paredes acogedoras, cuantos están oprimidos por la conciencia del pecado y experimenten aquí la riqueza de la misericordia de Dios y de su perdón. Los guíen hasta aquí las lágrimas de la Madre. Son lágrimas de dolor por cuantos rechazan el amor de Dios, por las familias separadas o que tienen dificultades, por la juventud amenazada por la civilización de consumo y a menudo desorientada, por la violencia que provoca aún tanto derramamiento de sangre, y por las incomprensiones y los odios que abren abismos profundos entre los hombres y los pueblos.

            Son lágrimas de oración: oración de la Madre que da fuerza a toda oración y se eleva suplicante también por cuantos no rezan, porque están distraídos por un sin fin de otros intereses, o porque están cerrados obstinadamente a la llamada de Dios.

            Son lágrimas de esperanza, que ablandan la dureza de los corazones y los abren al encuentro con Cristo redentor, fuente de luz y paz para las personas, las familias y toda la sociedad.

            Virgen de las Lágrimas, mira con bondad materna el dolor del mundo. Enjuga las lágrimas de los que sufren, de los abandonados, de los desesperados y de las víctimas de toda violencia.

            Alcánzanos a todos lágrimas de arrepentimiento y vida nueva, que abran los corazones al don regenerador del amor de Dios. Alcánzanos a todos lágrimas de alegría, después de haber visto la profunda ternura de tu corazón.

            ¡Alabado sea Jesucristo!»

 

 

*************************************

*************************************

 

No quiero decir nada. Juzgarlo vosotros mismos. Es lo siguiente: Todas las mañanas, al subir de la oración, lo primero que hago es ver Zenit por Internet, que trae las noticias más importantes del Vaticano y de la Iglesia. Ayer por la tarde terminé de poner el escrito anterior sobre las lágrimas de Siracusa. Pues bien, en Zenit esta mañana venía la siguiente:

 

«Representante papal en el cuarto centenario de la Virgen que lloró en Lituania: El cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia.

CASTEL GANDOLFO, jueves 21 de agosto de 2008 (ZENIT.org) El cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, será el enviado especial de Benedicto XVI en las celebraciones del cuarto centenario de la aparición de la Virgen en Siluva (Lituania), según hizo público este jueves la Santa Sede.

 

La Virgen que lloraba

 

Las apariciones de la Virgen tuvieron lugar en la aldea de Siluva (Lituania) en 1608, doscientos cincuenta años antes que las apariciones de Lourdes. La peculiaridad es que la Virgen se apareció a personas que no eran católicas.

            Unos pastorcitos vieron a una hermosa mujer, vestida de blanco y azul y con un bebé en brazos, envuelta en un suave resplandor, que lloraba amargamente, y que desapareció de forma repentina.

            Posteriormente, la Virgen volvió a aparecerse llorando ante una muchedumbre encabezada por el pastor calvinista de Siluva, que habían acudido al lugar indicado por los niños.

            En el lugar de las apariciones se encontró un icono de la Virgen de la anterior iglesia católica del pueblo, que había permanecido oculto durante casi cien años. Tras aquellos hechos, y varias curaciones milagrosas, después de ochenta años de vigencia del calvinismo, esta aparición milagrosa devolvió a Lituania a la fe católica.

            El milagro fue reconocido a través de un decreto papal publicado por Pío VI el 17 de agosto de 1775. Siluva se ha convertido desde entonces en el santuario mariano más importante de Lituania».

 

*********************

Yo creo que la Virgen ha querido que añada esta noticia. Y lo ha querido porque quiere que nosotros seamos más sensibles ante sus mensajes: le duelen los pecados que los hombres cometen contra Dios, por no creer en Jesucristo, su Hijo, que ha venido para buscarnos, salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad. Por eso Ella llora, y nos sigue buscando.

 

6. 11. María es mediadora y, a la vez, madre. Ha sido Dios quien la he escogido para ambas funciones, mejor dicho, para ser nuestra madre, y todas las madres son mediadoras y medianeras. Todos los títulos que su Hijo y la Iglesia le han dado a través de los siglos, todos se reducen a su maternidad, maternidad física del Hijo y  espiritual en relación con la humanidad, especialmente con la Iglesia, que la acepta como Madre y Señora.

            ¡Cuántas trampas hace a su Hijo, Ella que nos quiere tanto! Qué difícil convencer a una madre de que su hijo es malo, que tiene defectos. La madre encuentra siempre pretextos y razones para excusar al hijo; es aquello de que el corazón tiene razones que la inteligencia no comprende.

            Qué alegría saber que la salvación de nuestras almas está en manos de una madre, de María; qué seguro estarías tú de que irías al cielo si hubiese de ser tu madre de la tierra la que te iba a juzgar. Los que son auténticos hijos de María tienen esta certeza: de que se salvarán  porque Ella encontrará ante Dios las razones para excusar nuestras faltas  y pecados.

            Me juzgará Dios, que también me quiere, porque me soñó y me creó para una eternidad de gozo y luz con Él, pero Él me ha querido dar esta ayuda de la madre para la tierra y para el cielo. Yo sé que mi salvación está en buenas manos, en las de mi Madre de María, porque yo se la he encomendado.

            No sé por qué dudar de la madre del cielo cuando no dudamos nunca de la madre de la tierra. Yo no tengo dudas, quiero y he querido muchísimo a mi madre de la tierra, me decían que era un «sobón» porque de niño no me apartaba de ella, pero más que a todas las madres de la tierra, yo quiero y sigo y me alegro con la madre del cielo, con mi madre del alma.

             ¡Cuántas delicadezas de esta madre del cielo cuando menos lo esperas! ¡ Cuantos peligros superados “de mar, de tierra, de ladrones...”!   ¡Cuántas gracias puestas en el corazón de los hijos sin haberlas pensado ni pedido! lo digo de verdad, por propia experiencia. No sé por qué dudar del amor de Dios cuando tenemos a su Madre que tanto nos quiere. Yo me fío más de Ella para la salvación y para todo, que de mí mismo.

            Si tu madre de la tierra es rica, tú estás convencido de que no te faltará nada. Pues así, esta misma seguridad podemos y debemos tener respecto a la madre del cielo. Es riquísima, toda llena de gracia y dones de Dios. Yo la tengo, lo digo sin vanidad ninguna, porque la gozo, la siento, me acompaña siempre, con ella todo lo tengo, nada me falta. Si sufro, ella es mi consuelo. Si gozo, Ella está en mi alegría, la invoco, la alabo, Ella está siempre presente.

            Querido hermano, la Virgen es tu madre. La que más te quiere y te ama. Yo he experimentado este amor, y confieso públicamente que es entrañable, con detalles de madre, cuando menos lo piensas, cuando más lo necesitas, aunque en ese momento no te acuerdes de Ella.

            Muchas veces le digo: Madre, este problema, esta petición te la hago así, yo veo así la solución de este asunto, pero si tú lo ves de otra forma, me fío más de ti que de mí mismo; hazlo todo según tu criterio y ayúdame.

            Y por las mañanas, al despertar, un beso y le digo: ¿qué podemos hacer juntos hoy? Y a Cristo: ¿qué quieres hacer hoy por mi humanidad prestada? Porque al principio les decía: ¿qué queréis que haga por vosotros? Y mis fuerzas eran pocas y me cansaba pronto. Ahora yo les ayudo. Y me va mejor.

            Amemos a la Virgen. Agarrémonos fuertemente a su manto y digámosla, mejor cantando: «Madre mía,  Madre mía, aunque mi amor te olvidare, tú no te olvides de mí».

 

 6. 12. La Virgen en la hora de nuestra muerte

 

a) Qué alegría saber que Ella estará presente en la hora de mi muerte porque se lo hemos pedido muchas veces: «Y después de este destierro muéstranos a Jesús fruto bendito de tu vientre». Qué alegría saber  que nuestra salvación está en manos de una madre, de la madre del cielo. Las madres nunca fallan, nunca decepcionan. Siempre están junto al lecho de sus hijos, junto a los enfermos, los drogadictos, los encarcelados... nunca se avergüenzan de ellos, nunca les abandonan. Qué alegría sentir cerca de ti a la Reina del cielo, Salud de los enfermos, la Mujer nueva, “vestida de sol, coronada de estrellas”, que viene a tu encuentro y está junto a ti cerca de tu partida al cielo.

           

b) La Virgen ha tenido y tiene muchos hijos que la quieren como madre y todos piensan en este aspecto igual de Ella. Por eso tiene muchos santos en torno suyo, porque todos quisieron estar junto a ella en el cielo. Y allí están. Y estaremos. Era tal el gozo y la confianza de algunos, que deseaban morirse para estar con ella. Es aquello de que «muero porque no muero», pero referido a María. Santa Bernardita, por  ejemplo, cuando le enseñaban imágenes de Ella, contestaba: «¡Oh no, mi madre del cielo, la que yo he visto y quiero volver a ver, es mucho más guapa y hermosa».

 

c)  La que intercedió en Caná en un asunto meramente humano, no se olvida ante su Hijo de los asuntos eternos de todos los hijos, a los que dio a luz junto a su Hijo en el Calvario. Esforcémonos por ser buenos hijos de María, porque eso nos hace a la vez buenos hermanos de Cristo y buenos hijos del Padre común.

            Estemos contentos y alegres y confiados los hijos de la Virgen, porque nuestra salvación está en manos de una madre que nos quiere infinito con el Amor mismo de Dios, que es Espíritu Santo, que con su sombra la llenó de la Palabra que el Padre deletreó y pronunció y cantó lleno de Amor en su seno, en su carne y en su corazón y en su espíritu,  hasta el punto de que hizo en Ella Carne a su Verbo, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, esa carne del Hijo Eterno del Padre, con el que Maria comparte ser principio en el tiempo, pero en el mismo Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que les hace ser Padre e Hijo por el mismo Amor y Fuego y Predilección del Espíritu Santo.

             Ese mismo amor, “con su sombra”, con su presencia, y por su potencia creadora, a mí me ha hecho sacerdote, presencia de Cristo sacramental, por la Ordenación sacerdotal.

            El Padre me amó, me eligió y me llamó a ser hijo Sacerdote en el Hijo Encarnado, y le beso y doy gracias; el Hijo me pidió mi humanidad: “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”  y se la presté. Y en el día de mi Ordenación me envió su mismo Espíritu, no hay otro, que me llenó del Espíritu del Único y eterno Sacerdote.

            Y todo esto, lo repito nuevamente ahora, y quiero terminar como empecé este libro que es mi vida de amistad con María, todo esto en mí me vino por y  desde María.

            Pido a la Virgen, Hermosa nazarena y madre sacerdotal, madre de alma de todos los creyentes, que reciba benignamente estas páginas escritas en su honor, y obtenga a cuantos las lean la gracia de conocerla mejor y amarla más, porque es lo único que he pretendido, como así lo quiso su Dios y Creador e Hijo, que nos la dio como madre:

            «Dulce Madre, Virgen pura, Tú eres siempre mi ilusión; yo te amo con ternura y te doy mi corazón. Siempre quiero venerarte, quiero siempre a Ti cantar. Oye, Madre, la plegaria, que te entono con afán, que-teen-to-no-con-a-fán. Madre, cuando yo muera, acógeme; ay, en el trance fiero, defiéndeme; Madre mía, no me dejes, que mi alma en ti confía; Virgen  mía, sálvame; Virgen mía, sálvame».

BIBLIOGRAFÍA

 

ALEJANDRO MARTÍNEZ, María en la fe Católica, R. Agustiniana, Madrid 2003.

BENEDICTO XVI, Enseñanzas de Benedicto XVI. Diccionario tomo 1 (2005), tomo 2 (2006), tomo 3
(2007): voces: ESPÍRITU SANTO y PENTECOS- TÉS Edibesa, Madrid, 2006, 2007, 2008.

BENEDICTO XVI, Catequesis sobre los Padres de la Iglesia, Revista Ecclesia, Madrid 2008.

CÁNDIDO POZO,  María en la Escritura y en la fe de la Iglesia, BAC, Madrid 1979.

CARMELO GRANADO, El Espíritu Santo en la Teología Patrística, Edit. Sígueme, Salamanca 1987.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, B.A.C., Madrid 1992.

COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, BAC Madrid 1997.

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Misas de la Virgen, C. litúrgicos, Madrid 1990.

ENCICLOPEDIA MARIANA POSTCONCILIAR, M. Tuya, págs 393-397;

EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo, dador de vida, Edit Mercaba, Bilbao 1993.

EMILIANO JIMÉNEZ,  María, Madre del Redentor, Edit. Grafite, Bilbao 2001.

GREGORIO DÍEZ, Obras de San Bernardo, BAC, Madrid 1953.

 

GUILLERMO PONS, El Espíritu Santo en los Padres de la Iglesia, Madrid 1998;

GABRIEL DE SANTA MARÍA MAGDALENA, Intimidad Divina, Monte Carmelo, Madrid 1998.

GONZALO APARICIO, El Espíritu Santo, Abrazo y Beso de Dios, I y II, Edibesa Madrid 2007 Y 2008.

INST.  DE ESPIRITUALIDAD, Cuaderno 2º: Isabel de la Trinidad, Madrid 1984.

GUILLERMO PONS, El Espíritu en los Padres de la Iglesia, Edit. Ciudad Nueva, Madrid 1998.

HERMANA LUCÍA, Llamadas del Mensaje de Fátima, Planeta, Madrid 2001.

JAIME GARCÍA áLVAREZ, Oremos con San Agustín, EdiT. Revista Agustiniana, Madrid 1996.

JEAN GALOT, Presencia de María en la vida consagrada, Paulinas, Madrid 1989.

JEANS CLAPIER, OCD, La Aventura Mística de Isabel de la Trinidad, Burgos 2007.

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ PUCHE, María en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, Edibesa, 2006.

JOSÉ ANTONIO LOARTE, El tesoro de los Padres, Edit. RIALP, Madrid 1998.

JOSÉ GEA, La oración de la Virgen, PPC, 1988.

JOSÉ MARÍA CABODEVILLA, Señora nuestra, BAC, Madrid 1958.

JOSÉ POLLANO, Se llamaba María, Paulinas 1985

JUAN PABLO II, Catequesis sobre la Virgen María, Ed. Palabra, Madrid 1998.

JUAN PABLO II, Rosarium Mariae, Roma 2002.

JUAN ESQUERDA, Espiritualidad Mariana de la Iglesia, E. Atenas, Madrid 1994.

M.M. PHILIPON, La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, Desclée, Pamplona 1963.

MONJAS BENEDICTINAS, La Virgen María, Padres de la Iglesia, Edibesa 2005.

ORTENSIO DA SPINETOLI, María en la Biblia,

Larrainza, Pamplona 1966.

PIE REGAMEI, Los mejores textos sobre la Virgen, Patmos, 3ª Edi. Madrid 2008.

REVISTA ORAR, La oración de María, nº 146, Monte Carmelo, Burgos 1997.

STEFANO DE FIORES,  MARÍA,  donna eucarística, San Paolo, Torino 5005.

SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Enciclopedia Maríana Posconciliar, Coculsa, Madrid 1975.

TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, La Señora de la Encarnación, Madrid 2000

TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, María es un portento de la gracia, E.Vaticana 2000.

TRINIDAD SÁNCHEZ MORENO,  Frutos de oración, Madrid 1979.

 VÍCTOR CODINA, “No extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19), una iniciación a la Pneumatología, Sal Terrae, Santander 2008.

VITTORIO MESSORI, Hipótesis sobre María, Madrid 2007

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

(ANUNCIACIÓN (Detalle) Fray Angélico

IV

HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS

DE FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

PARROQUIA DE SAN PEDRO.-PLASENCIA. 1966-2018

SIGLAS

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid1986

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

• Colección VIDA Y MISIÓN, N.° 155

• Cuadro de portada:

© EDIBESA

Madre de Dios, 35 bis - 28016 Madrid

Tel.: 91 345 1992-Fax: 91 3505099

http: www.edibesa.com

E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

ISBN: 978-84-8407-535-6

Depósito legal: M-978-84-8407-535-6

Impreso en España por: Gráficas Romero

Jaraiz de la Vera.

EDIBESA. MADRID. 2009

 

 

 

 

¡SALVE,

 

MARÍA,

 

HERMOSA NAZARENA,

 

VIRGEN BELLA,

 

MADRE SACERDOTAL,

 

MADRE DEL ALMA

 

CUÁNTO ME QUIERES,

 

CUÁNTO TE QUIERO

 

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS

 

SACERDOTE ÚNICO, SALVADOR DEL MUNDO 

 

ENCARNADO EN TU SENO.

 

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,

 

Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,

 

MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO

 

¡GRACIAS!

FIN DEL CURSO PARROQUIAL EN EL PUERTO CON EL GRUPO DEL MARTES DE LOS HOMBRES (12) Y SUS ESPOSAS AÑO 1977

QUERIDOS HERMANOS:

         Hemos subido al Puerto, junto a la Madre, para estar con Ella, para despedir oficialmente bajo su mirada maternal este curso parroquial y para pedirla, como siempre, su ayuda y protección, para mantenernos fieles a los compromisos durante todo el verano.

         Como sabéis, siempre he confesado mi amor filial a la Virgen con toda verdad y sin reparo alguno, he procurado mantenerme siempre fiel, y, si caigo, Ella me ayuda a levantarme; confieso también que siempre han sido unas relaciones sencillas, nada de teologías complicadas y mis pies y mi coche saben bien este camino de encuentro con Ella y de consulta y consuelo buscado.

         De la imágenes de la Virgen mi gustan aquellas que tienen también al Hijo en sus brazos, sobre todo, esta nuestra, donde está amamantándole: es su grandeza; María todo se lo debe a su maternidad divina, a que Dios la llenó de gracias y dones para que fuera digna madre del Hijo de Dios, del Verbo Encarnado. Por eso, las Inmaculadas de Murillo, Velázquez y demás pintores son bellas, pero María con su hijo en brazos es toda la ternura y el amor de Dios en una criatura.

         Vamos a reflexionar ahora un poco sobre el misterio precisamente de la Encarnación, de la Anunciación de la Virgen.

         Hay un autor, Carlo Carretto, que en uno de sus libros trae este episodio, que nos puede ayudar a comprender a María y a José en este acontecimiento: «Vivía en Hoggar, en una comunidad de hermanitas del P. Foucauld. En poco tiempo simpaticé con los tuareg. Fue en mi encuentro con ellos, cuando tuve conocimiento de un hecho importante. Me había enterado, casi al azar, de que una muchacha del campamento había sido prometida como esposa a un joven de otro campamento, pero que no había ido a convivir con el esposo por ser muy joven. Instintivamente relacioné el hecho con el fragmento de San Lucas, donde se narra precisamente que la Virgen  María había sido prometida a José, pero que no había ido a convivir con él (Mt 1,18)

         Dos años después, al pasar de nuevo por aquel campamento, espontáneamente pregunté a uno de los siervos del amo si había tenido lugar el matrimonio de su señor. El siervo miró alrededor  con circunspección, me hizo una señal que conocía muy bien y pasó la mano por el cuello para decirme que había sido degollada; ¿el motivo? Antes del matrimonio se había descubierto que estaba encinta y el honor de la familia traicionada exigía aquel sacrificio. Sentí un estremecimiento  pensando en la muchacha muerta por no haber sido fiel a su futuro esposo». Hasta aquí su relato.

         A nosotros quizás nos sorprendan hechos de esta clase. Pero es debido a nuestra ignorancia de la historia. Entre los judíos la defensa de la castidad matrimonial era terrible. El mismo Moisés había establecido apedrear a este tipo de mujeres (Dt 22, 24; Ju 8, 5).

         Jomeini, en Irán ahora ordena fusilar a las adúlteras. Los hombres, si fallan, no pasa nada. El Islam, que no ha tenido a Jesús, el cual corrigió las leyes con la misericordia, ahorca o corta las manos por motivos más leves.

         Por eso, para comprender la grandeza de María prescindamos ahora de todas las joyas y coronas que la ponemos en sus imágenes, recojamos nuestros ojos y escuchemos el evangelio de San Lucas que nos dice: “Estando desposada su madre María con José, antes de que conviviesen, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. Mas José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla públicamente, deliberó repudiarla en secreto” (Mt. 1, 18-19).

         Todo dependía de José. Si él la denunciaba, sería apedreada, y su padre Joaquín, tal vez representando el papel de un Jomeini, cumplidor riguroso de la Ley, la hubiera dicho: “Moisés nos dijo que hay que dar muerte a estas mujeres” (Jn 8, 5).

         Recordad a la adúltera del evangelio. Ha sido zarandeada, arrastrada, arrojada a los pies de Jesús; va a ser apedreada, está sentada en el suelo, como arrodillada, con las manos cruzadas en señal de impotencia.

         Así veo yo a María en este trance. La veo no en un pedestal, sino ahí en el suelo; me imagino a cualquiera de vuestras hijas; está en estado y sentada en la arena, pequeña, débil, indefensa, esperando la sentencia de José, su esposo, de sus padres, de sus vecinos.

         Y leyendo este pasaje evangélico y meditándolo, la siento cerca, muy cerca y siento deseos de ayudarla, de echarle una mano. Es tan joven, tan indefensa. Es María.

         Cómo puede defenderse María. ¿Dice la Verdad? ¿Dice que Dios es el padre del aquel hijo? Seria blasfemar y entonces además de adultera, la tendrían como sacrílega. ¿Quien la va a creer? Mejor callar. Lo pone todo en las manos del Señor. Él, si quiere y es su proyecto, saldrá en su defensa. Y si no sale como no salió con Jesús, su Hijo, ante la condena de los judíos, está dispuesta a todo, a ser apedreada.

         Así es María. Así de humilde, indefensa, pobre como nosotros. Así me gusta. Así puede estar más cerca de nosotros. Así me acerco mejor al misterio de María. Así veo yo a María, así me gusta mirarla. Aunque la vea en un altar, yo la veo bajar junto a mi cuando la miro y ponerse a mi lado como una hermana, como una amiga, como mi Madre recorriendo y pisando la arena del mundo, de  incomprensiones, calumnias, críticas como las mías, como las suyas. María, yo te quiero así. Tú puedes ayudarme así, porque eres humana como yo, y a la vez, grande, porque creíste, te fiaste de Dios y lo arriesgaste todo por Él, porque le amaste más que a tu vida. Ayúdame a fiarme así de Dios, más que de mí mismo y de mis planes y proyectos.

         Meditando todo esto comprendo por qué Isabel su prima, a la que María había ido a visitar, conocedora de todo lo que había pasado, pudo decirla: “Dichosa tú que has creído”. Es lo máximo que se puede decir a una muchachita sencilla que ha tenido la suerte de hablar con ángeles y que ha escuchado que le decían que habría de tener un hijo que será el Hijo del Altísimo.

         Nosotros debemos también proclamarla dichosa. Es lo primero. Alabarle, bendecirla: Magníficat: “proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la pequeñez de su esclava”. Y elegirla como maestra de nuestra fe y confianza en Dios.

Porque María ha recorrido todo el camino de la fe a píe, como nosotros, Sin claridades ni apoyos extraordinarios, sino confiando sólo en la palabra de Dios. Tuvo que fiarse, correr el riesgo. Mirándola así, ya no es una persona de sólo culto, sino una amiga y compañera de viaje, la maestra de nuestra fe.

         Cuando tenga pruebas, oscuridades, dudas, cuando Dios me exija apoyarme sólo en Él y dejar todas las apoyaturas humanas y personales, renunciando a los criterios humanos, miraré a los ojos de María de Nazaret en silencio e intentaré imitarla.

         A mí me gustaría que después de meditar en aquel hecho, que mencionábamos al principio de esta reflexión, de la muchacha madre muerta en el campamento tuareg, por haber sido sorprendida en adulterio, nuestras relaciones con María fueran más íntimas, menos de culto y más de hermana y maestra  en la fe. Porque ella ha pasado por nuestros caminos, ha pisado la tierra de la duda y de la noche, ha tenido que arriesgarlo todo fiándose y aceptando el designio de Dios sobre ella, pero ignorando su desarrollo.

         María, por la fe, tuvo el valor de confiar en el Dios de los imposibles, y dejarle a Él la solución de sus problemas. La suya fue una fe pura. Esta es la grandeza  de María. No necesita de tantos mantos y coronas como ponemos en sus imágenes. Ella sólo quiere que nosotros sus hijos la sigamos e imitemos. Y para esto, basta coger el evangelio y seguir sus pasos.

María, yo te alabo y bendigo como Isabel porque has creído. Dichosa porque aceptaste el plan de Dios sobre tu vida aunque tuviste que pasar por silencios, humillaciones y calumnias. Por eso, Madre, yo te proclamo madre y maestra de mi caminar en fe y confianza en Dios. María, ayúdanos.

JUBILEO DEL HIJO, JUBILEO DE LA MADRE

(Bajada de la Virgen del Puerto: 2000)

HOMILIA DE LA MISA EN LA CATEDRAL

Queridos hermanos y hermanas, hijos todos amados y amantes de nuestra Reina y Madre, la Virgen del Puerto:

         La tradición cristiana, especialmente desde la edad media, se ha detenido con frecuencia en contemplar a la Virgen abrazando a su Hijo, el niño Jesús. Alredo de Rievaulx, por ejemplo, se dirige afectuosamente a María invitándola a abrazar a ese Hijo, al que , después de tres días, ha hallado en el Templo: «Estrecha, dulcísima Señora, estrecha a Aquél a quien amas, échale los brazos al cuello, abrázalo y bésalo y compensa sus tres días de ausencia con multiplicados besos».

         Si la inspiración de los devotos y de los artistas encontraba en la Virgen con el niño en los brazo un gesto maternal, lo verdaderamente asombroso y tierno dentro de esta piedad maternal, es sorprender a María dando el pecho a su Hijo. Qué pocas devociones contemplan y se ayudan de María dando el pecho a su Hijo para alimentar su amor a la Madre y al Hijo. Nosotros tenemos este privilegio y debemos agradecerlo y valorarlo.

         Pregunto yo, Hermanos, si esta infancia de Jesús tan llena de amor por su Madre y San José, no tuvo una influencia decisiva en esos gestos varias veces narrados por el evangelio en que Jesús cogía y abraza también a los niños con el amor y ternura con el que Él fue abrazado, recordando su propia infancia.         

         Si hoy está demostrado que al niño se le educa fundamentalmente hasta los cinco años y que desde su nacimiento, es más, aún antes de nacer, el niño ya está recibiendo influencias de la madre, de amor o de angustía, según viva ella en el ambiente familiar, tan singular gesto de Jesús revela en primer lugar la delicadeza de su corazón, capaz de vibrar con todos los toques de la sensibilidad y de los afectos humanos.

         Ciertamente en estos gestos con los niños se revela la eterna ternura que Él, como Verbo de Dios, ha recibido del Padre, que desde toda la eternidad, lo ama en el Espíritu Santo, que le ha hecho hombre en el seno de María, y que el Padre ha seguido viendo al Hijo amado en Él, en quien tiene todas sus complacencias.

         Gloria a la Santísima Trinidad que un día nos sumergerá en este océano infinito de amor y de ternura. Pero como os decía, en ese gesto de Jesús abrazando a los niños, Él ve su propia infancia gozosa con María y en este gesto se revela además del amor de su Padre Dios Trino y Uno, la ternura plenamente femenina y materna de la que le rodeó María en los largos y silenciosos años pasados en la casa de Nazaret.

          Este gesto maternal de María, reflejado por Jesús en su conducta, nos mueve a recodar y dar gracias a Dios por María de toda la ternura que nos dieron nuestros padres en nuestra infancia, damos gracias y pedimos por ellos, a la vez que rezamos para que este modelo maternal sea imitado por las madres actuales, algunas de las cuales se manifiestan mas preocupadas por otros valores menos esenciales e importantes para la vida familiar y que hace que esta no refleje toda la paz y serenidad y amor que requiere la convivencia familiar. Qué cerca tendrán a la Virgen si la invocan y la tienen por modelo. No basta engendrar, hay que cuidar con amor de esas vidas, eternidades que Dios les ha confiado.

         Hay que invertir más tiempo y dedicación a los hijos, hay que enseñarlos a rezar y amar, a ser hombres íntegros y cristianos. Para esto ha bajado también la Virgen. Para recordarnos la dedicación y el amor que todos, especialmente las madres cristianas, tienen que dedicar a la infancia, que es cuando se educa el hombre del mañana. Ella se hizo esclava del Hijo y el Hijo la hizo Señora y Reina del mundo y de la Iglesia. Solo las madres esclavas por amor de sus hijos serán coronadas por Dios y por ellos Señoras de su casa, de su familia y de sus corazones.

         Honor y alabanza a las madres, a los padres, a María modelo y ejemplo de madres. La grandeza de María radica en su maternidad divina. Porque Dios la eligió para madre, fué concebida sin pecado y gozó de una relación totalmente única también con el Padre y el Espíritu Santo. Y ahora también sigue gozando de esta relación tan poderosa que la hace ser omnipotente suplicando, rezando por sus hijos, los hombres.

         Por eso estamos reunidos aquí esta mañana. Porque es nuestra madre en el camino cristiano, porque es nuestro modelo y porque es nuestra abogada de gracia e intercesora ante Dios. Ella es la Hija predilecta del Padre, como afirma el Vaticano II. Si es verdad que todos hemos sido llamados por Dios en la persona de Cristo por pura iniciativa suya para ser sus hijos, hijos en el Hijo, esto vale de  una forma singular en María, quien le corresponde el privilegio de poder repetir con plena verdad humana la palabra que Dios Padre pronunció sobre Jesús: “Tu eres mi Hijo” Por esta excepcional cercanía a Dios goza de santidad y poder únicos que nosotros podemos y debemos utilizar. María es la Madre del Verbo encarnado y como tal Cristo la ama y la honra.

         Cristo le debe muchas cosas a la Virgen en lo humano. En el camino de la gracia ella depende totalmente de Dios. “El poderoso ha hecho obras grandes por mí... porque ha mirado la humildad de su esclava” Ella ciertamente es la madre en lo humano, pero al mismo tiempo lo reconoce como su Dios y Señor, haciéndose   discípula de corazón atento y fiel a su hijo. María es modelo de la Iglesia que peregrina por la fe, ella representa a la humanidad nueva, redimida dispuesta a recorrer el camino de la Salvación que es Cristo. Ella nos enseña a acoger plenamente a su Hijo, su mensaje de salvación, a ser dóciles a la Palabra, a acogerla en nuestro corazón, a meditarla, a cumplirla. Ella sustenta nuestra fe, refuerza nuestra esperanza, reaviva la llama del amor.

         Estamos celebrando los dos mil años del nacimiento del Hijo. Pero resulta natural que el jubileo del Hijo sea también Jubileo de la Madre. Por ello cabe esperar que de entre los frutos de este año de gracia, junto al de un amor más fuerte a Cristo, se coseche también el de una piedad Maríana renovada con una devoción que para ser auténtica:

– debe estar correctamente basada en la Escritura y en la Tradición, valorando en primer lugar la liturgia y hallando en ésta una orientación segura para las manifestaciones espontáneas de la religiosidad popular.

– ha de expresarse en el esfuerzo por imitar a la «Todasanta» en un camino de perfección personal;

 

– debe permanecer alejada de cualquier manifestación de forma de superstición y vana credulidad, acogiendo con discernimiento las manifestaciones extraordinarias con que Ella se complace en manifestarse no pocas veces por el bien del Pueblo de Dios.

– debe ser capaz de remontarse siempre a la fuente de la grandeza de María, transformándose en incesante Magníficat de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

         Queridos hermanos: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí” nos ha dicho Jesús en el Evangelio. Con mayor razón podría decirnos: “El que acoge a mi Madre, me acoge a mí”. Y María, a su vez, acogida con amor filial, una vez más nos señala al Hijo como hiciera en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga.”

NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO (Lunes, 24 abril 2006)

HOMILÍA DE LA MISA

Muy queridas hermanas y hermanos, hijos todos de la Virgen del Puerto:

Con gozo y alegría profunda nos hemos reunido esta tarde y muy temprano, a las 4, para celebrar esta eucaristía para alabanza y gloria de Dios,  y para venerar y bendecir en su novena, a nuestra Madre del Puerto.

Esta imagen de la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos amamantándolo, es el signo de la ternura de Dios a los hombres y de los hombres a Dios; pero sobre todo, es imagen del título más grande de María, fundamento y base todos de los demás títulos y prerrogativas que recibió nuestra madre del Puerto del Señor y de los hombres: María con su hijo en brazos, nos está demostrando el origen de todas sus grandezas y dones, porque ella, mujer de nuestra raza, ha sido escogida por Dios para que fuera su madre. María es Madre del Hijo de Dios. He aquí su esplendor, su fuerza, su luz y su misterio.

         La maternidad divina de María es el fundamento de todas sus gracias y prerrogativas: porque Dios la quiso Madre suya, la hizo limpia de pecado e Inmaculada desde el primer instante de su ser,  se confió a ella y quiso tenerla junto a Él en la cruz, y no permitió que su cuerpo se corrompiera en el sepulcro y se la llevó junto a Él en el cielo y desde allí vive preocupada por todos sus hijos de la tierra, intercediendo ante su Hijo. Si Dios la eligió y la quiso madre suya ¿Cómo no vamos a elegirla y tenerla nosotros como Madre, como reina y señora de nuestra vida cristiana para que nos alimente y nos ayude en nuestra existencia humana y cristiana?

Y mirando a esta Madre del Puerto, imagen y reflejo de la que está viva y gloriosa en el cielo, junto a su Hijo, intercediendo y suplicando por todos nosotros, le pregunto: Madre, explícame un poco, por qué eres Madre de Dios, por qué le tienes en tus brazos, por qué le amamantas, por qué le miras con tanto cariño y ternura?

Y la Virgen me dice: Por Dios Padre que quiso que fuera la Madre de su mismo Hijo pero en cuanto hombre; por Él mismo, por su Hijo Jesucristo, Verbo y Palabra de Dios que me quiso madre, me quiso como hijo nacido en mis entrañas; y por el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, que con su potencia de amor divino, lo formó en mi seno, en mi vientre de madre de fe, amor y esperanza.

         El primer anuncio, por parte de Dios Padre, de la Virgen Madre, de una mujer que dará a luz un hijo que aplastará la cabeza de la serpiente, lo tenemos en el Génesis, inmediatamente después del pecado de nuestros primeros padres: “Dios dijo a la serpiente: pongo enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él herirá tu cabeza, cuando tú hieras su talón”.

         Por eso, muchas imágenes de la Virgen Inmaculada tienen la serpiente a sus pies, al pecado, pisoteado porque Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, inmaculada, intacta, impoluta, por los méritos de su Hijo aplicados a ella anticipadamente. Esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María, la Virgen del Puerto con su hijo en brazos.

         Pero yo quiero preguntarte más concretamente a ti, Madre del Puerto,  reflejada en esta imagen tan materna, amamantando a tu hijo, yo quiero preguntarte ¿cómo fue y cuando se realizó esta promesa de Dios Padre de salvar a todos los hombres por su hijo nacido de una mujer?

         Queridos hijos de la tierra, quiero deciros a todos, que yo era una joven sencilla y humilde, una más de mi aldea de Nazaret. Vivía con mis padres Joaquín y Ana, tenía amigas, iba a la sinagoga, obedecía, jugaba… madre, perdona, soy tu hijo y ya me conoces, muchas veces me dices que me paso… pues bueno es que no tenemos tiempo esta tarde, porque son diez minutos de predicación, así que abrevia porque si no no me dejarán hablar más veces-

         Pues bien a ti y a todos los que estáis aquí esta tarde os digo brevemente: un día estaba orando, como todos los días, orando mientras cosía o barría o fregaba o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar… y el piso se ha iluminado de golpe y al abrir los ojos me he quedado sorprendida, porque he visto una luz muy fuerte, fue la primera luz de ese tipo que ví, como luego yo misma la llevé en mis apariciones en Lourdes, Fátima.. y otros lugares, luz del cielo traída por un ángel, un mensajero de Trino y Uno, es decir, no solo del Padre, sino trayendo un mensaje de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

         Leyendo el evangelio de la Anunciación irlo comentando en forma de diálogo de la Virgen con sus hijos, los devotos: Madre, perdona pero no hay más tiempo y yo quiero decir dos cosas, mejor dicho, lo han dicho otros que saben más que yo de ti. Yo las leo. Pablo VI, antes de terminar el Concilio Vaticano II, porque parecía que algunos teólogos no se habían enterado muy bien. Es en honor tuyo, Madre: «Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima, Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título».

         Y para que no quedaran dudas, de que este título de ser madre de Dios y de los hombres es el más grande y honroso para ella y para nosotros, el documento de la Iglesia, como luz de las gentes, añade: «Desde la Anunciación…mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, donde no sin designio divino, se mantuvo de pié, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27».      

         Queridos hermanos: Para mí la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos, es un cuadro o reflejo del Amor del Dios Trino y Uno, de la Trinidad. En primer lugar de Dios Padre. Dice San Juan: Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado… Dios me amó antes de existir, Dios la eligió a ella en su Hijo como Madre suya y mía. El Hijo, viendo al Padre entristecido porque el primer plan se había roto, se ofreció: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios…” Ese hijo ha querido ser mi hermano.. Y la Virgen del Puerto es reflejo del Espíritu Santo, porque Él obró el milagro y formó en su seno al Hijo de Dios por el Amor del Padre. Me siento amado por el Padre, salvado por el Hijo, santificado por el Espíritu de Amor del Padre y el Hijo, que es el Espíritu Santo.     

MARÍA Y LA RESURRECCIÓN

(Segundo día)

QUERIDOS HERMANOS: Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección»  La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.   

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

         Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por Dios» (Hch 10,41), es decir a los Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Hch 4,33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús.

         Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: “Id avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10). Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

 

2. Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua.

         San Pablo recuerda una aparición “a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Co 15,6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.
¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1,14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

3. Más aún, es legítmo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y por tanto, más firmes en la fe.

         En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf Jn 20,17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

         Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

         Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo .a su madre. En efecto, Ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio Carmen pascale, 5,35 7-3 64: CSEL 10,14 Os).


4. Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con Él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también Ella de la plenitud de la alegría pascual.

         La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes Santo (cf. Jo 19,25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf Hch 1,14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

         En el tiempo pascual la comunidad cristiana dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina caeli lactare. Alleluia». «Reina del cielo alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús prolongando en el tiempo el «Alégrate!»; que le dirigió el ángel en la Anunciación para que se convirtiera en «causa de alegría» para la humanidad entera.

(Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996, n. 2: «LOsservatore Romano», edición en lengua española, 5 de abril de 1996, p. 3).

HOMILÍA DE LA VIRGEN

LA PERSONALIDAD DE MARÍA

CONOCER A MARÍA:

1. ES UN TESORO

Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación ¡y vivirla con Ella al lado!, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy ¡y que no podemos dejar escapar! Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como Madre, como Amiga, como Consejera.

ENCONTRAR UNA FE AUDAZ

Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree lo humanamente imposible, acepta de corazón la «locura» de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo del Altísimo que ha venido a traer la salvación.

         ¡Cómo atamos las manos al Señor cuando no le damos la oportunidad de hacer en nuestra vida «lo humanamente imposible»! Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a «calar” su forma humilde de actuar tan diferente de la nuestra. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación’ ¡sino con gozo y confianza!

3. MUJER DE SILENCIO

María se expresa también en el silencio y nos enseña a apreciar su valor. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacÍo sino una riqueza espiritual.

4. HUMILDAD: ATENTA A MIS NECESIDADES

         Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida el valor de una existencia humilde y escondida. ¡Con lo que nos gusta ser la excepción! Pero mira por dónde María, que era de verdad “la excepción”, la única criatura concebida sin pecado original, la de una pureza intachable, no sólo no reivindica las ventajas que le corresponden como Inmaculada y Madre de Dios, sino que no deseó nunca honores ni privilegios. Sus ojos no estaban puestos en Ella misma, sino en Jesús y en todos los que la rodeaban, por eso tenía -y tiene!- esa capacidad finísima de ver lo que cada uno necesita, le falta o le preocupa. Cuando uno se llena de Dios, el corazón se sanea, deja uno de estar pendiente de si me hacen caso o no, de si me tienen consideración o no, de si me tratan como merezco... ¡y tantas cosas que son raíces de orgullo que no traen más que amarguras! María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

5. CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

         Tampoco podemos dejar, entre las muchísimas ayudas que la Virgen nos ofrece, la de ser “causa de nuestra alegría”, como dicen las letanías del Rosario. No es sólo modelo, sino causa. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos la alegría que nace de la esperanza incluso, y, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco.

         No sabemos cómo es exactamente el rostro de María, pero sin duda es un rostro alegre, sonriente como tantas veces hemos visto: «el rostro alegre de la Iglesia»

NOVENA DE LA VIRGEN DEL CARMEN (2004)

HOMILÍA

MARÍA, ASOCIADA A LA SALVACIÓN DE CRISTO EN LA CRUZ

QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS Y HERMANOS TODOS: Un año más nos hemos reunido para honrar a la Virgen en su novena del Carmen. A mí me hubiera gustado que las hermanas Carmelitas me hubieran asignado un tema sobre la Virgen para hablaros hoy, pero no han queridos hacerlo, porque lo dejan a nuestra elección. Entonces yo elegido un tema que me gusta mucho, me encanta hablar de la maternidad divina y eclesial de la Virgen. Me gusta la Virgen de la Anunciación, con el Hijo en su seno y caminando por los parajes de Palestina, como diría Isabel de la Trinidad.

Hay muchas facetas de la Virgen que me recrean y enamoran, por ejemplo, esta de la que quiero hablaros hoy. Me da mucha luz y esperanza en los momentos duros de la vida. En la noches de fe, esperanza y amor que tan maravillosamente describe San Juan de la Cruz. Por eso, si tuviera que poner un titulo a mis breves palabras de esta tarde sería este: María, asociada a Cristo y unida a su misterio salvador, en silencio, que sería la primera parte; y la segunda: mediante la cruz y el sufrimiento.

Qué poco habló la Virgen; por los menos qué poco nos hablan los evangelios de sus palabras. Y ahora parece que habla mucho y se aparece mucho. Tantas revelaciones y apariciones en estos tiempos... parece que hubiera cambiado la Virgen de carácter. A ver si la que se aparece no es la Virgen de los Evangelios, que habló poquísimo pero hizo muchísimo por la salvación de los hombres, sus hijos, y todo en silencio, calladamente, sin reflejos de gloria ni resplandores de perfección, sin quejas, sin explicaciones de ningún tipo.

Hay que aprender de la Virgen a obrar calladamente, a no excusarnos a sufrir en silencio, incluso la difamación, la calumnia, el dolor injusto e inmerecido, porque así nos unimos al dolor salvador de Cristo y hacemos actual su salvación. Porque cuando hablamos y predicamos anunciamos la salvación, pero cuando sufrimos unidos a lo que falta a su pasión, la realizamos, la hacemos presente.

Dice la Lumen gentium: «Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo! “(Jn 19,26-27)». Pero en todo esto no habló nada, no nos dicen nada los evangelios.

Me encanta esta victimación total de la Virgen unida a  su Hijo por nuestra salvación, en silencio, sin palabras, en unión de espíritu, sin gestos llamativos, en pié y con mirada contemplativa. María realizó la victimación y el ofrecimiento de su vida sin dar explicaciones, sin pedir aclaraciones, en silencio y sin quejas.

Antes de la Anunciación, qué dijo, qué hablo, qué sabemos de Ella; nada; fijaos cuando quedó en estado, no habló, no dio explicaciones ni a José, a sus parientes. Es incomprendida por su esposo, calumniada por la gente... no dice nada. Sufre y calla. Cómo me gustaría imitarla con más perfección. Todo para Dios. Qué humildad, que confianza, qué manera de ponerlo todo en sus manos. Recorremos todo el evangelio y encontramos cuatro palabras: “He aquí la esclava del Señor, proclama mi alma la grandeza del Señor, mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados, no tienen vino...”

Y fijaos luego en la cruz: Imposible mayor vivencia victimal que la que tuvo María allí; imposible mayor espíritu sacrificial, mejores actitudes sacerdotales y no dijo ni una palabra, todo fue con el corazón. Y así debe ser también en la liturgia, cuando se renueva el sacrificio, debe celebrarse sobre todo con el corazón. Ni siquiera defiende a su Hijo, inocente. ¡Y mira si tenía motivos!.

Es una invitación a todos nosotros a que soportemos en silencio el dolor, sin protestar, nos enseña a sufrir  sin explicaciones de nuestro martirio.

Recuerdo a este propósito un vía crucis que hacíamos en el Seminario donde decíamos: que venga abajo mi vida, mi salud, mi reputación, mi ideales... hay que aprender de María a sufrir ni rechistar; que venga abajo mi fama, y me dicen algo que no me gustas y ya me hundo: pues, Gonzalo, no decías que querías ser santo, ofrecerte totalmente con Cristo al Padre, estar junto a la cruz como María... Y nos aguantamos y nos damos la vuelta en cuanto podemos María de esta forma se convirtió en modelo perfecto para todos los que quieran asociarse sin reservas como ofrenda agradable con Cristo al Padre.

“Junto a la cruz”estaba la Madre; su presencia no era sólo cuestión de “carne y sangre”. Era la obediencia al Hijo para que se uniera a su sacrificio por la salvación de todos sus hijos los hombres. La Virgen nos enseña a realizar ahora mediante el sufrimiento la salvación. La palabra lo anuncia, el sacrificio y el dolor unido a la pasión de Cristo lo hace presente. Así es lo que tenemos que hacer todos los que queramos con Cristo salvar al mundo.

“He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”y “el discípulo la recibió en su casa”. Esto significa que el discípulo ha respondido inmediatamente a la voluntad de Jesús. Hagamos nosotros lo mismo. Recibamos en nuestra casa, en nuestro corazón a María como modelo de nuestra entrega.

HOMILÍA EN LA NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO  (Catedral, abril 1988)

MARÍA Y LA RECONCILIACIÓN: a) Porque se hizo esclava del proyecto salvador del Padre por el Hijo; b) porque vivió unida al Hijo especialmente en el misterio de dolor; c) porque es modelo de fidelidad, de esperanza y de amor para todos los redimidos.

DEBEMOS, EN CONSECUENCIA, siguiéndola y amándola reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos y aspirar a identificarnos con Ella para llegar a Cristo en todos los estados de vida cristiana.

MISA: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...Queridos hermanos: en los relatos pascuales de estos días, no encontramos ningún reproche de Jesús resucitado a sus discípulos por el abandono o traición que ha sufrido: una y otra vez el mismo saludo. Es también mi saludo pascual en esta tarde: LA PAZ SEA CON VOSOTROS.

         Y después Jesús les dijo: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas” (Luc 24, 46-48).

         A mí me toca esta tarde ser testigo para esta querida ciudad de Plasencia de este mandato del Señor Resucitado: predicar la conversión para el perdón de los pecados.

         Esta es la experiencia pascual que pido para vosotros y para mi: Resucitar del pecado y vivir un vida más evangélica. Es un don. Pidámoslo unos para otros. Este momento de la misa es para eso.

HOMILÍA

QUERIDOS AMIGOS: La experiencia pascual fue para los apóstoles primeramente una experiencia de perdón. Una y otra vez, para los que le habían abandonado y traicionado, Jesús repite el mismo saludo: “Paz a vosotros”. Es más, Jesús quiere que experimentado el perdón, sea ésta a su vez la primera experiencia que los discípulos ofrezcan a los demás. Así se lo recomendó en las primeras apariciones: “Recibid el Espíritu Santo, a los que perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 23).

María, madre del resucitado, que nos invita  a resucitar de nuestros pecados, ha tenido una parte activa en esta reconciliación y hasta su cuerpo y espíritu han llegado las consecuencias de nuestros pecados, porque vivió intensamente los misterios dolorosos de nuestra redención, ya que acompañó a su Hijo en este camino porque desgranó  en peregrinación heroica de fe  la pasión y muerte de Jesús por todos los hombres.

Ya en las primeras páginas de la Biblia, junto al pecado del hombre, parece la promesa de una mujer cuyo hijo aplastará la cabeza de la serpiente.

Adán acaba de independizarse de Dios. Ha tratado de decir lo que es bueno o malo contra lo que Dios había dicho. Adán es imagen  de todo hombre que peca ¡Pobre Adán, pobre hombre que peca, se quedan desnudos ante la Verdad de Dios. Sin Dios no sabemos qué somos, a dónde vamos, por qué y para qué vivimos. Al romper la relación con Dios, se rompe la armonía de la creación. El pecado es ruptura con Dios, de la relación de la criatura con su creador, del hijo con su padre.

El pecado es ruptura de la fraternidad universal: Adán acusa a Eva, Caín mata a Abel. El pecado engendra  la violencia, la mentira con Dios y con los hombres, la culpabilidad que quita la paz del alma; el pecado rompe el gozo de compartir unidos la creación, el amor, la vida... Pero Dios no acepta, no quiere esa ruptura y en ese mismo momento del pecado, aparece su amor misericordioso; misericordioso, digo, porque el hombre siempre será débil y pecador, necesitado del perdón y de la gracia de Dios.

“Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza, mientras acechas tú su calcañal”(Gn 3,15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su hijo sobre el pecado no es otra que María.

En la Anunciación, María, con su Sí al plan salvador de Dios, es constituida canal de la Salvación que nos viene por Jesucristo, único Salvador y Mediador. En el Calvario, María se convierte en Madre redentora, como dice estupendamente el Vaticano II, «en donde, no sin designio divino, se mantuvo en pie, se condolió vehementemente con su Hijo y se asoció con corazón maternal a su sacrificio consintiendo con amor en la inmolación de la Víctima Engendrada». Es decir, que estuvo sufriendo como madre del Redentor y madre de los redimidos, como ya lo había anunciado Simeón en la presentación del niño en el templo: “una espada atravesará tu corazón...” Es así como la Madre dolorosa realizó el máximo grado de unión con su Hijo, precisamente allí en el Gólgota, por medio de las virtudes teologales.

Pero ya todo esto ha pasado. Ha sido un parto dolorosísimo. Cristo ha resucitado y vive para siempre. Y nosotros, esta tarde, por el sacramento de la reconciliación y por la vivencia de la fe, vamos a experimentar a Cristo como resurrección y vida, y a Ella, como madre del que da la paz al corazón por el perdón de los pecados.

Yo traigo el encargo de la Señora y Madre del Puerto de deciros a todos sus hijos de Plasencia, que si creéis en el sufrimiento de su Hijo, debemos reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos. Me ha dicho la Madre que tanto dolor maternal y toda la agonía de Cristo habrá sido inútil si los que están en pecado, los que rompieron con el Padre no vuelven a su casa y a sus brazos. Porque una madre no puede sentirse feliz y tranquila si todos los hijos no están en casa; y muchos hijos de esta ciudad de Plasencia no han celebrado todavía la reconciliación con el Padre.

Me ha dicho que la Pascua florida de este año de su bajada a la ciudad, ni es Pascua ni florida si hay hijos que permanecen muertos por su lejanía de la gracia de su Hijo. Que la Pascua es resurrección y el pecado es muerte. Que la Pascua de Resurrección no se puede celebrarse en pecado; que su novena, la verdadera no puede celebrarse con el pecado en el alma y en el corazón. Que hay que arrepentirse del mal obrado y limpiar la conciencia de toda culpa. Cómo podremos alegrar el corazón de la Madre si cuando nos mire nos encuentra manchados y sucios; qué madre puede alegrarse de ver así a sus hijos. Cómo honrarla en pecado.

Nos tiene que doler Cristo, sus espinas, los sufrimientos de su Hijo por redimirnos. Y también los dolores de la Madre junto a la cruz del Hijo para redimirnos de todo pecado en unión con Él.

Pero para vosotros que habéis celebrado con tanta devoción su novena, me ha dicho algo especial. Que está muy bien todo esto que hemos organizado en su honor; pero organizadores y organizados debemos entrar sinceramente dentro de nosotros mismos y ver lo que ha significado su venida. Qué vamos a realizar para que deje huella en nosotros este hecho tan importante.

Que si no vamos a querernos más, a perdonarnos más, a esforzarnos más por ser mejores hijos suyos, pues para eso es mejor que no la bajemos. Porque esta bajada tiene que ser fundamentalmente gracia de conversión para nosotros. Y me ha dicho también para los partidarios de que la bajen, como para los partidarios de que no la bajen todos los años, que no riñamos por eso, que comprendamos que todos quieren a la Madre, pero en formas diferentes y que hagamos las paces. Que todos los hijos quieren a la Madre, los unos y los otros, y cada uno quiere lo mejor para Ella. Así que a hacer las paces y alegrémonos todos con Ella.

Y la bajada de la Virgen no sólo deber ser una llamada a la conversión, a la paz y armonía entre todos, sino que siguiendo su ejemplo debe suscitarse almas heroicas de fe y de amor eminentes como Ella. Debemos ante la Madre y por su llamada reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, especialmente amor y comprensión para los sacerdotes, instituciones de la Iglesia, con todos los hijos de la misma Madre. De esta manera su bajada es una llamada a la santidad propia de cada estado, santidad sacerdotal, religiosa, consagrada, laical, juvenil...

Porque María, no sólo coopera a la salvación de los hombres sufriendo con su Hijo, como hemos visto, sino que con su ejemplo de fe y amor y con su intercesión nos ayuda a recorrer el único camino de la Salvación que es Jesucristo.

Ella es la realización perfecta y acabada de lo que debemos ser nosotros, sus hijos, en nuestra vida de fe, esperanza y amor, se nos ha dicho en estos días,.

María es modelo y ejemplo para todos sus hijos. Y como causa ejemplar lo que más me maravilla es su fe y confianza absoluta en Dios desde la Anunciación, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas, hasta el Calvario, creyendo que era el Hijo de Dios el que moría en su naturaleza humana recibida de Ella.

Queridos hermanos; cuando no se comprenden los planes de Dios porque lo exige todo; cuando son dolorosos porque no coinciden con los nuestros, que siempre son de buscar éxito y placer; cuando uno ha dicho sí con esfuerzo y cree que ya  ha realizando el proyecto de Dios y de pronto, una calumnia, una muerte, una desgracia, inesperada e inmerecida, la soledad de un viudez larga y triste, un fracaso con un hijo que se hundió en el fango... ayuda saber que María pasó por pruebas más duras y confió en el Señor.

Necesitamos madres, viudas, hombres, jóvenes de fe heroica. La Diócesis de Plasencia necesita de estas almas entregadas, generosas, que nos estimulen a todos. Que nos den fogonazos de eternidad, de vida espiritual, reflejos de Dios, de experiencia de lo que creemos, de vocaciones a la vida sacerdotal o religiosa, a la santidad, a la perfección.

MADRE DEL PUERTO, que no te decepcionemos, que  estemos dispuestos a acompañarte hasta donde sea necesario y Tú nos llames. Hermosa nazarena, Virgen bella, que nuestra reconciliación con Dios, con la Iglesia y con los hermanos te haga sonreir, y al sonreir Tú, también sonría el niño que llevas entre tus brazos.

Madre dulce, dulcísima, amiga y confidente, que tantos misterios de dolor y de gozo hemos desgranado juntos, no te olvides de nosotros. Un hijo puede olvidarse de su madre pero una madre no se olvida jamás de sus hijos. Qué confianza y seguridad nos inspiras por ser nuestra Madre de la gracia y del amor.

Madre del Puerto, madre querida, madre del Apocalipsis con dolores del parto hasta que formes en todos nosotros a Cristo, hasta que nos alumnbres a todos a la vida eterna, no olvides a tus hijos de Plasencia que tanto te aman, que tanto te aman.

FINAL DE LA MISA: Nadie piense que se me ha aparecido la Virgen. Ella me ha hablado como habla a cualquiera de sus hijos que se ponen delante de ella y la rezan, la miran con amor y las preguntan cosas. Entonces Ella empieza a hablarles inspirándoles ideas, buenos pensamientos y mejor deseos en su corazón. A Ella le gusta mucho este encuentro, este diálogo, esta oración con sus hijos. Ella siempre nos está esperando. Esperando a todos y siempre. Hacedlo todos los días. Amén.

MEDITACIÓN MARÍANA: “He aquí la esclava del Señor”

(Mayo 1982)

MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

1. Vamos a meditar esta tarde sobre la respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y vamos a meditar sobre esta respuesta de la Virgen precisamente porque la palabra servir no tiene buena prensa ni aceptación entre nosotros mismos, que tratamos de vivir en cristiano, especialmente el grupo de la parroquia.

         La Declaración de los Derechos Humanos insta a que nadie sea siervo o esclavo de otro. Cada persona deber ser libre y responsable de su vida y de sus actos. No podemos aceptar que haya hombres esclavos. Entonces ¿cómo poder afirmar que María es  la esclava, la sierva del Señor? ¿Qué sentido pueden tener estas palabras?

2. Lo primero que debemos afirmar es que María, la sierva del Señor, está en la llena del servicio a Dios y no de esclavitud. María quiere servir a Dios, a sus planes y para eso se entrega totalmente, pone toda su voluntad, toda su persona al servicio del proyecto de Dios.

         Y para poder hacer esto plenamente, lo primero que se requiere en la Virgen es ser y sentirse libre. Cómo puede realmente ponerse al servicio pleno de Dios, aunque uno lo afirme, si no está totalmente libre de pasiones fuertes o débiles como la soberbia, el egoísmo, la comodidad que le impiden a la persona ser y vivir con libertad y totalidad para con Dios y los hermanos? ¿Cómo poder servir sin fallos, sin reservas quien es esclavo de sí mismo?

Precisamente este es el sentido de la mortificación cristiana, de la revisión de vida en los grupos; es descubrir y mortificar las ramificaciones del yo que impiden el total amor y servicio y entrega a la voluntad de Dios y de los hermanos.

Y esto que es necesario para la relación con Dios, lo es igualmente para las relaciones humanas en el matrimonio, en las amistades, en la vida cristiana y en el grupo: ¿cómo creerse uno que ama  al esposo, al amigo, y decir te amo con todo su corazón, cuando uno es esclavo de sí mismo y se ama casi exclusivamente a sí mismo, y se busca a sí mismo incluso en la relación con el esposo o los amigos? Cuanto más esclavo sea uno de sí o de cosas, menos fuerza y entrega puede tener para amar y entregarse de verdad a los demás.

De aquí la necesidad del servicio del amor que soporta los fallos del otro y le  perdona, la necesidad diaria de superar las faltas de amor de los otros, de amar a fondo perdido, de amar con gratuidad sin exigir o esperar a cada paso la tajada de recompensa, de amar como la Virgen, gratuitamente, como sierva que no tiene ego, egoísmo, amor propio o amor a sí misma más que a los demás.

Si no se ama así, si en la amistad, en el matrimonio no se perdona gratuitamente, vendrá el divorcio, la separación, so pretexto de libertad, de derechos y autonomías, el mismo aborto es una derecho que dan a la madre estos gobiernos ateos sin mencionar los derechos de hijo a la vida y al amor.

María, por ser y sentirse libre, puede decir: “He aquí la esclava, la sierva del Señor”, porque al no buscar su egoísmo puede servir totalmente a Dios. Nosotros, para poder optar por Dios, necesitamos estar más libres de orgullos, de amor propio, de egoísmos, de envidias y soberbias... porque todo esto nos hace esclavos, nos incapacita para amar a Dios y a los hermanos.

3. El servicio de María es libre, no se busca a sí misma, sólo busca amar a Dios sobre sí misma, y cumplir su voluntad por encima de todo. Y por eso, cuando el Espíritu Santo “la cubre con su sombra” y engendra al Hijo de Dios, no da explicaciones a nadie y soporta la calumnia y las murmuraciones y la incomprensión, por otra parte, lógica y santamente llevada por su esposo José, y se lo confía todo a Dios.

El sí de María es amar a Dios y ponerse a su servicio por encima de todo, amar sobre todas las cosas; he aquí el verdadero amor, el que se vacía de sí mismo, el que piensa en Dios y en los demás más que en uno mismo.

Quien ama de verdad, está siempre a disposición de la persona amada, no concibe la vida sin ella, no se ve sino en ella, no se realiza sin ella. María, por amor a Dios, se hace libre de esclavitudes y lo hace por amor obedencial y servicial a Dios. María amó y se pone al servicio total de Dios. María, desde la libertad y del amor total, se hace sierva de Dios y de los hombres. Desde esta perspectiva Maríana sí que podemos decir que «servir es amar» y «amar es servir».

4. María fue saludada por el ángel como “kejaritomene, la llena de gracia”. Si estuvo llena de gracia desde el primer instante de su ser, también estuvo llena del amor de Dios. Y “Dios es amor”, dice San Juan. Amor gratuito, servicial y entrega total al hombre sin esperar nada de él porque el hombre no le puede dar nada que Él no tenga. Y este amor es el que llena a María.

Ella ama gratuitamente, sin esperar nada, sólo por amor, por hacer feliz a la persona amada. Nosotros, por naturaleza, somos egoístas, tenemos el pecado de origen, que consiste en amarnos a nosotros mismos más que a nadie. Pero “Dios es amor... en esto consiste el amor, en que Dios envió a su Hijo Único al mundo para que vivamos por Él... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1jn. 4, 8-10. María, lo afirma el arcángel Gabriel, estuvo llena de este amor.

El amor de Dios es gratuito, por el puro deseo de amarnos y hacernos felices.  Él nos ama para que vivamos su misma vida de amor y felicidad. Quiere hacernos igual a Él: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan  vida eterna”. Sólo hay una cosa que Dios no tiene si nosotros no se lo damos, nuestro amor.

5. En el Evangelio Cristo nos dice que vino al mundo para “servir y no para se servido... haced vosotros lo mismo”. Servir al Padre cumpliendo su voluntad: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. Y siendo maestro el Señor está con los suyos como el que sirve, lavando los pies de sus discípulos, atendiendo a las necesidades de los hombres, curando sus heridas, sanando sus enfermedades, consolando, acariciando a los niños (Lc 22,26-27; Jn 13, 1-17).

Este amor servicial y amistoso de Dios y de su Hijo nos ha llegado a ser totalmente extraño en estos tiempos en que sólo se habla de derechos; esta forma de amar en cristiano resulta ajena hoy a los mismos cristianos, seguidores del“Siervo de Yahvéh”  por las circunstancias de la política y sindicatos y  sociedad que sólo habla de derechos.

El amor de servicio es algo de lo que hablamos en la iglesia, cuando predicamos o meditamos, pero no nos sirve luego para la vida, nada de ponerlo en práctica, como programa de vida y relación con los demás; pensamos así aquí ahora, viendo y oyendo a Cristo, pero luego nos comportamos como todos los demás: nos ponemos en una postura de servirnos de los demás, como hace todo el mundo y no en una mentalidad y actitud de servicio.

Sin embargo, fijémonos en lo que Cristo nos enseña con su comportamiento. Dice así el Evangelio: “Jesús llamó a los discípulos y le dijo: sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro servidor; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mt. 20, 25-27).

6. María captó plenamente esta mentalidad de Dios: se pone  al servicio de la Palabra de Dios, al servicio de Isabel, del niño por el que tiene que huir a Egipto, al servicio de los novios que no se enteran, igual que el resto de los invitados a la boda de Caná, de que se han quedado sin vino, porque sólo pensaban en sí mismos y estaban pendientes de pasarlo bien ellos. María está pendiente de los demás, más que de sí misma y por eso se da cuenta de que falta el vino. María, hasta el Calvario, fue puro servicio a todos. Por eso todos la quieren, desde Dios hasta el más pecador.

Aprendamos de María a ser cada día más serviciales, más libres de esclavitudes, para poder amar y servir a todos como Ella. Este  servicio debe ser motivado desde el amor a Dios, que es el más gratuito y fuerte. Sin deseos de querer amar más Dios y a los hombres, al esposo, al grupo de amigos no es posible emprender este camino de liberación, de superación, de gratuidad, porque supone una generosidad que naturalmente no tenemos, tiene que ser por la gracia de Dios.

Que María nos ayude a comprender todo esto. Que Ella nos convenza de que así deber ser un cristiano, fiel al ejemplo de Cristo, siguiendo y pisando sus huellas; que Cristo nos de su fuerza, su gracia, su amor para amar así, que seamos fieles a lo que Cristo nos pide. De esta forma todos los problemas del grupo, de los matrimonios, de las relaciones humanas quedarían superados por el amor servicial y gratuito.

María, madre y sierva del Señor, que por amor a Dios te hiciste esclava de tus hijos los hombres, danos deseos de imitarte como tú imitaste a tu Hijo. Queridas hermanas: Repitamos durante todo este mes de mayo: María, modelo de entrega a Dios, ruega por nosotros a tu Hijo, para que seamos semejantes a ti, y podamos decir tus mismas palabras con tus mismos sentimientos “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Amén.

MEDITACIÓN

MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR PARA TODOS SUS HIJOS

         Queridos hermanos:

          María es primeramente madre; Madre de Cristo y Madre de todos los creyentes en Cristo. María es nuestra Madre. Porque Dios lo quiso. Y lo quiso al enviarnos a su Hijo y elegir a María para Madre. Madre de la Cabeza, madre del cuerpo místico, que es la Iglesia, que somos todos nosotros.

Dios envió a su Hijo para salvarnos y quiso que tuviera una madre, como todos nosotros. Y el Hijo la eligió como madre. Y la quiso madre para todos nosotros, porque así nos la entregó a todos en la persona de Juan: “He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”. Y el parto de este alumbramiento fue doloroso, porque fue el de su pasión y cruz de Cristo a la que quiso asociar a su Madre, la Virgen de los Dolores: “estaban junto a la cruz su madre...” Así la proclamó solemnemente Pablo VI en pleno Concilio Vaticano II:

«Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»,

El título de Madre de la Iglesia era ciertamente nuevo en cuanto a su proclamación, pero no en su contenido, porque desde siempre todos los cristianos se han considerado hijos de María y la han invocado como Madre, con afecto filial.

Ya en las primeras páginas de la Biblia se nos promete como tal: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella herirá tu cabeza, cuando tu hieras su talón” (Gn 3, 15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María.

Pero es, sobre todo, en el misterio de la Anunciación, donde María, con su Sí al plan salvífico del Padre, es constituida Madre de todos lo redimidos, acogiendo en su seno la Palabra divina Encarnada en su seno , Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador.

Tenemos este texto maravilloso de la Lumen gentium: «Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consistiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19, 25-27).

Y allí en el Calvario, fue proclamada solemnemente por Cristo como madre de los hombres en la figura de Juan: “Mujer, he ahí a tu hijo”, a tus hijos.

Si hay una madre, lógicamente  tiene que haber  hijos. Podíamos ahora considerar nuestra relación, nuestros deberes de hijos para con Ella, pero nos vamos a detener más bien en sus deberes y relación de Madre para con nosotros, en su maternidad actual para con todos los hijos de la Iglesia, con todos los hombres. Y citamos nuevamente la Lumen gentium:

«Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación de todos los elegidos. Pues, asunta en cuerpo y alma a los cielos, no ha dejado esta misión solidaria, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación Eterna» (LG 62).

María, como madre, se ha convertido así en fuente de gracias, y a la vez en arquetipo y modelo de santidad y virtudes cristianas y evangélicas para todos nosotros, sus hijos. Es madre y modelo de santidad evangélica.

2. Madre y modelo de fe. Desde la Inmaculada Concepción hasta el Calvario caminó sin vacilar por el camino de la fe que mantuvo viva su esperanza y la hizo caminar y  vivir en caridad y entrega permanente a los planes de su Hijo Dios y sus hijos, los hombres. Y como modelo y madre, Ella es la realización anticipada de los que estamos llamados a ser cada uno de sus hijos. Mirando a nuestra Madre como modelo, nos animamos a vivir las virtudes teologales, que son la base de toda la vida cristiana.

Madre de fe en la Anunciación, donde sin ver claro, aceptó la palabra divina y se abrazó a la voluntad salvífica de Dios. Concibió creyendo  al que dio a luz creyendo. Madre de la fe sin límites al pié de la cruz, cuando se consumaba el misterio de la Redención de la forma mas paradójica, fracasando su Hijo ante el pueblo y creyendo que era Dios, el Hijo que moría de forma tan cruel y dolorosa. Sólo una fe del todo singular pudo sostener a la Madre en su unión salvífica con el Hijo.

Queridos hermanos, cuando no se comprenden los planes de Dios, porque no coinciden con los nuestros, que siempre van buscando el éxito inmediato; cuando no se entiende lo que Dios quiere y nos propone y uno tiene que decir Sí a Dios sin saber donde le va a llevar ese sí; cuando crees que ya lo vas realizando y se van cumpliendo los planes de Dios, pero viene una desgracia que los mata en la cruz del fracaso, sin apoyos y explicaciones, en noche oscura y total de fe, de luz, de comprensión y explicación, como pasó con María; Ella, como Madre de la fe oscura y heroica te ayudará a pasar ese trance doloroso y estará junto a ti y sentirás su presencia como Jesús quiso que estuviera junto a su cruz, junto al Hijo de su entrañas y de su amor. Ella es ejemplo de cómo tenemos que vivir esos momentos dolorosos de la vida.

3. María, Madre de fe, es también madre auxiliadora en los momentos de peligros y desgracias, es auxiliadora e intercesora del pueblo santo de Dios. Además, lo puede todo, es omnipotente suplicando y pidiendo a su Hijo por nosotros. Como toda madre es intercesión para sus hijos. Todos  sabemos y decimos que no hay nada como el amor de una madre. Triste es la orfandad de cualquiera de los padres, pero  si la madre permanece, existe hogar y los hijos siguen unidos y caminan hacia adelante. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvidará jamás de sus hijos. Si Dios nos dio a María por madre, esto nos inspira consuelo, paz, tranquilidad, seguridad. Es Dios quien lo ha querido y lo ha hecho.

4.- María, madre de fe, es esperanza nuestra; vida, dulzura y esperanza nuestra como rezamos en la Salve. María ha conseguido la plenitud de vida y salvación que buscamos. Ha sido asunta, es Madre del cielo, es premio, eternidad dichosa en Dios que abre su regazo para todos sus hijos. Es cita de eternidad. Es cielo anticipado para sus hijos. El cielo de María es que todos sus hijos se salven y lleguen a su Hijo, a Dios, para lo que su Hijo se encarnó en su seno.

Recemos: María, madre de fe y esperanza, auxiliadora del pueblo de Dios, intercede por tus hijos ante el Hijo que nos salvó y todo lo puede; tú lo puedes todo ante Él suplicando, porque es tu Hijo, lo llevaste en tus entrañas.

Madre, llévanos de la mano un día a donde tu ya vives como reina de la ángeles, tú que eres la mujer nueva, la Virgen Madre vestida del resplandor del Sol divino que es tu Hijo, coronada de estrellas, madre del cielo. Amén.

 

**************************
Complemento de María, Madre y Modelo de fe.

Así como en el Antiguo testamento rompe Abrahán la marcha de la fe y es llamado padre de los creyentes,, porque se fía del Señor que le invita  a salir de su tierra y parentela para caminar hasta la tierra prometida y fiado en esa misma palabra está dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, así también en el Nuevo Testamento María abre la marcha de los creyentes como madre de la fe, creyendo en la palabra que Dios le envía por medio del arcángel Gabriel que la hace por el Espíritu Santo madre del Salvador.

         Esta fe-confianza de María la encontramos totalmente clara y reflejada en el misterio de la Encarnación del Verbo, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas. Y esta fe la aceptó orando, estaba orando cuando el ángel la saludó y le trajo buenas noticias de parte de Dios. Orando, mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Así se le aparece el ángel y le descubre el misterio: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús...será grande y se llamará Hijo del Altísimo...”

         Y María lo admite y sólo quiere saber qué tiene que hacer. Porque Ella tiene voto de virginidad: ¿Cómo puede ser eso? Y el ángel dice que el Señor con su poder se encargará de solucionarlo todo y ante esto y siguiendo sin ver claro pero fiándose totalmente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

         Si para que se cumpla este proyecto de Dios es necesario que venga abajo mi reputación, mis planes, mi fama, incluso ante mi marido José, he aquí la que ya no tiene voluntad ni planes propios, pero que Dios haga en mí sus planes. Se fía y se entrega totalmente a Dios: “Bienaventurada tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, le dirá luego su prima Isabel cuando María va a visitarla, porque está también embarazada.

         La fe de María ha sido el principio en el tiempo de nuestra salvación, es el principio de la maternidad divina de María. Pero quede claro, que esta fe, esta confianza no le descubre el misterio de Cristo y su misión, sino que lo irá descubriendo en la medida que  se vaya realizando. Lo tiene que ir descubriendo en contacto con su Hijo y su misterio: “María consevaba todas estas cosas en su corazón”. Siempre lo fue descubriendo por la oración. Por ejemplo, se ha perdido el niño. Y Ella lo busca, no sólo para sí sino para todos nosotros. Porque Ella está versada  en las Escrituras santas y sabe que el Mesías nos salvará. Por eso quiere encontrarlo para todos: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y recibe esta respuesta desconcertante: “No sabíais que debía ocuparme de la casa de mi Padre”.

         Y añade muy acertadamente San Lucas, que lo escucharía de la Virgen: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. María meditaba, reflexionaba y su fe iba abriendo y descubriendo y aumentando y ejercitando hasta la perfección, como aumenta la tuya y la mía mediante la oración y las puestas con la  confianza en Dios.

         La fe dolorosa y redentora de la Virgen aparece sobre todo en el Calvario. Sigue siendo una fe abrahámica. La de Madre de todos los creyentes. En aquella oscuridad dolorosa del Viernes Santo hay una doble luz: primero, el amor invencible al Hijo y del Hijo, y la fe invencible de la Madre. Allí está ella de pie, firme, creyendo contra toda evidencia, dando a luz a la Iglesia, que está naciendo de los dolores del Hijo crucificado, a los que ella se une en noche de fe, sin ver nada, todo lo contrario, con una fe muy oscura y dolorosa y más meritoria que la de Abrahán  porque él no llegó a sacrificar a su hijo y verlo muerto, y María, sí. Y, sin embargo, cree, cree en la Victoria del Hijo viéndole morir en el más vergonzoso fracaso. Cree en la vida que está naciendo de la muerte de su Hijo. Y de hecho, con la palabra del Hijo, queda explicada toda esa noche de fe, porque realmente se ha convertido, unida al dolor de su Hijo en madre de todos los creyentes. Así se lo testifica su Hijo: “Mujer, he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”.

         Con estas palabras del Hijo ha quedado todo explicado, manifestado, descubierto: María por su fe, unida al sacrificio de su Hijo, se ha convertido en Madre de la Iglesia., de los creyentes, y al perder el Hijo, ha conseguido la multitud de todos, los nuevos hijos: Juan es el representante.

         Y María ensancha aún más, en la misma pérdida del Hijo, su amor y caridad por esta fe y nos recibe a todos en su corazón que adquiere dimensiones universales como la redención de Cristo.

 

HOMILÍA

MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSO: AMÉMOSLA, IMITÉMOSLA, RECÉMOSLA

QUERIDOS HERMANOS: Ni uno solo de nosotros piensa que un niño exista sin madre o pueda vivir recién nacido sin el cuidado materno. Dios ha querido que existan las madres que son la presencia de Dios en la naturaleza. No sé cómo algunos puedan pensar que no existe Dios cuando existen las madres, su presencia más evidente y luminosa en el orden natural.

Hasta los animalitos más pequeños Dios ha querido que no les falte el cuidado de una madre para nacer y crecer. Es la realidad más dulce y hermosa y esencial para ser y existir como realidad animal y humana. Por eso no debemos extrañarnos de que Dios haya querido tener una madre para nacer como hombre.

Podía haber bajado directamente del cielo, incluso con portentos y relámpagos, podía haber venido adulto o haber inventado mil modos para salvar al hombre. Pero Dios escogió el camino inventado por Él en el orden natural. “Nacido de una mujer” es toda la Mariología de San Pablo. Y el capítulo VII de la LG 56 lo expresa así: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma que renueva todas las cosas... fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad... enriqueciéndola desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular».

Queridos amigos: Pensemos un momento. Dios pudo escoger madre, Dios eligió la mujer y tipo de madre que le convenía y más le gustó, Dios escogió a María. Es más: Dios puede hacer todo lo que quiera, es omnipotente, Dios hizo lo más grande que pudo hacer e hizo así a su madre y esa es María; María: conjunto de todas las gracias, llena hasta la plenitud desde el primer instante  de su concepción. Y ahora una pregunta: Si Dios se fió de Ella, ¿no nos vamos a fiar y confiar en Ella nosotros? Si Dios la eligió por Madre ¿no la vamos a elegir nosotros?

Cuando el arcángel Gabriel la visita para anunciarla el proyecto de Dios, queda admirado de su belleza y plenitud interior que nosotros no podemos ver como los ángeles, y estupefacto exclama: “Dios te salve,  jaire, quejaritomene, o Kurios metá sou... te saludo, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

Si los reyes de la tierra preparan a sus hijos para la tarea de su misión y es para unos años y para unos hombres determinados, qué no habrá hecho Dios en María para que fuera su Madre y madre de todos los hombres y para todos los siglos.

Queridos hermanos: felicitemos a Dios por habernos dado a su propia madre, felicitémonos nosotros mismos por tener este regalo de María Madre de fe, amor y esperanza nuestra, alegrémonos de tener la misma madre de Dios, tengamos la certeza y el gozo de saber que Cristo la quiso madre suya y nuestra, y que está preparada para serlo en plenitud de gracias y dones y se fió de Ella. Qué seguridad la nuestra. Qué certeza y hermosura de madre. “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” cantemos con el salmista. Y la maravilla más grande es que nos haya dado a su propia madre.

El prefacio ambrosiano de la fiesta de la Inmaculada Concepción expresa maravillosamente esta alegría que debe existir en nosotros los creyentes al hablar de que ha  querido Dios compartir su madre, al darnos a su propia madre: «Es muy justo y conveniente, Dios todopoderoso, que te demos gracias y con la ayuda de tu poder celebremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María. Pues de su sacrificio floreció la espiga que luego nos alimentó con el pan de los ángeles. Eva devoró la manzana del pecado, pero María nos restituyó el dulce fruto del Salvador ¡Cuan diferentes son las empresas de la serpiente y de la Virgen! De aquella provino el veneno que nos separó de Dios; en María se iniciaron los misterios de nuestra redención. Por causa de Eva prevaleció la maldad del tentador; en María encontró el Salvador una cooperadora. Eva, con el pecado, mató a su propia prole; en María, por Cristo, resucitó su propia prole; en María , por Cristo, resucitó esta prole, devolviéndola a la libertad primera».

Y dónde adquirimos nosotros la libertad primera, la redención de los pecados: en la cruz de Cristo junto a la cual esperándonos está la Madre, la Virgen de la cruces, del Calvario, de los dolores, la madre del crucificado.

Por eso, cuando Cristo desde la cruz dice: “he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”, la fe redentora y dolorosa de María descubre el sentido de aquel alumbramiento de los nuevos hijos que Dios le confía en la persona de Juan. Jesús descubre el sacramento que se ha realizado: María se ha convertido en madre de la Iglesia, de todos los creyentes. No ha sido un premio gratuito, una realidad improvisada, un gesto puramente sentimental, ha sido un proyecto del amor de Dios, ha sido el parto más doloroso que haya podido tener madre alguna sobre la tierra: y desde aquel momento María recibió a toda la Iglesia en su Corazón y su amor adquirió dimensiones eternales y universales como la misma obra de Cristo.

Lo expresa muy bien la LG 58: «Desde la Anunciación mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo en pié, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la Víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27).Aquí está el fundamento de la devoción a la Virgen de la Cruces, la teología de la Virgen de los dolores, el misterio más profundo de cooperación entre la criatura y  Dios, aquí se hizo madre de todos los creyentes en el dolor.

Me encantas, María, Madre de las cruces, no lo puedo remediar. De todos los hechos de tu vida, me quedo con la Encarnación y tu presencia de pie junto a la Cruz de tu hijo. Aquel es un misterio gozoso de tu vida que rezamos en el santo rosario; éste es misterio doloroso. Me quedo atónito, asombrado ante esta victimación total con tu hijo por nosotros los hombres.

«¡Oh dulce fuente de amor! Hazme sentir su dolor, para que llore contigo. Y que por mi Cristo Amado, mi corazón abrasado, más viva en él que conmigo! ¡Virgen de vírgenes santa, llore yo con ansias tantas que el llanto dulce me sea, porque su pasión y muerte, tenga en mi alma de suerte, que siempre sus penas vea». (Stabat Mater).

¿Qué sentimientos debemos tener todos nosotros, sus hijos, en relación con la Madre del Amor hermoso, con la Virgen de las Cruces, Nuestra Señora de los Dolores?

Amor. Madre, me alegro de que existas, de que Dios te haya hecho tan grande, de que seas mi madre. Te amo, te quiero, te bendigo, es decir, te digo las cosas más bellas que mi corazón pueda sentir y mi inteligencia expresar, quiero cantarte, alabarte porque eres toda hermosa, un portento de lágrimas de amor y belleza de sentimientos. Si amar es desear el bien de la persona amada, quiero que todos te conozcan y te amen. ¿Por qué? Porque me inspiras confianza y seguridad plena. Ha sido Dios mismo quien te hizo así y me la ha dado como madre. Gracias. Te queremos.

HOMILÍA

CON MARÍA, A LA BÚSQUEDA DE DIOS

(Homilía especialmente para religiosas y consagradas)

Queridas hermanas y hermanos religiosos y consagrados: “La gracia del Señor Jesús esté con vosotros. Mi amor con todos vosotros en Cristo Jesús” (1 Cor 16,23). Con estas palabras del apóstol Pablo, quiero empezar saludándoos a todos esta mañana. Quisiera meditar con vosotros este lema escogido para la reflexión de esta jornada: «Con Santa María, de la escucha de Dios al servicio de la vida». Éste centra nuestra reflexión sobre la necesidad de lograr que el testimonio de cada uno de nosotros y de nuestras instituciones sean cada vez más fieles al carisma de los orígenes y al mismo tiempo más cercano a las necesidades del hombre contemporáneo.
La Virgen es para todos nosotros la Estrella que ilumina nuestro camino y la referencia segura de toda vuestra programación apostólica.


1. Con Santa María en la búsqueda de Dios.


La búsqueda de Dios es una componente esencial de la vida consagrada. La Virgen María es guía segura en este itinerario. ¡Buscad al Señor! Habéis colocado la reflexión de este tema, centro de vuestra vocación, en el primer lugar de vuestros trabajos. ¡Sí! Buscad a Cristo; buscad su rostro (cfr Sal 27,8). Buscadlo cada día, desde la aurora (cfr Sal 63,2), con todo el corazón (cfr Dt 4,29; Sal 119,2). Buscadlo con la audacia de la Sionita (cfr Ct 3, 1-3), con el asombro del apóstol Andrés (cfr Jn 1,25-39), con la premura de María Magdalena(cfr Jn 20,1-18). Siguiendo su ejemplo, buscad también vosotros al Señor en los momentos gozosos y en las horas tristes; imitad a María que va a Jerusalén llena de angustia a buscar su Hijo adolescente (cfr Lc 2,44-49), y más tarde, al comienzo de la vida pública de Jesús, corre presurosa a buscarlo (cfr Mt 3,22), preocupada por algunos rumores que le habían llegado a sus oídos (cfr ibid., 3,20-21). Sentir la exigencia de buscar a Dios es ya un don que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos (cfr l Jn 4,10).

         Es consolador buscar a Dios, pero es al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales. ¿Cómo repercute esto entre nosotros, en el contexto histórico actual? Seguramente supone acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración a la celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga del mundo» a la presencia del que sufre:  La Experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz accion apostólica.

 2 Con Santa María a la escucha de Dios.

En estrecha conexión con la búsqueda de Dios está la escucha de su Palabra de salvación. También en este itinerario María es para nosotros ejemplo y guía; de Ella la Iglesia resalta su singular relación con la Palabra.

         «Santa María es la Virgen de la escucha», siempre dispuesta a hacer suya, en actitud de humildad y sabiduría, las palabras que el Ángel le dirige. Con su “fiat” María acogió al Hijo de Dios, Palabra que existe desde el principio y que en Ella se hace carne para la salvación del mundo.

         Un buen modo, y siempre oportuno, de escuchar la Palabra es la «lectio divina», que vosotros tanto apreciáis. De ella hacéis explícita mención a veces en la misma fórmula de la profesión solemne, pues os comprometéis a vivir “en la escucha de la Palabra de Dios”.

         María escucha y en Ella la Palabra es acogida dócilmente mucho antes en el corazón que en su seno virginal. Imitando su “Fiat” (cfr Lc 1,38) también vosotros pronunciáis vuestro sí total a Dios que se revela (cfr Rom 16,26). En la palabra de la Sagrada Escritura Dios muestra las riquezas de su amor, revela su proyecto de salvación y confía a cada uno una misión en su Reino.

         El amor por la Palabra os llevará a reconsiderar la oración comunitaria. a privilegiar la vida litúrgica, y a hacerla mas participativa y viva. Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica. De este modo se cumplirá entonces también en vosotros la exhortación del Apóstol: “La Palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente” (Col 3,16).

3 Con Santa María en una vida de servicio.


Mirando a la Virgen, siempre en actitud de humilde servicio, tratemos que todos los hijos de María se distingan por un estilo de gozosa dedicación a hermanos, de ardor y de empuje, valoración de las relaciones humanas y de atención a las necesidades de la persona. Un estilo que no busque por encima de todo la eficiencia de las estructuras y el progreso de la tecnología, sino que más bien demuestre la eficacia de la gracia del Señor en la debilidad y en la pequeñez de lo humano como en María

         Entre las muchas formas de servicio, y en un mundo en el cual parece prevalecer la cultura de la muerte, sed sembradores de la vida, fieles a Dios que “no es Dios de muertos sino de vivos” (Mt 22,  32) y heraldos de la esperanza bajo la protección de Santa María, “Madre de la vida”.

4 Con Santa María al servicio de la animación vocacional.


         Las vocaciones son un don para la Iglesia y para cada una de nuestras instituciones. Por las que se debe implorar incesantemente en la oración. La imagen de la Virgen de Pentecostés ilumine vuestra reflexión. En el Cenáculo María aparece como la Orante; junto a los Apóstoles implora la venida del Espíritu, suscitador de toda vocación. María es Madre de la Iglesia: en el Cenáculo la Virgen comienza a ejercitar, en la comunidad de los discípulos, la maternidad que su Hijo moribundo en la Cruz le confió.

         A parte de la oración (cfr Lc 10,2) también se favorece el nacimiento de las vocaciones con el testimonio coherente y fiel de los que son llamados a vivir con radicalidad el seguimiento evangélico. Las nuevas generaciones os miran, atraídas no por una vida consagrada “facilote”, sino por la propuesta de vivir el evangelio sin añadiduras. Esto lleva a dar un testimonio de pobreza todavía más riguroso, que se traduzca en un sobrio tenor de vida y la práctica de una fiel comunión de bienes.                                       

MISA Y VIGILIA MARÍANA EN EL PUERTO (Mayo 1976)

SALUDO AL COMENZAR LA MISA: A la madre más madre, con el cariño más grande, devotos de Plasencia y su parroquia de San Pedro, dedicamos esta hora de la noche para honrarla y bendecirla. Virgen del Cenáculo, danos la gracia de celebrar y vivir esta Eucaristía.

HOMILÍA: QUERIDOS HERMANOS, hijos todos de María. En esta noche luminosa y clara de la fe ante la presencia de nuestra Madre, acariciados nuestros rostros por el aura rumorosa y fresca de la montaña del Puerto, impregnados por el aroma de sus jaras y sus flores, hemos venido ante el altar de la Canchalera, para celebrar su amor y sus favores, para llamarla: Madre, y sentirnos hijos, para implorar sus gracias y sus ayudas, para consagrarnos y consagrarle nuestros hogares, hijos, inquietudes, todo nuestro ser y existir como personas y creyentes.

Santa María del Puerto, Virgen nuestra, te queremos, nos das tanta seguridad y certezas de amor que nos sentimos amados y salvados rezándote y hoy queremos celebrar tu amor sobre nosotros.

Tú eres la seguridad de Plasencia, la guardesa de estos campos y ermita, la madre de Dios y madre nuestra.

En cada día de mi vida, Señora, se tú nuestra gracia, nuestro perdón, nuestro encuentro.

Queridos hermanos, dos van a ser las miradas que vamos a meditar esta noche. La mirada de la Virgen al mundo, mirada de amor y ayuda. Lo hacemos para agradecer su entrega de Madre a los hombres. Y en esa misma mirada queremos meditar en la que los hombres debemos a la Virgen. Mirada de imitación, Ella es modelo nuestro en la vida cristiana, y mirada también de gratitud.

Primera mirada: Demostrar que María no ha cesado de amarnos desde Nazaret hasta hoy es muy fácil.

Basta abrir el evangelio y observar las intervenciones de María en el Evangelio y en la historia de la Iglesia desde el Cenáculo. Una mirada de fe descubre la relación de María para con nosotros en todos sus misterios desde la Anunciación, “la llena de gracia”, Inmaculada y Virgen, Madre en Belén, Presentación, búsqueda y encuentro de Jesús en el Templo de Jerusalén, Boda de Caná, “junto a la cruz” de su Hijo, Asunción para estar más cerca de todos los hombres (Recorrerlos brevemente dando una nota de su amor a los hombres).

2. MODELO DE VIDA CRISTIANA

A) HUMILDAD: Anunciación: He aquí la esclava, la que renuncia a su propia voluntad por cumplir el proyecto de Dios sobre nosotros. Magníficat. Caná: más pendiente de los demás que de sí misma.

B) FIDELIDAD: Ver toda su vida, Virgen fiel. No abandonó a su Hijo en la cruz, ante la cobardía de todos.

C) CARIDAD: Todo lo hizo por amor: recorrer su vida: el Sí a Dios, rápidamente visita a su prima Isabel, Caná.

Ella está aquí, hablamos con Ella y la agradecemos todo su amor, entrega y protección. La damos gracias. Y en la santa misa celebramos esta salvación por su Hijo Jesucristo. Todo por Jesucristo. Como Ella. Cristo es la razón y el fundamento de todo y de todos.

36. HOMILÍA MARÍANA SOBRE EL MAGNÍFICAT: “Enaltece a los humildes y a los ricos despide vacíos”.

QUERIDAS RELIGIOSAS, amigos todos: Nadie se hizo tan pequeña y sencilla ante el Misterio de Dios, como María, que se convierte así en tipo y modelo de la Iglesia, para todos nosotros. María, siendo rica de gracias y dones de Dios, reconoce su pequeñez y se hace esclava del Señor: “Proclama mi alma...” y en sintonía con el pensamiento de Jesús expresado en el evangelio, continúa: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

¿Por qué reza así la Virgen? Porque Ella ha sentido esto en su corazón La humilde nazarena se ha reducido a nada de propiedad e iniciativa, a nada de propia voluntad, a nada de propio querer ante la voluntad del Padre. Es la esclava, la que no tiene voluntad  propia. Por eso, a Ella hemos de volver los ojos generación tras generación para aprender a ser sencillos y humildes.

Vamos a meditar un poco esta tarde estas palabras de Cristo en el evangelio de hoy que explican un poco su propia vida y la vida de su Madre y nos indican el único camino par a entrar en el reino: hacernos pequeños y sencillos: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Reino de Dios aquí no es el cielo o la salvación eterna, sino la amistad y el conocimiento sabroso de Dios, la unión de amor y de intereses con Él, responsabilizarse de la tarea que Jesús trajo a la tierra. El reino de Dios, lo que Dios nos pide y quiere es que hagamos con el esfuerzo de todos una mesa muy grande, muy grande, donde todos los hombres se sienten, especialmente los que nunca se sientan por ser pobres, y que éstos sean los invitados y preferidos, los incultos, los sencillos, los que ocupan los últimos puestos en el banquete del mundo.

Al bendecir Jesús al Padre porque ha tenido ocultos sus propósitos y riquezas del reino a los sabios y entendidos, no significa con ello que los sabios sean excluidos. Solamente afirma que para pertenecer al reino de Dios, a su amistad e intimidad, hay que hacerse sencillo y humilde. Y los ricos de poder, de dinero, de privilegios, de cultura deben hacerse pobres.

Queridos hermanos, vosotros queréis saber por qué dice Cristo que es muy difícil a los ricos de su yo, de dinero y de poder entrar en la amistad e intimidad de Dios?

1. Rico de dinero: Posee y está lleno de seguridades y poder en el mismo, y no tiene a Dios como el mayor tesoro. No le busca ni lo desea con el afán y el dinero y el tiempo que invierte en conseguir más dinero. Satisfecha su hambre de dinero no siente necesidad ni hambre de Dios, necesitado y pobre de su amor y gracias.

2. Rico de cultura. Qué difícil no menospreciar a los que no la tienen. Que el culto aprecie y hable con el inculto, no abusando de su saber. El reino de Dios es cuando el ingeniero trata con igualdad al peón de albañil.

3. Rico de perfección humana: qué difícil que acepte sus defectos: soberbia, envidia, que sienta necesidad de perfeccionarse, de ser humilde. No se siente pobre y necesitado de la gracia de Dios, de convertirse de sus defectos, del perdón de Dios. No siente necesidad de orar, de los sacramentos. No se convertirá, no entrará en el reino de Dios, no pasará del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la vida en Dios. Esto explicaría por qué el cristianismo encuentra muchas dificultades para entrar en esos ambientes, porque exige renunciar a los esquemas del

mundo para aceptar y vivir según el evangelio, según Cristo.

         Comprenderemos por qué Jesús da gracias al Padre porque su evangelio lo han comprendido y vivido los que se han hecho pobres y sencillos. María lo hizo. Por eso, María atrae la admiración y el amor de su Hijo, porque se hizo su esclava. Y por eso Ella, que lo vivió, da gracias a Dios por sus dones: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava... desde ahora me felicitarán todas las generaciones.

         Madre, nosotros nos unimos a ese coro que te alaba y te pedimos parecernos a Ti; ayúdanos porque Tú eres nuestro modelo y ejemplo. Necesitamos tu ayuda; nos cuesta mucho; pero contigo todo lo podemos, porque Tú todo lo puedes suplicando y pidiendo a Dios por nosotros.

SEGUNDO DIA: “Miró la pequeñez de su esclava”

QUERIDOS HERMANOS: “Miró la pequeñez de su esclava”, pudo decir la Virgen Inmaculada. Porque cuando en cada circunstancia de su vida, aunque sea pobre e indigente de la gracia de Dios, dice Sí a la voluntad del Padre, Dios llena su pequeñez y la transforma en Amor.

         María desde el Sí de la Encarnación del Hijo de Dios nos ayuda y estimula a nosotros, sus hijos pobres y necesitados, a decir un sí auténtico y hondo a los planes de Dios, que es fundamentalmente de toda nuestra vida cristiana. Y todo esto, en medio de la oscuridad de la fe, de lo que nos pueda ocurrir, permaneciendo con María meditando la palabra del Señor y así nos iremos disponiendo para el reino de Dios, para la amistad con Dios.

         Hacerse disponible para amar corresponde a la labor que cada uno debe realizar durante su vida cristiana. Es abrir los ojos a los planes de Dios Amor, sentir la llamada acuciante de cambio, palpar la propia pobreza, enrolarse en la marcha de la Iglesia, abrirse al diálogo con Dios, decidirse a realizarse totalmente en Cristo, descubrir a Cristo escondido en nuestras circunstancias, sintonizar con sus sentimientos y actitudes, entablar una mistad profunda con Él para correr su misma suerte, celebrar la Pascua personal, la muerte y resurrección en vida.

“SÍ, PADRE”: Aprender a decir Padre, es un compromiso de vida, no una fórmula de rezo. Es tomar una postura de irse configurando con Cristo para tener su misma fisonomía y sentimientos y palabra y su misma voz. Decir Padre supone un esfuerzo duro y diario para sentirnos hijos parecidos a Él, un esfuerzo constante y permanente contra todo lo que nos aleja de su obediencia para poder llegar a decir con verdad: Sí, Padre.

         “Nadie conoce al Padre sino el Hijo aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.  Solo el Hijo conoce al Padre. “Dios es Amor” y todo su amor nos lo ha revelado en el Hijo, en una sola Palabra, pronunciada con amor Personal de Espíritu Santo a cada uno de nosotros. “En esto consiste el Amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sin en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”;  “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Con una sola Palabra se expresa a Sí mismo en una donacion infinita de Amor que le hace Padre en el Hijo que lo acepta como Padre. Por eso nadie conoce al Padre sino el Hijo. Y esta Palabra que el Padre ha pronunciado eternamente, desde siempre, la ha pronunciado en María en el tiempo para nosotros en carne humana. “ Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es una palabra de amor comunicada por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Amor, a los hombres por medio de la Encarnación en María. En su Palabra, en su Hijo Dios nos ha dicho todo. Ya no puede decirnos más. Vivir en Cristo es nuestra respuesta a la Palabra de Dios pronunciada, cantada, deletreada por amor a nosotros.

VIRGEN DEL SALOBRAR EN JARAÍZ DE LA VERA (1977)

QUERIDOS HERMANOS, AMIGOS Y PAISANOS de Jaraíz de la Vera, la Virgen del Salobrar, Reina y Señora de Jaraíz, nos ha reunido esta tarde en torno a su imagen bendita. Estamos ahora en el corazón de su fiesta, y al caer la tarde, hemos venido par estar con Ella, para mirarla más de cerca y a la luz de su ojos, aumentar la luz de nuestra mirada de fe , caminando más seguros, con más potencia de amor, sabiendo que la Madre nos mira.

Hoy vamos a contemplar a María, recibiendo el anuncio del ángel para ser Madre de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Se expresa como la Anunciación del ángel a nuestra Señora, si miramos al ángel que le anuncia noticias de parte de Dios; decimos Encarnación del Hijo de Dios, si nos fijamos en la obra de Dios por el Espíritu Santo a través del anuncio del ángel ya que ha decido hacerse hombre para salvarnos en la entrañas purísimas de esta Virgen nazarena, que se llama “la llena de gracia”; así la llama el ángel: Kejaritomene.

“Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. Se sorprende la Virgen. Y el mensajero continúa:“No temas, María, porque has hallado gracia de parte de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo. Dijo María al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te dará su sombra”; por lo que cual el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. 

Queridos hermanos: Son estas las palabras más importantes pronunciadas por María y contenidas en los evangelios. Y son las mas importantes porque ellas dan entrada al Verbo de Dios en la historia humana y a su plan de salvación sobre el mundo, María se convierte en Madre de Dios fundamento de todos sus privilegios y porque ellas nos manifiestan y descubren la actitud de obediencia y sumisión total de la Virgen a la Palabra de Dios. Con estas palabras María entra casi en la esfera de la Trinidad, su maternidad es irrepetible, está en la misma orilla de Dios, aunque humana como nosotros, y se convierte para nosotros en modelo de fe y confianza en Dios.

Y no penséis, hermanos, que ante este anuncio del ángel  nuestra Señora de Salobrar lo vio todo claro y asequible; tuvo que creer que era Dios el que nacía en sus entrañas, no sabe cómo será, barrunta las calumnias que surgirán, la incomprensión de José... cuánto me gusta esta fe de la Virgen la Anunciación. Esto es fe. Fe no es evidencia de lo que se cree, no es conocimiento razonado de la verdad, la fe es fiarse y ponerlo todo en manos de Dios. La fe es aceptar lo que te dice una persona, fiarse de ella. Y esta persona es Dios. Es renunciar a las propias ideas y proyectos para seguir los de Dios

Por eso la fe se  entiende mejor desde la confianza, desde el amor, desde la amistad con la persona. Creer a una persona quiere decir aceptar a esa persona, fiarnos de ella, tender hacia ella para hacernos uno con ella. Debemos fiarnos de Dios, amarle hasta poner en Él nuestra seguridad; creer en el evangelio, en la palabra de Cristo hasta preferirla a la del mundo y la carne.

Más en concreto, si tú ves que alguien te ha ofendido, te ha echado la zancadilla, según la carne, tiende naturalmente a vengarte; pero coges el evangelio y allí oyes a Jesús que te dice: has de perdonar setenta veces siete, es decir, siempre. Y entonces tú dices: Señor, yo siento ganas de vengarme, pero por Ti, le perdono y lo olvido. Porque quieres obedecer a Cristo que te dice: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”.

Tú estás violento, en casa o en el trabajo, por las cosas que pasan, te entran ganas de reaccionar molestando, dando voces o insultos, y allí te acuerdas de las palabras de Jesús, y por Él perdonas. Uno que ama y cree en Jesús, se fía de sus palabras, porque cree en ellas.

Esta fe exige oración diaria para recordar las palabras del Señor, meditarlas, ponerlas en práctica. Sin oración todo se olvida, no tenemos ánimo ni fuerza para cumplirlas. Necesitamos rezar a la Virgen, renovar nuestra consagración: «Oh Señora mía y Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos...», el santo rosario, si es en familia o con algún amigo, mejor; hay que seguir cultivando la devoción a la Virgen, que recibimos de nuestros padres, de la parroquia con sus catequistas, con el sacerdote. Tener una imagencita de la Virgen del Salobrar, mirarla todos los días y brota espontánea la oración, el Ave María, sin esfuerzo ninguno: Madre del Salobrar, quiero se buen cristiano, buen hijo tuyo, ayúdame.

Esta tarde quiero dirigirle a Nuestra Señora del Salobrar esta oración:

«Señora y Madre querida del Salobrar, con la seguridad de que siempre nos escuchas, hemos venido esta tarde junto a ti para pedirte que aumentes nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor a tu Hijo Jesucristo.

Yo sé que en estos momentos, Madre, recuerdas a todos tus hijos de Jaraíz, presentes y ausentes.Yo también recuerdo, todos nosotros recordamos que Tú has estado siempre junto a nosotros, en nuestra vida, en nuestro diario despertar y al acostarnos con el rezo de las tres ave marías.

Cuántas veces, en la calle, abriéndonos paso entre las gentes, nosotros te hemos llamado, Madre, y Tu has estado junto a nosotros.

Te pedimos, Madre, para tu pueblo querido de Jaraíz unos hijos más llenos de fe, esperanza y amor a tu Hijo, unos matrimonios que no se rompan nunca, unos hijos más cariñosos y respetuosos contigo y con sus padres, que no los abandones nunca por falta de amor, unos jóvenes más enamorados que se comprometan en amor y fidelidad para toda la vida y un pueblo más creyente, más fraterno, más amigo y acogedor, donde todos se sientan felices. Amén.

FIESTA DE LA VIRGEN DEL SALOBRAR EN MADRID

QUERIDOS HERMANOS: La Virgen del Salobrar, Reina y Señora de Jaraíz de la Vera, nos ha reunido esta mañana en Madrid en torno a su altar, a todos sus hijos venidos y residentes bien en el pueblo natal bien en este Madrid y entorno madrileño.

Hemos venido a su presencia, nos hemos encontrado con Ella, y en Ella nos hemos encontrado todos sus hijos de Jaraíz, recordando años de infancia y juventud en torno a su fiesta en Jaraíz. Esta fiesta es eco de aquella.

Al ver muchos de vuestros rostros que hacía tiempo que no veía ni hablaba con vosotros, aquellos rostros de niños que jugábamos a la peonza o el escondite, o de jóvenes que paseabais junto a vuestras chicas o bailabais en la verbena del «gato» junto a la carretera, no he podido menos de sentir emoción y hasta lágrimas, porque se han precipitado vivencias que conservo intactas, recién estrenadas, como si acabara de vivirlas  ahora.

Por eso creedme; me cuesta trabajo pensar que esta mañana habéis venido de Madrid, Alcorcón, Móstoles..etc, no más bien creo que hemos oído la campanas de la iglesia de arriba, de Santa María, y hemos venido de la calle nueva, de la fuentecilla, de San Migues, desde la calle del Agua, Damas, Pedrero,  calle del Coso, Encementada, Plaza Mayor, de los portales de arriba o de abajo, calle estrecha del Cañito, en fín, para qué enumerar, todos tenéis en la memoria estos nombres, calles que nos vieron correr y jugar, desde el Eriazo, para nosotros Leriazo hasta el Egido, donde jugábamos los partidos oficiales de futbol.

Hemos venido esta mañana para saludar a la Virgen y encontrarnos con Ella, nuestra Virgen del Salobrar de los ojos saltones, bellísima, Virgen hermosa. Y queremos saludarla como un día la saludó el arcángel Gabriel: “Dios te salve, María”, lo cual quiere decir: te traigo saludos de parte de Dios, María, y en nombre suyo te los doy.

“Tú eres la llena de gracia”. Llena de gracia y de plenitud de Dios tuvo nuestra Señor desde el momento de su Concepción Inmaculada. Más que todos los santos y ángeles juntos. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríamos que la capacidad iba creciendo a medida que la gracia iba aumentando en ella, para que así en todos los momentos de nuestra vida la pudiéramos rezar: Tú eres la llena de gracia.

“El Señor está contigo”.Dios está siempre en el corazón de los que le aman y como María le amó más que nadie, más que todos los ángeles y santos juntos, desde el primer instante de su ser, resulta que María estuvo siempre llena de su presencia y amor.

Luego su prima santa Isabel añadió otras alabanzas que la rezamos en el ave maría: “Bendita tú entre todas las mujeres”. Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para liberadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Y grandes mujeres santas habían de existir en la Iglesia de Cristo. Pero incomparablemente más hermosa y unida a Dios que María, ninguna, porque lo llevó en su seno, fue su madre. María, siendo humana, estuvo en la misma orilla de Dios.

Y nosotros seguimos rezando para terminar el ave María: “Y bendito el fruto de tu vientre”. He aquí la raíz y el fundamento de todas las grandezas de la Virgen; ha aquí la fuente de donde manan todos sus dones y privilegios. María es la Madre de Dios. Tremendo Misterio que los hombres no comprenderemos nunca. Cristo nos vino por María, es decir, por María nos vino a todos los hombres la Salvación, la Redención, la Revelación y el Amor de Dios Trino y Uno por el Espíritu Santo que “la cubrió con su sombra”. Dios la eligió por Madre y se fió de Ella.

Pudo Dios escoger y formar otro tipo de muher para ser su madre. Pero Él quiso un tipo concreto: María. Esto quiere decir que María es el modelo que Dios prefiere y que nosotros, sus hijos, tenemos que imitar. Porque es el que más le agrada.

Y ¿qué buscó Dios en María? Buscó fidelidad. Porque el Padre buscaba confiar a su Hijo, todo su proyecto de Salvacion en una persona perfecta para esta misión. Esto era algo que desborda lo puramente humano. Era necesaria por parte de esta persona una confianza, una fe, una entrega que superara toda evidencia y se fiara totalmente de su palabra y esto lo encontró en María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. La Virgen viene a decir: no entiendo cómo podrá ser esto, qué es lo que yo pueda hacer, pero aquí está su esclava, la que renuncia a todo lo suyo, a su voluntad propia para hacer la voluntad del Padre.

Queridos hermanos, si Dios se fió de Ella, ¿no nos vamos a fiar y confiar nosotros? Pongamos en sus manos todas nuestras necesidades y problemas, nuestras alegrías y penas, nuestros proyectos y deseos, porque Dios se fió de Ella.

La fidelidad fue lo que más le agradó a Dios de María. Como en nosotros. Antes a los cristianos se les llamaba los fieles cristianos. Y ahora somos fieles: fieles a la fe, esperanza y amor a Dios y a los hombres. Debemos esforzarnos por ser fieles en el amor matrimonial, filiar, a la amistad, a los compromisos cristianos de nuestro bautismo, primera comunión. En esto consiste principalmente la devoción a nuestra Señora, la Virgen del Salobrar. Ser hijos de María, ser devotos de María exige parecernos a Ella, rezar como Ella, amar a Dios y a los hombres nuestros hermanos como Ella. Fijaos en la boda de Caná, nadie se ha dado cuenta de que falta el vino sólo Ella que vive más pendiente de nuestros problemas que nosotros mismos.

Queridos paisanos y amigos todos, estoy tan a gusto con vosotros hablando de la Madre que no quisiera terminar. Pero todo tiene su fin. Y a mí me gustaría para terminar esta conversión con vosotros, que eso significa homilía, hacerlo con aquel canto que tantas veces entonábamos a la Virgen en nuestras procesiones del pueblo: «Salve, Madre, en la tierra de mis amores». Bueno de mis amores y de tus amores: Jaraíz de la Vera. Recuerdo que siempre nos hacíamos un lío, porque los dos pegan bien: en al tierra de tus amores, porque Jaraíz entero, donde quiera que se encuentre, es todo entero tuyo, de la Virgen del Salobrar; en la tierra de mis amores: porque lo es mi pueblo y lo eres Tu, Virgen santa, Jaraíz y Virgen de mi infancia y juventud, rodeado de las estribaciones de Gredos y la llanura del Tietar, tierra hermosa y bella como Tu; los hijos de Jaraíz hemos nacido entre matas de pimiento y tabaco, somos de unas tierras feraces que en tres meses dan cosechas, nosotros sabemos de toda clase de frutales, de prados verdes y gargantas, de nieves de Gredos y de llanuras fértiles por cientos de hectáreas. Nosotros, Madre, no renunciamos de nuestras raices, son tan hermosas: Jaraíz de la Vera y Virgen del Salobrar.

«Salve, Madre, en la tierra de mis amores..» y como todos sabemos, al final había una estrofa, que a mí me impresionaba y me hacía llorar. Creo que a ella debo gran parte de mi fidelidad a la fe y al sacerdocio. Decía así: «Mientras mi vida alentare, todo mi amor para Ti, pero si mi amor te olvidare... Habrá algún hijo de Jaraíz que se olvide de su madre, que haya abandonado su fe cristiana.

Pues aunque así fuere, yo en este momento, en su nombre y en el de todos los hijos de Jaraíz, me atrevo a rezarle cantando: «Virgen Santa, Virgen Pura, aunque mi amor te olvidare, Tú no te olvides de mí»

FIESTA DE LA VIRGEN DEL PUERTO EN MADRID (1996)

QUERIDOS HERMANOS concelebrantes, autoridades, cofrades y devotos de la Santísima Virgen del Puerto: Desde las riberas del Jerte, he venido esta mañana con gran alegría, para comunicaros el mensaje de la que habita entre canchos y encinas, entre alcornoques y escobas. Como todos los sábados he subido por ese camino o carretera tan llena de recuerdos para la mayor parte de todos vosotros. He subido hasta su ermita para pedirle a la Señor su protección y su ayuda, para recibir de Ella el mensaje que traigo en su nombre para todos vosotros. He ascendido entre curvas continuas hasta  el Puerto, me he postrado y he rezado por este día entre vosotros, y he vuelto a bajar por ese camino tantas veces recorrido por muchos de vosotros. Me alegró encontrarme con uno de vosotros que me dijo: siempre que voy a Plasencia, cuando diviso desde la carretera el Puerto, lo primero es la Salve y antes de entrar en la ciudad, subo al Puerto a rezar a la Virgen.

Como me gustaría que todos lo hiciéramos antes de atravesar esas calles para siempre inscritas en nuestro corazón, donde transcurrieron nuestros juegos de niños y primeros amores de juventud; cuántos recuerdos y vivencia afloran en estos momentos en nuestra mente y en nuestro corazón, cuántas emociones.

Y ahora aquí, en su ermita de Madrid, qué gran ermita la de nuestra Virgen del Puerto, en el día de su fiesta, estamos celebrando la Eucaristía, la acción de gracias que Cristo celebró en la Última Cena antes de morir, para darle gracias al Padre por todos los beneficios de nuestra salvación.

Yo quisiera que esta mañana, juntamente con Cristo, en esta acción de gracias al Padre, nosotros también unidos a Él diéramos gracias por todos los dones recibidos, dones de vida y de fe, dones de pruebas superadas y de necesidades de amistad conseguidas, de hijos, matrimonio, de fe, esperanza y amor por mediación y protección de la Virgen del Puerto. Porque Ella es Madre de la Iglesia, la mejor creyente, en la que Dios se confió totalmente, la mejor Madre; cómo no te vamos a querer, a fiarnos de ti, si Dios mismo, el Dios infinito que sabe lo que hay en el corazón de todos los hombres, se fió y se entregó a ti como Hijo. Tú eres también para nosotros, Madre, nuestro mayor auxilio y amparo, como te cantamos en el himno de la Coronación: «Desde niño tu nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, Ella alienta mi alma y mi vida, nunca madre mejor conocí... Placentinos, Placentinos, en el Puerto su trono fijó, una Madre, una Reina, que Plasencia leal coronó».

La Virgen del Puerto, con su Hijo en brazos, es la mayor expresión del amor de Dios a una criatura porque quiso tenerla por Madre. Y si Dios la quiso así, nosotros queremos también que sea nuestra madre, queremos ser hijos suyos. Me gustan las imágenes o los cuadros de la Virgen donde Ella aparece con el Hijo en brazos, porque ésta es toda su grandeza, aquí está el fundamento de todas las gracias que Dios la concedió.

Esta Madre nos enseña fe, fe total en las palabras de Dios, como Ella aceptó el mensaje del ángel: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. Se sorprende la Virgen. Y el mensajero continúa:“No temas, María, porque has hallado gracia de parte de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo. Dijo María al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te dará su sombra; por lo que cual el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. 

Queridos hermanos: Son estas las palabras más importantes pronunciadas por María y contenidas en los evangelios. Y son las mas importantes porque ellas dan entrada al Verbo de Dios en la historia humana y a su plan de salvación sobre el mundo, María se convierte en Madre de Dios fundamento de todos sus privilegios y porque ellas nos manifiestan y descubren la actitud de obediencia y sumisión total de la Virgen a la Palabra de Dios. Con estas palabras María entra casi en la esfera de la Trinidad, su maternidad es irrepetible, está en la misma orilla de Dios, aunque humana como nosotros, y se convierte para nosotros en modelo de fe y confianza en Dios.

Y no penséis, hermanos, que ante este anuncio del ángel  nuestra Señora lo vio todo claro y asequible; tuvo que creer que era Dios el que nacía en sus entrañas, no sabe cómo será, barrunta las calumnias que surgirán, la incomprensión de José... cuánto me gusta esta fe de la Virgen la Anunciación. Esto es fe. Fe no es evidencia de lo que se cree, no es conocimiento razonado de la verdad, la fe es fiarse y ponerlo todo en manos de Dios. La fe es aceptar lo que te dice una persona, fiarse de ella. Y esta persona es Dios. Es renunciar a las propias ideas y proyectos para seguir los de Dios

Por eso la fe se  entiende mejor desde la confianza, desde el amor, desde la amistad con la persona. Creer a una persona quiere decir aceptar a esa persona, fiarnos de ella, tender hacia ella para hacernos uno con ella. Debemos fiarnos de Dios, amarle hasta poner en Él nuestra seguridad; creer en el evangelio, en la palabra de Cristo hasta preferirla a la del mundo y la carne. Imitemos a nuestra Madre en la fe en Dios, en su Palabra, en sus mandamientos.

La fe es el don más precioso que Dios nos ha dado. Debemos valorarla, cultivarla mediante la oración, el rezo del rosario, las tres ave marías al acostarnos, en las ocasiones de peligros contra la religión hoy tan combatida.

Desgraciadamente hoy muchos han perdido la fe en esta España nuestra donde la religión es atacada desde el Gobierno y los medios de comunicación.  La fe nos dice que hemos sido creados para una eternidad con Dios. Mi vida es más que esta vida. La muerte no es caer en el vacío o en la nada. Es caer en los brazos de Dios que nos soñó para una eternidad de gozo con Él.

Hermanos, somos eternidades, no moriremos para siempre. Es un privilegio el existir porque ya no moriremos nunca. Siéntete viviente, eternidad en el Dios que nos vino por la Virgen para abrirnos las puertas de la eternidad, vino en nuestra búsqueda para llevarnos al cielo. Para eso se hizo hombre en María. Felicita a la Virgen, felicita al Hijo que nos trajo esta salvación eterna de parte del Padre. Madre, tu eres la mejor garantía de mi eternidad. Recemos como el ángel les enseñó a los niños en Fátima: «Dios mío, yo creo, adoro espero y te amo; te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». 

 

La Virgen también nos enseña el amor a los hermanos, la caridad: Las bodas de Caná. Ella vive más pendiente en Caná de las necesidades de los demás que los mismos interesados. E insiste ante su Hijo. Y adelanta la «hora» y no dice a los criados comprometiendo al Hijo y se hace el milagro, como los sigue alcanzando ahora de su Hijo si le rezamos, si la invocamos con fe y confianza. Yo en mis necesidades siempre le digo a la Virgen: «díselo, díselo a tu Hijo», porque sé que todo lo alcanza de Él.

Finalmente como Ella buscó a su hijo perdido nos enseña en estos tiempos a buscar y rezar a todos los hijos que se han perdido en el camino de la fe y de la salvación cristiana. Tened confianza, no os desaniméis, seguid rezando. La oración ante la Virgen que se lo pide a su Hijo, todo lo alcanza: «Virgen santa y hermosa del Puerto, en las horas de muerte y dolor, cierra tu con cariño mis ojos, lleva mi alma en tus brazos a Dios».

PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

(Luis M Mendizábal, S.J)

Queridos hermanos y hermanas: Justo cuando nos disponemos a comenzar el santo tiempo de la Cuaresma, con el horizonte del Calvario, podemos retomar nuestra contemplación del misterio de la Presentación del Señor desde el matiz que Juan Pablo II recalcó en su encíclica Redentoris Mater (cf. n° 16). Él lo llama «segundo anuncio a María». El primero fue por labios del ángel, este segundo por labios de Simeón. En el primero se anuncia su maternidad, en el segundo se anuncia cómo su maternidad implica asociarse al sufrimiento redentor de su Hijo.

Por la luz del Espíritu reconoce al Señor

         El anciano que lleva tantos años en torno al Templo, reconoce al Niño, por su docilidad al Espíritu. Esto sólo puede ocurrir por la luz del Espíritu, porque no correspondía en nada a las descripciones espectaculares que habían dicho los profetas. No venía con triunfo ni ruido, venía silenciosamente en brazos de una joven madre. Reconocer al Señor en sus visitas es lo más grande que podemos vivir. Reconocer a Dios en las personas con las que tratamos.

        Reconoce al Mesías en un niño indefenso insignificante y lo toma en brazos, la Virgen se lo da, la Virgen es una madre generosa, parece que no lleva al Niño más que para darlo, da la impresión de que el Niño se le iba de los brazos, de las ganas que tenía de irse a aquel anciano... entonces lo torna en brazos, lo levanta en brazos. Con El levantado en brazos es como tenemos que escuchar el himno, ese himno que la Iglesia repite cada noche en las completas, en labios de sus sacerdotes y religiosos, que es como querer indicar que cada día tenemos que haber  encontrado también nosotros al Mesías. Entonces podemos decir, ya puedo dormir en paz, ya puedo descansar en paz porque mis ojos han visto al Salvador. Lo he visto en las personas con las que he tratado, en los acontecimientos, en la oración, en el trato personal con El, lo he encontrado y ahora puedo descansar en paz.

         Simeón lo que levanta es al Niño que se ha ofrecido y que ha sido ofrecido al Padre. Es la anticipación de Cristo crucificado, es reconocer al Mesías, al que enviado por el Padre da su vida por nosotros. Y eso es lo que levanta, como el sacerdote la Hostia después de la consagración. Lo levanta al Padre y lo presenta a la humanidad. Y en cada misa, en el altar podemos también nosotros, como el anciano Simeón contemplar al que es “luz de las gentes y salvador de tu pueblo Israel”.

         Lo que es luz de las gentes es el Jesús ofrecido e inmolado por nosotros. Es el Cristo crucificado, es el Niño presentado y ofrecido por manos de María, el Cristo crucificado a cuyos pies está también la Virgen y en la sombra gozoso siempre, silencioso, contemplativo, San José, que es testigo de todo eso y es arrebatado por ese misterio, también metido en él, introducido en él, envuelto en ese misterio de entrega, de inmolación de iluminación del mundo.

         En la primera ocasión fue enviado un ángel para anunciar su maternidad. En esta segunda decimos que fue enviado un anciano llamado Simeón para anunciarle cómo a ser su maternidad.     Reconocer al mesías en el niño sólo puede ocurrir por la luz del Espíritu. No venía con triunfo ni ruido, venía silenciosamente en brazos de una joven madre. Reconocer al Señor en sus visitas es lo más grande que podemos vivir.

         Simeón siente ahora que su espera está bien pagada, todo lo que él ha tenido que subir uno y otro día al templo con deseos de encontrarse con el Mesías está ahora cumplido y se siente inmensamente feliz, ya ha visto cumplido su deseo, ya su vida puede terminar, porque  “mis ojos han visto al salvador”.

         Ojalá El nos concediera que le viéramos también nosotros y de esta manera pudiéramos morir a lo que es pecado, a lo que es desorden, para vivir sólo para el Señor. Una especie de muerte para entrar en la vida, en la vida que es esa “luz para las gentes y gloria del Señor”. Y dirigiéndose a María le da el «segundo anuncio».

         La otra anunciación. En la primera ocasión fue enviado un ángel para anunciar su maternidad. En esta segunda decimos que fue enviado un anciano llamado Simeón para anunciarle cómo va a ser su maternidad. Por una parte será “luz de las gentes” pero por otra “signo de contradicción”. Y añade: “una espada atravesará tu corazón”. Aquí hay algo importante. El Señor nos va llevando y va descubriéndonos aspectos de nuestra vida.

         La Virgen desde la anunciación creyó. Vive en obediencia de fe. Isabel le dice: “dichosa tú que has creído” (Lc 1,45). Creyó con todo lo que significa creer. Creyó no sólo a la palabra que se le había dado, sino creyó entregándose a esa Palabra con una entrega total, en una obediencia de fe. Con sencillez, con humildad se entregó para ser madre de Jesús. Ella tiene esa postura fundamental de esclava del Señor que mantiene en todos los pasos, también en la cruz estará como esclava del Señor, lo mismo que Jesús mantiene siempre la actitud de su corazón.

         El Concilio nos dice que María se entregó a la persona y a la obra de Jesús: aceptó ilimitadamente su misión. El Papa asemeja esa fe de María a la fe de Abraham que sale de su tierra sin saber a dónde iba, pero sabiendo que estaba siguiendo a Dios. Esta es la verdadera fe y la oscuridad de la fe. No es sólo salir sin saber siquiera si es lo que Dios quiere. Es no saber dónde va a terminar el camino. Pero en la certeza de caminar con el Señor. Y caminar sin preguntar qué circunstancias van a ser. Abraham camina sin preguntar. Se pone en camino hacia un lugar que no conoce nada, fiándose de Dios que es quien le hace salir. Está seguro de que es Dios quien le hace salir y nada más.

         La Virgen también camina así. Dando cada paso según la voluntad de Dios pero sin saber dónde va a terminar. Con una inmensa confianza en esa obediencia de fe por los caminos oscuros del Señor. También para María son oscuros ¡os caminos del Señor. Basta recordar las dudas de San José, los titubeos después de la anunciación y en estos mismos momentos ella no sabe concretamente lo que va a ser, cómo va a ser.

 

         Un si que se renueva en cada paso del camino. Incluso no es aventurado y no es una temeridad pensar -hace a ello alguna referencia el Papa- que ella había entrevisto el triunfo del, Mesías porque se le había anunciado: “Él ocupará el trono de David su  Padre, será Rey” (Lc 1,32). Hay una cierta aureola de triunfo. Sin embargo, ella sigue ese camino que el Señor le traza, quizás con esa ilusión en el fondo, de ir hacia ese triunfo.

         Pero su voluntad era una voluntad radical, aceptó la voluntad de Dios radicalmente y aún sin conocer todos los detalles, dispuesta a todo. Esta es la verdadera postura del corazón enamorado. Cada cristiano, al entregarse ahora, no conoce los detalles de lo que va a ser su vida, pero la acepta y la entrega. Solemos imaginarla con ciertos rasgos de triunfo.

         María estaba disponible a ser Madre de Jesús con todas sus consecuencias. Ella, pues, aceptó la voluntad de Dios no en cada uno de sus detalles -que no conocía-, pero sí la aceptó sin excluir nada, aunque no lo incluyera positivamente. Es esta la buena postura. En cambio, si uno empezara a imaginarse el futuro con sus dificultades se atormentaría inútilmente. Eso no es fiarse del Señor. Solemos además imaginar algo en el fondo más triunfante. Pero aún sin saber, puedo dar mi sí al Señor con todas sus consecuencias.

         Ahora bien, ella sí conocía alguna relación con la redención de Israel, pero no cómo iba a ser esa salvación de Israel. Ella reconoce que en el hecho de la aceptación de su maternidad, Dios recibe a Israel su siervo, lo acoge. El ángel había dicho también a José: “El sacará a su pueblo de los pecados” (JIt 1,21), pero no cómo, cuál sería ese camino.

         También en el benedictus Zacarías había anunciado: “anunciando la salvación para el perdón de los pecados” (Lc 1,77). Pero ¿comprendió la Virgen que esa función le asociaba a un misterio doloroso? No tenemos ningún argumento para ello. Pero en las palabras de Simeón sí se le abre este camino. Por eso es una segunda anunciación. Se añaden unas matizaciones. Dice el Papa que es segundo anuncio hecho a María dado que indica la dimensión histórica concreta en la cual el hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor. Se le revela además que ella deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre y que su maternidad será oscura y dolorosa. Esto es el anuncio del anciano Simeón.

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (1997)

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, día 2 de febrero, a los cuarenta días después de la Navidad, la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo de Jerusalén. Y aunque caiga en domingo, prevalece sobre la liturgia dominical, porque es un domingo ordinario, y hoy es fiesta del Señor, como son las de Epifanía, etc.

El suceso es narrado en el Evangelio y en la primera Lectura; el salmo también encarece el momento solemne de la Entrada del Señor en el Templo. El profeta Malaquías nos dice: “Miradlo entrar”. Y el salmo repite: “va a entrar el rey de la gloria”.

La segunda Lectura desentraña la esencia del sentido de esta fiesta: Jesucristo es presentado en el Templo en brazo de su Madre María y es ofrecido, mejor dicho, se ofrece Él mismo con toda su vida para cumplir la voluntad del Padre, que se consumará en el sacrificio de la cruz.

La voluntad del Padre no es otra que la entrega total del Hijo por la salvación de los hombres hasta la muerte de cruz, como anunciará el anciano Simeón; sólo así llegará a la consumación, a la glorificación ya que Cristo “puede aniquilar al que tenía el poder de la muerte y liberar a todos los que por miedo a la muerte, pasaban la vida como esclavos”; Cristo “ha expiado nuestros pecados y puede auxiliar a los que pasan con Él la prueba del dolor”.

La vida de Jesús ofrecida, sacrificada “la ofrenda como es debido”, en expresión del profeta Malaquías, es “Salvación para todos”, como dijo el anciano Simeón, pues nuestro destino es el suyo, porque “participa de nuestra carne y sangre.” Y unidos a Él, “nuestro Pontífice fiel y compasivo”, podemos ofrecer, juntamente con Él, la ofrenda de nuestra vida, “ofrenda agradable a Dios”.

El sentido de la Presentación es que Dios es el autor de la vida; el hombre es ser creado por Dios, dependiente y necesitado de Dios: criatura que debe dar gracias por la vida que le viene de Dios y ponerla a su disposición.

Jesucristo, en su Presentación en el Templo, nos anticipa la ofrenda sacrificial que irá haciendo a los largo de toda su vida y que culminará en el Templo de  Sí mismo, en su Cuerpo y Sangre entregada en el altar de la Cruz, ofrenda sacrificial que Él nos ha dejado como memorial en el Sacramento de la Eucaristía.

La santa misa debe ser para nosotros ofrenda agradable con Cristo al Padre, para quedar consagrados con Él para gloria de la Santísima Trinidad. Y como nos hemos ofrecido con Él y hemos sido consagrados con Él al Padre, cuando salimos del templo ya no nos pertenecemos, hemos perdido la propiedad de nosotros mismos a favor del servicio a los hermanos; para gloria de Dios, tenemos que vivir o dejar que Cristo viva en nosotros su ofrenda al Padre. Esto es la santa misa. Esta es su espiritualidad y su liturgia. Es ofrenda y consagración con Cristo para gloria de Dios y  servicio y entrega a los hombres.

En la celebración de la Presentación de Jesús estuvo María íntimamente unida a este Misterio de su Hijo, como la Madre del Siervo de Yaveh, ejerciendo un deber propio del Antiguo Israel y presentándose a la vez como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y la esperanza por el sufrimiento y la persecución (Cr Maríalis cultus 7).

«Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la Concepción virginal de Cristo hasta su muerte... Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (LG 57).

Con Simeón y Ana todos nosotros y todos los hombres debemos de salir al encuentro del Señor que viene. Debemos reconocerle como ellos como Mesías, “Luz de la Naciones” “Gloria de Israel”, pero también “signo de contradicción”.

La espada de dolor predicha a María será el signo y la consecuencia de esa contradicción que anuncia otra oblación perfecta y única, la de la Cruz, que dará la salvación que Dios ha preparado “ante todos los pueblos”.

La monición de entrada nos explica perfectamente el sentido de esta fiesta: «Hace cuarenta días celebramos llenos de gozo la fiesta del Nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, llegaron al  templo los santos ancianos Simeón y Ana, que, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría.

De la misma manera nosotros, congregados en una sola familia por el Espíritu Santo vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan, “hasta que vuelva revestido de gloria.

SANTIDAD MARÍANA DEL SACERDOTE
(FISONOMÍA MARÍANA DE LA SANTIDAD SACERDOTAL)


La santidad de María aclara la vida y el misterio sacerdotal

Cardenal José Saraiva Maralins


Introducción


         El punto de inicio de nuestra reflexi6n no puede ser otro que el horizonte del capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium, de la cual se cumple este año el 40 aniversario de su promulgación. Su alcance era puesto en evidencia por Pablo VI: “Es la primera vez (...) que un Concilio ecuménico presenta una síntesis tan amplia de la doctrina católica en relación al lugar que María santísima ocupa en el ministerio de Cristo y de la Iglesia” (Discurso de cierre de la III Sesión del Concilio Vaticano II, 21 de noviembre de 1964).

         La perspectiva conciliar nos lleva a entender que no es posible hablar de Cristo, ni de su Cuerpo místico, omitiendo la Virgen María. La sobriedad con la que el Nuevo Testamento presenta la persona y la misión de la Madre del Señor seguramente no se puede asimilar a la irrelevancia de su figura. María, al contrario, es decisiva al considerar la verdad de Dios hecho hombre y, por tanto, para fundamento de toda la entera economía de la salvación. Si por un lado el hablar de Cristo y de la Iglesia lleva naturalmente a hablar de María (pensemos
en el alcance cristológico de la definición de la maternidad divina en el Concilio de Efeso del 431), por otro lado, la consideración de la figura de María conduce rápidamente a Cristo y a la Iglesia: el dicho tradicional «ad Iesum per Maríam». Distinta sería una falsa devoción a la Virgen, construida según nuestro entendimiento, pero no según la revelación bíblica y la tradición eclesial de Oriente y Occidente.

         Con relación a la unión con la Iglesia, de la cual es hija y madre, imagen y espejo, María refleja el Pueblo de Dios, en su conjunto como cada uno de sus miembros, cada uno de ellos con los propios carismas, misión, condición, estado de vida, función... Ya San Ambrosio, hablando a las vírgenes consagradas, recordaba que la vida de María «es regla de conducta para todos» y no sóio para quien se ha entregado públicamente al seguimiento de Cristo con amor único. No hay de hecho una categoría de creyentes que, de algún modo, se acerque más que otros a María, ya que, representando la «creyente» por excelencia, todos los discípulos de Jesús pueden y deben reconocerse en ella, advirtiendo que en su experiencia espiritual se revive de alguna manera aquella de María. Si consideras, de hecho, aquello que ha dicho Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; Mc 3,35; Mt 1 2,50).

         La cualidad de vida santa de María clarifica entonces cada estado de vida, siendo definida por actitudes interiores esenciales para la vida como cristianos, que precede las varias vocaciones existentes en la Iglesia. Ya que María es la primera y más perfecta discípula de Jesús, todos los cristianos son exhortados a imitarla, conscientes de que para seguir Cristo es necesario cultivar las virtudes que tuvo María: la excelencia del camino Maríano para vivir en Cristo ha sido bien ilustrada en la Carta apostólica Rosarium Virginis Maríae de Juan Pablo II (16.10.2002).

         Se podría decir que como la fe, la esperanza y la caridad no son virtudes de una vocación en la Iglesia pero se suponen presentes en todas las vocaciones, del mismo modo, en analogía, la santidad de María informa la santidad cristiana, de modo que no hay santo o santa que no presente en su propia santidad el perfil Maríano.

         En verdad, la fisonomía Maríana de la santidad de los cristianos se antepone a su devoción a María, porque está implícita en la configuración Cristo. En otras palabras, para adherirse a Dios completamente es natural apropiarse de aquel conjunto de virtudes espirituales que resplandecen con plenitud de la luz de la Virgen María, icono de la Iglesia de Cristo. Si todos los santos y las santas, en las distintas condiciones de vida (apóstoles, mártires, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, laicos, vírgenes, casados), llevan en sí el reflejo de la santidad de la Iglesia, ninguno de ellos puede llamarse «imagen purísima de la Iglesia» como en cambio confesamos de María (cf. Sacrosanctum Concilium n. 103).

         Nos lo enseña magistralmente Lumen gentium 65: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda lo comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes».

         Por otro lado, el sello Maríano marca profundamente la Iglesia, su identidad y misión, como ha destacado Juan Pablo II al observar que la dimensión Maríana de la Iglesia es antecedente a la petrina. Como María expresa y refleja ia credencial de la fe verdadera, así ella reúne en si y refleja el sentido y alcance de la santidad cristiana: ¿Quién, aparte de ella, puede testimoniar el haber “tocado” la santidad de Dios, de haber recibido en su persona - espíritu, alma y cuerpo - al solo Santo? Mirar a la Todasanta es, de algún modo, comprender que la “santidad” le ha sido otorgada: desde el primer instante de su concepción, María es santa porque es gratuitamente santificada por Dios; y por otra parte, es entender que la santidad de María es una respuesta total, generosa, perseverante, al don del tres veces Santo, que la ha elegido como su propio santuario viviente. El don y la respuesta implicados en la santidad de María aparecen en los títulos que tradición eclesial le ha atribuido: casa de Dios, morada consagrada a Dios, templo de Dios...

         Tal misterio está bien ilustrado por el icono oriental de la Panagici, donde María está representada en un comportamiento orante, con los brazos abiertos, y que lleva sobre el corazón - regazo el círculo que encierra Aquel que los mismos cielos no pueden contener:
quien la hace Panagia es Aquel que ella ha recibido en sí, el Santo Hijo de Dios, rostro visible del Padre invisible que está en los cielos; y esto en virtud de la potencia del Espíritu Santo y de la docilidad a éste.

         La santidad de María es santidad recibida por gracia y correspondida con libertad; es santidad testimoniada, irradiada, transmitida a todos, sin excepciones y preferencias. Por medio de ella hemos recibido al Santo que santifico nuestras almas. Si debemos, por lo tanto, reconocer que la santidad de María no tiene que ver más con los sacerdotes que con los laicos o los religiosos, debemos añadir que los sacerdotes no pueden dejar de inspirar su vida y su misterio sin tomar referirse de la Todasanta.

         En esta línea, quisiera explicitar el tema de la espiritualidad Maríana del sacerdote, subrayando algunos aspectos que no hablan solo de cultivar la piedad Maríana, sino que son vitales para vivir el misterio que el Espíritu Santo ha difundido en los corazones y puesto en las manos de los sacerdotes.

 

2. El vínculo “filial” que une al sacerdote y María


         Como enseña Presbyterorum Ordinis, en el n. 1 8, la santidad del sacerdote se alimenta sobre todo mediante la economía sacramental, la cual une vitalmente a Cristo implicando toda la vida, en comunión y siguiendo el ejemplo de María: «Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias. A la luz de la fe, nutrida con la lectio divina, pueden buscar cuidadosamente las señales de la voluntad divina y los impulsos de su gracia en los varios aconteceres de la vida, y hacerse, con ello, más dóciles cada día para su misión recibida en el Espíritu Santo. En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio».

         En este texto se observa que la devoción Maríana del sacerdote no está dictada por una inclinación radicada en el sacramento recibido: los sacerdotes están completamente consagrados, por el Espíritu derramado sobre ellos, al misterio de Cristo Salvador. Para responder con diligencia a su vocación, ellos - advierte el Concilio- deben venerar y amar María con devoción y culto filial. El adjetivo “filial” merece detenerse a reflexionar, ya que cualifico una unión constitutiva que precede y suscita la misma devoción Maríana: no es el homenaje caballeresco a la propia mujer (Madonna), ni el sentimentalismo que no incide sobre la vida, sino que es obediencia al don de Cristo, según la mutua entrega - recibimiento entre María y el discípulo amado, por deseo testamentario del Redentor (cf. Jn 1 9,25-27). Es más, el amor “filial” hacia la Madre del Señor, prolongando el amor por ella nutrido por su Hijo divino, debe recubrir las características del mismo amor filial de Cristo, quien, desde la Encarnación, ha sido el primero en decir a María “totus tuus”. En este sentido la calificación de “filial” no expresa el amor como optativo, dejando a los más sensibles a la espiritualidad Maríana, siendo circunscrito en la objetividad del ser discípulos - hermanos de Jesús.

         Sabemos que la entrega de María al discípulo amado no involucra sólo al apóstol Juan: Jesús la entregó como madre a todos los discípulos. Pero tratándose de una relación entre personas, se entiende que María desarrolla su maternidad en relación con cada hijo, reconocido en su propia originalidad.

         Por tal motivo, los sacerdotes deben tener conciencia, en calidad de ministros ordenados, del vínculo que los une con María por aquello que ella es y por lo que ellos son en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Aquella que consagró todo su ser en la obra del Redentor, es inspiración fundamental para quienes se consagran en el ministerio ordenado para anunciar y actuar la obra de la redención.

         No se debe olvidar que María no es sólo modelo de donación al Redentor y a los redimidos, sino, como Madre, es mafriz que genera en los sacerdotes, que la reciben y la aman con amor “filial”, la conformidad con Cristo su Hijo. El sacerdote está llamado por Jesús, en el estado que lo caracteriza, a recibir a María en su vida y en su ministerio, dispuesto a introducirla en todo el espacio de su ser y de su obrar, en calidad de ministro que obra in persona Christi.   La eficacia del ministerio sacerdotal está en cierta medida, condicionada por el comportamiento “filial” que une al sacerdote con la Madre de Cristo, en obediencia a la suprema voluntad del Redentor.

         De este modo el Santo Padre ha hablado de María Madre del sacerdocio, Madre de los sacerdotes, exhortando los ministros ordenados a aplicarse a ellos la entrega del testamento de Cristo: «De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía”, Cristo, desde lo alto de la Cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu hijo”. Al hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante se le dio a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la Ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en ella a nuestra Madre. Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio».

         Desde este punto de vista, así escribe el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero en 1994: «La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención» (n.68). El vínculo “filial” con María, a la vez que permite experimentar a los sacerdotes la presencia materna, les enseña a vivir el ministerio dóciles al Espíritu Santo, imitando su ser Cristo foro por el mundo. A este respecto, es iluminante recordar un pasaje de la Lumen gentium donde la luz de la «maternidad» de María ilumina a cuantos son llamados al ministerio de regenerar los hombres en la santidad de Dios, como son justamente lo sacerdotes: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (n. 65).

         Comentando esta realidad, el Santo Padre Juan Pablo II auguraba en la Carta a los sacerdotes del Jueves Santo 1988: «Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, como por ejemplo sobre la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestras conciencias sacerdotales... Es necesario ir a fondo de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta paternidad en el espíritu, que a nivel humano es muy similar a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa justamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual... Que cada uno de nosotros permita a María ocupar un espacio en la casa del propio sacerdocio sacramental, como madre y mediadora de aquel gran misterio (cf. Ef 5,32) que todos queremos servir con nuestra vida».


3. La santidad inspiradora de María en el sacerdote.

 

La obra del Espíritu Santo y Santificador dirige la atención obviamente al Padre, «fuente de toda santidad», y el Hijo Redentor: el Espíritu «procede del Padre y del Hijo», como profesamos en el Símbolo. Pero implica también a María, como vemos en las páginas del Nuevo Testamento.

         La Virgen, junto al Espíritu, está presente en la hora de la Encarnación y de Pentecostés, inicio y fruto del mysterium salutis obrado por el Cristo: el Hijo del Altísimo se ha encarnado en el seno de la Virgen para efundir sobre cada criatura el Espíritu recreador. Si la efusión del Espíritu Santo en la Encarnación y en Pentecostés implica la presencia de María (Madre de Cristo Cabeza en Nazareth - Madre de la Iglesia, cuerpo de Cristo, en el Cenáculo), esto no puede ocurrir sin motivo: comprendemos que su cooperación materna está de alguna manera involucrada en la incesante santificación que el Espíritu de Cristo cumple en la vida de sus discípulos. Según dos dimensiones.

         La primera considera la misión de María con respecto a nosotros: si estamos unidos por gracia inmerecida al Santo, es también gracias a Aquella que nos lo ha donado. «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de lo vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia»(Lumen gentium 61).

         El significado de la asociación de María a la obra del Redentor, se expresa así por Cirilo de Alejandria «Por ti María los creyentes llegamos a la gracia del santo bautismo... Por ti los apóstoles han predicado en el mundo la salvación».

         En esta línea, podemos agregar nosotros: Por ti, María, se dona la gracia del sacramento de la Ordenación; por ti los sacerdotes son aquello que son; por ti María los sacerdotes desarrollan el ministerio de la santificación en los miembros del cuerpo de Cristo». ( En ti se hizo Cristo Sacerdote, por ti vino el sacerdocio a los hombres, en ti Cristo fue ungido Sacerdote por el Espíritu Santo, Junto a ti en la cruz Cristo fue sacerdote de su propia víctima y consumó su victimación y obra redentora y sacerdotal)

         En la santa unción que, mediante el sacramento de la Ordenación, conforma a quien lo recibe con Cristo Sacerdote, podemos ver un reflejo Maríano. Como no se puede pensar en separar el sacerdocio de Cristo de la cooperación de María, que le ha dado el cuerpo y la sangre para el sacrificio de la nueva y eterna alianza, así debemos pensar que el vínculo entre María y los sacerdotes está ordenado para ofrecer un sacrificio agradable a Dios.

        

         La segunda dimensión contempla nuestra unión con la Todo- santa: para estar realmente unidos al Santo nos aferramos a María, aprendiendo de ella a vivir la santidad de la y en la Iglesia. Es lo que hicieron los Apóstoles en el Cenáculo, unidos a la Madre del Señor que imploraba «con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación» ( LG 59). Desde aquel quincuagésimo día del alba de la resurrección del Hijo, María continua incesantemente inclinada a escuchar la oración de la comunidad cristiana, invocando el Espíritu Santificador sobre el ministerio de los sacerdotes, enseñándoles a recibirlo dignamente, dócilmente, con perseverancia, cotidianamente.

         La espiritualidad Maríana de tantos santos sacerdotes nos exhorta a recibir María en nuestra existencia, es decir a dejar espacio para que ella, por la potencia del Espíritu Santo, reproduzca en nuestras almas a Jesucristo vivo «Gestémonos en María, como cera en un molde para asemejamos perfectamente a Cristo» diría aún hoy Montfort a los sacerdotes.

         Lo retomaba también Pablo VI en estos términos: “María es el modelo estupendo de la dedicación total a Dios; Ella constituye para nosotros no sólo el ejemplo, sino la gracia de poder permanecer siempre fieles a la consagración, que hemos hecho de nuestra vida entera a Dios».


4. María,  maestra de vida espiritual

 
         A la pregunta ¿qué dice María a los sacerdotes?, es fácil responder recordando las sobrias pero importantes palabras que ella dijo a los siervos en las bodas de Caná: “Haced lo que El os diga” (Jn 2, 5). Es evocativo relacionar estas palabras con aquellas que Jesús dijo a los apóstoles en la Ultima Cena: “Haced esto en memoria mía”. Nutrir una verdadera devoción hacia María se resuelve de hecho en el obedecer existencialmente a Cristo, dejándolo «revivir» en nuestras personas y en nuestro ministerio sacerdotal. En síntesis, María nos llama maternalmente a comportarnos según la vocación recibida mediante la imposición de las manos, es decir a hacer memoria en la vida cotidiana de los santos misterios que celebramos en el altar in persona Christi.

         Prestar atención a las llamadas de María: “Haced lo que Él os diga”, quiere decir para nosotros sacerdotes dejarnos formar espiritualmente por la Madre del Sumo y eterno Sacerdote: ella educa a la santidad, acompañándonos en el camino; ella nos llama a convertirnos a la santidad; ella nos introduce a la comunión con Cristo en la Iglesia.

         Para ser fructuosos, el amor, la contemplación, la oración, la alabanza a María deben traducirse en «imitación de sus virtudes» como recuerda Lumen gentium 67. De ella aprendemos: las bienaventuranzas de la fe; la serenidad del dejarnos llevar por el aquí estoy, también cuando no está todo claro; el perseverar en la vocación recibida, de la cual somos humildes servidores y no dueños; el espíritu misionero del ir solícitos a llevar Cristo al prójimo, como ella hizo visitando a Isabel; la actitud eucarística del Magníficat; el guardar en el corazón meditando palabras y hechos; el silencio receptivo de frente al misterio que nos supera; la fuerza de abrazar con alegría el sufrimiento de la Pascua; el amor al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

         Una síntesis de los frutos que madura en los sacerdotes el recibir a María como Madre y Maestra de vida espiritual, se ofrece en el n. 68 del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero: «La Siempre Virgen es para los sacerdotes la Madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los Cielos. Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio: ya que Ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal; la Virgen, pues, sabe y quiere proteger a los sacerdotes de los peligros, cansancios y desánimos: Ella vela, con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres (cf Lc 2, 40). No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre. El presbítero, por tanto, ha de mirar a María si quiere ser un ministro humilde, obediente y casto, que pueda dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a la Iglesia».

HOMILÍA

MARÍA, DESDE PENTECOSTÉS A LA ASUNCIÓN

Un misterio olvidado

 

Cumplida la Pasión, y habiendo tenido ya lugar la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés, María, la Madre de Dios, Corredentora ya y Santísima, aún se quedó en la tierra. Parecía natural entrase en el cielo con su Hijo, San José y los demás santos del Antiguo Testamento, pero es que además era Madre de la iglesia. ¿Cuáles fueron su misión maternal y ejemplos tan especiales, que le hicieron permaneciese aún años con los primeros cristianos? Bien merecen nuestra atención e imitación, junto con nuestro agradecimiento.

 

1. Madre sacrificada


         La abnegación maternal de la Virgen es una constante sublime, y admirable modelo en toda su vida, que llega a su cénit al pie de la Cruz. Había empezado ya en el mismo momento en que comenzó a ser Madre de Cristo, y como tal, Madre también de su Cuerpo místico, la Iglesia.

          Comienzo que fue el molesto viaje y servicio doméstico para ayudar a su prima Santa Isabel en la natividad de San Juan Bautista. Y cuando la Iglesia está ya nacida, aún persiste su dedicación total, hasta el punto de retrasar su coronación gloriosa en el cielo, a fin de prestarle sus últimos cuidados maternales en esta vida.

         Para penetrar en este sacrificio que le supuso el desempeño perfecto de su oficio de Madre nuestra, pensemos los deseos que tendría de irse a reunirse con su Hijo, y de gozar de Dios, Ella que como nadie le conocía, le amaba y merecía.

         Pero todo lo pospuso, ¡durante veinte años!, al cumplimiento pleno de la misión recibida de Cristo: “Ahí tienes a tu hijo”. Como si ya no hubiera hecho bastante.

                                      * * *

         Madre admirable, más madre que ninguna, pues TU ABNEGACION MATERNAL ES LA MAYOR. Prueba que también tu amor por nosotros es superior al de cualquier otra madre.

         Ángel de mi guarda, ¡si llegase yo con tu asistencia, A CONVENCERME de este amor sin límites de mí Madre! Para agradecérselo sin cesar, para corresponder a él con mi entrega total a Cristo en sus manos, pues no es otro su deseo; para imitarla, como homenaje y muestra de amor.

         Imitarla particularmente LAS MUJERES en su abnegación maternal, ahora que el demonio quiere pervertirlas con sus halagos de independencia, de pasarlo bien, se trate de maternidad natural o sobrenatural, a la que no solamente las religiosas están llamadas.

         Imitarla TODOS en cumplir la misión encomendada por Dios, como cristianos: en la familia, trabajo, apostolado...


II. Madre oculta


         Si nos deja asombrados su abnegación hasta el fin, no es menor causa de admiración su humildad. De todos esos años, los de su mayor santidad, y por consiguiente inmenso tesoro de nuevos méritos y gracias para la Iglesia, no sabemos nada, ni tan siquiera de su dichoso tránsito al cielo.

         Ella misma proclamó diversas veces, en los momentos más significativos: “He aquí la esclava del Señor...Ha mirado la humildad de su esclava”.

         Humilde también en la plenitud y final de su vida. De este tiempo no cuentan nada de Ella los Hechos de los Apóstoles, ni sus cartas. Señal que en nada intervino públicamente.
         Esta vida oculta, segundo Nazaret, es otra corona más en su gloria sin par. Y el mismo Dios, su Hijo, la ha querido resaltar, precisamente silenciándola en los autores inspirados del Nuevo Testamento.

         Enseñándonos así, qué es lo más importante en la vida de la Iglesia. Humildad oculta que no excluye el hablar y entusiasmar con Cristo. Y se deduce de los Evangelios de San Lucas (c. 1 y 2; y 2,51) y San Juan (2,3-5; y todo su sentido profundo de la vida interior de Cristo), que debieron escuchar de labios de Santa María lo que guardaba en su corazón.

                                      * * *

         Virgen prudentísima, ENSEÑAME A CALLAR. A callar ante los hombres y hablar ante Dios. Por el misterio de tu silencio.

         ¡Me es tan difícil aprender la humildad! Que viéndote a ti, allá, escondida en tu celda, en una casita blanca de Éfeso, con San Juan, según suponemos, consiga vencer Ml AMBICION INSACIABLE de cosas, de placeres, de fama, de vanidad y soberbia.
¡Qué absurdo que cuando Tú, Reina del Universo, vives de incógnito, pretenda yo subir sobre los demás, y ser reverenciado!

                   Enséñame a hacer el bien sin focos de publicidad, ni siquiera con el reconocimiento a mis buenas obras. Mucho menos buscando la reverenda a mis limitadas cualidades, a mis imperfectas virtudes, a tanto oropel como me visto. Infinitamente más gozoso será participar, a tu lado, de la EXALTACION DE LOS HUMILDES por el poderoso brazo de Dios.

III. Madre orante

         Sin duda oraba siempre; en oración la sorprendió el Ángel Gabriel y en oración, por su oración recibieron el Espíritu Santo los Apóstoles. Si alguna virtud característica suya aparece en el Evangelio es esa. Oración son sus palabras al arcángel San Gabriel en la Anunciación. Oración, su saludo a Santa Isabel con el «Magníficat>’. Oración, su intervención en las bodas de Caná. Oración, su compañía a Cristo en el Calvario, el primer altar y sagrario. Oración, su reunión con los apóstoles en el Cenáculo, para rezar con insistencia (Hech. 1,14).

         ¡Qué no conseguiría la oración de la Virgen desde Éfeso (hoy Turquia) por la primitiva Iglesia! ¡Qué no conseguirá nuestra oración si la unimos a la suya! Porque es tanto su aprecio por la oración, que aun en el cielo sigue intercediendo por nosotros. Y nada menos que como Medianera universal, Madre de la divina gracia.

         Oración que para ser eficaz ha de estar acompañada, como Ella nos lo enseña,  de caridad abnegada y de humildad, sin prisa de tiempo, como tampoco la tuvo Ella de terminar su misión en la tierra.        Oración que resulta -se dice pronto, pero lo es todo-: de poner la confianza en Dios, no en los hombres, y procurar agradarle a Él, sin importarnos las críticas injustificadas, pues Él es quien rige la vida y la historia.* * *

++“Virgen fiel, DAME FIDELIDAD a la oración. Puerta del cielo, ABREME la del Corazón de Jesús.

++ Madre purísima, concédeme LIMPIEZA DE CORAZON para que vea a Dios.

++ Auxilio de los cristianos, SOCÓRREME en las luchas contra el demonio, el mundo y la carne, pues solamente los victoriosos en ellas comerán del árbol de la vida (Apoc. 2,7).

++ Que así limpio y victorioso me alcances ver a Dios en la oración, tener entrada y FAMILIARIDAD con Cristo Eucaristía, alimentarme de Éls, pues Él es mi vida.

++ QUE APRENDA DE TI, como los evangelistas, los misterios de Cristo y su significación, para hacerlos mi luz y mi alimento.

++QUE CONVIERTA CONTIGO mi vida en oración, y mi oración y sacrificio en apostolado fecundo: por las necesidades de mi familia, mi parroquia, mi diócesis, de la Iglesia toda. Amén.

ÍNDICE

FIN DEL CURSO PARROQUIAL EN EL PUERTO CON EL GRUPO DEL MARTES 12 HOMBRES Y SUS ESPOSAS AÑO 1977………………………….5

JUBILEO DEL HIJO, JUBILEO DE LA MADRE …………………..….………10

NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO (Lunes, 24 abril 2006) HOMILÍA..…15

MARÍA Y LA RESURRECCIÓN…………………………………….…………19

LA PERSONALIDAD DE MARÍA………………………………………………23

NOVENA DE LA VIRGEN DEL CARMEN (2004)……………………………26

HOMILÍA EN LA NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO 

(Catedral, abril 1988)………………………………………………………...……30

MEDITACIÓN MARÍANA: “He aquí la esclava del Señor”(Mayo 1982……..)37

MEDITACIÓN MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR….43

MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSO HOMILÍA ………………………51

CON MARÍA, A LA BÚSQUEDA DE DIOS  ………………………..……..…55

MISA Y VIGILIA MARÍANA EN EL PUERTO (Mayo 1976) ….....................60

VIRGEN DEL SALOBRAR EN JARAÍZ DE LA VERA (1977)………………..67

FIESTA DE LA VIRGEN DEL SALOBRAR EN MADRID……………………71

FIESTA DE LA VIRGEN DEL PUERTO EN MADRID (1996)…………..……76

PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO…………………………………81

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (1997)………………………86

SANTIDAD MARÍANA DEL SACERDOTE  (FISONOMÍA MARÍANA

DE LA SANTIDAD SACERDOTAL)………………………………….………90

MARÍA, DESDE PENTECOSTÉS A LA ASUNCIÓN………………………103

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

HOMILIAS Y MEDITACIONES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

Portada: La coronación de la Virgen,

GRECO (SigloXV). El Prado, Madrid

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

III

MARÍA, VIRGEN BELLA, MADRE DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

****

HOMILIAS Y MEDITACIONES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

¡SALVE,

 

MARÍA,

 

HERMOSA NAZARENA,

 

VIRGEN BELLA,

 

MADRE SACERDOTAL,

 

MADRE DEL ALMA

 

CUÁNTO ME QUIERES,

 

CUÁNTO TE QUIERO

 

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS

 

SACERDOTE ÚNICO, SALVADOR DEL MUNDO 

 

ENCARNADO EN TU SENO.

 

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,

 

Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,

 

MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO

 

¡GRACIAS!

ÍNDICE

Introducción.....................................................................       9

No lo puedo olvidar……………….15

Capítulo Primero

María en la doctrina de la Iglesia del Vaticano II

 

I Capítulo VIII de la Lumen gentium del Vaticano II:

La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia  ...............................................................      15

II. Oficio de la bienaventurada Virgen en la economía

     de la salvación  .........................................................................17

III La bienaventurada Virgen y la Iglesia...............................,,,,,,, 21   

IV  Culto de la bienaventurada Virgen en la Iglesia.................,    24

V   María, signo de esperanza cierta y consuelo,.......................    26

Capítulo Segundo

María en el Misterio de Cristo

 

Predestinación de María....................................................      28

A) Homilía .............................................................................      28

B) Madre del Redentor .........................................................        32

 2  María en el Misterio de la Iglesia ...................  ……..…. ..      35 

2. 1 María, Madre de la Iglesia ............................................         36

2. 2 María, Modelo de la Iglesia  ........................................          37

2. 3 María, Madre y Modelo por la Palabra ..............................    40

2. 4 María, Madre y Modelo en la    Liturgia  .............................  41

Capítulo Tercero

La oración de María

 

 1 La oración de María, modelo de oracion……………….........47

 2 María, en la Anunciación, es virgen orante de Nazaret.….…51

 3  María pronuncia el “fiat”  en oración-diálogo con el.ángel..54

 4 María “lo meditaba en su corazón”……………………..……. 56

5 María, maestra y modelo de oración……………………….... 59

6.María  en el Memorial Eucarístico del hijo-Hijo…………….60

Capitulo Cuarto

María,  modelo de vida espiritual

 

1. Orar con María: intercesión: los apóstoles: Pentecostés…......68

2. Orar a María: Fátima: Sor Lucia………………………….… 71

3. “¡he ahí a  tu madre!”:fundamento del culto mariano……. 73

4.  Carácter filial del culto a  María…………......................….  75

a) el amor filial de los hijos……………………….………..….. 76

b) la confianza filial de los hijos …….……………............……79

c) la oración filial de los cristianos……………….….….…..… 89

Capítulo Quinto

Maria maestra de oración

 

Desde la Anunciación la Virgen es una ofrenda a Dios………..87

María, modelo de ofrenda a Dios  ....................................... 91

Capítulo Sexto

Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre la Virgen

 

1 La llena de gracia ..........................................................94

2 La santidad perfecta de María  ……………..................... 97

3 El propósito de Virginidad ..........................................  100

4 María, modelo de Virginidad  ....................................   104

5  La unión virginal de María y José ..............................  107

6 María siempre Virgen  ................................................ 109

7 La esclava del Señor ...................................................112

8 María, nueva Eva .......................................................714

Capítulo Séptimo

Las dimensiones del Sí Mariano

 

Introducción  .....................................................................11 7

1 Las dimensiones del Sí mariano..............................               119

2 Preparación de María para la maternidad eclesial……,……. ..121

3. María, prototipo de la Iglesia........................................     124

4. El credo de María de Fr. M. Flanagan... ……………….      126

Capítulo Octavo

El santo Rosario

 

Carta de Juan Pablo II: El rosario de la Virgen María,,,,,,,,….,,, 130

1 El rosario, dulce cadena que nos une a Dios.....................    130

2 Capt. I:Contemplando con María el rostro de Cristo..,,,,,,......  134

3 Capt. II: Misterios de Cristo, Misterios de María……,,…….138

5 Resumiendo: El Rosario nos lleva a:

a) Cristo   .....................................................................................142

b) con María y como María..................................................   143

c) Jesús es Luz, rezando el rosario María es la Madre de la Luz.144

d) es una forma sencilla de hacer oración todos los días……… .144

Capítulo Noveno

Anotaciones e improvisaciones sobre la Virgen

 

1.- No lo puedo olvidar………………………………………..147

2.- La Virgen me llevó a Cristo………………………….…..150

3.- Por el Hijo-hijo me vino conocer a la Virgen…………...161

4.- Y se completó por el Hijo-hijo, pan de Eucaristía……….169

5.- E caliz de mi primera misa……………………………….177

6.- El testimonio de Sor Lucía…………………………….…193

 

BIBLIOGRAFÍA ............................................,,,,,,,,,,,,....        196

INTRODUCCIÓN

Queridos amigos y amigas, en este libro dedicado a la Madre, quiero poner por escrito todo lo más bello y hermoso, tanto bíblico-teológico como espiritual, que yo he  leído,  meditado, vivido y predicado sobre nuestra Madre. Y cada uno de estos verbos tiene su importancia y significado, porque a veces lo meditado y vivido y predicado por mí sobre ella me gusta tanto que lo pongo tal cual, aunque sea de tiempos lejanos; y lo mismo lo que he leído en otros hijos de la Virgen, lo pongo tal cual, procurando modificarlo muy poco, para no hacerlo mío propio, porque me gusta respetar la forma de decir de los otros, auque tengamos las mismas ideas, pero podemos expresarlas de forma diversa.

Por lo tanto, teniendo presente toda la teología Mariana, toda la Mariología  que he meditado atenta y amorosamente, este libro quiere ser una especie de «lectio divina», de lectura espiritual, meditativa, para conocer y amar más a la Virgen Bella, a la Hermosa Nazarena, teniendo en cuenta lo que los evangelios dicen de ella, y algo de lo que la Tradición y los Padres de la Iglesia y los hijos devotos han dicho o escrito sobre ella; también algo de lo que la teología ha reflexionado sobre ella,.            

Ya dije en algún libro mío, que estoy maravillado de la Tradición, de lo que los Padres de la Iglesia, sobre todo, orientales, han dicho de la Virgen.

            Por eso, hace años, hice propósito de leerlos más despacio. Y aquí está algo de su fruto, en la abundancia de sus citas, que pudieron ser más. Pero todo hecho y escrito no especulativa o racionalmente, sino con método y andadura de  teología y sabiduría de amor.

No pongo notas ni tengo metodología  científica, como cuando uno hace una tesis doctoral o trabajo científico-teológico, pero los que me conocen bien, saben que detrás de cada afirmación o texto de este libro, hay una densa lectura y bibliografía, atentamente examinada y leída y revisada. Y para eso me ayudo de todo lo bueno que  he encontrado sobre la Virgen, de la cual «nunquam satis».

Ya he dicho cual fue y es mi camino y ruta para llegar a María. Primero fue ella, y desde ella a Cristo. Ahora miro a la Virgen con los ojos y el corazón del Hijo hacia la Trinidad, en camino de entrada y salida del proyecto de Amor de Dios sobre el hombre. Desde entonces, desde su advertencia en el Santuario del Puerto, todo lo que yo he dicho y predicado y escrito y realizado, todo, absolutamente todo, ha sido desde Cristo, especialmente desde Jesucristo Eucaristía que tanto sabor tiene mariano, porque es carne de María, y beso y amor de Maria sobre ese cuerpo bendito del Hijo, y que tantas cosas bellas nos dice y recuerda y realiza por y desde su Madre, que Él quiso también que fuera nuestra. La quiso compartir, la quiso Madre de todos los hombres.

Él es el Verbo de Dios, la única Palabra de la Salvación pronunciada por el Padre con Amor de Espíritu Santo, y escuchada y encarnada primero en María, y por ella y desde ella, pronunciada como Canto de Amor y Palabra de Salvación para toda la humanidad: El Hijo de María es la Palabra “que estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se  hizo nada de cuanto ha sido hecho”: también María fue hecha Madre por esta Palabra pronunciada sobre ella desde el Padre y el Hijo por el Amor del Espíritu Santo, Espíritu de Amor de Dios Trino y Uno: “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María...El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios... Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel” (Lc 1, 26-38).

He querido poner este texto de San Lucas porque sin la raíz de la carne que es el cuerpo de esta Mujer, todo el misterio de la Encarnación, toda la Mariología termina perdiendo su indispensable materialidad para convertirse en puro espiritualismo o narración de cosas extraordinarias o moralismos ideológicos.

La mariología no es el «tumor  del catolicismo», como sostienen algunos profesores protestantes, sino que es el desarrollo lógico y orgánico de los postulados evangélicos; no es una «excrecencia» injustificada de la teología, sino que es un capítulo fundamental, sin el cual faltaría un apoyo para su estabilidad.

Es más, como dije antes y la historia y la experiencia de los pueblos y personas ha confirmado, María es la mejor guardiana de la fe católica y el mejor camino para llegar a Cristo, porque Cristo es Dios, pero María está junto a nosotros, es humana como nosotros, pero al ser madre del Hijo, es casi divina, es casi infinita, y esto le ha llevado a un conocimiento y amor que son únicos.

María es «la destructora de toda herejía» y su función maternal de proteger al Hijo y a los hijos, al dárnosla como madre, continúa y continuará hasta la Manifestación última y gloriosa del Hijo. Hoy, más que en otros tiempos, necesitamos de esta protección materna, que no le faltará a la Iglesia: Lourdes, Fátima, Siracusa..., siempre que escuchemos sus consejos, dándole el puesto que le corresponde: Consagración del mundo a su Corazón Inmaculado, como signo de la protección que Dios quiere para su Iglesia y sus hijos por medio  de María.

Lo único que pretendo es que María sea más conocida y amada. Pero sin caer en un estilo beato o dulzarrón; no es mi estilo, porque tampoco ha sido mi vida. Respeto todo, pero nada de cosas extraordinarias y manifestaciones  paranormales. Todo natural y normal, como es el amor de los hijos a su madre.

            Este libro quiere ser una meditación fundada en la lectura y  seguimiento de los textos evangélicos. Muchos santos, sobre todo mujeres santas, jamás cursaron teología, y hablan profunda y teológicamente desde la teología espiritual de la vivencia de amor de aquella “mujer fuerte” que entonó el Magnificat, --canto de adoración y de sentirse criatura ante el Dios infinito--,  y de la Madre solícita de Caná: “haced lo que Él os diga”, más atenta a las necesidades de los demás que a las suyas propias y que supo adelantar la “hora” del Hijo con el signo de su divinidad, convirtiendo el agua en vino. 

Y todo, porque ella nos ama de verdad, se preocupa de verdad de sus hijos y se aparece en algunos lugares, a

veces triste, porque no puede aguantar más la ignorancia o desprecio que muchos hombres tienen y manifiestan de la salvación de su Hijo y de los bienes eternos, dado que ella vive siempre inclinada sobre la universalidad de sus hijos y se da cuenta de lo que es lo fundamental y la razón de su existencia en el mundo, de lo que nos dijo su Hijo y por lo que vino a este mundo y murió por todos nosotros y que muchos de sus hijos ignoran: “ De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”.

Hay que ver lo que ella insiste en sus apariciones en la vida eterna, en la condenación, en el infierno. Le duele infinito. Esta verdad debiera estar más presente en nosotros, en nuestras vidas y predicaciones, somos sembradores y cultivadores de eternidades. De otra forma, el cristianismo, el sacerdocio, sin vida eterna, no tendría sentido, lo perdería todo, si no hay vida con Dios después de esta vida. Pero la resurrección de Cristo es el fundamento y la garantía de la Verdad y Vida de la vida eterna en Dios Trino y Uno. No oigo, en homilías y meditaciones, con la frecuencia que otras veces, especialmente en mis años juveniles, hablar de las verdades eternas. Especialmente a mis superiores. Resulta antipático. Sin embargo, es lo único necesario.

            La Madre de Caná es la síntesis del papel que el Hijo quiere que ejerza sobre los creyentes, es la manifestación de lo que lleva en su corazón de madre, es el sentido de la misión que el Hijo le confió en la cruz, lo que ella misma nos manifiesta en todas sus apariciones: “Haced lo que Él os diga”.

            ¡Lo haremos, Madre! Y  te digo ahora lo que tantas veces te rezo y digo cuando tengo problemas personales o pastorales: «Madre, díselo, díselo, como en las Bodas de Caná». No le digo más. Porque sé que de todo lo demás se encarga ella. Y el Hijo obedeció, porque Él mismo, por su Espíritu Santo, se lo había inspirado a su madre, y porque Él mismo estaba impaciente de manifestarse como Mesías, con el primero de sus signos, a sus discípulos y al mundo entero; para eso vino y se encarnó, para venir en nuestra búsqueda y abrirnos las puertas de la eternidad gozosa con Dios Trino y Uno. Eso es así,  y así me ha parecido escuchárselo en diálogos de amor con la Madre, que sabe de estas cosas más de lo que aparece y está escrito en los evangelios

            Por eso, como el Hijo sabe que voy a hablar de su madre en este libro, y como la Virgen es la que mejor le conoce, espero que ya habrá recibido el recado que le ha dado su madre «Madre, díselo, díselo, como en las Bodas de Caná». Así que espero su intervención, y que me inspire o me diga lo que Él piensa de su madre y yo, con su ayuda, «benedicere», la bendiga, esto es, diga cosas bellas al Hijo por su Madre, y a la Madre, por el Hijo, que esto significa bene-dicere. Es obligado al Hijo; se lo merece la Madre ¡Es tan buena madre! ¡Me ha ayudado tanto! ¡Nos quiere tanto a todos los hombres sus hijos!

            El camino para conocer mejor a María y quedar cautivos de su vida y amor, es aplicarnos a conseguir con relación a ella un triple conocimiento:

 

-- Un conocimiento histórico desde los evangelios.    Son pocos los textos bíblicos que hacen alusión a María, por lo que no es difícil acceder a ese conocimiento de una forma

exhaustiva. Esto es fundamento y base para acceder a los otros. Lucas es el evangelista de María: a él le debemos los relatos de la infancia de Jesús, que faltan en los otros tres. Pero también en otros puntos también el tercer evangelista se caracteriza por su atención especial a la Madre de Cristo.

            Según tradición antigua, Lucas era pintor; de hecho se le atribuyen varias imágenes de la Virgen. ¿Será realmente esta la causa de que nos haya pintado en su evangelio la belleza y fascinación de aquella que habría de convertirse, durante los milenios, en la mayor inspiradora del arte?

 

-- Un conocimiento teológico-sapiencial. Es necesario conocer, con todo esmero y dedicación, la doctrina de la Iglesia acerca de los dogmas Marianos y

de la sencilla y, a la vez, extraordinaria vida de la Madre de Dios. Como doctrina de la Iglesia me encanta el capítulo VIII de la LG  para conocer y amar a María: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

            Leer a los Santos Padres, las catequesis de los Papas, y la mariología de  buenos teólogos, desde la teología espiritual, es necesario para saborear la riquísima tradición de la Iglesia. Desde luego los Santos Padres son alucinantes, te alucinan, te llenan de esplendores y luces divinas. Daos cuenta de lo que cito a los Padres en mis últimos libros. Eran sabios por ser santos.

 

-- Un conocimiento vivencial y pentecostal de María,  hecho por el Espíritu Santo en nosotros. Para ello es imprescindible orar y contemplar en oración personal toda la Mariología; hay que orar y contemplar lo que otros han vivido y experimentado, desde una devoción de buenos hijos de la Virgen, especialmente de los más santos y místicos.

            Porque ante esta Madre, toda llena de gracia de Dios, llena de sin igual santidad y belleza, de María, los conceptos teológicos se quedan a veces demasiado cortos y periféricos y no expresan ni contienen  suficiente y adecuadamente esta realidad sobrenatural de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Y todo programado y querido por Dios.

 

 

 

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

MARÍA EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA DEL CONCILIO VATICANO II

 

            Me ha gustado mucho siempre, desde su promulgación, toda la Mariología del Concilio Vaticano II, en el Capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium. Es una síntesis bíblica-teológica-espiritual   insuperada, incluso por otros escritos papales o eclesiales. Por eso, para facilitar su lectura, me ha parecido oportuno, ponerla completa, para hacer una lectura piadosa y teológica sobre la santísima Virgen y su misión junto al Hijo.

            No me atrevía, lo consulté incluso con un amigo, porque yo no había visto publicado entero el Capítulo VIII en ningún libro de los leídos por mí. Hasta que me topé en mi propia biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, Madrid 1975, pag 61-65, que transcribe íntegro el documento.   Por eso me he ido al Vaticano II y he hecho lo mismo. Es una «lectio divina» estupenda sosegada, profunda, completa para unos días de meditación y estudio sobre la Virgen, sobre la elección  del Padre, sobre la pasión de Hijo, sobre  el fuego creador, la potencia de Amor del Espíritu Santo.

 

CAPÍTULO VIII

 

LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

 

1. PROEMIO

(La bienaventurada Virgen María en el Misterio de Cristo)

 

52. El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos (Gal 4, 4-5) «El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen» (Credo de la misa: Símbolo Niceno- Constantinopolitano).

            Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo, y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria «en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo» (Canon de la misa romana)

 

(La bienaventurada Virgen y la Iglesia)

 

53. En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con a todas las criaturas celestiales y terrenas.

            Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor  a que naciesen en la Iglesia los fieles, que «son miembros de aquella cabeza» (San Agustín, De s. virginitate 6: PL 40,399), por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

 

(Intención del Concilio)

 

54. Por eso, el sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el divino Redentor realiza la salvación, quiere aclarar cuidadosamente tanto la misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo místico como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no llevadas a una plena luz por el trabajo de los teólogos. «Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las Escuelas católicas sobre Aquella que en la santa Iglesia ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros».

 

II. OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

 

(La Madre de Dios en el Antiguo Testamento)

 

55. La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Venerable Tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación, y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos.

            Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15).

             Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (cf. Is 7,14; Mich 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.

 

(María en la anunciación)

 

56. El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que difundió en el mundo la vida misma que renueva todas las cosas.

            Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura .

            Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como llena de gracia (cf. Lc 1,28), y ella responde al enviado celestial: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

            Así, María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente.

            Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, «obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero» (San Ireneo, Adv. haer. III 22,4: PG 7,959; HARVEY, 2,123). 

            Por eso no pocos padres antiguos, en su predicación, gustosamente afirman: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe» (San Ireneo, ibid.; HARVEY, 2,124); y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes» (San Epifanio, Haer. 78,18:PG 42,728CD-729AB), y afirman con mayor frecuencia: «la muerte vino por Eva, por María la vida» (San Jerónimo, Epis. 22,21 PL 22,408) .

 

(La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús)

 

57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal (Cf. Conc. Lateralense, año 649, can. 3: MANSI 10,11-51). Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. LC 2,45-58).

 

 

(La Bienaventurada Virgen en el ministerio público de Jesús)

 

58. En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio, durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo recibió las palabras con las que (cf. Lc 2,19 y 51), elevando el Reino de Dios por sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo”    (Jn 19,26-27) (Cf Pío XII, encl. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AA 35(1943) 247-248).

 

(La Bienaventurada Virgen después de la ascensión)

 

59. Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés “perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este” (Act 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación.

            Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original (Cf Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1845: Acta Pío IX, P.616, DENZ. 1641(2803), terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte(Cf Pío XII, const. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950).

 

III. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

 

(María, esclava del Señor, en la obra de la redención

y de la santificación)

60. Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: “Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos” (1 Tim 2,5-6). Pero la misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

 

(Maternidad espiritual)

 

61. La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda eternidad cual Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

            Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

 

(Mediadora)

 

62. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación (San Juan Damasceno, In dorm. B.V. Maríae hom. I: PG 96, 712 BC-713A).

            Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.

            Por eso la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos (Cf León XIII, enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AA 15 (1895-96) de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite, ni agregue (San Ambrosio, Epit. 63: PL 16,1218)  a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras, tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

            La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.

(María como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia)

 

63. La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia.

            La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (San Ambrosio, Expos. Lc. II 7. PL 15,1555). Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre(Cf PS.-PEDRO DAM., Serm. 63: PL 144, 861AB), pues creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber: los fieles a cuya generación y educación coopera con materno amor.

 

(Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia)

 

64. Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad (San Ambrosio, Expo. Lc II 7: PL 15, 1555)

(Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia)

 

65. Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes.

            La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo.

            Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

            La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad.

                        Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.

            La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.

 

IV CULTO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA IGLESIA.

 

            66. María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas (Sub tuum praesidium).

            Especialmente desde el Sínodo de Éfeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso” (Lc 1,48).

            Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración que se rinde al Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1, 15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col 1, 19), sea mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.

 

Espíritu de la predicación y del culto

 

67. El sacrosanto Sínodo enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos (CONC. NICENO II, año 787: Mansi, 13, 378-379).

            Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios (Pío XII, mens. Radiof. 24 oct. 1954). Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad; eviten celosamente todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.

            Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

 

 

V. MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO

PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE

 

(Antecede con su luz al pueblo de Dios)

 

68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Petr 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.

 

(Que nos alcance formar un solo pueblo)

 

69. Ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos (Cf Pío XI. Enc. Ecclesiam Dei, 22 nov. 1923: AA 15(1923) 581); Pío XII, fulgens corona, 8 sep. 1953) con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios.

            Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristiano como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisa Trinidad.

            Todas y cada una de las cosas que en esta constitución dogmática han sido consignadas, han obtenido el placet de los Padres. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica a Nos confiada por Cristo, todo ello, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos, decretamos y estatuimos en el Espíritu Santo, y ordenamos que lo establecido por el Sínodo se promulgue para gloria de Dios.

 

Roma, en San Pedro, día 21 de noviembre de 1964.

 

Yo, PABLO, obispo de la Iglesia católica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

 

Ya he dicho muchas veces que la grandeza y el misterio de María sólo puede ser comprendido desde el misterio de Cristo. Como esa ha sido mi vivencia, así también quiero que sea mi exposición teológica y espiritual sobre la Madre de Dios y de los hombres desde una Mariología muy sencilla, tomada principalmente del Catecismo de la Iglesia Católica. No se puede decir más sencillo y más claro.

 

2. 1. PREDESTINACIÓN DE MARÍA: “Desde la eternidad fui yo establecida”

 

A) La predestinación de María:

 

            Sobre la predestinación de la Virgen  prediqué la siguiente homilía en mayo del 1973 inspirada en  Proverbios 8, 22-35):

 

            QUERIDOS HERMANOS:

 

            1 Una historia redonda, acabada de la Virgen, tenía que empezar por la predestinación, que es el principio siempre. Y en este principio está Dios, que es el principio de todo. También de la Virgen, porque la Virgen tuvo principio, lo tuvo en su Hijo, porque aquí el Hijo es antes que la Madre en todo, pero Ella estuvo junto siempre a Él, por eso es casi divina, pero humana, porque es criatura, es de los nuestros. La Virgen tuvo principio, aunque distinto al de todos los hombres.

 

            2 Oigamos a Dios en la Biblia, al Espíritu de Dios que nos habla de la Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento, Palabra de Dios en el Nuevo:

            “Yahvé me poseyó al principio de sus caminos, antes de sus obras, desde antiguo. Desde la eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese.

            Antes que los abismos, fui engendrada yo;  antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas.

            Antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui  concebida.

            Cuando afirmó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo.

            Cuando condensó las nubes en lo alto; cuando daba fuerza a las fuentes del abismo.

            Cuando fijó sus términos  para que las aguas no traspasasen linderos. Cuando echó los cimientos  de la tierra.

            Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo

            Recreándome en el orbe la tierra, siendo mis delicias las de los hombres.

            Oídme, pues, hijos míos; aventurado el que sigue mis caminos.

            Escuchad la instrucción y sed sabios, y no lo menospreciéis.

            Bienaventurado quien me escucha, y vela a mi puerta cada día, guardando las jambas de mis puertas.Porque el que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Yahvé.

            Y al contrario, el que ofende, a sí mismo se daña, y el que me odia, ama la muerte”(Pr 8, 22-35).

 

            Este texto explica y la Tradición lo aplica a los orígenes de la Sabiduría de Dios. Ella existió con Dios antes de todas las cosas porque es eterna con Dios. El prólogo de San Juan  y otros pasajes paralelos de San Pablo son explicaciones plenas de este texto al hablarnos del Verbo, por quien todo fue creado y todo subsiste (Jn 1,3; Col 1, 15). Por lo tanto, es texto, aplicado a la Virgen, entraría en la categoría de los «Textos mariológicos por sola acomodación», que diría Cándido Pozo.

            “Dios es Amor”, dice San Juan. Su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. No existía nada, y ese Dios infinito, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor y sabiduría y belleza quiso crear a otros seres para hacerlo partícipes de su felicidad. Si existimos, es que Dios nos ha amado, nos ama. Entre los seres que vio en su Sabiduría y creó en su Verbo, María ocupa el primer lugar.

            La liturgia de la Iglesia pone en los labios de la Virgen algunos versículos de este texto: “Yahvé me poseyó al principio...”

            El amor de Dios contemplando en su mente divina todos los seres posibles y por donde fuimos pasando antes de ser creados, se estrenó en María: “al principio fue creada...” Por ser la primera en el amor de Dios entre sus criaturas, lo es también en grandezas y favores y privilegios y hermosura y belleza divinas. Dios ha puesto a María la primera en el orden de todos los seres pensados, amados y creados.

 

3 Meditemos el texto: “Antes que los abismos, fui engendrada yo.

            Antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas; antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui concebida. Antes que hiciese la tierra, ni campos, ni el polvo primero tierra”.

            Quien pudiera ahora, por una contemplación de la eternidad divina y trinitaria, trasladarse a ese momento del Ser, cuando el tiempo no existía, sólo el Dios Amor en abrazo eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el mismo Amor de Espíritu Santo. Quien pudiera entrar en la mente divina y yendo hacia atrás entrar en ese momento en que piensa y ama y plasma en su amor a la Virgen María.

            Cuando antes de plasmar la creación, fueron pasando delante de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, los ojos de Dios se detuvieron en una criatura tan bella, tan radiante que la amó más que a todas las demás y porque la amó, como Dios, al amar, crea, la creó más llena de su hermosura que ninguna otra. Participó más que todas de su amor, de su belleza, de su santidad, de su Verdad porque la predestinó para encarnar el Verbo de Dios en su seno por obra del Amor del Espíritu Santo.

            El Padre dijo: ésta será mi Hija predilecta. El Hijo: ésta será mi Madre inmaculada. El Espíritu Santo: será mi posesión, mi esposa amada. La llenaron de gracias y regalos y dones. Y cuando la reina estuvo vestida de belleza, llena de luz y fulgores, colocaron sobre sus sienes una corona. En el centro decía: Inmaculada. María fue siempre, desde la predestinación de Dios en su mente, tierra limpia, impoluta, incontaminada, huerto cerrado sólo

para Dios, que se paseaba por ella en su mente divina llena de amor desde toda la eternidad.

            Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias, vividas desde la mente creadora de la Trinidad, antes de existir María en el mundo. Con qué temblor el Hijo la fue adornando de todas las prerrogativas posibles a su madre. Para el azul de su Concepción Inmaculada cogería el azul de los mares, de estas mañanas limpias, limpísimas de mayo, mes de las flores, de María; para el rojo de la caridad y del amor, los claveles más rojos, manchados al final de sangre, de su misma sangre encarnada...

 

4 “Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo”

            Dios también pensó en nosotros. Para su gloria, para su amor, para su gozo. Pero Ella antes y superior a todos, antes, primero estaba con Él como arquitecto de la nueva creación, de la recreación por  el Verbo nacido de ella, por la Palabra eterna hecha carne. Somos obra de Cristo Redentor, pero también de María. Lo ha dicho sin miedo el Vaticano en la Lumen gentium.        

            Hermoso pensar en esos momentos en que Dios Trino y Uno nos pensó y luego nos recreó por el Verbo en su Sabiduría eterna, nacido en el tiempo luego de María, a ti, a mi, a cada hombre, porque todos hemos sido pensados y amados y recreados por Dios en su Verbo con María: “he ahí a tu hijo”.

B) MADRE DEL REDENTOR

 

            “Dios envió a su Hijo”(Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” (cf Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27):

            «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyo a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (LG 56: cf 61)» CEC 587-588).

            «La Virgen María, que, según el anuncio del ángel, recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor (LG 53) Por lo tanto la Virgen es conocida y honrada porque es la MADRE DEL REDENTOR.

            La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque“al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, (Padre!” (Gal 4, 4 6).

            Con estas palabras del apóstol Pablo, que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María (LG 52). María sólo puede ser comprendida a la luz de Cristo, su Hijo. Pero el misterio de Cristo, «misterio divino de salvación, se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo» (LG 62)

            El misterio de María queda inserto en la totalidad del misterio de Cristo y de la Iglesia, sin perder de vista su relación singular de Madre con el Hijo, pero sin separarse de la comunidad eclesial, de la que es un miembro excelente y, al mismo tiempo, figura y madre. María se halla presente en los tres momentos fundamentales del misterio de la redención: en la Encarnación de Cristo, en su Misterio Pascual y en Pentecostés.

            La Encarnación es el momento en que es constituida la persona del Redentor, Dios y hombre. María está presente en la Encarnación, pues ésta se realiza en ella; en su seno se ha encarnado el Redentor; tomando su carne, el Hijo de Dios se ha hecho hombre.

            El seno de María, en expresión de los Padres, ha sido el «telar» en el que el Espíritu Santo ha tejido al Verbo el vestido humano, el «tálamo» en el que Dios se ha unido al hombre.

            «“Hágase en mí según tu palabra...“ Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf Lc 1, 28-37), María respondió por “la obediencia de la fe” (Rm 1, 5), segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38).

            Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf LG 56): María estuvo siempre unida al misterio de  Cristo  Redentor: Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25; cf Mt 13, 55), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquel que Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo

según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios <Theotokos> (cf DS 251)» (CEC 494-495).

            María está presente en el Misterio pascual, cuando Cristo ha realizado la obra de nuestra redención destruyendo, con su muerte, el pecado y renovando, con su resurrección, nuestra vida. Entonces “junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre” (Jn 19, 25).

            Y María estaba presente en Pentecostés, cuando, con el don del Espíritu Santo, se hizo operante la redención en la Iglesia. Con los apóstoles “asiduos y concordes en la oración estaba María, la madre de Jesús” (Hch 1,14). Esta presencia de María junto a Jesús en estos momentos claves, aseguran a María un lugar único en la obra de la redención.

            Según la antigua y vital intuición de la Iglesia, María, sin ser el centro, está en el corazón del misterio cristiano. En el mismo designio del Padre, aceptado voluntariamente por Cristo, María se halla situada en el centro de la Encarnación, marcando la ‘hora” del cumplimiento de la historia de la salvación. Para esta “hora” la ha plasmado el Espíritu Santo, llenándola de la gracia de Dios.

 

2. 2 MARÍA, EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

 

«Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. <Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza> (S. Agustín, virg. 6)» (LG 53). «María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia» (Pablo VI, discurso 21 de noviembre 1964) (CEC 963).

 

 

 

 

 

 

2. 2. 1  MARÍA, MADRE  DE LA IGLESIA

 

            El capítulo VIII de la Lumen gentium lleva como titulo «La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia». El Catecismo de la Iglesia nos dice: «Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos... Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).

            «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).

            «La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la

única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (LG 60).

            «Ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente (LG 62)» (CEC 967-970).

            «Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

            María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf LG 63): «La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo (LG 64)» (CEC 507).

            Uno de los iconos Marianos más repetido de la Iglesia de Oriente es el de la Odigitria, es decir, «La que indica la vía» a Cristo. María no suplanta o sustituye a Cristo; sino que lo presenta a quienes se acercan a ella, nos guía a todos hacia Él y, luego, escondiéndose en el silencio, nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Como dice San Ambrosio, «María es el templo de Dios, no el Dios del templo».  

            Por eso, toda devoción Mariana conduce a Cristo y, por Cristo, al Padre en el Espíritu Santo. Por ello, como Moisés, nos acercamos a ella con los pies descalzos porque en su seno se nos revela Dios en la forma más cercana y transparente, revistiéndolo la carne humana.

            El fiat de María se integra en el amén de Cristo al Padre: “He aquí que yo vengo para hacer, oh Padre, tu voluntad” (Heb 10, 7), “porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha mandado” (Jn 6, 38). El fiat de María y el amén de Cristo se compenetran totalmente.

            No es posible una oposición entre Cristo y María. Como son inseparables Cristo cabeza y la Iglesia, su cuerpo. Quienes temen que la devoción Mariana prive de algo a Cristo, como quienes dicen «Cristo sí, pero no la Iglesia», pierden la concreción histórica de la encarnación de Cristo.

            María tiene su lugar en el acontecimiento central del misterio de Cristo, pero de Cristo considerado como Cristo total, cabeza y cuerpo; y, en consecuencia, juntamente con la Iglesia. En ambos aspectos de este único misterio, María ocupa un puesto único y desempeña una misión singular.

            Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, de la que tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre, Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.

            Satisfacción plena, que ningún hombre podría ofrecer con plenitud ante la Justicia de Dios. Si Dios es amor, no por ello puede dejar, por su propia esencia, de ser justo. De aquí lo que llamamos santo temor de Dios.

            Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la humanidad, puesto que en aquel momento comenzó la regeneración sobrenatural. Y María en el Calvario, tuvo su plenitud de dar a luz redentora a la humanidad sacrificada de Cristo, representante de todos nosotros, porque fue esa humanidad engendrada en ella y cumplida la total regeneración por Cristo, en la Cruz.

            Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo. Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

 

2. 2. 2  MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA

 

            «Ella es nuestra Madre en el orden de la gracia. Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es <miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia> (LG 53), incluso constituye <la figura> <typus> de la Iglesia (LG 63)» (CEC 967).

            El culto de la Madre de Dios está incluido en el culto de Cristo en la Iglesia. Se trata de volver a lo que era

tan familiar para la Iglesia primitiva: ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María, según la Iglesia primitiva, es el tipo de la Iglesia, el modelo, el compendio y como el resumen de todo lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su destino.

            Sobre todo la Iglesia y María coinciden en una misma imagen, ya que las dos son madres y vírgenes en virtud del amor y de la integridad de la fe: «Hay también una, que es Madre y Virgen, y mi alegría es nombrarla: la Iglesia» (CLEMENTE DE  ALEJANDRÍA, Pedagogo, 1,6, 42)

            San Pablo ve a la Iglesia como “carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3, 3). Carta de Dios es, de un modo particular, María, figura de la Iglesia. María es realmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo en su corazón de creyente y de madre.

            La Tradición, por ello, ha dicho de María que es «una tablilla encerada», sobre la que Dios ha podido escribir libremente cuanto ha querido (Orígenes);  como «un libro grande y nuevo» en el que sólo el Espíritu Santo ha escrito (San Epifanio); como «el volumen en el que el Padre escribió su Palabra» (Liturgia bizantina).

            En María aparece la realización del hombre que, en la fe, escucha la apelación de Dios, y, libremente, en el amor, responde a Dios, poniéndose en sus manos para que realice su plan de salvación. Así, en el amor, el hombre pierde su vida y la halla plenamente. María, en cuanto mujer, es la representante del hombre salvado, del hombre libre, María se halla íntimamente unida a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad (CEC 963ss). María revela a la Iglesia su misterio genuino. María es la imagen de la Iglesia sierva y pobre, madre de los fieles, esposa del Señor, que camina en la fe, medita la palabra, proclama la salvación, unifica en el Espíritu y peregrina en espera de la glorificación final:

            «Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio encuentra su verdadera luz el misterio del hombre (GS 22), como prenda y garantía de que en una pura criatura, es decir, en ella se ha realizado ya el designio de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre.

            Al hombre moderno, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin término, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de nausea y de hastío, la Virgen, contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la nausea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte» (MC 57).

            La única afirmación que María nos ha dejado sobre sí misma une los dos aspectos de toda su vida: “Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones” (Lc 1, 48). María, en su pequeñez, anuncia que jamás cesarán las alabanzas que se la tributarán por las grandes obras que Dios ha realizado en ella.

            Es lo mismo que confesara Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Este es el camino del cristiano “cuya luz resplandece ante los hombres... para gloria de Dios” (cf Mt 5, 14-16). El cristiano, como Pablo, es primero cegado de su propia luz, para que en él se encienda la luz de Cristo e ilumine el mundo.

            Todos nosotros proclamamos bienaventurada a María en su canto de alabanza a Dios, porque sobre ella se posó la mirada del Señor y en ella Dios depositó plenamente el plan de redención, proyectado para todos nosotros. De este modo la reflexión de fe sobre María, la Madre del Señor, es una forma de doxología, una forma de dar gloria a Dios por el Hijo Salvador engendrado en Ella.

 

2. 2. 3 MARÍA, MADRE Y MODELO LA IGLESIA, POR LA “PALABRA” ENCARNADA

 

            María es la “Mujer” que compendia en sí el antiguo Israel. La fe y esperanza del pueblo de Dios desemboca en María, la excelsa “Hija de Sión”.En la Escritura, el Espíritu Santo, nos ha diseñado el icono de la Madre de Jesús, para ofrecerlo a la Iglesia de todos los tiempos. La Lumen gentium presenta en la primera parte (52-54) la mariología bíblica, en la que se subraya la unión progresiva y plena de María con Cristo dentro de la perspectiva de la historia de la salvación. Y en la segunda parte (55- 59) presenta la relación entre María y la Iglesia y entre la Iglesia y María.

            La Redemptoris Mater se estructura según el esquema conciliar con una fuerte impregnación bíblica, presentando primero a María en el misterio de Cristo (7-24) y luego en el centro de la Iglesia en camino (28-38), para subrayar finalmente su mediación maternal (38-50). La novedad respecto al Concilio está en la insistencia en la dimensión histórica: presenta a María en su itinerario de fe, señalando su carácter de «noche espiritual»  y «kénosis».

            «El Verbo inefable del Padre se ha hecho describible encarnándose de ti, oh Theotókos; y habiendo restablecido la imagen desfigurada en su antiguo esplendor, él la ha unido a la belleza divina» (cf Kondakion del domingo de la Ortodoxia).

            «Visto que Cristo como Hijo del Padre es indescriptible, Él no puede ser representado en una imagen... Pero desde el momento en que Cristo ha nacido de una madre describible, Él tiene naturalmente una imagen que corresponde a la de la madre. Por tanto si no se le puede representar por la pintura, significa que Él ha nacido sólo del Padre y que no se ha encarnado. Pero esto es contrario a toda la economía de la salvación» (TEODORO ESTUDITA: PG 99, 417 C).

            Los iconos, en su lenguaje figurativo, nos revelan una realidad interior, que los creyentes de todos los tiempos nos han transmitido como voz de la presencia de María en la Iglesia.

            Es un rostro que siendo el mismo y diciendo lo mismo sobre él, siempre es nuevo y eterno, porque de eso se encarga el amor. La escucha atenta de la Palabra de Dios lleva a la «sapientia», a gustar la dulzura de María, de su verdad y amor, a la sabiduría de la Palabra hecha carne, pues miramos a Cristo para dibujar a la Madre.

            Sólo quien escucha y medita en su corazón, como María,  percibe la honda riqueza del pan de la Palabra de Dios, en su cumplimiento mesiánico en la Virgen de Nazaret, convirtiendo a la Escritura en una fuente perenne de vida, amor y gozo.

             Se trata de seguir el método de María misma, que “guardaba todas las palabras en su corazón y las daba vueltas”. María compara y relaciona unas palabras con otras, unos hechos con otros, busca una interpretación, explicarse los acontecimientos de su Hijo, a la luz de las prefiguraciones del Antiguo Testamento, como se ve en el Magnificat.

            El Papa Juan Pablo II, en una oración,  invoca a María, diciéndole: «¡Tú eres la memoria de la Iglesia La Iglesia aprende de ti, Madre, que ser madre quiere decir ser una memoria viva, quiere decir guardar y meditar en el corazón!».

            El misterio de la Virgen Madre, Arca de la Nueva Alianza y Eterna Alianza, templo y primer sagrario de Cristo en la tierra, la convierte en icono de todo el misterio cristiano.

 

2. 2. 4 MARÍA, MADRE Y MODELO DE LA IGLESIA EN LA LITURGIA

 

Y desde aquí, porque ya lo he insinuado, quiero acercarme ahora a María en la liturgia, donde la comunidad cristiana expresa y alimenta su relación con María. La liturgia tiene su estilo propio de afirmar y testimoniar la fe. La liturgia, en su forma celebrativa, nos da una visión interior de fe, basada en la revelación y enriquecida con toda la sensibilidad  secular de la Iglesia (lex orandi, lex credendi, lex vivendi). Es, sin duda, el lenguaje más apto para entrar en comunión con el misterio de Cristo, reflejado en su Madre, la Virgen María.

            La memoria de María en la liturgia va íntimamente unida a la celebración de los misterios del Hijo (MC 2-15) y así aparece como modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16-23). De esto ya he hablado ampliamente en las primeras páginas del libro.

            «En la celebración del ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a María santísima, Madre de Dios, unida indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo; en María admira y exalta el fruto más excelso de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella desea y espera ser» (SC 103).

            Y lo que Dios ha unido en la Encarnación y en  la Vida de Cristo y en su muerte y resurrección, hechos principalmente presentes en la Eucaristía, que no lo separe ni la teología ni la liturgia. No se puede separar a María de Jesús, no solo por su maternidad humana, unida a ella la Persona divina del Verbo, sino en el destino real de la redención y de la ofrenda a Dios que está concretada en la Persona del Verbo engendrado como hombre, en María.

            Nosotros ofrecemos en la Eucaristía, a Cristo, el Cuerpo de Cristo que se hizo humano en María. María tiene la grandeza de ser medio, Mediadora de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Esto se desprende del hecho real de que Dios la usa como medio entre él y los hombres, y así como por ser Madre de Dios no puede estar más cerca de Él, por el mismo hecho, por ser mujer, persona humana en sí misma Dios se acerca al hombre, a la naturaleza humana, hasta hacerla divina en su Hijo y a través de María, humana y casi divina a la vez, el hombre puede llegar hasta Dios.

            María es medio, puente; esta es su mediación real innegable. A través de ella viene El Verbo y a través de ella encontramos a Dios. Es su cualidad de Medianera, pero no sólo físicamente, sino espiritualmente, porque al engendrar a la Cabeza del Cuerpo Místico, necesariamente engendra místicamente a todos los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia, no sólo en la Encarnación, sino “junto a la cruz” y en Pentecostés.

            El Concilio Vaticano II, dice de María: «Es verdadera madre de los miembros (de Cristo)...por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza... Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte».

            Y de la misma forma que el Sagrario no es presencia meramente pasiva de Cristo, sino presencia celebrativa y continuadora de la ofrenda eucarística que se acaba de hacer en la misa y luego continúa en el Sagrario con las actitudes sacerdotales de Cristo, el Cristo resucitado “cordero degollado ante el trono de Dios”, de la misma forma, María desde la Encarnación es no solo un sagrario viviente, sino que está siendo, con su oración y grandeza como Madre de Dios, oferente de su hijo al Padre, para la redención. Y toda su vida, desde el pesebre, ha estado totalmente unida ayudando y cuidando al Redentor para que cumpla la obra que le encomienda el Padre, siendo así colaboradora de Dios en la redención.

            María con su hijo en brazos, mimándolo con amor materno, siempre ofrecía al Padre, ella, la madre, aquella victima formada de su misma carne. Sus brazos fueron el primer altar, idea que inspiró esta canción que todos los sábados dedico a la Madre del Puerto en mi visita: «Virgen sacerdotal, Madre querida, Tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

            Ella es la primera oferente del Hijo al Padre. Cumple con la máxima perfección la misión posterior Sacerdotal de la Iglesia. Es ejemplo de ofrenda y oferente. Por eso es nuestra Madre sacerdotal perfecta.

            Lo dice también la Congregación para el Culto Divino en los dos libros publicados en castellano por la Conferencia Episcopal Española, mediante la Comisión Episcopal de Liturgia: en el primero I, están la misas, y, en el segundo II, el Leccionario. En las primeras palabras del Decreto de la publicación de estas Misas, (Prot. N. 309/86) dice:

            «Al celebrar el misterio de Cristo, la Iglesia conmemora muchas veces con veneración a la bienaventurada Virgen María, unida íntimamente a su Hijo: porque recuerda a la mujer nueva que, en previsión de la muerte de Cristo, fue redimida del modo más sublime en su misma concepción; a la madre que, por la fuerza del Espíritu Santo, engendró virginalmente al Hijo; a la discípula que guardó cuidadosa en su corazón las palabras del Maestro; a la socia del Redentor que, por designio divino, se entregó generosamente por entero a la obra del Hijo.

            En la bienaventurada Virgen reconoce también la Iglesia a su miembro más excelso y singular, adornado con toda la abundancia de las virtudes; a ella, que Cristo le confió como madre en el ara de la cruz, colma de piadoso amor y continuamente solicita su patrocinio; a ella profesa como compañera y hermana en el camino de la fe y en las aflicciones de la vida; en ella, instalada ya junto a su Hijo en el reino celestial, contempla gozosa la imagen de su gloria futura».

            LAS MISAS DE LA VIRGEN, que así titulan en su versión castellana a estos dos libros, nos ofrecen 46 títulos diferentes para honrar a María, con oraciones y prefacios propios. En el primer libro vienen UNAS ORIENTACIONES GENERALES, que son todo un tratado de Mariología desde la liturgia, de Mariología Litúrgica, con matices distintos a una Mariología Teológica: lex orando, lex credendi. Me han parecido muy interesantes, por eso voy a transcribir algunas; pongo su enumeración:

«6. Las misas de la bienaventurada Virgen María encuentran su razón de ser y su valor en esta íntima participación de la Madre de Cristo en la historia de la salvación. La Iglesia, conmemorando el papel de la Madre del Señor en la obra de la redención o sus privilegios, celebra ante todo los acontecimientos salvadores en los que, según el designio de Dios, intervino la Virgen María con vistas al misterio de Cristo.

 

11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación  continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos...

 

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, asunta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19. 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, <sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna>. La Iglesia, que <quiere vivir el misterio de Cristo> con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

 

13. En íntima comunión con la Virgen María, e imitando sus sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales <Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados>:

— asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza.

— con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón.

— con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo y asociarse a la obra de la redención.

— imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo.

— apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios.

— con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo.

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

 

14. La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que <se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él>.

            Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, como modelo de virtudes y de fiel cooperación a la obra de salvación».

            También es importante ver la presencia de María en la Liturgia de las Horas, con sus himnos, antífonas, responsorios, preces, además de las lecturas bíblicas y patrísticas. Cada día, en las Vísperas, la comunidad cristiana se une al canto de María, al Magníficat, alabando a Dios por su actuación en la historia de la salvación.Y de la liturgia, como prolongación, brota la piedad Mariana, que la Maríalis cultus ofrece a los fieles, resaltando la nota trinitaria, cristológica y eclesial del culto a María (25-28).

            La fe de la Iglesia permanece en su viva integridad, imperturbablemente celebrada en la liturgia. La mariología, pues, no puede considerarse como un tratado separado de los demás, sino en un contexto más amplio y orgánico, explicitando sus conexiones con la cristología, la eclesiología y el conjunto del misterio de la salvación.

CAPÍTULO TERCERO

 

LA ORACIÓN DE MARÍA

(María,  Virgen orante)

 

            María es «la Virgen orante», dice la exhortación Marialis Cultus. La oración de María en los evangelios está hecha toda ella de meditación de las palabras de Dios por el arcangel Gabriel y por el silencio contemplativo. Hay que descubrirla en la docilidad con que, según el testimonio de los evangelios, se somete activamente a la voluntad de Dios que le pide su colaboración, como en el episodio de la Anunciación.

            Una docilidad que hay que leer también en profundidad a la luz de Lc 11, 27s (Mc 3,20s; Mt 12,46-50; y Lc 8,21), donde Jesús exalta, no la maternidad física de su madre, sino “más bien” la maternidad espiritual de “los que escuchan a palabra de Dios y la cumplen”.

 

 

4. 1 LA ORACIÓN DE MARÍA, MODELO DE ORACION

 

1. El único texto del Nuevo Testamento que nos presenta a María orando es el de Hch 1,14: “Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, perseveraban unánimes en la oración”. El Magnificat que la Virgen dirige a Dios en presencia de Isabel (Lc 1,46-55) constituye sin duda alguna su gran oración, pero también la única explícita que conocemos. Fuera de estos dos textos, a los que se puede añadir su petición en Caná (Jn 2,3), del Hijo, que no acaba de entender, María “lo conservaba y lo meditaba todo en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,33.51).

            A la luz de esa constante actitud del corazón, los pasajes bíblicos en que aparece María nos revelan más o menos explícitamente su oración a través de su disponibilidad en el anuncio del ángel (Lc 1,26-38), de su fe en el encuentro con Isabel (1,39-45), de su alabanza, su acción de gracias y su solidaridad en el Magnificat (1,46-55), de su silencio contemplativo en Belén (2,1-19), de su aceptación del sufrimiento en el exilio y en la vida oculta de Nazaret (Mt 2,13s), de su ofrenda en la Presentación (Lc 2,22-5),  de su confianza en Caná (Jn 2,1-5), de su dolor junto a la cruz (Jn 19,25-27) y de su comunión con la Iglesia en Pentecostés (Hch 1,12-14). Ahora trataremos de sacar de estos textos cuanto nos dicen o sugieren a propósito de la oración de María

            Empecemos por el hecho de la Anunciación (Lc 1,26 38). Desconocemos las circunstancias exactas en que María recibió el mensaje de la Anunciación. Pero hay motivos para creer que en el momento en que el ángel le hizo oír su voz, ella estaba en oración.

            Resulta esto de modo especial del paralelo con Zacarías. El anuncio del nacimiento de Juan Bautista tuvo lugar en un momento de oración solemne, en el santuario donde por primera y única vez en su vida hacía Zacarías la ofrenda del incienso, mientras toda la asamblea de Israel estaba afuera orando (Le 1,9-10). Se comprende cómo la oración que asegura un contacto más íntimo con Dios constituya el momento más adecuado para la comunicación de un mensaje divino.

Ahora bien, en la confrontación con Zacarías, el evangelista hace sentir la superioridad del anuncio hecho a María. La Virgen de Nazaret debía, con mayor razón, hallarse en oración, para acoger el mensaje que debía cambiar el destino de la humanidad. Esta suposición adquiere mucha más fuerza cuanto que los Evangelios, y en especial el de Lucas, nos muestra a Jesús en oración en los momentos importantes de su vida pública: con ocasión del bautismo, antes de la pregunta sobre su identidad y de invitar a la confesión de fe, en el momento de la transfiguración, en la preparación de la pasión. En tales momentos, se sumerge, por decirlo así, en la intimidad con el Padre, en forma de recibir de sus manos paternales el cumplimiento de la propia misión. En el instante en que estaba para realizarse el misterio de la encarnación no era Él quien podía estar en oración: era su madre, destinada a acoger el acontecimiento en la oración.

            Una afirmación de Lucas en el relato del bautismo de Jesús es iluminadora: “Mientras oraba (Jesús), se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma...” (Lc 3,2 1- 22). El cielo se abre en el momento de la oración: es precisamente lo que se verifica en el caso de María. En el instante de la Anunciación, el cielo se abre como no se había abierto nunca antes: el Padre abre las puertas del cielo para dar a la humanidad lo más precioso que él tiene, su propio Hijo.

Abrirse el cielo significa que el Espíritu Santo está para descender sobre María en forma de paloma, o sea, como signo del amor divino, para realizar la concepción del niño. Lo que tuvo lugar para Jesús en el momento del bautismo nos ayuda a comprender lo que aconteció en secreto para María en el comienzo de la nueva Alianza. Se podrían utilizar los mismos términos de la expresión evangélica: “Mientras María oraba, se abrió el cielo”.

El paralelo con Zacarías, recordado antes, presenta también un contraste. En el primer caso se trata de un acto solemne de culto, al que se asocia todo el pueblo; en el segundo, la oración no tiene nada de público ni de solemne. Así se explica el silencio del relato evangélico sobre la oración de María, que no ofrecía aspectos exteriores dignos de mencionarse.

 A diferencia del sacerdote, que cumplía en el templo funciones oficiales de culto e intercesión, la joven de Nazaret oraba sencillamente, bajo la inspiración de la gracia de que estaba llena. Era una oración menos vinculada a formas exteriores, más interior y también más libre, que expresaba con mayor vitalidad la personal espontaneidad de María, las relaciones que ella deseaba desarrollar con Dios.

            Sería erróneo sacar la conclusión de que la oración de María era menos abierta a los demás que la de Zacarías. El sacerdote era consciente de poner un acto de culto a nombre del pueblo, de asociar este pueblo a su oración. La oración de María, mediante el “fiat”  al mensaje, se transformó en oración de adhesión a la voluntad divina para la salvación de todos los hombres. Al decir: “He aquí la esclava del Señor” María expresa la disposición fundamental de toda oración, mejor dicho, el fruto de la oración que es conformarse con la voluntad del Padre.

La misma disposición manifestará Jesús en la oración más comprometida de su existencia terrena: “Padre... no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36). Es igualmente la disposición de ánimo que inculcará a sus discípulos al enseñarles el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10). En el consentimiento que expresa al mensaje del ángel, aparece la actitud esencial de María en sus relaciones con Dios: el consentimiento implica una oración de abandono total en las manos del Padre. El episodio de la Anunciación comienza en la oración y culmina en la oración.

            Ésta debe ser también nuestra oración: Acogida de los designios divinos sobre la vida personal de cada uno y conformarla a la voluntad de Dios, como María.

            Reflexionando sobre el papel de la oración en este episodio, podemos comprender mejor algunos aspectos referentes a nuestra vida personal, sobre todo, de sacerdotes y almas consagradas.

            Hallamos ante todo el principio de la necesidad de la oración. Es necesaria para recibir los mensajes divinos. Para los hombres apostólicos es demasiado importante colocarse a la escucha de Dios, oír las palabras que vienen de lo alto, y aplicarlas a su vida. Tienen necesidad de la oración para dejarse conducir, en toda su existencia, por los designios misteriosos del Padre. La oración asegura un contacto que les permite realizar el ideal del sacerdocio o consagración a que están llamados.

            El ejemplo de la oración de María en el momento de la Anunciación refuerza la convicción de los apóstoles de que la oración está íntimamente ligada a su misión. Si el relato evangélico no nos dice que la Virgen de Nazaret estaba en oración, en un momento tan importante de su vida, en el que debía realizarse el contacto más íntimo con Dios, se debe a que esto resultaba evidente.

            En María, la oración ha sostenido el desarrollo de la persona. En concreto, le ha permitido responder perfectamente al mensaje, en el sentido de una existencia en la que todas las cualidades y actitudes alcanzarían plena eficacia. En todo cristiano, sobre todo sacerdotes y consagrados, el verdadero desarrollo de la persona sólo puede ser asegurado cuando se le da a la oración un sitio importante. No se trata de un simple desarrollo natural, sino de un crecimiento sobrenatural bajo el influjo de la gracia: cuanto más penetra la gracia en la vida, tanto más suscita el impulso de la oración. La persona realiza así su verdadero destino, una unión cada vez más íntima con Dios.

            Al observar que según el designio divino, María se encuentra en oración a nombre de la humanidad para acoger la venida del Salvador, descubrimos la resonancia universal de la plegaria. Los sacerdotes y consagrados quedan más en particular encargados de una misión de oración a nombre de la Iglesia. Su empeño en la oración no apunta sólo a las necesidades personales de contacto con Dios, sino también a las necesidades más amplias del mundo que debe recibir los frutos de su intercesión. Deben pues, tomar conciencia de ser conducidos a la oración en virtud de un designio que los supera y les asigna una parte de cooperación a la salvación del universo.

En su oración están siempre invitados a expresar la disposición  que inspiraba la oración de María y que ha comunicado tanto valor a su respuesta al mensaje. Al dirigirse a Cristo y al Padre, quieren abrirse a la voluntad divina, y comprometerse con todas sus fuerzas en la senda de su realización y que es indispensable para que cada uno de sus miembros desarrolle la oración  en el clima de comunión que le es propio (cfr Encíclica marialis cultus).

 

 

4. 2  MARÍA, EN LA ANUNCIACIÓN, ES VIRGEN ORANTE

 

            « La Virgen estaba orando. Adorando al Padre “en espíritu y en verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no precisa ser realizada en el templo de Jerusalén ni en el monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y a toda hora subsiste la obligación de orar.

            La Virgen, pues, estaba orando. Orando mientras hacía cualquier otra cosa o, sencillamente, orando sin hacer nada más que orar, el cuerpo tan extático como el alma. Esto es lo de menos. El cronista, San Lucas, no especifica. El arte, sin embargo, de todos los tiempos, nos ha habituado a figurárnosla en reposo y entornada, sumida en estricta oración.

            De rodillas, porque adoraba al Señor profundamente. Sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pie mientras Ella estaba arrodillada...» (Cf  José María Cabodevilla, SEÑORA NUESTRA, BAC, pag 91)       

            El ángel viene a visitar a esta joven en un pueblo perdido del que nadie espera que salga nada bueno (Jn 1,46), y a ella ha dirigido y seguirán dirigiendo los ojos generaciones y generaciones de cristianos.

            No era Nazaret una ciudad, como puede dar a entender la traducción frecuente del Evangelio de San Lucas: “En el sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, cuyo nombre era Nazaret” (Lc 1, 26). Calculan hoy los peritos que Nazaret tendría entonces unos 150 habitantes. Era una aldea pequeña al fondo de un valle en la región de Galilea. Desconocido totalmente en la literatura del pueblo de Israel hace su entrada en la historia en el Nuevo Testamento.

            Cuando a Natanael le dice Felipe: “Hemos encontrado a aquel del que escribió Moisés y los profetas: Jesús, hijo de José, el de Nazaret”, profundamente extrañado preguntó Natanael: “¿De Nazaret puede haber algo bueno?” (Jn 1, 45, 46). No hay acuerdo entre los intérpretes a la hora de fijar el sentido de la expresión de Natanael. ¿Indica que Nazaret era un pueblo de mala fama o sencillamente una aldea perdida en un valle? Parece que al menos habrá que aceptar la segunda interpretación.

            Era Nazaret una aldea de montaña, lejos de las grandes rutas de comunicación. Estaba formada por una veintena de casas cúbicas construidas en piedra sobre una gruta o adosadas a ella y cubiertas con terrazas de tierra. Todavía hoy en la basílica de la Anunciación de Nazaret se venera la gruta.

            A pesar de todo Nazaret ha sido escogido por Dios para realizar en él su obra más grande: el misterio de la Encarnación. No cabe duda que la elección de Nazaret, por quien no estaba obligado a ello, es un auténtico misterio. Y como todo misterio suscita un interrogante: «¿Por qué?».

            Nadie ha sabido dar con la respuesta. Pertenece al querer de Dios, que siempre permanece oculto a la sabiduría humana. Pero es propio de la razón, llevando en la mano la antorcha de la fe, intentar escudriñar el misterio. Dios ha hablado al hombre sobre todo por hechos, más que por palabras. Esto nos permite sospechar que hay una verdad que Dios quiere darnos a conocer con la elección de Nazaret.

            Ya en el Antiguo Testamento se había hecho proverbio que los caminos de Dios no son los caminos de los hombres. Nosotros hubiéramos escogido Roma, Atenas, Alejandría, etc., y en ellas una familia de gran relieve en la sociedad. Las predilecciones de Dios tienen otras rutas. Dios se esconde en las capas más bajas de la sociedad, porque ahí está cerca de todo hombre. La puerta de la casa del pobre está siempre abierta y entra quien llega. No así en el palacio de los ricos o poderosos. Dios ha escogido Nazaret y en él una joven aldeana, pueblerina, de escasa cultura, para vivir más cerca de los hombres.

            San Pablo afirma que en la debilidad aparece más claramente la fuerza de Dios. No podemos dudar de que María no sea en lo humano una garantía del triunfo de Dios. En su pequeñez y debilidad se muestra poderosa la acción de Dios. Es lo que ella misma expresó en un momento de exaltación en el Espíritu, cuando ante la admiración de su prima Isabel exclamó “hizo en mi las cosas grandes el que es todo poderoso”.

            María, mujer del pueblo, es también al lado de Jesús lugar de revelación para nosotros. En su pequeño ser Dios nos ha manifestado que la encarnación es obra exclusiva suya y que tiene su origen en el amor de su corazón por el hombre. Nada había en nosotros que le hiciera a Dios acreedor de este don. Como le decía Jesús a Nicodemo. Pero “Así amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por él” (Jn 3, l6s).

 

 

4.  3.-  MARÍA PRONUNCIA EL “FIAT”  EN DIÁLOGO DE ORACIÓN CON EL ÁNGEL

 

            Antes de abordar el “fiat” de María desde el punto de vista de la oración, queremos señalar dos cosas. En primer lugar, que, aunque el contenido del relato sea ante todo cristológico, el papel de María es insustituible, ya que si el anuncio del nacimiento del Mesías se tradujo efectivamente en encarnación, fue porque, de manera misteriosa, encontró eco en la disponibilidad de aquella joven de Nazaret, prometida a un hombre llamado José (v. 27). Además, si es justo subrayar la docilidad de María, lista de antemano para la cita con Dios, no hay que olvidar por ello que la Anunciación la sorprende, y que no sabe en absoluto cómo conciliar las palabras del ángel con su sentimiento de ineptitud, aun cuando la virginidad haya podido prepararla para ese acontecimiento, como nos sugiere la piedad.

            Del ángel podemos aprender a felicitar a María (1,48), pero también podemos aprender de la misma nazarena a pronunciar el “fiat” con que aceptó entrar tan íntimamente en el misterio de los misterios, como mujer de oración completamente dócil, que no renuncia a entender cómo puede ocurrir en ella lo que le garantiza el ángel. El “fiat” de María a la voluntad de Dios (v. 38) marca el final de todo el diálogo, que recuerda la lucha de Jacob (Gn 32,25) y la de todos los hombres “seducidos” por Dios, como Abrahán, e implicados en su obra. Se trata, ante todo y sobretodo, de admitir, en fe, que “nada es imposible para Dios” (v. 37), como se dice en la historia de Sara, a quien Dios hizo fecunda aunque ya se le había pasado la edad (Gn 18,14). Su respuesta: “Aquí tienes a la esclava del Señor (cfr Rt 3,9; 1 S 25,41) no es tanto un acto de humildad cuanto un acto de fe, como lo confesará Isabel (Lc 1,45), y un acto que expresa su voluntad de cooperar a la gloria de Dios.

            Una vez que se fue el ángel (v. 38), María se queda sola, pero a la vez “llena de gracia” y segura de que Dios la ha convertido en objeto de su amor (v. 28) y que sobre ella descansa la sombra de su poder (v. 35). Por eso, sale de su encuentro extraordinario con Dios deseosa de ser su esclava. Los momentos esenciales de este encuentro con Dios los cuenta así san Lucas:  

            a) La turbación. Ante el imprevisto anuncio del ángel, María se turbó y se preguntaba sobre el sentido de un tal saludo. La palabra que Lucas utiliza indica una fuerte turbación. María se queda pensativa ante el mensaje del ángel, como se quedará en el momento de la adoración de los pastores (2,19).

            b) La palabra de lo alto. El ángel invita a María a no temer porque goza del favor de Dios (v. 30). El saludo es extraño y desproporcionado: con él se invita a María a no fijarse en su realidad humana, sino en el favor de Dios que quiere acercarse a ella. El saludo del ángel es mucho menos una alabanza a María que el anuncio de lo que Dios quiere hacer en ella.

            c) El deseo de entender. Precisamente porque Dios quiere convertirla en objeto de su gracia y su favor, María debe y quiere saber cómo puede cooperar en el nacimiento del Mesías, ella que no convive con ningún varón.

            No teme, ¿pero cómo traducirá en realidad, ella que es virgen, esa maternidad? ¿Cómo ser esclava sin saber cómo, en esa situación que es la suya? La oración de María no se mueve en lo irreal o en lo fabuloso, sino entre las mallas de su realidad más íntima.

            d) El poder del Espíritu. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (v. 35a). Es el Espíritu vivificante de Dios, el poder eficaz del Altísimo, que engendrará al Mesías en el seno de María, y “por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios” (v. 35b).    Pero, en definitiva, ese Espíritu está apelando a la disponibilidad de María. Y esa fuerza del Espíritu Santo, según la promesa de Jesús descenderá también de lo alto sobre los discípulos (cf Hch 1,8) y María lo esperará con ellos en oración (cf Hch 1,12-14).

            e) La señal. María, fortalecida por las solemnes palabras del ángel que le ha recordado todo el poder de Dios, se ve ahora invitada a comprobar también la acción de Dios en otra parte, fuera de sí misma: “Mira, también tu pariente Isabel ha concebido” (v. 36). María sale, pues, de la oración fortalecida y totalmente decidida a ponerse por entero al servicio del plan de Dios. “Respondió María: Aquí está la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra “.

            Esos son los componentes principales de su oración en ese gran momento de la Anunciación. Y esa oración continuará en el silencio y en el encuentro con otra gran favorecida de la gracia, Isabel. Cada una de ellas aporta su testimonio, ambas en la espera de una confirmación que se están dando una a otra. Por todo esto es conveniente analizar la oración de María en las diversas etapas y formas de orar. (Cfr ORAR,  Nº146, MONTE CARMELO).

 

 

4. 4  MARÍA “LO MEDITABA EN SU CORAZÓN”

 

ORACIÓN MEDITATIVA

 

            El cántico de alabanza del Magnificat nos es transmitido en el Evangelio por un motivo excepcional, el del encuentro de María con Isabel. Dos afirmaciones de Lucas nos permiten reconocer en María una actitud meditativa que constituía una forma de oración y no se limitaba a breves momentos.

            Al final del relato del nacimiento de Jesús, el evangelista anota: “María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” (2,19). Después del episodio de la pérdida de Jesús en el templo y la mención del regreso a Nazaret, hace una observación análoga: “Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello” (2,51). Con esto indica, al parecer, la fuente primaria de los recuerdos que nos transmite: provenían de María misma, y ello garantiza su valor. Todavía, Lucas deja entender que no se trataba, de parte de la madre de Jesús, de un simple ejercicio de memoria: María pensaba en los acontecimientos de lo que era testigo, reflexionando sobre su significado.

            Tras la visita de los pastores al niño, la actitud meditativa de María contrasta con el estupor superficial de aquellos que escuchan las circunstancias extraordinarias de aquella visita. María no se limita a registrar lo que acontece: trata de penetrar en un misterio y, con esta finalidad, “meditaba en su corazón”, según la palabra utilizada por el evangelista, todo cuanto ve y escucha. Confronta unos con otros los elementos significativos de la experiencia única que le ha sido concedido vivir.

            “Meditar en su interior” significa que los pensamientos íntimos están empeñados en este esfuerzo. Ahora bien, los pensamientos y sentimientos de María se dirigen sobre todo hacia el niño. Precisamente en el momento del nacimiento de Jesús, el evangelista nos habla de la meditación de la madre. María contemplaba a su hijo y mientras se interroga sobre el misterio que lo rodea, se sirve de cuanto ve y escucha respecto de él. Esta contemplación ha comenzado en el acontecimiento de Belén y es la que provoca confrontación y meditación.

            El nacimiento de Jesús, desde su Encarnación,  ha suscitado en María una oración de nuevo estilo. La oración es mirada dirigida a Dios. Y María, dirigiendo su mirada a Jesús, trata de llegar hasta Dios; ella busca en el rostro de su niño lo que Dios quiere decirle.

            Esta oración contemplativa proseguirá en los largos años de Nazaret. No se limita a una actitud pasiva, porque conlleva una búsqueda intelectual por entender mejor quién es este niño concebido por obra del Espíritu Santo. Pero hecha siempre por amor y desde el amor para amar más. Por eso esta búsqueda no es simple ejercicio de pensamiento personal de la Virgen.

María quiere esencialmente acoger con sus brazos extendidos por amor hacia el niño que va nacer o que lo toma en ellos y lo contempla, una vez nacido. Siempre por amor y desde el amor. La oración como nos dicen los entendidos, los míticos, siempre es ejercicio de amor. Nunca olvidar que orar es amar y contemplar es amar. Porque amo quiero conocer y porque conozco, amo. Todas las actitudes en relación con su hijo son fruto del amor. No es conocer teóricamente quién es, conocer por conocer su personalidad más profundamente.

            Lo mismo en nosotros. Todos nuestros pensamientos y actitudes de cara a Dios son fruto de la caridad que es la virtud que da la trabazón a todo lo cristiano. Cuando uno ama a Dios está pendiente de Él como se está pendiente de la persona amada; y como sucede en toda auténtica amistad, el estar pendiente procede del amor y conduce a un mayor amor; por eso la oración procede de la caridad y conduce a una mayor caridad, hasta llegar, como sucede con toda auténtica amistad, a la identificación de voluntades; en nuestro caso, hasta no querer otra cosa que lo que quiere Dios: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo, y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

            Por cuanto conocemos de María, podemos decir que no hubo nunca contemplación tan pura y perspicaz y amorosa de Jesús. Es madre. Y la madre ha sido la primera en contemplar a su hijo; no ha puesto en ello solamente su cariño materno, sino todo el fervor de su fe. No deseaba descubrir únicamente los rasgos humanos del rostro de Jesús, sino el misterio oculto en él.

            Tras el episodio del hallazgo de Jesús en el templo, el esfuerzo de meditación se desarrolló ulteriormente, como lo sugiere la segunda afirmación de que María guardaba en su interior el recuerdo de todo aquello. El misterio se había expresado en forma más impresionante en las palabras de Jesús en la Pascua de los doce años: “¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49). Ni María ni José comprendieron esas palabras. Era una invitación a profundizar en su significado.

            La palabra “Padre”, “Abbá”, planteaba más vivamente el problema de la identidad personal de Jesús. Era la palabra clave de la declaración, la que había impedido a María comprender, porque parecía confundirse con el nombre que calificaba a José. La que en un primer momento no había comprendido, se esforzaba por interpretar el enigma. Debió intuir quién era aquel a quien Jesús aludía y, contemplando a su hijo, trataba de descubrir en el reflejo de Dios como se escrutan en un niño los rasgos de semejanza con su padre.

            La verdad que proclamará Jesús más tarde, durante la última cena: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9), se presentó a María en su contemplación. Para saber quién era Jesús, debía subir hasta Dios Padre, y descubrir en el rostro de su hijo la imagen fiel del rostro de Dios.

4. 5.-  MARÍA, MAESTRA Y MODELO DE ORACIÓN

 

            La mirada meditativa de María, que ha captado la luz puesta a su disposición durante los años de Nazaret y que ha descubierto cada vez más las secretas profundidades del rostro de Jesús, se comunicó a la Iglesia. En su misión de propagar la fe, la Iglesia debe tratar de conocer siempre mejor a Cristo cuya revelación transmite. La Iglesia necesita contemplar a aquel que presenta al mundo, esforzándose por comprender cada vez mejor el sentido de lo que refiere el Evangelio. No puede limitarse a conservar como un tesoro lo que ha recibido. Como María, debe «meditar en su interior» todos los acontecimientos que han marcado la presencia de Jesús en el mundo.

            Los sacerdotes y los consagrados están llamados de modo especial, en virtud de su vocación, a participar de esta oración meditativa de la Iglesia. Invitados a seguir a Cristo, a vivir en su intimidad, no pueden alcanzar la finalidad de su existencia sino volviendo su mirada hacia aquel a quien se han consagrado totalmente. En su vida hay un aspecto necesariamente contemplativo: si quieren dar a esa parte de contemplación todo su significado evangélico, deben esforzarse por asociarse a María para mirar a su Señor con amor contemplativo.

            María nos recuerda  a todos la importancia capital de la mirada contemplativa. Mirada que llenó toda su vida materna en Nazaret. Si no hubiera existido esta mirada, su existencia de cada día habría sido bastante pobre. María vivía en una relación de intimidad con Jesús: era el motor esencial de su pensamiento y de su vida.

            Ella nos ayuda a todos, pero especialmente a los consagrados a vivir también ellos en la intimidad con Cristo y a dirigir hacia él una mirada contemplativa en la que se fundan la fe y el amor: «Gonzalo, pasa a mi Hijo». Ella sabe y puede y quiere ayudarnos en este camino de encuentro con Cristo. Ella, cuanto decía y hacía se revestía de un valor superior gracias a su adhesión a Jesús. Y esta adhesión necesitaba expresarse en momentos de contemplación.

            Lejos de sacrificar esos momentos a la acción, María los buscaba para hacer más válida su propia acción. Ella sostiene, pues, a las almas consagradas en la elección que deben hacer y rehacer incesantemente, dando a la oración todo el tiempo que le pertenece. Ella desea hacerles gustar un gozo semejante al que experimentaba cuando se encontraba frente a Jesús y podía mirarlo libremente, abandonarse a una contemplación que le permitía entrar en su misterio.

            En la oración meditativa tratamos de descubrir el sentido de los textos inspirados, recogiendo el fruto de ciertos comentarios exegéticos y tratando de apropiarse personalmente del pensamiento de estos textos. Este esfuerzo puede extender su alcance, apoyándose en escritos diferentes de la Biblia, o también reflexionando sobre ciertos acontecimientos. Su objetivo es conocer mejor la persona del Salvador y su obra para amar y hacerle amar a Jesús.  

            María no había hecho estudios especiales de Biblia, pero no renunciaba a captar en plenitud los libros sapienciales, sobre todo, las profecías. Tampoco los consagrados pueden renunciar a este esfuerzo de profundización, aun si no han podido dedicarse a estudios exegéticos particulares. Están invitados a dirigir a Cristo una mirada meditativa, a descubrir con mayor claridad a aquel a quien han consagrado el amor más completo, para rendirle así el homenaje de su inteligencia junto con el del corazón.

            Con un esfuerzo intelectual, su oración meditativa-contemplativa podrá penetrar más en el abismo infinito que se esconde en la persona de Cristo. Podrán avanzar así en la fe y en el amor; acogiendo siempre mejor la grandeza y la bondad de Cristo, serán llevados a admirarlo y amarlo más intensamente.

 

 

4.6.-MARÍA CONTEMPLADA Y VIVIDA DESDE EL MEMORIAL EUCARÍSTICO DEL HIJO

 

He repetido varias veces que mi camino de oración o encuentro con Cristo empezó en María; primero fue Ella,en mi infancia y adolescencia, y Ella,después de algunos años, en que me sentí muy a gusto con su diálogo, encuentro, protección y ayuda, y me llevó al Hijo.

Sin embargo, y lodiré siempre altoy claro, ha sido el Hijo el que  me ha llevado y me está llevando a descubrir una María maravillosa y confidente de Dios, que goza de una confianza absoluta del Hijo y del Padre por el mismo Espíritu Santo, unidísima y llena de misterios y gracias divinas, que a veces nos asustan, como el llamarla corredentora, que pide a los niños de Fátima consagrar el mundo entero a su Sagrado Corazón, el no sea Madre sacerdotal, sino Madre sacerdote de Cristo, de su Hijo... etc.

La Iglesia la veneró siempre como Madre de Dios, pero esta luz, a través de los siglos, nos ha ido descubriendo nuevos matices nacidos de esta luz, y la Iglesia, a medida que avanza, sin perder esta luz, va proclamando nuevas gracias y dones de Dios en María, siempre humana pero casi divina, porque está tocando el mismo límite de lo infinito, y siempre desde el Hijo y por la potencia de Amor del Padre al Hijo, que nos hizo hijos, y del Hijo-hijos al Padre, que es el Espíritu Santo, que la “cubrió con su sombra". Entre todos estos hijos Ella fue única y especial, fue hija y Madre de Dios.

Este conocimiento de fulgores divinos y cavernas y minas

de tesoros marianos sin explorar todavía, de la belleza y hermosura

depositadas por la Santísima Trinidad en María, me viene y me inunda en la oración personal, sobre todo, durante la celebración litúrgica del Misterio de Dios, de la irrupción de la Trinidad en el tiempo y en el espacio, de una forma metahitórica, por medio de la Liturgia Sagrada, especialmente por la Eucaristía, memorial de Cristo entero y completo.

Todo esto lo veo, contemplo y gozo y siento por la oración litúrgica-memorial y personal unidas e interinfluenciadas, unas veces empezaba la litúrgica y me provocaba la personal, otras veces desde la personal me uno y concelebro la litúrgica, pero siempre unidas las dos, y así es como descubro a María, especialmente en la liturgia eucarística, que en el Misterio memorial del Hijo, entero y completo, que me está llevando a descubrir las grandezas y seguridad y confianza del Hijo en la Madre.

Precisamente en la celebración de la Eucaristía memorialla he preguntado y le sigo preguntando muchas veces a la Virgen: ¿Pero realmente, queridísima María, Madre sacerdotal del Ser y Existir sacerdotal de tu Hijo, Él te quiso sólo madre sacerdotal, o más bien te quiso también madre sacerdote y víctima con Él, en su ser y existir sacerdotal, por una Unción y Consagración única y singularísima de la potencia de Amor del Espíritu Santo, que te "cubrió con su sombra': consagración no institucional-extensiva al género femenino, sino especial y creada para ti sola, como la maternidad divina, desde

el primer instante del ser y existir sacerdotal del Hijo de Dios en tu seno -¡qué grandeza y misterio inaudito que merece para ti todas las gracias posibles porque tocas al mismo Dios infinito!-; una consagración que te hacía sacerdote a la vez que engendraba (Espíritu Santo) y engendrabas (tú, María) en tu seno, al Único Sacerdote, al cual te unías por esa misma unción del Espíritu de Amor que a Él le hacía Hijo sacerdote   único del Altísimo y a ti, madre sacerdote de y por tu hijo, a quien tú dabas por obra del Espíritu Santo su ser y existir

sacerdotal? ¿No era esa misma Unción especial y única del Espíritu

Santo la que a Él le hacía Sacerdote Único del Altísimo ya ti, madre de su sacerdocio en tu seno, haciéndote con Él madre sacerdote en su mismo Serse y hacerse Sacerdote por obra del Espíritu Santo?

Desde la Sagrada Liturgia, realizada por la potencia de Amor del mismo y único Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que "cubrió con su sombra" a María y la hizo Madre del Único Sacerdote, en el cual y por el cual María fue consagrada y ungida sacerdote del Hijo de una forma única, y todos nosotros, de una forma especial pero no única, puesto que todos somos sacerdotes de la misma forma y grado.

Humildemente afirmo lo que siento desde esa Liturgia Sagrada, especialmente del Memorial Eucarístico, siento el perfume y aroma de María, junto a mi, madre sacerdotal y ¿sacerdote? del Hijo, una Madre junto al Hijo de sus entrañas, sacerdote y víctima, siento el "he ahí a tu hijo, a tu madre': descubro y veo y gozo estas grandezas de la Madre del Sacerdote que la quiso tener junto a sí desde el primer fiat de la Encarnación, hasta el última fiat encomendando y ofreciendo al Hijo al Padre para la Salvación de los hombres.

Es el Hijo el que tiene la «culpa» de todo esto, porque Él me lo provoca por su Espíritu, el Espíritu de Pentecostés, que inflamó a los Apóstoles "reunidos con María" y les hizo perder los miedos y abrir las puertas y predicar a Cristo resucitado. Realmente el Espíritu de Pentecostés, es el mismo Cristo resucitado, pero hecho Espíritu, hecho Fuego y Llama de Amor Viva, metida en el corazón y no quedándose en apariciones y palabras externas, que se quedan en los sentidos, pero no llegan al interior.

Para sentir y vivir esto hay que llegar al corazón de los ritos, de

las palabras y acciones sagradas, vivir pendiente y unidos a los Misterios de la Trinidad que traen del cielo a la tierra. En la celebración de la Eucaristía, es decir, desde la Liturgia, que hace presente todo el misterio de Cristo al que fue asociada María desde la Encarnación, desde el primer momento, hasta el último, en la cruz, donde «no sin designio divino» quiso asociar a su Madre que se unió totalmente como madre sacerdotal y víctima, hasta consumar el misterio de la redención, y hasta Pentecostés, donde el fruto del misterio pascual, la efusión del Espíritu, halla a María activa en la oración con los discípulos; para convertirse en presencia permanente en una total conformación al Hijo Resucitado en la gloria de su Asunción.

Una vez más, el paralelismo entre historia de la salvación en la que María está presente y celebración de la historia de la salvación en la que María se hace presente y es evocada por y en el memorial del Hijo, fundamenta ese misterio de comunión indisoluble con la obra del Hijo.

Y es lo que se afirma en el número 65 de la LG, cuando se dice: «María, en efecto, ha entrado profundamente en la historia de la salvación y en cierta manera reúne en sí y refleja las exigencias más radicales de la fe. Al hontarla en la predicación y en el culto, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre».

Ello sucede en esa síntesis maravillosa de la confesión y de la celebración de la fe que es la liturgia, donde el recuerdo de María reverbera los datos de la fe y su condición de Sierva del Señor orienta, como en Can á, hacia el misterio del Hijo y, como en el Cenáculo, a la acción del Espíritu.

Precisamente por eso, cuando en LG 66 se habla de la naturaleza y del fundamento del culto de la Virgen María se alude ante todo a su condición de Theotokos, síntesis de sus privilegios, su específica vocación en la historia de la salvación; pero en seguida se añade: «que participó en los misterios de Cristo». Una vez más es esta la clave del culto litúrgico tributado a la Virgen María, el fundamento de su presencia en la liturgia de la Iglesia.

Por eso, «la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios ... unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo». Es la comunión activa de María en la obra de la Redención, que se hace presente en el memorial eucarístico de su Hijo. De aquí que «en María la Iglesia admira nsalza el fruto más espléndido de la redención» y «La contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera ansía y espera ser> (SC 8)

Esta doctrina de las presencias de María en la liturgia de Iglesia se ha enriquecido notablemente con la publicación de Uectio Missarum» o Misas de la Virgen María. Y en particular se tendría que recordar que algunos «vacíos» detectados en la Marialis cultus han sido colmados con este nuevo libro de la Iglesia, donde formularios especiales de Misas ponen de relieve tanto la presencia como la ejemplaridad de María para la Iglesia en dichos tiempos de gracia, hasta Pentecostés, donde se recuerda a la Virgen del Cenáculo. Y en lo referente a Adviento y Navidad, nuevos formularios de Misas celebran presencias importantes de María en el misterio de Cristo, como el misterio de Nazaret y el de Caná de Galilea.

El segundo significado que puede tener la palabra presencia

es precisamente el que podríamos llamar más teológico:  mistérico: el hecho de la misteriosa persona de María en la Iglesia cuando esta celebra los divinos misterios. Aquí tenemos afirmaciones significativas pero sobrias. Sobre la base de SC 8, y recordando la doctrina de la Comunión de los Santos, la Lumen gentium, afirmaba: «Nuestra unión con la Iglesia del cielo se realiza de la manera más noble cuando celebramos las alabanzas de la grandeza de Dios con alegría compartida, sobre todo en la sagrada liturgia, en la que la fuerza del Espíritu Santo actúa en nosotros por medio de los sacramentos ... Por tanto, al celebrar el sacrificio eucarístico, nos unimos de la manera más perfecta al culto de la Iglesia del cielo: reunidos en comunión, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María (LG 50)>>.

Un texto particularmente significativo sobre el tema de la presencia mistérica de María en la liturgia es una alocución de Juan Pablo II en el Ángelus del 12 de febrero de 1984, que merece la pena reproducir en las afirmaciones centrales: «Ahora, la bienaventurada Virgen es íntima tanto a Cristo como a la Iglesia, e inseparable de uno y otra. Ella les está unida en lo que constituye la misma esencia de la liturgia: la celebra ción sacramental de la salvación para gloria de Dios y para la santificación del hombre.

María está presente en el memorial -la acción litúrgica- porque estuvo presente en el acontecimiento salvífico. Está junto a toda fuente bautismal, donde en la fe y en el Espíritu Santo nacen a la vida divina los miembros del Cuerpo místico, porque con la fe y con la energía del Espíritu, concibió a su divina Cabeza, Cristo; está junto a

todo altar, donde se celebra el memorial de la Pasión-Resurrección,

porque estuvo presente, adhiriéndose con todo su ser al designio del Padre, en el hecho histórico-salvífico de la muerte de Cristo; está junto a todo cenáculo, donde con la imposición de las manos y la santa unción se da el Espíritu a los fieles, porque con Pedro y los demás apóstoles, con la Iglesia naciente, estuvo presente en la efusión

pentecostal del Espíritu. Cristo, sumo sacerdote; la Iglesia, la comunidad de culto; con uno y otra María, está incesantemente unida, en el acontecimiento salvífico y en su memoria litúrgica».

A quien quisiera ir más allá, para preguntar también el cómo de dicha presencia, los Praenotanda de la «Collectio Missarum » ofrece ésta: «La Iglesia, que por los vínculos que la unen a María «quiere vivir el misterio de Cristo» con ella y como ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está siempre a su lado, pero sobre todo en la. sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora». En realidad allí donde la Iglesia siente más próxima en la fe la presenciade Cristo Señor (cf SC 7), allí también experimenta

la comunión más intensa con aquella que está unida a Cristo en la gloria.

No me resisto a poner una larga cita de esta «Collectio Missarum», que prueba todo lo dicho sobre la presencia de María en la liturgia de la Iglesia:

 

«11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos: es la cabeza que preside la asamblea cultual, cuyos miembros están revestidos de dignidad real; el maestro, que continúa anunciando el Evangelio de salvación; el sacerdote, que ofrece el sacrificio de la nueva ley y actúa eficazmente en los sacramentos; el mediador, que intercede sin cesar ante el Padre en favor de los hombres (cf. Hb 7, 25); el hermano primogénito (cf. Rm 8, 29), que une su voz a la de innumerables hermanos.

Los fieles, adhiriéndose a la palabra de la fe y participando «en el Espíritu» en las celebraciones litúrgicas, se encuentran con el Salvador y se insertan vitalmente en el acontecimiento salvífico.

 

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, as unta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19, 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, «sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna». La Iglesia, que «quiere vivir el misterio de Cristo» con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

 

13. La liturgia, por su misma naturaleza, favorece, realiza y expresa maravillosamente la comunión no sólo con las Iglesias diseminadas por toda la tierra, sino también con los bienaventurados del cielo, con los ángeles y los santos, y, en primer lugar, con la gloriosa Madre de Dios.

En íntima comunión con la Virgen María, e imitando su sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales «Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados»: - asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza - con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón - con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo y

asociarse a la obra de la redención - imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo

- apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios - con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo

 

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

 

14.- La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que «se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él».

Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, «como modelo de virtudes» y <<de fiel cooperación a la obra de salvación».

 

 

 

 

 

CAPITULO CUARTO

 

MARÍA, MAESTRA Y MODELO DE VIDA ESPIRITUAL

 

            Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como ella, hacer de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV San Ambrosio de Milán, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios: «Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios».

Pero María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical “Hágase tu voluntad” (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38). Y el «Sí»de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre en camino y medio de santificación propia.

            Las relaciones del cristiano con María en la oración pueden especificarse en una triple actitud: orar con María, orar a María, orar como María.

 

5.1. ORAR CON MARÍA: LOS APÓSTOLES EN PENTECOSTÉS: ORACIÓN DE INTERCESIÓN

 

            Tratando de descubrir en el Evangelio la oración de María, hemos considerado la primera de estas relaciones: orar como María. En la Virgen de Nazaret encontramos un modelo de oración que nos impulsa a la imitación. En efecto, no es sencillamente un objeto de imitación, sino un modelo activo, porque María nos ayuda a orar con ella. Y esto es lo que vamos a meditar ahora. Para vivir la unión con Dios y cumplir con su voluntad, los cristianos, en fuerza de su vocación de seguir y amar a Cristo, están más empeñados en la senda de la oración, teniendo a María como modelo y ejemplo singular.

            Orar con María, como lo vemos reflejado en el evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, es un rasgo característico de la oración de la comunidad primitiva, en espera de Pentecostés. Los apóstoles, reunidos en el cenáculo, “eran asiduos y concordes en la oración, con algunas mujeres y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1,14). Entre las mujeres, se nombra sólo a María, en razón de su cualidad única de “madre de Jesús”. Esta mención hace suponer que la veneración de la comunidad para con Jesús se reflejó en su madre y que después de la partida de Cristo de este mundo la presencia de María fue la señal visible que recuerda más fielmente el rostro del Salvador.

            Lucas se preocupa por resaltar esa presencia, porque en su Evangelio había descrito el papel de María en los orígenes de la vida de Jesús. Ahora atrae la atención sobre su papel en los orígenes de la Iglesia, porque en la perspectiva en que se pone, el progreso de la Iglesia se realiza a imagen de lo que se había realizado para Cristo.

            Ese progreso es obra del Espíritu Santo con el concurso de María. En este paralelo se puede reconocer una primera apertura hacia la afirmación de que la madre de Cristo es la madre de la Iglesia. Ciertamente, se llama a María con su título más evidente de “Madre de Jesús”. Pero su presencia en la comunidad indica una maternidad que permanece viva y cuyos beneficios reciben todos. Siendo madre de Jesús, aparece dotada de una calidad materna en relación a todos aquellos que se han reunido en torno a su hijo.

            Su título único de Madre de Jesús confiere un valor único a su oración. Valor que no procede sencillamente del vínculo de maternidad considerado en sí mismo, sino de la forma excepcional con que se estableció esa maternidad. María se convirtió en madre por intervención del Espíritu Santo y ello estableció la relación más íntima entre ella y el Espíritu.

            Su oración para implorar la venida del Espíritu sobre la comunidad, tiene, gracias a esto, una eficacia singular. El Espíritu Santo se complace desde ahora en actuar con la colaboración de María, en la prolongación de lo que él realizó en el misterio de la encarnación. Las súplicas de María han ejercido el influjo más fuerte para obtener la efusión del Espíritu con la abundancia de sus dones.

            Orar con María es, pues, compartir la eficacia superior de su oración. La primera comunidad ha podido alcanzar con mayor amplitud los beneficios divinos, porque unía su plegaria a la de la Madre de Jesús. Es ciertamente verdadero que la oración de los apóstoles tenía su propio valor. Pero ha tenido un efecto más amplio en razón de la presencia de María en la oración comunitaria.

            En esto hay una verdad que sigue siendo aplicación actual. La Iglesia sigue uniendo su oración a la celeste plegaria de María: cuenta con la intercesión de la madre de Jesús para alcanzar con mayor abundancia los dones del Espíritu Santo.

            Por su parte, los cristianos quedan invitados a adoptar en su oración una disposición de comunión con María, para que sus súplicas vayan siempre acompañadas y reforzadas por las de ella. Se trata de una comunión de consagración, porque María es la primera consagrada. Es una comunión de don total a Cristo y esto hace la comunión de oración tanto más profunda.

            De la actitud que consiste en orar con María, se pasa fácilmente a aquello que consiste en orar a María. En efecto, orar con María significa reconocer la excelencia de la intercesión de la Madre de Jesús. Desde el momento en que se reconoce el valor único de esta intercesión, el creyente es llevado a implorar a María para obtener su concurso en las súplicas dirigidas a Cristo y al Padre. María se convierte así, para todos los cristianos, en aquella a quien se ora con ardor, para llegar mejor hasta Dios.

 

 

 

 

 

 

 

5. 2.-   ORAR A MARÍA: FÁTIMA: SOR LUCÍA.

 

            No tenemos informaciones sobre la forma en que se realizó, al comienzo de la Iglesia, el paso de la oración con María a la oración a María. Cuando ella estaba presente en la comunidad, los primeros cristianos se complacían en orar con ella, como acontecía ya en la asamblea que esperaba Pentecostés. Podemos igualmente imaginar la oración de Juan, el discípulo predilecto, en compañía de aquella a quien había acogido en su propia casa.

            Después de la muerte de María, se debe pensar que los primeros cristianos se han dirigido espontáneamente a aquella a quien ya no podían ver, empezando a invocarla. Así se fue formando la costumbre de orar a María, de pedir su intercesión junto a su hijo, de acudir a ella en las dificultades, de llamarla en ayuda en las pruebas.

            El cántico del magníficat atribuido a María testifica, como ya hemos observado, un comienzo de culto mariano. Las palabras “me felicitarán todas las generaciones” demuestran que aquellos cristianos comprendían la bienaventuranza especial concedida a María.

            Semejante homenaje conllevaba como consecuencia el deseo de hablar a María e invocar su socorro; consecuencia que no podía expresarse en el magníficat, pero era inevitable. Venerar a María como la mujer más dichosa de todos los tiempos, significa esperar de ella protección y solicitud, porque la felicidad le ha sido otorgada en vista de la obra de la salvación.

            La primera oración a María que se nos ha conservado, se remonta al siglo III y fue escrita en un papiro egipcio. No obstante las mutilaciones del texto, debido al estado precario del papiro, ha sido posible reconstruir su contenido: «Bajo el amparo de tu misericordia, nos refugiamos, Santa Madre de Dios. No desoigas nuestras plegarias, cuando nos hallemos en la prueba; antes bien líbranos del peligro, tú, la única pura y bendita» (Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei genitrix...).

            Esta oración nos ofrece el primer testimonio de la invocación «Madre de Dios» (Theotokos). Invocación ésta que parece justificar las expresiones del conjunto de la oración. Son expresiones que antes se utilizaban para súplicas dirigidas a Dios: al refugiarse bajo el amparo de la misericordia divina, se pedía a Dios la liberación de los peligros y acoger benévolamente las plegarias. Lejos de dirigirse al Señor glorioso, estas súplicas se dirigen ahora a la «única bendita»: en su calidad de Madre de Dios ella es la persona humana más cercana a Dios, la que refleja más fielmente la misericordia divina. En razón de esta cercanía a Dios, se puede obtener de ella la liberación de las situaciones peligrosas.

            Para hallar la forma de orar a María, el autor de esta oración escogió la vía más sencilla: invocar a la Madre de Dios con los mismos términos con que se invocaba a Dios. Esta semejanza no significa que se desconozca la diferencia. La Madre de Dios no es Dios; es una creatura, a la cual no se atribuye la excelencia única que pertenece a Dios. Ella es sólo una mediadora. Si no se recuerda explícitamente su intercesión, esa mención está implícita en su calidad de Madre.

            En esta oración se advierte una característica que se hallará luego en buen número de oraciones a María: en la prueba, el cristiano busca refugio en el corazón compasivo de María. En el peligro, lanza hacia ella un grito de socorro. Es reconocible la reacción espontánea del niño que grita a su madre. Pero aquí no se invoca a María bajo el título que se le atribuirá más tarde: «madre nuestra», pero con un sentido sobreentendido: quien es madre a nivel tan alto, debe tener un corazón materno sensible para cuantos la invocan.

            Es igualmente importante observar que la oración es colectiva. Aunque pruebas y peligros hacen pensar ante todo en un caso individual, es una comunidad la que ora e implora liberación. Se diría que la apertura universal de la Madre de Dios favorece la apertura comunitaria de la oración.

            Los cristianos de hoy siguen recitando esta oración: señal de que responde a sus aspiraciones. También los consagrados encuentran en ella lo que desean decir a María, porque en su vida no faltan pruebas y peligros. Con las pruebas se asocian más íntimamente al sufrimiento de Cristo y piden a la Corredentora que sostenga su valor y ofrenda.

            Ante los peligros que amenazan su vida enteramente entregada al Señor, de modo especial frente a las tentaciones, solicitan un poder maternal que los ponga al abrigo de las caídas y bajezas. Se complacen en invocar a la «santa Madre de Dios» como a quien posee una santidad que debe reflejarse en su vida consagrada.

 

 

5. 3.- FUNDAMENTO Y FUENTE DEL CULTO MARIANO: “¡HE AHÍ A  TU MADRE!”:

 

            La oración a María se desarrolló en la Iglesia bajo la inspiración del Espíritu Santo: “Los Apóstoles estaban en oración con María, la madre de Jesús”,  y también en razón de la voluntad del Salvador manifestada en el Calvario. Al decir a su madre “Mujer, ése es tu hijo” le asignaba una maternidad de orden espiritual para con cada uno de sus discípulos y le pedía velar con solicitud sobre el itinerario de cada uno de ellos.

            Al decir al discípulo predilecto: “Esa es tu madre”, lo invitaba a profesar a María un amor filial; amor que Juan manifestó en seguida tomando consigo a María.

            En estas palabras se puede reconocer el deseo de Cristo en establecer el culto mariano. El crucificado no se limitó a conferir a María una nueva maternidad. Le pidió expresamente a Juan una repuesta a esa maternidad y con ello quiso que los cristianos rindieran culto a María. Si cada uno recibe a María como madre, cada uno queda invitado a “tomarla consigo”, es decir, a acogerla y darle cabida en la propia vida.

            No debemos olvidar que estas palabras: “Esa es tu madre” fueron pronunciadas poco después de que Jesús hubiera formulado su mandamiento: “Amaos los unos otros como yo os he amado” (Jn 13, 34; 15,12) Y expresan una voluntad análoga: «Ama a mi madre como yo la he amado».

            Las relaciones del discípulo predilecto con María han sido señal y prefiguración de las relaciones de todo cristiano con aquella que le ha sido dada por madre. Podemos sólo intuir el ardor con que el discípulo ofreció a María una adhesión cariñosa que prolongaba la intimidad que había tenido con Jesús. Mejor que otros, comprendió que no podía abrirse totalmente al amor de Cristo, sino amando a su madre. Al recibirla en su casa, pudo captar en ella una semejanza viva con Cristo. Él, que en ciertos episodios del Evangelio manifestaba la sutileza de sus intuiciones, encontró en María muchos rasgos del carácter y comportamiento que había admirado en el Maestro. Se dio así cuenta del parentesco espiritual que unía a la madre con el hijo e intuyó toda la riqueza que brindaba a la vida de la Iglesia.

            Los cristianos no pueden rehacer la experiencia de Juan en la materialidad histórica. Están empeñados en relaciones filiales con María, en las cuales debe reproducirse lo más profundo que había en ella; están llamados a vivir una intimidad real con María, que se une a la intimidad de ellos con Cristo.

            Quien ha sido elegido por Jesús para acoger a María como madre era un sacerdote, uno de aquellos a propósito de los cuales Jesús había declarado en el curso de la última cena: “por ellos me consagro a ti, para que también ellos te queden consagrados de verdad” (Jn 17,19). De lo cual pueden deducir los sacerdotes que están invitados de modo especial a acoger a María en su vida y estrechar con ella relaciones de intenso cariño filial.

            Deben seguir la senda que abrió Juan, quien después del drama del Calvario, vivió en diálogo con María; un diálogo que no necesitaba palabras y conllevaba muchos silencios; un diálogo en el que Cristo ausente estaba continuamente presente y los recuerdos de María se encontraban con los del discípulo predilecto para hacer reaparecer el retrato inolvidable de Jesús.

            El verdadero diálogo con María no tiende nunca a sustituir el diálogo con Cristo; tiende más bien a esclarecer más al único Salvador. Es verosímil que a través de sus coloquios con María y una vida más cercana a ella, Juan haya enriquecido su conocimiento de Jesús y captado con más claridad el sentido de las palabras y gestos cuya importancia no había comprendido suficientemente.

            Al descubrir el alma admirable de María, le invadió una admiración más luminosa del Maestro. Y al amar y vivir junto a la Madre, pudo profundizar en su amor al hijo Jesucristo.

            Del mismo modo, para los cristianos, especialmente los sacerdotes y las almas consagradas,  la presencia de María no hace nunca de pantalla, no puede esconder el rostro de Cristo ni relegarlo a un segundo plano. La presencia de la madre los introduce en un mejor conocimiento de Jesús y en amor y adhesión más absoluta a él.

            Los sacerdotes no pueden vivir el gran amor de que han hecho profesión a Cristo sino tratando de entablar un diálogo filial con María aprendiendo de ella a conocer y amar a Jesús.

En el plan divino, María se halla tan estrechamente vinculada a la venida de Cristo al mundo y a su misterio de salvación universal de todos los hombres que debe completarse de parte de quienes quieren tener acceso más completo a este misterio de la encarnación y salvación mediante una unión muy estrecha de amor con ella, siguiendo con María para llegar más profundamente al conocimiento y unión con Jesús por el mismo Espíritu Santo que vino a ella en la Encarnación y a nosotros, sacerdotes, especialmente en Ordenación sacerdotal y todos los días en la consagración y conversión del pan en Jesucristo siempre que celebramos la santa misa.

            Por eso, no es ciertamente un lujo fijar la mirada en María, venerarla e invocarla: es una necesidad para todos, cristianos y sacerdotes. Es también un deseo de Cristo en la persona de Juan.

 

 

 

5. 4.  CARÁCTER FILIAL DEL CULTO A  MARÍA

 

            Las palabras que pronuncia Jesús en la cruz manifiestan el carácter único que va a asumir la oración a María. Todos los días, los cristianos acuden espontáneamente a gran número de santos para invocar su intercesión y obtener los favores divinos. La oración a María no es una cualquiera de estas oraciones, pues se encuadra en relaciones filiales que contribuyen al desarrollo espiritual del culto, de la oración y de la vida cristiana.

 

A) AMOR FILIAL DE LOS HIJOS

 

            Jesús vino a suprimir la distancia que impedía a los hombres dirigirse a Dios con familiaridad. Él mismo, con el misterio de la encarnación, había superado esa distancia, acercando a Dios a la humanidad.   Con su sacrificio redentor hizo desaparecer los obstáculos del pecado, reconciliando a los hombres con el Padre. Al consumar su sacrificio, confiaba a su madre una misión que completa ese acercamiento: la que es Madre de Dios no queda ciertamente ubicada a distancia de los demás seres humanos; al convertirse en madre de los discípulos, tiene la misión de permanecer muy cerca de cada uno de ellos y de introducirlos en la familiaridad divina.

            Para comprender la intención de Cristo al dar su propia madre a la Iglesia es necesario recordar el objetivo esencial al cual miraba toda la acción del Salvador en el mundo. Jesús vino a revelar el Padre a los hombres para suscitar en ellos un amor filial y conducirlos al Padre. Su vida había consistido en venir del Padre al mundo, y luego en dejar el mundo para volver al Padre (Cfr Jn 16,28).

            En este movimiento de regreso al Padre deseaba llevar consigo a toda la humanidad. Cuando, desde el comienzo de su predicación exige una conversión en vista del ingreso al reino de Dios, quiere decir una renuncia al pecado acompañada de una apertura tal al Padre que permita pertenecer a su reino. Su finalidad es, pues, instaurar en los corazones humanos una disposición esencialmente filial. Jesús hace idónea toda la existencia humana para orientarse al Padre.

            La instauración de la maternidad espiritual de María queda iluminada por este designio. Con su afecto materno, María está destinada a representar la bondad del Padre. Jesús sabe que los hombres son más sensibles a la ternura del amor materno y comprenden más instintivamente lo que significa la presencia de una madre en su vida. En efecto, toda la bondad del corazón materno de María viene del Padre; es la imagen más conmovedora del amor que el Padre profesa a la humanidad. El rostro de la madre está destinado a reflejar mejor el rostro del Padre.

            Del mismo modo, el amor filial que responde a la maternidad de María está destinado a reflejar el amor filial al Padre. El amor que se expresa en el culto mariano no queda, pues, fuera de la perspectiva esencial de las relaciones del hombre con Dios, sino que le ayuda en sus primeros pasos del amor total al Padre.

            En sus relaciones de intimidad con María, los cristianos comprenderán mejor la bondad soberana que debe dirigir todos los acontecimientos de su vida y descubren más fácilmente la solicitud de la providencia paterna que vela sobre sus pasos. Al profesar un cariño profundo a su madre, su corazón comprende y se abre más al Padre-Madre de todos los hombres y se dispone a amarlo más.

            El vínculo existente entre el amor filial a María y el amor filial al Padre da sentido a la asociación de las dos oraciones en el rosario: el Padrenuestro y el Ave María. Se podría pensar que son apenas dos oraciones yuxtapuestas, sin parentesco mutuo. En realidad, el Ave María ayuda a recitar el Padrenuestro con sentimientos filiales más vivos.

            La mirada que se posa en el rostro materno de María se vuelve inmediatamente al rostro misterioso del Padre con mayor familiaridad. Mientras se corre a menudo el riesgo de invocar al Padre en forma más distante, se lo siente más cercano a través de la proximidad de la madre a quien se saluda y se invoca con gran abandono filial.

            La llamada de Cristo ha introducido a los sacerdotes en un estilo de vida que moviliza todas sus energías personales por la senda hacia el Padre. Ellos se consagran a Cristo, pero en forma de dejarse conducir por él más seguramente hacia el Padre, compartiendo el fervor de su amor filial.

            La vida consagrada es esencialmente una vida orientada hacia el Padre en forma más total, en virginidad, que significa amor total y exclusivo, y desde el Padre por María madre, a todos los hombres, sus hijos. Por este motivo está más fundamentalmente unida a María y requiere una adhesión filial más especial de parte de los consagrados.

            No hay por qué extrañarse, pues, de la piedad mariana que se desarrolló en los seminarios, --recordad nuestras fiestas de la Inmaculada y de la Presentación,  de la Navidad, con la fiesta de la Madre de Dios, en el día primero del año, para empezar con buen pié en manos de la Madre, así como otros títulos e invocaciones marianas--, en los monasterios y en las comunidades religiosas. Responde a una necesidad esencial de la vida consagrada y a su finalidad más fundamental.

            Se puede añadir que para las comunidades de hombres el amor que profesan a María contribuye a garantizar el equilibrio de las disposiciones afectivas. El papel importante de la mujer en el misterio de la Encarnación tiende a compensar lo que favorece al hombre por el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre.

            La presencia de una madre en la vida espiritual tiende igualmente a compensar el desequilibrio que podría provenir del celibato consagrado: es una presencia femenina, con todo lo que tiene de seductor, pero en armonía con la pureza virginal.

            Para las comunidades de mujeres, la presencia de María ofrece la posibilidad de reconocer mejor la contribución de la mujer en la obra divina de la salvación y de animar así la generosidad de la vida religiosa.

            Esa presencia es fuente de equilibrio, en otro sentido: permite a las religiosas superar las impresiones de inferioridad del destino femenino y apreciar los valores propios de la mujer, ignorados con demasiada frecuencia o a veces menospreciados en la sociedad.

            La veneración que tienen por la madre de Jesús las compromete a una mayor intrepidez en el logro del ideal femenino de vida consagrada. El calor del amor materno de María está en grado de hacer nacer una respuesta de cálido amor filial. Contribuye así al desarrollo de la riqueza afectiva en la vida consagrada.

Las renuncias que conlleva esta vida podrían, en efecto, exponer a la persona a cierta aridez del corazón. El empeño en el celibato y la separación de la familia están destinados a favorecer una apertura más universal del corazón a todos, pero exigen una ascesis interior que puede correr el peligro de una frialdad afectiva.

            Jesús sabía que su discípulo predilecto necesitaba un calor afectivo en su consagración sacerdotal y le pidió que recibiera a María por madre. Los consagrados encuentran en sus relaciones con María un calor afectivo que les ayuda a asumir correctamente todas las exigencias de su consagración.

               

 

B) CONFIANZA FILIAL DE LOS HIJOS

 

            La confianza es una disposición que pertenece a la sinceridad de todo amor, pero que debe sobre todo manifestarse en el caso de que aquel que ama tiene conciencia de recibir más de lo que da. Es éste el caso de las relaciones con María: el cristiano recibe del amor maternal de María mucho más de lo que su amor filial puede darle.

            Cuando a los pies de la cruz oyó Juan las palabras de Jesús, comprendió que el Salvador le ofrecía su don más precioso. Ofreciendo a María su propia casa, era consciente de darle muy poco frente a lo que recibía de ella: acogía a una persona de valor inestimable y disfrutaba del más perfecto amor materno.

            Para Juan era una demostración suprema del amor con que Jesús lo había escogido como confidente y amigo. Ya antes había sido colmado de testimonios de ese amor; ahora se daba cuenta de que el amor del Maestro había llegado al extremo de su generosidad. Así sus nuevas relaciones con María se unieron a una confianza más indestructible en la bondad de su Señor.

            A esta confianza en el amor de Cristo se une la confianza en María. Viviendo con ella, el discípulo experimentó su bondad. Ningún temor podía sentir ante una benevolencia cuya generosidad y delicadeza experimentaba cada día más y más.

            Habiendo recogido las palabras de Jesús con total devoción y como testamento: “Mujer, ése es tu hijo”, María ponía toda su alma en su misión maternal y tenía para con Juan las mismas atenciones que había tenido para con su único hijo. No quería sustraer nada de su corazón maternal a aquel que le había sido confiado como hijo.

            Toda la entrega que había caracterizado su vida en Nazaret, reaparecía ahora sin limitación alguna. La solicitud con que rodeaba al discípulo predilecto, tendía a hacerle sentir, en cuanto era posible, hasta qué punto lo amaba. Juan no podía responder a ese amor sino con una confianza filial sin reservas.

            Aunque sin poder hacer una experiencia idéntica a la del discípulo predilecto, que conoció a María en su vida terrena, los cristianos están invitados a una intimidad análoga con su madre del cielo. También ellos disfrutan de su bondad y en múltiples ocasiones experimentan las manifestaciones discretas de su solicitud. Una madre inspira confianza; una madre perfecta no puede menos de suscitar una confianza mucho más firme.

            Es la confianza que se expresa en la más antigua oración mariana: decir a la Madre de Dios que se busca refugio en su misericordia, significa testimoniarle una confianza total. Llamarla en ayuda en el momento del peligro, quiere decir esperar de ella la ayuda más eficaz. Semejante confianza no se funda sólo en la simpatía maternal de María, sino también en su poder como Madre de Dios.

            Los cristianos cuentan con el poder de intercesión de María; su invocación parte de una doble convicción: su madre no puede resistirse a sus súplicas y el Señor no puede resistir a los requerimientos de su madre. La confianza se funda, pues, en las prerrogativas de María: Madre de Cristo y Madre de los hombres.

            Se puede observar que la confianza filial en María va destinada a reforzar, en fin de cuentas, la confianza filial en el amor del Padre. La maternidad universal de María es un invento admirable del amor divino para sentir su amor y cariño y llevarnos así, cogidos de la mano, hasta su Hijo y el Padre por el amor del Espíritu Santo que mora en ella.

            Jesús la proclamó madre de todos los hombres en la cruz, en forma simbólica, para llevar a término la obra que el Padre le había confiado. En efecto, según el Evangelio de  Juan, después de haber constituido a María madre del discípulo predilecto, Jesús sabía “que todo quedaba terminado” (Jn 19,28), con lo cual manifestaba ser consciente de que su muerte era inminente y que su obra estaba terminada y rematada, con la entrega de la Madre a los hijos, y de los hijos en Juan a la Madre “desde aquella hora”.

            Al entregar su Hijo en sacrificio, el Padre ha brindado a la humanidad una madre en el orden de la gracia. La confianza que los cristianos están llamados a demostrar a la madre que les ha sido dada en este momento de generosidad suprema, no puede desligarse de la confianza en el amor sublime del Padre.

            En efecto, en este amor, el Padre ha resuelto no resistir a las instancias de la oración; pero esta característica de su bondad es ignorada con frecuencia y la confianza humana es atraída más fácilmente por el amor materno de María.

            La vida consagrada sólo puede desarrollarse en la confianza, porque ha sido con confianza como han respondido los «llamados» por Cristo a seguirlo. Han tenido la osadía de aceptar el modo de vida que les proponía, porque confiaban en quien los invitaba. La misma confianza les permite perseverar en la vocación, contando con la ayuda divina para superar todas las dificultades.

            La confianza les ayuda a vivir serenamente, sin dejarse impresionar por las amenazas de las tentaciones ni las incertidumbres de su debilidad. La confianza en la omnipotencia de Cristo les hace caminar con paso seguro por la senda en que se han empeñado.

            Se comprende, por tanto, qué les aporta la confianza filial en María. Saben que tienen en ella a una madre que les acompaña con fidelidad; su mirada no se equivoca jamás sobre su verdadera situación. Ella los acompaña en su itinerario, sosteniéndolos en sus esfuerzos. Vela por ellos, aunque no tengan de ello la menor conciencia o cuando se hallan expuestos a peligros que ni siquiera sospechan.

            La confianza de los consagrados en la asistencia maternal de María, los sustrae a cierto sentido de soledad que a veces podría resultar deprimente. Cada vez que encuentran una prueba, les basta levantar la mirada hacia María para recibir el aliento que ella brinda.

            Cuando se sienten abandonados o incomprendidos, encuentran en su madre celestial una presencia y una comprensión que no disminuyen nunca. Las contrariedades que deben afrontar en la vida personal o en la actividad apostólica no los asustan, si conservan la confianza en aquella que nunca, en ningún momento de su vida, se dejó abatir por las tempestades.

            Su confianza filial no puede quedar frustrada. Les ofrece un punto de apoyo que permite no sólo conservar la paz en la hora de las turbaciones o de las sacudidas, sino proseguir con energía en sus esfuerzos para cumplir todos sus compromisos. Abre sus corazones a la entrega más completa y los pone en grado de gustar más vivamente el gozo de su don a Jesucristo. Por último les hace comprender el sentido profundo de la consagración, fundada sobre la roca inexpugnable del amor divino, amor que se hace concretamente apreciar a través de la bondad de una madre.

 

C) ORACIÓN FILIAL DE LOS CRISTIANOS

 

            La devoción a María ocupa un puesto notable tanto en la piedad católica como en la ortodoxa. Para gran parte del pueblo cristiano, el Ave María es una oración muy utilizada; el rosario ha entrado en las costumbres de muchos cristianos. Aquellos a quienes el Evangelio llama “los pequeños” se complacen de modo especial en invocar a María.

            En la importancia que ha asumido la oración mariana, se debe reconocer el signo de una inspiración del Espíritu Santo. Quien hace comprender a muchos cristianos la importancia de la recomendación suprema de Jesús: “Esa es tu madre”, les hace tomar en serio la función maternal confiada a María y la respuesta que exige de quienes disfrutan de ella. Cristo Jesús, desde la cruz, a punto de partir de este mundo, nos hizo a todos los hombres hijos de su madre, en la persona de Juan y a María, madre de todos. Esto no impulsa a una relación y amistad tierna y confiada en la que Jesús quiere que sea nuestra madre de la fe en Él y a nosotros, hijos confiados a su madre y nuestra madre. Por algo lo haría Jesús que la eligió como madre para él y nosotros.

            El carácter de sencillez que revela la oración mariana, se explica por el hecho de que en las relaciones de un hijo con su madre sería inútil complicar las expresiones, buscar complejas consideraciones, alargar los discursos. La oración filial se expresa de la forma más libre, y cuenta menos sobre el valor de las palabras pronunciadas que sobre el impulso afectivo que toca el corazón de la madre. La sencillez de la oración mariana de los cristianos refleja la sencillez de la oración misma de María. Se puede recordar la petición del milagro en las bodas de Caná, petición que constituye un modelo de sencillez.

            La recitación del rosario es una forma de oración en la que la repetición de una fórmula no permite pensar en todo lo que murmuran los labios. Sería prácticamente imposible prestar atención a cada una de las palabras que se pronuncian. Si se quisiera intentarlo, se correría el riesgo de fatigar el espíritu con un pobre resultado. Y sin embargo, las palabras no son inútiles. Orientan el espíritu hacia la persona de la Virgen y sostienen con su ritmo cierto vuelo del corazón.

            Para conservar o renovar la contemplación, se propone la evocación de diversos misterios. De esa manera se estimula un esfuerzo del pensamiento, que ayuda a mirar a María en los episodios más salientes de su existencia. Se puede lamentar que el episodio de Caná no sea mencionado habitualmente, no obstante su riqueza de significado y la forma como pone en evidencia la persona de María. Por eso, me ha parecido muy oportuna su inclusión en los misterios de luz añadidos por Juan Pablo II, cinco nuevos misterios del rosario que se añaden a los tradicionales gozosos, dolorosos y gloriosos. En general, el Rosarium Mariae es un documento pleno para entender y practicar el rezo del santo rosario en oración contemplativa, donde uno no se fija en las fórmulas, sino en la contemplación del misterio y nuestra vida en relación con el misterio sin particularismos.

            Varios ensayos se están haciendo para darle al rosario mayor vitalidad, para introducirle mayor variedad y sustraerlo al riesgo de la monotonía. No soy partidario. Las modificaciones propuestas, aunque parecen más llenas de contenidos doctrinales y meditativos, le privan al rosario de la monotonía propia de la oración contemplativa en la que uno se pierde más mirando al fondo que a las formulaciones y reflexiones. Por eso la piedad mariana popular sigue prefiriendo la forma sencilla y corriente del rosario. Los ensayos de renovación demuestran no obstante, en cierto número de cristianos, el deseo de una oración mariana más sentida y razonada.

            En mi parroquia, donde se reza el rosario todos los días, antes de la misa de la tarde, en los dos templos: San Pedro y Cristo de las Batallas, hemos tratado alguna vez de introducir novedades, sobre todo, con una breve meditación sobre cada misterio, Pero hemos terminado por abandonarla. Además, a mí me parece que rompe el ritmo de la continuidad de la oración, en la que uno se sumerge por la repetición aparentemente monótona de las avemarías.

            Últimamente se han hecho grupos de señoras, de madres que rezan el rosario y ofrecen la misa un día determinado por la fe de sus hijos. Es algo que me emociona verlas rezar. Pero en definitiva se trata de la intención del santo rosario de ese día, que se dice al comenzarlo, pero luego no hace falta repetirlo de diversas formas. Porque es mejor que cada madre se pierda con la Virgen pensando y rezando por el hijo, pensando y pidiendo en las circunstancias particulares en que cada uno se encuentre al nivel de la fe y de la vida cristiana.

            Otra forma de oración tradicional, el Ángelus, tiende a imprimir un sello mariano a ciertos momentos del día. Personalmente lo rezo todos los días en la oración de la mañana y de las 12 del mediodía. En esta hora me recojo en oración, bajando mi cabeza y cerrando los ojos y meditando en la Virgen. Luego, por la tarde, como rezo el rosario y la letanía después de la cabezada de la comida, la verdad que mi mirada a la Virgen queda plena y colmada.

            El Ángelus pone de nuevo al cristiano frente al misterio de la Encarnación, tal como lo vivió María. Al dirigirlo a María, lo dirige al mismo tiempo hacia Cristo. La orientación cristocéntrica que se vuelve a encontrar en el rosario a través de la meditación de los misterios de la encarnación redentora, manifiesta el verdadero sentido de la oración mariana.

            Aunque la estructura del Angelus no refleja exactamente el cumplimiento del gran misterio de la venida del Salvador, por que la concepción del Hijo se reza antes que el sí de María, esta oración tiene el mérito de volvernos a llevar al acontecimiento capital que,  con el concurso de María cambió el destino de la humanidad.

Cuando el rezo del Ángelus se convierte en “Regina coeli laetare” por razón de la Pascua, lo hago cantado y en latín. Es la costumbre desde el seminario. Cuando digo cantado, quiero decir que el ritmo y la entonación es como se cantan, pero lo hago en mis adentros, sin que se oiga. Fuera del rosario y del Ángelus, la oración mariana ha asumido muchas otras formas, tanto colectivas como individuales. Hay que subrayar que lo que importa sobre todo es la sinceridad personal de la oración.

            En las relaciones con María, lo mismo que en las actitudes hacia Cristo y hacia Dios, la oración del corazón debe animar la oración de los labios. Los cristianos están invitados al diálogo, cada uno a su manera, con aquella a quien veneran y aman como madre suya. Hay un lenguaje filial secreto que nace espontáneamente en aquellos que acogen a María en su vida.     Este lenguaje se desarrolla normalmente en la vida de los cristianos. Pero a los sacerdotes y consagrados no les basta rezar el rosario. Su recitación cotidiana es ciertamente una forma de garantizar el contacto con María: pero está destinada sobre todo a favorecer un diálogo más amplio con ella. Los que han hecho profesión de su vida a Jesucristo saben que no pueden entrar plenamente en su intimidad sino alimentando un cariño de hijos hacia María. Toda su vida consagrada se hace más profunda cuando se impregna de clima mariano.

            Su amor a María los lleva a amar más vivamente a Cristo. Es lógico que, sintiéndose hijos, expresen con espontaneidad y libertad su oración a María: cada uno, bajo la inspiración del Espíritu Santo, debe buscar la forma de oración mariana que le conviene. Y desde allí, Ella se encargará de llevarle hasta su Hijo.

            En muchas vidas consagradas se da un canto interior que sube hacia María: canto de admiración y de alabanza, que se alegra con la pureza virginal y la bondad misericordiosa de la Madre de Dios. En las circunstancias más dolorosas, este canto se convierte en petición de socorro, pero luego —una vez alcanzado el favor— se cambia en acción de gracias. Los consagrados están llamados a vivir la poesía del don total al Señor en unión con el incomparable impulso del alma generosa de María.

            Están llamados también a brindar en la Iglesia un testimonio de piedad mariana: reciben la misión de conducir al pueblo de Dios en la plegaria y especialmente en la oración mariana. Sacerdote, religiosos y religiosas deben demostrar, con su adhesión a María, el valor del culto mariano y el beneficio que la vida cristiana puede recibir de él.

            Algunos organizan y desarrollan manifestaciones de culto, a través de asociaciones, reuniones, peregrinaciones, asumiendo así una misión mariana en la vida de la Iglesia. Todo esto es laudable, y hay que prepararlos bien para que sean viajes de María a Cristo, esto es, camino y testimonio de un amor sincero hacia aquella a quien veneran como a madre de Cristo y a quien aman como a su madre propia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO QUINTO

 

MARÍA, LA VIRGEN OFERENTE

 

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.María se ofrece totalmente, ya no quiere tener voluntad propia, renuncia a sí misma para ofrecerse toda entera al Señor, renuncia a sus planes para vivirlos en Dios, se hace esclava...

           

3. 1 DESDE LA ANUNCIACIÓN TODA LA VIDA DE LA VIRGEN ES UNA OFRENDA A DIOS

 

Voy a decir ahora cosas que tengo meditadas y escritas desde mi vida de seminarista, cuando estudiaba Mariología. Pero siempre, como en todos mis textos de Teología y todos los libros que tengo en mi biblioteca: subrayando, para aprendérmelo de memoria, lo que me gustaba. Y quiero advertir a mis lectores, que debo muchísimo en esta materia que voy a desarrollar ahora, a un querido profesor mío de Roma, JEAN GALOT, a quien admiro y escuché muchas veces, y del que he tomado, con pequeñas aportaciones mías, las reflexiones que  siguen hasta el final del capítulo.

            Y después de esta larga advertencia, empiezo. Desde la Anunciación toda la vida de la Virgen es una ofrenda a Dios y a su plan de Salvación por el Hijo. En el episodio de la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-35), la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito (Ex 13, 11-16) y de la purificación de la madre (Lev 12, 6-8), un misterio de salvación relativo a la historia salvífica: esto es, ha notado la continuidad de la oferta fundamental que el Verbo encarnado hizo al Padre al entrar en el mundo (Hb 10, 5- 7); ha visto proclamada la universalidad de la salvación, porque Simeón, saludando en el Niño “luz que ilumina las gentes y  gloria de Israel” Lc 2, 32), reconocía en Él al Mesías, al Salvador de todos; ha comprendido la referencia profética a la Pasión de Cristo: que las palabras de Simeón, las cuales unían en un solo vaticinio al Hijo, “Signo de contradicción” (Lc 2, 34), y a la Madre, a quien la espada habría de traspasar el alma (Lc 2, 35), se cumplieron sobre el Calvario. Misterio de salvación, pues, que el episodio de la Presentación en el Templo orienta en sus varios aspectos hacia el acontecimiento salvífico de la Cruz. Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (Lc 2, 22), una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito.

            Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el Calvario, donde Cristo “a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14) y donde, «no sin designio divino», María estuvo “junto a la Cruz” (Jn 19, 15) sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, adhiriéndose amorosamente a la inmolación de la Víctima por ella engendrada y ofreciéndola ella misma al Padre Eterno (Cfr LG ).

            Para perpetuar en los siglos el sacrificio de la Cruz, el Salvador instituyó el Sacrificio eucarístico. Memoria de su Muerte y Resurrección, y lo confió a la Iglesia, su Esposa, la cual, sobre todo el Domingo, convoca a los fieles para celebrar la Pascua del Señor hasta que El venga: lo que cumple la Iglesia en comunión con los Santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable.

            Como vemos en la vida de María hay un itinerario de oración trazado por Dios. Después de la Anunciación, la oración de aquella que se había convertido en madre del Salvador se desarrolló en respuesta al mensaje del ángel. En el momento de la presentación de Jesús, esta revelación del sacrificio exige de María una forma más dolorosa de oración de ofrenda.

            El episodio muestra que María está animada del espíritu de ofrenda, porque llega a presentar su niño en el templo, mientras que hubiera bastado, según los términos de la ley, pagar una cantidad a un sacerdote para el rescate de su “primogénito”. Ella deseaba expresamente realizar un gesto de ofrenda, que dé al rescate todo su valor. La ofrenda es la oración en la cual la persona se empeña más a fondo. Más que una palabra, es un gesto en el que se expresa el homenaje del amor con el don de sí mismo.

            Con la luz que brinda la profecía de Simeón, el compromiso va más allá de lo que María había previsto. Ella pone la espada del dolor en el centro de su ofrenda. No sabe exactamente en qué consistirá, pero comprende que se trata de un sufrimiento maternal vinculado a las pruebas que herirán a su hijo en su misión salvadora. Está suficientemente iluminada para que su gesto realice la primera ofrenda del sacrificio del Calvario, más de treinta años antes de que se realice.

            Este sacrificio todavía lejano forma ahora parte del horizonte espiritual de María. Entró en su oración y en ella permanece. Mirando a su hijo, María no puede olvidar lo que le han anunciado acerca de él. Pero lejos de dejarse deprimir por la perspectiva de un drama al que no podrá escapar, manifiesta el impulso de su ofrenda preparándose en la serenidad y generosidad a la prueba suprema.

            Durante los treinta años de Nazaret, nada le hace temer en especial esa prueba, fuera del episodio excepcional del muchacho de doce años que se queda en el templo. La angustia que experimenta en esa ocasión culmina en el gozo de encontrar a Jesús al tercer día, pero las palabras pronunciadas por el muchacho la preparan para una angustia futura, que florecerá en el gozo del encuentro con el Resucitado.

            En el mismo templo donde lo había presentado al Señor, María ofrece una vez más a su hijo por toda la pena que ello causaría a su corazón de madre. A partir de este momento, la ofrenda no se fundaba ya sólo en el anuncio de Simeón, sino también en las palabras de Jesús.

            Orientada hacia la perspectiva del sacrificio final, María ha comprendido mejor el desarrollo del ministerio de su hijo. A sus ojos, la contradicción que el Salvador encontraba de parte de adversarios encarnizados, no era un sencillo incidente. El multiplicarse de los actos de hostilidad no procedía de una tempestad momentánea que hubiera podido calmarse rápidamente. Eran los primeros pasos hacia un trágico final. Podemos intuir que en María la oración de ofrenda adquiría una intensidad cada vez mayor.

            Cuando la madre de Jesús vio que perseguían a su hijo, fuera de la sinagoga de Nazaret, aquellos que hubieran deseado hacerlo caer en un precipicio, experimentó un gran espanto, pero no dejó de reforzar su intención de ofrenda.

            En el Calvario, fue una vez más la voluntad de ofrenda la que ayudó a María a unirse plenamente a la oblación única de la cruz. Su ofrenda, animada por la fe y la esperanza, la hizo sin rencor o desaliento mantenerse en pie al lado del crucificado. Esa voluntad la preservaba de sentimientos de desconsuelo o de acritud.

            La carta a los Hebreos describe el sacrificio de Jesús como la oración o súplica suprema (5, 7 ). La ofrenda se eleva, en efecto, hacia el cielo como la oración de intercesión más eficaz, fundada en el homenaje más completo del ser. En forma análoga, podemos reconocer en la ofrenda de María su oración suprema. Aceptando la espada del dolor y convirtiéndola con todo su corazón materno en homenaje a aquel que recogía a su hijo, elevaba la súplica más fecunda para la salvación de la humanidad.

            María había orado siempre con toda su alma, pero en el sufrimiento más cruel que se le imponía, su oración superaba todo aquello que había sido anteriormente. Era la oración de la ofrenda perfecta en la que se pierde todo a fin de producir, según el misterioso designio divino, el fruto más abundante.

 

 

 

3. 2 MARÍA, MODELO DE OFRENDA A DIOS

 

            En el itinerario de oración de la vida cristiana, especialmente de los sacerdotes y consagrados, la ofrenda ocupa puesto muy importante, como vivencia de su ordenación y consagración. Deben ser con Cristo, sacerdotes y víctimas. Por eso, la ofrenda confiere a la oración toda su densidad y permite a la generosidad expresarse más ampliamente. Los llamados por Cristo a seguirlo quedan invitados a ofrecerse en forma más completa, de manera que la ofrenda guíe toda su existencia. Toda su vida debe ser un ofrenda agradable a Dios, quitando todo aquello que manche la ofrenda y desagrade a Dios.

            María enseña a los llamados a seguir a Cristo en una vocación específica a pisar las mismas huellas de Cristo, como ella, a seguir sus pasos hasta la cruz, en las exigencias concretas de su vida ofrecida y consagrada.

            Ella, que tenía el espíritu de ofrenda, busca comunicarles ese espíritu: les ayuda a reaccionar ante los acontecimientos, ofreciendo todo el esfuerzo que conllevan, la paciencia que ejercitan, o el gozo que acogen. Muestra cómo puede transformarse en ofrenda la vida de cada día; en particular, las contrariedades se hacen más ligeras de cargar, desde el momento en que se las ofrece.

            María nos aparta a todos de la ilusión de pensar que la cruz debería tener un puesto mucho más restringido en su existencia. En realidad, hay una cruz de todos los días: la que Jesús mismo recordó cuando anunciaba una condición esencial para seguirlo: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23). María no había necesitado escuchar una palabra de este género para saber que no se puede vivir cerca de Cristo sin compartir su cruz: la predicción de la espada de dolor la había asociado a esa cruz mucho tiempo antes de que fuera elevada en Gólgota.

 

Ella nos ayuda a todos los cristianos a entrar en esta perspectiva, a no extrañarse ante las dificultades y dolores cuyo peso experimentan.

            En los momentos más penosos, María se hace presente para sostener el valor, ayudar a aquellos a quienes sacude violentamente la prueba a no dejarse derrotar. Mirando el ejemplo de María, los creyentes verdaderos, seguidores de su Hijo, pueden transformar más fácilmente sus penas en ofrendas con Cristo. Al contemplarla llorosa pero erguida junto a la cruz, comprenderán que su deber es el de cargar con valor sus sufrimientos y unirlos a los de Cristo con una fidelidad total.

            María nos estimula a todos a hacer de sus pruebas una oración de intercesión en la que se empeña toda el alma. Con esta oración se mantiene el contacto con Dios y el sufrimiento asume el sentido que le atribuye el designio divino. Los dolores, vistos bajo la luz que procede de lo alto, parecen otra cosa y evocan el rostro de Cristo crucificado.

            María que un día miró con tanta insistencia y compasión al que sufría y moría en la cruz trata de atraer la atención sobre el rostro de Jesús. Recuerda a todos los cristianos que las pruebas de la vida se pueden convertir para todos en una posibilidad de amor más grande.

            «Cargar con la propia cruz» es ciertamente una alusión al suplicio de la cruz, que entonces estaba bastante difundido y se aplicaba a los rebeldes y a los grandes criminales. Después del Calvario, a la luz de la cruz del Señor comprenderán todos los creyentes y seguidores de Cristo la necesidad de cargar con su cruz. María les hace comprender mejor la fecundidad de todo dolor que se trasforma en ofrenda.

            Como los demás cristianos, los consagrados se encuentran con las objeciones al valor del sufrimiento y pueden experimentar la tentación de considerarlo inútil o nocivo. Habiendo vivido la experiencia terrible del Calvario, que parecía llegar al fracaso completo de Cristo, María puede mostrar a todos la fecundidad de su ofrenda materna. Esta ofrenda parecía pura pérdida, pero ha sido la fuente de una nueva maternidad. Toda asociación a la cruz del Salvador participa en sus frutos y la fecundidad prometida por Jesús a todo sacrificio no puede dejar de verificarse.

            Por último, María anima a todos sus hijos a la ofrenda recordándoles que el sufrimiento es el paso a un gozo más grande. Ella gustó tanto más el gozo de la resurrección cuanto que se empeñó con una generosidad sin reservas en el drama de la pasión.

            A nosotros nos sucede lo mismo: cuanto más generosa sea la ofrenda, tanto mejor desemboca en gozo intenso. La madre del Resucitado se hace garante de ese gozo, acompañando la ofrenda de todos sus hijos, especialmente de los que siguen al Hijo en el sacerdocio y en la vida religiosa; a ellos especialmente, a través de todas las vicisitudes de una vida colocada bajo la cruz de Cristo, les abre el camino del gozo más profundo.

            Si los cristianos, especialmente los sacerdotes y religiosos, abren su corazón a la Virgen por la oración,  María se hará presente en su espíritu y en su corazón; y la ofrenda y la unión con ella, junto a la cruz del Hijo, se desarrollará recibiendo fuerza y consuelo en el dolor, que, como el suyo, luego producirá las flores de la alegría y los frutos de la irradiación apostólica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO SEXTO

 

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II SOBRE LA VIRGEN

 

4. 1   LA LLENA DE GRACIA

       (Audiencia general 8-V-1996)

 

1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel “Alégrate” constituye una invitación a la alegría que remite a los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sión. Lo hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explicando también los motivos en los que se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentran en María su pleno cumplimiento.

            El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo “jaire” (alégrate) la llama “kejaritomene” “llena de gracia”. Esas palabras del texto griego: “jaire y kejaritomene” tienen entre sí una profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a la maternidad divina.

            La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo.

 

2. “Kejaritomene”: esta palabra dirigida a María se presenta como una calificación propia de la mujer destinada a convertirse en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitución Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación por encargo de Dios, como “llena de gracia”» (n. 56).

            El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere al saludo angélico un valor más alto: es manifestación del poder salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en la encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9).

            Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.

            La expresión «llena de gozo» traduce la palabra griega, kejaritomene, la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego, no se debería decir simplemente “llena de gracia”, sino “hecha llena (llenada) de gracia” o “colmada de gracia”, lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en forma de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significado de «colmar de gracia», es usado en la Carta a los Efesios para indicar la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su Hijo amado (cfr Ef 1, 6). María la recibe como primicia de la Redención (cfr Redemptoris Mater, 10).

 

3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente sorprendente. María no posee ningún título humano para recibir el anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdote, representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hombre, sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Además, es originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testamento y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entender las palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: “De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46).

            El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún más evidente si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel modelos de los justos del Antiguo Testamento: “Caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor” (Lc 1, 6).

            En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto, la expresión “de la casa de David” (Lc 1, 27) se refiere sólo a José. No se dice nada de la conducta de María. Con esa elección literaria, San Lucas destaca que en ella todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilección divina.

 

4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner en duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bien, quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hizo, como dice el ángel, llena de gracia.Precisamente la abundancia de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.

            En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en particular a los humildes y a los pobres,  llega a su culmen.

            La iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. Los invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la gracia divina que santifica y transforma los corazones.

 

 

 

 

 

 

4. 2  LA SANTIDAD PERFECTA DE MARIA

   (Audiencia general 15-V-1996)

 

1. En María, “llena de gracia”, la Iglesia ha reconocido a la «toda santa, libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).

            Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción. El término “hecha llena de gracia” que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo “kejaritomene” tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.

 

2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo del ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predilección especial.

            El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era «una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo» (Lumen gentium, 56).

            La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.

3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de santidad que, para ser completa, debía abarcar necesariamente el origen de su vida.

            A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María como «santa y toda hermosa», «pura y sin mancha), alude a su nacimiento con estas palabras: «Nace como los querubines la que está formada por una arcilla pura e inmaculada» (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).

            Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún pecado. Además, la comparación con los querubines reafirma la excelencia de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el inicio de su existencia.

            La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa de la reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor. Los Padres griegos y orientales habían admitido una purificación realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnación (San Gregorio Nacianceno, Oratio 38, 16) como en el momento mismo de la Encarnación (San Efrén, Javeriano de Gabala y Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para María una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto, la mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salvador no podía menos de tener un origen perfectamente santo, sin mancha alguna.

 

4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que ve en el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: «Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza humana; pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, esta naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, y es formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios. (...) Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación» (Sermón 1, sobre el nacimiento de María).

            Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma: «El cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, las primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imagen realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelada por las manos del Artista divino» (Sermón 1, sobre la dormición de María).

            La Concepción pura e inmaculada de María aparece así como el inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios para la humanidad entera.

            Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por San Germán de Constantinopla y por San Juan Damasceno, ilumina el valor de la santidad original de María, presentada como el inicio de la redención del mundo.

            De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado el sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribuye a la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo está desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, según la Carta a los Efesios (Ef 1, 6), es otorgada en Cristo a todos los creyentes. La santidad original de María constituye el modelo insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en el mundo.

 

 

 

 

 

 

4. 3  EL PROPÓSITO DE VIRGINIDAD

(Audiencia general, 24-VII-1996)

 

MARÍA DIJO: “¿CÓMO SERÁ ESO PUES NO CONOZCO VARON?”

 

1. Al ángel, que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús, María dirige una pregunta: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas, naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal normal (cfr 1 S 1, 19-20), como respuesta a oraciones de súplicas conmovedoras (cfr Gn 15, 2; 30, 22-23; 1 S 1, 10; Lc 1, 13).

            Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del ángel. No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad; por elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguiente, su propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, al parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada.

            A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría que no «conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el contexto en que plantea la pregunta “¿cómo será eso?” y la afirmación siguiente “no conozco varón” ponen de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer virgen. La expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja traslucir la permanencia y la continuidad de su estado.

 

2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por lo demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía con la voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo de agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo» (Redemptoris Mater, 13).

            A algunos, las palabras e intenciones de María les parecen inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío la virginidad no se consideraba un valor ni un ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episodios y expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejemplo, que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo aún joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no haber podido casarse (cfr fc 11, 38). Además, en virtud del mandato divino “sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1, 28), el matrimonio es considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad.

 

3. Para comprender mejor el contexto en que madura la decisión de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que precede inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambientes judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hacia la virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encontrado numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, vivían en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la vida común y para buscar una mayor intimidad con Dios.

            Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres que, siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Esas mujeres, las terapeutas, pertenecientes a una secta descrita por Filón de Alejandría (cfr De vita contemplativa, 2 1-90), se dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría.

            Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos que seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho de que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibato, y que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estima, podría dar a entender que también el propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.

 

4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe, sin embargo, hacernos caer en el error de vincular completamente sus disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestimando la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, no debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, “llena de gracia” (Lc 1, 28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret.

            Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virginal.

            La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad. Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios con el ofrecimiento de su virginidad.

            Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía con aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamento atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en este camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal de la mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentium, 55).

            Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando una fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momento de la Anunciación.  María descubre que el Señor ha transformado su pobreza en riqueza: será la Madre virgen del Hijo del Altísimo. Más tarde descubrirá también que su maternidad está destinada a extenderse a toda la Iglesia Católica: «Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, porque él es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación» (n. 504).

            En el misterio de esta nueva creación resplandece el papel de la maternidad virginal de María. San Ireneo, llamando a Cristo «primogénito de la Virgen» (Adv. Haer. 3, 16, 4), recuerda que, después de Jesús, muchos otros

nacen de la Virgen, en el sentido de que reciben la vida nueva de Cristo. «Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales él vino a salvar: Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rm 8, 29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 501).

 

4. La comunicación de la vida nueva es transmisión de la filiación divina. Podemos recordar aquí la perspectiva abierta por San Juan en el Prólogo de su evangelio: aquel a quien Dios engendró, da a los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios (cfrJn 1, 12-13). La generación virginal permite la extensión de la paternidad divina: a los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en aquel que es Hijo de la Virgen y del Padre.

            Así pues, la contemplación del misterio de la generación virginal nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Madre virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor de Padre.

 

 

 

 

 

 

4. 4   MARIA, MODELO DE VIRGINIDAD

    (Audiencia general, 7-VIII-l996)

 

1. El propósito de virginidad, que se vislumbra en las palabras de María en el momento de la Anunciación, ha sido considerado tradicionalmente como el comienzo y el acontecimiento inspirador de la virginidad cristiana en la Iglesia.

            San Agustín no reconoce en ese propósito el cumplimiento de un precepto divino, sino un voto emitido libremente. De ese modo, se ha podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgenes en el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró su virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir, para que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y mortal se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no por necesidad de servicio» (De Sancta Vitg., IV, 4; PL 40, 398).

            El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María quien revela libremente su propósito de virginidad. En este compromiso se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal.

            Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no debemos olvidar que en el origen de cada vocación está la iniciativa de Dios. La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virginal, respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración del Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor de la entrega virginal de la misma. Nadie puede acoger este don sin sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fuerza necesarias.

 

2. Aunque San Agustín utiliza la palabra voto para mostrar a quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estado de vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulado expresamente un voto, que es la forma de consagración y entrega de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos de la Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la decisión personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Señor. Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija de Sión».

            Sin embargo, con su decisión se convierte en el arquetipo de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor con corazón indiviso en la virginidad. Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, nos informan acerca del momento en el que María tomó la decisión de permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace el ángel se deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, dicho propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su deseo de conservar la virginidad también en la perspectiva de la maternidad que se le propone, mostrando que había madurado largamente su propósito.

            En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva, imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró su elección en su conciencia antes del momento de la Anunciación. Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presente en su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad virginal influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalidad, mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde sus primeros años, el deseo de la unión más completa con Dios.

 

3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón y en la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante todo, en el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté tan distraído por la fascinación de una cultura a menudo superficial y consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación que proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Señor y al servicio de sus hermanos.

            Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elección de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predecesor Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subrayaba cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evangelio «se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios» (n. 37),

            En definitiva, la elección del estado virginal está motivada por la plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente en María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vistas a Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Mesías Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su propia dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad vivida en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo sublime. Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad divina, es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virginal.

 

4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia, contemplando la belleza y la nobleza del corazón virginal de la Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de la virginidad!

            «Precisamente esta virginidad --como he recordado en la encíclica Redentoris Mater, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret--, es fuente de una especial fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad en el Espíritu Santo» (n. 43).

            La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano la estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multiplique en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realidad y como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias juntos al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su vida mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios.

            Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disuadir a los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es preciso pedir incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuevo florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Madre de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan por seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad el signo de la misericordia y de la ternura divinas.

 

 

 

4. 5   LA UNIÓN VIRGINAL DE MARIA Y JOSÉ

     (Audiencia general, 21-VIII-1996)

 

1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba “desposada con un hombre llamado José, de la casa de David” (Lc 1, 27). Estas informaciones parecen, a primera vista, contrarias.

            Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien el matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía a la muchacha a su casa.

            En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito.

2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad.

            El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación.

            El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.

            José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (cfr Exhortación apostólica Redemptoris custos, 7).

            La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María.

3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños le invita a poner el nombre al Niño: “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).

            Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de María --el De Margarita (siglo IV) afirma que «los compromisos adquiridos por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesús la función de padre, gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se «sometió» (Le 2, 51), contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero.

            Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a san José. Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.

 

 

4. 6     MARÍA SIEMPRE VIRGEN          

      (Audiencia general, 28-VII1-1996)

 

1. La Iglesia ha manifestado de modo constante su fe en la virginidad perpetua de María. Los textos más antiguos, cuando se refieren a la concepción de Jesús, llaman a María sencillamente Virgen, pero dando a entender que consideraban esa cualidad como un hecho permanente, referido a toda su vida.

            Los cristianos de los primeros siglos expresaron esa convicción de fe mediante el término griego <á eí      parzenos>, «siempre virgen», creado para calificar de modo único y eficaz la persona de María, y expresar en una sola palabra la fe de la Iglesia en su virginidad perpetua. Lo encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san Epifanio, en el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo Dios «se encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por santa María, la siempre virgen, por obra del Espíritu Santo» (Ancoratus, 119, 5: DS 44).

           

            La expresión siempre virgen fue recogida por el segundo Concilio de Constantinopla, que afirmó: el Verbo de Dios «se encarnó de la santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella» (DS 422). Esta doctrina fue confirmada por otros dos concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801) y el segundo de Lyon, año 1274 (DS 852), y por el texto de la definición del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), en el que la virginidad perpetua de María es aducida entre los motivos de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste.

 

2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia ha presentado a María como «virgen antes del parto, durante el parto y después del parto», afirmando, mediante la mención de estos tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen. De las tres, la afirmación de la virginidad antes del parto es, sin duda, la más importante, ya que se refiere a la concepción de Jesús y toca directamente el misterio mismo de la Encarnación. Esta verdad ha estado presente desde el principio y de forma constante en la fe de la Iglesia.

            La virginidad durante el parto y después del parto, aunque se halla contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a María ya en los orígenes de la Iglesia, se convierte en objeto de profundización doctrinal cuando algunos comienzan explícitamente a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que «el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hombre, abriendo al nacer el seno de su madre (cfr Lc 2, 23) y, por el poder de Dios, sin romper la virginidad de su madre» (DS 368). Esta doctrina fue confirmada por el Concilio Vaticano II, en el que se afirma que el Hijo primogénito de María «no menoscabó su integridad virginal, sino que la santificó» (Lumen gentium, 57).

            Por lo que se refiere a la virginidad después del parto, es preciso destacar ante todo que no hay motivos para pensar que la voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en el momento de la Anunciación (cfr Lc 1, 34), haya cambiado posteriormente. Además, el sentido inmediato de las palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 26-27), que Jesús dirige desde la cruz a María y al discípulo predilecto, hace suponer una situación que excluye la presencia de otros hijos nacidos de María.

            Los que niegan la virginidad después del parto han pensado encontrar un argumento probatorio en el término «primogénito», que el Evangelio atribuye a Jesús (cfr Le 2, 7), como si esa expresión diera a entender que María engendró otros hijos después de Jesús. Pero la palabra «primogénito» significa literalmente «hijo no precedido por otro» y, de por sí, prescinde de la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya esta característica del Niño, pues con el nacimiento del primogénito estaban vinculadas algunas prescripciones de la ley judaica, independientemente del hecho de que la madre hubiera dado a luz otros hijos. A cada hijo único se aplicaban, por consiguiente, esas prescripciones por ser «el primogénito» (cfr Lc 2, 23).

 

3. Según algunos, contra la virginidad de María después del parto estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existencia de cuatro «hermanos de Jesús»: Santiago, José, Simón y Judas (cfr Mt 13, 55-56; Mc 6, 3), y de varias hermanas. Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en la aramea, no existe un término particular para expresar la palabra primo y que, por consiguiente, los términos hermano y hermana tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grados de parentesco.

            En realidad, con el término hermanos de Jesús se indican los hijos de una María discípula de Cristo (cfr Mt 27, 56), que es designada de modo significativo como “la otra María” (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 500).

            Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrogativa suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consagró totalmente a la misión redentora de Cristo.

 

 

4.     LA ESCLAVA DEL SEÑOR

      (Audiencia general 4-IX-1996)

 

1. María la “llena de gracia”, al proclamarse “esclava del Señor”, desea comprometerse a realizar personalmente de modo perfecto el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras: “He aquí la esclava del Señor” anuncian a Aquel que dirá de sí mismo: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45; cfr Mt 20, 28). Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una armonía de isposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenamente su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo en su misión de Siervo.

            En la vida de Jesús, la voluntad de servir es constante y sorprendente. En efecto, como Hijo de Dios, hubiera podido con razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título de “Hijo del hombre”, a propósito del cual el libro de Daniel afirma: “todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán” (Dn 7, 14), hubiera podido exigir el dominio sobre los demás. Por el contrario, al rechazar la mentalidad de su tiempo manifestada mediante la aspiración de los discípulos a ocupar los primeros lugares (cfr Mc 9, 34) y mediante la protesta de Pedro durante el lavatorio de los pies (cfr Jn 13, 6), Jesús no quiere ser servido, sino que desea servir hasta el punto de entregar totalmente su vida en la obra de la redención.

 

2. También María, aun teniendo conciencia de la altísima dignidad que se le había concedido, ante el anuncio del ángel se declara de forma espontánea "esclava del Señor”. En este compromiso de servicio ella incluye también su propósito de servir al prójimo, como lo demuestra la relación que guardan el episodio de la Anunciación y el de la Visitación: Cuando el ángel le informa de que Isabel espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y “de prisa” (Lc 1, 39) acude a Galilea para ayudar a su prima en los preparativos del nacimiento del niño, con plena disponibilidad. Así brinda a los cristianos de todos los tiempos un modelo sublime de servicio.

            Las palabras “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, una obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo “hágase”, que usa san Lucas, no sólo expresa aceptación, sino también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio con el compromiso de todos sus recursos personales.

 

3. María, acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y hace suya la voluntad de Cristo que, según la Carta a los Hebreos, al entrar en el mundo, dice: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo.... Entonces dije: ¡He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9).

            Además, la docilidad de María anuncia y prefigura la que manifestará Jesús durante su vida pública hasta el calvario. Cristo dirá: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). En esta misma línea, María hace de la voluntad del Padre el principio inspirador de toda su vida, buscando en ella la fuerza necesaria para el cumplimiento de la misión que se le confió.

            Aunque era el momento de la Anunciación María no conoce aún el sacrificio que caracterizará la misión de

Cristo, la profecía de Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (cfr Lc 2, 34-35). La Virgen se asociará a Él con íntima participación. Con su obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta a vivir todo 1o que

el amor divino tiene previsto para su vida, hasta la “espada” que atravesará su alma.

 

 

4. 8    MARIA, NUEVA EVA

     (Audiencia general 18-IX-1996)

 

1. El Concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a su muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Lumen gentium, 56).

            La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de actuar de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: «De la misma manera que aquella --es decir, Eva-- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen...» (Adv. Haer., 5, 19, 1).

 

2. Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El «sí» de María es la premisa para que se realice el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación del mundo.

            El Catecismo de la Iglesia Católica resume de modo sintético y eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentimiento libre de María al plan divino de la salvación: «La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su “fiat” «loco totius humanae naturae» («ocupando el lugar de toda la naturaleza humana»). Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511).

 

3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino sobre la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífica de Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel, se presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proclama bienaventurados, porque “oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio de la multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra la verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: su adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la maternidad divina.

            En la encíclica Redemptoris Mater puse de manifiesto que la nueva maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante todo precisamente a ella. En efecto, «¿no es tal vez María la primera entre “aquellas que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”? Y por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima?» (n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la proclama la primera discípula de su Hijo (cfr ib.) y, con su ejemplo, invita a todos los creyentes a responder generosamente a la gracia del Señor.

 

4. El Concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a la persona y a la obra de Cristo: «Se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención» (Lumen gentium, 56).

            Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús significa la unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar de su crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvación.

            María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús en dependencia de él, es decir, en una condición de subordinación, que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de la anunciación, una participación activa en la obra redentora. «Con razón, pues —afirma el Concilio Vaticano II—, creen los santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice San Ireneo, «por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano» (Adv. Haer., 3, 22, 4)» (ib.).  

Su maternidad, aceptada 1ibremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida para la humanidad entera. María asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nuestros primeros padres, aparece como la verdadera «madre de los vivientes» (ib.).

 

 

CAPÍTULO SÉPTIMO

 

LAS DIMENSIONES DEL SI MARIANO

 

Quiero exponer ahora en este capítulo algunas ideas de un teólogo de este siglo que habla muy bellamente de la Virgen. Se trata HANS URS von BALTHASAR, en un libro titulado MARÍA, IGLESIA NACIENTE, donde escribe artículos sobre la Virgen juntamente con JOSEPH RATZINGER, luego Benedicto XVI.

           

INTRODUCCIÓN

 

            «Resulta innegable que precisamente esta abundancia de aspectos de los misterios marianos dificulta el hablar sobre María y provoca el peligro de formulaciones unilaterales; pero, ¿acaso no sucede lo mismo en el misterio aún mayor de su Hijo? Si María puede ser llamada la Reina del cielo, de los ángeles, de la Iglesia, es ciertamente en virtud del hecho de que, en su calidad de esclava humilde del Señor, encontró gracia ante Dios. Pero ¿acaso ambos aspectos no están ya unidos de forma germinal en la única auto-declaración que poseemos de ella: “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48)? Nadie que reconozca la autoridad de la Escritura se puede sustraer a la pretensión de esta afirmación (de los ojos puestos en la esclava humilde) y esta promesa (de la alabanza que no cesará nunca)»

            Me gusta ver en un autor tan autorizado esta afirmación que repito varias veces. Qué difícil ser original sobre la Virgen. Trata un aspecto y ya está tratado; mira una particularidad y ya la han visto mejores autores que tú. Así que me gusta citar al pié de la letra, para decir: Es lo que he dicho en otra parte de este libro, pero a mi modo, porque de Maria «nunquam satis». «Tampoco en el ámbito del pensamiento cristiano resulta incomprensible una paradoja así: pues también el Cordero de Dios, que está victorioso sobre el trono de su Padre, será eternamente el Cordero como degollado (Ap 13,8), y, después de todo, también el Apóstol expone detalladamente que su fuerza apostólica descansa en su configuración con el Crucificado: “Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,10).

            De esta tensión aparente de las verdades mariológicas podemos decir aún más profundamente: cuanto más entregado está un hombre a Dios y más abismado se encuentra en él, tanto más puede Dios, cuando quiera, ponerlo de relieve en su independencia.

Si Jesús dice de sí mismo “Yo soy la luz (Jn 8,12), y lo hace con una exclusividad sublime, nada le impide, sin embargo, designar a su vez a sus discípulos, que le están completamente entregados, diciendo: “Vosotros sois la luz del mundo... Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14.16). De nuevo habría que recordar a Pablo, cuya luz propia quedó completamente extinguida primero, a las puertas de Damasco, para que Cristo encendiera en él su luz y ésta iluminara grandemente el orbe».

            En esta primera parte queremos intentar profundizar en las leyes de esas relaciones; por tanto, en la doctrina cristiana sobre María, para a partir de allí, en una segunda parte, poder deducir la forma correcta de la veneración y piedad marianas de la Iglesia. Ambas cosas, doctrina y piedad, deben poseer, conforme al carácter definitivo y escatológico de la misma revelación neotestamentaria, un núcleo definitivo, cuya existencia se ve plenamente confirmada por la historia de la mariología y de la piedad mariana.

            Por otro lado, la Iglesia, junto con su interpretación de la revelación, camina a lo largo de los períodos de la Historia universal en constante cambio; surgen nuevos aspectos,  mientras que otros se desvanecen, se busca compensar las perspectivas parciales, pero éstas no rara vez son sustituidas por extremos contrapuestos; así, también hoy existe el deber de expresar lo válido de forma nueva y acorde con los tiempos, y de incluir además lo permanente, pero de la forma más mesurada posible.

 

5. 1 LAS DIMENSIONES DEL SÍ MARIANO

 

            Dice nuestro autor:

            «Existe acuerdo en afirmar que la respuesta final de María al ángel, y a través de él a Dios, “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”, fue la expresión plena de la fe de Abraham y de todo Israel.

            Ya a Abraham se le había reclamado una obediencia entusiasta de fe cuando se le exigió devolver a Dios en el monte Mona precisamente el don que Dios le había hecho por su fe, el hijo de la promesa, en un sacrificio espiritualmente completo, sólo interrumpido en su materialidad.

            En el caso de María, Dios irá hasta el final de esa fe cuando, en la cruz, junto a la cual está ella de pie, no interviene ningún ángel rescatador, y ella debe devolver a Dios a su Hijo, el hijo del cumplimiento, en una oscuridad de fe incomprensible e impenetrable para ella.

            Pero ya en la concepción de Jesús se exige un acto de fe que supera infinitamente al de Abraham (y con mayor razón el de Sara, que se rió incrédula). La Palabra de Dios, que quiere tomar carne en María, necesita un sí receptivo que sea pronunciado con la persona entera, espíritu y cuerpo, sencillamente sin restricción alguna (ni siquiera inconsciente), y que ofrezca la totalidad de la naturaleza humana como lugar de la humanación.

            Recibir y consentir no tienen por qué ser algo pasivo; respecto a Dios son siempre, cuando se realizan en la fe, suprema actividad. Si en el SÍ de María hubiera habido siquiera la sombra de un reparo, «de un hasta aquí, pero no más lejos», a su fe se habría adherido una mácula, y el Hijo no habría podido tomar posesión de toda la naturaleza humana.           Esta carencia de reparos del si de María se revela quizás más claramente allí donde María aprueba también su matrimonio con José y deja en manos de Dios su compatibilidad con su nueva tarea. Lo mismo que esta cualidad del sí de María está condicionada totalmente desde la cristología, también lo están las dos declaraciones dogmáticas conectadas con ella, acerca de su virginidad y su condición libre del pecado original común.

            La virginidad, por el contrario, asegura el hecho cristológico de que Jesús sólo reconoce como suyo a un Padre, el del cielo, como resulta visible claramente por la respuesta que da con doce años “Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando... ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49).

            Es imposible que un hombre tenga dos padres, dice ya con precisa brevedad Tertuliano, por eso la Madre debe ser virgen. Esta virginidad motivada cristológicamente tiene su sentido fundamental, no en una integridad sólo corpórea, hostil al sexo, que poseería importancia religiosa tomada en sí misma, sino en la maternidad de María; para poder ser la madre del Hijo mesiánico de Dios, que no puede tener ningún otro padre salvo Dios, ella debe ser cubierta por la sombra del Espíritu Santo, y además esto significaba pronunciar su sí que abarcaba la totalidad de su persona, alma y cuerpo.

            También la virginidad dentro de la Iglesia será oportuna más tarde sólo con ese mismo sentido, para, en un seguimiento lejano de María, poder ocuparnos «sin división», como dice Pablo, “con cuerpo y alma santos” (es decir, consagrados a Dios), “de las cosas del Señor” (1 Cor 7,34), en una especie de maternidad espiritual que Jesús mismo prometió a los que escuchan y cumplen la palabra de Dios con fe pura (Lc 8,21).

            Hay otra cosa digna de consideración en la escena de la anunciación: ésta no es sólo una escena cristológica en su conjunto, sino además una escena trinitaria. Su estructura es, de forma totalmente espectacular, la primera revelación de la Trinidad de Dios. Las primeras palabras del ángel a María la llaman la agraciada por antonomasia, le traen el saludo del “Señor”, Yahvé, el Padre, al que como creyente judía conoce.

            Ante su reflexión sobre lo que podía significar este saludo, el ángel le revela en una segunda intervención que de ella nacerá el “Hijo del Altísimo”, que al mismo tiempo será el Mesías para la casa de Jacob. Ya la pregunta acerca de lo que se espera de ella, el ángel le desvela en una tercera explicación que el Espíritu Santo la cubrirá con su sombra, de manera que su Hijo se habrá de llamar con razón “Santo e Hijo de Dios”. A lo cual María responde que se cumpla todo en ella, la esclava.

            Por ese motivo, paralelamente a la vida de Jesús, existe también una vida de María en la que, desde la intimidad del aposento de Nazaret, ella va siendo preparada para el papel que le habrá de tocar en suerte junto a la cruz: ser prototipo de la Iglesia».

                                     

5. 2 Preparación de María para la maternidad eclesial

 

            «Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos. 

            Esta educación está desde un principio bajo el signo de la espada vaticinada por Simeón, que ha de atravesar el alma de la Madre. Es un proceso sin miramientos. Todas las escenas que se nos han transmitido son de un rechazo más o menos brusco. No es que Jesús no fuera obediente durante treinta años, cosa que se asegura explícitamente (Lc 2,51). Pero, de forma soberana y desconsiderada, hace saltar por los aires las relaciones puramente corporales a las que tan estrechamente seguía ligada la fe en la Antigua Alianza: en lo sucesivo, ya se trata sólo de la fe en él, la Palabra de Dios humanada.

            María tiene esta fe; esto resulta especialmente claro en la escena de Caná, en la que dice sin desconcertarse: “Haced lo que él os diga”; ella, la que cree perfectamente, debe aguantar, sin embargo, como objeto de demostración para el Hijo y su separación respecto a la “carne y sangre” (desde el sí de ella se puede dar forma a todo) y ser preparada precisamente así para la fe abierta y consumada.

            Como hemos visto, brusca resulta ya la respuesta del adolescente, que contrapone su Padre al supuesto padre terreno; ahora sólo cuenta el primero, lo entiendan o no sus padres terrenos. “No lo comprendieron” (Lc 2,50).

            Inexplicablemente áspera es la respuesta de Jesús a la delicada insinuación suplicante de su madre en Caná: “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”. Tampoco esto lo debió de entender ella. “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), presumiblemente la hora de la cruz, cuando la Madre recibirá el derecho pleno a la intercesión.

            Su fe inquebrantable: “Haced lo que él os diga” obtiene, no obstante, una anticipación simbólica de la eucaristía de Jesús, lo mismo que la multiplicación de los panes la prefigura. Casi intolerablemente dura nos parece la escena donde Jesús, que está enseñando en la casa a los que lo rodean, no recibe a su madre, que se encuentra a la puerta y quiere verlo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,34s.).

            ¡Cuánto se alude aquí sobre todo a ella, aunque no sea mencionada! Pero ¿quién lo entiende? ¿Lo entendió ella misma? hay que acompañar espiritualmente a María en su regreso a casa y hacerse cargo de su estado de ánimo: la espada hurga en su alma; se siente, por decirlo así, despojada de lo más propiamente suyo, vaciada del sentido de su vida; su fe, que al comienzo recibió tantas confirmaciones sensibles, se ve empujada a una noche oscura. El hijo, que no le hace llegar noticia alguna sobre su actividad,  ha como escapado de ella; no obstante, ella no puede simplemente dejarlo estar, debe acompañarlo con la angustia de su fe nocturna.

            Y una vez más es colocada como alguien anónimo en la categoría general de los creyentes: cuando aquella mujer del pueblo declara dichosos los pechos que amamantaron a Jesús. Esta fémina da ya comienzo a la prometida alabanza por parte de todas las generaciones, pero Jesús desvía la bienaventuranza: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).

            El sentido de esta continua ejercitación en la fe desnuda, y en el estar de pie junto a la cruz, a menudo no se comprende suficientemente; uno se queda asombrado y confuso ante la forma en que Jesús trata a su madre, a la que se dirige en Caná y en la cruz llamándola sólo “mujer”.

            Él mismo es el primero que maneja la espada que ha de atravesarla. Pero ¿cómo, si no, habría llegado a madurar María para estar de pie junto a la cruz, donde queda patente, no sólo el fracaso terreno de su Hijo, sino también su abandono por parte del Dios que lo envió? También a esto tiene que seguir diciendo sí, en definitiva, porque ella asintió a priori al destino completo de su hijo. Y, como para colmar la copa de amargura, el Hijo moribundo abandona además explícitamente a su madre, sustrayéndose a ella y encomendándole en su lugar otro hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).

            En ello se suele ver ante todo la preocupación de Jesús por el ulterior paradero de su madre (con lo cual queda patente al mismo tiempo que María evidentemente no tenía ningún otro hijo carnal, pues, de haberlo tenido, habría sido innecesario e improcedente entregarla al discípulo amado); pero no se debe pasar por alto además este otro tema: lo mismo que el Hijo está abandonado por el Padre, así él abandona a su madre, para que ambos estén unidos en un abandono común. Sólo así queda ella preparada interiormente para asumir la maternidad eclesial respecto a todos los nuevos hermanos y hermanas de Jesús».

5. 3. María, prototipo de la Iglesia

 

            Las ideas acerca de este tema, incansablemente meditadas y ahondadas por la tradición católica, son tan ricas, que aquí sólo podemos aludir a ella brevemente. Pero no se pueden tildar de insignificantes y superadas, como desgraciadamente se hace con frecuencia en la reflexión actual sobre la Iglesia.

            Maria es encomendada por su Hijo a la protección de uno de los apóstoles, por consiguiente a la Iglesia apostólica. Con ello Jesús regala a la Iglesia ese centro o cima que encarna de forma inimitable, pero a la que siempre hay que aspirar, la fe de la nueva comunidad: el sí inmaculado, ilimitado, a todo el plan divino de salvación para el mundo. En este centro y cima, la Iglesia es, no sólo en la eternidad venidera, sino ya ahora, la “esposa sin mancha ni arruga”, la “inmaculada”, como la llama Pablo explícitamente (Ef 5,27).

            Pero este miembro preeminente de la Iglesia no posee sus cualidades especiales a título privado, para sí mismo, sino, con una fecundidad nueva derivada de la gracia de la cruz. Cuanto con mayor pureza recibe un hombre la gracia de Dios, más evidente es su disposición a no retenerla para sí, sino a hacer participar de ella a todos los demás.

            Por eso la madre de Jesús, que gracias a su hijo pudo recibir la suprema disponibilidad creyente y amorosa, es a la vez el prototipo preeminente y el modelo que se ha de imitar y que presta su ayuda en esta empresa: la representación popular del manto de gracia de la madre de Jesús, que se extiende en torno a todos los miembros de la Iglesia, expresa a la vez las dos caras de una misma verdad.

            Por lo cual, siempre se ha de tener presente que esta imagen no descansa en sí misma; María no es la remodelación de una diosa protectora pagana, sino que da su perfecto sí eclesial a la persona y a la obra del hijo, el cual sólo puede ser comprendido como uno de la Trinidad de Dios. Por consiguiente, como habrá que indicar después, no puede haber una piedad eclesial que se detenga en María; si dicha piedad es eclesial  y es mariana, inmediata y necesariamente continuará por María a Jesús, y por éste en el Espíritu Santo al Padre.

            En el carácter modélico de María dentro de la Iglesia se encuentran ocultos varios conceptos y consecuencias importantes para nuestro tiempo. En primer lugar, el de que la Iglesia en su núcleo perfecto se ha de considerar femenina, cosa que no puede sorprender a nadie que conozca la Biblia del Antiguo y Nuevo Testamento.

            Ya la Sinagoga era descrita respecto a Yhaveh ante todo como femenina, como novia o esposa, igual que la Iglesia de la Nueva Alianza en su relación con Cristo (cf. sólo 2 Cor 11, 1s.), llegando hasta la boda escatológica entre el Cordero y su esposa engalanada para la unión.

            Esta feminidad de la Iglesia es la denominación, mientras que el ministerio de servicio desempeñado por los apóstoles y sus seguidores varones es una pura función dentro de esa marca dominante. Esta relación se debería tener mucho más presente cuando hoy en día se entablan discusiones sobre la eventual participación de la mujer en el ministerio de servicio. Visto con mayor profundidad, con tal cambio la mujer entregaría más por menos.

            Y así, en este punto, la imagen del manto de gracia de María puede ser también trasladada, en cierto sentido, a la fecundidad virginal y materna de la Iglesia: ese manto se extiende sobre toda la Humanidad, hasta donde llega la voluntad salvífica de Dios, y con este manto se significa, tanto la acción apostólica exigida categóricamente de la Iglesia, como también la oración que incluye a todos los hombres y el sufrimiento de la Iglesia ofrecido por el mundo en su conjunto.

            Si en este momento volvemos con el pensamiento a la escena de Caná, donde Maria, pese al rechazo de Jesús, habla a los criados con una fe firme: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5), queda patente con qué certeza de ser escuchada puede presentar su súplica y sacrificio la Iglesia que ora y sufre por la redención del mundo.

 (Cfr HANS URS VON BALTHASAR, María en la doctrina y la piedad de la Iglesia, en MARÍA, IGLESIA NACIENTE, Madrid 199, pag 81-88)

 

 

5.4. CREDO MARÍANO (Fr. NEAL M. FLANAGAN, de los Siervos de María)

 

1.-  “Creo que el “Fiat” de María señaló el inicio de la era cristiana, fue el ejemplar original de todo cristiano que cree, de todo cristiano que se abre a Dios.

            En un tiempo como el nuestro, invadido por movimientos de liberación, es hermoso y conmovedor descubrir que Dios dio principio a la era cristiana escogiendo a una mujer, una mujer hebrea.

            En el evangelio de Lucas—y también en sus Hechos de los Apóstoles— el iniciador es el Espíritu Santo; Él es el guía divino que traza el camino de Jesús en el mundo, sobre la cruz.

            El “Fiat” de María es fe que se expresa y, a la vez, fe que se concibe. Creyendo en el Espíritu, ella se hizo Madre del Hijo de Dios, viviendo por Él y para Él. Mejor noble meta no se nos pudo ofrecer.

 

2.- Creo que el “Fiat” de María la introdujo en lo más vivo de la obra salvadora de Cristo. Madre del Siervo doliente de Yahvé, también ella fue implicada en el dolor, en el sufrir y en la gloria que acompañan al amor que se entrega.

                        “He aquí la Sierva del Señor” —dijo María—. La criada, la sierva que engendró al hijo siervo, el siervo doliente de Yahvé llamado a sacrificar la propia vida por los pecados de muchos.

           

           

            El anciano Simeón, “el hombre justo y dócil a Dios”, habló abiertamente del hijo siervo que el profeta Isaías (42, 6) había llamado “luz reveladora para los gentiles y gloria para su pueblo, Israel” (Lc. 2, 32).

            Sin embargo, Simeón no habló de la pasión del siervo de Yahvé sino de María doliente con Él. Asociada a la misión del Hijo, fue conducida por el mismo camino de la Cruz y, como Él, anonadada en completa entrega.

            El camino de la Cruz del siervo de Yahvé fue también el camino recorrido por la Madre. Es nuestro mismo camino, pues somos hermanas y hermanos suyos.

 

3- Creo, que a la disponibilidad de María para con Dios le acompañó su apertura a las necesidades del prójimo: aquella de Isabel, de los jóvenes esposos de Caná, de Cristo sobre la Cruz, de la Iglesia naciente.

            El Siervo, hijo de María, “no había venido —como Él dijo— para ser servido, sino para servir, para dar su vida en rescate por muchos” (Mc. 10, 45).

            También María ha venido para servir. Su “Fiat” a Dios encontró respuesta en el “Fiat” al prójimo. Su “hágase” fue oído por las voces que repetían con lágrimas su petición de ayuda. ¿Tenía Isabel necesidad de ella? Vedla llegar, sola, ansiosa, veloz en sus pasos. ¿Tenían necesidad de ella los jóvenes esposos de Caná? Fue la primera en darse cuenta de su situación e intervino. ¿La buscaba su hijo en el Calvario? Allí estaba. En el miedo, en la alegría, en la confusión que siguieron al viernes santo y al domingo de pascua ella estaba junto a los demás: para condividir, para ayudar, para ser ayudada.

 

4.- Creo que el sí continuo de María a Dios y al prójimo es la expresión viviente de la radical ausencia de pecado en ella. Por eso es y la llamamos Inmaculada Concepción.

            Si el pecado es romper la comunión, es separación del hombre de Dios su Padre, y es división de los propios semejantes: indisponibilidad a aceptar a Dios como padre, a aceptar al prójimo como hermana o hermano.

            La ausencia de pecado en María no es un atributo negativo, ni la separa de la condición humana, sino más bien lo contrario. Ausencia de pecado es apertura ilimitada a Dios, a su amor, a sus designios, a sus solicitudes, y es también disponibilidad para advertir las laceraciones y necesidades de cuantos sufren y piden ayuda.

            La ausencia total de pecado, la Inmaculada Concepción de María, no es un foso abierto entre ella y su prójimo, sino un puente echado entre María y cuantos viven en la necesidad.

 

 5 - Creo que la Asunción de María, como la resurrección de Cristo, nos es garantía y esperanza de que el amor es de verdad más fuerte que la muerte.

            «El amor es más fuerte que la muerte». ¿Es acaso un sueño de los poetas o el sentido evangélico de la realidad? El amor de los padres engendra vida; el amor modela la vida en su nacer y la hace crecer y madurar. El amor llega a empujar la vida más allá de la rendición declarada de la ciencia médica. Según el evangelista Juan, el amor es vivir, no morir nunca. Jesús murió amando porque había amado, para amar más aún. Por eso pasó a vida más intensa.

            María participó de la vida del Hijo. También para ella la muerte fue tránsito hacia una vida en plenitud. Vivir, para ella, era amar; su morir era ya un encontrarse en la vida. Su condición será la nuestra.

6 - Creo que María, en cuanto Madre de Cristo, plasmó largamente la personalidad y el ambiente en que creció Cristo. “¿No es él el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). ¿No posee, acaso, la dulzura de su Madre? Su sensibilidad, su solicitud por los otros, su imaginación poética, su intuición diríamos son dotes femeninas.

            Su disponibilidad en el servir --¿no tenía quizá un modelo delante de los ojos?-- ¿Qué decir del empuje de su amor, de sus atenciones? ¿Es tal vez sólo un don recibido de lo alto? ¿Y la sencillez con que sabía acercarse a la mujer, a toda tipo de mujer, y cómo era capaz de amarlas? ¿Lo aprendió por caso en la Sinagoga? ¿No fue una mujer en cambio su primera y mejor maestra, una mamá, su Madre?

 

7 Creo que María no es solamente un modelo, un ideal lejano, sino una persona viva, viva y resucitada para siempre, amable de forma extraordia.

            “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá...” (Jn 2, 25). Jesús vive, sus apóstoles viven, sus discípulos viven. María vive, de vida humana, gloriosa, en la plenitud de la vida.

            María no es sólo un modelo, un simple ideal, una meta lejana, una cosa, sino una mujer resplandeciente en la gloría del Hijo del Padre, de un Hijo —parece cosa imposible de creer— que es también su Hijo, por el Amor del Espíritu Santo.

¡Esto, oh Señor, creo; socorre Tú mi incredulidad!

FR. NEAL M. FLANAGAN, de los Siervos de María

 

CAPÍTULO OCTAVO

CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II SOBRE EL ROSARIO

EL ROSARIO, DULCE CADENA QUE NOS UNE A DIOS.

            El Papa Juan Pablo II publicó una Carta Apostólica sobre el santo rosario y proclamó año del rosario desde octubre del 2002 hasta octubre del 2003. Es una carta interesantísima. Ha coincidido, además,  con la llegada a nuestra parroquia, – estuvo primero en el Cristo dos meses y ahora ya definitivamente en San Pedro– , de la imagen de la Stma. Virgen del Rosario, perteneciente a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Pasión. Es una gracia más de Dios que tenemos que aprovechar.

            Secundando este llamamiento de Juan Pablo II, quiero brevemente  ofreceros las ideas principales de este documento, con el deseo expresado por el Papa de que «tomen de nuevo entre las manos el rosario» redescubriendo esta oración mariana que ha ido perdiendo tristemente práctica entre las familias y los fieles cristianos y que si se comprende bien y se reza, «conduce al corazón mismo de la vida cristiana».

INTRODUCCIÓN

1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y

fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (¡duc in altum!), para anunciar, más aún, «proclamar» a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».

            El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

          Los romanos pontífices y el rosario

            Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano

II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.         Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria.

            El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo.

El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».

            Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: ¡Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!

Vía de contemplación

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración». Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.

“¡Ahí tienes a tu madre!”(Jn 19, 27)

7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto:

«¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima, cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.

CAPÍTULO 1

Contemplar a Cristo con María

Un rostro brillante como el sol

9. “Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol” (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada «como icono de la contemplación cristiana». Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: “Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (2 Co 3, 18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande

aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

            Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han

acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

            Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza». Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.   

            Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza», también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».

            El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia. 

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

            El primero de los “signos” llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

            Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe», en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).

CAPÍTULO II

MISTERIOS DE CRISTO, MISTERIOS DE LA MADRE

El Rosario «compendio del Evangelio»

18. Ala contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»

            El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».

De los «misterios» al «Misterio»: el camino de María

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio». El “duc in altum” de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).

            El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).

Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que « el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana ».

            A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».

             El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre, desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

CONCLUSIÓN

«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»

39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.

La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.

RESUMIENDO: EL ROSARIO NOS LLEVA:

a)  A CRISTO:

— RECORDAR A CRISTO CON MARÍA. Se trata de penetrar de misterio en misterio en la vida del Redentor, asimilarlo profundamente, para que forje nuestra existencia humana y cristiana.

— COMPRENDER A CRISTO CON MARÍA. Nadie como María puede introducirnos en un conocimiento profundo de la realidad y del misterio de Cristo. Nadie conoce a Cristo mejor que María. Nadie puede hacernos vivir mejor su vida de amor y de entrega a los hombres.

— IMITAR A CRISTO CON MARÍA. Todo cristiano está llamado a tener los mismos sentimientos y actitudes de Cristo. El santo rosario lo consigue por doble camino: primero, porque es oración sobre la persona y la vida de Cristo y segundo, porque lo hacemos con María. La Virgen, que ayudó a Cristo en su crecimiento humano en Nazaret, nos ayuda ahora también a nosotros en su seguimiento e imitación.

— PEDIR Y ROGAR A CRISTO CON MARÍA. “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá,” nos dice Jesús insistentemente en el evangelio. Cuando nosotros pedimos y suplicamos al Señor, María interviene con su intercesión maternal, ayudándonos en nuestras peticiones y necesidades. Se hace nuestra portavoz ante el Padre y el  Hijo. Y Ella es omnipotente suplicando con nosotros y por nosotros.

— A PREDICAR A CRISTO CON MARÍA. Toda oración cristiana es diálogo con Cristo. Este diálogo nos

hace conocer y amar más  a Cristo; al conocerlo y sentir su amor, nos capacita para  anunciar a Cristo a los demás con palabras y obras llenas de fuego apostólico. POR ESO:

— LOS MISTERIOS DE GOZO nos ayudan a comprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es, ante todo, buena noticia, que se centra en Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.          

— LOS MISTERIOS DE LUZ, añadidos por el Papa en esta carta, nos ayudan a comprender que Cristo es la LUZ del mundo y la vida de los hombres: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

— LOS MISTERIOS DE DOLOR nos ayudan a vivir con María la pasión de Cristo, uniéndonos con nuestros sufrimientos y siendo corredentores con Ella, la única que permaneció de pié junto a la cruz.

— LOS MISTERIOS DE GLORIA nos ayudan a encontrarnos con  Cristo vivo y resucitado, que vive con nosotros en la Eucaristía y nos espera en la gloria.

b) CON MARÍA Y COMO MARÍA:

– “salve, llena de gracia, el señor está contigo”

–  “no temas, maría, porque has hallado gracia ante dios.”

– “he aquí la esclava del señor, hágase en mí según tu palabra.”

– “maría se puso en camino y con presteza fue a la montaña.”

– “bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre.”

– ¿de dónde a mí que la madre de mi señor venga a visitarme?

– “mi alma glorifica al señor, se alegra mi espíritu en dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava.”

– “no tienen vino”

– “haced lo que el os diga.”

– “maría conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”

– “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el señor se cumplirá.”

– “mujer, he ahí a tu hijo” y al discípulo: “he ahí a tu madre.”

c) POR EO, REZANDO EL ROSARIO, NO OLVIDAREMOS QUE

-- Si Jesús es la Luz, María es la madre de la luz;

-- Si Jesús es la vida, María es la madre de la vida;

-- Si Jesús es el amor, María es la madre del amor;

-- Si Jesús es nuestra  esperanza, María es la madre de la   esperanza;

-- Si Jesús es la paz, María es la madre de la paz;

-- Si María está junto a nosotros, tendremos siempre la luz, la vida, el amor, la esperanza y la paz.

d)  EL ROSARIO ES UNA FORMA SENCILLA Y EFICAZ DE HACER ORACIÓN TODOS LOS DÍAS

            «Nos lo enseña magistralmente Lumen gentium: <Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda lo comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes>» (LG 65).

            El rosario es como la oración del corazón, que sintoniza con el corazón de María en la contemplación de los misterios de Jesús: nacimiento e infancia (gozosos), vida pública (luminosos), pasión y muerte en cruz (dolorosos), gloriosa resurrección (gloriosos). El centro del rosario es Jesucristo. El rosario es una oración cristocéntrica. Y a Él nos acercamos desde el corazón de María, balcón privilegiado para contemplar el precioso paisaje de la vida de Cristo en todos sus misterios.

            María, que guarda en su corazón todas las enseñanzas de su Hijo, nos enseña a imitarle, a compartir los sentimientos de Cristo. El rosario es una escuela de vida cristiana. Y está al alcance de todos, de los sencillos y de los cultos, de los avanzados en la vida espiritual y de los que comienzan. No olvidar el mensaje del Arzobispo Norteamericano FultonSheen en su campaña del rosario en familia: «Familias, rezad el rosario. Familia que reza unida, permanece unida».

            El mismo Vaticano II, en la Presbyterorum Ordinis, aconseja a los sacerdotes la devoción mariana, cuyo santo y seña principal es el rezo del santo Rosario: «En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio”.

            Don Demetrio FERNÁNDEZ, Obispo de Tarazona, nos decía en una carta pastoral: «Es lo primero que hago todos los días. Después del aseo, un rosario. Es el momento de estrenar el día abriéndose al amor de Dios, que cuida de nosotros continuamente. Después vienen otras oraciones. Y luego, también durante la jornada, otros rosarios. Pero ése de la mañana me sabe a gloria.

            Iniciad a vuestros hijos en esta oración, tan sencilla como eficaz. Sacerdotes, invitad al rezo del rosario, y que os vean los fieles que lo rezáis. Es una buena preparación inmediata para la misa, es un medio para iniciar y progresar en la oración.

            Que en la pastoral de los jóvenes no falte el rosario, que alimenta la devoción a la Virgen. Conozco a muchos jóvenes que han aprendido a rezar, rezando el rosario. Ya sé que es más importante la Eucaristía, pero no siempre está a mano, o porque no podemos acudir, o porque no tenemos limpio el corazón. Sin embargo, siempre podemos rezar el rosario, que nos llevará al sacramento del perdón y a la comunión eucarística.

            Algunos dicen que el rosario es una oración monótona. La oración siempre es aburrida, cuando se reduce a un monólogo. Pero eso no es oración. En la oración es esencial la apertura a Dios. La oración es primeramente escucha, y por eso puede ser respuesta.    En el rosario escuchamos a Dios, que en los misterios de la vida de Cristo nos habla hoy. Y nosotros respondemos con María y como María, la mejor discípula de la escuela de Jesús.

            En el rosario hay escucha de la Palabra de Dios, contemplación, alabanza y petición, comunión con toda la Iglesia orante, con todos los que sufren. Pero todo esto es imposible, si no hay amor. Para rezar el rosario, hay que amar, y el mismo rosario se convierte en alimento de ese amor a Dios y a los hombres. Siempre es ocasión propicia para rezar el rosario. Niños, jóvenes, adultos, familias, enfermos, obispos sacerdotes, consagrados. Recemos e invitemos a rezar el rosario.

CAPÍTULO NOVENO

NO LO PUEDO OLVIDAR

1.- NO LO PUEDO OLVIDAR, no lo olvidaré nunca… no puedo olvidar  esas palabras que salieron del corazón maternal de la Virgen y yo las escuché en mi interior y mi corazón las sintió sin necesidad de palabras y signos externos, esa palabras y emociones no se olvidan nunca y mira que ya han pasado años y años... Estas palabras se quedan para siempre en ti, grabadas en tu corazón, en tu vida. Todos tenemos experiencias maravillosas de nuestra relación con Cristo Eucaristía y con María.

            Era un día de vacación; habíamos subido al Santuario del Puerto los seminaristas del Mayor. En el camino, algunos de los últimos cursos de Teología, subidos a una peña muy grande, que hay a la izquierda, estaban cantando cantos Marianos y todos aplaudíamos al pasar; me estoy refiriendo a Timón, Sánchez Nieto, Emilio Mateos... Es que les hicimos una foto y yo la conservo en mi álbum particular; lógicamente, para recordar a todos los que estaban subidos a la peña, he tenido que ir a verlos en esta foto en blanco y negro. 

            Llegados al Santuario, después de un breve descanso, teníamos un rato de oración, cantos y preces a Nuestra Madre del Puerto en su ermita; al salir, comíamos de prisa el bocadillo, y ese día empezamos a caminar rápidos por el camino que pasa junto al Santuario, dirigiéndonos hasta Villar de Plasencia, para volver luego caminando por la carretera nacional 630 hasta el Seminario, tal y como lo hacíamos alguna vez durante el año.

            Perdonad esta introducción; lo hago más que nada para probaros que estas cosas no se olvidan. Pues bien, estando en la oración con todos los seminaristas en el Santuario, en el silencio de mi oración personal oía perfectamente una y otra vez a la Virgen que me decía: «Gonzalo, pasa a mi Hijo, tienes que pasar a mi Hijo, tienes que llegar hasta Él».

Al principio no entendía muy bien lo que esto quería decir. Porque por teología y por práctica todos teníamos muy asimilado que Cristo era el primero, era Dios, la razón y el motivo último de todo nuestro ser y vivir cristiano y sacerdotal; así lo habíamos aprendido de nuestros padres en el hogar y así estaba muy claro en las enseñanzas y pláticas que recibíamos en el seminario.Tal era la insistencia que yo, espontáneamente le dije oracionalmente a la Virgen: «¡Madre, si ya lo sé, pero a mi me va muy bien contigo, contigo tengo bastante, lo tengo todo»; a seguidas pensé que esta espontaneidad me había traicionado, porque era lo que yo realmente vivía; pero no era lo correcto, y añadí: «Contigo lo  tengo todo bien ordenado, tú eres mi camino hacia Cristo».

            Luego empecé a pensar qué me querría decir la Virgen con esta insistencia, porque yo los conceptos, en este aspecto, repito, los tenía muy claros. Con esta comunicación interior de la Virgen empecé a pensar que algo no estaría bien, que por algo me insistía en esto. María era todo para mí, pero de verdad; reconozco que ella lo abarcaba todo; a ella rezaba, pedía, dialogaba, era mi gozo, me dirigía para todo.

Antes de nada, quiero aclarar, por si alguno pudiera interpretar este diálogo oracional como una aparición de la Virgen, que nada de eso; en mi vida no ha habido ni pido nada de revelaciones y apariciones externas; lo he dicho y escrito muchas veces. Aquí todo es por el diálogo oracional interno, de alma… pero que lo sientes más que todo lo exterior.

Yo lo que quiero y pido es sentir y vivir a Cristo, a mi Dios Trino y Uno, a María, en mi alma, en mi oración, como los Apóstoles en Pentecostés; de nada les habían servido las apariciones del Resucitado, porque seguían con miedo y con las puertas cerradas; cuando lo vieron dentro de sí en Pentecostés, reunidos con María en oración,  pero no en «carne resucitada» sino hecho Espíritu, llama de amor viva, Amor y Fuego de Espíritu Santo en sus corazones, no en sus ojos, se acabaron los miedos, abrieron las puertas y empezaron a predicar sin temor de perder la vida; de hecho la dieron todos por este Cristo, visto y sentido en Pentecostés, mientras que antes, en su vida, sobre todo, en su pasión y muerte, a pesar de haber visto sus milagros y escuchado sus palabras, lo habían abandonado.

Esta es la experiencia que tengo con frecuencia y pido siempre. Y es que el fuego de Espíritu supera todas las expresiones y manifestaciones externas, de los ojos de la carne; de ahí el éxtasis, que la carne no puede soportar ni sufrir sin salir de sí mismo para vivir en Dios su misma vida, su mismo gozo, su misma experiencia de amor.

Y esto todo es por el Espíritu Santo. Lo tengo bien comprobado y visto en la vida de los místicos y en algunas personas de mi parroquia, con las que el Espíritu ha obrado cosas maravillosas en sus vivencias y me ha permitido encontrarme con ellas. No son cosas de un momento. Ya son años y años en este camino. La experiencia de Dios, por la oración unitiva o contemplativa en el Espíritu Santo, vale más que todas las palabras y apariciones externas.

            De todas formas, repito, que estas palabras de la Virgen me cogieron por sorpresa; nunca se lo había escuchado en mi relación con ella. O quizá me lo hubiera manifestado en otras ocasiones, pero yo no me había dado por enterado, no me había dado cuenta, no las había entendido tan claramente como en esta ocasión, porque se me quedaron grabadas para toda la vida. Las tengo todavía, resuenan en mi interior, fue en el segundo banco último de la derecha mirando a la Virgen.

             Yo pensaba que, desde mi primera comunión, Cristo era lo primero: fui siempre eucarístico, y por tanto, cristocéntrico. Pero la Virgen no estaba contenta con este cristocentrismo de su hijo Gonzalo. Así que, durante el camino, impresionado por estas palabras, seguí pensando en lo que la Virgen me habría querido comunicar en ese diálogo tan impactante que había sentido en mi corazón. Ahora, al cabo de los años, sí que lo he entendido y vivido con gozo, pero porque fui hijo obediente.

Porque ya he dicho que no lo capté en ese momento en toda su plenitud, simplemente barrunté lo que me quería decir, por donde tenía que ir el camino. Luego, con la oración y la experiencia espiritual de los años, poco a poco, he ido comprendiendo el significado de sus palabras, desde la oración hecha vida y desde la vida hecha oración.

2. LA VIRGEN ME LLEVÓ A CRISTO

            Por eso, si alguna vez alguno de vosotros vino a verme a la parroquia y entró donde he vivido mis primeros treinta años o donde vivo ahora desde hace cinco años, en la misma parroquia, lo primero que te encuentras es una Virgen bella y hermosa, una talla de madera, copia  de la Inmaculada de Melchor Cano, sobre un pedestal de madera, y junto a ella, en el mismo pedestal, un pequeño Copón de plata, preparado para  morada de su Hijo hecho pan de Eucaristía. Ella vivió para ser primer sagrario de Cristo en la tierra, madre de la Eucaristía. Son mis amores y los dos para mí están siempre unidos. Y junto a ellos, en un recipiente de cristal, rosarios de todo tipo.

            Igualmente digo que desde que llegué a San Pedro, 1966, la Vigilia de la Inmaculada se celebró para toda Plasencia, primero en el templo parroquial y luego, en el Cristo de las Batallas, durante más de treinta años, hasta que pasó a celebrarse bajo la dirección del arciprestazgo en los templos parroquiales del centro de la ciudad, para terminar  definitivamente en la Catedral, con la presencia del Sr. Obipo.

            La Virgen ha estado muy presente en mi vida desde la infancia. Mi madre, con el «Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la pura y limpia Concepción de María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra, concebida en gracia sin pecado original, desde el primer instante de su ser  y...», nos obligaba a cerrar los ojos mientras nos «remuaba» de ropa, porque había que ser puros y castos, como la Virgen.

            Ingenuamente y por inercia, recé esta oración hasta mi juventud, pero muy avanzada, donde ya apareció  el «Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea». Eso igual que las tres avemarías al acostarnos. Ahora rezo la Salve, y no fallo nunca, porque si alguna vez me descuido, y se me olvida, la Virgen, un poco celosa, como madre que ha abierto los brazos para abrazarme y besarme, no quiere que duerma sin rezarla y besarla antes de dormir; así que me despierta, de mi primer sueño, y ya sabes, Gonzalo, a rezar la Salve y besarla. Y ya se queda tranquila y ya yo duermo tranquilo. Podéis creerme que es verdad. La Salve es mi beso de despedida; todas las noches, me doy media vuelta hacia la izquierda, siempre a la izquierda, pero desde luego sin connotaciones políticas, bajo un poco la cabeza, y Dios te Salve, reina y madre...; es el santo y seña; mi último beso, y a dormir.

            Y desde luego que se nota y cómo influye luego en toda tu vida. Siempre he terminado y empezado la jornada con un beso a la Virgen; siempre la he rezado con mucho amor para parecerme a ella en la pureza y en todo, en cuerpo y alma. Y puedo confesar que ella me protegió totalmente en mi juventud seminarística, hasta el punto de que como he dicho muchas veces, los chistes de Manolo Tovar y de Carlos Díaz, condiscípulos míos, ya en el cielo, no los entendí ni los capté, hasta después de salir del Seminario...

¿Y sabéis lo que pasa?  Que al rezar a la Virgen y hablar con ella, poco a poco te vas haciendo tus propias oraciones o palabras, unas veces corrigiendo, otras añadiendo cosas. Por ejemplo: en las letanías del santo rosario, que yo empecé a rezar en mi casa, con mi tía Fabia que lo rezaba todas las tardes en el patio común de la entrada, yo añadí, hace como veinte años, tres nuevas letanías referidas a la Virgen; y la rezo: «Sagrario de Cristo en la tierra»; «Madre de la Eucaristía»; «Arca de la Alianza nueva y eterna».

Podéis creerme que nunca las olvido, amén también, de que hace años cambié las letanías «lauretanas» por otras que me gustaron más y que vienen, me parece, en la liturgia de la Coronación de la Virgen: «Santa María, Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las Vírgenes, Hija predilecta del Padre, Madre de Cristo Rey, Gloria del Espíritu Santo,  (añadidas por mi: Sagrario de Cristo en la tierra; Madre de la Eucaristía; Arca de la Alianza nueva y eterna),Virgen Hija de Sión, Virgen pobre y humilde, Virgen sencilla y obediente, Esclava del Señor, Madre del Salvador, Colaboradora del Redentor, Llena de gracia, Fuente de Hermosura, Conjunto de todas las virtudes, Fruto escogido de la Redención, Discípula perfecta de Cristo, Imagen purísima de la Iglesia, Mujer nueva, Mujer vestida de sol,  Mujer coronada de estrellas, Señora llena de benignidad, Señora llena de clemencia, Señora nuestra, Alegría de Israel, Esplendor de la Iglesia, Honor del género humano, Abogada de  gracia, Distribuidora de la piedad, Auxiliadora del pueblo de Dios, Reina de la caridad, Reina de la misericordia, Reina de la paz, Reina de los Ángeles, Reina de los Profetas y desde aquí como en las lauretanas.

Y bueno, ya que he tocado el tema de las letanías y éstas se rezan en el santo Rosario, os diré que siempre lo recé, algunas temporadas completo con los quince misterios de entonces, ahora hay que añadir los luminosos, pero la costumbre es la costumbre, y algunos sábados, si tengo tiempo, lo rezo completo, pero los quince misterios de siempre.

Quisiera añadir que el rosario también es la forma más sencilla que yo he encontrado para hacer oración, sobre todo en tiempos agitados o de sequedad,  y para relajarme cuando estoy tenso o no duermo por la noche. Me levanto de la cama, a la hora que sea, lo rezo paseando por la habitación, y a dormir otra vez.

También, algunos días, sobre todo en tiempos pasados, empezaba por las mañanas con el rezo del rosario. Y me ha ido y me va muy bien; me relaja, me da tranquilidad, me encuentro con la mirada y sonrisa y palabras de afectos y serenidad de la Madre.

Desde mi juventud, el santo rosario siempre camina conmigo en mi bolsillo, y  como, desde que salí del Seminario, estoy convencido de que el problema o el fundamento de la santidad de la Iglesia, es la santidad de los obispos, sacerdotes y seminaristas y la necesidad de vocaciones,  para terminar  mi rosario, las tres Avemarías añadidas al final y que eran por la pureza de la Virgen, en realidad las rezábamos por la nuestra, al menos así yo lo interpretaba, las he cambiado, pero hace ya más de cuarenta  años y así la rezan públicamente en el rosario de la parroquia, mejor, antes de la misa de la tarde: «por la santidad de la Iglesia, especialmente la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones». Así todos los días y todas las tardes; siempre que rezo el rosario o lo rezan públicamente en la parroquia. Bueno, si quiero ser sincero, actualmente mis intenciones son estas: pido porque Dios sea reconocido , amado y santificado en el mundo entero; por el Papa Francisco y la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos y sacerdotes, religisos y consagrados; por mi amada diócesis de Plasencia: por su obispo, sus sacerdotes, seminaristas, diocesanos y msioneros; por mi amada parroquia de San Pedro: niños, jóvenes, adultos y por sus sacerdotes; por la fe de España y del mundo entero y por el matrimonio y la familia, fundamento de la vida y del amor, que no haya tantas sepaciones, divorcios, crímenes de esposos entre sí… Todos los días lo rezo así.

Esto ha contagiado a unas señoras de mi parroquia y han formado un grupo de madres que dos días de la semana, desde luego siempre el sábado, rezan el rosario y ofrecen la misa «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Las reúno dos o tres veces al año, una vez por trimestre. A mí me emociona ver escrito en la hojita de las misas que ponen sobre el altar: «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Es que acostumbrado a ver sólo nombres de difuntos... y muchas veces ponen: en acción de gracias, para que el nombre de Dios no sea blasfemado... Y me gustan mucho y me emocionan estas intenciones.

Para terminar este apartado  parroquial, advierto que todos los sábados de mi vida, después de la bendición final de la misa de víspera del Domingo, les deseo buen domingo a todos y rezamos  la Salve, como despedida. Empecé a cantarla: «Salve, Regina...», pero se hacía largo. Aunque alguna vez me descuido, y, en vísperas de fiestas de la Virgen, la cantamos antes del «podéis ir en paz».

