HOMILÍAS Y MEDITACIONES SACERDOTALES DEL PAPA PABLO VI

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

PABLO VI

HOMILIAS SACERDOTALES

 

SOLEMNE RITO DE LA CORONACIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Plaza de San Pedro
Domingo 30 de junio de 1963

El espectáculo que en esta memorable hora se ofrece ante nuestros ojos es tan solemne, tan magnífico y tan expresivo, que no puede por menos que impresionar a nuestra alma, y pide silencio mejor que palabras: una tácita meditación en vez de un discurso.

Pero es nuestro deber hablar como si en realidad el clementísimo Señor deseara públicamente mostrar su misericordia y su bondad hacia nosotros, por lo que elevamos nuestro agradecimiento junto con el respeto y la fe de las personas y de los pueblos.

Ante todo, aunque temblorosos, Nos adoramos las misteriosas disposiciones de Dios, que quiso imponer sobre nuestras humildes fuerzas el peso inmenso, pero incomparablemente valioso, de la Iglesia católica, que es lo más grande y santo que hay en la tierra. En efecto: fue fundada por Cristo y redimida por su sangre; es una esposa inmaculada y confiada; es la Madre de todos los pueblos que han dado su nombre a Cristo y se adhieren a Él con fe; es, finalmente, la luz y la esperanza de todas las criaturas.

La carga impuesta sobre Nos es, por tanto, muy pesada, y sucumbiríamos a ella si no estuviéramos convencidos, por una parte, de que Dios, para manifestar más claramente su poder y su gloria, escoge para sus grandes empresas débiles instrumentos humanos, y de otra, de que la Divina Providencia otorga más abundantes bienes cuando las necesidades son más graves."

Seguidamente, Su Santidad comenzó a hablar en otros idiomas.

Italiano:

Invocamos también la ayuda de San Pedro, el apóstol a quien, aunque indignamente, Nos sucedemos. Si bien él vaciló en una ocasión, él, que obtuvo la solidez de la piedra, según la oración de Jesús, de quien recibió las llaves del supremo poder, no dejará de cubrirnos con el manto de su protección.

Y os miramos, eminentísimos miembros del Sacro Colegio; a vosotros, venerables hermanos en el episcopado; a vosotros, queridos hijos, sacerdotes, religiosos y religiosas; a vosotros, hombres y mujeres, fieles criaturas de Dios, miembros del Cuerpo Místico de Cristo: Genus electum, regale sacerdotium gens sancta, populus adquisitionis. Miremos a la Iglesia, a esta Iglesia romana que preside en la caridad a toda la Iglesia de Dios en la Tierra, una, santa, católica y apostólica.

Y ante toda la Iglesia, Nos, temblorosos, pero confiados, aceptamos las llaves del Reino de los Cielos, pesadas, pero poderosas llaves, saludables y misteriosas, que Cristo confió al pescador de Galilea, hecho Príncipe de los Apóstoles, y que ahora se nos han transmitido a nosotros.

Este rito habla con voz elocuente de la autoridad conferida a Pedro y, consiguientemente, a los que le sucedemos. Sabemos que esta autoridad que tenemos y veneramos nos convierte en maestro y pastor con absoluto poder sobre la Iglesia romana y sobre la Iglesia universal. Urbi et orbi irradia ahora nuestro divino mandato. Pero justamente porque hemos sido elevados a la cumbre de la Iglesia militante, nos sentimos al mismo tiempo colocados en el más bajo puesto como siervo de los siervos de Dios. La autoridad y la responsabilidad aparecen así maravillosamente conectadas; la dignidad, con la humildad; el derecho, con el deber; el poder, con el amor.

No olvidemos la admonición de Cristo, de quien somos ahora Vicario: “Que el más grande entre vosotros sea el más pequeño y que el jefe se convierta en siervo”. Consiguientemente tenemos conciencia en este momento de asumir una sagrada, solemne y grave misión: la de continuar y extender sobre la Tierra la misión de Cristo.

Asumimos esta misión a la luz de la historia de la Iglesia, cuya vital cohesión se deriva de Nuestro Señor Jesucristo, que la fundó y conformó y que de una manera viva y misteriosa la protege con amor a través de los siglos.

Asumimos a la luz de la historia de la Iglesia nuestra misión, de esta historia presente de la que ya conocemos y cada vez nos llevará a conocer mejor la estructura, los acontecimientos, las riquezas, las necesidades, y de la que oímos, como si fueran voces que nos hablan, su vitalidad, sus graves sufrimientos, la común preocupación y la floreciente espiritualidad.

Reanudaremos con la mayor reverencia la obra de nuestros predecesores, defenderemos a la Santa Iglesia de los errores doctrinales y de costumbres que dentro y fuera de sus fronteras están amenazando su integridad y ensombreciendo su belleza. Procuraremos preservar e incrementar la virtud pastoral de la Iglesia, que se presenta, libre y pura, en su propia actitud como Madre y Maestra, amante de sus hijos, respetuosa y paciente, pero invitando cordialmente a unirse a ella a todos aquellos que no están todavía en su seno.

Reanudaremos, como ya hemos anunciado, el Concilio Ecuménico, y pedimos a Dios que este magno acontecimiento confirme la fe en la Iglesia, vitalice sus energías morales, la fortalezca y la adapte mejor a las exigencias de nuestro tiempo. Y así se ofrezca a los hermanos cristianos separados de su perfecta unidad, de una manera que haga posible su reintegración en el Cuerpo Místico de la única Iglesia católica en la verdad y la caridad, fácil y jubilosamente.

Francés:

Venerables hermanos y queridos hijos que estáis presentes aquí o que escucháis nuestra voz, permitid al nuevo Papa que recurra ahora a una lengua más extendida y comprendida para declarar humilde pero firmemente en esta aurora de su pontificado cuáles son los sentimientos que le animan y qué actitud cree adoptar respecto a los comunidades católicas, a las Iglesias separadas y al mundo moderno.

La Iglesia considera como una riqueza incomparable la variedad de lenguas y ritos por medio de los cuales se expresa su diálogo con el cielo. Las comunidades orientales portadoras de antiguas y nobles tradiciones aparecen ante nuestros ojos como dignas de todo honor, estima y confianza. Nos las exhortamos amorosamente a que perseveren en lo que les da noble título de gloria: la fidelidad más absoluta a sus orígenes y la vinculación sin desmayo al sucesor de Pedro, centro propulsor del apostolado del Cuerpo Místico de Cristo.

Nos dirigimos también a aquellos que, sin pertenecer a la Iglesia católica, están unidos a nosotros, por el lazo poderoso de la fe y el amor al Señor y marcados por el sello del único bautismo. Con respeto doble de inmenso deseo, el mismo que desde hace mucho tiempo anima a muchos de ellos, ambicionamos el día que ha de llegar en que, después de largos siglos de funesta separación, se realice perfectamente la oración de Cristo en la víspera de su muerte: Ut sint unum (Que todos sean uno). De esta forma recibimos la herencia de nuestro inolvidable predecesor Juan XXIII, que con la inspiración del Espíritu Santo hizo nacer en este aspecto inmensas esperanzas, que Nos consideramos un deber y un honor no malograr.

Como él, no nos hacemos ilusiones en cuanto a los graves problemas que han de ser resueltos y sobre la gravedad de los obstáculos que habremos de vencer. Pero confiando en el lema del gran apóstol, cuyo nombre hemos escogido —la verdad y la caridad—, deseamos, utilizando sólo estas armas de la verdad y de la caridad, proseguir el diálogo iniciado y, en la medida de nuestras fuerzas, continuar la empresa impulsada ya.

Pero más allá de las fronteras del cristianismo hay otro diálogo en el cual la Iglesia está empeñada hoy: el diálogo con el mundo moderno.

En un examen superficial, el hombre de hoy puede aparecer como cada vez más extraño a todo lo que representa orden religioso y espiritual, consciente de los progresos de la ciencia y de la técnica, embriagado por los éxitos espectaculares en unos dominios inexplorados hasta ahora, parece haber divinizado su propio poderío y querer prescindir de Dios.

Pero tras este grandioso escenario es fácil descubrir las voces profundas de este mundo moderno, que también está movido por el espíritu y la Gracia. Y pide este mundo moderno no sólo progreso humano y técnico, sino también justicia y una paz que no sea sólo una precaria suspensión de hostilidades entre las naciones o entre las clases sociales, que permitan el entendimiento y la colaboración entre los hombres y los pueblos, en una atmósfera de mutua confianza.

 En servicio de esta causa, el mundo moderno se muestra capaz de practicar en grado asombroso virtudes de fuerza y valor, espíritu de empresa, entrega y sacrificio. Lo decimos sin ninguna vacilación: Todo esto es nuestro. Y como prueba sólo citamos la inmensa ovación que se ha elevado de todas partes ante la voz de un Papa que invitaba a los hombres a organizar la sociedad en la fraternidad y en la paz. Estas voces profundas del mundo, Nos las escucharemos. Con la ayuda de Dios y el ejemplo de nuestros predecesores, continuaremos ofreciendo incansablemente a la humanidad de hoy el remedio a sus males, la respuesta a sus peticiones. ¿Será escuchada nuestra voz?

Inglés:

Deseamos ahora dirigirnos a nuestros venerables hermanos y amadísimos hijos que utilizan el idioma inglés para llevarles unas palabras de salutación y bendición en su propia lengua. Extendiéndose desde vuestro suelo de las Islas Británicas a todos los continentes y a todos los rincones de la Tierra, vuestra lengua proporciona una notable contribución a la obra de incrementar el entendimiento y la unidad entre las naciones y las razas.

Como nuestros venerables predecesores en el trono de San Pedro, Nos intentamos también dedicarnos a estimular una mayor comprensión mutua la caridad y la paz entre los pueblos, esa paz que nuestro bendito Señor nos dejó y que el mundo sin Él no puede dar. Exhortamos a nuestros hijos y a todos los hombres de habla inglesa con buena voluntad que se esfuercen y que recen para que esta inapreciable bendición sea disfrutada en la tierra, como anunciaron los ángeles cuando Cristo, nuestro Salvador, vino a este mundo.

Dando gloria a Dios en las alturas, impetramos sus más abundantes gracias sobre todos vosotros, sobre vuestras familias, pero especialmente para los niños, los enfermos y los que sufren, y a todos, Nos impartirnos con nuestro paternal corazón una especial bendición apostólica.

Alemán:

Un especial saludo en esta hora de fiesta, y no en último lugar, da el Papa a los muy amados cristianos de habla alemana que están presentes aquí, especialmente a los católicos de Alemania, Austria y Suiza. El tesoro de vuestra lengua nos es muy familiar desde hace años.

Español:

Nuestro pensamiento va también, con particular afecto, al vasto inundo de la hispanidad. A todos aquellos pueblos que comparten una misma tradición católica y poseen un rico patrimonio espiritual en el que cifran sus glorias las tierras de San Isidoro y Santa Teresa, de Santa Rosa de Lima y de la Azucena de Quito, tantas naciones que rezan en la misma lengua y atraen sobre si la mirada complacida de Dios.

Con sus realidades y sus promesas, y en especial con su firme adhesión a la cátedra de Pedro y el fervor mariano que las distingue, hacen vibrar de emoción nuestro corazón de Padre y de Pastor y son motivo de que la Iglesia deposite en ellas, con su predilección, su esperanza.

Portugués:

Enviamos nuestros saludos a todos los dilectos hijos de lengua portuguesa. Saludamos a los de Portugal, tierra de Santa María, donde la Madre de Dios erigiera su altar de Fátima. Saludamos a los del Brasil, tierra de Santa Cruz, país del que conservamos un feliz recuerdo por el viaje que allí hicimos hace un año. A todos, nuestro paternal afecto.

Polaco:

Con nuestros mejores deseos enviamos nuestro saludo y bendición a nuestra amada Polonia, a la Polonia que siempre conserva la fe, donde viví hace años y a la que siempre conservamos cerca de nuestro corazón. Un saludo para Polonia.

Ruso:Nuestros pensamientos están también con todo el Pueblo ruso, con respecto al cual pedimos a Dios Todopoderoso que le otorgue su bendición.

VISITA AL SANTUARIO DE BADIA DI SANTA MARIA DI GROTTAFERRATA

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 18 de agosto de 1963

En primer lugar, el Santo Padre saluda cordialmente al Archimandrita ya la abadía centenaria que preside; a Religiosos individuales; a las Autoridades; a los fieles y ciudadanos de Grottaferrata, que han querido rendir un homenaje filial al Papa con motivo de su visita. Que todos tengan la bendición del Padre de las almas y la sincera expresión de su gratitud.

La visita de hoy, prosigue Su Santidad, que debería haber sido casi ignorada y silenciosa, ya que movida sólo por un acto de devoción, ha adquirido en cambio una cierta publicidad por el cariño mostrado por las poblaciones cuando pasa el Papa, y en la acogida festiva. a él tributo. De ahí el movimiento espontáneo de gratitud, por su parte, y también de profunda alegría por estar en contacto con tantos corazones abiertos, no hacia su persona humilde, sino hacia su altísimo cargo: el de Vicario de Jesucristo, Cabeza visible del Iglesia, obispo de Roma y, en estos días, de residente temporal en un castillo cercano.

UN MILENIO GLORIOSO

Ante tan amables disposiciones, es fácil para el Santo Padre pedir a quienes lo escuchan que quieran unir su alma, su oración, para honrar, sobre todo, a la Santísima Virgen. El encuentro tiene lugar en el famoso santuario de la Abadía de Santa Maria di Grottaferrata: este es el objetivo de la peregrinación papal.

En otras ocasiones, en el pasado, se ha detenido aquí: pero la presencia de hoy requiere sobre todo el piadoso acto de veneración de la Santísima Virgen, honrada durante mil años en este distinguido e histórico templo suyo.

Y aquí, alrededor de María, un fenómeno inusual, singular, pero estupendo. En un acto de perenne respeto a la Madre de Dios, hay una comunidad monástica de rito greco-bizantino, con un bello grupo de religiosas basilianas. Es una isla encantadora de espiritualidad, de perfección religiosa, cuyos rasgos distintivos son el rito profesado y la muy amplia tradición de hechos, obras y méritos. Aquí está el centro, el hogar de toda la Congregación Basiliana de Italia; y con gran corazón Su Santidad renueva su saludo a los Monjes, con la intención de extenderlo también a todas las almas que son asistidas pastoralmente en la jurisdicción del Monasterio.

Naturalmente, surge una primera consideración. Reflexionando sobre el famoso pasado de un lugar tan digno; a las personas que hoy tienen aquí coordinación e impulso por la vida cristiana ejemplar, induce inmediatamente a la mente a uno de esos recordatorios, que no consisten en nada en recreaciones escuálidas o fatigadas, sino que se refieren a glorias magníficas y siempre viridiscentes, vital y episodios elocuentes. Así lo confirma el milenio que esta comunidad espiritual posee en su haber, con los grandes santos que la han embellecido, empezando por el Fundador de la Abadía, S. Nilo.

PREDILECCIÓN ININTERRUMPIDA DE LA SANTA SEDE

Para aquellos que conocen, aunque sea brevemente, las corrientes históricas de nuestro Mediterráneo, el traslado de los excluidos heraldos de la vida monástica de Grecia a Italia, del sur de Italia a las puertas de Roma, parece admirable; y lo que podría haber parecido un escape de circunstancias desfavorables en Oriente, por el contrario, resultó ser un evento estable, coherente, fructífero, rico en ejemplos de santidad: los anales de Grottaferrata presentan una serie brillante: S. Proclus, S Bartolomeo y muchos otros, y pronto se entrelazaron con las actividades de los mismos Romanos Pontífices, con hermosas páginas de la laboriosidad de la Iglesia. 

Las luces fueron tan proporcionadas incluso en las épocas más oscuras de la región de Lazio, luego en la Edad Media y en los siglos siguientes, que el ejemplo de los Papas encontró imitadores también en algunas familias nobles, como los Colonna,

Por tanto, es legítimo rehacer, aunque sea fugazmente, un itinerario de gran interés. Desde los edificantes comienzos, antes mencionados, llegamos a los Supremos Pontífices más cercanos a nosotros, en particular León XIII, Pío XI, Juan XXIII, todos deseosos de honrar, proteger, mostrar estima y favor por esta isla de rito bizantino - griego, así que, reavivando sus más elegidos esplendores, siempre pudo confirmar que la voz de este monasterio no es ajena ni ajena en la Iglesia, sino que se tiene en gran estima junto a la del rito latino.

Tras esta premisa, nos enfrentamos a otra maravilla que pertenece a nuestro tiempo y, si Dios quiere, lo será aún más en el futuro: la realidad de esta supervivencia, en las inmediaciones de Roma, de una pujante comunidad oriental.

¿Por qué todo esto? Porque de verdad - y el Reverendísimo Archimandrita lo mencionó hace un rato al dar la bienvenida al Santo Padre - los monjes basilianos están en Grottaferrata para dar testimonio continuo de la comunión de espíritu de la Iglesia latina con toda la Iglesia oriental; para que Roma pueda mirar cada vez más a Oriente con mirada fraternal y maternal y con la inefable alegría de sentir esta comunión de espíritu en perfecta armonía.

Incluso las peculiaridades diferenciales del rito, el lenguaje, la forma de ejercer el culto a Dios, que a primera vista parecerían indicar sólo una exótica rareza, dan en cambio una nota sonora al majestuoso coro, al armonioso concierto de La unidad católica, que quiere expresarse no a través de una sola voz, sino con cuántas voces pueden alzarse libremente a la gloria del Señor, a la confesión de Cristo, a la presencia del Espíritu Santo en la Santa Iglesia que el Salvador. fundada como una y católica, es decir, abierta a innumerables y posibles expresiones, siempre que sean calificadas y legítimas.

Por lo tanto, viendo en Grottaferrata ya en realidad, aunque sea en pocas palabras , todavía en una forma bastante típica que en proporciones extensas, esta unidad perfecta, por la que rezamos en un idioma diferente, con un rito diferente, pero profesamos la misma Fe, la idéntica adhesión a la Iglesia, el mismo reconocimiento de la Jerarquía, la misma devoción al Papa, constituye, para todos, un tema de inmensa alegría y de inefables esperanzas.

UN MARAVILLOSO SALUDO A LAS IGLESIAS DEL ESTE

Por su parte, el Santo Padre está tan conmovido por este protagonismo que, en la celebración del Divino Sacrificio, habrá puesto preeminente alabanza al Altísimo, cuya bondad suscita pruebas tan contundentes de unión. Tampoco es un episodio, casi sobreviviente y cansado, de una realidad que ya existía en el tiempo, sino, en cambio, de semillas de altas virtudes, para las que es posible vislumbrar un futuro prometedor. Entonces, ¿cómo surgen espontáneamente los buenos deseos? ¡Todos los fieles sienten, y en grado intenso, el vínculo espiritual que nos une a las Iglesias orientales!

El Pontífice Augusto piensa, ante todo, en las Iglesias católicas de Oriente. Contamos con una chispeante serie de ritos orientales que siempre han estado en perfecta comunión con Roma. Bien, un saludo muy ferviente va desde el corazón del Papa a todas estas Iglesias hermanas e hijas; y, con el saludo, su voz para proclamar a esas comunidades: gloria, honra a vosotros; consuelo, consuelo y gracia para ti! ¡Dios los bendiga por haber sostenido milenios de duros esfuerzos y de una fidelidad muy sólida, de persecuciones sufridas, de adhesión precisa y firme a las más puras tradiciones, en la enérgica defensa del patrimonio doctrinal legado por los padres! ¡Dios los bendiga precisamente por tan inquebrantable constancia!

Todos los católicos saben cómo, hoy más que nunca, la Iglesia de Roma abre sus brazos a las queridas comunidades católicas de ritos orientales. Se sabe que uno de los últimos actos del venerable Sumo Pontífice Juan XXIII -quien tanto amó a los católicos de Oriente, con quienes pasó muchos años, entre los más activos y trabajadores de su existencia- fue asociar a los Patriarcas de la Iglesias de origen apostolica de Oriente al órgano de gobierno que la Iglesia tiene precisamente para la asistencia y orientación de las Iglesias orientales; es decir, llamarlos a formar parte de la Sagrada Congregación para la Iglesia Oriental.

Tal vez se trate de un simple comienzo hacia una colaboración, convivencia, articulación aún más amplia, que el Derecho Canónico precisará, pero que, a partir de ahora, la actividad espiritual enérgica de los católicos debe realizar como conquista y promesa de querer. estar todos muy unidos, a pesar de la diversidad de tradiciones, ritos, costumbres y manifestaciones exteriores, en nuestra fe común y en nuestra caridad fraterna.

¿Tu mirada se detiene aquí? - añade Su Santidad. O tal vez, precisamente por la existencia de diferentes ritos y otros lenguajes dentro de la Iglesia, uno no se induce a considerar otras Iglesias, que derivan de un linaje único, un origen, Cristo el Señor, y sin embargo no están en perfecta comunión. con la Iglesia de Roma? ¿No tiene el Papa el mandato de mirar también a todas estas otras Iglesias orientales, que tienen, con nosotros, el mismo bautismo, la misma fe fundamental, poseen una jerarquía válida y sacramentos de gracia efectivos? Ciertamente el Sucesor de Pedro se dirige a esos hermanos nuestros, ya que, hoy, cualquiera puede señalar cómo esas Iglesias orientales son por origen y sustancialmente cercanas a nosotros, aunque hechos históricos y doctrinales notorios todavía las distingan de nosotros.

"HACEMOS LAS BARRERAS QUE NOS SEPARAN CAEN"

¿Y qué dirá el Papa? Todo lo que se puede exponer sobre este punto ya está en la Iglesia. En primer lugar, un gran saludo de honor a estas antiguas y grandes Iglesias orientales. El sentido de la consideración debe expresarse verdaderamente con la gran sinceridad y el espíritu fraterno y sencillo con el que recientemente, el mes pasado, un prelado de la Iglesia católica, Monseñor Charrière, obispo de Eosanna, Ginebra y Friburgo, vino de la Secretaría de la Unión de los Cristianos enviado a Moscú para felicitar al Patriarca Alexis con motivo del auspicioso jubileo de su episcopado. Ese gesto revela precisamente las intenciones, en la Jerarquía católica, de rendir homenaje a memorias muy antiguas; para confirmar que no hay preconcepción de emulación o prestigio, mucho menos orgullo o ambición;

El mismo Santo Padre se complace en expresar estas resoluciones ante tan ferviente asamblea; y con ello transforma sus deseos en ferviente oración al Señor para que prepare felices realidades y multiplique sus bendiciones.

Además, el Sumo Pontífice también quiere hacer suyo el voto que, con repentina y espontánea generosidad, brotó del corazón de sus predecesores, especialmente de Juan XXIII; es decir, el anhelo muy intenso, por el cual su voz querría ser tan poderosa como la trompeta de un ángel que dice: ven y deja caer las barreras que nos separan; explicamos puntos de doctrina que no son comunes y que aún son objeto de controversia; Tratemos de hacer nuestro Credo unívoco y solidario , articulada y organizada nuestra unión jerárquica. No queremos absorber ni mortificar todo este gran florecimiento de las Iglesias orientales, pero sí, queremos que se vuelva a injertar en el único árbol de la única Iglesia de Cristo.

Tal es la invocación: y una vez más el grito se convierte en oración. Le pedimos al Señor al instante que nos conceda que si no es nuestra época, sería demasiado hermosa y feliz, al menos las próximas edades verán la unidad de los auténticamente cristianos y, sobre todo, la unidad con estas venerables Iglesias orientales recompuestas.

POR TODAS PARTES LA VOZ DE CRISTO

El precedente está animado por una esperanza ardiente e inquebrantable. Sobre el altar de Dios se coloca la petición suplicante de ver implementada cuanto antes esta bendita hermandad, la completa unidad católica, para que la evidencia del milagro de ser todos florezca ante nuestros ojos en nuestro turbulento panorama histórico. un solo redil con un solo Pastor.

¿Qué falta para la consecución de la meta brillante? Quizás no haya en todas partes, entre los católicos, noticias suficientes, un conocimiento pleno de la gran tradición y herencia religiosa de los orientales. Y tal vez éstos carezcan del conocimiento de nuestros sentimientos y de la legitimidad con que se desarrolló nuestra tradición, y de las verdades que deben profesar todos los que creen en Cristo. 

En cualquier caso, podemos deducir la respuesta a la pregunta del pasaje del Evangelio que se lee hoy, undécimo domingo después de Pentecostés, en la liturgia latina y romana. Hay una palabra singular, de esas poquísimas que nos ha transmitido el texto sagrado en el sonido original con que las pronunció el Divino Maestro. La palabra es esta: Effeta , es decir : ¡ ábrete !El Señor quiso dar la posibilidad de comprender y hablar a una persona infeliz, sorda y muda, representante - según los altos intérpretes de las Sagradas Escrituras - de toda la humanidad. 

Todos somos un poco sordos y mudos. ¡Que el Señor abra nuestro entendimiento y disuelva nuestro discurso! Que nos permita escuchar las voces de la historia, de los espíritus elegidos; haznos siempre acoger plenamente su voz; el Evangelio resonante, que debe ser siempre nuestra ley, nuestra fuerza, ya que es la palabra de Dios. Y que nos conceda la virtud sólida y la gracia distinguida de escuchar bien esta palabra para poder repetirla y difundirla. para aclamar " una voz dicentes»: ¡Santo, santo, santo! ¡Honor y gloria al Padre Eterno, al Divino Hijo, al Espíritu Santo! Precisamente esta gracia anticipará nuestro Paraíso en la tierra, marcando en la historia humana, especialmente en la historia de la Iglesia, una sorprendente primavera de vida nueva, de esperanza de salvación y de paz en el mundo.                     

CONSAGRACIÓN DE 14 OBISPOS MISIONEROS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Basílica de San Pedro
Domingo 20 de octubre de 1963

Veneables hermanos y queridos hijos:

No queremos pasar por alto la atención de nuestro espíritu ni nuestra admiración, ni queremos que carezca del sagrado misterio nuestra celebración que, en virtud de nuestro sagrado ministerio, acabamos felizmente de realizar. Ritualmente os hemos consagrado, venerables hermanos, obispos de la Santa Iglesia de Dios, os hemos elevado del orden del presbiterado a las alturas de la sagrada jerarquía, donde se asienta la plenitud del poder, una de las cuales respectan a la eficaz santificación de las almas y otras, virtualmente, a la dirección del pueblo cristiano. Al realizar esto os hemos imprimido una nota sacramental, llamada carácter, del más alto grado, de forma que habéis quedado configurados a semejanza de Cristo.

La misión de este misterio es transmitir no sólo la imagen, sino también el poder de Cristo en grado sumo, que Él mismo entregó a su Iglesia para que no sólo viviera, sino que también creciera, se ampliara y se formara “en orden a la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”, como ardientemente dice San Pablo (Ef 4,12).

Se trata de un misterio, por así decir, del árbol siempre floreciente de Cristo. De aquella vid verdadera han brotado nuevos sarmientos, prontos a producir nuevas frondas y preparar nuevos frutos de esa mística vid. Se trata del misterio que nos proporciona la vida sobrenatural: ésta procede de Dios Padre, permanece en Cristo, “en el que habitó toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9), y de Cristo va a los apóstoles, que eligió, dotó de poder e instruyó para disponerles a perpetuar su misión salvífica en toda la tierra, por todos los siglos. Queda esclarecido aquí el misterio de la nota de la apostolicidad manifestando el arcano designio o economía de nuestra salvación, que Dios concibió en la eternidad y que puso en práctica a lo largo del tiempo por medio del concurso de los hombres. También atañe a la vitalidad y perpetua continuación de la Iglesia, a sus progresos, con frecuencia lentos y laboriosos, pero que en el presente se manifiestan fecundos y abundantes ante nuestros ojos, que no pueden menos de quedar maravillados de gozo.

Se suman ahora nuevos anillos a la cadena nunca rota de la legítima sucesión apostólica, y por ella, y a través de ella, aparece maravillosa toda la historia de la Iglesia emergiendo desde los tiempos más remotos como canales de la inefable misericordia de Dios. También aparece ante nosotros otra visión, que aunque distinguimos cada una de sus partes, se nos manifiesta como imprecisa, pero aparece manifiestamente con toda la grandeza de sus trazos; visión que se refiere a todo lo que ha de venir, consecuentemente, a la realización de este sagrado rito; esto es: la vida de la Iglesia, que abarca los tiempos futuros.

¿Qué somos nosotros si hemos sido designados no espectadores, sino actores de tan amplias y beneficiosas determinaciones divinas? ¿Por qué nos atañe a nosotros mismos el influjo celestial que actúa en la vida de los hombres a lo largo de los siglos? Con razón cada uno de nosotros puede exclamar: “Con largueza se me ha manifestado el Señor. Y en caridad perpetua (dice el Señor) te he amado; por eso te atraje hacia mí, compadecido” (Jr 31,3).

Un doble sentimiento invade nuestro ánimo: de humildad, que nos lleva a anonadarnos y prosternamos al considerar la inefable acción de Dios y al repetir las palabras que San Pedro dirigió a Cristo: “Aléjate de mí, porque soy hombre pecador” (Lc 5,8); y de confianza, es decir: un estímulo de fuerza y alegría, con el que repetimos las palabras de la augusta Virgen María: “Hizo en mí grandes cosas el Poderoso” (Lc 1,49).

Estos sentimientos crecen y encuentran aplicación suficiente si tenemos en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar en que nos movemos. ¿Qué tiempo puede ser más apto, venerables hermanos, para animarnos a meditar y celebrar esa nota con que predicamos apostólica a la Iglesia que éste en el que vivimos?

Mañana os sumaréis a la asamblea de los padres de la Iglesia católica, al Concilio Ecuménico, que por su naturaleza y majestad ampliamente manifiestan la sucesión apostólica, y a los hermanos que allí intervienen, y a todo el orbe de la tierra, ofreceréis una prueba certísima de la vitalidad de Cristo a lo largo de los siglos. Es también una feliz circunstancia el que esa grave asamblea esté empeñada en deliberaciones y problemas que atañen a la misma Iglesia de Dios.

También acontece que recibís esta consagración; que os inscribe entre los sucesores de los apóstoles, en virtud de nuestro sagrado ministerio, amplio y verdadero, aunque sea un humilde sucesor de San Pedro el que os la confiera, pero al que se le hizo la promesa evangélica del Nuevo Testamento: “Sobre estar piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).

De esta forma podéis advertir que no habéis sido consagrados por Nos, ni siquiera, si hablamos con propiedad, por San Pedro, sino por el mismo Cristo, Dios santísimo y omnipotente, autor divino de la Iglesia, y que como “piedras vivas” (Cfr. 1P 2,5) quedáis edificados sobre el cimiento de la Casa de Dios, que es la Iglesia.

Vuestro espíritu se llenará de consuelo, prelados, elevados ahora a la potestad episcopal, si os percatáis de que se os han concedido los poderes del Reino de Dios, actuando Cristo por medio de nuestra humilde persona, heredera del cargo de príncipe de los apóstoles, al que se le entregaron las llaves del reino de los cielos.

Y si, como decía San Ambrosio, arguyendo a los novacianos, sus contemporáneos: “No tienen la herencia de Pedro los que no tienen la sede de Pedro” (P. L. XVI, 496), con cuánta razón tendréis vosotros la herencia, que habéis recibido el sagrado tesoro de la dignidad y del poder apostólico de manos de esta misma sede, aquí junto a su sepulcro, aquí, lugar de su continua morada. Y expresamente esa comunión con Pedro, que solemnemente habéis profesado y que actúa en vosotros, prueba abierta y claramente esa genuina nota apostólica. (Cfr. Journet 1,657).

Es preciso que vuestro espíritu se llene de gozo por esta prueba tan cierta y que aquí encuentren vigor vuestros esfuerzos. Y es preciso mayormente por el hecho de que, venerables hermanos, la consagración episcopal que os acabamos de conferir está apoyada y corroborada por el mandato de Cristo, definido en el mandato canónico, que os hemos manifestado, y que, en cierto modo, expresa estas palabras de Cristo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado” (Mt 28,18-19).

Por esta razón el sagrado rito que acabamos de realizar no solamente ha santificado vuestras almas y os ha hecho aptos para realizar los actos supremos, con que la vida de Cristo se alimenta en el cuerpo de la Iglesia, sino que también lleva consigo el mandato, describe la forma del esfuerzo pastoral y misionero, y es como un ministerio para los hombres, todos llamados al Evangelio y a conseguir la eterna salvación.

La nota apostólica con qué habéis sido investidos exige el sagrado apostolado. Que ha de ser considerado como un precepto y una fuerza que impulsa y a la que es preciso secundar, sin tener en cuenta la propia debilidad y alejando todo temor a las dificultades externas. Pues se trata de un oficio del que nunca es posible dimitir. Son oportunos aquí los consejos de San Pablo: "¡Ay de mí si no evangelizo!” (Cor 9,19).

Con estos consejos están de acuerdo también las palabras de los apóstoles San Pedro y San Juan en los primeros ataques a la recién fundada Iglesia de Jerusalén: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20).

Por ello es preciso que hablen todos aquellos que, como vosotros hoy mismo, han sido constituidos con pleno derecho “testigos de la fe”.

Estas breves consideraciones, si son meditadas profundamente, tienen tal importancia que pueden esclarecer la interna y acuciante facultad de la predicación evangélica, o el oficio pastoral y misional, para usar el modo actual de hablar. La predicación evangélica, por su misma naturaleza, corresponde a la vida de la Iglesia; no se trata de un hecho fortuito, sino del principal oficio de la Iglesia, que exige que se empleen todas las fuerzas en su realización. Todo esto parece digno de consideración hoy precisamente, en que celebramos el día destinado a la ayuda a las sagradas misiones de la Iglesia.

Permitidnos dar las debidas gracias a Dios omnipotente, a cuyo beneplácito debemos haber podido, en tan fausto día, consagrar a los nuevos apóstoles de su reino; permitidnos asimismo despediros con espíritu agradecido y fraternal a vosotros, queridos hermanos, pregoneros y misioneros de la Iglesia católica, o delegados en las naciones de la sede apostólica; permitidnos, por fin, formular los mejores votos por el sagrado ministerio que vais a empezar; votos que expresamos con estas palabras, pensando en el mundo al que, estáis destinados, hostil e infiel ciertamente, pero al mismo tiempo ávido y necesitado de la gracia sobrenatural y de la verdad, que elevan el ánimo a la fortaleza y a la confianza: “No. temáis, pequeña grey” (Lc 12,32).

Alejad, por tanto, todo temor. Marchad con espíritu confiado. Fundado en la roca apostólica, se os permite intentarlo todo dentro de las normas de la Iglesia, sostener todo, hacer todo. Cristo estará con vosotros.

Sea prenda de estos dones celestiales la bendición apostólica que os impartimos con espíritu paternal y fraterno, y que extendemos también a vuestra patria, a vuestras familias religiosas y a los campos que habéis de cultivar con vuestra labor apostólica.

ENTRADA SOLEMNE DEL OBISPO DE ROMA
EN SU CATEDRAL DE LETRÁN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 10 de noviembre de 1963

Venerables hermanos,
señores magistrados de la urbe,
queridos hijos:

El que vive en Roma y mantiene alerta su atención se ve continuamente asediado por múltiples y fuertes impresiones, llegando a sentirse al mismo tiempo embriagado, exaltado y sobrecogido, tantas son las voces que le llegan de los recuerdos, de los lugares, de las personas, de los acontecimientos, de los presagios, que le rodean. Así nos encontramos nosotros en este momento, y con razón.

¿La Historia, evocadora de escenas y de hombres que han existido, no resulta ahora más viva y elocuente que nunca, en este momento —tras el acontecimiento grandioso que la Iglesia está celebrando; nos referimos al Concilio Ecuménico Vaticano II— despertando recuerdos, superpuestos unos a otros, de los muchos concilios, romanos y ecuménicos, aquí celebrados?

Vemos perfilarse ante nosotros el panorama de los siglos, en los cuales la tradición de Roma, y casi podemos decir de la cristiandad, ha sellado aquí, sobre su más expresivo cuadrante, las horas más luminosas y más oscuras, y ha hecho escuchar la marcha, unas veces dolorosa y llena de obstáculos, otras franca y victoriosa, del paso misterioso de Cristo a través de la Historia. Todavía resuenan en nuestro espíritu las campanadas que anunciaban la hora fatigosa y silenciosa de los pactos de Letrán que cerrarían una época de la vida terrena de la Iglesia, no sólo de Roma y de Italia, y abrirían una nueva, quiera Dios, de paz y libertad para el orden civil cristiano.

¿Dónde encontrar lugar más sagrado para los tesoros de piedad y de arte que abarrotan este templo, un lugar más augusto por la majestad religiosa que de él resplandece, más religioso y más piadoso para el culto que en él se celebra, y para el poder de santificación y el gobierno de la Iglesia? Aquí, donde: “Por primera vez apareció, en un marco, visible a todos los romanos, la imagen del Salvador”, aquí donde los peregrinos nórdicos como el mismo Dante observaba “Al contemplar Roma y su obra se maravillaban de que Letrán se hubiera elevado tanto sobre las cosas mortales” (Par., 31, 34-36), aquí donde la Edad Media tuvo su corazón, su liturgia, su gobierno; aquí donde Francisco vino a sostener sobre sus humildes espaldas el edificio de Cristo, y donde el animoso Bonifacio VIII desde el maravilloso fresco giotesco anuncia al mundo el primer jubileo; aquí donde la expresión de Clemente XII, el gran constructor de la Presente arquitectura borrominiana, sella en el mármol el primado de esta basílica: “Madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe”; aquí hay motivo para infinitos temas de gozo y de pavor.

Y mucho más en esta ocasión en la que no guía nuestros pasos hacia este santísimo templo la curiosidad propia del visitante, o la piedad silenciosa de los peregrinos, o la ceremonia devota; hoy esta basílica acoge, como no lo ha hecho nunca en los largos siglos de su historia, a todo el episcopado del mundo, casi en pleno, y abre sus puertas espléndidas y solemnes al último de sus pontífices, el más pequeño y el más humilde de cuantos lo han precedido, que no cuenta con ningún mérito para llegar hasta aquí, como Maestro y Señor, fuera del hecho irrefragable de haber sido elegido canónicamente Obispo de Roma. Obispo de Roma, y, por ello, Sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo, Pastor de la Iglesia universal, Patriarca de Occidente y Primado de Italia.

Hermanos y fieles: Tened compasión y comprensión para quien os debe a vosotros, a Roma, a la Iglesia y al mundo poder presentarse así, y reconoced en nuestra personal pequeñez la grandeza de nuestra suma y pontifical misión. ¿No tenemos motivo para evidenciaros nuestro estupor, casi el vértigo, que en este lugar y en este momento nos sorprende, mucho mayor cuanto más evidente advertimos lo que nos rodea y lo que estamos realizando?

Pero también es obligado vencer este abatimiento y dejar que nuestro espíritu se exprese plenamente. Sí, es lo que queremos hacer, La misericordia divina, vuestra bondad, nuestro mismo oficio nos permiten la tranquilidad y la sencillez, aunque plenamente comprendamos las dimensiones de las cosas y de los acontecimientos que nos rodean,

Así, pues, entonaremos alabanzas al Señor por todo lo que en este momento se da cita en esta basílica, nuestra modesta persona y el misterio formidable de las llaves, que aquí se nos entregan. Quisiéramos, como San Pedro en su barca, en el momento de la pesca milagrosa, lanzarnos a los pies de Cristo y exclamar con el apóstol: “Apártate de mí, porque soy hombre pecador” (Lc 5, 8). Pero también pensamos con alegría inmensa que aquí podemos tributar a Cristo, el honor más oficial y más auténtico que desde la tierra, en armonía con el reino del cielo, le podemos ofrecer: “Digno es el Cordero —Él, la víctima que ha salvado al mundo— que fue degollado, de recibir la potencia y riqueza, y sabiduría, y fuerza y honor y bendición” (Ap 5, 12). La catedral de Roma puede, pues, resonar a los acordes de este himno místico y coral.

Y ahora, hermanos, os saludaremos a vosotros. De igual forma que hemos correspondido al clero de San Juan, venerándolo y bendiciéndolo en los umbrales de esta basílica, a vosotros ahora, señores cardenales, venerandos patriarcas, arzobispos, obispos y prelados de la Iglesia universal aquí reunidos, os prestamos el más cordial, el más sincero, el más reverente homenaje de nuestra hermandad. No queremos ocultaros el íntimo gozo de expresar nuestra comunión con cada uno de vosotros y con todos vosotros a una. Podemos aclamar y disfrutar esa unidad de la

Iglesia católica, que ahora tanto interesa nuestras ideas y nuestras aspiraciones; aquí donde mayor es la autoridad, sea mayor la caridad; que el ágape que presidimos adquiera toda su fuerza espiritual, que a todos nos llene de la misma fe, de la misma oración, del mismo amor, del mismo servicio, de la misma esperanza. Hermanos, creemos que no hay sede en mundo, ni momento como éste que nos proporcione la fortuna de celebrar y casi experimentar esta viva caridad, esta mística presencia de Cristo en la Humanidad: “Estoy con vosotros”; Él está aquí con nosotros y para nosotros.

Concedednos un instante para extender nuestro saludo a nuestra diócesis de Roma, grande y bendita, a nuestro querido y venerado cardenal vicario, al cardenal provicario, al vicegerente y a los dos obispos auxiliares, al queridísimo clero de Roma, a los religiosos y religiosas, a todos los fieles. ¿Podríamos olvidar en coyuntura tan característica como ésta, que somos el Obispo de esta ciudad, el Pastor de este pueblo?

Nos damos cuenta de que nuestras relaciones con la urbe son hoy distintas de las que han existido a lo largo de los siglos; ya no tenemos sobre la ciudad la soberanía temporal, pero conservamos la espiritual; no por esto ha disminuido nuestro amor a Roma, más aún la amamos con un corazón más libre, con más evidente desinterés, con más obligado empeño: nuestra relación pastoral con la urbe habrá de ser más vigilante y activa por las crecientes necesidades y los nuevos problemas que la vida religiosa de esta inmensa metrópoli hoy presenta.

No es caro responder así a las nobles u deferentes manifestaciones que el alcalde de Roma dirigía hace poco a nuestro paso por el Capitolio; le agradecemos su cortesía y esa colaboración que esperamos para facilitar nuestro ministerio, atendiendo así pronta y eficazmente las inmensas necesidades pastorales y espirituales de la Roma católica. Le aseguramos nuestra paternal asistencia en todo lo que nuestro esfuerzo puede ser útil a la ciudad. Con él saludamos a sus colaboradores, y reverentemente nos dirigimos a todas las autoridades que en Roma desempeñan sus respectivas funciones.

Vaya ante todo nuestro particular homenaje al señor Presidente de la República, y sea luego nuestro recuerdo para las demás autoridades gubernamentales y políticas, judiciales, escolares, sanitarias y militares de la ciudad, para todos. Saludamos con entusiasmo y bendecimos a todos los presentes; recordamos y oramos por los diversos grupos que componen la población, y que sabemos aquí representados: la nobleza, la cultura, el trabajo, el comercio, la beneficencia, el arte, la Prensa, la radio y televisión, el deporte, los transportes, todos. Y a todas las familias; las familias cristianas, los padres, las madres con sus hijos, las personas de la casa, todos.

Y contamos a todos en esta espiritual y afectuosa premura, pensando en el pueblo, en esta grande, querida y buena comunidad, que queremos considerar nuestra más que otra cosa: “Non enim quaero quae vestra sunt, sed vos”. “No quiero nada, os quiero a vosotros” (2Cor 12, 14). A vosotros romanos. Romanos, de ayer y de siempre, romanos de origen y de nacimiento. ¿Sabéis que os tenemos una estima y una confianza inmensa?

A vosotros los de las antiguas calles de Roma, a vosotros los de las casas añosas, vosotros los de las instituciones tradicionales de Roma, vosotros los del Transtevere. Conocemos toda la bondad que encierra vuestro espíritu y vuestras costumbres; sabemos que sois fundamentalmente fieles a la religión y a la Iglesia; esperamos que siempre amaréis al Papa. Más aún: esperamos que nos escucharéis y nos obedeceréis, si os decimos que hoy es preciso reavivar vuestro patrimonio religioso y moral, e infundir nuevo entusiasmo y nuevas virtudes en vuestra vida. No somos del parecer de aquel famoso historiador, no católico, que escribió en su célebre obra sobre Roma que “la masa (de los romanos) no comprendió a tiempo la doctrina de Cristo” (Gregorovius, cfr. Grisar, 1, 58, núm. 1).

Vosotros la habéis comprendido, y la comprenderéis mejor, si queréis escuchar lo que os enseña Roma y su Obispo, que es el vuestro . Y lo mismo les decimos a los nuevos romanos, a todos aquellos que la capital del país llama a Roma, a los políticos, a los empresarios, a los funcionarios y a los que trabajan en oficios burocráticos, a los turistas y a los estudiosos; pero de una manera especial a los inmigrados y trabajadores que habitan en los barrios obreros y en la periferia de la ciudad. Os acogemos, os saludamos, os apreciamos, como nuevos conciudadanos y como nuevos hermanos. No os tenéis que sentir forasteros en Roma, no tenéis que permanecer extraños a la vida, y mucho menos al espíritu de la ciudad. Os queremos conocer. Os ayudaremos.

¿Sabéis, hijos todos de Roma, cuál es el método principal con que pensamos acercarnos e introducirnos en el círculo ideal y activo de la vida católica romana? La parroquia. Sí, la antigua y familiar institución religiosa y pastoral que todos conocemos. La parroquia tiene que reuniros a todos, ayudaros a todos, uniros a todos en la oración y en la caridad. Nuestra gran aspiración es dar a todas las parroquias de Roma una nueva vitalidad: comenzando por la conciencia que todos hemos de tener de este gran centro de unidad, de amistad, de culto y de formación cristiana. Estaremos agradecidos a todos cuantos nos ayuden a dar honor, eficacia, plenitud de organización y caridad a todas las parroquias.

Terminamos nuestro discurso con el saludo a nuestros párrocos, tanto a los del clero diocesano como a los religiosos, a los coadjutores, a las asociaciones católicas. Hijos queridos, estamos con vosotros. Pensamos, con la ayuda del Señor, haceros algunas visitas para alentar vuestras fatigas y para daros también un sentido más profundo y consolador de la comunidad espiritual a la que respectivamente pertenecéis. Trabajamos juntos, “in nomine Domini”. Es preciso que vitalicemos las parroquias para dar, como ardientemente deseamos, una nueva vida a Roma, a nuestra Roma.

Escuche ella, ahora, en su noble idioma nuestras palabras finales.

(El Papa concluye su discurso en latín)

Antes de terminar nuestro discurso, nos sentimos obligados a cumplir una grata tarea. Te saludamos, Roma, sede de nuestro honor, con espíritu agradecido y emocionado ¿Cómo exaltar tus glorias? No sabemos si eres más digna de amor o de admiración, pues eres muy digna de las dos cosas. Te saludamos ínclita en glorias y recuerdos, ciudad eterna, sagrada, y para manifestar nuestros sentimientos de admiración, permítasenos usar las palabras, de aquellos que en la Edad Media dirigiéndose en peregrinación hacia Roma, al contemplar sus muros y pináculos, exclamaban:

Roma noble, señora del orbe,
que destacas entre todos los pueblos,
roja con la sangre púrpura de tus mártires;
blanca con la pureza de los lirios de tus vírgenes;
por todo te saludamos,
te bendecimos, salve, por los siglos.

Al considerar contigo tu excelencia, ¡qué obligado es sentir egregiamente de ti y siendo reina, te adornes, con el atuendo de la dignidad cristiana. Es preciso, que fundada como estás en la misma solidez de la piedra apostólica, te distingas por tus méritos de piedad, justicia, por tu humanidad y tus eximios ejemplos. Que sean tu principal ornato el culto de la equidad y de la rectitud, una fe inquebrantable, una caridad solícita por las necesidades ajenas, el brillo y la modestia en la pureza, de forma que los forasteros, que vienen a ti para contemplarte, encuentren justificadas las alabanzas que se te tributan, y descubran en tu seno abundantes ejemplos que imitar. Reconoce, pues, tu dignidad; que la apatía, mala consejera, y la ciega impiedad se alejen de tus muros.

Nos, por nuestro oficio de pastor tuyo y de la Iglesia universal, pondremos todo el ardor de nuestras fuerzas, sin reparar en fatigas, en mirar siempre por tu mayor bien espiritual. No hemos dudado, ni dudamos, a pesar de nuestra pequeñez, emprender tan urgente labor: “El que da la carga, también ayuda a sobrellevarla, y para que no sucumba el débil ante la magnitud de la gracia, el que nos confirió la dignidad, nos dará el valor” (San León Magno, sermón II, con motivo de su ordenación. Migne, P. L., 54, 143).

Que Cristo, Salvador del género humano, cabeza y fundador de la Iglesia, a cuyo honor está consagrado este templo máximo del orbe católico, derrame sobre ti la abundancia de sus gracias; que te proteja con su auxilio, que te ilumine más y más con la radiante luz de la verdad, Él, Cristo, para que siempre seas la Jerusalén de quien se ha dicho por boca profética: “Despierta y engalánate, Jerusalén, pues viene la luz, y la gloria del Señor ha nacido de ti” (Is 60, 1).

Que la Virgen María, Madre de Dios, Salud del Pueblo Romano, pilar inamovible e inconcuso, vuelva los ojos hacia ti. Que siempre te defiendan y te hagan prosperar con su patrocinio los santos apóstoles Pedro y Pablo; y ambos, San Juan, con cuyo doble honor resplandece esta basílica, le presten su ayuda fecunda; los bienaventurados del cielo, cuyas reliquias veneradas aquí descansan, y todos los que han sido inscritos en el número de los santos, por ti engendrados o nutridos, te asistan con su benigna tutela y te lancen hacia las cumbres de la virtud, para que seas morada de la religión y de la paz, ciudad santa de perfecto decoro.

Testimoniándolo con fervientes votos y elevando las manos al cielo, bendecimos con acendrada caridad a esta honorable corona de obispos y de sacerdotes, a todos los que desempeñan en Roma un cargo sagrado o civil, a todos los grupos o clases del pueblo cristiano, en especial a los enfermos, a los que sufren y a los niños, a toda nuestra grey, a la cual, más que presidir, queremos serle útil. Que contéis y siempre permanezca en vosotros la bendición, la esperanza, el gozo del Espíritu Santo, la protección divina y la felicidad. Amén.

SANTA MISA PARA LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE MILÁN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Basílica Vaticana
Dominica in Albis 5 de abril de 1964

Queridísimos hijos e hijas:

Esta celebración de la santa misa en la Basílica de San Pedro Nos pone en contacto —¡ no puramente local!, sino cordial y espiritual— con esta multitud numerosa y compleja, que rodea nuestro altar, y que queremos saludar, sin interrumpir la acción del culto, que estamos realizando, alimentándola con pensamientos y sentimientos, que la hagan más consciente, más singular, más comunitaria, más viva. Y no lo podemos conseguir sin introducir este breve diálogo con vosotros, fieles que asistís a esta santa misa de la Dominica in Albis, ante todo porque vuestra presencia ha motivado nuestra actual celebración. Para vosotros, queridos hijos e hijas, hemos subido sobre la tumba del Apóstol Pedro para ofrecer el divino sacrificio, y con vosotros y para vosotros pretendemos celebrarlo.

Para todos vosotros, sea cual sea el país del que procedáis, o el grupo al que pertenezcáis; todos y cada uno sois objeto de nuestro afecto, que a todos y cada uno asocia a este sagrado rito; acogemos en nuestra oración a cada una de las personas y a toda la asamblea, gozoso como puede estarlo el Padre común, el Pastor universal, el Sumo Pontífice, de ser vuestra voz ante Dios y ser su voz para todos vosotros, mientras “in persona Christi” somos ahora el puente de todas vuestras oraciones que suben y de toda la gracia divina que desciende.

Pero, entre todos, debemos nombrar, como a la cabeza de los nombres litúrgicos de nuestro “memento”, aquellos que no sólo han ocasionado este encuentro espiritual, sino que son su razón intencional; nos referimos a los estudiantes de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, tanto de Milán, como de Piacenza, de Castelnuovo Fogliani, de Bérgamo y de Roma, con su rector magnífico el profesor Francisco Vito, el Consejo de profesores, asesores y encargados, con los directores espirituales, los administradores, los miembros de las diversas oficinas, y, finalmente, con el Consejo permanente del Instituto de Estudios Superiores José Toniolo, que es fuente nutricia e inspiradora de la Universidad misma. La presencia de monseñor Juan Colombo, arzobispo de Milán, y de monseñor Carlos Colombo, electo obispo titular y presidente del Instituto Toniolo, habla de cómo la Iglesia en su jerarquía demuestra su predilección por este gran organismo de estudios y de formación pedagógica y científica.

Carísimo y espléndido complejo de personas y de obras, de vida y de pensamiento, de estudio y de acción, grande y poderoso edificio académico erigido por la formidable energía, por la apostólica caridad, por la ilustre sabiduría del siempre llorado padre Agustín Gemelli y por sus extraordinarios colaboradores; sabemos que le debemos por muchos títulos nuestra más devota y afectuosa acogida, y que les somos acreedores, aquí, en la acción sagrada que sublima el misterioso comercio con Dios, mediante la inefable renovación del sacrificio eucarístico, de pensamientos, sentimientos y augurios, que expresen nuestro apasionado interés, nuestros votos por su estabilidad y prosperidad; pues no olvidamos haber siempre alimentado un amor particular por la institución universitaria, por sí misma, por lo que es y por lo que representa en la expresión del espíritu humano y en la funcionalidad moral de la sociedad civil; y recordamos muy bien el mérito que siempre hemos reconocido, y que tiene, una escuela universitaria, que se honra y enorgullece del calificativo de “católica”; y siempre llevamos grabado en nuestro espíritu, como sí todavía perdurara la causa, el recuerdo de haber estado Nos mismo unidos por vínculos honoríficos y de responsabilidad a la gloriosa Universidad Católica; mas aún diremos que el oficio pontifical, ahora a Nos confiado, de maestro y pastor de toda la Iglesia de Cristo, nos obliga y nos dispone aún más a reconocer, a proteger, a admirar, a amar en este nuestro joven y floreciente Ateneo, un testimonio, una esperanza, una fuerza del catolicismo italiano moderno.

Sabemos, además, que este encuentro de la Universidad Católica con nuestra humilde, pero amistosa persona, no es casual, sino querido y preparado con meditado propósito; por ello el encuentro quiere ser —no diremos, en esta sede, oficial— sino intencional, cordial, lleno de altos pensamientos y de buenas promesas. Y como tal lo acogemos y lo bendecimos, Queremos, en cuanto es posible dentro del ámbito y la forma de este rito, confirmar las relaciones espirituales que han unido, desde el comienzo, a la Universidad Católica del Sagrado Corazón con la Sede Apostólica, un Papa de origen y de temple milanés, Pío XI, de feliz memoria, fue su sabio y vigoroso Patrono desde el comienzo; su actual, inferior e indigno, pera auténtico sucesor, en la cátedra de San Ambrosio primero, y ahora en la de Pedro, renueva al predilecto Ateneo su estima, su confianza y su protección; y al mismo tiempo agradece y valora la fidelidad sincera y filial, que esta presencia de la Universidad Católica tan patente y piadosamente nos manifiesta.

Y estamos gozosos de que el pasaje evangélico de la liturgia de hoy nos lleve al corazón de la problemática que nace de tales relaciones con natural espontaneidad, la problemática precisamente de las relaciones entre los dos magisterios, el eclesiástico y el profano, fundado aquél sobre el pensamiento divino y éste sobre el pensamiento humano, aquél procedente de la fe y éste de la razón, Antiguo problema que la Universidad Católica resuelve no ya con la confirmación de la legitimidad de uno con exclusivo provecho del otro, es decir, confirmando que puede existir una autoridad doctrinal extrínseca, y superior, a la que procede de las solas fuerzas de la mente humana; antiguo problema que la Universidad Católica resuelve negando que entre las dos verdades, de la fe y de la ciencia, haya una objetiva e insalvable oposición (así rezaba la sentencia grabada sobre las vidrieras del aula magna de la primera sede de la Universidad Católica, en la Vía Santa Agnese en Milán); antiguo problema que la Universidad Católica resuelve no ya separando un pensamiento del otro, el puramente religioso del estrictamente racional, como dos momentos irreductibles e incomunicables del espíritu, como extranjeros que hablasen lenguajes distintos, sino descubriendo y desarrollando las respectivas competencias y las mutuas interferencias; antiguo problema, decíamos, que la Universidad Católica resuelve con siempre nuevas experiencias y testimonios de la profunda y mutua correspondencia subjetiva de esas dos verdades, diversamente cognoscibles, pero secretamente complementarias e inagotablemente destinadas a producir choques e inquietudes iniciales, si queréis, pero luego a un diálogo que vigorosamente estimula el movimiento interior dialéctico del pensamiento y la confianza en la progresiva cognoscibilidad exterior de las cosas.

Este dualismo siempre es característico de una alta escuela católica, aunque de suyo el conocimiento de la palabra divina no esté condicionado a la ciencia de las disciplinas humanas, y aunque estas testimonien su racional validez sin llamarse religiosas o católicas.

Pero la presencia de este dualismo, es decir, de las dos fuentes diferentes de la sabiduría humana, estará siempre presente a quien acepta como verdadera la revelación cristiana y reconoce como cierta la conclusión lógica de la investigación científica; y asumirá, en los ciclos de la cultura, expresiones diversas, siempre vivas, siempre dramáticas, siempre fecundas para quien es maestro y para quien es alumno de una Universidad Católica.

Será también para vosotros, maestros y alumnos del Ateneo del Sagrado Corazón vuestro problema, vuestro tormento, vuestro cimiento, vuestro consuelo, y como dice la epístola de hoy, vuestra victoria: “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Jn 5, 4).

Podéis suponer que son muchas las cosas que os podríamos decir a este respecto, muchos los consejos, muchas las directrices, muchos los preceptos. Nuestro oficio, por un lado, pondría en nuestros labios muchas didascalias muy autorizadas y muy sabias; la inquieta y enrarecida atmósfera de muchas zonas de la cultura, por otro lado, nos invitaría a aprovechar la ocasión para decir a oyentes tan selectos, como vosotros, algunas buenas y saludables palabras. Pero renunciamos con la seguridad de que ya estáis óptimamente provistos. Renunciamos por el placer de confiaros como recuerdo de esta hora feliz, unas palabras de Cristo, que quisiéramos que no sólo las recordarais, sino que las pensarais, las experimentarais, y Dios lo quiera, las gozarais y las anunciarais luego corno testimonio, cuya difusión ya hemos augurado en el mensaje pascual. Unas palabras, que Cristo pronunció precisamente al final de la magnífica escena narrada por el Evangelio, que acabamos de leer, el Evangelio de Tomás, el incrédulo, el desconfiado, el positivista, el prototipo de quienes quieren reducir a experiencia sensible el mensaje de las verdades evangélicas.

Cristo dijo, pues... “Bienaventurados… aquellos que creyeron” (Jn 20, 29). Una nueva, una última bienaventuranza del Evangelio, la de la fe. Bienaventurados quienes tengan fe en Cristo, sin haberlo visto, sin haberlo tocado; sino por haber aceptado como verdadera, como real, como iluminante, como salvadora su palabra.

No añadiremos ningún comentario. Pero permitid que os supliquemos que escuchéis, que aceptéis, que experimentéis estas palabras de Cristo, la fe es una bienaventuranza. No es una engañosa ilusión, ni una ficción mítica, ni un consuelo subrepticio; sino una auténtica felicidad. La felicidad de la verdad (¿hay algún candidato más destacado que vosotros a gozarla?), la felicidad de la plenitud, la felicidad de la vida divina, factible a una maravillosa participación humana.

No mortificación del pensamiento, ni obstáculo a la investigación científica, ni peso inútil para la gracilidad del estilo espiritual moderno; sino luz, voz, descubrimiento, que engrandece el alma, y hace comprensible la vida y el mundo; felicidad del saber supremo; y una vez más, felicidad de conocer la verdad. La voz que debería seros conocida y familiar, como la de un maestro o colega siempre actual, la voz de San Agustín, expresa la conclusión, síntesis de un largo pensar: la felicidad no es otra cosa que la alegría de la verdad: “Beata vita, quae non est nisi gaudium de veritate” (Conf. X, 23 PI, 32, 794).

Esto, ya se sabe, es una meta; pero señala un camino, el de la vida espiritual propia de una sede del pensamiento filosófico y de la investigación científica a nivel universitario; y es el sendero áspero y florido de las almas vivas dedicadas y abiertas a las más embriagadoras experiencias de nuestra religión, aquellas, que al decir de San Pablo, la hacen “capaces de comprender, con todos los santos, la amplitud, la altura y la profundidad, y comprender este amor de Cristo, que sobrepasa toda ciencia, para que estéis colmados de toda la plenitud de Dios” (Ef 3, 18-19), aquellas que ciertamente muchos de vosotros que nos escucháis, van misteriosa y dulcemente explorando en las silenciosas visitas de la capilla de la Universidad, su centro, su hogar; aquellas que han merecido y prefijado a la Universidad misma el apelativo de Universidad Católica del Sagrado Corazón.

Camino que conocéis, pues fiel y fervorosamente lo recorréis; camino flanqueado por las tumbas del beato Contardo Ferrini, de Agustín Gemelli, de Luis Necchi, de Francisco Olgiati, de Pedro Panighi, de Armida Barelli, con una sola y elocuente inscripción, para quienes, como vosotros, la saben leer: ¡Continuad!

Este es el camino al que os exhortan nuestras palabras y en el que os acompaña nuestra bendición apostólica.

Saludo a los peregrinos de diversas naciones.

Nous saluons avec une paternelle affection les pèlerins de langue française présents ici aujourd’hui. Nous souhaitons à tous que leur participation à la sainte Messe du dimanche de Quasimodo leur obtienne la fermeté et la joie de la foi, cette foi que l‘Apôtre Thomas proclama par son invocation au Christ ressuscité: «Mon Seigneur et mon Dieu!», cette foi qui doit illuminer et diriger le chemin de votre vie terrestre vers la vie éternelle. Nous donnerons à tous, à la fin, Notre Bénédiction Apostolique.

We give an affectionate and fatherly greeting to all those present who speak English, and to all We express the hope that their assistance at the Holy Mass of Low Sunday Will obtain for them the strength and the joy of faith, which the Apostle Thomas proclaimed loudly to the Rising Christ: «My Lord and my God», and which should illumine and direct the path of our earthly sojourn towards eternal life.
To all We shall impart, at the close, Our Apostolic Benediction.

Geliebte Stihne und Ttichter!
Unser herzlicher, väterlicher Gruss gilt auch allen deutscher Sprache, die an dieser Audienz teilnehmen.
Euch allen wünschen Wir von Herzen, dass die Teilnahme an dieser heiligen Messfeier am Weissen-Sonntag euch Festigkeit und Freude im Glauben schenke. So wie der heilige Apostel Thomas ausrief, als er den auferstandenen Heiland sah: «Mein Herr und mein Gott», so möge euch dieser Ruf erleuchten und führen durch euer ganzes Erdenleben hin zur ewigen Herrlichkeit.
Mit diesem Wunsche erteilen Wir euch allen aus ganzem Herzen den Apostolischen Segen.

Saludamos ahora con afecto paternal a todas las personas de lengua española presentes en la Basílica. A todas les deseamos que su participación en la santa misa de la Dominica in Albis, obtengan la firmeza y la alegría en la fe, aquella que el Apóstol Tomás proclamó con su invocación a Cristo resucitado: “Señor mío y Dios mío”; aquella que debe iluminar y guiar el camino de nuestra vida terrena hacia la vida eterna. A todos daremos al final nuestra bendición apostólica.