En el Seminario Menor, como otros muchos de aquellos tiempos, rezaba el «Oficio Parvo». En el Mayor, lo cambié por otras oraciones y devociones Marianas; creo que, como algún devoto más, los años de Teología llegué a rezar los quince misterios del rosario en algunas temporadas; por ejemplo, en el mes de mayo, en la novena de la Inmaculada, lo hacían más seminaristas: uno, en la Capilla, con la comunidad; otro, en las filas, aprovechando el silencio y como ayuda para no hablar; y el otro, en un recreo cualquiera, paseando en torno a los patios interiores.

Sin embargo, sobre todas las devociones que aprendí o practiqué en mis seminarios, estaba la Novena de la Inmaculada en el Mayor. En mis tiempos la vivíamos con mucha intensidad; personalmente la vivía en plenitud de amor y dedicación a Ella; era la Novena de la Inmaculada todo un estímulo para la oración, las renuncias a las faltas de caridad, de soberbia, egoísmo... etc.

Las Vísperas de la Inmaculada eran solemnísimas, todas cantadas y en gregoriano,  con las antífonas y los cinco salmos, todo en latín; las antífonas me las sé de memoria, porque las sigo rezando en la fiesta, esté donde esté. Podéis creerme que no he dejado de cantarlas todos los años de mi vida desde que salí del Seminario. Es más, os voy a contar una travesura: durante los años que estuve en Roma estudiando, bajaba a la capilla para cantarlas, y si había alguno rezando, le pedía permiso para hacerlo. Yo soy así, ésta es mi manera, las hay mejores de amar y alabar a la Virgen, pero esta ha sido la mía. Reconozco que soy muy apasionado por Ella, en público y en privado, en piropos que la digo a veces ante la gente, que me miran sorprendidas, pero a mí me salen espontáneos del alma.

Me encantaban aquellas antífonas. Me gustaban tanto aquellos himnos y antífonas, que como he dicho,  las sigo cantando en las vísperas y en la fiesta de la Inmaculada, porque son bellas, porque me recuerdan cosas hermosas y siempre me emocionan y me acuerdo y rezo por «mi seminario», por mis compañeros y mis superiores, y sin querer y al cantarlas, recuerdo con gozo y agradecido el Seminario, los compañeros, los superiores: D. Avelino, D. Benjamín, D. Jerónimo, profesor de griego y luego Rector del Menor, cuando D. Avelino pasó al Mayor,  para suceder a D. Ceferino, me parece, que pasó a ser Director espiritual del Menor,  Buenaventura,  Juan de Andrés... y por mis hermanos sacerdotes: «Tota pulchra es, María, et mácula originalis no est in te... Vestimentum tuum, cándidum quasi nix...Tu, gloria Jerusalem, Tu laetitia, Israel... Benedicta es tu, Virgo María... Trahe nos Virgo Inmaculata... Aquella antífona in I vesperis: Beatam me dicent omnes generationes, quia fecit mihi magna qui potens est, alleluia.

¡Y los himnos! Los canto todas las semanas; los distribuyo por días y  por orden alfabético teniendo en cuenta las primeras palabras, porque si no, me hago un lío. Por eso, los que empiezan por Ave tienen la preferencia; además, de esta manera, no se me olvidan.

Lunes, en la oración de la mañana, después de mirada y oración a mi Dios Trino y Uno, después del Espíritu Santo y Cristo Eucaristía, me dirijo a Ella, primero, con la oración personal que he compuesto a través de los años y que he rezado al principio de este prólogo y analizaré al final; sigo, después de haberla hablado, pedido, besado... con los himnos o cantos empezando por la letra A: «Ave Regina coelorum», Ave Domina Angelorum...», luego, «Ave maris stella, Dei mater alma», y termino el lunes con «Alma Redemptoris mater...».

El martes es el más corto: sólo recito «¡O gloriosa Vírginum, sublimis inter sídera...!» El miércoles es una gozada: «Salve Mater misericordiae, Mater Dei y mater veniae, mater spei y mater gratiae, mater plena santae letitiae, oh María». Los jueves, siguiendo con la letra s, canto dos himnos que empiezan por s: «Salve Sancta Parens» y esta otra oración que ya se rezaba en el siglo III y que todos hemos cantado muchas veces: «Sub tuum proesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix, nostras deprecationes «clementer exaudi» in necesitatibus...» si, ya sé, paro aquí, porque ya estoy viendo que muchos me estáis señalando con el dedo. Ya sé que la antífona es «nostras deprecationes nec despicias in necesitatibus»; pero este «despicias», para los que aprendimos latín de aquellos tiempos, a los de mi tiempo, nos resulta muy duro, suena a «no desprecies»,  y así me resigno a cantarlo cuando lo hago con otros; pero cuando lo hago solo, como la oración tiene que ser personal y a gusto del cliente, yo la cambio por «clementer exaudi in necesitatibus».

Pasamos ya al viernes; en ese día rezo dos himnos: «Tota pulchra es, María, et mácula originales non es in te», y en segundo lugar «Virgo Dei Genitrix, quem totus non capit orbis: in tua se clausit víscera factus homo».

Los sábados, día de la Virgen,  es un día especial, y en ese día, subo todas las mañanas al Santuario del Puerto para saludarla, estar con ella, pedirle luz y fuerza para el Domingo, el Día del Señor; en ese día hago un resumen de la semana hablando con ella, pidiendo luz y perdón por lo pasado y preparo la semana que empieza cantándole, después de esta conversación,  todos los himnos.

Nada más entrar en el Santuario, hecha la genuflexión y en el Nombre del Padre que me soñó y creó, y del Hijo que me salvó y del Espíritu Santo que me transforma en vida y amor Trinitario, un beso a la Virgen y este suspiro del alma, hecho canción: «A ti va mi canturia, dulce Señora, que soy la noche triste, Tú eres mi Aurora; Señora de mi alma, Santa María, haz que arribe a buen puerto el alma mía, haz que arribe a buen puerto, el alma miiiia». Mi buen puerto es María, la Virgen del Puerto. Es una canción de nuestros tiempos de Seminario. Con otras muchas, las conservo en un bloc con su música que hizo Don Florindo: cantos eucarísticos, comunión, himnos... 

            Después viene una canción a dos voces, todo en la memoria, pero cantando y echando aire por los labios; es una que todavía me emociona y me hace llorar ¡Me recuerda tantas cosas, tantos amigos, amigos de verdad, tantas emociones! Es también del Seminario. Todos la sabemos: «Dulce Madre, Virgen pura, Tú eres siempre mi ilusión. Yo Te amo con ternura y Te doy mi corazón; siempre quiero venerarte, quiero siempre a Ti cantar, oye, Madre, la plegaria, que te entono con afán, que- teen-to-no- con- a-fan (lo escribo así y separo estas letras porque en el bis, cuando lo cantábamos con D. Florindo, siempre nos hacía aumentar el tono y disminuirlo en cada palabra; pasa igual que en la anterior, «...alma miiiia»); Madre, cuando yo muera, acógeme; ay, en el trance fiero, defiéndeme; Madre mía, no me dejes, que mi alma en ti confía; Virgen mía, sálvame; Virgen mía, sálvame».

Finalmente, y para terminar este saludo inicial, le entono a la Virgen otra más solemne, más teológica, que los de mi curso aprendimos de los hermanos Bravo en los últimos años del Seminario y que la cantábamos siempre que nos reuníamos por cualquier motivo, sobre todo, en las reuniones que teníamos en  los años posteriores al seminario, porque era ya nuestro santo y seña ya antes de ordenarnos: «Virgen sacerdotal, Madre querida; Tú que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón mi altar sacrificial».

Alguno puede pensar que es mucho cantar, pero es que lo siento así y así me sale del alma, mirando a la Señora, y así lo aprendí porque no conviene olvidar que empecé siendo tiple en el Menor con D. Florindo, y, en el Mayor, tenor segundo, y además perteneciente a la «escolilla», que era lo más selecto de la escola del Seminario.

Bien, y para terminar con mi subida al Puerto los sábados, diré que finalmente en ese día, antes de darle el beso de despedida, le canto la Salve, bien en tono ordinario, la que todos sabemos, bien en tono «sollemniore», que aprendimos en el Menor con mi profesor de Griego y Rector después de Don Avelino, Don Jerónimo, al pasar aquel de  rector al Mayor. Todo lo canto, lógicamente,  sin que se oiga, sólo la Virgen, quiero decir, que lo canto con la respiración, excepto en la Inmaculada, que esté donde esté, todo es en voz alta de tenor segundo, como en mis buenos tiempos, para que todos lo oigan y alaben a la Virgen.

Perdonad estos desahogos y confianza. Pero le estoy muy agradecido a María. La verdad es que Ella fue siempre muy buena madre y amiga, hizo verdaderos milagros conmigo, porque uno es débil y pecador... Gracias a ella siempre me fue muy bien en el Seminario, me dio amor y perseverancia a lo que recibí en el Seminario, quiero decir al Sacerdocio y a los sacerdotes, aunque por ello haya tenido que sufrir. Es un capítulo de mi vida del que no he hablado, pero que explica muchas cosas de mi vida apostólica. El Seminario y los seminaristas han estado muy presentes, y he hablado muy claro de sus necesidades en años pasados a mis superiores, aunque he tenido que sufrir por ello.

En mis primeros años de sacerdocio todavía fue un gran Seminario en todo, como en toda España y Europa,  una institución muy querida en todos los ambientes, excelente en superiores, profesores; esta Diócesis tuvo un plantel de licenciados y doctorados no común ni en Diócesis muy importantes, y sobre todo, hubo un ambiente de santidad y fraternidad muy acentuado, especialmente de espiritualidad sacerdotal, por Don Eutimio, entre otros, pero no sólo él. Hubo buenos superiores. Pero  bien, cierro ahora este paréntesis y desahogo emocional de recuerdos de mi seminario, y sigo con el asunto que estábamos tratando ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que la Virgen me decía: «pasa a mi Hijo».

En concreto, aquí lo que la Virgen me quiso decir es que sí, que teórica y teológicamente su Hijo  era lo primero para mí; sin embargo,  realmente, en la vida, en mis deseos, programación, oración, ideales y dedicación, en la práctica, yo todo lo tenía centrado en ella, y no acababa de pasar por ella y desde ella a Cristo, único “camino, verdad y vida”, o, al menos, María no estaba de acuerdo como lo hacía.

Porque en aquellos años de juventud, por aquello de la Inmaculada y los problemas afectivos de la edad, era tal mi conversación permanente con la Virgen, que no la dejaba en paz. Tal vez la razón de esta atracción por Ella, estaba en que María me transformaba en limpio y puro todo lo femenino a lo que tenía que renunciar por mi celibato sacerdotal, para el que me preparaba.    

Además en cualquier tema o pasaje evangélico relacionado con ella, lo que hacía, como joven curioso, era preguntarle cómo lo había vivido, qué sintió cuando el ángel la habló en Nazaret, cuando el niño empezó a nacer en su seno, que si le decía algo, que si el Hijo le hacía sentir su presencia, que si dijo algo a los suyos del embarazo, que si la gente o en vida exterior notó cosas, que si pensaron mal de ella por aquello de San José... etc,  y otras preguntas similares sobre las bodas de Caná..., o cuando Jesús dijo aquello de “mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, que a mí entonces me sonaba como a desprecio, poca estima por ella, por su madre...; en fin, que yo me ponía de su parte, porque a mi con ella me iba muy bien y que me salió espontáneo el «a mí contigo me basta».

Por lo tanto y lo digo claro y alto, el mejor camino que yo he encontrado para llegar a Cristo, al Hijo, es su madre. Y como luego voy a decir y tratar de explicar, el mejor camino que yo he encontrado para conocer a María en totalidad y plenitud del misterio, es su Hijo; desde Él es como más y mejor y más ardientemente la he conocido y amado.

Al escribir de mi infancia y de la Virgen, habréis notado que he sacado a relucir mi amor a la Virgen en sus títulos de Inmaculada y Virgen del Puerto, pero no me ha salido ni una sola vez el nombre de mi Patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobral. No lo he hecho intencionadamente. Me sale así espontáneamente, pero ello tiene una explicación. Yo era de la iglesia de abajo, y la Patrona, la Virgen del Salobral, pertenecía a la iglesia de arriba, quiero decir, que la novena y procesiones, todo dependía de Santa María.

Los de San Miguel, la iglesia de abajo, teníamos al Corazón de Jesús, que no faltaba su entronización en nuestras casas, y la novena era de lo más solemne que se podía uno imaginar, con la Exposición Mayor del Santísimo Sacramento y Bendición final. Para predicar muchas veces venían sacerdotes de fuera, y los cantos, en mi tiempo, fueron dirigidos tanto en la coral de los seminaristas que llegamos a ser hasta 24 en el pueblo, como el coro de chicas del pueblo, dirigidas por D. José Luis Rubio Pulido, de Casatejada, que luego fue coadjutor de la parroquia, y desde allí, pasó a Cáceres, como Prefecto de Música de la concatedral. Murió joven.

Durante la novena, siempre tuvimos disgustos en casa, porque mi padre, que tenía el taller y la fábrica de maderas cerca, se acercaba a la novena tal y como estaba en el taller, es decir, que no iba a casa antes para cambiarse de ropa y esto le ponía enferma a mi madre, pues toda la gente iba muy arreglada.

Sin embargo, qué manera de comulgar mi padre todos los días, con qué devoción, y mi madre y mis cuatro hermanas y yo, después de hacer la Primera Comunión, que en mi casa y familia y para los niños y  niñas que así lo querían, la hacíamos el día de la fiesta del Corazón de Jesús, que también y no sé por qué motivo, Don Marcelo siempre la celebraba el 29 de junio.

Y a lo que iba, que, como era de la iglesia de abajo, y como para remate me vine a los diez años al Seminario y entonces no había vacaciones de Semana Santa y la Patrona se celebraba  la Semana de Pascua, desde el mismo domingo de Resurrección, que se baja a por ella, se la pasea por el pueblo y luego permanecía en la iglesia de arriba toda la novena, total, que no cultivé la devoción a mi patrona. Los de la Iglesia de abajo estábamos centrados en el Corazón de Jesús y la Exposición del Santísimo durante toda la novena. Por tanto, desde los diez años, las  <Vírgenes> que más traté fueron la Inmaculada del Seminario y la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia, que visitábamos con frecuencia los seminaristas y ahora llevo cuarenta y dos años visitándola. De mi patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobrar, lo que más recuerdo y el mayor trato que tuve con Ella fue el tiempo de preparación de mi primera misa, porque me ordené el 11-6-60 y no pude cantar mi primera misa hasta el 1 de julio por razón de los estudios de mis cuatro hermanas. Así que me dieron las llaves de la ermita y todas las mañanas, muy temprano, sin que nadie me viese, celebraba la santa misa. También tengo que decir en honor de mi patrona, que la imagen de la Virgen del Salobrar es la primera foto que tengo en el álbum de fotos de mi infancia y ordenación sacerdotal y primera misa y ahora preside mi habitación, esté donde esté.

3. EL CONOCIMIENTO Y AMOR A MARÍA ME VINO POR EL HIJO ENCARNADO EN SU SENO

El misterio de María es ininteligible si no se hace desde Cristo, desde la relación al misterio de Cristo. Me alegró muchísimo verlo descrito en el Vaticano II,  que lo dijo muy claro en el Capítulo VIII de la Lumen gentium: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

Os digo una cosa: Le tengo tanto afecto a este Capítulo VIII, porque me cogió estando en Roma estudiando y estando al día de sus discusiones y diatribas, porque nos las contaban algunos alumnos que iban a las sesiones, y, por otra parte, me ha gustado tanto al releerlo y meditarlo otra vez despacio, para ver lo que la Iglesia dijo de la Virgen, porque no son pensamientos y amores de Gonzalo sino de toda la Iglesia y por eso me he decidido a ponerlo entero en este libro sobre la Virgen, para que todos tengan la oportunidad de meditarlo.

Es que es lo mejor o de lo mejor que se ha dicho de la Virgen desde un Concilio; es la Mariología más completa y profunda que he oído sobre la Bella Doncella; es una reflexión y meditación bíblico-teológica-espiritual de los padres conciliares, promulgada oficialmente por la Iglesia, para que todos alabemos a la Virgen por su belleza y cooperación, por voluntad del Hijo, en el misterio de la  salvación del mundo y en el origen y desarrollo de la Iglesia. 

Estuve dudando, porque no lo había visto en ninguno de los libros que tengo o he leído sobre María, hasta que me topé en mi biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, publicada por la SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Coculsa, Madrid 1975, pág 61-66). Así que me decidí. Es la Virgen quien se «apareció» para decirme que lo hiciera. Y obedezco como buen hijo.

Poco a poco, en mi oración, fui entendiendo que no podía quedarme instalado en María, como si hubiera llegado al final del “camino, la verdad y la  vida”, que es Cristo, pero que también es el principio único de todo el misterio cristiano, sino que tenía que seguir avanzando en el conocimiento y amor al Hijo; debía intensificar más y con mayor frecuencia el trato y la amistad y la referencia a Él, a tenerlo más en cuenta, seguirlo, imitarlo, volcarme en Él como en el todo, en el Hijo amado y enviado por el Padre para sumergirnos eternamente en el Misterio Trinitario;  y así empecé a visitar más largo y despacio al Señor en el Sagrario durante diez minutos de oración eucarística en el recreo que teníamos después de comer, que era el más largo, y luego esta visita se fue alargando hasta los quince, veinte, treinta minutos... Y así empezó esta historia de amor y amistad intensa con Cristo Eucaristía en la oración, en la misa, en mi vida, que no terminará ya nunca y llena de plenitud de sentido mi  vida sacerdotal,  y de gozo  de encuentro permanente  de amistad con Él desde la Misa, la Comunión eucarística y el Sagrario.

            En el comienzo de su homilía cuarta sobre las excelencias de la Virgen María dice San Bernardo: « No hay duda que cuanto proferimos en las alabanzas de la Virgen Madre pertenece al Hijo; y que igualmente cuando honramos al Hijo no nos apartamos de la gloria de la Madre».

Y esta es la razón de que en mi oración matinal dirigida a ella, siempre le diga: «gracias por haberme dado a tu Hijo; gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo», porque realmente ella me ha llevado a Cristo, ha sido mi madre espiritual que me ha dirigido perfectamente, verdadera madre, a la que he querido y quiero con todas mis fuerzas, porque ella sabe llevarlo todo hasta su Hijo y por Él, con el Espíritu de Amor, hasta el Padre, hasta el misterio de mi Dios Trino y Uno, que me invade y me llena de su mismo amor y vida,  en un eterno amanecer de resplandores  siempre nuevos de luz, belleza y  felicidad.

Y todo esto, repito, por María. Así que les recomiendo a los hermanos protestantes, que nada de tener miedo a que los católicos nos pasemos en nuestro amor a la Virgen y le dediquemos y honremos como si fuera el Hijo, nada de «mariolatría», nada de dar a la Virgen lo que pertenece a Dios, porque ella sabe educar muy bien a sus hijos. Y si hay algún desvío o error, ya se encargará ella de arreglarlo todo.

Si amaran a la Virgen en plenitud, si no tuvieran ningún recelo y prevención en relación con ella, la Madre los llevaría, cogidos de la mano, con mayor dedicación y plenitud a Cristo, a su Hijo, porque ese es su oficio de madre espiritual y  discípula aventajada y educadora de la fe y vida cristiana de todos sus hijos, y el mejor modelo y camino para llegar a Cristo; ella es “la humilde esclava del Señor”, y sólo desea en nosotros cumplir su palabra: “Hágase en mí según tu palabra”;  y esta Palabra es Cristo.

Y esto nos lo confirma la misma historia religiosa de las personas y de los pueblos: Las personas, parroquias, los pueblos verdaderamente Marianos, devotos auténticos de María, son pueblos piadosos y cristianos y eucarísticos y cristocéntricos; pero siempre que se trate de verdadero amor y piedad a María,  nada de ¡Viva la patrona! ¡Viva la Virgen de...! (poned aquí todos los títulos patronales) y luego, si te he visto, no me acuerdo.

Y ¿qué más cosas fui descubriendo y viviendo con esta nueva orientación que la Virgen dio a mi vida? Pues que, al despertarme por la mañana, en vez de dirigirle mi primera mirada a la imagen que tenía en mi habitación y decirla: ¿qué vamos a hacer juntos hoy?, y pensar que, con rezarla el rosario completo, todo estaba ordenado, empecé a tener esos ratos de diálogo personal y directo con su Hijo en el Sagrario, que luego me llevó a practicar y vivir verdaderas comuniones eucarísticas donde tenía que vivir su vida en la mía, cambiando mis criterios y actitudes de amor y rencor y soberbia y pasiones por las suyas de “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, lo cual me llevó a vivir la misa “en espíritu y verdad”, esto es, a retorcerme y hacerme víctima agradable con Él al Padre, sacrificando y muriendo a mis pasiones y soberbias, ofreciéndome como víctima de caridad y perdón con Él en el sacrifico de la cruz que hacía presente en cada celebración, y tener que decir: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, cuando alguno conscientemente te odiaba o perseguía o te hacía la puñeta (Este es el «taco» más gordo que oía a mi padre; cuando lo decía, había que andarse con cuidado, aunque nunca pegó o dio bofetadas a sus hijos; mi madre ya era otra cosa. Que conste que a mí me pasa lo mismo; no he echado un taco en mi vida).

De esta forma y, nuevamente, en orden teológico inverso al que tenía que haber sido: misa, comunión, presencia eucarística, mi vida se fue realmente centrando en Cristo, no sólo teológicamente, sino vitalmente; y la Eucaristía, que es el misterio total de Cristo, hecho presente en cada misa y perpetuado en cada Sagrario, esta vida «por Cristo, con Él y en Él» paradójicamente me fue llevando a conocer mejor a María, su oficio de madre en la Iglesia y amarla más, pero no sólo como un hijo, sino desde el Hijo, esto es, como el Hijo la soñó y la eligió y la amó y confió totalmente en ella como madre ideal y consuelo que quiso tener junto a sí en el momento más importante y doloroso de su vida, al morir por todos nosotros en la cruz y así nos la quiso entregar.

Me llevó a amarla y mirarla con los ojos del Hijo ¡A ver si era esto lo que Ella quería! Claro que sí;  es que el Hijo es el Hijo, y los demás somos hijos, pero, como nos quiere tanto a los hijos, quiere que seamos hijos en el Hijo, porque así nos vendrán todas las gracias y dones. Realmente lo que me dijo la Virgen se parece mucho a lo que dijo a los criados en la boda de Caná: “haced lo que Él os diga”. Es decir, que desde Cristo, es como mejor la he conocido y amado y comprendido a María y su relación conmigo y su misión en la Iglesia. Y esto era lo que ella me decía y me pedía desde muy joven, pero que yo no entendía del todo. Eso sí, me fié de ella  y el agua de mi vida se convirtió en vino de consagración, en vino sacerdotal.

Y esto es lo que quiero deciros ahora: Que esta petición de la Virgen, de que pasara a su Hijo, tenía ya en mi juventud sabor sacerdotal, tenía ya olor de Cristo Eucaristía, que me iba metiendo en ese misterio infinito que nunca se abarca y se comprende del todo, ni se vive y se llega hasta el fin, porque nos mete en esa mina eucarística, donde, como diría San Juan de la Cruz, pero referido al misterio de Dios Trino y Uno, hay miles y miles de cavernas y vericuetos y nuevos descubrimientos, que nunca se acaban. Así quería prepararme ella para que fuera presencia sacramental de Cristo sacerdote, prolongación de su palabra y salvación, con su mismo amor y sentimientos.

Y esto lo tenía que hacer el Hijo con Amor del Espíritu Santo. Ella lo sabía muy bien porque Ella sintió y palpitó y educó al Único Sacerdote. Por eso si el Padre le confió esta misión, es lógico que si Dios se fió de Ella, se fiara también y le confiara que forme a todos los que van a ser como su Hijo al encarnarse en su seno, hombres sacerdotes, presencias sacramentales de Cristo y de su misterio de Salvación, «otros cristos».

Y lo hace muy bien. Por eso, yo ya sacerdote de Cristo, recomiendo total y plenamente, con confianza cierta y segura, la devoción a la Virgen a todos los seminaristas del mundo, a todas las madres sacerdotales, a todos los superiores de seminarios.

Uno de estos vericuetos y novedades, que he descubierto con los años, es el siguiente: Cristo, desde el mismo momento de nacer en María hasta su Ascensión a los cielos, es el Sacerdote Único del Altísimo. Esto quiere decir que, desde Cristo, desde la vivencia de los misterios de Cristo, es como mejor un cristiano, pero, sobre todo, un seminarista y un sacerdote tiene que comprender y vivir la misión de María, Madre sacerdotal por excelencia, es como mejor he comprendido: “haced lo que Él os diga”, que tiene mucho parecido a lo que dijo el Señor en la Última Cena: “haced esto en conmemoración mía”.

            Por eso, en María, por su maternidad y ejercicio de fe y trabajo por Cristo y en Cristo, encontré el mejor modelo de prepararme para el sacerdocio, para su vivencia y comprensión, y para el apostolado. Porque yo veía que María, desde seminarista, me empujaba a trabajar para Cristo y como Cristo a semejanza suya, de su misión de madre: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (LG 65).

            Me alegró mucho ver confirmada toda mi devoción y mariología con lo que se decía en el Vaticano II y de lo cual yo estaba al día porque nos dejaron ir a algunas de esas sesiones a varios sacerdotes de los que entonces estudíabamos en Roma. Cuánto me alegraba al oir o leer por la noche las noticias del desarrollo del Cap. VIII, que había escuchado por la mañana o por la tarde.

            Fijaos qué belleza: «Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

            La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles» (LG 65).

            Y como toda la vida de María, desde “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, hasta tenerlo en sus brazos muerto, desde la Encarnación  hasta el Gólgota, fue una vida en unión con Cristo, ofrecida con su Hijo en la cruz al Padre y a los hombres tal y como su Hijo la ofrecía, porque estaba totalmente unida a Él en todo por voluntad del Hijo, y amándole y amándonos a todos hasta el extremo, especialmente participando “estando de pie” junto al sacrificio de su Hijo, resulta que, en la misa, donde se hace presente mistéricamente toda la vida de Cristo, todo el misterio de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, también se hace presente este “estando de pié” de la Virgen, con todos sus sentimientos y ofrenda, y es donde nosotros, si  estamos muy atentos y nos acercamos por la celebración litúrgica al Hijo, a esta presencia eterna y metahistórica del misterio de Cristo hecho presente por la Eucaristía, todos los cristianos, no sólo los sacerdotes, sentiremos y viviremos los sentimientos y actitudes de la que “estando de pié” junto a su Hijo, se ofrece con Él por todos los otros hijos del mundo.

Si nos acercamos con amor y piedad, en cada misa podremos sentir su respiración fatigosa de  madre dolorida, sentir su mismos sentimientos de dolor y salvación de todos sus hijos, comprender todo su misterio de entrega por amor, unida a su Hijo, a quien le dolió ciertamente no tener junto a sí en su pasión y muerte a sus discípulos, pero no pudo, no tuvo fuerzas, para prescindir de su madre; amén de que quiso que colaborase con Él en la Redención de todos sus hijos. La necesitaba. La quiso tener muy cerca y todo eso se hace ahora presente en la Eucaristía.

Fue allí, donde con su mismo amor y certeza y seguridad de Hijo, nos la entregó como Madre en la persona de Juan y ella recibió este encargo: “he ahí a tu madre... “He ahí a tu hijo”, “Y el discípulo la recibió en su casa”, que es lo que nos corresponde hacer también a nosotros, como lo hizo emocionado Juan, que se vio favorecido con esta gracia singular, donada a todos los creyentes, pero de forma especial a nosotros, los sacerdotes, porque Juan había sido ordenado sacerdote hacía unas horas. Yo también quiero tener siempre a María en mi casa, en mi vida, en mi corazón.

            Sin embargo, a pesar de ser Madre de los Dolores, Dolorosa, de las Cruces...cuando contemplo y venero, incluso sufro en mi vida, por cualquier causa,  yo siempre he visto a mi Madre María, sonriente, de la eterna sonrisa.Yo siempre he buscado la sonrisa de la Virgen. La ayuda de su mirada y del amor que me refleja y comunica por ella. Esos ojos... esa sonrisa, cómo me han ayudado en los tiempos difíciles, en los momentos de soledad, angustia, incomprensión. En Ella siempre encuentro esos ojos que me sonríen, que me dicen: estoy aquí, te veo, estoy contigo, sufriremos juntos como lo hice junto a la cruz de mi Hijo.

            Ella ya no puede menos de sonreir, de ayudarnos a sonreir y aceptarlo todo, sabiendo que nos espera y todo termina en resurrección y vida. Por eso, cuando me dicen que la Virgen se ha aparecido llorando, se me parte el alma. Menos mal que teológicamente ya no puede sufrir, porque está en la  infinita felicidad de nuestro Dios Trino y Uno, pero algo muy fuerte tiene que suceder para que Ella se aparezca así; algo de más amor y entrega y sufrimiento en mi conversión me pide para que otros hermanos dejen de hacer y decir cosas que a su Hijo le ofenden. Porque Ella siempre está junto a su Hijo, bien llevándolo en su seno, bien buscándolo en el Templo y de fiesta en Caná, bien junto a la Cruz, bien en el cielo asunta por el Amor del Hijo que no podía soportar estar sin su Madre en el cielo, no podía se totalmente feliz como Hijo.

4.  EL CONOCIMIENTO Y AMOR  PLENO A MARÍA SE COMPLETA POR  EL HIJO HECHO PAN DE EUCARISTÍA

Lo que quiero decir con esto, es que mi verdadera y auténtica devoción a nuestra Señora y Madre Maria, me la ha descubierto y enseñado el Hijo, especialmente en la Eucaristía, donde María es invocada varias veces en el canon, y es el Hijo quien la hace presente, juntamente con sus sentimientos de Madre y el “ahí tienes a tu hijo” y “el ahí tienes a tu madre”,  por hacer presente su pasión y muerte, y que, si estoy muy atento, me la va comunicando y aumentando en cada misa. Y así voy  mirando y amando cada vez más a María desde el Hijo, porque la voy viendo con los ojos del Hijo y amando con el corazón y entrega del Hijo: “ahí tienes a tu madre”.

Desde aquí he sentido y palpado cómo quiere el Hijo a su madre ¡Qué pasión siente por ella! Lo he sentido y palpado muchas veces. Y así he visto la razón de las apariciones de Lourdes, Fátima y tantas otras, porque la Madre siente las ofensas y desprecios del Hijo como propios y no se puede contener y por eso se aparece a los hijos; pero a la vez siente desde el Hijo, desde la Verdad y la Vida del Hijo, la condenación y el infierno de los hijos... y nosotros no le damos importancia, siendo, sin embargo, lo único que importa y la razón esencial de nuestro sacerdocio, porque lo fue de Cristo Sacerdote y Víctima.

Nosotros, muchas veces, nos entretenemos con actividades temporales, aunque sean caritativas, pero que tienen el peligro de instalarnos en puro horizontalismo porque no se buscan en ellas las eternidades de los que socorremos, su auténtica vida, la que tiene recibida de Cristo por el bautismo y que es la única razón de nuestro sacerdocio. Todo lo demás es relativo, es decir, tiene que decir relación a la vida eterna. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, Dios debe ser siempre el único horizonte de nuestro sacerdocio, somos sacerdotes del Altísimo.

El sacerdote, todo cristiano, como Cristo, tiene que curar a los enfermos y dar de comer a los hambrientos, es una nota esencial de la Iglesia; pero el orden y la orientación debe ser la que acabo de decir: Cristo curó y dio de comer el pan material, pero no fue esto para lo que vino; bien claro lo dijo en el cap. VI de San Juan sobre el pan de la vida: “me buscáis porque habéis comido... procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre... el pan de Dios es el que bajó del cielo... dijéronle: danos siempre ese pan.  Contestó Jesús: Yo soy el pan de vida; el que viene a mi ya no tendrá más hambre...” (cf. Jn 6, 27-35).

Repito: que hay que trabajar en caridad, pero la verdadera, la que se hace para llevar a la gente hacia Cristo, hacia la fe, hacia el descubrimiento y al amor de Cristo, y para esto, predicar la Palabra, celebrar los sacramentos y enseñar a rezar al Padre Dios que cuida de los pájaros y de los lirios del campo. Esta fue la razón fundamental de la venida de Cristo, para esto vino Cristo y se encarnó y murió en la cruz, para que fuéramos hijos de Dios por el bautismo, viviéramos ya por gracia la vida sobrenatural, que lógicamente se vive en la humana, pero debe estar siempre presente y hacia ella debe orientarse todo lo humano.

Cristo vino para ser sembrador, cultivador y recolector de eternidades, y eso es ser sacerdote, y eso está bastante olvidado en los tiempos actuales por falta de vivencia de Cristo Eucaristía, por falta de fe que se queda sólo en  temporalismo y horizontalismo que pierden el sentido sobrenatural y trascendente de la vida, siendo verdad de Cristo: “...que de nada le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”. Es el laicismo, el ateísmo práctico, cultivar lo humano sin referencia a Dios, con lo cual ha de tener cuidado la misma Iglesia.

Por eso se aparece la Virgen, y nos lo recuerda en todos sus mensajes, porque no puede soportar que sus hijos no vivan ni  piensen que son más que esta vida y este espacio, que son eternidades soñadas en Dios y para Dios, y que sembrar y cultivar estas eternidades es la razón esencial de mi sacerdocio y de todas mis actividades, de los sacramentos de vida eterna,  es lo que más me tiene que interesar cuando celebro Bautizos, Primeras Comuniones, Confirmaciones, funerales ¡Señor, que estos niños, que estos jóvenes se encuentren contigo por la fe y la gracia, que realmente sean sacramentos de salvación,  que lleguen a amarte y conocerte; no sólo ni principalmente que salga todo bonito y bien... sino que no se separen ni en vida ni en muerte de Ti, ni en tiempo ni en eternidad!

Y este es el sentido y la orientación que hay que dar a la vida cristiana, a todo apostolado, esto es el verdadero apostolado en el Espíritu de Cristo, no en el nuestro y según nuestros criterios, pero todo desde el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, todo orientado hacia el encuentro eterno y definitivo con Dios, que es lo único que importa y a lo que todo se va a reducir y para lo que hemos sido creados y para lo que Cristo vino y para lo que la Virgen se aparece en Fátima y en otros lugares.        

Y este tiene que ser el sentido esencial y mirada y orientación última que quiero dar a mi vida sacerdotal; si tengo que hacer obras humanas, las hago; si tengo que hacer hospitales, hogares de ancianos, de drogadictos... de lo que sea, lo hago, pero predicando allí mismo el Evangelio y el sentido último de nuestra vida, buscando a Cristo siempre, sin quedarme en esas obras como fin y término, sino buscando a Cristo, la salvación eterna, el sentido cristiano de la vida, que es más que este espacio y que este tiempo, es la eternidad con Él, somos eternidades, nuestra vida es más que esta vida.

En las manifestaciones o apariciones de Lourdes y Fátima siempre he visto la preocupación de Cristo por medio de su Madre por todos los hombres en relación de su eternidad y el camino que lleva a ella, el cumplimiento de la voluntad de Dios, los mandamientos. Y el mismo Dios pone su confianza en nuestro amor a María; y lo quiere cultivar mediante estas apariciones. 

No tenemos que olvidar que el Hijo la quiso corredentora, mediadora, aunque este término no guste a los teólogos y fuera rechazado en un principio; lógicamente por voluntad y siempre unida al Hijo, ya que la quiso “junto a la cruz”, «en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (LG 58).

Esta es la razón de que la Virgen en Fátima pidiera la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de la Madre, en lugar del Hijo. Parecía un poco atrevido teológicamente. De hecho los Papas dudaron en un principio, luego lo hicieron, pero no como la Virgen quería, según Lucía; hasta que Juan Pablo II lo hizo como ella quería.

Y así me ha pasado a mí. Poco a poco esta consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, cosa que yo no entendía muy bien desde la teología, lo he comprendiendo desde Cristo, desde la importancia que Cristo ha dado a su Madre, como Madre de la Iglesia y educadora de la fe de sus hijos.

Es que la unión entre Cristo y María es más de lo que parece y es total y sin límites el poder de santificación y gracia y confianza que el Hijo ha puesto en la Madre, o, que para que algunos teólogos no sufran, nos pasa por mediación y por las manos de la Madre.

De todas formas, la Virgen se ha ganado toda nuestra confianza porque lo que nadie esperaba, porque todos creíamos que tendríamos comunismo y marxismo para rato, para siglos, rezando el rosario, se vencieron ejércitos de millones de combatientes, se cayeron los muros y desapareció el comunismo de Europa y del mundo, porque lo de Cuba es para confirmarnos más en sus errores y dar la razón a la Virgen. Cuba es una manifestación del despotismo de unos marxistas, que lleva a la pobreza y al hambre, a la pérdida de libertades y desarrollo de la personalidad e iniciativas humanas, y precisamente junto a un país defensor de la democracia y el más desarrollado y rico del mundo.

Y la razón es evidente: No podemos olvidar, hermanos, que el respirar de aquella joven nazarena, virgen guapa de catorce años, tan joven y tan bella, María, no podemos olvidar que los latidos de su corazón fueron los del mismo Hijo de Dios al hacerse hombre; y fue el Hijo quien la escogió como madre; y es que no pudieron conocerse y amarse más que siendo madre e hijo.

Por eso, si en la Eucaristía se hace presente el Hijo con todos sus dichos y hechos salvadores, aquel cuerpo nacido de María con todos sus sentimientos de ofrenda al Padre y salvación de los hombres, es lógico también que se hagan presentes María con su vida y sentimientos, junto y unidos a todos los acontecimientos de la vida de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección. Y lógicamente María “junto a la cruz” de su Hijo.

            Lo tengo escrito hace tiempo, porque lo he meditado y vivido durante toda mi vida sacerdotal. Y no he olvidado lo que leí en un libro de GARRIGOU-LAGRANGE en mi último año de Seminario y que prediqué en mis primeros sermones:

            Bossuet, en su sermón sobre la Compasión de la Santísima Virgen, dice maravillosamente:

            «Fue voluntad del Padre Eterno que María no sólo fuese inmolada con esta víctima inocente, y clavada en la Cruz del Salvador con los mismos clavos, sino que fuese asociada a todos los misterios que por su muerte se iban a cumplir...

            María está cerca de la Cruz; con qué ojos mira a su Hijo ensangrentado, cubierto de heridas y que ni figura tiene de hombre. Esta vista le causa la muerte; si se aproxima al altar; es que quiere ser inmolada también, y allí, en efecto, siente el golpe de la espada tajante, que, según la profecía del buen Simeón, debía...abrir su corazón maternal con heridas tan crueles.

            Pero ¿la abatió el dolor, la postró por tierra por desfallecimiento? Al contrario, “Stabat juxta crucem”: “estaba de pie junto a la cruz”. No, la espada que atravesó su corazón, no pudo disminuir sus fuerzas: la constancia y la aflicción van al unísono, y su constancia testifica que no estaba menos sumisa que afligida.

Qué queda, pues, caros cristianos, sino que su Hijo predilecto que le hizo sentir sus sufrimientos e imitar su resignación, le comunique también su fecundidad. Con este pensamiento le dió a San Juan como hijo suyo: “Mulier, ecce filius tuus” (Jn 19, 26): “Mujer —dijo—, he aquí a tu hijo”.

Oh mujer, que sufrís conmigo, sed fecunda también conmigo, sed la madre de mis hijos, os los entrego sin reserva en la persona de este discípulo; yo los engendro con mis dolores, y como gustáis de las penas, también seréis capaz, y vuestra aflicción os hará fecunda» (GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, Desclée, Buenos Aires 1955, págs.192-193).

Vamos a desarrollar este pensamiento en un silogismo; pero al estilo antiguo, como lo estudiábamos en la LÓGICA, del primer curso de Filosofía. En la mayor del silogismo ponemos la verdad teológica,  expresaremos que la Eucaristía hace presente todo el misterio de Cristo en la tierra; en la menor, diremos, como en nuestros años de filosofía: en la menor...«es así que» la Virgen estuvo presente durante toda su vida; luego... está también presente en la Eucaristía con todos sus sentimientos: los del Hijo para con la Madre: “he ahí a tu hijo” y los de la Madre para con el Hijo.

Proposición mayor:

            «La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi». Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida y sentimientos en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica.

            Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de lo que yo he vivido y amado, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas de emoción por todos los hombres...

            Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:“Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy”. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).

            La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el  teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

            La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado» (Cfr. F. X. DURRWELL, La Eucaristía, sacramento Pascual, Sígueme 1981, pág 13-14).

El sacerdote no sólo hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.

En la misa nos encontramos con los sentimientos de Cristo en la Cena, en Getsemaní, en la Cruz, ahora en el cielo. En la Eucaristía nos encontramos con los sentimientos de Cristo que nos llevan a la Madre que estuvo, por voluntad del Hijo, «no sin designio divino» “junto a la cruz” del Hijo (CELEBRAR LA EUCARISTÍA EN ESPÍRITU Y VERDAD, Edibesa, págs 177-179).

Vamos a detenernos en estas palabras de la cruz. Primero, tenemos que decir de estas palabras que María «está de pie». Estaban Ella y esas mujeres que la acompañaban, pero pongamos la atención en María, porque Ella es la que tiene aquí un puesto central. Se dice de Ella que “estaba de pie junto a la cruz”. Ahora bien, ese estar de pie es postura sacerdotal del que ofrece. En la Carta a los Hebreos expresamente se dice: “Los sacerdotes estaban cada día de pie ofreciendo”. “María estaba de pie”, no simplemente estaba ahí arrodillada o cohibida o caída: “Estaba de pie junto a la cruz”, es postura sacerdotal: Jesucristo está ofreciendo su sacrificio y María junto a Él. En María no hay un mínimo signo de pretensión o voluntad de que Cristo baje de la cruz. Se podrían oír gritos que decían: ¡Baja de la cruz y creeremos en ti! La postura de María es de aceptación de ofrecimiento, está ahí asociada a la Pasión.

Ahora,  la menor:

Es así que» la Virgen estuvo presente en la vida y en el corazón de su Hijo durante toda su vida, hasta el punto que quiso tenerla presente en el momento cumbre de su vida, especialmente en su pasión, muerte y resurrección que se hacen presentes en la Eucaristía y todo por elección, iniciativa y voluntad del Hijo...

Luego

en la Eucaristía se hacen presentes toda la vida y todos los sentimientos de Cristo con su madre María, desde la Encarnación hasta su Ascensión, especialmente su pasión, muerte y resurrección,  en su mismo respirar y sus mismos latidos del corazón de hijo en la madre y de toda madre en el hijo, hasta  engendrarlo por obra del Espíritu Santo, hasta verlo morir “junto a la cruz” habiendo escuchado antes su encargo: “he ahí a tu madre”,“he ahí a tu hijo”, y tenerlo muerto y abrazado y besado con sus manos y labios de madre.

Todo es cuestión de saber que la Eucaristía no es mera memoria sino memorial que hace presente toda la vida y todo el misterio de Cristo. Por eso, la devoción a la Virgen, en definitiva, es cuestión del Hijo, de la celebración de la Eucaristía, del memorial de Cristo con María, que hace presente la relación y sentimientos del Hijo con la Madre y a la vez de la Madre con el Hijo.

Por todo esto, María me lleva a Cristo, pero es desde su Hijo, Cristo Jesús, especialmente en la celebración de la Eucaristía, desde donde siento muy cerca su respirar y latidos de la madre sacerdotal. Y si esto ya lo tenía muy presente antes de mi Ordenación, con mucha más razón después. Y me explico.

Ella está presente todos los días en el momento de celebrar al Eucaristía porque en el cáliz consagro la sangre de su Hijo, que es sangre que estuvo unida a la de la Madre durante nueve meses y luego separada, pero recibida de Ella, y que en la cruz llegaron a identificarse en la manos de la Madre ensangrentadas por la sangre del Hijo a quien tuvo en su regazo, y que sufrió  la misma pasión que la de su Hijo, cumpliendo su voluntad que era la del Padre para la salvación de los hombres sus hermanos, adorando y obedeciendo, con amor extremo, hasta dar la vida.

5. EL CÁLIZ DE MI PRIMERA MISA

            Por eso el Hijo quiso que María, su madre, estuviera “junto a la cruz”, junto a Él en el sacrificio de su pasión y muerte, que el Sacerdote Único hace presente todos los días por medio de la humanidad supletoria y prestada de los sacerdotes.

Digo que la Madre sacerdotal está en mi cáliz singularmente por esta verdad bíblica y teológica, que viene muchas veces a mi mente en esos momentos, grabada también a fuego y cincel materialmente en el mismo cáliz de mi primera misa y de siempre, porque es con el que celebro todos los días, donde hay grabada una inscripción que me lo recuerda diariamente.         

Es el cáliz, que todavía seminarista, juntamente con la sotana y el manteo amplio y ligero, como entonces nos lo hacíamos la mayoría de los ordenandos,  encargué hacer por medio del célebre catalán Sr. Hons, que visitaba nuestro seminario y también nos tomaba las medidas de las sotanas.

Al encargárselo, le expliqué que en el cáliz,   entre la copa y la base, en la parte central,  por donde tomamos el cáliz con nuestras manos, pusiera un anagrama referente a María, y puso una M grande, atravesada en la parte central de dicha letra por una azucena, signo de la virginidad y pureza de la Virgen, y debajo una media luna que abarcaba la base de la M, en alusión a la mujer del Apocalipsis “coronada de estrellas y la luna bajo los pies”.

Luego, desde la M, a derecha e izquierda de la misma y en posición vertical, por la derecha, encontramos un sarmiento de vid con racimos de uvas y una palmera, clara alusión al vino que se convertirá en la sangre de Cristo y un ramo de palmera, entrada triunfal en Jerusalén, domingo de Ramos, inicio de la Pasión; por la izquierda de la M encontramos una espiga, materia del pan que se ha de consagrar y un ramo de rosas rojas, que no sé bien su significado, pero pueden ser rosas rojas de la sangre de Cristo, hasta llegar hasta el centro, pero en posición opuesta a la M, donde está el anagrama de PX, pero superpuestas las dos letras; dicho cáliz, en la base plana que toca los manteles tiene una inscripción: (Regalo de mis padres y hermanas en mi Ordenación sacerdotal 11 de junio 1960).

Y ahora quiero deciros a todos, que, al tomarlo en mis manos para consagrar el vino, lo hago con la Virgen porque realmente Ella puede decir también con toda verdad: Esto es mi cuerpo, Esta es mi sangre...; pero sobre todo, porque, al decir el Hijo esas palabras de la Última Cena, que no se repiten por el sacerdote, sino que el mismo Cristo las hace presentes como aquella y única vez que las dijo y para siempre y ahora se hacen presentes con toda su vida y sentimientos, desde que nace en el seno de su Madre hasta que sube ante el Trono del Padre para darle gracias y entregarle la humanidad redimida; todo se hace presente: Acordaos de mi... de mi emoción, entrega de amor, de mis sentimientos, amor extremo por vosotros, hasta dar la vida... no te olvidamos, Señor.

Pues bien, al decir Cristo, su Hijo, esas palabras, todos los días, por medio de mi humanidad supletoria, ni un solo día he dejado de mirar antes esa bendita M, sin que esa bendita M de Madre me toque y abrace mis manos consagrantes y me anime y me esté ayudando a inmolarme e identificarme más con el Hijo, haciéndome con Él una ofrenda agradable al Padre, adorando y cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, sobre todo en esas etapas duras de la vida, en las que las humillaciones, las persecuciones, mis errores y pecados, las calumnias me han hecho derramar sangre de vida y dolor profundos; ni un solo día de mi  vida he celebrado ni consagrado sin que esa dulce M  esté mirándome, porque la necesito.

Así que muchas veces, al echar el vino y la gota de agua, le tengo que dar la vuelta al cáliz, porque lógicamente las que ponen los vasos sagrados sobre el altar nada saben de estos secretos con la Señora y a veces me ponen la parte contraria. Pero yo, sin que nadie se perciba de ello, al echar el vino, le doy la vuelta para que M, María, me mire y me ayude a ofrecerme y consagrarme con su Hijo,  ya que me he acostumbrado a darle ese beso con mi mirada de amor, a tener ese recuerdo para la Madre, en petición de que me ayude a transformarme como el pan y el vino en Cristo, que me ayude a consagrar ese Cuerpo del Hijo y  con su corazón y sentimientos de Madre expresados a través de sus manos junto a las mías apretando el cáliz, me vaya identificando con su Hijo, hasta el punto que me vea hijo en el Hijo, plenamente transformado, por el amor del Espíritu Santo, que le formó en su seno y que a los sacerdotes nos consagra y transforma en Cristo, su Hijo.

Este es el título que puse en mis estampas de primera misa, de las que todavía guardo algunas en el cajón central de la mesa de madera de castaño, que me hizo mi padre, como regalo de primera misa: «Reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres». Es un eco de Sor Isabel de la Trinidad, que tanto influyó en mi vida y sacerdocio, en la devoción a la Virgen, al Espíritu Santo y, sobre todo,  a la Santísima Trinidad.

Sin embargo, desde hace años, ya no digo «reproducir», como puso el traductor del francés de la oración de Sor Isabel,  porque me suena a producir un producto más veces, por ejemplo, una obra de teatro, que es la misma pero totalmente; sino <hacer presente>, que me parece más teológico y exacto conceptualmente, porque es la misma realidad siempre hecha presente en la única y la misma vez, no una representación, pero de forma litúrgica, metahistórica, más allá del tiempo y del espacio,  mistéricamente. 

            Necesito mirar y sentir en mí a María oferente también del sacrifico de su Hijo. Mirar a María en mi cáliz en el momento de la ofrenda porque es la primera y más cualificada y digna Oferente ante el Padre como Madre  del Cuerpo real y Místico de Cristo.

            Si, sí, es que el sacerdocio es un  ministerio para ofrecer a Dios alabanza, acción de gracias, petición de perdón y ofrendas dignas ante Él, para implorar su amor y bendiciones, todos sabemos que sin Cristo no hay Ministerio Sacerdotal. Por ello Pablo dice: “se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y víctima a Dios en fragancia de suavidad” (Ef 5,2).Pero el Verbo, para ser oferente entre nosotros, “se hizo carne, y habitó entre nosotros: y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito procedente del Padre, lleno de gracia y de verdad.”(Jn. 1.14).

            Y todo con el fin así expresado por Pablo: “Bienaventurados aquellos a quienes fueron perdonadas las iniquidades y a quienes fueron encubiertos los pecados, bienaventurado el hombre a quien el Señor no le toma a cuenta el pecado” (Rm 4,7). Porque, aunque la redención es universal, es cierto que “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios” (Jn1, 11-12).

            Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, y de Ella tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.     Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la Iglesia, puesto que en aquel momento comenzó la salvación y la redención y la regeneración sobrenatural. Y María en el Calvario, “junto a la cruz de su Hijo” <<no sin designio divino>> fue Madre oferente y sacerdotal del Hijo, llevando unida a Él a plenitud redentora la  humanidad sacrificada de Cristo.

Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en Él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo. Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

Y ya, para terminar, añadir una nota referente a la casulla y alba de mi primera misa, bordadas primorosamente por una señora de Don Benito, conocida a través de alguno de mis compañeros. Como yo era el que la había soñado y el que la encargaba, quise que en la casulla estuvieran muy presentes mis amores predilectos y más importantes: mi Dios Trino y Uno y mi Dios Amor, Espíritu Santo, que me consagraría sacerdote eternamente y es, en definitiva, al que le debo todo, aunque tardé años en conocerlo personalmente y entregarme totalmente a Él, como Dios Amor, aunque ese Amor y Gracia de Dios en mí, estuvo siempre presente en todos nosotros desde nuestro bautismo, donde nos hizo sacerdotes, profetas y reyes, y templos de la Santísima Trinidad.

Realmente Él es el que dirigía y alimentaba todo mi ser y existir en Cristo hasta María y de María hasta Cristo, porque todo era en el Espíritu de Cristo, y el Espíritu de Cristo, el Amor de Cristo al Padre y del Padre al Hijo, es el Espíritu de Amor, el Espíritu Santo.

Y yo quería que todo en mi sacerdocio fuera, como en Sor Isabel de la Trinidad, para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad: “In laudem gloriae ejus”. Sor Isabel de la Trinidad quiso llamarse así al final de su vida. Las Tres Divinas Personas están representadas por tres líneas que salen del centro de la casulla, en su parte delantera, precisamente la que está junto a mi pecho y corazón y vuelven a juntarse en la parte posterior de la casulla, la que cubre la espalda del celebrante.

En la parte de la casulla que cubre la espalda del sacerdote, está el mismo círculo grande, pero en el centro, un pelícano dando de comer a sus polluelos con su misma sangre. Es clara la alusión al misterio que celebramos.

Mi buena Isabel, buenísima sacristana y alma profundamente eucarística, orante permanente por la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas, por el seminario y sus vocaciones, me sorprende con frecuencia con esta ropa y entonces yo celebro y recuerdo con emoción todo lo vivido en mi vida y lo uno al presente, esto es, a lo que en la misa Cristo, el Amigo y Confidente realiza y a quien he entregado mi vida y me hace feliz y me ha conquistado totalmente, y que junto con su Madre, la hermosa nazarena, no olvidan de recordarme en cada misa. Los tengo muy presentes en la celebración de la Eucaristía y en mi vida posterior.

Es una <contemplación> llena de amor, que empieza yacuando llego para vestirme y prepararme y me sirve de oración contemplativa durante el misterio que celebro.

Puedo decir que así he celebrado todos los días las santa Eucaristía hasta mi jubilación de la parroquia, donde al no  tener que revestirme con esas ropas, no ver sus signos, voy olvidando su significado; también influyen los años, sesenta y tres desde mi primera misa y estreno de estas vestiduras sagradas.

6. EL TESTIMONIO: SOR LUCÍA

He visto reflejado todo este pensamiento teológico y vivencia en un libro escrito  por Sor Lucía, la vidente de Fátima, publicado hace siete años, como resumen de todo lo dicho y meditado por ella sobre lo que oyó de la Virgen, de los mensajes recibidos de Nuestra Señora de Fátima. Ha sido como su despedida de esta tierra, su testamento para todos los hijos de María,  porque a los tres años de publicarlo, murió.

Y ahora que ha salido el nombre de Fátima, recuerdo que, siendo seminarista y prefecto del curso de Gaspar, del Río, José Luís, Jacinto, José Antonio Esteban, Felipe Sánchez, Eduardo Martín... --no quisiera olvidar a ninguno de los que  fueron—hicimos una peregrinación a Fátima  en bici, juntamente con Roberto Martín, mi condiscípulo que ya está eternamente con Jesucristo, sacerdote único y eterno, cantando con la Virgen y todos los santos ante el Trono de Dios. ¡Qué epopeya! No puedo olvidar aquella mañana que, por ahorrarnos unos diez kms atajamos por un camino y allí nos tiramos casi todo el día con los pinchazos.

Desde entonces, jamás miraré los kilómetros para hacer un viaje, sino el estado y situación de las carreteras. No lo he olvidado. Ni las veintitantas horas que me tiré durmiendo en la cama cuando regresamos. Algunos estuvieron dos días. Pero sobre todo, no olvidaré los rosarios que rezamos durante el camino y las cosas bellas que nos dijo y dije a la Virgen en su Capilla.

Y ya doy paso al testimonio de la vidente de Fátima. Pero antes quisiera decir una cosa, ya que han salido a relucir las bicis y las carreteras. La Virgen ha hecho conmigo verdaderos milagros de locomoción, tanto de bici: Me caí en una carrera de las ferias de mi pueblo, junto con Marino, y nos llevaron a los dos a camas de mi casa que estaba en la carretera;  milagros de motos: estando en Plasencia, además de la Vespa común que tenía, un amigo me dejaba su Guzzi, de siete caballos  y medio, roja, y puedes imaginarte, llegué a poner hasta 200 kms en aquellas carreteras de tercera; milagros de todo tipo de coches que he manejado por toda España y Europa, incluso en países comunistas.

Durante los dos años que manejé la Guzzi de siete  caballos y medio, nadie lo supo, porque tenía un casco imponente, que me lo compré para el caso y que precisamente me lo pidió un seminarista polaco que estudiaba en Toledo, y que, al venir a Plasencia, para preparar el viaje de vacaciones de verano que, juntamente con otro polaco y Juan Pedro, seminarista diocesano que estudió en Toledo, hicimos a Polonia, lo vio, me lo pidió y se lo llevó para un hermano suyo que luego vi tenía una motocicleta, y dejé de montar en motos grandes.

Llevé a estos dos polacos a sus casas, que estaban precisamente al norte de Polonia, en el puerto de DANSK (Danzing) y allí estuve una semana, siendo Polonia país comunista, pero vamos, un comunismo sui géneris; la madre de uno era dirigente comunista; quiero decir que aquello era un comunismo especial.

Recorrimos toda Polonia y parte de Rusia; algunas veces me decían: estamos en terreno ruso, si vienen los soldados hay que decir que no lo sabíamos. En Polonia todo el panorama es igual: lago, bosque y praderas verdes, muy verdes; y luego, otra vez empezar: otro lago, otros bosques y más bosques, todos muy verdes, y otros lagos de aguas claras. Mucho frío pasé y era verano. Por cierto, que el último día hicimos 800 kms. desde Hamburgo, Alemania. Cuando llegamos en la madrugada del día siguiente, yo ya no sabía donde estaba el cambio de marchas, ni luces ni nada. Por eso, os digo, que la Virgen ha hecho verdaderos milagros en la carretera conmigo.

No olvidaré que al pasar de la Alemania del Oeste a la del Este, fue un cambio tan radical, vi tal pobreza en la misma frontera, en el supermercado en el que entramos para comprar las cosas de comer, y en las mismas carreteras, todas antiguas, no tocadas desde la guerra europea, que no me explicaba cómo se podía decir que el comunismo era progreso y desarrollo económico y social.

Bueno, podía contar más cosas, lo único que quiero decir a este respecto es que, a pesar de que en mis tiempos buenos solía hacer cada año sobre cuarenta mil kilómetros, ahora no hago ni la mitad; y nunca tuve un accidente: Todo se lo debo a la Virgen.          

Siempre diré que la Virgen, la Señora del buen Camino, la Estrella de los mares, estuvo conmigo en mi caminar por la carretera. Es que la invito a que se monte en el coche. Siempre comienzo el viaje invocándola con un avemaría y Santa María del buen camino, ruega por nosotros.

Luego en carretera, si voy solo y el camino es largo, me encanta rezarle el rosario completo; bueno, el orden es el siguiente, porque es todo un rito sagrado y siempre igual: la invoco, pongo un disco con la misa rociera, ¡me encanta la salve rociera! y cuando acaba, empiezo a rezarle el rosario. Ese rosario que rezamos tres seminaristas, que un día de vacación, por la carretera de Jaraiz hasta el Km. 10 donde había que descansar y comer, no quisimos pararnos y nos fuimos andando a mi pueblo.

Estos tres seminaristas fueron Ángel Martín, que luego marchó a Misiones, Emilio Bravo, con el que hablé esta mañana para asegurarme y me dijo que no olvidara poner que la media fue de ocho minutos cada Km. en los 37 que había hasta mi pueblo y que paraban camiones que me conocían, porque íbamos con sotana y nos invitaban a subir y no quisimos montar.

Esta hazaña no hizo salir en el célebre «martirologio» de la Inmaculada, ante de la quema del »Bicho» donde en poesía jocosa salían los hechos relevantes del año. Nos dijeron que no nos pasó nada con el Rector porque fuimos protegidos por un «ángel» y es que de todos era sabido lo enchufado que estaba Ángel Martín con D. Avelino, rector.

Pasando ya a mis viajes actuales, si el viaje es largo, rezo el rosario completo. Y lo dicho, ya no corro, pero conduciendo tan rápido como lo hacía antes, he conducido a velocidades que no puedo decir, tuve “peligros de tierra, peligros de mar, peligros...”  por distracciones, cambios de rasantes, carreteras que no tienen 300 mts. de recta para adelantar, peligros de otros conductores, otros coches, peligros de conejos, zorros, ciervos...algunos he matado... en la carretera antigua de Trujillo, en la de Jaraiz y en la de Serradilla, así que no me atribuyo ningún mérito y todo se la debo a Ella.

Si voy acompañado, ordinariamente con Pepe, mi compañero, rezamos un Avemaría al empezar y el rosario al regreso, después de la cabezada reglamentaria que da Pepe, si comemos en el camino. Y desde luego, al finalizar los viajes, en cuanto se divisa el Puerto, la salve.

Y perdona, Sor Lucía, ya te dejo hablar, porque me gusta mucho tu testimonio y al ser de una de las que viste en la tierra a la Virgen y conoces tan bien a la Señora, Nuestra Señora de Fátima, con la que ya estás en el cielo juntamente con Francisco y Jacinta, mereces toda la confianza y credibilidad.

Te digo, Lucía, que este libro tuyo, últimamente publicado, me ha dado mucha luz sobre la verdad de Fátima, porque tiene mucho sabor y olor de Cristo “Camino, Verdad y  Vida” y consigientemente sabor y olor  de su Madre, la Virgen; quiero decir, más sabor de Cristo a María, o si quieres, de María en y por Cristo.

Por cierto que hablas de Ella con sumo respeto; es que Ella te ha enseñado y hablado del infierno, y la viste a veces muy triste, muy triste, y es que era para estarlo porque seguimos sin hacerla mucho caso, pensando que lo de Fátima son cosas de niños y mujeres; estaba muy triste la Virgen porque le ofenden la ofensas y pecados contra Dios más que las propias, lo de siempre, lo del Hijo en la Madre y la Madre en el Hijo. ¿Recuerdas, Lucía? Esta oración, que es profundísima, nos la enseñaste tú, porque a ti te la enseñó el ángel en la primera aparición. Lo describes así:

«Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados. Al llegar junto a nosotros dijo:

—No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!

Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que le oímos decir.

--Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman--.

Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo: Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.

Y desapareció. La atmósfera sobrenatural que nos envolvió era tan densa que casi no nos dábamos cuenta durante un largo espacio de tiempo de nuestra propia existencia permaneciendo en la posición en que el Ángel nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro. Al día siguiente todavía sentimos la influencia de esa santa atmósfera que iba desapareciendo sólo poco a poco.

No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio. Era de una naturaleza tan íntima, que no era nada fácil hablar de ella. Tal vez por ser la primera manifestación de esta clase su impresión sobre nosotros era mayor».

Querido lector amigo, repite y medita esta oración que la Virgen dijo a los niños de Fátima; es profundísima, cada día me descubre nuevos matices; es bíblica: adorar al Dios supremo; es teológica: creer, esperar, amar: virtudes teológicas que nos unen directamente a Dios; es espiritual, en esa oración no se habla más que de peticiones sobrenaturales, aunque luego todos los santuarios son un refugio de enfermos, de necesitados y pobres de todo tipo.

Bueno, que no se me olvide: la rezamos todos los días dos veces. La empezamos a rezar  por indicación de  una feligresa que ama y tiene una intimidad con la Virgen como yo no he visto a  nadie en este mundo, no digo que no las haya, pero que no he tenido la suerte de encontrarme con ellas, y mira que tengo Marianas en mi parroquia; pues bien, la rezamos por la tarde, en el santo rosario antes de la misa; pero la primera vez es por la mañana, y la rezo yo, cuando a las 9 expongo al Señor para la Adoración Eucarística en el Cristo de las Batallas, que permanece hasta las 12,30 en que celebramos la Eucaristía.

Rezo tres Padre-nuestros y Ave-marías, en honor de la Santísima Trinidad, y después del último, en el que antes de hacerlo, digo en voz alta: --por la santidad de la Iglesia, cimentada en la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones; por la santidad de la familia, que no haya tantas separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, uniones homosexuales, crímenes de esposos y esposas entre sí y matanzas de inocentes por selección de embriones; por nuestra Parroquia, por nuestros hijos y nietos y por nosotros mismos y por la fe de España y del mundo entero, como pidió la Virgen a los niños…; rezo el Padre-nuestro, digo ¡Viva Jesús Sacramentado! Y todos a continuación rezamos: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Me levanto de la Presencia del Señor, y me voy al ambón para rezar Laudes.

Y rezo todos los días y varias veces por la santidad de los obispos y sacerdotes, porque este es el fundamento puesto por Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”; rezo para que seamos hombres de oración verdadadera, de oración transformativa en Cristo, sarmientos unidos a la vid, pastores que guiados por una oración no meramente meditativa-reflexiva, sino contemplativa, hayamos llegado a una unión transformativa con Jesucristo Eucaristía.

Y perdonad este paréntesis. Ahora ya pongo el texto anunciado de Sor Lucía en que nos habla de la unión de la Madre con el Hijo y del Hijo con la Madre, que dice así: «La obra de nuestra redención comenzó en el momento en el que el Verbo descendió del Cielo para tomar un cuerpo humano en el seno de María. Desde aquel instante y durante nueve meses, la sangre de Cristo era la sangre de María, cogida en la fuente de su Corazón Inmaculado, las palpitaciones del corazón de Cristo golpeaban al unísono con las palpitaciones del corazón de María.

Podemos pensar que las aspiraciones del corazón de María se identificaban absolutamente con las aspiraciones del corazón de Cristo. El ideal de María se volvía el mismo de Cristo, y el amor del corazón de María era el amor del corazón de Cristo al Padre y a los hombres. Toda la obra redentora, en su principio, pasa por el Corazón Inmaculado de María, por el vínculo de su unión íntima y estrecha con el Verbo Divino.

Desde que el Padre confió a María su Hijo, encerrándole nueve meses en su seno casto y virginal  --“Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros” (Mt 1, 22-23; Is 7, 14)--, y desde que María, por su «sí» libre, se puso como esclava a disposición de la voluntad de Dios para todo lo que Él quisiese operar en ella, ésta fue su respuesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), desde entonces y por disposición de Dios, María vino a ser con Cristo, la corredentora del género humano.

Es el cuerpo recibido de María que, en Cristo, se torna víctima inmolada por la salvación de los hombres, es sangre recibida de María que circula en las venas de Cristo y que surge de su corazón divino. Son ese mismo cuerpo y esa misma sangre, recibidos de María que, bajo las especies de pan y vino consagrados, nos son dados en alimento cotidiano para robustecer en nosotros la vida de la gracia y así continuar en nosotros, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, su obra redentora para la salvación de todos y cada uno, en la medida en que cada uno se adhiera a Cristo y coopere con Cristo.

Así, después de llevarnos a ofrecer a la Santísima Trinidad los méritos de Cristo y del Corazón Inmaculado de María, que es la madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el mensaje pide que le sean asociados también la oración y los sacrificios de todos nosotros, miembros de aquel mismo y único cuerpo de Cristo, recibido de María, divinizado en el Verbo, inmolado en la cruz, presente en la Eucaristía, en crecimiento incesante en los miembros de la Iglesia. En cuanto madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el corazón de María es de algún modo el corazón de la Iglesia, y es aquí, en el corazón de la Iglesia, que ella, siempre en unión con Cristo, vela por los miembros de la Iglesia, dispensándoles su protección maternal»

(Hermana Lucía, LLAMADAS DEL MENSAJE DE FÁTIMA, Planeta, Madrid 2001, págs 124-125).

BIBLIOGRAFÍA

ALEJANDRO MARTÍNEZ, María en la fe Católica, R. Agustiniana, Madrid 2003.

BENEDICTO XVI, Enseñanzas de Benedicto XVI. Diccionario tomo 1 (2005), tomo 2 (2006), tomo 3
(2007): voces: ESPÍRITU SANTO y PENTECOS- TÉS Edibesa, Madrid, 2006, 2007, 2008.

BENEDICTO XVI, Catequesis sobre los Padres de la Iglesia, Revista Ecclesia, Madrid.

CÁNDIDO POZO,  María en la Escritura y en la fe de la Iglesia, BAC, Madrid 1979.

CARMELO GRANADO, El Espíritu Santo en la Teología Patrística, Edit. Sígueme, Salamanca 1987.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, B.A.C., Madrid 1992.

COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, B.A.C., Madrid 1997.

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Misas de la Virgen, C. LITÚRGICOS, Madrid 1990.

ENCICLOPEDÍA MARÍANA POSTCONCILIAR, M. Tuya, pag 393-397;

EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo, dador de vida, Edi. Mercaba, Bilbao 1993.

EMILIANO JIMÉNEZ,  María, Madre del Redentor, E. Grafite, Bilbao 2001.

GREGORIO DIEZ, Obras de San Bernardo, BAC, Madrid 1953.

GUILLERMO PONS, El Espíritu Santo en los Padres

de la Iglesia, Madrid 1998;

GABRIEL DE S. MARÍA MAGDALENA, Intimidad Divina, Monte Carmelo, Madrid 1998.

GONZALO APARICIO, El Espíritu Santo, Abrazo y Beso de Dios, I y II, Edibesa Madrid 2007.

INST.  DE ESPIRITUALIDAD, Cuaderno 2º: Isabel de la Trinidad, Madrid 1984.

GUILLERMO PONS, El Espíritu en los Padres de la Iglesia, Edit. Ciudad Nueva, Madrid 1998.

HERMANA LUCÍA, Llamadas del Mensaje de Fátima, Planeta, Madrid 2001.

JAIME GARCÍA ALVAREZ, Oremos con San Agustín, Edi. Revista Agustiniana, Madrid 1996.

JEAN GALOT, Presencia de María en la vida consagrada, Paulinas, Madrid 1989.

JEANS CLAPIER, OCD, La Aventura Mística de Isabel de la Trinidad, Burgos 2007.

JOSÉ ANTONIO LOARTE, El tesoro de los Padres, Edit. RIALP, Madrid 1998.

JOSÉ GEA, La oración de la Virgen, PPC, 1988.

JOSÉ MARÍA CABODEVILLA, Señora nuestra, BAC, Madrid 1958.

JOSÉ POLLANO, Se llamaba María, Paulinas 1985

JUAN PABLO II, Catequesis sobre la Virgen María, Ed. Palabra, Madrid 1998.

JUAN PABLO II, Rosarium Mariae, Roma 2002.

JUAN ESQUERDA, Espiritualidad Maríana de la Iglesia, E. Atenas, Madrid 1994.

M.M. PHILIPON, La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, Desclée, Pamplona 1963.

ORTENSIO DA SPINETOLI, María en la Biblia,

Larrainza, Pamplona 1966.

PIE REGAMEI, Los mejores textos sobre la Virgen, Patmos, Madrid 1982.

REVISTA ORAR, La oración de María, nº 146, Monte Carmelo, Burgos 1997.

STEFANO DE FIORES, María, camino de Fidelidad,  Bogotá 1998.

STEFANO DE FIORES,  MARÍA,  donna eucarística, San Paolo, Torino 5005.

SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Enciclopedia Maríana Posconciliar, Coculsa, Madrid 1975.

TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, La Señora de la Encarnación, Madrid 2000

TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, María es un portento de la gracia, E.Vaticana 2000.

TRINIDAD SÁNCHEZ MORENO,  Frutos de oración, Madrid 1979.

 VÍCTOR CODINA, “No extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19), una iniciación a la Pneumatología, Sal Terrae, Santander 2008.

VICTORIO MESSORI, Hipótesis sobre María, Madrid 2007

SIGLAS

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid1986

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

(ANUNCIACIÓN (Detalle) Fray Angélico

HOMILIAS Y MEDITACIONES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

II

MARÍA, VIRGEN BELLA, MADRE DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

****

HOMILIAS Y MEDITACIONES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

¡SALVE,

 

MARÍA,

 

HERMOSA NAZARENA,

 

VIRGEN BELLA,

 

MADRE SACERDOTAL,

 

MADRE DEL ALMA!

 

¡CUÁNTO ME QUIERES,

 

CUÁNTO TE QUIERO!

 

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS;

 

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL;

 

Y GRACIAS TAMBIÉN

 

POR QUERER SER MI MADRE!

 

MI MADRE Y MI MODELO

 

¡GRACIAS!

SIGLAS

 

 

 

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944.

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid 1986

CMP= Corpus Marianum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985.

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica.

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum.

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne.

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

 

ÍNDICE

 

PRÓLOGO DE MI AMOR ETERO A MARÍA ……………………..………………….9

MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO:

  1. PREDESTINACIÓN DE MARIA……………………………………………….12
  2. MADRE DEL REDENTOR……………………………………………………..14

 MARÍA, EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA .............................................................    17

 MARÍA, MADRE  DE LA IGLESIA.............................................................................    17

 MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA ............................................................................   19

 MARÍA, MADRE Y MODELO POR LA “PALABRA ENCARNADA” ....................    20

 MARÍA, MADRE Y MODELO EN LA LITURGIA ....................................................    22

MARÍA, SIGNO DE LA MATERNIDAD DE DIOS PADRE……………………..…….25

                                               ADVIENTO

RETIRO DE ADVIENTO CON LA VIRGEN .................................................................   24

LA VIRGENDELADVIENTO ......................................................................................    29

VIVIR EL ADVIENTO CON MARIA ...............................................................................41

POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN ...............................................................................42

POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA .....................................................  44

POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO ............................................................  46

POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN ....................................................................    48

INMACULADA CONCEPCION, HOMILÍA 1ª .............................................................    50

INMACULADA CONCEPCION, HOMILÍA  2ª  ...........................................................    55

ANEXO PARA HABLAR DE LA INMACULADA  ........................................................60

CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA ................................. 65

1 DE ENERO: SOLEMNIDAD DE S. MARÍA MADRE DE DIOS   ............................   67

2ª HOMILIA……………………………………………………………………..………..69

3ª HOMILÍA ………………………………………………………………………………72

SERMÓN DE LA ANUNCIACIÓN………………………………………………………76

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ, HOMILÍA 1ª .........................................................83

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ, HOMILÍA 2ª......................................................... 85

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ, HOMILÍA 3ª.......................................................... 90

LA PERSONALIDAD  DE MARÍA ....................................................................................92

PLEGARIA-HIMNO A MARÍA ..........................................................................................94

POESÍA A MARÍA INMACULADA (GABRIEL Y GALÁN) ..........................................95

MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES ........................................................95

MARÍA, MADRE DE LA FE, ESPERANZA Y CARIDAD ..........................................   99

MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSO ..................................................................  105

CON MARÍA, A LA BÚSQUEDA DEL HIJO ................................................................  108

EL AVE MARÍA  ............................................................................................................   110

LA ENTREGA DE MARÍA, MODEL DE NUESTRA ENTREGA A DIOS…………....113

HOMILIA DEL MAGNIFICAT………………………………………………………….118

HOMILÍA DE LA INMACULADA………………………………………………..……121

LOS 20 MISTERIOS DEL ROSARIO .............................................................................123

MISTERIOS GOZOSOS ..................................................................................................  125

MISTERIOS LUMINOSOS .............................................................................................  137

MISTERIOS DOLOROSOS.............................................................................................   149

MISTERIOS GLORIOSOS ............................................................................................... 161

MARÍA EN PENTECOSTÉS………………………………..……………….…………..174

MARÍA EN LA DOCTRINA DEL VATICANO II…………………………………..…..178

MEDITACIÓN DEL MAGNIFICAT………………………………….……………….…187

MEDITACIÓN DE LAS BODAS DE CANÁ……………………….………………...…197

EL CREDO MARIANO……………………………………………….……..……….…..202

 MEDITACIONES DE BLAS RIVERA BALBOA:

 LA DICHA DE LA INMACULADA, VER A DIOS, ……………………….……..…..204

LA VISITA A SANTA ISABEL……………………………………………..………….209

MARÍA, POBRE DE YAHWE………………………………………....……………..…213

 MARÍA, PEREGRINA DE LA FE……………………………………..…..……..…….219

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ……………………………………..…………….225

JUNTO A LA CRUZ ESTABA SU MADRE……………………………..….……….....242

BENEDICTO XVI: EN MARIA PERCIBIMOS LA LUZ DIVINA………..…………..229

MARÍA, PRIMERA CREYENTE……………………………………………..……..….231

EL CRISTIANO, MADRE DE CRISTO……………………………………...…....…...240

JUNTO A LA CRUZ ESTAB SU MADRE………………………………..…..…..……243

MARÍA EN PENTECOSTÉS………………………………………………..………..…255

UNA MUJER VESTIDA DE SOL…………………………………………………….…269

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS…………………………………..…..….273,

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS………………………………………….286

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS…………………………………...…..….287

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS……………………………………....….291

MARÍA, MADRE SACERDOTAL  .................................................................................294

MARIA, VERDAD COMPLETA……………………………………………………296

FIN DEL CURSO PARROQUIAL EN EL PUERTO ........................................................303

NOVENA DE LA VIRGEN DEL PUERTO………………………………….……….…306

MARÍA, ASOCIADA A LA SALVACIÓN DE CRISTO .................................................308

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR………………………………………. 310

JUBILEO DEL HIJO, JUBILEO DE LA MADRE ............................................................312

CATEDRAL: NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO ...............................................  315

MISA Y VIGIIA MARIANA EN EL PUERTO (Mayo 1976)…………………………. 319

VIRGEN DEL SALOBRAR, JARAIZ DE LA VERA (1977)……………………….320

MARÍA, MADRE DE DIOS………………………………. …………………………….322

VIRGEN DEL SALOBRAR EN MADRID ..................................................................... 324

FIESTA DE LA VIRGEN DEL PUERTO EN MADRID ................................................ 326

SANTIDAD MARIANA DEL SACERDOTE , CARDENAL SARAVIA…………......  329

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

PRÓLOGO ETERNO DE MI AMOR A LA VIRGEN

         

¡Virgen bella, madre sacerdotal, madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! No sabría empezar de otra forma este libro dedicado a mi queridísima madre, amiga y confidente María, la Virgen bella, Madre de Dios y de los hombres, que dirigiéndole las mismas palabras,  con las que, desde hace años, muchos años, le saludo todos los días, con mirada encendida de amor,  admiración y de agradecimiento:

        «¡Salve, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma! ¡Cuánto me quieres, cuánto te quiero! ¡Gracias por haberme dado a Jesús, hijo tuyo y Salvador de los hombres! ¡Gracias por haberme ayudado a ser y existir sacerdotalmente en Él! Y gracias también, por querer ser mi madre. ¡Mi madre y mi modelo! ¡Gracias!»

        El prólogo de este libro empezó a escribirse  hace muchos años, exactamente en la Novena de la Inmaculada de diciembre de 1959, en el Seminario Mayor, cuando tuve que escribir la primera homilía que prediqué, como lo hacían todos los años, los diáconos que serían ordenados sacerdotes, al final del curso, el sábado de la Octava de Pentecostés, según la costumbre de entonces.

        La conservo como una reliquia de amor. Y conservo hasta el croquis y el esquema de la homilía y hasta las notas: « y en mi homilía hablar más del amor de Dios a la Virgen porque Tomás Calvo, el año pasado, habló del amor de María a sus hijos, los hombres». Tomás era del curso superior al nuestro.

        Este es un prólogo eterno de admiración, que no terminará nunca, porque tanto mi amor y gratitud como la expresión de todo lo que siento en mi corazón por Ella es tanto, tanto... que, al empezar a escribir sobre la Virgen bella y mi madre del alma, ya no sé cómo terminar.

        Por eso, este «prólogo» va a ser largo, muy largo, por el ímpetu y la fuerza encendida de amor con que lo empiezo; estos fuegos de amor no acabarán ya nunca, porque son eternos, y continuarán eternamente en la presencia del Hijo, “Cordero degollado ante el Trono de Dios”, junto a la “mujer coronada de estrellas y la luna bajo sus pies”.  Y porque de «De María, nunquam satis».

        Este prólogo, sospecho, va a ser distinto también de lo convencional y establecido por las normas. Y pido  esta licencia por parte de los que lo lean. Y esto será así, porque la Virgen también es totalmente distinta de todo lo establecido, de lo ordinario y de un prólogo común; Ella, en mi corazón y   deseo, nunca será un prólogo o libro acabado y completo; a lo más, meramente interrumpido por razón de las cosas del tiempo y del espacio, para ser continuado en una eternidad que ya ha comenzado y no acabará nunca.

        Y así quiero empezar hablando de la Virgen bella  en mi libro, en su libro, expresando mi ternura y veneración por ella;  es  un prólogo, continuación del prólogo eterno  de amor, trato y admiración por Ella, interrumpido a veces por las ocupaciones normales de la vida, pero nunca acabado.

        Es un prólogo eterno, que no tiene fin; o mejor dicho, según el leguaje de mis años filosóficos, es un prólogo sempiterno, que es algo que empieza, pero una vez comenzado, ya no tiene fin. Sempiterno: «Dícese de lo que habiendo tenido principio no tendrá fin», Diccionario de la Real Academia  de la Lengua. Así es mi amor por ella. Y es que ya lo he dicho, una vez que empiezo a hablar o escribir sobre Ella, ya no sé cómo ordenar, dividir o terminar.

        Es que este diálogo de amor con mi hermosa «Nazaretana», como yo la llamaba antes, pero cambié por nazarena, porque no existe en el Diccionario,  la Virgen bella, no se ha interrumpido jamás desde el día en que empezó, y ya no se interrumpirá  ni en la tierra ni en el cielo, porque,  para continuarlo, espero estar junto a ella para siempre en la presencia del Hijo Amado, entre los Esplendores de la Luz eterna que brota de la esencia trinitaria de mi Dios Uno y Trino, Volcán de Fuego de Amor de Espíritu Santo, Espíritu-Amor en explosiones eternas de nuevos esplendores de Verdades y Misterios, nuevos y continuos Fulgores de Belleza en la Palabra Única de Vida y Felicidad de Hijo Amado y Predilecto, en la que el Padre nos dice todo su serse Trinidad  de ser y existir eternos de amor y felicidad, porque ya no tiene más palabras, ya que se dijo y expresó todo su ser y amor en su Verbo, Palabra úna y única en la que se dijo totalmente en totalidad de ser y amor de Espíritu Santo.

        El Padre todo nos la ha dicho, con canto de gozo y  amor en  una y única Palabra, que es su Verbo Personal; y esa Palabra, llena de luz y vida divina fue pronunciada por el Padre y  escuchada y aceptada por la bella nazarena y se hizo carne en ella por la potencia de Amor del Espíritu Santo, como Palabra de Amor salvador para todos los hombres, en su madre y nuestra madre, María.        Y toda esa Palabra del Padre a los hombres buscando nuestra amistad eterna está en cualquier sagrario de la tierra ¡qué misterio! ¡Eucaristia dívina, te adoramos! ¡Con qué hambre de Ti, caminamos por la vida! Confiamos totalmente encontrarnos todos en el cielo con su hijo y su Madre, porque Ella es también nuestra madre; y como Madre del Amor Hermoso, madre también solícita y entregada a sus hijos que peregrinan de la tierra hasta el cielo, cumplirá lo que tantas veces le rezamos: «Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre».

        Por eso he dicho, que mi prólogo ha tenido principio, pero no tendrá fin, porque yo la amo desde el Hijo, que es Una y Única e Infinita Palabra, en la que Dios Trino nos ha dicho todo sobre la Virgen bella; y esa Palabra nos dice que los Tres la eligieron como Madre del Verbo y esposa del Espíritu Santo que la “cubrió con su sombra”, “y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo”, el mismo que  “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios. Él estaba al principio en Díos. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,13). Y si un Hijo que es Dios pudo escoger y hacer a su madre, ¡cómo la hizo de grande y hermosa!; más que todo lo que nosotros podamos descubrir y decir, porque sólo Él, un Hijo Dios la dijo, desde la eternidad, palabras creativas de su ser por Él María Inmaculada, hasta hacerla Madre, Madre suya, Madre de Dios; sólo Dios puede pronunciar y deletrear y canturrear y crear desde toda la eternidad, desde el principio, con gozo de Hijo agradecido, a su madre a la “esclava del Señor”, podría decir palabras creadoras de vida y amor, hasta hacerla Madre por la potencia de su Amor, que es el Espíritu Santo: “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios...  Todas las cosas fueron hechas por Él”.

        En María, Madre de Dios, está todo lo más hermoso que se pueda pensar,  hacer y decir por parte de un hijo, por parte de un Hijo Dios, a su criatura predilecta, a una madre, a su Madre, a la Madre del Hijo de Dios, que eligió ser hijo de María. Por eso, y lo diré claro desde el principio y luego lo explicaré, mucha «culpa» de este prólogo eterno la tiene este Hijo, porque que yo he conocido y amado plenamente a María desde el Hijo, Palabra eterna y prólogo eterno de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que me descubre toda la grandeza de María, su Madre «por obra del Espíritu Santo».

Este quiere ser prólogo en el que  quiero escribir, mejor dicho, hablar de Ti, Madre de mi Dios, Virgen bella, Madre sacerdotal, madre del alma; y es tanto, tanto... que no tiene límites,  porque es un prólogo de amor de hijo agradecido;  porque mi amor a Ti, desde que te conocí, descubre nuevas hermosuras y  no se ha interrumpido ni se interrumpirá jamás, Madre del Amor Hermoso, «vida, dulzura y esperanza nuestra», consuelo de mis lágrimas y certeza de  amor en mis horas de angustias; sorpresa continua de primores de gracias y comunicaciones, mirada de agradecimiento en los miles de peligros pasados sin quebrantos ni rupturas por tu mano protectora, acción de gracias continuas después de “peligros de mar, de tierra…” de carreteras y velocidades a más de... kms, que tú sólo sabes... ¡es que me has ayudado y amado tanto, Reina y Virgen Sagrada María!

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

1.- MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

 

Ya he dicho muchas veces que la grandeza y el misterio de María sólo puede ser comprendido desde el misterio de Cristo. Como esa ha sido mi vivencia, así también quiero que sea mi exposición teológica y espiritual sobre la Madre de Dios y de los hombres desde una Mariología muy sencilla, tomada principalmente del Catecismo de la Iglesia Católica. No se puede decir más sencillo y más claro.

 

1ª. 1 PREDESTINACIÓN DE MARÍA: “Desde la eternidad fui yo establecida”

 

A) La predestinación de María:

 

        Sobre la predestinación de la Virgen  prediqué la siguiente homilía en mayo del 1973 inspirada en  Proverbios 8, 22-35):

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1 Una historia redonda, acabada de la Virgen, tenía que empezar por la predestinación, que es el principio siempre. Y en este principio está Dios, que es el principio de todo. También de la Virgen, porque la Virgen tuvo principio, lo tuvo en su Hijo, porque aquí el Hijo es antes que la Madre en todo, pero Ella estuvo junto siempre a Él, por eso es casi divina, pero humana, porque es criatura, es de los nuestros. La Virgen tuvo principio, aunque distinto al de todos los hombres.

        2 Oigamos a Dios en la Biblia, al Espíritu de Dios que nos habla de la Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento, Palabra de Dios en el Nuevo:

        “Yahvé me poseyó al principio de sus caminos, antes de sus obras, desde antiguo. Desde la eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese.

        Antes que los abismos, fui engendrada yo;  antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas.

        Antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui  concebida.

        Cuando afirmó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo.

        Cuando condensó las nubes en lo alto; cuando daba fuerza a las fuentes del abismo.

        Cuando fijó sus términos  para que las aguas no traspasasen linderos. Cuando echó los cimientos  de la tierra.

        Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo

        Recreándome en el orbe la tierra, siendo mis delicias las de los hombres.

        Oídme, pues, hijos míos; aventurado el que sigue mis caminos.

        Escuchad la instrucción y sed sabios, y no lo menospreciéis.

        Bienaventurado quien me escucha, y vela a mi puerta cada día, guardando las jambas de mis puertas.

        Porque el que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Yahvé.

        Y al contrario, el que ofende, a sí mismo se daña, y el que me odia, ama la muerte”(Pr 8, 22-35).

 

        Este texto explica y la Tradición lo aplica a los orígenes de la Sabiduría de Dios. Ella existió con Dios antes de todas las cosas porque es eterna con Dios. El prólogo de San Juan  y otros pasajes paralelos de San Pablo son explicaciones plenas de este texto al hablarnos del Verbo, por quien todo fue creado y todo subsiste (Jn 1,3; Col 1, 15). Por lo tanto, es texto, aplicado a la Virgen, entraría en la categoría de los «Textos mariológicos por sola acomodación», que diría Cándido Pozo.

        “Dios es Amor”, dice San Juan. Su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. No existía nada, y ese Dios infinito, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor y sabiduría y belleza quiso crear a otros seres para hacerlo partícipes de su felicidad. Si existimos, es que Dios nos ha amado, nos ama. Entre los seres que vio en su Sabiduría y creó en su Verbo, María ocupa el primer lugar.

        La liturgia de la Iglesia pone en los labios de la Virgen algunos versículos de este texto: “Yahvé me poseyó al principio...”

        El amor de Dios contemplando en su mente divina todos los seres posibles y por donde fuimos pasando antes de ser creados, se estrenó en María: “al principio fue creada...” Por ser la primera en el amor de Dios entre sus criaturas, lo es también en grandezas y favores y privilegios y hermosura y belleza divinas. Dios ha puesto a María la primera en el orden de todos los seres pensados, amados y creados.

 

3 Meditemos el texto: “Antes que los abismos, fui engendrada yo.

        Antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas; antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui concebida.

        Antes que hiciese la tierra, ni campos, ni el polvo primero tierra”.

        Quien pudiera ahora, por una contemplación de la eternidad divina y trinitaria, trasladarse a ese momento del Ser, cuando el tiempo no existía, sólo el Dios Amor en abrazo eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el mismo Amor de Espíritu Santo. Quien pudiera entrar en la mente divina y yendo hacia atrás entrar en ese momento en que piensa y ama y plasma en su amor a la Virgen María.

        Cuando antes de plasmar la creación, fueron pasando delante de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, los ojos de Dios se detuvieron en una criatura tan bella, tan radiante que la amó más que a todas las demás y porque la amó, como Dios, al amar, crea, la creó más llena de su hermosura que ninguna otra. Participó más que todas de su amor, de su belleza, de su santidad, de su Verdad porque la predestinó para encarnar el Verbo de Dios en su seno por obra del Amor del Espíritu Santo.

        El Padre dijo: ésta será mi Hija predilecta. El Hijo: ésta será mi Madre inmaculada. El Espíritu Santo: será mi posesión, mi esposa amada. La llenaron de gracias y regalos y dones. Y cuando la reina estuvo vestida de belleza, llena de luz y fulgores, colocaron sobre sus sienes una corona. En el centro decía: Inmaculada. María fue siempre, desde la predestinación de Dios en su mente, tierra limpia, impoluta, incontaminada, huerto cerrado sólo para Dios, que se paseaba por ella en su mente divina llena de amor desde toda la eternidad.

        Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias, vividas desde la mente creadora de la Trinidad, antes de existir María en el mundo. Con qué temblor el Hijo la fue adornando de todas las prerrogativas posibles a su madre. Para el azul de su Concepción Inmaculada cogería el azul de los mares, de estas mañanas limpias, limpísimas de mayo, mes de las flores, de María; para el rojo de la caridad y del amor, los claveles más rojos, manchados al final de sangre, de su misma sangre encarnada...

 

4 “Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome El en todo tiempo”

        Dios también pensó en nosotros. Para su gloria, para su amor, para su gozo. Pero Ella antes y superior a todos, antes, primero estaba con Él como arquitecto de la nueva creación, de la recreación por  el Verbo nacido de ella, por la Palabra eterna hecha carne. Somos obra de Cristo Redentor, pero también de María. Lo ha dicho sin miedo el Vaticano en la Lumen gentium.      

        Hermoso pensar en esos momentos en que Dios Trino y Uno nos pensó y luego nos recreó por el Verbo en su Sabiduría eterna, nacido en el tiempo luego de María, a ti, a mi, a cada hombre, porque todos hemos sido pensados y amados y recreados por Dios en su Verbo con María: “he ahí a tu hijo”.

 

 

B) MADRE DEL REDENTOR

 

        “Dios envió a su Hijo”(Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” (cf Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27):

        <El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyo a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida> (LG 56: cf 61)» CEC 587-588).

        «La Virgen María, que, según el anuncio del ángel, recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor (LG 53) Por lo tanto la Virgen es conocida y honrada porque es la MADRE DEL REDENTOR.

        La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque“al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre!” (Gal 4, 4 6).

        Con estas palabras del apóstol Pablo, que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María (LG 52). María sólo puede ser comprendida a la luz de Cristo, su Hijo. Pero el misterio de Cristo, «misterio divino de salvación, se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo»(LG 62)

        El misterio de María queda inserto en la totalidad del misterio de Cristo y de la Iglesia, sin perder de vista su relación singular de Madre con el Hijo, pero sin separarse de la comunidad eclesial, de la que es un miembro excelente y, al mismo tiempo, figura y madre.

        María se halla presente en los tres momentos fundamentales del misterio de la redención: en la Encarnación de Cristo, en su Misterio Pascual y en Pentecostés.

        La Encarnación es el momento en que es constituida la persona del Redentor, Dios y hombre. María está presente en la Encarnación, pues ésta se realiza en ella; en su seno se ha encarnado el Redentor; tomando su carne, el Hijo de Dios se ha hecho hombre.

        El seno de María, en expresión de los Padres, ha sido el «telar»en el que el Espíritu Santo ha tejido al Verbo el vestido humano, el «tálamo»en el que Dios se ha unido al hombre.

        «“Hágase en mí según tu palabra...“ Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf Lc 1, 28-37), María respondió por “la obediencia de la fe” (Rm 1, 5), segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38).

        Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf LG 56):

        «Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, <por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano>. Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar <el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe>. Comparándola con Eva, llaman a María <Madre de los vivientes> y afirman con mayor frecuencia: <la muerte vino por Eva, la vida por María>> (LG 56).

 

María estuvo siempre unida al misterio de  Cristo  Redentor: Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25; cf Mt 13, 55), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquel que Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios <Theotokos> (cf DS 251)»(CEC 494-495).

        María está presente en el Misterio pascual, cuando Cristo ha realizado la obra de nuestra redención destruyendo, con su muerte, el pecado y renovando, con su resurrección, nuestra vida. Entonces “junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre” (Jn 19, 25).

        Y María estaba presente en Pentecostés, cuando, con el don del Espíritu Santo, se hizo operante la redención en la Iglesia. Con los apóstoles “asiduos y concordes en la oración estaba María, la madre de Jesús” (Hch 1,14).

        Esta presencia de María junto a Jesús en estos momentos claves, aseguran a María un lugar único en la obra de la redención.

        Según la antigua y vital intuición de la Iglesia, María, sin ser el centro, está en el corazón del misterio cristiano. En el mismo designio del Padre, aceptado voluntariamente por Cristo, María se halla situada en el centro de la Encarnación, marcando la ‘hora” del cumplimiento de la historia de la salvación. Para esta “hora” la ha plasmado el Espíritu Santo, llenándola de la gracia de Dios.

 

 

2. 1 MARÍA, EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

 

«Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. <Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza> (S. Agustín, virg. 6)»(LG 53). «María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia»(Pablo VI, discurso 21 de noviembre 1964) (CEC 963).

 

2. 2. 1  MARÍA, MADRE  DE LA IGLESIA

 

        El capítulo VIII de la Lumengentium lleva como titulo «La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia». El Catecismo de la Iglesia nos dice: «Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos... Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia»(LG 61).

        «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).

        «La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia»(LG 60).

        «Ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente (LG 62)»(CEC 967-970).

        «Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

        María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf LG 63): «La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo (LG 64)»(CEC 507).

        Uno de los iconos Maríanos más repetido de la Iglesia de Oriente es el de la Odigitria, es decir, «La que indica la vía» a Cristo. María no suplanta o sustituye a Cristo; sino que lo presenta a quienes se acercan a ella, nos guía a todos hacia Él y, luego, escondiéndose en el silencio, nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Como dice San Ambrosio, «María es el templo de Dios, no el Dios del templo».     

        Por eso, toda devoción Maríana conduce a Cristo y, por Cristo, al Padre en el Espíritu Santo. Por ello, como Moisés, nos acercamos a ella con los pies descalzos porque en su seno se nos revela Dios en la forma más cercana y transparente, revistiéndolo la carne humana.

        El fiat de María se integra en el amén de Cristo al Padre: “He aquí que yo vengo para hacer, oh Padre, tu voluntad” (Heb 10, 7), “porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha mandado” (Jn 6, 38). El fiat de María y el amén de Cristo se compenetran totalmente.

        No es posible una oposición entre Cristo y María. Como son inseparables Cristo cabeza y la Iglesia, su cuerpo. Quienes temen que la devoción Maríana prive de algo a Cristo, como quienes dicen «Cristo sí, pero no la Iglesia», pierden la concreción histórica de la encarnación de Cristo.

        María tiene su lugar en el acontecimiento central del misterio de Cristo, pero de Cristo considerado como Cristo total, cabeza y cuerpo; y, en consecuencia, juntamente con la Iglesia. En ambos aspectos de este único misterio, María ocupa un puesto único y desempeña una misión singular.

        Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, de la que tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre, Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.

        Satisfacción plena, que ningún hombre podría ofrecer con plenitud ante la Justicia de Dios. Si Dios es amor, no por ello puede dejar, por su propia esencia, de ser justo. De aquí lo que llamamos santo temor de Dios.

        Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la humanidad, puesto que en aquel momento comenzó la regeneración sobrenatural.

        Y María en el Calvario, tuvo su plenitud de dar a luz redentora a la humanidad sacrificada de Cristo, representante de todos nosotros, porque fue esa humanidad engendrada en ella y cumplida la total regeneración por Cristo, en la Cruz.

        Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo.

        Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

 

 

2. 2.  MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA

 

        «Ella es nuestra Madre en el orden de la gracia. Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es <miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia> (LG 53), incluso constituye <la figura> <typus> de la Iglesia (LG 63)» (CEC 967).

        El culto de la Madre de Dios está incluido en el culto de Cristo en la Iglesia. Se trata de volver a lo que era tan familiar para la Iglesia primitiva: ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María, según la Iglesia primitiva, es el tipo de la Iglesia, el modelo, el compendio y como el resumen de todo lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su destino.

        Sobre todo la Iglesia y María coinciden en una misma imagen, ya que las dos son madres y vírgenes en virtud del amor y de la integridad de la fe: «Hay también una, que es Madre y Virgen, y mi alegría es nombrarla: la Iglesia»(CLEMENTE DE  ALEJAN-DRÍA, Pedagogo, 1,6, 42)

        San Pablo ve a la Iglesia como “carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3, 3). Carta de Dios es, de un modo particular, María, figura de la Iglesia. María es realmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo en su corazón de creyente y de madre.

        La Tradición, por ello, ha dicho de María que es «una tablilla encerada», sobre la que Dios ha podido escribir libremente cuanto ha querido (Orígenes);  como «un libro grande y nuevo»en el que sólo el Espíritu Santo ha escrito (San Epifanio); como «el volumen en el que el Padre escribió su Palabra»(Liturgia bizantina).

        En María aparece la realización del hombre que, en la fe, escucha la apelación de Dios, y, libremente, en el amor, responde a Dios, poniéndose en sus manos para que realice su plan de salvación. Así, en el amor, el hombre pierde su vida y la halla plenamente. María, en cuanto mujer, es la representante del hombre salvado, del hombre libre, María se halla íntimamente unida a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad (CEC 963ss).

        María revela a la Iglesia su misterio genuino. María es la imagen de la Iglesia sierva y pobre, madre de los fieles, esposa del Señor, que camina en la fe, medita la palabra, proclama la salvación, unifica en el Espíritu y peregrina en espera de la glorificación final:

        «Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio encuentra su verdadera luz el misterio del hombre (GS 22), como prenda y garantía de que en una pura criatura, es decir, en ella se ha realizado ya el designio de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre.

        Al hombre moderno, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin término, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de nausea y de hastío, la Virgen, contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la nausea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte»(MC 57).

        La única afirmación que María nos ha dejado sobre sí misma une los dos aspectos de toda su vida: “Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones” (Lc 1, 48). María, en su pequeñez, anuncia que jamás cesarán las alabanzas que se la tributarán por las grandes obras que Dios ha realizado en ella.

        Es lo mismo que confesara Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Este es el camino del cristiano “cuya luz resplandece ante los hombres... para gloria de Dios” (cf Mt 5, 14-16). El cristiano, como Pablo, es primero cegado de su propia luz, para que en él se encienda la luz de Cristo e ilumine el mundo.

        Todos nosotros proclamamos bienaventurada a María en su canto de alabanza a Dios, porque sobre ella se posó la mirada del Señor y en ella Dios depositó plenamente el plan de redención, proyectado para todos nosotros. De este modo la reflexión de fe sobre María, la Madre del Señor, es una forma de doxología, una forma de dar gloria a Dios por el Hijo Salvador engendrado en Ella.

 

 

2. 3. MARÍA, MADRE Y MODELO LA IGLESIA, POR LA “PALABRA” ENCARNADA

 

        María es la “Mujer” que compendia en sí el antiguo Israel. La fe y esperanza del pueblo de Dios desemboca en María, la excelsa “Hija de Sión”.En la Escritura, el Espíritu Santo, nos ha diseñado el icono de la Madre de Jesús, para ofrecerlo a la Iglesia de todos los tiempos.

        La Lumen gentium presenta en la primera parte (52-54) la mariología bíblica, en la que se subraya la unión progresiva y plena de María con Cristo dentro de la perspectiva de la historia de la salvación. Y en la segunda parte (55- 59) presenta la relación entre María y la Iglesia y entre la Iglesia y María.

        La Redemptoris Mater se estructura según el esquema conciliar con una fuerte impregnación bíblica, presentando primero a María en el misterio de Cristo (7-24) y luego en el centro de la Iglesia en camino (28-38), para subrayar finalmente su mediación maternal (38-50). La novedad respecto al Concilio está en la insistencia en la dimensión histórica: presenta a María en su itinerario de fe, señalando su carácter de «noche espiritual»  y «kénosis».

        «El Verbo inefable del Padre se ha hecho describible encarnándose de ti, oh Theotókos; y habiendo restablecido la imagen desfigurada en su antiguo esplendor, él la ha unido a la belleza divina» (cf Kondakion del domingo de la Ortodoxia).

        «Visto que Cristo como Hijo del Padre es indescriptible, Él no puede ser representado en una imagen... Pero desde el momento en que Cristo ha nacido de una madre describible, Él tiene naturalmente una imagen que corresponde a la de la madre. Por tanto si no se le puede representar por la pintura, significa que Él ha nacido solo del Padre y que no se ha encarnado. Pero esto es contrario a toda la economía de la salvación»(TEODORO ESTUDITA: PG 99, 417 C).

        Los iconos, en su lenguaje figurativo, nos revelan una realidad interior, que los creyentes de todos los tiempos nos han transmitido como voz de la presencia de María en la Iglesia.

        Es un rostro que siendo el mismo y diciendo lo mismo sobre él, siempre es nuevo y eterno, porque de eso se encarga el amor. La escucha atenta de la Palabra de Dios lleva a la «sapientia», a gustar la dulzura de María, de su verdad y amor, a la sabiduría de la Palabra hecha carne, pues miramos a Cristo para dibujar a la Madre.

        Sólo quien escucha y medita en su corazón, como María,  percibe la honda riqueza del pan de la Palabra de Dios, en su cumplimiento mesiánico en la Virgen de Nazaret, convirtiendo a la Escritura en una fuente perenne de vida, amor y gozo.

         Se trata de seguir el método de María misma, que “guardaba todas las palabras en su corazón y las daba vueltas”. María compara y relaciona unas palabras con otras, unos hechos con otros, busca una interpretación, explicarse los acontecimientos de su Hijo, a la luz de las prefiguraciones del Antiguo Testamento, como se ve en el Magníficat.

        El Papa Juan Pablo II, en una oración,  invoca a María, diciéndole: «¡Tú eres la memoria de la Iglesia La Iglesia aprende de ti, Madre, que ser madre quiere decir ser una memoria viva, quiere decir guardar y meditar en el corazón!».

        El misterio de la Virgen Madre, Arca de la Nueva Alianza y Eterna Alianza, templo y primer sagrario de Cristo en la tierra, la convierte en icono de todo el misterio cristiano.

 

2. 4 MARÍA, MADRE Y MODELO DE LA IGLESIA EN LA LITURGIA

.

Y desde aquí, porque ya lo he insinuado, quiero acercarme ahora a María en la liturgia, donde la comunidad cristiana expresa y alimenta su relación con María. La liturgia tiene su estilo propio de afirmar y testimoniar la fe. La liturgia, en su forma celebrativa, nos da una visión interior de fe, basada en la revelación y enriquecida con toda la sensibilidad secular de la Iglesia (lex orandi, lex credendi, lex vivendi). Es, sin duda, el lenguaje más apto para entrar en comunión con el misterio de Cristo, reflejado en su Madre, la Virgen María.

        La memoria de María en la liturgia va íntimamente unida a la celebración de los misterios del Hijo (MC 2-15) y así aparece como modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16-23). De esto ya he hablado ampliamente en las primeras páginas del libro.

        «En la celebración del ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a María santísima, Madre de Dios, unida indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo; en María admira y exalta el fruto más excelso de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella desea y espera ser»(SC 103).

        Y lo que Dios los ha unido en la Encarnación y en  la Vida de Cristo y en su muerte y resurrección, hechos principalmente presentes en la Eucaristía, que no los separe ni la teología ni la liturgia. No se puede separar a María de Jesús, no solo por su maternidad humana, unida a ella la Persona divina del Verbo, sino en el destino real de la redención y de la ofrenda a Dios que está concretada en la Persona del Verbo engendrado como hombre, en María.

        Nosotros ofrecemos en la Eucaristía, a Cristo, el Cuerpo de Cristo que se hizo humano en María. María tiene la grandeza de ser medio, Mediadora de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Esto se desprende del hecho real de que Dios la usa como medio entre él y los hombres, y así como por ser Madre de Dios no puede estar más cerca de Él, por el mismo hecho, por ser mujer, persona humana en sí misma Dios se acerca al hombre, a la naturaleza humana, hasta hacerla divina en su Hijo y a través de María, humana y casi divina a la vez, el hombre puede llegar hasta Dios.

        María es medio, puente; esta es su mediación real innegable. A través de ella viene El Verbo y a través de ella encontramos a Dios. Es su cualidad de Medianera, pero no solo físicamente, sino espiritualmente, porque al engendrar a la Cabeza del Cuerpo Místico, necesariamente engendra místicamente a todos los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia, no sólo en la Encarnación, sino “junto a la cruz” y en Pentecostés.

        El Concilio Vaticano II, dice de María: «Es verdadera madre de los miembros (de Cristo)...por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza... Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte».

        Y de la misma forma que el Sagrario no es presencia meramente pasiva de Cristo, sino presencia celebrativa y continuadora de la ofrenda eucarística que se acaba de hacer en la misa y luego continúa en el Sagrario con las actitudes sacerdotales de Cristo, el Cristo resucitado “cordero degollado ante el trono de Dios”, de la misma forma, María desde la Encarnación es no solo un sagrario viviente, sino que está siendo, con su oración y grandeza como Madre de Dios, oferente de su hijo al Padre, para la redención. Y toda su vida, desde el pesebre, ha estado totalmente unida ayudando y cuidando al Redentor para que cumpla la obra que le encomienda el Padre, siendo así colaboradora de Dios en la redención.

        María con su hijo en brazos, mimándolo con amor materno, siempre ofrecía al Padre, ella, la madre, aquella victima formada de su misma carne. Sus brazos fueron el primer altar, idea que inspiró esta canción que todos los sábados dedico a la Madre del Puerto en mi visita: «Virgen sacerdotal, Madre querida, Tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

        Ella es la primera oferente del Hijo al Padre. Cumple con la máxima perfección la misión posterior Sacerdotal de la Iglesia. Es ejemplo de ofrenda y oferente. Por eso es nuestra Madre sacerdotal perfecta.

        Lo dice también la Congregación para el Culto Divino en los dos libros publicados en castellano por la Conferencia Episcopal Española, mediante la Comisión Episcopal de Liturgia: en el primero I, están la misas, y, en el segundo II, el Leccionario. En las primeras palabras del Decreto de la publicación de estas Misas, (Prot. N. 309/86) dice:

        «Al celebrar el misterio de Cristo, la Iglesia conmemora muchas veces con veneración a la bienaventurada Virgen María, unida íntimamente a su Hijo: porque recuerda a la mujer nueva que, en previsión de la muerte de Cristo, fue redimida del modo más sublime en su misma concepción; a la madre que, por la fuerza del Espíritu Santo, engendró virginalmente al Hijo; a la discípula que guardó cuidadosa en su corazón las palabras del Maestro; a la socia del Redentor que, por designio divino, se entregó generosamente por entero a la obra del Hijo.

        En la bienaventurada Virgen reconoce también la Iglesia a su miembro más excelso y singular, adornado con toda la abundancia de las virtudes; a ella, que Cristo le confió como madre en el ara de la cruz, colma de piadoso amor y continuamente solicita su patrocinio; a ella profesa como compañera y hermana en el camino de la fe y en las aflicciones de la vida; en ella, instalada ya junto a su Hijo en el reino celestial, contempla gozosa la imagen de su gloria futura».

        LAS MISAS DE LA VIRGEN, que así titulan en su versión castellana a estos dos libros, nos ofrecen 46 títulos diferentes para honrar a María, con oraciones y prefacios propios. En el primer libro vienen UNAS ORIENTACIONES GENERALES, que son todo un tratado de Mariología desde la liturgia, de Mariología Litúrgica, con matices distintos a una Mariología Teológica: lex orandi, lex credendi. Me han parecido muy interesantes, por eso voy a transcribir algunas con su misma enumeración:

 

«6. Las misas de la bienaventurada Virgen María encuentran su razón de ser y su valor en esta íntima participación de la Madre de Cristo en la historia de la salvación. La Iglesia, conmemorando el papel de la Madre del Señor en la obra de la redención o sus privilegios, celebra ante todo los acontecimientos salvadores en los que, según el designio de Dios, intervino la Virgen María con vistas al misterio de Cristo.

 

11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación  continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos...

 

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, asunta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19. 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, <sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna>. La Iglesia, que <quiere vivir el misterio de Cristo> con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre lodo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

 

13.   ...En íntima comunión con la Virgen María, e imitando sus sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales <Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados>:

— asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza.

— con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón.

— con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo y asociarse a la obra de la redención.

— imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo.

— apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios.

— con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo.

 

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

 

14. La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que <se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él>.

        Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, como modelo de virtudes y de fiel cooperación a la obra de salvación».

        También es importante ver la presencia de María en la Liturgia de las Horas, con sus himnos, antífonas, responsorios, preces, además de las lecturas bíblicas y patrísticas. Cada día, en las Vísperas, la comunidad cristiana se une al canto de María, al Magníficat, alabando a Dios por su actuación en la historia de la salvación.

        Y de la liturgia, como prolongación, brota la piedad Maríana, que la Maríaliscultus ofrece a los fieles, resaltando la nota trinitaria, cristológica y eclesial del culto a María (25-28).

        La fe de la Iglesia permanece en su viva integridad, imperturbablemente celebrada en la liturgia. La mariología, pues, no puede considerarse como un tratado separado de los demás, sino en un contexto más amplio y orgánico, explicitando sus conexiones con la cristología, la eclesiología y el conjunto del misterio de la salvación.

 

 

 

3.- MARÍA, SIGNO Y DELEGADA DE LA MATERNIDAD DE DIOS PADRE

 

María delegada por el Padre como Padre-Madre de la humanidad

 

El don de María

 

El Padre ha querido rodearnos por todas partes con su amor. Sabía nuestra dificultad en comprender por la fe un amor paternal y que este amor, a pesar de su proximidad y su inhabitación en nosotros, puede parecer, a nuestros ojos —demasiado hambrientos de lo visible— algo demasiado abstracto, y decidió darnos una representación concreta del amor que tocase más directamente nuestro corazón. Así es como nos ha presentado la persona de María en calidad de Madre, para que, a través de su cariño maternal, nos llegue, en un lenguaje más elocuente y conmovedor, un testimonio de la ternura de su amor paternal. Él conocía todo el eco que suscita en un corazón humano la presencia amorosa de una madre.

Por María quería atraernos más poderosamente a Él. Y formarnos un corazón filial con respecto a Él. Por eso debemos descubrir en María la figura cautivadora del afecto y la solicitud que nos ha ofrecido el Padre. En sus rasgos maternos se esboza la imagen del Padre.

Para comprender bien esta verdad, hemos de recordar que el corazón del Padre contiene en Sí toda la perfección y toda la riqueza que podemos encontrar tanto en un corazón paternal como en uno materna. Su cualidad de Padre no se opone, como es el caso de los hombres, a la cualidad de madre. En efecto, la generación humana se divide entre el padre y la madre y se efectúa por la unión de ambos. Ninguno de los dos es el principio generador absoluto. Pero en Dios, la generación tiene por único autor al Padre, que, por consiguiente, reúne en Sí mismo lo que nosotros llamamos paternidad y maternidad.

El Padre posee en su corazón, a la vez, la fuerza del amor paternal y la ternura del maternal. Así despliega, al mismo tiempo, la orgullosa energía del Padre que quiere el bien de sus hijos, procurándoselo con un grandioso designio de salvación y un trabajo obstinado, y la extrema delicadeza de la madre, siempre atenta a los menores sobresaltos y dificultades que sobrevienen en la vida de cada uno de sus hijos.

Por eso no solamente la paternidad humana, sino también la maternidad, son especialmente deudoras al Padre celestial de aquello que son. Toda maternidad humana se presenta corno una participación y derivación de la paternidad divina. Cuando Adán y Eva fueron formados a imagen y semejanza de Dios, el Padre los creó según el canon de su paternidad, al uno en calidad de padre y a la otra en calidad de madre. En cierto modo, es corno si hubiese dividido esta imagen en dos aspectos y hubiese querido que Adán represente ciertas tendencias y matices de su corazón paternal, mientras que Eva representaría todas las demás. Todos los tesoros de afecto que se encuentran escondidos en un corazón maternal humano provienen, pues, del Padre. Y provienen de Él incluso en lo que este amor tiene de específicamente maternal y femenino. El Padre reúne en Sí toda la riqueza afectiva cuyos reflejos ha difundido en multitud de destellos sobre la comunidad humana.

Por consiguiente, en todo amor maternal hay que reconocer una imagen viva del corazón del Padre. La cálida atmósfera que una madre ofrece al desarrollo de sus hijos, la profunda ternura con que los envuelve y su capacidad de conectar con todo lo que ellos experimentan corno gozos y dolores, la perseverancia de su solicitud, su benevolencia llena de atenciones, los prodigios, a veces heroicos, de su entrega, todo son manifestaciones de un afecto que ha sido comunicado por el Padre celestial. Si los hombres aprecian el corazón de su madre y, tan a menudo, lo encuentran maravilloso es porque en él descubren una réplica del corazón paternal divino, un afecto todo él inspirado y enriquecido por el inefable amor del Padre de los cielos.

        Esta réplica no se encuentra sólo en el ámbito de la generación carEsta réplica no se encuentra sólo en el ámbito de la generación carnal. La paternidad del Padre celestial es espiritual y ha querido reflejarse entre los hombres en una paternidad y una maternidad más elevadas que las que tienen su fundamento en la familia. Hay una paternidad espiritual, aquélla de la que tuvo experiencia san Pablo y de la que habla entusiasmado: “Aun cuando hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo —escribía a los Corintios—, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús” (1 Co 4,15).

Por otra parte, el Apóstol tenía conciencia de que esta enaltecedora paternidad le costaba muchos sufrimientos, inseparables de los esfuerzos apostólicos para dar una formación sólida a los cristianos: “¡Hijos míos! —decía a los Gálatas—, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Ga 4, 19). Por esta declaración se percibe cómo considera san Pablo su paternidad espiritual como si fuese, en cierto modo, una maternidad, pues supone los dolores de parto y una ternura acentuada.

Y es que, en el dominio espiritual, paternidad y maternidad están mucho más próximos el uno del otro: cuanto más se establece una paternidad en un nivel superioi tanto más íntimamente participa de la amplitud del corazón del Padre celestial. Por eso en su misión apostólica y en su influencia sobre las almas se sentía san Pablo con un corazón paternal tan grande.

La maternidad espiritual no es menos rica. Toda la belleza del papeI de una madre que se afana por sus hijos según la carne se halla transplantada en el dominio de las almas. Ella implica una influencia íntima de un alma sobre otra, para ayudarla a recibir las riquezas de la gracia y desarrollar en ella la vida de Cristo; y esta influencia está dotada de una fuerza particular de penetración, pues se halla impulsada por un intenso amor maternal, por una potente generosidad y una acogida de profunda simpatía. Esta maternidad se sitúa muy por encima del instinto, en el plano de un amor más desprendido de sí mismo, más desinteresado, pero también más vigoroso.

El Padre celestial ha querido suscitar un tipo único e ideal de maternidad espiritual, en el que se expresarían, de la manera más atractiva y concretamente humana, los prodigios de afecto con que colma el corazón de las madres. Eso es lo que ha hecho con María. La ha establecido como madre universal de los hombres en el orden de la gracia. Confiere así a esta maternidad espiritual la extensión más dilatada que pueda recibir, extensión semejante a la de su paternidad divina.

Él, que poseía hasta el infinito las fuentes del amor paternal, podía hacer a un corazón humano capaz de abrazar a toda la humanidad en su solicitud y su afecto, y ejercer eficazmente sobre todas las almas la irradiación de una influencia maternal. Más aún: ha pretendido una profunda semejanza de estructura entre esta maternidad espiritual de María y su paternidad divina. El Padre había decidido estrenar su paternidad respecto a todos los hombres introduciéndola en el interior de su paternidad respecto a la Palabra, su Hijo Único. Deseó amarnos como a hijos suyos precisamente a través de Cristo. De la misma manera, ha puesto como fundamento de la maternidad universal de María su Maternidad con respecto a Cristo. Al ser Madre del Verbo Encarnado, recibiría María su destino de llegar a ser Madre de los hombres. Y su corazón maternal, como el corazón del Padre, estaría llamado a volcar sobre todos y cada uno de los hombres el afecto que Ella tendría al Hijo de Dios. Por ahí se muestra la intención del Padre de dar a la maternidad espiritual de María no solamente la mayor extensión posible, sino la mayor profundidad.

Esta maternidad debía entrañar mucho más que una actitud de amor maternal: debía reposar sobre la generación del Redentor. María no sería Madre de la gracia entre los hombres sino después de haber sido hecha Madre del Autor de la gracia. Su influencia maternal sobre las almas tendría la más sólida raigambre; y su afecto materno tomaría las dimensiones de un afecto referido, en primer lugar, al Hijo de Dios. A ejemplo del Padre, María miraría a los hombres a través de su Hijo amadísimo y los consideraría, a esta luz, como a hijos suyos.

Si san Pablo contribuía a formar la vida de Cristo en los que habían sido confiados a su celo apostólico, María estaba destinada a hacerlo de una manera más invisible, es verdad, pero también más real. Porque siendo la Madre del mismo Cristo, tiene el poder de engendrarlo de nuevo en las almas. Elia es la que ha formado a Cristo en su venida a este mundo. Ella debe repetir en beneficio de los hombres esta primera acción maternal, reproducir en cada uno de nosotros su maravilloso alumbramiento.

Por otra parte, todavía más que este alumbramiento de que habla san Pablo a propósito de los Gálatas, la maternidad de María respecto de nosotros ha estado jalonada por el dolor. Para que Cristo pueda vivir en nosotros, María no solamente lo trajo al mundo: lo entregó, además, sobre el Calvario. Este sacrificio constituye el precio con que pagó su maternidad espiritual. Ya que sólo por la ofrenda del Crucificado puede transmitirnos a su Hijo triunfante.

Si María ha recibido el encargo maternal de distribuir la gracia en nuestras almas es, precisamente, por su participación íntima, en calidad de Madre, en el suplicio de la cruz. Elia, por tanto, nos ha dado a luz en el dolor: en el Gólgota. En el momento en que perdía su Hijo Único, quedó investida con su maternidad universal: al proponerla como Madre al discípulo amado, Cristo daba a entender que iba a ser en lo sucesivo Madre de todos nosotros.

La maternidad espiritual de María se revela, con ello, semejante a la paternidad del Padre celestial y le está estrechamente unida. El Padre nos hizo hijos suyos al darnos a su propio Hijo y ofrecerlo en sacrificio por nosotros; María nos da a este mismo Hijo que engendró según la carne y que ofreció en holocausto. Por eso la maternidad de María es una representación particularmente viva de la paternidad del Padre de los cielos. No ha faltado quien haya hecho notar que María, al pie de la cruz, hacía, en cierta manera, el oficio de Delegada del Padre, reemplazándolo junto a su Hijo paciente y demostrándole la compasión que el Padre le habría testimoniado visiblemente si hubiera tenido un rostro y un corazón humano.

Delegada del Padre, María lo espera junto a esas almas que ha dado a luz en el dolor del Calvario. Ella nos trae el afecto paternal de Dios mismo y, a través de su corazón traspasado, nos hace vislumbrar el precio con que el Padre quiso pagar su paternidad. En la Madre Dolorosa, que tanto nos conmueve, debemos descubrir la fuerza de un amor paterna! que ha llegado hasta el fin.

¡No se trata, pues, de oponer la persona y el papel de María a los del Padre. A veces se ha hecho, y existe la tentación de hacerlo. Con facilidad ponemos en María una indulgencia, una bondad y una misericordia que no se le reconocen al Padre de los cielos. Según ese criterio, Dios estaría representado por un juez que, a pesar de toda la bondad que podría poseer, debe atenerse a las reglas de la justicia en sus relaciones con nosotros. María sería la que hace doblegarse la rigidez del juez, no obedeciendo sino a las inspiraciones compasivas de su corazón maternal, y dejándose arrastrar más fácilmente por las súplicas de sus hijos. María ofrece así un refugio donde la debilidad del hombre pudiera ocultarse y estar al abrigo de la severidad divina.

Ya hemos señalado, a propósito del drama de la Redención, hasta qué punto era inexacto hacer de la obra de salvación un acto de la justicia divina vindicativa o punitiva; pues en realidad, en esta obra, el Padre se ha dejado guiar exclusivamente por su amor. Ahora bien, si la bondad paternal está a la cabeza de toda la obra salvífica, es Ella, y sólo Ella, la que regula las relaciones del Padre en la obtención de nuestra salvación individual.

El Padre actúa con cada uno de nosotros como con la humanidad en su conjunto. Si su amor por nosotros se manifestó en el drama del Calvario, este amor permanece y sigue existiendo con la misma fuerza. Le haríamos injuria si lo representáramos únicamente bajo los rasgos de un juez severo, en contraste con el rostro de María, lleno de dulzura y suavidad.

Nada hay en el corazón de Nuestra Señora que no sea un destello del corazón del Padre. Si la fisonomía de María es la de una Madre llena de comprensión con nuestras debilidades y desbordante de misericordia ante nuestra miseria, es porque el corazón del Padre posee en el más alto grado esta comprensión y esta misericordia. Si nos descubre tesoros inagotables de paciencia y bondad, es porque el Padre tiene de ellos una reserva infinita. Con la dulzura y benevolencia de su acogida, tan atractivas para los hombres, es imagen del Padre que a través de Ella desborda ternura y simpatía.

Los cristianos tienen razón al buscar en María un refugio donde estar seguros de ser admitidos y mimados, pero se equivocarían si creyesen que Ella es un refugio contra Dios. Es, más bien, un refugio en el mismo Padre, en un asilo de amor que ha construido para nosotros.

Los pecadores tienen razón cuando dirigen sus ojos hacia la Inmaculada, cuya extrema indulgencia conocen, y cuando confían en el cariño que Ella les muestra, a pesar de las faltas cometidas. Esta indulgencia, con todo, no ofrece ninguna oposición con una severidad divina, pues es la auténtica expresión de la bondad paternal de Dios. Ponerse al abrigo de María, en su corazón maternal, es en realidad ponerse al abrigo de Dios mismo, en las profundidades del corazón del Padre.

La figura de María es tan arrebatadora, tan seductora, precisamente porque en Ella se transparenta la sublimidad del amor que nos ha dedicado el Padre. Tal es el papel de la Virgen: Ella nos hace llegar al amor del Padre. El Padre sabía que nuestro espíritu humano hubiera tenido dificultad en comprender que su corazón paternal alimentaba todo el cariño que podemos desear de un Padre y de una Madre.

Ya lo hemos indicado: para muchos hombres, el Padre es una figura abstracta; su rostro paterno, al ser invisible, les parece lejano y frío, poco digno de interés. Si ya tienen dificultad en considerarlo verdaderamente como Padre, todavía serán menos capaces de percibir en Él todo el calor que se encuentra en un amor maternal.

El Padre ha venido, pues, en socorro de nuestra impotencia y ha colocado ante nuestros ojos a una Madre, que es, a la vez, una mujer de nuestra naturaleza e ideal perfecto del amor. Ella está aquí para hacernos sentir la ternura y la solicitud que Él nos dirige. Y lo consigue tan bien que ejerce sobre muchos un atractivo que el mismo Padre no parecería poseer en tal grado. En realidad, Ella no es sino una mensajera de la bondad divina que quiere ofrecerse a nosotros de manera más convincente; no es sino la expresión del corazón del Padre.

 

 

 

 

4. MEDITACIONES Y HOMILÍAS DE LAS FIESTAS DE LA VIRGEN SIGUIENDO EL TIEMPO LITÚRGICO  

 

 

4. 1. RETIRO DE ADVIENTO CON LA VIRGEN

 

(Otras meditaciones para el retiro de Adviento, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclos A y B Y C, Edibesa 2004, Madrid)

 

        Queridos hermanos: El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el templo, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

        El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que mantuvieron durante siglos esta espera en el pueblo de Dios.

        El mundo actual, en su mayoría, no espera a Cristo, porque pone su esperanza en las cosas, en el consumismo; por eso no siente necesidad de Cristo, no siente necesidad de salir a su encuentro, no espera su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos, nos llenamos de más y más cosas, y paradójicamente ahora que creemos tenerlo todo, estamos más vacíos, porque nos falta todo, el todo que es Dios; son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y saciar de contenido tanto vacío existencial actual y salvar a este mundo: Jesucristo.

        La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que lo haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

___________________

 

Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

 

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

 

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

 

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...” (Is 35,1-2).


DIOS MÍO, VEN EN MI AUXILIO,

SEÑOR, DATE PRISA EN SOCORRERME.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 62, 2-9

 

EL ALMA SEDIENTA DE DIOS

(Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

 

 1.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

 

 

Salmo 64, 2-12


Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

 

1.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

 

2.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

 

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

 

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

 

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

 

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

 

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

 

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

 

Gloria al Padre.

 

2.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

 

3.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres».

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

 

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

 

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

 

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

 

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

 

Gloria al Padre.

 

3.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.»

 

LECTURA BREVE (Is 45,8)

 

Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia.

 

RESPONSORIO BREVE

R. Sobre ti, Jerusalén, * Amanecerá el Señor.// Sobre ti,

V. Su gloria aparecerá sobre ti. *Amanecerá el Señor.

Gloria al Padre. *Sobre ti.

 

Benedictus, ant. «Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya».

 

Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su Precursor

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

 

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre.

 

Ant. «Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya».

 

PRECES

 

Invoquemos confiados a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, cuyo gozo es estar con los hijos de los hombres, y digámosle: Quédate junto a nosotros, Señor.

 

Señor Jesucristo, que nos has llamado al reino de tu luz,
— haz que nuestra vida sea agradable a Dios Padre.

 

Tú que, desconocido por el mundo, has acampado entre nosotros,
— manifiesta tu rostro a todos los hombres.

 

Tú que estás más cerca de nosotros que nosotros mismos,
— fortalece nuestros corazones con la esperanza de la salvación.

 

Tú que eres la fuente de toda santidad,

— consérvanos santos y sin tacha hasta el día de tu venida.

 

Padre nuestro.

 

Oración

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

Canto final

 

LA VIRGEN SUEÑACAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

 

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

 

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

 

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

 

 

4. 2  LA VIRGEN DEL ADVIENTO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26-38.

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- El rey David deseaba construir una “casa”, un templo a Dios; pero Yahvé le hace saber por el profeta Natán que su voluntad es otra: que más bien Dios mismo se preocupará de la <casa> de David, es decir de prolongar su descendencia, porque de ella deberá nacer el Salvador: “Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”. La elección de David, como toda elección, es pura gracia y benevolencia de Dios. El Señor ha protegido a David, su siervo; por amor a él y a su pueblo le promete la permanencia de su reino. Israel ha visto en la profecía de Natán, la promesa del rey Mesías. Esta promesa se realizará en la persona del Señor Jesucristo, hijo de David por excelencia. Muchas veces a través de las vicisitudes de la historia pareció que la estirpe davídica estuviese para extinguirse, pero Dios la salvó siempre: “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. (Mt 1,16); “Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará… por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc.1, 32-33)

       

        2.-Este proyecto lo realizó Dios por medio de María. María es el templo de la Nueva Alianza, inmensamente más precioso que el que David deseaba construir al Señor, templo vivo que encierra en si no el arca santa, sino al Hijo de Dios. El “hágase” de Dios creó de la nada todas las cosas; el “hágase” de María dio curso a la redención de todas las criaturas. María fue templo de Dios porque estuvo totalmente disponible a la voluntad y al proyecto de Dios.

        Ya en el paraíso, inmediatamente después del pecado original, Dios prometió la salvación del hombre por la descendencia de una mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente tentadora: “Luego dijo Yahvé Dios a la serpiente: Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; este te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal”.

        El pueblo elegido esperó con ansias durante siglos esa descendencia, ese Mesías que le habían prometido y que le liberaría de las consecuencias del pecado.

        Tan intensa se hizo esa espera en aquellos tiempos que cualquier hombre extraordinario les parecía a los judíos que era el Mesías prometido. Así pasó con Juan el Bautista. “Le preguntaron: ¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?” Y la Samaritana dirá a Jesús en el diálogo junto al pozo: “Sé que el Mesías está por venir”. Así quiere la Iglesia que nos preparemos para la venida de Cristo en la Navidad. Así quiere que deseemos su Encarnación.

        La pena grande es que en este tiempo de Adviento en que la Iglesia nos dice que vendrá ciertamente el Señor en la Navidad y nos quiere preparar para esta venida, gran parte de los suyos, la mayor parte de los cristianos no sale al encuentro del Señor, el Señor no es esperado y deseado, llegará porque avanzan los días y llegará la fecha del 25 de diciembre, pero pocos son los que preparan su corazón para recibirle, se alegran con su venida y agradecen a Cristo su Encarnación.

       

        3.- El hombre moderno conoce un número extraordinario de esperas y desea muchas venidas, y vive muchos advientos. Pero son paganos, de cosas y dineros y consumismos y realidades mundanas, pero no esperan con ansias al Único Salvador que tiene este mundo. Estos matrimonios, estas familias, estos hombres, esta humanidad esclavizada por tantos ídolos de barro, que se compran con el dios dinero para sumergirnos en la idolatría del consumismo de una vida vacía sin sentido.

        La Iglesia nos invita en este Adviento a esperar al Mesías Salvador y el mejor modelo de esta espera es María (Ver Retiro de Adviento ciclo A). Hace ya más de dos mil años que el ángel Gabriel transmitió a la hermosa Nazarena la noticia más luminosa y llena de gracia de la historia de la humanidad: que Dios no se olvidaba del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios vendría en busca del hombre para que el hombre pudiera encontrarse con su Dios y Creador y vivir la historia de amor y amistad más hermosa que se pueda concebir, escribir y vivir: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse hijo de Dios, para que pueda llamarle Padre y vivir su misma felicidad y amistad; la segunda persona de la Santísima Trinidad vino a realizar por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar.

        Este es el hecho más importante que ha ocurrido en este mundo; por eso toda la vida de la humanidad se mide por esta fecha, desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). Por la Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas y esa misma “Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

       

        4.-.- La Virgen nos enseña cómo hay que esperar al Salvador, por donde viene el Señor:

        A) Por la oración. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”. Ha empezado a verificarse la profecía de Isaías,14: la promesa mesiánica de un reino eterno, hecha a David por el profeta Natán, de parte de Dios y leída en la primera Lectura de este domingo. Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado todavía célibe, aunque desposada o simple objeción del modo en que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela de parte de Dios el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Esto nos recuerda la presencia de Dios en la Nube, cubriendo la Tienda del Encuentro, que contenía el Arca de la Alianza y se inundaba de la gloria de Yavé (Ex 18, 1-14). Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de los hombres como Madre del Salvador con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida.

        María orando y hablando con Dios ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Pues bien, la contestación y respuesta de María debe convertirse en misión y programa para la comunidad cristiana, comunidad orante, que en la oración privada y pública debe recibir las respuestas de Dios sobre la vocación y la misión que tiene que cumplir en la tierra en el ministerio de la Salvación de los hombres. María, con su oración silenciosa fue más eficaz que todas las palabras.

       

        B) Por la fe. Porque orando creyó con total certeza en la promesa de Dios, y creyó que era el Hijo de Dios quien nacía en sus entrañas, y vivió ya totalmente para Él en fe, porque en ese momento no florecieron los rosales de Nazaret, ni se oyeron cantos de ángeles ni se paró el sol… no paso nada extraordinario, tuvo que creer a palo seco y sufriendo incomprensiones de todo tipo, porque no anduvo dando explicaciones a nadie, si siquiera a su esposo José. Por eso paso lo que pasó con él.

        Luego, hecha templo y morada y tienda de la presencia de Dios en la tierra, primer sagrario del mundo y arca de la Alianza nueva y eterna, llena de esa fe y certeza con inmensa alegría,  preñada del Dios que la tomó por Madre, Esposa e hija especial en el Hijo Amado, sintiéndose plenamente habitada por la Santísima Trinidad, fue a visitar a su prima sin mirar aquellos paisajes hermosos de las montañas de Palestina, porque ya sólo vivía para el que nacía en sus entrañas; ya todo era silencio, contemplación del misterio, amor y compromiso y fidelidad, en medio de las incomprensiones de su familia, de José y de sus vecinos. Y no dio explicaciones ni se excusó ante nadie; dejó que Dios lo hiciera todo por ella, como Él y cuando Él quisiera.

        La oración todo lo alcanza, cantábamos al Corazón de Jesús, en mis años juveniles. En oración recibió María el mensaje; en oración vio el camino a seguir; con su actitud de escucha recibió luz y aclaración, resolvió sus dudas y encontró la fuerza para llevarlo a efecto en medio de duras pruebas. Por la oración recibió a Cristo en su seno, lo paseó por las montañas de Judea en su visita a Isabel y ya no se apartó de Él, ni en la cruz, cuando todos le dejaron y ella siguió creyendo que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

        Con su sí fue Navidad en el mundo. Dios tenía necesidad de ella, de una criatura totalmente dispuesta a seguir y cooperar con su plan de salvación en medio de dificultades; una criatura que no pusiera resistencia ni pegas al plan de Dios; una criatura que al contrario de Eva, obedeciera totalmente a la voluntad de Dios, para que recuperásemos por su obediencia lo que habíamos perdido por la  desobediencia de Eva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

        C) Por el amor. Amor a la voluntad de Dios y amor a los hombres, a José y a su prima Isabel. El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. Primero hay que tener un corazón limpio de rencores y de pecados. En pecado, de cualquier clase que sea, no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que vivir en gracia. Ella estaba llena de gracia. Si hay pecado Cristo no puede nacer dentro de nosotros. La Navidad es la fiesta del amor de Dios a los hombres y en correspondencia de los hombres a Dios y a los hermanos, porque si Cristo nace todo hombre es mi hermano. Hay que amar más. Hay que visitar a los amigos y necesitados como María a su prima Isabel para ayudarla. Hay que llenarse del amor que Cristo nos trae y que nos hace hermanos de la misma fe, gracia, esperanza y destino.

 

5.- MEDITACIÓN DE ADVIENTO MARIANO:

 

5.1.- VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil; el Adviento no ha existido en nosotros. Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

        Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

        Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

        ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de mi hijo o de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón o para que aumente su presencia de amor?

        En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

 

5. 2 POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

 

        La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él. Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque hay villancicos y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma.

        La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

        Para demostrar esta verdad bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

        Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, Ael que nos ama@nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;@ANadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación:  que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de no encontrarnos con Cristo, de equivocarnos de camino en la vida, porque nos podemos equivocar para siempre.

        Cristo se encarna, viene a nosotros, porque nosotros valemos mucho, mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne. Dios entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de vida y de amor, creó a otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha. 

        “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,1-3), pero no sólo este mundo, sino la misma realidad divina, porque al contemplarse el Padre a sí mismo, en su mismo serse por sí mismo y verse tan lleno de vida, de amor, de felicidad, de hermosura, Ade túneles y cavernas insospechadas@, de paisajes y felicidad y fuego de las relaciones divinas del volcán divino en eterna erupción de su esencia, se vio plenamente en su Idea y la pronunció en Palabra llena de amor para sí y se amó con fuego de su mismo Espíritu y luego la pronunció para nosotros en carne humana.

        Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«“Ven, Señor, y no tardes».

 

5. 3 POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

        Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo. ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

        Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

 

5. 4 POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

 

        María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

        Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

        Santa Catalina de Siena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto. ¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Pero reconozco abiertamente que, a causa de la culpa del pecado, perdió con toda justicia la dignidad en que la habías puesto.

        A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

        Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

        Y Balduino de Cantorbery nos dice:« “Porque Él nos amó primero…” porque en esto nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas... Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si dijera: Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuán por encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuán grandes cosas he hecho para ti, sino también de cuán duras y humillantes cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?

        Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén.» (Balduino de Cantorbery, Tratado 10, PL 204, 514, 516).

                Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

 

 

5. 5 POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

 

        “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

        A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

        Por esta razón, si queremos que Cristo nazca en esta Navidad, dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios. Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

        Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con nuestros padres, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

        Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

        Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

        Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia. “Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

        Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

 

 

 

 

 

6. 1. FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

MI PRIMER SERMÓN DE LA INMACULADA

       

        (Lc 1,26-38: Fue la primera homilía de mi vida. En mis primeros tiempos, sobre todo si era durante la homilía, y aunque fuese durante la misa, todo se llamaba el Sermón; la hice, siendo diácono, en la novena de la Inmaculada, pronunciada con los tonos propios de la época, pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, 1959)

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.    Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebida Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin macha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

       

        2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Solo ella, la Virgen bella, la hermosa nazarena fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

        No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los Israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y fue concebida Inmaculada. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrella en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humanan la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María. María, la misma mujer y humilde jovencita Nazaret, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «María»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

        Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es un ser aparte.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amoroso ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

        Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal: la Madre,  Inmaculada.   

        Asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

        6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.  

        Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja de gran río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si lo hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la del Cielo de su Padre, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

        María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: « Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».        Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no es Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

        Qué pura qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, que gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena tan bella y tan en la orilla de Dios.

        Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que nos puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

        Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material, pero está real, realísima, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar comérsela de amor.

        María está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con un presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y siente sus efectos maternales de gracia y salvación.

        Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti.

 

 

6.2 OTRA HOMILÍA DE LA INMACULADA

(Son la mismas o parecidas ideas, pero expuestas con estilo actual)

 

        QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

        El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

        1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

        El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       

        2.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

        3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

        No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

        4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

 

        5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

 

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

 

        c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen guapa, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

 

 

6.  3 TERCERA HOMILÍA DE LA INMACULADA

(Homilía elaborada sobre una audiencia general de los miércoles del Papa, 1983, del original italiano que escuché personalmente)

 

                QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La fiesta que estamos celebrando nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios en la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente redimida: mientras todas las demás seres han sido liberadas del pecado, ella fue preservada del mismo por la gracia redentora de Cristo. La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquélla que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar al Hijo al mundo quiso que naciese de una mujer, mediante la intervención del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno, y luego en sus brazos maternales, a Aquel que es Santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiese barrera alguna. Ninguna sombra debía oscurecer sus relaciones. Por esto, María fue creada Inmaculada. Ni siquiera por un momento ha estado rozada por el pecado. Podemos decir que María en el misterio de su Inmaculada Concepción es la revancha de Dios sobre la degeneración humana por el pecado.

        Es esta belleza la que durante la Anunciación contempla el Ángel Gabriel, al acercarse a Maria: “Alégrate, llena de gracia”. Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de las demás criaturas es la plenitud de gracia que se encuentra en Ella. María no recibió solamente gracias. En Ella todo está dominado y dirigido por la gracia desde el origen de su existencia. Ella no solamente ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad.

        Es la criatura ideal, tal como Dios la ha soñado. Una criatura en la que jamás ha existido el más mínimo obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada por la gracia, en el seno de su alma todo es armonía y la belleza del ser divino se refleja en ella de forma más impresionante.

 

        2.- María, primera redimida. Debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, María fue declarada «preservada intacta de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS. 2803). Ella, pues, se benefició anticipadamente de los méritos del sacrificio de la Cruz.

        La formación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación que se había producido, tanto en la mujer como en el hombre, como consecuencia del drama del pecado. Según la narración bíblica de la caída de Adán y Eva, Dios impuso a la mujer un castigo, y comenzó a desvelar un plan de salvación en el que la mujer se convertiría, en la primera aliada.

       

        3.- María corredentora o asociada a la Alianza de Dios con los hombres por medio de su Hijo. En el oráculo, llamado protoevangelio, Él declaró a la serpiente tentadora, la cual había conducido a la pareja al pecado: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal”. Estableciendo una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifiesta su intención de considerar a la mujer como primera asociada en su alianza, con miras a la victoria, que el descendiente de la mujer obtendría sobre el enemigo del género humano.

        La hostilidad entre el demonio y la mujer se ha manifestado de la forma más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción a la derrota sufrida por Eva en el pecado de los comienzos.

        En María se operó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de forma que María misma no tuvo necesidad, personalmente, de ser reconciliada, puesto que al haber sido preservada del pecado original. Ella vivió siempre de acuerdo con Dios. Sin embargo, en María se ha realizado verdaderamente la obra de la reconciliaci6n, porque Ella ha recibido de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se ha manifestado el efecto de este sacrificio con una pureza total y con un maravilloso florecimiento de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la Redención.

       

        4.- La perfección otorgada a María no debe producir en nosotros la impresión de que su vida sobre la Tierra ha sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. En realidad, María ha tenido una existencia semejante a la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana. Vivió en la oscuridad que comporta la fe. Ella fue preservada del pecado que siempre es egoísmo, para poder vivir totalmente al servicio de todos los hijos, de natural Jesucristo y de los confiados por el Hijo en la cruz, todos los hombres.

        No en menor grado que Jesús experimentó la tentación y los sufrimientos de las luchas internas. Podemos imaginarnos en qué gran medida se ha visto sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería un error pensar que la vida quien estaba llena de gracia fue una vida fácil, cómoda. Maria ha compartido todo aquello que pertenece a nuestra condición terrena, con lo que ésta tiene de exigente y de penoso.

        Es necesario, sobre todo, tener presente que Maria fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir plenamente su misión de colaboración con la obra de salvación: ha dado el máximo valor a su cooperación en el sacrificio. Cuando María presentó al Padre, el Hijo clavado en la Cruz, su ofrecimiento doloroso fue totalmente puro. Y ahora también desde el cielo la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón y su presencia junto a Cristo Glorioso y triunfante del pecado y de la muerte, nos ayude a aspirar hacia la perfección por Ella conseguida. Y por esto es por lo que la Virgen ha recibido estas gracias especiales y ha sufrido singularmente, para poder así ayudarnos a nosotros pecadores, es decir, fue Inmaculada por el poder y amor singular de Dios para todos nosotros, la razón por lo que Ella ha recibido esta gracia excepcional.
        En su calidad de Madre, trata de conseguir que todos sus hijos terrenales participen de alguna forma en el favor con el que personalmente fue enriquecida. María intercede junto a su Hijo para que obtengamos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que sufran angustia espiritual y material para socorrerlos y conducirlos a la reconciliación.El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para todos los que la consideran como su Madre.

         Su Inmaculada Concepción ha sido la primera maravilla de la Redención de la que todos hemos recibido la alianza y amistad con Dios que nos llevará a participar plenamente de su vida divina aquí abajo, mediante la lucha y la conversión permanente junto a la cruz de Cristo, y en el cielo, con este mismo Cristo Triunfante y Glorioso junto a Ella.

 

 

6. 4 ANEXO: PARA HABLAR DE LA INMACULADA: Conferencias, Meditaciones…

 

Mensaje de la LXXXIII Asamblea Plenaria de la CEE en el CL Aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María

 

«Signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios».

 

1.- Al cumplirse el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, los obispos españoles queremos hacer llegar a nuestros hermanos, los hijos de la Iglesia en España, unas palabras sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y una invitación a renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada. De este modo, convocamos a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada, que comenzará el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005.

 
              2. Sentido del dogma mariano:El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, confiesa: «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano». Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación del dogma de la Inmaculada: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María, y la absoluta enemistad entre María y el pecado.


          3.- María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia

 

Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante». En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

 

4.- Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia». Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna». En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), por eso acude a ella como «modelo perenne», en quien se realiza ya la esperanza escatológica…


            5- María Inmaculada, la perfecta redimida.

 

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo», ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es «la Toda Santa» --como la proclama la tradición oriental-- implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». El amor filial a la «Llena de gracia» nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia».


6.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado.

 

María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella «enemistad» (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. «Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos».      Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, «es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto». Y aun cuando «la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente», comprobamos cómo «lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males».

La Purísima Concepción—tal como llamamos con fe sencilla y certera a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios. Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es «señal de esperanza segura».

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios.

En ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En ella encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). En ella encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30). En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, «desde que Dios la mirara con amor, Maria se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».


7.- El testimonio mariano de la Iglesia en España.

 

La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han ido siempre unidas a un amor singular a la Virgen María. No hay un rincón de la geografia española que no se encuentre coronado por una advocación de nuestra Madre. Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos mismos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”». Y así lo ha venido reiterando desde su primer viaje apostólico a nuestra patria: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción».

 

8.-La peculiar devoción a María Inmaculada en España.

 

El amor sincero a la Virgen María en España se ha traducido desde antiguo en una «defensa intrépida» y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es «tierra de María», lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores. Una muestra selecta de estos tesoros artísticos podrá contemplarse en la exposición que bajo el título Inmaculada tendrá lugar, D.m., en la Catedral de la Almudena de Madrid, del 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Con esta exposición la Conferencia Episcopal Española en cuanto tal desea unirse a las iniciativas semejantes que la mayoría de las diócesis ya están realizando o realizarán a lo largo del próximo año.

 

9.- Fuerte arraigo popular de la fiesta de la Inmaculada

 

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de Maria, la preparación primigenia a la venida del Salvador (Is 11, 1. 10) y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga».

Al inicio del Año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos la poderosa intercesión de Nuestra Madre para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia alma, como pidiera ya en el siglo VII San Ildefonso de Toledo en una oración de gran hondura interior: «Te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».

 

10.- Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, en diversas ocasiones la Conferencia Episcopal Española ha llamado la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España, considerada de «decisiva importancia para la vida de fe del pueblo cristiano».         Al hacerlo hemos recordado que «la fiesta del 8 de diciembre viene celebrándose en España ya desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe».

Tras la definición dogmática realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido constantemente hasta nuestros días en piedad y esplendor», tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada «Vigilia de la Inmaculada». Con la Vigilia y la Fiesta de la Inmaculada de este año, se abrirá el mencionado Año de la Inmaculada, que concluirá también con la Vigilia y la Fiesta del año 2005.

 

11.- En el año de la Eucaristía

              La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. «María guía a los fieles a la eucaristía». «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, si no abandonamos nunca la escuela de María: ¡Ave verum Corpus natum de María Virgine!

 

6. CONSAGRACION A MARIA INMACULADA

 

Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, el Papa Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano, de esa manera se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos. En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza del 7 al 11 de octubre de 1954, en conexión con el cual, el 12 de octubre, se hizo la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las Iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

Somos conscientes de que «la forma más genuina de devoción a la Virgen Santísima... es la consagración a su Corazón Inmaculado. De esta forma toma vida en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como nueva forma de vivir para Dios y de proseguir aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María».

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

 

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

 

 

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario
de la proclamación
de tu Inmaculada Concepción,

 deseamos unirnos
a la consagración que tu Hijo hizo
de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro,

para que ellos sean consagrados
en la verdad” (Jn 17, 19),
y renovar nuestra consagración,
personal y comunitaria,
a tu Corazón Inmaculado.

 

Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,

que estás totalmente unida

a la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

 

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

e impide vivir en concordia:

¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!

¡De todo atentado contra la vida humana,

desde el primer instante de su existencia

hasta su último aliento natural, líbranos!

¡De los ataques a la libertad religiosa

y a la libertad de conciencia, líbranos!

¡De toda clase de injusticias

en la vida social, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

¡De las ofensas y desprecios a la dignidad

del matrimonio y de la familia, líbranos!

¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia

del bien y del mal, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!
Acoge, oh Madre Inmaculada,

esta súplica llena de confianza y agradecimiento.

Protege a España entera y a sus pueblos,

a sus hombres y mujeres.

Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos la luz de la esperanza.  Amén.

 

 

 

 

7. SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS: 1 DE ENERO

 

        QUERIDOS HERMANOS: Nuevamente mi felicitación más afectuosa y sincera en este año que comienza. Es una nueva gracia que Dios nos concede y debemos aprovecharla. Y en este primer día del año civil, octava de la Natividad del Señor, celebramos la fiesta religiosa y litúrgica de la Maternidad divina de Maria y la jornada mundial de oración por la paz. Todas estas efemérides deben ocupar un lugar en nuestro corazón y en nuestras oraciones, especialmente María, como madre de Jesucristo, Hijo de Dios e hijo suyo.

        Hace ocho días hemos celebrado con gozo el nacimiento en carne humana del Hijo de Dios entre nosotros. Conmemorábamos aquel hecho trascendental para la humanidad del nacimiento en carne humana del Hijo eterno de Dios, de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Ahora bien, nosotros sabemos que todo nacimiento humano supone una madre: madre e hijo son realidades inseparables. La Iglesia, después de haberse extasiado durante ocho días adorando al Niño divino, quiere que hoy levantemos nuestra mirada y contemplemos a la Madre de aquel niño: a María, a esos ojos que le miraron por nosotros con tanto amor, a esos brazos maternos que lo cuidaron y nos lo dieron, porque toda madre es el mejor camino para encontrar a los hijos. Es lo que dice el evangelio de hoy.

        ¿Qué pretende la Iglesia al proponernos en este primer día del año a María, como madre del Redentor?

 

        1.- Proclamar admirada, ante todo, el hecho histórico y trascendental de la <theotocos>, de Madre de Dios, proclamar y venerar el hecho singular de que una mujer haya sido madre de esa carne, asumida por el Verbo, la segunda persona de la Trinidad, que el Padre eterno hizo germinar en el seno virginal de esta hermosa nazarena, por el poder del Espíritu Santo.

        Dios en cuanto Dios no tiene origen, ni principio ni fin. Pero ese Dios infinito, por amor al hombre, decidió venir a salvarnos de nuestros pecados y limitaciones, y decidió hacerse hombre, tener una naturaleza humana como la nuestra, y en este sentido se hizo tiempo y espacio en el seno de María, en quién el Espíritu Santo, con su potencia de Amor, formó el cuerpo de Jesús. Como veis, este hecho nos habla muy claro del amor, de la humildad, de la predilección de Dios por el hombre y por todo lo humano.

        ¿Qué busca el Dios Trino y Uno, el Infinito en el hombre? ¿Qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Dios es Amor y su esencia es amar y sólo se realiza en el Amor esencial de la Santísima Trinidad del cual nos hace partícipes por la Encarnación del Hijo. Dios sólo busca nuestro amor y felicidad.

         ¡Qué grande es nuestra madre! ¡Qué grande es María! Ella ha sido escogida por Dios con amor de predilección para esta misión tan gloriosa, pero a la vez tan arriesgada,  ser madre del Infinito, del Dios Omnipotente y Eterno. Mirad a María en este misterio y os llenaréis de amor, de fe, de confianza, de seguridad en su valimiento. Lo expresa muy bien la oración de postcomunión de esta fiesta: «Hemos recibido con alegría los sacramentos del cielo: te pedimos ahora, Señor, que ellos nos ayuden para la vida eterna, a cuantos proclamamos a María Madre de tu Hijo y Madre de la Iglesia». Pedimos, al comenzar el año, la protección y la ayuda poderosa de María Santísima, Madre de Cristo y, por la misma razón, Madre de la Iglesia.

 

        2.- Consecuentemente, quiere nuestra Madre la Iglesia que todos los creyentes felicitemos a María por haber cumplido perfectamente con su misión. No fue fácil. Lo arriesgó todo a la baza de la fe y confianza en Dios: “He aquí la esclava del Señor…” Y os he dicho que una de las maravillas que más admiro de nuestra Madre, María, fue su confianza y seguridad en Dios, guardando silencio, sin dar explicaciones del misterio que nacía en sus entrañas para evitarse murmuraciones e incomprensiones. La Virgen del silencio me admira a mí, que enseguida empiezo a dar explicaciones de todo, especialmente si me sirven como excusa de hechos o acontecimientos personales, que me cuestan. Maria no dio explicaciones a nadie, ni a José, ni a su familia y esta fe la vivió y mantuvo hasta la cruz, donde se quedó prácticamente sola, creyendo contra toda evidencia, que era Dios y Salvador del mundo el que moría así en la cruz, como fracasado.

        Yo pido, quiero esa fe, ese silencio, esa confianza en el evangelio de Dios, en los planes de Dios sobre mi vida, aunque me hagan pasar por hechos y realidades que no comprendo, más, que me parecen por la evidencia humana que son contrarias a mi realización como persona humana e hijo de Dios.

        Por eso, María, la Madre de Dios y madre nuestra, merece nuestra felicitación más sincera y lo haremos cantando en la comunión eucarística de esta misa con la recitación de su oración, del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación…”

 

        3.- Lógicamente esta admiración debe movernos a la imitación y a la súplica: Madre, haznos semejantes a ti, danos esa fe, esperanza y amor, esa disponibilidad a la voluntad de Dios. Tú eres nuestro auxilio y nuestra ayuda protectora. Lleva en nosotros a plenitud la obra salvadora de tu Hijo. Así lo pedimos en la oración colecta de esta fiesta: «Señor y Dios nuestro… concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu hijo Jesucristo, el autor de la vida…» Y también en la oración sobre las ofrendas: «Señor y Dios nuestro… concede, te rogamos, a cuantos celebramos hoy la fiesta de la Madre de Dios, santa Maria, que así como nos llena de gozo celebrar el comienzo de nuestra salvación, nos alegremos un día de alcanzar su plenitud». ¡Ayúdanos, Madre de Dios y Madre nuestra, tú que eres abogada de gracia, distribuidora de la piedad, auxiliadora del pueblo de Dios, reina de la caridad, reina de la misericordia, esclava del Señor.

        La Iglesia nos invita a poner el año nuevo en manos de Maria. No tiene nada de particular. Si Dios la escogió como madre y  confió totalmente en ella, cómo no lo haremos nosotros, los desterrados hijos de Eva. Hagamos una consagración total de nuestra vida y de este año entero que empieza, poniéndolo todo en sus manos. Oremos todos juntos esta consagración que aprendimos desde niños: «Oh Señor mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a Ti, y en prueba de mi filial afecto, te consagro al comenzar este año mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón, en una palabra, todo mi ser, ya que soy todo tuyo/a, oh Madre de bondad, guárdanos y defiéndenos como cosa y posesión tuya».

 

 

 

 

7.1. SEGUNDA HOMILÍA DEL 1º DE ENERO: SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS

 

        QUERIDOS HERMANOS: Hoy, esta palabra <hermanos>, tiene una resonancia especial y un sentido pleno y total. Porque en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios que, por ser la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes. Y todo esto también por disposición de Dios, porque Dios lo quiso para su Hijo y lo quiere para nosotros, en la plenitud de los tiempos, como hemos leído hoy, en la Carta de San Pablo a los Gálatas.

        1.- El Evangelio de hoy, con discreción y naturalidad, nos presenta a María, cumpliendo su función de madre, cuidando “del niño acostado en el pesebre”. La narración de Lucas deja entrever a María, que, poco después del nacimiento, acoge a los pastores y les muestra a su Hijo, escuchando con atención todo lo que ellos cuentan de la aparición y anuncio del ángel. Luego, mientras se  van los pastores glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2,20): “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

        María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque ha penetrado íntimamente en su misterio y se ha unido a Él de la manera más profunda. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”»(LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).

        El Evangelio de hoy nos dice claramente que los pastores encontraron a María por ser y hacer de madre, por ejercer su función maternal, junto al niño recién nacido. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María. Así que al comenzar el año, nos pone a la Madre, porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida hay que ir al Hijo por la Madre.

        Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar con ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Eso es lo que hace hoy la Iglesia, poniendo el primer día del año a María como Madre y Protectora de todos los hombres. La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero de todo; pero para que esto sea así, el camino más seguro hasta Dios, para vivir la vida cristiana, es  María. ¡Qué certeza, confianza, fuerza, qué poder intercediendo ante Dios, qué seguridad hasta Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por experiencia de muchos años y muchas luchas. Estoy seguro de esta verdad.

        2.- La Iglesia quiere empezar el año mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniendo todo el año que empieza bajo su protección materna. Y lo comprendo perfectamente. Sabe la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre. Si la madre vive, los hijos siguen adelante, se mantiene el orden, la limpieza y las comidas en casa y todos llegan a su término.

        Ya esta sería la primera nota de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María en nuestra vida cristiana, individual y familiar; es tan importante su función materna dentro de la fe y de la vida cristiana, que se la pone en alto en el primer día del año para que todos la invoquen y se consagren a su amor maternal  en la primera fiesta del año. Secundemos, pues, los deseos de la Iglesia: miremos a la Virgen, invoquemos a María, sigamos su ejemplo de fe, humildad, silencio, obediencia a Dios, trabajo. Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas… todo bajo su mirada protectora y su intercesión. Que todo este año lo vivamos bajo su protección maternal y así nos será más fácil el camino.

        En realidad, la importancia de María en la obra de la Salvación se la empezó dando el mismo Dios, que quiso contar con ella para que fuera la Madre de su Hijo cuando llegó la plenitud de los tiempos. El misterio de la Encarnación, que estamos celebrando en estos días navideños, constituye una prolongada memoria de la maternidad divina de María, y esta fiesta del 1º de enero sirve para exaltar a la Madre santa por la cual merecimos recibir al autor de la vida, Jesucristo, Nuestro Señor. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.

        Es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. le dijo su prima santa Isabel.

        Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió y se unió a Él junto a la cruz, en el momento del amor extremo de su Hijo en su muerte, acompañando a su Hijo y uniéndose a Él en su ofrenda al Padre por los hombres, sus hermanos, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz.

        Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, junto a su Hijo en la cruz, que moría solo y abandonado por todos, creyendo que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

        ¡Bien sabía el Señor la elección que había hecho! Esta es la verdadera grandeza de María, que podía pasar desapercibida para los ojos de los hombres, pero no para Dios.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza, en las alegrías y en las penas. Eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si, desde el comienzo del año, la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios. Por eso tiene tanto poder ante Él. Es omnipotente suplicando. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira a todos tranquilidad, seguridad, certezas, consuelo.

        Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.       «¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María».

 

 

 

 

7.2. TERCERA HOMILÍA: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Nuestra madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga de la fe de sus hijos, después de habernos extasiado contemplando el Nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, quiere que hoy le contemplemos como hijo de María. Y lo quiere, porque sabe por la Historia de la Salvación que Dios ha querido que María sea camino de encuentro con su Hijo, camino de salvación para todos los hombres.

Por eso, al comenzar el año nuevo, en el primer día del año, pone la festividad de la Maternidad divina de María para alegrarnos, para que felicitemos al Hijo y al Padre y al Espíritu Santo que la eligieron y la hicieron madre del Hijo de Dios en la tierra, para que cantemos con ella el «magnificat», para que nos llenemos de esperanza y confianza en su ayuda y protección en este nuevo año que Dios nos ha permitido empezar.

        Son varias las ideas que enriquecen este día dentro del tiempo litúrgico navideño en que celebramos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: octava de Navidad, maternidad divina de María, jornada mundial de la paz y comienzo del año civil. La Maternidad es, sin duda, la idea más relevante de este día litúrgico, como se destaca en las Oraciones de la Misa y en la segunda lectura; Maternidad divina de María que se prolonga naturalmente en la maternidad espiritual sobre la Iglesia.

 

        2.- En su exhortación apostólica Marialis cultus Pablo VI afirma que «el tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal y salvífica de María» (cf.Mc 5,1). Y sobre la recuperación litúrgica de la fiesta de hoy y su sentido, añade: «La Solemnidad de la Maternidad de María, fijada el día primero de enero según una antigua sugerencia de la liturgia romana, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la vida» (MC 5,2). Esta verdad la confesamos y creemos y vivimos cuando rezamos el Credo Niceno-Constantinopolitano: «que por nosotros y por nuestra salvación bajó del  cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombres».

        El Concilio de Éfeso (431), confirmando lo que ya creía y confesaba el pueblo cristiano, definió como dogma de fe que María es «Madre de Dios» (theotókos, en griego; DS 252). Así resolvió una controversia que no era estrictamente mariana, sino cristológica; y condenó la doctrina de Nestorio que negaba la identidad personal entre el hombre Jesús, hijo de María, y el Hijo de Dios. Afirmando la única persona divina de Cristo en dos naturalezas, la divina y la humana, se concluía que María es la Madre de Dios, por ser quien dio la naturaleza humana a Cristo Jesús.

       

3.- El Concilio Vaticano II recuerda al de Éfeso (LG 66), y hablando de la tradición litúrgica de las Iglesias Orientales dice: “Los Orientales ensalzan con hermosos himnos a María siempre Virgen, a quien el concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras” (UR 15,2).

        Es cierto que la verdad de fe que encierra la expresión «Madre de Dios» referida a María ha de entenderse correctamente, pues María no es ni podía ser madre, es decir, causa generadora y origen, de la divinidad de Cristo,porque Dios no tiene origen temporal. María, pues, no origina la divinidad de Cristo que Él recibe solamente del Padre Dios. Por eso no es madre de Cristo, es decir, en cuanto Dios, sino que es la madre de Cristo que ya es Dios anteriormente y ahora se hace también y simultáneamente hombre, encarnándose en su seno. Y esta maternidad divina es la razón básica de la grandeza y dignidad sin igual de María, la clave de toda la teología mariana o mariología.

 

        4.- La maternidad divina es el dato y la realidad profunda que condiciona y da sentido a toda su vida y misión dentro del plan de Dios que el ángel le expone a María en la Anunciación pidiendo su consentimiento. Es también la grandeza de su maternidad lo que origina las demás características y funciones de la figura sublime de María de Nazaret: Concepción inmaculada, Corredención, Asunción, mediación subordinada a la de Cristo, maternidad espiritual sobre la Iglesia y su condición de miembro, tipo, modelo e imagen de la misma; así como el culto y devoción del pueblo cristiano a María la Madre del Señor (cf.LG 52-69).

        El Concilio Vaticano II en relación con la Maternidad divina de María nos dirá: «… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor» (LG 53).

«En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando, en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (LG 58). «La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor» (LG 61).

«… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a El con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo» (LG 53).

«…desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de “Madre de Dios”, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades» (LG 66).

«En este culto litúrgico, los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras» (Ec15b).

«La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia» (LG 63).

 

 

 

7.3. SENTIMIENTOS ANTE ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN

 

A) Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo, gracias.

 

B) Cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

 

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

 

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

 

 

 

 

8.  SERMÓN DE LA ANUNCIACIÓN                                           

 

        Así consta en unas cuartillas ya oscuras que tengo escritas con pluma y tinta de las de antes, nada de maquinas, ni siquiera bolígrafos, y menos ordenadores que entonces no existían; y así lo quiero titular también hoy: Sermón de la Anunciación. En letra muy pequeña porque había que ahorrar y porque jamás había que leer en la predicación, todo de memoria, aunque durase una hora.

        Fue predicado en abril de 1960 porque así consta en una cita del mismo sermón; igualmente consta que fue en el Santuario del Puerto y siendo en esa fecha, quiere decir que fue durante la Novena, que es ordinariamente en abril; me huele, por la introducción que alguna vez lo prediqué ante el Señor Expuesto, porque empiezo saludándole y en su nombre; pero no la primera vez, porque esta introducción dirigida al Señor está en tinta distinta, más negra, y en letras introducidas en entre el título: Sermón de la Anunciación y el Queridos hermanos con que ordinariamente empieza mis homilías..

        Lo prediqué, por tanto,  dos meses antes de ser ordenado sacerdote el 10 de junio 1960, clave secreta de todas mis tarjetas, cartillas y demás instrumentos, porque así no se me olvida. De paso os doy la clave por si queréis sacar algún dinero extra de los cajeros o entrar en los secretos de mi ordenador... etc. ¡le tengo tanto cariño a esta fecha!

        Como ya dije, al hablar de Cabodevilla, en mis primeros sermones y homilías, yo no le olvidaba y tengo algunas frases tomadas de él. Podía suplantarlas por otras posteriores ya elaboradas por mí, pero no quiero que pierda nada de su autenticidad y frescura. Así que ahí va el Sermón, tal cual fue escrito, y predicado: ¡Oh feliz memoria mía que era capaz de recitar durante una hora los textos aprendidos o simplemente leídos! ¿Dónde estás ahora que no te encuentro? ¡Cuánto te hecho de menos! Ahora me digo: que no se me olviden estas tres palabras, son la clave de las tres ideas principales de la homilía... y se evaporan; así que ahora estas tres o cuatro palabras las tengo que poner delante ordinariamente, aunque luego no las mire; pero por si acaso... me dan seguridad.

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        «En tu nombre, Señor, y en tu presencia, quisiera con tu favor y ayudado de tu divina gracia, hablar esta tarde a tus hermanos y mis hermanos, los hijos de nuestra madre común, madre tuya y nuestra, la madre del Puerto. Ayer la veíamos en la mente de Dios, casi infinita, casi divina. Hoy la vamos a ver ya joven nazarena, de catorce años, estando en oración y visitada por el ángel Gabriel.

        Queridos hermanos, empiezo diciéndoos que la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

        Su paso por el mundo apenas fue notado por sus contemporáneos. La infancia de la Virgen nos es desconocida en los Evangelios. La vida histórica de Nuestra Señora comienza en la Anunciación. En ella empieza también la historia humana del Hijo de Dios  por su Encarnación en el seno de la Madre y hasta entonces océano infinito y quieto en la pura eternidad de Dios.

        En la Anunciación, el Torrente divino del Verbo de la Vida y de la Verdad, desde el Misterio de Dios Uno y Trino, baja y fluye hasta nosotros en torrente de aguas infinitas y llega hasta nosotros por este canal maravilloso que se llama y es María.

        Por ella llega a esta tierra seca y árida por los pecados de los hombres, para vivir y escribir con nosotros su historia, esa historia que se puede contar porque está limitadas por las márgenes del espacio y del tiempo, por los mojones de los lugares y fechas por los que fue deslizando su bienhechora presencia e historia de la salvación. Y esa historia que se puede contar empieza en María, con María.

        Fijaos qué coincidencia, qué unión tan grande entre los dos, entre Jesús y María; entre el Hijo de Dios que va a encarnarse y la Virgen nazarena que ha sido elegida por Madre: los dos irrumpen de golpe y al mismo tiempo en el evangelio.

        Con un mismo hecho y unas mismas palabras se nos habla del Hijo y de la Madre. Tan unidos están estos dos seres en la mente de Dios que forman una sola idea, un solo proyecto, una misma realidad, y la palabra de Dios, al querer trazar los rasgos del uno, nos describe también los del otro, el semblante y la realidad del hijo que la hace madre.

        Todos habéis leído  y meditado muchas veces en el evangelio de San Lucas la Anunciación del Ángel a nuestra Señora. Es la Encarnación del Hijo de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Es aquella embajada que un día trajo el ángel Gabriel a una doncella de Nazaret.

        La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no necesita  ser realizada en el templo de Jerusalén, ni en monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

        La Virgen, pues, estaba orando. Orando, mientas cosía, barría, fregaba o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. Dios puede comunicarse donde quiere y como quiere, pero de ordinario se comunica en la oración. Y la Encarnación es la comunicación más íntima y total que Dios ha tenido con su criatura; ha sido una comunicación única e intransferible.

        Por eso, el arte de todos los tiempos nos ha habituado a figurarnos a la hermosa nazarena, a la Virgen bella, en reposo y  entornada, sumida en profunda oración.

        Unas veces, de rodillas, porque la Virgen adoraba a Dios profundamente. Otras veces sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pié, mientras Ella estaba arrodillada.

        El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazaretana, de tez morena, ojos azules, alma divina, es un tejido de espumas, trenzado de alabanzas y humildad, de piropos divinos y rubores de virgen bella y hermosa. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Xaire, kexaritomene, o Kúrios metá soü...Ave, gratia plena, Dominus tecum... Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

        “Salve”, en griego “Xaire”, alégrate, regocíjate, que era el saludo corriente entre los elenos. “La llena de gracia”, el ángel emplea este participio a modo de nombre propio, lo que aumenta la fuerza de su significado. La piedad y la teología cristianas han sacado de aquí todas las grandezas de María. Y con razón, pues “la llena de gracia” será la Madre de Dios.

        Mucha gracia tuvo el alma de María en el momento de su Concepción Inmaculada; más que todos los santos juntos. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Y esa gracia se multiplicaba en ella cada instante con el ejercicio de todos sus actos siempre agradabilísimos al Dios Trino y Uno, a los ojos divinos, porque Ella nunca desagradó al Señor. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad del alma de María iba creciendo a medida que la gracia, la belleza y el amor de Dios  aumentaban en ella, para que en todos los momentos de su existencia el ángel del Señor pudiera saludarla y  pudiera llamarla: “kejaritoméne, gratia plena, llena de gracia”.

        “El Señor está contigo, o Kúrios metá soü, Dominus tecum”, prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Vive en ellas. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma, en su interioridad, en su ser y existir.

        Y como la Virgen estuvo siempre llena, como un vaso que rebosa siempre de agua o licor dulce y sabroso, resulta que Nuestra Madre del Puerto, más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos, tuvo siempre al Señor en su corazón; pero ahora al estar en su vientre, el Señor estaba con ella más íntimamente unido que podría estarlo jamás criatura alguna. “El Señor está contigo” porque Él te acompaña y acompañará en esta tarea que vais a realizar juntos, porque Él quiere hacerte madre y para eso su presencia es esencial e imprescindible.

        No tiene nada de particular que al ir preñada del Verbo divino, la prima Isabel, al verla en estado del Hijo de Dios, le dijera lo que le decimos todos sus hijos cuando rezamos el Ave María: “Eres bendita entre todas las mujeres”. Es ésta la alabanza que más puede halagar a una mujer. Porque sólo una podía ser la madre del Hijo de Dios. Y la elegida ha sido María. Por eso Ella es la “bendita entre todas las mujeres”.     Porque su belleza resplandece y sobresale sobre todas las otras, y atrae hacia sí todas las miradas del cielo y tierra, eclipsa todas las demás estrellas como el sol, para lucir Ella como la bendita, la bien dicha y pronunciada por Dios y por los hombres. “eres la predilecta de Dios entre todas las mujeres” vino a decirle el Ángel.

        Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían de existir  en la Iglesia católica. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María.

        El chaparrón de alabanza que de repente dejó caer el ángel  sobre aquella alma humildísima la debió dejar aturdida. Por eso dice el evangelio: “Al oír tales palabras, la Virgen se turbó y se puso a considerar qué significaría aquella salutación”. Advirtió el ángel que la humildad de la Virgen había quedado un poco sonrojada y se apresuró a explicar la razón de sus piropos, dirigiéndola otra alabanza: “no temas, María, porque ha hallado gracia en los ojos de Dios”. Tu humildad, tu pureza, todas tus virtudes han atraído hacía ti la mirada del Eterno y le has ganado el corazón. Tanto se lo has robado, que quiere tenerte por madre suya cuando baje del cielo a la tierra.

        La Virgen, durante toda su vida se había puesto con sencillez en las manos de Dios. El Señor Dios le inspira el voto de virginidad y lo hace. Ahora, en cambio, por medio del ángel le revela algo cuya realización destruye humanamente la virginidad y pregunta, porque lo acepta, cómo será eso, cómo y qué tiene que hacer.

        Sabe muy bien la Virgen que el pueblo de Israel y toda la humanidad está esperando siglos y siglos la venida de un libertador. Las Escrituras santas hablan continuamente. En el templo todos los días se hacen sacrificios y se elevan oraciones pidiendo su venida. La aspiración suprema de las mujeres israelitas es que pueda ser descendiente suyo.

        Pues bien, el ángel le anuncia ahora que ella es la elegida por Dios para ser la Madre del Mesías: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este hijo tuyo será grande y será llamado el Hijo del Altísimo;  el señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fín”.

        El ángel pudo descubrir a María, desde el primer momento, el modo milagroso de obrarse la Encarnación; sin embargo, lo calla. Sólo la propone el hecho, pero no el modo. Por eso la Virgen no se precipita en contestar. Reflexiona, calla, medita en su corazón y espera.

        Está orando la Virgen. Qué candor, qué dulzura, ¿qué le preguntará a Dios, al mismo Dios  que le inspiró  la virginidad? Momento este sublime en que el cielo y la tierra están suspendidos, pendientes de los labios. Espera   en el aposento. Espera en el Cielo la Santísima Trinidad. Espera el Hijo para entrar en su seno, para tomar carne humana de la suya. Esperan en el Limbo las almas de los justos esa  palabra que les traerá al libertador y les abrirá las puertas del cielo. Esperan en la tierra todas los hombres aquel sí, que romperá las cadenas del pecado y de la muerte que les aprisiona. «Todo el mundo está esperando, virgen santa, vuestro sí; no detengáis más ahí, al mensajero dudando. Dad presto consentimiento; sabed que está tan contento, de vuestra persona Dios, que no demanda de vos sino vuestros consentimiento». Esperan todos, en el cielo y en la tierra, y la Virgen, mientras tanto, reflexiona. Piensa que ha hecho a Dios voto de virginidad y para Ella esto es intocable, sagrado. A Ella el ángel no le ha dicho que le dispensa del voto. Si esa fuera la voluntad de Dios lo cumpliría aunque le costase; pero el ángel no le ha dicho nada y Dios no le ha dicho que le dispense. Por la tanto su deber es cumplir lo prometido. Si es necesario renunciar a ser madre de Dios, si es necesario que otra mujer tenga en sus brazos al Hijo de Dios hecho hombre, mucho le cuesta renunciar al Hijo amado, pero que lo sea; que sea otra la que contemple su rostro y escuche de sus labios de niño el dulce nombre de madre. Que sea otra mujer la que lleve sobre su frente la corona de Reina de los cielos y de la tierra...

        Pero no, no será así porque Dios la he elegido a Ella, Ella es la preferida, “la bendita entre todas las mujeres”, marcada en su seno y  elegida por Dios desde toda la eternidad para ser la madre del Redentor, el Mesías Prometido, el Salvador del mundo y de todos los hombres.

        La Virgen ha meditado todas estas palabras del ángel y ahora ve claro que estas palabras del ángel son de Dios, es la última voluntad de Dios sobre su vida. Tan verdadero y evidente es este deseo de Dios, que se va a entregar totalmente a esta voluntad declarándose esclava, la que ya no quiere tener más voluntad y deseo que lo que Dios tiene sobre Ella.

        Cuando hizo el voto de virginidad perpetua, Dios se lo expresó a solas y en secreto, en el fondo del alma; para comunicarla ahora que ha sido elegida para ser la madre del Hijo,  recurre al portento y a lo milagroso para que la Virgen se cerciore de que este segundo deseo de Dios, aunque aparentemente, desde la visión puramente humana, destruya el primero, viene también de Él.

        Y la Virgen fiel a todo lo que sea voluntad de Dios, accede gustosamente, aunque tenga que renunciar a su don más querido. Ya solo quiere saber lo que tiene que  hacer, quiere oír del ángel qué es lo que Ella tiene que hacer de su parte para que se realicen los planes de Dios “¿Cómo ha de ser esto, pues no conozco varón?” Y oye del ángel aquellas misteriosas palabras, en las que le anuncia el portento que Dios quiere realizar en Ella. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el fruto santo que nacerá de ti, será llamado el Hijo de Dios”.

        Cuando la Virgen vio aclarada su pregunta y solucionada de un modo milagroso su dificultad, cuando ve que será madre y virgen ¿Qué responde? A pesar de las alabanzas que el ángel le ha dirigido, a pesar de las grandezas que reconoce en sí,  sabe perfectamente que todo lo ha recibido de Dios, sabe que Ella no es más que un criatura, un esclava de Dios, que desea hacer en todos los momentos la voluntad de su Dios y Señor. Por  eso dice: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundun verbum tuum... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

        ¿Esclava, hermanos, la que está siendo ya la madre de Dios, la que ha sido elegida entre todas las mujeres para ser la Madre del Redentor, esclava la Señora del cielo y tierra, la reina de los ángeles, la que nos ha abierto a todos las puertas del cielo por su Hijo, la que nos ha librado a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte, la que empieza a se madre  del Todopoderoso, del Infinito?

        Recibido el consentimiento de la Virgen, el ángel se retira de su presencia y volvió a los cielos para comunicar el resultado de su embajada a la Santísima Trinidad. La Virginidad y la sumisión a los designios divinos celebran, al fin, un pacto imposible para los hombres, pero posible para Dios. Ni Dios ni María han perdido nada; nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido a favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. La Virgen está preñada del Verbo por Amor y Gracia del Espíritu Santo.

        Ella después continuó orando. Inaugurando un estilo de oración que ya no es lo mismo hacerla en cualquier sitio, en cualquier lugar, porque sólo en un sitio ha estado Dios singularmente presente como en ningún otro: en Nazaret, por ejemplo, en las entrañas de una Virgen, y “el nombre de la Virgen es María”. “El Verbo  de Dios se hizo carne” Y empezó a habitar entre nosotros por medio de María. Dios empieza a ser hombre. El que no necesita de nada y de nadie, empieza a necesitar de la respiración de la hermosa nazarena, de los latidos de su corazón para poder vivir. Qué milagro, que maravilla, qué unión, que beso, qué misterio, Dios necesitando de una virgen para vivir, qué cosa más inaudita, qué misterio de amor, amor loco y apasionado de un Dios que viene en busca de la criatura para buscar su amor, para abrirle las puertas de la amistad y  felicidad del mismo Dios Trino y Uno. Dios, ¿pero por qué te humillas tanto, por qué te abajas tanto, qué buscas en el hombre que Tú no tengas? ¿Qué le puede dar el hombre que Dios no tenga?

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora y viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la eternidad. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. El Creador empieza a ser hijo, se hace hijo de su criatura. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazaret, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los alrededores y en los campos vecinos no se enteraron de nada, pero ya medio cielo se había desplazado a la tierra y vivía dentro de María.

        Qué grande, qué inmensa, que casi infinita hizo el Todopoderoso a su madre. Y cómo la amó, más que a todas. A su madre, que en ese momento empezó a ser también nuestra, porque ya en la misma encarnación  nos engendró místicamente a todos nosotros, porque era la madre de la gracia salvadora, del que nos engendraba por el bautismo como hijos de Dios. Luego ya en la cruz nos lo manifestaría  abiertamente: “Ahí tienes a tu madre, he ahí a tu hijo”.

        Qué gran madre tenemos, hermanos, qué plenitud y desbordamiento de gracia, hermosura y amor. Tan cargada está de cariño y ternura hacia nosotros sus hijos que se le caen de las manos sus caricias apenas nos insinuamos a Ella. La Virgen es hoy, en  abril del 1960, igual de  buena, de pura, igual de encantadora que cuando la visitó el ángel en Nazaret. Mejor dicho, es mucho más que entonces porque estuvo creciendo siempre hasta su muerte en todas sus perfecciones. Es casi infinita.

        María es verdad, existe ahora de verdad, y se la puede hablar, tocar sentir. María no es una madre simbólica, estática, algo que fue pero que ya no obra y ama. Ella en estos momentos,  ahora mismo nos está viendo y amando desde el cielo, está contenta de sus hijos que han venido a honrarla en su propia casa y santuario; y desde el Cielo, desde este Santuario, vive inclinada sobre todos sus hijos de Plasencia, del mundo, más madre que nunca.

        Ella es nuestro sol que nos alumbra en el camino de la vida venciendo todas las oscuridades, todas las faltas de fe, de sentido de la vida, de por qué vivo y para qué vivo; ella es nuestra Reina, nuestra dulce tirana. Acerquémonos  confiadamente a esta madre poderosa que tanto nos quiere. Pidámosla lo que queremos y como se nos ocurra, con la esperanza cierta de que lo conseguiremos.

        Necesitamos, madre, tu espíritu de oración para que Dios se nos comunique a nosotros como se te comunicó a ti en Nazaret. Necesitamos esa oración tuya continua e incesante, esa unión con Dios permanente que nos haga encontrarte en todas las cosas, especialmente en el trato con los demás.    Necesitamos, Madre, meditar en nuestro corazón como tú lo hacías; necesitamos, madre, esa unión permanente de amor con Dios, mientras cosías o barráis o hacías los humildes oficios de tu casa. Queremos esa oración tuya que te daba tanta firmeza de voluntad y carácter que te hacía estar dispuesta a renunciar a todo por cumplir al voluntad de Dios, por cumplir lo que tú creías que era la voluntad de Dios. Tú siempre estabas orando. Orando te sorprendió el ángel y orando seguiste cuando te dejó extasiada, arrullando y adorando al niño que nacía en tus entrañas.

        Madre santa del Puerto, enséñanos a orar, enséñanos el modo de estar unidos  con Dios siempre en todo memento y lugar...

        «Desde niño su nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, ella alienta mi alma y mi vida,  nunca madre mejor conocí. Placentinos, placentinos, en el Puerto su trono fijó; una madre, una reina, que Plasencia leal coronó».

 

 

 

 

9 .1. LAS BODAS DE CANÁ

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Si queremos comprender bien los milagros de Jesús en el evangelio de San Juan, tenemos, ante todo, que darnos cuenta de su significación, de su motivación y sentido.

        En primer lugar, los milagros de Jesús no son nunca un espectáculo, un retablo de maravillas. Eso lo rechaza Jesús como una tentación. Son siempre acciones de ayuda personal a un hombre determinado o a una comunidad concreta. El motivo y la ocasión primera parecen ser siempre la necesidad descubierta por Él en los individuos o en las multitudes; Jesús obra movido por la compasión. Los milagros se destinan a curar, despertar a la vida, librar del poder de las tinieblas y devolver la libertad de los hijos de Dios: “a que los ciegos vean, los cojos anden y la buena nueva se predique a los pobres”.

        En segundo lugar, los milagros tienen una significación simbólica, un trasfondo más profundo que la simple apariencia. San Juan hoy a éste le llama «signo». Los milagros son signos de lo que Dios quiere o piensa, son anuncio previo de lo que va a hacer. Dios muestra en algunos momentos lo que quiere y puede hacer con el hombre y para el hombre. Es un anuncio callado de la salvación última, de la consumación de la historia de la salvación.

 

        2.- Aquí todavía no había llegado “su hora”, pero María la anticipa; todo esto es un signo del poder suplicante de la madre y de los futuros esponsales del Hijo con su Iglesia. Los signos son del Hijo enviado por el Padre para la salvación de los hombres; en ellos pone de manifiesto su poder, su grandeza, su gloria. De ahí que la verdadera respuesta es la fe, como en el signo de hoy, “donde manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él”.

        Y en esta historia de la Salvación San Juan contó con la intimidad de María en su casa y se enteró de viva voz por ella de la vida vivida con su Hijo, que nos manifiesta el papel de María en la obra de Cristo. María es la nueva Eva, la mujer de la primera página del Génesis “la mujer que me diste como compañera…” Pero aquí “la mujer”, término usado en San Juan en lugar de madre, está dada y asociada a la salvación, a «su hora», donde ella interviene como mediadora  e intercesora.

 

        3.- El Vaticano II ha hablado muy claramente de María como mujer asociada a la obra de la Salvación, de la Iglesia y de cada uno de nosotros: «Esta su maternidad perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hayan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62,1).     

        Por ser Madre de Cristo y Colaboradora en la obra de la Redención, por voluntad de su Hijo, «María es nuestra madre en  el orden de la gracia» (LG 61). Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y de todos los hombres en el orden espiritual. De Cristo, madre física; de nosotros, madre y modelo de fe, esperanza y caridad, madre espiritual. Dice el Vaticano II: «En María, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente con purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser» (SC.103).

 

        4.- De la presencia e intervención de María en las bodas de Caná, nosotros, sus hijos, debemos aprender varias enseñanzas:

        a) El amor siempre materno y activo, la sencillez y la humildad. María no ha ido a la boda para pasarlo bien sino para  que todos lo pasen bien. No lo olvidemos nunca. Es muy rentable ser devoto de María. Siempre está inclinada sobre la universalidad de sus hijos. María se acerca a su hijo para pedirle una gracia, una atención para con los nuevos esposos, porque todo está presente en su corazón.

        b) Llama la atención que sea María la que caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

        c)Y sorprende más todavía, porque los novios, que son los verdaderos protagonistas de la fiesta,  son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Ella lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta a sí misma, qué puede hacer para remediarlo. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los salva de esta situación bochornosa y los une a Él.

 

        d) En los camareros crea una actitud de obediencia en relación con su Hijo. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del mayordomo. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino, del signo obrado, sino a Cristo, porque así en Cristo “se manifestó la gloria de Dios en Él”, es decir, que era el Mesías.

 

        e) Detrás vino la gracia espiritual “y sus discípulos creyeron en Él”. Por intercesión de María, Jesús hace un signo, como los sigue haciendo ahora, por medio de la intercesión de su Madre, para que creamos en Él. La confianza y la fe viva de María ha servido para fortalecer la fe incipiente de los discípulos de entonces y de todos los tiempos.

       

5º.-  “Haced lo que Él os diga...” Cuando tengamos un problema o una necesidad, digamos: María, Madre, díselo, díselo, dile a tu Hijo mi problema, mi necesidad, mis deseos. Conservemos siempre en nuestro corazón estas palabras de la Virgen. Son las últimas que los evangelios nos consignan de Ella; es su testamento; y aprendamos de Ella, de su palabra, porque es su último consejo para todos nosotros: Madre, haré siempre “lo que Él diga”. No las olvidaremos nunca, no las podemos olvidar. Madre, te queremos, confiamos totalmente en ti, es decir, en tu Hijo, en el poder y amor del Encarnado en tu seno.

 

 

 

 

9. 2. SEGUNDA HOMILIA: BODAS DE CANÁ

 

        QUERIDOS HERMANOS:

        Sólo en tres ocasiones de la vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas de Caná. San Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

        San Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. San Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad, vecindad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

        Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

        Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

        La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena. Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras claves para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: “mujer”. Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María “mujer”, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

        ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenernos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.       Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre.

Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida.

La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a María se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de Él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

        Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz. No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas.

        En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora” (Jn 2, 10).

        El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

        Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

        Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena.

        Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.

        María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaún.

        Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.

        En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

        Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

        En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

        Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro está la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos» (RM 21).

        En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión).

        Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

        En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria.

        Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

        Las palabras de María a los camareros “Haced lo que Él os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la Anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

        Si en el fondo de esta descripción de las bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo.     De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

        Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede.

 (Esta homilía esta inspirada en MARIA EN LA FE CATÓLICA, de Alejandro Martínez Sierra, Madrid 2003,  págs. 85-96)

 

 

9.3. BODAS DE CANÁ: TERCERA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Me alegra mucho meditar con vosotros el evangelio de este domingo sobre la narración de las Bodas de Caná; me alegro, porque en él intervienen Jesús y María; y me alegro también, porque, aunque en el fondo yo quiero hablaros de Jesús, sin embargo hablaré desde María, su Madre, que es el mejor camino para  hablar y conocer a Jesús. Hoy quiero hablaros de ella, pero desde la teología. Por eso voy a citar unos textos del Concilio Vaticano II sobre ella.

        La lectura evangélica de hoy relata una boda celebrada en Caná de Galilea. Los protagonistas, para nosotros, más que los novios, son Jesús y su Madre. Tenemos, pues, dos momentos o encuentros en el evangelio, el cristológico,  referido a Jesús que realiza el milagro, y el mariológico, en relación con María, que intercede ante su Hijo. Este segundo nivel por las razones aducidas anteriormente, centrará nuestra atención.

        El Padre ha elegido a María para una misión única en la historia de la Salvación; ser Madre del Redentor y de su obra, la Iglesia. La Virgen respondió a la llamada de Dios con  una disponibilidad plena: “He aquí la esclava del Señor”.

        Esta maternidad, iniciada hace dos mil años en el seno de la humilde muchacha de Nazareth, concibiendo en su seno al Verbo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad, llegó a su plenitud en Jerusalén, junto a la cruz, y se manifiesta ahora en su intercesión continua sobre nosotros desde el cielo, como lo hizo en Caná para los novios: “Haced lo que el os diga”. Yo quisiera resaltar tres momentos mariológicos de la relación de María con su Hijo y con sus hijos, los hombres:

 

        2.- Maria es Madre y colaboradora con Cristo en la obra de la redención. Dice el Vaticano II: «Desde la Anunciación… mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde no sin designio divino se mantuvo de pié, se condolió profundamente con su Unigénito y  se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19,25-27) (LG 54 ).

        El Vaticano II, en capítulo octavo de la Lumen Gentium(52-59) acentúa el marco bíblico de la doctrina eclesial sobre Maria, cuya figura es vista desde la perspectiva de la Historia de la Salvación por Dios y leída en clave cristológica desde los datos evangélicos.

        La Santísima Virgen que nosotros los católicos veneramos y amamos tanto, es la mujer escogida por Dios para ser Madre y Colaboradora de Cristo en la obra de la Salvación y cuya vocación, misión y misterio es inseparable de Cristo. Maria lo es todo en Cristo y por Cristo. Todo en María tiene raíz, orientación y sentido critocéntricos, pues todo en ella arranca  y se refiera  a su condición de Madre Virginal de Cristo, que es Dios.

 

        2.- Por ser Madre de Cristo y Colaboradora en la obra de la Redención, por voluntad de su Hijo, «Maria es nuestra madre en  el orden de la gracia»(LG. 61). Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y de todos los hombres en el orden espiritual; de Cristo, madre física; de nosotros, madre y modelo de fe, esperanza y caridad, madre espiritual.

        Dice el Vaticano II: «En Maria, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente con purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser»(SC.103). Aquí añado una cualidad más: es madre de Cristo, es madre espiritual nuestra, pero además se ha convertido por su fidelidad a la gracia, su generosidad en seguir la llamada de Dios, su prontitud en obedecer…..se ha convertido en modelo de la fe. María es la perfecta cristiana, la mejor discípula de Jesús, que escucha la palabra de Dios, la medita en su corazón, la asimila y la pone en práctica toda su vida (LG. 58; MC. 35f).

        María nos precede en ejemplo de fe, entrega, disponibilidad y servicio a Dios y a los hermanos. Así lo demostró en la visita a Isabel, huída a Egipto, en las bodas de Caná, en el Calvario especialmente consintiendo en la muerte de su Hijo y creyendo que era el Salvador del mundo quien moría de esa forma y luego suplicando la venida del Espíritu Santo en Pentecostés en el Cenáculo.

 

        3.- Finalmente, por Madre de Dios y de la Iglesia, María es intercesora nuestra, de todos los hombres. La presencia suplicante  ante su Hijo en las bodas de Caná es reflejo de la que ejerce continuamente sobre sus hijos los hombres desde el cielo. Dice el Vaticano II: «Esta su maternidad perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continua obteniéndonos loso dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hayan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienventurada» (LG:62,1).

        Y es lógico, toda madre es intercesión continua por sus hijos. Tengamos confianza en la intercesión de la Virgen y en su oficio, encomendado por Dios, de ser intercesora y madre espiritual de todos los hombres; si Él se fió de ella y la escogió para madre ¿no lo vamos a hacer nosotros?

        Decir Maria es decir paz, dulzura, consuelo, esperanza, agua convertida en vino de alegría. No había llegado su “hora”, pero hizo lo que María, su madre, le pidió. Como ahora y siempre. ¡María, madre de piedad y misericordia, madre de Cristo y madre nuestra, ruega por tus hijos a tu Hijo. Amen.”

 

 

 

10. LA PERSONALIDAD DE MARÍA

 

CONOCER A MARÍA:

 

1. ES UN TESORO

Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación ¡y vivirla con Ella al lado!, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy ¡y que no podemos dejar escapar! Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como Madre, como Amiga, como Consejera.

 

 

2. ES ENCONTRAR UNA FE AUDAZ


Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree ¡o humanamente imposible, acepta de corazón la «locura” de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo deI Altísimo que ha venido a traer la salvación.

        ¡Cómo atamos las manos al Señor cuando no le damos la oportunidad de hacer en nuestra vida “lo humanamente imposible” Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a «calar” su forma humilde de actuar tan diferente de la nuestra. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación’ ¡sino con gozo y confianza!

 

3. MUJER DE SILENCIO

María se expresa también en el silencio y nos enseña a apreciar su valor. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacio sino una riqueza espiritual.

 

4. HUMILDAD: ATENTA A MIS NECESIDADES

 

        Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida el valor de una existencia humilde y escondida. ¡Con lo que nos gusta ser la excepción! Pero mira por dónde María, que era de verdad “la excepción”, la única criatura concebida sin pecado original, la de una pureza intachable, no sólo no reivindica las ventajas que le corresponden como Inmaculada y Madre de Dios, sino que no deseó nunca honores ni privilegios. Sus ojos no estaban puestos en Ella misma, sino en Jesús y en todos los que la rodeaban, por eso tenía -y tiene!- esa capacidad finísima de ver lo que cada uno necesita, le falta o le preocupa. Cuando uno se llena de Dios, el corazón se sanea, deja uno de estar pendiente de si me hacen caso o no, de si me tienen consideración o no, de si me tratan como merezco... ¡y tantas cosas que son raíces de orgullo que no traen más que amarguras! María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

 

5. CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

 

        Tampoco podemos dejar, entre las muchísimas ayudas que la Virgen nos ofrece, la de ser “causa de nuestra alegría”, como dicen las letanías del Rosario. No es sólo modelo, sino causa. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos la alegría que nace de la esperanza incluso, y, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco.

        No sabemos cómo es exactamente el rostro de María, pero sin duda es un rostro alegre, sonriente como tantas veces hemos visto: «el rostro alegre de la Iglesia»

 

 

PLEGARIA-HIMNO A LA VIRGEN MARIA

 

1. MARÍA, tú eres para el cristiano, en claridad de fe, lo que cantan estos versos:
Lucero del alba, luz de mi alma, santa María.


En tres versos te he dicho, Señora, que tú me pareces aurora de la nueva creación que se dará para míen Cristo, foco de luz para que mi alma —que quiere saber de dónde viene y a dónde va— no se pierda en falsos caminos de salvación, ejemplo de vida noble y digna que haces de ti misma donación, oblación, entrega a los demás, arrodillada como dulce sierva ante los designios divinos que presiden tu existencia.

 

2. MARÍA, tú has sido persona predestinada por el Amor de Dios, y  la miras como:
Virgen y Madre, hija del Padre, santa María.

El Amor te tomó de la mano y del corazón, desde tu Concepción. Él te condujo, piadosa doncella, a que hicieras la ofrenda de todo tu ser, y, al no tener otro amor que el suyo, te concedió el honor de ser privilegiada Hija del Padre a la que se otorgaría el don de ser Madre con gloria inmortal. Hija y madre. Misterio de amor y de luz. Hija del Padre, Dios bondadoso creador; madre del Hijo, Dios bondadoso redentor. Aunque no entiendo los misterios divinos, me gozo contemplando el beneficio concedido a María, mi madre.

 

3. MARÍA, tú has sido objeto preferido en el que tiene sus delicias el Espíritu. La liturgia dice que eres su flor:
Flor del Espíritu.

Y es que embebes con tu presencia más todavía el jardín de la redención, dándole un toque femenino a todo su contorno. El Espíritu te da su amor, te llena de gracia, y tú eres enormemente generosa en la respuesta. Nada te reservas, nada te escondes, nada te guardas. Cuanto eres te muestra dadivosa para «ser a favor de los demás».

 

4. MARÍA, tú eres, por antonomasia, madre: Madre del Hijo. Ése es un honor y una gloria que ni tiene precedentes ni será nunca igualado. Porque el hijo es Hijo de Dios e Hijo tuyo. Y en tu maternidad no eres tú la que la das en herencia tu historia y vida vieja metida en las venas, sino que es el Hijo quien pone en tus venas espirituales savia nueva. Tu gloria de MADRE es la que recibes del HIJO.

 

5. MARÍA, tú eres, en fin, el regazo en el que todos los redimidos cabemos..., pues, al ser Madre de Jesús, cabeza del reino y de la iglesia, eres madre de todos los redimidos y discípulos del Hijo. Por eso te aclamamos gozosos como:

Amor maternal del Cristo total,

Santa María,

Madre de la Iglesia,

madre mía,

madre de todos. Amén.

 

 

MARÍA INMACULADA

(Gabriel y Galán)

 

MUSA MÍA CAMPESINA,

QUE VIVES ENAMORADA

DE LA FUENTE Y DE LA ENCINA

DE LA LUZ DE LA ALBORADA,

DE LA PAZ DE LA COLINA.

 

DEL VIVIR DE SUS PASTORES,

DEL VIBRAR DE SUS SENTIRES,

 

 

 

DEL PUDOR DE SUS AMORES,

 DEL VIGOR DE SUS DECIRES

Y EL CALLAR DE SUS DOLORES....

 

¿NO ME HAS DICHO, MUSA MÍA,

QUE TE PLACEN COSAS BELLAS?

¡PUES VIÉRTETE EN ARMONÍA,

QUE ES CENTRO DE TODAS ELLAS

LA BELLEZA DE MARÍA!

 

¿NO ME DICES CUANDO CANTAS

 EL CANDOR Y LA HUMILDAD,

 QUE TE PLACEN COSAS SANTAS?

¡PUES MARÍA ES, ENTRE TANTAS,

LA MÁS GRANDESANTIDAD!

 

¿NO TIENES PARA LA ALTEZA

DE COSAS BELLAS TONADA?

¡PUES LA ESENCIA, LA RIQUEZA,

EL SOL DE TODA PUREZA

 ES MARÍA INMACULADA.

 

 

¡QUE TODO EL MUNDO TE ADORE!

¡QUE TE CANTE Y TE IMPLORE!

¡QUE TÚ LE MIRES AMANTE,

 CUANDO RECE Y CUANDO LLORE,

CUANDO BREGUE Y CUANDO CANTE!

 

Y QUE UNA VOZ CONCERTADA,

DIGA ANTE TANTA GRANDEZA,

 LA HUMANIDAD POSTERNADA:

GLORIA A DIOS EN LA GRANDEZA

DE MARÍA INMACULADA!

 

 

 

11. MEDITACIÓN MARIANA: “He aquí la esclava del Señor” (Mayo 1982)

MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

 

1. Vamos a meditar esta tarde sobre la respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y vamos a meditar sobre esta respuesta de la Virgen precisamente porque la palabra servir no tiene buena prensa ni aceptación entre nosotros mismos, que tratamos de vivir en cristiano, especialmente el grupo de la parroquia.

        La Declaración de los Derechos Humanos insta a que nadie sea siervo o esclavo de otro. Cada persona deber ser libre y responsable de su vida y de sus actos. No podemos aceptar que haya hombres esclavos. Entonces ¿cómo poder afirmar que María es  la esclava, la sierva del Señor? ¿Qué sentido pueden tener estas palabras?

 

2. Lo primero que debemos afirmar es que María, la sierva del Señor, está en la llena del servicio a Dios y no de esclavitud. María quiere servir a Dios, a sus planes y para eso se entrega totalmente, pone toda su voluntad, toda su persona al servicio del proyecto de Dios.         Y para poder hacer esto plenamente, lo primero que se requiere en la Virgen es ser y sentirse libre. Cómo puede realmente ponerse al servicio pleno de Dios, aunque uno lo afirme, si no está totalmente libre de pasiones fuertes o débiles como la soberbia, el egoísmo, la comodidad que le impiden a la persona ser y vivir con libertad y totalidad para con Dios y los hermanos? ¿Cómo poder servir sin fallos, sin reservas quien es esclavo de sí mismo?

Precisamente este es el sentido de la mortificación cristiana, de la revisión de vida en los grupos; es descubrir y mortificar las ramificaciones del yo que impiden el total amor y servicio y entrega a la voluntad de Dios y de los hermanos.

Y esto que es necesario para la relación con Dios, lo es igualmente para las relaciones humanas en el matrimonio, en las amistades, en la vida cristiana yen el grupo: cómo creerse uno que ama  al esposo, al amigo, y decir te amo con todo su corazón, cuando uno es esclavo de sí mismo y se ama casi exclusivamente a sí mismo, y se busca a sí mismo incluso en la relación con el esposo o los amigos? Cuanto más esclavo sea uno de sí o de cosas, menos fuerza y entrega puede tener para amar y entregarse de verdad a los demás.

De aquí la necesidad del servicio del amor que soporta los fallos del otro y le  perdona, la necesidad diaria de superar las faltas de amor de los otros, de amar a fondo perdido, de amar con gratuidad sin exigir o esperar a cada paso la tajada de recompensa, de amar como la Virgen, gratuitamente, como sierva que no tiene ego, egoísmo, amor propio o amor a sí misma más que a los demás.

Si no ese ama así, si en la amistad, en el matrimonio no se perdona gratuitamente, vendrá el divorcio, la separación, so pretexto de libertad, de derechos y autonomías, el mismo aborto es una derecho que dan a la madre estos gobiernos ateos sin mencionar los derechos de hijo a la vida y al amor.

María, por ser y sentirse libre, puede decir: “He aquí la esclava, la sierva del Señor”, porque al no buscar su egoísmo puede servir totalmente a Dios. Nosotros, para poder optar por Dios, necesitamos estar más libres de orgullos, de amor propio, de egoísmos, de envidias y soberbias... porque todo esto nos hace esclavos, nos incapacita para amar a Dios y a los hermanos.

 

3. El servicio de María es libre, no se busca a sí misma, sólo busca amar a Dios sobre sí misma, y cumplir su voluntad por encima de todo. Y por eso, cuando el Espíritu Santo “la cubre con su sombra” y engendra la Hijo de Dios, no da explicaciones a nadie y soporta la calumnia y las murmuraciones y la incomprensión, por otra parte, lógica y santamente llevada por su esposo José, y se lo confía todo a Dios.

El sí de María es amar a Dios y ponerse a su servicio por encima de todo, amar sobre todas las cosas; he aquí el verdadero amor, el que se vacía de sí mismo, el que piensa en Dios y en los demás más que en uno mismo. Quien ama de verdad, está siempre a disposición de la persona amada, no concibe la vida sin ella, no se ve sino en ella, no se realiza sin ella. María, por amor a Dios, se hace libre de esclavitudes y lo hace por amor obedencial y servicial a Dios. María amó y se pone al servicio total de Dios. María, desde la libertad y del amor total, se hace sierva de Dios y de los hombres. Desde esta perspectiva mariana sí que podemos decir que «servir es amar» y «amar es servir».

 

4. María fue saludada por el ángel como “kejaritomene, la llena de gracia”. Si estuvo llena de gracia desde el primer instante de su ser, también estuvo llena del amor de Dios. Y “Dios es amor”, dice San Juan. Amor gratuito, servicial y entrega total al hombre sin esperar nada de él porque el hombre no le puede dar nada que Él no tenga. Y este amor es el que llena a María.

Ella ama gratuitamente, sin esperar nada, sólo por amor, por hacer feliz a la persona amada. Nosotros, por naturaleza, somos egoístas, tenemos el pecado de origen, que consiste en amarnos a nosotros mismos más que a nadie. Pero “Dios es amor... en esto consiste el amor, en que Dios envió a su Hijo Único al mundo para que vivamos por Él... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1jn. 4, 8-10. María, lo afirma el arcángel Gabriel, estuvo llena de este amor.

El amor de Dios es gratuito, por el puro deseo de amarnos y hacernos felices.  Él no ama para que vivamos su misma vida de amor y felicidad. Quiere hacernos igual a Él: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan  vida eterna”. Sólo hay una cosa que Dios no tiene si nosotros no se lo damos, nuestro amor.

 

5. En el Evangelio Cristo nos dice que vino al mundo para “servir y no para se servido... haced vosotros lo mismo”. Servir al Padre cumpliendo su voluntad: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. Y siendo maestro el Señor está con los suyos como el que sirve, lavando los pies de sus discípulos, atendiendo a las necesidades de los hombres, curando sus heridas, sanando sus enfermedades, consolando, acariciando a los niños (Lc 22,26-27; Jn 13, 1-17).

Este amor servicial y amistoso de Dios y de su Hijo nos ha llegado a se ser totalmente extraño en estos tiempos en que sólo se habla de derechos; esta forma de amar en cristiano resulta ajena hoy a los mismos cristianos, seguidores del“Siervo de Yavéh”  por las circunstancias de la política y sindicatos y  sociedad que solo habla de derechos.

El amor de servicio es algo de lo que hablamos en la iglesia, cuando predicamos o meditamos, pero no nos sirve luego para la vida, nada de ponerlo en práctica, como programa de vida y relación con los demás; pensamos así aquí ahora, viendo y oyendo a Cristo, pero luego nos comportamos como todos los demás: nos ponemos en una postura de servirnos de los demás, como hace todo el mundo y no en una mentalidad y actitud de servicio.

Sin embargo, fijémonos en lo que Cristo nos enseña con su comportamiento. Dice así el Evangelio: “Jesús llamó a los discípulos y le dijo: sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro servidor; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mt. 20, 25-27).

 

6. María captó plenamente esta mentalidad de Dios: se pone  a servicio de la Palabra de Dios, a servicio de Isabel, del niño por el que tiene que huir a Egipto, al servicio de los novios que no se enteran, igual que el resto de los invitados a la boda de Caná, de que se han quedado sin vino, porque solo pensaban en si mismos y estaban pendientes de pasarlo bien ellos. María está pendiente de los demás más de que de si misma y por eso se da cuenta de que falta el vino. María, hasta el Calvario, fue puro servicio a todos. Por eso todos la quieren, desde Dios hasta el más pecador.

Aprendamos de María a ser cada día más serviciales, más libres de esclavitudes, para poder amar y servir a todos como Ella. Este  servicio debe ser motivado desde el amor a Dios, que es el más gratuito y fuerte. Sin deseos de querer amar más Dios y a los hombres, al esposo, al grupo de amigos no es posible emprender este camino de liberación, de superación, de gratuidad, porque supone una generosidad que naturalmente no tenemos, tiene que ser por la gracia de Dios.

Que María nos ayude a comprender todo esto. Que Ella nos convenza de que así deber ser un cristiano, fiel al ejemplo de Cristo, siguiendo y pisando sus huellas; que Cristo nos de su fuerza, su gracia, su amor para amar así, que seamos fieles a lo que Cristo nos pide. De esta forma todos los problemas del grupo, de los matrimonios, de las relaciones humanas quedarían superados por el amor servicial y gratuito.

María, madre y sierva del Señor, que por amor a Dios te hiciste esclava de tus hijos los hombres, danos deseos de imitarte como tú imitaste a tu Hijo. Queridas hermanas: Repitamos durante todo este mes de mayo: María, modelo de entrega a Dios, ruega por nosotros a tu Hijo, para que seamos semejantes a ti, y podamos decir tus mismas palabras con tus mismos sentimientos “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Amén.

 

 

 

 

 

12. MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR PARA TODOS SUS HIJOS

 

        Queridos hermanos:

 

1.- María es primeramente madre; Madre de Cristo y Madre de todos los creyentes en Cristo. María es nuestra Madre. Porque Dios lo quiso. Y lo quiso al enviarnos a su Hijo y elegir a María para Madre. Madre de la Cabeza, madre del cuerpo místico, que es la Iglesia, que somos todos nosotros.

Dios envió a su Hijo para salvarnos y quiso que tuviera una madre, como todos nosotros. Y el Hijo la eligió como madre. Y la quiso madre para todos nosotros, porque así nos la entregó a todos en la persona de Juan: “He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”. Y el parto de este alumbramiento fue doloroso, porque fue el de su pasión y cruz de Cristo a la que quiso asociar a su Madre, la Virgen de los Dolores: “estaban junto a la cruz su madre...” Así la proclamó solemnemente Pablo VI en pleno Concilio Vaticano II:

«Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»,

El título de Madre de la Iglesia era ciertamente nuevo en cuanto a su proclamación, pero no en su contenido, porque desde siempre todos los cristianos se han considerado hijos de María y la han invocado como Madre, con afecto filial.

Ya en las primeras páginas de la Biblia se nos promete como tal: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella herirá tu cabeza, cuando tu hieras su talón” (Gn 3, 15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María.

Pero es, sobre todo, en el misterio de la Anunciación, donde Maria, con su Sí al plan salvífico del Padre, es constituida Madre de todos lo redimidos, acogiendo en su seno la Palabra divina Encarnada en su seno , Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador.

Tenemos este texto maravilloso de la Lumen gentium: «Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consistiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19, 25-27).

Y allí en el Calvario, fue proclamada solemnemente por Cristo como madre de los hombres en la figura de Juan: “Mujer, he ahí a tu hijo”, a tus hijos.

Si hay una madre, lógicamente  tiene que haber  hijos. Podíamos ahora considerar nuestra relación, nuestros deberes de hijos para con Ella, pero nos vamos a detener más bien en sus deberes y relación de Madre para con nosotros, en su maternidad actual para con todos los hijos de la Iglesia, con todos los hombres. Y citamos nuevamente la Lumen gentium:

«Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación de todos los elegidos. Pues, asunta en cuerpo y alma a los cielos, no ha dejado esta misión solidaria, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación Eterna» (LG 62).

María, como madre, se ha convertido así en fuente de gracias, y a la vez en arquetipo y modelo de santidad y virtudes cristianas y evangélicas para todos nosotros, sus hijos. Es madre y modelo de santidad evangélica.

2. Madre y modelo de fe. Desde la Inmaculada Concepción hasta el Calvario caminó sin vacilar por el camino de la fe que mantuvo viva su esperanza y la hizo caminar y  vivir en caridad y entrega permanente a los planes de su Hijo Dios y sus hijos, los hombres. Y como modelo y madre, Ella es la realización anticipada de lo que testamos llamados a ser cada uno de sus hijos. Mirando a nuestra Madre como modelo, nos animamos a vivir las virtudes teologales, que son la base de toda la vida cristiana.

Madre de fe en la Anunciación, donde sin ver claro, aceptó la palabra divina y se abrazó a la voluntad salvífica de Dios. Concibió creyendo  al que dio a luz creyendo. Madre de la fe sin límites al pié de la cruz, cuando se consumaba el misterio de la Redención de la forma mas paradójica, fracasando su Hijo ante el pueblo y creyendo que era Dios, el Hijo que moría de forma tan cruel y dolorosa. Solo una fe del todo singular pudo sostener a la Madre en su unión salvífica con el Hijo.

Queridos hermanos, cuando no se comprenden los planes de Dios, porque no coinciden con los nuestros, que siempre van buscando el éxito inmediato; cuando no se entiende lo que Dios quiere y nos propone y uno tiene que decir Si a Dios sin saber donde le va a llevar ese sí; cuando crees que ya lo vas realizando y se van cumpliendo los planes de Dios, pero viene una desgracia que los mata en la cruz del fracaso, sin apoyos y explicaciones, en noche oscura y total de fe, de luz, de comprensión y explicación, como pasó con María; Ella, como Madre de la fe oscura y heroica te ayudará a pasar ese trance doloroso y estará junto a ti y sentirás su presencia como Jesús quiso que estuviera junto a su cruz, junto al Hijo de su entrañas y de su amor. Ella es ejemplo de cómo tenemos que vivir esos momentos dolorosos de la vida.

 

3. María, Madre de fe, es también madre auxiliadora en los momentos de peligros y desgracias, es auxiliadora e intercesora del pueblo santo de Dios. Además, lo puede todo, es omnipotente suplicando y pidiendo a su Hijo por nosotros. Como toda madre es intercesión para sus hijos. Todos  sabemos y decimos que no hay nada como el amor de una madre. Triste es la orfandad de cualquiera de los padres, pero  si la madre permanece, existe hogar y los hijos siguen unidos y caminan hacia adelante. Un hijo puede olvidrse de su madre, pero una madre no se olivara jamás de sus hijos. Si Dios nos dio a María por madre, esto nos inspira consuelo, paz, tranquilidad, seguridad. Es Dios quien lo ha querido y lo ha hecho.

 

4.- María, madre de fe, es esperanza nuestra; vida, dulzura y esperanza nuestra como rezamos en la Salve. Maria ha conseguido la plenitud de vida y salvación que buscamos. Ha sido asunta, es Madre del cielo, es premio, eternidad dichosa en Dios que abre su regazo para todos sus hijos. Es cita de eternidad. Es cielo anticipado para sus hijos. El cielo de María es que todos sus hijos se salven y lleguen a su Hijo, a Dios, para lo que su Hijo se encarnó en su seno.

Recemos: Maria, madre de fe y esperanza, auxiliadora del pueblo de Dios, intercede por tus hijos ante el Hijo que nos salvó y todo lo puede; tú lo puedes todo ante Él suplicando, porque es tu Hijo, lo llevaste en tus entrañas.

Madre, llévanos de la mano un día a donde tu ya vives como reina de la ángeles, tú que eres la mujer nueva, la Virgen Madre vestida del resplandor del Sol divino que es tu Hijo, coronada de estrellas, madre del cielo. Amén.

 

 

4. Complemento de María, Madre y Modelo de fe.

 

Así como en el Antiguo testamento rompe Abrahán la marcha de la fe y es llamado padre de los creyentes,, porque se fía del Señor que le invita  a salir de su tierra y parentela para caminar hasta la tierra prometida y fiado en esa misma palabra está dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, así también en el Nuevo Testamento María abre la marcha de los creyentes como madre de la fe, creyendo en la palabra que Dios le envía por medio del arcángel Gabriel que la hace por el Espíritu Santo madre del Salvador.

        Esta fe-confianza de María la encontramos totalmente clara y reflejada en el misterio de la Encarnación del Verbo, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas. Y esta fe la aceptó orando, estaba orando cuando el ángel la saludó y le trajo buenas noticias de parte de Dios. Orando, mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Así se le aparece el ángel y le descubre el misterio: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús...será grande y se llamará Hijo del Altísimo...”

        Y Maria lo admite y sólo quiere saber qué tiene que hacer. Porque Ella tiene voto de virginidad: ¿Cómo puede ser eso? Y el ángel dice que el Señor con su poder se encargará de solucionarlo todo y ante esto y siguiendo sin ver claro pero fiándose totalmente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

        Si para que se cumpla este proyecto de Dios es necesario que venga abajo mi reputación, mis planes, mi fama, incluso ante mi marido José, he aquí la que ya no tiene voluntad ni planes propios, pero que Dios haga en mí sus planes.

        Se fía y se entrega totalmente a Dios: “Bienaventurada tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, le dirá luego su prima Isabel cuando María va a visitarla, porque está también embarazada.

        La fe de María ha sido el principio en el tiempo de nuestra salvación, es el principio de la maternidad divina de María. Pero quede claro, que esta fe, esta confianza no le descubre el misterio de Cristo y su misión, sino que lo irá descubriendo en la medida que  se vaya realizando. Lo tiene que ir descubriendo en contacto con su Hijo y su misterio: “María consevaba todas estas cosas en su corazón”. Siempre lo fue descubriendo por la oración. Por ejemplo, se ha perdido el niño. Y Ella lo busca, no sólo para sí sino para todos nosotros. Porque Ella está versada  en las Escrituras santas y sabe que el Mesías nos salvará. Por eso quiere encontrarlo para todos: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y recibe esta respuesta desconcertante: “No sabíais que debía ocuparme de la casa de mi Padre”.

        Y añade muy acertadamente San Lucas, que lo escucharía de la Virgen: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. María meditaba, reflexionaba y su fe iba abriendo y descubriendo y aumentando y ejercitando hasta la perfección, como aumenta la tuya y la mía mediante la oración y las puestas con la  confianza en Dios.

        La fe dolorosa y redentora de la Virgen aparece sobre todo en el Calvario. Sigue siendo una fe abrahámica. La de Madre de todos los creyentes. En aquella oscuridad dolorosa del Viernes Santo hay una doble luz: primero, el amor invencible al Hijo y del Hijo, y la fe invencible de la Madre. Allí está ella de pie, firme, creyendo contra toda evidencia, dando a luz a la Iglesia, que está naciendo de los dolores del Hijo crucificado, a los que ella se une en noche de fe, sin ver nada, todo lo contrario, con una fe muy oscura y dolorosa y más meritoria que la de Abrahán  porque él no llegó a sacrificar a su hijo y verlo muerto, y María, sí. Y, sin embargo, cree, cree en la Victoria del Hijo viéndole morir en el más vergonzoso fracaso. Cree en la vida que está naciendo de la muerte de su Hijo. Y de hecho, con la palabra del Hijo, queda explicada toda esa noche de fe, porque realmente se ha convertido, unida al dolor de su Hijo en madre de todos los creyentes. Así se lo testifica su Hijo: “Mujer, he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”.

        Con estas palabras del Hijo ha quedado todo explicado, manifestado, descubierto: María por su fe, unida al sacrificio de su Hijo, se ha convertido en Madre de la Iglesia., de los creyentes, y al peder el Hijo, ha conseguido la multitud de todos, los nuevos hijos: Juan es el representante.

        Y María ensancha aún más, en la misma pérdida del Hijo, su amor y caridad por esta fe y nos recibe a todos en su corazón que adquiere dimensiones universales como la redención de Cristo.

 

 

 

 

 

 

 

 

13. FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (1997)

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, día 2 de febrero, a los cuarenta días después de la Navidad, la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo de Jerusalén. Y aunque caiga en domingo, prevalece sobre la liturgia dominical, porque es un domingo ordinario, y hoy es fiesta del Señor, como son las de Epifanía, etc.

El suceso es narrado en el Evangelio y en la primera Lectura; el salmo también encarece el momento solemne de la Entrada del Señor en el Templo. El profeta Malaquías nos dice: “Miradlo entrar”. Y el salmo repite: “va a entrar el rey de la gloria”.

La segunda Lectura desentraña la esencia del sentido de esta fiesta: Jesucristo es presentado en el Templo en brazo de su Madre María y es ofrecido, mejor dicho, se ofrece Él mismo con toda su vida para cumplir la voluntad del Padre, que se consumará en el sacrificio de la cruz.

La voluntad del Padre no es otra que la entrega total del Hijo por la salvación de los hombres hasta la muerte de cruz, como anunciará el anciano Simeón; sólo así llegará a la consumación, a la glorificación ya que Cristo “puede aniquilar al que tenía el poder de la muerte y liberar a todos los que por miedo a la muerte, pasaban la vida como esclavos”; Cristo “ha expiado nuestros pecados y puede auxiliar a los que pasan con Él la prueba del dolor”.

La vida de Jesús ofrecida, sacrificada “la ofrenda como es debido”, en expresión del profeta Malaquías, es “Salvación para todos”, como dijo el anciano Simeón, pues nuestro destino es el suyo, porque “participa de nuestra carne y sangre.” Y unidos a Él, “nuestro Pontífice fiel y compasivo”, podemos ofrecer, juntamente con Él, la ofrenda de nuestra vida, “ofrenda agradable a Dios”.

El sentido de la Presentación es que Dios es el autor de la vida; el hombre es ser creado por Dios, dependiente y necesitado de Dios: criatura que debe dar gracias por la vida que le viene de Dios y ponerla a su disposición.

Jesucristo, en su Presentación en el Templo, nos anticipa la ofrenda sacrificial que irá haciendo a los largo de toda su vida y que culminará en el Templo de  Sí mismo, en su Cuerpo y Sangre entregada en el altar de la Cruz, ofrenda sacrificial que Él nos ha dejado como memorial en el Sacramento de la Eucaristía.

La santa misa debe ser para nosotros ofrenda agradable con Cristo al Padre, para quedar consagrados con Él para gloria de la Santísima Trinidad. Y como nos hemos ofrecido con Él y hemos sido consagrados con Él al Padre, cuando salimos del templo ya no nos pertenecemos, hemos perdido la propiedad de nosotros mismos a favor del servicio a los hermanos; para gloria de Dios, tenemos que vivir o dejar que Cristo viva en nosotros su ofrenda al Padre. Esto es la santa misa. Esta es su espiritualidad y su liturgia. Es ofrenda y consagración con Cristo para gloria de Dios y  servicio y entrega a los hombres.

En la celebración de la Presentación de Jesús estuvo María íntimamente unida a este Misterio de su Hijo, como la Madre del Siervo de Yaveh, ejerciendo un deber propio del Antiguo Israel y presentándose a la vez como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y la esperanza por el sufrimiento y la persecución (Cr Marialis cultus 7).

«Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la Concepción virginal de Cristo hasta su muerte... Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (LG 57).

Con Simeón y Ana todos nosotros y todos los hombres debemos de salir al encuentro del Señor que viene. Debemos reconocerle como ellos como Mesías, “Luz de la Naciones” “Gloria de Israel”, pero también “signo de contradicción”.

La espada de dolor predicha a María será el signo y la consecuencia de esa contradicción que anuncia otra oblación perfecta y única, la de la Cruz, que dará la salvación que Dios ha preparado “ante todos los pueblos”.

La monición de entrada nos explica perfectamente el sentido de esta fiesta: «Hace cuarenta días celebramos llenos de gozo la fiesta del Nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el tempo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, llegaron al  templo los santos ancianos Simeón y Ana, que, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría.

De la misma manera nosotros, congregados en una sola familia por el Espíritu Santo vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan, “hasta que vuelva revestido de gloria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

14. MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSO: AMÉMOSLA, IMITÉMOSLA, RECÉMOSLA

 

QUERIDOS HERMANOS: Ni uno solo de nosotros piensa que un niño exista sin madre o pueda vivir recién nacido sin el cuidado materno. Dios ha querido que existan las madres que son la presencia de Dios en la naturaleza. No sé cómo algunos puedan pensar que no existe Dios cuando existen las madres, su presencia más evidente y luminosa en el orden natural.

Hasta los animalitos más pequeños Dios ha querido que no les falte el cuidado de una madre para nacer y crecer. Es la realidad más dulce y hermosa y esencial para ser y existir como realidad animal y humana. Por eso no debemos extrañarnos de que Dios haya querido tener una madre para nacer como hombre.

Podía haber bajado directamente del cielo, incluso con portentos y relámpagos, podía haber venido adulto o haber inventado mil modos para salvar al hombre. Pero Dios escogió el camino inventado por Él en el orden natural. “Nacido de una mujer” es toda la Mariología de San Pablo. Y el capítulo VII de la LG 56 lo expresa así: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma que renueva todas las cosas... fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad... enriqueciéndola desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular».

Queridos amigos: Pensemos un momento. Dios pudo escoger madre, Dios eligió la mujer y tipo de madre que le convenía y más le gustó, Dios escogió a María. Es más: Dios puede hacer todo lo que quiera, es omnipotente, Dios hizo lo más grande que pudo hacer e hizo así a su madre y esa es María;María: conjunto de todas las gracias, llena hasta la plenitud desde el primer instante  de su concepción. Y ahora una pregunta: Si Dios se fió de Ella, ¿no nos vamos a fiar y confiar en Ella nosotros? Si Dios la eligió por Madre ¿no la vamos a elegir nosotros?

Cuando el arcángel Gabriel la visita para anunciarla el proyecto de Dios, queda admirado de su belleza y plenitud interior que nosotros no podemos ver como los ángeles, y estupefacto exclama: “Dios te salve,  jaire, quejaritomene, o Kurios metá sou... te saludo, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

Si los reyes de la tierra preparan a sus hijos para es la tarea de su misión y es para unos años y para unos hombres determinados, qué no habrá hecho Dios en María para que fuera su Madre y madre de todos los hombres y para todos los siglos.

Queridos hermanos: felicitemos a Dios por habernos dado a su propia madre, felicitémonos nosotros mismos por tener este regalo de María Madre de fe, amor y esperanza nuestra, alegrémonos de tener la misma madre de Dios, tengamos la certeza y el gozo de saber que Cristo la quiso madre suya y nuestra, y que está preparada para serlo en plenitud de gracias y dones y se fió de Ella. Qué seguridad la nuestra. Qué certeza y hermosura de madre. “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” cantemos con el salmista. Y la maravilla más grande es que nos haya dado a su propia madre.

El prefacio ambrosiano de la fiesta de la Inmaculada Concepción expresa maravillosamente esta alegría que debe existir en nosotros los creyentes al hablar querido Dios compartir su madre, al danos a su propia madre: «Es muy justo y conveniente, Dios todopoderoso, que te demos gracias y con la ayuda de tu poder celebremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María. Pues de su sacrifico floreció la espiga que luego nos alimentó con el pan de los ángeles. Eva devoró la manzana del pecado, pero María nos restituyó el dulce fruto del Salvador ¡Cuan diferentes son las empresas de la serpiente y de la Virgen! De aquella provino el veneno que nos separó de Dios; en María se iniciaron los misterios de nuestra redención. Por causa de Eva prevaleció la maldad del tentador; en María encontró el Salvador una cooperadora. Eva, con el pecado, mató a su propia prole; en María, por Cristo, resucitó su propia prole; en María , por Cristo, resucitó esta prole, devolviéndola a la libertad primera».

Y dónde adquirimos nosotros la libertad primera, la redención de los pecados: en la cruz de Cristo junto a la cual esperándonos está la Madre, la Virgen de la cruces, del Calvario, de los dolores, la madre del crucificado.

Por eso, cuando Cristo desde la cruz dice: “he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”, la fe redentora y dolorosa de María descubre el sentido de aquel alumbramiento de los nuevos hijos que Dios le confía en la persona de Juan. Jesús descubre el sacramento que se ha realizado: María se ha convertido en madre de la Iglesia, de todos los creyentes. No ha sido un premio gratuito, una realidad improvisada, un gesto puramente sentimental, ha sido un proyecto del amor de Dios, ha sido el parto más doloroso que hay podido tener madre alguna sobre la tierra: y desde aquel momento Maria recibió a toda la Iglesia en su Corazón y su amor adquirió dimensiones eternales y universales como la misma obra de Cristo.

Lo expresa muy bien la LG 58: «Desde la Anunciación mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo en pié, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la Víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27).Aquí está el fundamento de la devoción a la Virgen de la Cruces, la teología de la Virgen de los dolores, el misterio más profundo de cooperación entre la criatura y  Dios, aquí se hizo madre de todos los creyentes en el dolor.

Me encantas, María, Madre de las cruces, no lo puedo remediar. De todos los hechos de tu vida, me quedo con la Encarnación y tu presencia de pie junto a la Cruz de tu hijo. Aquel es un misterio gozoso de tu vida que rezamos en el santo rosario; éste es misterio doloroso. Me quedo atónito, asombrado ante esta victimación total son tu hijo por nosotros los hombres.

«¡Oh dulce fuente de amor! Hazme sentir su dolor, para que llore contigo. Y que por mi Cristo Amado, mi corazón abrasado, más viva en él que conmigo! ¡Virgen de vírgenes santa, llore yo con ansias tantas que el llanto dulce me sea, porque su pasión y muerte, tenga en mi alma de suerte, que siempre sus penas vea». (Stabat Mater).

¿Qué sentimientos debemos tener todos nosotros, sus hijos, en relación con la Madre del Amor hermoso, con la Virgen de las Cruces, Nuestra Señora de los Dolores?

Amor. Madre, me alegro deque existas, de que Dios te haya hecho tan grande, de que seas mi madre. Te amo, te quiero, te bendigo, es decir, te digo las cosas más bellas que mi corazón pueda sentir y mi inteligencia expresar, quiero cantarte, alabarte porque eres toda hermosa, un portento de lágrimas de amor y belleza de sentimientos. Si amar es desear el bien de la persona amada, quiero que todos te conozcan y te amen. ¿Por qué? Porque me inspiras confianza y seguridad plena. Ha sido Dios mismo quien te hizo así y me la ha dado como madre. Gracias. Te queremos.

 

 

 

15. CON MARÍA, A LA BÚSQUEDA DE DIOS. (Homilía para religiosas y consagradas)

 

Queridas hermanas y hermanos religiosos y consagrados: “La gracia del Señor Jesús esté con vosotros. Mi amor con todos vosotros en Cristo Jesús” (1 Cor 16,23). Con estas palabras del apóstol Pablo, quiero empezar saludándoos a todos esta mañana. Quisiera meditar con vosotros este lema escogido para la reflexión de esta jornada: «Con Santa María, de la escucha de Dios al servicio de la vida». Éste centra nuestra reflexión sobre la necesidad de lograr que el testimonio de cada uno de nosotros y de nuestras instituciones sean cada vez más fieles al carisma de los orígenes y al mismo tiempo más cercano a las necesidades del hombre contemporáneo.
La Virgen es para todos nosotros la Estrella que ilumina nuestro camino y la referencia segura de toda vuestra programación apostólica.

 

1. Con Santa María en la búsqueda de Dios.


La búsqueda de Dios es una componente esencial de la vida consagrada. La Virgen María es guía segura en este itinerario. ¡Buscad al Señor! Habéis colocado la reflexión de este tema, centro de vuestra vocación, en el primer lugar de vuestros trabajos. ¡Sí! Buscad a Cristo; buscad su rostro (cfr Sal 27,8). Buscadlo cada día, desde la aurora (cfr Sal 63,2), con todo el corazón (cfr Dt 4,29; Sal 119,2). Buscadlo con la audacia de la Sionita (cfr Ct 3, 1-3), con el asombro del apóstol Andrés (cfr Jn 1,25-39), con la premura de María Magdalena(cfr Jn 20,1-18). Siguiendo su ejemplo, buscad también vosotros al Señor en los momentos gozosos y en las horas tristes; imitad a María que va a Jerusalén llena de angustia a buscar su Hijo adolescente (cfr Lc 2,44-49), y más tarde, al comienzo de la vida pública de Jesús, corre presurosa a buscarlo (cfr Mt 3,22), preocupada por algunos rumores que le habían llegado a sus oídos (cfr ibid., 3,20-21). Sentir la exigencia de buscar a Dios es ya un don que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos (cfr l Jn 4,10).

        Es consolador buscar a Dios, pero es al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales. ¿Cómo repercute esto entre nosotros, en el contexto histórico actual? Seguramente supone acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración a la celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga del mundo» a la presencia del que sufre:  La Experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz accion apostólica.

 

 2 Con Santa María a la escucha de Dios.

En estrecha conexión con la búsqueda de Dios está la escucha de su Palabra de salvación. También en este itinerario María es para nosotros ejemplo y guía; de Ella la Iglesia resalta su singular relación con la Palabra.

        «Santa María es la Virgen de la escucha», siempre dispuesta a hacer suya, en actitud de humildad y sabiduría, las palabras que el Ángel le dirige. Con su “fiat” María acogió al Hijo de Dios, Palabra que existe desde el principio y que en Ella se hace carne para la salvación del mundo.

        Un buen modo, y siempre oportuno, de escuchar la Palabra es la «lectio divina», que vosotros tanto apreciáis. De ella hacéis explícita mención a veces en la misma fórmula de la profesión solemne, pues os comprometéis a vivir “en la escucha de la Palabra de Dios”. María escucha y en Ella la Palabra es acogida dócilmente mucho antes en el corazón que en su seno virginal. Imitando su “Fiat” (cfr Lc 1,38) también vosotros pronunciáis vuestro sí total a Dios que se revela (cfr Rom 16,26). En la palabra de la Sagrada Escritura Dios muestra las riquezas de su amor, revela su proyecto de salvación y confía a cada uno una misión en su Reino.

        El amor por la Palabra os llevará a reconsiderar la oración comunitaria. a privilegiar la vida litúrgica, y a hacerla mas participativa y viva. Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica. De este modo se cumplirá entonces también en vosotros la exhortación del Apóstol: “La Palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente” (Col 3,16).

 

3 Con Santa María en una vida de servicio.

Mirando a la Virgen, siempre en actitud de humilde servicio, tratemos todos los hijos de María se distingan por un estilo de gozosa dedicación a hermanos, de ardor y de empuje, valoración de las relaciones humanas y de atención a las necesidades de la persona. Un estilo que no busque por encima de todo la eficiencia de las estructuras y el progreso de la tecnología, sino que más bien demuestre la eficacia de la gracia del Señor en la debilidad y en la pequeñez de lo humano como en María

        Entre las muchas formas de servicio, y en un mundo en el cual parece prevalecer la cultura de la muerte, sed sembradores de la vida, fieles a Dios que “no es Dios de muertos sino de vivos” (Mt 22,  32) y heraldos de la esperanza bajo la protección de Santa María, “Madre de la vida”.

 

4 Con Santa María al servicio de la animación vocacional.

        Las vocaciones son un don para la Iglesia y para cada uno de nuestras instituciones. Por las que se debe implorar incesantemente en la oración. La imagen de la Virgen de Pentecostés ilumine vuestra reflexión. En el Cenáculo María aparece como la Orante; junto a los Apóstoles implora la venida del Espíritu, suscitador de toda vocación. María es Madre de la Iglesia: en el Cenáculo la Virgen comienza a ejercitar, en la comunidad de los discípulos, la maternidad que su Hijo moribundo en la Cruz le confió.

        A parte de la oración (cfr Lc 10,2) también se favorece el nacimiento de las vocaciones con el testimonio coherente y fiel de los que son llamados a vivir con radicalidad el seguimiento evangélico. Las nuevas generaciones os miran, atraídas no por una vida consagrada “facilote”, sino por la propuesta de vivir el evangelio sin añadiduras. Esto lleva a dar un testimonio de pobreza todavía más riguroso, que se traduzca en un sobrio tenor de vida y la práctica de una fiel comunión de bienes.                                      

 

 

 

 

 

16. EL AVE MARÍA

 

        QUERIDOS FIELES, DEVOTOS DE MARÍA:

La Virgen, nuestra Madre y Señor, ha sido elegida por Dios para ser abogada nuestra en el cielo y distribuidora universal de todas las gracias del Hijo. A su amparo y protección nos acogemos todos los que la conocemos y amamos para conseguir los auxilios y medios sobrenaturales de la salvación de Dios. Para que nos resultase más fácil hablar y pedir a esta dulce madre del cielo el arcángel Gabriel, mejor dicho, Dios, por medio de su mensajero Gabriel, nos enseñó a los hombres la hermosa salutación del “Ave-María: Jaire, kejaritomene”. Y este saludo, por su celestial origen y bello contenido, es la más bella oración que podemos dirigir a nuestra Señora, después del Padre nuestro.

La primera Ave María que oyó la Virgen, se la rezaron en la tierra y nada menos que uno encargado por Dios, el arcángel de la Anunciación. Es este saludo una guirnalda de alabanzas y piropos divinos, hecha, no para pedir y suplicar, sino para bendecir y alabar a la Reina del cielo.

La primera Ave María la rezó el arcángel Gabriel en una casa de Nazaret; una casa de adobes sencilla, casi rústica, algo que para nuestra mentalidad nos resulta incomprensible. La escena, si queréis, la podemos reproducir así: La Virgen está orando. Adorando al Padre en espíritu y verdad. Estrenando ese estilo de oración que no necesita ser realizad en el templo, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios, y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

La Virgen, pues, estaba orando, orando mientras cosía, barría o hacía otra cualquier cosa, os sencillamente orando, sin hacer otra cosas más que orar.

El ángel la sorprende en esa postura y el diálogo que sostiene con la doncella es un tejido de espumas, un trenzado de piropos divinos y rubores de virgen. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Dios te salve”; lo cual quiere decir: te traigo saludos de Dios, María, y en nombre suyo te los doy.

“Tú eres la llena de gracia”.Mucha gracia tuvo el alma de la Virgen en el momento de su Concepción Inmaculada, más que todos los santos juntos. Pues si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta no engrandecería el Omnipotente a su Madre. Por eso la hizo inmensa, casi infantita, rebosante hasta los bordes de gracias, hermosura y amor. La hizo Virgen y Madre Inmaculada, corredentora, asunta en cuerpo y alma al cielo, mediadora de todas las gracias. Reina de los ángeles y Señor de las cosas. Es madre de los hombres, madre de piedad y misericordia, madre purísima, castísima y virginal, en su calma no hubo pecado original, ni venial ni imperfección alguna, en fín, coged las letanías y ya veréis cómo es imposible decir más cosas y alabanzas de una simple criatura, sin despertar los celos de la divinidad.

Todas las bellezas de su alma el ángel las resumió sencillamente en dos palabras: “la llena de gracia, kejaritomene”. ¿Llena de todas las gracias? De todas. Por eso Dios podrá hacer mundos más bellos, paisajes más encantadores, claveles más rojos y cascadas más impresionantes, pero María solo quiso hacer una de entre todas las criaturas. No estaría llena de todas las gracias si no fuera la única, si pudiera existir otra persona igual o semejante a ella, porque le faltaría entonces la gracia de ser la más llena de gracias.

Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad de su alma iba creciendo a medida que la gracia aumentaba en ella como la presión del aire aumenta la capacidad del globo que estaba lleno; María estuvo siempre rebosante de gracias, para que en todos los momentos se la pudiera llamar: “la llena de gracia”.

“El Señor está contigo”,prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma. Y como la Virgen tuvo más gracias que todos los ángeles y santos juntos, resulta, por tanto, que el Señor estaba con Ella, más íntimamente unido, que podrá estarlo jamás con criatura alguna. El Señor siempre estuvo en Ella por la gracia y el amor, pero sobre todo la llenó de su presencia plenamente en su cuerpo y en su alma por la Encarnación, por su maternidad divina.

Por eso, queridos hermanos, qué de particular tiene que Santa Isabel, al recibir la visita de su prima, portadora del Hijo de Dios en su seno, la saludase, diciendo: “Bendita tú entre todas las mujeres”. Grandes mujeres habían existido en el Antiguo testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían d existir en la Iglesia Católica. Todas muy queridas del Señor, pero incomparablemente más que todas ellas. María.

Y siguiendo su saludo, Isabel nos da clave todas sus grandezas: “Y bendito el fruto de tu vientre”. Uno duda si el piropo va dirigido a la madre o al Hijo que latía en su entrañas. Da lo mismo. Al fin y al cabo no hay mayor alabanza para una madre que oír alabanzas para el hijo, máxime siendo el Hijo de Dios. Uno piensa de todas formas que una criatura debe ser muy bella y sublime cuando le vienen bien los piropos que se dirigen al Infinito, porque María es casi infinita, casi divina, criatura como nosotros, pero elevada y tocando la divinidad.

Después de estas palabras de Santa Isabel, la Iglesia añadió: Jesús, como había añadido María, en el saludo del ángel, para mejor determinar las personas a quienes iban dirigidos los saludos. El del Ángel fue para Ella, por eso después de : “Dios te salve”, la Iglesia intercaló: Maria. El de Isabel fue para el fruto de su vientre, esto es, Jesús. Así termina la primera parte del Ave-Maria  No hemos pedido nada, nos hemos suplicado su ayuda, nos hemos olvidado de nosotros mismos, embelesados en la Madre hermosa.  No hacemos más que felicitar, saludar, alabar a la madre común, a la madre de Dios y de los hombres.

La segunda parte es una súplica y ha sido compuesta por la Iglesia; en ella pedimos a Santa María, Madre de Dios que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.. Es el suspiro espontáneo del hijo que lo espera todos confiado en su Madre;  es el grito esperanzador del peregrino de esta vida que sabe ciegamente arribará a buen puerto porque se lo ha pedido a Santa María, estrella del mar, puerta del cielo y Señora del buen aire. 

El santa María nos trae aires de eternidad, tiene sabor a peregrinación, de llegada a buen término de un viaje, a puerto seguro de salvación, como es María. Ella lo puede todo y nosotros lo confiamos todo a Ella, esperándolo todo plenamente de su bondad, de nuestra Madre del alma: Santa María, ruega por nosotros ahora, ahora en este momento, en este trance, en esta vida hasta pasar a la otra contigo.

«Y en la hora de nuestra muerte», en el trance decisivo, en el último combate. Queridos hermanos, qué dulce es morir habiendo sido devotos de la Virgen y habiéndola rezado todos los días de esta peregrinación el Ave María, aunque entonces ya no podamos. Ya  nos sentimos salvador ahora y en la hora de nuestra muerte: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Así sea.

 

 

 

                                 

17. LA ENTREGA DE MARIA, MODELO DE NUESTRA CONSAGRACIÓN TOTAL A DIOS

 

QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS, queridos devotos de la Virgen del Carmen, presentes en este Triduo dedicado a ella: El gran modelo de nuestra consagración total a Cristo es la Virgen María. Su ejemplo es verdaderamente maravilloso e irrepetible ya desde el mismo instante de su Concepción Inmaculada.

        Hay cierta tendencia actual a presentarnos la vida de la Santísima Virgen como totalmente parecida a la de cualquier joven de su tiempo o del nuestro. Cierto que en el exterior, en su cualidades habría muchas semejantes a las nuestras, pero su corazón, su vida espiritual, su entrega a Dios con todas las actitudes concomitantes es casi infinitamente superior a la de cualquier humano.

        Cuando leo algo sobre estos aspectos de ella como si fuera una joven común, igual a cualquiera, con las misma ilusiones de tener novio, casarse, divertirse, no se que experiencia puedan haber tenido estos señores de un amor y de una entrega absoluta y plena a Dios.

No se en qué consistirá para ellos el hecho de que la Virgen estuvo llena de gracia, de amor, de atracción exclusiva a Dios desde el primer instante de su nacimiento. Para mí que esa forma de pensar es una injuria a la gracia de Dios y una injuria a la Virgen.

Cuando un alma se da de veras a Cristo, del todo, cuando un alma tiene experiencia de sentirse amada por Dios, lo primero que surge en ella de una forma espontánea es el deseo de ser sólo para Él, de consagrarse a Él en plenitud, de vivir solo para Él, y eso es la Virginidad cristiana.

En nosotros llegar a esta altura supone una conquista de la gracia, supone tiempo, madurez espiritual que la Virgen tuvo desde el primer instante de su ser, porque estuvo llena de gracia. Este instinto sobrenatural de solo Dios ella lo tuvo siempre. Si la Virgen, dicen los teólogos, tuvo desde el principio más caridad y mas gracia de Dios que todos los santos y santas juntos al final de su vida, y hay que ver los miles de religiosos y religiosas, sacerdotes y seglares que han tenido esta gracia de la virginidad, de la entrega total a Dios, después de que cooperaran con la gracia, ¿por qué tenemos que empeñarnos en medir la psicología de la Virgen según los varemos de una joven normal, que apenas tienen ni un gramo de gracia santificante?
        No, nosotros para tener un pequeña idea de esto tenemos que medir la psicología de la Virgen niña y joven según la vivencia de la gracia de los grandes místicos al final de su vida y aún así ella es casi infinitamente superior.Y esto sencillamente, porque desde su Concepción Dios la destinó a ser la Madre del Verbo, de la Segunda Persona de la Santísima. Trinidad, lo cual supone un amor de predilección por parte de Dios que nosotros no podemos ni imaginar. Dios alrededor de ella constituía como un cerco amoroso que le hacía sentir sensiblemente su predilección y ella correspondía a esta experiencia de amor infinito con una consagración virginal, es decir, exclusiva y total, como la cosa más natural del mundo.

        Yo no puedo amar a Dios sino con el amor con que Él me ama. Y esto es lo que sentís vosotras y todo los que se consagran totalmente a Dios. Primero tenemos que sentir sensiblemente, experimentalmente que Dios nos ama y al experimentar sensiblemente ese amor,-- no basta la fe, creer que Dios me ama, hay que recibir este don--, entonces el alma no quiere compartir el corazón ni la existencia con nadie sino con el Amor Divino en el que se siente llena, inundada, abrasada. Y en eso consiste la virginidad consagrada.

        Y eso es lo que sigue haciendo Dios ahora. Y esto es lo que le da gloria y honra a Dios y salva a las almas más que otras vidas apostólicas, y esto  y esta es la llamada que sigue dirigiendo Dios a muchas chicas y chicos que llama desde pequeños para que se consagren totalmente a su amor y desde ahí amen con el mismo amor de Dios a todos los hombres. Es el matrimonio espiritual, del que nos habla San Juan de la Cruz y casi todos los místicos: DIOS TRINO Y UNO, YO TE QUIERO A TI, A TI SOLO Y TE QUIERO PARA SIEMPRE, con amor exclusivo, total, virginal, para siempre. Eso era lo que experimentaba la Virgen en su interior. Y eso no se comprende sino por la fe experimentada. No solo la fe, sino fe encendida y transparente. Recordad el evangelio: solo lo entienden quienes han recibido esta gracia de lo alto.

        La Virgen es modelo de consagración a Dios porque Ella la llevó a cabo de forma irrepetible. La Virginidad consiste en tener el corazón abierto solo para Dios y desde ahí, limpio y purificado, a los demás sin quedarse con nada de nadie. Solo Dios. Por eso la Virginidad no está esencial ni principalmente en el cuerpo sino en el alma. Y por eso es fracaso total cuando se lucha por la parte sensible o corporal sin fijarse en el centro que está en amar sólo a Dios, por encima de todo. Es un fracaso de por vida, total y sin remedio. Y esta es una de las llagas sangrantes actuales de la Iglesia favorecida por tanto sensualismo.

        El mundo no entiende de estas cosas, pero tengo no solo la impresión sino la certeza por lo que veo, oigo y leo que alguna parte de la Iglesia tampoco entiende de estas cosas. Por eso la virginidad hoy no se comprende y hasta hay teólogos y teólogas, y otras muchas gentes que quieren curas casados y piensan que la vida contemplativa es inútil, que no tiene sentido. La gente no entiende. No sabe ni de qué va esto. Ojalá la Virgen, que lo vivió, nos lo haga comprender. La virginidad, la del corazón: Solo Dios Y aunque a muchos religiosos y sacerdotes les permitieran casarse, no la harían, porque la virgen y el virgen ha sentido la presencia abrasadora y totalizante de Dios y solo para el quiere vivir y amar y trabajar. Y por eso, aunque pudiera excepcionalmente haber alguna fragilidad material la virginidad no se pierde si el corazón se recupera y se consagra nueva y totalmente a Cristo.


¿POR QUE QUISO DIOS LA VIRGINIDAD DE MARÍA?


1.- PORQUE LA DESTINABA A SER MADRE. Es curioso. Dios le inspira el instinto de ser virgen, para que pueda ser fecunda. El primer instinto que brota en una niña, al menos de las de antes, era el instinto de maternidad. Por eso , en los primeros años, empieza jugando con muñecas: la viste, la cuida, la riñe.. es el instinto materno. Luego viene el de esposa.

        En la Virgen, la maternidad brota de la virginidad, de este amor exclusivo a Dios. Así le prepara Dios a ser su Madre y Madre de todos los hombres, lo cual realiza en el momento de la Encarnación. El fruto de la virginidad es la Encarnación. El sí total de Maria. Y la Virgen se hizo Madre de Dios y de los pecadores. Y esta consagración total a Dios se renueva cuando tiene al niño recién nacido en sus brazos, se ofrece a Él y le adora con una adoración total como nunca el Verbo de Dios ha sido adorado en la tierra y que nosotros debemos imitar: «Véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos y solo para tí quiero tenerlos», que diría San Juan de la Cruz. Mis labios solo para besarte a Ti. Mis manos solo para abrazarte a Tí. «Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio...»  Y esta es la oración de la Virgen, de las vírgenes, de los consagrados: solo Dios, solo Tu. Los ojos y la vida solo para Dios. Cielo anticipado.

        Reconozco que solo Dios puede hacer esto en las almas. Reconozco que desde que se llega a esta experiencia la vida toda y entera solo consiste en danzar de alegría toda la vida en torno a Cristo. Enamorarle, ganársele con palabras de amor, con salmos, con cantos, con miradas provocativas de desposada... y no digo más porque no quiero escandalizar a quien no comprenda estas cosas del amor apasionado de Dios.

        Leed la últimas estrofas de Llama y del Cantico: bésame con el beso de tu amor para que yo te bese con ese mismo beso que es el Espíritu Santo y bese y me sienta besado por el Beso del Padre y del Hijo que es el Espíritu de mi Dios. No tiene nada de particular que la Inquisición y otros ignorantes actuales se escandalizaran y anduviesen detrás de los místicos. Pero estas son verdades divinas: «Di a la caza alcance, toda ciencia transcendiendo».

 

 RESUMIENDO: En la Encarnación, en el Nacimiento del Verbo y en toda su vida histórica María fue la primera creyente y discípula de Jesús que abrió la puerta de la Virginidad Consagrada. Y de esta actitud de amor total y de esta plegaria y de esta vida consagrada de Maria nacio el sacerdocio y la vida virginal, prolongación del estilo de vida de Maria.        Maria es así madre y maestra de las vírgenes, de las vidas almas consagradas, modelo, ayuda, imagen, icono de la Virginidad Cristiana. Y también, porque somos débiles y contingentes, es regeneradora de vírgenes como de cualesquiera otros fallos y pecados.


2.- Dios quiere Vírgenes, totalidad de amor y entrega para que sean madres y padres de gracia, para ser apóstoles. Una que es virgen, no se casa, no vive pendiente del marido, nos dice S. Pablo, sino sólo de las cosas de Dios. Es la eficacia apostólica de la virginidad. Cristo, Maria, Juan , Pablo, los santos y santas.

        Dice San Beda el Venerable que la Virgen fue feliz por haber sido Madre de Cristo engendrándolo físicamente, pero más dichosa todavía porque quedó como custodia perpetua del amor de Cristo. Ella es la que tiene cuidado de que Cristo sea amado hoy con totalidad en el mundo. Cuidado de la Virgen que debe ser también nuestro particular cuidado para que todos aprendan de nosotros a amar a Cristo con amor único y exclusivo.

        Lo decía bellamente San Gregorio Magno a las jóvenes: «Jóvenes, sed vírgenes para que seáis también vosotras Madres de Cristo». Imagina a San. Agustín que hace una apuesta con Jesucristo y le dice: vamos a ver quién ama más a quién, y lanzando su amor como una jabalina, añade con santo atrevimiento: mira, Jesús, hasta allí te amo. Vamos a ver tú». Pero enseguida reacciona, dándose cuenta de la pequeñez de su amor: «Y si te parece poco esto que te amo, haz que te ame más». Es lo mismo que pido yo para vosotras y para mi y para todos los consagrados y consagradas. María y Madre del Carmelo, solo tú puedes ayudarnos. Amen.

 

 

 

 

 

18. ¿POR QUE QUISO DIOS LA VIRGINIDAD DE MARÍA?


1.- PORQUE LA DESTINABA A SER MADRE. Es curioso. Dios le inspira el instinto de ser virgen, para que pueda ser fecunda. El primer instinto que brota en una niña, al menos de las de antes, era el instinto de maternidad. Por eso, en los primeros años, empieza jugando con muñecas: la viste, la cuida, la riñe.. es el instinto materno. Luego viene el de esposa.

        En la Virgen, la maternidad brota de la virginidad, de este amor exclusivo a Dios. Así le prepara Dios a ser su Madre y Madre de todos los hombres, lo cual realiza en el momento de la Encarnación. El fruto de la virginidad es la Encarnación. El sí total de María. Y la Virgen se hizo Madre de Dios y de los pecadores. Y esta consagración total a Dios se renueva cuando tiene al niño recién nacido en sus brazos, se ofrece a Él y le adora con una adoración total como nunca el Verbo de Dios ha sido adorado en la tierra y que nosotros debemos imitar: «Véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos y solo para Ti quiero tenerlos», que diría San Juan de la Cruz. Mis labios sólo para besarte a Ti. Mis manos sólo para abrazarte a Ti. «Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio...»  Y esta es la oración de la Virgen, de las vírgenes, de los consagrados: solo Dios, solo Tú. Los ojos y la vida solo para Dios. Cielo anticipado.

        Reconozco que sólo Dios puede hacer esto en las almas. Reconozco que desde que se llega a esta experiencia la vida toda y entera solo consiste en danzar de alegría toda la vida en torno a Cristo. Enamorarle, ganársele con palabras de amor, con salmos, con cantos, con miradas provocativas de desposada... y no digo más porque no quiero escandalizar a quien no comprenda estas cosas del amor apasionado de Dios.

        Leed la últimas estrofas de Llama y del Cántico: bésame con el beso de tu amor para que yo te bese con ese mismo beso que es el Espíritu Santo y bese y me sienta besado por el Beso del Padre y del Hijo que es el Espíritu de mi Dios. No tiene nada de particular que la Inquisición y otros ignorantes actuales se escandalizaran y anduviesen detrás de los místicos. Pero estas son verdades divinas: «Di a la caza alcance, toda ciencia transcendiendo».

 RESUMIENDO: En la Encarnación, en el Nacimiento del Verbo y en toda su vida histórica María fue la primera creyente y discípula de Jesús que abrió la puerta de la Virginidad Consagrada. Y de esta actitud de amor total y de esta plegaria y de esta vida consagrada de María nació el sacerdocio y la vida virginal, prolongación del estilo de vida de María.        María es así madre y maestra de las vírgenes, de las vidas y almas consagradas, modelo, ayuda, imagen, icono de la Virginidad Cristiana. Y también, porque somos débiles y contingentes, es regeneradora de vírgenes como de cualesquiera otros fallos y pecados.

2.- Dios quiere Vírgenes, totalidad de amor y entrega para que sean madres y padres de gracia, para ser apóstoles. Una que es virgen, no se casa, no vive pendiente del marido, nos dice S. Pablo, sino sólo de las cosas de Dios. Es la eficacia apostólica de la virginidad. Cristo, María, Juan , Pablo, los santos y santas.

        Dice San Beda el Venerable que la Virgen fue feliz por haber sido Madre de Cristo engendrándolo físicamente, pero más dichosa todavía porque quedó como custodia perpetua del amor de Cristo. Ella es la que tiene cuidado de que Cristo sea amado hoy con totalidad en el mundo. Cuidado de la Virgen que debe ser también nuestro particular cuidado para que todos aprendan de nosotros a amar a Cristo con amor único y exclusivo.

        Lo decía bellamente San Gregorio Magno a las jóvenes: «Jóvenes, sed vírgenes para que seáis también vosotras Madres de Cristo». Imagina a San. Agustín que hace una apuesta con Jesucristo y le dice: vamos a ver quién ama más a quién, y lanzando su amor como una jabalina, añade con santo atrevimiento: mira, Jesús, hasta allí te amo. Vamos a ver tú». Pero enseguida reacciona, dándose cuenta de la pequeñez de su amor: «Y si te parece poco esto que te amo, haz que te ame más». Es lo mismo que pido yo para vosotras y para mi y para todos los consagrados y consagradas. María y Madre del Carmelo, solo tú puedes ayudarnos. Amen.

 

 

 

19. HOMILÍA MARIANA SOBRE EL MAGNIFICAT: “Enaltece a los soberbios y a los ricos despide vacíos.

 

QUERIDAS RELIGIOSAS, amigos todos: Nadie se hizo tan pequeña y sencilla ante el Misterio de Dios, como María, que se convierte así en tipo y modelo de la Iglesia, para todos nosotros. María, siendo rica de gracias y dones de Dios, reconoce su pequeñez y se hace esclava del Señor: “Proclama mi alma...” y en sintonía con el pensamiento de Jesús expresado en el evangelio, continúa: “Él hace proezas con su brazo, desipersa a los soberbios de corazón, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

¿Por qué reza así la Virgen? Porque Ella ha sentido esto en su corazón La humilde nazarena se ha reducido a nada de propiedad e iniciativa, a nada de propia voluntad, a nada de propio querer ante la voluntad del Padre. Es la esclava, la que no tiene volunta  propia. Por eso, a Ella hemos de volver los ojos generación tras generación para aprender a ser sencillos y humildes.

Vamos a meditar un poco esta tarde estas palabras de Cristo en el evangelio de hoy que explican un poco su propia vida y la vida de su Madre y nos indican el único camino par enterar en el reino: hacernos pequeños y sencillos: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Reino de Dios aquí no es el cielo o la salvación eterna, sino la amistad y el conocimiento sabroso de Dios, la unión de amor y de intereses con Él, responsabilizarse de la tarea que Jesús trajo a la tierra. El reino de Dios, lo que Dios nos pide y quiere es que hagamos con el esfuerzo de todos una mesa muy grande, muy grande, donde todos los hombres se sienten, especialmente los que nunca se sientan por ser pobres, y que éstos sean los invitados y preferidos, los incultos, los sencillos, los que ocupan los últimos puestos en el banquete del mundo.

Al bendecir Jesús al Padre porque ha tenido ocultos sus propósitos y riquezas del reino a los sabios y entendidos, no significa con ello que los sabios sean excluidos. Solamente afirma que para pertenecer al reino de Dios, a su amistad e intimidad, hay que hacerse sencillo y humilde. Y los ricos de poder, de dinero, de privilegios, de cultura deben hacer pobres.

Queridos hermanos, vosotros queréis saber por qué dice Cristo que es muy difícil a los ricos de su yo, de dinero y de poder entrar en la amistad e intimidad de Dios?

1. Rico de dinero: Posee y está lleno de seguridades y poder en el mismo, y no tiene a Dios como el mayor tesoro. No le busca ni lo desea con el afán y el dinero y el tiempo que invierte en conseguir más dinero. Satisfecha su hambre de dinero no siente necesidad ni hambre de Dios, necesitado y pobre de su amor y gracias.

2. Rico de cultura. Qué difícil no menospreciar a los que no la tienen. Que el culto aprecie y hable con el inculto, no abusando de su saber. El reino de Dios es cuando el ingeniero trata con igualdad al peón de albañil.

3. Rico de perfección humana: qué difícil que acepte sus defectos: soberbia, envidia, que sienta necesidad de perfeccionarse, de ser humilde. No se siente pobre y necesitado de la gracia de Dios, de convertirse de sus defectos, del perdón de Dios. No siente necesidad de orar, de los sacramentos. No se convertirá, no entrará en el reino de Dios, no pasará del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la vida en Dios. Esto explicaría por qué el cristianismo encuentra muchas dificultades para entrar en esos ambientes, porque exige renunciar a los esquemas del mundo para aceptar y vivir según el evangelio, según Cristo.

        Comprenderemos por qué Jesús da gracias al Padre porque su evangelio lo han comprendido y vivido los que se han hecho pobres y sencillos. María lo hizo. Por eso, María atrae la admiración y el amor de su Hijo, porque se hizo su esclava. Y por eso Ella, que lo vivió, da gracias a Dios por sus dones: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava... desde ahora me felicitarán todas las generaciones.

        Madre, nosotros nos unimos a ese coro que te alaba y te pedimos parecernos a Ti; ayúdanos porque Tú eres nuestro modelo y ejemplo. Necesitamos tu ayuda; nos cuesta mucho; pero contigo todo lo podemos, porque Tú todo lo puede suplicando y pidiendo a Dios por nosotros.

 

 

 

20. SEGUNDO DIA: “Miró la pequeñez de su esclava”

 

QUERIDOS HERMANOS: “Miró la pequeñez de su esclava”, pudo decir la Virgen Inmaculada. Porque cuando en cada circunstancia de su vida, aunque sea pobre e indigente de la gracia de Dios, dice Sí a la voluntad del Padre, Dios llena su pequeñez y la transforma en Amor.

        María desde el Sí de la Encarnación del Hijo de Dios nos ayuda y estimula a nosotros, sus hijos pobres y necesitados, a decir un sí auténtico y hondo a los planes de Dios, que es fundamente de toda nuestra vida cristiana. Y todo esto, en medio de la oscuridad de la fe, de lo que nos pueda ocurrir, permaneciendo con María meditando la palabra del Señor y así nos iremos disponiendo para el reino de Dios, para la amistad con Dios.

        Hacerse disponible para amar corresponde a la labor que cada uno debe realizar durante su vida cristiana. Es abrir los ojos a los planes de Dios Amor, sentir la llamada acuciante de cambio, palpar la propia pobreza, enrolarse en la marcha de la Iglesia, abrirse al diálogo con Dios, decidirse a realizarse totalmente en Cristo, descubrir a Cristo escondido en nuestras circunstancias, sintonizar con sus sentimientos y actitudes, entablar una mistad profunda con Él para correr su misma suerte, celebrar la Pascua personal, la muerte y resurrección en vida.

 

“SÍ, PADRE”: Aprender a decir Padre, es un compromiso de vida, no una fórmula de rezo. Es tomar una postura de irse configurando con Cristo para tener su misma fisonomía y sentimientos y palabra y su misma voz. Decir Padre supone un esfuerzo duro y diario para sentirnos hijos parecidos a Él, un esfuerzo constante y permanente contra todo lo que nos aleja de su obediencia para poder llegar a decir con verdad: Sí, Padre.

        “Nadie conoce al Padre sino el Hijo aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.  Solo el Hijo conoce al Padre. “Dios es Amor” y todo su amor nos lo ha revelado en el Hijo, en una sola Palabra, pronunciada con amor Personal de Espíritu Santo a cada uno de nosotros. “En esto consiste el Amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sin en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”;  “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.  Con una solo Palabra se expresa a Sí mismo en una donacion infinita de Amor que le hace Padre en el Hijo que lo acepta como Padre. Por eso nadie conoce al Padre sino el Hijo. Y esta Palabra que el Padre ha pronunciado eternamente, desde siempre, la ha pronunciado en María en el tiempo para nosotros en carne humana. “ Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es una palabra de amor comunicada por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Amor, a los hombres por medio de la Encarnación en María. En su Palabra, en su Hijo Dios nos ha dicho todo. Ya no puede decirnos más. Vivir en Cristo es nuestra respuesta a la Palabra de Dios pronunciada, cantada, deletreada por amor a nosotros.

 

 

21. INMACULADA CONCEPCIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebremos hoy con gozo y alegría el misterio de la INMACULADA CONCEPCIÓN. Decir Inmaculada es quizás poca cosa. Porque esto indica simplemente que no estuvo manchada. Y el misterio encierra mucho más plenitud y gracias positivas. Porque quiere decir fundamentalmente que estuvo “llena de gracia”, llena de la vida de Dios, de sus gracias y virtudes desde el principio. No tuvo pecado alguno, ni original ni personal.

El pecado original mancha todo el ser humano. Es original no sólo porque estuvo en el origen histórico del hombre, sino porque sigue estando en el origen mismo de  toda personalidad humana. El hombre nace ya manchado por el Yo, el amor a sí mismo por encima del amor a Dios y a los hermanos desde que estamos en el seno materno.

Pero Dios quiere curar esta raíz podrida del hombre. Anuncia la lucha y la victoria de una mujer y de su hijo sobre la serpiente que ha introducido por su desobediencia a Dios el pecado en el mundo. María es ya en sí misma, en su misma persona, en su misma concepción y origen, la victoria de Dios sobre el pecado de origen y sobre el origen del pecado.

Porque ¿cuál fue la causa del pecado original? Lo fue Eva, con su desobediencia a la voluntad de Dios. Pues María por su Hijo Jesucristo será el origen de la victoria conseguida por el camino inverso al de la caída que propuso la serpiente.

Aplastar la cabeza de la serpiente es vencer a la raíz del mal humano. Si la raíz estaba viciada, la raíz debía ser sanada. Y Jesús, en su Madre, al soñarla y al ser concebida por el amor de sus padres Joaquín y Ana, empezó a desandar el camino desviado. Y como lo había prometido Dios a nuestros primeros padres, después del pecado, la serpiente fue aplastada en su cabeza por la “mujer y la descendencia de la mujer”, esto es, por María en su misma Concepción Inmaculada y por su Hijo, desde su Encarnación.

En su mismo nacimientos la “mujer” “nacido de una mujer”, que dirá San Pablo,  la que había sido elegida para Madre de Dios estuvo ya plenamente llena de gracia y estuvo inundada de virtudes. Fue pensada y soñada por su Hijo llena de gracia. Así es saludada por el arcángel Gabriel: “Jaire, kejaritomene, salve, la llena de gracia”. Y la razón te lo dicen los versos de la Hidalga del Valle: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia; y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo; y es concebida María sin pecado original».

Y lo mismo que Jesús, el fruto bendito de su vientre, Ella, desandando el camino de Eva, se convierte par nosotros en camino de la Salvación. ¡Qué éxito la negociación de Gabriel! Con razón es patrón de los diplomáticos y embajadores. Consiguió la respuesta perfecta: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

Con esto respuesta, María inicia aquí el camino inverso al que escogió Eva para perdernos. Eva, la mujer universal, no guardó la palabra dada a Dios. María, la mujer nueva, la guarda en su corazón, en su mente y en su vientre. Eva quería ser como Dios; María se considera una esclava del Señor. Eva duda; María se fía de Dios. Eva, egoísta, desobedece; Maria, amando, da su fiat. Eva huye y se oculta; María se hace presente: “Aquí está la esclava, la madre de la nueva humanidad, de los salvados.”

Como María, nosotros, los salvados por su Hijo nacido de su obediencia a la palabra de Dios, también tenemos que luchar contra la serpiente para hacernos limpios e inmaculados. La lucha sigue planteada, aunque la serpiente ha sido ya vencida, pero tenemos que derrotarla en cada una de nuestras vidas. Contamos con la gracia de Dios y la ayuda de su Madre Inmaculada. Debemos irnos transformando en imagen de nuestra Madre, en hombres nuevos, nacidos de su amor, y no del egoísmo de Eva. María se ha convertido en el inicio de los salvados, es la primicia de la Salvación de Dios.

María, ya desde su Concepción Inmaculada, por los méritos de Cristo aplicados proféticamente, esto es, aún antes de que Cristo muriera en la cruz, es la primera realidad humana totalmente sana, limpia y llena de hermosura divina, anticipo de la nueva creación y del hombre nuevo. Nosotros debemos continuar y ampliar la victoria de Cristo en María Inmaculada tanto en nosotros como en el mundo.María, Madre y Modelo de la Iglesia y de todos los creyentes nos enseña a obedecer y amar y preferir a Dios sobre todas las cosas. Con Ella y como Ella rezamos: María, Madre nuestra, te pedimos:

-- Que se haga siempre la palabra de Dios en nosotros y se cumpla su voluntad en toda criatura. -- Que aprendamos como Tu   a servir a los planes de Dios y no a servirnos de Dios o de los hermanos.-- Que como Tu sepamos vencer las tentaciones de no fiarnos de Dios ante las seducciones de la serpiente en el orgullo y amor propio.

-- Que no nos acostumbremos a nuestras manchas y pecados, sino que nos esforcemos en ser santos e inmaculados.

 

 De la soberbia que ciega, líbranos, María

De la avaricia que endurece, líbranos, María

De la lujuria que esclaviza, líbranos, María

De la ira que enloquece, líbranos, María

De la gula que embota, líbranos, María

De la envidia que entristece, líbranos, María

De la pereza que inutiliza, líbranos, María

 

Madre, ayúdanos a parecernos a Ti, a ser como Tu. Sólo Tu puedes ayudarnos. No olvides que eres madre, vida, dulzura y esperanza nuestra. Salve, María, la llena de gracia,  Hermosa Nazarena, Madre del alma. Te queremos, Virgen bella, MADRE INMACULADA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

22. LOS VEINTE MISTERIO DEL SANTO ROSARIO

 

MEDITACIONES

(JOSÉ LUIS DE URRUTIA)

 

INTRODUCCIÓN


        El Rosario se compone ahora de 20 misterios. Si no se reza completo cada día, los misterios gozosos son para el lunes y sábado; los luminosos, o de luz, para el jueves; los dolorosos para el martes y el viernes, y los gloriosos para el domingo y miércoles.

Antes de cada misterio se dice: «Ave María Purísima o María, Madre de gracia, Madre de misericordia», y se responde: «Sin pecado concebida o  defiéndenos del enemigo y ampáranos, ahora y en la hora de nuestra muerte».

Después de enunciado el misterio se reza un padrenuestro seguido de diez avemarías, y se termina con el gloria. En Fátima Ntra. Sra. del Rosario el 13 de julio dijo a los niños: «Cuando recéis el Rosario decid después de cada misterio: «Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas».

El avemaría consta de tres partes. El saludo del ángel en la Anunciación: “Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo». El saludo de Santa Isabel en la Visitación: “Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Y lo restante añadido por la Iglesia.

        San Lucas pone en boca del ángel el saludo griego: “Alégrate”. Según algunos quizá empleó el saludo hebreo «Shalom», paz. La paz de Dios sea contigo. La traducción latina ha puesto siempre el saludo romano «Ave», y la española.’ «Dios te salve». (El saludo refleja la idiosincrasia de cada pueblo: el griego desea alegría -de la misma raíz que gracia, belleza-; el hebreo, paz;  el romano, ave, salve, que tengas salud,fuerza).

        La tercera parte del saludo: “El Señor contigo”, también es excepcional en el A.T. Se dirige a personajes ilustres, como protección ante un hecho importante: a Josué (Josué 1,9), a Gedeón (Jueces 6,16), a David al ir contra Goliath (1 Samuel 17,37), a Judit (Judit 8,34), a Jeremías (Je,t 1,8), al pueblo de Israel, cuando sea restaurado (Isaías 43,5).

        De la misma forma, con el paralelismo de «no temas», se dice a Josué, Jeremías e Israel. (Algunos códices añaden que dijo el ángel: “Bendita Tú eres entre las mujeres”, pero no es verosímil faltase esto en muchos importantes de no ser una trasposición posterior por analogía, y así lo juzga la gran mayoría de los exégetas modernos).

        María, nombre de la hermana de Moisés, quizá es de origen egipcio y significa la Amada de Dios; a la mayoría parece, sin embargo, más probable sea hebreo y signifique: Excelsa o Señora. Desde luego que bien podemos aplicar estas significaciones y alabanzas a Santa María. Pero al principio el ángel no la llamó María, sino “La llena de gracia” («kejaritomene» verbo raro y en participio perfecto: «siempre llena de gracias, de belleza»; cfr Eccl. 9,8), palabra aún más expresiva, y tan pletórica de sentido, como ha interpretado con su autoridad la Iglesia, que indica nunca le faltó la gracia, es decir, que no tuvo pecado original, que fue siempre inmaculada desde su concepción en el seno de su madre, Santa Ana. Y hoy tan plena de gracia, que la tiene toda, en cuanto que todas las gracias las recibimos de Ella, medianera universal, y mediadora en cuanto las consigue al ser también corredentora con Cristo.

        En el Avemaría, al saludo del ángel y de Santa Isabel se añadió en el siglo XIII, por Urbano IV, «Jesús»: en el siglo XIV «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores»; y finalmente en el siglo XVI, por S. Pío V «ahora y en la hora de nuestra muerte». (Hoy algunos desean completar: Madre de Dios y Madre nuestra», según lo proclamado por el Concilio Vaticano II. LG 69). El rezo del Avemaría, o mejor, de series de avemarías, comenzó en  el siglo XII En el siglo anterior los monasterios comenzaron a admitir hermanos legos, y éstos, como no rezaban, ni sabían el salterio, en vez de los 150 salmos rezaban 150 padrenuestros. Parece fue el ermitaño Aybert d’Hainaut (Bélgica, +1140) el primero en cambiar esos 150 padrenuestros por 150 avemarías, por esto llamadas «salterio Maríano».

        Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) dio impulso al rezo de avemarías; 7 con 7 padrenuestros en vez de cada una de las siete horas canónicas, o también 100 ó 200 al día, en «guirnaldas » o en «cincuentenas » mezcladas con padrenuestros, mientras meditaba en la Encarnación y en  otros misterios de la vida del Señor. Ya a mediados del siglo XIII aparece también la palabra «rosario», (conjunto de rosas) así como el «contador», un cordón con nudos, usado anteriormente para contar los padrenuestros.

        Continuó el rezo del rosario, fomentado sobre todo por los dominicos, y en el siglo XV toma ya su forma definitiva, aprobada por Sixto IV en 1476, de las 150 avemarías, tantas como salmos, divididas en misterios. Desde entonces los Sumos Pontífices no han cesado de recomendar su rezo. (Véase la excelente obra: El rosario en los documentos pontificios, Manuel de Tuya. O. P. 1979. «Fe católica». Sagasta, 28, 1º. 28004 Madrid).  Juan Pablo II el 16/X/2002 proclamó Año del Rosario del X/2002 al X/2003, y añadió los 5 misterios luminosos, como hemos apuntado. Está especialmente recomendado el rezo del rosario en familia. «Si queréis que la paz reine en vuestras familias y en vuestra patria, rezad todos los días el rosario con todos los vuestros» (San Pío X).

        Recemos el rosario todos los días, o decenas, dividido en partes a lo largo del día; pero sobre todo recemos el rosario despacio. También es una devoción muy recomendada fácil y popular, el rezo de al menos tres avemarías al levantarse y al acostarse. San Luís María Grignion de Monifort llega a decir (y sus escritos están especialmente aprobados por la Iglesia como los de todo santo canonizado): «Habiendo comenzado la salvación del mundo por el Avemaría, de esta misma devoción depende la salvación de cada uno en particular. Últimamente Pablo VI y Juan Pablo II han insistido, igual que sus predecesores, en recomendar, como especial grato a Dios y a la Virgen, el rezo del Rosario, así como el del Angelus. En esto no se puede equivocar el Magisterio pontificio.

 

23. MISTERIOS GOZOSOS

 

1. LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

Primer misterio gozoso


¡Dios se hace hombre! El hecho más grandioso de toda la historia y de toda la creación. Hecho increíble si no fuera principalísimo dogma de nuestra fe. Increíble para sola nuestra razón natural, porque ¿cómo es posible que Dios se haga creatura? Debemos creerlo y saberlo explicar con la Iglesia, y meditarlo con Santa María.

 

1. ¿Cómo se hace hombre Dios? ¿Para qué?

 

        Un hombre, por ejemplo, no puede convertirse en piedra; es decir, podrá dejar de existir un hombre y comenzar a existir una piedra, pero que un hombre fuese una piedra sería una contradicción, porque o es hombre o es piedra.

        El ser infinito de Dios, su naturaleza, no deja ni puede dejar de ser lo que es. Entonces ¿cómo se hace hombre? Dios se hace hombre al crear un cuerpo y un alma, y unirlos con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

        Así en Jesús hay dos naturalezas, la divina y la humana, pero una sola Persona, la divina. Por esto decimos con toda propiedad que Jesús es Dios, y eso es lo que significa que Dios se hace hombre: Que la Persona divina asume una naturaleza humana y sus acciones, las cuales quedan divinizadas.

        Y Dios se hace hombre para hacernos a los hombres dioses, es decir: Injertamos y hacernos partícipes de su misma vida y felicidad. El eslabón o nudo de ese injerto es Jesús, el Dios-Hombre.

        La colosal empresa de Jesús será redimirnos del pecado y alcanzarnos las gracias para llegar a esa divinización nuestra participando de la naturaleza divina como hijos.


* * *

        Dios mío y Señor mío, cuando veo por la fe que no contento con crearme inmortal y rey de la creación para vivir en un paraíso, te dispones a darme parte en tu misma inefable felicidad sólo sé decirte ¡GRACIAS, PADRE MIO, GRACIAS!

        Toda la vida deberíamos estar dándote gracias; convertirla en un himno ininterrumpido de agradecimiento. Que cuanto hagamos y padezcamos, nuestras ilusiones y esfuerzos, te lo ofrezcamos en ACCION DE GRACIAS.

Y pues tantas veces nos olvidamos de agradecerte tus beneficios, aun los concedidos a nuestras súplicas, quisiera rezarte rosarios repitiendo en todas sus cuentas GRACIAS, SENOR».
        Santa María, enséñanos a imitarte dando gracias a Dios.

 

II. ¿Cuándo se hace hombre, Dios?


        Dios, después de arrojar del paraíso a nuestros primeros padres, permite que por cientos de miles de años los hombres vivan apartados de Él, en la ignorancia y la corrupción, antes y después del diluvio.

        Escoge finalmente un pueblo: Abraham y sus descendientes, para comunicarse con ellos, para hacer Alianza o tratado de paz con los hombres (Antiguo Testamento).

 

        Todavía han de transcurrir casi dos mil años para que llegue la plenitud de los tiempos, cuando Dios establece con los hombres la Nueva Alianza (Nuevo Testamento), haciéndose hombre el año 5.° antes de nuestra era.

        Y han de pasar casi otros dos mil años ya, ¿y cuántos más?, para que llegue la profetizada hora de la conversión del mundo.

        Misterio de la Providencia divina que sólo a un pueblo de elección, a una minoría, en la Antigua Alianza y en la Nueva hasta hoy, nos ha sido dada a conocer la revelación de los maravillosos designios divinos.


* * *

        Dios mío y Señor mío, tus misteriosos designios me sobrepasan, pero TU PREDILECCIÓN POR MI, entre tantos que los ignoran, aumenta mi agradecimiento.

        Y también Ml RESPONSABILIDAD de comunicar a mis hermanos tu revelación, pues con esa obligación me la das a conocer.

        Santa María, Madre de Dios, ayúdame a darle gracias porque he nacido en la era cristiana, en país cristiano, en familia cristiana, porque desde niño he conocido la religión verdadera y recibido sus sacramentos y gracias.

        Santa María, Reina de los apóstoles, consígueme el favor de ser PROPAGANDISTA CATÓLICO a mi alrededor, de saber serlo y tener valor para serlo.

 
III. ¿Dónde se hace hombre, Dios?


        En un país de tercera categoría, Palestina, colonia romana, en un pequeño pueblo, Nazaret; en el seno virginal de María, la mujer de un carpintero.

        Nadie se ha enterado, ni siquiera José, su marido. Nadie se ha enterado en la tierra; los cielos sí. Uno de los siete arcángeles, Gabriel, es el embajador para la Anunciacion. Y en el momento de la Encarnación, las legiones de ángeles se postraron ante Jesús adorándole (Heb. 1,6) (quizá esto es lo que Luzbel se negó a hacer y se rebeló contra Dios).

        Santa María es ya la primera custodia, santísima y sin comparación con todo el arte, oro y piedras preciosas de las restantes; es Reina de los ángeles que la rodean, y es Madre de Dios.


* * *

        Santa Madre de Dios, ME ALEGRQ con los ángeles que seas Tú el primer sagrario del Dios hecho hombre. Bienaventurada Tú, la llena de gracia. CUANTQ TE AGRADEZCQ que des la vida a mi Señor y Salvador, que formes su Corazón Sagrado.

        Santa Madre de Dios, yo adoro con los ángeles a Jesús recién encarnado en tus purísimas entrañas, y te pido, Madre mía, me enseñes a conocer/e, a quererle, a seguirle.         Señor Jesús, acéptame como siervo tuyo, derrite el hielo y la dureza de mi corazón con el fuego del tuyo, para QUE CORRESPONDA a tu amor de hacerte hombre por mi haciéndome yo imitador de los ángeles para estar siempre en tu presencia, con mi Reina y Madre, Santa María. Amén.

 

II. LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA


Segundo misterio gozoso

 
       
Es finales de marzo. Llueve. Caminos embarrados de Palestina hace veinte siglos. Una mujer joven, muy joven, envuelta en su manto, unida a un grupo de personas, hace andando el viaje desde Galilea, desde Nazaret, a la montaña, cerca de Jerusalén, a Ain Karim, más de 100 kilómetros, varios días. Muchas veces hemos meditado en la Visitación de la Virgen. Vamos ahora a acompañarla en el camino.

 

1. Acércate a María

 

        Santa María camina, los de Nazaret la conocen. Es la joven recién desposada con José, el carpintero. Pero ninguno la reconoce. Nadie sabe la verdad de quién es. Los ángeles sí. Un escuadrón escolta día y noche a su Reina.

        Acércate. Le vas a dar una sorpresa agradable. Porque siempre es agradable para una madre que se le acerque su hijo, o su hija. Siempre que te acercas a tu Madre le das un alegrón. Y al mismo tiempo te acercas a Jesús, la perla escondida que lleva Santa María.

        Pero mira como vas, tu traje por fuera y por dentro. No sea que avergüences a tu Madre. No sea que tengas que mirar a otro lado. No sea que un ángel te impida llegar hasta Ellos.

        Acércate con todo el cariño de un hijo a su madre, y a tal Madre. Con todo el respeto que se merece una reina, la Reina del Cielo. Con el vestido de boda, como dice el Evangelio, primero la túnica modesta de la humildad, sobre ella el ceñidor de la obediencia, el collar de la esperanza y la corona de la caridad.

        Señora y Madre nuestra, bajo tu manto campesino yo te reconozco como Madre de Dios y de la Iglesia, Soberana del Mundo. Acato tu voluntad y quiero con tu ayuda cumplir la de Dios, como lo haces Tú.

        Ante todo reconozco mis pecados y mi nada. Acudo a ti, Refugio de pecadores, PIDIENDO TE PERDON POR MIS CULPAS, pues nunca rechazas al pecador arrepentido. Por todas las veces que he desobedecido a Dios en sus mandamientos y en sus representantes, DAME GRACIA PARA SER OBEDIENTE desde ahora y siempre y a todos los que tienen autoridad sobre mí, a las leyes y costumbres justas, a mis reglas

        Yo confío plenamente en ti, Madre querida; te quiero y por tu amor te prometo querer también a todos tus hijos mis hermanos.


II. Camina con María

 

        Junto a Santa María, bajo la lluvia, procura defenderla con el paraguas. Entonces y hoy. Hoy más que entonces es atacada Santa María. Hoy más que entonces hay que defenderla de la lluvia de ataques impíos.

        De cinco cosas quiere que especialmente le reparemos con la devoción de los Cinco Sábados: De los ataques a su Inmaculada Concepción; a su Virginidad; a su Maternidad como Madre de Dios y de los hombres; de inculcar a los niños la indiferencia, el desprecio y odio contra Ella; y de los ultrajes a sus imágenes.

        Camina junto a Santa María acomodando tu paso al suyo, a su manera de proceder. Al caer la tarde llegas con Ella a un pueblo. O bajas del tren, del autobús, en tu ciudad.

        ¿Dónde quiere hospedarse? ¿Quiere entrar en alguna iglesia, en algún espectáculo? ¿Querrá comprar algo, ropa, joyas?

        Acaba y empieza el día con Santa María. Tendrás que madrugar. si no, se irá sola. Tendrás que acompañarla en sus oraciones matutinas, en su desayuno. ¿No te privarás de algo por dárselo a Ella, o para que Ella pueda dárselo a otro hijo suyo necesitado?


        Santa María, Madre de Dios, ADMITEME A TU LADO, en la escolta de tus ángeles. Dame su pureza para acompañarte, dame su inteligencia para alabarte, dame su fortaleza para defenderte.

        Quiero sobre todo PARECERME A TI, aprender tus ejemplos, imitarte en mis costumbres, en mi austeridad, en mi piedad, en mi trato social.


III. Habla con María


        Largas horas de camino, junto a Santa María, pudiendo hablar despacio con Ella. ¿No te gustaría? Y no puedes, en el camino de tu vida, dedicar largos ratos a hablar con tu Madre Inmaculada en la oración?

        Que te cuente cómo fue la escena celestial de la Anunciación: el arcángel y su mensaje, la admiración de Ella y su entrega total a la voluntad de Dios; la hora cero en la historia, cuando Dios se hizo hombre en su concha purísima.

        Pregúntale por qué, recién hecha Madre de Dios, se pone en camino, a pie, en la estación de las lluvias. ¿Dónde va? ¿A qué?

        Quizá te conteste repitiendo su inspirado canto, el «Magníficat», pues antes de rezarlo junto a su prima Santa Isabel, se lo habría dicho muchas veces a Dios encerrado en la custodia, y fruto bendito, de su vientre.

        Después de escuchar sus confidencias, sus secretos, cuéntale los tuyos, tu vida. Tu vida entera, sin ocultarle nada. ¿Qué le parecerá? ¿Te dirá que cambies algo? Tremenda ceguera ¡a de muchos que se tienen por hijos de María, que tal vez han profesado seguir una vida de perfección, y se engañan aceptando costumbres, trajes, modas... que ciertamente desagradan a la Reina del Cielo, como nos lo dicen los Papas y la Tradición.

 

        Madre mía, ¡CUÁNTO ME GOZO que el Altísimo se haya fijado en ti, y te haya inundado con sus gracias, y luego, te haya hecho también Madre mía!

        No sé qué me alegra más, si tu superexcepcional santidad y grandeza, o la lotería, el premio gordo que me ha tocado a mí de tenerte a ti por Madre.

        Por tu Corazón maternal te ruego como hijo que soy tuyo, y quiero serlo de verdad, que pongas todo tu poder de Madre de Dios en que, para parecerme a ti, QUITES DE MÍ CUANTO TE DESAGRADE. Que quien me mire te vea.

        Reina del Mundo, por tu Visitación, te suplico también por los pecadores alejados de ti, te ofrezco mis pobres acciones en reparación por lo que te ofenden, PARA QUE VISITES AL MUNDO y nos apartes del camino del infierno. Así sea.

 

 

III. EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Tercer misterio gozoso

 

Dios ya se encarnó, sublime muestra de amor y elevación de la familia humana. Ahora el Dios encarnado nace, se hace visible a los hombres, comienza su vida mortal de entrega y ejemplo para nosotros. Noche de júbilo que cada año festejamos, que tantas veces recordamos en el rosario. Vamos a meditar un rato sobre los misterios del nacimiento de Dios.

 

1. Antes del nacimiento


        Belén bulliciosa por tantos de la familia de David que venían a empadronarse. Un matrimonio sencillo, José y María. Ella quizá montada en burro porque está para dar a luz. Están cansados del largo viaje. Se tienen que refugiar en una cueva de las afueras porque no son ricos y ni hay sitio para ellos en la posada.

        Dios viene al mundo, y el mundo no le recibe. No le darnos posada, no tenemos sitio para Él. Ni entonces ni ahora. ¿Quién recibe en su casa a Dios: niño desvalido, pobre marginado, enfermo abandonado, anciano solitario...?

        María sí, María, su Madre, con entera fe, con total abnegación y entrega, se dispone a recibir al Hijo del Altísimo... Y sólo tiene por cuna un pesebre. Nunca le había sido tan costosa la pobreza. Siente profunda vergüenza porque los hombres, a quienes Ella representa, hacen recibimiento tan mísero a su Creador.

        Pero todo ello no es por casualidad o mala suerte. Dios les ha puesto en tales circunstancias: el empadronamiento decretado, la falta de hospedaje, la cueva de pastores. Misteriosa, pero adorable la divina Providencia.


        Santa María, Madre de Dios, permíteme que te ofrezca mi posada. Por tantas veces como te he cerrado la puerta, yo TE ABRO HOY DE PAR EN PAR Ml CASA, y te cedo mi habitación, aunque tenga que dormir a la intemperie.         ¡Ojalá me concedieras ser pobre por dar lo mío a los pobres, a los cristos de hoy vagabundos o recluídos en míseras cuevas!

        Permiteme, San José, que te ayude, COMO HUMILDE CRIADO, a limpiar la cueva, a servir a mi Señor y a mi Reina. A poner mi dinero y mi tiempo al servicio de los pobres, de los enfermos, en los portales donde cada día nace de nuevo Dios.


II. En el nacimiento


        Es de noche, pues dice el Evangelio que los pastores están velando el ganado. Silencio profundo. La naturaleza muda de asombro, se para a contemplar el nacimiento, natividad o navidad, de su Creador.

        Virgen antes del parto, porque no conoció varón; después del parto porque siempre mantuvo su consagración virginal a Dios; y virgen en el parto porque milagrosamente, como el rayo de sol atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo, dio a luz a su primogénito.
        Primogénito porque no había tenido antes otro hijo, no porque fuera a tener después más. La virginidad perpetua de Santa María es dogma de te, y está bien clara en el Evangelio cuando el ángel le dice a Ella que, si bien no conoce varón, el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra; y luego dice a San José que su esposa ha concebido del Espíritu Santo.

        Y allí, flor entre pajas, el llanto de un recién nacido rompe el silencio de la noche. Noche que deja de serlo, pues ya ha nacido el sol en Belén, el mundo ya no está en tinieblas.

* * *

        Señor mío y Dios mío. Yo creo en ti; yo reconozco tu Divinidad unida personalmente a tu naturaleza infantil; yo ADORO EL MISTERIO que no entiendo, y admiro tus ejemplos que contemplo.

        Enséñame, San José, a ver la nueva luz que ha venido a los suyos, a ver a María y a Jesús. A creer, como tú, en la virginidad de Nuestra Señora, y a SABER DEFENDERLA.

        Enséñanos a hacer en nuestra vida el silencio de las cosas, a santificar las noches ADORANDO a Jesús, nuestro Señor, entre pajas o escondido en el Santísimo Sacramento. Alcánzanos de Él, por medio de tu Esposa, EL ESPÍRITU DE ORA ClON y vivir solamente para El.

 

III. Después del nacimiento


        El júbilo y los cantos del cielo se desbordan a la tierra. Los ángeles despiertan a los pastores con el anuncio ansiado durante generaciones: ¡Ha nacido el Mesías, el Salvador!

        Su estrella pone en camino, desde lejos, a los Magos. Con el nacimiento del nuevo Sol comienza otro calendario, los años de la era cristiana, la Nueva Alianza, Nuevo Testamento o pacto de Dios con los hombres.

        El portal o gruta se llena de gente: pastores con sus pobres regalos, magos con sus ricos presentes, santos que cruzando el tiempo se acercan reverentes, transidos de fervor, a dejar sus corazones junto al pesebre como prenda de su irrevocable entrega y perpetuo vasallaje.

        Y a través de los siglos el pueblo cristiano en los belenes reproduce incesantemente el Portal, muestra del incansable agradecimiento cristiano. Y lección permanente del amor humilde de Dios encarnado.

 

* * *

        San José, haznos siempre PARTÍCIPES DE TU ALEGRIA; del gozo real y constante de tener ya a Jesús entre nosotros sin ausencias. Que El sea nuestro júbilo y nuestra estrella. Que a El le ofrezcamos nuestro oro, incienso y mirra.

        Que conozcamos y amemos a nuestra Madre, y de su mano penetremos en el Corazón de Jesús, a fin de sentir como Él siente, apreciar la pobreza como Él la aprecia, CONSAGRAR LA VIDA AL SERVICIO DE DIOS y del prójimo. Amén.

 

 

IV. LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO

Cuarto misterio gozoso


Debían los padres en el Templo presentar a Dios al hijo primogénito, y la madre purificarse. Esto era a los cuarenta días del nacimiento, por eso en el ciclo litúrgico es el 2 de febrero la fiesta de la Presentación en el Templo. Antes su título era de la Purificación de Nuestra Señora (o de la Candelaria, por las candelas que se bendecían), pero arguyen que la  Santísima Virgen es claro que no necesitó ninguna purificación. Lo cual, sin embargo, no obsta para que cumpliese la Ley y ofreciese el rito de la purificación por nosotros, sus hijos, que bien la necesitamos.

 

1. El rito de la purificación y presentación

 

        Según estaba prescrito por la Ley (Lev. 12,1-8), se daba al sacerdote un cordero de un año para que se ofreciese en holocausto (quemándolo todo, menos la piel, en honor de Yahvé) y un pichón o una tórtola, en sacrificio por los pecados (quedando luego la víctima propiedad del sacerdote). José y María, como pobres, ofrecerían en vez del cordero otro pichón o tórtola.

        Además, todo hijo primogénito debía ser consagrado al Señor (Ex. 13,11-16). El sacerdote lo tomaba, lo bendecía y se lo devolvía. Por este rescate había que dar cinco siclos de plata. Llegaría un día en que sería vendido a los sacerdotes por treinta siclos de plata, el precio por la muerte de un esclavo.

        Dice la Carta a los Hebreos (10,7) que, al entrar en el mundo, Cristo se había ofrecido al Padre para hacer su voluntad. Ahora repite su ofrecimiento de manera pública, oficial, en el templo. Como hombre se ofrece a Dios por medio del sacerdote y la intervención de sus padres. Repite Jesús en San Juan (4,34; 5,30; 6,38) que no busca hacer su voluntad, que no ha descendido del cielo para eso, sino para hacer la voluntad de quien le ha enviado.

        Consagración de Jesús al Padre. Perfecta. Y debida con razón, pues nadie como Él, en cuanto hombre, ha recibido tanto de Dios. Por cumplir su voluntad, agradecido, llegará a beber el cáliz de la pasión y muerte en la cruz.

        Al propio tiempo María repite también su consagración y acción de gracias. Se ofrecería con su Hijo por la purificación de todos nuestros pecados.

        Cuántos cristianos, año tras año, y muchos en el mes de febrero, siguiendo el ejemplo de Jesús y María, se consagran a Dios, a cumplir su voluntad, a purificar los pecados del mundo.


        Corazón de Jesús, mi Señor y mi Dios, yo también ME CONSAGRO A TU DIVINA VOLUNTAD, por medio del Corazón Inmaculado de María. Es lo menos que puedo hacer, pues cuanto soy y tengo, de ti lo he recibido.

        Te consagro mi vida como purificación y reparación de los pecados, de los míos y de los del mundo.

Hazme ver tu voluntad en mis relaciones con los demás. ¿Me porto con todos como te agrada a ti, como lo harías Tú?

II. El cántico de Simeón


        El santo anciano Simeón, cuya ilusión era ver la llegada del Mesías, lo reconoció en el templo inspirado por el Espíritu Santo -quien le había prometido no moriría sin verlo-, y prorrumpió alborozado en el cántico “Nunc dimittis: «Ahora, Señor, según tu promesa, deja a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has destinado frente a todas las naciones, como luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel”.

        Durante siglos esperando al Mesías, al Salvador, y ya ha llegado! Qué gran gozo el del santo Simeón! (santo que la Iglesia conmemora el 8 de octubre). Pues, ¿no debe ser mayor nuestra alegría y agradecimiento a Dios?

        A nosotros nos dice Cristo: “Dichosos vuestros ojos por lo que ven, y vuestros oídos por lo que oyen. Muchos profetas y santos anhelaron ver los que vosotros veis y oír lo que vosotros oís, y no lo consiguieron” (Mt.13,17.

        Tú, nacido en la Era cristiana, en nación cristiana, en familia católica -enorme privilegio por misterioso designio divino-, conoces a Cristo, su vida, su doctrina, sus sacramentos, muchísimo más que Simeón. Bien puedes estar contento y agradecido.

        Jesús significa Salvador, salvación de Dios. Y lo es para todas las naciones; es luz del mundo y gloria sobre todo para nosotros, el nuevo Israel, la Iglesia, de la cual es cabeza.


        Gracias. Señor. POR TU PREDILECCION CONMIGO. Que me has dado no sólo el conocer a mi Salvador, Jesús, sino el ser, por el bautismo, miembro de tu Cuerpo Místico, y tenerte en mi propio pecho por la comunión.

        Quiero que seas de verdad mi gloria. Gloriarme de ser cristiano, ser de los tuyos. Confesándote como Simeón ANTE TODAS LAS GENTES.

        Quiero caminar a tu luz y ser espejo que la proyecte a mi alrededor.

 
III. La profecía de Simeón


Simeón bendijo a sus padres y dijo a María: “Este Niño está puesto en Israel para caída y elevación de muchos, y como signo de contradicción a fin de que se descubran los pensamientos de numerosos corazones. Y a ti una espada te atravesará el alma”.

        Esta profecía descubre el aspecto crucial de Cristo. Cruce de caminos: “El que no está conmigo está contra mí” (Mt. 12,30). No puedes, aunque quisieras, ser neutral. El que no quiera seguirle, ser sellado con su signo (Apoc. 7,3) será enemigo suyo, señalado con la marca de la Bestia (Apoc. 13,17).

        Veinte siglos de historia confirman esta trágica profecía. E igual hoy, vemos, a los que no aceptan a Cristo, combatirle con saña, sean partidos, ideologías o individuos.

        Todo el que sigue la verdad, el que la busca con sinceridad, escucha a Cristo (Jn. 18,37); si no, es que no es de Dios (Jn. 8,47). Por eso, el que crea en la predicación del Evangelio, se salvará; el que no crea, será condenado (Mc.16,16).
        Signo de contradiccion es la Cruz. Juntoa ella, una espada atravesó el Corazón de María, por su Hijo que allí agonizaba, por sus tantos hijos que no se iban a aprovechar del sacrificio redentor.

        Santa María, por tu espada de dolor, ayúdame A PONERME SIEMPRE DEL LADO DE TU HIJO CRISTO JESUS.

        Ayúdame a aceptar su Cruz su signo de contradicción. Y que tome mi cruz, condición indispensable para seguirte a El.

        De tu mano, Madre mía, la cruz será mi escala del cielo, no tropiezo de caída. Corazón de Jesús, yo acepto ser como Tú, OBJETO DE CONTRADICCIÓN Y PERSECUCIÓN, por tu gloria y la salvación de mis hermanos. Amén.

 

V. EL NIÑO PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

Quinto misterio gozoso

 

San Lucas cuenta con detalle el episodio. Y cuando lo cuenta es para, inspirado por el Espíritu Santo, darnos alguna lección. ¿Por qué se quedó Jesús a los doce años en el templo, solo y sin decírselo a sus padres? ¿Qué quiere Dios que aprendamos de este hecho? No es fácil penetrar en los misterios de Cristo, en los misterios de la vida espiritual. Procuremos hacerlo con la oración y la limpieza de corazón para poder ver a Dios.

 

1. Todos los años subían al Templo


        Todos los años sus padres  iban a Jerusalén a la fiesta de la Pascua”(Lc. 2,41). Tres veces al año estaban obligados los varones israelitas a subir al Templo (Deut.16,16), y por devoción les acompañaban a veces las mujeres.

        Los que estaban lejos sólo iban una vez, por Pascua (el camino de Nazaret a Jerusalén es de 120 km.). Los niños no tenían obligación de subir hasta los trece años, pero solían llevarlos antes para irlos acostumbrando.

        Como no todos los peregrinos cabían en las casas, se alojaban en tiendas que cubrían el Monte de los Olivos. El 14 de Nisán a la puesta del sol debían comer el cordero pascual, y a la mañana siguiente podían marcharse.

        El Evangelio dice que estuvieron varios días, sería toda la semana de fiestas religiosas, pues el octavo día era el más solemne, y no querrían escatimar el tiempo de dar culto a Dios.

        Era una peregrinación dura, unas tres semanas fuera de casa, caminando todo el día, las noches durmiendo en el suelo. Así sus vacaciones anuales, vacaciones no retribuidas, vacaciones religiosas. Qué distintas son nuestras costumbres, nuestra religiosidad!

        Podemos imaginar el recogimiento, el fervor, con que estarían en el Templo y con que rezarían las oraciones de memoria: los mismos salmos que todavía reza la Iglesia.

        San José, tú que guiabas a Jesús y María en 1a peregrinación y las oraciones, SE NUESTRO MODELO de vida espiritual

        Enséñanos el respeto con que hemos de dar culto a Dios, la seriedad con que hemos de tomar nuestros deberes religiosos, cuando tantos católicos hasta dejan de ir a Misa los domingos con cualquier pretexto.

        Enséñanos a amar a Dios, nuestro Creador, y Padre nuestro. Enséñanos a creer que no sólo nuestra salvación eterna, sino también nuestra felicidad presente depende de COMO CUMPLAMOS EL PRIMER MANDAMIENTO.

        Al que busca el reino de Dios y su justicia, lo demás se le da por añadidura.

 II. El niño Jesús se quedó en Jerusalén


        Cuando Jesús cumplió los doce años subieron a la fiesta, según acostumbraban, y pasados los días, al volverse ellos, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Ellos, creyendo que iba en la caravana, hicieron su jornada de camino. Luego le buscaron entre los parientes y convidados, y al no encontrarle volvieron a Jerusalén en su busca”.

        ¿Por qué se quedó más días Jesús en Jerusalén? Para darnos ejemplo de interés por conocer la religión, pues sabemos que, sin tener necesidad de aprender, asistió a las reuniones que en público tenían los doctores para hablar de la Sagrada Escritura, y a las que asistía el público y hacía preguntas.

        Jesús sentado como los demás en el suelo, mientras los rabinos lo hacían en bancos. ¿Y dónde comería? ¿Dormiría tal vez en el Huerto de los Olivos? Pero ¿por qué no les advirtió a sus padres que se quedaba tres días más? Misterio parecido al silencio de María, que no comunicó a su marido que había concebido del Espíritu Santo. Silencios que fueron pruebas queridas por Dios. Ejemplo para quienes a veces pierden a Dios en la noche oscura de la desolación. Ejemplo de que se debe dejar incluso a los padres por Dios, cuando Dios llama. A cuántos, en la historia del pueblo cristiano, este ejemplo de Jesús ha impulsado a seguir su vocación religiosa.

 

* * *

        Señor Jesús, que aprenda tu ejemplo y lección de SEGUIR LA VOCAClON o llamada de Dios. Sin duda, con lo que querías a tus padres, te costó muchísimo que sufrieran por tu causa; más sufrió tu padre con sus dudas, en tu concepción, más habría de sufrir tu Madre en tu muerte. Pero era la voluntad de Dios.

                Que caiga yo en la cuenta hasta donde puede llegar LA EXIGENCIA DE DIOS, de su culto, de su llamada, de sus purificaciones.

        Y que esté dispuesto siempre a corresponderle, con su gracia.

 

III. El encuentro en el Templo


        La angustia de José y María, al darse cuenta por la noche que Jesús no iba en la caravana, ¿quién la podrá describir? ¿Qué le habría ocurrido? ¿Sería la hora de su pasión? ¿Tendrían ellos la culpa? Sin esperar más volverían, ya de noche, a Jerusalén.

        ¿Qué le habaría ocurrido? ¿Sería la hora de su pasión? ¿Tendrían ellos la culpa? Sin esperar más, se volvieron de noche a Jerusalén.

        ¡Dos días buscándole sin descanso! Por fin al tercer día lo encontraron en el Templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo te buscábamos angustiados. ¿,Por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debía estar en la casa de mi Padre? -Ellos no comprendieron estas palabras”.

        Si ellos no las comprendieron, no es fácil que las comprendamos nosotros, y se han dado muchas interpretaciones. Palabras semejantes a las que diría después a su Madre en Caná (Jn. 2,4): “Qué tengo que ver contigo, mujer” Jesús remarca su vocación y misión mesiánica, que exige entregarse totalmente a Dios.

        Si no entendieron sus palabras es quizá porque más las decía para nosotros que para ellos; y por eso el Evangelio nos las transmite, como modelo a imitar.
Lo que no nos trasmite el Evangelio es el enorme gozo del encuentro. Que Jesús antepusiera su misión apostólica, no quiere decir que no cumpliera el cuarto mandamiento y fuese el hijo más cariñoso.


        Santa María, Madre angustiada, llévame     a Buscar A JESUS cuando le pierda.

        Llévame a encontrarle en el Sagrario donde siempre está esperándonos.

        Y dame tu mano para que tenga fortaleza para encontrarle y seguirle a Él; para SEGUIR MI VOCACIÓN sobre todos los afectos y placeres humanos.

 

 

24. MISTERIOS LUMINOSOS

 

I. BAUTISMO DE JESÚS EN EL JORDÁN

Primer misterio luminoso


Después de su vida escondida 30 años, Jesús quiere prepararse para su vida pública con el bautismo de S. Juan Bautista y 40 días de ayuno en el desierto. Se hace uno de tantos, a pesar de la extrañeza del Bautista. Como siempre, quiere ser ejemplo para nosotros: hemos de empezar nuestro apostolado con purificación y penitencia.

 

1. Jesús penitente


        Ante todo resplandece la santidad de Jesús. Lo confirma la voz del Padre mientras el Espíritu Santo bajaba en forma de paloma sobre El: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”.

        Y precisamente cuando por su santidad plena, santidad divina, -unión personal de su naturaleza humana con la divina- podía gozar de la plenitud de su gloria, entonces se hace penitente, acudiendo al bautismo y retirándose después a ayunar en el desierto.

        Dos son sus motivos: 1) obtener desde su concepción hasta la Cruz el perdón para nuestros pecados que hace suyos (2 Cor. 5,21); y 2) darnos ejemplo: si Cristo inocente se prepara al apostolado haciendo penitencia, cuánto más hemos de hacerla nosotros pecadores.

* * *

        Padre, Abba, más aún que por crearnos tenemos que darte gracias porque NOS DAS A TU HIJO AMADO. Y nos lo das para que sea nuestro Camino, Verdad y Vida hasta entregarse por nosotros.

        Gracias infinitas también a ti, Hijo natural de Dios, porque aceptas la voluntad del Padre, el cáliz de la pasión, pasión redentora para nosotros. ¿ Qué sería de nosotros si no nos hubieras redimido?

        Santa María, Madre querida. Más querida porque acompañas a tu Hijo en su penitencia, como “esclava del Señor”.

        Enséñanos, ayúdanos en la vía de la penitencia, la única que sube a las alturas y hasta los altares.

 

II. El ejemplo de Jesús


        Viendo a Jesús en el agua del Jordán ¿quién no se animará al sacramento de la penitencia? Si Él se presenta ante el Padre cubierto con nuestros pecados, qué mucho que nosotros confesemos los nuestros con arrepentimiento y propósito de la enmienda.

        Y después contemplándole 40 días en el desierto ayunando, entre animales salvajes ¿cómo no recordar su advertencia que hay demonios que sólo se pueden echar con la oración y el ayuno (Mc. 9, 29)?

        Ayuno y penitencia revalorizando nuestra oración, es la gran lección y firme propósito que hemos de aprender y practicar. En último término a oración, el estar en unión, en trato con Dios -directamente o por medio de los santos-, será el más fecundo fundamento de nuestro apostolado.

 

* * *

        Cómo seguirías, Santa María, la salida de Jesús de tu casa. Sabrías su paso por el Jordán, y su estancia en el desierto. Sin duda renovarías con tu Hijo tu entrega a Dios y acompañarías con tu ayuno el suyo.

        Por eso confío también en ti que grabarás en mi mente esas lecciones y ME IMPULSARAS A SEGUIRLAS. Como de todo corazón te lo pido.

        Aunque mi petición sea tan fría hazla fervorosa llevándola de tu mano al Corazón de mi Jesús, poniendo en mi boca tus palabras.


III. Nuestro bautismo


        Profundicemos más. También nosotros somos bautizados, lavados. (Y se puede decir que los sacerdotes de nuevo con el sacramento de su ordenación, con gracias para una nueva vida).

        Cristo ya era Hijo de Dios por naturaleza, como hemos dicho. Nosotros adquirimos la filiación divina por gracia: somos adoptados como hijos, con todos los derechos a heredar la vida divina, la felicidad eterna de Dios: ser felices como Dios es feliz.

        Para ello se require el bautismo de agua, o también corno supletorios los de deseo y de sangre. El pagano que cumpla la ley natural según su conciencia, eligiendo el bien en vez del mal, recibe la gracia santificante, es hecho hijo de Dios por “deseo”.

        De igual forma recibe el bautismo de sangre el pagano que muere mártir en defensa de la fe, v.gr. por confesar que Cristo es Dios.


                               * * *

        Santa María, sé madrina de nuestro bautismo, de las virtudes infusas de fe, esperanza y caridad que recibimos en él, para que fructifiquen en nuestra vida.         Por el bautismo, al recibir la gracia santificante somos hechos hijos de Dios, y al formar parte de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, también somos hechos hijos tuyos.

        Madre nuestra con el mayor cariño. Que nos das la vida del alma al corredimirnos con Cristo. Que cuides de ella como Mediadora de todas las gracias que recibimos. Madre nuestra, que te queramos de verdad. Procurando agradarte en todo.

        QUE SE NOTE QUE SOMOS HIJOS TUYOS, e hijos buenos haciendo todo contigo y para ti.

 

II. JESÚS EN LAS BODAS DE CANA

Segundo misterio luminoso


        Es el momento en que se revela como Mesías. Empieza su predicación pública y su presentación como el Cristo esperado. Lo prueba irrebatiblemente con su primer milagro convirtiendo el agua en vino, a petición de su Madre Santísima. Y sus discípulos creyeron en El.

 

 

1. Bodas con Jesús y María


        Ante todo llama la atención el que invitaran a Jesús y a María, y que ellos aceptasen. Pero el acudir a aquella fiesta era honrar al matrimonio, a todo matrimonio, ahora en la Iglesia sacramento.

        Primera lección digna de meditarse cuando se hace tan poco caso del vínculo sacramental. El matrimonio, la familia, es uno de los más magníficos inventos de Dios, para que a su vez se tome en serio, es gravísimo despreciar sus exigencias.

        Exigencias morales de abnegación, pues a los largo de la vida siempre habrá más o menos dificultades de trato.

        Exigencias de educación de los hijos que no dejarán de conllevar sacrificios.

 

* * *

        Exigencias difíciles,  a veces prácticamente imposibles a la fragilidad humana. Muchas veces por nosotros no tenemos fuerzas para no pecar. La única solución es pedirlas a Dios, a Cristo.

        Y pedirlas por medio de la Virgen, que Ella las pida por nosotros, como en Caná, que vio la necesidad de los esposos y pidió a su Hijo la remediase, nada menos que con un espléndido milagro.

        Lo pudo hacer porque la habían invitado. Es el secreto: QUE LA INVITEMOS A NUESTRA VIDA, que oriente nuestra conducta con los mandamientos de su Hijo.

 

II. No tienen vino

 

        Se había acabado el vino, quizás hubo más invitados de los previstos. No era un problema trascendental, pero hubiera sido bochornoso para los esposos, hubiera sido un detalle desagradable en el banquete beber sólo agua.

        Todavía ni el maestresala se había dado cuenta. ¿Cómo Santa María lo notó? Estaría ayudando en la cocina. Y lo comunicó a Jesús: “No tienen vino”. Más que una petición es una indicación.

        La Virgen no sería Mediadora hasta el Calvario, la hora de Cristo, por eso Cristo le dice: “No ha llegado mi hora. ¿Qué tenemos que ver Tú y Yo?” Sin embargo, por Consideración a Ella hace su primer milagro.      El vino nuevo es mejor que el anterior, y abundante: 600 litros. Naturalmente todos supieron el milagro, los discípulos creyeron en Él, y no serían sólo los discípulos.

 

* * *

 

        Para que la Virgen intervenga en nuestras dificultades NO ES PRECISO QUE SEAN GRANDES. Sí será necesario que sigamos su consejo a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”.

        Ese es el papel de Santa María: interceder por nosotros, y llevarnos a Jesús para que le obedezcamos.

        Contemplemos a nuestra Reina omnipotente y Madre amorosa llenos de admiración. ¡Tal Reina y Madre mía! ¿No la hemos de querer si es nuestra Madre? ¡Madre preocupada por nosotros!

        Que nuestro amor a la Virgen, en correspondencia al suyo, sea amor filial. Darle gusto cumpliendo sus consejos, que son precisamente para nuestro mayor provecho.


III. Llenad las tinajas de agua


        Ejemplo perfecto de nuestro poder. Eso es lo que podemos aportar, esa es nuestra colaboración: solamente agua. Pero Cristo uniéndola a su sangre redentora la trasforma en gracia, en santidad.

        Y esa ha de ser nuestra vida espiritual: “No yo  sino la gracia de Dios conmigo” (lCor.15, 10). Gracia de Dios antecedente --Dios nos ha amado el primero (1 Jn. 4,10)-- y correspondencia nuestra que nos obtendrá a su vez nuevas gracias.

        No les pareció tontería llenar las tinajas de agua. Creyeron en Cristo, tuvieron fe en sus palabras. “Pedid y se os dará”. ¡Cuántas veces no recibimos lo que pedimos porque nos falta fe en que lo vamos a recibir! (Mc.1 1, 2 ).


                               * * *


        Santa María, aconséjame como aconsejaste a los sirvientes de Caná, y  les ayudaste a creer, AUMENTA TAMBIÉN Ml FE.

        Es el secreto para obtener lo que pedimos. Será difícil, pero roguemos ante todo a Santa María que nos lo haga fácil, aumentando nuestra humildad, nuestra poquedad que ha de mover el Corazón misericordioso de Jesús.

        Tantas cosas tenemos que pedir! Para nosotros, para los que nos rodean, por los sacerdotes, por el Papa, la Iglesia... Sin olvidar otra ayuda poderosa que ahora poseemos, que son los santos del cielo y del purgatorio.

III. JESÚS PREDICA EL REINO

Tercer misterio luminoso


        Tres años y tres meses largos dedicó Jesús a predicar su Evangelio, su Buena Nueva, invitando a todos a que se conviertan; que le acepten a Él como el anunciado Mesías o Cristo, que es Dios, y su doctrina; cómo tenemos que amar a Dios y al prójimo.

 

 

1. Jesús predicador


        Dios hecho hombre, hombre perfecto, se pone a predicar. Sin duda su predicación era perfecta. La mejor en el contenido y en la exposición.

 

        Más de tres años predicando continuamente, casi siempre al aire libre. Tenemos un resumen de ella, son los cuatro Evangelios. Resúmenes escritos bajo la inspiración de Dios. No pueden tener nada equivocado. Si algo sentimos es que no sean más extensos, pues como dice S. Juan (20,30) Jesús hizo muchos más milagros que los que están en el Evangelio, y acaba S. Juan (21 ,25) con una hipérbole: Si se escribiesen todas las cosas que hizo Jesús, no cabrían los libros en el mundo.

        Lo que tampoco hay en el mundo es una doctrina comparable a la evangélica. Basta leer el Korán o libros budistas o el mismo Antiguo Testamento, que no llega a la altura del Nuevo. Y los hechos admirables de Jesús: desde su Encarnación hasta su Ascensión. Todo expuesto de forma tan sencilla e impresionante.

 

* * *

        Santa María, Tú que guardabas todo en tu   corazón, enséñanos a leer el Evangelio en profundidad. Ante todo QUE CONOZCAMOS ÍNTIMAMENTE A JESÚS, para admirarle, para quererle, para imitarle, para conversar con El.

        Porque Él sigue hoy hablándonos, llamando a nuestra puerta, viviendo con nosotros en la Eucaristía.

        Santa María, que aprendamos y practiquemos la doctrina de Jesús. Esa nueva visión de la vida que es el Evangelio. Desde que amar a Dios es cumplir sus mandamientos -y nadie diga que le ama si no ama a su prójimo- hasta las virtudes que nos hacen bienaventurados: la pobreza, etc.; que tenemos que ser sal de la tierra; hacernos un tesoro en el cielo... Amén.

 

II. Los oyentes de Jesús


        Las muchedumbres le seguían hasta dejar de comer (para ellos multiplicó los panes y los peces). Se entusiasmaban hasta querer proclamarle Rey. Veían que la enseñanza de Jesús no solamente era nueva, la Buena Nueva. Era exigente. Hay que amarle a Él más que a los padres, y han de dejar las riquezas los que Él llama.

        Muchos le siguieron hasta la muerte: sus apóstoles y discípulos. Pero otros no, como Judas por ladrón (Jn. 12,6), como el joven rico, atado a sus posesiones (Mt.19, 22), como los fariseos y saduceos, encumbrados en sus puestos y falsa sabiduría (Mt. 23), como las ciudades a las que maldijo (Mt. 11,20).

        La clave eran sus milagros, evidentes, razón aplastante para creer en Jesús y seguirle. Pero misterio de los corazones no limpios, no vieron a Dios en sus obras. A lo largo de los siglos se repite el hecho de los limpios de corazón, que creen en Jesús por sus obras, y de los faltos de humildad y oración, sin discreción de espíritus, que confunden la verdad, el Evangelio, con las desviaciones de sus mentes.


* * *

        Entre los oyentes de Jesús sabemos iba su Madre. No sólo le escucharía embelesada, oraría al Padre para que la semilla fructificase en todos los oyentes.

        Madre mía, haz que también en mí, en los oyentes de hoy, la semilla del Evangelio dé fruto abundante, QUE NOS HAGA LUZ DEL MUNDO, de este mundo tan en tinieblas.
        Son muchos los que, movidos por el demonio, procuran que el Evangelio no se extienda, intentan desprestigiar al clero, a la Iglesia, oponen a la doctrina confirmada por la Tradición y los Papas, nuevas y heterodoxas opiniones.

        Santa María, Madre de la Iglesia y Sede de la Sabiduría, intercede por nosotros pidiendo a tu Hijo operarios para su mies. Estrella de la mañana, ilumínanos a tus operarios para ver la verdad y defenderla como aurora que precede a la salida del Sol de Justicia. Amén.


III. Predicadores sucesores de Jesús


        Veinte siglos nos han regalado constelaciones de santos en el firmamento de la Iglesia. Desde los apóstoles y misioneros y catequistas hasta quienes lo han sido en sus conventos, como la Patrona de las Misiones, Sta. Teresita del Niño Jesús; desde innumerables mártires hasta niños como Francisco y Jacinta de Fátima.

        Y cuantísimos desconocidos, pero resplandecientes en el cielo: vidas de dolor, de enfermos, de trabajo escondido, que supieron unirse a Jesús siendo corredentores con Él.

        Muchos se hubieran salvado si se hubiese pedido por ellos con oración y penitencia, como lo dijo la Virgen en Fátima y lo repitió Pío XII en la encíclica Mystici corporis. Misterio del dogma de la Comunión de los Santos, por el cual las buenas obras de unos sirven para otros. También, misterio de gozo, cuántos se habrán salvado al recibir nuevas gracias obtenidas por otros. Y cómo se lo agradecerán en el cielo!


                               * * *

        Santa María, que seamos espejos de la Buena Nueva, que iluminemos con ella las tinieblas que nos rodean.       

        Danos oportunidad de hacerlo hasta en nuestra misma familia. Ofreciendo por este apostolado nuestro ejemplo, palabras y obras. Aceptando la cruz que cada cual tenemos para seguir a Jesús (Mt. 16,24). HACIENDO DE TODA NUESTRA VIDA ORACIÓN (1 Tes. 5,10.17).

        Jesús, Tú nos animas llegando a decir que haremos obras como las tuyas y aun mayores si se lo pedimos al Padre en tu nombre (Jn. 14,12s). Padre Santo te pedimos, como siempre la Iglesia:

        «Por nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén».

 

 

IV. LA TRASFIGURACIÓN

Cuarto misterio luminoso

 

        En el verano de su tercer año de vida pública, Jesús empieza a predecir a sus discípulos que va a tener que sufrir la pasión. S. Pedro intenta quitárselo de la cabeza. Jesús le reprende: “Apártate, Satanás”. Pero para darles ánimos, seis días después tomó a los tres preferidos, Pedro, Santiago y Juan, subió con ellos al monte Tabor, y mientras hacía oración se trasfiguró ante ellos. Meditar en el Rosario una visión de la gloria futura servirá para darnos ánimos en los momentos difíciles que tiene la vida.

 

1. Los antecedentes de la Transfiguración

 

        Es lo corriente en la vida ordinaria: las contrariedades, las pruebas, la cruz de cada uno. Varían mucho en la Providencia de Dios para las diversas personas y las diversas etapas de la vida.

        Los discípulos estaban en uno de esos momentos difíciles. Quizás más Pedro, Santiago y Juan como más cercanos a Jesús, más sensibles... Y en la noche oscura quiere Dios a veces que brille una luz

        Es también una esperanza para nosotros. Con la fe vivida podemos encontrar luces en las diferentes apariciones como La Salette, Lourdes, Fátima, etc. o en vidas de santos, libros de meditación, en obras de caridad, catequesis.

        Los discípulos tuvieron que subir a un monte y ponerse en oración. Es el esfuerzo que puede exigirnos el Señor.

 

* * *


        Santa María, Estrella de la mañana, que anuncias la venida del Sol. PREPÁRANOS PARA VERLO, y para esperarlo con paciencia. Los dones sobrenaturales no podemos conseguirlos por nuestras fuerzas, pero podemos pedir a la Virgen Poderosa gracias que nos ayuden a subir al monte de la perfección.

        De todas formas demos una vez más gracias a Dios porque en nuestros días tenemos muchas más ayudas en nuestro camino espiritual que en todos los siglos pasados, desde la más elaborada y explicada doctrina de la Iglesia hasta los innumerables ejemplos e intercesiones de los santos, tantos ejercicios espirituales, como los propuestos por S. Ignacio, el Rosario completo, la comunión dos veces al día, etc.

        Intentemos subir a nuestro monte Tabor.


II. Cristo se trasfigura


        Toda la vida de Cristo es hacerse uno de nosotros, abajándose hasta aceptar la pasión. Sublime humildad por la redención. Y sublime ejemplo.

        Pero en algo tiene que probar su Divinidad: en los milagros. Y también en su transfiguración se manifiesta como lo que es.

        Fue para sus acompañantes, como para S. Pablo, ver el cielo abierto: Jesús en toda su majestad. Mateo sólo sabe comparar el brillo de su rostro con el sol, y la blancura de sus vestidos con la luz.

        Naturalmente, S. Pedro, Santiago y S. Juan, olvidándose de cualquier otro deseo, solamente querían quedarse allí. Pero todavía no era la hora del cielo. Fue una gracia particular, por eso Jesús les prohibió la dijesen entonces. Luego tenemos que agradecerles la relaten en el Evangelio.

        Ese fogonazo de cielo que recibieron, que también en nosotros aumente la fe en la vida feliz que nos espera. y nos impulse a luchar por alcanzarla.

        Vida feliz cuya esencia será precisamente contemplar la Divinidad, la «visión beatífica». Que ahora, en lo que podemos, como en un reflejo, imaginemos a Jesús como nuestro amigo y hermano, además de como nuestro Dios; que eso es lo más estupendo: TENER UN HERMANO Y AMIGO QUE ES DIOS.

                                            ***
        Santa María, Madre de Dios y mía. Llévame todos los días a Jesús. Enséñamelo: su Buena Nueva, sus ejemplos, la alegría de su trato. “Dulce huésped del alma” ¡Lástima de los que le tienen en su alma y le dejan solo!

 

 

III. Consecuencias de la Transfiguración


        La grandiosidad de la visión de Jesús glorioso, Jesús su compañero, atemorizó a los tres que la contemplaron. Ni entendieron todavía que había de venir como final la resurrección, el ser Jesús, y ellos, gloriosos después de su muerte.

        Sin duda en su vida posterior tuvo que influir poderosamente el fin glorioso que vieron nos espera. Para estimularlos en los trabajos, en las pruebas, y para llenarlos de una esperanza radiante, que no los abandonaría ni en los tormentos del martirio. (Juan no murió en ellos, pero también los padeció).

        Aunque sólo Pedro, Santiago y Juan fueron escogidos -misterio de la Providencia de Dios- para estar presentes en la transfiguración, pero una vez que no tuvieron que guardar secreto, comunicarían a los demás discípulos su experiencia mística y su esperanza llena de gozo.

 

                                       ***


        Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, Tú que gozarías de tantas visiones celestiales desde el anuncio del ángel hasta la aparición de tu Hijo resucitado, infúndenos un poco de esa brisa sobrenatural de las verdades consoladoras de nuestra fe.

        Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y maternales, en este valle de lágrimas.

        Las lágrimas sin ti serán demasiado amargas, insoportables. Contigo, tu mano las enjugará. Sin ti, iremos tropezando por un valle sombrío. CONTIGO, SUBIREMOS ALEGRES A LA MONTAÑA DE LA LUZ, a nuestro Tabor.

        Y Tú también serás parte de esa gloria, que quienes una vez te han visto, no desean otra cosa sino verte definitivamente en la vida perdurable sin fin.

 

V. LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

Quinto misterio luminoso


        La vida pública de Jesús --su predicación de la Buena Nueva, sus ejemplos de oración, de ayuno, de trato al prójimo-- se cierra con la institución de la Eucaristía, continuidad de su presencia y el más excelso milagro de su amor; por singular gracia suya por nosotros conocido y creído. ¡Qué lo aprovechemos!

 

1. El amor de Jesús


        Cuando Dios decide en su eternidad hacerse hombre,incorporar una naturaleza humana: un cuerpo y un alma a la segunda Persona de la Stma. Trinidad, aunque parezca mentira, tiene un problema respetando nuestra libertad: que creamos en su amor hacia nosotros.

        Y para conseguirlo nos da pruebas a lo Dios: nos crea reyes del universo, y Él nace en un pesebre y muere en una cruz por nosotros. Añadiendo, como despedida sin despedirse, la Eucaristía, «el misterio de nuestra fe». Misterio que, sin total fe, es increíble; y consecuentemente va a ser blasfemado y profanado en innumerables ocasiones por quienes no crean en Él.

        Pero en Cristo Jesús prevalecerá su amor hasta el extremo, hasta el final de sus fuerzas y de los tiempos.

 

* * *

        Madre del Amor Hermoso. Amor que aprendiste de tu Hijo Jesús. Contágianos de ese amor. QUE SEPAMOS DESCUBIRLO EN JESÚS.

        Y que amando de todo corazón al Hijo de Dios, sintamos aumentada nuestra fe en su palabra, sin dudas ni distracciones.

        «Esto es mi Cuerpo». Y el pan, sin perder la apariencia de pan, deja de serlo convertido en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Y si se parte, en cada partícula está íntegro ese Cuerpo.

        Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios.

 

II. La falta de respuesta de los hombres

        Los ángeles adorando el Santísimo Sacramento deben sentirse confusos viendo la actitud de los hombres ante tan grandioso misterio.

        Lo lógico, lo natural sería que e mundo entero se postrase y adorase sin cesar al Santísimo, al Dios corporalmente presente.

        Pero después de 20 siglos, la inmensa mayoría ni cree en el misterio, y ni siquiera los cristianos que creen son consecuentes en darle el culto y acción de gracias debidas. Y lo que es peor los sacrilegios que se cometen, por los que sin fe comulgan o blasfeman o profanan la sagrada forma..

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

 

* * *

 

        Santa María, la primera adoradora de Cristo encarnado en tu vientre, en el pesebre, en su vida y muerte, y resucitado. Adoradora en representación de los hombres y más que todos juntos.

        Madre mía, pide por mí, que sienta la llamada de Jesús-Hostia para acompañarle en lo que pueda. Y más será lo que me acompañe y ayude El a mí que yo a Él. Acompañarle en su soledad del Sagrario, pero SOBRE TODO ABRIRLE MI PUERTA EN LA COMUNION, para poseerle yo a El y más aún El a mí.

        Que mi vida con todas sus lágrimas, tristezas y contrariedades, entregada a Jesús-Hostia, tenga como ideal el ofrecerme como reparación a tantas ingratitudes y ofensas que padece su amor por nosotros.

 

III. El ejemplo de los santos


        Los santos son los que más penetran el misterio eucarístico y tienen más hambre de él.
Decía un sacerdote que si le ofreciesen un atrayente viaje, por ejemplo a Tierra Santa, pero que un día no podría celebrar la Eucaristía, renunciaría al viaje porque vale sin comparación más una celebración eucarística.

        Otro, preso e incomunicado durante largos años en la Lubianka (famosa cárcel comunista de Moscú), con sólo la posibilidad de celebrar a diario Misa del modo más privado con el pan y el vino, sin más ornamentos que su traje de presidiario, cuando fue liberado afirmó que nunca en su vida había sido tan feliz, como viviendo en la misma celda con Jesús.

        Quien aprovecha el regalo de poder comulgar recibe más gracia santificante, tiene más facilidad para llegar a la santidad que si hiciese grandes penitencias.

 

* * *


        Santa María, el más excelso templo y sagrario de Jesús, como Madre amorosa PREPA RANOS, VÍSTENOS PARA RECIBIR A TU HIJO.

        Que para nosotros el día tenga dos partes: la primera vivir con el deseo que Jesús entre en mí; la segunda vivir para agradecérselo.

        Ante Dios que llega: adorarle, darle gracias por tantos beneficios como nos hace, pedirle tantas cosas como necesitamos, para nosotros, para otros:
la conversión de los pecadores, primero de los que conozcamos; pedir por las almas del purgatorio, etc.

        Hacerlo todo de la mano de nuestra Madre, Sede de la Sabiduría, que nos inspire e impulse, por medio de nuestro ángel de la guarda. Así sea.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

25. MISTERIOS DOLOROSOS

 

I. LA ORACIÓN DEL HUERTO

Primer misterio doloroso

 

        Jesús solo ante el Padre, en su noche triste, junto a los troncos retorcidos de los olivos. Ni sus tres discípulos predilectos son capaces de velar para hacerle compañía. Pero una persona sí permanece y no lejos, unida íntimamente a Él en oración: su Madre querida. Y con Ella, a lo largo de los siglos, innumerables almas han acompañado en espíritu a Jesús en su Oración del Huerto. Hagámoslo nosotros también ahora.

 

1. Jesús nos da ejemplo sublime de obediencia Jesús tenía unos treinta y tres años. Hombre perfecto. Con su gran Corazón querría arreglar el mundo: libertar a los esclavos, organizar las ciudades, establecer su imperio de paz y prosperidad, difundir en todos la religión verdadera y convertirlos a Dios.

        Jesús querría arreglar el mundo, y con su incomparable inteligencia, oratoria, poder sobrenatural, podía hacerlo, lo hubiera hecho fácilmente; le hubieran sobrado seguidores incondicionales, las muchedumbres le habrían aclamado frenéticas.

        Pero la voluntad misteriosa del Padre le ordena otra cosa diferente por completo: que sea víctima, que se deje sacrificar como cordero. No ha habido obediencia más difícil, más heroica; al hombre más perfecto mandarle que se rebaje hasta la renuncia de todas sus posibilidades, hasta el fracaso de su vida terrena, hasta la ignominia de la cruz.

        Y Jesús aceptó: “Hágase tu voluntad” es el compendio y fruto de su oración en el Huerto. Lo sacrifica todo al Padre: es perfecta y total su ofrenda, obediencia que ha incluido también la pobreza de su pesebre y la castidad perfecta.

        Sin el ejemplo de Jesús ¿quién hubiera abrazado la vida religiosa, ni quién hubiera creído que era lo mejor? Pero con su ejemplo, ¿quién no creerá y admirará el valor sobrenatural de los tres consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia?

 

* * *

        Santa María, Virgen obediente, Tú que has sabido como nadie asociarte a la obediencia redentora de Cristo Jesús, INCULCAME el significado y valor misterioso de la obediencia, de tu «Fiat». Que más grandeza y gloria es servIr a Dios, que reinar.

        Yo deseo con tu ayuda y por parecerme a mi Señor, OBEDECER A DIOS obedeciendo a todo el que participe, por poco que sea, de su autoridad, en mi familia, en mi comunidad, en mi empresa, en la Iglesia o el Estado.

        Hazme obediente, que sacrifique mi voluntad y planes, para que dé frutos granados de vida eterna.

 

II. Jesús nos da ejemplo práctico de oración


        Lo difícil en la oración es cuando no tenemos nada que decir. En realidad son incontables las cosas que siempre podemos agradecer, pedir, comentar..., pero a veces no se nos ocurre nada; estamos áridos, secos.

        Jesús en el Huerto se siente en la más profunda desolación espiritual: “Triste estoy hasta la muerte”. Y la desolación le hará exclamar al final su queja “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”

 

        En su tristeza Jesús acude a la oración. iCuánto más deberíamos hacer esto los cristianos, y no mendigar placeres, que son remedios venenosos!

        Y la oración de Jesús triste, con aridez de espíritu, se reduce a repetir una y otra vez las mismas palabras: “Padre, pase de mí este cáliz”.

        No debe ser tan mala la repetición de las oraciones vocales, de jaculatorias, si se hace sintiéndolas, cuando así fue la oración más elevada en el Huerto, y en la Cruz rezando el salmo 21.

 

* * *


        Santa María, Virgen orante, SÉ MI MAESTRA paciente en el arte sobrenatural de orar. En todas las horas del día y especialmente en los momentos difíciles.

        Riega con tu gracia mi corazón cuando sea tierra  árida por falta de vida espiritual.

        Ilumina con tu sonrisa mi mente cuando está en desolación, ansiando placeres pecaminosos.

        Detén con tu mano mis pasos cuando camine por sendas que hacen imposible la oración.

        ÁBREME EL CORAZÓN DE TU HIJO, templo y oasis, para que purificado por su agua, me esconda en Él y me embriague con su sangre, causa de toda dulzura y consolación espiritual.

 

III. Jesús ora por nosotros

 

        Toda la Pasión y en particular la Oración del Huerto, es la sublime plegaria al Padre por nosotros, porque no sólo acepta y bebe el cáliz, sino que lo hace por nosotros, por nosotros se ofrece como víctima al Padre.

        Y eso mismo aumenta su dolor al ver en cuántos hombres su tremendo sacrificio iba a resultar estéril, y en cuantísimas otras ocasiones apenas nos beneficiaríamos de él.
        Esta ingratitud prevista, y tan dolorosa, hace, en cambio, que también podamos consolar al Corazón de Jesús, con nuestra compañía, con nuestra fidelidad, igualmente prevista.

        Sin duda el ángel, cuando le consoló, no dejaría de señalarle tantos actos de virtud fruto de su redención; tantas obras heroicas realizadas por los santos, que han llegado a serlo siguiendo sus huellas; también tus buenas acciones.

        Junto a Cristo orando, examina con toda sinceridad tu oración. Si no te satisface como va, procura no engañarte. Busca las causas que te impiden tener entrada con Dios.

 

* * *


        Jesús, dulce huésped del alma, que tu oración y tu compañía NO SE PIERDAN EN MI. Que tu Pasión me conforte, que tu Cuerpo me salve por su dolor y tu Alma me santifique por sus méritos.

        Agradecido y arrepentido, empújame, Virgen poderosa, a RENDIRME SIN CONDICIONES a mi Salvador.

        Para que su Corazón se me abra, QUE YO ABRA EL MÍO de par en par a los demás. Que entregue mi amor a los hombres por Dios, para que Dios me admita en su amor inefable y en su intimidad cotidiana. Así sea.

 

 

II. JESÚS ES FLAGELADO

Segundo misterio doloroso

 

Tenemos dos testimonios directos de la flagelación: el Evangelio y la Sábana Santa de Turín. Las huellas dejadas en la Sábana Santa nos concretan que a Jesús lo azotaron desnudo, no encorvado, sino con las manos atadas en alto; fueron dos verdugos, uno a cada lado. Las heridas más de cien, quizá porque fueron según la ley judía, cuarenta menos uno los azotes; con un látigo o «flagellum» de cuero, de tres colas en las cuales había pedazos de hueso o de plomo. Terrible tormento, en el que muchas veces moría el reo, vergonzoso castigo de esclavos, que no se podía aplicar a los ciudadanos romanos.

 

1. Jesús es azotado por Pilato


        Ante el Pretorio de Pilato la muchedumbre instigada por los grandes sacerdotes y los ancianos (Mt. 27,20), es decir, por el Sanedrín o senadores, gritaba frenética que condenase a muerte a Jesús.

        Pilato comprendió que aquellos lo hacían por envidia (Mt. 27,18), y que no había motivo para condenarlo a muerte (Lc. 23,14), pero no se atrevía a disgustar al pueblo. Buscó una salida: al oír que era de Galilea, se lo mandó a Herodes Antipas, tetrarca o cuasi rey de Galilea, de paso en Jerusalén. Herodes no quiso condenarlo, pues no había razón, ni absolverlo, por no enemistarse con los judíos, y se lo devolvió.

        Entonces Pilato buscó otra salida: como era costumbre soltar un preso por Pascua, les ofreció librar a Jesús, o si no. al asesino Barrabás.

        Cuando esto también le falló, como ultimo recurso, para calmarles, decidió cometer la cruel injusticia de azotarlo sabiendo que era inocente.

        Pecado típico el de Pilato: pecado de tantos que no se atreven a obrar con justicia, a confesar a Cristo, por miedo de perder sus bienes, su reputación, por el qué dirán. Por no enemistarse con los hombres no temen enemistarse con Dios.

 

                               * * *

        Jesús, atado a la columna, escarnecido y humillado, yo te prometo y te pido NO A VERGONZARME NUNCA DE TI. No traicionarte nunca, ni por temor a los hombres ni por amor al mundo.

        Madre Dolorosa, que comprendías como nadie la enormidad de la injusticia que se cometía con tu Hijo, el Ungido, Dios encarnado.

        Tú, que debiste sentir, como judía y Madre nuestra, vergüenza indecible por el pecado de tu pueblo, de tus hijos, alcánzanos NO DEJARNOS LLEVAR DE LA COBARDíA en la profesión de nuestra fe católica.

 

II. Jesús es azotado por nuestros pecados

 

        Poco daño hubiera hecho a Jesús la cobardía de Pilato ni la envidia de los judíos, si la voluntad del Padre no le hubiese mandado ofrecerse como víctima por nuestros pecados.     Y la tradición siempre ha visto en el tormento de la flagelación, a Jesús desnudo expiando nuestros pecados de lujuria.

        Son tantos y tan generales los pecados contra el sexto mandamiento (algunos místicos atestiguan son los que más almas llevan al infierno), que Jesús quiere padecer un castigo especial por ellos.

        Para que viéndole desnudo, lleno de vergüenza y ensangrentado, aprendamos a tener pudor y castidad, a ser austeros.

        La pureza no es una victoria que con nuestro esfuerzo alcanzamos directamente. Es un fruto que recogemos del árbol, de un árbol cuyas raíces son la humildad, la caridad, la obediencia. Quién no procure estas virtudes, es tontería apriete los dientes para ser casto, porque no lo conseguirá.

* * *

 

        Jesús, virgen e hijo de Virgen, cuando hoy Satanás, en su última ofensiva, llega a renovar tu flagelación calumniándote de impuro, como nunca antes lo había hecho, yo quiero ofrecerle de todo corazón mi pureza.

        Mi pureza plena: DE CUERPO Y ALMA. Pureza de miradas, de lecturas, de pensamientos y palabras. Virgen de las vírgenes, por la angustia que te causó la lluvia de azotes sobre el cuerpo desnudo de tu Hijo, dame tanta estima y amor a tu pureza inmaculada, que SEA Ml IDEAL IMITARTE.

        Que prefiera a toda moda y gusto tu aprobación y agrado.

 

III. Jesús es azotado injustamente


        Los hombres cometen en Él una injusticia atroz. Pero Dios no. Dios permite, quiere que sufra la flagelación, y toda la pasión, como justo castigo merecido por nuestros pecados.
        El ejemplo de Jesús es sublime: ejemplo de cómo debemos sufrir las injusticias que nos hagan. Primero: aceptándolas como castigo por nuestros pecados, y con cuánta mayor razón que Jesús, pues Él no tenía ni sombra de pecado.

        Segundo: aceptándolas imitando su heroica mansedumbre. Pero si hemos de prender mansedumbre de la injusticia humana sufrida por Jesús, no menos hemos de proponer, viéndole, no caer en la trampa de cometer una injusticia llevados de fa envidia, del temor, de la ira o de la ambición.

        Cuidado exquisito con no hacer nunca sufrir a nadie injustamente.


* * *

        Jesús, azotado y callado, cuánto tengo que aprender de ti!

        Madre Dolorosa, enséñame a mirar a tu Hijo azotado como LO MIRABAS TU, con tu amor y tu dolor, y con profundo arrepentimiento de mis pecados.

        Viendo en Él los efectos del pecado, de mis pecados, que le ofrezca a su Corazón agobiado REPARAClON llena de afecto, el holocausto de mi castidad y el silencio en mis injusticias. Silencio de no quejarme; silencio de no juzgar.

        Jesús, manso y humilde de Corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Amén.

 

III. LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Tercer misterio doloroso


        Escena burlesca y soez, la más humillante de la pasión. Sobre el Hijo de Dios, ensangrentado por los azotes, la soldadesca echa un manto de púrpura, --el rojo era el color real--, le ponen una corona de espinas en la cabeza, una caña a modo de cetro en la mano, y en son de mofa le van saludando: “Salve, rey de los judíos”, mientras le dan bofetadas, le escupen y golpean su cara con la caña.


1. Jesús es rey


        Es la acusación de los judíos ante Pilato para que lo condene a muerte: porque se hace rey (Lc. 23,2). Jesús a la pregunta de Pilato: “Tu eres rey?”, contesta afirmativamente: “Tú lo dices”.

        Y por disposición o providencia de Dios, que así lo quiere, figurará en la Cruz, ante el mundo y la historia, como razón jurídica de su muerte, el título: REX JUDAEORUM (Mc. 15,16).

        Ya en su nacimiento los magos habían llegado preguntando por el rey de los judíos (Mt. 2,2).

        Jesús, sin embargo, no es sólo el rey de los judíos, sino rey universal, rey de reyes (1 Tim. 6,15). Y más que rey, Señor de cielos y tierra, a quién le ha sido dado todo el poder (Mt. 28,18).

        La realeza de Cristo la han puesto de relieve los últimos Papas como reacción y remedio a la pérdida del sentido religioso de los individuos y de los pueblos. La fiesta solemne de Cristo Rey el domingo anterior a adviento, nos lo recuerda cada año, y el Vaticano II no dejó de insistir que debemos instaurar el reino de Cristo (LG. 5; GS. 45;).

        Sólo si reconocemos a Jesucristo como Rey y Señor de todas las cosas, y aceptamos organizar nuestra vida y el mundo conforme su divina voluntad, SOLO ENTONCES lograremos la paz verdadera.


* * *


        Señor Jesús, contemplándote con una corona de espinas y un manto de burla, escupido, quiero adorarte de rodillas, RECONOCER TE POR REY UNIVERSAL, proclamar a los cuatro vientos que todo ha sido hecho por ti.

        Te ofrezco mi humilde vasallaje en reparación por tanta injuria y por tantos como te desprecian.

        Santa María, Reina de los ángeles, envíalos para que nos guíen y ayuden, sobre todo al Papa y a los sacerdotes, a fin de INSTAURAR EN EL MUNDO EL REINADO DEL CORAZÓN DE JESÚS, reino de religión, de amor y de paz. Así sea.


II. El reino de Jesucristo no es de este mundo


“Mi reino no es de este mundo” dijo Jesús a Pilato. “Si mi reino fuera de este mundo, mis soldados hubieran luchado para no ser yo preso por los judíos” (Jn. 18,36).

        Si su reino fuera de este mundo, si hubiese ambicionado tronos y prometido riquezas, entonces los judíos le hubieran reconocido en seguida por rey y mesías, como quisieron hacerlo cuando les multiplicó los panes y los peces.

        Si el ser cristiano -seguidor de Cristo- en vez de exigir austeridad y pobreza, castidad y paciencia, ofreciese ganar honores, dinero, placeres, entonces todos los hombres serían ya cristianos.

        Pero el reino que ofrece Jesús no es el de este mundo, es el reino de los cielos: para los pobres de espíritu -los que no son ambiciosos, sino desprendidos-, para los perseguidos por la justicia.

        Y por no ser su reino de este mundo, siempre tendremos que soportar injusticias (Dios quiera que nosotros no las cometamos, y procuremos reparar las cometidas).


* * *

 

        Señor Jesús, yo quiero SER SOLDADO TUYO, y por ti, mi Rey, estoy dispuesto a luchar para defender tus derechos y los de tu Iglesia.

        Te pido gracia especial para lo más difícil, para luchar no con la espada fulgurante, sino CON LA CRUZ ESCONDIDA.

        Santa María, Reina del mundo, dame luz para trabajar por establecer el reino de Cristo sin pretender honores, para buscar antes el reino del cielo que el de la tierra, para estimar los sufrimientos y humillaciones a fin de IMITAR Y PARECERME a Jesús mi Rey y Señor. Así sea.

 

III. Las espinas de Cristo Rey


        A Jesús las espinas no sólo se le clavan en la cabeza. Cuando nos muestra su Corazón lo vemos rodeado de una corona de espinas.

        Y al proponernos la espiritualidad de su Corazón, hacía ver a Santa Margarita María de Alacoque en 1674, que esas espinas significan las punzadas producidas por nuestros pecados.

        Añade en 1675 que como respuesta a su amor no recibe de la mayor parte sino ingratitud. Pero, continúa, aún le es mucho más dolorosa la ingratitud de las personas que le están consagradas; en particular las irreverencias sacrílegas, frialdad y desprecio con que se le trata en la Eucaristía.

        No serán hoy menores las quejas del Corazón de Jesús, cuando tantas misas se dicen y se oyen sin devoción ni respeto, sin hacer ningún caso a las normas sabiamente establecidas por la Iglesia, con la autoridad suprema que recibida de Cristo Rey tiene su Vicario en la tierra.
¿No clavas tú ninguna espina a Cristo sacramentado o a Cristo presente en tu prójimo? ¿No procuras, ofreciéndole tu persona, ofreciéndole obras concretas, sacarle alguna espina?


                               * * *

        Corazón de Jesús, coronado de espinas, perdónanos nuestras deudas, nuestras tan repetidas e injuriosas deudas. Danos VERDADERO ARREPENTIMIENTO y contrición para que obtengamos tu perdón pleno.    

        Por mis pecados y por las veces que te he sido infjel, por tus sacerdotes indignos y sus sacrilegios, acepta mis actos de reparación.

        Yo te ofrezco... eso que tanto me cuesta: cuanto padezco, y cuanto deseo sin conseguirlo.

        Ya sólo quiero en recompensa, por tu medio, Corazón Reparador de María, LA AMISTAD Y COMPAÑÍA DE JESUS coronado de espinas en esta vida, para continuar junto a El resplandeciente en la majestad de su gloria eterna. Así sea.

 

IV. LA CRUZ A CUESTAS

Cuarto misterio doloroso

 

        No bastó el “Ecce homo-Mirad al hombre” dicho por Pilato mostrando a Jesús flagelado y coronado de espinas (Jn. 19,5). Los judíos, despiadados, exigieron su muerte, y Pilato, cobarde, pronunció la sentencia: “Ibis ad crucem”, irás a la cruz. Serían quizás las once. Luego el viacrucis, unos 600 metros, una media hora larga, interminable, cargada de dolor y de estaciones misteriosas. Pensemos algo y oremos mucho sobre ellas.

 

1. Cuánto pesa la Cruz


        Tanto pesaba la Cruz, que es tradición cayó Jesús al suelo con ella. Y por algo hicieron que la llevase otro hombre.

        En la Sábana Santa de Turín se aprecian las llagas profundas que se le hicieron a Cristo en los hombros; la sexta llaga, de la cual, según nos refiere San Bernardo, se le quejó Jesús diciendo fue la más dolorosa, aunque menos conocida.

        Tremendo el peso de la Cruz; de nuestros pecados, causa verdadera de tener que llevarla Jesús. Pero Jesucristo sigue hasta el final.

        Piensa en tu cruz, en la parte de cruz que tus pecados cargan sobre Jesús, y una vez más di: “Perdónanos nuestras deudas”. Justo es que tú también cargues con alguna cruz, con la que te mande Dios para reparar, con el Redentor, tus pecados y los pecados de otros.

        Te pesa la cruz. Pero sigue hasta el final. Meta no lejana, porque siempre nos viene la muerte antes de lo esperado. Meta fácil de alcanzar si vas de la mano de tu Madre, la Virgen Santa, que nos hace lo difícil fácil, que nos da alegría en el dolor. Dulce peso, el que es semilla y prenda de eterna felicidad y gloria.


***

        Jesús con la Cruz a cuestas, gracias infinitas PORQUE LLEVAS MI CRUZ. La cruz de mis pecados Tú solo, la cruz de mis sufrimientos junto a mí. Sin ti sería incapaz de obtener el perdón, ni de soportar con esperanza mis padecimientos.

        Santa María, por la compasión que sentiste en la calle de la amargura hacia tu Hilo, ten compasión de mi, AMINORA Mi CRUZ.

        Me será fácil subir si me miras; levantarme si me das la mano; pensar sólo en ti si veo tu rostro; morir si me llevas a tu lado.


II. Ayudan a Jesús a llevar la Cruz


        Cuando salieron de la ciudad obligaron a un hombre que venía del campo, Simón, natural de Cirene, que cogiera la Cruz de Jesús (Mt. 27,32).

        Tal vez primero pedirían un voluntario: «¿Quiere alguien llevar la cruz de este hombre?» Pero nadie quiso, ni para ganar una recompensa.

        Al Cirineo tuvieron que obligarle, dice el Evangelio. iCuántos santos hubieran dado la vida por tal honor! Dios tiene que obligarnos a llevar la cruz. Porque no somos santos, nos falta fe en la recompensa, no tenemos suficiente amor al Corazón de Jesús como para compartir su pasión.

        El Cirineo, obligado, se santificó; tanto es el valor de la cruz. Obligado tú también a llevar la cruz, no impidas que te santifique; acéptala con paciencia cristiana si no puedes con alegría.

        Ayuda a llevar la Cruz a Cristo, paciente con los cristos que hoy andan su viacrucis, con los sacerdotes abnegados. Menos te pesará la tuya cuanto más ligera hagas la de otros.

        Y menos tendrás que sufrir por tus pecados cuanto más te arrepientas de ellos y enmiendes tu vida.

 

                                               ***
        Madre de las Angustias, por la que te invadió al ver a tu Hijo caído bajo la Cruz, y por la gratitud que tuviste hacia el Cirineo, alcánzame DOLOR de mis pecados y FORTALEZA para seguir a mi Señor con la cruz a cuestas.

        Si me desvío, detenme; si me resisto, empújame; si me canso, confórtame; si me paro en la subida del Calvario, llévame cogido a ti.

        Que purifiques mis ojos para VER A CRISTO en los que sufren, y ensanches mi corazón para QUE LES AME hasta hacerme su cirineo.

 


III. Jesús se compadece de nosotros


        Volviéndose Jesús hacia una muchedumbre del pueblo y de mujeres que lamentándose le seguían, les dijo: “Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí. Llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos, porque van a venir días en que se dirá: Felices las estériles, y los vientres que no han tenido hijos, y los pechos que no han criado. Entonces clamarán a las montañas: Caed sobre nosotros, y a los cerros: Ocultadnos. Porque si con el árbol verde se hace esto qué no se hará con el tronco seco?”.

        No recorre Jesús paciente el viacrucis buscando nuestra compasión, sino nuestro arrepentimiento. Quiere lágrimas por nuestros pecados, quiere que pidamos por nuestros hijos, por los troncos secos.

        Tan importante es esta reparación y apostolado de la oración, que en mitad de la pasión se olvida Jesús de sus agudos dolores, para repetirnos esa última predicación suya al pueblo.

        Porque la reparación y apostolado de la oración no es algo sólo para religiosas o sacerdotes; es cosa fundamental para todo cristiano.

 

                               ***                                                                         ¡Qué BUENO eres, Señor! Hasta cuando te llevan a matarte piensas más en nosotros que en ti.

        Y qué importante debe ser la reparación y la oración por los pecadores cuando ese es tu sermón de despedida, breve, pero trascendental.

        Reina y Madre de los apóstoles, si yo no soy capaz de hacer bien otro apostolado. al menos que con tu bendición OFREZCA MIS PLEGARIAS Y MIS OBRAS por la salvación de los hombres.

        Pues de nuestras obras y oraciones depende en último término la conversión de muchos pecadores, ayúdanos a realizarlas con toda devoción y visión sobrenatural. Así sea.

 

 V. LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DEL HIJO DE DIOS
Quinto misterio doloroso


Desde la muerte de Jesús, la cruz es el símbolo y la señal de los cristianos, Pero la cruz no es nada sin el Crucificado. El Crucifijo, Cristo en su trono de dolor y amor heroico, debe presidir nuestros días y nuestras noches; nuestras actividades, nuestro sueño, nuestras enfermedades; debe ser nuestro más seguro refugio y nuestra mayor esperanza de perdón y de gloria. Ante el Crucifijo meditemos, crucifixión y muerte del Hijo de Dios.

 

1. El tormento de la crucifixión


        Llegaron al Calvario, y cerca de las doce despojaron al Señor de sus vestiduras. Le tendieron en el suelo sobre la cruz. Y, ante los ojos de su Madre, le taladraron despiadadamente con los clavos: primero una mano, cerca de la muñeca, luego la otra, luego los dos pies con un solo clavo, la planta del izquierdo sobre el derecho, sin ningún apoyo ni «sedile»; como aparece en la Sábana Santa. Terrible el dolor de los martillazos.

        Después izan la cruz. Tirones atroces en las llagas. Quedan los brazos algo levantados, las manos a la altura de la cabeza.

        No es solamente un suplicio cruel innecesario con los ajusticiados. Es sobre todo la mayor iniquidad y pecado de la historia: matar al Hijo de Dios, al Verbo eterno que ha venido a los suyos.

        Pecado en el que todos de alguna manera participamos cuando pecamos, pues también somos causa de la muerte de quien la acepta para salvarnos. Pecado tan horrible --y todo pecado o rebeldía contra Dios, lo es--, que Jesús no puede por menos, sobreponiéndose a sus agudos dolores, de pedir perdón por quienes le matan y por quienes El ofrece su vida: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».

 

                               * * *


        Padre, perdónanos. PERDÓNAME, las veces que he pecado sin saber lo que hacía, y las veces que he pecado sabiéndolo bien.

        Santa María Reparadora, pues he sido parte de los verdugos de tu Hijo, haz que también TENGA PARTE EN SU REDENCION, ofreciéndole reparación por los pecados.

        Y que al amargo mar sin fondo de la pasión de Jesús, una el vaso de mis sufrimientos en señal de amor y gratitud, por más PARECERME a mi Salvador y ACOMPAÑARLE junto a la Cruz.


II. Jesús nos da su misma Madre


        No nos engañemos. Sabemos que la santidad es crucificarnos con Cristo, el que quiere seguirle ha de tomar su cruz. Hemos de crucificar el hombre viejo (Rom. 6,6), estando crucificados al mundo (Gál. 6,14). ¿A quién no causa esto temor? 

        La vida de santidad, la vida cristiana, es difícil, a veces muy difícil. Dios es Padre, lleno de amor y promesas fantásticas, pero también, y lógicamente, de acuerdo con la infinitud de su ser y de sus dones, Dios es tremendamente exigente. Lo vemos en la vida de los santos. No podrá ser su amigo íntimo quien le sirva a medias. Hemos de amar a Dios con toda el alma (Mt. 22,37), y por El renunciar a las riquezas (Mt. L121), al matrimonio (1 Cor. 7), y hasta querer a los enemigos (Mt. 5,44). Muy duro; imposible para nuestras solas fuerzas. No sólo de seguir el camino estrecho, pero aun de encontrarlo somos incapaces muchas veces.

        E único apoyo que quiso tener Jesús junto a sí en su crucifixión, fue su Madre. Y ese mismo nos da a nosotros. Con Ella junto a nuestra cruz, con su ayuda maternal, podremos hacer hasta lo heroico, lo que nos parece imposible.

        Quién tendrá ya miedo, si como el niño pequeño, se confía a los brazos poderosos y cariñosos de nuestra Madre, Reina del cielo?


* * *


        Gracias, Señor, por tan maravilloso regalo, EL MEJOR después del sacramento de tu Cuerpo.

        Y pues a Ella le das el mayor cariño de Madre, infunde en nuestros corazones EL DEBIDO AFECTO de hijos.

        Madre mía, más que buscando mi provecho, reciba tus dones y los vea, a fin de aumentar mi amor hacia ti. Que si la gracia hace posible la santidad, tu amor y compañía  LA  HACE FÁCIL.

 

III. Jesús muere en la cruz


        A las tres horas de crucificado, Jesús entrega su alma al Padre. Eran las tres de la tarde. Muere el grano de trigo para florecer en la Cruz radiante de la resurrección y en la espiga granada de la Iglesia universal. Espléndido fruto, y camino trazado para todo cristiano.

        Tenemos que morir. Que tu muerte sea la entrega final y entera al Padre, preludio de la eterna resurrección.

        Que tu vida sea un continuo morir al mundo, a tus caprichos, abriéndote a la vida nueva de la amistad con Jesús, a la entrega abnegada de la caridad fraterna.

        En Cristo, y en sus seguidores, no se puede ni se debe separar la muerte de la resurrección; es uno e indivisible el misterio pascual. Dos caras de una misma medalla: la cruz, cara ahora visible: la gloria, cara presente ya en esperanza.

        La vida es preparación para el examen único, sementera para la cosecha final. Locura inconcebible en un creyente cerrar los ojos, malgastar el tiempo, llegar a las bodas sin aceite en la lámpara.

        Al final de la jornada ¿podrás decir, como Cristo, “todo se ha cumplido”?


* * *


        Santa Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.

        Te pido, en primer lugar, por los que están ya a las puertas de la muerte.

        Pues eres el medio más poderoso, SÉ SU AMPARO AMOROSO Madre de Dios del Carmelo.

        San José, patrono de la buena muerte, alcánzanos QUE MURAMOS COMO TU, en los brazos de Jesús y María.

        Corazón de Jesús, traspasado en tu muerte, abierto para mí. ESCONDEME EN TU INTERIOR y no permitas que me aparte de ti hasta que en la hora de mi muerte me llames para ir a alabarte por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

26. MISTERIOS GLORIOSOS

 

I. LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Primer misterio glorioso

 

Vamos a contemplar la gloria de Cristo, junto con María. Que Ella nos comunique su fe y nos haga partícipes en su gozo, para que mejor sigamos a su Hijo y Salvador nuestro, con la esperanza cristiana de resucitar un día con El. En un mundo atormentado ¡cómo surge espléndida la resurrección de Cristo, promesa de la única y perfecta paz exultante!

 

 

        1. “Resucitó, como lo había anunciado” (Mt. 28,6)


        El ángel lo proclama a las mujeres, que iban buscando muerto al que ya está vivo para siempre.

        Como lo había anunciado. Pero ni siquiera los discípulos más fieles, los apóstoles, se lo habían creído. Tomás no lo creyó ni después, a pesar del testimonio de sus compañeros.
        Santa María, en cambio, su Madre siempre virgen, sí lo creyó, con toda certeza. Aun en el Calvario, no pudo dudar que Jesús, su Hijo, e Hijo del Altísimo, resucitaría.

        Muchos comprobaron su muerte: El Centurión de la lanzada y los soldados; los discípulos y las mujeres que lo enterraron.

        Muchos más fueron testigos de su resurrección durante cuarenta días hasta la Ascensión: Una vez se apareció, cuenta San Pablo (1 Cor. 15,6), a más de 500 discípulos reunidos.

        Si la resurrección de Cristo no hubiera sido comprobada: ni los apóstoles hubieran tenido ánimos para predicarla, ni el pueblo les hubiera seguido, ni la Iglesia hubiera permanecido hasta nosotros con la más gloriosa historia de santos y sabios cristianos.


                               * * *


        Señor Jesús, YO CREO en tu resurrección.

Porque no hay religión semejante a la que Tú instituiste, ni Iglesia comparable a la Iglesia Católica.

        Porque CREO en tu Evangelio que tu Iglesia me transmite, y me lo demuestra.

        Porque VEO demasiado tu intervención amorosa en el mundo y en mí, para que pueda explicarla sin la existencia de un Dios, o en una religión falsa.

        Madre mía, reina del Cielo, ENSÉÑAME A CREER en tu Hijo y mi Señor, en su resurrección, en su Iglesia, en sus Vicarios los Papas. Como Tú, que nunca dudaste. Como Tú, que siempre obedeciste. Para resucitar también un día contigo en la gloria de Cristo Jesús.

 


II. Aparición a Nuestra Señora


        El Evangelio no dice que Cristo resucitado se apareció a su Madre. Ni hace falta. San Ignacio comenta a este respecto: ¿Es que también vosotros estáis sin inteligencia?

        Qué duda cabe que por la mañana temprano su primera aparición sería a la Santísima Virgen! Indescriptible escena! Contémplala de rodillas. Si un gozo indecible la inundó al ser coronada Reina del Cielo, tengo para mí que no sería menor su alegría al ver a su Hijo resucitado, glorioso y Rey inmortal.

        No merecía menos quien de tal manera había compartido también la pasión de nuestro Redentor! Y todo el que comparta con Cristo sus padecimientos compartirá también su gloria.

        Santa María, Madre admirable, pienso que en aquel momento, bajo la inspiración del Espíritu Santo, como siempre, pediría a su Hijo la dejase aun muchos años en la tierra para cuidar de sus hijos, de su Iglesia recién nacida.


                               * * *

        Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, alcánzanos la gracia especial de GOZAR CON LA RESURRECCION DE TU HIJO, nuestro Salvador.

        Que llegue a tanto nuestro amor hacia Él, que sea para nosotros motivo de gozo su radiante gloria inmortal.

        Que por compartir su gloria NOS PAREZCAN POCAS todas las tribulaciones de esta vida.

        Madre mía, QUÉDATE TAMBIÉN CONMIGO hasta que vaya definitivamente contigo, para que, como Tú, entregue mi vida al servicio de mis hermanos.


III. “Decid: Resucitó de entre los muertos”. (Mt. 28,7)


        No sólo los apóstoles, también las mujeres, y las primeras, reciben del ángel el encargo de predicar la resurrección de Cristo.

        A todos los cristianos repite con insistencia el Vaticano II nuestra obligación, e insigne categoría, de ser  apóstoles de Cristo resucitado.

        No podemos conformarnos con saborear a solas la inmensa dicha de ser miembros de Cristo, y por El hijos adoptivos de Dios.

        Si tenemos la gran predilección y extraordinaria gracia de haber descubierto ese tesoro escondido, las insondables riquezas y amor de Cristo (Ef. 3,8 y 18), sería egoísmo imperdonable que no pusiéramos todo empeño y sacrificio para comunicar nuestro hallazgo y desbordante felicidad.

        ¿Lo haces? ¿En tu familia, a tu alrededor? ¿Te propones uno y otro día ser “activista” de Cristo? ¿Pones a su servicio, para el triunfo de su causa, de su reino, todo tu interés, tu tiempo, tu salud, tu dinero? ¿Hasta qué punto eres capaz de sacrificarte y sacrificarlo todo por Cristo, y por su Iglesia, para llevarle todas las gentes?

 

                               ***
        Santa María, Reina de los apóstoles, Esclava del Señor, por tu perfecta ENTREGA A LA OBRA DE TU HIJO, ayúdame para que yo ME DECIDA DE UNA VEZ a ser discípulo y anunciador de Cristo, y de su reino.

        QUE LE CONFIESE delante de los hombres su resurrección, su doctrina, su llamada.

        Quiero hacerlo con tu ayuda para que MIS OBRAS SEAN TUYAS, tuyos mis éxitos y un obsequio para ti mis fracasos, en reparación por las tantas ofensas que recibes.

        Quiero hacerlo como Tú, COMO TE GUSTE A TI, para ser verdadero hijo tuyo. «Que quien me mire te vea».

        Y QUE POR TI, camino seguro y ascensor rápido, subamos al interior del Corazón de tu Hijo, Nuestro Salvador y Rey universal resucitado. Así sea.

 

 

II. LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR ESUCRISTO

Segundo misterio glorioso


        El más espléndido final. El drama doloroso de Cristo, la tragedia de su pasión, su misión terrena: tantas fatigas, pobreza, trabajo, viacrucis y muerte, la predicación y fundación de la Iglesia, todo, acaba con el regio colofón triunfal de su ascensión a los cielos. Y precisamente en el mismo monte de los Olivos, donde había comenzado su pasión: pues es fruto de ella (cfr. Fil. 2,7-1 1). Como lo anunció: ha ido a prepararnos un lugar, está esperándonos. ¡No faltes a la cita!.

 


1. “El Señor Jesús se elevó al cielo y se sentó a la derecha  de Dios” (Mc. 16,19)


        Lo hizo ante sus discípulos: el último milagro, grandioso, y de triunfo personal, mayor que el propuesto por el tentador al principio de su vida pública: que bajase por los aires desde lo alto del templo.

        Cristo sube al cielo por su propia fuerza, como por su propia fuerza resucitó, y porque se le ha dado todo poder en cielos y tierra (Mt. 28,18) se sienta a la derecha de Dios, lo que significa, en el lenguaje bíblico, que participa del poder de Dios, pues es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

        Y como la naturaleza humana de Cristo es divinizada, no hecha intrínsecamente dios—absurdo imposible—, sino estrechamente unida y partícipe de la vida divina, también los bienaventurados y en primerísimo lugar la bienaventurada Virgen María, de modo análogo, y mediante Cristo, son unidos y hechos partícipes de la vida de Dios, a cuya derecha son igualmente colocados (Mt. 25,33).

        ¡Tanto es el poder de Jesucristo, Señor nuestro, del cual somos miembros! Correlativa debe ser por tanto nuestra confianza en Él; y mayor cuanto más fieles le seamos y más unidos estemos con Él.

 

                               ***
        Santa Madre mía, por el gozo que sentiste al ver la Ascensión de tu Hijo a los Cielos, te ruego nos llenes también a nosotros de alegría al contemplar su triunfo y su poder soberano.

        Haznos SENTIR TAN PROFUNDAMENTE la confianza cristiana que llenos de ella exclamemos con San Pablo. “Si Dios con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?”.
        Ayúdanos a dar gracias a Dios porque TENEMOS ASEGURADO EL TRIUNFO FINAL si permanecemos en su amor y bajo tu protección. El nos resucitará como a Cristo y por su poder, si somos miembros suyos (2 Cor. 4, 14; 1 Cor. 6, 14). Pues no es posible resucite la cabeza sin los miembros.

 

II. “Vendrá como le habéis visto irse» (Hech. 1, 11 )


        Cuando una nube ocultó al Señor en su Ascensión, el ángel que se apareció a los discípulos dijo: “¿Por qué os quedáis mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido elevado al cielo de entre vosotros, vendrá como le habéis visto irse”.

        Cristo volverá. “Vendrá glorioso y todos los ángeles con Él, y se sentará en el trono de su gloria” para el juicio universal (Mt. 25,31 s.).

        Es la segunda venida de Cristo que afirmamos en el Credo: «Ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos»,  (a los vivos, a los que vivan cuando venga, pues ésos ya no morirán, cfr. 1 Cor. 15,51: Creer que vendrá Cristo en persona a reinar en la tierra antes del juicio, está reprobado por la Iglesia).

        ¿Por qué nos causan tanto pesar e indignación las injusticias que quedan sin castigo, o los méritos sin recompensa? Todo se hará público. Todos y cada uno, por todas y cada una de nuestras obras recibiremos lo merecido ante Dios.

        ¡Qué distinto de lo que a cada cual haya dado el mundo! Terrible advertencia para muchos, firme consuelo para los buenos y perseguidos.

 

                               ***
        Señor Jesús, CREO que has de venir a juzgar al mundo. ME ALEGRO también de tu gloria de Juez universal, y de que Tú seas nuestro Juez. No lo habría mejor.         Madre de la lglesia y mía, ,que con ella diga. «VEN, SENOR JESUS». Con toda la esperanza, con todo el deseo, con todo el amor con que lo decías Tú de soltera en Nazaret, y de viuda en Éfeso.

        Que todo lo haga PARA SER JUZGADO POR Ml SENOR. Que a El le deje el enjuiciar a los demás, sin caer en la tentación de usurparle ese atributo divino, aunque los hombres me irriten o persigan.

 

III. «Los suyos volvieron a Jerusalén con gran alegría» (Lc. 24,52)

        Después de la Ascensión, cuando su Maestro se ha separado definitivamente de ellos, y ellos se dirigen al duro trabajo del apostolado, del testimonio hasta el martirio, es curioso que van “con gran alegría”.

        Ni las comodidades y derechos a los que renunciaron, ni las austeridades y persecuciones que les esperan son bastantes para causarles tristeza. Van con alegría. Y esto aun antes de recibir el Espíritu Santo y ser inundados con sus dones y su paz.

        Gran alegría, característica de la vida cristiana bien llevada, según exhortan tantas veces los apóstoles en sus cartas (Fil. 4,4; 1 Tes. 5,16; 2 Cor. 13,11: 1 Ped. 1,6; 4,13; Sant. 1,2; 3 Jn. 4...) y el mismo Cristo predice en el Evangelio que nuestra tristeza se convertirá en alegría (Jn. 16,20), y para que sea plena nos hace sus últimas confidencias (Jn. 15,11) y promete que el Padre nos concederá lo que pidamos (Jn. 16,24) y nos guardará (Jn. 17,13).

        La alegría cristiana es fruto del Espíritu Santo (Gal. 5,22), y hasta en las persecuciones debemos alegrarnos pensando en la recompensa futura (Mt. 5, 12).

        Si no estás alegre, si no vives contento y con profunda paz, no eches la culpa a nada ni a nadie; es que tu nivel espiritual está bajo, que todavía no has encontrado de verdad a Cristo porque aún buscas la felicidad en los placeres del mundo.

 

                               ***


        MADRE MÍA, Causa de nuestra alegría, que me baste EL SER HIJO TUYO, redimido por Cristo, para superar todas las contradicciones y sufrimientos.

        Que para conseguir la alegría plena, ME DESPEGUES del mundo y sus pompas. Que sea para mí, como para San Juan (3 Jn. 4J) LA MAYOR ALEGRÍA el ver que mis hermanos ANDAN en la verdad.

        Y que por ello sea también mi mayor gozo EL PROCURARLO, como etapa y umbral de la felicidad eterna en la Iglesia triunfante. Amén.

 

 III. LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

Tercer misterio glorioso


Como fruto espléndido y abundante de su redención, Jesucristo glorioso nos envía el Espíritu Santo. El mayor don de Dios, pues es Dios mismo, una nueva presencia de Dios, es decir, un nuevo y sobrenatural modo permanente de actuar y comunicarse Dios en las almas. En estas obras de santificación, como en todas, actúa toda la única e indivisible Naturaleza divina de las Tres Personas; pero por ser obras en las que aparece más el amor, Dios mismo en su revelación las atribuye al Espíritu Santo, el Amor divino. Misterio escondido y realidad grandiosa que deberíamos meditar más.

 

1. “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo” (Hech. 1,8)


        Repetidas veces en el Evangelio promete Cristo el Espíritu Santo. ¿A quiénes? A sus discípulos, a sus seguidores.

        Primera condición para recibir a Dios, para beneficiamos de su especial acción santificadora y glorificadora: ser seguidores de Cristo, amarle con entusiasmo, aceptar sus enseñanzas.

        Precisamente el pecado contra el Espíritu Santo (Mt. 12.31 ss; Lc. 12,10; Mc. 3,29; 1 Jn. 15,16; Jn. 15,22) es cerrarse a la fe, no querer creer. San Pablo dice, 1 Tim. 1,13, que se le perdonó su pecado por su ignorancia.

         Tengamos en cuenta que una manera de no querer creer, y la más diabólica, es tergiversar y desobrenaturalizar lo dicho por la Revelación o el Magisterio.

        Además de abrirnos a Dios y a su Iglesia con la sencillez de los niños y los humildes para recibir sus comunicaciones (cfr. Mt. 18,3; 11,25), hemos de prepararnos como los discípulos: “Con unión de espíritu, insistiendo en la oración junto a María, la Madre de Jesús” (Hech. 1,14).

 

* * *

        ¡ VEN, ESPIRITU DIVINO! En medio de un mundo que no quiere nada, o casi nada, con su Creador, danos, Esposa bendita del Espíritu Santo, ante todo deseo de recibirlo.

        Alcánzanos, Hija de Dios Padre, imitar tu ejemplo de humildad, de esclava del Señor, disposición requerida para que el Espíritu Santo descendiera sobre ti y el Altísimo te cubriera con su sombra (Lc. 1,35 s.).

        Santa María, Madre de Dios, unimos nuestras plegarias a las tuyas, ruega por nosotros. Que un renovado Pentecostés INUNDE DE GRACIAS AL MUNDO y encienda en nuestros corazones el fuego del verdadero amor.

 
II. “Se llenaron todos del Espíritu Santo” (Hech. 2,4)


        La vida cristiana: el hacernos hijos de Dios por el bautismo, mantenernos y aumentar en gracia, es la múltiple obra del Espíritu Santo.

        Cristo ya al comienzo de su predicación, le dijo a Nicodemo que para entrar en el reino de Dios, es decir, para tener esa nueva vida, se necesita nacer del agua y del Espíritu (cfr. Jn. 3,5).

        En la recepción de los sacramentos, al aumentar la gracia santificante se recibe nueva infusión del Espíritu Santo, más explícitamente en la confirmación y en el sacramento del orden con la imposición de las manos.

 

 

Y todas las gracias actuales, impulsos o ayudas para la virtud, son acciones del Espíritu Santo.

        El efecto del Espíritu Santo es invisible, como el viento (cf r. Jn. 3,8), pero se siente, e inflama en la caridad cristiana; por eso tomó la figura de llamas (Hech. 2,3).

        ¡Sublime realidad y sementera escondida a los ojos del mundo, futura floración esplendorosa en el reino glorioso de Cristo!

 

                               ***

        ¡Llena el corazón de tus fieles, Santo Espíritu! y para que seamos fieles a tus inspiraciones, leales a tus enseñanzas, VACÍA ANTES NUESTROS CORAZONES de todo su lastre de paja y lodo.

        Santa María, haznos como Tú vasos limpios y espirituales, vasos de pureza y devoción; dignos de recibir al Espíritu Divino.

        Danos a sentir EL GRAN BIEN QUE PERDEMOS cuando no apreciamos ese don incomparable y sus frutos, para que con toda el alma procuremos ser llenados y llevados por el Espíritu Santo.


III. «Os guiará hacia toda la verdad» (Jn. 16,13)


        “El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa; nos lo enseñará todo”, repite el Señor en Jn. 14,26. Es también la espiritual unción que, dice San Juan (1 Jn. 2,27), habla en el interior de los corazones. Por eso remacha Él mismo (1 Jn. 1,5 s.): como Dios es luz y en Él no hay oscuridad, si estamos en la oscuridad es señal que no estamos unidos a Dios.

        Tremenda requisitoria a quienes hoy confiesan sus dudas, y aun alardean de ellas y de su incredulidad en el Magisterio! Ciegos que, siéndolo, pretenden guiar a otros, y acaban cayendo todos por el barranco (Mt. 15,14).

        Es señal y fruto del Espíritu, que comunica sus dones de sabiduría, ciencia, consejo y prudencia a su esposa, nuestra santa madre la Iglesia, el que ésta nunca haya dudado ni dude en sus enseñanzas conciliares y pontificias, o tradicionales.

        El comienzo de un mundo mejor, la renovación de la faz de la tierra, tendrá lugar cuando los hombres limpiemos nuestros ojos y los abramos a la luz del Espíritu Santo encendida en el fondo de nuestras conciencias y en el candelabro magisterial de la Iglesia.

       

                               ***

 

        Espíritu intercesor y abogado, que tiendes tu puente divino hasta nosotros, SÉ NUESTRO CONSOLADOR, te lo pedimos junto a la que es causa de nuestra alegría.

        Para que en medio de las vicisitudes y tribulaciones que no han de faltarnos, nadie pueda quitarnos el gozo de Cristo (Jn. 16,22).

        Gozo y júbilo de ser renacidos por el Espíritu, de ser por Él testigos de Cristo (Jn. 15,16 s.), y de esperar en Él LA FELICIDAD PRÓXIMA E INIMAGINABLE de la vida eterna. Por Cristo Jesús. Amén.

 

IV. LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Cuarto misterio glorioso


Es dogma definido por Pío XlI en 1950, que la Santísima Virgen subió al cielo en cuerpo y alma. Según la tradición más común, su tránsito tuvo lugar no en Efeso, sino en Jerusalén. En todo caso podemos alegrarnos de la gran felicidad y gloria de nuestra Madre, que lo sigue siendo desde el cielo.

 

1. Setenta años de espera y esperanza


        La Santísima Virgen tendría unos cincuenta años el año 30, cuando murió Cristo a los treinta y tres años de edad. Según la tradición murió rodeada de los apóstoles. Estos se reunieron en el llamado Concilio de Jerusalén el año 49, al cual acudió también San Juan (cfr. Gál. 2,9). Quizá acudió con él Santa María, que tendría entonces unos setenta años, y entonces fue su tránsito en la que hoy es la iglesia de la Dormición de la Virgen, construida por los cruzados donde ya en el siglo VI existía una iglesia dedicada a Nuestra Señora.

        Los Santos Inocentes, como todos los niños muertos recién bautizados, recibirían bien pronto la herencia inmesa debida a su condición de hijos de Dios. Sin embargo, para conseguirlo la Llena de Gracia e Inmaculada desde su concepción, fue voluntad de Dios, y suya. que esperase toda una vida de setenta años.

        Setenta largos años de vivir la virtud de la esperanza, cada vez creciente y Nuestra Señora de la Esperanza, merecido título, sobre Nuestra Señora de Efeso.

        Después de la resurrección de su Hijo, ¿cómo hubiera podido Santa María continuar casi veinte años separada de Él, de no haber sido por el alivio de viva esperanza?

 

                               ***


        Santa María de la Esperanza, ENSEÑAME A ESPERAR. Yo que tantas veces me desespero, que aprenda a esperar con paciencia, por la esperanza en Cristo.
        Que entre los nubarrones de mi horizonte pase un rayo del sol de lo alto, para que saboreando la dicha futura supere las amarguras presentes.

        Sin desviarme del sendero, no sólo por no perder el premio, sino por llegar a estar contigo y con mi Señor que tanto me ama.

        Santa María, tu Asunción nos valga. Llévanos un día, Madre, a donde tú hoy llegas; pero llévanos tú, Señora del buen aire,  estrella de los mares, reina del cielo.

 


II. Su elevación a los cielos


        Misterioso lugar. Pero un lugar cierto, real y actual, donde está Santa María y estarán los cuerpos de los resucitados en Cristo. Lugar espacioso, de espacios sin fronteras, iluminados por mil soles, llenos de exóticos y exuberantes planetas.

        Santa María fue asunta por la mano de Dios, elevada por los ángeles a los cielos. No decimos su «ascensión», porque en Cristo la «ascensión» significa que ascendió por su propia fuerza y derecho divino.

        Con la asunción de Santa María se cumplió su esperanza y se acrecentó la de los apóstoles. ¿Cómo no habrían de pensar todos los días en el cielo, donde les esperaba su Maestro y su Madre?

       

        Pero también te espera a ti. Levanta los ojos, mira a la Estrella, llama a María! Que desde allí te escucha y te orienta. Sube nuestra Madre para que tú subas, si lo deseas, tras Ella. Mañana en alma y pasado mañana en alma y cuerpo; hoy en espíritu y en preparación.


* * *


        Santa María de la Asunción, LLÉVAME CONTIGO AL CIELO, líbrame de tantas congojas de esta vida. Y aun todas las delicias de aquí abajo no pueden compararse con las de allí arriba.

        PREPARAME, como Tú, al tránsito feliz. Que lo será si vivo imitando tu ejemplo de Éeso, e ilusionado con la esperanza del encuentro final.

        Pero ya ahora, Señor mío y Dios mío Jesucristo, te doy gracias y me gozo, porque mi Madre admirable, desde hace veinte siglos, está gloriosa en cuerpo y alma junto a ti.

 


III. Desde el cielo nos mira misericordiosa


        Madre del amor hermoso, ni aun en el cielo puede Santa María olvidarse de nosotros sus hijos. Pruebas claras de ello son las incontables intervenciones suyas en la historia, con tantos milagros, con epifanías Maríanas como Lourdes, Fátima, etc.

        Sabemos, además, que es Mediadora de todas las gracias, pues todas nos vienen por su mano.

        ¿Cómo no hemos de tener confianza en Ella? Y cómo no hemos de sentir mayor esperanza, el estupendo optimismo cristiano, de que alcanzaremos la verdadera felicidad?

        No por nuestras solas fuerzas, ni porque merezcamos en justicia las ayudas sobrenaturales, sino porque Santa María nos mire con ojos misericordiosos: que le cause pena

nuestra indigencia y escuche nuestras oraciones humildes.

        No podemos exigir nada, pero sí esperar de su compasión maternal, que cuando mayores sean nuestras necesidades, nuestra impotencia y aun pecados, más ha de preocuparse de nosotros y socorrernos si acudimos a Ella.

        Si por algo merecería la pena ser desvalidos como niños, o estar enfermos e impotentes, es para tener más cerca a nuestra Madre solícita.            

***

        Mírame, Madre mía, que SI ME MIRAS SANARÉ. El calor de tu mirada hará reverdecer mi corazón seco, y su luz romperá mi oscuro materialismo.

        Mírame para que vea tus ojos, y ya no quiera ver más. Para que en su mar azul encuentre la playa infinita de Dios.

        Que por una mirada tuya, embriagadora y radiante como el alba, ESTE DISPUESTO A DARTE MI VIDA, en servicio y en martirio.

        Hasta que mis ojos se pierdan en los tuyos junto a Dios por siempre jamás. Amén.

 

 

XX LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Quinto misterio glorioso


El final del Rosario. Principio del reinado sin fin de Santa María a la derecha de su Hijo, el Dios y Señor universal. Ceremonia de corte no la hubo más grandiosa, y de la excelsa corte celeste. Bajo el dosel formado por las alas de los querubines, mientras los arcángeles tocaban las doradas trompetas, la diestra omnipotente del Señor Jesús alzó por rompientes de plata hasta su trono a la Estrella, la mas hermosa, y depositó sobre su frente maternal la augusta diadema con los siete rubíes de sus dolores y los siete brillantes de sus gozos. Entonces, como una catarata, se despeñó el clamor de minadas de ángeles y bienaventurados: ¡Aleluya! ¡Alabad a Dios, en su obra maestra, en su Esposa predilecta!

 

1. Contemplar las personas


        Para los bienaventurados su principal y sustancial felicidad no es otra cosa que contemplar cara a cara en su misma esencia a la Santísima Trinidad, el Dios infinito y creador. A nosotros todavía sólo nos es dado imaginarnos a Cristo, en quien Dios se nos hace visible unido a la naturaleza humana.

        Cristo, centro del universo y de los cielos. Con toda majestad y poder. “Sus ojos, llama de fuego, y en su cabeza muchas coronas; sobre su estandarte escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES”. (Apoc. 19, 12 ss.). Ante quien día y noche se postran en adoración ofreciéndole sus citaras y copas de oro (Apoc. 7,10.15; 5,8, s.). Tras Él los ejércitos del cielo en caballos blancos, vestidos de lino puro (Apoc. 19,14), con palmas en las manos, que han blanqueado sus estolas en la sangre del Cordero (Apoc. 7,9.14).

        Y junto a Cristo Rey, nuestra Señora, revestida de sol, con la luna bajo los pies y sobre su cabeza una corona de estrellas (Apoc. 1 2, 1).     Espectáculo grandioso. Y familiar. Porque nosotros somos los hijos, adoptados por el Señor del cielo. Jesucristo es nuestro maestro y amigo, la Reina es nuestra Madre. Y a cuántas personas queridas podemos reconocer entre los gloriosos asistentes al trono del Rey!

 

***

        Mi Señor Jesús, ¡QUE DIFERENCIA de tu corte angélica, de tus santos, de su júbilo y hermosura, con nuestras pequeñeces y miserias!

        Que admire su esplendor gozoso; que imite su canto siempre nuevo de alabanzas a Dios; que desee y procure alcanzar algún día el puesto que entre su rango me está reservando.

        Santa María, Reina del cielo, NO PERMITAS de ninguna manera que soberbio y obcecado con mis pasiones, llegue a perder mi fabuloso destino eterno ¡Antes morir!


II. Mirar lo que hacen


        Poco conocemos de la vida en la Jerusalén celestial. Pues ni ojo vio, ni oído oyó, ni siquiera el hombre puede imaginar la radiante sorpresa que el Todopoderoso tiene preparada para sus escogidos a quienes quiere premiar (1 Cor. 2,9). Sabemos, sí, que el Rey eterno corona a los suyos (2 Tim. 4,8; 1 Cor. 9,25; Sant. 1,12; 1 Ped. 5,4) al recibirnos en su dichoso e inefable país; aunque desconozcamos cómo serán las coronas.

        Corona sin par la de Santa María. Mira con qué satisfacción su Hijo se la coloca. Con qué agradecimiento Nuestra Señora la recibe. Poderes excepcionales, omnipotencia suplicante, que Ella dedica a interceder por sus hijos aún peregrinos hacia la patria inmortal.

        Resuenan los cielos, como el rumor del oleaje, con los cánticos de los bienaventurados. Tal vez el culto a Dios, los salmos y laudes, tenemos por aburridos. Aquí en la tierra, para nuestro mérito, pueden serlo, en personas de menos nivel espiritual. Pero en el cielo, será todo lo contrario: con haber tantos otros placeres intensos, más que ninguno será el placer que por disposición de Dios, y consecuencia natural de la importancia de tal obra, se sienta al adorar, alabar y dar gracias a Dios Omnipotente, nuestro Padre bueno y amado.

 

* * *

        Dios mío y Señor mío. Yo TAMBIEN QUIERO UNIRME con mi pobre voz al coro excelso de la Iglesia triunfante. A los himnos y vítores por la coronación de Nuestra Señora y Madre mía.

        ¡GRACIAS, Señor, por la Madre que me has dado, y porque A MI MADRE LA HACES REINA de los hombres y de los ángeles!

        Santa María, ruega por nosotros. Que aprendamos a alabar a Dios y gustemos de hacerlo. Que en el rezo del oficio divino y del rosario, al hacer oración y oír misa, las palabras penetren y prendan en el corazón. Que el diálogo contigo y con mi Señor sea mi estímulo y consuelo, mi ilusión y mi premio.

 

III. Oír lo que dicen


        El primer acto del ser creado frente por frente a su Creador parece debe ser la reverencia. Mudo de asombro al ver la Majestad infinita, dirá postrado de rodillas: Dios y creador mío, yo te reconozco por Señor absoluto y universal; confieso que cuanto soy y tengo es tuyo; será para mí un honor y un placer cumplir en todo y siempre tu voluntad.
        Y volviendo la vista a sí, admirados y gozosos de cuanto han recibido, no podrán por menos los bienaventurados de prorrumpir en un continuo canto, jamás interrumpido, de agradecimiento. Te damos gracias, Señor Todopoderoso, por tus innumerables e inmensos beneficios. Finalmente, sentirán imperiosa necesidad de alabarle, de proclamar a toda la redondez del universo las excelencias de Dios, su grandeza y bondad.

        ¿Cómo no sería y seguirá siendo, la primera y más preciada entre todas, la adoración, acción de gracias y alabanza a Dios de su Hija, Esposa y Madre, Santa María? Una y otra vez se declarará esclava del Señor, pronta a que en Ella se realice su palabra.

        Y agradecerá haber sido subida desde la nada hasta la cumbre real de toda la creación, la más cercana al trono del Altísimo. Y su alegría sin límites se desbordará en el más sublime recital de las magnificencias divinas: “Magníficat anima mea Dominum”. La Iglesia triunfante, con su Reina a la cabeza, tampoco se olvida, como sabemos por el dogma, de interceder ante Dios por la Iglesia militante y la purgante.

 

* * *


        Reina del cielo y Reina mía, permíterne que de tu mano también yo cante a Dios CON Ml LENGUA Y MIS OBRAS, reconociendo y acatando en todo, reverente y obediente, su soberanía y disposiciones.

        Que archiagradecido a sus tantos beneficios conmigo, no cese de darle gracias. Que proclame y anuncie a cuantos me rodean, y a todos los hombres, la grandeza de mi Dios y mi Señor, sus maravillas, y la supermaravilla de su amor hacia nosotros.

        Por ti y contigo, Madre mía, que mi adoración, acción de gracias y alabanza, SEA TAMBIEN REPARACIÓN E INTERCESIÓN por los muchos ignorantes o desagradecidos, que se olvidan de Dios para seguir caminos de perdición. Amén.

 

 

 

 

27. MARÍA DE PENTECOSTÉS A LA ASUNCIÓN

Un misterio olvidado

 

Cumplida la Pasión, y habiendo tenido ya lugar la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés, María, la Madre de Dios, Corredentora ya y Santísima, aún se quedó en la tierra. Parecía natural entrase en el cielo con su Hijo, San José y los demás santos del Antiguo Testamento, pero es que además era Madre de la iglesia. ¿Cuáles fueron su misión maternal y ejemplos tan especiales, que le hicieron permaneciese aún años con los primeros cristianos? Bien merecen nuestra atención e imitación, junto con nuestro agradecimiento.

 

1. Madre sacrificada


        La abnegación maternal de la Virgen es una constante sublime, y admirable modelo en toda su vida, que llega a su cénit al pie de la Cruz. Había empezado ya en el mismo momento en que comenzó a ser Madre de Cristo, y como tal, Madre también de su Cuerpo místico, la Iglesia.

         Comienzo que fue el molesto viaje y servicio doméstico para ayudar a su prima Santa Isabel en la natividad de San Juan Bautista. Y cuando la Iglesia está ya nacida, aún persiste su dedicación total, hasta el punto de retrasar su coronación gloriosa en el cielo, a fin de prestarle sus últimos cuidados maternales en esta vida.

        Para penetrar en este sacrificio que le supuso el desempeño perfecto de su oficio de Madre nuestra, pensemos los deseos que tendría de irse a reunirse con su Hijo, y de gozar de Dios, Ella que como nadie le conocía, le amaba y merecía.

 

        Pero todo lo pospuso, ¡durante veinte años!, al cumplimiento pleno de la misión recibida de Cristo: “Ahí tienes a tu hijo”. Como si ya no hubiera hecho bastante.


                               * * *


        Madre admirable, más madre que ninguna, pues TU ABNEGACION MATERNAL ES LA MAYOR. Prueba que también tu amor por nosotros es superior al de cualquier otra madre.

        Ángel de mi guarda, ¡si llegase yo con tu asistencia, A CONVENCERME de este amor sin límites de mí Madre! Para agradecérselo sin cesar, para corresponder a él con mi entrega total a Cristo en sus manos, pues no es otro su deseo; para imitarla, como homenaje y muestra de amor.

        Imitarla particularmente LAS MUJERES en su abnegación maternal, ahora que el demonio quiere pervertirlas con sus halagos de independencia, de pasarlo bien, se trate de maternidad natural o sobrenatural, a la que no solamente las religiosas están llamadas.

        Imitarla TODOS en cumplir la misión encomendada por Dios, como cristianos: en la familia, trabajo, apostolado...

 

II. Madre oculta


        Si nos deja asombrados su abnegación hasta el fin, no es menor causa de admiración su humildad. De todos esos años, los de su mayor santidad, y por consiguiente inmenso tesoro de nuevos méritos y gracias para la Iglesia, no sabemos nada, ni tan siquiera de su dichoso tránsito al cielo.

        Ella misma proclamó diversas veces, en los momentos más significativos: “He aquí la esclava del Señor...Ha mirado la humildad de su esclava”.

        Humilde también en la plenitud y final de su vida. De este tiempo no cuentan nada de Ella los Hechos de los Apóstoles, ni sus cartas. Señal que en nada intervino públicamente.

        Esta vida oculta, segundo Nazaret, es otra corona más en su gloria sin par. Y el mismo Dios, su Hijo, la ha querido resaltar, precisamente silenciándola en los autores inspirados del Nuevo Testamento.

        Enseñándonos así, qué es lo más importante en la vida de la Iglesia. Humildad oculta que no excluye el hablar y entusiasmar con Cristo. Y se deduce de los Evangelios de San Lucas (c. 1 y 2; y 2,51) y San Juan (2,3-5; y todo su sentido profundo de la vida interior de Cristo), que debieron escuchar de labios de Santa María lo que guardaba en su corazón.


                               * * *

        Virgen prudentísima, ENSEÑAME A CALLAR. A callar ante los hombres y hablar ante Dios. Por el misterio de tu silencio.

        ¡Me es tan difícil aprender la humildad! Que viéndote a ti, allá, escondida en tu celda, en una casita blanca de Éfeso, con San Juan, según suponemos, consiga vencer Ml AMBICION INSACIABLE de cosas, de placeres, de fama, de vanidad y soberbia.

¡Qué absurdo que cuando Tú, Reina del Universo, vives de incógnito, pretenda yo subir sobre los demás, y ser reverenciado!

                Enséñame a hacer el bien sin focos de publicidad, ni siquiera con el reconocimiento a mis buenas obras. Mucho menos buscando la reverenda a mis limitadas cualidades, a mis imperfectas virtudes, a tanto oropel como me visto. Infinitamente más gozoso será participar, a tu lado, de la EXALTACION DE LOS HUMILDES por el poderoso brazo de Dios.

 

 

III. Madre orante

 

        Sin duda oraba siempre; en oración la sorprendió el Ángel Gabriel y en oración, por su oración recibieron el Espíritu Santo los Apóstoles. Si alguna virtud característica suya aparece en el Evangelio es esa. Oración son sus palabras al arcángel San Gabriel en la Anunciación. Oración, su saludo a Santa Isabel con el «Magníficat>’. Oración, su intervención en las bodas de Caná. Oración, su compañía a Cristo en el Calvario, el primer altar y sagrario. Oración, su reunión con los apóstoles en el Cenáculo, para rezar con insistencia (Hech. 1,14).

        ¡Qué no conseguiría la oración de la Virgen desde Éfeso (hoy Turquia) por la primitiva Iglesia!

        ¡Qué no conseguirá nuestra oración si la unimos a la suya!

        Porque es tanto su aprecio por la oración, que aun en el cielo sigue intercediendo por nosotros. Y nada menos que como Medianera universal, Madre de la divina gracia.

        Oración que para ser eficaz ha de estar acompañada, como Ella nos lo enseña,  de caridad abnegada y de humildad, sin prisa de tiempo, como tampoco la tuvo Ella de terminar su misión en la tierra.

        Oración que resulta -se dice pronto, pero lo es todo-: de poner la confianza en Dios, no en los hombres, y procurar agradarle a Él, sin importarnos las críticas injustificadas, pues Él es quien rige la vida y la historia.

* * *

 

++ “Virgen fiel, DAME FIDELIDAD a la oración. Puerta del cielo, ABREME la del Corazón de Jesús.

++ Madre purísima, concédeme LIMPIEZA DE CORAZON para que vea a Dios.

++ Auxilio de los cristianos, SOCÓRREME en las luchas contra el demonio, el mundo y la carne, pues solamente los victoriosos en ellas comerán del árbol de la vida (Apoc. 2,7).

++ Que así limpio y victorioso me alcances ver a Dios en la oración, tener entrada y FAMILIARIDAD con Cristo Eucaristía, alimentarme de sus frutos, pues Él es mi vida.

++ QUE APRENDA DE TI, como los
evangelistas, los misterios de Cristo y
su significación, para hacerlos mi luz y
mi alimento.

++QUE CONVIERTA CONTIGO mi vida en oración, y mi oración y sacrificio en apostolado fecundo: por las necesidades de mi familia, mi parroquia, mi diócesis, de la Iglesia toda. Amén.

 

 

 

28. MARÍA EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA DEL CONCILIO VATICANO II

 

        Me ha gustado mucho siempre, desde su promulgación, toda la Mariología del Concilio Vaticano II, en el Capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium. Es una síntesis bíblica-teológica-espiritual   insuperada, incluso por otros escritos papales o eclesiales. Por eso, para facilitar su lectura, me ha parecido oportuno, ponerla completa, para hacer una lectura piadosa y teológica sobre la santísima Virgen y su misión junto al Hijo.

        No me atrevía, lo consulté incluso con un amigo, porque yo no había visto publicado entero el Capítulo VIII en ningún libro de los leídos por mí. Hasta que me topé en mi propia biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, Madrid 1975, pag 61-65, que transcribe íntegro el documento.   

        Por eso me he ido al Vaticano II y he hecho lo mismo. Es una <lectio divina> estupenda sosegada, profunda, completa para unos días de meditación y estudio sobre la Virgen, sobre la elección  del Padre, sobre la pasión de Hijo, sobre  el fuego creador, la potencia de Amor del Espíritu Santo.

 

CAPÍTULO VIII

 

LA BIENAVENTURADA VIRGENMARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

 

1. PROEMIO

(La bienaventurada Virgen María en el Misterio de Cristo)

 

52. El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos (Gal 4, 4-5) «El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen» (Credo de la misa: Símbolo Niceno- Constantinopolitano).

        Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo, y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria «en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo» (Canon de la misa romana)

 

(La bienaventurada Virgen y la Iglesia)

 

53. En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con a todas las criaturas celestiales y terrenas.

        Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor  a que naciesen en la Iglesia los fieles, que «son miembros de aquella cabeza»(San Agustín, De s. virginitate 6: PL 40,399), por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

 

(Intención del Concilio)

 

54. Por eso, el sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el divino Redentor realiza la salvación, quiere aclarar cuidadosamente tanto la misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo místico como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no llevadas a una plena luz por el trabajo de los teólogos. «Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las Escuelas católicas sobre Aquella que en la santa Iglesia ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros».

 

II. OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

 

(La Madrede Dios en el Antiguo Testamento)

 

55. La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Venerable Tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación, y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos.

        Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15).

         Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Enmanuel (cf. Is 7,14; Mich 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.

 

(María en la anunciación)

 

56. El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que difundió en el mundo la vida misma que renueva todas las cosas.

        Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura .

        Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como llena de gracia (cf. Lc 1,28), y ella responde al enviado celestial: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

        Así, María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente.

        Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, «obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero» (San Ireneo, Adv. haer. III 22,4: PG 7,959; HARVEY, 2,123). 

        Por eso no pocos padres antiguos, en su predicación, gustosamente afirman: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe» (San Ireneo, ibid.; HARVEY, 2,124); y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes» (San Epifanio, Haer. 78,18:PG 42,728CD-729AB), y afirman con mayor frecuencia: «la muerte vino por Eva, por María la vida» (San Jerónimo, Epis. 22,21 PL 22,408) .

                    

(La Bienaventurada Virgeny el Niño Jesús)

 

57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal (Cf. Conc. Lateralense, año 649, can. 3: MANSI 10,11-51). Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. LC 2,45-58).

 

(La Bienaventurada Virgenen el ministerio público de Jesús)

 

58. En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio, durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo recibió las palabras con las que (cf. Lc 2,19 y 51), elevando el Reino de Dios por sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo! “(Jn 19,26-27) (Cf Pío XII, encl. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AA 35(1943) 247-248).

 

(La Bienaventurada Virgendespués de la ascensión)

59. Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés “perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este” (Act 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación.

        Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original (Cf Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1845: Acta Pío IX, P.616, DENZ. 1641(2803), terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte(Cf Pío XII, const. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950).

 

III. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

 

(María, esclava del Señor, en la obra de la redención

y de la santificación)

 

60. Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: “Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos” (1 Tim 2,5-6). Pero la misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

 

(Maternidad espiritual)

 

61. La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda eternidad cual Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

        Concibiendo a Cristo, engendrándolo,alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

(Mediadora)

 

62. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación (San Juan Damasceno, In dorm. B.V. Maríae hom. I: PG 96, 712 BC-713A).

        Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.

        Por eso la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos (Cf León XIII, enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AA 15 (1895-96) de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite, ni agregue (San Ambrosio, Epit. 63: PL 16,1218)  a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras, tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

        La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.

 

(María como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia)

 

63. La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia.

        La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (San Ambrosio, Expos. Lc. II 7. PL 15,1555). Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre(Cf PS.-PEDRO DAM., Serm. 63: PL 144, 861AB), pues creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber: los fieles a cuya generación y educación coopera con materno amor.

 

 

(Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia)

 

64. Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad (San Ambrosio, Expo. Lc II 7: PL 15, 1555)

 

 

(Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia)

 

 

65. Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes.

        La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo.

        Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

        La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad.

        Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.

        La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.

 

IV CULTO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA IGLESIA.

 

        66. María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas (Sub tuum praesidium).

        Especialmente desde el Sínodo de Éfeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso” (Lc 1,48).

        Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración que se rinde al Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1, 15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col 1, 19), sea mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.

 

Espíritu de la predicación y del culto

 

67. El sacrosanto Sínodo enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos (CONC. NICENO II, año 787: Mansi, 13, 378-379).

        Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios (Pío XII, mens. Radiof. 24 oct. 1954). Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad; eviten celosamente todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.

        Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

 

V. MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE

 

(Antecede con su luz al pueblo de Dios)

 

68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Petr 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.

 

(Que nos alcance formar un solo pueblo)

69. Ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos (Cf Pío XI. Enc. Ecclesiam Dei, 22 nov. 1923: AA 15(1923) 581); Pío XII, fulgens corona, 8 sep. 1953) con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios.

        Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristiano como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad.

        Todas y cada una de las cosas que en esta constitución dogmática han sido consignadas, han obtenido el placet de los Padres. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica a Nos confiada por Cristo, todo ello, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos, decretamos y estatuimos en el Espíritu Santo, y ordenamos que lo establecido por el Sínodo se promulgue para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 21 de noviembre de 1964.

Yo, PABLO, obispo de la Iglesia católica.

 

29. MEDITACIÓN: MAGNIFICAT: ESPIRITUALIDAD MARIANA DESDE EL MAGNIFICAT

(Meditación no elaborada, ni corregida ni aumentada)

 

1. «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lc1,46s).

 

Aquí vemos, hermanas, una de las actitudes esenciales d María, libre de pecado, que nos enseña mucho, pues es la acti tud testificadora de la Verdad, en la que estaba sumergida la San tísima Virgen. Adán pecó y originó el pecado en la humanidad: la rebelión contra Dios, por querer ser como Dios, sugestionado por el que es la mentira y la soberbia esencialmente. María, en cambio, en el momento de su mayor exaltación: Madre de Dios, sólo sabe proclamar la grandeza del Señor, glorificar al que es ci Autor de todas las obras grandes. Vemos, pues, a María, glorificando a Dios porque se ve salvada por El. Adán glorificó la mentira al aceptar la propuesta del padre de la mentira, Satán, y se alejó del ámbito de Dios. El pecado siempre es negación de la Verdad, Dios, y reafirmación de la mentira, Satán.

María se proclama criatura de Dios, necesitada de El, vinculada a El, por eso se regocija en Dios, su Salvador. Lo contrario a Adán, que no acepta el designio de su Creador sobre El, se separa de Dios al querer, engañado por Satán, glorificarse a sí mismo, llegando a ser como Dios. Dos caminos opuestos al alcance de toda criatura: el de la Verdad, que nos hace humildes reconociendo que sin Dios nada somos y nada podemos; y el de la mentira, que nos hace creer lo que no somos y lo que no podemos sin Dios, creyendo tocar el cielo con las manos, cuanto más alejados estamos de Dios, al situarnos en la mentira.

La enseñanza para nosotras, concepcionistas, es la de asimilar en nuestro espíritu la actitud humilde y glorificadora de María, nuestra Madre, que nos hace sentirnos salvadas por Dios, deudoras de Dios en todo lo que somos y hacemos. No trabajar por adquirir esta actitud de María es quedarnos situadas en la esencia del pecado original, que nos saca de la verdad y de la glorificación que debemos a nuestro Dios Creador y Padre, y, por lo mismo, nos sitúa en la actitud de Adán, engendradora del pecado, y nos hace pecar, revelarnos contra Dios y su designio creador sobre nosotras.

Y en este camino, hermanas, siempre que pecamos estamos frustrándonos, porque estamos activando la fuerza del pecado original que heredamos de Adán, haciendo crecer en nuestro interior su actitud pecadora que destruye el ser o vida divina que recibimos de Dios, generadora de paz y felicidad, de santidad. Cuando luchamos por liberarnos del pecado, estamos luchando por adquirir la actitud esencial de María, actitud que, por ser la de la libre de pecado, es la actitud libre de error; actitud de humildad, llamamos nosotras, porque está cargada de la verdad de Dios, que hace que le glorifique por su grandeza y santidad. Actitud propia del ser creado por Dios a su imagen y semejanza representado perfectamente por María, nuestra Madre Inmaculada.

Tenemos, por tanto, en María la auténtica actitud del que lucha contra la semilla de Satán, que es la mentira, el error, el pecado, la muerte, que todo esto trae consigo la propia glorificación. Por ello, cuando descubramos en nosotras dones del Señor, cuando a causa de las capacidades recibidas de El hagamos cosas relevantes o bien hechas, jamás busquemos las propias alabanzas, que sería caer en las trampas de Satanás, sino glorifiquemos con toda el alma al Señor, como María, sin que nos quede capacidad para el engrandecimiento propio, sino que todo nuestro ser proclame la grandeza del Señor; y, si no podemos ocultar esos dones de Dios después de haberlo procurado, regocijémonos en Dios nuestro Salvador, pues todo es de El y todo debe volver a El.

Y así hagamos que se cumpla en nosotras con toda fidelidad lo que canta el salmo: «No a nosotros, Yahvé, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria» (Sal 1 13b,1) porque sólo de El es cuanto contiene la tierra, y los bienes que recibimos de El son. Por tanto, como María, devolvamos a Dios lo que es de Dios: todo nuestro ser rendido glorificándole sólo a El. Pidamos a María este espíritu glorificador de Dios.

2. «Porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava»


Estremece a María que Dios haya puesto sus ojos en ella. Él, el Sadday, el Omnipotente, ha mirado su pequeñez y le ha hecho Madre del «Hijo del Altísimo» (Lc 1, 35). Ante este inefable misterio ella se percibe como es, pequeña, muy pequeña y todo su ser se convierte en alabanza al Poderoso que ha mirado su pequeñez. En cambio, Adán en el Paraíso, por no decir el pecado, prescinde del que le ha creado y busca su propia grandeza. El pecado desoye siempre a Dios y sigue la voz de la propia soberbia autosuficiencia que le dice: «Serás como Dios» (Gén 3,5).

        Buscamos ser más, o no someternos a Dios cuando pecamos. María, la que no conoce la senda del pecado, en la grandeza de la mater nidad divina que Dios le ha dado, se asombra de que Dios haya hecho eso con ella. Se asombra de la elección divina, y no encuentra más explicación que la de que Dios ha mirado su pequeñez, la pequeñez de su esclavita.

Como digo arriba, ésta es la senda del no pecado, el asombro agradecido, confiado, de entrega constante y amorosa que inclina todo su ser ante el proyecto de Dios, Señor soberano de todo lo creado, Autor de todo lo bueno. Asombro nacido de la conciencia de su realidad humana. Elia veía con claridad que sin Dios no hubiera sido nada, porque todo lo había recibido de El. Esta es la grandeza de María: proclamar a viva voz que todo lo había hecho Dios porque había mirado la pequeñez de su esclava, su nada vuelta hacia su Creador y Señor.

Es lo que le faltó a Adán. Adán fue creado por Dios también sin pecado, pero él, desoyendo la voz de la Verdad —Dios, que le había hablado—, escuchó y creyó la voz de la mentira —Satán—, y se metió por la senda del pecado. Su actitud fue de rebelión contra Dios porque no reconoció su pequeñez, sino que en la ocasión que se le presentó buscó su grandeza, en la que encontró su propia ruina, que es el fruto de entrar por la senda de la mentira, del pecado, de la independencia de Dios, de la soberbia. En definitiva, es la actitud de autoafirmación en lo que somos cuando nos apartamos de Dios: nada, pecado.

La actitud de todo ser humano creado a imagen y semejanza de Dios es la de María. Es la que nos conduce a Dios y a su felicidad. Es la actitud por antonomasia que debemos imitar en María las Concepcionistas. Actitud de asombro por haber sido elegidas por Dios, creadas y predestinadas por Dios (Rom 8,30), amadas por Dios con amor de predilección, electivo. Actitud de asombro de que Dios siga amándonos a pesar de nuestros pecados. Actitud de asombro de que Dios mire, siga mirando nuestra pequeñez para concedernos nuevas gracias de misericordia, de amor y perdón. Conciencia de que todo lo que somos y recibimos es del Creador, no nuestro, y de que, si queremos o pretendemos ignorar nuestra nada y pequeñez, nunca cantaremos la grandeza de Dios en lo que somos y hacemos, sino la grandeza de nuestra miseria y debilidad que terminará siempre en la propia frustración, en el propio pecado, diría en el ridículo.

Porque no hay persona que caiga más en el ridículo que la que se alaba a sí misma. Está fuera de sitio, fuera de la virtud. En cambio, está en la virtud y muy cerca de la verdadera conversión quien reconoce la propia pequeñez, pues será iluminada por el Señor para ver con claridad su mediocridad y la belleza de la santidad, para seguirla, para acoger con humilde corazón el proyecto creador y vocacional de Dios confiando en su gracia para vivirlo.

Pidamos a nuestra Madre Inmaculada que nos alcance del Señor esta actitud de autenticidad que rezuma verdad, que rezuma a Dios, porque es la verdad y es poner las cosas en su sitio. ¡El grande es sólo Dios! María en la plenitud de su santidad lo sabía, lo vivía, y así lo proclama. Si ella es grande, es porque Dios la ha hecho grande. Es la actitud, vuelvo a repetir, de la libre del pecado, la actitud del humilde, y, por lo tanto, libre de error.

Pues así hemos de ser para ser hijas suyas. No nos será difícil, pues, además de pequeñas en la virtud, somos pecadoras. Asombrémonos con María de nuestra elección, que no merecemos. Y aceptemos con ella lo que Dios ha hecho con nosotras; y, con María, entonemos con agradecimiento un cántico de amor y de alabanza al Creador, porque se ha dignado poner sus ojos en nuestra pequeñez y elegimos para El.

 

3. «Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Omnipotente, es santo su nombre»

María sigue proclamando su vinculación agradecida al Todopoderoso, por el que la llamarán bienaventurada todas las generaciones. Adán, en cambio, buscó su bienaventuranza, su felicidad en la materia, gustando, disfrutando de ella. «Comió del fruto prohibido» (Gén 3,17), y la tierra, la materia, se volvió contra él, porque había desobedecido al Creador de ella. María, aunque contrariada en sus deseos de pasar desapercibida en el pueblo de Israel, encontró su gozo en la aceptación del designio de Dios sobre ella, y allí encontró su bienaventuranza. En la santidad, en el rendimiento de su voluntad, no en la posesión de cosas, sino en la renuncia de su voluntad, encontró su gozo, y con alegría se entregó íntegra al cumplimiento del divino designio, experimentando y cantando su plenitud en ello.

María proclama que la llamarán bienaventurada todas las generaciones, no por lo que ella haría en el futuro sino por lo que Dios había hecho en su favor, el Omnipotente, el Santo. Y se gozó en su Nombre santo. Se gozó en Dios, no en lo que ya era ella: Madre de Dios. Se perdió en Dios, no en su grandeza maternal. Se olvidó de sí y entonó un canto de glorificación a la divina voluntad.

Recordemos que el Magníficat lo cantó María después de que le dijo su prima Isabel que era bienaventurada porque había creído que se cumplirían las cosas que se le habían dicho de parte del Señor, y María, recogiendo de labios de Santa Isabel esta profecía, cuyo autor era el Espíritu Santo, responde que si la llamarán bienaventurada las generaciones es por el Omnipotente, por lo que El se ha dignado hacer en ella. No sabe salir de Dios María, ni las alabanzas la pueden sacar. Ella queda vacía de sí misma y llena de Dios.

Las alabanzas no caben en ella porque el Verbo de Dios ocupaba todo su ser, y éste es su gozo: Dios y sus cosas, el Omnipotente que las ha hecho, y, a pesar de las alabanzas de Isabel, María deja las cosas en su sitio. Dios es Dios. Su nombre es santo, es el Omnipotente, es el que Es. Y ella es su sierva, su esclava, entregada con amor a su designio divino, con humildad y gozo infinito.

Esta ha de ser nuestra respuesta o actitud ante el designio de Dios sobre cada una de nosotras. Nos ha elegido para El, no porque seamos mejores que las demás, sino porque su nombre es santo, misericordioso. Porque nos ha amado con predilección sin nosotras merecerlo.

Nuestra respuesta ha de ser entregarnos con gozo al cumplimiento de sus designios sobre nosotras, con corazón humilde, proclamando su obra salvadora, redentora, a favor nuestro, sin quedarnos en nosotras, sino sólo en Dios. Viviendo desprendidas de la materia, no sujetas a las cosas, sino sólo en la cosas de Dios, y en Dios mismo, como María.

Vacías de la vanagloria, llenas sólo de Dios, en humildad, reconociendo que sólo Dios es santo, y nosotras quedándonos en nuestro sitio, sólo siervas de Dios, esclavas suyas en el desarrollo interno y externo de nuestra vocación. Reconociendo que todo lo que hay en nosotras es obra de la misericordia y omnipotencia de Dios, quedaremos vacías de nosotras mismas y con el corazón abierto a la obra santificadora del Espíritu.

Muy importante interiorizar este reconocimiento, que hagamos oración sobre ello, porque nuestro ser responde poco o casi nada al Ser divino; por eiio, ha tenido que desplegar Dios su amor, su omnipotencia y su misericordia para atraernos hacia El, día a día. Reconociendo así nuestra pequeñez, nuestra nada, agradecidas nos gozamos, como María, nuestra Madre, en Dios nuestro Salvador. Y nos sentiremos deudoras de El, porque ¡ha hecho tantas cosas a favor nuestro, nuestro Dios y Señor!

 

4. «Su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo; dispersó a los de corazón altanero»

 

María, nuestra Madre, recuerda la historia de su pueblo, testigo de las misericordias del Señor cuando ha caminado por las sendas de Dios. Nosotras recordamos hoy a Adán, al Adán de hoy, que se desliga de Dios, gloriándose de sus descubrimientos, de sus conquistas, de sus riquezas, de sus honores. Esto es el pecado, abocado a la ruina. En un momento pueden venir abajo sus conquistas, sus riquezas. No está en las cosas la seguridad, sino sólo en Dios que prolonga su estabilidad, su misericordia con los que le temen amorosamente, con los que reconocen lo que Dios es: ¡Todo!; el hombre: ¡nada! Pero el pecado piensa así, equivocadamente. Porque fuera de Dios sólo existe el error.

María, o el no pecado, desde su permanencia en Dios, contempla cómo Dios va llenando las generaciones de su gracia y sabiduría, de su inteligencia, en los que le aman y en los que no le aman, aunque ellos no lo entiendan, porque su misericordia y amor son eternos. Pero más en los que le aman y reconocen su poder y bondad. A éstos los llena de su sabiduría divina, les abre la inteligencia para más conocerle experimentalmente y en toda la creación. Les llena de su gracia, los acoge en su corazón. Todo esto lo contempla María desde su pequeñez, desde su humildad, que le acerca más íntimamente a Dios y al conocimiento de sus designios. Y se gloría de la potencia de su brazo con los que le aman.

Y contempla también cómo la potencia del Omnipotente se complace en lo pequeño, en el humilde, porque se complace en la verdad, no en la falsedad de la arrogancia humana, que terminará bajo la fuerza de su brazo poderoso, que arroja o dispersa a los de corazón altanero lejos de su ámbito de santidad.

María es la pequeña, la que canta su dependencia humilde con el Dios misericordioso que llena de gloria su alma. Así debemos cantar las concepcionistas y vivir nuestra dependencia de Dios, haciéndonos pequeñas frente a quien se quiera hacer grande; siendo humildes ante la prepotencia que tengamos a nuestro alrededor, y gloriándonos de nuestra pequeñez porque sólo Dios es grande, repito, reconociendo vitalmente con las obras esta realidad divina, porque es en lo que se complace Dios, ya que es la verdad, y es lo que nos acerca a El, no la soberbia, no el orgullo, no la envidia de los que hacen grandes cosas, de quien tenga más cosas, sino la vivencia de la esencia de nuestro ser, que es la pequeñez, y es la que nos acerca al Esencial, al Dios misericordioso.


5. «Derribó a los potentados de sus tronos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías»

Continúa María cantando la historia de su Pueblo y las consecuencias que trajo para el mismo su arrogancia y soberbia. Fue la historia también de Adán que arrodilló su corazón ante Satán en el paraíso, ya que «al llegar a ser como Dios» sería dueño de todo. Adoró la mentira, que era el mismo Satán. Es lo que adora el hombre de hoy al adorar el poder y la ambición.

María, desde su corazón humilde, adora la fidelidad de Yahvé con ios humildes que se sacian de sus bienes. María es la pobre de Yahvé que se gloría de no tener nada para recibirlo todo de la fidelidad y del amor de Dios que abre sus tesoros a los humildes. Expresa aquí María su actitud real de despojo de todo lo que no sea Dios, despojo afectivo y efectivo de los bienes materiales y espirituales.

Entendemos, hermanas, que este despojo espiritual, esta experiencia gozosa de sentirse pequeña, muy pequeña ante Dios, vacía, muy vacía de deseos ante Dios para llenarse de su fidelidad y amor, es una reverberación de la existencia de Dios en ella, de su Ser divino en la criatura que no abriga más deseos que los deseos de su Dios, que se gloría en ser pequeña para Ilenarse de la grandeza de su Dios. Más aún, que se goza en ser pequeña, para necesitar de su Dios, de la fidelidad de su Dios, de su amor y lealtad, de su bondad con los humildes de corazón.

En este canto, María nos abre su alma llena de la luz de Dios, llena de Dios mismo, y deja que Dios mismo se haga canto en su boca para decirnos que a los pobres, a los humildes los colma de bienes y despide a los ricos con las manos vacías. Llena de su Ser divino a los humildes que reconocen y cantan la grandeza del que es Eternidad, Autor y Creador de todo lo bueno, Bien infinito que tiende a comunicarse, a darse a los que abren su corazón vacío de cosas a la liberalidad amorosa y divina de su Dios, que se gozan de poseer sólo a Dios. En cambio, deja vacíos de su trascendencia divina a los que están llenos de ambiciones terrenas, encadenado su corazón a las riquezas de la tierra.

Esta revelación del Ser divino, como criatura, sólo la pudo cantar la Unica que fue libre del pecado, sin experiencia de desorden, no atrapada por el mal. Que sólo tuvo experiencia de Dios, de su santidad, de la forma de existencia de Dios, o modo de ser. Que fue muy cercana a Dios y a su modo de pensar, al ser ella purísima, espiritual, santísima, fiel, establecida en la Verdad, en la Inmutabilidad, en Dios eternidad, y por ello siempre fue llevada por el espíritu de Dios. Y la cantó para nosotras para que pensemos como Dios piensa, y para que amemos lo que Dios ama: la humildad y a los humildes, la pobreza y a los despojados, a los que están vacíos de vicios, pero llenos de virtudes, llenos de Dios.

Nosotras entendemos poco de estas grandezas divinas, pero podemos contemplarlas, adorarlas y amarlas, como María, desde nuestra pequeñez, y cantarlas como ella, deseando vivir en Dios y de Dios. No desear tener ningún deseo, para que seamos llenas de los deseos de Dios. Desear estar muy vacías de las cosas terrenas para que nos llene Dios de su amor deseable, fiel, eterno, inefable.

Pidamos a nuestra Madre Inmaculada que así como ella supo tan perfectamente ocupar su puesto y supo vivir pequeña ante Dios, porque lo era de verdad, así a nosotras nos alcance del Señor vivir pequeñas en su presencia, humildes delante de los demás. Que nos enseñe a no prosternamos ante las cosas, ante la ambición y grandezas humanas. Que nos enseñe a no adorar la mentira de Satán y las apariencias falsas de santidad. Que, en fin, nos llene de su espíritu empapado, rebosante de Dios, para que nos convirtamos en un canto de amor a Dios que lo revele, como ella lo hizo.


6. «Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había anunciado a nuestros padres a favor de Abrahán y su linaje por ios siglos» (Lc 1,54s)

 

María canta, por fin, la gloria de la fidelidad de Dios, la gloria de estar cerca de su Dios por su misericordia que se acuerda de lo anunciado a Abraham, de la palabra dada a los que creen y esperan en El. Por el contrario, Adán creyó a Satán más que a Dios y a su fidelidad con El. Se apegó a lo efímero, y el premio fue su destrucción espiritual y moral, y aun material; su incredulidad le alejó de Dios y le metió en el pecado, en el reino de las tinieblas.

        María, en cambio, sabiendo que el Esencial es invisible, ajeno a poseer nada, esperó despojada sólo en Dios, y el premio fue ser acogida por El. Así lo entendió ella en su maternidad divina. Canta que había engendrado a Dios contemplando en ello la acogida de Dios a su pueblo, según le prometió a Abraham. Y en su pueblo se sintió acogida ella también. Así lo canta: «Acogió a Israel, su siervo». Y, como consecuencia de esta fidelidad de Dios, María se veía hecha Madre del Altísimo, y esta misericordia del Señor desborda su alma de gozo y de paz.

Tan profunda fue su fe, su amor, su culto a la fidelidad de Dios, que entonó mayor grandeza para su pequeñez —ser acogida por la fidelidad de Dios— que ser elegida por El para las grandes cosas que había hecho en ella. Estimó mayor grandeza ser acreedora de la misericordia de Dios que de su propia grandeza maternal. Se sintió más acogida de Dios por ser descendiente de Abraham, a quien acoge la fidelidad de Yahvé, que por los méritos de su fiel esclava. En una palabra, hermanas, María, nuestra Madre, lo que canta en su Magníficat es su pequeñez, el esencial despojo de sí misma, ante la obra grandiosa que Dios ha hecho a favor de su pueblo, aunque haya sido ella, como hija de Abraham, la elegida donde Dios ha demostrado su fidelidad a las promesas hechas a Israel.

Como vemos, hermanas, María sólo sabe moverse en Dios, no sabe salir de Dios. Le es imposible. Porque antes había salido de sí misma. ¿Qué nos dice a nosotras, concepcionistas, hijas suyas, hijas de este espíritu íntegramente libre del pecado, despojado del mal, que manifiesta claramente la imagen y semejanza de Dios? Nos dice, resumiendo todos estos días de Ejercicios espirituales concepcionistas, que, asumiendo nuestra realidad ante Dios, es decir reconociéndonos nada en su presencia convencidamente y, consecuentemente vaciando de nuestra realidad humana toda la soberbia y desorden que tenernos, apareceremos ante Dios pequeñas y seremos acogidas por El con entrañas de misericordia, análogamente a como fue acogida nuestra Madre Inmaculada. Y si nos hacemos y aparecemos pequeñas también ante nuestras Hermanas, si somos humildes, viviremos sin duda la imagen y semejanza de Dios, porque cimentaremos nuestra vida en la verdad.

Cimentaremos en la verdad, si somos humildes, los compromisos de nuestra consagración monástica, nuestros votos de obediencia, castidad y pobreza o despojo concepcionista; nuestra clausura o búsqueda de Dios; nuestra oración nuestra alabanza divina. Haciéndonos pequeñas, humildes, cimentaremos en la autenticidad nuestra mortificación y vida d penitencia; nuestro amor a Dios y nuestro amor fraterno; cimentaremos en la verdad nuestra fe y la vivencia de nuestro propio carisma.

En cambio, si no nos hacemos humildes, si no nos establecernos en la verdad, la soberbia o espíritu desordenado de Adán, atravesará nuestro ser haciéndonos desear grandezas, ambiciones. Nos hará prescindir de Dios en muchas ocasiones de nuestras ocupaciones. Desoyendo su voz de santidad, nos hará buscar en las cosas la propia satisfacción y felicidad; nos hará orgullosas gloriándonos de nuestras capacidades o de las propias obras de nuestras manos. Nos hará prosternar, no ante la grandeza de Dios, sino ante los triunfos que nos puede ofrecer la propia honra buscando fama y aplausos humanos en nuestro obrar. Nos hará creer más en la eficacia de las cosas y del propio esfuerzo que en la fidelidad y amor de Dios que da su gracia a los humildes para llevarlas a cabo. Nos hará insensibles al amor de las hermanas, a sus necesidades, a su modo de ser.

Por tanto, hermanas, además de los propósitos que hayamos hecho en estos Ejercicios, saquemos fundamentalmente el de reconocer nuestra pequeñez delante de Dios y de las hermanas, admitiendo humildemente que conozcan nuestra pequeñez, que cuesta más, gloriándonos de ello, para agradar más a Dios; aceptando con paz que se conozcan asimismo nuestros errores y fallos, y que nos los digan en corrección fraterna, para que lo que resplandezca en nuestra vida sea todo y sólo obra de Dios a imitación de nuestra Madre Inmaculada, y seamos así más fácilmente imagen santa de Dios quitando el desorden de nuestra vida.

Verdaderamente, hermanas, que fue la soberbia la causa del pecado, porque aquí tenemos a María. Ella misma se hace un retrato en su Magníficat y lo cimienta en la verdad, que no sé por qué la llamamos humildad. Su nombre verdadero es reconocimiento de la verdad, que nos lleva al conocimiento de Dios, Causa de todo lo bello y bueno que existe. Quien tiene esta virtud de reconocimiento de la verdad canta como María su pequeñez y sólo sabe gloriarse en Dios su Salvador y Señor. Esta es María, la conocedora de Dios y de sus deudas con Dios, cuyo Nombre es santo.

Si la imitamos, comportándonos como somos, muy pequeñas delante de Dios y de las hermanas, habremos dado el puntillazo mortal a nuestro egoísmo y a nuestro deseo de salirnos de la verdad buscando ser algo o alguien delante de los demás. Nos habremos liberado de lo falso y de la mentira, de todo lo que no es estar en Dios, y con ello habremos conseguido nuestra mayor grandeza, la grandeza a que nos lleva el desarrollo de nuestras raíces: la santidad, y, en consecuencia, ser agradables a los ojos de Dios. Habremos conseguido que nos mire y nos acoja como a María, nuestra Madre, y así seremos de verdad fecundas para la Iglesia, porque Dios podrá hacer cosas grandes desde nuestra pequeñez.

Si no empezamos por aquí, estamos fuera de sitio, habremos perdido el tiempo y fracasado en nuestra vocación concepcionista. Tenemos que situarnos en la verdad, y mirarnos desde Dios, y vernos como somos: nada, insignificantes, pequeñas ante .l, y así tendremos la fuerza de Dios, porque estaremos en El al estar en la verdad. Ciertamente no os puedo desear ni me puedo desear mayor bien que la grandeza de hacernos pequeñas, porque así lo sintamos y deseemos; será prueba de que hemos captado la verdad de Dios.

Es una gran iluminación, sin duda, lo que os estoy y me estoy deseando: la gran iluminación de situarnos en la verdad, en Dios, de donde nos sacó el pecado. Podemos rechazar esta verdad, pero el mal lo palparemos nosotras aquí y en la eternidad. Situémonos en la luz, en la verdad; será el mejor broche de oro que pongamos a estos Ejercicios y a nuestra vida. Lo repito tantas veces porque necesitamos a fondo quitar el lastre de la soberbia que nos atenaza y nos aleja de Dios.

No podremos de otro modo ser concepcionistas, porque precisamente es la espiritualidad que exige vivir lo que estamos reflexionando, que está llamada a vivir la pureza de la sin pecado ¡María! Que es decir estar con ella en Dios, sin querer movernos fuera de Dios porque entendamos que es el supremo valor en nuestra vida, por el que debemos luchar para conseguirlo. Que lleguemos a entender con todo nuestro ser, como María, que Dios es Dios, y nosotras sólo somos sus criaturas, pequeñas criaturas suyas que reciben de El el «ser» y el «hacer».

Que así nos conceda nuestra Madre sentirnos pequeñas ante las demás, y como ella las sirvamos con todo nuestro ser, como nuestra ocupación preferida, así como ella lo hizo con su prima Santa Isabel, para que, en todo momento, proclamemos con júbilo y autenticidad el gozo de sentirnos inmersas en Dios nuestro Salvador, único bien deseable sobre todas las cosas.

Hermanas, ojalá sea éste el fruto de estos Ejercicios: salir de  ellos afianzadas fuertemente en la virtud de la humildad, porque por aquí empezaremos a desandar el camino del desorden, del pecado, de la ruptura con Dios, y nos remontaremos hacia la cumbre de la santidad, hacia la cima del Monte santo de la Concepción, que para eso somos hijas suyas y ella nos tiene por tales. Que nuestra gloria sea parecernos a ella, como lo fue la de nuestra Madre Santa Beatriz, y por alcanzarlo dejó toda la vacuidad del mundo y honra.

Termino recomendándonos, una vez más, el reconocimiento de nuestra pequeñez, y que nos preguntemos cada vez que seamos soberbias en nuestra mente, en nuestro corazón y comportamiento: ¿Cómo nos mirará Dios? ¿Podrá poner El sus ojos en nosotras con agrado?, ¿cómo nos mirará nuestra Madre Inmaculada? ¿Con pena? ¡Qué fracaso de vida! ¡Oh, si lo supiéramos...!

Vamos, pues, a situarnos en nuestro sitio siendo pequeñas, humildes, para que Dios sea grande en nosotras y nos acoja en su misericordia, y su fidelidad nos santifique, nos haga conformes a la imagen de su Hijo, seamos imagen y semejanza de Dios, muy unidas a nuestras raíces: Padre, Hijo y Espíritu Santo, para su gloria. Amén.

 

 

 

 

30. MEDITACIÓN SOBRE LAS BODAS DE CANÁ

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        Sólo en tres ocasiones de vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas en Caná. S. Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

        S. Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. S. Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

        Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

        Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

        La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena.

        Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras clave para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: «mujer». Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María mujer, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

        ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenemos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.      

        Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos, que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre. Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida. La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a Maria se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

        Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz. No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas. En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”(Jn 2, 10).

        El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

        Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

        Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena. Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.

        María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaúm.

        Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.        En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

        Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

        En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que sellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

        Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro esta la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos»(RM 21).

        En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión). Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

        En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria.

        Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

        Las palabras de María a los camareros “Haced lo que El os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Son las últimas palabras, que nos llegan de ella por la pluma de los evangelistas. Pero sería un tanto superficial tenerlas por tales sólo por esta circunstancia. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

        Si en el fondo de esta descripción de la bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo.     De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

        Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

31. CREDO MARIANO

 

1.- Creo que el Fiat de María señaló el inicio de la era cristiana, fue el ejemplar original de todo cristiano que cree, de todo cristiano que se abre a Dios.

En un tiempo como el nuestro, invadido por movimientos de liberación, es hermoso y conmovedor descubrir que Dios dio principio a la era cristiana escogiendo a una mujer, una mujer hebrea.

En el evangelio de Lucas—y también en sus Hechos de los Apóstoles— el iniciador es el Espíritu Santo; Él es el guía divino que traza el camino de Jesús en el mundo, sobre la cruz.

El Fiat de María es fe que se expresa y, a la vez, fe que se concibe. Creyendo en el Espíritu, ella se hizo Madre del Hijo de Dios, viviendo por El y para El. Mejor noble meta no se nos pudo ofrecer.

 

2.- Creo que el Fiat de María la introdujo en lo más vivo de la obra salvadora de Cristo. Madre del Siervo doliente de Yahvé, también ella fue implicada en el dolor, en el sufrir y en la gloria que acompañan al amor que se entrega.

He aquí la Sierva del Señor —dijo María—. La criada, la sierva que engendró al hijo siervo, el siervo doliente de Yahvé llamado a sacrificar la propia vida por los pecados de muchos.

El anciano Simeón (el hombre justo y dócil a Dios), habló abiertamente del hijo siervo que el profeta Isaías (42, 6) había llamado luz reveladora para los gentiles y gloria para su pueblo, Israel (Lc. 2, 32). Sin embargo, Simeón no habló de la pasión del siervo de Yahvé sino de María doliente con El. Asociada a la misión del Hijo, fue conducida por el mismo camino de la Cruz y, como El, anonadada en completa entrega.El camino de la Cruz del siervo de Yahvé fue también el camino recorrido por la Madre. Es nuestro mismo camino, pues somos hermanas y hermanos suyos.

 

3.- Creo, que a la disponibilidad de María para con Dios le acompañó su apertura a las necesidades del prójimo: aquella de Isabel, de los jóvenes esposos de Caná, de Cristo sobre la Cruz, de la Iglesia naciente.

El Siervo, hijo de María, «no había venido —como El dijo— para ser servido, sino para servir, para dar su vida en rescate por muchos» (Mc. 10, 45). También María ha venido para servir. Su Fiat a Dios encontró respuesta en el Fiat al prójimo. Su «hágase» fue oído por las voces que repetían con lágrimas su petición de ayuda. ¿Tenía Isabel necesidad de ella? Vedla llegar, sola, ansiosa, veloz en sus pasos. ¿Tenían necesidad de ella los jóvenes esposos de Caná? Fue la primera en darse cuenta de su situación e intervino. ¿La buscaba su hijo en el Calvario? Allí estaba. En el miedo, en la alegría, en la confusión que siguieron al viernes santo y al domingo de pascua ella estaba junto a los demás: para condividir, para ayudar, para ser ayudada.

 

4.—Creo que el sí continuo de María a Dios y al prójimo es la expresión viviente de la radical ausencia de pecado en ella. Por eso la llamamos Inmaculada Concepción.

Si el pecado es romper la comunión, es separación del hombre de Dios su Padre, es división de los propios semejantes, indisponibilidad a aceptar a Dios como padre, a aceptar al prójimo como hermana o hermano. La ausencia de pecado en María no es un atributo negativo, ni la separa de la condición humana, sino más bien lo contrario. Ausencia de pecado es apertura ilimitada a Dios, a su amor, a sus designios, a sus solicitudes, y es también disponibilidad para advertir las laceraciones y necesidades de cuantos sufren y piden ayuda. La ausencia total de pecado, la Inmaculada Concepción de María, no es un foso abierto entre ella y su prójimo, sino un puente echado entre María y cuantos viven en la necesidad.

 

5.- Creo que la Asunción de María, como la resurrección de Cristo, nos es garantía y esperanza de que el amor es de verdad más fuerte que la muerte.

«El amor es más fuerte que la muerte». ¿Es acaso un sueño de los poetas o el sentido evangélico de la realidad? El amor de los padres engendra vida; el amor modela la vida en su nacer y la hace crecer y madurar. El amor llega a empujar la vida más allá de la rendición declarada de la ciencia médica. Según el evangelista Juan, el amor es vivir, no morir nunca. Jesús murió amando porque había amado, para amar más aún. Por eso pasó a vida más intensa.

María participó de la vida del Hijo. También para ella la muerte fue tránsito hacia una vida en plenitud. Vivir, para ella, era amar; su morir era ya un encontrarse en la vida. Su condición será la nuestra.

6.- Creo que María, en cuanto Madre de Cristo, plasmó largamente la personalidad y el ambiente en que creció Cristo.

«No es él el carpintero, el hijo de María?» (Mc. 6, 3). ¿No posee, acaso, la dulzura de su Madre? Su sensibilidad, su solicitud por los otros, su imaginación poética, su intuición diríamos son dotes femeninas. Su disponibilidad en el servir —no tenía quizá un modelo delante de los ojos?— ¿Qué decir del empuje de su amor, de sus atenciones? ¿Es tal vez sólo un don recibido de lo alto? ¿Y la sencillez con que sabía acercarse a la mujer, a toda tipo de mujer, y cómo era capaz de amarlas? ¿Lo aprendió por caso en la Sinagoga? ¿No fue una mujer en cambio su primera y mejor maestra, una mamá, su Madre?

7.- Creo que María no es solamente un modelo, un ideal lejano, sino una persona viva, extraordinariamente amable.

«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá...» (Jn. 2, 25). Jesús vive, sus apóstoles viven, sus discípulos viven. María vive, de vida humana, gloriosa, en la plenitud de la vida; María no es sólo un modelo, un simple ideal, una meta lejana, una cosa, sino una mujer resplandeciente en la gloría del Hijo del Padre, de un Hijo —parece cosa imposible de creer— que es también su Hijo.

¡Esto, oh Señor, creo; socorre Tú mi incredulidad!

Fr. Neal M. Flanagan, de los Siervos de María

 

 

54. MARIA Y LA RESURRECCIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1. Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección»  La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.
        Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.
        Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por Dios» (Hch 10,41), es decir a los Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Hch 4,33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús.

        Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: “Id avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10). Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

2. Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua.

        San Pablo recuerda una aparición “a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Co 15,6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas. ¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1,14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?
3. Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y por tanto, más firmes en la fe.

        En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf Jn 20,17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

        Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

        Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo .a su madre. En efecto, Ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio Carmen pascale, 5,35 7-3 64: CSEL 10,14 Os).

 

3. Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con Él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también Ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes Santo (cf. Jo 19,25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf Hch 1,14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

        En el tiempo pascual la comunidad cristiana dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina caeli lactare. Alleluia». «Reina del cielo alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús prolongando en el tiempo el «Alégrate!»; que le dirigió el ángel en la Anunciación para que se convirtiera en «causa de alegría» para la humanidad entera.

(Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996, n. 2: «LOsservatore Romano», edición en lengua española, 5 de abril de 1996, p. 3).

 

 

 

32. LA DICHA DE LA INMACULADA: VER A DIOS

LLENA DE GRACIA ES EL NOMBRE QUE MARÍA TIENE A LOS OJOS DE DIOS

 

MADRID, domingo 4 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Blas Rivera Balboa, profesor de la Universidad de Jaén, de su Seminario mayor diocesano, y agregado a la Facultad de Teología de la Cartuja de Granada, propone una lectura actual de la Inmaculada Concepción de María, advocación con la que España la honra como patrona. Publicado en la revista Ephemerides Mariologicae, en Madrid, ofrecemos aquí un extracto de los pasajes más significativos del artículo aparecido en el vol. 61 (2011) 211-224, titulado:"Esos tus ojos misericordiosos". La mirada de María.

 

*****

Blas Rivera Balboa

 

María y Dios: un cruce de miradas en la historia de la salvación

 

Este cruce de miradas se expresa en las palabras del Magníficat: «porque ha mirado la pequeñez de su sierva..., ha hecho en mí cosas grandes aquel que es Poderoso» (Lc 1,48-49). Dios se convierte así en mirada creadora y misericordiosa.

Es creadora porque la transforma y engrandece, de tal forma que «de ahora en adelante me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48). La creación se ha convertido de esa manera en cruce de miradas. Ha fijado Dios sus ojos en María, poniendo en ella su fuerza y su ternura. María se descubre así mirada, transformada, enriquecida y liberada por la gracia de unos ojos que la contemplan con amor: María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: «se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,47).

Esta mirada de Dios desvela su grandeza creadora: ha creado a los hombres para poder mirarles y complacerse en ellos. Dios ha fijado sus ojos en María, el Creador se contempla en ella. Habiendo Dios creado al hombre a su semejanza, le llama por su gracia a salir de la desemejanza del pecado, para encontrar su camino que desemboca en la visión divina. Es el pecado de origen, momento en el que la criatura da la espalda al rostro del Creador, lo que impide al hombre contemplarlo. En efecto, con la caída el hombre perdió su semejanza con Dios (Gn 1, 26), su lugar original. Pues bien, María ya no tiene que esconderse en el jardín, como los hombres han hecho descubriendo la vergüenza de su desnudez pecadora, desde Adán y Eva (cf. Gn 3, 7-11).María mantiene la mirada, y manteniéndola, en un gesto de amor y transparencia, responde ante el misterio de Dios diciendo en plena libertad: «He aquí la sierva del Señor» (Lc 1,38). Por eso, María ha respondido, sosteniendo la mirada: «ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso» (Lc 1,49).

María se descubre así mirada por la gracia de unos ojos que la contemplan con misericordia. La propia bula Ineffabilis Deus recoge estas mismas ideas desde su inicio, recordando que María es el inicio de la «primitiva obra de la misericordia» de Dios (n. l). Reconoce lo mucho grande que Dios hace en ella. María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: «se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,47). De la misma manera que Dios se había manifestado en ella mirando su pequeñez, María descubre la mano de Dios en la historia. Hizo un canto de bendición a Dios, en el que reconoce que todo lo bueno viene de Dios.

De igual modo que Dios se había manifestado en ella mirando su pequeñez, María descubre la mano de Dios en la historia cuando los poderosos caen y los empobrecidos son levantados. María cree que Dios echa abajo a los grandes y poderosos, mientras que levanta a la gente sencilla, los humildes de la tierra; colma de bienes a los pobres, mientras que a los ricos los deja «con las manos vacías». Ella comprende que los planes de Dios son completamente al revés de los planes del mundo. María ve a Dios en estos actos y se alegra por ello. Al elegirla, Dios está prefiriendo a los pobres. María representa el clamor y la esperanza de los sencillos que ponen su corazón en el Señor. Por eso se sabe llena María, por eso se atreve a profetizar que todos los siglos la llamarán bienaventurada, porque ha sido mirada por Dios.

María se siente envuelta por la mirada de Dios, que pone sus ojos en los humildes y en los pobres (cf. Lc 1, 47-56). El Dios experimentado por la Virgen María no es un Dios indiferente al sufrimiento y humillación humana, no vuelve el rostro ante la injusticia y la violencia contra los indefensos, sino un Dios que «mira» la humillación y opresión de su pueblo.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios

El Salmo 24 se formula la pregunta: «¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?» (Sal 24,3); o lo que es lo mismo: ¿quién puede estar en la presencia de Dios?, ¿qué condiciones hay que tener para poder gozar de la compañía del Señor?, ¿quién puede contemplar a Dios? Y el mismo Salmo responde: «El que tiene manos limpias y puro corazón» (Sal 24,4).

Pureza de corazón y visión de Dios son términos correlativos de la Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios» (Mt 5,8); pero el término «visión» no se refiere a una simple mirada pasiva de espectador, sino a la gracia de ser admitido a la presencia de Dios: «Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 Pe 1, 4) y de la Vida eterna (cf. Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf. Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria»2.

 

La Bienaventurada VirgenMaría, limpia de corazón, ve a Dios             

 

La Virgen Maríaes el espejo de las bienaventuranzas y del perfecto seguimiento de Jesús. La fidelidad plena a la palabra de Dios, en cada momento de su vida, es la causa de su bienaventuranza. No es bienaventurada simplemente por ser la madre del Mesías sino porque ha escuchado la palabra de Dios y la ha puesta en práctica (Lc.11, 28). Su vida entera es una floración de las bienaventuranzas.

El evangelio nos habla de las bienaventuranzas (Mt. 5,3-12): dichosos los sufridos, los pobres, los mansos, los humildes; todas estas cualidades están presentes en María.Todas las generaciones la bendicen y la llaman bienaventurada.

La Virgen Maríaha sido la persona humana más limpia de corazón, a la que Dios ha hallado digna no sólo de admitirla en su presencia, sino de hacerla santuario de su presencia, Madre de su Hijo eterno, Jesucristo. En la Anunciación, el ángel Gabriel le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Su pureza de corazón y su plenitud de gracia le permiten que el Señor la llene con su presencia personal: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dio; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,30-31). María acoge en su propio seno al Hijo de Dios.

La presencia divina, por obra del Espíritu Santo, la llena desde dentro: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). María lleva dentro de sí al Santo de los santos; no sólo puede estar en presencia de Dios, sino que lo contempla amorosamente dentro de sus entrañas maternales. La limpieza de corazón en María ha dado como fruto la maternidad divina y la maternidad eclesial: «La Virgen María al recibir la Palabra con corazón limpio, mereció concebirla en su seño virginal, y al dar a luz a su Hijo, preparó el nacimiento de la Iglesia»3.

A Dios nadie lo ha visto jamás (Jn. 1,18): La invisibilidad de Dios.

La expresión ver a Dios cara a cara es frecuente en el Antiguo Testamento. Jacob dijo haber visto a Dios cara a cara cuando luchó con el ángel: Jacob llamó el nombre de aquel lugar Penuel, diciendo: «Porque vi a Dios cara a cara y salí con vida» (Gn. 32, 31). Moisés también dice que lo vio, cuando en otra ocasión Dios le había dicho: «No podrás ver mi rostro, porque el hombre no puede ver a Dios y vivir» (Ex. 33, 20). No es que mate la vista de Dios, sino que El vive en otra dimensión a la que hay que pasar por la muerte. El conocimiento natural de Dios en esta vida no es inmediato ni intuitivo, sino mediato y abstracto, pues lo alcanzamos por medio del conocimiento de las criaturas. Por tanto, esas visiones se referían a visiones a través de figuras y de imágenes, lo que San Pablo llama visión mediata, oscura y parcial. A ésta contrapone el Apóstol la que tendremos cuando venga el fin; a la que él llama visión cara a cara.

A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia “la visión beatífica”5.

«Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, nadie verá a Dios y seguirá viviendo, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios [...] porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios»6.

La felicidad del cielo implica la unión con Dios por el amor, un amor mucho más intenso que en la tierra, ya que lo veremos cara a cara; allí sí que cumpliremos a la perfección el mandato del amor: con todo el corazón, con toda el alma, toda la mente7. La caridad, el amor de Dios, como explica San Pablo, no decaerá nunca: allí los bienaventurados amarán a Dios, pero no creerán en Él, porque ya no necesitan la fe, sino que ven a Dios cara a cara; ni habrá esperanza, porque los bienaventurados poseerán a Dios, que es el objeto de la esperanza8. De ahí que el misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invite a reflexionar sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Ángeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.

 

La fe, comienzo de la vida eterna. María: «Dichosa la que ha creído»

 

La pureza de corazón es don de Dios. Por eso, la pureza de corazón es, ante todo, la pureza de la fe. Por eso, María es bienaventurada porque ha creído.

La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Cor 13,12), «tal cual es» (1 Jn. 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna9: «Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como reflejadas en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día»10.

El misterio de la Inmaculada Concepción no sólo hace alusión exclusiva a la obra de Dios en María, a la preservación de toda mancha de pecado original y personal, sino que es, además, la celebración de la fidelidad guardada por María a la gracia de Dios a lo largo de toda su vida. Nació a esta vida mortal siendo desde el primer instante inmaculada, hija de la luz y nació a la vida eterna habiendo conservado encendida su lámpara. María es ejemplo por sus virtudes personales, «la cual refulge como modelo de virtudes ante toda la comunidad de los elegidos»11. La insistencia en la fe de la santísima Virgen tiene la finalidad de confirmar su condición de redimida, no fijada aún en la visión beatífica, sino partícipe todavía del “status viae”, en el que la existencia cristiana está caracterizada por la fe, junto con las otras virtudes teologales12.

 

Del peregrinaje de la fe a la visión beatífica: María contempla el rostro de Dios cara a cara.

El Concilio Vaticano II asocia la santidad a la inmaculada: “Nada tiene de extraño que entre los santos padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva creatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como “llena de gracia” (LG 56). A lo que el papa Juan Pablo II añade: «Preservada libre de toda mancha de pecado original (LG. 59), la hermosa Virgen de Nazaret no podía quedarse como las demás personas en estado de muerte hasta el fin de los tiempos. La ausencia del pecado original y la santidad, perfecta ya desde el primer momento de su vida, pedían para la Madre de Dios la completa glorificación de su alma y de su cuerpo» 13.

Solamente la esperanza de la transfiguración total en Dios, en un eterno cara a cara con él, es lo que enciende la chispa de la certeza. Esa esperanza, fundada en la fidelidad de Dios a su palabra, es por consiguiente motivo de aliento supremo. María es su “gran señal”, que asegura nuestra esperanza y confirma nuestro aliento. No sólo “es imagen y comienzo de la iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la edad futura” (LG 68) sino que desde la gloria de los cielos en donde ha sido coronada como reina, “se cuida con caridad maternal de los hermanos de su Hijo” para que, superando las pruebas de la vida, puedan alcanzarla “en la patria bienaventurada” (LG 62)14.

33. LA VISITA A SANTA ISABEL


1. EL CAMINO


La narración de la visita a Sta. Isabel está íntimamente relacionada con la Anunciación. En todas las anunciaciones se le da un signo al vidente, para que por sus propios sentidos corporales pueda fortalecer el asentimiento prestado por la fe. El ángel le ha dado un signo a María: la maternidad de Isabel. Esta es la razón que le impulsa a María a ponerse en camino para comprobar el signo. «En aquellos días María se levantó y se encaminó presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39).

Nada se nos dice del viaje de María de Nazaret a la montaña donde habita Isabel. Algunos detalles podemos conjeturarlos por las costumbres de la época. Solían juntarse en grupos, que iban de un pueblo a otro, siguiendo la ruta trazada. Era conveniente para librarse del ataque de ladrones o malhechores, que asaltaban a los caminantes. María tuvo que unirse a uno de esos grupos, porque era impensable, que una mujer pudiera hacer el camino ella sola. Abundaban en estas rutas los grupos de comerciantes, que llevaban sus productos de un lugar a otro.

Obtenido el permiso de sus padres y de S. José, al que ya está prometida, María emprende el camino. Como persona humana se fía de la palabra del ángel, pero es de suponer que a ratos le asaltase la idea de que, si Isabel no estaba en el sexto mes, ella habría padecido una ilusión. Se agarraba a la palabra de Dios y mantenía su promesa, pero las nubecihas de la duda no desaparecían del horizonte de su conciencia. No duda, pero tenía que luchar para no dudar. Sus noches en las posadas serían momentos de descanso, pero también de lucha. Le urgía llegar a la casa de su prima.


2. EL ENCUENTRO


            Cuando llegó, el alma se le iluminó y un chon’o de alegría saltó desde lo más profundo de su ser. Si hasta ahora creía por la fe, ahora los sentidos le confirman que la palabra del ángel era en realidad palabra de Dios. El Magnificat es la expresión de ese gozo y alegría incontenibles. La visitación es como una nueva revelación de Dios que le aclara a María el sentido del reinado de su Hijo anunciado por Gabriel. Escribe Juan Pablo II: «Pero. más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: «De donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías» (RM 12).

El encuentro de María con su prima Isabel es considerado por algunos autores como un «Pre-pentecostés». En efecto, con la bajada del Espíritu Santo sobre la Iglesia primitiva se opera un cambio espectacular en ella. Todos quedan inundados de una fuerza nueva que les llena de alegría y les impulsa a anunciar la salvación. Puede decirse, que eso mismo acontece en casa de Zacarías. Isabel y María se llenan del Espíritu Santo, el Bautista queda santificado en el seno de su madre y tanto Isabel como María anuncian la salvación: «Bendita tú y bendito el fruto de tu vientre». «Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha hecho en mi las cosas maravillosas».


3. ARCA DE LA ALIANZA


Cuando la exégesis actual compara la narración de la visitación lucana con la descripción que el Antiguo Testamento (2 Sam 6,1-16; 1 Cr.15, 25ss) hace del traslado del Arca de la Alianza, descubre un gran paralelismo entre las dos narraciones. No es aventurado suponer, que para S. Lucas María es la nueva y definitiva Arca de la alianza de Dios con los hombres. Hay que tener en cuenta de entrada, que Lucas considera la encarnación al estilo de la consagración de la tienda de reunión., que describe así el autor del Éxodo: «Entonces la Nube cubrió la Tienda de reunión, y la gloria de Yahvé llenó el tabernáculo. Moisés no pudo ya entrar en la Tienda de reunión, porque la Nube moraba sobre ella, y la gloria de Yahvé henchía el Tabernáculo)> (40, 34 s). La Nube es un signo de la presencia de Dios. También en el Tabor bajó la nube y de ella salió la voz del Padre. La gloria de Dios designa la persona divina que ha santificado la tienda con su presencia. En la Anunciación a María la cubre la sombra del espíritu, por eso lo que nacerá de ella será el santo, el Hijo de Dios (Lc 1, 35). Así María queda convertida en el nuevo Tabernáculo de la presencia salvadora de Dios entre los hombres.

Tienda y Arca vienen a ser equivalentes, porque las dos son signos del Dios liberador en medio del pueblo. Nada tiene de extraño que Lucas, para presentar a María como la Portadora de Dios, la describa como el Arca de la nueva Alianza. Ante ella danza Juan Bautista, como David ante el Arca. Isabel la aclama, está unos tres meses en casa de Zacarías como el Arca en casa de Obed Edom, y también la casa de Zacarías se llena de bendiciones.

Un obispo, nacido a mediados del siglo iv y llamado Máximo de Turmn, comentaba con estas palabras la relación de María con el Arca de la alianza: (<Lleno de gozo (David) se entregó a la danza. El, en efecto, veía con espíritu profético que María, su descendiente, sería asociada al tálamo de Cristo, y por eso dijo: Saldrá corno esposo de su tálamo (Sal 18, 6). (...). Pero digamos qué es el arca sino Santa María, pues si el arca contenía las tablas del testamento, María llevó en su seno al heredero del testamento. Aquélla encerraba en su interior la ley, ésta guardaba el Evangelio. Aquélla tenía la palabra de Dios, ésta el Verbo mismo. Además, si el arca resplandecía por dentro y por fuera por el color del oro, Santa María brillaba interior y exteriormente por e]. resplandor de la virginidad. Aquella estaba adornada con oro terrenal, ésta con el oro celestial» (Sermón 42, 5).

 

 LA MADRE DE DIOS

 

Nunca en el Nuevo Testamento se le da a María el nombre de «Madre de Dios». Los autores del Nuevo Testamento prefieren llamarla la madre de Jesús. S. Lucas pone en labios de Isabel el título: «La Madre de mi Señor». Tanto este título como el de Madre de Jesús expresan el carácter divino de su maternidad.

El título de «Madre de Dios» tiene su origen en el siglo iii. Esta presente en la oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita». La firmeza con la que se admitía este título en el siglo iv queda reflejada ¡ en este párrafo de S. Gregorio Nacianceno (s. IV): «Si alguno no cree que Santa María es Madre de Dios, se separa de la divinidad. Si alguno afirma que, Cristo solamente pasó a través de la Virgen, como a través de un canal, y niega que El haya sido formado dentro de ella de un modo divino, pues fue sin intervención del hombre, y de un modo humano, o sea según las leyes de la gestación, ese tal es así mismo impío. Si alguno afirma que se formó primero el hombre y que sólo después éste se revistió de la divinidad, también éste ha de ser condenado. Ello, efectivamente, no sería una generación de Dios, sino una negación de la generación. Si alguno introduce el concepto de dos hijos, uno de Dios Padre y otro de la madre, y no de uno solo e idéntico Hijo, sea ese tal privado de la adopción filial prometida a quienes profesan la fe ortodoxa» (Carta 101 a Celedonio).

Cuando se puso en tela de juicio la maternidad divina de María el Concilio de Éfeso (431) lo definió solemnemente: «No nació primero un hombre vulgar de la Virgen, al que descendió después el Verbo; sino que unido a la carne en el mismo seno se dice engendrado según la carne, estimando Como propia la generación de su carne... Por esto los santos Padres no dudaron en llamar a la santa Virgen Madre de Dios, no en el sentido de que la naturaleza del Verbo o su divinidad hayan tenido su origen de la Virgen santa, sino porque tomó de ella el sagrado cuerpo perfecto por el alma inteligente, al cual, unido, según la hipóstasis, el Verbo de Dios se dice nacido según la carne». La tradición ha sido Unánime en profesar, como algo fundamental para la fe, la maternidad divina de María.

La teología ha reconocido dos generaciones en Jesucristo.
S. Agustín lo expresaba gráficamente: «Caso único, El nació del Padre sin madre, de la madre sin padre: sin madre como Dios, sin padre como hombre; sin madre antes de los tiempos, sin padre en la plenitud de los tiempos» (Comentario al Evangelio de S. Juan 8, 8). En Cuanto Dios, ha sido engendrado desde toda la eternidad. En Cuanto hombre, ha sido engendrado en el tiempo por el Espíritu en María. En la generaCión eterna es evidente que María no ha tenido parte, sino sólo en la humana. Ello no obsta para reconocer que María es verdadera madre de Dios, porque la maternidad es una relación con la persona. Ahora bien, la persona que nace de María es la del Hijo de Dios.

La maternidad divina de María es el hecho central de su misterio. Todo en ella está relacionado con esta prerrogativa singular y única. No porque así tuviera que ser, sino porque quiso Dios ayudar a la mujer, que había de ser la madre de su Hijo, con dones y gracias especiales.

Por eso todos los privilegios marianos tienen un trasfondo cristológico. que les da su consistencia. Cristo es la razón de ser de su Concepción Inmaculada, de su virginidad perpetua, de su Asunción a los cielos, etc.

María, por su condición de madre de Dios, está situada en el centro mismo de la Historia de la salvación. S. Pablo lo da a entender en la carta a los Gálatas (4,4ss): «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva». Según este texto, es el Padre el que decide salvar al hombre y escoge para ello el camino de la encarnación. En la plenitud de los tiempos envía a su Hijo, para que asuma la carne irredenta de Adán en el seno de una mujer. Así se hace solidario y hermano de los hombres, para liberarlos del pecado y ofrecerles la posibilidad de llegar a ser hijos adoptivos de Dios. 5. Pablo no cita explícitamente a María, pero es evidente, que ella, y sólo ella, puede ser la mujer aludida por el apóstol. La maternidad divina de María es la garantía de que el Verbo se encarnó y redimió a los hombres.

Por eso en el misterio de Cristo María es pieza clave para su comprensión. Pablo VI lo afirmó en el Concilio Vatica-no II: «Y el conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia». (Discurso en la clausura de la 3a sesión, 23).

 

 

34. MARÍA, LA POBRE DE YAHVÉ

 

María, como el soldado, espera que Dios le señale el camino para echar a andar. Aquí comienza su difícil y dolorosa peregrinación en la fe.

En el canto del Magnificat descubre las razones de su audacia, y canta al Dios Señor de la historia, que con su brazo poderoso dispersa a los poderosos y enaltece a los pobres.


EL MAGNIFICAT


          Muchos son los problemas que tiene planteados este canto entre los especialistas modernos acerca de su composición, su autor, etc. Considero que todos ellos caen más allá de los horizontes de este libro. Por eso, los dejamos de lado.

S. Lucas ha puesto este canto en labios de María, porque en él se recogen bellamente los sentimientos, que ella tuvo al comprobar el signo del embarazo de su prima, que el ángel le había dado en la anunciación. Ahora veía ella con los ojos corporales, que para Dios no hay nada imposible, porque el seno de la estéril se ha vuelto fecundo.

A poco que se le compare con los salmos, se ve claramente que el Magnificat es un cosido de trozos de salmos, que María habría rezado muchas veces en casa y en la sinagoga. Era habitual entre los israelitas memorizar salmos. El mayor parecido lo tiene con el canto de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-0).

El Magnificat es un canto al misterio de la encarnación. Brota del alma exultante de María, llena de gozo, cuando comprueba en casa de Isabel, que en sí misma se ha cumplido la promesa de Dios al pueblo de Israel. El Salvador está ya en medio del pueblo, porque tiene la certeza absoluta de que ella lo lleva en su seno. María interpreta la encarnación en clave liberadora. Para ello se coloca entre los «pobres», que esperaban ansiosos la llegada de ese día.

Es el pregón de las fiestas liberadoras, entonado por la joven aldeana de Nazaret, que se siente plenamente madre del Salvador: «Engrandece mi alma al Señor y mi Espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo,
y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón, Derribó del trono a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, Como había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre» (Lc 1, 46-55)

Se puede dividir este canto en dos partes. La primera comprende los versículos 46-50. La segunda del 51 al 55, aunque el versículo 50 en su segunda mitad entra ya en comparación con el versículo 51: los soberbios y los humildes.

Primera parte

 

a) El Magnificat es modelo perfecto de la oración cristiana. De hecho tanto la Iglesia occidental como la oriental lo recitan todos los días en el oficio litúrgico. Comienza con un acto de fe en la grandeza de Dios y reconoce su acción extraordinaria en María, por puro amor. Este reconocimiento produce en ella un sentimiento de gratitud y alabanza. El Magnificat es ante todo un canto de acción de gracias. Sugieren algunos comentaristas que la Iglesia primitiva, humilde y arraigada preferentemente en las clases pobres, se sentiría identificada con esta oración mariana. En el corazón de María bulle una doble alegría. La mesiánica, es decir, aquélla a la que, siguiendo la línea de los profetas, le había invitado el ángel en el saludo de la anunciación. Es la alegría que brota de la liberación tan esperada a lo largo de los siglos. Además, María se alegra también con una alegría humana. La comprobación del signo dado por el ángel ha desterrado de su interior toda posible duda o tentación de incertidumbre acerca de su maternidad. Como toda mujer madre por primera vez se alegra de llevar un hijo en sus entrañas. Esta alegría humana es el fundamento de la alegría mesiánica.

b) María vive su fe y alegría en conexión con su pueblo. De él recibió la fe y la alegría en la promesa, de la que el pueblo era garante. Ella ahora se las devuelve en la promesa cumplida. «Dios ha hecho en mí las cosas grandes». A la luz del Deuteronomio (10, 21-22) las obras grandes de Dios —«las maravillas»— son la elección de Abraham, la liberación de Egipto, la conquista de la tierra prometida, etc, como signos de la predilección de Dios por el pueblo. Todas aquellas obras maravillosas eran realidad y profecía. Realidad, porque efectivamente eran hechos ciertos, que jalonaban la historia del pueblo, y profecía, porque anunciaban la liberación definitiva por medio del Mesías. La encamación es el cumplimiento de lo que significaban aquellas gestas gloriosas. María así lo canta en medio de la comunidad israelita.

 

c) Como motivo de esa alegría la certeza de la fidelidad de Dios para con ella y para con todo el pueblo de Israel. La palabra del ángel se había cumplido en ella, como le asegura la maternidad de su prima Isabel. Pero al mismo tiempo su propia maternidad mesiánica es el cumplimiento de las promesas de Dios al pueblo. Lo dice ella al final del canto: «Acogió a Israel, su siervo acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre». María en la visitación está cierta de la fidelidad de Dios no sólo por la fe, sino también por la propia experiencia.


          d) El encuentro de María con su prima Isabel viene a ser como una nueva revelación de Dios. No en el sentido de que se le comuniquen nuevas verdades, sino más bien, porque, con las palabras de Isabel y su maternidad, se le aclara el mensaje del ángel en la anunciación. Por eso el Magnificat es un nuevo acto de fe de María en respuesta a la nueva revelación. «Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magnificat. En el saludo, Isabel había llamado antes a María «bendita» por el «fruto de su vientre, y luego «feliz» por su fe (cf. Lc 1, 42-45). Estas dos bendiciones se referían al momento de la anunciación. Después, en la visitación, cuando el saludo de Isabel da testimonio de aquel momento culminante, la fe de María adquiere una nueva conciencia y una nueva expresión. Lo que en el momento de la anunciación permanecía oculto en la profundidad de la «obediencia de la fe», se diría que ahora se manifiesta como una llama del espíritu clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión de su fe, en que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación poética de todo su ser hacia Dios. En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre» (RM 36).


           e) Este momento de exultación no ha cambiado lo más mínimo el aprecio que María tiene de su persona. Si en la anunciación se consideró la esclava del Señor, ahora se tiene por una esclava pequeña. «Miró la pequeñez, el desvalimiento, la incapacidad, de su esclava» Se diría, que el reconocimiento de la grandeza de la obra de Dios en ella, la hace sentirse más pequeña. Es una muestra evidente del equilibrio humano de María. Sabe reconocer en su grandeza la obra de Dios y agradecérselo, atribuyéndoselo todo a El, y al mismo tiempo descubre también su pequeñez.

S. Beda, el venerable (672-735) en su comentario al Magnificat escribe: «Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: su nombre es santo. No se atribuye nada a sus méritos, sino que toda su grandeza se la refiere a la libre donación de aquél que es por esencia poderoso y grande, y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes. Muy acertadamente añade:
Su nombre es santo, para que los que entonces la oían y todos aquellos, a los que habían de llegar sus palabras, comprendieran que la fe y el recurso a este nombre habría de procurarles, también a ellos, una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación» (Homilías, libro 1, 4).

 

«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada».


Con estas palabras María profetiza aquí su alabanza como reconocimiento de la obra salvadora, que Dios ha realizado en ella en favor de todos los hombres.

 

 

Segunda parte


Está construida sobre la base de una oposición de términos: los soberbios — los que temen a Dios; los potentados — los humildes; los ricos — los hambrientos. Existe un parecido muy grande entre estos tipos opuestos y los que presenta Jesús en su oración. «Escondiste estas cosas a los sabios e inteligentes y se las revelaste a los pequeños» (Mt 11, 25). María comienza con la misma contraposición los orgullosos y los que temen a Dios. Y como ejemplo de los orgullosos son los potentados y los ricachones.
Maria canta la liberación de los pobres. Hay en ella una visión profunda de la historia de su pueblo y del estilo de Dios revelado en sus hechos. Anticipa las bienaventuranzas con una intuición, que le nace de su trato personal con Dios. La recitación de los salmos y la meditación del Antiguo Testamento le han llevado a ese conocimiento. La acción de Dios es para salvar y ejercer misericordia. Dios nunca va en contra de nadie. Ama también al pecador y al injusto. La salvación entra a veces en conflicto con los poderosos, cuando ellos quieren seguir explotando al pobre y al desvalido. Dios se compromete con los pobres, en cuanto defiende sus derechos y denuncia las injusticias, de que son víctimas.

Se cierra el canto con una referencia al pueblo de Israel, al que llama siervo. También podría traducirse la palabra griega «pais» por niño. El Israel siervo o niño es el Israel de la fidelidad y de la humildad. Viene a indicarnos, que sólo con esa actitud espiritual Dios puede ser recibido por el hombre. María pertenece a ese pueblo, y es en ella donde se realiza el cumplimiento de las promesas. El Hijo de María es la respuesta de Dios a las aspiraciones de los que temen a Dios, de los oprimidos de la sociedad, del pueblo de Israel. Este es el pregón que María lanza al mundo.


 EL DIOS DEL MAGNIFICAT


Porque el Magnificat es retrato espiritual de Maria podemos descubrir en él cómo es el Dios en que ella cree. Lo descubrimos a través de los títulos con los que ella se dirige a Dios.

Hay términos que le sitúan a Dios en el plano de la trascendencia: ((Señor», ((Dios», ((Santo es nombre». Los judíos tenían una certeza absoluta del dominio de Dios sobre todas las cosas, porque El las había creado, sin que nada se opusiera al imperio de su voz, como bellamente lo canta el capítulo primero del Génesis. Además, este Dios, dominador de todas las cosas creadas, es el que rige los destinos de la historia. Todo esto es lo que contiene el término ((Señor». María era heredera de esta tradición multisecular del pueblo.

Los salmos han cantado este dominio de Dios reiteradamente. «Dios» indica la trascendencia y la unicidad de Dios. Dos conceptos muy claros en la fe de Israel. Luchó contra toda idolatría y confesó siempre la unicidad de Dios. Yahvé es el único Dios de toda la tierra. Además, este Dios no se mezcla con la materia. Hasta estaba prohibida toda representación de Dios, para evitar el peligro de la idolatría. Este es el contenido de la palabra «Dios».

Pero el Dios trascendente y único no es un Dios lejano. Vive en medio del pueblo. La santidad de Dios crea en el judío un cierto temor de acercarse a él. El judío piadoso se siente pecador y por reverencia ni siquiera invoca el nombre de Dios, porque es hacerle presente. Pero, al mismo tiempo ese Dios santo vive en medio dl pueblo y signos de su presencia son el Arca de la Alianza y el Templo de Jerusalén. Una expresión de esta presencia reconfortante es este himno de Isaías: «Yo te alabo, Yahvé, pues aunque te airaste contra mí, se ha calmado tu ira, y me has compadecido.

He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yahvé es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación, Sacaréis aguas con gozo de los hontanares de la salvación, y diréis aquel día: Dad gracias a Yahvé, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre. Cantad a Yahvé, porque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, qué grande es en medio de ti el Santo de Israel».(Is 12, 1-6)

María invoca también a Dios como «Salvador». Estamos en el plano de la misericordia. El Señor es el que salva con entrañas de misericordia. Su salvación ahora se concreta en Cristo, como salvador de todos los hombres. Miró a María, recibió a Israel Cumpliendo su promesa. El Dios trascendente no es lejano, sino próximo al hombre. Entra en contacto con él para salvarlo. Este es el mensaje central del evangelio de la infancia. María entra en contacto con esa salvación y anuncia al mundo, con gran alegría, la liberación que ya está presente.

Otro nombre con el cual María invoca a Dios es el de «Poderoso». En el versículo del Magnificat este título tiene una referencia clara con las obras maravillosas hechas en María. Ahora bien, estas obras están hechas a favor de los hombres. Dios salvando es todopoderoso, se compromete con el hombre, para que éste pueda realizar su destino eterno. La gran obra de Dios no es la creación, sino la encamación redentora. Por eso en ella Dios, al mismo tiempo que manifiesta su poder, revela también su amor. Así se lo decía Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo, para que el que cree en él no perezca sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).

Se cierra el Magníficat con un recuerdo a la fidelidad de Dios. Lo nuevo acaecido en María es el cumplimiento de lo que Dios había prometido y lo que la descendencia de Abraham ha estado esperando a lo largo de toda la historia. Cuando Dios se acuerda de algo, es para cumplir lo prometido. Dios le dijo a Noé: «Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de alianza entre yo y la tierra. Cuando yo anuble de nubes la tierra, entonces se verá el arco en las nubes, y me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros y toda’ alma viviente y toda carne que existe sobre la tierra» (Gen 9, 12-16).

 

 

 EL RETRATO ESPIRITUAL DE MARÍA


          El corazón de María está lleno de la alabanza de Dios. Le es fácil referirlo todo a él. Como a Jesús, el alma se le pone en oración de alabanza y acción de gracias, cuando descubre la acción de Dios en su propia vida, o en la vida de los demás. Siente la fuerza del poder de Dios. Antes de la encarnación creía en él. Ahora lo ha experimentado y sabe que para él nada hay imposible, como prueba la maternidad de su prima y su concepción virginal. El Dios, que hizo el mundo de la nada y llevó, como Señor de la historia, las riendas del pueblo de Israel, es un Dios poderoso y fuerte. No quedará defraudado quien se fíe de su palabra.

Canta la liberación de los pobres y hay en ella una profunda visión de la historia de su pueblo y del estilo de Dios revelado en sus acontecimientos. Escribe Juan Pablo II: «María está profundamente impregnada del espíritu de los «pobres de Yahvé», que en la oración de los Salmos esperaban de Dios su salvación, poniendo en él toda su confianza» RM 37).

Su esperanza no tiene límites. Como 5. Pablo podía decir: sé de quién me he fiado y sé que no fallará. Dios no se olvida de la palabra dada y está siempre dispuesto a echar una mano a quien no le pone trabas. Protege y ama a los que le temen y se acogen a su providencia.

En ella la verdad es la humildad y viceversa. No se antepone a nadie, porque todo lo refiere a Dios, pero no niega lo que Dios, porque él lo ha querido, ha realizado en ella. Maravillosa expresión de equilibrio, entre la vanidad que entontece al hombre y la ignorancia de quien cree que ser humilde es cerrar los ojos a la realidad.

 

 

17.8. EL MAGNIFICAT ORACIÓN DE LA IGLESIA

 

En la era del ecumenismo el Magnificat tiene una fuerza especial. Es la oración, con la que se identifican todas las Iglesias cristianas y con la que oramos en común en asambleas y congresos. Porque el Magnificat es un canto a la encamación redentora y al amor de Dios. <(En el Magnificat, escribe Juan Pablo II, la Iglesia encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad o de la poca fe en Dios>) (RM 37).

Ya en la edad media era costumbre cantar el Magnificat a la hora de las vísperas. Lo justificaba de esta manera 5. Beda el venerable: «Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de la alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encamación del Señor enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en la solidez de la virtud. Y ello precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa por el trabajo y las múltiples ocupaciones del día, al llegar el tiempo del reposo, vuelva a encontrar el recogimiento y la paz del espíritu» (Homilías, Libro 1, 4).

El Magnificat le recuerda cada día a la Iglesia que, así como Dios se comprometió con los humildes y sencillos para defender sus derechos y librarlos de la opresión injusta de los potentados, también ella debe comprometerse en el mismo sentido por aquellos que no tienen voz o no pueden usarla.

35 MARÍA, PEREGRINA DE LA FE


35.1. BIENAVENTURADA, LA QUE CREYÓ

Dos veces en el evangelio de 5. Lucas se le da a María un nombre nuevo. Y las dos desde lo alto. La primera el ángel en la anunciación la llama ((llena de gracia». La segunda el Espíritu Santo, por boca de Isabel, la llama «la que creyó». Con estos dos nombres se define todo el ser de María. El nombre del ángel designa los dones gratuitos que Dios concede a María, para que pueda realizar la vocación a la que es llamada. Con el nombre de Isabel se indica la respuesta de María a esa vocación. ((En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: «Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras se pueden poner junto al apelativo «llena de gracia» del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque «ha creído». La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don (RM 12).

 

 EN EL ROSTRO DE MARÍA PODEMOS PERCIBIR REALMENTE LA LUZ DIVINA       

 

Homilía de Benedido XVI en la misa en la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María en la parroquia de Santo Toribio de Villanueva, Castelgandolfo (15-8-2006)

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:

En el Magníficat, el gran canto de la Virgen que acabamos de escuchar en el evangelio, encontramos unas palabras sorprendentes. María dice: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones». La Madre del Señor profetiza ¡as alabanzas marianas de la Iglesia para todo el futuro, la devoción mariana del pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. Al alabar a María, la Iglesia no ha inventado algo «ajeno» a la Escritura: ha respondido a esta profecía hecha por María en aquella hora de gracia.

        Y estas palabras de María no eran sólo palabras personales, tal vez arbitrarias. Como dice San Lucas, Isabel había exclamado, llena de Espíritu Santo: «Dichosa la que ha creído». Y María, también llena de Espíritu Santo, continúa y completa lo que dijo Isabel, afirmando: «Me felicitarán todas las generaciones». Es una auténtica profecía, inspirada por el Espíritu Santo, y la Iglesia, al venerar a María, responde a un mandato del Espíritu Santo, cumple un deber.

 

No alabamos suficientemente a Dios si no alabamos a sus santos.

 

Nosotros no alabamos suficientemente a Dios si no alabamos a sus santos, sobre todo a la «Santa» que se convirtió en su morada en la tierra, María. La luz sencilla y multiforme de Dios sólo se nos manifiesta en su variedad y riqueza en el rostro de los santos, que son el verdadero espejo de su luz. Y precisamente viendo el rostro de María podemos ver mejor que de otras maneras la belleza de Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos percibir realmente la luz divina.

«Me felicitarán todas las generaciones». Nosotros podemos alabar a María, venerar a María, porque es «feliz», feliz para siempre. Y éste es el contenido de esta fiesta. Feliz porque está unida a Dios, porque vive con Dios y en Dios. El Señor, en la víspera de su Pasión, al despedirse de los suyos, dijo: «Voy a prepara- ros una morada en la gran casa del Padre. Porque en la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14, 2). María, al decir: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», preparó aquí en la tierra la morada para Dios; con cuerpo y alma se transformó en su morada, y así abrió la tierra al cielo.

 

María es la verdadera Arca de la Alianza

 

San Lucas, en el pasaje evangélico que acabamos de escuchar, nos da a entender de diversas maneras que María es la verdadera Arca de la alianza, que el misterio del lemplo —la morada de Dios aquí en la tierra— se realizó en María. En María Dios habita realmente, está presente aquí en la tierra. María se convierte en su tienda. Los que desean todas las culturas, es decir, que Dios habite entre nosotros, se realiza aquí. San Agustín dice: «Antes de concebir al Señor en su cuerpo, ya lo había concebido en su alma». Había dado al Señor el espacio de su alma y así se convirtió realmente en el verdadero Templo donde Dios se en— carnó, donde Dios se hizo presente en esta tierra.

Al ser la morada de Dios en la tierra, ya está preparada en ella su morada eterna, ya está preparada esa morada para siempre. Y este es todo el contenido del dogma de la Asunción de María a la gloria del cielo en cuerpo y alma, expresado aquí en estas palabras. María es «feliz» porque se ha convertido —totalmente, con cuerpo y alma, y para siempre— en la morada del Señor. Si esto es verdad, María no sólo nos invita a la admiración, a la veneración; además, nos guía, nos señala el camino de la vida, nos muestra cómo podemos llegar a ser felices, a encontrar el camino de la felicidad.

Escuchemos una vez más las palabras de Isabel, que se completan en el Magníficat de María: «Dichosa la que ha creído». El acto primero y fundamental para transformarse en morada de Dios y encontrar así la felicidad definitiva es creer, es la fe en Dios, en el Dios que se manifestó en Jesucristo y que se nos revela en la palabra divina de la Sagrada Escritura.

Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe en que Dios existe, no es una información como otras. Muchas informaciones no nos importa si son verdaderas o falsas, pues no cambian nuestra vida. Pero, si Dios no existe, la vida es vacía, el futuro es vacío. En cambio, si Dios existe, todo cambia, la vida es luz, nuestro futuro es luz y tenemos una orientación para saber cómo vivir.

 

Creer constituye la orientación fundamental de nuestra vida

 

Por eso, creer constituye la orientación fundamental de nuestra vida. Creer, decir: «Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el Hijo encarnado estás presente entre nosotros», orienta mi vida, me impulsa a adherirme a Dios, a unirme a Dios y a encontrar así el lugar donde vivir, y el modo como debo vivir. Y creer no es sólo una forma de pensamiento, una idea; como he dicho, es una acción, una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la senda señalada por la palabra de Dios.

        María, además de este acto fundamental de la fe, que es un acto existencial, una toma de posición para toda la vida, añade estas palabras: <<su misericordia llega a todos los que le temen de generación en generación». Con toda la Escritura, habla del «temor de Dios». Tal vez conocemos poco esta palabra, o no nos gusta mucho. Pero el «temor de Dios» no es angustia, es algo muy diferente. Como hijos, no tenemos miedo del Padre, pero tenemos temor de Dios, la preocupación por no destruir el amor sobre el que está construida nuestra vida. Temor de Dios es el sentido de responsabilidad que debemos tener; responsabilidad por la porción del mundo que se nos ha encomendado en nuestra vida; responsabilidad de administrar bien esta parte del mundo y de la historia que somos nosotros, contribuyendo así a la auténtica edificación del mundo, a la victoria del bien y de la paz.

        «Me felicitarán todas las generaciones»: esto quiere decir que el futuro, el porvenir, pertenece a Dios, está en las manos de Dios, es decir, que Dios vence. Y no vence el dragón, tan fuerte, del que habla hoy la primera lectura: el dragón que es la representación de todas las fuerzas de la violencia del mundo. Parecen invencibles, pero María nos dice que no son invencibles. La Mujer, como nos muestran la primera lectura y el evangelio, es más fuerte porque Dios es más fuerte.

        Ciertamente, en comparación con el dragón, tan armado, esta Mujer, que es María, que es la Iglesia, parece indefensa, vulnerable. Y realmente Dios es vulnerable en el mundo, porque es el Amor, y el amor es vulnerable. A pesar de ello, él tiene el futuro en la mano; vence el amor y no el odio; al final vence la paz.

Este es el gran consuelo que entraña el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Damos gracias al Señor por este consuelo, pero también vemos que este consuelo nos compromete a estar del lado del bien, de la paz.

Oremos a María, la Reina de la paz, para que ayude a la victoria de la paz hoy: «Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!». Amén.

36. EN EL TEMPLO A LOS DOCE AÑOS

TU PADRE Y YO, ANGUSTIADOS, TE BUSCÁBAMOS (Estas reflexiones están tomadas en su mayor parte de Emiliano Jiménez: MARÍA, madre del redentor)

El evangelio de la infancia de Lucas se cierra con el episodio de la presencia de Jesús a los doce años en el templo: “Sus padres iban cada año a Jerusalén, por la fiesta de pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron a celebrar la fiesta, según la costumbre” (Lc 2,41-42). Al final “bajó con ellos a Nazaret”. Entre la subida y la bajada tiene lugar la revelación de Jesús, que llena de asombro a los que le escuchan en el templo (v.47), y a sus padres (v.48), que “no comprendieron lo que les decía” (v.50).’8 Esta revelación está compendiada en las palabras: “Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (v.49).

Esta es la primera palabra de Jesús que nos ha recogido el Evangelio. Desde el comienzo Jesús pronuncia la palabra fundamental de su vida: “Mi Padre”, revelando el misterio de su ser y de su misión. Su primera palabra se refiere al Padre que le ha engendrado eternamente y le ha enviado a hacerse hombre en el seno de María. También a su Padre celestial dirigirá su última palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Y, una vez resucitado, también sobre el Padre será su última palabra: “Yo mandaré sobre vosotros el Espíritu que mi Padre ha prometido” (Lc 24,49).

Esta palabra de Jesús, marcando el contraste con las palabras de María “tu padre y yo”, dejan sorprendidos a María y a José. Es lo mismo que experimentarán más tarde sus discípulos: “Ellos no comprendieron nada de lo que les decía porque era un lenguaje oscuro para ellos y no entendían lo que decía” (Lc 18,34). Pero María conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón. Poco a poco irá comprendiendo que el desapego de su Hijo no es un signo de distancia, sino de una nueva cercanía. En la fe irá comprendiendo que su Hijo tiene una misión que cumplir y se asociará a ella de corazón.

Este episodio tiene un significado simbólico. Es un hecho excepcional, querido por Jesús, que hasta entonces y después “estaba sometido” a María y a José (Mt 2,51). Jesús recuerda a José y a María la ofrenda que han hecho de El al Padre en su primera presentación en el templo: él se debe a su Padre. Y un día se substraerá a sus cuidados, para dedicarse enteramente a la misión que el Padre le ha confiado. Y, en el cumplimiento de esa misión salvadora, se perderá y no será hallado hasta el tercer día. Ellos “no entendieron sus palabras”, pero “María las conservó en su corazón”. El final del episodio con el encuentro del Hijo en medio de los doctores admirados de su inteligencia y de sus respuestas es un anuncio, guardado en el corazón de María, de la gloria en la que encontrará a su Hijo resucitado.

A través de las palabras de María oímos el eco del gemido de la Esposa del Cantar de los Cantares: “He buscado al amor de mi alma. Le busqué y no le hallé. Me levantaré y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi alma” (3,1-2). Pero, también, resuena el gemido de María Magdalena, en la mañana de Pascua: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto” (Jn 20,13). Cuando María suba por última vez a Jerusalén, a la montaña santa de Abraham, la montaña donde Dios había “provisto un Cordero”, durante tres días, María recordará los tres días en que buscó a su Hijo hasta que lo encontró en el Templo, ocupado en las cosas de su Padre. La memoria, “las palabras guardadas en el corazón”, le ayudará a vivir en la esperanza.

Pues el episodio del templo es la prefiguración de la Pascua de Cristo, cuando por tres días será substraído por la muerte a la vista de los suyos. Los dos acontecimientos tienen como escenario Jerusalén y están enmarcados en la liturgia de la Pascua. La angustiosa búsqueda de María y de José evoca la tristeza de los discípulos, que han perdido al Maestro (Lc 24,17), a quien buscan (Lc 24,5) hasta que El se les aparece “al tercer día” (Lc 24,21). La diferencia entre María y los demás discípulos es que éstos son “torpes” para comprender y “cerrados” para creer “lo que dijeron los profetas” (Lc 24,25). María, “aunque no comprendiera”, “guardaba todos estos hechos en su corazón” (vSi). Así María permanece abierta al misterio y se deja envolver por él. Así, preparada por el anticipo de la pérdida del hijo a los doce años, puede acoger el designio de la muerte de su Hijo y “estar en pie junto a El en el momento de la cruz”, aceptando que cumpla la voluntad del Padre. Ella acepta que su Hijo ponga su relación con el Padre por encima de los vínculos familiares de la carne. Su fe, sin privarla del dolor, le permite aceptar que la “espada” anunciada le atraviese el corazón hasta la plena manifestación de la luz pascual.

Este negarse a sí misma en relación al Hijo es el camino constante durante toda la vida pública (Jn 2,4; Le 11,27-28). Es la hénosis cte María, llevada por su Hijo de un conocimiento en la carne a un conocimiento de El en la fe, pasándola por “la noche oscura de la memoria”, dice San Juan de la Cruz (SAN JUAN DE LA CRUZ, Subidn .11 Monto Carmelo 111, 2,10.)  <<Esta noche oscura de la memoria consiste en olvidarse del pasado para estar orientados únicamente hacia Dios, viviendo en la esperanza. Es la radical pobreza de espíritu, rica sólo de Dios y, esto, sólo en esperanza.

María es, pues, la creyente, que consiente a la palabra de Dios en la fe y se deja conducir dócilmente por ella, experimentando el misterio, que se le va adarando progresivamente. María, guardando la palabra en su corazón, permite que ésta, como espada de doble filo, la traspase el corazón. De este modo sus pensamientos van siendo penetrados por el esplendor de esa palabra (Lc 2,35), que es luz que ilumina a las gentes (Lc 2,32). Es la figura del verdadero discípulo, que asiente a la iniciativa de Dios, dejándose plasmar por El. La Iglesia naciente se mira en ella como en un espejo para descubrir su verdadero rostro. Y así nos la ofrece a nosotros hoy

 

E) JUNTO A LA CRUZ ESTABA SU MADRE

 

Llegó el día en que el niño iba a nacer, para ser llevado junto a Dios: “Estaba encinta y gritaba con los dolores del parto..., dio a luz a un hijo varón... El hijo fue arrebatado hacia Dios y a su trono” (Ap 12,2.5). Se sabía que los tiempos mesiánicos nacerían en medio de dolores de parto. Estas tribulaciones han atravesado los siglos; desde los comienzos, la mujer encinta grita en sus dolores. El Apocalipsis une el nacimiento doloroso y la glorificación junto a Dios del hijo varón que da a luz la mujer.

 

Es sobre el hijo sobre quien han caído los dolores de parto de los últimos tiempos: “No era necesario que Cristo sufriera todo esto para entrar en su gloria?” (Lc 24,26). Pero en el Apocalipsis son los dolores de la madre los que simbolizan las pruebas mesiánicas, pues la comunidad es inseparable del hijo que lleva en su carne. Ésta comparte los dolores a través de los cuales el niño nace hasta estar junto a Dios (Jn 16,21).

        Jesús es el punto de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, el final de uno y el principio del otro. Él es el paso del uno al otro: su “carne es el gozne de la salvación”.20 Pasa de la carne al Espíritu y arrastra a la Iglesia en esta pascua. Durante su vida terrena, Jesús, “nacido de mujer, bajo la ley” (Ga 4,4), pertenecía en alguna medida a la primera alianza; estaba reducido a “la condición de siervo”, en la que su misterio filial se encontraba oculto, “hecho en todo semejante a los hombres” (Flp 2,7). Tenía todavía que “ir hacia el Padre” (Jn 13,1), al que estaba, sin embargo, unido en lo profundo de su ser (Jn 10,30). Es así como pertenece en su carne a un pueblo que vivía “según la carne”, aun estando destinado a la filiación (Ga 4,1-3). Pero en la cruz, Jesús muere a la carne, a la ley (Ga 2,19) y, desde entonces, vive en su Padre (Rm 6,10), en el Espíritu Santo: “Nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santificación por su resurrección de la muerte” (Rm 1,3), cuando “el Hijo fue arrebatado hacia Dios y a su trono” (Ap 12,5). Tal es la obra de la salvación: “A través de la cortina, es decir, de su propia carne desgarrada, Jesús entró de una vez para siempre en el Santuario, adquiriéndonos una liberación eterna” (Hb 9,12;10,20).

37. MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ

1. LA INTERCESION DE MARIA

2. SIGNIFICADO CRISTOLÓGICO

3. SIGNIFICADO MARIOLÓGICO

QUERIDOS HERMANOS:

 

        Sólo en tres ocasiones de vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas en Caná. S. Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

        S. Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. S. Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

        Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

        Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

        La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena.

        Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras clave para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: «mujer». Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María mujer, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

        ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenemos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.       Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos, que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre. Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida. La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a Maria se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

        Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz.

No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas.

En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”(Jn 2, 10).

        El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

        Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

        Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena.

        Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.

María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaúm.

        Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.

        En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

        Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

        En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que sellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

        Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro esta la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos»(RM 21).

        En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión).

        Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

        En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria.

        Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

        Las palabras de María a los camareros “Haced lo que El os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Son las últimas palabras, que nos llegan de ella por la pluma de los evangelistas. Pero sería un tanto superficial tenerlas por tales sólo por esta circunstancia. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

        Si en el fondo de esta descripción de la bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo.     De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

        Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede.

 

38.- QUIÉN ES MI MADRE

 

Los tres primeros evangelistas recogen un encuentro de María con Jesús, que recibe actualmente interpretaciones muy dispares. S. Marcos lo nana así: ((Y llega su madre y sus hermanos; y quedándose afuera lo mandaron llamar. La gente estaba sentada alrededor de él; y le dicen: ((Mira, tu madre y tus hermanos te buscan fuera». Y les responde así:

<<Quién es mi madre y mis hermanos?». Y dirigiendo en torno su mirada a los que estaban sentados en corro alrededor de él, dice: «Ahí tenéis a mi madre y a mis hermanos. Pues el que haga la voluntad de Dios es mi hermano, y hermana, y madre» (Mc 3, 31-35).

El texto muestra a todas luces un cierto distanciamiento entre Jesús, su madre y sus parientes. Para algunos indicaría que durante la vida pública Jesús ha roto con su madre y con su familia, porque no creen en él. Esa falta de fe en Cristo por parte de sus familiares queda explícitamente afirmada por S. Juan: «Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos; así que le dijeron sus hermanos: «Márchate de aquí vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras tuyas que haces. Pues nadie que intenta hacerse notorio actúa a escondidas; ya que haces esas obras manifiéstate al mundo. Pues ni sus hermanos creían en él» (Jn 7, 2-5).

 

A) MARÍA, LA PRIMERA CREYENTE

María es la tierra buena, preparada por Dios, para sembrar en ella su Palabra. María acogerá esta Palabra con fe: “Hágase en mí según tu palabra”. María no ha reído como Sara, no ha dudado como Zacarías: ha acogido en la fe de Abraham “la palabra que le fue dicha de parte de Dios” (Lc 1,45). Como hija de Abraham, “no vaciló en su fe al considerar su cuerpo..., sino que, ante la promesa divina, no cedió a la duda con la incredulidad; más bien, fortalecido(a) en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido” (Rm 4,19-21; Le 1,37).

María es, en verdad, la primera cristiana, la verdadera creyente que, predestinada por la gracia divina, entra en su plan de salvación por la total ofrenda de su ser, por la obediencia alegre y la plena confianza en la palabra de Dios. Dios no obra a pesar de María y su pobreza, sino en ella y con ella, dándole por gracia la posibilidad de unirse y de asentir con María es la bienaventurada creyente, la primera cris- / tiana, la madre de los creyentes.

La vida de María quedó determinada por la hora de la Anunciación. Esta se convirtió en el centro vivo de / su existencia, desplegándose y ahondándose cada vez más. En esta hora comenzó su relación con el Hijo de Dios, hecho carne en sus entrañas. En la convivencia posterior con su Hijo, María hizo y sintió todo lo que hace y siente una madre. Pero, por otra parte, Jesús era el Hijo de Dios y transcendía, por tanto, toda posibilidad de relación meramente humana (2Co 5,6). Por eso, en la relación con su Hijo, en medio de la más entrañable confianza, hubo siempre una cierta distancia, una cierta falta de comprensión, que también nos manifiestan los evangelios. María creció en la fe, es decir, en la relación con su Hijo: “Ellos no comprendieron las palabras que El les dijo” (Lc 2,50). Continuamente las palabras, acciones y gestos de Jesús, su manera de vivir y actual’, van más allá de la comprensión de María.

En vida de Jesús seguramente María no había reconocido todavía en El al Hijo de Dios en el sentido pleno de la revelación cristiana. El era el Hijo de Dios y como tal estaba en la vida de ella y, paso a paso, iba cobrando vigencia en ella. Con respeto y confianza sobrellevó ese misterio palpable, perseveró en él, avanzó en el fe, hasta llegar a la altura de una comprensión que sólo le fue otorgada plenamnte  en Pentecostés, cuando El ya no estaba exteriormente sTd”Taibién para María valen las palabras de Jesús a sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Parádito... Cuando El venga os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,7.13).

En Pentecostés se le iluminarían a María todas las palabras y hechos de Jesús que había ido “guardando en su corazón”. La imagen del perfecto discípulo se da en primer lugar en María. En todo el Nuevo Testamento María es el modelo de la apertura atenta, de la docilidad fiel y de la adhesión virginal a Dios y a su Hijo. “Por ese motivo es proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplo acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad” (LG 53).

En frase de K. Rahner: “María es la realización concreta del cristiano perfecto. Si el cristianismo, en su forma acabada, es la pura recepción de la salvación del Dios eterno y trinitario que aparece en Jesucristo, entonces es María el cristiano perfecto, puesto que ella ha recibido en la fe del Espíritu y en su bendito seno, por tanto en cuerpo y alma y con todas las fuerzas de su ser la Palabra eterna del Padre”.
El evangelio de Marcos sólo presenta dos textos en relación a María:
Llegaron su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, lo mandaron llamar. La gente estaba a su alrededor, y le dijeron: ¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. El les responde: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, mirando en torno a los que estaban sentados a su alrededor dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (3,3 1-35).

Jesús afirma, en primer lugai la prioridad de los discípulos respecto a cualquier relación de sangre. La familia según la carne tiene que ceder el puesto a la nueva famiha “escatológica”. También la madre es invitada a pasar a la fe con relación a su Hijo. Así María percibió cómo su Hijo se apartaba de ella, empujándola a una nueva relación, más elevada, con El. María asumió este hecho con su actitud peculiar: perseverando en la fe, guardando en su corazón lo que no entendía, aguardando hasta que Dios se lo iluminara. En segundo lugar, Jesús nos dice que todo el que, bajo el impulso del Espíritu, abre su corazón a la palabra de Dios se hace madre de Jesús, tabernáculo de su presencia, pues “si uno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).

El segundo texto de Marcos sobre María está en la misma línea. La predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret suscita el asombro de sus oyentes, que se preguntan: “No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6,3). Pero el asombro se transforma en escándalo, provocando la observación de Jesús, “sorprendido por la falta de fe”: “Un profeta sólo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (y. 4.6).

Es la única vez que el Nuevo Testamento usa la expresión: “el hijo de María”.2 Esta expresión en labios de sus paisanos incrédulos puede reflejar los rumores malévolos que circulaban en Nazaret, eco de lo que afirmaban algunos judíos: “Nosotros no somos hijos ilegítimos” (Jn 8,41), que equivaldría a decir “a diferencia de ti”. María estaba incluida en el recelo que sentían sus paisanos contra su Hijo.

María, unida a su Hijo, participa también de la incomprensión, hostilidad y sospechas que sufrió Jesús. También María debe entrar progresivamente en la revelación de Jesús como Mesías y Siervo sufriente. Es la “noche” de la fe, que supone una “hénosis”, como afirma la Redernptoris mater:
María sabe que lo ha concebido y dado a luz sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo... Pero no es difTcil notar una particular fatiga del corazón, unida a una especie de noche de la /..., avanzando en su itinerario de fe... Por medio de esta fe, María está unida perfectamente a Cristo en su kénosis... Es ésta tal vez la más profunda kénosis de la fe en la historia de la humanidad... Jesús es realmente “signo de contradicción” y, por ello, a “ella misma una espada la atravesará el corazón” (RM 17-18).
Las palabras que Jesús destina a su madre nos delinean el perfil interior de María, la primera creyente. Jesús parece que aleja a su madre de El, pero lo que quiere es mostrar cómo se realiza la verdadera intimidad con El: “cumpliendo la voluntad de Dios”. Y María es la que, desde el día en que aceptó ser la madre de Cristo hasta la hora de la cruz, se ha mostrado fiel cumplidora de esa voluntad, como “sierva del Señor”. La Virgen es presentada en la liturgia bizantina como la inocente Cordera que signe al Cordero de Dios: “La cordera María, viendo al propio Hijo conducido al matadero, lo seguía”.

El testimonio de la Escritura nos muestra cómo María supo aceptar y vivir su relación con Cristo en la fe. Creyendo en Cristo, entra en la comunidad de los discípulos, unida a ellos en el seguimiento de Cristo, fiel más que ellos en la hora de la cruz, es testigo con ellos de la experiencia del Espíritu Santo. María aparece en el evangelio “no como una madre celosamente replegada sobre su propio Hijo divino, sino como una mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (Jn 2,1-12) y cuya función maternal se dilató asumiendo en el calvario dimensiones universales” (MC 37). Se puede decir que “si por medio de la fe María se ha convertido en madre del Hijo que le ha sido dado por el Padre con el poder del Espíritu Santo, conservando íntegra su virginidad, en la misma fe ha descubierto y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús durante su misión mesiánica” (RM 20). A partir de su concreta e intensa relación de madre, María fue avanzando en la fe hasta participar, con su amor de madre, en la misión universal de su Hijo.

La fe de María es al mismo tiempo vinculación a su Hijo y distancia. Jesús, en la medida que avanza en su camino, se aleja de su madre. María ve que Jesús, su Hijo, vive del misterio de Dios, su Padre, distanciándose de ella. Jesús va saliendo de su familia como ámbito de su existencia para vivir desde su Padre, entregado a la misión encomendada, cuyo punto culminante será la “hora” de la glorificación en la cruz. Este es el tiempo del distanciamiento, pero también de la vinculación de María a la obra salvadora de su Hijo. María “con la fatiga del corazón” avanza en la fe, aceptando y asociándose a la misión de su Hijo. “No sin designio divino” (LG 58) se hallará presente “junto a la cruz de Jesús” (Jn 19,25).

El fíat de la Anunciación, mantenido en fidelidad y silencio, llega en la cruz a su manifestación plena. Allí es proclamada por Cristo la fecundidad de su fe. Si por su fe “Abraham recibió una gran descendencia”, por su fe, en la hora de la cruz, Maria recibió como hijos a todos los redimidos por su Hijo.

Con fidelidad, María ha acompañado el despliegue de la obra salvífica del Hijo. Si con su consentimiento participó en el inicio de la salvación, su presencia junto a la cruz es la consumación de su condición de Madre del Salvadoi De aquí brota su solicitud constante por los que en a “hora” de Jesús ha recibido como hijos. María creyó el anuncio del ángel y concibió al Salvador; en la fe acompañó los pasos de Jesús. En la fe participó en la realización de la salvación y, como Madre del Salvador, acompaña maternalmente el camino de los hombres, por quien su Hijo entregó su vida.

Si María hubiera sido solamente la madre fTsica del Señor, no la podríamos llamar “bendita entre las mujeres”. El Señor mismo rechaza secamente esta opinión. Pero María, escuchando la palabra y guardándola en su corazón, se convirtió en verdadera Madre de Cristo. En esto María se une a la Iglesia y se hace el “tipo excelso de la Iglesia”, en cuanto Virgen, Esposa y Madre. La maternidad ffsica fue un privilegio singular de María. Pero más importante, fundamento de dicha maternidad fYsica, es su maternidad en la fe. Y ésta la comparte con toda la Iglesia. En efecto toda la Iglesia es la virgen esposa de Cristo, prometida y desposada con El. De este modo, toda la Iglesia vive para formar a Cristo en ella, haciéndose madre de Cristo.

Miembro de la Iglesia, la Virgen es al mismo tiempo su imagen y modelo, precisamente a partir de su condición virginal de “perfecta adoradora”: “Tal es María. Tal es también la Iglesia nuestra madre: la perfecta adoradora. Aquí está la cumbre más alta de la analogia que hay entre ambas”.4 En la Virgen María, como en la virgen Iglesia, la virginidad consiste ante todo en guardar pura la fe, que las hace acogedoras del misterio divino de Jesús, y vivir plenamente su obediencia creyente al Dios vivo y santo.

Como dice San Agustín en una homilía de Navidad: “Hoy la santa virgen Iglesia celebra el nacimiento virginal. Porque el Apóstol le ha dicho: ‘Os he desposado con un hombre para conduciros a Cristo como virgen pura’. ¿Por que como virgen pura sino por la incolumidad de la fe en la esperanza y en el amor? La virginidad que Cristo quería en el corazón de la Iglesia, la fomentó primero en el cuerpo de Maria. La Iglesia no podría ser virgen si no hubiese encontrado al esposo, a quien debía ser entregada, en el Hijo de la Virgen”.

Igualmente, el Vaticano II ve en María, cm su fíat, el icono y arquetipo de la Iglesia: En el misterio de la Iglesia, que con razón es también llamada madre y virgen, precedió la santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre... La Iglesia contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad... ‘y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y, a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera LG 63-64).

María, la primera creyente, nos muestra siempre a Cristo. Siguiendo los pasos de su vida, meditando en el corazón como hacía ella, aprendemos a vivir con Cristo y para Cristo en la cotidianiclad de la vida. Contemplando la existencia de María aprendemos a vivir en la disponibilidad constante a las llamadas de Cristo en cada instante. Las devociones marianas, como el Ave María, el Angelus y el Rosario, nos llevan a vivir en esta proximidad con el Señor, a penetrar en el misterio de su redención.

 

B) DICHOSO EL QUE ESCUCHA LA PALABRA


Jesús se encuentra en casa de Pedro; ante la puerta se ha reunido una muchedumbre, que ha venido para escucharle. Le comunican que su madre y sus hermanos están fuera y desean verle. Jesús, entonces, responde: “Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,31-35; Mt 12,46-50; Le 8,19-21). La familia de Jesús se halla constituida por aquellos que cumplen la voluntad del Padre.

La palabra de Jesús, como una espada, proclama que la obediencia a la voluntad del Padre está por encima de todo lazo carnal. María es invitada a caminar en la fe, renunciando a sus afectos, para entregar a su Hijo al Padre y acompañarlo en su misión hasta el final. Sierva de la Palabra, en obediencia al designio del Padre, caminará en la fe hasta la cruz. Jesús la invita a fundar su alegría no sobre lo que ha vivido en el pasado, sino abierta al futuro desconocido que le marque la Palabra del Padre. En fidelidad a esa Palabra, es decir a Dios, María pasará de Madre de la Palabra a discípula de la Palabra. Jesús mismo se encarga de purificar a María en su fe y en su memoria, para que ella viva, lo mismo que El, de la voluntad del Padre, de toda palabra que sale de su boca.

En Lucas (11,27-28) -sin paralelos- se evoca una vez más a María en su cualidad de creyente, modelo del verdadero discípulo: “Mientras Jesús hablaba, una mujer de entre la multitud dijo en voz alta: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron. Pero Jesús dijo: Más bien, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”. Jesús transfiere el elogio desde el plano natural al plano de la fe.

Ya Lucas había unido los dos aspectos en el relato de la visitación: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”, pero, sobre todo: “Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Le 1,42.45). La verdadera bienaventuranza no está en engendrar fisicamente, sino en creer en la palabra. La leche de que habla la mujer es claramente la de • la madre que nutre a su hijo de su seno. Pero Jesús cambia el acento de la dicha, aludiendo a otra leche, la de la palabra de Dios. La tradición hebrea considera frecuentemente a la Torá con una madre que amamanta a su hijos. Las palabras de la Torá son comparadas a la leche materna. En el Cantar de los Cantares, la Esposa dice al Esposo: “¡Ah, si tú fueras mi hermano, amamantado al  pecho de mi madre!” (Ct 8,1). El Turgum arameo lo parafrasea, diciendo: “En aquel tiempo, el rey Mesías se manifestará a la asamblea de Israel, y los hijos de Israel le dirán: ven y sé con nosotros como un hermano nuestro. Subamos a Jerusalén, y mamemos contigo las palabras de la Torá, como un lactante mama al pecho de su madre”.

También San Pablo escribe a los Corintios: “Como a niños en Cristo os di a bebei’ leche y no alimento sólido pues no lo podíais soportar” (ICo 3,1-2). Y San Pedro escribe esta exhortación: “Esta es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros... Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (IP 1,25-2,3).

En conclusión, quien escucha la palabra de Dios es semejante a un niño que se alimenta de la leche del seno materno. Jesús es fiel a su convicción de que la verdadera relación familiar con El no es la carnal sino la que nace de la acogida en la fe de su palabra. Esto lo dice para todos los que le están escuchando. Pero se refiere también a su Madre. Ella ha respondido con fe y el Sí a la palabra de Dios, que conserva en su corazon incluso cuando no la comprende, y “ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor” (Lc 1,45).

María, como tierra buena que acoge la semilla, “ha escuchado la Palabra, la ha conservado con corazón bueno y recto y ha criado fruto con perseverancia” )Lc 8,1 5). “María. si fue dichosa por haber concebido el cuerpo de Cristo, lo fue mucho más por haber creido en Cristo. Ningun valor hubiera tenido para ella la maternidad chvina, si no hubiese llevado a Cristo en el corazón”.5 Maravjllosu fbe para María haber amamantacio al Hijo de l)ios, mucho más maravilloso fue para ella el haberse nutrido de la leche espiritual, que es la palabra de Dios.

Juan Pablo II comenta este texto, diciendo: Hallándose al lado del Hijo, bajo un mismo techo y manteniendo fielmente la unión con su Hijo, avanzaba en la peregrinación de la fe. Y así sucedió a lo largo de la vida publica de Cristo (Mc3,21.35); de donde, día tras día, se cumplía en ella la bendición pronunciada por Isabel en la visitación: ¡Feliz la que ha creído! (RM J7).

Si los discípulos (Mt J2,49 y los que siguen a .Jesús (Mc 3,34 son llamados poi’Jesús “mi madre y mis hermanos”, quiere decir que son invitados a formar con El. en el Espíritu Santo, la familia del Padre que esta en los cielos. En esta familia, las nuevas relaciones, creadas por el Espiritu Santo, superan todos los lazos anteriores, fundados en la carne (Mt 7,21).

Esto vale para María como para todo discípulo de Cristo. Esta es la cruz personal que María debe llevar cada día para seguir a su Hijo. Fiel a (risto hasta el momento de su cruz, Maria le sigue con la cruz de su malerniclad divina. A la eleccion singular de María corresponde la singularidad de su cruz. En esa fidelidad, que la mJlntienc en pie junto a la cruz, se manifiestu la singular santidad ¡ de la Madre. La santidad de la “toda santu” no consiste unicamente en la ausencia de pecado, 51fl0 en su consagracion total a Dios, con un corazón sin división alguna. Integro para Dios, fiel sieiwa suya desde el principio al fínal.

Jesús, que “sabia lo que iba a hacer” -Jn 6,6, busca con sus milagros suscitar y elevai purificando, la fe de sus discípulos. Como en el signo de (‘aná, tipo de todos los demás, el fin que pretende lesús es “la manifestación de su gloria”, para que “los discípulos crean en El” )-Jn 2,11). No es el milagro en sí lo ciue cuenta. Jesús reprochara frecuentemente a quienes sólo buscan “signos y piocligios’ (Jn 4,48), a los que le siguen “no porque han visto signos, sino porque han comido y se han saciado de pan” )Jn 6,26). Por eso insiste: “Buscad, no el pan que perece, sino el que da vida eterna, el que el Hijo del hombre os dará” (Jn 6,27). Jesús, partiendo del significado material, pasa a las realidades espirituales, de las que aquellas son signo: del templo de Jerusalén al templo de su cuerpo ), del nacimiento en el seno materno al renacer del agua y del Espíritu (Jn 3,3-5); del agua del POZO de Jacob al agua de la palabra y del Espíritu ); del pan material al pan de la voluntad de Dios (Jn 4,31-34); del sueño del reposo al sueño de la muerte )-Jn 11,1 1-14).. Así Jesús se alegra de que “Lázaro haya muerto sin estar El allí, para que vosotros creáis” (Jn 11,15), pues “si creen, verán la gloria de Dios” (Jn 11,10). Esta es la pedagogia que usa tambien con su Madre en el itinerario de su fe. María es la primera en el camino de la fe.

A medida que se esclarecía ante sus hijos y ante su espíritu la misión del Hijo, ella misma como Madre crecía cada vez más en este camino que debía constituir su papel junto al Hijo... María Madre se convertía así, en cierto sentido, en la primera discípula y seguidora del hijo, la primera a la cual parecía decir: Sígueme, antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona )RM 20).
María, discípula de su Hijo, es la primera creyente, figura de todo discípulo de Cristo. A traves de ella nos dice Jesús: “Mi misma madre, a la que llamáis feliz, lo es porque guarda en su corazón el Verbo de Dios, no porque en ella se encarnó el Verbo para habitar entre nosotros, sino porque ha custodiado dentro de sí ese mismo Verbo Oi el cual ella misma fue creada, y que luego en ella se hizo carne”.

A la iniciativa de la gracia de Dios responde la santidad de María mediante su obediencia en la fe: “Su santidad es enteramente teologal. Es la perfección de la fe, de la esperanza y de la caridad. La esclava del Señor se oculta delante de Aquel que ha reparado en su pequeñez. Ella mira su poder y celebra su misericordia y su fidelidad. Ella se alegra sólo en El. Ella es su gloria”.’° La existencia de María es por entero un itinerario de fe, un perseverar en la radicalidad del abandono al Dios vivo, dejándose conducir dócilmente por El en la obediencia a su palabra. Bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor, ella acoge en la fe la revelación del misterio, en la fe da testimonio de él, celebra las maravillas del Eterno, iniciadas en ella a favor del mundo entero, en la fe medita en el silencio de su corazón, viviendo “escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3), en la fe participa de la vida y muerte de su Hijo, en la fe vive la experiencia pascual y el comienzo de la Iglesia (RM 1219).

La Virgen Madre es el modelo del discípulo, oyente profundo y no superficial de la Palabra. Mientras quienes “escuchaban lo que decían los pastores se quedaban admirados” (Lc 2,18), pero sin que sepamos ya nada de ellos, “María, por su parte, guardaba estas palabrasy las meditaba en su corazón” (2J9). Lo mismo se repite al final del capítulo: “Su Madre guardaba estos recuerdos (palabras, hechos) en su corazón” (Lc 2,51).

La repetición, al final de los relatos de la infancia, rubrica la continuidad de esta actitud de María. Lo que recibe, María lo conserva en su corazón. Ella da vueltas a las cosas, las compara, las relaciona unas con otras. Ya en el momento del anuncio del ángel, “ella se pregunta qué significa semejante saludo” (Lc 1,29). Lo que pasa es tan misterioso que le es necesario escrutar incansablemente su sentido y, a fuerza de sondear su profundidad, su corazón se dilata, a la medida del Espíritu, que “lo sondea todo, hasta las profundidades de Dios” (iCo 2,10). Las palabras oídas, como los hechos vividos, la sobrepasan. El Hijo, que ha sido su alegría, crece y se vuelve su tormento: es la espada que le atraviesa el alma. Esta no sólo la traspasó de dolor en el momento del Calvario.

Durante toda su vida, María vive el martirio de la fe, muriendo a sí misma. Hasta el día pascual, en el que la muerte se muda en resurrección, en el que no se necesita ya hacer preguntas (Jn 16,23), en el que la madre puede creer en la alegría luminosa del Espíritu, que le “enseña todas las cosas” (Jn 14,29), María camina en la fe, con la “fatiga del corazón”.

Desde Pentecostés, María no necesita ya conservar todas Desde entonces es a Cristo mismo a quien lleva en el corazón. Para María valen las palabras dirigidas a los apóstoles: “Aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14,20). Pablo dice de sí: “Cristo está en mí” (Ga 2,20); pero lo afirma también de todos los creyentes: “Cristo en vosotros” (1Co 1,30). Nacido de María por el Espíritu Santo, Jesús está de nuevo presente en ella, inefablemente, por el mismo Espíritu por el que el Padre resucita al Hijo. Y mejor y más que Pablo, ella puede decir: “Cristo vive en mí”.

En conclusión, la fe de María establece entre ella1 y el Hijo una relacion más estrecha que la misma maternidad fisica. Ella fue “la primera y la más perfecta segnidora de Cristo”, “que en sus condiciones concretas de vida. se adhirió total y responsahiemente a la voluntad de Dios; porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada p01 la caridad y por el espiritu de servicio” (MC 35).

Así María es la imagen del hombre creado Y redimido, que responde en fidelidad al diálogo con Dios. María se presenta realmente en su situación de creyente ante la llamada de Dios, interpelada por El. En el seno y en el corazón  de María, fruto de la gracia, resplandece la gratuidad creadora de Dios y el asentimiento de la libertad humana al proyecto divino. El Señor, que elige a María ‘ recibe su consentimiento en la fe, no es el rival del hombre, sino el Dios que nos ha creado por amor y para el amor. Dios elige y llama gratuitamente, y el hombre, elegido y llamado, responde en la libertad y gratitud con su asentimiento. De esto es figura realizada María. Ella, Virgen fiel, imagen de la acogida del Hijo, es la creyente que en la fe escucha, acoge, consiente; ella, Madre fecunda, dnagen de la paternidad de Dios, es la que engendra vida, la 1 que en el amor da, ofrece, transmite; ella, Esposa casta, figura de la nupcialidad del Espíritu, es la criatura que en la esperanza une el preseite de los hombres con el futuro de la promesa de Dios.

 

 

D) EL CRISTIANO, MADRE DE CRISTO


Los textos comentados subrayan el carácter espiritual del Reino de Dios, inaugurado por Cristo. A este Reino no se accede a través de vínculos naturales, sino mediante la fe. Frente a Cristo caen todos los privilegios de la descendencia de Abraham y los mismos derechos familiares; ni siquiera su madre puede sentó-se “dichosa por haberlo llevado en su seno”. Por muy excepcional que sea la gloria conferida a la Virgen por su maternidad divina, este privilegio permanecería fuera de la realidad de la vida cristiana si María no hubiera acogido a Cristo en la fe. El hecho de haber concebido al Hijo de Dios no es para María la fuente de la bendición divina. Esta está ligada al hecho de que María es la fiel oyente de la Palabra, desde la Anunciación hasta la hora de la Cruz. Al llegar la “hora” de Jesús, el Hijo y la Madre se encontraron en una total comunión. “Maria fue llamada entonces a compartir en su corazón la pasión del Hijo, comulgando del deseo que había empujado a Jesús a cumplir la voluntad del Padre hasta su suprema inmolación (Jn 4,34; 14,31; 15,31). Maria pasó a ser madre, noya solamente en virtud de la concepción virginal, sino en razón de su participación, totalmente espiritual y al mismo tiempo totalmente materna, en la victoria de su Hijo”.12

          También la Iglesia es madre, que engendra a Cristo. Y cada fiel engendra a Cristo. María ha engendrado, por obra del Espíritu Santo, al Hijo de Dios encarnado; el cristiano es llamado a engendrar a Cristo en su interior por la gracia del Espíritu Santo, hasta poder decir: “No soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Ca 2,20).

Lo que se dice en singular de María y en general de la Iglesia, se afirma en particular de cada creyente: “Cada alma que cree, concibe y engendra al Verbo de Dios... Si según la carne es única la Madre de Cristo, según la fe, todas las almas engendran a Cristo cuando acogen la palabra de Dios”.3 “Cristo nace siempre místicamente en el alma, tomando carne de quienes son salvados y haciendo del alma que lo engendra una madre virgen”.14

Isaac de Stella, en la Edad Media, recogiendo toda esta Tradición, escribe: Por su generación divina, los cristianos son uno con Cristo. El Cristo solo, el Cristo único y total, es la cabeza y el cuerpo. El es Hijo único, en el cielo, de un Dios único y en la tierra, de una Madre única. Es muchos hijos un solo Hijo juntamente. Como la cabeza y los miembros son un solo Hijo, siendo, al mismo tiempo, muchos hijos, así también María y la Iglesia son tina madre y muchas madres; una virgen y muchas vírgenes.

Ambas son madres, ambas son vírgenes; ambas conciben vii’ginalrnente del Espíritu Santo. Ambas dan a luz, pal-a Dios Padre, una descendencia sin pecado. María dio a luz a la cabeza sin pecado del cuerpo; la Iglesia da a luz por el perdón de los pecados al cuerpo de esa cabeza. Ambas son madres de Cristo, pero ninguna de las dos puede, sin la otra, dar a luz al Cristo total. Por eso, en las Escrituras divinamente inspiradas, lo que se entiende en general de la Iglesia, virgen y madre, se entiende en particular de la Virgen María; y lo que se entiende de modo especial de María, virgen y madre, se entiende de modo general de la Iglesia, virgen y madre. También se puede decir que cada alma fiel es esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma Sabiduría de Dios, que es la Palabra del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, de modo especial de la Virgen María, e individualmente de cada alma fiel... Cristo permaneció nueve meses en el seno de María; permanecerá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia hasta la consumación de los siglos; y en el conocimiento y en el amor del alma fiel por los siglos de los siglos.15

Así lo entendió San Francisco de Asís: ‘Somos madre de Cristo cuando lo llevamos en el corazón y en el cuerpo por medio del amor divino y de la conciencia pura y sincera; lo engendramos a través de las obras santas, que deben resplandecer como testimonio para los demás”.1 Y también San Agustín: “La Madre lo llevó en el seno; llevémoslo nosotros en el corazón; la Virgen se hizo grávida por la encarnación de Cristo, se transforme en grávido nuestro corazón por la fe en Cristo; ella dio a luz al Salvador; dé a luz nuestra alma la salvación y la alabanza. Que no sean estériles nuestras almas, sino fecundas para Dios”.17

La experiencia de ser “madre de Cristo” es intrínseca al proceso de gestación de la fe que se da en todo hombre evangelizado por la Iglesia. “El que escucha mi palabra y la pone en práctica es mi madre”. Todo hombre que escucha el Kerigma de la Iglesia, recibe como María el anuncio del ángel, del enviado de Dios: “Alégrate, el Señor está contigo, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios y concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús”.

Ante este anuncio, el hombre se sorprenderá seguramente como María, constatando la esterilidad del propio corazón, por lo que el apóstol tendrá que repetir las palabras del ángel: “No será obra humana, el Espíritu Santo descenderá sobre ti y la fuerza de Dios te cubrirá con su sombra. Por eso lo que ha de nacer será santo y será llamado Hijo del Altísimo”. Ante este anuncio maravilloso, que se hace posible en el Espíritu de Dios, el hombre necesitado de salvación, consciente de su impotencia, podrá responder con María: “He aquí la sierva del Señor, hagase en mí según tu palabra”. Y en él se gestará un ser nuevo, en él se formará Cristo por la acción del Espíritu Santo.

El nacimiento virginal de Jesús, signo de la gratuidad absoluta de la Encarnación, constituye la base y el modelo de nuestro nuevo nacimiento como hijos de Dios. La concepción y el nacimiento virginales de Jesús son, pues, un siguo de la acción plena de la gracia de Dios respecto a nosotros. La Encarnación es el don gratuito, la gracia por excelencia, sobre la que el hombre no tiene poder alguno. Puede, simplemente, recibirla (Jn 1,16).

Cristo es el don del Padre a los hombres. “De su plenitud. nosotros recibimos gracia por gracia”. En otros términos, para formar a Cristo en nosotros debemos hacer aquello que María hizo respecto de Jesús: “Es necesario que, por un prodigio maravilloso, nuestra Cabeza naciera corporalmente de una Virgen: quería dar a entender que sus miembros deben renacer, según el Espíritu, de la Iglesia Virgen”i
María, primera creyente, marca el camino de todo creyente en Cristo. Ella ha acogido el anuncio, ha llevado en su seno a Jesús y lo ha dado a luz para el mundo. Esta maternidad es dada al cristiano por obra del Espíritu Santo en la Iglesia. La maternidad de María le llevará a acompañal’ al Hijo en su misión, a darlo constantemente a los hombres. En el amor materno de María a su Hijo está incluido el amor hacia nosotros, los pecadores. De la misma manera, el cristiano, en cuyo espíritu habita Cristo, está llamado a amar a Cristo y a acompañarlo en su misión, a participar de su misión, amando a los pecadores, amando la misión de Cristo. Esta maternidad en toda su profundidad no se acaba con la gestación o el parto, sino que se prolonga en toda la vida de María. El cristiano será también educado progresivamente en esta maternidad a lo largo de un camino de fe continuo. Cristo mismo a través del Espíritu dará al cristiano esas entrañas maternas para acoger a los hombres y llevarles al amor del Padre.

La liturgia, cuando exhorta a los fieles a acoger la palabra del Señor, les propone con frecuencia el ejemplo de la Bienaventurada Virgen María, a la cual Dios hizo atenta a la palabra, y que, obediente cual nueva Eva a la palabra divina, se mostró dócil a las palabras de su Hijo. Por ello la madre de Jesús es saludada con razón como
“Virgen creyente”, “que recibió con fe la palabra de Dios”  (MC 17). A la manera de la Bienaventurada Virgen “actúa la Iglesia, puesto que, sobre todo en la sagrada liturgia, oye y recibe la palabra de Dios, la proclama y la venera; y la imparte a los fieles corno pan de vida” (Ibídem).19.

 

 

39. JUNTO A LA CRUZ DE JESUS ESTABA SU MADRE

 

1. EL TESTIMONIO DE JUAN

2. UNA NUEVA MATERNIDAD JUNTO A LA CRUZ: HE AHÍ A TU HIJO (DE JIMENEZ pag.275)

 

  1. MARÍA, CORDERA SIN MANCHA

 

Todo lo que estaba prefigurado en el primer signo de las bodas de Caná llega en la cruz a su cumplimiento. “Jesús, sabe que todo se había cumplido” Qn 19, 28) tras la escena de la Madre junto a la cruz con las palabras que dirigió a ella y al discípulo amado (v.25-27). El diálogo del Hijo con la Madre y el discípulo sella el cumplimiento de “todo”, de toda la obra encomendada por el Padre a Jesús Qn 4, 34; 5, 36; 17, 4)1. Como en Caná, Jesús desde la cruz se dirige a su madre con el título de “Mujer”, que tiene como trasfondo las profecías sobre la “Hija de Sión”, con su significación mesiánica, Ya en Cana Jesús habla de “su hora”, aludiendo a la hora de su muerte y de su glorificación en la cruz, Pero es en la cruz donde reparte en plenitud el “vino bueno” de la salvación. La “hora” de Jesús, aún no llegada en Cana, ha llegado en el Calvario, cuando Jesús pasa de este mundo al Padre (Jn 13, 1.19, 27).

        Y la “hora” de Jesús es también, en cierto sentido, la hora de su Mae, pues inaugura para ella una nueva maternidad en relacion a los que su Hijo rescata muriendo en la cruz. La hora de Jesus es la hora del ingreso del Hijo del hombre en la gloria del Padre Qn 13, 31- 32); es también la hora en que hace hijos adoptivos a aquellos por quienes muere, los mismos a quienes declara hijos de su Madre, representados en el discípulo amado. San Ambrosio dice que ‘mientras los apóstoles habían huido, ella estaba junto a la cruz y contempla ba con mirada de ternura las heridas de su Hijo. porque ella no se fijaba en la muerte del Hijo sino en la salvacion del mundo”.

        María está junto a la cruz, no sólo geograficamente, sino unida a Cristo en su ofrenda, en su sacrificio. Maria es la primera de quienes “padecen con Cristo” (Rom 8, 17), Sufre en su corazon lo que el Hijo sufre en su carne. El cuchillo de Abraham subiendo al Mona junto a su hijo Isaac, en Maria se transforma en espada que le traspasa el alma. Meliton de Sardes, obispo de una de las Iglesias joanneas del Asía Menor, en una noche de Pascua entre el 160 y el 180, proclama: <<La ley se ha convertido en el Verbo, el mandamiento en gracia, la figura en realidad, el cordero en el Hijo. Este es el Cordero que no abre boca... Este es el Cordero dado a luz por Maria, la inocente cordera: El es el que en la tarde fue inmolado y que ha resucitado de entre los muertos.

        El Hijo único muere, el vinculo terreno con la madre se rompe; la primera alianza, fundada sobre la carne de Cristo, expira. En la persona de Maria, el Israel según la carne y la fe está sometido a Dios hasta en la muerte. Así se inaugura la Iglesia nueva, de la que se dice: “No sabeis que, al quedar unidos a Cristo mediante el bautismo, hemos quedado unidos a su muerte?” (Rom 6, 3). En María, de pie junto a la cruz de Jesús, el Israel de la primera alianza se transforma en la Iglesia de la nueva alianza. La antigua alianza no queda abolida, sino transformada, alcanzando su cumplimiento. En Caná, las tinajas de agua no fueron vaciadas primero para hacer sitio al vino. El agua fue transfor mada en vino. Del mismo modo la vida terrena de Jesús no es negada en la resurrección. El Resucitado es el Crucificado. La cruz es para siempre el trono eterno de su realeza. Y Maria no deja de ser la madre de Jesus. Después de la resurrección del Hijo, “la madre de Jesús” está allí en medio de los discípulos (He 1, 14). Su maternidad se despliega en nuevas dimensiones.

        A María se la menciona “junto a la cruz de su Hijo”, pero no se la menciona en la resurrección. En los Evangelios no hay huella de aparición alguna del Señor a su Madre. ¿Ha vivido María sólo mitad del misterio pascual de Cristo, que lo componen la muerte y la resurrección? Quien habla de María junto a la cruz es el evangelio de Juan. ¿Y qué es lo que representa para Juan la cruz de Cristo? Representa la “hora”, la hora en que el Hijo del hombre es glorificado, la hora para la que ha venido al mundo (Jn 12, 23.27; 17, 1). El momento de la muerte es el momento en que se revela plenamente la gloria de Cristo. En el momento en que en el templo de Jerusalén se inmolaban los corderos pascuales, Jesús está ofreciéndose en la cruz como el Cordero pascual, que anula todos los sacrificios, inaugurando con su pascua la nueva alianza. Es el momento en que todo llega a “su cumplimiento”.

        Para Juan van unidas muerte y resurrección, cruz y exaltación: es el triunfo del amor sobre la muerte. Por ello en las Iglesias del Asía Menor, de las que Juan fue fundador y guía, celebraban la Pascua el 14 de Nisán, en el aniversario de la muerte de Cristo, y no en el aniversario de la resurrección como hacían las demás Iglesias. Celebrando la muerte de Cristo, celebraban la victoria sobre la muerte. Así, pues, colocando a María junto a la cruz de su Hijo, Juan situa a María en el corazón del misterio pascual. Maria, como Juan, ha visto ‘la gloria de Dios” en el amor manifestado en la cruz de Cristo. ¿Significa esto que María, junto a la cruz de su Hijo, no ha sufrido? Acaso no sufrió Cristo aunque llamara a aquella hora la hora de su gloria?

<<María avanzo en la peregrinación de la fe y mantuvo t;etniente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde. no sin designio divino, se rn,iritu yo de pie (jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigenito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con re; i vIi la inmolacion de la víctima engendrada por Ella misma (LG 58).

 

MUJER, HE AHI A TU HIJO

 

Desde la cruz, “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discipulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ala tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discipulo la acogió con él” (Jo 19, 26-27). Jesús revela, pues, que su madie es t,irn bien la madre de todos sus discípulos, hermanos suyos, gracias a su muerte y resurrección: “Ve donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre” (Jn 20, 17; Heb 2, 11-12). Desde la cruz Jesús ha entregado su madre a un apóstol, poniéndola bajo su custodio y, por tanto, la ha entregado a la Iglesia apostólica. Cristo hace a la IgIesia el don precioso de su madre, Con tal don la Iglesia es para siempre la esposa “sin mancha ni arruga”, la “inmaculada”, como la llama expresamente Pablo (Ef 5, 27).

        María está junto a la cruz como madre. Es la hora de la nueva maternidad. En Caná quiso marcar la hora a Jesús. Alli es Ella quien habla a Jesús y a los sirvientes. Pero ahora, junto a la ciuz tras haber recorrido el camino de la fe, le llega realmente la hora, con los dolores del parto y la alegría del alumbramiento (Jn 16, 21 2.1) y ahora es Jesús quien habla y ella escucha: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Ha recorrído el camino desde la primera maternidad a la nueva maternidad, que abraza a los discípulos a quienes Jesús ama, a sus hermanos, hijos del Padre, “que escuchan y cumplen la voluntad del Padre” (Mt 12, 50).

        María no es llamada por su nombre, sino “Mujer ‘ y tampoco Juan es llamado por su nombre, sino “el discípulo” es decir los discipulos amados de Jesús. Estos son entregados a Matia como sus hijos, lo mismo que a ellos es entregada María como madre. Es la palabra de Cristo la que constituye a Maria en madre y a los discípulos en hijos. Es una maternidad o filiación que no viene de María, de la carne o de la sangre, sino de la Palabra de Cristo. Es una gracia de Cristo en la cruz a la Iglesia, que está naciendo de su costado abierto.

        Jesús, antes de morir en la cruz, revela que su madre, en cuanto ‘Mujer”, es desde ahora la madre del “discípulo a quien Jesús amaba”, y que éste, como representante de todos los discípulos de Jesús, desde ahora es hijo de su propia madre. De este modo revela la nueva dimensión de la maternidad de María. Y, al mismo tiempo, revela que la primera tarea de los discípulos consiste en ser “hijos de María”. Esta nueva relación entre la madre de Jesús y sus discípulos es querida por Jesús, expresada en el momento supremo de la cruz. El acontecimiento, como sucede frecuentemente en Juan, adquiere un valor simbólico. Juan presenta las acciones simbólicas personalizadas en personas singulares, que son tipos de una realidad más amplia: como el encuentro con Nicodemo, con la samaritana, con Marta y María... También la madre de Jesús y el discípulo amado cumplen aquí una función representativa.

        En este sentido, Juan jamás llama por su nombre al “discípulo a quien Jesús amaba” ni a “la madre de Jesús”, queriendo indicar que no están nombrados en calidad de personas singulares, sino como “tipo”. Se trata de la condición de madre o mujer, o de la condición de discípulo, por quien Jesús siente siempre amor. En el evangelio de Juan “los discípulos” en general son los “amigos” de Jesús (15, 13-15). El “discípulo a quien Jesús amaba” representa, pues, a los discípulos de Jesús, quienes, como tales discípulos, son acogidos en la comunión de Jesús, hijos de su misma madre, El discípulo de Jesús es testigo del misterio de la cruz, donde es hecho hijo de la madre de Jesús, pues es acogido como hermano de Jesús (Jn 20, 17). Como escribe M. Thurian: “El discípulo designado como ‘aquel a quien Jesús amaba’ es, indudablemente, la personificación del discípulo perfecto, del verdadero fiel a Cristo, del creyente que ha recibido el Espíritu. No se trata aquí de una afecto especial de Jesús por uno de sus apóstoles, sino de una personificación simbólica de la fidelidad al Señor”.

        Y si el título de “Mujer” es la personificación de la “Hija de Sión”, vemos entonces cumplida la palabra en que la “Madre Sión” llama a sus hijos del exilio a fin de formar en tomo a ella el nuevo pueblo de Dios sobre el monte Sión. En Isaías leemos: “Alza en torno tus ojos y mira; todos se reúnen y vienen a ti, llegan de lejos tus hijos, y tus hijas son traídas en ancas” (Is 60, 4). Este texto profético, que ve a hijos e hijas volver del exilio, sirve de fondo a las palabras que Jesús pronuncia desde la cruz: “Mujer, he aqui a tu hijo”. El discípulo que se hace hijo de la “Mujer” es la personificacion de los ‘hijos de Israel” que en torno a Maria forman el nuevo pueblo de Dios sobre el monte Sión, junto a la cruz.

        Bajo la cruz de su Hijo. María, como Sion tras el luto por la perdida de sus hijos, recibe de Dios nuevos hijos, más numerosos que antes. El salmo 87, que la liturgia aplica a María, canta de Sión: “¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios:...Filisteos, tirios y etíopes han nacido allí. Se dirá de Sión: Uno por uno todos han nacido en ella... El Señor escribirá en el registro de los pueblos: Este ha nacido allí. Y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti”. “¡Que pregón tan glorioso para ti, Virgen María!”, nueva Sión. Es la antífona de este salmo en el Oficio de la Virgen María. María, como Sión reedificada después del exilio, puede decir: “Quién me ha dado a luz a éstos? Pues yo había quedado sin hijos y estéril, desterrada y aparte, ¿y a éstos quién los crió’?” (Is 49,21). Abraham, por su fe y obediencia a la palabra de Dios, se convirtió en padre de una multitud “más numerosa que las estrellas del cielo” (Gn 15,5). María, madre del nuevo Isaac, por su fe y obediencia, se convierte en madre de la Iglesia, de los hijos de Dios dispersos por toda la tierra.

María, la madre de Cristo, es la madre de los discípulos de Cristo. María nos ha acogido como hijos cuando Jesucristo se ha hecho “primogénito entre muchos hermanos”. Haciéndonos hijos adoptivos del Padre, nos ha entregado como hijos también a su madre: “He ahí a tu hijo”. San Agustín nos señala la semejanza y la diferencia de esta doble maternidad de María: María, corporalmente, es madre únicamente de Cristo, mientras, espiritualmente, en cuanto que hace la voluntad de Dios, es para El hermana y madre. Madre en el espíritu, ella no lo fue de la Cabeza, que es el Salvador, de quien más bien nació espiritualmente, pero lo es ciertamente de los miembros que somos nosotros, porque cooperó, con su amor, al nacimiento en la Iglesia de los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza. Bajo la cruz, María ha experimentado los dolores de la mujer cuando da a luz: “La mujer cuando da a luz está afligida, porque ha llegado su hora” (Jn 16,21). La “hora” de Jesús es la hora de María, “la mujer encinta que grita por los dolores del parto” (Ap 12,1). Si es cierto que la mujer del Apocalipsis es, directamente, la Iglesia, la comunidad de la nueva alianza que da a luz el hombre nuevo, María está aludida personalmente como inicio y representante de esa comunidad creyente. Así lo ha visto la Iglesia desde sus comienzos. San Ireneo, discípulo de San Policarpo, discípulo a su vez de San Juan, ha llamado a María la nueva Eva, la nueva “madre de todos los vivientes”.

Con el “ahí tienes a tu hijo” María recibe su vocación y misión en la Iglesia. Ya Orígenes, partiendo de la idea del cuerpo de Cristo y considerando al cristiano como otro Cristo, interpreta la palabra dirigida por Cristo a Juan como dirigida a todo discípulo: Nos atrevemos a decir que, de todas las Escrituras, los evangelios son las primicias y que, entre los evangelios, estas primicias corresponden al evangelio de Juan, cuyo sentido nadie logra comprender si no se ha inclinado sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María por madre de manos de Jesús. Y para ser otro Juan, es necesario hacerse tal que, como Juan, lleguemos a sentirnos designados por Jesús como siendo Jesús mismo. Porque María no tiene más hijos que Jesús. Por tanto, cuando Jesús dice a su madre: “he ahí a tu hijo” y no “he ahí a este hombre, que es también hijo tuyo”, es como si le dijera: “He ahí a Jesús, a quien tú has alumbrado”. En efecto, quien alcanza la perfección “ya no vive él, es Cristo quien vive en él” (Ga 2,20) y, puesto que Cristo vive en él, de él se dice a María: “He ahí a tu hijo”, Cristo.

San Ambrosio nos dice: “Que Cristo, desde lo alto de la cruz, pueda decir también a cada uno de vosotros: he ahí a tu madre. Que pueda decir también a la Iglesia: he ahí a tu hijo. Comenzaréis a ser hijos de la Iglesia cuando veáis a Cristo triunfante en la Cruz”.7 El discípulo, en cuanto dirige la mirada al costado abierto de Jesús, guiado por la mirada de Mai’ía, es transformado en hombre nuevo, se hace hijo de María e hijo de la Iglesia, es decir, cristiano. La Lumen gentium, colocando a María en la historia de la salvación y en el misterio de Cristo y de la Iglesia, ha formulado así la doctrina tradicional de María, madre de los cristianos: La bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad cual Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo por designio de la divina providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del divino Redentor y en forma singular colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular; por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Po,’ tal motivo es nuestra Madre en orden a la gracia (LG 61).

Antes, el concilio ha precisado:La misión materna de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye la única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombi’es no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo (LG 60).

¿Cómo podría ser diversamente? María, “la Madre de Dios es figura de la Iglesia, como ya enseñaba san Ambrosio, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (LG 63). Con relación a Cristo, María es madre y discípula. Con relación a la Iglesia es madre y maestra. Es madre y maestra nuestra en cuanto es la perfecta discípula de Cristo. A María se puede aplicar la palabra de Pablo; “Haceos imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (iCo 11,1).

El Papa Pablo VI dio explícitamente a María el título de “Madre de la Iglesia”; “Para gloria de María y para nuestro consuelo, proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios. tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman madre amantísima”.8

María permanece madre por siempre. El sello materno que el Espíritu ha impreso en ella es indeleble. Tal es para siempre la identidad de María; Theotóhos es su nombre. Ha quedado para siempre consagrada al misterio de su Hijo, al servicio de la concepción santa del Hijo en el mundo. Por eso, María se halla en su ámbito propio en la Iglesia, que también es siempre madre por la gracia del Espíritu Santo.

c) HE AHÍ A TU MADRE

Al lado de la Madre está el discípulo “a quien Jesús amaba” (v.16). Se trata del “tipo” del discípulo. que es objeto del amor del Padre y del Hijo; “El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad; y el que me ama será amado por mi Padre y también yo le amaré” (Jn 14,21). Es el discípulo fiel hasta la cruz, testigo del misterio de la sangre y del agua que brotaron del costado traspasado del Crucificado Jn 19,35) y testigo privilegiado de la resurrección (Jn 20,8). Es el discípulo que “a partir de aquella hora acoge a la Madre como suya” (v.27).

María y el discípulo amado, aunque tengan un significado simbólico, siguen siendo personas concretas, con su función personal y su significación propia en el miste-! rio de la salvación. Sin duda, el misterio se hace en ellos más amplio, pero no hasta el punto de anular a las personas y convertirlas en puros símbolos. La madre de Jesús conserva su misión maternal y el discípulo que Jesús amaba ha de hacerse, de manera cada vez más perfecta, un verdadero discípulo de Jesús e hijo de María.

Es importante mantener unidas la significación personal y la significación simbólica de la maternidad de María. Al hacerse madre de todos los discípulos de Jesús, María se hace madre de toda la Iglesia. No hay contradicción alguna en decir que María es, a la vez, imagen de la Iglesia y madre de la Iglesia. Como persona individual, ella es la madre de Jesús. Pero su maternidad corporal con respecto a Jesús se prolonga en una maternidad espiritual hacia los creyentes y hacia la Iglesia. Y esta maternidad espiritual de María es la imagen y la forma de la maternidad de la Iglesia. La maternidad de María y la maternidad de la Iglesia son, inseparablemente, importantes para la vida filial de los creyentes.

Para hacerse hijos de Dios es necesario hacerse hijos de María e hijos de la Iglesia. Su Hijo único es Jesús, pero nos hacemos conformes a El si nos convertimos en hijos de Dios e hijos de María (Jn 1,12-13). En la medida en que acogemos en la fe al Hijo único del Padre, crece en nosotros la vida de hijos de Dios. María que, en la Encarnación, concibió y dio a luz corporalmente a Jesús, concibe y alumbra espiritualmente a los discípulos de Jesús. Virginalmente en ambos casos. María al pie de la cruz es la Iglesia naciente. Desde entonces la Iglesia es mariana. H. von Balthasar habla del “rostro mariano de la Iglesia”. Y C. Journet escribe: “María se nos presenta como la forma, es decir, como el modelo y el tipo de la Iglesia. San Pedro pedía a los presbíteros de la Iglesia que fueran los modelos, los tipos del rebaño que se les había confiado (1P 5,3). En un sentido incomparablemente más elevado, María es modelo y tipo de la Iglesia. Ella es, en el interior de la Iglesia, la forma en la que la Iglesia se perfecciona como Esposa para darse al Esposo. Cuanto más se parece la Iglesia a la Virgen, más se hace Esposa; cuanto más se hace Esposa, más se asemeja al Esposo; y cuanto más se asemeja al Esposo, más se asemeja a Dios: porque estas instancias superpuestas entre la Iglesia y Dios no son más que transparencias en las que se refleja el único esplendor de Dios”.

La “Hija de Sión”, la “Virgen Israel”, en tiempos infiel, en María ha sido fiel, cumpliéndose la palabra de Jeremías: “Vuelve, Virgen Israel; retorna a tus ciudades. ¿Hasta cuando has de andar titubeando, hija descarriada? Pues hará Dios una cosa nueva en la tierra: la Mujer buscará a su marido” (Jr 31,22). María reanuda las relaciones de amor entre Israel y su Esposo Yahveh. Ella es el símbolo de la Iglesia en su relación esponsal con Cristo.

A partir de este texto de Jeremías, H. von Balthasar muestra el puesto de la mujer en la Iglesia. En el lenguaje simbólico únicamente la mujer puede simbolizar a la Iglesia-Esposa. En este sentido puede aplicarse a la Iglesia la escena de María y del discípulo amado al pie de la cruz. Una “Mujer” y un hombre permanecen junto a la cruz de Jesús, con una misión de representación tipológica. Pero el discípulo amado, como figura de todos los discípulos de Cristo, es también figura de la Iglesia. El representa a los creyentes en Cristo, en cuanto discípulos, que escuchan la palabra de Cristo. Entre estos discípulos está también María, discípula fiel de Cristo. Pero María es, además, figura de la Iglesia en cuanto Madre, en cuanto comunidad en cuyo seno se congregan en Cristo los hijos de Dios dispersos. La figura principal no es el discípulo, sino la “Mujer”: María. En cuanto al “discípulo que Jesús amaba”, la primera misión que recibe no es ir a predicar el evangelio, sino aceptar a María por madre, hacerse “hijo” de María. Para él y para todos los demás apóstoles es más importante ser creyente que apóstol, nacer como hijo de María más que la misión apostólica. La misión apostólica le será confiada más tarde, después de la resurrección (Jn 20,21; 2 1,20-23). Ser hijo de María y de la Iglesia es el aspecto primero y fundamental de toda existencia cristiana.

Ser incorporado como hijos de Dios al misterio de la Iglesia, nuestra madre, es más esencial que ejercer un ministerio en la Iglesia. En el Calvario, en el momento en que la Iglesia nace en estas dos personas, en esta mujer y en este hombre, que simbolizan la Iglesia, las palabras de Jesús son fundamentales para su recíproca relación. No se trata todavía de enviar al discípulo en misión apostólica, ni de encomendarle la tarea de proclamar la Buena Nueva y de enseñar, sino hacerse previamente hijo de María, hijo de la Iglesia, es decir, un verdadero creyente en la Iglesia. Y aquellos que creen llegan a ser hijos de Dios, hermanos de Jesús, hijos de María e hijos de la Iglesia.

Lo fundamental en la Iglesia es ser miembro del pueblo de Dios, viviendo en alianza con Cristo y, en El, con Dios. Este es el rostro mariano de la Iglesia. En el plano simbólico, la Iglesia, como María, es “la Mujer”, que vive en alianza con su Esposo, Cristo. Esta es la estructura básica de la Iglesia en cuanto Esposa de Cristo y Madre del pueblo de Dios. La Iglesia es esto en primer lugar. Luego viene el rostro apostólico, representado en •Juan o en Pedro. Ambos aspectos pertenecen a la estructura de la Iglesia. Pero el rostro mariano expresa el aspecto interior y más profundo del misterio de la Iglesia.

De aquí que la tradición patrística haya hablado constantemente de la misión materna de la Iglesia. Fundamentalmente la Iglesia es nuestra madre. A ella le debemos el haber nacido a la vida cristiana, pues ella nos ha hecho descubrir a Cristo, nos ha anunciado su palabra y en el bautismo nos ha engendrado como cristianos. Gracias a la Iglesia, nuestra madre, hemos renacido como hijos de Dios. Nos ha concebido por la palabra y el Espíritu Santo, nos ha dado a luz en las aguas del/ bautismo, nos ha educado con la catequesis, nos hecho crecer con la eucaristía, nos ha cuidado y levantado en nuestras caídas. Nos ha dado hermanos en la con quienes caminar en comunión y cantar en comunidad las alabanzas del Señor.

D) MADRE DE LOS CREYENTES

Una vez que Cristo nos ha dado su madre, ya puede decir: “todo está cumplido”. Ya puede entregar su espíritu: “Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, inclinando la cabeza entregó su espíritu”. Jesús acaba su obra fundando la Iglesia, de la cual su madre es el símbolo. El vínculo de maternidad y de filiación, que une a María y al discípulo, a la Iglesia y a los fieles, forman parte de la “hora”, es decir, de la obra de la salvación. Por eso se puede pensar que el amor filial hacia María, igual que la pertenencia a la Iglesia, es para el cristiano una prenda de salvación. Todo el que pertenece vitalmente a la Iglesia tiene sus raíces en el reino de los cielos, del cual la Iglesia, en la tierra, es el sacramento. Y todo el que ama a María está vinculado a la Iglesia, de la que ella es el símbolo. Quien rechaza a la Iglesia, quien la desprecia, como quien no ama a María, se endurece en su orgullo: no es hijo de una madre.

La significación fundamental del misterio de María se encuentra, pues, en su función esponsal y materna. Ella es madre de Jesús y de los discípulos; y ella es la “Mujer”, Esposa de Cristo, colaboradora de Cristo en su obra salvadora. Y lo mismo vale para la Iglesia, Esposa y Madre de Cristo. La túnica de Cristo, no rota por los soldados, es un signo de la unidad de la Iglesia, que se constituye por la unión entre María y el discípulo amado (Jn 19,24-25). Y esta unión de la nueva comunidad mesiánica, presente a los pies de la cruz, es reforzada por el Espíritu Santo, que Jesús infunde cuando, “inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19,30).

Las nuevas relaciones entre la “Mujer” y el “discípulo”, manifestadas por Cristo desde la cruz, son la expresión del amor extremo de Jesús en el momento de su hora. María, la madre de Jesús, simboliza a la Iglesia misma en su misión materna. Y si María es la Madre del Hijo de Dios hecho hombre, también tiene un papel en nuestro renacimiento como hijos de Dios. La maternidad de María, que comenzó en la Encarnación de Jesús, se prolonga en la vida de los cristianos. Ella es madre del Cristo total; por tanto, también de los discípulos y hermanos de Jesús.

La maternidad virginal de María, al extenclerse a todos los creyentes, implica para nosotros una invita- ción a acogerla en nuestra vida y a considerarla como madre nuestra, al mismo tiempo que recibimos a aquel de quien ella es madre, a Cristo. En cada uno de nosotros ha de formarse Cristo; por ello también nosotros, como María, concebimos y damos a luz a Cristo en nosotros. Así lo expresa un texto anónimo del s. XVI: Bienaventurada tú, alma virginal, porque de ti ha de nacer el Sol de justicia... Aquel que nos ha creado nace de nosotros. Y,como si no fuera suficiente que Dios quiera ser nuestro Padre, quiere que seamos su madre. (María y el discípulo son los que ve Jesús al inclinar la cabeza“Jesús, pues, viendo a su nadie y junto a ella al discípulo a quien amaba’’ (Jo 19,26) Alma buena y fiel, ensancha el seno de tu corazón; abre hasta el extremo tu deseo; no vivas estrechamente en tu interior, a fin de que puedas concebir a Cristo, a quien el mundo entero no puede contener.

 Después de haberle concebido la bienaventurada Virgen María, continúa aún siendo concebido cada día en mí en virtud de la fe... Creo que damos a luz verdaderamente a Cristo en la medida en que nosotros recibirnos de su plenitud (Jn 1,16). Es primeramente concebido en sus palabras; luego el alma fructifica y, por sus buenas obras, Cristo es alumbrado. Esto es lo que dice San Pablo: “Hijos míos, por quienes siento de nuevo los dolores del parto, hasta que se forme Cristo en vosotros” (Ga 4,19; 1Co 4,15). Hubo un tiempo en que Cristo fue llevado en el seno y alumbrado corporalmente por su madre, la Virgen; pero siempre es concebido y alumbrado espiritualmente por las vírgenes santas.

María cumple su misión como madre de todos los discípulos de Cristo, llevándonos a Cristo. Juan concluye su evangelio, diciéndonos: “Ellos miraban al que traspasaron” (19,31-37). ¿Quiénes son los que miran? Los que están presentes al pie de la cruz: María y el discípulo, y con ellos todos los discípulos, toda la Iglesia. En esa mirada de María y de los discípulos al costado abierto de Jesús, la madre de Jesús ejerce su misión de madre. Corno en Caná dice a los sirvientes que hagan todo lo que El les diga, orientándolos hacia Jesús, también ahora invita a mirar el costado abierto de su Hijo. El discípulo fija la mirada en el corazón de Jesús gracias a la mirada de la madre, que orienta siempre a los discípulos hacia el Hijo.

María y el discípulo amado, al pie de la cruz, con la mirada fija en el costado abierto de Jesús, forman conjuntamente la imagen de la Iglesia-Esposa, que contempla al Esposo, “levantado de la tierra, atrayendo a todos hacia El” (Jn 12,32). La vida profunda de Jesús, la vida de su corazón, simbolizada por el agua del Espíritu que sale de su costado, se convierte en la vida de la Iglesia. Así la Iglesia, como repiten los Padres, nació del costado traspasado de Jesús. María con su fe y con su mirada fija en la llaga del costado de Jesús invita a los creyentes, sus hijos, a acercarse al corazón de Jesús, donde la Iglesia hahita en su misterio: “Cuando abrieron su corazón, ya había El preparado la morada, y abrió la puerta a su Esposa. Así, gracias a El, pudo ella entrar y pudo El acogerla. Así pudo ella habitar en El y El en ella”.

Habiendo dado a luz en el mundo al Hijo único del Padre, la “Mujer vestida de sol” conoce una fecundidad inconmensurable (Ap 12,17). Ya el salmista había contemplado en la Sión mesiánica la madre de los pueblos: “Se dirá de Sión: uno a uno, todos han nacido en ella, y el Altísimo en persona la sostiene. El Señor escribirá en el registro de los pueblos: Este ha nacido en ella. Y los que bailan cantan a coro: En ti están todas mis fuentes” (Sal 87). Transportada al cielo en la pascua de Jesús, la Jerusalén mesiánica se hace “la Jerusalén de lo alto, nuestra madre” (Ga 4,26). Siendo María el símbolo y síntesis de la Iglesia se le da a ella con prioridad la gracia de la maternidad universal. La experiencia de María junto a la cruz de Jesús dilató su corazón hasta hacerle similar a la “ciudad” abierta a todos los pueblos.

María, icono de la Iglesia madre, es mediadora por su santidad de amoi que la une a todos los fieles. Gracias a este vínculo de amor los fieles son amados por Dios, forman parte de la comunidad de los santos, donde reina la gracia del Espíritu Santo. María es mediadora del amor universal que el Espíritu deposita en su corazón. En realidad, todo verdadero cristiano es mediador de gracias: santifica a otros con el poder del amor que lo santifica a él. El privilegio de la mediación no separa a María de la comunidad. Su privilegio es de un amor incomparable que la distingue situándola en el corazón de la Iglesia. En ella la comunión de los santos es llevada a su máxima intensidad.

E) EL DISCÍPULO LA ACOGIÓ CONSIGO

“A partir de aquella hora el discípulo la acogió como suya” (Jn 19,27). La madre, más que entrar en la casa del discípulo, entra en lo profundo de su vida, formando parte inseparable de la misma. El discípulo la considera su madre. Acoger a María significa abrirse a ella y a su misión maternal, introducirla en la propia intimidad en donde ya se ha acogido a Cristo y todos sus dones. Acoger a María expresa una actitud de fe, la “acogió en la fe”,13 considerándose hijo de María. Desde este momento la madre de Jesús es también su madre.

Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, “acoge entre sus cosas propias” a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su “yo” humano y cristiano: “La acogió en su casa”. Así el cristiano trata de entrar en el radio de acción de aquella “caridad materna”, con la que la Madre del Redentor “cuida de los hermanos de su Hijo”, “a cuya generación y educación coopera” (RM 45).

Al momento del nacimiento del Hijo, Dios dice a José: “José, hijo de David, no temas acoger contigo a María” (Mt 1,20). Y José la tomó consigo. Ahora, en el momento de su muerte, Cristo encomienda, cte nuevo, a Juan que acoja a María y, “desde aquel instante, Juan la tomó consigo”. María, discípula de Cristo, desde el comienzo al final, vive sin tener donde reclinar la cabeza, necesitando ser acogida, dependiendo de Dios, que decide de su vida.

Pero Jesús no sólo confía su madre al discípulo, sino que se dirige primero a ella, señalando en primer lugar el papel de la Virgen María. La misión del discípulo queda subordinada a la de la Madre, que debe “con- gregal’ en la unidad a los hijos dispersos”, que es para lo que ha muerto El (Jn 11,51-52). La Madre de Jesús es la Madre de todos los hijos de Dios dispersos y, ahora, congregados por la muerte de Cristo, su Hijo. Siendo la Madre de Jesús, a los pies de la cruz, María es proclamada Madre de todos los que con Cristo son una sola cosa por la fe. El profeta Isaías decía: “Como una madre consuela a un hijo, así os consolaré yo; en Jerusalén seréis consolados” (Is 66,13L María, nueva Jerusalén, imagen de la Iglesia, es la refracción y trasparencia materna de la consolación de Dios.

La Iglesia de todos los tiempos, nacida de la cruz de Cristo, es invitada a mirar a María como Madre y a acogerla con amor filial, como hizo el discípulo a quien Jesús amaba: “Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos, es decir, reconocer la relación esencial, vital y providencial que se da entre la Virgen y Jesús. Ella es la que nos abre la vía que conduce a El”.14 El discípulo es invitado a acoger a María, imagen de la Iglesia; como creyente, cada discípulo lleva en su corazón a la Iglesia como madre amada, confiada a él y a la que él ha sido confiado.

Con providente designio, Padre santo, quisiste que la madre permaneciese fiel junto a la Cruz de su Hijo, dando cumplimiento a las antiguas figuras. Porque allí la Virgen bienaventurada brilla como nueva Eva, a fin de que, así como la mujer cooperó a la muerte, otra mujer contribuyese también a la vida. Allí realiza el misterio de la Madre Sión, acogiendo con amor maternal a los hombres dispersos y congregados ahora por la muerte de Cristo.15

40. MARÍA Y PENTECOSTÉS

La presencia de María en el cenáculo nos hace ver cómo ella era considerada ya el centro de la Iglesia apostólica. El Vaticano II une el momento de la Anunciación y el de Pentecostés, diciendo:

Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles perseverar l(llónimemen/e en la oración, con las m lijeres Y Murta la Mac/re de Jesús y los hermanos de Este (Hch 1,14); ya María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la babia cubierto con su sombra en la Anunciación (LG 59).

Después de la muerte, resurreccion y ascensión de Cristo, se reúnen en torno a su Madre los que representaban a la familia de Jesús según la carne, “los hermanos”, y los que representaban la familia en la fe, “los discípulos y las mujeres que le seguían”. María, fiel a Cristo hasta la cruz, participa de su gloria, viendo reunidos en torno a ella a los rescatados por su Hijo. Su gloria es su nueva maternidad. Esta es la última imagen de María que nos ofrece la Escritura en su vida terrena: María, la madre de Jesús, en medio de los discípulos constantes en la oración. Es la presencia orante en el corazón de la Iglesia naciente.

Si la hora de la Anunciación determinó toda la existencia ulterior de María, algo semejante ocurre con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Lo que ocurre en los apóstoles nos ayuda a comprender lo que en aquella hora ocurrió en María. Hasta entonces los apóstoles del nuevo comienzo del mundo. María es la Madre del Hijo de Dios, no por ser virgen, sino porque el Padre la ha escogido como virgen y la ha cubierto con la sombra del Espíritu. Pero la elección de una virgen expresa el carácter extraordinario del acontecimiento. La ausencia de un padre terreno pone de manifiesto cómo la única forma fecunda de situarse ante Dios es la de la acogida en la fe virginal. El silencio acogedor de un seno de mujer fue escogido por Dios como espacio en donde hacer resonar su Palabra hecha carne en el mundo. La virginidad de María se ofrece, pues, como signo del acontecimiento prodigioso que Dios ha realizado en ella, haciéndola madre de su propio Hijo.

        En Pentecostés puede realmente reconocer a su Hijo como el Hijo de Dios hecho hombre en su seno; comprende su vida como vida del Dios-Hombre y su misión como acontecimiento de redención de los hombres. También en aquella hora comprende del todo su misión personal de madre del Hijo de Dios y como primera redimida. Desde aquella hora, María pudo hacer suyas las expresiones de Pablo: “Cristo en mí”, “yo en Cristo”, “no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. Allí, en el Cenáculo con los discípulos, comprendió la misión que su Hijo la encomendara desde la cruz: “He ahí a tu hijo”. Su seno se dilató para acoger al cuerpo de Cristo, la comunidad de su Hijo.

Después de Pentecostés, como antes, Jesús era para ella su Hijo, con la entrañable exclusividad de esta relación. Pero, a la vez, ella le comprende ya profundamente como Cristo, Mesías, Redentor de todos los hombres. Entonces su amor de madre a Cristo se dilata hasta abrazar a todos los discípulos “a quienes El amaba”. Su amor materno a Cristo asume a aquellos entre los cuales Cristo es “primogénito entre muchos hermanos”. La Madre de Cristo se convierte en Madre de los creyentes., El Papa Pablo VI, en la Marialis cultus, comenta ampliamente la relación de María y el Espíritu Santo:

Ante todo es conveniente que la piedad mariana exprese la nota trinitaria... Pues el culto cristiano es, por su naturaleza, culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o, como se dice en la liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu Santo... En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El: en vistas a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo...

La reflexión teológica y la liturgia han subrayado cómo la intervención santificadora del Espíritu en la Virgen de Nazaret ha sido un momento culminante de su acción en la historia de la salvación. Así, por ejemplo, algunos santos Padres y escritores eclesiásticos atribuyeron a la acción del Espíritu la santidad original de María, como plasmada y convertida en nueva creatura por El; reflexionando sobre los textos evangélicos (...), descubrieron en la intervención del Espíritu Santo una acción que consagró e hizo fecunda la virginidad de María y la transformó en Aula del Rey, Templo o Tabernáculo del Seño; Arca de la Alianza o de la Santificación.

Profundizando más en el misterio de la Encarnación, vieron en la misteriosa relación Espíritu-María un aspecto esponsalicio, descrito poéticamente por Prudencio: la Virgen núbil se desposa con el Espíritu y la llamaron Sagrario del Espíritu Santo, expresión que subraya el carácter sagrado de la Virgen, convertida en mansión estable del Espíritu de Dios... De El brotó, como de un manantial, la plenitud de la gracia y la abundancia de dones que la adornaban: de ahí que atribuyeron al Espíritu Santo la fe, la esperanza y la caridad que animaron el corazón de la Virgen, la fuerza que sostuvo su adhesión a la voluntad de Dios, el vigor que la sostuvo durante su “compasión” a los pies de la cruz; señalaron en el canto profético de María (Lc 1,46-55) un particular influjo de aquel Espíritu que había hablado por boca de los profetas; finalmente, considerando la presencia de la Madre de Jesús en el cenáculo donde el Espíritu Santo descendió sobre la naciente Iglesia (Hch 1,12-14; 2,1-4), enriquecieron con nuevos datos el antiguo tema María-Iglesia; y, sobre todo, recurrieron a la intercesión de la Virgen para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en su propia alma (MC 25-26).

        María, plasmada por el Espíritu Santo, es la mujer del misterio. Ya la escena de la Anunciación revela cómo está envuelta en el misterio de Dios, al acoger en sí misma por obra del Espíritu Santo al Hijo del Padre: “Su estructura narrativa revela por primera vez de un modo absolutamente claro la Trinidad de Dios. Las primeras palabras del ángel, que definen a María como la ‘llena de gracia’ por excelencia, son expresión del saludo del Señor, de Yahveh, del Padre, que ella como creyente hebrea conoce muy bien. Tras su aturdimiento sobre el significado de aquel saludo, el ángel le revela en una segunda intervención que nacerá de ella el Hijo del Altísimo, que será el Mesías para la casa de Jacob. Y a la pregunta de qué es lo que se esperaba de ella, el ángel le manifiesta en una tercera intei’vención que el Espíritu Santo la cubrirá con su sombra, de manera que su hijo será llamado con toda razón el santo y el Hijo de Dios”.

        San Francisco de Asís, en una oración, expresa la relación de María con las tres personas de la Trinidad: “Santa María Virgen, no hay mujer alguna, nacida en el mundo, que te iguale, hija y sierva del Altísimo Rey, el Padre celestial, madre del santísimo Señor nuestro Jesucristo, esposa del Espíritu Santo..., ruega por nosotros a tu santísimo Hijo querido, Señor y Maestro”.5 Y también el Vaticano II, sitúa a María en el misterio trinitario. El capítulo VIII de la LG comienza y termina con una referencia a la Trinidad. Implicada en el designio del Padre, María es cubierta por la sombra del Espíritu Santo, que hace de ella la madre del Hijo eterno hecho hombre. Entre María y la Trinidad se establece una relación de intimidad única: “Redimida de un modo eminente en atención a los futuros méritos de su Hijo, y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo” (LG 53). María es “el santuario y el reposo de la santísima Trinidad”. La maternidad divina de María ha vinculado a María estrechamente con las personas trinitarias. Por ser madre del Hijo entra necesariamente en relación con el Padre y también con el Espíritu Santo, por obra del cual le concibe.

A las tres divinas personas hacen referencia los aspectos de la única Virgen-Madre-Esposa. En cuanto Virgen, María está ante el Padre como receptividad pura y se ofrece, por tanto, como imagen de aquel que en la eternidad es puro recibir, puro dejarse amar, el engendrado, el amado, el Hijo. En cuanto Madre del Verbo encarnado, María se refiere a El en la gratuidad del don, como fuente de amor que da la vida y es, por tanto, el icono maternal de aquel que desde siempre y para siempre comenzó a amar y es fontalidad pura, puro dar, el engendrante, la fuente primera, el eterno amante, el Padre. En cuanto arca de la alianza nupcial entre el cielo y la tierra, Esposa en la que el Eterno une consigo a la historia y la colma con la novedad sorprendente de su don, María se refiere a la comunión entre el Padre y el Hijo, y entre ellos y el mundo, y se ofrece, por tanto, como icono del Espíritu Santo, que es nupcialidad eterna, vínculo de amor infinito y apertura permanente del misterio de Dios a los hombres. En María, humilde sierva del Señor; se refleja, pues, el misterio mismo de las relaciones divinas. En la unidad de su persona se reproduce la huella de la vida plena del Dios personal.7

La fe, la caridad y la esperanza reflejan en María la profundidad del asentimiento a la iniciativa trinitaria y la huella que esa misma iniciativa imprime indeleblemente en ella. La Virgen se ofrece, pues, como el icono del hombre según el proyecto de Dios. Virgen-Madre- Esposa, María acoge en sí el misterio, lo revela al mundo, ofreciéndose como lugar de alianza esponsal. Dios escoge a una Virgen para manifestarse, a una Madre para comunicarse, a una Esposa para hacer alianza con los hombres.

B) MARÍA, HIJA E ICONO DEL PADRE

María conoció en su existencia terrena la triple condición de Virgen, Madre y Esposa, sin perder nunca ninguno de estos tres aspectos. María es “la Virgen”. Así la reconoce la fe cristiana desde sus orígenes. El credo ficeno-constantinopolitano confiesa, no que es una virgen, sino “la Virgen”. La virginidad no es en ella una etapa de su vida, sino una cualificación permanente: es la “siempre Virgen”. 8 La condición virginal de María está de tal modo vinculada a la Madre del Señor que la fe de la Iglesia ha sentido la necesidad de confesarla como la “siempre Virgen”.

        Frente a Israel, que pierde su virginidad cuando se aparta de la fidelidad al Señor, único Esposo del pueblo, la presentación de María como Virgen manifiesta su fidelidad plena a la alianza con Dios. La condición física de virginidad remite a una condición espiritual más profunda: María es la creyente, la bienaventurada por haber creído en el cumplimiento de las palabras del Señor, acogiéndolas y meditándolas en su corazón. Profundamente femenina en la capacidad de acogida radical, de silencio fecundo, de receptividad del Otro, la Virgen se deja plasmar totalmente por Dios. Su virginidad es la expresión de la radical donación de sí misma a Dios Padre, dejándose habitar y conducir por El. Así, virgen en el cuerpo y en el corazón, vivió el inaudito acontecimiento de la anunciación y de la concepción, por obra del Espíritu Santo sin concurso humano, del Hijo de Dios hecho hombre.

        La Virgen, sin dejar de serlo, es Madre. Y así, María es el icono maternal de la paternidad de Dios, que tanto amó al mundo que le entregó su Hijo: “El mismo engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, ha sido engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad”.

El Hijo de María es el Hijo de Dios, verdaderamente Dios. Y el Hijo de Dios es el Hijo de María, verdaderamente hombre. Lo primero guarda relación con el misterio de la elección de María por pat-te de Dios para ser la Madre de su Hijo Unigénito: engendrado desde toda la eternidad en el seno del Padre es engendrado en el tiempo en el seno virginal de María. María es la tierra virgen en la que el Unigénito del Padre ha puesto su tienda entre los hombres. Pero también es verdad que el Hijo de Dios es verdaderamente Hijo de María. No recibió una apariencia de carne, no se avergonzó de la fragilidad y pobreza de la carne humana, sino que “se hizo” realmente hombre, plantó de veras su tienda entre nosotros. La Virgen Madre es verdaderamente el seno humano del Dios encarnado. El hecho de que el Dios encarnado tenga una Madre verdadera dice hasta qué punto El es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Llamar a María Madre de Dios quiere decir expresar de la única manera adecuada el misterio de la encarnación de Dios hecho hombre.

Dios ha manifestado a Moisés su Nombre: “El Señor, Dios misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico de gracia y fidelidad” (Ex 34,6). El término “misericordioso” en hebreo se dice lara ham , que procede de la raíz raham, que significa “seno materno”, “útero”, “matriz”. Dios se ha nombrado a sí mismo como “seno materno” que da la vida. Dios se nos ha revelado, pues, como Madre que da la vida en la ternura y el amor (Os 11,1-8; Is 63,15-16). Por ello, podemos decir que la imagen de Dios en la mujer se refleja en su misma fisiología, en todo lo que la hace capaz de concebir, llevar, nutrir y dar la vida fisica y espiritualmente. María constituye “el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre”.

Eva significa la “madre de la vida”. María, nueva Eva, es este icono viviente de Dios dador de vida. Por esto es virgen. La virginidad, -de toda mujer-, es como un sello, que cierra a la mujer, haciendo patente que la mujer no es una hembra disponible a todos los machos, como ocurre con los animales, sino que está reservada para dar la vida, participando con el Dios creador y misericordioso: “Jardín cerrado eres tú, hermana mía, novia, huerto cerrado, fuente sellada” (Ct 4,12; Pr 5,15-20). El Espíritu Santo, que ha inspirado este texto, ha inspirado a la Iglesia cuando lo ha aplicado a María. Significa que María, la Virgen, es totalmente de Dios, en la unidad de su ser corporeo-espiritual. María pertenece a Dios en la totalidad de su existencia, íntegramente, virginalmente. Es el signo de lo que todo bautizado está llamado a ser: “una sola cosa con Cristo” (Rm 6,5).

La imagen de Dios que nos muestra la concepción virginal de María es la del Dios de la iniciativa gratuita de amor hacia su sierva y, en ella, hacia la humanidad entera. En María resplandece la imagen del “Padre de la misericordia” (LG 56), que sale del silencio para pronunciar en el tiempo su Palabra, vinculándola a la humildad de una hora, de un lugar, de una carne (Ic 1,26-27).

En este asombroso milagro, Dios es el que tiene la iniciativa, invitando a María y suscitando en ella la capacidad de respuesta. María lo único que presenta es su virginidad de cuerpo y de corazón ante el poder de Aquel para quien nada es imposible (Le 1,37). Y gracias a este puro actuar divino, el fruto de la concepción es también divino, el Hijo del Altísimo.

La virginidad de María no es causa, sino sólo la condición escogida libremente por Dios como signo del carácter prodigioso del nuevo comienzo del mundo. María es la Madre del Hijo de Dios, no por ser virgen, sino porque el Padre la ha escogido como virgen y la ha cubierto con la sombra del Espíritu. Pero la elección de una virgen expresa el carácter extraordinario del acontecimiento. La ausencia de un padre terreno pone de manifiesto cómo la única forma fecunda de situarse ante Dios es la de la acogida en la fe virginal. El silencio acogedor de un seno de mujer fue escogido por Dios como espacio en donde hacer resonar su Palabra hecha carne en el mundo. La virginidad de María se ofrece, pues, como signo del acontecimiento prodigioso que Dios ha realizado en ella, haciéndola madre de su propio Hijo.

Al confesar, más tarde, la virginidad en el parto, la Iglesia quiso transmitir el asombro frente a una maternidad virginal, que es signo de lo que sólo Dios puede realizar: la encarnación del Hijo eterno en la historia de los hombres. La negación de la virginidad de la Madre, escogida por Dios como lugar y signo del milagro de la encarnación del Hijo, se traduce inevitablemente en la negación de la condición divina del Hijo engendrado en ella. Separar el significado del hecho de este signo, como si lo uno pudiera subsistir sin lo otro, no es legítimo. Afirmar que la condición virginal no forma parte del “núcleo central del evangelio” ni constituye “un fenómeno histórico-biológico”, sino que es tan sólo una “leyenda etiológica”, “un símbolo preñante” del giro realizado por Dios en Jesucristo, es contradecir a la economía de la revelación, hecha de acontecimientos y de palabras íntimamente vinculados entre sí.13 “El hecho biológico de la concepción virginal no puede separase jamás del sentido profundo escondido en él... Toda la obra de la salvación es una intervención de Dios en la historia por medio de hechos concretos. La revelación del plan de salvación querido por Dios se encuentra precisamente escondida en esos hechos y no puede separarse de ellos. Lo mismo ocurre con la concepción virginal de Jesús, que se convierte de este modo en un sí,nbolo significativo del misterio”.14 La negación del hecho de la concepción virginal, como signo del misterio encerrado en él, se convierte en negación del mismo misterio.

La Madre de Dios, como imagen maternal de la paternidad divina, nos permite percibir la imagen de un Dios al que corresponde la primacía y la gloria, pero cuyos rasgos fundamentales son los de la gratuidad, los del amor entrañable y maternal. Así se muestra ya en la fe de Israel, cuando habla del amor cariñoso y envolvente de Dios, parecido al amor entrañable de una madre.15 El cariño o la misericordia del Padre asumen un rostro, una configuración concreta en María. Es lo que intenta comunicar el famoso icono de la Madre de Dios de Vladimir, llamado “Virgen de la ternura”, como los iconos de la llamada “Eleúsa”, la tierna, la misericordiosa.

Pero la Madre de Dios es icono materno del Padre también en su maternidad espiritual respecto a los que el Padre ha hecho hijos en el Hijo nacido de María: “Dios Padre ha comunicado a María su fecundidad, en cuanto una pura criatura era capaz de recibirla, para concederla el poder de producir a su Hijo y a todos los miembros de su cuerpo místico”.17 A esta luz comprendemos la mediación maternal de María y su presencia, no sólo junto a su Hijo, sino también junto a todos los que son hechos hijos en el Hijo (LG 60-62; RM 21-24).

C) MADRE DEL HIJO

María es la Madre del Señor (Lc 1,43), según el testimonio de la Escritura; la Madre de Dios, como la define la fe de la Iglesia en Calcedonia (451): “Siguiendo, pues, a los santos Padres, todos a una enseñarnos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo..., engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto ala humanidad”.18 Y, antes aún, el concilio de Éfeso (431) había precisado: “Porque no nació primeramente un hombre vulgar de la santa Virgen y luego descendió sobre él el Verbo; sino que unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, corno quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera, los santos padres no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios (Theotókos) a la santa Virgen”.’9 Y ya antes la Iglesia en su oración había llamado a la Virgen “Madre de Dios”, como aparece en el tropario del siglo III: “Sub tuum praesidium”: “Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios...”.

Esta maternidad abarca en primer lugar el nivel físico de la gestación y del parto, con todo el conjunto de cariño y solicitud que lleva consigo: “Dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7.12.16). Al mismo tiempo abarca la preocupación maternal por aquel que “iba creciendo en sabiduría, en estaturay en gracia ante Dios y ante los hombres” (Le 2,52). Esta preocupación la expresa María, al encontrarlo en el templo a los doce años: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (2,41- 50). Las relaciones maternales eran tan perceptibles que Jesús es señalado simplemente como “el hijo de María” (Mc 6,3). La fidelidad a los textos nos hace percibir en estas alusiones la profundidad de la comunicación de vida y de afectos que existía entre Jesús y su Madre. Los episodios de Caná y el de la Madre al pie de la cruz son una prueba más de ello. Y, sin embargo, en estos textos se vislumbra la voluntad de Jesús de superar estas relaciones tan profundas, llevando a su Madre a otra dimensión más alta: la de la fe (Lc 8,19-21; 11,27-28). El testimonio de la Escritura nos hace comprender cómo María supo aceptar y vivir este “paso a la fe”.

El Padre de la misericordia quiso que precediera a la encamación la aceptación de la Madre predestinada, para que, de esta manera, así como ¡ la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyera a la vida... Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino se convirtió en Madre de Jesús y, al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente, como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios omnipotente (LO 56).

El hecho de que aquellos que Cristo ha rescatado se hayan hecho, por medio del Espíritu Santo, hijos adoptivos del Padre, ha generado una nueva fraternidad: la fraternidad en el Padre y en el Hijo por medio del Espíritu Santo. Se puede hablar de una nueva familia: los hombres se han convertido en hermanos de Jesús, hijos del Padre, mediante el Espíritu Santo (Jn 20,17; Hb 2,11-12). Como hermanos suyos, Cristo les ha declarado hijos de su Madre, confiándoles a sus cuidados. Ella puede interceder ahora con todo derecho en favor de ellos, siempre que les falte el “vino”, la alegría, la fiesta. Nueva Eva, madre de los vivientes, María es la “ayuda” ofrecida a Cristo para que se encarnara y, tomando verdaderamente la carne humana, verdaderamente nos redimiera, “llevando mediante su oblación a la perfección para siempre a los santificados”. Para siempre María está como “ayuda” junto a Cristo intercediendo por quienes el Hijo le ha confiado como hijos. María es mujer y madre y, por tanto, “ayuda”.

La maternidad de la Virgen constituye, pues, la figura humana de la paternidad divina, como atestigua la oración litúrgica oriental, que dirigiéndose a María dice: “Tú has engendrado al Hijo sin padre, este Hijo que el Padre ha engendrado antes de los siglos sin madre”.20 La generación fisica del Hijo, seguida por la constante solicitud maternal, manifiesta la gratuidad del amor de la Madre, que se dilata a las relaciones de caridad atenta, concreta y cariñosa con los demás y a su maternidad espiritual universal. En este amor maternal se refleja el amor eterno del Padre, su amar sin verse obligado a amar, su amor totalmente gratuito. Dios Padre no nos ama porque seamos buenos, sino que nos hace buenos al amarnos. Esta gratuidad luminosa, este gozo de amar encuentra su imagen en la prontitud de María al asentimiento, en su disponibilidad para el don, aunque la lleve hasta la cruz.

Realmente el Padre plasmó en María la imagen de su paternidad. Es primero y ante todo por su participación en la paternidad de la primera Persona como María llega a ser la madre del Hijo. El Hijo acepta esta filiación temporal del mismo modo que desde la eternidad acepta la procesión que le viene del Padre y le constituye Hijo. De esta manera, “Dios ha hecho de la filiación humana del Verbo una imagen de su filiación divina”.

María es la madre que acompaña en el amor durante toda la existencia humana del Señor entre nosotros. Su participación en la vida, muerte y resurrección del Salvador se caracteriza por el vínculo materno, el amor entrañable, que la lleva a acoger a Cristo, a presentarlo a Isabel, a los pastores y a los magos, a ofrecerle a Dios en el templo, y a invitar a todos a hacer “todo lo que El diga”... María no se interpone, sino que siempre colabora en la misión del Hijo. Lo mismo que el Padre da su Hijo a los hombres, así María, icono materno del Padre, ofrenda el Hijo al Padre y a los hombres. Su participación en la redención no es otra que la de entregar su Hijo a los hombres, uniendo su intercesión y ofrenda al único y perfecto sacrificio de Cristo:

Efectivamente, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue de las demás criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo, siendo también la suya una mediación participada (RM 38; Cfr2l-23).

        Es claro que la fc cristiana confiesa que “Dios es único, como único también es el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Jesucristo, que se entregó a sí mismo para redimir a todos” (lTm 2,5s). Pero la participación de María en la obra de su Hijo no oscurece esta única mediación de Cristo: Uno solo es nuestro mediador según las palabras del Apóstol... Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien, sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la sobreabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la

mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta (LG 60; Cfi’. 62).

Esta mediación de María tiene su origen en el beneplácito libre y gratuito de Dios; se basa en el ser maternal de María, en el que el Padre ha impreso gratuitamente una huella de su paternidad; consiste en la doble misión de la “maternidad espiritual” por la que la Madre de Dios contribuye a engendrar a Cristo en el corazón de los creyentes, y de la “intercesión”, en virtud de la cual María une su propia ofrenda y la de los fieles al sacrificio del Salvador, ofrecido y acogido por el Padre.

Dado que los dones y la llamada de Dios son irrevocables (Rm 11,29), la participación de María en el misterio de la generación del Hijo está grabada indeleblemente en su ser. El “ser maternal”, que le ha sido concedido por Dios, es irrevocable en la eternidad de la fidelidad divina. María vive plenamente en la Trinidad como “Madre del Hijo” y, gracias a esta presencia viva en el misterio trinitario, actúa en la historia de la salvación conforme a ese ser maternal. Después de Pentecostés, los apóstoles, recibido el Espíritu Santo, parten a la misión, evangelizan, ftindan comunidades cristianas. Pero de María no encontramos ni en los Hechos ni en las Cartas ni una palabra más. María queda en el silencio, como si de ella no hubiera más que decir que “estaba con los apóstoles perseverantes en la oración”.

María es el icono de la Iglesia orante. Es lo que ha querido ie ntare1IccnoeIarúien’ia Ascensión de Jesús al cielo, de la escuela de Rublev (s.XV), conservado en la Galería Tretakob en Moscú. Este icono no se fija sólo en el momento de la Ascensión, sino que nos quiere mostrar la vida de la Iglesia y, en particular, el carisma de María tras la Ascensión de Jesús al cielo. Allí está también San Pablo que no estaba entre los apóstoles en el momento de la Ascensión. En el icono, María está en pie, con los brazos abiertos en actitud orante, como aislada del resto de la escena por la figura de dos ángeles vestidos de blanco. Pero está en el centro, como el árbol maestro que asegura el equilibrio y estabilidad de la barca. En torno a ella están los apóstoles, todos con un pie o una mano alzada, en movimiento, representando a la Iglesia que parte a la misión evangelizadora. María, en cambio, está inmóvil, bajo Jesús, justo en el lugar desde donde El ha ascendido al cielo, corno queriendo mantener viva la memoria y la espera de El. Desde su asunción a los cielos

“no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada” (LG 62). “Así, la que está presente en el misterio de Cristo como madre, se hace -por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna, como indican las palabra pronunciadas en la cruz: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’, ‘Ahí tienes a tu madre” (RM 24).

D) ESPOSA EN EL ESPÍRTU SANTO

Se ha dicho del Espíritu que es la humildad de Dios. El está, en efecto, en total referencia a otros: al Padre, del cual él es el Espíritu de paternidad; y al Hijo, del cual él es el Espíritu de filiación. No se afirma nunca frente al otro; es suifi’i1dad, su profundidad. El no es ni el engendrante ni el engendrado; no es el amante ni el amado, ni el revelador ni el revelado; él es el engendramiento, el amor, la revelación, todo al servicio del Padre y del Hijo. María, invadida por este misterio, vive en referencia al Padre, por quien ella es madre; a Cristo, del cual es madre. Del mismo modo que el Espíritu no tiene nombre, así María en el evangelio de Juan no tiene nombre, se eclipsa en su misión y es llamada “la mujer” o “la madre de Jesús”. Pero la humildad es siempre exaltada. El Espíritu, que es la humildad de Dios, es también su gloria, llamado “Espíritu de gloria” (1P 4,14). En él brilla la inmensa grandeza de Dios, su poder de infinita paternidad, de amor ilimitado. La humildad es la acogida que María da al poder de Dios. En su desnudez se deja vestir del sol. “El Espíritu Santo, que por su poder cubrió con su sombra el cuerpo virginal de María, dando en ella inicio a la divina maternidad, al mismo tiempo hizo su corazón perfectamente obediente a aquella autocomunicación de Dios, que superaba todo pensamiento y toda capacidad del hombre”. 22 El Espíritu Santo es, en María, el sello del amor personal del Padre y del Hijo.

        María es obra del Espíritu Santo, según expresión de los Padres. Ocupa un lugar privilegiado en el misterio cristiano por obra del Espíritu Santo, que la enriqueció con sus dones para que fuera la Madre de Cristo y el modelo de la Iglesia. María es la llena del Espíritu Santo desde su concepción inmaculada y en su maternidad “por obra del Espíritu Santo”. Y, en Pentecostés, en medio de la comunidad cristiana, está María para ser colmada de nuevo con el fuego del Espíritu Santo. Por eso en los textos litúrgicos se la llama la “Virgen de Pentecostés”, “Nuestra Señora, la llena del Espír1eva1te San Lucas comienza destacando la relación del Espíritu Santo con María - “el Espíritu vendrá sobre ti”-, y termina con el nacimiento de la Iglesia por obra también del Espíritu: “recibiréis la fuerza del Espíritu que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos...”.

San Francisco de Asís ha llamado a María Esposa del Espíritu Santo. Y es que Jesús ha unido para siempre a María y al Espíritu Santo, mucho más de lo que puede unir un hijo a su padre y madre. Jesús es para siempre, en el Reino del Padre, en la Iglesia, en la Eucaristía.., el “engendrado por el Espíritu Santo y por la Virgen María”. En María la Palabra se ha hecho carne por obra del Espíritu Santo. Este título de “Esposa del Espíritu Santo” era frecuente en la piedad y teología antes del Concilio. Pero como no aparece en la Escritura ni en la tradición patrística el Vaticano II decidió evitarlo. En la Escritura la unión esponsal caracteriza las relaciones entre Yahveh e Israel; y en el Nuevo Testamento esta relación se transfirió a Cristo y la Iglesia. Los Santos Padres tampoco usan este título en relación a María; prefieren llamar a María “Sagrario del Espíritu Santo”, “Arca de la Nueva Alianza”, “Tálamo del Espíritu Santo”. Así el Concilio ha reservado el término de esposo a Cristo y el de esposa a la Iglesia. A María le da el título de “Sagrario del Espíritu Santo” (LG 53), con el que se indica la relación de intimidad extraordinaria de María con el Espíritu Santo. Y creo que se puede hablar de María “Esposa en el Espíritu Santo”.

Todo lo que ocurre en María realiza lo que la fe y la esperanza de Israel había confesado a través de la imagen de la alianza nupcial: “El Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo tu constructor; así se gozará contigo tu Dios” (Is 62,4s). “Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en ternura; te desposaré en fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21-22).

El título de esposa es el que más inmediatamente sitúa a María en el misterio de la alianza. Y, puesto que la alianza prometida está vinculada al Espíritu y la Virgen ha sido cubierta por su sombra, en este título esponsal se evoca de modo especial la obra del Espíritu Santo en María. El misterio nupcial de la Virgen Madre la sitúa en relación con Aquel que es, en el misterio de Dios, la nupcialidad eterna del Padre y del Hijo y, en la historia de la salvación, el artífice de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo.

La imagen de Dios que nos ofrece María, como esposa, es la del Dios cercano, que se hace Emmanuel, Dios con nosotros. En el seno de María Dios se une a los hombres en alianza nupcial. El Espíritu Santo, que cubre a María con su sombra, hace presente en el interior de nuestra carne el misterio trinitario. En el seno de María, por obra del Espíritu Santo, se unen el Padre engendrante y el Hijo engendrado tan realmente que el engendrado por María en el tiempo es el mismo y único Hijo de Dios, engendrado en la eternidad. El Espíritu Santo, amor personal, une en el seno de María, el Hijo amado con el Padre amante.

El Espíritu Santo es la nupcialidad, el vínculo de amor eterno entre el Padre y el Hijo, y también el vínculo de amor que une al Padre con el Hijo encarnado en el seno de María. El Espíritu Santo es también el vínculo de la alianza entre Dios y los hombres en la Iglesia. María, arca de la alianza, Esposa de las bodas escatológicas entre Dios y su pueblo, está íntimamente vinculada al Espíritu Santo, derramado sobre ella para actuar la nueva y eterna alianza, sellada en la sangre de Cristo. En el Espíritu Santo, María se une con el Padre y con el Hijo. En el Espíritu Santo, María participa de la fecundidad del Padre y de la filiación del Hijo. Esposa en el Espíritu, Maria se nos presenta como la transparencia de su acción esponsal, como vínculo de unidad, sello del amor divino en su vida trinitaria y en su actuación salvadora. Madre del Hijo de Dios, hija predilecta del Padre, María es “templo del Espíritu Santo” (LG 53), “sagrario” y “mansión estable del Espíritu de Dios” (MC 26). El Espíritu es el que hace de María la Esposa, haciéndola Virgen Madre del Hijo y de los hijos de la nueva alianza.

María es, por tanto, icono del Espíritu Santo. El Espíritu Santo siempre se manifiesta a través de la mediación de otra persona. No habla con voz propia, sino por medio de los profetas. Nadie tiene experiencia directa del Espíritu Santo, sino de sus efectos, de las maravillas que obra en el mundo y en la historia de la salvación. En María se refleja el ser y el obrar del Espíritu. Poseída por el Espíritu desde el primer instante, en la encarnación, en el Calvario, en Pentecostés y en la vida de la Iglesia coopera con El, actúa bajo su impulso y posibilita su transmisión a la Iglesia. Ella es la realización perfecta de la comunión con Dios que el Espíritu Santo suscita y lleva a cabo en la Iglesia. María no suplanta al Espíritu Santo, sino que da rostro humano a su acción invisible. La Virgen, pues, “plasmada por el Espíritu”, es icono del Espíritu Santo, reflejo de su misterio nupcial:

Profundizando en el misterio de la encarnación, los Padres vieron en la misteriosa relación Espíritu- María un aspecto esponsalicio, descrito poéticamente por Prudencio: la Virgen núbil se desposa con el Espíritu (MC 26).

A través de imágenes bíblicas, San Luis Grignon de Monfort expresa la relación íntima y singular de María con el Espíritu Santo: María es la fuente sellada, el paraíso terrestre de tierra virgen, inmaculada, donde habita el Espíritu Santo. Este lugar tan santo es guardado, no por un querubín, sino por el mismo Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo, María produce el más grande fruto que jamás se haya dado: un Dios-hombre.

Por medio del Espíritu Santo, María continúa engendrando a los cristianos: “El Espíritu Santo, que se desposa con María, y en ella y por ella y de ella produjo suobra maestra, el Verbo encarnado, Jesucristo, como jamás la ha repudiado, continúa produciendo todos los días en ella y por ella a los predestinados por verdadero, aunque misterioso modo”.

Jesús, al morir en la cruz, “inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19,30). Y, a continuación, del costado abierto de Cristo, salió sangre y agua, cumpliéndose la profecía de Jesús, que había anunciado que de su seno brotarían ríos de agua viva, corno signo del Espíritu que recibirían los que creyeran en El (Jn 7,39). Allí, bajo la cruz, estaban María y Juan. Ellos son los “creyentes en El” que asisten al cumplimiento de la promesa, recibiendo el Espíritu de Cristo. Bajo la cruz, pues, estaba María recibiendo el Espíritu Santo, como inicio e imagen de la Iglesia.

En Pentecostés, María queda inmersa en el fuego del Espíritu Santo. Ya no está sólo cubierta por la ¡ sombra del Espíritu Santo, sino penetrada por su fuego junto con los discípulos, fundida con ellos, transformada en el único cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Ella, en el corazón de la Iglesia, transfigurada por el Espíritu Santo, es la memoria viva, testimonio singular del misterio de Cristo. Y hasta el final de los tiempos María permanece en el corazón de la Iglesia “implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo” (LG 59).

41. UNA MUJER VESTIDA DE SOL

A) ISRAEL-MARÍA-IGLESIA

El capítulo 12 del Apocalipsis nos recuerda el relato del Génesis (3,15), donde se anuncia la perenne enemistad entre la mujer y la serpiente, entre la descendencia de ésta y la descendencia de aquella, hasta que la descendencia de la mujer aplaste la cabeza de la serpiente, “serpiente antigua, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda seduciendo a todo el mundo” (Ap 12,9). También evoca el Exodo, con la alusión al desierto (v.6) y con “las alas de águila” dadas a la mujer para volar hacia él (v.14): “Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí” (Ex 19,4). Este trasfondo permite reconocer en la Mujer al Israel de la espera y, sobre todo, al nuevo Israel del cumplimiento.

Al centro aparece una figura gloriosa: es una mujer vestida de la luz del sol, como lo está Dios mismo (Sal 104,2), apoyada sobre la luna, coronada de doce estrellas. Esta mujer evoca a la del Cantar de los Cantares: “,Quién es ésa que surge como la aurora, bella como la luna, esplendorosa como el sol, terrible como escuadrones ordenados?” (6,10). Esta Mujer es la Madre, la Esposa, la Ciudad Santa, símbolo de la salvación, encinta del Mesías. Los dolores del parto aparecen en los profetas como imagen del preludio de la llegada del Mesías.

Por ello, en esta Mujer, vestida del sol, del Apocalipsis, encontramos un gran símbolo del misterio de María, la Virgen Madre que da a luz al Mesías.1 En la Tradición se ha visto en esta Mujer misteriosa el símbolo de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, y el símbolo de María, la Madre de Jesús. Pero, para entender este simbolismo, hay que partir viendo en esta Mujer el símbolo, en primer lugai de Israel, la Hija de Sión, la Madre Israel, de la que ha nacido el Mesías: “la salvación viene de los judíos” (Jn 4,22). Jesús, en cuanto hombre, tiene una ascendencia judía, es hijo de la Mujer Sión. Pero, en el Nuevo Testamento, la Mujer Sión es la Iglesia. Y, uniendo a Israel y la Iglesia, aparece María, donde desemboca la esperanza de Israel y se inicia la Iglesia.

La mujer vestida de sol es el símbolo arquetípico de la Iglesia indestructible, de la Iglesia eterna. Ella soporta siempre sufrimientos y persecuciones; pero no es nunca abatida. Y al final alcanza la victoria como Esposa del Cordero. Sión-María-Iglesia es siempre la Mujer, que no pertenece a la tierra. Es una figura celes/e, “vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas” (Ap 12,1).

El adorno de esta Mujer del Apocalipsis es el que ya describiera Isaías: “Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh alborea sobre ti... Ya no será el sol tu lumbrera de día, ni te alumbrará el resplandor de la luna, sino que Yahveh será tu eterna lumbrera y tu Dios será tu esplendor. Tu sol no se pondrá jamás ni menguará tu luna, porque Yahveh será tu eterna luz” (Is 60,1.19-21). Por eso, al final, como Jerusalén celestial, “desciende del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su Esposo... La Ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, tenía la gloria de Dios” (Ap 21,2.10-11). “El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche ni tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22,3-5).

La luna puede ser muy hermosa. Cuando es luna llena, la naturaleza se nos ofrece magnífica en el profundo silencio de la noche. Todo produce una sensación de tranquilidad, de calma, de paz. Pero esta luz de la luna no le pertenece, es una luz recibida. La belleza de la luna no es más que un reflejo del esplendor del sol. Brillando con la luz que recibe del sol es maravillosamente hermosa. Los Padres han aplicado este simbolismo a la Iglesia y a María: “hermosa como la luna” (Ct 6,10). Pero la luz, el esplendor de la Iglesia, y de María, es gracia. En la Escritura y en la liturgia, la imagen del sol se aplica a Dios y a Cristo. El es el Sol de justicia: “Dios es luz” (lJn 1,5) y la fuente de la luz (lJn 1,7). La Mujer vestida del sol es la Iglesia vestida de Cristo. Pero, además, está “coronada con doce estrellas”, donde la Tradición ha visto a los “doce apóstoles del Cordero” (Ap 21,14), fundamento de la nueva Jerusalén, que a su vez nos remiten a las doce tribus de Israel. Así, la Mujer coronada de doce estrellas es una imagen del antiguo y del nuevo Israel en su perfección escatológica.

La Sión escatológica, que resplandece en todo su esplendor, no brilla con luz propia, sino gracias a la gloria de Dios: está revestida de la gloria de Dios: “Porque la gloria de Dios la ilumina y su lumbrera es el Cordero” (Ap 21,23). En la Tradición patrística y en la liturgia ha tenido una gran resonancia el símbolo de la luna: “el misterio de la luna”. Sión-María-Iglesia no tiene luz propia, sino cual luna misteriosa, junto al Sol, devuelve reflejada hacia los hombres la claridad de El, que resplandece en su rostro (LG 1).

La mujer estaba encinta y, precisamente por ello, revestida de sol. Dios mismo la había preparado su traje de bodas, cubriéndola con el Espíritu de gloria. Es la nube que guió al pueblo del éxodo, la que cubrió la cima del Sinaí, la que llenó la tienda de Dios en el desierto y el templo en el día de su dedicación. Es la gloria de Dios que, según el anuncio de Isaías (4,5), se extenderá sobre la asamblea reunida en el monte Sión, cuando lleguen los días profetizados. Es la nube que cubrió a Jesús en la transfiguración (Mc 9,7). Esta espesa nube de luz, cal’gada de la gloria de Dios, cubrirá a María, revistiéndola de luz. María es la mujer rodeada de la gloria de Dios. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de la gloria de Dios (1P 4,14), envolverá a María con su sombra luminosa, nube de fuego. El Espíritu de gloria y de poder (Rm 6,4; 2Co 13,4; Rm 8,11) desciende sobre María y la hace madre del Hijo de Dios en el mundo.

Esta Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce estrellas, es la Mujer en. trance de dar a. luz. Es la Mujer que está encinta y que grita con los dolores de parto. Son los dolores escatológicos de la Hija de Sión en cuanto madre. Así la describe el profeta Oseas: “Retuércete y grita, hija de Sión, como mujer en parto” (Mi 4,10). Y con gran vigor Isaías describe este gran acontecimiento escatológico: “Voces, alborotos de la ciudad, voces que salen del templo. Es la voz de Yahveh, que da a sus enemigos el pago merecido. Antes de ponerse de parto, ha dado a luz: antes de que le sobrevinieran los dolores, dio a luz un varón. ¿Quién oyó cosa semejante? ¿Quién vio nunca algo igual? ¿Es dado a luz un país en un día? ¿Una nación nace toda de una vez? Pues apenas ha sentido los dolores, ya Sión ha dado a luz a sus hijos. ¿Voy yo a abrir el seno materno para que no haya alumbramiento?, dice Yahveh. ¿Voy yo, el que hace dar a luz, a cerrarlo?, dice tu Dios. Alegraos con Jerusalén y regocijaos con ella todos los que la amáis. Llenaos de alegría con ella los que con ella hicisteis luto” (Is 66,6-10).

El hijo, que la Mujer Sión da a luz, son todos los hijos del pueblo de Israel, del nuevo pueblo mesiánico. Jesús recurre a la misma imagen en la última cena, inmediatamente antes de la Pasión y Resurrección (Jn 16,19-22). Los dolores de parto de la mujer, con los que se compara la tristeza de los discípulos, son un siguo del nuevo mundo que ha de hacerse realidad para ellos en el acontecimiento pascual. A través de la Cruz y la Resurrección tendrá lugar el alumbramiento doloroso del nuevo pueblo de Dios. La conexión entre las angustias de la mujer, el odio de la bestia y la elevación del hijo hace presente el misterio pascual, como nacimiento de la muerte a la vida del nuevo pueblo de Dios. La resurrección es expresada como concepción en la predicación de los apóstoles (Hch 4,25-28).

El varón que la Mujer da a luz es Jesús ciertamente (Ap 12,5), pero no se trata del alumbramiento de Belén, sino del nacimiento de Cristo, que tiene lugar en la mañana de Pascua. El nuevo Testamento describe en varias ocasiones la Resurrección como un nuevo nacimiento, como el día en que el Padre dice: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Hch 13,32-33). La Resurrección es el momento del “nacimiento” del Cristo glorificado, el comienzo de su vida gloriosa, de la “elevación del Hijo hacia Dios y su trono” (Ap 12,5), victorioso sobre el gran dragón.

El hijo es, ciertamente, el Jesús histórico resucitado y glorificado. Pero también es el Cristo total, Cabeza y miembros, “el resto de su descendencia”, sus hermanos, que “son los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (12,17). Todos éstos son también hijos de la Mujer; los hijos que María ha recibido de Cristo desde la cruz, los hijos que la Iglesia da a luz a lo largo de los siglos. La maternidad de María se halla ligada al Gólgota. Allí María es llamada “Mujer” lo mismo que en el Apocalipsis. Es allí donde la madre de Jesús se convierte en madre del discípulo, de todos los discípulos de Jesús. Al pie de la cruz tiene lugar el nacimiento del nuevo pueblo de Dios, de la Iglesia, de la que María es a la vez imagen y madre: “Que el dragón designa al diablo, ninguno de vosotros lo ignora, ni que esta mujer designa a la virgen María, que, en su integridad, ha traído al mundo a nuestro jefe, y que expresa en ella la imagen de la Iglesia”.3

La pirámide mesiánica, que se eleva desde su ancha base (Gn 3,15), peldaño a peldaño, pasando por la raza de Sem, el pueblo de Abraham, la tribu de Judá, el clan de David, llega en María a su vértice. Las líneas ascendientes convergen en un solo punto: la primera Iglesia, cristiana por su maternidad, viene a identificar- se con María. Alégrate, le dice el mensajero de Dios: la complacencia divina, que reposa sobre Israel, a causa del Hijo que ha de nacer; reposa sobre ti. Gabriel recoge la invitación a la alegría tantas veces dirigida a la hija de Sión. Toma el relevo de los profetas y trae la invitación a aquélla a quien, desde siempre, ha estado destinada.

Por ello, tras la victoria de Cristo, cuando “se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (12,7), la Mujer tiene que “huir al desierto”, al lugar donde se selló la alianza entre Yahveh y el pueblo, lugar donde Israel vivió sus esponsales con Yahveh, lugar de su refugio, donde es especialmente protegido y conducido por Dios (iR 19,4-16). El desierto es un lugar de protección y defensa contra el peligro de los enemigos, porque es el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Rodeada de pruebas y persecuciones, la Mujer; la Iglesia, huye al desierto para permanecer por un tiempo aún, hasta que sea definitivamente derrotado “el gran dragón, la antigua serpiente, llamada Diablo y Satanás” (12,7), enemigo de la Mujer desde el comienzo hasta el final de la historia.

La Iglesia, nuevo Israel, conoce el tiempo de los dolores de parto y es objeto de la persecución del dragón. Pero así como su Señor ha salido vencedor de la muerte y del antiguo adversario en su resurrección, también la Iglesia superará la prueba y será salvada por el poder de Aquel que está junto al trono de Dios. El triunfo pascual del Hijo de la Mujer es anticipación y promesa segura del triunfo escatológico de la Iglesia, aun cuando en el tiempo presente viva en medio de los dolores de parto, atravesando su “desierto”, que es tiempo de prueba y de gracia. Puede cantar: “Ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios. Ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios. Ellos mismos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron” (Ap 12,10-11).

Este tiempo es el período del testimonio de la Iglesia en el curso de su historia sobre la tierra. La Iglesia como testigo de Dios se ve sometida a pruebas, pero goza de la protección del Señor y tiene garantizada la victoria. María, su figura escatológica, es para ella el signo seguro de esperanza. La serpiente acechará su talón, pero será finalmente aplastada por el talón de la Mujer. La Iglesia, probada con la persecución, evoca a la Madre de Jesús, la Mujer, como el “gran signo” de esperanza frente a todas las amenazas del dragón a lo largo de la historia. En María, la Iglesia de los mártires ha reconocido la imagen triunfante de la victoria del Hijo que ella dio a luz, como aliento para su combate.

Por ello este tiempo es tiempo de combate. La Mujer esplendente, “hermosa como la luna, resplandeciente como el sol”, es también” terrible como escuadrones ordenados” (Ct 6,10). Este sorprendente juego de imágenes, que expresa tanto el esplendor de la Mujer como su victorioso poder, muestra a la Mujer Sión y también a María. En María alcanzan su cumplimiento todas las promesas hechas a la Hija de Sión, que anticipa en su persona lo que será realidad para el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. En la liturgia se ha cantado a María con esta antífona: “AJégrate, Virgen María, porque tú sola venciste a todas las herejías en el mundo entero”. La resonancia de los dogmas sobre la Virgen, vistos e integrados en el misterio de Cristo y de la Iglesia, asegura la solidez de la fe y fortalece en la lucha contra todas las herejías. En este sentido, María es “terrible, como escuadrones ordenados”. Con la fe en todo lo que en María se nos ha revelado, la Iglesia está segura de la victoria final sobre las fuerzas del mal.

La “Mujer” simboliza, pues, al pueblo de Dios que da a luz al Mesías y a los creyentes. Es la figura de la Iglesia y de aquella que la personifica, María, la Madre de ,Jesucristo, la Madre de Dios, la “Mujer”, nueva Eva, Madre de los creyentes.

42. B) LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS

           En María tenemos el primer testimonio de la victoria de su Hijo sobre la muerte. Con su asunción al cielo en cuerpo y alma, María es la primera testigo viviente de la resurrección. En su persona misma, María nos testimonia que el reino de Dios ha llegado ya. Ella proclama el triunfo de la obra salvadora del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En el “cielo aparece como signo” de esta victoria para toda la Iglesia. La asunción de la bienaventurada Virgen en cuerpo y alma al cielo afirma sobre María aquello que confesamos para nosotros en la fórmula de fe del símbolo apostólico: la resurrección de la carne y la vida eterna.

La maternidad divina y la virginidad perpetua (los dos primeros dogmas) y la concepción inmaculada y la asunción en cuerpo y alma a los cielos (los dos últimos) salvaguardan la fe cristiana en la Encarnación del Hijo de Dios, salvaguardando igualmente la fe en Dios Creador, que puede intervenir libremente sobre la materia y nos garantiza la resurrección de la carne. Las dos primeras expresiones mariológicas se formularon en el contexto de las controversias cristológicas; las dos últimas responden a las cuestiones de antropología teológica sobre el estado original, el pecado original, la donación de la gracia y el destino final del hombre.

Las fiestas marianas del 15 de agosto y del 8 de diciembre representaron un fuerte estímulo para profundizar en el misterio de María: como glorificación de Dios en María se afirmó su Inmaculada concepción en el comienzo; y en el final, su Asunción a los cielos en cuerpo y alma. Así los dos últimos dogmas marianos son un “acto de culto” a Dios, a quien se da gloria por las maravillas realizadas en María, como siguo de las maravillas que desea realizar en todos nosotros. Esta intención se señala expresamente en la bula de la definición: “Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios declaramos”; “para gloria de Dios omnipotente..., para honor de su Hijo..., para mayor gloria de la misma augusta Madre..., proclamamos, declaramos y definimos”.

Al mismo tiempo estas definiciones se proclaman “para gozo y regocijo de toda la Iglesia”. Es la dinámica de la fe eclesial la que se expresa en estos dogmas, en su deseo de profundizar en el conocimiento del misterio cristiano, dentro de una contemplación creyente y adorante del mismo: “después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocado la luz del Espíritu de verdad”.
Junto a esta intención primera, estas dos últimas definiciones responden a dos reduccionismos opuestos en el ámbito de la antropología teológica: por un lacio se responde a la exaltación moderna del hombre en su subjetividad y en su protagonismo histórico, llevado hasta el extremo de negar a Dios. Y por otro lado se responde al pesimismo de la Reforma protestante, que, para exaltar a Dios, anula al hombre. Entre estos dos extremos -la gloria del hombre a costa de la muerte de Dios y la gloria de Dios a costa de la negación del hombre- se sitúa la Fe de la Iglesia, que une lo humano y lo divino en la unidad de la persona del Verbo encarnado. Y, como en los dos dogmas primeros, también ahora María es el vehículo para presentar la auténtica fe de la Iglesia.

En contra de la idea del hombre como árbitro absoluto de su propio destino, en el dogma de la Inmaculada concepción de María se afirma la absoluta primacía de la iniciativa de Dios en la historia de la redención: “Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el mismo instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”.

La Inmaculada nos muestra la soberanía de Dios sobre la creación. María es vista, en el proyecto de salvación de la Trinidad santa, totalmente referida a su Hijo. La elección por parte del Padre, absolutamente libre y gratuita, se realiza para María -como para todos- a través de la mediación única y universal del Hijo Jesús, por cuyos méritos ante el Padre quedó preservada inmune del pecado original desde el momento de su concepción. María viene a la existencia por obra del Padre mediante el Hijo en el Espíritu. Esta visión celebra el triunfo de la gracia de Dios. En el comienzo del misterio de María todo es gratuito. Ella queda colmada de la gracia de Dios desde el primer instante, antes de haber podido hacer ningún acto meritorio. Ella entra en el mundo envejecido llena de la gracia de Dios, que devuelve en ella la creación a su origen primordial.

Y María, la transformada por la gracia de Dios en el instante mismo de su concepción, terminada su peregrinación por la tierra, es asunta en cuerpo y alma al cielo. Frente al pesimismo de la reforma en relación al hombre, la Iglesia proclama con el dogma de la Asunción que Dios no rivaliza con el hombre y su gloria, sino que la afirma. En la Asunción de María se verifica el antiguo axioma de San Ireneo: “La gloria de Dios es el hombre vivo”. El Dios que actúa en la historia de la salvación se complace en la salvación del hombre, que la acoge. Lo mismo que María es inmaculada porque el Espíritu de Dios la colmó de gracia y la preservó del pecado en atención a los méritos del Hijo, así la victoria sobre la muerte, realizada en Cristo resucitado, resplandece plenamente en María, que tiene con El un lugar en el cielo. Recogiendo la tradición eclesial, el sen- sus fic/ei, la constitución Munificentissimus Deus, del 1 de noviembre de 1950, afirma: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Las razones de este acto divino se evocan en los títulos que se atribuyen a María en la misma definición: Inmaculada, Madre de Dios, siempre Virgen. Estos títulos remiten a la relación de María con su Hijo, en el marco de la elección por parte del Padre y bajo la acción del Espíritu Santo. En el misterio de María se manifiesta anticipadamente lo que su Hijo divino realizó por nosotros al resucitar de entre los muertos, es decir, la victoria sobre el pecado y sobre la muerte. En María resplandece para nosotros el proyecto divino sobre el hombre. La dignidad y vocación del hombre aparece plenamente iluminada en la Virgen María, elevada a la gloria celestial. De este modo es para nosotros un signo de esperanza, ya que manifiesta el destino de nuestra ¡ peregrinación terrena y alimenta la fe de nuestra resurrección, garantizada por la resurrección de Cristo.

La virginidad de María es ya un anuncio de su glorificación escatológica. Isaías había entrevisto la gloria eI.erna de Jerusalén como centro del mundo (Is 2,2-3), llamándola “virgen hija de Sión” (Is 37,22-29). Así Jerusalén era figura de la Jerusalén celestial (Ap 22,9), Esposa del Cordero. La visión de Isaías ha hallado su cumplimiento en María. Cristo, nuevo Adán, en su concepción virginal inicia una nueva genealogía de la humanidad. María virgen es, en su persona, el signo de este mundo nuevo, la primera elegida, anticipación del estado de resucitados, en el que los hombres serán igual a los ángeles (Lc 20,34ss). De este modo la Virgen María es el anuncio de la ciudad celeste, Esposa del Cordero (Ap 19,7-9; 21,9), morada de todos los elegidos, que serán llamados vírgenes (Ap 14,4), porque siguen al Cordero dondequiera que va.

Quedando en pie la absoluta primacía de Dios, gracias a su voluntad e iniciativa libre y gratuita en Cristo, Dios y Hombre, lo humano queda redimido y la vida divina se hace accesible, de modo que la gloria de Dios es el hombre vivo y la vida plena del hombre es la visión de Dios.9 La Inmaculada concepción y la Asunción de María no son el fruto de un nuevo mensaje de Dios, sino una explicitación de lo revelado por Dios en la historia de la salvación a la luz del Espíritu Santo, que conduce a la Iglesia a la verdad plena de lo que Cristo enseñó (Jn 14,26; 16,13). Su definición “es el sello de dos intuiciones de la Iglesia relativas al principio y al final de la misión de María, que se fueron aclarando progresivamente al profundizar en las relaciones de la Virgen con Cristo y con la Iglesia”.10 Ningún cristiano puede renunciar a la verdad sobre la Virgen porque comprometería la verdad salvífica sobre Cristo y sobre Dios, Trinidad santa: María, por su íntima participación en la historia de la salvación, reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe. Cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre (LG 65).

La representación de María -en la imagen de la Medalla milagrosa, según las apariciones de 1830 a santa Catalina Labouré- une los dos puntos, inicial y final, de su existencia. Es la Virgen de Nazaret, que apoya sus pies sobre el mundo y aplasta la cabeza de la serpiente: el mal no tuvo poder sobre ella. Y es la Virgen glorificada, inundada de luz, mediadora de gracia, que derrama los dones divinos sobre el globo.

43. C) IMAGEN E INICIO DE LA IGLESIA GLOROSA

Hoy es preciso mirar a María, verla en el Evangelio como ella se presenta y no como nosotros nos la imaginamos. Es necesario mirar a María para contemplar el papel esencial que ella tiene en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia. En ella, como imagen de la Iglesia, se nos muestra el sello con el que nosotros debemos sei’ modelados: cada cristiano y la Iglesia entera. Más que mirar a renovar la Iglesia según las necesidades del tiempo presente, escuchando las críticas de los enemigos o siguiendo nuestros propios esquemas, es necesario alzar los ojos a la imagen perfecta de la Iglesia, que se nos muestra en María.

La Iglesia contempla a Maria “como purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (SC 103; MC 22). Basándose en la tradición patrística y medieval, H de Lubac dice que la conciencia cristiana “percibe a María como la figura de la Iglesia su sacramento..., el espejo en el que se refleja toda la Iglesia. Ella la lleva ya y la contiene toda entera en su persona”.’2 María es el inicio, el germen y la forma perfecta de la Iglesia; en ella se encuentra todo lo que el Espíritu derramará sobre la Iglesia. En María se celebra la promesa y la anticipación del triunfo de la Iglesia. De este modo, María “no eclipsa la gloria de todos los santos como el sol, al levantarse la aurora, hace desaparecer las estrellas”, como se lamentaba santa Teresa de Lisieux de las presentaciones de la Virgen. Al contrario, la Virgen María “supera y adorna” a todos los miembros de la Iglesia.

El dogma de la Asunción fue promulgado no el 15 de agosto, sino el 1 de noviembre, en la fiesta de todos los santos. No se trata de glorificar a María en sí misma, sino de glorificar en ella la bondad y poder del Salvador. La Asunción no es un privilegio singular, sino la anticipación de lo que espera a todos los creyentes, destinados desde su bautismo a la gloria del cielo, pues “si perseveramos con El, reinaremos con El” (2Trn 2,12). María es la garantía de lo que todos esperamos. La Asunción es una profecía para nosotros. Después de Pentecostés María no sale, como los apóstoles, a predicar, pero con su Asunción proclama y testimonia el anuncio de todos los apóstoles: que la muerte ha sido vencida por el poder de Cristo resucitado: “Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que esta escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria” (lCo 15,54).

Maria, entre los santos, es la primera salvada, la primera en quien el poder de Dios se ha realizado plenamente. Pero, como la gracia de la Inmaculada Concepción, no la substrajo de la condición humana, tampoco la Asunción ha separado a María de la Comunión de los Santos, sino que la ha situado en el corazón de la Iglesia celeste. María, revestida del Sol de la gloria de Dios, nos manifiesta luminosamente la victoria de Dios sobre el pecado y la muerte. María, la primera redimida, es también la primera glorificada.

María, “figura de la Iglesia”, es el espejo de la Iglesia. En ella se refleja la luz de Cristo y en ella la Iglesia se ve a sí misma en todo su esplendor y belleza. Confrontándose con esta imagen la Iglesia se renueva y embellece cada día para presentarse como Esposa de Cristo. Contemplar a María como figura de la Iglesia y como Palabra de Dios a la Iglesia tiene que llevar a “poner por obra la Palabra y no contentarse sólo con oírla, engañándoos a vosotros se parece al que contemplasu imagen en un espejo, pero, apartándose, se olvida de cómo es” (St 1,2224).14

María es el inicio y la primicia de la Iglesia. La Iglesia nace de la Pascua de Cristo. Pero el fruto de la Pascua se anticipa en María. Las fiestas de María nos llevan a celebrar en María lo que esperamos que se realice en nosotros. Por eso, en la liturgia, se la llama repetidamente “tipo”, “inicio”, “exordio”, “aurora de la salvación”, “principio de la Iglesia”. María nos enseña a vivir, como ella, abiertos al Espíritu, para dejarnos fecundar por su sombra. En la Eucaristía invocamos al Espíritu para que “santifique los dones de pan y vino aquel Espíritu que llenó con su fuerza las entrañas de la Virgen María” (Misal mariano).

“Del mismo Espíritu del que nace Cristo en el seno de la madre intacta, nace también el cristiano en el seno de la santa Iglesia”.15 Como María, la Iglesia “da a luz como virgen, fecundada no por hombre, sino por el Espíritu Santo”.16 La total apertura y acogida de la Virgen a la acción del Espíritu Santo es la que le llevó a ser Madre de Dios. En eso aparece como imagen y primicia de lo que la Iglesia es y está llamada a ser cada vez más: arca de la alianza, esposa bella “sin mancha ni arruga”, “pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4).

María es realmente imagen de la Iglesia, su mejor realización completa, en perfecta comunión con Cristo. María, por ello, es llamada “hija de Sión”, como personificación del pueblo de Israel y del nuevo Israel, la Iglesia. El prefacio de la fiesta de la Inmaculada canta a la Virgen “como comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura”. Y en la fiesta de la Asunción la celebramos, gloriosa en el cielo, “como inicio e imagen de toda la Iglesia”.

En ella celebramos lo que Dios tiene preparado para nosotros al final de la historia. Por ello el prefacio de la fiesta canta: “hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios: ella es figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo todavía peregrino en la tierra”. Recogiendo esta expresión de la fe del pueblo de Dios, el Catecismo de la Iglesia Católica llama a María “icono escatológico de la Iglesia” (n.972).

Otro de los prefacios marianos del Misal romano da gracias a Dios porque “en Cristo, nuevo Adán, y en María, nueva Eva, se revela el misterio de la Iglesia, como primicia de la humanidad redimida”. Como primera cristiana nos invita con su palabra y con su vida a seguir a Cristo: “haced lo que El os diga”; a acoger la palabra de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”; a vivir en la alabanza: “proclama mi alma la grandeza del Señor”. Como la llama Juan Pablo II, María “es la primera y más perfecta discípula de Cristo” (RM 20). Como primera creyente es la primera orante, la que escucha la palabra y la medita en su corazón. Como dice otro prefacio: “María, en la espera pentecostal del Espíritu, al unir sus oraciones a las de los discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia orante”. Como primera discípula de Cristo es también maestra, que nos enseña la fidelidad a Cristo. En la santidad de María, la Iglesia descubre la llamada de todos sus hijos a la santidad: Mientras la Iglesia ha alcanzado en la santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (Ef 5,27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos (LG 65). La Iglesia, contemplando la santidad de María, aprende el camino de la santidad.

María testimonia a todos los cristianos la experiencia del Espíritu, que la ha colmado de gracia, les remite a Cristo, único mediador entre los hombres y el Padre, para asemejarse cada día más a su Esposo, como María se conformó a El en la fe. Mirando a María, esperanza realizada, la Iglesia aprende a vivir con los ojos puestos en las cosas de arriba, afianzándose en la certeza de los bienes futuros, sin instalarse en lo efimero y caduco de la escena de este mundo que pasa.

La Virgen Madre es el Icono de la Iglesia. En ella resplandece la elección de Dios y el libre consentimiento de la fe a esa elección divina. En ella se ofrece a los ojos del corazón creyente la ventana del misterio. Lo mismo que “el icono es la visión de las cosas que no se ven”,17 así también María es, ante las miradas puras de la fe, el lugar de la presencia divina, el “arca santa” cubierta por la sombra del Espíritu, la morada del Verbo de vida entre los hombres. Pero, sino visible del icono es perceptible para todos, lo invisible se ofrece a quien se acerca a él con corazón humilde y con docilidad interior Sólo acercándose a María con esta actitud se puede descubrir en ella el misterio de Dios actuando en ella.

En la singularidad de María la Iglesia se reconoce a sí misma. La Iglesia, pueblo de Dios, es más que una estructura y una actividad. En la Iglesia se da el misterio de la maternidad y del amor esponsal, que hace posible tal maternidad. La Iglesia es el pueblo de Dios constituido cuerpo de Cristo. Pero esto no significa que la Iglesia sea absorbida en Cristo. La expresión “cuerpo de Cristo”, Pablo la entiende a la luz del Génesis: “dos en una sola carne” (Gn 2,24; iCo 6,17). La Iglesia es el cuerpo, carne de Cristo, en la tensión del amor en la que se cumple el misterio conyugal de Adán y Eva que, en su “una carne”, no elimina el ser-uno-frente-al-otro.

La Iglesia, pueblo de Dios constituido cuerpo de Cristo, es la esposa del Señor Este es el misterio de la Iglesia que se ilumina a la luz del misterio de María, la sierva que escucha el anuncio y, en absoluta libertad, pronuncia su fiat convirtiéndose en esposa y, por tanto, en un cuerpo con el Señor En la figura concreta de la Madre del Señoi la Iglesia contempla su propio misterio. En ella encuentra el modelo de la fe virginal, del amor materno y de la alianza esponsal a la que está llamada. Por eso, la Iglesia reconoce en María su propio arquetipo, la figura de lo que está llamada a ser: templo del Espíritu, madre de los hijos engendrados en el Hijo, pueblo de Dios, peregrino en la fe por los senderos de la obediencia al Padre. El Vaticano II, con San Agustín, ha confesado a María en la Iglesia como “madre de sus miembros, que somos nosotros, porque cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza”.18 “Por este motivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera como madre amantísima, con afecto de piedad filial” (LG 53).

Virgen-Madre-Esposa, icono del misterio de Dios, es, por tanto, análogamente icono del misterio de la Iglesia. Como en María, la comunión trinitaria se refleja también en el misterio de la Iglesia, “icono de la Trinidad”. La comunión eclesial viene de la Trinidad, que la suscita por la iniciativa del designio del Padre y las misiones del Hijo y del Espíritu. La luz que irradia la santa Trinidad resplandece en su icono María-Iglesia, criatura del Padre, cubierta por la sombra del Espíritu para engendrar al Hijo y a los hijos en el Hijo. Los padres de la Iglesia han relacionado la fuente bautismal de la que salen los regenerados por el agua y el Espíritu Santo con el seno virginal de María fecundada por el Espíritu Santo. María virgen está junto a toda piscina bautismal. Así San León Magno relaciona el nacimiento de Cristo con nuestro nacimiento en el bautismo: Para todo hombre que renace, el agua bautismal es una imagen del seno virginal, en la cual fecunda a la fuente del bautismo el mismo Espíritu Santo que fecundó también a la Virgen.9 El Espíritu, gracias al cual Cristo nace del cuerpo de su madre virgen, es el que hace que el cristiano nazca de las entrañas de la santa Iglesia.

Icono de la Iglesia Virgen en la acogida creyente de la Palabra de Dios, María es igualmente icono de la Iglesia Madre: “La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios” (LG 64; MC 19). Esta relación se basa en el misterio de la generación del Hijo y de los hijos en el Hijo: “Al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia” (RM 43). Por eso puede decirse que la maternidad de la Virgen es un trasunto acabado de la maternidad de la Iglesia. De aquí que hablar de María sea hablar de la Iglesia. La una y la otra están unidas en una misma vocación fundamental: la maternidad.

Los testimonios de los Padres son numerosísimos: “La Iglesia es virgen. Me dirás quizás: ¿Cómo puede alumbrar hijos si es virgen? Y si no alumbra hijos, ¿cómo hemos podido dar nuestra semilla para ser alumbrados de su seno? Respondo: es virgen y es madre. Imita a María que dio a luz al Señor ¿Acaso María no era virgen cuando dio a luz y no permaneció siendo tal? Así también la Iglesia da a luz y es virgen. Y silo pensamos bien, ella da a luz al mismo Cristo porque son miembros suyos los que reciben el bautismo. ‘Sois cuerpo de Cristo y miembros suyos’, dice el Apóstol (lCo 12,28). Por consiguiente, si da a luz a los miembros de Cristo, es semejante a María desde todos los puntos de vista”.21 “Esta santa madre digna de veneración, la Iglesia, es igual a María: da a luz y es virgen; habéis nacido de ella; ella engendra a Cristo porque sois miembros de Cristo”.

“María dio a luz a vuestra cabeza, vosotros habéis sido engendrados por la iglesia. Por eso es al mismo tiempo madre y virgen. Es madre a través del seno del amor; es virgen en la incolumidad de la fe devoto. Ella engendra pueblos que son, sin embargo, miembros de una sola persona, de la que es al mismo tiempo cuerpo y Esposa, pudiéndose así también comparar con la única Virgen María, ya que ella es entre muchos la Madre de la unidad”.

Icono materno de la paternidad de Dios, la iglesia está siempre unida a María, dando a luz a sus hijos: “No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por madre”. La Iglesia, imitando a María, tiene la misión de hacer nacer a Cristo en el corazón de los fieles, a través del anuncio de la palabra de Dios, de la celebración del bautismo y de los otros sacramentos y mediante la caridad: “Como madre, recibe la semilla de la palabra eterna, lleva a los pueblos en su seno y los da a luz”.25 “La Iglesia da a luz, alimenta, consuela, cuida a los hijos del Padre, hermanos de Cristo, en el poder del Espíritu Santo. Por la palabra de Dios y el bautismo, cia a luz en la fe, la esperanza y la caridad a los nuevos creyentes; por la eucaristía, los alimenta con el cuerpo y la sangre vivificantes del Señor: por la absolución, los consuela en la misericordia del Padre; por la unción y la imposición de las manos les da la curación del alma y del cuerpo”.

En la escuela de la Madre de Dios, la Iglesia madre aprende el estilo de vida de la gratuidad, del amor que no espera contracambio, que se adelanta a las necesidades del otro y le trasmite no sólo la vida, sino el gozo y el sentido de la vida: “La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres” (LO 65).

La virginidad de María, como consagración a Dios, clisponibihdad y obediencia integral en la fe, le recuerda a la iglesia su comunión teologal en la fe, esperanza y caridad. La maternidad de la Virgen, por la que acoge la palabra de Dios coopera activamente en la salvación del mundo, le recuerda a la iglesia su misión maternal de servicio en vistas al reino de Dios. Por su íntima unión con Cristo, como madre y discípula perfecta, María induce a la Iglesia a considerarse como encarnación continuada de Cristo a lo largo de los siglos, invitándola a seguir sus huellas. Y la Virgen, “que avanza en la peregrinación de la fe” para participar luego de la victoria definitiva de Cristo en la gloria, indica a la Iglesia su condición peregrinante en tensión hacia la parusía del Señor.

La maternidad de María respecto al pueblo de Dios se ve sobre todo en su cooperación en la obra del Hijo: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente simpar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural en las almas. Por esto es nuestra madre en el orden de la gracia” (LG 61). Y más adelante, se añade: “Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna” (LG 62; CEC 963-975).

La realidad profunda de la Iglesia es femenina, porque es el cuerpo de Cristo, Esposa del Cordero. María es virgen y también la Iglesia es virgen, porque sólo de Dios recibe su fuerza y fecundidad, sin confiar en el vigor “del varón”. Así María es esposa y símbolo de la Iglesia esposa. María ha dado a Jesús su carne y Jesús da a la Iglesia su propia carne, haciéndose con ella una sola carne. La Eucaristía, en el corazón de la Iglesia, es este don total del Esposo a la Esposa, para hacer de nosotros carne de la carne de Dios. María es madre y símbolo de la Iglesia madre, que continuamente da la vida y el alimento de esa vida. María, desde el pesebre hasta la cruz, ha cuidado del cuerpo de Cristo y continúa este ministerio en la Iglesia. Juan Pablo II, en su carta a las mujeres del mundo, les presenta así a María: En la feminidad de la mujer creyente... se da una especie de “profecía” inmanente, un simbolismo muy evocador, podría decirse un fecundo “carácter de icono”, que se realiza plenamente en María y expresa muy bien el ser mismo de la Iglesia como comunidad consagrada totalmente con corazón “virgen”, para ser “esposa” de Cristo y “madre” de los creyentes.

44. D) SIGNO SEGURO DE ESPERANZA

María es el icono escatológico de la Iglesia, el signo de lo que toda la Iglesia llegará a ser. En la Lumen gentiurn leemos: “La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el siglo futuro, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (2P 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo” (LG 68). Contemplando a María asunta al cielo, la Iglesia marcha hacia la Parusía, hacia la gloria donde la ha precedido su primer miembro.

La Iglesia sabe que, acogiendo al Espíritu corno María, se cumplirá en ella todo lo que se le ha prometido, y que en ella no ha hecho más que iniciarse, pero que lo contempla ya realizado en María, la Esposa de las bodas eternas. Y mientras peregrinamos por este mundo, María nos acompaña en el camino de la fe con corazón materno. Como dice un prefacio del Misal: “desde su asunción a los cielos, María acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor”.

María, la humilde sierva del Señoi es un signo de esperanza para todos los creyentes. Envuelta y bendecida por el poder del Altísimo, se ha convertido en la imagen de su presencia entre los hombres. Glorificada con Cristo, la asunción a los cielos inaugura para María una vida nueva, una presencia. espiritual no ligada ya a los condicionamientos de espacio y tiempo, un influjo dinámico capaz de alcanzar ahora a todos sus hijos: Precisamente en este camino, peregrinación eclesial a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas, María está presente, como la que es “feliz porque ha creído”, como “la que avanzaba en la peregrinación de la fe”, participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo (RM 25).

Podemos aplicar a María la palabra del prot feta Isaías: “Esta es la vía, id por ella” (Is 30,21). San Bernardo decía que María es “la vía real” por la que Dios ha venido a nosotros y por la que nosotros podemos ahora ir hacia El.28 “María coopera con amor de Madre a la regeneración y formación” de los fieles (LG 63). Ella “está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y a la vez como aquella Madre que Cristo, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu a todos y a cada uno en la Iglesia; acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia” (RM 47).

María, con el ftat de la Anunciación, recibe en su seno a Cristo, aceptando la voluntad del Padre de redimir a la humanidad por la encarnación del Verbo. Esta aceptación del plan redentor de Dios se le fue aclarando poco a poco a lo largo de su vida, en el itinerario de la fe tras las huellas de su Hijo. De este modo fue tomando conciencia de su misión maternal respecto a nosotros. Según se fue desplegando dentro de la historia el misterio de su Hijo, a María se le fue dilatando su seno maternal, hasta llegar al momento de la cruz (y de pentecostés) en que su maternidad llegó a su plenitud, abrazando a toda la Iglesia y a todos los hombres. Y ahora, glorificada en el cielo, María es perfectamente consciente de su misión maternal dentro del plan de salvación de Dios. Por ello sigue totalmente unida, en voluntad e intención, con la voluntad e intención salvífica del único Salvador de la humanidad, Cristo glorificado.

El tema de la intercesión de María, como la intercesión de los santos, es constante en la liturgia, donde se presenta a Cristo como el único mediador y redentor. Esto significa que la intercesión de María no se añade a la interceSión de Cristo, ni la sustituye, sino que se integra dentro de ella. Se puede comparar con la intercesión de los cuatro hombres de Cafarnaúm que colocan al paralítico ante Cristo y “con su fe” obtienen el perdón de los pecados y la curación del paralítico (Mc 2,5). María, gracias a la victoria de Cristo sobre la muerte, puede seguir cumpliendo esta intercesión más allá de la muerte. La vida nueva, fruto de la victoria de Cristo sobre la muerte, permite a cuantos la han heredado, seguir participando en la vida de la Iglesia después de su muerte. Ellos están llamados a impulsar con Cristo la llegada plena del Reino de Dios. Los mártires, que han testimoniado con su muerte, esta nueva vida, y los que lo han hecho con su vida, los santos, han sido venerados en el culto de la Iglesia desde los primeros siglos. Entre ellos, en primer lugar y de un modo singular es nombrada en la liturgia la Virgen María.

45. E) MARÍA, ESPLENDOR DE LA IGLESIA

Descubriendo el carácter eclesial de María descubrimos el carácter mariano de la Iglesia. María es miembro de la Iglesia, como la primera redimida, la primera cristiana, hermana nuestra y, a la vez, madre y modelo ejemplar de toda comunidad eclesial en el seguimiento del evangelio. María es hermana y madre nuestra. María no puede ser vista separada de la comunión de los santos. Se la puede llamar “madre de la Iglesia”, porque es madre de Cristo y, por tanto, de todos sus miembros. Y, sin embargo, María sigue siendo “nuestra hermana”.

 La tradición hebrea interpretó el salmo 45 en clave mesiánica, como encuentro nupcial del Mesías con la comunidad de Israel. La carta a los Hebreos lo aplicó a Cristo para exaltar su supremacía sobre los ángeles, los “compañeros” del salmo, y para celebrar su obra salvífica en la muerte y resurrección. El salmo así adquiere una dimensión nueva, convirtiéndose en el retrato anticipado de Cristo Rey glorificado, salvador y guía de los redimidos. Luego, los Padres continuarán este proceso interpretativo aplicando todo el salmo a Cristo y a la Iglesia, iluminando el salmo con otros textos del Nuevo Testamento que presentan este simbolismo nupcial: “Este misterio es grande: lo diga en relación a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,32), “pues os he desposado con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo” (2Co 11,2).

Y tras esta interpretación fue fácil pasar a la interpretación mariana, pues la belleza y el esplendor de la Iglesia brilla con los rasgos del salmo en María. Ella es la esposa y reina por excelencia. “De pie a tu derecha (de Cristo) está la reina enjoyada con oro de Ofir El Rey está prendado de tu belleza. El es tu Señor... Toda espléndida, entra la hija del Rey con vestidos en oro recamados; con sus brocados es llevada ante el Rey. Vírgenes tras ella, compañeras suyas, donde El son introducidas; entre alborozo y regocijo avanzan, al entrar en el palacio del Rey”.

Pío XII en 1955 instituyó la fiesta de María Reina que, segin la última reforma litúrgica, celebramos el 22 de agosto como complemento de la solemnidad de la Asunción con la que está unida, como sugiere la Lumen gentium: “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte” (LG 59).

En la gloria, María cumple la misión para la que toda criatura ha sido creada. María en el cielo es “alabanza de la gloria” de Cristo (Ef 1,14). María ajaba, glorifica a Dios, cumpliendo el salmo: ‘AJaba, Sión, a tu Dios” (Sal 147,12). María es la hija de Sión, la Sión que glorifica a Dios. Alabando a Dios, se aiegra, goza y exulta plenamente en Dios.

“Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero” (Ap 21,9) dice el ánl del Apocalipsis, invitando a contemplar “la ciudad santa, Jerusalén, que desciende del cielo, desde Dios, resplandeciente con la gloria de Dios”. Si esta ciudad no esta hecha de muros y torres, sino de personas, de los salvados, de ella forma parte María, la “Mujer”, expresión plena de la hija de Sión. Igual que, al pie de la cruz, María es la figura y personalización de la Iglesia peregrina naciente, así ahora en el cielo es la primicia de la Iglesia glorificada, la piedra más preciosa de la santa ciudad. “La ciudad santa, la celeste Jerusalén, -dice San Agustín-, es más grande que María, más importante que ella, porque es el todo y María, en cambio, es un miembro, aunque el miembro más excelso”.

“Al celebrar el tránsito de los santos, la Iglesia prodama el misterio pascual cumplido en ellos” (SC 104). La fiesta de la Asunción de María celebra el pleno cumplimiento del misterio pascual de Cristo en la Virgen Madre, que por designio de Dios estuvo durante toda su vida indisolublemente unida al misterio de Cristo. Asociada a la encarnación, a la pasión y muerte de Cristo, se unió a El en la resurrección y glorificación. La segunda lectura (iCo 15,20-26) de la celebración sitúa la Asunción de María en relación con el misterio de Cristo resucitado y glorioso. como anticipo de nuestra glorificación: En verdad es justo darte gracias, Padre santo, porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.

46. MARIA ASUNTA A LOS CIELOS

LA ASUNCIÓNDELA VIRGEN

Todos los privilegios marianos tienen su origen y fundamento en la Maternidad Divina de María. Esta Maternidad Divina por lo tanto exigía la Inmaculada Concepción, porque un cuerpo que jamás tuvo pecado no puede corromperse, pues la corrupción y la muerte son consecuencia del pecado. Igual que para su Inmaculada Concepción, podemos decir de su Asunción a los cielos: «DECIR QUE DIOS NO PODÍA… porque Dios quiso, porque la quiso madre sin pecados ni consecuencia del pecado. Habiendo sido templo del Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo, convenía a esta dignidad que fuera reservado incólume el cuerpo que en el parto conservó la virginidad.

San Pablo en (1 Cor 15, 20, 26) hablando de Cristo como primicia de los resucitados, concluye que un día los creyentes tendrán parte en su glorificación, pero en distinto grado: Cristo, como primicia; después todos los cristianos. Y entre los cristianos, el primer puesto le corresponde sin duda a María, que fue siempre suya, porque como hemos afirmado anteriormente, jamás estuvo manchada por el pecado.

Ella, la Virgen, es la única criatura en quien la imagen de Dios nunca fué ofuscada, porque Ella es la Inmaculada Concepción, obra predilecta e intacta de la Santísima Trinidad. En la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo siempre se han complacido.

Esta predilección de Dios Uno y Trino, por María halla en Ella una respuesta por este amor de Dios, su adhesión total al querer de Dios, como lo podemos apreciar (Lc 1.59, 56), la Virgen ante el saludo de Isabel que exalta su fe, responde con ese himno de alabanza que la Iglesia en su liturgia lo reza siempre: PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR, PORQUE HA MIRADO LA PEQUEÑEZ DE SU ESCLAVA, DESDE AHORA ME LLAMARÁN BIENAVENTURADA TODAS LAS GENERACIONES!

Sí ¡Sí Madre!, todos nos alegramos y gozamos por las maravillas que Dios ha hecho en Tí. Nosotros creemos con todo el fervor de nuestra fe en tu Asunción, y estamos seguros como nos dice la liturgia, que desde tu Asunción a los cielos nos acompañas con amor materno, ejerciendo esta maternidad, que tu Hijo nuestro Señor Jesucristo te confíó en la Cruz.

Nos unimos a toda la Iglesia en aquella mañana del 1° de noviembre de 1950, cuando Su Santidad Pío XII proclamó el dogma de tu glorificación, Asunción con estas palabras: «Pronunciamos, Declaramos, y Definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María terminado el curso de su vida terrestre fué Asunta en cuerpo y alma a la gloria celestiaI»

Para terminar este editorial gozoso.

Nosotros ahora y siempre te cantamos: ¡salve madre EN LA TIERRA DE MIS AMORES TE SALUDAN LOS CANTOS QUE ALZA EL AMOR!

Mejor y así terminamos hoy: UN DÍA VER AL IRÉ AL CIELO, PATRIA MÍA, ALLÍ VERÉ A MARÍA , OH SI YO LA VERÉ.

HOMILÍA: LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO

(Ahí va una homilía chula, de cuando uno tenía veintitrés años, mucho amor a la Virgen y se ajustaba a la oratoria que le había enseñado Don Pelayo en el Seminario.  Fue mi «primer sermón» a la Virgen en el misterio de su Asunción a los cielos)

QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Celebramos hoy el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Esta verdad fue definida como dogma de la fe por el Papa Pío XII en el año 1950, siendo yo seminarista y todavía recuerdo la fiesta por todo lo alto que celebramos en el Seminario y en la Catedral de Plasencia, con misa «pontifical» solemnísima del Señor Obispo, D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo y todas la banderas de España y de todos los movimientos apostólicos. ¡Qué buen Obispo, cómo le recuerdo!¡Qué homilía!

        Sin embargo, queridos hijos de María Reina y Madre, esta definición no hacía falta realmente, porque el pueblo cristiano ya profesaba esta verdad desde siglos y la había celebrado con certeza y gozo desde siempre; por eso, a muchos cristianos, sobre todo al pueblo sencillo, más que admiración, le causó extrañeza, porque él siempre había celebrado la Asunción de María al cielo y honrado a la reina de los cielos y había rezado y había contado entre sus verdades de fe este privilegio de María.

        2.- Y es que necesariamente tenía que ser así, tenía que subir al cielo con su Hijo, necesariamente tenía que subir en cuerpo y alma antes de corromperse en el sepulcro, por las exigencia eternas del amor del Hijo a la Madre y de la Madre al Hijo.

        La Virgen añoraba la presencia del Hijo de sus entrañas, del Hijo que tanto la amaba y aunque amaba y quería a la Iglesia naciente y a sus hijos de la tierra, ella no podía soportar más la ausencia maternal y externa del hijo, porque siempre lo tenía en su corazón abrasado de amor hacia Él; a nuestra Madre Inmaculada, llena de gracia y amor, no le podía caber en su limitado cuerpo, aunque totalmente adaptado y sutil a su alma, la plenitud casi infinita de Madre de Dios y de los hombres; su carne inmaculada no pudo contener mas el torrente de estos dos amores, y habiendo ella reunido en su espíritu, con vivo y continuo amor, todos los misterios más adorables de su vida llevada con Jesús y recibiendo siempre perpendicularmente las más abrasadas inspiraciones que su Hijo, Rey del cielo y Esplendor de la gloria del Padre, lanzaba de continuo sobre ella, fue abrasada, consumida por completo por el fuego sagrado del Amor del Espíritu Santo, del mismo fuego del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, de manera que murió y su alma, así extasiada y enajenada, pasó a los brazos dulcísimos de su hijo, Hijo del Padre, como el gran río se penetra en el océano o la mínima sacudida desprende del árbol el fruto ya maduro, como la luz dulce y serena de una estrella, que al llegar la mañana, se esconde en el azul del cielo.

        3.-Porque la Virgen murió, sí, hermanos, murió, pero murió de amor, murió abrasada por el fuego sagrado del amor a su Hijo y a sus hijos a los que ayudaría más desde el cielo que desde la tierra, porque podría estar juntos a ellos, en todas las partes del mundo, y en comunicación directa y eficaz.

        Murió de amor. Se puede morir con amor, como todos los cristianos que mueren con la gracia de Dios en el alma, como mueren todos los justos, como moriremos nosotros. Se puede morir por amor, como los mártires, que prefieren morir, derramar su sangre antes de ofender a Dios; pero morir de amor, morir abrasada por el fuego quemante y transformante del amor de Dios, por el fervor llameante del Espíritu Santo, morir de Espíritu Santo, metida por el Hijo en su Amor al Padre, al Dios Amor que realizó y se goza en el proyecto de amor más maravilloso, ya realizado por el Hijo totalmente y consumado en ella… eso sólo en María.

        Por eso a ella con mayor razón que a ninguna otra criatura se le pueden aplicar aquellos versos de San Juan de la Cruz, que describen estas ansias de unión total en el Amado:  Hijo mío, «descubre tu presencia y tu figura, y máteme  tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura…¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste?». Son las nostalgias del amante que quiere fundirse en una realidad en llamas con el Dios amado.

        Jesús, el Hijo, había robado el corazón de su madre que permanecía separada de Él en la tierra. Es justo que si Él había robado el corazón de la madre, fuera un ladrón honrado y se llevase hasta el cielo lo que había robado.

        4.- ¡Ah hermanos! Es que el Hijo de María es hijo, hijo de una madre y esta madre está llena del Amor de Espíritu Santo de la Santísima Trinidad que le hace al Hijo el Hijo más infinito de amor y entrega y pasión por el Padre, porque le constituye en el  Hijo Amado, y el Hijo con el mismo Amor de Espíritu Santo le hace Padre al Padre, con el mismo amor de Espíritu Santo, y de este amor ha llenado el Hijo por ser hijo a la madre. El hijo de María es el Hijo más Hijo y adorable que pueda existir porque es el mismo Hijo de Dios. El Hijo de Dios es verdaderamente el hijo de María.

        Lógicos, madre, tus deseos, tus ansias por estar  con Él, tu anhelo de vivir siempre junto a Él. Por eso, Madre, en tus labios se pueden poner con mayor razón  que en los de  nuestros místicos: «Vivo sin vivir en mi y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dame la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es tan entero, que muero porque no muero.»

        Sí, hermanos, desde la Ascensión de su hijo al Cielo, a la Esencia Plena de la Trinidad, María vivía más en el cielo que en la tierra. Le suponía a Dios «más trabajo» mantenerla viva aquí abajo en la tierra que llevársela consigo al cielo. Son las ansías de amor, las impaciencias que sienten las almas transformadas e inflamadas por el fuego pleno del Espíritu Santo, una vez transformadas totalmente y purificadas, de que habla San Juan de la Cruz, almas o que las colma el Señor totalmente o mueren de amor.

        El que abrasa a los Serafines y los hace llama ardiente, como dice la Escritura, ¿no será capaz de abrasar de amor y consumirla totalmente con un rayo de Espíritu Santo que suba hasta los Tres en el cielo de su Esencia divina? Nosotros no entendemos de estas cosas porque no entendemos de esta clase de amor, porque esto no se entiende si no se vive, porque para esto hay que estar purificados y consumidos antes por el Amor de Espíritu Santo, que lo purifica y lo quema todo y lo convierte todo en «llama de amor viva, qué tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro». Es morir de amor, la muerte más dulce que existe, porque en ese trance de amor tan elevado que te funde en Dios, eso es el cielo: «esta vida que yo vivo, es privación de vivir y así es continuo morir, hasta que viva contigo. Oye, mi Dios, lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero».

        Y murió la Virgen, sí, hermanos, murió de amor y su cuerpo permaneció incorrupto en el sepulcro como el de Jesús, hasta que Él se lo llevó al cielo.

        5.- La Asunción de la Virgen al Cielo de la Trinidad fue precedida de diversos hechos. Primeramente, su muerte. Muerte física y real como la nuestra, aunque causada por el amor. Por eso no fue precedida por el dolor o el sufrimiento o la agonía. Fue muerte gozosa, tranquila, como un sueño de amor. Murió por seguir en todo al hijo; el Hijo fue el Redentor y murió para salvarnos; la Madre fue corredentora y tenía que seguir sus mismos pasos muriendo, pero de amor por el Hijo y por los hijos transformada y recibiendo ya la plenitud de Salvación del Hijo, que tuvo ya en su Concepción Inmaculada desde el primer instante de su ser y la rebasó totalmente de ese mismo amor en el último instante de su existir.   

        Antiguamente se celebraba esta fiesta en la Iglesia con el nombre de la «Dormición de la Virgen» o el «Tránsito de la Virgen». Murió la Virgen y su cuerpo permaneció incorrupto hasta que la Virgen se lo llevó al cielo. Por eso, no tenemos reliquias corporales de la Virgen ni de Cristo, a pesar de la devoción que siempre tuvo la cristiandad a la Madre. No sabemos el tiempo que permaneció así, no sabemos si fueron horas o minutos, pero fue la primera redimida totalmente, como en nuestra resurrección lo seremos todos nosotros.

        6.- No pudo permanecer mucho tiempo en el sepulcro, porque no podía corromperse aquel cuerpo que había sido durante nueve meses templo de Dios en la tierra y morada del Altísimo, primer sagrario en la tierra, arca de la Alianza, Madre de la Eucaristía. No convenía que conociese la corrupción para gloria de Dios Padre, que quiso asociarla tan íntimamente a su generación del Hijo en el hijo; no convenía por el Hijo: «decir que Dios no podía es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo (subirla a los cielos), no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal… <<ser concebida, María>>  aquí lo cambio por <<ser asunta a los cielos, sin pecado original>>.

        Tenía que subir al cielo porque la gloria de Dios lo exigía, notaba su ausencia de vida, no podía permanecer inactivo aquel corazón capaz de amarle más que todos los ángeles y santos juntos. Así que cuando su Hijo quiso, se la llevó consigo y fue coronada reina del cielo y del universo.

        El Padre la dijo: Tú eres mi Hija predilecta porque he querido hacerte copartícipe de mi virtud generadora del Hijo en el hijo que concebiste por el Espíritu Santo, como ninguna otra criatura podrá serlo ni yo quiero ya. El Hijo la dijo: Tú eres mi Madre, la madre más grande que he tenido y puedo tener. El Espíritu Santo le dijo: Tú serás mi Esposa, te haré Madre del Verbo Encarnado. Y desde allí, coronada de la Luz y de Gloria  divinas, no deja de amarnos y cuidar de los hijos de la tierra, más que si hubiera permanecido entre nosotros, porque desde allí puede estar con todos, cosa imposible en la tierra, allí siempre y con todos a la vez.

        Por eso, desde el cielo es más madre, más nuestra, está totalmente inclinada sobre la universalidad de todos sus hijos. Se ha convertido en pura intercesión nuestra, totalmente inclinada sobre nuestras necesidades. Por eso, tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, querer y desear el cielo: el cielo es Dios, es estar en el regazo eternamente del Padre y de la madre, junto al Hijo, llenos de Espíritu Santo.

        ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor! Está tan cargada de dones y gracias, que necesita volcarlas en sus hijos de la tierra a los que tanto quiere.

        Al subir al cielo, iría viendo todos los lugares donde había sufrido. Todo ha pasado. Todo pasa, hermano, que sufres, y la Virgen desde el cielo te quiere ayudar.

        Mírala con amor en este día. Ella subiendo al cielo nos enseña a elevarnos sobre la tierra y saber que todo tiene fin aquí abajo y debe terminar en el cielo. Y eso es lo que la pedimos, y esto es lo que rezamos y así terminamos: <<Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto, oh quien pudiera ahora asirse a vuestro manto>> para escalar con Vos el Monte Santo.

        Santa María, Reina del cielo, tu Asunción nos valga; llévanos un día, a donde tú hoy llegas, pero llévanos tú, Señora del buen aire, Reina del Camino y Estrella de los mares.

47. SEGUNDA HOMILÍA DE LA ASUNCIÓN

(Es la misma homilía anterior, pero más sencilla, más acomodada a los tiempos actuales, pero con el mismo amor)

        QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos. Hoy es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo. Esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos ayude a vivir más pensando en el cielo. Ella deseó tanto estar en el cielo con su hijo que fue asumida totalmente por este amor, como los santos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

        1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

        a) Asunción es la acción de asumir, llevarse algo en brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida por el amor de su hijo, que era el Hijo Amado del Padre y por el Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma;

         b) para ser asumida, tuvo que morir primero como el Hijo había muerto en el hijo engendrado por ella; muere el hijo en su naturaleza humana, tiene que morir la madre para seguir sus mismos pasos. No estaba bien que muriera el hijo por amor y la madre no muriera, aunque fuera por amor;

        c) murió y fue resucitada por el hijo ya Hijo total, como Él también había muerto en el hijo;

        d) y subió al cielo; el cielo no es un lugar, sino la posesión hasta donde le es posible al hombre; María está en la misma orilla de la Divinidad, por eso es omnipotente como Dios, pero suplicando

        2.- María fue asunta en cuerpo y alma al cielo:

        a).- Por Madre de Dios. Porque su Hijo lo quiso y pudo hacerlo porque Él es Dios. Porque  (ver el prefacio)

        b).- Por llena de gracias desde el primer instante de su existencia. Y la gracia es la semilla del cielo. A más gracia, más cielo. Y como rebosaba y estaba llena de gracia al principio, fue llenada y asunta al cielo al final. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

        c).- Por corredentora. Por haber estado siempre junto a su hijo. Es más, en su pasión y muerte, ese hijo permitió que el Padre le quitara todas las ayudas, para poder sufrir más por Él y por los hombres, sus hermanos; pero no consintió que no estuviera junto a Él su madre, porque la necesitaba. Pisó las huellas dolorosas del hijo, convenía, era exigencia de amor que pisara las huellas gloriosas hasta el cielo. Fue la primera redimida totalmente desde el principio hasta el final de la redención.

        d).- Por santa. Santidad es unión con Dios. Si algunos santos desean morir para estar con Dios, la Virgen mucho más.

Estando su hijo hecho Hijo plenamente en el cielo, donde la humanidad se hizo totalmente Verbo de Dios, era natural y lógico que natural que su madre deseara Verbalizarse en Él y por Él con el Padre y el Espíritu Santo. Le pegan mejor que a nadie estos versos de las almas enamoradas: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

        3.- Felicitémosla:

        a).- Por criatura totalmente redimida, la primera, por ser una de los nuestros, criatura creada por amor y para el amor, pero, en definitiva, criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: es la primera redimida en totalidad. Nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana. Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.

        b).- Por haber sido madre del Hijo de Dios, que nos lleva a todos al cielo. Qué seguridad y certeza de conseguirlo, por ser nuestra madre también y por hacernos hermanos de uno tan grande que es Dios, que todo lo puede. Y el cielo nos lo ha conseguido y prometido. Y lo cumplirá. ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y cielo, es un cielo, es nuestro cielo con Dios! En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Por eso su triunfo es el nuestro; como criaturas creadas por el amor de Dios tenemos su mismo destino. Ella ha conseguido ya la plenitud que buscamos. Como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, mirarla, hacer alguna cosa por ella.

        c) Por ser meta y camino: María asunta al cielo se convierte por eso para todos nosotros los desterrados hijos de Eva en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo. Por eso se convierte en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra creyente, es eternidad feliz con Dios. Es cita de eternidad para todos sus hijos. “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

        d) Por Intercesora. En el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, es omnipotente suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que elevar la mirada sobre todas las cosa terrenas y esto nos inspira, fe, amor, esperanza, pureza de vida

        Celebremos así esta fiesta, que es nuestra, porque ella es nuestra madre; celebrémosla con estos sentimientos y actitudes y certeza. Démosla un beso de amor de hijos. Recemos. Contemplemos. Bendigamos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, esto es «benedicere», bendecir a Dios  por las maravillas obradas en Ella, que es un cielo en el Cielo de la Trinidad. Amén.       

48.- MARÍA, MADRE SACERDOTAL

Pentecostés, para los Apóstoles recién ordenados sacerdotes, fue el viento y las lenguas de fuego venidos sobre ellos en presencia y por la oración de María; fue la vivencia de lo que eran en Cristo y de su misión salvadora, fuel comienzo de su predicación gozosa de Cristo como Salvador del mundo.

        Para nosotros hoy Pentecostés será también descubrir lo que somos en Cristo, es decir, nuestro ser y existir sacerdotal,  nuestro actuar valientemente predicando a Cristo, como único Salvador de este mundo, a quien no le pueden salvar ni el dinero y la política ni la técnica, sólo tiene un Salvador que es Jesucristo, Sacerdote y Víctima ofrecida y aceptada por el Padre como satisfacción por nuestros pecados.

Para vivir  y sentir nuestro ser sacerdotal necesitamos como ellos reunirnos en comunidad pascual con Marría y potenciar así lo que somos, recibido un día por la imposición de las manos del Obispo y por el don del Espíritu Santo.

Podemos recordarlo ahora. Para los de mi tiempo la composición de lugar es fácil; sería aplicar los sentidos: ver una larguísima fila de seminaristas con sotana y roquete; detrás de ellos los ordenandos recogidos junto al Sr. Obispo, con las vestiduras específicas según el grado que habían de recibir; oler el tomillo recogido la tarde anterior por los seminaristas en el paseo hacia el Kl 4 y que nos servía de alfombra desde el Palacio hasta la entrada en la Catedral; oír el órgano que acompañaba a pleno pedal la invocación que todos llevábamos en el corazón toda esa semana, invocación que todos cantábamos: Veni, Sancte Spiritus, et emitte coelitus, lucis tuae radium... y que irá siempre unida al recuerdo agradecido al Espíritu Santo por nuestra ordenación sacerdotal en la Catedral el sábado de la octava de Pentecostés.

Por eso, todo nuevo Pentecostés debe encontrar a los sacerdotes reunidos en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús y de todos los elegidos: “Mujer, he ahí a tu hijo”, y todos nosotros estamos representados por Juan que no hacía veinticuatro horas que había sido ordenado sacerdote; nos reunimos hoy con María para escuchar para escuchar con Ella y como Ella la plenitud del Espíritu (1ª meditación) y para sentir gozosamente la vivencia de lo que somos por el mismo Santo Espíritu: signos personales de Cristo Sacerdote, cabeza y buen pastor( 2ª meditación), que nos envía al mundo para comunicar valientemente la mejor Noticia que nosotros podemos dar y ellos escuchar: “Cristo ha muerto y ha resucitado por vosotros; por pura gracia, gratuitamente estáis justificados” (Ef 2, 4-10)

        63. 1.- Está claro que si hablo de la Virgen no es por sentimentalismo, sino por teología, por evangelio, porque Ella, como madre de Cristo, sacerdote y buen pastor, tiene una relación muy directa y estrechísima con los prolongadores del Sacerdote Único del Altísimo, Jesucristo, su Hijo.

        Por la vida de Cristo, por la historia de la Iglesia y por propia vivencia estoy convencido de la importancia de la presencia de María en nuestra vida sacerdotal y he lamentado que se hable poco de estos aspectos marianos en nuestro ser y existir como sacerdotes de Cristo.

        La celebración de Pentecostés es una ocasión propicia. Vamos, pues, a meditar un poco sobre ello, convencidos de que el dato mariano como el pneumatológico  son fundamentales para el pastor de almas. Son como relaciones necesarias y como connaturales entre María y el sacerdote; parecidas a nuestra relación con Cristo Eucaristía: no puedo trabajar y predicar con entusiasmo de Cristo y luego Cristo me aburre personalmente en la oración, no paso largos ratos con Él, o celebro de cualquier modo la Eucaristía o paso delante del Sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia o hablo en la iglesia como si estuviera en un salón o en la calle... Y hablo así porque hay una oración eucarística, que todos nos sabemos y rezamos con frecuencia, donde la experiencia, el sentir y el gustar la Eucaristía sigue del «Oh Dios, que este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas celebrar, participar y venerar del tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención».

        Vemos cómo la liturgia nos dice que la experiencia, el sentir lo que celebramos va en la línea de venerar de tal modo, esto es, con tanta fe y amor que experimentemos los frutos de lo que celebramos.

        Pues esto que la liturgia nos dice en relación con la Eucaristía, lo podemos aplicar también a la Virgen y el Espíritu Santo: Veneración y experiencia van unidos, van juntos, siguen el uno al otros.

        Cristo ha querido que la devoción a su Madre vaya muy unida a la experiencia sacerdotal, a la vivencia de lo que somos. Y así lo vemos claramente reflejado en la comunidad pascual: “Los apóstoles estaban reunidos con María el día de Pentecostés”. Ella, con su presencia, su palabra y su oración colaboró a que el Espíritu Santo les diera a los Apóstoles   de lo que eran y les infundiera el gozo y la valentía de predicar a Cristo, nacido María, como único Salvador del mundo. La Verdad es que todos los sacerdotes queremos mucho a la Virgen. Porque Ella es nuestra madre, nos la entregó Cristo como un tesoro, como la mejor herencia junto a la cruz, donde María, «no sin designio divino» dice el Vaticano II, colaboró a la obra de nuestra salvación unida al Sumo Sacerdote.  Muchas veces de lo expreso así a mis feligreses: Si me decís que no amáis a Cristo, que os cuesta seguirlo, os creo, porque Cristo es Dios y ya no puede abajarse más de lo que ha hecho; pero si me decís que no amáis a la Virgen, os diré que no lo habéis intentado, porque la Virgen no exige nada, es madre, es tan sencilla y humilde que se la quiere sin querer. La Virgen es una criatura hecha por Dios a la medida de nuestras limitaciones, es una madre tan servicial que uno tiene que estar siempre agradecido. No hay que hacer esfuerzo. Basta mirarla y pedirla. El Jefe ya es otra cosa, hay que purificar mucho antes de sentir su presencia. Es Dios y no puede dejar de serlo.

49. 2. LA VERDAD COMPLETA

        Vamos a meditar ahora, reunidos con María, en el significado de estas palabras en las que Jesús promete a los Apóstoles el Espíritu Santo: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la vedad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no m voy no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré”.

        Convenía que Cristo se fuera, porque los Apóstoles sehabían fijado sólo en lo externo de Cristo, en sus milagros, en sus hechos, pero lo más grande de Cristo es su Espíritu, sin interioridad, sus sentimientos, su interior. Entonces tenía que desaparecer en su forma externa y física para que los Apóstoles llegaran a descubrirla. Sería una venida del mismo Cristo, pero hecho todo fuego, llama de amor viva, Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo es el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el beso y abrazo de Amor que es el Espíritu. Y eso es la verdad completa para Cristo. Y sólo el Espíritu Santo, su Espíritu hecho solo amor, sin palabras, la puede enseñar.

        La Verdad completa es la experiencia de lo que sabemos, creemos, rezamos. Creer y saber las verdades, a palo seco, sin sentir nada, es verdad incompleta. Cuando la teología no experimenta, llega a olvidarse. Cuando la liturgia no se vive, todo es puro ritualismo vacío de sabor y vida. San lo decía San Ignacio: «No el mucho saber hasta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente».

        La Verdad completa que Cristo nos promete es la vivencia de la Santísima Trinidad dentro de nosotros, porque somos templos del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por la potencia de Amor del Espíritu Santo: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviera en la Eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro Misterio».

        Todos nosotros hemos rastreado estos paisajes de alma en los años tranquilos y gozosos del Seminario. Hoy quizás no cueste más trabajo entrar dentro de nosotros mismos. Pero si hacemos oración a la Virgen, si la invocamos, si Ella camina junto a nosotros en nuestra vida pidiendo, contemplando, a la que es modelo de la Iglesia, de todos los cristianos, de todos los sacerdotes, su oración: “María meditaba todas estas cosas en su corazón” y su ejemplo y su ayuda, como a los Apóstoles en le Cenáculo, nos puede ayudar mucho para recibir el Espíritu Santo y llegar así a la verdad completa de Cristo, de nuestro sacerdocio, de nuestro apostolado.

        Lo que más no interesa esta mañana de Ella es todo lo referente a su aspecto teológico-sacerdotal. La explicación de esta unión de María con nuestro sacerdocio es muy sencilla.

        Maria ha sido elegida para ser Madre de Cristo Sacerdote, para que en su seno tuviera origen el ser y actutar sacerdotal de Cristo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí esto yyo para hacer tu voluntad” ( Hb  ).

        María ha sido elegida para estar siempre unida a la obra redentora de Cristo, asociada desde la Anunciación a su misión redentora como sacerdote y víctima de propiciación por los pecados del mundo  en hasta el Calvario donde “Estaba junto a la cruz su madre...” Como los sacerdotes son los que prologan esa obra redentora en la tierra, los que hacen presente todo este misterio de salvación, especialmente en la Eucaristía, la Virgen tiene que seguir unida ejerciendo esa tarea maternal que Cristo la confió: “He ahí a tu madre” “he ahí a tu hijo”. María está muy unida a todo sacerdote, porque somos signos personales de Cristo Sacerdote, Cabez de la Iglesia y buen Pastor, al cual Ella, por voluntad de su Hijo, «no sin designio divino», como dice la Lumen gentium, estuvo asociada como madre.

        Recordemos que María ha dado a luz y ha alimentado y educado y cuidado a Cristo en su realidad concreta. La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María. La maternidad de Maria dice relación directa al ser, a la función y a la vivencia sacerdotal de Cristo que el seno de Maria inicia su “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. María y Cristo engendrado por el Espíritu Santo tienen un mismo corazón y una misma sangre y un mismo respirar, y esa sangre recibida de María será la que derrame por nuestra salvación. Por lo tanto, las vivencias  y los sentimientos y las actitudes sacerdotales de Cristo, desde el seno materno, dicen una relación intimísima. Podemos decir que entre Cristo sacerdote y María hay una unión biológica y total: carne y espíritu.

        María abre su seno y su corazón a la Palabra pronunciada con todo amor por el Padre, al Verbo encarnado, que queda desde ese momento ungido y consagrado por el mismo Espíritu Santo que nos unge a nosotros sacerdotes, y Cristo queda constituido por la potencia de Amor del Espíritu Santo Sacerdote Único de la Nueva Alianza al irrumpir por Maria en el tiempo y espacio de la historia humana, que se convierte en Historia de Salvación.

        Por eso, el Vaticano II, en el Decreto Presbyterorum Ordinis dice: «Veneren y amen los prebíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y Auxilio de su Ministerio».

        Sabe la Virgen del Sacerdocio de Cristo y nuestro más que todos los teólogos y liturgos juntos; los mismo que de vida, entrega y espíritu sacerdotal. El Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo y Ella los que más saben y pueden ayudarnos en este conocimiento y vivencia. De aquí la pregunta: ¿Cómo ser sacerdote en plenitud y no estar unidos a María, la Madre Sacerdotal? ¿Cómo no pedírselo todos los días, cómo no estar todos los días diciéndole, eso es la oración, Espíritu de mi Cristo, Espíritu Santo, que hiciste a Cristo Sacerdote del Altísimo en el seno de María, y le enviaste al desierto de la oración y de las noches enteras, a la evangelización de las gentes por aquellos caminos de Palestina, hasta que jadeante y sudoroso se sentó en el brocal del pozo esperando a la Samaritana, y lo guiaste hasta la cruz, donde “Estaba también su madre...”, yo quiero sumergirme en el seno, en el corazón  y en respirar y vivir de María, para que sea sacerdote, presencia sacramental de su Hijo,  según tu potencia de Amor.

        El Espíritu Santo y María están muy unidos, celebraron unos desposorios muy fuertes y eficaces porque engendraron al Hijo del Eterno Padre y le dieron una naturaleza humana para que pudiera ser sacerdote y víctima en la cruz. La misma acción hizo sacerdote a Cristo y a María, Madre.

        Todo lo que hemos dicho hasta ahora se refiere más bien al ser sacerdotal de Cristo, al que María estuvo totalmente unida como Madre. Pero es que Ella también estuvo singularmente asociada la actuar sacerdotal de Cristo desde la Encarnación hasta la Cruz. Por lo pronto, Ella, con su especial maternidad-sacerdotal, se anticipó a su Hijo en el sufrimiento y en la victimación cumpliendo la voluntad del Padre.

         Por aceptar la voluntad del Padre y el deseo del Hijo de encarnarse en su seno, precisamente en Ella, María tuvo que sufrir muchas incomprensiones, sospechas y desprecios. No dio explicaciones a nadie, vivió su ofrenda y holocausto en unión con el Hijo que nacía lleno de deseos de Salvación por todos los hombres. Se ofreció al Padre con su Hijo, ofrenda anticipada a la Eucaristía, en victimación silenciosa. La Virgen del silencio martirial. Qué ejemplo para todos los sacerdotes, cuando alguien no nos comprende, no piensa bien de nosotros. María no pierde el tiempo dando explicaciones.

        María es la única y elegida como madre unida por disposición divina a la vida y actuación sacerdotal de Cristo, porque lo querido y dispuesto la Santísima Trinidad. María participa en esta realidad sacerdotal, que es toda la vida de Cristo, en cuanto instrumento materno, que hace posible la acción sacerdotal de Cristo en la Encarnación, en la Inmolación como sacerdote y víctima en la cruz y en Pentecostés. Y María sigue asociada a la obra que realiza Cristo a través de la humanidad de otros hombres, por voluntad de su Hijo que quiso tener junto a sí en el momento cumbre de su actuar sacerdotal.

        Este sentido sacerdotal de la maternidad de María lo expresa muy claramente la L.G. 58 « Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde nos sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma... (Jn 19, 25-27)».

        ¿Quién dijo a María que tenía que subir al calvario, quien la llevó hasta la cruz, quién la mantuvo en pié, víctima con la Víctima? Su instinto materno, que era sacerdotal, que era de Cristo, que era por el Espíritu Santo. Todas las fibras de su ser estaban sacudidas. La presencia de María junto a la Cruz no era solamente cuestión “de la carne y de la sangre”, demostraba su compromiso de participación total en el sacrificio redentor del Hijo, por designio misterioso del Padre y así ha quedado para siempre como modelo perfecto de todos los que quieran asociarse sin reservas al ofrecimiento salvador del Hijo.

        “Mujer, ha ahí a tu hijo”; esta sobriedad y esencialidad de palabras que se dirían propias de una fórmula casi sacramental hacen pensar, que María, por encima de las relaciones familiares, ha estado vinculada con el Hijo en su misión redentora y sacerdotal y que las palabra de Jesús tienen un valor simbólico que va más allá de la persona del discípulo predilecto. Abarca a todos los hombres, pero singularmente a los sacerdotes como Juan. Des esta manera Cristo implica a su madre no sólo en la propia entrega al Padre, sino también en la donación de sí mismo a los hombres, especialmente a los apóstoles.

        “He ahí a tu Madre”; igualmente otras brevísimas palabras dirigidas por Jesús a Juan, parecen como sacramentales, parecen instituir un sacramento. Al amor materna de María hacia nosotros, deberá responder de nuestra parte un amor filial a Ella. El discípulo de Jesús está invitado a amar a María y a amar como María, sufriendo como Ella junto al Hijo. Con estas palabras Jesús nos viene a decir a todos: Ámala como yo la he amado y así sentirás su ayuda. Si para mi ha sido imprescindible en este momento y consentido que mis amigos se vayan pero, sin embargo, he querido que su presencia y su consuelo y su amor no me falte en este momento, si para mi ha sido imprescindible, ¿cómo no lo será para vosotros?

        En concreto, en estas palabras Jesús funda el culto mariano, el culto filial sacerdotal. Jesús que había experimentado y apreciado el amor maternal de María en la propia vida,  ha querido también que sus discípulos pudieran, por su parte, gozar de este amor materno como componente de su relación con Él, en todo el desarrollo de su vida espiritual y sacerdotal.

        Se trata de sentir a María como Madre y tratarla como Madre para que nos forme como sacerdotes, como prolongadores de la presencia de Cristo,  y nos enseñe a tratarla como elegida por Dios para que nos forme también a nosotros y nos enseñe cómo asociarnos a las actitudes sacerdotales de su Hijo.

        El evangelista concluye diciendo que “desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19, 27). Esto significa que el discípulo ha respondido inmediatamente a la voluntad de Jesús. Como nosotros debemos hacerlo. Aquel gesto de Juan era la ejecución del testamento oral de Cristo que tenía un valor para todo apóstol invitado ya a recibir a María en su casa, a hacerle un puesto en la propia vida. En virtud de las palabras de Jesús agonizante, todo sacerdote, todo apóstol debe ofrecer un espacio a María, no puede dejar de incluir su presencia en su vida sacerdotal. Y todo por voluntad de Cristo.

        Y de hecho, en la historia de la Iglesia, sobre todo desde la Ascensión de su Hijo, María ha estado muy presente en la vida de los Apóstoles en Pentecostés, hasta las manifestaciones y apariciones verdaderas, que nos hablan claro de su amor por todos los hombres. Por lo tanto, María nos será siempre una ayuda y un modelo valiosísimo, imprescindible en nuestra dura y a veces incomprendida vida sacerdotal.

        La maternidad de Maria dice relación al ser y existir sacerdotal de Cristo, corrió su misma suerte, pisó sus huellas de dolor, tuvo sus mismas marcas por su unión al misterio redentor del Hijo. Y como todo sacerdote es prolongación de Cristo, es hijo de María especialmente, y Ella es la que principalmente me puede enseñar a ser y actuar sacerdotalmente como hijo en el Hijo. Es más, en razón de su maternidad actual, de su  actuar salvífico presente sobre la Iglesia, la acción de acción de Maria tiene un marcado sentido sacerdotal y eclesial. Nuestras acciones como sacerdotes para engendrar a sus hijos, los hombres, a la vida cristiana, se identifican a veces con las acciones nuestras sacerdotales. Atención, que estoy rozando el límite, pero no llego a la herejía. Porque no digo cuales, que sería lo más difícil teológicamente, hablo en general, vale. ¿Quién es aquella Señora vestida de sol y coronada de estrellas que en el Apocalipsis aparece entre dolores de parto danto a luz a un hijo? No puede ser el nacimiento del Hijo, que fue sin dolor, sino de los hijos, como los sacerdotes, como la Iglesia a la que representa aquella señora, pero la Iglesia es a los sacerdotes a los que confía en engendrar hijos de Dios por la gracia, la predicación, el apostolado. En relación con María el Vaticano II lo dice muy claro: «Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar, desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues asunta a los cielo, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación eterna» (LG 62).

        Aquí entraría un nuevo concepto teológico que se refiere a su actuación salvífica actual, unida a Cristo, que ejerce su sacerdocio celeste ante el Padre, ofreciéndose e intercediendo como Único Mediador y Ella como asociada. En María es su maternidad eclesial actual como Madre de la Iglesia. Lo dice muy claramente el Concilio: «Asunta a los cielo, no ha dejado esta misión salvadora... continúa obteniéndonos los dones de la Salvación eterna».

        Los efectos de su acción maternal o de María como madre de la Iglesia es ayudar a engendrar a Cristo por el Espíritu Santo en nosotros y por nosotros, cuidar de esa vida como madre, tarea confiada por Cristo y unida a Él a favor nuestro.

        Los efectos de las acciones de Cristo, María y nosotros sacerdotes son santificadores: Cristo, en razón de Cabeza y Único Sacerdote; Maria como Madre de Cristo y de la Iglesia; y nosotros, sacerdotes, como presencia sacramental y prolongaciones del Único Sacerdote. Ciertamente en Maria estas acciones no son estrictamente sacerdotales, ministeriales, como en nosotros, que prestamos nuestra humanidad a Cristo, sino acciones maternales con efectos suprasacerdotales, incluso, engendradores también de filiación y vida divina. Y en esto como en todo, María es modelo y tipo para los sacerdotes.

        Dice muy bien la Lumen gentium: «La Virgen María en su vida fue ejemplo de aquel afecto (celo pastoral) materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (65). Es decir, la misma realidad de María, presente activamente en la Iglesia, es una realidad sacerdotal en cuanto sacerdocio de Cristo por medio de los signos eclesiales.

        Repito: la participación de María en el sacerdocio de Cristo no es ministerial, por eso, Ella no ejerce los servicios sacerdotales del sacerdote en nombre de Cristo: no bautiza, no consagra: Ella está a un nivel distinto y superior, que podría llamar fontal, porque actúa en la cabeza, junto a la Cabeza y desde la Cabeza, que es Cristo, como madre de su ser y existir sacerdotal.

Y por eso, todos nosotros, pastores, tenemos que mirar a María para imitar sus actitudes maternales en relación a Cristo y también tenemos que mirar a Cristo sacerdote en la relación con su Madre. De Cristo aprenderíamos afecto filiar a María. De Maria a Cristo: cómo vivir nuestra unión con Él y espíritu materno en relación con la Iglesia: celo pastoral, que engendra vida y sobre todo, ayuda de María para llevar a efecto nuestra propia participación en el sacerdocio de Cristo.

Y desde aquí surge nuestra peculiar relación con María, Madre de Cristo Sacerdote, y de la Iglesia, pueblo sacerdotal. Y de aquí surge una relación especialísima de protección y de ayuda de María en relación con los sacerdotes, a los que Ella ve como prolongaciones de su Hijo Sacerdote, especialmente en la celebración de la Eucaristía que hace presente su estar “junto a la cruz” unida a su la pasión y muerte de su Hijo.

De aquí se deduce que la devoción, la unión del sacerdote con María como Madre Sacerdotal no es marginal, ni de añadidura ni de adorno, sino consustancial y parte integrante de su sacerdocio, tipo y modelo de su espiritualidad sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal, para que sea verdad completa, ha de tener vibraciones marianas, por ser precisamente cristológica y eclesial. Los sacerdotes anunciamos a Cristo, que nació de Maria Virgen, hacemos presente el misterio redentor de  Cristo, al que asoció a Maria, y seguimos engendrando a los hijos de Dios por la gracia sacramental, con María, Madre de la Gracia y de la Iglesia.

Sin María, sin una relación muy íntima con Ella nuestro sacerdocio no es pleno en Cristo, ni gratificante ni plenificante para nosotros ni para la Iglesia, no hay gozo sacerdotal pleno sin María, no hay verdad completa, ni vivencia “en Espíritu y Verdad” de lo que somos y hacemos en Cristo. Sin María el sacerdocio se vive en noche oscura y tremenda y espesa. No querer y amar a María en intensidad indicaría muchas cosas. Y todas negativas. ¡Qué gran madre sacerdotal tenemos. Qué plenitud de gracias y consuelo y ánimos y privilegios para los sacerdotes! ¡Qué madre más dulce y sabrosa! ¡Qué hermosa y dulce y tierna nazaretana!

El Magisterio y la Tradición eclesial han indicado esta realidad con afirmaciones muy expresivas: «Si la Virgen Madre de Dios ama a todos con tiernísimo afecto, de una manera muy particular siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de Jesús» (PÍO XII, Menti nostrae, 24). Qué alegría escuchar esto, pero sobre todo, vivirlo.

Y Juan Pablo II: «Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio» (Carta del Jueves Santo 1989, 11). Renovemos, pues, hoy, esta consagración a María de todo lo que somos y hacemos en nuestro sacerdocio. Y manifestemos esta devoción sacerdotal a la Virgen en la fidelidad a la Palabra: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”; y en la docilidad al Espíritu Santo que nos consagró sacerdotes del Altísimo. El Concilio Vaticano II resume la espiritualidad o actitud mariana del sacerdote con estas palabras: «De esta docilidad (a la misión del Espíritu Santo) hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen  María, que guiada por el Espíritu Santo, se consagró al ministerio de la redención de los hombres: Los presbíteros reverenciarán  y amarán con filia devoción y culto a esta Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio» (PO 18).

Esta santidad mariana o unión a María, junto con la devoción especial al Espíritu Santo, es una línea fuerte de espiritualidad sacerdotal, porque de ellas surgen y se alimentan el amor a Cristo Sacerdote y el amor a su Iglesia. 

Termino como empecé: Toda potenciación o renovación sacerdotal auténtica, todo nuevo Pentecostés verdadero tanto sacerdotal como eclesial, encontrará siempre,, siempre a los apóstoles reunidos con María, la Madre de Jesús, para escuchar la Palabra con Ella, como Ella y se llenarán del Espíritu Santo con Ella y como los Apóstoles.        

50. FIN DE CURSO PARROQUIAL: PUERTO Y GRUPO DEL MARTES HOMBRES Y ESPOSAS

QUERIDOS HERMANOS:

        Hemos subido al Puerto, junto a la Madre, para estar con Ella, para despedir oficialmente bajo su mirada maternal este curso parroquial y para pedirla, como siempre, su ayuda y protección, para mantenernos fieles a los compromisos durante todo el verano.

        Como sabéis, siempre he confesado mi amor filial a la Virgen con toda verdad y sin reparo alguno, he procurado mantenerme siempre fiel, y, si caigo, Ella me ayuda a levantarme; confieso también que siempre han sido unas relaciones sencillas, nada de teologías complicadas y mis pies y mi coche saben bien esta camino de encuentro con Ella y de consulta y consuelo buscado.

        De la imágenes de la Virgen mi gustan aquellas que tienen también al Hijo en sus brazos, sobre todo, esta nuestra, donde está amamantándole: es su grandeza; María todo se lo debe a su maternidad divina, a que Dios la llenó de gracias y dones para que fuera digna madre del Hijo de Dios, del Verbo Encarnado. Por eso, las Inmaculadas de Murillo, Velásquez y demás pintores son bellas, pero María con su hijo en brazos es toda la ternura y el amor de Dios en una criatura.

        Vamos a reflexionar ahora un poco sobre el misterio precisamente de la Encarnación, de la Anunciación de la Virgen.

        Hay un autor, Carlo Carretto, que en uno de sus libros trae este episodio, que nos puede ayudar a comprender a María y a José en este acontecimiento: «Vivía en Hoggar, en una comunidad de hermanitas del P. Foucauld. En poco tiempo simpaticé con los tuareg. Fue en mi encuentro con ellos, cuando tuve conocimiento de un hecho importante. Me había enterado, casi al azar, de que una muchacha del campamento había sido prometida como esposa a un joven de otro campamento, pero que no había ido a convivir con el esposo por ser muy joven. Instintivamente relacioné el hecho con el fragmento de San Lucas, donde se narra precisamente que la Virgen  María había sido prometida a José, pero que no había ido a convivir con él (Mt 1,18)

        Dos años después, al pasar de nuevo por aquel campamento, espontáneamente pregunté a uno de los siervos del amo si había tenido lugar el matrimonio de su señor. El siervo miró alrededor  con circunspección, me hizo una señal que conocía muy bien y pasó la mano por el cuello para decirme que había sido degollada; ¿el motivo? Antes del matrimonio se había descubierto que estaba encinta y el honor de la familia traicionada exigía aquel sacrificio. Sentí un estremecimiento  pensando en la muchacha muerta por no haber sido fiel a su futuro esposo». Hasta aquí su relato.

        A nosotros quizás nos sorprendan hechos de esta clase. Pero es debido a nuestra ignorancia de la historia. Entre los judíos la defensa de la castidad matrimonial era terrible. El mismo Moisés había establecido apedrear a este tipo de mujeres (Dt 22, 24; Ju 8, 5).

        Jomeini, en Irán ahora ordena fusilar a las adúlteras. Los hombres, sin fallan, no pasa nada. El Islam, que no ha tenido a Jesús, el cual corrigió las leyes con la misericordia, ahorca o corta las manos por motivos más leves.

        Por eso, para comprender la grandeza de María prescindamos ahora de todas las joyas y coronas quela ponemos en sus imágenes, recojamos nuestros ojos y escuchemos el evangelio de San Lucas que nos dice: “Estando desposada su madre María con José, antes de que conviviesen, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. Mas José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla públicamente, deliberó repudiarla en secreto” (Mt. 1, 18-19).

        Todo dependía de José. Si él la denunciaba, sería apedreada, y su padre Joaquín, tal vez representando el papel de un Jomeini, cumplidor riguroso de la Ley, la hubiera dicho: “Moisés nos dijo que hay que dar muerte a estas mujeres” (Jn 8, 5).  Recordad a la adúltera del evangelio. Ha sido zarandeada, arrastrada, arrojada a los pies de Jesús; va a ser apedreada, está sentada en el suelo, como arrodillada, con las manos cruzadas en señal de impotencia.

        Así veo yo a Maria en este trance. La veo no en un pedestal, sino ahí en el suelo; me imagino a cualquiera de vuestras hijas; está en estado y sentada en la arena, pequeña, débil, indefensa, esperando la sentencia de José, su esposo, de sus padres, de sus vecinos.        lleyendo este pasaje evangélico y meditándolo, la siento cerca, muy cerca y siento deseos de ayudarla, de echarle una mano. Es tan joven, tan indefensa. Es María.

        Cómo puede defenderse María. ¿Dice la Verdad? ¿Dice que Dios es el padre del aquel hijo? Seria blasfemar y entonces además de adultera, la tendrían como sacrílega. ¿Quien la a creer? Mejor callar. Lo pone todo en las manos del Señor. Él, si quiere y es su proyecto, saldrá en su defensa. Y si no sale como no salió con Jesús, su Hijo, ante la condena de los judíos, está dispuesta a todo, a ser apedreada.

        Así es María. Así de humilde, indefensa, pobre como nosotros. Así me gusta. Así puede estar más cerca de nosotros. Así me acerco mejor al misterio de María. Así veo yo a María, así me gusta mirarla. Aunque la vea en un altar, yo la veo bajar junto a mi cuando la miro y ponerse a mi lado como una hermana, como una amiga, como mi Madre recorriendo y pisando la arena del mundo, de  incomprensiones, calumnias, críticas como las mías, como las suyas. María, yo te quiero así. Tú puedes ayudarme así, porque eres humana como yo, y a la vez, grande, porque creíste, te fiaste de Dios y los arriesgaste todo por Él, porque le amaste más que a tu vida. Ayúdame a fiarme así de Dios, más que de mí mismo y de mis planes y proyectos.

        Meditando todo esto comprendo por qué Isabel su prima, a la que Maria había ido a visitar, conocedora de todo lo que había pasado, pudo decirla: “Dichosa tú que has creído”. Es lo máximo que se puede decir a una muchachita sencilla que ha tenido la suerte de hablar con ángeles y que ha escuchado que le decían que habría de tener un hijo que será el Hijo del Altísimo.

Nosotros debemos también proclamarla dichosa. Es lo primero. Alabarle, bendecirla: Magníficat: “proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la pequeñez de su esclava”. Y elegirla como maestra de nuestra fe y confianza en Dios.

Porque María ha recorrido todo el camino de la fe a píe, como nosotros, Sin claridades ni apoyos extraordinarios, sino confiando sólo en la palabra de Dios. Tuvo que fiarse, correr el riesgo. Mirándola así, ya no es una persona de sólo culto, sino una amiga y compañera de viaje, la maestra de nuestra fe.Cuando tenga pruebas, oscuridades, dudas, cuando Dios me exija apoyarme sólo en Él y dejar todas las apoyaturas humanas y personales, renunciando a los cristerios humanos, miraré a los ojos de Maria de Nazaret en silencio e intentaré imitarla.

A mí me gustaría que después de meditar en aquel hecho, que mencionábamos al principio de esta reflexión, de la muchacha madre muerta en el campamento tuareg, por haber sido sorprendida en adulterio, nuestras relaciones con Mará fueran más íntimas, menos de culto y más de hermana y maestra  en la fe. Porque ella ha pasado por nuestros caminos, ha pisado la tierra de la duda y de la noche, ha tenido que arriesgarlo todo fiándose y aceptando el designio de Dios sobre ella, pero ignorando su desarrollo.

María, por la fe, tuvo el valor de confiar en el Dios de los imposibles, y dejarle a Él la solución de sus problemas. La suya fue una fe pura. Esta es la grandeza  de María. No necesita de tantos mantos y coronas como ponemos en sus imágenes. Ella sólo quiere que nosotros sus hijos la sigamos e imitemos. Y para esto, basta coger el evangelio y seguir sus pasos.

María, yo te alabo y bendigo como Isabel porque has creído. Dichosa porque aceptaste el plan de Dios sobre tu vida aunque te tuviste que pasar por silencios, humillaciones y calumnias. Por eso, Madre, yo te proclamo madres y maestra de mi caminar en fe y confianza en Dios. María, ayúdanos.

52. VIRGEN DEL PUERTO (Lunes, 24 abril 2006)

Muy queridas hermanas y hermanos, hijos todos de la Virgen del Puerto:

Con gozo y alegría profunda nos hemos reunido esta tarde y muy temprano, a las 4, para celebrar esta eucaristía para alabanza y gloria de Dios,  y para venerar y bendecir en su novena, a nuestra Madre del Puerto.

Esta imagen de la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos amamantándolo, es el signo de la ternura de Dios a los hombres y de los hombres a Dios; pero sobre todo, es imagen del título más grande de María, fundamento y base todos los demás títulos y prerrogativas que recibió nuestra madre del Puerto del Señor y de los hombres: María con su hijo en brazos, nos está demostrando el origen de todas sus grandezas y dones, porque ella, mujer de nuestra raza, ha sido escogida por Dios para que fuera su madre. María es Madre del Hijo de Dios. He aquí su esplendor, su fuerza, su luz y su misterio.

        La maternidad divina de María es el fundamento de todas sus gracias y prerrogativas: porque Dios la quiso Madre suya, la hizo limpia de pecado e Inmaculada desde el primer instante de su ser,  se confió a ella y quiso tenerla junto a Él en la cruz, y no permitió que su cuerpo se corrompiera en el sepulcro y se la llevó junto a Él en el cielo y desde allí vive preocupada por todos sus hijos de la tierra, intercediendo ante su Hijo. Si Dios la eligió y la quiso madre suya ¿Cómo no vamos a elegirla y tenerla nosotros como Madre, como reina y señora de nuestra vida cristiana para que nos alimente y nos ayude en nuestra existencia humana y cristiana?

Y mirando a esta Madre del Puerto, imagen y reflejo de la que está viva y gloriosa en el cielo, junto a su Hijo, intercediendo y suplicando por todos nosotros, le pregunto: Madre, explícame un poco, porque eres Madre de Dios, por qué le tienes en tus brazos, por qué le amamantas, por qué le miras con tanto cariño y ternura?

Y la Virgen me dice: Por Dios Padre que quiso que fuera la Madre de su mismo Hijo pero en cuanto hombre; por Él mismo, por su Hijo Jesucristo, Verbo y Palabra de Dios que me quiso madre, me quiso como hijo nacido en mis entrañas; y por el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, que con su potencia de amor divino, lo formó en mi seno, en mi vientre de madre de fe, amor y esperanza.

        El primer anuncio, por parte de Dios Padre, de la Virgen Madre, de una mujer que dará a luz un hijo que aplastará la cabeza de la serpiente, lo tenemos en el Génesis, inmediatamente después del pecado de nuestros primeros padres: “Dios Dios a la serpiente: pongo enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él herirá tu cabeza, cuando tú hieras su talón”.

        Por eso, muchas imágenes de la Virgen Inmaculada tienen la serpiente a sus pies, al pecado, pisoteado porque Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, inmaculada, intacta, impoluta, por los méritos de su Hijo aplicados a ella anticipadamente. Esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María, la Virgen del Puerto con su hijo en brazos.

        Pero yo quiero preguntarte más concretamente a ti, Madre del Puerto,  reflejada en esta imagen tan materna, amamantando a tu hijo, yo quiero preguntarte ¿cómo fue y cuando se realizó esta promesa de Dios Padre de salvar a todos los hombres por su hijo nacido de una mujer?

        Queridos hijos de la tierra, quiero deciros a todos, que yo era una joven sencilla y humilde, una más de mi aldea de Nazaret. Vivía con mis padres Joaquín y Ana, tenía amigas, iba a la sinagoga, obedecía, jugaba… madre, perdona, soy tu hijo y ya me conoces, muchas veces me dices que me paso… pues bueno es que no tenemos tiempo esta tarde, porque son diez minutos de predicación, así que abrevia porque si no no me dejarán hablar más veces-

        Pues bien a ti y a todos los que estáis aquí esta tarde os digo brevemente: un día estaba orando, como todos los días, orando mientras cosía o barría o fregaba o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar… y el piso se ha iluminado de golpe y al abrir los ojos me he quedado sorprendida, porque he visto una luz muy fuerte, fue la primera luz de ese tipo que ví, como luego yo misma la llevé en mis apariciones en Lourdes, Fátima.. y otros lugares, luz del cielo traída por un ángel, un mensajero de Trino y Uno, es decir, no solo del Padre, sino trayendo un mensaje de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

        Leyendo el evangelio de la Anunciación irlo comentando en forma de diálogo de la Virgen con sus hijos, los devotos: Madre, perdona pero no hay más tiempo y yo quiero decir dos cosas, mejor dicho, lo han dicho otros que saben más que yo de ti. Yo las leo. Pablo VI, antes de terminar el Concilio Vaticano II, porque parecía que algunos teólogos no se habían enterado muy bien. Es en honor tuyo, Madre: «Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima, Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título».

        Y para que no quedaran dudas, de que este título de ser madre de Dios y de los hombres es el más grande y honroso para ella y para nosotros, el documento de la Iglesia, como luz de las gentes, añade: « Desde la Anunciación… mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, donde no sin designio divino, se mantuvo de pié, son condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27».   

        Queridos hermanos: Para mí la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos, es un cuadro o reflejo del Amor del Dios Trino y Uno, de la Trinidad. En primer lugar de Dios Padre. Dice San Juan: Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado… Dios me amó antes de existir yo la eligió a ella en su Hijo como Madre suya y mía. El Hijo, viendo al Padre entristecido porque el primer plan se había roto, se ofreció: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios…” Ese hijo ha querido ser mi hermano.. Y la Virgen del Puerto es reflejo del Espíritu Santo, porque Él obró el milagro y formó en su seno al Hijo de Dios por el Amor del Padre. Me siento amado por el Padre, salvado por el Hijo, santificado por el S.S.    

53. MARÍA, ASOCIADA A LA SALVACIÓN DE CRISTO MEDIANTE EL DOLOR Y LA CRUZ

QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS Y HERMANOS TODOS: Un año más nos hemos reunido para honrar a la Virgen en su novena del Carmen. A mí me hubiera gustado que las hermanas Carmelitas me hubieran asignado un tema sobre la Virgen para hablaros hoy, pero no han queridos hacerlo, porque lo dejan a nuestra elección. Entonces yo elegido un tema que me gusta mucho, me encanta hablar de la maternidad divina y eclesial de la Virgen. Me gusta la Virgen de la Anunciación, con el Hijo en su seno y caminando por los parajes de Palestina, como diría Isabel de la Trinidad.

Hay muchas facetas de la Virgen que me recrean y enamoran, por ejemplo, esta de la que quiero hablaros hoy. Me da mucha luz y esperanza en los momentos duros de la vida. En la noches de fe, esperanza y amor que tan maravillosamente describe San Juan de la Cruz. Por eso, si tuviera que poner un titulo a mis breves palabras de esta tarde sería este: María, asociada a Cristo y unida a su misterio salvador, en silencio, que sería la primera parte; y la segunda: mediante la cruz y el sufrimiento.

Qué poco habló la Virgen; por los menos qué poco nos hablan los evangelios de sus palabras. Y ahora parece que habla mucho y se aparece mucho. Tantas revelaciones y apariciones en estos tiempos... parece que hubiera cambiado la Virgen de carácter. A ver si la que se aparece no es la Virgen de los Evangelios, que habló poquísimo pero hizo muchísimo por la salvación de los hombres, sus hijos, y todo en silencio, calladamente, sin reflejos de gloria ni resplandores de perfección, sin quejas, sin explicaciones de ningún tipo.

Hay que aprender de la Virgen a obrar calladamente, a no excusarnos a sufrir en silencio, incluso la difamación, la calumnia, el dolor injusto e inmerecido, porque así nos unimos al dolor salvador de Cristo y hacemos actual su salvación. Porque cuando hablamos y predicamos anunciamos la salvación, pero cuando sufrimos unidos a lo que falta a su pasión, la realizamos, la hacemos presente.

Dice la Lumen gentium: «Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo! “(Jn 19,26-27)». Pero en todo esto no habló nada, no nos dicen nada los evangelios.

Me encanta esta victimación total de la Virgen unida a  su Hijo por nuestra salvación, en silencio, sin palabras, en unión de espíritu, sin gestos llamativos, en pié y con mirada contemplativa. María realizó la victimación y el ofrecimiento de su vida sin dar explicaciones, sin pedir aclaraciones, en silencio y sin quejas.

Antes de la Anunciación, qué dijo, qué hablo, qué sabemos de Ella; nada; fijaos cuando quedó en estado, no habló, no dio explicaciones ni a José, a sus parientes. Es incomprendida por su esposo, calumniada por la gente... no dice nada. Sufre y calla. Cómo me gustaría imitarla con más perfección. Todo para Dios. Qué humildad, que confianza, qué manera de ponerlo todo en sus manos. Recorremos todo el evangelio y encontramos cuatro palabras: “He aquí la esclava del Señor, proclama mi alma la grandeza del Señor, mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados, no tienen vino...”

Y fijaos luego en la cruz: Imposible mayor vivencia victimal que la que tuvo María allí; imposible mayor espíritu sacrificial, mejores actitudes sacerdotales y no dijo ni una palabra, todo fue con el corazón. Y así debe ser también en la liturgia, cuando se renueva el sacrificio, debe celebrarse sobre todo con el corazón. Ni siquiera defiende a su Hijo, inocente. Y mira así tenía motivos.

Es una invitación atodos nosotros a que soportemos en silencio el dolor, sin protestar, nos enseña a sufrir  sin explicaciones de nuestro martirio.

Recuerdo a este propósito un vía crucis que hacíamos en el Seminario donde decíamos: que venga abajo mi vida, mi salud, mi reputación, mi ideales... hay que aprender de María a sufrir ni rechistar; que venga abajo mi fama, y me dicen algo que no me gustas y ya me hundo: pues, Gonzalo, no decías que querías ser santo, ofrecerte totalmente con Cristo al Padre, estar junta a la cruz como María... Y nos aguantamos y nos damos la vuelta en cuento podemos María de esta forma se convirtió en modelo perfecto para todos los que quieran asociarse sin reservas como ofrenda agradable con Cristo al Padre.

“Junto a la cruz”estaba la Madre; su presencia no era sólo cuestión de “carne y sangre”. Era la obediencia al Hijo para que se uniera a su sacrificio por la salvación de todos sus hijos los hombres. La Virgen nos enseña a realizar ahora mediante el sufrimiento la salvación. La palabra lo anuncia, el sacrificio y el dolor unido a la pasión de Cristo lo hace presente. Así es lo que tenemos que hacer todos los que queramos con Cristo salvar al mundo.

“He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”y “el discípulo la recibió en su casa”. Esto significa que el discípulo ha respondido inmediatamente a la voluntad de Jesús. Hagamos nosotros lo mismo. Recibamos en nuestra casa, en nuestro corazón a María como modelo de nuestra entrega.

72.- FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (1997)

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, día 2 de febrero, a los cuarenta días después de la Navidad, la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo de Jerusalén. Y aunque caiga en domingo, prevalece sobre la liturgia dominical, porque es un domingo ordinario, y hoy es fiesta del Señor, como son las de Epifanía, etc.

El suceso es narrado en el Evangelio y en la primera Lectura; el salmo también encarece el momento solemne de la Entrada del Señor en el Templo. El profeta Malaquías nos dice: “Miradlo entrar”. Y el salmo repite: “va a entrar el rey de la gloria”.

La segunda Lectura desentraña la esencia del sentido de esta fiesta: Jesucristo es presentado en el Templo en brazo de su Madre María y es ofrecido, mejor dicho, se ofrece Él mismo con toda su vida para cumplir la voluntad del Padre, que se consumará en el sacrificio de la cruz.

La voluntad del Padre no es otra que la entrega total del Hijo por la salvación de los hombres hasta la muerte de cruz, como anunciará el anciano Simeón; sólo así llegará a la consumación, a la glorificación ya que Cristo “puede aniquilar al que tenía el poder de la muerte y liberar a todos los que por miedo a la muerte, pasaban la vida como esclavos”; Cristo “ha expiado nuestros pecados y puede auxiliar a los que pasan con Él la prueba del dolor”.

La vida de Jesús ofrecida, sacrificada “la ofrenda como es debido”, en expresión del profeta Malaquías, es “Salvación para todos”, como dijo el anciano Simeón, pues nuestro destino es el suyo, porque “participa de nuestra carne y sangre.” Y unidos a Él, “nuestro Pontífice fiel y compasivo”, podemos ofrecer, juntamente con Él, la ofrenda de nuestra vida, “ofrenda agradable a Dios”.

El sentido de la Presentación es que Dios es el autor de la vida; el hombre es ser creado por Dios, dependiente y necesitado de Dios: criatura que debe dar gracias por la vida que le viene de Dios y ponerla a su disposición.

Jesucristo, en su Presentación en el Templo, nos anticipa la ofrenda sacrificial que irá haciendo a los largo de toda su vida y que culminará en el Templo de  Sí mismo, en su Cuerpo y Sangre entregada en el altar de la Cruz, ofrenda sacrificial que Él nos ha dejado como memorial en el Sacramento de la Eucaristía.

La santa misa debe ser para nosotros ofrenda agradable con Cristo al Padre, para quedar consagrados con Él para gloria de la Santísima Trinidad. Y como nos hemos ofrecido con Él y hemos sido consagrados con Él al Padre, cuando salimos del templo ya no nos pertenecemos, hemos perdido la propiedad de nosotros mismos a favor del servicio a los hermanos; para gloria de Dios, tenemos que vivir o dejar que Cristo viva en nosotros su ofrenda al Padre. Esto es la santa misa. Esta es su espiritualidad y su liturgia. Es ofrenda y consagración con Cristo para gloria de Dios y  servicio y entrega a los hombres.

En la celebración de la Presentación de Jesús estuvo María íntimamente unida a este Misterio de su Hijo, como la Madre del Siervo de Yaveh, ejerciendo un deber propio del Antiguo Israel y presentándose a la vez como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y la esperanza por el sufrimiento y la persecución (Cr Maríalis cultus 7).

«Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la Concepción virginal de Cristo hasta su muerte... Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (LG 57).

Con Simeón y Ana todos nosotros y todos los hombres debemos de salir al encuentro del Señor que viene. Debemos reconocerle como ellos como Mesías, “Luz de la Naciones” “Gloria de Israel”, pero también “signo de contradicción”.

La espada de dolor predicha a María será el signo y la consecuencia de esa contradicción que anuncia otra oblación perfecta y única, la de la Cruz, que dará la salvación que Dios ha preparado “ante todos los pueblos”.

La monición de entrada nos explica perfectamente el sentido de esta fiesta: «Hace cuarenta días celebramos llenos de gozo la fiesta del Nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, llegaron al  templo los santos ancianos Simeón y Ana, que, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría.

De la misma manera nosotros, congregados en una sola familia por el Espíritu Santo vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan, “hasta que vuelva revestido de gloria.

55. JUBILEO DEL HIJO, JUBILEO DE LA MADRE

(Bajada de la Virgen del Puerto: 2000)

        Queridos hermanos y hermanas, hijos todos amados y amantes de nuestra reina y madre, la Virgen del Puerto: La tradición cristiana, especialmente desde la edad media, se ha detenido con frecuencia en contemplar a la Virgen abrazando a su Hijo, el niño Jesús. Aelredo de Rievaulx, por ejemplo, se dirige afectuosamente a María invitándola a abrazar a ese Hijo, al que, después de tres días, ha hallado en el Templo: «Estrecha, dulcísima Señora, estrecha a Aquél a quien amas, échale los brazos al cuello, abrázalo y bésalo y compensa sus tres días de ausencia con multiplicados besos».

Si la inspiración de los devotos y de los artistas encontraba en la Virgen con el niño en los brazo un gesto maternal, lo verdaderamente asombroso y tierno dentro de esta piedad maternal, es sorprender a María dando el pecho a su Hijo. Qué pocas devociones contemplan y se ayudan de María dando el pecho a su Hijo para alimentar su amor a la Madre y al Hijo. Nosotros tenemos este privilegio y debemos agradecerlo y valorarlo.

Pregunto yo, Hermanos, si esta infancia de Jesús tan llena de amor por su Madre y San José, no tuvo una influencia decisiva en esos gestos varias veces narrados por el evangelio en que Jesús cogía y abraza también a los niños con el amor y ternura con el que Él fue abrazado, recordando su propia infancia.

Si hoy está demostrado que al niño se le educa fundamente hasta los cinco años y que desde su nacimiento, es más, aún antes de nacer, el niño ya está recibiendo influencias de la madre, de amor o de angustía, según viva ella en el ambiente familiar, tan singular gesto de Jesús revela en primer lugar la delicadeza de su corazón, capaz de vibrar con todos los toques de la sensibilidad y del afectos humanos.

Ciertamente en estos gestos con los niños se revela la eterna ternura que Él, como Verbo de Dios, ha recibido del Padre, que desde toda la eternidad, lo ama en el Espíritu Santo, que le ha hecho hombre en el seno de María, y que el Padre ha seguido viendo en Él al Hijo amado en quien tiene todas sus complacencias.

Gloria a la Santísima Trinidad que un día nos sumergerá en este océano infinito de amor y de ternura. Pero como os decía, en ese gesto de Jesús abrazando a los niños, Él ve su propia infancia gozosa con María y en este gesto se revela además del amor de su Padre Dios Trino y Uno, la ternura plenamente femenina y materna de la que le rodeó María en los largos y silenciosos años pasados en la casa de Nazaret.

Este gesto maternal de María, reflejado por Jesús en su conducta, nos mueve a recodar y dar gracias a Dios por María de toda la ternura que nos dieron nuestros padres en nuestra infancia, damos gracias y pedimos por ellos, a la vez que rezamos para que este modelo maternal sea imitado por las madres actuales, algunas de las cuales se manifiestan mas preocupadas por otros valores menos esenciales e importante para la vida familiar y que hace que esta no refleje toda la paz y serenidad y amor que requiere la convivencia familiar.

Qué cerca tendrán a la Virgen si la invocan y la tienen por Madre y modelo. No basta engendrar, hay que cuidar con amor de esas vidas, eternidades que Dios les ha confiado. Hay que invertir más tiempo y dedicación a los hijos, hay que enseñarlos a rezar y amar, a ser hombres íntegros y cristianos.

Para esto ha bajado también la Virgen del Puerto a su ciudad de Plasencia. Para recordarnos la dedicación y el amor que todos, especialmente las madres cristianas, tienen que dedicar a la infancia, que es cuando se educa el hombre del mañana.

Ella se hizo esclava del hijo y el hijo la hizo señora y reina del mundo y de la iglesia. Solo las madres esclavas por amor de sus hijos serán coronadas por Dios y por ellos Señoras de su casa, de su familia y de sus corazones. Honor y alabanza a las madres, a los padres, a María modelo y ejemplo de madres.

La grandeza de María radica en su maternidad divina. Porque Dios la eligió para madre, fue concebida sin pecado y gozó de una relación totalmente única también con el Padre y el Espíritu Santo. Y ahora también sigue gozando de esta relación tan poderosa que la hace ser omnipotente suplicando, rezando por sus hijos, los hombres.

Por esto también estamos reunidos aquí esta mañana. Porque es nuestra madre en el camino cristiano, porque es nuestro modelo y porque es nuestra abogada de gracia e intercesora ante Dios.

Ella es la Hija predilecta del Padre, como afirma el Vaticano II. Si es verdad que todos hemos sido llamados por Dios en la persona de Cristo por pura iniciativa suya para ser sus hijos, hijos en el Hijo, esto vale de una forma singular en María, quien le corresponde el privilegio de poder repetir con plena verdad humana la palabra que Dios Padre pronunció sobre Jesús “¡Tu eres mi Hijo!”.

 Por esta excepcional cercanía a Dios goza de santidad y poder únicos que nosotros podemos y debemos utilizar. María es la Madre del Verbo encarnado y como tal Cristo la ama y la honra. Cristo le debe muchas cosas a la Virgen en lo humano. En el camino de la gracia ella depende totalmente de Dios. “El poderoso ha hecho obras grandes por mí... porque ha mirado la humildad de su esclava...”

Ella ciertamente es la madre en lo humano, pero al mismo tiempo lo reconoce como su Dios y Señor, haciéndose discípula de corazón atento y fiel a su hijo. Maria es modelo de la Iglesia que peregrina por la fe, ella representa a la humanidad nueva, redimida dispuesta a recorrer el camino de la Salvación que es Cristo.

Ella nos enseña a acoger plenamente a su Hijo, su mensaje de salvación, a ser dóciles a la Palabra, a acogerla en nuestra corazón, a meditarla, a cumplirla. Ella sustenta nuestra fe, refuerza nuestra esperanza, reaviva la llama del amor.

Estamos celebrando los dos mil años del nacimiento del Hijo. Pero resulta natural que el jubileo del Hijo sea también Jubileo de la Madre. Por ello cabe esperar que de entre los frutos de este año de gracia, junto al de un amor más fuerte a Cristo, se coseche también el de una piedad mariana renovada con una devoción que para ser auténtica:

— debe estar correctamente basada en la Escritura y en la Tradición, valorando en primer lugar la liturgia y hallando en ésta una orientación segura para las manifestaciones espontáneas de la religiosidad popular.

— ha de expresarse en el esfuerzo por imitar a la “Todasanta” en un camino de perfección personal, 

 — debe permanecer alejada de cualquier manifestación de forma de superstición y vana credulidad, acogiendo con discernimiento las manifestaciones extraordinarias con que Ella se complace en manifestarse no pocas veces por el bien del Pueblo de Dios.