DOMINGO DEL BUEN PASTOR

HOMILIA DE PABLO VI

12 de abril de 1964

El Pontífice Augusto nos invita a detenernos un momento en el Evangelio del día, conocido por todos los presentes: el del Buen Pastor, que da a elementos figurativos sencillos y conocidos el poder de encubrir ideas tan sublimes, verdaderas y profundas como para constituir casi un milagro, una maravilla.

El Evangelio del Buen Pastor: parecería que el mismo Señor nos ofrece una síntesis, una definición, un cuadro que lo incluye todo, Él y nosotros, la historia y la vida y los destinos de la humanidad, Es el cuadro que, con extrema sencillez pero con una verdad que no admite malentendidos, lo coloca a él, Jesucristo, en el centro de la humanidad y traza las relaciones de intercesión entre él y el mundo. Jesús da una maravillosa definición de sí mismo: Yo soy el Buen Pastor.

Brevemente, el Santo Padre se detendrá, con los presentes, en los dos elementos principales que configuran la descripción que el Señor hace de sí mismo y de la humanidad: los dos elementos característicos del pasaje evangélico: uno es el redil, es el rebaño, que significa el pueblo, la humanidad, el mundo, representado precisamente en esta imagen arcadiana y elemental, el rebaño de Cristo.

Siempre que nos reunimos para celebrar una Misa, que tratamos de crear unidad en la oración, la fe, la caridad, en torno a quienes ejercen el ministerio -el sacerdote-, se recompone la imagen evangélica, nos convertimos en el redil de Cristo, con este común pero siempre característica hermosa y singular, que todos se vuelven iguales, todas las diferencias desaparecen, cada uno ocupa un lugar igual al otro, se produce un fenómeno de hermandad.

Quien sabe qué es el mundo y qué son los hombres, no puede -cuando realmente ve algo auténtico en este campo- no sorprenderse y no sentir lo hermoso, profundo que es, cómo se espera que siempre sea así. Y el cristianismo pasa al mundo de la historia realizando este fenómeno de fraternidad todos los domingos, en cada misa, en cada convocatoria de la asamblea cristiana. Nunca habremos considerado suficientemente esta verdad: la alegría de ser hermanos, y con la particularidad de que nadie desaparece, que nadie pierde su característica, sino que fortalece la propia personalidad, está llamado a ser lo que el Señor quiere que sea.

El Santo Padre vuelve entonces su atención a los grupos presentes, la peregrinación de los feligreses de Sant'Ambrogio, que se complace en nombrar, porque son ellos quienes dieron motivo de esa Misa en la Capilla Sixtina y que están acompañados por el Abad. -Provost. De la Basílica Mons.Oldani, quien fue durante muchos años Su Obispo Auxiliar, y que trae, además de su presencia, una hermosa corona de personas muy dignas y queridas que representan esa comunidad, ese admirable complejo de la historia, y de arte que se recuerda con el nombre de Sant'Ambrogio.

Nombre que despierta tantos recuerdos majestuosos, activos, muy agradecidos, en algunos de los cuales el Santo Padre se alegra de vivir con alegría y emoción; si quisiéramos pensar qué es Sant'Ambrogio para Roma y Milán, tendríamos que perder la palabra y el aliento frente a una figura tan grande y su obra admirable en un momento tan importante de la civilización y la historia humana y cristiana.

A continuación, el Pontífice de Agosto saluda al grupo de representantes de la Asociación Nacional "Luigi Luzzatti" entre los Bancos Populares, que este año celebran el centenario de la fundación de la primera institución de crédito popular en Italia, por obra de un famoso economista y estadista: Luigi Luzzatti. Querían dedicarse al buen gobierno de la vida administrativa y económica; con este principio -que el Papa acoge con gran agrado, que le gustaría mucho más exaltado y aplicado- de que la vida económica debe subordinarse al servicio del hombre y no al revés.

Bien, este principio basta para decir que ya estamos en un ambiente, no solo de civilización humana, sino de principios cristianos, respetando el Evangelio, donde se dice que las cosas de este mundo sirven a las cosas superiores de la vida de los hombres. espíritu y que deben ser accesibles para todos, especialmente para aquellos que más lo necesitan.

Por ello, el Pontífice Augusto expresa su complacencia y desea, feliz de dar con su autoridad, un estímulo para que su progreso y su actividad en la vida del país puedan estar siempre a la altura de los ideales superiores que han impulsado este provechoso experimento.

En conclusión, el Santo Padre todavía quiere enfatizar lo hermoso y necesario que es componer el redil de Cristo; cómo todos están llamados a reunirse alrededor del Señor; cómo este problema de unidad, no nivelado y sin forma, merece ser estudiado, promovido, ayudado por nuestras oraciones, esperado por nuestros deseos, servido por ejemplos, precisamente en este clima de Concilio Ecuménico. de nuestra fidelidad, de la obediencia a la Iglesia, de la caridad hacia nuestros hermanos.

El redil, y en el centro Aquel que crea su unidad, el Señor, que se llama a sí mismo el Buen Pastor, aquí hay un tema de preciosa meditación.

Y cabe preguntarse por qué la Iglesia nos llama a esta consideración dos semanas después de la Pascua, después de que Jesús haya resucitado y desaparecido del escenario temporal y, aunque todavía esté presente en la tierra, hasta que la Ascensión lo aleje de nuestros ojos. una vida sobrenatural.

Quienes tienen experiencia de la vida humana sienten que el conocimiento de los seres queridos nunca es tan fiel y perfecto y deseado y amado como cuando han desaparecido y son apartados de nuestra conversación; nunca, como entonces, reconocemos sus méritos.

Así con Jesús: aquí se nos presenta el problema del retrato del Redentor, de sus manifestaciones humanas. Bueno, todos sabemos que artistas, eruditos y santos se han medido en este tema. El Evangelio nos dice: búscalo, este retrato, a imagen del buen Pastor y encontrarás en él, en una confluencia muy singular, cualidades que parecen contrastadas.

Jesús, en efecto, reconcilia en sí mismo virtudes que parecen imposibles de coexistir en una misma persona: encontramos en él una majestad, una gravedad, una magnanimidad indescriptibles, un heroísmo vivido; ya la vez una dulzura, una humildad incomparable. Aquí está la bondad fuerte y grande que resplandece en la figura mansa y valiente de Jesús, que dice: en ella se reconoce al Buen Pastor, que sabe dar la vida por su propio rebaño.

El Santo Padre perfila la admirable figura del Redentor, tan elevada y al mismo tiempo tan humana y accesible; Es tan cercano, tan nuestro, tan hecho para nosotros, comprensible tanto para el niño como para el místico, para el gran científico como para el hombre común.

Debemos recoger esta representación del Señor que nos da el Evangelio y encerrarla en nuestras almas; los Evangelios de los domingos siguientes nos darán la alegría de volver a ver a Jesús, de escuchar su voz, la comunión de su presencia.

Escuchar su voz es el sello de las ovejas fieles; quien tiene fe en él entra verdaderamente en comunión con él, y casi sin darse cuenta pasa a formar parte de su redil.

SANTA MISA PARA LOS MONAGUILLOS DE ROMA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Sábado 25 de abril de 1964

Debemos una mención especial al grupo principal de esta gran audiencia, que la caracteriza y que ha motivado la celebración de esta santa misa; es el grupo de los monaguillos de Roma. Queridos niños de nuestro pequeño clero romano, a vosotros nos dirigimos ahora; a vosotros os expresamos nuestro afectuoso saludo.

¡Bravos monaguillos! Ante todo os diremos que nos sentimos dichosos de teneros a nuestra vera; y gozamos al ver que sois tan numerosos. ¿Cuántos sois? En otro tiempo erais pocos; y ahora formáis una hermosa escuadra que sólo al verla infunde alegría en el corazón; también sabemos que venís de todas las partes de la ciudad; representáis, se puede decir, otras tantas parroquias o instituciones, escuelas, oratorios, asociaciones, coros, capítulos. Es una maravilla.

Nos traéis el mejor consuelo para nuestro corazón de obispo de Roma, al demostrarnos con vuestra misma presencia la vitalidad religiosa y pastoral de nuestras parroquias y de nuestras comunidades; una vitalidad fresca como la de un campo en primavera; una vitalidad selecta como la de un jardín florido; una vitalidad inteligente y vivaz, dirigida por atenciones sabias y pacientes. ¡Muy bien! Hemos de decir «bravo» no sólo a vosotros, sino también a todas las personas que se ocupan de esta formación especializada, empezando por vuestras mamás y vuestros papás, que os dejan ir, o mejor, ofrecen vuestro servicio al pequeño clero; queremos saludar desde aquí a vuestros padres y manifestarles nuestra complacencia y nuestro agrado.

Queridos hijos, ¿seréis capaces, al volver a vuestras casas, de llevar nuestro agradecimiento y nuestro saludo a vuestras familias? Llevadlo también a vuestros sacerdotes, que os dirigen y os instruyen, y especialmente a vuestros párrocos; decidles que al Papa le gustan mucho los monaguillos y que a todos les recomienda que los quieran mucho.

Y bastará que llevéis a vuestros padres, párrocos, sacerdotes, consiliarios, maestros y delegadas de los niños católicos este mensaje del Papa en vuestro favor, para que todos recuerden en seguida la importancia del pequeño clero. La importancia religiosa, ante todo, para el culto divino; vosotros lo sabéis muy bien y también los mayores, en especial los buenos sacerdotes lo saben muy bien. ¿Cómo realizar una hermosa función religiosa sin vosotros? No es posible; hoy especialmente, cuando hay escasez de sacerdotes, hemos de recurrir al pequeño clero... bullicioso. Pero vosotros no sois, de hecho, bulliciosos, intranquilos y desordenados durante las ceremonias sagradas; sois muy disciplinados si alguno os enseña y os dirige; otras veces alguno de vosotros, veterano y avezado, os dirige perfectamente; y dais a todos ejemplo de cómo ha de ser la actitud en la Iglesia, compuestos, tranquilos, atentos devotos.

Sabéis hacerlo todo, responder en la misa, tocar la campanilla, ser magníficos acólitos, ir en las procesiones y también cantar, que es la cosa más difícil y también más bella, y para vosotros, cuando lo habéis aprendido, la más querida, casi divertida. Sois bravos, decíamos, e importantes. Sin vosotros, ¿qué haría la santa Iglesia para presentarse con honor? Y vosotros lo comprendéis: pos eso os gusta tener cargos de confianza en las funciones sagradas; y si alguna vez disputáis entre vosotros, es para llegar antes que los demás y conseguir algún servicio importante y delicado que realizar. Tenéis conciencia de contribuir a algo serio y sagrado; y así es: dais honor a Dios.

Tanto es así, que el Concilio ecuménico (¿sabéis, verdad, lo que es el Concilio ecuménico?: la reunión de todos los obispos del mundo con el Papa) se ha ocupado de vosotros en la Constitución de la Sagrada Liturgia, ante todo repitiendo muchas veces que es necesaria la participación del pueblo en la oración oficial de la Iglesia; y luego recordándoos a vosotros, ciertamente, en el artículo 29 de la Constitución, declarando que también vosotros, pequeños ministros del altar, ejercéis un verdadero ministerio litúrgico.

Y no es esto todo, pues vuestra presencia en las sagradas ceremonias ofrece otros aspectos dignos de gran consideración. El social y comunitario, por ejemplo; donde estáis vosotros, hijos queridos de nuestras familias cristianas, e hijos de esa familia cristiana que es la Iglesia, en seguida se reconoce la comunidad, se constituye y se vincula; vosotros incitáis a la unión con vuestra inocencia, con vuestra alegría, con vuestra necesidad de amor y de asistencia.

Luego habrá que considerar el aspecto educativo ofrecido por el pequeño clero. Merecería un examen adecuado, que aquí no podemos realizar. Pero es suficiente afirmar que el ejercicio religioso, en el que son educados los niños del pequeño clero, puede tener, y tiene, cuando está bien practicado, una eficacia pedagógica maravillosa. Se injerta en el desarrollo espiritual del niño durante el paso de la infancia a la adolescencia, es decir, en el de la fase puramente pasiva de la educación, a la tan delicada y turbulenta de la formación de los primeros juicios reflejos, de la primera conciencia compleja del primer brote de las pasiones instintivas.

Ante todo desarrolla, con plenitud que no tiene nada de cargante ni de beata, una formación espiritual especial, que hace superar al adolescente los momentos negativos de su conciencia religiosa en desarrollo, momentos negativos que marcan para gran parte de la juventud el ocaso del primer fervor y de la devoción de la primera comunión e insinúan las faltas y las dudas que caracterizarán la crisis religiosa de los años sucesivos de juventud.

Así, pues, el noviciado religioso del pequeño clero, cuando es bien practicado, habitúa al niño a pasar del gesto externo de la piedad a la primera conciencia interior, a experimentar gozo y no disgusto en la asistencia a los sagrados ritos, a comprender con satisfacción el lenguaje, no siempre fácil, de la liturgia; a disipar en la sencillez y franqueza de la profesión de los actos religiosos ante la mirada de los demás ese paralizante respeto humano, que es la debilidad espiritual más común del joven en los años del crecimiento, y a dar al acto religioso toda la importancia que debe tener en la orientación práctica de la vida, es decir, a compaginar debidamente la conciencia religiosa con la moral o intelectual.

 A este respecto, el niño educado en las filas del pequeño clero puede comprender y hacer suya la ciencia superior de la vida, es decir, que la vida es un don de Dios y que está llamada a seguir los designios de Dios, sean cuales sean, con ánimo espléndido, con fidelidad, con amor.

No habremos formado niños mimados y escrupulosos, ni habremos reunido una procesión de minúsculos sacristanes diletantes, ni habremos sustraído a las fuertes y alegres vocaciones de la vida natural, familiar, social, un grupo de niños débiles o enflaquecidos para predestinarlos a artificiosas y amañadas concepciones del bien, o para exponerlos a reacciones de rebelión moral y de náusea espiritual, sino que habremos favorecido en el niño y en el adolescente la apertura pura y luminosa, con la luz de la fe y la ayuda de la gracia, de su mirada sobre el mundo, sobre el gran mundo en el que el cristiano se encuentra, y lo habremos adiestrado, con las artes más exquisitas de la belleza espiritual y más robustas de la sinceridad moral —las artes del culto litúrgico—, en el empleo, en el empeño de su vida al servicio personal y activo de los más altos ideales.

Os decimos esto, queridos niños del pequeño clero —y que nos escuchen también todos los fieles de la basílica y de fuera de ella— para que tengáis una buena opinión de vosotros mismos, para que estéis contentos de llevar vuestras vestiduras sagradas y de participar como pequeños pero activos ministros en las funciones del altar y para que os habituéis a pensar que también mañana, cuando hayáis crecido y no estéis en las filas del pequeño clero, tenéis siempre que amar a la Iglesia, frecuentar las ceremonias religiosas, la santa misa en especial, con inteligencia y decoro, y para que seáis siempre, siempre, fieles a Cristo Nuestro Señor.

Sí, fieles hoy y mañana, aunque os tuviera que costar algún sacrificio y exigiros un poco de coraje. ¿Tenéis vosotros coraje? Hoy sí, y especialmente aquí. Pero ¿mañana?

Grabad este recuerdo, y terminemos.

Hoy se celebra la fiesta de San Marcos. ¿Sabéis quién era San Marcos? Era un niño que vivía con su madre en Jerusalén, de buena familia. El será el que, precisamente aquí en Roma, se dice, escribirá el segundo Evangelio, el Evangelio de San Marcos. Precisamente en este Evangelio cuenta un episodio en el que hay que incluirlo a él también. La noche en que Cristo fue apresado, en el monte de los olivos, entregado por Judas, y abandonado por los discípulos, un muchacho, debía ser San Marcos, se unió al triste cortejo que, a la luz de las antorchas, conducía a Cristo a Jerusalén, donde sería procesado, insultado y condenado, como sabéis. Marcos seguía a Jesús. Quizá le quería mucho.

El hecho es que lo seguía, en aquella hora tremenda, mientras los demás habían huido. Pero sucedió que la tropa que llevaba preso a Jesús se dio cuenta de la presencia del muchacho; y entonces hubo alguno que trató de cogerlo, y lo cogió de hecho, agarrando la sábana con que el joven se había cubierto, que evidentemente se había levantado de la cama tapándose con aquella sábana.

Y sucedió que Marcos, ágil y esbelto, se soltó y escapó, dejó la sábana en las manos de quien le había atrapado y también él huyó en la oscuridad de la noche, él también. ¿Sería, acaso, aquel muchacho animoso al principio y cobarde después, la imagen de algunos niños del pequeño clero, que primero siguen, buenos, muy buenos, a Cristo, pero cuando llega el día de serle fieles con constancia y sacrificio, abandonan la túnica en el camino —y no sólo la exterior— del niño puro, bueno y devoto, alumno del pequeño clero, y se van más lejos y son más cobardes, quizá, que los demás? ¿Seréis así también vosotros? Ciertamente que no, porque sois precisamente niños de una pieza, inteligentes y animosos.

También porque, como sabéis, aquel muchacho, Marcos, más tarde, después de la resurrección del Señor, volvió; más aún: fue uno de los más destacados de la primera comunidad cristiana; acompañó a San Pablo en la primera parte de su primer viaje misionero; luego siguió a San Pedro, y recogió las memorias de San Pedro y escribió, como decíamos, el segundo Evangelio, el Evangelio de San Marcos.

Que este santo evangelista os enseñe a querer bien siempre al Señor; y para ser siempre fieles, recordad: haced siempre como San Marcos, estad en la escuela y a la vera de San Pedro, y seréis también vosotros un poco evangelistas de Jesús (cf. 1 P 5, 13).

CONSAGRACIÓN DE CINCO OBISPOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Domingo 28 de junio de 1964

Señores cardenales,
venerados hermanos y queridos hijos:

Descansemos un momento. Como se detiene para respirar y descansar el viajero que ha llegado con trabajo a una cumbre. Nos podríamos detener aquí largo rato; tal es la amplitud y riqueza que nos ofrece la mirada que podríamos hacer nuestros los deseos de los Apóstoles sobre el Tabor: “…está bien que nos de quedemos aquí” (Mt 17, 4); podríamos reflexionar sobre el acontecimiento que hace poco hemos celebrado sin experimentar saciedad ni cansancio, sino gozo y ansia de comprender y gozar más.

Nos es suficiente ahora un momento para traducir en ideas la experiencia espiritual, única y sublime, de este rito para honrar con un acto plenamente consciente al Señor cuyos misterios tan íntimamente hemos celebrado para escoger entre tanta riqueza de actos y de textos un regalo de gracia y de verdad que nos valga de recuerdo especial con otros muchos no menos preciosos, en los días venideros, para hacer siempre perseverante y actual el beneficio de esta hora bendita.

¿Cuál escogeremos? El Episcopado, del que acaban de ser investidos estos hermanos nuestros presenta algunos aspectos evidentes en los que podemos resumir su inmensa doctrina. Escogemos el primero, la dignidad del obispo. Sabemos que de ordinario la consideración sobre el Episcopado, especialmente hoy, y particularmente en unas circunstancias como éstas, la conmemoración del rito realizado, prefiere atender los demás aspectos del Episcopado, la potestad, por ejemplo, que se le confiere con la consagración; la inserción del consagrado en el cuerpo episcopal; el ministerio y el servicio para el que está deputado el obispo, de sacerdote, de maestro y de pastor, la santidad que debe profesar y de la que debe dar ejemplo.

Nos vamos a detener unos instantes en ese primer aspecto, la dignidad episcopal. Podemos tener alguna noción de ella tratando de responder a una pregunta muy obvia: ¿En qué se han convertido estos nuevos elegidos, estos nuevos consagrados? La pregunta puede formularse también de un modo más sencillo. ¿Qué es un obispo? Qué es, sobre todo, ante Dios, qué es en sí mismo prescindiendo de su función en la Iglesia, función que ciertamente tiene razón de fin de consagración de un obispo; el episcopado no es un honor en sí mismo; es el carácter de un ministerio especial, es decir, una dignidad que acompaña y sostiene un servicio en beneficio de los demás; sabemos muy bien que es una elevación en función del bien de la Iglesia; el episcopado, dirá San Agustín: “Es un puesto de trabajo, no de honor”; y obispo no es el que le gusta presidir, sino el que sirve para dirigir; es decir, no es el que le gusta el honor más que el trabajo, el que desea presidir más que colaborar (De civitate Dei 19,19; P.L. 41, 647); y San Gregorio Magno con San Benito, repetirá: “Es preciso aprovechar más que presidir” (Reg. 64,8).

Si Pero el obispo, antes de ministro del culto, pastor de los fieles, maestro de la comunidad, es un hombre llamado y elegido de entre los demás hombres (cfr. Hb 5, 1), un elegido, un escogido. La gran mayoría de los teólogos modernos nos asegura, y quizás dentro de poco la voz del Concilio Ecuménico lo confirme, que, según la tradición más amplia y antigua, la ordenación episcopal tiene valor de sacramento; es, por tanto, una fuente de gracia, un don divino, una riqueza espiritual, una santificación superior.

 El rito que hemos celebrado, no es, por su celebración solemne, una triple transmisión de poderes litúrgicos, didácticos y jurídicos; es una perfección que se le confiere al alma de todo consagrado; el cual, antes de ser un santificador de los demás, queda él santificado.

Más aún, la obra del Espíritu Santo en el sacramento del Orden, no consiste solamente en la concesión de la gracia a quien lo recibe, sino también en la impresión de un carácter, que asemeja el alma del consagrado al sacerdocio de Cristo, en grado sumo, en verdadera plenitud para el que asciende del Orden sagrado al grado episcopal. Y si por la desventura de la fragilidad humana, puede darse el caso de que pierda la gracia, no se borra, sin embargo, el carácter sacramental; no se aminora la aptitud de hacer las veces de instrumento de Cristo, por ello la validez del ministerio será independiente de la santidad del ministro, pues Cristo tanto ha asociado a sí al ministro mismo, que sustituye en él toda causalidad efectiva. Recordemos a San Agustín una vez más: “Pedro bautiza, pero es Cristo quien bautiza; Pablo bautiza, pero es Cristo quien bautiza; Judas bautiza, pero es Cristo quien bautiza” (cf. In Joa. trac. 6, 1; P.L. 35, 1428).

Pero esta absoluta precedencia de la acción de Cristo en el ministro, que ha recibido el carácter sacramental del Orden sagrado, tiene su esplendor de dignidad, de poder y de misterio; en el hombre consagrado se sobrepone una vestidura representativa que sin duda lo hace “otro Cristo”; él actúa, como enseña Santo Tomás, “En la persona de Cristo, cuyas veces hace... en virtud del poder del orden” (III, 82,7, ad 3).

Estas mismas verdades anunciaba en esta misma basílica nuestro venerado predecesor, de feliz memoria, Juan XXIII, en mayo de 1960, diciendo después de haber consagrado a catorce nuevos obispos: “El humilde sucesor de San Pedro, circundado de presbíteros de la Iglesia, repite, aunque con fórmula diversa, la invocación primitiva; repite el gesto de la transmisión del carácter episcopal y de la gracia” (AAS 1960, 466).

¿No debemos detener nuestra mirada en esta transfiguración del hombre y admirar en el hombre transfigurado la obra de Dios? Si el sacerdote católico no sustituye a Cristo, sino que lo personifica; si no introduce una nueva mediación entre Dios y la humanidad, sino que pone en ejercicio la única mediación, la de Cristo; si no sólo transmite a los demás la santificación, sino que participa del vehículo que la distribuye, ¿no debemos meditar y celebrar la dignidad, la excelencia del hombre invadido de esta forma por el Espíritu Santo? ¿No suplicábamos a Dios, hace un momento, en el instante preciso de la consagración, que santificara a estos elegidos, proporcionándoles los ornamentos de toda glorificación? (Pon. Rom.) ¿No se realizan ante nosotros, en estos nuevos obispos, las palabras de San Pablo referidas precisamente a los ministros del Evangelio: “Todos nosotros, reverberando como espejos la gloria del Señor, nos vamos transfigurando en la misma imagen de gloria en gloria, conforme a como obra el Espíritu del Señor”? (2 Cor 3, 18).

He aquí una palabra que pronunciamos con trabajo, nosotros los modernos, la palabra gloria, referida a seres humanos. La tememos como a un término orgulloso y vanidoso, atribuido a algún héroe, sabio o campeón, para estimular y saciar nuestra inagotable necesidad de referirse al concepto del hombre perfecto, al tipo real del hombre ideal; pues inmediatamente de haber exaltado a la gloria al hombre excepcional, nos damos cuenta de sus limitados alcances, de su miseria, de su vacío, de su máscara; y ya no creemos en el hombre grande, en el hombre glorioso; hasta al santo lo abajamos con frecuencia al nivel de nuestra mediocridad.

Y, sin embargo, la palabra gloria es un término que la Sagrada Escritura nos hace continuamente pronunciar, y no sólo referida a Dios, sino también al hombre, pero no al hombre por sí mismo, sino al hombre sobre el que brilla la luz de Dios. “Signatum es super nos lumen vultus tui, Domine; dedisti laetitiam in corde meo; ha brillado sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro; has llenado de alegría mi corazón” (Ps 4, 7).

Lo diremos para gozar de este acontecimiento como de uno de los más bellos, de los más grandes, de los más benéficos de nuestra vida humana; acontecimiento de gracia y de alegría. ¡Bendigamos al Señor! "Haec est dies quam fecit Dominus”. Este es un día preparado por el Señor.

Lo diremos para reavivar en todos nosotros el concepto del sacerdocio de Cristo, concepto que sólo se puede expresar en términos sublimes, de dignidad y alegría.

Lo diremos finalmente para atribuir a Cristo todos los sentimientos del rito realizado, todos los reflejos que se proyectan sobre el que en la Iglesia asume el titulo y la función episcopal, todas las esperanzas que se le conceden a la Iglesia en la celebración viviente de la sucesión apostólica; recordando una vez más las sublimes y sintéticas palabras de San Pablo: “Son apóstoles de la Iglesia; son gloria de Cristo” (2 Cor 8, 23).

Y esta aclamación la dirigimos ahora a los cinco nuevos obispos que hace un momento hemos consagrado y que Nos sentimos dichosos y honrados de presentar a la comunidad de los fieles y saludarlos como hermanos en el episcopado.

Ojalá los nuevos obispos, que con la sucesión apostólica recogen la gran misión de ser testigos calificados de la fe, maestros santificadores y pastores del pueblo de Dios, edificadores de la Santa Iglesia, puedan ser gloria de Cristo. Os animamos, queridos hermanos en el episcopado, a asumir con humildad, con aliento, con confianza, el peso formidable de la responsabilidad episcopal; sed, hermanos, en vuestras personas consagradas, gloria de Cristo; sed, hermanos, en la misión que os aguarda, gloria de Cristo; es nuestro gozo, nuestro voto, nuestra esperanza; es el gozo, el voto, la esperanza de las personas veneradas y queridas que rodean a los nuevos consagrados; es el gozo, el voto, y la esperanza de la Iglesia de Dios; sed gloria de Cristo.

Proferimos este canto de alabanza y de augurio para ti, querido hermano nuestro Ángel Palmas, destinado a representar a esta Sede Apostólica en el Extremo Oriente, en la remota Indochina, como delegado apostólico, que tu misión consiga la paz y la prosperidad a aquellas magníficas tierras atormentadas, lejanas en el espacio, pero muy cerca en nuestro espíritu y con mucha fecundidad y promesas abiertas a la gloria de Cristo.

Para tí, repetimos, la aclamación bíblica, querido y venerado hermano Ernesto Carmagni, canciller de los Breves Apostólicos, nuestro fiel colaborador durante largos años, para que tu servicio en la sección tercera de nuestra Secretaría de Estado y las ocupaciones de tu apostolado puedan dar frutos, a gloria de Cristo, también en el sector de las confraternidades romanas.

Lo dirigiremos a ti, Juan Fallani, que presidiendo los órganos tutores y promotores del arte sagrado en Italia, podrás proporcionar nueva gloria a Cristo dirigiéndole tus propósitos y tus esfuerzos que en el decoro de la belleza y de las virtudes artísticas pueden celebrarla.

Luego lo dirigiremos a ti, Juan Willebrands, querido hermano que buscas a los hermanos todavía separados de Nos, pero a Nos unidos en la esperanza, para que sea a gloria de Cristo y gozo de toda la Iglesia, tu ministerio, dedicado a allanar los caminos para la ansiada reconciliación.

Y finalmente al venerado e ilustre abad Pedro Salmon le expresaremos nuestro deseo de que la dignidad episcopal que se le ha conferido, brille para gloria de Cristo en el cenáculo de su comunidad, en el laboratorio de la revisión de la Vulgata, a la que tantos años ha dedicado asiduos y sabios esfuerzos, en el más extenso perímetro de toda la familia monástica benedictina.

Y con estas nuevos hermanos en la dignidad y en el oficio episcopal, con vosotros, hijos y fieles, que con ellos y con Nos compartís el gozo de este momento feliz “A Dios, único y sabio, por medio de Cristo, sea la gloria por los siglos de los siglos”. Así sea.

CONSAGRACIÓN DE LA IGLESIA DE LA ABADÍA DE MONTECASINO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Festividad del Arcángel San Rafael
Sábado 24 de octubre de 1964

Señores cardenales, venerados hermanos arzobispos y obispos, reverendo abad de este celebérrimo monasterio, ilustres señores investidos de autoridad civil o militar, y vosotros, sacerdotes, monjes y religiosos aquí presentes, estudiantes, huéspedes de esta casa, fieles peregrinos, todos llegados para este acto: ¡Qué saludo dirigiros sino el acostumbrado en la piedad cristiana, el que aquí parece tener su expresión más verdadera y familiar: «Paz a esta casa y a todos los que en ella habitan»!

Aquí encontramos la paz, deseado tesoro, en su más segura custodia; aquí traemos la paz, como el mejor regalo de nuestro ministerio apostólico, que, dispensador de los misterios divinos, ofrece con amorosa prodigalidad, efusión de Vida, la gracia, fuente principal de paz y alegría. Aquí celebramos la paz, como luz que ha resucitado, tras el torbellino de la guerra, que había extinguido su llama piadosa y benéfica.

Paz a vosotros, hijos de San Benito, que hacéis de esa palabra tan elevada y delicada el emblema de vuestros monasterios, la escribís sobre las paredes de vuestras celdas y a lo largo de los muros de vuestros claustros, y, sobre todo, la imprimís como ley suave y recia en vuestro espíritu y la dejáis transpirar como sublime estilo espiritual en la elegante gravedad de vuestros gestos y de vuestras personas.

Paz a vosotros, alumnos de esta escuela del servicio divino y de sincera sabiduría, que aquí respiráis la paz como atmósfera propicia a todos los buenos pensamientos y deseos, y experimentáis algo que resume todas las pedagogías, que la paz de Cristo es principio y fin de toda plenitud humana, reflejo del pensamiento de Dios sobre nuestras cosas.

Paz a vosotros, señores de la ciudad terrena, que tenéis la intuición y el coraje —virtudes necesarias para subir hasta aquí arriba— de buscar en esta casa, como en una secreta y refrescante fuente, esa fuerza espiritual que cuanto más ajena a vuestros quehaceres temporales tanto más necesaria para ellos se demuestra, la virtud moral, la esperanza que los trasciende y los libera de su trágica vanidad, la bondad, en la que quisieran desenvolverse todos los esfuerzos humanos y cuya síntesis mejor se encuentra en el salmodiado diálogo con Dios.

Y paz a vosotros, hermanos de la Santa Iglesia, que al venir hoy con Nos a esta sagrada montaña, sentís el alma penetrada por un cortejo de recuerdos antiguos, por tradiciones seculares, testimonios de la cultura y del arte, figuras de pastores, de abades, de reyes y de santos; escucháis, como torrente aplacado, en río majestuoso por una voz encantadora y misteriosa, la historia que pasa, la civilización que se engendra y se desarrolla, la cristiandad que trabaja y se afianza; aquí escucháis el vivo latido de la Iglesia católica. Tal vez la memoria haga pronunciar a vuestras mentes las palabras que Bossuet dirigía a un gran benedictino, Mabillon: «Encuentro en la historia de vuestra santa Orden lo más hermoso que hay en la de la Iglesia» (Obras XI 107).

Pero entre las muchas impresiones que esta casa de paz despierta ahora en nuestras almas, una parece dominar a las demás, es que la virtud engendra la paz. Sucede con frecuencia que, asociando a la idea de paz, la de tranquilidad, la de cesación de hostilidades y su resolución en el orden y armonía, estamos fácilmente inclinados a pensar en la paz como inercia, descanso, sueño, muerte. Y hay toda una psicología, con su respectiva documentación literaria, que acusa a la vida pacífica de inmovilidad y de pereza, de ineptitud y egoísmo, y que enarbola la lucha, la agitación, el desorden y hasta el pecado como fuentes de actividad, de energía y de progreso.

Pero aquí encontramos una paz viva y verdadera; la contemplamos activa y fecunda. Aquí se nos manifiesta en su capacidad, interesante en extremo, de reconstrucción, de renacimiento y regeneración.

Hablan estos muros. La paz los ha hecho resurgir. De la misma forma que ahora nos parece increíble que la guerra haya tenido contra esta abadía, incomparable monumento de religión, cultura., arte y civilización, uno de los gestos más fieros y ciegos de su furor, tampoco nos parece verdad ver hoy resurgido el majestuoso edificio, como si quisiera hacernos creer que nada ha sucedido, que su destrucción fue un sueño y que podemos olvidar la tragedia que la había convertido en un montón de ruinas. Permitidnos, hermanos, llorar de emoción y de gratitud. Por obligaciones de nuestro cargo junto al Papa Pío XII, de venerada memoria, somos testigos documentados de cuanto la Sede Apostólica hizo para ahorrar a esta fortaleza no de las armas, sino del espíritu, el grave ultraje de su destrucción. Aquella voz, suplicante y soberana, inerme defensora de la fe y de la civilización, no fue escuchada. Montecasino fue bombardeado y demolido.

 De esta forma se consumó uno de los episodios más tristes de la guerra. No queremos ahora constituirnos en jueces de quienes fueron responsables. Pero no podemos dejar de deplorar que hombres civilizados se atrevieran a hacer de la tumba de San Benito escenario de despiadada violencia. Y no podemos hoy contener nuestra alegría al ver que las ruinas han desaparecido, que los sagrados muros de esta basílica han resurgido, que la mole austera del antiguo monasterio ha recuperado su figura en el nuevo. ¡Bendigamos al Señor!

La paz ha realizado el prodigio. Los hombres de la paz han sido sus magníficos y solícitos trabajadores. Hemos de aplicarles, en premio a su trabajo, la bienaventuranza que los acredita hijos de Dios: «Bienaventurados los pacíficos, dice Cristo, pues serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

Bienaventurados los artífices de la paz. Queremos expresar nuestro elogio a cuantos han participado en esta gigantesca obra de reconstrucción. Pensamos en el abad de este monasterio, en sus colaboradores, en sus bienhechores; en los técnicos, en los capataces y en los obreros. Es obligado un reconocimiento especial a las autoridades italianas, que han prodigado solicitud y los medios precisos para que la obra de la paz triunfase aquí sobre la obra de la guerra. De esta forma Montecasino se ha convertido en el trofeo de todo el ingente esfuerzo realizado por el pueblo italiano para la reconstrucción de este querido país, terriblemente despedazado de un extremo al otro de su territorio, y rápidamente, por la divina asistencia y en virtud de sus hijos, resucitado, más hermoso y más joven.

De esta forma celebramos la paz. Queremos aquí, simbólicamente, firmar el epílogo de la guerra; Dios quiera de todas las guerras. Queremos aquí convertir las «espadas en picos y las lanzas en hoces» (Is 2,4); es decir, las inmensas energías empleadas por las armas en matar y destruir, en volver a vivificar y a construir; y para llegar a tanto, queremos aquí regenerar en el perdón la hermandad de todos los hombres, abdicar aquí de la mentalidad que con el odio, el orgullo y la envidia prepara la guerra, y sustituirla por el propósito y la esperanza de la concordia y de la colaboración; desposar aquí a la paz cristiana con la libertad y el amor. La antorcha de la fraternidad tenga siempre en Montecasino su luz más piadosa y ardiente...

¿Es que solamente en virtud de su reconstrucción material polariza Montecasino estos votos, en los que parece encerrado el sentido de nuestra historia contemporánea y futura? Ciertamente que no. Es su misión espiritual; que encuentra en el edificio material la sede y el símbolo que para esto lo cualifica, Es su capacidad de atracción e irradiación espiritual, que puebla su soledad de las energías que necesita la paz del mundo.

Y ahora, hermanos e hijos, nuestro discurso quisiera ser una apología del ideal benedictino. Pero suponemos que cuantos nos rodean ya están informados de la sabiduría que anima a la vida benedictina, y que aquellos que la profesan conocen a fondo sus íntimas riquezas, y con ellas nutren sus gentiles y recias virtudes. Nos mismo las hemos hecho objeto de largas reflexiones; pero nos parecería superfluo y casi presuntuoso traducirlas ahora en palabras. Descubran otros el encantador secreto de este género de vida, que todavía vive y florece aquí.

Nos ahora somos portadores de otro testimonio, y no del testimonio sobre la índole de la vida monástica; lo expresamos con un sencillo enunciado: la Iglesia tiene necesidad hoy también de esta forma de vida religiosa; el mundo de hoy también tiene necesidad de ella. Nos abstenemos de aportar las pruebas, que, por lo demás, todos las ven surgir de la sola afirmación nuestra; si la Iglesia y el mundo, por diferentes, pero convergentes, razones necesitan que San Benito viva en la comunidad eclesial y social, y se circunde de su recinto de soledad y silencio y desde allí nos haga escuchar el acento encantador de su pacífica y absorta oración, desde allí nos atraiga y nos llame a sus claustros, para ofrecernos el cuadro de un taller del «servicio divino», de una pequeña sociedad ideal, donde reina como fin el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte de su buen empleo, la prevalencia del espíritu, la paz, en una palabra, el Evangelio. Que San Benito vuelva para ayudarnos a recuperar la vida personal; esa vida personal por la que hoy sentimos codicia y afán, y que el desarrollo de la vida moderna, que despierta en nosotros el deseo exasperado de ser nosotros mismos, sofoca mientras lo despierta, lo desilusiona mientras lo hace consciente.

Esta sed de verdadera vida personal presta actualidad al ideal monástico. Así lo comprendió nuestra sociedad, nuestro país, en otros tiempos muy propicio a la fórmula benedictina de la perfección humana y religiosa y ahora quizá menos fecundo que otros en vocaciones monásticas.

Corría el hombre en los siglos pasados al silencio del claustro, como corrió Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo («in oculis superni Spectatoris habitavit secum», nos recuerda San Gregorio Magno, biógrafo de San Benito), pero entonces esta fuga estaba motivada por la decadencia de la sociedad, por la depresión moral y cultural de un mundo que no ofrecía al espíritu posibilidades de conciencia, de desarrollo, de diálogo; se necesitaba un refugio para reencontrar seguridad, calma, estudio, oración, trabajo, amistad y confianza.

Hoy no es la carencia, sino la exuberancia de la vida social, lo que incita a este mismo refugio. La excitación, el alboroto, la febrilidad, la exterioridad, la multitud amenazan la interioridad del hombre; le falta el silencio con su genuina palabra interior, le falta el orden, la oración, la paz, le falta su propio yo. Para reconquistar el dominio y el gozo espiritual interior necesita restaurarse en el claustro benedictino.

Si el hombre se recupera a sí mismo en la vida monástica se recupera para la Iglesia. El monje tiene un puesto de elección en el Cuerpo místico de Cristo, una función providencial y urgente como nunca. Os lo decimos, pues sabemos y deseamos tener siempre en la noble y santa familia benedictina la custodia fiel y celosa de los tesoros de la tradición católica, la oficina de los estudios eclesiásticos más pacientes y serios, la palestra de las virtudes religiosas, y de una manera especial la escuela y el ejemplo de la oración litúrgica, que nos gusta saber que vosotros, benedictinos de todo el mundo, la tenéis siempre en alto honor, y esperamos que así será siempre, como es propio de vosotros, en sus formas más puras, en su canto sagrado y genuino, y para vuestro oficio divino en su lengua tradicional, el noble latín, y especialmente en su espíritu lírico y místico.

 La reciente Constitución Conciliar «de sacra Liturgia» espera de vosotros una adhesión perfecta y una apología apostólica. Os aguarda una tarea enorme y magnífica; de nuevo la Iglesia os pone sobre el candelabro, para que podáis iluminar a toda la casa de Dios con la luz de la nueva pedagogía religiosa que esta Constitución pretende instaurar en el pueblo cristiano; fieles a las veneradas y auténticas tradiciones, y sensibles a las necesidades religiosas de nuestro tiempo, seréis una vez más beneméritos, por haber introducido en la espiritualidad de la Iglesia la vivificante corriente de vuestro gran maestro.

No diremos nada ahora de la función que el monje, el hombre que se ha reencontrado a sí mismo, puede tener no sólo con relación a la Iglesia —como decíamos—, sino también con respecto al mundo; al mismo mundo que él ha dejado, y al que permanece vinculado en virtud de nuevas relaciones, que su misma lejanía viene a crear en él: oposición, estupor, ejemplo, posible confidencia y diálogo secreto, fraternal complementariedad. Digamos solamente que esta complementariedad existe, y asume una importancia mucho mayor cuanto más grande es la necesidad que el mundo tiene de los valores conservados en el monasterio, y más los tiene no como si se los hubieran arrebatado, sino como si se los conservaran para él, a él se le presentaran y se le ofrecieran.

Vosotros, los benedictinos, lo sabéis por vuestra propia historia especialmente, y el mundo lo sabrá cuando recuerde lo que os debe y lo que todavía puede conseguir de vosotros. El hecho, es tan grande e importante que toca la existencia y consistencia de nuestra antigua y siempre viva sociedad, aunque hoy tan necesitada de extraer linfa nueva de las raíces, donde encontró su vigor y esplendor, las raíces cristianas, que San Benito en tan gran parte le proporcionó y alimentó con su espíritu.

 Es un hecho tan hermoso; que merece recuerdo, culto y confianza. No porque haya que pensar en un Medievo caracterizado por la actividad dominante de la abadía benedictina; hoy a nuestra sociedad le dan un rostro distinto sus centros culturales, industriales, sociales y deportivos, sino por dos capítulos que todavía hacen desear la austera y delicada presencia de San Benito entre nosotros: por la fe que él y su Orden predicaron en la familia de los pueblos, especialmente en la llamada Europa; la fe cristiana, la religión de nuestra civilización, la de la unidad, en la que el gran monje solitario y social nos educó hermanos, y por la que Europa fue la cristiandad. Fe y unidad, ¿qué cosa mejor podemos desear y pedir para todo el mundo, y de manera especial para la selecta y conspicua porción, que, repetimos, se llama Europa? ¿Qué cosa más moderna y más urgente? ¿Y qué cosa más difícil y contrapuesta? ¿Qué cosa más necesaria y más útil para la paz?

Y, precisamente, para que a los hombres de hoy, para los que pueden trabajar y para los que sólo pueden aspirar, les sea intangible y sagrado el ideal de la unidad espiritual de Europa, y no les falte la ayuda de lo alto para realizarlo con prácticas y providenciales ordenanzas, hemos querido proclamar a San Benito, Patrono y protector de Europa.

ORDENACIÓN SACERDOTAL DE 62 DIÁCONOS DE 23 PAÍSES MISIONEROS

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jueves 6 de enero de 1996

Queridos hermanos e hijos:

Es agradable, en este punto del gran rito, detenerse y meditar. El Evangelio que hemos escuchado y el hecho que precedió a su lectura son temas para el pensamiento y para quienes los comprenden, que pueden absorber nuestra atención y fijarla, como en un hechizo, en una consideración, en un contemplación, sin fin. Solo nos mantendremos por breves momentos; pero es bueno comenzar la vida nueva, porque es una vida nueva la que ustedes inauguran aquí: la vida sacerdotal, con esta advertencia: aquí hay algo para reflexionar.hay que entender, aquí hay un estudio interior de duración interminable para nutrirse y saciarse. Esta hora, en cierto sentido, vale todos los que la seguirán; Al recuerdo de esta hora tendrás que volver a comprender la dirección, el valor, la magnitud del estado de vida en el que ahora has entrado.

Intentemos ahora poner algo de orden en nuestras impresiones e ideas.

1. Miremos en primer lugar lo que es más conocido y más obvio para nosotros; veamos el hecho. El hecho está ante nuestros ojos. Se trata de una ordenación sacerdotal, realizada por el Papa, por primera vez en la historia de la Iglesia de esta forma y en esta medida, en la basílica más grande del mundo, sobre la tumba de aquel pescador de Galilea, a quien Jesús cambió. el nombre de Simone en la programática de Pedro, para sesenta y dos jóvenes diáconos, pertenecientes a veintitrés de esos países, que llamamos misión, para indicar la condición especial de principio, esfuerzo, heroísmo, riesgo, inocencia, humildad y caridad evangélica en la que se encuentra la Iglesia; y esta ordenación cumplida, al día siguiente de la clausura del Concilio Ecuménico, como para revelar su espíritu, confirmar sus esperanzas, iniciar su aplicación, prever sus frutos; esta ordenación, digamos, cumplida en la fiesta de la Epifanía, la fiesta maravillosa, que nos hace celebrar la revelación en la historia y en el espíritu humano del Dios invisible e inefable, la luz que ofrece un centro bien definido: Israel ayer según la carne? Israel hoy según el espíritu, ofrecido ya no a una sola nación, sino a todos los pueblos, a toda la humanidad, atraídos por esa luz a la unidad de la fe y la salvación, para formar en Cristo el nuevo Pueblo Mesiánico, el Pueblo de Dios, la santa Iglesia.

Cada circunstancia de este hecho, lo ves, es importante, es singular, es significativa; sube al valor de un símbolo; aparece invadido por ese "espíritu de profecía" propio de la vida de la Iglesia, y que nos autorizaría a referir este acontecimiento a otros acontecimientos memorables y decisivos, como la Epifanía, la llamada de los apóstoles, Pentecostés y ciertos fechas de la historia de la Iglesia. Puedes recordar y pensar; porque aquí todo es digno de ser recordado, todo habla, todo es más rico en significado de lo que podemos entender.

2. Entre todas las circunstancias de esta escena, domina tu ordenación sacerdotal, que acaba de tener lugar. Todos se han convertido en sacerdotes. Queridísimos hijos, hermanos míos (porque este título os lo confirma ahora el sacramento recibido): ¿sois capaces, en este momento de emoción y embriaguez espiritual, de darse cuenta, con una sola mirada espiritual, de lo que ha sucedido? Quizás recordando la frase singular de San Pablo: “Sé capaz de comprender. . . cuál es el ancho y el largo y la altura y la profundidad y comprender este amor de Cristo, que sobrepasa toda ciencia. . . " ( Efesios. 3, 18-19), quizás, digamos, midiendo con el ojo del alma estas misteriosas dimensiones que ahora te rodean, puedas captar brevemente qué ha sucedido, en qué te has convertido, qué proporciones y qué deberes tu vida. Nos parece que cuatro órdenes de nuevas relaciones se centran en cada uno de los suyos.

 Como quien se pone a cargo, al timón de un barco, inmediatamente se da cuenta de que lo rodea un mundo nuevo, nuevas funciones, nuevos deberes, nueva conciencia. Primero ves: la relación con Dios, cómo se ha vuelto completa, directa, calificativa; cada uno de ustedes es elegido para la conversación con Dios, el conocimiento de Dios, el amor y el servicio exclusivo de Dios: Dominus pars; lo sabes muy bien; ahora esto es cierto, esto es real. Cada uno de ustedes es un "hombre de Dios, homo Dei " ( 2 Tim. 3, 17); está en el rayo misterioso de sus rayos penetrantes y santificadores; hasta tal punto que se te comunican poderes divinos. La ordenación, ya sabes, es precisamente la concesión de poderes divinos nuevos, trascendentes, que hacen de tu ministerio el instrumento viviente de la acción sobrenatural de Dios. Hay algo que te encanta. 

Pero aquí hay otra relación que llama tu atención: es la nueva relación que asumes con la Iglesia, con tu Obispo de manera especial; a partir de ahora ya no está disponible para ninguna otra actividad que no sea su servicio; os habéis convertido en colaboradores, corresponsables, ejecutores del ministerio y del magisterio y de la pastoral del Obispo; ¡Te das cuenta de que has renunciado a todo, a tu propia libertad, para estar a las órdenes del Pastor, los intérpretes de la fe! cariñoso, dedicado a su voluntad? Y esta relación se extiende a otra: estás destinado al Pueblo de Dios, y a una doble función, que por sí sola basta para hacer interminable la meditación sobre el sacerdocio: porque, vistiéndote de la persona de Cristo, de alguna manera ejercitarás su misión. de mediador; serán intérpretes de la palabra de Dios, dispensadores de los misterios de Dios (cf.1 Cor . 4, 1; 2 Cor. 6, 4) hacia la gente; y seréis intérpretes de la oración del mismo pueblo, portadores de sus ofrendas, asimilados a sus destinos: de dolor, de pecado, de penitencia, de santidad, ¡con Dios! A través de esta función exaltada y humillada en una función sumamente sagrada, que te hace descubrir otra relación tuya, que resume las otras y las realiza en plenitud: la relación con Cristo; una relación que parece identificar a tu ser humano con él: sacerdos alter Christus . Y es esta relación vital la que penetra en nuestro ser de tal manera que lo llena de gracia, de poderes, de deberes, y nos obliga a hacer de nuestro programa de vida una imitación íntima, progresiva, corroboradora de Cristo.

3. ¡Mis hijos y hermanos! Esta meditación, dijimos, nunca terminaría. Si lo interrumpimos aquí, debemos hacerles la más cordial exhortación a que lo continúen todos los días de su vida y en todas las condiciones en las que se desarrollará. Sea consciente de lo que es; sea ​​consciente de la vocación a la que ha sido llamado; sea ​​consciente de la dignidad y los poderes que lleva consigo; ser consciente del propósito por el cual son ordenados sacerdotes de Cristo; no por ustedes, no por ningún interés humano, sino por la Iglesia de Dios, por la salud de las almas; ser consciente de las dificultades que tendrán que enfrentar su estado y su empresa; sois portadores de la cruz de Cristo; finalmente, sea consciente de las necesidades morales y espirituales del mundo en el que está destinado a vivir; escucha la voz de la historia, la voz de los pueblos, la voz de las almas, la voz de vuestros compatriotas, que no siempre se expresa claramente, pero que parte de su dignidad, de su destino al Evangelio, de su propia indigencia; en definitiva, sé consciente del amor que te ha investido y que debes traspasar en los hombres que encontrarás en tu camino.

He aquí una palabra de Cristo, que ahora hacemos nuestra, os lo dice todo: "Como el Padre me envió, así yo os envío" ( Jo 20, 21). Esta es la misión: ve y lleva a Cristo y su Evangelio por toda la tierra. Vuélvete humilde y fuerte; ahora son sacerdotes, ahora son misioneros.

Ahora daremos Nuestra Bendición al concluir este memorable rito. Con intención lo damos. Se lo damos en primer lugar a su Collegio Urbano de Propaganda Fide, a los Superiores y Maestros que os han preparado para este gran día, a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, al Cardenal Prefecto y a Monseñor Secretario, que vemos aquí presentes, a todos los que están aquí en Roma o en sus respectivas Diócesis o en las Escuelas a las que has asistido te han guiado en tu formación escolar y eclesiástica.

 Una intención particular dirige Nuestra bendición a vuestros obispos: que vuestra ordenación sea un motivo perenne de consuelo para ellos y ayuda para su ministerio. Benditos sean los Hermanos de su sacerdocio de hoy y de mañana; traigan ustedes mismos nuestros saludos de bendición; asimismo a todos los fieles que serán objeto de vuestra pastoral; a todos tus amigos y compatriotas. 

Reservamos una bendición especial para sus respectivas familias, algunos de los cuales vemos representados aquí; ciertamente tienen mérito en tu vocación y en tu educación; están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. 

Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. 

CONSAGRACIÓN EPISCOPAL DE CUATRO SACERDOTES DE LA CURIA

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de San José, Patrón de la Iglesia universal
Sábado 19 de marzo de 1966
  

¡Cardenales!
¡Venerables hermanos! e Hijos amados!

La entrega de la orden episcopal, que ahora hemos completado, tiene lugar en el día dedicado al culto de San José, el humilde, silencioso, fiel y admirable padre putativo de nuestro Señor Jesucristo, el más puro esposo del Beato. Virgen María, protectora de la santa Iglesia, modelo y patrona de los trabajadores cristianos. La luz evangélica de este santo, que más que ningún otro conoció, sirvió y protegió los misterios de la infancia de Cristo y de su inmaculada madre, se proyecta sobre el acontecimiento que celebramos y nos invita a penetrar en su significado. probar su designio divino, derivar la virtud cristiana de él, aceptar sus debidos resultados.

Como la de una lámpara doméstica, que difunde una luz modesta y tranquila, pero providente e íntima, y ​​escapa de la oscuridad de la noche, invitando a una vigilia pensativa y laboriosa, reconforta el tedio del silencio y el miedo a la soledad, vence el peso de cansancio y de sueño, y parece hablar con voz plana y segura del amanecer que vendrá, así la luz de la piadosa figura de San José, nos parece, difunde sus benéficos rayos en la "casa de Dios ", que es la Iglesia; la llena de recuerdos muy humanos e inefables de la llegada a la escena de este mundo de la Palabra de Dios, hecha hombre para nosotros y como nosotros, y vivida bajo la protección, guía y autoridad del pobre artesano de Nazaret; y la ilumina con su incomparable ejemplo, el que caracteriza al santo que es afortunado entre todos por tanta comunión de vida con Jesús y María, es decir, de su servicio a Cristo, de su servicio por amor. 

Este es el secreto de la grandeza de san José, que está muy de acuerdo con su humildad: haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la Encarnación ya la misión redentora que se le une; haber utilizado la autoridad legal, que le pertenecía sobre la sagrada familia, para hacerla un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; habiendo convertido su vocación humana al amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías germinado en su casa, su hijo nominal e hijo de David, pero en realidad el hijo de María e hijo de Dios. Si alguna vez conviene a alguien esta enseñanza evangélica, que hace que la gloria de María, la profetisa del "Magnificat", la del Precursor, aquella, podemos decir de todo santo: "servir por amor", debemos atribuirlo a San José, que se nos aparece revestido de él, como con el perfil que lo define, como con el esplendor que lo glorifica; servir a Cristo era su vida, servirle con la más profunda humildad, con la más completa entrega, sirviéndole con amor y por amor.

Ahora, venerables Hermanos, a quienes acabamos de tener la suerte de asumir el carácter episcopal, y ustedes, Hermanos e Hijos, que los coronan aquí, quizás no sea este mismo uniforme, que siempre ha sido, pero de ahora en adelante, después. el Concilio, más que nunca y sobre todo, ¿a quién le conviene, elegido obispo en la Iglesia de Dios? El episcopado es tan grande que hay varios aspectos con los que se nos presenta: nuestro ojo humano (pero también se puede decir de nuestro ojo cristiano más penetrante) se sorprende enseguida y casi deslumbrado por la luz, queremos decir desde el dignidad, que resplandece en la persona y función del obispo.

Acabas de escuchar las palabras del canto de la consagración y de la forma misma con que se confiere este grado supremo del sacramento del orden: os hemos calificado, o venerables Hermanos recién consagrados, como ornamentis totius glorificationis instructos., vestido con la insignia de la más alta dignidad; y así es para aquellos que son auténticos sucesores de los Apóstoles, que han recibido el sacerdocio de Cristo en la mayor medida comunicable a los hombres, que están inundados por el Espíritu Santo con una gracia santificante especial, que están marcados por un carácter indeleble, para los que son distintos de los demás fieles y de los otros ministros del altar y se clasificó para funciones exclusivas y vitales para la preservación histórica y visible, y para la santificación del cuerpo místico de Cristo, y que como sus legados (cf. 2 Cor 5, 20 ) hablan y operan " in persona CristiComo si su persona divina estuviera vitalmente presente en ellos: no existe mayor dignidad en esta tierra; y se explica cómo la tradición de la Iglesia y la conciencia del pueblo cristiano siempre han atribuido a los obispos tantos signos de veneración y honor.

Tampoco la menos admiración suscita en el creyente otro aspecto de la figura del Obispo, considerado no solo en su ser personal, sino en sus funciones, es decir, en los poderes que le son conferidos y que lo constituyen: él es el testigo. y maestro de la fe, es el apóstol, el misionero, el heraldo de la Palabra de Dios, es el mensajero del Evangelio, es el predicador, el maestro, el profeta en la Iglesia; es el guía, el tutor, el representante, el juez, el jefe del pueblo cristiano; en una palabra, que lo resume todo, él es el Pastor. El obispo es el pastor. Este aspecto casi familiar, tanto coincide con el consagrado al oficio episcopal, y tanto refleja imágenes evangélicas conocidas; pero tiene un aspecto estupendo, como lo que Cristo se atribuyó a sí mismo y afirmó: "Yo soy el Buen Pastor" ( yo. 10, 11), y que principalmente confirió a Pedro; ya todos los Apóstoles, a los "Mayores", como escribe el mismo San Pedro ( 1 Petr . 5, 2) se ha extendido.

Pero hay un tercer aspecto en el Episcopado, que destaca la conciencia de la Iglesia de nuestro tiempo: es la razón última, la razón del Episcopado, la finalidad de su ser y su función: es decir, el servicio de la Iglesia. . El obispo es el servidor por excelencia de la Iglesia. Esto es lo que Cristo mismo define: "No vine para ser servido, sino para servir" ( Mat . 20:28 ); Siervo y ministro San Pablo se llama tantas veces a sí mismo «. . . cum liber essem ex omnibus, omnium me servum feci, ut plures lucrifacerem "( 1 Cor 9, 19 ); y así, entre todos, San Agustín no deja de describir al Obispo: "Debet enim qui praeest populo, prius intellegere se servum esse multorum. . . Talis debet esse bonus episcopus; si talis non erit, episcopus non erit "( Sermo de ord. ep .; Morin, Miscell . Augustinian 1, 563, ss.).

¿Y no es con una acentuación de este concepto que se presenta aquel a quien se reconoce la misión de Obispo universal en la Iglesia de Dios: servus servorum Dei? Por lo tanto, no es de extrañar que los más asiduos y talentosos estudiosos de la teología moderna sobre el episcopado dejen de prestar atención principalmente a este aspecto: "El tema de la jerarquía como esencialmente un servicio recorre toda la tradición cristiana ... Evangelio, la dignidad del apostolado está ligada a la Persona de Jesús y a una misión recibida por él, significa que esta dignidad se da como una tarea y un deber, no formalmente, ni en un principio como un derecho, que pertenecería a el apostolado. . . Es un deber, no un derecho "(Congar, L'Episcopat, pag. 67 y sigs.). Incluso la gracia, conferida al obispo mediante la consagración, es, sí, "un don que lo enriquece interiormente, pero sobre todo para el servicio de los demás" ( Lecuyer , ib. 787).

Después de todo, tú, recién consagrado, después de haber sentido el peso del libro de los Santos Evangelios sobre tus hombros, poco después escuchaste las terribles palabras: « Accipe Evangelium et vade, praedica populo . . . ". ¡Qué mandato, qué deber, qué servicio! Y todos sabéis en qué términos el Concilio Ecuménico, al proclamar los poderes del Obispo, recuerda sus deberes: el episcopado es una responsabilidad, es más, una corresponsabilidad que toma las proporciones del mundo, es una cura, es una oblación de uno mismo., es una deuda, que tiende a agotar todas sus posibilidades de servicio y sacrificio.

¡Hermanos más venerados! ¿Decimos estas cosas para oscurecer la serena y luminosa alegría de este día? ¿O aumentar para desanimar el miedo que ya invade vuestras almas ante el pensamiento de las inmensas obligaciones que a partir de ahora os serán imputadas? ¡No, queridos hermanos " et in passion socii "! esto lo decimos, por la realidad de las cosas, a las que has sido asumido; porque la misma grandeza de los nuevos deberes es el índice de la predilección que, a través de la santa Iglesia, el Señor ha tenido por vosotros: porque vuestro destino al servicio de la Iglesia misma va acompañado de una gracia habilitadora y corroboradora: " Potens est enim Deus, ut augeat vobis gratiam suam"; porque el carisma propio del episcopado es la difusión del Evangelio en el mundo, carisma que exalta y consume, como una llama devoradora; el carisma de la caridad, Palabra y Gracia y gobierno, en el acto de su paso misterioso y humano, de Dios, de Cristo a su ministro, y del ministro a las almas, al Pueblo de Dios: es el carisma del servicio de amor y por amor.

Para que, venerados hermanos, no podamos separar Nuestras felicitaciones por la gracia suprema que os confiere Nuestro fraterno estímulo: es verdad, graves responsabilidades, grandes deberes, muchas dificultades, tal vez incluso dolores y dolores, os aguardan; así es el seguimiento de Cristo; también lo es la vocación de ser sus apóstoles y sus ministros. Pero " nolite timere"; no tengas ante ti la perspectiva de obstáculos y penas propios del oficio episcopal; antes bien, ten delante de ti: los hombres para amar, servir y salvar; ¡el mundo está abierto para ti! Si alguna vez te sorprende la duda, el desengaño, el cansancio en el camino que estás a punto de emprender, deja que el recuerdo de esta hora incomparable te sostenga: hay que servir, servir con amor: las almas, la Iglesia, el mundo, Cristo.

¡Serán colaboradores directos de nosotros, queridos hermanos! ¡Qué consuelo para Nosotros! y qué, nos atrevemos a pensar, ¡consuelo para ti! Dos de vosotros estáis cerca de Nosotros para orientar y ayudar a la Iglesia universal, en esta Santa Sede, que agradó a Cristo encomendarle una misión singular e indispensable . Estos tiempos posconciliares lo hacen quizás más delicado y difícil; las almas, dentro y fuera de la Iglesia, no siempre están bien dispuestas a ella; Los problemas de renovación espiritual y adaptación canónica requieren atención, sabiduría, firmeza que den un carácter nuevo y un tanto extraordinario al gobierno central de la Iglesia, e involucren a quienes, como tú, esperan el examen y la solución de las presentes cuestiones. inminente, a un trabajo muy agotador.

Pero que la caridad del Señor nos sostenga a todos: « Caritas patiens est, benigna est. . . omnia suffert. . . omnia sustinet ". Y quiera Dios que esta caridad animadora de la obra insomne ​​de la Sede Apostólica sea tan verdadera y tan comunicable, que todos Nuestros Hermanos del mundo, mirando a esta misma Sede Apostólica, la edifiquen siempre y puedan experimentar no sólo la unidad, pero también alegría y vigor.

Y los otros dos recién consagrados, ¡aquí están destinados al ministerio pastoral en esta Nuestra Roma del corazón! Nos alegra saber que estás junto a nuestro Cardenal Vicario, designado por él y asociado directamente a su ministerio, pero no menos al nuestro, nuevos y válidos colaboradores.

Ustedes son, y lo probarán, los signos vivos de Nuestra caridad episcopal para Nuestra querida y crecida Diócesis de Roma; de hecho demuestra con su elección y ciertamente con su ministerio, compartido por Monseñor Vicegerente y los demás obispos auxiliares celosos, el esfuerzo pastoral que queremos hacer, para que la ciudad, llena de gente nueva y de nuevos problemas, no carezca de trabajo múltiple. y nuevo que necesita para preservarse, incluso para renovarse como cristiano, y ser un ejemplo para toda la Iglesia, y siempre apto y digno de comprender y sostener la misión universal de la Roma católica, la diócesis del Papa.