— debe ser capaz de remontarse siempre a la fuente de la grandeza de María, transformándose en incesante Magnificat de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Queridos hermanos: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí” nos ha dicho Jesús en el Evangelio. Con mayor razón podría decirnos: “El que acoge a mi Madre, me acoge a mí”. Y María, a su vez, acogida con amor filial, una vez más nos señala al Hijo como hiciera en la bodas de Caná: “Haced lo que El os diga.”

56. NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO (Catedral, abril 1988)

MARÍA Y LA RECONCILIACIÓN: a) Porque se hizo esclava del proyecto salvador del Padre por el Hijo; b) porque vivió unida al Hijo especialmente en el misterio de dolor; c) porque es modelo de fidelidad, de esperanza y de amor para todos los redimidos.

DEBEMOS, EN CONSECUENCIA, siguiéndola y amándola reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos y aspirar a identificarnos con Ella para llegar a Cristo en todos los estados de vida cristiana.

MISA: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...Queridos hermanos: en los relatos pascuales de estos días, no encontramos ningún reproche de Jesús resucitado a sus discípulos por el abandono o traición que ha sufrido: una y otra vez el mismo saludo. Es también mi saludo pascual en esta tarde: LA PAZ SEA CON VOSOTROS.

        Y después Jesús les dijo: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas” (Luc 24, 46-48).

        A mí me toca esta tarde ser testigo para esta querida ciudad de Plasencia de este mandato del Señor Resucitado: predicar la conversión para el perdón de los pecados.

        Esta es la experiencia pascual que pido para vosotros y para mi: Resucitar del pecado y vivir un vida más evangélica. Es un don. Pidámoslo unos para otros. Este momento de la misa es para eso.

HOMILÍA

QUERIDOS AMIGOS: La experiencia pascual fue para los apóstoles primeramente una experiencia de perdón. Una y otra vez, para los que le habían abandonado y traicionado, Jesús repite el mismo saludo: “Paz a vosotros”. Es más, Jesús quiere que experimentado el perdón, sea ésta a su vez la primera experiencia que los discípulos ofrezcan a los demás. Así se lo recomendó en las primeras apariciones: “Recibid el Espíritu Santo, a los que perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 23).

María, madre del resucitado, que nos invita  a resucitar de nuestros pecados, ha tenido una parte activa en esta reconciliación y hasta su cuerpo y espíritu han llegado las consecuencias de nuestros pecados, porque vivió intensamente los misterios doloroso de nuestra redención, ya que acompañó a su Hijo en este camino porque desgranó  en peregrinación heroica de fe  la pasión y muerte de Jesús por todos los hombres.

Ya en las primeras páginas de la Biblia, junto al pecado del hombre, parece la promesa de una mujer cuyo hijo aplastará la cabeza de la serpiente.

Adán acaba de independizarse de Dios. Ha tratado de decir lo que es bueno o malo contra lo que Dios había dicho. Adán es imagen  de todo hombre que peca ¡Pobre Adán, pobre hombre que peca, se quedan desnudos ante la Verdad de Dios. Sin Dios no sabemos qué somos, a dónde vamos, por qué y para qué vivimos. Al romper la relación con Dios, se rompe la armonía de la creación. El pecado es ruptura con Dios, de la relación de la criatura con su creador, del hijo con su padre.

El pecado es ruptura de la fraternidad universal: Adán acusa a Eva, Caín mata a Abel. El pecado engendra  la violencia, la mentira con Dios y con los hombres, la culpabilidad que quita la paz del alma; el pecado rompe el gozo de compartir unidos la creación, el amor, la vida... Pero Dios no acepta, no quiere esa ruptura y en ese mismo momento del pecado, aparece su amor misericordioso; misericordioso, digo, porque el hombre siempre será débil y pecador, necesitado del perdón y de la gracia de Dios.

“Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza, mientras acechas tú su calcañal”(Gn 3,15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su hijo sobre el pecado no es otra que María.

En la Anunciación, María, con su Sí al plan salvador de Dios, es constituida canal de la Salvación que nos viene por Jesucristo, único Salvador y Mediador. En el Calvario, María se convierte en Madre redentora, como dice estupendamente el Vaticano II, «en donde, no sin designio divino, se mantuvo en pie, se condolió vehementemente con su Hijo y se asoció con corazón maternal a su sacrificio consintiendo con amor en la inmolación de la Víctima Engendrada». Es decir, que estuvo sufriendo como madre del Redentor y madre de los redimidos, como ya lo había anunciado Simeón en la presentación del niño en el templo: “una espada atravesará tu zón...” Es así como la Madre dolorosa realizó el máximo grado de unión con su Hijo, precisamente allí en el Gólgota, por medio de las virtudes teologales.

Pero ya todo esto ha pasado. Ha sido un parto dolorosísimo. Cristo ha resucitado y vive para siempre. Y nosotros, esta tarde, por el sacramento de la reconciliación y por la vivencia de la fe, vamos a experimentar a Cristo como resurrección y vida, y a Ella, como madre del que da la paz al corazón por el perdón de los pecados.

Yo traigo el encargo de la Señor y Madre del Ruperto de deciros a todos sus hijos de Plasencia, que si creéis en el sufrimiento de su Hijo, debemos reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos. Me ha dicho la Madre que tanto dolor maternal y toda la agonía de Cristo habrá sido inútil si los que están en pecado, los que rompieron con el Padre no vuelven a su casa y a sus brazos. Porque una madre no puede sentirse feliz y tranquila si todos los hijos no están en casa; y muchos hijos de esta ciudad de Plasencia no han celebrado todavía la reconciliación con el Padre.

Me ha dicho que la Pascua florida de este año de su bajada a la ciudad, ni es Pascua ni florida si hay hijos que permanecen muertos por su lejanía de la gracia de su Hijo. Que la Pascua es resurrección y el pecado es muerte. Que la Pascua de Resurrección no se puede celebrarse en pecado; que su novena, la verdadera no puede celebrarse con el pecado en el alma y en el corazón. Que hay que arrepentirse del mal obrado y limpiar la conciencia de toda culpa. Cómo podremos alegrar el corazón de la Madre si cuando nos mire nos encuentra manchados y sucios; qué madre puede alegrarse de ver así a sus hijos. Cómo honrarla en pecado.

Nos tiene que doler Cristo, sus espinas, los sufrimientos de su Hijo por redimirnos. Y también los dolores de la Madre junto a la cruz del Hijo para redimirnos de todo pecado en unión con Él.

Pero para vosotros que habéis celebrado con tanta devoción su novena, me ha dicho algo especial. Que está muy bien todo esto que hemos organizado en su honor; pero organizadores y organizados debemos entrar sinceramente dentro de nosotros mismos y ver lo que ha significado su venida. Qué vamos a realizar para que deje huella en nosotros este hecho tan importante.

Que si no vamos a querernos más, a perdonarnos más, a esforzarnos más por ser mejores hijos suyos, pues para eso es mejor que no la bajemos. Porque esta bajada tiene que ser fundamentalmente gracia de conversión para nosotros. Y me ha dicho también para los partidarios de que la bajen, comp para los partidarios de que no la bajen todos los años, que no riñamos por eso, que comprendamos que todos quieren a la Madre, pero en formas diferentes y que hagamos las paces. Que todos los hijos quieren a la Madre, los unos y los otros, y cada uno quiere lo mejor para Ella. Así que a hacer las paces y alegrémonos todos con Ella.

Y la bajada de la Virgen no sólo deber ser una llamada a la conversión, a la paz y armonía entre todos, sino que siguiendo su ejemplo debe suscitarse almas heroicas de fe y de amor eminentes como Ella. Debemos ante la Madre y por su llamada reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, especialmente amor y comprensión para los sacerdotes, instituciones de la Iglesia, con todos los hijos de la misma Madre. De esta manera su bajada es una llamada a la santidad propia de cada estado, santidad sacerdotal, religiosa, consagrada, laical, juvenil...

Porque María, no sólo coopera a la salvación de los hombres sufriendo con su Hijo, como hemos visto, sino que con su ejemplo de fe y amor y con su intercesión nos ayuda a recorrer el único camino de la Salvación que es Jesucristo.

Ella es la realización perfecta y acabada de lo que debemos ser nosotros, sus hijos, en nuestra vida de fe, esperanza y amor, se nos ha dicho en estos días,.

María es modelo y ejemplo para todos sus hijos. Y como causa ejemplar lo que más me maravilla es su fe y confianza absoluta en Dios desde la Anunciación, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas, hasta el Calvario, creyendo que era el Hijo de Dios el que moría en su naturaleza humana recibida de Ella.

Queridos hermanos; cuando no se comprenden los planes de Dios porque lo exige todo; cuando son dolorosos porque no coinciden con los nuestros, que siempre son de buscar éxito y placer; cuando uno ha dicho sí con esfuerzo y cree que ya  ha realizando el proyecto de Dios y de pronto, una calumnia, una muerte, una desgracia, inesperada e inmerecida, la soledad de un viudez larga y triste, un fracaso con un hijo que se hundió en el fango... ayuda saber que María pasó por pruebas más furas y confió en el Señor.

Necesitamos madres, viudas, hombres, jóvenes de fe heróica. La diócesis de Plasencia necesita de estas almas entregadas, generosas, que nos estimulen a todos. Que nos den fogonazos de eternidad, de vida espiritual, reflejos de Dios, de experiencia de lo que creemos, de vocaciones a la vida sacerdotal o religiosa, a la santidad, a la perfección.

MADRE DEL PUERTO, que no te decepcionemos, que  estemos dispuestos a acompañarte hasta donde sea necesario y Tú nos llames. Hermosa nazarena, Virgen bella, que nuestra reconciliación con Dios, con la Iglesia y con los hermanos te haga sonreir, y al sonreir Tú, también sonría el niño que llevas entre tus brazos.

Madre dulce, dulcísima, amiga y confidente, que tantos misterios de dolor y de gozo hemos desgranado juntos, no te olvides de nosotros. Un hijo puede olvidarse de su madre pero una madre no se olvida jamás de sus hijos. Qué confianza y seguridad nos inspiras por ser nuestra Madre de la gracia y del amor.

Madre del Puerto, madre querida, madre del Apocalipsis con dolores del parto hasta que formes en todos nosotros a Cristo, hasta que nos alumnbres a todos a la vida eterna, no olvides a tus hijos de Plasencia que tanto te aman, que tanto te aman.

FINAL DE LA MISA: Nadie piense que se me ha a la Virgen. Ella me ha hablado como habla a cualquiera de sus hijos que se ponen delante de ella y la rezan, la miran con amor y las preguntan cosas. Entonces Ella empieza a habarles inspirándoles ideas, buenos pensamientos y mejor deseos en su corazón. A Ella le gusta mucho este encuentro, este diálogo, esta oración con sus hijos. Ella siempre nos está esperando. Esperando a todos y siempre. Hacedlo todos los días. Amén.

58. MISA Y VIGILIA MARIANA EN EL PUERTO (Mayo 1976)

SALUDO AL COMENZAR LA MISA: A la madre más madre, con el cariño más grande, devotos de Plasencia y su parroquia de San Pedro, dedicamos esta hora de la noche para honrarla y bendecirla. Virgen del Cenáculo, danos la gracia de celebrar y vivir esta Eucaristía.

HOMILÍA:

QUERIDOS HERMANOS, hijos todos de María. En esta noche luminosa y clara de la fe ante la presencia de nuestra Madre, acariciados nuestros rostros por el aura rumorosa y fresca de la montaña del Puerto, impregnados por el aroma de sus jaras y sus flores, hemos venido ante el altar de la Canchalera, para celebrar su amor y sus favores, para llamarla: Madre, y sentirnos hijos, para implorar sus gracias y sus ayudas, para consagrarnos y consagrarle nuestros hogares, hijos, inquietudes, todo nuestro ser y existir como personas y creyentes.

Santa Maria del Puerto, Virgen nuestra, te queremos, nos das tanta seguridad y certezas de amor que nos sentimos amados y salvados rezándote y hoy queremos celebrar tu amor sobre nosotros.

Tú eres la seguridad de Plasencia, la guardesa de estos campos y ermita, la madre de Dios y madre nuestra.

En cada día de mi vida, Señora, se tú nuestra gracia, nuestro perdón, nuestro encuentro.

Queridos hermanos, dos van a ser las miradas que vamos a meditar esta noche. La mirada de la Virgen al mundo, mirada de amor y ayuda. Lo hacemos para agradecer su entrega de Madre a los hombres. Y en esa misma mirada queremos meditar en la que los hombres debemos a la Virgen. Mirada de imitación, Ella es modelo nuestro en la vida cristiana, y mirada también de gratitud.

Primera mirada: Demostrar que Maria no ha cesado de amarnos desde Nazaret hasta hoy es muy fácil. Basta abrir el evangelio y observar las intervenciones de María en el Evangelio y en la historia de la Iglesia desde el Cenáculo. Una mirada de fe descubre la relación de María para con nosotros en todos sus misterios desde la Anunciación, “la llena de gracia”, Inmaculada y Virgen, Madre en Belén, Presentación, búsqueda y encuentro de Jesús en el Templo de Jerusalén, Boda de Caná, “junto a la cruz” de su Hijo, Asunción para estar más cerca de todos los hombres (Recorrerlos brevemente dando una nota de su amor a los hombres).

2. MODELO DE VIDA CRISTIANA

A) HUMILDAD: Anunciación: He aquí la esclava, la que renuncia a su propia voluntad por cumplir el proyecto de Dios sobre nosotros. Magnificat. Caná: más pendiente de los demás que de sí misma.

B) FIDELIDAD: Ver toda su vida, Virgen fiel. No abandonó a su Hijo en la cruz, ante la cobardía de todos.

C) CARIDAD: Todo lo hizo por amor: recorrer su vida: el Sí a Dios, rápidamente visita a su prima Isabel, Caná.

Ella está aquí, hablamos con Ella y la agradecemos todo su amor, entrega y protección. La damos gracias. Y en la santa misa celebramos esta salvación por su Hijo Jesucristo. Todo por Jesucristo. Como Ella. Cristo es la razón y el fundamento de todo y de todos.

59. VIRGEN DEL SALOBRAR EN JARAÍZ DE LA VERA (1977)

QUERIDOS HERMANOS, AMIGOS Y PAISANOS de Jaraíz de la Vera, la Virgen del Salobrar, Reina y Señora de Jaraíz, nos ha reunido esta tarde en torno a su imagen bendita. Estamos ahora en el corazón de su fiesta, y al caer la tarde, hemos venido par estar con Ella, par mirarla más de cerca y a la luz de su ojos, aumentar la luz de nuestra mirada de fe , caminando más seguros, con más potencia de amor, sabiendo que la Madre nos mira.

Hoy vamos contemplar a María, recibiendo el anuncio del ángel para ser Madre de Dios. Es el primero de los misterios gozosos de santo rosario. Se expresa como la Anunciación del ángel a nuestra Señora, si miramos al ángel que le anuncia noticias de parte de Dios; decimos Encarnación del Hijo de Dios, si nos fijamos en la obra de Dios por el Espíritu Santo a través del anuncio del ángel ya que ha decido hacerse hombre para salvarnos en la entrañas purísimas de esta Virgen nazarena, que se llama “la llena de gracia”; así la llama el ángel: Kejaritomene.

“Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. Se sorprende la Virgen. Y el mensajero continúa:“No temas, María, porque has hallado gracia de parte de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo. Dijo María al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te dará su sombrA; por lo que cual el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. 

Queridos hermanos: Son estas las palabras más importantes pronunciadas por María y contenidas en los evangelio. Y son las mas importantes porque ellas dan entrada al Verbo de Dios en la historia humana y a su plan de salvación sobre el mundo, María se convierte en Madre de Dios fundamento de todos sus privilegios y porque ellas nos manifiestan y descubren la actitud de obediencia y sumisión total de la Virgen a la Palabra de Dios. Con estas palabras María entra casi en la esfera de la Trinidad, su maternidad es irrepetible, está en la misma orilla de Dios, aunque humana como nosotros, y se convierte para nosotros en modelo de fe y confianza en Dios.

Y no penséis, hermanos, que ante este anuncio del ángel  nuestra Señora de Salobrar lo vio todo claro y asequible; tuvo que creer que era Dios el que nacía en sus entrañas, no sabe cómo será, barrunta las calumnias que surgirán, la incomprensión de José... cuánto me gusta esta fe de la Virgen la Anunciación. Esto es fe. Fe no es evidencia de lo que se cree, no es conocimiento razonado de la verdad, la fe es fiarse y ponerlo todo en manos de Dios. La fe es aceptar lo que te dice una persona, fiarse de ella. Y esta persona es Dios. Es renunciar a las propias ideas y proyectos para seguir los de Dios

Por eso la fe se  entiende mejor desde la confianza, desde el amor, desde la amistad con la persona. Creer a una persona quiere decir aceptar a esa persona, fiarnos de ella, tender hacia ella para hacernos uno con ella. Debemos fiarnos de Dios, amarle hasta poner en Él nuestra seguridad; creer en el evangelio, en la palabra de Cristo hasta preferirla a la del mundo y la carne.

Más en concreto, si tú ves que alguien te ha ofendido, de ha echado la zancadilla, según la carne, tiende naturalmente a vengarte; pero coges el evangelio y allí oyes a Jesús que te dice: has de perdonar setenta veces siete, es decir, siempre. Y entonces tú dices: Señor, yo siento ganas de vengarme, pero por Ti, le perdono y lo olvido. Porque quieres obedecer a Cristo que te dice: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”.

Tú estás violento, en casa o en el trabajo, por las cosas que pasan, te entran ganas de reaccionar molestando, dando voces o insultos, y allí te acuerdas de las palabras de Jesús, y por Él perdonas. Uno que ama y cree en Jesús, se fía de sus palabras, porque cree en ellas.

Esta fe exige oración diaria para recordar las palabras del Señor, meditarlas, ponerlas en práctica. Sin oración todo se olvida, no tenemos ánimo ni fuerza para cumplirlas. Necesitamos rezar a la Virgen, renovar nuestra consagración: «Oh Señora mía y Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos...», el santo rosario, si es en familia o con algún amigo, mejor; hay que seguir cultivando la devoción a la Virgen, que recibimos de nuestros padres, de la parroquia con sus catequistas, con el sacerdote. Tener una imagencita de la Virgen del Salobrar, mirarla todos los días y brota espontánea la oración, el Ave María, sin esfuerzo ninguno: Madre del Salobrar, quiero se buen cristiano, buen hijo tuyo, ayúdame.

Esta tarde quiero dirigirle a Nuestra Señora del Salobrar esta oración:

«Señora y Madre querida del Salobrar, con la seguridad de que siempre nos escuchas, hemos venido esta tarde junto a ti par pedirte que aumentes nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor a tu Hijo Jesucristo.

Yo sé que en estos momentos, Madre, recuerdas a todos tus hijos de Jaraíz, presentes y ausentes.

Yo también recuerdo, todos nosotros recordamos que Tú has estado siempre junto a nosotros, en nuestra vida, en nuestro diario despertar y al acostarnos con el rezo de las tres ave marías.

Cuántas veces, en la calle, abriéndonos paso entre las gentes, nosotros te hemos llamado, Madre, y Tu has estado junto a nosotros.

Te pedimos, Madre, para tu pueblo querido de Jaraíz unos hijos más llenos de fe, esperanza y amor a tu Hijo, unos matrimonios que no se rompan nunca, unos hijos más cariñosos y respetuosos contigo y con sus padres, que nos los abandones nunca por falta de amor, unos jóvenes más enamorados que se comprometan en amor y fidelidad para toda la vida y un pueblo más creyente, más fraterno, más amigo y acogedor, donde todos se sientan felices. Amén.

60. MARÍA, MADRE DE DIOS

QUERIDOS HERMANOS: El año nuevo se abre con una fiesta de María, de Santa María Madre de Dios. Esto nos indica la importancia que la Virgen tiene para Dios y para la Iglesia. Es la fiesta más antigua y más celebrada por la Comunidad cristiana: María, Madre del Verbo Encarnado. Dios la eligió para ser Madre suya y Ella, aceptando, hace posible la Navidad, la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios y de María.

Gracias al buen parto de María se nos ha revelado el amor de Dios en el rostro de un niño, gracias a la bienparida, una gran luz ha amanecido e iluminado al mundo y una gran alegría ha inundado el orbe entero.

En la primitiva comunidad cristiana María es venerada y acogida Madre del Hijo Dios, como memorial vivo de su persona, como testigo cualificado de su presencia, como modelo y madre de todos los creyentes. No son otros los motivos que movieron a la Iglesia a poner su fiesta en el primer día del año. La Madre Iglesia quiere que consagremos a la Madre de todos los hombres el año que empieza, para que vivamos de su espíritu mariano nuestra relación con Dios y con los hermanos, quiere que la imitemos, que ha honremos viviendo en unión con sus sentimientos. Que sintamos admiración y veneración por ella, ya que en Ella el Dios infinito se ha hecho cercano al hombre. Nosotros hemos de aprender de María el modelo de responder a Dios con nuestra vida y aceptar el plan de salvación que Dios nos ofrece.

Hay unos textos maravillosos de los santos padres sobre la maternidad divina de María en toda Tradición de la Iglesia que no resisto la tentación de citarnos brevemente.

El Credo del décimo Concilio Toledano del siglo VII dice: « Y en él (Cristo) ambas generaciones son igualmente admirables pues antes de los siglos fue engendrado de padre sin madre, y al fin de los siglos fue engendrado de madre sin padre: y el queç, en lo que tiene de Dios, creó a Maria, en cuanto hombre fue creado por María: y así es Padre de su misma Madre al tiempo que Hijo»

San Hilario de Poitiers, siglo IV, dice:

«Una realidad es la que se ve, otra la que se entiende; una se ve con los ojos, la otra con la inteligencia. Da a luz una Virgen, el parto es de Dios. Hay gemidos de un niño, pero se oyen alabanza de ángeles. Hay suciedad de pañales: Dios es adorado.

Y San Agustín, siglo IV y V añade:

«Virgen al concebir, virgen en su embarazo, virgen al dar a luz, virgen perpetuamente. Virgen Madre a quien su esposo la encontró encinta, no la hizo; embarazada de un hijo varón, pero sin intervención de hombre alguno, más dichosa y admirable por la fecundidad que se le añadía y por la virginidad que no perdía ¿De qué te admiras, hombre? Así la hizo quien de Ella fue hecho».

Y para terminar esta mañana vamos a recitar una oración que para nosotros, los que ya hemos vivido algunos años y hemos tenido momentos emocionantes, expresa todo lo que de bueno ha tenido nuestra vida. Por eso va dedicada a Ella en nombre de todos para suplicar amistad y alegría con Ella en nuestra vida. Está tomada de un autor que ahora no recuerdo:

«Santa María, Dulzura nuestra, Madera olorosa, Cielo de pájaros, Vacaciones, Talla románica, Plaza de niños, Carta de casa, Ventana a sol, Mano que guía, Mano para apoyar la frente, Mano suavísima que acaricia y seca las lágrimas, Silla baja, Huerta de recreo, Vuelta a casa, Campana en el valle, Aceite oloroso que suaviza heridas, «Buenas noches» con sueño, «Buenos días» con sol en la cama, Paloma blanca, Susurro de tórtola, Hermana, Madre.

Dígnate concedernos una templada alegría, amor a los hombres y conocimiento tranquilo de las cosas. Amén.

61. FIESTA DE LA VIRGEN DEL SALOBRAR EN MADRID

QUERIDOS HERMANOS: La Virgen del Salobrar, Reina y Señora de Jaraíz de la Vera, nos ha reunido esta mañana en Madrid en torno a su altar, a todos sus hijos venidos y residentes bien en el pueblo natal bien en este Madrid y entorno madrileño.

Hemos venido a su presencia, nos hemos encontrado con Ella, y en Ella nos hemos encontrado todos sus hijos de Jaraíz, recordando años de infancia y juventud en torno a su fiesta en Jaraíz. Esta fiesta es eco de aquella.

Al ver muchos de vuestros rostros que hacía tiempo que no veía ni hablaba con vosotros, aquellos rostros de niños que jugábamos a la peona o el escondite, o de jóvenes que paseabais junto a vuestras chicas o bailabais en la verbena del «gato» junto a la carretera, no he podido menos de sentir emoción y hasta lágrimas, porque se han precipitado vivencias que conservo intactas, recién estrenadas, como si acabara de vivirlas  ahora.

Por eso creedme; me cuesta trabajo pensar que esta mañana habéis venido de Madrid, alconrcón, Móstoles..etc, no más bien creo que hemos oído la campanas de la iglesia de arriba, de Santa María, y hemos venido de la calle nueva, de la fuentecilla, de San Migues, desde la calle del Agua, Damas, Pedrero,  calle del Coso, Encementada, Plaza Mayor, de los portales de arriba o de abajo, calle estrecha del Cañito, en fín, para qué enumerar, todos tenéis en la memoria estos nombres, calles que nos vieron correr y jugar, desde el Eriazo, para nosotros Leriazo hasta el Egido, donde jugábamos los partidos oficiales de futbol.

Hemos venido esta mañana para saludar a la Virgen y encontrarnos con Ella, nuestra Virgen del Salobrar, de ojos saltones, bellísima, Virgen hermosa. Y queremos saludarla como un día la saludó el arcángel Gabriel: “Dios te salve, María”, lo cual quiere decir: te traigo saludos de parte de Dios, María, y en nombre suyo te los doy.

“Tú eres la llena de gracia”. Llena de gracia y de plenitud de Dios tuvo nuestra Señor desde el momento de su Concepción Inmaculada. Más que todos los santos y ángeles juntos. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríamos que la capacidad iba creciendo a medida que la gracia iba aumentando en ella, para que así en todos los momentos de nuestra vida la pudiéramos rezar: Tú eres la llena de gracia.

“El Señor está contigo”.Dios está siempre en el corazón de los que le aman y como María le amó más que nadie, más que todos los ángeles y santos juntos, desde el primer instante de su ser, resulta que María estuvo siempre llena de su presencia y amor.

Luego su prima santa Isabel añadió otras alabanzas que la rezamos en el ave maría: “Bendita tú entre todas las mujeres”. Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogias por Dios para liberadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Y grandes mujeres santas habían de existir en la Iglesia de Cristo. Pero incomparablemente más hermosa y unida a Dios que María, ninguna, porque lo llevó en su seno, fue su madre. María, siendo humana, estuvo en la misma orilla de Dios.

Y nosotros seguimos rezando para terminar el ave María: “Y bendito el fruto de tu vientre”. He aquí la raíz y el fundamento de todas las grandezas de la Virgen; ha aquí la fuente de donde manan todos sus dones y privilegios. María es la Madre de Dios. Tremendo Misterio que los hombres no comprenderemos nunca. Cristo nos vino por María, es decir, por María nos vino a todos los hombres la Salvación, la Redención, la Revelación y el Amor de Dios Trino y Uno por el Espíritu Santo que “la cubrió con su sombra”. Dios la eligió por Madre y se fió de Ella.

Pudo Dios escoger y formar otro tipo de muher para ser su madre. Pero Él quiso un tipo concreto: María. Esto quiere decir que María es el modelo que Dios prefiere y que nosotros, sus hijos, tenemos que imitar. Porque es el que más le agrada.

Y ¿qué buscó Dios en María? Buscó fidelidad. Porque el Padre buscaba confiar a su Hijo, todo su proyecto de Salvacion en una persona perfecta para esta misión. Esto era algo que desborda lo puramente humano. Era necesaria por parte de esta persona una confianza, una fe, una entrega que superara toda evidencia y se fiara totalmente de su palabra y esto lo encontró en María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. La Virgen viene a decir: no entiendo cómo podrá ser esto, qué es lo que yo pueda hacer, pero aquí está su esclava, la que renuncia a todo lo suyo, a su voluntad propia para hacer la voluntad del Padre.

Queridos hermanos, si Dios se fió de Ella, ¿no nos vamos a fiar y confiar nosotros? Pongamos en sus manos todas nuestras necesidades y problemas, nuestras alegrías y penas, nuestros proyectos y deseos, porque Dios se fió de Ella.

La fidelidad fue lo que más le agradó a Dios de María. Como en nosotros. Antes a los cristianos se les llamaba los fieles cristianos. Y ahora somos fieles: fieles a la fe, esperanza y amor a Dios y a los hombres. Debemos esforzarnos por ser fieles en el amor matrimonial, filiar, a la amistad, a los compromisos cristianos de nuestro bautismo, primera comunión. En esto consiste principalmente la devoción a nuestra Señora, la Virgen del Salobrar. Ser hijos de María, se devotos de María exige parecernos a Ella, rezar como Ella, amar a Dios y a los hombres nuestros hermanos como Ella. Fijaos en la boda de Caná, nadie se ha dado cuenta de que falta el vino sólo Ella que vive más pendiente de nuestros problemas que nosotros mismos.

Queridos paisanos y amigos todos, estoy tan a gusto con vosotos hablando de la Madre que no quisiera terminar. Pero todo tiene su fin. Y a mí me gustaría para terminar esta conversión con vosotros, que eso significa homilía, hacerlo con aquel canto tantas veces entonábamos a la Virgen en nuestras procesiones del pueblo: «Salve, Madre, en la tierra de mis amores». Bueno de mis amores y de tus amores: Jaraíz de la Vera. Recuerdo que siempre nos hacíamos un lío, porque los dos pegan bien: en al tierra de tus amores, porque Jaraíz entero, donde quiera que se encuentre, es todo entero tuyo, de la Virgen del Salobrar; en la tierra de mis amores: porque lo es mi pueblo y lo eres Tu, Virgen santa, Jaraíz y Virgen de mi infancia y juventud, rodeado de las estribaciones de Gredos y la llanura del Tietar, tierra hermosa y bella como Tu; los hijos de Jaraíz hemos nacido entre matas de pimiento y tabaco, somos de unas tierras feraces que en tres meses dan cosechas, nosotros sabemos de toda clase de frutales, de prados verdes y gargantas, de nieves de Gredos y de llanuras fértiles por cientos de hectáreas. Nosotros, Madre, no renunciamos de nuestras raices, son tan hermosas: Jaraíz de la Vera y Virgen del Salobrar.

«Salve, Madre, en la tierra de mis amores..» y como todos sabemos, al final había una estrofa, que a mí me impresionaba y me hacía llorar. Creo que a ella debo gran parte de mi fidelidad a la fe y al sacerdocio. Decía así: «Mientras mi vida alentare, todo mi amor para Ti, pero si mi amor te olvidare... Habrá algún hijo de Jaraíz que se olvide de su madre, que haya abandonado su fe cristiana. Pues aunque así fuere, yo en este momento, en su nombre y en el de todos los hijos de Jaraíz, me atrevo a rezarle cantando: «Virgen Santa, Virgen Pura, aunque mi amor te olvidare, Tú no te olvides de mí»

62. FIESTA DE LA VIRGEN DEL PUERTO EN MADRID (1996)

QUERIDOS HERMANOS concelebrantes, autoridades, cofrades y devotos de la Santísima Virgen del Puerto: Desde las riberas del Jerte, he venido esta mañana con gran alegría, para comunicaros el mensaje de la que habita entre canchos y encinas, entre alcornoques y escobas. Como todos los sábados he subido por ese camino o carretera tan llena de recuerdos para la mayor parte de todos vosotros. He subido hasta su ermita para pedirle a la Señor su protección y su ayuda, para recibir de Ella el mensaje que traigo en su nombre para todos vosotros. He ascendido entre curvas continuas hasta  el Puerto, me he postrado y he rezado por este día entre vosotros, y he vuelto a bajar por ese camino tantas veces recorrido por muchos de vosotros. Me alegró encontrarme con uno de vosotros que me dijo: siempre que voy a Plasencia, cuando diviso desde la carretera el Puerto, lo primero es la Salve y antes de entrar en la ciudad, subo al Puerto a rezar a la Virgen.

Como me gustaría que todos lo hiciéramos antes de atravesar esas calles para siempre inscritas en nuestro corazón, donde transcurrieron nuestros juegos de niños y primeros amores de juventud; cuántos recuerdos y vivencia afloran en estos momentos en nuestra mente y en nuestro corazón, cuántas emociones.

Y ahora aquí, en su ermita de Madrid, qué gran ermita la de nuestra Virgen del Puerto, en el día de su fiesta, estamos celebrando la Eucaristía, la acción de gracias que Cristo celebró en la Última Cena antes de morir, para darle gracias al Padre por todos los beneficios de nuestra salvación.

Yo quisiera que esta mañana, juntamente con Cristo, en esta acción de gracias al Padre, nosotros también unidos a Él diéramos gracias por todos los dones recibidos, dones de vida y de fe, dones de pruebas superadas y de necesidades de amistad conseguidas, de hijos, matrimonio, de fe, esperanza y amor por mediación y protección de la Virgen del Puerto. Porque Ella es Madre de la Iglesia, la mejor creyente, en la que Dios se confió totalmente, la mejor Madre; cómo no te vamos a querer, a fiarnos de ti, si Dios mismo, el Dios infinito que sabe lo que hay en el corazón de todos los hombres, se fió y se entregó a ti como Hijo. Tú eres también para nosotros, Madre, nuestro mayor auxilio y amparo, como te cantamos en el himno de la Coronación: «Desde niño tu nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, Ella alienta mi alma y mi vida, nunca madre mejor conocí... Placentinos, Placentino, en el Puerto su trono fijó, una Madre, una Reina, que Plasencia leal coronó».

La Virgendel Puerto, con su Hijo en brazos, es la mayor expresión del amor de Dios a una criatura porque quiso tenerla por Madre. Y si Dios la quiso así, nosotros queremos también que sea nuestra madre, queremos ser hijos suyos. Me gustan las imágenes o los cuadros de la Virgen donde Ella aparece con el Hijo en brazos, porque ésta es toda su grandeza, aquí está el fundamento de todas las gracias que Dios la concedió.

Esta Madre nos enseña fe, fe total en las palabras de Dios, como Ella aceptó el mensaje del ángel: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. Se sorprende la Virgen. Y el mensajero continúa:“No temas, María, porque has hallado gracia de parte de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo. Dijo María al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te dará su sombrA; por lo que cual el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. 

Queridos hermanos: Son estas las palabras más importantes pronunciadas por María y contenidas en los evangelios. Y son las mas importantes porque ellas dan entrada al Verbo de Dios en la historia humana y a su plan de salvación sobre el mundo, María se convierte en Madre de Dios fundamento de todos sus privilegios y porque ellas nos manifiestan y descubren la actitud de obediencia y sumisión total de la Virgen a la Palabra de Dios. Con estas palabras María entra casi en la esfera de la Trinidad, su maternidad es irrepetible, está en la misma orilla de Dios, aunque humana como nosotros, y se convierte para nosotros en modelo de fe y confianza en Dios.

Y no penséis, hermanos, que ante este anuncio del ángel  nuestra Señora lo vio todo claro y asequible; tuvo que creer que era Dios el que nacía en sus entrañas, no sabe cómo será, barrunta las calumnias que surgirán, la incomprensión de José... cuánto me gusta esta fe de la Virgen la Anunciación. Esto es fe. Fe no es evidencia de lo que se cree, no es conocimiento razonado de la verdad, la fe es fiarse y ponerlo todo en manos de Dios. La fe es aceptar lo que te dice una persona, fiarse de ella. Y esta persona es Dios. Es renunciar a las propias ideas y proyectos para seguir los de Dios

Por eso la fe se  entiende mejor desde la confianza, desde el amor, desde la amistad con la persona. Creer a una persona quiere decir aceptar a esa persona, fiarnos de ella, tender hacia ella para hacernos uno con ella. Debemos fiarnos de Dios, amarle hasta poner en Él nuestra seguridad; creer en el evangelio, en la palabra de Cristo hasta preferirla a la del mundo y la carne. Imitemos a nuestra Madre en la fe en Dios, en su Palabra, en sus mandamientos.

La fe es el don más precioso que Dios nos ha dado. Debemos valorarla, cultivarla mediante la oración, el rezo del rosario, las tres ave marías al acostarnos, en las ocasiones de peligros contra la religión hoy tan combatida.

Desgraciadamente hoy muchos han perdido la fe en esta España nuestra donde la religión es atacada desde el Gobierno y los medios de comunicación.  La fe nos dice que hemos sido creados para una eternidad con Dios. Mi vida es más que esta vida. La muerte no es caer en el vacío o en la nada. Es caer en los brazos de Dios que nos soñó para una eternidad de gozo con Él.

Hermanos, somos eternidades, no moriremos para siempre. Es un privilegio el existir porque ya no moriremos nunca. Siéntete viviente, eternidad en el Dios que nos vino por la Virgen para abrirnos las puertas de la eternidad, vino en nuestra búsqueda para llevarnos al cielo. Para eso se hizo hombre en María. Felicita a la Virgen, felicita al Hijo que nos trajo esta salvación eterna de parte del Padre. Madre, tu eres la mejor garantía de mi eternidad. Recemos como el ángel les enseñó a los niños en Fátima: «Dios mío, yo creo, adoro espero y te amo; te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y n te aman». 

La Virgen también nos enseña el amor a los hermanos, la caridad: Las bodas de Caná. Ella vive más pendiente en Caná de las necesidades de los demás que los mismos interesados. E insiste ante su Hijo. Y adelanta la «hora» y no dice a los criados comprometiendo al Hijo y se hace el milagro, como los sigue alcanzando ahora de su Hijo si le rezamos, si la invocamos con fe y confianza. Yo en mis necesidades siempre le digo a la Virgen: «díselo, díselo a tu Hijo», porque sé que todo lo alcanza de Él.

Finalmente como Ella buscó a su hijo perdido nos enseña en estos tiempos a buscar y rezar a todos los hijos que se han perdido en el camino de la fe y de la salvación cristiana. Tened confianza, no os desaniméis, seguid rezando. La oración ante la Virgen que se lo pide a su Hijo, todo lo alcanza: «Virgen santa y hermosa del Puerto, en las horas de muerte y dolor, cierra tu con cariño mis ojos, lleva mi alma en tus brazos a Dios».

63.  Santidad Maríana del Sacerdote 7
(FISONOMÍA MARÍANA DE LA SANTIDAD SACERDOTAL)


La santidad de María aclara la vida y el misterio sacerdotal

Cardenal José Saraiva Maralins

Introducción


        El punto de inicio de nuestra reflexi6n no puede ser otro que el horizonte del capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium, de la cual se cumple este año el 40 aniversario de su promulgación. Su alcance era puesto en evidencia por Pablo VI: “Es la primera vez (...) que un Concilio ecuménico presenta una síntesis tan amplia de la doctrina católica en relación al lugar que María santísima ocupa en el ministerio de Cristo y de la Iglesia” (Discurso de cierre de la III Sesión del Concilio Vaticano II, 21 de noviembre de 1964).

        La perspectiva conciliar nos lleva a entender que no es posible hablar de Cristo, ni de su Cuerpo místico, omitiendo la Virgen María. La sobriedad con la que el Nuevo Testamento presenta la persona y la misión de la Madre del Señor seguramente no se puede asimilar a la irrelevancia de su figura. María, al contrario, es decisiva al considerar la verdad de Dios hecho hombre y, por tanto, para fundamento de toda la entera economía de la salvación. Si por un lado el hablar de Cristo y de la Iglesia lleva naturalmente a hablar de María (pensemos en el alcance cristológico de la definición de la maternidad divina en el Concilio de Efeso del 431), por otro lado, la consideración de la figura de María conduce rápidamente a Cristo y a la Iglesia: el dicho tradicional «ad Iesum per Maríam». Distinta sería una falsa devoción a la Virgen, construida según nuestro entendimiento, pero no según la revelación bíblica y la tradición eclesial de Oriente y Occidente.

        Con relación a la unión con la Iglesia, de la cual es hija y madre, imagen y espejo, María refleja el Pueblo de Dios, en su conjunto como cada uno de sus miembros, cada uno de ellos con los propios carismas, misión, condición, estado de vida, función... Ya San Ambrosio, hablando a las vírgenes consagradas, recordaba que la vida de María «es regla de conducta para todos» y no sóio para quien se ha entregado públicamente al seguimiento de Cristo con amor único. No hay de hecho una categoría de creyentes que, de algún modo, se acerque más que otros a María, ya que, representando la «creyente» por excelencia, todos los discípulos de Jesús pueden y deben reconocerse en ella, advirtiendo que en su experiencia espiritual se revive de alguna manera aquella de María. Si consideras, de hecho, aquello que ha dicho Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; Mc 3,35; Mt 1 2,50).

        La cualidad de vida santa de María clarifica entonces cada estado de vida, siendo definida por actitudes interiores esenciales para la vida como cristianos, que precede las varias vocaciones existentes en la Iglesia. Ya que María es la primera y más perfecta discípula de Jesús, todos los cristianos son exhortados a imitarla, conscientes de que para seguir Cristo es necesario cultivar las virtudes que tuvo María: la excelencia del camino Maríano para vivir en Cristo ha sido bien ilustrada en la Carta apostólica Rosarium Virginis Maríae de Juan Pablo II (16.10.2002).

        Se podría decir que como la fe, la esperanza y la caridad no son virtudes de una vocación en la Iglesia pero se suponen presentes en todas las vocaciones, del mismo modo, en analogía, la santidad de María informa la santidad cristiana, de modo que no hay santo o santa que no presente en su propia santidad el perfil Maríano.

        En verdad, la fisonomía Maríana de la santidad de los cristianos se antepone a su devoción a María, porque está implícita en la configuración Cristo. En otras palabras, para adherirse a Dios completamente es natural apropiarse de aquel conjunto de virtudes espirituales que resplandecen con plenitud de la luz de la Virgen María, icono de la Iglesia de Cristo. Si todos los santos y las santas, en las distintas condiciones de vida (apóstoles, mártires, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, laicos, vírgenes, casados), llevan en sí el reflejo de la santidad de la Iglesia, ninguno de ellos puede llamarse «imagen purísima de la Iglesia» como en cambio confesamos de María (cf. Sacrosanctum Concilium n. 103).

        Nos lo enseña magistralmente Lumen gentium 65: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda lo comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes».

        Por otro lado, el sello Maríano marca profundamente la Iglesia, su identidad y misión, como ha destacado Juan Pablo II al observar que la dimensión Maríana de la Iglesia es antecedente a la petrina. Como María expresa y refleja ia credencial de la fe verdadera, así ella reúne en si y refleja el sentido y alcance de la santidad cristiana: ¿Quién, aparte de ella, puede testimoniar el haber “tocado” la santidad de Dios, de haber recibido en su persona - espíritu, alma y cuerpo - al solo Santo? Mirar a la Todasanta es, de algún modo, comprender que la “santidad” le ha sido otorgada: desde el primer instante de su concepción, María es santa porque es gratuitamente santificada por Dios; y por otra parte, es entender que la santidad de María es una respuesta total, generosa, perseverante, al don del tres veces Santo, que la ha elegido como su propio santuario viviente. El don y la respuesta implicados en la santidad de María aparecen en los títulos que tradición eclesial le ha atribuido: casa de Dios, morada consagrada a Dios, templo de Dios...

        Tal misterio está bien ilustrado por el icono oriental de la Panagici, donde María está representada en un comportamiento orante, con los brazos abiertos, y que lleva sobre el corazón - regazo el círculo que encierra Aquel que los mismos cielos no pueden contener:
quien la hace Panagia es Aquel que ella ha recibido en sí, el Santo Hijo de Dios, rostro visible del Padre invisible que está en los cielos; y esto en virtud de la potencia del Espíritu Santo y de la docilidad a éste.

        La santidad de María es santidad recibida por gracia y correspondida con libertad; es santidad testimoniada, irradiada, transmitida a todos, sin excepciones y preferencias. Por medio de ella hemos recibido al Santo que santifico nuestras almas. Si debemos, por lo tanto, reconocer que la santidad de María no tiene que ver más con los sacerdotes que con los laicos o los religiosos, debemos añadir que los sacerdotes no pueden dejar de inspirar su vida y su misterio sin tomar referirse de la Todasanta.

        En esta línea, quisiera explicitar el tema de la espiritualidad Maríana del sacerdote, subrayando algunos aspectos que no hablan solo de cultivar la piedad Maríana, sino que son vitales para vivir el misterio que el Espíritu Santo ha difundido en los corazones y puesto en las manos de los sacerdotes.

2. El vínculo “filial” que une al sacerdote y María

        Como enseña Presbyterorum Ordinis, en el n. 1 8, la santidad del sacerdote se alimenta sobre todo mediante la economía sacramental, la cual une vitalmente a Cristo implicando toda la vida, en comunión y siguiendo el ejemplo de María: «Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias. A la luz de la fe, nutrida con la lectio divina, pueden buscar cuidadosamente las señales de la voluntad divina y los impulsos de su gracia en los varios aconteceres de la vida, y hacerse, con ello, más dóciles cada día para su misión recibida en el Espíritu Santo. En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio».

        En este texto se observa que la devoción Maríana del sacerdote no está dictada por una inclinación radicada en el sacramento recibido: los sacerdotes están completamente consagrados, por el Espíritu derramado sobre ellos, al misterio de Cristo Salvador. Para responder con diligencia a su vocación, ellos - advierte el Concilio- deben venerar y amar María con devoción y culto filial. El adjetivo “filial” merece detenerse a reflexionar, ya que cualifico una unión constitutiva que precede y suscita la misma devoción Maríana: no es el homenaje caballeresco a la propia mujer (Madonna), ni el sentimentalismo que no incide sobre la vida, sino que es obediencia al don de Cristo, según la mutua entrega - recibimiento entre María y el discípulo amado, por deseo testamentario del Redentor (cf. Jn 1 9,25-27). Es más, el amor “filial” hacia la Madre del Señor, prolongando el amor por ella nutrido por su Hijo divino, debe recubrir las características del mismo amor filial de Cristo, quien, desde la Encarnación, ha sido el primero en decir a María “totus tuus”. En este sentido la calificación de “filial” no expresa el amor como optativo, dejando a los más sensibles a la espiritualidad Maríana, siendo circunscrito en la objetividad del ser discípulos - hermanos de Jesús.

        Sabemos que la entrega de María al discípulo amado no involucra sólo al apóstol Juan: Jesús la entregó como madre a todos los discípulos. Pero tratándose de una relación entre personas, se entiende que María desarrolla su maternidad en relación con cada hijo, reconocido en su propia originalidad.

        Por tal motivo, los sacerdotes deben tener conciencia, en calidad de ministros ordenados, del vínculo que los une con María por aquello que ella es y por lo que ellos son en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Aquella que consagró todo su ser en la obra del Redentor, es inspiración fundamental para quienes se consagran en el ministerio ordenado para anunciar y actuar la obra de la redención.

        No se debe olvidar que María no es sólo modelo de donación al Redentor y a los redimidos, sino, como Madre, es mafriz que genera en los sacerdotes, que la reciben y la aman con amor “filial”, la conformidad con Cristo su Hijo. El sacerdote está llamado por Jesús, en el estado que lo caracteriza, a recibir a María en su vida y en su ministerio, dispuesto a introducirla en todo el espacio de su ser y de su obrar, en calidad de ministro que obra in persona Christi.    La eficacia del ministerio sacerdotal está en cierta medida, condicionada por el comportamiento “filial” que une al sacerdote con la Madre de Cristo, en obediencia a la suprema voluntad del Redentor.

        De este modo el Santo Padre ha hablado de María Madre del sacerdocio, Madre de los sacerdotes, exhortando los ministros ordenados a aplicarse a ellos la entrega del testamento de Cristo: «De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía”, Cristo, desde lo alto de la Cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu hijo”. Al hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante se le dio a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la Ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en ella a nuestra Madre. Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio».

        Desde este punto de vista, así escribe el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero en 1994: «La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención» (n.68).

El vínculo “filial” con María, a la vez que permite experimentar a los sacerdotes la presencia materna, les enseña a vivir el ministerio dóciles al Espíritu Santo, imitando su ser Cristo foro por el mundo. A este respecto, es iluminante recordar un pasaje de la Lumen gentium donde la luz de la «maternidad» de María ilumina a cuantos son llamados al ministerio de regenerar los hombres en la santidad de Dios, como son justamente lo sacerdotes: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (n. 65).

        Comentando esta realidad, el Santo Padre Juan Pablo II auguraba en la Carta a los sacerdotes del Jueves Santo 1988: «Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, como por ejemplo sobre la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestras conciencias sacerdotales... Es necesario ir a fondo de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta paternidad en el espíritu, que a nivel humano es muy similar a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa justamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual... Que cada uno de nosotros permita a María ocupar un espacio en la casa del propio sacerdocio sacramental, como madre y mediadora de aquel gran misterio (cf. Ef 5,32) que todos queremos servir con nuestra vida».

3. La santidad inspiradora de María en el sacerdote.

La obra del Espíritu Santo y Santificador dirige la atención obviamente al Padre, «fuente de toda santidad», y el Hijo Redentor: el Espíritu «procede del Padre y del Hijo», como profesamos en el Símbolo. Pero implica también a María, como vemos en las páginas del Nuevo Testamento.

        La Virgen, junto al Espíritu, está presente en la hora de la Encarnación y de Pentecostés, inicio y fruto del mysterium salutis obrado por el Cristo: el Hijo del Altísimo se ha encarnado en el seno de la Virgen para efundir sobre cada criatura el Espíritu recreador. Si la efusión del Espíritu Santo en la Encarnación y en Pentecostés implica la presencia de María (Madre de Cristo Cabeza en Nazareth - Madre de la Iglesia, cuerpo de Cristo, en el Cenáculo), esto no puede ocurrir sin motivo: comprendemos que su cooperación materna está de alguna manera involucrada en la incesante santificación que el Espíritu de Cristo cumple en la vida de sus discípulos. Según dos dimensiones.

        La primera considera la misión de María con respecto a nosotros: si estamos unidos por gracia inmerecida al Santo, es también gracias a Aquella que nos lo ha donado. «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de lo vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia»(Lumen gentium 61).

        El significado de la asociación de María a la obra del Redentor, se expresa así por Cirilo de Alejandria «Por ti María los creyentes llegamos a la gracia del santo bautismo... Por ti los apóstoles han predicado en el mundo la salvación».

        En esta línea, podemos agregar nosotros: Por ti, María, se dona la gracia del sacramento de la Ordenación; por ti los sacerdotes son aquello que son; por ti María los sacerdotes desarrollan el ministerio de la santificación en los miembros del cuerpo de Cristo». ( En ti se hizo Cristo Sacerdote, por ti vino el sacerdocio a los hombres, en ti Cristo fue ungido Sacerdote por el Espíritu Santo, Junto a ti en la cruz Cristo fue sacerdote de su propia víctima y consumó su victimación y obra redentora y sacerdotal)

        En la santa unción que, mediante el sacramento de la Ordenación, conforma a quien lo recibe con Cristo Sacerdote, podemos ver un reflejo Maríano. Como no se puede pensar en separar el sacerdocio de Cristo de la cooperación de María, que le ha dado el cuerpo y la sangre para el sacrificio de la nueva y eterna alianza, así debemos pensar que el vínculo entre María y los sacerdotes está ordenado para ofrecer un sacrificio agradable a Dios.

        La segunda dimensión contempla nuestra unión con la Todo- santa: para estar realmente unidos al Santo nos aferramos a María, aprendiendo de ella a vivir la santidad de la y en la Iglesia. Es lo que hicieron los Apóstoles en el Cenáculo, unidos a la Madre del Señor que imploraba «con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación» ( LG 59). Desde aquel quincuagésimo día del alba de la resurrección del Hijo, María continua incesantemente inclinada a escuchar la oración de la comunidad cristiana, invocando el Espíritu Santificador sobre el ministerio de los sacerdotes, enseñándoles a recibirlo dignamente, dócilmente, con perseverancia, cotidianamente.

        La espiritualidad Maríana de tantos santos sacerdotes nos exhorta a recibir María en nuestra existencia, es decir a dejar espacio para que ella, por la potencia del Espíritu Santo, reproduzca en nuestras almas a Jesucristo vivo «Gestémonos en María, como cera en un molde para asemejamos perfectamente a Cristo» diría aún hoy Montfort a los sacerdotes.

        Lo retomaba también Pablo VI en estos términos: “María es el modelo estupendo de la dedicación total a Dios; Ella constituye para nosotros no sólo el ejemplo, sino la gracia de poder permanecer siempre fieles a la consagración, que hemos hecho de nuestra vida entera a Dios».

4. María,  maestra de vida espiritual

        A la pregunta ¿qué dice María a los sacerdotes?, es fácil responder recordando las sobrias pero importantes palabras que ella dijo a los siervos en las bodas de Caná: “Haced lo que El os diga” (Jn 2, 5). Es evocativo relacionar estas palabras con aquellas que Jesús dijo a los apóstoles en la Ultima Cena: “Haced esto en memoria mía”. Nutrir una verdadera devoción hacia María se resuelve de hecho en el obedecer existencialmente a Cristo, dejándolo «revivir» en nuestras personas y en nuestro ministerio sacerdotal. En síntesis, María nos llama maternalmente a comportarnos según la vocación recibida mediante la imposición de las manos, es decir a hacer memoria en la vida cotidiana de los santos misterios que celebramos en el altar in persona Christi.

        Prestar atención a las llamadas de María: “Haced lo que Él os diga”, quiere decir para nosotros sacerdotes dejarnos formar espiritualmente por la Madre del Sumo y eterno Sacerdote: ella educa a la santidad, acompañándonos en el camino; ella nos llama a convertirnos a la santidad; ella nos introduce a la comunión con Cristo en la Iglesia.

        Para ser fructuosos, el amor, la contemplación, la oración, la alabanza a María deben traducirse en «imitación de sus virtudes» como recuerda Lumen gentium 67. De ella aprendemos: las bienaventuranzas de la fe; la serenidad del dejarnos llevar por el aquí estoy, también cuando no está todo claro; el perseverar en la vocación recibida, de la cual somos humildes servidores y no dueños; el espíritu misionero del ir solícitos a llevar Cristo al prójimo, como ella hizo visitando a Isabel; la actitud eucarística del Magníficat; el guardar en el corazón meditando palabras y hechos; el silencio receptivo de frente al misterio que nos supera; la fuerza de abrazar con alegría el sufrimiento de la Pascua; el amor al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

        Una síntesis de los frutos que madura en los sacerdotes el recibir a María como Madre y Maestra de vida espiritual, se ofrece en el n. 68 del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero: «La Siempre Virgen es para los sacerdotes la Madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los Cielos. Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio: ya que Ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal; la Virgen, pues, sabe y quiere proteger a los sacerdotes de los peligros, cansancios y desánimos: Ella vela, con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres (cf Lc 2, 40). No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre. El presbítero, por tanto, ha de mirar a María si quiere ser un ministro humilde, obediente y casto, que pueda dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a la Iglesia».

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

I

MARÍA, VIRGEN BELLA, MADRE DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

HOMILÍAS Y MEDITACIONES

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA.- 1966-2018

Cuadro de Portada: Anunciación  (detalle)

Fray Angélico

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

I

MARÍA, VIRGEN BELLA, MADRE DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

SIGLAS

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944.

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid1986

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985.

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Marialis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II.

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica.

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum.

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne.

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

ÍNDICE

Notas introductorias…………………………………………….……..

CAPÍTULO PRIMERO

MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

1. Referencias a María en el Nuevo Testamento……………….….. 13

2.-El Misterio de la Encarnación.......................................................  14

3.-La Anunciación: Inicio de la historia de María………….….…….16 

4.-El Evangelio de la Anunciación .................................................... 16

5.-El marco de la Anunciación............................................................17

6.-Teología de la Anunciación: la Mariología……………...….….…21

7.-Sermón de la Anunciación  .......................................................,,.  23

CAPITULO SEGUNDO

MARÍA EN PENTECOSTES CON LOS APÓSTOLES

2.1.-Los Apóstoles, orando con María, recibieron el Espíritu Santo…….…...33

2.2.- El Espíritu Santo: “verdad completa”de Cristo…………..………..…....38

2-3.- Necesidad de la oración para la experiencia de Dios………….…..……41

2.4.- En la escuela de María, “mujer eucarística………………………..…….50

CAPÍTULO TERCERO

MARÍA EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA: LOS SANTOS PADRES

1. El Espíritu Santo y María……....................................................... 58

2. El Espíritu Santo en la Concepción de Jesús………….…………. 62

3.  María, esposa del Espíritu Santo ................................................   65

CAPÍTULO CUARTO

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES SOBRE MARÍA

1. San Efrén ....................................................................................... 68

2.  San Agustín  ...................................................................................76

3  San Cirilo de Alejandría ..............................................................  79

4.  San Ildefonso de Toledo  ............................................................  84

5.  San Romano el Cantor  .............................................................   86

6.  San Juan Damasceno  ................................................................  93

7.  San Bernardo ..............................................................................  96

8.  Mi homilía de la Asunción de la Virgen......................................112

CAPÍTULO QUINTO

MIRADA MÍSTICA Y CONTEMPLATIVA A LA VIRGEN

 

1.- María unida a Dios por la contemplación ..........................,,,....  118

2.-Testimonios místicos sobre María ........................................,,,.....120

3.- Oh esplendor de la Luz Eterna .............................................,..... 126

6.-Trinidad de la Santa Madre Iglesia ........................................,,.... 128

7.-María es un portento de la gracias .............................................   130

8.-María es un portento del poder de Dios ....................................   132

9.-La Señora de la Encarnación ..................................................      136

CAPÍTULO SEXTO

LA VIRGEN ME LLEVÓ A SU HIJO JESÚS

 

1. No lo olvidaré nunca…………………………………………... 141

2. La Virgen me llevó a Cristo…………………………………… 144

3. El conocimiento y amor a María me viene desde su hijo……...161

4. Y este conocimiento y amor  se completa en la Eucaristía..….164

5. El cáliz de mi primera misa……………………………...…..…169.

6. El testimonio de Sor Lucía, pastorcita de Fátima………...….174

BIBLIOGRAFÍA .........................................................,,,,,,,,,,,,....183       

NOTAS INTRODUCTORIAS

Queridos amigos y amigas, en este libro a la Madre, quiero poner por escrito algo de lo más bello que yo he  leído,  meditado, vivido y predicado sobre nuestra Madre. Y cada uno de estos verbos tiene su importancia y significado, porque a veces lo meditado y vivido y predicado por mí sobre ella me gusta tanto que lo pongo tal cual, aunque sea de tiempos lejanos; y lo mismo lo que leído en otros hijos de la Virgen, lo pongo tal cual, procurando modificarlo muy poco, para no hacerlo mío propio, porque me gusta respetar la forma de decir de los otros, aunque tengamos las mismas ideas y pueda decirlo de otra forma.

Por lo tanto, teniendo presente toda la teología Mariana, toda la Mariología  que he meditado atenta y amorosamente, este libro quiere ser una especie de «lectio divina», de lectura espiritual, meditativa para conocer y amar más a la Virgen Nazarena, teniendo en cuenta lo que los evangelios dicen de ella, y la teología ha reflexionado sobre ella, y algo de lo que la Tradición y los Padres de la Iglesia y los hijos devotos han dicho o escrito sobre ella.     

Ya dije en algún libro mío, que estoy maravillado de la Tradición, de lo que los Padres de la Iglesia, sobre todo, orientales, han dicho de la Virgen. Por eso hice propósito de leerlos más despacio. Y de ahí la abundancia de sus citas, como he visto en otros autores. Pero todo hecho y escrito no especulativa o racionalmente, sino con método y andadura de  teología y sabiduría de amor.

No pongo notas ni tengo metodología  científica, como cuando uno hace en  tesina o tesis doctoral, pero los que me conocen bien, saben que detrás de cada afirmación o texto hay una densa lectura y bibliografía, atentamente examinada y leída y revisada. Y para eso me ayudo de todo lo bueno que  he encontrado sobre la Virgen, de la cual «nunquam satis».

Ya he dicho cuál fue y es mi camino y ruta para llegar a María. Primero fue ella y desde ella a Cristo. Ahora miro a la Virgen con los ojos y el corazón del Hijo hacia la Trinidad. Desde entonces, desde su advertencia en el Puerto, todo lo que yo he dicho y predicado y escrito y realizado, todo, absolutamente todo, ha sido desde Cristo, especialmente desde Jesucristo Eucaristía que tantas cosas bellas nos dice y realiza por su Madre, que Él quiso que también fuera nuestra. 

Él es el Verbo de Dios, la única Palabra de la Salvación pronunciada por el Padre con Amor de Espíritu Santo, y escuchada y encarnada primero en María, y por ella y desde ella, pronunciada como Palabra de Salvación para toda la humanidad: El Hijo de María es la Palabra “que estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho”: también María fue hecha Madre por esta Palabra pronunciada sobre ella desde el Padre y el Hijo por el Amor del Espíritu Santo, Espíritu de Amor de Dios Trino y Uno: “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María...El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios... Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel” (Lc 1, 26-38).

He querido poner este texto de San Lucas porque sin la raíz de la carne que es el cuerpo de esta Mujer, todo el misterio de la Encarnación, toda la Mariología termina perdiendo su indispensable materialidad para convertirse en puro espiritualismo o narración de cosas extraordinarias o moralismos ideológicos.

La mariología no el «tumor  del catolicismo», como sostienen algunos profesores protestantes, sino que es el desarrollo lógico y orgánico de los postulados evangélicos; no es una «excrecencia» injustificada de la teología, sino que es un capítulo fundamental, sin el cual faltaría un apoyo para su estabilidad.

Es más, como dije antes y la historia y la experiencia de los pueblos y personas ha confirmado, María es la mejor guardiana de la fe católica y el mejor camino para llegar a Cristo, porque Cristo es Dios, pero María está junto a nosotros, es humana como nosotros, pero al ser madre del Hijo, es casi divina, es casi infinita, y esto le ha llevado a un conocimiento y amor que son únicos.

María es «la destructora de toda herejía» y su función maternal de proteger al Hijo y a los hijos, al dárnosla como madre, continúa y continuará hasta la Manifestación última y gloriosa del Hijo.

Hoy, más que en otros tiempos, necesitamos de esta protección materna, que no le faltará a la Iglesia: Lourdes, Fátima, Siracusa..., siempre que escuchemos sus consejos, dándole el puesto que le corresponde: Consagración del mundo a su Corazón Inmaculado, como signo de la protección que Dios quiere para su Iglesia y sus hijos por medio  de María.

Lo único que pretendo es que María sea más conocida y amada. Pero sin caer en un estilo beato o dulzarrón; no es mi estilo, porque tampoco ha sido mi vida. Respeto todo, pero nada de cosas extraordinarias y manifestaciones  paranormales. Todo natural y normal, como es el amor de los hijos a su madre.

            Este libro quiere ser una meditación fundada en la lectura y  seguimiento de los textos evangélicos. Muchos santos, sobre todo mujeres santas, jamás cursaron teología, y hablan profunda y teológicamente desde la teología espiritual de la vivencia de amor de aquella “mujer fuerte” que entonó el Magnificat, --canto de adoración y de sentirse criatura ante el Dios infinito--,  y de la Madre solícita de Caná: “haced lo que Él os diga”, más atenta a las necesidades de los demás que a las suyas propias y que supo adelantar la “hora” del Hijo con el signo de su divinidad, convirtiendo el agua en vino. 

Y todo porque ella nos ama de verdad, se preocupa de verdad de sus hijos y se aparece en algunos lugares, a veces triste, porque no puede aguantar más la ignorancia o desprecio que muchos hombres tienen y manifiestan de la salvación de su Hijo y de los bienes eternos, dado que ella vive siempre inclinada sobre la universalidad de sus hijos y se da cuenta de lo que es lo fundamental y la razón de su existencia en el mundo, de lo que nos dijo su Hijo y por lo que vino a este mundo y murió por todos nosotros y que muchos de sus hijos ignoran: “¿ De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”.

Hay que ver lo que ella insiste en sus apariciones en la vida eterna, en la condenación, en el infierno. Le duele infinito. Esta verdad debiera estar más presente en nosotros, en nuestras vidas y predicaciones, somos sembradores y cultivadores de eternidades. De otra forma, el cristianismo, el sacerdocio, sin vida eterna, no tendría sentido, lo perdería todo, si no hay vida con Dios después de esta vida. Pero la resurrección de Cristo es el fundamento y la garantía de la Verdad y Vida de la vida eterna en Dios Trino y Uno.

            La Madre de Caná es la síntesis del papel que el Hijo quiere que ejerza sobre los creyentes, es la manifestación de lo que lleva en su corazón de madre, es el sentido de la misión que el Hijo le confió en la cruz, lo que ella misma nos manifiesta en todas sus apariciones: “Haced lo que Él os diga”.

            ¡Lo haremos, Madre! Y  te digo ahora lo que tantas veces te rezo y digo cuando tengo problemas personales o pastorales: «Madre, díselo, díselo, como en la Boda de Caná». No le digo más. Porque sé que de todo lo demás se encarga ella. Y el Hijo obedeció, porque Él mismo, por su Espíritu Santo, se lo había inspirado a su madre, y porque Él mismo estaba impaciente de manifestarse como Mesías, con el primero de sus signos, a sus discípulos y al mundo entero; para eso vino y se encarnó, para venir en nuestra búsqueda y abrirnos las puertas de la eternidad gozosa con Dios Trino y Uno. Eso es así,  y así me ha parecido escuchárselo en diálogos de amor con la Madre, que sabe de estas cosas más de lo que aparece y está escrito en los evangelios.

            Por eso, como el Hijo sabe que voy a hablar de su madre en este libro, y como la Virgen es la que mejor le conoce, espero que ya habrá recibido el recado que le ha dado su madre: «Madre, díselo, díselo, como en la Boda de Caná». Así que espero su intervención, y que me inspire o me diga lo que Él piensa de su madre y yo, con su ayuda, «benedicere», la bendiga, esto es, diga cosas bellas de la Madre, que eso significa bene-dicere. Se lo merece la Virgen. ¡Es tan buena madre! ¡Nos quiere tanto a todos los hombres sus hijos! ¡Me ha ayudado tanto!

            El camino para conocer mejor a María y quedar cautivos de su vida y amor, es aplicarnos a conseguir con relación a ella un triple conocimiento:

-- Un conocimiento histórico desde los evangelios.    Son pocos los textos bíblicos que hacen alusión a María, por lo que no es difícil acceder a ese conocimiento de una forma exhaustiva. Esto es fundamento y base para acceder a los otros. Lucas es el evangelista de María: a él le debemos los relatos de la infancia de Jesús, que faltan en los otros tres. Pero en otros puntos también el tercer evangelista se caracteriza por su atención especial a la Madre de Cristo.

            Según tradición antigua, Lucas era pintor; de hecho se le atribuyen varias imágenes de la Virgen. ¿Será realmente esta la causa de que nos haya pintado en su evangelio la belleza y fascinación de aquella que habría de convertirse, durante los milenios, en la mayor inspiradora del arte?

-- Un conocimiento teológico-sapiencial. Es necesario conocer, con todo esmero y dedicación, la doctrina de la Iglesia acerca de los dogmas Marianos y de la sencilla y, a la vez, extraordinaria vida de la Madre de Dios.

            Como doctrina de la Iglesia me encanta el capítulo VIII de la LG  para conocer y amar a María: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

            Leer a buenos teólogos, desde la teología espiritual, y a los Santos Padres, es necesario para saborear la riquísima tradición de la Iglesia. Desde luego los Santos Padres son alucinantes, te alucinan, te llenan de esplendores y luces divinas. Daos cuenta de lo que cito a los Padres en mis últimos libros. Eran sabios por ser santos.

-- Un conocimiento vivencial y pentecostal de María,  hecho por el Espíritu Santo en nosotros. Para ello es imprescindible orar y contemplar en oración personal toda la Mariología; hay que orar y contemplar lo que otros han vivido y experimentado, desde una devoción de buenos hijos de la Virgen, especialmente de los más santos y místicos.

            Porque ante esta Madre, toda llena de gracia de Dios, llena de sin igual santidad y belleza, de María, los conceptos teológicos se quedan a veces demasiado cortos y periféricos y no expresan ni contienen  suficiente y adecuadamente esta realidad sobrenatural de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Y todo programado y querido por Dios.

¡SALVE

MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO ME QUIERES,

CUÁNTO TE QUIERO:

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO;

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL

Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE,

MI MADRE Y MI MODELO!

¡GRACIAS!

CAPÍTULO PRIMERO

MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

1.- REFERENCIAS A MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

            Los momentos de la vida de la Virgen María recogidos en el Nuevo Testamento pueden ser agrupados en cuatro series:

a) Momentos y misterios relativos a la infancia de Jesús;

b) Momentos y misterios pertenecientes al tiempo de la predicación y vida pública de Jesús;

c) Momentos y misterios relativos a la pasión y muerte de Jesús;

d) Momentos y misterios que tienen lugar después de la resurrección de Jesús.

Como hechos principales de la vida de María el Nuevo Testamento recoge los siguientes:

— Su nombre: María, su matrimonio con el justo José y su descendencia de la familia de David.

— Que recibió en la Anunciación un mensaje de parte de Dios, en que se le daba a conocer la Encarnación del Verbo.

— Que María aceptó libre y conscientemente el mensaje y la voluntad salvífica de Dios, cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Estas palabras de María, según el Vaticano II (LG 56) expresan que Ella fue hecha madre de Jesús y que se consagró con generoso corazón a la persona y a la obra de su Hijo.

— Que María estuvo llena de la gracia de Dios.

— Que concibió milagrosa y virginalmente al Hijo de Dios.

— Que visitó a su prima Isabel, madre de Juan Bautista, siendo saludada por ésta como bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida.

— Que es verdadera Madre de Dios, porque de ella nació el Hijo de Dios.

— Que tuvo varios parientes, algunos de los cuales son llamados hermanos de Jesús.

— Que atendió y cuidó de su Hijo en su nacimiento, presentándolo a los pastores y magos.

— Que presentó a su Hijo en el templo, en cumplimiento de la ley.

— Que acostumbraba a cumplir sus obligaciones religiosas en el templo; que volvió a Jerusalén en busca de su Hijo, de doce años, a quien encontró en el templo, entre los doctores.

— Que pronunció el Magníficat, así como otras frases y dichos a su Hijo en el templo y a los ministros de la boda de Caná.

— Que asistió con Jesús y sus discípulos a la boda de unos familiares en Caná de Galilea, interviniendo por su intercesión en el primer milagro público de Jesús, hecho altamente significativo.

— Que se entrevistó con su Hijo alguna vez, en los años de su predicación evangélica.

— Que asistió al sacrificio de su Hijo en la Cruz “Estaban junto a la cruz de Jesús, su madre...”, y que escuchó sus palabras: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19,26-27); que en la tradición viva de la Iglesia han sido interpretadas como la declaración solemne de su maternidad espiritual sobre los hombres.

— Que perseveró en oración con los apóstoles, las piadosas mujeres y los familiares de Jesús, esperando e implorando con sus ruegos la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

 2.-  EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN

De este misterio  nos hablan Mateo y Lucas en dos redacciones sustancialmente idénticas pero a la vez complementarias. Si se atiende al orden cronológico de los acontecimientos narrados se tendría que comenzar por Lucas; pero si buscamos la explicación formal de la concepción y del nacimiento de Jesús es más oportuno tomar como punto de partida el texto de Mateo, en el cual se da la explicación formal de la concepción y del nacimiento de Jesús (quizá en relación con las primeras habladurías que circulaban en los ambientes judíos hostiles).

El Evangelista escribe: “La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José, y antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,18). El Evangelista añade que a José le informó de este hecho un mensajero divino: “El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: <José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,20). La intención de Mateo es, por tanto, afirmar de modo inequívoco el orden divino de ese hecho, que él atribuye a la intervención del Espíritu Santo.

A su vez, el texto de Lucas nos ofrece una precisión sobre el momento y el modo en el que la maternidad virginal de María tuvo origen por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1,26-38). He aquí las palabras del mensajero, que narra Lucas: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Vemos cómo Lucas afirma la venida del Espíritu Santo sobre María, cuando se convierte en la Madre del Mesías. Resalta así al mismo tiempo el papel de la Mujer en la Encarnación y el vínculo entre la Mujer y el Espíritu Santo en la venida de Cristo.

Vemos, pues, cómo en la narración de la concepción y nacimiento de Jesús, por parte de ambos evangelistas, como nos es revelado en el Nuevo Testamento, la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el Espíritu Santo constituyen el único misterio, como hecho histórico y biográfico, cargado de recóndita verdad, que reconocemos en la profesión de la fe en Cristo, eterno Hijo de Dios, “nacido de María” «por obra del Espíritu Santo».

Este misterio aflora en la narración que el evangelista Lucas dedica a la anunciación de María, como acontecimiento que tuvo lugar en el contexto de una profunda y sublime relación personal entre Dios y María; se puede decir que Dios realiza una unión y una presencia especial y privilegiada en María; es un misterio que se vislumbra cuando se considera la encarnación en su plenitud, en la concepción y en el nacimiento de Jesucristo, de quien sólo Él es el Padre.

 3.- LA ANUNCIACIÓN: INICIO DE LA HISTORIA DE MARÍA EN EL EVANGELIO

«El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida, Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que difundió en el mundo la vida misma que renueva todas las cosas» (LG 56)

3. 1. EL EVANGELIO DE LA ANUNCIACIÓN

“En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y la dejó el ángel”(Lc 1,28-38).

            Dejo esta narración a la mirada y contemplación de cada uno, y yo mismo quiero acallar mi pobre palabra, pues:

            -- Es uno de los diálogos más bellos de toda la Sagrada Escritura.

            -- Dios habla con la mujer más santa y más prodigiosa de toda la historia.

            -- Dios trae una Palabra de salvación y María dice un «sí» de acogida.

            -- Dios quiere venir a los suyos y María le prepara una digna morada.

            -- El Espíritu Santo la cubre con su sombra y María le da su carne y acoge con todo su corazón al hijo del Altísimo.

            -- En el seno de María (en la anunciación) comienza el Nuevo Testamento o la Nueva Alianza de Dios con el hombre.

            -- En este diálogo sucede el momento más solemne entre el tiempo y la eternidad.

            -- Toda la creación, que ha sido preparada para este acontecimiento, ha sido renovada sustancialmente en el gran momento de la encarnación.

            -- En la encarnación, Dios se ha hecho cercanía, misericordia y salvación para el hombre.

            Adora estremecido el inefable amor de Dios al hombre, cuyo misterio se realiza en el seno entrañable de una joven madre, María.

3.  2.  EL MARCO DE LA ANUNCIACIÓN

            Lo leí siendo seminarista teólogo. Yo no digo que nadie lo haya descrito mejor, más bellamente. Sinceramente a mí esta narración de la escena de la Anunciación me impresionó y me aprendí de memoria muchos párrafos, que luego repito al hablar de la Anunciación de la Virgen o en otras ocasiones. Lo podréis comprobar luego en algunas de mis homilías y meditaciones Marianas que pondré como última parte del libro. Ya consta en algunos párrafos de mi sermón de la novena de la Inmaculada predicado en el Seminario 1959. Y, como al hablar del marco y la escena de la Anunciación de la Virgen, no lo sabría hacer mejor, no lo intento siquiera, y así lo expongo ahora en este libro. Lo que importa es admirar la belleza  y la emoción de la Virgen. El texto es de José María Cabodevilla:

« La Anunciación

Aquí comienza la historia histórica de Nuestra Señora. La que se puede contar sencillamente, sin imaginación. Ahora empieza, cuando empieza la historia del Verbo, cuando el Verbo se sumerge en la historia, en el torrente de la historia, mensurable porque hay en las márgenes árboles, hay mojones, hay puntos de referencia. La vida anterior—una palabra de cronología que se hace milagrosamente posible—de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad no era historia, no era agua en movimiento, sino océano infinito y quieto, pura eternidad. Ya está el agua en marcha, hasta que desemboque nuevamente en la mar, hasta la Ascensión. O mejor, tal vez, hasta el fin de los tiempos, hasta que se acabe la historia de los cristianos, hasta que el Cristo total termine de ser adolescente y se haga adulto, cuando todo haya sido recapitulado y ofrecido al Padre: Ya el tiempo no existirá (cf. Ap 10,6).

            Este contacto de Dios con la historia la divide en dos partes: lo sucedido «antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo», mera víspera y expectación, y los tiempos posteriores, del año uno en adelante, calificados simplemente por su actitud de aceptación o repulsa al hecho de la encarnación de Dios.

            Ahora, cuando ha dado fin el prólogo, el Antiguo Testamento, la ilusión de María de que Dios descendiera al mundo y su humildad preparatoria de signo idéntico a la humildad de todas las almas puras, es cuando comienza el Nuevo Testamento, la maternidad de María y su humildad correspondiente, en tan misteriosa como necesaria compatibilidad, y de signo tan distinto a la humildad del resto de los hombres.

            Precisamente ahora, cuando el Hijo de Dios se encarna. Ya el destino de la Virgen entra en la fase de su realización y justificación, dibujándose sobre el destino de su Hijo. En función de Él. Como cinco días de creación, resumidos en la común y esencial expectación del sexto, cuando llega el hombre y ya la luz puede ser vista y escuchada la música de los vientos y todo empieza a tener objeto, nombre y finalidad concreta.

            La Virgen estaba orando. Adorando al Padre “en espíritu y en verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no precisa ser realizada en el templo de Jerusalén ni en el monte Garizim, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y a toda hora subsiste la obligación de orar.

            La Virgen, pues, estaba orando. Orando mientras hacía cualquier otra cosa o, sencillamente, orando sin hacer nada más que orar, el cuerpo tan extático como el alma. Esto es lo de menos. El cronista, San Lucas, no especifica. El arte, sin embargo, de todos los tiempos, nos ha habituado a figurárnosla en reposo y entornada, sumida en estricta oración.

            De rodillas, porque adoraba al Señor profundamente. Sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pie mientras Ella estaba arrodillada. Algunos autores le ponen un libro miniado entre las manos, anticipando en muchos siglos una caligrafía legible y exquisita. Hay quien se somete con tierna fidelidad a los datos arqueológicos y quien finge, al otro lado de la ventana labrada, unos minuciosos cielos flamencos sobre fondo de ciudad blanca, recogida, malva. San José pasa distraído, a lo lejos, pensando en la virginidad de su mujer como en una esterilidad muy grata a los ojos de Dios. Hay quien hace arrodillarse, en círculo devoto y vanidoso, a los regidores, comendadores, a sus protectores y amigos. Santa María es holandesa, negra, japonesa, y sus tocados acreditan las mejores firmas de la época. Unos y otros, en unanimidad sugerida por el símbolo, universal, añaden una azucena fresquísima en buena vasija. A estas horas, en el cielo, la Virgen le confiesa a Fray Angélico que sus Anunciaciones son bastante buenas.

            El diálogo sostenido entre la doncella y el Ángel es un tejido hecho de espuma. La castidad y la sumisión a los designios de Dios celebran, al fin, un pacto increíble, apoyado en el milagro. Ni Dios ni María han perdido nada, nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. San Gabriel, excelentísimo nuncio de Dios cerca de Santa María, ha desempeñado su papel con éxito. El Verbo se hizo carne. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazareth, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los campos vecinos                    --Melchisua, Ner, Abner, Edom-- no se enteraron de nada, pero medio cielo se desplazó a la tierra.

            Ave, ave. Ave. En ciento cincuenta lenguas está esculpida el avemaría en las paredes de la iglesia de Rafat, allí mismo, a veinticinco kilómetros de Jerusalén. Ave, Señora.

            Ella, después, continuó orando. Inaugurando un modo de oración que no es lo mismo hacerla en cualquier parte, porque sólo en algunos sitios está Dios singularmente presente: en Nazareth, por ejemplo, en las entrañas de la Virgen María. O en esa iglesia que está frente a tu casa, ahí. Es mejor que bajes, entres, y verás qué presente está ahí el Señor y qué necesario te resulta tomar, al entrar, el agua bendita. Empieza a rezar. ¿Difícil? No. Di: «En fin, me dicen que venga porque Tú estás aquí; francamente, lo creo».

            Pero no pienses que sólo ahí puedes hacer oración. Aunque el ser sacramental de Cristo resida únicamente en el sagrario, aunque tengas, de vez en cuando, cada cierto número de días o de horas, que acudir a la iglesia, no se te ocurra pensar que Dios no oye tu oración durante el resto del día o de la semana. Él está presente también en todas partes, y a todas horas tienes tú obligación de orar. Sine intermissione.Exactamente como Nuestra Señora. Antes estaba orando y después continuó orando, sin que la conversación mantenida con el Ángel interrumpiese lo más mínimo su oración.

            Sine intermissione orate (1 Thes. 5,17). Que nuestra oración no sea interrumpida jamás ni por el trabajo, ni por los amigos, ni por la ira, ni por el sueño, ni por el amor, ni por el pecado siquiera. Es obligatorio orar siempre. Porque es posible orar en todo momento. La oración es la respiración del alma» (J. M. CABODEVILLA, Señora Nuestra, el misterio del hombre a la luz del misterio de María, BAC Madrid, págs 91-93).

 3. TEOLOGÍA DE LA ANUNCIACIÓN: LA   MARIOLOGÍA    

            El capítulo VIII de la Constitución «Lumen Gentium» apunta hacia una mariología integrada en todo el contexto del dogma. Ya no es posible una mariología aislada; al contrario, integrando el puesto de María en la historia de la salvación, resalta su misión en la economía salvífica del Hijo desde el momento mismo de la Anunciación de su venida.

La ausencia de datos bíblicos acerca de María nos obliga a buscar un principio mariológico del que podamos, a modo de conclusiones, elaborar un estudio sistemático. Dado que la participación en la humanidad del Cristo histórico y la cooperación en la humanidad del Cristo místico constituyen una unidad, resulta como expresión del principio mariológico básico: «María es quien ha recibido la máxima participación en la humanidad de Cristo». Sin entenderlo en un sentido meramente físico, sino en la línea: “María llena de gracia”.

Concebida la maternidad como la suprema participación redentora en Cristo, la plenitud de gracia resulta ser consecuencia de aquella como su fruto interior. Al ser la maternidad tanto el principio activo, trajo al Redentor, como el pasivo, acogió al Redentor de la Redención, carecería de sentido que Dios no hubiese dado a María la más íntima participación en la humanidad de Cristo: la plenitud de gracia. Los efectos de esta plenitud se irán sucediendo temporalmente; el primero de ellos es su concepción inmaculada.

Siendo la maternidad de María el principio fundamental, el momento en el que se hace Madre Dios, la Anunciación, es el acontecimiento central de su vida y de su misión. El problema que ahora nos planteamos es éste: ¿qué es María como Madre de Cristo en la historia de la salvación?

La Anunciaciónno parece estar condicionada a la aceptación o no aceptación por parte de María: el ángel anuncia un decreto de Dios que se cumplirá, pues la voluntad de Dios no deja de cumplirse por la oposición de los hombres (cf. Gn 18, 10-15; Lc 1,20; Rm. 11, 1-32). Pero en la encarnación de Cristo, la humanidad debía colaborar fiel y maternalmente, y la negación por parte de María sería imposible en el marco de su libertad humana, pues por designio de Dios era la “llena de gracia, kejaritoméne”.

La respuesta de María es un acto de fe perfecta y total, por el que acepta y se entrega sin reservas a la acción divina, y tiene dimensión de universalidad (su «sí», dice Santo Tomás, fue «loco totius humanae criaturae»), en virtud de la ley de representatividad, fundamental en toda la historia de salvación.

La estructura de Redención (revelación-fe) es para cada hombre igual, pero en una ocasión este proceso no sólo significa la integración de una persona concreta a Cristo, sino que, por ser la encarnación del Hijo de Dios mismo, fundamento de toda gracia, la respuesta creyente de María fue la base y el prototipo de toda redención individual.

También explica esto la ley del Cuerpo de Cristo: «toda gracia de los miembros es una gracia de Cristo, Cabeza de todos, por tanto, la gracia de un miembro no pertenece ya a él más que a los restantes, puesto que Cristo es la gracia capital de todos». Así, la gracia maternal de María no es una gracia capital secundaria, sino que forma parte de la gracia de los miembros.

En la Anunciación se le dijo a María que sería Madre del Mesías, su “fiat” lleva consigo todo un plan de vida consiguiente. La actitud que mantendrá junto a la cruz no será más que la disponibilidad para ser madre; por eso, la Anunciación es el acontecimiento central en la vida de María, a partir del cual, hacia adelante y hacia atrás, puede explicarse todo.

            Dada la situación concreta de nuestra fe y de nuestra teología, el hecho de afirmar que María ha resucitado, ya la coloca en un nivel cualitativamente distinto de los demás redimidos. Con su glorificación el papel de María se «eterniza» en la Iglesia de la misma manera que Cristo continúa en ella su vida, su muerte y su resurrección. Su glorificación corporal es un signo de que la escatología ya ha comenzado, que la resurrección de la cabeza lleva consigo la de todo el cuerpo.

El papel de María en la obra de redención se basa esencialmente en su maternidad divina. El carácter de colaboradora con su proyección esencial y profunda sobre la Iglesia lo recibe en la «hora»de la cruz a través de las palabras de Jesús como extensión de su maternidad; y esta extensión se debe más a su maternidad divina que a su compasión, si bien ésta significa que desde un punto de vista subjetivo María realizó plenamente su misión.

La analogía e imágenes de «intercesora, mediadora de todas las gracias...» no son si no la expresión en el tiempo y fuera del tiempo de esa realidad que, en un momento histórico concreto, se nos hizo tangible: que María como sierva en la fe dio a luz un Hijo, que es el Redentor de todos.

3. 4. SERMÓN DE LA ANUNCIACIÓN                                            

            Así consta en unas cuartillas ya oscuras que tengo escritas con pluma y tinta de las de antes, nada de máquinas, ni siquiera bolígrafos, y menos ordenadores que entonces no existían; y así lo quiero titular también hoy: Sermón de la Anunciación. En letra muy pequeña porque había que ahorrar y porque jamás había que leer en la predicación, todo de memoria, aunque durase una hora.

            Y como siempre, lo primero que escribía en el comienzo, arriba del todo de la cuartilla, en la parte izquierda: VSTeV, que significa Ven, Santa Trinidad y María... a inspirarme y hacer esta homilía. Así hasta hoy, cuando escribo a mano.

            Fue predicado en abril de 1960 porque así consta en una cita del mismo sermón; igualmente consta que fue en el Santuario del Puerto y siendo en esa fecha, quiere decir que fue durante la Novena, que es ordinariamente en abril; me huele, por la introducción que alguna vez lo prediqué ante el Señor Expuesto, porque empiezo saludándole y en su nombre; pero no la primera vez, porque esta introducción dirigida al Señor está en tinta distinta, más negra, y en letras introducidas entre el título: Sermón de la Anunciación y el Queridos hermanos con que ordinariamente empiezo mis homilías..

            Lo prediqué, por tanto,  dos meses antes de ser ordenado sacerdote el 10 de junio 1960, clave secreta de todas mis tarjetas, cartillas y demás instrumentos, porque así no se me olvida. De paso os doy la clave por si queréis sacar algún dinero extra de los cajeros o entrar en los secretos de mi ordenador... etc. ¡le tengo tanto cariño a esta fecha!

            Como ya dije, al hablar de Cabodevilla, en mis primeros sermones y homilías, yo no le olvidaba y tengo algunas frases tomadas de él. Podía suplantarlas por otras posteriores ya elaboradas por mí, pero no quiero que pierda nada de su autenticidad y frescura. Así que ahí va el Sermón, tal cual fue escrito, y predicado: ¡Oh feliz memoria mía que era capaz de recitar durante una hora los textos aprendidos o simplemente leídos! ¿Dónde estás ahora que no te encuentro? ¡Cuánto te echo de menos! Ahora me digo: que no se me olviden estas tres palabras, son la clave de las tres ideas principales de la homilía... y se evaporan; así que ahora estas tres o cuatro palabras las tengo que poner delante ordinariamente, aunque luego no las mire; pero por si acaso... me dan seguridad.

            QUERIDOS HERMANOS:

            «En tu nombre, Señor, y en tu presencia, quisiera con tu favor y ayudado de tu divina gracia, hablar esta tarde a tus hermanos y mis hermanos, los hijos de nuestra madre común, madre tuya y nuestra, la madre del Puerto. Ayer la veíamos en la mente de Dios, casi infinita, casi divina. Hoy la vamos a ver ya joven nazarena, de catorce años, estando en oración y visitada por el ángel Gabriel.

            Queridos hermanos, empiezo diciéndoos que la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

            Su paso por el mundo apenas fue notado por sus contemporáneos. La infancia de la Virgen nos es desconocida en los Evangelios. La vida histórica de Nuestra Señora comienza en la Anunciación. En ella empieza también la historia humana del Hijo de Dios  por su Encarnación en el seno de la Madre y hasta entonces océano infinito y quieto en la pura eternidad de Dios.

            En la Anunciación, el Torrente divino del Verbo de la Vida y de la Verdad, desde el Misterio de Dios Uno y Trino, baja y fluye hasta nosotros en torrente de aguas infinitas y llega hasta nosotros por este canal maravilloso que se llama y es María.

            Por ella llega a esta tierra seca y árida por los pecados de los hombres, para vivir y escribir con nosotros su historia, esa historia que se puede contar porque está limitada por las márgenes del espacio y del tiempo, por los mojones de los lugares y fechas por los que fue deslizando su bienhechora presencia e historia de la salvación. Y esa historia que se puede contar empieza en María, con María.

            Fijaos qué coincidencia, qué unión tan grande entre los dos, entre Jesús y María; entre el Hijo de Dios que va a encarnarse y la Virgen nazarena que ha sido elegida por Madre: los dos irrumpen de golpe y al mismo tiempo en el evangelio.

            Con un mismo hecho y unas mismas palabras se nos habla del Hijo y de la Madre. Tan unidos están estos dos seres en la mente de Dios que forman una sola idea, un solo proyecto, una misma realidad, y la palabra de Dios, al querer trazar los rasgos del uno, nos describe también los del otro, el semblante y la realidad del hijo que la hace madre.

            Todos habéis leído  y meditado muchas veces en el evangelio de San Lucas la Anunciación del Ángel a nuestra Señora. Es la Encarnación del Hijo de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Es aquella embajada que un día trajo el ángel Gabriel a una doncella de Nazaret.

            La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no necesita  ser realizada en el templo de Jerusalén, ni en el monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

            La Virgen, pues, estaba orando. Orando, mientas cosía, barría, fregaba o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. Dios puede comunicarse donde quiere y como quiere, pero de ordinario se comunica en la oración. Y la Encarnación es la comunicación más íntima y total que Dios ha tenido con su criatura; ha sido una comunicación única e intransferible.

            Por eso, el arte de todos los tiempos nos ha habituado a figurarnos a la hermosa nazarena, a la Virgen bella, en reposo y  entornada, sumida en profunda oración.

            Unas veces, de rodillas, porque la Virgen adoraba a Dios profundamente. Otras veces sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pié, mientras Ella estaba arrodillada.

            El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazaretana, de tez morena, ojos azules, alma divina, es un tejido de espumas, trenzado de alabanzas y humildad, de piropos divinos y rubores de virgen bella y hermosa. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Xaire, kexaritomene, o Kúrios metá soü...Ave, gratia plena, Dominus tecum... Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

            “Salve”, en griego “Xaire”, alégrate, regocíjate, que era el saludo corriente entre los helenos. “La llena de gracia”, el ángel emplea este participio a modo de nombre propio, lo que aumenta la fuerza de su significado. La piedad y la teología cristianas han sacado de aquí todas las grandezas de María. Y con razón, pues “la llena de gracia” será la Madre de Dios.

            Mucha gracia tuvo el alma de María en el momento de su Concepción Inmaculada; más que todos los santos juntos. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Y esa gracia se multiplicaba en ella cada instante con el ejercicio de todos sus actos siempre agradabilísimos al Dios Trino y Uno, a los ojos divinos, porque Ella nunca desagradó al Señor. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad del alma de María iba creciendo a medida que la gracia, la belleza y el amor de Dios  aumentaban en ella, para que en todos los momentos de su existencia el ángel del Señor pudiera saludarla y  pudiera llamarla: “kejaritoméne, gratia plena, llena de gracia”.

            “El Señor está contigo, o Kúrios metá soü, Dominus tecum”, prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Vive en ellas. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma, en su interioridad, en su ser y existir.

            Y como la Virgen estuvo siempre llena, como un vaso que rebosa siempre de agua o licor dulce y sabroso, resulta que Nuestra Madre del Puerto, más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos, tuvo siempre al Señor en su corazón; pero ahora al estar en su vientre, el Señor estaba con ella más íntimamente unido que podría estarlo jamás criatura alguna. “El Señor está contigo” porque Él te acompaña y acompañará en esta tarea que vais a realizar juntos, porque Él quiere hacerte madre y para eso su presencia es esencial e imprescindible.

            No tiene nada de particular que al ir preñada del Verbo divino, la prima Isabel, al verla en estado del Hijo de Dios, le dijera lo que le decimos todos sus hijos cuando rezamos el Ave María: “Eres bendita entre todas las mujeres”. Es ésta la alabanza que más puede halagar a una mujer. Porque sólo una podía ser la madre del Hijo de Dios. Y la elegida ha sido María. Por eso Ella es la “bendita entre todas las mujeres”.         Porque su belleza resplandece y sobresale sobre todas las otras, y atrae hacia sí todas las miradas del cielo y tierra, eclipsa todas las demás estrellas como el sol, para lucir Ella como la bendita, la bien dicha y pronunciada por Dios y por los hombres. “eres la predilecta de Dios entre todas las mujeres” vino a decirle el Ángel.

            Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían de existir  en la Iglesia católica. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María.

            El chaparrón de alabanza que de repente dejó caer el ángel  sobre aquella alma humildísima la debió dejar aturdida. Por eso dice el evangelio: “Al oír tales palabras, la Virgen se turbó y se puso a considerar qué significaría aquella salutación”. Advirtió el ángel que la humildad de la Virgen había quedado un poco sonrojada y se apresuró a explicar la razón de sus piropos, dirigiéndola otra alabanza: “no temas, María, porque ha hallado gracia en los ojos de Dios”. Tu humildad, tu pureza, todas tus virtudes han atraído hacia ti la mirada del Eterno y le has ganado el corazón. Tanto se lo has robado, que quiere tenerte por madre suya cuando baje del cielo a la tierra.

            La Virgen, durante toda su vida se había puesto con sencillez en las manos de Dios. El Señor Dios le inspira el voto de virginidad y lo hace. Ahora, en cambio, por medio del ángel le revela algo cuya realización destruye humanamente la virginidad y pregunta, porque lo acepta, cómo será eso, cómo y qué tiene que hacer.

            Sabe muy bien la Virgen que el pueblo de Israel y toda la humanidad está esperando siglos y siglos la venida de un libertador. Las Escrituras santas hablan continuamente. En el templo todos los días se hacen sacrificios y se elevan oraciones pidiendo su venida. La aspiración suprema de las mujeres israelitas es que pueda ser descendiente suyo.

            Pues bien, el ángel le anuncia ahora que ella es la elegida por Dios para ser la Madre del Mesías: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este hijo tuyo será grande y será llamado el Hijo del Altísimo;  el señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fín”.

            El ángel pudo descubrir a María, desde el primer momento, el modo milagroso de obrarse la Encarnación; sin embargo, lo calla. Sólo la propone el hecho, pero no el modo. Por eso la Virgen no se precipita en contestar. Reflexiona, calla, medita en su corazón y espera.

            Está orando la Virgen. Qué candor, qué dulzura, ¿qué le preguntará a Dios, al mismo Dios  que le inspiró  la virginidad? Momento este sublime en que el cielo y la tierra están suspendidos, pendientes de los labios. Espera   en el aposento. Espera en el Cielo la Santísima Trinidad. Espera el Hijo para entrar en su seno, para tomar carne humana de la suya. Esperan en el Limbo las almas de los justos esa  palabra que les traerá al libertador y les abrirá las puertas del cielo. Esperan en la tierra todos los hombres aquel sí, que romperá las cadenas del pecado y de la muerte que les aprisiona. «Todo el mundo está esperando, virgen santa, vuestro sí; no detengáis más ahí, al mensajero dudando. Dad presto consentimiento; sabed que está tan contento, de vuestra persona Dios, que no demanda de vos sino vuestro consentimiento».     Esperan todos, en el cielo y en la tierra, y la Virgen, mientras tanto, reflexiona. Piensa que ha hecho a Dios voto de virginidad y para Ella esto es intocable, sagrado. A Ella el ángel no le ha dicho que le dispensa del voto. Si esa fuera la voluntad de Dios lo cumpliría aunque le costase; pero el ángel no le ha dicho nada y Dios no le ha dicho que le dispense. Por lo tanto, su deber es cumplir lo prometido. Si es necesario renunciar a ser madre de Dios, si es necesario que otra mujer tenga en sus brazos al Hijo de Dios hecho hombre, mucho le cuesta renunciar al Hijo amado, pero que lo sea; que sea otra la que contemple su rostro y escuche de sus labios de niño el dulce nombre de madre. Que sea otra mujer la que lleve sobre su frente la corona de Reina de los cielos y de la tierra...

            Pero no, no será así porque Dios la ha elegido a Ella, Ella es la preferida, “la bendita entre todas las mujeres”, marcada en su seno y  elegida por Dios desde toda la eternidad para ser la madre del Redentor, el Mesías Prometido, el Salvador del mundo y de todos los hombres.

            La Virgen ha meditado todas estas palabras del ángel y ahora ve claro que estas palabras del ángel son de Dios, es la última voluntad de Dios sobre su vida. Tan verdadero y evidente es este deseo de Dios, que se va a entregar totalmente a esta voluntad declarándose esclava, la que ya no quiere tener más voluntad y deseo que lo que Dios tiene sobre Ella.

            Cuando hizo el voto de virginidad perpetua, Dios se lo expresó a solas y en secreto, en el fondo del alma; para comunicarla ahora que ha sido elegida para ser la madre del Hijo,  recurre al portento y a lo milagroso para que la Virgen se cerciore de que este segundo deseo de Dios, aunque aparentemente, desde la visión puramente humana, destruya el primero, viene también de Él.

            Y la Virgen fiel a todo lo que sea voluntad de Dios, accede gustosamente, aunque tenga que renunciar a su don más querido. Ya sólo quiere saber lo que tiene que  hacer, quiere oír del ángel qué es lo que Ella tiene que hacer de su parte para que se realicen los planes de Dios “¿Cómo ha de ser esto, pues no conozco varón?” Y oye del ángel aquellas misteriosas palabras, en las que le anuncia el portento que Dios quiere realizar en Ella. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el fruto santo que nacerá de ti, será llamado el Hijo de Dios”.

            Cuando la Virgen vio aclarada su pregunta y solucionada de un modo milagroso su dificultad, cuando ve que será madre y virgen ¿qué responde? A pesar de las alabanzas que el ángel le ha dirigido, a pesar de las grandezas que reconoce en sí,  sabe perfectamente que todo lo ha recibido de Dios, sabe que Ella no es más que una criatura, una esclava de Dios, que desea hacer en todos los momentos la voluntad de su Dios y Señor. Por  eso dice: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundun verbum tuum... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

            ¿Esclava, hermanos, la que está siendo ya la madre de Dios, la que ha sido elegida entre todas las mujeres para ser la Madre del Redentor, esclava la Señora del cielo y tierra, la reina de los ángeles, la que nos ha abierto a todos las puertas del cielo por su Hijo, la que nos ha librado a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte, la que empieza a ser madre  del Todopoderoso, del Infinito?

            Recibido el consentimiento de la Virgen, el ángel se retira de su presencia y volvió a los cielos para comunicar el resultado de su embajada a la Santísima Trinidad. La Virginidad y la sumisión a los designios divinos celebran, al fin, un pacto imposible para los hombres, pero posible para Dios. Ni Dios ni María han perdido nada; nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido a favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. La Virgen está preñada del Verbo por Amor y Gracia del Espíritu Santo.

            Ella después continuó orando. Inaugurando un estilo de oración que ya no es lo mismo hacerla en cualquier sitio, en cualquier lugar, porque sólo en un sitio ha estado Dios singularmente presente como en ningún otro: en Nazaret, por ejemplo, en las entrañas de una Virgen, y “el nombre de la Virgen es María”. “El Verbo  de Dios se hizo carne” Y empezó a habitar entre nosotros por medio de María. Dios empieza a ser hombre. Él que no necesita de nada y de nadie, empieza a necesitar de la respiración de la hermosa nazarena, de los latidos de su corazón para poder vivir. Qué misterio de amor, amor loco y apasionado de un Dios que viene en busca de la criatura para buscar su amor, para abrirle las puertas de la amistad y  felicidad del mismo Dios Trino y Uno. Dios, ¿pero por qué te humillas tanto, por qué te abajas tanto, qué buscas en el hombre que Tú no tengas? ¿Qué le puede dar el hombre que Dios no tenga?

Queridos hermanos, Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

            “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El Creador empieza a ser hijo, se hace hijo de su criatura. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazaret, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los alrededores y en los campos vecinos no se enteraron de nada, pero ya medio cielo se había desplazado a la tierra, y vivía dentro de María.

            Qué grande, qué inmensa, qué casi infinita hizo a su madre el Todopoderoso. Y cómo la amó, más que a todas. A su madre, que en ese momento empezó a ser también nuestra, porque ya en la misma encarnación  nos engendró místicamente a todos nosotros, porque era la madre de la gracia salvadora, del que nos engendraba por el bautismo como hijos de Dios. Luego ya en la cruz nos lo manifestaría  abiertamente: “Ahí tienes a tu madre, he ahí a tu hijo”.

            Qué gran madre tenemos, hermanos, qué plenitud y desbordamiento de gracia, hermosura y amor. Tan cargada está de cariño y ternura hacia nosotros sus hijos que se le caen de las manos sus caricias apenas nos insinuamos a Ella. La Virgen es hoy, en  abril del 1960, igual de  buena, de pura, igual de encantadora que cuando la visitó el ángel en Nazaret. Mejor dicho, es mucho más que entonces porque estuvo creciendo siempre hasta su muerte en todas sus perfecciones. Es casi infinita.

            María es verdad, existe ahora de verdad, y se la puede hablar, tocar sentir. María no es una madre simbólica, estática, algo que fue pero que ya no obra y ama. Ella en estos momentos,  ahora mismo nos está viendo y amando desde el cielo, está contenta de sus hijos que han venido a honrarla en su propia casa y santuario; y desde el Cielo, desde este Santuario, vive inclinada sobre todos sus hijos de Plasencia, del mundo, más madre que nunca.

            Ella es nuestro sol que nos alumbra en el camino de la vida venciendo todas las oscuridades, todas las faltas de fe, de sentido de la vida, de por qué vivo y para qué vivo; ella es nuestra Reina, nuestra dulce tirana. Acerquémonos  confiadamente a esta madre poderosa que tanto nos quiere. Pidámosla lo que queremos y como se nos ocurra, con la esperanza cierta de que lo conseguiremos.

            Necesitamos, madre, tu espíritu de oración para que Dios se nos comunique a nosotros como se te comunicó a ti en Nazaret. Necesitamos esa oración tuya continua e incesante, esa unión con Dios permanente que nos haga encontrarte en todas las cosas, especialmente en el trato con los demás. Necesitamos, Madre, meditar en nuestro corazón como tú lo hacías; necesitamos, madre, esa unión permanente de amor con Dios, mientras cosías o barrías o hacías los humildes oficios de tu casa. Queremos esa oración tuya que te daba tanta firmeza de voluntad y carácter que te hacía estar dispuesta a renunciar a todo por cumplir la voluntad de Dios, por cumplir lo que tú creías que era la voluntad de Dios. Tú siempre estabas orando. Orando te sorprendió el ángel y orando seguiste cuando te dejó extasiada, arrullando y adorando al niño que nacía en tus entrañas.

            Madre santa del Puerto, enséñanos a orar, enséñanos el modo de estar unidos  con Dios siempre en todo momento y lugar: «Desde niño su nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, ella alienta mi alma y mi vida,  nunca madre mejor conocí. Placentinos… >>.

CAPÍTULO SEGUNDO

MARÍA EN PENTECOSTES CON LOS APÓSTOLES

LOS APÓSTOLES, ORANDO CON MARÍA, RECIBIERON EL ESPÍRITU SANTO EN PENTECOSTÉS

2.1.- MARÍA ORABA CON LOS APÓSTOLES: LA IGLESIA NECESITA SIEMPRE LA AYUDA DE MARÍA

Los Apóstoles, orando con María, -lo afirma el evangelio-, recibieron  al Espíritu  Santo, Espíritu de Cristo Sacerdote para ser testigos de Cristo y su salvación entre sus hermanos, los hombres. La Iglesia, los apóstoles, sacerdotes o seglares, necesitamos siempre de la oración y ayuda de nuestra Madre y Señora María para la conversión y santificación personal y del mundo, Recibieron plenitud de su ser sacerdotal y apóstólico y de hecho se expandieron por el mundo, los que estaban cn el Cenáculo, con las puertas cerrradas, por miedo a los judios.

Y así se convirtieron en testigos de Cristo y de su evangelio y salvación.Y María estaba con ellos, y también lo recibió con la misma gracia e intensidad y finalidad. Porque María es madre sacerdotal y…para mí, sacerdote-unida totalmente al ser y existir sarcedotal de su hijo. Ella ayudó así a los primeros sacerdotes de su hijo y nos sigue ayudando a todos nosotros, sacerdotes, ordenados y consagrados por el poder del mismo Santo Espíritu de su hijo-Hijo de Dios. Por eso, Ella y para nosotros, sacerdotes, es la mejor ayuda y madre sacerdotal que podemos tener.

            Queridos hermanos sacerdotes: Me alegró mucho que me invitaran a dar este retiro de Pentecostés para prepararnos a su fiesta, porque el Espíritu Santo es el que nos ha consagrado sacerdotes para siempre para la gloria de Dios Uno y Trino y la salvación de nuestros hermanos, los hombres.

En nuestro tiempo éramos consagrados sacerdotes en la Vigilia de Pentecostés y esto no lo olvidamos, porque cantábamos también  nuestra primera misa entre Pentecostés y Santísima Trinidad. Por otra parte, ahora, estamos en el tiempo de la Iglesia, en la economía salvadora del Santo Espíritu de Dios, y los sacramentos, acciones salvadoras de Cristo, mediante su Espíritu, no son posibles sin la epíclesis, sin la invocación y la presencia del Divino Espíritu.

(Así que vamos a comenzar esta meditación también invocando al Espíritu Santo, dador de toda ciencia y sabiduría para que nos ilumine y nos llene a todos de su presencia y amor; si os parece bien, lo hacemos en latín, porque así lo hicimos en nuestros años de Seminario, incluso en el Menor: Veni, Creator Spíritus… (darlo en hoja, también en español)… Emitte Spiritum tuum y creabuntur… et renovabis faciem terrae: Oremus: Deus que corda fidelium Sancti Spíritu docuiste, da nobis in eodem recta sapera et de ejus semper consolatione gaudere, per eumdem C.D.N. Amén.)

Queridos hermanos: El Espíritu Santo, Fuego y Vida de nuestro Dios Trinidad es también el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo, único Sacerdote, por el que fuimos consagrados e identificados todos nosotros con Él, sacerdotes «in aeternum», por el carácter sacerdotal.

Al celebrar la fiesta de Pentecostés el próximo domingo, nosotros nos disponemos a pedirle que venga nuevamente sobre nosotros y renueve los carismas y gracias y dones abundantes de los que nos hizo partícipes  el día de nuestra ordenación sacerdotal. Son días para agradecer, para revisar, para potenciar nuestro sacerdocio y nuestra acción pastoral, como lo fue el primer Pentecostés de la historia para los Apóstoles y la Iglesia naciente.

Por eso, muy queridos hermanos sacerdotes, la oportunidad de este retiro espiritual, por la necesidad que tenemos de la gracia y del fuego del Espíritu; por la necesidad que tenemos de la experiencia de Cristo y de su misterio, sentir y vivir los misterios que celebramos;  por la necesidad permanente que tenemos de la experiencia de lo que somos y hemos recibido; por eso, la necesidad de retirarnos, para prepararnos para recibirle más abundantemente, como “los Apóstoles, reunidos en oración con María, la madre de Jesús” . ¡María, hermosa nazarena, virgen bella, madre sacerdotal, échanos una mano, como se la echaste a los apóstoles de tu Hijo que tuvieron miedo y fueron cobardes y estaban asustados con las puertas cerradas!

Por esto, queridos hermanos, por el convencimiento que tengo de la necesidad del Espíritu Divino en nuestra vida sacerdotal, por el respeto y amor que os tengo, he procurado estos días prepararme mediante el estudio y la oración; he pedido e invocado al Espíritu Divino para que venga y renueve en nosotros su luz y  su fuego de amor divino y sacerdotal. He rezado así para todos nosotros, sacerdotes (o futuros), esta oración que me sale así del corazón todos los días:

«¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, Aliento de Vida y Amor Trinitario, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro!

Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como adorador del Padre, como salvador de los hombres, como redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Fuego y Beso, Alma y Vida de mi Dios! ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.

            Los sacerdotes de mi tiempo y quizás en general, aunque sea paradójico, teológicamente estamos un poco heridos en Pneumatología. Y digo que es paradójico, porque por designio de la Santísima Trinidad, nada más nacer, recibimos el bautismo del agua y del Espíritu, somos Templos de la Trinidad por el Espíritu Santo, luego fuimos confirmados en el mismo Espíritu, y, por privilegio y voluntad de Cristo, hemos sido llamados al sacerdocio, a ser prolongadores de su ser y existir sacerdotal, a propagar el reino de Dios en la tierra, para lo cual necesitamos su mismo Espíritu, su mismo Amor, el Espíritu Santo. Por eso debieron prepararnos mejor en esta materia teológica y apostólicamente.

Por curiosidad he mirado el texto de Lercher que estudiamos los de mi generación, y nosotros tenemos sólo dos tesis del Espíritu Santo, 14 páginas, que más bien son de Trinidad, como se titulaba el mismo tratado: «De Deo Uno et Trino, Creante et Elevante». La primera «thesis»: «S.Sanctus a Patre Filioque procedit» y la segunda: «per viam voluntatis».

En  la vida de la misma Iglesia y de los cristianos, tal vez nosotros mismos, sacerdotes, no le damos la importancia debida al Espíritu Santo, tanto en nuestra vida personal como apostólica; y no le damos importancia, no acudimos a Él con el amor y la frecuencia debida, no sé si porque el Espíritu Santo no tiene rostro o figura humana, es puro espíritu; no sé si porque al no tener rostro humano, para verlo, hay que sentirlo en el espíritu y para esto hay que purificar y limpiar más el corazón y esto cuesta esfuerzo y nos es fácil:  sólo “los limpios de corazón verán a Dios,”; no sé si porque hay que entrar dentro de Dios por las virtudes teologales de la fe,  esperanza y caridad para desarrollarlas y descubrirlo, como ya lo dijo el Señor: “ le conoceréis porque permanece en vosotros”, lo cierto es que nuestra relación personal con Él, y nuestras predicaciones y nuestros conocimientos y nuestra vida espiritual y nuestra misma vida de oración personal, ordinariamente, es pobre de Espíritu Santo, de vivencia y experiencia del Dios Amor, porque para esto es necesario que estemos más vacíos de nosotros mismos para que Él nos pueda llenar, más vacios de nuestros fallos e imperfecciones para que Él nos pueda llenar de su experiencia y amor personal de Dios, porque si seguimos toda la vida llenos de nosotros mismos, no cabe Dios. Hay que vaciarse de soberbias, orgullos, vanidades, de pecados y defectos, aunque sean leves, para que el Espíritu Santo, el Espíritu sacerdotal y apostólico de Cristo nos pueda llenar.

Por tanto, queridos hermanos, por todo lo dicho y orado,  pienso y pido: Que sea Pentecostés en nuestras vidas, que este retiro sea como el de los Apóstoles reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, para que podamos recibir el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, porque  le necesitamos, necesitamos llenarnos de su luz y su amor, de su presencia, de su sabiduría y santidad y también lo está necesitando este mundo que se está quedando frío y sin amor, vacío y sin Amor de Dios, sin su Espíritu Santo.

Queridos hermanos, necesitamos el Espíritu de Amor. Lo ha dicho el Señor a la Iglesia y a los apóstoles de todos los tiempos:“…os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… Él  os llevará hasta la verdad completa”  

Y esto es lo primero que quiero deciros esta mañana. Es la primera verdad que quiero recordaros en esta meditación, para que se nos quede muy grabada a todos en nuestra mente y  en nuestro corazón, que la actualicemos y potenciemos en estos días de preparación para la fiesta. 

Mirad, lo vemos claramente realizado en LOS APÓSTOLES: los apóstoles habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han comulgado y comido y recibido el mandato de salir a predicar…pero, sin embargo,  permanecen inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se atreven a predicar a Cristo vivo y resucitado y eso que le han visto vivo y han recibido este mandato, pero no se les vienen palabras a la boca, ¿por qué? Porque les falta la fuerza de la vivencia interior y espiritual del fuego del Espíritu Santo, la experiencia de Cristo y su evangelio, la vivencia del misterio eucarístico y sacerdotal…

Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir al Espíritu Santo, por qué Jesús oraba para que viniera y nosotros estos días también tenemos que pedirle y desearle que venga a nosotros… Y por qué el mismo Cristo oraba con ellos para que se preparasen a recibirlo, por qué tienen ahora también con ellos a  María en el Cenáculo, la Virgen bella y Madre sacerdotal, orando con ellos, qué pinta aquí María, a la que silenciaron en la Última Cena, ¿por qué ahora sí?

Porque  se trata del comienzo y fundamento de la Iglesia, y ella es madre de la Iglesia naciente y le duelen en el alma sus hijos y ella ya ha vivido y sentido la eficacia del Espíritu Santo en la Concepción de su Hijo;  porque la venida del Espíritu Santo confirma toda la vida de Cristo y origina la Iglesia, porque hasta que no viene el Espíritu Santo, hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama de amor viva, simbolizada en sus cabezas, hecho  experiencia ardiente de amor del Padre Dios en sus corazones, de amar y sentirse amados y llenos de su amor a sus hermanos, los hombres, hasta que no viene el Espíritu Santo, Pentecostés… no hay fuego de amor ni Iglesia de Cristo, ni fuerza para predicar ni valentá y aguante para sufrir y morir por Cristo, por su mandamientos, por vivir su evangelio o los Sacramentos, la misma Eucaristía para inmolar mi soberbia, avaricia y pecados…Sin experiencia de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo…bueno, se pueden hacer y se hacen por el carácter sacerdotal, pero no con la experiencia de amor y fuego del Espíritu Santo.

2. 2.- LA “VERDAD COMPLETA” POR EL ESPÍRITU SANTO

Cuando es Pentecostés, cuando viene el Espíritu Santo, todos los pueblos entienden su lenguaje, el lenguaje del Amor de Dios, de que Dios ama a todos los hombres aunque sean de diversas lenguas y culturas, y que hoy tanto necesitamos, y empieza el cristianismo, el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, esto es, la verdad completa del cristianismo, que no es solo conocimiento, aunque sea teología, sino amor y experiencia de Dios, de amor a los hermanos, de santidad y cumplimiento hasta la muerte de la voluntad de Dios, de salir a predicar a todo el mundo, pero llenos de amor y convencidos, no solo de verdades: “Cuando venga, Él os llevará a la verdad completa”.

La “verdad completa” es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces sí que se acabó el miedo para  los apóstoles y se quitaron los cerrojos y se  abrieron las puertas y conocieron y predicaron convencidos de Cristo y del Padre y del Espíritu Santo, a quienes entonces conocieron en  “verdad completa”, verdad hecha fuego y amor en sus corazones de amor  a Dios y a  sus hermanos, los hombres.

Conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todas las correrías apostólicas anteriores y milagros y la misma  predicación exterior de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos de su persona, de su amor y divinidad, y sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés: “Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro… san Juan de la Cruz.

Y todo esto les vino, ¿Por qué y cómo? por estar reunidos en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús y de todos los sacerdotes…, y entonces, en la oración y por la oración,  y con María, oración y devoción a María, madre sacerdotal, reciben el Espíritu del Hijo, el amor de Cristo, y por eso María es Madre de todos los sacerdotes, que ahora lo viven y lo sienten en sus corazones: ¡María, madre sacerdotal, madre del alma, cuánto te queremos, cuánto nos quiere, ayúdanos a ser y vivir como tu Hijo... y gracias por querer ser mi madre, mi madre sacerdotal y modelo!

No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico, las verdades de fe, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa, y si se predican no producen amor  a Dios, solo conocimiento, hasta que no se sienten en el alma, hasta que no se viven en el corazón, hasta que Cristo y su evangelio no se experimentan, no se convierten en verdad amada y vivida. Por eso necesitamos que sea Pentecostés en nuestra vida, que venga a nosotros el Espíritu Santo para que Él nos haga sentir y vivir lo que conocemos por teología o celebramos por ritos o predicamos por  el evangelio. La Iglesia, nosotros, todos los cristianos necesitamos hoy y siempre Pentecostés, el Espíritu Santo. Y cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más lo  necesitamos.

Pablo no vio ni conoció visiblemente al Cristo histórico, pero lo conoció y lo amó y lo sintió más que otros que le vieron físicamente, y todo, por la oración en tres años de soledad y desierto en Arabia: “hermanos, os aseguro que el evangelio predicado por mí no es producto humano; pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo… Inmediatamente, sin consultar a nadie, en lugar de ir a Jerusalén a ver a los que eran apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y luego volví a Damasco. Al cabo de tres años fue a Jerusalén  para conocer a Pedro y estuve con él quince días.”

En Pablo todo fue por la  experiencia de la oración, oración primero discursiva, Biblia de A.T.,  luego oración de contemplación, mística, en el desierto de Arabia, por la experiencia de Amor, de Espíritu Santo, que da más certeza, amor y vivencia que la mera lectura y que todos los doctorados en teología, y que todas las manifestaciones históricas o apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros no llegaron, aunque habían visto y escuchado y tocado físicamente al Señor.

Por eso, lo primero y lo único que quiero deciros esta mañana, es que todos, pero especialmente los sacerdotes, tenemos que ser hombres de oración, de oración diaria y permanente, durante toda la vida, para sentir y vivir a Cristo y poder predicarlo y comunicarlo a nuestros feligreses, al mundo entero, dese la experiencia de amor, con fuego, con convencimiento, con eficacia de amor de Espíritu Santo.

Cuando Dios baja así y toca las almas por el fuego y la vivencia del amor, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles y tantos y tantos sacerdotes y cristianos que lo ha sentido y vivido y lo viven,  lo cual contrasta, por otra parte, con la falta de predicar con fuego a Cristo y su evangelio o con tanto miedo de algunos a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Mirad la historia de los Apóstoles cuando empezaron a predicar la verdad completa de Cristo y su evangelio, después de Pentecostés, pero antes, nada de eso, metidos en el Cenáculo por miedo a los judíos, y mira que le habían visto a Cristo resucitado y le habían visto sus manos y pies crucificados.

2. 3.- NECESIDAD DE LA ORACIÓN PARA LLEGAR A LA EXPERIENCIA DE DIOS 

Por eso, hoy y siempre, por el mismo Espíritu Santo, no hay otro, tendremos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, porque viven lo que predican y están más pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos que de su gloria y cargos y honores, y todo por la fuerza de la oración verdadera, auténtica, sobre todo, de la oración o plegaria eucarística que debemos hacer y ofrecer con los mismos sentimientos de Cristo. Y eso es siempre por diálogo y presencia de amor cuando celebramos.

Hoy, como siempre, para ser testigo del Viviente, la Iglesia   necesita la experiencia, la vivencia del Dios vivo. Siempre la ha necesitado, pero hoy más que otras veces, por el secularismo y materialismo reinante, que destruye a Dios y la fe en El. Falta experiencia del Padre creador y origen del proyecto de amor sobre el hombre; del Cristo salvador y obediente, amante hasta el extremo de dar la vida por sus hermanos, los hombres; del Espíritu  santificador que habita y dirige las almas.

Falta sentir con Cristo, como san Pablo, “mihi vivere Cristus est…, para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”, y debiera ser la cosa más natural, sobre todo, en todos nosotros los sacerdotes, que estamos injertados y unidos a El por la gracia y el carácter sacerdotal y por tanto, llamados a estar en vivencia de identificación de vida y sentimientos con El.

Y el único camino para esto, para llegar a sentir e identificarse con Él, es la oración, la oración-conversión, la oración personal diaria. Alguno dirá, no, mejor la Eucaristía; no, queridos hermano, porque aunque celebres la Eucaristía, que es precisamente Oración o Plegaria Eucarística, si no dialogasy contactas con Él durante la misa y te vas convirtiendo e identificando con Él para llegar a tener sus mismos sentimientos, si no te encuentras con Él en diálogo personal eucarístico, mientras celebras, hay encuentro oficial-litúrgico y Cristo dará su vida por la salvación de todos, pero no hay encuentro personal eficaz y santificador, conversión de tu vida en la de Cristo o mejor, de Cristo en ti ni comunión de tu vida con la de Cristo. Esto lo explico más largamente en uno de mis libros.

Queridos hermanos, como los Apóstoles, todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, necesitamos recorrer el camino de la oración-conversión para llegar a la unión con Dios, para vivir el carácter sacerdotal, identificándonos con Cristo sacerdote por el amor, para tener su misma vida, su mismo amor, su mismos sentimientos sacerdotales de amor al Padre y entrega a los hombres, para tener y vivir con lenguas de fuego en nosotros, como los Apóstoles, en Pentecostés.

Hay que llegar a la unión de amor sacerdotal transformante en Cristo que nos pide a todos el carácter sacerdotal. Y esto solo es por la oración un poco elevada, oración de amor pasivo, recibido del Espíritu de Cristo, mientras hacemos sus acciones, como todos los santos, como todos los que se toman en serio la unión y amor a Dios sobre todas las cosas.

Repito y estas son las dos ideas principales que quiero que meditemos y se nos queden para siempre en la mente y en el corazón: El camino de la unión con Cristo sacerdote, de la eficacia apostólica, de la santidad y eficacia pastoral de la Iglesia, el camino de la santidad y del apostolado de todo bautizado en Cristo será siempre el camino de la oración-conversión en Cristo, para que Él, a través de nuestra humanidad prestada y totalmente identificada con Él, único Sacerdote que existe entre Dios y los hombres, pueda seguir predicando y salvando a la humanidad. Y el único camino es la oración-conversión personal en Cristo sacerdote, como se hace en la misa por la conversión o plegaria eucarística donde el pan y el vino se convierten en Cristo por la potencia de amor del Espíritu Santo.

 Por eso yo siempre digo que orar, amar y convertirse deben estar siempre unidos en los sacerdotes y se conjugan igual y el orden de factores no altera el producto santificador y apostólico de los sacerdotes. Quiero amar a Dios, quiero o tengo que orar y convertirme. Quiero orar, es que quiero o tengo que amar y convertirme. No oro, no quiero orar, es que no quiero amar y convertirme; dejo de convertirme, entonces dejaré también de  orar y amar a Dios sobre todas las cosas, porque me amo más a mí mismo y me prefiero a Dios. Y este es el problema de toda santidad, de todo bautizado o sacerdote que quiera cumplir con perfección el primer mandamiento. Este es y será siempre el problema que tendrá la Iglesia fundada en Cristo: la santidad o unión con Cristo por la conversión permanente cimentada en la oración permanente, de toda la vida.

Queridos hermanos, si queremos ser sacerdotes conformes al corazón de Cristo, vivir el carácter sacerdotal, lo  primero es tratar de amistad con Él, para conocerle y empezar a identificarnos con Él por la conversión, porque esto no lo hará la teología que estudiemos ni la liturgia puramente ritual que celebremos sino la oración-conversión que realicemos o hagamos en nosotros. Es decir: oración que vaya transformando poco a poco nuestra vida en Cristo sacerdote, esto es, en el ser y existir sacerdotal de Cristo, que hemos recibido en la Ordenación sacerdotal y que nos da poder para hacer su vida y salvación y presencia pero no para sentirla porque para esto, ver todos los santos y místicos, necesitamos vaciarnos de nosotros para que Él nos pueda llenar, y esto solo es por la oración-conversión.

Y este camino de la oración, para todos, tiene ordinariamente una etapa primera de oración meditativa, con el libro en las manos, seminario menor y mayor que nos empezará a dar conocimiento de Cristo y de su evangelio y empezarán los primeros fervores y los primeros pasos en seguir a Cristo; y esto durará los años que queramos o toda la vida, esto dependerá de “si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a si mismo, tome su cruz y me siga…”, dependerá de  nuestra generosidad en seguir a Cristo en humildad, caridad y entrega, de nuestra conversión a Cristo.

Todos tenemos que pasar por esta oración diaria, más bien meditativa, reflexiva, un poco costosa, trabajada con la inteligencia más que con el corazón, hasta donde hay que llegar por la meditación de los puntos o las ideas; y por aquí comienza nuestra oración y conversión; pero si uno se toma en serio esta oración-conversión, y se da cuenta de que la oración desde el primer kilómetro es conversión de vida al Señor más que de inteligencia o ideas sobre Él, porque el fin de la meditación es : amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser,  y así se empieza desde el primer momento, a convertirse a Cristo, a tratar de amar así a Dios y a los hermanos, cumpliendo sus mandamientos y evangelio y esto cuesta años de renuncias, sacrificios, renuncias de los propios criterios y del yo, para aprender a amar y vivir como Cristo, cambiando de vida, esforzándose por seguir a Cristo dando muerte al pecado, que todos tenemos de soberbia, avaricia, lujuria, envidia etc… para ir viviendo cada día más del amor a Dios, de amor de Espíritu Santo, que del amor propio que todos nos tenemos por el pecado original, y que yo antes decía: hasta media hora después de haberme muerto no estaré convencido que he dejado de amarme más a mí mismo más que a Dios y a los hermanos, pero ahora digo: que por lo menos, hasta seis horas después de muerto, no habré dejado de amarme a mí mismo más que a Dios y a los demás… y es que lo voy viendo por la experiencia personal y de Iglesia, porque hay que ver el cariño que nos tenemos… aunque uno sea cura y obispo, y cuando uno, al cabo de un tiempo, tal vez años, creía que ya había conseguido humildad, segundos puestos, el perdón a los demás… de pronto, otra vez a luchar, a  convertirse, conversión de vida y amor,  lo que cuesta, esto sí que cuesta, nos buscamos a nosotros mismos más que a Dios aún en las cosas santas… conversión de vida por amor a Cristo, vivir el evangelio que predicamos, obras son amores y no buenas razones.., entonces, cuando ya me tomo en serio la conversión de mi vida independientemente de todo,  ya empieza la unión con mi Dios no por inteligencia sino por amor, empiezo a sentir el amor de Dios de una manera que me ilumina, que siento y me llena y que antes no sentía con la meditació, de una manera que me hace plenamente feliz, el cielo ya en la tierra, porque al vaciarme de mís mismo, me llena solo la Trinidad en mi vida y corazón y la siento… digo que si esto será la vida mística, los místicos, los que han llegado a estas alturas del amor e identidad con Cristo, porque en la noches de san Juan de la Cruz se han vaciado de sí mismos e identificado totalmente con Cristo y así el mismo Dios, la santísima Trinidad los puede llenar, porque Dios habita y puede llenarnos en la medida en que nos vaciamos de nosotros mismos.

Es oración afectiva, comienzo de la contemplativa, que nos lleva ya sólo a amar y sentirnos amados por Dios y nos lleva a amar al Padre y a los hombres como Él los ama, y para esto ya no nos sirve el libro ni la meditación, hemos entrado, vamos entrando en el Amor de Dios por la oración afectiva, luego contemplativa, finalmente transformativa, donde uno ya no tiene que meditar ni leer ni discurrir porque ya todo se lo da y lo infunde el Espíritu Santo en nuestros corazones por vía del amor infuso del Espíritu Santo, y nos sentimos amados: “ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio que ya solo en amar es mi ejercicio…” , san Juan de la Cruz.

Es ya como a los Apóstoles en Pentecostés, sin esfuerzo, en llama de amor viva al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en unión de amor: “oh llama de amor viva… rompe la tela de este dulce encuentro… Por  qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste… quedéme y olvídeme, el rostro recliné sobre el amado…”

Es la experiencia de Dios, del cielo ya en la tierra. De esto, santa Teresa cuyo quinto centenario estamos celebrando, sobre todo san Juan de la Cruz te lo describen maravillosamente, porque es su vivencia y la de los que llegan a este grado de oración y comunicación y transformación en Dios a la que todos estamos llamados y todos llegaremos en el cielo. Pero que algunos anticipan en la tierra; yo, en mi parroquia tengo almas de oración contemplativa; es una gracia especial que el Señor me ha concedido.

Por eso, cuanto más arriba está uno en la iglesia, más necesaria es la experiencia, porque si los montañeros que deben dirigir la escalada de la liberación de los pecados, de la vida cristiana, de la unión con Dios, de la oración, del entusiasmo por Cristo y su reino de vida de gracia divina, no tienen experiencia del camino que hay que recorrer ni conocen las etapas y rutas principales del monte del amor divino, y las dificultades de fe, esperanza y amor que hay que superar, por no haberlas recorrido personalmente, estoy hablando de las etapas de oración y conversión permanente para unión de amor con Dios, que son las etapas de oración, y nos quedamos en la oración puramente meditativa o discursiva, no digamos si ni esta cultivamos, mal podemos dirigir a otros en su marcha hasta la cima, hasta la experiencia del amor y ternura de Dios Amor que nos soñó para una eternidad de unión y felicidad trinitaria, y esto, aunque seamos sacerdotes y lo tengamos por encargo y misión.

Por favor, hermanos, que todo este camino de oración y experiencia de Dios existe, que todos por el santo bautismo, no digamos sacerdocio, estamos llamados a este encuentro de felicidad eterna con Él y que empieza aquí abajo por la vida de gracia y de oración con Él, que Cristo vino para esto, que Pentecostés existe y sigue existiendo, y es el camino, que Dios existe y es verdad, que Dios nos ama, que Cristo nos amó hasta el extremo hasta dar la vida y morir en la cruz y está en cada Sagrario de la tierra únicamente por amor, por amor personal loco y apasionado por ti, por mi, a todos… para llevarnos a esta unión, a esta experiencia de amor y felicidad…para empezar el cielo en la tierra, y esta es la grandeza del sacerdocio; pero que si solo hay teología o exégesis o conocimiento bíblico  sin oración personal, aunque uno se cardenal, obispo o sacerdote, pues eso… que habrá teología y exégesis y predicación y gracia, pero no amor y vivencia de lo que predico y celebro, no habrá llama de Amor viva y plenitud de la Palabra endendida y plenitud de gracia sacramental por parte de Cristo: “Oh llama de amor viva, qué profundamente hieres, de mi alma  en el más profundo centro; pues ya no eres esquiva rompe la tela de este dulce encuentro”. (S. Juan +).

Hoy como siempre, pero quizás hoy más que en otras épocas de la historia, para un mundo que se está quedando frío y sin amor a Dios y a los hombres, necesitamos testigos del Viviente, vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo, en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia, sin cargo y honores. 

Y hoy, como en todos los tiempos, son muchos los que opinan así en la Iglesia. Hoy que se habla tanto del compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta, que ha tocado la pobreza como pocos, que ha curado muchas heridas, que ha recogido a los niños y moribundos de las calles para que mueran con dignidad, esta nueva santa nos habla de la necesidad de esta  oración contemplativa para poder realizar estos compromisos cristianamente:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración... Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor» 

«Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro...No les enseñó ningún método ni técnica particular. Sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable. (Madre Teresa de Calcuta)

Mirad qué definición más bonita de oración personal; "dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí”.

En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística.

Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá  convenir conmigo en que sobra  tecnicismo pastoral, y falta el fuego de la palabra, las lenguas de fuego de Pentecostés que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida con Cristo. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.

Queridos hermanos, que en este retiro y por la oración que hagamos todos los días, especialmente en este tiempo pascual y de pentecostés, tratemos de invocar y de pedir y disponernos a recibir al Espíritu Santo, lo necesitamos, nos lo dice el Señor. Más alto y claro no lo ha podido decir. Que el Espíritu de Cristo sacerdote nos inunde cada día más de su presencia y de sus dones, de sus gracias y carismas, para que esté más intensamente presente en todos nosotros, en nuestras vidas. Y todo esto y siempre, únicamente es posible por la oración-conversión permanente, de todos los días.

Hermanos, ¿qué pasa si por cualquier circunstancia estamos tiempo sin respirar? Pues que nos morimos; y si respiramos mal y poco, no tenemos fuerzas para trabajar, tenemos asma que resta vitalidad a nuestra vida. Por eso, respiremos fuerte el Espíritu de Dios todos los días por la oración, como los Apóstoles en Pentecostés, que nos llene el amor de Dios que nos viene directamente de Él por la oración contemplativa, porque hay que aspirar y respirar a Dios en nosotros, tenemos que vivir del Espíritu de Dios, de la vida de Dios.

Respira hondo, decimos cuando alguno se marea o se desmaya; pues esto mismo es lo que os digo y me digo: respira, respira hondo, querido hermano,  el Espíritu Santo, por la oración diaria, que Dios te ama, y te lo dirá en una oración-conversión-contemplativa, en una Eucaristía cada vez más transformadora en Cristo sacerdote y víctima, en una comunión cada más perfecta con su misma vida, sentimientos y amor, y en un apostolado cada día más hecho con el mismo Amor y Espíritu de Cristo, o mejor, con tu humanidad sacerdotal prestada al Único Sacerdote, con y por Amor de su mism Espíritu Santo.

Queridos hermanos: siempre el amor de Dios, el Espíritu de Dios: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para tener la experiencia de su amor y vivir la vida de Cristo y hacerla vivir y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque nuestra humanidad será humanidad prestada para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando a todos los hombres, nuestros hermanos y soñados por Dios para una eternidad de gozo Trinitario.

Recuerdo ahora esta oración de un obispo oriental: Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos; Cristo queda en el pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la autoridad, una dominación; la misión, una propaganda; la vida cristiana, una moral de esclavos.

En cambio, con el Espíritu Santo, el cosmos se levanta y gime en el parto del Reino; el hombre lucha contra la carne; Cristo está presente; el Evangelio es fuerza de vida; la Iglesia, signo de comunión trinitaria; la autoridad, servicio liberador; la misión, un Pentecostés; la liturgia, memorial y anticipación; la vida humana es divinizada.

¡Ven, Espiritu Santo, te necesitamos! ¡Te necesitan tus sacerdotes, úngidos de tu presencia y amor! ¡Te necesita tu iglesia! esta iglesia nacida en Pentecostés y que debe ser alimentada y plenificada por tu presencia y experiencia de amor.

Así lo quiso y  lo dijo el Señor Jesucristo resucitado: “os conviene que yo ve vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… pero si me voy, os lo enviaré… El os llevará hasta la verdad completa”.

“Verdad Completa” que no solo es saber teología y predicar y trabajar, sino hacerlo todo con amor de Espíritu Santo, o mejor, que tú lo puedas hacer por nosotros en humanidades prestadas eternamente por el carácter sacerdotal.

Gracias, Espíritu Santo, por habernos hecho sacerdotes de Cristo “in aeternum”. El tiempo ya ha pasado para nosotros: tus sacerdotes somos esencialmente, por la unción sacerdotal, sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades ganadas por el único sacerdote: Jesucristo. 

            Espíritu Santo, desciende sobre nosotros y llénanos de tu amor y sabiduría, para que vivamos nuestro sacerdocio en Cristo Jesús y lo hagamos todo con su mismo amor, fuego, ternura, su mismo Espíritu de amor al Padre y a nuestros hermanos, los hombres.

2. 4.- EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA

            Éste es el título que Juan Pablo II dio y desarrolló sobre la Virgen en su Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA. En el número anterior hemos tratado de María como madre de la Eucaristía y de los sacerdotes. Aquí el título de “mujer” que Cristo le dio tiene unas connotaciones especiales que conviene resaltar. Es “mujer”, nueva Eva de la salvación por Cristo. Así la quiso Él.

            El Papa, después de haber trazado para la Iglesia un trienio de preparación para celebrar el jubileo del año 2000 de la Encarnación del Verbo y después de haber celebrado el año del Rosario (2001-2002), publicó esta Encíclica en la cual proclama el año de la Eucaristía a celebrar desde octubre del 2004 hasta octubre del 2005. Es triste que en muchas diócesis de España ni se oyera hablar de esto. Y mira que daba detalles la encíclica para celebrarlo a niveles de diócesis, parroquias, santuarios...

            El capítulo sexto y último de la encíclica el Papa lo tituló: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía:

            «(María), al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente” (LG 56).

            «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente simpar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas» (LG 61).

            «María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

            Sin el cuerpo de Cristo, que «ella misma había engendrado», no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía.

            Es mucho lo que Cristo confió en su madre y mucho lo que ella hizo y hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y en unión y dependencia total de su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos y yo debemos personalmente a María «MUJER EUCARÍSTICA».

            Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:

            «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf. Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magnificat, que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: <Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen> (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

            Paso ahora a hacer un breve resumen de este capítulo sexto de la encíclica:

a) María cree en el Verbo hecho carne

            «En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor».

            «Hay, pues, una analogía profunda entre el “fiat” pronunciado por María a las palabras del ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 30.35).

            En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. “Feliz la que ha creído” (Lc 1,45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia».

            Cada uno de nosotros puede percibir la importancia de que María potencie esta fe en los que somos invitados todos los días a la Cena del Señor para que nos saque de la rutina a la que estamos inclinados. Ciertamente a mí me ha ayudado. La encíclica quiere precisamente sacarnos de este posible formalismo para suscitar en nosotros el estupor y la admiración ante el misterio eucarístico: ¡mysterium fidei!

b) María, primer tabernáculo (sagrario) de Cristo en la tierra

            En la visita de María a su prima Isabel queda clara la reacción de Isabel y del niño que lleva en su seno ante la visita del fruto del vientre de María; aparece clara la reacción subjetiva de aquella frente a la presencia del Verbo Encarnado. Aparece claro el paralelismo con el transporte del Arca de la Alianza a casa de Obededom: “El arca de Yahveh estuvo en casa de Obededom de Gat tres meses y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa” (2 Sa 6, 11).

             San Lucas quiere transmitir la convicción de que María es el arca de la Nueva Alianza, el lugar incorruptible de la presencia del Señor entre los hombres y por tanto, el arca de la Salvación para el nuevo pueblo y nueva Alianza. La encíclica lo pone como anticipo de lo que ocurrirá en la Eucaristía, que será guardada en los sagrarios de las iglesias para ser adorada por los fieles; el Sagrario es verdaderamente el Arca de la Nueva y Eterna Alianza. En las dos, en María y en la Eucaristía,  la presencia de Cristo es oculta:

            «Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en <tabernáculo> --el primer <tabernáculo»de la historia-- donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como irradiando su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?» (EE 56).

c) El Magníficat, canto eucarístico

            Cantado por María después de la revelación de su maternidad por parte de Isabel, el Magníficat representa a la Iglesia que «En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística.

            La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre <por> Jesús, pero también lo alaba <en>Jesús y <con> Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística” (EE 58).

            Las convergencias espirituales entre la celebración eucarística y el cántico de María son varias:

a) Alabanza y acción de gracias porque en ambos se alaba y da gracias al Padre <por Jesús, en Jesús y con Jesús, esto es, con verdadera actitud eucarística>.

b) Memoria de la encarnación redentora. En las dos se mencionan <las maravillas obradas por Dios en la historia de la Salvación>; en la Encarnación se celebra la encarnación redentora, indicada en las grandes cosas obradas por Dios en María; en la Eucaristía se actualiza el misterio pascual de Cristo.

c) La tensión escatológica hacia el nuevo mundo, anticipado en la historia. María canta <los cielos nuevos> y aquella <la tierra nueva>, que se realiza en la <pobreza de los signos sacramentales>, y en aquella en la <vida de los pobres> que Dios realzará.

d) Unidad en la ofrenda del sacrificio

            En la infancia de Jesús, María nos ofrece dos actitudes indispensables para una participación fructífera en la Eucaristía: el amor y la ofrenda del sacrificio. En Belén la Madre se revela como <inenarrable modelo de amor>, cuando contempla con mirada embelesada el rostro de Cristo y lo abraza entre sus brazos (EE 55)

            «En el templo de Jerusalén el anuncio de Simeón mira <al drama del Hijo crucificado> y por tanto <al Stabat Mater> de la Virgen a los pies de la cruz; en consecuencia: Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de <Eucaristía anticipada> se podría decir, una <comunión espiritual> de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como  memorial de la pasión» (EE 56).

            Esta encíclica es típicamente una <lectio divina>, una lectura espiritual y cristiana de María que explicita en términos postpascuales todo lo que Ella había vivido y tenía en su corazón, todas sus experiencias de vida con su Hijo.

e) Confianza en el Hijo: “haced lo que él os diga”

            Del signo de Caná la encíclica recuerda sólo la coincidencia del “haced lo que Él os diga” de María con el “haced esto en conmemoración mía” de Jesús, con lo que María nos empuja a obedecer a su Hijo, que, a su vez, nos invita a realizar la Eucaristía en su memoria.

            El Papa pone en los labios de María una sugestiva invitación a fiarnos de Cristo y de su potente palabra, sin dudas y vacilaciones de ningún tipo.

            <<Mysterium fidei! >>Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” » (EE 54).

f) María, presente  junto a la cruz

            El punto cumbre de la participación de María en el misterio pascual, del cual la Eucaristía es el memorial, ciertamente es la experiencia de este misterio por parte de ella en primera persona junto a la cruz: «En el <memorial> del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27).  

            «Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros <a ejemplo de Juan> a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía»(EE 57).

g) Asidua en la fracción del pan

            El Papa, al final de la encíclica nos hace mirar con complacencia a María  «que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como «memorial» de la pasión» (EE 56).

            No dice nada de la presencia de María en la Última Cena, pero nosotros sabemos por el Evangelio que María “acostumbraba a ir todos los años a Jerusalén por la fiesta de Pascua” (Lc 2,41). María estaba en Jerusalén el Viernes Santo (Jn 19, 25-27). Es lógico que estuviese también el Jueves. Pudo tomar parte en la cena con aquellos a los que Cristo dijo: “Tomad  comed”, pero no consta ciertamente, por lo menos no es mencionada entre aquellos a los que les fueron dirigidas las palabras de la institución.

            De todas formas la Cena pascual era una cena familiar y el rito también (Es 12,3-4. 26). Es más, era competencia de la madre de familia encender las lámparas para dar comienzo a la cena.

            Sin embargo, es más cierta la presencia de María en la fracción del pan (Hch 2, 42), fórmula que indicaba la Eucaristía, que era celebrada frecuentemente en la comunidad de Jerusalén  y después por San Pablo (Hch 20, 7. 11; 27, 35). Los Hechos de los Apóstoles enumeran a la Madre de Jesús...”todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús...” (Hch 1,14),

            El Papa se introduce con amor en los sentimientos ciertamente vividos por la Virgen en las cenas eucarísticas: «...en los sentimientos de la Virgen vividos en la Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor... Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística? (EE 56).

            Podemos concluir con el Papa que la Virgen es <mujer eucarística> con toda su vida, durante la cual ha experimentado un conjunto de sentimientos que son escuela y modelo para todos, especialmente para los sacerdotes que celebramos tan cerca y en nombre de Cristo estos misterios.

            Ya lo he dicho y repito con humildad, los empecé a vivir desde mi seminario. Y ella fue mi modelo para entender los sentimientos de Cristo en la Eucaristía, que expongo en mi libro CELEBRAR LA EUCARISTÍA EN ESPÍRITU Y VERDAD, Edibesa, Madrid) en el cual hablo largamente de la espiritualidad de la Eucaristía, de la experiencia de Cristo en la santa misa. A mí, por amor a Cristo Eucaristía, para vivir sus mismos sentimientos, me gustaría se hablase más de esta vivencia eucarística en exposiciones teológicas y meditaciones.

            María, en la encíclica, es presentada por vez primera como «mujer eucarística», esto es, totalmente relacionada con la Eucaristía, hasta el punto de que tal relación constituye una clave para entender toda la vida de María desde la Eucaristía, que a mí ya me pasó  desde mi juventud;  por eso, la encíclica, y repito que lo digo con humildad, no me dijo nada nuevo en este sentido, al poner a María como modelo de nuestra participación <atenta, consciente y activa> en la Eucaristía.

CAPÍTULO TERCERO

MARÍA EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA: LOS PADRES

            En la Instrucción sobre los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, 30-noviembre-1989, de la Congregación para la enseñanza Católica, se daban tres razones fundamentales:

            a) Los Padres son testigos privilegiados de la Tradición de la Iglesia, porque nos transmiten, con sus comentarios y escritos, la doctrina viva del Evangelio de Cristo;

            b) nos la trasmiten  sin interrupción desde los Apóstoles a través de un método teológico seguro que es la «traditio»: el “hemos recibido”, que los convierte en testigos e intérpretes excepcionales de la Sagrada Escritura;

            c) los escritos de los Padres ofrecen una riqueza cultural y apostólica y espiritual, que hace de ellos los grandes maestros, a veces, incluso de su cultura patria y, siempre, de la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre.

            «Si quisiéramos resumir las razones que inducen a estudiar las obras de los Padres, podríamos decir que ellos fueron, después de los Apóstoles, como dijo justamente San Agustín, los sembradores, los regadores, los constructores, los pastores y los alimentadores de la Iglesia, que pudo crecer gracias a su acción vigilante e incansable. Para que la Iglesia continúe creciendo es indispensable conocer a fondo su doctrina y su obra, que se distingue por ser al mismo tiempo pastoral y teológica, catequética y cultural, espiritual y social en un modo excelente y, se puede decir, única con respecto a cuanto ha sucedido en otras épocas de la historia. Es justamente esta unidad orgánica de los varios aspectos de la vida y misión de la Iglesia lo que hace a los Padres tan actuales y fecundos incluso para nosotros».

3. 1. EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA

El Espíritu prepara y lleva a término la misión de Cristo. Y María entra de lleno en este proyecto, porque ha sido elegida como su madre. Lucas, en efecto, muestra cómo el Espíritu desciende sobre María, y con el poder de su sombra se realiza en su seno el nacimiento de un hijo que será llamado Jesús y será el Hijo del Altísimo (Lc 1,31.35).

Casi todos los Padres de la Iglesia destacarán la intervención de la tercera persona de la Trinidad en la encarnación del Verbo y pondrán de relieve el descenso del Espíritu Santo sobre la Virgen. Las llamas que prendieron en la zarza del Sinaí, sin abrasarla, serán consideradas en la antigua tradición de la Iglesia como un símbolo del fuego del Espíritu divino, que permanece siempre encendido en María, virgen perpetua y verdadera madre de Dios.

El poder del Altísimo dispuso a la Virgen para que en Ella se realizara el gran misterio de la encarnación: «El Espíritu Santo, viniendo de lo alto, santificó las entrañas de la Virgen y, alentando sobre ella, pues él sopla donde quiere, entró en contacto con nuestra carne humana. Con su fuerza y poder actuó en una naturaleza distinta de la suya; y para que no hubiera obstáculo alguno por razón de la debilidad propia del cuerpo humano, el poder del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, a fin de que la limitación humana que en ella había se fortaleciera con la sombra que la iba a envolver. De este modo, la sombra proyectada por el poder divino conseguía adaptar la condición de la sustancia corporal a la acción fecundante del Espíritu Santo que descendió sobre la Virgen. En todo ello se manifiesta la dignidad de esta concepción (HILARIO DE POITIERS, De la Trinidad, 2, 26: PL 10, 67-68).

En María, por obra del Espíritu Santo, se edifica aquel templo santo en el cual establece su morada el Verbo de Dios hecho carne: «Me atrevería a decir que el templo mismo del Señor, a saber, el cuerpo que tomó de la Virgen, fue ciertamente plasmado por el mismo Espíritu, como dijo el ángel Gabriel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por tanto lo que nacerá de ti procede del Espíritu Santo” (Lc 1, 35; Mt 1, 20). He aquí que el mismo templo en el que habitó el Señor el Verbo, fue santificado por el Espíritu (NICETAS DE REMISIANA, El Espíritu Santo, 5: BPa 16, 64-65).

Gabriel fue el mensajero; el Espíritu Santo, en cambio, realizó el misterio de la concepción virginal: «Este mismo Espíritu Santo es el que vino sobre la Santa Virgen María. Pues ya que Cristo era el Unigénito e iba a ser engendrado, 1a virtud del Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo vino sobre ella (cf. Lc 1, 35) y la santificó para que pudiera recibir a aquél por cuyo medio fueron hechas todas las cosas (Jn 1, 3). No necesito de muchas palabras para que comprendas que la generación fue inmaculada e intacta, pues ya lo sabes. Gabriel es quien le dice: Yo soy mensajero de lo que se va a hacer, no un cooperador. Porque aunque soy arcángel, conozco mi función. Lo que te anuncio es que te alegres; cómo hayas de dar a luz no depende de una gracia mía. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por ello lo santo engendrado se llamará Hijo de Dios (Lc 1, 35) (CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis XVII, 6, BPa 11, 71-72).

Jesús nació del Espíritu Santo y de la Virgen María: «Por su santa concepción en el seno de una virgen, efectuada no por el ardor de la concupiscencia carnal, sino por el fervor de la caridad y de la fe, se dice que Jesús nació del Espíritu Santo y de la Virgen María, correspondiendo el primer término no al engendrador, sino al santificador, y el segundo, a quien lo concibió y alumbró. Por eso, dijo, “lo que nazca de ti será santo y será llamado hijo de Dios” (Lc 1, 42). “Santo” porque “del Espíritu Santo”; puesto que “nacerá de ti”, por eso «de la virgen María». Es “hijo de Dios”; en consecuencia, “la Palabra se hizo carne” (Jn 1, 14) (SAN AGUSTÍN, Sermón 214, 6: BAC 447,170)

Sirviéndose de la imagen simbólica de un telar, es presentado el misterio de la encarnación: «María es sagrado y misterioso telar de la encarnación, en el cual de un modo inefable fue tejida la túnica de la unión, de la cual fue tejedor el Espíritu Santo, la hilandera fue la potencia que extendió su sombra desde lo alto, la lana fue el antiguo vellón de Adán, la trama fue la carne incontaminada de la Virgen, la lanzadera fue la inmensa gracia de Aquel que asumió nuestra naturaleza y, finalmente, el artífice fue el Verbo o Palabra de Dios que realizó su ingreso a través del oído (PROCLO DE CONSTANTINOPLA, Homilía 1ª sobre la Madre de Dios: PG 654,682).

María no puede dejar de difundir la gracia del Espíritu Santo: «No puede, sin embargo, María estar callada, antes bien, con las palabras que pronuncia ofrece una pregustación y una primicia del Espíritu Santo que ha descendido sobre ella. Porque el Espíritu a un mismo tiempo y en un mismo lugar actuó en las dos mujeres, o sea, tanto en la estéril como en la virgen. La estéril, porque había concebido al precursor, toma la delantera y proclama bienaventurada a la Madre de Dios; la Virgen, en cambio, va a la zaga de ella, porque ha concebido al que es proclamado. Escuchemos, pues, lo que dice esta Virgen, que no tiene precedentes, y oigamos cuáles son sus palabras. Como ella, en efecto, es virgen y madre, cosa que supera la naturaleza, pone de manifiesto su condición de profetisa y de iniciada en los divinos misterios. Dice, pues: Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc 1, 46) (TITO DE BOSTRA, Comentario al Evangelio de S. Lucas: CMP II, n° 827).

Por eso, es este Espíritu, el que en la visitación de María a su prima hará saltar de gozo al niño Juan en el seno de ésta, llenará a Isabel y le hará reconocer a María como bendita entre las mujeres y la Madre del Señor (Lc 1,42); es sin duda también el que inspira en María el cántico profético del Magnificat (Lc 1,46-56). María, la llena de gracia, está llena del Espíritu Santo, que es quien comunica la vida trinitaria. Esta es la raíz de la santidad de María, la Toda-santa, la Inmaculada, la Asunta al cielo. El Vaticano II le llama «sagrario del Espíritu Santo» (LG 53), y Juan Damasceno escribe: «El Padre la ha predestinado, la virtud santificante del Espíritu Santo la ha visitado, purificado, hecho santa y, por así decir, empapada de Él» (Homilías de la Dormición 1, 3).

María, reunida con los apóstoles en el cenáculo, invoca al Padre, como en una gran epíclesis, pidiéndole que descienda el Espíritu sobre la Iglesia naciente, aquel mismo Espíritu que en la anunciación ya la había cubierto con su sombra (LG 59).

Para los Padres orientales la finalidad última de la Encarnación es la comunicación del Espíritu a la humanidad, llegando a afirmar que Jesús es el Gran Precursor del Espíritu: «El Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo; Dios le ha hecho portador de la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu» (SAN ATANASIO, Discurso sobre la encarnación del  Verbo, 8).

            «Esta es la finalidad y destino de toda la obra de nuestra salvación realizada por Cristo: que los creyentes recibieran el Espíritu Santo» (SIMEÓN EL NUEVO TEÓLOGO, Catequesis VI).

3. 2. EL ESPÍRITU EN LA CONCEPCIÓN DE JESÚS

“Alégrate, llena de gracia”

«María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por ello, los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el trono de la “Sabiduría”. Así lo tengo desarrollado en mi homilía sobre la predestinación de María.

En ella comienzan a manifestarse las “maravillas de Dios”, que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia: El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese “llena de gracia” la madre de Aquel en quien “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la “Hija de Sión”: “Alégrate” (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo» (cf. Lc 1, 46-55) (CEC 721-722).

Jesús, concebido por el Espíritu Santo es Hijo de Dios y está habitado por el Espíritu de Dios desde el origen de su vida. Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros, porque es concebido por el Espíritu Santo:

“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”(Mt 1, 18.20).

“El ángel dijo a María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”(Lc 1, 35).

Como dice San Cirilo:

«Este mismo Espíritu Santo es el que vino sobre la Santa Virgen María. Pues ya que Cristo era el Unigénito e iba a ser engendrado, la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo vino sobre ella (Lc 1, 35) y la santificó para que pudiera recibir a aquel por cuyo medio fueron hechas todas las cosas» (Jn 1, 3)» (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Cat. XVII, 6).

Se trata de una generación virginal. Jesús nace de una mujer, es decir, de una virgen. San Cirilo explica a los catecúmenos cómo es posible una generación sin varón, sólo de María como elemento humano y del Espíritu divino que la santificó, siendo con todo una verdadera generación, de la Virgen verdaderamente, y no en apariencia. San Cirilo lo ilustra bellamente recurriendo a la procedencia de Eva a partir de Adán: «¿De quién fue engendrada Eva al principio? ¿Qué madre concibió a la sin madre? Dice la Escritura que fue hecha del costado de Adán (Gn 2, 22). Pues si Eva nació del costado del varón sin contar con una madre, de un vientre virginal ¿no podrá nacer un niño sin consorcio de varón? Por parte de la descendencia femenina se debía a los hombres la gracia, pues Eva había nacido de Adán, sin ser concebida de una madre sino como dada a luz de sólo un varón. María, pues, devolvió la deuda de la gracia, al engendrar (al segundo Adán) no por obra de varón sino de ella sola virginalmente, del Espíritu Santo con la fuerza de Dios» (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Cat. XII 29).

«María devuelve agradecida a Adán la deuda que con él había contraído la mujer. Pero, distintamente de Eva, por cuyo medio nos vino la muerte, no es por medio de la Virgen, como si fuera a través de un canal (Cat. IV 9), sino de ella como nos viene la vida (Ib. XII 15).

«En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios con y por medio del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).

En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).

En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres “objeto del amor benevolente de Dios” (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.

Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la “Mujer”, nueva Eva “madre de los vivientes”, Madre del “Cristo total” (cf. Jn 19. 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” (Hch 1, 14), en el amanecer de los “últimos tiempos” que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia» (CCE 723-4-5-6).

            El término «Espíritu Santo» resuena en el alma de María como el nombre propio de una Persona: esto constituye una «novedad» en relación con la tradición de Israel y los escritos del Antiguo Testamento, y es un adelanto de revelación para ella, que es admitida a una percepción, por lo menos oscura, del misterio trinitario.

En particular, el Espíritu Santo, tal como se nos da a conocer en las palabras de Lucas, reflejo del descubrimiento que de Él hizo María, aparece como Aquel que, en cierto sentido, «supera la distancia» entre Dios y el hombre. Es la Persona en la que Dios se acerca al hombre en su humanidad para «donarse» a él en la propia divinidad, y realizar en el hombre -en todo hombre- un nuevo modo de unión y de presencia (cf. Santo Tomás, Summa Theologica, 1, 43, a.3).

María es privilegiada en este descubrimiento, por razón de la presencia divina y de la unión con Dios que se da en su maternidad. En efecto, con vistas a esa altísima vocación, se le concede la especial gracia que el ángel le reconoce en su saludo: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Vemos cómo estuvo llena de la gracia de Dios desde el primer instante de su vida y esto no puede ser sino por obra del Espíritu Santo.

3.  3.   MARÍA, ESPOSA DEL ESPÍRITU SANTO

Según el profeta Jeremías, Dios dice a su pueblo: “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, Virgen de Israel” (Jr 31 1,3-4). Desde el punto de vista histórico, hay que colocar este texto en relación con la derrota de Israel y la deportación a Asiria, que humilla al pueblo elegido, hasta el grado de creerse abandonado por su Dios. Pero Dios lo anima, hablándole como esposo a una joven amada. La analogía esponsal se hace aún más clara y explícita en las palabras del segundo Isaías, dirigidas, durante el tiempo del exilio en Babilonia, a Jerusalén como a una esposa que no se mantenía fiel al Dios de la Alianza: “Porque tu esposo es tu Hacedor, Yahvéh Sebaot es su nombre... Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido, dice Yahvéh tu Redentor” (Is 54,5-8).

En los textos citados se subraya que el amor nupcial del Dios de la Alianza es “eterno”. Frente al pecado de la esposa, frente a la infidelidad del pueblo elegido, Dios permite que se abatan sobre él experiencias dolorosas, pero a pesar de ello le asegura, mediante los profetas, que su amor no cesa. El profeta Oseas declara con un lenguaje aún más explícito: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvéh” (Os 2, 21-22).

Estos textos extraordinarios de los profetas del Antiguo Testamento alcanzan su pleno cumplimiento en el misterio de la Encarnación. El amor nupcial de Dios hacia Israel, pero también hacia todo hombre, se realiza en la Encarnación de una manera que supera la medida de las expectativas del hombre. Lo descubrimos en la página de la Anunciación, donde la Nueva Alianza se nos presenta como Alianza nupcial de Dios con el hombre, de la divinidad con la humanidad.

En ese cuadro de alianza nupcial, la Virgen de Nazaret, María, es por excelencia la “virgen-Israel” de la profecía de Jeremías. Sobre ella se concentra perfecta y definitivamente el amor nupcial de Dios, anunciado por los profetas. Ella es también la virgen-esposa a la que se concede concebir y dar a luz al Hijo de Dios: fruto particular del amor nupcial de Dios hacia la humanidad, representada y casi comprendida en María.

El Espíritu Santo, que desciende sobre María en la Anunciación, es quien, en la relación trinitaria, expresa en su persona el amor nupcial de Dios, el amor «eterno». En aquel momento Él es, de modo particular, el Dios-Amor Esposo.

En el misterio de la Encarnación, en la concepción humana del Hijo de Dios, el Espíritu Santo conserva la trascendencia divina. El texto de Lucas lo expresa de una manera precisa. La naturaleza nupcial del amor de Dios tiene un carácter completamente espiritual y sobrenatural. Lo que dirá Juan a propósito de los creyentes en Cristo vale mucho más para el Hijo de Dios, que no fue concebido en el seno de la Virgen “ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios” (Jn 1,13). Pero sobre todo expresa la suprema unión del amor, realizada entre Dios y un ser humano por obra del Espíritu Santo.

En este esponsalicio divino con la humanidad, María responde al anuncio del ángel con el amor de una esposa, capaz de responder y adaptarse de modo perfecto a la elección divina. Por todo ello, desde el tiempo de San Francisco, la Iglesia llama a la Virgen «esposa del Espíritu Santo». Sólo este perfecto amor nupcial, profundamente enraizado en su completa donación virginal a Dios, podía hacer que la Virgen  llegase a ser «madre de Dios» de modo consciente y digno, en el misterio de la Encarnación.

En la Encíclica RedemptorisMater encontramos este texto precioso: «El Espíritu Santo ya ha descendido a Ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la Anunciación, acogiendo al Verbo de Dios verdadero, prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él, más aún, abandonándose plenamente en Dios por medio de la obediencia de la fe, por la que respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

María, con este acto y gesto, totalmente diverso al de Eva, se convierte en la madre espiritual de la humanidad, en la nueva Esposa, la nueva Eva, la Madre de los vivientes, como dirán con frecuencia los Doctores y Padres de la Iglesia. Ella será el tipo y el modelo, en la Nueva alianza, de la unión nupcial del Espíritu Santo con los individuos y con toda la comunidad humana (cf. JUAN PABLO II, Catequesis 26).

(cf. EMILIANO JIMÉNEZ, El Espíritu Santo dador de vida, en la Iglesia, al cristiano Bilbao 1993; GUILLERMO PONS, El Espíritu Santo en los Padres de la Iglesia, Madrid 1998; JUAN PABLO II, Catequesis sobre el Espíritu Santo, Madrid 1991; COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, Madrid 1997; VÍCTOR CODINA, “No extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19), una iniciación a la Pneumatología, Santander 2008).

CAPÍTULO CUARTO

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES  SOBRE MARÍA

            Desde los primeros tiempos del cristianismo los creyentes escrutaron, maravillados, esta frase sencilla y deslumbradora del Apóstol, sobre Cristo “nacido de una mujer”, que explicita, por decirlo así, la solemne afirmación del Prólogo de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”.

            Procuraron penetrar en el misterio de aquella mujer que suministró su carne al Verbo de Dios, de aquella creatura que llevó en su seno al Creador. En esta meditación orante y admirada, que no nacía de una simple curiosidad sino del amor, la Iglesia se preguntó una y otra vez: ¿Quién es esta mujer, mencionada junto al Salvador en los pasajes más decisivos de la Sagrada Escritura? ¿Quién es esta mujer cuya victoria sobre el demonio se predice desde las primeras páginas (cf. Gén 3, 15), en el momento más sombrío de la historia humana,  y cuya dignidad insigne atestiguan los escritores sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Por qué un Arcángel saluda a esta mujer con profunda admiración en nombre de Dios y la llama la llena de gracia? ¿Por qué Isabel la saluda en el colmo del asombro como Madre de mi Señor, bendita entre todas las mujeres, a quien el vidente del Apocalipsis contempla revestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas?

            Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuantos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo de la palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error.

            Los Padres, al fomentar entre sus fieles —mediante una recta doctrina— la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara «en armónica subordinación al culto de Cristo...en torno a Él como su natural y necesario punto de referencia» (Marialis cultus, introducción).

            Casi todos los autores de la Mariología aducen los textos de los Padres para probar las diversas verdades sobre María.  Nosotros, al tratar de escribir este capítulo, hemos procedido de forma diferente; nosotros hemos tenido en cuenta sus escritos y los he citado largamente para que se capte mejor su sentido y fervor. He ido a las fuentes para ponerlos con mayor amplitud; me he servido de los Padres griegos y latinos.

            Por eso citaré sus discursos y homilías más  ampliamente, poniendo lo más interesante de cada uno. San Bernardo no es considerado Padre de la Iglesia porque pertenece al siglo XI, pero es un predicador bellísimo y estupendo de las excelencias de la Virgen, al que leí en mi juventud en sus discursos sobre el amor de Dios en el Comentario al Cantar de los Cantares. Lo hago así porque este capítulo quiere ser como una «lectio divina», una meditación continuada y coherente sobre las maravillas obradas por Dios en su Madre.  

4. 1 SAN EFRÉN

            San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació en Nisibis, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. A los 18 años recibió el bautismo y se dedicó a la oración y al estudio, viviendo del propio trabajo, en Edesa., como empleado en un baño público.

            En el 338 Nisibis fue atacada por Sapor II, rey de los Persas, y Efrén acudió en su ayuda y desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes.       En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis, San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación y a la predicación.

            San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se le ha definido <<la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo>>.

            Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo V. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida.

            Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción, como ahora veremos en alguno de ellos.

Madre admirable

(Himno a la Virgen María)

            La Virgen me invita a cantar el misterio que yo contemplo con admiración. Hijo de Dios, dame tu don admirable, haz que temple mi lira, y que consiga detallar la imagen completamente bella de la Madre bien amada.

            La Virgen María da al mundo a su Hijo quedando virgen, amamanta al que alimenta a las naciones, y en su casto regazo sostiene al que mantiene el universo. Ella es Virgen y es Madre, ¿qué no es?

            Santa de cuerpo, completamente hermosa de alma, pura de espíritu, sincera de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta, fiel, pura de corazón, leal, posee todas las virtudes.

            Que en María se alegre toda la estirpe de las vírgenes, pues una de entre ellas ha alumbrado al que sostiene toda la creación, al que ha liberado al género humano que gemía en la esclavitud.

            Que en María se alegre el anciano Adán, herido por la serpiente. María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la serpiente maldita, y le sana de su herida mortal.

            Que los sacerdotes se alegren en la Virgen bendita. Ella ha dado al mundo el Sacerdote Eterno que es al mismo tiempo Víctima. Él ha puesto fin a los antiguos sacrificios, habiéndose hecho la Víctima que apacigua al Padre.

            Que en María se alegren todos los profetas. En Ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos.

            Que en María se gocen todos los patriarcas. Así como Ella ha recibido la bendición que les fue prometida, así Ella les ha hecho perfectos en su Hijo. Por Él los profetas, justos y sacerdotes, se han encontrado purificados.

            En lugar del fruto amargo cogido por Eva del árbol fatal, María ha dado a los hombres un fruto lleno de dulzura. Y he aquí que el mundo entero se deleita por el fruto de María.

            El árbol de la vida, oculto en medio del Paraíso, ha surgido en María y ha extendido su sombra sobre el universo, ha esparcido sus frutos, tanto sobre los pueblos más lejanos como sobre los más próximos.

            María ha tejido un vestido de gloria y lo ha dado a nuestro primer padre. Él había escondido su desnudez entre los árboles, y es ahora investido de pudor, de virtud y de belleza.

            Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo.

La Anunciación de la Virgen

(Himno por el Nacimiento de Cristo)

            «Volved la mirada a María. Cuando Gabriel entró en su aposento y comenzó a hablarle, Ella preguntó: “¿cómo se hará esto?” (Lc 1, 34). El siervo del Espíritu Santo le respondió diciendo: “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Y Ella, creyendo firmemente en aquello que había oído, dijo: “he aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y al instante descendió el Verbo sobre Ella, entró en Ella y en Ella hizo morada, sin que nada advirtiese. Lo concibió sin detrimento de su virginidad, y en su seno se hizo niño, mientras el mundo entero estaba lleno de Él...

            Cuando oigas hablar del nacimiento de Dios, guarda silencio: que el anuncio de Gabriel quede impreso en tu espíritu. Nada es difícil para esa excelsa Majestad que, por nosotros, se ha abajado a nacer entre nosotros y de nosotros.

            Hoy María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión; se ha hecho pequeño en la Virgen para hacernos grandes... En María se han cumplido las sentencias de los profetas y de los justos. De Ella ha surgido para nosotros la luz y han desaparecido las tinieblas del paganismo.

            María tiene muchos nombres, y es para mí un gran gozo llamarla con ellos. Es la fortaleza donde habita el poderoso Rey de reyes; mas no salió de allí igual que entró: en Ella se revistió de carne, y así salió. Es también un nuevo cielo, porque allí vive el Rey de reyes; allí entró y luego salió vestido a semejanza del mundo exterior...

            Adán y Eva, con el pecado, trajeron la muerte al mundo; pero el Señor del mundo nos ha dado en María una nueva vida. El Maligno, por obra de la serpiente, vertió el veneno en el oído de Eva; el Benigno, en cambio, se abajó en su misericordia y, a través del oído, penetró en María. Por la misma puerta por donde entró la muerte, ha entrado también la Vida que ha matado a la muerte. Y los brazos de María han llevado a Aquél a quien sostienen los querubines; ese Dios a quien el universo no puede abarcar, ha sido abrazado por María.

            El Rey ante quien tiemblan los ángeles, criaturas espirituales, yace en el regazo de la Virgen, que lo acaricia como a un niño. El cielo es el trono de su majestad, y Él se sienta en las rodillas de María. La tierra es el escabel de sus pies y Él brinca sobre ella infantilmente. Su mano extendida señala la medida del polvo, y sobre el polvo juguetea como un chiquillo.

            Feliz Adán, que en el nacimiento de Cristo has encontrado la gloria que habías perdido. ¿Se ha visto alguna vez que el barro sirva de vestido al alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto en pañales? A todo eso se ha rebajado Dios por amor del hombre. Así se ha humillado el Señor por amor de su siervo, que se había ensalzado neciamente y, por consejo del Maligno homicida, había pisoteado el mandamiento divino. El Autor del mandamiento se humilló para levantarnos.

            Demos gracias a la divina misericordia, que se ha abajado sobre los habitantes de la tierra a fin de que el mundo enfermo fuera curado por el Médico divino. La alabanza para Él y al Padre que lo ha enviado; y alabanza al Espíritu Santo, por todos los siglos sin fin».

Eva y María

(Carmen 18, 1)

            Oh cítara mía, inventa nuevos motivos de alabanza a María Virgen. Levanta tu voz y canta la maternidad enteramente maravillosa de esta virgen, hija de David, que llevó la vida al mundo.

            Quien la ama, la admira. El curioso se llena de vergüenza y calla. No se atreve a preguntarse cómo una madre da a luz y conserva su virginidad. Y aunque es muy difícil de explicar, los incrédulos no osarán indagar sobre su Hijo.

            Su Hijo aplastó la serpiente maldita y destrozó su cabeza. Curó a Eva del veneno que el dragón homicida, por medio del engaño, le había inyectado, arrastrándola a la muerte.

            Aquél que es eterno fue llamado el nuevo Adán, porque habitó en las entrañas de la hija de David y en Ella, sin semilla y sin dolor, se hizo hombre. ¡Bendito sea por siempre su nombre!

            El árbol de la vida, que creció en medio del Paraíso, no dio al hombre un fruto que lo vivificase. El árbol nacido del seno de María se dio a sí mismo en favor del hombre y le donó la vida.

             El Verbo del Señor descendió de su trono; se llegó a una joven y habitó en ella. Ella lo concibió y lo dio a la luz. Es grande el misterio de la Virgen purísima: supera toda alabanza.

            Eva en el Edén se convirtió en rea del pecado. La serpiente malvada escribió, firmó y selló la sentencia por la cual sus descendientes, al nacer, venían heridos por la muerte.

            Eva llegó a ser rea del pecado, pero el débito pasó a María, para que la hija pagase las deudas de la madre y borrase la sentencia que habían transmitido sus gemidos a todas las generaciones.

            Los hombres terrenales multiplicaron las maldiciones y las espinas que ahogaban la tierra. Introdujeron la muerte. El Hijo de María llenó el orbe de vida y paz.

            Los hombres terrenales sumergieron el mundo de enfermedades y dolores. Abrieron la puerta para que la muerte entrase y pasease por el orbe. El Hijo de María tomó sobre su persona los dolores del mundo, para salvarlo.

            María es manantial límpido, sin aguas turbias. Ella acoge en su seno el río de la vida, que con su agua irrigó el mundo y vivificó a los muertos.

            Eres santuario inmaculado en el que moró el Dios rey de los siglos. En ti por un gran prodigio se obró el misterio por el cual Dios se hizo hombre y un hombre fue llamado Hijo por el Padre.

            Bendita, tú, María, hija de David, y bendito el fruto que nos has dado ¡Bendito el Padre que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, y bendito el Espíritu Paráclito que nos manifestó su misterio! Sea bendito su nombre.

La canción de cuna de María

(Himno, 18, 1-23)

            He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo...

            Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

            Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

            Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas porque soy tu Madre. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

            Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

            Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

            He aquí que Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

            Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

            ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

            Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

            Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos...

            Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

            Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

            Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

            Descubra su rostro y se alegre contigo la antigua Eva, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

            La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

            Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida: por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.

            Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

4. 2. SAN AGUSTÍN

            Nació en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era aún pagano cuando nació su hijo. Su madre, Santa Mónica, mujer cristiana le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el «hijo de las lágrimas de su madre».

            San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y a la elocuencia. Allí mismo en Cartago, con sólo 17 años, se destacó por su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos.

            Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de gravedad y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue nombrado «magister rhetoricae» en Mediolanum, actual Milán.

            Por entonces ya había muerto su padre, de modo que su madre y sus hermanos le siguieron a la gran ciudad de la Italia septentrional. Los años de Milán fueron decisivos para la conversión de Agustín. La predicación de San Ambrosio, con su exégesis alegórica, le hizo descubrir las grandes verdades encerradas en las Sagradas Escrituras.

La fe de María

(Sermón 72 A, 3, 7-8)

            “Mientras hablaba a las turbas, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar con El. Alguien se lo indicó, diciendo: mira, tu Madre y tus hermanos están fuera, quieren hablar contigo. Y El dijo: ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo la mano sobre sus discípulos, repuso: éstos son mi madre y mis hermanos. Todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 46-50).

            ¿Qué hacía Cristo? Evangelizaba a las gentes, destruía al hombre viejo y edificaba uno nuevo, libertaba a las almas, desencadenaba a los presos, iluminaba las inteligencias oscurecidas, realizaba toda clase de obras buenas. Todo su ser se abrasaba en tan santa empresa.

            Y en ese momento le anunciaron el afecto de la carne. Ya oísteis lo que respondió, ¿para que voy a repetirlo? Estén atentas las madres, para que con su cariño no dificulten las obras buenas de sus hijos. Y si pretenden impedirlas o ponen obstáculos para retrasar lo que no pueden anular, sean despreciadas por sus hijos.

            Más aún, me atrevo a decir que sean desdeñadas, desdeñadas por piedad. Si la Virgen María fue tratada así, ¿por qué ha de enojarse la mujer --casada o viuda--, cuando su hijo, dispuesto a obrar el bien, la desprecie? Me dirás: entonces, ¿comparas a mi hijo con Cristo? Y te respondo: No, no lo comparo con Cristo, ni a ti con María. Cristo no condenó el afecto materno, pero mostró con su ejemplo sublime que se debe postergar a la propia madre para realizar la obra de Dios (...).

            ¿Acaso la Virgen María --elegida para que de Ella nos naciera la salvación y creada por Cristo antes de que Cristo fuese en Ella creado-- no cumplía la voluntad del Padre? Sin duda la cumplió, y perfectamente. Santa María, que por la fe creyó y concibió, tuvo en más ser discípula de Cristo que Madre de Cristo. Recibió mayores dichas como discípula que como Madre.

            María era ya bienaventurada antes de dar a luz, porque llevaba en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Al ver al Señor que caminaba entre la multitud y hacía milagros, una mujer exclamó: “¡Bienaventurado el vientre que te llevó!” (Lc 11, 27). Pero el Señor, para que no buscáramos la felicidad en la carne, ¿qué responde?: bienaventurados, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11,28).

            Luego María es bienaventurada porque oyó la  palabra de Dios y la guardó: conservó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Cristo es Verdad, Cristo es Carne. Cristo Verdad estaba en el alma de María, Cristo Carne se encerraba en su seno, pero lo que se encuentra en el alma es mejor que lo  que se concibe en el vientre.

            María es Santísima y Bienaventurada. Sin embargo, la Iglesia es más perfecta que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro santo, excelente, supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero. El Señor es la Cabeza, y el Cristo total es Cabeza y cuerpo. ¿Qué diré entonces? Nuestra Cabeza es divina: tenemos a Dios como Cabeza.

            Vosotros, carísimos, también sois miembros de Cristo, sois cuerpo de Cristo. Ved cómo sois lo que Él dijo: “he aquí mi madre y mis hermanos” (Mt 12, 49). ¿Cómo seréis madre de Cristo? El Señor mismo nos responde: “todo el que escucha y hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50).

            Mirad, entiendo lo de hermano y lo de hermana, porque única es la herencia; y descubro en estas palabras la misericordia de Cristo: siendo el Unigénito, quiso que fuéramos herederos del Padre, coherederos con Él. Su herencia es tal, que no puede disminuir aunque participe de ella una muchedumbre. Entiendo, pues, que somos hermanos de Cristo, y que las mujeres santas y fieles son hermanas suyas.

            Pero ¿cómo podemos interpretar que también somos madres de Cristo? ¿Me atreveré a decir que lo somos? Sí, me atrevo a decirlo. Si antes afirmé que sois hermanos de Cristo, ¿cómo no voy a afirmar ahora que sois su madre?, ¿acaso podría negar las palabras de Cristo?

            Sabemos que la Iglesia es Esposa de Cristo, y también, aunque sea más difícil de entender, que es su Madre. La Virgen María se adelantó como tipo de la Iglesia. ¿Por qué —os pregunto— es María Madre de Cristo, sino porque dio a luz a los miembros de Cristo’? Y a vosotros, miembros de Cristo ¿quién os ha dado a luz? Oigo la voz de vuestro corazón: ¡la Madre Iglesia! Semejante a María, esta Madre santa y honrada, al mismo tiempo da a luz y es virgen.

            Vosotros mismos sois prueba de lo primero: habéis nacido de Ella, al igual que Cristo, de quien sois miembros. De su virginidad no me faltarán testimonios divinos.

            Conservad, pues, la virginidad en vuestras almas, que es la integridad de la fe católica. Allí donde Eva fue corrompida por la palabra de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia con la gracia del Omnipotente. Por lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en la mente, como María alumbró a Cristo en su seno, permaneciendo virgen. De ese modo seréis madres de Cristo. Ese parentesco no os debe extrañar ni repugnar: fuisteis hijos, sed también madres.

            Al ser bautizados, nacisteis como miembros de Cristo, fuisteis hijos de la Madre. Traed ahora al lavatorio del Bautismo a los que podáis; y así como fuisteis hijos por vuestro nacimiento, podréis ser madres de Cristo conduciendo a los que van a renacer.

4. 3. SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA

            Nos han llegado muy pocas noticias sobre la vida de San Cirilo antes de su elección a la importante sede de Alejandría. Cirilo, sobrino de Teófilo, que desde el año 385 rigió como obispo, con mano firme y prestigio, la diócesis de Alejandría, nació probablemente en esa misma metrópoli egipcia entre el año 370 y el 380. Pronto se encaminó hacia la vida eclesiástica y recibió una buena educación, tanto cultural como teológica.

            Tras la muerte de su tío Teófilo, Cirilo, que aún era joven, fue elegido en el año 412 obispo de la influyente Iglesia de Alejandría, gobernándola con gran firmeza durante treinta y dos años, tratando siempre de afirmar el primado en todo el Oriente, fortalecido asimismo por los vínculos tradicionales con Roma.

            Dos o tres años después, en el 417 ó 418, el obispo de Alejandría dio pruebas de realismo al recomponer la ruptura de la comunión con Constantinopla, que persistía ya desde el año 406 tras la deposición de San Juan Crisóstomo.

            Pero el antiguo contraste con la sede de Constantinopla volvió a encenderse diez años después, cuando en el año 428 fue elegido obispo Nestorio, un prestigioso y severo monje de formación antioquena. El nuevo obispo de Constantinopla suscitó pronto oposiciones, pues en su predicación prefería para María el título de «Madre de Cristo» (Christotokos), en lugar del de «Madre de Dios» (Theotokos), ya entonces muy querido por la devoción popular. De este modo no era ya verdadera la unión entre Dios y el hombre en Cristo y, por tanto, ya no se podía hablar de Madre de Dios.

            San Cirilo de Alejandría está vinculado a la controversia cristológica que llevó al concilio de Éfeso del año 431 y es el último representante de relieve de la tradición alejandrina. Venerado como santo tanto en Oriente como en Occidente, en 1882 fue proclamado doctor de la Iglesia por el Papa León XIII.

            Entre los numerosos escritos de este segundo período, se recogen aquí algunos párrafos de dos homilías en las que San Cirilo teje un encendido elogio de la Madre de Dios.

Dios te salve, María

(Encomio a la Santa Madre de Dios)

            Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana, Vaso virginal.

            Dios te salve, María, Virgen, Madre y Esclava: Virgen, por gracia de Aquél que de ti nació sin menoscabo de tu virginidad; Madre, por razón de Aquél que llevaste en tus brazos y alimentaste con tu pecho; Esclava, por causa de Aquél que tomó forma de siervo. Entró el Rey en tu ciudad, o por decirlo más claramente, en tu seno; y de nuevo salió como quiso, permaneciendo cerradas tus puertas. Has concebido virginalmente, y divinamente has dado a luz.

            Dios te salve, María, Templo en el que Dios es recibido, o más aun, Templo santo, como clama el Profeta David diciendo: santo es tu templo admirable en la equidad (Sal 64, 6).

            Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe; Dios te salve, María, casta paloma; Dios te salve, María, lámpara que nunca apaga, pues de ti ha nacido el Sol de justicia.

            Dios te salve, María, lugar de Aquel que en ningún lugar es contenido; en tu seno encerraste al Unigénito Verbo de Dios y sin semilla y sin arado hiciste germinar una espiga que no se marchita.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien claman los profetas y los pastores cantan a Dios sus alabanzas, repitiendo con los ángeles el himno tremendo: “gloria a Dios en los mas alto de los cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14)

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los ángeles forman coro y los arcángeles exultan cantando himnos altísimos.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los Magos adoran, guiados por una brillante estrella.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien Juan, estando aún en el seno materno, saltó de gozo y adoró a la Luminaria de perenne luz.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brotó aquella gracia inefable de la que decía el Apóstol: “la gracia de Dios, Salvador nuestro, ha iluminado a todos los hombres” (Tit 2, 11).

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien resplandeció la luz verdadera, Jesucristo Nuestro Señor, que en el Evangelio afirma: “Yo soy la Luz del mundo”  (Jn 8, 12).

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brilló la luz sobre los que yacían en la oscuridad y en la sombra de la muerte: “el pueblo que se sentaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Is 9, 2). ¿Y qué luz sino Nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo? (Jn 1,  29).

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien en el Evangelio se predica: “bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt 21, 9); por quien la Iglesia católica ha sido establecida en ciudades, pueblos y aldeas.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien vino el vencedor de la muerte y exterminador del infierno.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien se ha mostrado el Creador de nuestros primeros padres y Reparador de su caída, el Rey del reino celestial.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien floreció y resplandeció la hermosura de la resurrección.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien las aguas del río Jordán se convirtieron en Bautismo de santidad.

            Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien Juan y el Jordán son santificados, y es rechazado el diablo.

            Dios te salve, María, Madre de Dios por quien se salvan los espíritus fieles.

Alabanzas de la Madre de Dios

 (De la homilía de San Cirilo de Alejandría, obispo, pronunciada en el Concilio de Éfeso: Homilía 4: PG 77, 991. 995-996)

            «Tengo ante mis ojos la asamblea de los santos padres, que, llenos de gozo y fervor, han acudido aquí, respondiendo con prontitud a la invitación de la santa Madre de Dios, la siempre Virgen María. Este espectáculo ha trocado en gozo la gran tristeza que antes me oprimía. Vemos realizadas en esta reunión aquellas hermosas palabras de David, el salmista: “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos”.

            Te saludamos, santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a todos nosotros en esta iglesia de santa María, Madre de Dios.

            Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito, en los Santos evangelios, el que viene en nombre del Padre.

             Te saludamos a ti, que encerraste en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien la santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría,  llega al conocimiento de la verdad; por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el aceite de la alegría; por quien han sido fundamentadas las Iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión.

            Y ¿qué más diré? Por ti, el Hijo unigénito de Dios ha iluminado “a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte”; por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por ti, los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles.

            ¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez ¡qué cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído jamás decir que le esté prohibido al constructor  habitar en el mismo templo que ha construido? ¿Quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirviente sea adoptada como madre?

            Mirad: hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que todos nosotros reverenciemos y adoremos la unidad, que rindamos un culto impregnado de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar, con nuestras alabanzas, a María siempre Virgen, el templo santo de Dios, y a su Hijo y esposo inmaculado: porque a él pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

4. 4. SAN ILDEFONSO DE TOLEDO

            Nacido en el 607 en Toledo, durante el reinado de Witerico, de estirpe germánica, era miembro de una de las distintas familias regias visigodas. Por el estilo de sus escritos se deduce que recibió una brillante formación literaria. Según su propio testimonio fue ordenado diácono en el  632-633 por Eladio, obispo de Toledo.

            Ildefonso estuvo muy vinculado al  Monasterio Agaliense; y estando ya en este monasterio, sobre el 650 es elegido Abad y funda luego un convento de religiosas, dotándolo con los bienes que hereda.  Muere el 667, siendo sepultado en la iglesia de Santa Leocadia de Toledo, y posteriormente trasladado a Zamora.         

            Su obra más conocida es Sobre la virginidad perpetua de Santa María contra tres infieles (De virginitate S. Mariae contra tres infideles), de estilo muy cuidado y llena de entusiasmo y devoción Marianos. Consta de una oración inicial y de 12 capítulos.

            En el primero defiende contra Joviniano la virginidad de María en la concepción y en el parto; en el segundo mantiene contra Elvidio que María fue siempre virgen; a partir del tercero muestra que Jesucristo es Dios y la integridad perpetua de María. Depende estrechamente de San Agustín y San Isidoro, y constituye el punto de arranque de la teología Mariana en España.

Honrar a María

(Libro de la perpetua virginidad de Santa  María, XII)

            En mi pobreza y miseria, yo desearía llegar a ser, para mi reparación, el servidor de la Madre de mi Señor. Apartado de la comunión con los ángeles por la caída de nuestro primer padre, desearía ser siervo de la que es Esclava y Madre de mi Creador. Como un instrumento dócil en las manos del Dios excelso, así desearía yo estar sujeto a la Virgen Madre, dedicado íntegramente a su servicio. Concédemelo, Jesús, Dios e Hijo del hombre; dámelo, Señor de todas las cosas e Hijo de tu Esclava; otórgame esta gracia, Dios humillado en el hombre; permíteme a mí, hombre elevado hasta Dios, creer en el alumbramiento de la Virgen y estar lleno de fe en su encarnación; y al hablar de la maternidad virginal, tener la palabra embebida de tu alabanza; y al amar a tu Madre, estar lleno de tu mismo amor.

            Haz que yo sirva a tu Madre de modo que Tú me reconozcas por tu servidor; que Ella sea mi Soberana en la tierra de manera que Tú seas mi Señor por la eternidad.

            Ved con qué impaciencia anhelo ser vasallo de esta Reina, con qué fidelidad me entrego al gozo de su servidumbre, cómo deseo hacerme plenamente esclavo de su voluntad, con qué ardor no quiero sustraerme jamás a su imperio, cuánto ambiciono no ser nunca arrancado de su servicio... Haz que me admita entre sus súbditos y que, sirviéndola, merezca sus favores, viva siempre bajo su mandato y la ame por toda la eternidad.

            Los que aman a Dios conocen mi deseo; los que le son fieles, lo ven; los que se unen al Señor, lo comprenden, y lo conocen aquéllos a los que Dios conoce. Escuchad los que sois discípulos suyos; prestad atención los infieles; sabedlo vosotros, los que no pensáis más que en la desunión; comprended, sabios de este mundo que hace insensatos a los ojos de la sabiduría divina, lo que os hace sabios a los ojos de vuestra necedad...

            Vosotros, que no aceptáis que María sea siempre Virgen; que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo, y a Ella por Madre de mi Creador; que rehusáis creer que sólo Ella tenga por Hijo al Señor de las criaturas; que no glorificáis a este Dios como Hijo suyo; que no proclamáis bienaventurada a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones; que oscurecéis su gloria negándole la incorruptibilidad de la carne; que no rendís honor a la Madre del Señor con la excusa de que honráis a Dios su Hijo; que no glorificáis como Dios al que habéis visto hacerse hombre y nacer de Ella; que confundís las dos naturalezas de su Hijo y  rompéis la unidad de su Persona; que negáis la divinidad de su Hijo; que rehusáis creer en la verdadera carne y en la Pasión verdadera de su Hijo y que no creéis que ha sufrido la muerte como hombre y que ha resucitado de los muertos como Dios (...)

            Mi mayor deseo es servir a este Hijo y tener a la Madre por Soberana. Para estar bajo el imperio del Hijo, yo quiero  servirla; para ser admitido al servicio de Dios, anhelo que la Madre reine sobre mí como testimonio; para ser el servidor devoto de su propio Hijo, aspiro a llegar a ser el servidor de la Madre. Pues servir a la Sierva es también servir al Señor; lo que se da a la Madre se refleja sobre el Hijo, yendo desde la Madre a Aquél que Ella ha alimentado. El honor que el servidor rinde a la Reina viene a recaer sobre el Rey.

            Bendiciendo con los ángeles, cantando mi alegría junto con las voces celestiales, exultando de gozo con los coros angélicos, regocijándome con sus aclamaciones, yo bendigo a mi Soberana, canto mi alegría a la que es Madre de mi Señor y Sierva de su Hijo. Yo me alegro con la que ha llegado a ser Madre de mi Creador; con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne.

            Porque con Ella yo he creído lo que sabe Ella misma conmigo, porque he conocido que Ella es la Virgen Madre, la Virgen que dio a luz; porque sé que la concepción no le hizo perder su virginidad, y que una inmutable virginidad precedió a su alumbramiento, y que su Hijo le ha conservado perpetuamente la gloria de la virginidad.

            Todo esto me llena de amor, porque sé que todo ha sido realizado por mí. No olvido que, gracias a la Virgen, la naturaleza de mi Dios se ha unido a mi naturaleza humana, para que la naturaleza humana sea asumida por mi Dios; que no hay más que un solo Cristo, Verbo y carne, Dios y hombre, Creador y criatura.

4. 5. SAN ROMANO EL CANTOR

            Romano el Meloda o el Cantor, nació en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs) en Siria. Teólogo, poeta y compositor, pertenece al grupo de teólogos que ha transformado la teología en poesía. Pensemos en su compatriota, San Efrén de Siria, quien vivió doscientos años antes que él. Y pensemos también en teólogos de Occidente, como San Ambrosio, cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen llegando al corazón.

            Ordenado diácono permanente en torno al año 515, fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se marchó a Constantinopla, hacia el final del reino de Atanasio I en torno al año 518, y allí se estableció en el monasterio en la iglesia de la Theotókos, Madre de Dios. De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte tras el año 555.

            Romano ha pasado a la historia como uno de los autores más representativos de himnos litúrgicos. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, en general en forma de oración o súplica. Anunciaba así el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se repetía en coro al final de cada estrofa, declamada por él con una modulación de voz elevada. Un ejemplo significativo es el kontakion con motivo del Viernes de Pasión: es un diálogo entre María y el Hijo, que tiene lugar en el camino de la Cruz.

Madre dolorosa

(Cántico de la Virgen al pie de la Cruz)

            «María dice: <¿Adónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?/ Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,/ ni podría imaginar nunca que llegarían a este nivel de furor los impíos/echándote las manos encima contra toda justicia>.

            Jesús responde: <¿Por qué lloras, madre mía?  ¿No debería irme? ¿No debería morir?/ ¿Cómo podría salvar a Adán?». (El hijo de María consuela a la madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación) «Depón, por tanto, madre, depón tu dolor:/ no es propio de ti el gemir, pues fuiste llamada "llena de gracia"> (María a los pies de la cruz, 1-2; 4-5).

            Venid todos, celebremos a Aquel que fue crucificado por nosotros. María le vio atado en la Cruz: <Bien puedes ser puesto en cruz y sufrir – le dijo Ella--; pero no por eso eres menos Hijo mío y Dios mío>.

            Como una oveja que ve a su pequeño arrastrado al matadero, así María le seguía, rota de dolor. Como las otras mujeres, Ella iba llorando: ¿Dónde vas Tú, Hijo mío? ¿Por qué esta marcha tan rápida? ¿Acaso hay en Caná alguna otra boda, para que te apresures a convertir el agua en vino? ¿Te seguiré yo, Niño mío? ¿O es mejor que te espere? Dime una palabra, Tú que eres la Palabra; no me dejes así, en silencio, oh Tú, que me has guardado pura, Hijo mío y Dios mío>.

            <Yo no pensaba, Hijo de mi alma, verte un día como estás: no lo habría creído nunca, aun cuando veía a los impíos tender sus manos hacia Ti. Pero sus niños tienen aún en los labios el clamor: ¡Hosanna!, ¡seas bendito! Las palmas del camino muestran todavía el entusiasmo con que te aclamaban. ¿Por qué, cómo ha sucedido este cambio? Oh, es necesario que yo lo sepa. ¿Cómo puede suceder que claven en una Cruz a mi Hijo y a mi Dios?>.

            <Oh Tú, Hijo de mis entrañas: vas hacia una muerte injusta, y nadie se compadece de Ti. ¿No te decía Pedro: aunque sea necesario morir nunca te negaré? Él también te ha abandonado. Y Tomás exclamaba: muramos todos contigo. Y los otros, apóstoles y discípulos, los que deben juzgar a las doce tribus, ¿dónde están ahora? No está aquí ninguno; pero Tú, Hijo mío, mueres en soledad por todos. Abandonado. Sin embargo, eres Tú quien les ha salvado; Tú has satisfecho por todos ellos, Hijo mío y Dios mío>.

            Así es como María, llena de tristeza y anonadada de dolor, gemía y lloraba. Entonces su Hijo, volviéndose hacia Ella, le habló de esta manera: <Madre, ¿por qué lloras? ¿Por qué, como las otras mujeres, estás abrumada? ¿Cómo quieres que salve a Adán, si Yo no sufro, si Yo no muero? ¿Cómo serán llamados de nuevo a la Vida los que están retenidos en los infiernos, si no hago morada en el sepulcro? Por eso estoy crucificado, Tú lo sabes; por esto es por lo que Yo muero>.

            <¿Por qué, lloras, Madre? Di más bien, en tus lágrimas: es por amor por lo que muere mi Hijo y mi Dios>.

            <Procura no encontrar amargo este día en el que voy a sufrir: para esto es para lo que Yo, que soy la dulzura misma, he bajado del cielo como el maná; no sobre el Sinaí, sino a tu seno, pues en él me he recogido. Según el oráculo de David: esta montaña recogida soy Yo: lo sabe Sión, la ciudad santa. Yo, que siendo el Verbo, en ti me hice carne. En esta carne sufro y en esta carne muero. Madre, no llores más; di solamente: si Él sufre, es porque lo ha querido, Hijo mío y Dios mío».

            Respondió Ella: «Tú quieres, Hijo mío, secar las lágrimas de mis ojos. Sólo mi Corazón está turbado. No puedes imponer silencio a mis pensamientos. Hijo de mis entrañas, Tú me dices: si Yo no sufro, no hay salvación para Adán... Y, sin embargo, Tú has sanado a tantos sin padecer.

            Para curar al leproso te fue suficiente querer sin sufrir. Tú sanaste la enfermedad del paralítico, sin el menor esfuerzo. También hiciste ver al cielo con una sola palabra, sin sentir nada por esto, oh la misma Bondad, Hijo mío y Dios mío>.

            El que conoce todas las cosas, aun antes de que existan, respondió a María: <Tranquilízate, Madre: después de mi salida del sepulcro, tú serás la primera en verme; Yo te enseñaré de qué abismo de tinieblas he sido librado, y cuánto ha costado. Mis amigos lo sabrán: porque Yo llevaré la prueba inscrita en mis manos. Entonces, Madre, contemplarás a Eva vuelta a la Vida, y exclamarás con júbilo: ¡son mis padres!, y Tú les has salvado, Hijo mío y Dios mío».

Las bodas de Caná

(Himno sobre las bodas de Caná)

            Queremos narrar ahora el primer milagro obrado en Caná por Aquél que había demostrado ya el poder de sus prodigios a los egipcios y a los hebreos. Entonces la naturaleza de las aguas fue cambiada milagrosamente en sangre. Él había castigado a los egipcios con la maldición de las diez plagas y había vuelto el mar inofensivo para los hebreos, hasta tal punto que lo atravesaron como tierra firme.

            En el desierto, Él les había provisto del agua que prodigiosamente manó de la roca. Hoy, durante la fiesta de las bodas, realiza una nueva transformación de la naturaleza, Aquél que ha cumplido todo con sabiduría.

            Mientras Cristo participa de las bodas y el gentío de los invitados banqueteaba, faltó el vino y la alegría pareció mudarse en melancolía. El esposo estaba avergonzado, los servidores murmuraban y afloraba en todas partes el descontento por tal penuria, levantándose el tumulto en la sala. Ante tal espectáculo, María, la completamente pura, mandó advertir apresuradamente a su Hijo: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Hijito, te lo ruego, demuestra tu poder absoluto, Tú, que has cumplido todo con sabiduría.

            Cristo, respondiendo a la Madre que le decía: <concédeme esta gracia>, contestó prontamente: “Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4).

            Algunos han querido entrever en estas palabras un significado que justifica su impiedad. Son los que sostienen la sumisión de Cristo a las leyes naturales, o bien le consideran, también a Él, vinculado a las horas. Pero esto es porque no comprenden el sentido de la palabra.

            La boca de los impíos, que meditan el mal, es obligada a callar por el inmediato milagro obrado por Aquél que ha cumplido todo con sabiduría. Hijo mío, responde ahora --dijo la Madre de Jesús, la completamente Pura--. Tú, que impones a las horas el freno de la medida, ¿cómo puedes esperar la hora, Hijo mío y Señor mío? ¿Cómo puedes esperar el tiempo, si has establecido Tú mismo los intervalos del tiempo, oh Creador del mundo visible e invisible, Tú que día y noche diriges con plena soberanía y según tu discreción las evoluciones inmutables? Has sido Tú quien ha fijado la carrera de los años en sus ciclos perfectamente regulados: ¿cómo puedes esperar el tiempo propicio para el prodigio que te pido, Tú que has cumplido todo con sabiduría?».

            <Ya antes que Tú lo notases, virgen venerada, Yo sabía que el vino faltaba>, respondió entonces el Inefable, el Misericordioso, a la Madre veneradísima. <Conozco todos los pensamientos que habitan en tu corazón.

            Tú reflexionaste dentro de ti: <la necesidad incitará ahora a mi Hijo al milagro, pero con la excusa de las horas lo está retrasando>. Oh Madre pura, aprende ahora el porqué de este retardo, y cuando lo hayas entendido, te concederé ciertamente esta gracia, Yo que he cumplido todo con sabiduría>.

            <Eleva tu espíritu a la altura de mis palabras y comprende, oh Incorrupta, lo que estoy para pronunciar. En el momento mismo en que creaba de la nada cielo y tierra y la totalidad del universo, podía instantáneamente introducir el orden en todo lo que estaba formando.

            Sin embargo, he establecido un cierto orden bien subdividido; la creación ocurrida en seis días. Y no ciertamente porque me faltase el poder de obrar, sino para que el coro de los ángeles, al comprobar que hacía cada cosa a su tiempo, pudiese reconocer en mí la divinidad, celebrándola con el siguiente canto: Gloria a ti, Rey potente, que has cumplido todo con sabiduría>.

            <Escucha bien esto, oh Santa: habría podido rescatar de otro modo a los caídos, sin asumir la condición de pobre y de esclavo. He aceptado, sin embargo, mi concepción, mi nacimiento como hombre, la leche de tu seno, oh Virgen, y así todo ha crecido en mí según el orden, porque en mi nada existe que no sea de este modo. Con el mismo orden quiero ahora obrar el milagro, al cual consiento por la salvación del hombre, Yo que he cumplido todo con sabiduría>.

            <Di, pues, a los habitantes de la casa que se pongan a mi servicio siguiendo las órdenes: ellos pronto serán, para sí mismos y para los demás,  los testigos del prodigio. No quiero que sea Pedro el que me sirva, ni tampoco Juan, ni Andrés, ni alguno de mis apóstoles, por temor de que después, por su causa, surja entre los hombres la sospecha del engaño. Quiero que sean los mismos criados quienes me sirvan, porque ellos mismo se convertirán en testigos de lo que me es posible, a mí que he cumplido todo con sabiduría>.

            Dócil a estas palabras, la Madre de Cristo se apresuró a decir a los servidores de la fiesta de las bodas: “haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Había en la casa seis tinajas, como enseña la Escritura. Cristo ordena a los servidores: “llenad de agua las tinajas” (Jn 2, 8). Y al punto fue hecho. Llenaron de agua fresca las tinajas y permanecieron allí, en espera de lo que intentaba hacer Aquél que ha cumplido todo con sabiduría.

            Quiero ahora referirme a las tinajas y describir cómo fueron colmadas por aquel vino, que procedía del agua. Como está escrito, el Maestro había dicho en voz alta a los servidores: <Sacad este vino que no proviene de la vendimia, ofrecedlo a los invitados, llenad las copas secas, para que lo disfrute todo el mundo y el mismo esposo; puesto que a todos he dado la alegría de modo imprevisto, Yo que he cumplido todo con sabiduría>.

            En cuanto Cristo cambió manifiestamente el agua en vino gracias al propio poder, todo el mundo se llenó de alegría encontrando agradabilísimo el gusto de aquel vino.

            Hoy podemos sentarnos al banquete de la Iglesia, porque el vino se ha cambiado en la sangre de Cristo, y nosotros la asumimos en santa alegría, glorificando al gran Esposo. Porque el auténtico Esposo es el Hijo de María, el Verbo que existe desde la eternidad, que ha asumido la condición de esclavo y que ha cumplido todo con sabiduría.

            Altísimo, Santo, Salvador de todos, mantén inalterado el vino que hay en nosotros, Tú que presides todas las cosas. Arroja de aquí a los que piensan mal y, en su perversidad, adulteran con el agua tu vino santísimo: porque diluyendo siempre tu dogma en agua, se condenan a sí mismos al fuego del infierno.

            Pero presérvanos, oh Inmaculado, de los lamentos que seguirán a tu juicio, Tú que eres misericordioso, por las oraciones de la Santa, Virgen Madre de Dios, Tú que has cumplido todo con sabiduría.

Himno al sacrificio de Abraham

            En el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice: «Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras,/ al conocer tu voluntad, me dirá:/-Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado?/[...] -Tú, anciano, déjame mi hijo,/y cuando quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí» (El sacrificio de Abraham, 7).

            Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quisiera citar un ejemplo de la manera viva y muy personal con la que hablaba del Señor Jesús: le llama «fuente que no quema y luz contra las tinieblas», y dice: «Yo anhelo tenerte en mis manos como una lámpara;/ de hecho, quien lleva una luz entre los hombres es iluminado sin quemarse./ Ilumíname, por tanto, Tú que eres Luz inapagable» (La Presentación o Fiesta del encuentro, 8). La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia entre predicación y vida.

4. 6. SAN JUAN DAMASCENO

            El último Padre de la Iglesia en Oriente nació en Damasco entre los años 650 y 674, en el seno de una familia acomodada. Su padre ocupaba un cargo importante en la Corte y él llegó a formar también parte de la administración del califato, en calidad de  jefe de la población cristiana, que ya estaba bajo el dominio de los Califas. Hacia el año 726 dejó este puesto y se retiró al monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén.

            Con San Juan Damasceno se cierra el ciclo de los Padres de la Iglesia Griega del período bizantino, dignos de ser mencionados. Fue autor de una obra titulada «De la fe ortodoxa», que compuso para metodizar la ciencia eclesiástica, aplicando a ella la forma silogística de Aristóteles.

            Como orador han quedado de él algunos discursos sobre la «Santísima Virgen», uno sobre la «Transfiguración» y un panegírico sobre San Juan Crisóstomo. Como poeta dejó toda la parte lírica de la mayor parte del oficio divino de la Iglesia griega.

            Ordenado sacerdote, llevó a cabo una actividad literaria considerable, contestando a las preguntas de muchos obispos y predicando con frecuencia en Jerusalén.

            Hombre de vasta cultura, su apasionado amor por Jesucristo y su tierna devoción a Santa María le colocan entre los hombres ilustres de la Iglesia, tanto por su virtud como por su ciencia.

            Desde el punto de vista teológico, su importancia radica en que supo reunir y exponer lo esencial de la tradición patrística, sin carecer de fuerza creadora propia. Su actividad literaria ha dejado obras dogmáticas, exegéticas, ascético-morales, homiléticas y poéticas.

            Poco tiempo después de su muerte, ocurrida alrededor del año 750, ya estaba muy difundida su fama de santidad. Recibió del II Concilio de Nicea (año 787) los más cálidos elogios por su santidad y ortodoxia. El 19 de agosto de 1890 fue proclamado Doctor de la Iglesia por León XIII.

Madre de la gloria

(Homilía 2 en la dormición de la Virgen María, 2 y 14)

            Hoy es introducida en las regiones sublimes y presentada en el templo celestial la única y santa Virgen, la que con tanto afán cultivó la virginidad, que llegó a poseerla en el mismo grado que el fuego más puro. Pues mientras todas las mujeres la pierden al dar a luz, Ella permaneció virgen antes del parto, en el parto y después del parto.

            Hoy el arca viva y sagrada del Dios viviente, la que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el templo del Señor, templo no edificado por manos humanas.

            Danza David, abuelo suyo y antepasado de Dios, y con él forman coro los ángeles, aplauden los Arcángeles, celebran las Virtudes, exultan los Principados, las Dominaciones se deleitan, se alegran las Potestades, hacen fiesta los Tronos, los Querubines cantan laudes y pregonan su gloria los Serafines. Y no un honor de poca monta, pues glorifican a la Madre de la gloria.

            Hoy la sacratísima paloma, el alma sencilla e inocente consagrada al Espíritu Santo, salió volando del arca, es decir, del cuerpo que había engendrado a Dios y le había dado la vida, para hallar descanso a sus pies: y habiendo llegado al mundo inteligible, fijó su sede en la tierra de la suprema herencia, aquella tierra que no está sujeta a ninguna suciedad.

            Hoy el Cielo da entrada al Paraíso espiritual del nuevo Adán, en el que se nos libra de la condena, es plantado el árbol de la vida y cubierta nuestra desnudez. Ya no estamos carentes de vestidos, ni privados del resplandor de la imagen divina, ni despojados de la copiosa gracia del Espíritu. Ya no nos lamentamos de la antigua desnudez, diciendo:       “me han quitado mi túnica, ¿cómo podré ponérmela?” (Cant 5,3).

            En el primer Paraíso estuvo  abierta entrada a la serpiente, mientras que nosotros, por haber ambicionado la falsa divinidad que nos prometía, fuimos comparados con los jumentos (Cf. Sal 48, 13). 

            Pero el mismo Hijo Unigénito de Dios, que es Dios consustancial al Padre, se hizo hombre tomando origen de esta tierra purísima que es la Virgen.

            Hoy la Virgen inmaculada, que no ha conocido ninguna de las culpas terrenas, sino que se ha alimentado de los pensamientos celestiales, no ha vuelto a la tierra; como Ella era un cielo viviente, se encuentra en los tabernáculos celestiales. En efecto, ¿quién faltaría a la verdad llamándola cielo?: al menos se puede decir, comprendiendo bien lo que se quiere significar, que es superior a los cielos por sus incomparables privilegios.

            Pues quien fabricó y conserva los cielos, el Artífice de todas las cosas creadas --tanto de las terrenas como de las celestiales, caigan o no bajo nuestra mirada--, Aquél que en ningún lugar es contenido, se encarnó y se hizo niño en Ella sin obra de varón, y la transformó en hermosísimo tabernáculo de esa única divinidad que abarca todas las cosas, totalmente recogido en María sin sufrir pasión alguna, y permaneciendo al mismo tiempo totalmente fuera, pues no puede ser comprendido.

            Hoy la Virgen, el tesoro de la vida, el abismo de la gracia --no se de qué modo expresarlo con mis labios audaces y temblorosos-- nos es escondida por una muerte vivificante. Ella, que ha engendrado al destructor de la muerte, la ve acercarse sin temor, si es que está permitido llamar muerte a esta partida luminosa, llena de vida y santidad. Pues la que ha dado la verdadera Vida al mundo, ¿cómo puede someterse a la muerte?

            Pero Ella ha obedecido la ley impuesta por el Señor y, como hija de Adán sufre la sentencia pronunciada contra el padre. Su Hijo, que es la misma Vida, no la ha rehusado, y por tanto es justo que suceda lo mismo a la Madre del Dios vivo.

            Si el cuerpo santo e incorruptible que Dios, en Ella, había unido a su persona, ha resucitado del sepulcro al tercer día, es justo que también su Madre fuese tomada del sepulcro y se reuniera con su Hijo. Es justo que así como Él había descendido hacia Ella, Ella fuera elevada a un tabernáculo más alto y más precioso, al mismo cielo.

            Convenía que la que había dado asilo en su seno al Verbo de Dios, fuera colocada en las divinas moradas de su Hijo; y así como el Señor dijo que Él quería estar en compañía de los que pertenecían a su Padre, convenía que la Madre habitase en el palacio de su Hijo, en la morada del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios. Pues si allí está la habitación de todos los que viven en la alegría, ¿en donde habría de encontrarse quien es Causa de nuestra alegría?

            Convenía que el cuerpo de la que había guardado una virginidad sin mancha en el alumbramiento, fuera también conservado poco después de la muerte.

            Convenía que la que había llevado en su regazo al Creador hecho niño habitase en los tabernáculos divinos. Convenía que la Esposa elegida por el Padre, viviese en la morada del Cielo.            Convenía que la que contempló a su Hijo en la Cruz, y tuvo su corazón traspasado por el puñal del dolor que no la había herido en el parto, le contemplase, a Él mismo, sentado a la derecha del Padre.Convenía, en fin, que la Madre de Dios poseyese todo lo que poseía el Hijo, y fuese honrada por todas las criaturas.

4. 7. SAN BERNARDO

            Pedro de Ribadeneira, en su vida de San Bernardo, empieza así: «En la provincia de Borgoña hay un lugar que antiguamente fue de poco nombre y estima, y se llama Fontana; mas ahora con gran razón es famoso y célebre, por haber nacido en él San Bernardo Abad, espejo de toda virtud y retrato de santidad...».

            San Bernardo nació el año 1090. Fue el único de siete hermanos dedicado a las letras. Su temperamento concentrado y pacífico le llevaba a ello. Además, su madre, movida de presentimientos consoladores tenía sobre él grandes ideales.

            Sus estudios los hizo en Chatillon-sur-Seine, en donde había una famosa escuela de trivium (gramática, retórica y dialéctica) y cautrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), filosofía y teología. Ni que decir tiene, que, leyendo sus escritos,  vemos que sobresalió por la filosofía y la teología, pero todo envuelto en buena retórica y dialéctica. Entró en la orden del Císter con sus hermanos y treinta compañeros en el 1111.

            Lógicamente, por el tiempo en que vivió, no está considerado Padre de la Iglesia. Pero empalma plenamente con ellos, sobre todo, por su teología y por estilo de sus palabras y escritos. Especialmente sobre la Virgen.

            Siempre fue considerado un fervoroso hijo de María, de la que dijo cosas muy bellas  y de él todos aprendimos y hemos rezado  la conocida oración a la Virgen: <Oh bendita y piadosísima Virgen María... jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a Vos...> En mis años de seminario leí sus Sermones sobre el Amor de Dios en su comentario al Cantar de los Cantares, un verdadero tratado de oración y amor de Dios que me gustó y me hizo mucho bien.

            Ahora paso a poner lo más hermoso que he visto en sus obras publicadas por la BAC, sobre todo sus sermones y homilías a la Virgen, especialmente las tituladas por los traductores HOMILÍAS SOBRE LAS EXCELENCIAS DE LA VIRGEN MARÍA, comentando a Lc 1, 26-38  (PL 183, 55-88).

1. PRIMERA HOMILÍA

“En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

 1. ¿Qué fin tendría el evangelista en expresar con tanta distinción los propios nombres de tantas cosas en este lugar? Yo creo que pretendía con esto que no oyésemos con negligencia nosotros lo que él con tanta exactitud procuraba referir. Nombra, pues, el nuncio que es enviado, el Señor por quien es enviado, la Virgen a quien es enviado, el esposo también de la Virgen, señalando con sus propios nombres el linaje de ambos, la ciudad y la región. ¿Para qué todo esto? ¿Piensas tú que alguna de estas cosas esté puesta aquí superfluamente? De ninguna manera; porque si no cae una hoja del árbol sin causa, ni cae en la tierra un pájaro sin la voluntad del Padre celestial, ¿podría yo juzgar que de la boca del santo evangelista saliese una palabra superflua, especialmente en la sagrada historia del que es Palabra de Dios? No lo pienso así: todas están llenas de soberanos misterios y cada una rebosa en celestial dulzura; pero esto es si tienen quien las considere con diligencia y sepa chupar miel de la piedra y aceite del peñasco durísimo.

2. SEGUNDA HOMILÍA

4. Fue enviado, dice, el ángel Gabriel a una virgen. Virgen en el cuerpo, virgen en el alma, virgen en la profesión, virgen, finalmente, como la que describe el Apóstol, santa en el alma y en el cuerpo; ni hallada nuevamente o sin especial providencia, sino escogida desde los siglos, conocida en la presencia del Altísimo y preparada para sí mismo; guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los antiguos Padres, prometida por los profetas. Registra las escrituras y hallarás las pruebas de lo que digo. Pero ¿quieres que yo también traiga aquí testimonios sobre esto? Para hablar poco de lo mucho, ¿qué otra cosa te parece que predijo Dios, cuando dijo a la serpiente: “Pondré enemistades entre ti y la mujer” y si todavía dudas que hablase de María, oye lo que se sigue : “Ella misma quebrantará tu cabeza”. ¿Para quién se guardó esta victoria sino para María? Ella sin duda quebrantó su venenosa cabeza, venciendo y reduciendo a la nada todas las sugestiones del enemigo, así en los deleites del cuerpo como en la soberbia del corazón.

11. Mira, dice, “que una virgen concebirá y dará a luz un hijo”. Ea, ya tienes la mujer, que es la Virgen. ¿Quieres oír también quién es el varón? Y será llamado, añade, Manuel, esto es, Dios con nosotros. Así, la mujer que circunda al varón es la Virgen, que concibe a Dios. ¿Ve qué bella y concordemente cuadran entre sí los hechos maravillosos de los santos y sus misteriosos dichos? ¿Ves qué estupendo es este solo milagro hecho con la Virgen y en la Virgen, a que precedieron tantos prodigios y que prometieron tantos oráculos?

            Sin duda era uno solo el espíritu de los profetas y, aunque en diversas maneras, signos y tiempos, y, siendo ellos diversos también, pero no con diverso espíritu, previeron y predijeron una misma cosa.

            Lo que se mostró a Moisés en la zarza y en el fuego, a Aarón en la vara y en la flor, a Gedeón en el vellocino y el rocío, eso mismo abiertamente predijo Salomón en la mujer fuerte y en su precio; con más expresión lo cantó anticipadamente Jeremías de una mujer y de un varón; clarísimamente lo anunció Isaías de una virgen y de Dios; en fin, eso mismo lo mostró San Gabriel en la Virgen saludándola; porque esta misma es de quien dice el evangelista ahora: “Fue enviado el Ángel Gabriel a una virgen desposada”.

12. Auna virgen desposada, dice. ¿Por qué fue desposada? Siendo ella, digo, elegida virgen y, como se ha demostrado, virgen que había de concebir, y virgen que había de dar a luz siendo virgen, causa admiración que fuese desposada. ¿Habrá por ventura quien diga que esto sucedería casualmente?

            No se hizo casualmente cuando, para hacerse así, se halla causa muy razonable, causa muy útil y necesaria y digna enteramente del consejo divino. Diré lo que a mí me ha parecido o, por mejor decir, lo que antes de mí ha parecido a los Padres. La causa para que se desposase María fue la misma que hubo para permitir que dudase Tomás.

            Era costumbre de los judíos que desde el día del desposorio hasta el tiempo de las bodas fuesen entregadas las esposas a sus esposos para ser guardadas, a fin de que con tanta mayor diligencia guardasen su honestidad cuanto ellos eran más fieles para sí mismos.

            Así, pues, como Tomás, dudando y palpando, se hizo constantísimo confesor de la resurrección del Señor, así también José, desposándose con María y comprobando él mismo su honestísima conducta en el tiempo de su custodia con más diligencia, se hizo fidelísimo testigo de su pureza.

            Bella congruencia de ambas cosas, esto es, de la duda en Tomás y del desposorio en María. Podía el enemigo ponernos un lazo a nosotros para que cayésemos en el error, dudando de la verdad de la fe en Tomás y de la castidad en María, reduciéndose de esta suerte la verdad a sospechas; pero, con prudente y piadoso consejo de Dios, sucedió, por el contrario, que por donde se temía la sospecha, se hizo más firme y más cierta la verdad de nuestra fe.

            Porque acerca de la resurrección del Hijo, más presto sin duda, yo, que soy débil, creeré a Tomás, que duda y palpa, que a Cefas, que lo oye y luego lo cree; y sobre la continencia de María, más fácilmente creeré a su esposo, que la guarda y experimenta, que creería aún a la misma Virgen si se defendiese con sola su conciencia.

            Dime, te ruego, ¿quién viéndola embarazada, sin estar desposada, no diría más bien que era mujer corrupta que virgen? No era decente que se dijese esto de la Madre del Señor; era más tolerable y honesto que por algún tiempo se pensase que Cristo había nacido de matrimonio que no de fornicación.

13. Así, no hay duda en que intervinieron causas muy importantes para que María fuese desposada con José, puesto que por este medio se esconde lo santo a los perros y se comprueba la virginidad de María por su esposo; igualmente se preserva a la Virgen del sonrojo y se provee a la integridad de su fama. ¿Qué cosa más llena de sabiduría, qué cosa más digna de la providencia divina?

            Con sólo este arbitrio, se admite un fiel testigo a los secretos del cielo y se excluye de ellos al enemigo y se conserva ilesa la fama de la Virgen Madre.

            De otra suerte, ¿cuándo hubiera perdonado el justo a una adúltera? Pero está escrito: “Mas José, su esposo, siendo justo, y no queriendo delatarla, quiso dejarla ocultamente” ¡Qué bien dicho, siendo justo y no queriendo delatarla!

            Porque así como de ningún modo hubiera sido justo si la hubiera consentido conociéndola culpada, igualmente no sería justo si la hubiera delatado, conociéndola inocente. Como fuese, pues, justo y no quisiese delatarla, quiso dejarla ocultamente.

14. ¿Por qué quiso dejarla? Oye también en esto no mi sentencia propia, sino la de los Padres. Por el mismo motivo quería José dejar a María por el que San Pedro también apartaba de sí al Señor, diciéndole: Apártate de mí, Señor, porque yo soy un pecador;  y por la causa misma porque el centurión no quería que entrase el Señor en su casa diciendo: Señor, yo no soy digno de que entres bajo de mi techo.

            Así, José, teniéndose por indigno y pecador, decía dentro de sí mismo que no debía concedérsele ya en adelante la familiar compañía con tal y tan grande criatura, cuya admirable dignidad miraba sobre sí con asombro. Miraba y se llenaba de pavor a la vista de quien llevaba en sí misma una ciertísima divisa de la presencia divina; y, porque no podía penetrar el misterio, quería dejarla.

            Miró Pedro con pavor la grandeza del poder de Cristo, miró con pavor el centurión la majestad de su presencia. Fué poseído también José, como hombre, de un asombro sagrado a la novedad de tan grande milagro, a la profundidad de tan grande misterio, y por eso quiso dejarla ocultamente.

            ¿Te maravillas de que José se juzgase indigno de la compañía de María, cuando llevaba ya en sus virginales entrañas el Hijo de Dios, oyendo tú que Santa Isabel no podía sostener su presencia sin temor y respeto, pues prorrumpe en estas voces: “¿De dónde a mí esta dicha, que la Madre de mi Señor venga a mí?”.            

            Este fue el motivo porque José quería dejarla. Pero ¿por qué ocultamente y no a las claras? Porque no se inquiriese la causa del divorcio y se pidiese la razón que había para él. Porque ¿qué respondería este varón justo a un pueblo de dura cerviz, a un pueblo que no creía, sino que contradecía?

            Si decía lo que sentía y lo que había comprobado él mismo en orden a su pureza, ¿no se burlarían al punto de él los incrédulos y crueles judíos y a ella no la apedrearían? ¿Cuándo creerían a la verdad enmudecida en el seno, si después la despreciaron clamando en el templo? ¿Qué harían con quien todavía no aparecía los que pusieron en Él sus impías manos cuando resplandecía con milagros?

            Con razón, pues, este varón justo, por no verse obligado o a mentir o a infamar a una inocente, quiso ocultamente dejarla.

15. Mas si alguno siente de diferente modo, y porfía en que José, como hombre, dudó; y, como era justo, no quería habitar con ella por la sospecha, no queriendo, sin embargo, tampoco (como era piadoso) descubrir sus recelos, y que por esto quiso dejarla ocultamente; brevemente respondo que aun así fue muy necesaria y provechosa la duda de José, pues mereció ser aclarada por el oráculo divino. Porque así se halla escrito: “Pensando él en esto, es decir, en dejarla ocultamente, se le apareció un ángel en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María por consorte tuya, pues lo que en sus entrañas está es del Espíritu Santo”.

            Así, por estas razones, fue desposada María con José o, como dice el evangelista, con un varón cuyo nombre era José. Varón le llama, no porque fuese marido, sino porque era hombre de virtud. O mejor, porque, según otro evangelista, fue llamado, no varón absolutamente, sino varón de María, con razón se apellida como fue necesario reputarle.

            Sin duda, este José con quien se desposó la Madre del Salvador fue hombre bueno y fiel. Al fin del verso dice el evangelista: “Y el nombre de la virgen era María”. Digamos también, acerca de este nombre, que significa estrella de la mar, y se adapta a la Virgen Madre con la mayor proporción. Se compara María oportunísimamente a la estrella; porque, así como la estrella despide el rayo de su luz sin corrupción de sí misma, así, sin lesión suya, dio a luz la Virgen a su Hijo. Ni el rayo disminuye a la estrella su claridad, ni el Hijo a la Virgen su integridad.

            Ella, pues, es aquella noble estrella nacida de Jacob, cuyos rayos iluminan todo el orbe, cuyo esplendor brilla en las alturas y penetra los abismos; y, alumbrando también a la tierra y calentando más bien los corazones que los cuerpos, fomenta las virtudes y consume los vicios.

            Esta misma, repito, es la esclarecida y singular estrella, elevada por necesarias causas sobre este mar grande y espacioso, brillando en méritos, ilustrando en ejemplos. ¡Oh!, cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras, mas antes fluctuar entre borrascas y tempestades, que andar por la tierra, no apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas.

            Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres agitado de las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o el deleite carnal impele violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.             Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima sin suelo de la tristeza, en el abismo de la desesperación, piensa en María.

            En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas.

            Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer ; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dijo: “Y el nombre de la virgen era María”. Pero ya debemos pausar un poco, no sea que miremos sólo de paso la claridad de tanta luz.

            Bueno es que nos detengamos aquí; y da gusto contemplar dulcemente en el silencio lo que no basta a explicar la pluma laboriosa. Entre tanto, por la devota contemplación de esta brillante estrella recobrará más fervor la exposición en lo que se sigue.

3. TERCERA HOMILÍA

2. “Habiendo, pues, entrado el ángel a María, la dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”. ¿Qué mucho estuviera llena de gracia, si el Señor estaba con ella? Lo que más se debe admirar es cómo el mismo que había enviado el ángel a la Virgen fue hallado con la Virgen por el ángel.

            ¿Fue Dios más veloz que el ángel, de modo que con mayor ligereza se anticipó a su presuroso nuncio para llegar a la tierra? No hay que admirar, porque estando el Rey en su reposo, el nardo de la Virgen dio su olor y subió a la presencia de su gloria el perfume de su aroma y halló gracia en los ojos del Señor, clamando los circunstantes

            “¿Quién es esta que sube por el desierto como una columnita de humo formada de perfumes de mirra e incienso?” Y al punto el Rey, saliendo de su lugar santo, mostró el aliento de un gigante para correr el camino; y, aunque fue su salida de lo más alto del cielo, volando en su ardentísimo deseo, se adelantó a su anuncio, para llegar a la Virgen, a quien había amado, a quien había escogido para sí, cuya hermosura había deseado. Al cual, mirándole venir de lejos, dándose el parabién y llenándose de gozo, le dice la Iglesia: “Mirad cómo viene éste saltando en los montes, pasando por encima de los collados”.

4. Dice, pues: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”. No solamente el Señor Hijo es contigo, al cual distes tu carne, sino también el Señor Espíritu Santo, de quien concibes; y el Señor Padre, que engendró al que tú concibes.

            El Padre, repito, es contigo, que hace a su Hijo tuyo también. El Hijo es contigo, quien, para obrar en ti este admirable misterio, se reserva a sí con un modo maravilloso el arcano de la generación y a ti te guarda el sello virginal. El Espíritu Santo es contigo, pues con el Padre y con el Hijo santifica tu sello. El Señor, pues, es contigo.

8. Abre, Virgen, el seno, dilata el regazo, prepara tus castas entrañas, pues va a hacer en ti cosas grandes el que es todopoderoso, en tanto grado, que en vez de la maldición de Israel te llamarán bienaventurada todas las generaciones. No tengas por sospechosa, Virgen prudentísima, la fecundidad; porque no disminuirá tu integridad.

            Concebirás, pero sin pecado; embarazada estarás, pero no cargada; darás a luz, pero no con tristeza; no conocerás varón y engendrarás un hijo.      ¿Qué hijo? De aquel mismo serás Madre de quien Dios es Padre. El hijo de la caridad paterna será la corona de tu castidad; la sabiduría del corazón del Padre será el fruto de tu virgíneo seno; a Dios, en fin, darás a luz y concebirás de Dios.

            Ten, pues, ánimo, Virgen fecunda, madre intacta, porque no serás maldecida jamás en Israel ni contada entre las estériles. Y si con todo eso el Israel carnal te maldice, no porque te mire estéril, sino porque sienta que seas fecunda; acuérdate que Cristo también sufrió la maldición; el mismo que a ti, que eres su madre, bendijo en los cielos; pero aun en la tierra igualmente eres bendecida por e1 ángel, y por todas las generaciones de la tierra eres llamada, con razón, bienaventurada. Bendita, pues, eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

10. “No temas, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios”. ¡Oh,  si supieras cuánto agrada a Dios tu humildad y cuánta es tu privanza con Él! ¡No te juzgarías indigna de que te saludase y obsequiase un ángel! ¿Por qué has de pensar que te es indebida la gracia de los ángeles, cuando has hallado gracia en los ojos de Dios? Hallaste lo que buscabas, hallaste lo que antes de ti ninguno pudo hallar, hallaste gracia en los ojos de Dios. ¿Qué gracia? La paz de Dios y de los hombres, la destrucción de la muerte, la reparación de la vida. Esta es la gracia que hallaste en los ojos de Dios.

            Y ésta es la señal que te dan para que te persuadas que has hallado todo esto: “Sabe que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús”.

            Entiende, Virgen prudente, por el nombre del hijo que te prometen, cuán grande y qué especial gracia has hallado en los ojos de Dios. Y le llamarás Jesús. La razón y significado de este nombre se halla en otro evangelista, interpretándole el ángel así: Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.

4. CUARTA HOMILÍA

3. Dijo, pues, María al ángel: “¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón?” Primero, sin duda, calló como prudente, cuando todavía dudosa pensaba entre sí qué salutación sería ésta, queriendo más por su humildad no responder que temerariamente hablar lo que no sabía.

            Pero ya confortada y habiéndolo premeditado bien, hablándola a la verdad en lo exterior el ángel, pero persuadiéndola interiormente Dios (pues estaba con ella según lo que dice el ángel: “El Señor es contigo”); así, pues, confortada, expeliendo sin duda la fe al temor, la alegría al empacho, le dijo al ángel: “¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón?

            No duda del hecho, pregunta acerca del modo y del orden; porque no pregunta si se hará esto, sino cómo. Al modo que si dijera: sabiendo mi Señor que su esclava tiene hecho voto de no conocer varón;        ¿con qué disposición, con qué orden le agradará que se haga esto?

            Si su Majestad ordena otra cosa y dispensa en este voto para tener tal Hijo, alégrome del Hijo que me da, mas duéleme de que se dispense en el voto; sin embargo, hágase su voluntad en todo; pero, si he de concebir virgen y virgen también he de dar a luz, lo cual, ciertamente, si le agrada, no le es imposible, entonces verdaderamente conoceré que miró la humildad de su esclava.

            “¿Cómo, pues, se hará esto, porque yo no conozco varón?” Y respondiendo el ángel, le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Había dicho antes que estaba llena de gracia; pues ¿cómo dice ahora: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” ¿Por ventura podía estar llena de gracia y no tener todavía al Espíritu Santo, siendo Él el dador de las gracias? Y si el Espíritu Santo estaba en ella, ¿cómo todavía se le vuelve a prometer como que vendrá sobre ella nuevamente? Por eso acaso no dijo absolutamente vendrá a ti, sino que añadió sobre; porque, aunque a la verdad primero estuvo con María por su copiosa gracia, ahora se la anuncia que vendrá sobre ella por la más abundante plenitud de gracia que en ella ha de derramar.

            Pero, estando ya llena, ¿cómo podía caber en ella aquello más? Y si todavía puede caber más en ella, ¿cómo se ha de entender que antes estaba llena de gracia? Acaso la primera gracia había llenado solamente su alma, y la siguiente había de llenar también su seno; a fin de que la plenitud de la Divinidad, que ya habitaba antes espiritualmente en ella, como en muchos de los santos, como en ninguno de los santos comenzase a habitar en ella también corporalmente.

8. Oíste, ¡oh Virgen!, el hecho; oíste el modo también; lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. “Gózate, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén”. Y pues a tus oídos ha dado el Señor gozo y alegría, oigamos nosotros de tu boca la respuesta de alegría que deseamos para que con ella entre la alegría y el gozo en nuestros huesos afligidos y humillados.          

            Oíste, vuelvo a decir, el hecho, y lo creíste; cree lo que oíste también acerca del modo. Oíste que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que le envió.

            Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de que seremos librados por tus palabras. Ve que se pone entre tus manos el precio de nuestra salud; al punto seremos librados si consientes. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos criados, y con todo eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir.

            Esto te suplica, ¡oh piadosa Virgen!, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abraham, esto David con todos los santos Padres tuyos, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo postrado a tus pies. Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salud, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje.

            Da, ¡oh Virgen!, aprisa la respuesta. ¡Ah! señora, responde aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó tu hermosura, tanto desea ahora la respuesta de tu consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo. A quien agradaste por tu silencio agradarás ahora mucho más por tus palabras, pues Él te habla desde el cielo diciendo ¡Oh hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si tú le haces oír tu voz, El te hará ver el misterio de nuestra salud.

            ¿Por ventura no es esto lo que buscabas, por lo que gemías, por lo que orando días y noches suspirabas? ¿Qué haces, pues? ¿Eres tú aquella para quien se guardan estas promesas o esperamos otra? No, no; tú misma eres, no es otra.

            Tú eres, vuelvo a decir, aquella prometida, aquella esperada, aquella deseada, de quien tu santo padre Jacob, estando para morir, esperaba la vida eterna, diciendo “Tu salud esperaré, Señor”. En quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salud en medio de la tierra.

            Por qué esperarás de otra lo que a ti misma te ofrecen? ¿Por qué aguardarás de otra lo que al punto se hará por ti, como des tu consentimiento y respondas una palabra?

            Responde, pues, presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por el ángel; responde una palabra y recibe otra palabra; pronuncia la tuya y concibe la divina; articula la transitoria y admite en ti la eterna. ¿Qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe.

            Cobre ahora aliento tu humildad y tu vergüenza confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En sólo este negocio no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, pero más necesaria es ahora la piedad en las palabras.

            Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. ¡Ay si, deteniéndote en abrirle, pasa adelante, y después vuelves con dolor a buscar al amado de tu alma! Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

            “He aquí, dice la Virgen, la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

11. Esto sin duda entendió la Virgen prudente, cuando, al anticipado don de la gratuita promesa, juntó el mérito de su oración diciendo: “Hágase en mí según tu palabra”. Hágase en mí del Verbo según tu palabra; el Verbo, que en el principio estaba en Dios, hágase carne de mi carne según tu palabra. Hágase en mí, suplico, la palabra, no pronunciada que pase, sino concebida que permanezca, vestida ciertamente no de aire, sino de carne. Hágase en mí no sólo perceptible al oído, sino también visible a los ojos, palpable a las manos, fácil de llevar en mis hombros. Ni se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva; esto es, no escrita en mudos caracteres, en pieles muertas, sino impresa vitalmente en la forma humana en mis castas entrañas, y esto no con el rasgo de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.

            Para decirlo de una vez, hágase para mí de aquel modo con que para ninguno se ha hecho hasta ahora antes de mí y para ninguno después de mí se ha de hacer. De muchos y varios modos habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por sus profetas, y también se hace mención en las Escrituras de que la palabra de Dios se hizo para unos en el oído, para otros en la boca, para otros aun en la mano; pero yo pido que para mí se haga en mi seno según tu palabra.

            No quiero que se haga para mí o predicada retóricamente, o significada figuradamente o soñada imaginariamente, sino inspirada silenciosamente, encarnada personalmente, entrañada corporalmente.

            El Verbo, pues, que ni puede hacerse en sí mismo ni lo necesita, dígnese en mí, dígnese también para mí ser hecho según tu palabra. Hágase desde luego generalmente para todo el mundo, pero hágase para mí con especialidad según tu palabra.

(Hago totalmente mías estas palabras de San Bernardo al final de sus cuatro homilías sobre las Excelencias de la Virgen María. Y las hago extensivas a todo el libro: «Con todo eso, sepan los que me reprenden de una ociosa y nada necesaria exposición que no he pretendido tanto exponer el Evangelio como tomar ocasión del Evangelio para hablar lo que era deleite de mi alma»).

EXCÚSASE SAN BERNARDO A SÍ MISMO POR HABER EXPLICADO ESTE PASAJE DEL EVANGELIO DESPUES DE OTROS EXPOSITORES

            He expuesto la lección del Evangelio como he podido; ni ignoro que no a todos agradará este mi pensamiento, sino que sé que por esto me he expuesto a la indignación de muchos, y que reprenderán mi trabajo por superfluo o me juzgarán presumido; porque, después que los Padres han explicado plenísimamente este asunto, me he atrevido yo, como nuevo expositor, a poner mi mano en lo mismo.

            Pero si he dicho algo después de los Padres que, sin embargo, no es contra los Padres, ni a los Padres ni a otro alguno juzgo que debe desagradar. Donde he dicho lo mismo que he tomado de los Padres, esté muy lejos de mí el aire de presunción para que no me falte el fruto de la devoción, y yo con paciencia oiré a los que se quejaren de la superfluidad de mi trabajo.            Con todo eso, sepan los que me reprenden de una ociosa y nada necesaria exposición que no he pretendido tanto exponer el Evangelio como tomar ocasión del Evangelio para hablar lo que era deleite de mi alma.

            Pero si he pecado en que más antes he excitado en esto mi propia devoción que he buscado la común utilidad, poderosa será la Virgen para excusar este pecado mío delante de su hijo, a quien he dedicado esta pequeña obra, tal cual ella sea, con toda mi devoción.  (Cf. GREGORIO DIEZ, Obras de San Bernardo, BAC, Madrid 1953 pg´s 185-216).

 8.  YO TAMBIÉN PIDO EXCUSAS POR SER TAN ATREVIDO, PERO SUCEDIÓ ASÍ

            Por el Espíritu Santo y por la Virgen, que lo que voy a deciros es verdad, está siendo verdad. Hoy es 15 de agosto del 2008; 6, 30 de la mañana; me acabo de levantar de la cama y como es día de la Asunción de nuestra Madre al cielo, la he saludado cantando, como hago en ocasiones extraordinarias: «A ti va mi canturia, dulce Señora...».

            A lo que voy. Ayer por la tarde, terminé de transcribir en este libro la homilía de San Juan Damasceno: Madre de la gloria (Homilía 2 en la dormición de la Virgen María, 2 y 14) y esta mañana, al terminar de saludar a la Virgen con esta canturia, me ha dicho María: Pues como me has pedido que arribe a buen puerto tu alma, y la mía con mi cuerpo arribó hace siglos al buen puerto del cielo ¿por qué no añades aquí la primera homilía que me hiciste hace muchos años en mi Asunción a los cielos, que me gusta mucho porque hablas mucho del cielo, de que mis hijos  tienen que amar, hablar y pensar más en el cielo? A mí, como madre asunta al cielo, me gustaría que todos mis hijos se diesen cita aquí, puesto que para esto han sido creados por Dios.  Gonzalo, me gustaría tu homilía de la Asunción como la mejor felicitación que puedas hacerme hoy.

            Yo me quedé sorprendido. Y le he dicho, se lo estoy diciendo ahora mismo: Madre, en este capítulo trato de decir lo que los Santos Padres de la Iglesia han predicado de Ti; es verdad que he metido entre ellos, sin serlo, a San Bernardo, porque yo le recordaba con cariño al haber leído en mi juventud  cosas muy bellas y hermosas sobre el amor a Dios y a  Ti, que me gustaron; por eso le he puesto entre los Padres y espero que no pongas reparo; pero meter mi pobre homilía entre las de los Santos Padres no me parece bien; incluso algunos lo verán como una presunción muy grande; Madre, te lo digo de verdad, me parece muy atrevido... ¿qué van a decir de mí?

            Y como yo,  por otra parte, tratándose de la Virgen me paso un montón, pues ahí va una prueba de mi atrevimiento: repito, 15 de agosto 2008, 6, 30 de la mañana, pero la homilía es de mi primer año de sacerdocio, en la primera Fiesta de la Asunción de la Virgen que celebré como sacerdote.  Lógicamente la escribo tal cual, añadiendo sólo la nota introductoria que puse al publicar mis HOMILÍAS CICLO B,  Edibesa, Madrid 2005, pags 601-606).

MI PRIMERA HOMILÍA EN EL SEMINARIO

(Ahí va una homilía chula, de cuando uno tenía veintitrés años, mucho amor a la Virgen y se ajustaba a la oratoria que le había enseñado Don Pelayo en el Seminario.  Fue mi «primer sermón» a la Virgen en el misterio de su Asunción a los cielos).

QUERIDOS HERMANOS:

            1.- Celebramos hoy el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Esta verdad fue definida como dogma de la fe por el Papa Pío XII en el año 1950, siendo yo seminarista y todavía recuerdo la fiesta por todo lo alto que celebramos en el Seminario y en la Catedral de Plasencia, con misa «pontifical» solemnísima del Señor Obispo, D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo y todas las banderas de España y de todos los movimientos apostólicos. ¡Qué buen Obispo, cómo le recuerdo!¡Qué homilía!

            Sin embargo, queridos hijos de María Reina y Madre, esta definición no hacía falta realmente, porque el pueblo cristiano ya profesaba esta verdad desde siglos y la había celebrado con certeza y gozo desde siempre; por eso, a muchos cristianos, sobre todo al pueblo sencillo, más que admiración, le causó extrañeza, porque él siempre había celebrado la Asunción de María al cielo y honrado a la reina de los cielos y había rezado y había contado entre sus verdades de fe este privilegio de María.

            2.- Y es que necesariamente tenía que ser así, tenía que subir al cielo con su Hijo, necesariamente tenía que subir en cuerpo y alma antes de corromperse en el sepulcro, por las exigencias eternas del amor del Hijo a la Madre y de la Madre al Hijo.

            La Virgen añoraba la presencia del Hijo de sus entrañas, del Hijo que tanto la amaba y aunque amaba y quería a la Iglesia naciente y a sus hijos de la tierra, ella no podía soportar más la ausencia maternal y externa del hijo, porque siempre lo tenía en su corazón abrasado de amor hacia Él; a nuestra Madre Inmaculada, llena de gracia y amor, no le podía caber en su limitado cuerpo, aunque totalmente adaptado y sutil a su alma, la plenitud casi infinita de Madre de Dios y de los hombres; su carne inmaculada no pudo contener mas el torrente de estos dos amores, y habiendo ella reunido en su espíritu, con vivo y continuo amor, todos los misterios más adorables de su vida llevada con Jesús y recibiendo siempre perpendicularmente las más abrasadas inspiraciones que su Hijo, Rey del cielo y Esplendor de la gloria del Padre, lanzaba de continuo sobre ella, fue abrasada, consumida por completo por el fuego sagrado del Amor del Espíritu Santo, del mismo fuego del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, de manera que murió y su alma, así extasiada y enajenada, pasó a los brazos dulcísimos de su hijo, Hijo del Padre, como el gran río  penetra en el océano o la mínima sacudida desprende del árbol el fruto ya maduro, como la luz dulce y serena de una estrella, que al llegar la mañana, se esconde en el azul del cielo.

            3.-Porque la Virgen murió, sí, hermanos, murió, pero murió de amor, murió abrasada por el fuego sagrado del amor a su Hijo y a sus hijos a los que ayudaría más desde el cielo que desde la tierra, porque podría estar juntos a ellos, en todas las partes del mundo, y en comunicación directa y eficaz.

            Murió de amor. Se puede morir con amor, como todos los cristianos que mueren con la gracia de Dios en el alma, como mueren todos los justos, como moriremos nosotros. Se puede morir por amor, como los mártires, que prefieren morir, derramar su sangre antes de ofender a Dios; pero morir de amor, morir abrasada por el fuego quemante y transformante del amor de Dios, por el fervor llameante del Espíritu Santo, morir de Espíritu Santo, metida por el Hijo en su Amor al Padre, al Dios Amor que realizó y se goza en el proyecto de amor más maravilloso, ya realizado por el Hijo totalmente y consumado en ella… eso sólo en María.

            Por eso a ella con mayor razón que a ninguna otra criatura se le pueden aplicar aquellos versos de San Juan de la Cruz, que describen estas ansias de unión total en el Amado:  Hijo mío, «descubre tu presencia y tu figura, y máteme  tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura…¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste?». Son las nostalgias del amante que quiere fundirse en una realidad en llamas con el Dios amado.

            Jesús, el Hijo, había robado el corazón de su madre que permanecía separada de Él en la tierra. Es justo que si Él había robado el corazón de la madre, fuera un ladrón honrado y se llevase hasta el cielo lo que había robado.

            4.- ¡Ah hermanos! Es que el Hijo de María es hijo, hijo de una madre y esta madre está llena del Amor de Espíritu Santo de la Santísima Trinidad que le hace al Hijo el Hijo más infinito de amor y entrega y pasión por el Padre, porque le constituye en el  Hijo Amado, y el Hijo con el mismo Amor de Espíritu Santo le hace Padre al Padre, con el mismo amor de Espíritu Santo, y de este amor ha llenado el Hijo por ser hijo a la madre. El hijo de María es el Hijo más Hijo y adorable que pueda existir porque es el mismo Hijo de Dios. El Hijo de Dios es verdaderamente el hijo de María.

            Lógicos, madre, tus deseos, tus ansias por estar  con Él, tu anhelo de vivir siempre junto a Él. Por eso, Madre, en tus labios se pueden poner con mayor razón  que en los de  nuestros místicos: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dame la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es tan entero, que muero porque no muero.»

            Sí, hermanos, desde la Ascensión de su hijo al Cielo, a la Esencia Plena de la Trinidad, María vivía más en el cielo que en la tierra. Le suponía a Dios «más trabajo» mantenerla viva aquí abajo en la tierra que llevársela consigo al cielo. Son las ansías de amor, las impaciencias que sienten las almas transformadas e inflamadas por el fuego pleno del Espíritu Santo, una vez transformadas totalmente y purificadas, de que habla San Juan de la Cruz, almas que o las colma el Señor totalmente o mueren de amor.

            El que abrasa a los Serafines y los hace llama ardiente, como dice la Escritura, ¿no será capaz de abrasar de amor y consumirla totalmente con un rayo de Espíritu Santo que suba hasta los Tres en el cielo de su Esencia divina? Nosotros no entendemos de estas cosas porque no entendemos de esta clase de amor, porque esto no se entiende si no se vive, porque para esto hay que estar purificados y consumidos antes por el Amor de Espíritu Santo, que lo purifica y lo quema todo y lo convierte todo en «llama de amor viva, qué tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro». Es morir de amor, la muerte más dulce que existe, porque en ese trance de amor tan elevado que te funde en Dios, eso es el cielo: «esta vida que yo vivo, es privación de vivir y así es continuo morir, hasta que viva contigo. Oye, mi Dios, lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero».

            Y murió la Virgen, sí, hermanos, murió de amor y su cuerpo permaneció incorrupto en el sepulcro como el de Jesús, hasta que Él se lo llevó al cielo.

            5.- La Asunción de la Virgen al Cielo de la Trinidad fue precedida de diversos hechos. Primeramente, su muerte. Muerte física y real como la nuestra, aunque causada por el amor. Por eso no fue precedida por el dolor o el sufrimiento o la agonía. Fue muerte gozosa, tranquila, como un sueño de amor. Murió por seguir en todo al hijo; el Hijo fue el Redentor y murió para salvarnos; la Madre fue corredentora y tenía que seguir sus mismos pasos muriendo, pero de amor por el Hijo y por los hijos transformada y recibiendo ya la plenitud de Salvación del Hijo, que tuvo ya en su Concepción Inmaculada desde el primer instante de su ser y la rebasó totalmente de ese mismo amor en el último instante de su existir.          

            Antiguamente se celebraba esta fiesta en la Iglesia con el nombre de la «Dormición de la Virgen» o el «Tránsito de la Virgen». Murió la Virgen y su cuerpo permaneció incorrupto hasta que el Hijo se la  llevó al cielo. Por eso, no tenemos reliquias corporales de la Virgen ni de Cristo, a pesar de la devoción que siempre tuvo la cristiandad a la Madre. No sabemos el tiempo que permaneció así, no sabemos si fueron horas o minutos, pero fue la primera redimida totalmente, como en nuestra resurrección lo seremos todos nosotros.

            6.- No pudo permanecer mucho tiempo en el sepulcro, porque no podía corromperse aquel cuerpo que había sido durante nueve meses templo de Dios en la tierra y morada del Altísimo, primer sagrario en la tierra, arca de la Alianza, Madre de la Eucaristía. No convenía que conociese la corrupción para gloria de Dios Padre, que quiso asociarla tan íntimamente a su generación del Hijo en el hijo; no convenía por el Hijo: «decir que Dios no podía es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo (subirla a los cielos), no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal… <<ser concebida, María>>  aquí lo cambio por <<ser asunta a los cielos, sin pecado original>>.

            Tenía que subir al cielo porque la gloria de Dios lo exigía, notaba su ausencia de vida, no podía permanecer inactivo aquel corazón capaz de amarle más que todos los ángeles y santos juntos. Así que cuando su Hijo quiso, se la llevó consigo y fue coronada reina del cielo y del universo.

            El Padre la dijo: Tú eres mi Hija predilecta porque he querido hacerte copartícipe de mi virtud generadora del Hijo en el hijo que concebiste por el Espíritu Santo, como ninguna otra criatura podrá serlo ni yo quiero ya. El Hijo la dijo: Tú eres mi Madre, la madre más grande que he tenido y puedo tener. El Espíritu Santo le dijo: Tú serás mi Esposa, te haré Madre del Verbo Encarnado. Y desde allí, coronada de la Luz y de Gloria  divinas, no deja de amarnos y cuidar de los hijos de la tierra, más que si hubiera permanecido entre nosotros, porque desde allí puede estar con todos, cosa imposible en la tierra, allí siempre y con todos a la vez.

            Por eso, desde el cielo es más madre, más nuestra, está totalmente inclinada sobre la universalidad de todos sus hijos. Se ha convertido en pura intercesión nuestra, totalmente inclinada sobre nuestras necesidades. Por eso, tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, querer y desear el cielo: el cielo es Dios, es estar en el regazo eternamente del Padre y de la madre, junto al Hijo, llenos de Espíritu Santo.

            ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor! Está tan cargada de dones y gracias, que necesita volcarlas en sus hijos de la tierra a los que tanto quiere.

            Al subir al cielo, iría viendo todos los lugares donde había sufrido. Todo ha pasado. Todo pasa, hermano que sufres ahor, y la Virgen desde el cielo te quiere ayudar.

            Mírala con amor en este día. Ella subiendo al cielo nos enseña a elevarnos sobre la tierra y saber que todo tiene fin aquí abajo y debe terminar en el cielo. Y eso es lo que le pedimos, y esto es lo que rezamos y así terminamos: <<Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto, oh quien pudiera ahora asirse a vuestro manto>> para escalar con Vos el Monte Santo.

            Santa María, Reina del cielo, tu Asunción nos valga; llévanos un día, a donde tú hoy llegas, pero llévanos tú, Señora del buen aire, Reina del Camino y Estrella de los mares.

CAPÍTULO QUINTO

MIRADA MÍSTICA Y CONTEMPLATIVA EN MARÍA

            Aunque la vida de María Santísima estuvo siempre recogida y concentrada en Dios, hubo de estarlo ciertamente de una manera muy especial  durante aquel periodo en que, por la virtud del Espíritu Santo, tuvo en sus entrañas al Verbo divino encarnado. El ángel Gabriel había ya encontrado a María en la soledad y en el recogimiento, y en esa atmósfera le había revelado los decretos de Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será Hijo de Dios” (Lc 1, 35).

5.1.MARÍA UNIDA A DIOS POR LA ORACIÓN MÍSTICA

            El recogimiento había hecho a María abierta a la escucha del mensaje divino, abierta al consentimiento y dispuesta al don total de sí misma. «En aquel momento recibió ella al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo» (LG 53) y Dios se hizo presente en María de un modo especialísimo que supera toda otra presencia de Dios en la criatura. La humilde Virgen lo atestigua en el sublime cántico del Magníficat: “Mi alma engrandece al Señor... porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso” (Lc 1, 46. 49).

            Sin embargo, encubre en sí el gran misterio y lo vive recogida en la intimidad de su espíritu. Llegará el día en que José descubrirá la maternidad de María y no sabrá cómo comportarse; pero ella no creerá oportuno romper el silencio ni para justificarse ni para dar alguna explicación. Dios, que le ha hablado y que obra en ella, sabrá defender su misterio e intervenir en el momento oportuno. María está segura de ello y a él remite su causa, continuando en su doloroso silencio, fiel depositaria del secreto de Dios.

            Aquel silencio debió conmover el corazón del Altísimo; y he aquí que un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Dios no puede resistir a un silencio que es fidelidad incondicionada y entrega total de la criatura en sus manos.

            A nadie como a María se entregó Dios tan abundantemente, pero tampoco criatura alguna comprendió como María la grandeza del don divino ni fue como Ella tan fiel depositaria y adoradora de él. Así nos la presenta Isabel de la Trinidad: «Hubo una criatura que conoció este don de Dios; una criatura que no desperdició nada de Él... Es la Virgen fiel, “la que guardaba todas aquellas cosas en su corazón”...           El Padre, al contemplar esta criatura tan bella, tan ignorante de su hermosura, determinó que fuera en el tiempo la Madre de Aquel de quien Él es el Padre en la eternidad.

            Vino entonces sobre Ella el Espíritu de amor que preside todas las operaciones divinas. La Virgen pronunció su “fiat”: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”: y se realizó el mayor de los misterios. Por la encarnación del Verbo, María fue para siempre posesión de Dios...» (cf. M.M. PHILIPON,  La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, El cielo en la tierra, 10: Obras, p. 196).

            Y mientras María adora en silencio el misterio que se ha realizado en ella, no descuida los humildes deberes de la vida; su vivir con Dios que vive en Ella no la abstrae de la realidad de la existencia cotidiana. Pero su estilo continúa siendo el de adoradora del Altísimo: «¡Con qué paz, con qué recogimiento se sometía y se prestaba María a todas las cosas! ¡Y cómo hasta las más vulgares quedaban en ella divinizadas, pues la Virgen, en todos sus actos, permanecía siendo la adoradora del don de Dios!

            Esta actitud no la impedía consagrarse a otras actividades externas cuando se trataba de ejercitar la caridad... La actitud observada por la Virgen durante los meses que transcurrieron entre la Anunciación y la Navidad, me parece ser el modelo de las almas interiores, de esos seres que Dios ha elegido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo» (ibid. Obras, pp. 196-197).

            María enseña al cristiano el secreto de la vida interior, vida de recogimiento en Dios presente en su espíritu. Es un recogimiento hecho de huida de curiosidades, charlas, ocupaciones inútiles y adobado con silencio, con un profundo sentido de la divina presencia y de adoración de la misma.

            Este silencio no es pobreza sino plenitud de vida, intensidad de deseos, grito que invoca a Dios no sólo como a Salvador propio sino de todos los demás: «Oh llave de David, que abres la puerta del Reino eterno, ven y saca al hombre de la prisión del pecado» (Leccionario).

5. 2 TESTIMONIOS MÍSTICOS SOBRE MARÍA

            Vamos a exponer en esta sección diversos testimonios de místicos y almas santas, profundamente Marianas, que nos han transmitido su contemplación de los misterios de María en forma de oraciones, cartas, diversos escritos.

 2. 1. Santa Catalina de Sena contempla así a la Virgen de la Encarnación: «¡Cuánto me agrada contemplarte así, oh María, profundamente recogida en la adoración del misterio que se obra en ti! Tú eres el primer templo de la Santísima Trinidad, tú la primera adoradora del Verbo encarnado, tú el primer tabernáculo de su santa Humanidad.

            ¡Oh María, templo de la Trinidad! María, portadora del Fuego divino, Madre de la misericordia, de ti ha brotado el fruto de vida, Jesús. Tú eres la nueva planta de la cual hemos recibido la flor olorosa del Verbo, Unigénito Hijo de Dios, pues en ti, como en tierra fructífera, fue sembrado este Verbo...! ¡Oh María, carro de fuego! Tú llevaste el fuego escondido y oculto bajo la ceniza de tu humanidad». (SANTA CATALINA DE SENA, Plegarias y Elevaciones, Edibesa Madrid 2007).

 2. 2. SOR ISABEL DE LA TRINIDAD es otra mística, a la que tengo sumo afecto y tengo escrito algo sobre ella en mi libro LA EXPERIENCIA DE DIOS, y que he citado antes en un texto breve, pero que ahora lo haré más largamente, siguiendo al P. M.M. PHILIPON; este autor me gustó mucho ya desde mi juventud y he leído su libro varias veces y hay páginas que me sé de memoria y que no puedo menos de decir aquí su nombre, porque, pesar de todo lo que he leído sobre la ya Beata Isabel de la Trinidad, santa predilecta mía, aunque no esté todavía canonizada por la Iglesia, pero para mí lo es y nadie me impide invocarla personalmente como santa;  su libro sigue siendo punto de referencias para mí, cuando hablo de esta santa, a la que, sin embargo siempre llamaré Sor Isabel, porque así la conocí de joven y la sigo llamando... Sor Isabel de la Trinidad contempla así a la Virgen en su misterio de la Encarnación:

            «Janua coeli» (Puerta del cielo)

            «Después de Jesucristo, pero teniendo en cuenta la distancia que media entre lo infinito y lo finito, hay una criatura que fue también la magna alabanza de gloria de la Santísima Trinidad, habiendo correspondido plenamente a la elección divina de que habla el Apóstol; pues fue siempre y en todo momento, pura, inmaculada e irreprensible a los ojos de Dios de toda santidad.

            Su alma es tan sencilla y los movimientos de la misma tan íntimos, que no es posible percibirlos; parece que reproduce en la tierra la vida del Ser divino, del Ser simplicísimo; por lo mismo es tan transparente, tan luminosa, que se la podría creer la luz misma. Sin embargo, no es sino el «espejo del Sol de Justicia: Speculum justitiae».

            Puede compendiarse toda su historia en estas pocas palabras: “La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón”; en él recogida vivió, y en tal profundidad, que la mirada humana no alcanza a sondearla.

            Cuando leo en el Evangelio que María fue presurosa hacia las montañas de Judea, a desempeñar oficios de caridad para con su prima Isabel, ¡cuán bella la veo caminar! ¡Cuán serena, majestuosa y recogida dentro de sí con el Verbo de Dios! Su oración, como también la de Él fue siempre ésta: “Ecce”. Aquí me tenéis. ¿A quién? ¡A la esclava del Señor, a la última de sus criaturas, ella, su Madre!

            Tan sincera fue su humildad, siempre olvidada, ignorada de sí misma, que le fue dado exclamar: “Ha obrado cosas grandes en mí Aquel que es Todopoderoso... Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.

            Pero esta Reina de las Vírgenes es asimismo Reina de los Mártires; mas en su corazón es donde la traspasó la espada, porque en Ella todo se verifica en el interior.

            ¡Oh cuán bella es para quien la contempla durante su prolongado martirio envuelta en una majestad que a la vez ostenta fortaleza y mansedumbre!, pues había aprendido del Verbo mismo cómo deben sufrir aquellos a quienes el Padre escogió por víctimas, aquellos a quienes resolvió asociar a la magna obra de la redención, los que conoció y predestinó para ser conformes a Cristo, crucificado por amor.

            Ahí está de pie cerca de la Cruz, en la actitud de fortaleza y valor; y mi Maestro me dice, dándomela como Madre: “Ecce Mater tua”. Y ahora que Él ha vuelto a la mansión del Padre y me sustituyó sobre la cruz en su lugar, con objeto de que sufra yo en mí lo que resta padecer en pro de su cuerpo, que es la Iglesia, junto a mí está la Virgen para enseñarme a sufrir como Él, y hacerme oír los últimos ecos de su alma, que nadie más que su Madre pudo percibir.

            En cuanto haya pronunciado mi “consummatum est”, también Ella, «Janua Coeli», es quien ha de introducirme en los atrios eternales con estas dulces palabras: “Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi: in domum Domini ibimus”...».

            Esta religiosa carmelita contemplativa experimentará esta soledad preñada sólo de Dios. Una vez que hubo entrado en el claustro, su piedad Mariana toma rápidamente un carácter carmelitano. Para comprender esta forma Maríana de devoción, hay que darse cuenta de que en el Carmelo la soledad lo es todo.

            ¡Y qué soledad en el alma de la Virgen! En ella, no hay nada ya humano. Es el ser puro, luminoso, transparente, libre de todo, a quien no rozó nunca el amor culpable o sencillamente demasiado sensible; la Virgen por excelencia separada de todo. Aquella que se marchó en su vida «Sola con el Solo», no queriendo otra sociedad que Él en la bienaventuranza o en el dolor.

            Soledad del corazón de la Virgen nunca retenida por lo sensible, que atravesó las afecciones de este mundo efímero «santa e inmaculada en el amor». Soledad del alma de la Virgen, en comercio con Dios solo, mezclada sin duda en la vida de los hombres, pero para cumplir una obra divina, alma de corredentora cada vez más identificada con todos los movimientos del alma de Cristo, tan solitaria por la noche en la montaña o en Getsemaní.

            Soledad divina del alma de la Virgen, transportada con el Verbo, su Hijo, hasta los confines de la Deidad, y allí, asociada a todos los designios de la Trinidad a causa de su lugar universal en la salvación del mundo, pero allí, sobre todo, tan infinitamente distante del Dios, su Hijo. Son éstos, abismos que hacen temblar.

            Esta Virgen Madre, ajena a todo lo creado y adoradora del Verbo oculto en su seno, es la Virgen de la Encarnación, la Virgen preferida por Sor Isabel de la Trinidad, cuyo ideal todo es también vivir silenciosa y adoradora del Dios oculto en lo más íntimo de su alma: «¿Se piensa en lo que debería acontecer en el alma de la Virgen cuando, después de la Encarnación, poseía en Ella el Verbo Encarnado, el Don de Dios? ¿En qué silencio, qué recogimiento, qué adoración debía ella sepultarse en el fondo de su alma para estrechar a ese Dios cuya Madre era?».

            «No tengo necesidad de ningún esfuerzo para entrar en ese misterio de la habitación divina en la Virgen. Paréceme encontrar en él mi movimiento habitual de alma, que fue el de Ella: adorar en mí al Dios oculto» (Carta a su hermana, noviembre de 1903).

            Sor Isabel de la Trinidad, leyendo a San Juan de la Cruz, descubre en María el modelo perfecto de la unión transformante y sueña con pasar por la tierra como la Virgen: silenciosa y adoradora del Verbo, enteramente perdida en la Trinidad:

             «Leo en este momento muy hermosas páginas en nuestro Padre San Juan de la Cruz, sobre la transformación del alma en las Tres Personas divinas. ¡A qué abismo de gloria somos llamados! ¡Oh!, comprendo los silencios, los recogimientos de los Santos, que no podían ya salir de su contemplación. Por eso Dios podía llevarlos a las cumbres divinas en donde <el UNO> se consuma entre Él y el alma hecha su esposa en el sentido místico de la palabra.

            Nuestro bienaventurado Padre dice que entonces el Espíritu Santo la eleva a una altura tan admirable, que la hace capaz de producir en Dios la misma aspiración de amor que el Padre produce con el Hijo y el Hijo con el Padre, aspiración que no es otra que el Espíritu Santo mismo ¡Decir que Dios nos llama, por nuestra vocación, a vivir bajo esas claridades santas! ¡Qué misterio adorable de caridad!

            Quisiera responder a él pasando por la tierra como la Santísima Virgen “conservando todas esas cosas en mi corazón”, sepultándome, por decirlo así, en el fondo de mi alma, para perderme en la Trinidad que en ella mora, para transformarme en Ella. Entonces serán realizados mi divisa y «mi ideal luminoso»: eso será por cierto, Isabel de la Trinidad» (Carta al Padre Ch., 23 noviembre 1903).

            Tenía devoción a una imagen recibida y que representaba a la Virgen de la Encarnación, recogida bajo la acción de la Trinidad: «En la soledad de nuestra celda, a la que llamo <mi pequeño paraíso>, pues está llena de Aquel del que se vive en el cielo, miraré a menudo la preciosa imagen y me uniré al alma de la Virgen cuando el Padre la cubría con su sombra, mientras el Verbo se encarnaba en Ella y el Espíritu Santo sobrevenía para obrar el gran misterio. Es toda la Trinidad que está en acción, que se entrega, que se da. ¿Y no debe la vida de la Carmelita transcurrir en esos abrazos divinos’?» (Carta a la Sra. de S., 1905).

            La Virgen de la Encarnación en completo recogimiento bajo la acción creadora de la Trinidad “que obra en Ella grandes cosas”: he ahí el ideal íntimo más caro a la devoción Mariana de Sor Isabel de la Trinidad, hacia el cual se siente atraída como «por connaturalidad», diremos con la teología. De esta larga experiencia Mariana debía surgir un día la tan hermosa elevación a la Virgen de su retiro «Cómo encontrar el cielo en la tierra».

            «“Si scires donum Dei, Si conocieras el don de Dios”, decía un día Cristo a la Samaritana. ¿Pero cuál es ese don de Dios, sino Él mismo? Y nos dice el discípulo amado: “Vino a su casa y los suyos no le recibieron”. San Juan Bautista podría decir también a muchas almas esta palabra de reproche: “Hay uno en medio de vosotros, a quien no conocéis”; “Si conocierais el don de Dios...” (Jn 1, 26).

            «Hay una criatura que conoció ese don de Dios, una criatura que no perdió una sola partícula de él, que fue tan pura, tan luminosa, que parece ser la Luz misma: <speculum justitiae>, una criatura cuya vida fue tan sencilla, tan perdida en Dios, que no se puede decir casi nada de ella: <virgo fidelis>; es la Virgen fiel, “la que conservaba todas las cosas en su corazón”.

            Se mantenía tan pequeña, tan recogida frente a Dios, en el secreto del Templo, que atrajo las complacencias de la Trinidad Santísima. “Porque Él miró la bajeza de su sierva, en adelante me llamarán bienaventurada todas las generaciones”».

            «El Padre, inclinándose hacia esa criatura tan bella, tan ignorante de su belleza, quiso que fuera en el tiempo la Madre de Aquel cuyo Padre en la eternidad es Él. Entonces, el espíritu de Amor, que preside todas las operaciones de Dios, sobrevino; la Virgen dijo su “fiat”: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) y se realizó el más grande de los misterios. Por la venida del Verbo en Ella, María fue siempre la presa de Dios.

            Me parece que la actitud de la Virgen durante los meses que transcurrieron entre la Anunciación y la Natividad, es el modelo de las almas interiores, de los seres que Dios ha elegido para vivir adentro, en el fondo del abismo sin fondo. ¡Con qué paz, con qué recogimiento María iba y se prestaba a todas las cosas! ¡Cómo las más triviales eran divinizadas por Ella, pues a través de todo, la Virgen seguía siendo la Adoradora del don de Dios! Eso no le impedía ocuparse afuera cuando se trataba de ejercer la caridad. El Evangelio nos dice que María “recorrió con toda diligencia las montañas de Judea para ir a casa de su prima Isabel”  (Lc 1,39).

            En la visión inefable que contemplaba, jamás decreció su caridad exterior, pues si la contemplación se dirige hacia la alabanza y hacia la eternidad de su Señor, posee la unidad y no la perderá».

            Tal elevación de pensamiento no surge al azar. Supone una larga vida de intimidad Mariana; cosa que los documentos confirman.

(cf. JEANS CLAPIER, OCD, La Aventura Mística de Isabel de la Trinidad, Burgos 2007; págs. 229-244; 253-273; 704-718)

INST.  DE ESPIRITUALIDAD, Cuaderno 2º: Isabel de la Trinidad, Madrid 1984;

M.M. PHILIPPON, La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, Desclée, Pamplona 1963, pags 173-178; 343-345).

5. 3.  «¡OH ESPLENDOR DE LA LUZ   ETERNA!»

            «¡OH ESPLENDOR DE LA LUZ ETERNA Y SOL DE JUSTICIA, VEN A ALUMBRAR A LOS QUE ESTÁN SENTADOS EN LAS TINIEBLAS Y EN LA SOMBRA DE LA MUERTE!» (Leccionario)

 

1.“La voz de mi amado ¡ Vedle que llega saltando por los montes, triscando por los collados... Mi amado ha tomado la palabra y dice: Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven!” (Ct 2, 8. 10). Bajo la metáfora del matrimonio, la Sagrada Escritura presenta a Dios como un esposo que toma la iniciativa de acercarse a Israel a quien ama como a esposa. En lo cual puede verse una figura de lo que sucedió cuando el Verbo eterno, Hijo de Dios, desposó consigo a la naturaleza humana uniéndose a ella en el seno virginal de María.

            Si por medio de esta sublime unión Cristo es el místico esposo de la Iglesia y en ella de todos los redimidos por él, la Virgen de Nazaret es por excelencia la Amada que el Hijo de Dios llama y elige para sí: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven!” (ib. 13). María respondió a esa llamada y el Verbo se le dio como místico Esposo y al mismo tiempo como verdadero hijo.

            Pero la Virgen, aunque sumergida en la adoración de tan excelso misterio, intuye que este don inefable no es sólo para sí: ella es su depositaria para participarlo a toda la humanidad. Docilísima a la llamada interior, “se puso en camino y con presteza fue a la montaña”. (Lc 1, 39) para dirigirse a la casa de su prima Isabel cuya próxima maternidad le había sido revelada por el ángel.

            Y no va sola: el Verbo hecho carne está con ella, y con ella va a través de montes y collados en busca de las criaturas que ha venido a salvar. Así comienza María su misión de portadora de Cristo al mundo. Lo lleva en silencio, pero Dios viviente en ella se manifiesta al mundo: “Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo” (ib. 41).

            María enseña a todos los creyentes y sobre todo a los apóstoles que es necesario llevar a Cristo a los hermanos no tanto con la palabra, cuanto con la vida de unión con él, dándole lugar y haciéndole crecer en el propio corazón.

2. María es portadora de Cristo, que está para alzarse sobre el mundo «como esplendor de la luz eterna y sol de justicia». Su esplendor es tan grande que no puede permanecer escondido y así obra a través de su madre: “Así como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo el niño en mi seno” (Lc 1, 44). Se cumple ahora lo que el ángel del Señor había predicho a Zacarías: “Tu mujer Isabel te dará a luz un hijo... y será lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre” (ib. 1, 13. 15). El precursor es santificado antes de nacer por mediación de María, la cual, siendo Madre del Hijo de Dios, es también mediadora de gracia y de santificación no sólo para Juan Bautista, “el más grande entre los nacidos de mujer” (ib. 7, 28), sino también para todos los hombres de todo tiempo y de toda nación.

            La Virgen Madre es tan pura y transparente que su sola presencia revela ya el esplendor y la luz de Cristo. Los hombres, que “están sentados en las tinieblas y en sombra de muerte”, privados de luz e incapaces de recibirla, tienen absoluta necesidad de recurrir a su mediación maternal.

            María es el camino que lleva a Cristo, es la Madre que disipa las tinieblas y dispone los corazones para dar acogida al Redentor. Y al mismo tiempo es modelo del cristiano, que habiendo recibido a Cristo está obligado a darlo a los hermanos.

            A su imitación, la vida de todo cristiano debe ser tan pura, límpida y genuina que pueda reflejar a Cristo en cada uno de sus gestos y acciones.

            Cristo, «esplendor de la luz eterna y sol de justicias», debe brillar en la conducta de los cristianos y a través de ella disipar las tinieblas, las dudas, los errores, los prejuicios y las incertidumbres de tantos que no creen porque no han encontrado quien sepa darles un testimonio vivo y eficaz del Evangelio.

Apoyándose en la poderosa intercesión de María, el cristiano ruega por si y por todos sus hermanos: «¡Oh esplendor de la luz eterna y sol de justicia, ven e iluminar a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte!» (Leccionario).

5. 4. TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA

            Así quiso llamarse Trinidad Sánchez Moreno, dentro de la Obra de la Iglesia, por ella fundada. He leído y escuchado mucho a esta mística del siglo veinte. Yo no digo que sea la más mística, yo digo sólo que de todo lo que yo conozco y he podido leer en esta materia, y he leído y estudiado bastante, yo no he encontrado una persona con tantas ideas y belleza de lenguaje. Yo creo que inventa el lenguaje en muchas ocasiones para poder decir lo inexpresable.

            Hice dos veces Ejercicios Espirituales con ella, aunque realmente su rostro no le vi. Sus charlas estaban grabadas. Y un sacerdote de la Obra de la Iglesia, buen amigo mío, pero que ahora no recuerdo su nombre, y eso que estuve hablando con él hace dos años, los dirigía. Realmente la madre es un alma de Dios. Tengo todos sus folletos y los dos libros publicados, aunque lo más importante de sus escritos tiene mandado que se publiquen después de su muerte.      De ella dice D. Laureano Castán, cuando era  Obispo de Sigüenza-Guadalajara en el prólogo del libro FRUTOS DE ORACIÓN: «Esta mujer fuera de serie vio la primera luz en Dos Hermanas (Sevilla) el 10 de febrero de 1929. En cierta ocasión, a los seis años, jugando con unas amigas, éstas le pintaron los ojos con cal no bien apagada, travesura que casi costó a la paciente quedar totalmente ciega.

            A partir de aquellos días, sus compañeras de colegio verían llegar todas las mañanas a su amiguita con unas gafas negras y sentarse, casi sólo como oyente, en los bancos de la clase. Tardaría bastantes años en recuperar la visión normal.

            A sus catorce abriles, estaba llevando ya con su padre y uno de sus hermanos, el comercio de calzados, propiedad de la familia, en su pueblo natal. Por las tardes, acudía en ese tiempo, junto con otras muchachas de su edad, a unas clases de bordado. Este es el expediente académico o certificado de estudios de la autora. No tiene otro.

            Hará muy bien el lector en recordar este punto cuando vaya leyendo los jugosos y densos pensamientos que llenan las páginas de este libro. ¿Es todo el fruto meramente del ingenio que a su autora le dio la naturaleza, y de la viveza, colorido y fuerza expresiva que le prestó su talante andaluz?

            Los que conocen profundamente a la madre Trinidad, saben que no. Saben también que esta a sus diecisiete años tuvo un encuentro con Dios que orientó su vida definitivamente hacia Él, y conocen que a éste siguieron otros contactos que tuvieron su punto culminante el 18 de marzo de 1959, en Madrid, llenándola de luz y de un impulso irresistible de comunicarse a los demás. Por eso, encuentran la explicación de la abundancia y profundidad de la producción teológica de la madre Trinidad, y de su misma calidad literaria en fuentes más altas.

            Carezco del carisma de profecía; pero, con plena convicción y conocimiento de causa, me atrevo a hacer esta doble predicción: tanto este primer volumen ahora impreso, como los que luego irán apareciendo en vida de la autora y, sobre todo, las que ella no quiere que se editen hasta que el Señor la llame, han de dejar una huella singular en la historia de la Iglesia e, incluso, en la historia de la Literatura (Mons. Castán Lacoma, Don LAUREANO, Prólogo al libro de FRUTOS DE ORACIÓN, Madrid 1979).

A) María es un portento de la gracia

creada por la mano del Inmenso,

que muestra su esplendor lleno de dones

al mirar compasivo este destierro.

María es un misterio que arrebata

a quien trasciende sobre lo terreno

y penetra, con luz del Infinito,

el fruto portentoso de su seno.

Es arrullo de Dios mi Madre buena,

jardín claustral de inéditos ungüentos,

perfume que penetra y embellece

la inmensa inmensidad del Universo.

Es recreo de Dios cuando se asoma

desde su Eternidad en luz del Cielo,

porque encuentra su gozo en sus entrañas,

en el silencio oculto de su pecho.

Es María sencilla cual paloma,

que esconde, en el arrullo de su vuelo,

a aquel Sancta Sanctorum del Dios vivo,

que no cabe en la bóveda del Cielo.

¡Misterio de misterios es María!,

¡ milagro de milagros del Inmenso!

B) María es un portento del poder de Dios (13-12-1979

            «María es un portento del poder de Dios. La Virgen es intrínsecamente <Nuestra Señora de la Encarnación>, pues para la Encarnación Dios la creó, haciendo de Ella un prodigio de la gracia en manifestación radiante del Omnipotente.

            Cuando el Ser infinito determinó, en un derramamiento de misericordia, darse al hombre, en ese mismo instante sin tiempo de la Eternidad, concibió a María, en su sabiduría eterna, para la realización del misterio de la Encarnación, incorporándola a la donación de su amor en manifestación de la esplendidez de su gloria.

            Todas las criaturas son, en el pensamiento de Dios, realización de su plan dentro del concierto armonioso de la creación; siendo cada una de ellas una nota vibrante que, unida a todas las demás, expresa, de alguna manera, el Concierto sonoro de las eternas perfecciones que Dios se es de por sí, en su única y simplicísima perfección; perfección que es cantada por el Verbo en infinitud por infinitudes de melodías de ser.

            ¡Qué concierto, el de la Eternidad, de inéditas canciones en una sola Voz, salida de las entrañas engendradoras del Padre, con el arrullo amorosamente consustancial del Espíritu Santo en Beso de Amor...! Y María es, en todo su ser, la creación-Madre, que expresa, en deletreo silencioso, el concierto infinito de Dios en el romance amoroso de su ser eterno para con el hombre.

            ¡Oh si mi alma pudiera hoy romper en expresión con el Verbo, y plasmar de alguna manera la riqueza inefable del alma de Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación...! ¡Si yo pudiera ser Verbo, aunque fuera un instante, que expresara, en mi decir, el pensamiento del Padre volcándose en donación sobre Nuestra Señora, en comunicación de todos sus infinitos atributos...! ¡Si yo pudiera descifrar el arrullo amoroso del Espíritu Santo en recreo de Esposo sobre la Virgen Blanca...!

            ¡Pero no sé! Y mi lengua profana el misterio silente que, en adoración, intuyo y penetro junto al Sanctasantorum de la virginidad de María, en el instante-instante de realizarse en Ella, por Ella y a través de Ella, la donación infinita del Infinito Ser, en misericordia sobre el hombre.

            Todos los atributos divinos Dios se los es en sí, por sí y para sí; pero hay uno en la perfección del Ser increado, que, a pesar de sérselo Dios en sí y por sí, no lo es para sí, y es el atributo de la misericordia; ya que éste es el derramamiento del poder Infinito en manifestación amorosa sobre la miseria.

            Dios no puede ser para sí misericordia, porque la misericordia implica derramamiento de amor sobre la miseria; por lo que la misericordia surgió en el seno del Eterno Serse el día que la criatura, creada para poseerle, le dijo: “No te serviré”. Y ya Dios se es Misericordia, porque el Amor Infinito se dio al hombre en la esplendidez magnífica de su desbordamiento.

            Y es por María y en Ella por quien la Misericordia, en Beso de amor, coge a la criatura hundida en su miseria para meterla en su pecho y besarla con el amor infinito del Espíritu Santo.

            ¡Bendita culpa que hizo que Dios se diera tan magníficamente hacia fuera, que se derramó sobre el hombre en un nuevo atributo para manifestación de su gloria, en el desbordamiento de las tres divinas Personas con corazón compasivo de Padre!

            Y a María, que es el medio por donde la Misericordia divina se nos da, se le podía de alguna manera llamar: Manifestación de esa misma Misericordia y donación de ella con corazón de Madre y amor de Espíritu Santo.

            Mí alma, acostumbrada a vivir los misterios de Dios en sabiduría sabrosa de profunda penetración, en amor candente de Espíritu Santo, se siente hoy como imposibilitada para expresar, sin profanarla con mis rudas y toscas palabras, la delicadez sagrada del portento que es Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación.

            Parece que el arrullo misterioso del Espíritu Santo, y el Beso sapiencial de su Boca en penetración

            Es tanta necesidad de adorar, de guardar silencio y contemplar atónita, que, robada por el respeto, siento miedo de expresar lo inexpresable, ante lo que concibo del derramamiento de las tres divinas Personas en el momento de la Encarnación, envolviendo con la brisa de su paso aquel misterio inefable de pletórica virginidad rompiendo en Maternidad Divina.

            Está el Espíritu Santo envolviendo a María con los requiebros de amor del Esposo más enamorado, en comunicación de todos sus infinitos atributos. La está queriendo la está enjoyando..., la está hermoseando..., tanto, tanto, tanto...!, que se está plasmando en Ella en Beso de amor y recreo de Esposo. ¡Tan secretamente...!, tan maravillosamente que, en ese instante-instante prefijado por Dios desde toda la Eternidad, el mismo Espíritu Santo va a besar a Nuestra Señora toda Virgen tan divinamente con un beso de fecundidad, que la va a hacer romper en Maternidad Divina. ¡Tan divina...!, que el Verbo del Padre, el Unigénito consustancial del Increado, va a llamar a la criatura en pleno derecho: Madre mía con la misma plenitud que la Virgen Blanca va a llamar: ¡Hijo mío...! al Unigénito del Padre, Encarnado.

            ¡Oh sapiencia del Padre, que, envolviendo el alma de Nuestra Señora, la saturaste tan pletóricamente de tu infinita sabiduría, tanto...!, que,  en la medida que fue Madre de tu Unigénito Hijo, en esa misma medida Tú la penetraste de tu luz, en el derramamiento de tu paternidad, para llamarla: ¡Hija mía! Y así como el Hijo llamó a María: ¡Madre mía!, desde el instante de la Encarnación Dios obró en Ella un portento de gracia tan maravilloso, ¡tanto, tanto!, tan pletórico, que, en esa misma medida, aunque de distinta manera, fue Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo.

            Porque, si fue Madre del Verbo infinito Encarnado, fue porque el Esposo divino, besando su virginidad, la hizo tan fecunda, que la hizo romper en Maternidad Divina. Pero, si el Beso del Espíritu Santo le dio a Nuestra Señora de la Encarnación tal fecundidad que la hizo Madre de Dios, fue porque la infinita sabiduría del Padre, en un desbordamiento de su amor eterno, la poseyó tanto, tanto, en penetración intuitiva de saboreo amoroso, que le dio su misma Mirada, y se la dio en la medida que el Verbo, por su filiación, fue Hijo de María y que el Espíritu Santo, por su Beso amoroso, la fecundizó haciéndola Madre del mismo Dios Encarnado.

            Las tres divinas Personas, cuando se manifiestan hacia fuera, siempre obran de conjunto, cada una según su modo personal, pero en la donación amorosa de su única y eterna voluntad.

            La voluntad del Padre es expresada por el Verbo, mediante el amor del Espíritu Santo, en el seno todo blanco de la Virgen, que rompe en Madre por el misterio de la Encarnación.

            María es un portento de la gracia, tan inimaginable para nuestra mente, que sólo en la Eternidad seremos capaces de expresar su riqueza incalculable, adhiriéndonos a la canción del Verbo, por el impulso del Espíritu Santo y en la claridad de la luz del Padre.

            Nunca podrá la lengua del hombre ni siquiera llegar a balbucear las riquezas insospechadas de la Madre de Dios, porque no es dado a la criatura sobre la tierra poderlas comprender, en la magnificencia esplendorosa de su plenitud.

            La Maternidad Divina de María es tan grande como grande es su desposorio con el Espíritu Santo, Esposo de su fecunda virginidad, y como grande es su filiación con relación al Padre, en la penetración disfrutativa de su infinita sabiduría.

            Y así es como el Espíritu Santo, al besarla en el arrullo de su amor, en la caricia de su brisa, en el abrazo de su poder y en la fecundidad de su Beso, la hizo amor de su infinito amor, en participación de su caridad en donación de Esposo, así el Verbo, al llamarla: ¡Madre!, la hizo tan Palabra, ¡tanto!, que la Virgen, como expresión de la realidad que era y que vivía por el poder de la gracia que sobre Ella se había derramado, pudo llamar a Dios: Hijo mío! Dándosele el Padre Eterno en tal plenitud de sabiduría y con tal vivencia de los misterios divinos, que, ahondada en lo profundo de Dios, intuía desbordantemente en lo que el Ser se es en sí.

            Y esto fue tan abundantemente comunicado a Nuestra Señora, que, como a hija muy amada y predilecta, el mismo Padre le dio como herencia, durante toda su vida, la penetración sabrosísima, en disfrute de intimidad y gozo, del misterio de su ser y de su obrar.

            Adorante ante el misterio de la Encarnación y la actuación de las tres divinas Personas derramándose sobre María, cada una en su modo personal, y ante el conjunto armónico de este derramamiento que le hace poder llamar al Verbo ¡Hijo mío!, al mismo tiempo que le llama Padre! a Dios y Esposo mío! al Espíritu Santo mi alma, trascendida y anonadada, pide al Padre que me penetre de su sabiduría para yo saber, en la medida del saboreo de mi pequeñez, algo del trascendente misterio de la Encarnación. Y pide al Espíritu Santo que, uniéndome a Él, me deje besar con su amor infinito ese instante-instante en el cual el Verbo del Padre rompe en el seno de María como Palabra, en una expresión tan cariñosa, tan real, tan dulce y tan misericordiosa para con el hombre, que le dice: ¡Madre mía...!

            ¡Oh Verbo infinito!, déjame, en tu Palabra y contigo, decir: ¡Madre mía! a María; y llamar: ¡Padre Eterno, Padre mío! a Dios. Déjame que, con María, yo pueda llamar: ¡Mi Espíritu Santo! a mi Esposo infinito. Y que así, desde el seno de María y por Ella, anonadada bajo la pequeñez de mi miseria, --ya que me ha sido dado contemplar, en penetración adorante, el misterio de la Encarnación--, poder responder con Ella a la Infinita Santidad derramándose sobre mi Madre Inmaculada en Trinidad de Personas bajo la actuación personal de cada una de ellas.

            Silencio...!Que está el Espíritu Santo besando el alma de Nuestra Señora toda Virgen tan divinamente..., tan fecundamente que le está haciendo romper en Maternidad Divina!

            Silencio...!Que el Espíritu Santo, impulsado por la voluntad del Padre, en el momento prefijado en su plan eterno para realizar la Encarnación, está abriendo el seno del mismo Padre, en el impulso de su amor, para coger al Verbo y meterlo en el seno de Nuestra Señora.

            Silencio... ¡Que está el Verbo rompiendo en Palabra de una manera tan maravillosa. ¡tanto...!, que, como Palabra infinita del Padre y en manifestación de su voluntad amorosa sobre el hombre, por el impulso del Espíritu Santo, va a pronunciarse en el derramamiento infinito de la eterna misericordia de Dios tan trascendentalmente, que va a romper llamando a la criatura, en derecho de propiedad: ¡Madre mía...!

            Y como sobreabundancia de esta misma Palabra que el Verbo está pronunciando en el seno de María, va a quedar constituida la Señora --por la voluntad del Padre, el Beso infinito del Espíritu Santo y la Palabra del Verbo, en manifestación del querer de Dios-- en: Madre universal de todos los hombres.

            María, porque eres Madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre y Esposa del Espíritu Santo, en la medida sin medida que el portento de la gracia obró en ti, yo hoy, en pleno derecho, te llamo también: ¡Madre mía!

            Yo te lo quiero decir en mi medida, uniéndome al Verbo con el máximo cariño que pueda para que te sepa a ternura de filiación en el impulso y el amor del Espíritu Santo; llenando así, en mi vida, la voluntad del Padre, que, al crearme, ya me concibió como hija tuya para, a través de tu Maternidad Divina, dárseme Él con el matiz, modo y estilo que quiere poner en tus hijos.

            ¡Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación, clame al Padre con corazón de Madre, adéntrame en su sabiduría y penétrame con su luz: con ésa de la que Tú estabas tan maravillosamente poseída, que te hacía saber, en saberes de penetración disfrutativa, el misterio de Dios en sí y en el derramamiento de su misericordia hacia nosotros!

            Dame, María, Virgen Blanca de la Encarnación, que, aunque no haya podido decirte ni expresarte en la apretura sapiencial que tengo de tu misterio, sepa al menos con el Verbo llamarte: ¡Madre mía! con la ternura, el cariño y el amor con que mí alma se abrasa en las llamas candentes del Espíritu Santo; cumpliendo la voluntad del Padre que, iluminando mi mente, me hizo capaz de saborear translimitadamente el misterio de misericordia y amor que, a través tuya y por ti, Él quiso derramar sobre el hombre con corazón de Madre, canción de Verbo y amor de Espíritu Santo.

            María es un portento de la gracia, sólo conocido, gozado, disfrutado y saboreado por el alma-Iglesia que, trascendiendo las cosas de acá, es llevada por el Espíritu Santo al recóndito profundo del seno inmaculado de Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación.

C) La Señora de la Encarnación: misterio de inédita ternura (25-1-1970)

            «¡Oh realidad pletórica de la grandeza de Nuestra Señora toda Blanca de la Encarnación!

            Yo necesito hoy, impulsada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, e inundada por el amor que hacia la Señora invade mi alma, deletrear en la medida de mi pequeñez y la pobreza de mi nada, llena de veneración, admiración y respeto, algo de cuanto, en un romance de amor de profunda sabiduría y bajo la luz sapiencial del pensamiento divino, he penetrado, llevada por el ímpetu de Dios “que con su diestra me abraza y su siniestra me sostiene”, sobre el trascendente y sublime misterio de la Encarnación; realizado por la voluntad del Padre, que nos da en deletreo amoroso a su Unigénito Hijo en las entrañas purísimas de la Virgen; la cual, por el arrullo amoroso del beso infinito de sublime y trascendente virginidad del Espíritu Santo, en paso de inmenso y bajo la brisa de su vuelo, rompe en Maternidad divina.

            Toda la grandeza de María le viene por su Maternidad divina; grandeza incomprensible para nuestra mente humana ofuscada y entenebrecida por el pecado.

            ¡Sublime misterio el de la maternidad de la Virgen!, porque encierra el incontenible misterio de la Encarnación en el ocultamiento velado y sacrosanto del portento que en Ella se obra por el poderío del Infinito Ser: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” se dio al hombre en deletreo amoroso de infinitos y coeternos cantares, en el modo más sublime e inefable que la mente humana pueda sospechar, a través de la maternidad virginal de Nuestra Señora de la Encarnación, ¡toda Blanca! ¡toda Virgen! ¡toda Madre! ¡toda Reina! y ¡toda Señora!

            No hay criatura capaz de contener en su seno el misterio de Dios, si el mismo Dios con la soberanía de su infinito poder, al penetrarla con su sabiduría, no la sostiene con su fortaleza. ¡Y Dios creó a María para que tomara parte activa en el misterio de la Encarnación...!

            ¡Ay qué terrible es María, por ser capaz de contener en su seno de Madre el momento del gran misterio de la Encarnación...! Momento sublime de infinita trascendencia que no cabe en la tierra, por su grandeza,  por la inmensa realidad que encierra...! ¡Cómo te hizo Dios, María, al hacerte capaz de contener lo incontenible en tu seno, de sostener lo insostenible!

            ¡Ay María! ¡Si veo que estás contemplando el misterio que en tu seno se obra...! ¡Ay María! ¡Si nadie puede conocerlo ni vislumbrarlo si Tú no se lo enseñas...! ¡Ay María!, manifestación esplendorosa de la voluntad de Dios, que te hizo contensora del misterio incontenible por criatura alguna en la tierra: del misterio trascendente de la donación de Dios al hombre, mediante la unión hipostática de la naturaleza divina y la naturaleza humana en la Persona del Verbo, realizada en tus entrañas virginales, por el arrullo del Espíritu Santo, bajo la sombra y amparo del mismo Omnipotente, que te hizo romper en Maternidad divina; de tal forma que, en ti y por ti, Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, y al hombre lo hizo Dios sin dejar de ser hombre.

            Gracias, Madre, por haberme introducido en tu seno para contemplar contigo lo no es dado vislumbrar a criatura alguna en la tierra, si no es llevado por ti a la hondura profunda y sacrosanta del misterio que Tú encierras.

            ... ¡Oh sacratísimo y secretísimo misterio el de la Encarnación...! ¡Inmenso, excelso e insondable misterio de Dios con el hombre!

            Oh! ¿quién podrá acercarse al misterio insondable de la Encarnación, sin ser introducido por María...? ¿Quién será capaz de acercarse al  instante-instante de romper el Padre en Palabra de fuego en el seno de la Señora, en el ímpetu sagrado del amor del  Espíritu Santo...? Y ¿quién podrá penetrar en aquel misterio infinito, sin que María lo lleve dentro de sí.

            ¡Ay María! ¡Inefable portento el de tu maternidad, que te hace depositaria de las promesas cumplidas de Dios al hombre a través de Cristo, el Unigénito del Padre, Enmanuel, Dios con nosotros...! ¡Ay María, tan desconocida y tan profanada tantas veces por la mente humana, al no conocerse según el pensamiento divino el portento de los portentos que encierras, para que Tú como única depositaria de él, lo  comunicaras a todos los hombres.

... ¡Qué sublime, qué profundo y qué excelso es el misterio de la Encarnación y, por ello, qué grandiosa la maternidad de María...! ... Sólo el que a ti se acerca es capaz de ser introducido por ti en la cámara nupcial del secreto de Dios Encarnado, y, acurrucado en tu seno maternal, sorprender el misterio infinito, oculto, trascendente, velado desde todos los tiempos y manifestado en ti, por ti y a través tuya a todos los hombres...

            ¡Gracias, Señor, por haberme dado una Madre, mediante la cual, yo sea capaz de entrar en el gran momento de la Encarnación y, por él, en todos los demás misterios que, donados por ti, se encierran en el seno de la Santa Madre Iglesia repleta y saturada de Divinidad!

            ¡Gracias, Madre!, por haberme introducido en tu seno, único camino y único medio por el cual yo puedo vislumbrar y penetrar, según la medida de la impotencia y nulidad de mi nada tener, nada poder y nada saber, algo del misterio de Dios hecho Hombre; y en él entender, saborear y vivir, en tu seno y desde tu seno, el misterio de la Iglesia que es perpetuación del misterio de la Encarnación realizado en tu seno. Y por eso, Tú, María, así como eres Madre de Dios, eres la Madre de la Iglesia mía, la  contensora también de toda su realidad en la prolongación de los siglos...

            ¡Gracias, Señor, por haberte hecho Hombre! ¡Gracias por habérmelo enseñado hoy en el seno de María, y por haberme manifestado que sólo en Ella se puede comprender el arcano insondable de Dios en sí, bajo el misterio de la Encarnación, que hoy, por ser Iglesia, he descubierto contenido y mantenido en el seno de la Señora y comunicado a mi alma con corazón de Madre y amor de Espíritu Santo...!

            ¡Gracias, Señor, por haberme dado a María por Madre y así tener en la tierra quien me introdujera en tu misterio...!

            La Encarnación es el romance de amor entre Dios y el hombre en las entrañas de María.

            ¡Qué grandeza apercibe mi alma hoy en la Virgen...! La he visto siempre muy hermosa, muy sublime, pero nunca he penetrado como hoy en su grandeza frente a la Encarnación.

            Por este misterio he comprendido que no hay gracia en la tierra que no le haya sido concedida en plenitud; porque cualquier gracia, por grande que sea, será siempre casi infinitamente más pequeña que su Maternidad divina, la cual le hace intervenir activamente en el gran misterio de la Encarnación.

            ¿Qué gracia habrá --por muy grande que sea, siempre a distancia inimaginable del don de la Maternidad divina-- que se pueda conceder a una pura criatura en cualquier momento de su existencia, que no le haya sido concedida en plenitud durante toda su vida a la Señora Blanca de la Encarnación, creada y predestinada para ser la Madre de Dios, por la voluntad del Padre que nos dio a su Unigénito Hijo en el seno de una Virgen “y la Virgen se llamaba María”; realizándose esto en “la llena de gracia” por obra del Espíritu Santo, en un romance de amor de tan subida excelencia, que la hizo romper en maternidad, y Maternidad divina...?

            Por lo que, según mi pobre y limitada captación, ahondada en el pensamiento divino en penetrante sabiduría amorosa, todas las gracias, frutos, dones y carismas que a cualquier santo en cualquier momento de su vida le hayan sido concedidos, a la Virgen, Inmaculada por los méritos previstos de Cristo, llena de gracia y Señora de la Encarnación, le fueron otorgados, durante todo su peregrinar, en la plenitud que pedía la gracia de su Maternidad divina. Ya que, por María y a través suya, Dios nos donó a su Hijo Encarnado, por el cual nos han venido todas las gracias.

            Siendo la Virgen «Madre de la divina gracia»; cosa que en un canto de alabanza en manifestación de sus grandezas, los hijos de la Iglesia lo vamos proclamando, llenos de gozo en el Espíritu Santo, en las letanías del Santo Rosario.

            Con temblor y temor, pero llena de confianza, amor filial bajo el cobijo amparador de su Maternidad divina, desde hoy miraré siempre a María, por la grandeza que he contemplado en el misterio de la Encarnación que en Ella se encierra y su participación en él. Con temor de acercarme a su blancura y poder enturbiar su grandeza con mi ofuscación; y con amor y confianza, porque Dios me la dio por Madre, para que, metiéndome en su seno, me fueran descubiertos los secretos del Padre que en Ella se nos comunican.

CAPÍTULO SEXTO

LA VIRGEN ME LLEVÓ A SU HIJO JESÚS

1.- NO LO OLVIDARÉ NUNCA

            No lo puedo olvidar, no lo puedo olvidar… no puedo olvidar  esas palabras que salieron del corazón maternal de la Virgen y yo las escuché en mi interior y mi corazón las sintió sin necesidad de palabras y signos externos, esa palabras y emociones no se olvidan nunca y mira que ya han pasado años y años... Estas palabras se quedan para siempre en ti, grabadas en tu corazón, en tu vida. Todos tenemos experiencias maravillosas de nuestra relación con Cristo Eucaristía y con María.

            Era un día de vacación; habíamos subido al Santuario del Puerto los seminaristas del Mayor. En el camino, algunos de los últimos cursos de Teología, subidos a una peña muy grande, que hay a la izquierda, estaban cantando cantos Marianos y todos aplaudíamos al pasar; me estoy refiriendo a Timón, Sánchez Nieto, Emilio Mateos... Es que les hicimos una foto y yo la conservo en mi álbum particular; lógicamente, para recordar a todos los que estaban subidos a la peña, he tenido que ir a verlos en esta foto en blanco y negro. 

            Llegados al Santuario, después de un breve descanso, teníamos un rato de oración, cantos y preces a Nuestra Madre del Puerto en su ermita; al salir, comíamos de prisa el bocadillo, y ese día empezamos a caminar rápidos por el camino que pasa junto al Santuario, dirigiéndonos hasta Villar de Plasencia, para volver luego caminando por la carretera nacional 630 hasta el Seminario, tal y como lo hacíamos alguna vez durante el año.

            Perdonad esta introducción un poco larga para lo que quiero deciros; lo hago más que nada para probaros que estas cosas no se olvidan. Pues bien, estando en la oración con todos los seminaristas en el Santuario, en el silencio de mi oración personal oía perfectamente una y otra vez a la Virgen que me decía: «Gonzalo, pasa a mi Hijo, tienes que pasar a mi Hijo, tienes que llegar hasta Él».

Al principio no entendía muy bien lo que esto quería decir. Porque por teología y por práctica todos teníamos muy asimilado que Cristo era el primero, era Dios, la razón y el motivo último de todo nuestro ser y vivir cristiano y sacerdotal; así lo habíamos aprendido de nuestros padres en el hogar y así estaba muy claro en las enseñanzas y pláticas que recibíamos en el seminario.Tal era la insistencia que yo, espontáneamente le dije oracionalmente a la Virgen: «¡Madre, si ya lo sé, pero a mi me va muy bien contigo, contigo tengo bastante, lo tengo todo»; a seguidas pensé que esta espontaneidad me había traicionado, porque era lo que yo realmente vivía; pero no era lo correcto, y añadí: «Contigo lo  tengo todo bien ordenado, tú eres mi camino hacia Cristo».

            Luego empecé a pensar qué me querría decir la Virgen con esta insistencia, porque yo los conceptos, en este aspecto, repito, los tenía muy claros. Con esta comunicación interior de la Virgen empecé a pensar que algo no estaría bien, que por algo me insistía en esto. María era todo para mí, pero de verdad; reconozco que ella lo abarcaba todo; a ella rezaba, pedía, dialogaba, era mi gozo, me dirigía para todo.

Antes de nada, quiero aclarar, por si alguno pudiera interpretar este diálogo oracional como una aparición de la Virgen, que nada de eso; en mi vida no ha habido ni pido nada de revelaciones y apariciones externas; lo he dicho y escrito muchas veces. Aquí todo es por el diálogo oracional interno, de alma… pero que lo sientes más que todo lo exterior.

Yo lo que quiero y pido es sentir y vivir a Cristo, a mi Dios Trino y Uno, a María, en mi alma, en mi oración, como los Apóstoles en Pentecostés; de nada les habían servido las apariciones del Resucitado, porque seguían con miedo y con las puertas cerradas; cuando lo vieron dentro de sí en Pentecostés, reunidos con María en oración,  pero no en «carne resucitada» sino hecho Espíritu, llama de amor viva, Amor y Fuego de Espíritu Santo en sus corazones, no en sus ojos, se acabaron los miedos, abrieron las puertas y empezaron a predicar sin temor de perder la vida; de hecho la dieron todos por este Cristo, visto y sentido en Pentecostés, mientras que antes, en su vida, sobre todo, en su pasión y muerte, a pesar de haber visto sus milagros y escuchado sus palabras, lo habían abandonado.

Esta es la experiencia que tengo con frecuencia y pido siempre. Y es que el fuego de Espíritu supera todas las expresiones y manifestaciones externas, de los ojos de la carne; de ahí el éxtasis, que la carne no puede soportar ni sufrir sin salir de sí mismo para vivir en Dios su misma vida, su mismo gozo, su misma experiencia de amor.

Y esto todo es por el Espíritu Santo. Lo tengo bien comprobado y visto en la vida de los místicos y en algunas personas de mi parroquia, con las que el Espíritu ha obrado cosas maravillosas en sus vivencias y me ha permitido encontrarme con ellas. No son cosas de un momento. Ya son años y años en este camino. La experiencia de Dios, por la oración unitiva o contemplativa en el Espíritu Santo, vale más que todas las palabras y apariciones externas.

            De todas formas, repito, que estas palabras de la Virgen me cogieron por sorpresa; nunca se lo había escuchado en mi relación con ella. O quizá me lo hubiera manifestado en otras ocasiones, pero yo no me había dado por enterado, no me había dado cuenta, no las había entendido tan claramente como en esta ocasión, porque se me quedaron grabadas para toda la vida. Las tengo todavía, resuenan en mi interior, fue en el segundo banco último de la derecha mirando a la Virgen.

             Yo pensaba que, desde mi primera comunión, Cristo era lo primero: fui siempre eucarístico, y por tanto, cristocéntrico. Pero la Virgen no estaba contenta con este cristocentrismo de su hijo Gonzalo. Así que, durante el camino, impresionado por estas palabras, seguí pensando en lo que la Virgen me habría querido comunicar en ese diálogo tan impactante que había sentido en mi corazón. Ahora, al cabo de los años, sí que lo he entendido y vivido con gozo, pero porque fui hijo obediente.

Porque ya he dicho que no lo capté en ese momento en toda su plenitud, simplemente barrunté lo que me quería decir, por donde tenía que ir el camino. Luego, con la oración y la experiencia espiritual de los años, poco a poco, he ido comprendiendo el significado de sus palabras, desde la oración hecha vida y desde la vida hecha oración.

2. LA VIRGEN ME LLEVÓ A CRISTO

            Por eso, si alguna vez alguno de vosotros vino a verme a la parroquia y entró donde he vivido mis primeros treinta años o donde vivo ahora desde hace cinco años, en la misma parroquia, lo primero que te encuentras es una Virgen bella y hermosa, una talla de madera, copia  de la Inmaculada de Melchor Cano, sobre un pedestal de madera, y junto a ella, en el mismo pedestal, un pequeño Copón de plata, preparado para  morada de su Hijo hecho pan de Eucaristía. Ella vivió para ser primer sagrario de Cristo en la tierra, madre de la Eucaristía. Son mis amores y los dos para mí están siempre unidos. Y junto a ellos, en un recipiente de cristal, rosarios de todo tipo.

            Igualmente digo que desde que llegué a San Pedro, 1966, la Vigilia de la Inmaculada se celebró para toda Plasencia, primero en el templo parroquial y luego, en el Cristo de las Batallas, durante más de treinta años, hasta que pasó a celebrarse bajo la dirección del arciprestazgo en los templos parroquiales del centro de la ciudad, para terminar  definitivamente a la Catedral, con la presencia del Sr. Obipo.

            La Virgen ha estado muy presente en mi vida desde la infancia. Mi madre, con el «Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la pura y limpia Concepción de María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra, concebida en gracia sin pecado original, desde el primer instante de su ser  y...», nos obligaba a cerrar los ojos mientras nos «remuaba» de ropa, porque había que ser puros y castos, como la Virgen.

            Ingenuamente y por inercia, recé esta oración hasta mi juventud, pero muy avanzada, donde ya apareció  el «Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea». Eso igual que las tres avemarías al acostarnos. Ahora rezo la Salve, y no fallo nunca, porque si alguna vez me descuido, y se me olvida, la Virgen, un poco celosa, como madre que ha abierto los brazos para abrazarme y besarme, no quiere que duerma sin rezarla y besarla antes de dormir; así que me despierta, de mi primer sueño, y ya sabes, Gonzalo, a rezar la Salve y besarla. Y ya se queda tranquila y ya yo duermo tranquilo. Podéis creerme que es verdad. La Salve es mi beso de despedida; todas las noches, me doy media vuelta hacia la izquierda, siempre a la izquierda, pero desde luego sin connotaciones políticas, bajo un poco la cabeza, y Dios te Salve, reina y madre...; es el santo y seña; mi último beso, y a dormir.

            Y desde luego que se nota y cómo influye luego en toda tu vida. Siempre he terminado y empezado la jornada con un beso a la Virgen; siempre la he rezado con mucho amor para parecerme a ella en la pureza y en todo, en cuerpo y alma. Y puedo confesar que ella me protegió totalmente en mi juventud seminarística, hasta el punto de que como he dicho muchas veces, los chistes de Manolo Tovar y de Carlos Díaz, condiscípulos míos, ya en el cielo, no los entendí ni los capté, hasta después de salir del Seminario...

¿Y sabéis lo que pasa?  Que al rezar a la Virgen y hablar con ella, poco a poco te vas haciendo tus propias oraciones o palabras, unas veces corrigiendo, otras añadiendo cosas. Por ejemplo: en las letanías del santo rosario, que yo empecé a rezar en mi casa, con mi tía Fabia que lo rezaba todas las tardes en el patio común de la entrada, yo añadí, hace como veinte años, tres nuevas letanías referidas a la Virgen; y la rezo: «Sagrario de Cristo en la tierra»; «Madre de la Eucaristía»; «Arca de la Alianza nueva y eterna».

Podéis creerme que nunca las olvido, amén también, de que hace años cambié las letanías «lauretanas» por otras que me gustaron más y que vienen, me parece, en la liturgia de la Coronación de la Virgen: «Santa María, Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las Vírgenes, Hija predilecta del Padre, Madre de Cristo Rey, Gloria del Espíritu Santo,  (añadidas por mi: Sagrario de Cristo en la tierra; Madre de la Eucaristía; Arca de la Alianza nueva y eterna),Virgen Hija de Sión, Virgen pobre y humilde, Virgen sencilla y obediente, Esclava del Señor, Madre del Salvador, Colaboradora del Redentor, Llena de gracia, Fuente de Hermosura, Conjunto de todas las virtudes, Fruto escogido de la Redención, Discípula perfecta de Cristo, Imagen purísima de la Iglesia, Mujer nueva, Mujer vestida de sol,  Mujer coronada de estrellas, Señora llena de benignidad, Señora llena de clemencia, Señora nuestra, Alegría de Israel, Esplendor de la Iglesia, Honor del género humano, Abogada de  gracia, Distribuidora de la piedad, Auxiliadora del pueblo de Dios, Reina de la caridad, Reina de la misericordia, Reina de la paz, Reina de los Ángeles, Reina de los Profetas y desde aquí como en las lauretanas.

Y bueno, ya que he tocado el tema de las letanías y éstas se rezan en el santo Rosario, os diré que siempre lo recé, algunas temporadas completo con los quince misterios de entonces, ahora hay que añadir los luminosos, pero la costumbre es la costumbre, y algunos sábados, si tengo tiempo, lo rezo completo, pero los quince misterios de siempre.

Quisiera añadir que el rosario también es la forma más sencilla que yo he encontrado para hacer oración, sobre todo en tiempos agitados o de sequedad,  y para relajarme cuando estoy tenso o no duermo por la noche. Me levanto de la cama, a la hora que sea, lo rezo paseando por la habitación, y a dormir otra vez.

También, algunos días, sobre todo en tiempos pasados, empezaba por las mañanas con el rezo del rosario. Y me ha ido y me va muy bien; me relaja, me da tranquilidad, me encuentro con la mirada y sonrisa y palabras de afectos y serenidad de la Madre.

Desde mi juventud, el santo rosario siempre camina conmigo en mi bolsillo, y  como, desde que salí del Seminario, estoy convencido de que el problema o el fundamento de la santidad de la Iglesia, es la santidad de los obispos, sacerdotes y seminaristas y la necesidad de vocaciones,  para terminar  mi rosario, las tres Avemarías añadidas al final y que eran por la pureza de la Virgen, en realidad las rezábamos por la nuestra, al menos así yo lo interpretaba, las he cambiado, pero hace ya más de cuarenta  años y así la rezan públicamente en el rosario de la parroquia, mejor, antes de la misa de la tarde: «por la santidad de la Iglesia, especialmente la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones». Así todos los días y todas las tardes; siempre que rezo el rosario o lo rezan públicamente en la parroquia. Bueno, si quiero ser sincero, actualmente mis intenciones son estas: pido porque Dios sea reconocido , amado y santificado en el mundo entero; por el Papa Francisco y la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos y sacerdotes, religisos y consagrados; por mi amada diócesis de Plasencia: por su obispo, sus sacerdotes, seminaristas, diocesanos y msioneros; por mi amada parroquia de San Pedro: niños, jóvenes, adultos y por sus sacerdotes; por la fe de España y del mundo entero y por el matrimonio y la familia, fundamento de la vida y del amor, que no haya tantas sepaciones, divorcios, crímenes de esposos entre sí… Todos los días lo rezo así.

Esto ha contagiado a unas señoras de mi parroquia y han formado un grupo de madres que dos días de la semana, desde luego siempre el sábado, rezan el rosario y ofrecen la misa «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Las reúno dos o tres veces al año, una vez por trimestre. A mí me emociona ver escrito en la hojita de las misas que ponen sobre el altar: «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Es que acostumbrado a ver sólo nombres de difuntos... y muchas veces ponen: en acción de gracias, para que el nombre de Dios no sea blasfemado... Y me gustan mucho y me emocionan estas intenciones.

Para terminar este apartado  parroquial, advierto que todos los sábados de mi vida, después de la bendición final de la misa de víspera del Domingo, les deseo buen domingo a todos y rezamos  la Salve, como despedida. Empecé a cantarla: «Salve, Regina...», pero se hacía largo. Aunque alguna vez me descuido, y, en vísperas de fiestas de la Virgen, la cantamos antes del «podéis ir en paz».

En el Seminario Menor, como otros muchos de aquellos tiempos, rezaba el «Oficio Parvo». En el Mayor, lo cambié por otras oraciones y devociones Marianas; creo que, como algún devoto más, los años de Teología llegué a rezar los quince misterios del rosario en algunas temporadas; por ejemplo, en el mes de mayo, en la novena de la Inmaculada, lo hacían más seminaristas: uno, en la Capilla, con la comunidad; otro, en las filas, aprovechando el silencio y como ayuda para no hablar; y el otro, en un recreo cualquiera, paseando en torno a los patios interiores.

Sin embargo, sobre todas las devociones que aprendí o practiqué en mis seminarios, estaba la Novena de la Inmaculada en el Mayor. En mis tiempos la vivíamos con mucha intensidad; personalmente la vivía en plenitud de amor y dedicación a Ella; era la Novena de la Inmaculada todo un estímulo para la oración, las renuncias a las faltas de caridad, de soberbia, egoísmo... etc.

Las Vísperas de la Inmaculada eran solemnísimas, todas cantadas y en gregoriano,  con las antífonas y los cinco salmos, todo en latín; las antífonas me las sé de memoria, porque las sigo rezando en la fiesta, esté donde esté. Podéis creerme que no he dejado de cantarlas todos los años de mi vida desde que salí del Seminario. Es más, os voy a contar una travesura: durante los años que estuve en Roma estudiando, bajaba a la capilla para cantarlas, y si había alguno rezando, le pedía permiso para hacerlo. Yo soy así, ésta es mi manera, las hay mejores de amar y alabar a la Virgen, pero esta ha sido la mía. Reconozco que soy muy apasionado por Ella, en público y en privado, en piropos que la digo a veces ante la gente, que me miran sorprendidas, pero a mí me salen espontáneos del alma.

Me encantaban aquellas antífonas. Me gustaban tanto aquellos himnos y antífonas, que como he dicho,  las sigo cantando en las vísperas y en la fiesta de la Inmaculada, porque son bellas, porque me recuerdan cosas hermosas y siempre me emocionan y me acuerdo y rezo por «mi seminario», por mis compañeros y mis superiores, y sin querer y al cantarlas, recuerdo con gozo y agradecido el Seminario, los compañeros, los superiores: D. Avelino, D. Benjamín, D. Jerónimo, profesor de griego y luego Rector del Menor, cuando D. Avelino pasó al Mayor,  para suceder a D. Ceferino, me parece, que pasó a ser Director espiritual del Menor,  Buenaventura,  Juan de Andrés... y por mis hermanos sacerdotes: «Tota pulchra es, María, et mácula originalis no est in te... Vestimentum tuum, cándidum quasi nix...Tu, gloria Jerusalem, Tu laetitia, Israel... Benedicta es tu, Virgo María... Trahe nos Virgo Inmaculata... Aquella antífona in I vesperis: Beatam me dicent omnes generationes, quia fecit mihi magna qui potens est, alleluia.

¡Y los himnos! Los canto todas las semanas; los distribuyo por días y  por orden alfabético teniendo en cuenta las primeras palabras, porque si no, me hago un lío. Por eso, los que empiezan por Ave tienen la preferencia; además, de esta manera, no se me olvidan.

Lunes, en la oración de la mañana, después de mirada y oración a mi Dios Trino y Uno, después del Espíritu Santo y Cristo Eucaristía, me dirijo a Ella, primero, con la oración personal que he compuesto a través de los años y que he rezado al principio de este prólogo y analizaré al final; sigo, después de haberla hablado, pedido, besado... con los himnos o cantos empezando por la letra A: «Ave Regina coelorum», Ave Domina Angelorum...», luego, «Ave maris stella, Dei mater alma», y termino el lunes con «Alma Redemptoris mater...».

El martes es el más corto: sólo recito «¡O gloriosa Vírginum, sublimis inter sídera...!» El miércoles es una gozada: «Salve Mater misericordiae, Mater Dei y mater veniae, mater spei y mater gratiae, mater plena santae letitiae, oh María». Los jueves, siguiendo con la letra s, canto dos himnos que empiezan por s: «Salve Sancta Parens» y esta otra oración que ya se rezaba en el siglo III y que todos hemos cantado muchas veces: «Sub tuum proesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix, nostras deprecationes «clementer exaudi» in necesitatibus...» si, ya sé, paro aquí, porque ya estoy viendo que muchos me estáis señalando con el dedo. Ya sé que la antífona es «nostras deprecationes nec despicias in necesitatibus»; pero este «despicias», para los que aprendimos latín de aquellos tiempos, a los de mi tiempo, nos resulta muy duro, suena a «no desprecies»,  y así me resigno a cantarlo cuando lo hago con otros; pero cuando lo hago solo, como la oración tiene que ser personal y a gusto del cliente, yo la cambio por «clementer exaudi in necesitatibus».

Pasamos ya al viernes; en ese día rezo dos himnos: «Tota pulchra es, María, et mácula originales non es in te», y en segundo lugar «Virgo Dei Genitrix, quem totus non capit orbis: in tua se clausit víscera factus homo».

Los sábados, día de la Virgen,  es un día especial, y en ese día, subo todas las mañanas al Santuario del Puerto para saludarla, estar con ella, pedirle luz y fuerza para el Domingo, el Día del Señor; en ese día hago un resumen de la semana hablando con ella, pidiendo luz y perdón por lo pasado y preparo la semana que empieza cantándole, después de esta conversación,  todos los himnos.

Nada más entrar en el Santuario, hecha la genuflexión y en el Nombre del Padre que me soñó y creó, y del Hijo que me salvó y del Espíritu Santo que me transforma en vida y amor Trinitario, un beso a la Virgen y este suspiro del alma, hecho canción: «A ti va mi canturia, dulce Señora, que soy la noche triste, Tú eres mi Aurora; Señora de mi alma, Santa María, haz que arribe a buen puerto el alma mía, haz que arribe a buen puerto, el alma miiiia». Mi buen puerto es María, la Virgen del Puerto. Es una canción de nuestros tiempos de Seminario. Con otras muchas, las conservo en un bloc con su música que hizo Don Florindo: cantos eucarísticos, comunión, himnos... 

            Después viene una canción a dos voces, todo en la memoria, pero cantando y echando aire por los labios; es una que todavía me emociona y me hace llorar ¡Me recuerda tantas cosas, tantos amigos, amigos de verdad, tantas emociones! Es también del Seminario. Todos la sabemos: «Dulce Madre, Virgen pura, Tú eres siempre mi ilusión. Yo Te amo con ternura y Te doy mi corazón; siempre quiero venerarte, quiero siempre a Ti cantar, oye, Madre, la plegaria, que te entono con afán, que- teen-to-no- con- a-fan (lo escribo así y separo estas letras porque en el bis, cuando lo cantábamos con D. Florindo, siempre nos hacía aumentar el tono y disminuirlo en cada palabra; pasa igual que en la anterior, «...alma miiiia»); Madre, cuando yo muera, acógeme; ay, en el trance fiero, defiéndeme; Madre mía, no me dejes, que mi alma en ti confía; Virgen mía, sálvame; Virgen mía, sálvame».

Finalmente, y para terminar este saludo inicial, le entono a la Virgen otra más solemne, más teológica, que los de mi curso aprendimos de los hermanos Bravo en los últimos años del Seminario y que la cantábamos siempre que nos reuníamos por cualquier motivo, sobre todo, en las reuniones que teníamos en  los años posteriores al seminario, porque era ya nuestro santo y seña ya antes de ordenarnos: «Virgen sacerdotal, Madre querida; Tú que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón mi altar sacrificial».

Alguno puede pensar que es mucho cantar, pero es que lo siento así y así me sale del alma, mirando a la Señora, y así lo aprendí porque no conviene olvidar que empecé siendo tiple en el Menor con D. Florindo, y, en el Mayor, tenor segundo, y además perteneciente a la «escolilla», que era lo más selecto de la escola del Seminario.

Bien, y para terminar con mi subida al Puerto los sábados, diré que finalmente en ese día, antes de darle el beso de despedida, le canto la Salve, bien en tono ordinario, la que todos sabemos, bien en tono «sollemniore», que aprendimos en el Menor con mi profesor de Griego y Rector después de Don Avelino, Don Jerónimo, al pasar aquel de  rector al Mayor. Todo lo canto, lógicamente,  sin que se oiga, sólo la Virgen, quiero decir, que lo canto con la respiración, excepto en la Inmaculada, que esté donde esté, todo es en voz alta de tenor segundo, como en mis buenos tiempos, para que todos lo oigan y alaben a la Virgen.

Perdonad estos desahogos y confianza. Pero le estoy muy agradecido a María. La verdad es que Ella fue siempre muy buena madre y amiga, hizo verdaderos milagros conmigo, porque uno es débil y pecador... Gracias a ella siempre me fue muy bien en el Seminario, me dio amor y perseverancia a lo que recibí en el Seminario, quiero decir al Sacerdocio y a los sacerdotes, aunque por ello haya tenido que sufrir. Es un capítulo de mi vida del que no he hablado, pero que explica muchas cosas de mi vida apostólica. El Seminario y los seminaristas han estado muy presentes, y he hablado muy claro de sus necesidades en años pasados a mis superiores, aunque he tenido que sufrir por ello.

En mis primeros años de sacerdocio todavía fue un gran Seminario en todo, como en toda España y Europa,  una institución muy querida en todos los ambientes, excelente en superiores, profesores; esta Diócesis tuvo un plantel de licenciados y doctorados no común ni en Diócesis muy importantes, y sobre todo, hubo un ambiente de santidad y fraternidad muy acentuado, especialmente de espiritualidad sacerdotal, por Don Eutimio, entre otros, pero no sólo él. Hubo buenos superiores. Pero  bien, cierro ahora este paréntesis y desahogo emocional de recuerdos de mi seminario, y sigo con el asunto que estábamos tratando ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que la Virgen me decía: «pasa a mi Hijo».

En concreto, aquí lo que la Virgen me quiso decir es que sí, que teórica y teológicamente su Hijo  era lo primero para mí; sin embargo,  realmente, en la vida, en mis deseos, programación, oración, ideales y dedicación, en la práctica, yo todo lo tenía centrado en ella, y no acababa de pasar por ella y desde ella a Cristo, único “camino, verdad y vida”, o, al menos, María no estaba de acuerdo como lo hacía.

Porque en aquellos años de juventud, por aquello de la Inmaculada y los problemas afectivos de la edad, era tal mi conversación permanente con la Virgen, que no la dejaba en paz. Tal vez la razón de esta atracción por Ella, estaba en que María me transformaba en limpio y puro todo lo femenino a lo que tenía que renunciar por mi celibato sacerdotal, para el que me preparaba.    

Además en cualquier tema o pasaje evangélico relacionado con ella, lo que hacía, como joven curioso, era preguntarle cómo lo había vivido, qué sintió cuando el ángel la habló en Nazaret, cuando el niño empezó a nacer en su seno, que si le decía algo, que si el Hijo le hacía sentir su presencia, que si dijo algo a los suyos del embarazo, que si la gente o en vida exterior notó cosas, que si pensaron mal de ella por aquello de San José... etc,  y otras preguntas similares sobre las bodas de Caná..., o cuando Jesús dijo aquello de “mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, que a mí entonces me sonaba como a desprecio, poca estima por ella, por su madre...; en fin, que yo me ponía de su parte, porque a mi con ella me iba muy bien y que me salió espontáneo el «a mí contigo me basta».

Por lo tanto y lo digo claro y alto, el mejor camino que yo he encontrado para llegar a Cristo, al Hijo, es su madre. Y como luego voy a decir y tratar de explicar, el mejor camino que yo he encontrado para conocer a María en totalidad y plenitud del misterio, es su Hijo; desde Él es como más y mejor y más ardientemente la he conocido y amado.

Al escribir de mi infancia y de la Virgen, habréis notado que he sacado a relucir mi amor a la Virgen en sus títulos de Inmaculada y Virgen del Puerto, pero no me ha salido ni una sola vez el nombre de mi Patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobral. No lo he hecho intencionadamente. Me sale así espontáneamente, pero ello tiene una explicación. Yo era de la iglesia de abajo, y la Patrona, la Virgen del Salobral, pertenecía a la iglesia de arriba, quiero decir, que la novena y procesiones, todo dependía de Santa María.

Los de San Miguel, la iglesia de abajo, teníamos al Corazón de Jesús, que no faltaba su entronización en nuestras casas, y la novena era de lo más solemne que se podía uno imaginar, con la Exposición Mayor del Santísimo Sacramento y Bendición final. Para predicar muchas veces venían sacerdotes de fuera, y los cantos, en mi tiempo, fueron dirigidos tanto en la coral de los seminaristas que llegamos a ser hasta 24 en el pueblo, como el coro de chicas del pueblo, dirigidas por D. José Luis Rubio Pulido, de Casatejada, que luego fue coadjutor de la parroquia, y desde allí, pasó a Cáceres, como Prefecto de Música de la concatedral. Murió joven.

Durante la novena, siempre tuvimos disgustos en casa, porque mi padre, que tenía el taller y la fábrica de maderas cerca, se acercaba a la novena tal y como estaba en el taller, es decir, que no iba a casa antes para cambiarse de ropa y esto le ponía enferma a mi madre, pues toda la gente iba muy arreglada.

Sin embargo, qué manera de comulgar mi padre todos los días, con qué devoción, y mi madre y mis cuatro hermanas y yo, después de hacer la Primera Comunión, que en mi casa y familia y para los niños y  niñas que así lo querían, la hacíamos el día de la fiesta del Corazón de Jesús, que también y no sé por qué motivo, Don Marcelo siempre la celebraba el 29 de junio.

Y a lo que iba, que, como era de la iglesia de abajo, y como para remate me vine a los diez años al Seminario y entonces no había vacaciones de Semana Santa y la Patrona se celebraba  la Semana de Pascua, desde el mismo domingo de Resurrección, que se baja a por ella, se la pasea por el pueblo y luego permanecía en la iglesia de arriba toda la novena, total, que no cultivé la devoción a mi patrona. Los de la Iglesia de abajo estábamos centrados en el Corazón de Jesús y la Exposición del Santísimo durante toda la novena. Por tanto, desde los diez años, las  <Vírgenes> que más traté fueron la Inmaculada del Seminario y la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia, que visitábamos con frecuencia los seminaristas y ahora llevo cuarenta y dos años visitándola. De mi patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobrar, lo que más recuerdo y el mayor trato que tuve con Ella fue el tiempo de preparación de mi primera misa, porque me ordené el 11-6-60 y no pude cantar mi primera misa hasta el 1 de julio por razón de los estudios de mis cuatro hermanas. Así que me dieron las llaves de la ermita y todas las mañanas, muy temprano, sin que nadie me viese, celebraba la santa misa. También tengo que decir en honor de mi patrona, que la imagen de la Virgen del Salobrar es la primera foto que tengo en el álbum de fotos de mi infancia y ordenación sacerdotal y primera misa y ahora preside mi habitación, esté donde esté.

3. EL CONOCIMIENTO Y AMOR A MARÍA ME VINO POR EL HIJO ENCARNADO EN SU SENO

El misterio de María es ininteligible si no se hace desde Cristo, desde la relación al misterio de Cristo. Me alegró muchísimo verlo descrito en el Vaticano II,  que lo dijo muy claro en el Capítulo VIII de la Lumen gentium: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

Os digo una cosa: Le tengo tanto afecto a este Capítulo VIII, porque me cogió estando en Roma estudiando y estando al día de sus discusiones y diatribas, porque nos las contaban algunos alumnos que iban a las sesiones, y, por otra parte, me ha gustado tanto al releerlo y meditarlo otra vez despacio, para ver lo que la Iglesia dijo de la Virgen, porque no son pensamientos y amores de Gonzalo sino de toda la Iglesia y por eso me he decidido a ponerlo entero en este libro sobre la Virgen, para que todos tengan la oportunidad de meditarlo.

Es que es lo mejor o de lo mejor que se ha dicho de la Virgen desde un Concilio; es la Mariología más completa y profunda que he oído sobre la Bella Doncella; es una reflexión y meditación bíblico-teológica-espiritual de los padres conciliares, promulgada oficialmente por la Iglesia, para que todos alabemos a la Virgen por su belleza y cooperación, por voluntad del Hijo, en el misterio de la  salvación del mundo y en el origen y desarrollo de la Iglesia. 

Estuve dudando, porque no lo había visto en ninguno de los libros que tengo o he leído sobre María, hasta que me topé en mi biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, publicada por la SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Coculsa, Madrid 1975, pág 61-66). Así que me decidí. Es la Virgen quien se «apareció» para decirme que lo hiciera. Y obedezco como buen hijo.

Poco a poco, en mi oración, fui entendiendo que no podía quedarme instalado en María, como si hubiera llegado al final del “camino, la verdad y la  vida”, que es Cristo, pero que también es el principio único de todo el misterio cristiano, sino que tenía que seguir avanzando en el conocimiento y amor al Hijo; debía intensificar más y con mayor frecuencia el trato y la amistad y la referencia a Él, a tenerlo más en cuenta, seguirlo, imitarlo, volcarme en Él como en el todo, en el Hijo amado y enviado por el Padre para sumergirnos eternamente en el Misterio Trinitario;  y así empecé a visitar más largo y despacio al Señor en el Sagrario durante diez minutos de oración eucarística en el recreo que teníamos después de comer, que era el más largo, y luego esta visita se fue alargando hasta los quince, veinte, treinta minutos... Y así empezó esta historia de amor y amistad intensa con Cristo Eucaristía en la oración, en la misa, en mi vida, que no terminará ya nunca y llena de plenitud de sentido mi  vida sacerdotal,  y de gozo  de encuentro permanente  de amistad con Él desde la Misa, la Comunión eucarística y el Sagrario.

            En el comienzo de su homilía cuarta sobre las excelencias de la Virgen María dice San Bernardo: « No hay duda que cuanto proferimos en las alabanzas de la Virgen Madre pertenece al Hijo; y que igualmente cuando honramos al Hijo no nos apartamos de la gloria de la Madre».

Y esta es la razón de que en mi oración matinal dirigida a ella, siempre le diga: «gracias por haberme dado a tu Hijo; gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo», porque realmente ella me ha llevado a Cristo, ha sido mi madre espiritual que me ha dirigido perfectamente, verdadera madre, a la que he querido y quiero con todas mis fuerzas, porque ella sabe llevarlo todo hasta su Hijo y por Él, con el Espíritu de Amor, hasta el Padre, hasta el misterio de mi Dios Trino y Uno, que me invade y me llena de su mismo amor y vida,  en un eterno amanecer de resplandores  siempre nuevos de luz, belleza y  felicidad.

Y todo esto, repito, por María. Así que les recomiendo a los hermanos protestantes, que nada de tener miedo a que los católicos nos pasemos en nuestro amor a la Virgen y le dediquemos y honremos como si fuera el Hijo, nada de «mariolatría», nada de dar a la Virgen lo que pertenece a Dios, porque ella sabe educar muy bien a sus hijos. Y si hay algún desvío o error, ya se encargará ella de arreglarlo todo.

Si amaran a la Virgen en plenitud, si no tuvieran ningún recelo y prevención en relación con ella, la Madre los llevaría, cogidos de la mano, con mayor dedicación y plenitud a Cristo, a su Hijo, porque ese es su oficio de madre espiritual y  discípula aventajada y educadora de la fe y vida cristiana de todos sus hijos, y el mejor modelo y camino para llegar a Cristo; ella es “la humilde esclava del Señor”, y sólo desea en nosotros cumplir su palabra: “Hágase en mí según tu palabra”;  y esta Palabra es Cristo.

Y esto nos lo confirma la misma historia religiosa de las personas y de los pueblos: Las personas, parroquias, los pueblos verdaderamente Marianos, devotos auténticos de María, son pueblos piadosos y cristianos y eucarísticos y cristocéntricos; pero siempre que se trate de verdadero amor y piedad a María,  nada de ¡Viva la patrona! ¡Viva la Virgen de...! (poned aquí todos los títulos patronales) y luego, si te he visto, no me acuerdo.

Y ¿qué más cosas fui descubriendo y viviendo con esta nueva orientación que la Virgen dio a mi vida? Pues que, al despertarme por la mañana, en vez de dirigirle mi primera mirada a la imagen que tenía en mi habitación y decirla: ¿qué vamos a hacer juntos hoy?, y pensar que, con rezarla el rosario completo, todo estaba ordenado, empecé a tener esos ratos de diálogo personal y directo con su Hijo en el Sagrario, que luego me llevó a practicar y vivir verdaderas comuniones eucarísticas donde tenía que vivir su vida en la mía, cambiando mis criterios y actitudes de amor y rencor y soberbia y pasiones por las suyas de “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, lo cual me llevó a vivir la misa “en espíritu y verdad”, esto es, a retorcerme y hacerme víctima agradable con Él al Padre, sacrificando y muriendo a mis pasiones y soberbias, ofreciéndome como víctima de caridad y perdón con Él en el sacrifico de la cruz que hacía presente en cada celebración, y tener que decir: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, cuando alguno conscientemente te odiaba o perseguía o te hacía la puñeta (Este es el «taco» más gordo que oía a mi padre; cuando lo decía, había que andarse con cuidado, aunque nunca pegó o dio bofetadas a sus hijos; mi madre ya era otra cosa. Que conste que a mí me pasa lo mismo; no he echado un taco en mi vida).

De esta forma y, nuevamente, en orden teológico inverso al que tenía que haber sido: misa, comunión, presencia eucarística, mi vida se fue realmente centrando en Cristo, no sólo teológicamente, sino vitalmente; y la Eucaristía, que es el misterio total de Cristo, hecho presente en cada misa y perpetuado en cada Sagrario, esta vida «por Cristo, con Él y en Él» paradójicamente me fue llevando a conocer mejor a María, su oficio de madre en la Iglesia y amarla más, pero no sólo como un hijo, sino desde el Hijo, esto es, como el Hijo la soñó y la eligió y la amó y confió totalmente en ella como madre ideal y consuelo que quiso tener junto a sí en el momento más importante y doloroso de su vida, al morir por todos nosotros en la cruz y así nos la quiso entregar.

Me llevó a amarla y mirarla con los ojos del Hijo ¡A ver si era esto lo que Ella quería! Claro que sí;  es que el Hijo es el Hijo, y los demás somos hijos, pero, como nos quiere tanto a los hijos, quiere que seamos hijos en el Hijo, porque así nos vendrán todas las gracias y dones. Realmente lo que me dijo la Virgen se parece mucho a lo que dijo a los criados en la boda de Caná: “haced lo que Él os diga”. Es decir, que desde Cristo, es como mejor la he conocido y amado y comprendido a María y su relación conmigo y su misión en la Iglesia. Y esto era lo que ella me decía y me pedía desde muy joven, pero que yo no entendía del todo. Eso sí, me fié de ella  y el agua de mi vida se convirtió en vino de consagración, en vino sacerdotal.

Y esto es lo que quiero deciros ahora: Que esta petición de la Virgen, de que pasara a su Hijo, tenía ya en mi juventud sabor sacerdotal, tenía ya olor de Cristo Eucaristía, que me iba metiendo en ese misterio infinito que nunca se abarca y se comprende del todo, ni se vive y se llega hasta el fin, porque nos mete en esa mina eucarística, donde, como diría San Juan de la Cruz, pero referido al misterio de Dios Trino y Uno, hay miles y miles de cavernas y vericuetos y nuevos descubrimientos, que nunca se acaban. Así quería prepararme ella para que fuera presencia sacramental de Cristo sacerdote, prolongación de su palabra y salvación, con su mismo amor y sentimientos.

Y esto lo tenía que hacer el Hijo con Amor del Espíritu Santo. Ella lo sabía muy bien porque Ella sintió y palpitó y educó al Único Sacerdote. Por eso si el Padre le confió esta misión, es lógico que si Dios se fió de Ella, se fiara también y le confiara que forme a todos los que van a ser como su Hijo al encarnarse en su seno, hombres sacerdotes, presencias sacramentales de Cristo y de su misterio de Salvación, «otros cristos».

Y lo hace muy bien. Por eso, yo ya sacerdote de Cristo, recomiendo total y plenamente, con confianza cierta y segura, la devoción a la Virgen a todos los seminaristas del mundo, a todas las madres sacerdotales, a todos los superiores de seminarios.

Uno de estos vericuetos y novedades, que he descubierto con los años, es el siguiente: Cristo, desde el mismo momento de nacer en María hasta su Ascensión a los cielos, es el Sacerdote Único del Altísimo. Esto quiere decir que, desde Cristo, desde la vivencia de los misterios de Cristo, es como mejor un cristiano, pero, sobre todo, un seminarista y un sacerdote tiene que comprender y vivir la misión de María, Madre sacerdotal por excelencia, es como mejor he comprendido: “haced lo que Él os diga”, que tiene mucho parecido a lo que dijo el Señor en la Última Cena: “haced esto en conmemoración mía”.

            Por eso, en María, por su maternidad y ejercicio de fe y trabajo por Cristo y en Cristo, encontré el mejor modelo de prepararme para el sacerdocio, para su vivencia y comprensión, y para el apostolado. Porque yo veía que María, desde seminarista, me empujaba a trabajar para Cristo y como Cristo a semejanza suya, de su misión de madre: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (LG 65).

            Me alegró mucho ver confirmada toda mi devoción y mariología con lo que se decía en el Vaticano II y de lo cual yo estaba al día porque nos dejaron ir a algunas de esas sesiones a varios sacerdotes de los que entonces estudíabamos en Roma. Cuánto me alegraba al oir o leer por la noche las noticias del desarrollo del Cap. VIII, que había escuchado por la mañana o por la tarde.

            Fijaos qué belleza: «Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

            La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles» (LG 65).

            Y como toda la vida de María, desde “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, hasta tenerlo en sus brazos muerto, desde la Encarnación  hasta el Gólgota, fue una vida en unión con Cristo, ofrecida con su Hijo en la cruz al Padre y a los hombres tal y como su Hijo la ofrecía, porque estaba totalmente unida a Él en todo por voluntad del Hijo, y amándole y amándonos a todos hasta el extremo, especialmente participando “estando de pie” junto al sacrificio de su Hijo, resulta que, en la misa, donde se hace presente mistéricamente toda la vida de Cristo, todo el misterio de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, también se hace presente este “estando de pié” de la Virgen, con todos sus sentimientos y ofrenda, y es donde nosotros, si  estamos muy atentos y nos acercamos por la celebración litúrgica al Hijo, a esta presencia eterna y metahistórica del misterio de Cristo hecho presente por la Eucaristía, todos los cristianos, no sólo los sacerdotes, sentiremos y viviremos los sentimientos y actitudes de la que “estando de pié” junto a su Hijo, se ofrece con Él por todos los otros hijos del mundo.

Si nos acercamos con amor y piedad, en cada misa podremos sentir su respiración fatigosa de  madre dolorida, sentir su mismos sentimientos de dolor y salvación de todos sus hijos, comprender todo su misterio de entrega por amor, unida a su Hijo, a quien le dolió ciertamente no tener junto a sí en su pasión y muerte a sus discípulos, pero no pudo, no tuvo fuerzas, para prescindir de su madre; amén de que quiso que colaborase con Él en la Redención de todos sus hijos. La necesitaba. La quiso tener muy cerca y todo eso se hace ahora presente en la Eucaristía.

Fue allí, donde con su mismo amor y certeza y seguridad de Hijo, nos la entregó como Madre en la persona de Juan y ella recibió este encargo: “he ahí a tu madre... “He ahí a tu hijo”, “Y el discípulo la recibió en su casa”, que es lo que nos corresponde hacer también a nosotros, como lo hizo emocionado Juan, que se vio favorecido con esta gracia singular, donada a todos los creyentes, pero de forma especial a nosotros, los sacerdotes, porque Juan había sido ordenado sacerdote hacía unas horas. Yo también quiero tener siempre a María en mi casa, en mi vida, en mi corazón.

            Sin embargo, a pesar de ser Madre de los Dolores, Dolorosa, de las Cruces...cuando contemplo y venero, incluso sufro en mi vida, por cualquier causa,  yo siempre he visto a mi Madre María, sonriente, de la eterna sonrisa.Yo siempre he buscado la sonrisa de la Virgen. La ayuda de su mirada y del amor que me refleja y comunica por ella. Esos ojos... esa sonrisa, cómo me han ayudado en los tiempos difíciles, en los momentos de soledad, angustia, incomprensión. En Ella siempre encuentro esos ojos que me sonríen, que me dicen: estoy aquí, te veo, estoy contigo, sufriremos juntos como lo hice junto a la cruz de mi Hijo.

            Ella ya no puede menos de sonreir, de ayudarnos a sonreir y aceptarlo todo, sabiendo que nos espera y todo termina en resurrección y vida. Por eso, cuando me dicen que la Virgen se ha aparecido llorando, se me parte el alma. Menos mal que teológicamente ya no puede sufrir, porque está en la  infinita felicidad de nuestro Dios Trino y Uno, pero algo muy fuerte tiene que suceder para que Ella se aparezca así; algo de más amor y entrega y sufrimiento en mi conversión me pide para que otros hermanos dejen de hacer y decir cosas que a su Hijo le ofenden. Porque Ella siempre está junto a su Hijo, bien llevándolo en su seno, bien buscándolo en el Templo y de fiesta en Caná, bien junto a la Cruz, bien en el cielo asunta por el Amor del Hijo que no podía soportar estar sin su Madre en el cielo, no podía se totalmente feliz como Hijo.

4.  EL CONOCIMIENTO Y AMOR  PLENO A MARÍA SE COMPLETA POR  EL HIJO HECHO PAN DE EUCARISTÍA

Lo que quiero decir con esto, es que mi verdadera y auténtica devoción a nuestra Señora y Madre Maria, me la ha descubierto y enseñado el Hijo, especialmente en la Eucaristía, donde María es invocada varias veces en el canon, y es el Hijo quien la hace presente, juntamente con sus sentimientos de Madre y el “ahí tienes a tu hijo” y “el ahí tienes a tu madre”,  por hacer presente su pasión y muerte, y que, si estoy muy atento, me la va comunicando y aumentando en cada misa. Y así voy  mirando y amando cada vez más a María desde el Hijo, porque la voy viendo con los ojos del Hijo y amando con el corazón y entrega del Hijo: “ahí tienes a tu madre”.

Desde aquí he sentido y palpado cómo quiere el Hijo a su madre ¡Qué pasión siente por ella! Lo he sentido y palpado muchas veces. Y así he visto la razón de las apariciones de Lourdes, Fátima y tantas otras, porque la Madre siente las ofensas y desprecios del Hijo como propios y no se puede contener y por eso se aparece a los hijos; pero a la vez siente desde el Hijo, desde la Verdad y la Vida del Hijo, la condenación y el infierno de los hijos... y nosotros no le damos importancia, siendo, sin embargo, lo único que importa y la razón esencial de nuestro sacerdocio, porque lo fue de Cristo Sacerdote y Víctima.

Nosotros, muchas veces, nos entretenemos con actividades temporales, aunque sean caritativas, pero que tienen el peligro de instalarnos en puro horizontalismo porque no se buscan en ellas las eternidades de los que socorremos, su auténtica vida, la que tiene recibida de Cristo por el bautismo y que es la única razón de nuestro sacerdocio. Todo lo demás es relativo, es decir, tiene que decir relación a la vida eterna. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, Dios debe ser siempre el único horizonte de nuestro sacerdocio, somos sacerdotes del Altísimo.

El sacerdote, todo cristiano, como Cristo, tiene que curar a los enfermos y dar de comer a los hambrientos, es una nota esencial de la Iglesia; pero el orden y la orientación debe ser la que acabo de decir: Cristo curó y dio de comer el pan material, pero no fue esto para lo que vino; bien claro lo dijo en el cap. VI de San Juan sobre el pan de la vida: “me buscáis porque habéis comido... procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre... el pan de Dios es el que bajó del cielo... dijéronle: danos siempre ese pan.  Contestó Jesús: Yo soy el pan de vida; el que viene a mi ya no tendrá más hambre...” (cf. Jn 6, 27-35).

Repito: que hay que trabajar en caridad, pero la verdadera, la que se hace para llevar a la gente hacia Cristo, hacia la fe, hacia el descubrimiento y al amor de Cristo, y para esto, predicar la Palabra, celebrar los sacramentos y enseñar a rezar al Padre Dios que cuida de los pájaros y de los lirios del campo. Esta fue la razón fundamental de la venida de Cristo, para esto vino Cristo y se encarnó y murió en la cruz, para que fuéramos hijos de Dios por el bautismo, viviéramos ya por gracia la vida sobrenatural, que lógicamente se vive en la humana, pero debe estar siempre presente y hacia ella debe orientarse todo lo humano.

Cristo vino para ser sembrador, cultivador y recolector de eternidades, y eso es ser sacerdote, y eso está bastante olvidado en los tiempos actuales por falta de vivencia de Cristo Eucaristía, por falta de fe que se queda sólo en  temporalismo y horizontalismo que pierden el sentido sobrenatural y trascendente de la vida, siendo verdad de Cristo: “...que de nada le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”. Es el laicismo, el ateísmo práctico, cultivar lo humano sin referencia a Dios, con lo cual ha de tener cuidado la misma Iglesia.

Por eso se aparece la Virgen, y nos lo recuerda en todos sus mensajes, porque no puede soportar que sus hijos no vivan ni  piensen que son más que esta vida y este espacio, que son eternidades soñadas en Dios y para Dios, y que sembrar y cultivar estas eternidades es la razón esencial de mi sacerdocio y de todas mis actividades, de los sacramentos de vida eterna,  es lo que más me tiene que interesar cuando celebro Bautizos, Primeras Comuniones, Confirmaciones, funerales ¡Señor, que estos niños, que estos jóvenes se encuentren contigo por la fe y la gracia, que realmente sean sacramentos de salvación,  que lleguen a amarte y conocerte; no sólo ni principalmente que salga todo bonito y bien... sino que no se separen ni en vida ni en muerte de Ti, ni en tiempo ni en eternidad!

Y este es el sentido y la orientación que hay que dar a la vida cristiana, a todo apostolado, esto es el verdadero apostolado en el Espíritu de Cristo, no en el nuestro y según nuestros criterios, pero todo desde el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, todo orientado hacia el encuentro eterno y definitivo con Dios, que es lo único que importa y a lo que todo se va a reducir y para lo que hemos sido creados y para lo que Cristo vino y para lo que la Virgen se aparece en Fátima y en otros lugares.        

Y este tiene que ser el sentido esencial y mirada y orientación última que quiero dar a mi vida sacerdotal; si tengo que hacer obras humanas, las hago; si tengo que hacer hospitales, hogares de ancianos, de drogadictos... de lo que sea, lo hago, pero predicando allí mismo el Evangelio y el sentido último de nuestra vida, buscando a Cristo siempre, sin quedarme en esas obras como fin y término, sino buscando a Cristo, la salvación eterna, el sentido cristiano de la vida, que es más que este espacio y que este tiempo, es la eternidad con Él, somos eternidades, nuestra vida es más que esta vida.

En las manifestaciones o apariciones de Lourdes y Fátima siempre he visto la preocupación de Cristo por medio de su Madre por todos los hombres en relación de su eternidad y el camino que lleva a ella, el cumplimiento de la voluntad de Dios, los mandamientos. Y el mismo Dios pone su confianza en nuestro amor a María; y lo quiere cultivar mediante estas apariciones. 

No tenemos que olvidar que el Hijo la quiso corredentora, mediadora, aunque este término no guste a los teólogos y fuera rechazado en un principio; lógicamente por voluntad y siempre unida al Hijo, ya que la quiso “junto a la cruz”, «en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (LG 58).

Esta es la razón de que la Virgen en Fátima pidiera la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de la Madre, en lugar del Hijo. Parecía un poco atrevido teológicamente. De hecho los Papas dudaron en un principio, luego lo hicieron, pero no como la Virgen quería, según Lucía; hasta que Juan Pablo II lo hizo como ella quería.

Y así me ha pasado a mí. Poco a poco esta consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, cosa que yo no entendía muy bien desde la teología, lo he comprendiendo desde Cristo, desde la importancia que Cristo ha dado a su Madre, como Madre de la Iglesia y educadora de la fe de sus hijos.

Es que la unión entre Cristo y María es más de lo que parece y es total y sin límites el poder de santificación y gracia y confianza que el Hijo ha puesto en la Madre, o, que para que algunos teólogos no sufran, nos pasa por mediación y por las manos de la Madre.

De todas formas, la Virgen se ha ganado toda nuestra confianza porque lo que nadie esperaba, porque todos creíamos que tendríamos comunismo y marxismo para rato, para siglos, rezando el rosario, se vencieron ejércitos de millones de combatientes, se cayeron los muros y desapareció el comunismo de Europa y del mundo, porque lo de Cuba es para confirmarnos más en sus errores y dar la razón a la Virgen. Cuba es una manifestación del despotismo de unos marxistas, que lleva a la pobreza y al hambre, a la pérdida de libertades y desarrollo de la personalidad e iniciativas humanas, y precisamente junto a un país defensor de la democracia y el más desarrollado y rico del mundo.

Y la razón es evidente: No podemos olvidar, hermanos, que el respirar de aquella joven nazarena, virgen guapa de catorce años, tan joven y tan bella, María, no podemos olvidar que los latidos de su corazón fueron los del mismo Hijo de Dios al hacerse hombre; y fue el Hijo quien la escogió como madre; y es que no pudieron conocerse y amarse más que siendo madre e hijo.

Por eso, si en la Eucaristía se hace presente el Hijo con todos sus dichos y hechos salvadores, aquel cuerpo nacido de María con todos sus sentimientos de ofrenda al Padre y salvación de los hombres, es lógico también que se hagan presentes María con su vida y sentimientos, junto y unidos a todos los acontecimientos de la vida de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección. Y lógicamente María “junto a la cruz” de su Hijo.

            Lo tengo escrito hace tiempo, porque lo he meditado y vivido durante toda mi vida sacerdotal. Y no he olvidado lo que leí en un libro de GARRIGOU-LAGRANGE en mi último año de Seminario y que prediqué en mis primeros sermones:

            Bossuet, en su sermón sobre la Compasión de la Santísima Virgen, dice maravillosamente:

            «Fue voluntad del Padre Eterno que María no sólo fuese inmolada con esta víctima inocente, y clavada en la Cruz del Salvador con los mismos clavos, sino que fuese asociada a todos los misterios que por su muerte se iban a cumplir...

            María está cerca de la Cruz; con qué ojos mira a su Hijo ensangrentado, cubierto de heridas y que ni figura tiene de hombre. Esta vista le causa la muerte; si se aproxima al altar; es que quiere ser inmolada también, y allí, en efecto, siente el golpe de la espada tajante, que, según la profecía del buen Simeón, debía...abrir su corazón maternal con heridas tan crueles.

            Pero ¿la abatió el dolor, la postró por tierra por desfallecimiento? Al contrario, “Stabat juxta crucem”: “estaba de pie junto a la cruz”. No, la espada que atravesó su corazón, no pudo disminuir sus fuerzas: la constancia y la aflicción van al unísono, y su constancia testifica que no estaba menos sumisa que afligida.

Qué queda, pues, caros cristianos, sino que su Hijo predilecto que le hizo sentir sus sufrimientos e imitar su resignación, le comunique también su fecundidad. Con este pensamiento le dió a San Juan como hijo suyo: “Mulier, ecce filius tuus” (Jn 19, 26): “Mujer —dijo—, he aquí a tu hijo”.

Oh mujer, que sufrís conmigo, sed fecunda también conmigo, sed la madre de mis hijos, os los entrego sin reserva en la persona de este discípulo; yo los engendro con mis dolores, y como gustáis de las penas, también seréis capaz, y vuestra aflicción os hará fecunda» (GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, Desclée, Buenos Aires 1955, págs.192-193).

Vamos a desarrollar este pensamiento en un silogismo; pero al estilo antiguo, como lo estudiábamos en la LÓGICA, del primer curso de Filosofía. En la mayor del silogismo ponemos la verdad teológica,  expresaremos que la Eucaristía hace presente todo el misterio de Cristo en la tierra; en la menor, diremos, como en nuestros años de filosofía: en la menor...«es así que» la Virgen estuvo presente durante toda su vida; luego... está también presente en la Eucaristía con todos sus sentimientos: los del Hijo para con la Madre: “he ahí a tu hijo” y los de la Madre para con el Hijo.

Proposición mayor:

            «La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi». Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida y sentimientos en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica.

            Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de lo que yo he vivido y amado, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas de emoción por todos los hombres...

            Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:“Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy”. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).

            La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el  teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

            La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado» (Cfr. F. X. DURRWELL, La Eucaristía, sacramento Pascual, Sígueme 1981, pág 13-14).

El sacerdote no sólo hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.

En la misa nos encontramos con los sentimientos de Cristo en la Cena, en Getsemaní, en la Cruz, ahora en el cielo. En la Eucaristía nos encontramos con los sentimientos de Cristo que nos llevan a la Madre que estuvo, por voluntad del Hijo, «no sin designio divino» “junto a la cruz” del Hijo (CELEBRAR LA EUCARISTÍA EN ESPÍRITU Y VERDAD, Edibesa, págs 177-179).

Vamos a detenernos en estas palabras de la cruz. Primero, tenemos que decir de estas palabras que María «está de pie». Estaban Ella y esas mujeres que la acompañaban, pero pongamos la atención en María, porque Ella es la que tiene aquí un puesto central. Se dice de Ella que “estaba de pie junto a la cruz”. Ahora bien, ese estar de pie es postura sacerdotal del que ofrece. En la Carta a los Hebreos expresamente se dice: “Los sacerdotes estaban cada día de pie ofreciendo”. “María estaba de pie”, no simplemente estaba ahí arrodillada o cohibida o caída: “Estaba de pie junto a la cruz”, es postura sacerdotal: Jesucristo está ofreciendo su sacrificio y María junto a Él. En María no hay un mínimo signo de pretensión o voluntad de que Cristo baje de la cruz. Se podrían oír gritos que decían: ¡Baja de la cruz y creeremos en ti! La postura de María es de aceptación de ofrecimiento, está ahí asociada a la Pasión.

Ahora,  la menor:

Es así que» la Virgen estuvo presente en la vida y en el corazón de su Hijo durante toda su vida, hasta el punto que quiso tenerla presente en el momento cumbre de su vida, especialmente en su pasión, muerte y resurrección que se hacen presentes en la Eucaristía y todo por elección, iniciativa y voluntad del Hijo...