Son deseos y deberes; son esperanzas y son oraciones; que Nosotros, sellando la memoria de este momento sublime con la invocación de la Virgen, de San José, de San Juan Bautista y de los Santos Pedro y Pablo, queremos acompañar y casi iluminar con el lema que acabo de mencionar: "servir por amor ”, y confirma con Nuestra Bendición Apostólica.

SAGRADO ORDEN DE LOS SETENTA SACERDOTES 

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 3 de julio de 1966

¡Venerables hermanos!
¡Hijos amados!

Es imposible aislar el momento de la reflexión sobre la palabra del Señor, que la Liturgia concede, de hecho prescribe en este momento de la Santa Misa, de la consideración de las circunstancias en las que se desarrolla este gran rito. No reemplazan ni sofocan la Palabra del Señor, que, después de todo, es la única que merece nuestra atención; de hecho Nos parece que las circunstancias en las que nos encontramos ayudan a pensar y comprender lo que el Señor quiere decirnos hoy; a quienes sepan captar el sentido de las cosas y las horas, expresar algo de su divino discurso, y servir de comentario sobre los misterios que estamos celebrando.

EN EL CENTRO ESTÁN TODOS LOS CAMINOS DEL REINO DE DIOS

La primera circunstancia es la del lugar en el que nos encontramos. Nadie puede escapar del inagotable encanto de la grandeza, la belleza, la sacralidad del edificio que nos acoge; verdaderamente el epígrafe antiguo, que daba una definición de la basílica, en la que nos encontramos, repite en nuestra mente su alabanza: iustitiae sedes, fidei domus, aula pudoris; pero no nos impide la búsqueda espontánea del punto focal de esta deslumbrante visión; e inmediatamente el espíritu se reúne, casi olvidando todo lo demás, alrededor de este altar y busca su secreto: ¿por qué aquí? por qué aquí este monumento; ¿Por qué aquí esta afluencia de piedad religiosa, casi a uno de sus centros más atractivos, más sagrados e inspiradores? 

Aquí está Pedro: el lugar de su martirio y su tumba; aquí está el Príncipe de los Apóstoles, el que tenía las fatídicas promesas de Cristo; no se pueden olvidar: el fundamento, que no cede y no envejece, el fundamento sobre el que descansa todo el edificio que Cristo construye con todo material humano ya través de los siglos, está aquí; aquí las llaves, los poderes del gobierno de la salud, que se cumple en la tierra y se celebra en el cielo. Y estamos aquí, como viajeros a la estela, donde llega todo camino del reino de Dios y de donde parte, como peregrinos dispersos que al llegar la primera vez descubren que son hermanos entre ellos e hijos de esta casa, como alumnos pensativos, que quieren robar al menos una palabra de este silla, para convertirla en una semilla de meditación para toda la vida. No debemos descuidar la advertencia a esta circunstancia, que Nuestra humilde presencia y paternal acogida, como miserables pero verdaderos sucesores de ese célebre Pedro, pueden hacerlo más sugerente, más dulce, más memorable.

"AMÉRICA LATINA, UN NUEVO DÍA ILUMINA TU HISTORIA "

Entonces, la otra circunstancia, que nos obliga a detenernos en el pensamiento más agradecido y asombrado, sois vosotros, queridos hijos, que acabáis de ser investidos con el sacerdocio eterno de Cristo. Ustedes que vienen de los Seminarios de la Obra de Cooperaci ón Sacerdotal Hispano-Americana, del Colegio de Lovaina, de Estados Unidos, de los Colegios Pio-Latino y Pio-Brasiliano de la Ciudad, de diferentes comunidades religiosas; Ustedes que vienen de ese Seminario de Nuestra Señora de Guadalupe, que el corazón magnánimo de Nuestro Venerable Hermano, el Obispo de Verona concibió e implementó, que la concurrencia de esta Sede Apostólica y del Episcopado italiano, con otros meritorios partidarios, promovió y apoyó y que la católica Italia, casi olvidando sus graves necesidades y prodigando con amor sus celosos tesoros, destina a los países hermanos de América Latina. ¡América Latina! aquí está frente a nosotros, ahora mismo.

 Estos nuevos sacerdotes, que están destinados a ella, muchos de los cuales ya le pertenecen, vengan aquí para prepararse y listos para regresar inmediatamente como ministros del Evangelio - nos dan una idea de su inmensidad; los familiares de los recién ordenados nos estimulan a recordar las muchas naciones a las que serán enviados estos nuevos apóstoles; y los representantes oficiales de esas mismas naciones, que quisieron asistir a este solemne rito, nos ofrecen el estupendo cuadro de sus respectivos países. Tanta es la importancia de lo que estamos haciendo, tanto es el sentimiento que llena de emoción y alegría esta ceremonia, que una profecía de amor y esperanza quisiera subir del corazón a los labios: América Latina, esta es tu hora. . Fiel heredera del patrimonio de fe y civilización, que la antigua, no la vieja Europa te entregó el día de tu independencia, y que la Iglesia, madre y maestra, guardianes con un amor que a veces es superior a sus fuerzas realizadoras, ahora un nuevo día ilumina tu historia: la de la vida moderna, con todos sus impetuosos y portentosos problemas; vida no ya pagana profana, no ajena a los destinos espirituales y trascendentes del hombre, sino vida consciente de tu vocación original de componer en una nueva e ingeniosa síntesis lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y el tu propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. con todos sus impetuosos y portentosos problemas; vida no ya pagana profana, no ajena a los destinos espirituales y trascendentes del hombre, sino vida consciente de tu vocación original de componer en una nueva e ingeniosa síntesis lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y el tu propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. con todos sus impetuosos y portentosos problemas; vida no ya pagana profana, no ajena a los destinos espirituales y trascendentes del hombre, sino vida consciente de tu vocación original de componer en una nueva e ingeniosa síntesis lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y el tu propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y la propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana. lo espiritual y lo temporal, el don de los demás y la propia originalidad; la vida no es incierta, no débil, no lenta; pero justo, pero fuerte, pero libre, pero católico: un continente inmenso es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, sabiduría, renovación social, armonía y paz; nuevo testimonio de la civilización cristiana.

CONFIANZA INMENSA EN LOS APÓSTOLES DEL SEÑOR,
LUZ DEL MUNDO

Hermanos e hijos, que nos escuchen: ¿cómo podemos atrevernos a ese lenguaje? Podríamos exponer las razones naturales que nos reconfortan a esto. Conocemos a la gente de esas tierras lo suficiente como para estar llenos de respeto y confianza. 

Ustedes que se predicarán el Evangelio, experimentarán la bondad de esos pueblos y su predisposición a acoger las verdades superiores, las que idealizan la actividad humana y las religiosas que la inspiran, guían y santifican. No digamos más en este momento. Pero en cambio queremos decir una palabra sobre la razón sobrenatural, que nos invita casi a esto: la razón sobrenatural es vuestro sacerdocio, queridos candidatos al sagrado ministerio en América Latina.

De hecho, estamos convencidos de que este sacerdocio (y hablamos de todos los Sacerdotes, especialmente los Obispos, que tienen la plenitud del Sacerdocio), este sacerdocio posee el tesoro de luz y fuerza, que puede dar a esas poblaciones la capacidad de renovación y desarrollo. , de un orden moral y civil, que se espera de ellos. Eres la luz del mundo, te lo diremos con la palabra de Nuestro Señor. Tú eres la sal de la tierra. Tu eres el fermento. Ustedes son los dispensadores de la palabra y de la gracia. 

Ustedes son los pastores y maestros espirituales del pueblo. Eres la amistad, la alegría, la fuerza, la esperanza de las almas. Eres el consuelo, el colega, el apoyo de los que sufren, de los que esperan justicia, de los que necesitan arrepentimiento y resipiscencia. Tú otra vez, los exponentes de ese principio activo dentro de la comunidad de los fieles y de la sociedad circundante, que es la jerarquía, el sacerdocio ministerial, concebido por Cristo al mismo tiempo como servicio y como autoridad; todos dedicados, hasta el sacrificio, por el bien de los demás, y todos transfigurados por carismas y funciones, que sólo se derivan de arriba, y que merecen el respeto y la docilidad de todos.

Tenemos confianza, lo repetimos, una confianza inmensa en que el ministerio sacerdotal es fuente de salvación para el mundo; así ha establecido el Señor; y confiamos que sea, de manera particular, para los queridos países de América Latina. Por eso se hace el esfuerzo del que ustedes, los recién ordenados, son expresión, el esfuerzo de la colaboración pastoral. Quiere honrar al Episcopado y al Clero, que ya trabajan apostólicamente en esas tierras benditas con tanta dedicación; quiere realizar un acto de solidaridad, aumentando el número de sacerdotes allí y ofreciendo el sabor de alguna experiencia eclesial útil a esas buenas y prometedoras comunidades católicas; y quiere mostrar que los votos del Concilio Ecuménico sobre ayuda mutua, que los miembros de la Iglesia Católica deben prestarse entre sí, no son palabras vacías,

EL SACERDOCIO EXIGE Y GENERA JUSTICIA EVANGÉLICA CON SANTIDAD

Y ahora, venerados hermanos y queridos hijos, nuestro pensamiento debe fijarse en el texto del Evangelio, propuesto por la liturgia para nuestra meditación. En aras de la brevedad, sólo argumentaremos arriba una expresión del discurso de Cristo, la primera del pasaje de hoy: «Si tu justicia no es mayor. . . " ( Matt. 5, 20), con lo que sigue. Ustedes conocen esta palabra, tan grave como una amenaza, tan exigente como un desafío, tan penetrante como una vivisección, tan original como un nuevo programa de perfección moral. 

Cristo no se contenta con una justicia puramente formal y exterior. Cristo quiere que seamos buenos con una virtud que nos transforme interiormente y nos eduque continuamente a una extrema sinceridad de corazón y de acción. Si superponemos esta expresión a nuestra vida sacerdotal, ¡qué estímulo, qué tormento hacia la perfección, hacia la santidad!

Pues no nos asustes, pero la severa palabra de Jesús nos anima a hacer de la vida sacerdotal una ecuación progresiva hacia la santidad.

 El sacerdocio demanda y genera santidad. La justicia, que el Señor quiere de nosotros, es la del Evangelio. Todos ustedes ya lo saben. La de la caridad, la gracia, la misericordia divina recibida y dispensada. Para que esto sea, ¡oh! no olvides los máximos valores áureos de tu formación: custodiar y nutrir la vida interior, sobre todo. Silencio, meditación, oración personal; luego el litúrgico y comunitario, que alimenta al primero y lo recibe de él. Entonces, saber mantenerse inmaculado aunque esté inmerso en una conversación pastoral y profana; de ahí el ascetismo simple y viril, que endurece el alma al vigor personal y limpia el espíritu de los hechizos mundanos. Y luego saber entregarse, en la "diaconía", en la búsqueda del bien de los demás con sacrificio; caridad, caridad: ¿no es la caridad el camino de la santidad para el sacerdote destinado al servicio pastoral?

¡Y finalmente Jesús! Jesús conocido; ¿Quién puede decir que lo conocen lo suficiente? Jesús imitó; ¿No es este el estándar más alto y más completo de todos nuestros deberes? Jesús siguió, en obediencia que engrandece a los humildes, donde quiere, como quiere, hasta Getsemaní, hasta el Calvario. Jesús anunció: ¿qué gozo, qué honor, qué mérito mayor que éste? Jesús vivido: Mihi vive Christus est ( Fil . 1, 21): esto es todo, queridos hermanos e hijos.

Es el sacerdocio. Es la mision. Es el misterio. Es esperanza. Ahora puedes dar la bienvenida a la última palabra: ¡ya! predicar, bautizar; Vamos; Cristo te envía; ¡la Iglesia te espera, el mundo está abierto para ti!

XXXI CONGREGACIÓN GENERAL DE LA COMPAÑÍA DOWN JESUS

HOMILIA DE PABLO VI

Capilla Sisitine, 15 de noviembre de 1966

Queríamos teneros concelebrantes y participar del Sacrificio Eucarístico, antes que vosotros, habiendo terminado el trabajo de vuestra Congregación General, retoméis el camino de regreso, cada uno a su propia sede, y desde Roma, centro de la unidad católica, os extendís en en todas las direcciones de la faz de la tierra, para saludarlos, a todos y cada uno, para consolarlos y animarlos, para bendecirlos en sus personas individuales, en toda su Compañía y en las múltiples obras, que para la gloria de Dios Ustedes promueven y sirven en la Santa Iglesia, y renuevan en sus almas, casi en forma sensible y solemne, el sentido del mandato apostólico, que califica y fortalece su misión, como por su bendito Padre Ignacio, un soldado sumamente fiel. de la Iglesia de Cristo, te fue conferido y renovados, en verdad, por el mismo Cristo, de quien indignamente, pero verazmente, aquí en la tierra, aquí en esta Santa Sede, ocupamos el lugar, les fue confirmado y misteriosamente acompañado y magnificado.

ALTA RENOVACIÓN DE MANDATO Y MISIÓN BRILLANTE

Por eso hemos elegido este lugar, sagrado y tremendo por la belleza, por el poder, pero sobre todo por el significado de sus imágenes, y entre todos venerable lugar para la voz de Nuestra más humilde, pero pontificia oración, que se expresa aquí, en ella misma recogiendo no sólo la alabanza y el gemido de Nuestro espíritu, sino los resonantes e inmensos de toda la Iglesia, desde los confines de la tierra, es más, de toda la humanidad, que en Nuestro ministerio tiene a quien lo interpreta al Dios supremo, y de El Altísimo le transmite el oráculo. Hemos elegido este lugar, donde, como sabéis, se buscan y determinan los destinos de la Iglesia, en determinadas horas históricas, que, debemos creer, están dominadas ni siquiera por la voluntad de los hombres, sino por la asistencia arcana y amorosa. del Espíritu Santo. Aquí hoy

Y esta invocación conjunta al Espíritu Santo quiere en cierto modo sellar el gran y angustioso momento que has vivido, sometiendo a todo tu equipo y todas sus actividades a un severo examen, casi concluyente, con motivo del recién celebrado Ecuménico Vaticano II. Concilio, cuatro siglos de tu historia, y casi inaugurando un nuevo período de tu vida religiosa y militante con nueva conciencia y con nuevas intenciones.

CUATRO SIGLOS DE VIDA RELIGIOSA Y MILITANTE

Por tanto, este encuentro, queridos hermanos e hijos, adquiere un significado histórico particular, que os corresponde a vosotros y a nosotros determinar mediante la definición recíproca de la relación que intercede, que debe interceder entre la Compañía de Jesús y la santa Iglesia, de que tenemos, por mandato divino, orientación pastoral y representación sumaria.

¿Qué informe? A ti, a Nosotros la respuesta a la pregunta, que se gemía de la siguiente manera:

1) ¿Ustedes, hijos de Ignacio, soldados de la Compañía de Jesús, quieren seguir siendo hoy, mañana y siempre, lo que han sido desde su fundación hasta el día de hoy para la santa Iglesia católica y para esta Sede apostólica? Esta pregunta nuestra no tendría razón de existir, si no hubieran llegado a Nuestro oído noticias y rumores acerca de su Compañía - y también de otras Familias Religiosas - de las que no podemos ocultar Nuestro asombro y, para algunos de ellos, Nuestro dolor.

Quali strane e sinistre suggestioni fecero mai sorgere in alcuni angoli della vostra amplissima Società il dubbio se essa dovesse continuare ad esistere quale il Santo, che la ideò e la fondò, descrisse in norme sapientissime e fermissime, e quale una secolare tradizione, maturata da attentissima esperienza e collaudata da autorevolissime approvazioni, modellò a gloria di Dio, a difesa della Chiesa, a meraviglia del mondo? Forse invalse in alcune menti anche dei vostri il criterio dell’assoluta storicità delle cose umane, generate dal tempo e dal tempo inesorabilmente divorate, quasi non fosse nel cattolicesimo un carisma di verità permanente e di stabilità invincibile, di cui questa pietra della Sede apostolica è simbolo e fondamento? Forse parve all’ardore apostolico, di cui tutta la Compagnia è animata, che per dare maggiore efficacia alla vostra attività occorreva abdicare a tante venerabili consuetudini spirituali, ascetiche, disciplinari, non più aiuto, ma freno a più libera e più personale espressone del vostro zelo? E allora sembrò che l’austera e virile obbedienza, che ha sempre caratterizzato la vostra Compagnia, che sempre anzi ha reso evangelica, esemplare e formidabile la sua struttura, dovesse essere allentata, come nemica della personalità e ostacolo alla vivacità dell’azione, dimenticando quanto Cristo, la Chiesa, la vostra stessa scuola spirituale hanno magnificamente insegnato circa tale virtù.

Così vi fu forse chi credette non essere più necessario imporre alla propria anima l’«esercizio spirituale», la pratica cioè assidua e intensa dell’orazione, l’umile, ardente disciplina della vita interiore, dell’esame di coscienza, dell’intimo colloquio con Cristo, quasi che l’azione esteriore bastasse a mantenere e illuminato e forte e puro lo spirito, e fosse valida di per sé all’unione con Dio; e quasi che questa ricchezza di arti spirituali solo al monaco si addicesse, e non fosse piuttosto per il soldato di Cristo l’armatura indispensabile. E forse ancora fu di alcuni l’illusione che per diffondere il Vangelo di Cristo fosse necessario far proprie le abitudini del mondo, la sua mentalità, la sua profanità, indulgendo alla valutazione naturalistica del costume moderno, anche in questo caso dimenticando che l’accostamento doveroso e apostolico dell’araldo di Cristo agli uomini, a cui si vuole recare il messaggio di Lui, non può essere una assimilazione tale che faccia perdere al sale il suo bruciante sapore, all’apostolo la sua originale virtù.

PERMANEZCA CONSISTENTE Y FIEL A LAS CONSTITUCIONES FUNDAMENTALES

¡Nubes en el cielo, que las conclusiones de vuestra Congregación han disipado en gran medida! De hecho, con cuánta alegría hemos aprendido que ustedes mismos, fuertes en la rectitud que siempre ha animado su voluntad, tras un amplio y sincero examen de su historia, de su vocación, de su experiencia, han resuelto permanecer coherentes y fieles a las tuyas, Constituciones fundamentales, no abandonando tu tradición que gozó de continua relevancia y vitalidad entre vosotros; y haciendo en su reglamento aquellas modificaciones particulares a las que la "renovatio vitae religiosae" propuesta por el Consejo no sólo le autoriza, sino que le invita; ninguna herida querrías infligir a la sagrada ley que te hace religioso, de hecho jesuitas, sino un remedio para cada desgaste del tiempo y vigor en cada prueba que el tiempo futuro les prepara, para que este resultado se destaque entre los muchos maduros en vuestras laboriosas discusiones, que no solo una verdadera conservación y un incremento positivo son asegurado al cuerpo, pero también al espíritu de su empresa. Y en este sentido te instamos encarecidamente a que, incluso en el futuro, mantengas la primacía de la oración en el programa de tu vida, sin desviarte de las ordenanzas providenciales recibidas: y de donde nunca, si no de la gracia divina, a nosotros como vivos. el agua fluye por los humildes cauces de la oración y de la búsqueda interior de la conversación divina, especialmente la sagrada liturgia, de la que el religioso no encontrará nunca inspiración y energía para su propia santificación sobrenatural; y de donde el apóstol nunca sacará el impulso, la guía, la fuerza, la sabiduría, la perseverancia en su lucha contra el diablo, la carne y el mundo; ¿De dónde el amor de amar las almas para su salvación y de construir la Iglesia junto a los obreros a cargo y responsables de la edificación mística? Disfruten, queridos niños; este es el camino, antiguo y nuevo, de la economía cristiana; Esta es la forma que hace al mismo tiempo el verdadero discípulo religioso de Cristo, Apóstol en su Iglesia, maestro de hermanos, sean fieles o extraños. Disfrutar; Nuestra complacencia, de hecho, Nuestra comunión los consuela y los sigue. ¿la Iglesia? Disfruten, queridos niños; este es el camino, antiguo y nuevo, de la economía cristiana; Esta es la forma que hace al mismo tiempo el verdadero discípulo religioso de Cristo, Apóstol en su Iglesia, maestro de hermanos, sean fieles o extraños. Disfrutar; Nuestra complacencia, de hecho, Nuestra comunión los consuela y los sigue. ¿la Iglesia? Disfruten, queridos niños; este es el camino, antiguo y nuevo, de la economía cristiana; Esta es la forma que hace al mismo tiempo el verdadero discípulo religioso de Cristo, Apóstol en su Iglesia, maestro de hermanos, sean fieles o extraños.  Disfrutar; Nuestra complacencia, de hecho, Nuestra comunión los consuela y los sigue.

Por tanto, debemos acoger vuestras deliberaciones particulares: sobre la formación de vuestros escolásticos, sobre el respeto del Magisterio y la autoridad de la Iglesia, sobre los criterios de perfección religiosa, sobre las normas rectoras de vuestra acción apostólica y de vuestra cooperación pastoral, sobre la correcta interpretación y aplicación positiva de los decretos conciliares, etc., como tantas respuestas a Nuestra pregunta: sí, sí; los Hijos de Ignacio, que se honran con el nombre de jesuitas, ¡siguen siendo fieles a sí mismos ya la Iglesia hoy! ¡Están listos y fuertes! ¡Nuevas armas, dejando las habituales y menos efectivas, están en sus manos, con el mismo espíritu de obediencia, de abnegación, de conquista espiritual

CONFIANZA GRATITUD AFECTO DEL PAPA POR LA COMPAÑÍA DE JESÚS

2) Y ahora surge la otra cuestión para determinar la relación de vuestra Compañía con la Santa Iglesia y de forma sumaria y especial con esta Sede Apostólica; y de tus labios, en cierto modo, deducimos esta segunda pregunta: ¿Quiere la Iglesia, quiere el Sucesor de San Pedro seguir mirando a la Compañía de Jesús como su milicia particular y más fiel? ¿En cuanto a la familia religiosa, que no tanto de esta o aquella virtud evangélica ha hecho su propósito específico, sino más bien de la defensa y promoción de la misma Santa Iglesia y de la misma Sede Apostólica ha hecho un escándalo y cisterna? ¿Sigue confirmada la benevolencia, la confianza, la protección de la que siempre ha gozado? cree la Iglesia, a través de la voz de los que ahora te hablan, que todavía necesita, ¿Aún honra el servicio militante de la Compañía? ¿Sigue siendo válido y adecuado hoy para el inmenso trabajo - y crecido en la extensión y calidad - del apostolado moderno?

He aquí, queridos hijos, Nuestra respuesta: Sí; ¡Nuestra confianza está en ti! Y por tanto Nuestro mandato para la obra apostólica que os ha sido encomendada; Nuestro cariño, nuestra gratitud, nuestra bendición.

Habéis confirmado, en esta solemne e histórica ocasión, vuestra identidad, renovada con nuevas intenciones, con la institución, que en la coyuntura restauradora del Concilio de Trento, se puso al servicio de la santa Iglesia católica; bueno, es fácil para Nosotros, es una alegría repetirles las palabras y los gestos de Nuestros Predecesores, en la situación actual, diferente pero no menos restauradora de la vida de la Iglesia, después del Concilio Ecuménico Vaticano II; y poder asegurarles que mientras su Sociedad esté decidida a buscar su propia excelencia en la sana doctrina y en la santidad de la vida religiosa y se ofrecerá como un instrumento muy válido para la defensa y difusión de la fe católica, este Sede Apostólica, y con ella sin duda toda la Iglesia lo tendrá muy querido. Si sigues siendo lo que eras, ¡nuestra estima y confianza no disminuirá!

¡Y tendrás los del Pueblo de Dios! ¿Qué principio secreto llevó a su Sociedad a tanta difusión y prosperidad, sino su peculiar formación espiritual y su estructura canónica? Si esta formación y esta estructura permanecen iguales a sí mismas, en un florecimiento siempre nuevo de virtudes y obras, la esperanza de vuestro progresivo aumento y de vuestra perenne eficacia en la evangelización y construcción de la sociedad moderna no es falsa. ¿No es su particular ejemplaridad evangélica y religiosa, histórica y organizativa, su mejor disculpa y la nota de crédito más persuasiva para su apostolado?

¿Y no es acaso en esta coherencia espiritual, moral y eclesial en la que se basa nuestra confianza en tu trabajo, incluso en tu colaboración?

ENUNCIACIÓN DE DEFENSA INVITADA TESTIMONIO DE FE

Permítanos decirle al final de este encuentro que esperamos mucho de usted. La Iglesia necesita tu ayuda; y ella está feliz, está orgullosa de recibirlo de niños sinceros y devotos, como tú. La Iglesia acepta la oferta de tu trabajo, incluso de tu vida; y soldados de Cristo, como vosotros, a las arduas y santas batallas de su nombre hoy más que nunca os llama y os encomienda.

¿No ves cuánta defensa necesita la fe hoy? ¿Cuánta adhesión abierta, cuánta enunciación precisa, cuánta predicación asidua, cuánta ilustración sabia, cuánto testimonio amoroso y generoso? Confiamos en ustedes como valientes testigos de la única fe verdadera.

¿Y no ves qué felices yuxtaposiciones, qué delicadas discusiones, qué pacientes explicaciones, qué caritativas aperturas pone el ecumenismo de hoy ante el servidor y apóstol de esta santa Iglesia católica? ¿Quién mejor que tú te dedicará estudios y esfuerzos, para que los Hermanos que todavía están separados de nosotros nos entiendan, nos escuchen y compartan con nosotros la gloria, la alegría, el servicio del misterio de la unidad en Cristo Señor?

¿Y la infusión de principios cristianos en el mundo moderno, como la ahora famosa Constitución pastoral " Gaudium et spes " delineó, quizás no contará con especialistas hábiles, prudentes y fuertes de su parte? Y el culto que fomentan hacia el Sagrado Corazón todavía no será un instrumento muy eficaz para que contribuyan a esa renovación espiritual y moral de este mundo que pidió el Concilio Ecuménico Vaticano II, y para cumplir fructíferamente la misión que se le ha encomendado. ¿Te opones al 'ateísmo?

¿No os dedicaréis con nuevo ardor a la educación de los jóvenes en las escuelas secundarias y universidades, tanto eclesiásticas como civiles, título que siempre ha sido para vosotros de suprema gloria y fuente de abundante mérito?

Ten en cuenta que te han confiado muchas almas jóvenes, que un día podrán prestar preciosos servicios a la Iglesia y a la Compañía, si han recibido una formación completa.

EN EL MUNDO HOSTIL PARA HACERTE POR EL BIEN DE LA INMENSA FAMILIA HUMANA

¡Y las misiones! Las misiones, donde muchos de vuestros cohermanos ya trabajan maravillosamente, sudan y sufren y hacen brillar el nombre de Cristo como el Sol de salvación, quizás no os sean confiadas por esta Sede Apostólica, como un día ya a Francisco Javier, en la certeza ¿De vosotros los mensajeros de la Fe, más confiados, más atrevidos, más llenos de caridad, que vuestra vida interior hace inagotable, consoladora e inefable?

¿Y el mundo? este mundo de doble rostro, que nos descubre el Evangelio, el de la unión de todas las oposiciones a la luz y la gracia, y el de la inmensa familia humana, por la que el Padre envió al Hijo y por la que el Hijo se sacrificó; este mundo de hoy, tan poderoso y tan débil, tan hostil y tan abierto, ¿no es este mundo para ustedes, como lo es para nosotros, una vocación suplicante y exaltadora? y no es aquí hoy, bajo la mirada de Cristo, donde nuestro mundo casi se estremece y palpita para deciros a todos: venid, venid; falta, el hambre de Cristo te espera; ven, es hora!

Sí, es la hora, queridos hijos; vete, confiado, ardiente; Cristo te elige, la Iglesia te envía, el Papa te bendice.

ORDENACIÓN SACERDOTAL DE 62 DIÁCONOS DE 23 PAÍSES MISIONEROS

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jueves 6 de enero de 1996

Queridos hermanos e hijos:

Es agradable, en este punto del gran rito, detenerse y meditar. El Evangelio que hemos escuchado y el hecho que precedió a su lectura son temas para el pensamiento y para quienes los comprenden, que pueden absorber nuestra atención y fijarla, como en un hechizo, en una consideración, en un contemplación, sin fin. Solo nos mantendremos por breves momentos; pero es bueno comenzar la vida nueva, porque es una vida nueva la que ustedes inauguran aquí: la vida sacerdotal, con esta advertencia: aquí hay algo para reflexionar.hay que entender, aquí hay un estudio interior de duración interminable para nutrirse y saciarse. Esta hora, en cierto sentido, vale todos los que la seguirán; Al recuerdo de esta hora tendrás que volver a comprender la dirección, el valor, la magnitud del estado de vida en el que ahora has entrado.

Intentemos ahora poner algo de orden en nuestras impresiones e ideas.

1. Miremos en primer lugar lo que es más conocido y más obvio para nosotros; veamos el hecho. El hecho está ante nuestros ojos. Se trata de una ordenación sacerdotal, realizada por el Papa, por primera vez en la historia de la Iglesia de esta forma y en esta medida, en la basílica más grande del mundo, sobre la tumba de aquel pescador de Galilea, a quien Jesús cambió. el nombre de Simone en la programática de Pedro, para sesenta y dos jóvenes diáconos, pertenecientes a veintitrés de esos países, que llamamos misión, para indicar la condición especial de principio, esfuerzo, heroísmo, riesgo, inocencia, humildad y caridad evangélica en la que se encuentra la Iglesia; y esta ordenación cumplida, al día siguiente de la clausura del Concilio Ecuménico, como para revelar su espíritu, confirmar sus esperanzas, iniciar su aplicación, prever sus frutos; esta ordenación, digamos, cumplida en la fiesta de la Epifanía, la fiesta maravillosa, que nos hace celebrar la revelación en la historia y en el espíritu humano del Dios invisible e inefable, la luz que ofrece un centro bien definido: Israel ayer según la carne? Israel hoy según el espíritu, ofrecido ya no a una sola nación, sino a todos los pueblos, a toda la humanidad, atraídos por esa luz a la unidad de la fe y la salvación, para formar en Cristo el nuevo Pueblo Mesiánico, el Pueblo de Dios, la santa Iglesia.

Cada circunstancia de este hecho, lo ves, es importante, es singular, es significativa; sube al valor de un símbolo; aparece invadido por ese "espíritu de profecía" propio de la vida de la Iglesia, y que nos autorizaría a referir este acontecimiento a otros acontecimientos memorables y decisivos, como la Epifanía, la llamada de los apóstoles, Pentecostés y ciertos fechas de la historia de la Iglesia. Puedes recordar y pensar; porque aquí todo es digno de ser recordado, todo habla, todo es más rico en significado de lo que podemos entender.

2. Entre todas las circunstancias de esta escena, domina tu ordenación sacerdotal, que acaba de tener lugar. Todos se han convertido en sacerdotes. Queridísimos hijos, hermanos míos (porque este título os lo confirma ahora el sacramento recibido): ¿sois capaces, en este momento de emoción y embriaguez espiritual, de darse cuenta, con una sola mirada espiritual, de lo que ha sucedido? Quizás recordando la frase singular de San Pablo: “Sé capaz de comprender. . . cuál es el ancho y el largo y la altura y la profundidad y comprender este amor de Cristo, que sobrepasa toda ciencia. . . " ( Efesios. 3, 18-19), quizás, digamos, midiendo con el ojo del alma estas misteriosas dimensiones que ahora te rodean, puedas captar brevemente qué ha sucedido, en qué te has convertido, qué proporciones y qué deberes tu vida. Nos parece que cuatro órdenes de nuevas relaciones se centran en cada uno de los suyos. Como quien se pone a cargo, al timón de un barco, inmediatamente se da cuenta de que lo rodea un mundo nuevo, nuevas funciones, nuevos deberes, nueva conciencia. Primero ves: la relación con Dios, cómo se ha vuelto completa, directa, calificativa; cada uno de ustedes es elegido para la conversación con Dios, el conocimiento de Dios, el amor y el servicio exclusivo de Dios: Dominus pars; lo sabes muy bien; ahora esto es cierto, esto es real. Cada uno de ustedes es un "hombre de Dios, homo Dei " ( 2 Tim. 3, 17); está en el rayo misterioso de sus rayos penetrantes y santificadores; hasta tal punto que se te comunican poderes divinos. La ordenación, ya sabes, es precisamente la concesión de poderes divinos nuevos, trascendentes, que hacen de tu ministerio el instrumento viviente de la acción sobrenatural de Dios. Hay algo que te encanta. Pero aquí hay otra relación que llama tu atención: es la nueva relación que asumes con la Iglesia, con tu Obispo de manera especial; a partir de ahora ya no está disponible para ninguna otra actividad que no sea su servicio; os habéis convertido en colaboradores, corresponsables, ejecutores del ministerio y del magisterio y de la pastoral del Obispo; ¡Te das cuenta de que has renunciado a todo, a tu propia libertad, para estar a las órdenes del Pastor, los intérpretes de la fe! cariñoso, dedicado a su voluntad? Y esta relación se extiende a otra: estás destinado al Pueblo de Dios, y a una doble función, que por sí sola basta para hacer interminable la meditación sobre el sacerdocio: porque, vistiéndote de la persona de Cristo, de alguna manera ejercitarás su misión. de mediador; serán intérpretes de la palabra de Dios, dispensadores de los misterios de Dios (cf.1 Cor . 4, 1; 2 Cor. 6, 4) hacia la gente; y seréis intérpretes de la oración del mismo pueblo, portadores de sus ofrendas, asimilados a sus destinos: de dolor, de pecado, de penitencia, de santidad, ¡con Dios! A través de esta función exaltada y humillada en una función sumamente sagrada, que te hace descubrir otra relación tuya, que resume las otras y las realiza en plenitud: la relación con Cristo; una relación que parece identificar a tu ser humano con él: sacerdos alter Christus . Y es esta relación vital la que penetra en nuestro ser de tal manera que lo llena de gracia, de poderes, de deberes, y nos obliga a hacer de nuestro programa de vida una imitación íntima, progresiva, corroboradora de Cristo.

3. ¡Mis hijos y hermanos! Esta meditación, dijimos, nunca terminaría. Si lo interrumpimos aquí, debemos hacerles la más cordial exhortación a que lo continúen todos los días de su vida y en todas las condiciones en las que se desarrollará. Sea consciente de lo que es; sea ​​consciente de la vocación a la que ha sido llamado; sea ​​consciente de la dignidad y los poderes que lleva consigo; ser consciente del propósito por el cual son ordenados sacerdotes de Cristo; no por ustedes, no por ningún interés humano, sino por la Iglesia de Dios, por la salud de las almas; ser consciente de las dificultades que tendrán que enfrentar su estado y su empresa; sois portadores de la cruz de Cristo; finalmente, sea consciente de las necesidades morales y espirituales del mundo en el que está destinado a vivir; escucha la voz de la historia, la voz de los pueblos, la voz de las almas, la voz de vuestros compatriotas, que no siempre se expresa claramente, pero que parte de su dignidad, de su destino al Evangelio, de su propia indigencia; en definitiva, sé consciente del amor que te ha investido y que debes traspasar en los hombres que encontrarás en tu camino.

He aquí una palabra de Cristo, que ahora hacemos nuestra, os lo dice todo: "Como el Padre me envió, así yo os envío" ( Jo 20, 21). Esta es la misión: ve y lleva a Cristo y su Evangelio por toda la tierra. Vuélvete humilde y fuerte; ahora son sacerdotes, ahora son misioneros.

Ahora daremos Nuestra Bendición al concluir este memorable rito. Con intención lo damos. Se lo damos en primer lugar a su Collegio Urbano de Propaganda Fide, a los Superiores y Maestros que os han preparado para este gran día, a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, al Cardenal Prefecto y a Monseñor Secretario, que vemos aquí presentes, a todos los que están aquí en Roma o en sus respectivas Diócesis o en las Escuelas a las que has asistido te han guiado en tu formación escolar y eclesiástica. Una intención particular dirige Nuestra bendición a vuestros obispos: que vuestra ordenación sea un motivo perenne de consuelo para ellos y ayuda para su ministerio. Benditos sean los Hermanos de su sacerdocio de hoy y de mañana; traigan ustedes mismos nuestros saludos de bendición; asimismo a todos los fieles que serán objeto de vuestra pastoral; a todos tus amigos y compatriotas. 

Reservamos una bendición especial para sus respectivas familias, algunos de los cuales vemos representados aquí; ciertamente tienen mérito en tu vocación y en tu educación; están cerca de ti con sagrados y nobles afectos, que tu oblación al servicio de Cristo acerca al único amor que dirige tu vida; ciertamente compartirán las gracias con las que el Señor ha colmado sus vidas; a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. 

Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia. a ellos va la expresión de nuestro agradecimiento, nuestros deseos, nuestra bendición. Y luego esta Bendición se extiende a todos los que en persona o en espíritu están presentes en esta hora grande y sagrada: la gracia del Señor sea con cada uno y con todos; tanto en vuestros países, en todas las Misiones, como en toda la Iglesia.

CONSAGRACIÓN EPISCOPAL DE CUATRO SACERDOTES DE LA CURIA

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de San José, Patrón de la Iglesia universal
Sábado 19 de marzo de 1966

¡Cardenales!
¡Venerables hermanos! e Hijos amados!

La entrega de la orden episcopal, que ahora hemos completado, tiene lugar en el día dedicado al culto de San José, el humilde, silencioso, fiel y admirable padre putativo de nuestro Señor Jesucristo, el más puro esposo del Beato. Virgen María, protectora de la santa Iglesia, modelo y patrona de los trabajadores cristianos. La luz evangélica de este santo, que más que ningún otro conoció, sirvió y protegió los misterios de la infancia de Cristo y de su inmaculada madre, se proyecta sobre el acontecimiento que celebramos y nos invita a penetrar en su significado. probar su designio divino, derivar la virtud cristiana de él, aceptar sus debidos resultados.

Como la de una lámpara doméstica, que difunde una luz modesta y tranquila, pero providente e íntima, y ​​escapa de la oscuridad de la noche, invitando a una vigilia pensativa y laboriosa, reconforta el tedio del silencio y el miedo a la soledad, vence el peso de cansancio y de sueño, y parece hablar con voz plana y segura del amanecer que vendrá, así la luz de la piadosa figura de San José, nos parece, difunde sus benéficos rayos en la "casa de Dios ", que es la Iglesia; la llena de recuerdos muy humanos e inefables de la llegada a la escena de este mundo de la Palabra de Dios, hecha hombre para nosotros y como nosotros, y vivida bajo la protección, guía y autoridad del pobre artesano de Nazaret; y la ilumina con su incomparable ejemplo, el que caracteriza al santo que es afortunado entre todos por tanta comunión de vida con Jesús y María, es decir, de su servicio a Cristo, de su servicio por amor. 

Este es el secreto de la grandeza de san José, que está muy de acuerdo con su humildad: haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la Encarnación ya la misión redentora que se le une; haber utilizado la autoridad legal, que le pertenecía sobre la sagrada familia, para hacerla un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; habiendo convertido su vocación humana al amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías germinado en su casa, su hijo nominal e hijo de David, pero en realidad el hijo de María e hijo de Dios. Si alguna vez conviene a alguien esta enseñanza evangélica, que hace que la gloria de María, la profetisa del "Magnificat", la del Precursor, aquella, podemos decir de todo santo: "servir por amor", debemos atribuirlo a San José, que se nos aparece revestido de él, como con el perfil que lo define, como con el esplendor que lo glorifica; servir a Cristo era su vida, servirle con la más profunda humildad, con la más completa entrega, sirviéndole con amor y por amor.

Ahora, venerables Hermanos, a quienes acabamos de tener la suerte de asumir el carácter episcopal, y ustedes, Hermanos e Hijos, que los coronan aquí, quizás no sea este mismo uniforme, que siempre ha sido, pero de ahora en adelante, después. el Concilio, más que nunca y sobre todo, ¿a quién le conviene, elegido obispo en la Iglesia de Dios? El episcopado es tan grande que hay varios aspectos con los que se nos presenta: nuestro ojo humano (pero también se puede decir de nuestro ojo cristiano más penetrante) se sorprende enseguida y casi deslumbrado por la luz, queremos decir desde el dignidad, que resplandece en la persona y función del obispo.

Acabas de escuchar las palabras del canto de la consagración y de la forma misma con que se confiere este grado supremo del sacramento del orden: os hemos calificado, o venerables Hermanos recién consagrados, como ornamentis totius glorificationis instructos., vestido con la insignia de la más alta dignidad; y así es para aquellos que son auténticos sucesores de los Apóstoles, que han recibido el sacerdocio de Cristo en la mayor medida comunicable a los hombres, que están inundados por el Espíritu Santo con una gracia santificante especial, que están marcados por un carácter indeleble, para los que son distintos de los demás fieles y de los otros ministros del altar y se clasificó para funciones exclusivas y vitales para la preservación histórica y visible, y para la santificación del cuerpo místico de Cristo, y que como sus legados (cf. 2 Cor 5, 20 ) hablan y operan " in persona CristiComo si su persona divina estuviera vitalmente presente en ellos: no existe mayor dignidad en esta tierra; y se explica cómo la tradición de la Iglesia y la conciencia del pueblo cristiano siempre han atribuido a los obispos tantos signos de veneración y honor.

Tampoco la menos admiración suscita en el creyente otro aspecto de la figura del Obispo, considerado no solo en su ser personal, sino en sus funciones, es decir, en los poderes que le son conferidos y que lo constituyen: él es el testigo. y maestro de la fe, es el apóstol, el misionero, el heraldo de la Palabra de Dios, es el mensajero del Evangelio, es el predicador, el maestro, el profeta en la Iglesia; es el guía, el tutor, el representante, el juez, el jefe del pueblo cristiano; en una palabra, que lo resume todo, él es el Pastor. El obispo es el pastor. Este aspecto casi familiar, tanto coincide con el consagrado al oficio episcopal, y tanto refleja imágenes evangélicas conocidas; pero tiene un aspecto estupendo, como lo que Cristo se atribuyó a sí mismo y afirmó: "Yo soy el Buen Pastor" ( yo. 10, 11), y que principalmente confirió a Pedro; ya todos los Apóstoles, a los "Mayores", como escribe el mismo San Pedro ( 1 Petr . 5, 2) se ha extendido.

Pero hay un tercer aspecto en el Episcopado, que destaca la conciencia de la Iglesia de nuestro tiempo: es la razón última, la razón del Episcopado, la finalidad de su ser y su función: es decir, el servicio de la Iglesia. . El obispo es el servidor por excelencia de la Iglesia. Esto es lo que Cristo mismo define: "No vine para ser servido, sino para servir" ( Mat . 20:28 ); Siervo y ministro San Pablo se llama tantas veces a sí mismo «. . . cum liber essem ex omnibus, omnium me servum feci, ut plures lucrifacerem "( 1 Cor 9, 19 ); y así, entre todos, San Agustín no deja de describir al Obispo: "Debet enim qui praeest populo, prius intellegere se servum esse multorum. . . Talis debet esse bonus episcopus; si talis non erit, episcopus non erit "( Sermo de ord. ep .; Morin, Miscell . Augustinian 1, 563, ss.).

¿Y no es con una acentuación de este concepto que se presenta aquel a quien se reconoce la misión de Obispo universal en la Iglesia de Dios: servus servorum Dei? Por lo tanto, no es de extrañar que los más asiduos y talentosos estudiosos de la teología moderna sobre el episcopado dejen de prestar atención principalmente a este aspecto: "El tema de la jerarquía como esencialmente un servicio recorre toda la tradición cristiana ... Evangelio, la dignidad del apostolado está ligada a la Persona de Jesús y a una misión recibida por él, significa que esta dignidad se da como una tarea y un deber, no formalmente, ni en un principio como un derecho, que pertenecería a el apostolado. . . Es un deber, no un derecho "(Congar, L'Episcopat, pag. 67 y sigs.). Incluso la gracia, conferida al obispo mediante la consagración, es, sí, "un don que lo enriquece interiormente, pero sobre todo para el servicio de los demás" ( Lecuyer , ib. 787).

Después de todo, tú, recién consagrado, después de haber sentido el peso del libro de los Santos Evangelios sobre tus hombros, poco después escuchaste las terribles palabras: « Accipe Evangelium et vade, praedica populo . . . ". ¡Qué mandato, qué deber, qué servicio! Y todos sabéis en qué términos el Concilio Ecuménico, al proclamar los poderes del Obispo, recuerda sus deberes: el episcopado es una responsabilidad, es más, una corresponsabilidad que toma las proporciones del mundo, es una cura, es una oblación de uno mismo., es una deuda, que tiende a agotar todas sus posibilidades de servicio y sacrificio.

¡Hermanos más venerados! ¿Decimos estas cosas para oscurecer la serena y luminosa alegría de este día? ¿O aumentar para desanimar el miedo que ya invade vuestras almas ante el pensamiento de las inmensas obligaciones que a partir de ahora os serán imputadas? ¡No, queridos hermanos " et in passion socii "! esto lo decimos, por la realidad de las cosas, a las que has sido asumido; porque la misma grandeza de los nuevos deberes es el índice de la predilección que, a través de la santa Iglesia, el Señor ha tenido por vosotros: porque vuestro destino al servicio de la Iglesia misma va acompañado de una gracia habilitadora y corroboradora: " Potens est enim Deus, ut augeat vobis gratiam suam"; porque el carisma propio del episcopado es la difusión del Evangelio en el mundo, carisma que exalta y consume, como una llama devoradora; el carisma de la caridad, Palabra y Gracia y gobierno, en el acto de su paso misterioso y humano, de Dios, de Cristo a su ministro, y del ministro a las almas, al Pueblo de Dios: es el carisma del servicio de amor y por amor.

Para que, venerados hermanos, no podamos separar Nuestras felicitaciones por la gracia suprema que os confiere Nuestro fraterno estímulo: es verdad, graves responsabilidades, grandes deberes, muchas dificultades, tal vez incluso dolores y dolores, os aguardan; así es el seguimiento de Cristo; también lo es la vocación de ser sus apóstoles y sus ministros. Pero " nolite timere"; no tengas ante ti la perspectiva de obstáculos y penas propios del oficio episcopal; antes bien, ten delante de ti: los hombres para amar, servir y salvar; ¡el mundo está abierto para ti! Si alguna vez te sorprende la duda, el desengaño, el cansancio en el camino que estás a punto de emprender, deja que el recuerdo de esta hora incomparable te sostenga: hay que servir, servir con amor: las almas, la Iglesia, el mundo, Cristo.

¡Serán colaboradores directos de nosotros, queridos hermanos! ¡Qué consuelo para Nosotros! y qué, nos atrevemos a pensar, ¡consuelo para ti! Dos de vosotros estáis cerca de Nosotros para orientar y ayudar a la Iglesia universal, en esta Santa Sede, que agradó a Cristo encomendarle una misión singular e indispensable . 

Estos tiempos posconciliares lo hacen quizás más delicado y difícil; las almas, dentro y fuera de la Iglesia, no siempre están bien dispuestas a ella; Los problemas de renovación espiritual y adaptación canónica requieren atención, sabiduría, firmeza que den un carácter nuevo y un tanto extraordinario al gobierno central de la Iglesia, e involucren a quienes, como tú, esperan el examen y la solución de las presentes cuestiones. inminente, a un trabajo muy agotador.
Pero que la caridad del Señor nos sostenga a todos: « Caritas patiens est, benigna est. . . omnia suffert. . . omnia sustinet ". Y quiera Dios que esta caridad animadora de la obra insomne ​​de la Sede Apostólica sea tan verdadera y tan comunicable, que todos Nuestros Hermanos del mundo, mirando
a esta misma Sede Apostólica, la edifiquen siempre y puedan
experimentar no sólo la unidad, pero también alegría y vigor.

Y los otros dos recién consagrados, ¡aquí están destinados al ministerio pastoral en esta Nuestra Roma del corazón! Nos alegra saber que estás junto a nuestro Cardenal Vicario, designado por él y asociado directamente a su ministerio, pero no menos al nuestro, nuevos y válidos colaboradores.

Ustedes son, y lo probarán, los signos vivos de Nuestra caridad episcopal para Nuestra querida y crecida Diócesis de Roma; de hecho demuestra con su elección y ciertamente con su ministerio, compartido por Monseñor Vicegerente y los demás obispos auxiliares celosos, el esfuerzo pastoral que queremos hacer, para que la ciudad, llena de gente nueva y de nuevos problemas, no carezca de trabajo múltiple. y nuevo que necesita para preservarse, incluso para renovarse como cristiano, y ser un ejemplo para toda la Iglesia, y siempre apto y digno de comprender y sostener la misión universal de la Roma católica, la diócesis del Papa.

Son deseos y deberes; son esperanzas y son oraciones; que Nosotros, sellando la memoria de este momento sublime con la invocación de la Virgen, de San José, de San Juan Bautista y de los Santos Pedro y Pablo, queremos acompañar y casi iluminar con el lema que acabo de mencionar: "servir por amor ”, y confirma con Nuestra Bendición Apostólica.

SANTA MISA «EN COENA DOMINI» EN LA ARCHIBASÍLICA LATERANA

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 7 de abril de 1966

¡Hermanos e hijos!
¡Señores y amigos!

¿Por qué estamos reunidos en esta Basílica esta noche de Jueves Santo? Nuestra pregunta ahora no se refiere al gran rito religioso que estamos celebrando, sino que se remonta más atrás; busque la razón que dio origen en el pasado, y que ahora justifica el acto misterioso y solemne que estamos realizando. ¿De qué deriva nuestra sintaxis, que es nuestro encuentro eclesial, y cuál es la razón primitiva y esencial de esto?

"HAZ ESTO EN MI MEMORIA"

Que nadie se sorprenda de esta pregunta nuestra, tan sencilla y tan fácil de responder: nada es más importante y nada más fecundo de luz y alegría que la recreación de la causa inicial de nuestra celebración. Estamos aquí, en este auspicioso y piadoso aniversario del Jueves Santo, en virtud de una palabra, repetida dos veces por el Señor (cf.1 Co 11, 24-25), en la Última Cena, después de otras palabras de precisión e inmensa la significación, las instituyentes del sacrificio eucarístico, se había pronunciado; y la palabra que ahora nos concierne directamente es esta: "Haced esto en memoria de mí" ( Luc . 22, 19).  Estamos reunidos esta noche por la causa y en obediencia a esta palabra de Jesucristo; estamos obedeciendo su orden, estamos cumpliendo su última voluntad, estamos recordando, como él quiso, su memoria.

La nuestra es una ceremonia conmemorativa. Queremos ocupar nuestro espíritu con el recuerdo de él, de nuestro divino Hermano, de nuestro Maestro supremo, de nuestro único Salvador. La figura de Él - ¡oh, podríamos, hoy tenemos tanta curiosidad por las imágenes visuales, tener la verdadera semejanza de ella! - debe estar ante los ojos del alma en las formas más queridas y expresivas, más humanas y más hieráticas, Él manso y humilde, Él fuerte y grave, Él, nuestro Señor y Dios nuestro (cf. I. 20, 28); debemos en cierto sentido, verlo, escucharlo, pero sobre todo conocerlo presente. Su palabra, su Evangelio, debe, como por arte de magia, surgir de nuestro subconsciente, y resonar todos junto con nuestro espíritu, como si lo escucháramos, como pudiéramos recordarlo y entenderlo en un solo acto: él no es el Verbo. de Dios hecho hombre, y por tanto hecho nuestro? Y todo el aura inmensa de profecía y teología, que lo envuelve y define, y que lo acerca tanto a nosotros y casi nos inviste en él y nos embriaga, y al mismo tiempo nos humilla y deslumbra, debemos contemplar esta velada. , como cuando nos dejamos encantar por los majestuosos iconos del Cristo soberano, dominando desde el ábside de nuestras antiguas basílicas, llenas de interioridad y poder. Debemos recordarlo esta noche, Él es nuestro Señor y Redentor. Es un deber de recuerdo, que estamos cumpliendo. Es el resurgimiento en nuestro espíritu de su figura y su misión, lo que queremos despertar en este momento, más que en ningún otro.

LA PASCUA DIARIA DEL SALVADOR

Nos facilita el cumplimiento de este deber pensando en la importancia que asume la memoria en una religión verdadera, positiva y revelada, como la nuestra. Se basa en hechos concretos, que deben recordarse. Su recuerdo forma el tejido de la fe y nutre la vida espiritual y moral del creyente. Toda la historia bíblica se desarrolla sobre la memoria de hechos y palabras, que no deben disolverse con el tiempo, sino que deben permanecer siempre presentes. Lo que ahora llamamos conciencia histórica puede hacernos comprender algo sobre la función de la memoria en la tradición tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. No podemos olvidar que la Cena misma, durante la cual Jesús ordenó que su memoria se mantuviera viva mediante la renovación de lo que había realizado entonces, fue un rito conmemorativo; era el banquete de pascua,Habebitis autem hunc diem in Monumentum et celebrabitis eam solemnem Domino in generationibus vestris cultu sempiterno "( Ex . 12, 14). El Antiguo Testamento se desarrolla en el hilo de la fidelidad al recuerdo de aquella primera Pascua liberadora. Esa noche Jesús sustituye el Antiguo por el Nuevo Testamento: «Esta es mi Sangre. Dirá, del Nuevo Testamento. . . " ( Mateo 26, 28); a la antigua Pascua histórica y figurativa conecta y hace suceder su Pascua, también histórica, definitiva esta, pero también figurativa de otro último acontecimiento, la parusía final: " donec veniat " ( 1 Cor . 11, 26): la decisiva y La memoria profética es la Cena del Señor.

LA SANTA EUCARISTÍA ALIMENTACIÓN Y VIDA DE LOS CRISTIANOS

Pero también debemos repensar cómo se puede renovar esta memoria fiel y perenne de Cristo y de qué contenido está llena. Ese mandato de Jesús: "Haz esto" es una palabra creativa y milagrosa: es una transmisión de un poder, que solo Él poseía; es la institución de un sacramento, es decir, la concesión del sacerdocio de Cristo a sus discípulos; es la formación del órgano constituyente y santificador del Cuerpo Místico, la jerarquía sagrada, capaz de renovar el prodigio de la Última Cena.

Y lo que es el milagro de la Última Cena lo sabemos. El recuerdo será realidad. Necesitamos repensar el momento y la forma en que Cristo instituyó la Eucaristía. Brotó de su corazón en la inminencia y clarividencia de su pasión. Representa esta pasión y contiene a Aquel que la sufrió. Jesús selló su presencia paciente y agonizante en los símbolos - ahora no más que símbolos y signos - del pan y el vino. Quería ser recordado así. Se puede decir que quiso sobrevivir y permanecer entre nosotros en su supremo acto de amor, su sacrificio, su muerte. Quiso hacerse presente, a lo largo del tiempo, entre nosotros en el estado simultáneo de sacerdote y víctima, sustituyendo su presencia histórica y sensible por aquella no menos real que la presencia sacramental, porque sólo los creyentes, sólo los voluntarios de la fe y el amor podían entrar en comunión vital con Él. Jesús, sabiendo que estaba al final de su presencia natural en la tierra, se aseguró de que los hombres no lo olvidaran.

La Eucaristía es precisamente el memorial eterno de Jesucristo. . Celebrar la Eucaristía significa celebrar su memoria. Y quería que esta forma tan singular de recordarlo, incluso de tenerlo presente nuevamente, se convirtiera en alimento, es decir, alimento, es decir, principio interior de energía y vida, para las almas de sus verdaderos seguidores. Celebrar la Eucaristía significa celebrar su memoria. Y quería que esta forma tan singular de recordarlo, incluso de tenerlo presente nuevamente, se convirtiera en alimento, es decir, alimento, es decir, principio interior de energía y vida, para las almas de sus verdaderos seguidores. Celebrar la Eucaristía significa celebrar su memoria. Y quería que esta forma tan singular de recordarlo, incluso de tenerlo presente nuevamente, se convirtiera en alimento, es decir, alimento, es decir, principio interior de energía y vida, para las almas de sus verdaderos seguidores.

La liturgia conoce y nos enseña bien este propósito del misterio eucarístico; y le da un nombre, que en el sonido griego y arcaico de la palabra dice como siempre a lo largo de los siglos, desde el principio, desde el Evangelio, se honró la Eucaristía; y ese es el nombre de anamnesis , que significa precisamente reminiscencia, recuerdo, y que encuentra su lugar ritual inmediatamente después de la consagración del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en conexión con y casi como un desarrollo y comentario sobre el Palabras citadas por el mismo Señor: "Haced esto en memoria mía": es en este punto inefable que la liturgia de la Misa vuelve a vincular nuestra historia con el Evangelio con las famosas palabras: " Unde et memores". . . , por lo tanto recordamos. . . "

ADORAR, AGRADECIR, AMAR A CRISTO PRESENTE ENTRE NOSOTROS

Por eso, hermanos e hijos, como quiere el gran rito, se requiere un gran esfuerzo para recordarnos esta noche. Debemos recordar a Jesucristo con todas las fuerzas de nuestro espíritu. Este es el amor que le debemos ahora. Recuerda a quien ama. Nuestra gran culpa es el olvido, es el olvido. Es la falla recurrente en la historia bíblica: mientras Dios nunca nos olvida. . . . "¿Puede una mujer olvidar a su hijo porque ya no siente compasión por el hijo de su vientre?" . . . " ( Es. 49, 15), nos olvidamos tan fácilmente de Él. Hemos llegado tan lejos, en nuestro tiempo, a creer que olvidar a Dios es una liberación, que queremos olvidarnos de Él; ¡como si olvidar el sol de nuestra vida fuera liberación! A menudo empujamos la correcta distinción de los diversos órdenes tanto de conocimiento como de acción, que no quiere la confusión entre lo sagrado y lo profano y reclama a cada uno su autonomía relativa, hasta la negación del orden religioso, y la desconfianza y la resistencia contra él, por la creencia errónea de que en el secularismo radical hay prestigio humano y verdadera sabiduría. Así, el olvido de Cristo se vuelve habitual incluso en una sociedad que tanto ha recibido de él y todavía recibe; ya veces incluso se insinúa en la comunidad eclesial: "Todos buscan, el Apóstol se lamenta, sus propias cosas,Phil . 2, 21).

En cambio, debemos recordarlo a él, como él nos recuerda, a cada uno de nosotros, con la presencia eucarística multiplicada, silenciosa y amorosa. Y si en la celebración diaria de la Misa este recuerdo se reaviva y resplandece en nuestras sagradas asambleas y en el foro interior de nuestras almas, hoy debemos superar un último olvido, el que produce el hábito y que torna apenas formal y adormecida nuestra memoria. . Hoy la plenitud de la memoria se reaviva en la fe en la realidad del hecho eucarístico, en el asombro, en la gratitud, en el amor: aquí está el Cristo que ha venido, aquí está el Cristo presente, aquí está el Cristo que vendrá; a él honor y gloria, hoy y siempre.

SANTA MISA POR UNA PEREGRINACIÓN REGIONAL DE PIEDMONT

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de San José
Martes 19 de marzo de 1968

"UNA IGLESIA UNIDA Y DISCIPLINADA, MILITANTE DEL REINO DE DIOS "

¡Queridos hermanos e hijos de la peregrinación piamontesa!

Abrimos nuestro corazón a los más devotos, a los más paternos, al más cordial saludo! ¡Bienvenido! El número y la calidad van de la mano aquí. Creemos que nunca una peregrinación tan numerosa, tan conspicua, tan religiosa, tan representativa, tan prometedora de todo buen fruto espiritual, fluyó desde la gloriosa y bendita tierra del Piamonte a Roma para dar una prueba de unidad moral. y cristiano que reúne y solidariza a la gente de la famosa región, para profesar su fe católica, para venerar las augustas tumbas de los dos Corifei de la Iglesia, los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de cuyo martirio celebramos el décimo centenario este año, para encontrarse con el Papa y recibir su bendición. Esta peregrinación de una tradición religiosa centenaria es un epílogo, del cual el pueblo piamontés siente los magníficos y fecundos vestigios impresos en su alma y vestuario; esta Romería es un prólogo, que ciertamente puede abrir una nueva historia, la de una simbiosis no fácil, pero necesaria y feliz de la vida cristiana auténtica y viva con la vida moderna sumamente innovadora y tentadora. Quizás por eso sea un momento histórico: tenemos presente, junto a la cátedra de San Pedro y sobre su tumba, encima de la piedra sobre la que está fundada la Iglesia de Jesucristo,

Tenemos históricamente presente el Piamonte religioso de ayer, actualmente que de hoy, y proféticamente el de mañana. Queridos hermanos e hijos, nos gustaría revisarlos, saludarlos uno a uno, que ciertamente puede abrir una nueva historia, la de una simbiosis no fácil, pero necesaria y feliz, de la vida cristiana auténtica y viva con la vida moderna sumamente innovadora y tentadora. Quizás por eso sea un momento histórico: tenemos presente, junto a la cátedra de San Pedro y sobre su tumba, encima de la piedra sobre la que está fundada la Iglesia de Jesucristo, Tenemos históricamente presente el Piamonte religioso de ayer, actualmente que de hoy, y proféticamente el de mañana. 

Queridos hermanos e hijos, nos gustaría revisarlos, saludarlos uno a uno, que ciertamente puede abrir una nueva historia, la de una simbiosis no fácil, pero necesaria y feliz, de la vida cristiana auténtica y viva con la vida moderna sumamente innovadora y tentadora. Quizás por eso sea un momento histórico: tenemos presente, junto a la cátedra de San Pedro y sobre su tumba, encima de la piedra sobre la que está fundada la Iglesia de Jesucristo, Tenemos históricamente presente el Piamonte religioso de ayer, actualmente que de hoy, y proféticamente el de mañana. 

FÉRVIDOS SALUDOS A LA JERARQUÍA DE LA REGIÓN NOBLE

Que Nuestro llamado nominal, uno para todos, vaya al Pastor de la Iglesia de Turín, Cardenal Arzobispo Michele Pellegrino, y quien en su persona como director de esta Peregrinación le agradecemos a él ya todos ustedes por esta visita tan bienvenida. Muchos elogios merecidos vendrían a Nuestros labios sobre el actual sucesor de San Máximo, sobre su espiritualidad, imbuida de la sabiduría y piedad de los Padres de la Iglesia, sobre su cultura, sobre su autoridad como profesor universitario, sobre su celo como maestro y pastor; pero no queremos perturbar su modestia ahora; Basta que sepan, Torinesi, usted Piemontesi, que tenemos una gran estima por el Arzobispo de Turín, una profunda veneración y, si su corazón no falla, una íntima comunión espiritual.

Nuestro saludo reverente y nuestros deseos del onomástico van también al cardenal Giuseppe Beltrami, ahora romano pero de origen piamontés, de Fossano, a quien le ha gustado mucho unirse a la peregrinación de su región.

Y luego, aquí están los obispos de las dieciocho diócesis piamontesas: aquí está el arzobispo de Vercelli, que nos recuerda a Eusebio y Ambrosio; aquí el arzobispo-obispo de Mondovì, cedido por Roma a la bella diócesis del mismo nombre; aquí está el obispo de Novara, a quien tuvimos un hermano en la Conferencia Episcopal Lombarda; aquí está el obispo de Alejandría, a quien la ciudad de origen y una larga tradición de relaciones amistosas nos obligan a informar; aquí están los Obispos de Casale, Biella, Ivrea, Pinerolo, Susa, Acqui, con quienes, no desde hoy, tuvimos la oportunidad de encuentros frecuentes y útiles; y aquí están los demás obispos piamonteses, a quienes veneramos con no menos devota cordialidad. Venerables hermanos, sean recibidos por nosotros, como nos enseñan Pedro ( 2 Petr . 5, 14) y Pablo (Rom. 16, 16),en osculo sancto .

Tampoco queremos dejar de ofrecer Nuestro respetuoso saludo a los aquí investidos de autoridad; de hecho, sentimos la obligación de decirles cuánto agradecemos su presencia en esta cita religiosa y cuántos votos especiales les reservamos. Así lo decimos por las autoridades civiles y por los eclesiásticos investidos de una dignidad particular, o investidos de responsabilidades particulares.

LOS DONES DE FE A NUESTRA VIDA Y LIBERTAD

Y extendemos nuestro saludo de bendición a todos los queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, a todos los laicos católicos piamonteses.

¿Y ahora qué decirte? Estamos abrumados con cosas que nos darían temas para largos discursos. Pero debemos limitarnos a unas palabras muy sencillas y muy breves, que queremos pronunciar para no perder la oportunidad de la presencia de un público excepcional, como tú. Y las pocas palabras que vamos a decir también son válidas para los otros grupos de visitantes que están aquí presentes.

Te invitamos a centrar tu reflexión en dos cuestiones. La primera: ¿qué podemos sacar de la fe? ¿Qué nos aporta? Esta pregunta la plantea la mentalidad característica de nuestro tiempo, que se desarrolla a nivel utilitario. Siempre hablamos de valores. Lo válido determina nuestra psicología moderna más que lo que existe, y que quizás, como en el ámbito religioso, tiene necesidades por encima de nosotros, que primero merecen ser consideradas, también en vista de nuestros intereses superiores. ¿Para qué sirve la fe?

Ya sabes lo precipitadas y negativas que son las respuestas que tanta gente da hoy a esta pregunta. Algunos responden con un simplismo desastroso: es inútil. Con un razonamiento aún más dañino, se responde de los demás (¡y cuántos hay!): La fe, no solo no sirve al hombre moderno, sino que dificulta su liberación, ralentiza su investigación científica, nos obliga a considerar un pasado, que queremos. Olvidar y abrumar, se une a prácticas rituales incomprensibles e inútiles, etc. ¿No es esta la forma de pensar de muchas clases de personas, ya sea del mundo laboral, cultural o empresarial? Desafortunadamente. Pero, ¿es razonable esta mentalidad? ¿Por qué no creer? Aquí surgiría un problema grave y muy delicado, el de la naturaleza de la fe, su génesis y su lado más misterioso, aunque sea el más bello; es decir: la fe es un regalo de Dios; por tanto, tiene lugar en el juego de dos libertades: la altísima de Dios, y la nuestra personal; y una referencia a este aspecto de la fe basta para inclinar humildemente la frente, recordando las palabras de san Pablo: lamentablemente, "no todo el mundo escucha el Evangelio" (Rom . 10, 16).

NUESTRA RESPUESTA EN EL MOMENTO DEL BAUTISMO

La fe sería para todos, pero no todos la agradecen. Pero teniendo en cuenta esta posibilidad muy triste de que la fe sea rechazada, podemos apoyar francamente un juicio de valor sobre la fe: ¿para qué sirve la fe, qué nos da? Recordad, queridos hermanos e hijos, la respuesta que cada uno de nosotros, acercándonos al santo bautismo, le dimos al ministro que nos preguntó: "Fe, ¿qué os da?". "Vida eterna", esta fue la respuesta. Y si esta respuesta es cierta, ¿cómo, qué bien mayor, qué bien más deseable, se puede prometer la fe? Aquí los apologistas deberían hablar y decirnos qué suma de bienes, no solo en la vida eterna, sino también en la vida terrenal, nos son otorgados con fe, por fe. Dejamos esta valoración a tu estudio. Baste decir que la fe asegura al hombre que la confianza en el pensamiento, en la verdad, que la mente humana, dejada a sí misma, después de haber acusado a la fe de ilógica, ya no encuentra en sí misma. 

La fe es la luz de la vida, y si no es su tarea resolver los problemas de la especulación científica y filosófica, no obstaculiza su solución racional, la consuela sino más bien con la certeza de sus enseñanzas superiores.

 La fe es el consuelo de la vida; ¿Y cuál sería la actitud del hombre ante las grandes cuestiones de nuestro destino, si la fe no nos detuviera de la locura o la desesperación? y si no es su tarea resolver los problemas de la especulación científica y filosófica, no obstaculiza la solución racional, sino con la certeza de sus enseñanzas superiores. La fe es el consuelo de la vida; ¿Y cuál sería la actitud del hombre ante las grandes cuestiones de nuestro destino, si la fe no nos detuviera de la locura o la desesperación? y si no es su tarea resolver los problemas de la especulación científica y filosófica, no obstaculiza la solución racional, sino con la certeza de sus enseñanzas superiores. 

La fe es el consuelo de la vida; ¿Y cuál sería la actitud del hombre ante las grandes cuestiones de nuestro destino, si la fe no nos detuviera de la locura o la desesperación?

CONTINUE CON LAS OBRAS UNA MARAVILLOSA DISCULPA

Reavivemos, queridos hermanos e hijos, aquí, en el sepulcro del Apóstol, la lámpara que languidece o se apaga de nuestra fe, finalmente seguros de la relación establecida por Cristo entre su palabra y la vida: el que cree vivirá (cf. Io 6, 47).

Y ahora reflexiona sobre la segunda pregunta: ¿qué podemos dar a la fe? Tener y dar: nuestro equilibrio de fe se basa en estos términos. ¡Pero qué inmensos términos! Si no nos es posible calcular los beneficios que recibimos de la fe, nos es difícil calcular los deberes que nos obligan a la fe. Afortunadamente, los conoces y ya los cumples. Se resumen en la conocida frase del apóstol Pablo: "El justo vive por la fe" ( Gálatas 3, 11). Nota: por fe, no simplemente por fe. Es decir, el creyente debe derivar de su fe los principios inspiradores de su vida.

Por tanto, la fe debe ser conocida y absorbida en un proceso de ósmosis espiritual continua; debe imprimir en la personalidad que la posee una autenticidad característica, la de los fieles, que después de imbuirse de la certeza, la belleza, la profundidad, la fuerza normativa de la fe, la expresa, la profesa, la testifica, la defiende, la vive.

Cuán apropiada nos parece esta lección para usted, piamontés, que, especialmente en el siglo pasado, ha dado la maravillosa disculpa de sus santos, de sus instituciones sociales y caritativas, de seriedad, de positividad, nos gustaría decir, de su Fe. Carácter peculiar! No hay nada más para Nosotros que decir, sino esto: continúe Piemontesi, en la ilustración de su fe con la sinceridad de su alma y con la bondad de sus obras. Solo una vez más les diremos que hoy, para perseverar, se necesita un esfuerzo personal y comunitario; y que nuestra tierra afortunada necesita este esfuerzo moral y espiritual, Italia necesita, la Iglesia necesita. Te lo pedimos en la alegría de este encuentro, en la confianza de que tu bondad no dejará que nos falte,

CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DEL "BUEN PASTOR"

HOMILIA DE PABLO VI

28 de abril de 1968

PENSANDO EN LA PERSONA LA FIGURA DE CRISTO

Su Santidad, después de haber anunciado que, al final del Divino Sacrificio, saludará a las distintas peregrinaciones, ahora tiene la intención de proponer una reflexión especial.

Dejemos - dice - que nuestras almas se reúnan en las palabras del Evangelio ahora escuchado, y dejemos que todo nuestro espíritu se abra para captar un aspecto de él, que puede ser de alimento espiritual para nosotros durante la celebración de los Santos Misterios.

El Evangelio del segundo domingo después de Pascua nos ofrece el famoso pasaje del Buen Pastor. Casi parece responder, en la elección que se hace para la liturgia de hoy, a una necesidad psicológica, como la - para usar una comparación obvia - de quienes han perdido la presencia física de un ser querido.

Cuando uno de los nuestros con la muerte nos deja, ¿qué hacemos? Se recuerda intensamente. El evangelio de hoy lleva a repensar la Persona, la figura, la misión de Cristo. Veamos lo que pasó. Jesús concluyó su vida temporal con la Cruz e inauguró otra con la Resurrección; y nosotros, que hemos quedado embelesados ​​por este acontecimiento, que tanto nos consuela y sin embargo tanto nos supera, de la victoria sobre la muerte, y nos encontramos, sin embargo, casi abandonados y en la soledad, volvemos a los que se nos presentan. a nosotros por el Evangelio en sus formas humanas y sensibles; y nos preguntamos: ¿cómo fue? cual es su cara? y su apariencia?

Y aquí hay que evitar de inmediato un escollo muy en boga hoy en día: el que se define como "mitificación": un remake artificial y fantástico de la figura de Cristo.

"Manso y humilde de corazón"

Tenemos muy buenas razones para no cometer este error. En primer lugar, porque su recuerdo en el Evangelio de hoy es realista, humilde, desprovisto de amplificación y tiene, en su totalidad, el sello de la realidad fiel. Además, para que seamos constantes y fieles a la palabra misma de Jesús, es Él quien indica y define su misión: el Buen Pastor. Dos veces se llamó así; y nos adherimos exactamente a esta definición que Él se complació en dar de Sí mismo y nos dio, casi declarando: piensa en mí así: Yo soy el Buen Pastor. Por lo tanto, quiso llevar esta definición suya a nuestra alma, a nuestra memoria, a nuestro razonamiento. Y con tal evidencia que la primera y más antigua iconografía cristiana, como sabemos, nos presenta lo rural, sencillo,

El Buen Pastor es Jesús. Ahora es una cuestión de comprensión, ya que no basta con mirar la imagen del desaparecido, no basta una recreación sensible, sino que hay que comprender, penetrar en lo revelado. por estas características. ¿Jesús era así? ¿Es realmente Él quien quería ser recordado y celebrado como Buen Pastor de esta manera? De hecho, de esto es de lo que estamos tratando, y de los personajes salientes que así delinean a Jesús, pues el Evangelio nos informa de esto con palabras absolutamente sencillas; y, como siempre, con enseñanzas profundas y abismales, que casi nos marean y debilitan nuestro entendimiento. Sin embargo, estamos invitados por el Santo Señor - y la liturgia de la Iglesia repite el llamado - a pensar así: una figura sumamente amable, dulce, cercana; y solo podemos atribuir al Señor expresándonos con infinita bondad.

Aquí, entonces, resurgen en nuestra memoria otras palabras que Jesús dijo de sí mismo: Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón. También aquí su bondad se define con elocuencia, con virtudes que hacen descender prodigiosamente a cada uno de nosotros al Salvador del mundo, al Hijo de Dios hecho Hombre, a Jesús, centro de la humanidad.

Presentándose en este aspecto, repite la invitación del Pastor; es decir, diseña una relación que huele a ternura y prodigio. Conoce a sus ovejas y las llama por su nombre. Como somos de su rebaño, la posibilidad de correspondencia es fácil, lo que precede a nuestro propio recurso a Él. Somos llamados uno a uno. Él nos conoce y nos nombra, se acerca a cada uno de nosotros y desea que lleguemos a una relación afectiva y filial con Él. La bondad del Señor se revela aquí de manera sublime e inefable. La devoción que la fe, la piedad cristiana rendirá al Salvador, llegará con entusiasmo, no sólo momentáneo, sino capaz de sondear las maravillas de tanto deleite, a penetrar en el corazón: y la Iglesia nos presentará el Corazón de Cristo para que tenemos que saberlo, adorarlo, invocarlo.

EL BUEN PASTOR DA VIDA A SU REBAÑO

Hay, entonces, un rasgo que corrige una de las interpretaciones más comunes e inexactas de la bondad. Estamos acostumbrados a asociar el concepto de bondad con el de debilidad, de no resistencia; considerarla incapaz de actos contundentes y heroicos, de manifestaciones en las que triunfa la majestad y la entereza.

En la figura de Jesús, simple y compleja a la vez, las cualidades, las cualidades que se dirían opuestas, encuentran, en cambio, una síntesis maravillosa. Jesús es dulce y fuerte; simple y grandioso; humilde y accesible a todos; una cumbre inalcanzable de fuerza del alma, que nadie podrá jamás igualar. Sin embargo, él mismo nos introduce en su psicología, en la penetración, diríamos, de su temperamento, de su admirable realidad.

El Buen Pastor da su vida por sus ovejas, por su rebaño. Es como decir: la imagen de la bondad se une a la de un heroísmo que se entrega, se sacrifica, se inmola, para que esta bondad se combine con alturas y visiones del acto redentor, tan elevado como para dejarnos sorprendidos y atónitos.

Debemos acercarnos a Jesús, así presentado por el Evangelio, y debemos preguntarnos si los cristianos realmente llevamos bien este nombre, es decir, si tenemos un concepto exacto de nuestro Divino Salvador. Por supuesto: se han escrito muchas Vidas de Él; un catecismo generalizado le concierne y le presenta; y muchas páginas del Evangelio nos son familiares. Pero, ¿poseemos una síntesis fotográfica, completa, cómo puedo decir? ¿Tenemos un concepto correcto de lo que Él era? Pues bien, la querida imagen evangélica y casi arcadiana, que nos ofrece el mismo Divino Maestro, deja descansar nuestro espíritu en un encanto de amor, y lo dirige y ayuda en la búsqueda de Dios.

TODO EL NOS CONOCE Y NOS LLAMA

¿Qué hace Jesús para atraernos y conquistarnos de una manera tan segura? El nos conoce. Piense, entonces, en el prodigio que esto representa. Somos conocidos, llamados uno a uno, por nuestro nombre, por Cristo: y en forma completa, total, es decir, en nuestro ser, en nuestra persona, en los dones prodigados por Él, en nuestros deseos, en nuestros destinos. Se insertan en este Libro, que contiene las páginas de la bondad infinita. 

Todos estamos registrados en su lista: cada uno puede encontrarse en el Corazón de Cristo. ¡Qué estupenda belleza es reflejarse en Jesús y adivinar cómo nos conoce! San Pablo nos deja ver esta estupenda realidad como una de las cosas por venir: “ Nunc cognosco ex parte; tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum "( 1 Cor.. 13, 12). Ahora lo sé en parte; entonces entonces sabré de la misma manera que yo también he sido conocido. Pero ya ahora podemos percibir algo, y así nos volvemos un poco diferentes de la estatura ordinaria de los hombres orgullosos, indiferentes o incluso a veces malos. 

Antes que Jesús, que se hace llamar el Buen Pastor, nos conoce y nos llama por nuestro nombre, quiere acercarse a nosotros y nos guía asegurándose de que nos lleve a los pastos de la verdadera vida y al alimento necesario, ¡oh, cómo nos volvemos un poco mejores también! ¡y cómo sentimos, por camino de amor y elección, la nueva energía divina, para reemplazar nuestra psicología humana y tan rebelde! En una palabra, convertirse en cristianos perfectos.

Y otra nota más que concierne y define al Buen Pastor. Jesús sufrió, murió por nosotros. El Buen Pastor dio su vida para salvar la nuestra. Si alguno de nosotros ha tenido la suerte de haber sido, en alguna circunstancia peligrosa, liberado de una enfermedad, o de haber sido salvado de una desgracia por la intervención y el mérito de alguien, que ha actuado con desinterés, incluso con sacrificio, ciertamente advierte al El vínculo de gratitud hacia el benefactor es incontenible, perenne. Por tanto, para el Señor Jesús debemos tener, y con títulos superlativos, la actitud, la obligación de una gratitud sin fin. Debemos sentir esta actitud de acción de gracias ilimitada hacia Jesús, quien nos salvó ofreciendo su vida por nosotros, dándola conscientemente, con sufrimientos indecibles, mientras - dicen los Padres - podría haber dado su vida de una manera más sencilla y menos atormentadora. En cambio, quería dar a su Sacrificio una evidencia dolorosa hasta el punto de la agonía; ¡Quería grabar en nuestras almas la imagen sangrienta de sus miembros desgarrados para nosotros!

EL DIO SU VIDA POR NOSOTROS ENTRE SUFRIMIENTOS NO

CONTADOS

Entonces, la definición más hermosa que encontramos en el Evangelio es la que el Precursor Juan dio de Él: He aquí el Cordero de Dios, he aquí Aquel que quita los pecados del mundo . Jesús es la víctima: el que paga por los demás y paga por nosotros; se sacrificó y se inmoló por nosotros. Ha formado un verdadero parentesco de obligación hacia nosotros precisamente porque ha sustituido nuestras deudas por su riqueza; y satisfecho de nuestra miseria; Él reparó nuestra ruina. El misterio de la salvación, que es el misterio de un don divino, en lugar de nuestros innumerables deberes y deudas, debería, como nuevo motivo de fervor, sellar la figura de Cristo en nuestro corazón; y suscitar en nosotros una correspondencia plena y sentida.

En el Evangelio, cuando se menciona la relación entre el Hijo de Dios y sus discípulos, siempre falta algo de su parte, la duda, la inestabilidad y la insuficiencia. Solo después de la muerte de Cristo y su sacrificio pensaron en él como el Pastor que da la vida por sus ovejas. Así, se encendió en sus almas la llama de la adhesión, el entusiasmo, la fidelidad; de ese amor y entrega que el Señor pide a todos sus seguidores.

COMPLETAMENTE GENEROSO Y CONSTANTE SEA NUESTRA RESPUESTA

Hoy es el «Día de las Vocaciones». ¡Cuán felizmente se ha elegido para que coincida con el tratado del Evangelio ahora revisado!

Todos deberíamos sentirnos un poco llamados por nuestro nombre; es necesario ver en Jesús la guía de nuestros destinos, de toda nuestra vida; todos debemos correr tras él para decirle: gracias: yo también haré algo; mi vida es tuya, como tu vida ha sido y es mía.

La nueva relación de amor que une a la humanidad con Cristo se ha definido como la unión, el matrimonio entre la humanidad y Cristo. Por eso la Iglesia, es decir, la humanidad que sigue a Cristo, se llama Esposa del Señor. Lo que significa una respuesta: amor por amor; y lo que los miembros de la Iglesia debemos ser: clientes de la bondad de Dios, de Cristo. También indica nuestra capacidad para vencer y vencer la timidez, la ignorancia, las dudas, para establecer con él relaciones directas de conversación interior y amor secreto e indisoluble.

Ésta, oh hijos - concluye el Santo Padre - es la meditación de hoy y de siempre. Nunca debe terminar. Piense en las palabras del Señor, que dice de sí mismo: Yo soy el Buen Pastor. Con qué infinita caridad nos las repite a cada uno de nosotros y las valida con los demás: ¡mira que el Buen Pastor ha dado la vida por ti! ¿Y usted? ¿Y usted? Niños la respuesta para ti.

PEREGRINACIÓN DE LA ARQUIDIOCESIS DE GÉNOVA

Después de la celebración de los Santos Misterios nos sentimos obligados a dirigir un breve saludo a Nuestros visitantes, que se adaptan mejor al nombre de Pellegrini, porque vienen a Roma expresamente por motivos religiosos, y el nombre de Fedeli, que nunca como en este Una circunstancia los califica y honra, porque vinieron aquí movidos por la intención de renovar su profesión de Fe, en este año dedicado precisamente a la Fe, en memoria y en honor de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, corifei de la Fe, de los cuales celebramos el año del centenario de su martirio.

Y aquí, entre estos Fieles Peregrinos, está el numeroso y conspicuo grupo, al que va primero Nuestro saludo, el de Génova. Hola, diremos, en la Génova católica, que aquí se encuentra en una forma magnífica y muy significativa. Es una peregrinación de 3.500 participantes, guiados y representados por su ilustre y venerable cardenal Giuseppe Siri, arzobispo de esta histórica, distinguida, floreciente y querida Iglesia Metropolitana de Liguria para nosotros. 

Al pastor erudito y celoso, a quien tenemos la suerte de conocer desde hace muchos años, le ofrecemos Nuestra reverente y cordial "bienvenida"; a él Nuestro reconocimiento por su doctrina teológica, por el trabajo que dio durante años no cortos y no fáciles a todo el Episcopado italiano, por lo que todavía se desempeña como Presidente de las Semanas Sociales de los Católicos Italianos y como Consultor de la Unión Cristiana de Ejecutivos y Empresarios Italianos, por el celo y la doctrina con la que asiste a la pastoral de la Arquidiócesis genovesa. Y con él saludamos a su clero, cuya fidelidad, actividad, sabiduría, fervor conocemos en exponentes de alto valor; y con el clero, los religiosos y religiosas que participan en esta expedición espiritual y los que en la ciudad y en la arquidiócesis difunden ejemplos de santidad, caridad, apostolado. Observamos con especial interés a los representantes de la vida católica, a los que nos gustaría poder dar el consuelo de una milicia moral y espiritual perseverante y generosa, según lo requieran los tiempos.

 A todos los buenos y queridos genoveses presentes y a todos sus seres queridos, a quienes llevan en el corazón, un saludo afectuoso y vigorizante en el Señor. Tampoco al final podemos olvidarnos de las autoridades civiles y personalidades de la ciudad, que con. Un sentido ejemplar de solidaridad espiritual ha querido asociarse a esta Peregrinación: por sus Personas, por los serios oficios que se les han confiado, por el honor y la prosperidad de Génova, les expresamos nuestros mejores deseos e invocamos la asistencia divina sobre ellos. comunidad civil, que aquí, con tanto gusto, representan dignamente.

Estos saludos no dicen cuánto nos pone en el corazón la calificada presencia de Génova. Tendríamos muchas muchas cosas que decirles a los genoveses, incluso callando los recuerdos personales que nos unen a la hermosa y muy activa ciudad; pero nos limitamos a dos breves insinuaciones, que parecería una lamentable omisión callar.

 La primera referencia es a vuestra tradición católica, ¡oh genovés! Sería un tema larguísimo de meditación, si quisiéramos pasarlo a la revisión de hechos profanos y grandes figuras, que dan a la historia de la ciudad su impronta gloriosa y característica. Los nombres de cuatro papas genoveses vienen aquí espontáneamente a la memoria: Inocencio IV ( † 1254), Adriano V († 1276), ambos de la familia Fieschi, Inocencio VIII († 1492), Cybo, y finalmente cercano a nosotros y conocido por nosotros mismos (¿quién no lo recuerda?), El Papa Benedicto XV (†1922), de la familia Della Chiesa. Vienen los nombres de tus santos, y uno para todos celebrado en el doble campo de la mística y la caridad, Caterinetta, es decir, S. Caterina Fieschi Adorno; Vienen los de vuestras grandes organizaciones benéficas, que aún ilustran la ciudad como entre los que han sabido organizar obras hospitalarias y asistenciales con mayor comprensión de las necesidades de los pobres y los que sufren y con mayor generosidad. 

Recordemos algunas grandes figuras de arzobispos y eclesiásticos (el P. Semeria, por ejemplo, genovés de adopción) y también de laicos (como Camillo Corsanego), especialmente en este último período de vuestra historia religiosa y social. Y no debemos olvidar que Génova, ciudad marítima, fue una ciudad misionera en su tiempo; Oriente todavía tiene sus huellas, y el lejano oeste no puede disputar la paternidad de un hombre de fe, que se llama Cristóbal Colón. Es decir que la profesión de fe, que hoy vienes a expresar en el centro de la catolicidad, es un acto de coherencia histórica y espiritual que debe definir ante tus conciencias y tu comunidad de ciudad lo que fuiste, lo que eres y lo que eres. serán: cristianos y católicos, genoveses para quienes la adhesión a la santa Iglesia apostólica y romana es motivo de compromiso histórico y moral y el principio de esas virtudes morales y religiosas, que hicieron grande su pasado y debe hacerlo no menos grande, incluso si tan diferente es tu futuro.

Y el presagio del futuro plantea otro indicio de una cuestión vital para tu pueblo; no es una cuestión que le concierna exclusivamente a usted, pero quizás más que a muchas otras ciudades; es decir, la cuestión de la fusión de la tradición con los cambios radicales de la sociedad moderna con respecto a la antigua e incluso sólo a la que la precede unos años; cambios producidos principalmente por desarrollos industriales, que cambian no solo el aspecto externo de su paisaje, sino también los internos de la vida, del pensamiento, de las costumbres. Pues bien, esta peregrinación ya demuestra que, por difíciles que sean las cuestiones de esta fusión, no es imposible. En efecto, vuestra presencia romana vislumbra que precisamente una fe consciente, educada y sincera en la vitalidad del Evangelio, del que la Iglesia es guardiana y maestra,

Alabado, pues, a Génova creyente y trabajador. Nuestro aplauso es Nuestro voto por el gran y buen futuro de la Ciudad que la Inmaculada Concepción, Juan Bautista y Lorenzo mantienen bajo su protección vivificante.

Saludos a las otras diócesis

Algunas otras diócesis están oficialmente presentes en este feliz encuentroespiritual; ellos también merecen un panegírico;  Debemos conformarnos con la simple mención, que es sin embargo la del recuerdo más cariñoso y fiel. Aquí está la diócesis de Cremona y también la de Lodi; dos diócesis sufragáneas de la Arquidiócesis de Milán, y que por tanto tuvimos la oportunidad de conocer, visitar, admirar, especialmente en el celo pastoral de sus más dignos y queridos Obispos: Mons. Bolognini de Cremona, y Mons. Benedetti de Lodi . Cada Nuestro mejor voto es para ellos, y una bendición especial lo sancionará.

Tenemos grupos de otras Diócesis, cuyos nombres mueven Nuestro espíritu. Tales como: Trento, Chiavari, Benevento, Albano, Padua, Vicenza. A todos los más cordiales saludos en nuestro Señor. Pero vayamos en orden.

Un grupo que no podemos dejar sin una mención especial es el de las Mujeres de Acción Católica de la Diócesis de Brescia, nuestra patria natural y espiritual de origen. Conocemos el espíritu que anima a este grupo de mujeres piadosas y fieles; y también contaremos el motivo: Nuestra Madre pertenecía a esta Unión de Mujeres Católicas, y en el último período de su vida le dedicó el más asiduo cuidado, con mucha de Nuestra edificación y, queremos creer, con buen provecho. de la propia Unión., lo que parece demostrarlo también con esta Romería. A estas queridas Hijas en Cristo, ya todos sus miembros de fe y actividad católica, nuestro cordial aplauso y nuestra bendición.

CELEBRACIÓN SOLEMNA EN PREPARACIÓN PARA EL PENTECOSTÉS

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 26 de mayo de 1968

Antes de dejar unos momentos para el intercambio de saludos, el Santo Padre afirma que es necesario concentrar nuestra atención, en devoto recogimiento, en la palabra del Evangelio, en lo que el Señor nos propone meditar, a través del ministerio de la Iglesia, tratando de recoger algo de las santas, profundas y estupendas expresiones que nos ofrece hoy la lectura del Libro Sagrado

EL TESTIGO DEL DIVINO PARACLITO

Como sabéis - explica Su Santidad - el pasaje que acaba de leer pertenece a los amplios discursos, a la apertura de la mente, a las supremas confidencias que Nuestro Señor Jesucristo, en la última noche de su vida mortal y antes de ser abandonado a los más dolorosos Pasión, quiso dejar testimonio casi espiritual a sus discípulos, que quedaron en once tras la salida de Judas el traidor del Cenáculo.

Jesús, por tanto, permite que su Corazón se abra a revelaciones prodigiosas, dictadas por un maravilloso pensamiento principal en el Sermón después de la Cena.

Ante todo la realidad: el Señor deja lo suyo. ¿Cómo los deja? ¿Solo, huérfanos, pobres y sin comunicación con él? ¿Ya no estará presente entre ellos? Ya no hablará más; ¿No tendrá más influencia en sus almas?

Bueno, el Divino Maestro revela una nueva forma de comunicarse con sus elegidos; de hecho, un nuevo misterio de la presencia divina entre los hombres. Anuncia el envío del Paráclito, es decir, el Asistente, el Consolador, el Abogado: el Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo será enviado por el Padre y el Hijo -como recordaremos en breve en el Credo : Qui ex Patre Filioque procedit- y será enviado por Jesús para mantener en los discípulos no solo el recuerdo, sino la presencia, la acción. , su gracia, la vida nueva que infundirá en los que le son fieles y serán sus apóstoles; y, después de ellos, a las inmensas filas de la humanidad creyente y durante todos los siglos que seguirán a ese altísimo acontecimiento.

Nosotros mismos somos los destinatarios de la promesa del Señor. Ella nos repite: Te enviaré el Espíritu, el Consolador; y el Espíritu Santo testificará de mí; - note bien esta palabra - y por lo tanto, usted, a su vez, dará este testimonio a los demás.

EL DON SOBRENATURAL DE LA FE

Precisamente sobre este punto básico el Santo Padre quiere entretener brevemente a su audiencia, ya que, precisamente en esa promesa, se funda la economía, el orden que Dios ha decretado para la religión y para la sociedad que instituyó.

¿Qué significa testimonio? Significa la transmisión de una verdad en quienes, al recibirla, no pueden examinarla y conocerla directamente. Debe aceptarlo con su palabra, es decir, con confianza. Así estamos en la sacrosanta enseñanza del catecismo: debemos creer. Nuestra vida religiosa se basa en la fe, es decir, en la aceptación de un testimonio.

La misma palabra tiene, además de diferentes significados, muchas aplicaciones. El Señor, en el apartado del Evangelio que hemos leído, propone dos principales. La primera es la interior, que los discípulos, seguidores, fieles de Jesús, es decir, - y entre ellos, por elección divina, estamos - podemos recibir de manera imponderable pero real y, en algunos aspectos, tangible, en su propio íntimo. Este primer testimonio nos dice: mira que Cristo fue y verdaderamente es el enviado de Dios: es el Hijo de Dios, por eso tenemos la certeza de poder confiar en Cristo, en su Evangelio, en sus obras, en sus preceptos y en todo lo demás. brota de su aparición en el mundo.

Esta certeza interior quizás nos la podríamos dar nosotros mismos, por ejemplo, estudiando bien el Evangelio, la religión, el catecismo; ¿O escuchando conferencias y conferencias, como hacen tantos estudiosos y profesores de disciplinas humanas? Ciertamente no. Sabiendo mil cosas sobre Jesús, su vida, su aparición en la historia, los muchos episodios que le son inherentes, las diversas circunstancias de su paso por la tierra, renombradas luminarias de la ciencia han escrito voluminosas obras y, sin embargo, permanecieron incrédulos, ciegos, sordos. e inerte ante esta extraordinaria aparición, única y –también dicen– superior a todas las manifestaciones humanas. ¿Cuál es la razón de este fenómeno negativo? No poseen esa adhesión vital que llamamos fe y que lleva, nada menos, en nuestro espíritu al mismo Jesús ":. . . Christum habitare per fidem in cordibus vestris "( Ef 3, 17), como escribe san Pablo: Cristo habita, por la fe, en nuestros corazones.

UN ALTO E INCOMPARABLE DEBER DEL CRISTIANO

Por tanto, este testimonio del Espíritu es necesario: la gracia de la fe. Es necesario que el Señor introduzca en nuestras almas nueva luz, capacidad de pensamiento, disposición de ánimo, certeza inefable, alegría de acoger su palabra y su mensaje, para hacernos seguros, bienaventurados, completamente suyos, hasta anticiparnos. , de alguna manera, la posesión que, un día, tendremos de Él; el encuentro, que entonces será visible y pleno, con Dios, en las relaciones vitales y sublimes que nos unen a él. Pero mientras tanto, es bueno repetirlo, la gracia del Señor debe alimentar siempre en nosotros el auténtico gozo de la fe: ¡bienaventurados los que han creído!

Además del primero, hay un segundo testimonio, no igual, pero analógico, digamos: la transmisión, por nuestra parte, a los demás de la verdad de fe que el Señor nos ha dado, por su gracia y bondad. Esta comunicación, que se realiza en diversas formas, como el apostolado, la misión, con actividades inagotables, de la Iglesia, la define Jesús, también un testimonio, que daremos fuera de nosotros mismos, en beneficio del prójimo. Si el primero es interno, este segundo testimonio es social. Debemos difundirla entre todos nuestros hermanos, en el mundo que nos rodea, entre aquellos que esperan consuelo de nuestra palabra, llevándola especialmente a quienes nos están mirando, preguntándonos si sabemos difundir la verdad y si podemos vivirla.

Habiendo considerado así los dos testimonios diferentes y consecuentes, nos surge una pregunta: cómo haremos para lograrlos e implementarlos; ¿Cómo obtener este don, ante todo las herramientas de la ciencia, el estudio y cualquier investigación intelectual? ¿Cómo podemos adquirir del Cielo esta luz que aumenta nuestro poder de comprensión y nos da la certeza de creer sin tener los argumentos abiertos, visibles y tangibles de nuestro conocimiento natural ordinario?

El Señor viene a nuestro encuentro con su promesa: te enviaré el Espíritu, el Consolador, el que te habla en lo más profundo de tu ser. Te enviaré el Espíritu Santo. Evidentemente, es un misterio insondable. Nos bastará saber que existe y obra en la salvación y en la santificación.

Queridos hijos - declara el Santo Padre con ardiente celo - ciertamente poseéis tanto tesoro. Si os preguntamos: ¿creéis en Jesucristo ?, estamos seguros de que todos responderéis con una sola voz: sí. Ahora bien, ¿quién hace posible esta afirmación, quién te da la fuerza interior para adherirte a la verdad que, hace veinte siglos, fue anunciada al mundo y que hoy aceptamos como si se presentara en nuestro tiempo y en las circunstancias de la vida de hoy? Es el aliento, el suspiro, el aliento de Dios: viene a respirar dentro de nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos consuela, quien nos ilumina con una claridad que no es imprudente, ni nos deja en la duda y casi en el riesgo de colocar nuestra personalidad en elementos inestables o insuficientes. No. En cambio, es una certeza que nos hace tranquilos, alegres, seguros. ¡Creo en ti, oh Señor! añadiendo con Pedro, en cuyo sepulcro glorioso nos encontramos: Solo tú, oh Señor, tienes palabras de vida eterna. ¡Creo que eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

"¡VEN, LUMEN CORDIUM!"

Sentimos esta fe muy viva en nosotros, por eso la podemos comunicar.

Como consecuencia práctica, ante una realidad esencial para nosotros, ¿qué tenemos que lograr en la práctica? En primer lugar, sea devoto del Espíritu Santo; ser menos indigno de recibirlo, cuando y donde pueda estar presente su luz, su palabra arcana, interior, dulce, persuasiva. Por eso nuestra alma debe ser receptiva, abierta.

Tomemos una comparación del mundo secular. En la técnica moderna desarrollada, estamos rodeados de miríadas de voces de estaciones de radio, que transmiten sus programas y los hacen circular a nuestro alrededor. ¿Quién puede tomar, escuchar el exacto y deseado? Sin duda el que posee los medios adecuados y lo coloca en la fase correspondiente al favorito, entre las voces dispares, muchas veces opuestas, que debe escuchar.

Del mismo modo debemos actuar con nuestra alma: debemos colocarla en la onda correcta para una perfecta escucha del Espíritu Santo. Debemos estar preparados y preparados para recoger la voz de Dios, que quiere hablar dentro de nosotros. La primera condición para conseguirlo es mantener el alma pura, siempre dispuesta a comprender el discurso divino. Un muy buen profesor universitario -añade este recuerdo el Santo Padre- amonestó a un joven que iniciaba sus estudios superiores: Ocúpate, hijo, de ser puro, atento, bueno en todo momento. Porque si un día el Señor quiere llamarte y hablarte, si quiere entrar en comunicación contigo, no sucede que, a esa hora, te encuentres incapaz de aprender y hacer tuya la voz del Divino Maestro que llama a la puerta. de tu corazón.

ESCUCHA Y DIFUNDA LA VOZ DEL SEÑOR

Es obvio que, si somos honestos, puros, fieles, el Señor se hará escuchar, aunque solo sea dándonos la fortuna gratuita, cuyo valor nunca apreciaremos lo suficiente, para profesar la fe, para poseer el mundo celestial, para nos da a través de la comunicación de la palabra de Cristo, que se ha vuelto persuasiva, vibrante, conquistadora en nosotros.

¡Estamos dedicados al Espíritu Santo! En estos días tiene lugar la novena que nos prepara para su fiesta, la solemnidad de Pentecostés. Tratemos de ordenar nuestras almas para que sean realmente menos indignas de recibir la voz del Señor.

Y a los que sufren amados -añade Pablo VI-, a los que asisten a los enfermos amados, y a los demás oyentes reconfirma: entre todas las experiencias que puede tener la vida humana, la más bella, la más alegre, la más rica en promesas y El consuelo es precisamente el de poseer el Espíritu de Dios, su Gracia, la infusión de su energía vital, que no se extinguirá con nuestra decadencia mortal, sino que nos garantiza a partir de ahora la posesión eterna, y, en el resplandor de la luz plena, la realidad y gloria de Dios.

Estar dedicado al Espíritu Santo; conocer su testimonio para ser capaces de transmitirlo, como se nos enseña, también a otros hermanos: esta es la última invitación del Padre de las almas en memoria de un encuentro espiritual elegido; mientras implora a Dios que lo quiera llenar de consuelos y vigor indestructible para todos.

PARTICIPA EN EL MISTERIO DE LA CRUZ Y DE LA REDENCIÓN

Nos reservamos Nuestro primer saludo, entre los miembros de esta gran y variada asamblea reunida en torno al altar de San Pedro, al numeroso y conmovedor grupo de "Voluntarios del Sufrimiento", a esta singular y admirable asociación de fieles marcados por el dolor y marcado por el amor. 

Os saludamos, queridos hijos, enfermos y enfermos que nos rodean y que nos representan a vuestros muchos compañeros materialmente ausentes, pero espiritualmente presentes en este encuentro singular y espiritual; Os saludamos con la consideración, con la predilección, con la compasión que merecen vuestros dolores de Nuestra parte, ministros como nosotros y representantes de ese Jesús, para quien era destino misterioso y gloria incomparable ser llamado "el hombre de dolores y experto en sufrimiento "( es. 53, 3); Los saludamos uno a uno, lamentando no poder acercarnos a cada uno de ustedes, debido a su número y la medida de tiempo que se nos concedió para este encuentro, pero qué suerte tenerlos y sentirnos cerca de Nosotros, orar con ustedes para consolarse lo más posible, para bendecirlos a todos con plenitud de corazón. 

Queridos, queridos nuestros enfermos, doblemente hermanos por la caridad que debemos a todos y por el título particular que obliga a Nuestro oficio espiritual a consideraros más que a los demás participantes en el misterio de la Cruz y de la Redención; Queridos hijos nuestros, a quienes el dolor confiere una dignidad que merece la preferencia de Nuestra caridad, de Nuestro afecto, de Nuestra comunión; Queridos tesoros de la santa Iglesia, que se beneficien con su ejemplo de paciencia y piedad, que te consueles con el don de tus sufrimientos, que construyas con tu unión con Cristo crucificado; Queridos peregrinos en el duro camino hacia el Cielo, no con un paso más lento y más cansado, como sugeriría su estado de debilidad física, sino con un paso más rápido y ejemplar en el camino empinado y duro que conduce al cielo. Sea recibido por todos nosotros, en el nombre del Señor y bendecido por nosotros.

EL VALOR POSITIVO DEL DOLOR CRISTIANO

Te debemos un discurso largo y original: lo que sugiere un reflejo penetrante de la vida cristiana a la consideración del dolor humano, sobre todo si este dolor, como el tuyo, ya no es rechazado como enemigo absurdo de nuestra vida, sino extraña y heroicamente aceptado. .como factor de refinamiento moral y como valor de significación mística. Por el hecho de que te titulan "Voluntarios del sufrimiento", no solo ya conoces este discurso, sino que vives; y estamos tan exentos de decirle sobre el tema que ofrece a la consideración de quienes lo conocen y lo asisten, sería, si no fácil decirlo, al menos un deber de recordar. ¡«Voluntarios del sufrimiento»! ¡Ésta es una expresión sobreabundante de significados!

 Nos parece que concluye una meditación larga y nada evidente sobre el valor positivo del dolor cristiano. Debemos recordarles el parentesco que tiene el dolor cristiano entre el paciente y el Cordero de Dios, Jesucristo, que precisamente a través del dolor, y qué dolor el de su Pasión, "ha cancelado el pecado del mundo" (Yo . 1, 29) y que asocia al paciente mismo con ese complemento misterioso que, como dice el apóstol, "carece de los sufrimientos de Cristo" (cf. Col. 1, 24)? 

Seguramente habrás recorrido este camino de la Cruz una y otra vez (nosotros mismos escuchamos los cantos de tu piadoso ejercicio realizado anoche en la plaza de San Pedro); y conoces la profundidad de esta asimilación a Cristo a través de la aceptación y sublimación del sufrimiento. Y nada decimos de la riqueza ascética que esconde y revela a las almas valientes, que la convierten en un ejercicio de fortaleza moral, de autocontrol, de expiación de sus propios pecados. Nada de la belleza que un alma dispuesta a Cristo en la unión de su Pasión puede adquirir por el ardor y la transparencia del amor sentido por el fuego del dolor fuerte y silencioso; nada de la sabiduría reservada para quien sufre sabiendo lo que la sabiduría humana apenas percibe, no sea inútil el sufrimiento y no sea degradado,

APÓSTOLES DE PAZ EN SINCERIDAD JUSTICIA LIBERTAD Y HERMANDAD

Ustedes conocen estas verdades humildes pero luminosas, queridos hijos, Voluntarios del sufrimiento; Solo tenemos que exhortarlos a perseverar en su ejercicio de paciencia y oblación, y a hacer de sus corazones doloridos, física y moralmente, santuarios silenciosos de oración y bondad.

Y tanto es el valor que debemos reconocer en estas condiciones de debilidad física, transformada en eficiencia espiritual, que pensamos que podemos sacar provecho de ello, pidiéndoles a ustedes, hijos e hijas del dolor cristiano, que se hagan partícipes de sus méritos, para que el Señor nos haga menos indignos que nosotros del servicio que nos ha confiado, y para que las grandes necesidades de la Iglesia y del mundo, que constituyen el objeto de Nuestras continuas e implorantes intenciones, también estén presentes en vuestro intenciones y obtén el sufragio prodigioso de la oblación orante de tus dolores santificados. Bien puedes pensar cuánta agitación, luchas, guerras, competencias, odio pesan en Nuestro corazón, que ahora perturban la paz del mundo y parecen hacerla hoy más difícil y casi no deseada con sinceridad. Rezad, voluntarios del sufrimiento, por la paz, por la verdadera paz, con sinceridad, justicia, libertad y hermandad.

ADHESIÓN A LA IGLESIA "MADRE Y MAESTRA" DE NUESTRA SALVACIÓN

Quizás puedas hacer lo que los sabios y poderosos del mundo no pueden lograr. Y luego, por la Iglesia, ofrece tus dolores al Señor: mientras tantas nuevas y buenas energías la despiertan y rejuvenecen, demasiadas ansiedades la sacuden y turban, para que Nuestro corazón no se aflija a veces profundamente y espere del Señor lo que sea. muchas Iglesias parecen rechazar esta "Madre y Maestra" de nuestra salvación, nos referimos al sentido de adhesión a la verdad, que ella nos guarda y nos enseña, y la alegría filial de seguir sus preceptos y sus consejos: la fe y la obediencia necesitan un avivamiento en tantos hijos de la santa Iglesia, si bien a veces parecen ingeniosos para herir a ambos,

Voluntarios del sufrimiento, aquí ampliamos los horizontes de vuestra mirada de generosidad; no nos rechaces tu precioso regalo de oración y sacrificio; Lo atesoraremos delante del Señor; y estamos seguros de que usted, primero, tendrá mérito y recompensa. Que Nuestra Bendición Apostólica sea una prenda segura.

Un pensamiento especial va dirigido a quienes promueven y asisten a esta iniciativa providencial, destinada a poner el sufrimiento en valor cristiano y tejer lazos de unión organizativa y espiritual con Nuestros enfermos; debemos tener una mención para nuestro celoso Mons. Luigi Novarese.

        Saludo especial de fe a las peregrinaciones de Salerno y BeneventoLuego hay que saludar a otros conspicuos peregrinajes presentes. Todos deberíamos abordar sermones particulares. Algunos grupos no pueden ser silenciados, incluso si tenemos que privarnos del placer de una conversación más larga.

¿Cómo no saludar a los cuatro mil peregrinos de Salerno, la histórica y gloriosa Arquidiócesis que despierta tantos recuerdos del pasado y tantas consideraciones sobre el presente en nuestro espíritu? Ofrecemos al menos un saludo especial y reverente al digno Prelado de la Arquidiócesis, Mons. Demetrio Moscato, muy venerado por nosotros y conocido desde hace mucho tiempo en el celo de sus obras y en la bondad de su espíritu. 

Salerno nos recuerda el tesoro que guarda, según la tradición: las reliquias del evangelista san Mateo (¡ tanto nomini nullum par elogium!), y las del célebre y santo Papa Hildebrand, San Gregorio VII, cuya fiesta celebró ayer la Iglesia, y que murió en Salerno en 1085, en el exilio y oprimido por el dolor, exclamando las famosas palabras que se le atribuyen: "Dilexi iustitiam , odivi iniquitatem, propterea morior in exilio ": se dirían las palabras de un vencido; y en cambio había ganado la lucha por la libertad de la Iglesia y por el despertar de su costumbre. En Salerno, el venerado cardenal Schuster, ya sufriendo, hizo su último viaje en julio de 1954, poco antes de su santa muerte.

Salerno es también heredero y guardián de grandes tradiciones históricas y religiosas; Al dar la bienvenida a la Romería de Salerno, que viene a profesar su fe en la tumba de San Pedro, no tenemos mejor voto para expresar a la gloriosa comunidad diocesana que no solo sabe cómo preservar su patrimonio de memorias cristianas, sino que sabe cómo revivirlos en nuevos y gloriosos testimonios de la fe católica en las nuevas generaciones. Al venerable Arzobispo, al nuevo Auxiliar Mons. Guerrino Grimaldi, a las autoridades civiles, a todos los peregrinos ya toda la Arquidiócesis, nuestro saludo y nuestra cordial bendición.

¡Y luego tenemos a Benevento!

¡Saludos a su arzobispo y a su clero! Saludos a los tres mil peregrinos beneventanos. Hasta vuestra presencia, queridos hijos de Benevento, tienta a Nuestra memoria a celebrar vuestra historia, ya que "Male ventum" fue el nombre de vuestra ciudad cambiado, tras la victoria de Curio Dentato sobre Pirro, a lo que luego quedó, perenne y buen augurio de Benevento. . Roma, Bizancio, los lombardos, los normandos luchan por tu historia y por lo turbulenta y compleja que es. 

Entonces, ¡qué larga historia ligada al Pontificado Romano! ¡No en vano recuerdas la alabanza de Pablo el Diácono, que dice la Iglesia Beneventana «Provinciarum caput ditissima»! Su Arco de Trajano, la famosa "puerta dorada" y el monumento al Papa Benedicto XIII Orsini en la Iglesia de Minerva en Roma (1730) cuentan el inmenso arco de la historia que se describe sobre su ciudad. 

Y también te recordaremos el deber que se deriva de la historia, y que muchas veces nos hace olvidar el espíritu revolucionario de los tiempos modernos, el de conocer y preservar, como un precioso tesoro cultural y espiritual, el patrimonio de tu historia y darle vida. y fructífera para los tiempos modernos, en coherencia de espíritu y desarrollo especialmente sobre el tronco de una tradición que no muere, la de la fe católica. 

Habéis venido a Roma para profesar la fe, y habéis venido a abastecerse de nueva fe: ¡sepan vivirla! y no creas que puede obstaculizar los nuevos desarrollos que promete la edad moderna; saber ser moderno y anclado en los valores eternos de la vida cristiana. Nuestra confianza y nuestra bendición los exhortan a ello. y que el espíritu revolucionario de los tiempos modernos a menudo nos hace olvidar, el de conocer y preservar, como un precioso tesoro cultural y espiritual, la herencia de su historia y hacerla viva y fecunda para los tiempos modernos, en coherencia con el espíritu y el desarrollo especialmente en el tronco de una tradición que no muere, la de la fe católica. 

Delegaciones de Como Gorizia, Milán y Brescia

Por último, deberíamos saludar a Como, saludar a Gorizia con sus trabajadores italianos y eslovenos. Queridas y gloriosas Ciudades, si el tiempo nos prohíbe prolongar Nuestro discurso, sepan que su presencia Nos llena de alegría y buenos deseos, por ustedes aquí presentes y por todo lo que representan y aman. En Como, nuestra más querida diócesis sufragánea de Nuestro Milán, en Gorizia, la ciudad gloriosa que está en el corazón de todos los italianos, Nuestro saludo especial y de bendición.                         

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A BOGOTÁ

ORDENACIÓN DE DOSCIENTOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
EN LA SEDE DEL CONGRESO EUCARÍSTICO

HOMILÍA DEL PAPA PABLO VI

Jueves 22 de agosto de 1968

¡Señor Jesús! Te damos gracias por el misterio que acabas de realizar Tú, mediante el ministerio de nuestras manos y de nuestras palabras, por obra del Espíritu Santo.

Tú, te has dignado imprimir en el ser personal de estos elegidos tuyos una huella nueva, interior e imborrable; una huella, que les asemeja a Ti, por lo cual cada uno de ellos es y será llamado: otro Cristo. Tú has grabado en ellos tu semblante humano y divino, confiriéndoles no sólo una inefable semejanza contigo, sino también una potestad y una virtud tuyas, una capacidad de realizar acciones, que sólo la eficacia divina de tu Palabra atestigua y la de tu voluntad realiza.

Tuyos son, Señor, estos tus hijos, convertidos en hermanos y ministros tuyos, por un nuevo título. Mediante su servicio sacerdotal, tu presencia y tu sacrificio sacramental, tu evangelio, tu Espíritu, en una palabra, la obra de tu salvación, se comunicará a los hombres, dispuestos a recibirla; se difundirá en el tiempo de la generación presente y de la futura una incalculable irradiación de tu caridad e inundará de tu mensaje regenerador esta dichosa Nación este inmenso continente, que se llama América Latina, y que acoge hoy los pasos de nuestro humilde, pero incontenible, ministerio apostólico.

Tuyos son, Señor, estos nuevos servidores de tu designio de amor sobrenatural; y también nuestros, porque han sido asociados a Nos, en la gran obra de evangelización, como los más cualificados colaboradores de nuestro ministerio, como hijos predilectos nuestros; más aún, como hermanos en nuestra dignidad y en nuestra función, como obreros esforzados y solidarios en la edificación de tu Iglesia, como servidores y guías, como consoladores y amigos del Pueblo de Dios, como dispensadores, semejantes a Nos, de tus misterios.

Te damos gracias, Señor, por este acontecimiento, que tiene origen en tu infinito amor y que, más que hacernos dignos, nos obliga a celebrar tu misericordia misteriosa y nos incita solícitamente, casi con impaciencia, para salir al encuentro de las almas a las cuales está destinada toda nuestra vida, sin posibilidad de rescate, sin límites de donación, sin segundas intenciones de intereses terrenos.

¡Señor! en este momento decisivo y solemne, nos atrevernos a expresarte una súplica candorosa, pero no falta de sentido: haz, Señor, que comprendamos.

Nosotros comprendemos, cuando recordamos que Tú, Señor Jesús, eres el mediador entre Dios y los hombres; no eres diafragma, sino cauce; no eres obstáculo, sino camino; no eres un sabio entre tantos, sino el único Maestro; no eres un profeta cualquiera, sino el intérprete único y necesario del misterio religioso, el solo que une a Dios con el hombre y al hombre con Dios, Nadie puede conocer al Padre, has dicho Tú, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo, que eres Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, quisiere revelarlo (Cf. Mt 11, 27; Jn 1,18). Tú eres el revelador auténtico, Tú eres el puente entre el reino de la tierra y el reino del cielo: sin Ti, nada podemos hacer (Cf. Jn 15,5) . Tú eres necesario, Tú eres suficiente para nuestra salvación. Haz, Señor, que comprendamos estas verdades fundamentales.

Y haz que comprendamos, cómo nosotros, sí, nosotros, pobre arcilla humana tomada en tus manos, milagrosas, nos hemos transformado en ministros de esta tu única mediación eficaz (Cf. S. Th. III, 26, 1 ad 1). Corresponderá a nosotros, en cuanto representantes tuyos y administradores de tus divinos misterios(Cf. 1 Cor 4,1; 1 Petr 4, 10) difundir los tesoros de tu palabra, de tu gracia, de tus ejemplos entre los hombres, a los cuales desde hoy está dedicada totalmente y para siempre toda nuestra vida (Cf. 2 Cor 4, 5).

Esta misma mediación ministerial nos sitúa, hombres frágiles y humildes como seguimos siendo, en una posición, sí, de dignidad y de honor (Cf. 2 Cor 4, 5), de potestad,(Cf. 1 Cor 11, 24-25; Jn 20-33; Hech 1, 2 2 ; 1 Petr 5, 2 etc.) de ejemplaridad (Cf. 1 Cor 4, 16; 11, 1; Phil 3, 17; 1 Petr. 5, 3), que califica moral y socialmente nuestra vida y tiende a asimilar el sentimiento de nuestra conciencia personal al mismo que embargó tu divino corazón, oh Cristo, (Cf. Phil 2, 5; Eph 5, 1) habiéndonos convertido nosotros también, casi conviviendo contigo, en Ti, (Gal 2, 2) en sacerdotes y víctimas al mismo tiempo, (Cf Gal 2, 19) dispuestos a cumplir con todo nuestro ser, como Tú, Señor, la voluntad del Padre, (Cf. Gal 2, 19) obedientes hasta la muerte, como lo fuiste Tú hasta la muerte de cruz (Cf. Phil 2, 8.) para salvación del mundo (Cf. 1 Cor 11, 26).

Pero ahora, Señor, lo que quisiéramos entender mejor, es el efecto sicológico que el carácter representativo de nuestra misión debe producir en nosotros y la doble polarización de nuestra mentalidad. de nuestra espiritualidad y también de nuestra actividad hacia los des términos que encuentran en nosotros el punto de contacto y de simultaneidad: Dios y el hombre, en una analogía viviente y magnífica contigo, Dios y hombre.

Dios tiene en nosotros su instrumento vivo, su ministro y por tanto su intérprete, el eco de su voz; su tabernáculo, el signo histórico y social de su presencia en la humanidad, el hogar ardiente de irradiación de su amor hacia los hombres. Este hecho prodigioso (haz, Señor, que nunca lo olvidemos) lleva consigo un deber, el primero y el más dulce de nuestra vida sacerdotal: el de la intimidad con Cristo, en el Espíritu Santo y por lo mismo contigo, ¡oh Padre! (Cf. Jn 16, 27) ; es decir, el de una vida interior auténtica y personal, no sólo celosamente cuidada en el pleno estado de gracia, sino también voluntariamente manifestada en un continuo acto reflejo de conciencia, de coloquio, de suspensión amorosa, contemplativa (Cf. S. Greg., Regula Pastoralis I: contemplatione suspensus).

 La reiterada palabra de Jesús en la última Cena: « manete in dilectione mea »(Jn 15, 9; 15, 4 etc) se dirige a nosotros, amadísimos Hijos y Hermanos. En este anhelo de unión con Cristo y con la revelación, abierta por El en el mundo divino y humano, está la primera actitud característica del ministro, hecho representante de Cristo e invitado, mediante el carisma del Orden sagrado, a personificarlo existencialmente en sí mismo. Esto es algo importantísimo para nosotros, es indispensable. Y no creáis que esta absorción de nuestra consciente espiritualidad en el coloquio íntimo con Cristo, detenga o frene el dinamismo de nuestro ministerio, es decir, retrase la expansión de nuestro apostolado externo, o quizá sirva también para evadir la molesta y pesada fatiga de nuestra entrega al servicio de los demás, la misión que se nos ha confiado; no, ella es el estímulo de la acción ministerial, la fuente de energía apostólica y hace eficiente la misteriosa relación entre el amor a Cristo y la entrega pastoral (Cf. Jn 21, 15 ss).

Más aún, es así como nuestra espiritualidad sacerdotal de representantes de Dios ante el Pueblo, se orienta hacia su otro polo, de representantes del Pueblo ante Dios. Y esto, fijaos bien, no sólo para prodigar a los hombres, amados por amor a Cristo, toda la actividad, todo nuestro corazón, sino también y en una fase anterior sicológica, para asumir nosotros su representación: en nosotros mismos, en nuestro afecto, en nuestra responsabilidad, recogemos al Pueblo de Dios. Somos no sólo ministros de Dios, sino también ministros de la Iglesia (Cf. Enc. Mediator Dei, AAS, 1947, p. 539); más aun, deberemos tener siempre presente que el Sacerdote cuando celebra la Santa Misa, hace « populi vices » (Pío XII, Magnificate Dominum, AAS, 1954 p. 688); y así, por lo que se refiere a la validez sacramental del sacrificio, el sacerdote actúa « in persona Christi »; mientras que en cuanto a la aplicación actúa como ministro de la Iglesia. (Cfr. Ch. Journet, L’Eglise du Verbe Incarné, I, p. 110, n. 1, 1° ed.; Cf. S. Th. III, 22, 1; Cf. 2 Cor. 5, 11).

Pidamos pues al Señor que nos infunda el sentido del Pueblo que representamos y que llevamos en nuestra misión sacerdotal y en nuestro corazón de consagrados a su salvación; del Pueblo que reunimos en comunidad eclesial, que convocamos en torno al altar, de cuyas necesidades, plegarias, sufrimientos, esperanzas, debilidades y virtudes somos intérpretes. Nosotros constituimos, en el ejercicio de nuestro ministerio cultual, el Pueblo de Dios.

Nosotros hacemos coincidir en nuestro carácter representativo y ministerial las diversas categorías que componen la comunidad cristiana: los niños, los jóvenes, la familia, los trabajadores, los pobres, los enfermos y también los lejanos y los adversarios. Nosotros somos el amor que une a las gentes de este mundo. Somos su corazón. Somos su voz, que adora y ruega, que goza y llora. Nosotros somos su expiación (Cf. 2 Cor 5, 21). Somos los mensajeros de su esperanza.

Haz, Señor, que comprendamos. Tenemos que aprender a amar así a los hombres. Y también a servirlos así. No nos costará estar a su servicio, al contrario, esto será nuestro honor y nuestra aspiración. No nos sentiremos nunca apartados socialmente de ellos, por el hecho de que seamos y debamos ser distintos en virtud de nuestro oficio. No rehusaremos jamás ser para ellos hermanos, amigos, consoladores, educadores y servidores. Seremos ricos con su pobreza y pobres en medio de sus riquezas. Seremos capaces de comprender sus angustias y de transformarlas no en cólera y en violencia, sino en la energía fuerte y pacífica de obras constructivas. Sabremos estimar que nuestro servicio sea silencioso (Cf. Mt. 6, 3.), desinteresado (Cfr Mt 10, 8) y sincero en la constancia, en el amor y en el sacrificio; confiados en que tu poder, Señor, lo hará un día eficaz (Cf. Jn 4, 37). Tendremos siempre delante y dentro del espíritu, a la Iglesia, una, santa, católica, en peregrinación hacia la meta eterna; y llevaremos grabada en la memoria y en el corazón nuestro lema apostólico: Pro Chisto ergo legatione fungimur (2 Cor 5, 20).

Mira, Señor; estos nuevos sacerdotes, estos nuevos diáconos harán propia la divisa, la consigna de ser embajadores tuyos, tus heraldos, tus ministros en esta tierra bendita de Colombia, en este cristiano continente de América Latina.

Tú, Señor, los llamaste, Tú los has revestido ahora de la gracia, de los carismas, de los poderes de la ordenación, sacerdotal en unos y diaconal en otros. Haz, que todos sean siempre ministros fieles tuyos.

Nos te suplicamos, Señor, que, mediante su ministerio y su ejemplo, se conserve la fe católica en estos países; se encienda con nueva luz y resplandezca en la caridad operante y generosa; Te pedimos que su testimonio haga eco al de sus Obispos y robustezca el de sus hermanos, a fin de que todos sepan alimentar la verdadera vida cristiana en el Pueblo de Dios; que tengan la lucidez y la valentía del Espíritu para promover la justicia social, para amar y defender a los Pobres, para servir con la fuerza del amor evangélico y con la sabiduría de la Iglesia, madre y maestra, a las necesidades de la sociedad moderna; y, finalmente, Te suplicamos que, recordando este Congreso, ellos busquen y gusten en el misterio eucarístico la plenitud de su vida espiritual y la fecundidad de su ministerio pastoral. ¡Te lo pedimos! ¡Escúchanos, Señor!  

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A BOGOTÁ

INAUGURACIÓN DE LA II ASAMBLEA GENERAL DE LOS OBISPOS DE AMÉRICA LATINA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Sábado 24 de agosto de 1968

Venerados, queridos, carísimos Hermanos:

BENEDICAMUS DOMINO! Bendecimos y damos gracias al Señor que nos concede este fraternal encuentro. Saludamos a todos y a cada uno de vosotros con la veneración, con el afecto, con la profundidad y la riqueza de sentimientos que la caridad de nuestro Señor y la elección común al gobierno pastoral y al servicio generoso de la Iglesia pueden suscitar en el corazón del humilde sucesor de Pedro. Y con vosotros saludamos y bendecimos a todos los Obispos y Ordinarios de América Latina, representados aquí por vosotros, a los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas y a todos los fieles, a toda la Santa Iglesia católica de este gran continente.

Venerables Hermanos! No podemos ocultaros la viva emoción que invade nuestro espíritu en estos momentos. Nos mismo estamos maravillado de encontrarnos entre vosotros. La primera visita personal del Papa a sus Hermanos y a sus Hijos en América Latina, no es en verdad un sencillo y singular hecho de crónica; es, a nuestro parecer, un hecho histórico, que se insiere en la larga, compleja y fatigosa acción evangelizadora de estos inmensos territorios y que con ello la reconoce, la ratifica, la celebra y al mismo tiempo la concluye en su primera época secular; y, por una convergencia de circunstancias proféticas, se inaugura hoy con esta visita un nuevo período de la vida eclesiástica. Procuremos adquirir conciencia exacta de este feliz momento, que parece ser por divina providencia conclusivo y decisivo.

Quisiéramos deciros tantas cosas sobre vuestro pasado misionero y pastoral y rendir honor a cuantos han trazado los surcos del Evangelio en estos campos tan amplios, tan inaccesibles, tan abiertos y tan difíciles al mismo tiempo para la difusión de la fe y para la sincera vitalidad religiosa y social. Ha sido plantada la Cruz de Cristo, ha sido dado el nombre católico, se han realizado esfuerzos sobrehumanos para evangelizar estas tierras, se han llevado a cabo grandes e innumerables obras, se han conseguido, con escasez de hombres y de medios, resultados dignos de admiración, en resumen, se ha difundido por todo el continente el nombre del único Salvador Jesucristo, ha sido construida la Iglesia, ha sido difundido un Espíritu cuyo calor e impulso hoy estamos sintiendo. ¡Dios bendiga la grande obra! Dios bendiga a aquellos que han gastado su vida. ¡Dios bendiga a vosotros, Hermanos carísimos que estáis consagrados a esta empresa gigantesca!

La obra, como todos sabemos, no está acabada. Más aún, el trabajo realizado denuncia sus límites, pone en evidencia las nuevas necesidades, exige algo nuevo y grande. El porvenir reclama un esfuerzo, una audacia, un sacrificio que ponen en la Iglesia un ansia profunda. Estamos en un momento de reflexión total. Nos invade como una ola desbordante, la inquietud característica de nuestro tiempo, especialmente de estos Países, proyectados hacia su desarrollo completo, y agitados por la conciencia de sus desequilibrios económicos, sociales, políticos y morales. También los Pastores de la Iglesia, -¿no es verdad?- hacen suya el ansia de los pueblos en esta fase de la historia de la civilización; y también ellos, los guías, los maestros, los profetas de la fe y de la gracia advierten la inestabilidad que a todos nos amenaza. Nos compartimos vuestra pena y vuestro temor, Hermanos. Desde lo alto de la mística barca de la Iglesia, también Nos y no en menor grado, sentimos la tempestad que nos rodea y nos asalta. Pero escuchad también de nuestros labios, Hermanos, vosotros - personalmente más fuertes y más valientes que Nos mismo -, la palabra de Jesús, con la cual El, presentándose entre las olas borrascosas, en una noche llena de peligros, gritó a sus discípulos que navegaban: « Soy Yo, no temáis » (Matth. 14, 27). Sí, Nos queremos repetiros esa exhortación del Maestro: « No temáis » (Luc. 12, 32). Esta es para la Iglesia una hora de ánimo y de confianza en el Señor.