Luego

en la Eucaristía se hacen presentes toda la vida y todos los sentimientos de Cristo con su madre María, desde la Encarnación hasta su Ascensión, especialmente su pasión, muerte y resurrección,  en su mismo respirar y sus mismos latidos del corazón de hijo en la madre y de toda madre en el hijo, hasta  engendrarlo por obra del Espíritu Santo, hasta verlo morir “junto a la cruz” habiendo escuchado antes su encargo: “he ahí a tu madre”,“he ahí a tu hijo”, y tenerlo muerto y abrazado y besado con sus manos y labios de madre.

Todo es cuestión de saber que la Eucaristía no es mera memoria sino memorial que hace presente toda la vida y todo el misterio de Cristo. Por eso, la devoción a la Virgen, en definitiva, es cuestión del Hijo, de la celebración de la Eucaristía, del memorial de Cristo con María, que hace presente la relación y sentimientos del Hijo con la Madre y a la vez de la Madre con el Hijo.

Por todo esto, María me lleva a Cristo, pero es desde su Hijo, Cristo Jesús, especialmente en la celebración de la Eucaristía, desde donde siento muy cerca su respirar y latidos de la madre sacerdotal. Y si esto ya lo tenía muy presente antes de mi Ordenación, con mucha más razón después. Y me explico.

Ella está presente todos los días en el momento de celebrar al Eucaristía porque en el cáliz consagro la sangre de su Hijo, que es sangre que estuvo unida a la de la Madre durante nueve meses y luego separada, pero recibida de Ella, y que en la cruz llegaron a identificarse en la manos de la Madre ensangrentadas por la sangre del Hijo a quien tuvo en su regazo, y que sufrió  la misma pasión que la de su Hijo, cumpliendo su voluntad que era la del Padre para la salvación de los hombres sus hermanos, adorando y obedeciendo, con amor extremo, hasta dar la vida.

5. EL CÁLIZ DE MI PRIMERA MISA

            Por eso el Hijo quiso que María, su madre, estuviera “junto a la cruz”, junto a Él en el sacrificio de su pasión y muerte, que el Sacerdote Único hace presente todos los días por medio de la humanidad supletoria y prestada de los sacerdotes.

Digo que la Madre sacerdotal está en mi cáliz singularmente por esta verdad bíblica y teológica, que viene muchas veces a mi mente en esos momentos, grabada también a fuego y cincel materialmente en el mismo cáliz de mi primera misa y de siempre, porque es con el que celebro todos los días, donde hay grabada una inscripción que me lo recuerda diariamente.         

Es el cáliz, que todavía seminarista, juntamente con la sotana y el manteo amplio y ligero, como entonces nos lo hacíamos la mayoría de los ordenandos,  encargué hacer por medio del célebre catalán Sr. Hons, que visitaba nuestro seminario y también nos tomaba las medidas de las sotanas.

Al encargárselo, le expliqué que en el cáliz,   entre la copa y la base, en la parte central,  por donde tomamos el cáliz con nuestras manos, pusiera un anagrama referente a María, y puso una M grande, atravesada en la parte central de dicha letra por una azucena, signo de la virginidad y pureza de la Virgen, y debajo una media luna que abarcaba la base de la M, en alusión a la mujer del Apocalipsis “coronada de estrellas y la luna bajo los pies”.

Luego, desde la M, a derecha e izquierda de la misma y en posición vertical, por la derecha, encontramos un sarmiento de vid con racimos de uvas y una palmera, clara alusión al vino que se convertirá en la sangre de Cristo y un ramo de palmera, entrada triunfal en Jerusalén, domingo de Ramos, inicio de la Pasión; por la izquierda de la M encontramos una espiga, materia del pan que se ha de consagrar y un ramo de rosas rojas, que no sé bien su significado, pero pueden ser rosas rojas de la sangre de Cristo, hasta llegar hasta el centro, pero en posición opuesta a la M, donde está el anagrama de PX, pero superpuestas las dos letras; dicho cáliz, en la base plana que toca los manteles tiene una inscripción: (Regalo de mis padres y hermanas en mi Ordenación sacerdotal 11 de junio 1960).

Y ahora quiero deciros a todos, que, al tomarlo en mis manos para consagrar el vino, lo hago con la Virgen porque realmente Ella puede decir también con toda verdad: Esto es mi cuerpo, Esta es mi sangre...; pero sobre todo, porque, al decir el Hijo esas palabras de la Última Cena, que no se repiten por el sacerdote, sino que el mismo Cristo las hace presentes como aquella y única vez que las dijo y para siempre y ahora se hacen presentes con toda su vida y sentimientos, desde que nace en el seno de su Madre hasta que sube ante el Trono del Padre para darle gracias y entregarle la humanidad redimida; todo se hace presente: Acordaos de mi... de mi emoción, entrega de amor, de mis sentimientos, amor extremo por vosotros, hasta dar la vida... no te olvidamos, Señor.

Pues bien, al decir Cristo, su Hijo, esas palabras, todos los días, por medio de mi humanidad supletoria, ni un solo día he dejado de mirar antes esa bendita M, sin que esa bendita M de Madre me toque y abrace mis manos consagrantes y me anime y me esté ayudando a inmolarme e identificarme más con el Hijo, haciéndome con Él una ofrenda agradable al Padre, adorando y cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, sobre todo en esas etapas duras de la vida, en las que las humillaciones, las persecuciones, mis errores y pecados, las calumnias me han hecho derramar sangre de vida y dolor profundos; ni un solo día de mi  vida he celebrado ni consagrado sin que esa dulce M  esté mirándome, porque la necesito.

Así que muchas veces, al echar el vino y la gota de agua, le tengo que dar la vuelta al cáliz, porque lógicamente las que ponen los vasos sagrados sobre el altar nada saben de estos secretos con la Señora y a veces me ponen la parte contraria. Pero yo, sin que nadie se perciba de ello, al echar el vino, le doy la vuelta para que M, María, me mire y me ayude a ofrecerme y consagrarme con su Hijo,  ya que me he acostumbrado a darle ese beso con mi mirada de amor, a tener ese recuerdo para la Madre, en petición de que me ayude a transformarme como el pan y el vino en Cristo, que me ayude a consagrar ese Cuerpo del Hijo y  con su corazón y sentimientos de Madre expresados a través de sus manos junto a las mías apretando el cáliz, me vaya identificando con su Hijo, hasta el punto que me vea hijo en el Hijo, plenamente transformado, por el amor del Espíritu Santo, que le formó en su seno y que a los sacerdotes nos consagra y transforma en Cristo, su Hijo.

Este es el título que puse en mis estampas de primera misa, de las que todavía guardo algunas en el cajón central de la mesa de madera de castaño, que me hizo mi padre, como regalo de primera misa: «Reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres». Es un eco de Sor Isabel de la Trinidad, que tanto influyó en mi vida y sacerdocio, en la devoción a la Virgen, al Espíritu Santo y, sobre todo,  a la Santísima Trinidad.

Sin embargo, desde hace años, ya no digo «reproducir», como puso el traductor del francés de la oración de Sor Isabel,  porque me suena a producir un producto más veces, por ejemplo, una obra de teatro, que es la misma pero totalmente; sino <hacer presente>, que me parece más teológico y exacto conceptualmente, porque es la misma realidad siempre hecha presente en la única y la misma vez, no una representación, pero de forma litúrgica, metahistórica, más allá del tiempo y del espacio,  mistéricamente. 

            Necesito mirar y sentir en mí a María oferente también del sacrifico de su Hijo. Mirar a María en mi cáliz en el momento de la ofrenda porque es la primera y más cualificada y digna Oferente ante el Padre como Madre  del Cuerpo real y Místico de Cristo.

            Si, sí, es que el sacerdocio es un  ministerio para ofrecer a Dios alabanza, acción de gracias, petición de perdón y ofrendas dignas ante Él, para implorar su amor y bendiciones, todos sabemos que sin Cristo no hay Ministerio Sacerdotal. Por ello Pablo dice: “se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y víctima a Dios en fragancia de suavidad” (Ef 5,2).Pero el Verbo, para ser oferente entre nosotros, “se hizo carne, y habitó entre nosotros: y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito procedente del Padre, lleno de gracia y de verdad.”(Jn. 1.14).

            Y todo con el fin así expresado por Pablo: “Bienaventurados aquellos a quienes fueron perdonadas las iniquidades y a quienes fueron encubiertos los pecados, bienaventurado el hombre a quien el Señor no le toma a cuenta el pecado” (Rm 4,7). Porque, aunque la redención es universal, es cierto que “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios” (Jn1, 11-12).

            Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, y de Ella tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.     Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la Iglesia, puesto que en aquel momento comenzó la salvación y la redención y la regeneración sobrenatural. Y María en el Calvario, “junto a la cruz de su Hijo” <<no sin designio divino>> fue Madre oferente y sacerdotal del Hijo, llevando unida a Él a plenitud redentora la  humanidad sacrificada de Cristo.

Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en Él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo. Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

Y ya, para terminar, añadir una nota referente a la casulla y alba de mi primera misa, bordadas primorosamente por una señora de Don Benito, conocida a través de alguno de mis compañeros. Como yo era el que la había soñado y el que la encargaba, quise que en la casulla estuvieran muy presentes mis amores predilectos y más importantes: mi Dios Trino y Uno y mi Dios Amor, Espíritu Santo, que me consagraría sacerdote eternamente y es, en definitiva, al que le debo todo, aunque tardé años en conocerlo personalmente y entregarme totalmente a Él, como Dios Amor, aunque ese Amor y Gracia de Dios en mí, estuvo siempre presente en todos nosotros desde nuestro bautismo, donde nos hizo sacerdotes, profetas y reyes, y templos de la Santísima Trinidad.

Realmente Él es el que dirigía y alimentaba todo mi ser y existir en Cristo hasta María y de María hasta Cristo, porque todo era en el Espíritu de Cristo, y el Espíritu de Cristo, el Amor de Cristo al Padre y del Padre al Hijo, es el Espíritu de Amor, el Espíritu Santo.

Y yo quería que todo en mi sacerdocio fuera, como en Sor Isabel de la Trinidad, para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad: “In laudem gloriae ejus”. Sor Isabel de la Trinidad quiso llamarse así al final de su vida. Las Tres Divinas Personas están representadas por tres líneas que salen del centro de la casulla, en su parte delantera, precisamente la que está junto a mi pecho y corazón y vuelven a juntarse en la parte posterior de la casulla, la que cubre la espalda del celebrante.

En la parte de la casulla que cubre la espalda del sacerdote, está el mismo círculo grande, pero en el centro, un pelícano dando de comer a sus polluelos con su misma sangre. Es clara la alusión al misterio que celebramos.

Mi buena Isabel, buenísima sacristana y alma profundamente eucarística, orante permanente por la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas, por el seminario y sus vocaciones, me sorprende con frecuencia con esta ropa y entonces yo celebro y recuerdo con emoción todo lo vivido en mi vida y lo uno al presente, esto es, a lo que en la misa Cristo, el Amigo y Confidente realiza y a quien he entregado mi vida y me hace feliz y me ha conquistado totalmente, y que junto con su Madre, la hermosa nazarena, no olvidan de recordarme en cada misa. Los tengo muy presentes en la celebración de la Eucaristía y en mi vida posterior.

Es una <contemplación> llena de amor, que empieza yacuando llego para vestirme y prepararme y me sirve de oración contemplativa durante el misterio que celebro.

Puedo decir que así he celebrado todos los días las santa Eucaristía hasta mi jubilación de la parroquia, donde al no  tener que revestirme con esas ropas, no ver sus signos, voy olvidando su significado; también influyen los años, sesenta y tres desde mi primera misa y estreno de estas vestiduras sagradas.

6. TESTIMONIO: SOR LUCÍA

He visto reflejado todo este pensamiento teológico y vivencia en un libro escrito  por Sor Lucía, la vidente de Fátima, publicado hace siete años, como resumen de todo lo dicho y meditado por ella sobre lo que oyó de la Virgen, de los mensajes recibidos de Nuestra Señora de Fátima. Ha sido como su despedida de esta tierra, su testamento para todos los hijos de María,  porque a los tres años de publicarlo, murió.

Y ahora que ha salido el nombre de Fátima, recuerdo que, siendo seminarista y prefecto del curso de Gaspar, del Río, José Luís, Jacinto, José Antonio Esteban, Felipe Sánchez, Eduardo Martín... --no quisiera olvidar a ninguno de los que  fueron—hicimos una peregrinación a Fátima  en bici, juntamente con Roberto Martín, mi condiscípulo que ya está eternamente con Jesucristo, sacerdote único y eterno, cantando con la Virgen y todos los santos ante el Trono de Dios. ¡Qué epopeya! No puedo olvidar aquella mañana que, por ahorrarnos unos diez kms atajamos por un camino y allí nos tiramos casi todo el día con los pinchazos.

Desde entonces, jamás miraré los kilómetros para hacer un viaje, sino el estado y situación de las carreteras. No lo he olvidado. Ni las veintitantas horas que me tiré durmiendo en la cama cuando regresamos. Algunos estuvieron dos días. Pero sobre todo, no olvidaré los rosarios que rezamos durante el camino y las cosas bellas que nos dijo y dije a la Virgen en su Capilla.

Y ya doy paso al testimonio de la vidente de Fátima. Pero antes quisiera decir una cosa, ya que han salido a relucir las bicis y las carreteras. La Virgen ha hecho conmigo verdaderos milagros de locomoción, tanto de bici: Me caí en una carrera de las ferias de mi pueblo, junto con Marino, y nos llevaron a los dos a camas de mi casa que estaba en la carretera;  milagros de motos: estando en Plasencia, además de la Vespa común que tenía, un amigo me dejaba su Guzzi, de siete caballos  y medio, roja, y puedes imaginarte, llegué a poner hasta 200 kms en aquellas carreteras de tercera; milagros de todo tipo de coches que he manejado por toda España y Europa, incluso en países comunistas.

Durante los dos años que manejé la Guzzi de siete  caballos y medio, nadie lo supo, porque tenía un casco imponente, que me lo compré para el caso y que precisamente me lo pidió un seminarista polaco que estudiaba en Toledo, y que, al venir a Plasencia, para preparar el viaje de vacaciones de verano que, juntamente con otro polaco y Juan Pedro, seminarista diocesano que estudió en Toledo, hicimos a Polonia, lo vio, me lo pidió y se lo llevó para un hermano suyo que luego vi tenía una motocicleta, y dejé de montar en motos grandes.

Llevé a estos dos polacos a sus casas, que estaban precisamente al norte de Polonia, en el puerto de DANSK (Danzing) y allí estuve una semana, siendo Polonia país comunista, pero vamos, un comunismo sui géneris; la madre de uno era dirigente comunista; quiero decir que aquello era un comunismo especial.

Recorrimos toda Polonia y parte de Rusia; algunas veces me decían: estamos en terreno ruso, si vienen los soldados hay que decir que no lo sabíamos. En Polonia todo el panorama es igual: lago, bosque y praderas verdes, muy verdes; y luego, otra vez empezar: otro lago, otros bosques y más bosques, todos muy verdes, y otros lagos de aguas claras. Mucho frío pasé y era verano. Por cierto, que el último día hicimos 800 kms. desde Hamburgo, Alemania. Cuando llegamos en la madrugada del día siguiente, yo ya no sabía donde estaba el cambio de marchas, ni luces ni nada. Por eso, os digo, que la Virgen ha hecho verdaderos milagros en la carretera conmigo.

No olvidaré que al pasar de la Alemania del Oeste a la del Este, fue un cambio tan radical, vi tal pobreza en la misma frontera, en el supermercado en el que entramos para comprar las cosas de comer, y en las mismas carreteras, todas antiguas, no tocadas desde la guerra europea, que no me explicaba cómo se podía decir que el comunismo era progreso y desarrollo económico y social.

Bueno, podía contar más cosas, lo único que quiero decir a este respecto es que, a pesar de que en mis tiempos buenos solía hacer cada año sobre cuarenta mil kilómetros, ahora no hago ni la mitad; y nunca tuve un accidente: Todo se lo debo a la Virgen.          

Siempre diré que la Virgen, la Señora del buen Camino, la Estrella de los mares, estuvo conmigo en mi caminar por la carretera. Es que la invito a que se monte en el coche. Siempre comienzo el viaje invocándola con un avemaría y Santa María del buen camino, ruega por nosotros.

Luego en carretera, si voy solo y el camino es largo, me encanta rezarle el rosario completo; bueno, el orden es el siguiente, porque es todo un rito sagrado y siempre igual: la invoco, pongo un disco con la misa rociera, ¡me encanta la salve rociera! y cuando acaba, empiezo a rezarle el rosario. Ese rosario que rezamos tres seminaristas, que un día de vacación, por la carretera de Jaraiz hasta el Km. 10 donde había que descansar y comer, no quisimos pararnos y nos fuimos andando a mi pueblo.

Estos tres seminaristas fueron Ángel Martín, que luego marchó a Misiones, Emilio Bravo, con el que hablé esta mañana para asegurarme y me dijo que no olvidara poner que la media fue de ocho minutos cada Km. en los 37 que había hasta mi pueblo y que paraban camiones que me conocían, porque íbamos con sotana y nos invitaban a subir y no quisimos montar.

Esta hazaña no hizo salir en el célebre «martirologio» de la Inmaculada, ante de la quema del »Bicho» donde en poesía jocosa salían los hechos relevantes del año. Nos dijeron que no nos pasó nada con el Rector porque fuimos protegidos por un «ángel» y es que de todos era sabido lo enchufado que estaba Ángel Martín con D. Avelino, rector.

Pasando ya a mis viajes actuales, si el viaje es largo, rezo el rosario completo. Y lo dicho, ya no corro, pero conduciendo tan rápido como lo hacía antes, he conducido a velocidades que no puedo decir, tuve “peligros de tierra, peligros de mar, peligros...”  por distracciones, cambios de rasantes, carreteras que no tienen 300 mts. de recta para adelantar, peligros de otros conductores, otros coches, peligros de conejos, zorros, ciervos...algunos he matado... en la carretera antigua de Trujillo, en la de Jaraiz y en la de Serradilla, así que no me atribuyo ningún mérito y todo se la debo a Ella.

Si voy acompañado, ordinariamente con Pepe, mi compañero, rezamos un Avemaría al empezar y el rosario al regreso, después de la cabezada reglamentaria que da Pepe, si comemos en el camino. Y desde luego, al finalizar los viajes, en cuanto se divisa el Puerto, la salve.

Y perdona, Sor Lucía, ya te dejo hablar, porque me gusta mucho tu testimonio y al ser de una de las que viste en la tierra a la Virgen y conoces tan bien a la Señora, Nuestra Señora de Fátima, con la que ya estás en el cielo juntamente con Francisco y Jacinta, mereces toda la confianza y credibilidad.

Te digo, Lucía, que este libro tuyo, últimamente publicado, me ha dado mucha luz sobre la verdad de Fátima, porque tiene mucho sabor y olor de Cristo “Camino, Verdad y  Vida” y consigientemente sabor y olor  de su Madre, la Virgen; quiero decir, más sabor de Cristo a María, o si quieres, de María en y por Cristo.

Por cierto que hablas de Ella con sumo respeto; es que Ella te ha enseñado y hablado del infierno, y la viste a veces muy triste, muy triste, y es que era para estarlo porque seguimos sin hacerla mucho caso, pensando que lo de Fátima son cosas de niños y mujeres; estaba muy triste la Virgen porque le ofenden la ofensas y pecados contra Dios más que las propias, lo de siempre, lo del Hijo en la Madre y la Madre en el Hijo. ¿Recuerdas, Lucía? Esta oración, que es profundísima, nos la enseñaste tú, porque a ti te la enseñó el ángel en la primera aparición. Lo describes así:

«Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados. Al llegar junto a nosotros dijo:

—No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!

Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que le oímos decir.

--Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman--.

Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo: Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.

Y desapareció. La atmósfera sobrenatural que nos envolvió era tan densa que casi no nos dábamos cuenta durante un largo espacio de tiempo de nuestra propia existencia permaneciendo en la posición en que el Ángel nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro. Al día siguiente todavía sentimos la influencia de esa santa atmósfera que iba desapareciendo sólo poco a poco.

No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio. Era de una naturaleza tan íntima, que no era nada fácil hablar de ella. Tal vez por ser la primera manifestación de esta clase su impresión sobre nosotros era mayor».

Querido lector amigo, repite y medita esta oración que la Virgen dijo a los niños de Fátima; es profundísima, cada día me descubre nuevos matices; es bíblica: adorar al Dios supremo; es teológica: creer, esperar, amar: virtudes teológicas que nos unen directamente a Dios; es espiritual, en esa oración no se habla más que de peticiones sobrenaturales, aunque luego todos los santuarios son un refugio de enfermos, de necesitados y pobres de todo tipo.

Bueno, que no se me olvide: la rezamos todos los días dos veces. La empezamos a rezar  por indicación de  una feligresa que ama y tiene una intimidad con la Virgen como yo no he visto a  nadie en este mundo, no digo que no las haya, pero que no he tenido la suerte de encontrarme con ellas, y mira que tengo Marianas en mi parroquia; pues bien, la rezamos por la tarde, en el santo rosario antes de la misa; pero la primera vez es por la mañana, y la rezo yo, cuando a las 9 expongo al Señor para la Adoración Eucarística en el Cristo de las Batallas, que permanece hasta las 12,30 en que celebramos la Eucaristía.

Rezo tres Padre-nuestros y Ave-marías, en honor de la Santísima Trinidad, y después del último, en el que antes de hacerlo, digo en voz alta: --por la santidad de la Iglesia, cimentada en la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones; por la santidad de la familia, que no haya tantas separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, uniones homosexuales, crímenes de esposos y esposas entre sí y matanzas de inocentes por selección de embriones; por nuestra Parroquia, por nuestros hijos y nietos y por nosotros mismos y por la fe de España y del mundo entero, como pidió la Virgen a los niños…; rezo el Padre-nuestro, digo ¡Viva Jesús Sacramentado! Y todos a continuación rezamos: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Me levanto de la Presencia del Señor, y me voy al ambón para rezar Laudes.

Y rezo todos los días y varias veces por la santidad de los obispos y sacerdotes, porque este es el fundamento puesto por Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”; rezo para que seamos hombres de oración verdadadera, de oración transformativa en Cristo, sarmientos unidos a la vid, pastores que guiados por una oración no meramente meditativa-reflexiva, sino contemplativa, hayamos llegado a una unión transformativa con Jesucristo Eucaristía.

Y perdonad este paréntesis. Ahora ya pongo el texto anunciado de Sor Lucía en que nos habla de la unión de la Madre con el Hijo y del Hijo con la Madre, que dice así: «La obra de nuestra redención comenzó en el momento en el que el Verbo descendió del Cielo para tomar un cuerpo humano en el seno de María. Desde aquel instante y durante nueve meses, la sangre de Cristo era la sangre de María, cogida en la fuente de su Corazón Inmaculado, las palpitaciones del corazón de Cristo golpeaban al unísono con las palpitaciones del corazón de María.

Podemos pensar que las aspiraciones del corazón de María se identificaban absolutamente con las aspiraciones del corazón de Cristo. El ideal de María se volvía el mismo de Cristo, y el amor del corazón de María era el amor del corazón de Cristo al Padre y a los hombres. Toda la obra redentora, en su principio, pasa por el Corazón Inmaculado de María, por el vínculo de su unión íntima y estrecha con el Verbo Divino.

Desde que el Padre confió a María su Hijo, encerrándole nueve meses en su seno casto y virginal  --“Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros” (Mt 1, 22-23; Is 7, 14)--, y desde que María, por su «sí» libre, se puso como esclava a disposición de la voluntad de Dios para todo lo que Él quisiese operar en ella, ésta fue su respuesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), desde entonces y por disposición de Dios, María vino a ser con Cristo, la corredentora del género humano.

Es el cuerpo recibido de María que, en Cristo, se torna víctima inmolada por la salvación de los hombres, es sangre recibida de María que circula en las venas de Cristo y que surge de su corazón divino. Son ese mismo cuerpo y esa misma sangre, recibidos de María que, bajo las especies de pan y vino consagrados, nos son dados en alimento cotidiano para robustecer en nosotros la vida de la gracia y así continuar en nosotros, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, su obra redentora para la salvación de todos y cada uno, en la medida en que cada uno se adhiera a Cristo y coopere con Cristo.

Así, después de llevarnos a ofrecer a la Santísima Trinidad los méritos de Cristo y del Corazón Inmaculado de María, que es la madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el mensaje pide que le sean asociados también la oración y los sacrificios de todos nosotros, miembros de aquel mismo y único cuerpo de Cristo, recibido de María, divinizado en el Verbo, inmolado en la cruz, presente en la Eucaristía, en crecimiento incesante en los miembros de la Iglesia. En cuanto madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el corazón de María es de algún modo el corazón de la Iglesia, y es aquí, en el corazón de la Iglesia, que ella, siempre en unión con Cristo, vela por los miembros de la Iglesia, dispensándoles su protección maternal»

(Hermana Lucía, LLAMADAS DEL MENSAJE DE FÁTIMA, Planeta, Madrid 2001, págs 124-125).

BIBLIOGRAFÍA

ALEJANDRO MARTÍNEZ, María en la fe Católica, R. Agustiniana, Madrid 2003.

BENEDICTO XVI, Enseñanzas de Benedicto XVI. Diccionario tomo 1 (2005), tomo 2 (2006), tomo 3
(2007): voces: ESPÍRITU SANTO y PENTECOS- TÉS Edibesa, Madrid, 2006, 2007, 2008.

BENEDICTO XVI, Catequesis sobre los Padres de la Iglesia, Revista Ecclesia, Madrid 2008.

CÁNDIDO POZO,  María en la Escritura y en la fe de la Iglesia, BAC, Madrid 1979.

CARMELO GRANADO, El Espíritu Santo en la Teología Patrística, Edit. Sígueme, Salamanca 1987.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, B.A.C., Madrid 1992.

COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, BAC Madrid 1997.

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Misas de la Virgen, C. litúrgicos, Madrid 1990.

ENCICLOPEDIA MARIANA POSTCONCILIAR, M. Tuya, págs 393-397;

EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo, dador de vida, Edit Mercaba, Bilbao 1993.

EMILIANO JIMÉNEZ,  María, Madre del Redentor, Edit. Grafite, Bilbao 2001.

GREGORIO DÍEZ, Obras de San Bernardo, BAC, Madrid 1953.

GUILLERMO PONS, El Espíritu Santo en los Padres de la Iglesia, Madrid 1998;

GABRIEL DE SANTA MARÍA MAGDALENA, Intimidad Divina, Monte Carmelo, Madrid 1998.

GONZALO APARICIO, El Espíritu Santo, Abrazo y Beso de Dios, I y II, Edibesa Madrid 2007 Y 2008.

INST.  DE ESPIRITUALIDAD, Cuaderno 2º: Isabel de la Trinidad, Madrid 1984.

GUILLERMO PONS, El Espíritu en los Padres de la Iglesia, Edit. Ciudad Nueva, Madrid 1998.

HERMANA LUCÍA, Llamadas del Mensaje de Fátima, Planeta, Madrid 2001.

JAIME GARCÍA áLVAREZ, Oremos con San Agustín, EdiT. Revista Agustiniana, Madrid 1996.

JEAN GALOT, Presencia de María en la vida consagrada, Paulinas, Madrid 1989.

JEANS CLAPIER, OCD, La Aventura Mística de Isabel de la Trinidad, Burgos 2007.

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ PUCHE, María en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, Edibesa, 2006.

JOSÉ ANTONIO LOARTE, El tesoro de los Padres, Edit. RIALP, Madrid 1998.

JOSÉ GEA, La oración de la Virgen, PPC, 1988.

JOSÉ MARÍA CABODEVILLA, Señora nuestra, BAC, Madrid 1958.

JOSÉ POLLANO, Se llamaba María, Paulinas 1985

JUAN PABLO II, Catequesis sobre la Virgen María, Ed. Palabra, Madrid 1998.

JUAN PABLO II, Rosarium Mariae, Roma 2002.

JUAN ESQUERDA, Espiritualidad Mariana de la Iglesia, E. Atenas, Madrid 1994.

M.M. PHILIPON, La doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, Desclée, Pamplona 1963.

MONJAS BENEDICTINAS, La Virgen María, Padres de la Iglesia, Edibesa 2005.

ORTENSIO DA SPINETOLI, María en la Biblia,

Larrainza, Pamplona 1966.

PIE REGAMEI, Los mejores textos sobre la Virgen, Patmos, 3ª Edi. Madrid 2008.

REVISTA ORAR, La oración de María, nº 146, Monte Carmelo, Burgos 1997.

STEFANO DE FIORES,  MARÍA,  donna eucarística, San Paolo, Torino 5005.

SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Enciclopedia Maríana Posconciliar, Coculsa, Madrid 1975.

TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, La Señora de la Encarnación, Madrid 2000

TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, María es un portento de la gracia, E.Vaticana 2000.

TRINIDAD SÁNCHEZ MORENO,  Frutos de oración, Madrid 1979.

 VÍCTOR CODINA, “No extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19), una iniciación a la Pneumatología, Sal Terrae, Santander 2008.

VITTORIO MESSORI, Hipótesis sobre María, Madrid 2007

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

BENEDICTO XVI

HOMILIAS EUCARÍSTICAS 

HOMILÍAS EUCARÍSTICAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI EN EL VATICANO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de LetránJueves 26 de mayo de 2005

Queridos hermanos y hermanas: En la fiesta del Corpus Christi la Iglesia revive el misterio del Jueves santo a la luz de la Resurrección. También el Jueves santo se realiza una procesión eucarística, con la que la Iglesia repite el éxodo de Jesús del Cenáculo al monte de los Olivos. En Israel, la noche de Pascua se celebraba en casa, en la intimidad de la familia; así, se hacía memoria de la primera Pascua, en Egipto, de la noche en que la sangre del cordero pascual, asperjada sobre el arquitrabe y sobre las jambas de las casas, protegía del exterminador.

En aquella noche, Jesús sale y se entrega en las manos del traidor, del exterminador y, precisamente así, vence la noche, vence las tinieblas del mal. Sólo así el don de la Eucaristía, instituida en el Cenáculo, se realiza en plenitud: Jesús da realmente su cuerpo y su sangre. Cruzando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, verdadero maná, alimento inagotable a lo largo de los siglos. La carne se convierte en pan de vida.

En la procesión del Jueves santo la Iglesia acompaña a Jesús al monte de los Olivos: la Iglesia orante desea vivamente velar con Jesús, no dejarlo solo en la noche del mundo, en la noche de la traición, en la noche de la indiferencia de muchos. En la fiesta del Corpus Christi  reanudamos esta procesión, pero con la alegría de la Resurrección. El Señor ha resucitado y va delante de nosotros.

En los relatos de la Resurrección hay un rasgo común y esencial; los ángeles dicen:  el Señor "irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis" (Mt 28, 7). Reflexionando en esto con atención, podemos decir que el hecho de que Jesús "vaya delante" implica una doble dirección. La primera es, como hemos escuchado, Galilea. En Israel, Galilea era considerada la puerta hacia el mundo de los paganos. Y en realidad, precisamente en Galilea, en el monte, los discípulos ven a Jesús, el Señor, que les dice:  "Id... y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28, 19).

La otra dirección del "ir delante" del Resucitado aparece en el evangelio de san Juan, en las palabras de Jesús a Magdalena: "No me toques, que todavía no he subido al Padre" (Jn 20, 17). Jesús va delante de nosotros hacia el Padre, sube a la altura de Dios y nos invita a seguirlo.

Estas dos direcciones del camino del Resucitado no se contradicen; ambas indican juntamente el camino del seguimiento de Cristo. La verdadera meta de nuestro camino es la comunión con Dios; Dios mismo es la casa de muchas moradas (cf. Jn 14, 2 s). Pero sólo podemos subir a esta morada yendo "a Galilea", yendo por los caminos del mundo, llevando el Evangelio a todas las naciones, llevando el don de su amor a los hombres de todos los tiempos.

Por eso el camino de los Apóstoles se ha extendido hasta los "confines de la tierra" (cf. Hch 1, 6 s); así, san Pedro y san Pablo vinieron hasta Roma, ciudad que por entonces era el centro del mundo conocido, verdadera "caput mundi".

La procesión del Jueves santo acompaña a Jesús en su soledad, hacia el "via crucis". En cambio, la procesión del Corpus Christi responde de modo simbólico al mandato del Resucitado:  voy delante de vosotros a Galilea. Id hasta los confines del mundo, llevad el Evangelio al mundo.

Ciertamente, la Eucaristía, para la fe, es un misterio de intimidad. El Señor instituyó el sacramento en el Cenáculo, rodeado por su nueva familia, por los doce Apóstoles, prefiguración y anticipación de la Iglesia de todos los tiempos. Por eso, en la liturgia de la Iglesia antigua, la distribución de la santa comunión se introducía con las palabras:  Sancta sanctis, el don santo está destinado a quienes han sido santificados.

De este modo, se respondía a la exhortación de san Pablo a los Corintios:  "Examínese, pues, cada cual, y coma así este pan y beba de este cáliz" (1 Co 11, 28). Sin embargo, partiendo de esta intimidad, que es don personalísimo del Señor, la fuerza del sacramento de la Eucaristía va más allá de las paredes de nuestras iglesias. En este sacramento el Señor está siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se aprecia en la procesión de nuestra fiesta. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por los calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida diaria, a su bondad.

Que nuestras calles sean calles de Jesús. Que nuestras casas sean casas para él y con él. Que nuestra vida de cada día esté impregnada de su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una gran bendición pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. Que su bendición descienda sobre todos nosotros.

En la procesión del Corpus Christi, como hemos dichoacompañamos al Resucitado en su camino por el mundo entero. Precisamente al hacer esto respondemos también a su mandato:  "Tomad, comed... Bebed de ella todos" (Mt 26, 26 s). No se puede "comer" al Resucitado, presente en la figura del pan, como un simple pedazo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de "comer", es realmente un encuentro entre dos personas, es dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor, de Aquel que es mi Creador y Redentor.

La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a Aquel que va delante de nosotros. Por tanto, adoración y procesión forman parte de un único gesto de comunión; responden a su mandato:  "Tomad y comed".

Nuestra procesión termina ante la basílica de Santa María la Mayor, en el encuentro con la Virgen, llamada por el amado Papa Juan Pablo II "Mujer eucarística". En verdad, María, la Madre del Señor, nos enseña lo que significa entrar en comunión con Cristo:  María dio su carne, su sangre a Jesús y se convirtió en tienda viva del Verbo, dejándose penetrar en el cuerpo y en el espíritu por su presencia. Pidámosle a ella, nuestra santa Madre, que nos ayude a abrir cada vez más todo nuestro ser a la presencia de Cristo; que nos ayude a seguirlo fielmente, día a día, por los caminos de nuestra vida. Amén.SANTA MISA «IN CENA DOMINI»

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de Letrán Jueves Santo, 5 de abril de 2007

Queridos hermanos y hermanas: En la lectura del libro del Éxodo, que acabamos de escuchar, se describe la celebración de la Pascua de Israel tal como la establecía la ley de Moisés. En su origen, puede haber sido una fiesta de primavera de los nómadas. Sin embargo, para Israel se había transformado en una fiesta de conmemoración, de acción de gracias y, al mismo tiempo, de esperanza.

En el centro de la cena pascual, ordenada según determinadas normas litúrgicas, estaba el cordero como símbolo de la liberación de la esclavitud en Egipto. Por este motivo, el haggadah pascual era parte integrante de la comida a base de cordero:  el recuerdo narrativo de que había sido Dios mismo quien había liberado a Israel "con la mano alzada". Él, el Dios misterioso y escondido, había sido más fuerte que el faraón, con todo el poder de que disponía. Israel no debía olvidar que Dios había tomado personalmente en sus manos la historia de su pueblo y que esta historia se basaba continuamente en la comunión con Dios. Israel no debía olvidarse de Dios.

En el rito de la conmemoración abundaban las palabras de alabanza y acción de gracias tomadas de los Salmos. La acción de gracias y la bendición de Dios alcanzaban su momento culminante en la berakha, que en griego se dice eulogia  o eucaristia:  bendecir a Dios se convierte en bendición para quienes bendicen. La ofrenda hecha a Dios vuelve al hombre bendecida. Todo esto levantaba un puente desde el pasado hasta el presente y hacia el futuro:  aún no se había realizado la liberación de Israel. La nación sufría todavía como pequeño pueblo en medio de las tensiones entre las grandes potencias. El recuerdo agradecido de la acción de Dios en el pasado se convertía al mismo tiempo en súplica y esperanza:  Lleva a cabo lo que has comenzado. Danos la libertad definitiva.

Jesús celebró con los suyos esta cena de múltiples significados en la noche anterior a su pasión. Teniendo en cuenta este contexto, podemos comprender la nueva Pascua, que él nos dio en la santa Eucaristía. En las narraciones de los evangelistas hay una aparente contradicción entre el evangelio de san Juan, por una parte, y lo que por otra nos dicen san Mateo, san Marcos y san Lucas. Según san Juan, Jesús murió en la cruz precisamente en el momento en el que, en el templo, se inmolaban los corderos pascuales. Su muerte y el sacrificio de los corderos coincidieron. Pero esto significa que murió en la víspera de la Pascua y que, por tanto, no pudo celebrar personalmente la cena pascual. Al menos esto es lo que parece. Por el contrario, según los tres evangelios sinópticos, la última Cena de Jesús fue una cena pascual, en cuya forma tradicional él introdujo la novedad de la entrega de su cuerpo y de su sangre.

Hasta hace pocos años, esta contradicción parecía insoluble. La mayoría de los exegetas pensaba que san Juan no había querido comunicarnos la verdadera fecha histórica de la muerte de Jesús, sino que había optado por una fecha simbólica para hacer así evidente la verdad más profunda:  Jesús es el nuevo y verdadero cordero que derramó su sangre por todos nosotros.

Mientras tanto, el descubrimiento de los escritos de Qumram nos ha llevado a una posible solución convincente que, si bien todavía no es aceptada por todos, se presenta como muy probable. Ahora podemos decir que lo que san Juan refirió es históricamente preciso. Jesús derramó realmente su sangre en la víspera de la Pascua, a la hora de la inmolación de los corderos. Sin embargo, celebró la Pascua con sus discípulos probablemente según el calendario de Qumram, es decir, al menos un día antes:  la celebró sin cordero, como la comunidad de Qumram, que no reconocía el templo de Herodes y estaba a la espera del nuevo templo.

Por consiguiente, Jesús celebró la Pascua sin cordero; no, no sin cordero: en lugar del cordero se entregó a sí mismo, entregó su cuerpo y su sangre. Así anticipó su muerte como había anunciado:  "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). En el momento en que entregaba a sus discípulos su cuerpo y su sangre, cumplía realmente esa afirmación. Él mismo entregó su vida. Sólo de este modo la antigua Pascua alcanzaba su verdadero sentido.

San Juan Crisóstomo, en sus catequesis eucarísticas, escribió en cierta ocasión:  ¿Qué dices, Moisés? ¿Que la sangre de un cordero purifica a los hombres? ¿Que los salva de la muerte? ¿Cómo puede purificar a los hombres la sangre de un animal? ¿Cómo puede salvar a los hombres, tener poder contra la muerte? De hecho —sigue diciendo—, el cordero sólo podía ser un símbolo y, por tanto, la expresión de la expectativa y de la esperanza en Alguien que sería capaz de realizar lo que no podía hacer el sacrificio de un animal.

Jesús celebró la Pascua sin cordero y sin templo; y sin embargo no lo hizo sin cordero y sin templo. Él mismo era el Cordero esperado, el verdadero, como lo había anunciado Juan Bautista al inicio del ministerio público de Jesús:  "He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Y él mismo es el verdadero templo, el templo vivo, en el que habita Dios, y en el que nosotros podemos encontrarnos con Dios y adorarlo. Su sangre, el amor de Aquel que es al mismo tiempo Hijo de Dios y verdadero hombre, uno de nosotros, esa sangre sí puede salvar. Su amor, el amor con el que él se entrega libremente por nosotros, es lo que nos salva. El gesto nostálgico, en cierto sentido sin eficacia, de la inmolación del cordero inocente e inmaculado encontró respuesta en Aquel que se convirtió para nosotros al mismo tiempo en Cordero y Templo.

Así, en el centro de la nueva Pascua de Jesús se encontraba la cruz. De ella procedía el nuevo don traído por él. Y así la cruz permanece siempre en la santa Eucaristía, en la que podemos celebrar con los Apóstoles a lo largo de los siglos la nueva Pascua. De la cruz de Cristo procede el don. "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente". Ahora él nos la ofrece a nosotros. El haggadah pascual, la conmemoración de la acción salvífica de Dios, se ha convertido en memoria de la cruz y de la resurrección de Cristo, una memoria que no es un mero recuerdo del pasado, sino que nos atrae hacia la presencia del amor de Cristo. Así, la berakha, la oración de bendición y de acción de gracias de Israel, se ha convertido en nuestra celebración  eucarística, en  la  que el Señor bendice nuestros dones, el pan y el vino, para entregarse en ellos a sí mismo.

Pidamos al Señor que nos ayude a comprender cada vez más profundamente este misterio maravilloso, a amarlo cada vez más y, en él, a amarlo cada vez más a él mismo. Pidámosle que nos atraiga cada vez más hacia sí mismo con la sagrada Comunión. Pidámosle que nos ayude a no tener nuestra vida sólo para nosotros mismos, sino a entregársela a él y así actuar junto con él, a fin de que los hombres encuentren la vida, la vida verdadera, que sólo puede venir de quien es el camino, la verdad y la vida. Amén.

VISITA PASTORAL A VIGÉVANO Y PAVÍA

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Pavía, domingo 22 de abril de 2007

Queridos hermanos y hermanas: hoy tengo la alegría de visitar vuestra diócesis, y el momento culminante de nuestro encuentro es la santa misa.

En el tiempo pascual la Iglesia nos presenta, domingo tras domingo, algún pasaje de la predicación con que los Apóstoles, en particular san Pedro, después de la Pascua invitaban a Israel a la fe en Jesucristo, el Resucitado, fundando así la Iglesia. En la lectura de hoy, los Apóstoles están ante el Sanedrín, ante la institución que, habiendo declarado a Jesús reo de muerte, no podía tolerar que ese Jesús, mediante la predicación de los Apóstoles, comenzara ahora a actuar nuevamente; no podía tolerar que su fuerza sanadora se manifestara de nuevo y, en torno a este nombre, se reunieran personas que creían en él como el Redentor prometido.

La acusación que se imputa a los Apóstoles es:  "Queréis hacer que caiga sobre nosotros la sangre de ese hombre". San Pedro responde a esa acusación con una breve catequesis sobre la esencia de la fe cristiana:  "No, no queremos hacer que su sangre caiga sobre vosotros. El efecto de la muerte y resurrección de Jesús es totalmente diverso. Dios lo hizo "jefe y salvador" de todos, también de vosotros, de su pueblo Israel".

¿Y a dónde conduce este "jefe"?, ¿qué trae este "salvador"? Él, dice san Pedro, conduce a la conversión, crea el espacio y la posibilidad de recapacitar, de arrepentirse, de recomenzar. Y da el perdón de los pecados, nos introduce en una correcta relación con Dios y, de este modo, en una correcta relación de cada uno consigo mismo y con los demás.

Esta breve catequesis de Pedro no valía sólo para el Sanedrín. Nos habla a todos, puesto que Jesús, el Resucitado, vive también hoy. Y para todas las generaciones, para todos los hombres, es el "jefe" que precede en el camino, el que muestra el camino, y el "salvador" que justifica nuestra vida. Las dos palabras "conversión" y "perdón de los pecados", correspondientes a los dos títulos de Cristo "jefe" y "salvador", son las palabras clave de la catequesis de san Pedro, palabras que en esta hora quieren llegar también a nuestro corazón. Y ¿qué quieren decir?

El camino que debemos seguir, el camino que Jesús nos indica, se llama "conversión". Pero ¿qué es? ¿Qué es necesario hacer? En toda vida la conversión tiene su forma propia, porque todo hombre es algo nuevo y nadie es una copia de otro. Pero a lo largo de la historia del cristianismo el Señor nos ha mandado modelos de conversión que, si los contemplamos, nos pueden orientar. Por eso podríamos contemplar al mismo san Pedro, a quien el Señor en el Cenáculo le dijo: "Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32). Podríamos contemplar a san Pablo como a un gran convertido.

En su libro Las Confesiones, san Agustín ilustró de modo conmovedor el camino de su conversión, que alcanzó su meta con el bautismo que le administró el obispo san Ambrosio en la catedral de Milán. Quien lee Las Confesiones puede compartir el camino que Agustín, en una larga lucha interior, debió recorrer para recibir finalmente, en la noche de Pascua del año 387, en la pila bautismal, el sacramento que marcó el gran cambio de su vida.

Siguiendo atentamente el desarrollo de la vida de san Agustín se puede ver que su conversión no fue un acontecimiento sucedido en un momento determinado, sino un camino. Y se puede ver que este camino no había terminado en la pila bautismal. Como antes del bautismo, también después de él la vida de Agustín siguió siendo, aunque de modo diverso, un camino de conversión, hasta en su última enfermedad, cuando hizo colgar en la pared los salmos penitenciales para tenerlos siempre delante de los ojos; cuando no quiso recibir la Eucaristía, para recorrer una vez más la senda de la penitencia y recibir la salvación de las manos de Cristo como don de la misericordia de Dios. Así, podemos hablar con razón de las "conversiones" de Agustín que, de hecho, fueron una única gran conversión, primero buscando el rostro de Cristo y después caminando con él.

Quisiera hablar brevemente de tres grandes etapas en este camino de conversión, de tres "conversiones". La primera conversión fundamental fue el camino interior hacia el cristianismo, hacia el "sí" de la fe y del bautismo. ¿Cuál fue el aspecto esencial de este camino? Agustín, por una parte, era hijo de su tiempo, condicionado profundamente por las costumbres y las pasiones dominantes en él, así como por todos los interrogantes y problemas de un joven. Vivía como todos los demás y, sin embargo, había en él algo diferente: fue siempre una persona que estaba en búsqueda. No se contentó jamás con la vida como se presentaba y como todos la vivían. La cuestión de la verdad lo atormentaba siempre. Quería encontrar la verdad. Quería saber qué es el hombre; de dónde proviene el mundo; de dónde venimos nosotros mismos, a dónde vamos y cómo podemos encontrar la vida verdadera. Quería encontrar la vida correcta, y no simplemente vivir a ciegas, sin sentido y sin meta. La pasión por la verdad es la verdadera palabra clave de su vida. Realmente, lo guiaba la pasión por la verdad.

Y hay, además, una peculiaridad. No le bastaba lo que no llevaba el nombre de Cristo. Como él mismo nos dice, el amor  a este nombre lo había bebido con la leche materna (cf. Las Confesiones III, 4, 8). Y siempre había creído —unas veces vagamente, otras con más claridad— que Dios existe y se interesa por nosotros (cf. Las Confesiones VI, 5, 8). Pero la gran lucha interior de sus años juveniles fue conocer verdaderamente a este Dios y familiarizarse realmente con Jesucristo y llegar a decirle "sí" con todas sus consecuencias.

Nos cuenta que, a través de la filosofía platónica, había aprendido y reconocido que "en el principio estaba el Verbo", el Logos, la razón creadora. Pero la filosofía, que le mostraba que el principio de todo es la razón creadora, no le indicaba ningún camino para alcanzarlo; este Logos permanecía lejano e intangible. Sólo en la fe de la Iglesia encontró después la segunda verdad esencial:  el Verbo, el Logos, se hizo carne. Y así nos toca y nosotros lo tocamos.

A la humildad de la encarnación de Dios debe corresponder —este es el gran paso— la humildad de nuestra fe, que abandona la soberbia pedante y se inclina, entrando a formar parte de la comunidad del cuerpo de Cristo; que vive con la Iglesia y sólo así entra en comunión concreta, más aún, corpórea, con el Dios vivo. No creo necesario decir cuánto nos atañe todo esto:  ser personas que buscan, sin contentarse con lo que todos dicen y hacen. No apartar la mirada del Dios eterno y de Jesucristo. Aprender la humildad de la fe en la Iglesia corpórea de Jesucristo, del Logos encarnado.

La segunda conversión de Agustín nos la describe al final del segundo libro de Las Confesiones con las palabras:  "Aterrado por mis pecados, y por la carga de mi miseria, había tratado en mi corazón  y pensado huir a la soledad; pero  tú  me detuviste, y me animaste diciendo  que Cristo murió por todos, para  que  los que viven no vivan ya para sí, sino para Aquel que por ellos murió (2 Co 5, 15)" (Las Confesiones X, 43, 70).

¿Qué había sucedido? Después de su bautismo, Agustín había decidido volver a África, donde había fundado, junto con sus amigos, un pequeño monasterio. Ahora su vida debía dedicarse totalmente a hablar con Dios y a la reflexión y contemplación de la belleza y de la verdad de su Palabra. Así, pasó tres años felices, durante los cuales creía haber llegado a la meta de su vida; en ese período nació una serie de valiosas obras filosófico-teológicas.

En 391, cuatro años después de su bautismo, fue a la ciudad portuaria de Hipona para encontrarse con un amigo, a quien quería conquistar para su monasterio. Pero en la liturgia dominical, en la que participó en la catedral, lo reconocieron. El obispo de la ciudad, un hombre proveniente de Grecia, que no hablaba bien el latín y tenía dificultad para  predicar, dijo en su homilía que tenía la intención de elegir a un sacerdote para encomendarle también la tarea de predicación. Inmediatamente la gente aferró a Agustín y a la fuerza lo llevó delante, para que fuera consagrado sacerdote al servicio de la ciudad.

Inmediatamente después de su consagración forzada, Agustín escribió al obispo Valerio:  "Me sentí como uno que no sabe manejar el remo y a quien, sin embargo, le asignan el segundo lugar al timón... De ahí surgieron las lágrimas que algunos hermanos me vieron derramar en la ciudad durante mi ordenación" (Epist. 21, 1 s).

El hermoso sueño de vida contemplativa se había esfumado; la vida de Agustín había cambiado fundamentalmente. Ahora ya no podía dedicarse sólo a la meditación en la soledad. Debía vivir con Cristo para todos. Debía traducir sus conocimientos y sus pensamientos sublimes en el pensamiento y en el lenguaje de la gente sencilla de su ciudad. No pudo escribir la gran obra filosófica de toda una vida, con la que había soñado. En su lugar, nos dejó algo más valioso:  el Evangelio traducido al lenguaje de la vida diaria y de sus sufrimientos.

Así describe lo que desde entonces constituía su vida diaria:  "Corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, confutar a los opositores..., estimular a los negligentes, frenar a los pendencieros, ayudar a los necesitados, liberar a los oprimidos, mostrar aprobación a los buenos, tolerar a los malos y amar a todos" (cf. Serm. 340, 3). "Predicar continuamente, discutir, reprender, edificar, estar a disposición de todos, es una carga enorme, un gran peso, un trabajo inmenso" (Serm. 339, 4).

Esta fue la segunda conversión que este hombre, luchando y sufriendo, debió realizar continuamente:  estar allí siempre a disposición de todos, no buscando su propia perfección; siempre, junto con Cristo, dar su vida para que los demás pudieran encontrarlo a él, la verdadera vida.

Hay una tercera etapa decisiva en el camino de conversión de san Agustín. Después de su ordenación sacerdotal, había pedido un período de vacaciones para poder estudiar más a fondo las sagradas Escrituras. Su primer ciclo de homilías, después de esta pausa de reflexión, versó sobre el Sermón de la montaña; en él explicaba el camino de la vida recta, "de la vida perfecta" indicada de modo nuevo por Cristo; la presentaba como una peregrinación al monte santo de la palabra de Dios. En esas homilías se puede percibir aún todo el entusiasmo de la fe recién encontrada y vivida:  la firme convicción de que el bautizado, viviendo totalmente según el mensaje de Cristo, puede ser, precisamente, "perfecto", según el Sermón de la montaña.

Unos veinte años después, Agustín escribió un libro titulado Las Retractaciones, en el que analiza de modo crítico las obras que había publicado hasta ese momento, realizando correcciones donde, mientras tanto, había aprendido cosas nuevas. Con respecto al ideal de la perfección, en sus homilías sobre el Sermón de la montaña anota:  "Mientras tanto, he comprendido que sólo uno es verdaderamente perfecto y que las palabras del Sermón de la montaña sólo se han realizado en uno solo:  en Jesucristo mismo. Toda la Iglesia, en cambio, —todos nosotros, incluidos los Apóstoles—, debemos orar cada día:  "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden"" (cf. Retract. I, 19, 1-3).

San Agustín había aprendido un último grado de humildad, no sólo la humildad de insertar su gran pensamiento en la fe humilde de la Iglesia, no sólo la humildad de traducir sus grandes conocimientos en la sencillez del anuncio, sino también la humildad de reconocer que él mismo y toda la Iglesia peregrinante necesitaba y necesita continuamente la bondad misericordiosa de un Dios que perdona; y nosotros —añadía— nos asemejamos a Cristo, el único Perfecto, en la medida más grande posible cuando somos como él personas misericordiosas.En esta hora demos gracias a Dios por la gran luz que irradia la sabiduría y la humildad de sanAgustín, y pidamos al Señor que nos conceda a todos, día a día, la conversión necesaria, y así nos conduzca a la verdadera vida. Amén.

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
DURANTE LA MISA EN LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 7 de junio de 2007

Queridos hermanos y hermanas: 

Hace poco hemos cantado en la Secuencia:  "Dogma datur christianis, quod in carnem transit panis, et vinum in sanguinem", "Es certeza para los cristianos:  el pan se convierte en carne, y el vino en sangre". Hoy reafirmamos con gran gozo nuestra fe en la Eucaristía, el Misterio que constituye el corazón de la Iglesia.

En la reciente exhortación postsinodal Sacramentum caritatis recordé que el Misterio eucarístico "es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre" (n. 1). Por tanto, la fiesta del Corpus Christi es singular y constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda comunidad cristiana. Es una fiesta que tuvo su origen en un contexto histórico y cultural determinado:  nació con la finalidad precisa de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía. Es una fiesta instituida para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que "en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos "hasta el extremo", hasta el don de su cuerpo y de su sangre" (ib., 1).

La celebración eucarística de esta tarde nos remonta al clima espiritual del Jueves santo, el día en que Cristo, en la víspera de su pasión, instituyó en el Cenáculo la santísima Eucaristía. Así, el Corpus Christi constituye una renovación del misterio del Jueves santo, para obedecer a la invitación de Jesús de "proclamar desde los terrados" lo que él dijo en lo secreto (cf. Mt 10, 27).

El don de la Eucaristía los Apóstoles lo recibieron en la intimidad de la última Cena, pero estaba destinado a todos, al mundo entero. Precisamente por eso hay que proclamarlo y exponerlo abiertamente, para que cada uno pueda encontrarse con "Jesús que pasa", como acontecía en los caminos de Galilea, de Samaria y de Judea; para que cada uno, recibiéndolo, pueda quedar curado y renovado por la fuerza de su amor.

Queridos amigos, esta es la herencia perpetua  y viva que Jesús nos ha dejado  en  el  Sacramento de su Cuerpo y su Sangre. Es necesario reconsiderar, revivir constantemente esta herencia, para que, como dijo el venerado Papa Pablo VI, pueda ejercer "su inagotable eficacia en todos los días de nuestra vida mortal" (Audiencia general del miércoles 24 de mayo de 1967).

En la misma exhortación postsinodal, comentando la exclamación del sacerdote después de la consagración:  "Este es el misterio de la fe", afirmé:  "Proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana" (n. 6).

Precisamente porque se trata de una realidad misteriosa que rebasa nuestra comprensión, no nos ha de sorprender que también hoy a muchos les cueste aceptar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No puede ser de otra manera. Así ha sucedido desde el día en que, en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús declaró abiertamente que había venido para darnos en alimento su carne y su sangre (cf. Jn 6, 26-58).

Ese lenguaje pareció "duro" y muchos se volvieron atrás. Ahora, como entonces, la Eucaristía sigue siendo "signo de contradicción" y no puede menos de serlo, porque un Dios que se hace carne y se sacrifica por la vida del mundo pone en crisis la sabiduría de los hombres. Pero con humilde confianza la Iglesia hace suya la fe de Pedro y de los demás Apóstoles, y con ellos proclama, y proclamamos nosotros:  "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Renovemos también nosotros esta tarde la profesión de fe en Cristo vivo y presente en la Eucaristía. Sí, "es  certeza para los cristianos:  el pan se convierte en carne, y el vino en sangre".

La Secuencia, en su punto culminante, nos ha hecho cantar:  "Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum:  vere panis filiorum", "He aquí el pan de los ángeles, pan de los peregrinos, verdadero pan de los hijos". La Eucaristía es el alimento reservado a los que en el bautismo han sido liberados de la esclavitud y han llegado a ser hijos, y por la gracia de Dios nosotros somos hijos; es el alimento que los sostiene en el largo camino del éxodo a través del desierto de la existencia humana.

Como el maná para el pueblo de Israel, así para toda generación cristiana la Eucaristía es el alimento indispensable que la sostiene mientras atraviesa el desierto de este mundo, aridecido por sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que más bien la mortifican; un mundo donde domina la lógica del poder y del tener, más que la del servicio y del amor; un mundo donde no raramente triunfa la cultura de la violencia y de la muerte. Pero Jesús sale a nuestro encuentro y nos infunde seguridad:  él mismo es "el pan de vida" (Jn 6, 35.48). Nos lo ha repetido en las palabras del Aleluya:  "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre" (cf. Jn 6, 51).

En el pasaje evangélico que se acaba de proclamar, san Lucas, narrándonos el milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos peces con los que Jesús sació a la muchedumbre "en un lugar desierto", concluye diciendo:  "Comieron todos hasta saciarse (cf. Lc 9, 11-17).

En primer lugar, quiero subrayar la palabra "todos". En efecto, el Señor desea que todos los seres humanos se alimenten de la Eucaristía, porque la Eucaristía es para todos. Si en el Jueves santo se pone de relieve la estrecha relación que existe entre la última Cena y el misterio de la muerte de Jesús en la cruz, hoy, fiesta del Corpus Christi, con la procesión y la adoración común de la Eucaristía se llama la atención hacia el hecho de que Cristo se inmoló por la humanidad entera. Su paso por las casas y las calles de nuestra ciudad será para sus habitantes un ofrecimiento de alegría, de vida inmortal, de paz y de amor.

En el pasaje evangélico salta a la vista un segundo elemento:  el milagro realizado por el Señor contiene una invitación explícita a cada uno para dar su contribución. Los cinco panes y dos peces indican nuestra aportación, pobre pero necesaria, que él transforma en don de amor para todos. "Cristo —escribí en la citada exhortación postsinodal— sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona" (n. 88). Por consiguiente, la Eucaristía es una llamada a la santidad y a la entrega de sí a los hermanos, pues "la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo" (ib.).

Nuestro Redentor dirige esta invitación en particular a nosotros, queridos hermanos y hermanas de Roma, reunidos en torno a la Eucaristía en esta histórica plaza:  os saludo a todos con afecto. Mi saludo va ante todo al cardenal vicario y a los obispos auxiliares, a los demás venerados hermanos cardenales y obispos, así como a los numerosos presbíteros y diáconos, a los religiosos y las religiosas, y a todos los fieles laicos.

Al final de la celebración eucarística nos uniremos en procesión, como para llevar idealmente al Señor Jesús por todas las calles y barrios de Roma. Por decirlo así, lo sumergiremos en la cotidianidad de nuestra vida, para que camine donde nosotros caminamos, para que viva donde vivimos. En efecto, como nos ha recordado el apóstol san Pablo en la carta a los Corintios, sabemos que en toda Eucaristía, también en la de esta tarde, "anunciamos la muerte del Señor hasta que venga" (cf. 1 Co 11, 26). Caminamos por las calles del mundo sabiendo que lo tenemos a él a nuestro lado, sostenidos por la esperanza de poderlo ver un día cara a cara en el encuentro definitivo.

Mientras tanto, ya ahora escuchamos su voz, que repite, como leemos en el libro del Apocalipsis:  "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20).

La fiesta del Corpus Christi quiere hacer perceptible, a pesar de la dureza de nuestro oído interior, esta llamada del Señor. Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y nos pide entrar no sólo por un día, sino para siempre. Lo acogemos con alegría elevando a él la invocación coral de la liturgia:  "Buen pastor, verdadero pan, oh Jesús, ten piedad de nosotros (...). Tú que todo lo sabes y lo puedes, que nos alimentas en la tierra, lleva a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos". Amén.


MISA DE CLAUSURA DEL CONGRESO EUCARÍSTICO ITALIANO (BARI)

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Solemnidad del "Corpus Christi"
Domingo 29 de mayo de 2005

Amadísimos hermanos y hermanas: 

    "Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión" (Salmo responsorial). La invitación del salmista, que resuena también en la Secuencia, expresa muy bien el sentido de esta celebración eucarística:  nos hemos reunido para alabar y bendecir al Señor. Esta es la razón que ha impulsado a la Iglesia italiana a congregarse aquí, en Bari, para el Congreso eucarístico nacional.
     Yo también he querido unirme hoy a todos vosotros para celebrar con particular relieve la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y así rendir homenaje a Cristo en el sacramento de su amor, y reforzar al mismo tiempo los vínculos de comunión que me unen a la Iglesia que está en Italia y a sus pastores. Como sabéis, también mi venerado y amado predecesor, el Papa Juan Pablo II, habría querido estar presente en esta importante cita eclesial. Todos sentimos que está cerca de nosotros y con nosotros glorifica a Cristo, buen Pastor, a quien ahora puede contemplar directamente.
Saludo con afecto a todos los que participan en esta solemne liturgia:  al cardenal Camillo Ruini y a los demás cardenales presentes; al arzobispo de Bari, monseñor Francesco Cacucci, a quien agradezco sus cordiales palabras; a los obispos de Pulla y a los que han venido en gran número de todas las partes de Italia; a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos; en particular, a los jóvenes, y naturalmente a cuantos de diferentes modos han colaborado en la organización del Congreso. Saludo asimismo a las autoridades, que con su grata presencia muestran cómo también los congresos eucarísticos forman parte de la historia y de la cultura del pueblo italiano.

Este Congreso eucarístico, que hoy se concluye, ha querido volver a presentar el domingo como "Pascua semanal", expresión de la identidad de la comunidad cristiana y centro de su vida y de su misión. El tema elegido, "Sin el domingo no podemos vivir", nos remite al año 304, cuando el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, bajo pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas.

En Abitina, pequeña localidad de la actual Túnez, 49 cristianos fueron sorprendidos un domingo mientras, reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía desafiando así las prohibiciones imperiales. Tras ser arrestados fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Fue significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul que le preguntaba por qué habían transgredido la severa orden del emperador. Respondió:  "Sine dominico non possumus"; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. Después de atroces torturas, estos 49 mártires de Abitina fueron asesinados. Así, con la efusión de la sangre, confirmaron su fe. Murieron, pero vencieron; ahora los recordamos en la gloria de Cristo resucitado.

Sobre la experiencia de los mártires de Abitina debemos reflexionar también nosotros, cristianos del siglo XXI. Ni siquiera para nosotros es fácil vivir como cristianos, aunque no existan esas prohibiciones del emperador. Pero, desde un punto de vista espiritual, el mundo en el que vivimos, marcado a menudo por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por un secularismo cerrado a la trascendencia, puede parecer un desierto no menos inhóspito que aquel "inmenso y terrible" (Dt 8, 15) del que nos ha hablado la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio.

En ese desierto, Dios acudió con el don del maná en ayuda del pueblo hebreo en dificultad, para hacerle comprender que "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8, 3). En el evangelio de hoy, Jesús nos ha explicado para qué pan Dios quería preparar al pueblo de la nueva alianza mediante el don del maná. Aludiendo a la Eucaristía, ha dicho:  "Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron:  el que come este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 58). El Hijo de Dios, habiéndose hecho carne, podía convertirse en pan, y así ser alimento para su pueblo, para nosotros, que estamos en camino en este mundo hacia la tierra prometida del cielo.

Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede encontrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. Por lo demás, no es un camino arbitrario:  el camino que Dios nos indica con su palabra va en la dirección inscrita en la esencia misma del hombre. La palabra de Dios y la razón van juntas. Seguir la palabra de Dios, estar con Cristo, significa para el hombre realizarse a sí mismo; perderlo equivale a perderse a sí mismo.

El Señor no nos deja solos en este camino. Está con nosotros; más aún, desea compartir nuestra suerte hasta identificarse con nosotros. En el coloquio que acaba de referirnos el evangelio, dice:  "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6, 56). ¿Cómo no alegrarse por esa promesa? Pero hemos escuchado que, ante aquel primer anuncio, la gente, en vez de alegrarse, comenzó a discutir y a protestar:  "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" (Jn 6, 52).

En realidad, esta actitud se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia. Se podría decir que, en el fondo, la gente no quiere tener a Dios tan cerca, tan a la mano, tan partícipe en sus acontecimientos. La gente quiere que sea grande y, en definitiva, también nosotros queremos que esté más bien lejos de nosotros. Entonces, se plantean cuestiones que quieren demostrar, al final, que esa cercanía sería imposible. Pero son muy claras las palabras que Cristo pronunció en esa circunstancia:  "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros" (Jn 6, 53). Realmente, tenemos necesidad de un Dios cercano.

Ante el murmullo de protesta, Jesús habría  podido conformarse con palabras tranquilizadoras. Habría podido decir:  "Amigos, no os preocupéis. He hablado de carne, pero sólo se trata de un símbolo. Lo que quiero decir es que se trata sólo  de una profunda comunión de sentimientos". Pero no, Jesús no recurrió a esa dulcificación. Mantuvo firme su afirmación, todo su realismo, a pesar de la defección de muchos de sus discípulos (cf. Jn 6, 66).

Más aún, se mostró dispuesto a aceptar incluso la defección de sus mismos Apóstoles, con tal de no cambiar para nada lo concreto de su discurso:  "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67), preguntó. Gracias a Dios, Pedro dio una respuesta que también nosotros, hoy, con plena conciencia, hacemos nuestra:  "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Tenemos necesidad de un Dios cercano, de un Dios que se pone en nuestras manos y que nos ama.

En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Su presencia no es estática. Es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de todos nosotros uno con él. De este modo, nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los hermanos. Y vemos la belleza de esta comunión que nos da la santa Eucaristía.

Aquí tocamos una dimensión ulterior de la Eucaristía, a la que también quisiera referirme antes de concluir. El Cristo que encontramos en el Sacramento es el mismo aquí, en Bari, y en Roma; en Europa y en América, en África, en Asia y en Oceanía. El único y el mismo Cristo está presente en el pan eucarístico de  todos los lugares de la tierra. Esto significa que sólo podemos encontrarlo junto con todos los demás. Sólo podemos recibirlo en la unidad. ¿No es esto lo que nos ha dicho el apóstol san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar? Escribiendo a los Corintios, afirma:"El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1 Co 10, 17).

La consecuencia es clara:  no podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos presentaros ante él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón:  no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias.

La Eucaristía -repitámoslo- es sacramento de la unidad. Pero, por desgracia, los cristianos están divididos, precisamente en el sacramento de la unidad. Por eso, sostenidos por la Eucaristía, debemos sentirnos estimulados a tender con todas nuestras fuerzas a la unidad plena que Cristo deseó ardientemente en el Cenáculo. Precisamente aquí, en Bari, feliz Bari, ciudad que custodia los restos de san Nicolás, tierra de encuentro y de diálogo con los hermanos cristianos de Oriente, quisiera reafirmar mi voluntad de asumir el compromiso fundamental de trabajar con todas mis energías en favor del restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo.

Soy consciente de que para eso no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que entren en los corazones y sacudan las conciencias, estimulando a cada uno a la conversión interior, que es el requisito de todo progreso en el camino del ecumenismo (cf. Mensaje a la Iglesia universal, en la capilla Sixtina, 20 de abril de 2005:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de abril de 2005, p. 6).

Os pido a todos vosotros que emprendáis con decisión el camino del ecumenismo espiritual, que en la oración  abre las puertas al Espíritu Santo, el único que puede crear la unidad.

Queridos amigos que habéis venido a Bari desde diversas partes de Italia para celebrar este Congreso eucarístico, debemos redescubrir la alegría del domingo cristiano. Debemos redescubrir con orgullo el privilegio de participar en la Eucaristía, que es el sacramento del mundo renovado. La resurrección de Cristo tuvo lugar el primer día de la semana, que en la Escritura es el día de la creación del mundo. Precisamente por eso, la primitiva comunidad cristiana consideraba el domingo como el día en que había iniciado el mundo nuevo, el día en que, con la victoria de Cristo sobre la muerte, había iniciado la nueva creación.

Al congregarse en torno a la mesa eucarística, la comunidad iba formándose como nuevo pueblo de Dios. San Ignacio de Antioquía se refería a los cristianos como "aquellos que han llegado a la nueva esperanza", y los presentaba como personas "que viven según el domingo" ("iuxta dominicam viventes"). Desde esta perspectiva, el obispo antioqueno se preguntaba:  "¿Cómo podríamos vivir sin él, a quien incluso los profetas esperaron?" (Ep. ad Magnesios, 9, 1-2).

"¿Cómo podríamos vivir sin él?". En estas palabras de san Ignacio resuena la afirmación de los mártires de Abitina:  "Sine dominico non possumus". Precisamente de aquí brota nuestra oración:  que también nosotros, los cristianos de hoy, recobremos la conciencia de la importancia decisiva de la celebración dominical y tomemos de la participación en la Eucaristía el impulso necesario para un nuevo empeño en el anuncio de Cristo, "nuestra paz" (Ef 2, 14), al mundo. Amén.

SANTA MISA "IN CENA DOMINI"

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves santo 13 de abril

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridoshermanosyhermanas: 
"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). Dios ama a su criatura, el hombre; lo ama también en su caída y no lo abandona a sí mismo. Él ama hasta el fin. Lleva su amor hasta el final, hasta el extremo:  baja de su gloria divina. Se desprende de las vestiduras de su gloria divina y se viste con ropa de esclavo. Baja hasta la extrema miseria de nuestra caída. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el servicio del esclavo; lava nuestros pies sucios, para que podamos ser admitidos a la mesa de Dios, para hacernos dignos de sentarnos a su mesa, algo que por nosotros mismos no podríamos ni deberíamos hacer jamás.

Dios no es un Dios lejano, demasiado distante y demasiado grande como para ocuparse de nuestras bagatelas. Dado que es grande, puede interesarse también de las cosas pequeñas. Dado que es grande, el alma del hombre, el hombre mismo, creado por el amor eterno, no es algo pequeño, sino que es grande y digno de su amor. La santidad de Dios no es sólo un poder incandescente, ante el cual debemos alejarnos aterrorizados; es poder de amor y, por esto, es poder purificador y sanador.    

Dios desciende y se hace esclavo; nos lava los pies para que podamos sentarnos a su mesa. Así se revela todo el misterio de Jesucristo. Así resulta manifiesto lo que significa redención. El baño con que nos lava es su amor dispuesto a afrontar la muerte. Sólo el amor tiene la fuerza purificadora que nos limpia de nuestra impureza y nos eleva a la altura de Dios. El baño que nos purifica es él mismo, que se entrega totalmente a nosotros, desde lo más profundo de su sufrimiento y de su muerte.

Él es continuamente este amor que nos lava. En los sacramentos de la purificación -el Bautismo y la Penitencia- él está continuamente arrodillado ante nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo, el servicio de la purificación; nos hace capaces de Dios. Su amor es inagotable; llega realmente hasta el extremo.

"Vosotros estáis limpios, pero no todos", dice el Señor (Jn 13, 10). En esta frase se revela el gran don de la purificación que él nos hace, porque desea estar a la mesa juntamente con nosotros, de convertirse en nuestro alimento. "Pero no todos":  existe el misterio oscuro del rechazo, que con la historia de Judas se hace presente y debe hacernos reflexionar precisamente en el Jueves santo, el día en que Jesús nos hace el don de sí mismo. El amor del Señor no tiene límites, pero el hombre puede ponerle un límite.

"Vosotros estáis limpios, pero no todos":  ¿Qué es lo que hace impuro al hombre? Es el rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar. Es la soberbia que cree que no necesita purificación, que se cierra a la bondad salvadora de Dios. Es la soberbia que no quiere confesar y reconocer que necesitamos purificación.     

En Judas vemos con mayor claridad aún la naturaleza de este rechazo. Juzga a Jesús según las categorías del poder y del éxito:  para él sólo cuentan el poder y el éxito; el amor no cuenta. Y es avaro:  para él el dinero es más importante que la comunión con Jesús, más importante que Dios y su amor. Así se transforma también en un mentiroso, que hace doble juego y rompe con la verdad; uno que vive en la mentira y así pierde el sentido de la verdad suprema, de Dios. De este modo se endurece, se hace

incapaz de conversión, del confiado retorno del hijo pródigo, y arruina su vida.

"Vosotros estáis limpios, pero no todos". El Señor hoy nos pone en guardia frente a la autosuficiencia, que pone un límite a su amor ilimitado. Nos invita a imitar su humildad, a tratar de vivirla, a dejarnos "contagiar" por ella. Nos invita -por más perdidos que podamos sentirnos- a volver a casa y a permitir a su bondad purificadora que nos levante y nos haga entrar en la comunión de la mesa con él, con Dios mismo.

Reflexionemos sobre otra frase de este inagotable pasaje evangélico:  "Os he dado ejemplo..." (Jn 13, 15); "También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros" (Jn 13, 14). ¿En qué consiste el "lavarnos los pies unos a otros"? ¿Qué significa en concreto? Cada obra buena hecha en favor del prójimo, especialmente en favor de los que sufren y los que son poco apreciados, es un servicio como lavar los pies. El Señor nos invita a bajar, a aprender la humildad y la valentía de la bondad; y también a estar dispuestos a aceptar el rechazo, actuando a pesar de ello con bondad y perseverando en ella.

Pero hay una dimensión aún más profunda. El Señor limpia nuestra impureza con la fuerza purificadora de su bondad. Lavarnos los pies unos a otros significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil. Significa purificarnos unos a otros soportándonos mutuamente y aceptando ser soportados por los demás; purificarnos unos a otros dándonos recíprocamente la fuerza santificante de la palabra de Dios e introduciéndonos en el Sacramento del amor divino.

El Señor nos purifica; por esto nos atrevemos a acercarnos a su mesa. Pidámosle que nos conceda a todos la gracia de poder ser un día, para siempre, huéspedes del banquete nupcial eterno. Amén.

VISITA PASTORAL A VERONA CON OCASIÓN DEL
IV CONGRESO NACIONAL DE LA IGLESIA ITALIANA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Estadio municipal "Bentegodi"

Jueves 19 de octubre de 2006

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas: 

En esta celebración eucarística vivimos el momento central de la IV Asamblea nacional de la Iglesia en Italia, que se reúne hoy en torno al Sucesor de Pedro. El corazón de todo acontecimiento eclesial es la Eucaristía, en la cual Cristo nuestro Señor nos convoca, nos habla, nos alimenta y nos envía. Es significativo que el lugar escogido para esta solemne liturgia sea el estadio de Verona:  un espacio donde habitualmente no se celebran ritos religiosos, sino manifestaciones deportivas, implicando a miles de aficionados. Hoy este espacio acoge a Jesús resucitado, realmente presente en su Palabra, en la asamblea del pueblo de Dios con sus pastores y, de modo eminente, en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

Cristo viene hoy a este areópago moderno para derramar su Espíritu sobre la Iglesia que está en Italia, a fin de que, reavivada con el soplo de un nuevo Pentecostés, sepa "comunicar el Evangelio en un mundo que cambia", como proponen las Orientaciones pastorales de la Conferencia episcopal italiana para el decenio 2000-2010.

A vosotros, venerados hermanos en el episcopado, con los presbíteros y los diáconos; a vosotros, queridos delegados de las diócesis y de las asociaciones laicales; a vosotros, religiosas, religiosos y laicos comprometidos, dirijo mi más cordial saludo, que extiendo a todos los que están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión.

Saludo y abrazo espiritualmente a toda la comunidad eclesial italiana, Cuerpo vivo de Cristo. Deseo expresar de modo especial mi aprecio a los que han trabajado largamente en la preparación y la organización de esta Asamblea:  al presidente de la Conferencia episcopal, cardenal Camillo Ruini; al secretario general, mons. Giuseppe Betori, así como a los colaboradores de las diversas oficinas; al cardenal Dionigi Tettamanzi y a los demás miembros del comité preparatorio; al obispo de Verona, mons. Flavio Roberto Carraro, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido al inicio de la celebración, también en nombre de esta amada comunidad veronesa que nos acoge.

Saludo asimismo con deferencia al señor presidente del Gobierno y a las demás distinguidas autoridades presentes; un cordial agradecimiento, por último, a los agentes de la comunicación social que siguen los trabajos de esta importante asamblea de la Iglesia en Italia.

Las lecturas bíblicas, que se acaban de proclamar, iluminan el tema de la Asamblea:  "Testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo". La palabra de Dios pone de relieve la resurrección de Cristo, acontecimiento que ha reengendrado a los creyentes a una esperanza viva, como dice el apóstol san Pedro al inicio de su primera carta (cf. 1 P 1, 3). Este texto ha constituido la base del itinerario de preparación para este gran encuentro nacional.

Como sucesor suyo, también yo exclamo con alegría:  "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (1 P 1, 3), porque mediante la resurrección de su Hijo nos ha reengendrado y, en la fe, nos ha dado una esperanza invencible en la vida eterna, a fin de que vivamos en el presente siempre proyectados hacia la meta, que es el encuentro final con nuestro Señor y Salvador. Con la fuerza de esta esperanza no tenemos miedo a las pruebas, las cuales, por más dolorosas y pesadas que sean, nunca pueden alterar la profunda alegría que brota en nosotros del hecho de ser amados por Dios. Él, en su providente misericordia, entregó a su Hijo por nosotros, y nosotros, aun sin verlo, creemos en él y lo amamos (cf. 1 P 1, 3-9). Su amor nos basta.

De la fuerza de este amor, de la firme fe en la resurrección de Jesús que funda la esperanza, nace y se renueva constantemente nuestro testimonio cristiano. Ahí radica nuestro "Credo", el símbolo de fe en el que se basó la predicación inicial y que, inalterado, sigue alimentando al pueblo de Dios. El contenido del kerygma, del anuncio, que constituye  la esencia de todo el mensaje evangélico, es Cristo,  el  Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros.

Su resurrección es el misterio fundamental del cristianismo, el cumplimiento sobreabundante de todas las profecías de salvación, también de la que hemos escuchado en la primera lectura, tomada de la parte final del libro del profeta Isaías. De Cristo resucitado, primicia de la humanidad nueva, regenerada y regeneradora, nació en realidad, como anunció el profeta, el pueblo de los "pobres" que han abierto su corazón al Evangelio y se han convertido, y se siguen convirtiendo, en "robles de justicia", "plantación del Señor para manifestar su gloria", reconstructores de edificios en ruinas, restauradores de ciudades desoladas, reconocidos por todos como linaje bendito del Señor (cf. Is 61, 3-4. 9).

El misterio de la resurrección del Hijo de Dios, que, al subir al cielo para estar con el Padre, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, nos hace contemplar con la misma mirada a Cristo y a la Iglesia:  el Resucitado y los resucitados, la Primicia y el campo de Dios, la Piedra angular y las piedras vivas, según otra imagen de la primera carta de san Pedro (cf. 1 P 2, 4-8). Así sucedió al inicio con la primera comunidad apostólica y así debe suceder también ahora.

Desde el día de Pentecostés la luz del Señor resucitado transfiguró la vida de los Apóstoles. Ya tenían la clara percepción de que no eran simplemente discípulos de una doctrina nueva e interesante, sino testigos elegidos y responsables de una revelación a la que estaba vinculada la salvación de sus contemporáneos y de todas las generaciones futuras.

La fe pascual colmaba su corazón con un ardor y un celo extraordinario, que los disponía a afrontar cualquier dificultad e incluso la muerte, e imprimía a sus palabras una fuerza de persuasión irresistible. Así, un puñado de personas desprovistas de recursos humanos, contando sólo con la fuerza de su fe, afrontó sin miedo duras persecuciones y el martirio. El apóstol san Juan escribe:  "Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe" (1 Jn 5, 4). La verdad de esta afirmación está documentada también en Italia por casi dos milenios de historia cristiana, con innumerables testimonios de mártires, santos y beatos, que han dejado huellas indelebles en todos los rincones de la hermosa península en la que vivimos. Algunos de ellos han sido recordados al inicio de la Asamblea y sus rostros acompañan los trabajos.

Nosotros somos hoy los herederos de estos testigos victoriosos. Pero precisamente de esta constatación surge la pregunta:  ¿Qué es de nuestra fe? ¿En qué medida sabemos comunicarla hoy?

La certeza de que Cristo resucitó nos asegura que ninguna fuerza contraria podrá jamás destruir la Iglesia. Nos anima también la conciencia de que sólo Cristo puede colmar plenamente las expectativas profundas de todo corazón humano y responder a los interrogantes más inquietantes sobre el dolor, la injusticia y el mal, sobre la muerte y el más allá.

Así pues, nuestra fe está fundada, pero es necesario que esta fe se transforme en vida en cada uno de nosotros. Es preciso realizar un esfuerzo amplio y capilar para que cada cristiano se convierta en "testigo" capaz y dispuesto a asumir el compromiso de dar a todos y siempre razón de la esperanza que lo impulsa (cf. 1 P 3, 15). Por esto, hace falta volver a anunciar con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y la resurrección de Cristo, centro del cristianismo, fulcro fundamental de nuestra fe, palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano.

Sólo de Dios puede venir el cambio decisivo del mundo. Sólo a partir de la Resurrección se comprende la verdadera naturaleza de la Iglesia y de su testimonio, que no es algo separado del misterio pascual, sino que es su fruto, manifestación y actuación por parte de los que, recibiendo al Espíritu Santo, son enviados por Cristo a proseguir su misma misión (cf. Jn 20, 21-23).

"Testigos de Jesús resucitado":  esta definición de los cristianos deriva directamente del pasaje evangélico de san Lucas que se ha proclamado hoy, pero también de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 1, 8. 22). Testigos de Jesús resucitado. Es necesario entender bien ese "de". Quiere decir que el testigo es "de" Jesús resucitado, o sea, que pertenece a él, y precisamente en cuanto tal puede dar un testimonio eficaz de él, puede hablar de él, darlo a conocer, llevar a él, transmitir su presencia.

Es exactamente lo contrario de lo que sucede con la otra parte de la frase:  "esperanza del mundo". Aquí la preposición "del" no indica pertenencia, porque Cristo no es del mundo, como los cristianos no deben ser del mundo. La esperanza, que es Cristo, está en el mundo, es para el mundo, pero lo es precisamente porque Cristo es Dios, es "el Santo" (en hebreo Qadosh). Cristo es esperanza para el mundo porque resucitó, y resucitó porque es Dios. También los cristianos pueden llevar al mundo la esperanza porque son de Cristo y de Dios en la medida en que mueren con él al pecado y resucitan con él a la vida nueva del amor, del perdón, del servicio, de la no violencia.

Como dice san Agustín:  "Has creído, has sido bautizado:  ha muerto la vida antigua, ha quedado muerta en la cruz, sepultada  en el bautismo. Ha sido sepultada la vida antigua, en la que has vivido mal; que resucite la nueva" (Sermón Guelf. IX, en M. Pellegrino, Vox Patrum, 177). Los cristianos  sólo pueden ser esperanza en el mundo y para el mundo  si, como Cristo, no son del mundo.

Queridos hermanos y hermanas, mi deseo, que seguramente todos vosotros compartís, es que la Iglesia en Italia recomience desde esta Asamblea como impulsada por la palabra del Señor resucitado, que repite a todos y cada uno:  sed en el mundo de hoy testigos de mi pasión y mi resurrección (cf. Lc 24, 48). En un mundo que cambia, el Evangelio no cambia. La buena nueva sigue siendo siempre la misma:  Cristo murió y resucitó por nuestra salvación.

En su nombre llevad a todos el anuncio de la conversión y del perdón de los pecados, pero sed vosotros los primeros en dar testimonio de una vida de conversión y perdón. Sabemos bien que esto no es posible sin estar "revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24, 49), es decir, sin la fuerza interior del Espíritu del Resucitado. Para recibirla es necesario, como dijo Jesús a sus discípulos, no alejarse de Jerusalén, permanecer en la "ciudad" donde se consumó el misterio de la salvación, el acto supremo de amor de Dios a la humanidad. Es preciso permanecer en oración con María, la Madre que Cristo nos dio desde la cruz.

Para los cristianos, ciudadanos del mundo, permanecer en Jerusalén no puede significar más que permanecer en la Iglesia, la "ciudad de Dios", donde a través de los sacramentos recibe "la unción" del Espíritu Santo.

En estos días de la Asamblea eclesial nacional, la Iglesia que está en Italia, obedeciendo el mandato del Señor resucitado, se ha reunido, ha revivido la experiencia originaria del Cenáculo, para recibir de nuevo el don de lo alto. Ahora, consagrados por su "unción", id; llevad la buena nueva a los pobres, vendad los corazones destrozados, proclamad a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad, pregonad el año de misericordia del Señor (cf. Is 61, 1-2).

Reconstruid los antiguos edificios en ruinas, levantad de nuevo las antiguas construcciones, restaurad las ciudades desoladas (cf. Is 61, 4). Son muchas las situaciones difíciles que esperan una intervención salvadora. Llevad al mundo la esperanza de Dios, que es Cristo Señor, el cual resucitó de entre los muertos y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
DURANTE LA MISA EN LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Basílica de San Juan de Letrán .-Jueves 7 de junio de 2007

Queridos hermanos y hermanas: 

Hace poco hemos cantado en la Secuencia:  "Dogma datur christianis, quod in carnem transit panis, et vinum in sanguinem", "Es certeza para los cristianos:  el pan se convierte en carne, y el vino en sangre". Hoy reafirmamos con gran gozo nuestra fe en la Eucaristía, el Misterio que constituye el corazón de la Iglesia.

En la reciente exhortación postsinodal Sacramentum caritatis recordé que el Misterio eucarístico "es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre" (n. 1). Por tanto, la fiesta del Corpus Christi es singular y constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda comunidad cristiana. Es una fiesta que tuvo su origen en un contexto histórico y cultural determinado:  nació con la finalidad precisa de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía. Es una fiesta instituida para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que "en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos "hasta el extremo", hasta el don de su cuerpo y de su sangre" (ib., 1).

La celebración eucarística de esta tarde nos remonta al clima espiritual del Jueves santo, el día en que Cristo, en la víspera de su pasión, instituyó en el Cenáculo la santísima Eucaristía. Así, el Corpus Christi constituye una renovación del misterio del Jueves santo, para obedecer a la invitación de Jesús de "proclamar desde los terrados" lo que él dijo en lo secreto (cf. Mt 10, 27).

El don de la Eucaristía los Apóstoles lo recibieron en la intimidad de la última Cena, pero estaba destinado a todos, al mundo entero. Precisamente por eso hay que proclamarlo y exponerlo abiertamente, para que cada uno pueda encontrarse con "Jesús que pasa", como acontecía en los caminos de Galilea, de Samaria y de Judea; para que cada uno, recibiéndolo, pueda quedar curado y renovado por la fuerza de su amor.

Queridos amigos, esta es la herencia perpetua  y viva que Jesús nos ha dejado  en  el  Sacramento de su Cuerpo y su Sangre. Es necesario reconsiderar, revivir constantemente esta herencia, para que, como dijo el venerado Papa Pablo VI, pueda ejercer "su inagotable eficacia en todos los días de nuestra vida mortal" (Audiencia general del miércoles 24 de mayo de 1967).

En la misma exhortación postsinodal, comentando la exclamación del sacerdote después de la consagración:  "Este es el misterio de la fe", afirmé:  "Proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana" (n. 6).

Precisamente porque se trata de una realidad misteriosa que rebasa nuestra comprensión, no nos ha de sorprender que también hoy a muchos les cueste aceptar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No puede ser de otra manera. Así ha sucedido desde el día en que, en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús declaró abiertamente que había venido para darnos en alimento su carne y su sangre (cf. Jn 6, 26-58).

Ese lenguaje pareció "duro" y muchos se volvieron atrás. Ahora, como entonces, la Eucaristía sigue siendo "signo de contradicción" y no puede menos de serlo, porque un Dios que se hace carne y se sacrifica por la vida del mundo pone en crisis la sabiduría de los hombres. Pero con humilde confianza la Iglesia hace suya la fe de Pedro y de los demás Apóstoles, y con ellos proclama, y proclamamos nosotros:  "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Renovemos también nosotros esta tarde la profesión de fe en Cristo vivo y presente en la Eucaristía. Sí, "es  certeza para los cristianos:  el pan se convierte en carne, y el vino en sangre".

La Secuencia, en su punto culminante, nos ha hecho cantar:  "Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum:  vere panis filiorum", "He aquí el pan de los ángeles, pan de los peregrinos, verdadero pan de los hijos". La Eucaristía es el alimento reservado a los que en el bautismo han sido liberados de la esclavitud y han llegado a ser hijos, y por la gracia de Dios nosotros somos hijos; es el alimento que los sostiene en el largo camino del éxodo a través del desierto de la existencia humana.

Como el maná para el pueblo de Israel, así para toda generación cristiana la Eucaristía es el alimento indispensable que la sostiene mientras atraviesa el desierto de este mundo, aridecido por sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que más bien la mortifican; un mundo donde domina la lógica del poder y del tener, más que la del servicio y del amor; un mundo donde no raramente triunfa la cultura de la violencia y de la muerte. Pero Jesús sale a nuestro encuentro y nos infunde seguridad:  él mismo es "el pan de vida" (Jn 6, 35.48). Nos lo ha repetido en las palabras del Aleluya:  "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre" (cf. Jn 6, 51).

En el pasaje evangélico que se acaba de proclamar, san Lucas, narrándonos el milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos peces con los que Jesús sació a la muchedumbre "en un lugar desierto", concluye diciendo:  "Comieron todos hasta saciarse (cf. Lc 9, 11-17).

En primer lugar, quiero subrayar la palabra "todos". En efecto, el Señor desea que todos los seres humanos se alimenten de la Eucaristía, porque la Eucaristía es para todos. Si en el Jueves santo se pone de relieve la estrecha relación que existe entre la última Cena y el misterio de la muerte de Jesús en la cruz, hoy, fiesta del Corpus Christi, con la procesión y la adoración común de la Eucaristía se llama la atención hacia el hecho de que Cristo se inmoló por la humanidad entera. Su paso por las casas y las calles de nuestra ciudad será para sus habitantes un ofrecimiento de alegría, de vida inmortal, de paz y de amor.

En el pasaje evangélico salta a la vista un segundo elemento:  el milagro realizado por el Señor contiene una invitación explícita a cada uno para dar su contribución. Los cinco panes y dos peces indican nuestra aportación, pobre pero necesaria, que él transforma en don de amor para todos. "Cristo —escribí en la citada exhortación postsinodal— sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona" (n. 88). Por consiguiente, la Eucaristía es una llamada a la santidad y a la entrega de sí a los hermanos, pues "la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo" (ib.).

Nuestro Redentor dirige esta invitación en particular a nosotros, queridos hermanos y hermanas de Roma, reunidos en torno a la Eucaristía en esta histórica plaza:  os saludo a todos con afecto. Mi saludo va ante todo al cardenal vicario y a los obispos auxiliares, a los demás venerados hermanos cardenales y obispos, así como a los numerosos presbíteros y diáconos, a los religiosos y las religiosas, y a todos los fieles laicos.

Al final de la celebración eucarística nos uniremos en procesión, como para llevar idealmente al Señor Jesús por todas las calles y barrios de Roma. Por decirlo así, lo sumergiremos en la cotidianidad de nuestra vida, para que camine donde nosotros caminamos, para que viva donde vivimos. En efecto, como nos ha recordado el apóstol san Pablo en la carta a los Corintios, sabemos que en toda Eucaristía, también en la de esta tarde, "anunciamos la muerte del Señor hasta que venga" (cf. 1 Co 11, 26). Caminamos por las calles del mundo sabiendo que lo tenemos a él a nuestro lado, sostenidos por la esperanza de poderlo ver un día cara a cara en el encuentro definitivo.

Mientras tanto, ya ahora escuchamos su voz, que repite, como leemos en el libro del Apocalipsis:  "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20).

La fiesta del Corpus Christi quiere hacer perceptible, a pesar de la dureza de nuestro oído interior, esta llamada del Señor. Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y nos pide entrar no sólo por un día, sino para siempre. Lo acogemos con alegría elevando a él la invocación coral de la liturgia:  "Buen pastor, verdadero pan, oh Jesús, ten piedad de nosotros (...). Tú que todo lo sabes y lo puedes, que nos alimentas en la tierra, lleva a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos". Amén.

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Pedro
Jueves Santo 20 de marzo de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año la misa Crismal nos exhorta a volver a dar un «sí» a la llamada de Dios que pronunciamos el día de nuestra ordenación sacerdotal. «Adsum», «Heme aquí», dijimos, como respondió Isaías cuando escuchó la voz de Dios que le preguntaba: «¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra?» (Is 6, 8). Luego el Señor mismo, mediante las manos del obispo, nos impuso sus manos y nos consagramos a su misión. Sucesivamente hemos recorrido caminos diversos en el ámbito de su llamada. ¿Podemos afirmar siempre lo que escribió san Pablo a los Corintios después de años de arduo servicio al Evangelio marcado por sufrimientos de todo tipo: «No disminuye nuestro celo en el ministerio que, por misericordia de Dios, nos ha sido encomendado»? (cf. 2Co 4, 1). «No disminuye nuestro celo». Pidamos hoy que se mantenga siempre encendido, que se alimente continuamente con la llama viva del Evangelio.

Al mismo tiempo, el Jueves santo nos brinda la ocasión de preguntarnos de nuevo: ¿A qué hemos dicho «sí»? ¿Qué es «ser sacerdote de Jesucristo»? El Canon II de nuestro Misal, que probablemente fue redactado en Roma ya a fines del siglo II, describe la esencia del ministerio sacerdotal con las palabras que usa el libro del Deuteronomio (cf. Dt 18, 5. 7) para describir la esencia del sacerdocio del Antiguo Testamento: astare coram te et tibi ministrare.

Por tanto, son dos las tareas que definen la esencia del ministerio sacerdotal: en primer lugar, «estar en presencia del Señor». En el libro del Deuteronomio esa afirmación se debe entender en el contexto de la disposición anterior, según la cual los sacerdotes no recibían ningún lote de terreno en la Tierra Santa, pues vivían de Dios y para Dios. No se dedicaban a los trabajos ordinarios necesarios para el sustento de la vida diaria. Su profesión era «estar en presencia del Señor», mirarlo a él, vivir para él.

La palabra indicaba así, en definitiva, una existencia vivida en la presencia de Dios y también un ministerio en representación de los demás. Del mismo modo que los demás cultivaban la tierra, de la que vivía también el sacerdote, así él mantenía el mundo abierto hacia Dios, debía vivir con la mirada dirigida a él.

Si esa expresión se encuentra ahora en el Canon de la misa inmediatamente después de la consagración de los dones, tras la entrada del Señor en la asamblea reunida para orar, entonces para nosotros eso indica que el Señor está presente, es decir, indica la Eucaristía como centro de la vida sacerdotal. Pero también el alcance de esa expresión va más allá.

En el himno de la liturgia de las Horas que durante la Cuaresma introduce el Oficio de lectura —el Oficio que en otros tiempos los monjes rezaban durante la hora de la vigilia nocturna ante Dios y por los hombres—, una de las tareas de la Cuaresma se describe con el imperativo «arctius perstemus in custodia», «estemos de guardia de modo más intenso». En la tradición del monacato sirio, los monjes se definían como «los que están de pie». Estar de pie equivalía a vigilancia.

Lo que entonces se consideraba tarea de los monjes, con razón podemos verlo también como expresión de la misión sacerdotal y como interpretación correcta de las palabras del Deuteronomio: el sacerdote tiene la misión de velar. Debe estar en guardia ante las fuerzas amenazadoras del mal. Debe mantener despierto al mundo para Dios. Debe estar de pie frente a las corrientes del tiempo. De pie en la verdad. De pie en el compromiso por el bien.

Estar en presencia del Señor también debe implicar siempre, en lo más profundo, hacerse cargo de los hombres ante el Señor que, a su vez, se hace cargo de todos nosotros ante el Padre. Y debe ser hacerse cargo de él, de Cristo, de su palabra, de su verdad, de su amor. El sacerdote debe estar de pie, impávido, dispuesto a sufrir incluso ultrajes por el Señor, como refieren los Hechos de los Apóstoles: estos se sentían «contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús» (Hch 5, 41).

Pasemos ahora a la segunda expresión que la plegaria eucarística II toma del texto del Antiguo Testamento: «servirte en tu presencia». El sacerdote debe ser una persona recta, vigilante; una persona que está de pie. A todo ello se añade luego el servir. En el texto del Antiguo Testamento esta palabra tiene un significado esencialmente ritual: a los sacerdotes correspondía realizar todas las acciones de culto previstas por la Ley. Pero realizar las acciones del rito se consideraba como servicio, como un encargo de servicio. Así se explica con qué espíritu se debían llevar a cabo esas acciones.

Al utilizarse la palabra «servir» en el Canon, en cierto modo se adopta ese significado litúrgico del término, de acuerdo con la novedad del culto cristiano. Lo que el sacerdote hace en ese momento, en la celebración de la Eucaristía, es servir, realizar un servicio a Dios y un servicio a los hombres. El culto que Cristo rindió al Padre consistió en entregarse hasta la muerte por los hombres. El sacerdote debe insertarse en este culto, en este servicio.

Así, la palabra «servir» implica muchas dimensiones. Ciertamente, del servir forma parte ante todo la correcta celebración de la liturgia y de los sacramentos en general, realizada con participación interior. Debemos aprender a comprender cada vez más la sagrada liturgia en toda su esencia, desarrollar una viva familiaridad con ella, de forma que llegue a ser el alma de nuestra vida diaria. Si lo hacemos así, celebraremos del modo debido y será una realidad el ars celebrandi, el arte de celebrar.

En este arte no debe haber nada artificioso. Si la liturgia es una tarea central del sacerdote, eso significa también que la oración debe ser una realidad prioritaria que es preciso aprender sin cesar continuamente y cada vez más profundamente en la escuela de Cristo y de los santos de todos los tiempos. Dado que la liturgia cristiana, por su naturaleza, también es siempre anuncio, debemos tener familiaridad con la palabra de Dios, amarla y vivirla. Sólo entonces podremos explicarla de modo adecuado. «Servir al Señor»: precisamente el servicio sacerdotal significa también aprender a conocer al Señor en su palabra y darlo a conocer a todas aquellas personas que él nos encomienda.

Del servir forman parte, por último, otros dos aspectos. Nadie está tan cerca de su señor como el servidor que tiene acceso a la dimensión más privada de su vida. En este sentido, «servir» significa cercanía, requiere familiaridad. Esta familiaridad encierra también un peligro: el de que lo sagrado con el que tenemos contacto continuo se convierta para nosotros en costumbre. Así se apaga el temor reverencial. Condicionados por todas las costumbres, ya no percibimos la grande, nueva y sorprendente realidad: él mismo está presente, nos habla y se entrega a nosotros.

Contra este acostumbrarse a la realidad extraordinaria, contra la indiferencia del corazón debemos luchar sin tregua, reconociendo siempre nuestra insuficiencia y la gracia que implica el hecho de que él se entrega así en nuestras manos. Servir significa cercanía, pero sobre todo significa también obediencia. El servidor debe cumplir las palabras: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42). Con esas palabras, Jesús, en el huerto de los Olivos, resolvió la batalla decisiva contra el pecado, contra la rebelión del corazón caído.

El pecado de Adán consistió, precisamente, en que quiso realizar su voluntad y no la de Dios. La humanidad tiene siempre la tentación de querer ser totalmente autónoma, de seguir sólo su propia voluntad y de considerar que sólo así seremos libres, que sólo gracias a esa libertad sin límites el hombre sería completamente hombre. Pero precisamente así nos ponemos contra la verdad, dado que la verdad es que debemos compartir nuestra libertad con los demás y sólo podemos ser libres en comunión con ellos. Esta libertad compartida sólo puede ser libertad verdadera si con ella entramos en lo que constituye la medida misma de la libertad, si entramos en la voluntad de Dios.

Esta obediencia fundamental, que forma parte del ser del hombre, ser que no vive por sí mismo ni sólo para sí mismo, se hace aún más concreta en el sacerdote: nosotros no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a él y su palabra, que no podemos idear por nuestra cuenta. Sólo anunciamos correctamente la palabra de Cristo en la comunión de su Cuerpo. Nuestra obediencia es creer con la Iglesia, pensar y hablar con la Iglesia, servir con ella. También en esta obediencia entra siempre lo que Jesús predijo a Pedro: «Te llevarán a donde tú no quieras» (Jn 21, 18). Este dejarse guiar a donde no queremos es una dimensión esencial de nuestro servir y eso es precisamente lo que nos hace libres. En ese ser guiados, que puede ir contra nuestras ideas y proyectos, experimentamos la novedad, la riqueza del amor de Dios.

«Servirte en tu presencia»: Jesucristo, como el verdadero sumo Sacerdote del mundo, confirió a estas palabras una profundidad antes inimaginable. Él, que como Hijo era y es el Señor, quiso convertirse en el Siervo de Dios que la visión del libro del profeta Isaías había previsto. Quiso ser el servidor de todos. En el gesto del lavatorio de los pies quiso representar el conjunto de su sumo sacerdocio. Con el gesto del amor hasta el extremo, lava nuestros pies sucios; con la humildad de su servir nos purifica de la enfermedad de nuestra soberbia. Así nos permite convertirnos en comensales de Dios. Él se abajó, y la verdadera elevación del hombre se realiza ahora en nuestro subir con él y hacia él. Su elevación es la cruz. Es el abajamiento más profundo y, como amor llevado hasta el extremo, es a la vez el culmen de la elevación, la verdadera «elevación» del hombre.

«Servirte en tu presencia» significa ahora entrar en su llamada de Siervo de Dios. Así, la Eucaristía como presencia del abajamiento y de la elevación de Cristo remite siempre, más allá de sí misma, a los múltiples modos del servicio del amor al prójimo. Pidamos al Señor, en este día, el don de poder decir nuevamente en ese sentido nuestro «sí» a su llamada: «Heme aquí. Envíame, Señor» (Is 6, 8). Amén.

MISA «IN CENA DOMINI»

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves Santo 20 de marzo de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

San Juan comienza su relato de cómo Jesús lavó los pies a sus discípulos con un lenguaje especialmente solemne, casi litúrgico. «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Ha llegado la «hora» de Jesús, hacia la que se orientaba desde el inicio todo su obrar.

San Juan describe con dos palabras el contenido de esa hora: paso (metabainein, metabasis) y amor (agape). Esas dos palabras se explican mutuamente: ambas describen juntamente la Pascua de Jesús: cruz y resurrección, crucifixión como elevación, como «paso» a la gloria de Dios, como un «pasar» de este mundo al Padre. No es como si Jesús, después de una breve visita al mundo, ahora simplemente partiera y volviera al Padre. El paso es una transformación. Lleva consigo su carne, su ser hombre. En la cruz, al entregarse a sí mismo, queda como fundido y transformado en un nuevo modo de ser, en el que ahora está siempre con el Padre y al mismo tiempo con los hombres.

Transforma la cruz, el hecho de darle muerte a él, en un acto de entrega, de amor hasta el extremo. Con la expresión «hasta el extremo» san Juan remite anticipadamente a la última palabra de Jesús en la cruz: todo se ha realizado, «todo está cumplido» (Jn 19, 30). Mediante su amor, la cruz se convierte en metabasis, transformación del ser hombre en el ser partícipe de la gloria de Dios.

En esta transformación Cristo nos implica a todos, arrastrándonos dentro de la fuerza transformadora de su amor hasta el punto de que, estando con él, nuestra vida se convierte en «paso», en transformación. Así recibimos la redención, el ser partícipes del amor eterno, una condición a la que tendemos con toda nuestra existencia.

En el lavatorio de los pies este proceso esencial de la hora de Jesús está representado en una especie de acto profético simbólico. En él Jesús pone de relieve con un gesto concreto precisamente lo que el gran himno cristológico de la carta a los Filipenses describe como el contenido del misterio de Cristo. Jesús se despoja de las vestiduras de su gloria, se ciñe el «vestido» de la humanidad y se hace esclavo. Lava los pies sucios de los discípulos y así los capacita para acceder al banquete divino al que los invita.

En lugar de las purificaciones cultuales y externas, que purifican al hombre ritualmente, pero dejándolo tal como está, se realiza un baño nuevo: Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora. Día tras día nos cubrimos de muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de prejuicios, de sabiduría reducida y alterada; una múltiple semi-falsedad o falsedad abierta se infiltra continuamente en nuestro interior. Todo ello ofusca y contamina nuestra alma, nos amenaza con la incapacidad para la verdad y para el bien.

Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua pura, a dejarnos capacitar para participar en el banquete con Dios y con los hermanos. Pero, después del golpe de la lanza del soldado, del costado de Jesús no sólo salió agua, sino también sangre (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 6. 8).

Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Se entrega a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más.

Si escuchamos el evangelio con atención, podemos descubrir en el episodio del lavatorio de los pies dos aspectos diversos. El lavatorio de los pies de los discípulos es, ante todo, simplemente una acción de Jesús, en la que les da el don de la pureza, de la «capacidad para Dios». Pero el don se transforma después en un ejemplo, en la tarea de hacer lo mismo unos con otros.

Para referirse a estos dos aspectos del lavatorio de los pies, los santos Padres utilizaron las palabras sacramentum y exemplum. En este contexto, sacramentum no significa uno de los siete sacramentos, sino el misterio de Cristo en su conjunto, desde la encarnación hasta la cruz y la resurrección.

Este conjunto es la fuerza sanadora y santificadora, la fuerza transformadora para los hombres, es nuestra metabasis, nuestra transformación en una nueva forma de ser, en la apertura a Dios y en la comunión con él.

Pero este nuevo ser que él nos da simplemente, sin mérito nuestro, después en nosotros debe transformarse en la dinámica de una nueva vida. El binomio don y ejemplo, que encontramos en el pasaje del lavatorio de los pies, es característico para la naturaleza del cristianismo en general. El cristianismo no es una especie de moralismo, un simple sistema ético. Lo primero no es nuestro obrar, nuestra capacidad moral. El cristianismo es ante todo don: Dios se da a nosotros; no da algo, se da a sí mismo. Y eso no sólo tiene lugar al inicio, en el momento de nuestra conversión. Dios sigue siendo siempre el que da. Nos ofrece continuamente sus dones. Nos precede siempre. Por eso, el acto central del ser cristianos es la Eucaristía: la gratitud por haber recibido sus dones, la alegría por la vida nueva que él nos da.

Con todo, no debemos ser sólo destinatarios pasivos de la bondad divina. Dios nos ofrece sus dones como a interlocutores personales y vivos. El amor que nos da es la dinámica del «amar juntos», quiere ser en nosotros vida nueva a partir de Dios. Así comprendemos las palabras que dice Jesús a sus discípulos, y a todos nosotros, al final del relato del lavatorio de los pies: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). El «mandamiento nuevo» no consiste en una norma nueva y difícil, que hasta entonces no existía. Lo nuevo es el don que nos introduce en la mentalidad de Cristo.

Si tenemos eso en cuenta, percibimos cuán lejos estamos a menudo con nuestra vida de esta novedad del Nuevo Testamento, y cuán poco damos a la humanidad el ejemplo de amar en comunión con su amor. Así no le damos la prueba de credibilidad de la verdad cristiana, que se demuestra con el amor. Precisamente por eso, queremos pedirle con más insistencia al Señor que, mediante su purificación, nos haga maduros para el mandamiento nuevo.

En el pasaje evangélico del lavatorio de los pies, la conversación de Jesús con Pedro presenta otro aspecto de la práctica de la vida cristiana, en el que quiero centrar, por último, la atención. En un primer momento, Pedro no quería dejarse lavar los pies por el Señor.

Esta inversión del orden, es decir, que el maestro, Jesús, lavara los pies, que el amo realizara la tarea del esclavo, contrastaba totalmente con su temor reverencial hacia Jesús, con su concepto de relación entre maestro y discípulo. «No me lavarás los pies jamás» (Jn 13, 8), dice a Jesús con su acostumbrada vehemencia.

Su concepto de Mesías implicaba una imagen de majestad, de grandeza divina. Debía aprender continuamente que la grandeza de Dios es diversa de nuestra idea de grandeza; que consiste precisamente en abajarse, en la humildad del servicio, en la radicalidad del amor hasta el despojamiento total de sí mismo. Y también nosotros debemos aprenderlo sin cesar, porque sistemáticamente deseamos un Dios de éxito y no de pasión; porque no somos capaces de caer en la cuenta de que el Pastor viene como Cordero que se entrega y nos lleva así a los pastos verdaderos.

Cuando el Señor dice a Pedro que si no le lava los pies no tendrá parte con él, Pedro inmediatamente pide con ímpetu que no sólo le lave los pies, sino también la cabeza y las manos. Jesús entonces pronuncia unas palabras misteriosas: «El que se ha bañado, no necesita lavarse excepto los pies» (Jn 13, 10). Jesús alude a un baño que los discípulos ya habían hecho; para participar en el banquete sólo les hacía falta lavarse los pies.

Pero, naturalmente, esas palabras encierran un sentido muy profundo. ¿A qué aluden? No lo sabemos con certeza. En cualquier caso, tengamos presente que el lavatorio de los pies, según el sentido de todo el capítulo, no indica un sacramento concreto, sino el sacramentum Christi en su conjunto, su servicio de salvación, su abajamiento hasta la cruz, su amor hasta el extremo, que nos purifica y nos hace capaces de Dios.

Con todo, aquí, con la distinción entre baño y lavatorio de los pies, se puede descubrir también una alusión a la vida en la comunidad de los discípulos, a la vida de la Iglesia. Parece claro que el baño que nos purifica definitivamente y no debe repetirse es el bautismo, por el que somos sumergidos en la muerte y resurrección de Cristo, un hecho que cambia profundamente nuestra vida, dándonos una nueva identidad que permanece, si no la arrojamos como hizo Judas.

Pero también en la permanencia de esta nueva identidad, dada por el bautismo, para la comunión con Jesús en el banquete, necesitamos el «lavatorio de los pies». ¿De qué se trata? Me parece que la primera carta de san Juan nos da la clave para comprenderlo. En ella se lee: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos —si confesamos— nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia» (1Jn 1, 8-9).

Necesitamos el «lavatorio de los pies», necesitamos ser lavados de los pecados de cada día; por eso, necesitamos la confesión de los pecados, de la que habla san Juan en esta carta. Debemos reconocer que incluso en nuestra nueva identidad de bautizados pecamos. Necesitamos la confesión tal como ha tomado forma en el sacramento de la Reconciliación. En él el Señor nos lava sin cesar los pies sucios para poder así sentarnos a la mesa con él.

Pero de este modo también asumen un sentido nuevo las palabras con las que el Señor ensancha el sacramentum convirtiéndolo en un exemplum, en un don, en un servicio al hermano: «Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14). Debemos lavarnos los pies unos a otros en el mutuo servicio diario del amor. Pero debemos lavarnos los pies también en el sentido de que nos perdonamos continuamente unos a otros.

La deuda que el Señor nos ha condonado, siempre es infinitamente más grande que todas las deudas que los demás puedan tener con respecto a nosotros (cf. Mt 18, 21-35). El Jueves santo nos exhorta a no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en un envenenamiento del alma. Nos exhorta a purificar continuamente nuestra memoria, perdonándonos mutuamente de corazón, lavándonos los pies los unos a los otros, para poder así participar juntos en el banquete de Dios.

El Jueves santo es un día de gratitud y de alegría por el gran don del amor hasta el extremo, que el Señor nos ha hecho. Oremos al Señor, en esta hora, para que la gratitud y la alegría se transformen en nosotros en la fuerza para amar juntamente con su amor. Amén.

SANTA MISA Y PROCESIÓN EUCARÍSTICA EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR
EN LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Atrio de la Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 22 de mayo de 2008

Queridos hermanos y hermanas: 

Después del tiempo fuerte del año litúrgico, que, centrándose en la Pascua se prolonga durante tres meses —primero los cuarenta días de la Cuaresma y luego los cincuenta días del Tiempo pascual—, la liturgia nos hace celebrar tres fiestas que tienen un carácter "sintético":  la Santísima Trinidad, el Corpus Christi y, por último, el Sagrado Corazón de Jesús.

¿Cuál es el significado específico de la solemnidad de hoy, del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Nos lo manifiesta la celebración misma que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales:  ante todo, nos hemos reunido alrededor del altar del Señor para estar juntos en su presencia; luego, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; y,por último, arrodillarse ante el Señor, la adoración, que comienza ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postremos ante Aquel que se inclinó hasta nosotros y dio la vida por nosotros. Reflexionemos brevemente sobre estas tres actitudes para que sean realmente expresión de nuestra fe y de nuestra vida.

Así pues, el primer acto es el de reunirse en la presencia del Señor. Es lo que antiguamente se llamaba "statio". Imaginemos por un momento que en toda Roma sólo existiera este altar, y que se invitara a todos los cristianos de la ciudad a reunirse aquí para celebrar al Salvador, muerto y resucitado.

Esto nos permite hacernos una idea de los orígenes de la celebración eucarística, en Roma y en otras muchas ciudades a las que llegaba el mensaje evangélico:  en cada Iglesia particular había un solo obispo y en torno a él, en torno a la Eucaristía celebrada por él, se constituía la comunidad, única, pues era uno solo el Cáliz bendecido y era uno solo el Pan partido, como hemos escuchado en las palabras del apóstol san Pablo en la segunda lectura (cf. 1 Co 10, 16-17).

Viene a la mente otra famosa expresión de san Pablo:  "Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28). "Todos vosotros sois uno". En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía:  aquí se reúnen, en la presencia del Señor, personas de edad, sexo, condición  social e ideas políticas diferentes.

La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo. Nosotros, esta tarde, no hemos elegido con quién queríamos reunirnos; hemos venido y nos encontramos unos junto a otros, unidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo, compartiendo el único Pan que es Cristo. Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas:  nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de él. Esta ha sido, desde los inicios, la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, aunque sea de buena fe, no vayan de hecho en sentido opuesto. Por tanto, el Corpus Christi ante todo nos recuerda que ser cristianos  quiere decir reunirse desde todas  las  partes para estar en la presencia del  único Señor y ser uno en él y con él.

El segundo aspecto constitutivo es caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión, que viviremos juntos después de la santa misa, como  su  prolongación natural, avanzando tras Aquel que es el Camino.

Con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libra de nuestras "parálisis", nos levanta y nos hace "pro-cedere", es  decir,  nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este  Pan  de  la vida. Como le sucedió al profeta  Elías,  que  se había refugiado en el desierto por miedo a sus enemigos, y había decidido dejarse morir (cf. 1 R 19, 1-4). Pero Dios lo despertó y le puso a su lado una torta recién cocida:  "Levántate y come —le dijo—, porque el camino es demasiado largo para ti" (1 R 19, 5. 7).

La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere librar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos reanudar el camino con la fuerza que Dios nos da mediante Jesucristo. Es la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo de Egipto, la larga peregrinación a través del desierto, de la que nos ha hablado la primera lectura. Una experiencia que para Israel es constitutiva, pero que resulta ejemplar para toda la humanidad.

De hecho, la expresión "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8, 3) es una afirmación universal, que se refiere a todo hombre en cuanto hombre. Cada uno puede hallar su propio camino, si se encuentra con Aquel que es Palabra y Pan de vida, y se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios-con-nosotros, el Dios cercano, ¿cómo podemos afrontar la peregrinación de la existencia, ya sea individualmente ya sea como sociedad y familia de los pueblos?

La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que nos acompaña y nos indica la dirección. En efecto, no basta avanzar; es necesario ver hacia dónde vamos. No basta el "progreso", si no hay criterios de referencia. Más aún, si nos salimos del camino, corremos el riesgo de caer en un precipicio, o de alejarnos más rápidamente de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos:  se ha hecho él mismo "camino" y ha venido a caminar juntamente con nosotros a fin de que nuestra libertad tenga el criterio para discernir la senda correcta y recorrerla.

Al llegar a este punto, no se puede menos de pensar en el inicio del "Decálogo", los diez mandamientos, donde está escrito:  "Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Ex 20, 2-3). Aquí encontramos el tercer elemento constitutivo del Corpus Christi:  arrodillarse en adoración ante el Señor.

Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad:  quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Los cristianos sólo nos arrodillamos ante Dios, ante el Santísimo Sacramento, porque sabemos y creemos que en él está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su Hijo único (cf. Jn 3, 16).

Nos postramos ante Dios que primero se ha inclinado hacia el hombre, como buen Samaritano, para socorrerlo y devolverle la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística; en ella el alma sigue alimentándose:  se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquel ante el cual nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma.

Por eso, reunirnos, caminar, adorar, nos llena de alegría. Haciendo nuestra la actitud de adoración de María, a la que recordamos de modo especial en este mes de mayo, oramos por nosotros y por todos; oramos por todas las personas que viven en esta ciudad, para que te conozcan a ti, Padre, y al que enviaste, Jesucristo, a fin de tener así la vida en abundancia. Amén.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN CONEXIÓN TELEVISIVA VÍA SATÉLITE

Domingo 22 de junio de 2008

Señores cardenales;excelencias;queridos hermanos y hermanas: 

Mientras estáis reunidos con motivo del 49° Congreso eucarístico internacional, me alegra unirme a vosotros a través de la televisión, asociándome así a vuestra oración. Ante todo deseo saludar al señor cardenal Marc Ouellet, arzobispo de Quebec, y al señor cardenal Jozef Tomko, enviado especial al Congreso, así como a todos los cardenales y obispos presentes.

También saludo cordialmente a las personalidades de la sociedad civil que han querido participar en la liturgia. Saludo con afecto a los sacerdotes, a los diáconos y a todos los fieles presentes, así como a todos los católicos de Quebec, de todo Canadá y de los demás continentes. No olvido que vuestro país celebra este año el IV centenario de su fundación. Es una ocasión para que cada uno recuerde los valores que animaban a los pioneros y a los misioneros en vuestro país.

El tema elegido para este nuevo Congreso eucarístico internacional es:  "La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo". La Eucaristía es nuestro tesoro más valioso. Es el sacramento por excelencia; nos introduce anticipadamente en la vida eterna; contiene todo el misterio  de nuestra salvación; y es la fuente y la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia, como recuerda el concilio Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 8).

Por tanto, es sumamente importante que los pastores y los fieles se comprometan constantemente a profundizar en este gran sacramento. Así, cada uno podrá fortalecer su fe y cumplir cada vez mejor su misión en la Iglesia y en el mundo, recordando que la Eucaristía conlleva la fecundidad en su vida personal, así como en la vida de la Iglesia y del mundo. El Espíritu de verdad da testimonio en vuestro corazón; también vosotros dad testimonio de Cristo ante los hombres, como reza la antífona del Aleluya de misa.

Por consiguiente, la participación en la Eucaristía no nos aleja de nuestros contemporáneos; al contrario, dado que es la expresión por excelencia del amor de Dios, nos invita a comprometernos con todos nuestros hermanos para afrontar los desafíos actuales y para hacer de la tierra un lugar en que se viva bien. Por eso, debemos luchar sin cesar para que se respete a toda persona desde su concepción hasta su muerte natural; para que nuestras sociedades ricas acojan a los más pobres y reconozcan toda su dignidad; para que cada persona pueda alimentarse y mantener a su familia; y para que en todos los continentes reinen la paz y la justicia. Estos son algunos de los desafíos que han de movilizar a todos nuestros contemporáneos:  para afrontarlos, los cristianos deben encontrar la fuerza en el misterio eucarístico.

"Misterio de la fe":  es lo que proclamamos en cada misa. Deseo que todos se esfuercen por estudiar este gran misterio, especialmente releyendo y profundizando, individual y colectivamente, en el texto del Concilio sobre la liturgia, la constitución Sacrosanctum Concilium, con el fin de testimoniar con valentía ese misterio. De este modo, cada persona logrará entender mejor el sentido de cada aspecto de la Eucaristía, comprendiendo su profundidad y viviéndola cada vez con mayor intensidad.

Cada frase, cada gesto tiene su sentido, y entraña un misterio. Espero sinceramente que este Congreso impulse a todos los fieles a comprometerse igualmente en una renovación de la catequesis eucarística, de modo que ellos mismos adquieran una auténtica conciencia eucarística y, a su vez, enseñen a los niños y a los jóvenes a reconocer el misterio central de la fe y a construir su vida en torno a él.

 Exhorto de manera especial a los sacerdotes a rendir el debido honor al rito eucarístico y pido a todos los fieles que, en la acción eucarística, respeten la función de cada persona, tanto del sacerdote como de los laicos. La liturgia no nos pertenece a nosotros:  es el tesoro de la Iglesia.

La recepción de la Eucaristía, la adoración del Santísimo Sacramento —con ella queremos profundizar nuestra comunión, prepararnos para ella y prolongarla— nos permite entrar en comunión con Cristo, y a través de él, con toda la Trinidad, para llegar a ser lo que recibimos y para vivir en comunión con la Iglesia. Al recibir el Cuerpo de Cristo recibimos la fuerza "para la unidad con Dios y con los demás" (cf. san Cirilo de Alejandría, In Ioannis Evangelium, 11, 11; cf. san Agustín, Sermo 577).

No debemos olvidar nunca que la Iglesia está construida en torno a Cristo y que, como dijeron san Agustín, santo Tomás de Aquino y san Alberto Magno, siguiendo a san Pablo (cf. 1 Co 10, 17), la Eucaristía es el sacramento de la unidad de la Iglesia, porque todos formamos un solo cuerpo, cuya cabeza es el Señor. Debemos recordar siempre la última Cena del Jueves santo, donde recibimos la prenda del misterio de nuestra redención en la cruz. La última Cena es el lugar donde nació la Iglesia, el seno donde se encuentra la Iglesia de todos los tiempos. En la Eucaristía se renueva continuamente el sacrificio de Cristo, se renueva continuamente Pentecostés. Ojalá que todos toméis cada vez mayor conciencia de la importancia de la Eucaristía dominical, porque el domingo, el primer día de la semana, es el día en que honramos a Cristo, el día en que recibimos la fuerza para vivir diariamente el don de Dios.

También deseo invitar a los pastores y a los fieles a prestar atención renovada a su preparación para recibir la Eucaristía. A pesar de nuestra debilidad y nuestro pecado, Cristo quiere habitar en nosotros. Por eso, debemos hacer todo lo posible para recibirlo con un corazón puro, recuperando sin cesar, mediante el sacramento del perdón, la pureza que el pecado mancilló, "poniendo nuestra alma de acuerdo con nuestra voz" según la invitación del Concilio (cf. Sacrosanctum Concilium11).

De hecho, el pecado, sobre todo el pecado grave, se opone a la acción de la gracia eucarística en nosotros. Por otra parte, los que no pueden comulgar debido a su situación, de todos modos encontrarán en una comunión de deseo y en la participación en la Eucaristía una fuerza y una eficacia salvadora.

La Eucaristía ocupa un lugar muy especial en la vida de los santos. Demos gracias a Dios por la historia de santidad de Quebec y de Canadá, que ha contribuido a la vida misionera de la Iglesia. Vuestro país honra de modo particular a sus mártires canadienses, Juan de Brébeuf, Isaac Jogues y sus compañeros, que dieron su vida por Cristo, uniéndose así a su sacrificio en la cruz. Pertenecen a la generación de hombres y mujeres que fundaron y desarrollaron la Iglesia en Canadá, con Margarita Bourgeoys, Margarita de Youville, María de la Encarnación, María-Catalina de San Agustín, monseñor François de Laval, fundador de la primera diócesis de América del norte, Dina Bélanger y Catalina Tekakwitha.

Seguid su ejemplo. Como ellos, no tengáis miedo. Dios os acompaña y os protege. Haced que cada día sea una ofrenda a la gloria de Dios Padre y participad en la construcción del mundo, recordando con sano orgullo vuestra herencia religiosa y su arraigo social y cultural, y esforzándoos por difundir en vuestro entorno los valores morales y espirituales que nos vienen del Señor.
La Eucaristía no es sólo un banquete entre amigos. Es misterio de alianza. "Las plegarias y los ritos del sacrificio eucarístico hacen revivir continuamente ante los ojos de nuestra alma, siguiendo el ciclo litúrgico, toda la historia de la salvación, y nos ayudan a penetrar cada vez más en su significado" (santa Teresa Benedicta de la Cruz, [Edith Stein], Wege zur inneren Stille, Aschaffenburg 1987, p. 67). Estamos llamados a entrar en este misterio de alianza modelando cada vez más nuestra vida según el don recibido en la Eucaristía.

La Eucaristía, como recuerda el concilio Vaticano II, tiene un carácter sagrado:  "Toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no iguala ninguna otra acción de la Iglesia" (Sacrosanctum Concilium, 7). En cierto sentido, es una "liturgia celestial", anticipación del banquete en el Reino eterno, al anunciar la muerte y la resurrección de Cristo, "hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).

A fin de que al pueblo de Dios no le falten nunca ministros para darle el Cuerpo de Cristo, debemos pedir al Señor que otorgue a su Iglesia el don de nuevos sacerdotes. Os invito también a transmitir la llamada al sacerdocio a los jóvenes, para que acepten con alegría y sin miedo responder a Cristo. No quedarán defraudados. Que las familias sean el lugar principal y la cuna de las vocaciones.

Antes de terminar, con alegría os anuncio el próximo Congreso eucarístico internacional. Se celebrará en Dublín, Irlanda, en el año 2012. Pido al Señor que os ayude a cada uno a descubrir la profundidad y la grandeza del misterio de la fe. Que Cristo, presente en la Eucaristía, y el Espíritu Santo, invocado sobre el pan y sobre el vino, os acompañen en vuestro camino diario y en vuestra misión. A ejemplo de la Virgen María, estad abiertos a la obra de Dios en vosotros.

Encomendándoos a la intercesión de Nuestra Señora, de santa Ana, patrona de Quebec, y de todos los santos de vuestra tierra, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica, y a todas  las personas presentes, que han acudido de los diferentes países del mundo.

Queridos amigos, al llegar a su fin este importante acontecimiento en la vida de la Iglesia, os invito a todos a uniros a mí en la oración por el éxito del próximo Congreso eucarístico internacional, que se celebrará en el año 2012 en la ciudad de Dublín. Aprovecho la ocasión para saludar cordialmente al pueblo de Irlanda, que se prepara para acoger ese encuentro eclesial. Confío en que, juntamente con todos los participantes en el próximo Congreso, encuentren en él una fuente de permanente renovación espiritual.

MISA DE CONSAGRACIÓN DEL NUEVO ALTAR DE LA CATEDRAL DE ALBANO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Domingo 21 de septiembre de 2008

Queridos hermanos y hermanas: 

La celebración de hoy es muy rica en símbolos y la Palabra de Dios que se ha proclamado nos ayuda a comprender el significado y el valor de lo que estamos realizando. En la primera lectura hemos escuchado el relato de la purificación del Templo y de la dedicación  del  nuevo altar de los holocaustos por obra de Judas Macabeo en el año 164 antes de Cristo, tres años después de que el Templo fuera profanado por Antíoco Epifanes (cf. 1 M 4, 52-59). En recuerdo de aquel acontecimiento se instituyó la fiesta de la Dedicación, que duraba ocho días. Esa fiesta, unida inicialmente al Templo a donde el pueblo iba en procesión para ofrecer sacrificios, también se engalanaba con la iluminación de las casas y sobrevivió, bajo esta forma, después de la destrucción de Jerusalén.

El autor sagrado subraya con razón la alegría y la felicidad que caracterizaron aquel acontecimiento. Pero, queridos hermanos y hermanas, ¡cuánto más grande debe ser nuestra alegría al saber que sobre el altar que nos disponemos a consagrar se ofrecerá cada día el sacrificio de Cristo; sobre este altar él seguirá inmolándose, en el sacramento de la Eucaristía, por nuestra salvación y por la de todo el mundo! En el misterio eucarístico, que se renueva en todos los altares, Jesús se hace realmente presente. Su presencia es dinámica; nos abraza para hacernos suyos, para configurarnos con él; nos atrae con la fuerza de su amor, haciéndonos salir de nosotros mismos para unirnos a él, haciéndonos uno con él.

La presencia real de Cristo hace de cada uno de nosotros su "casa", y todos juntos formamos su Iglesia, el edificio espiritual del que habla san Pedro. "Acercándoos a él, piedra viva desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios —escribe el Apóstol—, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (1 P 2, 4-5).

Casi desarrollando esta hermosa metáfora, san Agustín observa que, mediante la fe, los hombres son como tablas y piedras tomadas de bosques y montes para la construcción; mediante el bautismo, la catequesis y la predicación, son tallados, labrados y escuadrados; pero sólo se convierten en casa de Dios cuando se unen unos a otros mediante la caridad. Cuando  los  creyentes se unen entre sí dentro de un cierto orden, yuxtaponiéndose y combinándose estrechamente en la caridad, entonces se convierten de verdad en casa de Dios, y no hay peligro de que se desplome (cf. Serm. 336).

Por tanto, el amor de Cristo, la caridad "que no acaba nunca" (1 Co 13, 8), es la energía espiritual que une a todos los que participan en el mismo sacrificio y se alimentan del único Pan partido para la salvación del mundo. En efecto, ¿es posible comulgar con el Señor si no comulgamos entre nosotros? Así pues, no podemos presentarnos ante el altar de Dios divididos, separados unos de otros. Este altar, sobre el que dentro de poco se renovará el sacrificio del Señor, ha de ser para vosotros, queridos hermanos y hermanas, una invitación constante al amor; debéis acercaros siempre a él con el corazón dispuesto a acoger el amor y a difundirlo, a recibir el perdón y a concederlo.

A este propósito, el relato evangélico que acaba de proclamarse (cf. Mt 5, 23-24) nos ofrece una importante lección de vida. Es un llamamiento, breve pero apremiante, a la reconciliación fraterna, reconciliación indispensable para presentar dignamente la ofrenda ante el altar; una exhortación que retoma la enseñanza ya bien presente en la predicación profética.

En efecto, también los profetas denunciaban con vigor la inutilidad de los actos de culto realizados sin las correspondientes disposiciones morales, especialmente en las relaciones con el prójimo (cf. Is 1, 10-20; Am 5, 21-27; Mi 6, 6-8). Por tanto, cada vez que os acerquéis al altar para la celebración eucarística, debéis abrir vuestro corazón al perdón y a la reconciliación fraterna, dispuestos a aceptar las excusas de quienes os han herido; dispuestos, por vuestra parte, a perdonar.

En la liturgia romana el sacerdote, una vez realizada la ofrenda del pan y del vino, inclinado hacia el altar reza en voz baja:  "Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia". Así, se prepara para entrar, con toda la asamblea de los fieles, en el corazón del misterio eucarístico, en el corazón de la liturgia celestial a la que hace referencia la segunda lectura, tomada del Apocalipsis. San Juan presenta a un ángel que ofrece "muchos perfumes para unirlos a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro colocado delante del trono" (Ap 8, 3).

En cierto modo, el altar del sacrificio se convierte en el punto de encuentro entre el cielo y la tierra; el centro —podríamos decir— de la única Iglesia que es celestial y al mismo tiempo peregrina en la tierra, donde, en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, los discípulos del Señor anuncian su pasión y su muerte hasta que vuelva en la gloria (cf. Lumen gentium, 8). Más aún, cada celebración eucarística anticipa ya la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre el mundo, y muestra en el misterio el esplendor de la Iglesia, "esposa inmaculada del Cordero inmaculado, esposa a la que Cristo amó y se entregó por ella para santificarla" (ib., n. 6).

El rito que nos disponemos a llevar a cabo en esta catedral, que hoy admiramos en su renovada belleza y que con razón queréis hacer cada vez más bella y acogedora, suscita en nosotros estas reflexiones. Este compromiso os implica a todos y exige, en primer lugar, que toda la comunidad diocesana crezca en la caridad y en la entrega apostólica y misionera. En concreto, se trata de testimoniar con la vida vuestra fe en Cristo y la confianza total que depositáis en él. También se trata de cultivar la comunión eclesial, que es ante todo un don, una gracia, fruto del amor libre y gratuito de Dios, es decir, algo divinamente eficaz, siempre presente y operante en la historia, más allá de toda apariencia contraria. Pero la comunión eclesial es también una tarea confiada a la responsabilidad de cada uno. Que el Señor os conceda vivir una comunión cada vez más convencida y activa, en colaboración y con corresponsabilidad en todos los niveles:  entre presbíteros, consagrados y laicos, entre las diversas comunidades cristianas de vuestro territorio y entre las diferentes asociaciones laicales.

Saludo ahora cordialmente a vuestro obispo, monseñor Marcello Semeraro, al que agradezco la invitación y las amables palabras de bienvenida con las que ha querido acogerme en nombre de todos vosotros.

También deseo expresarle mis cordiales felicitaciones por el décimo aniversario de su consagración episcopal. Dirijo un saludo especial al cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio, titular de esta diócesis suburbicaria, que hoy se une a nuestra alegría.

Saludo a los demás prelados presentes, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los jóvenes y a los ancianos, a las familias, a los niños y a los enfermos, abrazando con afecto a todos los fieles de la comunidad diocesana espiritualmente aquí reunida.

 Un saludo a las autoridades que nos honran con su presencia y, en primer lugar, al señor alcalde de Albano, al que también agradezco las amables palabras que me ha dirigido al inicio de la santa misa. Sobre todos invoco la protección celestial de san Pancracio, titular de esta catedral, y del apóstol san Mateo, cuya memoria celebra hoy la liturgia.

En particular, invoco la intercesión materna de la santísima Virgen María. Que en esta jornada, que corona los esfuerzos, los sacrificios y el empeño que habéis puesto para dotar a la catedral de un renovado espacio litúrgico, con intervenciones oportunas que han afectado a la cátedra episcopal, al ambón y al altar, la Virgen os obtenga poder escribir en nuestro tiempo otra página de santidad diaria y popular, que se añada a las que han marcado la vida de la Iglesia de Albano a lo largo de los siglos.

Ciertamente, como ha recordado vuestro pastor, no faltan dificultades, desafíos y problemas, pero también son grandes las esperanzas y las oportunidades para anunciar y testimoniar el amor de Dios. Que el Espíritu del Señor resucitado, que es el Espíritu de Pentecostés, os abra a sus horizontes de esperanza y alimente en vosotros el impulso misionero hacia los vastos horizontes de la nueva evangelización. Oremos por esta intención, prosiguiendo nuestra celebración eucarística.

 SANTA MISA EN LA CENA DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves Santo 1 de abril de 2010

Queridos hermanos y hermanas

San Juan, de modo más amplio que los otros evangelistas y con un estilo propio, nos ofrece en su evangelio los discursos de despedida de Jesús, que son casi como su testamento y síntesis del núcleo esencial de su mensaje. Al inicio de dichos discursos aparece el lavatorio de los pies, gesto de humildad en el que se resume el servicio redentor de Jesús por la humanidad necesitada de purificación.

 Al final, las palabras de Jesús se convierten en oración, en su Oración sacerdotal, en cuyo trasfondo, según los exegetas, se halla el ritual de la fiesta judía de la Expiación. El sentido de aquella fiesta y de sus ritos —la purificación del mundo, su reconciliación con Dios—, se cumple en el rezar de Jesús, un rezar en el que, al mismo tiempo, se anticipa la pasión, y la transforma en oración. Así, en la Oración sacerdotal, se hace visible también de un modo particular el misterio permanente del Jueves santo: el nuevo sacerdocio de Jesucristo y su continuación en la consagración de los apóstoles, en la participación de los discípulos en el sacerdocio del Señor. De este texto inagotable, quisiera ahora escoger tres palabras de Jesús que pueden introducirnos más profundamente en el misterio del Jueves santo.

En primer lugar tenemos aquella frase: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). Todo ser humano quiere vivir. Desea una vida verdadera, llena, una vida que valga la pena, que sea gozosa. Al deseo de vivir, se une al mismo tiempo, la resistencia a la muerte que, no obstante, es ineludible.

Cuando Jesús habla de la vida eterna, entiende la vida auténtica, verdadera, que merece ser vivida. No se refiere simplemente a la vida que viene después de la muerte. Piensa en el modo auténtico de la vida, una vida que es plenamente vida y por esto no está sometida a la muerte, pero que de hecho puede comenzar ya en este mundo, más aún, debe comenzar aquí: sólo si aprendemos desde ahora a vivir de forma auténtica, si conocemos la vida que la muerte no puede arrebatar, tiene sentido la promesa de la eternidad.

Pero, ¿cómo acontece esto? ¿Qué es realmente esta vida verdaderamente eterna, a la que la muerte no puede dañar? Hemos escuchado la respuesta de Jesús: Esta es la vida verdadera, que te conozcan a ti, Dios, y a tu enviado, Jesucristo. Para nuestra sorpresa, allí se nos dice que vida es conocimiento. Esto significa, ante todo, que vida es relación.

Nadie recibe la vida de sí mismo ni sólo para sí mismo. La recibimos de otro, en la relación con otro. Si es una relación en la verdad y en el amor, un dar y recibir, entonces da plenitud a la vida, la hace bella. Precisamente por esto, la destrucción de la relación que causa la muerte puede ser particularmente dolorosa, puede cuestionar la vida misma. Sólo la relación con Aquel que es en sí mismo la Vida, puede sostener también mi vida más allá de las aguas de la muerte, puede conducirme vivo a través de ellas.

Ya en la filosofía griega existía la idea de que el hombre puede encontrar una vida eterna si se adhiere a lo que es indestructible, a la verdad que es eterna. Por decirlo así, debía llenarse de verdad, para llevar en sí la sustancia de la eternidad. Pero solamente si la verdad es Persona, puede llevarme a través de la noche de la muerte. Nosotros nos aferramos a Dios, a Jesucristo, el Resucitado. Y así somos llevados por Aquel que es la Vida misma. En esta relación vivimos mientras atravesamos también la muerte, porque nunca nos abandona quien es la Vida misma.

Pero volvamos a las palabras de Jesús. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti y a tu enviado. El conocimiento de Dios se convierte en vida eterna. Obviamente, por “conocimiento” se entiende aquí algo más que un saber exterior, como, por ejemplo, el saber cuándo ha muerto un personaje famoso y cuándo se ha inventado algo. Conocer, según la sagrada escritura, es llegar a ser interiormente una sola cosa con el otro.

Conocer a Dios, conocer a Cristo, siempre significa también amarlo, llegar a ser de algún modo una sola cosa con él en virtud del conocer y del amar. Nuestra vida, pues, llega a ser una vida auténtica, verdadera y también eterna, si conocemos a Aquel que es la fuente de la existencia y de la vida. De este modo, la palabra de Jesús se convierte para nosotros en una invitación: seamos amigos de Jesús, intentemos conocerlo cada vez más. Vivamos en diálogo con él. Aprendamos de él la vida recta, seamos sus testigos. Entonces seremos personas que aman y actúan de modo justo. Entonces viviremos de verdad.

En la Oración sacerdotal, Jesús habla dos veces de la revelación del nombre de Dios: «He manifestado tu Nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo» (v. 6); «Les he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para que el amor que me tenían esté en ellos, como también yo estoy en ellos» (v. 26).

El Señor se refiere aquí a la escena de la zarza ardiente, cuando Dios, respondiendo a la pregunta de Moisés, reveló su nombre. Jesús quiso decir, por tanto, que él lleva a cumplimiento lo que había comenzado junto a la zarza ardiente; que en él Dios, que se había dado a conocer a Moisés, ahora se revela plenamente. Y que con esto él lleva a cabo la reconciliación; que el amor con el que Dios ama a su Hijo en el misterio de la Trinidad, llega ahora a los hombres en esa circulación divina del amor.

 Pero, ¿qué significa exactamente que la revelación de la zarza ardiente llega a su término, alcanza plenamente su meta? Lo esencial de lo sucedido en el monte Horeb no fue la palabra misteriosa, el “nombre”, que Dios, por así decir, había entregado a Moisés como signo de reconocimiento. Comunicar el nombre significa entrar en relación con el otro.

La revelación del nombre divino significa, por tanto, que Dios, que es infinito y subsiste en sí mismo, entra en el tejido de relaciones de los hombres; que él, por decirlo así, sale de sí mismo y llega a ser uno de nosotros, uno que está presente en medio de nosotros y para nosotros.

Por esto, el nombre de Dios en Israel no se ha visto sólo como un término rodeado de misterio, sino como el hecho del ser-con-nosotros de Dios. El templo, según la sagrada escritura, es el lugar en el que habita el nombre de Dios. Dios no está encerrado en ningún espacio terreno; él está infinitamente por encima del mundo. Pero en el templo está presente para nosotros como Aquel que puede ser llamado, como Aquel que quiere estar con nosotros. Este estar de Dios con su pueblo se cumple en la encarnación del Hijo. En ella, se completa realmente lo que había comenzado ante la zarza ardiente: a Dios, como hombre, lo podemos llamar y él está cerca de nosotros. Es uno de nosotros y, sin embargo, es el Dios eterno e infinito. Su amor sale, por así decir, de sí mismo y entra en nosotros.

El misterio eucarístico, la presencia del Señor bajo las especies del pan y del vino es la mayor y más alta condensación de este nuevo ser-con-nosotros de Dios. «Realmente, tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel», rezaba el profeta Isaías (45,15). Esto es siempre verdad. Pero también podemos decir: realmente tú eres un Dios cercano, tú eres el Dios-con-nosotros. Tú nos has revelado tu misterio y nos has mostrado tu rostro. Te has revelado a ti mismo y te has entregado en nuestras manos… En este momento, debemos dejarnos invadir por la alegría y la gratitud, porque él se nos ha mostrado; porque él, el infinito e inabarcable para nuestra razón, es el Dios cercano que ama, el Dios al que podemos conocer y amar.

La petición más conocida de la Oración sacerdotal es la petición por la unidad de sus discípulos, los de entonces y los que vendrán. Dice el Señor: «No sólo por ellos ruego —esto es, la comunidad de los discípulos reunida en el cenáculo— sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (v. 20; cf. vv. 11 y 13).

 ¿Qué pide aquí el Señor? Ante todo, reza por los discípulos de aquel tiempo y de todos los tiempos venideros. Mira hacia delante en la amplitud de la historia futura. Ve sus peligros y encomienda esta comunidad al corazón del Padre. Pide al Padre la Iglesia y su unidad. Se ha dicho que en el evangelio de Juan no aparece la Iglesia, y es verdad que no hallamos el término ekklesia. Pero aquí aparece con sus características esenciales: como la comunidad de los discípulos que, mediante la palabra apostólica, creen en Jesucristo y, de este modo, son una sola cosa. Jesús pide la Iglesia como una y apostólica. Así, esta oración es justamente un acto fundacional de la Iglesia.

El Señor pide la Iglesia al Padre. Ella nace de la oración de Jesús y mediante el anuncio de los apóstoles, que dan a conocer el nombre de Dios e introducen a los hombres en la comunión de amor con Dios. Jesús pide, pues, que el anuncio de los discípulos continúe a través de los tiempos; que dicho anuncio reúna a los hombres que, gracias a este anuncio, reconozcan a Dios y a su Enviado, el Hijo Jesucristo.

Reza para que los hombres sean llevados a la fe y, mediante la fe, al amor. Pide al Padre que estos creyentes «lo sean en nosotros» (v. 21); es decir, que vivan en la íntima comunión con Dios y con Jesucristo y que, a partir de este estar en comunión con Dios, se cree la unidad visible. Por dos veces dice el Señor que esta unidad debería llevar a que el mundo crea en la misión de Jesús. Por tanto, debe ser una unidad que se vea, una unidad que, yendo más allá de lo que normalmente es posible entre los hombres, llegue a ser un signo para el mundo y acredite la misión de Jesucristo.

La oración de Jesús nos garantiza que el anuncio de los apóstoles continuará siempre en la historia; que siempre suscitará la fe y congregará a los hombres en unidad, en una unidad que se convierte en testimonio de la misión de Jesucristo. Pero esta oración es siempre también un examen de conciencia para nosotros.

En este momento, el Señor nos pregunta: ¿vives gracias a la fe, en comunión conmigo y, por tanto, en comunión con Dios? O, ¿acaso no vives más bien para ti mismo, alejándote así de la fe? Y ¿no eres así tal vez culpable de la división que oscurece mi misión en el mundo, que impide a los hombres el acceso al amor de Dios? Haber visto y ver todo lo que amenaza y destruye la unidad, ha sido un elemento de la pasión histórica de Jesús, y sigue siendo parte de su pasión que se prolonga en la historia.

Cuando meditamos la pasión del Señor, debemos también percibir el dolor de Jesús porque estamos en contraste con su oración; porque nos resistimos a su amor; porque nos oponemos a la unidad, que debe ser para el mundo testimonio de su misión.

En este momento, en el que el Señor en la Santísima Eucaristía se da a sí mismo, su cuerpo y su sangre, y se entrega en nuestras manos y en nuestros corazones, queremos dejarnos alcanzar por su oración. Queremos entrar nosotros mismos en su oración, y así le pedimos: Sí, Señor, danos la fe en ti, que eres uno solo con el Padre en el Espíritu Santo. Concédenos vivir en tu amor y así llegar a ser uno como tú eres uno con el Padre, para que el mundo crea. Amén.

SANTA MISA EN LA CENA DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves Santo 21 de abril de 2011

«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15). Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo.

En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19).

Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas?

Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce la realidad de que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía. Jesús también tenía experiencia de aquellos invitados que vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin alegría por su cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas completamente diferente.

San Gregorio Magno, en una de sus homilías se preguntaba: ¿Qué tipo de personas son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y como se consigue? Su respuesta dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está muerta.

Sabemos por los cuatro Evangelios que la última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue también un lugar de anuncio. Jesús propuso una vez más con insistencia los elementos fundamentales de su mensaje. Palabra y Sacramento, mensaje y don están indisolublemente unidos.

Pero durante la Última Cena, Jesús sobre todo oró. Mateo, Marcos y Lucas utilizan dos palabras para describir la oración de Jesús en el momento central de la Cena: «eucharistesas» y «eulogesas» -«agradecer» y «bendecir». El movimiento ascendente del agradecimiento y el descendente de la bendición van juntos. Las palabras de la transustanciación son parte de esta oración de Jesús. Son palabras de plegaria. Jesús transforma su Pasión en oración, en ofrenda al Padre por los hombres.

Esta transformación de su sufrimiento en amor posee una fuerza transformadora para los dones, en los que él ahora se da a sí mismo. Él nos los da para que nosotros y el mundo seamos transformados. El objetivo propio y último de la transformación eucarística es nuestra propia transformación en la comunión con Cristo. La Eucaristía apunta al hombre nuevo, al mundo nuevo, tal como éste puede nacer sólo a partir de Dios mediante la obra del Siervo de Dios.

Gracias a Lucas y, sobre todo, a Juan sabemos que Jesús en su oración durante la Última Cena dirigió también peticiones al Padre, súplicas que contienen al mismo tiempo un llamamiento a sus discípulos de entonces y de todos los tiempos. Quisiera en este momento referirme sólo una súplica que, según Juan, Jesús repitió cuatro veces en su oración sacerdotal. ¡Cuánta angustia debió sentir en su interior!

Esta oración sigue siendo de continuo su oración al Padre por nosotros: es la plegaria por la unidad. Jesús dice explícitamente que esta súplica vale no sólo para los discípulos que estaban entonces presentes, sino que apunta a todos los que creerán en él (cf. Jn 17, 20). Pide que todos sean uno «como tú, Padre, en mí, y yo en ti, para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

La unidad de los cristianos sólo se da si los cristianos están íntimamente unidos a él, a Jesús. Fe y amor por Jesús, fe en su ser uno con el Padre y apertura a la unidad con él son esenciales. Esta unidad no es algo solamente interior, místico. Se ha de hacer visible, tan visible que constituya para el mundo la prueba de la misión de Jesús por parte del Padre.

Por eso, esa súplica tiene un sentido eucarístico escondido, que Pablo ha resaltado con claridad en la Primera carta a los Corintios: «El pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan» (1 Co 10, 16s).

La Iglesia nace con la Eucaristía. Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo cuerpo del Señor y eso significa: Él nos abre a cada uno más allá de sí mismo. Él nos hace uno entre todos nosotros. La Eucaristía es el misterio de la íntima cercanía y comunión de cada uno con el Señor. Y, al mismo tiempo, es la unión visible entre todos.

La Eucaristía es sacramento de la unidad. Llega hasta el misterio trinitario, y crea así a la vez la unidad visible. Digámoslo de nuevo: ella es el encuentro personalísimo con el Señor y, sin embargo, nunca es un mero acto de devoción individual. La celebramos necesariamente juntos.

En cada comunidad está el Señor en su totalidad. Pero es el mismo en todas las comunidades. Por eso, forman parte necesariamente de la Oración eucarística de la Iglesia las palabras: «una cum Papa nostro et cum Episcopo nostro». Esto no es un añadido exterior a lo que sucede interiormente, sino expresión necesaria de la realidad eucarística misma. Y nombramos al Papa y al Obispo por su nombre: la unidad es totalmente concreta, tiene nombres. Así, se hace visible la unidad, se convierte en signo para el mundo y establece para nosotros mismos un criterio concreto.

San Lucas nos ha conservado un elemento concreto de la oración de Jesús por la unidad: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31s).

Hoy comprobamos de nuevo con dolor que a Satanás se le ha concedido cribar a los discípulos de manera visible delante de todo el mundo. Y sabemos que Jesús ora por la fe de Pedro y de sus sucesores. Sabemos que Pedro, que va al encuentro del Señor a través de las aguas agitadas de la historia y está en peligro de hundirse, está siempre sostenido por la mano del Señor y es guiado sobre las aguas.

Pero después sigue un anuncio y un encargo. «Tú, cuando te hayas convertido…»: Todos los seres humanos, excepto María, tienen necesidad de convertirse continuamente. Jesús predice la caída de Pedro y su conversión. ¿De qué ha tenido que convertirse Pedro? Al comienzo de su llamada, asustado por el poder divino del Señor y por su propia miseria, Pedro había dicho: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8). En la presencia del Señor, él reconoce su insuficiencia. Así es llamado precisamente en la humildad de quien se sabe pecador y debe siempre, continuamente, encontrar esta humildad.

 En Cesarea de Filipo, Pedro no había querido aceptar que Jesús tuviera que sufrir y ser crucificado. Esto no era compatible con su imagen de Dios y del Mesías. En el Cenáculo no quiso aceptar que Jesús le lavase los pies: eso no se ajustaba a su imagen de la dignidad del Maestro. En el Huerto de los Olivos blandió la espada. Quería demostrar su valentía. Sin embargo, delante de la sierva afirmó que no conocía a Jesús. En aquel momento, eso le parecía un pequeña mentira para poder permanecer cerca de Jesús. Su heroísmo se derrumbó en un juego mezquino por un puesto en el centro de los acontecimientos.

Todos debemos aprender siempre a aceptar a Dios y a Jesucristo como él es, y no como nos gustaría que fuese. También nosotros tenemos dificultad en aceptar que él se haya unido a las limitaciones de su Iglesia y de sus ministros. Tampoco nosotros queremos aceptar que él no tenga poder en el mundo. También nosotros nos parapetamos detrás de pretextos cuando nuestro pertenecer a él se hace muy costoso o muy peligroso. Todos tenemos necesidad de una conversión que acoja a Jesús en su ser-Dios y ser-Hombre. Tenemos necesidad de la humildad del discípulo que cumple la voluntad del Maestro.

 En este momento queremos pedirle que nos mire también a nosotros como miró a Pedro, en el momento oportuno, con sus ojos benévolos, y que nos convierta.

Pedro, el convertido, fue llamado a confirmar a sus hermanos. No es un dato exterior que este cometido se le haya confiado en el Cenáculo. El servicio de la unidad tiene su lugar visible en la celebración de la santa Eucaristía.

Queridos amigos, es un gran consuelo para el Papa saber que en cada celebración eucarística todos rezan por él; que nuestra oración se une a la oración del Señor por Pedro. Sólo gracias a la oración del Señor y de la Iglesia, el Papa puede corresponder a su misión de confirmar a los hermanos, de apacentar el rebaño de Jesús y de garantizar aquella unidad que se hace testimonio visible de la misión de Jesús de parte del Padre.

«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros». Señor, tú tienes deseos de nosotros, de mí. Tú has deseado darte a nosotros en la santa Eucaristía, de unirte a nosotros. Señor, suscita también en nosotros el deseo de ti. Fortalécenos en la unidad contigo y entre nosotros. Da a tu Iglesia la unidad, para que el mundo crea. Amén.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 23 de junio de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

La fiesta del Corpus Christi es inseparable del Jueves Santo, de la misa in Caena Domini, en la que se celebra solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se entrega a nosotros en el pan partido y en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Christi, este mismo misterio se presenta para la adoración y la meditación del pueblo de Dios, y el Santísimo Sacramento se lleva en procesión por las calles de la ciudad y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el reino de los cielos. Lo que Jesús nos dio en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no es sólo para algunos, sino que está destinado a todos.

En la misa in Caena Domini del pasado Jueves Santo puse de relieve que en la Eucaristía tiene lugar la conversión de los dones de esta tierra —el pan y el vino—, con el fin de transformar nuestra vida e inaugurar de esta forma la transformación del mundo. Esta tarde quiero retomar esta consideración.

Todo parte, se podría decir, del corazón de Cristo, que en la Última Cena, en la víspera de su pasión, dio gracias y alabó a Dios y, obrando así, con el poder de su amor, transformó el sentido de la muerte hacia la cual se dirigía. El hecho de que el Sacramento del altar haya asumido el nombre de «Eucaristía» —«acción de gracias»— expresa precisamente esto: que la conversión de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo es fruto de la entrega que Cristo hizo de sí mismo, donación de un Amor más fuerte que la muerte, Amor divino que lo hizo resucitar de entre los muertos.

Esta es la razón por la que la Eucaristía es alimento de vida eterna, Pan de vida. Del corazón de Cristo, de su «oración eucarística» en la víspera de la pasión, brota el dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmica, humana e histórica. Todo viene de Dios, de la omnipotencia de su Amor uno y trino, encarnada en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esta razón él sabe dar gracias y alabar a Dios incluso ante la traición y la violencia, y de esta forma cambia las cosas, las personas y el mundo.

Esta transformación es posible gracias a una comunión más fuerte que la división: la comunión de Dios mismo. La palabra «comunión», que usamos también para designar la Eucaristía, resume en sí misma la dimensión vertical y la dimensión horizontal del don de Cristo. Es bella y muy elocuente la expresión «recibir la comunión» referida al acto de comer el Pan eucarístico.

Cuando realizamos este acto, entramos en comunión con la vida misma de Jesús, en el dinamismo de esta vida que se dona a nosotros y por nosotros. Desde Dios, a través de Jesús, hasta nosotros: se transmite una única comunión en la santa Eucaristía. Lo escuchamos hace un momento, en la segunda lectura, de las palabras del apóstol san Pablo dirigidas a los cristianos de Corinto: «El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10, 16-17).

San Agustín nos ayuda a comprender la dinámica de la comunión eucarística cuando hace referencia a una especie de visión que tuvo, en la cual Jesús le dijo: «Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí» (Confesiones VII, 10, 18).

Por eso, mientras que el alimento corporal es asimilado por nuestro organismo y contribuye a su sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un Pan diferente: no somos nosotros quienes lo asimilamos, sino él nos asimila a sí, para llegar de este modo a ser como Jesucristo, miembros de su cuerpo, una cosa sola con él. Esta transformación es decisiva.

Precisamente porque es Cristo quien, en la comunión eucarística, nos transforma en él; nuestra individualidad, en este encuentro, se abre, se libera de su egocentrismo y se inserta en la Persona de Jesús, que a su vez está inmersa en la comunión trinitaria.

De este modo, la Eucaristía, mientras nos une a Cristo, nos abre también a los demás, nos hace miembros los unos de los otros: ya no estamos divididos, sino que somos uno en él. La comunión eucarística me une a la persona que tengo a mi lado, y con la cual tal vez ni siquiera tengo una buena relación, y también a los hermanos lejanos, en todas las partes del mundo.

 De aquí, de la Eucaristía, deriva, por tanto, el sentido profundo de la presencia social de la Iglesia, come lo testimonian los grandes santos sociales, que han sido siempre grandes almas eucarísticas. Quien reconoce a Jesús en la Hostia santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es extranjero, que está desnudo, enfermo o en la cárcel; y está atento a cada persona, se compromete, de forma concreta, en favor de todos aquellos que padecen necesidad.

Del don de amor de Cristo proviene, por tanto, nuestra responsabilidad especial de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa y fraterna. Especialmente en nuestro tiempo, en el que la globalización nos hace cada vez más dependientes unos de otros, el cristianismo puede y debe hacer que esta unidad no se construya sin Dios, es decir, sin el amor verdadero, ya que se dejaría espacio a la confusión, al individualismo, a los atropellos de todos contra todos.

El Evangelio desde siempre mira a la unidad de la familia humana, una unidad que no se impone desde fuera, ni por intereses ideológicos o económicos, sino a partir del sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros, porque nos reconocemos miembros de un mismo cuerpo, del cuerpo de Cristo, porque hemos aprendido y aprendemos constantemente del Sacramento del altar que el gesto de compartir, el amor, es el camino de la verdadera justicia.

Volvamos ahora al gesto de Jesús en la Última Cena. ¿Qué sucedió en ese momento? Cuando él dijo: Este es mi cuerpo entregado por vosotros; esta es mi sangre derramada por vosotros y por muchos, ¿qué fue lo que sucedió? Con ese gesto, Jesús anticipa el acontecimiento del Calvario. Él acepta toda la Pasión por amor, con su sufrimiento y su violencia, hasta la muerte en cruz. Aceptando la muerte de esta forma la transforma en un acto de donación.

Esta es la transformación que necesita el mundo, porque lo redime desde dentro, lo abre a las dimensiones del reino de los cielos. Pero Dios quiere realizar esta renovación del mundo a través del mismo camino que siguió Cristo, más aún, el camino que es él mismo. No hay nada de mágico en el cristianismo. No hay atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente del grano de trigo que muere para dar vida, la lógica de la fe que mueve montañas con la fuerza apacible de Dios.

Por esto Dios quiere seguir renovando a la humanidad, la historia y el cosmos a través de esta cadena de transformaciones, de la cual la Eucaristía es el sacramento. Mediante el pan y el vino consagrados, en los que está realmente presente su Cuerpo y su Sangre, Cristo nos transforma, asimilándonos a él: nos implica en su obra de redención, haciéndonos capaces, por la gracia del Espíritu Santo, de vivir según su misma lógica de entrega, como granos de trigo unidos a él y en él. Así se siembran y van madurando en los surcos de la historia la unidad y la paz, que son el fin al que tendemos, según el designio de Dios.

Caminamos por los senderos del mundo sin espejismos, sin utopías ideológicas, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación. Con la humildad de sabernos simples granos de trigo, tenemos la firma certeza de que el amor de Dios, encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y que la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres cielos nuevos y una tierra nueva, donde reinan la paz y la justicia; y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra patria verdadera.

También esta tarde, mientras se pone el sol sobre nuestra querida ciudad de Roma, nosotros nos ponemos en camino: con nosotros está Jesús Eucaristía, el Resucitado, que dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 21). ¡Gracias, Señor Jesús! Gracias por tu fidelidad, que sostiene nuestra esperanza. Quédate con nosotros, porque ya es de noche. «Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, piedad de nosotros: aliméntanos, defiéndenos, llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos». Amén.

SANTA MISA EN LA CENA DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves Santo 5 de abril de 2012

Queridos hermanos y hermanas

El Jueves Santo no es sólo el día de la Institución de la Santa Eucaristía, cuyo esplendor ciertamente se irradia sobre todo lo demás y, por así decir, lo atrae dentro de sí. También forma parte del Jueves Santo la noche oscura del Monte de los Olivos, hacia la cual Jesús se dirige con sus discípulos; forma parte también la soledad y el abandono de Jesús que, orando, va al encuentro de la oscuridad de la muerte; forma parte de este Jueves Santo la traición de Judas y el arresto de Jesús, así como también la negación de Pedro, la acusación ante el Sanedrín y la entrega a los paganos, a Pilato. En esta hora, tratemos de comprender con más profundidad estos eventos, porque en ellos se lleva a cabo el misterio de nuestra Redención.

Jesús sale en la noche. La noche significa falta de comunicación, una situación en la que uno no ve al otro. Es un símbolo de la incomprensión, del ofuscamiento de la verdad. Es el espacio en el que el mal, que debe esconderse ante la luz, puede prosperar. Jesús mismo es la luz y la verdad, la comunicación, la pureza y la bondad. Él entra en la noche. La noche, en definitiva, es símbolo de la muerte, de la pérdida definitiva de comunión y de vida. Jesús entra en la noche para superarla e inaugurar el nuevo día de Dios en la historia de la humanidad.

Durante este camino, él ha cantado con sus Apóstoles los Salmos de la liberación y de la redención de Israel, que recuerdan la primera Pascua en Egipto, la noche de la liberación. Como él hacía con frecuencia, ahora se va a orar solo y hablar como Hijo con el Padre. Pero, a diferencia de lo acostumbrado, quiere cerciorarse de que estén cerca tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Son los tres que habían tenido la experiencia de su Transfiguración – la manifestación luminosa de la gloria de Dios a través de su figura humana – y que lo habían visto en el centro, entre la Ley y los Profetas, entre Moisés y Elías. Habían escuchado cómo hablaba con ellos de su «éxodo» en Jerusalén.

El éxodo de Jesús en Jerusalén, ¡qué palabra misteriosa!; el éxodo de Israel de Egipto había sido el episodio de la fuga y la liberación del pueblo de Dios. ¿Qué aspecto tendría el éxodo de Jesús, en el cual debía cumplirse definitivamente el sentido de aquel drama histórico?; ahora, los discípulos son testigos del primer tramo de este éxodo, de la extrema humillación que, sin embargo, era el paso esencial para salir hacia la libertad y la vida nueva, hacia la que tiende el éxodo.

Los discípulos, cuya cercanía quiso Jesús en esta hora de extrema tribulación, como elemento de apoyo humano, pronto se durmieron. No obstante, escucharon algunos fragmentos de las palabras de la oración de Jesús y observaron su actitud. Ambas cosas se grabaron profundamente en sus almas, y ellos las transmitieron a los cristianos para siempre. Jesús llama a Dios «Abbá».

Y esto significa – como ellos añaden – «Padre». Pero no de la manera en que se usa habitualmente la palabra «padre», sino como expresión del lenguaje de los niños, una palabra afectuosa con la cual no se osaba dirigirse a Dios. Es el lenguaje de quien es verdaderamente «niño», Hijo del Padre, de aquel que se encuentra en comunión con Dios, en la más profunda unidad con él.

Si nos preguntamos cuál es el elemento más característico de la imagen de Jesús en los evangelios, debemos decir: su relación con Dios. Él está siempre en comunión con Dios. El ser con el Padre es el núcleo de su personalidad. A través de Cristo, conocemos verdaderamente a Dios. «A Dios nadie lo ha visto jamás», dice san Juan. Aquel «que está en el seno del Padre… lo ha dado a conocer» (1,18).

Ahora conocemos a Dios tal como es verdaderamente. Él es Padre, bondad absoluta a la que podemos encomendarnos. El evangelista Marcos, que ha conservado los recuerdos de Pedro, nos dice que Jesús, al apelativo «Abbá», añadió aún: Todo es posible para ti, tú lo puedes todo (cf. 14,36). Él, que es la bondad, es al mismo tiempo poder, es omnipotente. El poder es bondad y la bondad es poder. Esta confianza la podemos aprender de la oración de Jesús en el Monte de los Olivos.

Antes de reflexionar sobre el contenido de la petición de Jesús, debemos prestar atención a lo que los evangelistas nos relatan sobre la actitud de Jesús durante su oración. Mateo y Marcos dicen que «cayó rostro en tierra» (Mt 26,39; cf. Mc 14,35); asume por consiguiente la actitud de total sumisión, que ha sido conservada en la liturgia romana del Viernes Santo. Lucas, en cambio, afirma que Jesús oraba arrodillado.

En los Hechos de los Apóstoles, habla de los santos, que oraban de rodillas: Esteban durante su lapidación, Pedro en el contexto de la resurrección de un muerto, Pablo en el camino hacia el martirio. Así, Lucas ha trazado una pequeña historia del orar arrodillados de la Iglesia naciente. Los cristianos, al arrodillarse, se ponen en comunión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. En la amenaza del poder del mal, ellos, en cuanto arrodillados, están de pie ante el mundo, pero, en cuanto hijos, están de rodillas ante el Padre. Ante la gloria de Dios, los cristianos nos arrodillamos y reconocemos su divinidad, pero expresando también en este gesto nuestra confianza en que él triunfe.

Jesús forcejea con el Padre. Combate consigo mismo. Y combate por nosotros. Experimenta la angustia ante el poder de la muerte. Esto es ante todo la turbación propia del hombre, más aún, de toda creatura viviente ante la presencia de la muerte. En Jesús, sin embargo, se trata de algo más. En las noches del mal, él ensancha su mirada. Ve la marea sucia de toda la mentira y de toda la infamia que le sobreviene en aquel cáliz que debe beber. Es el estremecimiento del totalmente puro y santo frente a todo el caudal del mal de este mundo, que recae sobre él. Él también me ve, y ora también por mí.

Así, este momento de angustia mortal de Jesús es un elemento esencial en el proceso de la Redención. Por eso, la Carta a los Hebreos ha definido el combate de Jesús en el Monte de los Olivos como un acto sacerdotal. En esta oración de Jesús, impregnada de una angustia mortal, el Señor ejerce el oficio del sacerdote: toma sobre sí el pecado de la humanidad, a todos nosotros, y nos conduce al Padre.

Finalmente, debemos prestar atención aún al contenido de la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. Jesús dice: «Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14,36). La voluntad natural del hombre Jesús retrocede asustada ante algo tan ingente. Pide que se le evite eso. Sin embargo, en cuanto Hijo, abandona esta voluntad humana en la voluntad del Padre: no yo, sino tú. Con esto ha transformado la actitud de Adán, el pecado primordial del hombre, salvando de este modo al hombre.

 La actitud de Adán había sido: No lo que tú has querido, Dios; quiero ser dios yo mismo. Esta soberbia es la verdadera esencia del pecado. Pensamos ser libres y verdaderamente nosotros mismos sólo si seguimos exclusivamente nuestra voluntad. Dios aparece como el antagonista de nuestra libertad. Debemos liberarnos de él, pensamos nosotros; sólo así seremos libres. Esta es la rebelión fundamental que atraviesa la historia, y la mentira de fondo que desnaturaliza la vida.

Cuando el hombre se pone contra Dios, se pone contra la propia verdad y, por tanto, no llega a ser libre, sino alienado de sí mismo. Únicamente somos libres si estamos en nuestra verdad, si estamos unidos a Dios. Entonces nos hacemos verdaderamente «como Dios», no oponiéndonos a Dios, no desentendiéndonos de él o negándolo. En el forcejeo de la oración en el Monte de los Olivos, Jesús ha deshecho la falsa contradicción entre obediencia y libertad, y abierto el camino hacia la libertad.

Oremos al Señor para que nos adentre en este «sí» a la voluntad de Dios, haciéndonos verdaderamente libres. Amén.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

PABLO VI

HOMILIAS MARIANAS

PABLO VI: HOMILÍAS DE LA VIRGEN

SANTA MISA EN LA IGLESIA PARROQUIAL DE CASTEL GANDOLFO

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Asunción
Jueves 15 de agosto de 1963

El Santo Padre declara ante todo que quería concederse el encuentro a sí mismo ya los queridos niños presentes, para saludarlos como una comunidad perteneciente a la parroquia, una sociedad religiosa y espiritual que pertenece a la iglesia de Castel Gandolfo. En primer lugar, por tanto, quiere saludar al que preside esta iglesia, el párroco, para agradecerle el cuidado pastoral que tiene con las almas que le han confiado, para animar su santo ministerio.

SALUDOS PATERNALES AL CLERO, A LAS AUTORIDADES CIVILES, AL PUEBLO

Asimismo, Su Santidad desea saludar a quienes pertenecen a la misma comunidad parroquial. En efecto, pertenecen a una asamblea común, sí, pero tan hermosa y significativa, cuyo alto y honorable patrimonio es la misma fe y oración, son los mismos sacramentos: es decir, la vida de Cristo. Observando, entonces, cómo toda la parroquia de Castel Gandolfo está esmaltada con muchas comunidades religiosas florecientes, a estas un especial saludo y bendición. Además, el Pontífice Augusto quiere bendecir y animar a quienes son los colaboradores más cercanos a la vida parroquial: los que son miembros de asociaciones, obras, actividades religiosas, que hacen de toda la parroquia una familia de oración eficaz y fervor cristiano.

¿Y cómo no dirigir un cordial pensamiento a las Autoridades Civiles en ese lugar, en ese momento? El Santo Padre les agradece la respetuosa acogida y el marco de orden y respeto con el que rodean su residencia y estancia.

Otro especial recuerdo y saludo paternal que el Santo Padre dirige a quienes administran y presiden las Villas Pontificias y a todos sus colaboradores y empleados: a todos va la expresión de singular agradecimiento, aliento y una bendición directa precisamente a quienes más trabajan. directamente, y con título nobiliario, por la feliz marcha de los diversos servicios de la residencia de verano papal de Castel Gandolfo.

Finalmente, hay todo un gran complejo de veraneantes, es decir, de huéspedes ocasionales o intermitentes, que han acudido en masa a Castel Gandolfo en la presente temporada. A ellos también el saludo del Padre y la invitación a penetrar cada vez más en las peculiares obligaciones que se derivan de permanecer allí donde el Papa también pasa sus llamadas vacaciones. Quieren sintonizar su vida y sus sentimientos en esta coyuntura. En una palabra: todos pueden adivinar fácilmente que no hay nada más agradable para el Santo Padre que estar rodeado de una población ejemplar, sinceramente católica, que no se conforma con mirar al Papa con curiosidad y aclamarlo, sino que tiene la intención de compartir su sentimientos, recoger sus intenciones, demostrar concretamente cómo se pueden ser hijos devotos y fieles.

Al saludo y la bendición se suma la promesa del Santo Padre de oraciones constantes por todos y cada uno juntos.

ENSEÑANZAS PERENALES DEL TRIUNFO DE MARÍA

Y aquí está el pensamiento saliente, del que surgió el encuentro espiritual de hoy. Se trata de la fiesta que se celebra hoy, una de las más famosas y queridas de nuestro año litúrgico: la fiesta de la gloria de María, de la Asunción de Nuestra Señora al Cielo.

Pues bien, la solemnidad de la Asunción se puede definir como el epílogo de la historia de María Santísima. De hecho, es la coronación de toda su vida mortal y de la misión que tuvo Nuestra Señora, de Cristo, de cumplir el mandato, el plan divino que le fue asignado en la tierra. Por tanto, esta fecha propondría una meditación sumaria sobre todos los misterios de la Santísima Virgen, sobre toda la biografía terrena de los elegidos de ella, con todo el tesoro de gracias, privilegios, culto, que se concentra en su bendita y más singular persona. De hecho, se hace preguntar, en resumen: ¿quién es María? ¿Cuál fue su tarea en el mundo? ¿Qué quería el Señor de ti? Y además: qué hazañas ha realizado María para ser lo que es: la bendita entre todas las mujeres; y ser, en nuestra humanidad, la hija más elegida, la más bella, los más amables, los más privilegiados; y, dones que le dio el Señor, para estar tan cerca de nosotros y revelarse como hermana, madre, representante más real y auténtica de nuestra humanidad con Cristo y con Dios.

ARMONÍAS SUBLIMAS Y PERFECTAS EN LA MADRE DE DIOS

Desde esta cumbre habría que admirar el panorama completo de la doctrina católica sobre la Virgen. Sin embargo, sólo bastará un punto: estudiar cómo los misterios de la vida temporal de María se relacionan con su vida de bienaventuranza celestial, con este otro gran misterio único de su asunción, que anticipa, a la resurrección y a la asociación. a Cristo y la gloria eterna del Cielo, no solo su alma bendita, sino también su carne inmaculada y virgen, que tuvo el privilegio de dar la naturaleza humana al Hijo de Dios y hacerlo hijo del hombre.

¿Qué relación podemos establecer entre estos misterios de la vida temporal de Nuestra Señora y su gloria? También aquí nuestra reflexión podría extenderse a largas consideraciones; y veríamos la conveniencia, de hecho la realidad luminosa por la que María, que era inmaculada; es decir, no había experimentado en modo alguno la tragedia que pasa por encima de toda vida humana: el pecado original, nunca interrumpió su relación con la fuente de la vida que es Dios; y al no haberlos interrumpido nunca precisamente por la prerrogativa de su inmaculada concepción, exenta, como estaba, de todo pecado, de toda infracción de la vida, le correspondía inmediatamente la vida eterna, de manera completa.

Asimismo, hay que decirlo de la Maternidad de la Virgen. En efecto, habiendo entregado su vida a Cristo, y habiendo Cristo resucitado y vuelto al Cielo, era evidente, y, se diría, lógica de las cosas, por el amor expresado por el Hijo a tanta Madre, por esa conexión de misterios. que unen a María a Jesús, que se asoció inmediatamente en cuerpo y alma, con la gloria eterna divina, con el triunfo del Paraíso.

Estos son grandes misterios que exigen un estudio cuidadoso e inefable. Se advierte de inmediato que el tejido teológico de la doctrina sobre la Virgen no está sólidamente fundado en la devoción, ni siquiera en la imaginación buena e incluso legítima de sus seguidores y devotos, sino que tiene un fundamento inquebrantable en la realidad histórica, en la revelación bíblica, que hace de María la criatura incomparable: Madre de Dios y Madre nuestra.

Y, por tanto, habría innumerables deducciones para nosotros, en particular sobre las relaciones que debemos tener con la Virgen, el culto, la devoción, por ella. Bastará, sin embargo, con captar una pista, que es una certeza muy consoladora. , ya que nos presenta el prototipo de una verdadera vida religiosa y cristiana. De hecho, el deseo de formular una yuxtaposición en María surge naturalmente para nosotros, entre su período en el tiempo aquí abajo y su esplendor en la eternidad. Notaremos que es una relación sumamente coherente. ¿Por qué Nuestra Señora fue asunta al cielo? Pero se acaba de decir: porque inocente; porque Madre de Dios; porque sufrió con Cristo; y es, por tanto, Madre de la Iglesia. No fue el primer saludo que le dio el ángel " plena gratia "; y, poco después, el de Isabel "benedicta tu inter mulieres "? Por lo tanto, una persona tan exaltada no podía carecer de esa gloria más vívida. Quien tuvo una suma de gracias como las de María y dio una respuesta perfecta y sobrehumana a la vocación de Dios, con una ofrenda incomparable y virtudes sublimes, mereció ser proclamada Reina de Ángeles y Santos.

RESPUESTA SUPERHUMANA A LA VOCACIÓN INCLUIDA

Todo esto nos dice - y aquí está la enseñanza práctica - un gran deber: pensar más en la relación entre nuestra vida presente y futura.

¿Lo pensamos? - pregunta el Santo Padre a todos.

¿O no estamos, en cambio, también inmersos en realidades temporales, que nos hacen demorarnos en ellas, mientras nos esperan otras consideraciones, que las mismas realidades temporales también deberían sugerir? El deber, es decir, pasar por la mitad del mundo, mirando la meta, el fin último, teniendo presente la estación a la que nos dirigimos; el propósito de nuestra vida mortal, que no es más que experimento, lo sabemos, prueba, vigilia, preparación para la vida eterna. ¿Lo pensamos? ¿O no nos olvidamos con demasiada frecuencia de este destino superior nuestro, incluso sin trazar una relación entre el presente y la vida futura?

En cambio, hay que buscar siempre, asiduamente, es decir, que haga que la peregrinación en el tiempo sea digna de ser coronada por una alegría indefectible: y encontraremos que será el buen comportamiento, el cumplimiento de la voluntad de Dios, la pureza y esa forma luminosa de actuar. , ese estilo armonioso, en el que consiste precisamente la vida cristiana.

SÓLIDA CONFIANZA EN CRISTIANOS Y NIÑOS

Y aquí entonces se nos aparece Nuestra Señora, hoy como nunca, con su luz de arriba, Maestra de vida cristiana. Nos dice: tú también vives bien; y sepan que el mismo destino que se me anticipó, en la hora en que se cierra mi viaje temporal, será, a su debido tiempo, para ustedes. El gran artículo de nuestra fe, recién cantado en el Credo. . . « Et vitam venturi saeculi. . . Es decir, la vida eterna, es también nuestro objetivo definitivo. Debemos pensar en ello, más aún como sumergidos en los cuidados de la existencia terrena, rendida por el progreso moderno de diversas formas fascinantes y obligatorias.

Tratemos de tener el alma muy, muy por encima de este escenario temporal, para que, haciendo bien todos los deberes y sacando todas las fortunas que el Señor ha insertado incluso en el plan de las situaciones terrenales, podamos tener constantemente el espíritu libre. , capaz de llegar a su verdadero final. Así, toda nuestra actividad se transforma en oración, anhelo de gracia, deseo, espera de Dios.

Hoy nuestra invocación y aspiración a la vida eterna parece tomar alas para alcanzar alturas admirables, al pensar que allá arriba está nuestra Madre, la Madre celestial; nos ve y nos espera con su mirada tierna: « . . . illos tuos misericordes oculos ad nos converte ». Sus ojos muy dulces. nos contemplan amorosamente, con cariño maternal nos animan. Infunden una confianza, que verdaderamente debe y será de cristianos y niños.

V CENTENARIO DE LAS CONGREGACIONES MARIANAS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Jueves 12 de septiembre de 1963

Queridísimos hijos e hijas:

Nos sentimos gozosos de estar entre vosotros esta mañana, de ofrecer la santa misa por vosotros y con vosotros, y de asociarnos al homenaje solemne que las Congregaciones Marianas quieren rendir a la Santísima Virgen con ocasión del IV Centenario de la Fundación de la Congregación “prima primaria”, aquí mismo, en el lugar donde esta piadosa Asociación nació, donde ella ha formado en la piedad y en la vida cristiana a tantas generaciones de la juventud romana y desde donde ha irradiado al mundo entero la luz de sus constituciones, de sus ejemplos, de sus experiencias, que vienen a coronar el testimonio de las más altas virtudes y de la fidelidad más sincera a Cristo y a su Iglesia.

Este encuentro suscita en nuestro espíritu un doble recuerdo, el de nuestra pertenencia, durante los años lejanos de nuestra adolescencia y de nuestra juventud, a la Congregación Mariana de los padres jesuitas que dirigían entonces el colegio Arici, en Brescia, y que merecen siempre nuestro afectuoso y devoto reconocimiento.

Tenemos, además, la hermosa ocasión de saludar a toda esta magnífica asamblea que nos rodea y que se ha reunido bajo el nombre augusto y familiar de la Virgen María. ¡Qué alegría para nosotros ver a tantos hombres y mujeres celebrar la gloria de la Madre de Dios, qué dulce emoción para Nos escuchar vuestras voces resonantes fundiéndose en una misma oración, en un mismo cántico a la Reina de los cielos! Es éste un motivo de admiración y de reflexión para Nos que no ignoramos los problemas de vida que se plantean a las generaciones actuales, de saber que la vuestra se polariza en torno de la bienaventurada Virgen que nos ha dado a Cristo, y hace de la devoción a los misterios y a las virtudes de Jesús y de María el fundamento magnífico de su espiritualidad. Nos no podemos ocultaros nuestra situación de ser testigo de ello y hemos de saludar en vosotros a todas las Congregaciones Marianas a las que pertenecéis y a las que representáis.

Queremos, ante todo, detener un instante nuestra atención y la vuestra sobre la eficacia pedagógica de la piedad mariana en la obra, tan delicada y tan difícil, de la formación del hombre moderno en la vida cristiana.

Y a este propósito nos parece que es preciso, ante todo, subrayar la riqueza religiosa que el culto a María, si es auténtico y sincero, como el vuestro, imprime en el alma del hombre, en relación con las grandes experiencias, ante los problemas y las crisis que la vida nos reserva. ¿Acaso la devoción a la Virgen no sumerge al ser humano en el acto de fe sobre el cual reposa todo el edificio espiritual de la vida cristiana, es decir, el conocimiento exacto y concreto de las verdades religiosas fundamentales del Evangelio y del catecismo, la voluntad alimentada por el amor filial que una tal Madre despierta fácilmente en los corazones, y todo el cortejo de los más sencillos sentimientos, los más dulces, los más puros y los más bellos que el misterio de la Encarnación nos autoriza a trasladar de la esfera humana a la esfera religiosa?

¿Y acaso la doctrina, es decir, la realidad religiosa fundamental de la piedad mariana no es la más ortodoxa y la más fecunda de la espiritualidad católica cuando nos pone en contacto del pensamiento divino con relación a María, elegida para ser la Madre de Nuestro Salvador Jesucristo?

De esta riqueza religiosa del culto mariano brota una fuente inagotable y magnífica de valores morales que puede dar al hombre de hoy fuerza y experiencia capaces de aportar una plenitud incomparable a su existencia.

¿Qué es lo que los hombres, y sobre todo los jóvenes, buscan en la vida?

Buscan la belleza; ahora bien, María es la cima de la belleza. Las obras maestras del arte no son nunca bellezas parciales, sino una síntesis de lo bello; María es la criatura más transparente de la divina presencia trinitaria: “Lo que los cielos no pudieron contener, Tú lo encerraste en tu seno”. Presencia humana también: María es la nueva Eva en quien se encuentra el destino de todos los mortales.

La belleza es expresión transparente; todas las artes han tratado de expresar y lo han expresado en las obras maestras de todos los siglos. La belleza es un don reposado: María en medio de las tormentas de la vida sosiega todas las inquietudes de la carne, del espíritu y de la vida social.

Buscan la grandeza: su ley es engrandecerse, su fiebre es sobrepasar todo límite. Pues bien, María ha sobrepasado todos los limites ordinarios, pero en el sentido de la grandeza, y por ello fue la única criatura humana que pudo decir: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48).

Buscan la alegría: “tu nacimiento, oh María, ha sido para el mundo entero una ocasión de gozo”, el tránsito de una “economía” más bien de maldición a una “economía” de bendición, de un mundo en que las faltas suceden a las faltas, a un mundo en que se respira con plenitud la libertad de los hijos de adopción.

Buscan el amor, es decir, una comunión total entre dos seres, según el plan creador de Dios que destina la mujer a dar la vida y a ser la compañera del hombre, jefe del hogar. María que en Caná quiso que nada faltase en la exaltación del amor muestra a los hombres dónde pueden contemplar el más alto ideal femenino: en la virginidad y en la maternidad impregnadas de su belleza y de la plenitud de la gracia.

María es, pues, para todos, la fuente de la verdadera belleza, de la verdadera grandeza, del verdadero gozo y del verdadero amor. ¿Pero dónde encontraréis a María? Desde luego que no en las exageraciones, ni en el sentimentalismo ni en los abusos de deducciones en la búsqueda del énfasis de la hipérbole ni en las novedades. Como recordaba el Papa Juan XXIII, nuestro predecesor de dulce memoria:

“Todos los católicos son, por consiguiente, los hijos de Nuestra Señora y su piedad hacia María se debe reflejar en esa comunidad perteneciente a la familia de los hijos de Dios, expresándose siempre por las manifestaciones habituales del culto secular consagrado por la Iglesia de Jesucristo a la Madre del Salvador. Así, pues, queridos hijos, huid de todo lo que singulariza, buscad, por el contrario, la devoción mariana más asegurada por la tradición, tal como nos fue transmitida desde los orígenes a través de las fórmulas de oración de las generaciones sucesivas de cristianos de Oriente y Occidente. Una piedad así hacia la Santísima Virgen es el signo de un corazón realmente católico” (Radiomensaje al Congreso Mariano de LisieuxAAS 1961, págs. 501-506).

Queridos hijos e hijas: es en la historia de salvación, en el Evangelio donde encontraréis a María, así como en los tesoros de la Liturgia que transmiten el gran patrimonio del pensamiento y de la oración de la Iglesia. La encontraréis también en las humildes tradiciones familiares de las familias cristianas, en particular en el rosario. La encontraréis también en vuestro esfuerzo diario para ver siempre, en cada mujer, a la Santa Virgen María, y por tanto, lejos de la obsesión humana y exasperada de los sentidos, la más alta colaboración al plan de Dios.

La más bella tarea de las Congregaciones Marianas será establecer esta relación esencial y transformadora con la realidad diaria del hombre moderno. Vosotros encontraréis, en definitiva, a María, si tenéis el escrupuloso anhelo de situarla en el conjunto del misterio cristiano; porque el culto de María no es un fin en sí mismo sino el camino maestro que os conduce a Cristo y por El a la gloria de Dios y, al amor de la Iglesia.

He aquí, queridos hijos e hijas, los votos que formulamos de todo corazón, por vosotros mismos y por todas las Congregaciones Marianas que representáis.

Sed fieles devotos de María, que hará de vosotros buenos hijos de la Iglesia y verdaderos apóstoles de Cristo.

Con esta intención invocamos sobre vosotros, de todo corazón, la abundancia de las divinas gracias, en prenda de las cuales os daremos seguidamente nuestra paternal y afectuosa bendición apostólica.

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María
Domingo 8 de diciembre de 1963

A los Santos Doce Apóstoles

El Santo Padre comienza su Exhortación paterna preguntándose: ¿Cuáles son los motivos de su presencia en la histórica y monumental Basílica? Inmediatamente puede responder que uno de los motivos es saludar con afecto al cardenal Tappouni, patriarca de Antioquía de Siri, propietario de la basílica, que está vinculada a Oriente con muchos lazos, comenzando por la memoria del cardenal Bessarione, cuyos restos descansan en este templo - Padre distinguido en el Concilio Ecuménico de Florencia en el siglo XV.

El Pontífice Augusto también se complace en conocer y saludar al Cardenal Pro Vicario de Roma, al Cardenal Arcipreste de la Basílica Vaticana y, con ellos, a todos los demás eclesiásticos. Dirige un pensamiento afectuoso especial a la Familia Religiosa de los Frailes Menores Conventuales, que ofician la Basílica, empezando por el Ministro general, a todos los que le rodean o tienen una residencia cercana, rezando y haciendo apostolado en el espíritu de S. Francis.

Finalmente, la auspiciosa bendición del Vicario de Jesucristo se dirige a todo el pueblo romano, del que vislumbra hoy una amplia representación en esta iglesia, tan gloriosamente injertada en la topografía, en la historia, en el corazón de la ciudad.

Pero, sobre todo, el motivo principal de la visita -que todos los demás apoyan y plantean- es rendir homenaje a la Santísima Virgen al final de la tradicional novena ferviente, que atrae a un número excepcional de participantes en preparación a la hermosa fiesta de mañana: 'Inmaculada Concepción.

De hecho, fue la intención precisa de Su Santidad realizar este, aunque simple y familiar, acto público de culto a la Madre de Dios, después de la segunda sesión del Concilio, durante la cual se habló mucho sobre Nuestra Señora, con un ardiente deseo general de poder expresar lo que todos los Padres tienen en el corazón: uno grande un acto filial, es decir, un homenaje singular y sentido a la Reina celestial. Ahora, casi antes de lo que sucederá, y con suerte en la próxima sesión, el Papa quiere, junto a los que lo rodean, reafirmar la devoción ilimitada y la ferviente esperanza por María. Tanto más - y seguramente todos tenemos estos pensamientos en el corazón - que la querida y sublime fiesta de la Inmaculada Concepción nos presenta a María Santísima en una luz, una prerrogativa que nunca dejaríamos de meditar y contemplar. Nos deslumbra el aspecto con el que la santa liturgia, es decir nuestra doctrina, nuestra fe, nos presenta el misterio de la Inmaculada Concepción: una belleza sobrenatural, sublime, que nos hace ansiosos por alcanzar tan sublime meta.

¿Se ha expresado alguna vez la naturaleza humana en una forma completamente perfecta?

Desde Adán en adelante, la humanidad ya no ha tenido esta buena fortuna, excepto en Nuestro Señor Jesucristo y en su Santísima Madre. Es esta Hermana nuestra, esta Hija elegida del linaje de David, quien revela el plan original de Dios para la humanidad, cuando nos creó a su imagen y semejanza. El retrato, por tanto, de Dios. Para poder admirarlo en María, finalmente reconstituida, finalmente reproducida en la belleza y perfección genuina y nativa: aquí hay una realidad que encanta y cautiva, calma, parece, a los acalorados e insatisfechos. nostalgia de la belleza que los hombres llevan en el corazón. De hecho, creen, con esfuerzos multiplicados -la vida moderna tiende a este fin- que pueden alcanzar el ideal cuando le dan a la belleza alguna forma, alguna expresión, sin que por ello lleguen a ser capaces de llevarla a sus verdaderas y profundas características.

María es perfecta en su ser; está inmaculada en su naturaleza íntima, desde el primer momento de su vida. Por lo tanto, estaríamos admirando continuamente un reflejo tan prodigioso de la belleza divina, hasta el punto de sentirnos, obviamente, aunque tan disímiles, arcamente consolados.

Son disímiles, porque María es la única, la privilegiada, y nadie podrá jamás, no solo igualarla, ni siquiera acercarse a ella. Consuélense, sin embargo, porque María es nuestra Madre; porque nos presenta lo que todos tenemos en el fondo de nuestro corazón: la imagen auténtica de la humanidad, la imagen de la humanidad santa e inocente. Nos revela sus principios, ya que María está en absoluta relación con Dios a través de la Gracia; porque su ser es todo armonía, candor, sencillez; todo es transparencia, amabilidad, perfección; todo es belleza.

¿Qué diremos, entonces, a Nuestra Señora, en esta mirada que damos, embelesados ​​y consolados, al misterio de la inocencia y la santidad? Mientras tanto, diremos lo que acabamos de decir: Tota pulchra est, Maria. . .!

Finalmente, la imagen de la belleza se eleva por encima de la humanidad sin mentir, sin perturbar. Todas las criaturas la miran y exclaman: Realmente eres, realmente eres la belleza: ¡ Tota pulchra es!

En segundo lugar, después de haber considerado este don inefable de Dios en María, estaremos convencidos de que no es un sueño falso, no es un intento de aumentar aún más la nostalgia aguda y el pesar doloroso en nosotros. En cambio, nos revive; y proclama que la perfección es posible; que también se nos concede para reconstituir, si no con la misma plenitud y el mismo esplendor, pero con las mismas energías, que son las de la Gracia, de los carismas divinos, del Espíritu Santo, ese pensamiento que Dios tenía sobre nosotros. al crearnos, para que también nosotros seamos buenos, virtuosos, santos, si vivimos el misterio de la Gracia, el gran misterio de María.

Todo el mundo quiere - concluye el Pontífice Augusto con corazón paternal - proponerse tal programa de vida, casi purificando en su propio ser lo turbio y falto de la vida, inmersa en la experiencia del mundo, que ha producido a través de las contaminaciones del siglo, y así, todos deberíamos ser dignos de ser verdaderamente lo que deseamos por vocación: devotos y fieles hijos de la Santísima Virgen María.

En la basílica de Liberia

Al dirigir un amable saludo a los cardenales, a los prelados y a los numerosos fieles que lo escuchan, el Santo Padre expresa su sentida alegría porque, en el momento solemne, todos pueden ofrecer un sentimiento personal pleno y sincero de devoción a la Santa Virgen. Nuestro homenaje a la Virgen es felizmente habitual, continuo: en esta hora está plenamente iluminado y su luz impregna nuestras almas, presentándonos a María su prerrogativa más hermosa, ideal, sublime: Inmaculada desde el primer momento, en la perfecta correspondencia de su vida humana al pensamiento divino que la quiso y la creó.

Debemos dejar que nuestras almas se embriaguen en esta visión, para que nuestro cariño adquiera una ternura y un entusiasmo, que revitalice cada vez más nuestra oración y nuestra devoción mariana.

Si entonces, como es obvio, aspiramos a captar algún detalle de esta maravillosa visión de Nuestra Señora, pensaremos que el Señor la ha hecho así elegida en virtud de Cristo nuestro Señor. Hoy la Iglesia comienza su oración con las palabras: « Deus, qui per Immaculatam Virginis Conceptionem dignum Filio tuo habitaculum praeparasti. . . ". La Inmaculada Concepción no es más que una premisa esencial de la Maternidad Divina: es decir, el presupuesto adecuado para la venida de Cristo a la tierra. Así reservó el Hijo de Dios, en el inmenso pantano que es la pobre humanidad, un terrón inocente, un macizo de flores fragante sobre el que descansar: la Santísima Virgen.

Todo esto nos recuerda que nuestra devoción a María debe llevarnos a Cristo; y si realmente amamos a Nuestra Señora, debemos encontrar, en el culto que le rendimos, un deseo más intenso por el Señor, un celo más celoso en la fe y en respuesta a Él.

Nuestra Señora nos lleva a Cristo. Ad Jesum para Mariam .

Por eso, frente a una Madre así, no debemos limitarnos a un simple acto de contemplación, quedando asombrados y sorprendidos por su excepcional belleza, como si esto no constituyera ninguna relación con nosotros. Sin embargo, la hay: ¡es inmensa, maravillosa!

Nuestra Señora se eleva por encima de nosotros, en este esplendor de luz, inocencia, virtud, belleza, en tan inefable conjunción con la vida divina, para ser un modelo para nosotros, propuesto a nuestra imitación. Si nos limitáramos a alzar voces de alegría y oraciones a María, sin querer mejorar y modificar nuestra vida, nuestra devoción no sería completa. En cambio, es una devoción que debe actuar en la forma de vivir, de pensar: debe hacer puro, bueno: debe infundir inocencia y consolidar la certeza de que la virtud es posible. Mientras los hombres no tuvieran a Nuestra Señora, podrían haber estado desesperados, ya que ellos, solos, nunca podrían alcanzar la virtud, seguir el bien. La Madonna, en cambio, está totalmente agradecida., es decir, rico en misericordia, lleno de la acción de Dios sobre nosotros, nos muestra cómo para nosotros también hay esperanza, para nosotros también hay una posibilidad y, si queremos, podemos. El grave pesimismo que entristece la conciencia del mundo, precisamente porque ha disminuido la fe y ha perdido la visión vigorizante y reconfortante de Nuestra Señora, no debe echar raíces en nosotros. Debemos creer siempre en la posibilidad de ser buenos, de mejorar, de volvernos inmunes, incluso caminando en este mundo tan contaminado por el vicio y la corrupción, por las faltas y las caídas. Es posible ser puro, virtuoso, fiel; en una palabra, es posible imitar a Nuestra Señora.

En esta profunda y absoluta convicción, la devoción a María, mientras nos une a Cristo, asegura que la Virgen permanece, maternal, junto a nosotros. He aquí una certeza inefablemente refrescante. Demuestra que el acto de venerar a María Santísima no es una exaltación ajena a nuestra vida, tanto de fe como de costumbre, sino que nos hace verdaderamente mejores, más cercanos al Redentor, más fieles a él.

Y que así sea - concluye el Santo Padre. - Y así, queridos hijos, por su sincera alegría, por su completo consuelo, por su inquebrantable confianza, por la maternal bendición con la que seguramente María Santísima Inmaculada los acompañará en la vida.

FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CONFIANZA

HOMILÍA DEL PAPA PABLO VI

Pontificio Seminario Romano Mayor
Sábado 8 de febrero de 1964

“¡Paz a esta casa y a todos los que en ella habitan!”

Queremos saludar al cruzar los umbrales de esta casa, a cuantos en ella moran, a cuantos en ella ejercen funciones de dirección, de administración, de enseñanza, de asistencia espiritual y de servicio, a todos las alumnos, sacerdotes y seminaristas de la diócesis de Roma y de otras diócesis, con la paternal preocupación de charlar con todos, de conocer a todos, de exhortar y consolar a todos, de bendecir a todos, como quien tiene con todos y cada uno un título de particular interés, un deber de solicitud personal, el deseo de un confidente diálogo. Sí, a todos, nuestro saludo en el Señor.

Aquí, mejor que en cualquier otro sitio, aquí nos encontramos en nuestra casa. Si todo obispo, al entrar en un Seminario, advierte que su ministerio adquiere su pleno sentido de paternidad, y se agrava su sentido de responsabilidad pastoral ¿no experimentará estos sentimientos el Papa, al visitar, también en función de obispo, su seminario, y sentir la necesidad de patentizar su afecto, de dar a sus pensamientos y preocupación la más cordial y pronta respuesta?

Hemos de aseguraros que nos sentimos felices entre vosotros. Nos invade un concierto de pensamientos, cada uno con una nota destacada: memoria y reverencia para muestro cardenal vicario, al que la salud no le permite la presencia física, pero cuya apasionada solicitud por este Seminario, suyo y nuestro, conocemos muy bien; de agradecimiento y confianza para los superiores y para todos los profesores y maestros del espíritu, de alegría y esperanza para cada uno de vosotros seminaristas, que ávidamente contamos, como el pastor cuenta las cabezas más preciosas de su grey; quisiéramos que fuerais muchos, muchos más; pero sabemos que está lleno el espacio reducido de que ahora dispone la casa; por ello pensamos que aquí abunda la calidad, y podéis imaginar la estima que sentimos por vosotros, el bien que os deseamos; la seguridad con que hacemos cálculos y previsiones para vuestro futuro, sobre vuestra colaboración en el ministerio de vuestros respectivos obispos y en el nuestro especialmente, por parte de aquellos de vosotros que pertenecen a la querida diócesis de Roma.

Las ideas nos apremian, miramos con intenso interés los trabajos actuales en el Seminario, y deseamos con amorosa impaciencia su realización rápida y feliz.

Desde aquí miramos las necesidades pastorales de esta Roma, que demasiado rápidamente se ha hecho inmensa y popular; quisiéramos desde estos benditos umbrales del glorioso Seminario de Roma lanzar un afectuoso llamamiento a las almas juveniles, que no han de faltar en nuestro pueblo, que tratan de dar a su vida una expresión pura y heroica, generosa y comprometida, vital y austera, interior en un coloquio misterioso y casi atormentador, pero dulcísimo, con Cristo presente, urgente y exterior, dedicada a un servicio sin igual a los hombres de nuestro tiempo; una voz, decimos, casi una invitación; jóvenes, venid con nosotros; amigos, venid acá; hijos carísimos, es vuestra, es para vosotros esta casa, esta casa de silencio, de estudio, de oración y de entrenamiento ascético; es el lugar, donde quizá el Señor, manso e imperioso, os ha dado cita y os espera; es la sede, es la posada donde vuestra carrera juvenil puede tomar descanso y refrigerio, conciencia de su camino y entrenamiento para lo grande, para la sublime ascensión al sacerdocio inefable. ¿Escucháis la llamada divina? ¿Queréis? ¿Venís?

Pero no dialoguemos ahora con hipotéticos y lejanos interlocutores, sino con vosotros que nos escucháis, presentes y reales, y que ya habéis cruzado los umbrales del Seminario, y ahora queréis celebrar con Nos la querida fiesta de la Virgen de la confianza, a cuyo título está especialmente dedicado el Seminario.

Honremos en su humilde imagen a María Santísima y dejemos que la piadosa y bella expresión “Mater mea, fiducia mea” circunde, como una aureola de humildes rayos, la dulce efigie y que cada uno que la mire, cada uno que la venere, piense en su corazón cómo aplicarse el significado, el valor, el consuelo, de tan afectuosas y ardientes palabras. Parece que con ellas se resuelven muchos problemas de doctrina mariana; parece que en ellas están enraizadas con sinceridad y eficacia muchas frondosidades exuberantes y muchas flores delicadas de la devoción a la Virgen; y parece que las pocas sílabas contienen un secreto del corazón, íntimo y particular para todos. “Mater mea et fiducia mea”, lema familiar de la piedad floreciente del Seminario romano, exige que se le coloque en su puesto debido en el marco de la devoción a María y en el más amplio de la espiritualidad y de la vida religiosa, propias de la formación cristiana en general y de la educación eclesiástica en particular.

Es fácil hacerlo. Creemos que es un ejercicio siempre repetido y edificante para vuestras almas el colocar la imagen de la Virgen, que ofrece el pequeño cuadro en líneas muy sencillas y populares, en el gran diseño teológico que le corresponde. Jamás debemos olvidar quién es María a los ojos de Dios: “Meta de los ideales divinos”; no en vano la liturgia y la especulación teológica superponen el delicado perfil de María al majestuoso y misterioso designio de la eterna Sabiduría. No debemos nunca olvidar quién es María en la historia de la salvación; la Madre de Cristo, y por ello, la Madre de Dios, y, por maravillosas relaciones espirituales, la Madre de los creyentes y de los redimidos; la “puerta del cielo”. La visión panorámica de la teología centrada en la humilde “esclava del Señor” no debe nunca desaparecer de nuestra mirada espiritual, si queremos comprender algo verdadero, auténtico, avasallador de la creatura privilegiada sobre la cual se descubre y detiene la trascendencia divina y adquiere realidad humana el Verbo de Dios,

Creemos que es también fácil y obligado dar a la devoción a la Virgen su genuina expresión cultural, antes, pues, de invocarla debemos honrarla. Nuestra piedad, alumna fiel de la tradición, debe conservar su plena expresión objetiva del culto, y de la imitación, antes de disponerse a la imploración en propio consuelo y beneficio. No debemos privar nuestra devoción a María de esta principal y, diremos, desinteresada intención de celebrar en Ella los misterios del Señor, de venerar sus grandezas y sus privilegios; de admirar su bondad, de estudiar sus virtudes y sus ejemplos. El desarrollo moderno de la piedad mariana debe seguir esta senda, que la tradición más antigua y autorizada de la Iglesia propone a la espiritualidad del pueblo cristiano.

De esta forma, honrando a María se llega a descubrir su superlativa función en la economía de la salvación, en especial la de la intercesión; y de esta forma, bajo los, auspicios de San Bernardo, y después de él, de innumerables devotos de la piedad mariana, llegamos a descubrir una relación personal entre la Virgen y cada una de nuestras almas; una relación que cada alma puede hacer de eficacia saludable, siendo al mismo tiempo tributo de honor y amor a María, y fuente de toda clase de gracias para el alma, si es bien comprendida y cultivada.

Creemos que quiere reavivar esto precisamente esta fiesta de la Virgen, madre y confianza, para quien felizmente se atreve a llamarla: “Madre mía, confianza mía”.

Creemos que esta confianza filial y personal con María, este breve, caluroso y siempre renaciente diálogo con la Virgen, este modo de introducir su recuerdo, su pensamiento, su imagen, su, mirada profunda y maternal en la celda de la religión personal, de la piedad íntima y secreta del espíritu, es del todo habitual. Vuestra fiesta lo demuestra. Y bienaventurados vosotros. Pues, como sabéis, la devoción a María, llevada a este grado de interioridad, posee maravillosas virtudes: la protección de la Virgen, la profusión de sus gracias y de su asistencia; y también la de una fidelidad firme y fácil a todos los deberes que lleva consigo la voluntad de Dios y la imitación de Cristo. Es por esta razón una devoción de utilidad pedagógica extraordinaria, por la singular firmeza con que sostiene la voluntad, en la elección de lo mejor, en la constancia del empeño, en la capacidad de sacrificio; y al mismo tiempo, en la vitalidad de sentimientos, ni ambigua ni peligrosa, con que llena de energías interiores, de “frutos del espíritu” al alma devota. La devoción se convierte en fortaleza y poesía.

Y esto, carísimos hijos, nos parece muy hermoso e importante, precisamente para la formación eclesiástica, que está y debe estar marcada por la severidad, la austeridad, la renuncia, cuyas implacables exigencias conocemos. Pero no debe estar falta la formación eclesiástica de esa vivacidad espiritual, que es propia de la gracia y que no sólo es concedida, sino cultivada en el corazón de quien hace del mundo de la gracia su supremo y único interés. Tendréis esta dulce experiencia, queridos hijos, si ponéis todo vuestro corazón en la vocación, y si ante la necesidad, aumentada y acrecentada precisamente por esto, de algunas sublimes ternuras, de total abandono, perdón indulgente, de invencible esperanza, tendréis un sostén suficientemente sólido en la íntima, afectuosa, filial devoción sacerdotal a María: “Mater mea et fiducia mea”.

SANTA MISA EN LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo 23 de febrero de 1964

El Santo Padre , al dar un primer saludo a sus queridos hijos, piensa que algunos de ellos pueden preguntarse por qué los visita. Una primera buena razón sería ver una iglesia nueva, grande y muy bien ubicada, y por eso el Papa ya está complacido con el Vicariato de Roma, con la Obra para la Preservación de la Fe y con la provisión de nuevas iglesias. y con quienes han dado ofrendas, obras e ingenio para tan providente y oportuna construcción -; Pero hay otras razones también.

SALUDOS PATERNALES A TODA LA POBLACIÓN

Vino a rezar con sus queridos hijos, a santificar el tiempo de Cuaresma con ellos, a convencer a todos de que debemos, en este tiempo de preparación para la Pascua, dar a nuestras almas un fervor más intenso, casi alas para levantarse y levantarse dignamente a la celebración. . de los misterios de nuestra redención.

Además, Su Santidad también vino al encuentro de su párroco ya saludarlo, bendecirlo, animarlo, agradecerle; y decirle a todos que lo amen, que lo ayuden, que estén con él, que lo apoyen, que hagan una cosa con su párroco que es párroco en Roma, por lo tanto en la diócesis del Papa, y por lo tanto solidaridad y testimonio público de estima y complacencia.

Junto al párroco, se saluda a quienes comparten su labor pastoral: los coadjutores, los demás sacerdotes que vienen a ayudarlo en el ministerio en un barrio tan nuevo y vasto, y donde ciertamente no falta el trabajo. Todos los que ejercen allí el sagrado ministerio saben que el Papa les agradece este esfuerzo pastoral, los bendice y se acerca cordial y paternalmente a ellos.

Y aquí está el saludo a los feligreses y especialmente a las asociaciones católicas con las muchas banderas, símbolo de organización, de elevados ideales, intenciones y compromiso. A aquellos de todas las edades que se dedican al apostolado, el Papa desea reiterar su agradecido elogio y especial bendición, confiado en que estos grupos asociados al párroco pueden dar una fisonomía espiritual más marcada a la población, a toda la parroquia.

Un saludo a las numerosas Hermanas presentes, y luego a los dos Institutos modernos, renovados pero antiguos de la Roma católica; a los queridos niños del Instituto de Ciegos de Sant'Alessio un recuerdo especial y una gran bendición; y también a los jóvenes de S. Michele, glorioso centro de caridad inscrito en la historia de la caridad en Roma y cuya sede el Papa sabe renovarse, con expresiones modernas muy hermosas y prometedoras. También a las demás comunidades, familias espirituales y religiosas, a toda la población un saludo del Obispo de Roma, feliz de ver una parte conspicua del místico rebaño de la Ciudad Santa.

Pero el motivo más profundo, que determinó la presencia del Papa, es dirigir una exhortación e invitación a los oyentes. El Santo Padre ha venido, podría decir en lenguaje metafórico, para despertarlos. Como la madre despierta a su hijo y le dice: levántate, date prisa; entonces el Papa les dice: despierten, vengan, porque hay necesidad de trabajar, de actuar. La llamada será saludable para alguien, que debe sacudirse del sueño, incluso del letargo, resultado de la pereza y el descuido. Es hora de despertar la conciencia cristiana.

RESPONDIENDO A LA VOCACIÓN CRISTIANA

Es cierto que los queridos niños pudieron contestar: ya nuestra presencia aquí es señal de que estamos despiertos, cristianos practicantes, buenos feligreses. Pues bien, el Papa vino precisamente a animar, en su corazón, este propósito y respuesta a la vocación cristiana. Saben que todo el Evangelio, toda la economía divina que nos ayuda, en nuestra salvación, se perfila en las palabras de la Sagrada Escritura como vocación, llamado, llamado, despertar: « Mira. . . vocacion vestram, fratres», Dirá San Pablo; y lo repite en muchas de sus Cartas. Sí, todo cristiano debe entender que viene un llamado del cielo, un grito, para repetirnos que debemos sacudirnos, que nuestro destino no está solo en la tierra. Al Señor le gusta recordar que nos llama a otro sentido de la vida, a otro destino, a otra forma de ver nuestros días; en una palabra, ser verdaderamente cristiano, tener la noción exacta de las propias responsabilidades.

Debemos enfrentar la realidad. Roma, hace cien años, tenía doscientos mil habitantes: ahora tiene mucho más de dos millones, y han venido de todas partes. No se puede esperar que se nutran completamente de la tradición, de la historia, de la herencia singular de Roma. El entorno tiene una gran influencia en la determinación de nuestros pensamientos y acciones. El Santo Padre pudo darse cuenta de esto en Milán, donde el mismo fenómeno también ocurre en proporciones impresionantes. ¡Cuánta gente excelente llega a las grandes ciudades, especialmente de las tierras del sur! ¡Cuántos buenos trabajadores, leales a las tradiciones religiosas de sus países, devotos, buenos, fieles!

Sin embargo, el urbanismo ejerce una acción deletérea sobre ellos; diluye su fervor, hasta el punto de que se vuelven casi indiferentes, no asisten a la iglesia, ya no escuchan misa, y es mucho -a veces- que bauticen a sus hijos.

LOS MÚLTIPLES RASGOS DE LA FE

A menudo, de hecho, no sólo abandonan sus hábitos religiosos, sino que, peor aún, se declaran no religiosos o incluso antirreligiosos; ya no tienen ningún freno ni siquiera para insultar esa herencia espiritual que antes formaba su dignidad y la riqueza de su alma. Desafortunadamente, este es el caso: simplemente cambie el entorno y se volverá diferente. Incluso cuando nos creemos libres, independientes, mucho es absorbido por el nuevo nivel de vida que no tiene ni los hábitos, ni las formas, ni las instituciones inspiradas en la tradición y las necesidades educativas de la gente. Peor aún: la herencia religiosa y espiritual es la primera en sufrir, ya que muchos la olvidan, la dejan como para asentarse en lo más profundo del alma, y ​​ocurre otra transformación urbana que podría llamarse social. Antes éramos rurales, ahora somos trabajadores; antes de que fuera autónomo,

Todo es un cambio, una transformación; pero en tal evolución, algo bueno en sí mismo, ¿qué queda de la conciencia cristiana, de la relación con Dios?

No es infrecuente que esta relación se vea abrumada, lábil, dudosa, cansada, incierta, ocasional; se produce ese letargo del que hay que sacudirse, para llegar a un despertar, a una conciencia renovada.

En otras ocasiones, un hecho nuevo sofoca las antiguas convicciones religiosas: un barniz cultural derivado de las lecturas de los periódicos, de lo que se ve o se escucha en la radio, en la televisión, en el cine. Son olas, verdaderas tormentas que desbordan las antiguas creencias; y luego se producen cambios profundos en las conciencias de los hombres modernos, especialmente de los jóvenes, que a veces resultan irremediables. En efecto, cuántos piensan hoy: soy suficiente para mí, no necesito a nadie; ¿Para qué sirven la Iglesia, la oración, la fe, la religión? Solo necesito mi trabajo, mi profesión, mi salario, mi auto, mi periódico, mi entretenimiento.

DIOS EL ÚNICO MAESTRO DE LA HUMANIDAD

Ahora bien, si esta mentalidad se difunde, especialmente entre las nuevas generaciones, es una obligación sagrada para quienes, desde el Señor, tienen el mandato de velar por el bien de las almas, se dediquen con amor a convencer a los distraídos para que reflexionen, recuerda su origen y fin último; y recuerden que el Señor mismo enseñó lo que es bueno y lo que es malo; y quiere que todas las facultades de nuestro espíritu estén orientadas y modeladas en sus palabras, los Diez Mandamientos, el Evangelio.

Dios solo es el Amo de la humanidad; Él estableció el código de la vida. El Evangelio es la fuente primaria de nuestra luz: todo lo demás puede ser útil, pero para el alma también puede ser una carga, un obstáculo, un engaño. Además, esa cultura que exterioriza al hombre, obligándolo a la técnica, a una intensa vida exclusivamente económica, con la intención, al parecer, de robar el alma, provoca y produce un vacío que conduce precisamente a la insensibilidad, y al estado de lamentable inconsciencia e incertidumbre. .

Sin embargo, la salvación no está lejos, no es inalcanzable. El Señor Jesús llama a todos los hombres y mujeres, y para cada uno tiene su palabra de vida, su Evangelio. En el nombre de Cristo, el Papa se propone hoy dirigirse uno a uno a quienes lo escuchan, preparando las almas para el necesario encuentro con Cristo. Es un encuentro tan amistoso como siempre, y al mismo tiempo de gran importancia y gravedad. Debe suceder: si fallara, todos serían responsables de ello.

Debemos responder con generosa fuerza y ​​determinación al don de la fe cristiana. No hay nadie que no esté convencido de que el cristianismo no se puede vivir de alguna manera en Roma; o lo vives plenamente o lo traicionas. Por tanto, debemos acogerlo enteramente, con una fidelidad que, si es necesario, esté lista para el sacrificio. Esta es la vocación de Roma y esta debe ser la característica de los ciudadanos romanos.

La Roma cristiana no puede contentarse con los mediocres, con una mente torpe y poco valiente, que se nutre de compromisos o retiros utilitarios. Requiere personas firmes, rectas, conscientes, decididas a responder a un compromiso tan elevado, explícito, obligatorio.

TODA ALMA ESTÉ ATENCIÓN AL ANUNCIO DE CRISTO

El Santo Padre es el intérprete, el heraldo de la invitación y advertencia divinas. No expresa sus pensamientos personales, ni actúa como conclusión de sus propios estudios o investigaciones. Es el eco genuino de la voz de Dios; y con la misma autoridad del Señor proclama: Responde, cree en el Evangelio: la buena noticia, el anuncio de vida que emana de Dios.

Sin embargo, conviene recordar que este anuncio, que también puede asumir la fuerza de un torbellino sobre nosotros, nos deja libres. Cada alma puede elegir; puede decir sí o no; respuesta: quiero o no quiero; Deseo ser cristiano o no.

Por lo tanto, no hay lugar para la inestabilidad o la tibieza: uno no puede detenerse a medias ni entregarse a compromisos oportunistas o viles. Tu tienes que decidir; libertad sí, pero responsabilidad.

Tampoco debe considerarse que un llamamiento tan importante se dirige únicamente a las almas que tienen la vocación especial del sacerdocio o de la vida religiosa. La llamada a la vida cristiana es universal, y en este sentido el Papa quisiera tener más tiempo para decir unas palabras, dulces y graves, en primer lugar a los ancianos, que, habiendo conocido hombres y acontecimientos, tienen más experiencia.

Quisiera recordarles que, muy por encima de tantas enseñanzas volubles y falsas, tantos ídolos y las tretas frenéticas de la presunta sabiduría, solo Cristo vive, solo su verdad permanece. Sobre todo, queremos tener en cuenta a los hombres de estudio, los maestros, los maestros, los que tienen las delicadas funciones de enseñar, dirigir, asesorar.

Así es como el Papa quiere hablar a los padres, a las familias individuales.

Cristo pasa entre nosotros; sube a cada casa para dejarles una palabra de bendición y decirles a todas las familias que deben ser espejo de la Iglesia, del amor que intercede entre Dios y la humanidad; para llegar a ser como pequeños templos; deben conocer a qué cimas de belleza, dignidad, amor, alegría los llama el Señor, y recordar que están llamados a colaborar en el plan de Dios, transformándose en verdaderos cenáculos de caridad y gracia.

LLAMAMIENTO A LOS JÓVENES Y LOS TRABAJADORES

El discurso se vuelve, por tanto, aún más paternal, si cabe, para los jóvenes, de los que el Santo Padre ve un buen grupo delante de él. La hora actual pertenece a los jóvenes: quizás nunca, como en este período de la historia y de la vida social, la juventud ha tenido una misión más decisiva que cumplir. Si los jóvenes son buenos, atrevidos, la sociedad será digna, sagrada y santa; y también próspero y feliz.

Los jóvenes son llamados por la Iglesia, que quiere infundir una gran confianza: tiene una tarea que proponer a su laboriosidad y, al mismo tiempo, puede potenciar sus dones, ennobleciendo lo que piensan y hacen. Que confíen en el párroco, que es su maestro, que se ilusionen con las verdades que les propone: sentirán crecer la fuerza interior y la alegría de ser jóvenes y cristianos.

Pensamiento análogo para los niños, los favoritos del Redentor. En el saludo, en la bendición, en el abrazo del Padre, hay gratitud a Dios por el inestimable don de la inocencia y el ferviente deseo de que, a la sombra de la parroquia, las pequeñas huestes sientan el honor y la alegría. mantener la pureza y la fe durante toda su existencia.

Luego está el vasto mundo del trabajo. Todos somos trabajadores, pero el Sumo Pontífice quisiera saludar especialmente a los trabajadores del brazo, a los que realizan una actividad más intensa, a los que, insertos en la sociedad, se encuentran en un estado de incomodidad hacia los demás, casi los menos considerados, el menos seguro, el menos pagado. Que sepan los queridos trabajadores que la Iglesia los ama, que el cristianismo los eleva, los defiende, quiere encender y sacar de sus almas una sensibilidad espiritual que otros tratan de sofocar y vilipendiar. Al hacer suyos los sufrimientos y las expectativas de todos, la Iglesia repite y demuestra que está con ellos.

A los obreros, el Vicario del Señor Jesús abre los brazos y el corazón para acogerlos y hacerse eco de la misma invitación del Divino Maestro: venid a mí todos los que estáis cansados ​​y atribulados; Tengo el secreto del refrigerio, tengo una palabra de consuelo. La misma palabra de Dios explica lo que es la vida, con dolor que purifica y amor que eleva; qué es la fatiga humana. Cristo -agrega el Papa- tiene el secreto de la salvación y la paz: un don del Señor, que entregó el Evangelio a las manos de su Vicario en la tierra. Jesús tiene una respuesta para cada aspiración; y no es falible. Venid todos, dice Él y os consolaré.

FIESTA DE LA NATIVIDAD DE MARÍA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI DURANTE LA MISA PARA LAS RELIGIOSAS

Martes 8 de septiembre de 1964

Queridas hijas en Cristo:

Es un gran consuelo espiritual para nuestro corazón celebrar la fiesta de la natividad de María con vosotras, buenas y queridas religiosas.

Muchas veces al celebrar nuestras sagradas festividades Nos angustia pensar en la comprensión y participación de los fieles que asisten al rito, teniendo motivos para dudar de que comprendan, de que se encuentren unidos a la oración de la Iglesia, de que gocen plenamente del sentido de los misterios, de las oraciones recitadas, del valor espiritual y moral de todo lo que el culto debía representar para nuestras almas. Este pensamiento, esta duda, ciertamente que no se da en estos momentos. Estamos seguros que todas vosotras estáis junto a Nos dando plenitud de significado y fervor a esta santa misa en honor del nacimiento de María. Y esto por tres razones evidentes que concurren simultáneamente a hacer solemne y memorable la presente ceremonia.

La primera razón Nos obliga a recordar la aparición de la Virgen en el mundo como la llegada de la aurora que precede al sol de la salvación, Cristo Jesús, como el florecimiento sobre la tierra llena del fango de pecado, de la más hermosa flor que haya brotado en el devastado jardín de la humanidad, es decir, el nacimiento de la criatura humana más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición que Dios mismo había dado del hombre al crearlo: imagen de Dios, semejanza de Dios, es decir, belleza suprema, profunda, tan ideal en su esencia y en su forma y tan real en su expresión viviente que deja intuir que tal primera criatura estaba destinada, por un lado, al diálogo, al amor de su Creador en una inefable efusión de la beatísima y beatificante Divinidad y en una abandonada respuesta de poesía y de alegría (como es el "Magnificat” de la Virgen), y por otro lado, destinada al dominio real de la tierra.

Aquello que aparecería y se desvanecería miserablemente en Eva, por un designio de la infinita misericordia —podríamos decir casi que por un propósito de revancha, como el de la artista que, al ver destruida su obra, quiere rehacerla y la reconstruye más hermosa aún y más de acuerdo con su idea creadora—, Dios lo hizo revivir en María: “Con la cooperación del Espíritu Santo la preparaste para que fuera una digna morada de tu Hijo”, como dice la oración, que todas vosotras muy bien conocéis; y hoy, día dedicado al culto de este regalo, de esta obra maestra de Dios, recordemos, admiremos y alegrémonos porque María ha nacido, porque María es nuestra y porque María nos devuelve la figura de la humanidad perfecta en su inmaculada concepción humana, que está plenamente de acuerdo con la misteriosa concepción en la mente divina de la creatura reina del mundo. Y María, como nuevo motivo de gozo, de gozo encantador para nuestras almas, no detiene en Sí nuestra mirada, sino que la invita a mirar más adelante, al milagro de luz, de santidad y de vida que Ella anuncia al nacer y que llevará consigo, Cristo, su Hijo, Hijo de Dios, del que Ella misma todo lo ha recibido. Este es el célebre milagro de gracia que se llama Encarnación y que hoy se nos presagia anticipadamente en María, antorcha portadora de la luz divina, puerta por la que el cielo descenderá a la tierra, madre que da vida humana al Verbo de Dios, nuestra salvación.

Hijas queridas, vosotras ya sabéis todas estas cosas, las meditáis, las celebráis y las imitáis; María nos da para ello el cuadro sublime, en el que triunfa con humildad y gloria sin par. ¿No es un motivo para llenarnos de alegría saber que estáis todas asociadas a este gozo de la Iglesia, a esta glorificación de la Virgen?...

La segunda razón es que celebráis con Nos esta fiesta, delicada e íntima, como una jornada familiar, como un acontecimiento del hogar, que une los corazones por medio de dulces y comunes sentimientos. Es la fiesta de la Madre común y celestial; Nos comprendemos que vuestra devoción se acreciente por el hecho de que hoy la celebréis juntamente con este humilde padre común y terreno, con el Papa. Esta piadosa satisfacción Nos llena de alegría también a Nos, que experimentamos cómo vuestra devoción, cómo vuestra oración y vuestra confianza se unen a la nuestra. Nos parece, queridas y buenas religiosas, que sois esta mañana nuestro ramo de flores con el que nos presentamos a María para expresarle nuestra felicitación —digamos mejor nuestros homenajes— en el día de su cumpleaños.

 Brota en nuestros labios una especie de diálogo infantil: Mira, María, te ofrecemos estas flores; son las flores más bellas de la santa Iglesia; son almas de un solo amor, del amor a tu divino Hijo Jesús, son almas que han crecido verdaderamente en su palabra, y que han dejado todo por seguir solamente a El; lo escuchan, lo imitan, lo sirven, lo siguen, contigo hasta la cruz, y no se lamentan, no tienen miedo, no lloran, más aún, están siempre alegres, son buenas, son santas, estas hijas de la Iglesia de Cristo.

Esperamos que la Virgen Santísima escuche estas sencillas palabras y que se sienta honrada con el ofrecimiento que hoy le hacemos de vosotras; digamos más, de todas las religiosas de la santa Iglesia, y esperamos que las mire a todas, Ella, la bendita entre todas, con sus ojos misericordiosos, que las llene de alegría, que las proteja y las bendiga porque son suyas, y son suyas porque son de la Iglesia.

Creemos que este encuentro resalta de forma particular este aspecto de vuestra vida religiosa, ¿por qué estáis hoy tan contentas de asistir a la santa misa del Papa y de venerar con él a la Virgen Santísima? ¿Y por qué el Papa está también tan contento de teneros con él? Porque sois, decíamos, de la Iglesia; vosotras pertenecéis, y con vínculos de especial adhesión, al cuerpo místico de Cristo, y tenéis un puesto especial en la comunidad eclesiástica, vosotras sois el gozo de la Iglesia, su honor, su belleza, su ejemplo. Y podríamos también añadir: Vosotras sois su fuerza. Sois hijas predilectas de la santa Iglesia por vuestra piedad, por vuestra humildad, por vuestra docilidad y por vuestro espíritu de sacrificio.

Este encuentro debe hacer revivir en vosotras el “sentido de la Iglesia”. A. veces este “sentido de la Iglesia” es menos vivido y cultivado en ciertas familias religiosas por el hecho de vivir apartadas, y encontrar en el círculo de su comunidad todos los objetos de interés inmediato, sabiendo muy poco de cuanto sucede fuera del círculo de sus ocupaciones, a las que están totalmente entregadas; entonces su vida religiosa tiene unos horizontes limitados no sólo en lo que se refiere a las vicisitudes de las cosas de este mundo, sino también en lo que se refiere a la vida de la Iglesia, a sus acontecimientos, a sus ideas y enseñanzas, a sus ardores espirituales, a sus dolores y a sus triunfos.

Esta no es una posición ideal para una religiosa, pues pierde la visión grande y completa del designio divino en nuestra salvación y en nuestra santificación.

No es privilegio permanecer al margen de la Iglesia y construirse una espiritualidad que prescinde de la circulación de la palabra, de la gracia y de la caridad de la comunidad católica de los hermanos en Cristo. Sin quitar a las religiosas su silencio, su recogimiento, su autonomía relativa, el estilo que necesita su forma de vida, deseamos que le sea restituida una participación más directa y más plena en la vida de la Iglesia, especialmente en la liturgia, en la caridad social, en el apostolado moderno en el servicio de los hermanos. Se ha hecho mucho en este sentido, y Nos creemos que ha sido con provecho de la santificación de las religiosas y de la edificación de los fieles.

Recordamos que en Milán precisamente con motivo de esta festividad invitamos a asistir a nuestra misa pontifical a las hermanas de María Niña, en aquella catedral que ciertamente es una de las más hermosas y más grandes del mundo, y que precisamente está dedicada a la Natividad de María; a ninguna de ellas le había pedido su devoción participar en el solemne y espléndido rito en honor de la Natividad de María en la catedral de la ciudad donde tienen su casa-madre y una magnífica red de actividades caritativas; las invitó el arzobispo, y luego vinieron todos los años a la catedral, el 8 de septiembre, un hermoso número, y se sintieron felices aquel día al verse hijas predilectas de la Iglesia, y Nos también al saludarlas durante la homilía y bendecirlas como ejemplares dignas de nuestra benevolencia.

 También recordamos lo edificante que Nos pareció ver en las iglesias de las florecientes comunidades misioneras de Rodesia meridional y de Nigeria, a las hermanas, de diversas familias religiosas, asistir, en sitios reservados a ellas, a las funciones dominicales, siendo motivo de honor para ellas y de gran consuelo y admiración para todos los fieles.

Pues bien, este encuentro, repetimos, servirá para encender en vosotras, como también en todas las almas religiosas femeninas, el amor a la Iglesia y para ponerlas en una comunicación cada vez más estrecha con ella. Gran pensamiento éste, recordadlo, que puede abrir la ventana a la realidad espiritual a la que habéis dedicado la vida. La Iglesia es la obra de salvación establecida por Cristo; gran idea que puede consolar y sostener la modestia y ocultamiento de vuestras ocupaciones; la Iglesia es el reino del Señor, quien a ella pertenece, y quien la sirve, participa en la dignidad, en la fortuna de este reino; gran idea, sí, es que la Iglesia abre a vuestra oblación los caminos por los que puede ser más fecunda en resultados apostólicos, en caridad y en méritos.

Creemos que ha venido el día en que es necesario poner muy alto el honor y hacer mayor la eficacia de la vida religiosa femenina, y que éste puede venir perfeccionando los vínculos que la unen a la de la Iglesia entera. Os tenemos que hacer a este respecto una confidencia: hemos dado las disposiciones necesarias para que también algunas mujeres, calificadas y devotas, asistan como oyentes a muchos solemnes ritos y congregaciones generales de la tercera sesión del Concilio Vaticano II; aquellas congregaciones, decimos, en las que los problemas discutidos pueden especialmente interesar a la vida de la mujer; tendremos de esta forma, por primera vez quizá, presente en un Concilio Ecuménico a algunas, pocas —es evidente—, pero significativas y simbólicas representaciones femeninas; de vosotras las religiosas, las primeras, y luego las de las grandes organizaciones femeninas católicas, para que la mujer sepa lo que la Iglesia honra la dignidad de su ser, de su misión humana y cristiana.

Al paso que Nos alegra daros esta noticia Nos entristece el pensamiento de las muchas manifestaciones de la vida moderna en que la mujer aparece despojada de la altura espiritual y ética, que las mejores costumbres civiles y la elevación a la vocación cristiana le atribuyen, colocándose a un nivel de insensibilidad moral y con frecuencia de licenciosidad pagana; y al paso que le son abiertos los caminos de las experiencias más peligrosas y morbosas, la mujer se ve privada de la verdadera felicidad y amor verdadero que nunca pueden estar separados del sentido sagrado de la vida.

Nos apena también ver a muchas almas femeninas, hechas para cosas altas y generosas, que no saben dar hoy a su vida un sentido pleno y superior, pues les fallan dos coeficientes de plenitud interior: la oración, en su expresión completa, personal y sacramental, y el espíritu de entrega de amor, que sabe dar y que vivifica. Hay almas pobres atormentadas que encuentran falaz remedio en las distracciones exteriores.

Ved ahora el tercer motivo de nuestro gozo espiritual, originado en este encuentro y que viene a consolarnos: es observar en vuestro número y en vuestro fervor que todavía hoy hay almas puras y fuertes que tienen sed de perfección y que no tienen ni temor ni vergüenza a vestir el hábito religioso, el hábito de la consagración total de su vida al Señor.

En verdad también, a este respecto hemos de hacer una doble y no grata observación: que las vocaciones religiosas, también las femeninas, están disminuyendo, y que la Iglesia, como la sociedad profana, tiene una creciente necesidad de estas vocaciones. Es éste uno de los problemas de nuestro tiempo, por cuya solución es preciso trabajar y orar.

Pero detengámonos ahora en la prueba de vitalidad religiosa que vuestra presencia nos ofrece. Agradecemos a la Virgen este consuelo que nos permite entrever su maternal y providencial asistencia a la Iglesia; que nos ofrece el ejemplo de su generosidad cristiana cada vez más floreciente, que nos lleva a pensar en el tesoro de obras buenas a que vuestra vida está consagrada.

Pedimos a la Virgen, por vosotras, que os dé la certeza en la bondad de la elección que habéis realizado; es la mejor, la más difícil y la más fácil a la vez; es la más cercana a la de María Santísima, pues, como la suya, está dirigida por un sencillo y total abandono en la voluntad divina: “Hágase en mí según tu palabra”. Le pediremos que os haga fuertes; la vida religiosa exige hoy fortaleza; quizá ayer fuese el refugio de muchas almas débiles y tímidas; hoy es la palestra de las almas fuertes, constantes y heroicas. Le pediremos, finalmente, que os haga alegres y felices; la vida religiosa, por pobre y austera que sea, no puede ser auténtica más que con la alegría interior. Es lo que os deseamos como recuerdo de este encuentro, pidiéndoos a todas oraciones por el Concilio y por toda la Iglesia al paso que os damos nuestra bendición.

FESTIVIDAD DE LA ASUNCIÓN CON LA POBLACIÓN DE CASTEL GANDOLFO

HOMILIA DE PABLO VI

Sábado, 15 de agosto de 1964

En el Evangelio , el Santo Padre entretiene a la devota audiencia sobre la sagrada fiesta del 15 de agosto, la Asunción de María al cielo, y sobre las enseñanzas que se derivan de ella para la vida cristiana.

En un primer momento, sin embargo, saluda afablemente a los cardenales Pizzarda, obispo de la diócesis de Albano -en cuyo territorio se encuentra Castel Gandolfo-, y de Jorio, que preside la Ciudad del Vaticano; el clero; congregaciones religiosas, tanto de residencia permanente como temporal; los Colegios; toda la población. A ello expresa su placer de poder celebrar la Santa Misa, ya no en la cripta de la iglesia parroquial, como el año pasado, sino en el templo artístico, dignamente restaurado y embellecido. Esto debe ser también un símbolo de renovación espiritual en todos, para que esa corriente de adhesión al Padre de las almas sea cada vez más amplia, que, ya asegurada por la morada común, debe serlo también en el pensamiento, en las obras, en la oración.

SALUDOS Y VOTOS DEL PASTOR SUPREMO

El Sumo Pontífice da otro saludo especial al Alcalde y al equipo municipal: al Director ya los miembros de la administración de las Villas Pontificias, a quienes tanto debe la tranquilidad y el bienestar de su estancia; y, tras un afectuoso pensamiento al recién fallecido párroco, Don Dino Sella, -quien durante muchos años prodigó cuidados y asistencia-, los mejores deseos al nuevo párroco de la parroquia, que ha asumido como deber y propósito el religioso, renovación moral, organizativa de los fieles. Por eso el voto ferviente para él y una bendición para que sus labores sean fructíferas, gracias a los buenos sentimientos y al celo de todos los Castellani. Pero el mayor disfrute espiritual es celebrar enjunto con la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción al Cielo. Es una solemnidad que nos obliga a ser felices. Las otras sagradas recurrencias dedicadas a la Virgen despiertan en nosotros una meditación recogida sobre los diversos momentos de su vida terrena y sobre los misterios de su Divino Hijo Jesús: así la seguimos desde Nazaret y Belén hasta el Calvario, bajo la Cruz, y la consideramos angustias los dolores, los dolores, íntimamente comprendidos al verlos asociados a los días y sufrimientos del Redentor.

Hoy, sin embargo, estamos obligados a alegrarnos, ya que en la alegría más alta se nos presenta la conclusión de una existencia excepcional y privilegiada, con los esplendores de gloria, gozo y triunfo que el Señor quiso dar a esta criatura escogida. Por lo tanto, estamos invitados a honrar a Nuestra Señora haciéndonos eco de la suya: Fecit mihi magna qui potens est , como también nosotros estamos llamados a una inmensa alabanza, que, en el Cielo, los Ángeles y los Santos la rinden alabando una plenitud de comunión con Dios como ninguna otra criatura. .ha logrado.

"TODO EL PUEBLO ME LLAMARÁ BENDITO"

Y aquí estamos, con esta sentida e inefable participación, cumpliendo una profecía de Nuestra Señora: el cumplimiento de una palabra que ella, con una predicción anti-ver, supo expresar, dando a la historia cristiana su dirección y su luz. Está contenido en el Magnificat , la página del Evangelio que se nos propone hoy.

« . . . Beatam me dicent omnes generationes ». Toda la gente me llamará bienaventurada. ¡Con qué entusiasmo nos sumamos a las procesiones humanas de todos los siglos para cantar, con María, su privilegio y su incomparable vocación!

Por lo tanto, la doble pregunta de por qué y cómo surge ante nosotros.debemos llamar a la Beata María SS.ma. Es decir, es necesario estudiar el culto a la Virgen, que ha adquirido un florecimiento providente y consolador, para constituir una de las formas más características de nuestra devoción. ¿Por qué - podemos preguntarnos - debo honrar así a Nuestra Señora? La respuesta es sencilla. El Señor es quien la honra primero; María es la Madre de Cristo; Los designios de Dios la atravesaron; La Providencia ha concentrado en esta Mujer elegida la piedra angular de su proyecto para la salvación del mundo. Nunca profundizaremos lo suficiente en una realidad tan estupenda: ¡lo que Dios ha realizado en María! Al reflexionar sobre el camino elegido por el Señor para redimir a toda la familia humana, nos encontramos inmediatamente dirigiéndonos y refiriéndonos a María Santísima.

Esta premisa es suficiente para hacernos responder exactamente a la segunda pregunta: ¿cómo honrar a Nuestra Señora? La respuesta, aquí hay un primer fundamento, está esencialmente relacionada con la admirable relación de luz y gracia entre el Todopoderoso y la Inmaculada. La gran cantidad y variedad de homenajes que brotan del corazón de la Iglesia para celebrar dignamente a María indican muy bien las líneas que deben guiarnos y que, ciertamente, no disminuyen sino que alentarán cada vez más nuestra piedad.

Todos reconocemos - y precisamente hoy debemos proclamarlo de manera acentuada a nosotros mismos y a los demás - que a María se le debe un culto excepcional y singular. Hiperdulia , el Catecismo la define. Este término explica algo que va mucho más allá de las medidas ordinarias, de modo que nunca podremos satisfacer plenamente nuestro deber de veneración a María, cuyo derecho a tales honores trasciende nuestras fronteras y todas nuestras posibilidades. Nos encontramos, por tanto, ante el precepto religioso, que nos compromete de una manera muy particular.

"AD IESUM PARA MARIAM"

El segundo criterio, que distingue y valida esta devoción, emana del principio fundamental: no debemos separar nunca el culto a María del que debe rendirse a Su Divino Hijo, nuestro Señor Jesús. De lo contrario, sería como querer observar una lámpara independientemente de la luz que lleve consigo. La lámpara es hermosa si tiene luz propia; y la luz de María es Cristo, a quien ella trajo y generó para nosotros. Si disociamos a María de Cristo, el culto a María perdería su razón de ser. Y cómo no debemos nunca separar a María de Jesús, sino ver su dignidad emanar de Cristo mismo, y percibir las razones que la hacen tan singular precisamente en el sublime honor de ser la Madre de Cristo, unida a Él en relaciones vitales, a través de ese es, la Encarnación,

Por alguna mentalidad ingenua, la Virgen es considerada más misericordiosa que el Señor; con juicio infantil llegamos a definir al Señor más severo que Ella; y que debemos acudir a Nuestra Señora ya que, de lo contrario, el Señor nos castiga. Por supuesto: a Nuestra Señora se le ha confiado un oficio de intercesión excluido, pero la fuente de toda bondad es el Señor. Cristo es el único Mediador, la única fuente de gracia. La propia Madonna es un tributo a Cristo por todo lo que posee. Es la Mater divinae gratiae porque la recibe del Señor. Por tanto, es fundamental saber armonizar los dos conceptos: la unión de María con Cristo, unión excepcional, fecunda y hermosa; y la trascendencia de Cristo también con respecto a María. Esto es lo que ella misma proclamó en su canción eterna: "Fecit mihi magna qui potens est, et sanctum Nomen eius ». El poderoso ha mirado la humildad de su sierva: por eso todos los pueblos me llamarán bienaventurada. Nuestra Señora es maestra de humildad también y precisamente en la exaltación de su gloria.

CONFIANZA ILIMITADA PARA LA MADRE

De esto se sigue que nuestra piedad debe ser sancionada y dirigida por la teología, es decir, por la verdad; no por ningún sentimiento, sino por lo que Dios ha establecido. Veremos entonces que nuestra devoción a María se vuelve también grande, admirable y, al mismo tiempo, ordenada, colocada sobre toda la armonía de verdades y realidades que presenta nuestra religión.

¿Es esto fácil? Sin duda lo es, especialmente para aquellos que son dóciles y siguen el camino prescrito por la Iglesia para honrar a María.

Por tanto, recurriremos a tan sublime Madre con todo el entusiasmo y el amor filial de que somos capaces, mostrándole, ante todo, nuestra confianza. ¿Confías en María? - pregunta amablemente el Santo Padre - ¿confías en ella? le cuentas tus preocupaciones, le presentas tus expectativas, tus esperanzas? ¿De verdad la ve como dispensadora de bondad, asistencia, bondad, amistad cristiana?

Pensemos en la indescriptible suerte de poder llamarla Madre: de estar emparentados con Ella. No hay distancia entre María y nosotros; Existe la costumbre que lleva a los niños a acudir a su madre en todo momento y contarle todas las cosas.

Además, será fácil para nosotros honrar a Nuestra Señora de esta manera; y vivos sentiremos el deseo de coordinar nuestra vida lo más posible a su ejemplo.

María es el modelo más perfecto para nosotros, es la santísima. Si nos acercamos a él con fe y ternura, casi veremos los rayos de su belleza y santidad reverberar sobre nosotros. Junto a ella sabremos ser puros, buenos, humanos, mansos, pacientes: toda una poderosa lección evangélica de vida cristiana se presenta ante nosotros si tal es nuestra intención de honrar a la Virgen.

ENTREVISTA DIARIA: ORACIÓN

Finalmente, la conversación, es decir, la oración. Debemos rezar a Nuestra Señora. Bienaventurados somos si somos fieles en rezar bien la popular y espléndida oración del Santo Rosario, que es como batir nuestro aliento cariñoso en la invocación: Ave, María, ave, María, ave María. . .! ¡Nuestra existencia es afortunada si se entrelaza con esta corona de rosas, esta guirnalda de alabanza a María y los misterios de su Divino Hijo! Además, junto al Rosario, otras oraciones marianas que la Iglesia pone en nuestros labios. Por tanto, no debe pasar un día sin que todos los fieles dirijan un saludo, un pensamiento a la Virgen; para atraer, de esta manera, un rayo de sol y esperanza en nuestra vida. 

Decididos y fervientes a la oración, sentiremos, precisamente en esta necesidad de invocación, la indigencia generalizada que tenemos; y sabiendo que estamos apelando a un Corazón de bondad y misericordia inagotables que es el de María, expondremos a ella todas nuestras necesidades, adquiriendo, diría, conocimientos precisamente en la esperanza que enciende la ayuda materna. Muchas personas no se conocen porque ignoran la posibilidad de poder curar sus dolencias. Cuando, por el contrario, vemos ante nosotros la admirable fuente de confianza, laMater spei et mater veniae , entonces te confiamos no solo nuestros deseos personales, sino también los de nuestros hermanos, del mundo, de la Iglesia misma, del pueblo, que tanto ha estado luchando y trabajando, en los últimos años, para traducir su expresión también civilizada en las formas más adecuadas.

LA IGLESIA LA RENOVACIÓN LA UNIDAD LA PAZ

Recemos a Nuestra Señora para que nos ayude - añade Su Santidad - que hay una Madre; que sea Madre del pueblo cristiano, de nuestras familias, de esta parroquia, de nuestros niños y jóvenes, de los que lloran y sufren. Todos deben tratar de estandarizar su existencia, muchas veces humildes y pobres, quizás atribulados, difíciles, a veces aberrantes, a la súplica: obtendrán de la Santísima Virgen la alegría, la luz, la confianza, ya que a través de ella encontrarán a Cristo.

¿Hay, además, intenciones particulares de una oración más insistente? Muchos, por supuesto: los amados oyentes pueden leerlos en el alma del Papa y convertirse así en sus socios en el llamamiento a la Reina celestial. En primer lugar la Iglesia: la gran familia de los cristianos, el Cuerpo Místico de Cristo, la familia de María misma. Es necesario obtener una gran ayuda para la Iglesia, especialmente en el presente período conciliar, para que quienes la gobiernan y también el pueblo cristiano respondan con agilidad, prontitud y generoso fervor, para hacer operativos los acuerdos del Concilio.

De nuevo y siempre reza por la paz. ¡Fíjense cuántas sacudidas todavía tiene la vida de la humanidad y con qué frecuencia nos encontramos en vísperas de algún posible incendio, que podría estallar hasta la ruina y la destrucción total! Es necesario estar justamente ansiosos y vigilantes en la oración, la fuerza, la esperanza.

Deseamos - concluye el Santo Padre - encomendarte otra intención. Sabéis que anoche el presidente de la República Italiana empeoró una y otra vez y que su estado despierta una gran preocupación. Bien, elevemos una oración especial por él también. Le imploramos a Nuestra Señora que, desde el Cielo, ayude a esta persona tan buena y tan digna; y, con el presidente, ayudar y proteger a todo el pueblo italiano.

Recomendamos entonces a la Virgen las familias individuales, las que están en la mente y el corazón de cada uno, con la certeza de que la mirada y la ayuda de María nunca serán buscadas en vano si, en conformidad con la voz de la Iglesia y lo que ella dispone Seguida tan incomparable Madre, la habremos rezado, amado y honrado.

FIESTA DE LA NATIVIDAD DE MARÍA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI
DURANTE LA MISA PARA LAS RELIGIOSAS


Martes 8 de septiembre de 1964

Queridas hijas en Cristo:

Es un gran consuelo espiritual para nuestro corazón celebrar la fiesta de la natividad de María con vosotras, buenas y queridas religiosas.

Muchas veces al celebrar nuestras sagradas festividades Nos angustia pensar en la comprensión y participación de los fieles que asisten al rito, teniendo motivos para dudar de que comprendan, de que se encuentren unidos a la oración de la Iglesia, de que gocen plenamente del sentido de los misterios, de las oraciones recitadas, del valor espiritual y moral de todo lo que el culto debía representar para nuestras almas. Este pensamiento, esta duda, ciertamente que no se da en estos momentos. Estamos seguros que todas vosotras estáis junto a Nos dando plenitud de significado y fervor a esta santa misa en honor del nacimiento de María. Y esto por tres razones evidentes que concurren simultáneamente a hacer solemne y memorable la presente ceremonia.

La primera razón Nos obliga a recordar la aparición de la Virgen en el mundo como la llegada de la aurora que precede al sol de la salvación, Cristo Jesús, como el florecimiento sobre la tierra llena del fango de pecado, de la más hermosa flor que haya brotado en el devastado jardín de la humanidad, es decir, el nacimiento de la criatura humana más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición que Dios mismo había dado del hombre al crearlo: imagen de Dios, semejanza de Dios, es decir, belleza suprema, profunda, tan ideal en su esencia y en su forma y tan real en su expresión viviente que deja intuir que tal primera criatura estaba destinada, por un lado, al diálogo, al amor de su Creador en una inefable efusión de la beatísima y beatificante Divinidad y en una abandonada respuesta de poesía y de alegría (como es el "Magnificat” de la Virgen), y por otro lado, destinada al dominio real de la tierra.

Aquello que aparecería y se desvanecería miserablemente en Eva, por un designio de la infinita misericordia —podríamos decir casi que por un propósito de revancha, como el de la artista que, al ver destruida su obra, quiere rehacerla y la reconstruye más hermosa aún y más de acuerdo con su idea creadora—, Dios lo hizo revivir en María: “Con la cooperación del Espíritu Santo la preparaste para que fuera una digna morada de tu Hijo”, como dice la oración, que todas vosotras muy bien conocéis; y hoy, día dedicado al culto de este regalo, de esta obra maestra de Dios, recordemos, admiremos y alegrémonos porque María ha nacido, porque María es nuestra y porque María nos devuelve la figura de la humanidad perfecta en su inmaculada concepción humana, que está plenamente de acuerdo con la misteriosa concepción en la mente divina de la creatura reina del mundo. Y María, como nuevo motivo de gozo, de gozo encantador para nuestras almas, no detiene en Sí nuestra mirada, sino que la invita a mirar más adelante, al milagro de luz, de santidad y de vida que Ella anuncia al nacer y que llevará consigo, Cristo, su Hijo, Hijo de Dios, del que Ella misma todo lo ha recibido. Este es el célebre milagro de gracia que se llama Encarnación y que hoy se nos presagia anticipadamente en María, antorcha portadora de la luz divina, puerta por la que el cielo descenderá a la tierra, madre que da vida humana al Verbo de Dios, nuestra salvación.

Hijas queridas, vosotras ya sabéis todas estas cosas, las meditáis, las celebráis y las imitáis; María nos da para ello el cuadro sublime, en el que triunfa con humildad y gloria sin par. ¿No es un motivo para llenarnos de alegría saber que estáis todas asociadas a este gozo de la Iglesia, a esta glorificación de la Virgen?...

La segunda razón es que celebráis con Nos esta fiesta, delicada e íntima, como una jornada familiar, como un acontecimiento del hogar, que une los corazones por medio de dulces y comunes sentimientos. Es la fiesta de la Madre común y celestial; Nos comprendemos que vuestra devoción se acreciente por el hecho de que hoy la celebréis juntamente con este humilde padre común y terreno, con el Papa. Esta piadosa satisfacción Nos llena de alegría también a Nos, que experimentamos cómo vuestra devoción, cómo vuestra oración y vuestra confianza se unen a la nuestra. Nos parece, queridas y buenas religiosas, que sois esta mañana nuestro ramo de flores con el que nos presentamos a María para expresarle nuestra felicitación —digamos mejor nuestros homenajes— en el día de su cumpleaños. Brota en nuestros labios una especie de diálogo infantil: Mira, María, te ofrecemos estas flores; son las flores más bellas de la santa Iglesia; son almas de un solo amor, del amor a tu divino Hijo Jesús, son almas que han crecido verdaderamente en su palabra, y que han dejado todo por seguir solamente a El; lo escuchan, lo imitan, lo sirven, lo siguen, contigo hasta la cruz, y no se lamentan, no tienen miedo, no lloran, más aún, están siempre alegres, son buenas, son santas, estas hijas de la Iglesia de Cristo.

Esperamos que la Virgen Santísima escuche estas sencillas palabras y que se sienta honrada con el ofrecimiento que hoy le hacemos de vosotras; digamos más, de todas las religiosas de la santa Iglesia, y esperamos que las mire a todas, Ella, la bendita entre todas, con sus ojos misericordiosos, que las llene de alegría, que las proteja y las bendiga porque son suyas, y son suyas porque son de la Iglesia.

Creemos que este encuentro resalta de forma particular este aspecto de vuestra vida religiosa, ¿por qué estáis hoy tan contentas de asistir a la santa misa del Papa y de venerar con él a la Virgen Santísima? ¿Y por qué el Papa está también tan contento de teneros con él? Porque sois, decíamos, de la Iglesia; vosotras pertenecéis, y con vínculos de especial adhesión, al cuerpo místico de Cristo, y tenéis un puesto especial en la comunidad eclesiástica, vosotras sois el gozo de la Iglesia, su honor, su belleza, su ejemplo. Y podríamos también añadir: Vosotras sois su fuerza. Sois hijas predilectas de la santa Iglesia por vuestra piedad, por vuestra humildad, por vuestra docilidad y por vuestro espíritu de sacrificio.

Este encuentro debe hacer revivir en vosotras el “sentido de la Iglesia”. A. veces este “sentido de la Iglesia” es menos vivido y cultivado en ciertas familias religiosas por el hecho de vivir apartadas, y encontrar en el círculo de su comunidad todos los objetos de interés inmediato, sabiendo muy poco de cuanto sucede fuera del círculo de sus ocupaciones, a las que están totalmente entregadas; entonces su vida religiosa tiene unos horizontes limitados no sólo en lo que se refiere a las vicisitudes de las cosas de este mundo, sino también en lo que se refiere a la vida de la Iglesia, a sus acontecimientos, a sus ideas y enseñanzas, a sus ardores espirituales, a sus dolores y a sus triunfos.

Esta no es una posición ideal para una religiosa, pues pierde la visión grande y completa del designio divino en nuestra salvación y en nuestra santificación.

No es privilegio permanecer al margen de la Iglesia y construirse una espiritualidad que prescinde de la circulación de la palabra, de la gracia y de la caridad de la comunidad católica de los hermanos en Cristo. Sin quitar a las religiosas su silencio, su recogimiento, su autonomía relativa, el estilo que necesita su forma de vida, deseamos que le sea restituida una participación más directa y más plena en la vida de la Iglesia, especialmente en la liturgia, en la caridad social, en el apostolado moderno en el servicio de los hermanos.

Se ha hecho mucho en este sentido, y Nos creemos que ha sido con provecho de la santificación de las religiosas y de la edificación de los fieles. Recordamos que en Milán precisamente con motivo de esta festividad invitamos a asistir a nuestra misa pontifical a las hermanas de María Niña, en aquella catedral que ciertamente es una de las más hermosas y más grandes del mundo, y que precisamente está dedicada a la Natividad de María; a ninguna de ellas le había pedido su devoción participar en el solemne y espléndido rito en honor de la Natividad de María en la catedral de la ciudad donde tienen su casa-madre y una magnífica red de actividades caritativas; las invitó el arzobispo, y luego vinieron todos los años a la catedral, el 8 de septiembre, un hermoso número, y se sintieron felices aquel día al verse hijas predilectas de la Iglesia, y Nos también al saludarlas durante la homilía y bendecirlas como ejemplares dignas de nuestra benevolencia.

También recordamos lo edificante que Nos pareció ver en las iglesias de las florecientes comunidades misioneras de Rodesia meridional y de Nigeria, a las hermanas, de diversas familias religiosas, asistir, en sitios reservados a ellas, a las funciones dominicales, siendo motivo de honor para ellas y de gran consuelo y admiración para todos los fieles.

Pues bien, este encuentro, repetimos, servirá para encender en vosotras, como también en todas las almas religiosas femeninas, el amor a la Iglesia y para ponerlas en una comunicación cada vez más estrecha con ella. Gran pensamiento éste, recordadlo, que puede abrir la ventana a la realidad espiritual a la que habéis dedicado la vida. La Iglesia es la obra de salvación establecida por Cristo; gran idea que puede consolar y sostener la modestia y ocultamiento de vuestras ocupaciones; la Iglesia es el reino del Señor, quien a ella pertenece, y quien la sirve, participa en la dignidad, en la fortuna de este reino; gran idea, sí, es que la Iglesia abre a vuestra oblación los caminos por los que puede ser más fecunda en resultados apostólicos, en caridad y en méritos.

Creemos que ha venido el día en que es necesario poner muy alto el honor y hacer mayor la eficacia de la vida religiosa femenina, y que éste puede venir perfeccionando los vínculos que la unen a la de la Iglesia entera. Os tenemos que hacer a este respecto una confidencia: hemos dado las disposiciones necesarias para que también algunas mujeres, calificadas y devotas, asistan como oyentes a muchos solemnes ritos y congregaciones generales de la tercera sesión del Concilio Vaticano II; aquellas congregaciones, decimos, en las que los problemas discutidos pueden especialmente interesar a la vida de la mujer; tendremos de esta forma, por primera vez quizá, presente en un Concilio Ecuménico a algunas, pocas —es evidente—, pero significativas y simbólicas representaciones femeninas; de vosotras las religiosas, las primeras, y luego las de las grandes organizaciones femeninas católicas, para que la mujer sepa lo que la Iglesia honra la dignidad de su ser, de su misión humana y cristiana.

Al paso que Nos alegra daros esta noticia Nos entristece el pensamiento de las muchas manifestaciones de la vida moderna en que la mujer aparece despojada de la altura espiritual y ética, que las mejores costumbres civiles y la elevación a la vocación cristiana le atribuyen, colocándose a un nivel de insensibilidad moral y con frecuencia de licenciosidad pagana; y al paso que le son abiertos los caminos de las experiencias más peligrosas y morbosas, la mujer se ve privada de la verdadera felicidad y amor verdadero que nunca pueden estar separados del sentido sagrado de la vida.

Nos apena también ver a muchas almas femeninas, hechas para cosas altas y generosas, que no saben dar hoy a su vida un sentido pleno y superior, pues les fallan dos coeficientes de plenitud interior: la oración, en su expresión completa, personal y sacramental, y el espíritu de entrega de amor, que sabe dar y que vivifica. Hay almas pobres atormentadas que encuentran falaz remedio en las distracciones exteriores.

Ved ahora el tercer motivo de nuestro gozo espiritual, originado en este encuentro y que viene a consolarnos: es observar en vuestro número y en vuestro fervor que todavía hoy hay almas puras y fuertes que tienen sed de perfección y que no tienen ni temor ni vergüenza a vestir el hábito religioso, el hábito de la consagración total de su vida al Señor.

En verdad también, a este respecto hemos de hacer una doble y no grata observación: que las vocaciones religiosas, también las femeninas, están disminuyendo, y que la Iglesia, como la sociedad profana, tiene una creciente necesidad de estas vocaciones. Es éste uno de los problemas de nuestro tiempo, por cuya solución es preciso trabajar y orar.

Pero detengámonos ahora en la prueba de vitalidad religiosa que vuestra presencia nos ofrece. Agradecemos a la Virgen este consuelo que nos permite entrever su maternal y providencial asistencia a la Iglesia; que nos ofrece el ejemplo de su generosidad cristiana cada vez más floreciente, que nos lleva a pensar en el tesoro de obras buenas a que vuestra vida está consagrada.

Pedimos a la Virgen, por vosotras, que os dé la certeza en la bondad de la elección que habéis realizado; es la mejor, la más difícil y la más fácil a la vez; es la más cercana a la de María Santísima, pues, como la suya, está dirigida por un sencillo y total abandono en la voluntad divina: “Hágase en mí según tu palabra”. Le pediremos que os haga fuertes; la vida religiosa exige hoy fortaleza; quizá ayer fuese el refugio de muchas almas débiles y tímidas; hoy es la palestra de las almas fuertes, constantes y heroicas. Le pediremos, finalmente, que os haga alegres y felices; la vida religiosa, por pobre y austera que sea, no puede ser auténtica más que con la alegría interior. Es lo que os deseamos como recuerdo de este encuentro, pidiéndoos a todas oraciones por el Concilio y por toda la Iglesia al paso que os damos nuestra bendición.

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Asunción Lunes 15 de agosto de 1966

EN LA MADRE DE CRISTO Y MADRE DE LA IGLESIA EL AUTÉNTICO REFLEXIÓN DE LA PERFECCIÓN DE DIOS

Al inicio de la homilía, el Santo Padre dirige un cordial saludo al Obispo Suburbicarial presente en el sagrado Rito, Cardenal Pizzarda, que a menudo tiene la alegría de encontrarse en este territorio de la diócesis de Albano, en el que el Papa se siente partícipe en el período de su residencia en Castel Gandolfo. El saludo va acompañado de una feliz observación: constatar cómo el Cardenal lleva a cabo su misión, siempre celoso, vigilante y, alabado sea el Señor y agradecido, tan floreciente de salud y frescura. Dios bendiga y valide cada vez más un ministerio tan santo.

Su Santidad, por tanto, desea señalar dos motivos especiales de alegría, derivados del éxito del encuentro religioso. El primero es poder honrar, con una guirnalda de almas, a María Santísima en su gran fiesta de gloria y rendir un homenaje muy ferviente a la Madre de Cristo y nuestra Madre.

Las grandes celebraciones que conciernen al Señor y a la Reina celestial tienen el don inestimable de revelar a nuestra alma tesoros de luz, de verdad, incluso de realidad, que, precisamente con la guía de María, nos hacen comprender mejor los grandes planes de la Redención. .

El segundo motivo de alegría es, para el Papa, dar el saludo paternal, así como al Cardenal Obispo, como lo hizo hace poco, al Obispo sufragáneo, a todo el Clero, empezando por el párroco, que pretende animar y bendecir en su compromiso pastoral; a toda la querida Parroquia con todas las comunidades religiosas que tienen aquí su residencia y ejercen el santo apostolado.

El Santo Padre también saluda a todos los ciudadanos: desde los de las Villas Pontificias con el Señor Director, a los religiosos del Observatorio Vaticano, al Señor Alcalde y a toda la comunidad municipal. Un recordatorio particular para los hermanos sufrientes a los que se refiere el rito sagrado fue una representación considerable.

El encuentro cordial y el encuentro con la Santísima Virgen Asunta al Cielo es la premisa de nuevas gracias y asistencia por parte de su bondad maternal.

UNA GLORIA INCOMENSURABLE

Tras esta premisa, el Santo Padre expone a los oyentes un pensamiento sobre la recurrente fiesta de la Virgen el 15 de agosto. Nosotros - dice el Papa - ni siquiera tenemos la capacidad de imaginar cuál es la gloria de María Santísima en el Cielo. Sí, tratamos de utilizar las expresiones más respetuosas de la verdad, pero nuestras cualidades cognitivas e imaginativas no pueden definir lo que realmente es. De hecho, ni siquiera podemos pensar en la plenitud de vida de este epílogo de los misterios de María en su gloria celestial.

Sabemos que el Señor quiso anticiparles lo que nos prometió a cada uno de nosotros: la resurrección; y dio a su Madre en el Paraíso la plenitud de vida, en cuerpo y alma, que Cristo ya se ha asegurado para sí mismo a la diestra de Dios Padre. Uno permanece absorto y casi deslumbrado por la luz celestial e infinita. Sin embargo, es posible captar algunas notas de consoladora elevación sobre la Virgen, siguiendo el rastro marcado por el Concilio. ¿De qué manera nos presenta, en la exposición de las grandes verdades cristianas, la Santísima Virgen?

Se sabe que la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium , el más importante de todos los documentos, termina con un capítulo sobre la Virgen; ilustra los títulos de derecho a la veneración que le debemos, y los únicos misterios que la acompañan, desde la maravillosa aparición de esta criatura en la historia humana hasta la misión que aún ejerce en el gran plan de salvación.

DOS PREROGATIVAS DE EXCELENTE HONOR

Son numerosos los aspectos con los que nuestra mente está invitada a considerar este incomparable y único ser: Nuestra Señora. El Concilio lo considera particularmente en su doble relación: con Cristo, con la Iglesia.

María es la Madre del Divino Redentor; Ella que lo trajo al mundo, y por tanto María, está asociada al gran misterio de la Encarnación, no de manera episódica, externa y superficial, sino de manera esencial: María es la Madre de Cristo.

Sigue el otro aspecto, diría más difícil de entender, pero tan querido por la piedad cristiana, de las relaciones de María con la Iglesia, coronado por el solemne reconocimiento que Pablo VI tuvo el honor de otorgarle; y es decir: María no es solo la Madre de Cristo; es también la Madre espiritual del Cuerpo Místico de Cristo, es decir, de la Iglesia: ¡ María, Mater Ecclesiae!

Y aquí un aspecto notable, que invita a una reflexión particular, nos lo ofrece el propio Concilio. ¿Qué ve en María? ¿Y qué vamos a ver?

EL EJEMPLO Y MODELO MÁS ALTO

El Concilio se detuvo a contemplar la ejemplaridad de María, su tipicidad.

María es un ejemplo admirable, modelo, espejo. ¿Qué refleja? La perfección misma de Dios. Nuestra Señora puede ser contemplada, honrada y conocida por nosotros como ejemplo, la más alta, más completa, resplandeciente de la Criatura, obra de Dios. Es necesario referirse a un principio tan vital. Hoy el verdadero concepto de hombre parecería perdido. Más que nunca, la humanidad parece decaída, dañada, con el pecado original penetrando todas las ramas, todo el árbol de nuestra vida terrena. Y cuando hacemos estudios en humanos, investigaciones y análisis de este tipo están muy de moda hoy en día, nos encontramos con innumerables imperfecciones, miserias, complejos; aunque elementos nobles y elevados, pero mezclados con profundas carencias. Los santos, los pensadores los han visto y denunciado; los tiempos modernos los ponen en evidencia más clara.

Sin embargo, si aplicamos estos criterios de nuestro estudio a María, ¿qué deducimos? Que la intención divina de hacer del hombre la imagen - nos referimos a la fotografía, la semejanza - de Dios; esta propiedad de reflejar a Dios es perfecta en María. Por tanto, mirando a Nuestra Señora, captamos el reflejo inmediato de una belleza virgen, pura, inocente, inmaculada, nativa, primigenia, que no conoceríamos en su realidad exactamente si no nos hubiera sido entregada esta Criatura cándida. Este es un cántico que meditamos con alegría y con preferencia en la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Pero volvamos a la inefable alegría de la Asunción. El Concilio destaca otro aspecto: el de la imitabilidad de la Virgen, de su figura, de su forma de tipo, hacia la Iglesia, resumiendo frases y conceptos extraídos por los Padres, especialmente de dos, que por razones particulares para el Papa son muy querido - a saber: San Ambrosio, que define Maria typus Ecclesiae , la imagen de la Iglesia; y San Agustín, que repite el mismo concepto con palabras aún más claras e incisivas.

LA MADONNA, IMAGEN DE LA IGLESIA

¿Por qué Nuestra Señora es una imagen de la Iglesia? Mientras tanto, María es miembro de la Iglesia, también es hija de la Iglesia y es parte de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, resume en sí misma todos los dones que el Señor concedió a esta Esposa mística: la Iglesia. Sobre todo, los santos que acabamos de mencionar vieron en la Virgen la virginidad unida a la maternidad. Así como la Iglesia es virgen y madre y genera cristianos con su propiedad mística constituida por la gracia producida por los sacramentos, así María, Virgen y Madre, engendró a Cristo en la carne, por el cual el Verbo de Dios se convirtió en nuestro hermano. Además, la semejanza, la relación entre María y la Iglesia aún puede continuar y mostrar en María toda la perfección adquirida por los santos y por los justos en general.

Encontramos en María, capaz de plenitud suprema, la santidad de la que goza la Iglesia: Ella es, por excelencia, Reina, Espejo de Justicia, Lucero de la Mañana, hacia quien toda la Iglesia se orienta cuando quiere. acentuar la propia vocación elegida para ser siempre y en todas partes enteramente de Cristo.

Esta realidad nos autoriza, incluso nos urge a ver en María todos los aspectos que la hacen maestra para nosotros, y particularmente imitable por nosotros, dice el Concilio, en la fe, la esperanza y la caridad, las virtudes que nos unen a Dios, las virtudes teologales. . María fue perfecta en el vínculo que estas virtudes fundamentales establecen entre Dios y las almas. Y nosotros, mirando a Nuestra Señora, somos efectivamente solicitados e invitados a trabajar con fe: Beata quae credidisti ; tener toda la confianza en Cristo; amarlo como María amó y alabó al Señor: Fecit mihi magna qui potens est .

¿Y todas las demás virtudes humanas que parecen humildes y más accesibles a nuestros pobres pasos errantes en la tierra? Los encontramos en María. El Evangelio, incluso en sus líneas sencillas y sobrias, habla bastante de él para que nuestro entusiasmo y devoción, nuestra intención de imitar a Nuestra Señora, sea convencida, ferviente y resumida en la solemnidad de hoy. Todos queremos ser seguidores, alumnos, niños, discípulos de tanta Madre.

MIRA AL HOMBRE: OBSTÁCULOS QUE SUPERAR

Si desviamos nuestra mirada de Nuestra Señora, encontramos, en este orden de consideraciones, un tropiezo, una objeción. En otras palabras: la pedagogía superior de imitar no suele contar con el consentimiento de la mentalidad moderna. Hoy no quieres imitar. El hombre se declara y quiere ser suficiente en sí mismo, lleno de sí mismo. No pretende preguntar a los demás cómo debe expresarse y cómo comportarse: pretende extraer de su propio ser todo lo que puede formar el objeto de sus aspiraciones. Una frase -que también ha sido muy popular en el ámbito político, suscitando también una acalorada polémica- resume el fenómeno: el hombre moderno tiene el culto a su propia personalidad. Se declara egocéntrico y quiere desarrollarse con todas sus actitudes. Muy a menudo con caprichos, pasiones, instintos, deseos ilícitos, quiere alcanzar una plenitud extraída únicamente de sí mismo, no modelada, no reflejada en algún ejemplo inclinado que dice: aquí está el hombre perfecto, el héroe, el apóstol, el santo. Al contrario, el hombre persiste en considerarse satisfecho sólo con su fuerza y ​​con el genio del desarrollo que cree contenido en su alma.

¿Qué podemos decir al respecto? En primer lugar, es necesario declarar la realidad: no es cierto que el hombre sea feliz consigo mismo y ya no tenga el sentido, el gusto, la necesidad de imitación. De hecho, hay que añadirlo, lo siente excesivamente. Sin duda, la propaganda generalizada para el desarrollo de la personalidad está de moda en nuestro tiempo; pero, al mismo tiempo, y notamos, lamentablemente, en gran parte de nuestra juventud, hay un gregarismo, una frecuencia de imitación, un modelado de los gustos de los demás, una prisa por seguir a los proclamados "astros". , las "Divas", y conforme a los ejemplos que propone la publicidad, con el favor del pueblo, ¡ya veces en qué formas mezquinas e innobles! - arruinar cualquier ambición de afirmación personal. Espectáculo triste: uno casi debería avergonzarse de sentirse atraído por yuxtaposición, consentimiento para personas a las que uno nunca querría llamar por su nombre real; mucho menos, entonces, para recopilar sus características. Sin embargo, existe el fenómeno ilógico. La gente va en busca del tipo, el modelo, la figura; de quien en todo caso personifica una forma de vida.

UNA PEDAGOGÍA DE VIDA SUPERIOR

Esto confirma que la pedagogía de la Iglesia, que propone un ideal, ¡es admirable! - No es una pedagogía anacrónica y fuera de tiempo o inadecuada. En cambio, responde plenamente a las ilimitadas y siempre agudas aspiraciones del corazón moderno. Si le preguntaras a los jóvenes, a todos: ¿no tienes el deseo de belleza, grandeza, dignidad moral, heroísmo, bondad, la interpretación correcta y exhaustiva de la definición de hombre? Sí, sí, esa sería la respuesta; proponemos, todavía queremos estos ideales. Y, entonces, ¿dónde buscarlos? La Iglesia antepone a todas las incalculables expectativas del corazón humano, dirigiendo bien su drama y tormento, la invitación a mirar a la Madre, a Ella que verdaderamente personifica la idea original y auténtica de lo que es el hombre; imagen de Dios. Mira a María - dice el recordatorio materno - que es modelo de la Iglesia y, llena de gracia, contiene en sí todo lo que la Iglesia puede dar. Sea un admirador, sea capaz de escudriñar, al menos con cierto sentimiento, con cierta nostalgia, este ideal puro de humanidad que es Nuestra Señora; levantarte y volverte hacia ella con algunas oraciones.

"¡TE MIRAMOS, O MARÍA!"

Un poco de recuerdo. En el instituto donde el Papa fue a la escuela en su infancia, había un patio, y en la pared principal los educadores, los padres jesuitas, habían colocado una estatua de la Virgen con una inscripción sencilla, popular pero sumamente elocuente. Dijo: María, desde arriba, mira a los niños.

Pues bien, la hermosa frase, el reconocimiento de la mirada que María hace descender sobre nosotros, siempre puede ser acogida, transformada, más aún, en una respuesta voluntaria: ¡Y nosotros, desde abajo, te miramos, oh María!

Apuntar a la Santísima Virgen es verdaderamente un acto consolador y orientador; y confirma en nuestra alma la enseñanza que acabamos de mencionar: fe, esperanza, caridad, las demás virtudes. De esta manera dirige nuestra vida, más allá de los términos de la existencia terrena, hacia lo que estará más allá de los confines del tiempo presente y después del transitorio y efímero escenario humano. María especialmente con esta hermosa fiesta, nos guía hacia este futuro eterno; nos hace añorarlo y verlo; nos da la esperanza, la certeza, el deseo. Apoyados en una realidad tan resplandeciente, sabremos, con una alegría indecible, que nuestra humilde y fatigosa peregrinación terrena, iluminada por María, se transforma en el camino seguro - iter para tutum - hacia el Paraíso.

I ANIVERSARIO DE LA CLAUSURA DEL CONSEJO ECUMÉNICO VATICANO II

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María
Jueves 8 de diciembre de 1966

Cuántos pensamientos abarrotan Nuestro espíritu en esta dulce fiesta de María Inmaculada, en el primer aniversario de la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II, en esta Basílica, que acogió la celebración sobre el sepulcro del Apóstol Pedro, puesto por Cristo como fundamento. de su Iglesia, presente, hoy, las filas de los religiosos de Roma, como para traducir aquí en una imagen de belleza espiritual y reminiscencia bíblica ese Pueblo de Dios, que el Concilio describió y cantó, y al que no aspiramos en vano ¡Sea, mientras la memoria del mundo, en el que estamos, de la historia, que estamos viviendo, dinámica, formidable, tremenda, nunca nos abandone!

EN LOS ESPLENDORES DE LA INMACULADA MARÍA EL HIM A
LA "MATER ECLESIAE"

¡Cuántos pensamientos! Basta con ponerlos en fila, y simplemente presentarlos para su consideración, quien podrá prolongarlos en la meditación, más allá de esta bendita hora, para el futuro, para la vida.

Por tanto, digamos que hoy nuestra piedad honra el misterio de la Inmaculada Concepción de María: el misterio del privilegio, el misterio de la unidad, el misterio de la perfección de María Santísima. María, la única criatura humana, que por designio divino (¡cuánta sabiduría, cuánto amor contiene!), En virtud de los méritos de Cristo, única fuente de nuestra salvación, fue preservada de toda imperfección, de todo contagio de la pecado original, de cada deformación del modelo primitivo de humanidad; por tanto, el único en el que se refleja fielmente la idea creadora de Dios y en el que se realiza la definición intacta y auténtica del hombre: ¡imagen de Dios! Luz, inteligencia, dulzura, profundidad de amor, belleza, en una palabra, están en el rostro pálido e inocente de Nuestra Señora, a quien honramos: ¡ Tota pulchra es, María!Este pensamiento bastaría para embriagar nuestros espíritus, tanto más codiciosos de la belleza humana, cuanto más falsa, más desvergonzada, más deformada, más dolorosa, se nos presenta hoy la apariencia humana en la visión múltiple y casi inquietante de lo figurativo Arte. Quien quiera detenerse en este pensamiento, para restaurar la ciencia de la belleza y descubrir sus relaciones trascendentes, y para la alegría interior y el disfraz exterior, encuentre en María la figura más alta, más verdadera, más típica de la estética humana espiritual. .

A nosotros nos basta ahora devolver a esta fuente purísima nuestra sed de humanidad, buena y bella a la vez, de humanidad, en la que obra la gracia su prodigio regenerador, de humanidad cristiana, en una palabra. Y estamos en Nuestro segundo pensamiento, el que nos recuerda el aniversario del Concilio, que fue un gran discurso sobre esta economía de la salvación, casi un poema.

BRILLA EL CONSEJO ENTRE LOS GRANDES ACONTECIMIENTOS DEL CRISTIANISMO

Un año después comenzamos a comprender mejor su enorme importancia; está inscrito entre los grandes acontecimientos del cristianismo, incluso de la vida religiosa de la humanidad, por su coherencia histórica, por su feliz celebración, por su riqueza doctrinal, por su fecundidad práctica, por su profundidad espiritual, por su apertura universal. No debemos cerrar los ojos ante hechos de esta naturaleza e importancia; no podemos clasificarlo entre las cosas pasadas, cuando en todas direcciones nos sigue, nos estimula, nos ilumina, nos compromete. Por tanto, mientras crece en nuestro espíritu el asombro por su carácter extraordinario y la comprensión por su valor eclesial, de aquí se deriva un primer deber que sentimos: la de agradecer al Señor que nos ha concedido participar y asistir en este gran episodio de sus designios providenciales en la historia de la salvación; y el rito que estamos celebrando, más que simplemente conmemorativo, está destinado a expresar nuestra gratitud al Señor, que guió a su Iglesia a la recién cumplida celebración conciliar.

Un segundo deber sigue al de la gratitud, y éste también nos comprometemos a cumplir de inmediato; y es fidelidad al Concilio. Nos compromete. Tenemos que entenderlo; debemos seguirlo. Y, profesando este propósito de fidelidad a lo que el Concilio nos enseña y prescribe, nos parece que debemos evitar dos posibles errores: el primero, el de suponer que el Concilio Ecuménico Vaticano II representa una ruptura con la tradición doctrinal y disciplinaria que precede. casi como si fuera una novedad tal que hay que compararlo con un descubrimiento impactante, una emancipación subjetiva, que autoriza el desapego, casi una pseudo-liberación, de lo que hasta ayer la Iglesia ha enseñado y profesado con autoridad, y por tanto permite proponer interpretaciones nuevas y arbitrarias del dogma católico, a menudo tomadas prestadas fuera de la ortodoxia inalienable, y para ofrecer expresiones nuevas e intemperantes de la costumbre católica, a menudo tomadas del espíritu del mundo; esto no estaría de acuerdo con la definición histórica y el espíritu auténtico del Concilio, como predijo el Papa Juan XXIII. El Concilio es tan válido como continúa la vida de la Iglesia; no lo interrumpe, no lo deforma, no lo inventa; pero lo confirma, lo desarrolla, lo perfecciona, lo "actualiza".

RIQUEZA DE LECCIONES Y FERTILIDAD PROVIDENCIAL RENOVACIÓN

Y otro error, contrario a la fidelidad que debemos al Concilio, sería el de desconocer la inmensa riqueza de enseñanzas y la providencial fecundidad renovadora que nos llega del propio Concilio. Debemos atribuirle gustosamente la virtud del principio más que la tarea de la conclusión; porque, si es cierto que histórica y materialmente se erige como un epílogo complementario y lógico del Concilio Ecuménico Vaticano I, en realidad también representa un nuevo y original acto de conciencia y vida de la Iglesia de Dios; un acto que se abre a la Iglesia misma, a su desarrollo interior, a las relaciones con los Hermanos aún separados de nosotros, a las relaciones con los seguidores de otras religiones, con el mundo moderno que es - magnífico y complejo, formidable y atormentado -, caminos nuevos y maravillosos.

Y es esta advertencia de la Iglesia viva la que nos recuerda en esta circunstancia, a otro deber para con el Concilio, el de nuestra reforma interior y personal a través de la cual la profesión de la religión cristiana, a la que se refiere todo el Concilio, se hace para cada individuo. fiel una razón sincera de vida, se convierte en un retorno al Evangelio, se convierte en un encuentro con Cristo, se convierte en una lucha por la santidad.

Y aquí estamos con ustedes entonces, Religiosas aquí presentes, Nuestras amadas hijas en Cristo. Nos documentas, con tu vida y hoy, aquí, con tu ayuda, que hay almas en la Iglesia de Dios, que, ante su invitación a hacer de la vida presente una formación perpetua en la santidad, a lo que el Concilio exhorta al Pueblo de Dios. Dios, responde un sí total, un sí absoluto, un sí definitivo; así las almas que, al menos en el fondo, alcanzan una plenitud de sabiduría, generosidad, caridad, que ilumina, que edifica, que conforta, que purifica, que santifica a toda la comunidad eclesial.

SALUDO A LAS ALMAS CONSAGRADAS EN EL GENEROSO SERVICIO DEL SEÑOR

Benditas sois, queridas hijas en Cristo, que habéis asumido este cargo, esta misión en la Iglesia. Ustedes, los humildes y atrevidos seguidores, que se han atrevido todo a seguir, como las mujeres del Evangelio, los pasos apresurados y atrevidos de Cristo; ustedes, los generosos, que han ofrecido no solo sus cosas, sus nombres y sus servicios, sino también sus corazones, sus vidas; vosotras, las vírgenes consagradas, a las que san Ambrosio llama " piae hostias castitatis ", víctimas de la piadosa castidad ( Exhortatio virginitatis , 94), y del amor habéis llenado de holocausto a Cristo; tú, el más piadoso, el orante, el silencioso, el contemplativo, nunca tardo en orar y en tejer una conversación interior con Jesús; vosotras, las solícitas doncellas, vosotras, los argumentosae abejas», Incansable en todos los cuidados, en toda asistencia, en toda piedad humana y cristiana, en toda labor escolar y hospitalaria; vosotros, discípulos y apóstoles, dóciles, sabios y fuertes, que vemos presentes y obrando donde se predica a Cristo, en las actividades caritativas y apostólicas, en las parroquias, en las misiones; tú, por tanto, casi el último, y por tanto tú casi el primero de la comunidad eclesial, seas saludado, bendecido. 

Cantando hoy a Nuestra Señora, la bendita entre todos vosotros, las aclamaciones bíblicas: " Tu gloria Jerusalén, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostra "; Nos parece que vemos descender sobre ustedes estas alabanzas, como si el manto de María los cubriera a todos con su bondad, su belleza, su dignidad, su santidad. ¡Todos sean saludados, sean bendecidos!

Tampoco la cándida visión de este jardín de almas fieles distrae de Nuestro espíritu otro pensamiento, el pensamiento del mundo que nos rodea y al que todos pertenecemos. Dos circunstancias reviven especialmente este pensamiento en nosotros: la Navidad que viene, y la guerra, que en un rincón remoto del mundo, pero doloroso y amenazante para todo el mundo, la guerra que continúa. ¡Qué incompatibles son estos dos términos, estos dos hechos: Navidad y guerra!

LA VERDADERA PAZ LLEVADA POR CRISTO ES OBRA DE LA JUSTICIA

No podemos olvidar, en este momento y en este lugar, que los Padres del Concilio, a punto de dejar Roma, después de años de oración y estudio, quisieron dirigir un saludo respetuoso y una palabra también a "los custodios de poder temporal "para invitarlos a ser promotores del orden y la paz, pidiéndoles, al mismo tiempo, para la Iglesia, la libertad de difundir" en todas partes y sin obstáculos "la" buena nueva de Cristo ". Este Mensaje del Evangelio, "en armonía con las más altas aspiraciones e ideales de la humanidad, brilla en nuestra época de renovado esplendor, ya que proclama bienaventurados a los promotores de la paz, porque serán llamados hijos de Dios" ( Gaudium et Spes , 77 Pass. ). Pero la paz, la verdadera paz que Cristo trajo al mundo "Pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis "( Io . 14, 27) - es obra de la justicia. Sigue siendo - proclama el Concilio Vaticano II, refiriéndose a la definición de san Agustín - el fruto de ese orden que fue impreso en la sociedad humana por su propio Creador, y que puede ser implementado por hombres que aspiran ardientemente a una justicia cada vez mayor. perfecta, fundada en la voluntad decidida de respetar la libertad y la dignidad de los pueblos y las personas ( Gaudium et Spes, 78). 

En cuanto a Nosotros, llamados por Cristo para gobernar su Iglesia, desde el comienzo mismo de Nuestro ministerio apostólico, no hemos descuidado nada para apoyar y promover, en la medida de nuestras posibilidades, la causa de la paz, e invitar insistentemente a las personas a resolver los desacuerdos y diferencias entre naciones a través de negociaciones sinceras y leales, sin que prevalezca ningún egoísmo nacional indebido y ninguna ambición de supremacía, mientras que se debe un profundo respeto a toda la humanidad, ahora tan laboriosamente encaminada hacia una mayor unidad.

Por lo tanto, fue nuestra intención aprovechar este aniversario para renovar nuestra invitación a ambas partes contendientes a que depongan las armas, al menos durante las vacaciones de Navidad, devolviéndoles el sentido moral y religioso que tienen y deben tener ahora universalmente en el mundo. conciencia de la humanidad.

Pero hemos sido parciales, felizmente sesgados, como todos ustedes saben. ¡La tregua de armas en Vietnam, de ambos lados, ya ha sido anunciada! Nuestra voz, tan a menudo llorando y suplicando, se vuelve exultante y agradecida. Queremos gritar nuestra alabanza, nuestro agradecimiento. Sentimos que estamos interpretando el sentimiento del mundo. Enviamos a los líderes responsables, que tienen el mérito de este acto piadoso y caballeresco, la expresión de la complacencia universal.

EL PRÓXIMO TRUCO EN VIETNAM SE TRANSFORMA EN ARMISTIZIO Y POR LO TANTO EN NEGOCIACIONES JUSTAS

Sin embargo, esta suspensión temporal no satisface completamente la expectativa de la humanidad, porque es corta, porque es fugaz, porque permite vislumbrar, con mayor pesar, la reanudación de las hostilidades. Por lo tanto, se nos puede permitir desear que la tregua se convierta en un armisticio, que el armisticio ofrezca la oportunidad de entablar negociaciones leales y que estas conduzcan a la paz. Más que desear: pedir, suplicar. Si, como se anunció, después de la tregua navideña también se concede otra poco después, ¿por qué no concertar una tregua de ambos lados en conflicto entre sí, en un solo espacio de tiempo continuo, para que puedan estar explorando nuevas formas para un comprensión honorífica y resolutiva del conflicto?

Sabemos que esta hipótesis no carece del sufragio de hombres autoritarios; ¿Por qué no debería obtener el apoyo de todos? Como esto sería meritorio y glorioso para todos, sería igualmente grave de responsabilidad y peligros perder la buena oportunidad de superar este doloroso episodio de la historia contemporánea.

Que el Señor no permita que nuestra invitación caiga en oídos sordos, reflejada en la ansiedad, las aspiraciones y los votos de nuestros hermanos cristianos, separados de Nosotros, que, como todos los fieles católicos, desean que el amado pueblo vietnamita vuelva a la tranquilidad y al orden.

Por esto, amadas hijas, las invitamos a levantar nuevas súplicas con nosotros, para que el Señor, dador de todo bien, inspire sabios pensamientos y resoluciones de paz en la mente de los gobernantes, y les dé la fuerza para seguir con valentía el camino. que conducirá al logro de la paz.

Y para que nuestra oración sea más eficaz, encomendemos a la Virgen Inmaculada, Madre de Dios y de los hombres, Reina de la Paz. Ella, que es "signo de esperanza segura y de consuelo para el Pueblo de Dios hasta que llegue el día del Señor" ( Lumen gentium , VIII, 68), interceda ante el trono de su Hijo y obtenga para nosotros que todos los pueblos de la tierra, en justicia, en libertad y en paz, forman una sola familia, que está en los planes del Padre de todos los pueblos.

SANTA MISA EN LA IGLESIA PARROQUIAL DE CASTEL GANDOLFO

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de Nuestra Señora de la Asunción al Cielo
Jueves 15 de agosto de 1968

A sus amados hijos, reunidos con profundo recuerdo en el templo, el Santo Padre recuerda, en primer lugar, que el conocimiento común se valida ahora con el encuentro en la fiesta de la Asunción, que se repite, por la gracia de Dios, cada año. Es ahora la sexta vez que tiene la suerte de saludar, en el día tan solemne para la gloria de María, al pueblo, a la comunidad parroquial de Castel Gandolfo.

ENCUENTRO ANUAL DE CORDIALIDAD PATERNA

Los votos en esta circunstancia son tan buenos y piadosos que merecen ser lanzados también alrededor del altar. Se vuelven, por tanto, sagrados y religiosos, casi una conversación realizada ante Dios y bajo su inspiración y bendición. Son votos que se elevan al cielo y al mismo tiempo invocan la ayuda del Señor, las gracias que necesitamos para ser perfectos fieles, cristianos ejemplares, hombres de nuestro tiempo encaminados a comprender el punto que hoy más llama nuestra mirada y la nuestra. pensamiento ardiente: el cielo.

Pues precisamente en este sublime esplendor contemplamos a María elevada a la cúspide de su triunfo. Y como de una persona colocada en lo alto podemos observar, de la manera más digna, cada detalle de la entidad, a diferencia de cuando está en medio de una multitud, cuando es difícil vislumbrar incluso algún aspecto de ella, - así de María, colocada en lo alto, cerca de Jesús, cerca del trono de Dios, podemos percibir todo el esplendor y el encanto maternal.

En la solemnidad de hoy celebramos la incomparable gloria de Nuestra Señora. Recordamos, durante el año, las fases de su existencia terrena, los misterios, los acontecimientos, que hacen brillar esta vida singular con tantas maravillas y dulzuras, por las que la oración, la acción de gracias y la alabanza son fáciles. Hoy es un compendio del conjunto: y nos gustaría quedarnos con la mirada y el alma suspendidos en una admiración, por todo consoladora, embriagadora.

Es una alegría intensa intercambiar saludos en su gloriosa presencia. El Papa, por tanto, se regocija con toda la población que lo escucha, feliz de sentirse, al menos una vez al año, como partícipe de una familia parroquial elegida. Por tanto, expresa una intensa satisfacción por la vida religiosa en Castello - dirige un elogio al celoso párroco y a quienes le ayudan - que se desprende de varios elementos positivos, con verdadero vigor de espiritualidad.

En este punto, los saludos especiales llegan espontáneamente: al Lord Mayor; a Monseñor Obispo de Albano, que tiene la bondad de unirse a la celebración; a los vacacionistas; a la población permanente; al Director de las Villas Pontificias.

MARÍA EN LA CIMA DE LA CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA "LUMEN GENTIUM "

Y ahora una pregunta: ¿cuál es el motivo del encuentro devoto que nosotros, tratando de elevarnos a sentimientos superiores, deseamos conocer?

Fijando la mente y el corazón en María Santísima Asunta al Cielo, una consideración inmediata recuerda nuestro intelecto. Es el mismo señalado por el Concilio, en su apología, en el espléndido capítulo de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, " Lumen gentium ", donde se coloca a la Virgen, en la sección final del Documento, como en la cumbre de toda la doctrina sobre la Iglesia. María, dice el Concilio, es el Tipo, es decir, el ideal, el ejemplo, el modelo de Iglesia.

"La Iglesia - leemos en la citada Constitución Dogmática sobre la Iglesia (cap. III, n. 65) - pensando en ella con piedad filial y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, con veneración penetra más profundamente en las alturas misterio de la Encarnación y ella se va conformando cada vez más con su Esposo. María, de hecho, que, a través de su participación íntima en la historia de la salvación, reúne, por así decirlo, y reverbera los datos máximos del. la fe, tal como se predica y se honra, llama a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. 

A su vez, la Iglesia, mientras persigue la gloria de Cristo, se parece más a su sublime figura ( Typus), progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad y en todo buscando y siguiendo la voluntad divina. Por eso también en su obra apostólica la Iglesia mira con razón a ella, que engendró a Cristo, concebido precisamente por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen para nacer y crecer también en el corazón de los fieles por la Iglesia. De hecho, la Virgen en su vida fue modelo de ese amor maternal, que debe ser animado por todos los que cooperan en la misión apostólica de la Iglesia en la regeneración de los hombres ”.

ENTENDIENDO LA SUBLIME INCOMPARABLE SANTIDAD

El anuncio de las mismas verdades se hizo poco antes: "La Santísima Virgen, por el don y oficio de la maternidad divina que la une al Hijo Redentor, y por sus gracias y funciones singulares, está también íntimamente unida a la Iglesia: la La Madre de Dios es figura de la Iglesia, como ya enseñó san Ambrosio, en el orden de la fe, la caridad y la perfecta unión con Cristo ”( ibid . N. 63).

Nuestra Señora, por tanto, representa el ideal al que deben dirigirse nuestros pensamientos, nuestra devoción y, además, nuestra voluntad de recibir dones misericordiosos de ella.

¿Qué le pedimos a Nuestra Señora? La gracia de hacernos comprender su sublime santidad, los privilegios con que Dios la otorgó, su experiencia en la historia evangélica; y poder, de alguna manera, imitar, absorber una pequeña parte de tanta riqueza. En una palabra, nos gustaría que su luz se reflejara sobre nosotros; es decir, fue un ejemplo para la Iglesia que somos.

Todo esto se puede implementar con dos tipos de consideraciones. En primer lugar, Nuestra Señora es el ejemplo de la Iglesia, porque todo el bien que florece en la Iglesia se resume en María: y en ella se encuentra con plenitud de gracia y perfección. Nuestra Señora contiene en sí misma toda la santidad, toda la belleza, toda la providencia que nosotros, estudiando la Iglesia, encontraremos difundida en esta prodigiosa institución que el Señor quiso para continuar su obra redentora. Lo que se llama el Misterio, es decir el plan, el plan de Dios, la idea que el Señor tenía de nuestra salvación, se encuentra, en su grado principal, superior, concreto en María Santísima.

¿Qué, de hecho, logra la Iglesia siguiendo el ejemplo de Nuestra Señora? ¿Qué hizo Nuestra Señora? Él generó a Cristo; dio a Cristo al mundo. ¿Y qué debe hacer la Iglesia? Debe y quiere generar nuevos cristianos y hacer verdaderamente a los hombres y mujeres hijos y hermanos de Cristo. Lo que la Iglesia hace en cada hombre, Nuestra Señora lo ha realizado en su Hijo. Y llamamos Madre a la Iglesia precisamente porque ella nos genera en el orden sobrenatural - y los santos lo afirman con gran entusiasmo - de la misma manera en que María generó a Cristo el Señor.

LA UNIÓN DE MARÍA Y LA IGLESIA A CRISTO

Nuestra Señora era Madre y Virgen. La Iglesia es también la Madre, que nos genera a todos no por virtud humana, sino por el don sublime del Espíritu Santo; y, al parecer, con una virginidad de ministerio.

De nuevo: podemos considerar cómo la Iglesia está unida a Cristo. Ella es, debe ser como Nuestra Señora se unió a Jesús. Ella, la Santa, sólo tenía un ideal, un amor, un plan: toda su vida se resume en la devoción devota y en la consagración ilimitada a Jesús. Debe decirse de la Iglesia, que no tiene otro propósito, ningún otro amor, ningún propósito diferente o programa diferente que traer a Cristo al mundo.

La comparación podría continuar: pero todo se explica recordando que la Santísima Virgen desde su lugar, junto al Corazón del Salvador donde está en el Cielo, nos arroja una luz de ejemplo. Resume nuestra vida cristiana y nos hace pensar tanto en la Madre como en la belleza que siempre debe estar frente a nosotros. Los misterios de la vida de Nuestra Señora se convierten en los misterios de nuestra vida cuando compartimos la de la Iglesia. Si somos verdaderamente fieles a la Iglesia, obtenemos en nosotros algo de la belleza y misión de María Santísima.

"BENDITO QUAE CREDIDISTI"

De otra manera, entonces, la Virgen es nuestro "Typus", nuestro modelo. Por sus virtudes, por la experiencia que nos da su camino evangélico en esta tierra. Basta mirar un poco con el lente, no de magnificación, sino de precisión, de la piedad cristiana, las pocas cosas admirables que el Evangelio nos recuerda a la Madre de Jesús, las inmensas e infranqueables distancias entre Dios y el hombre. « Magnificat anima mea Dominum. . . ". Porque ella miró la pequeñez de su sierva, ¡el Señor me hizo muchas y grandes cosas! Este enfoque - que podríamos llamar filosófico - de nuestro presentarnos a Dios lo enseña María con sencillez, maestría y superación, en grado maravilloso, de las cosas y acontecimientos materiales.

Vemos en Nuestra Señora una pureza incomparable. ¡Qué sublime franqueza! El mundo ha perdido el concepto de inmaculada concepción, porque los hombres llevan dentro de sí el desequilibrio, la disfunción, la discordia del pecado original. En cambio, qué estupenda realidad es la de una criatura que conserva la belleza primigenia, dada por el Señor al hombre, cuando lo creó a su imagen y semejanza. Qué armonía, qué claridad y poesía en María, en la que espíritu y naturaleza, instintos y facultades, todos los elementos convergen en un equilibrio de perfección: un reflejo evidente de Dios. La Santísima Virgen en todas sus manifestaciones nos muestra las virtudes, que nos esforzamos por adquirir y ejercitar, mientras en Ella se manifiestan en un grado perfecto. Pobreza, obediencia, mansedumbre, mansedumbre, especialmente caridad:

Él creyó. « Bendito, quae credidisti. . . Dice Elisabetta, saludándola. Oh bendito, que has creído, que has aceptado la voluntad del Todopoderoso. Tu alma se ha adherido a su palabra. Has aceptado la realidad que el Señor ha establecido para introducir en el mundo; ¡Has sido fiel!

Aquí está la lección interminable que nos ofrece la Madre de Dios.

Por lo tanto, mientras celebramos su gloria, intentaremos acercar el modelo sublime a nuestra experiencia cotidiana. Incluso quienes se hacen pasar por inescrupulosos y secularizados sienten la nostalgia de una belleza ideal, especialmente después de las decepciones de ciertos ídolos, citados como obras maestras, mientras que son miserables fantasmas. Los periódicos, los libros, la literatura, los espectáculos están llenos de ellos. Por tanto, es necesario levantar la mirada, como siempre lo ha hecho el pueblo cristiano; busca a la Virgen; y de ella para sacar la lección de la vida.

Santa María es nuestra Madre y nuestra Maestra: nos enseña cómo debemos vivir. Si en nuestras contingencias y adversidades miramos a María, inmediatamente sentimos una inspiración providente: sed pacientes, buenos, caritativos; comportarse así; sufres de buena gana; presenta tus dolores al Señor como yo los he ofrecido. Siempre ten esperanza; siempre el amor; da a tu vida el auténtico significado de estar dedicado a Cristo y recibir de él la salvación.

ELLA NOS AYUDA E INSPIRA; NOS GUÍA Y PROTEGE

Todas estas son lecciones elementales que nadie puede ignorar. Todos podemos darles la bienvenida siempre que cultivemos una sincera devoción a la Virgen Inmaculada.

Y hoy que lo contemplamos tan alto, tan lejos de nosotros, sentimos en cambio que es precisamente esta luz benigna, derramada por ella, lo que nos ayuda a acercarlo. Nuestra Señora no es sólo nuestra Madre y Reina: es una hermana, es una compañera; ella también era ciudadana de esta tierra; ha recorrido nuestros mismos caminos y, más que nadie, conoce la gravedad, la pesadez de la existencia de la vasta familia humana, golpeada por tantas dolencias, y destinada a la penitencia, santificando el dolor, la esperanza que casi debe liberarnos de las cosas externas. , para que los supremos sean amados.

El Santo Padre desea a los hijos amados que lo escuchan que tengan una verdadera devoción a Nuestra Señora y que siempre piensen en Ella con una intención reflexiva: qué haría María; ¿Qué me enseña y proyecta en mi vida? Entonces veremos una luz ilimitada de bondad, confianza y alegría guiando todos nuestros pasos.

Que cada uno intente repetir el « Hola, Reina. . . Y hacer una pausa en el antecedente que completa el confiado llamamiento: " Vita, dulcedo et spes nostra, salve ". Oh María, virtud, dulzura, esperanza nuestra, te saludamos.

Tenga estos sentimientos - concluye Su Santidad - en su corazón y alma; y encontrarás tu vida elevada, purificada, hecha cristiana, como te deseamos paternalmente: ahora celebrando la Santa Misa para ti, y luego confirmando Nuestros votos con la Bendición Apostólica.

SANTA MISA EN EL PRIMER CENTENARIO DE ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María
Domingo 8 de diciembre de 1968

ENERGÍAS ESPIRITUALES PARA UNA NUEVA FORMA ARDUE

Queridos hijos.

Hay tres pensamientos que ocupan nuestro espíritu en este momento: la celebración de la fiesta de María Inmaculada, la conmemoración del centenario de la Acción Católica en Italia y el tercer año desde la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II; y cada uno de estos temas ofrece inmensos cuadros de meditación; inmensa y diferente, pero no tan heterogénea como para impedir que nuestra atención las contemple juntas, como si una se superpusiera a la otra en distintas distancias y en una única perspectiva. Que el breve recuerdo que ahora hacemos de él sirva a nuestra presente liturgia de la palabra, para despertar en cada uno de nosotros esas disposiciones de alma que dan expresión lírica y viva a nuestra oración,

EJEMPLARIDAD Y PROTECCIÓN DEL "TOTA PULCHRA"

La Virgen, la Virgen Inmaculada, domina la escena desde arriba. ¿Qué diremos que sea menos indigno de tal visión? Pararemos la discusión en una sola consideración, cuando cien ideas, como chispas de un solo fuego, quisieran recordar y feliz mención. La consideración que elegimos ahora es la de la ejemplaridad de María. Una ejemplaridad que se refleja en toda la Iglesia y constituye su modelo perfecto. Sí, la belleza de la Iglesia tal como la concibió Cristo y la describe el Apóstol, como la de una Esposa espléndida, gloriosa, intacta, santa e inmaculada ( Efesios 5, 27), tiene su expresión sublime en María; en María, a quien el Concilio, haciendo suya la palabra de San Ambrosio, llama « Ecclesiae typus», Diseño típico de la Iglesia, y esto principalmente en el orden de las virtudes teologales, de esas misteriosas disposiciones sobrenaturales del alma, que la capacitan para la comunión con Dios (cf. Lumen gentium , 63); para que nosotros, que hoy tenemos tanto vivo y estimulante "el sentido de la Iglesia", y remitimos siempre a la Iglesia nuestro pensamiento de renovación cristiana, estamos más invitados que nunca a mirar a María, que, como dice san Agustín, " Refleja en sí misma la confianza de la Santa Iglesia "( De Symbolo ad catech . 1; PL 40, 661): María exquisitamente perfecta, la Iglesia en el arduo camino de la perfección.

MARÍA NOS ENSEÑA A SER VERDADEROS Y SANTOS CRISTIANOS

No deja de tener importancia práctica el hecho, mucho más deseado por el designio divino del Evangelio que por nuestra devoción imaginativa, de tener ante nosotros una imagen, tanto real como ideal, de una humanidad de tanta perfección, de tanta belleza, de tanta inocencia, tanta armonía interior, y tanta, grande y humilde, majestad exterior. No en vano la liturgia pone acentos de entusiasmo lírico y poesía incomparable en nuestros labios: Tota pulchra es, Maria; es el grito de esta festividad. Corrige y apoya nuestro pesimismo, inoculado en nosotros por demasiadas experiencias de la vida moderna, sobre la posibilidad de una verdadera pureza humana, de una verdadera inocencia de corazón y miembros, de cuya inocencia el niño nos da un perfil natural encantador, pero que él mismo, convirtiéndose en hombre, ya no lo deja mostrar; María nos ofrece la dulce luz de una integridad victoriosa, "siempre virgen". Tota pulchra : María nos muestra cómo la belleza y la bondad, el atractivo y la virtud, tan a menudo inconexos en las personas presentadas para la admiración pública, se unen en cambio en ella con una armonía única, nunca perturbada en ella. Tota pulchra: en ella los términos más sagrados y también más contaminados de nuestra vida humana: amor, mujer, virgen, madre, alegría, dolor, silencio de interioridad, voz del canto piadoso y libre. . . retoman su significado auténtico y primordial; todo es nuevo, todo es santo en esta criatura, cuya perfección parece alejarla sin comparación con nosotros, y cuya misión en cambio la acerca a nosotros como hermana, como madre, como esperanza accesible a todos.

¡Hermanos e hijos! No deja de ser importante, repetimos, que la figura de la Virgen Inmaculada domine el camino de los buscadores, como nosotros, del reino de Dios: lo ilumina, sostiene nuestros pasos, nos enseña, con la realidad de su ejemplo, que también nosotros, con la ayuda del Señor, tenemos la capacidad de ser cristianos verdaderos y santos; ella nos consuela a atrevernos, a esperar; no solo tenemos el deber, tenemos la posibilidad. Nuestro idealismo cristiano adquiere una fuerza de realización en la medida en que la fascinación del culto mariano nos atrae hacia la imitación y la gracia de Cristo.

EL PRESENTE Y EL FUTURO DE LA ACCIÓN CATÓLICA

Este es el primer pensamiento, que nos introduce en el segundo, la conmemoración del centenario de la Acción Católica en Italia. No miraremos al pasado en este momento. Otros han recordado de manera excelente esta vista retrospectiva. Miramos al presente y al futuro.

Del pasado sólo sacaremos el consuelo de la coherencia sustancial y rectilínea, que la revive en la definición final que se ha ganado la Acción Católica y que el Concilio ha canonizado en cierto sentido y ahora inserta en el diseño constitucional y programa operativo de la Iglesia. La Acción Católica es una actividad, es un organismo de los laicos. ¡Saludos a ustedes, laicos católicos, que en la Iglesia de Dios asumen un lugar de especial protagonismo y una función de particular eficacia! Dotado y consciente de la personalidad sobrenatural propia de los fieles que componen el Pueblo de Dios, no te bastaba con que se te concediera la incomparable y común dignidad cristiana y la inestimable fortuna de pertenecer a la Iglesia católica; querías ser miembros vivos y trabajadores. En medio de la multitud de hermanos indiferentes, apático, distraído, lleno de ocupaciones temporales, quizás temeroso de parecer intolerantes o fanáticos, o atestiguado de posiciones críticas y polémicas, en fin, ausente del campo organizado de la milicia espiritual católica, has sentido la obligación de afirmar ante todo tu de carácter creyente, ha tratado de tomar conciencia de las necesidades internas de la comunidad eclesial, ha sentido las dolorosas condiciones religiosas, morales y sociales de la sociedad circundante, y se ha preguntado si le corresponde hacer algo por la causa de Cristo y por la construcción nunca terminada de la Iglesia; y luego con una respuesta, que nació en el interior como un deber imperativo, como una vocación reveladora, dijiste: sí; un católico no puede ser inerte, insensible, pasivo y cobarde; e hiciste algo de acción, tu uniforme de acción católica. Ustedes eran laicos y seguían siendo laicos.

LIBERTAD DE OFRECER SEGURIDAD DE COMPROMISO

¿Quién te llamó? Nadie. Entonces vinieron muchas exhortaciones, ¡y cuán autorizadas! Pero el movimiento fue espontáneo al principio y siguió siéndolo. Lo que significa que es un movimiento formado por hombres libres. Si una orden le da disciplina y coherencia, esto no cambia el carácter libre y voluntario de sus miembros. La Acción Católica es una actividad opcional. Si éste, si es uno de sus límites, uno de sus signos y uno de sus méritos, es ante todo uno de sus méritos, el de la gratuidad, es decir, del amor en la raíz de su realización.

Libertad de oferta, pero seriedad de compromiso. La Acción Católica no fue ni es un entusiasmo efímero, una empresa de aficionados: fue y es un verdadero don, un serio sacrificio, un servicio permanente. De ahí surgió otro personaje, el de la organización. Carácter madurado precisamente por la relativa estabilidad del compromiso, por la multiplicación de adherentes, por la necesidad de un programa ordenado y eficiente, por una metodología sociológica, ciertamente no un fin en sí mismo, ni rígido en marcos y formas inmutables, pero indispensable para el desarrollo. Tareas formativas, como las apostólicas, que propone el movimiento: acción y unión es el binomio que define este movimiento de laicos en este punto, que no es el último.

"ORACIÓN - ACCIÓN - SACRIFICIO"

Se produce un nuevo punto, y es el que más califica a la Acción Católica: su relación con la comunidad eclesial; relación que se expresa progresivamente en colaboración con la Jerarquía de la Iglesia, es decir, con la autoridad pastoral, a la que se encomienda la promoción, orientación y santificación de la propia comunidad. La Acción Católica ha hecho de esta relación de cualificada colaboración con los Pastores de la Iglesia su nota distintiva, su razón de ser. No jactancia, no prestigio, no ventaja; pero servicio. No servidumbre, sino corresponsabilidad. No clericalismo, sino apostolado. No intrusión, sino obediencia. No burocracia, sino caridad; la caridad vivida en la forma eclesial más alta, más auténtica, más desinteresada, más eficaz, y aún más meritoria.

Entre las muchas formas encomiables en las que la alegría asociativa, formativa y operativa de los católicos puede tener lugar dentro de la Iglesia y en torno a ella, esta de Acción Católica ha aspirado a la que está más vinculada y más disponible a la Jerarquía, no tener en primer lugar, pero se podría decir que no tiene ninguno propio, pero que acepta con filial disposición lo que, por un lado, la Jerarquía misma, en el contexto de la utilidad general de la pastoral, juzga más conveniente, y, por otro lado, que la necesidad de tiempos y ambientes resulta destapada, atractiva o ingrata.

¡Oh! qué bonito es, queridos hijos, este análisis de la realidad que sois, y que nos lleva a señalar una última nota de vuestra gran asociación, la nota de una intencionada y completa solidaridad con la Iglesia, la nota de fin general. a quien pretendes ofrecer tu obra, la nota del fin total, el fin global, como ahora se dice. Aceptas a tu costa las necesidades de la Iglesia, sin elegir, cuáles son; sus responsabilidades, sin distinguir las suyas de ellas; su impopularidad y sus adversidades (si es necesario), sin protegerlo ni siquiera de las razones justas para la desvinculación. ¿Eres porque? el tejido conjuntivo más resistente de la comunidad eclesial, realizas el grado de comunión más pleno e intenso, al que tienen acceso los fieles laicos; eres el más cercano a su oración, el más comprometido con la acción apostólica, el más asociado al sacrificio , que siempre conlleva el advenimiento del reino de Dios.

LA PROMOCIÓN DE LOS LAICOS CATÓLICOS, SEGÚN EL CONSEJO

Han salido a Nuestros labios las tres célebres palabras - oración, acción, sacrificio - en las que se ha sintetizado el espíritu y el programa ascético de la Acción Juvenil Católica a lo largo del siglo pasado, del que luego han brotado las otras ramas; y su venerada antigüedad suscita en Nuestra alma una pregunta, como ciertamente lo hace en la vuestra: ¿no son palabras viejas, formas anticuadas, fórmulas aburridas, esas de las que hablamos? ¿No se necesita hoy una renovación radical, que disuelva las filas de la organización secular, permitiendo que surjan por sí mismas nuevas formas de vida comunitaria? La pregunta es seria, y requeriría una respuesta larga, ajena a la celebración que estamos teniendo; y no queremos prejuzgar con juicios apresurados los nuevos y diversos fenómenos de la vida católica, a los que también miramos con respeto e interés paternal.

En cambio, nos basta recordar, en el aniversario anual del fin del Concilio, lo que sugiere a nuestra reflexión actual; y este es el tercer pensamiento que os presentamos y que más que otros concierne al futuro de la Acción Católica.

UN MANDATO ECLESIAL DE PRIMARIA IMPORTANCIA

¿Vivirá la Acción Católica, sobrevivirá? ¿Tiene futuro por delante? ¿Está cerrado el ciclo de su función?

Dijimos: en cien años de vida has madurado tu definición esencial; ahora está dotado de un mandato eclesial, al que sería una cobardía renunciar; eres rico en ejemplos, tradiciones, experiencias, que no son ya una carga para llevar, sino un motor que te lleva; también tienes una presentación en el mundo nacional circundante, que siempre debe abrir el camino a la estima y la simpatía; citamos una frase de nuestro venerable predecesor Pío XII, extraída de la promulgación de sus Estatutos: «Quisiéramos. . . - Escribió - que todo el pueblo tenía que reconocer en la Acción Católica, no un círculo cerrado de personas iniciadas en ideales exclusivos, o más bien un instrumento de lucha estéril, o de conquista ambiciosa, sino más bien una hueste amiga de ciudadanos, que han hecho suya la intención materna de la Iglesia de redimir a todos y garantizar a la sociedad la levadura insustituible de la verdadera civilización ”. Y finalmente, y además, tienes los textos conciliares, que te dan un reconocimiento que ya no es ocasional y marginal en el apostolado de la Iglesia, sino que está directamente insertado y orgánicamente funcional en él. ¿Cómo podría un laicado católico, consciente de la promoción que le atribuye el reciente Concilio, considerarse exento de su cualificado compromiso apostólico, ¿Cuándo se codifica para él una plenitud más explícita de sus títulos eclesiales en los documentos del propio Concilio? ¿Podrá la Iglesia en Italia quedarse sin un Laicado organizado como complemento y al servicio de su misión apostólica? ¿Quién mejor que tú puede ayudar a cualquier otra buena iniciativa dirigida a difundir y defender los principios cristianos? ¿Está nuestra sociedad tan penetrada ahora por estos principios que ya no necesita su activismo inteligente, o es tan resistente a su afirmación explícita y coherente como para forzar el abandono de su testimonio franco y metódico?

SERVICIO CONSTANTE AL PRÓJIMO Y DEFENSA DE LA VERDAD

Vuestra presencia, queridos hijos, responde ya que estáis convencidos de la necesidad de vuestro apostolado en su conjunto en la comunidad eclesial y que estáis dispuestos a retomar el camino hacia el nuevo servicio que os confía la Iglesia y que las condiciones de nuestro tiempo, lejos de demostrarlo, anticuado y superfluo, parece aún más urgente invocarlo. Ciertamente, también será necesaria una "actualización" apropiada en sus estructuras organizativas; Seguramente quedará en ellos la impronta fundamental de la fidelidad y el servicio, se les otorgará una mayor autonomía en el ejercicio de las responsabilidades que la confianza puede permitir hoy a un Laicado maduro, y al mismo tiempo la colaboración con la Jerarquía en las funciones propias del laico. La Acción Católica volverá a ser joven,

Pero recuerde siempre la autenticidad religiosa y espiritual de su movimiento. No te desvíes nunca de la fuente de la Acción Católica, es decir, de una vida profundamente imbuida de la palabra y la gracia de Cristo; volver continuamente a los principios internos que le aseguran una conciencia clara y fuerte de su personalidad católica, y rectificar continuamente su dirección de viaje, que debe ser constante y recta en los caminos de la Iglesia al servicio del prójimo, que tiene dentro y fuera sin necesidad de verdad cristiana y pan bendito para toda legítima hambre del hombre fraterno. Entonces él piensa en ti, entonces te quiere, entonces te bendice, en la tumba de Pedro, su humilde Sucesor, en el nombre de Cristo, y hoy, en la luz blanca de María Inmaculada.

FESTIVIDAD DE LA ASUNCIÓN

HOMILIA DE PABLO VI

Viernes, 15 de agosto de 1969

Este encuentro , este momento de unidad espiritual, no es un fin en sí mismo, ya que pone en boca de todos la pregunta: ¿por qué estamos aquí? ¿Qué queremos hacer esta mañana? Todos deseamos dirigir un pensamiento, un acto de homenaje y devoción particular a María Santísima, para honrar el misterio de su Asunción al Cielo.

Es algo tan hermoso que requiere cierta tensión de espíritu. Cuando celebramos las fiestas de Nuestra Señora, notamos cómo las páginas del Evangelio nos hacen ver y sentir a María más cerca de nosotros. Se trata de encuentros familiares: por ejemplo la Anunciación, el Nacimiento del Señor, la visita a Isabel (mencionada en el Evangelio de hoy), que facilitan nuestra conversación con la Madre de Dios, una conversación que se desarrolla con el lenguaje humano. El "Ave María" es la confirmación de esto, ya que es nuestra, nuestra hermana en la humanidad.

EL MARAVILLOSO EPÍLOGO DE UNA VIDA EXCELENTE

Los diversos misterios de la Virgen, incluso los dolorosos, son escenas de la vida a las que es fácil acceder al menos en parte, mientras que siempre nos asombra su grandeza y sublimidad. Pero el recuerdo de los últimos puntos del Santo Rosario: la Asunción y la Gloria de María, en cambio, la llevan lejos. Nuestra Señora sale del ámbito de nuestra vida humana; sube, desaparece, entra más allá de lo que conocemos sólo por la fe y también por una cierta intuición en el fondo de nuestro espíritu, predispuesto a un futuro tan maravilloso. Sentimos algo de esto más allá, pero carecemos de experiencia. Entonces tienes que confiar en la imaginación; necesitamos hacer superlativos y absolutos los términos que usamos en el lenguaje terrenal, temporal, para representar lo eterno en una pequeña dimensión.

Hoy celebramos el más allá de Nuestra Señora, y lo podemos considerar en dos momentos: el instante de su resurrección y el de su "entrada" y morada en el Paraíso, que perdurará por todos los siglos en la gloria del Señor.

¿Qué estamos mirando?

El epílogo de la historia de María. Nos resultaría más fácil encontrar las razones que decir la esencia: María estaba sin mancha de pecado: el pecado es la causa de la muerte y por lo tanto está claro que Nuestra Señora no tuvo que sufrir la pena de muerte aunque sufriera. el destino: el "dormitio virginis", como se dice en la liturgia antigua, especialmente en la oriental. Pero entonces esos santísimos e inocentes miembros revivieron: reanudaron una vida nueva, ligera, transparente, transfiguradora, y Nuestra Señora pasó de este plan de nuestra vida temporal, terrena, a ese otro por el que nos quedamos sin palabras. Miramos, sin embargo, y nos deslumbramos, como cuando miramos al sol y vemos que es una fuente de luz y supera la fuerza de nuestra visión. 

Estamos confundidos por tanta luz y luego el hecho común ocurre cuando miramos la luz: una lámpara se enciende: la primera mirada es a la lámpara, la segunda a las cosas circundantes que son iluminadas por ella. Esto es lo que ocurre en la celebración del misterio de la Asunción: vemos a María convertirse en una estrella del cielo: la estrella más bella; convertirse, dice siempre la Escritura adaptada a la figura de la Virgen,tan espléndida como el sol, tan hermosa como la luna , es decir, una estrella que ilumina el universo, nuestro paisaje terrenal.

LOS HAZ PERFECTOS DE UN GRAN SOL

¿Y qué luz nos da de manera especial este misterio de María?

Nos da mucha luz. Pero lo que nos parece específico, esencial, característico es que nos recuerda que el destino de María será el nuestro; que nosotros también somos "resurrecturi", somos vidas que el Señor creó para hacer inmortales, para estar destinados a una vida que traspasa los límites del tiempo y los años pasados ​​aquí abajo, tan fugaz, tan fugaz, tan agotador, para danos, en cambio, una vida plena, perfecta, santa y, sobre todo, fuera de tiempo: no tiene reloj, no tiene límites, no tiene calendario, no termina en su duración, sino que permanece absorta en la siempre fresca, viva, nueva visión de Dios; es la vida eterna. Nuestra Señora tuvo el privilegio de anticipar este destino y disfrutarlo en plenitud, en una perfección que no alcanzaremos, aunque tengamos el mismo destino,

Quisiéramos pedir, a la luz de tales verdades, que el Credo nos haga repetir todos los días -. . . carnis resurrectionem, vitam aeternam - si estamos realmente convencidos de que este será el caso; si estamos seguros, si creemos y sentimos el estupendo asombro que esta verdad coloca en nuestra forma de evaluar la existencia presente, que en verdad tiene una importancia muy grande, pero es fugaz, efímera y destinada a la otra existencia, la garantizada por el palabra del Señor y de la que, en la fiesta de hoy, tenemos espléndida confirmación.

LA VIDA HUMANA ESTÁ DESTINADA A LA BELLEZA

¿Cómo evalúa la gente común, como nosotros los cristianos, el destino que se nos ha preparado? Por supuesto que creemos en ella, quizás en la penumbra, por sentimiento y costumbre, quizás porque sería demasiado doloroso pensar que todo se convierte en cenizas y se destruye después de la muerte. Sin embargo, precisamente porque cristianos, y poseedores de esta fe en la resurrección de los cuerpos y en la inmortalidad del alma, queremos preguntarnos hoy si esta realidad está presente tanto por el indecible consuelo que ofrece, como por la más alta dignidad y dignidad. Importancia incomparable que le da a la existencia humana. Por esta realidad la Iglesia es tan celosa en la defensa de la vida que nace, de la vida que sufre, de la vida moribunda. Todo contribuye a un acto que Dios realiza por la eternidad, y por eso la dignidad de la vida humana se califica con inconmensurable estatura, hermoso, muy grande. Es el destino de la dicha lo que exige el amor mutuo de todos.

Una segunda pregunta, más práctica pero no menos importante: ¿cuál es la relación entre la vida presente y futura? ¿Suceden las cosas automáticamente? es decir, ¿se nace, se muere y un día resucitará calladamente, como hechos naturales, incontenibles? No. Hay condiciones específicas. La resurrección requiere el presupuesto, por nuestra parte, de ser buenos, verdaderos cristianos, de conocer el destino de estar verdaderamente insertados en la fuente de vida que es Cristo, de ser en adelante atraídos y unidos en su misteriosa existencia. Cristo es vida: no hay dudas ni reservas al respecto; debemos ser cristianos, debemos estar unidos a Cristo, ya que si realmente queremos que el prodigio de su vida resucitada sea también nuestro, debemos actuar creyendo y trabajando según la indispensable unión con él. Es lo más importante de nuestro tiempo presente: o cristianos o fracasados; ¡Y el fracaso sería incalculable, Dios mío !, porque es eterno.

SI ESTAMOS UNIDOS CON CRISTO ASCENDEREMOS CON LA MADRE CELESTIAL

Y aquí Nuestra Señora, con su Asunción al Cielo, nos garantiza la posibilidad de ascender también, si estamos, como ella, unidos a Cristo. Con tanta Madre, la distancia entre nosotros y Cristo se acorta, se anula; y el Señor viene a nuestro encuentro y nos repite "Come este Pan y tendrás vida eterna". De esta manera se logra la inmortalidad, es decir, la inserción de nueva vida en nuestro pobre día terrenal, que por sí solo sería enigmático y quizás atormentado y engullido por la duda. ¿Somos seres mortales que tenemos que renunciar al gran sueño de la vida perfecta y la vida eterna? Ciertamente no. El Señor nos dice: te prometo, si crees, si permaneces unido a mí, si aceptas vivir así, que tu vida algún día será como la de Nuestra Señora:

Celebremos, pues, la fiesta de hoy en la fe de la vida eterna, buscando alcanzar las supremas consecuencias de esa fe.

Si soy eterno, ¿cómo debo vivir? ¿y basta pensar en esta eternidad, como si anulara los valores, los intereses de la vida vivida en el tiempo? Para nada. Cuanto más tenemos la confianza, la seguridad, el deber de alcanzar la vida eterna, mayor es la obligación de vivir bien donde el Señor nos ha puesto; comprometer nuestras facultades, comerciar bien, como nos enseña el Evangelio, los talentos que Dios nos ha dado para acumular un capital real asegurado en la vida eterna.

Y el hecho de que Nuestra Señora, desde lo alto de su asiento de gloria, nos extienda sus brazos, nos hace sentir aún mejor la invitación, la certeza de su protección, el ejemplo y el fluir de su intercesión. Ella siempre viene a nuestro rescate.

Es lindo vivir la vida presente con esta agilidad y levitación espiritual: los dolores, los esfuerzos, las desilusiones, las cargas, las responsabilidades cambian en gravedad; y en lugar de ser obstáculos se convierten en los escalones para llegar a la meta, la cumbre a la que nos dirigimos.

Que la Virgen nos ayude: confiemos en Ella. Que la visión, la realidad de su misterio ilumine nuestra vida de esperanza, alegría anticipada, fuerza moral, alegría cristiana; y lo repetimos contigo; ¡Cuán grande es el Señor! Magnificat anima mea Dominum . Porque hizo grandes cosas a María y también a nosotros que somos, por adopción divina, hermanos de Cristo y hermanos, en humanidad, de María Santísima.

PEREGRINACIÓN AL SANTUARIO MARIANO DE NUESTRA SEÑORA DE BONARIA

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Cagliari, 24 de abril de 1970

Este es el momento precioso del doble encuentro, que motivó Nuestra venida desde Roma a vuestro Santuario de la Madonna di Bonaria. Doble encuentro: primero, el de Nuestra humilde persona, del Papa, con el pueblo sardo; en segundo lugar, el nuestro y el vuestro con la Madre de Cristo, Santa María, que en este lugar histórico y sagrado ha sido venerada durante seis siglos como Patrona especial de la ciudad de Cagliari y de la isla de Cerdeña.

EN EL SEÑOR SALUDOS A LA ISLA GENEROSA

Por lo tanto, aquí estamos celebrando el primer encuentro, el que está con ustedes, queridos sardos. Aquí está Nuestro saludo para ti en el Señor. Debemos dirigirlo en primer lugar a vuestro arzobispo, el cardenal Sebastiano Baggio, de quien hemos recibido la irresistible invitación a nuestra singular peregrinación, nuestro cordial y reverente saludo; así debemos expresarlo a los demás Hermanos Obispos aquí presentes, a las Autoridades civiles y militares de todos los niveles, que asisten a esta ceremonia, con tanto gusto Nuestro; asimismo a las demás personalidades y a los diversos grupos cualificados de la comunidad eclesial de la isla, al clero, a los religiosos y religiosas, a los alumnos de seminarios, a los laicos católicos, a los amigos y fieles de la Iglesia de Cagliari y de toda Cerdeña. Pero concedamos, todas estas categorías de personas, que les reservamos otro momento de conversación solo para ellos, y que ahora damos prioridad y preferencia al Pueblo, que aquí está presente, y que con sus anfitriones y su multitud nos ofrecen un cuadro maravilloso, la visión genuina y representativa de toda la gente de Cerdeña: a vosotros los sardos, a vosotros los hijos de esta Isla, en la que las más antiguas y variadas líneas étnicas e históricas convergen desde el polígono mediterráneo, pero constituís una síntesis muy característica y relativamente uniforme, para vosotros, Queridos hijos de Cerdeña, Nuestro primer y afectuoso saludo está dirigido. Nos gusta conocerte e imaginarte todavía tallado en tu atávica fisonomía como un pueblo sencillo, trabajador, austero, taciturno, salvaje y triste, pero con costumbres humanas y piadosas; un pueblo acostumbrado a las penurias y el trabajo, un pueblo aislado del mundo, como su tierra; un pueblo de pasiones feroces y tenaces, pero a la vez de sentimientos ingenuos y amables, capaz de expresarse en fantasías legendarias y en canciones graves y tranquilas como ecos encantadores, que aún llevan la voz de siglos lejanos. 

Quizás no te conozcamos lo suficiente, pero lo que sabemos de ti es suficiente para llenar Nuestra alma de afecto, de simpatía, de estima. Estamos muy contentos de estar entre ustedes, sardos, los saludamos cordialmente: ¿Están también contentos de que el Papa haya venido a visitarlos? pero lo que sabemos de ti es suficiente para llenar Nuestra alma de afecto, de simpatía, de estima. Estamos muy contentos de estar entre ustedes, sardos, los saludamos cordialmente: ¿Están también contentos de que el Papa haya venido a visitarlos? pero lo que sabemos de ti es suficiente para llenar Nuestra alma de afecto, de simpatía, de estima. Estamos muy contentos de estar entre ustedes, sardos, los saludamos cordialmente: ¿Están también contentos de que el Papa haya venido a visitarlos?

Siamo venuti per tutti. Ma a Noi piace rivolgere il Nostro particolare pensiero a voi, Pastori della Sardegna. Voi Pastori sembrate essere ancora i rappresentanti tipici della popolazione rurale dell’Isola. È noto anche a Noi, come a tutti, il duro e rupestre vostro genere di vita, che si svolge povera, primitiva e solitaria, e sempre congiunta, come quella dei Patriarchi biblici, alle sorti dei vostri greggi. Ci hanno detto che qualcuno di voi voleva venire a questo incontro con Noi guidando qua le sue pecore; voi ci avreste raffigurato al vivo la scena evangelica del buon Pastore, ricordando così a Noi il primo dei Nostri doveri, quello pastorale! Questo vi dice, cari Pastori Sardi, la simpatia con la quale vi salutiamo, e la comprensione che Noi abbiamo per l’umile, continua e silenziosa sofferenza, che caratterizza la vostra esistenza. Noi la vorremmo consolare e migliorare! Siamo perciò anche Noi riconoscenti con quanti si occupano di voi per alleviare le vostre misere condizioni materiali, economiche e sociali. Ci è conforto sapere che la piaga finora inguaribile della malaria è stata finalmente debellata, e che alla bella e selvaggia scena dei vostri monti e dei vostri campi è stato finalmente aggiunto il dono della salubrità: questa è una prima grande conquista, alla quale certamente altre seguiranno per migliorare le condizioni delle vostre abitazioni, della vostra istruzione, del vostro lavoro. Auguriamo dunque che la pastorizia rimanga professione onorata, rinnovata e florida della gente sarda e le conservi, con la semplicità, la sanità del costume.

A LOS MINEROS

Entonces queremos saludar a los mineros de Cerdeña. Su trabajo también representa una tradición centenaria del pueblo de Cerdeña. El suelo de esta isla, áspero y tacaño en la superficie, esconde tesoros en el fondo de sus entrañas. Desde los primeros tiempos de su historia, Cerdeña ha sido conocida como una isla minera; y es debido a esta riqueza oculta que el Papa San Ponziano, el único Papa que puso un pie en Cerdeña antes que nosotros, fue deportado allí y quizás condenado a tu improbable trabajo y luego aún más difícil, en la época de los emperadores romanos, Alejandro. Severus y Maximin, hace más de diecisiete siglos (235); es cierto que aquí murió mártir, adflictus, maceratus fustibus , oprimido, torturado a golpes ( Lib. Pont.), hasta su muerte, mártir de Cristo y de la Iglesia romana.
Vosotros, Mineros, tenéis así un colega, el Papa minero, víctima de la fe cristiana, por la dureza de vuestro cansancio y la crueldad de sus perseguidores. ¿Cómo no mirarte con compasión y cariño especial? Ciertamente, hoy el trabajo en las minas ya no es tan inhumano como antes; pero siempre sigue siendo un trabajo muy serio y arriesgado. Los miramos, Mineros, con admiración y con un profundo pesar por ser tan inferiores a ustedes en la escala del sufrimiento, que como seguidores y heraldos de la Cruz, los Nuestros también deberían serlo. Eres una advertencia y un ejemplo. Por eso le damos la bienvenida con especial honor, con especial cariño. También por sus condiciones Nosotros mismos, en el nombre de Cristo, estamos agradecidos a quienes intentan mejorarlos, a quienes los asisten, a los que os recuerdan que vosotros también sois hijos de Dios, y porque más que los demás obligados a un trabajo tan difícil y socialmente indispensable, más que los demás son merecedores de la estima común y de la caridad cristiana. A ustedes, Mineros, nuestro cordial saludo.

A LOS PESCADORES

Y luego saludamos a los pescadores. He aquí otra profesión que el Señor quiso señalar como ejemplo de Nuestro oficio apostólico. Los pescadores fueron los primeros discípulos del Señor, el pescador fue Simón, luego llamado Pedro por él, sin que por ello se cambiara el símbolo de la actividad, a la que se iba a dedicar la misión de Pedro y su hermano Andrés y por tanto la nuestra todavía hoy: conmigo, los haré pescadores de hombres "( Matth. 4, 19). Por eso, también a ustedes, Pescadores, va nuestro más sentido pésame y hoy se dirige nuestra invitación a este encuentro espiritual. Y eso nos gustaría decirles a quienes trabajan en las famosas salinas cercanas de Cerdeña. El repertorio de símiles evangélicos contiene también el de la sal: "Vosotros, dijo el Señor a sus apóstoles, atribuyéndoles un carisma, un oficio, una responsabilidad especial, sois la sal de la tierra" ( Mat . 5, 13). Tenemos en este símbolo de Nuestra función jerárquica un título para pensar en ustedes también como amigos.

A LOS EMIGRANTES

Pero hay otra categoría de personas a las que queremos saludar expresamente: son los emigrantes de Cerdeña, representados hoy aquí, y especialmente los emigrantes en Cerdeña, que se está convirtiendo en una tierra abierta a la actividad de todo tipo de trabajadores y operadores procedentes de el continente: que todos encuentren aquí un país amigo, al que dar, del que recibir, con bienes temporales, espirituales, de corazón y de fe.

A LA GENTE DEL MAR

Y finalmente nos despedimos de la Gente del mar, que se ha reunido hoy aquí: ¿de dónde vienen, Marineros, ahora presentes frente a este Santuario? ¿Y por qué vienes? ¡Qué horizontes ilimitados abres ante Nuestro pensamiento! Los horizontes del mar, los horizontes de puertos y ciudades marítimas, los horizontes de la humanidad que encomienda su destino a las olas, a navegar, trabajar, comerciar, explorar, tejer relaciones de todo tipo entre los habitantes de la tierra. . Haces del mar, que parece un elemento insuperable, y que separa a los hombres, una vía de comunicación, de hecho la vía más extensa y febrilmente transitada. Tienes el barco como tu hogar, el mar como tu campo de trabajo, el mundo como tu patria. El desapego intermitente pero continuamente repetido de sus familias es su suerte, la soledad del corazón, la extrañeza de la compañía, la nostalgia, la frecuencia del peligro, la severidad de la disciplina son condiciones normales de tu vida. Lanzado al mar a países lejanos y extranjeros, ¿quién piensa en ti? quien te asiste ¿Quién te ayuda a descansar, a pensar, a orar? ¡Oh! hay en la Iglesia quienes los aman, como marineros, como hombres, como cristianos: la red de obras del "Apostolado del Mar", ahora extendida a muchos puertos de la tierra, no los deja solos, los espera y los ayuda ; tú lo sabes. Tu presencia aquí lo dice, porque esta ceremonia quiere ser también para ti; y es un placer conocerte en esta ocasión para ofrecerte también, Marítimo, el consuelo de sentirte en comunión con la gran y común familia de los creyentes, la Iglesia, y saber que estás confiado a una excelente y reconfortante protección,

LA DEVOCIÓN SECULAR A MARÍA

Y aquí estamos entonces, todos Hermanos e Hijos queridísimos, ante María para el segundo y principal encuentro, que nos llamó hoy a este Santuario de Nuestra Señora de Bonaria. No solo debemos reconfirmar el culto, que durante seis siglos ha hecho de este Santuario un punto, de hecho un puente, de contacto espiritual entre el pueblo sardo y los hombres del mar con la bendita entre todas las criaturas, María Santísima, Madre de Cristo. según la carne, y nuestra Madre espiritualmente (Cfr. S. AUG., De S. Virg.2; PL 40, 397). 

Sobre todo, nos parece, debemos tratar de comprender de nuevo los motivos de nuestra veneración y nuestra confianza en Nuestra Señora. Lo necesitamos? Sí, todos lo necesitamos. Necesidad y deber. Este precioso momento debe marcar un punto de reanudación iluminada, para todos, de nuestra veneración a María, de esa veneración católica especial de la Madre de Cristo, que le es debida y que constituye una guarnición especial, un consuelo sincero, una esperanza singular. de nuestra vida religiosa, moral y cristiana.

¿Por qué, hoy, qué pasó? Entre los muchos trastornos espirituales, también ha sucedido esto: que la devoción a Nuestra Señora no siempre encuentra nuestras almas tan dispuestas, tan inclinadas, tan felices con su profesión íntima y cordial como lo fue antes. ¿Somos hoy tan devotos de María como lo fueron hasta ayer el clero y el buen pueblo cristiano? ¿O somos hoy más tibios, más indiferentes? ¿Tener una mentalidad profana, un espíritu crítico, quizás hizo que nuestra piedad hacia la Virgen fuera menos espontánea, menos convencida? No queremos buscar las razones de esta posible devoción disminuida, esta peligrosa vacilación. Más bien, queremos recordar ahora las razones de nuestra obligación hacia el culto de María Santísima, que son válidas tanto hoy como ayer. No nos referimos ahora a las formas de este culto, sino más bien a las razones que lo justifican y que deben hacernos apreciarlo y practicarlo más que nunca: esto es lo que hizo al respecto el reciente Concilio Ecuménico con magníficas páginas. Aquí debemos simplificar enormemente este examen y reducirlo a dos preguntas fundamentales.

La primera: ¿cuál es la pregunta que hoy absorbe, se puede decir, todo pensamiento religioso, todo estudio teológico y que, advirtiéndole o no, atormenta al hombre moderno? Es la cuestión del Cristo. Quién es, cómo llegó entre nosotros, cuál es su misión, su doctrina, su ser divino, su ser humano, su inserción en la humanidad, su relación y relevancia para los destinos humanos. 

Cristo domina el pensamiento, domina la historia, domina la concepción del hombre, domina la cuestión capital de la salvación humana. ¿Y cómo vino Cristo entre nosotros? ¿Vino de él mismo? ¿Vino sin ninguna relación, sin ninguna cooperación de la humanidad? ¿Puede ser conocido, entendido, considerado independientemente de las relaciones reales, históricas, existenciales que necesariamente conlleva su aparición en el mundo? Está claro que no. 

El misterio de Cristo se inserta en un plan divino de participación humana. Vino entre nosotros siguiendo el camino de la generación humana. Quería tener una madre; quiso encarnarse a través del misterio vital de una Mujer, de la Bendita de todos. El Apóstol, que esbozó la estructura teológica fundamental del cristianismo, dice: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer. . . . " (Gal . 4, 4). Y "María -nos recuerda el Concilio- no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que colaboró ​​en la salvación del hombre con fe y obediencia libres" ( Lumen gentium , 56). 

Por tanto, no se trata de una circunstancia ocasional, secundaria o insignificante; es una parte esencial, y para nosotros los hombres muy importante, hermosa, muy dulce del misterio de la salvación: Cristo vino a nosotros de María; lo recibimos de usted; lo encontramos como la flor de la humanidad abierta en el tallo inmaculado y virginal, que es María; "Así ha germinado esta flor" (Cfr. DANTE, Par., 33, 9). Como en la estatua de la Madonna di Bonaria, Cristo se nos aparece en los brazos de María; es de ella de quien lo tenemos, en su primera relación con nosotros; Es un hombre como nosotros, es nuestro hermano para el ministerio maternal de María. Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos, es decir, debemos reconocer la relación esencial, vital, providencial que une a la Virgen con Jesús, y que nos abre el camino que nos conduce a él.

Una doble vida: la del ejemplo y la de la intercesión. ¿Queremos ser cristianos, es decir, imitadores de Cristo? Miramos a María; ella es la figura más perfecta de semejanza con Cristo. Ella es el "tipo". Ella es la imagen que mejor que ninguna otra refleja al Señor; es, como dice el Concilio, "el modelo más excelente de fe y caridad" ( Lumen gentium, 53, 65, etc.). Qué dulce, qué consolador es tener a María, su imagen, su recuerdo, su dulzura, su humildad y su pureza, su grandeza frente a nosotros, que queremos caminar tras los pasos del Señor; cuán cerca está de nosotros el Evangelio en la virtud que María personifica e irradia con esplendor humano y sobrehumano. 

¿Y cómo desaparece de nosotros el miedo, si fuera necesario, que al darle a nuestra espiritualidad esta impronta de devoción mariana, nuestra religiosidad, nuestra visión de la vida, nuestra energía moral se vuelva suave, femenina y casi infantil, al acercarnos a ella, poetisa? y profetisa de la redención, escuchamos de sus labios angelicales el himno más fuerte e innovador jamás pronunciado, el Magnificat; es ella quien revela el diseño transformador de la economía cristiana, el resultado histórico y social, que todavía tiene su origen y fuerza en el cristianismo: Dios, canta, «ha esparcido a los que exaltaban en sus pensamientos. .., ha derrocado a los soberbios de su trono y exaltado a los humildes "(Luc . 1. 51-52).

Y aquí el segundo camino que Ella, Nuestra Señora, nos abre para alcanzar nuestra salvación en Cristo Señor: su protección. Ella es nuestra aliada, nuestra defensora. Ella es la confianza de los pobres, los humildes, los que sufren. Ella es incluso el "refugio de los pecadores". Tiene una misión de piedad, de bondad, de intercesión por todos. Ella es la consoladora de todo nuestro dolor. Enseña a ser buena, fuerte, compasiva con todos. Ella es la reina de la paz. Ella es la madre de la Iglesia.
Recordad todo esto, hijos de Cerdeña y Hombres del mar; y nunca olvides mirar a Nuestra Señora como tu "mayor protectora".

SOLEMNIDAD À ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARIA BENDECIDA

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Sábado, 15 de agosto de 1970

Tras la lectura del pasaje evangélico que recuerda la visita de Nuestra Señora a santa Isabel y reproduce el sublime himno del "Magnificat" que brotó del corazón de María en el feliz encuentro, el Santo Padre dirige su homilía a los fieles.

Al inicio de su intervención, Pablo VI recuerda con conmovedoras expresiones a algunas personas que este año no están presentes, como en el pasado, en el ya tradicional encuentro de oración con la población de Castel Gandolfo. Entre ellos, en primer lugar, el fallecido cardenal Pizzarda, que durante muchos años fue obispo providente de la diócesis suburbicaria de Albano y el abogado. Emilio Bonomelli quien contribuyó como director de las Villas Pontificias al progreso de la ciudad de Lazio y, finalmente, el ex párroco Don Sirio que ahora ejerce su ministerio sacerdotal en otros lugares. Por tanto, el Papa subraya con especial satisfacción la presencia del Cardenal Secretario de Estado; y dirige, además del Cardenal, un pensamiento afectuoso también al Obispo diocesano, a los sacerdotes y religiosos presentes,

Tras un cordial saludo al Alcalde y a las autoridades civiles y militares de la zona, el Santo Padre se detiene en el significado de la fiesta de la Asunción de María Santísima, una fiesta -dice- que otorga un esplendor muy especial y muy espiritual. a toda la temporada de verano y que representa un encuentro de la humanidad en torno a la Madre de Dios; una solemnidad que se extiende a todas las iglesias del mundo en una oración coral y universal levantada por la inmensa familia de la Iglesia.
El encuentro de este día - continúa el Papa - tiene lugar ante la Virgen, en una recreación litúrgica a través de la cual parecería que María se aleja, porque ahora va al Cielo con alma y cuerpo, haciéndose así humanamente ausente de la tierra y presente solo en el Paraíso. Pero el milagro consiste precisamente en el hecho de que el glorioso cumplimiento de su destino, es decir, su resurrección y su asunción al cielo, anticipa el destino final de todos nosotros. De hecho, María también se puede representar como una gran lámpara que se enciende sobre la humanidad, arrojando una luz deslumbrante e inagotable sobre todos los hombres.
Esta fiesta - prosigue Su Santidad - es la celebración de una Verdad que los ojos no ven pero que el alma cristiana, en la fe, es capaz de alcanzar. Entre María y nosotros, en virtud de esta asunción, se abre una de las relaciones más singulares que constituye la verdadera sustancia de la celebración; una relación, es decir, entre Nuestra Señora Asunta al Cielo y nuestras cosas: dolores, intereses, esperanzas, y que no es, ni puede ser, una relación imaginaria, artificial, sino verdadera y real.

El Santo Padre señala que sobre el tema de este informe el discurso sería muy largo si quisiéramos tejer toda la red de relaciones que transcurren entre Nuestra Señora y nosotros. La misma Iglesia nos presenta hoy a María en toda su gloria, es decir, en la consecución de su destino final: la gloria que eternamente disfruta en el Cielo.

Esta es una "fiesta de la fe", y María trae la fe entre nosotros. Todo lo que es la Virgen es, en esta ocasión, visto o estudiado en su conjunto y plantea al espíritu cristiano, entre otras cosas, una pregunta esencial, a la que cada uno puede responder, aunque sea a su manera, y es esta : ¿Qué representa la Virgen en nuestra vida, en una vida muchas veces ciega, o al menos miope ante las cosas del espíritu? No es difícil, de hecho, señalar que el hombre está cada vez más atento a las cosas terrenales y prefiere los hechos, fenómenos que se pueden ver, tocar y transformar en riqueza temporal. Y esto también en nombre de la cultura de nuestro tiempo, que hace que cada uno esté desatento a las cosas espirituales.

Nuestra Señora, a quien hoy exaltamos especialmente, nos dice, sin embargo, que debemos mirar nuestra vida con fe. Uno se pregunta como hipótesis, qué sería la familia humana, qué sería la Iglesia si no hubiera Madonna; o si nuestro olvido llega a anular su presencia en nuestras almas, en nuestras oraciones, en nuestra piedad, en los signos de devoción que adornan nuestros hogares y nuestras iglesias. Es simple hacer deducciones y aún más simple responder.

Si María no estuviera allí, no habría Cristo, porque ella era el vehículo, la puerta de entrada para su venida al mundo. Ella era la Madre de Cristo; por designio divino dio a todos los hombres a Cristo que es su hermano, María ofreció al Hijo de Dios a la generación humana por el interés supremo y el verdadero destino de todos y cada uno, Cristo que es el sol. Si saliera el sol, ¿qué sería de la tierra? Una creación incompleta y fallida donde reinaría la infelicidad. Aquí viene María; nos ofrece a Cristo que permanece entre nosotros, Dios y hermano, y que vive con nosotros: por la obra de María realiza el plan de salvación.

La celebración de esta criatura privilegiada nos recuerda, por tanto, una verdad no vivida por nuestros sentidos, sino real y que el Señor nos ha dado para acostumbrarnos a la obediencia a su voz, para elevarnos a una vida espiritual y llevarnos a la elección de la salvación.

Y de nuevo: la fiesta de la Asunción, la visión y el beneficio de esta lámpara encendida en el Cielo que es María, nos enseña que debemos creer y, creyendo, ser verdaderamente felices. Con qué frecuencia encontramos, especialmente entre los jóvenes, grandes dificultades para aceptar el don de la Fe en un orden de ideas comunicadas como hemos dicho, como una carga, como un yugo, como algo humillante, anticuado, incluso infantil, como si esta Fe está destinada a los espíritus débiles. En cambio, hoy, aceptando a Nuestra Señora y los misterios que se entrelazan a su alrededor, realmente damos la bienvenida a toda la alegría, todo el sentido de alegría y júbilo que rodea a la Fe. Porque María nos trae la promesa, contra toda apariencia humana, de una vida ciertamente completa.

La celebración de la Asunción tiene este valor y este significado; y es, por tanto, una gran fiesta de la fe; de adhesión, es decir, a lo que el cristianismo nos enseña, a todo lo que la Iglesia nos ofrece y hace posible y accesible con su magisterio. Una nota característica de Nuestra Señora (y el Concilio nos lo ha recordado) es precisamente y sobre todo la Fe. Por esto fue recibida con las palabras Beata quae credidisti ; Tuvo la virtud suprema de acoger la palabra de Dios y hacerla suya desde el principio, pronunciando su "Fiat" por el que la palabra Cristo se encarnó en su seno virginal. «¡Bendito entonces, dice el Señor, que oye mi palabra y la sigue!». Entonces, en cierto modo, se renueva el milagro de la encarnación de Dios dentro de nosotros, como le sucedió a Nuestra Señora.

María - concluye el Santo Padre - es la fuente de la fe y en su nombre todo cristiano, todo justo debe vivir de la fe , extrayendo de ella las leyes, los principios, los criterios, el modelo de su día terrenal, haciendo de cada María su inspiradora. , el heraldo de su salvación; María es el "Typus" sobre el que -según la feliz definición de san Ambrosio- debe modelarse y revitalizarse la existencia del cristiano, que así puede verdaderamente invocar a la Virgen de la Asunción con las dulces palabras de la Salve Regina "vita , dulcedo et spes our ".

SANTA MISA EN LA CAPILLA DEL SEMINARIO MAYOR ROMANO

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de Nuestra Señora de la Confianza
Sábado 20 de febrero de 1971

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Aquí siento que estoy en el lugar y función que precisamente me califica como su Pastor, responsable del destino religioso de esta Diócesis tan venerada, ubicada en el centro de la Iglesia Católica y elegida como el lugar histórico y operativo de la Sede Apostólica. ; aquí me siento en el centro de la comunión cristiana, aquí en el cenáculo de esa "ecclesiae dilectae et illuminatae". . . quae et praesidet in loco chori Romanorum, digna Deo, digna decetia,digna bliss, digna laude, digne ordinata, digne casta et praesidens in caritate. . . " (S. IGNAZIO D'ANTIOCHIA, Prólogo de la Carta a los Romanos); de esa Iglesia confiada al sucesor de San Pedro; y por tanto aquí en el más pleno y más fuerte vínculo de mi afecto por ti, en la obligación y necesidad de estar en Cristo tu Padre, tu Maestro, tu Pastor, tu Hermano, tu compañero, tu amigo, tu servidor. 

Aquí le gustaría que nuestra conversación se extendiera de forma espontánea y silenciosa; aquí me gustaría escucharte y hablarte con acento doméstico; aquí entenderte y hazme entender, consolarte y ser consolado, aquí contigo para razonar acerca de Cristo, para la gloria del Padre, en el Espíritu de verdad; aquí para hablar a vuestras almas de vuestras almas y de los muchos problemas espirituales y pastorales de este tiempo, y particularmente de esta ciudad, donde toda cuestión del reino de Dios adquiere mayor importancia y significado extraordinario.

Sepa al menos con qué espíritu estoy entre ustedes.

¿QUIÉN ES EL SACERDOTE?

Pero debemos limitarnos a elegir un solo punto, entre los muchos que oprimen el corazón, para esta breve entrevista; ¿y cual? se presenta hoy como un tema obligatorio: el así llamado de la "identidad" propia del Sacerdote.

 Es un tema que sin duda os inquieta, alumnos del seminario, luchando por la definición de vuestro futuro; y tema, que puede surgir como ángel de luz, o como espectro nocturno, en la conciencia de ustedes, sacerdotes, en un acto reflejado en su pasado, o en la experiencia de su presente. Aquí: ¿quién es el sacerdote? La pregunta, al principio ingenua y elemental, está cargada de inquietantes y profundas dudas: ¿está realmente justificada la existencia de un sacerdocio en la economía del Nuevo Testamento? cuando sepamos que el levítico ha terminado,1 Petr . 2, 9) ¿están revestidos de un sacerdocio propio, que les autoriza a adorar al Padre "en espíritu y en verdad"? ( Yo. 4, 24) Y luego este aplastante proceso de desacralización, de secularización, que invade y transforma el mundo moderno, qué espacio, qué razón de ser deja al sacerdote en la sociedad, todo volcado a fines temporales e inmanentes, al sacerdote ¿Convertido en trascendente, escatológico y tan ajeno a la experiencia propia del profano? 

La duda continúa: ¿se justifica la existencia de un sacerdocio en la intención original del cristianismo? de un sacerdocio que se fija en el perfil canónico? La duda se vuelve crítica, en otros aspectos, psicológica y sociológica: ¿es posible? ¿es útil? ¿Todavía puede galvanizar una vocación lírica y heroica? ¿Puede seguir constituyendo un tipo de vida que no esté alienado ni frustrado? Los jóvenes comprenden este agresivo problema y muchos se desaniman: ¡Cuántas vocaciones extinguidas por este viento siniestro! ya veces incluso quienes ya están comprometidos con el sacerdocio lo sienten como un tormento interior abrumador; y para algunos se convierte en miedo, que se vuelve valiente en algunos, ¡ay! , sólo para huir, para desertar: «Tunc discipuli. . . relicto Eo, fugerunt "; la hora de Getsemaní! (Matth . 26, 56)

Se habla de una crisis del sacerdocio. El hecho de que estéis reunidos aquí indica inmediatamente que no os ocupa la mente: ¡mucha suerte! gran gracia! Esto no excluye que usted también sienta el peligro, sienta la presión, desee su defensa. Quisiera que mi visita actuara en ustedes como una confirmación interior y gozosa de su elección. Por eso vine hoy. Nada es ahora más necesario para nuestro clero que la recuperación de una conciencia firme y confiada de la propia vocación. Las palabras de san Pablo podrían adaptarse a la situación actual: "Videte, vocaem vestram, fratres" ( 1 Cor.. 1, 26). No me extiendo en análisis y discusiones. Sabes que ahora existe una vasta literatura sobre este tema. A los corrosivos libros de la seguridad, que flanquean al sacerdocio católico, ahora se responden con libros que no sólo reconfortan esta seguridad, sino que la corroboran con nuevos argumentos, el más válido de todos los de una fe más iluminada y convencida, de donde la vida del sacerdote, atrae una fuente inagotable de luz, coraje, entusiasmo, esperanza. ¿Y sabéis que la Iglesia, en este momento, se desempeña a un alto nivel, en los estudios teológicos, en los documentos del magisterio (citaremos, por ejemplo, la carta del Episcopado alemán sobre el oficio sacerdotal), y Realizarán en el próximo Sínodo Episcopal, la verificación doctrinal y canónica de su propia estructura sacerdotal.

PROBLEMA ESTIMULANTE

Me gustaría decirles ahora sólo dos palabras. El primero: no temas este tema del sacerdocio. Puede ser providencial, si realmente sabemos sacar de él un aliciente para renovar la genuina concepción y el ejercicio actualizado de nuestro sacerdocio; pero lamentablemente también puede volverse subversivo, si se atribuye más valor que mérito a los lugares comunes, hoy difundidos con gran facilidad, sobre la crisis, que sería fatal, del sacerdocio, tanto por novedad de estudios bíblicos tendenciosos, como por la autoridad de fenómenos sociológicos, estudiados a través de encuestas estadísticas o encuestas de fenómenos psicológicos y morales. Datos muy interesantes, si se quiere, que merecen una seria consideración en foros competentes y responsables, pero que nunca conmoverán nuestra concepción de la identidad del sacerdocio, si coincide con su autenticidad, que la palabra de Cristo y la tradición derivada y probada de la Iglesia entregan intacta, incluso después de la profundización del Concilio, a nuestra generación.