Permitid que condensemos brevemente en algunos párrafos lo mucho que tenemos en el corazón, para vuestro momento presente y para vuestro próximo futuro. No esperéis de Nos tratados completos; las reuniones de vuestra segunda Asamblea General del Episcopado Latino americano que sabemos preparadas con tanto esmero y competencia, abordarán más a fondo vuestros problemas. Nos limitamos a indicaros una triple dirección a vuestra actividad de Obispos, sucesores de los Apóstoles, custodios y maestros de la fe y Pastores del Pueblo de Dios.

Una orientación espiritual, en primer lugar. Entendemos, ante todo una orientación espiritual personal. Ninguno ciertamente querrá impugnar que nosotros, Obispos llamados al ejercicio de la perfección y a la santificación de los demás, tengamos un deber inmanente y permanente de buscar para nosotros mismos la perfección y la santificación. No podemos olvidar las exhortaciones solemnes que nos fueron dirigidas en el acto de nuestra consagración episcopal. No podemos eximirnos de la práctica de una intensa vida interior. No podemos anunciar la palabra de Dios sin haberla meditado en el silencio del alma. No podemos ser fieles dispensadores de los misterios divinos sin habernos asegurado antes a nosotros mismos sus riquezas. No debemos dedicarnos al apostolado, si no sabemos corroborarlo con el ejemplo de las virtudes cristianas y sacerdotales.

Estamos muy observados: « spectaculum facti sumus » (1 Cor. 4, 9): el mundo nos observa hoy de modo particular con relación a la pobreza, a la sencillez de vida, al grado de confianza que ponemos para nuestro uso en los bienes temporales; nos observan los ángeles en la transparente pureza de nuestro único amor a Cristo que se manifiesta tan luminosamente en la firme y gozosa observancia de nuestro celibato sacerdotal; y la Iglesia observa nuestra fidelidad a la comunión, que hace de todos nosotros uno, y a las leyes, que siempre debemos recordar, de su ensambladura visible y orgánica. Dichoso nuestro tiempo atormentado y paradójico, que casi nos obliga a la santidad que corresponde a nuestro oficio tan representativo y tan responsable, y que nos obliga a recuperar en la contemplación y en la ascética de los ministros del Espíritu Santo aquel íntimo tesoro de personalidad del cual casi nos proyecta fuera la entrega a nuestro oficio extremamente acuciante.

Y después, haciendo puente entre nosotros y nuestro rebaño, las virtudes teologales asumen para nuestra alma y la del prójimo toda su soberana importancia. Nos hicimos una llamada a la Iglesia para celebrar un « año de la fe », como memoria y homenaje a la fecha centenaria del martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y también a vosotros ha llegado el eco de Nuestra solemne profesión de fe. La fe es la base, la raíz, la fuente, la primera razón de ser de la Iglesia, bien lo sabemos. Y sabemos cómo la fe es insidiada por las corrientes más subversivas del pensamiento moderno.

La desconfianza, que, incluso en los ambientes católicos se ha difundido acerca de la validez de los principios fundamentales de la razón, o sea, de nuestra « philosophia perennis », nos ha desarmado frente a los asaltos, no raramente radicales y capciosos, de pensadores de moda; el « vacuum » producido en nuestras escuelas filosóficas por el abandono de la confianza en los grandes maestros del pensamiento cristiano, es invadido frecuentemente por una superficial y casi servil aceptación de filosofías de moda, muchas veces tan simplistas como confusas: y éstas han sacudido nuestro arte normal, humano y sabio de pensar la verdad; estamos tentados de historicismo, de relativismo, de subjetivismo, de neo-positivismo, que en el campo de la fe crean un espíritu de crítica subversiva y una falsa persuasión de que para atraer y evangelizar a los hombres de nuestro tiempo, tenemos que renunciar al patrimonio doctrinal, acumulado durante siglos por el magisterio de la Iglesia, y de que podemos modelar, no en virtud de una mejor claridad de expresión sino de un cambio del contenido dogmático, un cristianismo nuevo, a medida del hombre y no a medida de la auténtica palabra de Dios.

Desafortunadamente también entre nosotros, algunos teólogos no siempre van por el recto camino. Tenemos gran estima y gran necesidad de la función de teólogos buenos y animosos; ellos pueden ser providenciales estudiosos y valientes expositores de la fe, si se conservan discípulos inteligentes del magisterio eclesiástico, constituido por Cristo en custodio e intérprete, por obra del Espíritu Santo, de su mensaje de verdad eterna.

Pero hoy algunos recurren a expresiones doctrinales ambiguas, se arrogan la libertad de enunciar opiniones propias, atribuyéndoles aquella autoridad que ellos mismos, más o menos abiertamente, discuten a quien por derecho divino posee carisma tan formidable y tan vigilantemente custodiado, incluso consienten que cada uno en la Iglesia piense y crea lo que quiere, recayendo de este modo en el libre examen que ha roto la unidad de la Iglesia misma y confundiendo la legítima libertad de conciencia moral con una mal entendida libertad de pensamiento que frecuentemente se equivoca por insuficiente conocimiento de las genuinas verdades religiosas.

No toméis con desagrado, venerables Hermanos, constituidos maestros y pastores del Pueblo de Dios, si os repetimos y os exhortamos, en virtud del mandato dado por Cristo a Pedro de « confirmar a los Hermanos » (cfr. Luc. 22, 32), con las mismas palabras del Apóstol: « resistite fortes in fide » (1 Petr. 5, 9).

Ya comprendéis como de este principio nacen otros tantos criterios de vitalidad espiritual, con doble beneficio, es decir para nosotros y para el rebaño que se nos ha confiado. Y entre ellos sean los principales los siguientes. Los Hechos de los Apóstoles nos los recuerdan, a saber, la oración y el ministerio de la palabra (Act. 6, 4).

Con respecto a esto, lo sabéis todo. Pero permitid que os recomendemos por lo que se refiere a la oración, la aplicación de la reforma litúrgica, en sus hermosas innovaciones y en sus normas disciplinares, pero’ sobre todo en sus finalidades primordiales y en su espíritu: purificar y dar autenticidad al verdadero culto católico, fundado sobre el dogma y consciente del misterio pascual que encierra, renueva y comunica; y asociar el Pueblo de Dios a la celebración jerárquica y comunitaria de los santos ritos de la Iglesia, al de la Misa, con conocimiento familiar y profundo, en ambiente de sencillez y de belleza (os recomendamos en particular el canto sagrado, litúrgico y colectivo), ejercitando no sólo formalmente sino también sincera y cordialmente la caridad fraterna. En cuanto al ministerio de la palabra, todo lo que se haga en favor de una instrucción religiosa de todos los fieles, una instrucción popular y cultural, orgánica y perseverante, estará bien hecho; no debe existir por más tiempo el analfabetismo religioso entre las poblaciones católicas.

Y estará bien todo ejercicio directo de la predicación o de la instrucción, que vosotros Obispos, singularmente y como grupos canónicamente constituidos, tengáis a bien proporcionar al Pueblo de Dios. Hablad, hablad, predicad, escribid, tomad posiciones, como se dice, en armonía de planes y de intenciones, acerca de las verdades de la fe, defendiéndolas e ilustrándolas, de la actualidad del evangelio, de las cuestiones que interesan la vida de los fieles y la tutela de las costumbres cristianas, de los caminos que conducen al diálogo con los Hermanos separados, acerca de los dramas, ora grandes y hermosos, ora tristes y peligrosos, de la civilización contemporánea. La Constitución Pastoral del Concilio « Gaudium et Spes » ofrece enseñanzas y estímulos de gran riqueza y de alto valor.

Llegamos así a la orientación pastoral que nos hemos propuesto presentar a vuestra atención. Estamos en el campo de la caridad. Valga lo que hemos dicho hasta aquí para trazar las primeras líneas de esta dirección, que por su naturaleza debe desarrollarse en muchas líneas prácticas, según las exigencias de la caridad.

Nos parece oportuno llamar la atención a este respecto sobre dos puntos doctrinales: el primero es la dependencia de la caridad para con el prójimo de la caridad para con Dios. Conocéis los asaltos que sufre en nuestros días esta doctrina de clarísima e incontestable derivación evangélica: se quiere secularizar el cristianismo, pasando por alto su esencial referencia a la verdad religiosa, a la comunión sobrenatural con la inefable e inundante caridad de Dios para con los hombres; su referencia al deber de la respuesta humana, obligada a osar amarlo y llamarlo Padre y en consecuencia llamar con toda verdad hermanos a los hombres,. para librar el cristianismo mismo de « aquella forma de neurosis que es la religión » (Cox), para evitar toda preocupación teológica y para ofrecer al cristianismo una nueva eficacia, toda ella pragmática, la sola que pudiese dar la medida de su verdad y que lo hiciese aceptable y operante en la moderna civilización profana y tecnológica.

El otro punto doctrinal se refiere a la Iglesia institucional, confrontada con otra presunta Iglesia llamada carismática, como si la primera, comunitaria y jerárquica, visible y responsable, organizada y disciplinada, apostólica y sacramental, fuese una expresión del cristianismo ya superada, mientras la otra, espontánea y espiritual, sería capaz de interpretar el cristianismo para el hombre adulto de la civilización contemporánea y de responder a los problemas urgentes y reales de nuestro tiempo. No tenemos necesidad de hacer ante vosotros, a quienes « Spíritus Sanctus posuit episcopos regere ecclesiam Dei » (Act. 20, 28), la apología de la Iglesia, como Cristo la fundó y como la tradición fiel y coherente nos la entrega hoy en sus líneas constitucionales que describen el verdadero Cuerpo místico de Cristo vivificado por el Espíritu de Jesús.

Nos bastará reafirmar nuestra certeza en la autenticidad y en la vitalidad de nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica, con el propósito de conformar cada vez más su fe, su espiritualidad, su aptitud para acercar y salvar la humanidad (tan diversa en sus múltiples condiciones y ahora tan mudable), su caridad que comprende todo y todo lo soporta (cfr. 1 Cor. 13, 7), con la misión salvadora que Cristo le confió. Haremos, sí, un esfuerzo de inteligencia amorosa para comprender cuanto de bueno y de admisible se encuentre en estas formas inquietas y frecuentemente erradas de interpretación del mensaje cristiano; para purificar cada vez más nuestra profesión cristiana y llevar estas experiencias espirituales, ya se llamen seculares unas, ya carismáticas otras, al cauce de la verdadera norma eclesial (cfr. 1 Cor. 14, 37: « Si quis videtur propheta esse aut spiritualis, cognoscat quae scribo vobis, quia Domini sunt mandata » ; y Enc. « Mystici Corporis » sobre la distinción abusiva entre la Iglesia jurídica y la Iglesia de la caridad: AAS, 1943, pág.. 223-225; Journet, L’Eglise du Verbe Incarné 1, introd. XII).

Estas alusiones nos llevan a recomendar vuestra caridad pastoral algunas categorías de personas a las cuales va nuestro pensamiento entrañable. Las indicamos brevemente, en exigencia del común interés apostólico, no para decir cuanto ellas merecerían; bien sabemos que están ya presentes en esta asamblea que se ocupa de ellas; por tanto nos limitamos a alentar vuestro estudio.

La primera categoría es la de los Sacerdotes. Nos sea consentido dirigirles un pensamiento afectuosísimo desde esta sede y en estos momentos. Los Sacerdotes están siempre dentro de nuestro espíritu, en nuestro recuerdo. Lo están también en nuestra estima y en nuestra confianza. Lo están en la visión concreta de la actividad de la Iglesia: son vuestros primeros e indispensables colaboradores, son los más directos y más empeñados « dispensadores de los misterios de Dios » (1 Cor. 4, l), es decir, de la palabra, de la gracia, de la caridad pastoral; son los modelos vivientes de la imitación de Cristo; son, con nosotros, los primeros participantes del sacrificio del Señor; son nuestros hermanos, nuestros amigos (cfr. Io. 15, 15); debemos amarlos mucho, cada vez más. Si un Obispo concentrase sus cuidados más asiduos, más inteligentes, más pacientes, más cordiales, en formar, en asistir, en escuchar, en guiar, en instruir, en amonestar, en confortar a su Clero, habría empleado bien su tiempo, su corazón y su actividad.

Trátese de dar a los Consejos presbiterales y pastorales la consistencia y la funcionalidad queridas por el Concilio; se prevenga prudentemente, con paternal comprensión y caridad en cuanto sea posible toda actitud irregular e indisciplinada del Clero; se procure interesarlo en las cuestiones del ministerio diocesano y sostenerlo en sus necesidades; se ponga todo cuidado en reclutar y en formar a los Alumnos seminaristas; se asocien también los Religiosos y las Religiosas, según sus aptitudes y posibilidades, a la actividad pastoral. Así, concentrando en el Clero las atenciones mejores, estamos seguros de que este método dará el fruto esperado, el de una Iglesia viva, santa, ordenada y floreciente en toda América Latina.

Después, venerados Hermanos, proponemos a vuestra sapiente caridad los jóvenes y los estudiantes. No se acabaría nuestro discurso si quisiésemos decir algo sobre este tema. Os baste saber que lo consideramos digno del máximo interés y de grandísima actualidad. De ello estáis todos vosotros perfectamente convencidos.

Este recuerdo nos lleva a recomendaros, con no menor calor, otra categoría de hombres, sean o no sean fieles: los trabajadores, del campo, de la industria y similares.

Hemos llegado así al tercer punto que ponemos a vuestra consideración: el social. No esperéis un discurso, también éste sería interminable en materia social, especialmente en América Latina. Nos limitamos a algunas afirmaciones que siguen a las que hemos hecho en los discursos de estos días.

Recordamos, ante todo, que la Iglesia ha elaborado en estos últimos años de su obra secular, animadora de la civilización, una doctrina social suya, expuesta en documentos memorables que haremos bien en estudiar y en divulgar. Las Encíclicas sociales del Pontificado Romano y las enseñanzas del Episcopado mundial no pueden ser olvidadas ni deben faltarles su aplicación práctica. No juzguéis parcial nuestra indicación si os recordamos la más reciente de la Encíclica sociales: la « Populorum Progressio ».

Una mención particular merecerían también muchos de vuestros documentos; como la « Declaración de la Iglesia Boliviana » de febrero último; como la del Episcopado Brasileño, de noviembre de mil novecientos sesenta y siete, titulada « Misión de la Jerarquía en el mundo de hoy »; como las conclusiones del « Seminario Sacerdotal » celebrado en Chile de octubre a noviembre de mil novecientos sesenta y siete; como la Carta Pastoral del Episcopado Mexicano sobre el « Desarrollo e Integración del País », publicada en el primer aniversario de la Encíclica « Populorum Progressio »; y recordaremos igualmente la amplia carta de los Padres Provinciales de la Compañía de Jesús, reunidos en Río de Janeiro en el mes de mayo de este año y el Documento de los Padres Salesianos de América Latina reunidos recientemente en Caracas. Las testificaciones, por parte de la Iglesia, de las verdades en el terreno social no faltan: procuremos que’ a las palabras sigan los hechos. Nosotros no somos técnicos; somos, sin embargo, Pastores que deben promover el bien de sus fieles y estimular el esfuerzo renovador que se está actuando en los Países donde se desarrolla nuestra respectiva misión.

Nuestro primer deber en este campo es afirmar los principios, observar y señalar las necesidades, declarar los valores primordiales, apoyar los programas sociales y técnicos verdaderamente útiles y marcados con el sello de la justicia, en su camino hacia un orden nuevo y hacia el bien común, formar Sacerdotes y Seglares en el conocimiento de los problemas sociales, encauzar Seglares bien preparados a la gran obra de la solución de los mismos, considerándolo todo bajo la luz cristiana que nos hace descubrir al hombre en el puesto primero y los demás bienes subordinados a su promoción total en tiempo y a su salvación en la eternidad.

Tendremos también nosotros deberes que cumplir. Estamos informados de los rasgos generosos realizados en algunas diócesis que han puesto a disposición de las poblaciones necesitadas las propiedades de terrenos que les quedaban, siguiendo planes bien estudiados de reforma agraria que se están actuando. Es un ejemplo que merece alabanza y también limitación, allí donde ésta sea prudente y posible. De todas formas, la Iglesia se encuentra hoy frente a la vocación de la Pobreza di Cristo. Existen en la Iglesia personas que ya experimentan las privaciones inherentes a la pobreza, por insuficiencia a veces de pan y frecuentemente de recursos; sean confortadas, ayudadas por los hermanos y los buenos fieles y sean bendecidas. La indigencia de la Iglesia, con la decorosa sencillez de sus formas es un testimonio de fidelidad evangélica; es la condición, alguna vez imprescindible, para dar crédito a su propia misión; es un ejercicio, a veces sobrehumano de aquella libertad de espíritu, respecto a los vínculos de la riqueza, que aumenta la fuerza de la misión del apóstol.

¿La fuerza! Sí; porque nuestra fuerza está en el amor: el egoísmo, el cálculo administrativo separado del contexto de las finalidades religiosas y caritativas, la avaricia, el ansia de poseer como fin de sí mismo, el bienestar superfluo, son obstáculos para el amor, son en el fondo una debilidad, son una ineptitud para la entrega personal al sacrificio. Superemos estos obstáculos y dejemos que el amor gobierne nuestra misión confortadora y renovadora.

Si nosotros debemos favorecer todo esfuerzo honesto para promover la renovación y la elevación de los pobres y de cuantos viven en condiciones de inferioridad humana y social, si nosotros no podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos de un mismo País, sin poner en acto un plan efectivo para remediar las condiciones insoportables de inferioridad que frecuentemente sufre la población menos pudiente, nosotros mismos repetimos una vez más a este propósito: ni el odio, ni la violencia, son la fuerza de nuestra caridad.

Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no podemos escoger ni el del marxismo ateo, ni el de la rebelión sistemática, ni tanto menos el del esparcimiento de sangre y el de la -anarquía. Distingamos nuestras responsabilidades de las de aquellos que, por el contrario, hacen, de la violencia un ideal noble, un heroísmo glorioso, una teología complaciente. Para reparar errores del pasado y para curar enfermedades actuales no hemos de cometer nuevos fallos, porque estarían contra el Evangelio, contra el espíritu de la Iglesia, contra los mismos intereses del pueblo, contra el signo feliz de la hora presente que es el de la justicia en camino hacia la hermandad y la paz.

¡La Paz! Vosotros recordáis el gran interés que la Iglesia tiene por ella y Nos, personalmente, que de ella, junto con la fe, hemos hecho uno de los motivos más relevantes de nuestro pontificado. Pues bien, aquí, durante la celebración del sacramento eucarístico, símbolo y fuente de unidad y de paz, repetimos nuestros augurios por la paz; la paz verdadera que nace de los corazones creyentes y fraternos; la paz entre las clases sociales en la justicia y en la colaboración; la paz entre los pueblos mediante un humanismo iluminado por el Evangelio; la paz de América Latina; vuestra paz.

La transformación profunda y previsora de la cual, en muchas situaciones actuales, tiene necesidad, la promoveremos amando más intensamente y enseñando a amar, con energía, con sabiduría, con perseverancia, con actividades prácticas, con confianza en los hombres, con seguridad en la ayuda paterna de Dios y en la fuerza innata del bien. El Clero ya nos comprende. Los jóvenes nos seguirán. Los pobres aceptarán gustosos la buena nueva. Es de esperar que los economistas y los políticos, que ya entreven el camino justo, no serán ya un freno, sino un estímulo, en la vanguardia.

Hemos tenido que decir una buena palabra, aunque grave, en defensa de la honestidad del amor y de la dignidad de la familia con nuestra reciente Encíclica. La gran mayoría de la Iglesia la ha recibido favorablemente con obediencia confiada, aun comprendiendo que la norma por Nos reafirmada comporta un fuerte sentido moral y un valiente espíritu de sacrificio. Dios bendecirá esta digna actitud cristiana. Esta no constituye una ciega carrera hacia la superpoblación; ni disminuye la responsabilidad ni la libertad de los cónyuges a quienes no prohíbe una honesta y razonable limitación de la natalidad; ni impide las terapéuticas legítimas ni el progreso de las investigaciones científicas. Esa actitud es una educación ética y espiritual, coherente y profunda; excluye el uso de aquellos medios que profanan las relaciones conyugales y que intentan resolver los grandes problemas de la población con expedientes excesivamente fáciles; esa actitud es, en el fondo, una apología de la vida que es don de Dios, gloria de la familia, fuerza del pueblo.

Os exhortamos, Hermanos, a comprender bien la importancia de la difícil y delicada posición que, en homenaje a la ley de Dios, hemos creído un deber reafirmar; y os rogamos que queráis emplear toda posible solicitud pastoral y social a fin de que esa posición sea mantenida, corno corresponde a las personas guiadas por un verdadero sentido humano, y ojalá que también la vivida discusión que nuestra Encíclica ha despertado conduzca a un mayor conocimiento de la voluntad de Dios, a un proceder sin reservas y a que nuestro servicio a las almas en estas grandes dificultades pastorales y humanas lo realicemos con corazón de Buen Pastor.

El Episcopado de América Latina, en su segunda Asamblea General, desde el puesto que le compete, ante cualquier problema espiritual, pastora1 y social, prestara su servicio de verdad y de amor en orden a la construcción de una nueva civilización, moderna y cristiana.

ORDEN EPISCOPAL A DOCE SACERDOTES DE CUATRO CONTINENTES

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo
Lunes 6 de enero de 1969

EL DON, LA LUZ, LA VIDA DE APOCALIPSIS

¡Hermanos más venerados, hijos más amados!

Hoy la Iglesia celebra el misterio de la Epifanía, el designio divino según el cual "agradó a Dios en su bondad y en su sabiduría revelarse y manifestar el misterio de su voluntad ( Efesios 1, 9), por el cual a través de Cristo, Verbo hecho carne, los hombres tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina (cf. Ef . 2, 18; 2 Petr . 1, 1). De hecho, con esta revelación Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim , 1, 17) en su gran amor habla a los hombres como a amigos (cf. Ex . 33, 11; Io . 15, 14-15). ), y entretiene con ellos (cf. (Const. Dei Verbum , no. 2). 

Es la fiesta del Apocalipsis. Es el festival de Bav. 3, 38) para invitarlos y admitirlos a la comunión con el Yo "de la manifestación de Dios, en un orden nuevo, diferente y superior, no contrario al de su cognoscibilidad racional en el marco de la naturaleza; una manifestación, que nos abre en cierta medida, pero inmensamente rica e inefable, una visión superior de las verdades divinas en sí mismas, del designio divino sobre nosotros y, por tanto, sobre la verdad de nuestro ser y de nuestra salvación, e inaugura una relación maravilloso, sobrenatural, entre Dios y el hombre, establece a partir de ahora una relación vital, una verdadera religión, una comunión entre la Realidad viva y trascendente de la Divinidad y nuestras personas individuales, incluso con la humanidad que acoge el don, la luz, la vida de esta Revelación.

La Revelación, esta luz celestial, tiene su momento polifacético pero preciso en el tiempo, en la historia, en la realidad humana, social y visible; momento, como decíamos, que irradia su plenitud en Cristo; pero, después de él y por disposición de él, nos llega a través de una transmisión, una tradición; es decir, a través de un ministerio humano, vehículo de la Revelación, un magisterio: los Apóstoles, que por mediación única y original de Cristo, coordinan su mediación, subordinada e instrumental, pero indispensable, como canal, alimentado por el carisma de su elección, hecho por Cristo mismo ( Io . 6, 70; 15, 16), y de su función institucional y permanente ( Mateo 28, 19; Luc.. 10, 16); carisma, no procedente de la "communio fidelium", sino encaminado a su edificación. Los Apóstoles con los hombres de su círculo, escribieron el anuncio de la salvación; y luego, "para que el Evangelio se conservara siempre intacto y vivo en la Iglesia, dejaron a los Obispos como sus sucesores, confiándoles su propio lugar de maestros" (como, haciendo la voz de la tradición, enseña San IRENEO, Adv. Haer . 111, 3, 1; PG 7, 848; Const. Dei Verbum , n. 7).

REPRESENTANTES CUALIFICADOS DE CRISTO:MINISTROS DE SUS PODERES

Y aquí somos entonces llevados lógica y gozosamente a considerar en vosotros, venerados y amados Hermanos, que hoy hemos asumido en el orden del Episcopado y agregado al Colegio de los Obispos, el misterio de la Epifanía, el plan de la Revelación. 

Ustedes son herederos de este tesoro de verdad revelada, son custodios del "depósito " ( 1 Tim . 6, 20), son representantes calificados de Cristo, son ministros de sus poderes magisteriales, sacerdotales y pastorales; y con respecto a la Iglesia, ustedes representan al Señor en la forma más auténtica y plena; "Donde aparezca el obispo, la comunidad debe reunirse allí (voz de San Ignacio de Antioquía, Esmirna. 8, 2), de modo que donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica D; sois vosotros los encargados, y como tales los responsables, y con tanta plenitud, y tan exigentes que la caridad tenga su expresión evangélica más perfecta en el Obispo y lo cualifique como quien pone toda su vida en identificarse. a sí mismo en el amor que se da a sí mismo (cf. Io 15, 13) y que hace del seguimiento de Cristo la norma saliente y determinante de su existencia (cf. Io 21, 19 y 22).

Sois, pues, como nadie más que vosotros, consagrados al servicio de la Iglesia: esta es la idea recurrente de la Tradición en todos los discursos sobre el Episcopado; Entre las muchas voces recordemos una, la de Orígenes, que afirma el Obispo: « Qui vocatur. . . ad episcopatum non ad principatum vocatur, sed ad servitutem totius Ecclesiae "( In Is . hom. VI, 1; PG 13, 239). San Agustín no dejará de repetir: " Vobis non tam praeesse, sed prodesse delectet " ( Serm . 140, 1; PL 38, 1484).

LA EXTRUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE LOS APÓSTOLES DE TODOS LOS TIEMPOS

Pero para volver al pensamiento que ahora ocupa nuestro espíritu con la liturgia de hoy, habrá que recordar la relación múltiple que existe entre el Apóstol, y con él quien es su sucesor, y la revelación divina. Nadie más que él lo recibe, lo escucha, lo medita, lo hace suyo; las palabras de Jesús en los discursos de la Última Cena nos enseñan y nos lo repiten ( Io . 15, 14; etc.; Mc 4, 11): ustedes son los discípulos por excelencia de la revelación. Y nadie es más guardián que tú de esta herencia de la verdad divina, guardián en su fiel textualidad ( 1 Tim . 6, 20) y guardián en su implementación práctica ( Luc . 11, 28; I. 14, 15; 21, 23). Y a ti, más que a nadie en la Iglesia de Dios, se promete el derramamiento del Espíritu Santo, que da inteligencia y abre las profundidades de la revelación ( Io . 14, 26; 15, 26). Y como oyentes privilegiados, maestros de la doctrina divina, estáis hechos: el magisterio es uno de los poderes mayores y específicos confiados por Cristo a sus Apóstoles y a quienes los suceden en la difusión del mensaje de verdad y salvación, que es precisamente el Evangelio. ( Matth. 28, 20). Y con el testimonio del magisterio. 

La doctrina de la fe no se impone por sí misma, como si anunciadas, como verdades de orden racional, pudieran ser aceptadas y difundidas por su evidencia intrínseca; está fundada en la palabra de Dios y de Cristo y de quien es fiel testigo de ella (cf. Lc . 24, 48; Hch 1, 8, etc.; 10, 39), autoritaria y decisiva (cf. Gál . 1, 8); Const. Dei Verbum , n. 10; Denz.-Sch . 3884 3887 / 2313-2315). Y, con testimonio, el peligro, el riesgo, la elección de la verdad divina a costa, si es necesario, de la propia vida (cf. lo. 16, 2; Hebr . 10, 20 ss.; 11, 1 ss.) .

SÍGUENOS, IMITADORES, IMÁGENES VIVAS DEL SEÑOR

Ustedes se han convertido con nosotros, con todo el Episcopado católico, queridos hermanos, ministros y testigos de Cristo (cf. Hch 26, 16), defensores del Evangelio ( Fil 1,16 ), segregados para servir al Evangelio ( Rm 1, 1), los confesores del Evangelio (cf. Rom . 1, 16). Por tanto, la Palabra de Dios debe impregnar nuestra vida para establecer una relación viva de parentesco espiritual con Cristo ( Luc . 11, 28); nosotros los discípulos, nosotros los seguidores, nosotros los imitadores, nosotros las imágenes vivientes del Señor (cf. 1 Co 4, 16; 11 1; 1 Petr. 5, 3); debemos, en cierto modo, personificar, encarnar la Palabra de Dios en nuestra vida humilde, para que su revelación, a través de nuestro ministerio y nuestro ejemplo, siga brillando en la Iglesia de Dios y en el mundo. La nuestra es mucha, grave: somos, dijo Jesús, la luz del mundo ( Mat . 5, 14); esta luz no puede, no debe apagarse. Este es el sentido, este es el valor del acto sacramental, ahora realizado en vuestras personas: hemos hecho de vosotros una llama ardiente de la verdad y la caridad del Maestro: ¡oh! Que siempre se quemen y se consuman quemando y difundiendo la luz pascual de Cristo.

FE PURA Y COHERENTE INTEGRAL Y GRAN FIDELIDAD

No te diremos nada más sobre el célebre y consumado misterio: después de todo, ya lo sabes todo. Pero aceptaréis algunas exhortaciones que Nosotros, que tenemos el honor, el oficio, de engendraros en el Episcopado (cf. 1 Co 4, 15), llevamos en el corazón no sólo por el vuestro, sino más aún por Nuestra edificación. , para que nuestra gratitud, nuestra aceptación, responda lo más dignamente posible a tal favor divino.

En primer lugar pensamos que nuestra primera actitud hacia nuestra vocación episcopal es la fe, como en los Magos, como en todo creyente, una fe pura e integral hacia la verdad revelada; una coherente y grandiosa fidelidad a los deberes que conlleva. Esta no es una actitud original, porque concierne a todo cristiano, pero en nosotros Maestros, en nosotros Pastores, en nosotros Obispos, esta actitud debe ser perfecta y ejemplar. 

Si alguna vez la ortodoxia ha de caracterizar a un miembro de la Iglesia, primero de nosotros, sobre todo de nosotros, la ortodoxia debe profesarse clara y firmemente. Hoy, como todo el mundo ve, la ortodoxia, es decir, la pureza de la doctrina, no parece ocupar el primer lugar en la psicología de los cristianos; cuántas cosas, cuántas verdades se cuestionan y se dudan; cuánta libertad se reclama en relación al auténtico patrimonio de la doctrina católica, no sólo para estudiarla en sus riquezas, para profundizarla y explicarla mejor a los hombres de nuestro tiempo, sino a veces para someterla a ese relativismo, en el que el pensamiento profano experimenta su precariedad y en el que busca su nueva expresión, es decir, adaptarlo y casi conmensurarlo con el gusto moderno y la capacidad receptiva de la mentalidad actual.

 Hermanos, somos fieles y confiamos en que en la medida misma de nuestra fidelidad al dogma católico, no la sequedad de nuestra enseñanza, ni la sordera de la generación actual mortificará nuestra palabra, sino su fecundidad, su vivacidad, su capacidad. .para penetrar encontrarán su inherente y prodigiosa virtud (cf. no sólo para estudiarlo en sus riquezas, para profundizarlo y explicarlo mejor a los hombres de nuestro tiempo, sino a veces para someterlo a ese relativismo, en el que el pensamiento profano experimenta su precariedad y en el que busca su nueva expresión, o para adaptarlo y como para adecuarlo al gusto moderno y la capacidad receptiva de la mentalidad actual. Hermanos, somos fieles y confiamos en que en la medida misma de nuestra fidelidad al dogma católico, no la sequedad de nuestra enseñanza, ni la sordera de la generación actual mortificará nuestra palabra, sino su fecundidad, su vivacidad, su capacidad..para penetrar encontrarán su inherente y prodigiosa virtud (cf.Hebr . 4, 12; 2 Cor . 10, 5).

LA VOCACIÓN DE TODOS LOS PUEBLOS Y TODAS LAS ALMAS

Ce que Nous avons dit sur la jalouse observance de l'orthodoxie doctrinale, n'est pas en contradiction avec anxiété pastorale ni avec habileté didactique soucieuses de communiquer aux hommes de notre temps le message de la révélation sous une forme et dans un langage qui le rendent plus aceptable, dans une Certainine mesure plus compréhensible, et en tout cas béatifiant.

Aujourd'hui le mystère de l'Epiphanie, c'est-à-dire de la révélation chrétienne, demand à être considéré par les hommes comme la vraie et la plus alta vocación de l'humanité, vocación de tous les peuples et de toutes les âmes. Tous et chacun de ces peuples et de ces âmes doivent savoir découvrir en eux-mêmes de secrètes et profundes prédispositions à La foi chrétienne: ils doivent reconnaître dans la foi chrétienne la interpretación sublime de ces prédispositions, c'est-à-dire leur façon caractéristique d'incarner une humanité "capaz de Dieu"; No puedo encontrar la oferta appel à la plénitude de vie que seul le christianisme peut leur en una expresión toujours nouvelle et moderne. Rappelons-nous Saint Paul: "Je me dois - disait-il - aux Grecs et aux Barbares, aux savants et aux ignorants" ( Rom. 1, 14).

" EGO ELEGI VOS ET POSUI VOS UT EATIS ET FRUCTUM AFFERATIS "

Así Hermanos, el Verbo de quien somos guardianes se hará apostólico, es decir, se difundirá y se hará misionero. Esta demanda pertenece al Apocalipsis como propia. La fiesta que estamos celebrando, la Epifanía, nos enseña que es el Plan de Dios que la vocación cristiana y la economía de la salvación sean universales. Es también una exigencia que se convertirá en potencia activa en quien tiene el singular destino de ser elegido para el oficio de magisterio y ministerio del evangelio, en el grado superior de esa elección, la elección al episcopado. "Yo te escogí", dice el Señor, "y te comisioné para que salieras y dieras fruto" ( Io. 15, 16). Es parte de la intención de Dios para la Revelación que brille en las tinieblas del mundo, no solo sin ninguna discriminación preconcebida, sino con la mayor difusión posible. Pero esta difusión exige un servicio encomendado a hombres encargados de ella. exige hermanos; exige pastores; exige maestros que lleven el mensaje del evangelio de salvación a los hombres; exige apóstoles; exige obispos. Se os ha confiado este servicio de la verdad y de la fe: un servicio que hace responsable ante Dios, Cristo, la Iglesia y el mundo, a quien se ha encomendado. "Es un deber que me ha sido impuesto", clama San Pablo, "¡Debería ser castigado si no predicara el Evangelio"! Exige celo, coraje, espíritu de iniciativa,ibíd .).

LAS MARAVILLOSAS CARACTERÍSTICAS DEL BUEN PASTOR

Este deber episcopal, esto es, él de anunciar el mensaje de la revelación divina, es muy grave y hasta puede parecer superior a nuestras fuerzas. Sin embargo, aquí que otra actitud completa la sicología moral del heraldo del Evangelio. Yes the fortaleza is a virtud feature del Obispo - especialmente en este tiempo lleno de dificultades para el ejercicio autorizado del ministerio, hoy frecuenti contestado, y del magisterio, también hoy frecumente extenuado por la crítica, por la duda, por el arbitrio doctrinal Pastor bueno no debe temer. 

Tendrá que perfeccionar con sensibilidad sicológica (cf. Mat . 11, 16; Io . 2, 25), con mansedumbre humilde (cf. Mat . 11, 29), con espíritu de sacrificio (cf. Io . 10, 15;2 Cor . 12, 15), su arte de guiar a los hombres, hijos y hermanos, y de hacerles amar esa obediencia en cuya esfera se desarrolla toda la economía de la redención (cf. Fil . 2, 8; Hebr . 13, 7, 17) ); pero no deberá temer. El Obispo no está solo; Cristo está con él ( Io . 14, 9; Mateo 28, 20). Lo asiste un carisma del Espíritu ( Mateo 10, 20; lo. 15, 18 y sigs.). Ejercicio habitual del dominio de sí mismo y de la conciencia de la realidad espiritual, en la que ha sido llamado a vivir, será él de la confianza en el Señor, él del abandono a su voluntad ya su providencia (cf. Luc. 22, 35). Nós, al terminar estas palabras, recordaremos a vosotros, Hermanos, a Nos mismo y también a cuantos Nos escuchan, la advertencia de Jesús: " In mundo pressuram habebitis, sed confidite, Ego vici mundum " ( Io . 16, 33).

La autenticidad À NUESTRO TESTIGO DE CRISTO

¿Cómo concluye Nuestro discurso?

Concluye con la reconfirmación de la función del Obispo para proteger y difundir el mensaje de la revelación. Tratando de reconocer esta función como deseada por Cristo, daremos gracias a Dios " qui dedit potestatem talem hominibus " ( Mat . 9, 8). Lo honraremos reconociendo que es necesario y beneficioso, siendo un ministerio de verdad y caridad, indispensable para nuestro camino por el camino de la salvación. Los obispos, investidos de este oficio, haremos todo lo posible por ejercerlo en la humildad del servicio, en la fidelidad de la interpretación, en la virtud propia de la Palabra de Dios. De él la docilidad de la escucha y el consuelo que él mismo , favorecido por el "sensus fidei »puede venir a nuestra misión. No prestaremos atención al destino que puede derivar nuestra predicación, ya sea feliz o peligrosa (cf. 2 Ti . 2, 9; 40, 15, 20-21); sólo prestaremos atención a la autenticidad de nuestro testimonio, " ut non evacuetur crux Christi " ( 1 Cor . 1, 1.7 ss.). «A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén "( Apoc . 1, 6).

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

HOMILIA DE PABLO VI

Miércoles, 19 de marzo de 1969

¡Queridos hermanos e hijos!

La fiesta de hoy nos invita a meditar en San José, padre legal y putativo de Jesús, nuestro Señor, y declaró, por esta función que ejerció hacia Cristo, durante la infancia y la juventud, protector de la Iglesia, que de Cristo continúa en el tiempo. y refleja la imagen y misión en la historia.

Es una meditación que, en un principio, parece carecer de materia: ¿qué de él, San José, conocemos, además del nombre y algunos acontecimientos de la época de la infancia del Señor? No se registra ninguna palabra de él en el Evangelio; su lenguaje es el silencio, es la escucha de las voces angelicales que le hablan en sueños, es la obediencia pronta y generosa que se le pide, es el trabajo manual expresado en las formas más modestas y fatigosas, las que le valieron a Jesús Ia título de "hijo del carpintero" ( Mateo 13, 55); y nada más: su vida parece oscura, la de un simple artesano, desprovisto de cualquier atisbo de grandeza personal.

Sin embargo, esta figura humilde, tan cercana a Jesús y María, la Virgen Madre de Cristo, una figura tan insertada en su vida, tan conectada con la genealogía mesiánica como para representar la descendencia fatídica y terminal de la progenie de David ( Mat.. 1, 20), si se observa con atención, se encuentra tan rica en aspectos y significados, como la Iglesia en el culto rendido a San José, y que la devoción de los fieles le reconoce, que una serie de diversas invocaciones sea ​​para él disturbios en forma de letanía. Un famoso y moderno Santuario, erigido en su honor, por iniciativa de un simple religioso laico, el hermano André de la Congregación de la Santa Cruz, el de Montreal, en Canadá, destacará con varias capillas, detrás del altar mayor, dedicadas todas a San José, los muchos títulos que me hacen protector de la infancia, protector de los esposos, protector de la familia, protector de los trabajadores, protector de las vírgenes, protector de los refugiados, protector de los moribundos. . .

Si se mira detenidamente esta vida tan modesta, parecerá más grande y más aventurero y aventurero de lo que el tenue perfil de su figura evangélica ofrece a nuestra apresurada visión. San José, el Evangelio lo define correctamente ( Matth. 1, 19); y el elogio más denso en virtud y más alto en mérito no podía atribuirse a un hombre de condición social humilde y evidentemente ajeno a la realización de grandes gestos. Un hombre pobre, honrado, trabajador, tímido tal vez, pero que tiene una vida interior propia e insondable, de la que le llegan órdenes y comodidades muy singulares, y de él se deriva la lógica y la fuerza, propia de las almas sencillas y claras, de las grandes decisiones. ., como la de poner inmediatamente su libertad, su legítima vocación humana, su felicidad conyugal a disposición de los designios divinos, aceptando la condición, la responsabilidad y la carga de la familia, y renunciando por un incomparable amor virgen al amor conyugal natural. que lo constituye y lo alimenta, para ofrecer, con total sacrificio,Matth . 1, 21), y que reconocerá a su hijo como fruto del Espíritu Santo, y solo para los efectos jurídicos y domésticos. Por tanto, un hombre, San José, "comprometió", como ahora se dice, por María, la elegida entre todas las mujeres de la tierra y de la historia, siempre su esposa virgen, no físicamente su esposa, y por Jesús, por virtud de ascendencia legal, no natural, su descendencia. Para él las cargas, las responsabilidades, los riesgos, los problemas de la pequeña y singular Sagrada Familia. A él el servicio, a él el trabajo, a él el sacrificio, a la tenue luz del cuadro evangélico, en el que nos gusta contemplarlo, y ciertamente, no mal, ahora que lo sabemos todo, llámalo feliz, bienaventurado.

Este es el Evangelio. En él, los valores de la existencia humana adquieren una medida diferente a aquella con la que habitualmente los apreciamos: aquí lo pequeño se vuelve grande (recordamos la efusión de Jesús, en el capítulo XI de San Mateo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas - ¡las cosas del reino mesiánico! - a los sabios y sabios, que has revelado a los pequeños ") ; aquí lo miserable se vuelve digno de la condición social del Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre; aquí lo que es resultado elemental de un trabajo artesanal fatigoso y rudimentario sirve para formar al operador del cosmos y del mundo en el trabajo humano (cf. Io . 1, 3; 5, 17), y para dar pan humilde a la mesa del Aquel que se definirá a sí mismo como "el pan de vida" ( Io. 6, 48).

 Aquí se reencuentra lo perdido por amor a Cristo (cf. Mt 10, 39 ), y quien sacrifica su vida en este mundo por él, la guarda para vida eterna (cf. Io 12, 25). San José es el tipo del Evangelio, que Jesús, habiendo dejado el pequeño taller de Nazaret, y habiendo comenzado su misión de profeta y maestro, anunciará como programa para la redención de la humanidad; San José es el modelo de los humildes a quienes el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas.

Y aquí la meditación desplaza la mirada, del santo humilde al cuadro de nuestras condiciones personales, como suele ocurrir en la disciplina de la oración mental; y establece una yuxtaposición, una comparación entre él y nosotros; una comparación de la que ciertamente no tenemos que jactarnos; pero de lo que podemos sacar un buen estímulo; imitación, ya que en nuestras respectivas circunstancias es posible; siguiendo, en el espíritu y en la práctica concreta, aquellas virtudes que encontramos tan rigurosamente delineadas en el Santo. De uno especialmente, del que se habla mucho hoy, de la pobreza. Y no nos dejaremos perturbar por las dificultades que nos presenta hoy, en un mundo enteramente orientado a la conquista de la riqueza económica, como si fuera contradictorio con la línea de progreso que es obligatorio seguir, y paradójico e irreal en una sociedad de bienestar y consumo. 

Repensaremos, con San José pobre y trabajador, y él mismo plenamente comprometido con ganarse la vida, cómo los bienes económicos son dignos de nuestro interés cristiano, con la condición de que no sean fines en sí mismos, sino medios para sostener la vida convertida. a otros bienes superiores; a condición de que los bienes económicos no sean objeto de un egoísmo codicioso, sino medio y fuente de caridad providente; siempre que, nuevamente, no se utilicen para eximirnos de la carga del trabajo personal y para autorizarnos a disfrutar fácil y suavemente de los llamados placeres de la vida, sino que se utilicen para el honesto y amplio interés del bien común.

Por tanto, un ejemplo para nosotros, San José. Intentaremos imitarlo; y como protector lo invocaremos, como la Iglesia, en los últimos tiempos, está acostumbrada a hacer, para sí misma, en primer lugar, con una reflexión teológica espontánea sobre la unión de la acción divina con la acción humana en la gran economía de la Redención, en el que la primera, la divina, es todo lo suficiente en sí mismo, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque de ningún elemento que pueda (cf. I. 15, 5), nunca está exenta de una colaboración humilde, pero condicional y ennoblecedora.

 Además, la Iglesia lo invoca como protector por un deseo profundo y actual de revivir su secular existencia de verdaderas virtudes evangélicas, que resplandecen en San José; y finalmente la Iglesia quiere que sea un protector por la inquebrantable confianza de que él, a quien Cristo quiso encomendar la protección de su frágil infancia humana, querrá continuar desde el Cielo su misión de proteger, guiar y defender la mística. Cuerpo de Cristo mismo, siempre débil, siempre amenazado, siempre dramáticamente inseguro.

Y luego invocaremos a San José para el mundo, confiando en que en el corazón, ahora bendecido con una sabiduría y un poder inconmensurables, del humilde trabajador de Nazaret hay todavía y siempre una singular y preciosa simpatía y benevolencia para toda la humanidad. Que así sea.

CONCELEBRACIÓN SOLEMNA DURANTE EL CONSISTORIO
EN LA BASÍLICA DEL VATICANO

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 1 de mayo de 1969

El rito solemne que realizamos aquí, rodeado de la corona de los nuevos Cardenales, creado por nosotros en el reciente Consistorio Secreto, y con nosotros celebrando el Divino Sacrificio, nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre lo que estamos haciendo. Es un evento memorable para la vida de la Iglesia; y Nosotros, precisamente por eso, hemos querido darle una importancia más válida y mística, dando a su celebración un sentido profundamente sagrado, convocando a todos ustedes, y a todos los que asisten a través de los medios de comunicación social, a esta Basílica, junto al sepulcro. del primer Romano Pontífice, alrededor del altar de los Divinos Misterios. Es una oportunidad que, en su valor íntimo, nos invita a todos a detenernos un momento, en el fondo de nuestra conciencia, para comprenderla plenamente, y sacar de ella el impulso para continuar con un compromiso renovado, con una alegría más intensa,

COMUNION DE ALMAS

¡Venerables hermanos y amados hijos! Este es un rito de comunión: y comunión de almas, que su presencia muy amplia y elegida hace más significativo y sentido.

Y es un rito de celebración: es la fiesta de San José, la virgen Esposa de la siempre Virgen María, Patrona de la Iglesia universal, a quien hoy veneramos en el aspecto humilde, discreto y pobre de la obra de Galilea. , apoyo válido e incansable. de la Sagrada Familia, imagen luminosa y discreta de la providencia del Padre Celestial.

El pensamiento, de esta referencia evocadora y persuasiva, se dirige espontáneamente al relato del Evangelio, enmarcado en la humilde escena de Nazaret, donde el Hijo de Dios vivió en sumisión, creciendo en sabiduría, edad y gracia ( Luc . 2, 51); nuestro pensamiento se dirige a la condición social, en la que Cristo quiso ser ciudadano de la tierra y hermano nuestro, en abierto contraste con la mentalidad actual, con nuestras pretensiones insatisfechas, con la voluntad humana de poder: tanto es así que, como el En el texto evangélico de esta Misa, sus conciudadanos "se asombraron y se preguntaron:" ¿De dónde sacas esta sabiduría y estos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María? ... ¿Dónde, entonces, ¿De dónde viene todo esto? ". Y se escandalizaron de él "( Mat . 13, 54-56).

Filius fabri : el escándalo de aquella época, presagio y preludio del escándalo de la Cruz (cf. Gá.. 5, 11), se ha convertido para la Iglesia en una fuente inagotable de admiración y éxtasis, de oración y contemplación, de examen de conciencia e incluso, a veces, de reproche. Pero la Iglesia, y con ella sus santos y sus instituciones, los humildes y los que sufren, los fieles herederos de los "Pobres de Yahvé" del Antiguo Testamento, ha permanecido y es fiel a este Evangelio textual; lo convierte en objeto de su continua meditación; y del Evangelio de la pobreza y humillación de Cristo extrae su tradición, su liturgia, sus obras caritativas, que realizan, profundizan, amplifican los elementos semifinales del origen evangélico, sin alterarlos, sin corromperlos, sin cambiarlos, pero trayendo ellos hasta su plenitud, y honrándolos con su amoroso respeto, como el árbol es el pleno cumplimiento de la semilla.

LLAMAMIENTO INCESIVO A. EVANGELIO

La pobreza de Nazaret, en su desnudez, en su despojo, en su fatiga, ha seguido siendo la escuela de los auténticos hijos de la Iglesia, a lo largo de los siglos: ha inspirado la generosidad de sus Pontífices y sus Obispos, sus sacerdotes y de sus hijos, dio lugar a sus grandes obras caritativas, aún características y activas, difundió su actividad misionera con esta conciencia: evangelizare pauperibus misit me , también, como su Fundador, enviado por él para anunciar la buena nueva a los pobres ( Luc . 4, 18; cf. Is . 61, 1).

Por tanto, de estas reflexiones surge una primera lección: el recurso continuo al Evangelio. Es nuestro deber. Es nuestra fuerza. Especialmente hoy debemos interesarnos por el misterio de la pobreza de Cristo. 

El Concilio habló de esto cuando dijo que "es necesario que la Iglesia, siempre bajo la influencia del Espíritu de Cristo, siga el mismo camino que siguió Cristo, es decir, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y el sacrificio. uno mismo "( Ad Gentes , 5); y que el espíritu de pobreza y amor son "la gloria y el signo de la Iglesia de Cristo" ( Gaudium et spes , 88). Lo hemos hablado desde nuestra primera encíclica Ecclesiam suam. , insistiendo en el deber que tenemos de "proponer a la vida eclesiástica aquellos criterios rectores que deben basar nuestra confianza más en la ayuda de Dios y en los bienes del espíritu, que en los medios temporales" ( AAS 56, 1964, 634); y proponer como ideal a perseguir, en la encíclica Populorum progressio , "orientarse hacia el espíritu de pobreza" (n. 21, AAS , 59, 1967, 267).

Quienes desean la renovación de la Iglesia también hablan de ella. Debemos aprovechar estas disposiciones, tan favorables a la pobreza de la Iglesia y a la formación del cristiano moderno en el espíritu de pobreza. En un momento en que las riquezas económicas del mundo están creciendo inmensamente, nosotros, la Iglesia, estamos regresando más fielmente como discípulos de la pobreza de Cristo. 

No desafiar al mundo por su progreso, sino con un doble propósito: en primer lugar, recordarnos que solo en la fuerza espiritual, en la gracia, en la imitación de Cristo, debemos poner nuestra confianza, según la advertencia del Evangelio: toda codicia, porque la vida de nadie depende de la abundancia, de los bienes que posee "( Luc.. 12, 15); en segundo lugar, trabajar por el buen uso de la riqueza, que debe ser utilizada para el pan de los pobres, para la mejor distribución de los bienes temporales, para el servicio del hombre: que QUIERES decir, en una palabra, según el feliz expresión de Nuestro predecesor Juan XXIII, "una disposición permanente a derramar lo mejor de sí mismos en los demás" ( Pacem in terris ; AAS . 55, 1963, 266).

Pero el pensamiento se ensancha, se hace más complejo: la pobreza, en la historia del mundo, ha estado íntimamente ligada a la condición del trabajo, especialmente de los más humildes, más despreciados, expuestos a la arbitrariedad y el abuso. Es una ley misteriosa, consecuencia del primer pecado, por la cual el dolor físico, el cansancio manual, el sudor de la frente, la miseria espiritual y material han entrado en el mundo. Ahora bien, aunque Cristo era el Hijo de Dios, no quiso escapar de esta ley: también en esto era verdaderamente el "Hijo del Hombre".

 En la escuela de San Giuseppe, Cristo fue un trabajador: trabajó, sudoró, trabajó durante los treinta años de su vida oculta. Pero con esa aceptación del trabajo que hizo, la antigua condición de humillación y fatiga se transfiguró: y el trabajo, conservando el elemento bivalente de la actividad saludable y la fatiga dolorosa,Gen . 1, 28), permitiéndonos también compartir los sentimientos de Cristo y seguir sus ejemplos.

LA OBRA DE HONORES DE LA IGLESIA

A la luz y con la enseñanza de Cristo obrero, la Iglesia considera el trabajo en su verdadera, noble y elevada utilidad: tanto como actividad y desarrollo y pedagogía del hombre, como como conquista y dominio de la tierra, según el designio primitivo de Dios, por eso la Iglesia honra la obra, toda obra en la que ve reflejada la gloria del primer hombre, creado a imagen de Dios, y, sobre todo, la humildad mansa y oculta de Cristo. La Iglesia honra el trabajo, sea manual, artesanal, artístico, técnico o científico, lo alienta y lo bendice, porque ve en él el instrumento de la mutua colaboración humana, expresión visible de los lazos de fraternidad y ayuda, que unen al género humano, como en un inmenso abrazo. La Iglesia ve en el trabajo una gran escuela de caridad,2 Tes . 3, 10).

Por lo tanto, todos los hombres deben participar en el trabajo: las funciones se dividen, las habilidades se distinguen, los logros se comparten. Desafortunadamente, la semilla de la división, traída al mundo por el pecado, continúa operando de una manera nefasta y, especialmente en este campo, a menudo con una licencia de iniquidad. Lamentablemente, de estas divisiones naturales surgen dolorosas desigualdades que, como hemos dicho, deben ser fuente de equilibrio, realización y cooperación mutua: aquí las diversas clases, que alguna vez estuvieron de acuerdo, en el signo de la civilización cristiana vivida, se oponen el uno al otro; aquí la clase obrera fue menos afortunada, de hecho, en ciertas situaciones, oprimida y humillada. De ahí las luchas, que han dejado un signo de profunda perturbación en nuestro tiempo, caracterizado por ellas, y que,

En este estado de cosas, la Iglesia ha tomado su posición conocida: las encíclicas sociales de los Papas de la era moderna, desde la Revum novarum en adelante, están ahí para atestiguar la defensa que ella ha hecho y está haciendo de los trabajadores. , por una mejor justicia social. Pero esta defensa del trabajo, en nombre de la dignidad de la persona humana, sigue necesitando nuestro trabajo. Las razones son conocidas: hoy en día hay demasiados pueblos que aún no se han desarrollado adecuadamente; las clases trabajadoras siguen estando en gran parte excluidas del bienestar y la seguridad social; con preocupante alarma, las desigualdades económicas ya se han resuelto; a veces se utiliza al hombre como herramienta, según los implacables cálculos de las leyes económicas. Por tanto, es necesario, por nuestra parte, una acción incansable, que sea ​​sin miedo y sin vacilación, que también se cumpla en Nomine Domini, en el nombre del Señor, porque es Él quien lo quiere. Como señalamos en Nuestra encíclica Populorum progressio , el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.

De esta conciencia, frente a la cual nadie debe considerarse exento de un serio examen de conciencia, surgen las resoluciones que la gracia divina, brotando del Sacrificio Eucarístico, debe suscitar en nuestro corazón como en un terreno bien preparado.

Debemos amar la pobreza, porque Cristo la amó, quien "rico como era, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" ( 2 Co 8, 9). Debemos ponerlo en práctica, haciéndonos pobres y vacíos ante Dios, porque él "colma de bien a los hambrientos y despide a los ricos vacíos" (cf. Lc 1, 53), separándonos de los bienes terrenales y entregando lo superfluo a los que tiene necesidad (cf. Lc 11, 41). Hay que amar a los pobres, en cierto modo sacramento de Cristo, porque en ellos --en los hambrientos, los sedientos, los exiliados, los desnudos, los enfermos, los prisioneros-- quiso místicamente identificarse (cf. Mat.. 25, 31-46); debemos ayudarlos, sufrir con ellos y también seguirlos, porque la pobreza es el camino más seguro para la plena posesión del Reino de Dios.

EL DEBER DE FAVORAR A LOS PUEBLOS NECESITADOS

Junto a estas intenciones personales, aquí están las que deben surgir de la conciencia de las naciones, en el sentido de responsabilidad que todas las involucran por el bien y por la paz del mundo: es el deber inagotable de favorecer a los pueblos necesitados de mayor desarrollo. Y esto no con violencia, sino con la mansedumbre del Evangelio; pero con la fuerza moral de la justicia; pero con la carga explosiva del amor.

Que este programa tan moderno sea el compromiso de la Iglesia del tiempo presente; que sea nuestro compromiso de las personas, de las instituciones, de los pueblos, para que el Evangelio sea verdaderamente anunciado a todas las almas y no encuentre obstáculos en la obstinación o insensibilidad de nadie, especialmente de los que llevan el nombre de pila.

Oh San José, Patrón de la Iglesia; tú que, junto al Verbo Encarnado, trabajaste todos los días para ganarte el pan, sacando de él la fuerza para vivir y trabajar duro; tú que has vivido la angustia del mañana, la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo: tú que irradias hoy, en el día de tu fiesta litúrgica, el ejemplo de tu figura, humilde ante los hombres pero muy grande ante Dios: mira al inmensa familia, que se te ha confiado. Bendice a la Iglesia, empujándola cada vez más por el camino de la fidelidad evangélica; proteger a los Trabajadores en su dura existencia diaria, defendiéndolos del desánimo, de la revuelta negadora, así como de las tentaciones del hedonismo; reza por los pobres, que continúan en la tierra la pobreza de Cristo, despertando para ellos la providencia continua de sus hermanos más dotados; y guarden la Paz en el mundo, esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos, y en la plena realización de las esperanzas humanas: por el bien de la humanidad, por la misión de la Iglesia, por la gloria de la Santísima Trinidad. Amén.

ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILIA DE PABLO VI

Capilla Sixtina - Sábado 11 de octubre de 1969

Hermanos!

Como bien sabéis, el Concilio reciente ha puesto de relieve el carácter comunitario de la Iglesia como un aspecto constitutivo fundamental de la misma. Esto, considerado solo, no dice todo sobre la Iglesia, que en una observación más adecuada aparece como el cuerpo místico de Cristo, unido en unidad y en distinción de órganos y funciones; pero la comunión, en su doble referencia de comunión en Cristo con Dios y comunión en Cristo con los creyentes en él y virtualmente con toda la humanidad, ha interesado particularmente la meditación del Concilio, especialmente cuando ha enfatizado la comunión que intercede en el episcopado; y recordando que el Episcopado sucede legítimamente a los Apóstoles, y que éstos constituían una clase particular, elegida y querida por Cristo, Parecía una feliz intención retomar el concepto y término de colegialidad, refiriéndolos al orden episcopal. "Como San Pedro y los demás apóstoles, el Concilio dice, por voluntad del Señor, unum Collegium apostolicum constituunt, pari ratione Romanus Pontifex, sucesor Petri, et Episcopi, successores Apostolorum, inter se contiunguntur" (Lumen gentium , n. 22).

De modo que fuimos los primeros en sacar un agradecido deber de esta recreación del designio divino sobre el oficio apostólico, que anuncia el mensaje de fe al Pueblo de Dios y confiere los misterios de la gracia, y los guía en su camino de tierra y en el tiempo., deber, digamos, de conferir una eficacia más amplia y eficaz al carácter colegiado del Episcopado, guiándose en ello por la concepción básica de la fraternidad, que une a todos los seguidores de Cristo en comunión, y que en los Obispos se enriquece con mayor plenitud, como herederos de aquellos títulos que el mismo Cristo atribuyó a los discípulos escogidos, a quienes llamó Apóstoles ( Luc . 6, 13), confidentes del misterio del reino de Dios ( Mc 4 , 11), sus amigos ( Io.15 , 14) -15), sus testigos (Actuar . 1, 8), y destinado a la gran misión de anunciar y llevar a cabo el Evangelio ( Mt 28, 19), con espíritu de humildad ( Io 13, 14) y de servicio ( Luc . 22, 26), "en opus ministerii, in aedificationem corporis Christi "( Efesios 4, 12).

Creemos que ya hemos dado prueba de nuestra voluntad de dar un aumento práctico a la colegialidad episcopal, tanto estableciendo el Sínodo de los Obispos, reconociendo las Conferencias Episcopales, como asociando algunos Hermanos en el Episcopado y Pastores que residen en sus Diócesis al ministerio propiamente dicho. a nuestra Curia Romana; y, si la gracia del Señor nos ayuda y la armonía fraterna facilita nuestras relaciones mutuas, el ejercicio de la colegialidad en otras formas canónicas podrá desarrollarse más ampliamente. Las discusiones del Sínodo Extraordinario, definiendo la naturaleza y competencias de las Conferencias Episcopales, y sus relaciones, tanto con esta Sede Apostólica como entre ellas, podrán ilustrar la existencia y el aumento de la Colegialidad Episcopal en términos canónicos apropiados,

RESTRICCIÓN ESPECIAL

Pero antes de comenzar los trabajos del próximo Sínodo, detengámonos un momento, hermanos, en la celebración del misterio eucarístico, punto culminante de la unidad del cuerpo místico, para recordarnos no tanto el aspecto jurídico de la colegialidad. , ni de las expresiones en las que históricamente se ha manifestado, ni -lo que más importa, pero que suponemos presente en nuestras almas, el pensamiento de Cristo, que lo concibió e instituyó-, sino el valor moral y espiritual, cuya colegialidad debe asumir en cada uno de nosotros, y de todos juntos.

Reflexionemos aquí: existe entre nosotros, elegidos a la sucesión de los Apóstoles, un vínculo especial, el vínculo de colegialidad. ¿Qué es la colegialidad si no es más obligatoria una comunión, una solidaridad, una fraternidad, una caridad más plena que la relación de amor cristiano entre los fieles o entre los seguidores de Cristo asociados en otras clases diferentes?

 La colegialidad es caridad. Si la pertenencia al cuerpo místico de Cristo hace que San Pablo diga: " si quid patitur unum membrum, compatiuntur omnia membrana: sive gloriatur unum membrum, congaudent omnia membrana" ( 1 Cor.12, 26), ¿cuál debe ser la vibración espiritual de la sensibilidad común por el interés general y también particular de la Iglesia por quienes tienen mayores deberes en la Iglesia?

 La colegialidad es corresponsabilidad. Y qué manifestación más clara del carácter de sus auténticos discípulos quería el Señor que tuviese el grupo de Apóstoles sentados en la última cena de despedida, si no la del amor mutuo: "in hoc cognoscent omnes quia discipuli mei estis, si dilectionem habueritis ad invicem "( Yo. 13, 35). 

La colegialidad da un claro amor que los obispos deben cultivar entre sí. Y como la colegialidad nos sitúa a cada uno en el círculo de la estructura apostólica destinada a la edificación de la Iglesia en el mundo, nos obliga a la caridad universal. La caridad colegiada no tiene fronteras. ¿A quiénes, finalmente, si no a los fieles Apóstoles, ha dirigido el Señor sus recomendaciones extremas, sublimadas en la oración extática que concluye los discursos finales de la Última Cena: "ut unum sint" ( Io . 17, .23)? La colegialidad es unidad.

Así, pensamos, al tratar de las relaciones de los obispos agrupados en estas nuevas asociaciones territoriales, a las que se da el nombre de Conferencias Episcopales, así como de las relaciones de las mismas Conferencias con la Sede Apostólica y entre ellas, una consideración debe sobresalir sobre los demás, en nuestra alma, la de la caridad, que en la unidad de la fe debe informar la comunión jerárquica de la Iglesia.