Esta autenticidad se sustenta, como bien sabéis, también en la comparación con el mundo argelino moderno, que, precisamente por ser tal y porque ha avanzado enormemente en la exploración y conquista de cosas accesibles a nuestra experiencia, advierte y sentirá más. , el misterio del universo que lo envuelve y la ilusión de su propia autosuficiencia, expuesto al peligro de ser esclavizado y reseco por su propio desarrollo, y excitado por el desesperante intento de alcanzar la verdad última y la vida que nunca muere. En un mundo como el nuestro, no se cancela la necesidad de quienes realizan una misión de verdad trascendente, bondad supermotivada, salvación escatológica: la necesidad de Cristo. ¿Y no desesperamos de los jóvenes de nuestro tiempo, como si fueran alérgicos y refractarios a la más vocación? audaz y más exigente, la del reino de Dios. Oremos, trabajemos y esperemos: "Potest Deus de lapidibus istis arouse filios Abrahae" (Luc. 3, 8). 

Tenemos confianza en ustedes, jóvenes alumnos de la escuela de la Iglesia, y en ustedes, nuestros hermanos en el sacerdocio y colaboradores en el ministerio; confiamos en que sabrá deducir de la siempre verdadera sabiduría de la fe católica las fuerzas vivas y las nuevas formas para reanudar la conversación con el mundo moderno: el Concilio le ofrece su volumen, que en vano conservará. ¡Y todos ustedes, hijos y hermanos, tengan confianza en su Obispo! que no tiene nada que prometerle lo atractiva que puede ser la vida para quienes la aman; pero para los que aman a Cristo, para los que aman a la Iglesia, para los que aman a los hermanos, ofrece lo que reconforta tanto amor: fe, sacrificio, servicio; en resumen, la Cruz; y con ella fortaleza, gozo y paz; y luego el horizonte extremo de las esperanzas eternas. Y todo esto unido juntos,Yo . 17, 21).

"¡MATER MEA, CONFÍA EN MEA!"

La otra palabra es la que siempre resuena en este salón de piedad para velar por el sacerdocio: María, mater mea, fiducia mea . Es la fiesta de Nuestra Señora aquí y tan venerada, que ahora nos une y que sin ningún artificio devocional o convencional saca a la luz la conversatio., la relación, es decir, la intimidad, digamos incluso el diálogo, que debe existir entre el eclesiástico, alumno, diácono o sacerdote que sea, y la Virgen Madre de Dios. ansiosa controversia y de nuestra confiada apología del sacerdocio al de María, Madre de Cristo. No es que podamos atribuir a Nuestra Señora las prerrogativas del Sacerdocio, y al Sacerdocio las propias de Nuestra Señora, pero existen analogías y relaciones entre la inefable suma de carismas, con la que María está llena, y el oficio sacerdotal, que nosotros Siempre haré bien en estudiar y disfrutar de la correspondencia. Es a partir de esta armonía que se puede construir nuestra formación, siempre en forma de mejora: Donec formetur Christus in vobis ( Gal. 4:19), y nuestra experiencia sacerdotal puede enriquecerse. Es esta armonía, en primer lugar, la que nos transporta, existencialmente, casi por arte de magia, al cuadro evangélico, donde vivieron Nuestra Señora y Jesús: así ella es enseguida la maestra de este retorno a las fuentes escriturales, de las que hoy hablamos. tanto., e inmediatamente despierta en nosotros esa vida profunda, esa actividad muy personal, que es nuestra conciencia interior, reflexión, meditación, oración. 

Debemos pensar y plasmar nuestra existencia de manera reduplicada: no podemos tener una acción exterior, por buena que sea, de ministerio, de palabra, de caridad, de apostolado, verdaderamente sacerdotal, si no nace y no vuelve a su fuente. y en su boca interior. 

Nuestra devoción a María nos educa en este acto reflejo indispensable de dos formas:cogitabat qualis esset ista salutatio ( Luc . 1, 29); conferencia en sus notas ( Luc . 2, 9); Mater Eius conservabat omnia verba haec in corde sua ( Luc . 2, 51). María descubre un misterio en todo; y no podría haber sido de otra manera para ella, tan cerca de Cristo. ¿No podría ser de otra manera para nosotros que estamos tan cerca de Cristo que estamos autorizados a dispensar sus misterios (cf. 1 Co 4, 1), y celebrarlos in persona Christi ? (Cf. Filipenses 2, 7)

Introducida en este camino de búsqueda del ejemplo de María, toda nuestra vida encuentra su forma, la espiritual, la moral, especialmente la ascética. ¿No está toda la vida de María impregnada de fe? ¡Bendito, quae credidisti! Luc . 1, 45) Isabel la saluda; no se puede hacer mayor alabanza de ella, cuya vida entera transcurre en la esfera de la fe. El Consejo reconoció esto ( Lumen gentium, 53, 58, 61, 63, etc.). ¿Y acaso nuestra vida sacerdotal no tiene el mismo programa, no debe ser una vida que saca de la fe su razón de ser, su cualificación, su última esperanza? Entonces, su título privilegiado tiembla en nuestros labios: es la Virgen. Cristo quiso nacer de una Virgen, ¡y cuál! la Inmaculada! ¿Este enfoque de la Inmaculada Concepción no dice nada de nuestra elección del estado eclesiástico, que no debe ser reprimido, sino exaltado, transfigurado, fortalecido por el celibato sagrado? Hoy escuchamos críticas al lado negativo, hasta el punto de llamarlo inhumano e imposible: es decir, la renuncia al amor de los sentidos y al vínculo conyugal, expresión normal, suprema y santa del amor humano.

 Cerca de María percibimos el triple y superior valor positivo del sagrado celibato, sumamente acorde con el sacerdocio: primero,Castigo corpus meum et in servitutem redigo. . .? ) ( 1 Co 9, 27), dominio indispensable para quien se ocupa de las cosas de Dios y se convierte en maestro y doctor de las almas, y signo luminoso y orientador para el pueblo cristiano y profano de los caminos que conducen a la reino de Dios; segundo, la total disponibilidad para el ministerio pastoral que el celibato eclesiástico garantiza al sacerdote; es obvio; tercero, el amor único, inmolado, incomparable e inextinguible a Cristo Señor, que desde lo alto de la cruz confía su Madre al discípulo Juan, de quien la tradición afirma haber permanecido virgen: Ecce filius tuus; excepción mater el tuyo. . . I. 19, 26-27)

Y así dices, siempre haciendo de María nuestro modelo, de su obediencia absoluta, que inserta a la Virgen en el plan divino: Ecce ancilla Domini. . . . Luc . 1, 38) dices de la humildad, la pobreza, el servicio a Cristo: todo es ejemplar para nosotros en María. Así diréis de su magnánimo valor superior a cualquier figura clásica de heroísmo moral: Ella fue iuxta crucem Jesu ( I. 19, 25), para recordarnos que, como partícipes del único sacerdocio de Cristo, también debemos ser partícipes de su misión redentora, es decir, ser con Él víctimas, totalmente consagrados y entregados al servicio y la salvación de los hombres; meditamos así la profecía que pesó en el corazón de María, a lo largo de su vida, la espada misteriosa y amenazadora de la Pasión del Señor (cf .. Lc 2, 35) y así podamos aplicarnos las palabras del 'Apóstol: Adimpleo ea, quae desunt passionum Christi in carne mea pro corpore Eius, quod est ecclesia, cuius factus sum ego minister ( Colosenses 1 , 24).

Es fácil, es dulce, es vigorizante repetir la hermosa eyaculación: Maria, mater mea, fiducia mea . Hoy y siempre en nuestra vida sacerdotal.

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo de la Asunción de Solennità,

15 de agosto de 1971

En la homilía, el Santo Padre saluda en primer lugar al cardenal Villot, a los cohermanos del episcopado y del sacerdocio, a la comunidad parroquial y municipal, al nuevo director de las Villas Pontificias, a las asociaciones parroquiales, a las comunidades religiosas, a los ciudadanos. de Castel Gandolfo. Dice sentirse feliz de estar entre ellos en unidad de espíritu, fe y oración, el día de la Asunción, una fiesta que induce a los cristianos a volver la mirada del alma al cielo. No es el cielo lo que contemplamos cuando miramos la luna y las estrellas, sino otra forma de ser, de vida que la Palabra de Dios nos asegura siguiendo la forma de vida terrena, una existencia inefable y portentosa, donde nuestra capacidad de ver a Dios y disfrutarlo aumentará inmensamente. Si bien ahora solo tenemos la luz de la Gracia y la inteligencia, que nos hace comprender algo de lo que nos rodea, entonces nuestro potencial receptivo aumentará enormemente. Será como si se encendiera una luz en una habitación oscura. Ese Dios que ahora andamos a tientas en los suyos Los signos, en sus manifestaciones naturales, en su obra, algún día brillarán ante nuestros ojos, brillando como el sol.

Pablo VI invita a los fieles a meditar sobre la gran distancia que nos separa del cielo, sobre la gran diferencia entre nuestra vida presente y la futura. Así, mirando a la Virgen Asumida al Paraíso con la mirada del alma, sentimos esta distancia infinita. Lo sentimos más sublime, inmensamente diferente y distante de nosotros. María ya era diferente cuando caminaba por esta tierra. Era una excepción, una criatura muy singular, la única, además de Cristo, preservada del pecado original: inmaculada, pura, perfecta.

Bastará recordar las palabras de Isabel que recibe a María y que siente la fuerte brecha que la separa de ella. Cuanto más sentimos esta distancia, nosotros que no vemos a María en la sensible escena temporal, sino que la contemplamos en estado de la vida, del cual tenemos un concepto, incompleto y misterioso. A esta forma de existencia la llamamos santidad. Los santos son los ciudadanos del Cielo y María es su Reina; es santidad en el grado más alto, en la expresión más sublime, completa y perfecta.

Los hombres viven en tensión hacia lo perfecto; se sienten naturalmente atraídos por la belleza, la virtud y la santidad. Cuando aparece un santo en nuestro camino nos sentimos polarizados hacia su persona. Incluso los no iniciados se vuelven curiosos, ansiosos por ver algo de esta singular elevación que es superior a cualquier conquista. En la santidad se da la plenitud de nuestras facultades, la expresión completa de nuestro ser, la verdadera estatura del hombre. Estamos ávidos de la perfección. Nuestra Señora, que es la criatura más perfecta y que se nos aparece en su gloria, atrae superlativamente nuestra mirada.

No conocemos - observa el Santo Padre - la manifestación completa de la luz divina. Pero conocemos las perfecciones humanas irradiadas por el esplendor divino. Son las virtudes que podemos ver y medir. Nuestra Señora, precisamente por estar tan alto, tan lejos de nosotros, en el esplendor del ser extraordinario, excepcional, único, inefable que Dios le ha otorgado, irradia sobre nosotros, hasta el punto de encantarnos, su imagen sublime. , sus perfecciones., sus virtudes, su santidad. Podemos conocerlo al menos por lo que la Virgen nos manifestó en el camino terrenal, y que el Concilio trazó haciendo, entre poesía y teología, ferviente alabanza a Nuestra Señora.

La primera virtud, la primera belleza, la primera ejemplaridad que María nos manifiesta, es la fe. Nuestra Señora es el ejemplo más alto de fe, es decir, de la comunicación del hombre con Dios. Beata quae credidisti , se ha dicho. Bienaventurada la que creyó y aceptó la Palabra del Señor, que empezó a vivir en ella porque la Palabra se reflejaba en su alma receptiva. Por tanto, tendremos que mirar a María como el ejemplo de quien escucha la Palabra del Señor: la Palabra que en la vida se nos habla de tal manera que puede ser recibida o rechazada. Somos libres de decir que no y de cerrar la puerta de nuestro espíritu ante Dios. Pero he aquí, María, ejemplo de fe. Abrió la puerta de su alma al Señor.

Entre las otras virtudes sobrenaturales de María, el Santo Padre enfatiza la obediencia. Fiat mihi secundum Verbum tuum . Es la obediencia lo que hace grande la grandeza de María. Vayamos ahora a la escena evangélica de María bajo la cruz de su hijo sangrante y moribundo. Aquí hay que poner el acento en la fuerza del alma de esta Madre, en su heroica capacidad de sufrir y resistir el sufrimiento. ¿Y la pobreza? Nuestra Señora trabajó con sus manos en la forma más humilde, enseñándonos también esta virtud.

Por tanto, cuanto más miramos hacia Nuestra Señora, más encontramos lo que los santos han definido como modelo. Encontramos la humanidad realizada en ella en sus formas más genuinas y aceptables para nosotros. San Ambrosio la llama modelo de Iglesia, y este título pasa en el Concilio, en las solemnes palabras de la Constitución sobre la Iglesia. María es el modelo de la Iglesia, es decir, de la humanidad que acepta a Cristo, se encuentra con Cristo. Los cristianos debemos mirar a María para uniformarle nuestra vida, María tenía privilegios que nosotros no tenemos; pero en lugar de aumentar la distancia entre nosotros y ella, nos atraen. Su pureza, por ejemplo. En Nuestra Señora no hay mancha, no hay imperfección, no hay defecto, nunca ha habido un pensamiento no elegido, un acto que difiera de la ley divina. Nuestra vida terrenal, por otro lado, es tan lleno de dramas interiores, tentaciones, provocaciones al mal que crean disturbios y desequilibrios en nosotros. María pasa angelical en la tierra, intacta en su belleza. Debemos dejarnos encantar por este ejemplo y tratar de asegurarnos de que nuestra vida esté de alguna manera moldeada por su santidad ejemplar.

El Santo Padre enfatiza luego la bondad de Nuestra Señora, su capacidad para comprender, acercarse, consolar, escuchar. La Virgen está en el marco del gran dibujo de la Comunión de los Santos. La bondad de los santos no es cerrada, exclusiva, inaccesible; es comunicativo e irradia desde el cielo hacia los hombres. Tenemos la suerte de poder volvernos hacia María para rezarle. Ella es la madre de todos y nos da esperanza, una confianza que debería cambiar nuestra vida. Ya mientras rezamos, Nuestra Señora transforma nuestra fisonomía interior. Le pedimos una gracia y ella ya nos la ha concedido: la de rezar, de ser buenos, de arrepentirnos de nuestros pecados. La piedad mariana obra en nosotros la metanoia, la conversión interior.

Imitando a la Virgen e invocándola: esta es la exhortación del Santo Padre en el día de la Asunción, que nos muestra a María deslumbrante en una gloria inaccesible, incomprensible, superior a nuestra fuerza, pero maravillosamente real. No sabemos volar hacia ella, pero sabemos recoger los ejemplos que de ella llueven. Ella predica la fe, la bondad, la caridad, la fortaleza, la obediencia, la pureza, la humildad, y nos induce a insertar estas virtudes en nuestra vida. programa. No se pierde ninguna invocación dirigida a usted. María está dispuesta a acoger la voz más humilde, la voz más débil, la voz de los enfermos, de los que mueren, de los que sufren, de los que trabajan. Toda nuestra vida humana es escuchada por esta intercesión, que nos conduce a Cristo, único Mediador y Señor.

PEREGRINACIÓN A SUBIACO

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de la Natividad de María Santísima
Miércoles, 8 de septiembre de 1971

¡Aquí estamos finalmente en Subiaco!

Tres razones mueven Nuestros pasos para visitar este Monasterio.

El primero es el deseo de saciar nuestra sed, aunque sea por breves momentos, en esta fuente de espiritualidad. Ante nosotros, durante los siglos que han transcurrido desde su distante fundación, vinieron los Pontífices Nuestros Predecesores, los Santos, entre ellos San Francisco de Asís, aquí representado, vinieron Príncipes, Artistas y Eruditos, y hombres buscadores de Dios y de sí mismos; innumerables alumnos de la dominici schola servitii vinieron a escuchar al maestro S. Benedetto.

También venimos a disfrutar de este ambiente por un momento. bienaventurado, donde sopla el silencio, habla la oración, la penitencia está vigente, la caridad arde, la paz domina. Llegamos a sentirnos invadidos por el vigorizante fluir de la tradición mística y ascética de la santa Iglesia Católica, fielmente custodiada aquí y constantemente renovada por la profesión monástica. Venimos a hacer una breve pausa en la oración intensa, que aquí parece tener su domicilio privilegiado, y que la fatiga acuciante de Nuestro ministerio apostólico nos hace anhelar ardientemente. Venimos a consolar nuestra esperanza y nuestra alegría en la cruz de Cristo, y a sentirnos una vez más, cuestionados por él si realmente lo amamos, y desafiándonos a responder, sobre todo en este oasis de verdad y caridad, que sí, miserable como somos lo amamos, a escuchar nuevamente su voz dulce y poderosa para imponernos estar en su lugar, por su virtud, siguiendo su ejemplo, pastores, hermanos y servidores de su inmenso y escogido rebaño, su santa y única Iglesia. Y nos parece que la voz de Jesús resucitado aquí resuena para nosotros en esa voz grave y dulce del santo aquí venerado:Obsculta o fili, praecepta magistri . Venimos, pues, a disfrutar de una hora de refrigerio espiritual; para aliviar Nuestra responsabilidad, para salvaguardar Nuestra confianza en la única y válida virtud, la gracia del Señor.

Luego venimos a saludarte en el Señor, venerable Padre Abad Don Egidio Gavazzi, querido en el vínculo de recuerdos lejanos y sentimientos comunes, digno sucesor del difunto Abad Salvi, y reflejo agradecido de una figura singular y radiante de Mónaco Sublacense. , el siempre difunto abad Don Emanuele Caronti, uno de los primeros maestros del renacimiento litúrgico en Italia, y un monje verdaderamente sabio y ejemplar en la fusión armoniosa de la vida interior con la acción exterior, siempre fiel a la fórmula incomparablemente sintética y fecunda de la Programa benedictino: ora et labora. Y así queremos extender nuestro saludo a la venerable y ferviente comunidad religiosa del Monasterio de Santa Escolástica y del Sacro Speco, con la piadosa clientela monástica y laica, que aquí tiene su centro y desde aquí se extiende a Europa, Italia, el mundo. , nombre y espíritu de San Benedetto.

Así pretendemos, incluso sin solemnidad oficial, pero con mucha mayor sencillez y espontaneidad, honrar el testimonio evangélico que la vida religiosa da a la Iglesia y también a la sociedad profana; y por ello renovamos con el acto de esta visita a un monasterio, que durante siglos ha profesado fiel y ejemplarmente la regla de san Benito, el reconocimiento de la importancia y función de la vida religiosa misma, que hemos dado a través de la publicación de un reciente Exhortación apostólica, que sin duda conoces bien. 

La vida religiosa es la conversión radical a la justicia y la santidad, propia del cristiano animado por la gracia; es la búsqueda imperante e insomne ​​del conocimiento del Dios vivo y de la comunión y conversación con él; es la respuestaplena e incondicional a la vocación de Cristo, que de tantas formas llama y elige; es, por tanto, la renuncia heroica y liberadora de todo impedimento, aunque esté constituido por bienes legítimos, en favor de la prioridad y exclusividad de su amor; es, por tanto, la audacia de las secuelas, más allá de los preceptos, de los consejos evangélicos; es la profesión pública resultante, validada por la aprobación y el apoyo de la Iglesia, de una vida comprometida con la perfección progresiva; es la elección de una comunidad de hermanos, todos guiados por el carisma de un intérprete inspirado y excelente de los caminos del Señor; es el ofrecimiento total de uno mismo al servicio de Dios y la necesidad de los demás; y así es el preludio escatológico de la bienaventuranza eterna. a favor de la prioridad y exclusividad de su amor; es, por tanto, la audacia de las secuelas, más allá de los preceptos, de los consejos evangélicos; es la profesión pública resultante, validada por la aprobación y el apoyo de la Iglesia, de una vida comprometida con la perfección progresiva; es la elección de una comunidad de hermanos, todos guiados por el carisma de un intérprete inspirado y excelente de los caminos del Señor; es el ofrecimiento total de uno mismo al servicio de Dios y la necesidad de los demás; y así es el preludio escatológico de la bienaventuranza eterna. a favor de la prioridad y exclusividad de su amor; es, por tanto, la audacia de las secuelas, más allá de los preceptos, de los consejos evangélicos; es la profesión pública resultante, validada por la aprobación y el apoyo de la Iglesia, de una vida comprometida con la perfección progresiva; es la elección de una comunidad de hermanos, todos guiados por el carisma de un intérprete inspirado y excelente de los caminos del Señor; es el ofrecimiento total de uno mismo al servicio de Dios y la necesidad de los demás; y así es el preludio escatológico de la bienaventuranza eterna. todos guiados por el carisma de un intérprete inspirado y excelente de los caminos del Señor; es el ofrecimiento total de uno mismo al servicio de Dios y la necesidad de los demás; y así es el preludio escatológico de la bienaventuranza eterna. todos guiados por el carisma de un intérprete inspirado y excelente de los caminos del Señor; es el ofrecimiento total de uno mismo al servicio de Dios y la necesidad de los demás; y así es el preludio escatológico de la bienaventuranza eterna.

Si esto es vida religiosa, ¿cómo no podría la Iglesia encontrarse en una expresión particularmente fiel y ejemplar, y cómo no alabarla y promoverla?Y esto nos vuelve más fácil en este Santuario, donde las propias formas y las virtudes características del benedictino dominan por sí mismas la apología de la vida religiosa: tu constitución fundada en el ejercicio paternal de la autoridad, la convivencia fraterna, la rama de la obediencia; tu silencio y tu oración; tu laboriosidad intelectual y manual; tu austeridad y tu sencillez; tu claustro y tu apertura a los pobres y al huésped como si fuera Cristo; tu estilo benedictino, humilde y distinguido a la vez, artístico según la estética del espíritu, todo aquí cuenta cómo tu larga historia sigue viva y viva, y puede hacer suyo el gran esfuerzo de renovación del reciente Concilio. Por eso estamos hoy aquí, para su alabanza, su aliento y su consuelo.

Pero eso no es todo: nuestra llegada a Subiaco tiene el carácter de una peregrinación. Venimos a venerar e invocar a San Benito, para que proteja y asista a la santa Iglesia en la próxima hora del Sínodo Episcopal. Lo sabes todo; y por eso puedes pensar en lo importante que es que el Espíritu Santo, Él, guíe a la Iglesia con sus luces y gracias; Que él le dé una clara conciencia de sus propios deberes según la voluntad de Cristo, y le haga comprender las necesidades propias de estos tiempos; y por eso Nosotros, después de haber implorado la asistencia maternal de María Santísima, cuyo nacimiento muy feliz celebramos hoy, y después de habernos llamado cercanos a los santos Juan y José, Pedro y Pablo, y todos los demás ciudadanos del cielo, nos dirigimos aquí a Nuestro oración especial a San Benito y Santa Escolástica,

Y ustedes, hijos y seguidores del Santo aquí en la tierra privilegiada, donde comenzó su misión en beneficio de la Iglesia, del mundo, de la civilización cristiana, estén con nosotros, y no solo hoy, en oración, en servicio, en amor a Cristo Señor y con él a su Iglesia fatigada y confiada peregrina en el tiempo hacia el encuentro eterno.

Que Nuestra Bendición Apostólica te acompañe.

"MISSA IN AURORA" EN LA PARROQUIA DE SANTA MARIA REGINA MUNDI EN TORRE SPACCATA

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI *

Roma
Santa Navidad, 25 de diciembre de 1971

Queridos hermanos e hijos: ¿por qué he venido entre vosotros? Hay muchas razones, incluso simples, excepto una que no lo es. Por eso vine antes que nada para conocerlos y darme a conocer: quizás muchos de ustedes aún no han visto al Papa de cerca, aquí está: ¿está tan lejos?

¡No! Quiere estar cerca, cerca del pueblo que el Señor le ha dado que es el pueblo de Roma. Y por eso he venido a saludarlos y saludarlos a todos.

Verá aquí tenemos al cardenal Dell'Acqua, que es quien toma nuestro lugar para la vida pastoral en Roma y públicamente, frente a él, conociendo su celo y sabiendo cuánto trabaja por el bien de la población romana, yo dale gracias en el nombre del Señor que celebramos hoy: lo animo y lo bendigo. Y con él los obispos, ves, aquí están los obispos auxiliares, los que comparten con él esta gran obra de evangelizar y predicar la Palabra del Señor, de ayudar espiritualmente a toda esta gran ciudad que sigue creciendo y expandiéndose y aumentando en población. , y tenemos - yo primero y ellos conmigo - el deber y el honor de servirte, estar cerca, velar por tus intereses espirituales y por eso agradezco y saludo a quienes en esta gran obra, que es la obra de Dios, prestan su ayuda.

Primero entre ellos, ¿quién es él? Es tu párroco. ¿Cómo lo llamas? ¿Padre Nazareno? Nazareno Mauri? Aquí, lo saludamos frente a ti, para que lo ames, porque tratas de complacer su cuidado, para que tengas el corazón para pedirle que te ayude: "Oremos, enséñanos, haznos buenos, haz nosotros cristianos, santifícanos, haznos dignos del gran destino que se nos antepone, el de ir todos al cielo ».

Si no tenemos quien nos da la mano, quien nos da este ministerio, este servicio de Dios podríamos perdernos, podríamos quedarnos sin el gran propósito de nuestra vida que es salvar nuestras almas. Y por eso también él, vuestro párroco, le damos las gracias por entregarse todo a vuestro servicio, por vuestro bien, y le animamos, él y sus hermanos, que le ayudan en este esfuerzo no pequeño pero tan digno, y con él. Extendemos nuestro saludo reverente y agradecido a toda la familia de los Padres Carmelitas de la Antigua Observancia, que les han confiado el servicio pastoral, el ministerio parroquial de esta aldea.

Tendría mucho que decir sobre estos queridos religiosos, ¿por qué? Pero como su casa central aquí en Roma es San Martino ai Monti, y San Martino ai Monti era el título que el Papa Juan me había dado cuando quería que yo también estuviera asociado con el Sagrado Colegio, es decir, dijo: San Martino ai Monti como el título "que es la iglesia de los Carmelitas que sirven allí". Y luego son nuestros amigos porque tienen la iglesia de Traspontina, que está a un tiro de piedra del Vaticano y por lo tanto estamos en estrecha comunicación, tanto que algunos de ellos, e incluso su párroco por un tiempo sirvieron en nuestra oficina central. digamos así, la Secretaría de Estado, y por tanto toda la gran familia carmelita - también a los carmelitas, es cierto - a todas estas almas que se reúnen en torno al Carmelo,

Decía: vine a conocerte y sé un poco sobre tu parroquia. Sé que ya eres una comunidad. ¿Qué sería una parroquia si fuera una multitud sin ataduras, sin conciencia de su unidad, sin los órganos que la deben mantener unida, que son las asociaciones?

Sabemos de todos los que pertenecen a asociaciones parroquiales, que son muchas, es cierto: hay Acción Católica, hay espirituales y religiosas, etc., los que se ocupan de los demás, hay catequistas, me dicen. Bueno, a todos los que estamos precisamente en esta organización y en esta costilla que une y forma el cuerpo de vuestra gran población, les doy un saludo y un aliento especial. Siento el deber de agradecerles también y de animarlos, porque ellos también están comprometidos en el gran esfuerzo que se hace para llegar a todos.

¡Estás, me dicen, casi 30.000 aquí! ¡Oh, cuántos ... cuántos! Y tampoco todo el mundo tiene nada que ver con eso; si todos estuvieran aquí. También llevarás mis saludos a los que se han quedado en casa y a los que están fuera. A todo este cuerpo. Y recuerda que no tenemos los ojos cerrados ni siquiera para quienes aún necesitan lo elemental e indispensable para la vida: casa, trabajo. Para todos los que están aquí, en este barrio, quiero dejarles un saludo y una bendición y también les puedo dejar una promesa, que es hacer lo que puedan para que se sientan reconfortados, asistidos y felices. También tenemos aquí a las autoridades de la ciudad que vienen precisamente para dar fe de su buena voluntad.

Créalo: quieren hacer todo lo posible por usted. ¿Es cierto? Y por eso agradecemos y bendecimos a quienes dedican su tiempo, su vida, su capacidad para ayudar al pueblo de Roma, especialmente a los que más necesitan esta ayuda, que no es fácil y ustedes lo saben, pero creen que detrás de esta dificultad hay un deseo preciso, absoluto y expreso de hacer todo lo posible para ayudar a todos. Por eso vine.

He venido, les diré algo, también para consolarme, es decir, para hacer una hermosa Navidad; Quiero decir que el Papa también debe tener una Feliz Navidad y mi Navidad más hermosa es cuando puedo estar junto a los que el Señor me ha dado como hermanos y como niños. Estar juntos en mi familia espiritual: ustedes son parte de esta familia, tienen una hermosa iglesia nueva. Aún no ha terminado del todo pero ya indica, incluso aquí, un esfuerzo por hacer cosas nuevas, proporcionadas a las necesidades y todo esto para mí es un gran, un gran consuelo.

¿Te imaginas acaso que el Papa es el hombre más feliz de esta tierra? No es cierto: bueno, "feliz como un Papa", dicen. ¡Si tan solo supieras! ¿Porque? Pero porque todos los dolores de este mundo, todas las necesidades, las guerras, las disputas entre los hombres, y sobre todo ver a tantos lejos del Señor, tantos pelean contra él, lo niegan, lo ofenden, y todo esto viene. a un final en nuestro corazón.

Y luego encontrar una comunidad como la tuya: miles de fieles, de buenas personas, de personas que esperan y creen en el Señor, para mí es una gran alegría, es un gran consuelo y por eso no sois vosotros los que debéis agradecerme. por esta visita, pero soy yo quien debo agradecerles por haberme recibido esta mañana para desear a todos con el corazón abierto los mejores deseos de una Feliz Navidad ... una Feliz Navidad.

Aquí es donde se centra la razón precisa por la que he venido entre ustedes: para celebrar la Navidad. Me gustaría tener algunos catequistas aquí para saber de ellos si saben lo que es la Navidad. Bueno, sí lo saben: aquí hay un bello belén, inmediatamente saben que la Navidad es la fiesta que conmemora el nacimiento de Jesús, y llegamos a este punto todos, hasta los niños del catecismo, los pequeños pueden decir: " Hoy es Navidad, ha venido el Niño Jesús ».

Pero si continúo con las preguntas: "¿Pero quién era el Niño Jesús?", "El Niño Jesús es el hijo de Nuestra Señora, es el hijo de María". ¿Y eso es todo? Aquí, lo grande que debemos tener presente en el alma, hagamos un esfuerzo, un poquito, para no entender, pero al menos para prestarte atención: Jesús, ese Jesús que vemos en el pesebre, ese niño que allí llora. , que no tiene fuerza, no tiene expresión, precisamente porque es un niño recién nacido: ¡que Jesús es el Hijo de Dios!

¿De dónde es él? Pero viene del cielo, donde, lo diremos ahora, cantando dentro de un rato el Credo: descendit de caelis , "descendió del cielo", tiene esta prerrogativa, esta singularidad única, misteriosa e inmensa, que contiene en sí dos hijos: es el Hijo de María y por tanto es nuestro hermano, es hombre, y es hijo de Dios, es hijo de Dios! Viene del cielo, la divinidad vive en él.

El que creó el cielo y la tierra, el que siempre ha sido y siempre será, el que es la razón, el principio del ser de todas las cosas, de nuestra vida, de nuestra existencia, el que todo lo sabe, el que ve en nuestros pensamientos, el uno que está presente para nosotros más que nosotros mismos, el que se llama Hijo de Dios, ha venido a hacerse hijo del hombre juntos y entonces el asombro debe ser la característica de esta fiesta: estamos asombrados, somos admirados, Nos sorprende, nos encanta el hecho de que Dios se haya hecho hombre, y que esté entre nosotros.

Ten esto en cuenta, porque esto es lo que quería decirte cuando vine entre ustedes.

La Navidad es la visita que hace, no el Papa que viene entre nosotros, esto es solo un símbolo, es solo una señal. Es la visita, es la venida de Cristo entre nosotros y Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre. Es el descenso de Dios entre nosotros. Qué lejos está Dios, es decir, qué misterioso, qué inaccesible, qué incomprensible. Tanta gente no lo cree, ¿por qué? Pero porque no lo ve con sus ojos, porque no lo oye, porque no comprende, porque comprende una cosa: que si Dios existe, Dios es un misterio sin fronteras y viene de este misterio sin fronteras, de este Dios en la profundidad del tiempo y del espacio.

¿Alguna vez has mirado al cielo? ¿Has pensado alguna vez en los siglos que han pasado? Todos los experimentos recientes de estos astronautas que van a la Luna al menos nos han acostumbrado a mirar un poco más el cielo estrellado que tenemos encima. Y piensa en estas inmensas distancias, estos siglos sin número, que marcan la edad del universo y por tanto el Dios de este universo. Bueno, el Dios de estas profundidades, el Dios infinito, el Dios que está en el cielo. "Padre nuestro que estás en los cielos", que estás en este tuyo ... en este inmenso, inmenso misterio; este Dios que es esquivo a nuestros ojos, y tan difícilmente imaginable incluso para nuestros cerebros, este Dios verdadero.

Vino entre nosotros y para darse a conocer, para ser agarrado por nosotros, se hizo nuestro hermano, se hizo uno de nosotros, se vistió de carne humana, se hizo hombre, para venir y ser nuestro amigo., Nuestro colega. , nuestro compañero. ¡Para darnos confianza!

Dios pudo haber venido vestido de gloria, de esplendor, de luz, de poder, para asustarnos, para hacernos abrir los ojos con asombro. ¡No no! Vino como el más pequeño de los seres, el más frágil, el más débil. ¿Por qué esto? Pero para que nadie se avergüence de acercarse a él, para que nadie tenga miedo, para que todos realmente puedan tenerlo cerca, acercarse a él, no tener más distancia entre nosotros y él.

Dios hizo un esfuerzo por hundirse, hundirse en nosotros, para que cada uno, digo cada uno de ustedes, pueda darle el tú, pueda tener confianza, pueda acercarse a él, pueda sentirse pensado por él, amado por él. .. por amaba: mira, esta es una gran palabra! Si entiendes esto, si recuerdas lo que te estoy diciendo, entenderás todo el cristianismo.

¿Qué es el cristianismo? ¿Cuál es esta religión nuestra que nos hace construir estas casas, que nos organiza en parroquias, que nos hace una sola familia, que nos hace su Iglesia? ¿Qué es? Es el amor de Dios por nosotros. Entiendes esta palabra: Dios nos ama, dilexit nos , nos amó incluso antes de que naciéramos; reconoció nuestras cosas y tenía un ojo, tenía un rayo de bondad y estaba por encima de cada uno de nosotros.

Dime quién de ustedes puede decir: "Dios no me ama". ¿Una persona enferma? Pero si el Señor vino por los que sufren. ¿Un niño? Pero si se convirtiera en un niño. ¿Una pobre mujer de familia? Pero si él también vino a vivir en esta familia humana nuestra. ¿Un hombre pobre? Pero si quería ser pobre también. ¿Un trabajador? Pero si quería ser un pobre carpintero en un pueblo muy pequeño, Nazaret, donde pasó treinta años de su vida, la mayoría de ellos, para ser nuestro compañero, para compartir con nosotros este trabajo de la existencia humana.

Jesús quiso venir entre nosotros -Dios hecho hombre- para que pudiéramos entender su lenguaje, su palabra divina, pero no pronunciada en el lenguaje misterioso con el que habla a los ángeles y con el que habla en el silencio de los espacios y los siglos. Quería tomar nuestros labios para hacerse entender y convertirse ... ¿Cómo le solemos llamar Jesús? ¡Maestría! Vino a hablarnos, a derramar su conocimiento, su sabiduría. ¿Y cómo? Quién sabe qué palabras difíciles dijo.

¡Pero no! Son palabras hechas especialmente para nuestros pobres cerebros, para nuestra pobre inteligencia, pero siempre son palabras divinas, inmensas, que estallan cuando las recibimos en nuestra alma, son tan grandes y dijo su gran mensaje que es como un programa de todo el Evangelio: "Bienaventurados los pobres, porque mi reino te pertenece, benditos los que lloran y sufren porque he venido a consolarlos, benditos ustedes que aman y sufren por la justicia, porque yo los alimentaré, Te doy esta justicia, y bendito seas de puro corazón porque verás a Dios, tendrás la simpatía y la intuición de lo que son las cosas divinas.

Este es el lenguaje que usó el Señor y así se convirtió en maestro, sin sentarse en la silla, sino entre la gente, sentándose en el suelo, caminando con sus discípulos.

¿Y luego? ¿Eso es todo? Mira: vino Jesús, vino a dar su vida por nosotros. Nunca entenderemos lo suficiente a Nuestro Señor Jesucristo si no entendemos su intención, este destino que verdaderamente marca el perímetro de su vida. Jesús vino a morir, he aquí, vino a salvarnos.

Si uno de ustedes se hubiera salvado de un accidente que, lamentablemente, ocurre a menudo en la carretera, ¿estaría agradecido por ese valiente que corrió el peligro para salvarlo?

¿Ha escuchado la historia del que beatificamos hace unas semanas , padre Kolbe? Tal vez sí. Pero déjame decirte lo mismo, porque es tan hermoso: un religioso franciscano polaco, muy bueno, que hizo tanto bien para hablar de sí mismo por grandes obras, especialmente en lo que respecta a la prensa, es tomado por los alemanes y puesto en un campo de concentración.

Un prisionero se escapa, no encuentra dónde está, y luego, como era el método de esta gente inhumana, el sistema prevé: "Vamos a matar a diez, para vengarnos de este que escapó". Encontraron nueve. El décimo era un hombre de familia, a quien vi, ya sabes. Cuando hice mi beatificación en San Pedro, él estaba allí. "Me salvó Maximilian Kolbe".

¿Por qué? Porque este preso salió de las filas y se presentó al oficial y le dijo: "Este es un hombre de familia pobre, déjalo ir, llévame", y se lo llevaron. Y murió para salvar a este polaco: es un gesto heroico, libre, espontáneo, sin gloria, sin recompensa. Pues murió para salvar a este padre de familia y Jesús murió para salvar a cada uno de nosotros: Diléxit nos, et trádidit semetípsum pro nobis . Se entregó por nosotros.

Me gustaría que este pensamiento permaneciera en su corazón como recordatorio de esta Navidad. Si hemos sido amados por Cristo, por Dios en Cristo, ¿qué debemos hacer? Contestas. Parece simple, pero incluye toda nuestra vida: también debemos dar. Si es tan rico para nosotros, si es tan bueno con nosotros, si fue tan generoso con nosotros, si dio su vida por nosotros, entonces lo amaré, también tendré cuidado de amarlo, sentiré Cristiano, que está ligado por la gratitud, por la gratitud, por el amor a este Jesús que dio su vida por mí.

Y eso es todo. Los que responden a este amor son cristianos.

Y ocurre un segundo hecho. Si todos hemos sido amados de verdad en Jesucristo, ¡aquí estamos! Nos juntamos, se produce una comunidad, se produce una comunidad, se produce una simultaneidad, se produce un corpus, se produce una sociedad: ¿cómo se llama? Se llama Iglesia. Somos la Iglesia. Nosotros que somos salvos de Cristo.

Entonces, dos consecuencias de toda esta meditación.

Primero: realmente necesitamos entender mejor, no distraernos. No somos gente que olvida y no somos ingratos, porque lo más grave, lo más generalizado de nuestra pobre humanidad es esto, no tener la gratitud, cuánto debe tener por Dios que así nos amó. Y amar a Jesús significa rezarle, significa ir a la iglesia, realmente significa ser religioso, por amor.

Muchos ven la religión como una cosa opresiva, una cosa difícil, una cosa incomprensible, una cosa aburrida: ¡no! La religión, estar en contacto con Cristo y Dios es algo que nos llena de alegría, de alegría. ¿Porque? Porque es amor.

El primero, el gran mandamiento que el Señor nos ha dejado es este: ama, ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Al contrario, dijo una palabra que parece que siempre me impresiona tanto y que seguro que te lo hará a ti también: si lo piensas: "Ámense los unos a los otros". ¿Como? Eso así hace caer los brazos: "Como yo te he amado". Pero, ¿cómo es posible amar como el Señor nos ha amado?

¿Dónde está nuestro corazoncito, el que tiene un corazón que incluye al mundo entero, el que nos ha regalado este ensayo de generosidad, que es infinito, esta entrega heroica? ¿Pero puedo amar hasta este punto?

La medida no, pero el ejemplo sí: como Señor me has amado, intentaré amarte, mi vida estará tensa en este deseo de responder, en este deseo de diálogo, de encuentro, de amor contigo. Ustedes saben lo que es el amor, ese sentimiento fundamental de nuestra vida hacia Cristo y Dios, ustedes son cristianos que se salvarán.

E in secondo luogo su questo «amate ancora come io ho amato», Gesù ha amato tutti gli uomini, Gesù non ha detto di no a nessuno. Gesù non ha avuto odio nemmeno per colui che lo ha tradito, Giuda. Ha udito parole amare di condanna e quando Giuda col bacio, con la profanazione, con la ipocrisia più fiera e più crudele, lo ha tradito, Gesù che cosa ha detto? «Amico, amico, con un bacio tradisci il figlio dell’uomo», cioè Lui. Vedete chi è Gesù: lo conoscete adesso questo cuore di Cristo? Ebbene noi dovremmo imitare il cuore del Signore, cioè essere capaci anche noi di amare tutti.

Me gustaría hacer preguntas y luego termino. Para celebrar la Navidad: ¿has hecho alguna buena obra? ¿Has perdonado a alguien? ¿Ha orado por alguien que lo necesita? ¿Dijiste una buena palabra para consolar a alguien? ¿Le has dado un poco de alegría a algún niño, algún familiar o alguna persona? ¿Has tratado de derramar y encontrar en lo más profundo de tu corazón un poco de calidez, un poco de dulzura para dar a tu alrededor? ¿Has hecho un acto de amor por esta comunidad tuya, esta sociedad espiritual nuestra, que es la parroquia? Bueno, ¡hazlo conmigo ahora! Celebraremos la Misa precisamente por esta parroquia, para que realmente se convierta en una familia en Cristo, para que el amor de Cristo reine y triunfe en tu comunidad parroquial.

El amor debe ser el sol que ilumina nuestra vida, el sol que se pone y dirige nuestro amor de la vertical a la horizontal: amamos a Dios y amamos al prójimo.

Si hemos entendido esta clave, esta síntesis del cristianismo, entonces podemos acercarnos al pesebre, cerrar los ojos y pensar en este niño que vino para ser nuestro Salvador.

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

HOMILIA DE PABLO VI

Miércoles, 15 de agosto de 1973

Por undécima vez el Santo Padre abre la solemnidad de María Asunción al Cielo, celebrando la Misa por los feligreses de Castel Gandolfo.

El rito sagrado tiene lugar en un ambiente de familiaridad en la iglesia parroquial de S. Tommaso da Villanova donde Pablo VI va a las 9 am precedido por una pequeña procesión con el párroco-párroco Don Angelo di Cola, y sus colaboradores salesianos, en quien se les confía el cuidado espiritual del pueblo.
El Santo Padre es recibido en la entrada del templo por el obispo de Albano Monsignore Raffaele Macario con el obispo auxiliar Monseñor Dante Bernini. En el interior de la iglesia estuvieron presentes el secretario de Estado, cardenal Giovanni Villot, don Giuseppe Enriquez consejero general de los Salesianos para América Latina en representación del Rector Mayor; P. Antonio Meloda, consejero general para España y P. Angelo Gentile, vicario de la provincia salesiana de Roma. Entre las autoridades civiles se encuentra el alcalde de Castel Gandolfo dr. Costa con el consejo municipal, el subcomandante general del gen Carabinieri. Arnera, el director de las Villas Pontificias dr. Carlo Ponti y muchas otras personalidades.
Tras la lectura del Evangelio, el Santo Padre dirige la homilía de la que comunicamos los pensamientos principales a la asamblea de los fieles.

El Papa, en primer lugar, dirige su saludo a las autoridades eclesiásticas y civiles presentes, subrayando la particularidad espiritual del encuentro que lo diferencia de todos los demás que tuvo en varias ocasiones durante su estancia estival. Luego se detiene para describir la prodigiosa Asunción de la Virgen al cielo al final de su vida temporal. La contemplación de este gran misterio nos confirma que también hay un mundo más allá, fuera de nuestro espacio mensurable. En este reino misterioso, donde reina y donde Cristo resucitado se sienta a la diestra del Padre, compartiendo su gloria infinita, Dios también quiso llamar a su Madre, sin esperar el último día.

Sobre algunos aspectos de este maravilloso evento, la Iglesia no se ha pronunciado. Nos preguntamos si Nuestra Señora realmente murió o si pasó todavía viva en el reino eterno. Hay quienes creen que Nuestra Señora también sufrió el drama de la laceración de su ser, de la separación del alma del cuerpo. En la Iglesia de Oriente, el día de la Asunción, se celebra la fiesta de la Dormitio Virginis, es decir, de la Virgen que se ha quedado dormida. Jesús también quiso sufrir la tragedia de la muerte; Entonces, ¿por qué María, que lo compartió todo con Cristo, no debería compartir también este momento de disociación de su cuerpo más bendito y más puro del alma incorruptible e inmortal? Pero, ¿cuánto duró esta separación? No lo sabemos, pero debemos creer que la unidad y plenitud de su ser se recompuso de inmediato, que como tal, fue llevado al Cielo.

Dónde sucedió esto, no lo sabemos. Al respecto, el Papa recuerda la visita que realizó en 1967, durante el viaje a Constantinopla para encontrarse con el Patriarca Atenágoras, en las ruinas de Éfeso. De hecho, parece que San Juan Evangelista, cuando los discípulos de Jesús se dispersaron por las calles del mundo, se había trasladado a Éfeso, donde escribió su Evangelio y envió las Cartas que aún quedan. San Juan Evangelista había recibido el mandato del Señor en la Cruz de ayudar a la Virgen como si fuera su madre, y la habría llevado a Éfeso, donde ahora se encuentra un Santuario Mariano, precisamente donde María habría pasado los últimos días. de su vida terrenal. Otros dicen que en cambio vivía en Jerusalén, donde hoy también hay un santuario dedicado a ella. No sabemos más; pero lo sabemos con certeza - declara Pablo VI - que fue asunta al cielo en alma y cuerpo, en la integridad recompuesta de su ser, en la plenitud de la vida del espíritu y la irradiación vital de Dios sobre quienes tienen la incomparable suerte de ser salvados. . Nuestra Señora, que vive en esta plenitud, actúa como puente entre el Cielo y la tierra, como intermediaria entre nuestra vida presente y la otra vida, que es la meta, el fin, la verdadera morada en la que tendremos que vivir eternamente.

Esta escena, este misterio del paso a la otra vida - observa el Santo Padre - es una gran lección para nosotros, para los niños de nuestro tiempo, imbuidos de la idea de que sólo existe esta vida presente. Se cansan, tratan de ser felices, de disfrutar de las alegrías y satisfacciones que les otorga la vida, casi con la convicción tácita de que todo está aquí. Pero es una ilusión - añade Su Santidad - una ilusión materialista. Es falso que la muerte sea el fin, que todo el lapso de nuestra vida termine en el tiempo. Hay otra vida, hay un futuro en la otra vida. Y quien se da cuenta de esto, comprende lo que es el hombre. Y por eso todos estamos inclinados sobre la fuente de la vida: porque es tan sagrada que está destinada a la eternidad. Hay quienes son elegidos y quienes son reprobados. Hay quienes serán bendecidos en el Paraíso y quienes serán condenados a la ruina eterna. El Señor nos ha dado la vida terrenal para que la podamos llenar de acciones, de buenas obras. Nuestro destino aleatorio depende de esto. Podemos salvarnos a nosotros mismos y podemos condenarnos a nosotros mismos.

María, que ya ha alcanzado la plenitud, está en primer lugar en la obra de la Creación. El hecho de haber dado vida a Cristo en el mundo ha merecido su gloria indescriptible. María está llena de bienes sobrenaturales, es Reina del Cielo, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y Madre nuestra.

El pensamiento de María debe llevarnos a modificar, a perfeccionar nuestra mentalidad, nuestra forma de concebir la vida. Debemos trabajar duro, debemos sufrir, también debemos disfrutar de las cosas buenas de la vida, pero como peregrinos, como personas pasajeras, como personas que pasan, que no echan raíces. El presente es el momento que se escapa, ya que estamos destinados al más allá. Pero este momento fugaz debemos llenarlo de buenas obras.

De hecho, ¿qué quedará de nuestra vida? San Pablo lo dice: sólo queda el bien, queda la caridad. La caridad nunca caerá. Incluso la fe pasará, la esperanza pasará, todas las cosas de este mundo pasarán, los acontecimientos, la historia, la política, las luchas, logros aún mayores. Pero el amor de Dios permanecerá, el amor al prójimo. Y será nuestra salvación. Este, dijo el Papa, es el secreto de la Asunción de María. 

El amor que Nuestra Señora tenía por Cristo y por los hombres con quienes sufrió, con quienes vivió, es la clave para comprender por qué Dios la elevó primero, de antemano, a la gloria eterna. Debemos vivir imitando a María en su fe, en su esperanza, en su pureza sobre todo, en su caridad. Debemos tener una gran confianza en Nuestra Señora.

SANTA MESSA NELLA SOLENNITÀ DI MARIA MADRE DI DIO
NELLA VIII GIORNATA MONDIALE DELLA PACE

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE MARÍA MADRE DE DIOS
EN EL VIII DÍA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

1 de enero de 1975

¡Aquí está el año nuevo!

¡Aquí hay un nuevo período de nuestra vida!

¡Nos despedimos de nuestra vida! ¡Que es Cristo! nuestro principio: en Él todas las cosas son creadas y concebidas (1); Él es nuestro modelo y nuestro maestro (2); Él es el fin y la plenitud de nuestra vida, presente y futura (3). Saludamos a nuestro Señor Jesucristo, a quien sea honor y gloria por los siglos de los siglos. (4) Y luego saludamos a María, la bendita Madre de Jesús, a quien la Iglesia honra hoy por este privilegio tan electrizante y por nuestra inestimable fortuna de ser por este mismo hecho la Madre de Dios hecha hombre, nuestro Hermano y nuestro Salvador. , Hola, Reina, Madre de misericordia, nuestra vida, nuestra dulzura y nuestra esperanza, ¡hola! Y ahora un saludo para ti, Pueri Cantores, que vienes de todas partes del mundo para dar aquí en la Roma católica, el corazón de la unidad y la paz, un ensayo prodigioso de armonía y alegría, ¡canta, canta! sus voces, que se funden en un solo coro de fe y oración, son una profecía de paz y esperanza para el mundo entero. Salud para ti¡Pueri Cantores !

Salut à vous, Petits Chanteurs, venus du monde entier, pour élever nos cceurs, par vos merveilleux chants de joie et d'espérance. Chantez, oui, chantez, dans boobs Rome catholique, centre d'unité et de paix.

Una bienvenida especial para ustedes, los chicos cantantes que han venido para sumar sus voces a nuestro coro de alabanza. Que el Señor los bendiga y que sus vidas sean siempre un himno de acción de gracias por su bondad.

Herzlichen Willkommengruss den Sängerknaben aus allen Teilen der Welt. Unseren Dank euch allen im Namen Jesu Christi für euren unermüdlichen Einsatz im Dienste der Kirchenmusik!

Vuestras voces y el acento apacible de vuestra presencia en Roma son sin duda un soplo de serenidad, que invita a moldear corazones nuevos, llenos de fe y de concordia. Con estas antífonas exultantes nuestras almas se fijan ahora en el tema que estamos haciendo hoy, todos juntos, objeto de nuestra reflexión y de nuestra oración: la paz.

La paz es como el sol del mundo.¿Cómo podemos fijar nuestra mirada en este sol? es demasiado brillante; ¡Estamos deslumbrados! Pero como hacemos con el sol, limitémonos ahora a ver su esplendor reflejado, en uno de sus múltiples aspectos, que lo hacen comprensible para nosotros. Ten cuidado. ¿Qué es la paz? Es el arte de llevarse bien. ¿Se llevan los hombres espontáneamente, automáticamente? Si y no. Sí, se llevan bien "potencialmente"; es decir, están hechos para llevarse bien. En el fondo de su alma está la tendencia, el instinto, el deseo, la necesidad, el deber de llevarse bien, es decir, de vivir en paz. La paz es un requisito de la propia naturaleza de los hombres. 

La naturaleza humana es fundamentalmente única, es la misma en todos; en sí mismo tiene como objetivo expresarse en sociedad, poner a los hombres en comunicación entre sí; necesitan recibir la vida de los demás, necesitan ser criados y educados por otros, necesitan entenderse, es decir, hablar un idioma común, tienen instinto y necesitan conocerse, convivir; son seres sociales, forman familias, tribus, pueblos, naciones y tienden hoy, casi por el empuje fatal de todo tipo de comunicaciones sociales, a fusionarse en una sola familia, dividida en muchos miembros con cierta independencia autónoma y cierta autenticidad de sus propias características y distintas, pero ahora complementarias e interdependientes.

Todos ven que este es un movimiento que no solo es necesario, sino hermoso y bueno, el único ahora que puede hacer suyo el nombre de la civilización. La humanidad es única y tiende a organizarse en forma comunitaria. Y esta es la paz. Cristo, con una sola palabra, sintetizó y profetizó este supremo destino humano, diciendo a los hombres de este mundo: "Sois todos hermanos" (5); y, al revelarnos la verdad religiosa y solar de la Paternidad divina, confirió a la fraternidad humana universal su razón de ser, su capacidad de realización, su gloria y su felicidad. Repetimos: esto es Paz, es decir, hermandad, de concordancia, solidaridad, libre y feliz de los hombres entre sí. Pero, ¿existe esta paz? ¡Pobre de mí! qué distancia hay entre la ontología y la deontología de la Paz; entre su ser y su tener que ser! Historia,

Aún síganos con su paciente atención. Después de todo, contemplar el panorama del mundo y sus destinos merece este esfuerzo de comprensión para todos nosotros. Y decimos: si es cierto que, lamentablemente, la Paz no siempre ha representado en el pasado el cuadro deseado de una humanidad ordenada y pacífica, sino más bien el cuadro opuesto de las luchas entre los hombres que prevalecieron, no obstante nos sentimos autorizados en esta última. tiempos, consintiendo el mundo, y solicitada no sólo por nuestra fe religiosa, sino por la madurez de la conciencia moderna, por la evolución progresiva de los pueblos, por la necesidad intrínseca de la civilización moderna de proclamar dos afirmaciones capitales: ¡La paz es un deber! ¡La paz es posible! Entonces surge una pregunta en nuestro espíritu, una duda, que huele a escepticismo, y que encubiertamente,

Y la pregunta es la siguiente: ¿el barómetro de la paz no se convierte hoy en mal tiempo? de otra forma, pero aún más orgullosa y temerosa, ¿no vuelve el mundo a las posiciones dialécticas y controvertidas de antes de la guerra? es decir, ¿a una contestación de principio al método y al reino de la Paz? ¿Qué nos permiten prever los armamentos locales y mundiales, llevados a un grado inconcebible de terribilidad? ¿La política de equilibrios conflictivos evitará realmente la catástrofe mundial? y ¿adónde puede llegar el radicalismo de las luchas de clases, si no más moderado por el sentido de la justicia y el bien común, pero dominado por la pasión por la venganza y el prestigio? 

En los últimos años tenemos que registrar casi una trampa que pone ansiosos a todos, casi un insulto que mancha el honor de nuestra vida civil, un aumento aterrador del crimen organizado, con el arma apuntada de la amenaza a alguna vida inocente, y con el chantaje de la venalidad hiperbólica: ¿dónde está el derecho? donde esta la justicia? donde esta el honor ¿y dónde entonces esa tranquilidad del orden, que responde al nombre de Paz? (Recuérdese el informe de inauguración del año judicial 1974 del Fiscal General de la Corte de Casación Dr. Mario Stella Richter). Y luego también hay que mencionar las guerras y guerrillas, que aún persisten en varias partes del mundo, con víctimas llorosas y ruinas: todos las tenemos dolorosamente presentes. ¿honor? ¿y dónde entonces esa tranquilidad del orden, que responde al nombre de Paz? (Recuérdese el informe de inauguración del año judicial 1974 del Fiscal General de la Corte de Casación Dr. Mario Stella Richter).

 Y luego también hay que mencionar las guerras y guerrillas, que aún persisten en varias partes del mundo, con víctimas llorosas y ruinas: todos las tenemos dolorosamente presentes. ¿honor? ¿y dónde entonces esa tranquilidad del orden, que responde al nombre de Paz? (Recordar el informe de inauguración del año judicial 1974 por parte del Fiscal General de la Corte de Casación Dr. Mario Stella Richter). Y luego también hay que mencionar las guerras y guerrillas, que aún persisten en varias partes del mundo, con víctimas llorosas y ruinas: todos las tenemos dolorosamente presentes.

Nos referimos, sin hacer ahora ningún comentario nuestro, a hechos y condiciones relativas a los heridos o carentes de paz en muchas situaciones sociales y políticas de la tierra, para insinuar en la meditación que estamos haciendo un principio, un método, que se deriva de la genuina enseñanza cristiana y que, aplicada a los intentos y procedimientos en curso para salvaguardar y promover la Paz, sería sin duda positiva y decisiva, aunque psicológicamente no poco difícil. Se llama "reconciliación". Es uno de los puntos programáticos del Año Santo, recién inaugurado. La reconciliación traslada la esfera de la paz del foro externo al foro interno; es decir, desde el campo extremadamente realista de las competencias políticas, militares, sociales, económicas, en definitiva las del mundo experimental, al campo no menos real pero imponderable de la vida espiritual de los hombres. Difícil llegar a este campo, sí; pero este es el campo de la verdadera Paz, de la Paz en la mente antes de las obras, en la opinión pública antes en los tratados, en el corazón de los hombres antes de la tregua de armas.

Para tener la verdadera paz necesitas darle un alma. Alma de paz es amor. Hicimos grabar la fórmula en la medalla acuñada con motivo de nuestra visita a la Asamblea de las Naciones Unidas en octubre de 1965: Amoris alumna Pax. Sí, es el amor lo que vivifica la Paz, más que la victoria y la derrota, más que el interés, el miedo, el cansancio, la necesidad. Alma de la Paz, repetimos, es el amor, que para nosotros los creyentes desciende del amor de Dios y se difunde en el amor a los hombres. Esta es la clave del Sistema de la verdadera paz, la clave de ese amor, que se llama caridad. El amor-caridad genera reconciliación; es un acto creativo en el ciclo de las relaciones humanas. El amor supera las discordias, los celos, las antipatías, las antítesis atávicas y los nuevos insurgentes. El amor da a la paz su verdadera raíz, quita la hipocresía, la precariedad, el egoísmo. El amor es el arte de la paz; genera una nueva pedagogía, que hay que rehacer por completo,

Sobre todo el amor, sí, el amor cristiano, podrá sacar del fondo de los corazones la raíz envenenada y tenaz de la venganza, del "ajuste de cuentas", "del ojo por ojo, diente por diente" (6 ), ¿de dónde descienden entonces sangre, represalias y ruinas encadenadas, como una perpetua obligación de un honor innoble? el amor podrá desinfectar ciertos sedimentos psicológicos colectivos, ciertos barrios sociales, donde la mafia tiene su propia ley secreta despiadada, logrará derribar la Camorra popular, o la disputa privada o comunitaria, o la lucha tribal, casi obsesionando falsos deberes generando su ciego compromiso fatal? logrará apaciguar ciertos orgullos nacionalistas o raciales, que se transmiten inexorablemente de una generación a otra, preparando la venganza, ¿Cuáles son para ambos bandos odios enfrentados, masacres inevitables? (7) Sí, el amor triunfará, porque Jesucristo nos enseñó, que insertó su compromiso en la oración por excelencia, el "Padre Nuestro", obligando a nuestros labios obstinados a repetir las prodigiosas palabras del perdón: "Perdónanos, Padre, nuestras deudas. como perdonamos a nuestros deudores ».

El amor a la reconciliación no es debilidad, no es cobardía; exige sentimientos fuertes, nobles, generosos, a veces heroicos; exige una superación de uno mismo, no del oponente; a veces hasta puede parecer una deshonra (piensa en la "otra mejilla" estar expuesta a la bofetada del que te golpeó primero (8); piensa en el palio que se le dará a quien te demande por la túnica) 9); pero nunca será un ultraje a la justicia debida, ni renunciará al derecho de los pobres; en realidad será el paciente y sabio arte de la paz, de amarnos, de vivir juntos como hermanos, siguiendo el ejemplo de Cristo y con la fuerza de nuestro corazón modelada en la suya. Difícil, difícil; pero este es el Evangelio de la reconciliación, que, visto más de cerca, es básicamente más fácil y feliz que llevar dentro de uno mismo y encender en los demás un corazón lleno de rencor y odio. El hombre es un ser bueno originalmente; debe ser bueno y volver. Recordemos entonces: Cristo es nuestra paz (10).

Et maintenant, chers petits chanteurs, ce message de paix, de solidarité, d'amour, nous vous le confions special à vous, pour que vous le porteez à travers le monde entier. Oui, par su ferviente foi, par su entusiasmo joyeux, par su canto persuasivo, el vous revient d'annoncer partout boobs bonne nouvelle.

Y a ti, Pueri Cantores, te decimos esta última palabra: te toca a ti, la generación del mañana, difundir el Evangelio de la reconciliación. Deben ser pacificadores, en sus hogares, en su trabajo, un ejemplo para la gente de sus diferentes tierras. Que Dios os conceda el agradecimiento de ser instrumentos de su paz, para la renovación del mundo entero.

Sed también vosotros, Pueri Cantores, que fundís vuestras voces en serenas melodías universales, mensajeros de nuestra invitaciòn a la paz en los corazones

Esta mensagem, de amor, de fraternidade y de paz, Nos vos-la confiamos, em particular a vòs, Pueri Cantores: levai-a pelo mundo; levai-a às vossas terras, com o Nosso afectuoso saudar em Cristo! (10).

(1) Ver. Cambio . 1, 15-16-17

(2) Ver 1 Cor . 11, 1; Ef . 5, 1; Matth . 23, 8

(3) Cf. Gal . 2, 20; Rom . sesenta y cinco; 1 Tes . 4, 17; Apoc . 1, 8; etc.

(4) Rom . 16, 27

(5) Mat . 23, 8

(6) Mat . 5, 38

(7) Ver Matth . 7, 12

(8) Luc . 6, 29

(9) Mat . 5. 40

(10) Ef . 2, 14

"SI QUIERES LA PAZ, DEFIENDE TU VIDA": TEMA DEL X DÍA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo de solemnidad de la Madre de Dios , 1 de enero de 1977

¡Saludos primero! ¡Paz a esta Casa y a quienes la habitan! Es la casa central de la Pía Sociedad de San Pablo, fundada por el venerable Don Giacomo Alberione, cuyos restos mortales descansan en la subcripta de este monumental edificio. Nuestro recuerdo reverente a él, invocando la paz eterna a su humilde y grande alma, y ​​con el voto de que su espíritu reviva en las instituciones religiosas y apostólicas de las que ha dejado tan variada y floreciente herencia, y a las que se ha ido desde entonces. ahora nuestro saludo de bendición.

Vemos a muchas personalidades eclesiásticas reunidas aquí: el Cardenal Giovanni Villot, nuestro Secretario de Estado con sus colaboradores autorizados; vemos a nuestro Cardenal Vicario para la Diócesis de Roma, Ugo Poletti, con muchos representantes del Vicariato Romano y del Clero; vemos al Propresidente ya los Funcionarios de la Pontificia Comisión "Iustitia et Pax", a quienes debemos la animación de esta "Jornada"; Vemos a los Superiores y Sacerdotes de la Pía Sociedad de San Pablo, con muchos de sus Cohermanos y muchos Religiosos de las Obras, que pertenecen a este Generalato: la paz y la prosperidad del Señor sean con todos los presentes.

Entre ellos, nuestro respetuoso saludo se dirige con la debida atención a las Autoridades Civiles, que quisieron honrar esta ceremonia con su distinguida presencia tan atenta al sentido de este rito, esperando la paz en el mundo y sobre todo en esta fatídica ciudad de Roma. . Agradecemos especialmente al Alcalde y a los representantes de la administración cívica, así como también agradecemos al Gobierno, Personalidades Civiles y Militares, a quienes vemos asociados a este momento de reflexión espiritual e invocación a la concordia pacífica, común y laboriosa en el umbral de el año calendario 1977.

Un gruppo di distintissime Personalità, intervenute a questa celebrazione romana della Giornata Mondiale della Pace è quello dei Signori Diplomatici e di Rappresentanti di vari organismi internazionali. La loro presenza ci dà la prova del carattere internazionale di questo incontro; e noi li ringraziamo d’un’adesione così preziosa e significativa come quella di ciascuno di loro.

Pero como corona de estas presencias tan autorizadas, es motivo de satisfacción pastoral para nosotros ver a la gente de este nuevo y denso barrio; acudir a ella, a las familias que la integran, especialmente a las escuelas, a los centros de trabajo, a las residencias de ancianos, a todos, la expresión de nuestro afectuoso interés, y el deseo de feliz prosperidad. A esta comunidad, que este Santuario digno y religioso reúne en la oración y la amistad, nos complace expresar nuestro agradecimiento por la cordial bienvenida que nos ofrece hoy, y nuestros deseos de un "Feliz Año Nuevo" en el Señor.

Y ahora unas palabras para resaltar la finalidad de esta ceremonia religiosa, a la que pretendemos atribuir una importancia singular, permitiéndonos el gusto de presidirla personalmente, y de agradecer de forma inmediata y directa a quienes participan en ella.

Como todos saben, este rito, sobre el que se cierne litúrgicamente la dulce y maternal figura de María, Madre de Aquel a quien San Pablo llama "nuestra Paz" ( Ef.. 2, 14), Cristo Señor, está dedicado a la paz. Sí, a la Paz, gran don, esperado como reflejo de la gloria debida a Dios por la venida del Verbo en forma histórica y visible en la humanidad; un reflejo de la paz para los hombres, objeto de tanta benevolencia divina. 

Este, podríamos decir, es el eje teológico de la Paz, que queremos y esperamos ver asentado en el mundo. La paz, pensamos, es en su máxima y más completa expresión, un don de Dios. Si es un don, que deriva de la bondad de Dios, de su misericordia, de su amor, la Paz, en su fuente original y superior, es gracia, es misterio, que lejos de alterar o atenuar la esencia humana de la Paz temporal, la genera, la facilita, la sublima, la dramatiza y aún más nos consuela en el estudio y la acción relativa al hecho histórico y humano. , que llamamos Paz,Tranquilidad ordinis de San Agustín, porque al concepto estático y estable de la Paz, como nos gustaría que fuera, y a menudo nos engañamos a nosotros mismos, añade un nuevo coeficiente dinámico, que hace que la Paz no sea una condición fija e inmutable. , pero móvil y viva, no sólo por la inmensa e incalculable interacción de los factores operativos, de los que resulta la Paz, sino también por la intervención secreta, sí, pero real y muchas veces reconocible de una Providencia, que sabe convertir incluso a los humanos. situaciones negativas e incluso desesperadas (Cf. Rom.. 8, 28). Si es legítimo utilizar una imagen para representar mejor el concepto de Paz, como ahora consideramos, la representaremos, no como una roca estable entre las olas de ese océano tormentoso que es la historia del mundo, sino como un barco. . flotante, que necesita muchas condiciones y esfuerzos para evitar hundirse, incluida la guía de un piloto, y la acción extremadamente hábil y comprometida de una tripulación.

Es decir, como enseña todo observador astuto de la historia, que la Paz está siempre in fieri, es decir, en el devenir y que nunca se adquiere de una vez por todas; es un equilibrio en movimiento, según reglas muy complejas y muy delicadas, que el hombre que trabaja por la Paz, sea política o privada, debe intuir, conocer y sobre todo implementar. Llamamos así la atención sobre las condiciones que favorecen y promueven la Paz. Asumiendo que la Paz es ese bien primario, que todos debemos admitir ahora como el más alto e indispensable para una sociedad civil y próspera, la investigación continúa con una pregunta formidable, a saber: ¿Cuáles son las condiciones para la Paz?

La frase que ha prevalecido especialmente en la conciencia de los Pueblos y de sus dirigentes resuena ciertamente en la memoria de todos: "si quieres la Paz, prepárate para la guerra". Es un axioma desesperado y desastroso; y lo será aún más mañana, si no se corrige progresivamente y se sustituye por otra frase, que todavía hoy parece utópica, pero que tiene para sí las profundas exigencias de la civilización: "si quieres la paz, prepara la paz".

Parece una frase tonta; una sentencia cobarde y cobarde; imposible de aplicar. Pero si hoy no es de aplicación inmediata y completa, todos sentimos que interpreta el futuro del mundo. Una visión que ahora trasciende las posibilidades concretas de nuestra discusión, pero no del ideal del hombre civilizado, y sobre todo de quien deriva el ideal humano del Evangelio. La palabra ciertamente no se le dice a Pedro por casualidad: "Vuelve a poner la espada en su vaina, porque todos los que la tomen, a espada perecerán" ( Mateo 26, 52). Y básicamente este es el significado del tema que los estudiosos han elegido para nuestra Jornada Mundial de la Paz para este año: "Si quieres la Paz, defiende la vida".

Decimos: ¡vida, vida humana! Y aquí el concepto de este bien primario debe perfeccionarse y sublimarse mucho más de lo que ya es: la vida humana es sagrada, es decir, protegida por una relación trascendente con Dios, que es su primer Autor, el Maestro celoso (cf. Gn 4 ; Mat.5 , 21 ss.), El modelo invisible, soberano en el que se refleja, descubriendo su similitud divina nativa y superlativa esencial, para preservar incluso en las privaciones, en las deformaciones y en las profanaciones, en las que puede decaer, su inviolable dignidad, que en la creciente necesidad la convierte en objeto de mayor piedad (cf. Mat.. 25, 31 y sigs.). 

Nuestra mirada pasa de la consideración extraordinaria de un conflicto bélico, que rompe la Paz, a la visión ordinaria del hombre vivo, que con intuición profética un Doctor cristiano del siglo II , San Ireneo, define: ¡gloria de Dios! como si dijera: ¡ay de los que le tocan! Y aquí vendría espontáneamente la alabanza, que podría levantarse como un himno, en una circunstancia como ésta, por todo ese humanismo moderno, aunque inconscientemente cristiano, prodiga las deficiencias y sufrimientos de la vida humana: benditos sean ustedes, educadores, benditos sean sanitario; ¡Bienaventurados vosotros, promotores de toda ayuda que el hombre necesita para vuestro trabajo, intérprete de la divina vocación que os llama al honor y al mérito de servir al hombre fraterno! ¡vida humana!

¿Pero es siempre así? ¿No es la ofensa que socava y deshonra la proclama, con igual energía que la defensa que le pagas a la vida? El acontecimiento humano, incluso en nuestros días, conoce la paradójica contradicción de la exaltación de la vida humana y su, se puede decir simultánea, ¡depresión! ¿Podemos callar, por ejemplo, sobre la legalización, admitida y protegida en varios países, del aborto? ¿No es una vida humana real que, en su misma concepción, se ilumina en el útero? ¿Y no necesitaría todos los cuidados, todos los amores, por el hecho de que esa vida embrionaria es inocente, indefensa, ya esté inscrita en el registro del libro divino sobre el destino de la humanidad? 

¿Quién podría suponer que una madre mata o deja que maten a su hijo? qué droga, qué oropel legal puede jamás sofocar el remordimiento de una mujer, que libremente, ¿Se ha convertido conscientemente en un infanticidio del fruto de su vientre? Y lamentaciones similares podríamos tener por tantos otros crímenes que se cometen hoy contra la vida del hombre. Los conocemos; e invocaremos sobre ellos la condena de la conciencia civil y social y el sentido de reverencia y solidaridad, que afortunadamente surgen ante tantos escollos y tantos crímenes que humillan la convivencia humana y comprometen así la plenitud y quizás incluso la estabilidad de la Paz. . ¡Que nuestra reacción defensiva y reconstituyente sea fuerte, por lo tanto, laboriosa y amorosa! La paz, así como el honor moral y civil, exige esta renovación sistemática. 

Para proteger la Paz, repetimos, debemos defender la Vida. ¿Se ha hecho infanticidio del fruto de su vientre? Y lamentaciones similares podríamos tener por tantos otros crímenes que se cometen hoy contra la vida del hombre. Los conocemos; e invocaremos sobre ellos la condena de la conciencia civil y social y el sentido de reverencia y solidaridad, que afortunadamente surgen ante tantos escollos y tantos crímenes que humillan la convivencia humana y comprometen así la plenitud y quizás incluso la estabilidad de la Paz. . ¡Que nuestra reacción defensiva y reconstituyente sea fuerte, por lo tanto, laboriosa y amorosa! La paz, así como el honor moral y civil, exige esta renovación sistemática. Para proteger la Paz, repetimos, debemos defender la Vida. ¿Se ha hecho infanticidio del fruto de su vientre? Y lamentaciones similares podríamos tener por tantos otros crímenes que se cometen hoy contra la vida del hombre. Los conocemos; e invocaremos sobre ellos la condena de la conciencia civil y social y el sentido de reverencia y solidaridad, que afortunadamente surgen ante tantos escollos y tantos crímenes que humillan la convivencia humana y comprometen así la plenitud y quizás incluso la estabilidad de la Paz. . ¡Que nuestra reacción defensiva y reconstituyente sea fuerte, por lo tanto, laboriosa y amorosa! La paz, así como el honor moral y civil, exige esta renovación sistemática. Para proteger la Paz, repetimos, debemos defender la Vida. e invocaremos sobre ellos la condena de la conciencia civil y social y el sentido de reverencia y solidaridad, que afortunadamente surgen ante tantos escollos y tantos crímenes que humillan la convivencia humana y comprometen así la plenitud y quizás incluso la estabilidad de la Paz.

 ¡Que nuestra reacción defensiva y reconstituyente sea fuerte, por lo tanto, laboriosa y amorosa! La paz, así como el honor moral y civil, exige esta renovación sistemática. Para proteger la Paz, repetimos, debemos defender la Vida. e invocaremos sobre ellos la condena de la conciencia civil y social y el sentido de reverencia y solidaridad, que afortunadamente surgen ante tantos escollos y tantos crímenes que humillan la convivencia humana y comprometen así la plenitud y quizás incluso la estabilidad de la Paz. . ¡Que nuestra reacción defensiva y reconstituyente sea fuerte, por lo tanto, laboriosa y amorosa! La paz, así como el honor moral y civil, exige esta renovación sistemática. Para proteger la Paz, repetimos, debemos defender la Vida. pide esta renovación sistemática. Para proteger la Paz, repetimos, debemos defender la Vida. pide esta renovación sistemática. Para proteger la Paz, repetimos, debemos defender la Vida.

No es difícil encontrar el vínculo causal que puede existir entre Paz y Vida; entre la guerra, es decir, la ruina radical de la Paz, y las miserias físicas y morales de la costumbre popular y también de la vida individual. Es necesario dar conciencia y vigor a la costumbre popular para ofrecer a la Paz el humus de su prosperidad, ya que la Paz misma es una condición ambiental para todo verdadero bienestar. Esta relación entre Paz y Vida se abre a toda la facilidad de dar el aporte particular del apoyo propio a la causa general de la Paz, a través de la honestidad, la laboriosidad y la colaboración de la vida social y personal. "El que es fiel en lo poco - dice el Evangelio - también es fiel en lo mucho" ( Luc . 16, 10).

De esta manera Dios nos ayude, en el nuevo año calendario que hoy inauguramos, a contribuir a la construcción de la Paz en el mundo, ofreciendo con la propia vida individual y comunitaria aquellos valores que son posibles para cada uno desde de la cual ese gran edificio deriva su majestuosidad y su estabilidad.                                

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes, 15 de agosto de 1977

El tema de la Virgen asunta al cielo, madre de Cristo y por tanto de todos los cristianos, obra maestra de la creación, está en el centro de la homilía pronunciada hoy, Solemnidad de la Asunción, por el Santo Padre Pablo VI en la nueva iglesia de la Madonna del lago cerca de Castelgandolfo, durante la Santa Misa celebrada en presencia de algunos miles de fieles de la zona y numerosos excursionistas y turistas. En primer lugar, el Papa extiende un cordial saludo al nuevo obispo de Albano, monseñor Gaetano Bonicelli, deseándole poder llevar a cabo con éxito su actividad pastoral al servicio de una población tan crecido y complejo, para hacer de la diócesis una isla de vida humana verdadera y sincera. Entonces Pablo VI dirige su pensamiento al predecesor de monseñor Bonicelli, el obispo ya quieto monseñor Macario, que durante muchos años ha prodigado su pastoral en favor de la población, y al cardenal Traglia, propietario de la iglesia suburbicaria de Albano, actualmente enfermo. pero siempre presente con su oración y espíritu en su campo de trabajo y ministerio. El saludo del Papa se dirige luego al párroco Don Fiorangelo Pozzi, que tanto deseaba que se terminara la construcción de la nueva iglesia y que ahora la ve terminada, al clero, a todos los feligreses, a quienes en años anteriores hicieron su hogar. disponible para el culto, esperando el templo; a las autoridades civiles, empezando por el alcalde Costa; a eng. Vacchini,

Subrayando el valor comunitario de la ceremonia inaugural festiva de la Iglesia, el Santo Padre insta a los fieles a admirarla, a comprender plenamente su significado como lugar de encuentro espiritual, a ver en ella un signo de la preocupación de la Iglesia por hacer de todo un lugar de encuentro espiritual. Cuerpo único de oración., de sentimientos, de intenciones, de equilibrio, de desarrollo civil ordenado, tranquilo y unánime. El templo fue construido para facilitar la participación de los fieles en los actos de adoración. Una vez la gente, para ir a la Misa, también viajaba kilómetros, dedicando en ocasiones toda la fiesta al encuentro con el Señor. Hoy este no es el caso, y ayuda al lugar que va al encuentro de aquellos que deben reunirse en oración.

Refiriéndose entonces a la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora al Cielo, el Papa la define como la corona de todos los misterios que han hecho muy singular, única la vida de Nuestra Señora. Es Dios quien se hace hombre, y encuentra una puerta pura, reconstruida después de la caída de Eva, porque el Señor quiere unirse a nosotros, para entrar entre nosotros. Y esta puerta, "ianua caeli", es Nuestra Señora, obra maestra de la bondad, de la sabiduría de Dios, su deseada presencia en la vida del mundo. Para crear la Iglesia, el Señor creó a una madre, la madre de Cristo, y le dio a María la gloria y la humildad para una tarea de esta naturaleza, de esta magnitud. Es un misterio que nos es tan cercano, que nos habla al alma de cada uno de nosotros porque Nuestra Señora es nuestra Madre. El Señor realmente quería acercarse a ella, mezclarse con la multitud humana.

Pablo VI recuerda, por tanto, el "Magnificat", el acto inspirado que María sacó de la plenitud de su alma, el canto más hermoso de las Sagradas Escrituras. Nuestra Señora, tan humilde, aún tiene que profesar la incalculable distancia metafísica que corre entre las criaturas y el Creador: "El Señor me ha hecho grandes cosas", cosas estupendas, inefables, inimaginables. Le dio a María una estatura que va de la tierra al cielo. Y esto en varias ocasiones, en varias subidas a lo largo de la escalera al cielo. María se convierte en madre sin pecado, y así sucesivamente, hasta que la vemos confundida con el sacrificio de su hijo en el Calvario, y luego la vemos reunida en el silencio de la oración común en el Cenáculo, donde el Espíritu Santo desciende en Pentecostés y llena. de nuevo con la presencia de Dios, las criaturas allí reunidas. 

María, madre de la Iglesia. Mirando con atención y cautela, y con la inteligencia de las pistas (no poseemos profesiones abiertas, pero poseemos elementos suficientes para decir que estamos en la verdad aunque estemos en el misterio), vemos que María no tocó muerte. Ella también murió, en efecto, pero inmediatamente cruzó este abismo para subir a la plenitud de la vida, a la gloria de Dios. Nuestra Señora está en el Cielo y desde allí aún conserva, e incluso multiplica, sus contactos con nosotros. Con el Señor se convierte en madre de la Iglesia, madre de la humanidad. Para encontrarla realmente cerca, todos pueden decir: "Ella es mi madre, puedo recurrir a María porque ella también tiene su corazón para mí". Ella también murió, en verdad, pero inmediatamente cruzó este abismo para subir a la plenitud de la vida, a la gloria de Dios. Nuestra Señora está en el Cielo y desde allí aún conserva, e incluso multiplica, sus contactos con nosotros. Con el Señor se convierte en madre de la Iglesia, madre de la humanidad. Para encontrarla realmente cerca, todos pueden decir: "Ella es mi madre, puedo recurrir a María porque ella también tiene su corazón para mí". Ella también murió, en verdad, pero inmediatamente cruzó este abismo para subir a la plenitud de la vida, a la gloria de Dios. Nuestra Señora está en el Cielo y desde allí aún conserva, e incluso multiplica, sus contactos con nosotros. Con el Señor se convierte en madre de la Iglesia, madre de la humanidad. Para encontrarla realmente cerca, todos pueden decir: "Ella es mi madre, puedo recurrir a María porque ella también tiene su corazón para mí".

¿Exageración quizás? No, no hay palabra que pueda igualar la gloria, el poder extraordinario del derramamiento de la gracia de Dios descendió sobre esta criatura. ¿Es acaso quitarle la gloria al Señor para alabar a María, como alguien duda superficialmente? Ciertamente no; la gloria de María es gloria reflejada, es una derivación de la gloria de Dios, y honrar a María significa honrar a Cristo, honrar a Dios.

La teología de la asunción, que nos muestra a María coronada con esta gloria suya única y tan prometedora, no deja de explicar que Nuestra Señora tuvo la gracia de la admisión en cuerpo y alma a la vida eterna, a ese más allá para nosotros impensable que es El Paraíso, de inmediato, mientras que nosotros, que también somos fieles y unidos a María y a Cristo, lo tendremos más tarde, después de la gran noche que se prepara y que será nuestra muerte: una muerte, sin embargo, que es garantía de la resurrección. «Creo en la resurrección de los muertos - dice el Papa -. Creo que el mundo revivirá. Todas las multitudes que han sido enterradas en la tierra volverán con vida para un milagro escatológico que traspasa los límites del tiempo para devolver una humanidad celestial después de la humanidad terrena ».

A continuación, Pablo VI expresa su deseo a todos los presentes de que vivan en esta esperanza, en esta confianza, en esta seguridad, en esta espera. La espera nos obliga a ser buenos, siguiendo la escuela de María, nuestra maestra que nos enseña la humildad, la pureza, el sufrimiento, el amor; amor al prójimo, y sobre todo amor a Dios, debemos seguir a la Virgen en este trascendente ejemplo suyo para poder vivir nuestra peregrinación terrena por el camino recto que conduce a la meta inmortal.

«Quién sabe si todavía tendré el bien de celebrar esta fiesta con vosotros - concluye el Santo Padre -, ahora mayor que soy. Veo que se acerca el umbral de la otra vida y por eso aprovecho este feliz encuentro para saludarlos a todos, bendecirlos a ustedes, a sus familias, a sus trabajos, a sus esfuerzos, a sus sufrimientos, a sus esperanzas, a sus oraciones. Que Nuestra Señora dé a estas oraciones mías la eficacia y la realidad que desearía que tuvieran. Bendito sea en el nombre de María ».

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

PABLO VI

HOMILIAS SACERDOTALES

 

SOLEMNE RITO DE LA CORONACIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Plaza de San Pedro
Domingo 30 de junio de 1963

El espectáculo que en esta memorable hora se ofrece ante nuestros ojos es tan solemne, tan magnífico y tan expresivo, que no puede por menos que impresionar a nuestra alma, y pide silencio mejor que palabras: una tácita meditación en vez de un discurso.

Pero es nuestro deber hablar como si en realidad el clementísimo Señor deseara públicamente mostrar su misericordia y su bondad hacia nosotros, por lo que elevamos nuestro agradecimiento junto con el respeto y la fe de las personas y de los pueblos.

Ante todo, aunque temblorosos, Nos adoramos las misteriosas disposiciones de Dios, que quiso imponer sobre nuestras humildes fuerzas el peso inmenso, pero incomparablemente valioso, de la Iglesia católica, que es lo más grande y santo que hay en la tierra. En efecto: fue fundada por Cristo y redimida por su sangre; es una esposa inmaculada y confiada; es la Madre de todos los pueblos que han dado su nombre a Cristo y se adhieren a Él con fe; es, finalmente, la luz y la esperanza de todas las criaturas.

La carga impuesta sobre Nos es, por tanto, muy pesada, y sucumbiríamos a ella si no estuviéramos convencidos, por una parte, de que Dios, para manifestar más claramente su poder y su gloria, escoge para sus grandes empresas débiles instrumentos humanos, y de otra, de que la Divina Providencia otorga más abundantes bienes cuando las necesidades son más graves."

Seguidamente, Su Santidad comenzó a hablar en otros idiomas.

Italiano:

Invocamos también la ayuda de San Pedro, el apóstol a quien, aunque indignamente, Nos sucedemos. Si bien él vaciló en una ocasión, él, que obtuvo la solidez de la piedra, según la oración de Jesús, de quien recibió las llaves del supremo poder, no dejará de cubrirnos con el manto de su protección.

Y os miramos, eminentísimos miembros del Sacro Colegio; a vosotros, venerables hermanos en el episcopado; a vosotros, queridos hijos, sacerdotes, religiosos y religiosas; a vosotros, hombres y mujeres, fieles criaturas de Dios, miembros del Cuerpo Místico de Cristo: Genus electum, regale sacerdotium gens sancta, populus adquisitionis. Miremos a la Iglesia, a esta Iglesia romana que preside en la caridad a toda la Iglesia de Dios en la Tierra, una, santa, católica y apostólica.

Y ante toda la Iglesia, Nos, temblorosos, pero confiados, aceptamos las llaves del Reino de los Cielos, pesadas, pero poderosas llaves, saludables y misteriosas, que Cristo confió al pescador de Galilea, hecho Príncipe de los Apóstoles, y que ahora se nos han transmitido a nosotros.

Este rito habla con voz elocuente de la autoridad conferida a Pedro y, consiguientemente, a los que le sucedemos. Sabemos que esta autoridad que tenemos y veneramos nos convierte en maestro y pastor con absoluto poder sobre la Iglesia romana y sobre la Iglesia universal. Urbi et orbi irradia ahora nuestro divino mandato. Pero justamente porque hemos sido elevados a la cumbre de la Iglesia militante, nos sentimos al mismo tiempo colocados en el más bajo puesto como siervo de los siervos de Dios. La autoridad y la responsabilidad aparecen así maravillosamente conectadas; la dignidad, con la humildad; el derecho, con el deber; el poder, con el amor.

No olvidemos la admonición de Cristo, de quien somos ahora Vicario: “Que el más grande entre vosotros sea el más pequeño y que el jefe se convierta en siervo”. Consiguientemente tenemos conciencia en este momento de asumir una sagrada, solemne y grave misión: la de continuar y extender sobre la Tierra la misión de Cristo.

Asumimos esta misión a la luz de la historia de la Iglesia, cuya vital cohesión se deriva de Nuestro Señor Jesucristo, que la fundó y conformó y que de una manera viva y misteriosa la protege con amor a través de los siglos.

Asumimos a la luz de la historia de la Iglesia nuestra misión, de esta historia presente de la que ya conocemos y cada vez nos llevará a conocer mejor la estructura, los acontecimientos, las riquezas, las necesidades, y de la que oímos, como si fueran voces que nos hablan, su vitalidad, sus graves sufrimientos, la común preocupación y la floreciente espiritualidad.

Reanudaremos con la mayor reverencia la obra de nuestros predecesores, defenderemos a la Santa Iglesia de los errores doctrinales y de costumbres que dentro y fuera de sus fronteras están amenazando su integridad y ensombreciendo su belleza. Procuraremos preservar e incrementar la virtud pastoral de la Iglesia, que se presenta, libre y pura, en su propia actitud como Madre y Maestra, amante de sus hijos, respetuosa y paciente, pero invitando cordialmente a unirse a ella a todos aquellos que no están todavía en su seno.

Reanudaremos, como ya hemos anunciado, el Concilio Ecuménico, y pedimos a Dios que este magno acontecimiento confirme la fe en la Iglesia, vitalice sus energías morales, la fortalezca y la adapte mejor a las exigencias de nuestro tiempo. Y así se ofrezca a los hermanos cristianos separados de su perfecta unidad, de una manera que haga posible su reintegración en el Cuerpo Místico de la única Iglesia católica en la verdad y la caridad, fácil y jubilosamente.

Francés:

Venerables hermanos y queridos hijos que estáis presentes aquí o que escucháis nuestra voz, permitid al nuevo Papa que recurra ahora a una lengua más extendida y comprendida para declarar humilde pero firmemente en esta aurora de su pontificado cuáles son los sentimientos que le animan y qué actitud cree adoptar respecto a los comunidades católicas, a las Iglesias separadas y al mundo moderno.

La Iglesia considera como una riqueza incomparable la variedad de lenguas y ritos por medio de los cuales se expresa su diálogo con el cielo. Las comunidades orientales portadoras de antiguas y nobles tradiciones aparecen ante nuestros ojos como dignas de todo honor, estima y confianza. Nos las exhortamos amorosamente a que perseveren en lo que les da noble título de gloria: la fidelidad más absoluta a sus orígenes y la vinculación sin desmayo al sucesor de Pedro, centro propulsor del apostolado del Cuerpo Místico de Cristo.

Nos dirigimos también a aquellos que, sin pertenecer a la Iglesia católica, están unidos a nosotros, por el lazo poderoso de la fe y el amor al Señor y marcados por el sello del único bautismo. Con respeto doble de inmenso deseo, el mismo que desde hace mucho tiempo anima a muchos de ellos, ambicionamos el día que ha de llegar en que, después de largos siglos de funesta separación, se realice perfectamente la oración de Cristo en la víspera de su muerte: Ut sint unum (Que todos sean uno). De esta forma recibimos la herencia de nuestro inolvidable predecesor Juan XXIII, que con la inspiración del Espíritu Santo hizo nacer en este aspecto inmensas esperanzas, que Nos consideramos un deber y un honor no malograr.

Como él, no nos hacemos ilusiones en cuanto a los graves problemas que han de ser resueltos y sobre la gravedad de los obstáculos que habremos de vencer. Pero confiando en el lema del gran apóstol, cuyo nombre hemos escogido —la verdad y la caridad—, deseamos, utilizando sólo estas armas de la verdad y de la caridad, proseguir el diálogo iniciado y, en la medida de nuestras fuerzas, continuar la empresa impulsada ya.

Pero más allá de las fronteras del cristianismo hay otro diálogo en el cual la Iglesia está empeñada hoy: el diálogo con el mundo moderno.

En un examen superficial, el hombre de hoy puede aparecer como cada vez más extraño a todo lo que representa orden religioso y espiritual, consciente de los progresos de la ciencia y de la técnica, embriagado por los éxitos espectaculares en unos dominios inexplorados hasta ahora, parece haber divinizado su propio poderío y querer prescindir de Dios.

Pero tras este grandioso escenario es fácil descubrir las voces profundas de este mundo moderno, que también está movido por el espíritu y la Gracia. Y pide este mundo moderno no sólo progreso humano y técnico, sino también justicia y una paz que no sea sólo una precaria suspensión de hostilidades entre las naciones o entre las clases sociales, que permitan el entendimiento y la colaboración entre los hombres y los pueblos, en una atmósfera de mutua confianza.

 En servicio de esta causa, el mundo moderno se muestra capaz de practicar en grado asombroso virtudes de fuerza y valor, espíritu de empresa, entrega y sacrificio. Lo decimos sin ninguna vacilación: Todo esto es nuestro. Y como prueba sólo citamos la inmensa ovación que se ha elevado de todas partes ante la voz de un Papa que invitaba a los hombres a organizar la sociedad en la fraternidad y en la paz. Estas voces profundas del mundo, Nos las escucharemos. Con la ayuda de Dios y el ejemplo de nuestros predecesores, continuaremos ofreciendo incansablemente a la humanidad de hoy el remedio a sus males, la respuesta a sus peticiones. ¿Será escuchada nuestra voz?

Inglés:

Deseamos ahora dirigirnos a nuestros venerables hermanos y amadísimos hijos que utilizan el idioma inglés para llevarles unas palabras de salutación y bendición en su propia lengua. Extendiéndose desde vuestro suelo de las Islas Británicas a todos los continentes y a todos los rincones de la Tierra, vuestra lengua proporciona una notable contribución a la obra de incrementar el entendimiento y la unidad entre las naciones y las razas.

Como nuestros venerables predecesores en el trono de San Pedro, Nos intentamos también dedicarnos a estimular una mayor comprensión mutua la caridad y la paz entre los pueblos, esa paz que nuestro bendito Señor nos dejó y que el mundo sin Él no puede dar. Exhortamos a nuestros hijos y a todos los hombres de habla inglesa con buena voluntad que se esfuercen y que recen para que esta inapreciable bendición sea disfrutada en la tierra, como anunciaron los ángeles cuando Cristo, nuestro Salvador, vino a este mundo.

Dando gloria a Dios en las alturas, impetramos sus más abundantes gracias sobre todos vosotros, sobre vuestras familias, pero especialmente para los niños, los enfermos y los que sufren, y a todos, Nos impartirnos con nuestro paternal corazón una especial bendición apostólica.

Alemán:

Un especial saludo en esta hora de fiesta, y no en último lugar, da el Papa a los muy amados cristianos de habla alemana que están presentes aquí, especialmente a los católicos de Alemania, Austria y Suiza. El tesoro de vuestra lengua nos es muy familiar desde hace años.

Español:

Nuestro pensamiento va también, con particular afecto, al vasto inundo de la hispanidad. A todos aquellos pueblos que comparten una misma tradición católica y poseen un rico patrimonio espiritual en el que cifran sus glorias las tierras de San Isidoro y Santa Teresa, de Santa Rosa de Lima y de la Azucena de Quito, tantas naciones que rezan en la misma lengua y atraen sobre si la mirada complacida de Dios.

Con sus realidades y sus promesas, y en especial con su firme adhesión a la cátedra de Pedro y el fervor mariano que las distingue, hacen vibrar de emoción nuestro corazón de Padre y de Pastor y son motivo de que la Iglesia deposite en ellas, con su predilección, su esperanza.

Portugués:

Enviamos nuestros saludos a todos los dilectos hijos de lengua portuguesa. Saludamos a los de Portugal, tierra de Santa María, donde la Madre de Dios erigiera su altar de Fátima. Saludamos a los del Brasil, tierra de Santa Cruz, país del que conservamos un feliz recuerdo por el viaje que allí hicimos hace un año. A todos, nuestro paternal afecto.

Polaco:

Con nuestros mejores deseos enviamos nuestro saludo y bendición a nuestra amada Polonia, a la Polonia que siempre conserva la fe, donde viví hace años y a la que siempre conservamos cerca de nuestro corazón. Un saludo para Polonia.

Ruso:Nuestros pensamientos están también con todo el Pueblo ruso, con respecto al cual pedimos a Dios Todopoderoso que le otorgue su bendición.

VISITA AL SANTUARIO DE BADIA DI SANTA MARIA DI GROTTAFERRATA

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 18 de agosto de 1963

En primer lugar, el Santo Padre saluda cordialmente al Archimandrita ya la abadía centenaria que preside; a Religiosos individuales; a las Autoridades; a los fieles y ciudadanos de Grottaferrata, que han querido rendir un homenaje filial al Papa con motivo de su visita. Que todos tengan la bendición del Padre de las almas y la sincera expresión de su gratitud.

La visita de hoy, prosigue Su Santidad, que debería haber sido casi ignorada y silenciosa, ya que movida sólo por un acto de devoción, ha adquirido en cambio una cierta publicidad por el cariño mostrado por las poblaciones cuando pasa el Papa, y en la acogida festiva. a él tributo. De ahí el movimiento espontáneo de gratitud, por su parte, y también de profunda alegría por estar en contacto con tantos corazones abiertos, no hacia su persona humilde, sino hacia su altísimo cargo: el de Vicario de Jesucristo, Cabeza visible del Iglesia, obispo de Roma y, en estos días, de residente temporal en un castillo cercano.

UN MILENIO GLORIOSO

Ante tan amables disposiciones, es fácil para el Santo Padre pedir a quienes lo escuchan que quieran unir su alma, su oración, para honrar, sobre todo, a la Santísima Virgen. El encuentro tiene lugar en el famoso santuario de la Abadía de Santa Maria di Grottaferrata: este es el objetivo de la peregrinación papal.

En otras ocasiones, en el pasado, se ha detenido aquí: pero la presencia de hoy requiere sobre todo el piadoso acto de veneración de la Santísima Virgen, honrada durante mil años en este distinguido e histórico templo suyo.

Y aquí, alrededor de María, un fenómeno inusual, singular, pero estupendo. En un acto de perenne respeto a la Madre de Dios, hay una comunidad monástica de rito greco-bizantino, con un bello grupo de religiosas basilianas. Es una isla encantadora de espiritualidad, de perfección religiosa, cuyos rasgos distintivos son el rito profesado y la muy amplia tradición de hechos, obras y méritos. Aquí está el centro, el hogar de toda la Congregación Basiliana de Italia; y con gran corazón Su Santidad renueva su saludo a los Monjes, con la intención de extenderlo también a todas las almas que son asistidas pastoralmente en la jurisdicción del Monasterio.

Naturalmente, surge una primera consideración. Reflexionando sobre el famoso pasado de un lugar tan digno; a las personas que hoy tienen aquí coordinación e impulso por la vida cristiana ejemplar, induce inmediatamente a la mente a uno de esos recordatorios, que no consisten en nada en recreaciones escuálidas o fatigadas, sino que se refieren a glorias magníficas y siempre viridiscentes, vital y episodios elocuentes. Así lo confirma el milenio que esta comunidad espiritual posee en su haber, con los grandes santos que la han embellecido, empezando por el Fundador de la Abadía, S. Nilo.

PREDILECCIÓN ININTERRUMPIDA DE LA SANTA SEDE

Para aquellos que conocen, aunque sea brevemente, las corrientes históricas de nuestro Mediterráneo, el traslado de los excluidos heraldos de la vida monástica de Grecia a Italia, del sur de Italia a las puertas de Roma, parece admirable; y lo que podría haber parecido un escape de circunstancias desfavorables en Oriente, por el contrario, resultó ser un evento estable, coherente, fructífero, rico en ejemplos de santidad: los anales de Grottaferrata presentan una serie brillante: S. Proclus, S Bartolomeo y muchos otros, y pronto se entrelazaron con las actividades de los mismos Romanos Pontífices, con hermosas páginas de la laboriosidad de la Iglesia. 

Las luces fueron tan proporcionadas incluso en las épocas más oscuras de la región de Lazio, luego en la Edad Media y en los siglos siguientes, que el ejemplo de los Papas encontró imitadores también en algunas familias nobles, como los Colonna,

Por tanto, es legítimo rehacer, aunque sea fugazmente, un itinerario de gran interés. Desde los edificantes comienzos, antes mencionados, llegamos a los Supremos Pontífices más cercanos a nosotros, en particular León XIII, Pío XI, Juan XXIII, todos deseosos de honrar, proteger, mostrar estima y favor por esta isla de rito bizantino - griego, así que, reavivando sus más elegidos esplendores, siempre pudo confirmar que la voz de este monasterio no es ajena ni ajena en la Iglesia, sino que se tiene en gran estima junto a la del rito latino.

Tras esta premisa, nos enfrentamos a otra maravilla que pertenece a nuestro tiempo y, si Dios quiere, lo será aún más en el futuro: la realidad de esta supervivencia, en las inmediaciones de Roma, de una pujante comunidad oriental.

¿Por qué todo esto? Porque de verdad - y el Reverendísimo Archimandrita lo mencionó hace un rato al dar la bienvenida al Santo Padre - los monjes basilianos están en Grottaferrata para dar testimonio continuo de la comunión de espíritu de la Iglesia latina con toda la Iglesia oriental; para que Roma pueda mirar cada vez más a Oriente con mirada fraternal y maternal y con la inefable alegría de sentir esta comunión de espíritu en perfecta armonía.

Incluso las peculiaridades diferenciales del rito, el lenguaje, la forma de ejercer el culto a Dios, que a primera vista parecerían indicar sólo una exótica rareza, dan en cambio una nota sonora al majestuoso coro, al armonioso concierto de La unidad católica, que quiere expresarse no a través de una sola voz, sino con cuántas voces pueden alzarse libremente a la gloria del Señor, a la confesión de Cristo, a la presencia del Espíritu Santo en la Santa Iglesia que el Salvador. fundada como una y católica, es decir, abierta a innumerables y posibles expresiones, siempre que sean calificadas y legítimas.

Por lo tanto, viendo en Grottaferrata ya en realidad, aunque sea en pocas palabras , todavía en una forma bastante típica que en proporciones extensas, esta unidad perfecta, por la que rezamos en un idioma diferente, con un rito diferente, pero profesamos la misma Fe, la idéntica adhesión a la Iglesia, el mismo reconocimiento de la Jerarquía, la misma devoción al Papa, constituye, para todos, un tema de inmensa alegría y de inefables esperanzas.

UN MARAVILLOSO SALUDO A LAS IGLESIAS DEL ESTE

Por su parte, el Santo Padre está tan conmovido por este protagonismo que, en la celebración del Divino Sacrificio, habrá puesto preeminente alabanza al Altísimo, cuya bondad suscita pruebas tan contundentes de unión. Tampoco es un episodio, casi sobreviviente y cansado, de una realidad que ya existía en el tiempo, sino, en cambio, de semillas de altas virtudes, para las que es posible vislumbrar un futuro prometedor. Entonces, ¿cómo surgen espontáneamente los buenos deseos? ¡Todos los fieles sienten, y en grado intenso, el vínculo espiritual que nos une a las Iglesias orientales!

El Pontífice Augusto piensa, ante todo, en las Iglesias católicas de Oriente. Contamos con una chispeante serie de ritos orientales que siempre han estado en perfecta comunión con Roma. Bien, un saludo muy ferviente va desde el corazón del Papa a todas estas Iglesias hermanas e hijas; y, con el saludo, su voz para proclamar a esas comunidades: gloria, honra a vosotros; consuelo, consuelo y gracia para ti! ¡Dios los bendiga por haber sostenido milenios de duros esfuerzos y de una fidelidad muy sólida, de persecuciones sufridas, de adhesión precisa y firme a las más puras tradiciones, en la enérgica defensa del patrimonio doctrinal legado por los padres! ¡Dios los bendiga precisamente por tan inquebrantable constancia!

Todos los católicos saben cómo, hoy más que nunca, la Iglesia de Roma abre sus brazos a las queridas comunidades católicas de ritos orientales. Se sabe que uno de los últimos actos del venerable Sumo Pontífice Juan XXIII -quien tanto amó a los católicos de Oriente, con quienes pasó muchos años, entre los más activos y trabajadores de su existencia- fue asociar a los Patriarcas de la Iglesias de origen apostolica de Oriente al órgano de gobierno que la Iglesia tiene precisamente para la asistencia y orientación de las Iglesias orientales; es decir, llamarlos a formar parte de la Sagrada Congregación para la Iglesia Oriental.

Tal vez se trate de un simple comienzo hacia una colaboración, convivencia, articulación aún más amplia, que el Derecho Canónico precisará, pero que, a partir de ahora, la actividad espiritual enérgica de los católicos debe realizar como conquista y promesa de querer. estar todos muy unidos, a pesar de la diversidad de tradiciones, ritos, costumbres y manifestaciones exteriores, en nuestra fe común y en nuestra caridad fraterna.

¿Tu mirada se detiene aquí? - añade Su Santidad. O tal vez, precisamente por la existencia de diferentes ritos y otros lenguajes dentro de la Iglesia, uno no se induce a considerar otras Iglesias, que derivan de un linaje único, un origen, Cristo el Señor, y sin embargo no están en perfecta comunión. con la Iglesia de Roma? ¿No tiene el Papa el mandato de mirar también a todas estas otras Iglesias orientales, que tienen, con nosotros, el mismo bautismo, la misma fe fundamental, poseen una jerarquía válida y sacramentos de gracia efectivos? Ciertamente el Sucesor de Pedro se dirige a esos hermanos nuestros, ya que, hoy, cualquiera puede señalar cómo esas Iglesias orientales son por origen y sustancialmente cercanas a nosotros, aunque hechos históricos y doctrinales notorios todavía las distingan de nosotros.

"HACEMOS LAS BARRERAS QUE NOS SEPARAN CAEN"

¿Y qué dirá el Papa? Todo lo que se puede exponer sobre este punto ya está en la Iglesia. En primer lugar, un gran saludo de honor a estas antiguas y grandes Iglesias orientales. El sentido de la consideración debe expresarse verdaderamente con la gran sinceridad y el espíritu fraterno y sencillo con el que recientemente, el mes pasado, un prelado de la Iglesia católica, Monseñor Charrière, obispo de Eosanna, Ginebra y Friburgo, vino de la Secretaría de la Unión de los Cristianos enviado a Moscú para felicitar al Patriarca Alexis con motivo del auspicioso jubileo de su episcopado. Ese gesto revela precisamente las intenciones, en la Jerarquía católica, de rendir homenaje a memorias muy antiguas; para confirmar que no hay preconcepción de emulación o prestigio, mucho menos orgullo o ambición;

El mismo Santo Padre se complace en expresar estas resoluciones ante tan ferviente asamblea; y con ello transforma sus deseos en ferviente oración al Señor para que prepare felices realidades y multiplique sus bendiciones.

Además, el Sumo Pontífice también quiere hacer suyo el voto que, con repentina y espontánea generosidad, brotó del corazón de sus predecesores, especialmente de Juan XXIII; es decir, el anhelo muy intenso, por el cual su voz querría ser tan poderosa como la trompeta de un ángel que dice: ven y deja caer las barreras que nos separan; explicamos puntos de doctrina que no son comunes y que aún son objeto de controversia; Tratemos de hacer nuestro Credo unívoco y solidario , articulada y organizada nuestra unión jerárquica. No queremos absorber ni mortificar todo este gran florecimiento de las Iglesias orientales, pero sí, queremos que se vuelva a injertar en el único árbol de la única Iglesia de Cristo.

Tal es la invocación: y una vez más el grito se convierte en oración. Le pedimos al Señor al instante que nos conceda que si no es nuestra época, sería demasiado hermosa y feliz, al menos las próximas edades verán la unidad de los auténticamente cristianos y, sobre todo, la unidad con estas venerables Iglesias orientales recompuestas.

POR TODAS PARTES LA VOZ DE CRISTO

El precedente está animado por una esperanza ardiente e inquebrantable. Sobre el altar de Dios se coloca la petición suplicante de ver implementada cuanto antes esta bendita hermandad, la completa unidad católica, para que la evidencia del milagro de ser todos florezca ante nuestros ojos en nuestro turbulento panorama histórico. un solo redil con un solo Pastor.

¿Qué falta para la consecución de la meta brillante? Quizás no haya en todas partes, entre los católicos, noticias suficientes, un conocimiento pleno de la gran tradición y herencia religiosa de los orientales. Y tal vez éstos carezcan del conocimiento de nuestros sentimientos y de la legitimidad con que se desarrolló nuestra tradición, y de las verdades que deben profesar todos los que creen en Cristo. 

En cualquier caso, podemos deducir la respuesta a la pregunta del pasaje del Evangelio que se lee hoy, undécimo domingo después de Pentecostés, en la liturgia latina y romana. Hay una palabra singular, de esas poquísimas que nos ha transmitido el texto sagrado en el sonido original con que las pronunció el Divino Maestro. La palabra es esta: Effeta , es decir : ¡ ábrete !El Señor quiso dar la posibilidad de comprender y hablar a una persona infeliz, sorda y muda, representante - según los altos intérpretes de las Sagradas Escrituras - de toda la humanidad. 

Todos somos un poco sordos y mudos. ¡Que el Señor abra nuestro entendimiento y disuelva nuestro discurso! Que nos permita escuchar las voces de la historia, de los espíritus elegidos; haznos siempre acoger plenamente su voz; el Evangelio resonante, que debe ser siempre nuestra ley, nuestra fuerza, ya que es la palabra de Dios. Y que nos conceda la virtud sólida y la gracia distinguida de escuchar bien esta palabra para poder repetirla y difundirla. para aclamar " una voz dicentes»: ¡Santo, santo, santo! ¡Honor y gloria al Padre Eterno, al Divino Hijo, al Espíritu Santo! Precisamente esta gracia anticipará nuestro Paraíso en la tierra, marcando en la historia humana, especialmente en la historia de la Iglesia, una sorprendente primavera de vida nueva, de esperanza de salvación y de paz en el mundo.                     

CONSAGRACIÓN DE 14 OBISPOS MISIONEROS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Basílica de San Pedro
Domingo 20 de octubre de 1963

Veneables hermanos y queridos hijos:

No queremos pasar por alto la atención de nuestro espíritu ni nuestra admiración, ni queremos que carezca del sagrado misterio nuestra celebración que, en virtud de nuestro sagrado ministerio, acabamos felizmente de realizar. Ritualmente os hemos consagrado, venerables hermanos, obispos de la Santa Iglesia de Dios, os hemos elevado del orden del presbiterado a las alturas de la sagrada jerarquía, donde se asienta la plenitud del poder, una de las cuales respectan a la eficaz santificación de las almas y otras, virtualmente, a la dirección del pueblo cristiano. Al realizar esto os hemos imprimido una nota sacramental, llamada carácter, del más alto grado, de forma que habéis quedado configurados a semejanza de Cristo.

La misión de este misterio es transmitir no sólo la imagen, sino también el poder de Cristo en grado sumo, que Él mismo entregó a su Iglesia para que no sólo viviera, sino que también creciera, se ampliara y se formara “en orden a la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”, como ardientemente dice San Pablo (Ef 4,12).

Se trata de un misterio, por así decir, del árbol siempre floreciente de Cristo. De aquella vid verdadera han brotado nuevos sarmientos, prontos a producir nuevas frondas y preparar nuevos frutos de esa mística vid. Se trata del misterio que nos proporciona la vida sobrenatural: ésta procede de Dios Padre, permanece en Cristo, “en el que habitó toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9), y de Cristo va a los apóstoles, que eligió, dotó de poder e instruyó para disponerles a perpetuar su misión salvífica en toda la tierra, por todos los siglos. Queda esclarecido aquí el misterio de la nota de la apostolicidad manifestando el arcano designio o economía de nuestra salvación, que Dios concibió en la eternidad y que puso en práctica a lo largo del tiempo por medio del concurso de los hombres. También atañe a la vitalidad y perpetua continuación de la Iglesia, a sus progresos, con frecuencia lentos y laboriosos, pero que en el presente se manifiestan fecundos y abundantes ante nuestros ojos, que no pueden menos de quedar maravillados de gozo.

Se suman ahora nuevos anillos a la cadena nunca rota de la legítima sucesión apostólica, y por ella, y a través de ella, aparece maravillosa toda la historia de la Iglesia emergiendo desde los tiempos más remotos como canales de la inefable misericordia de Dios. También aparece ante nosotros otra visión, que aunque distinguimos cada una de sus partes, se nos manifiesta como imprecisa, pero aparece manifiestamente con toda la grandeza de sus trazos; visión que se refiere a todo lo que ha de venir, consecuentemente, a la realización de este sagrado rito; esto es: la vida de la Iglesia, que abarca los tiempos futuros.

¿Qué somos nosotros si hemos sido designados no espectadores, sino actores de tan amplias y beneficiosas determinaciones divinas? ¿Por qué nos atañe a nosotros mismos el influjo celestial que actúa en la vida de los hombres a lo largo de los siglos? Con razón cada uno de nosotros puede exclamar: “Con largueza se me ha manifestado el Señor. Y en caridad perpetua (dice el Señor) te he amado; por eso te atraje hacia mí, compadecido” (Jr 31,3).

Un doble sentimiento invade nuestro ánimo: de humildad, que nos lleva a anonadarnos y prosternamos al considerar la inefable acción de Dios y al repetir las palabras que San Pedro dirigió a Cristo: “Aléjate de mí, porque soy hombre pecador” (Lc 5,8); y de confianza, es decir: un estímulo de fuerza y alegría, con el que repetimos las palabras de la augusta Virgen María: “Hizo en mí grandes cosas el Poderoso” (Lc 1,49).

Estos sentimientos crecen y encuentran aplicación suficiente si tenemos en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar en que nos movemos. ¿Qué tiempo puede ser más apto, venerables hermanos, para animarnos a meditar y celebrar esa nota con que predicamos apostólica a la Iglesia que éste en el que vivimos?

Mañana os sumaréis a la asamblea de los padres de la Iglesia católica, al Concilio Ecuménico, que por su naturaleza y majestad ampliamente manifiestan la sucesión apostólica, y a los hermanos que allí intervienen, y a todo el orbe de la tierra, ofreceréis una prueba certísima de la vitalidad de Cristo a lo largo de los siglos. Es también una feliz circunstancia el que esa grave asamblea esté empeñada en deliberaciones y problemas que atañen a la misma Iglesia de Dios.

También acontece que recibís esta consagración; que os inscribe entre los sucesores de los apóstoles, en virtud de nuestro sagrado ministerio, amplio y verdadero, aunque sea un humilde sucesor de San Pedro el que os la confiera, pero al que se le hizo la promesa evangélica del Nuevo Testamento: “Sobre estar piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).

De esta forma podéis advertir que no habéis sido consagrados por Nos, ni siquiera, si hablamos con propiedad, por San Pedro, sino por el mismo Cristo, Dios santísimo y omnipotente, autor divino de la Iglesia, y que como “piedras vivas” (Cfr. 1P 2,5) quedáis edificados sobre el cimiento de la Casa de Dios, que es la Iglesia.

Vuestro espíritu se llenará de consuelo, prelados, elevados ahora a la potestad episcopal, si os percatáis de que se os han concedido los poderes del Reino de Dios, actuando Cristo por medio de nuestra humilde persona, heredera del cargo de príncipe de los apóstoles, al que se le entregaron las llaves del reino de los cielos.

Y si, como decía San Ambrosio, arguyendo a los novacianos, sus contemporáneos: “No tienen la herencia de Pedro los que no tienen la sede de Pedro” (P. L. XVI, 496), con cuánta razón tendréis vosotros la herencia, que habéis recibido el sagrado tesoro de la dignidad y del poder apostólico de manos de esta misma sede, aquí junto a su sepulcro, aquí, lugar de su continua morada. Y expresamente esa comunión con Pedro, que solemnemente habéis profesado y que actúa en vosotros, prueba abierta y claramente esa genuina nota apostólica. (Cfr. Journet 1,657).

Es preciso que vuestro espíritu se llene de gozo por esta prueba tan cierta y que aquí encuentren vigor vuestros esfuerzos. Y es preciso mayormente por el hecho de que, venerables hermanos, la consagración episcopal que os acabamos de conferir está apoyada y corroborada por el mandato de Cristo, definido en el mandato canónico, que os hemos manifestado, y que, en cierto modo, expresa estas palabras de Cristo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado” (Mt 28,18-19).

Por esta razón el sagrado rito que acabamos de realizar no solamente ha santificado vuestras almas y os ha hecho aptos para realizar los actos supremos, con que la vida de Cristo se alimenta en el cuerpo de la Iglesia, sino que también lleva consigo el mandato, describe la forma del esfuerzo pastoral y misionero, y es como un ministerio para los hombres, todos llamados al Evangelio y a conseguir la eterna salvación.

La nota apostólica con qué habéis sido investidos exige el sagrado apostolado. Que ha de ser considerado como un precepto y una fuerza que impulsa y a la que es preciso secundar, sin tener en cuenta la propia debilidad y alejando todo temor a las dificultades externas. Pues se trata de un oficio del que nunca es posible dimitir. Son oportunos aquí los consejos de San Pablo: "¡Ay de mí si no evangelizo!” (Cor 9,19).

Con estos consejos están de acuerdo también las palabras de los apóstoles San Pedro y San Juan en los primeros ataques a la recién fundada Iglesia de Jerusalén: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20).

Por ello es preciso que hablen todos aquellos que, como vosotros hoy mismo, han sido constituidos con pleno derecho “testigos de la fe”.

Estas breves consideraciones, si son meditadas profundamente, tienen tal importancia que pueden esclarecer la interna y acuciante facultad de la predicación evangélica, o el oficio pastoral y misional, para usar el modo actual de hablar. La predicación evangélica, por su misma naturaleza, corresponde a la vida de la Iglesia; no se trata de un hecho fortuito, sino del principal oficio de la Iglesia, que exige que se empleen todas las fuerzas en su realización. Todo esto parece digno de consideración hoy precisamente, en que celebramos el día destinado a la ayuda a las sagradas misiones de la Iglesia.

Permitidnos dar las debidas gracias a Dios omnipotente, a cuyo beneplácito debemos haber podido, en tan fausto día, consagrar a los nuevos apóstoles de su reino; permitidnos asimismo despediros con espíritu agradecido y fraternal a vosotros, queridos hermanos, pregoneros y misioneros de la Iglesia católica, o delegados en las naciones de la sede apostólica; permitidnos, por fin, formular los mejores votos por el sagrado ministerio que vais a empezar; votos que expresamos con estas palabras, pensando en el mundo al que, estáis destinados, hostil e infiel ciertamente, pero al mismo tiempo ávido y necesitado de la gracia sobrenatural y de la verdad, que elevan el ánimo a la fortaleza y a la confianza: “No. temáis, pequeña grey” (Lc 12,32).

Alejad, por tanto, todo temor. Marchad con espíritu confiado. Fundado en la roca apostólica, se os permite intentarlo todo dentro de las normas de la Iglesia, sostener todo, hacer todo. Cristo estará con vosotros.

Sea prenda de estos dones celestiales la bendición apostólica que os impartimos con espíritu paternal y fraterno, y que extendemos también a vuestra patria, a vuestras familias religiosas y a los campos que habéis de cultivar con vuestra labor apostólica.

ENTRADA SOLEMNE DEL OBISPO DE ROMA
EN SU CATEDRAL DE LETRÁN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 10 de noviembre de 1963

Venerables hermanos,
señores magistrados de la urbe,
queridos hijos:

El que vive en Roma y mantiene alerta su atención se ve continuamente asediado por múltiples y fuertes impresiones, llegando a sentirse al mismo tiempo embriagado, exaltado y sobrecogido, tantas son las voces que le llegan de los recuerdos, de los lugares, de las personas, de los acontecimientos, de los presagios, que le rodean. Así nos encontramos nosotros en este momento, y con razón.

¿La Historia, evocadora de escenas y de hombres que han existido, no resulta ahora más viva y elocuente que nunca, en este momento —tras el acontecimiento grandioso que la Iglesia está celebrando; nos referimos al Concilio Ecuménico Vaticano II— despertando recuerdos, superpuestos unos a otros, de los muchos concilios, romanos y ecuménicos, aquí celebrados?

Vemos perfilarse ante nosotros el panorama de los siglos, en los cuales la tradición de Roma, y casi podemos decir de la cristiandad, ha sellado aquí, sobre su más expresivo cuadrante, las horas más luminosas y más oscuras, y ha hecho escuchar la marcha, unas veces dolorosa y llena de obstáculos, otras franca y victoriosa, del paso misterioso de Cristo a través de la Historia. Todavía resuenan en nuestro espíritu las campanadas que anunciaban la hora fatigosa y silenciosa de los pactos de Letrán que cerrarían una época de la vida terrena de la Iglesia, no sólo de Roma y de Italia, y abrirían una nueva, quiera Dios, de paz y libertad para el orden civil cristiano.

¿Dónde encontrar lugar más sagrado para los tesoros de piedad y de arte que abarrotan este templo, un lugar más augusto por la majestad religiosa que de él resplandece, más religioso y más piadoso para el culto que en él se celebra, y para el poder de santificación y el gobierno de la Iglesia? Aquí, donde: “Por primera vez apareció, en un marco, visible a todos los romanos, la imagen del Salvador”, aquí donde los peregrinos nórdicos como el mismo Dante observaba “Al contemplar Roma y su obra se maravillaban de que Letrán se hubiera elevado tanto sobre las cosas mortales” (Par., 31, 34-36), aquí donde la Edad Media tuvo su corazón, su liturgia, su gobierno; aquí donde Francisco vino a sostener sobre sus humildes espaldas el edificio de Cristo, y donde el animoso Bonifacio VIII desde el maravilloso fresco giotesco anuncia al mundo el primer jubileo; aquí donde la expresión de Clemente XII, el gran constructor de la Presente arquitectura borrominiana, sella en el mármol el primado de esta basílica: “Madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe”; aquí hay motivo para infinitos temas de gozo y de pavor.

Y mucho más en esta ocasión en la que no guía nuestros pasos hacia este santísimo templo la curiosidad propia del visitante, o la piedad silenciosa de los peregrinos, o la ceremonia devota; hoy esta basílica acoge, como no lo ha hecho nunca en los largos siglos de su historia, a todo el episcopado del mundo, casi en pleno, y abre sus puertas espléndidas y solemnes al último de sus pontífices, el más pequeño y el más humilde de cuantos lo han precedido, que no cuenta con ningún mérito para llegar hasta aquí, como Maestro y Señor, fuera del hecho irrefragable de haber sido elegido canónicamente Obispo de Roma. Obispo de Roma, y, por ello, Sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo, Pastor de la Iglesia universal, Patriarca de Occidente y Primado de Italia.

Hermanos y fieles: Tened compasión y comprensión para quien os debe a vosotros, a Roma, a la Iglesia y al mundo poder presentarse así, y reconoced en nuestra personal pequeñez la grandeza de nuestra suma y pontifical misión. ¿No tenemos motivo para evidenciaros nuestro estupor, casi el vértigo, que en este lugar y en este momento nos sorprende, mucho mayor cuanto más evidente advertimos lo que nos rodea y lo que estamos realizando?

Pero también es obligado vencer este abatimiento y dejar que nuestro espíritu se exprese plenamente. Sí, es lo que queremos hacer, La misericordia divina, vuestra bondad, nuestro mismo oficio nos permiten la tranquilidad y la sencillez, aunque plenamente comprendamos las dimensiones de las cosas y de los acontecimientos que nos rodean,

Así, pues, entonaremos alabanzas al Señor por todo lo que en este momento se da cita en esta basílica, nuestra modesta persona y el misterio formidable de las llaves, que aquí se nos entregan. Quisiéramos, como San Pedro en su barca, en el momento de la pesca milagrosa, lanzarnos a los pies de Cristo y exclamar con el apóstol: “Apártate de mí, porque soy hombre pecador” (Lc 5, 8). Pero también pensamos con alegría inmensa que aquí podemos tributar a Cristo, el honor más oficial y más auténtico que desde la tierra, en armonía con el reino del cielo, le podemos ofrecer: “Digno es el Cordero —Él, la víctima que ha salvado al mundo— que fue degollado, de recibir la potencia y riqueza, y sabiduría, y fuerza y honor y bendición” (Ap 5, 12). La catedral de Roma puede, pues, resonar a los acordes de este himno místico y coral.

Y ahora, hermanos, os saludaremos a vosotros. De igual forma que hemos correspondido al clero de San Juan, venerándolo y bendiciéndolo en los umbrales de esta basílica, a vosotros ahora, señores cardenales, venerandos patriarcas, arzobispos, obispos y prelados de la Iglesia universal aquí reunidos, os prestamos el más cordial, el más sincero, el más reverente homenaje de nuestra hermandad. No queremos ocultaros el íntimo gozo de expresar nuestra comunión con cada uno de vosotros y con todos vosotros a una. Podemos aclamar y disfrutar esa unidad de la

Iglesia católica, que ahora tanto interesa nuestras ideas y nuestras aspiraciones; aquí donde mayor es la autoridad, sea mayor la caridad; que el ágape que presidimos adquiera toda su fuerza espiritual, que a todos nos llene de la misma fe, de la misma oración, del mismo amor, del mismo servicio, de la misma esperanza. Hermanos, creemos que no hay sede en mundo, ni momento como éste que nos proporcione la fortuna de celebrar y casi experimentar esta viva caridad, esta mística presencia de Cristo en la Humanidad: “Estoy con vosotros”; Él está aquí con nosotros y para nosotros.

Concedednos un instante para extender nuestro saludo a nuestra diócesis de Roma, grande y bendita, a nuestro querido y venerado cardenal vicario, al cardenal provicario, al vicegerente y a los dos obispos auxiliares, al queridísimo clero de Roma, a los religiosos y religiosas, a todos los fieles. ¿Podríamos olvidar en coyuntura tan característica como ésta, que somos el Obispo de esta ciudad, el Pastor de este pueblo?

Nos damos cuenta de que nuestras relaciones con la urbe son hoy distintas de las que han existido a lo largo de los siglos; ya no tenemos sobre la ciudad la soberanía temporal, pero conservamos la espiritual; no por esto ha disminuido nuestro amor a Roma, más aún la amamos con un corazón más libre, con más evidente desinterés, con más obligado empeño: nuestra relación pastoral con la urbe habrá de ser más vigilante y activa por las crecientes necesidades y los nuevos problemas que la vida religiosa de esta inmensa metrópoli hoy presenta.

No es caro responder así a las nobles u deferentes manifestaciones que el alcalde de Roma dirigía hace poco a nuestro paso por el Capitolio; le agradecemos su cortesía y esa colaboración que esperamos para facilitar nuestro ministerio, atendiendo así pronta y eficazmente las inmensas necesidades pastorales y espirituales de la Roma católica. Le aseguramos nuestra paternal asistencia en todo lo que nuestro esfuerzo puede ser útil a la ciudad. Con él saludamos a sus colaboradores, y reverentemente nos dirigimos a todas las autoridades que en Roma desempeñan sus respectivas funciones.

Vaya ante todo nuestro particular homenaje al señor Presidente de la República, y sea luego nuestro recuerdo para las demás autoridades gubernamentales y políticas, judiciales, escolares, sanitarias y militares de la ciudad, para todos. Saludamos con entusiasmo y bendecimos a todos los presentes; recordamos y oramos por los diversos grupos que componen la población, y que sabemos aquí representados: la nobleza, la cultura, el trabajo, el comercio, la beneficencia, el arte, la Prensa, la radio y televisión, el deporte, los transportes, todos. Y a todas las familias; las familias cristianas, los padres, las madres con sus hijos, las personas de la casa, todos.

Y contamos a todos en esta espiritual y afectuosa premura, pensando en el pueblo, en esta grande, querida y buena comunidad, que queremos considerar nuestra más que otra cosa: “Non enim quaero quae vestra sunt, sed vos”. “No quiero nada, os quiero a vosotros” (2Cor 12, 14). A vosotros romanos. Romanos, de ayer y de siempre, romanos de origen y de nacimiento. ¿Sabéis que os tenemos una estima y una confianza inmensa?

A vosotros los de las antiguas calles de Roma, a vosotros los de las casas añosas, vosotros los de las instituciones tradicionales de Roma, vosotros los del Transtevere. Conocemos toda la bondad que encierra vuestro espíritu y vuestras costumbres; sabemos que sois fundamentalmente fieles a la religión y a la Iglesia; esperamos que siempre amaréis al Papa. Más aún: esperamos que nos escucharéis y nos obedeceréis, si os decimos que hoy es preciso reavivar vuestro patrimonio religioso y moral, e infundir nuevo entusiasmo y nuevas virtudes en vuestra vida. No somos del parecer de aquel famoso historiador, no católico, que escribió en su célebre obra sobre Roma que “la masa (de los romanos) no comprendió a tiempo la doctrina de Cristo” (Gregorovius, cfr. Grisar, 1, 58, núm. 1).

Vosotros la habéis comprendido, y la comprenderéis mejor, si queréis escuchar lo que os enseña Roma y su Obispo, que es el vuestro . Y lo mismo les decimos a los nuevos romanos, a todos aquellos que la capital del país llama a Roma, a los políticos, a los empresarios, a los funcionarios y a los que trabajan en oficios burocráticos, a los turistas y a los estudiosos; pero de una manera especial a los inmigrados y trabajadores que habitan en los barrios obreros y en la periferia de la ciudad. Os acogemos, os saludamos, os apreciamos, como nuevos conciudadanos y como nuevos hermanos. No os tenéis que sentir forasteros en Roma, no tenéis que permanecer extraños a la vida, y mucho menos al espíritu de la ciudad. Os queremos conocer. Os ayudaremos.

¿Sabéis, hijos todos de Roma, cuál es el método principal con que pensamos acercarnos e introducirnos en el círculo ideal y activo de la vida católica romana? La parroquia. Sí, la antigua y familiar institución religiosa y pastoral que todos conocemos. La parroquia tiene que reuniros a todos, ayudaros a todos, uniros a todos en la oración y en la caridad. Nuestra gran aspiración es dar a todas las parroquias de Roma una nueva vitalidad: comenzando por la conciencia que todos hemos de tener de este gran centro de unidad, de amistad, de culto y de formación cristiana. Estaremos agradecidos a todos cuantos nos ayuden a dar honor, eficacia, plenitud de organización y caridad a todas las parroquias.

Terminamos nuestro discurso con el saludo a nuestros párrocos, tanto a los del clero diocesano como a los religiosos, a los coadjutores, a las asociaciones católicas. Hijos queridos, estamos con vosotros. Pensamos, con la ayuda del Señor, haceros algunas visitas para alentar vuestras fatigas y para daros también un sentido más profundo y consolador de la comunidad espiritual a la que respectivamente pertenecéis. Trabajamos juntos, “in nomine Domini”. Es preciso que vitalicemos las parroquias para dar, como ardientemente deseamos, una nueva vida a Roma, a nuestra Roma.

Escuche ella, ahora, en su noble idioma nuestras palabras finales.

(El Papa concluye su discurso en latín)

Antes de terminar nuestro discurso, nos sentimos obligados a cumplir una grata tarea. Te saludamos, Roma, sede de nuestro honor, con espíritu agradecido y emocionado ¿Cómo exaltar tus glorias? No sabemos si eres más digna de amor o de admiración, pues eres muy digna de las dos cosas. Te saludamos ínclita en glorias y recuerdos, ciudad eterna, sagrada, y para manifestar nuestros sentimientos de admiración, permítasenos usar las palabras, de aquellos que en la Edad Media dirigiéndose en peregrinación hacia Roma, al contemplar sus muros y pináculos, exclamaban:

Roma noble, señora del orbe,
que destacas entre todos los pueblos,
roja con la sangre púrpura de tus mártires;
blanca con la pureza de los lirios de tus vírgenes;
por todo te saludamos,
te bendecimos, salve, por los siglos.

Al considerar contigo tu excelencia, ¡qué obligado es sentir egregiamente de ti y siendo reina, te adornes, con el atuendo de la dignidad cristiana. Es preciso, que fundada como estás en la misma solidez de la piedra apostólica, te distingas por tus méritos de piedad, justicia, por tu humanidad y tus eximios ejemplos. Que sean tu principal ornato el culto de la equidad y de la rectitud, una fe inquebrantable, una caridad solícita por las necesidades ajenas, el brillo y la modestia en la pureza, de forma que los forasteros, que vienen a ti para contemplarte, encuentren justificadas las alabanzas que se te tributan, y descubran en tu seno abundantes ejemplos que imitar. Reconoce, pues, tu dignidad; que la apatía, mala consejera, y la ciega impiedad se alejen de tus muros.

Nos, por nuestro oficio de pastor tuyo y de la Iglesia universal, pondremos todo el ardor de nuestras fuerzas, sin reparar en fatigas, en mirar siempre por tu mayor bien espiritual. No hemos dudado, ni dudamos, a pesar de nuestra pequeñez, emprender tan urgente labor: “El que da la carga, también ayuda a sobrellevarla, y para que no sucumba el débil ante la magnitud de la gracia, el que nos confirió la dignidad, nos dará el valor” (San León Magno, sermón II, con motivo de su ordenación. Migne, P. L., 54, 143).

Que Cristo, Salvador del género humano, cabeza y fundador de la Iglesia, a cuyo honor está consagrado este templo máximo del orbe católico, derrame sobre ti la abundancia de sus gracias; que te proteja con su auxilio, que te ilumine más y más con la radiante luz de la verdad, Él, Cristo, para que siempre seas la Jerusalén de quien se ha dicho por boca profética: “Despierta y engalánate, Jerusalén, pues viene la luz, y la gloria del Señor ha nacido de ti” (Is 60, 1).

Que la Virgen María, Madre de Dios, Salud del Pueblo Romano, pilar inamovible e inconcuso, vuelva los ojos hacia ti. Que siempre te defiendan y te hagan prosperar con su patrocinio los santos apóstoles Pedro y Pablo; y ambos, San Juan, con cuyo doble honor resplandece esta basílica, le presten su ayuda fecunda; los bienaventurados del cielo, cuyas reliquias veneradas aquí descansan, y todos los que han sido inscritos en el número de los santos, por ti engendrados o nutridos, te asistan con su benigna tutela y te lancen hacia las cumbres de la virtud, para que seas morada de la religión y de la paz, ciudad santa de perfecto decoro.

Testimoniándolo con fervientes votos y elevando las manos al cielo, bendecimos con acendrada caridad a esta honorable corona de obispos y de sacerdotes, a todos los que desempeñan en Roma un cargo sagrado o civil, a todos los grupos o clases del pueblo cristiano, en especial a los enfermos, a los que sufren y a los niños, a toda nuestra grey, a la cual, más que presidir, queremos serle útil. Que contéis y siempre permanezca en vosotros la bendición, la esperanza, el gozo del Espíritu Santo, la protección divina y la felicidad. Amén.

SANTA MISA PARA LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE MILÁN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Basílica Vaticana
Dominica in Albis 5 de abril de 1964

Queridísimos hijos e hijas:

Esta celebración de la santa misa en la Basílica de San Pedro Nos pone en contacto —¡ no puramente local!, sino cordial y espiritual— con esta multitud numerosa y compleja, que rodea nuestro altar, y que queremos saludar, sin interrumpir la acción del culto, que estamos realizando, alimentándola con pensamientos y sentimientos, que la hagan más consciente, más singular, más comunitaria, más viva. Y no lo podemos conseguir sin introducir este breve diálogo con vosotros, fieles que asistís a esta santa misa de la Dominica in Albis, ante todo porque vuestra presencia ha motivado nuestra actual celebración. Para vosotros, queridos hijos e hijas, hemos subido sobre la tumba del Apóstol Pedro para ofrecer el divino sacrificio, y con vosotros y para vosotros pretendemos celebrarlo.

Para todos vosotros, sea cual sea el país del que procedáis, o el grupo al que pertenezcáis; todos y cada uno sois objeto de nuestro afecto, que a todos y cada uno asocia a este sagrado rito; acogemos en nuestra oración a cada una de las personas y a toda la asamblea, gozoso como puede estarlo el Padre común, el Pastor universal, el Sumo Pontífice, de ser vuestra voz ante Dios y ser su voz para todos vosotros, mientras “in persona Christi” somos ahora el puente de todas vuestras oraciones que suben y de toda la gracia divina que desciende.

Pero, entre todos, debemos nombrar, como a la cabeza de los nombres litúrgicos de nuestro “memento”, aquellos que no sólo han ocasionado este encuentro espiritual, sino que son su razón intencional; nos referimos a los estudiantes de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, tanto de Milán, como de Piacenza, de Castelnuovo Fogliani, de Bérgamo y de Roma, con su rector magnífico el profesor Francisco Vito, el Consejo de profesores, asesores y encargados, con los directores espirituales, los administradores, los miembros de las diversas oficinas, y, finalmente, con el Consejo permanente del Instituto de Estudios Superiores José Toniolo, que es fuente nutricia e inspiradora de la Universidad misma. La presencia de monseñor Juan Colombo, arzobispo de Milán, y de monseñor Carlos Colombo, electo obispo titular y presidente del Instituto Toniolo, habla de cómo la Iglesia en su jerarquía demuestra su predilección por este gran organismo de estudios y de formación pedagógica y científica.

Carísimo y espléndido complejo de personas y de obras, de vida y de pensamiento, de estudio y de acción, grande y poderoso edificio académico erigido por la formidable energía, por la apostólica caridad, por la ilustre sabiduría del siempre llorado padre Agustín Gemelli y por sus extraordinarios colaboradores; sabemos que le debemos por muchos títulos nuestra más devota y afectuosa acogida, y que les somos acreedores, aquí, en la acción sagrada que sublima el misterioso comercio con Dios, mediante la inefable renovación del sacrificio eucarístico, de pensamientos, sentimientos y augurios, que expresen nuestro apasionado interés, nuestros votos por su estabilidad y prosperidad; pues no olvidamos haber siempre alimentado un amor particular por la institución universitaria, por sí misma, por lo que es y por lo que representa en la expresión del espíritu humano y en la funcionalidad moral de la sociedad civil; y recordamos muy bien el mérito que siempre hemos reconocido, y que tiene, una escuela universitaria, que se honra y enorgullece del calificativo de “católica”; y siempre llevamos grabado en nuestro espíritu, como sí todavía perdurara la causa, el recuerdo de haber estado Nos mismo unidos por vínculos honoríficos y de responsabilidad a la gloriosa Universidad Católica; mas aún diremos que el oficio pontifical, ahora a Nos confiado, de maestro y pastor de toda la Iglesia de Cristo, nos obliga y nos dispone aún más a reconocer, a proteger, a admirar, a amar en este nuestro joven y floreciente Ateneo, un testimonio, una esperanza, una fuerza del catolicismo italiano moderno.

Sabemos, además, que este encuentro de la Universidad Católica con nuestra humilde, pero amistosa persona, no es casual, sino querido y preparado con meditado propósito; por ello el encuentro quiere ser —no diremos, en esta sede, oficial— sino intencional, cordial, lleno de altos pensamientos y de buenas promesas. Y como tal lo acogemos y lo bendecimos, Queremos, en cuanto es posible dentro del ámbito y la forma de este rito, confirmar las relaciones espirituales que han unido, desde el comienzo, a la Universidad Católica del Sagrado Corazón con la Sede Apostólica, un Papa de origen y de temple milanés, Pío XI, de feliz memoria, fue su sabio y vigoroso Patrono desde el comienzo; su actual, inferior e indigno, pera auténtico sucesor, en la cátedra de San Ambrosio primero, y ahora en la de Pedro, renueva al predilecto Ateneo su estima, su confianza y su protección; y al mismo tiempo agradece y valora la fidelidad sincera y filial, que esta presencia de la Universidad Católica tan patente y piadosamente nos manifiesta.

Y estamos gozosos de que el pasaje evangélico de la liturgia de hoy nos lleve al corazón de la problemática que nace de tales relaciones con natural espontaneidad, la problemática precisamente de las relaciones entre los dos magisterios, el eclesiástico y el profano, fundado aquél sobre el pensamiento divino y éste sobre el pensamiento humano, aquél procedente de la fe y éste de la razón, Antiguo problema que la Universidad Católica resuelve no ya con la confirmación de la legitimidad de uno con exclusivo provecho del otro, es decir, confirmando que puede existir una autoridad doctrinal extrínseca, y superior, a la que procede de las solas fuerzas de la mente humana; antiguo problema que la Universidad Católica resuelve negando que entre las dos verdades, de la fe y de la ciencia, haya una objetiva e insalvable oposición (así rezaba la sentencia grabada sobre las vidrieras del aula magna de la primera sede de la Universidad Católica, en la Vía Santa Agnese en Milán); antiguo problema que la Universidad Católica resuelve no ya separando un pensamiento del otro, el puramente religioso del estrictamente racional, como dos momentos irreductibles e incomunicables del espíritu, como extranjeros que hablasen lenguajes distintos, sino descubriendo y desarrollando las respectivas competencias y las mutuas interferencias; antiguo problema, decíamos, que la Universidad Católica resuelve con siempre nuevas experiencias y testimonios de la profunda y mutua correspondencia subjetiva de esas dos verdades, diversamente cognoscibles, pero secretamente complementarias e inagotablemente destinadas a producir choques e inquietudes iniciales, si queréis, pero luego a un diálogo que vigorosamente estimula el movimiento interior dialéctico del pensamiento y la confianza en la progresiva cognoscibilidad exterior de las cosas.

Este dualismo siempre es característico de una alta escuela católica, aunque de suyo el conocimiento de la palabra divina no esté condicionado a la ciencia de las disciplinas humanas, y aunque estas testimonien su racional validez sin llamarse religiosas o católicas.

Pero la presencia de este dualismo, es decir, de las dos fuentes diferentes de la sabiduría humana, estará siempre presente a quien acepta como verdadera la revelación cristiana y reconoce como cierta la conclusión lógica de la investigación científica; y asumirá, en los ciclos de la cultura, expresiones diversas, siempre vivas, siempre dramáticas, siempre fecundas para quien es maestro y para quien es alumno de una Universidad Católica.

Será también para vosotros, maestros y alumnos del Ateneo del Sagrado Corazón vuestro problema, vuestro tormento, vuestro cimiento, vuestro consuelo, y como dice la epístola de hoy, vuestra victoria: “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Jn 5, 4).

Podéis suponer que son muchas las cosas que os podríamos decir a este respecto, muchos los consejos, muchas las directrices, muchos los preceptos. Nuestro oficio, por un lado, pondría en nuestros labios muchas didascalias muy autorizadas y muy sabias; la inquieta y enrarecida atmósfera de muchas zonas de la cultura, por otro lado, nos invitaría a aprovechar la ocasión para decir a oyentes tan selectos, como vosotros, algunas buenas y saludables palabras. Pero renunciamos con la seguridad de que ya estáis óptimamente provistos. Renunciamos por el placer de confiaros como recuerdo de esta hora feliz, unas palabras de Cristo, que quisiéramos que no sólo las recordarais, sino que las pensarais, las experimentarais, y Dios lo quiera, las gozarais y las anunciarais luego corno testimonio, cuya difusión ya hemos augurado en el mensaje pascual. Unas palabras, que Cristo pronunció precisamente al final de la magnífica escena narrada por el Evangelio, que acabamos de leer, el Evangelio de Tomás, el incrédulo, el desconfiado, el positivista, el prototipo de quienes quieren reducir a experiencia sensible el mensaje de las verdades evangélicas.

Cristo dijo, pues... “Bienaventurados… aquellos que creyeron” (Jn 20, 29). Una nueva, una última bienaventuranza del Evangelio, la de la fe. Bienaventurados quienes tengan fe en Cristo, sin haberlo visto, sin haberlo tocado; sino por haber aceptado como verdadera, como real, como iluminante, como salvadora su palabra.

No añadiremos ningún comentario. Pero permitid que os supliquemos que escuchéis, que aceptéis, que experimentéis estas palabras de Cristo, la fe es una bienaventuranza. No es una engañosa ilusión, ni una ficción mítica, ni un consuelo subrepticio; sino una auténtica felicidad. La felicidad de la verdad (¿hay algún candidato más destacado que vosotros a gozarla?), la felicidad de la plenitud, la felicidad de la vida divina, factible a una maravillosa participación humana.

No mortificación del pensamiento, ni obstáculo a la investigación científica, ni peso inútil para la gracilidad del estilo espiritual moderno; sino luz, voz, descubrimiento, que engrandece el alma, y hace comprensible la vida y el mundo; felicidad del saber supremo; y una vez más, felicidad de conocer la verdad. La voz que debería seros conocida y familiar, como la de un maestro o colega siempre actual, la voz de San Agustín, expresa la conclusión, síntesis de un largo pensar: la felicidad no es otra cosa que la alegría de la verdad: “Beata vita, quae non est nisi gaudium de veritate” (Conf. X, 23 PI, 32, 794).

Esto, ya se sabe, es una meta; pero señala un camino, el de la vida espiritual propia de una sede del pensamiento filosófico y de la investigación científica a nivel universitario; y es el sendero áspero y florido de las almas vivas dedicadas y abiertas a las más embriagadoras experiencias de nuestra religión, aquellas, que al decir de San Pablo, la hacen “capaces de comprender, con todos los santos, la amplitud, la altura y la profundidad, y comprender este amor de Cristo, que sobrepasa toda ciencia, para que estéis colmados de toda la plenitud de Dios” (Ef 3, 18-19), aquellas que ciertamente muchos de vosotros que nos escucháis, van misteriosa y dulcemente explorando en las silenciosas visitas de la capilla de la Universidad, su centro, su hogar; aquellas que han merecido y prefijado a la Universidad misma el apelativo de Universidad Católica del Sagrado Corazón.

Camino que conocéis, pues fiel y fervorosamente lo recorréis; camino flanqueado por las tumbas del beato Contardo Ferrini, de Agustín Gemelli, de Luis Necchi, de Francisco Olgiati, de Pedro Panighi, de Armida Barelli, con una sola y elocuente inscripción, para quienes, como vosotros, la saben leer: ¡Continuad!

Este es el camino al que os exhortan nuestras palabras y en el que os acompaña nuestra bendición apostólica.

Saludo a los peregrinos de diversas naciones.

Nous saluons avec une paternelle affection les pèlerins de langue française présents ici aujourd’hui. Nous souhaitons à tous que leur participation à la sainte Messe du dimanche de Quasimodo leur obtienne la fermeté et la joie de la foi, cette foi que l‘Apôtre Thomas proclama par son invocation au Christ ressuscité: «Mon Seigneur et mon Dieu!», cette foi qui doit illuminer et diriger le chemin de votre vie terrestre vers la vie éternelle. Nous donnerons à tous, à la fin, Notre Bénédiction Apostolique.

We give an affectionate and fatherly greeting to all those present who speak English, and to all We express the hope that their assistance at the Holy Mass of Low Sunday Will obtain for them the strength and the joy of faith, which the Apostle Thomas proclaimed loudly to the Rising Christ: «My Lord and my God», and which should illumine and direct the path of our earthly sojourn towards eternal life.
To all We shall impart, at the close, Our Apostolic Benediction.

Geliebte Stihne und Ttichter!
Unser herzlicher, väterlicher Gruss gilt auch allen deutscher Sprache, die an dieser Audienz teilnehmen.
Euch allen wünschen Wir von Herzen, dass die Teilnahme an dieser heiligen Messfeier am Weissen-Sonntag euch Festigkeit und Freude im Glauben schenke. So wie der heilige Apostel Thomas ausrief, als er den auferstandenen Heiland sah: «Mein Herr und mein Gott», so möge euch dieser Ruf erleuchten und führen durch euer ganzes Erdenleben hin zur ewigen Herrlichkeit.
Mit diesem Wunsche erteilen Wir euch allen aus ganzem Herzen den Apostolischen Segen.

Saludamos ahora con afecto paternal a todas las personas de lengua española presentes en la Basílica. A todas les deseamos que su participación en la santa misa de la Dominica in Albis, obtengan la firmeza y la alegría en la fe, aquella que el Apóstol Tomás proclamó con su invocación a Cristo resucitado: “Señor mío y Dios mío”; aquella que debe iluminar y guiar el camino de nuestra vida terrena hacia la vida eterna. A todos daremos al final nuestra bendición apostólica.

DOMINGO DEL BUEN PASTOR

HOMILIA DE PABLO VI

12 de abril de 1964

El Pontífice Augusto nos invita a detenernos un momento en el Evangelio del día, conocido por todos los presentes: el del Buen Pastor, que da a elementos figurativos sencillos y conocidos el poder de encubrir ideas tan sublimes, verdaderas y profundas como para constituir casi un milagro, una maravilla.

El Evangelio del Buen Pastor: parecería que el mismo Señor nos ofrece una síntesis, una definición, un cuadro que lo incluye todo, Él y nosotros, la historia y la vida y los destinos de la humanidad, Es el cuadro que, con extrema sencillez pero con una verdad que no admite malentendidos, lo coloca a él, Jesucristo, en el centro de la humanidad y traza las relaciones de intercesión entre él y el mundo. Jesús da una maravillosa definición de sí mismo: Yo soy el Buen Pastor.

Brevemente, el Santo Padre se detendrá, con los presentes, en los dos elementos principales que configuran la descripción que el Señor hace de sí mismo y de la humanidad: los dos elementos característicos del pasaje evangélico: uno es el redil, es el rebaño, que significa el pueblo, la humanidad, el mundo, representado precisamente en esta imagen arcadiana y elemental, el rebaño de Cristo.

Siempre que nos reunimos para celebrar una Misa, que tratamos de crear unidad en la oración, la fe, la caridad, en torno a quienes ejercen el ministerio -el sacerdote-, se recompone la imagen evangélica, nos convertimos en el redil de Cristo, con este común pero siempre característica hermosa y singular, que todos se vuelven iguales, todas las diferencias desaparecen, cada uno ocupa un lugar igual al otro, se produce un fenómeno de hermandad.

Quien sabe qué es el mundo y qué son los hombres, no puede -cuando realmente ve algo auténtico en este campo- no sorprenderse y no sentir lo hermoso, profundo que es, cómo se espera que siempre sea así. Y el cristianismo pasa al mundo de la historia realizando este fenómeno de fraternidad todos los domingos, en cada misa, en cada convocatoria de la asamblea cristiana. Nunca habremos considerado suficientemente esta verdad: la alegría de ser hermanos, y con la particularidad de que nadie desaparece, que nadie pierde su característica, sino que fortalece la propia personalidad, está llamado a ser lo que el Señor quiere que sea.

El Santo Padre vuelve entonces su atención a los grupos presentes, la peregrinación de los feligreses de Sant'Ambrogio, que se complace en nombrar, porque son ellos quienes dieron motivo de esa Misa en la Capilla Sixtina y que están acompañados por el Abad. -Provost. De la Basílica Mons.Oldani, quien fue durante muchos años Su Obispo Auxiliar, y que trae, además de su presencia, una hermosa corona de personas muy dignas y queridas que representan esa comunidad, ese admirable complejo de la historia, y de arte que se recuerda con el nombre de Sant'Ambrogio.

Nombre que despierta tantos recuerdos majestuosos, activos, muy agradecidos, en algunos de los cuales el Santo Padre se alegra de vivir con alegría y emoción; si quisiéramos pensar qué es Sant'Ambrogio para Roma y Milán, tendríamos que perder la palabra y el aliento frente a una figura tan grande y su obra admirable en un momento tan importante de la civilización y la historia humana y cristiana.

A continuación, el Pontífice de Agosto saluda al grupo de representantes de la Asociación Nacional "Luigi Luzzatti" entre los Bancos Populares, que este año celebran el centenario de la fundación de la primera institución de crédito popular en Italia, por obra de un famoso economista y estadista: Luigi Luzzatti. Querían dedicarse al buen gobierno de la vida administrativa y económica; con este principio -que el Papa acoge con gran agrado, que le gustaría mucho más exaltado y aplicado- de que la vida económica debe subordinarse al servicio del hombre y no al revés.

Bien, este principio basta para decir que ya estamos en un ambiente, no solo de civilización humana, sino de principios cristianos, respetando el Evangelio, donde se dice que las cosas de este mundo sirven a las cosas superiores de la vida de los hombres. espíritu y que deben ser accesibles para todos, especialmente para aquellos que más lo necesitan.

Por ello, el Pontífice Augusto expresa su complacencia y desea, feliz de dar con su autoridad, un estímulo para que su progreso y su actividad en la vida del país puedan estar siempre a la altura de los ideales superiores que han impulsado este provechoso experimento.

En conclusión, el Santo Padre todavía quiere enfatizar lo hermoso y necesario que es componer el redil de Cristo; cómo todos están llamados a reunirse alrededor del Señor; cómo este problema de unidad, no nivelado y sin forma, merece ser estudiado, promovido, ayudado por nuestras oraciones, esperado por nuestros deseos, servido por ejemplos, precisamente en este clima de Concilio Ecuménico. de nuestra fidelidad, de la obediencia a la Iglesia, de la caridad hacia nuestros hermanos.

El redil, y en el centro Aquel que crea su unidad, el Señor, que se llama a sí mismo el Buen Pastor, aquí hay un tema de preciosa meditación.

Y cabe preguntarse por qué la Iglesia nos llama a esta consideración dos semanas después de la Pascua, después de que Jesús haya resucitado y desaparecido del escenario temporal y, aunque todavía esté presente en la tierra, hasta que la Ascensión lo aleje de nuestros ojos. una vida sobrenatural.

Quienes tienen experiencia de la vida humana sienten que el conocimiento de los seres queridos nunca es tan fiel y perfecto y deseado y amado como cuando han desaparecido y son apartados de nuestra conversación; nunca, como entonces, reconocemos sus méritos.

Así con Jesús: aquí se nos presenta el problema del retrato del Redentor, de sus manifestaciones humanas. Bueno, todos sabemos que artistas, eruditos y santos se han medido en este tema. El Evangelio nos dice: búscalo, este retrato, a imagen del buen Pastor y encontrarás en él, en una confluencia muy singular, cualidades que parecen contrastadas.

Jesús, en efecto, reconcilia en sí mismo virtudes que parecen imposibles de coexistir en una misma persona: encontramos en él una majestad, una gravedad, una magnanimidad indescriptibles, un heroísmo vivido; ya la vez una dulzura, una humildad incomparable. Aquí está la bondad fuerte y grande que resplandece en la figura mansa y valiente de Jesús, que dice: en ella se reconoce al Buen Pastor, que sabe dar la vida por su propio rebaño.

El Santo Padre perfila la admirable figura del Redentor, tan elevada y al mismo tiempo tan humana y accesible; Es tan cercano, tan nuestro, tan hecho para nosotros, comprensible tanto para el niño como para el místico, para el gran científico como para el hombre común.

Debemos recoger esta representación del Señor que nos da el Evangelio y encerrarla en nuestras almas; los Evangelios de los domingos siguientes nos darán la alegría de volver a ver a Jesús, de escuchar su voz, la comunión de su presencia.

Escuchar su voz es el sello de las ovejas fieles; quien tiene fe en él entra verdaderamente en comunión con él, y casi sin darse cuenta pasa a formar parte de su redil.

SANTA MISA PARA LOS MONAGUILLOS DE ROMA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Sábado 25 de abril de 1964

Debemos una mención especial al grupo principal de esta gran audiencia, que la caracteriza y que ha motivado la celebración de esta santa misa; es el grupo de los monaguillos de Roma. Queridos niños de nuestro pequeño clero romano, a vosotros nos dirigimos ahora; a vosotros os expresamos nuestro afectuoso saludo.

¡Bravos monaguillos! Ante todo os diremos que nos sentimos dichosos de teneros a nuestra vera; y gozamos al ver que sois tan numerosos. ¿Cuántos sois? En otro tiempo erais pocos; y ahora formáis una hermosa escuadra que sólo al verla infunde alegría en el corazón; también sabemos que venís de todas las partes de la ciudad; representáis, se puede decir, otras tantas parroquias o instituciones, escuelas, oratorios, asociaciones, coros, capítulos. Es una maravilla.

Nos traéis el mejor consuelo para nuestro corazón de obispo de Roma, al demostrarnos con vuestra misma presencia la vitalidad religiosa y pastoral de nuestras parroquias y de nuestras comunidades; una vitalidad fresca como la de un campo en primavera; una vitalidad selecta como la de un jardín florido; una vitalidad inteligente y vivaz, dirigida por atenciones sabias y pacientes. ¡Muy bien! Hemos de decir «bravo» no sólo a vosotros, sino también a todas las personas que se ocupan de esta formación especializada, empezando por vuestras mamás y vuestros papás, que os dejan ir, o mejor, ofrecen vuestro servicio al pequeño clero; queremos saludar desde aquí a vuestros padres y manifestarles nuestra complacencia y nuestro agrado.

Queridos hijos, ¿seréis capaces, al volver a vuestras casas, de llevar nuestro agradecimiento y nuestro saludo a vuestras familias? Llevadlo también a vuestros sacerdotes, que os dirigen y os instruyen, y especialmente a vuestros párrocos; decidles que al Papa le gustan mucho los monaguillos y que a todos les recomienda que los quieran mucho.

Y bastará que llevéis a vuestros padres, párrocos, sacerdotes, consiliarios, maestros y delegadas de los niños católicos este mensaje del Papa en vuestro favor, para que todos recuerden en seguida la importancia del pequeño clero. La importancia religiosa, ante todo, para el culto divino; vosotros lo sabéis muy bien y también los mayores, en especial los buenos sacerdotes lo saben muy bien. ¿Cómo realizar una hermosa función religiosa sin vosotros? No es posible; hoy especialmente, cuando hay escasez de sacerdotes, hemos de recurrir al pequeño clero... bullicioso. Pero vosotros no sois, de hecho, bulliciosos, intranquilos y desordenados durante las ceremonias sagradas; sois muy disciplinados si alguno os enseña y os dirige; otras veces alguno de vosotros, veterano y avezado, os dirige perfectamente; y dais a todos ejemplo de cómo ha de ser la actitud en la Iglesia, compuestos, tranquilos, atentos devotos.

Sabéis hacerlo todo, responder en la misa, tocar la campanilla, ser magníficos acólitos, ir en las procesiones y también cantar, que es la cosa más difícil y también más bella, y para vosotros, cuando lo habéis aprendido, la más querida, casi divertida. Sois bravos, decíamos, e importantes. Sin vosotros, ¿qué haría la santa Iglesia para presentarse con honor? Y vosotros lo comprendéis: pos eso os gusta tener cargos de confianza en las funciones sagradas; y si alguna vez disputáis entre vosotros, es para llegar antes que los demás y conseguir algún servicio importante y delicado que realizar. Tenéis conciencia de contribuir a algo serio y sagrado; y así es: dais honor a Dios.

Tanto es así, que el Concilio ecuménico (¿sabéis, verdad, lo que es el Concilio ecuménico?: la reunión de todos los obispos del mundo con el Papa) se ha ocupado de vosotros en la Constitución de la Sagrada Liturgia, ante todo repitiendo muchas veces que es necesaria la participación del pueblo en la oración oficial de la Iglesia; y luego recordándoos a vosotros, ciertamente, en el artículo 29 de la Constitución, declarando que también vosotros, pequeños ministros del altar, ejercéis un verdadero ministerio litúrgico.

Y no es esto todo, pues vuestra presencia en las sagradas ceremonias ofrece otros aspectos dignos de gran consideración. El social y comunitario, por ejemplo; donde estáis vosotros, hijos queridos de nuestras familias cristianas, e hijos de esa familia cristiana que es la Iglesia, en seguida se reconoce la comunidad, se constituye y se vincula; vosotros incitáis a la unión con vuestra inocencia, con vuestra alegría, con vuestra necesidad de amor y de asistencia.

Luego habrá que considerar el aspecto educativo ofrecido por el pequeño clero. Merecería un examen adecuado, que aquí no podemos realizar. Pero es suficiente afirmar que el ejercicio religioso, en el que son educados los niños del pequeño clero, puede tener, y tiene, cuando está bien practicado, una eficacia pedagógica maravillosa. Se injerta en el desarrollo espiritual del niño durante el paso de la infancia a la adolescencia, es decir, en el de la fase puramente pasiva de la educación, a la tan delicada y turbulenta de la formación de los primeros juicios reflejos, de la primera conciencia compleja del primer brote de las pasiones instintivas.

Ante todo desarrolla, con plenitud que no tiene nada de cargante ni de beata, una formación espiritual especial, que hace superar al adolescente los momentos negativos de su conciencia religiosa en desarrollo, momentos negativos que marcan para gran parte de la juventud el ocaso del primer fervor y de la devoción de la primera comunión e insinúan las faltas y las dudas que caracterizarán la crisis religiosa de los años sucesivos de juventud.

Así, pues, el noviciado religioso del pequeño clero, cuando es bien practicado, habitúa al niño a pasar del gesto externo de la piedad a la primera conciencia interior, a experimentar gozo y no disgusto en la asistencia a los sagrados ritos, a comprender con satisfacción el lenguaje, no siempre fácil, de la liturgia; a disipar en la sencillez y franqueza de la profesión de los actos religiosos ante la mirada de los demás ese paralizante respeto humano, que es la debilidad espiritual más común del joven en los años del crecimiento, y a dar al acto religioso toda la importancia que debe tener en la orientación práctica de la vida, es decir, a compaginar debidamente la conciencia religiosa con la moral o intelectual.

 A este respecto, el niño educado en las filas del pequeño clero puede comprender y hacer suya la ciencia superior de la vida, es decir, que la vida es un don de Dios y que está llamada a seguir los designios de Dios, sean cuales sean, con ánimo espléndido, con fidelidad, con amor.

No habremos formado niños mimados y escrupulosos, ni habremos reunido una procesión de minúsculos sacristanes diletantes, ni habremos sustraído a las fuertes y alegres vocaciones de la vida natural, familiar, social, un grupo de niños débiles o enflaquecidos para predestinarlos a artificiosas y amañadas concepciones del bien, o para exponerlos a reacciones de rebelión moral y de náusea espiritual, sino que habremos favorecido en el niño y en el adolescente la apertura pura y luminosa, con la luz de la fe y la ayuda de la gracia, de su mirada sobre el mundo, sobre el gran mundo en el que el cristiano se encuentra, y lo habremos adiestrado, con las artes más exquisitas de la belleza espiritual y más robustas de la sinceridad moral —las artes del culto litúrgico—, en el empleo, en el empeño de su vida al servicio personal y activo de los más altos ideales.

Os decimos esto, queridos niños del pequeño clero —y que nos escuchen también todos los fieles de la basílica y de fuera de ella— para que tengáis una buena opinión de vosotros mismos, para que estéis contentos de llevar vuestras vestiduras sagradas y de participar como pequeños pero activos ministros en las funciones del altar y para que os habituéis a pensar que también mañana, cuando hayáis crecido y no estéis en las filas del pequeño clero, tenéis siempre que amar a la Iglesia, frecuentar las ceremonias religiosas, la santa misa en especial, con inteligencia y decoro, y para que seáis siempre, siempre, fieles a Cristo Nuestro Señor.

Sí, fieles hoy y mañana, aunque os tuviera que costar algún sacrificio y exigiros un poco de coraje. ¿Tenéis vosotros coraje? Hoy sí, y especialmente aquí. Pero ¿mañana?

Grabad este recuerdo, y terminemos.

Hoy se celebra la fiesta de San Marcos. ¿Sabéis quién era San Marcos? Era un niño que vivía con su madre en Jerusalén, de buena familia. El será el que, precisamente aquí en Roma, se dice, escribirá el segundo Evangelio, el Evangelio de San Marcos. Precisamente en este Evangelio cuenta un episodio en el que hay que incluirlo a él también. La noche en que Cristo fue apresado, en el monte de los olivos, entregado por Judas, y abandonado por los discípulos, un muchacho, debía ser San Marcos, se unió al triste cortejo que, a la luz de las antorchas, conducía a Cristo a Jerusalén, donde sería procesado, insultado y condenado, como sabéis. Marcos seguía a Jesús. Quizá le quería mucho.

El hecho es que lo seguía, en aquella hora tremenda, mientras los demás habían huido. Pero sucedió que la tropa que llevaba preso a Jesús se dio cuenta de la presencia del muchacho; y entonces hubo alguno que trató de cogerlo, y lo cogió de hecho, agarrando la sábana con que el joven se había cubierto, que evidentemente se había levantado de la cama tapándose con aquella sábana.

Y sucedió que Marcos, ágil y esbelto, se soltó y escapó, dejó la sábana en las manos de quien le había atrapado y también él huyó en la oscuridad de la noche, él también. ¿Sería, acaso, aquel muchacho animoso al principio y cobarde después, la imagen de algunos niños del pequeño clero, que primero siguen, buenos, muy buenos, a Cristo, pero cuando llega el día de serle fieles con constancia y sacrificio, abandonan la túnica en el camino —y no sólo la exterior— del niño puro, bueno y devoto, alumno del pequeño clero, y se van más lejos y son más cobardes, quizá, que los demás? ¿Seréis así también vosotros? Ciertamente que no, porque sois precisamente niños de una pieza, inteligentes y animosos.

También porque, como sabéis, aquel muchacho, Marcos, más tarde, después de la resurrección del Señor, volvió; más aún: fue uno de los más destacados de la primera comunidad cristiana; acompañó a San Pablo en la primera parte de su primer viaje misionero; luego siguió a San Pedro, y recogió las memorias de San Pedro y escribió, como decíamos, el segundo Evangelio, el Evangelio de San Marcos.

Que este santo evangelista os enseñe a querer bien siempre al Señor; y para ser siempre fieles, recordad: haced siempre como San Marcos, estad en la escuela y a la vera de San Pedro, y seréis también vosotros un poco evangelistas de Jesús (cf. 1 P 5, 13).

CONSAGRACIÓN DE CINCO OBISPOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Domingo 28 de junio de 1964

Señores cardenales,
venerados hermanos y queridos hijos:

Descansemos un momento. Como se detiene para respirar y descansar el viajero que ha llegado con trabajo a una cumbre. Nos podríamos detener aquí largo rato; tal es la amplitud y riqueza que nos ofrece la mirada que podríamos hacer nuestros los deseos de los Apóstoles sobre el Tabor: “…está bien que nos de quedemos aquí” (Mt 17, 4); podríamos reflexionar sobre el acontecimiento que hace poco hemos celebrado sin experimentar saciedad ni cansancio, sino gozo y ansia de comprender y gozar más.

Nos es suficiente ahora un momento para traducir en ideas la experiencia espiritual, única y sublime, de este rito para honrar con un acto plenamente consciente al Señor cuyos misterios tan íntimamente hemos celebrado para escoger entre tanta riqueza de actos y de textos un regalo de gracia y de verdad que nos valga de recuerdo especial con otros muchos no menos preciosos, en los días venideros, para hacer siempre perseverante y actual el beneficio de esta hora bendita.

¿Cuál escogeremos? El Episcopado, del que acaban de ser investidos estos hermanos nuestros presenta algunos aspectos evidentes en los que podemos resumir su inmensa doctrina. Escogemos el primero, la dignidad del obispo. Sabemos que de ordinario la consideración sobre el Episcopado, especialmente hoy, y particularmente en unas circunstancias como éstas, la conmemoración del rito realizado, prefiere atender los demás aspectos del Episcopado, la potestad, por ejemplo, que se le confiere con la consagración; la inserción del consagrado en el cuerpo episcopal; el ministerio y el servicio para el que está deputado el obispo, de sacerdote, de maestro y de pastor, la santidad que debe profesar y de la que debe dar ejemplo.

Nos vamos a detener unos instantes en ese primer aspecto, la dignidad episcopal. Podemos tener alguna noción de ella tratando de responder a una pregunta muy obvia: ¿En qué se han convertido estos nuevos elegidos, estos nuevos consagrados? La pregunta puede formularse también de un modo más sencillo. ¿Qué es un obispo? Qué es, sobre todo, ante Dios, qué es en sí mismo prescindiendo de su función en la Iglesia, función que ciertamente tiene razón de fin de consagración de un obispo; el episcopado no es un honor en sí mismo; es el carácter de un ministerio especial, es decir, una dignidad que acompaña y sostiene un servicio en beneficio de los demás; sabemos muy bien que es una elevación en función del bien de la Iglesia; el episcopado, dirá San Agustín: “Es un puesto de trabajo, no de honor”; y obispo no es el que le gusta presidir, sino el que sirve para dirigir; es decir, no es el que le gusta el honor más que el trabajo, el que desea presidir más que colaborar (De civitate Dei 19,19; P.L. 41, 647); y San Gregorio Magno con San Benito, repetirá: “Es preciso aprovechar más que presidir” (Reg. 64,8).

Si Pero el obispo, antes de ministro del culto, pastor de los fieles, maestro de la comunidad, es un hombre llamado y elegido de entre los demás hombres (cfr. Hb 5, 1), un elegido, un escogido. La gran mayoría de los teólogos modernos nos asegura, y quizás dentro de poco la voz del Concilio Ecuménico lo confirme, que, según la tradición más amplia y antigua, la ordenación episcopal tiene valor de sacramento; es, por tanto, una fuente de gracia, un don divino, una riqueza espiritual, una santificación superior.

 El rito que hemos celebrado, no es, por su celebración solemne, una triple transmisión de poderes litúrgicos, didácticos y jurídicos; es una perfección que se le confiere al alma de todo consagrado; el cual, antes de ser un santificador de los demás, queda él santificado.

Más aún, la obra del Espíritu Santo en el sacramento del Orden, no consiste solamente en la concesión de la gracia a quien lo recibe, sino también en la impresión de un carácter, que asemeja el alma del consagrado al sacerdocio de Cristo, en grado sumo, en verdadera plenitud para el que asciende del Orden sagrado al grado episcopal. Y si por la desventura de la fragilidad humana, puede darse el caso de que pierda la gracia, no se borra, sin embargo, el carácter sacramental; no se aminora la aptitud de hacer las veces de instrumento de Cristo, por ello la validez del ministerio será independiente de la santidad del ministro, pues Cristo tanto ha asociado a sí al ministro mismo, que sustituye en él toda causalidad efectiva. Recordemos a San Agustín una vez más: “Pedro bautiza, pero es Cristo quien bautiza; Pablo bautiza, pero es Cristo quien bautiza; Judas bautiza, pero es Cristo quien bautiza” (cf. In Joa. trac. 6, 1; P.L. 35, 1428).

Pero esta absoluta precedencia de la acción de Cristo en el ministro, que ha recibido el carácter sacramental del Orden sagrado, tiene su esplendor de dignidad, de poder y de misterio; en el hombre consagrado se sobrepone una vestidura representativa que sin duda lo hace “otro Cristo”; él actúa, como enseña Santo Tomás, “En la persona de Cristo, cuyas veces hace... en virtud del poder del orden” (III, 82,7, ad 3).

Estas mismas verdades anunciaba en esta misma basílica nuestro venerado predecesor, de feliz memoria, Juan XXIII, en mayo de 1960, diciendo después de haber consagrado a catorce nuevos obispos: “El humilde sucesor de San Pedro, circundado de presbíteros de la Iglesia, repite, aunque con fórmula diversa, la invocación primitiva; repite el gesto de la transmisión del carácter episcopal y de la gracia” (AAS 1960, 466).

¿No debemos detener nuestra mirada en esta transfiguración del hombre y admirar en el hombre transfigurado la obra de Dios? Si el sacerdote católico no sustituye a Cristo, sino que lo personifica; si no introduce una nueva mediación entre Dios y la humanidad, sino que pone en ejercicio la única mediación, la de Cristo; si no sólo transmite a los demás la santificación, sino que participa del vehículo que la distribuye, ¿no debemos meditar y celebrar la dignidad, la excelencia del hombre invadido de esta forma por el Espíritu Santo? ¿No suplicábamos a Dios, hace un momento, en el instante preciso de la consagración, que santificara a estos elegidos, proporcionándoles los ornamentos de toda glorificación? (Pon. Rom.) ¿No se realizan ante nosotros, en estos nuevos obispos, las palabras de San Pablo referidas precisamente a los ministros del Evangelio: “Todos nosotros, reverberando como espejos la gloria del Señor, nos vamos transfigurando en la misma imagen de gloria en gloria, conforme a como obra el Espíritu del Señor”? (2 Cor 3, 18).

He aquí una palabra que pronunciamos con trabajo, nosotros los modernos, la palabra gloria, referida a seres humanos. La tememos como a un término orgulloso y vanidoso, atribuido a algún héroe, sabio o campeón, para estimular y saciar nuestra inagotable necesidad de referirse al concepto del hombre perfecto, al tipo real del hombre ideal; pues inmediatamente de haber exaltado a la gloria al hombre excepcional, nos damos cuenta de sus limitados alcances, de su miseria, de su vacío, de su máscara; y ya no creemos en el hombre grande, en el hombre glorioso; hasta al santo lo abajamos con frecuencia al nivel de nuestra mediocridad.

Y, sin embargo, la palabra gloria es un término que la Sagrada Escritura nos hace continuamente pronunciar, y no sólo referida a Dios, sino también al hombre, pero no al hombre por sí mismo, sino al hombre sobre el que brilla la luz de Dios. “Signatum es super nos lumen vultus tui, Domine; dedisti laetitiam in corde meo; ha brillado sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro; has llenado de alegría mi corazón” (Ps 4, 7).

Lo diremos para gozar de este acontecimiento como de uno de los más bellos, de los más grandes, de los más benéficos de nuestra vida humana; acontecimiento de gracia y de alegría. ¡Bendigamos al Señor! "Haec est dies quam fecit Dominus”. Este es un día preparado por el Señor.

Lo diremos para reavivar en todos nosotros el concepto del sacerdocio de Cristo, concepto que sólo se puede expresar en términos sublimes, de dignidad y alegría.

Lo diremos finalmente para atribuir a Cristo todos los sentimientos del rito realizado, todos los reflejos que se proyectan sobre el que en la Iglesia asume el titulo y la función episcopal, todas las esperanzas que se le conceden a la Iglesia en la celebración viviente de la sucesión apostólica; recordando una vez más las sublimes y sintéticas palabras de San Pablo: “Son apóstoles de la Iglesia; son gloria de Cristo” (2 Cor 8, 23).

Y esta aclamación la dirigimos ahora a los cinco nuevos obispos que hace un momento hemos consagrado y que Nos sentimos dichosos y honrados de presentar a la comunidad de los fieles y saludarlos como hermanos en el episcopado.

Ojalá los nuevos obispos, que con la sucesión apostólica recogen la gran misión de ser testigos calificados de la fe, maestros santificadores y pastores del pueblo de Dios, edificadores de la Santa Iglesia, puedan ser gloria de Cristo. Os animamos, queridos hermanos en el episcopado, a asumir con humildad, con aliento, con confianza, el peso formidable de la responsabilidad episcopal; sed, hermanos, en vuestras personas consagradas, gloria de Cristo; sed, hermanos, en la misión que os aguarda, gloria de Cristo; es nuestro gozo, nuestro voto, nuestra esperanza; es el gozo, el voto, la esperanza de las personas veneradas y queridas que rodean a los nuevos consagrados; es el gozo, el voto, y la esperanza de la Iglesia de Dios; sed gloria de Cristo.

Proferimos este canto de alabanza y de augurio para ti, querido hermano nuestro Ángel Palmas, destinado a representar a esta Sede Apostólica en el Extremo Oriente, en la remota Indochina, como delegado apostólico, que tu misión consiga la paz y la prosperidad a aquellas magníficas tierras atormentadas, lejanas en el espacio, pero muy cerca en nuestro espíritu y con mucha fecundidad y promesas abiertas a la gloria de Cristo.

Para tí, repetimos, la aclamación bíblica, querido y venerado hermano Ernesto Carmagni, canciller de los Breves Apostólicos, nuestro fiel colaborador durante largos años, para que tu servicio en la sección tercera de nuestra Secretaría de Estado y las ocupaciones de tu apostolado puedan dar frutos, a gloria de Cristo, también en el sector de las confraternidades romanas.

Lo dirigiremos a ti, Juan Fallani, que presidiendo los órganos tutores y promotores del arte sagrado en Italia, podrás proporcionar nueva gloria a Cristo dirigiéndole tus propósitos y tus esfuerzos que en el decoro de la belleza y de las virtudes artísticas pueden celebrarla.

Luego lo dirigiremos a ti, Juan Willebrands, querido hermano que buscas a los hermanos todavía separados de Nos, pero a Nos unidos en la esperanza, para que sea a gloria de Cristo y gozo de toda la Iglesia, tu ministerio, dedicado a allanar los caminos para la ansiada reconciliación.

Y finalmente al venerado e ilustre abad Pedro Salmon le expresaremos nuestro deseo de que la dignidad episcopal que se le ha conferido, brille para gloria de Cristo en el cenáculo de su comunidad, en el laboratorio de la revisión de la Vulgata, a la que tantos años ha dedicado asiduos y sabios esfuerzos, en el más extenso perímetro de toda la familia monástica benedictina.

Y con estas nuevos hermanos en la dignidad y en el oficio episcopal, con vosotros, hijos y fieles, que con ellos y con Nos compartís el gozo de este momento feliz “A Dios, único y sabio, por medio de Cristo, sea la gloria por los siglos de los siglos”. Así sea.

CONSAGRACIÓN DE LA IGLESIA DE LA ABADÍA DE MONTECASINO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Festividad del Arcángel San Rafael
Sábado 24 de octubre de 1964

Señores cardenales, venerados hermanos arzobispos y obispos, reverendo abad de este celebérrimo monasterio, ilustres señores investidos de autoridad civil o militar, y vosotros, sacerdotes, monjes y religiosos aquí presentes, estudiantes, huéspedes de esta casa, fieles peregrinos, todos llegados para este acto: ¡Qué saludo dirigiros sino el acostumbrado en la piedad cristiana, el que aquí parece tener su expresión más verdadera y familiar: «Paz a esta casa y a todos los que en ella habitan»!

Aquí encontramos la paz, deseado tesoro, en su más segura custodia; aquí traemos la paz, como el mejor regalo de nuestro ministerio apostólico, que, dispensador de los misterios divinos, ofrece con amorosa prodigalidad, efusión de Vida, la gracia, fuente principal de paz y alegría. Aquí celebramos la paz, como luz que ha resucitado, tras el torbellino de la guerra, que había extinguido su llama piadosa y benéfica.

Paz a vosotros, hijos de San Benito, que hacéis de esa palabra tan elevada y delicada el emblema de vuestros monasterios, la escribís sobre las paredes de vuestras celdas y a lo largo de los muros de vuestros claustros, y, sobre todo, la imprimís como ley suave y recia en vuestro espíritu y la dejáis transpirar como sublime estilo espiritual en la elegante gravedad de vuestros gestos y de vuestras personas.

Paz a vosotros, alumnos de esta escuela del servicio divino y de sincera sabiduría, que aquí respiráis la paz como atmósfera propicia a todos los buenos pensamientos y deseos, y experimentáis algo que resume todas las pedagogías, que la paz de Cristo es principio y fin de toda plenitud humana, reflejo del pensamiento de Dios sobre nuestras cosas.

Paz a vosotros, señores de la ciudad terrena, que tenéis la intuición y el coraje —virtudes necesarias para subir hasta aquí arriba— de buscar en esta casa, como en una secreta y refrescante fuente, esa fuerza espiritual que cuanto más ajena a vuestros quehaceres temporales tanto más necesaria para ellos se demuestra, la virtud moral, la esperanza que los trasciende y los libera de su trágica vanidad, la bondad, en la que quisieran desenvolverse todos los esfuerzos humanos y cuya síntesis mejor se encuentra en el salmodiado diálogo con Dios.

Y paz a vosotros, hermanos de la Santa Iglesia, que al venir hoy con Nos a esta sagrada montaña, sentís el alma penetrada por un cortejo de recuerdos antiguos, por tradiciones seculares, testimonios de la cultura y del arte, figuras de pastores, de abades, de reyes y de santos; escucháis, como torrente aplacado, en río majestuoso por una voz encantadora y misteriosa, la historia que pasa, la civilización que se engendra y se desarrolla, la cristiandad que trabaja y se afianza; aquí escucháis el vivo latido de la Iglesia católica. Tal vez la memoria haga pronunciar a vuestras mentes las palabras que Bossuet dirigía a un gran benedictino, Mabillon: «Encuentro en la historia de vuestra santa Orden lo más hermoso que hay en la de la Iglesia» (Obras XI 107).

Pero entre las muchas impresiones que esta casa de paz despierta ahora en nuestras almas, una parece dominar a las demás, es que la virtud engendra la paz. Sucede con frecuencia que, asociando a la idea de paz, la de tranquilidad, la de cesación de hostilidades y su resolución en el orden y armonía, estamos fácilmente inclinados a pensar en la paz como inercia, descanso, sueño, muerte. Y hay toda una psicología, con su respectiva documentación literaria, que acusa a la vida pacífica de inmovilidad y de pereza, de ineptitud y egoísmo, y que enarbola la lucha, la agitación, el desorden y hasta el pecado como fuentes de actividad, de energía y de progreso.

Pero aquí encontramos una paz viva y verdadera; la contemplamos activa y fecunda. Aquí se nos manifiesta en su capacidad, interesante en extremo, de reconstrucción, de renacimiento y regeneración.

Hablan estos muros. La paz los ha hecho resurgir. De la misma forma que ahora nos parece increíble que la guerra haya tenido contra esta abadía, incomparable monumento de religión, cultura., arte y civilización, uno de los gestos más fieros y ciegos de su furor, tampoco nos parece verdad ver hoy resurgido el majestuoso edificio, como si quisiera hacernos creer que nada ha sucedido, que su destrucción fue un sueño y que podemos olvidar la tragedia que la había convertido en un montón de ruinas. Permitidnos, hermanos, llorar de emoción y de gratitud. Por obligaciones de nuestro cargo junto al Papa Pío XII, de venerada memoria, somos testigos documentados de cuanto la Sede Apostólica hizo para ahorrar a esta fortaleza no de las armas, sino del espíritu, el grave ultraje de su destrucción. Aquella voz, suplicante y soberana, inerme defensora de la fe y de la civilización, no fue escuchada. Montecasino fue bombardeado y demolido.

 De esta forma se consumó uno de los episodios más tristes de la guerra. No queremos ahora constituirnos en jueces de quienes fueron responsables. Pero no podemos dejar de deplorar que hombres civilizados se atrevieran a hacer de la tumba de San Benito escenario de despiadada violencia. Y no podemos hoy contener nuestra alegría al ver que las ruinas han desaparecido, que los sagrados muros de esta basílica han resurgido, que la mole austera del antiguo monasterio ha recuperado su figura en el nuevo. ¡Bendigamos al Señor!

La paz ha realizado el prodigio. Los hombres de la paz han sido sus magníficos y solícitos trabajadores. Hemos de aplicarles, en premio a su trabajo, la bienaventuranza que los acredita hijos de Dios: «Bienaventurados los pacíficos, dice Cristo, pues serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

Bienaventurados los artífices de la paz. Queremos expresar nuestro elogio a cuantos han participado en esta gigantesca obra de reconstrucción. Pensamos en el abad de este monasterio, en sus colaboradores, en sus bienhechores; en los técnicos, en los capataces y en los obreros. Es obligado un reconocimiento especial a las autoridades italianas, que han prodigado solicitud y los medios precisos para que la obra de la paz triunfase aquí sobre la obra de la guerra. De esta forma Montecasino se ha convertido en el trofeo de todo el ingente esfuerzo realizado por el pueblo italiano para la reconstrucción de este querido país, terriblemente despedazado de un extremo al otro de su territorio, y rápidamente, por la divina asistencia y en virtud de sus hijos, resucitado, más hermoso y más joven.

De esta forma celebramos la paz. Queremos aquí, simbólicamente, firmar el epílogo de la guerra; Dios quiera de todas las guerras. Queremos aquí convertir las «espadas en picos y las lanzas en hoces» (Is 2,4); es decir, las inmensas energías empleadas por las armas en matar y destruir, en volver a vivificar y a construir; y para llegar a tanto, queremos aquí regenerar en el perdón la hermandad de todos los hombres, abdicar aquí de la mentalidad que con el odio, el orgullo y la envidia prepara la guerra, y sustituirla por el propósito y la esperanza de la concordia y de la colaboración; desposar aquí a la paz cristiana con la libertad y el amor. La antorcha de la fraternidad tenga siempre en Montecasino su luz más piadosa y ardiente...

¿Es que solamente en virtud de su reconstrucción material polariza Montecasino estos votos, en los que parece encerrado el sentido de nuestra historia contemporánea y futura? Ciertamente que no. Es su misión espiritual; que encuentra en el edificio material la sede y el símbolo que para esto lo cualifica, Es su capacidad de atracción e irradiación espiritual, que puebla su soledad de las energías que necesita la paz del mundo.

Y ahora, hermanos e hijos, nuestro discurso quisiera ser una apología del ideal benedictino. Pero suponemos que cuantos nos rodean ya están informados de la sabiduría que anima a la vida benedictina, y que aquellos que la profesan conocen a fondo sus íntimas riquezas, y con ellas nutren sus gentiles y recias virtudes. Nos mismo las hemos hecho objeto de largas reflexiones; pero nos parecería superfluo y casi presuntuoso traducirlas ahora en palabras. Descubran otros el encantador secreto de este género de vida, que todavía vive y florece aquí.

Nos ahora somos portadores de otro testimonio, y no del testimonio sobre la índole de la vida monástica; lo expresamos con un sencillo enunciado: la Iglesia tiene necesidad hoy también de esta forma de vida religiosa; el mundo de hoy también tiene necesidad de ella. Nos abstenemos de aportar las pruebas, que, por lo demás, todos las ven surgir de la sola afirmación nuestra; si la Iglesia y el mundo, por diferentes, pero convergentes, razones necesitan que San Benito viva en la comunidad eclesial y social, y se circunde de su recinto de soledad y silencio y desde allí nos haga escuchar el acento encantador de su pacífica y absorta oración, desde allí nos atraiga y nos llame a sus claustros, para ofrecernos el cuadro de un taller del «servicio divino», de una pequeña sociedad ideal, donde reina como fin el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte de su buen empleo, la prevalencia del espíritu, la paz, en una palabra, el Evangelio. Que San Benito vuelva para ayudarnos a recuperar la vida personal; esa vida personal por la que hoy sentimos codicia y afán, y que el desarrollo de la vida moderna, que despierta en nosotros el deseo exasperado de ser nosotros mismos, sofoca mientras lo despierta, lo desilusiona mientras lo hace consciente.

Esta sed de verdadera vida personal presta actualidad al ideal monástico. Así lo comprendió nuestra sociedad, nuestro país, en otros tiempos muy propicio a la fórmula benedictina de la perfección humana y religiosa y ahora quizá menos fecundo que otros en vocaciones monásticas.

Corría el hombre en los siglos pasados al silencio del claustro, como corrió Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo («in oculis superni Spectatoris habitavit secum», nos recuerda San Gregorio Magno, biógrafo de San Benito), pero entonces esta fuga estaba motivada por la decadencia de la sociedad, por la depresión moral y cultural de un mundo que no ofrecía al espíritu posibilidades de conciencia, de desarrollo, de diálogo; se necesitaba un refugio para reencontrar seguridad, calma, estudio, oración, trabajo, amistad y confianza.

Hoy no es la carencia, sino la exuberancia de la vida social, lo que incita a este mismo refugio. La excitación, el alboroto, la febrilidad, la exterioridad, la multitud amenazan la interioridad del hombre; le falta el silencio con su genuina palabra interior, le falta el orden, la oración, la paz, le falta su propio yo. Para reconquistar el dominio y el gozo espiritual interior necesita restaurarse en el claustro benedictino.

Si el hombre se recupera a sí mismo en la vida monástica se recupera para la Iglesia. El monje tiene un puesto de elección en el Cuerpo místico de Cristo, una función providencial y urgente como nunca. Os lo decimos, pues sabemos y deseamos tener siempre en la noble y santa familia benedictina la custodia fiel y celosa de los tesoros de la tradición católica, la oficina de los estudios eclesiásticos más pacientes y serios, la palestra de las virtudes religiosas, y de una manera especial la escuela y el ejemplo de la oración litúrgica, que nos gusta saber que vosotros, benedictinos de todo el mundo, la tenéis siempre en alto honor, y esperamos que así será siempre, como es propio de vosotros, en sus formas más puras, en su canto sagrado y genuino, y para vuestro oficio divino en su lengua tradicional, el noble latín, y especialmente en su espíritu lírico y místico.

 La reciente Constitución Conciliar «de sacra Liturgia» espera de vosotros una adhesión perfecta y una apología apostólica. Os aguarda una tarea enorme y magnífica; de nuevo la Iglesia os pone sobre el candelabro, para que podáis iluminar a toda la casa de Dios con la luz de la nueva pedagogía religiosa que esta Constitución pretende instaurar en el pueblo cristiano; fieles a las veneradas y auténticas tradiciones, y sensibles a las necesidades religiosas de nuestro tiempo, seréis una vez más beneméritos, por haber introducido en la espiritualidad de la Iglesia la vivificante corriente de vuestro gran maestro.

No diremos nada ahora de la función que el monje, el hombre que se ha reencontrado a sí mismo, puede tener no sólo con relación a la Iglesia —como decíamos—, sino también con respecto al mundo; al mismo mundo que él ha dejado, y al que permanece vinculado en virtud de nuevas relaciones, que su misma lejanía viene a crear en él: oposición, estupor, ejemplo, posible confidencia y diálogo secreto, fraternal complementariedad. Digamos solamente que esta complementariedad existe, y asume una importancia mucho mayor cuanto más grande es la necesidad que el mundo tiene de los valores conservados en el monasterio, y más los tiene no como si se los hubieran arrebatado, sino como si se los conservaran para él, a él se le presentaran y se le ofrecieran.

Vosotros, los benedictinos, lo sabéis por vuestra propia historia especialmente, y el mundo lo sabrá cuando recuerde lo que os debe y lo que todavía puede conseguir de vosotros. El hecho, es tan grande e importante que toca la existencia y consistencia de nuestra antigua y siempre viva sociedad, aunque hoy tan necesitada de extraer linfa nueva de las raíces, donde encontró su vigor y esplendor, las raíces cristianas, que San Benito en tan gran parte le proporcionó y alimentó con su espíritu.

 Es un hecho tan hermoso; que merece recuerdo, culto y confianza. No porque haya que pensar en un Medievo caracterizado por la actividad dominante de la abadía benedictina; hoy a nuestra sociedad le dan un rostro distinto sus centros culturales, industriales, sociales y deportivos, sino por dos capítulos que todavía hacen desear la austera y delicada presencia de San Benito entre nosotros: por la fe que él y su Orden predicaron en la familia de los pueblos, especialmente en la llamada Europa; la fe cristiana, la religión de nuestra civilización, la de la unidad, en la que el gran monje solitario y social nos educó hermanos, y por la que Europa fue la cristiandad. Fe y unidad, ¿qué cosa mejor podemos desear y pedir para todo el mundo, y de manera especial para la selecta y conspicua porción, que, repetimos, se llama Europa? ¿Qué cosa más moderna y más urgente? ¿Y qué cosa más difícil y contrapuesta? ¿Qué cosa más necesaria y más útil para la paz?

Y, precisamente, para que a los hombres de hoy, para los que pueden trabajar y para los que sólo pueden aspirar, les sea intangible y sagrado el ideal de la unidad espiritual de Europa, y no les falte la ayuda de lo alto para realizarlo con prácticas y providenciales ordenanzas, hemos querido proclamar a San Benito, Patrono y protector de Europa.

ORDENACIÓN SACERDOTAL DE 62 DIÁCONOS DE 23 PAÍSES MISIONEROS

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jueves 6 de enero de 1996

Queridos hermanos e hijos:

Es agradable, en este punto del gran rito, detenerse y meditar. El Evangelio que hemos escuchado y el hecho que precedió a su lectura son temas para el pensamiento y para quienes los comprenden, que pueden absorber nuestra atención y fijarla, como en un hechizo, en una consideración, en un contemplación, sin fin. Solo nos mantendremos por breves momentos; pero es bueno comenzar la vida nueva, porque es una vida nueva la que ustedes inauguran aquí: la vida sacerdotal, con esta advertencia: aquí hay algo para reflexionar.hay que entender, aquí hay un estudio interior de duración interminable para nutrirse y saciarse. Esta hora, en cierto sentido, vale todos los que la seguirán; Al recuerdo de esta hora tendrás que volver a comprender la dirección, el valor, la magnitud del estado de vida en el que ahora has entrado.

Intentemos ahora poner algo de orden en nuestras impresiones e ideas.

1. Miremos en primer lugar lo que es más conocido y más obvio para nosotros; veamos el hecho. El hecho está ante nuestros ojos. Se trata de una ordenación sacerdotal, realizada por el Papa, por primera vez en la historia de la Iglesia de esta forma y en esta medida, en la basílica más grande del mundo, sobre la tumba de aquel pescador de Galilea, a quien Jesús cambió. el nombre de Simone en la programática de Pedro, para sesenta y dos jóvenes diáconos, pertenecientes a veintitrés de esos países, que llamamos misión, para indicar la condición especial de principio, esfuerzo, heroísmo, riesgo, inocencia, humildad y caridad evangélica en la que se encuentra la Iglesia; y esta ordenación cumplida, al día siguiente de la clausura del Concilio Ecuménico, como para revelar su espíritu, confirmar sus esperanzas, iniciar su aplicación, prever sus frutos; esta ordenación, digamos, cumplida en la fiesta de la Epifanía, la fiesta maravillosa, que nos hace celebrar la revelación en la historia y en el espíritu humano del Dios invisible e inefable, la luz que ofrece un centro bien definido: Israel ayer según la carne? Israel hoy según el espíritu, ofrecido ya no a una sola nación, sino a todos los pueblos, a toda la humanidad, atraídos por esa luz a la unidad de la fe y la salvación, para formar en Cristo el nuevo Pueblo Mesiánico, el Pueblo de Dios, la santa Iglesia.

Cada circunstancia de este hecho, lo ves, es importante, es singular, es significativa; sube al valor de un símbolo; aparece invadido por ese "espíritu de profecía" propio de la vida de la Iglesia, y que nos autorizaría a referir este acontecimiento a otros acontecimientos memorables y decisivos, como la Epifanía, la llamada de los apóstoles, Pentecostés y ciertos fechas de la historia de la Iglesia. Puedes recordar y pensar; porque aquí todo es digno de ser recordado, todo habla, todo es más rico en significado de lo que podemos entender.

2. Entre todas las circunstancias de esta escena, domina tu ordenación sacerdotal, que acaba de tener lugar. Todos se han convertido en sacerdotes. Queridísimos hijos, hermanos míos (porque este título os lo confirma ahora el sacramento recibido): ¿sois capaces, en este momento de emoción y embriaguez espiritual, de darse cuenta, con una sola mirada espiritual, de lo que ha sucedido? Quizás recordando la frase singular de San Pablo: “Sé capaz de comprender. . . cuál es el ancho y el largo y la altura y la profundidad y comprender este amor de Cristo, que sobrepasa toda ciencia. . . " ( Efesios. 3, 18-19), quizás, digamos, midiendo con el ojo del alma estas misteriosas dimensiones que ahora te rodean, puedas captar brevemente qué ha sucedido, en qué te has convertido, qué proporciones y qué deberes tu vida. Nos parece que cuatro órdenes de nuevas relaciones se centran en cada uno de los suyos.

 Como quien se pone a cargo, al timón de un barco, inmediatamente se da cuenta de que lo rodea un mundo nuevo, nuevas funciones, nuevos deberes, nueva conciencia. Primero ves: la relación con Dios, cómo se ha vuelto completa, directa, calificativa; cada uno de ustedes es elegido para la conversación con Dios, el conocimiento de Dios, el amor y el servicio exclusivo de Dios: Dominus pars; lo sabes muy bien; ahora esto es cierto, esto es real. Cada uno de ustedes es un "hombre de Dios, homo Dei " ( 2 Tim. 3, 17); está en el rayo misterioso de sus rayos penetrantes y santificadores; hasta tal punto que se te comunican poderes divinos. La ordenación, ya sabes, es precisamente la concesión de poderes divinos nuevos, trascendentes, que hacen de tu ministerio el instrumento viviente de la acción sobrenatural de Dios. Hay algo que te encanta. 

Pero aquí hay otra relación que llama tu atención: es la nueva relación que asumes con la Iglesia, con tu Obispo de manera especial; a partir de ahora ya no está disponible para ninguna otra actividad que no sea su servicio; os habéis convertido en colaboradores, corresponsables, ejecutores del ministerio y del magisterio y de la pastoral del Obispo; ¡Te das cuenta de que has renunciado a todo, a tu propia libertad, para estar a las órdenes del Pastor, los intérpretes de la fe! cariñoso, dedicado a su voluntad? Y esta relación se extiende a otra: estás destinado al Pueblo de Dios, y a una doble función, que por sí sola basta para hacer interminable la meditación sobre el sacerdocio: porque, vistiéndote de la persona de Cristo, de alguna manera ejercitarás su misión. de mediador; serán intérpretes de la palabra de Dios, dispensadores de los misterios de Dios (cf.1 Cor . 4, 1; 2 Cor. 6, 4) hacia la gente; y seréis intérpretes de la oración del mismo pueblo, portadores de sus ofrendas, asimilados a sus destinos: de dolor, de pecado, de penitencia, de santidad, ¡con Dios! A través de esta función exaltada y humillada en una función sumamente sagrada, que te hace descubrir otra relación tuya, que resume las otras y las realiza en plenitud: la relación con Cristo; una relación que parece identificar a tu ser humano con él: sacerdos alter Christus . Y es esta relación vital la que penetra en nuestro ser de tal manera que lo llena de gracia, de poderes, de deberes, y nos obliga a hacer de nuestro programa de vida una imitación íntima, progresiva, corroboradora de Cristo.

3. ¡Mis hijos y hermanos! Esta meditación, dijimos, nunca terminaría. Si lo interrumpimos aquí, debemos hacerles la más cordial exhortación a que lo continúen todos los días de su vida y en todas las condiciones en las que se desarrollará. Sea consciente de lo que es; sea ​​consciente de la vocación a la que ha sido llamado; sea ​​consciente de la dignidad y los poderes que lleva consigo; ser consciente del propósito por el cual son ordenados sacerdotes de Cristo; no por ustedes, no por ningún interés humano, sino por la Iglesia de Dios, por la salud de las almas; ser consciente de las dificultades que tendrán que enfrentar su estado y su empresa; sois portadores de la cruz de Cristo; finalmente, sea consciente de las necesidades morales y espirituales del mundo en el que está destinado a vivir; escucha la voz de la historia, la voz de los pueblos, la voz de las almas, la voz de vuestros compatriotas, que no siempre se expresa claramente, pero que parte de su dignidad, de su destino al Evangelio, de su propia indigencia; en definitiva, sé consciente del amor que te ha investido y que debes traspasar en los hombres que encontrarás en tu camino.

He aquí una palabra de Cristo, que ahora hacemos nuestra, os lo dice todo: "Como el Padre me envió, así yo os envío" ( Jo 20, 21). Esta es la misión: ve y lleva a Cristo y su Evangelio por toda la tierra. Vuélvete humilde y fuerte; ahora son sacerdotes, ahora son misioneros.

Ahora daremos Nuestra Bendición al concluir este memorable rito. Con intención lo damos. Se lo damos en primer lugar a su Collegio Urbano de Propaganda Fide, a los Superiores y Maestros que os han preparado para este gran día, a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, al Cardenal Prefecto y a Monseñor Secretario, que vemos aquí presentes, a todos los que están aquí en Roma o en sus respectivas Diócesis o en las Escuelas a las que has asistido te han guiado en tu formación escolar y eclesiástica.

 Una intención particular dirige Nuestra bendición a vuestros obispos: que vuestra ordenación sea un motivo perenne de consuelo para ellos y ayuda para su ministerio. Benditos sean los Hermanos de su sacerdocio de hoy y de mañana; traigan ustedes mismos nuestros saludos de bendición; asimismo a todos los fieles que serán objeto de vuestra pastoral; a todos tus amigos y compatriotas. 

Reservamos una bendición especial para sus respectivas familias, algunos de los cuales vemos representados aquí; ciertamente tienen mérito en tu vocación y en tu educación; están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. 

Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. 

CONSAGRACIÓN EPISCOPAL DE CUATRO SACERDOTES DE LA CURIA

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de San José, Patrón de la Iglesia universal
Sábado 19 de marzo de 1966
  

¡Cardenales!
¡Venerables hermanos! e Hijos amados!

La entrega de la orden episcopal, que ahora hemos completado, tiene lugar en el día dedicado al culto de San José, el humilde, silencioso, fiel y admirable padre putativo de nuestro Señor Jesucristo, el más puro esposo del Beato. Virgen María, protectora de la santa Iglesia, modelo y patrona de los trabajadores cristianos. La luz evangélica de este santo, que más que ningún otro conoció, sirvió y protegió los misterios de la infancia de Cristo y de su inmaculada madre, se proyecta sobre el acontecimiento que celebramos y nos invita a penetrar en su significado. probar su designio divino, derivar la virtud cristiana de él, aceptar sus debidos resultados.

Como la de una lámpara doméstica, que difunde una luz modesta y tranquila, pero providente e íntima, y ​​escapa de la oscuridad de la noche, invitando a una vigilia pensativa y laboriosa, reconforta el tedio del silencio y el miedo a la soledad, vence el peso de cansancio y de sueño, y parece hablar con voz plana y segura del amanecer que vendrá, así la luz de la piadosa figura de San José, nos parece, difunde sus benéficos rayos en la "casa de Dios ", que es la Iglesia; la llena de recuerdos muy humanos e inefables de la llegada a la escena de este mundo de la Palabra de Dios, hecha hombre para nosotros y como nosotros, y vivida bajo la protección, guía y autoridad del pobre artesano de Nazaret; y la ilumina con su incomparable ejemplo, el que caracteriza al santo que es afortunado entre todos por tanta comunión de vida con Jesús y María, es decir, de su servicio a Cristo, de su servicio por amor. 

Este es el secreto de la grandeza de san José, que está muy de acuerdo con su humildad: haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la Encarnación ya la misión redentora que se le une; haber utilizado la autoridad legal, que le pertenecía sobre la sagrada familia, para hacerla un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; habiendo convertido su vocación humana al amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías germinado en su casa, su hijo nominal e hijo de David, pero en realidad el hijo de María e hijo de Dios. Si alguna vez conviene a alguien esta enseñanza evangélica, que hace que la gloria de María, la profetisa del "Magnificat", la del Precursor, aquella, podemos decir de todo santo: "servir por amor", debemos atribuirlo a San José, que se nos aparece revestido de él, como con el perfil que lo define, como con el esplendor que lo glorifica; servir a Cristo era su vida, servirle con la más profunda humildad, con la más completa entrega, sirviéndole con amor y por amor.

Ahora, venerables Hermanos, a quienes acabamos de tener la suerte de asumir el carácter episcopal, y ustedes, Hermanos e Hijos, que los coronan aquí, quizás no sea este mismo uniforme, que siempre ha sido, pero de ahora en adelante, después. el Concilio, más que nunca y sobre todo, ¿a quién le conviene, elegido obispo en la Iglesia de Dios? El episcopado es tan grande que hay varios aspectos con los que se nos presenta: nuestro ojo humano (pero también se puede decir de nuestro ojo cristiano más penetrante) se sorprende enseguida y casi deslumbrado por la luz, queremos decir desde el dignidad, que resplandece en la persona y función del obispo.

Acabas de escuchar las palabras del canto de la consagración y de la forma misma con que se confiere este grado supremo del sacramento del orden: os hemos calificado, o venerables Hermanos recién consagrados, como ornamentis totius glorificationis instructos., vestido con la insignia de la más alta dignidad; y así es para aquellos que son auténticos sucesores de los Apóstoles, que han recibido el sacerdocio de Cristo en la mayor medida comunicable a los hombres, que están inundados por el Espíritu Santo con una gracia santificante especial, que están marcados por un carácter indeleble, para los que son distintos de los demás fieles y de los otros ministros del altar y se clasificó para funciones exclusivas y vitales para la preservación histórica y visible, y para la santificación del cuerpo místico de Cristo, y que como sus legados (cf. 2 Cor 5, 20 ) hablan y operan " in persona CristiComo si su persona divina estuviera vitalmente presente en ellos: no existe mayor dignidad en esta tierra; y se explica cómo la tradición de la Iglesia y la conciencia del pueblo cristiano siempre han atribuido a los obispos tantos signos de veneración y honor.

Tampoco la menos admiración suscita en el creyente otro aspecto de la figura del Obispo, considerado no solo en su ser personal, sino en sus funciones, es decir, en los poderes que le son conferidos y que lo constituyen: él es el testigo. y maestro de la fe, es el apóstol, el misionero, el heraldo de la Palabra de Dios, es el mensajero del Evangelio, es el predicador, el maestro, el profeta en la Iglesia; es el guía, el tutor, el representante, el juez, el jefe del pueblo cristiano; en una palabra, que lo resume todo, él es el Pastor. El obispo es el pastor. Este aspecto casi familiar, tanto coincide con el consagrado al oficio episcopal, y tanto refleja imágenes evangélicas conocidas; pero tiene un aspecto estupendo, como lo que Cristo se atribuyó a sí mismo y afirmó: "Yo soy el Buen Pastor" ( yo. 10, 11), y que principalmente confirió a Pedro; ya todos los Apóstoles, a los "Mayores", como escribe el mismo San Pedro ( 1 Petr . 5, 2) se ha extendido.

Pero hay un tercer aspecto en el Episcopado, que destaca la conciencia de la Iglesia de nuestro tiempo: es la razón última, la razón del Episcopado, la finalidad de su ser y su función: es decir, el servicio de la Iglesia. . El obispo es el servidor por excelencia de la Iglesia. Esto es lo que Cristo mismo define: "No vine para ser servido, sino para servir" ( Mat . 20:28 ); Siervo y ministro San Pablo se llama tantas veces a sí mismo «. . . cum liber essem ex omnibus, omnium me servum feci, ut plures lucrifacerem "( 1 Cor 9, 19 ); y así, entre todos, San Agustín no deja de describir al Obispo: "Debet enim qui praeest populo, prius intellegere se servum esse multorum. . . Talis debet esse bonus episcopus; si talis non erit, episcopus non erit "( Sermo de ord. ep .; Morin, Miscell . Augustinian 1, 563, ss.).

¿Y no es con una acentuación de este concepto que se presenta aquel a quien se reconoce la misión de Obispo universal en la Iglesia de Dios: servus servorum Dei? Por lo tanto, no es de extrañar que los más asiduos y talentosos estudiosos de la teología moderna sobre el episcopado dejen de prestar atención principalmente a este aspecto: "El tema de la jerarquía como esencialmente un servicio recorre toda la tradición cristiana ... Evangelio, la dignidad del apostolado está ligada a la Persona de Jesús y a una misión recibida por él, significa que esta dignidad se da como una tarea y un deber, no formalmente, ni en un principio como un derecho, que pertenecería a el apostolado. . . Es un deber, no un derecho "(Congar, L'Episcopat, pag. 67 y sigs.). Incluso la gracia, conferida al obispo mediante la consagración, es, sí, "un don que lo enriquece interiormente, pero sobre todo para el servicio de los demás" ( Lecuyer , ib. 787).

Después de todo, tú, recién consagrado, después de haber sentido el peso del libro de los Santos Evangelios sobre tus hombros, poco después escuchaste las terribles palabras: « Accipe Evangelium et vade, praedica populo . . . ". ¡Qué mandato, qué deber, qué servicio! Y todos sabéis en qué términos el Concilio Ecuménico, al proclamar los poderes del Obispo, recuerda sus deberes: el episcopado es una responsabilidad, es más, una corresponsabilidad que toma las proporciones del mundo, es una cura, es una oblación de uno mismo., es una deuda, que tiende a agotar todas sus posibilidades de servicio y sacrificio.

¡Hermanos más venerados! ¿Decimos estas cosas para oscurecer la serena y luminosa alegría de este día? ¿O aumentar para desanimar el miedo que ya invade vuestras almas ante el pensamiento de las inmensas obligaciones que a partir de ahora os serán imputadas? ¡No, queridos hermanos " et in passion socii "! esto lo decimos, por la realidad de las cosas, a las que has sido asumido; porque la misma grandeza de los nuevos deberes es el índice de la predilección que, a través de la santa Iglesia, el Señor ha tenido por vosotros: porque vuestro destino al servicio de la Iglesia misma va acompañado de una gracia habilitadora y corroboradora: " Potens est enim Deus, ut augeat vobis gratiam suam"; porque el carisma propio del episcopado es la difusión del Evangelio en el mundo, carisma que exalta y consume, como una llama devoradora; el carisma de la caridad, Palabra y Gracia y gobierno, en el acto de su paso misterioso y humano, de Dios, de Cristo a su ministro, y del ministro a las almas, al Pueblo de Dios: es el carisma del servicio de amor y por amor.

Para que, venerados hermanos, no podamos separar Nuestras felicitaciones por la gracia suprema que os confiere Nuestro fraterno estímulo: es verdad, graves responsabilidades, grandes deberes, muchas dificultades, tal vez incluso dolores y dolores, os aguardan; así es el seguimiento de Cristo; también lo es la vocación de ser sus apóstoles y sus ministros. Pero " nolite timere"; no tengas ante ti la perspectiva de obstáculos y penas propios del oficio episcopal; antes bien, ten delante de ti: los hombres para amar, servir y salvar; ¡el mundo está abierto para ti! Si alguna vez te sorprende la duda, el desengaño, el cansancio en el camino que estás a punto de emprender, deja que el recuerdo de esta hora incomparable te sostenga: hay que servir, servir con amor: las almas, la Iglesia, el mundo, Cristo.

¡Serán colaboradores directos de nosotros, queridos hermanos! ¡Qué consuelo para Nosotros! y qué, nos atrevemos a pensar, ¡consuelo para ti! Dos de vosotros estáis cerca de Nosotros para orientar y ayudar a la Iglesia universal, en esta Santa Sede, que agradó a Cristo encomendarle una misión singular e indispensable . Estos tiempos posconciliares lo hacen quizás más delicado y difícil; las almas, dentro y fuera de la Iglesia, no siempre están bien dispuestas a ella; Los problemas de renovación espiritual y adaptación canónica requieren atención, sabiduría, firmeza que den un carácter nuevo y un tanto extraordinario al gobierno central de la Iglesia, e involucren a quienes, como tú, esperan el examen y la solución de las presentes cuestiones. inminente, a un trabajo muy agotador.

Pero que la caridad del Señor nos sostenga a todos: « Caritas patiens est, benigna est. . . omnia suffert. . . omnia sustinet ". Y quiera Dios que esta caridad animadora de la obra insomne ​​de la Sede Apostólica sea tan verdadera y tan comunicable, que todos Nuestros Hermanos del mundo, mirando a esta misma Sede Apostólica, la edifiquen siempre y puedan experimentar no sólo la unidad, pero también alegría y vigor.

Y los otros dos recién consagrados, ¡aquí están destinados al ministerio pastoral en esta Nuestra Roma del corazón! Nos alegra saber que estás junto a nuestro Cardenal Vicario, designado por él y asociado directamente a su ministerio, pero no menos al nuestro, nuevos y válidos colaboradores.

Ustedes son, y lo probarán, los signos vivos de Nuestra caridad episcopal para Nuestra querida y crecida Diócesis de Roma; de hecho demuestra con su elección y ciertamente con su ministerio, compartido por Monseñor Vicegerente y los demás obispos auxiliares celosos, el esfuerzo pastoral que queremos hacer, para que la ciudad, llena de gente nueva y de nuevos problemas, no carezca de trabajo múltiple. y nuevo que necesita para preservarse, incluso para renovarse como cristiano, y ser un ejemplo para toda la Iglesia, y siempre apto y digno de comprender y sostener la misión universal de la Roma católica, la diócesis del Papa.

Son deseos y deberes; son esperanzas y son oraciones; que Nosotros, sellando la memoria de este momento sublime con la invocación de la Virgen, de San José, de San Juan Bautista y de los Santos Pedro y Pablo, queremos acompañar y casi iluminar con el lema que acabo de mencionar: "servir por amor ”, y confirma con Nuestra Bendición Apostólica.

SAGRADO ORDEN DE LOS SETENTA SACERDOTES 

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 3 de julio de 1966

¡Venerables hermanos!
¡Hijos amados!

Es imposible aislar el momento de la reflexión sobre la palabra del Señor, que la Liturgia concede, de hecho prescribe en este momento de la Santa Misa, de la consideración de las circunstancias en las que se desarrolla este gran rito. No reemplazan ni sofocan la Palabra del Señor, que, después de todo, es la única que merece nuestra atención; de hecho Nos parece que las circunstancias en las que nos encontramos ayudan a pensar y comprender lo que el Señor quiere decirnos hoy; a quienes sepan captar el sentido de las cosas y las horas, expresar algo de su divino discurso, y servir de comentario sobre los misterios que estamos celebrando.

EN EL CENTRO ESTÁN TODOS LOS CAMINOS DEL REINO DE DIOS

La primera circunstancia es la del lugar en el que nos encontramos. Nadie puede escapar del inagotable encanto de la grandeza, la belleza, la sacralidad del edificio que nos acoge; verdaderamente el epígrafe antiguo, que daba una definición de la basílica, en la que nos encontramos, repite en nuestra mente su alabanza: iustitiae sedes, fidei domus, aula pudoris; pero no nos impide la búsqueda espontánea del punto focal de esta deslumbrante visión; e inmediatamente el espíritu se reúne, casi olvidando todo lo demás, alrededor de este altar y busca su secreto: ¿por qué aquí? por qué aquí este monumento; ¿Por qué aquí esta afluencia de piedad religiosa, casi a uno de sus centros más atractivos, más sagrados e inspiradores? 

Aquí está Pedro: el lugar de su martirio y su tumba; aquí está el Príncipe de los Apóstoles, el que tenía las fatídicas promesas de Cristo; no se pueden olvidar: el fundamento, que no cede y no envejece, el fundamento sobre el que descansa todo el edificio que Cristo construye con todo material humano ya través de los siglos, está aquí; aquí las llaves, los poderes del gobierno de la salud, que se cumple en la tierra y se celebra en el cielo. Y estamos aquí, como viajeros a la estela, donde llega todo camino del reino de Dios y de donde parte, como peregrinos dispersos que al llegar la primera vez descubren que son hermanos entre ellos e hijos de esta casa, como alumnos pensativos, que quieren robar al menos una palabra de este silla, para convertirla en una semilla de meditación para toda la vida. No debemos descuidar la advertencia a esta circunstancia, que Nuestra humilde presencia y paternal acogida, como miserables pero verdaderos sucesores de ese célebre Pedro, pueden hacerlo más sugerente, más dulce, más memorable.

"AMÉRICA LATINA, UN NUEVO DÍA ILUMINA TU HISTORIA "

Entonces, la otra circunstancia, que nos obliga a detenernos en el pensamiento más agradecido y asombrado, sois vosotros, queridos hijos, que acabáis de ser investidos con el sacerdocio eterno de Cristo. Ustedes que vienen de los Seminarios de la Obra de Cooperaci ón Sacerdotal Hispano-Americana, del Colegio de Lovaina, de Estados Unidos, de los Colegios Pio-Latino y Pio-Brasiliano de la Ciudad, de diferentes comunidades religiosas; Ustedes que vienen de ese Seminario de Nuestra Señora de Guadalupe, que el corazón magnánimo de Nuestro Venerable Hermano, el Obispo de Verona concibió e implementó, que la concurrencia de esta Sede Apostólica y del Episcopado italiano, con otros meritorios partidarios, promovió y apoyó y que la católica Italia, casi olvidando sus graves necesidades y prodigando con amor sus celosos tesoros, destina a los países hermanos de América Latina. ¡América Latina! aquí está frente a nosotros, ahora mismo.

 Estos nuevos sacerdotes, que están destinados a ella, muchos de los cuales ya le pertenecen, vengan aquí para prepararse y listos para regresar inmediatamente como ministros del Evangelio - nos dan una idea de su inmensidad; los familiares de los recién ordenados nos estimulan a recordar las muchas naciones a las que serán enviados estos nuevos apóstoles; y los representantes oficiales de esas mismas naciones, que quisieron asistir a este solemne rito, nos ofrecen el estupendo cuadro de sus respectivos países. Tanta es la importancia de lo que estamos haciendo, tanto es el sentimiento que llena de emoción y alegría esta ceremonia, que una profecía de amor y esperanza quisiera subir del corazón a los labios: América Latina, esta es tu hora. . Fiel heredera del patrimonio de fe y civilización, que la antigua, no la vieja Europa te entregó el día de tu independencia, y que la Iglesia, madre y maestra, guardianes con un amor que a veces es superior a sus fuerzas realizadoras, ahora un nuevo día ilumina tu historia: la de la vida moderna, con todos sus impetuosos y portentosos problemas; vida no ya pagana profana, no ajena a los destinos espirituales y trascendentes del hombre, sino vida consciente de tu vocación original de componer en una nueva e ingeniosa síntesis lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y el tu propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. con todos sus impetuosos y portentosos problemas; vida no ya pagana profana, no ajena a los destinos espirituales y trascendentes del hombre, sino vida consciente de tu vocación original de componer en una nueva e ingeniosa síntesis lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y el tu propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. con todos sus impetuosos y portentosos problemas; vida no ya pagana profana, no ajena a los destinos espirituales y trascendentes del hombre, sino vida consciente de tu vocación original de componer en una nueva e ingeniosa síntesis lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y el tu propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y la propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y la propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana.

CONFIANZA INMENSA EN LOS APÓSTOLES DEL SEÑOR,
LUZ DEL MUNDO

Hermanos e hijos, que nos escuchen: ¿cómo podemos atrevernos a ese lenguaje? Podríamos exponer las razones naturales que nos reconfortan a esto. Conocemos a la gente de esas tierras lo suficiente como para estar llenos de respeto y confianza. 

Ustedes que se predicarán el Evangelio, experimentarán la bondad de esos pueblos y su predisposición a acoger las verdades superiores, las que idealizan la actividad humana y las religiosas que la inspiran, guían y santifican. No digamos más en este momento. Pero en cambio queremos decir una palabra sobre la razón sobrenatural, que nos invita casi a esto: la razón sobrenatural es vuestro sacerdocio, queridos candidatos al sagrado ministerio en América Latina.

De hecho, estamos convencidos de que este sacerdocio (y hablamos de todos los Sacerdotes, especialmente los Obispos, que tienen la plenitud del Sacerdocio), este sacerdocio posee el tesoro de luz y fuerza, que puede dar a esas poblaciones la capacidad de renovación y desarrollo. , de un orden moral y civil, que se espera de ellos. Eres la luz del mundo, te lo diremos con la palabra de Nuestro Señor. Tú eres la sal de la tierra. Tu eres el fermento. Ustedes son los dispensadores de la palabra y de la gracia. 

Ustedes son los pastores y maestros espirituales del pueblo. Eres la amistad, la alegría, la fuerza, la esperanza de las almas. Eres el consuelo, el colega, el apoyo de los que sufren, de los que esperan justicia, de los que necesitan arrepentimiento y resipiscencia. Tú otra vez, los exponentes de ese principio activo dentro de la comunidad de los fieles y de la sociedad circundante, que es la jerarquía, el sacerdocio ministerial, concebido por Cristo al mismo tiempo como servicio y como autoridad; todos dedicados, hasta el sacrificio, por el bien de los demás, y todos transfigurados por carismas y funciones, que sólo se derivan de arriba, y que merecen el respeto y la docilidad de todos.

Tenemos confianza, lo repetimos, una confianza inmensa en que el ministerio sacerdotal es fuente de salvación para el mundo; así ha establecido el Señor; y confiamos que sea, de manera particular, para los queridos países de América Latina. Por eso se hace el esfuerzo del que ustedes, los recién ordenados, son expresión, el esfuerzo de la colaboración pastoral. Quiere honrar al Episcopado y al Clero, que ya trabajan apostólicamente en esas tierras benditas con tanta dedicación; quiere realizar un acto de solidaridad, aumentando el número de sacerdotes allí y ofreciendo el sabor de alguna experiencia eclesial útil a esas buenas y prometedoras comunidades católicas; y quiere mostrar que los votos del Concilio Ecuménico sobre ayuda mutua, que los miembros de la Iglesia Católica deben prestarse entre sí, no son palabras vacías,

EL SACERDOCIO EXIGE Y GENERA JUSTICIA EVANGÉLICA CON SANTIDAD

Y ahora, venerados hermanos y queridos hijos, nuestro pensamiento debe fijarse en el texto del Evangelio, propuesto por la liturgia para nuestra meditación. En aras de la brevedad, sólo argumentaremos arriba una expresión del discurso de Cristo, la primera del pasaje de hoy: «Si tu justicia no es mayor. . . " ( Matt. 5, 20), con lo que sigue. Ustedes conocen esta palabra, tan grave como una amenaza, tan exigente como un desafío, tan penetrante como una vivisección, tan original como un nuevo programa de perfección moral. 

Cristo no se contenta con una justicia puramente formal y exterior. Cristo quiere que seamos buenos con una virtud que nos transforme interiormente y nos eduque continuamente a una extrema sinceridad de corazón y de acción. Si superponemos esta expresión a nuestra vida sacerdotal, ¡qué estímulo, qué tormento hacia la perfección, hacia la santidad!

Pues no nos asustes, pero la severa palabra de Jesús nos anima a hacer de la vida sacerdotal una ecuación progresiva hacia la santidad.

 El sacerdocio demanda y genera santidad. La justicia, que el Señor quiere de nosotros, es la del Evangelio. Todos ustedes ya lo saben. La de la caridad, la gracia, la misericordia divina recibida y dispensada. Para que esto sea, ¡oh! no olvides los máximos valores áureos de tu formación: custodiar y nutrir la vida interior, sobre todo. Silencio, meditación, oración personal; luego el litúrgico y comunitario, que alimenta al primero y lo recibe de él. Entonces, saber mantenerse inmaculado aunque esté inmerso en una conversación pastoral y profana; de ahí el ascetismo simple y viril, que endurece el alma al vigor personal y limpia el espíritu de los hechizos mundanos. Y luego saber entregarse, en la "diaconía", en la búsqueda del bien de los demás con sacrificio; caridad, caridad: ¿no es la caridad el camino de la santidad para el sacerdote destinado al servicio pastoral?

¡Y finalmente Jesús! Jesús conocido; ¿Quién puede decir que lo conocen lo suficiente? Jesús imitó; ¿No es este el estándar más alto y más completo de todos nuestros deberes? Jesús siguió, en obediencia que engrandece a los humildes, donde quiere, como quiere, hasta Getsemaní, hasta el Calvario. Jesús anunció: ¿qué gozo, qué honor, qué mérito mayor que éste? Jesús vivido: Mihi vive Christus est ( Fil . 1, 21): esto es todo, queridos hermanos e hijos.

Es el sacerdocio. Es la mision. Es el misterio. Es esperanza. Ahora puedes dar la bienvenida a la última palabra: ¡ya! predicar, bautizar; Vamos; Cristo te envía; ¡la Iglesia te espera, el mundo está abierto para ti!

XXXI CONGREGACIÓN GENERAL DE LA COMPAÑÍA DOWN JESUS

HOMILIA DE PABLO VI

Capilla Sisitine, 15 de noviembre de 1966

Queríamos teneros concelebrantes y participar del Sacrificio Eucarístico, antes que vosotros, habiendo terminado el trabajo de vuestra Congregación General, retoméis el camino de regreso, cada uno a su propia sede, y desde Roma, centro de la unidad católica, os extendís en en todas las direcciones de la faz de la tierra, para saludarlos, a todos y cada uno, para consolarlos y animarlos, para bendecirlos en sus personas individuales, en toda su Compañía y en las múltiples obras, que para la gloria de Dios Ustedes promueven y sirven en la Santa Iglesia, y renuevan en sus almas, casi en forma sensible y solemne, el sentido del mandato apostólico, que califica y fortalece su misión, como por su bendito Padre Ignacio, un soldado sumamente fiel. de la Iglesia de Cristo, te fue conferido y renovados, en verdad, por el mismo Cristo, de quien indignamente, pero verazmente, aquí en la tierra, aquí en esta Santa Sede, ocupamos el lugar, les fue confirmado y misteriosamente acompañado y magnificado.

ALTA RENOVACIÓN DE MANDATO Y MISIÓN BRILLANTE

Por eso hemos elegido este lugar, sagrado y tremendo por la belleza, por el poder, pero sobre todo por el significado de sus imágenes, y entre todos venerable lugar para la voz de Nuestra más humilde, pero pontificia oración, que se expresa aquí, en ella misma recogiendo no sólo la alabanza y el gemido de Nuestro espíritu, sino los resonantes e inmensos de toda la Iglesia, desde los confines de la tierra, es más, de toda la humanidad, que en Nuestro ministerio tiene a quien lo interpreta al Dios supremo, y de El Altísimo le transmite el oráculo. Hemos elegido este lugar, donde, como sabéis, se buscan y determinan los destinos de la Iglesia, en determinadas horas históricas, que, debemos creer, están dominadas ni siquiera por la voluntad de los hombres, sino por la asistencia arcana y amorosa. del Espíritu Santo. Aquí hoy

Y esta invocación conjunta al Espíritu Santo quiere en cierto modo sellar el gran y angustioso momento que has vivido, sometiendo a todo tu equipo y todas sus actividades a un severo examen, casi concluyente, con motivo del recién celebrado Ecuménico Vaticano II. Concilio, cuatro siglos de tu historia, y casi inaugurando un nuevo período de tu vida religiosa y militante con nueva conciencia y con nuevas intenciones.

CUATRO SIGLOS DE VIDA RELIGIOSA Y MILITANTE

Por tanto, este encuentro, queridos hermanos e hijos, adquiere un significado histórico particular, que os corresponde a vosotros y a nosotros determinar mediante la definición recíproca de la relación que intercede, que debe interceder entre la Compañía de Jesús y la santa Iglesia, de que tenemos, por mandato divino, orientación pastoral y representación sumaria.

¿Qué informe? A ti, a Nosotros la respuesta a la pregunta, que se gemía de la siguiente manera:

1) ¿Ustedes, hijos de Ignacio, soldados de la Compañía de Jesús, quieren seguir siendo hoy, mañana y siempre, lo que han sido desde su fundación hasta el día de hoy para la santa Iglesia católica y para esta Sede apostólica? Esta pregunta nuestra no tendría razón de existir, si no hubieran llegado a Nuestro oído noticias y rumores acerca de su Compañía - y también de otras Familias Religiosas - de las que no podemos ocultar Nuestro asombro y, para algunos de ellos, Nuestro dolor.

Quali strane e sinistre suggestioni fecero mai sorgere in alcuni angoli della vostra amplissima Società il dubbio se essa dovesse continuare ad esistere quale il Santo, che la ideò e la fondò, descrisse in norme sapientissime e fermissime, e quale una secolare tradizione, maturata da attentissima esperienza e collaudata da autorevolissime approvazioni, modellò a gloria di Dio, a difesa della Chiesa, a meraviglia del mondo? Forse invalse in alcune menti anche dei vostri il criterio dell’assoluta storicità delle cose umane, generate dal tempo e dal tempo inesorabilmente divorate, quasi non fosse nel cattolicesimo un carisma di verità permanente e di stabilità invincibile, di cui questa pietra della Sede apostolica è simbolo e fondamento? Forse parve all’ardore apostolico, di cui tutta la Compagnia è animata, che per dare maggiore efficacia alla vostra attività occorreva abdicare a tante venerabili consuetudini spirituali, ascetiche, disciplinari, non più aiuto, ma freno a più libera e più personale espressone del vostro zelo? E allora sembrò che l’austera e virile obbedienza, che ha sempre caratterizzato la vostra Compagnia, che sempre anzi ha reso evangelica, esemplare e formidabile la sua struttura, dovesse essere allentata, come nemica della personalità e ostacolo alla vivacità dell’azione, dimenticando quanto Cristo, la Chiesa, la vostra stessa scuola spirituale hanno magnificamente insegnato circa tale virtù.

Così vi fu forse chi credette non essere più necessario imporre alla propria anima l’«esercizio spirituale», la pratica cioè assidua e intensa dell’orazione, l’umile, ardente disciplina della vita interiore, dell’esame di coscienza, dell’intimo colloquio con Cristo, quasi che l’azione esteriore bastasse a mantenere e illuminato e forte e puro lo spirito, e fosse valida di per sé all’unione con Dio; e quasi che questa ricchezza di arti spirituali solo al monaco si addicesse, e non fosse piuttosto per il soldato di Cristo l’armatura indispensabile. E forse ancora fu di alcuni l’illusione che per diffondere il Vangelo di Cristo fosse necessario far proprie le abitudini del mondo, la sua mentalità, la sua profanità, indulgendo alla valutazione naturalistica del costume moderno, anche in questo caso dimenticando che l’accostamento doveroso e apostolico dell’araldo di Cristo agli uomini, a cui si vuole recare il messaggio di Lui, non può essere una assimilazione tale che faccia perdere al sale il suo bruciante sapore, all’apostolo la sua originale virtù.

PERMANEZCA CONSISTENTE Y FIEL A LAS CONSTITUCIONES FUNDAMENTALES

¡Nubes en el cielo, que las conclusiones de vuestra Congregación han disipado en gran medida! De hecho, con cuánta alegría hemos aprendido que ustedes mismos, fuertes en la rectitud que siempre ha animado su voluntad, tras un amplio y sincero examen de su historia, de su vocación, de su experiencia, han resuelto permanecer coherentes y fieles a las tuyas, Constituciones fundamentales, no abandonando tu tradición que gozó de continua relevancia y vitalidad entre vosotros; y haciendo en su reglamento aquellas modificaciones particulares a las que la "renovatio vitae religiosae" propuesta por el Consejo no sólo le autoriza, sino que le invita; ninguna herida querrías infligir a la sagrada ley que te hace religioso, de hecho jesuitas, sino un remedio para cada desgaste del tiempo y vigor en cada prueba que el tiempo futuro les prepara, para que este resultado se destaque entre los muchos maduros en vuestras laboriosas discusiones, que no solo una verdadera conservación y un incremento positivo son asegurado al cuerpo, pero también al espíritu de su empresa. Y en este sentido te instamos encarecidamente a que, incluso en el futuro, mantengas la primacía de la oración en el programa de tu vida, sin desviarte de las ordenanzas providenciales recibidas: y de donde nunca, si no de la gracia divina, a nosotros como vivos. el agua fluye por los humildes cauces de la oración y de la búsqueda interior de la conversación divina, especialmente la sagrada liturgia, de la que el religioso no encontrará nunca inspiración y energía para su propia santificación sobrenatural; y de donde el apóstol nunca sacará el impulso, la guía, la fuerza, la sabiduría, la perseverancia en su lucha contra el diablo, la carne y el mundo; ¿De dónde el amor de amar las almas para su salvación y de construir la Iglesia junto a los obreros a cargo y responsables de la edificación mística? Disfruten, queridos niños; este es el camino, antiguo y nuevo, de la economía cristiana; Esta es la forma que hace al mismo tiempo el verdadero discípulo religioso de Cristo, Apóstol en su Iglesia, maestro de hermanos, sean fieles o extraños. Disfrutar; Nuestra complacencia, de hecho, Nuestra comunión los consuela y los sigue. ¿la Iglesia? Disfruten, queridos niños; este es el camino, antiguo y nuevo, de la economía cristiana; Esta es la forma que hace al mismo tiempo el verdadero discípulo religioso de Cristo, Apóstol en su Iglesia, maestro de hermanos, sean fieles o extraños. Disfrutar; Nuestra complacencia, de hecho, Nuestra comunión los consuela y los sigue. ¿la Iglesia? Disfruten, queridos niños; este es el camino, antiguo y nuevo, de la economía cristiana; Esta es la forma que hace al mismo tiempo el verdadero discípulo religioso de Cristo, Apóstol en su Iglesia, maestro de hermanos, sean fieles o extraños.  Disfrutar; Nuestra complacencia, de hecho, Nuestra comunión los consuela y los sigue.

Por tanto, debemos acoger vuestras deliberaciones particulares: sobre la formación de vuestros escolásticos, sobre el respeto del Magisterio y la autoridad de la Iglesia, sobre los criterios de perfección religiosa, sobre las normas rectoras de vuestra acción apostólica y de vuestra cooperación pastoral, sobre la correcta interpretación y aplicación positiva de los decretos conciliares, etc., como tantas respuestas a Nuestra pregunta: sí, sí; los Hijos de Ignacio, que se honran con el nombre de jesuitas, ¡siguen siendo fieles a sí mismos ya la Iglesia hoy! ¡Están listos y fuertes! ¡Nuevas armas, dejando las habituales y menos efectivas, están en sus manos, con el mismo espíritu de obediencia, de abnegación, de conquista espiritual

CONFIANZA GRATITUD AFECTO DEL PAPA POR LA COMPAÑÍA DE JESÚS

2) Y ahora surge la otra cuestión para determinar la relación de vuestra Compañía con la Santa Iglesia y de forma sumaria y especial con esta Sede Apostólica; y de tus labios, en cierto modo, deducimos esta segunda pregunta: ¿Quiere la Iglesia, quiere el Sucesor de San Pedro seguir mirando a la Compañía de Jesús como su milicia particular y más fiel? ¿En cuanto a la familia religiosa, que no tanto de esta o aquella virtud evangélica ha hecho su propósito específico, sino más bien de la defensa y promoción de la misma Santa Iglesia y de la misma Sede Apostólica ha hecho un escándalo y cisterna? ¿Sigue confirmada la benevolencia, la confianza, la protección de la que siempre ha gozado? cree la Iglesia, a través de la voz de los que ahora te hablan, que todavía necesita, ¿Aún honra el servicio militante de la Compañía? ¿Sigue siendo válido y adecuado hoy para el inmenso trabajo - y crecido en la extensión y calidad - del apostolado moderno?

He aquí, queridos hijos, Nuestra respuesta: Sí; ¡Nuestra confianza está en ti! Y por tanto Nuestro mandato para la obra apostólica que os ha sido encomendada; Nuestro cariño, nuestra gratitud, nuestra bendición.

Habéis confirmado, en esta solemne e histórica ocasión, vuestra identidad, renovada con nuevas intenciones, con la institución, que en la coyuntura restauradora del Concilio de Trento, se puso al servicio de la santa Iglesia católica; bueno, es fácil para Nosotros, es una alegría repetirles las palabras y los gestos de Nuestros Predecesores, en la situación actual, diferente pero no menos restauradora de la vida de la Iglesia, después del Concilio Ecuménico Vaticano II; y poder asegurarles que mientras su Sociedad esté decidida a buscar su propia excelencia en la sana doctrina y en la santidad de la vida religiosa y se ofrecerá como un instrumento muy válido para la defensa y difusión de la fe católica, este Sede Apostólica, y con ella sin duda toda la Iglesia lo tendrá muy querido. Si sigues siendo lo que eras, ¡nuestra estima y confianza no disminuirá!

¡Y tendrás los del Pueblo de Dios! ¿Qué principio secreto llevó a su Sociedad a tanta difusión y prosperidad, sino su peculiar formación espiritual y su estructura canónica? Si esta formación y esta estructura permanecen iguales a sí mismas, en un florecimiento siempre nuevo de virtudes y obras, la esperanza de vuestro progresivo aumento y de vuestra perenne eficacia en la evangelización y construcción de la sociedad moderna no es falsa. ¿No es su particular ejemplaridad evangélica y religiosa, histórica y organizativa, su mejor disculpa y la nota de crédito más persuasiva para su apostolado?

¿Y no es acaso en esta coherencia espiritual, moral y eclesial en la que se basa nuestra confianza en tu trabajo, incluso en tu colaboración?

ENUNCIACIÓN DE DEFENSA INVITADA TESTIMONIO DE FE

Permítanos decirle al final de este encuentro que esperamos mucho de usted. La Iglesia necesita tu ayuda; y ella está feliz, está orgullosa de recibirlo de niños sinceros y devotos, como tú. La Iglesia acepta la oferta de tu trabajo, incluso de tu vida; y soldados de Cristo, como vosotros, a las arduas y santas batallas de su nombre hoy más que nunca os llama y os encomienda.

¿No ves cuánta defensa necesita la fe hoy? ¿Cuánta adhesión abierta, cuánta enunciación precisa, cuánta predicación asidua, cuánta ilustración sabia, cuánto testimonio amoroso y generoso? Confiamos en ustedes como valientes testigos de la única fe verdadera.

¿Y no ves qué felices yuxtaposiciones, qué delicadas discusiones, qué pacientes explicaciones, qué caritativas aperturas pone el ecumenismo de hoy ante el servidor y apóstol de esta santa Iglesia católica? ¿Quién mejor que tú te dedicará estudios y esfuerzos, para que los Hermanos que todavía están separados de nosotros nos entiendan, nos escuchen y compartan con nosotros la gloria, la alegría, el servicio del misterio de la unidad en Cristo Señor?

¿Y la infusión de principios cristianos en el mundo moderno, como la ahora famosa Constitución pastoral " Gaudium et spes " delineó, quizás no contará con especialistas hábiles, prudentes y fuertes de su parte? Y el culto que fomentan hacia el Sagrado Corazón todavía no será un instrumento muy eficaz para que contribuyan a esa renovación espiritual y moral de este mundo que pidió el Concilio Ecuménico Vaticano II, y para cumplir fructíferamente la misión que se le ha encomendado. ¿Te opones al 'ateísmo?

¿No os dedicaréis con nuevo ardor a la educación de los jóvenes en las escuelas secundarias y universidades, tanto eclesiásticas como civiles, título que siempre ha sido para vosotros de suprema gloria y fuente de abundante mérito?

Ten en cuenta que te han confiado muchas almas jóvenes, que un día podrán prestar preciosos servicios a la Iglesia y a la Compañía, si han recibido una formación completa.

EN EL MUNDO HOSTIL PARA HACERTE POR EL BIEN DE LA INMENSA FAMILIA HUMANA

¡Y las misiones! Las misiones, donde muchos de vuestros cohermanos ya trabajan maravillosamente, sudan y sufren y hacen brillar el nombre de Cristo como el Sol de salvación, quizás no os sean confiadas por esta Sede Apostólica, como un día ya a Francisco Javier, en la certeza ¿De vosotros los mensajeros de la Fe, más confiados, más atrevidos, más llenos de caridad, que vuestra vida interior hace inagotable, consoladora e inefable?

¿Y el mundo? este mundo de doble rostro, que nos descubre el Evangelio, el de la unión de todas las oposiciones a la luz y la gracia, y el de la inmensa familia humana, por la que el Padre envió al Hijo y por la que el Hijo se sacrificó; este mundo de hoy, tan poderoso y tan débil, tan hostil y tan abierto, ¿no es este mundo para ustedes, como lo es para nosotros, una vocación suplicante y exaltadora? y no es aquí hoy, bajo la mirada de Cristo, donde nuestro mundo casi se estremece y palpita para deciros a todos: venid, venid; falta, el hambre de Cristo te espera; ven, es hora!

Sí, es la hora, queridos hijos; vete, confiado, ardiente; Cristo te elige, la Iglesia te envía, el Papa te bendice.

ORDENACIÓN SACERDOTAL DE 62 DIÁCONOS DE 23 PAÍSES MISIONEROS

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jueves 6 de enero de 1996

Queridos hermanos e hijos:

Es agradable, en este punto del gran rito, detenerse y meditar. El Evangelio que hemos escuchado y el hecho que precedió a su lectura son temas para el pensamiento y para quienes los comprenden, que pueden absorber nuestra atención y fijarla, como en un hechizo, en una consideración, en un contemplación, sin fin. Solo nos mantendremos por breves momentos; pero es bueno comenzar la vida nueva, porque es una vida nueva la que ustedes inauguran aquí: la vida sacerdotal, con esta advertencia: aquí hay algo para reflexionar.hay que entender, aquí hay un estudio interior de duración interminable para nutrirse y saciarse. Esta hora, en cierto sentido, vale todos los que la seguirán; Al recuerdo de esta hora tendrás que volver a comprender la dirección, el valor, la magnitud del estado de vida en el que ahora has entrado.

Intentemos ahora poner algo de orden en nuestras impresiones e ideas.

1. Miremos en primer lugar lo que es más conocido y más obvio para nosotros; veamos el hecho. El hecho está ante nuestros ojos. Se trata de una ordenación sacerdotal, realizada por el Papa, por primera vez en la historia de la Iglesia de esta forma y en esta medida, en la basílica más grande del mundo, sobre la tumba de aquel pescador de Galilea, a quien Jesús cambió. el nombre de Simone en la programática de Pedro, para sesenta y dos jóvenes diáconos, pertenecientes a veintitrés de esos países, que llamamos misión, para indicar la condición especial de principio, esfuerzo, heroísmo, riesgo, inocencia, humildad y caridad evangélica en la que se encuentra la Iglesia; y esta ordenación cumplida, al día siguiente de la clausura del Concilio Ecuménico, como para revelar su espíritu, confirmar sus esperanzas, iniciar su aplicación, prever sus frutos; esta ordenación, digamos, cumplida en la fiesta de la Epifanía, la fiesta maravillosa, que nos hace celebrar la revelación en la historia y en el espíritu humano del Dios invisible e inefable, la luz que ofrece un centro bien definido: Israel ayer según la carne? Israel hoy según el espíritu, ofrecido ya no a una sola nación, sino a todos los pueblos, a toda la humanidad, atraídos por esa luz a la unidad de la fe y la salvación, para formar en Cristo el nuevo Pueblo Mesiánico, el Pueblo de Dios, la santa Iglesia.

Cada circunstancia de este hecho, lo ves, es importante, es singular, es significativa; sube al valor de un símbolo; aparece invadido por ese "espíritu de profecía" propio de la vida de la Iglesia, y que nos autorizaría a referir este acontecimiento a otros acontecimientos memorables y decisivos, como la Epifanía, la llamada de los apóstoles, Pentecostés y ciertos fechas de la historia de la Iglesia. Puedes recordar y pensar; porque aquí todo es digno de ser recordado, todo habla, todo es más rico en significado de lo que podemos entender.

2. Entre todas las circunstancias de esta escena, domina tu ordenación sacerdotal, que acaba de tener lugar. Todos se han convertido en sacerdotes. Queridísimos hijos, hermanos míos (porque este título os lo confirma ahora el sacramento recibido): ¿sois capaces, en este momento de emoción y embriaguez espiritual, de darse cuenta, con una sola mirada espiritual, de lo que ha sucedido? Quizás recordando la frase singular de San Pablo: “Sé capaz de comprender. . . cuál es el ancho y el largo y la altura y la profundidad y comprender este amor de Cristo, que sobrepasa toda ciencia. . . " ( Efesios. 3, 18-19), quizás, digamos, midiendo con el ojo del alma estas misteriosas dimensiones que ahora te rodean, puedas captar brevemente qué ha sucedido, en qué te has convertido, qué proporciones y qué deberes tu vida. Nos parece que cuatro órdenes de nuevas relaciones se centran en cada uno de los suyos. Como quien se pone a cargo, al timón de un barco, inmediatamente se da cuenta de que lo rodea un mundo nuevo, nuevas funciones, nuevos deberes, nueva conciencia. Primero ves: la relación con Dios, cómo se ha vuelto completa, directa, calificativa; cada uno de ustedes es elegido para la conversación con Dios, el conocimiento de Dios, el amor y el servicio exclusivo de Dios: Dominus pars; lo sabes muy bien; ahora esto es cierto, esto es real. Cada uno de ustedes es un "hombre de Dios, homo Dei " ( 2 Tim. 3, 17); está en el rayo misterioso de sus rayos penetrantes y santificadores; hasta tal punto que se te comunican poderes divinos. La ordenación, ya sabes, es precisamente la concesión de poderes divinos nuevos, trascendentes, que hacen de tu ministerio el instrumento viviente de la acción sobrenatural de Dios. Hay algo que te encanta. Pero aquí hay otra relación que llama tu atención: es la nueva relación que asumes con la Iglesia, con tu Obispo de manera especial; a partir de ahora ya no está disponible para ninguna otra actividad que no sea su servicio; os habéis convertido en colaboradores, corresponsables, ejecutores del ministerio y del magisterio y de la pastoral del Obispo; ¡Te das cuenta de que has renunciado a todo, a tu propia libertad, para estar a las órdenes del Pastor, los intérpretes de la fe! cariñoso, dedicado a su voluntad? Y esta relación se extiende a otra: estás destinado al Pueblo de Dios, y a una doble función, que por sí sola basta para hacer interminable la meditación sobre el sacerdocio: porque, vistiéndote de la persona de Cristo, de alguna manera ejercitarás su misión. de mediador; serán intérpretes de la palabra de Dios, dispensadores de los misterios de Dios (cf.1 Cor . 4, 1; 2 Cor. 6, 4) hacia la gente; y seréis intérpretes de la oración del mismo pueblo, portadores de sus ofrendas, asimilados a sus destinos: de dolor, de pecado, de penitencia, de santidad, ¡con Dios! A través de esta función exaltada y humillada en una función sumamente sagrada, que te hace descubrir otra relación tuya, que resume las otras y las realiza en plenitud: la relación con Cristo; una relación que parece identificar a tu ser humano con él: sacerdos alter Christus . Y es esta relación vital la que penetra en nuestro ser de tal manera que lo llena de gracia, de poderes, de deberes, y nos obliga a hacer de nuestro programa de vida una imitación íntima, progresiva, corroboradora de Cristo.

3. ¡Mis hijos y hermanos! Esta meditación, dijimos, nunca terminaría. Si lo interrumpimos aquí, debemos hacerles la más cordial exhortación a que lo continúen todos los días de su vida y en todas las condiciones en las que se desarrollará. Sea consciente de lo que es; sea ​​consciente de la vocación a la que ha sido llamado; sea ​​consciente de la dignidad y los poderes que lleva consigo; ser consciente del propósito por el cual son ordenados sacerdotes de Cristo; no por ustedes, no por ningún interés humano, sino por la Iglesia de Dios, por la salud de las almas; ser consciente de las dificultades que tendrán que enfrentar su estado y su empresa; sois portadores de la cruz de Cristo; finalmente, sea consciente de las necesidades morales y espirituales del mundo en el que está destinado a vivir; escucha la voz de la historia, la voz de los pueblos, la voz de las almas, la voz de vuestros compatriotas, que no siempre se expresa claramente, pero que parte de su dignidad, de su destino al Evangelio, de su propia indigencia; en definitiva, sé consciente del amor que te ha investido y que debes traspasar en los hombres que encontrarás en tu camino.

He aquí una palabra de Cristo, que ahora hacemos nuestra, os lo dice todo: "Como el Padre me envió, así yo os envío" ( Jo 20, 21). Esta es la misión: ve y lleva a Cristo y su Evangelio por toda la tierra. Vuélvete humilde y fuerte; ahora son sacerdotes, ahora son misioneros.

Ahora daremos Nuestra Bendición al concluir este memorable rito. Con intención lo damos. Se lo damos en primer lugar a su Collegio Urbano de Propaganda Fide, a los Superiores y Maestros que os han preparado para este gran día, a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, al Cardenal Prefecto y a Monseñor Secretario, que vemos aquí presentes, a todos los que están aquí en Roma o en sus respectivas Diócesis o en las Escuelas a las que has asistido te han guiado en tu formación escolar y eclesiástica. Una intención particular dirige Nuestra bendición a vuestros obispos: que vuestra ordenación sea un motivo perenne de consuelo para ellos y ayuda para su ministerio. Benditos sean los Hermanos de su sacerdocio de hoy y de mañana; traigan ustedes mismos nuestros saludos de bendición; asimismo a todos los fieles que serán objeto de vuestra pastoral; a todos tus amigos y compatriotas. 

Reservamos una bendición especial para sus respectivas familias, algunos de los cuales vemos representados aquí; ciertamente tienen mérito en tu vocación y en tu educación; están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. 

Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia.

CONSAGRACIÓN EPISCOPAL DE CUATRO SACERDOTES DE LA CURIA

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de San José, Patrón de la Iglesia universal
Sábado 19 de marzo de 1966

¡Cardenales!
¡Venerables hermanos! e Hijos amados!

La entrega de la orden episcopal, que ahora hemos completado, tiene lugar en el día dedicado al culto de San José, el humilde, silencioso, fiel y admirable padre putativo de nuestro Señor Jesucristo, el más puro esposo del Beato. Virgen María, protectora de la santa Iglesia, modelo y patrona de los trabajadores cristianos. La luz evangélica de este santo, que más que ningún otro conoció, sirvió y protegió los misterios de la infancia de Cristo y de su inmaculada madre, se proyecta sobre el acontecimiento que celebramos y nos invita a penetrar en su significado. probar su designio divino, derivar la virtud cristiana de él, aceptar sus debidos resultados.

Como la de una lámpara doméstica, que difunde una luz modesta y tranquila, pero providente e íntima, y ​​escapa de la oscuridad de la noche, invitando a una vigilia pensativa y laboriosa, reconforta el tedio del silencio y el miedo a la soledad, vence el peso de cansancio y de sueño, y parece hablar con voz plana y segura del amanecer que vendrá, así la luz de la piadosa figura de San José, nos parece, difunde sus benéficos rayos en la "casa de Dios ", que es la Iglesia; la llena de recuerdos muy humanos e inefables de la llegada a la escena de este mundo de la Palabra de Dios, hecha hombre para nosotros y como nosotros, y vivida bajo la protección, guía y autoridad del pobre artesano de Nazaret; y la ilumina con su incomparable ejemplo, el que caracteriza al santo que es afortunado entre todos por tanta comunión de vida con Jesús y María, es decir, de su servicio a Cristo, de su servicio por amor. 

Este es el secreto de la grandeza de san José, que está muy de acuerdo con su humildad: haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la Encarnación ya la misión redentora que se le une; haber utilizado la autoridad legal, que le pertenecía sobre la sagrada familia, para hacerla un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; habiendo convertido su vocación humana al amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías germinado en su casa, su hijo nominal e hijo de David, pero en realidad el hijo de María e hijo de Dios. Si alguna vez conviene a alguien esta enseñanza evangélica, que hace que la gloria de María, la profetisa del "Magnificat", la del Precursor, aquella, podemos decir de todo santo: "servir por amor", debemos atribuirlo a San José, que se nos aparece revestido de él, como con el perfil que lo define, como con el esplendor que lo glorifica; servir a Cristo era su vida, servirle con la más profunda humildad, con la más completa entrega, sirviéndole con amor y por amor.

Ahora, venerables Hermanos, a quienes acabamos de tener la suerte de asumir el carácter episcopal, y ustedes, Hermanos e Hijos, que los coronan aquí, quizás no sea este mismo uniforme, que siempre ha sido, pero de ahora en adelante, después. el Concilio, más que nunca y sobre todo, ¿a quién le conviene, elegido obispo en la Iglesia de Dios? El episcopado es tan grande que hay varios aspectos con los que se nos presenta: nuestro ojo humano (pero también se puede decir de nuestro ojo cristiano más penetrante) se sorprende enseguida y casi deslumbrado por la luz, queremos decir desde el dignidad, que resplandece en la persona y función del obispo.

Acabas de escuchar las palabras del canto de la consagración y de la forma misma con que se confiere este grado supremo del sacramento del orden: os hemos calificado, o venerables Hermanos recién consagrados, como ornamentis totius glorificationis instructos., vestido con la insignia de la más alta dignidad; y así es para aquellos que son auténticos sucesores de los Apóstoles, que han recibido el sacerdocio de Cristo en la mayor medida comunicable a los hombres, que están inundados por el Espíritu Santo con una gracia santificante especial, que están marcados por un carácter indeleble, para los que son distintos de los demás fieles y de los otros ministros del altar y se clasificó para funciones exclusivas y vitales para la preservación histórica y visible, y para la santificación del cuerpo místico de Cristo, y que como sus legados (cf. 2 Cor 5, 20 ) hablan y operan " in persona CristiComo si su persona divina estuviera vitalmente presente en ellos: no existe mayor dignidad en esta tierra; y se explica cómo la tradición de la Iglesia y la conciencia del pueblo cristiano siempre han atribuido a los obispos tantos signos de veneración y honor.

Tampoco la menos admiración suscita en el creyente otro aspecto de la figura del Obispo, considerado no solo en su ser personal, sino en sus funciones, es decir, en los poderes que le son conferidos y que lo constituyen: él es el testigo. y maestro de la fe, es el apóstol, el misionero, el heraldo de la Palabra de Dios, es el mensajero del Evangelio, es el predicador, el maestro, el profeta en la Iglesia; es el guía, el tutor, el representante, el juez, el jefe del pueblo cristiano; en una palabra, que lo resume todo, él es el Pastor. El obispo es el pastor. Este aspecto casi familiar, tanto coincide con el consagrado al oficio episcopal, y tanto refleja imágenes evangélicas conocidas; pero tiene un aspecto estupendo, como lo que Cristo se atribuyó a sí mismo y afirmó: "Yo soy el Buen Pastor" ( yo. 10, 11), y que principalmente confirió a Pedro; ya todos los Apóstoles, a los "Mayores", como escribe el mismo San Pedro ( 1 Petr . 5, 2) se ha extendido.

Pero hay un tercer aspecto en el Episcopado, que destaca la conciencia de la Iglesia de nuestro tiempo: es la razón última, la razón del Episcopado, la finalidad de su ser y su función: es decir, el servicio de la Iglesia. . El obispo es el servidor por excelencia de la Iglesia. Esto es lo que Cristo mismo define: "No vine para ser servido, sino para servir" ( Mat . 20:28 ); Siervo y ministro San Pablo se llama tantas veces a sí mismo «. . . cum liber essem ex omnibus, omnium me servum feci, ut plures lucrifacerem "( 1 Cor 9, 19 ); y así, entre todos, San Agustín no deja de describir al Obispo: "Debet enim qui praeest populo, prius intellegere se servum esse multorum. . . Talis debet esse bonus episcopus; si talis non erit, episcopus non erit "( Sermo de ord. ep .; Morin, Miscell . Augustinian 1, 563, ss.).

¿Y no es con una acentuación de este concepto que se presenta aquel a quien se reconoce la misión de Obispo universal en la Iglesia de Dios: servus servorum Dei? Por lo tanto, no es de extrañar que los más asiduos y talentosos estudiosos de la teología moderna sobre el episcopado dejen de prestar atención principalmente a este aspecto: "El tema de la jerarquía como esencialmente un servicio recorre toda la tradición cristiana ... Evangelio, la dignidad del apostolado está ligada a la Persona de Jesús y a una misión recibida por él, significa que esta dignidad se da como una tarea y un deber, no formalmente, ni en un principio como un derecho, que pertenecería a el apostolado. . . Es un deber, no un derecho "(Congar, L'Episcopat, pag. 67 y sigs.). Incluso la gracia, conferida al obispo mediante la consagración, es, sí, "un don que lo enriquece interiormente, pero sobre todo para el servicio de los demás" ( Lecuyer , ib. 787).

Después de todo, tú, recién consagrado, después de haber sentido el peso del libro de los Santos Evangelios sobre tus hombros, poco después escuchaste las terribles palabras: « Accipe Evangelium et vade, praedica populo . . . ". ¡Qué mandato, qué deber, qué servicio! Y todos sabéis en qué términos el Concilio Ecuménico, al proclamar los poderes del Obispo, recuerda sus deberes: el episcopado es una responsabilidad, es más, una corresponsabilidad que toma las proporciones del mundo, es una cura, es una oblación de uno mismo., es una deuda, que tiende a agotar todas sus posibilidades de servicio y sacrificio.

¡Hermanos más venerados! ¿Decimos estas cosas para oscurecer la serena y luminosa alegría de este día? ¿O aumentar para desanimar el miedo que ya invade vuestras almas ante el pensamiento de las inmensas obligaciones que a partir de ahora os serán imputadas? ¡No, queridos hermanos " et in passion socii "! esto lo decimos, por la realidad de las cosas, a las que has sido asumido; porque la misma grandeza de los nuevos deberes es el índice de la predilección que, a través de la santa Iglesia, el Señor ha tenido por vosotros: porque vuestro destino al servicio de la Iglesia misma va acompañado de una gracia habilitadora y corroboradora: " Potens est enim Deus, ut augeat vobis gratiam suam"; porque el carisma propio del episcopado es la difusión del Evangelio en el mundo, carisma que exalta y consume, como una llama devoradora; el carisma de la caridad, Palabra y Gracia y gobierno, en el acto de su paso misterioso y humano, de Dios, de Cristo a su ministro, y del ministro a las almas, al Pueblo de Dios: es el carisma del servicio de amor y por amor.

Para que, venerados hermanos, no podamos separar Nuestras felicitaciones por la gracia suprema que os confiere Nuestro fraterno estímulo: es verdad, graves responsabilidades, grandes deberes, muchas dificultades, tal vez incluso dolores y dolores, os aguardan; así es el seguimiento de Cristo; también lo es la vocación de ser sus apóstoles y sus ministros. Pero " nolite timere"; no tengas ante ti la perspectiva de obstáculos y penas propios del oficio episcopal; antes bien, ten delante de ti: los hombres para amar, servir y salvar; ¡el mundo está abierto para ti! Si alguna vez te sorprende la duda, el desengaño, el cansancio en el camino que estás a punto de emprender, deja que el recuerdo de esta hora incomparable te sostenga: hay que servir, servir con amor: las almas, la Iglesia, el mundo, Cristo.

¡Serán colaboradores directos de nosotros, queridos hermanos! ¡Qué consuelo para Nosotros! y qué, nos atrevemos a pensar, ¡consuelo para ti! Dos de vosotros estáis cerca de Nosotros para orientar y ayudar a la Iglesia universal, en esta Santa Sede, que agradó a Cristo encomendarle una misión singular e indispensable . 

Estos tiempos posconciliares lo hacen quizás más delicado y difícil; las almas, dentro y fuera de la Iglesia, no siempre están bien dispuestas a ella; Los problemas de renovación espiritual y adaptación canónica requieren atención, sabiduría, firmeza que den un carácter nuevo y un tanto extraordinario al gobierno central de la Iglesia, e involucren a quienes, como tú, esperan el examen y la solución de las presentes cuestiones. inminente, a un trabajo muy agotador.
Pero que la caridad del Señor nos sostenga a todos: « Caritas patiens est, benigna est. . . omnia suffert. . . omnia sustinet ". Y quiera Dios que esta caridad animadora de la obra insomne ​​de la Sede Apostólica sea tan verdadera y tan comunicable, que todos Nuestros Hermanos del mundo, mirando
a esta misma Sede Apostólica, la edifiquen siempre y puedan
experimentar no sólo la unidad, pero también alegría y vigor.

Y los otros dos recién consagrados, ¡aquí están destinados al ministerio pastoral en esta Nuestra Roma del corazón! Nos alegra saber que estás junto a nuestro Cardenal Vicario, designado por él y asociado directamente a su ministerio, pero no menos al nuestro, nuevos y válidos colaboradores.

Ustedes son, y lo probarán, los signos vivos de Nuestra caridad episcopal para Nuestra querida y crecida Diócesis de Roma; de hecho demuestra con su elección y ciertamente con su ministerio, compartido por Monseñor Vicegerente y los demás obispos auxiliares celosos, el esfuerzo pastoral que queremos hacer, para que la ciudad, llena de gente nueva y de nuevos problemas, no carezca de trabajo múltiple. y nuevo que necesita para preservarse, incluso para renovarse como cristiano, y ser un ejemplo para toda la Iglesia, y siempre apto y digno de comprender y sostener la misión universal de la Roma católica, la diócesis del Papa.

Son deseos y deberes; son esperanzas y son oraciones; que Nosotros, sellando la memoria de este momento sublime con la invocación de la Virgen, de San José, de San Juan Bautista y de los Santos Pedro y Pablo, queremos acompañar y casi iluminar con el lema que acabo de mencionar: "servir por amor ”, y confirma con Nuestra Bendición Apostólica.

SANTA MISA «EN COENA DOMINI» EN LA ARCHIBASÍLICA LATERANA

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 7 de abril de 1966

¡Hermanos e hijos!
¡Señores y amigos!

¿Por qué estamos reunidos en esta Basílica esta noche de Jueves Santo? Nuestra pregunta ahora no se refiere al gran rito religioso que estamos celebrando, sino que se remonta más atrás; busque la razón que dio origen en el pasado, y que ahora justifica el acto misterioso y solemne que estamos realizando. ¿De qué deriva nuestra sintaxis, que es nuestro encuentro eclesial, y cuál es la razón primitiva y esencial de esto?

"HAZ ESTO EN MI MEMORIA"

Que nadie se sorprenda de esta pregunta nuestra, tan sencilla y tan fácil de responder: nada es más importante y nada más fecundo de luz y alegría que la recreación de la causa inicial de nuestra celebración. Estamos aquí, en este auspicioso y piadoso aniversario del Jueves Santo, en virtud de una palabra, repetida dos veces por el Señor (cf.1 Co 11, 24-25), en la Última Cena, después de otras palabras de precisión e inmensa la significación, las instituyentes del sacrificio eucarístico, se había pronunciado; y la palabra que ahora nos concierne directamente es esta: "Haced esto en memoria de mí" ( Luc . 22, 19).  Estamos reunidos esta noche por la causa y en obediencia a esta palabra de Jesucristo; estamos obedeciendo su orden, estamos cumpliendo su última voluntad, estamos recordando, como él quiso, su memoria.

La nuestra es una ceremonia conmemorativa. Queremos ocupar nuestro espíritu con el recuerdo de él, de nuestro divino Hermano, de nuestro Maestro supremo, de nuestro único Salvador. La figura de Él - ¡oh, podríamos, hoy tenemos tanta curiosidad por las imágenes visuales, tener la verdadera semejanza de ella! - debe estar ante los ojos del alma en las formas más queridas y expresivas, más humanas y más hieráticas, Él manso y humilde, Él fuerte y grave, Él, nuestro Señor y Dios nuestro (cf. I. 20, 28); debemos en cierto sentido, verlo, escucharlo, pero sobre todo conocerlo presente. Su palabra, su Evangelio, debe, como por arte de magia, surgir de nuestro subconsciente, y resonar todos junto con nuestro espíritu, como si lo escucháramos, como pudiéramos recordarlo y entenderlo en un solo acto: él no es el Verbo. de Dios hecho hombre, y por tanto hecho nuestro? Y todo el aura inmensa de profecía y teología, que lo envuelve y define, y que lo acerca tanto a nosotros y casi nos inviste en él y nos embriaga, y al mismo tiempo nos humilla y deslumbra, debemos contemplar esta velada. , como cuando nos dejamos encantar por los majestuosos iconos del Cristo soberano, dominando desde el ábside de nuestras antiguas basílicas, llenas de interioridad y poder. Debemos recordarlo esta noche, Él es nuestro Señor y Redentor. Es un deber de recuerdo, que estamos cumpliendo. Es el resurgimiento en nuestro espíritu de su figura y su misión, lo que queremos despertar en este momento, más que en ningún otro.

LA PASCUA DIARIA DEL SALVADOR

Nos facilita el cumplimiento de este deber pensando en la importancia que asume la memoria en una religión verdadera, positiva y revelada, como la nuestra. Se basa en hechos concretos, que deben recordarse. Su recuerdo forma el tejido de la fe y nutre la vida espiritual y moral del creyente. Toda la historia bíblica se desarrolla sobre la memoria de hechos y palabras, que no deben disolverse con el tiempo, sino que deben permanecer siempre presentes. Lo que ahora llamamos conciencia histórica puede hacernos comprender algo sobre la función de la memoria en la tradición tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. No podemos olvidar que la Cena misma, durante la cual Jesús ordenó que su memoria se mantuviera viva mediante la renovación de lo que había realizado entonces, fue un rito conmemorativo; era el banquete de pascua,Habebitis autem hunc diem in Monumentum et celebrabitis eam solemnem Domino in generationibus vestris cultu sempiterno "( Ex . 12, 14). El Antiguo Testamento se desarrolla en el hilo de la fidelidad al recuerdo de aquella primera Pascua liberadora. Esa noche Jesús sustituye el Antiguo por el Nuevo Testamento: «Esta es mi Sangre. Dirá, del Nuevo Testamento. . . " ( Mateo 26, 28); a la antigua Pascua histórica y figurativa conecta y hace suceder su Pascua, también histórica, definitiva esta, pero también figurativa de otro último acontecimiento, la parusía final: " donec veniat " ( 1 Cor . 11, 26): la decisiva y La memoria profética es la Cena del Señor.

LA SANTA EUCARISTÍA ALIMENTACIÓN Y VIDA DE LOS CRISTIANOS

Pero también debemos repensar cómo se puede renovar esta memoria fiel y perenne de Cristo y de qué contenido está llena. Ese mandato de Jesús: "Haz esto" es una palabra creativa y milagrosa: es una transmisión de un poder, que solo Él poseía; es la institución de un sacramento, es decir, la concesión del sacerdocio de Cristo a sus discípulos; es la formación del órgano constituyente y santificador del Cuerpo Místico, la jerarquía sagrada, capaz de renovar el prodigio de la Última Cena.

Y lo que es el milagro de la Última Cena lo sabemos. El recuerdo será realidad. Necesitamos repensar el momento y la forma en que Cristo instituyó la Eucaristía. Brotó de su corazón en la inminencia y clarividencia de su pasión. Representa esta pasión y contiene a Aquel que la sufrió. Jesús selló su presencia paciente y agonizante en los símbolos - ahora no más que símbolos y signos - del pan y el vino. Quería ser recordado así. Se puede decir que quiso sobrevivir y permanecer entre nosotros en su supremo acto de amor, su sacrificio, su muerte. Quiso hacerse presente, a lo largo del tiempo, entre nosotros en el estado simultáneo de sacerdote y víctima, sustituyendo su presencia histórica y sensible por aquella no menos real que la presencia sacramental, porque sólo los creyentes, sólo los voluntarios de la fe y el amor podían entrar en comunión vital con Él. Jesús, sabiendo que estaba al final de su presencia natural en la tierra, se aseguró de que los hombres no lo olvidaran.

La Eucaristía es precisamente el memorial eterno de Jesucristo. . Celebrar la Eucaristía significa celebrar su memoria. Y quería que esta forma tan singular de recordarlo, incluso de tenerlo presente nuevamente, se convirtiera en alimento, es decir, alimento, es decir, principio interior de energía y vida, para las almas de sus verdaderos seguidores. Celebrar la Eucaristía significa celebrar su memoria. Y quería que esta forma tan singular de recordarlo, incluso de tenerlo presente nuevamente, se convirtiera en alimento, es decir, alimento, es decir, principio interior de energía y vida, para las almas de sus verdaderos seguidores. Celebrar la Eucaristía significa celebrar su memoria. Y quería que esta forma tan singular de recordarlo, incluso de tenerlo presente nuevamente, se convirtiera en alimento, es decir, alimento, es decir, principio interior de energía y vida, para las almas de sus verdaderos seguidores.

La liturgia conoce y nos enseña bien este propósito del misterio eucarístico; y le da un nombre, que en el sonido griego y arcaico de la palabra dice como siempre a lo largo de los siglos, desde el principio, desde el Evangelio, se honró la Eucaristía; y ese es el nombre de anamnesis , que significa precisamente reminiscencia, recuerdo, y que encuentra su lugar ritual inmediatamente después de la consagración del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en conexión con y casi como un desarrollo y comentario sobre el Palabras citadas por el mismo Señor: "Haced esto en memoria mía": es en este punto inefable que la liturgia de la Misa vuelve a vincular nuestra historia con el Evangelio con las famosas palabras: " Unde et memores". . . , por lo tanto recordamos. . . "

ADORAR, AGRADECIR, AMAR A CRISTO PRESENTE ENTRE NOSOTROS

Por eso, hermanos e hijos, como quiere el gran rito, se requiere un gran esfuerzo para recordarnos esta noche. Debemos recordar a Jesucristo con todas las fuerzas de nuestro espíritu. Este es el amor que le debemos ahora. Recuerda a quien ama. Nuestra gran culpa es el olvido, es el olvido. Es la falla recurrente en la historia bíblica: mientras Dios nunca nos olvida. . . . "¿Puede una mujer olvidar a su hijo porque ya no siente compasión por el hijo de su vientre?" . . . " ( Es. 49, 15), nos olvidamos tan fácilmente de Él. Hemos llegado tan lejos, en nuestro tiempo, a creer que olvidar a Dios es una liberación, que queremos olvidarnos de Él; ¡como si olvidar el sol de nuestra vida fuera liberación! A menudo empujamos la correcta distinción de los diversos órdenes tanto de conocimiento como de acción, que no quiere la confusión entre lo sagrado y lo profano y reclama a cada uno su autonomía relativa, hasta la negación del orden religioso, y la desconfianza y la resistencia contra él, por la creencia errónea de que en el secularismo radical hay prestigio humano y verdadera sabiduría. Así, el olvido de Cristo se vuelve habitual incluso en una sociedad que tanto ha recibido de él y todavía recibe; ya veces incluso se insinúa en la comunidad eclesial: "Todos buscan, el Apóstol se lamenta, sus propias cosas,Phil . 2, 21).

En cambio, debemos recordarlo a él, como él nos recuerda, a cada uno de nosotros, con la presencia eucarística multiplicada, silenciosa y amorosa. Y si en la celebración diaria de la Misa este recuerdo se reaviva y resplandece en nuestras sagradas asambleas y en el foro interior de nuestras almas, hoy debemos superar un último olvido, el que produce el hábito y que torna apenas formal y adormecida nuestra memoria. . Hoy la plenitud de la memoria se reaviva en la fe en la realidad del hecho eucarístico, en el asombro, en la gratitud, en el amor: aquí está el Cristo que ha venido, aquí está el Cristo presente, aquí está el Cristo que vendrá; a él honor y gloria, hoy y siempre.

SANTA MISA POR UNA PEREGRINACIÓN REGIONAL DE PIEDMONT

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de San José
Martes 19 de marzo de 1968

"UNA IGLESIA UNIDA Y DISCIPLINADA, MILITANTE DEL REINO DE DIOS "

¡Queridos hermanos e hijos de la peregrinación piamontesa!

Abrimos nuestro corazón a los más devotos, a los más paternos, al más cordial saludo! ¡Bienvenido! El número y la calidad van de la mano aquí. Creemos que nunca una peregrinación tan numerosa, tan conspicua, tan religiosa, tan representativa, tan prometedora de todo buen fruto espiritual, fluyó desde la gloriosa y bendita tierra del Piamonte a Roma para dar una prueba de unidad moral. y cristiano que reúne y solidariza a la gente de la famosa región, para profesar su fe católica, para venerar las augustas tumbas de los dos Corifei de la Iglesia, los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de cuyo martirio celebramos el décimo centenario este año, para encontrarse con el Papa y recibir su bendición. Esta peregrinación de una tradición religiosa centenaria es un epílogo, del cual el pueblo piamontés siente los magníficos y fecundos vestigios impresos en su alma y vestuario; esta Romería es un prólogo, que ciertamente puede abrir una nueva historia, la de una simbiosis no fácil, pero necesaria y feliz de la vida cristiana auténtica y viva con la vida moderna sumamente innovadora y tentadora. Quizás por eso sea un momento histórico: tenemos presente, junto a la cátedra de San Pedro y sobre su tumba, encima de la piedra sobre la que está fundada la Iglesia de Jesucristo,

Tenemos históricamente presente el Piamonte religioso de ayer, actualmente que de hoy, y proféticamente el de mañana. Queridos hermanos e hijos, nos gustaría revisarlos, saludarlos uno a uno, que ciertamente puede abrir una nueva historia, la de una simbiosis no fácil, pero necesaria y feliz, de la vida cristiana auténtica y viva con la vida moderna sumamente innovadora y tentadora. Quizás por eso sea un momento histórico: tenemos presente, junto a la cátedra de San Pedro y sobre su tumba, encima de la piedra sobre la que está fundada la Iglesia de Jesucristo, Tenemos históricamente presente el Piamonte religioso de ayer, actualmente que de hoy, y proféticamente el de mañana. 

Queridos hermanos e hijos, nos gustaría revisarlos, saludarlos uno a uno, que ciertamente puede abrir una nueva historia, la de una simbiosis no fácil, pero necesaria y feliz, de la vida cristiana auténtica y viva con la vida moderna sumamente innovadora y tentadora. Quizás por eso sea un momento histórico: tenemos presente, junto a la cátedra de San Pedro y sobre su tumba, encima de la piedra sobre la que está fundada la Iglesia de Jesucristo, Tenemos históricamente presente el Piamonte religioso de ayer, actualmente que de hoy, y proféticamente el de mañana. 

FÉRVIDOS SALUDOS A LA JERARQUÍA DE LA REGIÓN NOBLE

Que Nuestro llamado nominal, uno para todos, vaya al Pastor de la Iglesia de Turín, Cardenal Arzobispo Michele Pellegrino, y quien en su persona como director de esta Peregrinación le agradecemos a él ya todos ustedes por esta visita tan bienvenida. Muchos elogios merecidos vendrían a Nuestros labios sobre el actual sucesor de San Máximo, sobre su espiritualidad, imbuida de la sabiduría y piedad de los Padres de la Iglesia, sobre su cultura, sobre su autoridad como profesor universitario, sobre su celo como maestro y pastor; pero no queremos perturbar su modestia ahora; Basta que sepan, Torinesi, usted Piemontesi, que tenemos una gran estima por el Arzobispo de Turín, una profunda veneración y, si su corazón no falla, una íntima comunión espiritual.

Nuestro saludo reverente y nuestros deseos del onomástico van también al cardenal Giuseppe Beltrami, ahora romano pero de origen piamontés, de Fossano, a quien le ha gustado mucho unirse a la peregrinación de su región.

Y luego, aquí están los obispos de las dieciocho diócesis piamontesas: aquí está el arzobispo de Vercelli, que nos recuerda a Eusebio y Ambrosio; aquí el arzobispo-obispo de Mondovì, cedido por Roma a la bella diócesis del mismo nombre; aquí está el obispo de Novara, a quien tuvimos un hermano en la Conferencia Episcopal Lombarda; aquí está el obispo de Alejandría, a quien la ciudad de origen y una larga tradición de relaciones amistosas nos obligan a informar; aquí están los Obispos de Casale, Biella, Ivrea, Pinerolo, Susa, Acqui, con quienes, no desde hoy, tuvimos la oportunidad de encuentros frecuentes y útiles; y aquí están los demás obispos piamonteses, a quienes veneramos con no menos devota cordialidad. Venerables hermanos, sean recibidos por nosotros, como nos enseñan Pedro ( 2 Petr . 5, 14) y Pablo (Rom. 16, 16),en osculo sancto .

Tampoco queremos dejar de ofrecer Nuestro respetuoso saludo a los aquí investidos de autoridad; de hecho, sentimos la obligación de decirles cuánto agradecemos su presencia en esta cita religiosa y cuántos votos especiales les reservamos. Así lo decimos por las autoridades civiles y por los eclesiásticos investidos de una dignidad particular, o investidos de responsabilidades particulares.

LOS DONES DE FE A NUESTRA VIDA Y LIBERTAD

Y extendemos nuestro saludo de bendición a todos los queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, a todos los laicos católicos piamonteses.

¿Y ahora qué decirte? Estamos abrumados con cosas que nos darían temas para largos discursos. Pero debemos limitarnos a unas palabras muy sencillas y muy breves, que queremos pronunciar para no perder la oportunidad de la presencia de un público excepcional, como tú. Y las pocas palabras que vamos a decir también son válidas para los otros grupos de visitantes que están aquí presentes.

Te invitamos a centrar tu reflexión en dos cuestiones. La primera: ¿qué podemos sacar de la fe? ¿Qué nos aporta? Esta pregunta la plantea la mentalidad característica de nuestro tiempo, que se desarrolla a nivel utilitario. Siempre hablamos de valores. Lo válido determina nuestra psicología moderna más que lo que existe, y que quizás, como en el ámbito religioso, tiene necesidades por encima de nosotros, que primero merecen ser consideradas, también en vista de nuestros intereses superiores. ¿Para qué sirve la fe?

Ya sabes lo precipitadas y negativas que son las respuestas que tanta gente da hoy a esta pregunta. Algunos responden con un simplismo desastroso: es inútil. Con un razonamiento aún más dañino, se responde de los demás (¡y cuántos hay!): La fe, no solo no sirve al hombre moderno, sino que dificulta su liberación, ralentiza su investigación científica, nos obliga a considerar un pasado, que queremos. Olvidar y abrumar, se une a prácticas rituales incomprensibles e inútiles, etc. ¿No es esta la forma de pensar de muchas clases de personas, ya sea del mundo laboral, cultural o empresarial? Desafortunadamente. Pero, ¿es razonable esta mentalidad? ¿Por qué no creer? Aquí surgiría un problema grave y muy delicado, el de la naturaleza de la fe, su génesis y su lado más misterioso, aunque sea el más bello; es decir: la fe es un regalo de Dios; por tanto, tiene lugar en el juego de dos libertades: la altísima de Dios, y la nuestra personal; y una referencia a este aspecto de la fe basta para inclinar humildemente la frente, recordando las palabras de san Pablo: lamentablemente, "no todo el mundo escucha el Evangelio" (Rom . 10, 16).

NUESTRA RESPUESTA EN EL MOMENTO DEL BAUTISMO

La fe sería para todos, pero no todos la agradecen. Pero teniendo en cuenta esta posibilidad muy triste de que la fe sea rechazada, podemos apoyar francamente un juicio de valor sobre la fe: ¿para qué sirve la fe, qué nos da? Recordad, queridos hermanos e hijos, la respuesta que cada uno de nosotros, acercándonos al santo bautismo, le dimos al ministro que nos preguntó: "Fe, ¿qué os da?". "Vida eterna", esta fue la respuesta. Y si esta respuesta es cierta, ¿cómo, qué bien mayor, qué bien más deseable, se puede prometer la fe? Aquí los apologistas deberían hablar y decirnos qué suma de bienes, no solo en la vida eterna, sino también en la vida terrenal, nos son otorgados con fe, por fe. Dejamos esta valoración a tu estudio. Baste decir que la fe asegura al hombre que la confianza en el pensamiento, en la verdad, que la mente humana, dejada a sí misma, después de haber acusado a la fe de ilógica, ya no encuentra en sí misma. 

La fe es la luz de la vida, y si no es su tarea resolver los problemas de la especulación científica y filosófica, no obstaculiza su solución racional, la consuela sino más bien con la certeza de sus enseñanzas superiores.

 La fe es el consuelo de la vida; ¿Y cuál sería la actitud del hombre ante las grandes cuestiones de nuestro destino, si la fe no nos detuviera de la locura o la desesperación? y si no es su tarea resolver los problemas de la especulación científica y filosófica, no obstaculiza la solución racional, sino con la certeza de sus enseñanzas superiores. La fe es el consuelo de la vida; ¿Y cuál sería la actitud del hombre ante las grandes cuestiones de nuestro destino, si la fe no nos detuviera de la locura o la desesperación? y si no es su tarea resolver los problemas de la especulación científica y filosófica, no obstaculiza la solución racional, sino con la certeza de sus enseñanzas superiores. 

La fe es el consuelo de la vida; ¿Y cuál sería la actitud del hombre ante las grandes cuestiones de nuestro destino, si la fe no nos detuviera de la locura o la desesperación?

CONTINUE CON LAS OBRAS UNA MARAVILLOSA DISCULPA

Reavivemos, queridos hermanos e hijos, aquí, en el sepulcro del Apóstol, la lámpara que languidece o se apaga de nuestra fe, finalmente seguros de la relación establecida por Cristo entre su palabra y la vida: el que cree vivirá (cf. Io 6, 47).

Y ahora reflexiona sobre la segunda pregunta: ¿qué podemos dar a la fe? Tener y dar: nuestro equilibrio de fe se basa en estos términos. ¡Pero qué inmensos términos! Si no nos es posible calcular los beneficios que recibimos de la fe, nos es difícil calcular los deberes que nos obligan a la fe. Afortunadamente, los conoces y ya los cumples. Se resumen en la conocida frase del apóstol Pablo: "El justo vive por la fe" ( Gálatas 3, 11). Nota: por fe, no simplemente por fe. Es decir, el creyente debe derivar de su fe los principios inspiradores de su vida.

Por tanto, la fe debe ser conocida y absorbida en un proceso de ósmosis espiritual continua; debe imprimir en la personalidad que la posee una autenticidad característica, la de los fieles, que después de imbuirse de la certeza, la belleza, la profundidad, la fuerza normativa de la fe, la expresa, la profesa, la testifica, la defiende, la vive.

Cuán apropiada nos parece esta lección para usted, piamontés, que, especialmente en el siglo pasado, ha dado la maravillosa disculpa de sus santos, de sus instituciones sociales y caritativas, de seriedad, de positividad, nos gustaría decir, de su Fe. Carácter peculiar! No hay nada más para Nosotros que decir, sino esto: continúe Piemontesi, en la ilustración de su fe con la sinceridad de su alma y con la bondad de sus obras. Solo una vez más les diremos que hoy, para perseverar, se necesita un esfuerzo personal y comunitario; y que nuestra tierra afortunada necesita este esfuerzo moral y espiritual, Italia necesita, la Iglesia necesita. Te lo pedimos en la alegría de este encuentro, en la confianza de que tu bondad no dejará que nos falte,

CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DEL "BUEN PASTOR"

HOMILIA DE PABLO VI

28 de abril de 1968

PENSANDO EN LA PERSONA LA FIGURA DE CRISTO

Su Santidad, después de haber anunciado que, al final del Divino Sacrificio, saludará a las distintas peregrinaciones, ahora tiene la intención de proponer una reflexión especial.

Dejemos - dice - que nuestras almas se reúnan en las palabras del Evangelio ahora escuchado, y dejemos que todo nuestro espíritu se abra para captar un aspecto de él, que puede ser de alimento espiritual para nosotros durante la celebración de los Santos Misterios.

El Evangelio del segundo domingo después de Pascua nos ofrece el famoso pasaje del Buen Pastor. Casi parece responder, en la elección que se hace para la liturgia de hoy, a una necesidad psicológica, como la - para usar una comparación obvia - de quienes han perdido la presencia física de un ser querido.

Cuando uno de los nuestros con la muerte nos deja, ¿qué hacemos? Se recuerda intensamente. El evangelio de hoy lleva a repensar la Persona, la figura, la misión de Cristo. Veamos lo que pasó. Jesús concluyó su vida temporal con la Cruz e inauguró otra con la Resurrección; y nosotros, que hemos quedado embelesados ​​por este acontecimiento, que tanto nos consuela y sin embargo tanto nos supera, de la victoria sobre la muerte, y nos encontramos, sin embargo, casi abandonados y en la soledad, volvemos a los que se nos presentan. a nosotros por el Evangelio en sus formas humanas y sensibles; y nos preguntamos: ¿cómo fue? cual es su cara? y su apariencia?

Y aquí hay que evitar de inmediato un escollo muy en boga hoy en día: el que se define como "mitificación": un remake artificial y fantástico de la figura de Cristo.

"Manso y humilde de corazón"

Tenemos muy buenas razones para no cometer este error. En primer lugar, porque su recuerdo en el Evangelio de hoy es realista, humilde, desprovisto de amplificación y tiene, en su totalidad, el sello de la realidad fiel. Además, para que seamos constantes y fieles a la palabra misma de Jesús, es Él quien indica y define su misión: el Buen Pastor. Dos veces se llamó así; y nos adherimos exactamente a esta definición que Él se complació en dar de Sí mismo y nos dio, casi declarando: piensa en mí así: Yo soy el Buen Pastor. Por lo tanto, quiso llevar esta definición suya a nuestra alma, a nuestra memoria, a nuestro razonamiento. Y con tal evidencia que la primera y más antigua iconografía cristiana, como sabemos, nos presenta lo rural, sencillo,

El Buen Pastor es Jesús. Ahora es una cuestión de comprensión, ya que no basta con mirar la imagen del desaparecido, no basta una recreación sensible, sino que hay que comprender, penetrar en lo revelado. por estas características. ¿Jesús era así? ¿Es realmente Él quien quería ser recordado y celebrado como Buen Pastor de esta manera? De hecho, de esto es de lo que estamos tratando, y de los personajes salientes que así delinean a Jesús, pues el Evangelio nos informa de esto con palabras absolutamente sencillas; y, como siempre, con enseñanzas profundas y abismales, que casi nos marean y debilitan nuestro entendimiento. Sin embargo, estamos invitados por el Santo Señor - y la liturgia de la Iglesia repite el llamado - a pensar así: una figura sumamente amable, dulce, cercana; y solo podemos atribuir al Señor expresándonos con infinita bondad.

Aquí, entonces, resurgen en nuestra memoria otras palabras que Jesús dijo de sí mismo: Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón. También aquí su bondad se define con elocuencia, con virtudes que hacen descender prodigiosamente a cada uno de nosotros al Salvador del mundo, al Hijo de Dios hecho Hombre, a Jesús, centro de la humanidad.

Presentándose en este aspecto, repite la invitación del Pastor; es decir, diseña una relación que huele a ternura y prodigio. Conoce a sus ovejas y las llama por su nombre. Como somos de su rebaño, la posibilidad de correspondencia es fácil, lo que precede a nuestro propio recurso a Él. Somos llamados uno a uno. Él nos conoce y nos nombra, se acerca a cada uno de nosotros y desea que lleguemos a una relación afectiva y filial con Él. La bondad del Señor se revela aquí de manera sublime e inefable. La devoción que la fe, la piedad cristiana rendirá al Salvador, llegará con entusiasmo, no sólo momentáneo, sino capaz de sondear las maravillas de tanto deleite, a penetrar en el corazón: y la Iglesia nos presentará el Corazón de Cristo para que tenemos que saberlo, adorarlo, invocarlo.

EL BUEN PASTOR DA VIDA A SU REBAÑO

Hay, entonces, un rasgo que corrige una de las interpretaciones más comunes e inexactas de la bondad. Estamos acostumbrados a asociar el concepto de bondad con el de debilidad, de no resistencia; considerarla incapaz de actos contundentes y heroicos, de manifestaciones en las que triunfa la majestad y la entereza.

En la figura de Jesús, simple y compleja a la vez, las cualidades, las cualidades que se dirían opuestas, encuentran, en cambio, una síntesis maravillosa. Jesús es dulce y fuerte; simple y grandioso; humilde y accesible a todos; una cumbre inalcanzable de fuerza del alma, que nadie podrá jamás igualar. Sin embargo, él mismo nos introduce en su psicología, en la penetración, diríamos, de su temperamento, de su admirable realidad.

El Buen Pastor da su vida por sus ovejas, por su rebaño. Es como decir: la imagen de la bondad se une a la de un heroísmo que se entrega, se sacrifica, se inmola, para que esta bondad se combine con alturas y visiones del acto redentor, tan elevado como para dejarnos sorprendidos y atónitos.

Debemos acercarnos a Jesús, así presentado por el Evangelio, y debemos preguntarnos si los cristianos realmente llevamos bien este nombre, es decir, si tenemos un concepto exacto de nuestro Divino Salvador. Por supuesto: se han escrito muchas Vidas de Él; un catecismo generalizado le concierne y le presenta; y muchas páginas del Evangelio nos son familiares. Pero, ¿poseemos una síntesis fotográfica, completa, cómo puedo decir? ¿Tenemos un concepto correcto de lo que Él era? Pues bien, la querida imagen evangélica y casi arcadiana, que nos ofrece el mismo Divino Maestro, deja descansar nuestro espíritu en un encanto de amor, y lo dirige y ayuda en la búsqueda de Dios.

TODO EL NOS CONOCE Y NOS LLAMA

¿Qué hace Jesús para atraernos y conquistarnos de una manera tan segura? El nos conoce. Piense, entonces, en el prodigio que esto representa. Somos conocidos, llamados uno a uno, por nuestro nombre, por Cristo: y en forma completa, total, es decir, en nuestro ser, en nuestra persona, en los dones prodigados por Él, en nuestros deseos, en nuestros destinos. Se insertan en este Libro, que contiene las páginas de la bondad infinita. 

Todos estamos registrados en su lista: cada uno puede encontrarse en el Corazón de Cristo. ¡Qué estupenda belleza es reflejarse en Jesús y adivinar cómo nos conoce! San Pablo nos deja ver esta estupenda realidad como una de las cosas por venir: “ Nunc cognosco ex parte; tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum "( 1 Cor.. 13, 12). Ahora lo sé en parte; entonces entonces sabré de la misma manera que yo también he sido conocido. Pero ya ahora podemos percibir algo, y así nos volvemos un poco diferentes de la estatura ordinaria de los hombres orgullosos, indiferentes o incluso a veces malos. 

Antes que Jesús, que se hace llamar el Buen Pastor, nos conoce y nos llama por nuestro nombre, quiere acercarse a nosotros y nos guía asegurándose de que nos lleve a los pastos de la verdadera vida y al alimento necesario, ¡oh, cómo nos volvemos un poco mejores también! ¡y cómo sentimos, por camino de amor y elección, la nueva energía divina, para reemplazar nuestra psicología humana y tan rebelde! En una palabra, convertirse en cristianos perfectos.

Y otra nota más que concierne y define al Buen Pastor. Jesús sufrió, murió por nosotros. El Buen Pastor dio su vida para salvar la nuestra. Si alguno de nosotros ha tenido la suerte de haber sido, en alguna circunstancia peligrosa, liberado de una enfermedad, o de haber sido salvado de una desgracia por la intervención y el mérito de alguien, que ha actuado con desinterés, incluso con sacrificio, ciertamente advierte al El vínculo de gratitud hacia el benefactor es incontenible, perenne. Por tanto, para el Señor Jesús debemos tener, y con títulos superlativos, la actitud, la obligación de una gratitud sin fin. Debemos sentir esta actitud de acción de gracias ilimitada hacia Jesús, quien nos salvó ofreciendo su vida por nosotros, dándola conscientemente, con sufrimientos indecibles, mientras - dicen los Padres - podría haber dado su vida de una manera más sencilla y menos atormentadora. En cambio, quería dar a su Sacrificio una evidencia dolorosa hasta el punto de la agonía; ¡Quería grabar en nuestras almas la imagen sangrienta de sus miembros desgarrados para nosotros!

EL DIO SU VIDA POR NOSOTROS ENTRE SUFRIMIENTOS NO

CONTADOS

Entonces, la definición más hermosa que encontramos en el Evangelio es la que el Precursor Juan dio de Él: He aquí el Cordero de Dios, he aquí Aquel que quita los pecados del mundo . Jesús es la víctima: el que paga por los demás y paga por nosotros; se sacrificó y se inmoló por nosotros. Ha formado un verdadero parentesco de obligación hacia nosotros precisamente porque ha sustituido nuestras deudas por su riqueza; y satisfecho de nuestra miseria; Él reparó nuestra ruina. El misterio de la salvación, que es el misterio de un don divino, en lugar de nuestros innumerables deberes y deudas, debería, como nuevo motivo de fervor, sellar la figura de Cristo en nuestro corazón; y suscitar en nosotros una correspondencia plena y sentida.

En el Evangelio, cuando se menciona la relación entre el Hijo de Dios y sus discípulos, siempre falta algo de su parte, la duda, la inestabilidad y la insuficiencia. Solo después de la muerte de Cristo y su sacrificio pensaron en él como el Pastor que da la vida por sus ovejas. Así, se encendió en sus almas la llama de la adhesión, el entusiasmo, la fidelidad; de ese amor y entrega que el Señor pide a todos sus seguidores.

COMPLETAMENTE GENEROSO Y CONSTANTE SEA NUESTRA RESPUESTA

Hoy es el «Día de las Vocaciones». ¡Cuán felizmente se ha elegido para que coincida con el tratado del Evangelio ahora revisado!

Todos deberíamos sentirnos un poco llamados por nuestro nombre; es necesario ver en Jesús la guía de nuestros destinos, de toda nuestra vida; todos debemos correr tras él para decirle: gracias: yo también haré algo; mi vida es tuya, como tu vida ha sido y es mía.

La nueva relación de amor que une a la humanidad con Cristo se ha definido como la unión, el matrimonio entre la humanidad y Cristo. Por eso la Iglesia, es decir, la humanidad que sigue a Cristo, se llama Esposa del Señor. Lo que significa una respuesta: amor por amor; y lo que los miembros de la Iglesia debemos ser: clientes de la bondad de Dios, de Cristo. También indica nuestra capacidad para vencer y vencer la timidez, la ignorancia, las dudas, para establecer con él relaciones directas de conversación interior y amor secreto e indisoluble.

Ésta, oh hijos - concluye el Santo Padre - es la meditación de hoy y de siempre. Nunca debe terminar. Piense en las palabras del Señor, que dice de sí mismo: Yo soy el Buen Pastor. Con qué infinita caridad nos las repite a cada uno de nosotros y las valida con los demás: ¡mira que el Buen Pastor ha dado la vida por ti! ¿Y usted? ¿Y usted? Niños la respuesta para ti.

PEREGRINACIÓN DE LA ARQUIDIOCESIS DE GÉNOVA

Después de la celebración de los Santos Misterios nos sentimos obligados a dirigir un breve saludo a Nuestros visitantes, que se adaptan mejor al nombre de Pellegrini, porque vienen a Roma expresamente por motivos religiosos, y el nombre de Fedeli, que nunca como en este Una circunstancia los califica y honra, porque vinieron aquí movidos por la intención de renovar su profesión de Fe, en este año dedicado precisamente a la Fe, en memoria y en honor de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, corifei de la Fe, de los cuales celebramos el año del centenario de su martirio.

Y aquí, entre estos Fieles Peregrinos, está el numeroso y conspicuo grupo, al que va primero Nuestro saludo, el de Génova. Hola, diremos, en la Génova católica, que aquí se encuentra en una forma magnífica y muy significativa. Es una peregrinación de 3.500 participantes, guiados y representados por su ilustre y venerable cardenal Giuseppe Siri, arzobispo de esta histórica, distinguida, floreciente y querida Iglesia Metropolitana de Liguria para nosotros. 

Al pastor erudito y celoso, a quien tenemos la suerte de conocer desde hace muchos años, le ofrecemos Nuestra reverente y cordial "bienvenida"; a él Nuestro reconocimiento por su doctrina teológica, por el trabajo que dio durante años no cortos y no fáciles a todo el Episcopado italiano, por lo que todavía se desempeña como Presidente de las Semanas Sociales de los Católicos Italianos y como Consultor de la Unión Cristiana de Ejecutivos y Empresarios Italianos, por el celo y la doctrina con la que asiste a la pastoral de la Arquidiócesis genovesa. Y con él saludamos a su clero, cuya fidelidad, actividad, sabiduría, fervor conocemos en exponentes de alto valor; y con el clero, los religiosos y religiosas que participan en esta expedición espiritual y los que en la ciudad y en la arquidiócesis difunden ejemplos de santidad, caridad, apostolado. Observamos con especial interés a los representantes de la vida católica, a los que nos gustaría poder dar el consuelo de una milicia moral y espiritual perseverante y generosa, según lo requieran los tiempos.

 A todos los buenos y queridos genoveses presentes y a todos sus seres queridos, a quienes llevan en el corazón, un saludo afectuoso y vigorizante en el Señor. Tampoco al final podemos olvidarnos de las autoridades civiles y personalidades de la ciudad, que con. Un sentido ejemplar de solidaridad espiritual ha querido asociarse a esta Peregrinación: por sus Personas, por los serios oficios que se les han confiado, por el honor y la prosperidad de Génova, les expresamos nuestros mejores deseos e invocamos la asistencia divina sobre ellos. comunidad civil, que aquí, con tanto gusto, representan dignamente.

Estos saludos no dicen cuánto nos pone en el corazón la calificada presencia de Génova. Tendríamos muchas muchas cosas que decirles a los genoveses, incluso callando los recuerdos personales que nos unen a la hermosa y muy activa ciudad; pero nos limitamos a dos breves insinuaciones, que parecería una lamentable omisión callar.

 La primera referencia es a vuestra tradición católica, ¡oh genovés! Sería un tema larguísimo de meditación, si quisiéramos pasarlo a la revisión de hechos profanos y grandes figuras, que dan a la historia de la ciudad su impronta gloriosa y característica. Los nombres de cuatro papas genoveses vienen aquí espontáneamente a la memoria: Inocencio IV ( † 1254), Adriano V († 1276), ambos de la familia Fieschi, Inocencio VIII († 1492), Cybo, y finalmente cercano a nosotros y conocido por nosotros mismos (¿quién no lo recuerda?), El Papa Benedicto XV (†1922), de la familia Della Chiesa. Vienen los nombres de tus santos, y uno para todos celebrado en el doble campo de la mística y la caridad, Caterinetta, es decir, S. Caterina Fieschi Adorno; Vienen los de vuestras grandes organizaciones benéficas, que aún ilustran la ciudad como entre los que han sabido organizar obras hospitalarias y asistenciales con mayor comprensión de las necesidades de los pobres y los que sufren y con mayor generosidad. 

Recordemos algunas grandes figuras de arzobispos y eclesiásticos (el P. Semeria, por ejemplo, genovés de adopción) y también de laicos (como Camillo Corsanego), especialmente en este último período de vuestra historia religiosa y social. Y no debemos olvidar que Génova, ciudad marítima, fue una ciudad misionera en su tiempo; Oriente todavía tiene sus huellas, y el lejano oeste no puede disputar la paternidad de un hombre de fe, que se llama Cristóbal Colón. Es decir que la profesión de fe, que hoy vienes a expresar en el centro de la catolicidad, es un acto de coherencia histórica y espiritual que debe definir ante tus conciencias y tu comunidad de ciudad lo que fuiste, lo que eres y lo que eres. serán: cristianos y católicos, genoveses para quienes la adhesión a la santa Iglesia apostólica y romana es motivo de compromiso histórico y moral y el principio de esas virtudes morales y religiosas, que hicieron grande su pasado y debe hacerlo no menos grande, incluso si tan diferente es tu futuro.

Y el presagio del futuro plantea otro indicio de una cuestión vital para tu pueblo; no es una cuestión que le concierna exclusivamente a usted, pero quizás más que a muchas otras ciudades; es decir, la cuestión de la fusión de la tradición con los cambios radicales de la sociedad moderna con respecto a la antigua e incluso sólo a la que la precede unos años; cambios producidos principalmente por desarrollos industriales, que cambian no solo el aspecto externo de su paisaje, sino también los internos de la vida, del pensamiento, de las costumbres. Pues bien, esta peregrinación ya demuestra que, por difíciles que sean las cuestiones de esta fusión, no es imposible. En efecto, vuestra presencia romana vislumbra que precisamente una fe consciente, educada y sincera en la vitalidad del Evangelio, del que la Iglesia es guardiana y maestra,

Alabado, pues, a Génova creyente y trabajador. Nuestro aplauso es Nuestro voto por el gran y buen futuro de la Ciudad que la Inmaculada Concepción, Juan Bautista y Lorenzo mantienen bajo su protección vivificante.

Saludos a las otras diócesis

Algunas otras diócesis están oficialmente presentes en este feliz encuentroespiritual; ellos también merecen un panegírico;  Debemos conformarnos con la simple mención, que es sin embargo la del recuerdo más cariñoso y fiel. Aquí está la diócesis de Cremona y también la de Lodi; dos diócesis sufragáneas de la Arquidiócesis de Milán, y que por tanto tuvimos la oportunidad de conocer, visitar, admirar, especialmente en el celo pastoral de sus más dignos y queridos Obispos: Mons. Bolognini de Cremona, y Mons. Benedetti de Lodi . Cada Nuestro mejor voto es para ellos, y una bendición especial lo sancionará.

Tenemos grupos de otras Diócesis, cuyos nombres mueven Nuestro espíritu. Tales como: Trento, Chiavari, Benevento, Albano, Padua, Vicenza. A todos los más cordiales saludos en nuestro Señor. Pero vayamos en orden.

Un grupo que no podemos dejar sin una mención especial es el de las Mujeres de Acción Católica de la Diócesis de Brescia, nuestra patria natural y espiritual de origen. Conocemos el espíritu que anima a este grupo de mujeres piadosas y fieles; y también contaremos el motivo: Nuestra Madre pertenecía a esta Unión de Mujeres Católicas, y en el último período de su vida le dedicó el más asiduo cuidado, con mucha de Nuestra edificación y, queremos creer, con buen provecho. de la propia Unión., lo que parece demostrarlo también con esta Romería. A estas queridas Hijas en Cristo, ya todos sus miembros de fe y actividad católica, nuestro cordial aplauso y nuestra bendición.

CELEBRACIÓN SOLEMNA EN PREPARACIÓN PARA EL PENTECOSTÉS

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 26 de mayo de 1968

Antes de dejar unos momentos para el intercambio de saludos, el Santo Padre afirma que es necesario concentrar nuestra atención, en devoto recogimiento, en la palabra del Evangelio, en lo que el Señor nos propone meditar, a través del ministerio de la Iglesia, tratando de recoger algo de las santas, profundas y estupendas expresiones que nos ofrece hoy la lectura del Libro Sagrado

EL TESTIGO DEL DIVINO PARACLITO

Como sabéis - explica Su Santidad - el pasaje que acaba de leer pertenece a los amplios discursos, a la apertura de la mente, a las supremas confidencias que Nuestro Señor Jesucristo, en la última noche de su vida mortal y antes de ser abandonado a los más dolorosos Pasión, quiso dejar testimonio casi espiritual a sus discípulos, que quedaron en once tras la salida de Judas el traidor del Cenáculo.

Jesús, por tanto, permite que su Corazón se abra a revelaciones prodigiosas, dictadas por un maravilloso pensamiento principal en el Sermón después de la Cena.

Ante todo la realidad: el Señor deja lo suyo. ¿Cómo los deja? ¿Solo, huérfanos, pobres y sin comunicación con él? ¿Ya no estará presente entre ellos? Ya no hablará más; ¿No tendrá más influencia en sus almas?

Bueno, el Divino Maestro revela una nueva forma de comunicarse con sus elegidos; de hecho, un nuevo misterio de la presencia divina entre los hombres. Anuncia el envío del Paráclito, es decir, el Asistente, el Consolador, el Abogado: el Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo será enviado por el Padre y el Hijo -como recordaremos en breve en el Credo : Qui ex Patre Filioque procedit- y será enviado por Jesús para mantener en los discípulos no solo el recuerdo, sino la presencia, la acción. , su gracia, la vida nueva que infundirá en los que le son fieles y serán sus apóstoles; y, después de ellos, a las inmensas filas de la humanidad creyente y durante todos los siglos que seguirán a ese altísimo acontecimiento.

Nosotros mismos somos los destinatarios de la promesa del Señor. Ella nos repite: Te enviaré el Espíritu, el Consolador; y el Espíritu Santo testificará de mí; - note bien esta palabra - y por lo tanto, usted, a su vez, dará este testimonio a los demás.

EL DON SOBRENATURAL DE LA FE

Precisamente sobre este punto básico el Santo Padre quiere entretener brevemente a su audiencia, ya que, precisamente en esa promesa, se funda la economía, el orden que Dios ha decretado para la religión y para la sociedad que instituyó.

¿Qué significa testimonio? Significa la transmisión de una verdad en quienes, al recibirla, no pueden examinarla y conocerla directamente. Debe aceptarlo con su palabra, es decir, con confianza. Así estamos en la sacrosanta enseñanza del catecismo: debemos creer. Nuestra vida religiosa se basa en la fe, es decir, en la aceptación de un testimonio.

La misma palabra tiene, además de diferentes significados, muchas aplicaciones. El Señor, en el apartado del Evangelio que hemos leído, propone dos principales. La primera es la interior, que los discípulos, seguidores, fieles de Jesús, es decir, - y entre ellos, por elección divina, estamos - podemos recibir de manera imponderable pero real y, en algunos aspectos, tangible, en su propio íntimo. Este primer testimonio nos dice: mira que Cristo fue y verdaderamente es el enviado de Dios: es el Hijo de Dios, por eso tenemos la certeza de poder confiar en Cristo, en su Evangelio, en sus obras, en sus preceptos y en todo lo demás. brota de su aparición en el mundo.

Esta certeza interior quizás nos la podríamos dar nosotros mismos, por ejemplo, estudiando bien el Evangelio, la religión, el catecismo; ¿O escuchando conferencias y conferencias, como hacen tantos estudiosos y profesores de disciplinas humanas? Ciertamente no. Sabiendo mil cosas sobre Jesús, su vida, su aparición en la historia, los muchos episodios que le son inherentes, las diversas circunstancias de su paso por la tierra, renombradas luminarias de la ciencia han escrito voluminosas obras y, sin embargo, permanecieron incrédulos, ciegos, sordos. e inerte ante esta extraordinaria aparición, única y –también dicen– superior a todas las manifestaciones humanas. ¿Cuál es la razón de este fenómeno negativo? No poseen esa adhesión vital que llamamos fe y que lleva, nada menos, en nuestro espíritu al mismo Jesús ":. . . Christum habitare per fidem in cordibus vestris "( Ef 3, 17), como escribe san Pablo: Cristo habita, por la fe, en nuestros corazones.

UN ALTO E INCOMPARABLE DEBER DEL CRISTIANO

Por tanto, este testimonio del Espíritu es necesario: la gracia de la fe. Es necesario que el Señor introduzca en nuestras almas nueva luz, capacidad de pensamiento, disposición de ánimo, certeza inefable, alegría de acoger su palabra y su mensaje, para hacernos seguros, bienaventurados, completamente suyos, hasta anticiparnos. , de alguna manera, la posesión que, un día, tendremos de Él; el encuentro, que entonces será visible y pleno, con Dios, en las relaciones vitales y sublimes que nos unen a él. Pero mientras tanto, es bueno repetirlo, la gracia del Señor debe alimentar siempre en nosotros el auténtico gozo de la fe: ¡bienaventurados los que han creído!

Además del primero, hay un segundo testimonio, no igual, pero analógico, digamos: la transmisión, por nuestra parte, a los demás de la verdad de fe que el Señor nos ha dado, por su gracia y bondad. Esta comunicación, que se realiza en diversas formas, como el apostolado, la misión, con actividades inagotables, de la Iglesia, la define Jesús, también un testimonio, que daremos fuera de nosotros mismos, en beneficio del prójimo. Si el primero es interno, este segundo testimonio es social. Debemos difundirla entre todos nuestros hermanos, en el mundo que nos rodea, entre aquellos que esperan consuelo de nuestra palabra, llevándola especialmente a quienes nos están mirando, preguntándonos si sabemos difundir la verdad y si podemos vivirla.

Habiendo considerado así los dos testimonios diferentes y consecuentes, nos surge una pregunta: cómo haremos para lograrlos e implementarlos; ¿Cómo obtener este don, ante todo las herramientas de la ciencia, el estudio y cualquier investigación intelectual? ¿Cómo podemos adquirir del Cielo esta luz que aumenta nuestro poder de comprensión y nos da la certeza de creer sin tener los argumentos abiertos, visibles y tangibles de nuestro conocimiento natural ordinario?

El Señor viene a nuestro encuentro con su promesa: te enviaré el Espíritu, el Consolador, el que te habla en lo más profundo de tu ser. Te enviaré el Espíritu Santo. Evidentemente, es un misterio insondable. Nos bastará saber que existe y obra en la salvación y en la santificación.

Queridos hijos - declara el Santo Padre con ardiente celo - ciertamente poseéis tanto tesoro. Si os preguntamos: ¿creéis en Jesucristo ?, estamos seguros de que todos responderéis con una sola voz: sí. Ahora bien, ¿quién hace posible esta afirmación, quién te da la fuerza interior para adherirte a la verdad que, hace veinte siglos, fue anunciada al mundo y que hoy aceptamos como si se presentara en nuestro tiempo y en las circunstancias de la vida de hoy? Es el aliento, el suspiro, el aliento de Dios: viene a respirar dentro de nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos consuela, quien nos ilumina con una claridad que no es imprudente, ni nos deja en la duda y casi en el riesgo de colocar nuestra personalidad en elementos inestables o insuficientes. No. En cambio, es una certeza que nos hace tranquilos, alegres, seguros. ¡Creo en ti, oh Señor! añadiendo con Pedro, en cuyo sepulcro glorioso nos encontramos: Solo tú, oh Señor, tienes palabras de vida eterna. ¡Creo que eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

"¡VEN, LUMEN CORDIUM!"

Sentimos esta fe muy viva en nosotros, por eso la podemos comunicar.

Como consecuencia práctica, ante una realidad esencial para nosotros, ¿qué tenemos que lograr en la práctica? En primer lugar, sea devoto del Espíritu Santo; ser menos indigno de recibirlo, cuando y donde pueda estar presente su luz, su palabra arcana, interior, dulce, persuasiva. Por eso nuestra alma debe ser receptiva, abierta.

Tomemos una comparación del mundo secular. En la técnica moderna desarrollada, estamos rodeados de miríadas de voces de estaciones de radio, que transmiten sus programas y los hacen circular a nuestro alrededor. ¿Quién puede tomar, escuchar el exacto y deseado? Sin duda el que posee los medios adecuados y lo coloca en la fase correspondiente al favorito, entre las voces dispares, muchas veces opuestas, que debe escuchar.

Del mismo modo debemos actuar con nuestra alma: debemos colocarla en la onda correcta para una perfecta escucha del Espíritu Santo. Debemos estar preparados y preparados para recoger la voz de Dios, que quiere hablar dentro de nosotros. La primera condición para conseguirlo es mantener el alma pura, siempre dispuesta a comprender el discurso divino. Un muy buen profesor universitario -añade este recuerdo el Santo Padre- amonestó a un joven que iniciaba sus estudios superiores: Ocúpate, hijo, de ser puro, atento, bueno en todo momento. Porque si un día el Señor quiere llamarte y hablarte, si quiere entrar en comunicación contigo, no sucede que, a esa hora, te encuentres incapaz de aprender y hacer tuya la voz del Divino Maestro que llama a la puerta. de tu corazón.

ESCUCHA Y DIFUNDA LA VOZ DEL SEÑOR

Es obvio que, si somos honestos, puros, fieles, el Señor se hará escuchar, aunque solo sea dándonos la fortuna gratuita, cuyo valor nunca apreciaremos lo suficiente, para profesar la fe, para poseer el mundo celestial, para nos da a través de la comunicación de la palabra de Cristo, que se ha vuelto persuasiva, vibrante, conquistadora en nosotros.

¡Estamos dedicados al Espíritu Santo! En estos días tiene lugar la novena que nos prepara para su fiesta, la solemnidad de Pentecostés. Tratemos de ordenar nuestras almas para que sean realmente menos indignas de recibir la voz del Señor.

Y a los que sufren amados -añade Pablo VI-, a los que asisten a los enfermos amados, y a los demás oyentes reconfirma: entre todas las experiencias que puede tener la vida humana, la más bella, la más alegre, la más rica en promesas y El consuelo es precisamente el de poseer el Espíritu de Dios, su Gracia, la infusión de su energía vital, que no se extinguirá con nuestra decadencia mortal, sino que nos garantiza a partir de ahora la posesión eterna, y, en el resplandor de la luz plena, la realidad y gloria de Dios.

Estar dedicado al Espíritu Santo; conocer su testimonio para ser capaces de transmitirlo, como se nos enseña, también a otros hermanos: esta es la última invitación del Padre de las almas en memoria de un encuentro espiritual elegido; mientras implora a Dios que lo quiera llenar de consuelos y vigor indestructible para todos.

PARTICIPA EN EL MISTERIO DE LA CRUZ Y DE LA REDENCIÓN

Nos reservamos Nuestro primer saludo, entre los miembros de esta gran y variada asamblea reunida en torno al altar de San Pedro, al numeroso y conmovedor grupo de "Voluntarios del Sufrimiento", a esta singular y admirable asociación de fieles marcados por el dolor y marcado por el amor. 

Os saludamos, queridos hijos, enfermos y enfermos que nos rodean y que nos representan a vuestros muchos compañeros materialmente ausentes, pero espiritualmente presentes en este encuentro singular y espiritual; Os saludamos con la consideración, con la predilección, con la compasión que merecen vuestros dolores de Nuestra parte, ministros como nosotros y representantes de ese Jesús, para quien era destino misterioso y gloria incomparable ser llamado "el hombre de dolores y experto en sufrimiento "( es. 53, 3); Los saludamos uno a uno, lamentando no poder acercarnos a cada uno de ustedes, debido a su número y la medida de tiempo que se nos concedió para este encuentro, pero qué suerte tenerlos y sentirnos cerca de Nosotros, orar con ustedes para consolarse lo más posible, para bendecirlos a todos con plenitud de corazón. 

Queridos, queridos nuestros enfermos, doblemente hermanos por la caridad que debemos a todos y por el título particular que obliga a Nuestro oficio espiritual a consideraros más que a los demás participantes en el misterio de la Cruz y de la Redención; Queridos hijos nuestros, a quienes el dolor confiere una dignidad que merece la preferencia de Nuestra caridad, de Nuestro afecto, de Nuestra comunión; Queridos tesoros de la santa Iglesia, que se beneficien con su ejemplo de paciencia y piedad, que te consueles con el don de tus sufrimientos, que construyas con tu unión con Cristo crucificado; Queridos peregrinos en el duro camino hacia el Cielo, no con un paso más lento y más cansado, como sugeriría su estado de debilidad física, sino con un paso más rápido y ejemplar en el camino empinado y duro que conduce al cielo. Sea recibido por todos nosotros, en el nombre del Señor y bendecido por nosotros.

EL VALOR POSITIVO DEL DOLOR CRISTIANO

Te debemos un discurso largo y original: lo que sugiere un reflejo penetrante de la vida cristiana a la consideración del dolor humano, sobre todo si este dolor, como el tuyo, ya no es rechazado como enemigo absurdo de nuestra vida, sino extraña y heroicamente aceptado. .como factor de refinamiento moral y como valor de significación mística. Por el hecho de que te titulan "Voluntarios del sufrimiento", no solo ya conoces este discurso, sino que vives; y estamos tan exentos de decirle sobre el tema que ofrece a la consideración de quienes lo conocen y lo asisten, sería, si no fácil decirlo, al menos un deber de recordar. ¡«Voluntarios del sufrimiento»! ¡Ésta es una expresión sobreabundante de significados!

 Nos parece que concluye una meditación larga y nada evidente sobre el valor positivo del dolor cristiano. Debemos recordarles el parentesco que tiene el dolor cristiano entre el paciente y el Cordero de Dios, Jesucristo, que precisamente a través del dolor, y qué dolor el de su Pasión, "ha cancelado el pecado del mundo" (Yo . 1, 29) y que asocia al paciente mismo con ese complemento misterioso que, como dice el apóstol, "carece de los sufrimientos de Cristo" (cf. Col. 1, 24)? 

Seguramente habrás recorrido este camino de la Cruz una y otra vez (nosotros mismos escuchamos los cantos de tu piadoso ejercicio realizado anoche en la plaza de San Pedro); y conoces la profundidad de esta asimilación a Cristo a través de la aceptación y sublimación del sufrimiento. Y nada decimos de la riqueza ascética que esconde y revela a las almas valientes, que la convierten en un ejercicio de fortaleza moral, de autocontrol, de expiación de sus propios pecados. Nada de la belleza que un alma dispuesta a Cristo en la unión de su Pasión puede adquirir por el ardor y la transparencia del amor sentido por el fuego del dolor fuerte y silencioso; nada de la sabiduría reservada para quien sufre sabiendo lo que la sabiduría humana apenas percibe, no sea inútil el sufrimiento y no sea degradado,

APÓSTOLES DE PAZ EN SINCERIDAD JUSTICIA LIBERTAD Y HERMANDAD

Ustedes conocen estas verdades humildes pero luminosas, queridos hijos, Voluntarios del sufrimiento; Solo tenemos que exhortarlos a perseverar en su ejercicio de paciencia y oblación, y a hacer de sus corazones doloridos, física y moralmente, santuarios silenciosos de oración y bondad.

Y tanto es el valor que debemos reconocer en estas condiciones de debilidad física, transformada en eficiencia espiritual, que pensamos que podemos sacar provecho de ello, pidiéndoles a ustedes, hijos e hijas del dolor cristiano, que se hagan partícipes de sus méritos, para que el Señor nos haga menos indignos que nosotros del servicio que nos ha confiado, y para que las grandes necesidades de la Iglesia y del mundo, que constituyen el objeto de Nuestras continuas e implorantes intenciones, también estén presentes en vuestro intenciones y obtén el sufragio prodigioso de la oblación orante de tus dolores santificados. Bien puedes pensar cuánta agitación, luchas, guerras, competencias, odio pesan en Nuestro corazón, que ahora perturban la paz del mundo y parecen hacerla hoy más difícil y casi no deseada con sinceridad. Rezad, voluntarios del sufrimiento, por la paz, por la verdadera paz, con sinceridad, justicia, libertad y hermandad.

ADHESIÓN A LA IGLESIA "MADRE Y MAESTRA" DE NUESTRA SALVACIÓN

Quizás puedas hacer lo que los sabios y poderosos del mundo no pueden lograr. Y luego, por la Iglesia, ofrece tus dolores al Señor: mientras tantas nuevas y buenas energías la despiertan y rejuvenecen, demasiadas ansiedades la sacuden y turban, para que Nuestro corazón no se aflija a veces profundamente y espere del Señor lo que sea. muchas Iglesias parecen rechazar esta "Madre y Maestra" de nuestra salvación, nos referimos al sentido de adhesión a la verdad, que ella nos guarda y nos enseña, y la alegría filial de seguir sus preceptos y sus consejos: la fe y la obediencia necesitan un avivamiento en tantos hijos de la santa Iglesia, si bien a veces parecen ingeniosos para herir a ambos,

Voluntarios del sufrimiento, aquí ampliamos los horizontes de vuestra mirada de generosidad; no nos rechaces tu precioso regalo de oración y sacrificio; Lo atesoraremos delante del Señor; y estamos seguros de que usted, primero, tendrá mérito y recompensa. Que Nuestra Bendición Apostólica sea una prenda segura.

Un pensamiento especial va dirigido a quienes promueven y asisten a esta iniciativa providencial, destinada a poner el sufrimiento en valor cristiano y tejer lazos de unión organizativa y espiritual con Nuestros enfermos; debemos tener una mención para nuestro celoso Mons. Luigi Novarese.

        Saludo especial de fe a las peregrinaciones de Salerno y BeneventoLuego hay que saludar a otros conspicuos peregrinajes presentes. Todos deberíamos abordar sermones particulares. Algunos grupos no pueden ser silenciados, incluso si tenemos que privarnos del placer de una conversación más larga.

¿Cómo no saludar a los cuatro mil peregrinos de Salerno, la histórica y gloriosa Arquidiócesis que despierta tantos recuerdos del pasado y tantas consideraciones sobre el presente en nuestro espíritu? Ofrecemos al menos un saludo especial y reverente al digno Prelado de la Arquidiócesis, Mons. Demetrio Moscato, muy venerado por nosotros y conocido desde hace mucho tiempo en el celo de sus obras y en la bondad de su espíritu. 

Salerno nos recuerda el tesoro que guarda, según la tradición: las reliquias del evangelista san Mateo (¡ tanto nomini nullum par elogium!), y las del célebre y santo Papa Hildebrand, San Gregorio VII, cuya fiesta celebró ayer la Iglesia, y que murió en Salerno en 1085, en el exilio y oprimido por el dolor, exclamando las famosas palabras que se le atribuyen: "Dilexi iustitiam , odivi iniquitatem, propterea morior in exilio ": se dirían las palabras de un vencido; y en cambio había ganado la lucha por la libertad de la Iglesia y por el despertar de su costumbre. En Salerno, el venerado cardenal Schuster, ya sufriendo, hizo su último viaje en julio de 1954, poco antes de su santa muerte.

Salerno es también heredero y guardián de grandes tradiciones históricas y religiosas; Al dar la bienvenida a la Romería de Salerno, que viene a profesar su fe en la tumba de San Pedro, no tenemos mejor voto para expresar a la gloriosa comunidad diocesana que no solo sabe cómo preservar su patrimonio de memorias cristianas, sino que sabe cómo revivirlos en nuevos y gloriosos testimonios de la fe católica en las nuevas generaciones. Al venerable Arzobispo, al nuevo Auxiliar Mons. Guerrino Grimaldi, a las autoridades civiles, a todos los peregrinos ya toda la Arquidiócesis, nuestro saludo y nuestra cordial bendición.

¡Y luego tenemos a Benevento!

¡Saludos a su arzobispo y a su clero! Saludos a los tres mil peregrinos beneventanos. Hasta vuestra presencia, queridos hijos de Benevento, tienta a Nuestra memoria a celebrar vuestra historia, ya que "Male ventum" fue el nombre de vuestra ciudad cambiado, tras la victoria de Curio Dentato sobre Pirro, a lo que luego quedó, perenne y buen augurio de Benevento. . Roma, Bizancio, los lombardos, los normandos luchan por tu historia y por lo turbulenta y compleja que es. 

Entonces, ¡qué larga historia ligada al Pontificado Romano! ¡No en vano recuerdas la alabanza de Pablo el Diácono, que dice la Iglesia Beneventana «Provinciarum caput ditissima»! Su Arco de Trajano, la famosa "puerta dorada" y el monumento al Papa Benedicto XIII Orsini en la Iglesia de Minerva en Roma (1730) cuentan el inmenso arco de la historia que se describe sobre su ciudad. 

Y también te recordaremos el deber que se deriva de la historia, y que muchas veces nos hace olvidar el espíritu revolucionario de los tiempos modernos, el de conocer y preservar, como un precioso tesoro cultural y espiritual, el patrimonio de tu historia y darle vida. y fructífera para los tiempos modernos, en coherencia de espíritu y desarrollo especialmente sobre el tronco de una tradición que no muere, la de la fe católica. 

Habéis venido a Roma para profesar la fe, y habéis venido a abastecerse de nueva fe: ¡sepan vivirla! y no creas que puede obstaculizar los nuevos desarrollos que promete la edad moderna; saber ser moderno y anclado en los valores eternos de la vida cristiana. Nuestra confianza y nuestra bendición los exhortan a ello. y que el espíritu revolucionario de los tiempos modernos a menudo nos hace olvidar, el de conocer y preservar, como un precioso tesoro cultural y espiritual, la herencia de su historia y hacerla viva y fecunda para los tiempos modernos, en coherencia con el espíritu y el desarrollo especialmente en el tronco de una tradición que no muere, la de la fe católica. 

Delegaciones de Como Gorizia, Milán y Brescia

Por último, deberíamos saludar a Como, saludar a Gorizia con sus trabajadores italianos y eslovenos. Queridas y gloriosas Ciudades, si el tiempo nos prohíbe prolongar Nuestro discurso, sepan que su presencia Nos llena de alegría y buenos deseos, por ustedes aquí presentes y por todo lo que representan y aman. En Como, nuestra más querida diócesis sufragánea de Nuestro Milán, en Gorizia, la ciudad gloriosa que está en el corazón de todos los italianos, Nuestro saludo especial y de bendición.                         

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A BOGOTÁ

ORDENACIÓN DE DOSCIENTOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
EN LA SEDE DEL CONGRESO EUCARÍSTICO

HOMILÍA DEL PAPA PABLO VI

Jueves 22 de agosto de 1968

¡Señor Jesús! Te damos gracias por el misterio que acabas de realizar Tú, mediante el ministerio de nuestras manos y de nuestras palabras, por obra del Espíritu Santo.

Tú, te has dignado imprimir en el ser personal de estos elegidos tuyos una huella nueva, interior e imborrable; una huella, que les asemeja a Ti, por lo cual cada uno de ellos es y será llamado: otro Cristo. Tú has grabado en ellos tu semblante humano y divino, confiriéndoles no sólo una inefable semejanza contigo, sino también una potestad y una virtud tuyas, una capacidad de realizar acciones, que sólo la eficacia divina de tu Palabra atestigua y la de tu voluntad realiza.

Tuyos son, Señor, estos tus hijos, convertidos en hermanos y ministros tuyos, por un nuevo título. Mediante su servicio sacerdotal, tu presencia y tu sacrificio sacramental, tu evangelio, tu Espíritu, en una palabra, la obra de tu salvación, se comunicará a los hombres, dispuestos a recibirla; se difundirá en el tiempo de la generación presente y de la futura una incalculable irradiación de tu caridad e inundará de tu mensaje regenerador esta dichosa Nación este inmenso continente, que se llama América Latina, y que acoge hoy los pasos de nuestro humilde, pero incontenible, ministerio apostólico.

Tuyos son, Señor, estos nuevos servidores de tu designio de amor sobrenatural; y también nuestros, porque han sido asociados a Nos, en la gran obra de evangelización, como los más cualificados colaboradores de nuestro ministerio, como hijos predilectos nuestros; más aún, como hermanos en nuestra dignidad y en nuestra función, como obreros esforzados y solidarios en la edificación de tu Iglesia, como servidores y guías, como consoladores y amigos del Pueblo de Dios, como dispensadores, semejantes a Nos, de tus misterios.

Te damos gracias, Señor, por este acontecimiento, que tiene origen en tu infinito amor y que, más que hacernos dignos, nos obliga a celebrar tu misericordia misteriosa y nos incita solícitamente, casi con impaciencia, para salir al encuentro de las almas a las cuales está destinada toda nuestra vida, sin posibilidad de rescate, sin límites de donación, sin segundas intenciones de intereses terrenos.

¡Señor! en este momento decisivo y solemne, nos atrevernos a expresarte una súplica candorosa, pero no falta de sentido: haz, Señor, que comprendamos.

Nosotros comprendemos, cuando recordamos que Tú, Señor Jesús, eres el mediador entre Dios y los hombres; no eres diafragma, sino cauce; no eres obstáculo, sino camino; no eres un sabio entre tantos, sino el único Maestro; no eres un profeta cualquiera, sino el intérprete único y necesario del misterio religioso, el solo que une a Dios con el hombre y al hombre con Dios, Nadie puede conocer al Padre, has dicho Tú, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo, que eres Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, quisiere revelarlo (Cf. Mt 11, 27; Jn 1,18). Tú eres el revelador auténtico, Tú eres el puente entre el reino de la tierra y el reino del cielo: sin Ti, nada podemos hacer (Cf. Jn 15,5) . Tú eres necesario, Tú eres suficiente para nuestra salvación. Haz, Señor, que comprendamos estas verdades fundamentales.

Y haz que comprendamos, cómo nosotros, sí, nosotros, pobre arcilla humana tomada en tus manos, milagrosas, nos hemos transformado en ministros de esta tu única mediación eficaz (Cf. S. Th. III, 26, 1 ad 1). Corresponderá a nosotros, en cuanto representantes tuyos y administradores de tus divinos misterios(Cf. 1 Cor 4,1; 1 Petr 4, 10) difundir los tesoros de tu palabra, de tu gracia, de tus ejemplos entre los hombres, a los cuales desde hoy está dedicada totalmente y para siempre toda nuestra vida (Cf. 2 Cor 4, 5).

Esta misma mediación ministerial nos sitúa, hombres frágiles y humildes como seguimos siendo, en una posición, sí, de dignidad y de honor (Cf. 2 Cor 4, 5), de potestad,(Cf. 1 Cor 11, 24-25; Jn 20-33; Hech 1, 2 2 ; 1 Petr 5, 2 etc.) de ejemplaridad (Cf. 1 Cor 4, 16; 11, 1; Phil 3, 17; 1 Petr. 5, 3), que califica moral y socialmente nuestra vida y tiende a asimilar el sentimiento de nuestra conciencia personal al mismo que embargó tu divino corazón, oh Cristo, (Cf. Phil 2, 5; Eph 5, 1) habiéndonos convertido nosotros también, casi conviviendo contigo, en Ti, (Gal 2, 2) en sacerdotes y víctimas al mismo tiempo, (Cf Gal 2, 19) dispuestos a cumplir con todo nuestro ser, como Tú, Señor, la voluntad del Padre, (Cf. Gal 2, 19) obedientes hasta la muerte, como lo fuiste Tú hasta la muerte de cruz (Cf. Phil 2, 8.) para salvación del mundo (Cf. 1 Cor 11, 26).

Pero ahora, Señor, lo que quisiéramos entender mejor, es el efecto sicológico que el carácter representativo de nuestra misión debe producir en nosotros y la doble polarización de nuestra mentalidad. de nuestra espiritualidad y también de nuestra actividad hacia los des términos que encuentran en nosotros el punto de contacto y de simultaneidad: Dios y el hombre, en una analogía viviente y magnífica contigo, Dios y hombre.

Dios tiene en nosotros su instrumento vivo, su ministro y por tanto su intérprete, el eco de su voz; su tabernáculo, el signo histórico y social de su presencia en la humanidad, el hogar ardiente de irradiación de su amor hacia los hombres. Este hecho prodigioso (haz, Señor, que nunca lo olvidemos) lleva consigo un deber, el primero y el más dulce de nuestra vida sacerdotal: el de la intimidad con Cristo, en el Espíritu Santo y por lo mismo contigo, ¡oh Padre! (Cf. Jn 16, 27) ; es decir, el de una vida interior auténtica y personal, no sólo celosamente cuidada en el pleno estado de gracia, sino también voluntariamente manifestada en un continuo acto reflejo de conciencia, de coloquio, de suspensión amorosa, contemplativa (Cf. S. Greg., Regula Pastoralis I: contemplatione suspensus).

 La reiterada palabra de Jesús en la última Cena: « manete in dilectione mea »(Jn 15, 9; 15, 4 etc) se dirige a nosotros, amadísimos Hijos y Hermanos. En este anhelo de unión con Cristo y con la revelación, abierta por El en el mundo divino y humano, está la primera actitud característica del ministro, hecho representante de Cristo e invitado, mediante el carisma del Orden sagrado, a personificarlo existencialmente en sí mismo. Esto es algo importantísimo para nosotros, es indispensable. Y no creáis que esta absorción de nuestra consciente espiritualidad en el coloquio íntimo con Cristo, detenga o frene el dinamismo de nuestro ministerio, es decir, retrase la expansión de nuestro apostolado externo, o quizá sirva también para evadir la molesta y pesada fatiga de nuestra entrega al servicio de los demás, la misión que se nos ha confiado; no, ella es el estímulo de la acción ministerial, la fuente de energía apostólica y hace eficiente la misteriosa relación entre el amor a Cristo y la entrega pastoral (Cf. Jn 21, 15 ss).

Más aún, es así como nuestra espiritualidad sacerdotal de representantes de Dios ante el Pueblo, se orienta hacia su otro polo, de representantes del Pueblo ante Dios. Y esto, fijaos bien, no sólo para prodigar a los hombres, amados por amor a Cristo, toda la actividad, todo nuestro corazón, sino también y en una fase anterior sicológica, para asumir nosotros su representación: en nosotros mismos, en nuestro afecto, en nuestra responsabilidad, recogemos al Pueblo de Dios. Somos no sólo ministros de Dios, sino también ministros de la Iglesia (Cf. Enc. Mediator Dei, AAS, 1947, p. 539); más aun, deberemos tener siempre presente que el Sacerdote cuando celebra la Santa Misa, hace « populi vices » (Pío XII, Magnificate Dominum, AAS, 1954 p. 688); y así, por lo que se refiere a la validez sacramental del sacrificio, el sacerdote actúa « in persona Christi »; mientras que en cuanto a la aplicación actúa como ministro de la Iglesia. (Cfr. Ch. Journet, L’Eglise du Verbe Incarné, I, p. 110, n. 1, 1° ed.; Cf. S. Th. III, 22, 1; Cf. 2 Cor. 5, 11).

Pidamos pues al Señor que nos infunda el sentido del Pueblo que representamos y que llevamos en nuestra misión sacerdotal y en nuestro corazón de consagrados a su salvación; del Pueblo que reunimos en comunidad eclesial, que convocamos en torno al altar, de cuyas necesidades, plegarias, sufrimientos, esperanzas, debilidades y virtudes somos intérpretes. Nosotros constituimos, en el ejercicio de nuestro ministerio cultual, el Pueblo de Dios.

Nosotros hacemos coincidir en nuestro carácter representativo y ministerial las diversas categorías que componen la comunidad cristiana: los niños, los jóvenes, la familia, los trabajadores, los pobres, los enfermos y también los lejanos y los adversarios. Nosotros somos el amor que une a las gentes de este mundo. Somos su corazón. Somos su voz, que adora y ruega, que goza y llora. Nosotros somos su expiación (Cf. 2 Cor 5, 21). Somos los mensajeros de su esperanza.

Haz, Señor, que comprendamos. Tenemos que aprender a amar así a los hombres. Y también a servirlos así. No nos costará estar a su servicio, al contrario, esto será nuestro honor y nuestra aspiración. No nos sentiremos nunca apartados socialmente de ellos, por el hecho de que seamos y debamos ser distintos en virtud de nuestro oficio. No rehusaremos jamás ser para ellos hermanos, amigos, consoladores, educadores y servidores. Seremos ricos con su pobreza y pobres en medio de sus riquezas. Seremos capaces de comprender sus angustias y de transformarlas no en cólera y en violencia, sino en la energía fuerte y pacífica de obras constructivas. Sabremos estimar que nuestro servicio sea silencioso (Cf. Mt. 6, 3.), desinteresado (Cfr Mt 10, 8) y sincero en la constancia, en el amor y en el sacrificio; confiados en que tu poder, Señor, lo hará un día eficaz (Cf. Jn 4, 37). Tendremos siempre delante y dentro del espíritu, a la Iglesia, una, santa, católica, en peregrinación hacia la meta eterna; y llevaremos grabada en la memoria y en el corazón nuestro lema apostólico: Pro Chisto ergo legatione fungimur (2 Cor 5, 20).

Mira, Señor; estos nuevos sacerdotes, estos nuevos diáconos harán propia la divisa, la consigna de ser embajadores tuyos, tus heraldos, tus ministros en esta tierra bendita de Colombia, en este cristiano continente de América Latina.

Tú, Señor, los llamaste, Tú los has revestido ahora de la gracia, de los carismas, de los poderes de la ordenación, sacerdotal en unos y diaconal en otros. Haz, que todos sean siempre ministros fieles tuyos.

Nos te suplicamos, Señor, que, mediante su ministerio y su ejemplo, se conserve la fe católica en estos países; se encienda con nueva luz y resplandezca en la caridad operante y generosa; Te pedimos que su testimonio haga eco al de sus Obispos y robustezca el de sus hermanos, a fin de que todos sepan alimentar la verdadera vida cristiana en el Pueblo de Dios; que tengan la lucidez y la valentía del Espíritu para promover la justicia social, para amar y defender a los Pobres, para servir con la fuerza del amor evangélico y con la sabiduría de la Iglesia, madre y maestra, a las necesidades de la sociedad moderna; y, finalmente, Te suplicamos que, recordando este Congreso, ellos busquen y gusten en el misterio eucarístico la plenitud de su vida espiritual y la fecundidad de su ministerio pastoral. ¡Te lo pedimos! ¡Escúchanos, Señor!  

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A BOGOTÁ

INAUGURACIÓN DE LA II ASAMBLEA GENERAL DE LOS OBISPOS DE AMÉRICA LATINA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Sábado 24 de agosto de 1968

Venerados, queridos, carísimos Hermanos:

BENEDICAMUS DOMINO! Bendecimos y damos gracias al Señor que nos concede este fraternal encuentro. Saludamos a todos y a cada uno de vosotros con la veneración, con el afecto, con la profundidad y la riqueza de sentimientos que la caridad de nuestro Señor y la elección común al gobierno pastoral y al servicio generoso de la Iglesia pueden suscitar en el corazón del humilde sucesor de Pedro. Y con vosotros saludamos y bendecimos a todos los Obispos y Ordinarios de América Latina, representados aquí por vosotros, a los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas y a todos los fieles, a toda la Santa Iglesia católica de este gran continente.

Venerables Hermanos! No podemos ocultaros la viva emoción que invade nuestro espíritu en estos momentos. Nos mismo estamos maravillado de encontrarnos entre vosotros. La primera visita personal del Papa a sus Hermanos y a sus Hijos en América Latina, no es en verdad un sencillo y singular hecho de crónica; es, a nuestro parecer, un hecho histórico, que se insiere en la larga, compleja y fatigosa acción evangelizadora de estos inmensos territorios y que con ello la reconoce, la ratifica, la celebra y al mismo tiempo la concluye en su primera época secular; y, por una convergencia de circunstancias proféticas, se inaugura hoy con esta visita un nuevo período de la vida eclesiástica. Procuremos adquirir conciencia exacta de este feliz momento, que parece ser por divina providencia conclusivo y decisivo.

Quisiéramos deciros tantas cosas sobre vuestro pasado misionero y pastoral y rendir honor a cuantos han trazado los surcos del Evangelio en estos campos tan amplios, tan inaccesibles, tan abiertos y tan difíciles al mismo tiempo para la difusión de la fe y para la sincera vitalidad religiosa y social. Ha sido plantada la Cruz de Cristo, ha sido dado el nombre católico, se han realizado esfuerzos sobrehumanos para evangelizar estas tierras, se han llevado a cabo grandes e innumerables obras, se han conseguido, con escasez de hombres y de medios, resultados dignos de admiración, en resumen, se ha difundido por todo el continente el nombre del único Salvador Jesucristo, ha sido construida la Iglesia, ha sido difundido un Espíritu cuyo calor e impulso hoy estamos sintiendo. ¡Dios bendiga la grande obra! Dios bendiga a aquellos que han gastado su vida. ¡Dios bendiga a vosotros, Hermanos carísimos que estáis consagrados a esta empresa gigantesca!

La obra, como todos sabemos, no está acabada. Más aún, el trabajo realizado denuncia sus límites, pone en evidencia las nuevas necesidades, exige algo nuevo y grande. El porvenir reclama un esfuerzo, una audacia, un sacrificio que ponen en la Iglesia un ansia profunda. Estamos en un momento de reflexión total. Nos invade como una ola desbordante, la inquietud característica de nuestro tiempo, especialmente de estos Países, proyectados hacia su desarrollo completo, y agitados por la conciencia de sus desequilibrios económicos, sociales, políticos y morales. También los Pastores de la Iglesia, -¿no es verdad?- hacen suya el ansia de los pueblos en esta fase de la historia de la civilización; y también ellos, los guías, los maestros, los profetas de la fe y de la gracia advierten la inestabilidad que a todos nos amenaza. Nos compartimos vuestra pena y vuestro temor, Hermanos. Desde lo alto de la mística barca de la Iglesia, también Nos y no en menor grado, sentimos la tempestad que nos rodea y nos asalta. Pero escuchad también de nuestros labios, Hermanos, vosotros - personalmente más fuertes y más valientes que Nos mismo -, la palabra de Jesús, con la cual El, presentándose entre las olas borrascosas, en una noche llena de peligros, gritó a sus discípulos que navegaban: « Soy Yo, no temáis » (Matth. 14, 27). Sí, Nos queremos repetiros esa exhortación del Maestro: « No temáis » (Luc. 12, 32). Esta es para la Iglesia una hora de ánimo y de confianza en el Señor.

Permitid que condensemos brevemente en algunos párrafos lo mucho que tenemos en el corazón, para vuestro momento presente y para vuestro próximo futuro. No esperéis de Nos tratados completos; las reuniones de vuestra segunda Asamblea General del Episcopado Latino americano que sabemos preparadas con tanto esmero y competencia, abordarán más a fondo vuestros problemas. Nos limitamos a indicaros una triple dirección a vuestra actividad de Obispos, sucesores de los Apóstoles, custodios y maestros de la fe y Pastores del Pueblo de Dios.

Una orientación espiritual, en primer lugar. Entendemos, ante todo una orientación espiritual personal. Ninguno ciertamente querrá impugnar que nosotros, Obispos llamados al ejercicio de la perfección y a la santificación de los demás, tengamos un deber inmanente y permanente de buscar para nosotros mismos la perfección y la santificación. No podemos olvidar las exhortaciones solemnes que nos fueron dirigidas en el acto de nuestra consagración episcopal. No podemos eximirnos de la práctica de una intensa vida interior. No podemos anunciar la palabra de Dios sin haberla meditado en el silencio del alma. No podemos ser fieles dispensadores de los misterios divinos sin habernos asegurado antes a nosotros mismos sus riquezas. No debemos dedicarnos al apostolado, si no sabemos corroborarlo con el ejemplo de las virtudes cristianas y sacerdotales.

Estamos muy observados: « spectaculum facti sumus » (1 Cor. 4, 9): el mundo nos observa hoy de modo particular con relación a la pobreza, a la sencillez de vida, al grado de confianza que ponemos para nuestro uso en los bienes temporales; nos observan los ángeles en la transparente pureza de nuestro único amor a Cristo que se manifiesta tan luminosamente en la firme y gozosa observancia de nuestro celibato sacerdotal; y la Iglesia observa nuestra fidelidad a la comunión, que hace de todos nosotros uno, y a las leyes, que siempre debemos recordar, de su ensambladura visible y orgánica. Dichoso nuestro tiempo atormentado y paradójico, que casi nos obliga a la santidad que corresponde a nuestro oficio tan representativo y tan responsable, y que nos obliga a recuperar en la contemplación y en la ascética de los ministros del Espíritu Santo aquel íntimo tesoro de personalidad del cual casi nos proyecta fuera la entrega a nuestro oficio extremamente acuciante.

Y después, haciendo puente entre nosotros y nuestro rebaño, las virtudes teologales asumen para nuestra alma y la del prójimo toda su soberana importancia. Nos hicimos una llamada a la Iglesia para celebrar un « año de la fe », como memoria y homenaje a la fecha centenaria del martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y también a vosotros ha llegado el eco de Nuestra solemne profesión de fe. La fe es la base, la raíz, la fuente, la primera razón de ser de la Iglesia, bien lo sabemos. Y sabemos cómo la fe es insidiada por las corrientes más subversivas del pensamiento moderno.

La desconfianza, que, incluso en los ambientes católicos se ha difundido acerca de la validez de los principios fundamentales de la razón, o sea, de nuestra « philosophia perennis », nos ha desarmado frente a los asaltos, no raramente radicales y capciosos, de pensadores de moda; el « vacuum » producido en nuestras escuelas filosóficas por el abandono de la confianza en los grandes maestros del pensamiento cristiano, es invadido frecuentemente por una superficial y casi servil aceptación de filosofías de moda, muchas veces tan simplistas como confusas: y éstas han sacudido nuestro arte normal, humano y sabio de pensar la verdad; estamos tentados de historicismo, de relativismo, de subjetivismo, de neo-positivismo, que en el campo de la fe crean un espíritu de crítica subversiva y una falsa persuasión de que para atraer y evangelizar a los hombres de nuestro tiempo, tenemos que renunciar al patrimonio doctrinal, acumulado durante siglos por el magisterio de la Iglesia, y de que podemos modelar, no en virtud de una mejor claridad de expresión sino de un cambio del contenido dogmático, un cristianismo nuevo, a medida del hombre y no a medida de la auténtica palabra de Dios.

Desafortunadamente también entre nosotros, algunos teólogos no siempre van por el recto camino. Tenemos gran estima y gran necesidad de la función de teólogos buenos y animosos; ellos pueden ser providenciales estudiosos y valientes expositores de la fe, si se conservan discípulos inteligentes del magisterio eclesiástico, constituido por Cristo en custodio e intérprete, por obra del Espíritu Santo, de su mensaje de verdad eterna.

Pero hoy algunos recurren a expresiones doctrinales ambiguas, se arrogan la libertad de enunciar opiniones propias, atribuyéndoles aquella autoridad que ellos mismos, más o menos abiertamente, discuten a quien por derecho divino posee carisma tan formidable y tan vigilantemente custodiado, incluso consienten que cada uno en la Iglesia piense y crea lo que quiere, recayendo de este modo en el libre examen que ha roto la unidad de la Iglesia misma y confundiendo la legítima libertad de conciencia moral con una mal entendida libertad de pensamiento que frecuentemente se equivoca por insuficiente conocimiento de las genuinas verdades religiosas.

No toméis con desagrado, venerables Hermanos, constituidos maestros y pastores del Pueblo de Dios, si os repetimos y os exhortamos, en virtud del mandato dado por Cristo a Pedro de « confirmar a los Hermanos » (cfr. Luc. 22, 32), con las mismas palabras del Apóstol: « resistite fortes in fide » (1 Petr. 5, 9).

Ya comprendéis como de este principio nacen otros tantos criterios de vitalidad espiritual, con doble beneficio, es decir para nosotros y para el rebaño que se nos ha confiado. Y entre ellos sean los principales los siguientes. Los Hechos de los Apóstoles nos los recuerdan, a saber, la oración y el ministerio de la palabra (Act. 6, 4).

Con respecto a esto, lo sabéis todo. Pero permitid que os recomendemos por lo que se refiere a la oración, la aplicación de la reforma litúrgica, en sus hermosas innovaciones y en sus normas disciplinares, pero’ sobre todo en sus finalidades primordiales y en su espíritu: purificar y dar autenticidad al verdadero culto católico, fundado sobre el dogma y consciente del misterio pascual que encierra, renueva y comunica; y asociar el Pueblo de Dios a la celebración jerárquica y comunitaria de los santos ritos de la Iglesia, al de la Misa, con conocimiento familiar y profundo, en ambiente de sencillez y de belleza (os recomendamos en particular el canto sagrado, litúrgico y colectivo), ejercitando no sólo formalmente sino también sincera y cordialmente la caridad fraterna. En cuanto al ministerio de la palabra, todo lo que se haga en favor de una instrucción religiosa de todos los fieles, una instrucción popular y cultural, orgánica y perseverante, estará bien hecho; no debe existir por más tiempo el analfabetismo religioso entre las poblaciones católicas.

Y estará bien todo ejercicio directo de la predicación o de la instrucción, que vosotros Obispos, singularmente y como grupos canónicamente constituidos, tengáis a bien proporcionar al Pueblo de Dios. Hablad, hablad, predicad, escribid, tomad posiciones, como se dice, en armonía de planes y de intenciones, acerca de las verdades de la fe, defendiéndolas e ilustrándolas, de la actualidad del evangelio, de las cuestiones que interesan la vida de los fieles y la tutela de las costumbres cristianas, de los caminos que conducen al diálogo con los Hermanos separados, acerca de los dramas, ora grandes y hermosos, ora tristes y peligrosos, de la civilización contemporánea. La Constitución Pastoral del Concilio « Gaudium et Spes » ofrece enseñanzas y estímulos de gran riqueza y de alto valor.

Llegamos así a la orientación pastoral que nos hemos propuesto presentar a vuestra atención. Estamos en el campo de la caridad. Valga lo que hemos dicho hasta aquí para trazar las primeras líneas de esta dirección, que por su naturaleza debe desarrollarse en muchas líneas prácticas, según las exigencias de la caridad.

Nos parece oportuno llamar la atención a este respecto sobre dos puntos doctrinales: el primero es la dependencia de la caridad para con el prójimo de la caridad para con Dios. Conocéis los asaltos que sufre en nuestros días esta doctrina de clarísima e incontestable derivación evangélica: se quiere secularizar el cristianismo, pasando por alto su esencial referencia a la verdad religiosa, a la comunión sobrenatural con la inefable e inundante caridad de Dios para con los hombres; su referencia al deber de la respuesta humana, obligada a osar amarlo y llamarlo Padre y en consecuencia llamar con toda verdad hermanos a los hombres,. para librar el cristianismo mismo de « aquella forma de neurosis que es la religión » (Cox), para evitar toda preocupación teológica y para ofrecer al cristianismo una nueva eficacia, toda ella pragmática, la sola que pudiese dar la medida de su verdad y que lo hiciese aceptable y operante en la moderna civilización profana y tecnológica.

El otro punto doctrinal se refiere a la Iglesia institucional, confrontada con otra presunta Iglesia llamada carismática, como si la primera, comunitaria y jerárquica, visible y responsable, organizada y disciplinada, apostólica y sacramental, fuese una expresión del cristianismo ya superada, mientras la otra, espontánea y espiritual, sería capaz de interpretar el cristianismo para el hombre adulto de la civilización contemporánea y de responder a los problemas urgentes y reales de nuestro tiempo. No tenemos necesidad de hacer ante vosotros, a quienes « Spíritus Sanctus posuit episcopos regere ecclesiam Dei » (Act. 20, 28), la apología de la Iglesia, como Cristo la fundó y como la tradición fiel y coherente nos la entrega hoy en sus líneas constitucionales que describen el verdadero Cuerpo místico de Cristo vivificado por el Espíritu de Jesús.

Nos bastará reafirmar nuestra certeza en la autenticidad y en la vitalidad de nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica, con el propósito de conformar cada vez más su fe, su espiritualidad, su aptitud para acercar y salvar la humanidad (tan diversa en sus múltiples condiciones y ahora tan mudable), su caridad que comprende todo y todo lo soporta (cfr. 1 Cor. 13, 7), con la misión salvadora que Cristo le confió. Haremos, sí, un esfuerzo de inteligencia amorosa para comprender cuanto de bueno y de admisible se encuentre en estas formas inquietas y frecuentemente erradas de interpretación del mensaje cristiano; para purificar cada vez más nuestra profesión cristiana y llevar estas experiencias espirituales, ya se llamen seculares unas, ya carismáticas otras, al cauce de la verdadera norma eclesial (cfr. 1 Cor. 14, 37: « Si quis videtur propheta esse aut spiritualis, cognoscat quae scribo vobis, quia Domini sunt mandata » ; y Enc. « Mystici Corporis » sobre la distinción abusiva entre la Iglesia jurídica y la Iglesia de la caridad: AAS, 1943, pág.. 223-225; Journet, L’Eglise du Verbe Incarné 1, introd. XII).

Estas alusiones nos llevan a recomendar vuestra caridad pastoral algunas categorías de personas a las cuales va nuestro pensamiento entrañable. Las indicamos brevemente, en exigencia del común interés apostólico, no para decir cuanto ellas merecerían; bien sabemos que están ya presentes en esta asamblea que se ocupa de ellas; por tanto nos limitamos a alentar vuestro estudio.

La primera categoría es la de los Sacerdotes. Nos sea consentido dirigirles un pensamiento afectuosísimo desde esta sede y en estos momentos. Los Sacerdotes están siempre dentro de nuestro espíritu, en nuestro recuerdo. Lo están también en nuestra estima y en nuestra confianza. Lo están en la visión concreta de la actividad de la Iglesia: son vuestros primeros e indispensables colaboradores, son los más directos y más empeñados « dispensadores de los misterios de Dios » (1 Cor. 4, l), es decir, de la palabra, de la gracia, de la caridad pastoral; son los modelos vivientes de la imitación de Cristo; son, con nosotros, los primeros participantes del sacrificio del Señor; son nuestros hermanos, nuestros amigos (cfr. Io. 15, 15); debemos amarlos mucho, cada vez más. Si un Obispo concentrase sus cuidados más asiduos, más inteligentes, más pacientes, más cordiales, en formar, en asistir, en escuchar, en guiar, en instruir, en amonestar, en confortar a su Clero, habría empleado bien su tiempo, su corazón y su actividad.

Trátese de dar a los Consejos presbiterales y pastorales la consistencia y la funcionalidad queridas por el Concilio; se prevenga prudentemente, con paternal comprensión y caridad en cuanto sea posible toda actitud irregular e indisciplinada del Clero; se procure interesarlo en las cuestiones del ministerio diocesano y sostenerlo en sus necesidades; se ponga todo cuidado en reclutar y en formar a los Alumnos seminaristas; se asocien también los Religiosos y las Religiosas, según sus aptitudes y posibilidades, a la actividad pastoral. Así, concentrando en el Clero las atenciones mejores, estamos seguros de que este método dará el fruto esperado, el de una Iglesia viva, santa, ordenada y floreciente en toda América Latina.

Después, venerados Hermanos, proponemos a vuestra sapiente caridad los jóvenes y los estudiantes. No se acabaría nuestro discurso si quisiésemos decir algo sobre este tema. Os baste saber que lo consideramos digno del máximo interés y de grandísima actualidad. De ello estáis todos vosotros perfectamente convencidos.

Este recuerdo nos lleva a recomendaros, con no menor calor, otra categoría de hombres, sean o no sean fieles: los trabajadores, del campo, de la industria y similares.

Hemos llegado así al tercer punto que ponemos a vuestra consideración: el social. No esperéis un discurso, también éste sería interminable en materia social, especialmente en América Latina. Nos limitamos a algunas afirmaciones que siguen a las que hemos hecho en los discursos de estos días.

Recordamos, ante todo, que la Iglesia ha elaborado en estos últimos años de su obra secular, animadora de la civilización, una doctrina social suya, expuesta en documentos memorables que haremos bien en estudiar y en divulgar. Las Encíclicas sociales del Pontificado Romano y las enseñanzas del Episcopado mundial no pueden ser olvidadas ni deben faltarles su aplicación práctica. No juzguéis parcial nuestra indicación si os recordamos la más reciente de la Encíclica sociales: la « Populorum Progressio ».

Una mención particular merecerían también muchos de vuestros documentos; como la « Declaración de la Iglesia Boliviana » de febrero último; como la del Episcopado Brasileño, de noviembre de mil novecientos sesenta y siete, titulada « Misión de la Jerarquía en el mundo de hoy »; como las conclusiones del « Seminario Sacerdotal » celebrado en Chile de octubre a noviembre de mil novecientos sesenta y siete; como la Carta Pastoral del Episcopado Mexicano sobre el « Desarrollo e Integración del País », publicada en el primer aniversario de la Encíclica « Populorum Progressio »; y recordaremos igualmente la amplia carta de los Padres Provinciales de la Compañía de Jesús, reunidos en Río de Janeiro en el mes de mayo de este año y el Documento de los Padres Salesianos de América Latina reunidos recientemente en Caracas. Las testificaciones, por parte de la Iglesia, de las verdades en el terreno social no faltan: procuremos que’ a las palabras sigan los hechos. Nosotros no somos técnicos; somos, sin embargo, Pastores que deben promover el bien de sus fieles y estimular el esfuerzo renovador que se está actuando en los Países donde se desarrolla nuestra respectiva misión.