COMUNIÓN FRATERNA

Por tanto, las directrices del progreso posconciliar de la comunión eclesial deben orientarse sobre estos dos principios, caridad y unidad, en ese nivel superior que está marcado por la colegialidad episcopal. Estas líneas nos parecen dos: una pretende rendir honor y confianza al orden episcopal; y será nuestro estudio reconocer en mayor medida a nuestros Hermanos en el Episcopado esa plenitud de prerrogativas y facultades que derivan del carácter sacramental de su elección para funciones pastorales en la Iglesia y de su comunión efectiva con esta Sede Apostólica; tampoco se ralentizará o interrumpirá esta línea, si la aplicación del criterio de subsidiariedad, al que va dirigida,Actuar . 4, 32) y defensores de emulaciones ambiciosas y egoísmos cerrados; Tampoco se negará si el otro criterio del pluralismo debe especificarse para que no toque la fe, que no puede admitirla, ni la disciplina general de la Iglesia, que no permite la arbitrariedad y la confusión en detrimento de la armonía fundamental del pensamiento. y costumbres en el equipo del Pueblo de Dios, y de la misma colegialidad exigente.

CORRESPONSABILIDAD

La otra línea, también generada por la alta estima que debemos a la reconocida colegialidad episcopal, que también será fielmente perseguida por nosotros, lleva al Episcopado a su participación más orgánica y a su corresponsabilidad más sólida en el gobierno de la Iglesia. .universal. Confiamos en que esto suceda, como con alegría y confianza escuchamos a muchos repetir, para el beneficio común, alivio y apoyo de nuestro creciente y oneroso esfuerzo apostólico, y un testimonio más claro de la fe única y la caridad sincera, que debe estar en el jerárquica de la Iglesia más que en ningún otro lugar y hoy más que nunca testificas con nuevo esplendor y mayor vigor. Y ya, como decíamos, emprendemos este camino, y por él, con la ayuda de Dios y con vuestro favor, venerables Hermanos, seguiremos.

 Pero también debe quedar claro al respecto que el gobierno de la Iglesia no debe asumir los aspectos y normas de regímenes temporales, hoy guiados por instituciones democráticas, a veces excesivas, o por formas totalitarias contrarias a la dignidad del hombre sujeto a ellos: el gobierno de la Iglesia tiene su propia forma original que pretende reflejar en sus expresiones la sabiduría y la voluntad de su divino Fundador. 

Y es en este sentido que debemos recordar nuestra responsabilidad suprema, que Cristo quiso encomendarnos entregando las llaves del reino a Pedro y haciéndolo la base del edificio eclesiástico, confiándole un carisma muy delicado, el de confirmando a los Hermanos. ( a veces excesivo, o de formas totalitarias contrarias a la dignidad del hombre que está sujeto a él: el gobierno de la Iglesia tiene una forma original propia que pretende reflejar en sus expresiones la sabiduría y la voluntad de su divino Fundador. 

 Responsabilidad que la Tradición y los Concilios atribuyen a nuestro ministerio específico como Vicario de Cristo, Jefe del Colegio Apostólico, Pastor Universal y Siervo de los Siervos de Dios, y que no puede ser condicionado por la autoridad, ni siquiera por la suma del Colegio Episcopal. , que primero queremos honrar, defender y promover, pero que no sería si no tuviera nuestro sufragio.

Caridad y unidad. Aquí está nuestra meditación en la apertura del Sínodo extraordinario en el que con esta concelebración del sacrificio eucarístico imploramos la luz y la asistencia del Espíritu Santo.

Quizás este no sea el momento, dedicado a la reflexión y afirmación de la colegialidad, en el día de la Divina Maternidad de María Santísima, de reunirnos con el alma íntimamente conmovida en la memoria de los Apóstoles en el Cenáculo, que, esperando el Paráclito, fueron "asiduos y estuvieron de acuerdo en la oración juntos. . . con María, Madre de Jesús "( Hch . 1, 14)? Y, en esta unión de espíritus, ¿no es todavía el momento de hacer nuestras las aclamaciones de la Liturgia del Jueves Santo? “Ubi caritas et amor, Deus ibi est. Congregavit nos in unum Christi amor. Exsultemus et en Ipso iucundemur. Timeamus et amemus Deum vivum. Et ex corde diligamus nos sincero ».

Amén. Amén.

ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILIA DE PABLO VI

Basílica liberiana de Santa Maria Maggiore
Sábado, 25 de octubre de 1969

¡Venerables hermanos e hijos, todos amados en Cristo!

Ciertamente, ninguno de nosotros se sorprenderá de esta "statio" nuestra, durante el Sínodo Extraordinario de los Obispos, en la Basílica de Santa María la Mayor, en este Santuario histórico y venerado de la piedad mariana, tan querido por la Iglesia de Roma; y cada uno de nosotros sentirá más bien una necesidad espontánea de renacer en nuestro interior para derramar plenamente nuestra devoción a la Virgen, en un momento en el que nuestra reflexión sobre nuestra vocación de pertenencia al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, es allí invita a la memoria y veneración de Aquel que fue del Cuerpo físico del Hijo de Dios, que se convirtió en el Hijo del hombre, la Madre santísima (cfr. S. AGUSTÍN, PL . 40, 399).

A veces puede suceder que también nosotros, revestidos del sacerdocio de Cristo, absortos en la intención de justificar el culto católico debido a María, en la polémica y en la disculpa hacia quienes cuestionan su legitimidad, o mitigan sus razones, estamos prontos a aducir los títulos bíblicos, teológicos, tradicionales, afectivos, con los que se configura la devoción a la Virgen, y dejemos que la expresión vivida y filial de nuestra piedad hacia ella languidezca un poco: quizás hoy, encontrando menos fácil la conversación piadosa y cordial que en el pasado con María, que ser Madre de Cristo según la carne es también espiritualmente Madre nuestra, Madre de la Iglesia. Pero aquí nosotros, reunidos en el Sínodo, o atraídos por su celebración y los temas que la hacen de interés común, hemos sentido un impulso feliz en nuestras almas,

ADORACIÓN MARIANA

Por tanto, al reflexionar de nuevo sobre la Iglesia, sobre su esencia de comunión jerárquica, sobre el hecho y el misterio de la fuerza generadora conferida a algunos elegidos y ministros del Pueblo de Dios, hemos vuelto a sentir la relación que existe entre María y el Pueblo de Dios. Iglesia, y especialmente entre aquellos miembros de la Iglesia, que en la Iglesia tienen la función particular de expresar la Palabra de Dios por el ministerio de la palabra, de derramar el Espíritu vivificante y santificador por medio de los sacramentos, de ejercer con autoridad el Servicio de orientación pastoral de los fieles en peregrinación temporal y escatológica, es decir, entre nosotros Sacerdotes y Pastores, y María Santísima. Debido a esta relación, estamos reunidos aquí esta noche.

LA MADONNA Y LA IGLESIA

Una relación de analogía: María es la Madre de Cristo, la Iglesia es la Madre de los cristianos; y cuanto más se hace evidente este aspecto de la Iglesia, más se refleja en su extensión histórica el misterio de la Encarnación desde su momento epifánico, Belén, en cada Iglesia local y en esta Iglesia romana, especialmente en esta Basílica, llamada "la Belén de Roma ”( Grisar ), entonces más fácil y más obediente se vuelve el acercamiento entre María y la Iglesia, la comparación, el parentesco. Aquí todos recordamos un pensamiento básico de la teología y la devoción marianas, un pensamiento antiguo, que el Concilio nos recordó ( Lumen Gentium. norte. 63), la de San Ambrosio, que define a María como "typus Ecclesiae" (PL 15, 1555) y nuevamente: "figura Ecclesiae" (PL 16, 326), a la que San Agustín se hace eco: " Ipsa (Maria) figuram in se sanctae Ecclesiae demostravit "( PL . 40, 661); porque la generación virginal de Jesús se reproduce místicamente en la generación materna y sobrenatural de la Iglesia con respecto a los fieles. Este paralelismo nos acerca aún más a María: toda la plenitud de gracia que hizo María la tota pulchra, ¿no tiene el santísimo, el inmaculado, alguna confirmación en la riqueza de la gracia, que fue derramada sobre nosotros, cuando la sagrada ordenación nos asimiló a Cristo en los carismas de la santidad y el poder ministerial? Siempre será bueno si hacemos de María nuestro espejo sacerdotal, speculum iustitiae. . .

La meditación continúa sin cesar y pasa de la esfera mística a la moral. María es el modelo de la Iglesia (cf. Lumen gentium , n. 53). Ella "contiene en eminencia todas las gracias y perfecciones" de la Iglesia ( Olier ); las que deberíamos y nos gustaría tener. María es maestra. Ella es una maestra para nosotros, que tenemos el oficio de ser, con doctrina y ejemplo, maestras del Pueblo de Dios ¿Y qué nos enseña María? ¡Oh! sabemos: todo el Evangelio.

AMOR FE ESPERANZA

¿Pero para nosotros, especialmente? ¿hoy dia?

El estudio se convierte en oración. Maria! enséñanos el amor; María recibe el amor; María, que concibió a Cristo por obra del Espíritu Santo, el Amor-Dios vivo, preside el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés, cuando el mismo Espíritu Santo invade el grupo de discípulos, en primer lugar los Apóstoles, y vivifica en la unidad y la caridad el cuerpo místico e histórico de los cristianos, humanidad redimida. Hemos venido aquí para implorar, por intercesión de María, la perenne continuación del mismo milagro, para sacar de ella, como de una fuente, un nuevo río del Espíritu Santo. Porque hemos redescubierto la comunión eclesial, que a nivel apostólico llamamos colegialidad, es decir, una intercomunión de caridad y eficacia apostólica, que en esta época fatídica del mundo y de la Iglesia queremos honrarla mejor y hacerla más eficaz en el sentimiento y la acción, a través del amor; ese Amor que dio a María la virtud de engendrar a Cristo, y que nos imploramos para que podamos realizar nuestra misión que genera a Cristo en el mundo. Y ante todo para nosotros pedimos este Amor, que en nosotros se llama gracia descendente y de nosotros subiendo en un "fiat", que se hace eco del de María, es nuestra oblación, es esa caridad que esperamos nunca se extinguirá en los años de la vida mortal para que arda para siempre en el inmortal.

 María, el amor que pedimos, el amor de Cristo, el amor único, el amor supremo, el amor total, el don de amor, el sacrificio de amor; enséñanos lo que ya sabemos y ya profesamos humilde y fielmente: ser inmaculados, como tu eres; ser castos, es decir, fieles a ese tremendo y sublime compromiso, que es nuestro sagrado celibato; hoy, que es tan discutido por muchos y mal entendido por algunos. 

Sabemos lo que es: es, incluso más que un estado, un acto continuo, una llama que arde siempre; es una virtud sobrehumana y, por tanto, necesita un apoyo sobrenatural. Tú, oh María, siempre Virgen, nos haces comprender ahora no sólo la esencia paradójica de este estado, propio del sacerdocio latino, y para el orden episcopal y el estado religioso también de las Iglesias orientales, sino el valor: heroicidad, belleza, alegría, fuerza; la fuerza y ​​el honor de un ministerio incondicional, todo ello encaminado a la dedicación e inmolación al servicio de los hombres; la crucifixión de la carne que es tan discutido por muchos y mal entendido por algunos.  Tú, oh María, siempre Virgen, nos haces comprender la crucifixión de la carne Virgen siempre, la crucifixión de la carneGal . 5, 24), milicia absoluta del reino de Dios; María, ayúdanos a comprender; para comprender de nuevo esta misteriosa llamada al seguimiento indivisible de Cristo (cf. Mt 19, 12). Ayúdanos a amar así.

Y la oración continúa. Hemos notado cómo las páginas del Concilio, dedicadas a Ti, o Virgo fidelis, reconocen en Ti una primera virtud; la primera virtud que nos une a Dios es la fe. Quien profundiza en el diagnóstico de las necesidades de esta hora tormentosa en la sociedad, y reflexionando en la Iglesia de Dios, ve que lo que más necesita la Iglesia para estar en comunión con Cristo, y por tanto con Dios y con los hombres, primero. Todo lo demás es fe, fe sobrenatural, fe sencilla, plena y fuerte, fe sincera, extraída de su verdadera fuente, la Palabra de Dios, y de su canal infalible, el magisterio instituido y garantizado por Cristo, la fe viva. . Oh Tú, "bendito por haber creído" ( Lc. 1, 45), consuélanos con tu ejemplo, obtén este carisma para nosotros. ¿Cómo seríamos seguidores de Cristo, si la duda, si la negación mortificara nuestra certeza? (cf. Io . 6, 67). ¿Cómo podríamos ser testigos, como apóstoles, si la verdad de la fe se oscureciera en nuestro espíritu?

Y luego, oh María, te pediremos tu ejemplo y tu intercesión por la esperanza. Spes nostra, ¡hola! También necesitamos esperanza, ¡y cuánta! Tú eres, María, cuando el Concilio concluye su gran lección sobre la Iglesia de Dios ( Lumen gentium , n . 68 ), imagen y comienzo de la Iglesia, que debe tener su cumplimiento en la era futura, por lo que en la tierra, resplandece ahora antes. el Pueblo de Dios como signo de cierta esperanza y consuelo, ¡oh Mater Ecclesiae !

SAGRADA ORDENACIÓN A 278 DIÁCONOS DE CADA CONTINENTE
EN EL 50 ANIVERSARIO DEL SACERDOCIO DEL SANTO PADRE

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo de Pentecostés, 17 de mayo de 1970

Hoy, Pentecostés, memoria del hecho-misterio, animador de la Iglesia, como Cuerpo místico de Cristo (porque Él, Cristo según la promesa ( I. 15, 26; 16, 7), le envió su Espíritu y todavía la hace vivir y respirar de este divino Paráclito), invadiendo así nuestra mente, que nos parece no sólo recordar ese acontecimiento, sino revivirlo, como si fuera nuestro habitual invocación: "Ven, Espíritu Santo", la realidad de su respuesta, de su presencia infundió en nosotros también una mínima pero viva experiencia de su venida beatificante, y nos aseguró que la corriente inefable de la historia que no muere, que es, de la vida sobrenatural, pasa a nuestros miembros mortales, mientras resuena en nosotros el eco del primer sermón pronunciado en la Iglesia naciente, el profético de Pedro: "Y sucederá, dice el Señor, que yo , en esos últimos días, derramará de mi Espíritu sobre toda carne, y tus hijos y tus hijas profetizarán,Actuar . 2, 17; Il. 2, 28). 

El Pentecostés nos toma a todos, nos hace reflexivos y conmovidos, mientras en nuestras almas resplandece un destello de una nueva claridad, la "luz de los corazones", llena de amor y de verdad. Es la fiesta del Espíritu Santo, es la fiesta de la Iglesia naciente e imperecedera, es la fiesta de las almas encendidas por la presencia divina interior. Es la fiesta de la sabiduría, la fiesta de la caridad, el consuelo, la alegría, la esperanza, la santidad. Es la inauguración de la civilización cristiana, Pentecostés.
Dos circunstancias se combinan para hacer que esta celebración sea singular y muy animada.

 El primero es el del cincuentenario de Nuestra ordenación sacerdotal. Cincuenta años no bastaron para borrar el recuerdo de esa belleza, sino en sí mismo un simple episodio de nuestra humilde existencia personal; hubiéramos preferido repensarlo en el silencio exterior y el recuerdo interior. Pero es precisamente la naturaleza misma de ese sacerdocio, que entonces nos fue conferido, lo que nos obliga a dejar que los que tienen el título reclamen su ministerio, y hoy es esta Nuestra amada Iglesia de Roma quien tiene este título, hoy es toda la Iglesia, igualmente querida católica, que sientan este aniversario y lo recuerden con los signos de su piedad y bondad. Esta solemne ceremonia nos dice:

EL SACERDOCIO Y LA CRUZ

Nos sentimos en la obligación de agradecer a todos, familiares y amigos, profesores y colaboradores, presentes y lejanos, conocidos y desconocidos; y resumir nuestro sentimiento por ellos en un solo testimonio autobiográfico, un punto original, porque todo Sacerdote puede hacerlo por sí mismo, pero es cierto: ¡ser Sacerdote realmente es una gran cosa! Y si la experiencia, a lo largo de los años, acrecienta el sentido de la relación intrínseca de Nuestro sacerdocio con la cruz del Señor, sin embargo, nunca agota su belleza y felicidad, para que cada día, cada año, cada aniversario renueve el disfrute de él, y le gustaría conocerlo, una penetración cada vez mayor (Cf. Io . 7, 38).

Así surge de la conciencia sacerdotal, a medida que se vuelve más madura y profunda, el canto de la Virgen: fecit mihi magna Qui potens est.or tanto, nos sentimos obligados, hoy como entonces, a celebrar la misericordia divina. Digamos: Gracias, Padre, que al no mirar nuestra pequeñez y más bien convertirla en sujeto de tu virtud activa, nos has dirigido tu vocación, la has validado con la de Pastor paterno y sabio, has consoló con la conversación de buenos y pacientes maestros y lo animó con el placer de vivir en su casa.

Gracias a Ti, oh Cristo, que nos has asociado vitalmente, indignos pero no en vano instrumentos, a tu ministerio de salvación y comunión, colocándonos en medio de nuestros hermanos con el corazón vuelto hacia la gente humilde, pero destinándonos luego a caminar. con un paso apresurado al lado de los jóvenes y para prestar un trabajo modesto y diligente a esta Sede Apostólica vuestra, todo y sólo por lo que fue vuestro amor, con amor seguidor, vuestra Iglesia.

Gracias a ti, oh Espíritu vivificante, que en el grave y dulce ministerio, durante cincuenta años, nos has inspirado y consolado, y todavía nos ayudas, para que no tengamos que traicionar, sino traducir la imagen. de nuestro Maestro Jesús, y siempre debemos tratar de ser santos de Ti, y santificarnos en Ti.
Entonces, oh Señor, tu voz volvió a llamarnos, tímidos e ineptos, más cerca de Ti, de Tu cruz, diciéndonos: Quien da la carga, dará la fuerza para llevarla; y la respuesta vino de nuestro corazón: en tu nombre, Señor, conforme a tu palabra.

"TRADITIO POTESTATIS"

Este, hermanos e hijos, es el testimonio que os debemos de nuestro Sacerdocio, del que vosotros, con tanta caridad, queréis recordar la larga duración, y anunciar así su no lejana decadencia terrena.

Pero otra circunstancia, verdaderamente pentecostal, llena de realidad y esplendor esta celebración festiva; y es la ordenación sacerdotal de estos diáconos.

¡Saludos a ustedes, queridos elegidos!
Tendríamos tantas cosas que contarte; pero la hora no permite largas conversaciones; y, además, no queremos introducir nuevos razonamientos en los muchos, que ya llenan vuestro ánimo, y que ciertamente habéis acumulado para este momento solemne. Intentamos resumir en una palabra todo lo que se puede decir y pensar sobre el evento que está a punto de ocurrir en su relación. Y la palabra es transmisión. Transmisión de un poder divino, de una prodigiosa capacidad de acción, que en sí misma pertenece sólo a Cristo. Traditio potestatis. Imagina que Cristo, por la imposición de nuestras manos y las palabras significativas que dan al gesto la virtud sacramental, cae de arriba y derrama su Espíritu, el Espíritu Santo, vivificante y poderoso, que entra en ti no solo, como en otros sacramentos, para habitar en vosotros, pero para permitiros realizar determinadas operaciones propias del sacerdocio de Cristo, para haceros sus ministros eficaces, para haceros vehículos de la Palabra y de la Gracia, modificando así vuestras personas, de modo que ellos pueden no sólo representar a Cristo, sino también actuar en cierta medida como él, por una delegación que imprime un "carácter" indeleble en vuestros espíritus, y os asimila a él, cada uno como un "alter Christus".

CARÁCTER INDELIBLE

Questo prodigio, ricordatelo sempre, avviene in voi, ma non per voi; è per gli altri, è per la Chiesa, ch’è quanto dire per il mondo da salvare. La vostra è una potestà di funzione, come quella d’un organo speciale a beneficio di tutto un corpo. Voi diventate strumenti, diventate ministri, diventate mancipi al servizio dei fratelli.
Voi intuite

 i rapporti che nascono da questa elezione fatta di voi: rapporti con Dio, con Cristo, con la Chiesa, con l’umanità. Voi comprendete quali doveri di preghiera, di carità, di santità, scaturiscono dalla vostra sacerdotale ordinazione. Voi intravedete quale coscienza dovrete continuamente formare in voi stessi per essere pari all’ufficio di cui siete investiti. Voi capite con quale mentalità spirituale ed umana dovrete guardare il mondo, con quali sentimenti e con quali virtù esercitare il vostro ministero, con quale dedizione e quale coraggio consumare la vostra vita in spirito di sacrificio uniti a quello di Cristo.

Voi sapete tutto questo, ma non cesserete di ripensarvi per quanto durerà - e sia lungo e sereno - il vostro terreno pellegrinaggio. Non temete mai, Figli e Fratelli carissimi. Non dubitate mai del vostro Sacerdozio. Non lo isolate mai dal vostro Vescovo e dalla sua funzione nella Santa Chiesa. Non lo tradite mai! Noi ora non vi diremo di più. Ma noi ripeteremo per voi la preghiera, come altra volta facemmo per novelli Sacerdoti da noi ordinati.

Ecco, oggi così noi preghiamo per voi.

Ven, Espíritu Santo, y da a estos ministros, dispensadores de los misterios de Dios, un corazón nuevo, que reavive en ellos toda la educación y preparación que han recibido, que percibe el sacramento que han recibido como una revelación sorprendente, y que responde siempre. con nueva frescura, como hoy, a los deberes incesantes de su ministerio hacia su Cuerpo Eucarístico y hacia su Cuerpo Místico: un corazón nuevo, siempre joven y feliz.
Ven, Espíritu Santo, y da a estos ministros, discípulos y apóstoles de Cristo el Señor un corazón puro, capacitado para amar solo a Él, que es Dios contigo y con el Padre, con plenitud, con gozo, con profundidad. solo sabe inculcar, cuando es el supremo, el objeto total del amor de un hombre vivo de tu gracia; un corazón puro, que no conoce el mal sino para definirlo, combatirlo y huir de él; un corazón puro, como el de un niño capaz de ser entusiasta y ansioso.

Ven, oh Espíritu Santo, y da a estos ministros del Pueblo de Dios un gran corazón, abierto a tu silenciosa y poderosa palabra inspiradora, y cerrado a todas las mezquinas ambiciones, libre de toda competencia humana miserable y todo impregnado por el sentido de la santidad. Iglesia; un gran corazón ansioso por igualar el del Señor Jesús, y destinado a contener en sí las proporciones de la Iglesia, las dimensiones del mundo; grande y fuerte para amar a todos, para servir a todos, para sufrir por todos; grande y fuerte para resistir cada tentación, cada prueba, cada aburrimiento, cada cansancio, cada desilusión, cada ofensa, un corazón grande, fuerte y constante, cuando sea necesario hasta el sacrificio, solo bendecido para latir con el corazón de Cristo, y para cumplir humilde, fiel y varonil la voluntad divina. Esta es Nuestra oración de hoy por ti.Y aquí es el momento de la acción: Pentecostés está aquí.

CANONIZACIÓN DEL BEATO JUAN DE ÁVILA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 31 de mayo de 1970

Venerables hermanos y amados hijos:

Demos gracias a Dios que, con la exaltación del Beato Juan de Ávila al esplendor de la santidad, ofrece a la Iglesia universal una invitación al estudio, a la imitación, al culto, a la invocación de una gran figura de sacerdote.

Alabanzas al Episcopado español que, no satisfecho de la proclamación de Protector especial del Clero diocesano de España, que nuestro predecesor de venerada memoria, Pío XII, hizo ya a favor del Beato Juan de Ávila, ha solicitado a esta Sede Apostólica su canonización, encontrando tanto en nuestra Sagrada Congregación para las causas de los santos como en nuestra misma persona las mejores y merecidas disposiciones para un acto celebrativo de tanta importancia. Quiera el Señor que esta elevación del Beato Juan de Ávila al catálogo de los Santos, en las filas gloriosas de los hijos de la Iglesia celestial, sirva para obtener a la Iglesia peregrina en la tierra un intercesor nuevo y poderoso, un maestro de vida espiritual benévolo y sabio, un renovador ejemplar de la vida eclesiástica y de las costumbres cristianas.

Este nuestro deseo parece satisfecho al hacer una comparación histórica de los tiempos en los que vivió y obró el Santo, con nuestros tiempos; comparación de dos períodos ciertamente muy diversos entre sí, pero que por otra parte presentan analogías no tanto en los hechos, cuanto más bien en algunos principios inspiradores, ya de las vicisitudes humanas de aquel entonces, ya de las de ahora; por ejemplo, el despertar de energías vitales y crisis de ideas, un fenómeno propio del siglo XVI y también del siglo XX; tiempos de reformas y de debates conciliares como los que estamos viviendo. E igualmente parece providencial que se evoque en nuestros días la figura del Maestro Ávila por los rasgos característicos de su vida sacerdotal, los cuales dan a este Santo un valor singular y especialmente apreciado por el gusto contemporáneo, el de la actualidad.

San Juan de Ávila es un sacerdote que, bajo muchos aspectos, podemos llamar moderno, especialmente por la pluralidad de facetas que su vida ofrece a nuestra consideración y, por lo tanto, a nuestra imitación. No en vano él ha sido ya presentado al clero español como su modelo ejemplar y celestial Patrono. Nosotros pensamos que él puede ser honrado como figura polivalente para todo sacerdote de nuestros días, en los cuales se dice que el sacerdocio mismo sufre una profunda crisis; una "crisis de identidad", como si la naturaleza y la misión del sacerdote no tuvieran ahora motivos suficientes para justificar su presencia en una sociedad como la nuestra, desacralizada y secularizada. Todo sacerdote que duda de la propia vocación puede acercarse a nuestro Santo y obtener una respuesta tranquilizadora. Igualmente todo estudioso, inclinado a empequeñecer la figura del sacerdote dentro de los esquemas de una sociología profana y utilitaria, mirando la figura de Juan de Ávila, se verá obligado a modificar sus juicios restrictivos y negativos acerca de la función del sacerdote en el mundo moderno.

Juan es un hombre pobre y modesto por propia elección. Ni siquiera está respaldado por la inserción en los cuadros operativos del sistema canónico; no es párroco, no es religioso; es un simple sacerdote de escasa salud y de más escasa fortuna después de las primeras experiencias de su ministerio: sufre enseguida la prueba más amarga que puede imponerse a un apóstol fiel y fervoroso: la de un proceso con su relativa detención, por sospecha de herejía, como era costumbre entonces. Él no tiene ni siquiera la suerte de poderse proteger abrazando un gran ideal de aventura. Quería ir de misionero a las tierras americanas, las «Indias» occidentales, entonces recientemente descubiertas; pero no le fue dado el permiso.

Mas Juan no duda. Tiene conciencia de su vocación. Tiene fe en su elección sacerdotal. Una introspección psicológica en su biografía nos llevaría a individuar en esta certeza de su «identidad» sacerdotal, la fuente de su celo sereno, de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de lúcido reformador de la vida eclesiástica y de exquisito director de conciencias. San Juan de Ávila enseña al menos esto, y sobre todo esto, al clero de nuestro tiempo, a no dudar de su ser: sacerdote de Cristo, ministro de la Iglesia, guía de los hermanos.

Él advierte profundamente lo que hoy algunos sacerdotes y muchos seminaristas no consideran ya como un deber corroborante y un título específico de la calificación ministerial en la Iglesia, la propia definición —llamémosla si se quiere sociológica— que le viene de ser siervo de Jesucristo y como el apóstol san Pablo decía de sí mismo: «Segregado para anunciar el Evangelio de Dios» (Rm 1, 1). Esta segregación, esta especificación, la cual es además la de un órgano distinto e indispensable para el bien de un entero cuerpo viviente (cf. 1 Co 12, 16 ss.), es hoy la primera característica del sacerdocio católico que es discutida e incluso «contestada» por motivos, frecuentemente nobles en sí mismos y, bajo ciertos aspectos, admisibles; pero cuando estos motivos tienden a cancelar esta «segregación», a asimilar el estado eclesiástico al laico y profano y a justificar en el elegido la experiencia de la vida mundana con el pretexto de que no debe ser menos que cualquier otro hombre, fácilmente llevan al elegido fuera de su camino y hacen fácilmente del sacerdote un hombre cualquiera, una sal sin sabor, un inhábil para el sacrificio interior y un carente de poder de juicio, de palabra y de ejemplo propios de quien es un fuerte, puro y libre seguidor de Cristo. La palabra tajante y exigente del Señor: «Ninguno que mire atrás mientras tiene la mano puesta en el arado es idóneo para el reino de los cielos» (Lc 9, 62), había penetrado profundamente en este ejemplar sacerdote que en la totalidad de su donación a Cristo encontró sus energías centuplicadas.

Su palabra de predicador se hizo poderosa y resonó renovadora. San Juan de Ávila puede ser todavía hoy maestro de predicación, tanto más digno de ser escuchado e imitado, cuanto menos indulgente era con los oradores artificiales y literarios de su tiempo, y cuanto más rebosante se presentaba de sabiduría impregnada en las fuentes bíblicas y patrísticas. Su personalidad se manifiesta y engrandece en el ministerio de la predicación. Y, cosa aparentemente contraria a tal esfuerzo de palabra pública y exterior, Ávila conoció el ejercicio de la palabra personal e interior, propia del ministerio del sacramento de la penitencia y de la dirección espiritual. Y quizás todavía más en este ministerio paciente y silencioso, extremadamente delicado y prudente, su personalidad sobresale por encima de la de orador.

El nombre de Juan de Ávila está vinculado al de su obra más significativa, la célebre obra Audi, filia que es el libro del magisterio interior, lleno de religiosidad, de experiencia cristiana, de bondad humana. Precede a la Filotea, obra en cierto sentido análoga de otro santo, Francisco de Sales, y a toda una literatura de libros religiosos que darán profundidad y sinceridad a la formación espiritual católica, desde el Concilio de Trento hasta nuestros días. También en esto Ávila es maestro ejemplar.

¡Y cuántas virtudes suyas más podríamos recordar para nuestra edificación! Ávila fue escritor fecundo. Aspecto que también lo aproxima a nosotros admirablemente y nos ofrece su conversación, la de un santo.

Y además la acción. Una acción variada e incansable: correspondencia, animación de grupos espirituales, de sacerdotes especialmente, conversión de almas grandes, como Luis de Granada, su discípulo y biógrafo, y como los futuros santos Juan de Dios y Francisco de Borja, amistad con los espíritus magnos de su tiempo, como san Ignacio y santa Teresa, fundación de colegios para el clero y para la juventud. Verdaderamente una gran figura.

Pero donde nuestra atención querría detenerse particularmente es en la figura de reformador, o mejor, de innovador, que es reconocida a San Juan de Ávila. Habiendo vivido en el período de transición, lleno de problemas, de discusiones y de controversias que precede al Concilio de Trento, e incluso durante y después del largo y grande Concilio, el Santo no podía eximirse de tomar una postura frente a este gran acontecimiento. No pudo participar personalmente en él a causa de su precaria salud; pero es suyo un Memorial, bien conocido, titulado: Reformación del Estado Eclesiástico (1551), (seguido de un apéndice: Lo que se debe avisar a los Obispos), que el arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general.

Del mismo modo, otros escritos como: Causas y remedios de las herejías (Memorial Segundo, 1561), demuestran con qué intensidad y con cuáles designios Juan de Ávila participó en el histórico acontecimiento: del mismo claro diagnóstico de la gravedad de los males que afligían la Iglesia en aquel tiempo se trasluce la lealtad, el amor y la esperanza. Y cuando se dirige al Papa y a los Pastores de la Iglesia, ¡qué sinceridad evangélica y devoción filial, qué fidelidad a la tradición y confianza en la constitución intrínseca y original de la Iglesia y qué importancia primordial reservada a la verdadera fe para curar los males y prever la renovación de la Iglesia misma!

«Juan de Ávila ha sido, en cuestión de reforma, como en otros campos espirituales, un precursor; y el Concilio de Trento ha adoptado decisiones que él había preconizado mucho tiempo antes» (S. Charprenet, p. 56).

Pero no ha sido un crítico contestador, como hoy se dice. Ha sido un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad (el estudio de la Sagrada Escritura, la práctica de la oración mental, la imitación de Cristo y su traducción española del libro del mismo nombre, el culto de la Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen, la defensa del sacro celibato, el amor a la Iglesia aún cuando algún ministro de la misma fue demasiado severo con él...) y ha sido el primero en practicar las enseñanzas de su escuela.

Una gran figura, repetimos, también ella hija y gloria de la tierra de España, de la España católica, entrenada a vivir su fe dramáticamente, haciendo surgir del seno de sus tradiciones morales y espirituales, de tanto en tanto, en los momentos cruciales de su historia, el héroe, el sabio, el Santo.

Pueda este Santo, que Nos sentimos la alegría de exaltar ante la Iglesia, serle favorable intercesor de las gracias que ella parece necesitar hoy más: la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo tal como debe ser en los nuevos tiempos. Y pueda su figura profética, coronada hoy con la aureola de la santidad, derramar sobre el mundo la verdad, la caridad, la paz de Cristo.

PROCLAMACIÓN DE SANTA TERESA DE JESÚS COMO DOCTORA DE LA IGLESIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 27 de septiembre de 1970

Acabamos de conferir o, mejor dicho, acabamos de reconocer a Santa Teresa de Jesús el título de doctora de la Iglesia. El sólo hecho de mencionar, en este lugar y en esta circunstancia, el nombre de esta santa tan singular y tan grande, suscita en nuestro espíritu un cúmulo de pensamientos. El primero es la evocación de la figura de Santa Teresa. La vemos ante nosotros como una mujer excepcional, como a una religiosa que, envuelta toda ella de humildad, penitencia y sencillez, irradia en torno a sí la llama de su vitalidad humana y de su dinámica espiritualidad; la vemos, además, como reformadora y fundadora de una histórica e insigne Orden religiosa, como escritora genial y fecunda, como maestra de vida espiritual, como contemplativa incomparable e incansable alma activa. ¡Qué grande, única y humana, qué atrayente es esta figura!

Antes de hablar de otra cosa, nos sentimos tentados a hablar de ella, de esta santa interesantísima bajo muchos aspectos. Pero no esperéis que, en este momento, os hablemos de la persona y de la obra de Teresa de Jesús. Sería suficiente la doble biografía recogida en el tomo preparado con tanto esmero por nuestra Sagrada Congregación para las causas de los santos para desanimar a quien pretendiese condensar en breves palabras la semblanza histórica y biográfica de esta santa, que parece desbordar las líneas descriptivas en las que uno quisiera encerrarlas. Por otra parte, no es precisamente en ella donde quisiéramos fijar durante un momento nuestra atención, sino más bien en el acto que ha tenido lugar hace poco, en el hecho que acabamos de grabar en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios, en la concesión de otorgarle el título de doctora a Teresa de Ávila, a Santa Teresa de Jesús, la eximia carmelita.

El significado de este acto es muy claro. Un acto que quiere ser intencionalmente luminoso, y que podría encontrar su imagen simbólica en una lámpara encendida ante la humilde y majestuosa figura de la Santa. Un acto luminoso por el haz de luz que la lámpara del título doctoral proyecta sobre ella; un acto luminoso por el otro haz de luz que ese mismo título doctoral proyecta sobre nosotros. Hablemos primero sobre ella, sobre Teresa. La luz del título doctoral pone de relieve valores indiscutibles que ya le habían sido ampliamente reconocidos; ante todo, la santidad de vida, valor oficialmente proclamado el 12 de marzo de 1622 —Santa Teresa había muerto 30 años antes— por nuestro predecesor Gregorio XV en el célebre acto de canonización que incluyó en el libro de los santos, junto con nuestra santa carmelita, a Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Isidro Labrador, todos ellos gloria de la España católica, y al mismo tiempo al florentino-romano Felipe Neri. Por otra parte, la luz del título doctoral pone de relieve la «eminencia de la doctrina» y esto de un modo especial (cf. Prospero Lambertini, luego Papa Benedicto XIV, De servorum Dei beatificatione, IV, 2, c. 11, n. 13).

La doctrina de Teresa de Ávila brilla por los carismas de la verdad, la fidelidad a la fe católica y la utilidad para la formación de las almas. Y podríamos resaltar de modo particular otro carisma, el de la sabiduría, que nos hace pensar en el aspecto más atrayente y al mismo tiempo más misterioso del doctorado de Santa Teresa, o sea, en el influjo de la inspiración divina en esta prodigiosa y mística escritora. ¿De dónde le venía a Teresa el tesoro de su doctrina? Sin duda alguna, le venía de su inteligencia y de su formación cultural y espiritual, de sus lecturas, de su trato con los grandes maestros de teología y de espiritualidad, de su singular sensibilidad, de su habitual e intensa disciplina ascética, de su meditación contemplativa, en una palabra de su correspondencia a la gracia acogida en su alma, extraordinariamente rica y preparada para la práctica y la experiencia de la oración. Pero ¿era ésta la única fuente de su «eminente doctrina»? ¿O acaso no se encuentran en Santa Teresa hechos, actos y estados en los que ella no es el agente, sino más bien el paciente, o sea, fenómenos pasivos y sufridos, místicos en el verdadero sentido de la palabra, de tal forma que deben ser atribuidos a una acción extraordinaria del Espíritu Santo? Estamos, sin duda alguna, ante un alma en la que se manifiesta la iniciativa divina extraordinaria, sentida y posteriormente descrita llana, fiel y estupendamente por Teresa con un lenguaje literario peculiarísimo.

Al llegar aquí, las preguntas se multiplican. La originalidad de la acción mística es uno de los fenómenos psicológicos más delicados y más complejos, en los que pueden influir muchos factores, y obligan al estudioso a tomar las más severas cautelas, al mismo tiempo que en ellos se manifiestan de modo sorprendente las maravillas del alma humana, y entre ellas la más comprensiva de todas: el amor, que encuentra en la profundidad del corazón sus expresiones más variadas y más auténticas; ese amor que llegamos a llamar matrimonio espiritual, porque no es otra cosa que el encuentro del amor divino inundante, que desciende al encuentro del amor humano, que tiende a subir con todas sus fuerzas. Se trata de la unión con Dios más íntima y más fuerte que se conceda experimentar a un alma viviente en esta tierra; y que se convierte en luz y en sabiduría, sabiduría de las cosas divinas y sabiduría de las cosas humanas. De todos estos secretos nos habla la doctrina de Santa Teresa. Son los secretos de la oración. Esta es su enseñanza.

Ella tuvo el privilegio y el mérito de conocer estos secretos por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios. Santa Teresa ha sido capaz de contarnos estos secretos, hasta el punto de que se la considera como uno de los supremos maestros de la vida espiritual. No en vano la estatua de la fundadora Teresa colocada en esta basílica lleva la inscripción que tan bien define a la Santa: Mater spiritualium. Todos reconocían, podemos decir que con unánime consentimiento, esta prerrogativa de Santa Teresa de ser madre y maestra de las personas espirituales. Una madre llena de encantadora sencillez, una maestra llena de admirable profundidad. El consentimiento de la tradición de los santos, de los teólogos, de los fieles y de los estudiosos se lo había ganado ya. Ahora lo hemos confirmado Nosotros, a fin de que, nimbada por este título magistral, tenga en adelante una misión más autorizada que llevar a cabo dentro de su familia religiosa, en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración.

Esta es la luz, hecha hoy más viva y penetrante, que el título de doctora conferido a Santa Teresa reverbera sobre nosotros. El mensaje de oración nos llega a nosotros, hijos de la Iglesia, en una hora caracterizada por un gran esfuerzo de reforma y de renovación de la oración litúrgica; nos llega a nosotros, tentados, por el reclamo y por el compromiso del mundo exterior, a ceder al trajín de la vida moderna y a perder los verdaderos tesoros de nuestra alma por la conquista de los seductores tesoros de la tierra.

Este mensaje llega a nosotros, hijos de nuestro tiempo, mientras no sólo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo. Llega a nosotros el mensaje de la oración, canto y música del espíritu penetrado por la gracia y abierto al diálogo de la fe, de la esperanza y de la caridad, mientras la exploración psicoanalítica desmonta el frágil y complicado instrumento que somos, no para escuchar la voces de la humanidad dolorida y redimida, sino para escuchar el confuso murmullo del subconsciente animal y los gritos de las indomadas pasiones y de la angustia desesperada. Llega ahora a nosotros el sublime y sencillo mensaje de la oración de la sabia Teresa, que nos exhorta a comprender «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad…, que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida, 8, 4-5).

Este es, en síntesis, el mensaje que nos da Santa Teresa de Jesús, doctora de la santa Iglesia. Escuchémoslo y hagámoslo nuestro. Debemos añadir dos observaciones que nos parecen importantes.

En primer lugar hay que notar que Santa Teresa de Ávila es la primera mujer a quien la Iglesia confiere el título de doctora; y esto no sin recordar las severas palabras de San Pablo: «Las mujeres cállense en las asambleas» (1 Cor 14, 34), lo cual quiere decir incluso hoy que la mujer no está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas de magisterio y de ministerio. ¿Se habrá violado entonces el precepto apostólico?

Podemos responder con claridad: no. Realmente no se trata de un título que comporte funciones jerárquicas de magisterio, pero a la vez debemos señalar que este hecho no supone en ningún modo un menosprecio de la sublime misión de la mujer en el seno del Pueblo de Dios.

Por el contrario, ella, al ser incorporada a la Iglesia por el bautismo, participa del sacerdocio común de los fieles, que la capacita y la obliga a «confesar delante de los hombres la fe que recibió de Dios mediante la Iglesia» (Lumen gentium 2, 11). Y en esa confesión de fe muchas mujeres han llegado a las cimas más elevadas, hasta el punto de que su palabra y sus escritos han sido luz y guía de sus hermanos. Luz alimentada cada día en el contacto íntimo con Dios, también en las formas más elevadas en la oración mística, para la cual San Francisco de Sales llega a decir que poseen una especial capacidad. Luz hecha vida de manera sublime para el bien y el servicio de los hombres.

Por eso el Concilio ha querido reconocer la preciosa colaboración con la gracia divina que las mujeres están llamadas a ejercer para instaurar el reino de Dios en la tierra, y al exaltar la grandeza de su misión no duda en invitarlas igualmente a ayudar «a que la humanidad no decaiga», «a reconciliar a los hombres con la vida», «a salvar la paz del mundo» (Concilio Vaticano II, Mensaje a las mujeres). En segundo lugar, no queremos pasar por alto el hecho de que Santa Teresa era española, y con razón España la considera una de sus grandes glorias. En su personalidad se aprecian los rasgos de su patria: la reciedumbre de espíritu, la profundidad de sentimientos, la sinceridad de corazón, el amor a la Iglesia. Su figura se centra en una época gloriosa de santos y de maestros que marcan su época con el florecimiento de la espiritualidad. Los escucha con la humildad de la discípula, a la vez que sabe juzgarlos con la perspicacia de una gran maestra de vida espiritual, y como tal la consideran ellos.

Por otra parte, dentro y fuera de las fronteras patrias se agitaban violentos los aires de la Reforma, enfrentando entre sí a los hijos de la Iglesia. Ella, por su amor a la verdad y por el trato íntimo con el Maestro, hubo de afrontar sinsabores e incomprensiones de toda índole, y no sabía como dar paz a su espíritu ante la rotura de la unidad: «Fatiguéme mucho —escribe— y, como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba redimiese tanto mal» (Camino de perfección 1, 2). Este su sentir con la Iglesia, probado en el dolor que consumía sus fuerzas, la llevó a reaccionar con toda la entereza de su espíritu castellano en un afán de edificar el reino de Dios, y decidió penetrar en el mundo que la rodeaba con una visión reformadora para darle un sentido, una armonía, un alma cristiana.

A distancia de cinco siglos, Santa Teresa de Ávila sigue marcando las huellas de su misión espiritual, de la nobleza de su corazón sediento de catolicidad, de su amor despojado de todo apego terreno para entregarse totalmente a la Iglesia. Bien pudo decir, antes de su último suspiro, como resumen de su vida: «En fin, soy hija de la Iglesia». En esta expresión, presagio y gusto ya de la gloria de los bienaventurados para Teresa de Jesús, queremos ver la herencia espiritual por ella legada a España entera. Debemos ver asimismo una llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, convirtiéndola en programa de nuestra vida para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!

Con nuestra bendición apostólica.

PROCLAMACIÓN DE SANTA CATERINA DA SIENA DOCTOR DE LA IGLESIA

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo, 3 de octubre de 1970

El júbilo espiritual que invadió nuestra alma al proclamar a la humilde y sabia virgen dominica, Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, encuentra la máxima referencia y, diríamos, su justificación en la más pura alegría experimentada por el Señor Jesús, cuando , como narra el evangelista San Lucas, "saltó de gozo en el Espíritu Santo" y dijo: "Te glorifico, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a lo simple. Sí, Padre, porque tal fue tu agrado "( Luc . 10, 21; cf. Mat . 11, 25-26).

En verdad, al agradecer al Padre por haber revelado los secretos de su divina sabiduría a los humildes, Jesús no tenía presentes en su espíritu únicamente a los Doce, a quienes había elegido de entre las personas sin educación, y a quienes un día enviaría, como sus apóstoles, para instruir a todos los pueblos y enseñarles lo que él les había mandado (cf. Mat.28 , 19-20), pero también a los que creían en él, entre los cuales innumerables serían los menos dotados a los ojos de los mundo.

Y esto le agradó observar al Apóstol de los Gentiles, escribiendo a la comunidad de la Corinto griega, una ciudad repleta de gente enamorada de la sabiduría humana. «Considerad entre vosotros, hermanos, a los que (Dios) ha llamado: no muchos los sabios según la estimación terrenal; no muchos poderosos; no muchos nobles. Lo que en cambio es una tontería para el mundo, Dios eligió confundir a los sabios; y lo que es débil, Dios eligió confundir lo que es fuerte; eligió lo que para el mundo no tiene mérito y valor, lo que no existe, para reducir a la nada lo que existe, para que ninguna criatura pueda jactarse ante Dios ”( 1 Co 1, 26-29).

Esta elección preferencial de Dios, por irrelevante o despreciable que sea a los ojos del mundo, ya la había anunciado el Maestro cuando, en clara antítesis de las valoraciones terrenales, llamó a los pobres, a los afligidos, a los mansos bienaventurados y candidatos a su Reino., Los hambrientos de justicia, los limpios de corazón, los pacificadores (cf. Mat . 5, 3-10).

Ciertamente no es Nuestra intención demorarnos en enfatizar cómo las Bienaventuranzas evangélicas tenían un modelo de verdad y belleza superlativas en la vida y actividad externa de Catalina. Todos ustedes, además, recuerden cuán libre estaba en espíritu de toda codicia terrenal; cuánto amaba la virginidad consagrada al esposo celestial, Cristo Jesús; cuán hambriento estaba de justicia y lleno de las entrañas de la misericordia al tratar de restaurar la paz en el seno de familias y ciudades, destrozadas por la rivalidad y el odio atroz; cuánto hizo todo lo posible por reconciliar la república de Florencia con el Sumo Pontífice Gregorio XI, hasta el punto de exponer su vida a la venganza de los rebeldes. Tampoco nos detendremos a admirar las excepcionales gracias místicas, con las que el Señor quiso dotarla, incluyendo la boda mística y los estigmas sagrados. También creemos que recordar la historia de los magnánimos esfuerzos realizados por el Santo para inducir al Papa a regresar a su sede legítima, Roma, no corresponde a la circunstancia actual. El éxito que finalmente obtuvo fue verdaderamente la obra maestra de su laboriosidad, que seguirá siendo su mayor gloria a lo largo de los siglos y constituirá un título muy especial para la eterna gratitud por ella por parte de la Iglesia.

Por otro lado, creemos oportuno en este momento destacar, aunque sea brevemente, el segundo de los títulos, que justifican, de conformidad con el juicio de la Iglesia, la concesión del Doctorado a la hija de la ilustre Ciudad de Siena: es decir, la peculiar excelencia de la doctrina.

En cuanto al primer título, el de santidad, su solemne reconocimiento lo expresó, y en gran medida y con el inconfundible estilo de humanista, el Papa Pío II, su conciudadano, en la Bula de Canonización Misericordias Domini , de la que él mismo fue el autor (Cfr. M.-H. LAUKENT, OP., Proc. Castel. , págs. 521-530; traducción italiana de I. Taurisano, OP., S. Caterina da Siena, Roma 1948, págs. 665-673). La ceremonia litúrgica especial tuvo lugar en la Basílica de San Pedro el 29 de junio de 1461.

Entonces, ¿qué podemos decir sobre la eminencia de la doctrina Cateriniana? Ciertamente no encontraremos en los escritos de la Santa, es decir, en sus Cartas, conservadas en gran número, en el Diálogo de la Divina Providencia o en el Libro de la Divina Doctrina.y en los "orationes", el vigor apologético y la osadía teológica que distinguen las obras de las grandes luminarias de la Iglesia antigua, tanto en Oriente como en Occidente; tampoco podemos esperar de la virgen inculta de Fontebranda las altas especulaciones, propias de la teología sistemática, que hicieron inmortales a los doctores de la Edad Media escolástica. Y si bien es cierto que en sus escritos se refleja la teología del Doctor Angélico, y en una medida sorprendente, parece despojada de toda capa científica. En cambio, lo que más llama la atención en el Santo es la sabiduría infundida, es decir, la asimilación lúcida, profunda y embriagadora de las verdades divinas y los misterios de la fe, contenidos en los Libros Sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento: una asimilación, favorecida, sí, por dones muy singulares naturales, pero evidentemente prodigiosos,

Catalina de Siena ofrece en sus escritos uno de los modelos más brillantes de esos carismas de exhortación , de palabra de sabiduría y de palabra de ciencia , que San Pablo mostró obrando en algunos fieles de las primitivas comunidades cristianas, y de los que quería que fuera un uso bien disciplinado, advirtiendo que tales dones no son tanto para el beneficio de quienes están dotados con ellos, sino más bien para todo el Cuerpo de la Iglesia: como de hecho en él - explica el Apóstol - «uno y el mismo (es) el Espíritu que distribuye sus dones a cada uno como le place "( 1 Cor . 12, 11) por lo que el beneficio de los tesoros espirituales que su Espíritu otorga debe repercutir en todos los miembros del cuerpo místico de Cristo ( cf. 1 Co. 11, 5;Rom . 12, 8; 1 Tim . 6, 2; Tit . 2, 15).

«Doctrine eius (scilicet Catharinae) no adquirido fuit; prius magistra visa est quam discipula "( Proc. Castel ., 1. c.): así lo declaró el mismo Pío II en la Bula de Canonización. Y en efecto, cuántos rayos de sabiduría sobrehumana, cuántas urgentes referencias a la imitación de Cristo en todos los misterios de su vida y de su Pasión, cuántas enseñanzas eficaces para la práctica de las virtudes propias de los diversos estados de la vida. esparcidos en las obras de santa! Sus Cartas son como tantas chispas de un fuego misterioso, encendido en su corazón ardiente por el Amor Infinito, que es el Espíritu Santo.

Pero, ¿cuáles son las líneas características, los temas dominantes de su magisterio ascético y místico? Nos parece que, a imitación del "Pablo glorioso" (Diálogo, c. XI, editado por G. Cavallini, 1968, p. 27), cuyo estilo vigoroso e impetuoso se refleja a veces, Catalina es el misticismo de la Palabra. Encarnado, y sobre todo de Cristo Crucificado; fue la exaltadora de las virtudes redentoras de la adorable Sangre del Hijo de Dios, derramada sobre el madero de la Cruz con amplitud de amor por la salvación de todas las generaciones humanas (cf. Diálogo, C. CXXVII, ed. cit., pág. 325). El Santo ve fluir continuamente esta Sangre del Salvador en el Sacrificio de la Misa y en los Sacramentos, gracias al ministerio de los sagrados ministros, para la purificación y embellecimiento de todo el Cuerpo místico de Cristo. Por tanto, podríamos llamar a Catalina la mística del Cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia.

Por otro lado, la Iglesia es para ella una auténtica madre, a la que debe someterse, dar reverencia y asistencia: "Lo que - se atreve a decir - la Iglesia no es otro que Cristo" ( Carta 171, editada por P. Misciatelli , III, 89).

¡Cuál fue, por tanto, el respeto y el amor apasionado que el Santo alimentaba al Romano Pontífice! Nosotros personalmente hoy, la sierva más pequeña de las siervas de Dios, le debemos a Catalina una inmensa gratitud, ciertamente no por el honor que puede redundar en nuestra humilde persona, sino por la disculpa mística que hace del oficio apostólico del sucesor de Pedro. ¿Quién no recuerda? Ella contempla en él "al dulce Cristo en la tierra" ( Carta 196, ed. Cit., III, 211), a quien se debe el afecto filial y la obediencia, porque: "Quien es desobediente a Cristo en la tierra, que es en lugar de Cristo en el cielo, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios ”( Carta 207, ed. cit., III, 270). Y casi anticipando, no solo la doctrina, sino el lenguaje mismo del Concilio Vaticano II (Lumen gentium , 23), el Santo escribe al Papa Urbano VI: «Santísimo Padre. . ustedes conocen la gran necesidad, que depende de ustedes y de la santa Iglesia de mantener a este pueblo (de Florencia) en la obediencia y reverencia de Su Santidad, porque aquí está la cabeza y el principio de nuestra fe "( Carta 170, ed. cit., III, 75).

A los cardenales, entonces, a muchos obispos y sacerdotes, dirige urgentes exhortaciones, no escatima en fuertes reproches, pero siempre con toda humildad y respeto a su dignidad como ministros de la Sangre de Cristo. Catalina tampoco podía olvidar que era hija de una orden religiosa y una de las más gloriosas y activas de la Iglesia. Por tanto, tiene una estima singular por lo que denomina las "religiones santas", que considera casi un vínculo de unión entre el cuerpo místico, formado por los representantes de Cristo (según su propia calificación), y el cuerpo universal de la religión cristiana, es decir, los simples fieles. Exige fidelidad religiosa a su sublime vocación, mediante el ejercicio generoso de las virtudes y la observancia de sus respectivas reglas. No menos importante, en su solicitud maternal, son los laicos, a quienes dirigió vívidas y numerosas cartas, queriendo que estuvieran preparados en la práctica de las virtudes cristianas y los deberes de su estado, animados por una ardiente caridad para con Dios y el prójimo, ya que también ellos son miembros vivos del Cuerpo Místico; ahora, dice la Santa, "ella (es decir, la Iglesia) está fundada en el amor, y es amor" (Carta 103, editada por G. Gigli).
¿Cómo no recordar el intenso trabajo realizado por el Santo por la reforma de la Iglesia? Es principalmente a los Pastores sagrados a quienes dirige sus exhortaciones, disgustada con santa indignación por la indolencia de no pocos de ellos, temblando de su silencio, mientras el rebaño que les ha sido confiado se dispersa y se arruina. «¡Ay, no guardes más silencio! Grita en cien mil lenguas, le escribió a un alto prelado. Veo que, para callar, el mundo está podrido, la Esposa de Cristo se ha puesto pálida, se le ha quitado el color, porque se le ha chupado la sangre, es decir, la Sangre de Cristo ”( Carta 16 a la tarjeta . De Ostia, editado por L. Ferretti, I, 85).

¿Y qué significó la renovación y reforma de la Iglesia? Ciertamente no la subversión de sus estructuras esenciales, la rebelión contra los pastores, la luz verde a los carismas personales, las innovaciones arbitrarias en el culto y la disciplina, como algunos quisieran en nuestros días. Por el contrario, reiteradamente afirma que la belleza será rendida a la Esposa de Cristo y la reforma tendrá que hacerse "no con guerra, sino con paz y tranquilidad, con humildes y continuas oraciones, sudores y lágrimas de los siervos de Dios". "(Cf. Diálogo , cc. XV, LXXXVI, ed. Cit., Págs. 44, 197). Para el Santo, por tanto, se trata de una reforma primero interior y luego exterior, pero siempre en comunión y obediencia filial hacia los legítimos representantes de Cristo.
       ¿Fue nuestra Virgen más devota también política? Sí, sin duda, y de forma excepcional, pero en un sentido totalmente espiritual de la palabra. Ella, de hecho, rechazó con desdén la acusación de político que algunos de sus conciudadanos le hicieron, escribiendo a uno de ellos: «. . . Y mis ciudadanos creen que por mí o por la empresa que tengo conmigo, son tratados: dicen la verdad; pero ellos no lo saben, y profeta; porque no quiero hacer ni hacer nada más el que está conmigo, si no que se trata de vencer al diablo y quitarle el señorío que le ha quitado al hombre por pecado mortal, y suscitar el odio del corazón de él, y pacificándolo con Cristo crucificado y con su prójimo "( Carta 122, ed. cit., II, 253).

Por tanto, la lección de esta mujer política "sui generis" aún conserva su sentido y valor, aunque hoy es mayor la necesidad de hacer la necesaria distinción entre las cosas de César y las de Dios, entre Iglesia y Estado. El magisterio político del santo encuentra su expresión más genuina y perfecta en esta frase lapidaria: "Ningún estado puede ser preservado en el derecho civil y en el derecho divino en estado de gracia sin justicia santa" ( Diálogo , c. CXIX, ed. Cit. , pág.291).

No contenta con haber llevado a cabo una intensa y vasta enseñanza de la verdad y la bondad con palabras y escritos, Catalina quiso sellarla con la ofrenda final de su vida, por el místico Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, en la edad de anclaje juvenil. de 33. Desde su lecho de muerte, rodeada de fieles discípulos en una celda cercana a la iglesia de S. Maria sopra Minerva, en Roma, dirigió esta conmovedora oración al Señor, verdadero testimonio de fe y de amor agradecido y ardiente: "Oh Dios eterno, recibir el sacrificio de mi vida en (ventaja de) este cuerpo místico de la santa Iglesia. No tengo nada más que dar más que lo que me has dado. Quita, pues, el corazón y apriétalo en el rostro de esta novia ”( Carta 371, ed. L. Ferretti, V, págs. 301-302).

Mensaje, por tanto, de una fe muy pura, de un amor ardiente, de una entrega humilde y generosa a la Iglesia católica, como Cuerpo místico y Esposa del divino Redentor: este es el mensaje típico de la nueva Doctora de la Iglesia, Catalina de Siena, a la ilustración y al ejemplo de quienes se enorgullecen de pertenecer a ella. Recogámosla con alma agradecida y generosa, para que sea la luz de nuestra vida terrena y prenda de pertenencia futura y segura a la triunfante Iglesia del Cielo. ¡Que así sea!

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA DE SU SANTIDAD PABLO VI A ASIA ORIENTAL, OCEANÍA Y AUSTRALIA ORDEN SAGRADO DE NUEVOS MINISTROS DE DIOS

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

" Luneta Park " , Manila
, sábado 28 de noviembre de 1970

¡Queridos hijos y hermanos!
¡Nuevos sacerdotes de la Iglesia de Dios!

Les diremos sólo unas palabras muy breves, porque la ceremonia ya es larga: la ceremonia y esto ya habla por sí solo; y luego, ya está bien informado del Sacramento que ha recibido.
Nos limitamos a recomendarte que reflexiones sobre el hecho de tu ordenación a lo largo de tu vida. Hoy comienza para ti un tema de pensamiento, oración, acción que siempre tendrás que recordar, examinar, explorar, intentar comprender. Debe estar impreso en tu conciencia, como ya está impreso con el carácter sacramental en tu alma, en tu ser humano, en tu ser cristiano. ¡Pensar! ¡Ustedes se han convertido en sacerdotes hoy! Trate de definirse a sí mismo, y las palabras se volverán atrofiadas y difíciles; y la realidad, que les gustaría expresar, aún más difícil, misteriosa e inefable. ¡Lo que ha sucedido en ti realmente te marea! Quid retribuam Domino pro omnibus quac retribuit mihi? ( Ps. 115, 12) cada uno puede decir, sintiéndose investido por la acción transformadora del Espíritu Santo. Te conviertes en un objeto de asombro y reverencia por ti mismo. Nunca lo olvides. Esa "sacralidad", que el mundo no conoce y que muchos intentan despojar de la personalidad del sacerdote, debes tenerla siempre presente, en tu espíritu y en tu conducta, porque deriva de una nueva presencia cualificadora del Espíritu Santo en sus almas; y si estás vigilante en el amor, también lo vivirás interiormente (Cfr. Io . 14, 17; 14, 22-23). Nunca cuestione su identidad sacerdotal; más bien trata de entenderlo.

Podrá comprender algo de su sacerdocio al tratar de comprender dos órdenes de relaciones que establece. El primer orden se refiere a las relaciones que ha adquirido con Cristo a través de su ordenación sacerdotal. Sabes que en la economía religiosa del Nuevo Testamento solo hay un verdadero sacerdocio, el de Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim.. 2, 5), pero en virtud del sacramento del Orden Sagrado, ustedes se han convertido en partícipes del sacerdocio de Cristo, de modo que no solo representan a Cristo, no solo ejercen su ministerio, sino que lo viven a Cristo. Cristo vive en ti; se puede decir, asociado a él en un grado tan alto y tan lleno de participación en su misión de salvación, como decía de sí mismo san Pablo: "Yo vivo, pero ya no yo: ¡es Cristo quien vive en mí!" ( Gal. 2, 20). Esto es para revelar al sacerdote el camino ascendente de su espiritualidad, el más alto que se abre al hombre, y que alcanza las alturas de la vida ascética y de la vida mística. Si algún día se sintiera solo, si algún día se sintiera frágil y profano, si algún día se sintiera tentado a abandonar el compromiso sagrado de su sacerdocio, recuerde que está "per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso Cada uno de ustedes es "alter Christus".

El segundo orden de relaciones, que a partir de este momento te conecta con la Iglesia, es el de tu Obispo (o de tu Superior), con el Pueblo de Dios, con las almas y también con el mundo. El Sacerdote ya no es para sí mismo, es para el ministerio en el Cuerpo Místico de Cristo. Es un servidor, es un instrumento de la Palabra y de la Gracia. El anuncio del Evangelio, la celebración de la Eucaristía, la remisión de los pecados, el ejercicio de la actividad pastoral, la vida de fe y culto, la irradiación de la caridad. y de la santidad es su deber, desde hoy, un deber que llega al sacrificio de sí mismo, como Jesús, en la cruz. Es una carga muy seria. Pero Jesús lo lleva con su escogido y le hace sentir la verdad de sus palabras: "Mi yugo es suave y mi peso ligero" ( Mat.. 11, 30). Porque San Agustín nos enseña: Pondus meum, amor meus (S. AUG., Conf ., XIII, 2, 9). El amor de Cristo, que se ha convertido en el principio único y supremo de la vida sacerdotal, hace todo fácil, todo posible, todo feliz.

Aquí: queremos que la conciencia de este destino pastoral al servicio del prójimo no se desvanezca en ti y te haga siempre sensible a los males, necesidades, sufrimientos que rodean la vida de un sacerdote; todas las categorías de personas parecen extender los brazos hacia él e invocar su comprensión, su compasión, su ayuda: niños, jóvenes, pobres, enfermos, hambrientos de pan y justicia, desdichados, pecadores mismos. . . . todos necesitan la ayuda del sacerdote. Nunca digas que tu vida está alienada y mutilada. "¿Quién está enfermo - dice San Pablo - que yo tampoco estoy enfermo con él?" (2 Cor.. 11, 29). Y si tenéis esta sensibilidad a las deficiencias físicas, morales, sociales de los hombres, sentiréis en vosotros otra sensibilidad, la del bien potencial que siempre se encuentra en todo ser humano: para un Sacerdote toda vida es digna de amor. Esta doble sensibilidad, del bien y del mal humanos, es el latido del corazón de Cristo en el del fiel Sacerdote; y no en vano huele a milagro, psicológico, moral y místico, si se quiere, y al mismo tiempo sumamente social: un milagro de caridad en el corazón sacerdotal.
Lo experimentarás. Es el voto que hacemos por ti el día de tu ordenación sacerdotal; y! o acompañamos con Nuestra Bendición Apostólica.