Nuestro primer deber en este campo es afirmar los principios, observar y señalar las necesidades, declarar los valores primordiales, apoyar los programas sociales y técnicos verdaderamente útiles y marcados con el sello de la justicia, en su camino hacia un orden nuevo y hacia el bien común, formar Sacerdotes y Seglares en el conocimiento de los problemas sociales, encauzar Seglares bien preparados a la gran obra de la solución de los mismos, considerándolo todo bajo la luz cristiana que nos hace descubrir al hombre en el puesto primero y los demás bienes subordinados a su promoción total en tiempo y a su salvación en la eternidad.

Tendremos también nosotros deberes que cumplir. Estamos informados de los rasgos generosos realizados en algunas diócesis que han puesto a disposición de las poblaciones necesitadas las propiedades de terrenos que les quedaban, siguiendo planes bien estudiados de reforma agraria que se están actuando. Es un ejemplo que merece alabanza y también limitación, allí donde ésta sea prudente y posible. De todas formas, la Iglesia se encuentra hoy frente a la vocación de la Pobreza di Cristo. Existen en la Iglesia personas que ya experimentan las privaciones inherentes a la pobreza, por insuficiencia a veces de pan y frecuentemente de recursos; sean confortadas, ayudadas por los hermanos y los buenos fieles y sean bendecidas. La indigencia de la Iglesia, con la decorosa sencillez de sus formas es un testimonio de fidelidad evangélica; es la condición, alguna vez imprescindible, para dar crédito a su propia misión; es un ejercicio, a veces sobrehumano de aquella libertad de espíritu, respecto a los vínculos de la riqueza, que aumenta la fuerza de la misión del apóstol.

¿La fuerza! Sí; porque nuestra fuerza está en el amor: el egoísmo, el cálculo administrativo separado del contexto de las finalidades religiosas y caritativas, la avaricia, el ansia de poseer como fin de sí mismo, el bienestar superfluo, son obstáculos para el amor, son en el fondo una debilidad, son una ineptitud para la entrega personal al sacrificio. Superemos estos obstáculos y dejemos que el amor gobierne nuestra misión confortadora y renovadora.

Si nosotros debemos favorecer todo esfuerzo honesto para promover la renovación y la elevación de los pobres y de cuantos viven en condiciones de inferioridad humana y social, si nosotros no podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos de un mismo País, sin poner en acto un plan efectivo para remediar las condiciones insoportables de inferioridad que frecuentemente sufre la población menos pudiente, nosotros mismos repetimos una vez más a este propósito: ni el odio, ni la violencia, son la fuerza de nuestra caridad.

Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no podemos escoger ni el del marxismo ateo, ni el de la rebelión sistemática, ni tanto menos el del esparcimiento de sangre y el de la -anarquía. Distingamos nuestras responsabilidades de las de aquellos que, por el contrario, hacen, de la violencia un ideal noble, un heroísmo glorioso, una teología complaciente. Para reparar errores del pasado y para curar enfermedades actuales no hemos de cometer nuevos fallos, porque estarían contra el Evangelio, contra el espíritu de la Iglesia, contra los mismos intereses del pueblo, contra el signo feliz de la hora presente que es el de la justicia en camino hacia la hermandad y la paz.

¡La Paz! Vosotros recordáis el gran interés que la Iglesia tiene por ella y Nos, personalmente, que de ella, junto con la fe, hemos hecho uno de los motivos más relevantes de nuestro pontificado. Pues bien, aquí, durante la celebración del sacramento eucarístico, símbolo y fuente de unidad y de paz, repetimos nuestros augurios por la paz; la paz verdadera que nace de los corazones creyentes y fraternos; la paz entre las clases sociales en la justicia y en la colaboración; la paz entre los pueblos mediante un humanismo iluminado por el Evangelio; la paz de América Latina; vuestra paz.

La transformación profunda y previsora de la cual, en muchas situaciones actuales, tiene necesidad, la promoveremos amando más intensamente y enseñando a amar, con energía, con sabiduría, con perseverancia, con actividades prácticas, con confianza en los hombres, con seguridad en la ayuda paterna de Dios y en la fuerza innata del bien. El Clero ya nos comprende. Los jóvenes nos seguirán. Los pobres aceptarán gustosos la buena nueva. Es de esperar que los economistas y los políticos, que ya entreven el camino justo, no serán ya un freno, sino un estímulo, en la vanguardia.

Hemos tenido que decir una buena palabra, aunque grave, en defensa de la honestidad del amor y de la dignidad de la familia con nuestra reciente Encíclica. La gran mayoría de la Iglesia la ha recibido favorablemente con obediencia confiada, aun comprendiendo que la norma por Nos reafirmada comporta un fuerte sentido moral y un valiente espíritu de sacrificio. Dios bendecirá esta digna actitud cristiana. Esta no constituye una ciega carrera hacia la superpoblación; ni disminuye la responsabilidad ni la libertad de los cónyuges a quienes no prohíbe una honesta y razonable limitación de la natalidad; ni impide las terapéuticas legítimas ni el progreso de las investigaciones científicas. Esa actitud es una educación ética y espiritual, coherente y profunda; excluye el uso de aquellos medios que profanan las relaciones conyugales y que intentan resolver los grandes problemas de la población con expedientes excesivamente fáciles; esa actitud es, en el fondo, una apología de la vida que es don de Dios, gloria de la familia, fuerza del pueblo.

Os exhortamos, Hermanos, a comprender bien la importancia de la difícil y delicada posición que, en homenaje a la ley de Dios, hemos creído un deber reafirmar; y os rogamos que queráis emplear toda posible solicitud pastoral y social a fin de que esa posición sea mantenida, corno corresponde a las personas guiadas por un verdadero sentido humano, y ojalá que también la vivida discusión que nuestra Encíclica ha despertado conduzca a un mayor conocimiento de la voluntad de Dios, a un proceder sin reservas y a que nuestro servicio a las almas en estas grandes dificultades pastorales y humanas lo realicemos con corazón de Buen Pastor.

El Episcopado de América Latina, en su segunda Asamblea General, desde el puesto que le compete, ante cualquier problema espiritual, pastora1 y social, prestara su servicio de verdad y de amor en orden a la construcción de una nueva civilización, moderna y cristiana.

ORDEN EPISCOPAL A DOCE SACERDOTES DE CUATRO CONTINENTES

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo
Lunes 6 de enero de 1969

EL DON, LA LUZ, LA VIDA DE APOCALIPSIS

¡Hermanos más venerados, hijos más amados!

Hoy la Iglesia celebra el misterio de la Epifanía, el designio divino según el cual "agradó a Dios en su bondad y en su sabiduría revelarse y manifestar el misterio de su voluntad ( Efesios 1, 9), por el cual a través de Cristo, Verbo hecho carne, los hombres tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina (cf. Ef . 2, 18; 2 Petr . 1, 1). De hecho, con esta revelación Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim , 1, 17) en su gran amor habla a los hombres como a amigos (cf. Ex . 33, 11; Io . 15, 14-15). ), y entretiene con ellos (cf. (Const. Dei Verbum , no. 2). 

Es la fiesta del Apocalipsis. Es el festival de Bav. 3, 38) para invitarlos y admitirlos a la comunión con el Yo "de la manifestación de Dios, en un orden nuevo, diferente y superior, no contrario al de su cognoscibilidad racional en el marco de la naturaleza; una manifestación, que nos abre en cierta medida, pero inmensamente rica e inefable, una visión superior de las verdades divinas en sí mismas, del designio divino sobre nosotros y, por tanto, sobre la verdad de nuestro ser y de nuestra salvación, e inaugura una relación maravilloso, sobrenatural, entre Dios y el hombre, establece a partir de ahora una relación vital, una verdadera religión, una comunión entre la Realidad viva y trascendente de la Divinidad y nuestras personas individuales, incluso con la humanidad que acoge el don, la luz, la vida de esta Revelación.

La Revelación, esta luz celestial, tiene su momento polifacético pero preciso en el tiempo, en la historia, en la realidad humana, social y visible; momento, como decíamos, que irradia su plenitud en Cristo; pero, después de él y por disposición de él, nos llega a través de una transmisión, una tradición; es decir, a través de un ministerio humano, vehículo de la Revelación, un magisterio: los Apóstoles, que por mediación única y original de Cristo, coordinan su mediación, subordinada e instrumental, pero indispensable, como canal, alimentado por el carisma de su elección, hecho por Cristo mismo ( Io . 6, 70; 15, 16), y de su función institucional y permanente ( Mateo 28, 19; Luc.. 10, 16); carisma, no procedente de la "communio fidelium", sino encaminado a su edificación. Los Apóstoles con los hombres de su círculo, escribieron el anuncio de la salvación; y luego, "para que el Evangelio se conservara siempre intacto y vivo en la Iglesia, dejaron a los Obispos como sus sucesores, confiándoles su propio lugar de maestros" (como, haciendo la voz de la tradición, enseña San IRENEO, Adv. Haer . 111, 3, 1; PG 7, 848; Const. Dei Verbum , n. 7).

REPRESENTANTES CUALIFICADOS DE CRISTO:MINISTROS DE SUS PODERES

Y aquí somos entonces llevados lógica y gozosamente a considerar en vosotros, venerados y amados Hermanos, que hoy hemos asumido en el orden del Episcopado y agregado al Colegio de los Obispos, el misterio de la Epifanía, el plan de la Revelación. 

Ustedes son herederos de este tesoro de verdad revelada, son custodios del "depósito " ( 1 Tim . 6, 20), son representantes calificados de Cristo, son ministros de sus poderes magisteriales, sacerdotales y pastorales; y con respecto a la Iglesia, ustedes representan al Señor en la forma más auténtica y plena; "Donde aparezca el obispo, la comunidad debe reunirse allí (voz de San Ignacio de Antioquía, Esmirna. 8, 2), de modo que donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica D; sois vosotros los encargados, y como tales los responsables, y con tanta plenitud, y tan exigentes que la caridad tenga su expresión evangélica más perfecta en el Obispo y lo cualifique como quien pone toda su vida en identificarse. a sí mismo en el amor que se da a sí mismo (cf. Io 15, 13) y que hace del seguimiento de Cristo la norma saliente y determinante de su existencia (cf. Io 21, 19 y 22).

Sois, pues, como nadie más que vosotros, consagrados al servicio de la Iglesia: esta es la idea recurrente de la Tradición en todos los discursos sobre el Episcopado; Entre las muchas voces recordemos una, la de Orígenes, que afirma el Obispo: « Qui vocatur. . . ad episcopatum non ad principatum vocatur, sed ad servitutem totius Ecclesiae "( In Is . hom. VI, 1; PG 13, 239). San Agustín no dejará de repetir: " Vobis non tam praeesse, sed prodesse delectet " ( Serm . 140, 1; PL 38, 1484).

LA EXTRUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE LOS APÓSTOLES DE TODOS LOS TIEMPOS

Pero para volver al pensamiento que ahora ocupa nuestro espíritu con la liturgia de hoy, habrá que recordar la relación múltiple que existe entre el Apóstol, y con él quien es su sucesor, y la revelación divina. Nadie más que él lo recibe, lo escucha, lo medita, lo hace suyo; las palabras de Jesús en los discursos de la Última Cena nos enseñan y nos lo repiten ( Io . 15, 14; etc.; Mc 4, 11): ustedes son los discípulos por excelencia de la revelación. Y nadie es más guardián que tú de esta herencia de la verdad divina, guardián en su fiel textualidad ( 1 Tim . 6, 20) y guardián en su implementación práctica ( Luc . 11, 28; I. 14, 15; 21, 23). Y a ti, más que a nadie en la Iglesia de Dios, se promete el derramamiento del Espíritu Santo, que da inteligencia y abre las profundidades de la revelación ( Io . 14, 26; 15, 26). Y como oyentes privilegiados, maestros de la doctrina divina, estáis hechos: el magisterio es uno de los poderes mayores y específicos confiados por Cristo a sus Apóstoles y a quienes los suceden en la difusión del mensaje de verdad y salvación, que es precisamente el Evangelio. ( Matth. 28, 20). Y con el testimonio del magisterio. 

La doctrina de la fe no se impone por sí misma, como si anunciadas, como verdades de orden racional, pudieran ser aceptadas y difundidas por su evidencia intrínseca; está fundada en la palabra de Dios y de Cristo y de quien es fiel testigo de ella (cf. Lc . 24, 48; Hch 1, 8, etc.; 10, 39), autoritaria y decisiva (cf. Gál . 1, 8); Const. Dei Verbum , n. 10; Denz.-Sch . 3884 3887 / 2313-2315). Y, con testimonio, el peligro, el riesgo, la elección de la verdad divina a costa, si es necesario, de la propia vida (cf. lo. 16, 2; Hebr . 10, 20 ss.; 11, 1 ss.) .

SÍGUENOS, IMITADORES, IMÁGENES VIVAS DEL SEÑOR

Ustedes se han convertido con nosotros, con todo el Episcopado católico, queridos hermanos, ministros y testigos de Cristo (cf. Hch 26, 16), defensores del Evangelio ( Fil 1,16 ), segregados para servir al Evangelio ( Rm 1, 1), los confesores del Evangelio (cf. Rom . 1, 16). Por tanto, la Palabra de Dios debe impregnar nuestra vida para establecer una relación viva de parentesco espiritual con Cristo ( Luc . 11, 28); nosotros los discípulos, nosotros los seguidores, nosotros los imitadores, nosotros las imágenes vivientes del Señor (cf. 1 Co 4, 16; 11 1; 1 Petr. 5, 3); debemos, en cierto modo, personificar, encarnar la Palabra de Dios en nuestra vida humilde, para que su revelación, a través de nuestro ministerio y nuestro ejemplo, siga brillando en la Iglesia de Dios y en el mundo. La nuestra es mucha, grave: somos, dijo Jesús, la luz del mundo ( Mat . 5, 14); esta luz no puede, no debe apagarse. Este es el sentido, este es el valor del acto sacramental, ahora realizado en vuestras personas: hemos hecho de vosotros una llama ardiente de la verdad y la caridad del Maestro: ¡oh! Que siempre se quemen y se consuman quemando y difundiendo la luz pascual de Cristo.

FE PURA Y COHERENTE INTEGRAL Y GRAN FIDELIDAD

No te diremos nada más sobre el célebre y consumado misterio: después de todo, ya lo sabes todo. Pero aceptaréis algunas exhortaciones que Nosotros, que tenemos el honor, el oficio, de engendraros en el Episcopado (cf. 1 Co 4, 15), llevamos en el corazón no sólo por el vuestro, sino más aún por Nuestra edificación. , para que nuestra gratitud, nuestra aceptación, responda lo más dignamente posible a tal favor divino.

En primer lugar pensamos que nuestra primera actitud hacia nuestra vocación episcopal es la fe, como en los Magos, como en todo creyente, una fe pura e integral hacia la verdad revelada; una coherente y grandiosa fidelidad a los deberes que conlleva. Esta no es una actitud original, porque concierne a todo cristiano, pero en nosotros Maestros, en nosotros Pastores, en nosotros Obispos, esta actitud debe ser perfecta y ejemplar. 

Si alguna vez la ortodoxia ha de caracterizar a un miembro de la Iglesia, primero de nosotros, sobre todo de nosotros, la ortodoxia debe profesarse clara y firmemente. Hoy, como todo el mundo ve, la ortodoxia, es decir, la pureza de la doctrina, no parece ocupar el primer lugar en la psicología de los cristianos; cuántas cosas, cuántas verdades se cuestionan y se dudan; cuánta libertad se reclama en relación al auténtico patrimonio de la doctrina católica, no sólo para estudiarla en sus riquezas, para profundizarla y explicarla mejor a los hombres de nuestro tiempo, sino a veces para someterla a ese relativismo, en el que el pensamiento profano experimenta su precariedad y en el que busca su nueva expresión, es decir, adaptarlo y casi conmensurarlo con el gusto moderno y la capacidad receptiva de la mentalidad actual.

 Hermanos, somos fieles y confiamos en que en la medida misma de nuestra fidelidad al dogma católico, no la sequedad de nuestra enseñanza, ni la sordera de la generación actual mortificará nuestra palabra, sino su fecundidad, su vivacidad, su capacidad. .para penetrar encontrarán su inherente y prodigiosa virtud (cf. no sólo para estudiarlo en sus riquezas, para profundizarlo y explicarlo mejor a los hombres de nuestro tiempo, sino a veces para someterlo a ese relativismo, en el que el pensamiento profano experimenta su precariedad y en el que busca su nueva expresión, o para adaptarlo y como para adecuarlo al gusto moderno y la capacidad receptiva de la mentalidad actual. Hermanos, somos fieles y confiamos en que en la medida misma de nuestra fidelidad al dogma católico, no la sequedad de nuestra enseñanza, ni la sordera de la generación actual mortificará nuestra palabra, sino su fecundidad, su vivacidad, su capacidad..para penetrar encontrarán su inherente y prodigiosa virtud (cf.Hebr . 4, 12; 2 Cor . 10, 5).

LA VOCACIÓN DE TODOS LOS PUEBLOS Y TODAS LAS ALMAS

Ce que Nous avons dit sur la jalouse observance de l'orthodoxie doctrinale, n'est pas en contradiction avec anxiété pastorale ni avec habileté didactique soucieuses de communiquer aux hommes de notre temps le message de la révélation sous une forme et dans un langage qui le rendent plus aceptable, dans une Certainine mesure plus compréhensible, et en tout cas béatifiant.

Aujourd'hui le mystère de l'Epiphanie, c'est-à-dire de la révélation chrétienne, demand à être considéré par les hommes comme la vraie et la plus alta vocación de l'humanité, vocación de tous les peuples et de toutes les âmes. Tous et chacun de ces peuples et de ces âmes doivent savoir découvrir en eux-mêmes de secrètes et profundes prédispositions à La foi chrétienne: ils doivent reconnaître dans la foi chrétienne la interpretación sublime de ces prédispositions, c'est-à-dire leur façon caractéristique d'incarner une humanité "capaz de Dieu"; No puedo encontrar la oferta appel à la plénitude de vie que seul le christianisme peut leur en una expresión toujours nouvelle et moderne. Rappelons-nous Saint Paul: "Je me dois - disait-il - aux Grecs et aux Barbares, aux savants et aux ignorants" ( Rom. 1, 14).

" EGO ELEGI VOS ET POSUI VOS UT EATIS ET FRUCTUM AFFERATIS "

Así Hermanos, el Verbo de quien somos guardianes se hará apostólico, es decir, se difundirá y se hará misionero. Esta demanda pertenece al Apocalipsis como propia. La fiesta que estamos celebrando, la Epifanía, nos enseña que es el Plan de Dios que la vocación cristiana y la economía de la salvación sean universales. Es también una exigencia que se convertirá en potencia activa en quien tiene el singular destino de ser elegido para el oficio de magisterio y ministerio del evangelio, en el grado superior de esa elección, la elección al episcopado. "Yo te escogí", dice el Señor, "y te comisioné para que salieras y dieras fruto" ( Io. 15, 16). Es parte de la intención de Dios para la Revelación que brille en las tinieblas del mundo, no solo sin ninguna discriminación preconcebida, sino con la mayor difusión posible. Pero esta difusión exige un servicio encomendado a hombres encargados de ella. exige hermanos; exige pastores; exige maestros que lleven el mensaje del evangelio de salvación a los hombres; exige apóstoles; exige obispos. Se os ha confiado este servicio de la verdad y de la fe: un servicio que hace responsable ante Dios, Cristo, la Iglesia y el mundo, a quien se ha encomendado. "Es un deber que me ha sido impuesto", clama San Pablo, "¡Debería ser castigado si no predicara el Evangelio"! Exige celo, coraje, espíritu de iniciativa,ibíd .).

LAS MARAVILLOSAS CARACTERÍSTICAS DEL BUEN PASTOR

Este deber episcopal, esto es, él de anunciar el mensaje de la revelación divina, es muy grave y hasta puede parecer superior a nuestras fuerzas. Sin embargo, aquí que otra actitud completa la sicología moral del heraldo del Evangelio. Yes the fortaleza is a virtud feature del Obispo - especialmente en este tiempo lleno de dificultades para el ejercicio autorizado del ministerio, hoy frecuenti contestado, y del magisterio, también hoy frecumente extenuado por la crítica, por la duda, por el arbitrio doctrinal Pastor bueno no debe temer. 

Tendrá que perfeccionar con sensibilidad sicológica (cf. Mat . 11, 16; Io . 2, 25), con mansedumbre humilde (cf. Mat . 11, 29), con espíritu de sacrificio (cf. Io . 10, 15;2 Cor . 12, 15), su arte de guiar a los hombres, hijos y hermanos, y de hacerles amar esa obediencia en cuya esfera se desarrolla toda la economía de la redención (cf. Fil . 2, 8; Hebr . 13, 7, 17) ); pero no deberá temer. El Obispo no está solo; Cristo está con él ( Io . 14, 9; Mateo 28, 20). Lo asiste un carisma del Espíritu ( Mateo 10, 20; lo. 15, 18 y sigs.). Ejercicio habitual del dominio de sí mismo y de la conciencia de la realidad espiritual, en la que ha sido llamado a vivir, será él de la confianza en el Señor, él del abandono a su voluntad ya su providencia (cf. Luc. 22, 35). Nós, al terminar estas palabras, recordaremos a vosotros, Hermanos, a Nos mismo y también a cuantos Nos escuchan, la advertencia de Jesús: " In mundo pressuram habebitis, sed confidite, Ego vici mundum " ( Io . 16, 33).

La autenticidad À NUESTRO TESTIGO DE CRISTO

¿Cómo concluye Nuestro discurso?

Concluye con la reconfirmación de la función del Obispo para proteger y difundir el mensaje de la revelación. Tratando de reconocer esta función como deseada por Cristo, daremos gracias a Dios " qui dedit potestatem talem hominibus " ( Mat . 9, 8). Lo honraremos reconociendo que es necesario y beneficioso, siendo un ministerio de verdad y caridad, indispensable para nuestro camino por el camino de la salvación. Los obispos, investidos de este oficio, haremos todo lo posible por ejercerlo en la humildad del servicio, en la fidelidad de la interpretación, en la virtud propia de la Palabra de Dios. De él la docilidad de la escucha y el consuelo que él mismo , favorecido por el "sensus fidei »puede venir a nuestra misión. No prestaremos atención al destino que puede derivar nuestra predicación, ya sea feliz o peligrosa (cf. 2 Ti . 2, 9; 40, 15, 20-21); sólo prestaremos atención a la autenticidad de nuestro testimonio, " ut non evacuetur crux Christi " ( 1 Cor . 1, 1.7 ss.). «A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén "( Apoc . 1, 6).

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

HOMILIA DE PABLO VI

Miércoles, 19 de marzo de 1969

¡Queridos hermanos e hijos!

La fiesta de hoy nos invita a meditar en San José, padre legal y putativo de Jesús, nuestro Señor, y declaró, por esta función que ejerció hacia Cristo, durante la infancia y la juventud, protector de la Iglesia, que de Cristo continúa en el tiempo. y refleja la imagen y misión en la historia.

Es una meditación que, en un principio, parece carecer de materia: ¿qué de él, San José, conocemos, además del nombre y algunos acontecimientos de la época de la infancia del Señor? No se registra ninguna palabra de él en el Evangelio; su lenguaje es el silencio, es la escucha de las voces angelicales que le hablan en sueños, es la obediencia pronta y generosa que se le pide, es el trabajo manual expresado en las formas más modestas y fatigosas, las que le valieron a Jesús Ia título de "hijo del carpintero" ( Mateo 13, 55); y nada más: su vida parece oscura, la de un simple artesano, desprovisto de cualquier atisbo de grandeza personal.

Sin embargo, esta figura humilde, tan cercana a Jesús y María, la Virgen Madre de Cristo, una figura tan insertada en su vida, tan conectada con la genealogía mesiánica como para representar la descendencia fatídica y terminal de la progenie de David ( Mat.. 1, 20), si se observa con atención, se encuentra tan rica en aspectos y significados, como la Iglesia en el culto rendido a San José, y que la devoción de los fieles le reconoce, que una serie de diversas invocaciones sea ​​para él disturbios en forma de letanía. Un famoso y moderno Santuario, erigido en su honor, por iniciativa de un simple religioso laico, el hermano André de la Congregación de la Santa Cruz, el de Montreal, en Canadá, destacará con varias capillas, detrás del altar mayor, dedicadas todas a San José, los muchos títulos que me hacen protector de la infancia, protector de los esposos, protector de la familia, protector de los trabajadores, protector de las vírgenes, protector de los refugiados, protector de los moribundos. . .

Si se mira detenidamente esta vida tan modesta, parecerá más grande y más aventurero y aventurero de lo que el tenue perfil de su figura evangélica ofrece a nuestra apresurada visión. San José, el Evangelio lo define correctamente ( Matth. 1, 19); y el elogio más denso en virtud y más alto en mérito no podía atribuirse a un hombre de condición social humilde y evidentemente ajeno a la realización de grandes gestos. Un hombre pobre, honrado, trabajador, tímido tal vez, pero que tiene una vida interior propia e insondable, de la que le llegan órdenes y comodidades muy singulares, y de él se deriva la lógica y la fuerza, propia de las almas sencillas y claras, de las grandes decisiones. ., como la de poner inmediatamente su libertad, su legítima vocación humana, su felicidad conyugal a disposición de los designios divinos, aceptando la condición, la responsabilidad y la carga de la familia, y renunciando por un incomparable amor virgen al amor conyugal natural. que lo constituye y lo alimenta, para ofrecer, con total sacrificio,Matth . 1, 21), y que reconocerá a su hijo como fruto del Espíritu Santo, y solo para los efectos jurídicos y domésticos. Por tanto, un hombre, San José, "comprometió", como ahora se dice, por María, la elegida entre todas las mujeres de la tierra y de la historia, siempre su esposa virgen, no físicamente su esposa, y por Jesús, por virtud de ascendencia legal, no natural, su descendencia. Para él las cargas, las responsabilidades, los riesgos, los problemas de la pequeña y singular Sagrada Familia. A él el servicio, a él el trabajo, a él el sacrificio, a la tenue luz del cuadro evangélico, en el que nos gusta contemplarlo, y ciertamente, no mal, ahora que lo sabemos todo, llámalo feliz, bienaventurado.

Este es el Evangelio. En él, los valores de la existencia humana adquieren una medida diferente a aquella con la que habitualmente los apreciamos: aquí lo pequeño se vuelve grande (recordamos la efusión de Jesús, en el capítulo XI de San Mateo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas - ¡las cosas del reino mesiánico! - a los sabios y sabios, que has revelado a los pequeños ") ; aquí lo miserable se vuelve digno de la condición social del Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre; aquí lo que es resultado elemental de un trabajo artesanal fatigoso y rudimentario sirve para formar al operador del cosmos y del mundo en el trabajo humano (cf. Io . 1, 3; 5, 17), y para dar pan humilde a la mesa del Aquel que se definirá a sí mismo como "el pan de vida" ( Io. 6, 48).

 Aquí se reencuentra lo perdido por amor a Cristo (cf. Mt 10, 39 ), y quien sacrifica su vida en este mundo por él, la guarda para vida eterna (cf. Io 12, 25). San José es el tipo del Evangelio, que Jesús, habiendo dejado el pequeño taller de Nazaret, y habiendo comenzado su misión de profeta y maestro, anunciará como programa para la redención de la humanidad; San José es el modelo de los humildes a quienes el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas.

Y aquí la meditación desplaza la mirada, del santo humilde al cuadro de nuestras condiciones personales, como suele ocurrir en la disciplina de la oración mental; y establece una yuxtaposición, una comparación entre él y nosotros; una comparación de la que ciertamente no tenemos que jactarnos; pero de lo que podemos sacar un buen estímulo; imitación, ya que en nuestras respectivas circunstancias es posible; siguiendo, en el espíritu y en la práctica concreta, aquellas virtudes que encontramos tan rigurosamente delineadas en el Santo. De uno especialmente, del que se habla mucho hoy, de la pobreza. Y no nos dejaremos perturbar por las dificultades que nos presenta hoy, en un mundo enteramente orientado a la conquista de la riqueza económica, como si fuera contradictorio con la línea de progreso que es obligatorio seguir, y paradójico e irreal en una sociedad de bienestar y consumo. 

Repensaremos, con San José pobre y trabajador, y él mismo plenamente comprometido con ganarse la vida, cómo los bienes económicos son dignos de nuestro interés cristiano, con la condición de que no sean fines en sí mismos, sino medios para sostener la vida convertida. a otros bienes superiores; a condición de que los bienes económicos no sean objeto de un egoísmo codicioso, sino medio y fuente de caridad providente; siempre que, nuevamente, no se utilicen para eximirnos de la carga del trabajo personal y para autorizarnos a disfrutar fácil y suavemente de los llamados placeres de la vida, sino que se utilicen para el honesto y amplio interés del bien común.

Por tanto, un ejemplo para nosotros, San José. Intentaremos imitarlo; y como protector lo invocaremos, como la Iglesia, en los últimos tiempos, está acostumbrada a hacer, para sí misma, en primer lugar, con una reflexión teológica espontánea sobre la unión de la acción divina con la acción humana en la gran economía de la Redención, en el que la primera, la divina, es todo lo suficiente en sí mismo, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque de ningún elemento que pueda (cf. I. 15, 5), nunca está exenta de una colaboración humilde, pero condicional y ennoblecedora.

 Además, la Iglesia lo invoca como protector por un deseo profundo y actual de revivir su secular existencia de verdaderas virtudes evangélicas, que resplandecen en San José; y finalmente la Iglesia quiere que sea un protector por la inquebrantable confianza de que él, a quien Cristo quiso encomendar la protección de su frágil infancia humana, querrá continuar desde el Cielo su misión de proteger, guiar y defender la mística. Cuerpo de Cristo mismo, siempre débil, siempre amenazado, siempre dramáticamente inseguro.

Y luego invocaremos a San José para el mundo, confiando en que en el corazón, ahora bendecido con una sabiduría y un poder inconmensurables, del humilde trabajador de Nazaret hay todavía y siempre una singular y preciosa simpatía y benevolencia para toda la humanidad. Que así sea.

CONCELEBRACIÓN SOLEMNA DURANTE EL CONSISTORIO
EN LA BASÍLICA DEL VATICANO

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 1 de mayo de 1969

El rito solemne que realizamos aquí, rodeado de la corona de los nuevos Cardenales, creado por nosotros en el reciente Consistorio Secreto, y con nosotros celebrando el Divino Sacrificio, nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre lo que estamos haciendo. Es un evento memorable para la vida de la Iglesia; y Nosotros, precisamente por eso, hemos querido darle una importancia más válida y mística, dando a su celebración un sentido profundamente sagrado, convocando a todos ustedes, y a todos los que asisten a través de los medios de comunicación social, a esta Basílica, junto al sepulcro. del primer Romano Pontífice, alrededor del altar de los Divinos Misterios. Es una oportunidad que, en su valor íntimo, nos invita a todos a detenernos un momento, en el fondo de nuestra conciencia, para comprenderla plenamente, y sacar de ella el impulso para continuar con un compromiso renovado, con una alegría más intensa,

COMUNION DE ALMAS

¡Venerables hermanos y amados hijos! Este es un rito de comunión: y comunión de almas, que su presencia muy amplia y elegida hace más significativo y sentido.

Y es un rito de celebración: es la fiesta de San José, la virgen Esposa de la siempre Virgen María, Patrona de la Iglesia universal, a quien hoy veneramos en el aspecto humilde, discreto y pobre de la obra de Galilea. , apoyo válido e incansable. de la Sagrada Familia, imagen luminosa y discreta de la providencia del Padre Celestial.

El pensamiento, de esta referencia evocadora y persuasiva, se dirige espontáneamente al relato del Evangelio, enmarcado en la humilde escena de Nazaret, donde el Hijo de Dios vivió en sumisión, creciendo en sabiduría, edad y gracia ( Luc . 2, 51); nuestro pensamiento se dirige a la condición social, en la que Cristo quiso ser ciudadano de la tierra y hermano nuestro, en abierto contraste con la mentalidad actual, con nuestras pretensiones insatisfechas, con la voluntad humana de poder: tanto es así que, como el En el texto evangélico de esta Misa, sus conciudadanos "se asombraron y se preguntaron:" ¿De dónde sacas esta sabiduría y estos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María? ... ¿Dónde, entonces, ¿De dónde viene todo esto? ". Y se escandalizaron de él "( Mat . 13, 54-56).

Filius fabri : el escándalo de aquella época, presagio y preludio del escándalo de la Cruz (cf. Gá.. 5, 11), se ha convertido para la Iglesia en una fuente inagotable de admiración y éxtasis, de oración y contemplación, de examen de conciencia e incluso, a veces, de reproche. Pero la Iglesia, y con ella sus santos y sus instituciones, los humildes y los que sufren, los fieles herederos de los "Pobres de Yahvé" del Antiguo Testamento, ha permanecido y es fiel a este Evangelio textual; lo convierte en objeto de su continua meditación; y del Evangelio de la pobreza y humillación de Cristo extrae su tradición, su liturgia, sus obras caritativas, que realizan, profundizan, amplifican los elementos semifinales del origen evangélico, sin alterarlos, sin corromperlos, sin cambiarlos, pero trayendo ellos hasta su plenitud, y honrándolos con su amoroso respeto, como el árbol es el pleno cumplimiento de la semilla.

LLAMAMIENTO INCESIVO A. EVANGELIO

La pobreza de Nazaret, en su desnudez, en su despojo, en su fatiga, ha seguido siendo la escuela de los auténticos hijos de la Iglesia, a lo largo de los siglos: ha inspirado la generosidad de sus Pontífices y sus Obispos, sus sacerdotes y de sus hijos, dio lugar a sus grandes obras caritativas, aún características y activas, difundió su actividad misionera con esta conciencia: evangelizare pauperibus misit me , también, como su Fundador, enviado por él para anunciar la buena nueva a los pobres ( Luc . 4, 18; cf. Is . 61, 1).

Por tanto, de estas reflexiones surge una primera lección: el recurso continuo al Evangelio. Es nuestro deber. Es nuestra fuerza. Especialmente hoy debemos interesarnos por el misterio de la pobreza de Cristo. 

El Concilio habló de esto cuando dijo que "es necesario que la Iglesia, siempre bajo la influencia del Espíritu de Cristo, siga el mismo camino que siguió Cristo, es decir, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y el sacrificio. uno mismo "( Ad Gentes , 5); y que el espíritu de pobreza y amor son "la gloria y el signo de la Iglesia de Cristo" ( Gaudium et spes , 88). Lo hemos hablado desde nuestra primera encíclica Ecclesiam suam. , insistiendo en el deber que tenemos de "proponer a la vida eclesiástica aquellos criterios rectores que deben basar nuestra confianza más en la ayuda de Dios y en los bienes del espíritu, que en los medios temporales" ( AAS 56, 1964, 634); y proponer como ideal a perseguir, en la encíclica Populorum progressio , "orientarse hacia el espíritu de pobreza" (n. 21, AAS , 59, 1967, 267).

Quienes desean la renovación de la Iglesia también hablan de ella. Debemos aprovechar estas disposiciones, tan favorables a la pobreza de la Iglesia y a la formación del cristiano moderno en el espíritu de pobreza. En un momento en que las riquezas económicas del mundo están creciendo inmensamente, nosotros, la Iglesia, estamos regresando más fielmente como discípulos de la pobreza de Cristo. 

No desafiar al mundo por su progreso, sino con un doble propósito: en primer lugar, recordarnos que solo en la fuerza espiritual, en la gracia, en la imitación de Cristo, debemos poner nuestra confianza, según la advertencia del Evangelio: toda codicia, porque la vida de nadie depende de la abundancia, de los bienes que posee "( Luc.. 12, 15); en segundo lugar, trabajar por el buen uso de la riqueza, que debe ser utilizada para el pan de los pobres, para la mejor distribución de los bienes temporales, para el servicio del hombre: que QUIERES decir, en una palabra, según el feliz expresión de Nuestro predecesor Juan XXIII, "una disposición permanente a derramar lo mejor de sí mismos en los demás" ( Pacem in terris ; AAS . 55, 1963, 266).

Pero el pensamiento se ensancha, se hace más complejo: la pobreza, en la historia del mundo, ha estado íntimamente ligada a la condición del trabajo, especialmente de los más humildes, más despreciados, expuestos a la arbitrariedad y el abuso. Es una ley misteriosa, consecuencia del primer pecado, por la cual el dolor físico, el cansancio manual, el sudor de la frente, la miseria espiritual y material han entrado en el mundo. Ahora bien, aunque Cristo era el Hijo de Dios, no quiso escapar de esta ley: también en esto era verdaderamente el "Hijo del Hombre".

 En la escuela de San Giuseppe, Cristo fue un trabajador: trabajó, sudoró, trabajó durante los treinta años de su vida oculta. Pero con esa aceptación del trabajo que hizo, la antigua condición de humillación y fatiga se transfiguró: y el trabajo, conservando el elemento bivalente de la actividad saludable y la fatiga dolorosa,Gen . 1, 28), permitiéndonos también compartir los sentimientos de Cristo y seguir sus ejemplos.

LA OBRA DE HONORES DE LA IGLESIA

A la luz y con la enseñanza de Cristo obrero, la Iglesia considera el trabajo en su verdadera, noble y elevada utilidad: tanto como actividad y desarrollo y pedagogía del hombre, como como conquista y dominio de la tierra, según el designio primitivo de Dios, por eso la Iglesia honra la obra, toda obra en la que ve reflejada la gloria del primer hombre, creado a imagen de Dios, y, sobre todo, la humildad mansa y oculta de Cristo. La Iglesia honra el trabajo, sea manual, artesanal, artístico, técnico o científico, lo alienta y lo bendice, porque ve en él el instrumento de la mutua colaboración humana, expresión visible de los lazos de fraternidad y ayuda, que unen al género humano, como en un inmenso abrazo. La Iglesia ve en el trabajo una gran escuela de caridad,2 Tes . 3, 10).

Por lo tanto, todos los hombres deben participar en el trabajo: las funciones se dividen, las habilidades se distinguen, los logros se comparten. Desafortunadamente, la semilla de la división, traída al mundo por el pecado, continúa operando de una manera nefasta y, especialmente en este campo, a menudo con una licencia de iniquidad. Lamentablemente, de estas divisiones naturales surgen dolorosas desigualdades que, como hemos dicho, deben ser fuente de equilibrio, realización y cooperación mutua: aquí las diversas clases, que alguna vez estuvieron de acuerdo, en el signo de la civilización cristiana vivida, se oponen el uno al otro; aquí la clase obrera fue menos afortunada, de hecho, en ciertas situaciones, oprimida y humillada. De ahí las luchas, que han dejado un signo de profunda perturbación en nuestro tiempo, caracterizado por ellas, y que,

En este estado de cosas, la Iglesia ha tomado su posición conocida: las encíclicas sociales de los Papas de la era moderna, desde la Revum novarum en adelante, están ahí para atestiguar la defensa que ella ha hecho y está haciendo de los trabajadores. , por una mejor justicia social. Pero esta defensa del trabajo, en nombre de la dignidad de la persona humana, sigue necesitando nuestro trabajo. Las razones son conocidas: hoy en día hay demasiados pueblos que aún no se han desarrollado adecuadamente; las clases trabajadoras siguen estando en gran parte excluidas del bienestar y la seguridad social; con preocupante alarma, las desigualdades económicas ya se han resuelto; a veces se utiliza al hombre como herramienta, según los implacables cálculos de las leyes económicas. Por tanto, es necesario, por nuestra parte, una acción incansable, que sea ​​sin miedo y sin vacilación, que también se cumpla en Nomine Domini, en el nombre del Señor, porque es Él quien lo quiere. Como señalamos en Nuestra encíclica Populorum progressio , el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.

De esta conciencia, frente a la cual nadie debe considerarse exento de un serio examen de conciencia, surgen las resoluciones que la gracia divina, brotando del Sacrificio Eucarístico, debe suscitar en nuestro corazón como en un terreno bien preparado.

Debemos amar la pobreza, porque Cristo la amó, quien "rico como era, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" ( 2 Co 8, 9). Debemos ponerlo en práctica, haciéndonos pobres y vacíos ante Dios, porque él "colma de bien a los hambrientos y despide a los ricos vacíos" (cf. Lc 1, 53), separándonos de los bienes terrenales y entregando lo superfluo a los que tiene necesidad (cf. Lc 11, 41). Hay que amar a los pobres, en cierto modo sacramento de Cristo, porque en ellos --en los hambrientos, los sedientos, los exiliados, los desnudos, los enfermos, los prisioneros-- quiso místicamente identificarse (cf. Mat.. 25, 31-46); debemos ayudarlos, sufrir con ellos y también seguirlos, porque la pobreza es el camino más seguro para la plena posesión del Reino de Dios.

EL DEBER DE FAVORAR A LOS PUEBLOS NECESITADOS

Junto a estas intenciones personales, aquí están las que deben surgir de la conciencia de las naciones, en el sentido de responsabilidad que todas las involucran por el bien y por la paz del mundo: es el deber inagotable de favorecer a los pueblos necesitados de mayor desarrollo. Y esto no con violencia, sino con la mansedumbre del Evangelio; pero con la fuerza moral de la justicia; pero con la carga explosiva del amor.

Que este programa tan moderno sea el compromiso de la Iglesia del tiempo presente; que sea nuestro compromiso de las personas, de las instituciones, de los pueblos, para que el Evangelio sea verdaderamente anunciado a todas las almas y no encuentre obstáculos en la obstinación o insensibilidad de nadie, especialmente de los que llevan el nombre de pila.

Oh San José, Patrón de la Iglesia; tú que, junto al Verbo Encarnado, trabajaste todos los días para ganarte el pan, sacando de él la fuerza para vivir y trabajar duro; tú que has vivido la angustia del mañana, la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo: tú que irradias hoy, en el día de tu fiesta litúrgica, el ejemplo de tu figura, humilde ante los hombres pero muy grande ante Dios: mira al inmensa familia, que se te ha confiado. Bendice a la Iglesia, empujándola cada vez más por el camino de la fidelidad evangélica; proteger a los Trabajadores en su dura existencia diaria, defendiéndolos del desánimo, de la revuelta negadora, así como de las tentaciones del hedonismo; reza por los pobres, que continúan en la tierra la pobreza de Cristo, despertando para ellos la providencia continua de sus hermanos más dotados; y guarden la Paz en el mundo, esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos, y en la plena realización de las esperanzas humanas: por el bien de la humanidad, por la misión de la Iglesia, por la gloria de la Santísima Trinidad. Amén.

ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILIA DE PABLO VI

Capilla Sixtina - Sábado 11 de octubre de 1969

Hermanos!

Como bien sabéis, el Concilio reciente ha puesto de relieve el carácter comunitario de la Iglesia como un aspecto constitutivo fundamental de la misma. Esto, considerado solo, no dice todo sobre la Iglesia, que en una observación más adecuada aparece como el cuerpo místico de Cristo, unido en unidad y en distinción de órganos y funciones; pero la comunión, en su doble referencia de comunión en Cristo con Dios y comunión en Cristo con los creyentes en él y virtualmente con toda la humanidad, ha interesado particularmente la meditación del Concilio, especialmente cuando ha enfatizado la comunión que intercede en el episcopado; y recordando que el Episcopado sucede legítimamente a los Apóstoles, y que éstos constituían una clase particular, elegida y querida por Cristo, Parecía una feliz intención retomar el concepto y término de colegialidad, refiriéndolos al orden episcopal. "Como San Pedro y los demás apóstoles, el Concilio dice, por voluntad del Señor, unum Collegium apostolicum constituunt, pari ratione Romanus Pontifex, sucesor Petri, et Episcopi, successores Apostolorum, inter se contiunguntur" (Lumen gentium , n. 22).

De modo que fuimos los primeros en sacar un agradecido deber de esta recreación del designio divino sobre el oficio apostólico, que anuncia el mensaje de fe al Pueblo de Dios y confiere los misterios de la gracia, y los guía en su camino de tierra y en el tiempo., deber, digamos, de conferir una eficacia más amplia y eficaz al carácter colegiado del Episcopado, guiándose en ello por la concepción básica de la fraternidad, que une a todos los seguidores de Cristo en comunión, y que en los Obispos se enriquece con mayor plenitud, como herederos de aquellos títulos que el mismo Cristo atribuyó a los discípulos escogidos, a quienes llamó Apóstoles ( Luc . 6, 13), confidentes del misterio del reino de Dios ( Mc 4 , 11), sus amigos ( Io.15 , 14) -15), sus testigos (Actuar . 1, 8), y destinado a la gran misión de anunciar y llevar a cabo el Evangelio ( Mt 28, 19), con espíritu de humildad ( Io 13, 14) y de servicio ( Luc . 22, 26), "en opus ministerii, in aedificationem corporis Christi "( Efesios 4, 12).

Creemos que ya hemos dado prueba de nuestra voluntad de dar un aumento práctico a la colegialidad episcopal, tanto estableciendo el Sínodo de los Obispos, reconociendo las Conferencias Episcopales, como asociando algunos Hermanos en el Episcopado y Pastores que residen en sus Diócesis al ministerio propiamente dicho. a nuestra Curia Romana; y, si la gracia del Señor nos ayuda y la armonía fraterna facilita nuestras relaciones mutuas, el ejercicio de la colegialidad en otras formas canónicas podrá desarrollarse más ampliamente. Las discusiones del Sínodo Extraordinario, definiendo la naturaleza y competencias de las Conferencias Episcopales, y sus relaciones, tanto con esta Sede Apostólica como entre ellas, podrán ilustrar la existencia y el aumento de la Colegialidad Episcopal en términos canónicos apropiados,

RESTRICCIÓN ESPECIAL

Pero antes de comenzar los trabajos del próximo Sínodo, detengámonos un momento, hermanos, en la celebración del misterio eucarístico, punto culminante de la unidad del cuerpo místico, para recordarnos no tanto el aspecto jurídico de la colegialidad. , ni de las expresiones en las que históricamente se ha manifestado, ni -lo que más importa, pero que suponemos presente en nuestras almas, el pensamiento de Cristo, que lo concibió e instituyó-, sino el valor moral y espiritual, cuya colegialidad debe asumir en cada uno de nosotros, y de todos juntos.

Reflexionemos aquí: existe entre nosotros, elegidos a la sucesión de los Apóstoles, un vínculo especial, el vínculo de colegialidad. ¿Qué es la colegialidad si no es más obligatoria una comunión, una solidaridad, una fraternidad, una caridad más plena que la relación de amor cristiano entre los fieles o entre los seguidores de Cristo asociados en otras clases diferentes?

 La colegialidad es caridad. Si la pertenencia al cuerpo místico de Cristo hace que San Pablo diga: " si quid patitur unum membrum, compatiuntur omnia membrana: sive gloriatur unum membrum, congaudent omnia membrana" ( 1 Cor.12, 26), ¿cuál debe ser la vibración espiritual de la sensibilidad común por el interés general y también particular de la Iglesia por quienes tienen mayores deberes en la Iglesia?

 La colegialidad es corresponsabilidad. Y qué manifestación más clara del carácter de sus auténticos discípulos quería el Señor que tuviese el grupo de Apóstoles sentados en la última cena de despedida, si no la del amor mutuo: "in hoc cognoscent omnes quia discipuli mei estis, si dilectionem habueritis ad invicem "( Yo. 13, 35). 

La colegialidad da un claro amor que los obispos deben cultivar entre sí. Y como la colegialidad nos sitúa a cada uno en el círculo de la estructura apostólica destinada a la edificación de la Iglesia en el mundo, nos obliga a la caridad universal. La caridad colegiada no tiene fronteras. ¿A quiénes, finalmente, si no a los fieles Apóstoles, ha dirigido el Señor sus recomendaciones extremas, sublimadas en la oración extática que concluye los discursos finales de la Última Cena: "ut unum sint" ( Io . 17, .23)? La colegialidad es unidad.

Así, pensamos, al tratar de las relaciones de los obispos agrupados en estas nuevas asociaciones territoriales, a las que se da el nombre de Conferencias Episcopales, así como de las relaciones de las mismas Conferencias con la Sede Apostólica y entre ellas, una consideración debe sobresalir sobre los demás, en nuestra alma, la de la caridad, que en la unidad de la fe debe informar la comunión jerárquica de la Iglesia.

COMUNIÓN FRATERNA

Por tanto, las directrices del progreso posconciliar de la comunión eclesial deben orientarse sobre estos dos principios, caridad y unidad, en ese nivel superior que está marcado por la colegialidad episcopal. Estas líneas nos parecen dos: una pretende rendir honor y confianza al orden episcopal; y será nuestro estudio reconocer en mayor medida a nuestros Hermanos en el Episcopado esa plenitud de prerrogativas y facultades que derivan del carácter sacramental de su elección para funciones pastorales en la Iglesia y de su comunión efectiva con esta Sede Apostólica; tampoco se ralentizará o interrumpirá esta línea, si la aplicación del criterio de subsidiariedad, al que va dirigida,Actuar . 4, 32) y defensores de emulaciones ambiciosas y egoísmos cerrados; Tampoco se negará si el otro criterio del pluralismo debe especificarse para que no toque la fe, que no puede admitirla, ni la disciplina general de la Iglesia, que no permite la arbitrariedad y la confusión en detrimento de la armonía fundamental del pensamiento. y costumbres en el equipo del Pueblo de Dios, y de la misma colegialidad exigente.

CORRESPONSABILIDAD

La otra línea, también generada por la alta estima que debemos a la reconocida colegialidad episcopal, que también será fielmente perseguida por nosotros, lleva al Episcopado a su participación más orgánica y a su corresponsabilidad más sólida en el gobierno de la Iglesia. .universal. Confiamos en que esto suceda, como con alegría y confianza escuchamos a muchos repetir, para el beneficio común, alivio y apoyo de nuestro creciente y oneroso esfuerzo apostólico, y un testimonio más claro de la fe única y la caridad sincera, que debe estar en el jerárquica de la Iglesia más que en ningún otro lugar y hoy más que nunca testificas con nuevo esplendor y mayor vigor. Y ya, como decíamos, emprendemos este camino, y por él, con la ayuda de Dios y con vuestro favor, venerables Hermanos, seguiremos.

 Pero también debe quedar claro al respecto que el gobierno de la Iglesia no debe asumir los aspectos y normas de regímenes temporales, hoy guiados por instituciones democráticas, a veces excesivas, o por formas totalitarias contrarias a la dignidad del hombre sujeto a ellos: el gobierno de la Iglesia tiene su propia forma original que pretende reflejar en sus expresiones la sabiduría y la voluntad de su divino Fundador. 

Y es en este sentido que debemos recordar nuestra responsabilidad suprema, que Cristo quiso encomendarnos entregando las llaves del reino a Pedro y haciéndolo la base del edificio eclesiástico, confiándole un carisma muy delicado, el de confirmando a los Hermanos. ( a veces excesivo, o de formas totalitarias contrarias a la dignidad del hombre que está sujeto a él: el gobierno de la Iglesia tiene una forma original propia que pretende reflejar en sus expresiones la sabiduría y la voluntad de su divino Fundador. 

 Responsabilidad que la Tradición y los Concilios atribuyen a nuestro ministerio específico como Vicario de Cristo, Jefe del Colegio Apostólico, Pastor Universal y Siervo de los Siervos de Dios, y que no puede ser condicionado por la autoridad, ni siquiera por la suma del Colegio Episcopal. , que primero queremos honrar, defender y promover, pero que no sería si no tuviera nuestro sufragio.

Caridad y unidad. Aquí está nuestra meditación en la apertura del Sínodo extraordinario en el que con esta concelebración del sacrificio eucarístico imploramos la luz y la asistencia del Espíritu Santo.

Quizás este no sea el momento, dedicado a la reflexión y afirmación de la colegialidad, en el día de la Divina Maternidad de María Santísima, de reunirnos con el alma íntimamente conmovida en la memoria de los Apóstoles en el Cenáculo, que, esperando el Paráclito, fueron "asiduos y estuvieron de acuerdo en la oración juntos. . . con María, Madre de Jesús "( Hch . 1, 14)? Y, en esta unión de espíritus, ¿no es todavía el momento de hacer nuestras las aclamaciones de la Liturgia del Jueves Santo? “Ubi caritas et amor, Deus ibi est. Congregavit nos in unum Christi amor. Exsultemus et en Ipso iucundemur. Timeamus et amemus Deum vivum. Et ex corde diligamus nos sincero ».

Amén. Amén.

ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILIA DE PABLO VI

Basílica liberiana de Santa Maria Maggiore
Sábado, 25 de octubre de 1969

¡Venerables hermanos e hijos, todos amados en Cristo!

Ciertamente, ninguno de nosotros se sorprenderá de esta "statio" nuestra, durante el Sínodo Extraordinario de los Obispos, en la Basílica de Santa María la Mayor, en este Santuario histórico y venerado de la piedad mariana, tan querido por la Iglesia de Roma; y cada uno de nosotros sentirá más bien una necesidad espontánea de renacer en nuestro interior para derramar plenamente nuestra devoción a la Virgen, en un momento en el que nuestra reflexión sobre nuestra vocación de pertenencia al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, es allí invita a la memoria y veneración de Aquel que fue del Cuerpo físico del Hijo de Dios, que se convirtió en el Hijo del hombre, la Madre santísima (cfr. S. AGUSTÍN, PL . 40, 399).

A veces puede suceder que también nosotros, revestidos del sacerdocio de Cristo, absortos en la intención de justificar el culto católico debido a María, en la polémica y en la disculpa hacia quienes cuestionan su legitimidad, o mitigan sus razones, estamos prontos a aducir los títulos bíblicos, teológicos, tradicionales, afectivos, con los que se configura la devoción a la Virgen, y dejemos que la expresión vivida y filial de nuestra piedad hacia ella languidezca un poco: quizás hoy, encontrando menos fácil la conversación piadosa y cordial que en el pasado con María, que ser Madre de Cristo según la carne es también espiritualmente Madre nuestra, Madre de la Iglesia. Pero aquí nosotros, reunidos en el Sínodo, o atraídos por su celebración y los temas que la hacen de interés común, hemos sentido un impulso feliz en nuestras almas,

ADORACIÓN MARIANA

Por tanto, al reflexionar de nuevo sobre la Iglesia, sobre su esencia de comunión jerárquica, sobre el hecho y el misterio de la fuerza generadora conferida a algunos elegidos y ministros del Pueblo de Dios, hemos vuelto a sentir la relación que existe entre María y el Pueblo de Dios. Iglesia, y especialmente entre aquellos miembros de la Iglesia, que en la Iglesia tienen la función particular de expresar la Palabra de Dios por el ministerio de la palabra, de derramar el Espíritu vivificante y santificador por medio de los sacramentos, de ejercer con autoridad el Servicio de orientación pastoral de los fieles en peregrinación temporal y escatológica, es decir, entre nosotros Sacerdotes y Pastores, y María Santísima. Debido a esta relación, estamos reunidos aquí esta noche.

LA MADONNA Y LA IGLESIA

Una relación de analogía: María es la Madre de Cristo, la Iglesia es la Madre de los cristianos; y cuanto más se hace evidente este aspecto de la Iglesia, más se refleja en su extensión histórica el misterio de la Encarnación desde su momento epifánico, Belén, en cada Iglesia local y en esta Iglesia romana, especialmente en esta Basílica, llamada "la Belén de Roma ”( Grisar ), entonces más fácil y más obediente se vuelve el acercamiento entre María y la Iglesia, la comparación, el parentesco. Aquí todos recordamos un pensamiento básico de la teología y la devoción marianas, un pensamiento antiguo, que el Concilio nos recordó ( Lumen Gentium. norte. 63), la de San Ambrosio, que define a María como "typus Ecclesiae" (PL 15, 1555) y nuevamente: "figura Ecclesiae" (PL 16, 326), a la que San Agustín se hace eco: " Ipsa (Maria) figuram in se sanctae Ecclesiae demostravit "( PL . 40, 661); porque la generación virginal de Jesús se reproduce místicamente en la generación materna y sobrenatural de la Iglesia con respecto a los fieles. Este paralelismo nos acerca aún más a María: toda la plenitud de gracia que hizo María la tota pulchra, ¿no tiene el santísimo, el inmaculado, alguna confirmación en la riqueza de la gracia, que fue derramada sobre nosotros, cuando la sagrada ordenación nos asimiló a Cristo en los carismas de la santidad y el poder ministerial? Siempre será bueno si hacemos de María nuestro espejo sacerdotal, speculum iustitiae. . .

La meditación continúa sin cesar y pasa de la esfera mística a la moral. María es el modelo de la Iglesia (cf. Lumen gentium , n. 53). Ella "contiene en eminencia todas las gracias y perfecciones" de la Iglesia ( Olier ); las que deberíamos y nos gustaría tener. María es maestra. Ella es una maestra para nosotros, que tenemos el oficio de ser, con doctrina y ejemplo, maestras del Pueblo de Dios ¿Y qué nos enseña María? ¡Oh! sabemos: todo el Evangelio.

AMOR FE ESPERANZA

¿Pero para nosotros, especialmente? ¿hoy dia?

El estudio se convierte en oración. Maria! enséñanos el amor; María recibe el amor; María, que concibió a Cristo por obra del Espíritu Santo, el Amor-Dios vivo, preside el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés, cuando el mismo Espíritu Santo invade el grupo de discípulos, en primer lugar los Apóstoles, y vivifica en la unidad y la caridad el cuerpo místico e histórico de los cristianos, humanidad redimida. Hemos venido aquí para implorar, por intercesión de María, la perenne continuación del mismo milagro, para sacar de ella, como de una fuente, un nuevo río del Espíritu Santo. Porque hemos redescubierto la comunión eclesial, que a nivel apostólico llamamos colegialidad, es decir, una intercomunión de caridad y eficacia apostólica, que en esta época fatídica del mundo y de la Iglesia queremos honrarla mejor y hacerla más eficaz en el sentimiento y la acción, a través del amor; ese Amor que dio a María la virtud de engendrar a Cristo, y que nos imploramos para que podamos realizar nuestra misión que genera a Cristo en el mundo. Y ante todo para nosotros pedimos este Amor, que en nosotros se llama gracia descendente y de nosotros subiendo en un "fiat", que se hace eco del de María, es nuestra oblación, es esa caridad que esperamos nunca se extinguirá en los años de la vida mortal para que arda para siempre en el inmortal.

 María, el amor que pedimos, el amor de Cristo, el amor único, el amor supremo, el amor total, el don de amor, el sacrificio de amor; enséñanos lo que ya sabemos y ya profesamos humilde y fielmente: ser inmaculados, como tu eres; ser castos, es decir, fieles a ese tremendo y sublime compromiso, que es nuestro sagrado celibato; hoy, que es tan discutido por muchos y mal entendido por algunos. 

Sabemos lo que es: es, incluso más que un estado, un acto continuo, una llama que arde siempre; es una virtud sobrehumana y, por tanto, necesita un apoyo sobrenatural. Tú, oh María, siempre Virgen, nos haces comprender ahora no sólo la esencia paradójica de este estado, propio del sacerdocio latino, y para el orden episcopal y el estado religioso también de las Iglesias orientales, sino el valor: heroicidad, belleza, alegría, fuerza; la fuerza y ​​el honor de un ministerio incondicional, todo ello encaminado a la dedicación e inmolación al servicio de los hombres; la crucifixión de la carne que es tan discutido por muchos y mal entendido por algunos.  Tú, oh María, siempre Virgen, nos haces comprender la crucifixión de la carne Virgen siempre, la crucifixión de la carneGal . 5, 24), milicia absoluta del reino de Dios; María, ayúdanos a comprender; para comprender de nuevo esta misteriosa llamada al seguimiento indivisible de Cristo (cf. Mt 19, 12). Ayúdanos a amar así.

Y la oración continúa. Hemos notado cómo las páginas del Concilio, dedicadas a Ti, o Virgo fidelis, reconocen en Ti una primera virtud; la primera virtud que nos une a Dios es la fe. Quien profundiza en el diagnóstico de las necesidades de esta hora tormentosa en la sociedad, y reflexionando en la Iglesia de Dios, ve que lo que más necesita la Iglesia para estar en comunión con Cristo, y por tanto con Dios y con los hombres, primero. Todo lo demás es fe, fe sobrenatural, fe sencilla, plena y fuerte, fe sincera, extraída de su verdadera fuente, la Palabra de Dios, y de su canal infalible, el magisterio instituido y garantizado por Cristo, la fe viva. . Oh Tú, "bendito por haber creído" ( Lc. 1, 45), consuélanos con tu ejemplo, obtén este carisma para nosotros. ¿Cómo seríamos seguidores de Cristo, si la duda, si la negación mortificara nuestra certeza? (cf. Io . 6, 67). ¿Cómo podríamos ser testigos, como apóstoles, si la verdad de la fe se oscureciera en nuestro espíritu?

Y luego, oh María, te pediremos tu ejemplo y tu intercesión por la esperanza. Spes nostra, ¡hola! También necesitamos esperanza, ¡y cuánta! Tú eres, María, cuando el Concilio concluye su gran lección sobre la Iglesia de Dios ( Lumen gentium , n . 68 ), imagen y comienzo de la Iglesia, que debe tener su cumplimiento en la era futura, por lo que en la tierra, resplandece ahora antes. el Pueblo de Dios como signo de cierta esperanza y consuelo, ¡oh Mater Ecclesiae !

SAGRADA ORDENACIÓN A 278 DIÁCONOS DE CADA CONTINENTE
EN EL 50 ANIVERSARIO DEL SACERDOCIO DEL SANTO PADRE

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo de Pentecostés, 17 de mayo de 1970

Hoy, Pentecostés, memoria del hecho-misterio, animador de la Iglesia, como Cuerpo místico de Cristo (porque Él, Cristo según la promesa ( I. 15, 26; 16, 7), le envió su Espíritu y todavía la hace vivir y respirar de este divino Paráclito), invadiendo así nuestra mente, que nos parece no sólo recordar ese acontecimiento, sino revivirlo, como si fuera nuestro habitual invocación: "Ven, Espíritu Santo", la realidad de su respuesta, de su presencia infundió en nosotros también una mínima pero viva experiencia de su venida beatificante, y nos aseguró que la corriente inefable de la historia que no muere, que es, de la vida sobrenatural, pasa a nuestros miembros mortales, mientras resuena en nosotros el eco del primer sermón pronunciado en la Iglesia naciente, el profético de Pedro: "Y sucederá, dice el Señor, que yo , en esos últimos días, derramará de mi Espíritu sobre toda carne, y tus hijos y tus hijas profetizarán,Actuar . 2, 17; Il. 2, 28). 

El Pentecostés nos toma a todos, nos hace reflexivos y conmovidos, mientras en nuestras almas resplandece un destello de una nueva claridad, la "luz de los corazones", llena de amor y de verdad. Es la fiesta del Espíritu Santo, es la fiesta de la Iglesia naciente e imperecedera, es la fiesta de las almas encendidas por la presencia divina interior. Es la fiesta de la sabiduría, la fiesta de la caridad, el consuelo, la alegría, la esperanza, la santidad. Es la inauguración de la civilización cristiana, Pentecostés.
Dos circunstancias se combinan para hacer que esta celebración sea singular y muy animada.

 El primero es el del cincuentenario de Nuestra ordenación sacerdotal. Cincuenta años no bastaron para borrar el recuerdo de esa belleza, sino en sí mismo un simple episodio de nuestra humilde existencia personal; hubiéramos preferido repensarlo en el silencio exterior y el recuerdo interior. Pero es precisamente la naturaleza misma de ese sacerdocio, que entonces nos fue conferido, lo que nos obliga a dejar que los que tienen el título reclamen su ministerio, y hoy es esta Nuestra amada Iglesia de Roma quien tiene este título, hoy es toda la Iglesia, igualmente querida católica, que sientan este aniversario y lo recuerden con los signos de su piedad y bondad. Esta solemne ceremonia nos dice:

EL SACERDOCIO Y LA CRUZ

Nos sentimos en la obligación de agradecer a todos, familiares y amigos, profesores y colaboradores, presentes y lejanos, conocidos y desconocidos; y resumir nuestro sentimiento por ellos en un solo testimonio autobiográfico, un punto original, porque todo Sacerdote puede hacerlo por sí mismo, pero es cierto: ¡ser Sacerdote realmente es una gran cosa! Y si la experiencia, a lo largo de los años, acrecienta el sentido de la relación intrínseca de Nuestro sacerdocio con la cruz del Señor, sin embargo, nunca agota su belleza y felicidad, para que cada día, cada año, cada aniversario renueve el disfrute de él, y le gustaría conocerlo, una penetración cada vez mayor (Cf. Io . 7, 38).

Así surge de la conciencia sacerdotal, a medida que se vuelve más madura y profunda, el canto de la Virgen: fecit mihi magna Qui potens est.or tanto, nos sentimos obligados, hoy como entonces, a celebrar la misericordia divina. Digamos: Gracias, Padre, que al no mirar nuestra pequeñez y más bien convertirla en sujeto de tu virtud activa, nos has dirigido tu vocación, la has validado con la de Pastor paterno y sabio, has consoló con la conversación de buenos y pacientes maestros y lo animó con el placer de vivir en su casa.

Gracias a Ti, oh Cristo, que nos has asociado vitalmente, indignos pero no en vano instrumentos, a tu ministerio de salvación y comunión, colocándonos en medio de nuestros hermanos con el corazón vuelto hacia la gente humilde, pero destinándonos luego a caminar. con un paso apresurado al lado de los jóvenes y para prestar un trabajo modesto y diligente a esta Sede Apostólica vuestra, todo y sólo por lo que fue vuestro amor, con amor seguidor, vuestra Iglesia.

Gracias a ti, oh Espíritu vivificante, que en el grave y dulce ministerio, durante cincuenta años, nos has inspirado y consolado, y todavía nos ayudas, para que no tengamos que traicionar, sino traducir la imagen. de nuestro Maestro Jesús, y siempre debemos tratar de ser santos de Ti, y santificarnos en Ti.
Entonces, oh Señor, tu voz volvió a llamarnos, tímidos e ineptos, más cerca de Ti, de Tu cruz, diciéndonos: Quien da la carga, dará la fuerza para llevarla; y la respuesta vino de nuestro corazón: en tu nombre, Señor, conforme a tu palabra.

"TRADITIO POTESTATIS"

Este, hermanos e hijos, es el testimonio que os debemos de nuestro Sacerdocio, del que vosotros, con tanta caridad, queréis recordar la larga duración, y anunciar así su no lejana decadencia terrena.

Pero otra circunstancia, verdaderamente pentecostal, llena de realidad y esplendor esta celebración festiva; y es la ordenación sacerdotal de estos diáconos.

¡Saludos a ustedes, queridos elegidos!
Tendríamos tantas cosas que contarte; pero la hora no permite largas conversaciones; y, además, no queremos introducir nuevos razonamientos en los muchos, que ya llenan vuestro ánimo, y que ciertamente habéis acumulado para este momento solemne. Intentamos resumir en una palabra todo lo que se puede decir y pensar sobre el evento que está a punto de ocurrir en su relación. Y la palabra es transmisión. Transmisión de un poder divino, de una prodigiosa capacidad de acción, que en sí misma pertenece sólo a Cristo. Traditio potestatis. Imagina que Cristo, por la imposición de nuestras manos y las palabras significativas que dan al gesto la virtud sacramental, cae de arriba y derrama su Espíritu, el Espíritu Santo, vivificante y poderoso, que entra en ti no solo, como en otros sacramentos, para habitar en vosotros, pero para permitiros realizar determinadas operaciones propias del sacerdocio de Cristo, para haceros sus ministros eficaces, para haceros vehículos de la Palabra y de la Gracia, modificando así vuestras personas, de modo que ellos pueden no sólo representar a Cristo, sino también actuar en cierta medida como él, por una delegación que imprime un "carácter" indeleble en vuestros espíritus, y os asimila a él, cada uno como un "alter Christus".

CARÁCTER INDELIBLE

Questo prodigio, ricordatelo sempre, avviene in voi, ma non per voi; è per gli altri, è per la Chiesa, ch’è quanto dire per il mondo da salvare. La vostra è una potestà di funzione, come quella d’un organo speciale a beneficio di tutto un corpo. Voi diventate strumenti, diventate ministri, diventate mancipi al servizio dei fratelli.
Voi intuite

 i rapporti che nascono da questa elezione fatta di voi: rapporti con Dio, con Cristo, con la Chiesa, con l’umanità. Voi comprendete quali doveri di preghiera, di carità, di santità, scaturiscono dalla vostra sacerdotale ordinazione. Voi intravedete quale coscienza dovrete continuamente formare in voi stessi per essere pari all’ufficio di cui siete investiti. Voi capite con quale mentalità spirituale ed umana dovrete guardare il mondo, con quali sentimenti e con quali virtù esercitare il vostro ministero, con quale dedizione e quale coraggio consumare la vostra vita in spirito di sacrificio uniti a quello di Cristo.

Voi sapete tutto questo, ma non cesserete di ripensarvi per quanto durerà - e sia lungo e sereno - il vostro terreno pellegrinaggio. Non temete mai, Figli e Fratelli carissimi. Non dubitate mai del vostro Sacerdozio. Non lo isolate mai dal vostro Vescovo e dalla sua funzione nella Santa Chiesa. Non lo tradite mai! Noi ora non vi diremo di più. Ma noi ripeteremo per voi la preghiera, come altra volta facemmo per novelli Sacerdoti da noi ordinati.

Ecco, oggi così noi preghiamo per voi.

Ven, Espíritu Santo, y da a estos ministros, dispensadores de los misterios de Dios, un corazón nuevo, que reavive en ellos toda la educación y preparación que han recibido, que percibe el sacramento que han recibido como una revelación sorprendente, y que responde siempre. con nueva frescura, como hoy, a los deberes incesantes de su ministerio hacia su Cuerpo Eucarístico y hacia su Cuerpo Místico: un corazón nuevo, siempre joven y feliz.
Ven, Espíritu Santo, y da a estos ministros, discípulos y apóstoles de Cristo el Señor un corazón puro, capacitado para amar solo a Él, que es Dios contigo y con el Padre, con plenitud, con gozo, con profundidad. solo sabe inculcar, cuando es el supremo, el objeto total del amor de un hombre vivo de tu gracia; un corazón puro, que no conoce el mal sino para definirlo, combatirlo y huir de él; un corazón puro, como el de un niño capaz de ser entusiasta y ansioso.

Ven, oh Espíritu Santo, y da a estos ministros del Pueblo de Dios un gran corazón, abierto a tu silenciosa y poderosa palabra inspiradora, y cerrado a todas las mezquinas ambiciones, libre de toda competencia humana miserable y todo impregnado por el sentido de la santidad. Iglesia; un gran corazón ansioso por igualar el del Señor Jesús, y destinado a contener en sí las proporciones de la Iglesia, las dimensiones del mundo; grande y fuerte para amar a todos, para servir a todos, para sufrir por todos; grande y fuerte para resistir cada tentación, cada prueba, cada aburrimiento, cada cansancio, cada desilusión, cada ofensa, un corazón grande, fuerte y constante, cuando sea necesario hasta el sacrificio, solo bendecido para latir con el corazón de Cristo, y para cumplir humilde, fiel y varonil la voluntad divina. Esta es Nuestra oración de hoy por ti.Y aquí es el momento de la acción: Pentecostés está aquí.

CANONIZACIÓN DEL BEATO JUAN DE ÁVILA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 31 de mayo de 1970

Venerables hermanos y amados hijos:

Demos gracias a Dios que, con la exaltación del Beato Juan de Ávila al esplendor de la santidad, ofrece a la Iglesia universal una invitación al estudio, a la imitación, al culto, a la invocación de una gran figura de sacerdote.

Alabanzas al Episcopado español que, no satisfecho de la proclamación de Protector especial del Clero diocesano de España, que nuestro predecesor de venerada memoria, Pío XII, hizo ya a favor del Beato Juan de Ávila, ha solicitado a esta Sede Apostólica su canonización, encontrando tanto en nuestra Sagrada Congregación para las causas de los santos como en nuestra misma persona las mejores y merecidas disposiciones para un acto celebrativo de tanta importancia. Quiera el Señor que esta elevación del Beato Juan de Ávila al catálogo de los Santos, en las filas gloriosas de los hijos de la Iglesia celestial, sirva para obtener a la Iglesia peregrina en la tierra un intercesor nuevo y poderoso, un maestro de vida espiritual benévolo y sabio, un renovador ejemplar de la vida eclesiástica y de las costumbres cristianas.

Este nuestro deseo parece satisfecho al hacer una comparación histórica de los tiempos en los que vivió y obró el Santo, con nuestros tiempos; comparación de dos períodos ciertamente muy diversos entre sí, pero que por otra parte presentan analogías no tanto en los hechos, cuanto más bien en algunos principios inspiradores, ya de las vicisitudes humanas de aquel entonces, ya de las de ahora; por ejemplo, el despertar de energías vitales y crisis de ideas, un fenómeno propio del siglo XVI y también del siglo XX; tiempos de reformas y de debates conciliares como los que estamos viviendo. E igualmente parece providencial que se evoque en nuestros días la figura del Maestro Ávila por los rasgos característicos de su vida sacerdotal, los cuales dan a este Santo un valor singular y especialmente apreciado por el gusto contemporáneo, el de la actualidad.

San Juan de Ávila es un sacerdote que, bajo muchos aspectos, podemos llamar moderno, especialmente por la pluralidad de facetas que su vida ofrece a nuestra consideración y, por lo tanto, a nuestra imitación. No en vano él ha sido ya presentado al clero español como su modelo ejemplar y celestial Patrono. Nosotros pensamos que él puede ser honrado como figura polivalente para todo sacerdote de nuestros días, en los cuales se dice que el sacerdocio mismo sufre una profunda crisis; una "crisis de identidad", como si la naturaleza y la misión del sacerdote no tuvieran ahora motivos suficientes para justificar su presencia en una sociedad como la nuestra, desacralizada y secularizada. Todo sacerdote que duda de la propia vocación puede acercarse a nuestro Santo y obtener una respuesta tranquilizadora. Igualmente todo estudioso, inclinado a empequeñecer la figura del sacerdote dentro de los esquemas de una sociología profana y utilitaria, mirando la figura de Juan de Ávila, se verá obligado a modificar sus juicios restrictivos y negativos acerca de la función del sacerdote en el mundo moderno.

Juan es un hombre pobre y modesto por propia elección. Ni siquiera está respaldado por la inserción en los cuadros operativos del sistema canónico; no es párroco, no es religioso; es un simple sacerdote de escasa salud y de más escasa fortuna después de las primeras experiencias de su ministerio: sufre enseguida la prueba más amarga que puede imponerse a un apóstol fiel y fervoroso: la de un proceso con su relativa detención, por sospecha de herejía, como era costumbre entonces. Él no tiene ni siquiera la suerte de poderse proteger abrazando un gran ideal de aventura. Quería ir de misionero a las tierras americanas, las «Indias» occidentales, entonces recientemente descubiertas; pero no le fue dado el permiso.

Mas Juan no duda. Tiene conciencia de su vocación. Tiene fe en su elección sacerdotal. Una introspección psicológica en su biografía nos llevaría a individuar en esta certeza de su «identidad» sacerdotal, la fuente de su celo sereno, de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de lúcido reformador de la vida eclesiástica y de exquisito director de conciencias. San Juan de Ávila enseña al menos esto, y sobre todo esto, al clero de nuestro tiempo, a no dudar de su ser: sacerdote de Cristo, ministro de la Iglesia, guía de los hermanos.

Él advierte profundamente lo que hoy algunos sacerdotes y muchos seminaristas no consideran ya como un deber corroborante y un título específico de la calificación ministerial en la Iglesia, la propia definición —llamémosla si se quiere sociológica— que le viene de ser siervo de Jesucristo y como el apóstol san Pablo decía de sí mismo: «Segregado para anunciar el Evangelio de Dios» (Rm 1, 1). Esta segregación, esta especificación, la cual es además la de un órgano distinto e indispensable para el bien de un entero cuerpo viviente (cf. 1 Co 12, 16 ss.), es hoy la primera característica del sacerdocio católico que es discutida e incluso «contestada» por motivos, frecuentemente nobles en sí mismos y, bajo ciertos aspectos, admisibles; pero cuando estos motivos tienden a cancelar esta «segregación», a asimilar el estado eclesiástico al laico y profano y a justificar en el elegido la experiencia de la vida mundana con el pretexto de que no debe ser menos que cualquier otro hombre, fácilmente llevan al elegido fuera de su camino y hacen fácilmente del sacerdote un hombre cualquiera, una sal sin sabor, un inhábil para el sacrificio interior y un carente de poder de juicio, de palabra y de ejemplo propios de quien es un fuerte, puro y libre seguidor de Cristo. La palabra tajante y exigente del Señor: «Ninguno que mire atrás mientras tiene la mano puesta en el arado es idóneo para el reino de los cielos» (Lc 9, 62), había penetrado profundamente en este ejemplar sacerdote que en la totalidad de su donación a Cristo encontró sus energías centuplicadas.

Su palabra de predicador se hizo poderosa y resonó renovadora. San Juan de Ávila puede ser todavía hoy maestro de predicación, tanto más digno de ser escuchado e imitado, cuanto menos indulgente era con los oradores artificiales y literarios de su tiempo, y cuanto más rebosante se presentaba de sabiduría impregnada en las fuentes bíblicas y patrísticas. Su personalidad se manifiesta y engrandece en el ministerio de la predicación. Y, cosa aparentemente contraria a tal esfuerzo de palabra pública y exterior, Ávila conoció el ejercicio de la palabra personal e interior, propia del ministerio del sacramento de la penitencia y de la dirección espiritual. Y quizás todavía más en este ministerio paciente y silencioso, extremadamente delicado y prudente, su personalidad sobresale por encima de la de orador.

El nombre de Juan de Ávila está vinculado al de su obra más significativa, la célebre obra Audi, filia que es el libro del magisterio interior, lleno de religiosidad, de experiencia cristiana, de bondad humana. Precede a la Filotea, obra en cierto sentido análoga de otro santo, Francisco de Sales, y a toda una literatura de libros religiosos que darán profundidad y sinceridad a la formación espiritual católica, desde el Concilio de Trento hasta nuestros días. También en esto Ávila es maestro ejemplar.

¡Y cuántas virtudes suyas más podríamos recordar para nuestra edificación! Ávila fue escritor fecundo. Aspecto que también lo aproxima a nosotros admirablemente y nos ofrece su conversación, la de un santo.

Y además la acción. Una acción variada e incansable: correspondencia, animación de grupos espirituales, de sacerdotes especialmente, conversión de almas grandes, como Luis de Granada, su discípulo y biógrafo, y como los futuros santos Juan de Dios y Francisco de Borja, amistad con los espíritus magnos de su tiempo, como san Ignacio y santa Teresa, fundación de colegios para el clero y para la juventud. Verdaderamente una gran figura.

Pero donde nuestra atención querría detenerse particularmente es en la figura de reformador, o mejor, de innovador, que es reconocida a San Juan de Ávila. Habiendo vivido en el período de transición, lleno de problemas, de discusiones y de controversias que precede al Concilio de Trento, e incluso durante y después del largo y grande Concilio, el Santo no podía eximirse de tomar una postura frente a este gran acontecimiento. No pudo participar personalmente en él a causa de su precaria salud; pero es suyo un Memorial, bien conocido, titulado: Reformación del Estado Eclesiástico (1551), (seguido de un apéndice: Lo que se debe avisar a los Obispos), que el arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general.

Del mismo modo, otros escritos como: Causas y remedios de las herejías (Memorial Segundo, 1561), demuestran con qué intensidad y con cuáles designios Juan de Ávila participó en el histórico acontecimiento: del mismo claro diagnóstico de la gravedad de los males que afligían la Iglesia en aquel tiempo se trasluce la lealtad, el amor y la esperanza. Y cuando se dirige al Papa y a los Pastores de la Iglesia, ¡qué sinceridad evangélica y devoción filial, qué fidelidad a la tradición y confianza en la constitución intrínseca y original de la Iglesia y qué importancia primordial reservada a la verdadera fe para curar los males y prever la renovación de la Iglesia misma!

«Juan de Ávila ha sido, en cuestión de reforma, como en otros campos espirituales, un precursor; y el Concilio de Trento ha adoptado decisiones que él había preconizado mucho tiempo antes» (S. Charprenet, p. 56).

Pero no ha sido un crítico contestador, como hoy se dice. Ha sido un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad (el estudio de la Sagrada Escritura, la práctica de la oración mental, la imitación de Cristo y su traducción española del libro del mismo nombre, el culto de la Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen, la defensa del sacro celibato, el amor a la Iglesia aún cuando algún ministro de la misma fue demasiado severo con él...) y ha sido el primero en practicar las enseñanzas de su escuela.

Una gran figura, repetimos, también ella hija y gloria de la tierra de España, de la España católica, entrenada a vivir su fe dramáticamente, haciendo surgir del seno de sus tradiciones morales y espirituales, de tanto en tanto, en los momentos cruciales de su historia, el héroe, el sabio, el Santo.

Pueda este Santo, que Nos sentimos la alegría de exaltar ante la Iglesia, serle favorable intercesor de las gracias que ella parece necesitar hoy más: la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo tal como debe ser en los nuevos tiempos. Y pueda su figura profética, coronada hoy con la aureola de la santidad, derramar sobre el mundo la verdad, la caridad, la paz de Cristo.

PROCLAMACIÓN DE SANTA TERESA DE JESÚS COMO DOCTORA DE LA IGLESIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 27 de septiembre de 1970

Acabamos de conferir o, mejor dicho, acabamos de reconocer a Santa Teresa de Jesús el título de doctora de la Iglesia. El sólo hecho de mencionar, en este lugar y en esta circunstancia, el nombre de esta santa tan singular y tan grande, suscita en nuestro espíritu un cúmulo de pensamientos. El primero es la evocación de la figura de Santa Teresa. La vemos ante nosotros como una mujer excepcional, como a una religiosa que, envuelta toda ella de humildad, penitencia y sencillez, irradia en torno a sí la llama de su vitalidad humana y de su dinámica espiritualidad; la vemos, además, como reformadora y fundadora de una histórica e insigne Orden religiosa, como escritora genial y fecunda, como maestra de vida espiritual, como contemplativa incomparable e incansable alma activa. ¡Qué grande, única y humana, qué atrayente es esta figura!

Antes de hablar de otra cosa, nos sentimos tentados a hablar de ella, de esta santa interesantísima bajo muchos aspectos. Pero no esperéis que, en este momento, os hablemos de la persona y de la obra de Teresa de Jesús. Sería suficiente la doble biografía recogida en el tomo preparado con tanto esmero por nuestra Sagrada Congregación para las causas de los santos para desanimar a quien pretendiese condensar en breves palabras la semblanza histórica y biográfica de esta santa, que parece desbordar las líneas descriptivas en las que uno quisiera encerrarlas. Por otra parte, no es precisamente en ella donde quisiéramos fijar durante un momento nuestra atención, sino más bien en el acto que ha tenido lugar hace poco, en el hecho que acabamos de grabar en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios, en la concesión de otorgarle el título de doctora a Teresa de Ávila, a Santa Teresa de Jesús, la eximia carmelita.

El significado de este acto es muy claro. Un acto que quiere ser intencionalmente luminoso, y que podría encontrar su imagen simbólica en una lámpara encendida ante la humilde y majestuosa figura de la Santa. Un acto luminoso por el haz de luz que la lámpara del título doctoral proyecta sobre ella; un acto luminoso por el otro haz de luz que ese mismo título doctoral proyecta sobre nosotros. Hablemos primero sobre ella, sobre Teresa. La luz del título doctoral pone de relieve valores indiscutibles que ya le habían sido ampliamente reconocidos; ante todo, la santidad de vida, valor oficialmente proclamado el 12 de marzo de 1622 —Santa Teresa había muerto 30 años antes— por nuestro predecesor Gregorio XV en el célebre acto de canonización que incluyó en el libro de los santos, junto con nuestra santa carmelita, a Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Isidro Labrador, todos ellos gloria de la España católica, y al mismo tiempo al florentino-romano Felipe Neri. Por otra parte, la luz del título doctoral pone de relieve la «eminencia de la doctrina» y esto de un modo especial (cf. Prospero Lambertini, luego Papa Benedicto XIV, De servorum Dei beatificatione, IV, 2, c. 11, n. 13).

La doctrina de Teresa de Ávila brilla por los carismas de la verdad, la fidelidad a la fe católica y la utilidad para la formación de las almas. Y podríamos resaltar de modo particular otro carisma, el de la sabiduría, que nos hace pensar en el aspecto más atrayente y al mismo tiempo más misterioso del doctorado de Santa Teresa, o sea, en el influjo de la inspiración divina en esta prodigiosa y mística escritora. ¿De dónde le venía a Teresa el tesoro de su doctrina? Sin duda alguna, le venía de su inteligencia y de su formación cultural y espiritual, de sus lecturas, de su trato con los grandes maestros de teología y de espiritualidad, de su singular sensibilidad, de su habitual e intensa disciplina ascética, de su meditación contemplativa, en una palabra de su correspondencia a la gracia acogida en su alma, extraordinariamente rica y preparada para la práctica y la experiencia de la oración. Pero ¿era ésta la única fuente de su «eminente doctrina»? ¿O acaso no se encuentran en Santa Teresa hechos, actos y estados en los que ella no es el agente, sino más bien el paciente, o sea, fenómenos pasivos y sufridos, místicos en el verdadero sentido de la palabra, de tal forma que deben ser atribuidos a una acción extraordinaria del Espíritu Santo? Estamos, sin duda alguna, ante un alma en la que se manifiesta la iniciativa divina extraordinaria, sentida y posteriormente descrita llana, fiel y estupendamente por Teresa con un lenguaje literario peculiarísimo.

Al llegar aquí, las preguntas se multiplican. La originalidad de la acción mística es uno de los fenómenos psicológicos más delicados y más complejos, en los que pueden influir muchos factores, y obligan al estudioso a tomar las más severas cautelas, al mismo tiempo que en ellos se manifiestan de modo sorprendente las maravillas del alma humana, y entre ellas la más comprensiva de todas: el amor, que encuentra en la profundidad del corazón sus expresiones más variadas y más auténticas; ese amor que llegamos a llamar matrimonio espiritual, porque no es otra cosa que el encuentro del amor divino inundante, que desciende al encuentro del amor humano, que tiende a subir con todas sus fuerzas. Se trata de la unión con Dios más íntima y más fuerte que se conceda experimentar a un alma viviente en esta tierra; y que se convierte en luz y en sabiduría, sabiduría de las cosas divinas y sabiduría de las cosas humanas. De todos estos secretos nos habla la doctrina de Santa Teresa. Son los secretos de la oración. Esta es su enseñanza.

Ella tuvo el privilegio y el mérito de conocer estos secretos por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios. Santa Teresa ha sido capaz de contarnos estos secretos, hasta el punto de que se la considera como uno de los supremos maestros de la vida espiritual. No en vano la estatua de la fundadora Teresa colocada en esta basílica lleva la inscripción que tan bien define a la Santa: Mater spiritualium. Todos reconocían, podemos decir que con unánime consentimiento, esta prerrogativa de Santa Teresa de ser madre y maestra de las personas espirituales. Una madre llena de encantadora sencillez, una maestra llena de admirable profundidad. El consentimiento de la tradición de los santos, de los teólogos, de los fieles y de los estudiosos se lo había ganado ya. Ahora lo hemos confirmado Nosotros, a fin de que, nimbada por este título magistral, tenga en adelante una misión más autorizada que llevar a cabo dentro de su familia religiosa, en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración.

Esta es la luz, hecha hoy más viva y penetrante, que el título de doctora conferido a Santa Teresa reverbera sobre nosotros. El mensaje de oración nos llega a nosotros, hijos de la Iglesia, en una hora caracterizada por un gran esfuerzo de reforma y de renovación de la oración litúrgica; nos llega a nosotros, tentados, por el reclamo y por el compromiso del mundo exterior, a ceder al trajín de la vida moderna y a perder los verdaderos tesoros de nuestra alma por la conquista de los seductores tesoros de la tierra.

Este mensaje llega a nosotros, hijos de nuestro tiempo, mientras no sólo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo. Llega a nosotros el mensaje de la oración, canto y música del espíritu penetrado por la gracia y abierto al diálogo de la fe, de la esperanza y de la caridad, mientras la exploración psicoanalítica desmonta el frágil y complicado instrumento que somos, no para escuchar la voces de la humanidad dolorida y redimida, sino para escuchar el confuso murmullo del subconsciente animal y los gritos de las indomadas pasiones y de la angustia desesperada. Llega ahora a nosotros el sublime y sencillo mensaje de la oración de la sabia Teresa, que nos exhorta a comprender «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad…, que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida, 8, 4-5).

Este es, en síntesis, el mensaje que nos da Santa Teresa de Jesús, doctora de la santa Iglesia. Escuchémoslo y hagámoslo nuestro. Debemos añadir dos observaciones que nos parecen importantes.

En primer lugar hay que notar que Santa Teresa de Ávila es la primera mujer a quien la Iglesia confiere el título de doctora; y esto no sin recordar las severas palabras de San Pablo: «Las mujeres cállense en las asambleas» (1 Cor 14, 34), lo cual quiere decir incluso hoy que la mujer no está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas de magisterio y de ministerio. ¿Se habrá violado entonces el precepto apostólico?

Podemos responder con claridad: no. Realmente no se trata de un título que comporte funciones jerárquicas de magisterio, pero a la vez debemos señalar que este hecho no supone en ningún modo un menosprecio de la sublime misión de la mujer en el seno del Pueblo de Dios.

Por el contrario, ella, al ser incorporada a la Iglesia por el bautismo, participa del sacerdocio común de los fieles, que la capacita y la obliga a «confesar delante de los hombres la fe que recibió de Dios mediante la Iglesia» (Lumen gentium 2, 11). Y en esa confesión de fe muchas mujeres han llegado a las cimas más elevadas, hasta el punto de que su palabra y sus escritos han sido luz y guía de sus hermanos. Luz alimentada cada día en el contacto íntimo con Dios, también en las formas más elevadas en la oración mística, para la cual San Francisco de Sales llega a decir que poseen una especial capacidad. Luz hecha vida de manera sublime para el bien y el servicio de los hombres.

Por eso el Concilio ha querido reconocer la preciosa colaboración con la gracia divina que las mujeres están llamadas a ejercer para instaurar el reino de Dios en la tierra, y al exaltar la grandeza de su misión no duda en invitarlas igualmente a ayudar «a que la humanidad no decaiga», «a reconciliar a los hombres con la vida», «a salvar la paz del mundo» (Concilio Vaticano II, Mensaje a las mujeres). En segundo lugar, no queremos pasar por alto el hecho de que Santa Teresa era española, y con razón España la considera una de sus grandes glorias. En su personalidad se aprecian los rasgos de su patria: la reciedumbre de espíritu, la profundidad de sentimientos, la sinceridad de corazón, el amor a la Iglesia. Su figura se centra en una época gloriosa de santos y de maestros que marcan su época con el florecimiento de la espiritualidad. Los escucha con la humildad de la discípula, a la vez que sabe juzgarlos con la perspicacia de una gran maestra de vida espiritual, y como tal la consideran ellos.

Por otra parte, dentro y fuera de las fronteras patrias se agitaban violentos los aires de la Reforma, enfrentando entre sí a los hijos de la Iglesia. Ella, por su amor a la verdad y por el trato íntimo con el Maestro, hubo de afrontar sinsabores e incomprensiones de toda índole, y no sabía como dar paz a su espíritu ante la rotura de la unidad: «Fatiguéme mucho —escribe— y, como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba redimiese tanto mal» (Camino de perfección 1, 2). Este su sentir con la Iglesia, probado en el dolor que consumía sus fuerzas, la llevó a reaccionar con toda la entereza de su espíritu castellano en un afán de edificar el reino de Dios, y decidió penetrar en el mundo que la rodeaba con una visión reformadora para darle un sentido, una armonía, un alma cristiana.

A distancia de cinco siglos, Santa Teresa de Ávila sigue marcando las huellas de su misión espiritual, de la nobleza de su corazón sediento de catolicidad, de su amor despojado de todo apego terreno para entregarse totalmente a la Iglesia. Bien pudo decir, antes de su último suspiro, como resumen de su vida: «En fin, soy hija de la Iglesia». En esta expresión, presagio y gusto ya de la gloria de los bienaventurados para Teresa de Jesús, queremos ver la herencia espiritual por ella legada a España entera. Debemos ver asimismo una llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, convirtiéndola en programa de nuestra vida para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!

Con nuestra bendición apostólica.

PROCLAMACIÓN DE SANTA CATERINA DA SIENA DOCTOR DE LA IGLESIA

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo, 3 de octubre de 1970

El júbilo espiritual que invadió nuestra alma al proclamar a la humilde y sabia virgen dominica, Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, encuentra la máxima referencia y, diríamos, su justificación en la más pura alegría experimentada por el Señor Jesús, cuando , como narra el evangelista San Lucas, "saltó de gozo en el Espíritu Santo" y dijo: "Te glorifico, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a lo simple. Sí, Padre, porque tal fue tu agrado "( Luc . 10, 21; cf. Mat . 11, 25-26).

En verdad, al agradecer al Padre por haber revelado los secretos de su divina sabiduría a los humildes, Jesús no tenía presentes en su espíritu únicamente a los Doce, a quienes había elegido de entre las personas sin educación, y a quienes un día enviaría, como sus apóstoles, para instruir a todos los pueblos y enseñarles lo que él les había mandado (cf. Mat.28 , 19-20), pero también a los que creían en él, entre los cuales innumerables serían los menos dotados a los ojos de los mundo.

Y esto le agradó observar al Apóstol de los Gentiles, escribiendo a la comunidad de la Corinto griega, una ciudad repleta de gente enamorada de la sabiduría humana. «Considerad entre vosotros, hermanos, a los que (Dios) ha llamado: no muchos los sabios según la estimación terrenal; no muchos poderosos; no muchos nobles. Lo que en cambio es una tontería para el mundo, Dios eligió confundir a los sabios; y lo que es débil, Dios eligió confundir lo que es fuerte; eligió lo que para el mundo no tiene mérito y valor, lo que no existe, para reducir a la nada lo que existe, para que ninguna criatura pueda jactarse ante Dios ”( 1 Co 1, 26-29).

Esta elección preferencial de Dios, por irrelevante o despreciable que sea a los ojos del mundo, ya la había anunciado el Maestro cuando, en clara antítesis de las valoraciones terrenales, llamó a los pobres, a los afligidos, a los mansos bienaventurados y candidatos a su Reino., Los hambrientos de justicia, los limpios de corazón, los pacificadores (cf. Mat . 5, 3-10).

Ciertamente no es Nuestra intención demorarnos en enfatizar cómo las Bienaventuranzas evangélicas tenían un modelo de verdad y belleza superlativas en la vida y actividad externa de Catalina. Todos ustedes, además, recuerden cuán libre estaba en espíritu de toda codicia terrenal; cuánto amaba la virginidad consagrada al esposo celestial, Cristo Jesús; cuán hambriento estaba de justicia y lleno de las entrañas de la misericordia al tratar de restaurar la paz en el seno de familias y ciudades, destrozadas por la rivalidad y el odio atroz; cuánto hizo todo lo posible por reconciliar la república de Florencia con el Sumo Pontífice Gregorio XI, hasta el punto de exponer su vida a la venganza de los rebeldes. Tampoco nos detendremos a admirar las excepcionales gracias místicas, con las que el Señor quiso dotarla, incluyendo la boda mística y los estigmas sagrados. También creemos que recordar la historia de los magnánimos esfuerzos realizados por el Santo para inducir al Papa a regresar a su sede legítima, Roma, no corresponde a la circunstancia actual. El éxito que finalmente obtuvo fue verdaderamente la obra maestra de su laboriosidad, que seguirá siendo su mayor gloria a lo largo de los siglos y constituirá un título muy especial para la eterna gratitud por ella por parte de la Iglesia.

Por otro lado, creemos oportuno en este momento destacar, aunque sea brevemente, el segundo de los títulos, que justifican, de conformidad con el juicio de la Iglesia, la concesión del Doctorado a la hija de la ilustre Ciudad de Siena: es decir, la peculiar excelencia de la doctrina.

En cuanto al primer título, el de santidad, su solemne reconocimiento lo expresó, y en gran medida y con el inconfundible estilo de humanista, el Papa Pío II, su conciudadano, en la Bula de Canonización Misericordias Domini , de la que él mismo fue el autor (Cfr. M.-H. LAUKENT, OP., Proc. Castel. , págs. 521-530; traducción italiana de I. Taurisano, OP., S. Caterina da Siena, Roma 1948, págs. 665-673). La ceremonia litúrgica especial tuvo lugar en la Basílica de San Pedro el 29 de junio de 1461.

Entonces, ¿qué podemos decir sobre la eminencia de la doctrina Cateriniana? Ciertamente no encontraremos en los escritos de la Santa, es decir, en sus Cartas, conservadas en gran número, en el Diálogo de la Divina Providencia o en el Libro de la Divina Doctrina.y en los "orationes", el vigor apologético y la osadía teológica que distinguen las obras de las grandes luminarias de la Iglesia antigua, tanto en Oriente como en Occidente; tampoco podemos esperar de la virgen inculta de Fontebranda las altas especulaciones, propias de la teología sistemática, que hicieron inmortales a los doctores de la Edad Media escolástica. Y si bien es cierto que en sus escritos se refleja la teología del Doctor Angélico, y en una medida sorprendente, parece despojada de toda capa científica. En cambio, lo que más llama la atención en el Santo es la sabiduría infundida, es decir, la asimilación lúcida, profunda y embriagadora de las verdades divinas y los misterios de la fe, contenidos en los Libros Sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento: una asimilación, favorecida, sí, por dones muy singulares naturales, pero evidentemente prodigiosos,

Catalina de Siena ofrece en sus escritos uno de los modelos más brillantes de esos carismas de exhortación , de palabra de sabiduría y de palabra de ciencia , que San Pablo mostró obrando en algunos fieles de las primitivas comunidades cristianas, y de los que quería que fuera un uso bien disciplinado, advirtiendo que tales dones no son tanto para el beneficio de quienes están dotados con ellos, sino más bien para todo el Cuerpo de la Iglesia: como de hecho en él - explica el Apóstol - «uno y el mismo (es) el Espíritu que distribuye sus dones a cada uno como le place "( 1 Cor . 12, 11) por lo que el beneficio de los tesoros espirituales que su Espíritu otorga debe repercutir en todos los miembros del cuerpo místico de Cristo ( cf. 1 Co. 11, 5;Rom . 12, 8; 1 Tim . 6, 2; Tit . 2, 15).

«Doctrine eius (scilicet Catharinae) no adquirido fuit; prius magistra visa est quam discipula "( Proc. Castel ., 1. c.): así lo declaró el mismo Pío II en la Bula de Canonización. Y en efecto, cuántos rayos de sabiduría sobrehumana, cuántas urgentes referencias a la imitación de Cristo en todos los misterios de su vida y de su Pasión, cuántas enseñanzas eficaces para la práctica de las virtudes propias de los diversos estados de la vida. esparcidos en las obras de santa! Sus Cartas son como tantas chispas de un fuego misterioso, encendido en su corazón ardiente por el Amor Infinito, que es el Espíritu Santo.

Pero, ¿cuáles son las líneas características, los temas dominantes de su magisterio ascético y místico? Nos parece que, a imitación del "Pablo glorioso" (Diálogo, c. XI, editado por G. Cavallini, 1968, p. 27), cuyo estilo vigoroso e impetuoso se refleja a veces, Catalina es el misticismo de la Palabra. Encarnado, y sobre todo de Cristo Crucificado; fue la exaltadora de las virtudes redentoras de la adorable Sangre del Hijo de Dios, derramada sobre el madero de la Cruz con amplitud de amor por la salvación de todas las generaciones humanas (cf. Diálogo, C. CXXVII, ed. cit., pág. 325). El Santo ve fluir continuamente esta Sangre del Salvador en el Sacrificio de la Misa y en los Sacramentos, gracias al ministerio de los sagrados ministros, para la purificación y embellecimiento de todo el Cuerpo místico de Cristo. Por tanto, podríamos llamar a Catalina la mística del Cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia.

Por otro lado, la Iglesia es para ella una auténtica madre, a la que debe someterse, dar reverencia y asistencia: "Lo que - se atreve a decir - la Iglesia no es otro que Cristo" ( Carta 171, editada por P. Misciatelli , III, 89).

¡Cuál fue, por tanto, el respeto y el amor apasionado que el Santo alimentaba al Romano Pontífice! Nosotros personalmente hoy, la sierva más pequeña de las siervas de Dios, le debemos a Catalina una inmensa gratitud, ciertamente no por el honor que puede redundar en nuestra humilde persona, sino por la disculpa mística que hace del oficio apostólico del sucesor de Pedro. ¿Quién no recuerda? Ella contempla en él "al dulce Cristo en la tierra" ( Carta 196, ed. Cit., III, 211), a quien se debe el afecto filial y la obediencia, porque: "Quien es desobediente a Cristo en la tierra, que es en lugar de Cristo en el cielo, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios ”( Carta 207, ed. cit., III, 270). Y casi anticipando, no solo la doctrina, sino el lenguaje mismo del Concilio Vaticano II (Lumen gentium , 23), el Santo escribe al Papa Urbano VI: «Santísimo Padre. . ustedes conocen la gran necesidad, que depende de ustedes y de la santa Iglesia de mantener a este pueblo (de Florencia) en la obediencia y reverencia de Su Santidad, porque aquí está la cabeza y el principio de nuestra fe "( Carta 170, ed. cit., III, 75).

A los cardenales, entonces, a muchos obispos y sacerdotes, dirige urgentes exhortaciones, no escatima en fuertes reproches, pero siempre con toda humildad y respeto a su dignidad como ministros de la Sangre de Cristo. Catalina tampoco podía olvidar que era hija de una orden religiosa y una de las más gloriosas y activas de la Iglesia. Por tanto, tiene una estima singular por lo que denomina las "religiones santas", que considera casi un vínculo de unión entre el cuerpo místico, formado por los representantes de Cristo (según su propia calificación), y el cuerpo universal de la religión cristiana, es decir, los simples fieles. Exige fidelidad religiosa a su sublime vocación, mediante el ejercicio generoso de las virtudes y la observancia de sus respectivas reglas. No menos importante, en su solicitud maternal, son los laicos, a quienes dirigió vívidas y numerosas cartas, queriendo que estuvieran preparados en la práctica de las virtudes cristianas y los deberes de su estado, animados por una ardiente caridad para con Dios y el prójimo, ya que también ellos son miembros vivos del Cuerpo Místico; ahora, dice la Santa, "ella (es decir, la Iglesia) está fundada en el amor, y es amor" (Carta 103, editada por G. Gigli).
¿Cómo no recordar el intenso trabajo realizado por el Santo por la reforma de la Iglesia? Es principalmente a los Pastores sagrados a quienes dirige sus exhortaciones, disgustada con santa indignación por la indolencia de no pocos de ellos, temblando de su silencio, mientras el rebaño que les ha sido confiado se dispersa y se arruina. «¡Ay, no guardes más silencio! Grita en cien mil lenguas, le escribió a un alto prelado. Veo que, para callar, el mundo está podrido, la Esposa de Cristo se ha puesto pálida, se le ha quitado el color, porque se le ha chupado la sangre, es decir, la Sangre de Cristo ”( Carta 16 a la tarjeta . De Ostia, editado por L. Ferretti, I, 85).

¿Y qué significó la renovación y reforma de la Iglesia? Ciertamente no la subversión de sus estructuras esenciales, la rebelión contra los pastores, la luz verde a los carismas personales, las innovaciones arbitrarias en el culto y la disciplina, como algunos quisieran en nuestros días. Por el contrario, reiteradamente afirma que la belleza será rendida a la Esposa de Cristo y la reforma tendrá que hacerse "no con guerra, sino con paz y tranquilidad, con humildes y continuas oraciones, sudores y lágrimas de los siervos de Dios". "(Cf. Diálogo , cc. XV, LXXXVI, ed. Cit., Págs. 44, 197). Para el Santo, por tanto, se trata de una reforma primero interior y luego exterior, pero siempre en comunión y obediencia filial hacia los legítimos representantes de Cristo.
       ¿Fue nuestra Virgen más devota también política? Sí, sin duda, y de forma excepcional, pero en un sentido totalmente espiritual de la palabra. Ella, de hecho, rechazó con desdén la acusación de político que algunos de sus conciudadanos le hicieron, escribiendo a uno de ellos: «. . . Y mis ciudadanos creen que por mí o por la empresa que tengo conmigo, son tratados: dicen la verdad; pero ellos no lo saben, y profeta; porque no quiero hacer ni hacer nada más el que está conmigo, si no que se trata de vencer al diablo y quitarle el señorío que le ha quitado al hombre por pecado mortal, y suscitar el odio del corazón de él, y pacificándolo con Cristo crucificado y con su prójimo "( Carta 122, ed. cit., II, 253).

Por tanto, la lección de esta mujer política "sui generis" aún conserva su sentido y valor, aunque hoy es mayor la necesidad de hacer la necesaria distinción entre las cosas de César y las de Dios, entre Iglesia y Estado. El magisterio político del santo encuentra su expresión más genuina y perfecta en esta frase lapidaria: "Ningún estado puede ser preservado en el derecho civil y en el derecho divino en estado de gracia sin justicia santa" ( Diálogo , c. CXIX, ed. Cit. , pág.291).

No contenta con haber llevado a cabo una intensa y vasta enseñanza de la verdad y la bondad con palabras y escritos, Catalina quiso sellarla con la ofrenda final de su vida, por el místico Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, en la edad de anclaje juvenil. de 33. Desde su lecho de muerte, rodeada de fieles discípulos en una celda cercana a la iglesia de S. Maria sopra Minerva, en Roma, dirigió esta conmovedora oración al Señor, verdadero testimonio de fe y de amor agradecido y ardiente: "Oh Dios eterno, recibir el sacrificio de mi vida en (ventaja de) este cuerpo místico de la santa Iglesia. No tengo nada más que dar más que lo que me has dado. Quita, pues, el corazón y apriétalo en el rostro de esta novia ”( Carta 371, ed. L. Ferretti, V, págs. 301-302).

Mensaje, por tanto, de una fe muy pura, de un amor ardiente, de una entrega humilde y generosa a la Iglesia católica, como Cuerpo místico y Esposa del divino Redentor: este es el mensaje típico de la nueva Doctora de la Iglesia, Catalina de Siena, a la ilustración y al ejemplo de quienes se enorgullecen de pertenecer a ella. Recogámosla con alma agradecida y generosa, para que sea la luz de nuestra vida terrena y prenda de pertenencia futura y segura a la triunfante Iglesia del Cielo. ¡Que así sea!

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA DE SU SANTIDAD PABLO VI A ASIA ORIENTAL, OCEANÍA Y AUSTRALIA ORDEN SAGRADO DE NUEVOS MINISTROS DE DIOS

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

" Luneta Park " , Manila
, sábado 28 de noviembre de 1970

¡Queridos hijos y hermanos!
¡Nuevos sacerdotes de la Iglesia de Dios!

Les diremos sólo unas palabras muy breves, porque la ceremonia ya es larga: la ceremonia y esto ya habla por sí solo; y luego, ya está bien informado del Sacramento que ha recibido.
Nos limitamos a recomendarte que reflexiones sobre el hecho de tu ordenación a lo largo de tu vida. Hoy comienza para ti un tema de pensamiento, oración, acción que siempre tendrás que recordar, examinar, explorar, intentar comprender. Debe estar impreso en tu conciencia, como ya está impreso con el carácter sacramental en tu alma, en tu ser humano, en tu ser cristiano. ¡Pensar! ¡Ustedes se han convertido en sacerdotes hoy! Trate de definirse a sí mismo, y las palabras se volverán atrofiadas y difíciles; y la realidad, que les gustaría expresar, aún más difícil, misteriosa e inefable. ¡Lo que ha sucedido en ti realmente te marea! Quid retribuam Domino pro omnibus quac retribuit mihi? ( Ps. 115, 12) cada uno puede decir, sintiéndose investido por la acción transformadora del Espíritu Santo. Te conviertes en un objeto de asombro y reverencia por ti mismo. Nunca lo olvides. Esa "sacralidad", que el mundo no conoce y que muchos intentan despojar de la personalidad del sacerdote, debes tenerla siempre presente, en tu espíritu y en tu conducta, porque deriva de una nueva presencia cualificadora del Espíritu Santo en sus almas; y si estás vigilante en el amor, también lo vivirás interiormente (Cfr. Io . 14, 17; 14, 22-23). Nunca cuestione su identidad sacerdotal; más bien trata de entenderlo.

Podrá comprender algo de su sacerdocio al tratar de comprender dos órdenes de relaciones que establece. El primer orden se refiere a las relaciones que ha adquirido con Cristo a través de su ordenación sacerdotal. Sabes que en la economía religiosa del Nuevo Testamento solo hay un verdadero sacerdocio, el de Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim.. 2, 5), pero en virtud del sacramento del Orden Sagrado, ustedes se han convertido en partícipes del sacerdocio de Cristo, de modo que no solo representan a Cristo, no solo ejercen su ministerio, sino que lo viven a Cristo. Cristo vive en ti; se puede decir, asociado a él en un grado tan alto y tan lleno de participación en su misión de salvación, como decía de sí mismo san Pablo: "Yo vivo, pero ya no yo: ¡es Cristo quien vive en mí!" ( Gal. 2, 20). Esto es para revelar al sacerdote el camino ascendente de su espiritualidad, el más alto que se abre al hombre, y que alcanza las alturas de la vida ascética y de la vida mística. Si algún día se sintiera solo, si algún día se sintiera frágil y profano, si algún día se sintiera tentado a abandonar el compromiso sagrado de su sacerdocio, recuerde que está "per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso Cada uno de ustedes es "alter Christus".

El segundo orden de relaciones, que a partir de este momento te conecta con la Iglesia, es el de tu Obispo (o de tu Superior), con el Pueblo de Dios, con las almas y también con el mundo. El Sacerdote ya no es para sí mismo, es para el ministerio en el Cuerpo Místico de Cristo. Es un servidor, es un instrumento de la Palabra y de la Gracia. El anuncio del Evangelio, la celebración de la Eucaristía, la remisión de los pecados, el ejercicio de la actividad pastoral, la vida de fe y culto, la irradiación de la caridad. y de la santidad es su deber, desde hoy, un deber que llega al sacrificio de sí mismo, como Jesús, en la cruz. Es una carga muy seria. Pero Jesús lo lleva con su escogido y le hace sentir la verdad de sus palabras: "Mi yugo es suave y mi peso ligero" ( Mat.. 11, 30). Porque San Agustín nos enseña: Pondus meum, amor meus (S. AUG., Conf ., XIII, 2, 9). El amor de Cristo, que se ha convertido en el principio único y supremo de la vida sacerdotal, hace todo fácil, todo posible, todo feliz.

Aquí: queremos que la conciencia de este destino pastoral al servicio del prójimo no se desvanezca en ti y te haga siempre sensible a los males, necesidades, sufrimientos que rodean la vida de un sacerdote; todas las categorías de personas parecen extender los brazos hacia él e invocar su comprensión, su compasión, su ayuda: niños, jóvenes, pobres, enfermos, hambrientos de pan y justicia, desdichados, pecadores mismos. . . . todos necesitan la ayuda del sacerdote. Nunca digas que tu vida está alienada y mutilada. "¿Quién está enfermo - dice San Pablo - que yo tampoco estoy enfermo con él?" (2 Cor.. 11, 29). Y si tenéis esta sensibilidad a las deficiencias físicas, morales, sociales de los hombres, sentiréis en vosotros otra sensibilidad, la del bien potencial que siempre se encuentra en todo ser humano: para un Sacerdote toda vida es digna de amor. Esta doble sensibilidad, del bien y del mal humanos, es el latido del corazón de Cristo en el del fiel Sacerdote; y no en vano huele a milagro, psicológico, moral y místico, si se quiere, y al mismo tiempo sumamente social: un milagro de caridad en el corazón sacerdotal.
Lo experimentarás. Es el voto que hacemos por ti el día de tu ordenación sacerdotal; y! o acompañamos con Nuestra Bendición Apostólica.

A LOS NIÑOS RECIÉN LIBERADOS

Y a ustedes, queridos hijos, que hoy están haciendo su Primera Comunión, ¿qué les diremos? La palabra más hermosa sería esta: permanece siempre, durante toda tu vida, como eres hoy: bueno, religioso, inocente y amigo de ese Jesús, que ahora entra en tu corazón. Quizás sepas que Jesús tenía una gran preferencia por los niños, y que les decía a todos: "Si no os hacéis como niños, no podéis entrar en el reino de los cielos" ( Mat . 18, 3), es decir, no podéis. sean fieles, cristianos y vayan al cielo. Siempre debemos ser como niños. Pero, ¿cómo se hace? Creces y la vida cambia.
Pero una cosa nunca cambia para ustedes, queridos hijos; es decir, guarda siempre el recuerdo de este día, y promete a Jesús que siempre serás sus amigos, con humildad, con sencillez, con confianza. Sus amigos, incluso de mayor, siempre amigos de Jesús ¿Haces esta promesa? Verás que Jesús lo aceptará, siendo tu Amigo para siempre.

Le rezaremos juntos para que así sea. Con Nuestra afectuosa Bendición.

SANTA MISA EN LA CAPILLA DEL SEMINARIO MAYOR ROMANO

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de Nuestra Señora de la Confianza
Sábado 20 de febrero de 1971

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Aquí siento que estoy en el lugar y función que precisamente me califica como su Pastor, responsable del destino religioso de esta Diócesis tan venerada, ubicada en el centro de la Iglesia Católica y elegida como el lugar histórico y operativo de la Sede Apostólica. ; aquí me siento en el centro de la comunión cristiana, aquí en el cenáculo de esa "ecclesiae dilectae et illuminatae". . . quae et praesidet in loco chori Romanorum, digna Deo, digna decetia,digna bliss, digna laude, digne ordinata, digne casta et praesidens in caritate. . . " (S. IGNAZIO D'ANTIOCHIA, Prólogo de la Carta a los Romanos); de esa Iglesia confiada al sucesor de San Pedro; y por tanto aquí en el más pleno y más fuerte vínculo de mi afecto por ti, en la obligación y necesidad de estar en Cristo tu Padre, tu Maestro, tu Pastor, tu Hermano, tu compañero, tu amigo, tu servidor. 

Aquí le gustaría que nuestra conversación se extendiera de forma espontánea y silenciosa; aquí me gustaría escucharte y hablarte con acento doméstico; aquí entenderte y hazme entender, consolarte y ser consolado, aquí contigo para razonar acerca de Cristo, para la gloria del Padre, en el Espíritu de verdad; aquí para hablar a vuestras almas de vuestras almas y de los muchos problemas espirituales y pastorales de este tiempo, y particularmente de esta ciudad, donde toda cuestión del reino de Dios adquiere mayor importancia y significado extraordinario.

Sepa al menos con qué espíritu estoy entre ustedes.

¿QUIÉN ES EL SACERDOTE?

Pero debemos limitarnos a elegir un solo punto, entre los muchos que oprimen el corazón, para esta breve entrevista; ¿y cual? se presenta hoy como un tema obligatorio: el así llamado de la "identidad" propia del Sacerdote. Es un tema que sin duda os inquieta, alumnos del seminario, luchando por la definición de vuestro futuro; y tema, que puede surgir como ángel de luz, o como espectro nocturno, en la conciencia de ustedes, sacerdotes, en un acto reflejado en su pasado, o en la experiencia de su presente. 

Aquí: ¿quién es el sacerdote? La pregunta, al principio ingenua y elemental, está cargada de inquietantes y profundas dudas: ¿está realmente justificada la existencia de un sacerdocio en la economía del Nuevo Testamento? cuando sepamos que el levítico ha terminado,1 Petr . 2, 9) ¿están revestidos de un sacerdocio propio, que les autoriza a adorar al Padre "en espíritu y en verdad"? ( Yo. 4, 24) Y luego este aplastante proceso de desacralización, de secularización, que invade y transforma el mundo moderno, qué espacio, qué razón de ser deja al sacerdote en la sociedad, todo volcado a fines temporales e inmanentes, al sacerdote ¿Convertido en trascendente, escatológico y tan ajeno a la experiencia propia del profano? 

La duda continúa: ¿se justifica la existencia de un sacerdocio en la intención original del cristianismo? de un sacerdocio que se fija en el perfil canónico? La duda se vuelve crítica, en otros aspectos, psicológica y sociológica: ¿es posible? ¿es útil? ¿Todavía puede galvanizar una vocación lírica y heroica? ¿Puede seguir constituyendo un tipo de vida que no esté alienado ni frustrado? Los jóvenes comprenden este agresivo problema y muchos se desaniman: ¡Cuántas vocaciones extinguidas por este viento siniestro! ya veces incluso quienes ya están comprometidos con el sacerdocio lo sienten como un tormento interior abrumador; y para algunos se convierte en miedo, que se vuelve valiente en algunos, ¡ay! , sólo para huir, para desertar: «Tunc discipuli. . . relicto Eo, fugerunt "; la hora de etsemaní! (Matth . 26, 56)

Se habla de una crisis del sacerdocio. El hecho de que estéis reunidos aquí indica inmediatamente que no os ocupa la mente: ¡mucha suerte! gran gracia! Esto no excluye que usted también sienta el peligro, sienta la presión, desee su defensa. Quisiera que mi visita actuara en ustedes como una confirmación interior y gozosa de su elección. Por eso vine hoy. Nada es ahora más necesario para nuestro clero que la recuperación de una conciencia firme y confiada de la propia vocación. 

Las palabras de san Pablo podrían adaptarse a la situación actual: "Videte, vocaem vestram, fratres" ( 1 Cor.. 1, 26). No me extiendo en análisis y discusiones. Sabes que ahora existe una vasta literatura sobre este tema. A los corrosivos libros de la seguridad, que flanquean al sacerdocio católico, ahora son respondidos por libros que no solo reconfortan esta seguridad, sino que la corroboran con nuevos argumentos, el más válido de todos de una fe más iluminada y convencida, de donde la vida del sacerdote, atrae una fuente inagotable de luz, coraje, entusiasmo, esperanza. ¿Y sabéis que la Iglesia, en este momento, se desempeña a un alto nivel, en los estudios teológicos, en los documentos del magisterio (citaremos, por ejemplo, la carta del Episcopado alemán sobre el oficio sacerdotal), y Realizarán en el próximo Sínodo Episcopal, la verificación doctrinal y canónica de su propia estructura sacerdotal.

PROBLEMA ESTIMULANTE

Me gustaría decirles ahora sólo dos palabras. El primero: no temas este tema del sacerdocio. Puede ser providencial, si realmente sabemos sacar de él un aliciente para renovar la genuina concepción y el ejercicio actualizado de nuestro sacerdocio; pero lamentablemente también puede volverse subversivo, si se atribuye más valor que mérito a los lugares comunes, hoy difundidos con gran facilidad, sobre la crisis, que a uno le gustaría que fuera fatal, del sacerdocio, tanto por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos, como por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos. para la autoridad de los fenómenos sociológicos, estudiados a través de encuestas estadísticas o encuestas de fenómenos psicológicos y morales. Datos muy interesantes, si se quiere, que merecen una seria consideración en foros competentes y responsables, pero que nunca conmoverán nuestra concepción de la identidad del sacerdocio, si coincide con su autenticidad, que la palabra de Cristo y la tradición derivada y probada de la Iglesia entregan intacta, incluso después de la profundización del Concilio, a nuestra generación. 

Esta autenticidad se sostiene, como bien sabéis, también en la comparación con el mundo argelino moderno, que, precisamente por ser tal y porque ha avanzado enormemente en la exploración y conquista de cosas accesibles a nuestra experiencia, advierte y sentirá más. , el misterio del universo que lo envuelve y la ilusión de su propia autosuficiencia, expuesto al peligro de ser esclavizado y reseco por su propio desarrollo, y excitado por el desesperante intento de alcanzar la verdad última y la vida que nunca muere. En un mundo como el nuestro, no se cancela la necesidad de quienes realizan una misión de verdad trascendente, bondad supermotivada, salvación escatológica: la necesidad de Cristo. ¿Y no desesperamos de los jóvenes de nuestro tiempo, como si fueran alérgicos y refractarios a la más vocación? audaz y más exigente, la del reino de Dios.

Oremos, trabajemos y esperemos: "Potest Deus de lapidibus istis arouse filios Abrahae" (Luc. 3, 8). Tenemos confianza en ustedes, jóvenes alumnos de la escuela de la Iglesia, y en ustedes, nuestros hermanos en el sacerdocio y colaboradores en el ministerio; confiamos en que sabrá deducir de la siempre verdadera sabiduría de la fe católica las fuerzas vivas y las nuevas formas para reanudar la conversación con el mundo moderno: el Concilio le ofrece su volumen, que en vano conservará. ¡Y todos ustedes, hijos y hermanos, tengan confianza en su Obispo! que no tiene nada que prometerle lo atractiva que puede ser la vida para quienes la aman; pero para los que aman a Cristo, para los que aman a la Iglesia, para los que aman a los hermanos, ofrece lo que reconforta tanto amor: fe, sacrificio, servicio; en resumen, la Cruz; y con ella fortaleza, gozo y paz; y luego el horizonte extremo de las esperanzas eternas. Y todo esto unido juntos,Yo . 17, 21).

"¡MATER MEA, CONFÍA EN MEA!"

La otra palabra es la que siempre resuena en este salón de piedad para velar por el sacerdocio: María, mater mea, fiducia mea . Es la fiesta de Nuestra Señora aquí y tan venerada, que ahora nos une y que sin ningún artificio devocional o convencional saca a la luz la conversatio., la relación, es decir, la intimidad, digamos incluso el diálogo, que debe existir entre el eclesiástico, alumno, diácono o sacerdote que sea, y la Virgen Madre de Dios. ansiosa controversia y de nuestra confiada apología del sacerdocio al de María, Madre de Cristo. 

No es que podamos atribuir a Nuestra Señora las prerrogativas del Sacerdocio, y al Sacerdocio las propias de Nuestra Señora, pero existen analogías y relaciones entre la inefable suma de carismas, con la que María está llena, y el oficio sacerdotal, que nosotros Siempre haré bien en estudiar y disfrutar de la correspondencia. Es a partir de esta armonía que se puede construir nuestra formación, siempre en forma de mejora: Donec formetur Christus in vobis ( Gal. 4:19), y nuestra experiencia sacerdotal puede enriquecerse. 

Es esta armonía, en primer lugar, la que nos transporta, existencialmente, casi por arte de magia, al cuadro evangélico, donde vivieron Nuestra Señora y Jesús: por eso ella es enseguida la maestra de este retorno a las fuentes escriturales, de las que hoy hablamos. tanto., e inmediatamente despierta en nosotros esa vida profunda, esa actividad muy personal, que es nuestra conciencia interior, reflexión, meditación, oración. 

Debemos pensar y modelar nuestra existencia de manera reduplicada: no podemos tener una acción exterior, por buena que sea, de ministerio, de palabra, de caridad, de apostolado, verdaderamente sacerdotal, si no nace y no vuelve a su fuente. y en su boca interior. Nuestra devoción a María nos educa en este acto reflejo indispensable de dos formas:cogitabat qualis esset ista salutatio ( Luc . 1, 29); conferencia en sus notas ( Luc . 2, 9); Mater Eius conservabat omnia verba haec in corde suo ( Luc . 2, 51). 

María descubre un misterio en todo; y no podría haber sido de otra manera para ella, tan cerca de Cristo. ¿Podría ser de otra manera para nosotros que estamos tan cerca de Cristo que estamos autorizados a dispensar sus misterios (cf. 1 Co 4, 1), y celebrarlos in persona Christi ? (Cf. Filipenses 2, 7)

Introducida en este camino de búsqueda del ejemplo de María, toda nuestra vida encuentra su forma, la espiritual, la moral, especialmente la ascética. ¿No está toda la vida de María impregnada de fe? ¡Bendito, quae credidisti! Luc . 1, 45) Isabel la saluda; no se puede hacer mayor alabanza de ella, cuya vida entera transcurre en la esfera de la fe. El Consejo reconoció esto ( Lumen gentium, 53, 58, 61, 63, etc.). ¿Y acaso nuestra vida sacerdotal no tiene el mismo programa, no debe ser una vida que saca de la fe su razón de ser, su cualificación, su última esperanza? Entonces, su título privilegiado tiembla en nuestros labios: es la Virgen. Cristo quiso nacer de una Virgen, ¡y cuál! la Inmaculada! ¿Este enfoque de la Inmaculada Concepción no dice nada de nuestra elección del estado eclesiástico, que no debe ser reprimido, sino exaltado, transfigurado, fortalecido por el celibato sagrado? Hoy escuchamos críticas al lado negativo, hasta el punto de llamarlo inhumano e imposible: es decir, la renuncia al amor de los sentidos y al vínculo conyugal, expresión normal, suprema y santa del amor humano.

 Cerca de María percibimos el triple y superior valor positivo del sagrado celibato, sumamente acorde con el sacerdocio: primero,Castigo corpus meum et in servitutem redigo. . .? ) ( 1 Co 9, 27), dominio indispensable para quien se ocupa de las cosas de Dios y se convierte en maestro y doctor de las almas, y signo luminoso y orientador para el pueblo cristiano y profano de los caminos que conducen a la reino de Dios; segundo, la total disponibilidad al ministerio pastoral que el celibato eclesiástico garantiza al sacerdote; es obvio; tercero, el amor único, inmolado, incomparable e inextinguible a Cristo Señor, que desde lo alto de la cruz confía su Madre al discípulo Juan, de quien la tradición afirma haber permanecido virgen: Ecce filius tuus; excepción mater el tuyo. . . I. 19, 26-27)

Y así dices, siempre haciendo de María nuestro modelo, de su obediencia absoluta, que inserta a la Virgen en el plan divino: Ecce ancilla Domini. . . . Luc . 1, 38) dices de la humildad, la pobreza, el servicio a Cristo: todo es ejemplar para nosotros en María. Así digan de su valentía magnánima, superior a cualquier figura clásica de heroísmo moral: Ella sta iuxta crucem Jesu ( Io. 19, 25), para recordarnos que, como partícipes del único sacerdocio de Cristo, también debemos ser partícipes de su misión redentora, es decir, ser con Él víctimas, totalmente consagrados y entregados al servicio y la salvación de los hombres; así podremos meditar en la profecía que hizo pesar en el corazón de María a lo largo de su vida la inminente y misteriosa espada de la pasión del Señor (cf. Lc 2, 35) y así podremos aplicar las palabras del Apóstol: Adimpleo ea, quae desunt passionum Christi in carne mea pro corpore Eius, quod est ecclesia, cuius factus sum ego minister ( Col 1 , 24).

Es fácil, es dulce, es vigorizante repetir la hermosa eyaculación: Maria, mater mea, fiducia mea . Hoy y siempre en nuestra vida sacerdotal.

SANTA MISA EN LA CAPILLA DEL SEMINARIO MAYOR ROMANO

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de Nuestra Señora de la Confianza
Sábado 20 de febrero de 1971

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Aquí siento que estoy en el lugar y función que precisamente me califica como su Pastor, responsable del destino religioso de esta Diócesis tan venerada, ubicada en el centro de la Iglesia Católica y elegida como el lugar histórico y operativo de la Sede Apostólica. ; aquí me siento en el centro de la comunión cristiana, aquí en el cenáculo de esa "ecclesiae dilectae et illuminatae". . . quae et praesidet in loco chori Romanorum, digna Deo, digna decetia,digna bliss, digna laude, digne ordinata, digne casta et praesidens in caritate. . . " (S. IGNAZIO D'ANTIOCHIA, Prólogo de la Carta a los Romanos); de esa Iglesia confiada al sucesor de San Pedro; y por tanto aquí en el más pleno y más fuerte vínculo de mi afecto por ti, en la obligación y necesidad de estar en Cristo tu Padre, tu Maestro, tu Pastor, tu Hermano, tu compañero, tu amigo, tu servidor. 

Aquí le gustaría que nuestra conversación se extendiera de forma espontánea y silenciosa; aquí me gustaría escucharte y hablarte con acento doméstico; aquí entenderte y hazme entender, consolarte y ser consolado, aquí contigo para razonar acerca de Cristo, para la gloria del Padre, en el Espíritu de verdad; aquí para hablar a vuestras almas de vuestras almas y de los muchos problemas espirituales y pastorales de este tiempo, y particularmente de esta ciudad, donde toda cuestión del reino de Dios adquiere mayor importancia y significado extraordinario.

Sepa al menos con qué espíritu estoy entre ustedes.

¿QUIÉN ES EL SACERDOTE?

Pero debemos limitarnos a elegir un solo punto, entre los muchos que oprimen el corazón, para esta breve entrevista; ¿y cual? se presenta hoy como un tema obligatorio: el así llamado de la "identidad" propia del Sacerdote. Es un tema que sin duda os inquieta, alumnos del seminario, luchando por la definición de vuestro futuro; y tema, que puede surgir como ángel de luz, o como espectro nocturno, en la conciencia de ustedes, sacerdotes, en un acto reflejado en su pasado, o en la experiencia de su presente. Aquí: ¿quién es el sacerdote? La pregunta, al principio ingenua y elemental, está cargada de inquietantes y profundas dudas: ¿está realmente justificada la existencia de un sacerdocio en la economía del Nuevo Testamento? cuando sepamos que el levítico ha terminado,1 Petr . 2, 9) ¿están revestidos de un sacerdocio propio, que les autoriza a adorar al Padre "en espíritu y en verdad"? ( Yo. 4, 24) Y luego este aplastante proceso de desacralización, de secularización, que invade y transforma el mundo moderno, qué espacio, qué razón de ser deja al sacerdote en la sociedad, todo volcado a fines temporales e inmanentes, al sacerdote ¿Convertido en trascendente, escatológico y tan ajeno a la experiencia propia del profano? La duda continúa: ¿se justifica la existencia de un sacerdocio en la intención original del cristianismo? de un sacerdocio que se fija en el perfil canónico? La duda se vuelve crítica, en otros aspectos, psicológica y sociológica: ¿es posible? ¿es útil? ¿Todavía puede galvanizar una vocación lírica y heroica? ¿Puede seguir constituyendo un tipo de vida que no esté alienado ni frustrado? 

Los jóvenes comprenden este agresivo problema y muchos se desaniman: ¡Cuántas vocaciones extinguidas por este viento siniestro! ya veces incluso quienes ya están comprometidos con el sacerdocio lo sienten como un tormento interior abrumador; y para algunos se convierte en miedo, que se vuelve valiente en algunos, ¡ay! , sólo para huir, para desertar: «Tunc discipuli. . . relicto Eo, fugerunt "; la hora de Getsemaní! (Matth . 26, 56)

Se habla de una crisis del sacerdocio. El hecho de que estéis reunidos aquí indica inmediatamente que no os ocupa la mente: ¡mucha suerte! gran gracia! Esto no excluye que usted también sienta el peligro, sienta la presión, desee su defensa. Quisiera que mi visita actuara en ustedes como una confirmación interior y gozosa de su elección. Por eso vine hoy. Nada es ahora más necesario para nuestro clero que la recuperación de una conciencia firme y confiada de la propia vocación. Las palabras de san Pablo podrían adaptarse a la situación actual: "Videte, vocaem vestram, fratres" ( 1 Cor.. 1, 26). No me extiendo en análisis y discusiones. 

Sabes que ahora existe una vasta literatura sobre este tema. A los corrosivos libros de la seguridad, que flanquean al sacerdocio católico, ahora son respondidos por libros que no solo reconfortan esta seguridad, sino que la corroboran con nuevos argumentos, el más válido de todos de una fe más iluminada y convencida, de donde la vida del sacerdote, atrae una fuente inagotable de luz, coraje, entusiasmo, esperanza. ¿Y sabéis que la Iglesia, en este momento, se desempeña a un alto nivel, en los estudios teológicos, en los documentos del magisterio (citaremos, por ejemplo, la carta del Episcopado alemán sobre el oficio sacerdotal), y Realizarán en el próximo Sínodo Episcopal, la verificación doctrinal y canónica de su propia estructura sacerdotal.

PROBLEMA ESTIMULANTE

Me gustaría decirles ahora sólo dos palabras. 

El primero: no temas este tema del sacerdocio. Puede ser providencial, si realmente sabemos sacar de él un aliciente para renovar la genuina concepción y el ejercicio actualizado de nuestro sacerdocio; pero lamentablemente también puede volverse subversivo, si se atribuye más valor que mérito a los lugares comunes, hoy difundidos con gran facilidad, sobre la crisis, que a uno le gustaría que fuera fatal, del sacerdocio, tanto por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos, como por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos. para la autoridad de los fenómenos sociológicos, estudiados a través de encuestas estadísticas o encuestas de fenómenos psicológicos y morales. Datos muy interesantes, si se quiere, que merecen una seria consideración en foros competentes y responsables, pero que nunca conmoverán nuestra concepción de la identidad del sacerdocio, si coincide con su autenticidad, que la palabra de Cristo y la tradición derivada y probada de la Iglesia entregan intacta, incluso después de la profundización del Concilio, a nuestra generación. 

Esta autenticidad se sostiene, como bien sabéis, también en la comparación con el mundo argelino moderno, que, precisamente por ser tal y porque ha avanzado enormemente en la exploración y conquista de cosas accesibles a nuestra experiencia, advierte y sentirá más. , el misterio del universo que lo envuelve y la ilusión de su propia autosuficiencia, expuesto al peligro de ser esclavizado y reseco por su propio desarrollo, y excitado por el desesperante intento de alcanzar la verdad última y la vida que nunca muere. En un mundo como el nuestro, no se cancela la necesidad de quienes realizan una misión de verdad trascendente, bondad supermotivada, salvación escatológica: la necesidad de Cristo. ¿Y no desesperamos de los jóvenes de nuestro tiempo, como si fueran alérgicos y refractarios a la más vocación? audaz y más exigente, la del reino de Dios.

Oremos, trabajemos y esperemos: "Potest Deus de lapidibus istis arouse filios Abrahae" (Luc. 3, 8). Tenemos confianza en ustedes, jóvenes alumnos de la escuela de la Iglesia, y en ustedes, nuestros hermanos en el sacerdocio y colaboradores en el ministerio; confiamos en que sabrá deducir de la siempre verdadera sabiduría de la fe católica las fuerzas vivas y las nuevas formas para reanudar la conversación con el mundo moderno: el Concilio le ofrece su volumen, que en vano conservará. ¡Y todos ustedes, hijos y hermanos, tengan confianza en su Obispo! que no tiene nada que prometerle lo atractiva que puede ser la vida para quienes la aman; pero para los que aman a Cristo, para los que aman a la Iglesia, para los que aman a los hermanos, ofrece lo que reconforta tanto amor: fe, sacrificio, servicio; en resumen, la Cruz; y con ella fortaleza, gozo y paz; y luego el horizonte extremo de las esperanzas eternas. Y todo esto unido juntos,Yo . 17, 21).

"¡MATER MEA, CONFÍA EN MEA!"

La otra palabra es la que siempre resuena en este salón de piedad para velar por el sacerdocio: María, mater mea, fiducia mea . Es la fiesta de Nuestra Señora aquí y tan venerada, que ahora nos une y que sin ningún artificio devocional o convencional saca a la luz la conversatio., la relación, es decir, la intimidad, digamos incluso el diálogo, que debe existir entre el eclesiástico, alumno, diácono o sacerdote que sea, y la Virgen Madre de Dios. ansiosa controversia y de nuestra confiada apología del sacerdocio al de María, Madre de Cristo. No es que podamos atribuir a Nuestra Señora las prerrogativas del Sacerdocio, y al Sacerdocio las propias de Nuestra Señora, pero existen analogías y relaciones entre la inefable suma de carismas, con la que María está llena, y el oficio sacerdotal, que nosotros Siempre haré bien en estudiar y disfrutar de la correspondencia. Es a partir de esta armonía que se puede construir nuestra formación, siempre en forma de mejora: Donec formetur Christus in vobis ( Gal. 4:19), y nuestra experiencia sacerdotal puede enriquecerse. 

Es esta armonía, en primer lugar, la que nos transporta, existencialmente, casi por arte de magia, al cuadro evangélico, donde vivieron Nuestra Señora y Jesús: por eso ella es enseguida la maestra de este retorno a las fuentes escriturales, de las que hoy hablamos. tanto., e inmediatamente despierta en nosotros esa vida profunda, esa actividad muy personal, que es nuestra conciencia interior, reflexión, meditación, oración. Debemos pensar y modelar nuestra existencia de manera reduplicada: no podemos tener una acción exterior, por buena que sea, de ministerio, de palabra, de caridad, de apostolado, verdaderamente sacerdotal, si no nace y no vuelve a su fuente. y en su boca interior. Nuestra devoción a María nos educa en este acto reflejo indispensable de dos formas:cogitabat qualis esset ista salutatio ( Luc . 1, 29); conferencia en sus notas ( Luc . 2, 9); Mater Eius conservabat omnia verba haec in corde suo ( Luc . 2, 51). María descubre un misterio en todo; y no podría haber sido de otra manera para ella, tan cerca de Cristo. ¿Podría ser de otra manera para nosotros que estamos tan cerca de Cristo que estamos autorizados a dispensar sus misterios (cf. 1 Co 4, 1), y celebrarlos in persona Christi ? (Cf. Filipenses 2, 7)

Introducida en este camino de búsqueda del ejemplo de María, toda nuestra vida encuentra su forma, la espiritual, la moral, especialmente la ascética. ¿No está toda la vida de María impregnada de fe? ¡Bendito, quae credidisti! Luc . 1, 45) Isabel la saluda; no se puede hacer mayor alabanza de ella, cuya vida entera transcurre en la esfera de la fe. El Consejo reconoció esto ( Lumen gentium, 53, 58, 61, 63, etc.). ¿Y acaso nuestra vida sacerdotal no tiene el mismo programa, no debe ser una vida que saca de la fe su razón de ser, su cualificación, su última esperanza? Entonces, su título privilegiado tiembla en nuestros labios: es la Virgen. 

Cristo quiso nacer de una Virgen, ¡y cuál! la Inmaculada! ¿Este enfoque de la Inmaculada Concepción no dice nada de nuestra elección del estado eclesiástico, que no debe ser reprimido, sino exaltado, transfigurado, fortalecido por el celibato sagrado? Hoy escuchamos críticas al lado negativo, hasta el punto de llamarlo inhumano e imposible: es decir, la renuncia al amor de los sentidos y al vínculo conyugal, expresión normal, suprema y santa del amor humano. Cerca de María percibimos el triple y superior valor positivo del sagrado celibato, sumamente acorde con el sacerdocio: primero,Castigo corpus meum et in servitutem redigo. . .? ) ( 1 Co 9, 27), dominio indispensable para quien se ocupa de las cosas de Dios y se convierte en maestro y doctor de las almas, y signo luminoso y orientador para el pueblo cristiano y profano de los caminos que conducen a la reino de Dios; segundo, la total disponibilidad al ministerio pastoral que el celibato eclesiástico garantiza al sacerdote; es obvio; tercero, el amor único, inmolado, incomparable e inextinguible a Cristo Señor, que desde lo alto de la cruz confía su Madre al discípulo Juan, de quien la tradición afirma haber permanecido virgen: Ecce filius tuus; excepción mater el tuyo. . . I. 19, 26-27)

Y así dices, siempre haciendo de María nuestro modelo, de su obediencia absoluta, que inserta a la Virgen en el plan divino: Ecce ancilla Domini. . . . Luc . 1, 38) dices de la humildad, la pobreza, el servicio a Cristo: todo es ejemplar para nosotros en María. Así digan de su valentía magnánima, superior a cualquier figura clásica de heroísmo moral: Ella sta iuxta crucem Jesu ( Io. 19, 25), para recordarnos que, como partícipes del único sacerdocio de Cristo, también debemos ser partícipes de su misión redentora, es decir, ser con Él víctimas, totalmente consagrados y entregados al servicio y la salvación de los hombres; así podremos meditar en la profecía que hizo pesar en el corazón de María a lo largo de su vida la inminente y misteriosa espada de la pasión del Señor (cf. Lc 2, 35) y así podremos aplicar las palabras del Apóstol: Adimpleo ea, quae desunt passionum Christi in carne mea pro corpore Eius, quod est ecclesia, cuius factus sum ego minister ( Col 1 , 24).

Es fácil, es dulce, es vigorizante repetir la hermosa eyaculación: Maria, mater mea, fiducia mea . Hoy y siempre en nuestra vida sacerdotal.

BEATIFICACIÓN SOLEMNE DEL PADRE MASSIMILIANO MARIA EKOLBE

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 17 de octubre de 1971

Maximiliano María Kolbe, Beato. ¿Qué significa? Significa que la Iglesia reconoce en él una figura excepcional, un hombre en quien la gracia de Dios y su alma se han encontrado de tal modo que producen una vida estupenda, en la que quien la observa bien descubre esta simbiosis de un doble principio. divino y humano,el uno es misterioso, el otro se puede experimentar, el uno trascendente pero interior, el otro natural pero complejo y expandido, hasta el punto de llegar a ese perfil singular de grandeza moral y espiritual que llamamos santidad, es decir, perfección alcanzada en el parámetro religioso, que, como sabemos, corre hacia las infinitas alturas del Absoluto. Bienaventurado significa, pues, digno de esa veneración, es decir, de ese culto permisivo, local y relativo, que implica admiración hacia quien es su objeto de algún reflejo insólito y magnífico del Espíritu santificador. Bendito significa seguro y glorioso. Significa ciudadano del cielo, con todos los signos peculiares del ciudadano de la tierra; significa hermano y amigo, a quien todavía conocemos como nuestro, más que nunca nuestro, porque identificado como miembro activo de la comunión de los santos, que es ese cuerpo místico de Cristo, la Iglesia viva tanto en el tiempo como en la eternidad; significa, por tanto, abogado y protector en el reino de la caridad, junto con Cristo "siempre vivo para poder interceder por nosotros (Hebr . 7, 25; cf. Rom . 8, 34); finalmente significa campeón ejemplar, tipo de hombre, al que podemos conformar nuestro arte de vivir, ya que él, el bendito, reconoció el privilegio del apóstol Pablo, para poder decir al pueblo cristiano: "Sed imitadores de mí, como Yo soy de Cristo "( 1 Cor . 4, 16; 11, 1; Fil . 3, 17; cfr. 1 Tes . 3, 7).

VIDA Y OBRAS DE LOS NUEVOS BENDITOS

Así podemos desde hoy considerar a Maximilian Kolbe, el nuevo beato. Pero, ¿quién es Maximilian Kolbe?

Lo sabes, lo sabes. Tan cercano a nuestra generación, tan imbuido de la experiencia vivida de nuestro tiempo, todo se sabe de él. Quizás pocos otros procesos de beatificación estén tan documentados como este. Sólo por nuestra moderna pasión por la verdad histórica leemos, casi en el epígrafe, el perfil biográfico del padre Kolbe, debido a uno de sus más asiduos eruditos.

«El P. Maximiliano Kolbe nació en Zdusnka Wola, cerca de Lodz, el 8 de enero de 1894. Ingresó en el Seminario de los Frailes Menores Conventuales en 1907, fue enviado a Roma para continuar sus estudios eclesiásticos en la Pontificia Universidad Gregoriana y en el" Seraphicum "de su Orden.

Siendo aún estudiante, concibió una institución, la Milicia de la Inmaculada. Ordenado sacerdote el 28 de abril de 1918 y al regresar a Polonia, inició su apostolado mariano, especialmente con la publicación mensual Rycerz Niepokalanej (El Caballero de la Inmaculada Concepción), que alcanzó el millón de ejemplares en 1938.

En 1927 fundó la Niepokalanbw (Ciudad de la Inmaculada Concepción), un centro de vida religiosa y diversas formas de apostolado. En 1930 partió hacia Japón, donde fundó otra institución similar.

Habiendo regresado definitivamente a Polonia, se dedicó por completo a su trabajo, con diversas publicaciones religiosas. La Segunda Guerra Mundial lo sorprendió al frente del complejo editorial más impresionante de Polonia.

El 19 de septiembre de 1939 fue detenido por la Gestapo, que lo deportó primero a Lamsdorf (Alemania), luego al campo de concentración preventiva de Amtitz. Liberado el 8 de diciembre de 1939, regresó a Niepokalanow, reanudando la actividad interrumpida. Detenido de nuevo en 1941, fue encerrado en la prisión de Pawiak en Varsovia y luego deportado al campo de concentración de Oswiecim (Auschwitz).

Habiendo ofrecido su vida en lugar de un extraño condenado a muerte, en represalia por la fuga de un prisionero, fue encerrado en un búnker para pasar hambre allí. El 14 de agosto de 1941, víspera de la Asunción, terminada con una inyección de veneno, convirtió su bella alma en Dios, después de haber asistido y consolado a sus compañeros en la desgracia. Su cuerpo fue incinerado ”( P. Ernesto Piacentini, OFM Conv. ) .

LA ADORACIÓN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Pero en una ceremonia como ésta, el dato biográfico desaparece a la luz de las líneas maestras de la figura sintética del nuevo Beato; y fijemos por un momento nuestra mirada en estas líneas, que la caracterizan y la entregan a nuestra memoria.

Maximiliano Kolbe fue un apóstol del culto de Nuestra Señora, visto en su primer, original y privilegiado esplendor, el de su definición de Lourdes: la Inmaculada Concepción. Es imposible separar el nombre, la actividad, la misión del Beato Kolbe de la de María Inmaculada. Fue él quien estableció la Milicia de la Inmaculada Concepción, aquí en Roma, incluso antes de ser ordenado sacerdote, el 16 de octubre de 1917. Hoy podemos conmemorar su aniversario. Se le conoce como el franciscano humilde y manso, con increíble audacia y extraordinario genio organizativo, desarrolló la iniciativa y se dedicó a la Madre de Cristo, contemplada en su manto solar (cf. Apoc.. 12, 1) el eje de su espiritualidad, de su apostolado, de su teología. Que ninguna vacilación frene nuestra admiración, nuestra adhesión a este encargo que nos lega el nuevo Beato y, por ejemplo, como si también nosotros desconfásemos de una exaltación mariana similar, cuando otras dos corrientes teológicas y espirituales, imperantes hoy en el pensamiento y en la la vida religiosa, la cristológica y la eclesiológica, estaban en competencia con la mariológica. Sin competencia. Cristo, en el pensamiento de Kolbe, conserva no sólo el primer lugar, sino el único lugar necesario y suficiente, absolutamente hablando, en la economía de la salvación; tampoco se olvida el amor a la Iglesia y su misión en la concepción doctrinal o el propósito apostólico de la nueva beata.

Bien lo sabemos. Y Kolbe, como toda doctrina, toda liturgia y toda espiritualidad católica, ve a María insertada en el designio divino, como "término fijo del consejo eterno", como llena de gracia, como sede de la Sabiduría, como predestinada para la Maternidad de Cristo, como reina del reino mesiánico ( Luc.1 , 33) y al mismo tiempo esclava del Señor, como el elegido para ofrecer su insustituible cooperación a la Encarnación del Verbo, como Madre del hombre-Dios. , nuestro Salvador, "María es aquella por quien los hombres llegan a Jesús, y aquella por quien Jesús llega a los hombres" (L. BOUYER, Le tr ôn e de la Sagesse , p. 69).

Por tanto, no hay que reprochar a nuestro Beato, ni a la Iglesia con él, el entusiasmo que se dedica al culto de la Virgen; nunca igualará el mérito ni la ventaja de tal culto, precisamente por el misterio de comunión que une a María con Cristo y que encuentra una documentación contundente en el Nuevo Testamento; nunca habrá "mariolatría", como el sol nunca será oscurecido por la luna; ni se alterará jamás la misión de salvación propiamente encomendada al ministerio de la Iglesia si ésta es capaz de honrar en María a una de sus Hijas excepcionales ya una de su Madre espiritual. El aspecto característico, si se quiere, pero en sí mismo un punto original, de la devoción, de la "hiperdulia", del Beato Kolbe a María es la importancia que le atribuye en relación con las necesidades actuales de la Iglesia. a la eficacia de su profecía sobre la gloria del Señor y la reivindicación de los humildes, al poder de su intercesión, al esplendor de su ejemplaridad, a la presencia de su caridad materna. El Concilio nos confirmó en estas certezas, y ahora desde el cielo el Padre Kolbe nos enseña y nos ayuda a meditarlas y vivirlas.

Este perfil mariano del nuevo Beato lo califica y lo clasifica entre los grandes santos y espíritus visionarios que comprendieron, veneraron y cantaron el misterio de María.

EPÍLOGO TRÁGICO Y SUPERNUM

Luego el trágico y sublime epílogo de la vida inocente y apostólica de Maximiliano Kolbe. Esto se debe principalmente a la glorificación que la Iglesia celebra hoy del religioso humilde, manso, trabajador, discípulo ejemplar de San Francisco y caballero enamorado de María Inmaculada. El cuadro de su fin en el tiempo es tan horrible y desgarrador, que preferiríamos no hablar de él, no volver a contemplarlo nunca, para no ver donde la degradación inhumana de la soberbia que se hace de la crueldad impasible sobre los seres se reduce a esclavos indefensos destinados al exterminio el pedestal de grandeza y gloria; y millones fueron sacrificados por el orgullo de la fuerza y ​​la locura del racismo. Pero también debemos repensar este panorama sombrío para poder ver, aquí y allá, alguna chispa de humanidad sobreviviente. La historia no puede ¡ay !, olvidar esta aterradora página. Y entonces no puede dejar de fijar su mirada de asombro en los puntos luminosos que lo denuncian, pero juntos superan la oscuridad inconcebible. Uno de estos puntos, y quizás el más ardiente y chispeante, es la figura exhausta y tranquila de Maximilian Kolbe. Héroe tranquilo y siempre piadoso y suspendido en una confianza paradójica pero razonada. Su nombre permanecerá entre los grandes, revelará las reservas de valores morales que había entre esas masas infelices, congeladas por el terror y la desesperación. En ese inmenso vestíbulo de la muerte, he aquí una divina e imperecedera palabra de vida, la de Jesús que revela el secreto del dolor inocente: ser expiación, ser víctima, ser sacrificio, y finalmente ser amor:Yo . 15, 13). Jesús habló de sí mismo en la inminencia de su inmolación por la salvación de los hombres. Los hombres son todos amigos de Jesús, si al menos escuchan su palabra. El padre Kolbe cumplió la sentencia de amor redentor en el fatídico campo de Oswiecim. En dos maneras.

EL SACERDOTE, "ALTER CHRISTUS"

¿Quién no recuerda el episodio incomparable? "Soy un sacerdote católico", dijo, ofreciendo su vida a la muerte, ¡y qué muerte! - salvar la supervivencia de un compañero desconocido en la desgracia, ya designado para la venganza ciega. Fue un gran momento: la oferta fue aceptada. Nació del corazón entrenado en el don de sí, como natural y espontáneo casi como consecuencia lógica del propio sacerdocio. "Otro Cristo " no es un sacerdote? ¿No fue Cristo el Sacerdote la víctima redentora de la humanidad? ¡Qué gloria, qué ejemplo para los Sacerdotes ver en este nuevo Beato como intérprete de nuestra consagración y de nuestra misión! ¡Qué advertencia en esta hora de incertidumbre en la que la naturaleza humana quisiera a veces hacer prevalecer sus derechos sobre la vocación sobrenatural al don total a Cristo en quienes están llamados a seguirlo! Y qué consuelo para el grupo más querido y más noble, compacto y fiel de buenos sacerdotes y religiosos, que, incluso en el legítimo y loable intento de redimirlo de la mediocridad personal y la frustración social, conciben así su misión: Yo soy sacerdote católico, por eso ofrezco mi vida para salvar la de los demás. Este parece ser el envío que el Bendito nos deja especialmente,

HIJO DE POLONIA NOBLE Y CATÓLICA

Y a este título sacerdotal se añade otro; otra prueba que el sacrificio del Beato tenía su motivación en una amistad: era polaco. Como polaco fue condenado a esa desfavorable "Lager", y como polaco cambió su suerte por la de su compatriota Francesco Gajownicek; es decir, sufrió el castigo cruel y mortal en su lugar. ¡Cuántas cosas surgen en el alma al recordar este aspecto humano, social y étnico de la muerte voluntaria de Maximiliano Kolbe, hijo de la noble y católica Polonia! El destino histórico del sufrimiento de esta nación parece documentar en este caso típico y heroico la vocación secular del pueblo polaco de encontrar su conciencia unitaria en la pasión común, su caballerosa misión a la libertad lograda en el orgullo del sacrificio espontáneo de sus hijos, y su disposición a entregarse el uno al otro para superar su vivacidad en una armonía invencible, su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la universalidad. Iglesia, su firme convicción de que en la prodigiosa pero sufrida protección de Nuestra Señora está el secreto de su renaciente prosperidad, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen el Bienaventurado, su héroe típico, invoca la firmeza en la fe, el ardor en la caridad, la armonía, la prosperidad y la paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. y su disposición a entregarse el uno al otro para superar su vivacidad en una armonía invencible, su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Madonna es el secreto de su prosperidad resurgente, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar de la Beata su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía prosperidad y paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. y su disposición a entregarse el uno al otro para superar su vivacidad en una armonía invencible, su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Madonna es el secreto de su prosperidad resurgente, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar de la Beata su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía prosperidad y paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Nuestra Señora está el secreto de su resurgente prosperidad, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacer brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y hacernos invocar del Beato su típico héroe la firmeza en la fe, el ardor en la caridad, la armonía, la prosperidad y la paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Nuestra Señora está el secreto de su resurgente prosperidad, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacer brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y hacernos invocar del Beato su típico héroe la firmeza en la fe, el ardor en la caridad, la armonía, la prosperidad y la paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar del Bienaventurado su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía, prosperidad y paz de todo su pueblo. . La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar del Bienaventurado su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía, prosperidad y paz de todo su pueblo. . La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea.

ESTACIÓN DE CUARESMA EN SANTA SABINA

HOMILIA DE PABLO VI

Miércoles de Ceniza, 16 de febrero de 1972

La tarde del 16 de febrero, miércoles de ceniza, a las 17.00 horas, Pablo VI preside, como ya es costumbre, la primera estación cuaresmal en el Aventino.
El Papa, durante la Santa Misa celebrada en la basílica de Santa Sabina, a la que llega en procesión la iglesia abacial de S. Anselmo, pronuncia una homilía llamando la atención de los presentes sobre el significado de la penitencia.

Pablo VI manifiesta, en primer lugar, su satisfacción al encontrarse de nuevo junto a la devota asamblea al comienzo del período cuaresmal, consagrado de manera particular a la oración, la reflexión, la penitencia y, en tiempos pasados ​​más que hoy, también a ayuno. La participación del Papa en el rito indica la importancia que se propone atribuir tanto a él como a quienes lo seguirán hasta Pascua. No se trata de repetir gestos, ceremonias, oraciones incomprensibles para nuestro tiempo. No son actos anacrónicos. El Papa reafirma claramente la actualidad de la Cuaresma, de este tiempo de espiritualidad orante y penitente que la Iglesia propone a los fieles para que se preparen para la celebración digna y el fruto digno del Misterio Pascual. No es en vano, no es superfluo, llegar a Cristo resucitado,

En realidad, nuestro tiempo muestra poca consonancia, si no cierta sordera, a esta invitación. Pero nuestro tiempo es también el tiempo de las grandes empresas y nos enseña, más que nunca, la necesidad de la preparación de las obras. No se pueden alcanzar ciertos resultados sin el entrenamiento, la predisposición, el diseño preciso, sin pensar primero en los logros. La "psicología de la preparación" es típica de nuestro tiempo, como proponen los hijos deEste siglo. Sin embargo, se plantea una objeción fundamental radical y apremiante: ya no se ven las razones para una preparación como ésta. La penitencia, como señaló el Papa por la mañana, durante el rito de la imposición de las cenizas, presupone pecado, mientras que nuestro tiempo ha perdido la conciencia del pecado. Si todavía hay alguna señal de ello, lo asfixia. El hombre de hoy no quiere sentirse pecador, más bien quiere exponer cada acción con tolerancia, con licencia. Lo llaman "moral permisiva" y tiende a liberar al hombre de todos los lazos que moralistas, canonistas y ascetas le han impuesto a su conciencia. Cuando llegamos al encuentro entre la mentalidad actual y la mentalidad que remite a la realidad del pecado, en gran parte misteriosa pero por otro lado muy viva en nuestro espíritu, parece estar desfasado. Pero las razones de esta disciplina siguen siendo relevantes, porque nuestras acciones tienen una relación directa con Dios. Cuando no están en la línea que Dios ha trazado, entonces la desviación rompe nuestra comunicación con el Señor. Esta ruptura es una gran desgracia para nosotros, puede ser fatal; el pecado puede ser mortal, es decir, puede comprometer nuestro destino eterno. Si somos conscientes de esta realidad, entonces se vuelve lógico y deseable ser llamados a la expiación, al esfuerzo por reencontrarnos con el "hilo roto" que nos vuelve a poner en comunicación con la fuente de la vida, es decir, con Dios. entonces la desviación rompe nuestra comunicación con el Señor. Esta ruptura es una gran desgracia para nosotros, puede ser fatal; el pecado puede ser mortal, es decir, puede comprometer nuestro destino eterno. Si somos conscientes de esta realidad, entonces se vuelve lógico y deseable ser llamados a la expiación, al esfuerzo por reencontrarnos con el "hilo roto" que nos vuelve a poner en comunicación con la fuente de la vida, es decir, con Dios. entonces la desviación rompe nuestra comunicación con el Señor. 

De aquí surge una pregunta sustancial: ¿queremos un cristianismo fácil o queremos un cristianismo fuerte? La tentación del cristianismo fácil penetra hoy por todas partes. También llega a los religiosos y religiosas - observa el Papa - que dedican su vida a la austeridad y la severidad. Esa tentación comienza a afectar no solo la disciplina externa, como el hábito, el horario, etc., sino también las raíces del cristianismo; viene a la fe. Muy a menudo nos encontramos, en libros o tratados, con formas de presentación del cristianismo que tienen la intención tácita o clara de hacerlo aceptable, de hacerlo, como dicen, "creíble". ¿No se atreven estos maestros, discípulos del siglo más que del Evangelio, a socavar las verdades básicas, que en cambio siguen siendo superiores a toda nuestra inteligencia? El caso es que en la escuela, en la pedagogía moderna hay un intento generalizado de facilitar el cristianismo, de podarlo de todo lo que perturba, tanto en el campo doctrinal como en el campo práctico, es decir, el de los mandamientos. Hay una tendencia a eliminar cualquier obstáculo, a dejar que el hombre viva espontáneamente, en plenitud de vida, de forma autónoma. 

Al cometer un gran error psicológico, la idea es presentar a los jóvenes un cristianismo fácil, sin muchas reglas, sin tantas cargas y tantos escrúpulos, un cristianismo cómodo. Es decir, se intenta facilitar lo que todavía nos importa más, es decir, la profesión cristiana. dejar que el hombre viva espontáneamente, en plenitud de vida, de manera autónoma. Al cometer un gran error psicológico, la idea es presentar a los jóvenes un cristianismo fácil, sin muchas reglas, sin tantas cargas y tantos escrúpulos, un cristianismo cómodo. Es decir, se intenta facilitar lo que todavía nos importa más, es decir, la profesión cristiana. dejar que el hombre viva espontáneamente, en plenitud de vida, de manera autónoma. Al cometer un gran error psicológico, la idea es presentar a los jóvenes un cristianismo fácil, sin muchas reglas, sin tantas cargas y tantos escrúpulos, un cristianismo cómodo. Es decir, se intenta facilitar lo que todavía nos importa más, es decir, la profesión cristiana.

Pablo VI señala que también apelamos a los textos evangélicos. Se dice que el Señor es bueno, que nos ha liberado en la verdad y que, por tanto, hay que dejar que los que quieren ser cristianos sigan una línea de espontaneidad y libertad. Se propone un cristianismo fácil, desprovisto de la gran señal preñada de la Cruz. La Cruz se considera un signo ornamental y simbólico. Aún así, afortunadamente, no ha desaparecido de las oficinas públicas, de las escuelas y mucho menos de las iglesias. Permanecer allí. Pero, ¿refleja todavía en las almas el molde de su ejemplo y la elocuencia de su filosofía, su teología, su pedagogía? En las páginas del Evangelio encontramos que el Señor, cuando nos presentó el cristianismo, no dudó en desafiar la popularidad de su predicación, manifestando las severas exigencias del cristianismo mismo. Dijo que el camino al Reino de los Cielos es estrecho y agotador, y que los que prefieren el camino ancho se pierden. El propio Sermón de la Montaña, que parece un himno de alegría, marca las nuevas pretensiones del verdadero cristianismo, ese cristianismo que no se formalizará a través de manifestaciones externas, exigiendo en cambio sentimientos interiores. La severidad de las palabras de Cristo nos hace temblar, nos advierte que somos infieles, faltos, pobres seguidores del Señor. Toda la vida cristiana se caracteriza por una gran severidad. El mismo Apóstol, considerado el gran libertador, dice: "Castigo mi cuerpo y lo reduzco a la esclavitud, para que, después de haber predicado a otros, no me vuelva reprobado

San Pablo es severo, austero: "Estoy clavado en la Cruz con Cristo". falta, pobres seguidores del Señor. Toda la vida cristiana se caracteriza por una gran severidad. El mismo Apóstol, considerado el gran libertador, dice: "Castigo mi cuerpo y lo reduzco a la esclavitud, para que, después de haber predicado a otros, no me vuelva reprobado". San Pablo es severo, austero: "Estoy clavado en la Cruz con Cristo". falta, pobres seguidores del Señor. Toda la vida cristiana se caracteriza por una gran severidad. El mismo Apóstol, considerado el gran libertador, dice: "Castigo mi cuerpo y lo reduzco a la esclavitud, para que, después de haber predicado a otros, no me vuelva reprobado". San Pablo es severo, austero: "Estoy clavado en la Cruz con Cristo".

Incluso San Benito, como toda la progenie, la tradición del cristianismo, retomará esta gran lección sin atenuarla y hará verdaderos seguidores de Cristo. La fórmula que debemos revivir en nuestra generación es la de un cristianismo fuerte, que tenga dominio propio, que sea capaz de llevar esa Cruz necesaria para recomponer la armonía de nuestro ser. El hombre -recuerda Su Santidad- es un ser descompuesto, una máquina dislocada. En nosotros hay algo que no está ordenado: son las consecuencias del pecado original. Se necesita un gran esfuerzo para recrear la armonía, la capacidad de comunicarse con Dios, el amor al prójimo, las acciones honestas. No viene solo. Necesitamos concentrarnos en nosotros mismos, imponernos una ley de mortificación, penitencia, sacrificio. Debemos marcarnos con la señal de la cruz. Y es entonces cuando sentimos que somos más auténticos, es decir, más fieles, más seguidores, más cercanos a los ejemplos y preceptos del Señor, y sentimos que una energía particular despierta en nosotros.

Si sientes la sensación natural del dolor - especifica el augusto Celebrante - cuando te impones algún sacrificio por amor al Señor, por la observancia de su ley, para reflejar su preocupación en tu vida, también sientes la alegría de ser verdaderamente fiel, la fuerza para hacer lo que antes te parecía tan difícil.

La exhortación del Santo Padre no se refiere a la severidad física, como, por ejemplo, un gran ayuno hoy incompatible con las exigencias de la vida moderna, tan impregnado de compromisos, tan activo que no permite castigar la propia pobre existencia con mortificaciones artificiales. . Los antiguos maestros nos hablan de una penitencia interior, lo que los griegos llamaban "pneumática", es decir, del espíritu. El Señor también nos habla de eso. Y esto es posible para todos. Sentimos que nuestra celda interior está actualmente invadida por tantas imágenes, sonidos, voces, tanta blasfemia que vienen del mundo moderno. La Cuaresma nos invita a imponernos un poco de silencio, una cierta consideración, para hablar con nosotros mismos. En este sentido, el Papa recuerda lo que se escribió sobre san Benito: Secum vivebat .

Para llevar a cabo la conversación interior con nosotros mismos debemos imponernos un poco de concentración, silencio, desapego del entorno que nos distrae. Esta es la penitencia, la recuperación de nuestras energías y nuestro ser. Esto se está volviendo verdaderamente cristiano. Pablo VI invita a los presentes a escuchar con más atención, en el período de preparación a la Pascua, la palabra del Señor, para tratar de ser verdaderamente correctores de sí mismos, pero también para tratar de hacer el bien de los demás. Recordando las lecturas de la Misa, el Papa subraya que la penitencia no es un cierre del alma; más bien es un esfuerzo para abrirse al bien, al derramamiento de uno mismo para el consuelo y la elevación de los demás. “Te lo recomiendo - concluye - te lo predico, y me siento tan feliz de saber que no solo escuchas estas palabras,

BEATIFICACIÓN SOLEMNA DEL SACERDOTE MICHELE RUA

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 29 de octubre de 1972

¡Venerables hermanos y queridos hijos!
¡Bendigamos al Señor!

Aquí: ¡el P. Rua ha sido declarado ahora "bienaventurado"!

Una vez más se realiza un prodigio: por encima de la multitud de la humanidad, levantado por los brazos de la Iglesia, este hombre, invadido por una levitación que ha hecho posible la gracia aceptada y secundada por un corazón heroicamente fiel, emerge a un nivel más alto y luminoso. , y confluye en él la admiración y el culto concedidos a aquellos hermanos que, habiendo pasado a la otra vida, han alcanzado ahora la bienaventuranza del reino de los cielos.

BONDAD, SUAVIDAD, SACRIFICIO

Un perfil delgado y desgastado de un sacerdote, toda mansedumbre y bondad, todo deber y sacrificio, se perfila en el horizonte de la historia, y allí permanecerá para siempre: ¡es Don Michele Rua, "bendito"!

¿Estás feliz? Es superfluo preguntar a la triple Familia Salesiana, que aquí y en el mundo se regocija con nosotros y que infunde su alegría en toda la Iglesia. Dondequiera que estén los Hijos de Don Bosco, hoy es una fiesta. Y es una fiesta especialmente para la Iglesia de Turín, la patria terrena del nuevo Beato, que ve a una nueva figura sacerdotal incluida en las filas de sus elegidos, que documenta las virtudes del linaje civil y cristiano, y que ciertamente promete más. Fecundidad futura.

Don Rua, "bendito". No trazaremos ahora su perfil biográfico, ni haremos su panegírico. Su historia es ahora bien conocida por todos. Ciertamente no son los buenos salesianos los que dejan que sus héroes carezcan de fama; y es este obediente homenaje a sus virtudes lo que, al hacerlos populares, amplía el alcance de su ejemplo y multiplica su benéfica eficacia; crea la epopeya, para la edificación de nuestro tiempo.

Y luego, en este momento en el que la emoción gozosa llena nuestras almas, preferimos meditar antes que escuchar. Bueno, meditemos un momento en el aspecto característico de Don Rua, el aspecto que lo define, y que con una sola mirada nos dice todo, nos hace comprender. ¿Quién es Don Rua?

Es el primer sucesor de Don Bosco, Santo Fundador de los Salesianos. ¿Y por qué Don Rua es ahora beatificado, es decir, glorificado? es beatificado y glorificado precisamente por su sucesor, es decir, continuador: hijo, discípulo, imitador; Es bien sabido que lo ha hecho con otros, pero ante todo, del ejemplo del Santo una escuela, de su obra personal una institución extendida, se puede decir, por toda la tierra; una historia de su vida, un espíritu de su gobierno, un tipo, un modelo de su santidad; hizo un manantial, una corriente, un río. Recuerde la parábola del Evangelio: “el reino de los cielos es como la semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo; Se encuentra entre las semillas más pequeñas, pero cuando se cultiva, se encuentra entre las más grandes de todas las hierbas y se convierte en una planta.Matth . 13, 31-32). La prodigiosa fecundidad de la familia salesiana, uno de los mayores y más significativos fenómenos de la perenne vitalidad de la Iglesia en el siglo pasado y en el nuestro, tuvo su origen en Don Bosco, la continuidad en Don Rua. Fue este seguidor suyo quien, desde los humildes comienzos de Valdocco, sirvió a la obra salesiana en su potencial expansivo, comprendió la alegría de la fórmula, la desarrolló con coherencia textual, pero con siempre ingeniosa novedad. Don Rua fue el más fiel, por lo tanto el más humilde y al mismo tiempo el más valiente de los hijos de Don Bosco.

UNA TRADICIÓN GLORIOSA

Esto ahora es bien conocido; no citaremos, que la documentación de la vida del nuevo Beato ofrece con exuberante abundancia; pero haremos una sola reflexión, que creemos, sobre todo hoy, muy importante; se trata de uno de los valores más discutidos, para bien o para mal, de la cultura moderna, es decir, de la tradición.

Don Rua inauguró una tradición. La tradición, que encuentra amantes y admiradores en el campo de la cultura humanista, la historia, por ejemplo, el devenir filosófico, no está en honor en el campo operacional, donde más bien la ruptura de la tradición.- la revolución, la renovación apresurada, la originalidad siempre intolerante de la escuela de los demás, la independencia del pasado, la liberación de todos los lazos - parece haberse convertido en la norma de la modernidad, la condición del progreso. lo que es inevitable en esta actitud de la vida tensa hacia adelante, que avanza en el tiempo, en la experiencia y en la conquista de las realidades circundantes; pero advertiremos del peligro y daño del repudio ciego de la herencia que el pasado, a través de una sabia y selectiva tradición, transmite a las nuevas generaciones. Si no tomamos en cuenta este proceso de transmisión, podemos perder el tesoro acumulado de la civilización y vernos obligados a reconocer que hemos retrocedido, no progresado, y comenzar de nuevo una labor agotadora. Podríamos perder el tesoro de la fe, que tiene sus raíces humanas en ciertos momentos de la historia que fue, para encontrarnos naufragados en el misterioso mar del tiempo, sin tener ya ni la noción ni la capacidad del camino a recorrer. Discurso inmenso, pero que surge en la primera página de la pedagogía humana, y que nos advierte, cuando menos, qué mérito tiene todavía el culto a la sabiduría de nuestros ancianos, y para nosotros, hijos de la Iglesia, qué deber y qué necesidad. tenemos que sacar de la tradición esa luz amistosa y perenne, que proyecta sus rayos desde el pasado lejano y cercano en nuestro camino progresivo.

NOS ENSEÑA A SER DISCÍPULOS DE UN MAESTRO SUPERIOR

Pero para nosotros el discurso, frente a Don Rua, se vuelve simple y elemental, pero no menos digno de consideración. ¿Qué nos enseña Don Rua? ¿Cómo pudo haberse elevado a la gloria del cielo y la exaltación que la Iglesia hace de él hoy? Precisamente, como decíamos, Don Rua nos enseña a ser continuadores; es decir, seguidores, estudiantes, maestros, si se quiere, siempre que sean discípulos de un Maestro superior. Ampliemos la lección que viene de él: enseña a los Salesianos a seguir siendo Salesianos, siempre fieles hijos de su Fundador; y luego enseña a todos la reverencia al magisterio, que preside el pensamiento y la economía de la vida cristiana. El mismo Cristo, como Verbo procedente del Padre, y como Mesías ejecutor e intérprete de la revelación que le concierne, dijo de sí mismo: "Mi doctrina no es mía,Yo . 7, 16).

La dignidad del discípulo depende de la sabiduría del Maestro. La imitación en el discípulo ya no es pasividad ni servilismo; es levadura, es perfección (cf. 1 Co 4, 16). La capacidad del alumno para desarrollar su propia personalidad deriva en realidad de ese arte extractivo, propio del tutor, que se llama precisamente educación, un arte que guía la expansión lógica, pero libre y original de las cualidades virtuales del alumno. Queremos decir que las virtudes, de las que Don Rua es un modelo para nosotros y de las que la Iglesia se ha titulado para su beatificación, siguen siendo las evangélicas de los humildes adherentes a la escuela profética de la santidad; de los humildes a quienes se revelan los más altos misterios de la divinidad y la humanidad (cf. Mat . 11, 25).

Si Don Rua realmente califica como el primer continuador del ejemplo y la obra de Don Bosco, siempre nos gustaría repensarlo y venerarlo en este aspecto ascético de humildad y dependencia; pero nunca podremos olvidar el aspecto operativo de este pequeño gran hombre, sobre todo porque nosotros, no ajenos a la mentalidad de nuestro tiempo, inclinados a medir la estatura de un hombre por su capacidad de acción, sentimos que tenemos en frente a él un deportista de actividad apostólica que, siempre en el molde de Don Bosco, pero con dimensiones propias y crecientes, confiere a Don Rua las proporciones espirituales y humanas de la grandeza. De hecho, su misión es grandiosa. Los biógrafos y críticos de su vida han encontrado las virtudes heroicas, que son los requisitos que la Iglesia exige para el resultado positivo de las causas de beatificación y canonización,

La misión que engrandece a Don Rua está hermanada en dos direcciones exteriores distintas, pero que en el corazón de este poderoso obrero del reino de Dios se entrelazan y confunden, como suele suceder en la forma del apostolado que le asignó la Providencia: el salesiano. Congregación y oratorio, que son las obras para los jóvenes, y cuántas otras las hacen coronar. Aquí nuestra alabanza debe ir a la triple familia religiosa que primero de Don Bosco y luego de Don Rua, con sucesión lineal, tuvo sus raíces, la de los Salesianos Sacerdotes, la de las Hijas de María Auxiliadora y la del Salesiano. Cooperadores, cada uno de los cuales tuvo un desarrollo maravilloso bajo el impulso metódico e infatigable de nuestro Beato. Baste recordar que en los veinte años de su gobierno desde 64 casas salesianas, fundadas por Don Bosco durante su vida, crecieron a 314. Las palabras de la Biblia salen a los labios en un sentido positivo: "¡Aquí está el dedo de Dios!" (Ej . 8, 19). Al glorificar a Don Rua, damos gloria al Señor, que quiso en su persona, en el creciente número de sus hermanos y en el rápido crecimiento de la obra salesiana, manifestar su bondad y su poder, capaz de despertar incluso en nuestro tiempo. la inagotable y maravillosa vitalidad de la Iglesia y ofrecer a su esfuerzo apostólico los nuevos campos de la pastoral que el impetuoso y desordenado desarrollo social ha abierto ante la civilización cristiana. Y saludamos, animando con ellos con alegría y esperanza, a todos los Hijos de esta joven y pujante Familia Salesiana, que hoy, bajo la mirada amable y paternal de su nuevo Beato, renuevan su paso por el empinado y recto camino de la ya probada tradición. de Don Bosco.

EN CRISTO TODA ARMONÍA Y FELICIDAD

Entonces se encienden ante nosotros las obras salesianas iluminadas por el Santo Fundador y con el nuevo esplendor del Beato Continuador. ¡Es a ustedes a quienes miramos, jóvenes de la gran escuela salesiana! Vemos reflejado en sus rostros y resplandeciendo en sus ojos el amor del que Don Bosco y con él Don Rua y todos sus cohermanos de ayer y de hoy, y ciertamente de mañana, han hecho un magnífico despliegue para ustedes. Cuán querido eres para nosotros, cuán hermosa eres para nosotros, cuán feliz te vemos alegre, vivaz y moderna; ¡Sois jóvenes que habéis crecido y crecido en esta multiforme y providencial obra salesiana! Cómo la emoción de las cosas extraordinarias que el genio de la caridad de San Juan Bosco y el Beato Miguel Rua y sus mil y mil seguidores ha podido producir para ustedes aprieta el corazón; para ustedes, sobre todo, hijos del pueblo, para ustedes, si necesita asistencia y ayuda, instrucción y educación, capacitación en el trabajo y la oración; para ti, si hijos de la desgracia, o confinados en tierras lejanas, espera que alguien se acerque a ti, con la sabia pedagogía preventiva de la amistad, la bondad, la alegría, que sepa jugar y dialogar contigo, que te haga bien y fuerte que te hace tranquilo y puro y bueno y fiel, quien descubre el sentido y el deber de la vida, y te enseña a encontrar la armonía de todo en Cristo. Hoy os saludamos también, y queremos a todos vosotros, pequeños y grandes alumnos del alegre erudito y laborioso gimnasio salesiano, y con vosotros tantos de vuestros compañeros de la ciudad y el campo, vosotros de las escuelas y campos deportivos, vosotros de trabajo y sufrimiento, y ustedes de nuestras aulas de catecismo y de nuestras iglesias, sí,

ENCUENTRO CON EL CLERO ROMANO

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 1 de marzo de 1973

A esto sigue la meditación dictada por el Santo Padre, quien recuerda, en primer lugar, que la costumbre de este encuentro en vísperas de Cuaresma nació como una exhortación a los predicadores cuaresmales, a la que el grupo de párrocos y clérigos romanos También se agregó para dar mayor completitud a la audiencia. Agrega que la conversación de hoy habría tenido una configuración más afectiva que meditativa y dispositiva, debiendo posponer un mayor estudio de la visión general de la acción pastoral de la Iglesia para más ocasiones.

El Papa inmediatamente saluda cordialmente al nuevo vicario, el cardenal electo Poletti, a quien se le ha confiado el mayor y más preciado tesoro de su ministerio, es decir, el clero de Roma. La transferencia de su responsabilidad a manos del Vicario es motivo de alivio y consuelo para el Santo Padre. Pero esto no deja su corazón vacío del inmenso amor que lo une a los sacerdotes romanos.

A continuación, Pablo VI tiene palabras de afectuoso recuerdo para el difunto cardenal Dell'Acqua, hacia quien tiene sentimientos de infinita estima y gratitud. También saluda al nuevo subdirector Monseñor Rovigatti, que ya era párroco de Roma y que, por tanto, está junto a los demás miembros del clero como hermano, a los obispos auxiliares y a todos los presentes, asegurando su ayuda y solidaridad para su ministerio para que realmente te conviertes en un consuelo para las almas. Un pensamiento especial es para los predicadores, cuya función espera sea tanto más fructífera cuanto más, lamentablemente, la participación de los fieles y la resonancia en la opinión pública de hoy ha disminuido.

Refiriéndose a la meditación expuesta el año pasado en la audiencia con los párrocos y los cuarentistas de Roma, Pablo VI sigue insistiendo en la necesidad de que los sacerdotes investiguen el problema de su identidad en un momento de reelaboración, de despertar, de viva reestructuración. , si ni siquiera de crisis. ¿Quienes somos? ¿Por qué nos llaman sacerdotes? ¿Qué significa? ¿Para qué somos diputados? ¿No somos superados por la sociedad que nos rodea? —pregunta el Papa. Pensamos que estábamos trabajando - añade - en tierra firme, mientras nos dimos cuenta de que la tierra se mueve, desaparece, se derrite debajo de nosotros. A veces tenemos la impresión de trabajar en vano. Los sacerdotes que han planteado con mayor claridad y severidad el problema de su identidad son los que más se han encontrado en medio del vacío, el desinterés, a un entorno que los consideraba obsoletos, inútiles, superfluos. Sucede que el sacerdote se desanima cuando ve que sus intentos de contacto con el mundo llegan solo a unos pocos representantes supervivientes de generaciones anteriores.

Lamentablemente este año, observa el Santo Padre, debemos señalar un paso adelante, que en realidad es un paso atrás en el proceso analítico que el clero está asumiendo sobre sí mismo. El sacerdote no solo sería un ministro de nada e ineficaz, sino que se notaría que todo está mal. Y esto no solo de los inquietos habituales, sino también de las voces generalmente atentas y autorizadas. Es necesario - dicen - reestructurar toda la Iglesia porque tal como está actualmente no está coordinada con el mundo que la rodea. La relación Iglesia-mundo es el problema central, pero, se señala, esta relación hoy no es efectiva, no es lo que debería ser, o al menos lo que críticos y académicos imaginan haber identificado. De la duda sobre la identidad, es decir, dimos un paso atrás hacia la afirmación de la inutilidad, renegando aún más radicalmente de la Iglesia constituida tal como es, dejando a la deriva todos los instintos espirituales, incluso los buenos. Estamos en un momento en el que es necesario retomar la reflexión sobre nosotros mismos para poner algo de nuevo en pie. Aunque no necesites una meditación tan cruda - declara el Papa refiriéndose a los presentes - debemos afrontarla. Esta es, como dicen, la hora de la verdad.

¿Qué debemos pensar de nosotros, qué concepto debemos tener del sacerdote, del pastor, del oficio que nos ha investido, de nuestro destino, de nuestra profesión, de nuestro deber, del mundo en el que venimos a vivir como ministros del Evangelio, coordinados con Cristo como sus representantes, sus ministros, como cauces de su palabra, de su gracia, de sus ejemplos, de la realización de su Evangelio? Iglesia-mundo: contacto, interpenetración, asimilación, secularización. ¿Hasta dónde ha llegado esta idea de secularización en nuestro entorno? Oímos que el sacerdote es un hombre y debe ser un hombre como los demás. Debe ser un hombre completo. Y se introduce en la planificación espiritual toda una serie de problemas sobre la forma de vivir, de concebir nuestra existencia que realmente trastorna, altera y desfigura, cuando ni siquiera traiciona, la huella que Cristo ha impreso en nuestra alma. La expresión "Serás otro Cristo" se ha desvanecido y distorsionado. Si el sacerdote es un hombre, su cultura debe ser profana. Y aquí está la invasión de periódicos, revistas, libros, publicaciones que nutren la cultura mediática profana. Se dice que si el sacerdote es un hombre, entonces debe tener todas las experiencias que tiene un hombre. Y por experiencias, desafortunadamente, generalmente nos referimos a las negativas. Se dice que si el sacerdote no sabe estas cosas, permanece inconsciente, crea una imagen de la vida falsa, artificial, ingenua, infantil. Debe saberlo. ¿Pero que? maldad, tentaciones, caídas, malas experiencias. Es necesario - se dice - que tenga algún conocimiento directo y vivido de la vida, de lo contrario sigue siendo una persona disminuida. Y esto, como si fuera un herido, deformado en su figura moral, en su intangibilidad espiritual como hombre bautizado hijo de Dios, tiene algo que ganar con haber sufrido estos sables, estas heridas. En el marco de esta concepción, por ejemplo, ¿qué queda del hábito eclesiástico? Sin detenerse mucho en este aspecto, por marginal que sea, el Papa definió como hipocresía la actitud del sacerdote que se asimila tanto a lo profano que ya no se le puede distinguir. La asimilación a lo profano es una tesis que va difundiendo y secularizando a quien tiene la investidura de la Santa Orden y la misión de representar y vivir a Cristo en sí mismo. por ejemplo, ¿qué queda del hábito eclesiástico? Sin detenerse mucho en este aspecto, por marginal que sea, el Papa definió como hipocresía la actitud del sacerdote que se asimila tanto a lo profano que ya no se le puede distinguir. La asimilación a lo profano es una tesis que va difundiendo y secularizando a quien tiene la investidura de la Santa Orden y la misión de representar y vivir a Cristo en sí mismo. por ejemplo, ¿qué queda del hábito eclesiástico? Sin detenerse mucho en este aspecto, por marginal que sea, el Papa definió como hipocresía la actitud del sacerdote que se asimila tanto a lo profano que ya no se le puede distinguir. La asimilación a lo profano es una tesis que va difundiendo y secularizando a quien tiene la investidura de la Santa Orden y la misión de representar y vivir a Cristo en sí mismo.

Pablo VI quiere reiterar que el sacerdote es ante todo ministro de Cristo, antes incluso de hombre. Si no fuera así, ni siquiera el celibato tendría los títulos suficientes para conservarse en su plenitud, en su integridad, en su esplendor angelical y transfigurador que lo hace tal que todavía hoy es reclamado por el clero latino. Ser un ministro de Cristo es ser un seguidor de Cristo. Seguir a Cristo implica desapego. Los apóstoles dejaron sus redes, sus cosas, sus ocupaciones, su país, sus familias. Así el sacerdote es como un robado, despojado por el mismo Cristo, que no sólo ha pedido la renuncia a las cosas que dan una configuración sensible a la persona, sino a la persona misma. Dijo: el que ama su vida no es digno de mí. Aquellos que buscan su vida, la perderán.

Nos enfrentamos a esta encrucijada: para seguir a Cristo debemos abandonar una serie de cosas. Debemos ser despojados, pobres no solo económicamente, sino también cultural y socialmente. Sin estos desprendimientos, no somos servidores fieles, no somos ministros coherentes ni capaces, porque la capacidad de ser ministros está en el desprendimiento. Se habla mucho de liberación, señaló el Papa, pero la liberación que Cristo nos pide consiste precisamente en dejar en casa todo lo inútil, excepto lo que se puede usar para el anuncio, para la celebración de la Eucaristía y para el servicio. . del ministerio de las almas. Debemos estar desapegados. Y esto produce efectos desagradables. Frente al mundo, incluso puede parecer ridículo. Y nada es más intolerable para los hombres inteligentes y sensibles. Bueno, aceptamos ser tales vestir ropa y realizar gestos especiales. El mundo desmitifica lo que para nosotros es el sacrificio fundamental de nuestra vida: te seguiré sin mirar atrás. San Pablo dice de sí mismo "segregatus in evangelium Dei". Hoy se usaría la palabra "paria". Debemos ser conscientes de ser reducidos a esta condición por nuestra fidelidad, por nuestro compromiso, para hacer efectiva y creíble nuestra misión sacerdotal. Debemos tener cuidado con un fenómeno que se repite porque todavía somos hijos de Adán. Es decir, sucede que el propio ministerio nos lleva a la recuperación de lo que nos queda, al deseo de volver en otras formas a lo que el Señor nos quiso despojar. Los privilegios, por ejemplo, vinculados a cualquier tipo de autoridad. Nos lleva a distinguirnos, a recuperar indirectamente lo que habíamos perdido y asfixiado. Por cierto fenómeno de gravitación moral, insensible y fatal, volvemos a los de antes, ya veces nos volvemos incluso peores que los de antes en cuanto a unirnos al mundo del que queríamos ser liberados. El Señor, en cambio, nos dice: debes ser pobre, humilde, puro, un hombre singular, un hombre que se reconoce de vista que es un sacerdote, un hombre fuera del círculo de los intereses de los demás, de amistades, de negocios: un hombre aislado.

Hemos jurado fidelidad a esta condición, humanamente hoy tan despreciada si no despreciada. Y debemos permanecer fieles y consistentes en la Cruz. Si no cargamos con nuestra cruz, no somos dignos de Cristo. Lo hemos perdido todo, pero Cristo ha permanecido con nosotros. Lo hemos elegido, es nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro amor. Para nosotros Cristo es Dios que nos es dado; Él sigue siendo nuestro todo. Hemos absolutizado a Cristo. Eso es todo para nosotros: Deus meus et omnia . Por tanto, todos los demás sacrificios subordinados están justificados.

Por otro lado, siguiendo la psicología de la liberación del mundo -como dice el Santo Padre- deformamos, si no traicionamos, nuestro compromiso fundamental. Estamos fuera del mundo. No somos como los demás no porque tengamos más, sino porque tenemos menos, no tenemos lo que tienen los demás. Pero somos de Cristo. La plenitud de esta persuasión hace que los sacrificios que estamos llamados a hacer menos serios para nosotros y que llegan hasta la inmolación de nosotros mismos. Pero si estamos fuera de este mundo, ¿cómo podemos entenderlo? Se suponía que íbamos a ser sus médicos, profesores, asistentes, ¿y en cambio? He aquí la bella paradoja de la vida eclesiástica: estar desapegado por un lado y sumergido en el mundo por el otro. Ser pastores, ser amigos de la sociedad que se ha ido. Esto parece irreconciliable. Sin embargo, el sacerdocio se realiza precisamente en esta fusión de la caridad que nos sumerge en el prójimo con la otra caridad que nos eleva, separándonos del mundo en Cristo. En cuanto a la forma de realizar esta situación aparentemente paradójica, el Papa se limitó a un símil. El sacerdote, observa, es como el médico, que vive entre los enfermos pero al mismo tiempo se protege del mal con desinfecciones y otras formas de autodefensa.

Te darás cuenta - concluye el Papa - de que eres tanto más apto para acercarte a los demás, para comprenderlos, para vivir con ellos, para servirlos, para consolarlos, para convertirte en sus amigos, compañeros indispensables, padres espirituales, cuanto más tú. eres personalmente libre y desapegado de ese mundo que buscas para curarlo y hacerlo florecer en sus virtudes.

"Age quod agis" - añade -. Debemos hacer bien lo que tenemos que hacer, en el marco del complejo programa de la pastoral de nuestro tiempo. Necesitamos hacer bien la catequesis, promover bien la acción católica, hacer bien el servicio litúrgico, dejar el espacio necesario para la meditación: “Que haya momentos de absoluto silencio en nuestros días; siempre encontramos un rincón para nuestra conversación solitaria con el Señor; que los demás, cuando oramos, se sientan en un estado diferente ”.

Su Santidad termina su exposición expresando su gratitud al clero romano, asegurando todos los cuidados posibles para que los sacerdotes puedan llevar a cabo su misión de manera adecuada. Sepan que, independientemente de los resultados y el estilo de su acción pastoral, les sigue un gran afecto y veneración, una comunión de almas, oraciones, esperanzas y bendiciones.

CONSISTORIA PARA EL NOMBRAMIENTO DE NUEVOS CARDENALES

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes, 5 de marzo de 1973

Hermanos!

Levantemos por un momentola cabeza inclinada sobre el altar y sepulcro por las palabras penetrantes y solemnes, que la liturgia nos hace escuchar, y miremos a nuestro alrededor, miremos especialmente a ustedes, concelebrantes. Dejemos que una ola de reverencia y afecto recorra nuestros rostros, comensales como ahora somos de la mesa del Señor, y reflexionemos sobre qué título. Un vínculo original y profundamente eclesial ofrece este título: celebras ahora con nosotros este santo Sacrificio, porque has sido llamado por nosotros a formar parte de ese sagrado Colegio Cardenalicio que se define históricamente no sólo por su fundamental y peculiar posición canónica en este Iglesia romana, pero también por la función espiritual y operativa que os ha encomendado, la de estar cerca de nuestra persona, de asistir y asistir a la misión que nos viene de Cristo, es decir, para guiar pastoralmente al rebaño de Él, Cristo, la Iglesia, ahora tan crecida en tamaño, necesidades, problemas. Gracias a vosotros, hermanos, y paz a vosotros, que habéis venido, acogiendo nuestra invitación, e inmediatamente os colocáis en torno a nuestra humilde persona, dispuestos a compartir "la preocupación de todas las Iglesias" (2 Cor . 11, 28), es decir, al servicio y consuelo de esta Sede Apostólica y de otro colegio mucho mayor, el Episcopal, y con él de todo el Pueblo de Dios. la intención común de responder junto con el corazón y con el trabajo a la pregunta apremiante del Señor, que sí, lo amamos, lo amaremos, lo amaremos solo a él, solo y para siempre, hasta el punto de nuestra entrega total. : el sagrado Colegio, con nosotros y con quienes lo integran, debe ser, en medio de la Iglesia, un hogar ardiente de caridad, luz y amor, de autoridad y servicio, de fidelidad al Evangelio.

¡Oh! regocija nuestro corazón, regocija el tuyo, en este encuentro de nuestras miradas y nuestras almas.! quisiéramos tener en nuestros labios los nombres de sus personas y más aún los de sus Iglesias, de sus respectivos Pueblos; que si el tiempo nos permitiera pronunciarlas, nos parecería hacernos eco de la página de los Hechos de los Apóstoles, que nos da la colorida lista de los Pueblos representados en el cumplimiento del prodigio de Pentecostés (Cfr. Act .. 2, 9 y sigs.). ¿No deberíamos disfrutar como celebración de que sus Personas individuales, los nuevos Cardenales, se estén levantando en este momento como representantes de sus Diócesis y sus Naciones? ¿y no podemos confiarte que esta pluralidad geográfica y étnica fue intencionada en la elección de tu pueblo, y hubiera querido extenderse más, si hubiera tenido la posibilidad? ¿No es acaso el genio de la Iglesia la catolicidad? También queremos suponer que en esta misma ceremonia ustedes, y los que asisten a ella, precisamente quienes tienen la vista clara para captar el significado de este evento, son capaces de percibir un signo de catolicidad, es decir, de amor universal. Entonces ama a la Iglesia Romana.

Pero en este punto, es decir, el enfrentamiento que nos espera a este hecho, a este rito, realizado en la Basílica de San Pedro, con el mundo que nos rodea y en el que vivimos, surge un problema en nuestro espíritu, y quizás también en el suyo, la pregunta que se plantea si estamos al unísono con nuestro tiempo, si existe una relación plausible entre la Iglesia y el mundo, como nos lo recomendó con tanta autoridad el reciente Concilio Ecuménico.

Los que nos abandonamos a la visión de este templo, a los recuerdos, a las emociones que despierta en el alma, movidos por el sugerente rito que estamos celebrando, entra en estado de sueño, olvida la realidad histórica y profana, el teatro. de nuestra vida presente, y se siente transportado a otro mundo, fuera de la hora presente. Parece que retrocedemos a través de los siglos, o más bien vivimos fuera del tiempo. Una pregunta, una pregunta grave, mantiene alerta nuestra conciencia; y es esto: ¿la Iglesia vive dentro o fuera de la historia? La Iglesia, con sus hechizos tradicionales, -porque tal vez nos parezcan tales sus ritos, costumbres, institutos actuales-, ¿No nos hace ajenos a la realidad de la historia? ¿No sería en sí mismo un anacronismo? ¿Y esta fidelidad sobreviviente a conceptos e instituciones de otros tiempos no nos distrae del movimiento universal, innovador del progreso, de la actualidad fugaz? ¿No nos vuelve tímidos, y solo solícitos, preservar el pasado y frenar la carrera hacia el futuro?

El problema existe; y en este instante tiene su propia urgencia que podría tener dos respuestas contrarias y ambas falsas: la de la inmovilidad o la del relativismo. La relación entre la Iglesia y la historia no se fija ciegamente a las formas del pasado, alienando a la Iglesia del fluir de la historia que evoluciona y cambia, que siempre conquista con vistas a metas futuras y escatológicas, como tampoco permite la Iglesia para dispersar los tesoros de los suyos. Camino en el tiempo, sobre todo, inalienable, la fe, para llegar ansiosamente al ritmo necio de una sociedad, que precipita su curso, sin encontrar equilibrio ni paz: el la revolución es su meta, y con ella la pérdida de la libertad. La Iglesia, en cambio, demos gracias a Dios por ello, cuando es fiel a sí misma,

Cosas que sabes. Y cosas que has vivido hoy. Porque no es cierto que las estructuras constitucionales y las tradiciones auténticas probadas por los siglos sean cadenas que atascan el camino de la Iglesia a lo largo del tiempo; son tanto el apoyo como el estímulo. Les recordamos, hermanos cardenales, a ustedes, hermanos obispos y sacerdotes y diáconos, para que no se conviertan en víctimas de ustedes mismos, es decir, de las dignidades y poderes que la Iglesia les confiere, como si fueran cargas pesadas, que obligan a defender su carácter en detrimento de la función, y como si fueran un obstáculo, debido al estilo noble y sagrado, que imponen a su vida representada en la de Cristo (Cf. 1 Co 4, 10; 1). Tess. 2, 14), al atrevimiento libre y audaz de un apostolado más válido. Nunca piense que está fuera de la vida vivida, fuera de la historia, debido al hecho de que su gente y sus ideas tienen su propia forma modelada en la experiencia autorizada de la Iglesia; piensa más bien cómo tú, tan unido a la Iglesia de Pedro, estás a la vanguardia de los grandes movimientos, que arrastran a la humanidad hacia sus destinos evidentes y para ella tan difíciles, nos referimos a la unidad, la hermandad, la justicia, la libertad en orden, la dignidad personal, respeto por la vida, dominio de la tierra sin estar allí empalada, cultura sin perderse. . . Y aun mas; un alto exponente del desarrollo industrial moderno confió en nosotros, no hace mucho: "el mundo del trabajo, en el fondo de su alma inquieta, codiciosa y sufriente, hoy necesita trascendencia; necesita a alguien que le dé el anuncio y el signo vivido en su propio ejemplo. . . ¿Por qué ustedes, ministros de Cristo, no se los entregan? ¿Por que tienes miedo? ¿No conoces el encanto de tu mensaje y de tu ministerio?»( Cf. Mateo 8, 26; Io . 15, 20 ) . ¡Y más convincente se vuelve este discurso, cuando pensamos, como nos enseñó el Maestro, que más eficaz será el testimonio, si es validado por el fracaso y el sufrimiento!

He aquí, pues, las predicciones de buenas y santas fortunas para la causa del Evangelio y para que el crecimiento de la Iglesia se eleve desde este rito hacia el horizonte del futuro: cuántos de vosotros estáis hoy asociados a nuestro ministerio pontificio con esta tan cercana. y muy peculiar vínculo cardenalicio consolará este ministerio a firmeza, renovación, fecundidad y lo hará testimonio propio en esta Roma católica y hasta los confines de la tierra. Esto lo deseamos, esto lo pedimos, en el nombre de Cristo y bajo la apariencia de Pedro, bendiciendo a todos de corazón.

Nous saluons spécialement les Autorités et les pèlerins des pays de langue française, ici rassemblés pour boobs célébration vraiment ecclésiale, et Nous comptons sur les nouveaux Cardinaux qu'ils sont venus entourer, pour Nous aider dans notre mission. A tous, Nous donnons notre Bénédiction Apostolique.

Deseamos extender nuestro saludo a los representantes y peregrinos de las naciones de habla inglesa. Hoy has sido testigo de la maravillosa universalidad de la Iglesia Católica. Que los recuerdos de esta ocasión histórica te hagan cada vez más fuerte en tu fe y te den mucha alegría en el Señor Jesucristo. Damos a todos nuestra Bendición Apostólica.

Unser herzlicher Gruss dorado en dieser Stunde den Priestern und Gl ä ubigen aus dem Bistum Mainz, den Vertretern der staatlichen und st ä dtlischen Autorit ä ten. Alle sind hierher gekommen, um dieses freudige Ereignis mit Uns und ihrem Oberhirten zu feiern. Ihnen und allen Pilgern aus den L ä ndern deutscher Sprache Unser Apostolischer Segen.

A las Misiones officiales, a los queridos sacerdotes, religios y fieles de lengua castellana, que vemos congregados en torno a los nuevos Cardenales, nuestro saludo gozoso de congratulaci ó n y el deseo de que este encuentro, before the Tumba del Ap ó stol San Pedro , a medida que aumenta los v í nculos de municipios ón en la misma fe, corroborada por una caridad profunda, y plasmada en un ardiente servicio a la iglesia. As í lo invocamos del Se ñ or, con Nuestra Bendici ó n Apost ó lica.

Aos fiéis de l í ngua portuguesa, diremos: em tr ê s palavras - alegria , pela vossa presença, congratulaç ão , pelos vossos novos Cardeais e felicidades , para todos - levai deste encontro as lembranças do Papa, para as vossas p á trias, como vossas terras y fam í lias, com a nossa B ên

INAUGURACIÓN DE LA X ASAMBLEA GENERAL DE LA CEI

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes, 11 de junio de 1973

Venerables y amados hermanos,

Antes de continuar en la celebración del rito sagrado, la misma norma que lo rige nos obliga a detenernos a reflexionar sobre el hecho de que nos reúne aquí, sobre el acto que estamos realizando, sobre la comparación de nuestra vida individual con el Evangelio. palabras, recién escuchadas, sobre la suma de cuestiones y deberes con los que está comprometido nuestro ministerio episcopal. Reflexión para cada verso desbordado, pero que ahora tratamos de contener dentro de los límites de los propósitos inmediatos, que dieron ocasión a este encuentro espiritual.

Dos de nosotros parecemos tener estos propósitos. El primero, ¿por qué estar en silencio? - Es su intención verdaderamente piadosa y fraterna recordar la década de nuestro pontificado que se está desarrollando en estos días; la otra es la reunión de la Asamblea General del Episcopado italiano, que comienza precisamente con esta concelebración extraordinaria.

En cuanto al primer propósito, supongo, Venerables Hermanos, hubiéramos preferido que pasara desapercibido, o al menos sin ningún signo de especial interés por su parte. Ustedes nos obligan a repensar no solo ante el Señor las inquietantes responsabilidades de nuestro oficio apostólico, sino también ante ustedes mismos, hacia quienes nos sentimos, en todos los aspectos, en deuda e inferiores a todos nuestros deberes de ejemplo, de guía y de servicio. tanto necesita su indulgencia y su colaboración. Pero puesto que se rompe el silencio en este décimo aniversario, nosotros mismos no vamos a callar nuestra viva y fraterna gratitud por el camino sacerdotal con el que quisiste recordar con nosotros la fecha de los diez años de nuestro ministerio apostólico, orando juntos, de hecho derramando juntos,

En cuanto al segundo propósito, para obtener una ayuda divina especial en su próxima décima Asamblea General, les diremos, venerados hermanos, que somos los primeros en sentirnos interesados ​​en su realización. 

Una asamblea como la suya: llamativa por el número de sus miembros, por la dignidad de sus personas, por el fervor de sus intenciones, por la complejidad de sus problemas, por el sufrimiento de sus dificultades, y también por los lazos canónicos que unen. nos adentra en ella, nos llena el alma de intensa emoción y vivaz atención. Ser recibidos en primer lugar, cada uno personalmente, y todos los que sois, colegialmente. A vuestro presidente y nuestro más querido hermano, el cardenal Antonio Poma, que se suma a la seria atención pastoral de su arquidiócesis, la histórica y querida Bolonia, Por nuestro mandato y su consentimiento, las numerosas y responsables actividades presidenciales de la Conferencia Episcopal Italiana, expresamos nuestra devota bienvenida y nuestra colaboración cordial y solidaria. Contamos con el nuevo Secretario de la propia Conferencia, Monseñor Enrico Bartoletti, también para saludar en este primer encuentro comunitario en el ejercicio de sus funciones; su presencia nos recuerda el agradecimiento y la estima que le debemos a su digno predecesor, monseñor Andrea Pangrazio; y nos hace pensar en la pronta generosidad con la que Monseñor Bartoletti, al dejar la sede electa de Lucca, asumió, con la sabiduría y la presteza que todos conocen, el oficio ni sencillo ni ligero de la Secretaría de su Conferencia. Gracias y ánimos para él también,

No pretendemos en este momento entrar en los méritos o comentarios de sus próximos trabajos. Basta aquí saber que los tenemos presentes durante esta hora de oración, en sus programas, que nos parecen bien estudiados y elaborados y prometedores felices resultados; cómo presentamos los primeros ensayos de su nueva actividad litúrgica y catequética; y, como lo son para nosotros, nos complace constatar que os están presentes los temas de interés común y continuo, como los Concilios Presbiterales y Pastorales, como las vocaciones sacerdotales, la formación litúrgica de los fieles, el canto sagrado de el pueblo, asociaciones católicas; como la asistencia al mundo del trabajo, la difusión de la prensa católica; como el estudio de los grandes temas programáticos relacionados con los problemas de la Familia, la Evangelización y los Sacramentos, la pastoral de la iniciación cristiana, etc. Todo habla de su celo y la comprensión de las necesidades espirituales y morales de nuestro tiempo. Ahora bendecimos tus obras.

Más bien nos gusta en este momento captar algunos aspectos espirituales de esta actividad, aspectos que reconfortan nuestra meditación actual y estimulan nuestra acción sacrificial.

El primer aspecto de la actividad de la Conferencia Episcopal Italiana sois vosotros, queridos y venerables cohermanos. Es tu presencia, es tu Asamblea. Es la afirmación ordenada y progresiva del Episcopado italiano, como cuerpo consciente, fraternalmente unido y activo, consciente de su responsabilidad colectiva, dispuesto a sumar sus fuerzas para un trabajo planificado y orgánico, y convencido de que no solo puede preservar, pero estimule igualmente en cada Obispo su personalidad eclesial, su relativa autonomía, su espíritu de iniciativa local, su originaria derivación apostólica. Es la celebración de la colegialidad, que nos devuelve a la admiración teológica y la puesta en práctica de la eclesiología, que el reciente Concilio ha puesto en mejor evidencia, sin derogar su constitución unitaria,De Unitate Ecclesiae : PL 4, 515). El establecimiento de Conferencias Episcopales, donde aún no existían, es un gran mérito del Concilio y es un gran avance no solo en la forma organizativa y canónica de la Iglesia, sino también en las institucionales y místicas, que deben incrementar nuestra confianza. y cariño por la Iglesia y su maravilloso equipo. No en vano cada uno de nosotros podrá detenerse en su Corazón para contemplar con alegría interior el fenómeno humano y espiritual de una Asamblea como la suya, verdadera expresión de fraternidad, unidad, caridad, donde la presencia de Cristo, inevitable entre los que se congregan en su nombre (cf. Mat . 18 , 20), nos da el inefable consuelo de nuestra misión y nuestro destino.

Lo necesitamos, venerados hermanos, porque mientras la Iglesia despliega sus carpas en la historia contemporánea, casi como signo de su vitalidad perenne, incluso de su capacidad para extenderse en cada nueva juventud, nuevas dificultades asedian su existencia en el mundo contemporáneo. Este es otro aspecto que parecemos discernir en el ejercicio de vuestra actividad pastoral. El Buen Pastor, que es el Obispo y quien comparte su ministerio con él, hoy, no se encuentra en absoluto en la condición arcadiana y serena que su título parece asegurarle. Todo hoy está cuestionado; todo es tensión, todo es presión. Dígase a sí mismo: ¿es fácil hoy ser obispo? Decimos el Obispo, que guía a su rebaño abriéndole el buen camino, no el que reduce su deber a seguir su deambular según el viento que sopla (Cf.Eph. 4, 14), el obispo vigilante, maestro, educador, rector, santificador; el Obispo, que se siente, dentro y fuera de la Iglesia, estimulado a dar a su vida un estilo, una virtud según el Evangelio; el Obispo, que mira y conoce el mundo en su agresivo proceso de secularización, que despoja al hombre no sólo de sus vestigios externos de costumbre cristiana, sino que también lo corroe en toda certeza moral y religiosa que le sobrevive, y lo abandona, según un Terminología equívoca de moda, "libre" como un ciego para ir a donde quiera. ¿Dónde está el sentido de Dios, el firme criterio discriminatorio entre el bien y el mal, más en el hijo del siglo? y también en el alumno y profesor de algunas de nuestras escuelas, 

¿Dónde está la seguridad de una hermenéutica que garantiza el contenido auténtico y estable de la revelación? ¿Dónde está la confianza institucional para el mensaje del Evangelio en la autoridad doctrinal y directiva de la Iglesia?Custodio, quid de nocte? , nos preguntaremos con la palabra del Profeta ( Is. 21, 11): ¿cómo van las cosas? Vuestra misma presencia, venerados hermanos, provoca la denuncia de las condiciones adversas de la mentalidad moderna con respecto al Evangelio, mentalidad que ha penetrado de muchas formas también en la psicología de nuestros pueblos; y nos permite vislumbrar la amargura y esterilidad de tantas de vuestras labores pastorales, para que empujando el diagnóstico de la vida moderna respecto a la vocación cristiana tradicional en nuestro pueblo registremos resultados negativos, ya en el estado actual y todos los más aún al dolorosamente impresionante potencial. El viento de la metamorfosis social no parece soplar a nuestro favor. ¡Cuántas estadísticas aprietan el corazón! Cuántos fenómenos culturales y sociales, que parecen hostiles e irreversibles, nos darían la mala experiencia de la desconfianza sin remedio, si por un lado, nuestra confianza descansaba en nuestra pobre fuerza humana, y por otro lado no teníamos para nuestro consuelo, ni siquiera humano, una serie de síntomas positivos, derivados de ese mismo mundo moderno del que se originan nuestras ansiedades, que nos acusan de poca fe, si no sabemos percibir su presencia, su fecundidad y muchas veces la tácita imploración de nuestra obra insustituible. La confianza, que en otra ocasión, en homenaje a nuestra misión específica de "confirmar a nuestros hermanos" ( fecundidad y muchas veces la tácita imploración de nuestro insustituible trabajo. La confianza, que en otra ocasión, en homenaje a nuestra misión específica de "confirmar a nuestros hermanos" ( fecundidad y muchas veces la tácita imploración de nuestro insustituible trabajo. La confianza, que en otra ocasión, en homenaje a nuestra misión específica de "confirmar a nuestros hermanos" (Luc . 22, 32), os lo hemos recomendado como factor indispensable de nuestro ministerio, lo anunciamos nuevamente, más que como un deseo, como un deber, un deber de confianza; pero esta vez añadiremos un complemento, que también es indispensable para la eficacia de nuestro propio ministerio episcopal, un complemento que ya admiramos, movidos por vuestra actividad de pastores: el espíritu de sacrificio, que impregna el de amor y servicio: " el buen pastor ofrece su vida por su rebaño ” ( Cfr. Io . 10, 11 ) .

Non turbetur cor vestrum, neque formidet , nos dijo el Maestro Jesús en el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar. Intentaremos recordarlo, realizando los párrafos de nuestros programas; y más aún experimentando la dialéctica dramática y perenne de nuestro ser en el mundo, pero no del mundo (cf. ibid . 17). El inicio del Año Santo, inaugurado ayer localmente en todas partes, nos ofrece precisamente esta perspectiva de renovación y reconciliación, en el sufrimiento y la esperanza, en el esfuerzo sufrido y en el optimismo ya gozado, en la inteligencia de la economía de la salvación. sobre la fecundidad del grano que se disuelve para dar su fruto multiplicado, es decir, sobre la cruz y sobre laresurrección de Cristo; y de nosotros con él.

XI ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN DE SU SANTIDAD

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo, 30 de junio de 1974

Queridos Hijos,
Venerables Hermanos
y, entre todos, ustedes, ¡Candidatos a la dignidad y al oficio de obispos en la Iglesia de Dios!

El rito sagrado que estamos realizando requiere una pausa en este punto; una pausa para la reflexión.

Así como, durante la fatigosa ascensión a la cima de una montaña, el montañista detiene un instante su paso para recuperar las energías y tomar conciencia de su camino y del panorama que se abre ante su mirada, así nos detenemos a un breve momento de oraciones, cantos y ceremonias, y tratamos de realizar, en la medida de lo posible, nuestro itinerario espiritual único, resumir los temas religiosos y aclarar a nuestro pensamiento confuso el significado y el valor de la ordenación episcopal, que nosotros, ministros de este sacramento que confieren y que ustedes, Hermanos, destinados a la plenitud del sacerdocio, están recibiendo.

¡Qué inmensa meditación se ofrece a nuestro espíritu! Ciertamente no nos atrevemos a pretender contenerlo en el estrecho espacio de tiempo y estudio de estas sencillas palabras, ni a esbozarlo adecuadamente en una breve síntesis que, sin embargo, un rito tan serio, tan solemne, tan importante sugeriría para nuestros labios. Sólo diremos, por deseo de brevedad y claridad, que se nos pide un acto de conciencia humilde y confiado, en este momento de intensa atención interior.

Conscientes, ante todo, de la elección personal, que deja clara la concesión de este sacramento. Nosotros, ya dotados de tanta gracia, y ustedes, Hermanos que están a punto de estar, están aquí, porque hemos sido llamados. Nec quisquam sumit sibi honorem, sed qui vocatur a Deo, no hay nadie que asuma esta dignidad para sí mismo a menos que sea llamado por Dios ( Hebr . 5, 4). ¿Quién se atrevería a asumir este cargo por iniciativa propia (aunque sus funciones providenciales sean deseables en sí mismas, como escribe San Pablo al fiel discípulo Timoteo) ( 1 Tim.. 3, 1), si no estuviera seguro de que su investidura le es conferida por voluntad divina? ¿Y quién podría tener la garantía de su prodigiosa vigencia si no supiera que deriva, por vía apostólica, de la institución original e insustituible de Cristo mismo? Non vos me elegistis, sed Ego elegi vos, no me has elegido, dice el Señor, pero yo te he elegido a ti ( yo. 15, 16). Cualquiera que sea nuestra historia biográfica privada, que nos lleva aquí, siempre que esté fundada canónicamente, es decir, según la legítima economía del Espíritu, descubrimos una intención divina que nos concierne a cada uno personalmente, una historia retrospectiva, análoga a la anterior. por lo que se nos ha dado la vida, que nos revela un pensamiento, una elección, un amor de Cristo por cada uno de nosotros. A la luz de un amanecer evangélico, narra el Evangelio, después de haber pasado la noche en oración (¡qué oración!) Jesús "llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y les dio el nombre de apóstoles" ( Luc . 6, 13). ).

Esa vigilia, por nuestro tiempo, esa oración, por nuestro destino, no ha terminado; como faros que irradian del corazón divino, en las tinieblas de los tiempos, resuenan secreta y aquí abiertamente, sobre cada uno de ustedes Hermanos; el eco de las palabras extremas de Cristo a los discípulos llega a esta escena actual, a este momento bendito: "Yo ruego, dijo, no sólo por ellos (los primeros discípulos elegidos, presentes en la despedida del Señor en vísperas de su pasión) , pero también para aquellos que, por la palabra de ellos, añadió, creerán en mí, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, estás en mí y yo estoy en ti, ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste "( yo. 17, 20-21). Ese mensaje sacerdotal de Cristo ahora nos llega; se cumple un misterio de unidad; de él deriva una misión apostólica que se extiende en el tiempo y en la humanidad.

Digamos esto, hermanos elegidos al episcopado, para que se forme en ustedes una nueva mentalidad, una nueva psicología, un nuevo espíritu, y también se reforme en nosotros, como si todos juntos estuviéramos investidos y magnetizados por el cono de luz y virtud que emana del Espíritu Santo, que nos da poder para el ministerio superior de gobernar la Iglesia de Dios sirviéndola (cf. Hch . 20, 28). Digamos esto, Hermanos Elegidos, para que, invadidos por esta conciencia sobrehumana, sean felices, sean fuertes, tengan siempre confianza (Cf. Fil . 1, 20), y ustedes mismos sean fuente de consuelo para los demás fieles en su tribulaciones (Cf.2 Co 1, 4).

Y aquí, pues, es que la tensión de esta nueva conciencia nos abre una posterior visión interior, la de ser portadores calificados de un tesoro, frágil y precioso (cf.2 Co 4, 7), puesto en nuestras manos para dispensarlo. , acrecienta, guarda y defiende. ¿Qué es este tesoro? es el Evangelio vivo y eterno de Cristo; es su Verdad liberadora y salvadora; es el famoso y celoso "depósito" de la fe que debe ser salvaguardada y autenticada en su integridad siempre viva, por medio del Espíritu Santo (cf. 1 Tim . 6, 20; 2 Tim . 1,14).

Sí, hermanos, una gran responsabilidad será también vuestra, la del ministerio de la palabra, el anuncio de la verdad divina, la del magisterio autoritario y fiel en la Iglesia de Dios, la del anuncio misionero de la doctrina cristiana, la del protección y crecimiento del patrimonio de la cultura católica. El ejercicio de esta responsabilidad magisterial será uno de los principales deberes de la función episcopal, que se hace hoy tanto más grave y saludable cuanto mayor es la difusión y pérdida del pensamiento especulativo moderno.

La cultura humanista, habiendo abandonado la sabiduría experimentada de la tradición, prefiere, hoy y muchas veces exclusivamente, deleitarse con la ciencia del cálculo y la observación experimental, limitándose al conocimiento del mundo externo, empírico y sensible, por eso es tan difícil para él. la mente del hombre contemporáneo, para elevarse al conocimiento racional y metafísico, y más aún al, todavía razonable, de la religión y la fe. El arte del pensamiento verdaderamente humano y vital requerirá de su ministerio un esfuerzo pedagógico particular y perseverante. También tú encontrarás, en la profesión de tu inalienable ministerio doctrinal, que se prefiere una búsqueda inquieta y a veces rebelde a la posesión segura y fecunda de la verdad conocida,

Bien sabemos que la posesión y el estudio de la verdad religiosa, como la revelación cristiana ofrece a nuestro espíritu, se afirma y se desarrolla, así como en la esfera racional, en el ámbito del misterio, de esa "pietatis sacramentum" de la que S. Pablo escribe, y que contiene en síntesis el plan trascendente de nuestra salvación (cf. 1 Ti . 3, 9 y 6); pero también sabemos que este misterio, lejos de debilitar nuestra nativa y divina facultad de pensar "en espíritu y en verdad" (cf. Io 4, 24), lo exige y lo fortalece.

Una gran responsabilidad, por tanto, es la del Obispo que percibe en la urgencia de su conciencia el deber de ser al mismo tiempo discípulo, el más fiel y un maestro, el más celoso, de la doctrina divina ( 1 Ti . , 13 y 16).).

Pero eso no es todo. El proceso de la conciencia interior de lo que es un obispo no termina en este límite subjetivo, por amplio que sea, sino que se abre a una nueva necesidad, que podríamos decir constitutiva, de su personalidad. El Obispo, como el Sacerdote, y en grado superior, no es tal para sí mismo, es tal para el Pueblo de Dios. El Episcopado no es una simple dignidad para quien está investido de él; es una función, un ministerio, un servicio para la Iglesia. "Debéis saber, escribe San Cipriano, desde mediados del siglo III, que el Obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el Obispo" ( Ef. 66, 8; cfr. Lumen Gentium, 23, nota 31); y esto no solo para celebrar un misterio de unidad, sino un deber, una entrega, un sacrificio de caridad. El obispo es pastor. Ahora bien, "el buen pastor, dice Cristo de sí mismo, personificando y ejemplificando en sí a quien está llamado a asumir su figura y su función en la Iglesia de Dios, el buen pastor da la vida por su rebaño" ( Io . 10, 11). Don total, don supremo, don gozoso.

Viene, como sabemos, del amor: si me amas, Jesús le dijo a Pedro, apacienta mi rebaño (Cf. Io . 21, 15 ss.); y ciertamente esta entrega es válida para todo verdadero pastor.

Piensa, de hecho pensarás siempre, en las consecuencias de tal principio: el vaciamiento de todo egoísmo, de todos los intereses de uno, de todas las reservas de algo propio. La caridad pastoral se eleva al primado del amor: "Nadie, enseña Jesús, tiene un amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos" ( Io . 15, 13).

Y lo que Jesús dijo de los Apóstoles se aplica a sus Sucesores, los Obispos.

¿Quiénes son los amigos de un obispo? son personas de dos categorías; todos sabemos. La primera categoría es la de los propios Obispos, es decir, de los miembros del colegio episcopal, a quienes, en la persona de los Apóstoles, se les ha dado el nuevo mandamiento por excelencia, el de amarse unos a otros. «Como yo, todavía dice Jesús, os he amado, así os améis los unos a los otros. De este modo todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis recíprocamente "( Io . 13, 34-35): la unidad, la solidaridad, la colaboración, la generosidad bastarán, sobre la base de tan explícitas y solemnes palabras del Señor. , de todos los Obispos de la Iglesia católica una comunión de hermanos (Cfr. Lumen Gentium , 23).

La otra categoría está compuesta por todos los hombres. Tanto porque la colegialidad, como ya enseñó nuestro venerable predecesor Pío XII, hace corresponsable a cada Obispo "de la misión apostólica de la Iglesia, según las palabras de Cristo a sus apóstoles:" Como el Padre me envió, así yo os envío "( I. 20, 21). Esta misión, que debe abarcar a todas las naciones y todos los tiempos, no cesó con la muerte de los Apóstoles; permanece en la persona de todos los obispos en comunión con el Vicario de Cristo "( Fidei Donum,1957). Y es que todo Obispo es adjunto a la pastoral de una Iglesia específica, realmente organizada en los centros residenciales, simbólica y virtualmente con respecto a toda la Iglesia en las sedes titulares. No se puede concebir un Obispo que no se dedique al servicio y al amor del Pueblo de Dios en todo su sentido más amplio. El Obispo es un corazón donde toda la humanidad encuentra acogida. Ciertamente no sin la observancia de sabias reglas, de las que la Regula Pastoralis de San Gregorio Magno, también enterrada en esta Basílica, nos dice, junto con muchos otros maestros, la única inspiración en la caridad y el indefinido pluralismo psicológico y pedagógico de su aplicación. .

¡Pobre corazón de obispo! ¿Cómo adquirirá tanta amplitud y cómo podrá expresarse con tanta sabiduría? ¡No, pobre, hermanos! más bien feliz es el corazón de un obispo que está destinado a moldearse en el corazón de Cristo ya perpetuar en el mundo y en el tiempo el prodigio de la caridad de Cristo. ¡Sí, feliz! ¡y tal sea el corazón de cada uno de ustedes, nuevos Obispos de la Iglesia de Cristo!

 III ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE OBISPOS

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Viernes, 27 de septiembre de 1974

Señor Jesús, no sabemos cómo expresar el tema de esta reflexión preliminar en el Sínodo Episcopal, que estamos a punto de comenzar, excepto en forma de oración.

Al iniciar nuestros estudios y discusiones sobre "la evangelización en el mundo contemporáneo", estaríamos tentados a analizar inmediatamente las necesidades espirituales de este mundo, la posibilidad del apostolado y buscar métodos para asegurar una presencia más vigorosa de la Iglesia. Preferimos, pues, acudir primero a ti para confirmar esta primera certeza en nosotros: que el hecho mismo de la evangelización nace de ti, Señor, como un río, tiene su fuente y tú, Cristo Jesús, eres esa fuente. Tú eres la causa histórica, Tú eres la causa eficiente y trascendente de este fenómeno prodigioso: el apostolado, de Ti, Maestro; de ti, Salvatore; de Ti, principio y modelo; de ti, pontífice y anfitrión de la salvación de la humanidad, ha brotado, ha sido conferido a los discípulos elegidos, llamado Apóstoles por Ti y por los Apóstoles ha llegado a nosotros, Obispos, con una sucesión inquebrantable. Tu palabra, como una llama que se esparce en el tiempo y en las estaciones de la historia, nos llega, muy dulce e imperativa, siempre viva, siempre nueva, siempre actual:Sicut misit me Pater ?, et Ego mitto vos ( Io . 20, 21; cfr. 15, 22; 17, 18).

Para que, Señor, tendremos que volver al misterio de la Santísima Trinidad para rastrear el origen antes del mandato que nos urge, y descubrir, en las profundidades indagables de la vida divina, el designio del amor, que inviste, califica y apoya nuestra misión apostólica. ¿Pero como puede ser ésto? no somos pequeños seres perdidos en el océano de la historia y en la innumerable muchedumbre de la humanidad, ¿cómo podemos ser elegidos para una misión de esta naturaleza y de tanta importancia?

Aquí, Señor, resumiremos nuestra historia espiritual en este momento de conciencia y síntesis. Recordamos canción profética de María: respexit humilitatem ancillae suæ fecit mihi magna qui est potens ( Luc 1, 48-49.): Una analogía, que cae desde la altura de la más bendita, también nosotros hemos sido elegidos, sin duda no porque de nuestra estatura humana, pero tal vez precisamente por nuestra pequeñez, para que en la obra mesiánica que quisiste encomendarnos, cualquier valor humano nuestro no cree ambigüedad, sino que tu obra en el humilde ministerio de nuestro pueblo, a a quien tu palabra todavía era objeto de humildad y confianza, o Jesús Maestro:non vos me elegistis: sed Ego elegi vos et posui vos, ut eatis et fructum atteratis et fructus vester maneat. . . Yo. 15, 16). Oh historia personal e íntima de nuestra vocación de seguirte, Señor, a tu servicio, a tu sacerdocio, en la que participamos, de manera especial, en virtud de nuestra ordenación episcopal, qué certeza interior nos infunde al afrontar, hasta ¡El punto del fin de nuestra vida temporal, la singular y dramática aventura de la misión que se nos confía! ¡Qué cadena tan fuerte y dulce sostiene la incurable fugacidad de nuestra naturaleza humana, aún más frágil por el hábito crítico de la inteligencia moderna! Aquí están los eslabones de esta lógica y salvadora cadena de apoyo: primero, la autenticidad de nuestro sacerdocio; sí, ¡el sacerdocio católico es auténtico! segundo, su vigencia, sí, su triple poder, de magisterio, de ministerio, de guía pastoral ¡es válida! tercero, la intimidad, que no solo nos permite,

Y luego otros lazos ayudan a la desproporción entre el mandato que nos has insinuado: la confianza, especialmente la que has infundido a menudo en tus discípulos (cf. Lc 12, 32), una confianza que nos impone la valentía como deber ( Mat. 10, 16, 28), una confianza que nos obliga a tomar la iniciativa (cf. Mt 10, 27), a anunciar el Evangelio al mundo entero (Mt 28, 19), a la perseverancia, más allá de los cálculos de oportunidad: usque in finem (cf. Mat . 24, 12-14). Y con la confianza viene la esperanza: spes autem non confundit ( Rom . 5, 5); y finalmente y siempre la caridad: quis nos separabit a caritate Christi?recordamos, recordamos estas palabras de fuego del Apóstol, que nos ofrecen garantía sin límites y contra toda dificultad en la ardua empresa que la evangelización del mundo nos opone a los hombres entre los hombres, a los desarmados del poder terrenal, a los pobres. en recursos temporales ( Rom . 8, 35 ss.).

¡Señor Jesus! aquí estamos listos para ir a anunciar nuevamente tu Evangelio al mundo, ¡ne! lo que Tu providencia arcana, pero amorosa, nos ha puesto para vivir! Señor, ora, como lo prometiste, al Padre ( Io.16 , 26), para que Él, a través de ti, nos envíe el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad y fortaleza, el Espíritu de consolación, que lo hace abierto, bueno. y eficaz nuestro testimonio; y quédate con nosotros, oh Señor, para hacernos uno en ti y apto, por tu virtud, para transmitir tu paz y tu salvación al mundo. Amén.

XV ASAMBLEA ORDINARIA DEL CELAM

HOMILÍA DE PABLO VI

Domingo 3 de noviembre de 1974

Venerables hermanos en el Episcopado:

Un gozo incontenible embarga hoy nuestro corazón en esta solemne celebración eucarística. Es el gozo del encuentro entre hermanos, de la experiencia del «afecto colegial», de la manifestación fraterna de la comunión entre las Iglesias particulares y la Cabeza de la Iglesia universal, garantía de la auténtica colegialidad. El mismo que nos encomendó la grave misión de regir a toda la Iglesia, os hizo también a vosotros Pastores para compartir la gran responsabilidad de «promover la obediencia a la fe para gloria de su nombre en todas las naciones» (Rom. 1, 5).

Viéndonos en medio de vosotros, no podemos menos de evocar la Conferencia General que celebrasteis hace ya seis años y cuya sesión inaugural tuvimos el honor de presidir en Bogotá. Ahora, al conmemorar el vigésimo aniversario de la institución del Consejo Episcopal Latinoamericano, una mirada retrospectiva nos hace ver que la semilla, sembrada en Río de Janeiro, ha crecido y echado profundas raíces. Un mutuo y continuo intercambio de información y de experiencias para servir con mayor eficacia al Evangelio, ha favorecido providencialmente una ulterior toma de conciencia de los problemas que a todos os afectan y un mejor conocimiento de las realidades concretas de vuestro continente.

Nos conforta mucho saber que, en esta reunión de Roma, os habéis propuesto dar un nuevo impulso a la tarea evangelizadora, dentro del clima espiritual del Año Santo. Esto, así como la humilde convicción de que «ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios el que da el crecimiento» (1 Cor. 3, 7), alimenta nuestra esperanza y debe servir de estímulo a las actividades del Celam, dentro de su carácter específico de organismo episcopal al servicio de la comunión del pueblo de Dios.

No se nos oculta el profundo significado que tiene el haberos reunido aquí, después del Sínodo de los Obispos, en el que muchos de vosotros habéis participado. Ha sido éste un acontecimiento de tanto relieve en la vida de la Iglesia y su desarrollo –comunión intensa en torno a la Eucaristía y a la Palabra, reflexión y diálogo, intercambio de experiencias y de sugerencias, renovación del compromiso evangelizador y generosos propósitos- que nos ha satisfecho sobremanera. No cabe duda que en esta reunión del Celam habréis repetido muchas de vuestras aportaciones, teniendo en cuenta las de otros hermanos en el Episcopado, y habréis reiterado, con la mente y el corazón puestos en vuestro continente, las exigencias de vuestra misión ante Dios y ante los hombres.

De aquí que nuestro gozo colmado por el completo y fructuoso éxito del Sínodo, quede ratificado ahora al comprobar que vosotros, en intima comunión con Nos, seguís trabajando en la búsqueda de soluciones a los grandes problemas que se plantean ante la evangelización en vuestros países.

Nuestro tiempo exige una intensificación de la conciencia evangelizadora, que dé prioridad al anuncio explícito del Evangelio y a la virtualidad salvadora de su mensaje para el hombre de hoy; que acreciente la confianza en el Magisterio social de la Iglesia y en su capacidad de inspiración y de iluminación; y sobre todo, que deje siempre en claro que la auténtica liberación es la del pecado y de la muerte. La liberación no es simplemente un término de moda, sino una palabra familiar para el cristiano; en efecto, pertenece a su vocabulario y debemos recordarla día tras día, haciendo referencia a la obra redentora de Cristo Salvador, por quien hemos sido admitidos a la reconciliación con Dios y regenerados a una nueva vida que exige de nuestra libre personalidad dedicarse, mediante los postulados que surgen de la caridad, a la obra social en favor de nuestros hermanos.

Transformando al hombre desde dentro, haciéndolo portador consciente de los valores que la fe y la gracia han engendrado en su alma, implantando el dinamismo del amor en su corazón, se conseguirá sin duda la promoción integral de una sociedad donde la verdadera libertad y la auténtica justicia constituyan la base del progreso (Cfr. Discurso audiencia general, 31 julio 1974).

Que vuestro renovado impulso apostólico no se vea frenado por la insensibilidad de algunos cristianos ante situaciones de injusticia, ni por las divisiones -a veces radicalizadas- en el interior de las propias comunidades eclesiales; y que ese mismo impulso sea capaz de conjurar la tentación -que a veces se insinúa en algunos- de entregarse a ideologías ajenas al espíritu cristiano, o de recurrir a la violencia, engendradora de males mayores que los que se desean remediar (Cfr. Populorum Progressio31); «ni el odio ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad» (Discurso a la Asamblea del Episcopado Latinoamericano, Bogotá, 24 agosto 1968).

Vuestras comunidades esperan con ansia una respuesta a sus problemas, a sus inquietudes, una ayuda ante situaciones difíciles. Seguid ofreciendo a todos la palabra salvadora y el testimonio de vuestra vida evangélica; pero no os detengáis en el mero anuncio de la fe con un lenguaje accesible; es necesario provocar en la conciencia individual y social un movimiento propulsor, capaz de hacer opciones serenas, de tomar decisiones valientes, dejando que el Señor «abra una puerta amplia» (Cfr. 1 Cor. 16, 9; 2 Cor. 2, 12) por donde el Evangelio penetre libre y decisivamente en el hombre y en su historia, en la sociedad y en sus estructuras.

El ministro de la Iglesia, en cuanto colaborador de Dios, ha de sentirse despojado de toda clase de ataduras inútiles o peligrosas, prisionero sólo del Evangelio (Cfr. Eph. 3, 1; 1 Cor. 9, 19), a fin de liberar el «labrantío de Dios» y salvaguardar los preciosos valores depositados en el «edificio de Dios» (Cfr. 1 Cor. 3, 9), los hom res, b para que a Imedida que crecen y se enriquecen con el desarrollo y progreso humanos, queden también impregnados y configurados a Cristo.

Que vuestros colaboradores, sacerdotes y religiosos, mantengan y corroboren, con vitalidad creciente, este compromiso. A todos ellos, confortadlos siempre para que su ánimo no desmaye ante las dificultades. A todos ellos va nuestro recuerdo, nuestro aliento, nuestro afecto y nuestra gratitud.

Sabemos que prestáis una atención esmerada a la juventud que constituye una mayoría en vuestro continente y cuya generosa disponibilidad ha de incorporarse a las tareas evangelizadoras. Los jóvenes son no sólo los hombres del mañana, sino los cristianos de hoy, los que con su intuición, fuerza y alegría, y hasta con su sana crítica esperanzada constituyen un fermento de vuestra sociedad. Ellos esperan que se les proponga no la utopía del mundo que no llegarán a conocer, sino la realidad viva de algo que se debe ir perfeccionando y que ya está entre nosotros: el reino de Cristo con su llamada a la justicia, al amor, a la paz.

Venerables hermanos: no queremos concluir estas palabras sin extender una vez más nuestra mirada sobre el inmenso campo de la Iglesia por vosotros aquí representada.

Nuestra solicitud pastoral por todas las Iglesias se reviste de una especial atención cuando se proyecta hacia América Latina. En sus comunidades orantes, fraternas, misioneras, descubrimos -os lo decimos con gozo y emoción- un verdadero tesoro cristiano, cuya pujanza se va poniendo de manifiesto, cada día más, en obras de caridad, de apostolado, de educación; y también en el apoyo y participación al desarrollo integral de vuestros países.

Sois vosotros, obispos hermanos de América Latina, quienes, siguiendo el camino que trazaron aquellos santos pastores que implantaron y propagaron la fe en el Nuevo Continente, habéis mantenido ardiente la llama del apostolado, edificando, con la preciosa colaboración de tantos sacerdotes, religiosos y seglares beneméritos, la Iglesia de Cristo con todo esmero y lucidez.

Que esta riqueza humana y espiritual no se quede estancada en meras fórmulas, sino que, convenientemente encauzada, constituya un caudal vivo, capaz de fertilizar en generosa comunicación otros campos de la Iglesia, de esa misma Iglesia que tan fielmente servida y tan profundamente amada se vio por los Santos que en vuestra América vivieron y cuya intercesión imploramos, especialmente -por conmemorarse hoy su fiesta- la de San Martín de Porres.

En esta hora de gracia, el Espíritu Santo, Alma de la Iglesia, sigue presente y actuando en ella. Es El quien le presta las fuerzas necesarias para lograr una constante renovación y creciente fidelidad a su Divino Fundador. Es la hora de la fe. Es la hora de la esperanza, que no quedará defraudada (Cfr. Rom. 5, 5).

Que María, Madre de la Iglesia, a quien vuestros pueblos invocan bajo diversas advocaciones, con fe tierna y sencilla, os obtenga siempre este clima de esperanza.

XVI CENTENARIO DE LA ORDEN EPISCOPAL DE S. AMBROGIO

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Sábado, 7 de diciembre de 1974

Aquí vamos, los romanos milaneses, cómo era, dónde estaba, recordarlo, venerarlo, en este decimosexto centenario de su singular, casi precipitado ascenso a la cátedra episcopal de Milán, sentirlo cerca de nosotros. La nuestra no es una celebración adecuada para esta polifacética figura de noble romano, estudiante del foro, jurista, administrador, consular, político y polemista, hombre de letras y poeta, científico y orador, obispo sobre todo. , y por tanto pastor y maestro, médico y santo; afortunadamente, en su propio honor, la ciudad que se define en Ambrosiana ya ha rendido un digno homenaje a Sant'Ambrogio en memoria y culto; Permítanos ahora este acto de veneración, que vamos a decir confidencial y filial, en la intención, muy modesta, pero sincero al escuchar de él algunas de sus palabras para nuestra vida cristiana de las que él, Ambrosio, tenía el genio, tenía, como pocos iguales a él, el espíritu. San Agustín lo garantiza, como bien sabemos. ¿Quién no recuerda el primer testimonio (primero entre muchos posteriores) de Agustín sobre Sant'Ambrogio? "Así que vine a Milán al obispo Ambrosio, conocido en todo el mundo como un hombre de lo mejor, su piadoso amante, cuyos discursos, en ese momento, dispensaron enérgicamente a su pueblo con la grasa de su trigo y la alegría del aceite y el embriaguez sobria de tu vino. Fui conducido a él por ti, sin saberlo, de modo que por él, sabiéndolo, fui conducido a ti. Ese hombre de Dios me acogió paternalmente y, como buen obispo, se alegró mucho de mi venida. Y entonces comencé a amarlo. . . " ( como pocos iguales a él, el espíritu. San Agustín lo garantiza, como bien sabemos. ¿Quién no recuerda el primer testimonio (primero entre muchos posteriores) de Agustín sobre Sant'Ambrogio? "Así que vine a Milán al obispo Ambrosio, conocido en todo el mundo como un hombre de lo mejor, su piadoso amante, cuyos discursos, en ese momento, dispensaron enérgicamente a su pueblo con la grasa de su trigo y la alegría del aceite y el embriaguez sobria de tu vino. Fui conducido a él por ti, sin saberlo, de modo que por él, sabiéndolo, fui conducido a ti. Ese hombre de Dios me acogió paternalmente y, como buen obispo, se alegró mucho de mi venida. Y entonces comencé a amarlo. . . " ( como pocos iguales a él, el espíritu. San Agustín lo garantiza, como bien sabemos. ¿Quién no recuerda el primer testimonio (primero entre muchos posteriores) de Agustín sobre Sant'Ambrogio? "Así que vine a Milán al obispo Ambrosio, conocido en todo el mundo como un hombre de lo mejor, su piadoso amante, cuyos discursos, en ese momento, dispensaron enérgicamente a su pueblo con la grasa de su trigo y la alegría del aceite y el embriaguez sobria de tu vino. Fui conducido a él por ti, sin saberlo, de modo que por él, sabiéndolo, fui conducido a ti. Ese hombre de Dios me acogió paternalmente y, como buen obispo, se alegró mucho de mi venida. Y entonces comencé a amarlo. . .

Pero ahora su historia, su biografía en este momento no captan nuestra atención; ni el suyo. . . bibliografía; omitimos más, omitimos todo: nos basta con recoger algunas citas de su fértil campo, algunos oídos para nuestra edificación espiritual.

Empecemos por su concepción del mundo. Naturalista, moralista, San Ambrosio nos ofrece el marco cósmico en el que nos encontramos.

Dios el creador; Moisés habla: «Al principio, dice. ¡Qué ordenada es la narración! Afirma ante todo lo que los hombres suelen negar, y les hace saber que el mundo tiene un principio, para que no piensen que está desprovisto de él ”( Hexam . I, III: PL 14, 137). La Biblia es su primer libro; desde sus páginas, como desde las ventanas del universo, Ambrose observa el mundo; la alegoría lo convierte en poeta, pero nunca confunde su visión real de las cosas; "Tanto es así que su obra pronto pasó a ser real, y se puede decir que es la mejor Historia Natural de su tiempo" (Cfr. A. PAREDI, S. Amb ., 370).

E inmediatamente sucede la dramática historia del hombre. "Leí que (Dios) hizo al hombre y luego descansó"; y aquí está el destello del genio místico de Ambrosio: "tener a quién perdonar los pecados" ( Hex . VI, X, PL 14, 288; cf. U. PESTALOZZA, The Rel. of A. , 25). La antropología de Ambrosio penetra en todas sus obras y encuentra su diseño nuevo y grandioso en el misterio de la redención y en la economía de la gracia. La inefable revelación de Dios, infinito en bondad, en misericordia, sucede a la revelación del Dios todopoderoso en la creación. Entonces lea, si lo desea, el folleto que acabamos de publicar, gracias a los buenos colaboradores, los De Mysteriis,una exquisita catequesis sobre la iniciación cristiana: «. . . el Lugar Santísimo se ha abierto para ti, has entrado en el santuario de la regeneración ”( PL 16, 407).

Aquí encontrarás, entre otras cosas, la profesión textual de la fe eucarística: «El mismo Señor Jesús proclama: Este es mi cuerpo. Antes de la bendición de las palabras celestiales se nombra otra especie, después de la consagración se significa el cuerpo. Él mismo dice su sangre. Antes de la consagración se nombra otra realidad, después de la consagración se llama sangre. Y dices: "amén", es decir, esto es cierto. Lo que dice la boca, el espíritu debe confesarlo internamente; lo que la palabra hace resonar, el sentimiento debe probarlo. Por tanto, es con estos sacramentos que Cristo alimenta a su Iglesia ". ( Ibíd . 424).

Aquí Cristo no solo está presente y activo. Es decir, es Él, pero en esa transfusión de su poder divino, que llamamos nuestro sacerdocio. ¿Y quién no recuerda la famosa obra de San Ambrosio: De oficiis ministrorum? sobre los deberes de los clérigos? ( PL16, 26 ss.) No nos detendremos en su primera profesión de humildad: «I. . . arrastrado de los tribunales y las dignidades administrativas al sacerdocio, he comenzado a enseñarles lo que yo mismo no aprendí. . . », Porque en cambio en este breve y primer manual de doctrina moral ya encontraremos un buen intento de síntesis de la ética racional con la enseñanza nueva y original, derivada de la sabiduría evangélica; bueno, aunque todavía inicial, pedagogía, para estilizar santamente la vida eclesiástica, y luego la vida común de los cristianos. Cicerón precede, sigue Ambrosio, integrando, pero sobrepasando el estoicismo básico, derivando de la fe la norma del trabajo, de la que los pobres y los humildes ya no quedan excluidos, tan bien llevados al nivel común, incluso con una intención preferencial de fraternidad y de caridad. ; para concluir el tratado con una exclamación que podemos hacer nuestro: "¿Qué es más precioso que la amistad?" (Ibídem. 193).

¿Y los otros aspectos de la vida regenerados por el bautismo? Llevaría demasiado tiempo revisarlos aquí; pero uno merece una mención especial, porque tuvo un compromiso particular por parte de Ambrosio, que nos valió la herencia de varias de sus obras; digamos la educación a la virginidad, un verdadero golpe de ala sobre la bajeza desenfrenada de las costumbres paganas y morbosamente corruptas. Quién no recuerda, por ejemplo, el literalmente espléndido capítulo II de la primera obra de esta categoría, sobre el martirio de Santa Inés, de doce años: «En una sola víctima, un doble martirio, de pudor y religión. ¿Y ella permaneció virgen y obtuvo el martirio "? ( PL 16, 201-202)

¿Y no está en este libro el elogio, uno de los primeros en la literatura sagrada, de la Virgen María, Madre de Cristo? "Imagen de la virginidad: así era María" ( PL 16, 222). Y similares chispas de belleza y sabiduría podrían extraerse de otras obras ascéticas y morales del Pastor-Doctor, donde, por ejemplo, habla De viduis ( PL 16, 233 ss.). Encontraríamos charlas encantadoras, alimentadas por noticias preciosas sobre la crónica de sus días, en la correspondencia, única, creemos, en su género, con su hermana MarCellina ( PL 16, 1036 ss.); y dulce amargura en los dos discursos, ciertamente no desconocidos para los famosos obituarios de Bossuet, por la muerte de su hermano Satyr ( PL16, 1345); y muchas otras cosas. S. Ambrogio es un maestro pródigo; nunca consulta en vano, aunque su charla no siempre es fácil para nosotros, un hombre de letras, como es, siempre maestro y quizás un poco refinado en su estilo. Verá, nos gustaría recomendar quizás su obra principal, la Expositio Evangelii secundum Lucam ( PL 15, 1607-1943). 

Pero nos gustaría concluir con una cita conocida, pero adecuada para nuestro caso, la que se encuentra en el comentario del Salmo XL, donde San Ambrosio, con la facilidad habitual de introducir una referencia bíblica en el contexto de la discusión, escribe: "Este es Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia ( Matth. 16, 18). Entonces, donde está Pedro, está la Iglesia; donde está la Iglesia, no hay muerte, sino vida eterna ”( PL 14, 1134). ¿Quién fue el que añadió una glosa significativa a estas fatídicas palabras: ¿Dónde está Pedro, allí está la Iglesia milanesa? (Si recordamos bien, esta glosa se debe al predecesor del cardenal Ferrari, monseñor Luigi Nazari di Calabiana, arzobispo de Milán de 1867 a 1894).

 Es, pues, una sentencia que documenta no solo una verdad dogmática, sino también una tradición histórica, que ahora, con esta ceremonia, aquí donde estaba su residencia, pretendemos confirmar, en honor a la Iglesia Ambrosiana, que en este momento todos llevar en nuestros corazones. Después de todo, ¿no había dicho ya San Ambrosio: "En todo quiero seguir a la Iglesia Romana"? ( De Sacramentis , III, 5:PL 16, 452)

¿Y no resuena en nuestras almas otra palabra de nuestro Santo, que pueda sellar esta modesta pero piadosa y cordial celebración en recuerdo y propósito: "La vida de los santos es la norma del vivir para los demás"? ( De Ioseph Patriarcha , 1, 1: PL 14, 673) Que así sea para nosotros, gracias a San Ambrosio, con su Bendición y la nuestra.

CONFERENCIA DE NUEVA GENERACIÓN "GEN"

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

2 de marzo de 1975

JOVEN GEN!
¡Nosotros te saludamos!
¡Le damos la bienvenida con un corazón abierto!
con mucha alegría!
bienvenido, en el nombre de Cristo!
como niños!
como hermanos!
¡como amigos!

Estamos ahora en la tumba del apóstol Pedro: el apóstol elegido por el Señor Jesús como base para construir sobre su Iglesia, la asamblea única y universal de la nueva humanidad.

Para Gen esta es una etapa de llegada; es un punto de partida! ¡Escuche nuestra voz amiga por breves momentos!
Aquí: Young Gen, miembros y representantes de una nueva generación, orientados hacia una nueva forma de interpretar la vida:
- ¿Qué significa esta actitud, este movimiento? ¡Oh! ya lo conoces bien!
- Pero juntos hacemos un nuevo esfuerzo por comprender; y decimos: estás en camino a una búsqueda. La búsqueda pertenece a la juventud. Tan pronto como el ojo de la conciencia se abre a la escena del mundo circundante, una inquietud despierta en el alma de la juventud: quiere saber, quiere sobre todo intentar; quiere intentarlo.
Buscar, ¿qué? ¡Busca, busca!
Ésta es una pregunta decisiva: buscar, ¿qué?
Esta es una elección fatal, que puede decidir tu destino.

Buscar, ¿qué? Vosotros, jóvenes de este tiempo, tenéis ya en el corazón una respuesta negativa y casi rebelde: ¡no queremos, decís, el mundo tal como se nos presenta! fenómeno extraño: un mundo, que te ofrece los frutos más bellos, más perfeccionados, más disfrutables de la civilización contemporánea, no te satisface, no te gusta, aunque con indiferente facilidad te beneficias de las conquistas, comodidades, maravillas, que el progreso moderno pone a tu disposición. Sin embargo, una sensación de crítica, contestación e incluso náuseas detiene su búsqueda en esta dirección. Es una dirección que te saca de ti mismo, una alienación, porque en el fondo es una dirección materialista, hedonista, egoísta. No satisface verdaderamente el alma, no resuelve verdaderamente los problemas esenciales y personales de la vida.Matth . 16, 26 ). Es la cuestión de Cristo, que no anula los bienes de esta tierra tan hermosa, rica y fecunda, sino que clasifica su valor, un valor inferior al de la vida verdadera, hacia el que se dirige tu elección. Cual y donde

Ha tomado otra decisión. Por eso tu nombre es Gen, Nueva generación. Una elección, ante todo, liberadora. Liberador del conformismo pasivo, que guía a tantos jóvenes de nuestro tiempo; el conformismo al dominio de los pensamientos ajenos, a las corrientes de moda de la cultura y el vestuario, al mimetismo masivo. ¡Cuántos jóvenes se creen libres porque se han liberado de los hábitos y la autoridad de la vida familiar, sin darse cuenta de que están cayendo en la cadena del sometimiento de la voluntad de un grupo, de una corriente social, de una rebelión colectiva! En el fondo de su psicología se encuentra un acto personal y soberano de libre determinación. Ésta es la primera razón de tu novedad, tu fuerza, tu alegría. ¿Qué determinación? La elección de Cristo. ¿Cómo pudiste haber elegido a Cristo? como el inspirador de tu existencia? ¡Oh! este es tu secreto, esta es tu historia individual, este es sin duda el resultado de un encuentro, en el que tu voluntad, tu instinto vital se encontró con Uno, no solo más fuerte que tú, sino con Aquel que de inmediato se reveló con un encanto secreto. de belleza, bondad, cercanía, conversación, a la que era sumamente razonable entregarse, como a un hechizo de verdad irresistible y felicidad incomparable.

¿Como estuvo? ¿como estuvo? ¡Oh! cada uno guarda su secreto, y cada uno lo piensa en sí mismo, como una vocación originaria. Apenas mencionamos ahora algunas formas típicas de esta revelación interior de Cristo, que nos ha vencido haciéndonos vencedores. Hubo, creemos, quienes pensaron en el Jesús de su infancia, abandonado como todo lo demás apreciado en la primera edad; se creía olvidado, desactualizado, lejano; y ¿por qué, en un momento dado, su presencia, como la de un compañero de viaje, se sintió cercana y hablando? "El que me sigue no anda en tinieblas" ( Io. 8, 12), dijo, justo cuando las tinieblas crecían en el camino de la vida. Hubo quienes guardaron en su memoria, o más bien en su cultura, la memoria desvaída de Cristo, como uno de los muchos hombres famosos de la antigüedad y la historia; pensaba en él como una estatua, inmóvil y petrificado del pasado; entonces - ¿cómo estuvo? - mirando con algo de atención a la estatua-fantasma, vio, con gran asombro y miedo, que estaba viva, moviéndose y viniendo hacia él, y murmurando una simple y fascinante palabra: "¡Soy yo, no temas! " ( Marcos 6, 50).

Y otro, atraído por el dolor y la necesidad humana, se inclinó sobre el hermano pobre y sufriente, o sobre el pueblo oprimido y humillado, y al escuchar su gemido, comprendió que se levantaba de las profundidades humanas en las que Cristo se había hundido, y que su voz lánguida le preguntó: "Dame de beber" ( Io . 4, 7; 19, 28). Incluso en esta sensibilidad fraterna humana, ¿no es así? -, a menudo se ha pronunciado una vocación sobrehumana de ser una nueva generación. Y cuántos de vosotros, con el ejemplo, con la armonía arcana entre la palabra y la vida, con la alegría nueva, la de la caridad, la alegría gozosa en la verdad (1 Cor.13 , 6), comprendieron la invitación, hicieron la elección, sintió él, en el testimonio del Espíritu, la certeza interior de su propia vida nueva y sobrenatural (Rom . 8, 16). Así se desarrolló el encuentro: Jesucristo cruzó tus pasos; y por eso estás aquí hoy. Sí, el encuentro con él, Cristo Jesús, pero ¿quién es Cristo Jesús? ¡Qué pregunta ilimitada! Podemos pensar que ya le ha dado una respuesta. Por supuesto; si sois discípulos, en verdad hijos de la Iglesia, sabéis quién es el Señor Jesucristo. Pero, ¿qué sabes de él? ¿como sabes? Pero escuchen ahora nuestra palabra, que hace propia a san Pablo: “A mí, que soy el más bajo de todos los santos, me ha sido dada esta gracia de llevar a los pueblos la buena noticia de las inescrutables riquezas de Cristo. . . »( Efesios 3, 8).

Bien: primero, en sí mismo, Cristo es la palabra de Dios hecho hombre; Cristo, para nosotros, es el Salvador de la humanidad. Dos océanos: la divinidad de Jesucristo y la misión de Jesucristo en el mundo. Trate de resolver en alguna expresión adecuada este primer aspecto esencial de su Persona divina, viviendo en la naturaleza infinita y trascendente del Verbo eterno de Dios, y viviendo en el hombre Jesús, nacido de la Virgen María por obra del Espíritu Santo; y luego este segundo aspecto, su inserción en nuestro cosmos, en nuestra historia, en nuestro destino, en nuestra vida, en nuestra conversación íntima (Cfr. Bar. 3, 38) ,. . . y sentirás la capacidad comprensiva de tu mente estallar en un éxtasis de sabiduría, verdad y misterio, que intentará expandirse, sin quedar plenamente satisfecho en todas las dimensiones posibles, para luego derramar el amor que sobrepasa toda ciencia (Cf. Eph. 3, 18-19). Nos parece que tú, Focolarini, te has enfrentado a este doble problema: ¿Quién es Él, Cristo? y ¿Quién es Él, Cristo, para nosotros? Y he aquí, el fuego de la luz, el entusiasmo, la acción, el amor, la entrega y la alegría se ha encendido dentro de ti, y en una nueva plenitud interior lo has entendido todo, Dios, ustedes mismos, su vida, los hombres, nuestro tiempo, la dirección central. para ser entregado a toda tu existencia. Sí, esta es la solución, esta es la clave, esta es la fórmula, antigua y eterna, y cuando se descubre, nueva. ¡Lo ha sentido, y le ha dado a su movimiento la definición de "Nueva Generación", Gen !

¡Así que, queridísima Generación Juvenil! ¡Encontrarse, conocer, amar, seguir a Cristo Jesús! Este es tu programa. Ésta es la síntesis de vuestra espiritualidad, que vosotros, celebrando el Jubileo del Año Santo, queréis reafirmar en vuestras conciencias y plasmar en vuestra vida. Con dos conclusiones. La primera: condensar el secreto de tu Movimiento en un pensamiento central y fecundo, procura tener siempre a Jesús como Maestro. "Único", dijo Jesús mismo de sí mismo a sus discípulos, "único es vuestro Maestro", Cristo ( Mat . 23, 8). ¡Ten el carisma para comprender esta verdad! Es la luz del pensamiento y la lámpara de la vida. ¡Jesús Maestro! Y luego la segunda conclusión, que también oímos de labios del Maestro Jesús: "Sois todos hermanos" ( Ibid..). Ten la sabiduría y el coraje para llegar a esta conclusión, que es la raíz de la socialidad cristiana. A menudo resulta desconcertante observar cómo muchos, que se dicen seguidores del Evangelio, son incapaces de deducir del Evangelio mismo una sociabilidad basada en el amor. Quizás teman, armados sólo del Evangelio, de ser débiles, abstractos, ineptos en la gran misión de hacer hermanos a los hombres; y piensan en encontrar principios y fortalezas adicionales buscando su eficacia en escuelas materialistas y ateas, que extraen su lógica y energía de la lucha de hombres contra hombres. Estos son sustitutos contradictorios de la educación del mundo moderno hacia una socialidad justa y fraterna.

Tú, nueva generación, sé fiel y coherente. Si has elegido a Cristo como tu Maestro, confía en él y en la Iglesia, que te guía y te lo presenta. Demuestre con hechos el poder de realización de la caridad, del amor social, establecido por el Maestro. Será una experiencia nueva y generadora de un mundo más justo y bueno. Será una experiencia fuerte; pedirá resistencia, sacrificio, quizás heroísmo; os pedirá también vosotros los cirenenses robustos y dispuestos, que dan la espalda para sostener la Cruz de Jesús ¡Sí, también tendréis que sufrir con él, como él, por él! ¡Pero no temas, Gen! ¡estar seguro! habrás trabajado tu propia salvación y la de nuestro mundo moderno. ¡Y siempre, como hoy, estarás bien y feliz!

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

19 de marzo de 1975    

Honramos a San José, "el esposo de María, de quien nació Jesús, llamado Cristo" ( Mat.. 1, 16). Hoy lo honraremos como aquel a quien Dios eligió dar a la Palabra de Dios, que se hace hombre, el nido, la genealogía histórica, la casa, el entorno social, la profesión, el guardián, el parentesco, en una palabra, la familia, esta célula primaria de la sociedad, una comunidad de amor, libremente constituida, indivisible, excluyente, perpetua, a través de la cual el hombre y la mujer se revelan mutuamente complementarios, y destinados a transmitir el don natural y divino de la vida a los demás seres humanos. , sus niños. Jesús, Hijo de Dios, tuvo su propia familia humana, por la que apareció y fue al mismo tiempo el Hijo del Hombre; y con esta elección suya ratificó, canonizó, santificó este instituto común nuestro que genera la existencia humana, por encima del cual nuestra oración y nuestra meditación hoy ponen a los piadosos,

Verdaderamente debemos hacer inmediatamente una observación fundamental respecto a este santo personaje, destinado a actuar como el padre legal, no natural, de Jesús, cuya generación humana se produjo de manera muy singular, prodigiosa, por obra del Espíritu Santo, en el vientre de María, la Virgen Madre de Dios, Jesús su verdadero hijo, y sólo oficialmente, como se creía ( Luc . 3, 33; Marc . 6, 3; Mat.. 13, 55), "hijo del herrero", José. Aquí se abriría a nuestra consideración su historia personal, su drama sentimental, su "novela", que bordeaba el colapso de su amor, que con privilegiada intuición había elegido a María, la "llena de gracia", que es la más bella, la la más adorable de todas las mujeres, como su futura esposa, cuando supo que ya no era suya; estaba a punto de convertirse en madre; y el que era un buen hombre, "solo" dice el Evangelio, es decir, capaz de sacrificar su amor por el destino desconocido de su prometida, pensó en dejarla sin hacer un escándalo, sacrificando lo más querido en la vida, su amor por la incomparable Doncella.

Pero también Giuseppe, aunque humilde artesano, fue un privilegiado; tenía el carisma de los sueños reveladores; y uno, el primero registrado en el Evangelio, fue este: «José, hijo de David, no temas acoger a María como tu consorte, ya que lo que nació en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; porque él salvará a su pueblo de sus pecados "( Mateo 1, 20-21); es decir, será el Salvador, será el Mesías, "Emmanuel, que significa Dios con nosotros" ( Ibid . 23). José obedeció: feliz y al mismo tiempo generoso en el sacrificio humano que se le pedía. Será el padre del feto, no de la carne, sed charitate, escribe San Agustín (S. AUGUSTINI Serm.52 , 20; PL38, 351); esposo, guardián, testigo, de la virginidad inmaculada y al mismo tiempo de la maternidad divina de María (Cfr. IDEM Serm . 225; PL 38, 1096). Situación única, milagrosa, que pone de relieve la santidad personal no solo de Nuestra Señora, sino al mismo tiempo la de su modesto pero sublime esposo, José, el Santo que la Iglesia presenta, incluso durante la formación cuaresmal, a nuestra veneración festiva. ¡Y aquí estamos entonces frente a la "Sagrada Familia"!

Sí, queridas, queridas familias cristianas, llamadas hoy por nosotros a esta celebración, felices de ver que muchos peregrinos y fieles se unen a ustedes. Sí, debemos expresar con nuevo fervor, con una nueva conciencia nuestro culto a este cuadro, que el Evangelio pone ante nosotros: José, con María, y Jesús, niño, niño, joven con ellos. La imagen es típica. Cada Familia puede reflejarse en ella. El amor doméstico, el más completo, el más bello según la naturaleza, irradia del humilde escenario evangélico y se derrama inmediatamente con una luz nueva y deslumbrante: el amor adquiere un esplendor sobrenatural. La escena cambia: Cristo tiene la ventaja; las figuras humanas cercanas a él asumen la representación de la nueva humanidad, la Iglesia; Cristo es el Esposo; La novia es la Iglesia; la imagen del tiempo se abre sobre el misterio de Con el tiempo; la historia del mundo se vuelve apocalíptica, escatológica; bienaventurado el que sabe a partir de ahora vislumbrar la luz vivificante; la vida presente se transfigura en la futura y eterna: nuestro hogar, nuestra familia se convertirá en el paraíso.

Queridos hijos, escúchennos. Aceptar la vida cristiana como un programa hoy se convierte en un ejercicio fuerte. El hábito tradicional de nuestras casas, ordenado, sencillo y austero, bueno y alegre, ya no se sostiene por sí solo. La costumbre pública, que preside las virtudes domésticas y sociales, está en proceso de cambio y, en ciertos aspectos, en proceso de disolución. La legalidad aparece y no siempre es suficiente para las exigencias de la moral. La familia está cuestionada en sus leyes fundamentales: unidad, exclusividad, perenneidad. Depende de ustedes, esposos cristianos; a vosotros, familias bendecidas por el carisma sacramental; a ustedes, fieles de una religión que tiene en el amor, en el verdadero amor evangélico su expresión más alta y más sagrada, más generosa y feliz, a ustedes les toca redescubrir su vocación y su fortuna; a vosotros os corresponde conservar el carácter incomparablemente humano y espontáneamente religioso de la familia cristiana; De ti depende regenerar en tus hijos y en la sociedad el sentido del espíritu que eleva la carne a su nivel. San José te enseña cómo. Hoy lo invocaremos juntos para este propósito.


En esta solemnidad de San José, patrón de la Iglesia universal, nuestro pensamiento está con todas las familias católicas del mundo. Mientras se esfuerzan con la gratitud de Dios por cumplir su destino y vivir plenamente su elevada vocación como esposos y esposas y padres y madres cristianos, les enviamos la expresión de nuestro propio amor paterna1 y profundo afecto en el Señor. Oramos para que, en la realización y aceptación de tu dignidad y de tu carisma sacramental, encuentres una gran fuerza, una alegría profunda y un amor sin fin.

Unas palabras de salute para todos vosotros, los componentes de los grupos familiares de lengua española, que participais en este acto litúrgico. Que la espiritualidad del Año Santo os enseñe a cultivar con esmero las virtudes específicas que caracterizan a las familias cristianas. Defendió el núcleo familiar contra toda insidia de disgregación y haced reinar en él la paz y el amor de Cristo.

Heute am Hochfest des heiligen Joseph ein Wort herzlicher Begrüssung an alle anwesenden Pilger aus den Ländern deutscher Sprache. Der heilige Joseph ist das erhabene Worbild für alle christlichen Familien durch seine tiefe, gesunde Frömmigkeit, durch seine Treue gegenüber dem ihm anvertrauten Gotteskind und zur allerseligsten Jungfrau Maria, durch sein unersch5tterliches allen des Gottvertfrauen. Liebe Sohne und Tochter! Habet allezeit ein grosses Vertrauen auf die mächtige Fürsprache des heiligen Joseph!

CONCELEBRACIÓN SOLEMNe PARA LAS VOCACIONES

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

20 de abril de 1975

¡Venerables hermanos! ¡Queridos hijos!

¡Día de las vocaciones! Se ha hablado mucho de él, pero la importancia del tema y su complejidad requieren que sigamos hablando de él; es siempre. Y hoy la Iglesia habla con una voz tan fuerte y profética de este tema que no basta simplemente con escucharlo; tienes que entenderlo. Ha llegado el momento de penetrar en su significado y dejar que su significado entre en contacto con nuestro corazón, con la profundidad personal de nuestra conciencia; y nada menos con la experiencia histórica de hoy. Lo hacemos ahora mediante una síntesis muy breve (Cfr. Seminarium , 1, 1967). ¿Qué significa vocación si no se llama? Anuncio, diálogo entonces, inicio de conversación, invitación a una coincidencia en la verdad, provocación a una comunión, a un amor. Llamar: ¿quién llama?

¡Hermanos e hijos! Tratemos de comprender. La vida, nuestra vida misma es una vocación. La razón de nuestro ser, racional y libre, es una vocación. El catecismo antiguo no ha perdido nada de su sabiduría filosófica y teológica: hemos tenido el don de la existencia para conocer y amar a Dios; sí, Dios, que quiso despertar al homo sapiens antes que a sí mismo ; un ser dedicado a la investigación, a escuchar las voces del ser, del cosmos, de la ciencia. Podemos aplicar una frase de San Pablo a esta relación de nuestra vida: nihil sine voce. Nada es mudo. Todo habla por quien sabe escuchar. Los secretos de la naturaleza son posibles confidencias de Dios creador para quien sabe descubrirlos. Es una primera forma de vocación, la vocación a la ciencia que en sí misma merece un gran discurso: permanece y encuentra al hombre moderno absorto en su maravilloso hechizo mágico. Ayer mismo, honramos su valor perenne, fecundo e inagotable en el encuentro con nuestra Pontificia Academia de Ciencias.

Pero la vocación científica, fiel a sus aspiraciones trascendentes, alcanza el umbral de la religión y coloca allí su cántico humilde y solemne: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y las obras de sus manos proclaman el firmamento" ( Sal . 18). , 1: cf. Proverbios 22, 17 y siguientes; etc.). Gran liturgia, también exuberante de misterios y luces, ciertamente no hostil a la religiosa, sí bien, su escala y en cierto sentido su reflejo (cf. Matth.. 6, 28-30). Los más grandes amantes de esta vocación natural lo han entendido: la reciente conmemoración del centenario de Copérnico, antiguo maestro de la "Sapienza" de Roma, ha recordado esta armonía, no sólo posible, sino siempre deseable, de la ciencia racional con la fe religiosa. Pero la vocación científica no agota, y muchas veces ni siquiera comienza, el diálogo nuevo y ulterior que el Dios inefable quiere abrir con el hombre y que por su naturaleza se vuelve hacia las cosas externas a nosotros, mientras que el hombre se embriaga y embriaga inmediatamente por ellas. .lo vuelve inmediatamente a fines utilitarios, de donde nace y califica la civilización moderna y se vuelve pesada, profana y casi excluida de la apertura de nuevos secretos, que San Agustín resume en el doble voto: noverim Te, noverim me, penetrante y sabio. conocimiento de Dios y de sí mismo (Cfr. S. AUGUSTINISolil . 11, 1; PL 32, 885).

La vocación natural, primera, indispensable, sumamente rica, denuncia sin embargo sus límites, que, casi paradójicamente, cuanto más sensibles y opresivos, más vastos y extendidos son sus límites hacia el océano de la experiencia sensible y del conocimiento racional. La humanidad se adapta principalmente a ella, pero al final sufre y tristemente se resigna a una valoración bastante pesimista de la vida y del mundo. Recuerda la vanitas vanitatum de Eclesiastés, ¿quién siente, después de haberlas disfrutado, la fugacidad de las cosas devoradas por el tiempo y depreciadas por la incapacidad de saciar el alma humana más grande y codiciosa que su capacidad de llenarla y saciarla? Y es a menudo aquí, en la trama de la vida, incluso siendo muy jóvenes, Hijos y Hermanos y Amigos, donde creemos que puede producirse la segunda vocación del peregrino, la vocación, llamémosla evangélica, es decir, la escucha. , electrocución, d 'una palabra del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo ( Io.15 , 16).

Tiene la iniciativa; sí, pero esto es respetuoso de una libertad que la hace decisiva. Leer la vida de los santos, analizar las biografías de los conversos, pero quizás también prefieras las sencillas crónicas de los jóvenes, nuestros pares, hombres o mujeres que son, que, en un momento dado, han escuchado y entendido una palabra evangélica para entrar, sigilosamente al principio, luego dominando, en su conciencia. Nos parece que la forma en que esta presencia interior del Verbo divino actúa sobre las almas no es única: ¿una respuesta a un problema espiritual acuciante? ¡Sueño sincero de santidad! ¿Un bálsamo reconfortante para una aflicción inconsolable, un valiente remedio para un remordimiento perturbador? ¿Descubrimiento de deberes previamente olvidados? ¿Consonancia de un verbo evangélico con voz humana, actual, llorona? No sé.

La auténtica vocación evangélica que el juicio autoritario de la Iglesia experimenta y valida (Cfr. Presbyterorum Ordinis , 11, nota 66) es esta. La convocatoria se convierte en elección, elección, desapego, separación, segregación (Cfr. Act . 13, 2): es decir, se convierte en una candidatura a un cargo especial, que tiene esta primera característica, hoy la más dolorosa, de imponer una especie de vida diferente de ese punto común, singular, codiciado y estimado en la clase ordinaria de adoquines, mientras que en algún momento tuvo su propia estima social respetada y, a menudo, honorable; hoy no; es la característica del único amor a Cristo, a Dios, en una medida total, en una forma exclusiva, la característica del sacrificio, de la autoaniquilación (Cf. Fil.. 2, 7 y siguientes); característica interpenetrada por otra inmediatamente derivada, la dedicación en la oración o en el ministerio al bien de los demás, al servicio sin reserva al prójimo, con preferencia a los más necesitados de amor, asistencia, consuelo. La llamada, que se ha convertido en elección, se convierte en dedicación, inmolación, heroísmo silencioso y gratuito.

La vocación se vuelve eclesial. Es decir, está injertado en un cuerpo, sí, social, humano, organizado, jurídico, jerárquico, admirablemente compacto y obediente; decir todo lo que queráis de esta agregación externa, tradicional, disciplinada en la que el individuo parece perder su personalidad, parece, digamos, pero la adquiere en el acto mismo que se conjuga con este cuerpo eclesial terrenal y visible, porque se trata del Cuerpo Místico, que es la Iglesia de Cristo, del que fluyen ríos de carismas divinos, los dones, los frutos del Espíritu Santo en los elegidos (cf. Gá.. 5, 22 ss.), Y en el sacerdote la suma misteriosa y milagrosa de poderes divinos, como el del anuncio de la Palabra de Dios, o el de las virtudes de resucitar a la gracia a las almas muertas, y más el de sacrificar en Misa en su presencia real y sacramental Jesús, víctima de nuestra Redención. Y luego está este misterio de unidad, de tener siempre presente, como cumbre de la caridad, un misterio que asume formas sensibles y sociales, y que nos hace soñar en nuestro mundo histórico, que con un esfuerzo extraño y muchas veces simultáneo genera y destruye. su paz unitaria; misterio por excelencia confiado a los devotos del seguimiento sacerdotal y religioso de Cristo: ¡que todos sean uno! ( Io.17 )

Hermanos e Hijos y Amigos, prolonguen por ustedes mismos esta meditación sobre la vocación: natural, evangélica, eclesial; no podrás llegar a su fin (cf. Ef 3, 18 ss.) en la plenitud del sentido, de la grandeza espiritual y moral, de la inefable fortuna sobrenatural que promete y garantiza. Nunca te equivoques para poder lograrlo en la economía de la duración, el sacrificio y el amor. No aísle su pensamiento del de la función siempre superlativa que adquiere en la estructura de la Iglesia viva; no olvides la urgente necesidad que tiene el mundo hoy; y no recites en vano las sacrosantas palabras, que imputan la responsabilidad y que anuncian la solrte bienaventurada: hodie si vocem Eius audieritis, nolite obdurare corda vestra! ( Ps. 94, 8) Escuche la voz.


Nuestro llamado se dirige a toda la Iglesia de Dios. Hacemos un llamamiento al interés personal y la solidaridad orante de parte de todos, en materia de vocaciones. En particular, pedimos a los jóvenes de todo el mundo que abran su corazón a los impulsos del Espíritu Santo y que, con amor generoso y perseverante, acepten la invitación a sacrificar su vida con Jesús por sus hermanos. Porque es a través de esta generosidad y sacrificio que la humanidad es conducida a participar del Misterio Pascual del Señor. ¡Escucha nuestra voz! ¡Escuche nuestras palabras! Vienen a ti en el nombre de Cristo, el Pastor Supremo.

Herzlich grüssen Wir in dieser Liturgiefeier auch die Pilger aus den Ländern deutscher Sprache. Hört, liebe Söhne und Töchter, am heutigen Welttag der geistlichen Berufe erneut die eindringliche Bitte Jesu Christi: »Bittet den Herrn der Ernte, dass er Arbeiter in seine Ernte sende« ( Mat . 9. 38). Gott braucht Menschen - und heute mehr denn je -, die sich zum Heil der Mitbrüder vorbehaltlos seinem Dienste weihen. An uns liegt es, sie von ihm für die Kirche durch unser inständiges Gebet zu erflehen. Seine Erhörung ist uns gewiss!

En esta Jornada vocacional del Año Santo, os invitamos, amadísimos peregrinos, a pedir con insistencia al Señor que siga donando a su Iglesia espíritus nobles y fuertes; almas que, with gozosa gratitud a la llamada divina, ofrenden su vida para ser testigos fieles de la Palabra y guien a los hombres por las sendas de salvación.

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes 2 de febrero de 1976

Y ahora venid, hijos venerados y amados, y traedme la ofrenda simbólica de vuestro cirio, que habéis hecho una generosa ofrenda de su vida a la Iglesia y una amorosa ofrenda a Cristo, sacerdotes y religiosos consagrados en el sagrado celibato; venid, devotas Hijas en Cristo, a quienes la oblación de vuestra virginidad distingue como flores inmaculadas en el jardín de la comunidad católica; Venid, fieles, que hacéis seguidos de un esplendor radiante de honestidad cristiana en los caminos del Evangelio. Venir; y entregue todo al gesto piadoso y devoto de entregar el cirio bendito su pleno sentido, su valor transfigurador: el de respeto y obediencia a la santa Iglesia, el de la austeridad y rectitud de su estilo moral, personal y comunitario, de cristianismo. la vida, especialmente la de la virtud de la castidad,

Nos gustaría que este significado, este valor, especialmente de la pureza cristiana, esté presente en sus almas al realizar esta ceremonia religiosa. ¿Por qué debería prevalecer este pensamiento en nosotros hoy? ¡Oh! por muchas razones, una ocasional primera, relativa a su actualidad, que nos llamó la atención por la reciente Declaración de nuestra Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, una declaración muy importante sobre ciertos temas de ética sexual y coronada al final de un hermoso y apología sintética de la virtud de la castidad, «que no se limita, dice la Declaración, a evitar las faltas señaladas; también implica exigencias positivas y superiores. Es una virtud que imprime a toda la personalidad, tanto en su comportamiento como en su interior,Declaratio de quibusdam quaestionibus ad sexualem ethicam spectantibus , 11).

Y es este aspecto positivo de la pureza que nos gustaría inspirar el rito que estamos realizando, confirmando en nosotros la conciencia de su necesidad, no sólo en defensa de las opiniones aberrantes y debilidades alienantes, que hoy lo desprecian, y lo dicen: por un lado, imposible, por otro nocivo o superfluo (Cfr. S. THOMAE, Summa Theologiae, II-IIæ, 151 ss.), Pero también como exaltación de su función reparadora del desorden ético-psicológico introducido en la compleja estructura del ser humano por el pecado original y de su indispensable eficacia pedagógica en vista de un verdadero equilibrio y autocontrol liberador de un hombre nuevo y cristiano. Debemos reconocer el parentesco de esta virtud con la fuerza y ​​la belleza del alma animada por el Espíritu Santo (Cf. S. AMBROSII De Virginitate , 1, 1), admitiendo que va más allá del entendimiento, especialmente en su perfecta expresión. más la observancia por tantos hombres (cf. Matth. 19, 11); pero siempre para concluir que la pureza, alimentada por el ascetismo y la oración, y sostenida por la inevitable ayuda divina, es posible ( Cor.12 , 9; Fil.4 , 13; Mat.5 , 29; 18, 8-9), es también fácil (SACRAE CONGREGATIONIS PRO DOCTRINA FIDEI Declaratio de quibusdam quaestionibus ad sexualem ethicam spectantibus , 11 al final), y nos hace felices.

¿Por qué feliz? Porque, dijo el Señor : ¡Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios! Mat . 5, 8) Nada oscurece la mirada sobre las cosas espirituales y divinas más opaca que la impureza de los pensamientos, los sentidos, el cuerpo (1 Cor . 2, 14); y nada prepara mejor nuestra alma para el cariño, la comprensión, la contemplación de los misterios religiosos que la pureza. Favorece la transparencia de nuestra oración sobre las Realidades inefables a las que se dirige nuestra vocación cristiana, y especialmente nuestra inmolación célibe y virginal (Cfr. S. THOMAE Summa Theologiae , II-IIæ, 152, 1; ibid. 2; 153, 5 ). No apaga la llama del corazón; de hecho, es la atmósfera del amor, de la caridad.

Sí, hacia Dios, de alguna manera podemos entenderlo: el alma dedicada solo a Dios lo busca, lo sirve, lo ama con todo su corazón; en nuestro espíritu se produce una concentración unitaria y totalmente convergente sobre el Dios infinito, hecho accesible a nosotros de alguna manera; la investigación continua siempre permanece alerta; y al mismo tiempo una paz inalterable ocupa todo su espacio interior (Cfr. S. TERESA, Camino de la perfección ).

¿Pero hacia el próximo? ¿Hacia la sociedad? ¿Hacia la humanidad? Oh, hermanos, oh, hermanas en Cristo, conocéis este otro prodigio de la castidad consagrada a la caridad: no sólo no cierra las ventanas de nuestras células al mundo, sino que las abre, para no buscaros ese bendito encuentro de conyugalidad. amor., que hoy más que nunca honramos y conocemos la fuente, en Cristo, de la gracia sacramental y el programa normal de santificación, pero para derramar en la caridad que se sublima y se entrega al servicio de los demás y en el autosacrificio, y que hace del celibato y la virginidad fuentes incomparables de santidad evangélica, que les asegura, en la economía cristiana, el primado en la jerarquía del amor. ¿Quién puede amar y servir mejor a los hombres que el que, renunciando a todo su amor humano, ofrece su vida a ese Cristo Jesús, ¿Que de cada hermano necesitado hizo un sacramento de su presencia mística y social? (VerMatth . 25, 40; cf. Bossuet.)

La castidad consagrada no es egoísmo, sino autoinmolación para ese reino de Dios que es todo celebración de la caridad eclesial, es decir, positiva y universal.

Así, pues, hermanos y hermanas en Cristo Señor: al llevar al altar nuestras velas, casi símbolos de nuestra pureza ofrecida a la luz, a la consumación en el autosacrificio, renovamos en nuestro corazón el compromiso de nuestra donación y la confianza de el ciento por uno, premio que el mismo Cristo le prometió ( Mat . 19, 29; cf. J. COPPENS, Sacerdoce et Célibat , Lovaina 1971; P. FELICI, Bienaventurados los de limpio corazón , en "L'Osservatore Romano", 1 de febrero de 1976).

CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE PIUS XII

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 7 de marzo de 1976

Nuestro espíritu, atento al Evangelio de San Marcos ( Marc.1 , 12-15), propuesto por la liturgia de hoy en este primer domingo de Cuaresma para nuestra meditación, se enfrenta a dos cuadros de gran interés: el primer marco es el árido, deshabitado y desolado del desierto, tal vez el de la montaña cercana al Mar Muerto, pedregoso y arenoso, donde la escuálida soledad pone a quienes se aventuran allí en un contacto interno casi obligatorio consigo mismos, mientras los exponen a algún traicionero encuentro con la naturaleza bestias del lugar, quemadas por el sol despiadado, y barridas por las inclemencias del viento. Allí Jesús, impulsado por el Espíritu, después del bautismo penitencial, que también quiso recibir del Precursor Juan, se retiró y permaneció cuarenta días, en ayuno sobrehumano, como Moisés (Ej . 34, 28; cf. 3 Reg . 19, 8); entonces al final, agotado por la languidez y el hambre, que tuvo que soportar el misterioso triple lucha con el diablo, Satanás los evangelistas Mateo y Marcos le llaman ( Mt 4, 10;. Marc . 1, 13), y finalmente fue servido por los ángeles . Cuadro difícil para un comentario literal, pero muy apropiado como típica introducción a la misión mesiánica que Jesús estaba a punto de comenzar (Cfr. F. DOSTOJEVSKI, Los hermanos Karamazov ).

Entonces San Marcos nos abre inmediatamente a otro cuadro, tras la detención de Giovanni, que desaparece de la escena del Jordán. Jesús vuelve a Galilea, y aquí comienza su predicación, lo que se llama el "Evangelio del reino de Dios" ( Mc 1,14) y que se abre con un anuncio fatídico: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca. ; convertir y creer en el Evangelio "( Ibid.. 14-15). Todos nosotros, fieles a la escuela de la liturgia, tendremos este doble cuadro ante nuestras almas, como si fuera hoy el escenario de fondo que ofrece un entorno ideal y en cierto sentido la luz para otro personaje, que, casi moviéndose de Ese trasfondo evangélico, venga a nosotros, y cien años después de su propio nacimiento histórico, se presente a nosotros, a muchos de nosotros que lo hemos conocido personalmente, y reflejando en sí mismo la soledad de Cristo ermitaño en el desierto, y por tanto el ministerio de Cristo evangelizador, todavía nos tiende hierática y paternalmente sus dulces manos, como signo de benevolencia y bendición: el Papa Pío XII. Detrás de él se encuentra el Cristo secreto del desierto, el Cristo profético del Evangelio. No es nuestra intención ahora rastrear su historia, su panegírico;

Tenemos que fijar la fecha de nacimiento: tuvo lugar el 2 de marzo de 1876; era el tercer hijo de Filippo Pacelli, noble patricio de Acquapendente, cuya familia se había trasladado a Roma, y ​​que tenía reputación por su infatigable profesión de abogado y por los cargos públicos a los que fue llamado para servir en la ciudad, ciertamente no floreciendo entonces. prosperidad temporal, pero siempre en la cima de los acontecimientos históricos, que conmovieron a Europa y agitaron a Italia, ahora en camino hacia la difícil y ansiada meta de su unidad nacional.

El nombre elegido fue Eugenio, con los añadidos de Maria, Giuseppe, Giovanni; y se le confirió el bautismo en la iglesia de los Santos Celso y Giuliano. La copa del baptisterio se conserva ahora en S. Pancrazio, en la Iglesia de las Carmelitas Descalzas, en el monte Janículo. Que valga la pena recordar a la venerable madre de Eugenio, que fue Virginia Graziosi, recordada por tanto hijo con siempre conmovedor afecto.

En el noble y popular centro histórico de Roma, en Via Monte Giordano 34, esta fue la casa de la familia Pacelli; y aquí hay que señalar la circunstancia obvia, pero ahora singular: Pío XII fue Papa Romano, no solo por el oficio apostólico que le fue conferido, sino por nacimiento, como no había sucedido en algún tiempo (debemos remontarnos al Papa Inocencio XIII , Michelangelo dei Conti [1721-1724], para recordar un hecho análogo). De nacimiento, de tradición, de memoria, como para dar testimonio de cómo esta ciudad de mil vidas tiene la suya en sangre e historia, y siempre fecunda y fiel a su vocación espiritual única y centenaria: "presidir en la caridad". "(S.. IGNATII ANTIOCHENES Ad Romanos ," Prologus "). ¡Dios te conceda!

Eugenio Pacelli asistió a la escuela clásica Visconti, instalada en el antiguo Colegio Romano, de la que siempre guardó un recuerdo muy fiel y afectuoso. Luego la Capranica, la Gregoriana, la Sant'Apollinare, y luego la Misa, la primera vez celebrada en S. Maria Maggiore, luego la asunción a la Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, espera Monseñor Cavagnis, y luego el gran Monseñor Gasparri, bajo cuya dirección el joven Pacelli trabajó durante catorce años, con la diligencia e inteligencia que era su costumbre, en esa recopilación de supremo valor que es el "Codex Iuris Canonici", ahora, después del Concilio, bajo revisión, pero una síntesis monumental y sabia de la inmensa literatura de la ley de la Iglesia.

Eugenio Pacelli, legislador en la Iglesia, nos obliga a recordar su trabajo para la legislación fuera de la Iglesia, es decir, en relación a los contactos de la Iglesia con los estados modernos, un trabajo que con un estudio muy delicado, en gran parte personal, supo establecer normal y leal, en tres Concordatos, con Alemania; Los acuerdos, que ni siquiera la guerra y los cambios que la siguieron fueron capaces de subvertir, tan bien confirman como estructuras pacíficas y corroboradoras de los intereses espirituales y civiles de las altas Partes Contratantes, y para su mutua satisfacción aún sustancialmente vigentes, demuestran su eficacia beneficiosa.

Luego Pacelli en Roma, como secretario de Estado en los últimos nueve años del pontificado de Pío XI, quien tenía para él la mayor estima y el más fiel servicio de él. Sería una página de historia psicológica de gran interés, si pudiera describir y descifrar adecuadamente las muy, muy diferentes características peculiares de estas dos grandes personalidades, que sólo la práctica más penetrada y consciente de las virtudes eclesiásticas pudo fusionar en constante, armonía complementaria y ejemplar.

Tuvimos entonces la inestimable fortuna de prestar, como suplente de la Secretaría de Estado, nuestros modestos pero casi diarios servicios a los dos grandes y virtuosos Pontífices. Podemos ser testigos admirados, especialmente en lo que respecta a los largos quince años de nuestra humilde conversación con el Papa Pío XII, cuál fue su bondad, su cultura, su diligencia en el trabajo, su compasión por los dolores de los demás, su alma, pastoral y apostólica.

Nos es imposible decirlo todo, ni siquiera en resumen. Sin embargo, dos puntos parecen merecer una mención especial de nuestra parte, también en esta ocasión. El primer punto se refiere a su actitud hacia la Segunda Guerra Mundial. Mucho se habló de él al respecto y no siempre conforme a la verdad, falsamente sofisticado sobre la elegante timidez de su carácter, o sobre la parcialidad de sus simpatías con tal o cual Pueblo. Este magnánimo Pontífice no debe ser juzgado así, muy fino, sí, en su sensibilidad humana y cristiana, pero siempre sabio y justo. Ciertamente podemos agregar que siempre fue fuerte y justo, perfecto gobernante de sus sentimientos e intrépido defensor de la justicia, todo empeñado en el autosacrificio, en ayudar al sufrimiento humano, en el valiente servicio de la paz.

El otro punto se refiere a su religiosidad. Al respecto dijimos en otra ocasión, en Milán, que ahora reafirmamos, repitiendo aquí las palabras que el "Liber Pontificalis" reserva para alabanza del Papa Eugenio I y que parecen escritas para su sucesor, Eugenio Pacelli: Eugenio, natione romanus, / clericus ab incunabulis. . . / Fuit. . . benignus, mitis, mansuetus, omnibus / affabilis et santitate praeclarior (Cfr. DUCHESNE ,, Liber Pontificalis , 1, 341 y sigs., a. 654-657).

Nuestra voz tiembla, nuestro corazón late, dirigiendo a la venerada y paternal memoria de Eugenio Pacelli, Papa Pío XII, el afectuoso elogio de un humilde hijo, el devoto homenaje de un pobre sucesor.

Recuerden esto, romanos, a este distinguido y elegido Pontífice suyo; recuerda la Iglesia; recuerdas el mundo, recuerdas la historia. Es digno de nuestro recuerdo piadoso, agradecido y admirado.

MISA DE CANONIZACIÓN DE RAFAELA MARIA PORRAS Y AYLLÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 23 de enero de 1977

Venerables Hermanos y amadísimos hijos,

Un gozo profundo embarga nuestro corazón y un canto de júbilo aflora a nuestros labios en estos momentos que estamos viviendo. Sentimos que en nuestra voz se condensa el himno de alabanza de toda la Iglesia, exultante por los destellos de nuevo esplendor sobrenatural, alentada por una renacida fecundidad de virtud, enriquecida con otro eximio ejemplar de santidad. Son estos los sentimientos que acompañan el acto litúrgico que celebramos: la exaltación al supremo honor de los altares de un modelo singular de humildad, la Beata Rafaela Porras y Ayllón, Madre Rafaela María del Sagrado Corazón.

Estamos ante una figura peculiar, cuyos ricos y múltiples matices personales no dejan de causar impresión, como habéis podido apreciar, a través del relato de la vida, leído hace unos momentos. Nace en el pueblo español de Pedro Abad, cerca de Córdoba, el 1 de marzo de 1850. Perdidos muy pronto sus padres se dedica con su germana Dolores a la oración y a la caridad.

Este género de vida, tan opuesto a las aparentes conveniencias de su alta posición social, suscita el contraste con los deseos de la familia; hasta tal punto que la presión familiar les hace sentir la necesidad de abrazar la vida religiosa.

El 24 de enero de 1886, el Instituto recibe el Decretum Laudis y un año después es aprobado definitivamente con el nombre de Congregación de «Esclavas del Sagrado Corazón».

La Madre Rafaela María dirige el nuevo Instituto durante 16 años con gran dedicación y tacto. Demuestra también claramente su extraordinaria profundidad espiritual y su virtud heroica, cuando por motivos infundados ha de renunciar a la dirección de su obra. En esta humillación aceptada, morirá en Roma, prácticamente olvidada, el día 6 de enero de 1925.

La vida y la obra de la Santa, si las observamos por dentro, son una apología excelente de la vida religiosa, basada en la práctica de los consejos evangélicos, calcada en el esquema ascético-místico tradicional, del que España ha sido maestra con figuras tan señeras como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, Santo Domingo, San Juan de Ávila y otras.

Esta forma de vida consagrada queda como típica en la Iglesia (aunque existen otras formas y van surgiendo otras más), en la que Cristo es el único maestro, el inspirador, el modelo, el motivo de las más generosas donaciones, de las más íntimas confidencias, del más valiente esfuerzo de transformación de la humana existencia. Se trata de la superación de la renuncia a tantas cosas humanas, para sublimarlas en una entrega eclesial, en un vivir únicamente para el Señor, asociándose con la plegaria y el apostolado a la obra de la redención y a la dilatación del reino de Dios (Cfr. Perfectae Caritatis, 5).

Este ha sido el objetivo, este ha sido el ideal egregiamente puesto en práctica por las Esclavas del Sagrado Corazón, Instituto para el que la fundadora quiso como carisma propio el culto público al Santísimo Sacramento expuesto, en actitud de reparación por las ofensas cometidas contra el amor de Cristo, el apostolado de formación de las jóvenes, con preferencia por la educación de las pobres, y el mantenimiento de centros de espiritualidad que faciliten a las personas que así lo deseen un encuentro con Dios.

¡Cómo resulta difícil, cómo puede ser dramático a veces el seguimiento generoso y sin reserva de estos ideales! La historia de la nueva Santa es bien elocuente a este respecto. Pero precisamente en esa dedicación total a una tarea superior en la que se esconde con frecuencia la cruz de Cristo, se encuentra la garantía de fecundidad ejemplar de una vida religiosa, camino siempre válido, siempre actual, siempre digno de ser abrazado, en la fidelidad a las exigencias que impone.

Por esto, a vosotras, Religiosas presentes y ausentes, vaya nuestro saludo paterno y nuestra voz complacida, que hace eco a la de Cristo: ¡Dichosas vosotras, porque habéis elegido la mejor parte! (Cfr. Luc. 10, 42) ¡Dichosas sobre todo vosotras, hijas de la nueva Santa, si permanecéis fieles al rico y preciso legado que ella os confió; si sabéis dar toda la fecundidad universal que Santa Rafaela María soñó y que la Iglesia espera de vuestro Instituto; si desde la fidelidad a vuestro carisma propio, sabéis mirar con corazón abierto y actualizado el mundo que os rodea!

A este propósito no podemos menos de recordar dos aspectos característicos del Instituto de las Esclavas del Sagrado Corazón, que la nueva Santa pone magníficamente de relieve y que son de palpitante actualidad: la adoración a la Eucaristía y el apostolado pedagógico.

La adoración al Santísimo Sacramento, renovada, no desvirtuada, con la reforma litúrgica, constituye una fisonomía típica de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. En ella centra su espiritualidad, en ella educa a sus hijas, de ahí espera la eficacia del apostolado; por mantener ese punto de su regla, no dudará en tomar decisiones urgentes, aunque muy dolorosas y arriesgadas. Y es que «para ella era inconcebible una obra apostólica desvinculada del deber sagrado de la adoración eucarística». En un momento como el actual en que la vida de fe sufre no pocos quebrantos en medio de la sociedad moderna, es un compromiso de perenne validez el que las Esclavas del Sagrado Corazón, en consonancia con sus esencias fundacionales, sepan dar pleno significado eclesial y modélico a la adoración eucarística.

El apostolado, sobre todo pedagógico, en favor de la formación completa de la joven, es otra característica de la vida y obra de la nueva Santa. Ella lo vio bien claro desde el principio, partiendo de la realidad que la circundaba y buscando con ello «no sólo el bien espiritual de la Iglesia, sino la salvación y regeneración social». Su fina intuición le indicaba cuánto puede esperarse de una formación adecuada de la juventud femenina.

¡Qué maravillosas respuestas pueden venir de una educación en la piedad, en la pureza, en la generosidad de espíritu, en la capacidad de comprensión ! El campo de benéfica aplicación de esas grandes potencialidades del alma femenina se amplía hoy y se hace más expectante, ante el progresivo acceso de la mujer a las funciones profesionales y públicas. Esto mismo nos hace entrever la importancia grandísima de este apostolado para la vida social, en la que hay que poner ideales nobles, esfuerzo generoso de verdadera dignificación colectiva, clarividencia de orientaciones, honestidad de propósitos, valentía en la corrección de criterios aceptados acríticamente, respeto y ayuda efectiva para la completa realización personal de todo ser humano, a comenzar por el menos favorecido; en una palabra, poniendo la animación viva de una genuina caridad, que supera cualquier motivación meramente humana, aun la más digna.

¡Loor y alabanza a vosotras, religiosas Esclavas del Sagrado Corazón por tantos ejemplos y realizaciones también en este campo social! ¡Alabanza y aliento en vuestra tarea, tan esperanzadora y meritoria, para que sea cada vez de mayor contenido eclesial y social! ¡Complacencia por esa multitud de jóvenes, que sentimos presentes y ausentes, y que en vuestro Instituto han hallado formación humana y cristiana, para inserirse luego vitalmente en el contexto de la sociedad. Son frutos y esperanzas, que comportan una obligación de compromiso práctico, de los que Santa Rafaela María se complace, inspirándolos y acompañándolos con su intercesión desde el cielo.

A esa patria feliz, definitiva, dirigimos ahora nuestra mirada, para fundir nuestro júbilo de Iglesia que camina con la dicha perenne de esos hermanos nuestros que, como Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, llegaron ya a la meta de la Iglesia triunfante, con María la Madre de Jesús y Madre nuestra, con tantos otros hombres y mujeres que preceden y guían nuestros pasos. Ante la visión extasiante de esa Jerusalén celestial, prometida, abrimos nuestro espíritu en un himno colectivo de fe, de serena y alentada espera, de alegría que confía dilatarse, de inmensa esperanza eclesial.

Il Papa cosi prosegue in lingua italiana.

Non possiamo in questa entusiasmante assemblea non esprimere i voti che spontaneamente salgono dall’intimo del Nostro animo in questo momento solenne, che cioè la missione spirituale di Santa Raffaella Maria del Sacro Cuore continui a lasciare un solco luminoso e fecondo nella vita della Chiesa. In ciò, per prime, siete impegnate voi, Ancelle del Sacratissimo Cuore di Gesù che avete ricevuto in preziosa eredità il carisma della vostra venerata Fondatrice. Vivetene fedelmente lo spirito, e si traduca in opere di carità l’ardore del suo cuore assetato di Dio ed il suo amore spoglio di ogni affetto terreno per potersi consacrare totalmente all’adorazione del Signore e al servizio delle anime.

E in questo impegno desideriamo vedere associata la Spagna cattolica, la quale con questa Santa ha saputo offrire alla Chiesa un nuovo fiore di santità dal seno delle gloriose tradizioni morali e spirituali del suo popolo. Oh! possa questa Santa, che noi siamo felici di innalzare alla gloria degli Altari, esserle propizia interceditrice delle grazie, di cui oggi sembra avere maggiore bisogno: la fermezza nella vera fede, la fedeltà alla Chiesa, la santità del suo Clero, la fratellanza sincera fra tutti i ceti sociali della Nazione, così degnamente rappresentata in special modo dalla Delegazione governativa presente a questo rito. E possa la sua fulgida figura, coronata oggi dall’aureola della santità, effondere sulla Chiesa intera e sul mondo la verità, la carità, la pace di Cristo.

APERTURA DEL QUINTO SÍNODO DE OBISPOS

HOMILIA DE PABLO VI

Viernes, 30 de septiembre de 1977

Venerables hermanos,

"Gratia vobis et pax a Deo Patre nostra et a Domino Iesu Christo" (1 Cor. 1, 3).

Con estas palabras del Apóstol de los Gentiles, hoy nos gustaría saludaros a vosotros, aquí presentes, que, habiendo abandonado las ocupaciones habituales de vuestro ministerio pastoral, se han reunido en Roma para participar en el Sínodo de los Obispos, en el que han actualmente concentran la atención y la esperanza de la santa Iglesia de Dios.

Disfrutemos de este encuentro juntos. Disfrutemos de esta hora de profunda y vigorizante alegría espiritual. El Señor que dijo que quería estar místicamente presente donde están algunos congregados en su nombre (cf. Mt 18,20 ): envuelve y sella esta asamblea nuestra con la luz y abundancia de su gracia, maravilloso ejemplo de comunión eclesial.

El tema de reflexión sobre el que nos encanta hablar con vosotros en este momento tan significativo nos lo ofrece el pasaje evangélico que acabamos de escuchar, es decir, las palabras con las que san Marcos concluye su Evangelio. En este pasaje nos llaman la atención varias cosas, y especialmente las personas de los discípulos y apóstoles del Señor; el evangelio para ser predicado; destinatarios del anuncio del Evangelio: estos son los grandes capítulos de nuestro Sínodo, que volveremos a encontrar en el transcurso del Sínodo mismo como tantos temas.

Esta mañana dejamos de considerar la parte del texto evangélico que se refiere a las personas de los discípulos del Señor, porque nos concierne directamente. Es para nosotros los obispos; especialmente para los obispos elegidos para la celebración de este Sínodo. ¡Que el Señor nos ilumine!

En este sentido pretendemos tocar dos aspectos, y en primer lugar nuestra conciencia personal.

Somos elegidos, somos llamados, somos investidos por el Señor con una misión transformadora. Como Obispos, somos los Sucesores de los Apóstoles, los pastores de la Iglesia de Dios. Un deber nos califica: ser testigos, ser portadores del mensaje del Evangelio, ser maestros ante la humanidad. Todo esto queremos recordar, Venerables Hermanos, para reavivar la conciencia de nuestra elección, de nuestra vocación, de las responsabilidades del gran, peligroso e inconveniente cargo que se nos ha confiado; pero sobre todo para reafirmar toda nuestra confianza en la ayuda de Cristo a nuestros sufrimientos, nuestros trabajos, nuestras esperanzas. Desde pensar en la humanidad de hoy, a la que se dirige nuestra acción pastoral - humanidad que todo parece hacernos creer hostiles, indiferentes, sordos a nuestro discurso, aunque en realidad muchas veces en esta actitud se vislumbra un deseo inconsciente, una auténtica y dolorosa búsqueda de Dios - pensando en todo esto, digamos, desde el punto de vista humano, el alma es invadida por una sensación de consternación, que casi paraliza toda la energía. 

No se trata de humildad, sino de un miedo que lleva instintivamente a la búsqueda instintiva de funciones menos exigentes y menos arriesgadas. Sí, ser verdaderos apóstoles de Cristo hoy es un gran acto de valentía y, al mismo tiempo, un gran acto de confianza en el poder y la ayuda de Dios; ayuda que Dios ciertamente no podrá faltar, si el corazón del apóstol está abierto a la delicada y poderosa influencia de su gracia. Además, ¿cómo no recordar al respecto las palabras de san Pablo sobre la armadura del cristiano, mucho más adecuado que el apóstol? La Iglesia necesita hoy hombres valientes, combativos, capaces de exponerse para su propio ministerio, un ministerio a veces atrevido, otras silencioso, pero siempre vigilante, activo, vivido con confianza y perseverancia; y por eso os exhortaremos con el mismo San Pablo: «Accipite armaturam Dei, ut possitis resistere in die malo et in omnibus perfetti stare. . . in omnibus sumentes scutum fidei, in quo possitis omnia tela nequissimi ignea extinguere "( Efesios 6, 13 y sigs.).

El segundo aspecto, al que se dirige nuestra reflexión, lo constituye la extensión de nuestro ministerio. El Maestro nos dice que entremos en mundum universum ( Marcos 16, 15), y sabemos bien cómo es de este mandato preciso que nuestro ministerio califica como universal y católico, de hecho es legítimo agregar sobre la base del griego cósmico término. Por tanto, la evangelización no tiene límites geográficos: potencialmente, tiende y debe incluir el mundo entero, el mundo humano en primer lugar, pero, por la centralidad del hombre en la realidad de la creación, para la función representativa y sacerdotal que allí ejerce. , incluso el mundo inanimado de todas las cosas.

Este panorama del mundo, sobre el que se enfrenta la responsabilidad de los evangelizadores, nos da la idea de inmensidad, nos hace tocar el peso de nuestra misión. ¡Cuánto, cuánto queda por hacer! A primera vista el resultado es una inferioridad abrumadora, una insuficiencia de nuestra parte que puede parecer una insuficiencia total.

 Pero por eso nuestro compromiso debe afirmarse y confirmarse: la mirada al mundo y al futuro no debe engendrar la pereza, propia del hombre que no extrae de la fuente de la gracia apostólica su propio juicio sobre el mundo y la vara de medir. evaluando las posibilidades reales de su misión.

Todo lo contrario: lejos de encerrarnos en nosotros mismos, precisamente para reaccionar ante la tentación de la inercia, debemos estar seguros de que la "virtud", es decir la fuerza, la ayuda, la ayuda del Señor está con nosotros.Et exception ego vobiscum sum omnibus diebus ( Mateo 28, 20), y el examen de la escena en movimiento de la historia moderna nos ofrece una confirmación.

 Los hombres de hoy se separan de la religión y no escuchan fácilmente nuestro mensaje porque están convencidos, erróneamente, de que el inmenso progreso de la civilización racional, como es el resultado de la tecnología y la ciencia, anula la necesidad de la religión, mientras que aquellos que observan bien la realidad de los fenómenos humanos, se hace más clara una doble consecuencia de este progreso. 

Por un lado, las religiones creadas por el hombre no le bastan, mientras que el hombre avanzado se cree satisfecho y sustituye la confianza en la maravillosa fecundidad de su obra guiada por la ciencia, por la mentalidad religiosa así disuelta por el ateísmo. Por otro lado, sin embargo, y al mismo tiempo, se siente inexorablemente más necesitado de conocer el misterio, de hecho, los misterios del cosmos, del pensamiento, de la vida, y experimenta fatalmente su propio desengaño radical, privado como él está de la verdad religiosa. 

Y esto, a su vez, se impondría como un enigma perenne, si él mismo no estuviera sostenido por una Palabra misteriosa, y solo capaz de sostener desde arriba el edificio de la ciencia humana, que cuanto más avanza y más postula la ayuda. de esta Palabra de arriba, siempre que sea verdadera, siempre que esté certificada por un Maestro capaz de introducir el pensamiento humano en la esfera más elevada de la Verdad suprema y del Destino "sobrenatural" del hombre. 

La necesidad de esta Palabra, que exige la Fe por parte del hombre, es hoy más fuerte y atormentadora que nunca; y sólo cuando es satisfecha por el Evangelio, que es Verdad no contraria a la científica, sino superior, la luz vuelve a la tierra. Si es así, Queridos hermanos, como nos atestiguan la experiencia pastoral y una no difícil investigación psicológica, nuestra misión aún puede encontrar una acogida muy feliz. A tal nivel, ni superficial, ni externo, éste no debe considerarse un tiempo de ateísmo, sino más bien un tiempo de fe, un tiempo de nuestra fe, que es la verdadera. 

Es nuestro momento privilegiado para el anuncio, y por eso se nos presenta oportuna y providencial nuestra asamblea sinodal que, después de haber centrado e ilustrado esta urgencia crucial y primaria de la evangelización en el otoño de hace tres años, se dispone ahora a repensarla, a estudiarla, para indicar sus formas y métodos, colocándolo en la agenda de su trabajo no superficial, no exterior, no se trata de un tiempo de ateísmo, sino de un tiempo de fe, un tiempo de nuestra fe, que es la verdadera.     

Finalmente, debemos tener en cuenta que esta seguridad en la Fe se refuerza bajo otro aspecto: el de la comunidad. La fe, de hecho, genera la asamblea de creyentes, que es la Iglesia. ¿No suena la palabra del Señor en plural? Dice Euntes. . . docete,y así asocia a todos sus discípulos en un trabajo que, sin anular responsabilidades personales, impone un esfuerzo colectivo, coordinado, realizado en la comunión de intenciones, energías, propósitos. Aquí, también nosotros estamos juntos ahora con este mismo propósito: nos hemos reunido para profundizar, para profesar, para difundir la fe de Cristo, en respuesta a la pregunta de nuestros hermanos, que se ha vuelto más urgente. Ahora especialmente somos "comunión", y bendecidos si, desde esta asamblea eucarística inicial y luego en los días del Sínodo, seremos capaces de fortalecer este vínculo santo en el trabajo común, en el intercambio fraterno de experiencias y consejos, en contactos mutuos y, más aún, en contacto con la Palabra de Dios y con el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo. "Beati qui audiunt verbum Dei et custodiunt illud" (Luc . 11, 28): que esta promesa de bienaventuranza nos consuele hoy y siempre, al reanudar la oración.

SANTA MISA POR SU 80 CUMPLEAÑOS

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 16 de octubre de 1977

Esta celebración, deseada por la caridad de la Iglesia de Roma y del Sínodo que se une a ella en estos días, pretende honrar con un acto público y particular una circunstancia personal de mi vida, que me obliga a conectarme con la palabra del Evangelio. que se lee en las Iglesias del mundo en este XXIX domingo "al año" la suma de sentimientos que esta misma celebración despierta en mí.

El Evangelio, propuesto para la reflexión de hoy de la Iglesia, habla de la "necesidad de rezar siempre, sin cansarnos", debemos rezar siempre sin cansarnos ( Luc.18, 1-8). Por tanto, será fácil para mí, cuestionado de manera especial, como para ustedes, presentes en esta ceremonia precisamente como fieles de la Diócesis de Roma, "mi" Diócesis, y no menos para ustedes, Venerables Hermanos, miembros y agregados. al Sínodo en curso, y a los representantes de la Iglesia católica de todo el mundo, nos será fácil convertir en oración común el motivo extrínseco, pero también esencialmente eclesial, de nuestra liturgia de hoy. Lo cual, como sabéis, se promueve para invitar a todos los presentes a rezar al Señor por mi humilde persona, que ha alcanzado en estos días la venerable, pero humanamente nada envidiable, de los ochenta años.

Bueno, sí. Vale la pena rezar por un Obispo, y más si este Obispo es el Papa, que ha alcanzado el hito de esa época; y esto por dos razones obvias: primero, porque la duración de nuestra vida constituye, al fin y al cabo, una gran responsabilidad, tal es el sentido del tiempo concedido a nuestra existencia terrena; no es más que una suma de deberes y gracias por los que debemos dar cuenta; y segundo, porque esta duración anuncia cada vez más cerca el fin del tiempo mismo concedido a nuestra vida mortal, y el "memento homo" de la muerte cercana se cierne inexorable y cada vez más grave sobre la creciente precariedad de la jornada terrena; y la una y la otra razón constituyen un motivo muy grave de angustia ante la proximidad del inminente juicio divino (Cf. Io . 21, 19;Matth . 16, 27; Rom . 2, 6 ).

Por tanto, debo agradecer cordialmente esta hora de oración, tan piadosamente, tan filialmente, tan colectivamente promovida para obtener la ayuda divina para estos viejos años míos, de los que reconozco, en relación con mi destino final, su importancia decisiva. Gracias Venerables Hermanos; gracias, queridos hijos, por este signo reconfortante de su piedad, incluso de su comunión.

Bueno, déjame mostrarte, por un breve momento, el certificado de mi correspondiente afecto por ti. Las palabras de infinita caridad, que San Pablo reserva para el amor de Cristo al mismo Apóstol: "Me amó y se entregó por mí" ( Gá 2 , 20 ), para mi confusión y mi estímulo regían mi muy humilde negocio. durante mi larga estancia en Roma. Sí, amé a Roma, en la preocupación constante de meditarla y comprender su secreto trascendente, ciertamente incapaz de penetrarla y vivirla, pero siempre apasionada, como todavía lo soy, por descubrir cómo y por qué "Cristo es Romano" (Cfr. DANTE ALIGHIERI, La Divina Comedia , "Purgatorio", XXXII, 102).

E a voi, Romani, quasi unica eredità ch’io vi possa lasciare, io raccomando di approfondire con cordiale e inesauribile interesse, la vostra «coscienza romana», abbia essa all’origine la nativa cittadinanza di questa Urbe fatidica, ovvero la permanenza di domicilio o l’ospitalità ivi goduta; «coscienza romana» che qui essa ha virtù d’infondere a chi sappia respirarne il senso d’universale umanesimo, non pure emanante dalla sua sopravvivenza classica, ma ancor più dalla sua spirituale vitalità cristiana e cattolica.

El deseo se extiende. Que todos los creyentes de la Santa Iglesia e incluso los que aspiran al auténtico ecumenismo religioso puedan, con razón, por fe y por amor, hacer suya la definición, no tanto jurídica como espiritual, que nos dio san Pablo: "civis Romanus est", "este hombre es un ciudadano romano" ( Hechos 22, 26).

La presencia, en esta Basílica, de los Padres sinodales, que expresan la Iglesia católica esparcida por el mundo, me hace pensar en los miles de buenos deseos que, con motivo de mi cumpleaños, me han llegado de todas las naciones: son voces de personalidades civiles, pastores, sacerdotes, religiosos y religiosas, padres, madres, trabajadores, hombres de cultura, jóvenes, enfermos, niños, que no solo expresan su sincero afecto por la pequeña mi persona, sino que reafirman claramente fe en la Iglesia y en el oficio singular del Sucesor de Pedro.

Quizás no sea posible dar a todos y a las personas la debida y merecida retroalimentación. Quisiera, pues, pediros a vosotros, Padres sinodales, que, al volver a vuestra sede, seáis intérpretes de mi gratitud y afecto paternal a vuestros fieles.

Con estos deseos, y con gratitud por su presencia en esta ceremonia de celebración, que cordialmente bendigo de todo .

Je suis heureux de profiter de la presence des Evêques, venus du monde entier au Synode sur la Catéchèse. Je leur confie le soin d'exprimer pero más chaleureuse gratitude à leurs compatriotes, qui m'ont adressé de si nombreux témoignages d'affection et de reconnaissance, à l'occasion de mon quatrevingtième anniversaire. Et je me permets d'insister: à tous leurs compatriotes, depuis les plus hautes personnalités civiles et religieuses jusqu'au monde combien sympathique des adolescentes et des enfants. Que Dieu les récompense tous de leur démarche is réconfortante!

Al saludar a los Padres sinodales, les pido que también lleven a sus queridas diócesis la expresión de mi agradecimiento y mi afecto paterno. Sería difícil para mí decirles a todos individualmente cuánto aprecio los miles de mensajes y las numerosas oraciones ofrecidas por mí en mi cumpleaños. Por esta manifestación de fe y comunión eclesial estoy profundamente agradecido. Por favor, explique al Pueblo la fuerza que encuentro en sus oraciones que me sostienen en ser el Padre de la Iglesia universal. Dile a la gente de mi amor en Cristo Jesús.

Gern benutze ich diese heutige Eucharistiefeier mit den Vätern der Bischofssynode, um durch Sie en Ihren Ländern all denen zu danken, die mir zum achtzigsten Geburtstag ihre besten Glüch-und Segenswünsche übermittelt haben. Es sind Menschen aus allen sozialen Schichten, insbesonde auch viele Jugendliche. Möge Gott allen ihr freundliches Gedenken und ihr Gebet mit seiner Gnade überreich vergelten!

Queremos aprovechar la presencia de Obispos de todo el mundo, reunidos con motivo del Sínodo, para agradecer los numerosos testimonios de felicitación, acompañados de oraciones, que nos han llegado con ocasión de nuestro octogésimo cumpleaños. Esos testimonios provenían de Autoridades civiles, eclesiásticos, religiosos, personas privadas, jóvenes y niños. A vosotros, Venerables Hermanos, os encargamos de transmitir nuestro sincero agradecimiento, nuestra correspondencia en la plegaria y nuestra afectuosa Bendición.

XV ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN DEL SUMO PONTÍFICE

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Jueves 29 de junio de 1978

Venerables hermanos e hijos amadísimos:

Las imágenes de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo ocupan hoy como nunca nuestro espíritu durante la celebración de este rito. No sólo porque nos las trae de nuevo, como de costumbre, el compás del año litúrgico, sino también por el significado particular que reviste para nosotros este XV aniversario de nuestra elección al Sumo Pontificado, cuando, cumplidos ya ochenta años, el curso natural de nuestra vida camina hacia el ocaso.

Pedro y Pablo: las "grandes y justas columnas" (San Clemente Romano, 1, 5, 2) de la Iglesia romana y de la Iglesia universal.

Los textos de la liturgia de la Palabra, que acabamos de escuchar, nos los presentan bajo un aspecto que suscita en nosotros profunda impresión: ahí tenéis a Pedro que renueva a lo largo de los siglos la gran confesión de Cesarea de Filipo; he ahí a Pablo que desde la cautividad romana deja a Timoteo el testamento más noble de su misión.

Queremos echar una mirada de conjunto a lo que ha sido el período durante el cual hemos tenido confiada por el Señor su Iglesia; y, considerándonos el último e indigno sucesor de Pedro, nos sentimos en este umbral supremo consolado y animado por la conciencia de haber repetido incansablemente ante la Iglesia y el mundo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16) ; y como Pablo, creemos que podemos decir: "He combatido el buen combate, he terminado mí carrera, he guardado la fe" (2 Tim 4, 7).

1. Tutela de la fe

Nuestro ministerio es el mismo de Pedro, al que Cristo confió el mandato de confirmar a los hermanos (cf. Lc 22. 32) : es la misión de servir a la verdad de la fe y ofrecer esta verdad a cuantos la buscan, según una expresión estupenda de San Pedro Crisólogo: Beatus Petrus, qui in propria sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei veritatem (Ep. ad Eutichem, ínter Ep. S. Leonis Magni, XXV. 2; PL 54, 743-4).

En efecto, la fe es "más preciosa que el oro" (1 Pe 1. 7), dice San Pedro; no basta recibirla, sino que hay que conservarla incluso en medio de las dificultades ("per ignem, probatur"ib.).

Los Apóstoles fueron predicadores de la fe, incluso en la persecución, sellando su testimonio con la muerte, a imitación de su Maestro y Señor quien, según la hermosa fórmula de San Pablo, "hizo la buena confesión en presencia de Poncio Pilato" (1 Tim 6, 13).

Ahora bien, la fe no es resultado de la especulación humana (cf. 2 Pe 1, 16), sino el "depósito" recibido de los Apóstoles, quienes a su vez lo recibieron de Cristo al que ellos han "visto, contemplado y escuchado" (1 Jn 1, 1-3). Esta es la fe de la Iglesia, la fe apostólica.

La enseñanza recibida de Cristo se mantiene intacta en la Iglesia gracias a la presencia en ella del Espíritu Santo y a la misión especial confiada a Pedro, por quien Cristo oró: "Yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe" (Lc 22, 32), y por la misión también del Colegio de los Apóstoles en comunión con él: "El que a vosotros oye, a mí me oye" (Lc 10, 16).

La función de Pedro se perpetúa en sus sucesores; tanto es así que los obispos del Concilio de Calcedonia pudieron decir, después de haber escuchado la Carta que les envió el Papa León: "Pedro ha hablado por boca de León" (cf. H. Grisar, Roma alla fine del tempo antico, I, 359).

El núcleo de esta fe es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; Cristo, a quien Pedro confesó con estas palabras: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).

He ahí, hermanos e hijos, el propósito incansable, vigilante, agobiador que nos ha movido durante estos quince años de pontificado. Fidem servavi, podemos decir hoy, con la humilde y firme conciencia de no haber traicionado nunca "la santa verdad" (A. Manzoni).

Recordemos, como confirmación de este convencimiento y para confortar nuestro espíritu que continuamente se prepara al encuentro con el justo Juez (cf. 2 Tim 4, 8), algunos documentos principales del pontificado que han querido señalar las etapas de este nuestro sufrido ministerio de amor y de servicio a la fe y a la disciplina; entre las Encíclicas y las Exhortaciones pontificias:

— Ecclesiam suam (6 de agosto de 1964; cf. AAS 56, 1964, págs. 609-659), que, en el alba del pontificado, trazaba las -líneas de acción de la Iglesia en sí misma y en su diálogo con el mundo de los hermanos cristianos separados, de los no cristianos, de los no creyentes;

 Mysterium fidei sobre la doctrina eucarística (3 de septiembre de 1965; cf. AAS 57, 1965, págs. 753-774);

— Sacerdotalis caelibatus (24 de junio de 1967; cf. AAS, ib., págs. 657-697), sobre la donación total de sí que caracteriza el carisma y el ministerio presbiteral;

— Evangelica testificatio (29 de junio de 1971; cf. AAS, ib., págs. 497-526), sobre el testimonio que, en perfecto seguimiento de Cristo, está llamada a dar hoy ante el mundo la vida religiosa;

— Paterna cum benevolentia (8 de diciembre de 1974; cf. AAS 67, 1975, págs. 5-23), en vísperas del Año Santo, sobre la reconciliación dentro de la Iglesia;

— Gaudete in Domino (9 de mayo de 1975; cf. AAS, ib., págs. 289-322), sobre la riqueza desbordante y transformadora de la alegría cristiana;

— y finalmente la Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975; cf. AAS 68, 1976, págs. 5-76), que ha querido trazar el panorama exultante y múltiple de la acción evangelizadora de la Iglesia hoy día.

Pero sobre todo, no queremos olvidar aquella nuestra "Profesión de fe" que justamente hace diez años, el 30 de junio de 1968, pronunciamos solemnemente en nombre y cual empeño de toda la Iglesia como "Credo del Pueblo de Dios" (cf. AAS 60, 1968, págs. 436-445). para recordar, para reafirmar, para corroborar los puntos capitales de la fe de la Iglesia misma, proclamada por los más importantes Concilios Ecuménicas, en un momento en que fáciles ensayos doctrinales parecían sacudir la certeza de tantos sacerdotes y fieles y qua requerían un retorno a las fuentes.

Gracias al Señor, muchos peligros se han atenuado; no obstante, frente a las dificultades que todavía hoy debe afrontar la Iglesia tanto en el plano doctrinal como disciplinar, nosotros seguimos apelando enérgicamente a aquella sumaria profesión de fe, que consideramos un acto importante de nuestro magisterio pontificio, porque sólo con fidelidad a las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia, transmitidas por los Padres, podemos tener esa fuerza de conquista y esa luz de la inteligencia y del alma que proviene de la posesión madura y consciente de la verdad divina.

Queremos además, hacer una llamada, angustiada sí, pero también firme, a cuantos se comprometen personalmente a sí mismos y arrastran a los demás con la palabra, con los escritos, con su comportamiento, por las vías de las opiniones personales y después por las de la herejía y del cisma, desorientando las conciencias de los individuos y la comunidad entera, la cual debe ser ante todo koinonía en la adhesión a la verdad de la Palabra de Dios, para verificar y garantizar la koinonía en el único Pan y en el único Cáliz. Los amonestamos paternamente: que se guarden de perturbar ulteriormente a la Iglesia; ha llegado el momento de la verdad, y es preciso que cada uno tenga conciencia clara de las propias responsabilidades frente a decisiones que deben salvaguardar la fe, tesoro común que Cristo, el cual es Piedra, es Roca, ha confiado a Pedro, Vicarius Petrae, Vicario de la Roca, como lo llama San Buenaventura (Quaest. disp. de perf. evang., q. 4, a. 3; ed. Quaracchi, V, 1891, pág. 195).

II. Defensa de la vida humana

En este empeño generoso y lleno de sufrimientos de magisterio al servicio y en defensa de la verdad, consideramos imprescindible la defensa de la vida humana.

El Concilio Vaticano II ha recordado con palabras muy serias que "Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la altísima misión de proteger la vida" (Gaudium et spes, 51). Y nosotros, que consideramos consigna concreta nuestra la absoluta fidelidad a las enseñanzas del Concilio, hemos hecho programa de nuestro pontificado la defensa de la vida, en todas las formas bajo las cuales puede ser amenazada, turbada e incluso suprimida.

Recordemos también aquí los puntos más significativos que atestiguan este nuestro propósito.

  1. Hemos subrayado ante todo el deber de fomentar la promoción técnico-material de los pueblos en vías de desarrollo, con la Encíclica Populorum progressio (26 de marzo de 1967; cf. AAS 59, 1967, págs. 257-299).
  2.  

b) Pero la defensa de la vida debe comenzar desde las fuentes mismas de la existencia humana. Ha sido ésta una enseñanza importante y clara del Concilio, el cual, en la Constitución Gaudium et spes, advertía que "la vida, una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado; el aborto, lo mismo que el infanticidio, son crímenes abominables" (Gaudium et spes, 51). No hicimos otra cosa más que recoger esta consigna, cuando hace diez años publicamos la Encíclica Humanae vitae (25 de julio de 1968; cf. AAS 60, 1968, págs. 481-503): inspirado en la intocable doctrina bíblica y evangélica que convalida las normas de la ley natural y los dictámenes insuprimibles de la conciencia sobre el respeto , de la vida, cuya transmisión ha sido confiada a la paternidad y a la maternidad responsables. Aquel documento resulta hoy de nueva y más urgente actualidad por las heridas que públicas legislaciones han causado a la santidad indisoluble del vínculo matrimonial y a la intangibilidad de la vida humana desde el seno materno.

c) De aquí las reiteradas afirmaciones de la doctrina de la Iglesia católica sobre la dolorosa realidad y sobre los perniciosos efectos del divorcio y del aborto, contenidas en nuestro magisterio ordinario y en documentos particulares de la Congregación competente. Hemos hecho tales afirmaciones, movido únicamente por la suprema responsabilidad de maestro y pastor universal, y por el bien del género humano.

d) Nos ha inducido a ello además el amor a la juventud que, confiada en un porvenir más sereno, avanza gozosamente abierta a la propia autorrealización, pero no pocas veces desilusionada y desalentada por la falta de una adecuada respuesta por parte de la sociedad de los adultos. La juventud es la primera en sufrir los desórdenes de la familia y de la vida moral. Ella constituye el patrimonio más rico que hay que defender y valorar. Por eso miramos a los jóvenes: son ellos el mañana de la comunidad civil, el mañana de la Iglesia.

¡Venerables hermanos e hijos amadísimos!

Os hemos abierto el corazón, con un panorama si bien rápido de los puntos salientes de nuestro Magisterio pontificio en orden a la vida humana, a fin de que salga de nuestros corazones un grito profundo que llegue al Redentor; ante los peligros que hemos delineado y frente a dolorosas defecciones de carácter eclesial o social, nos sentimos impulsado, al igual que Pedro, a acudir a El como a una única salvación y a gritar: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Sólo El es la verdad, sólo El es nuestra fuerza, sólo El es nuestra salvación. Confortados por El proseguiremos juntos nuestro camino.

Hoy, además, en este aniversario, os pedimos también que le deis gracias con nosotros, por la ayuda omnipotente con la que nos ha fortalecido hasta ahora; tanto es así que podemos decir, como Pedro: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado a su ángel" (Act 12, 11). Sí, el Señor nos ha asistido: por ello le damos gracias y lo alabamos; os pedimos que también vosotros lo alabéis con nosotros y por nosotros, con la intercesión de los Patronos de esta Roma nobilis y de toda la Iglesia fundada sobre ellos.

¡Oh Santos Pedro y Pablo, que habéis difundido por el mundo el nombre de Cristo y habéis dado al Señor el testimonio supremo del amor y de la sangre!

Proteged ahora y siempre a esta Iglesia, por la que habéis vivido y sufrido.

Conservadla en la verdad y en la paz.

Aumentad en todos sus hijos la fidelidad inequívoca a la Palabra de Dios, la santidad de vida eucarística y sacramental, la unidad serena en la fe, la concordia en la caridad recíproca, la obediencia constructiva a los Pastores.

Que ella, la Santa Iglesia, siga siendo en el mundo el signo vivo, gozoso y operante del designio redentor de Dios y de su alianza con los hombres.

Así os lo pide la Iglesia misma mediante la voz trepidante de este humilde Vicario de Cristo que os ha mirado a vosotros, Santos Pedro y Pablo, como a modelos e inspiradores.

Custodiad a la Iglesia con vuestra intercesión, ahora y siempre, hasta el encuentro definitivo y beatificante con el Señor que viene.

¡Amén, amén

PABLO VI

ORACIÓN A CRISTO

Oh Cristo, único mediador nuestro:

Te necesitamos para entrar en comunión con Dios Padre; para llegar a ser hijos adoptivos suyos contigo que eres su Hijo único y Señor nuestro; para ser regenerados en el Espíritu Santo.

Te necesitamos, oh único y auténtico maestro de las verdades recónditas e indispensables de la vida, para conocer nuestro ser y nuestro destino, así como el camino para alcanzarlo.

Te necesitamos, oh Redentor nuestro, para descubrir nuestra miseria y remediarla; para tener el concepto del bien y del mal, y la esperanza de la santidad; para deplorar nuestros pecados y obtener el perdón.

Te necesitamos, oh hermano primogénito del género humano, para volver a encontrar las razones verdaderas de la fraternidad entre los hombres, los fundamentos de la justicia, los tesoros de la caridad y el sumo bien de la paz.

Te necesitamos, oh gran paciente de nuestros dolores, para conocer el significado del sufrimiento y para darle valor de expiación y de redención.

Te necesitamos, oh vencedor de la muerte, para librarnos de la desesperación y de la negación, y para tener certezas que no fallen jamás.

Te necesitamos, oh Cristo Señor, Dios-con-nosotros, para aprender el amor verdadero y caminar con el gozo y la fuerza de tu caridad a lo largo del camino de nuestra vida fatigosa, hasta el encuentro final contigo, amado, esperado, bendito por los siglos.

PABLO VI

ORACIÓN POR LA FE

Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti

Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.

Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.

Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su connaturalidad sosegante.

Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.

Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.

Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.

Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.

(Pronunciada en la Audiencia general del 30 de octubre de 1968)

L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 de agosto de 1981, p-3.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

PABLO VI

HOMILIAS EUCARÍSTICAS 

SANTA MISA "IN CENA DOMINI"

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Basílica de San Juan de Letrán. Jueves Santo 26 de marzo de 1964

Nos mismo hemos querido celebrar este rito “in coena Domini” porque hemos sido solicitados por la invitación, por el impulso de la reciente Constitución del Concilio Ecuménico sobre la Sagrada Liturgia, decididamente dirigida a aproximar las estructuras jerárquicas y comunitarias de la Iglesia lo más posible al ejercicio del culto, a la celebración, a la comprensión, al gozo de los sagrados misterios, contenidos en la oración sacramental y oficial de la Iglesia misma.

Si todo sacerdote, como cabeza de una comunidad de fieles, si todo obispo, consciente de ser el centro operante y santificador de una Iglesia, desea, pudiéndolo, celebrar personalmente la santa misa del Jueves Santo, día memorable en que la santa misa fue celebrada por primera vez e instituida por el mismo Cristo para que lo fuese luego por los elegidos para ejercer su sacerdocio, ¿no debería el Papa, dichoso de tener esta oportunidad, realizar él mismo el rito en la conmemoración anual, que evoca su origen, medita su típica institución, exalta con sencillez pero con toda la posible e inefable interioridad su santísimo significado, y adora la oculta pero cierta presencia de Cristo santificador mismo para nuestra salvación?

Si quisiéramos justificar con otros motivos este propósito nuestro no tendríamos dificultades en encontrar muchos y excelentes; dos, por ejemplo, que pueden contribuir a hacer más piadosa y gozosa nuestra presente celebración; Nos sugiere el primero el múltiple movimiento, que fermenta en tantas formas diversas en el seno de nuestra sociedad contemporánea, y la estimula, aún a su pesar, a expresiones uniformes primero y unitarias después; el pensamiento humano, la cultura, la acción, la política, la vida social, la económica también —de por sí particular y que tiende al interés que distingue y opone a cada uno de los interesados—, están encaminados a una convergencia unificadora; el progreso lo exige y la paz se encuentra allí y de todo aquello tiene necesidad.

Pero el misterio que nosotros celebramos esta tarde es un misterio de unificación, de unidad mística y humana; bien lo sabemos; y aunque se realiza en una esfera distinta de la temporal, no prescinde, no ignora, no descuida la socialidad humana en el acto mismo que la supone, la cultiva, la conforta, la sublima, cuando este misterio, que justamente llamamos comunión, nos pone en inefable sociedad con Cristo, y mediante El en sociedad con Dios y en sociedad con los hermanos con relación diversas, según sean o no partícipes con nosotros de la mesa que juntamente nos une, de la fe que unifica nuestros espíritus, de la caridad que nos compagina en un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo.

El segundo motivo, que si hace referencia, como decíamos, a todo sacerdote, a todo obispo, respecta principalmente a Nos, a nuestra persona y a nuestra misión que Cristo quiere poner en el corazón de la unidad de toda la Iglesia católica, y ennoblecerla con un título, impuesto por un Padre, desde los albores de la historia eclesiástica, de “presidente de la caridad”.

Creemos nos incumbe el grande y grave oficio de recapitular aquí la historia humana anudada como a su luz y salvación, al sacrificio de Cristo, sacrificio que aquí se refleja y de modo incruento se renueva; nos toca atender una mesa a la que están invitados místicamente todos los obispos, todos los sacerdotes, todos los fieles de la tierra; aquí se celebra la hermandad de todos los hijos de la Iglesia católica; aquí está la fuente de la socialidad cristiana, convocada a sus principios constitutivos trascendentes y socorridas por energías alimentadas, no por intereses terrenos, que son siempre de funcionamiento ambiguo, ni por cálculos políticos, siempre de efímera consistencia, no por ambiciones imperialistas o dictámenes coercitivos, ni siquiera por el sueño noble e ideal de la concordia universal, que puede, a lo más, intentar el hombre, pero que no sabe realizar ni conservar; por energías, decimos, potenciadas por una corriente superior, divina, por la corriente, por la urgencia de la caridad, que Cristo nos ha conseguido de Dios y hace circular en nosotros, para ayudarnos a “ser una sola cosa” como lo es El con el Padre.

Hermanos e hijos míos; ni las palabras ni el tiempo son suficientes para decirnos a nosotros mismos la plenitud de este momento; esta es la celebración de uno y de muchos, la escuela del amor superior de los unos para con los otros, la profesión de la estima mutua, la alianza de la colaboración recíproca, el empeño del servicio gratuito, la razón de la sabia tolerancia, el precepto del perdón mutuo, la fuente del gozo por la fortuna de los demás, y del dolor por la desventura ajena, el estímulo para preferir el dar dones a recibirlos, la fuente de la verdadera amistad, el arte de gobernar sirviendo y de obedecer queriendo, la formación en las relaciones corteses y sinceras con los hombres, la defensa del respeto y veneración a la personalidad, la armonía de los espíritus libres y dóciles, la comunión de las almas, la caridad.

Leíamos, estos días, unas tristes palabras de un escrito contemporáneo, profeta del mundo sin amor y del egoísmo proclamado libertador: “Yo no quiero comunión de almas...”. El cristianismo no es así, está en los antípodas. Nos quisiéramos construir, bajo los auspicios de Cristo, una comunión de almas, la comunión más grande posible.

Digamos, por tanto a nuestros sacerdotes, ante todo, las palabras sacrosantas del Jueves Santo: “"Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado”. ¿Puede haber un programa más grande, más sencillo, más innovador de nuestra vida eclesiástica?

Digamos a vosotros, fieles, que formáis un coro en torno a este altar, y a todos vosotros distribuidos en el inmenso círculo de la santa Iglesia de Dios, otras palabras igualmente pronunciadas por Cristo el Jueves Santo; recordad que éste ha de ser el signo distintivo a los ojos del mundo de vuestra cualidad de discípulos de Cristo, el amor mutuo. “En esto todos conocerán...”.

Diremos a cuantos pueda llegar el eco de nuestra celebración de la cena pascual, en la fe de Cristo y en su caridad, las palabras del Apóstol Pedro: “Complaceos en ser hermanos” (1 P 2, 17). Por este motivo confirmamos aquí también nuestro propósito al Señor, de conducir a buen término el Concilio Ecuménico, como un gran acontecimiento de caridad en la Iglesia, dando a la colegialidad episcopal el significado y el valor que Cristo pretendió conferir a sus apóstoles en la comunión y en el obsequio al primero de ellos, Pedro, promoviendo todos los propósitos encaminados a aumentar en la Iglesia de Dios la caridad, la colaboración, la confianza.

También con este sentimiento de caridad en el corazón saludamos desde esta Basílica, cabeza y madre de todas las Iglesias, a todos los hermanos cristianos, por desgracia aún separados de nosotros, pero pretendiendo buscar la unidad querida por Cristo para su única Iglesia. Enviamos nuestro saludo pascual, el primero quizás en ocasión tan sagrada como ésta, a las Iglesias orientales ahora separadas de Nos, pero a Nos muy ligadas en la fe; salud y paz pascual para el patriarca ecuménico Atenágoras, por Nos abrazado en Jerusalén en la fiesta latina de la Epifanía; paz y salud a los demás patriarcas saludados por Nos, en la misma ocasión; paz y salud a los demás jerarcas de aquellas antiguas y venerables Iglesias, que han mandado sus representantes al Concilio Ecuménico Vaticano; paz y salud también a todos cuantos esperamos encontrar confiados un día en el abrazo de Cristo.

Salud y paz a toda la Iglesia anglicana, mientras que con sincera caridad y con la misma esperanza deseamos poder un día verla unida honrosamente en el único y universal redil de Cristo.

Salud y paz a todas las demás comunidades cristianas procedentes de la reforma del siglo XVI, que las separó de nosotros. Que la virtud de la Pascua de Cristo indique el justo y quizás largo camino para renovarnos en la perfecta comunión, mientras que ya buscamos con mutua estima y respeto cómo abreviar las distancias y cómo practicar la caridad, que esperamos un día verdaderamente victoriosa.

Mandamos también un saludo cordial, de reconocimiento, a los creyentes en Dios de una y otra confesión religiosa no cristiana, que acogieron con festiva reverencia nuestra peregrinación a los Santos Lugares.

También pensamos en estos momentos en toda la humanidad, estimulados por la caridad de Aquél que amó de tal forma al mundo que por él dio su vida. Nuestro corazón adquiere las dimensiones del mundo; ojalá adquiriera las infinitas del corazón de Cristo. Y vosotros, hermanos e hijos y fieles, estáis aquí presentes, ciertamente para celebrar con Nos el Jueves Santo, el día de la caridad consumada y perpetuada de Cristo por nuestra salvación.

FIESTA DE ORACION

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 3 de mayo de 1964

El Santo Padre recuerda a los presentes que el Evangelio del día recoge las últimas palabras que Jesús dirigió a los Apóstoles al final de su vida temporal. Estas son las últimas palabras de despedida del Señor durante la Última Cena, antes de la gran oración sacerdotal. Jesús, previendo la Pasión, quiere desprenderse con infinita delicadeza de los discípulos: y sus palabras son de una claridad que no admite dudas; como quien está a punto de morir, dice las cosas supremas y hace las recomendaciones más importantes.

En esta contingencia tan dolorosa, delicada y sagrada, Jesús habla de las relaciones que había establecido con las personas con las que había estado cerca durante su vida. Después de anunciar la venida del Espíritu Santo y la continuidad de la misión de los Apóstoles, recomienda la oración. Por tanto, podríamos definir este domingo como la fiesta de la oración. El Señor nos deja su última recomendación: reza, únete a mí y al Padre, a través de este esfuerzo del alma que se llama oración. Conmigo solo habrá desapego de los sentidos, pero vuestras almas estarán en contacto con Dios.

Jesús consuela esta suprema recomendación suya con una observación que huele a reproche: aún queda mucho por hacer en el campo de la oración y esto también nos lo comunica para nuestra reflexión y para nuestra superación. De hecho, dice: hasta ahora no has rezado. Sin embargo, los apóstoles le habían pedido a Jesús que les enseñara a orar y habían compartido muchos momentos de oración con él; conocían las oraciones de los Salmos y las que habían recitado en la Cena de Pascua. 

Entonces, ¿por qué dice Jesús esto? Lo explica agregando: reza en mi Nombre; en el Nombre de Cristo que, como dice San Pablo, es el vínculo entre la humanidad y Dios; mediador, intermediario entre la Iglesia y Dios.

No es fácil recordar estas palabras a la gente de hoy, así como a los jóvenes presentes, ya mucha gente del mundo de los estudios y los negocios. Es difícil hablar de oración al hombre moderno, precisamente porque es moderno, porque está cada vez más en perfecto e interesante contacto con el mundo, con la tierra, con sus energías, con este magnífico cuadro de la naturaleza que nos rodea, con este universo, al que nos acercamos con nuestros sentidos, y con la inteligencia, que transformamos y hacemos útil; que conquistamos y que nos embriaga.

Y esta relación entre nosotros y el mundo parece apaciguar y satisfacer los deseos del hombre, de modo que el hombre se dice a sí mismo: esta es la solución: debo intentar conquistar la tierra, el mundo que me rodea; y aquí están las maravillosas realidades que sueldan esta relación y son las máquinas, las herramientas, los inventos de la ciencia. Y entonces el hombre ya no tiene el deseo ni la actitud de buscar algo que no se pueda medir con nuestros medios de observación. Ya no sentimos la necesidad ni tenemos la capacidad de conversar con Dios.

Y cuando el tema de la oración vuelve a su esencialidad ante nosotros y decimos oraciones, y vamos a la iglesia los domingos, creemos que estamos contentos de haber cumplido así este deber fundamental de la vida cristiana.

¿Son unas oraciones, una peregrinación, el encendido de una vela la fórmula exacta de los actos religiosos? Son actos externos y, a veces, incluso se vuelven supersticiosos; entonces, frente a la exterioridad, el alma inteligente, que quiere reafirmar el reino del espíritu, se concentra en sí misma y entra en una esfera interior de repensar, en la que busca expresar por sí misma la verdadera vida espiritual, y es una que se podría decir psicológico, humano, sentimental, es decir, lo que concierne sólo al punto de partida, es decir, al yo; que se pone en una condición de esfuerzo por trascender lo que va más allá.

Y aquí está la oración según nos dice el Evangelio: conversación, conversación, contacto con Dios. Un encuentro casi aterrador entre el Yo, el pobre de este mundo, y el Infinito, el Creador. Pero ante la consternación que nos puede embargar, Jesús nos invita a hablar con una conversación verdadera y viva. Y aquí recordamos la actitud del pobre publicano del Evangelio que no se atreve a entrar en el templo y reconoce su propia pequeñez, debilidad e indignidad. Esta es una verdadera actitud religiosa del sentido de la propia indignidad y la incapacidad de hacer contacto con el Creador. La oración, por tanto, supone la realidad de Dios y la realidad del yo, y se deriva del contacto entre las dos realidades.

La palabra de Jesús: reza en mi Nombre, resuelve todas las dificultades. Y entonces la oración se vuelve dulce, se vuelve fácil, hermosa, habitual, nuestra. Y esta oración se llama liturgia y el Santo Padre recuerda lo que se habló durante el Concilio. La liturgia es el misterio de la presencia de Dios ante nosotros y la fórmula solución de la relación entre el alma y Dios. De ahí la alegría de hablar con Dios sabiendo que somos escuchados: no hay vacío ni sordera más allá, sino bondad y amor; allí está el Padre, feliz de amarnos y de venir a nuestro encuentro.

Si entendiéramos qué es la oración, esta media hora semanal no nos pesaría, pero estaríamos ansiosos y felices por este encuentro con Dios, por esta cita que nos da cada semana, para la celebración de sus misterios, para ampliar nuestro alma, en la confianza infinita de su bondad, y acoger en nuestra pequeñez la inmensa riqueza de su amor, de su sabiduría, de sus promesas.

El Santo Padre nos exhorta a recordar que la oración no destruye nuestras relaciones con el mundo, sino que las sublima y las transforma, las vivifica, las santifica y las encamina hacia los verdaderos destinos de nuestra vida. Así de este contacto sacamos energía para poder "inter mundanas varietates " para encaminarnos hacia la felicidad suprema que el Cielo nos prepara. Aceptemos, por tanto, la invitación de la Iglesia que nos exhorta a orar juntos para transformar nuestra vida en la suya en unión con Cristo. Y Jesús, haciéndose presente ante nosotros, en el altar, danos su gracia y la alegría de participar en la vida infinita de Dios.

PRIMER ANIVERSARIO DE LA ELECCIÓN DE SU SANTIDAD

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo 21 de junio de 1964

Debemos ahora, de entre todos, saludar la gran peregrinación de la Arquidiócesis de Milán, de Nuestra querida siempre, siempre recordada Iglesia Ambrosiana.

Nos alegra y conmueve verlo presente aquí, en este aniversario de Nuestra elección a la Cátedra de San Pedro, en excelente forma: aquí está S E Monseñor Giovanni Colombo, ex Rector de los Seminarios de Milán y por lo tanto Nuestro gran colaborador y apoyo en el gobierno pastoral de la Arquidiócesis, y Nuestro más digno sucesor en esa gloriosa y bendita sede; aquí está al frente de la Romería, que ha venido a saludarnos con intención y solemnidad oficial; He aquí S E Mons. Giuseppe Schiavini, Vicario General y Obispo Auxiliar, entonces y todavía hoy; aquí está Mons. Guido Augustoni, Presidenteel Colegio de párrocos urbanos con una hermosa corona de prebostes y párrocos y sacerdotes; aquí está la representación del Capítulo Metropolitano y de la venerable Curia y de la Fabbrica del Duomo; y aquí están las autoridades civiles, que con tanta deferencia quisieron sumarse a la Romería para traernos el saludo de la Ciudad, representada por S E el Excmo. Avv. Luigi Meda, teniente de alcalde de Milán, acompañado de cinco concejales, por Noi, por el nombre que lleva y por el cargo que ejerce, muy apreciado; y para traernos el saludo de la Provincia de Milán, presente aquí en la ilustre y querida persona del Presidente de la Diputación Avv. Adrio Casati, con tres Consejeros, de los que teníamos tantas pruebas de adhesión respetuosa y afectuosa y de a quien le debemos un recuerdo especialmente agradecido; también participa en esta audiencia el Dr. Ossola, Alcalde de Varese con el Sr. Teniente de Alcalde; así consejero de esa administración provincial; representantes tan conspicuos de los seminarios diocesanos y lombardos de Roma, de la Universidad Católica, de la valiente Acción Católica, del periódico católico "L'Italia", de laCaritas Ambrosiana; luego el conspicuo del Ospedale Maggiore; y prebostes y párrocos, y grupos parroquiales en gran número.

Queridos milanés! Todos os saludamos cordialmente y os agradecemos esta visita, tan religiosa en su sentido, tan fiel en sus sentimientos, tan consoladora que nos permite ver vuestro fervor y vuestras intenciones. Nos traes, para que tus sentimientos sean aún más expresivos, una primera piedra para ser bendecida para una nueva iglesia, que, dedicada a los santos Juan y Pablo, quiere asociar la memoria del Papa Juan, nuestro lamentado y venerado con el culto de estos. Santos, predecesor y del Papa, que ahora os habla y que fue vuestro Pastor durante ocho años y medio. ¡Qué prueba de bondad y generosidad !, ¡qué nuevo título para Nuestro afecto y Nuestra gratitud !, y ¡qué aliciente para Recordarnos a todos, para guardarlos en Nuestro corazón y en Nuestra oración!

Tu presencia, así documentada, reaviva en Nosotros una pregunta, que muchas veces surge en Nuestro espíritu, y que no nos cansamos de satisfacer con largas respuestas interiores. La pregunta es la siguiente: ¿qué lazos nos unen aún a Milán?

Comprendes cómo la pregunta misma habla de Nuestra sensibilidad no dormida de un desapego, que de repente se apoderó de Nosotros y que produjo una de las lágrimas más fuertes que nos ha reservado la experiencia de Nuestra vida, más bien variada y discontinua. 

De hecho, cuando el 16 de junio del año pasado salimos del aeropuerto de Milán, no parecía en absoluto un saludo de despedida, lo que nos sugirió la cortesía de muchas personas y autoridades presentes, sino más bien un deseo más vivo de un próximo encuentro. Debemos asegurarle, queridos milaneses, que hemos puesto entre ustedes las raíces de todo Nuestro afecto. 

El propósito enunciado en Nuestra entrada en la Arquidiócesis Ambrosiana, repetido solemnemente al comienzo de Nuestra Visita Pastoral, y luego manifestado y confirmado en cada ocasión, fue consagrar todas nuestras fuerzas a Milán todos los días. todos los intereses y afectos de la vida que la Providencia todavía nos había permitido llamar nuestros. Como San Pablo, parecíamos poder decir: "Estás en Nuestro corazón para la vida y para la muerte" (2 Cor . 7, 3). 

Por tanto, nuestra elección al pontificado romano fue para nosotros un desprendimiento muy sentido; y si tantas razones nos obligan a considerar nuestro destino al tremendo y sublime oficio apostólico como el consejo de la divina Providencia, y por tanto a gozar, aunque en la confusión y opresión de su formidable responsabilidad, las misteriosas y misericordiosas intenciones divinas, no obstante no no podemos sentirnos faltos de lo que ya ocupaba todo nuestro corazón: ustedes, queridísimos hijos; ustedes, venerables hermanos de la amada tierra ambrosiana!

Pero la pregunta, que insiste en hacernos conscientes de los lazos espirituales que aún nos mantienen unidos a ti, nos consuela con muchas buenas respuestas, la primera de las cuales ya estamos explicando, incluso celebrando; y es memoria. Sí, queridos hijos, Nuestro recuerdo para ustedes no es menos constante y cordial que el suyo para Nosotros. ¿Queremos aprovechar esta oportunidad para unir nuestras almas en una promesa recíproca de memoria mutua? También en este sentido, en lo que a nosotros concierne, San Pablo nos ayuda con su palabra: "Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolo en nuestras oraciones, y sin dejar de recordar en la presencia de Dios y Padre nuestro, la esperanza trabajadora y constante que tienes en Jesucristo nuestro Señor "( 1 Tes.. 1, 2). Así será de nuestra parte, y así será de la suya.

Sin embargo, la memoria no es el único vínculo que nos mantiene atados a ti, también porque, como decíamos, se expresa en agradecimiento. Nos sentimos agradecidos contigo por una gran gratitud, por la bondad con la que nos has acogido, ayudado, soportado, animado. No es que Nuestra estadía entre ustedes estuvo exenta de un gran dolor; el esfuerzo pastoral es por su naturaleza paciencia, sufrimiento, sacrificio; Para Nuestros débiles hombros el peso de la pastoral de una Diócesis como la Ambrosiana, por sus dimensiones, por sus problemas, nos parecía muy grave y sensible. 

Pero una vez más ese peso, que nos vino de Cristo, fue, al mismo tiempo, suave y ligero, y en gran parte gracias a ustedes. Te damos las gracias de corazón y siempre agradeceremos a quienes ayudaron al humilde Arzobispo a llevar su enorme cruz. Y por eso hemos extraído de este ejercicio de pastoral no sólo la experiencia del corazón milanés y la virtud del Clero y del pueblo ambrosiano. pero también el directo de los problemas religiosos, morales y sociales de la vida moderna. 

Gran experiencia, gran escuela, gran fortuna para Nosotros la estadía entre ustedes; y en este sentido os confiamos aquí: es decir, ser esta Iglesia, donde los dos Santos Obispos, gigantes de la sabiduría y la santidad, Ambrosio y Carlos, particularmente bendecidos y privilegiados, herederos de una tradición, han sembrado enseñanzas y ejemplos espirituales. de incomparable valor, todavía dueño de un magnífico patrimonio religioso y moral; y decimos esto no tanto porque esté orgulloso y ambicioso al respecto (que, después de todo, debe ser, cuando la fuente de tantos beneficios se reconoce en la bondad de Dios y el propósito en su gloria), sino por una doble razón más: es decir, que primero te sientas responsable de tan abundante riqueza de talentos, y sepas celosamente conservarlos y comerciarlos; y que entonces veas en esto una vocación al ejemplo y a la caridad hacia la región de Lombardía, hacia la nación italiana, hacia toda la Iglesia.

Y aquí entonces salen a la luz otros lazos que aún nos unen, y más que nunca, a la Arquidiócesis de Milán; y son los de su pertenencia a la Iglesia católica, que tiene el centro de su unidad en Roma. Si antes fuimos Pastor y Maestro para el oficio del Episcopado para ti, ahora todavía estamos, en diferentes niveles y con diferentes ejercicios, para el oficio del Sumo Pontificado, que nos obliga a amarte, a servirte con corazón y con compromiso no menos que antes. Recordemos aquí la larga historia de las relaciones eclesiásticas entre Milán y Roma, relaciones que tú, Nosotros conocemos, conocemos muy bien, y con admirable fidelidad, para tu alarde, para nuestro consuelo, aún nutres hoy; este encuentro es prueba de ello. 

La palabra de San Ambrosio se ha convertido en ley para ti,En ómnibus cupio sequi Ecclesiam Romanam ,. . . cuius typum in omnibus sequimur et formam "; en todo lo que deseo, dijo San vuestro Obispo, seguir la Iglesia Romana, ... seguimos siempre su modelo y forma ( De Sacram . III, 5). Y entonces el vínculo no es unilateral, con un simple hilo, entre Nuestro ministerio y vuestra Iglesia, sino bilateral, con un doble hilo, entre el vuestro, también Ambrosiana, y esta Iglesia romana.

Y como es así, este vínculo no es sólo histórico y jurídico, sino vital para la caridad mutua.

Y es con esta caridad, queridos hermanos e hijos, que os saludamos especialmente hoy; e incluimos en nuestro auspicioso saludo con la comunidad diocesana también la civil, toda la tierra ambrosiana, todas las provincias que coinciden con ella total o parcialmente: Milán, Varese, Como, Bérgamo, Pavía; y al pronunciar el nombre de estas ciudades, capitales de provincia, vienen a nuestros labios otros nombres ilustres de ciudades de este vasto y floreciente territorio: real Monza, y Lecco, y Rho, y Legnano, y Gallarate, y Busto Arsizio, y Magenta, y Melzo, y Abbiategrasso, y Desio, y Cantù, y Erba, y Treviglio, y Vimercate, y Saronno, y Sesto San Giovanni, y Tradate, etc., y muchos otros que quisiéramos mencionar, como siempre lo hemos hecho en nuestro memoria.

Diremos, terminando, de nuevo con San Pablo, es justo que pensemos en todos ustedes, ¡porque los tenemos en nuestro corazón! (cf. Fil . 1, 7). Sí, en el corazón; y de corazón sacamos Nuestra Bendición para todos ustedes.

SANTA MISA EN EL DISTRITO DE LOS VALLES DE MONTE SACRO

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del Corpus Domini
Jueves 9 de junio de 1966

Estamos entre vosotros , estamos con vosotros para realizar juntos el gran acto de culto al sacramento de la presencia y el sacrificio de Cristo, que la fiesta de hoy del " Corpus Domini " propone a los fieles, a los más fieles de la comunidad eclesial. ; a ustedes hoy, fieles del Monte Sacro, ya ustedes, conciudadanos de la ciudad, que han venido a unirse a este solemne rito de celebración.

Entiendes la intención pastoral, que este año hizo que tu barrio eligiera celebrar la hermosa procesión eucarística: es una intención honorífica, que quiere rendir homenaje a esta parte nueva y periférica de la ciudad: aquí también está Roma, Roma. no debe ser menor que el antiguo digno de tal nombre, y por lo tanto debe integrarse, no solo bajo el aspecto urbanístico, sino también bajo el aspecto moral, social, espiritual del pueblo romano; es una intención fraterna y paternal, por tanto, la que nos lleva aquí, y queNos permite, incluso en este momento sumamente sagrado, dirigir a todos ustedes, habitantes de este barrio, el saludo de Nuestra caridad; es una intención espiritual, que con esta celebración quiere consolar vuestros sentimientos religiosos, despertar en vosotros la conciencia de vuestra pertenencia al Pueblo de Dios en la familia de Cristo, que es la Iglesia, y establecer lazos de mayor comunión en fe, en la oración, en el ejercicio del bien y en la profesión cristiana. 

Sí, queridos hijos, ante el misterioso y prodigioso Sacramento, que nos hace reconocer y exaltar al Cristo vivo entre nosotros, nuestro saludo humano y afectuoso para todos y para cada uno de ustedes no es profano, sino piadoso, es litúrgico, es Se entiende la acción más religiosa, que estamos celebrando,Dominus vobiscum! ; la paz sea contigo, pax vobis! ; tal como el mismo Señor dijo y repitió, presentándose resucitado a sus discípulos. Que el Señor esté con ustedes, sí, queridos hijos; que su paz sea contigo. Nuestro saludo va a cada uno de su pueblo, a sus hijos, a sus hijos, a sus enfermos, y en especial a ustedes, los padres cristianos, a ustedes, a las familias de estas casas, a todos ustedes que viven, trabajan y viven aquí: el Señor sea con ustedes, y su paz contigo!

Entiendes entonces cómo a nuestra intención pastoral hay que añadir, como es propio de Nuestro ministerio, otra intención, la propiamente doctrinal y religiosa: estamos aquí con un doble propósito, religioso, inmenso y sublime. El primero, el segundo. inmenso y humano. Queremos decir: estamos aquí para hacer un gran acto de fe en la realidad mística de la Eucaristía; y estamos aquí para recoger una gran lección de bondad y amor, que de la Eucaristía, para quienes prestan atención y devoción, irradia dulce y magníficamente. 

Esta solemne ceremonia nuestra no sería perfecta, no estaría coronada por su máxima y más auténtica expresión espiritual, si no culminara, por parte de toda esta multitud, como por parte de cada corazón, de cada voz, en una profesión de fe franca, firme y cordial: "Tú solo, ¡Oh Señor, tienes palabras de vida eterna! Hemos creído y conocido que eres el Cristo Hijo de Dios "(I. 6, 69-70). 

Y dicho esto, habiendo realizado este acto de fe, una serie de maravillosas enseñanzas llueven sobre las almas sedientas de conversación divina. Una conversación singular, que se expresa en el silencio, pero que teje un diálogo espiritual y moral muy interesante; es el diálogo que hace suyo el lenguaje sacramental, el de las cosas hechas signos, hechas palabras, del pensamiento y la acción de Cristo, que se reviste de este lenguaje sólo, en su verdad profunda, "existencial", accesible al creyente, y por eso viene a hablar con sus fieles. 

Nuestra codicia de saber, de comprender y también, de alguna manera, de sentir, presiona con preguntas infantiles pero legítimas: ¿por qué, Señor, te has revestido de las apariencias del pan? Para enseñarte, Cristo nos responde usando el lenguaje sacramental,Yo . 6, 48), es decir, el alimento, el principio interior, renovador, beatificante de tu transitoria y efímera existencia terrena. ¿Y por qué, Señor, incluso con algunas clases de vino te has vestido? pregunta nuestra rama por curiosidad; para satisfacer e intoxicar nuestra sed de felicidad? Sí, responde el Señor; pero más aún para hacerte pensar y participar en la separación de mi cuerpo de mi sangre, es decir, en mi pasión, en mi sacrificio; la Eucaristía es el memorial de la muerte redentora de Cristo.

¡Y cuántas otras enseñanzas podemos derivar de esta síntesis del dogma católico, que es la Eucaristía! Este no es el momento de prolongar este discurso; pero es el momento propicio para exhortaros a todos a ser contemplativos del gran y tan popular misterio de la Eucaristía. Todos decimos, pensando a qué generación perteneces, hombres de nuestro tiempo, gente moderna, niños del siglo XX. 

Diremos una paradoja: ustedes, todos los estudiantes de la mentalidad contemporánea, están en mejores condiciones, de madurez mental y de necesidad espiritual, que las generaciones pasadas, para apreciar el Sacramento de la Eucaristía, aunque solo sea por el impensable descubrimiento de que todos - hasta cierto punto, incluso aquellos que no tienen la suerte de creer, todos podemos hacerlo con mayor satisfacción que la intención, ¿cómo puedo decirlo? - social, universal, accesible a todos, para todos y cada uno de los concebidos, propiamente expresado en este sacramento, que multiplica a las dimensiones del hambre, de la receptividad humana, la ofrenda que Cristo hace de sí mismo a todo aquel que quiera encontrarse y vivir con él y con él ».

En la Eucaristía esta intención está contenida y es evidente: el don de Cristo para todos, para cada uno, para nosotros, para ti. Lo dijo con una indicación muy clara: «Este es mi Cuerpo, entregado por ustedes; esta es mi Sangre, derramada por ti. Haced esto en memoria mía ". el don de Cristo para todos, para cada uno, para nosotros, para ti. Lo dijo con una indicación muy clara: «Este es mi Cuerpo, entregado por ustedes; esta es mi Sangre, derramada por ti. Haced esto en memoria mía ". el don de Cristo para todos, para cada uno, para nosotros, para ti. Lo dijo con una indicación muy clara: «Este es mi Cuerpo, entregado por ustedes; esta es mi Sangre, derramada por ti. Haced esto en memoria mía ".

Cómo avanza ahora la exploración del maravilloso misterio eucarístico No te lo decimos; pero solo concluiremos exhortándolos nuevamente (por eso estamos celebrando aquí el " Corpus Domini ")a que intenten esta exploración por ustedes mismos. Quien lo inicia bien nunca retrocede, sino que se deja llevar por el encanto de la revelación, y ya no sólo por el pensamiento de Cristo: sino por el más humano, el más divino, su amor implacable: "Dilexít me " ; Me amaba ( Gal. 2, 20). ¿Entiendes esta palabra?

 Bueno, recordad que no se necesitan los sentidos para entrar en la esfera misteriosa y envolvente de la Realidad Eucarística, si no para introducirnos en el lenguaje de los signos sagrados; no basta la inteligencia, que debe ofrecer todo su humilde esfuerzo, pero sigue siendo desigual para la comprensión de la verdad oculta; habrá que decir, como ahora cantamos: " sola fides suficit ", ¿basta la fe? Sí, si la fe no está sola; es decir, si la caridad la vivifica. 

En el reino eucarístico incluye a los que creen y a los que aman. El amor se convierte en coeficiente de inteligencia, porque finalmente es posesión. En la conquista de las cosas divinas, el amor es más necesario que cualquier otra de nuestras facultades espirituales.

Y lo mencionamos para recordarles que esta forma de amor está abierta a todos. Es la forma fácil y habitual que te invita a la misa festiva; que, como sabéis, es una celebración de la caridad fraterna para el culto y la conquista de la caridad divina.

Aquí lo tienes; Les dejamos esta única y máxima recomendación: sean asiduos, sean partícipes, sean cariñosos en su Misa festiva y comunitaria; presta atención a Cristo, que se hace presente para renovar su sacrificio y su fiesta de inefable amistad por tu salud; hacednos esta promesa en vuestro corazón: que daréis importancia, daréis interés, afecto, fidelidad a la celebración de la Santa Misa; y seremos felices; y estaremos seguros de que no en vano hemos celebrado contigo la fiesta del " Corpus Domini "; y con todo nuestro corazón ahora oraremos a Cristo el Señor para que te dé su bendición.

«MISSA EN COENA DOMINI» EN LA ARCHIBASÍLICA LATERANA

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 11 de abril de 1968

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Tal es la amplitud, tal riqueza, tal profundidad de los hechos, de los misterios, de los ritos, que el Jueves Santo nos ofrece a nuestra consideración, que también nosotros volveremos a renunciar a todo para comprender, a decir todo; y elegiremos uno de los aspectos de esta dolorosa y gozosa recreación de la " Cena del Señor", en la que concentramos, por un breve momento, nuestra reflexión, como si fuera el punto fácil, que nos permite para vislumbrar los significados que muchos de los eventos celebrados.

LA FORMA DE AMOR MÁS AUTÉNTICA Y DIGNA

Nos parece claro que este punto focal es el amor.

Y no se pronuncia fácilmente esta palabra tan fácil, con sus múltiples y ambiguos significados, en la que se unen extrañamente las más variadas y contradictorias expresiones de sentimiento y voluntad, desde la más baja y depravada pasión y vicio hasta la más alta y sublime de 'heroísmo y caridad, a los trascendentes incluso de la bondad infinita efusiva de Dios con el mismo nombre de amor. Pero este encuentro de la palabra, incluso de la realidad del amor en esta celebración del Jueves Santo es para nosotros una fortuna, una escuela; la de saber distinguir entre las muchas formas equívocas o imperfectas de amor la más verdadera, la más auténtica, la más digna de tal nombre.

EL SIGNIFICADO INMENSO DEL CUENTO DEL EVANGELISTA JUAN

Escuchemos al evangelista Juan, que en esa velada bendita, aprovechando el clima espiritual y místico que se produjo durante esa cena tan deseada (cf. Lc 22, 15), por parte del Maestro, incluso más que el puesto de convivencia a tocado, merecía descansar la cabeza en el pecho de Jesús. Abre su relato con estudiadas palabras: "Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús, sabiendo que había llegado el momento de pasar de este mundo al Padre, desde que había amado sus amigos. "estaban en el mundo, los amó hasta el fin" ( Io. 13, 1). Hasta el final, ¿qué significa? ¿Hasta el final de la vida temporal? Esto indica que estamos en una vigilia consciente, antecedente de la tragedia de la Pasión, es decir, en esa hora testamentaria, en la que todo termina con acentos y gestos de suprema sinceridad, y el corazón revela sus reservas más profundas en la simple solemnidad de la confidencias extremas? Es decir, quiere decir: ¿hasta el final de toda medida concebible, hasta el exceso, hasta el límite improbable, al que sólo el Corazón de Cristo podría llegar? ¿Hasta entregarse con la totalidad que exige el verdadero amor, y con el derramamiento que sólo un amor divino puede concebir y realizar? Cualquiera que sea la interpretación que demos a esa expresión superlativa, recordaremos que pone el amor en la clave de la última vigilia de Cristo,Yo . 15, 13). Amar significa dar; dar medios para amar. Da todo, da tu vida. Aquí está la verdadera línea del amor, aquí está su término.

EL DON DEL SACRIFICIO REPETIDO Y MULTIPLICADO POR LA EUCARISTÍA

Pensemos entonces en el misterioso acontecimiento que concluyó aquella cena de Pascua. San Pablo, el primero en sellarlo en la historia bíblica, escribe: "El Señor Jesús, la noche en que fue traicionado, tomó el pan y dio gracias, lo partió y dijo: toma y come, este es mi Cuerpo, que se le dará por usted; esto lo haces en memoria mía. Y también la copa ... diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre. Esto lo haces, cada vez que lo bebes, en memoria mía "( 1 Cor.. 11, 23-25). 

El don de sangre que Cristo estaba a punto de ofrecer a la humanidad en su inminente sacrificio de la cruz se reproduce, se multiplica, se perpetúa en el don idéntico pero incruenta del Sacrificio Eucarístico. Es imposible de entender si no se piensa en el amor, que esa noche inventó esta extraordinaria forma de comunicarse. Nos es imposible acoger como corresponde esta presencia real inmolada de Cristo en la Eucaristía, que estamos a punto de celebrar, si no entramos en esa proyección de amor que Él nos dirige; de nuevo San Pablo, que exclama: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" ( Gal 2, 20 ).

Nos persigue este amor inefable e imparable. Somos así conocidos, recordados, asediados por este amor poderoso y silencioso, que no nos da tregua, que quiere comunicarse con nosotros, que quiere que seamos comprendidos, recibidos, correspondidos. Todo el cristianismo está aquí. El cristianismo es la comunión de la vida divina, en Cristo, con la nuestra. El cristianismo es la apropiación de Dios; y Dios es caridad, es amor.

La Revelación, aunque siempre velada por un sistema de palabras y signos, el sistema sacramental, para dejar intacta nuestra libertad incluso en esta plenitud de encuentro, se vuelve deslumbrante. Si creemos en este "mysterium fidei", si entramos en el cono de luz y amor que nos arroja, ¿cómo podemos permanecer impasible, tan inertes, tan distraídos, tan indiferentes? El amor quiere amor: "amor que no perdona a nadie" ... ( Dante , 1, 5, 103). Es fuego: ¿cómo no sentir su calor? ¿Cómo no tratar de corresponderle de alguna manera?

" TE DOY EL NUEVO MANDAMIENTO "

El Señor también ha provisto para esto desde esa bendita noche. Para entender lo que dijo al respecto, después de la desconcertante lección de amor y humildad que dio a sus seguidores con el lavatorio de los pies, debemos imaginarnos tenerlo a él, Jesucristo, aquí entre nosotros, en esta Iglesia Romana suya, que custodia sus palabras, poderes, ejemplos, su eterna promesa; y debemos preguntarnos: ¿qué nos diría? ¿Qué recomendación nos daría? ¿Qué lección conectaría con su misterio pascual, que estamos celebrando? Que nuestras almas callen un instante, interiormente, y escuchemos: «Os doy el mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como yo os he amado. . . "  ( Yo. 13, 34). 

Todavía hablamos de amor. Pero esta vez, el amor debe venir de nosotros. El amor recibido de Cristo debe ser seguido por el nuestro hacia el prójimo, para la comunidad que nos encuentra unidos a su alrededor, la presencia física, ocasional, externa debe convertirse en unión espiritual, perpetua, interior; así se forma la Iglesia, así se une su Cuerpo místico. Una nueva circulación de la caridad debe hacernos amigos como enemigos, como hermanos extraños. Con este compromiso paradójico: debemos amar como él nos amó.

EL INMEJORABLE PODER DE LA CARIDAD

Eso es lo que te marea. Nos advierte que nunca habremos amado lo suficiente. Nos advierte que nuestra profesión de amor cristiano está todavía en su infancia. Nos advierte que el precepto de la caridad contiene en sí mismo desarrollos potenciales, que ninguna filantropía puede igualar jamás. La caridad todavía está contraída y encerrada en los confines de las costumbres, los intereses, el egoísmo, que creemos habrá que expandir. Dilatentur Spacia caritatis , exclama San Agustín ( Sermo 10 de verbis D.ni ). Y para nuestro estímulo, y quizás para nuestro reproche, estas otras inolvidables palabras brotan de los dulces y tremendos labios de Cristo, siempre sobre el amor: "En esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman" (Yo . 13, 35). El amor, por tanto, es el sello distintivo de la autenticidad cristiana.

¡Oh! que lección! ¡Cuál programa! qué renovación, qué "actualización" se propone siempre a los nuestros. fidelidad a Cristo el Señor! Que nos plazca que estas divinas palabras, dignas del Jueves Santo, resuenen en este salón, en esta asamblea, en esta Iglesia romana, para encontrar allí su humilde, feliz y voluntarioso cumplimiento; y que nuestro Maestro y Salvador Jesús nos conceda esta gracia pascual de saber recordarlos, vivirlos y revivirlos siempre.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DEL CORPUS DOMINI EN HOSTIA LIDO

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del «Corpus Domini»
Lido di Ostia - Jueves 13 de junio de 1968

LOS VOTOS DEL PADRE DEL ALTAR DE CRISTO

¡Saludos a ustedes, en el nombre del Señor, Hijos y Hermanos que residen en el área de Ostiamare! ya todos vosotros que habéis venido desde Roma para celebrar con nosotros la fiesta del Corpus Domini en este distrito civil y eclesiástico, que ahora está agregado a la ciudad y diócesis de Roma.

¡Salud a todos y bendición! Aquí hemos venido personalmente a mostraros cómo sois Nosotros, Hijos y Hermanos, no sólo como católicos y creyentes, sino también como fieles de Nuestra Diócesis, y por tanto, queridos por Nosotros también por este título de comunión especial: ¡sois Nuestros diocesanos! y como tal te consideramos en esa especial relación de interés , cuidado y amor que la Iglesia establece al promover y determinar su ministerio pastoral.

Queremos expresar Nuestros votos, llenos de reverencia y afecto, especialmente a Nuestro Cardenal Vicario, ausente de Roma; luego a Mons. Cunial, Subgerente General ya Monseñor Trabalzini, Obispo Auxiliar de Nuestro Cardenal Vicario y residente aquí; y luego al párroco de esta iglesia dedicada a María "Regina Pacis", el P. Colafranceschi, y con él a sus cohermanos, a los otros cinco párrocos de Ostia, a los sacerdotes que ejercen allí el sagrado ministerio, al varón y religiosas, que tienen aquí su hogar y campo de apostolado, a los más queridos laicos de las asociaciones católicas, a todos los fieles, con especial recuerdo a los jóvenes, los enfermos y los pobres. Por lo tanto, queremos expresar Nuestro agradecimiento devoto a todas las Autoridades civiles y militares que ayudan a esta parte moderna, vasta y variada de Roma,

Saludos a todos, decimos, convencidos de que la celebración, en la que ahora participamos juntos, puede gozar de una mayor plenitud espiritual a través de esta diligente presentación nuestra, destinada a concienciar a todos de la caridad que nos une hoy aquí alrededor del altar. de Cristo.

ACTO DE FE ARDIENTE EN EL SEÑOR NUESTRA GUÍA INDIVIDUAL Y SOCIAL

¡Queridos hermanos e hijos!

¿Qué significa el rito inusual y solemne que estamos realizando?

Has pensado sobre eso? Nos alejamos del secreto silencio de nuestros Tabernáculos, al que sólo los iniciados, nos referimos a los fieles creyentes y devotos, educados en los misterios de nuestra religión, pueden acceder conscientemente a la Santísima Eucaristía; y lo sacamos, ante la sociedad profana y profana, en medio de las plazas, las calles, las casas, donde transcurre la vida terrena, turbada en sus asuntos temporales, paramos por un momento el ritmo febril de la civilización circulación, y profesamos con cierto esfuerzo y cierta pompa de publicidad esta verdad extraordinaria y casi impensable: ¡Él está aquí! ¡Jesús está entre nosotros! ¡Cristo está presente! Y proclamamos esta realidad misteriosa con énfasis y alegría, para llevar nuestro acto de fe al punto del entusiasmo y la embriaguez,

"VEN A MI Y YO TE CONSOLERARÉ"

Se così è, due significati, due scopi ha questa celebrazione. Il primo quello di scuotere certa nostra abituale assuefazione, certa nostra intollerabile insensibilità davanti al fatto eucaristico, misterioso fin che si vuole, ma reale, ma vicino, ma presente, ma urgente per una qualche nostra migliore comprensione, per un qualche nostro più aperto e più cordiale incontro con quel Gesù, che, mediante a questo sacramento, a noi, a ciascuno di noi si offre, si dona, per noi si immola, per comunicarsi, per essere ricevuto, per diventare in noi principio di vita nuova, di vita sua, divina, comunicata anche al corpo destinato alla risurrezione e all’eternità. Egli così ci aspetta, così ci invita, così ci parla, con un suo dialogo tutto interiore, tutto tessuto della sua Parola, che s’intreccia nella nostra umana esperienza, e tutto sgorgante di grazie e di verità.

Para lograr este primer fin será necesario que nuestro culto eucarístico, lleno de himnos festivos y expresado de forma muy comunitaria y pública, no acabe con el final de esta ceremonia, sino que persevere, y desde retornos externos internos, de lo social. se vuelve personal., de exuberante y activo se vuelve más intensamente adorador, casi extático, todo absorbido por el sentido profundo del misterio eucarístico.Y eso es lo que todos tenemos que hacer.

Sacudidos y despertados por esta celebración solemne, debemos dedicarnos inmediatamente al culto contemplativo de la Eucaristía, explorar de alguna manera su riqueza arcana, conectar la forma sacramental que la encierra con la forma concreta de nuestra vida presente y con la esperanza confirmada del futuro, abandonándonos al amor que la Eucaristía, a través de la fe, nos ofrece infinitamente. La invitación es para todos. No es esotérico. Es la invitación a la mesa de la casa de Jesús, los pequeños son los primeros invitados. Se espera de los sabios y casi se les desafía a pensar, a comprender. Pero todos los creyentes son llamados; los pobres, los hambrientos y sedientos, los que sufren y los afligidos. Jesús vuelve a llamar desde su humilde escondite eucarístico: «Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos; y yo te consolaré "( Matth. 11, 28). Este es el primer objetivo.

El otro propósito de la fiesta del Corpus Domini es arrojar luz sobre la vida social como tal, ya sea que comprenda o no la fuente de donde proviene esta luz.

LA LUZ DEL SACRAMENTO DRAIGA CADA ASPIRACIÓN DE LOS HOMBRES

¿Esta celebración pretende constituir una demostración, una comparación con respecto a las diferentes opiniones de los demás? Ciertamente no, porque el velo sacramental mismo, que contiene y esconde la presencia divina, se abre sólo a los que quieren, a los que creen; el acceso es reservado y gratuito al mismo tiempo; la fe se presenta, no se impone; y lo que presenta hoy es la simpatía humana, es amor. Debemos reflexionar un momento sobre esta reflexión eucarística sobre el mundo, a cuya atención mostramos nuestro pan misterioso, y observar cómo la única luz que emana de él, la presencia sacramental de Jesús, se refracta, posándose en el escenario humano circundante, en muchos colores, es decir, en tantos aspectos como virtualidades hay, es decir, las posibilidades de desarrollo, aspiraciones, necesidades de la humanidad. Describir esta iridiscencia de la Eucaristía en el marco de nuestra vida, es decir, las lecciones de verdad y amor que nos proyecta, sería un largo discurso. Solo necesitamos ahora una muy breve referencia a la más evidente e inmediata de estas reflexiones: la unidad.

LA EUCARISTÍA, EL SIGNO PERFECTO DE UNIDAD

No os parece, gente que Nos escucha, que una primera, suprema e indiscutible lección de unidad ofrece la Eucaristía a la misa anónima sin estructura interior, de la que se compone la ciudad moderna; ¿De unidad, si se quiere, a la multitud compacta y consciente, sí, de ser un pueblo, pero siempre en sí dividido por antagonismos irreductibles? 

Debemos recordar aquí lo que este sacramento simboliza y produce. Palabra de San Pablo: "Formamos un solo cuerpo, aunque somos muchos, porque todos participamos de un solo pan", que es "comunión en el cuerpo de Cristo" ( 1 Co 10, 17 y 16). Palabra de la antigua doctrina apostólica: "Así como este grano ahora molido se esparció en los campos, en las montañas, luego se recogió se convirtió en uno, así la Iglesia se reúne desde los confines de la tierra" celebrando la Eucaristía (cf.Didache , 9, 1). 

Palabra del teólogo, médico y cantor de la Eucaristía: "La realidad, es decir, la gracia propia de este sacramento, es la unidad del Cuerpo Místico", que es la Iglesia ( S. Th. III, 73, 3). ¿No es, por tanto, la Eucaristía un signo al que el mundo, nuestro mundo moderno debería mirar con absoluta simpatía, si la unidad que busca y produce, a veces dividida y desordenada, pero siempre ansiando y recomponiendo casi fatalmente, es la unidad?, digamos, el pináculo de sus aspiraciones?

 Si la fraternidad de los hombres, si su colaboración orgánica, si la paz es finalmente el bien supremo en el orden temporal y social, el mundo no debe descubrir en la Eucaristía la fórmula más simple y clara que la interpreta, define y orienta. Y si el mundo se desespera de sí mismo, es decir, de ser capaz de hacer de la humanidad una verdadera familia (¡y cuántas pruebas siniestras puede generar en ella esta desesperación!), El mundo no pudo escuchar el mensaje eucarístico,

EL DON MÁXIMO DE JESÚS A SUS SEGUIDORES

Hijos y hermanos, al menos nosotros, creyentes y devotos de este misterio obrador, aceptemos su invitación a ser, como Jesús mismo expresó (cf. Io 17, 21), uno, para buscar la armonía y la unidad entre nosotros, para promover lo que juntos nos une, no lo que nos divide y nos opone unos a otros, para "construir la Iglesia", que es ese Cuerpo místico de Cristo, al que se le da su Cuerpo sacramental y real, y por el cual entre nosotros, a lo largo del tiempo, se perpetúa.

Que si quisiéramos considerar otras reflexiones sociales y morales que la Eucaristía difunde en el mundo, tendríamos mucho que decir. Por ejemplo, este sacramento no es un don, un gran don total de Cristo a sus seguidores, más bien un don sacrificial de sí mismo, una renovación representativa e incrédula de la inmolación, que sufrió de manera cruel y sangrienta, hasta la muerte, por nuestra redención y salvación? Y también este aspecto del eurorista, ¿qué valor moral ofrece a la consideración, incluso profana, del hombre inteligente sobre los verdaderos valores que construyen un mundo mejor?

¿No podríamos, entonces, razonar sobre el ejemplo de la caridad para los hermanos necesitados que nos llega de este Pan ofrecido y multiplicado por el hambre de todos? ¿Y no podríamos pensar todavía en la alegría que la Eucaristía derrama a nuestro alrededor, si es, como dice la reminiscencia bíblica de la liturgia ( Sab 16,20 ), el pan "que todo se deleita en sí mismo " ? Es decir, ¿si la Eucaristía nos enseña a hacer nuestro peregrinaje de la vida presente, tantas veces agobiada por las aflicciones y las dolencias, con la esperanza segura de la última expectativa escatológica del encuentro bendito y final con Cristo resucitado y glorioso?

Que estos rayos de luz atraviesen hoy nuestra ciudad, y brillen especialmente en esta nueva parte de la ciudad, que toca el mar, y recibe a muchos huéspedes en busca de sol, aire y salud marina; y asegurémonos de que estos rayos eucarísticos no hayan deslumbrado los ojos de nuestras almas, humildes, dóciles y felices por la celebración del Corpus Domini .

CLAUSURA DEL «AÑO DE LA FE» EN EL XIX CENTENARIO
DEL MARTIRIO DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

HOMILÍA Y PROFESIÓN DE FE DE SU SANTIDAD PABLO VI

Plaza de San Pedro
Domingo 30 de junio de 1968

Venerables hermanos y queridos hijos:

1. Clausuramos con esta liturgia solemne tanto la conmemoración del XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo como el año que hemos llamado de la fe. Pues hemos dedicado este año a conmemorar a los santos apóstoles, no sólo con la intención de testimoniar nuestra inquebrantable voluntad de conservar íntegramente el depósito de la fe (cf. 1Tim 6,20), que ellos nos transmitieron, sino también con la de robustecer nuestro propósito de llevar la. misma fe a la vida en este tiempo en que la Iglesia tiene que peregrinar era este mundo.

2. Pensamos que es ahora nuestro deber manifestar públicamente nuestra gratitud a aquellos fieles cristianos que, respondiendo a nuestras invitaciones, hicieron que el año llamado de la fe obtuviera suma abundancia de frutos, sea dando una adhesión más profunda a la palabra de Dios, sea renovando en muchas comunidades la profesión de fe, sea confirmando la fe misma con claros testimonios de vida cristiana. Por ello, a la vez que expresamos nuestro reconocimiento, sobre todo a nuestros hermanos en el episcopado y a todos los hijos de la Iglesia católica, les otorgamos nuestra bendición apostólica.

3. Juzgamos además que debemos cumplir el mandato confiado por Cristo a Pedro, de quien, aunque muy inferior en méritos, somos sucesor; a saber: que confirmemos en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32). Por lo cual, aunque somos conscientes de nuestra pequeñez, con aquella inmensa fuerza de ánimo que tomamos del mandato que nos ha sido entregado, vamos a hacer una profesión de fe y a pronunciar una fórmula que comienza con la palabra creo, la cual, aunque no haya que llamarla verdadera y propiamente definición dogmática, sin embargo repite sustancialmente, con algunas explicaciones postuladas por las condiciones espirituales de esta nuestra época, la fórmula nicena: es decir, la fórmula de la tradición inmortal de la santa Iglesia de Dios.

4. Bien sabemos, al hacer esto, por qué perturbaciones están hoy agitados, en lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres. Los cuales no escaparon al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas o puestas en discusión. Más aún: vemos incluso a algunos católicos como cautivos de cierto deseo de cambiar o de innovar. La Iglesia juzga que es obligación suya no interrumpir los esfuerzos para penetrar más y más en los misterios profundos de Dios, de los que tantos frutos de salvación manan para todos, y, a la vez, proponerlos a los hombres de las épocas sucesivas cada día de un modo más apto. Pero, al mismo tiempo, hay que tener sumo cuidado para que, mientras se realiza este necesario deber de investigación, no se derriben verdades de la doctrina cristiana. Si esto sucediera —y vemos dolorosamente que hoy sucede en realidad—, ello llevaría la perturbación y la duda a los fieles ánimos de muchos.

5. A este propósito, es de suma importancia advertir que, además de lo que es observable y de lo descubierto por medio de las ciencias, la inteligencia, que nos ha sido dada por Dios, puede llegar a lo que es, no sólo a significaciones subjetivas de lo que llaman estructuras, o de la evolución de la conciencia humana. Por lo demás, hay que recordar que pertenece a la interpretación o hermenéutica el que, atendiendo a la palabra que ha sido pronunciada, nos esforcemos por entender y discernir el sentido contenido en tal texto, pero no innovar, en cierto modo, este sentido, según la arbitrariedad de una conjetura.

6. Sin embargo, ante todo, confiarnos firmísimamente en el Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, y en la fe teologal, en la que se apoya la vida del Cuerpo místico. No ignorando, ciertamente, que los hombres esperan las palabras del Vicario de Cristo, satisfacemos por ello esa su expectación con discursos y homilías, que nos agrada tener muy frecuentemente. Pero hoy se nos ofrece la oportunidad de proferir una palabra más solemne.

7. Así, pues, este día, elegido por Nos para clausurar el año llamado de la fe, y en esta celebración de los santos apóstoles Pedro y Pablo, queremos prestar a Dios, sumo y vivo, el obsequio de la profesión de fe. Y como en otro tiempo, en Cesarea de Filipo, Simón Pedro, fuera de las opiniones de los hombres, confesó verdaderamente, en nombre de los doce apóstoles, a Cristo, Hijo del Dios vivo, así hoy su humilde Sucesor y Pastor de la Iglesia universal, en nombre de todo el pueblo de Dios, alza su voz para dar un testimonio firmísimo a la Verdad divina, que ha sido confiada a la Iglesia para que la anuncie a todas las gentes.

Queremos que esta nuestra profesión de fe sea lo bastante completa y explícita para satisfacer, de modo apto, a la necesidad de luz que oprime a tantos fieles y a todos aquellos que en el mundo —sea cual fuere el grupo espiritual a que pertenezcan— buscan la Verdad.

Por tanto, para gloria de Dios omnipotente y de nuestro Señor Jesucristo, poniendo al confianza en el auxilio de la Santísima Virgen María y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, para utilidad espiritual y progreso de la Iglesia, en nombre de todos los sagrados pastores y fieles cristianos, y en plena comunión con vosotros, hermanos e hijos queridísimos, pronunciamos ahora esta profesión de fe.

Profesión de fe
Credo del Pueblo de Dios

8. Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles —como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida— y de las cosas invisibles —como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles[1]— y también Creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal[2].

9. Creemos que este Dios único es tan absolutamente uno en su santísima esencia como en todas sus demás perfecciones: en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y caridad. Él es el que es, como él mismo reveló a Moisés (cf. Ex 3,14), él es Amor, como nos enseñó el apóstol Juan (cf. 1Jn 4,8) de tal manera que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma divina esencia de aquel que quiso manifestarse a si mismo a nosotros y que, habitando la luz inaccesible (cf. 1Tim 6,16), está en si mismo sobre todo nombre y sobre todas las cosas e inteligencias creadas.

Sólo Dios puede otorgarnos un conocimiento recto y pleno de sí mismo, revelándose a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados por la gracia a participar, aquí, en la tierra, en la oscuridad de la fe, y después de la muerte, en la luz sempiterna. Los vínculos mutuos que constituyen a las tres personas desde toda la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello que nosotros podemos entender de modo humano[3].

Sin embargo, damos gracias a la divina bondad de que tantísimos creyentes puedan testificar con nosotros ante los hombres la unidad de Dios, aunque no conozcan el misterio de la Santísima Trinidad.

10. Creemos, pues, en Dios, que en toda la eternidad engendra al Hijo; creemos en el Hijo, Verbo de Dios, que es engendrado desde la eternidad; creemos en el Espíritu Santo, persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos. Así, en las tres personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí [4], la vida y la felicidad de Dios enteramente uno abundan sobremanera y se consuman con excelencia suma y gloria propia de la esencia increada; y siempre hay que venerar la unidad en la trinidad y la trinidad en la unidad [5].

11. Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. El es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre, u homoousios to Patri; por quien han sido hechas todas las cosas. Y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen, y se hizo hombre: igual, por tanto, al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad[6], completamente uno, no por confusión (que no puede hacerse) de la sustancia, sino por unidad de la persona [7].

12. El mismo habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Anunció y fundó el reino de Dios, manifestándonos en sí mismo al Padre. Nos dio su mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a los otros como él nos amó. Nos enseñó el camino de las bienaventuranzas evangélicas, a saber: ser pobres en espíritu y mansos, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia. Padeció bajo Poncio Pilato; Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, murió por nosotros clavado a la cruz, trayéndonos la salvación con la sangre de la redención. Fue sepultado, y resucitó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a la participación de la vida divina, que es la gracia. Subió al cielo, de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según los propios méritos: los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que los hayan rechazado hasta el final serán destinados al fuego que nunca cesará. Y su reino no tendrá fin.

13. Creemos en el Espíritu Santo, Señor y vivificador que, con el Padre y el Hijo, es juntamente adorado y glorificado. Que habló por los profetas; nos fue enviado por Cristo después de su resurrección y ascensión al Padre; ilumina, vivifica, protege y rige la Iglesia, cuyos miembros purifica con tal que no desechen la gracia. Su acción, que penetra lo íntimo del alma, hace apto al hombre de responder a aquel precepto de Cristo: Sed perfectos como también es perfecto vuestro Padre celeste (cf Mt 5,48).

14. Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y Salvador nuestro, Jesucristo [8] y que ella, por su singular elección, en atención a los méritos de su Hijo redimida de modo más sublime [9], fue preservada inmune de toda mancha de culpa original [10] y que supera ampliamente en don de gracia eximia a todas las demás criaturas [11].

15. Ligada por un vínculo estrecho e indisoluble al misterio de la encarnación y de la redención[12], la Beatísima Virgen María, Inmaculada, terminado el curso de la vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste [13], y hecha semejante a su Hijo, que resucitó de los muertos, recibió anticipadamente la suerte de todos los justos; creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia [14], continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo, por el que contribuye para engendrar y aumentar la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos [15].

16. Creemos que todos pecaron en Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa. Este estado ya no es aquel en el que la naturaleza humana se encontraba al principio en nuestros primeros padres, ya que estaban constituidos en santidad y justicia, y en el que el hombre estaba exento del mal y de la muerte. Así, pues, esta naturaleza humana, caída de esta manera, destituida del don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y que se halla como propio en cada uno[16].

17. Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió, por el sacrificio de la cruz, del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que se mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (cf. Rom 5,20).

18. Confesamos creyendo un solo bautismo instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados. Que el bautismo hay que conferirlo también a los niños, que todavía no han podido cometer por sí mismos ningún pecado, de modo que, privados de la gracia sobrenatural en el nacimiento nazcan de nuevo, del agua y del Espíritu Santo, a la vida divina en Cristo Jesús [17].

19. Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra, que es Pedro. Ella es el Cuerpo místico de Cristo, sociedad visible, equipada de órganos jerárquicos, y, a la vez, comunidad espiritual; Iglesia terrestre, Pueblo de Dios peregrinante aquí en la tierra e Iglesia enriquecida por bienes celestes, germen y comienzo del reino de Dios, por el que la obra y los sufrimientos de la redención se continúan a través de la historia humana, y que con todas las fuerzas anhela la consumación perfecta, que ha de ser conseguida después del fin de los tiempos en la gloria celeste [18]. Durante el transcurso de los tiempos el Señor Jesús forma a su Iglesia por medio de los sacramentos, que manan de su plenitud [19]. Porque la Iglesia hace por ellos que sus miembros participen del misterio de la muerte y la resurrección de Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo, que la vivifica y la mueve [20]. Es, pues, santa, aunque abarque en su seno pecadores, porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida, se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo.

20. Heredera de las divinas promesas e hija de Abrahán según el Espíritu, por medio de aquel Israel, cuyos libros sagrados conserva con amor y cuyos patriarcas y profetas venera con piedad; edificada sobre el fundamento de los apóstoles, cuya palabra siempre viva y cuyos propios poderes de pastores transmite fielmente a través de los siglos en el Sucesor de Pedro y en los obispos que guardan comunión con él; gozando finalmente de la perpetua asistencia del Espíritu Santo, compete a la Iglesia la misión de conservar, enseñar, explicar y difundir aquella verdad que, bosquejada hasta cierto punto por los profetas, Dios reveló a los hombres plenamente por el Señor Jesús. 

Nosotros creemos todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia, o con juicio solemne, o con magisterio ordinario y universal, para ser creídas como divinamente reveladas[21]. Nosotros creemos en aquella infalibilidad de que goza el Sucesor de Pedro cuando habla ex cathedra [22] y que reside también en el Cuerpo de los obispos cuando ejerce con el mismo el supremo magisterio [23].

21. Nosotros creemos que la Iglesia, que Cristo fundó y por la que rogó, es sin cesar una por la fe, y el culto, y el vinculo de la comunión jerárquica [24]. La abundantísima variedad de ritos litúrgicos en el seno de esta Iglesia o la diferencia legítima de patrimonio teológico y espiritual y de disciplina peculiares no sólo no dañan a la unidad de la misma, sino que más bien la manifiestan [25].

22. Nosotros también, reconociendo por una parte que fuera de la estructura de la Iglesia de Cristo se encuentran muchos elementos de santificación y verdad, que como dones propios de la misma Iglesia empujan a la unidad católica[26], y creyendo, por otra parte, en la acción del Espíritu Santo, que suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo de esta unidad [27], esperamos que los cristianos que no gozan todavía de la plena comunión de la única Iglesia se unan finalmente en un solo rebaño con un solo Pastor.

23. Nosotros creemos que la Iglesia es necesaria para la salvación. Porque sólo Cristo es el Mediador y el camino de la salvación que, en su Cuerpo, que es la Iglesia, se nos hace presente [28]. Pero el propósito divino de salvación abarca a todos los hombres: y aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, sin embargo, a Dios con corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir con obras su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, ellos también, en un número ciertamente que sólo Dios conoce, pueden conseguir la salvación eterna [29].

24. Nosotros creemos que la misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial[30].

25. En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino, que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la Santa Iglesia conveniente y propiamente transustanciación. Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino[31], como el mismo Señor quiso, para dársenos en alimento y unirnos en la unidad de su Cuerpo místico [32].

26. La única e indivisible existencia de Cristo, el Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el sacramento se hace presente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos. Por lo cual estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos.

27. Confesamos igualmente que el reino de Dios, que ha tenido en la Iglesia de Cristo sus comienzos aquí en la tierra, no es de este mundo (cf. Jn 18,36), cuya figura pasa (cf. 1Cor 7,31), y también que sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres.

Pero con el mismo amor es impulsada la Iglesia para interesarse continuamente también por el verdadero bien temporal de los hombres. Porque, mientras no cesa de amonestar a todos sus hijos que no tienen aquí en la tierra ciudad permanente (cf. Heb 13,14), los estimula también, a cada uno según su condición de vida y sus recursos, a que fomenten el desarrollo de la propia ciudad humana, promuevan la justicia, la paz y la concordia fraterna entre los hombres y presten ayuda a sus hermanos, sobre todo a los más pobres y a los más infelices.

Por lo cual, la gran solicitud con que la Iglesia, Esposa de Cristo, sigue de cerca las necesidades de los hombres, es decir, sus alegrías y esperanzas, dolores y trabajos, no es otra cosa sino el deseo que la impele vehementemente a estar presente a ellos, ciertamente con la voluntad de iluminar a los hombres con la luz de Cristo, y de congregar y unir a todos en aquel que es su único Salvador. Pero jamás debe interpretarse esta solicitud como si la Iglesia se acomodase a las cosas de este mundo o se resfriase el ardor con que ella espera a su Señor y el reino eterno.

28. Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el fuego del purgatorio como las que son recibidas por Jesús en el paraíso en seguida que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón— constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos.

29. Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celeste, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios, como Él es[33] y participan también, ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente nuestra flaqueza [34].

30. Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones, como nos aseguró Jesús: Pedid y recibiréis (cf. Lc 10,9-10; Jn 16,24). Profesando esta fe y apoyados en esta esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero.

Bendito sea Dios, santo, santo, santo. Amén.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A BOGOTÁ

ORDENACIÓN DE DOSCIENTOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
EN LA SEDE DEL CONGRESO EUCARÍSTICO

HOMILÍA DEL PAPA PABLO VI

Jueves 22 de agosto de 1968

¡Señor Jesús! Te damos gracias por el misterio que acabas de realizar Tú, mediante el ministerio de nuestras manos y de nuestras palabras, por obra del Espíritu Santo.

Tú, te has dignado imprimir en el ser personal de estos elegidos tuyos una huella nueva, interior e imborrable; una huella, que les asemeja a Ti, por lo cual cada uno de ellos es y será llamado: otro Cristo. Tú has grabado en ellos tu semblante humano y divino, confiriéndoles no sólo una inefable semejanza contigo, sino también una potestad y una virtud tuyas, una capacidad de realizar acciones, que sólo la eficacia divina de tu Palabra atestigua y la de tu voluntad realiza.

Tuyos son, Señor, estos tus hijos, convertidos en hermanos y ministros tuyos, por un nuevo título. Mediante su servicio sacerdotal, tu presencia y tu sacrificio sacramental, tu evangelio, tu Espíritu, en una palabra, la obra de tu salvación, se comunicará a los hombres, dispuestos a recibirla; se difundirá en el tiempo de la generación presente y de la futura una incalculable irradiación de tu caridad e inundará de tu mensaje regenerador esta dichosa Nación este inmenso continente, que se llama América Latina, y que acoge hoy los pasos de nuestro humilde, pero incontenible, ministerio apostólico.

Tuyos son, Señor, estos nuevos servidores de tu designio de amor sobrenatural; y también nuestros, porque han sido asociados a Nos, en la gran obra de evangelización, como los más cualificados colaboradores de nuestro ministerio, como hijos predilectos nuestros; más aún, como hermanos en nuestra dignidad y en nuestra función, como obreros esforzados y solidarios en la edificación de tu Iglesia, como servidores y guías, como consoladores y amigos del Pueblo de Dios, como dispensadores, semejantes a Nos, de tus misterios.

Te damos gracias, Señor, por este acontecimiento, que tiene origen en tu infinito amor y que, más que hacernos dignos, nos obliga a celebrar tu misericordia misteriosa y nos incita solícitamente, casi con impaciencia, para salir al encuentro de las almas a las cuales está destinada toda nuestra vida, sin posibilidad de rescate, sin límites de donación, sin segundas intenciones de intereses terrenos.

¡Señor! en este momento decisivo y solemne, nos atrevernos a expresarte una súplica candorosa, pero no falta de sentido: haz, Señor, que comprendamos.

Nosotros comprendemos, cuando recordamos que Tú, Señor Jesús, eres el mediador entre Dios y los hombres; no eres diafragma, sino cauce; no eres obstáculo, sino camino; no eres un sabio entre tantos, sino el único Maestro; no eres un profeta cualquiera, sino el intérprete único y necesario del misterio religioso, el solo que une a Dios con el hombre y al hombre con Dios, Nadie puede conocer al Padre, has dicho Tú, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo, que eres Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, quisiere revelarlo (Cf. Mt 11, 27; Jn 1,18). Tú eres el revelador auténtico, Tú eres el puente entre el reino de la tierra y el reino del cielo: sin Ti, nada podemos hacer (Cf. Jn 15,5) . Tú eres necesario, Tú eres suficiente para nuestra salvación. Haz, Señor, que comprendamos estas verdades fundamentales.

Y haz que comprendamos, cómo nosotros, sí, nosotros, pobre arcilla humana tomada en tus manos, milagrosas, nos hemos transformado en ministros de esta tu única mediación eficaz (Cf. S. Th. III, 26, 1 ad 1). Corresponderá a nosotros, en cuanto representantes tuyos y administradores de tus divinos misterios(Cf. 1 Cor 4,1; 1 Petr 4, 10) difundir los tesoros de tu palabra, de tu gracia, de tus ejemplos entre los hombres, a los cuales desde hoy está dedicada totalmente y para siempre toda nuestra vida (Cf. 2 Cor 4, 5).

Esta misma mediación ministerial nos sitúa, hombres frágiles y humildes como seguimos siendo, en una posición, sí, de dignidad y de honor (Cf. 2 Cor 4, 5), de potestad,(Cf. 1 Cor 11, 24-25; Jn 20-33; Hech 1, 2 2 ; 1 Petr 5, 2 etc.) de ejemplaridad (Cf. 1 Cor 4, 16; 11, 1; Phil 3, 17; 1 Petr. 5, 3), que califica moral y socialmente nuestra vida y tiende a asimilar el sentimiento de nuestra conciencia personal al mismo que embargó tu divino corazón, oh Cristo, (Cf. Phil 2, 5; Eph 5, 1) habiéndonos convertido nosotros también, casi conviviendo contigo, en Ti, (Gal 2, 2) en sacerdotes y víctimas al mismo tiempo, (Cf Gal 2, 19) dispuestos a cumplir con todo nuestro ser, como Tú, Señor, la voluntad del Padre, (Cf. Gal 2, 19) obedientes hasta la muerte, como lo fuiste Tú hasta la muerte de cruz (Cf. Phil 2, 8.) para salvación del mundo (Cf. 1 Cor 11, 26).

Pero ahora, Señor, lo que quisiéramos entender mejor, es el efecto sicológico que el carácter representativo de nuestra misión debe producir en nosotros y la doble polarización de nuestra mentalidad. de nuestra espiritualidad y también de nuestra actividad hacia los des términos que encuentran en nosotros el punto de contacto y de simultaneidad: Dios y el hombre, en una analogía viviente y magnífica contigo, Dios y hombre.

Dios tiene en nosotros su instrumento vivo, su ministro y por tanto su intérprete, el eco de su voz; su tabernáculo, el signo histórico y social de su presencia en la humanidad, el hogar ardiente de irradiación de su amor hacia los hombres. Este hecho prodigioso (haz, Señor, que nunca lo olvidemos) lleva consigo un deber, el primero y el más dulce de nuestra vida sacerdotal: el de la intimidad con Cristo, en el Espíritu Santo y por lo mismo contigo, ¡oh Padre! (Cf. Jn 16, 27) ; es decir, el de una vida interior auténtica y personal, no sólo celosamente cuidada en el pleno estado de gracia, sino también voluntariamente manifestada en un continuo acto reflejo de conciencia, de coloquio, de suspensión amorosa, contemplativa (Cf. S. Greg., Regula Pastoralis I: contemplatione suspe

nsus). La reiterada palabra de Jesús en la última Cena: « manete in dilectione mea »(Jn 15, 9; 15, 4 etc) se dirige a nosotros, amadísimos Hijos y Hermanos. En este anhelo de unión con Cristo y con la revelación, abierta por El en el mundo divino y humano, está la primera actitud característica del ministro, hecho representante de Cristo e invitado, mediante el carisma del Orden sagrado, a personificarlo existencialmente en sí mismo. Esto es algo importantísimo para nosotros, es indispensable.

Y no creáis que esta absorción de nuestra consciente espiritualidad en el coloquio íntimo con Cristo, detenga o frene el dinamismo de nuestro ministerio, es decir, retrase la expansión de nuestro apostolado externo, o quizá sirva también para evadir la molesta y pesada fatiga de nuestra entrega al servicio de los demás, la misión que se nos ha confiado; no, ella es el estímulo de la acción ministerial, la fuente de energía apostólica y hace eficiente la misteriosa relación entre el amor a Cristo y la entrega pastoral (Cf. Jn 21, 15 ss).

Más aún, es así como nuestra espiritualidad sacerdotal de representantes de Dios ante el Pueblo, se orienta hacia su otro polo, de representantes del Pueblo ante Dios. Y esto, fijaos bien, no sólo para prodigar a los hombres, amados por amor a Cristo, toda la actividad, todo nuestro corazón, sino también y en una fase anterior sicológica, para asumir nosotros su representación: en nosotros mismos, en nuestro afecto, en nuestra responsabilidad, recogemos al Pueblo de Dios.

Somos no sólo ministros de Dios, sino también ministros de la Iglesia (Cf. Enc. Mediator Dei, AAS, 1947, p. 539); más aun, deberemos tener siempre presente que el Sacerdote cuando celebra la Santa Misa, hace « populi vices » (Pío XII, Magnificate Dominum, AAS, 1954 p. 688); y así, por lo que se refiere a la validez sacramental del sacrificio, el sacerdote actúa « in persona Christi »; mientras que en cuanto a la aplicación actúa como ministro de la Iglesia. (Cfr. Ch. Journet, L’Eglise du Verbe Incarné, I, p. 110, n. 1, 1° ed.; Cf. S. Th. III, 22, 1; Cf. 2 Cor. 5, 11).

Pidamos pues al Señor que nos infunda el sentido del Pueblo que representamos y que llevamos en nuestra misión sacerdotal y en nuestro corazón de consagrados a su salvación; del Pueblo que reunimos en comunidad eclesial, que convocamos en torno al altar, de cuyas necesidades, plegarias, sufrimientos, esperanzas, debilidades y virtudes somos intérpretes. Nosotros constituimos, en el ejercicio de nuestro ministerio cultual, el Pueblo de Dios.

Nosotros hacemos coincidir en nuestro carácter representativo y ministerial las diversas categorías que componen la comunidad cristiana: los niños, los jóvenes, la familia, los trabajadores, los pobres, los enfermos y también los lejanos y los adversarios. Nosotros somos el amor que une a las gentes de este mundo. Somos su corazón. Somos su voz, que adora y ruega, que goza y llora. Nosotros somos su expiación (Cf. 2 Cor 5, 21). Somos los mensajeros de su esperanza.

Haz, Señor, que comprendamos. Tenemos que aprender a amar así a los hombres. Y también a servirlos así. No nos costará estar a su servicio, al contrario, esto será nuestro honor y nuestra aspiración. No nos sentiremos nunca apartados socialmente de ellos, por el hecho de que seamos y debamos ser distintos en virtud de nuestro oficio. No rehusaremos jamás ser para ellos hermanos, amigos, consoladores, educadores y servidores.

Seremos ricos con su pobreza y pobres en medio de sus riquezas. Seremos capaces de comprender sus angustias y de transformarlas no en cólera y en violencia, sino en la energía fuerte y pacífica de obras constructivas. Sabremos estimar que nuestro servicio sea silencioso (Cf. Mt. 6, 3.), desinteresado (Cfr Mt 10, 8) y sincero en la constancia, en el amor y en el sacrificio; confiados en que tu poder, Señor, lo hará un día eficaz (Cf. Jn 4, 37). Tendremos siempre delante y dentro del espíritu, a la Iglesia, una, santa, católica, en peregrinación hacia la meta eterna; y llevaremos grabada en la memoria y en el corazón nuestro lema apostólico: Pro Chisto ergo legatione fungimur (2 Cor 5, 20).

Mira, Señor; estos nuevos sacerdotes, estos nuevos diáconos harán propia la divisa, la consigna de ser embajadores tuyos, tus heraldos, tus ministros en esta tierra bendita de Colombia, en este cristiano continente de América Latina.

Tú, Señor, los llamaste, Tú los has revestido ahora de la gracia, de los carismas, de los poderes de la ordenación, sacerdotal en unos y diaconal en otros. Haz, que todos sean siempre ministros fieles tuyos.

Nos te suplicamos, Señor, que, mediante su ministerio y su ejemplo, se conserve la fe católica en estos países; se encienda con nueva luz y resplandezca en la caridad operante y generosa; Te pedimos que su testimonio haga eco al de sus Obispos y robustezca el de sus hermanos, a fin de que todos sepan alimentar la verdadera vida cristiana en el Pueblo de Dios; que tengan la lucidez y la valentía del Espíritu para promover la justicia social, para amar y defender a los Pobres, para servir con la fuerza del amor evangélico y con la sabiduría de la Iglesia, madre y maestra, a las necesidades de la sociedad moderna; y, finalmente, Te suplicamos que, recordando este Congreso, ellos busquen y gusten en el misterio eucarístico la plenitud de su vida espiritual y la fecundidad de su ministerio pastoral. ¡Te lo pedimos! ¡Escúchanos, Señor!  

BEATIFICACIÓN SOLEMNA DE MARÍA DE LOS APÓSTOLES

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo 13 de octubre de 1968

UN CRISTIANISMO TODO PROTESTADO AL SERVICIO DE LAS ALMAS

Señores Cardenales, Venerables Hermanos e Hijos amados y Fieles todos, y ustedes hoy merecedores de Nuestra particular consideración, ¡Excelentes Hermanas del Divino Salvador!

Que se nos permita, después de la ceremonia sagrada en honor a la nueva Beata María de los Apóstoles, Fundadora de las Religiosas Salvatorianas, y después de agradecer al Señor con el rito eucarístico celebrando su divina presencia y su perenne asistencia entre nosotros, a expresar, no como ilustración, sino como signo de nuestra complacencia, una palabra sobre esta beatificación, que alegra a toda la Iglesia; que llena de alegría y defuerte una numerosa familia religiosa femenina y consecuentemente la masculina que le dio su origen y nombre; que plantea como ejemplo común y edificación estimulante una figura de mujer fuerte y muy distintiva, que en su linaje y en sus virtudes naturales y cristianas honra a su gran patria; que se extiende por toda la tierra, donde las instituciones caritativas y la actividad religiosa de las Hermanas Salvatorianas dan fe de la vitalidad providente de la obra fundada por los más piadosos, hoy glorificada por la Iglesia; y que ofrece al mundo de hoy, y ciertamente al de mañana, el testimonio de un catolicismo que lucha enteramente por su servicio y su salvación. Complacencia, digamos, como la que surge en la mente de quienes quieren repasar la historia de Teresa von Wüllenweber, luego cubierta como un manto sagrado del nombre religioso de Maria degli Apostoli:

EL IDEAL DE LA EXISTENCIA ELECT: "APOSTOLADO Y MISIÓN"

Nuestra complacencia se limita, en este momento, a admirar el doble aspecto que define la vocación y la vida del Beato: el apostolado y la misión. No son dos aspectos distintos, casi como si calificaran una figura de dos caras; más bien, son dos títulos que encajan en una misma figura, que hizo del apostolado el motivo de su vida y el motivo de su entrega, su total abnegación por la causa de Cristo; y quería que su apostolado se atreviera a aspirar y llegar a su expresión evangélica y moderna más atrevida, la misionera.

A TREVES TODO LO POSIBLE POR EL REINO DE DIOS

¿Qué es el apostolado? Considerado en su sentido psicológico, donde la gracia anima la intimidad interior de nuestro espíritu, el apostolado es ante todo una voz interior que pronuncia, de vez en cuando, una valoración desconcertante de las cosas, anulando algunas, incluso las buenas y queridas, exaltando a otras. , creído difícil, ajeno, utópico; una voz inquietante y tranquilizadora a la vez, una voz tan dulce como imperiosa, una voz acosadora y a la vez amorosa, una voz que, coincidiendo con imprevistos y hechos graves, se vuelve en un momento atractivo, decisivo, casi revelador de nuestra vida y nuestro destino, incluso profético y casi victorioso, que finalmente escapa a toda incertidumbre, r; cada timidez e incluso cada miedo, y simplifica no para finalmente ponértelo fácil, deseable y feliz la respuesta de todo nuestro ser, en la expresión de esa sílaba, que revela el secreto supremo del amor: sí; sí, oh Señor, dime qué debo hacer, y me atreveré, lo haré. Como San Pablo, golpeado a las puertas de Damasco: "¿Quid vis me facere? ¿Que quieres que haga? ( Hechos 9, 5).

La raíz del apostolado está en esta profundidad: es vocación, es elección, es encuentro interior con Cristo, es abandono de la autonomía personal a su voluntad, a su presencia intrusa; es una cierta sustitución de nuestro corazón, pobre, inquieto, veleidoso ya veces infiel, pero ávido de amor, por el suyo, por el corazón de Cristo, que comienza a latir en su criatura elegida. Entonces se produce el segundo acto del drama psicológico del apostolado: la necesidad de difundir, la necesidad de hacer, la necesidad de dar, la necesidad de hablar, la necesidad de inculcar el propio tesoro, el propio fuego en los demás. De lo personal, el drama se vuelve social, del interior al exterior.

La caridad de la relación religiosa se convierte en la caridad de la relación con el prójimo. Y así como la primera caridad ha revelado dimensiones ilimitadas (cf. Efesios 3, 18), la segunda ya no quiere límites; el apostolado se convierte en la expansión continua de un alma, se convierte en la exuberancia de una personalidad poseída por Cristo y animada por su Espíritu, se convierte en la necesidad de correr, de hacer, de inventar, de atreverse tanto como sea posible por la difusión de la Reino de Dios, para la salvación de los demás, de todos. Es casi una intemperancia de acción, que sólo el choque con dificultades externas podrá moderar y modelar en obras concretas y por tanto limitadas.

EN LA IGLESIA HAY DIVERSIDAD DE MINISTERIO PERO UNIDAD DE MISIÓN

El siglo pasado, siglo de grandes convulsiones en las ideas y en la sociedad, ha conocido a muchas almas, a las que el Espíritu Santo ha infundido esta conciencia y esta energía, y de las que la Iglesia ha sacado su despertar y la recuperación de las riquezas perdidas en transformaciones culturales y sociales; el apostolado se ha convertido en la fórmula de muchas nuevas familias religiosas, las femeninas no inferiores en ardor e ingenio a las masculinas, y superiores en número. Entre ellos se encuentra la familia religiosa, que hoy obtiene, en la beatificación de su Fundadora, el más alto y auténtico reconocimiento de la Iglesia, una vez más encendida con fuego apostólico.

No es de extrañar, por tanto, que esa Hija Elegida de la Iglesia viva haya asumido para sí, casi como programa, el nombre que le decimos, María de los Apóstoles, y que haya descubierto su polo rector en el ideal misionero. Del amor de Cristo, recibido por él y correspondido por él, brota el apostolado; el espíritu misionero desde el apostolado. "El impulso misionero debe referirse a la apostolicidad de la Iglesia" (Journet, L'Eglise , II, 1208). Es ella quien escribe: "Siempre fue mi primera inclinación dedicarme a las misiones y ayudarlas como pueda" (carta citada); y poco antes: "Hace siete años le prometí al buen Dios, casi como un voto, dedicarme, en la medida de mis fuerzas, todo a las misiones" (Lett. a Mons. von Essen, 25-IV-1882) .

Intuyó que el campo misionero no sólo comienza más allá de los confines de la Iglesia ya fundada y desarrollada, sino que también se ofrece al apostolado en el ámbito territorial y sociológico de la Iglesia; la multiplicidad de sus obras lo demuestra; y quizás, en la plenitud de su entusiasmo apostólico, ha intuido también lo que en este siglo ha sido más claramente revelado a la conciencia de la Iglesia y que el reciente Concilio ha declarado expresamente; es decir, "la vocación cristiana es por su naturaleza también vocación al apostolado" ( Apost. actuos . n. 2); y además que "en la Iglesia hay diversidad de ministerio, pero unidad de misión" ( ib..), la qual cosa confortò in lei, donna, a intraprendere l’apostolato missionario, propriamente detto, cioè lo sforzo d’annunciare il Vangelo e di fondare la Chiesa dove ancora né l’uno è arrivato, né l’altra è stabilita, quando non esistevano, o appena stavano sorgendo, famiglie religiose femminili a ciò consacrate. Fu ardimento provvidenziale e immediatamente fecondo. Non possiamo tacere, a questo punto, il nome d’un Sacerdote tedesco, che fu alla Beata ispiratore e maestro, il servo di Dio Padre Francesco Maria della Croce, al secolo Giovanni Battista Jordan, fondatore dei Salvatoriani. E non possiamo guardare queste due fiorenti ed esemplari famiglie religiose dei Salvatoriani e delle Salvatoriane, delle quali Roma si onora d’aver ospitato le prime sedi, e sparse ormai in tutto il mondo, senza esprimere la Nostra ammirazione, la Nostra riconoscenza e la Nostra fiducia.

LAS INSTITUCIONES VIVIENTES Y OPERATIVAS PARA IRRADIAR EL MENSAJE DEL EVANGELIO

Y no podemos, para concluir, recordar que estos maravillosos hechos eclesiales, estos prodigios de fe y caridad, estas instituciones vivas y trabajadoras (¡llamémoslas estructuras canónicas!) De la Iglesia contemporánea, han nacido, han crecido, están consagradas en el más ferviente dedicación y generosidad a la irradiación del mensaje del Evangelio y al bien de la humanidad en la firme convicción de que Jesucristo es el Salvador, es el verdadero Salvador, es el único Salvador, es el Salvador necesario; y en la elocuente experiencia de que de esta tumba del apóstol Pedro, punto de convergencia y punto de partida, centro de unidad y catolicidad, brota el amor apostólico y deriva ese mandato misionero, que configuran su apariencia religiosa, nutren sus incansables energías, santifica a sus valientes huestes.

Que la nueva beata, con su brillante ejemplo, con su protección celestial, fije para siempre esta visión y confirme este voto.

Saludos a los compatriotas del Beato. "Representa auténticamente la noble y fuerte tradición católica del pueblo germánico".

Representa auténticamente la noble y fuerte tradición católica del pueblo germánico, posee las mejores virtudes del carácter germánico formado por el espíritu sincero y la profesión católica franca, demuestra hasta su juventud una exquisita sensibilidad religiosa y una fuerte conciencia moral, por lo que ella dirige inmediatamente su vida hacia un arduo y sublime ideal de perfección religiosa que sólo en la edad adulta se concreta en un plan de apostolado misionero, titulado al Divino Salvador. Este evento, del que se originará la nueva Congregación religiosa de las Hermanas Salvatorianas, tiene lugar bajo la dirección de un gran y humilde sacerdote alemán Giovanni, luego Francesco Maria Jordan, aquí en Roma, donde la nueva fundación encuentra su cuna y su espíritu. . Una vez más, en la historia de la Iglesia,

También por este hecho María de los Apóstoles se convierte en maestra de renovada vitalidad cristiana: la naturaleza y la riqueza de su obra lo prueba. También se convierte en un símbolo, un ejemplo, un deseo, demostrando en su persona que la Iglesia ha considerado digno de la Bendición, y en su familia religiosa cuánto y cómo esa feliz fusión puede ser honorífica para el nombre alemán, fecunda para el católico. causa., universal para su difusión en el mundo, benéfica para la humanidad, gloriosa por el nombre de Jesucristo nuestro Salvador.

Estamos muy contentos por esto y expresamos Nuestra íntima satisfacción, impartiendo a quienes, en esta Basílica y en todo el mundo, la comparten, Nuestra Bendición Apostólica.

RITO SAGRADO EN EL DÍA DEL "CORPUS DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 5 de junio de 1969

Venerables hermanos, queridos hijos,

El rito, que nos encuentra reunidos en este momento de la evocadora víspera romana, es, como veis, una celebración de culto público, exterior y solemne en honor a la Eucaristía. Es un deber y una alegría del pueblo cristiano; es una alegría para las almas que miran a Cristo con fe ; es un acto comunitario de amor por él, rey y centro de todos los corazones, el pastor que nos alimenta con su carne y su sangre. La solemnidad del Corpus Domini fue deseada por la Iglesia precisamente para que sus hijos pudieran expresar su alabanza a Cristo con la sonoridad de la voz, con plenitud de amor, con sobria alegría de júbilo - sit laus plena, sit sonorous, sit iucunda, sit decora: para que también exteriormente manifestaran esa gratitud que el Jueves Santo, día de la conmemoración de la institución de la Eucaristía, se transformó en tristeza, en contemplación amorosa, en participación silenciosa en la inminente Pasión del Redentor, sumergiéndose entonces en el recuerdo. , oración, adoración. Hoy, aquel celebrado lleno de cariño estalla en júbilo, se libera en el canto, se levanta de la vía pública, en todas las ciudades y distritos del mundo católico, para celebrar la caridad de Cristo, que se ofreció en la Cruz por nosotros, y porque se entregó, hasta dejarnos su Cuerpo y su Sangre, la renovación de su sacrificio, su presencia misteriosa y real, el Pan de vida eterna, el memorial de su Pasión, la prenda de la resurrección final.

MISTERIO DE LA FE

Por tanto, estamos llamados a regocijarnos externamente; y que el Papa se complazca con ustedes, hijos de Roma, con ustedes, habitantes de esta populosa zona de la ciudad, con ustedes, Autoridades y representantes de las Autoridades, el Clero y las Familias religiosas, con ustedes, miembros de organizaciones parroquiales y asociaciones interparoquiales, asociaciones de Acción Católica, apostolado laical, desde los pequeños de Primera Comunión a los jóvenes generosos, a los adultos de todas las edades: con tu presencia nos cuentas cómo este deber gozoso del pueblo cristiano hacia la Eucaristía ha entrado tan profundamente en sus corazones, que era natural y lógico que vinieran aquí para rendir su tributo público de amor a Cristo.

Esta ceremonia solemne nos obliga también a reflexionar, a repensar, a tomar conciencia de este Misterio de fe y caridad, Mysterium fidei , repite el sacerdote en el momento más sagrado de la Misa: Mysterium fidei hace eco al pueblo, vitoreando. La Eucaristía es, de hecho, un misterio central y, por tanto, debemos confirmar y aclarar en nosotros mismos, en esta gran e impresionante ocasión, alguna idea buena, alguna grandiosa, alguna estimulante sobre el Santísimo Sacramento.

Ciertamente no es posible, en breves instantes, agotar su contenido, insondable, a cuya penetración cada vez más profunda, a lo largo de los siglos, contribuyó la sabiduría de los Padres, el genio de los teólogos, la experiencia vivida de los santos. Pero esta noche nos gustaría llamar su atención sobre el nombre que la piedad cristiana da a la Eucaristía. ¿Cómo lo llamamos habitualmente? La "Comunión". Está bien, eso es correcto. Pero ¿Comunión con quién? Y aquí el horizonte se expande, se expande, se expande en un radio ilimitado. Es una doble comunión: con Cristo y entre nosotros, que en él somos y somos hermanos.

"SIGNUM UNITATIS"

La Eucaristía es ante todo Comunión con Cristo, Dios de Dios, Luz de Luz, Amor de Amor, vivo, verdadero, sustancial y sacramentalmente presente, Cordero sacrificado por nuestra salvación, Maná refrescante para la vida eterna, Amigo, Hermano, Esposo, misteriosamente escondido y rebajado bajo la sencillez de las apariencias, pero glorioso en su vida resucitada, que vivifica comunicándonos los frutos del misterio pascual. 

Oh, nunca habremos meditado lo suficiente sobre la riqueza que nos abre esta íntima comunión de fe, amor, voluntad, pensamientos, sentimientos, con el Cristo Eucarístico. La mente está perdida, porque tiene dificultad para comprender, los sentidos dudan, porque se enfrentan a realidades comunes y conocidas: el pan y el vino, los dos elementos más simples de nuestra alimentación diaria. 

Sin embargo, el mismo "signo" con el que esta divina presencia se nos ofrece, nos muestra cómo debemos pensarlo: el pan y el vino, estas especies tan comunes, tienen el valor de un símbolo, un signo: ¿un signo de qué? ¡Oh, qué grande es la potencia de Cristo, que también aquí, según su estilo -que es el estilo de Belén, de Nazaret, del Calvario- esconde las más grandes realidades bajo las más humildes apariencias y, precisamente por eso, a todos accesibles : este sacramento es signo de que Cristo quiere ser nuestro alimento, nuestro sustento, principio interior de vida de cada uno de nosotros, y nos aplica los frutos de su encarnación, con la que -como bien dijo el Concilio- "el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre "(Gaudium et spes , 22).

La encarnación se extiende en el tiempo, de modo que todo cristiano se convierte verdaderamente, como el pámpano que se alimenta del tronco de la única vid ( Io . 15, 1), la extensión de Cristo, y puede decir con el apóstol Pablo: "Ya no vivo. , pero Cristo vive en mí. La vida que vivo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí ”( Gal . 2, 20). Se multiplica para estar disponible para todos, para ser para todos: ignorado, quizás; descuidado, quizás; ofendido, quizás; pero cerca, pero presente, pero trabajando por los que creen, por los que esperan, por los que aman.

Si la Eucaristía es un gran misterio, que la mente no comprende, al menos podemos comprender el amor, que allí brilla con una llama secreta y consumidora. Podemos reflexionar sobre la intimidad que Jesús quiere tener con cada uno de nosotros; es su promesa, son sus palabras, las que la liturgia nos ha repetido hoy: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él. . . Quien me come, él también vivirá para mí: vivet propter me "( Io . 6, 56-57). Él es el Pan de vida eterna, para nosotros los peregrinos de este mundo, que a través de Él ya somos transportados e introducidos por el rápido fluir del tiempo a la orilla de la eternidad.

Comunión con Cristo, por tanto, Eucaristía, como sacramento y como sacrificio: pero también comunión entre nosotros hermanos, con la comunidad, con la Iglesia: y es Revelación volver a decirnos, en palabras de Pablo: "Ya que hay es un solo pan, nosotros, que somos muchos, formamos un solo cuerpo; ya que todos compartimos de este único pan ”( 1 Cor . 10, m). 

El Concilio Ecuménico Vaticano II puso de relieve esta realidad cuando llamó a la Eucaristía "fiesta de comunión fraterna" ( Gaudium et spes , 38); cuando dijo que los cristianos, "alimentándose del cuerpo de Cristo en la Sagrada Comunión, muestran concretamente la unidad del Pueblo de Dios, que por este augusto sacramento se expresa adecuadamente y se realiza admirablemente" ( Lumen Gentium, 11).

Y verdaderamente, la Eucaristía pretende unir en unidad a los creyentes, los creyentes que somos, unidos a todos los hermanos del mundo. Ésta es otra caridad: partiendo de Cristo, debemos ejercerla. Y la celebración de la Eucaristía es siempre un principio de unión, de caridad, no sólo en el sentimiento, sino también en la práctica: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( Io . 15, 12). 

Es el "mandamiento nuevo", el que debe distinguir a los hijos de la Iglesia: y encuentra la razón, el ímpetu, el manantial secreto en la Comunión, en la Misa, que es la celebración de la comunidad cristiana, el alimento de caridad. «En toda comunidad que participa en el altar -aún es el Concilio el que nos lo repite-. . . se ofrece el símbolo de esa caridad y unidad del Cuerpo Místico, sin el cual no puede haber salvación (S. THOM.,Summ. Theol . III, 73, 3). En estas comunidades, aunque a menudo pequeñas y pobres, o dispersas, Cristo está presente, en virtud de quien está reunida la Iglesia ”( Lumen gentium , 26).

TRABAJA PARA OTROS

Por tanto, el amor que parte de la Eucaristía es un amor radiante: se refleja en la fusión de los corazones, en el afecto, en la unión, en el perdón; nos hace comprender que debemos gastarnos en las necesidades de los demás, de los pequeños, de los pobres, de los enfermos, de los presos, de los exiliados, de los que sufren. 

Esta caridad también mira a los hermanos lejanos, a quienes la aún no perfecta unidad con la Iglesia católica no les permite sentarse a la misma mesa con nosotros, y nos hace rezar para que el momento se apresure. 

Esta "comunión" también tiene una reflexión social, porque empuja hacia la solidaridad mutua, las obras de caridad, el entendimiento mutuo, el apostolado: ambos en la Iglesia, "cuyo bien espiritual común está sustancialmente contenido en el sacramento de la Eucaristía" (S THOM ., Summ. Theol.III, 65, 3 ad 1), ambos entre nosotros, que, comunicándonos junto con el Pan de vida, nos convertimos en "el Cuerpo de Cristo: no muchos, sino un solo cuerpo", y así permanecemos unidos unos con otros y con Cristo en el Sacramento (cfr. S. IOANN. CHRYSOSTOMUS, En 1 Cor ., Hom. 24, 17; PG 61, 200) y trabajamos nuestro bien, que es "el cariño, el amor fraterno, estar unidos y unidos, en un vida que transcurre en paz y mansedumbre "(ID., En Ep. ad Rom. , 26, 17; PG 60, 638).

¡Amados hermanos e hijos! La enseñanza que nos llega del Sacramento Eucarístico reaviva, pues, estas profundas convicciones en la Iglesia romana, cabeza y centro de todas las Iglesias, como en todas las comunidades del mundo, a las que hoy nos sentimos más unidos por los lazos de fe y amor.: hacer arder nuestro amor a Cristo, renovando ante él el compromiso de un testimonio constante, generoso, que nunca transige con el espíritu del mundo corrupto y corruptor; y nos insta a amarnos a nosotros mismos "como él nos amó", viviendo en la auténtica caridad del Evangelio, sintiendo las necesidades de los demás, a llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran, en el signo de la participación en su Pan de la vida.

¿Quieres responder a esta petición que el Papa te hace esta noche en nombre de Cristo? De ello estamos seguros, por el progreso humano y social de esta ciudad nuestra, por el bien de la sociedad en su conjunto, por la defensa de la familia, por la fidelidad a la Iglesia. Y en el nombre de Cristo los bendecimos, abrazando a sus familias, a sus hijos, a sus enfermos, a sus hogares, a su trabajo con la señal de la Cruz; hacer a todos ustedes, aquí presentes, y a toda la Iglesia, una sola ofrenda de dulce perfume a Dios, que Él apreciará y corresponderá con la plenitud de sus dones. Amén, amén.

CELEBRACIÓN DEL «CORPUS DOMINI» EN LAS EXTERIORES DE LA URBE

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Solemnidad del "Corpus Domini"
Jueves 28 de mayo de 1970

¡Queridos hermanos e hijos!

Nuestro primer saludo reverente y respetuoso va al cardenal Angelo Dell'Acqua, nuestro vicario general para esta querida Diócesis de Roma, y ​​queremos saludar y bendecir, con una íntima unión de fe y caridad, a toda nuestra diócesis de Roma, presente. aquí., o representado aquí.

SALUDOS PATERNALES

A continuación, saludamos cordialmente a vuestro párroco Don Carlo Bressan, digno hijo de Don Bosco, que con sus buenos cohermanos presta su ministerio pastoral a esta nueva parroquia, galardonada con el hermoso título de Santa Maria della Speranza; lo mismo a toda la Parroquia, que se está convirtiendo, con sus oratorios salesianos, masculinos y dos femeninos, en una comunidad numerosa, viva y orgánica: a todos ya cada miembro de ella, especialmente a las familias cristianas, nuestro saludo afectuoso y de bendición. Lo extendemos a las parroquias cercanas, a todo el distrito y a todos los que vinieron a esta celebración para honrar a nuestro Señor Jesucristo en el sacramento eucarístico: gracias a todos ustedes por su presencia, que no estará exenta de abundantes bendiciones del Señor.

Aún otros saludos especiales: a los jóvenes, a quienes conocemos aquí asistidos y animados por el espíritu de San Juan Bosco; ¡Gente joven! Un gran saludo para ti: te llevamos en el corazón y hoy en la oración de esta Misa especial; tenemos confianza en tu fe en Cristo, en tu fidelidad a la Iglesia, en tu sentido de caridad social por el bien de toda esta naciente y floreciente comunidad parroquial. Entonces nuestros pensamientos van a todos aquellos que necesitan consuelo y ayuda: los que sufren, los pobres, los extraños, los niños, los infelices; por todos invocamos de Nuestra Señora de la Esperanza, de Cristo amigo de todos los atribulados el consuelo del corazón y la asistencia de la caridad de los hermanos, que aquí, esperamos, no los dejarán fallar.

Dirigimos un gran saludo a la cercana Universidad Salesiana, que suma a sus méritos el de albergar la parroquia, a la espera de que también tenga su propia iglesia. Y a todas las instituciones que pertenecen a este nuevo y ya célebre Ateneo, y especialmente a su digno Rector Don Luigi Colonghi y a todo el distinguido cuerpo universitario, Profesores y Estudiantes, un sincero deseo de prosperidad y particular asistencia de la Sabiduría divina.
Por último saludamos con devota cordialidad al cardenal Carlo Wojtyla, arzobispo de Cracovia, y con él a los venerables hermanos en el episcopado polaco, que lo acompañan y que guían con él al numeroso y querido grupo de sacerdotes polacos peregrinos a Roma y presentes hoy aquí. . Su presencia nos recuerda el aniversario que celebran de su ordenación sacerdotal; nos recuerda el gran sufrimiento que no pocos de ellos, prisioneros y deportados durante la guerra, soportaron con fuerza invencible y paciencia cristiana; nos recuerda su patria, la Polonia católica, una nación querida por nosotros, por cuya prosperidad civil y religiosa, oraremos hoy con sinceridad, sinceramente agradecidos de tener con nosotros hoy una representación tan conspicua de ese país heroico y cristiano.

Para celebrar bien la fiesta que nos reúne aquí, la fiesta del "Corpus Domini", fiesta del sacramento eucarístico, necesitamos un momento de reflexión, como lo estamos haciendo ahora.

COMUNIDAD VIVA

Un momento de reflexión. Empecemos así: ¿quiénes somos? Somos Iglesia; una porción de la Iglesia católica, una comunidad de creyentes unidos en la misma fe, en la misma esperanza, en la misma caridad, una comunidad viva en virtud de una animación, que nos viene del Señor, de Cristo mismo y que su El espíritu nutre; somos así parte de su cuerpo místico.

Ahora la Iglesia posee en sí misma un secreto, un tesoro escondido, un misterio. Como un corazón interior. Posee al mismo Jesucristo, su fundador, su maestro, su redentor. Cuidado: lo tiene presente. ¿Aquí estoy? Sí. ¿Con la herencia de su Palabra? Sí, pero también con otra presencia. ¿El de sus ministros? de sus apóstoles, de sus representantes? de sus sacerdotes? es decir, de su tradición ministerial? Sí; pero hay más. El Señor ha dado a sus sacerdotes, a estos ministros calificados suyos, un poder extraordinario y maravilloso: el de hacerle presente de manera real y personal. Yo vivo? Sí. ¿Solo él? Sí, realmente Él. Pero, ¿dónde está, si no se le puede ver? Aquí está el secreto, aquí está el misterio: la presencia de Cristo es verdadera y real, pero sacramental. Es decir, oculto, pero a la vez identificable.

Entonces, ¿es un milagro? Sí, de un milagro, que Él, Jesucristo, dio el poder de realizar, de repetir, de multiplicar, de perpetuar a sus Apóstoles, haciéndolos Sacerdotes y dándoles este poder de hacer presente todo su Ser, divino y humano, en este Sacramento, que llamamos Eucaristía, y que bajo las apariencias de pan y vino contiene el Cuerpo, la Sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo. Es un misterio, pero es la verdad. Y es esta verdad milagrosa, poseída por la Iglesia católica, y custodiada con una conciencia celosa y silenciosa, la que celebramos hoy, y queremos, en cierto sentido, publicar, manifestar, mostrar, hacer entender, comprender. exaltar. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, celebra hoy el Cuerpo real de Cristo, presente y escondido en el Sacramento de la Eucaristía.

VERDAD MILAGROSA

¿Pero es difícil de entender? Sí, es difícil; porque es un hecho real y muy singular, realizado por el poder divino, y que sobrepasa nuestra normal y natural capacidad de comprensión. Debemos creer en él, en la palabra de Cristo; es el "misterio de la fe" por excelencia.

Pero tengamos cuidado. El Señor se nos presenta, en este sacramento, no como es, sino como quiere que lo consideremos; cómo quiere que nos acerquemos a él. Se nos presenta bajo el aspecto de signos, de signos especiales, de signos expresivos, elegidos por él, como si dijera: mírame así, conóceme así; los signos del pan y el vino te dicen lo que quiero ser para ti. Nos habla a causa de estas señales y nos dice: así que ahora estoy entre ustedes.

PRESENCIA REAL

Por tanto, si no podemos disfrutar de la presencia sensible, podemos y debemos disfrutar de su presencia real, pero bajo su aspecto intencional. ¿Cuál es la intención de Jesús que se entrega a nosotros en la Eucaristía? ¡Oh! esta intención, si reflexionamos bien, nos es muy abierta, y nos dice muchas, muchas cosas de Jesús; sobre todo nos habla de su amor. Nos dice que él, Jesús, escondido en la Eucaristía, se revela en la Eucaristía; se revela en el amor.

El "misterio de la fe" se abre en un "misterio de amor". Piensa: aquí está el vestido sacramental, que al mismo tiempo esconde y presenta a Jesús; pan y vino, dado por nosotros.
Jesús se da a sí mismo, se da a sí mismo. Ahora bien, este es el centro, el punto focal de todo el Evangelio, de la Encarnación, de la Redención: Nobis natus, nobis datus : nacido para nosotros, dado por nosotros.

¿Para cada uno de nosotros? Sí, para cada uno de nosotros. Jesús multiplicó su presencia real pero sacramental, en tiempo y en número, para poder ofrecernos a cada uno, digámosle a cada uno, la suerte, la alegría de acercarnos a él, de poder decir: él es para mí. , él es mío. "Me amó, dice San Pablo, y se entregó por mí". ( Gálatas 2. 20).

¿Y para todos también? Si, para todos. Otro aspecto del amor de Jesús, expresado en la Eucaristía. Conoces las palabras con las que Jesús instituyó este Sacramento, y que el Sacerdote repite en la Misa, en la consagración: «cómelos todos, beberlos todos". Tanto es así que este mismo Sacramento se instituye durante una cena, un camino y un tiempo, familiar y ordinario, de encuentro, de unión. La Eucaristía es el sacramento que representa y produce la unidad de los cristianos; este es un aspecto característico de la Eucaristía, muy querido por la Iglesia y muy considerado hoy. Por ejemplo, el Concilio reciente dice, con palabras muy significativas: Cristo "instituyó en su Iglesia el maravilloso sacramento de la Eucaristía, mediante el cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia" ( Unitatis redintegratio , 2). 

San Pablo, primer historiador y primer teólogo de la Eucaristía, ya había dicho: "Formamos un solo cuerpo, todos los que compartimos el mismo pan" ( 1 Cor.. 10, 17). Es realmente necesario exclamar, con San Agustín: «¡Oh Sacramento de bondad! o signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad! " (S. AUG., En I. Tr. , 26; PL 15, 1613). Aquí: de la presencia real, tan simbólicamente expresada en la Eucaristía, se derrama una irradiación infinita, una irradiación de amor. De amor permanente. Del amor universal. Ni el tiempo ni el espacio le imponen límites.

Una pregunta más: ¿pero por qué este simbolismo se expresa a través de las especies de alimentos: pan y vino? Aquí también la intención es clara: el alimento entra en quien se alimenta, entra en comunión con él. Jesús quiere entrar en comunión con los fieles que toman la Eucaristía, tanto que estamos acostumbrados a decir que al tomar este sacramento hacemos "comunión". Jesús quiere no solo estar cerca, sino en comunión con nosotros: ¿podría amarnos más? ¿Y por qué es esto? porque quiere ser, como alimento del cuerpo, principio de vida, de vida nueva; Lo dijo: «El que come, vivirá; vivirá de mí; vivirá por la eternidad "(Cf. Io . 6, 48-58). ¿Adónde llega el amor de Cristo?

SACRIFICIO Y SALVACIÓN

Y habría otro aspecto a considerar: ¿por qué dos alimentos, pan y vino? Dar a la Eucaristía el sentido y la realidad de carne y hueso, es decir, de sacrificio, figura y renovación de la muerte de Jesús en la cruz. Nuevamente palabra del Apóstol: "Siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, renovaréis el anuncio de la muerte del Señor hasta que Él venga" ( 1 Co 11, 26). ¡Amor extremo por Jesús! Su sacrificio por nuestra redención está representado en la Eucaristía, para que se nos extienda el fruto de la salvación.

Amor de Cristo por nosotros; aquí está la Eucaristía. Amor que se da, amor que permanece, amor que se comunica, amor que se multiplica, amor que se sacrifica, amor que nos une, amor que nos salva.

Escuchemos, queridos hermanos e hijos, esta gran lección. El Sacramento no es sólo este denso misterio de verdades divinas de las que nos habla nuestro catecismo; es una enseñanza, es un ejemplo, es un testamento, es un mandamiento.

Precisamente en la noche fatal de la Última Cena, Jesús tradujo esta lección de amor en palabras inolvidables: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( Io . 13, 34). ¡Ese "cómo" es terrible! ¡Debemos amar como él nos amó! ¡Ni la forma, ni la medida, ni la fuerza del amor de Cristo, expresado en la Eucaristía, será posible para nosotros! pero no por eso su mandamiento, que emana de la Eucaristía, es menos exigente para nosotros: si somos cristianos, debemos amar: "En esto todos sabrán que sois mis discípulos, si tenéis amor mutuo" (ibíd . 35).
Celebramos el "Corpus Domini". Pensamos: celebramos la fiesta del Amor. Del amor de Cristo por nosotros, que explica todo el Evangelio. Debe convertirse en una fiesta de nuestro amor a Cristo y de Cristo a Dios, que es todo lo que debemos hacer más indispensable y más importante en nuestra vida, destinada precisamente al amor de Dios. Entre nosotros, de nuestro amor a nuestros hermanos - y todos son hombres, desde los más cercanos hasta los más lejanos; a los más pequeños, a los más pobres, a los más necesitados, hasta los que eran desagradables o enemigos. Esta es la fuente de nuestra sociología, esta es la Iglesia, la sociedad del amor. Y, por tanto, de todas las virtudes religiosas y humanas que conlleva el amor de Cristo, del don de uno mismo por los demás, de la bondad, de la justicia, de la paz, especialmente.
       Quizás, tanto se dice sobre el amor, ¡ay! de cual amor -, que creemos que conocemos el significado y la fuerza de esta palabra. Pero solo Jesús, solo la Eucaristía, puede enseñarnos su significado total, verdadero y profundo. Y aquí estamos celebrando, humildes, recogidos, exultantes, la fiesta del "Corpus Domini".

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Jueves 10 de junio de 1971

¡Saludos a todos, queridos hermanos e hijos!

A ustedes, sacerdotes, operadores y ministros de la Eucaristía: hoy la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es una gran fiesta para su elección, para su mediación, para su doble identificación: con el Pueblo de Dios, al que pertenecen. , como hermanos y servidores en el ministerio; con Cristo, de quien ejercen los poderes prodigiosos que los asimilan a él, como sacerdotes y como víctimas en el sacrificio eucarístico. Medita y regocíjate en el silencio: ¡es tu celebración!

Saludos a todos ustedes, fieles, que aquí para nosotros representan a la Roma católica, la ciudad central de toda la Iglesia, su historia, su fidelidad, su vitalidad actual; ¡y quieres estar con Nosotros para celebrar el encuentro sacramental y perenne con Cristo vivo, en la fe, en la esperanza, en el amor!

A ustedes, en especial, queridos, queridos Enfermos Enfermos, que traen a esta celebración el incienso ardiente y perfumado de su dolor, y que nos dan la paciente alegría de encontrarse con ustedes, de estar cerca de ustedes durante una hora, de expresar Nuestro conmovedor. cariño para ti., para compartir tus dolores y tus oraciones, salud! ¡salud! ¡Oh! como quisiéramos que en este deseo estuviera la virtud, que significa y espera, esa salud que Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre, confería a los enfermos y dolientes, encontró durante su estancia terrena: Él sí, todos consoló y sanó: "De él, escribe San Lucas, el evangelista médico, emanaba una fuerza que sanaba a todos" ( Luc.. 6, 9). 

Este poder milagroso no nos ha sido transmitido, pero ciertamente no menos precioso, de comunicar no salud física, sino salvación espiritual; y esta hora queremos hacerte saborear de alguna manera celebrando junto a ti y para ti esta fiesta misteriosa y grandiosa del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Sufres de dos males, uno físico, que los médicos y asistentes tratan, con tanta habilidad y cuidado, de remediar; la otra espiritual, que no es menos grave, sentida y complicada: al menos esta celebración puede reconfortarla.

MISTERIO DE LA PRESENCIA

¿Por qué? Escuche por un momento. ¿Cuál es el verdadero significado de esta ceremonia? ¿Qué ocurrirá durante este rito, como siempre, cuando se celebre una Misa? Sucederá esto: que Jesús, precisamente Él, Jesucristo estará presente, estará aquí, estará entre nosotros, estará para ti. Estamos recordando no solo su memoria, sino su presencia, su presencia real, velada, escondida, accesible solo a quienes creen en su palabra divina, repetida y poderosa, por quienes poseen su prodigioso sacerdocio, pero presencia verdadera, viva, personal. Él, bendito Jesús, estará presente. 

La Eucaristía es ante todo un misterio de presencia. Pensemos detenidamente: Jesús mantiene su palabra profética en esta forma y en esta hora: "Estaré contigo hasta el fin de los tiempos" ( Mateo 28, 28). "No los dejaré huérfanos, vendré a ustedes" (Yo . 14, 18). Entonces él dijo, y así lo hace: Él estará aquí, para Nosotros, para ustedes, para cada uno de ustedes. Ahora diga, oprimido por el sufrimiento: ¿no es la soledad, la sensación de estar solo y casi separado de todos, lo que hace que su sufrimiento sea grave, ya veces insoportable y desesperado? El dolor es, en sí mismo, aislante; y esto da miedo y aumenta el dolor físico. Bueno, para los que creen en la Eucaristía, para los que tienen la suerte de recibirla, esta tremenda soledad interior ya no existe. Él, Jesús, está con los que sufren. Conoce el dolor. Lo consuela. Lo comparte. Él es el médico interior. Es el amigo del corazón. Escucha los gemidos del alma. Habla en lo profundo del espíritu.

EL EJEMPLO DE JESÚS

Por tanto, escuchen de nuevo este lenguaje propio de la Eucaristía. Les dijimos: Jesús estará presente. Pero, ¿cómo estará presente? Estará presente, aunque sin sangre, como "el varón de dolores " ( cf. Is . 53, 3 ) ; como víctima, como "cordero de Dios " ( Io . 1, 29 ) ; estará presente como estuvo en la hora de su pasión, de su sacrificio, como crucifijo. Esto significa la doble especie de pan y vino, figuras del Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo. 

Jesús se ofrece a sí mismo por nosotros y por nosotros mientras estaba en la cruz, sacrificado, torturado, consumido por el dolor llevado a su más alto grado de sensibilidad física y desolación espiritual; recuerda sus dolores muy humanos: «¡Tengo sed! "(Yo . 19, 28 ) ; y sus inefables tormentos: «¡Dios! ¡Dios! ¿por qué me has abandonado? »( Mateo 27, 46 ) ; ¿Te acuerdas? ¿Quién sufrió tanto como Jesús? El sufrimiento es proporcional a dos medidas: a la sensibilidad (¿y qué sensibilidad más fina que la de Cristo, Hombre-Dios?), Y al amor: la capacidad de amar se mide por la capacidad de sufrir. ¿Entienden cómo Jesús es su ejemplo, su colega, hombres y mujeres, que traen aquí sus dolorosas vidas? ¿Entiendes por qué hemos querido celebrar la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo precisamente contigo?

OFRECE EL DOLOR PARA LA IGLESIA

Y te contamos más: ¿entiendes ahora qué es la comunión y qué consigue en ti la toma de la Eucaristía? Es la fusión de tu sufrimiento con el de Cristo. Cada uno de vosotros puede repetir, con mayor razón que cualquier otro fiel que se comunique, las palabras de san Pablo: «. . . Me regocijo en el sufrimiento. . . . y hago en mi carne lo que les falta a los sufrimientos de Cristo "( Col.. 1, 24). ¡Sufriendo con Jesús! ¡Qué suerte, qué misterio! Aquí tienes una gran noticia: ¡el dolor ya no es inútil! ¡Si se une al de Cristo, nuestro dolor adquiere algo de su virtud expiatoria, redentora y salvadora! ¿Entiendes ahora por qué la Iglesia honra y ama tanto a sus hijos enfermos y desdichados? Porque son el Cristo sufriente que, precisamente en virtud de su pasión, salvó al mundo. Ustedes, queridos enfermos, pueden cooperar en la salvación de la humanidad si saben unir sus dolores, sus pruebas con las de Jesús, que ahora vendrá a ustedes en la Sagrada Comunión.

Y luego dirijámonos una oración, sugiriendo que entregue a sus sufrimientos la misma intención que inspiró al Apóstol, cuyas famosas palabras le hemos citado, estas otras que integran su pensamiento: Disfruto, dijo, de sufrir por completar. la pasión del Señor "a favor de su cuerpo (místico), que es la Iglesia" ( ibid. ): bueno, esto te lo pedimos, que tienes que ofrecer (ver: ¡el sufrimiento se convierte en ofrenda!) tus dolores por la iglesia. ; sí, para toda la Iglesia, y para esta romana en particular. Puede que conozcas sus necesidades.

Tendrás, y así juntos habremos celebrado dignamente la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: fiesta de dolor, amor, consuelo, esperanza y salvación, ¡para ti y para todos!

CELEBRACIÓN DE ORACIÓN POR LA UNIÓN DE CRISTIANOS

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes, 24 de enero de 1972

Nuestra conversación con Dios se interrumpe por un instante para convertirse en conversación con la "Ecclesia", con la asamblea aquí reunida, con ustedes, hermanos, aquí presentes, como para tener la seguridad mutua de que queremos cumplir la conocida palabra evangélica de estar reunidos en el nombre de Cristo y, por tanto, tenerlo a Él mismo, Cristo nuestro Señor, entre nosotros (cf. Mat . 18:20 ). 

Cristo está aquí. Honramos su presencia. Celebramos este misterio, resultado precisamente de que el motivo de nuestro reencuentro es la confesión de su nombre, no sólo reconocido e invocado fuera de nosotros, sino sentido en su atribución interior a cada uno de nosotros: todos somos cristianos, tenemos insertado, mediante el bautismo, en el Cuerpo místico de Cristo, que es su Iglesia (Cf. Const. Sacrosanctum Concilium , 6 y 7; Const. Lumen gentium , 15; Decreto Unitatis redintegratio , 2-3), todos nos hemos convertido en hijos de Dios, nuestro inefable Padre celestial, todos tenemos fe en Él, Cristo el Señor, y todos esperamos de Él ser perdonados, redimidos y salvos, en la misma vida. -Dar Espíritu Santo y santificar. Aquí ya está la base de esa unidad ecuménica, que buscamos con pasión.

Porque ecuménica es la intención de esta ceremonia, destinada a acoger y saludar entre nosotros a un eminente representante de la venerable Iglesia Ortodoxa, el Metropolitano Melito de Calcedonia, enviado por Su Santidad el Patriarca Atenágoras de Constantinopla, muy piadoso y querido por nosotros, para traernos, como sabéis, el «Tomos ag ápis ", el volumen de la caridad, que recoge la documentación y correspondencia sobre las relaciones entre el Patriarcado de Constantinopla y la Iglesia de Roma durante los últimos doce años, regocijándose de haber redescubierto ramas del mismo árbol, nacidas de la misma raíz, ahora sufriendo por no haber podido consumir juntos, bebiendo del mismo cáliz místico, esa comunión perfecta, que sanciona entre las dos comunidades la unión orgánica y canónica propia de la única Iglesia de Cristo.

Con profunda alegría y sincera devoción saludamos a este ilustre y venerado Huésped, con el honorable pueblo de su séquito, aquí hoy entre nosotros, portador de un libro, que la historia hará suyo. Invitado no extranjero de la Sede Apostólica y con su presencia se hizo ahora signo, esperanza, promesa de espera, feliz celebración de la plena comunión en la fe y en la caridad de quienes ya se han declarado ciento cien veces, como el documentos del libro .hermanos. Y nos parece que el título en sí, que califica al distinguido Metropolitano de la Iglesia Ortodoxa, el título de Calcedonia, hace que su visita a la Iglesia de Roma sea particularmente querida y significativa, haciendo que nuestros pensamientos vuelvan a nuestro predecesor inmortal, San León. el Grande (Ver DENZ.-SCH. 300-302), quien, a través de su carta a Flaviano,

Entonces, ¿quién mejor que tú, eminente metropolitano Melito, puede llevar nuestro agradecimiento al patriarca Atenágoras por la misión de piedad, cortesía y paz que se te ha confiado? Díganle a la venerable vejez que esta misión, aquí, en la sacrosanta Basílica de Letrán, presentes Cardenales, Obispos, Prelados y Clero de la Curia y de la Diócesis de Roma con los fieles de la Iglesia Romana, tuvo su coronación solemne y sagrada. Cuéntenos cómo hemos realizado juntos con intensidad religiosa un acto piadoso y consciente de ese "ecumenismo espiritual", al que nos exhortó el reciente Concilio Vaticano II (Decr. Unitatis redintegratio, 8), porque no solo hemos rezado por los Hermanos con los que deseamos estar en perfecta comunión, sino que con gran alegría en el Espíritu Santo todos hemos rezado con ellos.

Y significa también, venerable Metropolitano Melito, a ese santo Patriarca y a los venerables Hermanos y Fieles, que se reúnen a su alrededor, como esta auspiciosa celebración, que tuvo lugar en la Iglesia, que la tradición de la Iglesia occidental, histórica y teológica, llama omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput (Clemente XII) para ser la Catedral del Obispo de Roma, sucesor del Beato Apóstol Pedro, lejos de halagar nuestra ambición humana por el oficio pastoral, confiado por Cristo a quienes se sientan en este cátedra de acto como "principio perpetuo y visible y fundamento de la unidad tanto de los obispos como de la multitud de los fieles" (Const. Lumen Gentium, 23), nos recordó profundamente personalmente la conciencia de este grave privilegio nuestro. 

Aquí, más que en ningún otro lugar, nos sentimos "siervos de los siervos de Dios". Aquí pensamos en nosotros mismos como hermanos con nuestros hermanos en el episcopado y con ellos colegialmente en solidaridad. 

Aquí estamos pensando en el propósito de otro gran predecesor, Gregorio el Grande, quien, mientras afirmaba su función apostólica (Cf. Regist . 13, 50), quiso considerar el honor de toda la Iglesia y la eficiencia como su propio honor. los Obispos locales individuales (Cfr. Reg . 8, 30; PL 77, 933); aquí recordamos la concepción de San Cipriano de la unidad de la Iglesia: una Ecclesia per totum mundum in fine membrana divisa ( Ep. 36, 4), es decir, como un cuerpo compuesto y articulado, en el que las partes y los grupos pueden modelarse en formas típicas particulares, y donde las funciones pueden ser distintas, aunque fraternales y convergentes. 

Aquí, en el corazón de la unidad y en el centro de la catolicidad, soñamos con la belleza viva de la Esposa de Cristo, la Iglesia, envuelta en sus ropas de colores ( Sal.44 , 15), vestida, es decir, por un legítimo pluralismo de expresiones tradicionales. Aquí entonces nos parece escuchar el eco claro de una voz lejana tuya: Пέτρε τής Пίστεως η Пέτρα "¡Oh tú, Peter, piedra vil de la fe!" (Cfr. Menei , V, 394).

De modo que nos resta invocar esa asistencia divina, que consolará nuestra debilidad en la práctica de las virtudes necesarias para que el ecumenismo iniciado llegue a su feliz conclusión. Diremos con San Pablo "tener confianza precisamente en esto, que quien inició la buena obra en" nosotros ", la llevará a buen fin" ( Fil . 1, 6), convencidos de que al cumplirse el la gran empresa de la recomposición de la unidad de los cristianos, será necesaria una condición de todos nosotros, una expansión de la caridad: "Dilatentur Spatia caritatis", diremos que los límites del amor se ensanchan, para usar una expresión querida. a nosotros de San Agustín ( Serm.69 ; PL38, 440-441). Una expansión de la caridad: que nos permite a todos encontrarnos en la fraternidad de la misma Iglesia, miembros del mismo cuerpo de Cristo. 

ORDEN EPISCOPAL DE DIECINUEVE PRESULI

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo 13 de febrero de 1972

Venerables hermanos e hijos amados,

El rito litúrgico se desarrolla en dos momentos psicológicos; uno mueve nuestra alma para expresar sus sentimientos y sus pensamientos, y lo empuja a la oración que eleva sus alabanzas a Dios o dirige sus propias invocaciones a Dios; el otro impone el silencio y la quietud en nuestra alma y la dispone para acoger la voz interior del Espíritu; el primero habla a Dios, el segundo lo escucha. Este segundo es ahora para nosotros; interrumpe los preceptos y gestos de esta gran ceremonia, y quiere que estemos callados e inmóviles; el primero activo, el otro pasivo. Como el marinero detiene el esfuerzo de sus remos, y deja que el viento hinche su vela y guíe su barco, así el alma de cada uno de nosotros se calma en un momento de descanso interior y se entrega al soplo del Paráclito para escucharlo. el lenguaje tácito pero convincente.

1. Escuchamos. Escuchemos primero la voz arcana de las cosas silenciosas, que se han vuelto elocuentes al expresar su significado espiritual. Escuchemos lo que dice este famoso y aún misterioso lugar: es el "trofeo" de un sepulcro; el sepulcro que conserva las reliquias del apóstol Pedro. Estamos reunidos en el sepulcro de aquel a quien Cristo transformó del humilde y débil Simón, hijo de Jonás, en Pedro, sobre el cual él, Cristo, profetizó para edificar su edificio indestructible, "su Iglesia".

¿No hablan aquí las cosas que vemos, que nos rodean? ¿No tienen un discurso elocuente, incluso en la muda materialidad de su presencia? No habría necesidad de nuestra palabra. El punto está aquí: repitamos, solo escucha. Aquí habla la Tumba de Pedro, que recoge los pobres y triunfales restos del Pescador de Galilea; Aquí se habla del hecho de que estamos reunidos, miembros de la única santa Iglesia católica y apostólica, cimentados, a pesar de la diversidad de origen, lengua, mentalidad, por esta fe que expresamos unánimemente en el Credo. ¿No adquiere así el sacramento de sucesión apostólica, que celebramos, una evidencia histórica y casi sensible? 

Los obispos no son los sucesores, no son puramente jurídicos, sino herederos en la comunión sobreviviente de animación y ministerio, de los apóstoles? y el primero de ellos, Simón Pedro, tal vez no contenga una lección en esta Basílica dedicada a él, si recordamos la profecía de la primera carta del mismo apóstol Pedro (1 Petr . 2, 4-10), donde parece que su calificación no es otra que el sacramento vicario de la verdadera y primera piedra viva, el mismo Cristo, fundador supremo de la casa mística, donde también cobra vida todo elemento superpuesto, se convierte en un elegido linaje, real sacerdocio, pueblo santo, conquistado por el plan luminoso y misericordioso, ¿de dónde nace el Pueblo de Dios? La distinción y el parentesco del sacerdocio común de los fieles, que forman con nosotros el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, no adquieren un sentido orgánico y armónico con respecto a nuestro sacerdocio ministerial y episcopal, en el que el depositario y el poder comunicativo está plenamente infundido. de los misterios de Dios?

La economía de la sucesión apostólica, que es jerárquica y ministerial, adquiere aquí un testimonio casi histórico y sensible para todos los presentes, pero impresiona con más fuerza en nuestras almas, que los obispos, la conciencia de nuestra elevación a la vocación apostólica, a la función de testigos y maestros de la fe, a la misión de los operadores de la gracia, a la tremenda y amorosa responsabilidad de los pastores. Dejémonos penetrar por este sentido superior de ordenación, que imprime en nuestra persona el carácter sacerdotal de Cristo.

2. Pero escuchemos de nuevo lo que, como consecuencia lógica e histórica, espiritual y real, brota de este hecho arcano e irrefutable de la sucesión apostólica; lo que también debe atraer nuestro espíritu esta mañana es la unión que resulta. La Iglesia, fundada sobre los Apóstoles, procede de un designio eterno de Dios Padre, quien, mediante la antigua Alianza, eligió a su Pueblo, heredero de las promesas mesiánicas, y lo reunió mediante el sacrificio de su único Hijo, mediante el rito de el nuevo pacto. 

La sucesión apostólica es la garantía de esa unidad por la cual Cristo murió y resucitó ( Io. 11, 52): los obispos presiden las Iglesias particulares y locales individuales, que, aunque distantes en el tiempo y en el espacio, no dejan de ser un único Pueblo de Dios, como uno es el Dios que los llama y los santifica. 

La conciencia de su unidad radica en la conciencia de la universalidad de la Iglesia: “Un solo cuerpo y un solo espíritu, así como uno es la esperanza a la que has sido llamado por tu vocación. Un Señor, una fe, un bautismo; un Dios y Padre de todos, el cual, sobre todo, obra en todos y está en todos "( Ef.. 4, 4-6). 

Esta conciencia ha regido a la Iglesia a lo largo de los siglos de su historia: más allá de cualquier ruptura, más allá de cualquier cisma. Iglesia universal e iglesias particulares: Sucesora de Pedro y Sucesora de los Apóstoles: es el lenguaje vivo de la historia, que hoy captamos aquí, en su viveza y autenticidad, y nos reconforta y tranquiliza a todos. También escuchamos hoy esta voz de unidad vital y orgánica, en esta pausa de meditación, en la celebración de los misterios divinos.

3. Pero escuchemos otra voz arcana, que continúa en el hilo de las reflexiones anteriores. Y es que el carisma del poder pastoral, conferido a los obispos de la Iglesia de Dios de acuerdo a la voluntad precisa de Cristo y la disposición del Espíritu Santo (cf. Act 20, 28).: Posuit Spiritus Sanctus regere. El carisma interior y exterior del obispo es, por tanto, el de ser llamado a la cabeza de la parte del rebaño que le ha sido confiada y que pertenece a la única Iglesia: y se expresa en el ejercicio de la triple función pastoral: de enseñar, de ministerio y conducción. No se nos escapa cómo, sobre todo en los últimos tiempos, se ha pretendido oponer la Iglesia carismática a la jerárquica, como si se tratara de dos organismos distintos, en efecto, en sí mismos contrastantes y opuestos. 

De hecho, aquí, en la pastoral, el carisma y la autoridad coinciden: hemos recibido al Espíritu Santo, que se manifiesta así en la misión episcopal, en esta simbiosis simultánea del magisterio, asistido por la luz del Paráclito, de ministerium santificando por su gracia y derégimen , en la caridad del servicio: estas son las facultades del Obispo y los dones del Espíritu. 

Es la voz de Pablo la que nos recuerda y confirma esto: “Ciertamente hay varios carismas distintos, pero el mismo es el Espíritu; y hay varios ministerios, pero un mismo Señor; y diversas operaciones, pero es el mismo Dios quien hace todas las cosas en todos "( 1 Cor.. 12, 4-6). 

Del único Dios-Trinidad desciende la única Iglesia, de la que los Obispos tienen la responsabilidad primordial, con unicidad de atribución carismática y jerárquica. Los carismas particulares de los fieles ciertamente no se niegan, ni mucho menos; el mismo pasaje de la primera carta a los Corintios los supone y los reconoce, porque la Iglesia es un organismo vivo, animado por la vida misma, misteriosa y múltiple, imprevisible y móvil, santificadora y transformadora, de Dios; pero los carismas concedidos a los fieles, como todavía señala Pablo ( 1 Cor . 14, 26-33, 40), están sujetos a la disciplina, que es la única asegurada por el carisma de la pastoral, en la caridad.

Esta misión, que ha sido conferida al cuerpo episcopal, nos obliga a mirar a la Iglesia y al mundo, al servicio del cual Dios nos ha puesto: en la Iglesia somos los órganos vivificantes de la familia de Dios, llamada a dar, como Cristo, a imitación y seguimiento de él ( Io.15 , 16), servicio y sacrificio en la inmolación diaria del rebaño, garantizando al mismo tiempo seguridad, comunión, alegría y todos los dones. del Espíritu (cf. Gálatas 5, 22-23). ¡Maravillosa y tremenda y al mismo tiempo exaltante visión de nuestro lugar en la Iglesia, a la que debemos asegurar la cohesión, en la obediencia y el amor de nuestros queridos hijos! Y, para ello, debemos recordar que hemos sido en cierto modo segregados, elegidos: "segregatus in Evangelium Dei" (Rom . 1, 1).

Las exigencias de nuestro ministerio exigen una entrega total de uno mismo y nos separan de cualquier vínculo vinculante o equívoco con el mundo; pero al mismo tiempo nos hacen pensar que hemos sido constituidos para el mundo, para su elevación y santificación, para su animación y consagración. Ay del Pastor que se olvida incluso de una oveja, porque se le pedirá que dé cuenta de todas ellas: es la tradición bíblica, profética y evangélica la que nos lo recuerda con espantosa severidad. La caridad de Cristo, que nos confirió el carisma de la pastoral, nos la ha conferido para todos los hombres y, de manera particular, para "los que de alguna manera se han desviado de la vida de la caridad, o aún desconocen de ella". el Evangelio y su misericordia salvadora "(Decr. Christus Dominus , 11).

Queridos hermanos e hijos,

Estas son las voces que, en esta basílica, cerca de la Tumba de Pedro, entre la asamblea orante aquí presente, resuenan hoy en nuestros oídos, y que hemos tratado de captar, captando sólo una parte de la riqueza del mensaje que ellos TRAENOS. Pero la meditación continúa. Especialmente para vosotros, nuevos "fratres our apostoli ecclesiarum, gloria Christi" ( 2 Cor . 8, 23), para que, para utilizar de nuevo las palabras de San Pablo, "sepáis comportarnos en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios viva, columna y sostén de la verdad "(Cf. 1 Tim.. 3, 15). Y el compromiso de atesorar esta hora de gracia no se detiene ahí. Nos deseamos el uno al otro. A medida que continuamos la Misa, unidos a Cristo Sumo Sacerdote y Pastor, que nos santifica a todos y nos presenta al Padre en la renovación del único sacrificio redentor, le pediremos que nos dé una comprensión cada vez más amorosa, atenta y completa. de ella. Y, con inteligencia, danos la gracia de vivir nuestra vocación en comunión con el Pueblo de Dios.

RITO SAGRADO "EN CENA DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 30 de marzo de 1972

Queridos hermanos e hijos, todos en Cristo.

Dedicamos este breve momento de reflexión sobre los ritos, incluso sobre los misterios que estamos celebrando, a la comunión en la que nos sumergen, una doble comunión: comunión con Cristo y comunión con la Iglesia; comunión con el cuerpo real del Señor y comunión con su cuerpo místico. No son dos actos separados; se trata del mismo acto, participación en la Eucaristía, considerada en su realidad sacramental que actualiza en cada uno de nosotros la presencia sacrificial de Jesús, quien, bajo las apariencias del pan y del vino, nos ofrece su carne y su sangre; y participación, que debemos considerar al mismo tiempo en la afección específica de este sacramento, es decir, nuestra fusión en el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Cf. S. TH.,III , 73, 2-3).

EL GRADO MÁS ALTO DE ADHESIÓN A CRISTO

Conocemos las palabras conocidas, pero nunca suficientemente meditadas, de san Pablo, que preceden a las recién escuchadas de su primera carta a los Corintios: «La copa de bendición, que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre? de Cristo? y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? porque formamos un solo pan y un solo cuerpo, aunque somos muchos, ya que todos compartimos el mismo pan ”( 1 Co 10, 16).

Este es el momento de pensar en este grado máximo de adhesión a Cristo, nuestra vida, que nos es concedida, la comunión: podemos unirnos a él escuchando y acogiendo su palabra, es decir, con fe; podemos entrar en comunión inicial y vital con él, mediante la gracia bautismal, que es el fundamento de la vida espiritual (S. TH, ib . ad 3); y luego nos unimos a él por la imitación de sus ejemplos y el seguimiento de sus enseñanzas; comunión moral (cf. Mat . 7, 21; Io . 12, 26); y finalmente nos incorporamos a él, a través de la asunción de su propia vida, que se nos ofrece en la Eucaristía: “Yo soy el pan de vida; . . . el que me come vivirá de mí "; comunión que podemos decir de convivencia, como la del sarmiento sobre el muñón de la vid ( Io.6 , 48, 58; Io.15 , l-11; Gal.. 2, 20). 

La práctica religiosa y el estudio del Evangelio nos han acostumbrado a estas palabras, cuyo realismo casi nos turba y luego nos embriaga; ya menudo nuestra devoción se ha detenido en esta comunión como si fuera suficiente para significar la medida de gracia accesible a nuestra meditación teológica y nuestra capacidad imaginativa: ¿qué otra comunión podemos desear más y más plena? No hemos reflexionado lo suficiente que la comunión con Cristo, cabeza de la Iglesia, implica no sólo una comunicación con la Iglesia, sino una comunión, una unidad con el cuerpo social y místico de Cristo mismo; un grado, es decir, una mayor plenitud de unión con él, con el "Christus totus", como dice San Agustín (Cfr. S. Aug. Serm . 341, 1; PL 39, 1493; Ep . 4, 7;PL 43, 395), una inserción simultánea en la circulación universal de la caridad de Cristo Señor. 

El misterio eucarístico de Cristo, que nos es dado como individuos, se difunde en el misterio de la Iglesia, con la que estamos tan vitalmente asociados. Entonces parece que comprendemos algo del misterio eucarístico, es decir, de esta multiplicación del Cristo idéntico, pan sacramentalmente hecho, si fijamos la mirada en el fin por el que esta multiplicación brotó de la bondad omnipotente de su corazón: llegar a todos. ; hacer a todos uno, como elogió en la última cena; al final, este es su plan supremo: que todos sean uno ( Io . 17, 21, 23).

LA EUCARISTÍA HACE LA IGLESIA

Hermanos, este sea nuestro estudio, nuestro propósito en esta hora: extraer de la Eucaristía la enseñanza, es más, el principio de nuestra comunión eclesial. Bien se ha dicho: la Eucaristía hace a la Iglesia (H. DE LUBAC, Méd. Sur l'Eglise , 116 ss.); consociatur Ecclesia (S. AUG. Contra Faustum , XII, 20; PL 42, 265): la Iglesia, celebrando la Eucaristía, se convierte en Iglesia, es decir, sociedad, fraternidad, comunión. El ágape eucarístico es el momento de su plenitud, de su vitalidad. Supone fe, genera amor. Es el signo de su unidad, es el vínculo de su caridad (siempre hablando San Agustín) (IDEM, Tr. In Io . 26, 13; PL 35, 1613).

En este punto nos parece importante una observación: mientras estamos en la fase eucarística de comunión con el cuerpo real de Cristo, se puede decir, independientemente de las disposiciones necesarias para tal encuentro (Cf.1 Co 11, 28). , pasivos, receptivos, es decir, recibimos la comunión, en la fase en lugar de la comunión operativa de la gracia específica de la Eucaristía, la "res", como dicen los teólogos, que tiende a asociarnos con el cuerpo místico de Cristo, estamos comprometidos a ser activos, es decir, a colaborar con la gracia, a apoyar el impulso y compromiso que nos viene de participar en el ágape., a la caridad unificadora y activa de la celebración eucarística. Somos invitados y ayudados a formar el cuerpo místico, es decir, la Iglesia, la sociedad de los cristianos, como Jesús quiso, sostuvo, incluso generó ministerialmente por el sacerdocio jerárquico, y fraternal en una comunidad libre de cualquier cerco egoísta interno.

¡Qué deber, qué programa deriva para nosotros, por tanto, de la celebración típica de la Eucaristía, propia del Jueves Santo, día que conmemora su institución y revela sus divinas intenciones! Jesús se convierte en Eucaristía, es decir, víctima incruenta que lo refleja como víctima sangrienta en el sacrificio de la cruz por nuestra redención, para que, creyentes y redimidos, podamos estar en comunión simultánea con él y entre nosotros uno.

HUMILDAD Y CARIDAD

Y nos enseña el camino con el ejemplo, incluso antes que las palabras, es decir, cómo también se nos permite cooperar en la formación de una unidad semejante: la humildad, este descenso a la "quenosis", la aniquilación conceptual, la moral metafísica y espiritual de lo falso. la persuasión de que somos algo nuestro, algo autónomo: criaturas somos, y cuanto más grandes somos, más en deuda con la única y soberana fuente creadora; el Magnificat della Madonna ce lo ricorda; ma alunni sordi e degeneri noi siamo, quando peccatori ci erigiamo, quasi emuli e nemici, nella sfida orgogliosa e folle di Dio; e la lezione ci è data da Gesù là dove l’umiltà è più difficile, quasi impossibile all’orgoglio della nostra personalità posta al confronto sociale col prossimo; ci è data con la lavanda dei piedi eseguita da Gesù nella sua ripugnante realtà, per ricordarci che la comunione con gli uomini derivante dall’Eucaristia esige un superamento tendenzialmente totale della nostra superbia. Umiltà ed Eucaristia fanno binomio inseparabile, tanto per la comunione col corpo reale di Cristo nel sacramento eucaristico, quanto per la comunione col suo corpo mistico nel sacramento ecclesiale.

Y luego la caridad: el nuevo mandato del amor recíproco, al menos a imitación, si no nos es posible en la medida en que Él, Cristo, nos amó, también lo formula el Maestro en la Eucaristía, en esa Última Cena, que estamos, a nuestra manera, recordando y reproduciendo. Eucaristía y caridad son también una combinación: ¿podemos quizás separarnos una de la otra?

Y es por eso, hermanos, que queremos celebrar esta hora bendita en la visión transparente y dinámica de la comunión eucarística a través de la realidad física e histórica que nos rodea. ¿Dónde estamos? En la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral de la Iglesia de Roma, que se ha ganado desde su nacimiento el título de "presidente enamorado" (S. Ignazio D'ANT. Carta a los Romanos, introd.): ¡qué título! que compromiso! ¿Podemos decir que la Iglesia de Roma, en su estructura interior y en la misión católica que le ha sido encomendada, sobresale en la caridad? Sí, con humilde verdad y por la gracia del Señor; pero ninguno de nosotros pretendemos decir que nuestra caridad, cuando la medida de la caridad es desmesurada, puede bastar, ya que viene de su magnífica tradición, pero a veces desgastada por el tiempo, y cuando hoy está rodeada de tantas disputas. ; y cuando sobre todo los tiempos, es decir, los hombres lo exigen, y en ciertos aspectos lo favorecen en nuevas y mayores expansiones.

Caridad, ágape, comunión. Te lo ofrecemos, te lo pedimos, Hermanos que nos rodean; a ustedes, cardenales, nuestro sabio y fiel presbiterio pontificio; a ustedes, miembros activos de la Curia Romana; a ti, clero diligente de nuestra querida Diócesis, de esta ciudad, que debe brillar por su comunión pastoral; a vosotros, todos los fieles de Roma, pedimos un aumento de la caridad local en la profesión cristiana y en la organización eclesial; Veamos todos, junto con nosotros mismos y con el mundo, no para nuestro honor, sino para el ejemplo y el consuelo común, que esta Iglesia antigua y eterna de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo es, como la primera comunidad eclesial en la cuna del Cenáculo en Jerusalén, "Un solo corazón y una sola alma" ( Hechos. 4, 32), abierto a las dimensiones católicas de la Iglesia y del mundo. Que así sea.

CELEBRACIÓN DIOCESANA EN LA PARROQUIA DEL

SANTO SACRAMENTO DE TOR DE 'SCHIAVI

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del "Corpus Domini"
Jueves 1º de junio de 1972

Hermanos

Celebramos la fiesta del "Corpus Domini", la fiesta del Sacramento de la Eucaristía.

Tratemos de comprender algo de este misterio, porque, en primer lugar, decir "sacramento" significa algo oculto. Es decir, ambos ocultos y manifestados al mismo tiempo; escondido en su realidad sensible, pero manifestado por algún signo. ¿De qué realidad estamos hablando? no es menos que Jesucristo. De él, precisamente de él verdadero y real, como está ahora en el cielo, en la gloria del Padre. ¿Y con qué signo nos lo representa? Un signo que quiere recordarnos lo que fue en la última cena, o más bien lo que fue en su sacrificio de la cruz, porque hasta la última cena fue un signo, una figura representativa de la pasión.

La Eucaristía es un signo, un recuerdo; pero no solo un signo, sino un signo que contiene la realidad que quiere significar, contiene a Jesús, revestido para nosotros de la Eucaristía con los signos del pan y del vino.Somos admirados, pero confundidos. ¿Por qué Jesús quiso hacerse presente de esta manera? Esta pregunta no es indiscreta, si se expresa con humildad y amorosa sinceridad. Observamos bien, porque habría muchas cosas que decir; elegimos el que parece más simple e importante. ¿Cuál fue la intención de Jesús al instituir la Eucaristía? Incluso un niño, instruido en el Catecismo, y también un fiel que mira estas cosas maravillosas, puede responder y dicen: Jesús instituyó este Sacramento de la Comunión, es decir, para darse en comunión a quienes lo reciben.

De hecho, ¿qué significa tomar la Primera Comunión? o tomar la Comunión? significa recibir ese sacramento prodigioso de la Eucaristía, es decir, del Cuerpo y la Sangre del Señor, como alimento, como alimento para la vida. Jesús quiso ponerse en condiciones de poder ser el alimento interior y vivificante de nuestra existencia humana y presente. 

Recuerde las palabras explícitas, aunque difíciles de entender, de Jesús, quien dijo: “Yo soy el pan de vida. . . Yo soy el pan vivo. . . El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. . . El que me come vivirá de mí. . . El que coma de este pan vivirá para siempre "( Io. 6). Palabras difíciles, repetimos; sino palabras del Señor, palabras verdaderas. 

En resumen: ¿qué quiso decir el Señor cuando declaró su intención de convertirse en alimento de sus fieles, es decir, de quienes aceptan su palabra y creen en ella, y acogen este superlativo "misterio de la fe"? Quería hacer posible nuestra "comunión" con él, incluso necesaria. sí comunión, es decir, unión íntima, profunda, perfecta. Una especie de simbiosis mística, como decía San Pablo: "Para mí el vivir es Cristo" ( Fil.. 1, 21). 

Pero, ¿alguna vez es posible, digamos, físicamente? ¿Cómo podemos acercarnos a Jesús, cada uno de nosotros? ¿Jesús que vivió hace muchos siglos, Jesús que vivió en un pequeño país lejano? el tiempo y el espacio nos separan de él; ¿Como es posible? y luego, Él, el Hijo del Dios viviente y Dios mismo, Él el Mesías, Él el Salvador del mundo, Él el primogénito de la humanidad redimida, el centro de la historia y del mundo? (Cf. Col. 1) ¿Cómo es moralmente posible que cada uno de nosotros, los pecadores, entremos en contacto con Él? Se hace decir, con el centurión del Evangelio: «Señor ,. . . ¡No soy digno! " (Cfr. Lucas 7, 6). Sin embargo, su palabra resuena así: «Venid a mí todos. . . " ( Mateo 11, 28).

Aquí debemos detenernos. Que tiene la inteligencia de las cosas verdaderas, de las cosas profundas, que tiene el valor de la verdad y del amor, que ha intuido lo que es la Palabra creadora, que sale de los labios de Cristo, de Aquel que había multiplicado los panes para alimentar a la multitud.

En resumen, quien crea en Cristo debe decirse a sí mismo: yo también estoy invitado; Él es el Pan de vida también para mí; la comunión con Él está lista; también se ofrece para mí. Siempre que me purifique del pecado, quienquiera que sea, quienquiera que sea, pequeño, miserable, infeliz, enfermo y viejo, o cargado y sobrecargado de fatiga y tareas, también estoy invitado; El me esta esperando; El es para mi. . . "Me amó y dio su vida por mí" ( Gal. 2, 20). La comunión está lista. Esta es la realidad, esta es la fiesta, esto es el "Corpus Domini". A todos se nos espera en la mesa del Señor, que quiere incorporarnos a sí mismo, incorporándose a nosotros.

La maravilla está en su apogeo. La puerta de la nueva vida, por encima del plano de la vida natural, está abierta. La vida del reino de Cristo, incluso en los niveles de intensidad espiritual, experiencia mística, preludio y prenda de la vida eterna, todos pueden decir, es también para mí. La comunión con Cristo, muy personal en profundidad, es para mí.

Pero eso no es todo: de nuevo, de nuevo: esta reflexión elemental sobre la Eucaristía nos revela otra comunión. Sí, las comuniones que produce la Eucaristía son dos. Uno está con Cristo, dijimos. El otro es con hombres. Especifiquemos: es con aquellos hombres que se sientan a la misma mesa divina, que comen ese mismo Pan vivo, que es Cristo. 

Todos conocemos las reveladoras palabras de San Pablo al respecto. Escribe: "¿No es el pan que compartimos una comunión con el cuerpo de Cristo?" entonces uno es el pan y uno es el cuerpo que nosotros, aunque muchos, formamos, ya que todos compartimos un solo pan ”(Cf. 1 Cor.10, 16-17). Para que nuestra comunión individual con Cristo produzca una comunión social con los cristianos. 

La misma vida divina circula en toda la comunidad de quienes comparten la misma fe, la misma gracia, la misma sociedad eclesial: digamos más: el mismo cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. El cuerpo real y sacramental del Señor nutre y hace vivir por su Espíritu el cuerpo espiritual y social que somos, miembros de la humanidad unida en Cristo. 

Hay que dar gran importancia a esta teología fundamental, que establece una correspondencia entre las dos comuniones, una con Cristo vivo y personal en el Cielo, que se nos concede en el signo conmemorativo y sacrificial del amor que nos prodiga, la otra con Cristo presente en los hombres hechos nuestros hermanos por el mismo amor. 

El tema es rico en otras visiones:Matth . 5, 23); no se puede entrar al altar con odio en el corazón, o con remordimiento por haber ofendido a un hermano; y no se puede dejar la mesa del Señor, olvidando el "precepto nuevo", que él con intencional gravedad, entregándose a nosotros, nos transmitió: "amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( I. 13, 34). 

La Eucaristía se convierte en nosotros en la gran fuente del amor fraterno, incluso de la caridad social. Quienes honramos la Eucaristía debemos demostrar en el sentimiento, en el pensamiento, en la práctica, que realmente sabemos amar al prójimo, incluso a los que no se sientan a la mesa del Señor con nosotros, incluso a los que todavía carecen de comunión de fe, de esperanza, caridad, unión eclesial, es decir, le falta algo necesario para la vida: dignidad, defensa, asistencia, educación, trabajo, pan, optimismo, amistad; toda deficiencia humana se convierte en un programa en la escuela de Cristo.

 La enseñanza del amor, que brota de la Eucaristía, debe encontrarnos a todos estudiantes dispuestos a perdonar, a beneficiar, a servir al prójimo, en la medida en que se amplíen los límites de nuestras posibilidades. No es utopía, no es una hipérbole; es la raíz de la sociedad humana, no fundada en el egoísmo, el odio, la venganza, la violencia, sino en el amor. Este, después de la Eucaristía, será el sello distintivo de los diversos discípulos: el arte de amarse unos a otros (Yo . 13, 35; 15, 12).

Oh queridos hermanos e hijos, que escuchen nuestra humilde voz, por favor escuchen la voz divina que habla desde el sacramento que ahora estamos adorando y meditando, por su salvación, por el honor de esta Roma cristiana, por la prosperidad y la paz de el mundo en el que vivimos; la invitación a la comunión sacramental con Cristo ya la comunión social en Cristo con todos los hombres.

VISITA A UDINE PARA EL XVIII CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL

HOMILIA DE PABLO VI

Sábado, 16 de septiembre de 1972

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

En primer lugar, le debemos nuestro saludo. Es parte del misterio, que ahora queremos celebrar juntos, misterio de caridad y unidad (Cfr. S. AUG. En Ioannem , tracto 26, 13; PL 35, 1613).

A la Iglesia de Cristo, presente y residente en Udine, promotora y anfitriona del XVIII Congreso Eucarístico Italiano, nuestro primer saludo alegre y alegre: a las Iglesias de la Región Triveneta reunidas aquí con sus Pastores y con un gran número de su Clero y sus fieles; a la Iglesia italiana, que aquí está representada de manera tan calificada y con un número tan grande de hermanos; y a todos aquellos de regiones cercanas y lejanas que han venido aquí peregrinos, llamados por la misma fe y emulando devoción, el voto de gracia, alegría y paz, de nuestra parte, como Obispo de la Iglesia Romana, Pastor de todos los católicos dispersos. Iglesia en toda la tierra, en el nombre del Dios vivo, Padre del Señor Jesucristo y nuestro, en el Espíritu Santo vivificante y unificador.

Nuestro saludo reverente y auspicioso va dirigido también a las autoridades de la sociedad civil aquí presentes, ya quienes con su consejo y obra han favorecido el éxito de este Congreso; y, además, ninguno de los que sufren, trabajan, oran, o porque son pequeños, o tienen problemas, o necesitan misericordia, ayuda y consuelo, creen que hemos sido olvidados y excluidos de nuestra afectuosa bendición. Les llega un saludo especial, emigrantes del Véneto y especialmente de Friuli, reunidos aquí para esta feliz ocasión; ya ustedes, eslovenos, que unen tantos lazos históricos y étnicos a esta región, y que han deseado con esta presencia soldar especialmente los lazos espirituales que unen los suyos con esta población.

Ahora tenemos que decirte por qué vinimos; y esta será toda nuestra breve charla. Hemos venido a adorar junto a vosotros este misterio eucarístico, que ahora pretendemos celebrar aquí con esa intensidad de reflexión interior y culto exterior, que debe sacudir nuestra fe y hacernos comprender mejor y, en cierta medida, saborear "el abismo de la riqueza, de la sabiduría y el conocimiento de Dios "(Cf. Rom.. 11, 33), evidente en el signo, oculto en la realidad, contenido en la Eucaristía, nunca suficientemente explorada, honrada, compartida. Este esfuerzo, que aquí compromete a los católicos de toda una nación, en la que también nosotros estamos insertos local, histórica y espiritualmente, para celebrar el misterio eucarístico con adhesión unánime y solemnidad cordial, no podía dejarnos material y personalmente extraños, aunque el venerado cardenal, Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, enviado expresamente por nosotros para presidir este Congreso, que ya os muestre nuestra plena adhesión. 

Teníamos que venir. Tuvimos que venir a pesar de los obstáculos, que quienes saben un poco de nuestro día a día pueden imaginar, aunque solo sea el de no hacer mal a otras invitaciones similares y atractivas, a lo cual, para nuestro pesar, no siempre podemos corresponder materialmente. Pero a vuestra invitación, queridos hijos de Udinesi, no pudimos dejar de adherirnos, porque al mérito de vuestra Iglesia y al cariño que le brindamos, a la meditación y celebración se le añadió la elección del tema prefijado, entre los muchos posibles. de este Congreso; un tema teológico y eclesiológico, que concierne no solo a la relevancia de los estudios y discusiones posconciliares, sino que toca un aspecto de nuestro ministerio apostólico, a saber, la relación de la Iglesia local con la Eucaristía, porque a su vez toca la unidad de la Iglesia; y donde está en juego la unidad en la Iglesia y de la Iglesia, se cuestiona el oficio apostólico confiado a Pedro y, por tanto, también al último en los méritos de sus sucesores. 

Queridos hijos de Udinesi, no podíamos dejar de adherirnos, porque al mérito de vuestra Iglesia y al cariño que le brindamos, la elección del tema prefijado, entre los muchos posibles, se sumó a la meditación y celebración de este Congreso; un tema teológico y eclesiológico, que concierne no solo a la relevancia de los estudios y discusiones posconciliares, sino que toca un aspecto de nuestro ministerio apostólico, a saber, la relación de la Iglesia local con la Eucaristía, porque a su vez toca la unidad de la Iglesia; y donde está en juego la unidad en la Iglesia y de la Iglesia, se cuestiona el oficio apostólico confiado a Pedro y, por tanto, también al último en los méritos de sus sucesores pero toca un aspecto de nuestro ministerio apostólico, a saber, la relación de la Iglesia local con la Eucaristía, porque a su vez toca la unidad de la Iglesia; y donde está en juego la unidad en la Iglesia y de la Iglesia, se cuestiona el oficio apostólico confiado a Pedro y, por tanto, también al último en los méritos de sus sucesores (cf. Lumen gentium , 23).

Ya lo sabes todo al respecto. Queridos y piadosos Maestros ya han ilustrado este capítulo inmenso y esencial de la doctrina eucarística. Os exhortamos a fijar la atención, y luego, más tarde, la memoria, en la gracia específica de la Eucaristía, en la "res", dicen los teólogos, de este sacramento, es decir, en la intención central que tuvo Cristo, en la cumbre de su amor por nosotros, al instituirlo, es la gracia específica que nos trae; y es, ya sabes, la unidad de su cuerpo místico (Cfr. S. TH. III, 73, 3). 

La palabra de san Pablo, elegida como eje de la meditación y celebración de este Congreso, la dice con sencillez escultórica y con una profundidad insondable: uno y el mismo Pan, es decir, Cristo que se hizo alimento para nosotros, debe corresponder a uno. y el mismo Cuerpo, su cuerpo místico, la Iglesia. Sí, la Iglesia corresponde a la Eucaristía; al Cuerpo personal y real de Cristo, contenido en los signos del pan y del vino, para representar y perpetuar su sacrificio salvífico en el designio amoroso de ser transfundido, a modo de alimento, de nutrición sacrificial, en los creyentes en Él, corresponde su Cuerpo sociales y místicos, que son los católicos, es decir, la humanidad reunida en el organismo unitario, que llamamos Iglesia. La Cabeza, Cristo, vierte vida en los miembros de su cuerpo místico.Rom . 5, 5); y sostenido por la esperanza que no defrauda ( Io . 6, 57) de la resurrección final ( Io . 6, 51-58).

Nótese en memoria de este Congreso, con atención reflexiva, el genio unitario, suprema revelación del corazón del Señor (Cf. Io.17 , 21-22) y expresión característica de la fe católica: todos debemos ser uno, todos debemos constituir una sola sociedad unánime, no sólo unida en virtud de un pensamiento idéntico, de fe y de un afecto comunitario, de caridad, de una sociedad viva y sobrenatural, en virtud de un principio existencial idéntico, la gracia unificadora que emana del Cristo Eucarístico; de modo que todos debemos formar el "cuerpo" del "Cristo total", el Cristo del Evangelio la Cabeza, nosotros, esparcidos por el mundo y en la historia, los miembros (Cfr. S. AUG. En. en Sal . 17 , 51; PL 36, 154).

No olvidaremos, no, cómo la Eucaristía es perfectiva para los fieles individuales que se alimentan de este pan divino, y cómo tiene para cada uno de nosotros el don adecuado de una plenitud gozosa para conferir: omne delectamentum in se habentem , ma este don no es el término completo y final de la alimentación eucarística; porque no es solo un regalo personal, individual; es un don que se desborda de los fieles individuales y se derrama sobre los hermanos fieles, destinado a convertirlos en un organismo espiritual unificado; repetimos: el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia.

Y lo que decimos sobre los fieles individuales, lo diremos igualmente sobre esa porción de la única Iglesia que llamamos Iglesia local, aquella en la que se ha centrado la atención de este Congreso, y en la que ofrece la celebración sacramental y litúrgica de la Eucaristía. la visión unificada de Iglesia, y adquiere un doble aspecto, uno y otro sumamente interesante. 

Y en la Iglesia local -y aquí el pensamiento desde el perímetro diocesano, que define por excelencia el carácter propio de una Iglesia local, reconocida constitucionalmente como tal, se expande y ramifica en expresiones parroquiales y otras expresiones particulares y legítimas- podemos reconocer la punto de contacto efectivo donde el hombre se encuentra con Cristo y donde se le abre el acceso al plan concreto de salvación: aquí el ministerio, aquí la fe, aquí la comunidad, aquí la palabra, aquí la gracia, aquí el mismo Cristo que se ofrece a los fieles insertados en la Iglesia universal. 

La Iglesia local es, por tanto, el momento inicial y final de la economía religiosa católica; y como el fruto con respecto a las raíces, el árbol, las ramas; es decir, la fase de plenitud espiritual disponible para todos. Jesús mismo parece describir su belleza y fecundidad: "Yo soy la vid, él dice, ustedes son los pámpanos" (Yo . 15, 5). 

Aquí termina la estructura de su proyecto, y aquí comienza la prometida maduración del reino de Dios. Escuche el Concilio: "La diócesis, es decir, la Iglesia local, es una porción del Pueblo de Dios confiada a la pastoral de el Obispo, asistido por su presbiterio, para que, adhiriéndose a su Pastor, y mediante el Evangelio y la Eucaristía, (esa porción) reunida por él en el Espíritu Santo, constituya una Iglesia particular, en la que la Iglesia de Cristo, una, está verdaderamente presente y en acción. Santo, católico y apostólico ”( Christus Dominus , 11; Lumen Gentium , 26).

La Iglesia local como madre debe ser amada. Tu propio campanario debe ser preferido como el más hermoso de todos. Todos deben sentirse felices de pertenecer a su propia Diócesis, a su propia Parroquia. En su propia Iglesia local cada uno puede decir: aquí Cristo me esperó y me amó; aquí lo conocí, y aquí pertenezco a su Cuerpo místico. Aquí estoy en su unidad. Cuántos aquí somos hay que insertarnos en Cristo y ser uno con él y entre nosotros. Y es la Eucaristía la que nos da, la que debe darnos este sentido de comunión. La Eucaristía es la mesa del Señor: nos reunimos alrededor del mismo altar, como comensales de Cristo y comensales de los demás fieles, a quienes debemos considerar como Hermanos.

¿Por qué nos demoramos en alabar a la Iglesia local?Porque una renovada y aumentada estima de la respectiva Diócesis, de nuestra propia Parroquia, o de nuestra legítima comunidad, y en consecuencia de cualquier forma de relación humana honesta, debe ser fruto de este Congreso. 

Cristo, en la Eucaristía, Sacerdote, víctima y alimento de su mesa de sacrificio, es también para nosotros el maestro de la caridad y la unidad. Es de su mesa que nos dejó en su testamento el ejemplo de la humildad incluso desconcertante de él, como él mismo se definía entonces, Señor y Maestro, que se inclina para lavar los pies de sus discípulos ( I. 13); nos dejó el mandamiento nuevo de amarnos unos a otros; donde la novedad, nos parece, reside en el "cómo". Nos amó, un "cómo" insondable: "Les doy un mandamiento nuevo, dijo, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado". Un mandamiento, que debe ser característico y distintivo: "Todos sabrán que son mis discípulos si se aman" ( Io . 13, 35). Firma, prenda, impulso, fuente y fuerza de esta impensable comunión entre nosotros seguidores y estudiantes, entre nosotros los cristianos, comunión con él, la Eucaristía.

Una conciencia renovada de nuestra socialidad eclesial debe ser sin duda la consecuencia de un Congreso Eucarístico, dedicado a la comunidad local; una consecuencia que ya no nos permite vivir la vida cristiana en el caparazón cerrado y confortable del individualismo, tanto espiritual como práctico, y en el desinterés por las necesidades, problemas, esfuerzos, alegrías de la propia comunidad; una consecuencia, que nos impide fomentar los defectos de los ambientes confinados; las antipatías, celos, chismes, rencores, disputas, aversiones, peleas, que a menudo vegetan incluso en nuestras comunidades; una consecuencia, en cambio, que pone el amor al prójimo como programa real y general de nuestra convivencia eclesial, y que lo aplica con generosidad y humildad en todos los acontecimientos de la vida diaria; y que hace que todos sientan como propias las necesidades de la comunidad, las de los pobres, los desocupados, los que sufren, la infancia y la juventud, así como las de la vida religiosa y civil. 

Estamos felices de tener hoy con nosotros, casi como una confirmación de la amistad de la que una Iglesia local, histórica y étnicamente caracterizada como la de Udine, es capaz de acoger como invitados y hermanos, multitudes de trabajadores, que personifican las pasiones y el esperanzas sociales de una gran parte del pueblo italiano, y expresarles nuestra solidaridad cristiana.

Unidad en la Iglesia local. Luego la unidad de la Iglesia, partiendo también en este punto de una conciencia reafirmada de comunión con la Iglesia universal, y con la Iglesia que está en su base y en el centro, a instancias de Cristo, la Iglesia de Pedro, la Iglesia romana.

No hablamos por nuestro orgullo ni por nuestra ventaja egoísta. Siervo de los siervos de Dios, investido de la función pastoral de todo el rebaño de Cristo, hablamos por nuestro deber y su honor, citando una conocida palabra de San Juan Crisóstomo: "Quien está en Roma sabe que los indios son sus miembros »( In Io . Hom. 65, 1; PG59, 361); hablamos en beneficio de las Iglesias locales, por lo que sería muy triste perder el sentido de la catolicidad del único Pueblo de Dios y ceder a la tentación del separatismo, la autosuficiencia, el pluralismo arbitrario, el cisma, olvidando que Para gozar de la auténtica plenitud del Espíritu de Cristo es necesario estar insertado orgánicamente en el Cuerpo de Cristo (cf.1 Co 12 1 ss.; Co 1, 9; Gál 3, 28; Rom. sesenta y cinco; 11, 17 y siguientes; etc.; San Agustín). 

Desde la Eucaristía la unidad comunitaria y jerárquica, que desde la convergencia hacia su punto focal, visible, el ministerio apostólico, invisible, el misterio del Espíritu de Cristo, se difunde como un abanico ilimitado en la catolicidad de la Iglesia, extendida por toda la tierra. , en un impulso de amor misionero y ecuménico: este es el horizonte que se abre sobre nosotros, si realmente hemos celebrado el sacrificio eucarístico de Jesús ofrecido "pro mundi vita" por la vida del mundo ( Io . 6, 51).

CEREMONIA DE OFERTA DEL CERI

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo
Viernes 2 de febrero de 1973

Occursus, en latín, Ypapanté , en griego, esta fiesta se llamaba en la Iglesia de Oriente primitiva; y el nombre significaba el encuentro, es decir, el hecho del encuentro del niño Jesús, llevado al templo de Jerusalén cuarenta días después de su nacimiento, según la ley mosaica, para ser ofrecido allí a Dios, como si le perteneciera. : todos sabemos que en la realización de este rito legal y religioso el encuentro con el el viejo Simeón, quien, invadido por el Espíritu Santo, reconoció a Jesús como el Mesías y lo proclamó "Luz para iluminar a las naciones"; e inmediatamente después también tuvo lugar el encuentro con la venerable profetisa Ana, de ochenta y cuatro años, quien igualmente "empezó a alabar al Señor y a hablar del niño a los de Jerusalén que esperaban la redención" ( Luc.. 2, 38). Un encuentro mesiánico, por tanto, que adquiere significado profético y voz histórica, y que inaugura públicamente la era de Cristo precisamente en el lugar consagrado al culto del único y verdadero Dios, y a la conciencia del Pueblo Elegido sobre sus misteriosos destinos. .

Pues bien, comencemos nuestra ceremonia piadosa dándole al encuentro, que nos reúne aquí, el sentido religioso y espiritual que refleja, bajo ciertos aspectos, lo que la liturgia nos hace conmemorar hoy. Vienes aquí para realizar un acto de reconocimiento de la misión encomendada a nuestra humilde persona de realizar y continuar en el tiempo la de Jesús, el Cristo, luz y salvación del mundo. 

Es un encuentro que expresa principalmente dos de sus sentimientos, uno de fe, uno de fe en Cristo, en su Evangelio y en su Iglesia; de adhesión abierta, de respeto filial del otro al Papa, a vuestro Obispo, al Apóstol Pedro, a quien el Señor confió las llaves, es decir, la potestad del reino de los cielos, y al mismo tiempo la función pastoral sobre toda la Iglesia. Conscientes de nuestras limitaciones humanas, estaríamos tentados a huir de este encuentro, pero la investidura, Viniendo a nosotros por legítima sucesión, el oficio apostólico no lo permite, al contrario nos hace una seria y dulce obligación de acogerlo con todo nuestro corazón. Sí, bendito sea este encuentro que nos ofrece la grata oportunidad de tener a nuestro alrededor una asamblea tan plena, tan variada, tan devota, como la que ahora nos rodea, y que nosotros mismos hemos querido preparar con esmero, en este monumental y piadoso Basílica, no para nosotros, sino para vuestro honor, queridos y venerables hijos. El encuentro habla de unidad, dice armonía, dice amistad, dice conciencia de la sociedad jerárquica y orgánica y al mismo tiempo religiosa y espiritual, que juntos componimos, amamos y servimos. El encuentro dice Iglesia, y aquí Iglesia Romana, Iglesia apostólica. 

Ahora para nosotros esta conciencia común, hecho actual y casi experimental por el doble hecho de la presencia de representantes de muchos cuerpos eclesiales, viviendo en la misma ciudad, pero no fáciles de converger en el mismo lugar y en la misma ceremonia; y debido a que cada una de estas representaciones lleva la ofrenda de una de sus velas, símbolo rico en múltiples significados y entre ellos en primer lugar el del vínculo cordial, por lo que toda institución representada quiere estar en la fe y en la caridad vinculada a nosotros, lleva una profunda alegría espiritual: celebramos a Cristo juntos: por él y con él celebramos la Iglesia. 

¿Qué más puede animarnos y consolarnos más cálidamente? y debido a que cada una de estas representaciones lleva la ofrenda de una de sus velas, símbolo rico en múltiples significados y entre ellos en primer lugar el del vínculo cordial, por lo que toda institución representada quiere estar en la fe y en la caridad vinculada a nosotros, lleva una profunda alegría espiritual: celebramos a Cristo juntos: por él y con él celebramos la Iglesia. ¿Qué más puede animarnos y consolarnos más cálidamente? y debido a que cada una de estas representaciones lleva la ofrenda de una de sus velas, símbolo rico en múltiples significados y entre ellos en primer lugar el del vínculo cordial, por lo que toda institución representada quiere estar en la fe y en la caridad vinculada a nosotros, lleva una profunda alegría espiritual: celebramos a Cristo juntos: por él y con él celebramos la Iglesia. ¿Qué más puede animarnos y consolarnos más cálidamente?

Ahora muchas veces pensamos que ese gran acontecimiento, del que nuestro siglo será memorable, el Concilio Ecuménico que acaba de finalizar, tenía que servir, en las intenciones de la divina Providencia, para reavivar, profundizar, armonizar ese sentido de Iglesia, que las doctrinas conciliares se han nutrido de espléndidos temas y que la evolución de los tiempos exige más que nunca clara y contundente; por tanto, estamos llenos de alegría y confianza cuando tenemos una experiencia rápida y particular, casi sensible, del "sentido de Iglesia".

 ¡Cuánto nos agrada y nos mueve a disfrutar ahora de la comunión eclesial de nuestra diócesis contigo! Como es fácil para nosotros suponer que los Apóstoles, sus fundadores, que sus mártires y santos, con la Santísima Virgen, salus Populi Romani, ayúdanos en este momento de encuentro espiritual, tan expresivo; más bien, piense en el misterio de la presencia secreta entre nosotros de Cristo mismo, quien prometió encontrarse en medio de aquellos que se congregan en su nombre ( Mat . 18:20 ).

No podemos dejar de notar una circunstancia que caracteriza esta ceremonia y que le da una espléndida nota de piedad y solemnidad. ¿Ves quién tiene la mayor y mejor parte hoy en la basílica? son las religiosas, son nuestras hermanas, son las vírgenes y viudas, consagradas al Señor, que viven en Roma y son parte de nuestra comunidad. 

¡Saludos a ustedes, hijas en Cristo, queridísimas! Benditos, que habéis aceptado nuestra invitación a este encuentro que, como decíamos, quiere reunirnos en torno al misterio mesiánico de la presentación del niño Jesús en el Templo y expresar así la red de vínculos espirituales y canónicos, que da forma. y coherencia con la unidad religiosa y social en la Iglesia de Roma. Porque queríamos a las monjas "romanas" en esta asamblea (así las describe su estancia, o incluso su estadía temporal en nuestra diócesis) tienen un lugar distinto hoy? ¡Oh! por muchas razones ! entre los que aquí hay algunos. 

Queremos que la comunidad diocesana tenga una vez la ocasión de demostrar la estima y el cariño que rodea a estas elegidas hijas suyas, humildes y fuertes. No están "marginados", no; son las flores de su jardín. Queremos el estilo de ellosevangelica testificatio, de su testimonio evangélico sean honrados y reivindicados frente a la devaluación secularista, que quisiera secularizar hasta las almas más ardientes y fieles en el seguimiento de Cristo. Queremos una sensibilidad generosa despierta de la comunidad de fieles para no olvidar las necesidades de las religiosas más pobres que a menudo carecen de los medios de subsistencia. 

Queremos que la tradición ascética, contemplativa o activa de vida religiosa sea por todos, especialmente por la comunidad eclesial, reconocida como válida y actual, restaurada como debe ser según el espíritu del reciente Concilio y según las normas sugerido por los documentos de esta Sede apostólica, en efecto, en conformidad con el esfuerzo renovador que las familias religiosas individuales han sabido plasmar en sus propias costumbres, a veces fatigadas y puramente formales, a través de las sabias revisiones de sus estatutos, estudiadas y realizadas en sus recientes capítulos generales. 

Queremos las vocaciones específicas, que califican a los institutos religiosos, como la oración y la penitencia, el aislamiento y el silencio para una absorción interior más intensa en la búsqueda de la conversación con Dios, o más bien el don infatigable de sí en la ardua y providente actividad escolar, o en la asistencia experta a los enfermos o diversas necesidades sociales, o en relación con las misiones católicas, y según el genio inventivo de su piedad y caridad, se insertan honorable y orgánicamente, quizás incluso a

través de alguna sagrada iniciación, en la estructura eclesial. También queremos promover y perfeccionar el encargo de los religiosos, que tengan el gusto y la preparación.

Las queremos junto a la Iglesia orante, docente, trabajadora, sufriente, evangelizadora, estas hijas nuestras generosas y valientes, estas hermanas nuestras piadosas y trabajadoras, estas mujeres adornadas de sencillez y dignidad, siempre ejemplares y, según el nombre. atribuido a los miembros sinceros de las primitivas comunidades cristianas, ¡santo!

¡Oh! ¡Sí! amadas hijas de la santa Iglesia, dejad que el espíritu de comunión, del que ella vive, entre en vuestros hogares, más allá de las puertas de vuestras cláusulas, entre en vuestras almas e infunda el aliento de la renovación deseada por el Concilio Ecuménico, y también os de hecho a ti especialmente, la visión de los grandes designios divinos que atraviesan la humanidad y marcan sus destinos en relación a su elevación sobrenatural y escatológica, a la armonía y paz del mundo.

Aquí vosotras, hijas benditas, nada menos que los eclesiásticos y los laicos, habéis comprendido y, siguiendo los pasos de Nuestra Señora en el camino evangélico, interpretados por el rito litúrgico que celebramos, venís al altar trayendo vuestro don simbólico. también., tu vela. Nos haces pensar en la parábola de las vírgenes en el Evangelio de San Mateo; nos recuerdas los múltiples significados que el lenguaje ritual y espiritual atribuye a esta fuente de luz pura y primitiva, la vela; y ustedes nos proponen que nos recomiende hacer de la vela el símbolo de sus propias personas: por su rectitud y su dulzura, una imagen de inocencia y pureza; por su función de quemar e iluminar, a la que está destinada la vela, realizando en sí misma la definición de tu vida, toda destinada al amor único, ardiente y total, al Padre, para Cristo, en el Espíritu Santo, fuego de amor; un amor que con la oración, el ejemplo, la acción ilumina providencialmente la habitación y el camino de la Iglesia y del mundo circundante; por su destino, en fin, el de consumirse en el silencio, como tu vida en el drama ahora irrevocable de tu corazón consagrado: el sacrificio, como Cristo en la Cruz, en una caridad dolorosa y feliz, que no se extinguirá finalmente. día, pero sobreviviendo, brillará para siempre en el eterno encuentro con el divino Esposo.

Para ustedes, para todos los presentes, con afectuoso agradecimiento nuestra Bendición Apostólica.


El anuncio del cardenal morado al Pro Vicario de Roma

Al final del sagrado rito, el Santo Padre da el siguiente anuncio al encuentro, subrayado con vívidas aclamaciones.Creemos que no perturbaremos el espíritu de esta ceremonia al anticiparles buenas noticias. Suelen decir que las religiosas son las últimas en enterarse. Esta vez eres el primero. Pronto se publicará la noticia de que, invocando al Espíritu Santo, hemos decidido agregar a Monseñor Ugo Poletti, Pro Vicario de Roma, al Colegio Cardenalicio. Y démosle la bendición también a todas vuestras familias religiosas.

SAGRADO RITO EUCARÍSTICO "CENA EN DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 19 de abril de 1973

Hermanos

Bienvenidos a esta ceremonia de Jueves Santo, a la que todos sentimos que debemos asistir con total adhesión. El hecho mismo de que lo celebremos en esta basílica, el corazón de la Iglesia católica, y que estemos deliberadamente juntos, todos penetrados por el sentido interior de la solemnidad del rito, y deseosos de unirnos a la participación en la comprensión de lo que que estamos haciendo, nos pone buscando, casi ansiosos, ciertamente fervientes, de su significado.

Lo diremos muy brevemente, centrando nuestra atención en unas palabras de Jesús, el invitado protagonista de aquella última cena. Él mismo dijo que para él era la última ( Lc 22, 15-16), y lo hizo entender a lo largo de todos los discursos de ese íntimo y muy triste encuentro de convivencia, motivado por la celebración del ritual judío de la Pascua (Cf. Io 16, 5-7; etc.), que culminó, como sabemos, en las misteriosas palabras de la institución de la santísima Eucaristía, concluidas con esos preceptivos y ellos mismos instituyentes de otro sacramento, el Orden sagrado, ministerial generador de la Eucaristía. mismo: "Esto lo haces en memoria mía" ( Luc . 22, 19; 1 Cor.. 11, 24-25). Él dijo. Es en virtud de estas palabras que estamos reunidos aquí esta noche. Son palabras testamentarias. Serán verdaderos y efectivos hasta su última venida, al final del presente orden temporal, al final de los siglos: donec veniat , hasta que él, Jesús, tenga que volver, declara san Pablo. Es, por tanto, el acto memorial por excelencia que recordamos y repetimos en este momento, cumpliendo el precepto que lo hace perenne en el desarrollo de la historia; es la presencia del Señor que acompaña el camino de su Iglesia en el tiempo, en el "misterio de la fe", que presupone la presencia real de Jesús en el sobre sacramental, y exige una comprensión obediente, una acogida de la fe de nuestra parte, el homenaje amoroso de una calificada memoria nuestra.

Este esfuerzo de recuerdo es fundamental para nuestra celebración. La prodigiosa facultad de la memoria se ejerce como estímulo para nuestra capacidad receptiva a la Eucaristía. Afecta a quienes la reciben en virtud de su propio ex opera operato , pero su acción está orientada al ejercicio de nuestro recuerdo, es decir, a la acogida de Cristo recibido y pensado en nosotros, a su permanencia personal, viva y real en nuestro interior. nosotros, pero al mismo tiempo conceptual y reflejado en nuestra mente, en nuestra psicología, en nuestro corazón, según nuestra actitud para asimilarlo, aceptarlo, amarlo, coincidir, por así decirlo, con él: donec formetur Christus in vobis , hasta que Cristo se forme en vosotros, dice San Pablo ( Gal. 4, 19).

 Una intención fundamental de permanencia domina el misterio de la Eucaristía; es decir, de la permanencia de Jesús entre nosotros más allá del abismal límite de su pasión y muerte, de la verdadera permanencia, pero bajo la pantalla sacramental, que mientras nos quita la alegría de su sensible visión, nos ofrece la seguridad de su eficaz presencia, y al mismo tiempo la otra inestimable ventaja de su indefinida y unívoca multiplicabilidad, en tiempos y lugares, lo que se necesita para saciar el hambre de quienes permanecerán en su fe y en su amor. Permanecer es la intención sacramental de la Eucaristía, es decir, con respecto a Jesús; Permanecer es la intención moral, es decir, con respecto a nosotros, de quienes Jesús quiere ser el viático, el compañero, el sustento de nuestro peregrinaje en el tiempo: debemos, pues, permanecer en su amor.Yo . 15).

Por tanto, un deber, hermanos, debemos reavivar en nuestras almas, el de "recordar" a Jesús, como él quiso ser; y he aquí, de este particular memorial nuestro, brota con ímpetu, es decir, amorosa abundancia nuestro culto eucarístico, al que la Iglesia nos invita y exhorta con infatigable preocupación.

Entonces, limitando siempre nuestra búsqueda al sentido esencial de ese banquete pascual, con el que Cristo quiso despedirse de sus discípulos, no podremos pretender el paso de la figura del cordero a la realidad de la verdadera víctima para nuestro. Pascua, que es el mismo Cristo inmolado (cf.1 Cor.. 5, 7), transición hecha con la institución de la Eucaristía, que en la figura del pan y el vino, representa y renueva el sacrificio redentor de Jesús de manera incruenta. y teología dramática? Bienaventurados seamos si la deficiencia de nuestro discurso y aún más de nuestro pensamiento compensa, después del acto de fe que hemos mencionado, compensa el amor. 

La Eucaristía es el punto privilegiado del encuentro del amor de Cristo por nosotros; un amor que se pone a disposición de cada uno de nosotros, un amor que se convierte en cordero de sacrificio y alimento de nuestro hambre de vida, un amor que se expresa en la forma y medida de su autenticidad específica, más alta y exclusiva, es decir, un amor que todo se da: dilexítame - dice el Apóstol -et tradidit semetipsum pro me , me amó y se sacrificó por mí ( Gá . 2, 20; Ef . 5, 2; 5, 25); y del encuentro de nuestro amor pobre y vacilante por él, que en tanta caridad apremiante encuentra finalmente el atrevimiento de superar toda timidez, toda debilidad y responder con Pedro: «Señor. . . ¡Sabes que te quiero! »( Io . 21, 15-17 ) . 

El amor tendrá la suerte de penetrar en algunas de sus intuiciones místicas y con algo de su anticipada plenitud (cf. Ef 3, 17, 19) en el misterio de la caridad, que supera todo entendimiento, el misterio del sacrificio eucarístico. y sumergirse en él participando de ese rito humilde e inconmensurable que es nuestra santa misa.

Hermanos, no os contamos más. Pero no concluiremos estas balbuceas palabras sin confiaros que tenemos otro en nuestro corazón, también tomado de los inolvidables de la Cena del Señor, y es este: "Os doy el mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como yo. te he amado "( Io . 13, 34; 15, 12).

 Ese "yo" es Jesús, el Cristo, nuestro Señor; que "ustedes" son los Apóstoles, todos los fieles que creyeron en él, "según su palabra " ( Ibid . 17:20 ); somos nosotros, la Iglesia Romana y la Iglesia Católica, nosotros, hijos de la tierra y del siglo, los que hoy, Jueves Santo, debemos sentirnos todos impresionados por el amor crucificado y eucarístico de Cristo; y aún nos queda mucho por aprender a amarnos, según su ejemplo y precepto.

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 21 de junio de 1973

La reverencia por el misterio eucarístico que estamos celebrando absorbe nuestra atención, y ciertamente la de ustedes; y nos impide expresarnos a todos ustedes, presentes en este rito, al párroco de esta comunidad reunida en torno a la Iglesia de Santa Silvia, a los cohermanos, a los fieles que residen aquí, y también a las autoridades civiles que sabemos que han reunidos en esta celebración con gran gratitud, para expresar, decimos, el saludo que tenemos en el corazón para todos y cada uno, la alegría de estar entre ustedes y de poder con ustedes y de poder realizar la solemne ceremonia de "Corpus". Domini ", los votos que formulamos ante el Señor para vosotros, también para los ausentes, para los que queremos convocar a este encuentro de fe común, especialmente para los enfermos, para los niños, los jóvenes, los jóvenes, los trabajadores, los padres. de todas las familias de este barrio,dignamente representado. Pero lo que en este momento no podemos expresar con las debidas palabras, lo expresamos con nuestra presencia, con nuestra oración tácita.

La Eucaristía nos absorbe y nos obliga a concentrar todos nuestros actos, todos nuestros pensamientos en ella. Ahora es el punto focal de nuestra alma, y ​​queremos suponer que este también es el caso de sus almas. Todos creemos, todos sabemos, que aquí, ahora, entre nosotros, Jesucristo está presente. Vivo y verdadero, nuestro Señor, nuestro Salvador, nuestro Maestro, Jesucristo está presente. El tema de esta presencia misteriosa pero real por sí solo retiene nuestros pensamientos durante estos breves momentos.

Para ser simple lo clasificamos en dos conjunciones gramaticales: por lo tanto y por lo tanto. Por tanto, nuestro Señor Jesucristo está presente; esto dice que la celebración del "Corpus Domini", de hecho ahora mejor formulado con el título de "fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo", es una fiesta de la Eucaristía.

Reflexionando, ya hemos celebrado esta fiesta; y eso fue el Jueves Santo. Recordamos todo sobre esa liturgia, extremadamente realista debido a su adherencia casi textual al relato del Evangelio conmemorado; la última cena del Señor con sus discípulos, todo impregnado por el recuerdo de la inmolación ritual del Cordero pascual y por el presentimiento de la inminente tragedia que pende sobre la vida temporal del Maestro, para convertirlo en la verdadera víctima de una Pascua redentora; y todo tejido en el hilo de los discursos, pronunciados por Jesús casi en un monólogo, en una tensión incomparable de sentimientos, oraciones, preceptos, actos profundos y definitivos, que sólo su conciencia divina de celebración testamentaria, sacramental y sacrificial, pudo dominar. y llenarse de significados ilimitados. ¿Qué pasó en esa fatídica hora? ¿Te acuerdas? La cena se convirtió en un memorial: "haz esto en mi memoria" (Luc . 22, 19; Cor . 11, 24). 

¿Memorial de qué? del sacrificio que Jesús, el verdadero Cordero de Dios sacrificó por la salvación del mundo, estaba a punto de consumir con dolor, deshonra, en la sangre de su oblación en la Cruz; memorial de su presencia idéntica, aunque de diferente figura, que se puede recordar a través del encargo, la investidura, el poder, en ese mismo momento conferido a los apóstoles cenadores, de renovar de manera real, pero incruenta, el sacrificio que hizo de Víctima divina, expresada en los signos sacramentales del pan y el vino, alimento del cuerpo y sangre de Jesús, entregado a la cúspide del amor por la vida del mundo. ¡Es demasiado! ¡es demasiado! ¿como entender? ¿como comportarse? como hacer juego

Quedamos, en la re-evocadora celebración del Jueves Santo, casi aturdidos y abrumados por el entrelazamiento inmensamente dramático del relato evangélico de esa velada suprema y por los misterios desbordantes, concentrados en el rito, que se erige no sólo como imagen, sino como una realidad sublime. Parecíamos vislumbrar algo excesivamente extraordinario en esa liturgia por excelencia, porque no nos bastaba con asistir a su celebración inmediata, sino que parecía nuestro deber ir inmediatamente después, haciendo una peregrinación a los llamados "sepulcros", es decir. , a los altares donde está la Eucaristía se custodió y honró, en un ambiente de tenaz memoria, de pasión desoladora, del esperado desenlace final de tan insoportable drama. Como sucede en el velorio de algunos de nuestros fallecidos, quedamos absortos en una tristeza indefinible pero tierna y dulce,

Y así pasó el Jueves Santo, dejándonos con la impresión de que no habíamos comprendido ni cobrado íntegramente su inefable herencia. Y aquí está la fiesta actual, el "Corpus Domini", que bien puede considerarse una ocurrencia tardía, una vuelta a esa última cena, a esa noche misteriosa, a esa herencia no tan valorada.

Hemos perdido la presencia sensible de Jesús, pero nos ha dejado su presencia sacramental. Cuán verdaderas son las palabras de Él, pronunciadas precisamente en esa noche de despedida: «No os dejaré huérfanos; Vendré a ti ”( Io . 14, 18). Palabras validadas por las últimas palabras pronunciadas por Jesús resucitado, antes de su desaparición del escenario temporal de este mundo: "He aquí, estoy con vosotros siempre, hasta el fin del mundo" ( Mat . 28, 20).

¡Entonces Jesús está con nosotros! Esta es nuestra conclusión, que da el motivo de nuestra celebración, así como de todas las que suscita el "Corpus Domini" en la Iglesia católica.

¡Entonces Jesús está con nosotros! El Ángel se lo había dicho a San José en un sueño ( Ibid . 1, 23), repitiendo la profecía de Isaías: «. . . la Virgen dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel, que significa: Dios con nosotros ». ¡Jesús permaneció entre nosotros los hombres! Nosotros, sus seguidores y creyentes, lo sabemos: ¡Jesús todavía está presente! Mientras un Sacerdote celebre una Misa en esta tierra, Jesús, ese Jesús del Evangelio y ese mismo Jesús que ahora está en el cielo, y está sentado en gloria a la diestra del Padre, está presente aquí.

Debemos reavivar en nosotros mismos el sentido de esta maravillosa presencia. Jesús está con nosotros. ¿Donde como? ahora no lo decimos. Nos basta con afirmar y casi sentir esta presencia: una presencia que nuestros sentidos no pueden percibir, pero, a través de la fe, el alma sí. Es el "misterio de la fe" el que nos obliga a ejercitar esta virtud fundamental de todo nuestro sistema religioso con energía convencida. Creemos en la Palabra de Cristo: "este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre". Temblemos y alegrémonos: está presente.

Otro orden de consecuencias surge entonces de esta misteriosa realidad. Está presente: ¿por lo tanto? así que lo busco, lo encuentro, lo amo, lo amo. Nuestra religión personal y comunitaria se enciende con este descubrimiento eucarístico. Si Cristo nos invita personalmente a su mesa, ¿cómo podemos rechazar su bondad? Aceptar la invitación significa participar en el rito supremo y central de nuestra fe, significa participar en la Santa Misa. La obligación se convierte en un derecho. Un derecho que debe encantarnos: adquirimos la posibilidad de hacer de Cristo no solo nuestro comensal, sino ¿quién lo diría? - nuestra comida: quien la coma, se dice, vivirá; vivirá para la vida eterna.

Por tanto , esta es la lógica de la Eucaristía que continúa, por tanto, cada uno de nosotros debe sentir el hambre de tal sacramento, principio verdadero y activo de la vida, que, alimentado por el mismo Cristo, no puede llamarse vida cristiana.

Por lo tanto, nuevamente las consecuencias de la Eucaristía son inmensas para la existencia espiritual de cada individuo, así como para la existencia espiritual de una verdadera comunidad cristiana y católica. De esta manera se forma el Pueblo de Dios, primero en su unidad interior, luego en su caridad social. La unidad del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, es la gracia específica - la res - de la Eucaristía (Cf. S. TH. III, 73, 3). 

Ningún sentido de solidaridad, y por tanto de progreso civil, podría ser más auténtico, pleno y eficaz que el que surge de la conciencia comunitaria de la Eucaristía. El misterio se vuelve luz, se vuelve fuerza. Y cuánto más podríamos contaros continuando el discurso sobre la fecundidad vital de la Eucaristía presente entre nosotros: qué fuente de bondad colectiva, qué consuelo para los sufrimientos comunes, qué esplendor para la moral pública, qué esperanza para nuestra justicia y nuestra paz. !

Si Él está presente, ¡así debe ser! ¡así puede ser! Por eso celebramos la fiesta del "Corpus Domini" fuera de nuestras Iglesias: su caridad tiene derecho a ella; nuestra humanidad lo necesita. Vamos a recordarlo. Amén.

SANTA MISA "EN CENA DOMINI"

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Jueves Santo, 11 de abril de 1974

¡Mis hermanos e hijos queridísimos!

¿Donde estamos? ¿Por qué estamos reunidos aquí? ¿que estamos haciendo? La celebración de este rito requiere de nosotros un momento de intensa concentración.

También es cierto: es esencialmente solo una Santa Misa, que celebramos todos los días y multiplicamos en muchos lugares diferentes. Pero hoy este rito quiere adquirir su significado pleno y original. Quiere recordar, es más, renovar sus razones constitutivas, y adquiere para nosotros, en todos los aspectos, una importancia particular; queremos honrar su misteriosa y compleja realidad; su origen, que es la Última Cena del Señor; su naturaleza, que es el sacrificio eucarístico; su relación con la Pascua judía, memorial de la liberación del pueblo judío de la esclavitud y luego signo de la promesa mesiánica sobre los destinos futuros de ese pueblo; su aspecto innovador, que es la inauguración de un nuevo

Testamento, de una nueva alianza, es decir, de un nuevo nivel religioso, eminentemente superior y más perfecto, entre Dios y la humanidad. Estamos situados en la encrucijada de las grandes trayectorias de los destinos históricos, proféticos y espirituales de la humanidad: aquí termina el Antiguo Testamento; aquí se inaugura el Nuevo; aquí el encuentro con Cristo, desde lo evangélico y particular, se vuelve sacramental y universalmente accesible, aquí la intención fundamental de su presencia en el mundo, con la celebración de los dos misterios esenciales de su vida en el tiempo y en la tierra, la Encarnación y la Redención, se revela en gestos y palabras inolvidables: "conociendo a Jesús, de hecho dice el Evangelio, que había llegado su tiempo de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" ( Io.13 , 1), es decir, hasta el límite extremo, hasta el don supremo de Sí mismo.

Este es el tema en el que ahora debemos fijar nuestra atención. No seremos realmente capaces, así como nuestros ojos no son capaces de sostener la mirada directa de la luz del sol. Pero estos ojos humanos y fieles no deben cansarse de contemplar lo que hace brillar ante nosotros el misterioso esplendor de la Última Cena: los gestos de amor que se ofrece y se entrega, y que adquieren apariencia y dimensión de un absoluto, divino. amor; amor que se expresa en sacrificio.

Amor, en la experiencia humana, es un término terriblemente equívoco, según los bienes a los que se dirige; puede significar las pasiones más abyectas y sórdidas, puede disfrazarse en el egoísmo más exigente y maligno, puede equilibrarse en legítima reciprocidad al contentarse con lo que recibe por lo que ha dado, y puede darse el gusto de hacer cálculos de interés casi inadvertido; y finalmente puede darse libremente, realizándose en su definición esencial, por amor, sin considerar el mérito de quien lo recibe, ni la compensación que le corresponda.

Amor puro, total, libre, salvador; tal fue el amor de Cristo por nosotros: y esta última tarde de su vida terrena nos ofrece pruebas conmovedoras y profundas de ello.

Bienaventurados somos si, codiciosos como somos de cosas grandes y singulares, sabemos detenernos en el estudio, en la contemplación inagotable de este amor de Cristo, en cierto modo al dejarnos encantar por la visión sensible de las cosas ilimitadas. , del cielo profundo, del mar sin orillas, del panorama con límites inaccesibles! Y esto tanto más cuanto que sabemos cómo la Eucaristía, que ahora nos deslumbra, es la figuración, transparente a la fe, de la Cruz: que Jesús, que ahora es glorioso en el cielo a la derecha del Padre, quiere ser detectado por nosotros en el acto perenne de su sacrificio; tal es precisamente el significado sangriento del Cuerpo y la Sangre, sacrificados en la Cruz, que se nos aparece en los símbolos incruenta de las especies del pan y del vino. El Crucifijo está frente a nosotros. El dolor y el amor nos invaden. La escena del Calvario parece tomar forma a nuestro alrededor. La mesa se ha convertido en un altar: «Toma y come, este es mi Cuerpo; toma y bebe, esta es mi Sangre ».

El prodigio continúa y se expande. "Haced esto en mi memoria": el sacerdocio católico nace de este amor y de este amor: todo cristiano fiel será así invitado a esta mesa inefable, a esta comunión incomparable: "Nosotros, el Apóstol dirá, somos un solo cuerpo , aunque son muchos, porque todos compartimos de un mismo pan ”(1 Co 10, 17).

Aquí el espíritu, fijo en el estudio del misterio eucarístico, descubre el perfil del "Cristo total": Jesús, la cabeza y sus miembros formando un solo cuerpo místico, su Iglesia, viviendo en él animado por el Espíritu Santo: aquí están los mil y mil elegidos para participar en el sacerdocio de Cristo, "descendencia que el Señor ha bendecido" , isti sunt semen cui benedixit Dominus como leemos en Missa chrismalis ( Is. 61, 9) de esta mañana; son nuestros hermanos, son nuestros colaboradores, a quienes se ha conferido el sacerdocio ministerial, esta especie de poder prodigioso, que nos identifica, en ciertos aspectos, con el mismo Cristo, capacitándonos para actualizar su presencia sacramental y resucitar las almas muertas. por el pecado en virtud de su obra de misericordia. Que el saludo gozoso y tembloroso - in osculo pacis - de nuestra comunión en Cristo vaya a ustedes, sacerdotes, que nos asisten aquí, y a todos y a los sacerdotes individuales de la Santa Iglesia, esparcidos por la faz de la tierra, en este momento, el único y sumo sacerdote de la nueva Alianza, sancionado por él en la cena sacrificial y conmemorativa del Jueves Santo.

Y así resplandece de inmediato el otro prodigio de la multiplicación sacramental de la Eucaristía, accesible, a través de nuestro humilde y sublime ministerio sacerdotal, en su inmediata plenitud de comunión con Cristo a todos y a los fieles individuales, dispuestos al encuentro inefable: a todos. , a cada uno de estos hermanos hoy el alegre saludo de nuestra paz. Que decimos ¿qué celebrando? ¿Toda la Iglesia, alimentada por el Cristo único, víctima inmolada por nuestra salvación, salvación consumada en la transfusión en nosotros de su vida divino-humana, por la comunión con él, se ha convertido en nuestro alimento sacramental? "El que come de mí, para mí vivirá" ( Io . 6, 56-57), proclama Cristo Jesús, ¿es así realmente? Lo escuchamos con fe, ensoñadores, extáticos, casi en un sueño surrealista; ¡bendito!

Pero el mundo, nuestro mundo, ¿cómo puede recibir este mensaje? ¿No crea una distancia insuperable entre la Iglesia viva y el mundo moderno, secularizado y profano? ¡Oh! ¡es cierto! Durus est hic sermo , este discurso es difícil ( Io . 6. 60). Es difícil, sí; pero es el discurso de unidad, amor, gozo, salvación, verdad; ¿No es acaso un discurso también para el hombre moderno, para el hombre auténtico, para el hombre en constante búsqueda de novedad y de vida? Esperamos que el hombre moderno también pueda, afortunadamente para él, comprenderlo.

CONCELEBRACIÓN CON LOS OBISPOS ITALIANOS

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Sábado, 8 de junio de 1974

Queridos y venerables hermanos en Cristo Señor.

Aquí estamos una vez más unidos en la celebración de los santos misterios de la Última Cena de nuestro Señor Jesucristo, es decir, de nuestra santa Misa, que actualiza entre nosotros el recuerdo siempre vivo, siempre idéntico, siempre auténtico de él; relata las palabras sublimes e inagotables de su tránsito ritual y dramático como las pronunciamos para nosotros; a través de nuestro humilde pero prodigioso ministerio sacerdotal se da cuenta de la presencia real, sacramental y adorable de él, Jesús el Señor; refleja con misteriosa fidelidad, que ignora toda distancia de tiempo, lugar, circunstancia, la trágica inmolación de Él en la cruz, y hace de este banquete un sacrificio, el verdadero sacrificio redentor a nuestra disposición, ofreciéndonos luego como nuestro alimento santificador y vivificante. , bajo las especies de pan y vino, la carne y la sangre de la Víctima divina; Cristo celebra así en nosotros, sus miembros místicos, la extensa plenitud de nuestra única y suprema Cabeza, Cristo, que es precisamente la Cabeza de la Iglesia que somos; Nos hace saborear la embriagadora efusión de su Paráclito; e ilumina en nosotros el verdadero sentido de la vida presente con la radiante promesa de su gloriosa parusía futura. Tal es la riqueza del sacrificio eucarístico.

Pero un pensamiento del Señor, un voto suyo, domina y concluye este testamento suyo; hemos recogido la reiterada expresión de esto escuchando el anuncio del pasaje evangélico, elegido para esta celebración; y un deseo suyo dirigido a nosotros, como a los sucesores de los Apóstoles, como a los herederos más directos y calificados en la fe de su testimonio, también nosotros somos objeto de una oración intencional de Cristo al Padre celestial: "Yo Orad, dijo Jesús en ese supremo anhelo de su corazón mesiánico, incluso por aquellos que por su palabra (de Apóstoles) creerán en mí, para que ". . . y hay dos propósitos de tan tensa y ardiente oración de Cristo, "que todos sean uno", el primer propósito; «Uno en nosotros, para que», según el propósito, «el mundo crea que Tú me enviaste. . . " E inmediatamente repite,Yo . 17, 20, 23).

Unidad, cumbre del Evangelio para los seguidores de Cristo, para sus apóstoles, especialmente para sus ministros; y unidad, apología del Evangelio y de la fe frente al mundo, a la humanidad.

El divino Maestro, unidad, en la que se identifican fe y caridad, nos llama siempre a este centro focal de nuestra vida religiosa; nos invita el reciente Concilio, que ha reabierto sus caminos convergentes hacia el ecumenismo; y, casi por providencial maduración histórica, la teología y la estructura canónica de la Iglesia católica nos conduce: la unidad.

Tomemos conciencia de este momento sagrado, en el que celebramos una forma de unidad muy hermosa y significativa para la comunidad eclesial italiana, que, antes de estos nuevos planes organizativos de la asamblea nacional del episcopado, nunca se había celebrado en este país. . Marcamos esta hora en nuestros corazones como histórica; sí, una hora preciosa y dinámica de unidad, y reconocemos a esta unidad numérica, externa, ocasional su valor trascendente, espiritual y exigente. Es un hecho colegiado; ¿Acaso el Concilio no nos hizo avanzar en el conocimiento de este aspecto constitucional del orden episcopal? Ninguno de nosotros debe sentirse disminuido por las exigencias de caridad, armonía, colaboración, a las que la colegialidad educa a sus miembros;

Además, esta unidad es la expresión más auténtica y autorizada de una propiedad esencial de la Iglesia, la de ser comunión.

La unidad católica es comunión. Este es un título que pertenece a toda la Iglesia en su conjunto; y debemos ser los primeros en reproducir su espíritu y formas en esta conferencia episcopal; no solo, sino también en la conciencia y expresiones asociativas de la Iglesia italiana; cuanto más corresponde una Iglesia a su definición de la auténtica Iglesia de Cristo, mejor refleja en sí misma, en su animación y en sus estructuras concretas, el principio profundo y constitucional de unidad. El pluralismo de opiniones y agrupaciones, que ahora se extiende también en el ámbito católico, no nos deja indiferentes y completamente tranquilos, como lo que muchas veces nos parece derivar no de un propósito de una eclesialidad libre, sino orgánica y sustancialmente unitaria. cuerpo, sino más bien por un inquieto, y básicamente egoísta,1 Cor . 12, 12 y siguientes; Ef. 4, 25; Col. 3, 11; Rom.12 , -1 y sigs.).

Hay hoy quienes hablan con énfasis de la comunión eclesial, y la apelan como su propio registro sobrenatural; pero a menudo, por desgracia, más ansioso por afirmar sus propios carismas particulares, o por defender sus derechos personales, impugnando tanto los aspectos históricos como canónicos de la Iglesia viva y visible, que permanecer en la obediencia dócil, filial y ejemplar al legítimo poder eclesial; prácticamente, si no siempre con abierta disensión, se libera de esta perfecta comunión, sin prestar atención a que con su comportamiento hostil se corta la rama que lo sostiene y lo une a la planta mística de la unidad, que es la misma. Cristo nuestro bendito Señor, un Ser místico con su Iglesia.

Necesitamos la unidad, los obispos primero, que tenemos la misión de promoverla, protegerla, testimoniarla, servirla, vivirla, en el circuito de la fe y la caridad (Cfr. Ef. 4, 15-16).

Este tema nos obliga a mencionar, incluso en este lugar tan espiritual y sereno, el resultado del reciente Referéndum, que nos ha dado la dolorosa confirmación de ver documentado cuántos ciudadanos de este siempre querido país no han sido solidarios en un experimento relacionado Al tema, la indisolubilidad del matrimonio, que, por indiscutibles razones civiles y religiosas, debería haberlos encontrado mucho más acordes y más comprensivos.

No lo convertiremos en un tema de controversia obsoleta por este motivo. Más bien, haremos un llamamiento paternal a los eclesiásticos y religiosos, a los hombres de cultura y acción, y a muchos queridos fieles y laicos de educación católica, que no han tenido en cuenta, en esta ocasión, la fidelidad debida a una explícita evangélica. mandamiento, al principio claro de la ley natural, al recordatorio respetuoso de la disciplina eclesial y de la comunión, tan sabiamente enunciado por esta Conferencia Episcopal y validado por nosotros mismos: los instaremos a todos a dar testimonio de su amor declarado a la Iglesia y de su regreso a la plena comunión eclesial, comprometiéndose con todos los hermanos en la fe al verdadero servicio del hombre y de sus instituciones, para que internamente estén cada vez más animados por un auténtico espíritu cristiano.

Expresaremos la esperanza de que se alimente un sentido vigilante de responsabilidad personal y comunitaria en el alma de todos, especialmente de los cónyuges, es decir, de quienes han elegido el estado conyugal para dar felicidad y valor a su vida, y luego en particular. de los que tienen una misión pastoral, educativa o social entre las personas, y rogaremos a Dios que este sentido vital siga siendo la protección inviolable y el orgullo muy humano de la familia italiana. Y, por tanto, instamos a todos aquellos que tienen el deber y la posibilidad de intensificar su trabajo a dar una asistencia cada vez más rápida y adecuada a los valores y necesidades familiares.

¡Venerables hermanos!

Reanudamos la celebración de la Santa Misa

Con esta invitación a la unidad, la gratitud está en nosotros por el testimonio que nos da tu misma presencia; en nosotros está la complacencia por el trabajo realizado por vuestra asamblea, especialmente en lo que se refiere a la evangelización de los sacramentos de la penitencia y la unción de los enfermos; alabamos y alentamos sus iniciativas para el Año Santo; y por favor lleven a sus diócesis, y especialmente a los sacerdotes, la bendición que les damos de todo corazón.

SOLEMNIDAD DEL "CORPUS DOMINI"

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Jueves, 13 de junio de 1974

¡Queridos hijos y hermanos!

Escuchar. Les diremos una duda que surgió en nuestro corazón, cuando nos propusimos venir entre ustedes para celebrar juntos la fiesta del "Corpus Domini". Y la duda es la siguiente: si nuestra presencia entre vosotros habría beneficiado realmente la celebración de una solemnidad religiosa como ésta, enteramente concentrada en el culto más ardiente, exterior e interior, personal y comunitario de la Santísima Eucaristía, sobre el misterio de la presencia sacramental y el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, es decir, si mi venida a este barrio, a esta parroquia, hubiera sido motivo, sí, de júbilo y hacinamiento, pero más bien de distracción que de atracción hacia el verdadero objeto de la vida. tu devoción.

       Es decir, nos preguntamos en nuestro corazón si nuestra presencia habría interesado más vuestra atención que la presencia, única digna de vuestra alegría y adoración, de Jesús escondido y evidente en el sacramento eucarístico. Dos presencias: nuestra extraordinaria, visible, humana, representante, sí, del Señor, pero infinitamente inferior, despreciable en verdad en comparación con la presencia habitual, es verdadera, pero prodigiosa, sagrada, divina, incomparable de Cristo el Señor.

Por eso, cuando decidimos venir hoy, aquí, al Quadraro, a la aún joven Parroquia de la Asunción de la Santísima Virgen María, nos propusimos contaros esta breve palabra, que estamos diciendo, no tanto de nuestra presencia personal. , la presencia del Papa (diremos, si alguna vez, una indirecta más adelante, al final de la ceremonia), pero sobre la presencia real, misteriosa, pero verdadera de Él, de Jesús, aquí en el Quadraro, en este naciente comunidad; la presencia divina del Señor, que merece todo nuestro interés y que es el motivo principal de esta fiesta del "Corpus Domini".

Y esta invitación a centrar la atención en Jesús, en el Jesús del Evangelio, en el Jesús de la Última Cena, en el Jesús de la Cruz, en el Jesús resucitado, en Jesús ahora en la gloria del cielo ", sentado en el mano derecha del Padre "(como cantamos en el Credo), tiene una primera razón muy simple pero decisiva, que nuestra persona no merecería ninguna consideración especial, si no fuera la de un Obispo, de un Papa, es decir, de quien toma el lugar, de Vicario, de representante, el de ministro, es decir, de siervo, que extrae toda su dignidad y autoridad de Aquel que lo eligió para actuar en su nombre. Por tanto, cuanto más nos miran, con afecto filial y con satisfacción por nuestra visita, más lo miran a él, a Cristo, presente en nuestro ministerio.

Y fija tu pensamiento, hoy más que nunca, para que se convierta en habitual y siempre inspirador, en el hecho misterioso y central de toda nuestra fe, la de la Presencia del Hijo de Dios, hecho hombre, entre nosotros; misterio de la Encarnación, que nos autoriza a repetir el verdadero nombre de Jesús, nacido de María y residente en Nazaret, el nombre de "Dios con nosotros" (cf. Is . 7, 14; Mat.1, 23). ¡Nobiscum Deus! Y entonces vemos el plan, el sentido de su venida a este mundo, la intención directiva de su aparición entre nosotros los hombres, en la historia de la humanidad, reunidos bajo este nombre, propio de Jesús: esta intención se resuelve en un nombre, así muy común ya menudo profanado, que aquí se eleva a la cima de la divinidad; este nombre es amor. "Así amó Dios al mundo, para dar a su Hijo unigénito" para su salvación ( Io 3, 16; cfr. Efesios 2, 4; 5, 2; etc.). Toda nuestra religión es una revelación de la bondad, la misericordia y el amor de Dios por nosotros. "Dios es caridad" (1 I. 4, 16), es decir, amor derramado y prodigado; y todo se resume en esta verdad suprema, que todo lo explica e ilumina todo. La historia de Jesús debe verse bajo esta luz: "Él me amó", escribe San Pablo, y cada uno de nosotros puede y debe repetirlo por sí mismo: Él me amó, "y se sacrificó por mí" ( Gal . 2, 20).

Y luego también entendemos algo de la Eucaristía, que hoy celebramos públicamente. La Eucaristía es un misterio de presencia, por amor. «No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros», dijo Jesús dando a entender que su vida temporal estaba al final.

Dulcísima promesa, que después de la resurrección se vuelve solemne, y marca el destino y la realidad de nuestra historia religiosa y humana: "He aquí, estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos " ( Mat . 28, 20).

Dios con nosotros; ¡Cristo con nosotros! Todo el cristianismo es un hecho, un misterio, de Presencia.

Y si estamos aquí esta tarde, es precisamente para este propósito: despertar en nosotros, en ti, en quienes escucharán el eco de nuestra voz, la advertencia de esta realidad, verdadera y sobrenatural: aquí está Jesús. se celebra la Eucaristía, se revela y se proclama este "misterio de la fe": aquí está Jesús, el Cristo, nuestro Salvador, vivo y verdadero. ¡Aquí estoy!

Cuando dejamos que esta dulce y tremenda verdad penetre en nuestras conciencias, ya no podemos permanecer indiferentes, impasibles y tranquilos: ¡está aquí! nuestro primer sentimiento es de adoración y júbilo; y casi confuso: ¿qué debemos hacer? que debemos decir ¿cantar? ¿llorar? ¿a orar? ¿O acaso callar y contemplar, como María, hermana de Marta, toda agitada y deseosa de servir al Señor, mientras ella, María, "sentada a los pies de Jesús, le escuchaba hablar"? ( Luc . 10, 39) De ahí el culto eucarístico.

Pero nos invade un segundo sentimiento, el de una legítima curiosidad. La doctrina católica, expresión de nuestra fe, nos asegura: Cristo, vivo, verdadero, real, está presente. Y entonces surgen una serie de preguntas en nuestro espíritu: ¿está presente? ¿pero cómo? ¿Dónde está? ¿y por qué? ¿Y se deja ver, acercar, tocar, como hacía la gente en el Evangelio? (Cf. 1 Io . 1, 1) Está escondido; pero, ¿es identificable? y por que escondido y ¿cómo puede estar en tantos lugares simultáneamente? ¿Es esto quizás una nueva y repetida multiplicación milagrosa de los panes? y ¿cómo puede Él ser alimento, para ser alimentado? el pan y el vino se transforman en carne y sangre, como lo fue Jesús en la cruz? "¡Este discurso es difícil"! ( Yo. 6, 60) De ahí la teología sobre la Eucaristía. Si, es dificil. Pero sabéis que Jesús fue inflexible al exigir que su gran discurso sobre el misterio eucarístico fuera aceptado literalmente (cf. Io 6, 61 ss.).

Tienes que creer. Crea la Palabra y la Palabra de Cristo. Ahora dijimos: es un misterio de fe. Pero no del todo incomprensible, incluso para nuestro tímido cerebro: cómo una sola imagen puede reflejarse de forma idéntica en cuántos espejos la recogen; cómo la misma voz puede ser captada por quienes la escuchan; como la misma palabra puede convertirse en pensamiento en quien la comprende, así un solo Jesús puede estar presente en los muchos, innumerables signos sacramentales que lo representan; pero esto no sin un prodigio divino, y el prodigio consiste en que no se trata aquí, por virtud divina, de una simple representación, un simple signo significativo, una figura sacramental; Se trata de que en esta misma figura, es decir, bajo las especies de pan y vino, se esconde una Realidad que sustituye a la sustancia del pan y del vino,III , 73, 6).

Pero escuche por un momento. Precisamente en este punto, que para nosotros es superior a nuestra experiencia e inteligencia, comenzamos a comprender muchas cosas maravillosas, que nos permiten comprender, si no el cómo, por qué Jesús quiso convertirse en sacramento eucarístico. ¿Porque? pertenecer a todos. Se ha multiplicado de esta manera extraordinaria para estar disponible para cada uno de nosotros. Y, por tanto, hacernos uno a todos, su Cuerpo místico, la Iglesia una ( 1 Co 10, 17). Pero la pregunta persiste: ¿pero por qué está disponible como alimento? ¿No es extraño, impensable que Cristo quisiera hacernos comida?

He aquí una nueva maravilla: Cristo se hizo a sí mismo alimento espiritual para mostrarnos que Él es necesario para nosotros: sin alimento no podemos vivir, y luego que Él es el verdadero alimento, interior y personal, de la vida eterna, de la que todos tenemos. necesidad y del que todos, si queremos, tenemos la suerte de nutrirnos, de penetrar en "comunión" con él, por el sustento actual y la plenitud inmortal de nuestra existencia.

Surge otra pregunta: ¿y por qué Jesús quiso distinguir este sacramento en dos tipos diferentes, pan y vino, sobres sensibles de contenido sustancial muy diferente? ¿Sólo para dar bajo estas cifras comida y bebida al hambre de nuestras almas? (Ver S. TH. III, 73, 2) Sí; pero la respuesta sería más larga y compleja. Al fin y al cabo, vosotros, cristianos fieles, ya lo sabéis así: Jesús quiso dar a este sacramento un doble sentido de sacrificio: uno que sustituye al de la Pascua, haciéndose cordero de la liberación; el otro es figurativo del de su crucifixión, que hizo brotar la sangre de la redención de la carne torturada. Jesús en la Eucaristía es la víctima, que refleja en sí mismo el único y válido sacrificio redentor, el de la Cruz, participando en el cual, por la comunión, nos asociamos con los frutos de la inmolación salvífica de Cristo.¡Cuantas cosas! ¡Cuántos misterios confluyen en este misterio central de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía! ¿Cómo recordarlos a todos? ¿cómo revivirlos en nuestra vida individual y eclesial?

Bueno: recuerda al menos una palabra de Jesús; escucha su voz. Es la de su invitación evangélica: "¡Venid a mí!".Sí: "Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos, y yo os consolaré" ( Mat. 11, 28).Sí, la Eucaristía es una presencia acogedora. Invita como amigo, acercándote tácitamente, esperando sin descanso, dispuesto a recibir a todos. Invitar a una mesa, que es todo una celebración muy dulce, de unión, de dolor, de amor. Es una llamada dirigida preferentemente a quienes más sufren y cansancio; a los pobres y lloran; a los que están solos y desamparados; a los pequeños e inocentes. Jesús llama e invita.Su voz llega también a los lejanos, a los engañados, a los fugitivos del camino. Ven, la entrada es gratuita, para arrepentidos y creyentes.

Ven, dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" ( Io . 14, 6).

Esta es su voz, que hoy se derrama de este sacramento silencioso, presente entre nosotros. Elevado en su fiesta ante todo el pueblo, él, con su acento divino y humano, exclama, como ya caminando sobre las olas se apareció a sus discípulos, en la tormenta nocturna del Evangelio: «Tengan confianza; soy yo, no temas "( Mateo 13:27 ). ¡Vamos!

¡Que así sea!

SANTA MISA EN " CENA DOMINI "

HOMILIA DE PABLO VI

Giovedì Santo, 27 de marzo de 1975 

Que este sea el momento de revivir el gran recuerdo. Todo está presente en nuestro espíritu de lo dicho, de lo realizado en esta última cena, tan deseada por el mismo divino Maestro ( Luc . 22, 15), en vísperas de su pasión y de su muerte. Él mismo quiso darle a ese encuentro tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdos, tal emoción de palabras y sentimientos, tal novedad de actos y preceptos, que nunca dejaremos de meditar y explorar. Es una Cena Testamentaria; Es una Cena infinitamente cariñosa ( Io . 13, 1), e inmensamente triste ( Ibid.. 16, 6), y al mismo tiempo revelando misteriosamente promesas divinas, visiones supremas. 

La muerte acecha, con presagios sin precedentes de traición, abandono, inmolación; la conversación se apaga de inmediato, mientras la palabra de Jesús fluye continuamente, nueva, sumamente dulce, dirigida a confidencias supremas, casi flotando entre la vida y la muerte. 

El carácter pascual de esa Cena se intensifica y evoluciona; la alianza antigua y secular que se reflejaba en ella se transforma y se convierte en una nueva alianza; el valor sacrificial, liberador y salvador del cordero sacrificado, que da alimento y símbolo a la comida ritual, se explica y concentra en una nueva víctima, en una nueva comida; Jesús declara ser él mismo, su Cuerpo y su Sangre, objeto y sujeto del sacrificio, aquí, en la mesa, previsto, es decir, ofrecido, estar en continuidad de intención y acción cumplida, consumada, sufrida; hizo alimento para los que tenían aptitud y hambre de la vida eterna. 

Aquí viene el sacrificio eucarístico de aquella cena de despedida, dolorosa y amorosa; lo sabemos y nos deslumbra; pero he aquí una sorpresa extrema, la que para nosotros, esta noche, constituye el punto focal de nuestra atracción y de nuestra compasión; ¿Quién hubiera podido suponer una palabra similar, sumaria, perpetua, que sale de labios del Maestro, ahora candidato a la muerte, y quién es el verdadero, el único cordero pascual: "Haced esto en memoria mía"? ( y nos deslumbra; pero he aquí una sorpresa extrema, la que para nosotros, esta noche, forma el punto focal de nuestra atracción y de nuestra compasión; ¿Quién hubiera podido suponer una palabra similar, sumaria, perpetua, que sale de labios del Maestro, ahora candidato a la muerte, y quién es el verdadero, el único cordero pascual: "Haced esto en memoria mía"? ( y nos deslumbra; pero he aquí una sorpresa extrema, la que para nosotros, esta noche, constituye el punto focal de nuestra atracción y de nuestra compasión; ¿Quién hubiera podido suponer una palabra similar, sumaria, perpetua, que sale de labios del Maestro, ahora candidato a la muerte, y quién es el verdadero, el único cordero pascual: "Haced esto en memoria mía"? (1 Cor . 11, 24)

Hermanos e hijos, estamos en este momento cumpliendo esta palabra del Señor. Siempre, celebrando la Misa, renovando el sacrificio eucarístico, repetimos esa palabra que asocia la institución del sacramento de la presencia inmolada de Cristo, es decir, de la Eucaristía, con la institución de otro sacramento, el del sacerdocio ministerial, a través del cual el "memorial" de la Última Cena y el sacrificio de la cruz no es simplemente nuestro acto de recuerdo religioso (como quisieran algunos disidentes), sino una anamnesis misteriosa, efectiva y real de lo que Jesús logró en la Cena y el Calvario; es decir, el fiel reflejo de su único sacrificio, con una misteriosa victoria sobre las distancias del tiempo y del espacio, ¡Misterio de la fe! También lo sabemos, y siempre adoramos y contemplamos, con inagotable fervor: reavivaremos su fuego en la fiesta del "Corpus Domini".

Pero ahora nos embarcamos en este descubrimiento, porque tal es siempre la consideración del sacerdocio católico, del poder conferido a un ministerio humano para renovar, perpetuar, difundir el misterio eucarístico.

Diremos inmediatamente dos cosas; es decir, que en el ofrecimiento de la Eucaristía todo el Pueblo de Dios, creyentes y fieles, participa y actúa, ya que se le otorga un "real sacerdocio", como escribe el apóstol Pedro ( 1 Petr . 2, 5 et 9) y como reiteró felizmente el reciente Concilio ( Lumen Gentium, 10); y como tal hoy, Jueves Santo, está particularmente invitado a regocijarse por la institución de la Eucaristía, a exaltar sus infinitos tesoros divinos de amor y sabiduría, y a participar de ella precisamente de acuerdo con la intención difusora y multiplicadora que Cristo, y con él la Iglesia quiso caracterizar este sublime misterio del Pan eucarístico puesto a disposición de todos. 

Y, en segundo lugar, recordaremos que la distinción esencial del sacerdocio ministerial del común no se concibe como un privilegio que separa al sacerdote de los fieles, sino como un ministerio, un servicio que el primero debe prestar al segundo, un carácter, sí, todo propio de quien es elegido para servir como ministro sacerdotal del Pueblo de Dios, pero intencionalmente social, digamos mejor, capacitado para la caridad,1 Cor . 4, 1; 2 Cor. 6, 4; cf. M. DE LA TAILLE, Mysterium Fidei , pág. 327 y siguientes).

Pero lo que en la plenitud consciente de este momento sagrado nos parece justo reafirmar es el misterio de nuestro sacerdocio católico, que acompaña al eucarístico, y se interpenetra y confunde con él. El goce inefable de la comunión específica surge espontáneamente en nuestro corazón, que nos une hoy con todos nuestros Hermanos en el sacerdocio. ¿Quién más que nosotros, venerables sacerdotes, puede decir con auténtica y mística realidad: "Ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí"? ( Gálatas 2, 20) ¿Qué mayor caridad podría mostrarnos Jesucristo, que llamándonos, a todos y cada uno de nosotros, sus amigos ( I. 15, 14; 15, 15) y transfiriendo en cada uno de nosotros el prodigioso poder de con

sagrar la Eucaristía? (Cf. DENZ.-SCHÖN 1764 (957)) ¿Podría darnos más prueba de confianza? ¿Y cómo podríamos cuestionar nuestra elección de tanto ministerio, cuando debemos recordar que surge de una iniciativa preferencial suya (Cf. Io 15,16), al encuentro con nuestra respuesta personal, libre y amorosa? ¿No deberíamos acaso hacer nuestra la respuesta sencilla pero estupenda que nos ha dado en estos días un buen Sacerdote, golpeado, como tantos hoy, por las preocupaciones y dudas de las disputas propias de nuestro tiempo: "Soy feliz"?

Sí, venerados hermanos y todos ustedes, queridos fieles; hoy debemos agradecer al Señor por haber instituido este sacramento divino y misterioso, la Eucaristía; y todos debemos sumar a su gloria y nuestro consuelo: nos alegra que junto a ella, la Eucaristía, para hacerla actual, multiplicar y difundir, tú, Señor, hayas comunicado a algunos elegidos y responsables de tu Iglesia la tu Sacerdocio santo y maravilloso. ¡Que esta sea nuestra expresión espiritual para este Jueves Santo!

SANTA MISA DE NOCHE EN "CENA DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 15 de abril de 1976

La comunión es la palabra que sale de los labios, si quieren romper el silencio de los corazones que componen los misterios que estamos celebrando. Pensemos en el pasado, revivamos la hora de la última cena de Jesús con sus discípulos; una hora ya seria por su significado conmemorativo, como para formar la conciencia religiosa e histórica del pueblo judío, que recordó, sacrificando el cordero, el éxodo aventurero de la esclavitud a una patria para ser recuperada y poseída en fidelidad a su destino religioso , por siglos.

       La comunión fue el nuevo ambiente en el que se celebró esa cena pascual: un intenso ambiente afectivo cargado de esos sentimientos que van más allá del estilo habitual de conversación, aunque el lenguaje del Maestro siempre tuvo como objetivo llevar el entendimiento de sus discípulos más allá de los márgenes. experiencia sensible e invitarla a respirar en una zona superior de misterio y descubrimiento trascendente de la verdad oculta y la realidad divina. 

Pero esa noche, el nivel sentimental y espiritual es inmediatamente tan alto que a los discípulos de la cena les resulta más difícil que nunca hablar de ello. Mientras tanto, escuchemos los acentos sumamente cordiales, que están en la clave para abrir la efusión discursiva del Maestro. «Cuando llegó la hora, escribe el evangelista san Lucas, tomó su lugar a la mesa y los apóstoles con él, y dijo:Luc . 22, 15). 

La cena adquiere un carácter testamentario: el propio Gesti la define como el epílogo de su vida terrena; Le da al banquete un carácter concluyente. El evangelista Juan, el amado iniciado en los secretos del corazón del Señor, escribe: "Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús, sabiendo que su tiempo había llegado a pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin "( Io . 13, 1). 

San Agustín comenta: "El amor lo llevó a la muerte" (S. AUGUSTINI In Io. Tract . 55, 2: PL35, 1786); y también la exégesis moderna: "Jesús, que siempre ha amado a los suyos, demuestra ahora su amor hasta el final, no sólo cronológicamente hasta el final de su vida, sino mucho más intensamente hasta el final alcanzable, hasta el extremo posible del amor mismo". "(G. RICCIOTTI, Vida de Jesucristo , 541).

El grado de intensidad afectiva que producen las palabras y los actos de Jesús en ese banquete ritual, ya en sí mismo capaz de despertar una emoción fuerte y comunicativa en el espíritu, crece durante la vigilia convivial en una escala ascendente: del tan temido anuncio. De los discípulos de la inminente muerte sangrienta del Maestro (cf. Io . 11, 16; 12, 24; etc.), ahora afirmada abiertamente, a la inesperada y vergonzosa escena del lavamiento de los pies, realizado por Jesús después del primer parte de la cena ( Io. 13, 2-17), y luego al patético y ahora abierto indicio de traición inminente; y luego, el presunto traidor abandonó la mesa ( Ibid. 13, 26 ss.).

Un momento de suprema despedida: «Hijos (¡así llama a los discípulos!), Estoy un rato más con ustedes. . . Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, cómo (como: ¡fíjense en la comparación, fíjense en la medida!), Como yo los he amado, así también ustedes se amen los unos a los otros. De esta manera todos sabrán que son mis discípulos si se aman los unos a los otros "( Ibid.. 13, 33-35). También aquí permanece una relación, una comunión, en la costumbre informativa de una sociedad compuesta de amor. Llegamos así al momento de la suprema y misteriosa sorpresa. 

Escuchemos las reveladoras palabras: «Mientras estaban cenando, Jesús tomó el pan y, habiendo dicho la bendición, lo partió y se lo dio a los discípulos diciendo: tomad y comed, esto es mi cuerpo. Luego tomó la copa y, después de dar gracias, se la dio diciendo: Bebed de todo, porque esto es mi sangre del pacto, derramada por muchos, para remisión de los pecados "( Mateo 26, 26-28). .

¡Milagro! ¡Misterio de la fe! ¡Creemos en el milagro cumplido! Creemos, como dice el Concilio de Trento, que Él, Cristo, «se celebra la antigua Pascua. . . . instituyó una nueva Pascua, inmolándose, confiriendo poder a la Iglesia a través de los Sacerdotes, bajo signos visibles, en memoria de su tránsito de este mundo al Padre ”(DENZ-SCHÖN., 1741).

Si es así, y es así, el misterio irradia ante nosotros, mientras podamos contemplarlo, en una epifanía de comunión.

Comunión con Cristo, Sacerdote y víctima de un Sacrificio consumido de manera sangrienta en la cruz, incruenta en la Misa, cumbre de nuestra vida religiosa, donde él, mediante su palabra sacramental, redujo el pan y el vino a simples signos sensibles para convertir su sustancia en su carne y sangre, se ofrece a sí mismo, Cordero sacrificado en holocausto, restableciendo la comunión de gracia entre los vivos y los muertos, con Dios Padre todopoderoso y misericordioso (Cfr. DENZ-SCHÖN., 1743; 3847). Comunión ontológica, teológica, vital.

Comunión nuevamente con Cristo, personal, mística, interior; comunión bipolar de nuestra humilde y fugaz vida humana y mortal con la Vida misma de Cristo, que es la Vida misma por definición ( Io . 14, 6), y quien dijo de sí mismo: "Yo soy el Pan de Vida" ( Ibid . 6). , 35-49 et 51), para que resuenen en nuestra conciencia profunda las palabras de la comunión más íntima y convivencial: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" ( Gal . 2, 20). ¿Quién podrá medir la fecundidad de esta comunión interior, que Cristo maestro tiene, tiene su camino, verdad y vida ( Io . 14, 6), la tiene como la savia de un árbol en sus brotes florecientes y fructíferos? ( Ibíd . 15, 1 y sig.)

Comunión también de inefable eficacia social, es decir, principio válido para cimentar en la unidad sobrenatural pero también eclesial y comunitaria del Cuerpo Místico de Cristo a quienes se nutren del pan eucarístico. San Pablo lo enseña de nuevo: «La copa de bendición que consagramos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Como hay un solo pan, nosotros, aunque muchos, somos un solo cuerpo; de hecho, todos participamos de un solo pan ”(1 Cor . 10, 16-17).

Comunión, pues, en el espacio de la tierra y en la dimensión de la humanidad creyente y de la participación en el banquete divino, dondequiera que se celebre regularmente: todos son invitados allí por el mismo Señor: compelle intrare, ¡exhortadlos a entrar! la parábola del Evangelio nos enseña ( Luc . 15, 23). El hecho mismo de que Cristo hizo posible, a través del ministerio de los sacerdotes, multiplicar este pan eucarístico bendito, que es Él mismo, Emmanuel, el Dios con nosotros que acompaña a los hombres en todos sus caminos y llama a todos con voz pentecostal a su única Iglesia. , ¿no hace evidente a la más simple observación su divina intención de comunión universal? Ut omnes unum sint ,para que todos sean uno! así oró Cristo en esa noche profética, después de la Última Cena.

Y quizás a esto no se le suma otra comunión, que en el tiempo, la de la permanencia de Jesucristo con nosotros, la de la tradición viva a lo largo de los siglos, una comunión coherente, fiel, victoriosa del tiempo que pasa devorador, porque este milagro eucarístico ¿Está destinado, como escribe San Pablo, al último donec veniat , hasta que Él, Cristo, regrese (1 Cor . 11:26 ), el último día de la parusía? Y esto es exactamente lo que Cristo mismo declaró, como nos dicen las últimas palabras de su Evangelio: "He aquí, estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos" ( Mat . 28, 20).

En este punto nuestra meditación, que investiga la comunión polivalente resultante del misterio eucarístico, se vuelve curiosa por los cálculos y la estadística. Si Cristo es el centro, en el sacramento de su sacrificio, que atrae a todos hacia sí (cf. Io . 12, 32), surge la pregunta: ¿están todos realmente fascinados y atraídos por esta comunión con él? ¿Cuántos estamos unidos en la unidad de la que nos dejó su aspiración testamentaria? ( Ibíd .17)

Y estamos verdaderamente en esa unidad de fe, amor y vida que está en el deseo soberano y misericordioso de Jesús, dispuestos a hacer de la unidad interior de la Iglesia y en la Iglesia nuestra aspiración constitutiva, nuestro programa de vida ¿eclesial? ¿Es real y siempre un soplo del Espíritu Santo que a menudo frena y a veces rompe los lazos de nuestra bendita comunión en el cuerpo visible y místico de Cristo con empuje centrífugo y ambición individualista? ¿No es este el día, el momento de abandonar todas las reservas egoístas por la reconciliación fraterna, el perdón mutuo, la unidad del amor humilde? ¿Podemos darles a los niños lejanos un afectuoso recordatorio de su regreso a la mesa espiritual común? ¡Qué fervor misionero surge en nosotros de la celebración de este Jueves Santo! que espíritu fraterno, ¡Qué celo pastoral, qué propósito apostólico! ¡Qué esperanza de comunión cristiana!

¿Y no tendremos en esta noche bendita un pensamiento, un saludo, una oración ecuménica por tantos hermanos cristianos todavía separados de nosotros?

Y para todos aquellos que sufren o tienen hambre de verdad, justicia y paz, pero con los ojos nublados en su búsqueda insatisfecha, no seremos capaces de recordar, al menos en nuestra oración interior, la invitación que siempre les dirige Aquel que es el único que puede. concédelas: "Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos, y yo os refrescaré"? ( Mateo 11, 28) ¡La Iglesia es una comunión!

Que así sea, que así sea, con nuestra cordial Bendición.

SANTA MISA "EN CENA DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 7 de abril de 1977

Todos de alguna manera somos conscientes de la gravedad, la densidad, la importancia del rito religioso que hoy, conmemorando, incluso renovando el Jueves Santo, es decir, la víspera de la Pasión y muerte de Jesucristo, celebramos. 

Es cierto que el significado de este rito, que es la Misa, la Santa Misa que se celebra todos los días en la Iglesia de Dios, pesa y brilla siempre en la mente de quienes tienen la inestimable fortuna de convertirla en oblación religiosa, o de asistirte con la participación, ni el hábito de este acto religioso, supremo por excelencia, atenúa la emoción de los sentimientos que le son propios, pero el hecho de que hoy, con un acto reflexivo y total, la liturgia nos invita a fijar nuestra piedad en el momento histórico, renovable y perenne, de la institución de la santísima Eucaristía nos obliga a intentar una consideración integral del misterio, porque verdaderamente es un misterio que estamos cumpliendo; y el deber de la brevedad, especialmente cuando se habla a Fieles competentes, nos permite condensar en tres reflexiones lo que debemos recordar sobre este misterio.

La primera reflexión, que podríamos calificar de convergencia, se refiere al hecho de que la escena evangélica puesta ante nuestra atención es una cena, la última cena de Jesús con sus discípulos, una cena ritual, la cena del cordero pascual, judía, anticipada. pero idéntico a lo que el día siguiente, viernes, celebrará la clase saduceo y sacerdotal (Cfr. G. RICCIOTTI, Vida de Jesucristo, n. 75 et 536 ss.). 

¿Quién no sabe qué importancia histórica y ritual tuvo la consumación de esta cena en la costumbre del pueblo judío, en la que el cordero era símbolo de la liberación del sometimiento a Egipto? Jesús ya había sido aclamado por Juan el Bautista: "el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo" ( Io . 1, 29 36; et cfr. Ier . 11, 19 etEs . 53, 7). 

Pues Jesús, víctima, único verdaderamente liberador de la esclavitud del pecado, toma el relevo de la figura que lo había representado durante el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo Testamento; y así establece una relación religiosa más perfecta, inmensamente más íntima y activa con aquellos que tendrán la suerte de creer en él y estar asociados con la vida misma de Cristo (cf. 1 Petr. 1, 19 ). La nueva era, la nuestra, la de la Redención, se abre así al género humano que sigue a Cristo.

La segunda reflexión se refiere al eje central de la cena de despedida. Aquí domina el amor. Por las que parece que rebosa de las palabras del Señor, rebosa de la acción: «. . . . después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin "( Io. 13, 1). 

Estáis ciertamente presentes en vuestras almas, y el gesto de suprema humildad realizado por el Señor con el lavamiento de los pies de sus apóstoles, un Pedro ineficaz y reacio, y sobre todo la institución de la Eucaristía, a través de la cual, parece, violando con Amante del imperio omnipotente de las inexorables leyes físicas, Jesús se hace presente bajo las apariencias del pan y del vino para hacerse un alimento sacrificado y vital para sus invitados. . .! 

¡Imposible! ¡imposible! estaríamos a punto de gritar, si no hubiera sido el mismo Jesús quien afirmó con invencible aseveración: «Yo soy el pan de vida. . . Quien coma de este pan vivirá para siempre. . . " Este lenguaje es duro, comentan los discípulos aún incrédulos. Y Jesús refuerza: «¿Esto te ofende? . . . las palabras que les he hablado son espíritu y son vida ". ( Yo. 6, 58, 63), mientras que en el mismo escenario de la Cena hizo universal y perenne la posibilidad del milagro eucarístico con la institución simultánea de otro sacramento, el de las Órdenes sacerdotales, transfundiendo su poder divino en los atónitos discípulos: esto en memoria mía "( Luc . 22, 19; 1 Cor . 11, 24).

Pero es necesaria una tercera reflexión: durante la Cena las figuras aún hablan: el pan se convierte en el Cuerpo, pero conserva las apariencias del pan; el vino se vuelve sangre pero al verlo todavía aparece como vino: es decir, aquí la muerte de Cristo es incruenta, todavía se representa hoy. La Cruz está escondida, pero la oblación que se consumirá en la Cruz ya está en marcha: ¡la Eucaristía es sacrificio! (Véase DE LA TAILLE, Mysterium Fidei , c. III, p. 33 y siguientes; S. THOMAE Summa Theologiae , III, 48; P. NAU, Le mystère du Corps et du Sang du Seigneur .)

De modo que el Sacrificio del altar y el de la Cruz son la misma realidad misteriosa: en uno el otro refleja realmente el drama de la Cruz (Cfr. S. AUGUSTINI En Pr . 21, 27: PL 36, 178).

Aquí nuestras fuerzas especulativas parecen detenerse. La cabeza se inclina y adora, y la mente vacila ante Realidades tan superiores a nuestra capacidad para medirlas y contenerlas. Llegan a los labios las palabras del pobre padre del epiléptico en el Evangelio del Señor: "Creo, sí, pero ayúdame en mi incredulidad" Mc 9,24). Pero el corazón continúa, como el nuestro aquí, esta tarde, y exclama como San Pedro después del discurso de Cristo sobre la Eucaristía-sacrificio: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna "( Io . 6. 68).

SOLEMNIDAD DEL "CORPUS DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 12 de junio de 1977

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Hoy celebramos la fiesta del "Corpus Domini", no en el día tradicionalmente prefijado, el jueves siguiente al domingo dedicado a honrar a la Santísima Trinidad, sino el domingo siguiente a esta solemnidad, y esto para hacer nuestro calendario litúrgico; pero enseguida declaramos que este giro puramente cronológico de recurrencia, hecho oportuno también en Italia, no quiere ni debe significar en lo más mínimo una disminución del culto a la Sagrada Eucaristía, sí, quiere reafirmarlo prácticamente y hacerlo más accesible y observado por todos los fieles. A ustedes, pastores de la Iglesia de Dios, a ustedes sacerdotes, ministros de tanto sacrificio y sacramento, a ustedes los religiosos y religiosas, que profesan particularmente su devoción, a todos ustedes los católicos,

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

¡Escuchar! por eso también este año unas breves palabras para la adorada inteligencia del "Corpus Domini". El primer propósito de esta celebración es pedagógico, es decir, educativo; la de hacernos atentos, conscientes, exultantes de la realidad del misterio eucarístico. 

El hombre es un ser que se acostumbra a cosas extraordinarias y, a menudo, devuelve la impresión excepcional de un momento dado a una expresión ordinaria, convencional y superficial. El hombre se acostumbra; y también con respecto a las realidades, que sobrepasan su capacidad de comprensión habitual, muchas veces las considera normales y contenidas en la envoltura puramente verbal que las califica, sin atribuir y reconocer ya la exuberante riqueza de su propio sentido interior. 

Así nos pasa a menudo por este inefable sacramento de la Eucaristía, que ofrece a nuestro conocimiento sensible sólo las imágenes aparentes, las especies, del pan y del vino, mientras que en realidad oculta estas especies, de carne y hueso, y ellas mismas contienen en el altar los elementos de un sacrificio, de una víctima inmolada, de Cristo crucificado. , Cuerpo unido a su propia sangre, a su alma ya la Divinidad del Verbo. Sí, este es el "misterio de la fe" presente en la Eucaristía (Cf. CONC. TRIDENTE.De Eucharistia , 3); y este es el primer esfuerzo espiritual, al que nos invita y obliga este sacramento, un esfuerzo cognitivo, no apoyado en una experiencia experimental, que va más allá de las apariencias (también tan elocuente, pero significativo de otro concepto que no es el material y ordinario ( Cf. Io 6, 63), sino un esfuerzo de fe, es decir, de adhesión a una Palabra que domina las cosas creadas, una Palabra, una Palabra divina, presente.

Para acceder al sacramento del amor es necesario traspasar el umbral de la fe (Cfr. S. THOMAE Summa Theologiae , III, 73, 3 ad 3). ¡Misterio de la fe! Una vez que estamos en el ámbito de la Fe, que nos invita a leer en los signos sacramentales la Realidad inefable que ellos ubican y representan, Cristo se sacrificó y se hizo alimento espiritual para nosotros, una pregunta tímida-atrevida emerge en nuestra alma soñadora: ¿por qué? ¿Por qué, oh Señor, querías adoptar estas apariencias? ¿Por qué venir a nosotros tan escondido y tan descubierto? 

Contengamos la respiración por un momento y escuchemos. Sí, una palabra de Jesús se pronuncia, por así decirlo, por el don eucarístico que se nos presenta; la escuchamos de nuevo desde el Evangelio; Jesús dice una y otra vez: "Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos, y yo os refrescaré" (Matth . 11, 28). 

Por eso Jesús está en actitud de invitación, de conocimiento y de compasión por nosotros, incluso de ofrenda, de promesa, de amistad, de bondad, de remedio para nuestros males, de consolador y aún más de alimento, de pan, de fuente. . de energía y vida. "Yo soy el pan de vida" ( Io 6, 48), añade el Señor, Jesús pan, en su elocuente silencio. ¿Comida de Jesús? pero ¿a dónde quiere llegar el Señor? ¿No es ya demasiado que haya venido al mundo por nosotros? en efecto, ¿que se ha hecho tan accesible para multiplicar su presencia sacramental por cada altar, por cada mesa, donde otra presencia representativa y operativa suya, la de un sacerdote, posibilita la multiplicación indefinida de este prodigio? (Ver DE LA TAILLE, Mysterium Fidei, Eluc. 36 y sigs.)

Los aspectos de esta doctrina se expanden y multiplican a medida que se convierte en objeto de reflexión, hasta que nuestra mente se confunde, si la intención soberana del Señor no nos fuera evidente en la famosa palabra del apóstol Pablo, a quien está dedicada esta basílica , una palabra muy común en nuestro lenguaje religioso habitual. ¿Y cuál es esta intención divina y suprema, y ​​qué palabra nos expresa? La palabra "comunión", en griego "koinonía", término verbal que siempre se repite en nuestros labios, cuando quiere indicar la asunción de este sacramento; "Tomar la comunión" significa acercarse a la Eucaristía, recibir a Jesús en el sacramento que en su realidad profunda consiste en la unidad del Cuerpo místico del Señor (Cf. S. THOMAE Summa Theologiae, III, 73, 3). 

Hablando humanamente, más bien damos nuestro propio sentido subjetivo a la palabra "comunión", como si este acto estuviera adecuadamente expresado por nuestra acción de acercarnos a la Eucaristía, mientras prestamos menos atención a la iniciativa de Cristo que nos permite recibirlo. a quien se nos ofrece instituyendo y renovando este maravilloso sacramento con las benditas palabras: “Tomad y comed; Este es mi cuerpo entregado como sacrificio por ti. . . Esta es la copa de mi sangre derramada por ti. . . " Aquí se revela la extrema intención de Cristo hacia los hombres llamados a su religión, que finalmente se declara amor: "No hay amor más grande que este, dar la vida por los amigos, y ustedes son mis amigos". . . " ( Io . 15, 13 cf. Prov.. 8, 31, ss.).

¡Somos dignos, no, por supuesto! - ¿Somos capaces de entrar en el corazón de esta "exaltación" religiosa? Cuántos hombres no saben entenderlo; y cuántos, aunque vislumbren el secreto, no saben aceptarlo. Aquí el amor a Dios, el grande, el precepto supremo, se convierte en el gran don supremo de Dios. Somos los amados, antes que estemos dispuestos a amar; Él nos amó primero (1 Io.4 , 10-19) y cuántas veces nos hemos alejado de su amor, hemos sido creados por él, hechos para él, nos hemos negado a encontrarnos con él (cf. parábola de la invitación a la gran cena - Mateo 22, 1-10; Luc. 14, 15-24 -), quizás por el vil y secreto miedo de ser conquistados por un Amor, que hubiera cambiado nuestra vida. . . 

La Eucaristía es la invitación más directa y fuerte a la amistad, al seguimiento de Cristo. Además, la Eucaristía es el alimento que da la energía y la alegría para corresponderle. La Eucaristía sitúa así el problema de nuestra vida en un juego supremo del amor, de la elección, de la fidelidad, juego que, si se acepta como religioso, se vuelve social, según las reveladoras palabras del apóstol Pablo, que nosotros mismos haremos. Repetir al final y en memoria de nuestra celebración. El amor recibido por Cristo en la Eucaristía es comunión con él y por eso mismo se transforma y manifiesta en nuestra comunión con nuestros hermanos, actual o posible como todos los hombres lo son para nosotros. Alimentado con el Cuerpo real y sacramental de Cristo, nos convertimos cada vez más íntimamente en el cuerpo místico de Cristo: "la copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo?" ¿Y el pan que partimos no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo? Como hay un solo pan, aunque somos muchos, somos un solo cuerpo: todos compartimos el mismo pan "(1Cor . 10, 16 y ss.).

Repetimos con San Agustín: «¡Oh Sacramento de la piedad! o signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad! Quien quiera vivir, tiene de qué vivir ”(S. AUGUSTINI Tr . 26, 19: PL 35, 1615). ¡Y así sea para nosotros, queridos hermanos e hijos!

XIX CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL DE PESCARA

HOMILIA DE PABLO VI

Sábado, 17 de septiembre de 1977

Esta nuestra presencia en Pescara, con motivo del XIX Congreso Eucarístico Nacional, no puede faltar un prefacio a la reflexión religiosa, a la que nos obliga el rito que estamos celebrando; y esta palabra también asume una riqueza de temas y propósitos, que bastarían por sí mismos para dar sentido a un largo discurso, que ahora condensamos en un saludo sencillo, pero cordial y reverente, que en nombre de ese Cristo de quien nos llega último e indigno el oficio de representarlo, a todos los presentes nos complace dirigirnos: a nuestro Cardenal Legado Giovanni Colombo, Arzobispo de Milán, a Monseñor Antonio Jannucci, Obispo, digno Pastor de esta antigua y joven Diócesis, al Señores Cardenales, Venerables Hermanos en el Episcopado, Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, Seminaristas, al Laicado Católico y a todos los fieles asistentes que tenemos la suerte de encontrar aquí, a todo el Pueblo de Dios, aquí reunido, o representado aquí o aquí espiritualmente presente, a todos los miembros de este mismo, santo, católico y Iglesia apostólica, gracia y paz en Cristo el Señor. Aquí ahora está la Iglesia, aquí no podía faltar Pedro, en la persona muy humilde de su Sucesor. Así que aquí estamos para una hora de plenitud de alegría contigo, con el más bendito saludo: ¡gracia y paz!

Tampoco podemos callar cuán cerca de nosotros en oración y esperanza están algunos dignos Representantes de fracciones de Iglesias, aún separados de nosotros: también a ellos y a quienes se honran a sí mismos llamándose cristianos y hoy confluyen aquí en la angustia, que fue y que es de Cristo, para poder unirnos con nosotros en la unidad y la caridad, sea nuestro saludo más sincero y anhelante.

Nuestro saludo reverente y agradecido se dirige luego a las Autoridades Civiles y Militares, nacional, regional, provincial y de la ciudad, que han otorgado espacio y honor a este evento religioso y popular, con especial agradecimiento a las Autoridades Gubernamentales y Municipales, que han honrado si honraron con su autorizada colaboración, con su presencia, con su palabra, con su adhesión el feliz y ordenado desenlace, no que el alto significado espiritual, moral y civil de este gran Congreso Eucarístico Nacional, digna expresión de las tradiciones de la fe católica y de las costumbres civiles de los siempre jóvenes y armoniosos italianos y, en particular, de los Abruzos.

Pero ahora invitamos su atención por un breve momento, como ya lo han hecho muy bien otros maestros de la palabra sagrada, sobre el sentido íntimo de la celebración religiosa que estamos realizando. Cristo con nosotros nos parece el pensamiento dominante, al que ahora rendimos homenaje de nuestro espíritu, expresión que, reflejada como el sol en estos mismos espíritus nuestros, se aclara por la tensión de la fe y el amor de una circunstancia excepcional, como el de este Congreso, repercute en el cielo que nos domina, y mejor dicho, en el ambiente histórico que nos rodea, en una bendita respuesta: ¡ nosotros con Cristo!

La palabra "comunión" la sella en un término que el hábito religioso ha hecho familiar; pero qué significado fecundo e ilimitado contiene y revela a aquellos que apenas consideran sus términos. Algunos recordamos, que enseguida nos devuelven, sí, a un océano de misterio, pero que no nos atrevemos, no podemos evadir, si tan pronto recordamos las palabras de la despedida final de Cristo, que sale de la delicada escena. de este mundo, pero no lo abandona, robado como es en la gloria sobrenatural del cielo: "He aquí, dice: Estoy contigo todos los días, hasta el fin de los tiempos" ( Mateo 28, 20).

Palabra divina, palabra eterna, palabra actual: Jesucristo permanece con nosotros. Jesús se esconde; pero Jesús continúa su presencia entre nosotros. ¿Pero cómo? con su Palabra? Sí, también aseguró esta presencia: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán" ( Mat . 24, 35). ¿Se queda con su presencia mística e invisible, donde sus fieles seguidores se encuentran reunidos en su nombre? Sí, nos confió este secreto: "Donde dos o tres se congregan en su nombre, nos dijo, allí estoy entre ellos" ( Ibid.. 18, 20). Pero en forma insensible, sí bien interior, inefable. Y otras palabras del Evangelio, del Nuevo Testamento, nos revelan esta intención suprema y general de Dios, a través del diseño, podemos decir constitutivo, de la Religión, el de la Alianza, el de la Encarnación, el de establecer relaciones de amistad, de convivencia., de redención entre Dios y la humanidad. "Su nombre es Emmanuel, que significa: Dios con nosotros" ( Ibid . 1, 23).

Pero nadie suponía que este plan llegaría tan lejos: tener el Pan de vida en Cristo. ¿Recuerdas las palabras incontrovertibles del mismo Jesús: "Yo soy el Pan de vida"? ( Io.6 , 35 et 48) y recuerda las palabras que suceden, y presenta la visión de Cristo víctima que no solo se ofrece a sí mismo como alimento vital, sino como cordero destinado a la inmolación, que da carne y sangre para sacrificarse. por la salvación de los hombres; y esta doble afirmación referida a un hecho permanente, a un deber inevitable, y concerniente a toda la Iglesia. 

No en vano los comentaristas de estas misteriosas palabras del Señor, que en el texto del discurso evangélico las resuelve en el alimento de su propia carne y sangre, han leído el anuncio tanto de la institución de la Eucaristía como de la sacrificio de la cruz., que tendrá su memoria perpetua en la misma Eucaristía. ¿O Jesús, pan necesario, o Jesús cordero insustituible, entenderán tus seguidores que sin ti no pueden tener la vida verdadera y victoriosa sobre la muerte? ¿Entenderá el mundo? ¡Habla difícil! «¡Durus est hic sermo! y quien puede entenderlo? et quis potest eum audire? »( Yo. 6, 60). 

Fue el primer día en que se pronunció, después del sorprendente milagro de la multiplicación de los panes, que no bastaba para asombrar y tranquilizar al pueblo, que lo había disfrutado, y despertar en él el hambre de un pan celestial. , que inmediatamente Cristo, el hacedor de milagros, hizo que sucediera en la lógica de su revelación. La audiencia estaba decepcionada y dispersa. Habría querido la repetición del milagro económico, y mostró incomprensión y desconfianza en un milagro de orden diferente y superior, relativo a un pan celestial.

Así, hoy la psicología sociológica, con una visión estrecha de la realidad humana, visión que gana adherencia incluso en las filas de los seguidores de Cristo, quisiera de él la solución primordial de los problemas económicos y sociales, y acusar a su escuela, dirigida a misterios y conquistas. del mundo sobrenatural, del fracaso de su misión por no haber sabido aún saciar la legítima hambre de pan temporal, sin valorar debidamente la ambivalencia de la providencia de Cristo, quien, devolviendo las aspiraciones humanas a la esfera superior de la economía de fe y de gracia, satisface las necesidades superiores e inevitables del espíritu humano, y con esta satisfacción es urgente y la hace posible incluso para las necesidades temporales de la vida terrena. El reino de Dios, el reino de la caridad,Matth . 6. 33).

Esta visión de la historia y de la realidad humana no quita a todos la dificultad de comprender el misterio eucarístico. Las leyes físicas y metafísicas sufren transformaciones tan serias en la doctrina de este misterio, y tan superiores a la experiencia sensible, por no decir contraria, que nuestros pensamientos vacilan ante las palabras de Cristo sobre el pan y el vino de la Eucaristía: "Este es mi Cuerpo; esta es mi Sangre ”, que nosotros, celebrando este Congreso Eucarístico, elevamos a la cúspide de nuestra fe y, por tanto, de nuestra adoración.

¿Cómo vamos a hacer nuestro querido deber religioso y exigente, que todas las semanas y en algunos días festivos extraordinarios, nos obliga a ser reunidos y orando, "un solo corazón y una sola alma" ( Ley. 4, 32) para celebrar este recuerdo bendito y recurrente de la Pascua de la salvación, ¿que es la Misa festiva? Un Congreso como éste no puede quedar sin efecto en la restauración de una costumbre, que vuelve a ser el "gozne" de la vida religiosa; pero debe marcar verdaderamente una fecha de recuperación comunitaria en la observancia amorosa y fiel de este precepto vital. 

¡Hermanos e hijos! renovemos nuestra conciencia católica respondiendo al plan de Cristo. Reavivemos nuestra fe y tratemos de grabar en nuestro corazón las incomparables palabras del apóstol san Juan: "hemos creído en el amor"; y es esta fe en el Amor que el Señor tenía para nosotros, que ahora profesamos solemne y humildemente. Que ponga en nuestros labios y en nuestro corazón también esas otras palabras, las del apóstol Pedro, Responde, como todos proclamamos hoy: «Señor, ¿a quién iremos? Tienes palabras de vida eterna. Hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios ”( Io . 6, 68-69).

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Basílica de San Pablo extramuros
Domingo 28 de junio de 1978

Venerados hermanos e hijos queridísimos:

Con paterna efusión de sentimiento queremos ante todo dirigir nuestro saludo a todos vosotros que, impulsados por la fe y por el amor, os habéis reunido en esta basílica para celebrar con nosotros la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, para tributar a Jesús eucarístico un acto de culto público y solemne, reconociendo en El al Pastor bueno que nos guía por los caminos de la existencia, al Maestro sabio que dispensa luz a nuestros corazones entenebrecidos, al Redentor que con tanta prodigalidad de amor y de gracia nos viene al encuentro y se hace inefablemente el Pan de vida para este caminar nuestro en el tiempo hacia la posesión eterna de Dios.

Querríamos llegar a cada uno de vosotros con una palabra personal y afectuosa, cual corresponde entre personas a quienes anima el mismo gozo, por estar llamadas a sentarse a la misma mesa festiva. Mas, desafortunadamente, no podemos, y por eso hemos de confiar en vuestra atenta y cordial intuición, que sabrá percibir en las palabras dirigidas a todos nuestra sincera intención de acercarnos, con respetuoso y participante cariño, a la situación particular de cada uno para invitaros a estar atentos, conscientes y exultantes por la realidad del misterio eucarístico.

Queridísimos hijos, la solemnidad que hoy celebramos fue querida por la Iglesia, como bien sabéis, para que sus hijos pudiesen tributar al sacramento de la Eucaristía, habitualmente oculto en el recoleto silencio de los sagrarios, ese testimonio público de gozoso reconocimiento, cuya apremiante necesidad no puede menos de sentir todo corazón consciente de la realidad de esta misteriosa presencia de Cristo. Por eso la fe de los cristianos prorrumpe hoy, con sobrio regocijo, en la exultación de oraciones corales y de cantos jubilosos, que se desborda también fuera de los templos, llevando a todas partes una nota de alegría y un anuncio de esperanza.

Y, ¿cómo iba a poder ser de otro modo, si bajo los blancos velos de la Hostia consagrada sabemos que tenemos con nosotros al Señor de la vida y de la muerte, "el que es y era y ha de venir" (Ap 1, 4)? Celebramos una fiesta del gozo porque, a despecho de todo, El está con nosotros cada día hasta el fin (cf. Mt 28, 28): una fiesta del pasado, que está presente en el recuerdo de la cena y de la muerte del Señor, por encima de toda distancia temporal; una fiesta del futuro, porque ya ahora, bajo los velos del sacramento; está presente aquel que lleva consigo todo futuro, el Dios del amor eterno (cf. K. Rahner, La fede che ama la terra, 1968, pág. 114).

¡Qué mies de consideraciones sugestivas y corroborantes se ofrece a la mirada pensativa del alma en oración! Es una meditación que preferiríamos llevar a cabo en el silencio de una contemplación adorante, más bien que encomendarla a las palabras; queremos proponeros, más sugiriendo que desarrollando, algunos rápidos puntos de reflexión.

Ante todo acerca del valor de "recuerdo" del rito que estamos celebrando.

Vosotros sabéis el porqué de las dos especies eucarísticas. Jesús quiso permanecer bajo las apariencias del pan y del vino, figuras respectivamente de su Cuerpo y de su Sangre, para actualizar en el signo sacramental la realidad de su sacrificio, es decir, de aquella inmolación en la cruz que trajo la salvación al mundo. ¿Quién no recuerda las palabras del Apóstol Pablo: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que El vuelva" (1 Cor 11, 26)?

Así, pues, Jesús está presente en la Eucaristía corno "varón de dolores" (cf. Is 53, 3), como "el cordero de Dios", que se ofrece víctima por los pecados del mundo (cf. Jn 1, 29).

Comprender esto significa ver abrirse ante uno perspectivas inmensas: en este mundo no hay redención sin sacrificio (cf. Heb 9, 22) y no hay existencia redimida que no sea al mismo tiempo una existencia de víctima.

En la Eucaristía se ofrece a los cristianos de todos los tiempos la posibilidad de dar al calvario cotidiano de sufrimientos, incomprensiones, enfermedades y muerte, la dimensión de una oblación redentora, que asocia el dolor de las personas a la pasión de Cristo, encaminando la existencia de cada uno a la inmolación de la fe que, en su última plenitud, se abre a la mañana pascual de la resurrección.

¡Cómo nos gustaría poder repetir esta palabra de fe y de esperanza a cada uno personalmente, y sobre todo a los que en este momento están oprimidos por la tristeza, por la enfermedad! ¡El dolor no es inútil! Si está unido con el de Cristo, el dolor humano adquiere algo del valor redentor de la pasión misma del Hijo de Dios.

La Eucaristía —ésta es la segunda reflexión que querríamos proponeros— es evento de comunión.

El Cuerpo y la Sangre del Señor se ofrecen como alimento que nos redime de toda esclavitud y nos introduce en la comunión trinitaria, haciéndonos participar de la vida misma de Cristo y de su comunión con el Padre. No es casual la íntima conexión de la gran oración sacerdotal de Jesús con el misterio eucarístico, come tampoco el hecho de que su apasionada invocación ut unum sint esté situada precisamente en la atmósfera y en la realidad de este misterio.

La Eucaristía postula la comunión. Bien lo entendió el Apóstol a quien está dedicada esta Basílica, el cual, escribiendo a los cristianos de Corinto, les preguntaba: "El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?" Intuición fundamental, de la cual el Apóstol, con lógica férrea, sacaba la bien conocida conclusión: "Como hay un solo pan, aun siendo muchos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1 Cor 10, 16-17).

La Eucaristía es comunión con El, con Cristo, y por eso mismo se transforma y se manifiesta en comunión nuestra con los hermanos: es invitación a realizar entre nosotros la concordia y la unión, a promoverlo que juntos nos hermana, a construir la Iglesia, que es el místico Cuerpo de Cristo, del cual es signo, causa y alimento el sacramento eucarístico. En la Iglesia primitiva el encuentro eucarístico era la fuente de aquella comunión de caridad, que constituía un espectáculo frente, al mundo pagano. También para nosotros, cristianos del siglo XX, de nuestra participación en la mesa divina debe brotar el verdadero amor, el que se ve, se expande y hace historia.

Hay también un tercer aspecto en este misterio: la Eucaristía es anticipo y prenda de la gloria futura.

Celebrando este misterio, la Iglesia peregrina se acerca, día tras día, a la Patria y, avanzando por el camino de la pasión y de la muerte, se aproxima a la resurrección y a la vida eterna.

El pan eucarístico es el viático que la sustenta en la travesía, llena de sombras, de esta existencia terrena y que la introduce, en cierto modo ya desde ahora, en la experiencia de la existencia gloriosa del cielo. Repitiendo el gesto divino de la Cena, nosotros construirnos en el tiempo fugaz la ciudad celeste, que perdura.

Así, pues, a nosotros, los cristianos, nos corresponde ser, en medio de los demás hombres, testigos de esta realidad, pregoneros de esta esperanza. El Señor, presente en la verdad del sacramento, ¿no repite acaso a nuestros corazones en cada Misa: "¡No temas! ¡Yo soy el primero y el último y el que vive!" (Ap 1, 17-18)?

Lo que tal vez más necesita el mundo actual es que los cristianos levanten alta, con humilde valentía, la voz profética de su esperanza. Precisamente en una vida eucarística intensa y consciente es donde su testimonio recabará la cálida transparencia y el poder persuasivo necesarios para abrir brecha en los corazones humanos.

¡Hermanos e hijos queridísimos, estrechémonos, pues, en torno al altar! Aquí está presente Aquel que, habiendo compartido nuestra condición humana, reina ahora glorioso en la felicidad sin sombras del cielo. El, que en otro tiempo domeñó las amenazantes olas del lago de Tiberíades, guíe la navecilla de la Iglesia, en la que estamos todos nosotros, a través de los temporales del mundo, hasta las serenas orillas de la eternidad. Nos encomendamos a El, reconfortados por la certeza de que nuestra esperanza no será defraudada.

ADORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA BASÍLICA VATICANA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 24 de noviembre de 1984

" Quédate con nosotros, Señor, que es de noche " ( Lc 24, 29 ).

1. Ésta es la invocación que surge espontáneamente del alma ante Cristo, presente en el sacramento de la Eucaristía, mientras estamos aquí reunidos ante él, al final de una jornada dedicada por vosotros al gran y maravilloso tema de la oración.

Es con un alma feliz y agradecida que quise unirme a ustedes en este momento de adoración antes de la Eucaristía, para orar y ser iluminado una vez más por la gracia de Cristo y por la luz del Espíritu Santo sobre la oración misma, el soplo. de vida cristiana, consuelo diario en esta peregrinación terrena, don vital de participación, a través de Jesús, en la vida de gracia de la Trinidad.

2. Al comienzo de mi pontificado dije que la oración es para mí la primera tarea y casi el primer anuncio, así como es la primera condición de mi servicio en la Iglesia y en el mundo (cf. Insegnamenti di Giovanni Paolo II , I [1978] 78). Hay que reafirmar que toda persona consagrada al ministerio sacerdotal o a la vida religiosa, así como todo creyente, debe considerar siempre la oración como obra esencial e insustituible de la propia vocación, el " opus divinum " que precede, casi en la cima de la todo su vida y su trabajo, cualquiera de sus otros compromisos. Sabemos bien que la fidelidad a la oración o su abandono son prueba de la vitalidad o decadencia de la vida religiosa, del apostolado, de la fidelidad cristiana (cf. Ioannis Pauli PP. II, Allocutio ad Religiosas , muere el 7 de oct. 1979: Enseñanzas de Juan Pablo II , II / 2 [1979] 680).

Quien conoce la alegría de rezar sabe también que hay algo inefable en esta experiencia y que la única forma de comprender su íntima riqueza es viviéndola: lo que es la oración se puede entender rezando. Con palabras sólo se puede intentar balbucear algo: rezar significa entrar en el misterio de la comunión con Dios, que se revela al alma en la riqueza de su amor infinito; significa entrar en el corazón de Jesús para comprender sus sentimientos; rezar significa también anticipar en cierta medida en esta tierra, en el misterio, la contemplación transfiguradora de Dios, que se hará visible más allá del tiempo, en la eternidad.

Por tanto, la oración es un tema infinito en su sustancia, y es igualmente infinito en nuestra experiencia, ya que el don de la oración se multiplica en quienes rezan, según la multiforme, irrepetible e impredecible riqueza de la gracia divina que nos llega en el acto. . de nuestra oración.

3. En la oración es el Espíritu de Dios quien nos conduce al conocimiento de nuestra verdad interior más profunda y nos revela nuestra pertenencia al cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Y la Iglesia sabe que una de sus tareas fundamentales consiste en comunicar al mundo su experiencia de la oración: comunicarla tanto al hombre sencillo como al sabio, al hombre meditativo como a quien se siente casi abrumado por el activismo.

La Iglesia vive en la oración su vocación de ser guía de toda persona humana que, ante el misterio de Dios, se encuentra necesitada de iluminación y apoyo, encontrándose pobre y humilde, pero también sinceramente fascinada por el deseo de encontrar a Dios por hablarle.

4. Jesús es nuestra oración. Este es el primer pensamiento de fe cuando queremos orar. Al hacerse hombre, la Palabra de Dios asumió nuestra humanidad para llevarla a Dios Padre como una nueva criatura, capaz de dialogar con Él, de contemplarlo, de vivir con Dios una comunión sobrenatural de vida por la gracia.

La unión con el Padre, que Jesús revela en su oración, es un signo para nosotros. Jesús nos asocia a su oración, es el modelo fundamental y la fuente del don de adoración en el que involucra a toda su Iglesia como cabeza.

Jesús continúa en nosotros el don de su oración, casi pidiéndonos que tomemos prestada nuestra mente, nuestro corazón y nuestros labios, para que en el tiempo de los hombres la oración que comenzó encarnándose y continúe eternamente, con su humanidad misma, en el cielo. (cf. Pío XII, Mediator Dei : AAS 39 [1947] 573).

5. Sabemos, sin embargo, que en las condiciones terrenales en las que nos encontramos siempre hay que hacer algún esfuerzo para orar bien, algún obstáculo que superar. La pregunta sobre las condiciones de la oración surge espontáneamente. En este sentido, los clásicos de la espiritualidad ofrecen algunas sugerencias útiles, que tienen en cuenta la concreción de nuestra condición humana.

En primer lugar, la oración requiere de nosotros el ejercicio de la presencia de Dios . Por eso los maestros espirituales llamaron a ese acto profundo de fe que nos hace conscientes de que cuando oramos, Dios está con nosotros, nos inspira y nos escucha, se toma en serio nuestras palabras. Sin este acto previo de fe, nuestra oración podría distraerse más fácilmente de su propósito principal, el de ser un momento de verdadero diálogo con el Señor.

Para rezar es necesario también realizar en nosotros un profundo silencio interior . La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino solo al Señor. Es necesario identificarse con la voluntad de Dios con el alma desnuda, dispuesta a estar totalmente dedicados a Dios. Entonces nos daremos cuenta de que cada una de nuestras oraciones converge, por su naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se convirtió en su única oración. en Getsemaní: "No la mía, sino que se haga tu voluntad" (cf. Mt 6,10; Lc 22,42).

Finalmente, tengamos presente que en la oración somos, con Jesús, embajadores del mundo ante el Padre . Toda la humanidad necesita encontrar su propia voz en nuestra oración: es una humanidad que necesita redención, perdón, purificación. Además, lo que nos agrava, de lo que nos avergonzamos, debe entrar también en nuestra oración; aquello que por su naturaleza nos separa de Dios, pero que pertenece a nuestra fragilidad oa la pobreza de nuestras personas individuales (cf. Insegnamenti di Giovanni Paolo II , II [1979] 543). Entonces Pedro oró después de la pesca milagrosa, diciendo a Jesús: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8).

Esta oración, que nace de la humildad de la experiencia del pecado y que se siente solidaria con la pobreza moral de toda la humanidad, toca el corazón misericordioso de Dios y renueva en la conciencia de quienes rezan la actitud del hijo pródigo, que estremeció el corazón del Padre.

6. Queridos hermanos y hermanas, reunidos ante el sacramento de la presencia real de Cristo, inclinamos la frente, conscientes de nuestra pequeñez, pero al mismo tiempo orgullosos de la inmensa dignidad que nos aporta esta presencia: "¡Qué gran nación tiene tanta divinidad! cerca de él, como el Señor nuestro Dios está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos? " ( Dt 4, 7). Podemos reunirnos a su alrededor, podemos hablar con él de manera confidencial, sobre todo podemos escucharlo, permaneciendo en silencio frente a él, con el corazón alerta, dispuestos a escuchar el misterioso susurro de su palabra.

Rezar no es una imposición, es un regalo; no es una restricción, es una posibilidad; no es una carga, es una alegría. Pero para disfrutar de este gozo, uno debe crear las disposiciones correctas en su espíritu.

Por eso, también esta noche, encontramos en nuestros labios la invocación de los apóstoles: "¡Señor, enséñanos a orar!" ( Lc 11, 1). Sí, Señor Jesús, enséñanos en esta ciencia singular, la única necesaria (cf. Lc 10, 42), la única al alcance de todos, la única que traspasará los límites del tiempo para seguirte a la casa de tu Padre, cuando también nosotros "seremos como él, porque lo veremos como es" ( 1 Jn 3, 2). Enséñanos, Señor, esta ciencia divina; ¡es suficiente para nosotros!

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

(Ordenación sacerdotal: 11 de junio 1960, por el  Sr. Obispo D. Juan Pedro Zarránz y Pueyo, en la S. I. Catedral de Plasencia)    

EL GOZO

DE SER SACERDOTE

¡TE DEUM LAUDAMUS!

BODAS DE ORO SACERDOTALES

(11 de junio 1960-2010)

AÑO SACERDOTAL

(19 junio 2009-11 junio 2010)

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

BODAS DE ORO SACERDOTALES

(11 de junio 1960-2010)

AÑO SACERDOTAL

(19 Junio 2009-11 Junio 2010)

¡TE DEUM LAUDAMUS,

TE DOMINUM CONFITEMUR!

A Jesucristo Eucaristía, Sumo y Eterno Sacerdote, Pan de vida eterna y Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida; a mi Seminario de la Inmaculada de Plasencia y Obispo y Superiores y Profesores que me ayudaron a ser y existir en Cristo Sacerdote, y a todos mis condiscípulos y hermanos sacerdotes, presencias sacramentales  de Cristo, con su mismo amor celibatario, amor gratuito y total a Dios y a los hombres, nuestros hermanos; y a todos mis queridísimos feligreses de San Pedro, como SACERDOTE de CRISTO, durante cuarenta y cuatro años, en mis cincuenta años de sacerdocio.

 

 

I

 

DEO PATRI SIT GLORIA,

            Quiero darte  gracias y alabarte, Dios mío, Trinidad a quien adoro, porque el Padre eterno, principio y origen de la vida y de la existencia, me soñó y me creó y me dio la vida en el sí de mis padres, y me eligió y prefirió entre millones y millones de seres que no existirán para vivir en una eternidad de felicidad en su misma esencia divina y trinitaria. Cuando los padres más se quieren, nace lo más hermoso que es la vida, por el amor de Dios creador comunicado a los padres.

            Gracias, Padre Dios, porque me soñaste, y  en tu proyecto de vida me creaste, y me elegiste para ser sacerdote católico desde el seno de mi madre, Graciana; ella fue madre sacerdotal que recibió y percibió en su corazón este proyecto del Padre en Consejo Trinitario, esta llamada de la vocación sacerdotal para su hijo en su oración eucarística diaria; y, desde su seno maternal, cultivó esta semilla en su corazón y lo trasplantó al mío, como hacen en mi bella tierra de la Vera extremeña los agricultores con las simientes de tabaco y pimiento plantadas en los semilleros.

            Quiero cantar nuestro Dios Trino y Uno con san Pablo en su carta a los Efesios:

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan                                                    
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

 

II

 

ET FILIO QUI A MORTUIS SURREXIT

            Quiero darte gracias y alabarte, Hijo de Dios resucitado, Sacerdote Único del Altísimo, “sentado a la derecha del Padre...Cordero de Dios degollado... intercediendo ante el trono de Dios...”,  encarnado por «obra del Espíritu Santo» en el día de mi Ordenación sacerdotal por el sacramento del Orden en esta mi pobre humanidad prestada, para prolongar tu misión sacerdotal y salvadora.

            Mi padre, Fermín, «el más listo de la escuela», como me decía la gente al reconocerme como hijo suyo, devoto fervorosísimo del Corazón de Jesús, -- dejaba todos los días de la novena el taller de carpintería para presentarse en la iglesia con el «mono» de trabajo, para

gran disgusto de mi madre al verlo comulgar así-- también quiso tener un hijo sacerdote y cultivó esta llamada desde el Corazón de Cristo Sacerdote que es fuente y modelo sacerdotal para todos los que“´Él llamó... llamó  a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”.

            Siempre lo tuve claro, pero ahora ya, desde las bodas de oro sacerdotales, contemplando mi vida desde <el descanso del séptimo día>, mirando para atrás, como el Dios Creador al contemplar lo que había creado: “Y vió que todo era bueno...”, podéis creerme que lo he comprendido todo perfectamente en la misma contemplación de lo creado de mi Dios, desde su origen hasta el día de hoy y “he visto que todo está bien”, que este ha sido su designio sobre mi existencia y eternidad, que todo ha sido es obra suya en el Hijo, en “la Palabra por la que todo se ha hecho...”, y siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Y me gozo con Dios mi salvador, porque me escogió y llamó para ser sacerdote desde el vientre de mi madre: “Antes de formante en el vientre de tu madre, yo te escogí. Antes de que salieras del ceno materno, te consagré. Como luz del mundo te constituí.

No tengas miedo, que Yo estoy contigo” (Jr 1,5. 8).

            Dios Padre me ha permitido verlo todo con los ojos de Amor de su mismo Espíritu Santo: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”  (Jn 1, 1-3).

            Quisiera que toda mi vida, que toda mi eternidad sacerdotal no fueran otra cosa que un continuo repetirte: ¡Gracias, gracias, mi Trinidad adorada, Padre, Hijo y Espíritu Santo! ¡Gracias por el proyecto sacerdotal mío, engendrado desde el seno del Padre por contemplarme en su Hijo, en su Palabra: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.  Ella

estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres...”“Todo se hizo por ella”, por el Verbo, la Canción de Amor cantada por el Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, revelada y hecha humanidad y carne en Jesucristo Sacerdote y Víctima perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre, Sacerdote Único del Altísimo, mi amor y mi vida! ¡Jesucristo, quiero verte para tener la luz del Camino, de la Verdad y de la Vida! ¡Quiero ser Eucaristía y Sacerdote contigo, quiero comerte y comulgar con tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor! Y en tu entrega  y vida eucarística quiero hacerme contigo Sacerdote y Víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida! Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo! ¡Quisiera hacer locuras por Ti; cuánto te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Ti camino por la vida! ¡Quisiera tener un corazón capaz de poder ser agradecido contigo! Me consuela pensar que Tú te entregaste a mi pobre persona, sabiendo que nunca recibirías la acción de gracias completa.

            Por eso, para darte gracias completas, mejor callar y celebrar contigo la Eucaristía, la Acción de Gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por este proyecto del sacerdocio eterno y víctima perfecta que has injertado para siempre  en esta pobre humanidad,  en mi vida presente y eterna, sacerdos in aeternum: “Os exhorto, hermanos, por l misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable” (Rom 12, 1-2).

II

 AC PARÁCLITO, IN SAECULORUN SAECULA. AMEN.

 

            Quiero darte gracias y alabarte, Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida; yo te adoro y te amo con todo el amor con que tu me amas, porque yo no sé amar así, como Tú amas; yo no puedo amarte si Tú no me lo das primero; para eso me ungiste y me consagraste sacerdote católico en tu mismo Amor; me marcaste con la señal de los elegidos y me constituiste sacerdote en Cristo como proyecto del Padre por obra del  Amor, Espíritu Santo, potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, con el que se Besan y Abrazan y permanecen Unidos en el mismo Ser y Existir eterno de Felicidad y Gozo, y me trasplantaste e injertaste en el ser y existir sacerdotal del Hijo-hijo de la Virgen bella, Cristo, Único Sacerdote, “sentado a la derecha del Padre...cordero degollado ante el trono de Dios”.

            Oh Espíritu Santo, todo te lo debo a Ti, Amor Infinito del Padre y del Hijo, que me has fundido en una sola realidad en llamas con el Amado, el Hijo Amado del Padre, Sacerdote y Pontífice Eterno, Puente  divino y humano que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios, por donde nos vienen todas la gracias y dones de la Salvación y de la Unión y de la Transformación en Dios Trinidad por el Hijo, hecho hijo “nacido de una mujer” y sacerdote por su humanidad engendrada en María, Madre sacerdotal.

            Todo se lo debo a Dios por el sacerdocio. En el camino sacerdotal, desde mi Seminario, todo fue desde María, Madre Sacerdotal, cuando aún yo no la conocía como tal, simplemente como amparo y refugio, desde el egoísmo innato; hasta que Ella me dijo un día de vacación en su santuario del Puerto, como ya lo he referido en algún libro: «Pasa a mi hijo», que yo no comprendí en ese momento; lo comprendería más tarde, poco a poco; Ella, luego, me pasó a su Hijo, a

Cristo, y siguiendo por Cristo Eucaristía y Sacerdote, pasé al Espíritu Santo y Trinidad adorada.

            Por eso, Espíritu de Amor, con todo fervor te imploro y te rezo, como todos los días, con esta súplica eminentemente sacerdotal inspirada por Ti, y elaborada poco a poco, a través de muchos años, recibiendo siempre tus dones de inspiración y sabiduría:

¡Oh Espíritu Santo, Abrazo y Beso de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro¡ Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor Creador de vida en el Padre, amor Salvador de vida por el Hijo, amor Santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.

PER TE SCIAMUS DA PATREM, NOSCAMUS ATQUE FILIUM, TE UTRIUSQUE SPIRITUM,  CREDAMUS OMNI TEMPORE

            Realmente mi sacerdocio, vivido y experimentado desde Cristo sacerdote amado y “amando hasta el extremo”, me ha hecho plenamente feliz y lo es todo para mí. Tú, Hijo de Dios encarnado sacerdote en el seno de la Virgen bella, Madre Sacerdotal, eres mi todo, mi luz, mi alegría, mi perdón, mi consuelo, mi amigo y confidente, mi muerte y resurrección, mi meta; “Tú me sedujiste y yo me he dejado seducir” a lo largo de estos cincuenta años en que Tú has vivido y ejercido tu único sacerdocio en mi humanidad prestada; Tú eres mi pasión, mi vida y mi corona. Quiero decirlo así, alto y claro, porque es verdad, la verdad que vivo y siento, y porque todo el mérito es ungió y consagró en tu mismo ser y existir sacerdotal.

Quiero decirlo así, alto y claro, porque es verdad, la verdad que vivo y siento, y porque todo el mérito es tuyo, por tu Espíritu de Amor, Espíritu Santo, que me ungió y consagró en tu mismo ser y existir sacerdotal.

(Ensayando la celebración de la santa misa en mi   habitación. El cáliz de de cartón.

            Esta emoción oracional es la causa de que en mis palabras y escritos, en mis libros, haya frases o períodos largos a veces, mal estructurados literariamente, que no se acaban o no están bien rematados, porque los escribo tal como los contemplo en la oración: los contemplo orando y orando los escribo.

            Lo que me importa siempre es la verdad contemplada con amor; la expresión de la misma; el modo de decirlo o escribirlo, no lo cuido, no me preocupa tanto; es que además me resulta difícil separar y poner comas y puntos, dada la emoción y el fuego de la llama de amor viva que siento a veces en mi trato con Él, sobre todo en la Eucaristía y en la oración personal, aunque siempre es oración o relación o encuentro personal sea litúrgico o privado. 

            Estoy celebrando este año del 2010, con la <quinta de seminaristas>    que ingresamos en el Menor  el año 1948 y salimos sacerdotes de Cristo el 11 de junio de 1960, nuestras bodas de oro sacerdotales. Fuimos ordenados sacerdotes los 15 del curso, aunque no en el mismo día, porque había cinco seminaristas, que eran de  Serradilla, del Cristo de Serradilla, y allí fueron consagrados sacerdotes y diácono por el Sr. Obispo  en fecha posterior. Tengo que decir que mi curso, creo, ha sido la hornada más numerosa que ha salido de nuestro Seminario de la Inmaculada de Plasencia.

            Por eso, comienzo este prólogo mirando  a mis bodas de oro sacerdotales en el  mediodía del 11 de junio del 2010, cuando fui ordenado Sacerdote de Cristo por mi queridísimo Sr. Obispo Don Juan Pedro Zarránz y Pueyo, en la Santa Iglesia Catedral de Plasencia, donde entramos cantando en doble fila todos los seminaristas: «Veni, Sancte Spiritus, emitte coelitus, lucis tuae radium...». No lo olvido, no lo olvidaré; lo canto, no como recuerdo, sino «in memoriam», como memorial que hace presente todos los días  mi unción sacerdotal de Pentecostés --.

                ¡Gracias, Jesucristo, Sacerdote Único del Altísimo! Señor y Dios mío ¡Qué delicadeza y atención esta feliz coincidencia: Año Sacerdotal-Boda de oro sacerdotal! ¡Es que lo he soñado y me sueño tanto con este privilegio de mi Dios Trinidad injertado y trasplantado a mi pobre humanidad desde el Hijo Sacerdote encarnado en el barro de otros hombres! Y todo, por la Unción y  Consagración de Amor del Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en cuyo proyecto de amor a los hombres  me han querido introducir por el Beso del Dios Amor.

            ¡Qué explosiones de ideas, luces y gozos siento en mi corazón, con toda espontaneidad y sin esfuerzo alguno! Todo me sale en explosiones de luces, ideas y resplandores sacerdotales desde esta Canción de amor del Padre Dios a los hombres que es el corazón de Cristo Sacerdote, el corazón del Hijo de Dios encarnado y atravesado por la lanza, fuente y origen de la Iglesia y del sacerdocio católico; por eso están tan unidos: sin Iglesia no hay sacerdocio, y sin sacerdocio no hay Iglesia. Por eso amo tanto a mi Madre Iglesia y me siento sacerdote de mi Iglesia y me entrego y consagro totalmente a ella, quiero ser sacerdote y puente de vida divina para ella, que me conquista cada día más por su belleza y hermosura y santidad en muchos de sus hijos, sobre todo en su Cabeza, Cristo Sacerdote y Pontífice de la Salvación.   

            Realmente mi sacerdocio lo vivo en un eterno presente. Ya en el Seminario y de desde que salí del mismo, toda mi vida, sin pretenderlo por mi parte sino dejándome guiar por el Espíritu Santo, la he vivido en y desde el sacerdocio de Cristo; ahora es cuando me he dado cuenta y lo estoy percibiendo mejor.

            Este gozo de ser sacerdote de Cristo lo empecé a notar enseguida, sobre todo en mis ratos de oración, en las cosas y oraciones que iba componiendo sin darme cuenta en mi conversación diaria con Cristo Sacerdote. Yo empecé a componer estas oraciones, porque siempre he defendido que es bueno tener un esquema, una espina dorsal fundamental en torno a la cual construir y hacer mi oración diaria, como un esquema fijo que rellenar en mis ratos de oración personal con Cristo; son como el hilo conductor de la misma, porque a

veces uno, al terminar una pista, no sabe por donde iba o estaba hablando u orando. He ido añadiendo lo que el Espíritu del Señor me ha ido inspirando en cada momento y año. Si las repasamos  examinamos, veremos que todas tienen una raíz y mirada sacerdotal. Como ya he puesto mi oración personal al Espíritu Santo, que le rezo todos los días, voy a escribir ahora las dos oraciones que digo todos los días a Cristo Eucaristía, mirando al Sagrario, y que he ido componiendo, --añadiendo y quitando--, a través de los años:

            ¡Jesucristo, Eucaristía divina, cuánto te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

            ¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte, para tener la luz del Camino, de la Verdad y de la Vida! ¡Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!

                            Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Y a seguidas rezo esta otra oración personal, también realizada después de muchos ratos de estar con el Señor, quitando y poniendo palabras y vivencias a través de los años:

            ¡Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre, y Sacerdote Único del Altísimo! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo hasta dar la vida y quedarte conmigo para siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la Salvación de los hombres; también yo quiero ser y existir sacerdotalmente en Ti, quiero ser siempre tuyo,  porque para Mi Tú lo eres Todo, yo quiero que lo seas Todo.

¡Jesucristo, Eucaristía perfecta, yo creo en Ti!

¡Jesucristo, Sacerdote Único del Altísimo, yo confío en Ti

¡Jesucristo, Tu eres el Hijo de Dios!

El día de mi ordenación, en fila, hacia la Catedral. Voy en el centro; me sigue J. Luís Buenadicha. Nos precede Ramón Serrano, del curso inferior, y que se ordenaba de Diácono.

            Explicar el contenido teológico y vivencial de estas oraciones me llevaría a escribir un libro, aunque realmente eso son algunos de los que tengo escritos. Es que me gustaría decir cosas más bellas de nuestro Cristo, pero yo no soy santo, soy un aficionado, pero la verdad es que me llena totalmente de amor y ternura y delicadezas nuestro Cristo Eucaristía. Ha sido un largo camino. Pero ahora lo llena todo en mi vida, es toda mi vida religiosa, sacerdotal y humana.

            Te lo digo como lo siento. Y eso que soy un pecador, también aficionado ¡Cuántas vivencias y emociones y lágrimas y noches y soledades y compañía y consuelos compartidos!

            Y si te dijera, y tu lo puedes comprobar si quieres, que muchos días al año celebro la santa misa con el alba, estola y casulla de mi ordenación, porque hay una persona en mi vida que se la sabe toda y se acuerda de  ponerla en los momentos más oportunos y sacerdotales, los jueves, por ejemplo; o en fiestas eucarísticas, sacerdotales y marianas; así como también el cáliz y los corporales y hasta  los purificadores de mi primera misa, con esas rositas bordadas en hilos verdes y rojos; fíjate, para que te des una idea, en mi mesa de despacho, conservo con emoción todavía  el fajín de seminarista, que nos poníamos sobre la sotana en la cintura.

La verdad es que sigo siendo seminarista, pero hasta del Menor; y lo recuerdo todo con amor y me encanta mi seminario y mis compañeros con los que hablo y sigo jugando al fútbol y hacemos las travesuras de siempre, en recuerdo imaginativo que las hacen presentes, incluso con el disgusto y las palabras recordadas de reprensión de mis superiores de entonces y de siempre, a los que tanto debo y obedezco y quiero y dialogo muy frecuentemente en mi oración, y ofrezco muchas veces al año la Eucaristía especialmente con los que más me ayudaron y  quisieron y me llevaron hasta Cristo Sacerdote, empezando por D. Avelino y Benjamín en el Menor, y terminando en el mayor con D. Eutimio, al que tanto le debo de mi espiritualidad sacerdotal, es decir, de mi vida según el Espíritu, junto con los demás superiores.

Y ya que he empezado y quiero dar gracias a todos los que me han ayudado a ser sacerdote de Cristo, ciertamente de alguno me olvidaré, pido perdón, no puedo menos de recordar a mi párroco de toda la vida, don Marcelo Giraldo, sacerdote de fe y carácter, que, con mi tío Manolo López, -- un santazo--, fueron los padrinos sacerdotes de mi primera misa solemne en mi parroquia de Jaraíz de la Vera, que es la parroquia de abajo, la de San Miguel.

También recuerdo agradecido al párroco de arriba, Don Gonzalo, sacerdote de Serradilla, que me permitió celebrar la misa en privado en la Ermita de la Patrona, la Virgen del Salobrar, desde el 11 de junio hasta la misa solemne del 1 de Julio, fecha retardada porque tres de mis hermanas estaban estudiando y no terminaban los exámenes hasta esa fecha. La cuarta hermana, la mayor, Mari Luz, ya embarazada y a punto de dar a luz, con su marido Jesús, fueron los padrinos seglares de mi primera misa,  en la que presentaban las vinajeras y me lavaban las manos en el momento del <lavabo> de la misa.

(Mi Ordenación sacerdotal: 11 de junio 1960)

                       En esta celebración de mis bodas de Oro sacerdotales, quiero hacer un canto de amor agradecido a mi parroquia, a mi Seminario de la Inmaculada, a todos los que me ayudaron y no puedo mencionar porque me alargaría mucho, a mis primeros destinos en Aldeanueva de la Vera, 6 de diciembre 1960, donde estuve quince días con D. Hipólito y luego casi dos años estupendos con D. Valentín de la Fuente, que fue un verdadero amigo; desde allí fui destinado a la parroquia de San Miguel Arcángel, de Robledillo de la Vera,  donde estuve un año completo, desde el 28 de septiembre por la tarde, en que tomé posesión, víspera de la fiesta del 1962,  hasta la misma fecha del 1963; me recuerdan con tanto cariño que este año de 2009 me invitaron a presidir y predicar en su fiesta, justo el mismos día en que hace cuarenta y seis años, por la tarde, salí del pueblo para irme a Roma para hacer mi primera Licenciatura en Teología Pastoral y el Doctorado en Teología, así como el inicio de la Diplomatura en Teología Espiritual, que terminé en el año sabático octubre 1990- abril 1991.

            Terminados estos tres años de estudios de este mi primer periodo universitario en Roma, abril de 1966, me nombraron Coadjutor de San Pedro, siendo párroco Don Pedro Viñas, que luego, en el mes de septiembre fue nombrado Canónigo Maestro de Ceremonias –sic- de la S. I. Catedral; en el mes de junio marché a Roma para defender el día 2 de julio mi tesis doctoral de Teología        sobre San Juan de la Cruz, en la Universidad  Lateranense de Roma. Más tarde, en un segundo periodo universitario, en los años 1980-1, siendo párroco y ejerciendo en San Pedro, hice la Licenciatura en Teología Moral, en la Universidad de Comillas, Madrid.

Y para terminar y como resumen, porque sería, repito, interminable, quiero cantar un canto de amor agradecido a mi Diócesis de Plasencia de entonces y de ahora, por todo lo que ha hecho por mi.  Este canto de amor de mis bodas sacerdotales, repito, comenzó el 11 de junio de 1960 en la Catedral de Plasencia, donde mi queridísimo Obispo Don Juan Pedro Zarránz y Pueyo (murió el 14 de noviembre de 1973, a los 70 años y 27 de Obispo, toda su vida, de la Diócesis de Plasencia) me impuso las manos, junto con los sacerdotes concelebrantes, el sábado de las témporas de Pentecostés, día dedicado a  conferir la Órdenes Sagradas por  aquellos tiempos y perdonad que lo repita, entrando los seminaristas en la Catedral en doble fila, los ordenandos junto al Sr. Obispo, en un día lleno de sol y claridades y emociones inolvidables, cantando la secuencia del día de  Pentecostés: «Veni, Sancte Spíritus».

Altar de mi parroquia donde ayudé como monaguillo y celebré mi primera misa solemne; y Sagrario, donde nació y se alimentó mi vocación sacerdotal; y Expositor de mi parroquia de San Miguel, de Jaraíz de la Vera.

             No lo olvido, no lo puedo olvidar, por la emoción profundísima que todavía conservo en mi corazón. Todos los días la canto y renuevo en mi oración primera de la mañana.

            Me cuesta terminar, pero tengo que hacerlo, lo he prometido, pero no lo puedo hacer sin cantar mi canto de amor agradecido a mi queridísima Parroquia de San Pedro, de Plasencia, donde llegué el 12  de marzo del 1966, --lo recuerdo porque en ese día murió la madre de un feligrés muy conocido y celebré mi primer funeral en la parroquia, en la que quiero permanecer hasta el final de mis días, hasta que Dios lo quiera y el Sr. Obispo lo crea oportuno. Párroco de San

Pedro es el título que más me gusta de todos los que tengo y he tenido.

            ¡Parroquia de San Pedro, cuántos recuerdos, emociones primeras y actuales, eternas, cuántos amigos, cuántos rostros de niños, jóvenes y adultos, algunos ya en el cielo, qué grupos de formación y vida cristiana de hombres y mujeres, hasta 18 semanales y hasta que vino la desmembración de Santa Elena, Cristo Resucitado, San José... qué primeras Vigilias Eucarísticas, a las 10 de la noche, luego Jueves Eucarísticos, qué cantidad de vocaciones sacerdotales y religiosas, qué feligreses santos y muertes santas y milagros de amor, generosidad, delicadezas, qué agradecimiento a mi hermano sacerdote y amigo y confidente cura Pepe, Don José...!

            Por todo lo escrito y por todo lo no escrito, pero  profundamente vivido y grabado en mi corazón, queridísimos feligreses de mi parroquia del alma San Pedro, gritad conmigo:

            ¡BENEDICAMUS DOMINO!

            ¡DEO GRATIAS! 

Que traducido del latín y desde el corazón, significa:

TODOS LOS QUE ME QUERÉIS, AYUDADME  A BENDECIR --BENEDICERE--, A DECIR COSAS BELLAS AL SEÑOR, POR MIS BODAS DE ORO.

DESDE MI PARROQUIA DE SAN PEDRO, A NUESTRO DIOS TRINO Y UNO ¡TODO HONOR Y GRACIA!                     

Parroquia de San Pedro.-  Plasencia

2. CARTA A LOS SACERDOTES Y SEMINARISTAS DE MI QUERIDA  DIÓCESIS DE PLASENCIA, EN NOMBRE DE MIS  CONDIS-CÍPULOS

            Paso ahora a copiar una carta que escribí a todos los sacerdotes de mi Diócesis de Plasencia, en octubre del 2009, en nombre de mis condiscípulos y compañeros de Seminario, como si fuera el comienzo de nuestro último curso en octubre del 1959, lleno de recuerdos y gozos sacerdotales anticipados, pero tan presentes y recién estrenados y vividos ahora, en el hoy de nuestras y mis bodas sacerdotales, que lo hago como si estuviera en aquel octubre y acabaran de realizase ahora mismo.

 

SEMINARIO MAYOR

PLASENCIA

            Plasencia, 12 de noviembre del 1959

            QUERIDOS AMIGOS Y FAMILIARES:

            En el mes de octubre he comenzado el curso de cuarto de Teología en el Seminario Mayor de Plasencia. Este curso será mi último año en el Seminario, ya que el 11 de junio de 1960 seré ordenado sacerdote de Cristo por mi queridísimo Obispo D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo. Seremos ordenados 15 sacerdotes; es el curso más numeroso que ha pasado por el Seminario.

            Tengo un gozo inmenso porque desde que entré en el Menor, pero, sobre todo, en estos últimos años de Teología, siento grandes deseos de ser sacerdote, de trabajar con niños, jóvenes y adultos, de ser totalmente para Cristo en su mismo ser y existir sacerdotal, y poder decir con san Pablo: “Para mí la vida es Cristo”; por eso he elegido como lema de mi estampa de ordenación sacerdotal: «Hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres»; eso sí, todo bajo la mirada y protección de la Madre, nuestra Virgen Inmaculada, que preside y a quien está encomendado nuestro Seminario.

            Ya ha estado por aquí el Sr. Hons, viajante de una sastrería de Barcelona, y nos ha tomado la medida de la sotana y del manteo, así como también algunos hemos elegido y diseñado ya el cáliz de nuestra primera misa. La casulla y el alba y estola me los hará una señora de Don Benito que borda muy bien.

En estos días también hemos comenzado a preparar la Novena de la Inmaculada, que en nuestro Seminario tiene una importancia muy grande, porque todos los seminaristas queremos mucho a nuestra Madre y todos la honramos y rezamos y nos consagramos a Ella con total devoción y confianza: ¡María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma ¡cuánto te queremos! ¡Cuánto nos quieres!

            Como soy prefecto de mi curso y por eso, también de todo el Seminario, hemos organizado ya, con los superiores, la novena de la Inmaculada, que la predicamos los Diáconos, los del último curso de Teología. Al ser el primero de la lista me toca el primer día. Quiero hacerlo lo mejor que pueda porque quiero que todos sepan lo que la

Virgen nos ama y cuida y tenemos que agradecerle muchas cosas, sobre todo, su ayuda en esos momentos malos que a veces nos toca pasar a todos.

            Lo del «bicho» no lo tenemos todavía muy claro. Del «martirologio» me parece que van a encargarse Marcelo Blázquez, Juan de la Fuente, Manolo Tovar, Carlos Díaz.... y algunos más del curso, somos quince, que tienen mucha gracia para ello. Alguien me ha «soplado» que me van a sacar por aquello de la escapada que hicimos el año pasado Emilio Bravo, Ángel Martín y un servidor a mi pueblo de Jaraíz de la Vera, después de la misa de la Catedral, el día de San Fulgencio del año pasado, corriendo y andando a toda marcha, 37 kilómetros, sin querer montar en ningún camión, que paraban porque íbamos con sotana y me conocían. Merendamos en mi casa y mi madre nos sacó el billete para venir en la «verata». No nos castigaron los superiores, porque fuimos protegidos por un «ángel» (Ángel Martín estaba enchufadísimo con el rector, Don Avelino).

*********************************************

*********************************************

Queridos y hermanos sacerdotes de mi querida Diócesis de Plasencia: como sois muy inteligentes, comprenderéis que se trata de una carta antigua, que he encontrado en mi imaginación esta mañana, pero que refleja perfectamente cómo se vivía el sacerdocio y la Inmaculada y su novena... en aquellos tiempos. Espero que ahora, lo vivan  mejor todavía. He perdido el resto de la carta, sólo he encontrado esta hoja; y mejor, porque si la encuentro completa, llenaría un libro.

            Queridos amigos, en este AÑO SACERDOTAL que se prologará hasta nuestras BODAS DE ORO, el 11 de junio del 2010, si Dios quiere, celebraré gozosamente con mis compañeros de curso ingresados en el Menor en el 1948, y con todos vosotros, mis cincuenta años de sacerdote de Cristo. Nunca creí que llegaría tan pronto ¡Qué rápidamente pasa el tiempo! «Me parece que fue ayer».

Seminario Diocesano de la Inmaculada de Plasencia

Próximos ya a la fiesta de la Inmaculada de mi Seminario, porque yo, aunque la celebre en cualquier parroquia o pueblo, siempre la Inmaculada y la Novena o los Triduos o las Vísperas o lo que sea, siempre es la de mi Seminario, me atreví a preguntarle algo íntimo y personal a la Virgen. Mi conversación fue ésta: Madre, Virgen bella, nosotros, los sacerdotes, te decimos muchas veces lo que Tú eres para nosotros, siempre lo estamos diciendo y predicando; ahora, esta mañana, y, con motivo del Año Santo y Bodas de oro, yo quiero preguntarte: ¿qué somos nosotros para Ti? Y esta fue su respuesta:

            Por encargo del Hijo desde la cruz, “he ahí a tu hijo”, vosotros, todos los sacerdotes, sois el testamento de entrega y de sangre y de amor de mi Hijo; vosotros, sacerdotes, en Juan, sois mis hijos predilectos de amor y sangre y lágrimas y entrega de vida en el Hijo por todos;  yo soy vuestra madre: “he ahí a tu madre”,  y vosotros sois mis hijos predilectos; tú eres mi hijo predilecto «no sin designio divino», como ha reconocido el Vaticano II, aunque fue así desde aquel día; tú eres mi hijo sacerdote, tu eres mi hijo del alma, porque te identificas con mi Hijo en su ser y existir sacerdotal, no veo diferencia

sacerdotal entre ti y Él, sois idénticos sacerdotalmente; Él eres tú, tú eres Él, por eso te amo igual que a Él, porque Él es el Hijo de Dios encarnado y tú eres el hijo en el Hijo hasta tal punto identificado sacerdotalmente ante el Padre y ante mi, madre sacerdotal, que no veo diferencia, sois idénticos sacerdotalmente, porque le amo a Él en ti y a ti en Él; tú eres mi Hijo Jesús sacerdote, te quiero, te amo, bésame, ven a mis brazos y estréchame, abrázame y siente mis pechos de Virgen, Mujer y Madre Sacerdotal, con la misma confianza y ternura del Hijo, porque eres hijo en el Hijo por proyecto eterno del Padre y por voluntad y deseo testamentario y lleno de amor extremo realizado por el Hijo en la cruz; tú eres el encargo más gozoso y profundo y eterno que he recibido del Hijo, eres su testamento, su última voluntad, que cumplo con todo amor hasta dar la vida por ti si fuera necesario, si tú lo necesitas, como lo hice entonces, porque morí no muriendo, no pudiendo morir por ayudar a los sacerdotes recién ordenados el Jueves Santo,  muriendo y viéndolo y sufriéndolo todo en el Hijo Sacerdote y Víctima por todos los hombres, por la Iglesia, especialmente por los nuevos sacerdotes de todos los tiempos; querido hijo sacerdote de mi hijo Jesús, Único Sacerdote, soy eternamente madre sacerdotal por voluntad de mi Hijo; y te quiero eternamente como madre sacerdotal.

Querida Madre Sacerdotal, me emociona oír de tus labios esta confesión de amor sacerdotal. Y yo y todos mis compañeros y todos los sacerdotes del mundo, agradecidos y llenos de amor y gozos y sentimientos y vivencias sacerdotales sentidas junto a tu pecho maternal de Madre de todos los sacerdotes, por voluntad y expreso deseo del Hijo, te decimos:

¡SALVE, MARÍA,    HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL, MADRE DEL ALMA! ¡CUÁNTO TE QUEREMOS! ¡CUÁNTO NOS QUIERES!

 ¡GRACIAS POR HABERNOS DADO A TU HIJO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERNOS AYUDADO A SER Y EXISTIR EN ÉL!

            ¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER NUESTRA MADRE SACERDOTAL!

¡NUESTRA MADRE Y MODELO! ¡GRACIAS!

Un beso muy grande a la Madre y de la Madre, de parte de todos los de mi curso, los que hacemos las bodas de oro en el 11 de junio del 2010, Año Sacerdotal.

            Hermanos sacerdotes, ayudadnos a dar gracias por todo a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo: «Deo Patri sit gloria et Filio qui a mortuis surrexit ac Paraclyto in saeculorum saecula. Amen.

         En nombre de todos los del curso 1948, ordenados el 11 junio 1960, firma y os despide Gonzalo, el primero de la lista, no por mérito alguno, sino por empezar por A su primer apellido:

         Gonzalo Aparicio.

3. GRACIAS, CRISTO SACERDOTE, HIJO DE DIOS ENCARNADO EN EL BARRO DE OTROS HOMBRES, POR LAS BODAS DE ORO SACERDOTALES DE TODOS LOS DE MI CURSO, LOS DEL CIELO Y LOS DE LA TIERRA, A LOS QUE TANTO QUIERO

            Queridos hermanos en el Sacerdocio y queridos seminaristas del mundo entero: Si el Papa Benedicto XVI daba gracias a Dios por el año santo sacerdotal, los sacerdotes que hacemos este mismo año nuestras bodas de oro tenemos doble motivo. Escuchad al Papa:

«He resuelto convocar oficialmente un <Año Sacerdotal> con ocasión del 150 aniversario del <dies natalis> de Juan María Vianney, el Santo Patrón de todos los párrocos del mundo, que comenzará el viernes 19 de junio de 2009, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús -jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación del clero-.

            Este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo, y se concluirá en la misma solemnidad de 2010.

      «El Sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús», repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars.

3.1 EL GOZO DE SER SACERDOTE

            Queridos amigos:

            ¡Qué gozo ser sacerdote de Cristo! ¡Qué gozo saber que el Padre  nos soñó y nos creó para ser sacerdotes “in laudem gloriae ejus”, para  alabanza de su gloria, en el Hijo hecho hombre, Sacerdote Único del Altísimo, para una eternidad de felicidad pontifical con Él, quiero decir, como pontífices, como puentes entre el cielo y la tierra, como puentes en el Puente-Pontífice en la tierra y en el cielo de Dios a los hombres y de los hombres hasta Dios,  en el mismo ser y existir sacerdotal del Sacerdote ya triunfante y glorioso, “Cordero degollado ante el trono de Dios, intercediendo por todos” .

            ¡Qué gozo ser prolongación de Cristo Sacerdote en el tiempo y en la eternidad, ante el trono del Padre, aclamado por los ancianos y los santos, del Hijo que, viendo al Padre entristecido por el pecado de Adán que nos impedía ser hijos y herederos de su misma felicidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”; y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos los hombres las puertas de la eternidad y felicidad con Dios, y fue consagrado y ungido  Sacerdote del Altísimo “por obra del Espíritu Santo” en el seno de María, Madre sacerdotal de Cristo, y nos escogió a nosotros para vivir y existir y actuar siempre en Él y como Él, para hacernos en Él y con Él canales de gracia y salvación para los hombres y de amistad y amor divino por ese mismo Beso y Abrazo de Espíritu Santo en la Trinidad Divina!

            ¡Que gozo más grande haber sido elegido, preferido entre millones de hombres para ser y existir en Él, porque el pronunció mi nombre con amor de Espíritu Santo y en el día de mi ordenación sacerdotal me besó, me ungió, me consagró con su mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y me unió y me identificó con su ser y existir sacerdotal por la potencia de Amor de su mismo Espíritu, y se encarnó en mí y yo le presté mi humanidad para que siguiera amando, perdonando, consagrando, ya que Él resucitado y celeste, está fuera ya del tiempo y del espacio y necesita la humanidad supletoria de otros hombres para seguir salvando a nuestros hermanos, los hombres! El sacerdote es otro Cristo, es Cristo encarnado en el barro de otros hombres.

            ¡Qué gozo ser otro Cristo, presencia sacramental de Cristo, el ser y la persona más bella, amable, maravillosa, amiga, delicada, entrañable, pero de verdad que existe y se puede ver y tocar, prolongación de su ser y existir sacerdotal, poseer «exousia», actuar «in persona Christi», prolongación sacramental de su Salvación.

            Soy otro Cristo, lleno de divinidad y misterios divinos, que he de ir descubriendo en mi trato e intimidad con Él, en la celebración o adoración eucarística y en la oración, cavernas y minas de misterios deslumbrantes, embriagadores e inabarcables, llenos de amor y felicidad y éxtasis ya en la tierra, sí, es verdad, humanidad prestada, corazón y vida prestada para

siempre, pies y manos prestadas eternamente, también en el cielo, y lo quiero ser y me esforzaré de tal forma ya en la tierra, que el Padre no encuentre diferencias entre el Hijo amado y los hijos, entre el Hijo Sacerdote y los hijos sacerdotes; quiero ser, como Él, un cheque de salvación eterna para mis hermanos los hombres firmado por el Padre en el mismo y Único Sacerdote, Cristo Jesús, Hijo de Dios, nacido de mi hermosa nazarena, Virgen bella, madre sacerdotal, María,que le dio el ser y existir sacerdotal, porque le dio la humanidad que rompió el cheque de la deuda que teníamos contraída desde nuestros primeros padres y a esta humanidad el Espíritu Santo unió la Divinidad y le hizo sacerdote-mediador-puente, por el beso de Amor de Espíritu Santo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en la humanidad formada en y por María!

 Altar actual y retablo de mi parroquia de San Miguel de Jaraíz de la Vera

            En el sacramento del Orden, por la unción de Amor del Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, nos une a Jesucristo,  Único Sacerdote del Altísimo,  identificándonos en su mismo ser y existir sacerdotal, hasta tal punto que el Padre acepta nuestro sacrificio eucarístico, como realmente es, esto es, ofrecido por su Sacerdote Único identificado con los hijos sacerdotes y elegidos sacerdote por el mismo Padre; el Padre, la Trinidad no ve diferencias entre Cristo y los otros «cristos» que le han prestado su humanidad para que sea Él el que pueda seguir salvando, ya que es el único sacerdote, el único pontífice, con el cual nos identificamos, el único puente entre lo humano y lo divino, por donde nos vienen todos los bienes de la Salvación a los hombres, y por donde suben todas nuestras súplicas y alabanzas al Padre. Sentir y experimentar esto en la oración, en la santa misa, en el apostolado es el gozo más grande que existe en la tierra. Es el cielo en la tierra.

            Por eso oirás decir con toda naturalidad y verdad al sacerdote en las celebraciones sacramentales: “Yo te perdono..., este es mi cuerpo, esta es mi sangre”,  pero no es la sangre o el cuerpo de Gonzalo, Juan o de Antonio... sino el de Cristo que sigue perdonando y consagrando a través de nuestras humanidades prestadas eternamente. Es que realmente somos y celebramos in persona Christi, que no significa en vez o en lugar de Cristo, sino que el sacerdote hace presente la persona de Cristo y todo su misterio de Salvación por el carácter, carisma o gracia sacerdotal, don dinámico permanente, no meramente estático, de sacramento.

            ¡Qué maravilloso y bello y deslumbrante volcán   salido del Corazón de Cristo Sacerdote en explosiones continuas y eternas llenas de verdades y resplandores y misterios es ser sacerdote, estar identificados eternamente con el Único Sacerdote del Altísimo, Cristo, que por su Divinidad encarnada, por ser Hijo, nos sumerge en el Océano divino del Ser y la Hermosura divina trinitaria! ¡Qué grandeza, qué confianza, qué privilegio el que nos haya hecho en Él y por Él puente de salvación de la humanidad creada entre la misma Trinidad y los hombres! Es que realmente somos otros Cristos, tocamos lo divino, tocamos la esencia divina, el fuego del  “Dios Amor”, superamos todo

lo creado, nuestras manos tocan la eternidad, lo trascendente, lo que no tienen fin, porque somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades y realidades eternas, que superan este espacio y este tiempo, son infinitas, son divinas y durarán siempre.

            Y al mismo tiempo y desde esta perspectiva, ¡Qué responsabilidad más tremenda! ¡Qué misterio más grave e infinito de salvación o condenación eterna estamos llamados a sembrar y cultivar los sacerdotes! Porque todo es verdad, Dios existe y nos espera, espera a todos los hombres, es la Verdad de Jesucristo Sacerdote y Víctima en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos, donde Cristo no siente la Divinidad, se encuentra solo en su humanidad sin sentir como hasta ese momento al Hijo que la habita   -- tiene que ser así para poder sufrir--, está olvidado del Padre porque el Padre está gozoso y pensando en los hijos que le van a venir por el Hijo que se entrega para su salvación.

 ¡Cristo! ¿Dónde está tu Padre? ¿No dijo que Tú eras su Hijo amado? ¿Es que se avergüenza de Ti, es que ya no te quiere...? ¿Qué pasa en cada misa, en cada memorial de tu pasión y muerte? Pasa que el Padre está tan gozoso de los hijos, de todos sus hijos del mundo entero que Tú le vas a dar, que se olvida, la Divinidad te ha dejado sólo en la pasión para que puedas sufrir y salvarnos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”

Y esto lo hace presente el sacerdote en cada misa, en la única que fue celebrada proféticamente por Cristo en la Última Cena antes del Viernes Santo y ahora se hace presente en memorial. Qué misterio, qué grandeza ser sacerdote. Qué responsabilidad también con sabor de eternidad, de vida que no tiene fin, de ese siempre, siempre, siempre para el que todo hombre ha sido soñado por Dios y  que yo sacerdote, aunque los hombres no lo crean, no lo piensen, no lo vivan, tengo que cultivarlo. Soy realmente totalmente distinto al puramente hombre, soy prolongación y sentimientos y  misión y vida y salvación del mismo Hijo de Dios, de Jesucristo Único Salvador y Sacerdote del mundo y de los hombres.

3. 2 CRISTO SACERDOTE ME DIJO: VOSOTROS, LOS SACERDOTES, SOIS MI CORAZÓN Y MI VIDA, MIS MANOS Y MIS PIES...

            Estamos celebrando el Año Sacerdotal; hace unos días, en mi oración personal, me atreví a dirigir una pregunta atrevida a Cristo, Eucaristía perfecta y Sacerdote del Altísimo; fue así: Cristo, amigo del alma y confidente, nosotros, los sacerdotes, te decimos todos los días lo que tú eres para nosotros, y veo que te agrada, porque nos lo demuestras con afectos y gozos que nos comunicas en los ratos de oración, en la santa misa, en el trabajo apostólico ¡qué gozo a veces en misas parroquiales con adultos, niños, jóvenes, qué alegría en los grupos de oración, de catecúmenos, qué gloria y alabanza del mismo Padre sentidas en lo hondo del corazón; yo, ahora, Cristo Sacerdote, en nombre de todos los sacerdotes, quiero preguntarte  a Ti: ¿qué soy yo, qué somos nosotros, los sacerdotes para ti? te lo pregunto con motivo del Año Sacerdotal y de mis bodas de oro sacerdotales que voy a celebrar este año, si Tú lo quieres.

            Y esta fue su respuesta, pero a borbotones y con palabras llenas de fuego quemante, en llama de amor viva: vosotros, los sacerdotes, sois mi corazón y mi vida, mi amor y entrega total; queridos sacerdotes, querido sacerdote, tú eres mi corazón y mi amor y toda mi vida, todo mi ser y existir;  tú eres mi adoración y alabanza al Padre y mi pontífice, puente y mediador de salvación y de los dones de la gracia y vida divina para nuestros hermanos, los hombres; tú eres mis manos y mis pies, tú eres mi existencia y mi palabra, mi perdón y misericordia encarna, mi amor y mi ser y existir encarnado en tu humanidad prestada; tú, querido sacerdote, todo sacerdote, eres y vives mi sacerdocio y salvación hecha carne en la humanidad de otros hombres, por eso, sin ti no sé ni puedo vivir, es más,  ni quiero vivir; no me imagino la vida y eternidad ya sin ti, te he soñado en el seno del Padre y te he elegido y con un beso de Amor de Espíritu Santo te ungí y consagré sacerdote, sacerdote in aeternum de mi corazón, de mi alma; para eso te elegí y te llamé por tu nombre y te preferí entre millones de hombres, te necesito para ser feliz y dar gloria y adoración

y alabanza y hacer feliz al Dios Trino y Uno, sé que no lo comprendes ahora, pero si tú no me das tu amor y tus manos para consagrar y perdonar y bautizar..., yo no las tendré nunca...; lo tendré todo, pero me faltará tu amor, tu persona que tanto amo y tú no puedes pensar lo que he soñado contigo para una eternidad, me faltará tu vida “in laudem gloriae ejus”, porque contigo y en tu sacerdocio santo y eterno quiero ejercer ante el Padre eternamente la alabanza de su gloria; tú serás mi sacerdote eternamente, te necesito, tu amistad e identidad sacerdotal no acabará nunca jamás, no morirá jamás,  nunca, tu sacerdocio es el mío, está dicho y escrito en el Apocalipsis, tú conmigo glorificarás a Dios Trino con la salvación del mundo y reuniéndolo para toda eternidad ante su presencia porque eres en mí  “el cordero degollado ante el trono del Padre..que está eternamente ante el” y lo seguirás ejerciendo como adoración y alabanza y glorificación eternamente: “Tu eres sacerdote eternamente...” no sólo en la tierra, y siempre “in laudem gloriae ejus”.

            Y esto me lo dijo para todos los  sacerdotes del mundo, especialmente para ti, sacerdote que sufres, o eres perseguido, o no valorado por los tuyos, o nadie se acuerda de ti, olvidado en países de misión, ignorado, nunca mencionado, siempre en el último escalón, o eres anciano, o estás agotado y enfermo o... vives en los rincones más olvidados del mundo; me lo dijo el Señor Jesucristo, el Único Sacerdote del Altísimo, Canción de Amor cantada por el Padre para todos los hombres, especialmente los sacerdotes, con Amor de Espíritu Santo en la que nos dice todo lo que nos ama: “Tu eres mi hijo amado” “Dios es Amor... en esto consiste el amor... en que Él nos amó primero...”en el Hijo Único Sacerdote, y que todo creyente, todo sacerdote puede escuchar «en música callada» de oración silenciosa en cualquier sagrario de la tierra, donde eternamente el Padre nos canta su proyecto de Amor Eterno en su Palabra, única, una sola Palabra en la que nos ha dicho todo su Amor, y siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo

            Padre eterno, ¡Qué maravilla de Padre, qué gozo y alegría de que existas, y seas tan grande, tan padre, tan bueno y bondadoso, me alegro de que existas y de haberte conocido, me alegra llamarte Padre y

amarte! ¡Qué proyecto más divino has programado para tu Hijo, para tus hijos en el Hijo, los hombres, para tus hijos sacerdotes en la Único Hijo Sacerdote!

            Querido hermano sacerdote, todo lo que está escrito es palabra y mensaje de Dios para ti. Te lo dice por mi palabra con un abrazo muy grande para todos los sacerdotes del mundo entero, porque somos los hijos muy amados en el Hijo,  Único Sacerdote del Altísimo, con el que todos estamos identificados por el sacramento del Orden.

3. 3.  MARÍA, MADRE SACERDOTAL

El Único y Supremo Sacerdote es Jesucristo, Hijo de Dios, que para ser el Único Sacerdote del Altísimo en la Nueva Alianza tomó la naturaleza humana y unió las dos orillas; se hizo puente único y oficial, por donde Dios vino a nosotros para salvarnos y por donde nosotros pasamos a Dios para vivir esa salvación.

María es madre sacerdote y sacerdotal de Cristo, porque María “concibió por obra del Espíritu Santo” al Sacerdote o Sacerdocio, del cual todos los sacerdotes participamos en nuestro ser y existir, por la Unción y la Consagración del Espíritu Santo; pero más plenamente María, ya que Ella lo fue en su ser y existir, por una Unción y Consagración especial de Maternidad-Sacerdotal divina por la potencia de Amor del Espíritu Santo, quedando configurada más totalmente a Cristo, porque lo encarnó en su mismo ser y existir: “concibió” al Hijo, Puente sacerdotal entre lo divino y lo humano, Dios encarnado sacerdote en su seno, cooperando a su ser y existir Sacerdotal, más concretamente, dio los materiales: su cuerpo y carne, voluntad de ser madre, uniendo la divinidad con lo humano, amor, disponibilidad... “fiat”, para que el Espíritu Santo pusiera la divinidad e hiciera el puente, al pontífice-sacerdote Cristo, unión de la naturaleza divina con la humana. Desde entonces, los hombres podemos pasar a Dios y Dios

nos envía por Él los dones de la Salvación. Esto es ser sacerdote.

            Luego María lo fue más y mejor que nosotros; María es sacerdote de Cristo, por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, y es Madre sacerdotal  de Cristo y de todos los sacerdotes porque el Espíritu Santo consagró en su seno al Único y Eterno Sacerdote, del cual todos participamos.

Única testigo de mis misas en privado hasta que llegó el 1 de julio en que celebré mi primera Misa solemne en mi querida parroquia de San Miguel, de Jaraíz de la Vera.

María, por esta Unción y Consagración especial y única de Maternidad-Sacerdotal,  toda Ella fue configurada a Cristo, Sacerdote y Víctima, y así empezó a preparar el sacrifico de Cristo, que todo entero y completo, desde la Anunciación y Encarnación del Misterio, pasando por la pasión, muerte y resurrección, hasta la consumación por la Ascensión del “Cordero degollado sentado ante el trono de Dios”,  ya completo, se hace presente en «memorial» en cada Eucaristía, por el ministerio de los sacerdotes: “haced esto en  memoria mía”.

El sacerdote, por el carácter sacerdotal, hace presente a Cristo, que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal en los ungidos y

consagrados por el Espíritu Santo, en el sacramento del Orden, para la misión presbiteral, que se actualiza en la Palabra, guía y Sacramentos, especialmente de la Eucaristía.

                Cristo, al hacerse presente en la liturgia, que es una irrupción de lo divino en el tiempo, por el ministerio sacerdotal,  hace presente  su único ser y existir de “cordero degollado” ante el trono de Dios, eternamente ya  en el cielo, y aquí en la tierra, sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo en la liturgia divina realizada por los prolongadores de su misión en la tierra, sus presencias sacramentales, que son los sacerdotes.

Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, sacramental y espiritualmente nos encontramos, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María,  “concibiendo y dando a luz”, porque Ella inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, en su seno, consagrándose como Madre sacerdote en su ser

y existir, e iniciando su misión oyendo y obedeciendo la Revelación del Padre por el ángel Gabriel, su Palabra, su Hijo encarnándose, en la que nos revela su amor.

Como en la misa se hace presente Cristo entero y completo, todo su misterio, si estoy atento y entro dentro del corazón de la liturgia, de los ritos, si no me quedo en el exterior y entro en el corazón del Misterio de Cristo que se hace presente, todo entero, en la misa sorprendemos a la Virgen, meditando la Palabra y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... encontraron al niño con María, su madre...”, porque Ella es sacramento, primer sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo, en y por su mismo

ser y existir, concibiendo, dando a luz y llevando al Hijo en su caminar a Belén, en la huída a Egipto...

Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir por el ser y existir de Cristo, toda ella entera es Virgen, toda para Cristo, que en esto consiste también el celibato sacerdotal, cuestión de amor total a Dios, y gratuito a los hermanos, sin compensaciones de carne, de egoísmo. Y siempre y en todos, en Ella y nosotros, sacramentalmente, por la potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

Por eso, y os lo digo con toda sinceridad,  por eso os lo comunico, siempre que celebro la Eucaristía,  la siento a Ella junto al Hijo, siento su presencia, su aroma, su perfume,: “junto a la cruz estaban su madre...”, y como la Eucaristía no es un mero recuerdo de la vida y sacrificio de Cristo, sino un «memorial» que hace presente todo el misterio de Cristo completo, resulta entonces que, en cada misa, de una forma sacramental y metahistórica, más allá del tiempo y espacio, junto “Cordero degollado ante el trono de Dios”, se hace también presente María,  como madre-sacerdote del Hijo y víctima oferente  con Él.

Jesucristo es el Único y Sumo sacerdote, que hace partícipe de su ser y existir sacerdotal, especialmente a los Obispos y presbíteros  por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, el Mismo que “cubrió con su sombra” a María y engendró en Ella este ser y existir sacerdotal de Cristo en su naturaleza humana.

En cada Eucaristía siento también su gozo de Madre Única de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdote y sacerdotal de todos los sacerdotes; siento cómo está junto a mi, como Madre sacerdote y sacerdotal, ofreciendo conmigo a su Hijo, ya triunfante y glorioso, entre los Esplendores de Alabanza y Gloria del Padre, agradecido a la «recreación» de su proyecto de Salvación por el Hijo,

después de las grandes tribulaciones que ha tenido que sufrir, en las que el Hijo quiso tener junto a Él, como madre sacerdote, a su Madre.

Todo sacerdote, al ofrecer el sacrificio del Hijo, tiene también, junto a Él,  a la Madre, porque esa fue  su voluntad y deseo; en estos tiempos de persecuciones a su Hijo, a la Iglesia y a los que son presencia sacramental del Hijo y prolongadores de su ser y misión sacerdotal, necesitamos esta ayuda que el Sumo Sacerdote nos ofrece y quiso tener junto a Sí como consuelo en su victimación. Esta presencia de la Madre por el Hijo que presencializa todo su misterio de salvación en la Eucaristía, nos ayudaría también a nosotros en medio de nuestras luchas y sufrimientos actuales. Porque en todas nuestras Eucaristías además de sacerdotes, tiene que haber una víctima; y ésa somos nosotros con nuestra entrega y ofrenda.

Imagen de la Inmaculada en piedra, colocada en mi tiempo y venerada en el centro del primer descanso de ambas subidas centrales hasta la primera planta del Seminario.

Cristo vencerá por medio de su Madre como lo ha hecho ya en innumerables etapas de la historia de la Iglesia, anunciadas ya por el Apocalipsis: “Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación,  y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. Vi y oí  la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas y de millares de millares, que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición. Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.  Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron”.

No lo dudemos. Cristo vencerá. Hace muy pocos años creía el mundo entero que el comunismo acabaría con Cristo y los cristianos. Y qué paradoja: ahora resulta que Rusia está más convertida  que Europa y su presidente va a la misa ortodoxa, mientras en la católica España, no sólo el presidente, sino los políticos, que se llaman, pero no son católicos, se avergüenzan de confesar a Cristo y sus mandamientos públicamente, no obedecen a Dios antes que a los hombres, siendo incongruentes e incumplidores de fe que dicen tener, pero no practican. 

¡Qué grande eres Cristo Sacerdote! ¡Qué cavernas y maravillas de misterios y misterios encierras para los que inclinan su cabeza sobre tu corazón como Juan en el día de su ordenación! ¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Hacer presente todo misterio del proyecto y amor trinitario en la Eucaristía por el Hijo de Dios y de María, oferente también y sacerdote de su Hijo! ¡Qué certeza y seguridad saber que Ella está a mi lado para enseñarme a celebrar el misterio que Ella vivió y que se hace presente en cada misa, “de una vez para siempre”, por el Hijo: “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”;la siento en su respirar de angustia y dolor “junto a la cruz”, porque es un memorial, no representación, es la presencia primera y única de  Cristo entero y completo, toda su vida,

pasión, muerte y resurrección,  Sacerdote y Víctima de obediencia, adoración y alabanza al Padre, con María Madre de la Víctima sagrada y sacerdote oferente del Hijo. 

Es Ella; la siento y oigo en respirar doloroso de Madre en el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino» (Vaticano II, LG), que su Madre, sacerdote, ofrenda y víctima con Él agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo, hasta dar la vida, aceptada por el Padre en el Hijo, porque murió no muriendo en aquella “hora” del Hijo, “hora” suya también.

Es Ella; nadie más que Ella junto al Hijo, la que siento ya gloriosa y triunfante junto “al Cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de  los ángeles y patriarcas y potestades y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero... 

Es Ella, la que puede decir con más verdad y propiedad que ningún sacerdote fuera del Hijo: «ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS... ESTA ES MI SANGRE DERRAMADA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS»;

En la consagración y después de ella, siento su aliento y cercanía  de madre y hermana sacerdotal, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y Hermana sacerdote y me dice sin palabras, solo con su mirada: «ESTE ES MI CUERPO...», es mi cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en mi seno, hecho carne en  mi carne, en el ser y  existir de la Madre; «ESTA ES MI SANGRE...», es la  sangre  de María, la que corrió por sus venas, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados, recibió de su Madre Sacerdotal  que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso  proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado en María y en el que nos sumergen a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Sacerdote y

de su  Madre sacerdotal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amor de Espíritu Santo, amor gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.

¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida; enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo.

En este año sacerdotal haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti, madre sacerdotal del Hijo, el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento de tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir todos los sacerdotes, por la Unción y Consagración sacerdotal en el sacramento del Orden por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo, porque el decírtelo, es ya haberlo conseguido, ya que eres Verdad y Vida  de Amor en y por tu Hijo Sacerdote que todo lo puede, Esplendor de la Belleza del Padre, Palabra encarnada en tu seno y revelada en Canción de Amor, canturreada, desde toda la eternidad, para todos los hombres, por el Padre, primero en tu seno, con Amor de Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo.

Esta canción, canturreada en «música callada» de eternidad por el Padre, en Única Palabra de Amor de Espíritu Santo en el seno de la Trinidad, y luego cantada en el seno de María, me dice, en  revelación encarnada del Hijo en María, que yo y tú y todos los hombres hemos sido soñados con Amor de Padre por el Padre que nos creó en el sí de amor de nuestros padres, que, perdidos por el pecado de Adán, el hijo entristecido y sacerdote de intercesión se ofreció por nosotros al Padre: “no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y  vino en mi búsqueda y me abrió las puertas de la eternidad, haciéndose sacerdote y víctima en el seno de María, que encarnó a Cristo en su ser y existir sacerdotal.

¡Cristo, Sacerdote Único del Altísimo! quiero darte gracias por haberme elegido como presencia sacramental de tu ser y existir y como prolongación de tu misión salvadora en el mundo. Quiero decirlo muy alto. Me sedujiste y me dejé seducir.

Me duelen tantas ofensas e ingratitudes hacia tu persona y sacerdotes, y me gustaría que todos te alabaran y te dijeran cosas bellas, por habernos hechos sacerdotes y habernos dado una madre tan cercana, sacerdote y  víctima y oferente contigo del único y sobreabundante sacrificio que puede salvar al mundo y a los hombres.

En este año sacerdotal, ante tanto secularismo y persecuciones a tus sacerdotes, yo veo y creo lo que nos dices: “...y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo:

No temas nada, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno”.

¡Jesucristo, Único sacerdote del Altísimo, nosotros creemos en ti!

¡Jesucristo sacerdote y Único Salvador de los hombre, nosotros confiamos en ti!

¡Qué gozo haberte conocido, ser tu sacerdote y amigo, vivir en tu misma casa, bajo tu mismo techo!

            ¡María: Mujer, Virgen y Madre Sacerdotal de Cristo y de todos los sacerdotes, acéptanos como hijos sacerdotes, como aceptaste a Juan! Es mandato de tu Hijo: “he ahí a tu hijo”. Enséñanos a ser sacerdotes y víctimas con tu Hijo, para la salvación del mundo, como lo hiciste con Juan y los Apóstoles, recién ordenados sacerdotes por tu Hijo y encomendado a tu cuidado ¡Hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre del alma, en Ti confiamos!

Termino como empecé este libro, este retiro y esta meditación, afirmando la necesidad absoluta de la oración personal contemplativa-transformativa en el sacerdote. Aquí se fundamenta su grandeza y, a la vez, su pequeñez, toda su vida y  espiritualidad, el todo y la nada de su ser y existir sacerdotal en Cristo, condensado magistralmente en aquellas preciosas palabras, atribuidas a san Agustín, que yo vi escritas

y leía muchas veces, sin saber traducirlas, en un cuadro de la sacristía de mi pueblo de Jaraíz de la Vera, cuando era monaguillo en mi parroquia de San Miguel; allí precisamente me hice monaguillo a seguidas de hacer la Primera Comunión, porque mi madre era madre sacerdotal y, juntamente con mi padre, devotísima del Sagrado Corazón de Jesús, entronizado y rezado por ella todas las noches en casa, antes de dormir, y por esta devoción suya, ella quiso que hiciera los primeros viernes, y con tanta devoción los hice, que comulgué no sólo una vez al mes, sino todos los días de los nueve primeros viernes que había que hacer para morir en gracia de Dios e ir al cielo y así, a la vez que  empezó mi vocación y camino sacerdotal, aseguré, hice mi seguro para ir al cielo, un buen seguro a todo riesgo: los primeros viernes: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! Y sigo tan unido a estos recuerdos que se hacen memorial en mí, hasta el punto que a D. Joaquín, actual párroco desde que murió D. Marcelo, le llamo mi párroco; he sido invitado algunos años  a predicar la Novena, y sigue celebrando con el mismo fervor la fiesta del S. Corazón de Jesús, añadiendo en ambas parroquias su piedad artística y musical.

El lema de la estampa de mi primera misa fue y sigue siendo: «Representar a Cristo ante la faz del Padre».  Conservo algunas. Y sigo intentándolo este lema con la misma ilusión de aquella mañana del 11 de junio del 1960.

¡Gracias, madre Graciana, que estás en el cielo! La vocación estuvo primero en tu corazón, y desde allí, como en los semilleros de tabaco y pimiento de nuestra hermosa Extremadura, región de la Vera, pasó a mi corazón y a mi vida. Gracias. Siempre te querré, porque sembraste la semilla de mi sacerdocio in aeternum. Ya lo disfrutaremos juntos en el cielo. Y eternamente. Porque es eterno en Cristo, Sacerdote eterno y único del Altísimo.

Gracias, Fermín por tus comuniones y novenas con exposición y misa al Corazón de Jesús, fuente del sacerdocio católico! ¡Qué gloria más grande para Cristo Eucaristía y Sacerdote, y para vosotros, mis padres, Fermín y Graciana en mis bodas de oro sacerdotales!

¡Gracias, Cristo Jesús, Sacerdote Único del Altísimo! ¡Gracias, queridísimos padres!

“Señor, Aquí estoy, para hacer tu voluntad”

         Imagen del Corazón de Jesús muy venerada en mi

         parroquia de Jaraíz y por  mis padres Fermín y    

        Graciana, especialmente en su Novena

Día de nuestra Ordenación sacerdotal por el Sr. Obispo, Don Juan Pedro Zarránz y Pueyo. En la fila primera: Emilio Bravo, Roberto Martín, Manolo Tovar, Sr. Obispo, Juan de la Fuente, Serafín Manzano, José Luís Buenadicha, Gonzalo Aparicio y Valerio Galayo. Faltan los cinco «serraillanos».

   «O sacerdos, tu qui es?

                   Non es a te, quia de nihilo.

                   Non es ad te, quia mediator ad Deum.

                   Non es tibi, quia sponsus Ecclesiae.

                   Non es tuus, quia servus omnium.

                   No es tu, quia Deus es.

                   Quid ergo es?

                   Nihil et omnia,

                   o sacerdos».

¡Oh sacerdote ¿quién eres tú?

No existes desde ti, porque vienes desde la nada.

No llevas hacia ti, porque eres mediador hacia Dios.

No vives para ti, porque eres esposo de la Iglesia.

No eres posesión tuya, porque eres siervo de todos.

No eres tú, porque representas a Dios

¿Qué eres, por tanto?

Nada y todo,

oh sacerdote.

«Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos’? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará pars comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir a causa del pecado, ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote... ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo» (Santo Cura de Ars).

Un abrazo muy fuerte para todos, de este cura, que celebra, en Cristo sacerdote,  con gozo inmenso, sus bodas de oro sacerdotales,  11 junio 1960-2010.

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en que todas mis hermanas hicieron la Primera Comunión, por razón de la devoción de nuestros padres,  se celebró siempre en mi pueblo de Jaraíz de la Vera  el 29 de junio, por razón del trabajo de los medieros en el cultivo del pimiento y del tabaco.

 Oración por los sacerdotes

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento, que quisiste perpetuarte entre nosotros por medio de tus Sacerdotes, haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que no tengan miedo al servicio, sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.

Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.                      

Que sean fieles a sus compromisos, celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad y que vivan con la alegría del don recibido.

Te lo pido por tu Madre Santa María: Ella que estuvo presente en tu vida estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amen

(Foto que me hizo el fotógrafo oficial Blázquez, propietario de un «droguería»  en la calle Marqués de Mirabel, vísperas de la Ordenación, para enmarcarla en los cuadros que  había en las paredes del Seminario, con las de todos los Ordenados en aquellos años).

DÍA DEL SEMINARIO

CUANDO SE PIENSA...

(por Hugo Wast)

CUANDO SE PIENSA... que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote...

CUANDO SE PIENSA... que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote...

CUANDO SE PIENSA... que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote...

CUANDO SE PIENSA... en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario... Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

CUANDO SE PIENSA... que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar... Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino...

CUANDO SE PIENSA... que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos...

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí actuando el mayor milagro de Dios...

CUANDO SE PIENSA TODO ESTO, uno comprende...

Uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales...

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.

Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor.

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio, es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo. Pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo.

Oración por los sacerdotes

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,

que quisiste perpetuarte entre nosotros

por medio de tus Sacerdotes,

haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que no tengan miedo al servicio,

sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.

Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.                      

Que sean fieles a sus compromisos,

celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad

y que vivan con la alegría del don recibido.

Te lo pido por tu Madre Santa María:

Ella que estuvo presente en tu vida

estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amen.

Sagrario de mi Seminario, presencia permanente del Sacerdote Único del Altísimo y Víctima perfecta de la  Eucaristía; nuestro mejor Formador, Amigo y Confidente  de todos sus elegidos; testigo de gozos, perdones, ayudas y abrazos de amor diarios,  pan y alimento de amistad permanentemente ofrecida y vivida, con amor extremo, hasta el final de los tiempos, hasta siempre: SACERDOS IN AETERNUM.

Seminaristas de mi Seminario un año antes de ordenarme.

Soy el primero de la fila tercera de la derecha

 

La Santísima Trinidad.

Esta es la obra más lograda del gran iconógrafo ruso Andrei Rubliev, 1422. Es la visita de los tres ángeles a Abraham que, según la tradición de los santos Padres, es la representación de la Santa Trinidad divina. Así que ésta es una figura válida de su representación, realizada por Dios mismo.

¡Tibi, Sancta Trinitas, omnis honor et gloria!

AÑO SACERDOTAL

     (19 junio 2009-11 junio 2010)

(El santo Cura de Ars)

            (Cristo de las Batallas)

Parroquia de San Pedro        

Templos parroquiales del Cristo y San Pedro, donde Cristo Sacerdote, como pastor supremo y pasto ha hecho, durante cincuenta años (1966-2016), por medio de mi humanidad prestada, su Iglesia-parroquia, mediante su Sacrificio Pascual, Comulgante de su vida y amor, y adoradora diaria de su Presencia de amistad permanentemente ofrecida y abrazada.

MIS BODAS DE ORO SACERDOTALES

(11 junio 1960- 2010)

UNA COMUNIDAD EN MARCHA

SAN PEDRO, 2. – TEL.927-412036

HORARIO DE MISAS:

DIARIO: 12,30 y 7 tarde: CRISTO //  7, 30 S. PEDRO

VÍSPERAS DE DOMINGOS Y FESTIVOS: 12,30, CRISTO;

 7,30 tarde: S. PEDRO; 8 tarde: CRISTO DE LAS BATALLAS

DOMINGOS: 10,30: CRISTO; 12: CRISTO; 12,30: S. PEDRO;

 13: CRISTO; 20  tarde: CRISTO DE LAS BATALLAS.

 OFICINA: MARTES, JUEVES Y SÁBADO: de una a dos tarde

                       

BODAS DE ORO SACERDOTALES:

DON GONZALO, PÁRROCO DE SAN PEDRO

SÁBADO, 5 DE JUNIO

QUERIDÍSIMOS FELIGRESES Y AMIGOS TODOS, CON CORAZÓN AGRADECIDO QUIERO INVITAROS A TODOS A LA EUCARISTÍA QUE CELEBRARÉ EN MI PARROQUA DE SAN PEDRO PARA DAR GRACIAS A DIOS PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO POR LOS CINCUENTA AÑOS DE MI SACERDOCIO EN CRISTO, ÚNICO SACERDOTE DEL ALTÍSIMO, EL SÁBADO, DÍA 5 DE JUNIO.

ACTOS:A LAS 13, DEL MEDIODÍA: EUCARISTÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS, EN LA PARROQUIA DE SAN PEDRO.

A LAS 15 horas:COMIDA DE AMISTAD FRATERNAL ABIERTA  

A TODOS LOS QUE LIBREMENTE QUIERAN ACOMPAÑAR A DON GONZALO EN SUS BODAS DE ORO SACERDOTALES

LAS TARJETAS  PUEDEN ADQUIRIRLAS POR MEDIO DE ESTAS COLABORADORAS:  PASQUY, ISABEL, ADRY, ISY Y PILAR 

QUERIDOS FELIGRESES Y AMIGOS TODOS:

¡Hace cincuenta años que fui ordenado sacerdote de Cristo en la S. I. Catedral de Plasencia por mi queridísimo Sr. Obispo Don Juan Pedro Zarránz y Pueyo! Lo recuerdo como si fuera hoy mismo, podéis creerme. Así lo describo en un folleto que os llegará o podéis obtenerlo gratuitamente en la Parroquia. Basta con pedírselo a cualquiera de las colaboradoras/es.

Os invito como amigo, seáis o no feligreses, a la Eucaristía-Acción de Gracias que queremos tributar al Padre por medio del Hijo, el Señor Jesucristo, con la fuerza del Amor al Espíritu Santo por mis cincuenta años vividos en el Sacerdocio de Cristo.

Me gustaría que participasen todos los que me queréis, seáis o no parroquianos, niños, jóvenes y adultos, en una celebración exclusivamente religiosa. Quiero que todos deis gracias conmigo a la Santísima. Trinidad por haberme elegido y consagrado sacerdote de Cristo, el tesoro y la gracia más grande y excelsa que Dios Padre me ha podido conceder en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Todos los que me queréis no faltéis a la misa; venid a dar gracias y alabar a Dios y bendecirle-decirle cosas bellas.

Esta fiesta debe trascender de lo meramente personal para pasar a ser una fiesta Eucarística, Sacerdotal y Vocacional, agradeciendo a Dios el don del sacerdocio, pidiendo por la santidad de los elegidos y pidiendo por el aumento de las vocaciones. Por este motivo, invitaré a los seminaristas de nuestro Seminario, porque que sería la plenitud de lo que me ha llenado tanto y a quien tanto debo: Mi Seminario.

            La parte central de mis bodas de oro sacerdotales será la santa misa, sábado, 5 de junio, a las 13, en san Pedro, en la que me gustaría  participasen el mayor número posible de feligreses y amigos. Esta celebración será Eucarística, esto es, Acción de gracias a la Santísima Trinidad por el don de mi sacerdocio en Cristo Jesús y apostolado entre vosotros. Este es el mejor obsequio que podéis hacer a Cristo y a mi sacerdocio, mucho más que cualquier otro regalo.

Han pasado ya cincuenta años; “¡qué rápidamente pasa la vida!”; cincuenta años de aquellas clases de mi queridísimo Seminario, de aquellos actos de Capilla y compañerismo gozoso, que prepararon mi vida para el ministerio. Podéis creerme que todas las mañanas, en mi oración, aún sigo recordando emocionado  aquella mañana, 11 de junio del 1960, día de mi ordenación sacerdotal, entrando en la Catedral, precediendo al Sr. Obispo D. Juan Pedro, cantando la secuencia de Pentecostés: «Veni, Sancte Spíritus...», que yo canto en mi rato de oración mañanera.

Ya en la Catedral, doce jóvenes se postraban en tierra, como expresión de nuestra debilidad ante el misterio que se nos venía encima: la Consagración Sacerdotal. Ese mismo día, en el Seminario, los superiores nos dieron el último adiós como seminaristas, nos entregaron el Crucifijo, nos besaron las manos... y nos dieron el último abrazo como superiores y compañeros...Ya éramos sacerdotes de Cristo «in aeternum»... ¡qué emoción sentíamos todos!

Después vino la primera misa, el primer destino, días antes de la Inmaculada... Coadjutor de Aldeanueva de la Vera hasta el 28 de septiembre del 1962, día en que tomé posesión de la parroquia de mi queridísimo Robledillo de la Vera...hasta el 28 de septiembre del 1963, en que me despedí para irme a Roma a estudiar... Qué emoción, qué emociones recién estrenadas siento, cómo recuerdo nombres, personas, hechos... sobre todo, qué  ratos más íntimos y compromisos  más fervorosos ante el Sagrario de mis primeras parroquias...(podéis comprobarlo por mi libro EUCARÍSTICAS). Luego, abril del 1966... Parroquia de San Pedro, Bendita parroquia que tanto bien me ha hecho, que tanto he querido y quiero, por la que tanto he sufrido y gozado y doy mi vida, cuarenta y cuatro años con feligreses que tanto me quieren y quiero, tan santos/as algunos, verdaderamente canonizables... os digo que sí, que de esto y de amor total a Dios hay mucho en esta  parroquia de San Pedro, mi esposa y amiga del alma.

Cincuenta años desde mi consagración sacerdotal por Espíritu Santo aquel 11 de junio del 1960, que no han pasado, sino

que los llevo muy dentro; se me han quedado para siempre vivos y presentes en el alma, en el cuerpo, en todo mi ser. Por eso, os repito, que todas las mañanas, rezo cantando en mi oración personal, aquel «Veni, Sancte Spiritus» de aquella mañana sagrada, con que doy  gracias a Cristo, Sacerdote Único del Altísimo, por haberme injertado en su mismo ser y existir sacerdotal; y lo revivo y actualizo cantando esta secuencia al Espíritu Santo.

            En este día de mis BODAS DE ORO SACERDOTALES, querida parroquia de San Pedro y todos los que me queréis, ayudadme a decir:

--GLORIA Y ALABANZAS AL PADRE:

Gracias, Padre Dios, principio y fin de la vida, porque me soñaste, y  en tu proyecto de vida me creaste, y me elegiste entre millones y millones de seres, para ser sacerdote católico, desde el seno de mi madre, Graciana; ella fue madre sacerdotal que recibió y percibió en su corazón este proyecto del Padre en Consejo Trinitario, esta llamada de la vocación sacerdotal para su hijo Gonzalo, en su visita y misa diaria; y, desde su seno maternal, cultivó, con mi padre Fermín, también profundamente eucarístico, esta semilla en su corazón y lo trasplantó al mío, como hacen en mi bella tierra de la Vera extremeña los agricultores con las simientes de tabaco y pimiento plantadas en los semilleros.

--GLORIA Y ALABANZAS AL HIJO:

Quiero darte gracias y alabarte, Hijo de Dios resucitado, Sacerdote Único del Altísimo, “Cordero de Dios degollado... sentado a la derecha del Padre intercediendo ante el trono de Dios...”,  encarnado por «obra del Espíritu Santo» en el día de mi Ordenación sacerdotal por el sacramento del Orden en esta mi pobre humanidad prestada, para prolongar tu misión sacerdotal y salvadora.

GRACIAS, HIJO DE DIOS, mi Señor Jesucristo, porque Tú me revelaste el amor infinito del Padre y me convertiste, por la fuerza del Espíritu Santo, en presencia sacramental tuya, en prolongación viva e histórica de tu palabra y misión salvadora. Ayúdame, Señor, a realizar en mi vida el lema de mi ordenación sacerdotal:Reproducir a Cristo ante la mirada del Padre.

--GLORIA Y ALABANZAS AL ESPÍRITU SANTO:

Quiero darte gracias y alabarte, Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida; Tú eres el que nos haces sacerdotes; Tú me marcaste con la señal de los elegidos y me constituiste sacerdote en Cristo como proyecto del Padre por el Hijo por tu Potencia de Amor ¡Oh Espíritu Santo! todo te lo debo a Ti, Amor Infinito del Padre y del Hijo, que me has fundido en una sola realidad en llamas con el Amado, el Hijo Encarnado del Padre, Sacerdote y Pontífice Eterno, Puente  divino y humano que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios, por donde nos vienen todas la gracias y dones de la Salvación.

-- Y ¡GRACIAS, MARÍA, MADRE SACERDOTAL, MADRE DEL ALMA, cuánto te quiero, gracias por haberme ayudado a ser y existir en tu Hijo, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta! 

MI CAMINO DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

 1.- JESÚS EUCARISTÍA, CREO EN TI Y TE AMO

Jesús, te amo, ahora como siempre, con verdadero cariño, desde mis años primeros, como en mi primera comunión, donde tan cerca te sentí como sacerdote y amigo, invitándome a seguirte desde el corazón sacerdotal de mi madre Graciana.

Te amo, Jesús, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas; sabes que has llegado a ser ya el centro de toda mi vida, de todo mi ser y existir sacerdotal, la respiración de mi corazón, operado y rejuvenecido desde hace un año, caminando ya desde los 78 años y 55 de ministerio sacerdotal, enamorado y felicísimo.

Te amo, Jesús, porque eres el Todo que busco y deseo y la única razón de mi ser y existir humano y sacerdotal. Ya no sé vivir sin Ti, sin sentir los latidos de tu corazón sacerdotal, como Juan en la Última Cena, sobre todo, cuando haces presente tu vida, tu muerte y resurrección en cada eucaristía por medio de mi humanidad prestada, o en ratos de oración eucarística, siempre ante el sagrario, apoyado en tu pecho.

Ya no sé vivir sin la vibración en mi ser y en mi alma de tu Amor, Abrazo y Beso de Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en el  que me siento amado y besado y abrazado en su mismo Amor Trinitario de Espíritu Santo.

Este Amor de Espíritu Santo, que me das principalmente en ratos de oración silenciosa con los Tres en mi alma, o de contemplación de Sagrario, Morada adorada de mis Tres, presencia permanente del Padre pronunciando su  Palabra Filial a todos los hombres con Amor de Espíritu Santo, o en celebración de la Eucaristía, entrega eterna de amor extremo del Hijo al Padre con Amor de Espíritu Santo para alabanza de Gloria de la Trinidad y salvación de todos los hombres, mis hermanos, que a veces me llena y me invade tan intensamente que me hace feliz en este mundo con barruntos y anticipos de cielo, ofreciendo mi vida contigo por todos los que me has confiado, mis feligreses, mis hermanos sacerdotes, mi seminario, mi

Diócesis de Plasencia, mi santa madre la  Iglesia Católica y el mundo entero.

Cristo Jesús, deseo y te pido entregarme a tu Iglesia santa con Amor sacerdotal y apostólico de Pentecostés, en nostalgia infinita de encuentro pleno y total, porque ya mi vivir, vivir mi vida, es querer vivir tu misma vida, con tus mismos sentimientos, intercediendo contigo siempre al Padre por la salvación del mundo, de mis hermanos, todos los hombres, junto al “Cordero degollado ante el trono de Dios... que quita los pecados del mundo”.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador del mundo, la verdad es que es un privilegio haberte “conocido”, y no precisamente por estudios teológicos, sino en Eucaristías-Última Cena (santa misa) y en ratos de oración-Sagrario (visitas y oración eucarísticas); qué gozo vivir junto a Ti, tener mi tienda junto a la tuya, ser tu vecino, encontrarte siempre que quiera y te necesite, teniéndote tan cerca en tu tienda-Sagrario, donde tratamos y revisamos juntos, todos los días, los problemas personales y parroquiales, los de mi diócesis y los de la Iglesia, los de todos los hombres, nuestros hermanos, con perspectiva siempre de eternidad y salvación eterna.

Jesucristo Eucaristía y Sacerdote único del Altísimo, yo necesito tu cercanía penetrante, tu mirada amorosa, tu palabra encendida, que me muestra los caminos, a veces duros y sufrientes, <en soledad y llanto>, de mi marcha hasta el encuentro definitivo contigo, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, para vivir eternamente como hijo en el Hijo, con amor Trinitario de Espíritu Santo, en la misma gloria del Padre, Fuente de Amor Permanente y Divino al Hijo amado, sacerdote eterno y Pontífice, Puente Único de salvación de los hombres hasta la casa del Padre.

Tú sabes, Jesús de mi Sagrario, de mi vida, cómo y cuánto te necesito, y cómo y cuánto te busco, y cómo y cuánto a veces te echo de menos, y cómo y cuánto te llamo, ¡y cómo y cuánto te grito y reclamo a veces también, porque necesito tu presencia y compañía, en noches oscuras de fe, de esperanza y amores divinos! sobre todo, en noches terribles de soledad y desolación, cuando no te encuentro, cuando te llamo y no te oigo, y me siento solo y abandonado, sin Tí... contigo en

noches de Getsemaní: “¡Padre, si es posible, pase de mí este cáliz… pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”!

¡Cuánto necesito purificar y matar este yo que tanto se busca en las mismas cosas santas, incluso cuando te busco a Ti mismo, pero buscándome a mí en cargos, honores y prestigios… ¡Iglesia Santa de Dios --obispos, sacerdotes, seminaristas-- busca solo la honra y estima de tu Dios Trino y Uno y te encontrarás totalmente en Él, pero olvidándote y olvidado de Ti!

¡Señor, ayúdame a buscarte solo a Ti! ¡Ayúdame a amarte y seguirte solo a Ti, sin sombras de mi yo, sin sentir nada de mi yo y sin pisadas de mi honra y  estima y cargos, en noches de soledad y pobreza de estimas, en soledad de alabanzas y reconocimiento de superiores y compañeros, sin verte ni sentir a veces tu presencia y mirada, en noches de fe, esperanza y amor sanjuanistas, “en sequedad y llanto”, junto con meses y años también de incomprensiones, envidias, renuncias, deseos y sufrimientos…a solas, buscándote sólo a Ti, sólo a Ti; y en lágrimas también de ofrenda de amor y gozo por mis hermanos, los sacerdotes, a los que tanto amo en Ti y por Ti; y por todos los hombres, amados por Ti, pero que no creen, no adoran, no esperan, no te buscan y no te aman; y se han alejado de la fe y del amor a Ti, y al alejarse de Ti, se han alejado del sentido de la vida y están tristes, “porque nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”; está triste este mundo, Señor, esta España nuestra, más que en mis treinta primeros años de sacerdocio, y están más tristes matrimonios y familias que se rompen, padres que matan a esposas e hijos, incluso madres… no hay amor y confianza entre los hombres, y eso…  teniéndolo todo, más sexo, placeres, droga y dinero que antes, y todo porque le faltas Tú, les falta el “Todo” de todo, que eres Tú:  “porque nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”: familias tristes, matrimonios tristes, hijos tristes, feligreses tristes, ya no hay vecinos y amigos… porque se han alejado del Padre, del Dios Amor-Trinitario, del Dios Trino y uno, del Dios Amor y Familia, del Dios Unidad de Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Tú no existes para el mundo actual, Tú no existes para muchos de este mundo, no existes, y por eso ha desaparecido el Amor!

 Y por eso, nos encontramos solos en medio de todos, no nos sentimos hermanos y amigos, nos encontramos tristes y solos, en medio de multitudes, que no pueden suplirte, que no dan compañía ni quitan soledad y tristeza de afecto y amor, en medio de compañías de posesiones y placeres y del mundo, porque nos falta el Todo Amor que eres Tú, Dios Trino y Uno, Tres en Unidad de Ser, Palabra y Amor, que eres Tú.

2.- JESUCRISTO, SACERDOTE Y EUCARISTÍA PERFECTA, TE AMO.

Jesucristo, sacerdote y víctima eucarística, siempre ofreciendo tu vida y tu muerte y resurrección al Padre en oración y oblación perenne, en eucaristía perfecta de redención, petición y acción de gracias por tus hermanos, los hombres, yo te amo.

Me gusta recibirte, entrar dentro de tu pecho dolorido, de tu corazón traspasado de amor a tus hermanos, los hombres, y escucharte, como Juan, en latidos, sin palabras, y saber que estás herido de amor, de tanto amarnos y amarme, en deseos y espera de entrega final, definitiva y eterna.

He visto cómo nos buscas a todos, jadeante y polvoriento, como en Palestina, por todos los caminos de la vida, especialmente a tus sacerdotes ¡cómo nos amas! y que nos quieres confidentes, descansando en tu alma siempre amante, y penetrando agudamente en nosotros en <música callada>, sin sonidos externos, diciéndonos cosas infinitas sin palabras, con solo tu entrega sacerdotal y sacrificial, perpetuada por tu presencia eucarística, en silencio penetrante, con solo mirarte, en el pan eucarístico de eucaristías o en ratos de Sagrario.

Allí explicas a las almas, en liturgia de entrega  sacrificial de amor victimal o en ratos de amistad de Betania con tus amigos, tus divinos secretos. Y así has descubierto tu Tesoro eucarístico a muchas almas, que han corrido a vender todas sus posesiones de defectos y pecados para comprarte a Ti solo, divino Tesoro: <quedéme y olvídeme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado…>  <qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este  vivo pan por darnos vida, aunque es de noche… Aquí se está llamando a las criaturas, y de este pan de hartan aunque a oscuras, porque es de noche…>. Primero, y durante años, noches de conversión oscura y mortificante; luego, en experiencia de ojos y corazón limpios de pecado e imperfecciones: “los limpios de corazón verán a Dios”.

Almas verdaderamente santas, que no serán canonizadas, pero que Tú las tienes rendidas a tus plantas, identificadas totalmente con tus sentimientos: madres y padres, esposas/os y solteras/os y hasta algunas niñas de mi parroquia…  Es uno de mis mayores gozos sacerdotales, haber conducido hasta Ti almas santas y místicas, como el peluquero aquel primero, los dos primeros adoradores parroquiales que tuve, aquellos hombres y mujeres de los primeros grupos parroquiales, como a dos o tres esposas y madres actuales, mis amiga del alma, alguna viuda, como la que acabas de llamar al cielo, almas que te sienten, han sentido los latidos de tu corazón triste o gozoso y vibraron al unísono contigo y viven ya enamoradas de Ti en tu presencia del cielo o de la tierra.

Han aprendido y aceptado venderlo todo por Ti, para comprarte a Ti en amor total; purificarse de todo y vaciarse de todo, para llenarse de Ti, solo de Ti, solo del Todo, que eres Tú, nuestro Dios y Señor, uniéndose a ti y sacrificando y viviendo tu eucaristía, tu sacrificio, en ofertorio y consagración verdadera y permanente, convertidas en tu Cuerpo como el pan y el vino consagrados, y todo a veces en fe oscura de Calvario, en largas noches de sufrimientos, humillaciones, obscuridades, en la nada de afectos y reconocimientos humanos, fe

oscura, “en soledad y llanto”, olvidado y abandonado por los suyos, como Tú, en Getsemaní y Calvario y cruz, sintiendo solo la compañía del respirar doloroso y angustiado de nuestra Madre, María, que tanto nos ayuda y acompaña a sus hijos, siempre junto a sus hijos, sin abandonarlos, en ratos y años de su pasión prolongada y muerte total del yo, a veces en entrega total a los hermanos, sin reconocimiento y amor, sin testigos, entre olvidos, envidias, incomprensiones,... lanzándose al abismo del vacío de todo lo humano, en inmolación total, para llegar a la vida nueva y resucitada contigo en eucaristías de gloria y resurrección y cielo anticipado, en vida nueva de amor verdadero y total a Dios, y por Dios, de amor verdadero y total a los hermanos en Ti, sólo por Ti y como Tu, que nosotros no sabemos hacer ni construir ni vivir.

Y tras estas noches purificadoras de fe y amor, viene luego la resurrección y la gloria, la vida nueva, el esplendor y el gozo de un Tabor anticipado,  sobre todo, pasadas las noches y pruebas necesarias hasta la muerte del yo, soportando los sufrimientos de  purificación de la fe, esperanza y caridad, únicas virtudes teologales y sobrenaturales que nos pueden unir directamente a Ti como Palabra e Hijo del Padre Dios,  y en las que el alma, transformada ya en gracia de Tabor o luz anticipada del cielo, de Luz y Visión y Gozo Trinitario, ha empezado ya el cielo en la tierra: “Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor, que no se cura, sino con la presencia y la figura… ¿Por qué, pues has llagado este corazón, no le sanaste; y pues me lo has robado, porque así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

¡Señor, te pido que todos nosotros, sobre todo tus amigos sacerdotes y hermanos, vivamos más este camino único de amor y amistad y encuentro de fe vivencial contigo; cómo me gustaría que se hablase más de esto en nuestros ratos de oración y retiros espirituales;

que nosotros, tus sacerdotes, viviéramos más esta identificación sacramental de amor y de vida contigo para ser felices siendo tuyos

totalmente y poder luego predicarlo y señalar el camino a nuestros hermanos y feligreses; cómo impresionaría a toda una congregación o instituto o diócesis escuchar a los superiores, a un obispo hablando así a sus sacerdotes.

3.- RATOS DE SAGRARIO: ORACIÓN EUCARÍSTICA

Yo todo se lo debo a la oración, principalmente, a la oración eucarística, oración ante el Sagrario, o celebrando, o comulgando, pero siempre orando, hablando, encontrándome por la fe y el amor con Jesús Eucaristía.

Primero fue oración meditativa, pensando y meditando en tu presencia; luego, oración afectiva, contemplativa, solo amando, contemplando, oración contemplativa-purificatoria de tu  amor divino, que a la vez que quema, purifica las manchas y suciedades del alma, porque soy pecador, pero lucho con todas mis fuerzas y las suyas por amarte a Ti, mi Cristo Eucaristía, con todo mi corazón.

Por eso, necesidad absoluta y diaria de oración, oración de inteligencia primero, pero luego de amor, silenciosa de palabras, pero de eucaristías, de misas, con la cabeza reclinada sobre tu pecho, de mi Cristo Eucaristía, victimado y sacrificado y olvidado, uniéndome a Él en eucaristías duras que me exigían perdón y sacrificios de yo, que tanto se busca, para entrar así, limpio, en tu Corazón, humilde y paciente, pero ya glorioso.

Por lo que respecta a mí, repetiré mil veces, siempre, que todo se lo debo a la oración, a la oración personal o encuentro personal contigo, oración primero meditativa de conversión y lucha permanente de mis faltas y pecados, especialmente capitales, <cabeza de otros muchos>, como decía el catecismo Ripalda; y así, durante muchos años, muchísimos, bueno, hasta que me muera, porque ya tengo casi

ochenta, pero me amo, nos amamos tanto a nosotros mismos, pecado original, que tengo dicho y escrito que no estoy seguro de que no dejaré de amarme a mí mismo más que a Dios mismo, hasta seis horas después de haberme muerto; antes decía media hora, una hora… tres horas… qué cariño me tengo, cómo nos amamos a nosotros mismos, es el pecado original, la raíz de todos los pecados…porque hay que perdonar siempre y a todos, olvidarlo todo, como si no me enterara y me diera cuenta de lo que te hacen o dicen, superiores y compañeros, de no hablar ni exigir nada de nada, reaccionando amando siempre, como Tú, Señor, en la Eucaristía, en la misa y en el Sagrario!

Porque sin hacerlo así, sin victimarme contigo así en cada misa u oración, esta mirada o diálogo de amor personal contigo, Sacerdote Único, todo creyente, incluso yo, sacerdote, sin diálogo personal contigo mientras celebro o participo en la misa, me convierto en un profesional de lo sagrado; la misa es puro rito, externo a mí alma, sin encontrarte a Ti, ni sentir tu amor extremo sacerdotal y victimal; sin diálogo contigo, sin oración personal, sin deseos de victimarme contigo y sacrificar contigo la carne de pecado que tengo, que es mucha, más que lo que yo pensaba, no hay encuentro personal con mi Cristo Sacerdote y Víctima en la Eucaristía, en la misa de cada día, ni en el Sagrario de  tu presencia y  amor de amistad permanente, ni en la liturgia ni en los hermanos ni en apostolado ni en nada… Y lógicamente no puede haber gozo de encuentro y abrazo y experiencia de tu amor.

Yo, Señor, soy un torpe e inculto, pero está claro, Señor, que yo no puedo conocerte y comunicarte y sembrarte en el corazón de mis fieles,  en el apostolado si no me he encontrado personalmente contigo, porque el conocimientos teológico se puede adquirir sin amor, no vale para comunicara tu amor porque con ese conocimiento no te he sentido, no te he conocido pentecostalmente, no te llevo conmigo, si no he encontrado yo primero de una forma viva y encendida tu amor, tu persona: “¡Oh llama de amor viva, qué profundamente hieres de mi alma en mi más profundo encuentro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro!” Hay que romper la tela de mis faltas de amor que me impiden verte por la fe viva y luego, poder comunicarte así, de una forma encendida.

Cómo poder darte, si no te llevo conmigo en mi vivencia de amor, si antes no te he encontrado en mi oración diaria y permanente, sobre todo, ante el Sagrario. Cómo entusiasmar a mi gente contigo si yo personalmente no te amo, adoro, visito, paso ratos contigo. Es fe predicada, pero no vivida; fe muerta en mí y para los demás, fe que no actúa ni ama. A veces me quejo: ¡Es que no tengo eficacia en mi apostolado, es que no consigo almas que se enamoren de Ti y te sigan…!

Es que, Señor, yo no podré llevar las almas hasta Ti, no podré ser  camino hacia Ti, no podré darte a los demás, si primero no te he encontrado. Y tengo que reconocer que este mundo, con sus aparatos y medios, lo está poniendo cada día más difícil; y si no te encuentro y siento personalmente por la oración personal en tu presencia eucarística, si tu misma presencia eucarística me aburre,  pues me aburrirá también la misa, la oración y el estar contigo, y no podré comunicarte ni darte a los demas.

Y esta es mi paradoja sacerdotal, tratar de llevarte almas a Ti, sin haberte yo antes encontrado en amor y amistad personal y “sin mí no podéis hacer nada”. Porque los encuentros contigo de teología, incluso de ceremonias y ritos y demás, no digamos de pantallas de ordenador…, sin esto, poco o nada valen. Menos mal que a la liturgia, a los sacramentos, los salvas sólo Tú con el “ex opero operato”, porque el “opus operantis”, mi oración y unión contigo en el rito, a veces falla.

Los creyentes, sobre todo, tus sacerdotes, debiéramos estar más enamorados de Ti, no solo para  conocerte y creer en Ti teológicamente, desde el conocimiento muchas veces frío del conocimiento puramente teológico,  sino porque hemos sentido y vivido tu teología en la oración,  la teología hecha oración y vida, en conocimiento de amor, de teología sentida y vivida, como los Apóstoles en Pentecostés, y te hemos visto y sentido en oración pentecostal con María, madre sacerdotal; y para eso, como Tú lo hacías en Palestina, ratos y ratos de oración y noches enteras de soledad y encuentro con el Padre.

Y luego, cuando el alma se encuentra contigo en amor de oración,  comprueba que existes y vives de verdad, que eres “Verdad y Vida”, y  puede hablar y encontrarse contigo en fe, esperanza y amor, virtudes sobrenaturales que nos unen a Ti, como tantas veces nos repite san Juan de la Cruz y todos los verdaderos santos: “oh llama de amor viva(fe viva), qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro”.

Por eso lo digo alto y claro, para que todos me entiendan, aunque esto me suponga y reporte a veces disgustos e incomprensiones: el Sagrario no es un trasto o imagen más de la Iglesia, al que se le ponen flores y adornos, especialmente los días de fiesta; el Sagrario eres Tú en persona, mi Cristo, nuestro Cristo, y el trato con el Sagrario es el trato personalmente contigo, el que todo cristiano, todo creyente, debe darte y tú mereces: ¿Cómo y cuánto tiempo es el tuyo, querido hermano sacerdote, cristiano, cura, fraile o monja, bautizado…?

El Sagrario es Cristo en persona, esperándonos en diálogo de amor y amistad permanente, todos los días, especialmente a sus sacerdotes, como un cielo anticipado o en ratos de soledad y sufrimientos de fe, de amor, de compañía, de amistad gozosa o de ofrecerle al Seños los cinco panes y los dos peces de nuestro trabajo y apostolado: Cristo he predicado que Tú…, he dicho a los jóvenes…, dije a aquella persona, necesito más catequistas… trabajo y me estoy esforzando en… pero… Cristo Eucaristía, Tú lo ves y lo sabes todo… no tengo más que cinco panes y tres peces… multiplícalos, haz el milagro y que se conviertan, y te conozcan y te amen, que me ayuden, te ofrezco lo que tengo… mi presencia y oración, pero Tú lo puedes todo, multiplica a tus seguidores, a los que crean y te amen… yo no tengo más que… Querido feligrés: ¿cuántas veces y tiempo ves a tu párroco, a nosotros sacerdotes y  obispos, junto al Sagrario, rezando, pidiendo la multiplicación de los panes y los peces.

Queridos niños: ¿cuántas veces habéis visto a vuestras madres y padres junto al Sagrario? Así estamos… Sin embargo en mi tiempo, hasta hace 30 años, había muchas madres y padres y curas… por eso había más amor eucarístico, más amor a Dios y a los hombres, eran

verdaderas Comuniones las que se hacían. “Si tenemos padres cristianos --que van a misa los domingos, no digamos si hacen visitas al Señor en el Sagrario--, no necesitamos ni curas”; es una frase que hago repetir en las catequesis de niños/as.

4.- NECESIDAD DE LA ORACIÓN-CONVERSIÓN EUCARÍSTICA

Querido hermano católico, sobre todo, querido hermano sacerdote, necesitamos ratos de oración-conversión, esto es, de adoración “en espíritu y verdad” con Jesucristo Eucaristía, en el Sagrario; lo necesitamos como ejercicio de fe y amor apostólico, para poder luego contagiar a los demás, a nuestros feligreses, de ese mismo amor.

Si no lo hacemos ¿Cómo hablar y poder contagiar de amor a Cristo a los demás? ¿Cómo hablar y entusiasmar con Él? Si no tienes experiencia de Cristo, si nosotros no damos ejemplo, si no lo hacemos, cómo contagiar a los demás. Hay que pasar de la religión de cumplimiento, del cumplo y miento, a la del amor sincero y entregado.

Pido al Señor y me gustaría que nuestros feligreses nos vieran con más frecuencia, todos los días en ratos de sagrario, haciendo oración, pidiendo, orando, rezando, contemplando con amor a nuestro modelo y Señor, Cristo Sacerdote y Eucaristía perfecta.

¿Cómo entusiasmar con  el Cristo del evangelio, cómo decir que creemos en Él y le amamos, si teniéndolo tan cerca, y no solo de palabra, sino vivo, vivo y resucitado, en persona y tú eres el primero que no amas su presencia y pasos ratos con Él, y eres el primero que no lo buscas ahí… y no le saludas, ni te arrodillas?

¡Bendito seas Jesús Eucaristía, que nos has amado hasta este extremo, y te quedaste para siempre entre nosotros, a pesar de saber y sufrir nuestros fallos y faltas de amor!

Cristo Eucaristía, te necesito; te necesito en horas de oración ante el Sagrario; así podré encontrarte y darte a los demás, a mis feligreses. Por eso, Tú, Cristo del Sagrario, Jesús del alma, quiero que seas el único Dios de mi vida, ¡Abajo todos los ídolos! Pero me cuesta.

Me cuesta matar mi yo a quien tanto quiero y al que doy culto todos los días idolátricamente desde la mañana a la noche, ¡qué cariño y amores me tengo! A este sí que le dedico tiempo y amor. Por los menos hasta tres horas después de mi muerte no estaré convencido de que haya muerto mi yo, como te dije antes, de que haya dejado de amarle más que Ti.

¡ Qué cariño nos tenemos, cómo nos buscamos en todo, desde  la mañana a la noche, hasta no tener tiempo para Ti, tanto la Iglesia de arriba como la y de abajo, tanto desde Cardenales hasta simplemente bautizados, qué cuidados y ternura  nos damos, cómo nos buscamos, hasta en la cosas sagradas, qué poco luchamos para matar el yo y que sea Cristo el que habite en nosotros y a quien demos culto y busquemos de la mañana a la noche, a quien prestemos nuestra humanidad, corazón, palabra y sentidos.

Matar este yo, ni sé ni puedo, solo el fuego de tu Amor, amor divino de Espíritu Santo puede descubrirlo y quemarlo en mí… hasta que pueda decir con san Pablo, “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí…, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí…”, solo el Espíritu Santo, la llama encendida del Amor divino, puede  quemarlo todo en sus raíces, y llenarlo de amor a Tí.

Es que llevo años y años sin oír hablar y predicar esto, de que hay que morir, de matar el yo para encontrarte a Tí,  para amarte a Ti más que a mí, para caminar y llegar hasta Ti, hasta la transformación en Ti, hasta poder decir con san Pablo: “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi”.

Comprendo, querido hermano sacerdote, que tener que hablar así en charlas o meditaciones en este mundo comodón y consumista, es duro, pero es el evangelio: “Quien renuncia a su padre, a su madre y a todos su bienes, sus posesiones del yo, no es digno de mí…”.

 Así que muchos, incluso sacerdotes y consagrados, hoy día lo ignoran, es que no se habla o se habla poco de esto, es que algún obispo durante doce años jamás habló de esto, entre otras cosas, porque… él no era ejemplo de vida de oración y conversión… no saben de la muerte del yo con su vicios y pasiones y pecados, crucificando nuestro yo y muriendo con Cristo en la cruz, para resucitar en Él a la vida nueva, la de todos los santos…

¡Jesucristo Eucaristía, quiero que Tú seas el único Dios y Señor de mi vida, abajo todos los ídolos! “Dueño de mi vida, vida de mi amor, ábreme la herida de tu corazón… corazón divino, dulce cual la miel, tú eres el camino para el alma fiel”…

Dueño de mi vida que me inundas, me habitas y me posees totalmente, vacíame de todo lo mío: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a si mismo, tome su cruz y me siga…” y solo de esta forma “si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”; matado mi yo por  las purificaciones del alma llevadas a cabo por tu Amor de Espíritu Santo, Amor tuyo en nosotros al Padre y a los hombres, nuestros hermanos, solo así llegaremos a la luz y fulgores de tu presencia, que, a la vez que ilumina, quema y limpia y purifica, cual volcán en llamaradas eternas de resplandores de misterios y de saberes y sabores infinitos que no pueden expresarse en palabras, sólo en sueños de amor, sólo así llegaremos al : <quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado...> ¡Gemidos de eternidad y de amores encendidos ya en el alma: <Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura…> <oh llama de amor viva… rompe la tela de este dulce encuentro…> encuentro eterno de cielo empezado ya en la tierra, que <<barrunto> escucho sin palabras, en silencio de oración, en <música callada…> San Juan de la Cruz.

 5.-CRISTO, SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA

“Estate, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte” ¡Cuánto he aprendido en nada de tiempo ni de estudio ni de  teologías, y sin libros ni reuniones “pastorales”, cuánto he comprendido y penetrado, más que con todos mis estudios y títulos universitarios, estando, Señor, en tu presencia eucarística!

¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo! Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres. “Abba”, Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste...

Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna. Yo soy más bello para Ti y tienes deseos de abrazarme eternamente como hijo en el Hijo, con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y me besarás eternamente en el mismo beso infinito de amor a tu Hijo, sacerdote único del Altísimo, con el cual me identificaste y consagraste por tu Amor de Espíritu Santo. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor;  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos predicadores de tu reino que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

            Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes y consagrados; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo  el amor de tus criaturas. Si de esta forma tan extrema y humillante nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto? ¿Es que no puedes ser feliz sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas mi amor?

¡Dios infinito, no te comprendo! No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, que no quieras un cielo eterno, tu cielo, sin mí, sin tus criaturas, creadas por Ti para amarlas y sumergirlas en Amor de Espíritu Santo, Amor Trinitario del Padre y del Hijo, para un amor y amistad y abrazo de felicidad eterna del Padre, por el Hijo con amor de Espíritu Santo… No lo entiendo.

No entiendo que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas venido en su busca y hayas sufrido y muerto por todos los hombres para que tengamos felicidad eterna contigo.

¡Cristo Eucaristía, eres presencia de Dios, Amor Infinito, tan cerca de nosotros, en presencia permanente, incompresible e incomprendido, por tu amor extremo, hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir… por tu exceso de amor

¡Cristo amado, no te comprendo! ¡Es que nos amas como si fuéramos personas divinas, con el mismo amor que amas al Padre, con tu Amor de Espíritu Santo; es que nos amas con Amor y en Amor Trinitario… pues tiene que ser así, porque no tienes otro Amor, solo Amor de Espíritu Santo, con el que el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo, siempre con amor de Espíritu Santo,  mediante su Encarnación, Muerte y Resurrección, para transformarnos en eternidades de Luz Divina, siempre con el mismo Amor de Dios, de los Tres, Amor de Espíritu Santo.

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, ¡que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida eucarística, ofrecida y participada, a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, participación del cielo y de la vida divina ya en la tierra; que lleguemos así a la plenitud de la gloria y felicidad divina para la que nos has soñado y existimos!

Yo, como sacerdote y en nombre de todos mis hermanos los hombres, ungidos sacerdotes por el Espíritu Santo en el sacramente del Bautismo y del Orden Sagrado, pido que todos entremos dentro de nosotros mismos y nos sintamos identificados y habitados por Cristo Sacerdote que a través de nosotros quiere ejercitar su único Sacerdocio para gloria de la Santísima Trinidad y salvación del mundo.

Yo quiero dedicar mi vida y todo mi ser y existir a esta misión divina; yo creo, adoro, espero y te amo a Ti, mi Dios Trino y Uno y quiero que todos mis hermanos los hombres crean, adoren, esperen y te amen a Ti, Dios mío Padre, Hijo y Espíritu Santo: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviese en la Eternidad”.

Página 76 de 78