A LOS NIÑOS RECIÉN LIBERADOS

Y a ustedes, queridos hijos, que hoy están haciendo su Primera Comunión, ¿qué les diremos? La palabra más hermosa sería esta: permanece siempre, durante toda tu vida, como eres hoy: bueno, religioso, inocente y amigo de ese Jesús, que ahora entra en tu corazón. Quizás sepas que Jesús tenía una gran preferencia por los niños, y que les decía a todos: "Si no os hacéis como niños, no podéis entrar en el reino de los cielos" ( Mat . 18, 3), es decir, no podéis. sean fieles, cristianos y vayan al cielo. Siempre debemos ser como niños. Pero, ¿cómo se hace? Creces y la vida cambia.
Pero una cosa nunca cambia para ustedes, queridos hijos; es decir, guarda siempre el recuerdo de este día, y promete a Jesús que siempre serás sus amigos, con humildad, con sencillez, con confianza. Sus amigos, incluso de mayor, siempre amigos de Jesús ¿Haces esta promesa? Verás que Jesús lo aceptará, siendo tu Amigo para siempre.

Le rezaremos juntos para que así sea. Con Nuestra afectuosa Bendición.

SANTA MISA EN LA CAPILLA DEL SEMINARIO MAYOR ROMANO

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de Nuestra Señora de la Confianza
Sábado 20 de febrero de 1971

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Aquí siento que estoy en el lugar y función que precisamente me califica como su Pastor, responsable del destino religioso de esta Diócesis tan venerada, ubicada en el centro de la Iglesia Católica y elegida como el lugar histórico y operativo de la Sede Apostólica. ; aquí me siento en el centro de la comunión cristiana, aquí en el cenáculo de esa "ecclesiae dilectae et illuminatae". . . quae et praesidet in loco chori Romanorum, digna Deo, digna decetia,digna bliss, digna laude, digne ordinata, digne casta et praesidens in caritate. . . " (S. IGNAZIO D'ANTIOCHIA, Prólogo de la Carta a los Romanos); de esa Iglesia confiada al sucesor de San Pedro; y por tanto aquí en el más pleno y más fuerte vínculo de mi afecto por ti, en la obligación y necesidad de estar en Cristo tu Padre, tu Maestro, tu Pastor, tu Hermano, tu compañero, tu amigo, tu servidor. 

Aquí le gustaría que nuestra conversación se extendiera de forma espontánea y silenciosa; aquí me gustaría escucharte y hablarte con acento doméstico; aquí entenderte y hazme entender, consolarte y ser consolado, aquí contigo para razonar acerca de Cristo, para la gloria del Padre, en el Espíritu de verdad; aquí para hablar a vuestras almas de vuestras almas y de los muchos problemas espirituales y pastorales de este tiempo, y particularmente de esta ciudad, donde toda cuestión del reino de Dios adquiere mayor importancia y significado extraordinario.

Sepa al menos con qué espíritu estoy entre ustedes.

¿QUIÉN ES EL SACERDOTE?

Pero debemos limitarnos a elegir un solo punto, entre los muchos que oprimen el corazón, para esta breve entrevista; ¿y cual? se presenta hoy como un tema obligatorio: el así llamado de la "identidad" propia del Sacerdote. Es un tema que sin duda os inquieta, alumnos del seminario, luchando por la definición de vuestro futuro; y tema, que puede surgir como ángel de luz, o como espectro nocturno, en la conciencia de ustedes, sacerdotes, en un acto reflejado en su pasado, o en la experiencia de su presente. 

Aquí: ¿quién es el sacerdote? La pregunta, al principio ingenua y elemental, está cargada de inquietantes y profundas dudas: ¿está realmente justificada la existencia de un sacerdocio en la economía del Nuevo Testamento? cuando sepamos que el levítico ha terminado,1 Petr . 2, 9) ¿están revestidos de un sacerdocio propio, que les autoriza a adorar al Padre "en espíritu y en verdad"? ( Yo. 4, 24) Y luego este aplastante proceso de desacralización, de secularización, que invade y transforma el mundo moderno, qué espacio, qué razón de ser deja al sacerdote en la sociedad, todo volcado a fines temporales e inmanentes, al sacerdote ¿Convertido en trascendente, escatológico y tan ajeno a la experiencia propia del profano? 

La duda continúa: ¿se justifica la existencia de un sacerdocio en la intención original del cristianismo? de un sacerdocio que se fija en el perfil canónico? La duda se vuelve crítica, en otros aspectos, psicológica y sociológica: ¿es posible? ¿es útil? ¿Todavía puede galvanizar una vocación lírica y heroica? ¿Puede seguir constituyendo un tipo de vida que no esté alienado ni frustrado? Los jóvenes comprenden este agresivo problema y muchos se desaniman: ¡Cuántas vocaciones extinguidas por este viento siniestro! ya veces incluso quienes ya están comprometidos con el sacerdocio lo sienten como un tormento interior abrumador; y para algunos se convierte en miedo, que se vuelve valiente en algunos, ¡ay! , sólo para huir, para desertar: «Tunc discipuli. . . relicto Eo, fugerunt "; la hora de etsemaní! (Matth . 26, 56)

Se habla de una crisis del sacerdocio. El hecho de que estéis reunidos aquí indica inmediatamente que no os ocupa la mente: ¡mucha suerte! gran gracia! Esto no excluye que usted también sienta el peligro, sienta la presión, desee su defensa. Quisiera que mi visita actuara en ustedes como una confirmación interior y gozosa de su elección. Por eso vine hoy. Nada es ahora más necesario para nuestro clero que la recuperación de una conciencia firme y confiada de la propia vocación. 

Las palabras de san Pablo podrían adaptarse a la situación actual: "Videte, vocaem vestram, fratres" ( 1 Cor.. 1, 26). No me extiendo en análisis y discusiones. Sabes que ahora existe una vasta literatura sobre este tema. A los corrosivos libros de la seguridad, que flanquean al sacerdocio católico, ahora son respondidos por libros que no solo reconfortan esta seguridad, sino que la corroboran con nuevos argumentos, el más válido de todos de una fe más iluminada y convencida, de donde la vida del sacerdote, atrae una fuente inagotable de luz, coraje, entusiasmo, esperanza. ¿Y sabéis que la Iglesia, en este momento, se desempeña a un alto nivel, en los estudios teológicos, en los documentos del magisterio (citaremos, por ejemplo, la carta del Episcopado alemán sobre el oficio sacerdotal), y Realizarán en el próximo Sínodo Episcopal, la verificación doctrinal y canónica de su propia estructura sacerdotal.

PROBLEMA ESTIMULANTE

Me gustaría decirles ahora sólo dos palabras. El primero: no temas este tema del sacerdocio. Puede ser providencial, si realmente sabemos sacar de él un aliciente para renovar la genuina concepción y el ejercicio actualizado de nuestro sacerdocio; pero lamentablemente también puede volverse subversivo, si se atribuye más valor que mérito a los lugares comunes, hoy difundidos con gran facilidad, sobre la crisis, que a uno le gustaría que fuera fatal, del sacerdocio, tanto por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos, como por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos. para la autoridad de los fenómenos sociológicos, estudiados a través de encuestas estadísticas o encuestas de fenómenos psicológicos y morales. Datos muy interesantes, si se quiere, que merecen una seria consideración en foros competentes y responsables, pero que nunca conmoverán nuestra concepción de la identidad del sacerdocio, si coincide con su autenticidad, que la palabra de Cristo y la tradición derivada y probada de la Iglesia entregan intacta, incluso después de la profundización del Concilio, a nuestra generación. 

Esta autenticidad se sostiene, como bien sabéis, también en la comparación con el mundo argelino moderno, que, precisamente por ser tal y porque ha avanzado enormemente en la exploración y conquista de cosas accesibles a nuestra experiencia, advierte y sentirá más. , el misterio del universo que lo envuelve y la ilusión de su propia autosuficiencia, expuesto al peligro de ser esclavizado y reseco por su propio desarrollo, y excitado por el desesperante intento de alcanzar la verdad última y la vida que nunca muere. En un mundo como el nuestro, no se cancela la necesidad de quienes realizan una misión de verdad trascendente, bondad supermotivada, salvación escatológica: la necesidad de Cristo. ¿Y no desesperamos de los jóvenes de nuestro tiempo, como si fueran alérgicos y refractarios a la más vocación? audaz y más exigente, la del reino de Dios.

Oremos, trabajemos y esperemos: "Potest Deus de lapidibus istis arouse filios Abrahae" (Luc. 3, 8). Tenemos confianza en ustedes, jóvenes alumnos de la escuela de la Iglesia, y en ustedes, nuestros hermanos en el sacerdocio y colaboradores en el ministerio; confiamos en que sabrá deducir de la siempre verdadera sabiduría de la fe católica las fuerzas vivas y las nuevas formas para reanudar la conversación con el mundo moderno: el Concilio le ofrece su volumen, que en vano conservará. ¡Y todos ustedes, hijos y hermanos, tengan confianza en su Obispo! que no tiene nada que prometerle lo atractiva que puede ser la vida para quienes la aman; pero para los que aman a Cristo, para los que aman a la Iglesia, para los que aman a los hermanos, ofrece lo que reconforta tanto amor: fe, sacrificio, servicio; en resumen, la Cruz; y con ella fortaleza, gozo y paz; y luego el horizonte extremo de las esperanzas eternas. Y todo esto unido juntos,Yo . 17, 21).

"¡MATER MEA, CONFÍA EN MEA!"

La otra palabra es la que siempre resuena en este salón de piedad para velar por el sacerdocio: María, mater mea, fiducia mea . Es la fiesta de Nuestra Señora aquí y tan venerada, que ahora nos une y que sin ningún artificio devocional o convencional saca a la luz la conversatio., la relación, es decir, la intimidad, digamos incluso el diálogo, que debe existir entre el eclesiástico, alumno, diácono o sacerdote que sea, y la Virgen Madre de Dios. ansiosa controversia y de nuestra confiada apología del sacerdocio al de María, Madre de Cristo. 

No es que podamos atribuir a Nuestra Señora las prerrogativas del Sacerdocio, y al Sacerdocio las propias de Nuestra Señora, pero existen analogías y relaciones entre la inefable suma de carismas, con la que María está llena, y el oficio sacerdotal, que nosotros Siempre haré bien en estudiar y disfrutar de la correspondencia. Es a partir de esta armonía que se puede construir nuestra formación, siempre en forma de mejora: Donec formetur Christus in vobis ( Gal. 4:19), y nuestra experiencia sacerdotal puede enriquecerse. 

Es esta armonía, en primer lugar, la que nos transporta, existencialmente, casi por arte de magia, al cuadro evangélico, donde vivieron Nuestra Señora y Jesús: por eso ella es enseguida la maestra de este retorno a las fuentes escriturales, de las que hoy hablamos. tanto., e inmediatamente despierta en nosotros esa vida profunda, esa actividad muy personal, que es nuestra conciencia interior, reflexión, meditación, oración. 

Debemos pensar y modelar nuestra existencia de manera reduplicada: no podemos tener una acción exterior, por buena que sea, de ministerio, de palabra, de caridad, de apostolado, verdaderamente sacerdotal, si no nace y no vuelve a su fuente. y en su boca interior. Nuestra devoción a María nos educa en este acto reflejo indispensable de dos formas:cogitabat qualis esset ista salutatio ( Luc . 1, 29); conferencia en sus notas ( Luc . 2, 9); Mater Eius conservabat omnia verba haec in corde suo ( Luc . 2, 51). 

María descubre un misterio en todo; y no podría haber sido de otra manera para ella, tan cerca de Cristo. ¿Podría ser de otra manera para nosotros que estamos tan cerca de Cristo que estamos autorizados a dispensar sus misterios (cf. 1 Co 4, 1), y celebrarlos in persona Christi ? (Cf. Filipenses 2, 7)

Introducida en este camino de búsqueda del ejemplo de María, toda nuestra vida encuentra su forma, la espiritual, la moral, especialmente la ascética. ¿No está toda la vida de María impregnada de fe? ¡Bendito, quae credidisti! Luc . 1, 45) Isabel la saluda; no se puede hacer mayor alabanza de ella, cuya vida entera transcurre en la esfera de la fe. El Consejo reconoció esto ( Lumen gentium, 53, 58, 61, 63, etc.). ¿Y acaso nuestra vida sacerdotal no tiene el mismo programa, no debe ser una vida que saca de la fe su razón de ser, su cualificación, su última esperanza? Entonces, su título privilegiado tiembla en nuestros labios: es la Virgen. Cristo quiso nacer de una Virgen, ¡y cuál! la Inmaculada! ¿Este enfoque de la Inmaculada Concepción no dice nada de nuestra elección del estado eclesiástico, que no debe ser reprimido, sino exaltado, transfigurado, fortalecido por el celibato sagrado? Hoy escuchamos críticas al lado negativo, hasta el punto de llamarlo inhumano e imposible: es decir, la renuncia al amor de los sentidos y al vínculo conyugal, expresión normal, suprema y santa del amor humano.

 Cerca de María percibimos el triple y superior valor positivo del sagrado celibato, sumamente acorde con el sacerdocio: primero,Castigo corpus meum et in servitutem redigo. . .? ) ( 1 Co 9, 27), dominio indispensable para quien se ocupa de las cosas de Dios y se convierte en maestro y doctor de las almas, y signo luminoso y orientador para el pueblo cristiano y profano de los caminos que conducen a la reino de Dios; segundo, la total disponibilidad al ministerio pastoral que el celibato eclesiástico garantiza al sacerdote; es obvio; tercero, el amor único, inmolado, incomparable e inextinguible a Cristo Señor, que desde lo alto de la cruz confía su Madre al discípulo Juan, de quien la tradición afirma haber permanecido virgen: Ecce filius tuus; excepción mater el tuyo. . . I. 19, 26-27)

Y así dices, siempre haciendo de María nuestro modelo, de su obediencia absoluta, que inserta a la Virgen en el plan divino: Ecce ancilla Domini. . . . Luc . 1, 38) dices de la humildad, la pobreza, el servicio a Cristo: todo es ejemplar para nosotros en María. Así digan de su valentía magnánima, superior a cualquier figura clásica de heroísmo moral: Ella sta iuxta crucem Jesu ( Io. 19, 25), para recordarnos que, como partícipes del único sacerdocio de Cristo, también debemos ser partícipes de su misión redentora, es decir, ser con Él víctimas, totalmente consagrados y entregados al servicio y la salvación de los hombres; así podremos meditar en la profecía que hizo pesar en el corazón de María a lo largo de su vida la inminente y misteriosa espada de la pasión del Señor (cf. Lc 2, 35) y así podremos aplicar las palabras del Apóstol: Adimpleo ea, quae desunt passionum Christi in carne mea pro corpore Eius, quod est ecclesia, cuius factus sum ego minister ( Col 1 , 24).

Es fácil, es dulce, es vigorizante repetir la hermosa eyaculación: Maria, mater mea, fiducia mea . Hoy y siempre en nuestra vida sacerdotal.

SANTA MISA EN LA CAPILLA DEL SEMINARIO MAYOR ROMANO

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de Nuestra Señora de la Confianza
Sábado 20 de febrero de 1971

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Aquí siento que estoy en el lugar y función que precisamente me califica como su Pastor, responsable del destino religioso de esta Diócesis tan venerada, ubicada en el centro de la Iglesia Católica y elegida como el lugar histórico y operativo de la Sede Apostólica. ; aquí me siento en el centro de la comunión cristiana, aquí en el cenáculo de esa "ecclesiae dilectae et illuminatae". . . quae et praesidet in loco chori Romanorum, digna Deo, digna decetia,digna bliss, digna laude, digne ordinata, digne casta et praesidens in caritate. . . " (S. IGNAZIO D'ANTIOCHIA, Prólogo de la Carta a los Romanos); de esa Iglesia confiada al sucesor de San Pedro; y por tanto aquí en el más pleno y más fuerte vínculo de mi afecto por ti, en la obligación y necesidad de estar en Cristo tu Padre, tu Maestro, tu Pastor, tu Hermano, tu compañero, tu amigo, tu servidor. 

Aquí le gustaría que nuestra conversación se extendiera de forma espontánea y silenciosa; aquí me gustaría escucharte y hablarte con acento doméstico; aquí entenderte y hazme entender, consolarte y ser consolado, aquí contigo para razonar acerca de Cristo, para la gloria del Padre, en el Espíritu de verdad; aquí para hablar a vuestras almas de vuestras almas y de los muchos problemas espirituales y pastorales de este tiempo, y particularmente de esta ciudad, donde toda cuestión del reino de Dios adquiere mayor importancia y significado extraordinario.

Sepa al menos con qué espíritu estoy entre ustedes.

¿QUIÉN ES EL SACERDOTE?

Pero debemos limitarnos a elegir un solo punto, entre los muchos que oprimen el corazón, para esta breve entrevista; ¿y cual? se presenta hoy como un tema obligatorio: el así llamado de la "identidad" propia del Sacerdote. Es un tema que sin duda os inquieta, alumnos del seminario, luchando por la definición de vuestro futuro; y tema, que puede surgir como ángel de luz, o como espectro nocturno, en la conciencia de ustedes, sacerdotes, en un acto reflejado en su pasado, o en la experiencia de su presente. Aquí: ¿quién es el sacerdote? La pregunta, al principio ingenua y elemental, está cargada de inquietantes y profundas dudas: ¿está realmente justificada la existencia de un sacerdocio en la economía del Nuevo Testamento? cuando sepamos que el levítico ha terminado,1 Petr . 2, 9) ¿están revestidos de un sacerdocio propio, que les autoriza a adorar al Padre "en espíritu y en verdad"? ( Yo. 4, 24) Y luego este aplastante proceso de desacralización, de secularización, que invade y transforma el mundo moderno, qué espacio, qué razón de ser deja al sacerdote en la sociedad, todo volcado a fines temporales e inmanentes, al sacerdote ¿Convertido en trascendente, escatológico y tan ajeno a la experiencia propia del profano? La duda continúa: ¿se justifica la existencia de un sacerdocio en la intención original del cristianismo? de un sacerdocio que se fija en el perfil canónico? La duda se vuelve crítica, en otros aspectos, psicológica y sociológica: ¿es posible? ¿es útil? ¿Todavía puede galvanizar una vocación lírica y heroica? ¿Puede seguir constituyendo un tipo de vida que no esté alienado ni frustrado? 

Los jóvenes comprenden este agresivo problema y muchos se desaniman: ¡Cuántas vocaciones extinguidas por este viento siniestro! ya veces incluso quienes ya están comprometidos con el sacerdocio lo sienten como un tormento interior abrumador; y para algunos se convierte en miedo, que se vuelve valiente en algunos, ¡ay! , sólo para huir, para desertar: «Tunc discipuli. . . relicto Eo, fugerunt "; la hora de Getsemaní! (Matth . 26, 56)

Se habla de una crisis del sacerdocio. El hecho de que estéis reunidos aquí indica inmediatamente que no os ocupa la mente: ¡mucha suerte! gran gracia! Esto no excluye que usted también sienta el peligro, sienta la presión, desee su defensa. Quisiera que mi visita actuara en ustedes como una confirmación interior y gozosa de su elección. Por eso vine hoy. Nada es ahora más necesario para nuestro clero que la recuperación de una conciencia firme y confiada de la propia vocación. Las palabras de san Pablo podrían adaptarse a la situación actual: "Videte, vocaem vestram, fratres" ( 1 Cor.. 1, 26). No me extiendo en análisis y discusiones. 

Sabes que ahora existe una vasta literatura sobre este tema. A los corrosivos libros de la seguridad, que flanquean al sacerdocio católico, ahora son respondidos por libros que no solo reconfortan esta seguridad, sino que la corroboran con nuevos argumentos, el más válido de todos de una fe más iluminada y convencida, de donde la vida del sacerdote, atrae una fuente inagotable de luz, coraje, entusiasmo, esperanza. ¿Y sabéis que la Iglesia, en este momento, se desempeña a un alto nivel, en los estudios teológicos, en los documentos del magisterio (citaremos, por ejemplo, la carta del Episcopado alemán sobre el oficio sacerdotal), y Realizarán en el próximo Sínodo Episcopal, la verificación doctrinal y canónica de su propia estructura sacerdotal.

PROBLEMA ESTIMULANTE

Me gustaría decirles ahora sólo dos palabras. 

El primero: no temas este tema del sacerdocio. Puede ser providencial, si realmente sabemos sacar de él un aliciente para renovar la genuina concepción y el ejercicio actualizado de nuestro sacerdocio; pero lamentablemente también puede volverse subversivo, si se atribuye más valor que mérito a los lugares comunes, hoy difundidos con gran facilidad, sobre la crisis, que a uno le gustaría que fuera fatal, del sacerdocio, tanto por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos, como por la novedad de los estudios bíblicos tendenciosos. para la autoridad de los fenómenos sociológicos, estudiados a través de encuestas estadísticas o encuestas de fenómenos psicológicos y morales. Datos muy interesantes, si se quiere, que merecen una seria consideración en foros competentes y responsables, pero que nunca conmoverán nuestra concepción de la identidad del sacerdocio, si coincide con su autenticidad, que la palabra de Cristo y la tradición derivada y probada de la Iglesia entregan intacta, incluso después de la profundización del Concilio, a nuestra generación. 

Esta autenticidad se sostiene, como bien sabéis, también en la comparación con el mundo argelino moderno, que, precisamente por ser tal y porque ha avanzado enormemente en la exploración y conquista de cosas accesibles a nuestra experiencia, advierte y sentirá más. , el misterio del universo que lo envuelve y la ilusión de su propia autosuficiencia, expuesto al peligro de ser esclavizado y reseco por su propio desarrollo, y excitado por el desesperante intento de alcanzar la verdad última y la vida que nunca muere. En un mundo como el nuestro, no se cancela la necesidad de quienes realizan una misión de verdad trascendente, bondad supermotivada, salvación escatológica: la necesidad de Cristo. ¿Y no desesperamos de los jóvenes de nuestro tiempo, como si fueran alérgicos y refractarios a la más vocación? audaz y más exigente, la del reino de Dios.

Oremos, trabajemos y esperemos: "Potest Deus de lapidibus istis arouse filios Abrahae" (Luc. 3, 8). Tenemos confianza en ustedes, jóvenes alumnos de la escuela de la Iglesia, y en ustedes, nuestros hermanos en el sacerdocio y colaboradores en el ministerio; confiamos en que sabrá deducir de la siempre verdadera sabiduría de la fe católica las fuerzas vivas y las nuevas formas para reanudar la conversación con el mundo moderno: el Concilio le ofrece su volumen, que en vano conservará. ¡Y todos ustedes, hijos y hermanos, tengan confianza en su Obispo! que no tiene nada que prometerle lo atractiva que puede ser la vida para quienes la aman; pero para los que aman a Cristo, para los que aman a la Iglesia, para los que aman a los hermanos, ofrece lo que reconforta tanto amor: fe, sacrificio, servicio; en resumen, la Cruz; y con ella fortaleza, gozo y paz; y luego el horizonte extremo de las esperanzas eternas. Y todo esto unido juntos,Yo . 17, 21).

"¡MATER MEA, CONFÍA EN MEA!"

La otra palabra es la que siempre resuena en este salón de piedad para velar por el sacerdocio: María, mater mea, fiducia mea . Es la fiesta de Nuestra Señora aquí y tan venerada, que ahora nos une y que sin ningún artificio devocional o convencional saca a la luz la conversatio., la relación, es decir, la intimidad, digamos incluso el diálogo, que debe existir entre el eclesiástico, alumno, diácono o sacerdote que sea, y la Virgen Madre de Dios. ansiosa controversia y de nuestra confiada apología del sacerdocio al de María, Madre de Cristo. No es que podamos atribuir a Nuestra Señora las prerrogativas del Sacerdocio, y al Sacerdocio las propias de Nuestra Señora, pero existen analogías y relaciones entre la inefable suma de carismas, con la que María está llena, y el oficio sacerdotal, que nosotros Siempre haré bien en estudiar y disfrutar de la correspondencia. Es a partir de esta armonía que se puede construir nuestra formación, siempre en forma de mejora: Donec formetur Christus in vobis ( Gal. 4:19), y nuestra experiencia sacerdotal puede enriquecerse. 

Es esta armonía, en primer lugar, la que nos transporta, existencialmente, casi por arte de magia, al cuadro evangélico, donde vivieron Nuestra Señora y Jesús: por eso ella es enseguida la maestra de este retorno a las fuentes escriturales, de las que hoy hablamos. tanto., e inmediatamente despierta en nosotros esa vida profunda, esa actividad muy personal, que es nuestra conciencia interior, reflexión, meditación, oración. Debemos pensar y modelar nuestra existencia de manera reduplicada: no podemos tener una acción exterior, por buena que sea, de ministerio, de palabra, de caridad, de apostolado, verdaderamente sacerdotal, si no nace y no vuelve a su fuente. y en su boca interior. Nuestra devoción a María nos educa en este acto reflejo indispensable de dos formas:cogitabat qualis esset ista salutatio ( Luc . 1, 29); conferencia en sus notas ( Luc . 2, 9); Mater Eius conservabat omnia verba haec in corde suo ( Luc . 2, 51). María descubre un misterio en todo; y no podría haber sido de otra manera para ella, tan cerca de Cristo. ¿Podría ser de otra manera para nosotros que estamos tan cerca de Cristo que estamos autorizados a dispensar sus misterios (cf. 1 Co 4, 1), y celebrarlos in persona Christi ? (Cf. Filipenses 2, 7)

Introducida en este camino de búsqueda del ejemplo de María, toda nuestra vida encuentra su forma, la espiritual, la moral, especialmente la ascética. ¿No está toda la vida de María impregnada de fe? ¡Bendito, quae credidisti! Luc . 1, 45) Isabel la saluda; no se puede hacer mayor alabanza de ella, cuya vida entera transcurre en la esfera de la fe. El Consejo reconoció esto ( Lumen gentium, 53, 58, 61, 63, etc.). ¿Y acaso nuestra vida sacerdotal no tiene el mismo programa, no debe ser una vida que saca de la fe su razón de ser, su cualificación, su última esperanza? Entonces, su título privilegiado tiembla en nuestros labios: es la Virgen. 

Cristo quiso nacer de una Virgen, ¡y cuál! la Inmaculada! ¿Este enfoque de la Inmaculada Concepción no dice nada de nuestra elección del estado eclesiástico, que no debe ser reprimido, sino exaltado, transfigurado, fortalecido por el celibato sagrado? Hoy escuchamos críticas al lado negativo, hasta el punto de llamarlo inhumano e imposible: es decir, la renuncia al amor de los sentidos y al vínculo conyugal, expresión normal, suprema y santa del amor humano. Cerca de María percibimos el triple y superior valor positivo del sagrado celibato, sumamente acorde con el sacerdocio: primero,Castigo corpus meum et in servitutem redigo. . .? ) ( 1 Co 9, 27), dominio indispensable para quien se ocupa de las cosas de Dios y se convierte en maestro y doctor de las almas, y signo luminoso y orientador para el pueblo cristiano y profano de los caminos que conducen a la reino de Dios; segundo, la total disponibilidad al ministerio pastoral que el celibato eclesiástico garantiza al sacerdote; es obvio; tercero, el amor único, inmolado, incomparable e inextinguible a Cristo Señor, que desde lo alto de la cruz confía su Madre al discípulo Juan, de quien la tradición afirma haber permanecido virgen: Ecce filius tuus; excepción mater el tuyo. . . I. 19, 26-27)

Y así dices, siempre haciendo de María nuestro modelo, de su obediencia absoluta, que inserta a la Virgen en el plan divino: Ecce ancilla Domini. . . . Luc . 1, 38) dices de la humildad, la pobreza, el servicio a Cristo: todo es ejemplar para nosotros en María. Así digan de su valentía magnánima, superior a cualquier figura clásica de heroísmo moral: Ella sta iuxta crucem Jesu ( Io. 19, 25), para recordarnos que, como partícipes del único sacerdocio de Cristo, también debemos ser partícipes de su misión redentora, es decir, ser con Él víctimas, totalmente consagrados y entregados al servicio y la salvación de los hombres; así podremos meditar en la profecía que hizo pesar en el corazón de María a lo largo de su vida la inminente y misteriosa espada de la pasión del Señor (cf. Lc 2, 35) y así podremos aplicar las palabras del Apóstol: Adimpleo ea, quae desunt passionum Christi in carne mea pro corpore Eius, quod est ecclesia, cuius factus sum ego minister ( Col 1 , 24).

Es fácil, es dulce, es vigorizante repetir la hermosa eyaculación: Maria, mater mea, fiducia mea . Hoy y siempre en nuestra vida sacerdotal.

BEATIFICACIÓN SOLEMNE DEL PADRE MASSIMILIANO MARIA EKOLBE

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 17 de octubre de 1971

Maximiliano María Kolbe, Beato. ¿Qué significa? Significa que la Iglesia reconoce en él una figura excepcional, un hombre en quien la gracia de Dios y su alma se han encontrado de tal modo que producen una vida estupenda, en la que quien la observa bien descubre esta simbiosis de un doble principio. divino y humano,el uno es misterioso, el otro se puede experimentar, el uno trascendente pero interior, el otro natural pero complejo y expandido, hasta el punto de llegar a ese perfil singular de grandeza moral y espiritual que llamamos santidad, es decir, perfección alcanzada en el parámetro religioso, que, como sabemos, corre hacia las infinitas alturas del Absoluto. Bienaventurado significa, pues, digno de esa veneración, es decir, de ese culto permisivo, local y relativo, que implica admiración hacia quien es su objeto de algún reflejo insólito y magnífico del Espíritu santificador. Bendito significa seguro y glorioso. Significa ciudadano del cielo, con todos los signos peculiares del ciudadano de la tierra; significa hermano y amigo, a quien todavía conocemos como nuestro, más que nunca nuestro, porque identificado como miembro activo de la comunión de los santos, que es ese cuerpo místico de Cristo, la Iglesia viva tanto en el tiempo como en la eternidad; significa, por tanto, abogado y protector en el reino de la caridad, junto con Cristo "siempre vivo para poder interceder por nosotros (Hebr . 7, 25; cf. Rom . 8, 34); finalmente significa campeón ejemplar, tipo de hombre, al que podemos conformar nuestro arte de vivir, ya que él, el bendito, reconoció el privilegio del apóstol Pablo, para poder decir al pueblo cristiano: "Sed imitadores de mí, como Yo soy de Cristo "( 1 Cor . 4, 16; 11, 1; Fil . 3, 17; cfr. 1 Tes . 3, 7).

VIDA Y OBRAS DE LOS NUEVOS BENDITOS

Así podemos desde hoy considerar a Maximilian Kolbe, el nuevo beato. Pero, ¿quién es Maximilian Kolbe?

Lo sabes, lo sabes. Tan cercano a nuestra generación, tan imbuido de la experiencia vivida de nuestro tiempo, todo se sabe de él. Quizás pocos otros procesos de beatificación estén tan documentados como este. Sólo por nuestra moderna pasión por la verdad histórica leemos, casi en el epígrafe, el perfil biográfico del padre Kolbe, debido a uno de sus más asiduos eruditos.

«El P. Maximiliano Kolbe nació en Zdusnka Wola, cerca de Lodz, el 8 de enero de 1894. Ingresó en el Seminario de los Frailes Menores Conventuales en 1907, fue enviado a Roma para continuar sus estudios eclesiásticos en la Pontificia Universidad Gregoriana y en el" Seraphicum "de su Orden.

Siendo aún estudiante, concibió una institución, la Milicia de la Inmaculada. Ordenado sacerdote el 28 de abril de 1918 y al regresar a Polonia, inició su apostolado mariano, especialmente con la publicación mensual Rycerz Niepokalanej (El Caballero de la Inmaculada Concepción), que alcanzó el millón de ejemplares en 1938.

En 1927 fundó la Niepokalanbw (Ciudad de la Inmaculada Concepción), un centro de vida religiosa y diversas formas de apostolado. En 1930 partió hacia Japón, donde fundó otra institución similar.

Habiendo regresado definitivamente a Polonia, se dedicó por completo a su trabajo, con diversas publicaciones religiosas. La Segunda Guerra Mundial lo sorprendió al frente del complejo editorial más impresionante de Polonia.

El 19 de septiembre de 1939 fue detenido por la Gestapo, que lo deportó primero a Lamsdorf (Alemania), luego al campo de concentración preventiva de Amtitz. Liberado el 8 de diciembre de 1939, regresó a Niepokalanow, reanudando la actividad interrumpida. Detenido de nuevo en 1941, fue encerrado en la prisión de Pawiak en Varsovia y luego deportado al campo de concentración de Oswiecim (Auschwitz).

Habiendo ofrecido su vida en lugar de un extraño condenado a muerte, en represalia por la fuga de un prisionero, fue encerrado en un búnker para pasar hambre allí. El 14 de agosto de 1941, víspera de la Asunción, terminada con una inyección de veneno, convirtió su bella alma en Dios, después de haber asistido y consolado a sus compañeros en la desgracia. Su cuerpo fue incinerado ”( P. Ernesto Piacentini, OFM Conv. ) .

LA ADORACIÓN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Pero en una ceremonia como ésta, el dato biográfico desaparece a la luz de las líneas maestras de la figura sintética del nuevo Beato; y fijemos por un momento nuestra mirada en estas líneas, que la caracterizan y la entregan a nuestra memoria.

Maximiliano Kolbe fue un apóstol del culto de Nuestra Señora, visto en su primer, original y privilegiado esplendor, el de su definición de Lourdes: la Inmaculada Concepción. Es imposible separar el nombre, la actividad, la misión del Beato Kolbe de la de María Inmaculada. Fue él quien estableció la Milicia de la Inmaculada Concepción, aquí en Roma, incluso antes de ser ordenado sacerdote, el 16 de octubre de 1917. Hoy podemos conmemorar su aniversario. Se le conoce como el franciscano humilde y manso, con increíble audacia y extraordinario genio organizativo, desarrolló la iniciativa y se dedicó a la Madre de Cristo, contemplada en su manto solar (cf. Apoc.. 12, 1) el eje de su espiritualidad, de su apostolado, de su teología. Que ninguna vacilación frene nuestra admiración, nuestra adhesión a este encargo que nos lega el nuevo Beato y, por ejemplo, como si también nosotros desconfásemos de una exaltación mariana similar, cuando otras dos corrientes teológicas y espirituales, imperantes hoy en el pensamiento y en la la vida religiosa, la cristológica y la eclesiológica, estaban en competencia con la mariológica. Sin competencia. Cristo, en el pensamiento de Kolbe, conserva no sólo el primer lugar, sino el único lugar necesario y suficiente, absolutamente hablando, en la economía de la salvación; tampoco se olvida el amor a la Iglesia y su misión en la concepción doctrinal o el propósito apostólico de la nueva beata.

Bien lo sabemos. Y Kolbe, como toda doctrina, toda liturgia y toda espiritualidad católica, ve a María insertada en el designio divino, como "término fijo del consejo eterno", como llena de gracia, como sede de la Sabiduría, como predestinada para la Maternidad de Cristo, como reina del reino mesiánico ( Luc.1 , 33) y al mismo tiempo esclava del Señor, como el elegido para ofrecer su insustituible cooperación a la Encarnación del Verbo, como Madre del hombre-Dios. , nuestro Salvador, "María es aquella por quien los hombres llegan a Jesús, y aquella por quien Jesús llega a los hombres" (L. BOUYER, Le tr ôn e de la Sagesse , p. 69).

Por tanto, no hay que reprochar a nuestro Beato, ni a la Iglesia con él, el entusiasmo que se dedica al culto de la Virgen; nunca igualará el mérito ni la ventaja de tal culto, precisamente por el misterio de comunión que une a María con Cristo y que encuentra una documentación contundente en el Nuevo Testamento; nunca habrá "mariolatría", como el sol nunca será oscurecido por la luna; ni se alterará jamás la misión de salvación propiamente encomendada al ministerio de la Iglesia si ésta es capaz de honrar en María a una de sus Hijas excepcionales ya una de su Madre espiritual. El aspecto característico, si se quiere, pero en sí mismo un punto original, de la devoción, de la "hiperdulia", del Beato Kolbe a María es la importancia que le atribuye en relación con las necesidades actuales de la Iglesia. a la eficacia de su profecía sobre la gloria del Señor y la reivindicación de los humildes, al poder de su intercesión, al esplendor de su ejemplaridad, a la presencia de su caridad materna. El Concilio nos confirmó en estas certezas, y ahora desde el cielo el Padre Kolbe nos enseña y nos ayuda a meditarlas y vivirlas.

Este perfil mariano del nuevo Beato lo califica y lo clasifica entre los grandes santos y espíritus visionarios que comprendieron, veneraron y cantaron el misterio de María.

EPÍLOGO TRÁGICO Y SUPERNUM

Luego el trágico y sublime epílogo de la vida inocente y apostólica de Maximiliano Kolbe. Esto se debe principalmente a la glorificación que la Iglesia celebra hoy del religioso humilde, manso, trabajador, discípulo ejemplar de San Francisco y caballero enamorado de María Inmaculada. El cuadro de su fin en el tiempo es tan horrible y desgarrador, que preferiríamos no hablar de él, no volver a contemplarlo nunca, para no ver donde la degradación inhumana de la soberbia que se hace de la crueldad impasible sobre los seres se reduce a esclavos indefensos destinados al exterminio el pedestal de grandeza y gloria; y millones fueron sacrificados por el orgullo de la fuerza y ​​la locura del racismo. Pero también debemos repensar este panorama sombrío para poder ver, aquí y allá, alguna chispa de humanidad sobreviviente. La historia no puede ¡ay !, olvidar esta aterradora página. Y entonces no puede dejar de fijar su mirada de asombro en los puntos luminosos que lo denuncian, pero juntos superan la oscuridad inconcebible. Uno de estos puntos, y quizás el más ardiente y chispeante, es la figura exhausta y tranquila de Maximilian Kolbe. Héroe tranquilo y siempre piadoso y suspendido en una confianza paradójica pero razonada. Su nombre permanecerá entre los grandes, revelará las reservas de valores morales que había entre esas masas infelices, congeladas por el terror y la desesperación. En ese inmenso vestíbulo de la muerte, he aquí una divina e imperecedera palabra de vida, la de Jesús que revela el secreto del dolor inocente: ser expiación, ser víctima, ser sacrificio, y finalmente ser amor:Yo . 15, 13). Jesús habló de sí mismo en la inminencia de su inmolación por la salvación de los hombres. Los hombres son todos amigos de Jesús, si al menos escuchan su palabra. El padre Kolbe cumplió la sentencia de amor redentor en el fatídico campo de Oswiecim. En dos maneras.

EL SACERDOTE, "ALTER CHRISTUS"

¿Quién no recuerda el episodio incomparable? "Soy un sacerdote católico", dijo, ofreciendo su vida a la muerte, ¡y qué muerte! - salvar la supervivencia de un compañero desconocido en la desgracia, ya designado para la venganza ciega. Fue un gran momento: la oferta fue aceptada. Nació del corazón entrenado en el don de sí, como natural y espontáneo casi como consecuencia lógica del propio sacerdocio. "Otro Cristo " no es un sacerdote? ¿No fue Cristo el Sacerdote la víctima redentora de la humanidad? ¡Qué gloria, qué ejemplo para los Sacerdotes ver en este nuevo Beato como intérprete de nuestra consagración y de nuestra misión! ¡Qué advertencia en esta hora de incertidumbre en la que la naturaleza humana quisiera a veces hacer prevalecer sus derechos sobre la vocación sobrenatural al don total a Cristo en quienes están llamados a seguirlo! Y qué consuelo para el grupo más querido y más noble, compacto y fiel de buenos sacerdotes y religiosos, que, incluso en el legítimo y loable intento de redimirlo de la mediocridad personal y la frustración social, conciben así su misión: Yo soy sacerdote católico, por eso ofrezco mi vida para salvar la de los demás. Este parece ser el envío que el Bendito nos deja especialmente,

HIJO DE POLONIA NOBLE Y CATÓLICA

Y a este título sacerdotal se añade otro; otra prueba que el sacrificio del Beato tenía su motivación en una amistad: era polaco. Como polaco fue condenado a esa desfavorable "Lager", y como polaco cambió su suerte por la de su compatriota Francesco Gajownicek; es decir, sufrió el castigo cruel y mortal en su lugar. ¡Cuántas cosas surgen en el alma al recordar este aspecto humano, social y étnico de la muerte voluntaria de Maximiliano Kolbe, hijo de la noble y católica Polonia! El destino histórico del sufrimiento de esta nación parece documentar en este caso típico y heroico la vocación secular del pueblo polaco de encontrar su conciencia unitaria en la pasión común, su caballerosa misión a la libertad lograda en el orgullo del sacrificio espontáneo de sus hijos, y su disposición a entregarse el uno al otro para superar su vivacidad en una armonía invencible, su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la universalidad. Iglesia, su firme convicción de que en la prodigiosa pero sufrida protección de Nuestra Señora está el secreto de su renaciente prosperidad, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen el Bienaventurado, su héroe típico, invoca la firmeza en la fe, el ardor en la caridad, la armonía, la prosperidad y la paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. y su disposición a entregarse el uno al otro para superar su vivacidad en una armonía invencible, su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Madonna es el secreto de su prosperidad resurgente, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar de la Beata su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía prosperidad y paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. y su disposición a entregarse el uno al otro para superar su vivacidad en una armonía invencible, su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Madonna es el secreto de su prosperidad resurgente, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar de la Beata su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía prosperidad y paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Nuestra Señora está el secreto de su resurgente prosperidad, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacer brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y hacernos invocar del Beato su típico héroe la firmeza en la fe, el ardor en la caridad, la armonía, la prosperidad y la paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. su carácter indeleblemente católico que lo sella como miembro vivo y paciente de la Iglesia universal, su firme convicción de que en la prodigiosa, pero sufrida protección de Nuestra Señora está el secreto de su resurgente prosperidad, son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacer brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y hacernos invocar del Beato su típico héroe la firmeza en la fe, el ardor en la caridad, la armonía, la prosperidad y la paz de todo su pueblo. La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar del Bienaventurado su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía, prosperidad y paz de todo su pueblo. . La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea. son rayos iridiscentes que emanan del nuevo mártir de Polonia y hacen brillar el auténtico rostro fatídico de este país, y nos hacen invocar del Bienaventurado su típico héroe firmeza en la fe, ardor en la caridad, armonía, prosperidad y paz de todo su pueblo. . La Iglesia y el mundo lo disfrutarán juntos. Que así sea.

ESTACIÓN DE CUARESMA EN SANTA SABINA

HOMILIA DE PABLO VI

Miércoles de Ceniza, 16 de febrero de 1972

La tarde del 16 de febrero, miércoles de ceniza, a las 17.00 horas, Pablo VI preside, como ya es costumbre, la primera estación cuaresmal en el Aventino.
El Papa, durante la Santa Misa celebrada en la basílica de Santa Sabina, a la que llega en procesión la iglesia abacial de S. Anselmo, pronuncia una homilía llamando la atención de los presentes sobre el significado de la penitencia.

Pablo VI manifiesta, en primer lugar, su satisfacción al encontrarse de nuevo junto a la devota asamblea al comienzo del período cuaresmal, consagrado de manera particular a la oración, la reflexión, la penitencia y, en tiempos pasados ​​más que hoy, también a ayuno. La participación del Papa en el rito indica la importancia que se propone atribuir tanto a él como a quienes lo seguirán hasta Pascua. No se trata de repetir gestos, ceremonias, oraciones incomprensibles para nuestro tiempo. No son actos anacrónicos. El Papa reafirma claramente la actualidad de la Cuaresma, de este tiempo de espiritualidad orante y penitente que la Iglesia propone a los fieles para que se preparen para la celebración digna y el fruto digno del Misterio Pascual. No es en vano, no es superfluo, llegar a Cristo resucitado,

En realidad, nuestro tiempo muestra poca consonancia, si no cierta sordera, a esta invitación. Pero nuestro tiempo es también el tiempo de las grandes empresas y nos enseña, más que nunca, la necesidad de la preparación de las obras. No se pueden alcanzar ciertos resultados sin el entrenamiento, la predisposición, el diseño preciso, sin pensar primero en los logros. La "psicología de la preparación" es típica de nuestro tiempo, como proponen los hijos deEste siglo. Sin embargo, se plantea una objeción fundamental radical y apremiante: ya no se ven las razones para una preparación como ésta. La penitencia, como señaló el Papa por la mañana, durante el rito de la imposición de las cenizas, presupone pecado, mientras que nuestro tiempo ha perdido la conciencia del pecado. Si todavía hay alguna señal de ello, lo asfixia. El hombre de hoy no quiere sentirse pecador, más bien quiere exponer cada acción con tolerancia, con licencia. Lo llaman "moral permisiva" y tiende a liberar al hombre de todos los lazos que moralistas, canonistas y ascetas le han impuesto a su conciencia. Cuando llegamos al encuentro entre la mentalidad actual y la mentalidad que remite a la realidad del pecado, en gran parte misteriosa pero por otro lado muy viva en nuestro espíritu, parece estar desfasado. Pero las razones de esta disciplina siguen siendo relevantes, porque nuestras acciones tienen una relación directa con Dios. Cuando no están en la línea que Dios ha trazado, entonces la desviación rompe nuestra comunicación con el Señor. Esta ruptura es una gran desgracia para nosotros, puede ser fatal; el pecado puede ser mortal, es decir, puede comprometer nuestro destino eterno. Si somos conscientes de esta realidad, entonces se vuelve lógico y deseable ser llamados a la expiación, al esfuerzo por reencontrarnos con el "hilo roto" que nos vuelve a poner en comunicación con la fuente de la vida, es decir, con Dios. entonces la desviación rompe nuestra comunicación con el Señor. Esta ruptura es una gran desgracia para nosotros, puede ser fatal; el pecado puede ser mortal, es decir, puede comprometer nuestro destino eterno. Si somos conscientes de esta realidad, entonces se vuelve lógico y deseable ser llamados a la expiación, al esfuerzo por reencontrarnos con el "hilo roto" que nos vuelve a poner en comunicación con la fuente de la vida, es decir, con Dios. entonces la desviación rompe nuestra comunicación con el Señor. 

De aquí surge una pregunta sustancial: ¿queremos un cristianismo fácil o queremos un cristianismo fuerte? La tentación del cristianismo fácil penetra hoy por todas partes. También llega a los religiosos y religiosas - observa el Papa - que dedican su vida a la austeridad y la severidad. Esa tentación comienza a afectar no solo la disciplina externa, como el hábito, el horario, etc., sino también las raíces del cristianismo; viene a la fe. Muy a menudo nos encontramos, en libros o tratados, con formas de presentación del cristianismo que tienen la intención tácita o clara de hacerlo aceptable, de hacerlo, como dicen, "creíble". ¿No se atreven estos maestros, discípulos del siglo más que del Evangelio, a socavar las verdades básicas, que en cambio siguen siendo superiores a toda nuestra inteligencia? El caso es que en la escuela, en la pedagogía moderna hay un intento generalizado de facilitar el cristianismo, de podarlo de todo lo que perturba, tanto en el campo doctrinal como en el campo práctico, es decir, el de los mandamientos. Hay una tendencia a eliminar cualquier obstáculo, a dejar que el hombre viva espontáneamente, en plenitud de vida, de forma autónoma. 

Al cometer un gran error psicológico, la idea es presentar a los jóvenes un cristianismo fácil, sin muchas reglas, sin tantas cargas y tantos escrúpulos, un cristianismo cómodo. Es decir, se intenta facilitar lo que todavía nos importa más, es decir, la profesión cristiana. dejar que el hombre viva espontáneamente, en plenitud de vida, de manera autónoma. Al cometer un gran error psicológico, la idea es presentar a los jóvenes un cristianismo fácil, sin muchas reglas, sin tantas cargas y tantos escrúpulos, un cristianismo cómodo. Es decir, se intenta facilitar lo que todavía nos importa más, es decir, la profesión cristiana. dejar que el hombre viva espontáneamente, en plenitud de vida, de manera autónoma. Al cometer un gran error psicológico, la idea es presentar a los jóvenes un cristianismo fácil, sin muchas reglas, sin tantas cargas y tantos escrúpulos, un cristianismo cómodo. Es decir, se intenta facilitar lo que todavía nos importa más, es decir, la profesión cristiana.

Pablo VI señala que también apelamos a los textos evangélicos. Se dice que el Señor es bueno, que nos ha liberado en la verdad y que, por tanto, hay que dejar que los que quieren ser cristianos sigan una línea de espontaneidad y libertad. Se propone un cristianismo fácil, desprovisto de la gran señal preñada de la Cruz. La Cruz se considera un signo ornamental y simbólico. Aún así, afortunadamente, no ha desaparecido de las oficinas públicas, de las escuelas y mucho menos de las iglesias. Permanecer allí. Pero, ¿refleja todavía en las almas el molde de su ejemplo y la elocuencia de su filosofía, su teología, su pedagogía? En las páginas del Evangelio encontramos que el Señor, cuando nos presentó el cristianismo, no dudó en desafiar la popularidad de su predicación, manifestando las severas exigencias del cristianismo mismo. Dijo que el camino al Reino de los Cielos es estrecho y agotador, y que los que prefieren el camino ancho se pierden. El propio Sermón de la Montaña, que parece un himno de alegría, marca las nuevas pretensiones del verdadero cristianismo, ese cristianismo que no se formalizará a través de manifestaciones externas, exigiendo en cambio sentimientos interiores. La severidad de las palabras de Cristo nos hace temblar, nos advierte que somos infieles, faltos, pobres seguidores del Señor. Toda la vida cristiana se caracteriza por una gran severidad. El mismo Apóstol, considerado el gran libertador, dice: "Castigo mi cuerpo y lo reduzco a la esclavitud, para que, después de haber predicado a otros, no me vuelva reprobado

San Pablo es severo, austero: "Estoy clavado en la Cruz con Cristo". falta, pobres seguidores del Señor. Toda la vida cristiana se caracteriza por una gran severidad. El mismo Apóstol, considerado el gran libertador, dice: "Castigo mi cuerpo y lo reduzco a la esclavitud, para que, después de haber predicado a otros, no me vuelva reprobado". San Pablo es severo, austero: "Estoy clavado en la Cruz con Cristo". falta, pobres seguidores del Señor. Toda la vida cristiana se caracteriza por una gran severidad. El mismo Apóstol, considerado el gran libertador, dice: "Castigo mi cuerpo y lo reduzco a la esclavitud, para que, después de haber predicado a otros, no me vuelva reprobado". San Pablo es severo, austero: "Estoy clavado en la Cruz con Cristo".

Incluso San Benito, como toda la progenie, la tradición del cristianismo, retomará esta gran lección sin atenuarla y hará verdaderos seguidores de Cristo. La fórmula que debemos revivir en nuestra generación es la de un cristianismo fuerte, que tenga dominio propio, que sea capaz de llevar esa Cruz necesaria para recomponer la armonía de nuestro ser. El hombre -recuerda Su Santidad- es un ser descompuesto, una máquina dislocada. En nosotros hay algo que no está ordenado: son las consecuencias del pecado original. Se necesita un gran esfuerzo para recrear la armonía, la capacidad de comunicarse con Dios, el amor al prójimo, las acciones honestas. No viene solo. Necesitamos concentrarnos en nosotros mismos, imponernos una ley de mortificación, penitencia, sacrificio. Debemos marcarnos con la señal de la cruz. Y es entonces cuando sentimos que somos más auténticos, es decir, más fieles, más seguidores, más cercanos a los ejemplos y preceptos del Señor, y sentimos que una energía particular despierta en nosotros.

Si sientes la sensación natural del dolor - especifica el augusto Celebrante - cuando te impones algún sacrificio por amor al Señor, por la observancia de su ley, para reflejar su preocupación en tu vida, también sientes la alegría de ser verdaderamente fiel, la fuerza para hacer lo que antes te parecía tan difícil.

La exhortación del Santo Padre no se refiere a la severidad física, como, por ejemplo, un gran ayuno hoy incompatible con las exigencias de la vida moderna, tan impregnado de compromisos, tan activo que no permite castigar la propia pobre existencia con mortificaciones artificiales. . Los antiguos maestros nos hablan de una penitencia interior, lo que los griegos llamaban "pneumática", es decir, del espíritu. El Señor también nos habla de eso. Y esto es posible para todos. Sentimos que nuestra celda interior está actualmente invadida por tantas imágenes, sonidos, voces, tanta blasfemia que vienen del mundo moderno. La Cuaresma nos invita a imponernos un poco de silencio, una cierta consideración, para hablar con nosotros mismos. En este sentido, el Papa recuerda lo que se escribió sobre san Benito: Secum vivebat .

Para llevar a cabo la conversación interior con nosotros mismos debemos imponernos un poco de concentración, silencio, desapego del entorno que nos distrae. Esta es la penitencia, la recuperación de nuestras energías y nuestro ser. Esto se está volviendo verdaderamente cristiano. Pablo VI invita a los presentes a escuchar con más atención, en el período de preparación a la Pascua, la palabra del Señor, para tratar de ser verdaderamente correctores de sí mismos, pero también para tratar de hacer el bien de los demás. Recordando las lecturas de la Misa, el Papa subraya que la penitencia no es un cierre del alma; más bien es un esfuerzo para abrirse al bien, al derramamiento de uno mismo para el consuelo y la elevación de los demás. “Te lo recomiendo - concluye - te lo predico, y me siento tan feliz de saber que no solo escuchas estas palabras,

BEATIFICACIÓN SOLEMNA DEL SACERDOTE MICHELE RUA

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 29 de octubre de 1972

¡Venerables hermanos y queridos hijos!
¡Bendigamos al Señor!

Aquí: ¡el P. Rua ha sido declarado ahora "bienaventurado"!

Una vez más se realiza un prodigio: por encima de la multitud de la humanidad, levantado por los brazos de la Iglesia, este hombre, invadido por una levitación que ha hecho posible la gracia aceptada y secundada por un corazón heroicamente fiel, emerge a un nivel más alto y luminoso. , y confluye en él la admiración y el culto concedidos a aquellos hermanos que, habiendo pasado a la otra vida, han alcanzado ahora la bienaventuranza del reino de los cielos.

BONDAD, SUAVIDAD, SACRIFICIO

Un perfil delgado y desgastado de un sacerdote, toda mansedumbre y bondad, todo deber y sacrificio, se perfila en el horizonte de la historia, y allí permanecerá para siempre: ¡es Don Michele Rua, "bendito"!

¿Estás feliz? Es superfluo preguntar a la triple Familia Salesiana, que aquí y en el mundo se regocija con nosotros y que infunde su alegría en toda la Iglesia. Dondequiera que estén los Hijos de Don Bosco, hoy es una fiesta. Y es una fiesta especialmente para la Iglesia de Turín, la patria terrena del nuevo Beato, que ve a una nueva figura sacerdotal incluida en las filas de sus elegidos, que documenta las virtudes del linaje civil y cristiano, y que ciertamente promete más. Fecundidad futura.

Don Rua, "bendito". No trazaremos ahora su perfil biográfico, ni haremos su panegírico. Su historia es ahora bien conocida por todos. Ciertamente no son los buenos salesianos los que dejan que sus héroes carezcan de fama; y es este obediente homenaje a sus virtudes lo que, al hacerlos populares, amplía el alcance de su ejemplo y multiplica su benéfica eficacia; crea la epopeya, para la edificación de nuestro tiempo.

Y luego, en este momento en el que la emoción gozosa llena nuestras almas, preferimos meditar antes que escuchar. Bueno, meditemos un momento en el aspecto característico de Don Rua, el aspecto que lo define, y que con una sola mirada nos dice todo, nos hace comprender. ¿Quién es Don Rua?

Es el primer sucesor de Don Bosco, Santo Fundador de los Salesianos. ¿Y por qué Don Rua es ahora beatificado, es decir, glorificado? es beatificado y glorificado precisamente por su sucesor, es decir, continuador: hijo, discípulo, imitador; Es bien sabido que lo ha hecho con otros, pero ante todo, del ejemplo del Santo una escuela, de su obra personal una institución extendida, se puede decir, por toda la tierra; una historia de su vida, un espíritu de su gobierno, un tipo, un modelo de su santidad; hizo un manantial, una corriente, un río. Recuerde la parábola del Evangelio: “el reino de los cielos es como la semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo; Se encuentra entre las semillas más pequeñas, pero cuando se cultiva, se encuentra entre las más grandes de todas las hierbas y se convierte en una planta.Matth . 13, 31-32). La prodigiosa fecundidad de la familia salesiana, uno de los mayores y más significativos fenómenos de la perenne vitalidad de la Iglesia en el siglo pasado y en el nuestro, tuvo su origen en Don Bosco, la continuidad en Don Rua. Fue este seguidor suyo quien, desde los humildes comienzos de Valdocco, sirvió a la obra salesiana en su potencial expansivo, comprendió la alegría de la fórmula, la desarrolló con coherencia textual, pero con siempre ingeniosa novedad. Don Rua fue el más fiel, por lo tanto el más humilde y al mismo tiempo el más valiente de los hijos de Don Bosco.

UNA TRADICIÓN GLORIOSA

Esto ahora es bien conocido; no citaremos, que la documentación de la vida del nuevo Beato ofrece con exuberante abundancia; pero haremos una sola reflexión, que creemos, sobre todo hoy, muy importante; se trata de uno de los valores más discutidos, para bien o para mal, de la cultura moderna, es decir, de la tradición.

Don Rua inauguró una tradición. La tradición, que encuentra amantes y admiradores en el campo de la cultura humanista, la historia, por ejemplo, el devenir filosófico, no está en honor en el campo operacional, donde más bien la ruptura de la tradición.- la revolución, la renovación apresurada, la originalidad siempre intolerante de la escuela de los demás, la independencia del pasado, la liberación de todos los lazos - parece haberse convertido en la norma de la modernidad, la condición del progreso. lo que es inevitable en esta actitud de la vida tensa hacia adelante, que avanza en el tiempo, en la experiencia y en la conquista de las realidades circundantes; pero advertiremos del peligro y daño del repudio ciego de la herencia que el pasado, a través de una sabia y selectiva tradición, transmite a las nuevas generaciones. Si no tomamos en cuenta este proceso de transmisión, podemos perder el tesoro acumulado de la civilización y vernos obligados a reconocer que hemos retrocedido, no progresado, y comenzar de nuevo una labor agotadora. Podríamos perder el tesoro de la fe, que tiene sus raíces humanas en ciertos momentos de la historia que fue, para encontrarnos naufragados en el misterioso mar del tiempo, sin tener ya ni la noción ni la capacidad del camino a recorrer. Discurso inmenso, pero que surge en la primera página de la pedagogía humana, y que nos advierte, cuando menos, qué mérito tiene todavía el culto a la sabiduría de nuestros ancianos, y para nosotros, hijos de la Iglesia, qué deber y qué necesidad. tenemos que sacar de la tradición esa luz amistosa y perenne, que proyecta sus rayos desde el pasado lejano y cercano en nuestro camino progresivo.

NOS ENSEÑA A SER DISCÍPULOS DE UN MAESTRO SUPERIOR

Pero para nosotros el discurso, frente a Don Rua, se vuelve simple y elemental, pero no menos digno de consideración. ¿Qué nos enseña Don Rua? ¿Cómo pudo haberse elevado a la gloria del cielo y la exaltación que la Iglesia hace de él hoy? Precisamente, como decíamos, Don Rua nos enseña a ser continuadores; es decir, seguidores, estudiantes, maestros, si se quiere, siempre que sean discípulos de un Maestro superior. Ampliemos la lección que viene de él: enseña a los Salesianos a seguir siendo Salesianos, siempre fieles hijos de su Fundador; y luego enseña a todos la reverencia al magisterio, que preside el pensamiento y la economía de la vida cristiana. El mismo Cristo, como Verbo procedente del Padre, y como Mesías ejecutor e intérprete de la revelación que le concierne, dijo de sí mismo: "Mi doctrina no es mía,Yo . 7, 16).

La dignidad del discípulo depende de la sabiduría del Maestro. La imitación en el discípulo ya no es pasividad ni servilismo; es levadura, es perfección (cf. 1 Co 4, 16). La capacidad del alumno para desarrollar su propia personalidad deriva en realidad de ese arte extractivo, propio del tutor, que se llama precisamente educación, un arte que guía la expansión lógica, pero libre y original de las cualidades virtuales del alumno. Queremos decir que las virtudes, de las que Don Rua es un modelo para nosotros y de las que la Iglesia se ha titulado para su beatificación, siguen siendo las evangélicas de los humildes adherentes a la escuela profética de la santidad; de los humildes a quienes se revelan los más altos misterios de la divinidad y la humanidad (cf. Mat . 11, 25).

Si Don Rua realmente califica como el primer continuador del ejemplo y la obra de Don Bosco, siempre nos gustaría repensarlo y venerarlo en este aspecto ascético de humildad y dependencia; pero nunca podremos olvidar el aspecto operativo de este pequeño gran hombre, sobre todo porque nosotros, no ajenos a la mentalidad de nuestro tiempo, inclinados a medir la estatura de un hombre por su capacidad de acción, sentimos que tenemos en frente a él un deportista de actividad apostólica que, siempre en el molde de Don Bosco, pero con dimensiones propias y crecientes, confiere a Don Rua las proporciones espirituales y humanas de la grandeza. De hecho, su misión es grandiosa. Los biógrafos y críticos de su vida han encontrado las virtudes heroicas, que son los requisitos que la Iglesia exige para el resultado positivo de las causas de beatificación y canonización,

La misión que engrandece a Don Rua está hermanada en dos direcciones exteriores distintas, pero que en el corazón de este poderoso obrero del reino de Dios se entrelazan y confunden, como suele suceder en la forma del apostolado que le asignó la Providencia: el salesiano. Congregación y oratorio, que son las obras para los jóvenes, y cuántas otras las hacen coronar. Aquí nuestra alabanza debe ir a la triple familia religiosa que primero de Don Bosco y luego de Don Rua, con sucesión lineal, tuvo sus raíces, la de los Salesianos Sacerdotes, la de las Hijas de María Auxiliadora y la del Salesiano. Cooperadores, cada uno de los cuales tuvo un desarrollo maravilloso bajo el impulso metódico e infatigable de nuestro Beato. Baste recordar que en los veinte años de su gobierno desde 64 casas salesianas, fundadas por Don Bosco durante su vida, crecieron a 314. Las palabras de la Biblia salen a los labios en un sentido positivo: "¡Aquí está el dedo de Dios!" (Ej . 8, 19). Al glorificar a Don Rua, damos gloria al Señor, que quiso en su persona, en el creciente número de sus hermanos y en el rápido crecimiento de la obra salesiana, manifestar su bondad y su poder, capaz de despertar incluso en nuestro tiempo. la inagotable y maravillosa vitalidad de la Iglesia y ofrecer a su esfuerzo apostólico los nuevos campos de la pastoral que el impetuoso y desordenado desarrollo social ha abierto ante la civilización cristiana. Y saludamos, animando con ellos con alegría y esperanza, a todos los Hijos de esta joven y pujante Familia Salesiana, que hoy, bajo la mirada amable y paternal de su nuevo Beato, renuevan su paso por el empinado y recto camino de la ya probada tradición. de Don Bosco.

EN CRISTO TODA ARMONÍA Y FELICIDAD

Entonces se encienden ante nosotros las obras salesianas iluminadas por el Santo Fundador y con el nuevo esplendor del Beato Continuador. ¡Es a ustedes a quienes miramos, jóvenes de la gran escuela salesiana! Vemos reflejado en sus rostros y resplandeciendo en sus ojos el amor del que Don Bosco y con él Don Rua y todos sus cohermanos de ayer y de hoy, y ciertamente de mañana, han hecho un magnífico despliegue para ustedes. Cuán querido eres para nosotros, cuán hermosa eres para nosotros, cuán feliz te vemos alegre, vivaz y moderna; ¡Sois jóvenes que habéis crecido y crecido en esta multiforme y providencial obra salesiana! Cómo la emoción de las cosas extraordinarias que el genio de la caridad de San Juan Bosco y el Beato Miguel Rua y sus mil y mil seguidores ha podido producir para ustedes aprieta el corazón; para ustedes, sobre todo, hijos del pueblo, para ustedes, si necesita asistencia y ayuda, instrucción y educación, capacitación en el trabajo y la oración; para ti, si hijos de la desgracia, o confinados en tierras lejanas, espera que alguien se acerque a ti, con la sabia pedagogía preventiva de la amistad, la bondad, la alegría, que sepa jugar y dialogar contigo, que te haga bien y fuerte que te hace tranquilo y puro y bueno y fiel, quien descubre el sentido y el deber de la vida, y te enseña a encontrar la armonía de todo en Cristo. Hoy os saludamos también, y queremos a todos vosotros, pequeños y grandes alumnos del alegre erudito y laborioso gimnasio salesiano, y con vosotros tantos de vuestros compañeros de la ciudad y el campo, vosotros de las escuelas y campos deportivos, vosotros de trabajo y sufrimiento, y ustedes de nuestras aulas de catecismo y de nuestras iglesias, sí,

ENCUENTRO CON EL CLERO ROMANO

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 1 de marzo de 1973

A esto sigue la meditación dictada por el Santo Padre, quien recuerda, en primer lugar, que la costumbre de este encuentro en vísperas de Cuaresma nació como una exhortación a los predicadores cuaresmales, a la que el grupo de párrocos y clérigos romanos También se agregó para dar mayor completitud a la audiencia. Agrega que la conversación de hoy habría tenido una configuración más afectiva que meditativa y dispositiva, debiendo posponer un mayor estudio de la visión general de la acción pastoral de la Iglesia para más ocasiones.

El Papa inmediatamente saluda cordialmente al nuevo vicario, el cardenal electo Poletti, a quien se le ha confiado el mayor y más preciado tesoro de su ministerio, es decir, el clero de Roma. La transferencia de su responsabilidad a manos del Vicario es motivo de alivio y consuelo para el Santo Padre. Pero esto no deja su corazón vacío del inmenso amor que lo une a los sacerdotes romanos.

A continuación, Pablo VI tiene palabras de afectuoso recuerdo para el difunto cardenal Dell'Acqua, hacia quien tiene sentimientos de infinita estima y gratitud. También saluda al nuevo subdirector Monseñor Rovigatti, que ya era párroco de Roma y que, por tanto, está junto a los demás miembros del clero como hermano, a los obispos auxiliares y a todos los presentes, asegurando su ayuda y solidaridad para su ministerio para que realmente te conviertes en un consuelo para las almas. Un pensamiento especial es para los predicadores, cuya función espera sea tanto más fructífera cuanto más, lamentablemente, la participación de los fieles y la resonancia en la opinión pública de hoy ha disminuido.

Refiriéndose a la meditación expuesta el año pasado en la audiencia con los párrocos y los cuarentistas de Roma, Pablo VI sigue insistiendo en la necesidad de que los sacerdotes investiguen el problema de su identidad en un momento de reelaboración, de despertar, de viva reestructuración. , si ni siquiera de crisis. ¿Quienes somos? ¿Por qué nos llaman sacerdotes? ¿Qué significa? ¿Para qué somos diputados? ¿No somos superados por la sociedad que nos rodea? —pregunta el Papa. Pensamos que estábamos trabajando - añade - en tierra firme, mientras nos dimos cuenta de que la tierra se mueve, desaparece, se derrite debajo de nosotros. A veces tenemos la impresión de trabajar en vano. Los sacerdotes que han planteado con mayor claridad y severidad el problema de su identidad son los que más se han encontrado en medio del vacío, el desinterés, a un entorno que los consideraba obsoletos, inútiles, superfluos. Sucede que el sacerdote se desanima cuando ve que sus intentos de contacto con el mundo llegan solo a unos pocos representantes supervivientes de generaciones anteriores.

Lamentablemente este año, observa el Santo Padre, debemos señalar un paso adelante, que en realidad es un paso atrás en el proceso analítico que el clero está asumiendo sobre sí mismo. El sacerdote no solo sería un ministro de nada e ineficaz, sino que se notaría que todo está mal. Y esto no solo de los inquietos habituales, sino también de las voces generalmente atentas y autorizadas. Es necesario - dicen - reestructurar toda la Iglesia porque tal como está actualmente no está coordinada con el mundo que la rodea. La relación Iglesia-mundo es el problema central, pero, se señala, esta relación hoy no es efectiva, no es lo que debería ser, o al menos lo que críticos y académicos imaginan haber identificado. De la duda sobre la identidad, es decir, dimos un paso atrás hacia la afirmación de la inutilidad, renegando aún más radicalmente de la Iglesia constituida tal como es, dejando a la deriva todos los instintos espirituales, incluso los buenos. Estamos en un momento en el que es necesario retomar la reflexión sobre nosotros mismos para poner algo de nuevo en pie. Aunque no necesites una meditación tan cruda - declara el Papa refiriéndose a los presentes - debemos afrontarla. Esta es, como dicen, la hora de la verdad.

¿Qué debemos pensar de nosotros, qué concepto debemos tener del sacerdote, del pastor, del oficio que nos ha investido, de nuestro destino, de nuestra profesión, de nuestro deber, del mundo en el que venimos a vivir como ministros del Evangelio, coordinados con Cristo como sus representantes, sus ministros, como cauces de su palabra, de su gracia, de sus ejemplos, de la realización de su Evangelio? Iglesia-mundo: contacto, interpenetración, asimilación, secularización. ¿Hasta dónde ha llegado esta idea de secularización en nuestro entorno? Oímos que el sacerdote es un hombre y debe ser un hombre como los demás. Debe ser un hombre completo. Y se introduce en la planificación espiritual toda una serie de problemas sobre la forma de vivir, de concebir nuestra existencia que realmente trastorna, altera y desfigura, cuando ni siquiera traiciona, la huella que Cristo ha impreso en nuestra alma. La expresión "Serás otro Cristo" se ha desvanecido y distorsionado. Si el sacerdote es un hombre, su cultura debe ser profana. Y aquí está la invasión de periódicos, revistas, libros, publicaciones que nutren la cultura mediática profana. Se dice que si el sacerdote es un hombre, entonces debe tener todas las experiencias que tiene un hombre. Y por experiencias, desafortunadamente, generalmente nos referimos a las negativas. Se dice que si el sacerdote no sabe estas cosas, permanece inconsciente, crea una imagen de la vida falsa, artificial, ingenua, infantil. Debe saberlo. ¿Pero que? maldad, tentaciones, caídas, malas experiencias. Es necesario - se dice - que tenga algún conocimiento directo y vivido de la vida, de lo contrario sigue siendo una persona disminuida. Y esto, como si fuera un herido, deformado en su figura moral, en su intangibilidad espiritual como hombre bautizado hijo de Dios, tiene algo que ganar con haber sufrido estos sables, estas heridas. En el marco de esta concepción, por ejemplo, ¿qué queda del hábito eclesiástico? Sin detenerse mucho en este aspecto, por marginal que sea, el Papa definió como hipocresía la actitud del sacerdote que se asimila tanto a lo profano que ya no se le puede distinguir. La asimilación a lo profano es una tesis que va difundiendo y secularizando a quien tiene la investidura de la Santa Orden y la misión de representar y vivir a Cristo en sí mismo. por ejemplo, ¿qué queda del hábito eclesiástico? Sin detenerse mucho en este aspecto, por marginal que sea, el Papa definió como hipocresía la actitud del sacerdote que se asimila tanto a lo profano que ya no se le puede distinguir. La asimilación a lo profano es una tesis que va difundiendo y secularizando a quien tiene la investidura de la Santa Orden y la misión de representar y vivir a Cristo en sí mismo. por ejemplo, ¿qué queda del hábito eclesiástico? Sin detenerse mucho en este aspecto, por marginal que sea, el Papa definió como hipocresía la actitud del sacerdote que se asimila tanto a lo profano que ya no se le puede distinguir. La asimilación a lo profano es una tesis que va difundiendo y secularizando a quien tiene la investidura de la Santa Orden y la misión de representar y vivir a Cristo en sí mismo.

Pablo VI quiere reiterar que el sacerdote es ante todo ministro de Cristo, antes incluso de hombre. Si no fuera así, ni siquiera el celibato tendría los títulos suficientes para conservarse en su plenitud, en su integridad, en su esplendor angelical y transfigurador que lo hace tal que todavía hoy es reclamado por el clero latino. Ser un ministro de Cristo es ser un seguidor de Cristo. Seguir a Cristo implica desapego. Los apóstoles dejaron sus redes, sus cosas, sus ocupaciones, su país, sus familias. Así el sacerdote es como un robado, despojado por el mismo Cristo, que no sólo ha pedido la renuncia a las cosas que dan una configuración sensible a la persona, sino a la persona misma. Dijo: el que ama su vida no es digno de mí. Aquellos que buscan su vida, la perderán.

Nos enfrentamos a esta encrucijada: para seguir a Cristo debemos abandonar una serie de cosas. Debemos ser despojados, pobres no solo económicamente, sino también cultural y socialmente. Sin estos desprendimientos, no somos servidores fieles, no somos ministros coherentes ni capaces, porque la capacidad de ser ministros está en el desprendimiento. Se habla mucho de liberación, señaló el Papa, pero la liberación que Cristo nos pide consiste precisamente en dejar en casa todo lo inútil, excepto lo que se puede usar para el anuncio, para la celebración de la Eucaristía y para el servicio. . del ministerio de las almas. Debemos estar desapegados. Y esto produce efectos desagradables. Frente al mundo, incluso puede parecer ridículo. Y nada es más intolerable para los hombres inteligentes y sensibles. Bueno, aceptamos ser tales vestir ropa y realizar gestos especiales. El mundo desmitifica lo que para nosotros es el sacrificio fundamental de nuestra vida: te seguiré sin mirar atrás. San Pablo dice de sí mismo "segregatus in evangelium Dei". Hoy se usaría la palabra "paria". Debemos ser conscientes de ser reducidos a esta condición por nuestra fidelidad, por nuestro compromiso, para hacer efectiva y creíble nuestra misión sacerdotal. Debemos tener cuidado con un fenómeno que se repite porque todavía somos hijos de Adán. Es decir, sucede que el propio ministerio nos lleva a la recuperación de lo que nos queda, al deseo de volver en otras formas a lo que el Señor nos quiso despojar. Los privilegios, por ejemplo, vinculados a cualquier tipo de autoridad. Nos lleva a distinguirnos, a recuperar indirectamente lo que habíamos perdido y asfixiado. Por cierto fenómeno de gravitación moral, insensible y fatal, volvemos a los de antes, ya veces nos volvemos incluso peores que los de antes en cuanto a unirnos al mundo del que queríamos ser liberados. El Señor, en cambio, nos dice: debes ser pobre, humilde, puro, un hombre singular, un hombre que se reconoce de vista que es un sacerdote, un hombre fuera del círculo de los intereses de los demás, de amistades, de negocios: un hombre aislado.

Hemos jurado fidelidad a esta condición, humanamente hoy tan despreciada si no despreciada. Y debemos permanecer fieles y consistentes en la Cruz. Si no cargamos con nuestra cruz, no somos dignos de Cristo. Lo hemos perdido todo, pero Cristo ha permanecido con nosotros. Lo hemos elegido, es nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro amor. Para nosotros Cristo es Dios que nos es dado; Él sigue siendo nuestro todo. Hemos absolutizado a Cristo. Eso es todo para nosotros: Deus meus et omnia . Por tanto, todos los demás sacrificios subordinados están justificados.

Por otro lado, siguiendo la psicología de la liberación del mundo -como dice el Santo Padre- deformamos, si no traicionamos, nuestro compromiso fundamental. Estamos fuera del mundo. No somos como los demás no porque tengamos más, sino porque tenemos menos, no tenemos lo que tienen los demás. Pero somos de Cristo. La plenitud de esta persuasión hace que los sacrificios que estamos llamados a hacer menos serios para nosotros y que llegan hasta la inmolación de nosotros mismos. Pero si estamos fuera de este mundo, ¿cómo podemos entenderlo? Se suponía que íbamos a ser sus médicos, profesores, asistentes, ¿y en cambio? He aquí la bella paradoja de la vida eclesiástica: estar desapegado por un lado y sumergido en el mundo por el otro. Ser pastores, ser amigos de la sociedad que se ha ido. Esto parece irreconciliable. Sin embargo, el sacerdocio se realiza precisamente en esta fusión de la caridad que nos sumerge en el prójimo con la otra caridad que nos eleva, separándonos del mundo en Cristo. En cuanto a la forma de realizar esta situación aparentemente paradójica, el Papa se limitó a un símil. El sacerdote, observa, es como el médico, que vive entre los enfermos pero al mismo tiempo se protege del mal con desinfecciones y otras formas de autodefensa.

Te darás cuenta - concluye el Papa - de que eres tanto más apto para acercarte a los demás, para comprenderlos, para vivir con ellos, para servirlos, para consolarlos, para convertirte en sus amigos, compañeros indispensables, padres espirituales, cuanto más tú. eres personalmente libre y desapegado de ese mundo que buscas para curarlo y hacerlo florecer en sus virtudes.

"Age quod agis" - añade -. Debemos hacer bien lo que tenemos que hacer, en el marco del complejo programa de la pastoral de nuestro tiempo. Necesitamos hacer bien la catequesis, promover bien la acción católica, hacer bien el servicio litúrgico, dejar el espacio necesario para la meditación: “Que haya momentos de absoluto silencio en nuestros días; siempre encontramos un rincón para nuestra conversación solitaria con el Señor; que los demás, cuando oramos, se sientan en un estado diferente ”.

Su Santidad termina su exposición expresando su gratitud al clero romano, asegurando todos los cuidados posibles para que los sacerdotes puedan llevar a cabo su misión de manera adecuada. Sepan que, independientemente de los resultados y el estilo de su acción pastoral, les sigue un gran afecto y veneración, una comunión de almas, oraciones, esperanzas y bendiciones.

CONSISTORIA PARA EL NOMBRAMIENTO DE NUEVOS CARDENALES

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes, 5 de marzo de 1973

Hermanos!

Levantemos por un momentola cabeza inclinada sobre el altar y sepulcro por las palabras penetrantes y solemnes, que la liturgia nos hace escuchar, y miremos a nuestro alrededor, miremos especialmente a ustedes, concelebrantes. Dejemos que una ola de reverencia y afecto recorra nuestros rostros, comensales como ahora somos de la mesa del Señor, y reflexionemos sobre qué título. Un vínculo original y profundamente eclesial ofrece este título: celebras ahora con nosotros este santo Sacrificio, porque has sido llamado por nosotros a formar parte de ese sagrado Colegio Cardenalicio que se define históricamente no sólo por su fundamental y peculiar posición canónica en este Iglesia romana, pero también por la función espiritual y operativa que os ha encomendado, la de estar cerca de nuestra persona, de asistir y asistir a la misión que nos viene de Cristo, es decir, para guiar pastoralmente al rebaño de Él, Cristo, la Iglesia, ahora tan crecida en tamaño, necesidades, problemas. Gracias a vosotros, hermanos, y paz a vosotros, que habéis venido, acogiendo nuestra invitación, e inmediatamente os colocáis en torno a nuestra humilde persona, dispuestos a compartir "la preocupación de todas las Iglesias" (2 Cor . 11, 28), es decir, al servicio y consuelo de esta Sede Apostólica y de otro colegio mucho mayor, el Episcopal, y con él de todo el Pueblo de Dios. la intención común de responder junto con el corazón y con el trabajo a la pregunta apremiante del Señor, que sí, lo amamos, lo amaremos, lo amaremos solo a él, solo y para siempre, hasta el punto de nuestra entrega total. : el sagrado Colegio, con nosotros y con quienes lo integran, debe ser, en medio de la Iglesia, un hogar ardiente de caridad, luz y amor, de autoridad y servicio, de fidelidad al Evangelio.

¡Oh! regocija nuestro corazón, regocija el tuyo, en este encuentro de nuestras miradas y nuestras almas.! quisiéramos tener en nuestros labios los nombres de sus personas y más aún los de sus Iglesias, de sus respectivos Pueblos; que si el tiempo nos permitiera pronunciarlas, nos parecería hacernos eco de la página de los Hechos de los Apóstoles, que nos da la colorida lista de los Pueblos representados en el cumplimiento del prodigio de Pentecostés (Cfr. Act .. 2, 9 y sigs.). ¿No deberíamos disfrutar como celebración de que sus Personas individuales, los nuevos Cardenales, se estén levantando en este momento como representantes de sus Diócesis y sus Naciones? ¿y no podemos confiarte que esta pluralidad geográfica y étnica fue intencionada en la elección de tu pueblo, y hubiera querido extenderse más, si hubiera tenido la posibilidad? ¿No es acaso el genio de la Iglesia la catolicidad? También queremos suponer que en esta misma ceremonia ustedes, y los que asisten a ella, precisamente quienes tienen la vista clara para captar el significado de este evento, son capaces de percibir un signo de catolicidad, es decir, de amor universal. Entonces ama a la Iglesia Romana.

Pero en este punto, es decir, el enfrentamiento que nos espera a este hecho, a este rito, realizado en la Basílica de San Pedro, con el mundo que nos rodea y en el que vivimos, surge un problema en nuestro espíritu, y quizás también en el suyo, la pregunta que se plantea si estamos al unísono con nuestro tiempo, si existe una relación plausible entre la Iglesia y el mundo, como nos lo recomendó con tanta autoridad el reciente Concilio Ecuménico.

Los que nos abandonamos a la visión de este templo, a los recuerdos, a las emociones que despierta en el alma, movidos por el sugerente rito que estamos celebrando, entra en estado de sueño, olvida la realidad histórica y profana, el teatro. de nuestra vida presente, y se siente transportado a otro mundo, fuera de la hora presente. Parece que retrocedemos a través de los siglos, o más bien vivimos fuera del tiempo. Una pregunta, una pregunta grave, mantiene alerta nuestra conciencia; y es esto: ¿la Iglesia vive dentro o fuera de la historia? La Iglesia, con sus hechizos tradicionales, -porque tal vez nos parezcan tales sus ritos, costumbres, institutos actuales-, ¿No nos hace ajenos a la realidad de la historia? ¿No sería en sí mismo un anacronismo? ¿Y esta fidelidad sobreviviente a conceptos e instituciones de otros tiempos no nos distrae del movimiento universal, innovador del progreso, de la actualidad fugaz? ¿No nos vuelve tímidos, y solo solícitos, preservar el pasado y frenar la carrera hacia el futuro?

El problema existe; y en este instante tiene su propia urgencia que podría tener dos respuestas contrarias y ambas falsas: la de la inmovilidad o la del relativismo. La relación entre la Iglesia y la historia no se fija ciegamente a las formas del pasado, alienando a la Iglesia del fluir de la historia que evoluciona y cambia, que siempre conquista con vistas a metas futuras y escatológicas, como tampoco permite la Iglesia para dispersar los tesoros de los suyos. Camino en el tiempo, sobre todo, inalienable, la fe, para llegar ansiosamente al ritmo necio de una sociedad, que precipita su curso, sin encontrar equilibrio ni paz: el la revolución es su meta, y con ella la pérdida de la libertad. La Iglesia, en cambio, demos gracias a Dios por ello, cuando es fiel a sí misma,

Cosas que sabes. Y cosas que has vivido hoy. Porque no es cierto que las estructuras constitucionales y las tradiciones auténticas probadas por los siglos sean cadenas que atascan el camino de la Iglesia a lo largo del tiempo; son tanto el apoyo como el estímulo. Les recordamos, hermanos cardenales, a ustedes, hermanos obispos y sacerdotes y diáconos, para que no se conviertan en víctimas de ustedes mismos, es decir, de las dignidades y poderes que la Iglesia les confiere, como si fueran cargas pesadas, que obligan a defender su carácter en detrimento de la función, y como si fueran un obstáculo, debido al estilo noble y sagrado, que imponen a su vida representada en la de Cristo (Cf. 1 Co 4, 10; 1). Tess. 2, 14), al atrevimiento libre y audaz de un apostolado más válido. Nunca piense que está fuera de la vida vivida, fuera de la historia, debido al hecho de que su gente y sus ideas tienen su propia forma modelada en la experiencia autorizada de la Iglesia; piensa más bien cómo tú, tan unido a la Iglesia de Pedro, estás a la vanguardia de los grandes movimientos, que arrastran a la humanidad hacia sus destinos evidentes y para ella tan difíciles, nos referimos a la unidad, la hermandad, la justicia, la libertad en orden, la dignidad personal, respeto por la vida, dominio de la tierra sin estar allí empalada, cultura sin perderse. . . Y aun mas; un alto exponente del desarrollo industrial moderno confió en nosotros, no hace mucho: "el mundo del trabajo, en el fondo de su alma inquieta, codiciosa y sufriente, hoy necesita trascendencia; necesita a alguien que le dé el anuncio y el signo vivido en su propio ejemplo. . . ¿Por qué ustedes, ministros de Cristo, no se los entregan? ¿Por que tienes miedo? ¿No conoces el encanto de tu mensaje y de tu ministerio?»( Cf. Mateo 8, 26; Io . 15, 20 ) . ¡Y más convincente se vuelve este discurso, cuando pensamos, como nos enseñó el Maestro, que más eficaz será el testimonio, si es validado por el fracaso y el sufrimiento!

He aquí, pues, las predicciones de buenas y santas fortunas para la causa del Evangelio y para que el crecimiento de la Iglesia se eleve desde este rito hacia el horizonte del futuro: cuántos de vosotros estáis hoy asociados a nuestro ministerio pontificio con esta tan cercana. y muy peculiar vínculo cardenalicio consolará este ministerio a firmeza, renovación, fecundidad y lo hará testimonio propio en esta Roma católica y hasta los confines de la tierra. Esto lo deseamos, esto lo pedimos, en el nombre de Cristo y bajo la apariencia de Pedro, bendiciendo a todos de corazón.

Nous saluons spécialement les Autorités et les pèlerins des pays de langue française, ici rassemblés pour boobs célébration vraiment ecclésiale, et Nous comptons sur les nouveaux Cardinaux qu'ils sont venus entourer, pour Nous aider dans notre mission. A tous, Nous donnons notre Bénédiction Apostolique.

Deseamos extender nuestro saludo a los representantes y peregrinos de las naciones de habla inglesa. Hoy has sido testigo de la maravillosa universalidad de la Iglesia Católica. Que los recuerdos de esta ocasión histórica te hagan cada vez más fuerte en tu fe y te den mucha alegría en el Señor Jesucristo. Damos a todos nuestra Bendición Apostólica.

Unser herzlicher Gruss dorado en dieser Stunde den Priestern und Gl ä ubigen aus dem Bistum Mainz, den Vertretern der staatlichen und st ä dtlischen Autorit ä ten. Alle sind hierher gekommen, um dieses freudige Ereignis mit Uns und ihrem Oberhirten zu feiern. Ihnen und allen Pilgern aus den L ä ndern deutscher Sprache Unser Apostolischer Segen.

A las Misiones officiales, a los queridos sacerdotes, religios y fieles de lengua castellana, que vemos congregados en torno a los nuevos Cardenales, nuestro saludo gozoso de congratulaci ó n y el deseo de que este encuentro, before the Tumba del Ap ó stol San Pedro , a medida que aumenta los v í nculos de municipios ón en la misma fe, corroborada por una caridad profunda, y plasmada en un ardiente servicio a la iglesia. As í lo invocamos del Se ñ or, con Nuestra Bendici ó n Apost ó lica.

Aos fiéis de l í ngua portuguesa, diremos: em tr ê s palavras - alegria , pela vossa presença, congratulaç ão , pelos vossos novos Cardeais e felicidades , para todos - levai deste encontro as lembranças do Papa, para as vossas p á trias, como vossas terras y fam í lias, com a nossa B ên

INAUGURACIÓN DE LA X ASAMBLEA GENERAL DE LA CEI

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes, 11 de junio de 1973

Venerables y amados hermanos,

Antes de continuar en la celebración del rito sagrado, la misma norma que lo rige nos obliga a detenernos a reflexionar sobre el hecho de que nos reúne aquí, sobre el acto que estamos realizando, sobre la comparación de nuestra vida individual con el Evangelio. palabras, recién escuchadas, sobre la suma de cuestiones y deberes con los que está comprometido nuestro ministerio episcopal. Reflexión para cada verso desbordado, pero que ahora tratamos de contener dentro de los límites de los propósitos inmediatos, que dieron ocasión a este encuentro espiritual.

Dos de nosotros parecemos tener estos propósitos. El primero, ¿por qué estar en silencio? - Es su intención verdaderamente piadosa y fraterna recordar la década de nuestro pontificado que se está desarrollando en estos días; la otra es la reunión de la Asamblea General del Episcopado italiano, que comienza precisamente con esta concelebración extraordinaria.

En cuanto al primer propósito, supongo, Venerables Hermanos, hubiéramos preferido que pasara desapercibido, o al menos sin ningún signo de especial interés por su parte. Ustedes nos obligan a repensar no solo ante el Señor las inquietantes responsabilidades de nuestro oficio apostólico, sino también ante ustedes mismos, hacia quienes nos sentimos, en todos los aspectos, en deuda e inferiores a todos nuestros deberes de ejemplo, de guía y de servicio. tanto necesita su indulgencia y su colaboración. Pero puesto que se rompe el silencio en este décimo aniversario, nosotros mismos no vamos a callar nuestra viva y fraterna gratitud por el camino sacerdotal con el que quisiste recordar con nosotros la fecha de los diez años de nuestro ministerio apostólico, orando juntos, de hecho derramando juntos,

En cuanto al segundo propósito, para obtener una ayuda divina especial en su próxima décima Asamblea General, les diremos, venerados hermanos, que somos los primeros en sentirnos interesados ​​en su realización. 

Una asamblea como la suya: llamativa por el número de sus miembros, por la dignidad de sus personas, por el fervor de sus intenciones, por la complejidad de sus problemas, por el sufrimiento de sus dificultades, y también por los lazos canónicos que unen. nos adentra en ella, nos llena el alma de intensa emoción y vivaz atención. Ser recibidos en primer lugar, cada uno personalmente, y todos los que sois, colegialmente. A vuestro presidente y nuestro más querido hermano, el cardenal Antonio Poma, que se suma a la seria atención pastoral de su arquidiócesis, la histórica y querida Bolonia, Por nuestro mandato y su consentimiento, las numerosas y responsables actividades presidenciales de la Conferencia Episcopal Italiana, expresamos nuestra devota bienvenida y nuestra colaboración cordial y solidaria. Contamos con el nuevo Secretario de la propia Conferencia, Monseñor Enrico Bartoletti, también para saludar en este primer encuentro comunitario en el ejercicio de sus funciones; su presencia nos recuerda el agradecimiento y la estima que le debemos a su digno predecesor, monseñor Andrea Pangrazio; y nos hace pensar en la pronta generosidad con la que Monseñor Bartoletti, al dejar la sede electa de Lucca, asumió, con la sabiduría y la presteza que todos conocen, el oficio ni sencillo ni ligero de la Secretaría de su Conferencia. Gracias y ánimos para él también,

No pretendemos en este momento entrar en los méritos o comentarios de sus próximos trabajos. Basta aquí saber que los tenemos presentes durante esta hora de oración, en sus programas, que nos parecen bien estudiados y elaborados y prometedores felices resultados; cómo presentamos los primeros ensayos de su nueva actividad litúrgica y catequética; y, como lo son para nosotros, nos complace constatar que os están presentes los temas de interés común y continuo, como los Concilios Presbiterales y Pastorales, como las vocaciones sacerdotales, la formación litúrgica de los fieles, el canto sagrado de el pueblo, asociaciones católicas; como la asistencia al mundo del trabajo, la difusión de la prensa católica; como el estudio de los grandes temas programáticos relacionados con los problemas de la Familia, la Evangelización y los Sacramentos, la pastoral de la iniciación cristiana, etc. Todo habla de su celo y la comprensión de las necesidades espirituales y morales de nuestro tiempo. Ahora bendecimos tus obras.

Más bien nos gusta en este momento captar algunos aspectos espirituales de esta actividad, aspectos que reconfortan nuestra meditación actual y estimulan nuestra acción sacrificial.

El primer aspecto de la actividad de la Conferencia Episcopal Italiana sois vosotros, queridos y venerables cohermanos. Es tu presencia, es tu Asamblea. Es la afirmación ordenada y progresiva del Episcopado italiano, como cuerpo consciente, fraternalmente unido y activo, consciente de su responsabilidad colectiva, dispuesto a sumar sus fuerzas para un trabajo planificado y orgánico, y convencido de que no solo puede preservar, pero estimule igualmente en cada Obispo su personalidad eclesial, su relativa autonomía, su espíritu de iniciativa local, su originaria derivación apostólica. Es la celebración de la colegialidad, que nos devuelve a la admiración teológica y la puesta en práctica de la eclesiología, que el reciente Concilio ha puesto en mejor evidencia, sin derogar su constitución unitaria,De Unitate Ecclesiae : PL 4, 515). El establecimiento de Conferencias Episcopales, donde aún no existían, es un gran mérito del Concilio y es un gran avance no solo en la forma organizativa y canónica de la Iglesia, sino también en las institucionales y místicas, que deben incrementar nuestra confianza. y cariño por la Iglesia y su maravilloso equipo. No en vano cada uno de nosotros podrá detenerse en su Corazón para contemplar con alegría interior el fenómeno humano y espiritual de una Asamblea como la suya, verdadera expresión de fraternidad, unidad, caridad, donde la presencia de Cristo, inevitable entre los que se congregan en su nombre (cf. Mat . 18 , 20), nos da el inefable consuelo de nuestra misión y nuestro destino.

Lo necesitamos, venerados hermanos, porque mientras la Iglesia despliega sus carpas en la historia contemporánea, casi como signo de su vitalidad perenne, incluso de su capacidad para extenderse en cada nueva juventud, nuevas dificultades asedian su existencia en el mundo contemporáneo. Este es otro aspecto que parecemos discernir en el ejercicio de vuestra actividad pastoral. El Buen Pastor, que es el Obispo y quien comparte su ministerio con él, hoy, no se encuentra en absoluto en la condición arcadiana y serena que su título parece asegurarle. Todo hoy está cuestionado; todo es tensión, todo es presión. Dígase a sí mismo: ¿es fácil hoy ser obispo? Decimos el Obispo, que guía a su rebaño abriéndole el buen camino, no el que reduce su deber a seguir su deambular según el viento que sopla (Cf.Eph. 4, 14), el obispo vigilante, maestro, educador, rector, santificador; el Obispo, que se siente, dentro y fuera de la Iglesia, estimulado a dar a su vida un estilo, una virtud según el Evangelio; el Obispo, que mira y conoce el mundo en su agresivo proceso de secularización, que despoja al hombre no sólo de sus vestigios externos de costumbre cristiana, sino que también lo corroe en toda certeza moral y religiosa que le sobrevive, y lo abandona, según un Terminología equívoca de moda, "libre" como un ciego para ir a donde quiera. ¿Dónde está el sentido de Dios, el firme criterio discriminatorio entre el bien y el mal, más en el hijo del siglo? y también en el alumno y profesor de algunas de nuestras escuelas, 

¿Dónde está la seguridad de una hermenéutica que garantiza el contenido auténtico y estable de la revelación? ¿Dónde está la confianza institucional para el mensaje del Evangelio en la autoridad doctrinal y directiva de la Iglesia?Custodio, quid de nocte? , nos preguntaremos con la palabra del Profeta ( Is. 21, 11): ¿cómo van las cosas? Vuestra misma presencia, venerados hermanos, provoca la denuncia de las condiciones adversas de la mentalidad moderna con respecto al Evangelio, mentalidad que ha penetrado de muchas formas también en la psicología de nuestros pueblos; y nos permite vislumbrar la amargura y esterilidad de tantas de vuestras labores pastorales, para que empujando el diagnóstico de la vida moderna respecto a la vocación cristiana tradicional en nuestro pueblo registremos resultados negativos, ya en el estado actual y todos los más aún al dolorosamente impresionante potencial. El viento de la metamorfosis social no parece soplar a nuestro favor. ¡Cuántas estadísticas aprietan el corazón! Cuántos fenómenos culturales y sociales, que parecen hostiles e irreversibles, nos darían la mala experiencia de la desconfianza sin remedio, si por un lado, nuestra confianza descansaba en nuestra pobre fuerza humana, y por otro lado no teníamos para nuestro consuelo, ni siquiera humano, una serie de síntomas positivos, derivados de ese mismo mundo moderno del que se originan nuestras ansiedades, que nos acusan de poca fe, si no sabemos percibir su presencia, su fecundidad y muchas veces la tácita imploración de nuestra obra insustituible. La confianza, que en otra ocasión, en homenaje a nuestra misión específica de "confirmar a nuestros hermanos" ( fecundidad y muchas veces la tácita imploración de nuestro insustituible trabajo. La confianza, que en otra ocasión, en homenaje a nuestra misión específica de "confirmar a nuestros hermanos" ( fecundidad y muchas veces la tácita imploración de nuestro insustituible trabajo. La confianza, que en otra ocasión, en homenaje a nuestra misión específica de "confirmar a nuestros hermanos" (Luc . 22, 32), os lo hemos recomendado como factor indispensable de nuestro ministerio, lo anunciamos nuevamente, más que como un deseo, como un deber, un deber de confianza; pero esta vez añadiremos un complemento, que también es indispensable para la eficacia de nuestro propio ministerio episcopal, un complemento que ya admiramos, movidos por vuestra actividad de pastores: el espíritu de sacrificio, que impregna el de amor y servicio: " el buen pastor ofrece su vida por su rebaño ” ( Cfr. Io . 10, 11 ) .

Non turbetur cor vestrum, neque formidet , nos dijo el Maestro Jesús en el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar. Intentaremos recordarlo, realizando los párrafos de nuestros programas; y más aún experimentando la dialéctica dramática y perenne de nuestro ser en el mundo, pero no del mundo (cf. ibid . 17). El inicio del Año Santo, inaugurado ayer localmente en todas partes, nos ofrece precisamente esta perspectiva de renovación y reconciliación, en el sufrimiento y la esperanza, en el esfuerzo sufrido y en el optimismo ya gozado, en la inteligencia de la economía de la salvación. sobre la fecundidad del grano que se disuelve para dar su fruto multiplicado, es decir, sobre la cruz y sobre laresurrección de Cristo; y de nosotros con él.

XI ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN DE SU SANTIDAD

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo, 30 de junio de 1974

Queridos Hijos,
Venerables Hermanos
y, entre todos, ustedes, ¡Candidatos a la dignidad y al oficio de obispos en la Iglesia de Dios!

El rito sagrado que estamos realizando requiere una pausa en este punto; una pausa para la reflexión.

Así como, durante la fatigosa ascensión a la cima de una montaña, el montañista detiene un instante su paso para recuperar las energías y tomar conciencia de su camino y del panorama que se abre ante su mirada, así nos detenemos a un breve momento de oraciones, cantos y ceremonias, y tratamos de realizar, en la medida de lo posible, nuestro itinerario espiritual único, resumir los temas religiosos y aclarar a nuestro pensamiento confuso el significado y el valor de la ordenación episcopal, que nosotros, ministros de este sacramento que confieren y que ustedes, Hermanos, destinados a la plenitud del sacerdocio, están recibiendo.

¡Qué inmensa meditación se ofrece a nuestro espíritu! Ciertamente no nos atrevemos a pretender contenerlo en el estrecho espacio de tiempo y estudio de estas sencillas palabras, ni a esbozarlo adecuadamente en una breve síntesis que, sin embargo, un rito tan serio, tan solemne, tan importante sugeriría para nuestros labios. Sólo diremos, por deseo de brevedad y claridad, que se nos pide un acto de conciencia humilde y confiado, en este momento de intensa atención interior.

Conscientes, ante todo, de la elección personal, que deja clara la concesión de este sacramento. Nosotros, ya dotados de tanta gracia, y ustedes, Hermanos que están a punto de estar, están aquí, porque hemos sido llamados. Nec quisquam sumit sibi honorem, sed qui vocatur a Deo, no hay nadie que asuma esta dignidad para sí mismo a menos que sea llamado por Dios ( Hebr . 5, 4). ¿Quién se atrevería a asumir este cargo por iniciativa propia (aunque sus funciones providenciales sean deseables en sí mismas, como escribe San Pablo al fiel discípulo Timoteo) ( 1 Tim.. 3, 1), si no estuviera seguro de que su investidura le es conferida por voluntad divina? ¿Y quién podría tener la garantía de su prodigiosa vigencia si no supiera que deriva, por vía apostólica, de la institución original e insustituible de Cristo mismo? Non vos me elegistis, sed Ego elegi vos, no me has elegido, dice el Señor, pero yo te he elegido a ti ( yo. 15, 16). Cualquiera que sea nuestra historia biográfica privada, que nos lleva aquí, siempre que esté fundada canónicamente, es decir, según la legítima economía del Espíritu, descubrimos una intención divina que nos concierne a cada uno personalmente, una historia retrospectiva, análoga a la anterior. por lo que se nos ha dado la vida, que nos revela un pensamiento, una elección, un amor de Cristo por cada uno de nosotros. A la luz de un amanecer evangélico, narra el Evangelio, después de haber pasado la noche en oración (¡qué oración!) Jesús "llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y les dio el nombre de apóstoles" ( Luc . 6, 13). ).

Esa vigilia, por nuestro tiempo, esa oración, por nuestro destino, no ha terminado; como faros que irradian del corazón divino, en las tinieblas de los tiempos, resuenan secreta y aquí abiertamente, sobre cada uno de ustedes Hermanos; el eco de las palabras extremas de Cristo a los discípulos llega a esta escena actual, a este momento bendito: "Yo ruego, dijo, no sólo por ellos (los primeros discípulos elegidos, presentes en la despedida del Señor en vísperas de su pasión) , pero también para aquellos que, por la palabra de ellos, añadió, creerán en mí, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, estás en mí y yo estoy en ti, ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste "( yo. 17, 20-21). Ese mensaje sacerdotal de Cristo ahora nos llega; se cumple un misterio de unidad; de él deriva una misión apostólica que se extiende en el tiempo y en la humanidad.

Digamos esto, hermanos elegidos al episcopado, para que se forme en ustedes una nueva mentalidad, una nueva psicología, un nuevo espíritu, y también se reforme en nosotros, como si todos juntos estuviéramos investidos y magnetizados por el cono de luz y virtud que emana del Espíritu Santo, que nos da poder para el ministerio superior de gobernar la Iglesia de Dios sirviéndola (cf. Hch . 20, 28). Digamos esto, Hermanos Elegidos, para que, invadidos por esta conciencia sobrehumana, sean felices, sean fuertes, tengan siempre confianza (Cf. Fil . 1, 20), y ustedes mismos sean fuente de consuelo para los demás fieles en su tribulaciones (Cf.2 Co 1, 4).

Y aquí, pues, es que la tensión de esta nueva conciencia nos abre una posterior visión interior, la de ser portadores calificados de un tesoro, frágil y precioso (cf.2 Co 4, 7), puesto en nuestras manos para dispensarlo. , acrecienta, guarda y defiende. ¿Qué es este tesoro? es el Evangelio vivo y eterno de Cristo; es su Verdad liberadora y salvadora; es el famoso y celoso "depósito" de la fe que debe ser salvaguardada y autenticada en su integridad siempre viva, por medio del Espíritu Santo (cf. 1 Tim . 6, 20; 2 Tim . 1,14).

Sí, hermanos, una gran responsabilidad será también vuestra, la del ministerio de la palabra, el anuncio de la verdad divina, la del magisterio autoritario y fiel en la Iglesia de Dios, la del anuncio misionero de la doctrina cristiana, la del protección y crecimiento del patrimonio de la cultura católica. El ejercicio de esta responsabilidad magisterial será uno de los principales deberes de la función episcopal, que se hace hoy tanto más grave y saludable cuanto mayor es la difusión y pérdida del pensamiento especulativo moderno.

La cultura humanista, habiendo abandonado la sabiduría experimentada de la tradición, prefiere, hoy y muchas veces exclusivamente, deleitarse con la ciencia del cálculo y la observación experimental, limitándose al conocimiento del mundo externo, empírico y sensible, por eso es tan difícil para él. la mente del hombre contemporáneo, para elevarse al conocimiento racional y metafísico, y más aún al, todavía razonable, de la religión y la fe. El arte del pensamiento verdaderamente humano y vital requerirá de su ministerio un esfuerzo pedagógico particular y perseverante. También tú encontrarás, en la profesión de tu inalienable ministerio doctrinal, que se prefiere una búsqueda inquieta y a veces rebelde a la posesión segura y fecunda de la verdad conocida,

Bien sabemos que la posesión y el estudio de la verdad religiosa, como la revelación cristiana ofrece a nuestro espíritu, se afirma y se desarrolla, así como en la esfera racional, en el ámbito del misterio, de esa "pietatis sacramentum" de la que S. Pablo escribe, y que contiene en síntesis el plan trascendente de nuestra salvación (cf. 1 Ti . 3, 9 y 6); pero también sabemos que este misterio, lejos de debilitar nuestra nativa y divina facultad de pensar "en espíritu y en verdad" (cf. Io 4, 24), lo exige y lo fortalece.

Una gran responsabilidad, por tanto, es la del Obispo que percibe en la urgencia de su conciencia el deber de ser al mismo tiempo discípulo, el más fiel y un maestro, el más celoso, de la doctrina divina ( 1 Ti . , 13 y 16).).

Pero eso no es todo. El proceso de la conciencia interior de lo que es un obispo no termina en este límite subjetivo, por amplio que sea, sino que se abre a una nueva necesidad, que podríamos decir constitutiva, de su personalidad. El Obispo, como el Sacerdote, y en grado superior, no es tal para sí mismo, es tal para el Pueblo de Dios. El Episcopado no es una simple dignidad para quien está investido de él; es una función, un ministerio, un servicio para la Iglesia. "Debéis saber, escribe San Cipriano, desde mediados del siglo III, que el Obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el Obispo" ( Ef. 66, 8; cfr. Lumen Gentium, 23, nota 31); y esto no solo para celebrar un misterio de unidad, sino un deber, una entrega, un sacrificio de caridad. El obispo es pastor. Ahora bien, "el buen pastor, dice Cristo de sí mismo, personificando y ejemplificando en sí a quien está llamado a asumir su figura y su función en la Iglesia de Dios, el buen pastor da la vida por su rebaño" ( Io . 10, 11). Don total, don supremo, don gozoso.

Viene, como sabemos, del amor: si me amas, Jesús le dijo a Pedro, apacienta mi rebaño (Cf. Io . 21, 15 ss.); y ciertamente esta entrega es válida para todo verdadero pastor.

Piensa, de hecho pensarás siempre, en las consecuencias de tal principio: el vaciamiento de todo egoísmo, de todos los intereses de uno, de todas las reservas de algo propio. La caridad pastoral se eleva al primado del amor: "Nadie, enseña Jesús, tiene un amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos" ( Io . 15, 13).

Y lo que Jesús dijo de los Apóstoles se aplica a sus Sucesores, los Obispos.

¿Quiénes son los amigos de un obispo? son personas de dos categorías; todos sabemos. La primera categoría es la de los propios Obispos, es decir, de los miembros del colegio episcopal, a quienes, en la persona de los Apóstoles, se les ha dado el nuevo mandamiento por excelencia, el de amarse unos a otros. «Como yo, todavía dice Jesús, os he amado, así os améis los unos a los otros. De este modo todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis recíprocamente "( Io . 13, 34-35): la unidad, la solidaridad, la colaboración, la generosidad bastarán, sobre la base de tan explícitas y solemnes palabras del Señor. , de todos los Obispos de la Iglesia católica una comunión de hermanos (Cfr. Lumen Gentium , 23).

La otra categoría está compuesta por todos los hombres. Tanto porque la colegialidad, como ya enseñó nuestro venerable predecesor Pío XII, hace corresponsable a cada Obispo "de la misión apostólica de la Iglesia, según las palabras de Cristo a sus apóstoles:" Como el Padre me envió, así yo os envío "( I. 20, 21). Esta misión, que debe abarcar a todas las naciones y todos los tiempos, no cesó con la muerte de los Apóstoles; permanece en la persona de todos los obispos en comunión con el Vicario de Cristo "( Fidei Donum,1957). Y es que todo Obispo es adjunto a la pastoral de una Iglesia específica, realmente organizada en los centros residenciales, simbólica y virtualmente con respecto a toda la Iglesia en las sedes titulares. No se puede concebir un Obispo que no se dedique al servicio y al amor del Pueblo de Dios en todo su sentido más amplio. El Obispo es un corazón donde toda la humanidad encuentra acogida. Ciertamente no sin la observancia de sabias reglas, de las que la Regula Pastoralis de San Gregorio Magno, también enterrada en esta Basílica, nos dice, junto con muchos otros maestros, la única inspiración en la caridad y el indefinido pluralismo psicológico y pedagógico de su aplicación. .

¡Pobre corazón de obispo! ¿Cómo adquirirá tanta amplitud y cómo podrá expresarse con tanta sabiduría? ¡No, pobre, hermanos! más bien feliz es el corazón de un obispo que está destinado a moldearse en el corazón de Cristo ya perpetuar en el mundo y en el tiempo el prodigio de la caridad de Cristo. ¡Sí, feliz! ¡y tal sea el corazón de cada uno de ustedes, nuevos Obispos de la Iglesia de Cristo!

 III ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE OBISPOS

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Viernes, 27 de septiembre de 1974

Señor Jesús, no sabemos cómo expresar el tema de esta reflexión preliminar en el Sínodo Episcopal, que estamos a punto de comenzar, excepto en forma de oración.

Al iniciar nuestros estudios y discusiones sobre "la evangelización en el mundo contemporáneo", estaríamos tentados a analizar inmediatamente las necesidades espirituales de este mundo, la posibilidad del apostolado y buscar métodos para asegurar una presencia más vigorosa de la Iglesia. Preferimos, pues, acudir primero a ti para confirmar esta primera certeza en nosotros: que el hecho mismo de la evangelización nace de ti, Señor, como un río, tiene su fuente y tú, Cristo Jesús, eres esa fuente. Tú eres la causa histórica, Tú eres la causa eficiente y trascendente de este fenómeno prodigioso: el apostolado, de Ti, Maestro; de ti, Salvatore; de Ti, principio y modelo; de ti, pontífice y anfitrión de la salvación de la humanidad, ha brotado, ha sido conferido a los discípulos elegidos, llamado Apóstoles por Ti y por los Apóstoles ha llegado a nosotros, Obispos, con una sucesión inquebrantable. Tu palabra, como una llama que se esparce en el tiempo y en las estaciones de la historia, nos llega, muy dulce e imperativa, siempre viva, siempre nueva, siempre actual:Sicut misit me Pater ?, et Ego mitto vos ( Io . 20, 21; cfr. 15, 22; 17, 18).

Para que, Señor, tendremos que volver al misterio de la Santísima Trinidad para rastrear el origen antes del mandato que nos urge, y descubrir, en las profundidades indagables de la vida divina, el designio del amor, que inviste, califica y apoya nuestra misión apostólica. ¿Pero como puede ser ésto? no somos pequeños seres perdidos en el océano de la historia y en la innumerable muchedumbre de la humanidad, ¿cómo podemos ser elegidos para una misión de esta naturaleza y de tanta importancia?

Aquí, Señor, resumiremos nuestra historia espiritual en este momento de conciencia y síntesis. Recordamos canción profética de María: respexit humilitatem ancillae suæ fecit mihi magna qui est potens ( Luc 1, 48-49.): Una analogía, que cae desde la altura de la más bendita, también nosotros hemos sido elegidos, sin duda no porque de nuestra estatura humana, pero tal vez precisamente por nuestra pequeñez, para que en la obra mesiánica que quisiste encomendarnos, cualquier valor humano nuestro no cree ambigüedad, sino que tu obra en el humilde ministerio de nuestro pueblo, a a quien tu palabra todavía era objeto de humildad y confianza, o Jesús Maestro:non vos me elegistis: sed Ego elegi vos et posui vos, ut eatis et fructum atteratis et fructus vester maneat. . . Yo. 15, 16). Oh historia personal e íntima de nuestra vocación de seguirte, Señor, a tu servicio, a tu sacerdocio, en la que participamos, de manera especial, en virtud de nuestra ordenación episcopal, qué certeza interior nos infunde al afrontar, hasta ¡El punto del fin de nuestra vida temporal, la singular y dramática aventura de la misión que se nos confía! ¡Qué cadena tan fuerte y dulce sostiene la incurable fugacidad de nuestra naturaleza humana, aún más frágil por el hábito crítico de la inteligencia moderna! Aquí están los eslabones de esta lógica y salvadora cadena de apoyo: primero, la autenticidad de nuestro sacerdocio; sí, ¡el sacerdocio católico es auténtico! segundo, su vigencia, sí, su triple poder, de magisterio, de ministerio, de guía pastoral ¡es válida! tercero, la intimidad, que no solo nos permite,

Y luego otros lazos ayudan a la desproporción entre el mandato que nos has insinuado: la confianza, especialmente la que has infundido a menudo en tus discípulos (cf. Lc 12, 32), una confianza que nos impone la valentía como deber ( Mat. 10, 16, 28), una confianza que nos obliga a tomar la iniciativa (cf. Mt 10, 27), a anunciar el Evangelio al mundo entero (Mt 28, 19), a la perseverancia, más allá de los cálculos de oportunidad: usque in finem (cf. Mat . 24, 12-14). Y con la confianza viene la esperanza: spes autem non confundit ( Rom . 5, 5); y finalmente y siempre la caridad: quis nos separabit a caritate Christi?recordamos, recordamos estas palabras de fuego del Apóstol, que nos ofrecen garantía sin límites y contra toda dificultad en la ardua empresa que la evangelización del mundo nos opone a los hombres entre los hombres, a los desarmados del poder terrenal, a los pobres. en recursos temporales ( Rom . 8, 35 ss.).

¡Señor Jesus! aquí estamos listos para ir a anunciar nuevamente tu Evangelio al mundo, ¡ne! lo que Tu providencia arcana, pero amorosa, nos ha puesto para vivir! Señor, ora, como lo prometiste, al Padre ( Io.16 , 26), para que Él, a través de ti, nos envíe el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad y fortaleza, el Espíritu de consolación, que lo hace abierto, bueno. y eficaz nuestro testimonio; y quédate con nosotros, oh Señor, para hacernos uno en ti y apto, por tu virtud, para transmitir tu paz y tu salvación al mundo. Amén.

XV ASAMBLEA ORDINARIA DEL CELAM

HOMILÍA DE PABLO VI

Domingo 3 de noviembre de 1974

Venerables hermanos en el Episcopado:

Un gozo incontenible embarga hoy nuestro corazón en esta solemne celebración eucarística. Es el gozo del encuentro entre hermanos, de la experiencia del «afecto colegial», de la manifestación fraterna de la comunión entre las Iglesias particulares y la Cabeza de la Iglesia universal, garantía de la auténtica colegialidad. El mismo que nos encomendó la grave misión de regir a toda la Iglesia, os hizo también a vosotros Pastores para compartir la gran responsabilidad de «promover la obediencia a la fe para gloria de su nombre en todas las naciones» (Rom. 1, 5).

Viéndonos en medio de vosotros, no podemos menos de evocar la Conferencia General que celebrasteis hace ya seis años y cuya sesión inaugural tuvimos el honor de presidir en Bogotá. Ahora, al conmemorar el vigésimo aniversario de la institución del Consejo Episcopal Latinoamericano, una mirada retrospectiva nos hace ver que la semilla, sembrada en Río de Janeiro, ha crecido y echado profundas raíces. Un mutuo y continuo intercambio de información y de experiencias para servir con mayor eficacia al Evangelio, ha favorecido providencialmente una ulterior toma de conciencia de los problemas que a todos os afectan y un mejor conocimiento de las realidades concretas de vuestro continente.

Nos conforta mucho saber que, en esta reunión de Roma, os habéis propuesto dar un nuevo impulso a la tarea evangelizadora, dentro del clima espiritual del Año Santo. Esto, así como la humilde convicción de que «ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios el que da el crecimiento» (1 Cor. 3, 7), alimenta nuestra esperanza y debe servir de estímulo a las actividades del Celam, dentro de su carácter específico de organismo episcopal al servicio de la comunión del pueblo de Dios.

No se nos oculta el profundo significado que tiene el haberos reunido aquí, después del Sínodo de los Obispos, en el que muchos de vosotros habéis participado. Ha sido éste un acontecimiento de tanto relieve en la vida de la Iglesia y su desarrollo –comunión intensa en torno a la Eucaristía y a la Palabra, reflexión y diálogo, intercambio de experiencias y de sugerencias, renovación del compromiso evangelizador y generosos propósitos- que nos ha satisfecho sobremanera. No cabe duda que en esta reunión del Celam habréis repetido muchas de vuestras aportaciones, teniendo en cuenta las de otros hermanos en el Episcopado, y habréis reiterado, con la mente y el corazón puestos en vuestro continente, las exigencias de vuestra misión ante Dios y ante los hombres.

De aquí que nuestro gozo colmado por el completo y fructuoso éxito del Sínodo, quede ratificado ahora al comprobar que vosotros, en intima comunión con Nos, seguís trabajando en la búsqueda de soluciones a los grandes problemas que se plantean ante la evangelización en vuestros países.

Nuestro tiempo exige una intensificación de la conciencia evangelizadora, que dé prioridad al anuncio explícito del Evangelio y a la virtualidad salvadora de su mensaje para el hombre de hoy; que acreciente la confianza en el Magisterio social de la Iglesia y en su capacidad de inspiración y de iluminación; y sobre todo, que deje siempre en claro que la auténtica liberación es la del pecado y de la muerte. La liberación no es simplemente un término de moda, sino una palabra familiar para el cristiano; en efecto, pertenece a su vocabulario y debemos recordarla día tras día, haciendo referencia a la obra redentora de Cristo Salvador, por quien hemos sido admitidos a la reconciliación con Dios y regenerados a una nueva vida que exige de nuestra libre personalidad dedicarse, mediante los postulados que surgen de la caridad, a la obra social en favor de nuestros hermanos.

Transformando al hombre desde dentro, haciéndolo portador consciente de los valores que la fe y la gracia han engendrado en su alma, implantando el dinamismo del amor en su corazón, se conseguirá sin duda la promoción integral de una sociedad donde la verdadera libertad y la auténtica justicia constituyan la base del progreso (Cfr. Discurso audiencia general, 31 julio 1974).

Que vuestro renovado impulso apostólico no se vea frenado por la insensibilidad de algunos cristianos ante situaciones de injusticia, ni por las divisiones -a veces radicalizadas- en el interior de las propias comunidades eclesiales; y que ese mismo impulso sea capaz de conjurar la tentación -que a veces se insinúa en algunos- de entregarse a ideologías ajenas al espíritu cristiano, o de recurrir a la violencia, engendradora de males mayores que los que se desean remediar (Cfr. Populorum Progressio31); «ni el odio ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad» (Discurso a la Asamblea del Episcopado Latinoamericano, Bogotá, 24 agosto 1968).

Vuestras comunidades esperan con ansia una respuesta a sus problemas, a sus inquietudes, una ayuda ante situaciones difíciles. Seguid ofreciendo a todos la palabra salvadora y el testimonio de vuestra vida evangélica; pero no os detengáis en el mero anuncio de la fe con un lenguaje accesible; es necesario provocar en la conciencia individual y social un movimiento propulsor, capaz de hacer opciones serenas, de tomar decisiones valientes, dejando que el Señor «abra una puerta amplia» (Cfr. 1 Cor. 16, 9; 2 Cor. 2, 12) por donde el Evangelio penetre libre y decisivamente en el hombre y en su historia, en la sociedad y en sus estructuras.

El ministro de la Iglesia, en cuanto colaborador de Dios, ha de sentirse despojado de toda clase de ataduras inútiles o peligrosas, prisionero sólo del Evangelio (Cfr. Eph. 3, 1; 1 Cor. 9, 19), a fin de liberar el «labrantío de Dios» y salvaguardar los preciosos valores depositados en el «edificio de Dios» (Cfr. 1 Cor. 3, 9), los hom res, b para que a Imedida que crecen y se enriquecen con el desarrollo y progreso humanos, queden también impregnados y configurados a Cristo.

Que vuestros colaboradores, sacerdotes y religiosos, mantengan y corroboren, con vitalidad creciente, este compromiso. A todos ellos, confortadlos siempre para que su ánimo no desmaye ante las dificultades. A todos ellos va nuestro recuerdo, nuestro aliento, nuestro afecto y nuestra gratitud.

Sabemos que prestáis una atención esmerada a la juventud que constituye una mayoría en vuestro continente y cuya generosa disponibilidad ha de incorporarse a las tareas evangelizadoras. Los jóvenes son no sólo los hombres del mañana, sino los cristianos de hoy, los que con su intuición, fuerza y alegría, y hasta con su sana crítica esperanzada constituyen un fermento de vuestra sociedad. Ellos esperan que se les proponga no la utopía del mundo que no llegarán a conocer, sino la realidad viva de algo que se debe ir perfeccionando y que ya está entre nosotros: el reino de Cristo con su llamada a la justicia, al amor, a la paz.

Venerables hermanos: no queremos concluir estas palabras sin extender una vez más nuestra mirada sobre el inmenso campo de la Iglesia por vosotros aquí representada.

Nuestra solicitud pastoral por todas las Iglesias se reviste de una especial atención cuando se proyecta hacia América Latina. En sus comunidades orantes, fraternas, misioneras, descubrimos -os lo decimos con gozo y emoción- un verdadero tesoro cristiano, cuya pujanza se va poniendo de manifiesto, cada día más, en obras de caridad, de apostolado, de educación; y también en el apoyo y participación al desarrollo integral de vuestros países.

Sois vosotros, obispos hermanos de América Latina, quienes, siguiendo el camino que trazaron aquellos santos pastores que implantaron y propagaron la fe en el Nuevo Continente, habéis mantenido ardiente la llama del apostolado, edificando, con la preciosa colaboración de tantos sacerdotes, religiosos y seglares beneméritos, la Iglesia de Cristo con todo esmero y lucidez.

Que esta riqueza humana y espiritual no se quede estancada en meras fórmulas, sino que, convenientemente encauzada, constituya un caudal vivo, capaz de fertilizar en generosa comunicación otros campos de la Iglesia, de esa misma Iglesia que tan fielmente servida y tan profundamente amada se vio por los Santos que en vuestra América vivieron y cuya intercesión imploramos, especialmente -por conmemorarse hoy su fiesta- la de San Martín de Porres.

En esta hora de gracia, el Espíritu Santo, Alma de la Iglesia, sigue presente y actuando en ella. Es El quien le presta las fuerzas necesarias para lograr una constante renovación y creciente fidelidad a su Divino Fundador. Es la hora de la fe. Es la hora de la esperanza, que no quedará defraudada (Cfr. Rom. 5, 5).

Que María, Madre de la Iglesia, a quien vuestros pueblos invocan bajo diversas advocaciones, con fe tierna y sencilla, os obtenga siempre este clima de esperanza.

XVI CENTENARIO DE LA ORDEN EPISCOPAL DE S. AMBROGIO

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Sábado, 7 de diciembre de 1974

Aquí vamos, los romanos milaneses, cómo era, dónde estaba, recordarlo, venerarlo, en este decimosexto centenario de su singular, casi precipitado ascenso a la cátedra episcopal de Milán, sentirlo cerca de nosotros. La nuestra no es una celebración adecuada para esta polifacética figura de noble romano, estudiante del foro, jurista, administrador, consular, político y polemista, hombre de letras y poeta, científico y orador, obispo sobre todo. , y por tanto pastor y maestro, médico y santo; afortunadamente, en su propio honor, la ciudad que se define en Ambrosiana ya ha rendido un digno homenaje a Sant'Ambrogio en memoria y culto; Permítanos ahora este acto de veneración, que vamos a decir confidencial y filial, en la intención, muy modesta, pero sincero al escuchar de él algunas de sus palabras para nuestra vida cristiana de las que él, Ambrosio, tenía el genio, tenía, como pocos iguales a él, el espíritu. San Agustín lo garantiza, como bien sabemos. ¿Quién no recuerda el primer testimonio (primero entre muchos posteriores) de Agustín sobre Sant'Ambrogio? "Así que vine a Milán al obispo Ambrosio, conocido en todo el mundo como un hombre de lo mejor, su piadoso amante, cuyos discursos, en ese momento, dispensaron enérgicamente a su pueblo con la grasa de su trigo y la alegría del aceite y el embriaguez sobria de tu vino. Fui conducido a él por ti, sin saberlo, de modo que por él, sabiéndolo, fui conducido a ti. Ese hombre de Dios me acogió paternalmente y, como buen obispo, se alegró mucho de mi venida. Y entonces comencé a amarlo. . . " ( como pocos iguales a él, el espíritu. San Agustín lo garantiza, como bien sabemos. ¿Quién no recuerda el primer testimonio (primero entre muchos posteriores) de Agustín sobre Sant'Ambrogio? "Así que vine a Milán al obispo Ambrosio, conocido en todo el mundo como un hombre de lo mejor, su piadoso amante, cuyos discursos, en ese momento, dispensaron enérgicamente a su pueblo con la grasa de su trigo y la alegría del aceite y el embriaguez sobria de tu vino. Fui conducido a él por ti, sin saberlo, de modo que por él, sabiéndolo, fui conducido a ti. Ese hombre de Dios me acogió paternalmente y, como buen obispo, se alegró mucho de mi venida. Y entonces comencé a amarlo. . . " ( como pocos iguales a él, el espíritu. San Agustín lo garantiza, como bien sabemos. ¿Quién no recuerda el primer testimonio (primero entre muchos posteriores) de Agustín sobre Sant'Ambrogio? "Así que vine a Milán al obispo Ambrosio, conocido en todo el mundo como un hombre de lo mejor, su piadoso amante, cuyos discursos, en ese momento, dispensaron enérgicamente a su pueblo con la grasa de su trigo y la alegría del aceite y el embriaguez sobria de tu vino. Fui conducido a él por ti, sin saberlo, de modo que por él, sabiéndolo, fui conducido a ti. Ese hombre de Dios me acogió paternalmente y, como buen obispo, se alegró mucho de mi venida. Y entonces comencé a amarlo. . .

Pero ahora su historia, su biografía en este momento no captan nuestra atención; ni el suyo. . . bibliografía; omitimos más, omitimos todo: nos basta con recoger algunas citas de su fértil campo, algunos oídos para nuestra edificación espiritual.

Empecemos por su concepción del mundo. Naturalista, moralista, San Ambrosio nos ofrece el marco cósmico en el que nos encontramos.

Dios el creador; Moisés habla: «Al principio, dice. ¡Qué ordenada es la narración! Afirma ante todo lo que los hombres suelen negar, y les hace saber que el mundo tiene un principio, para que no piensen que está desprovisto de él ”( Hexam . I, III: PL 14, 137). La Biblia es su primer libro; desde sus páginas, como desde las ventanas del universo, Ambrose observa el mundo; la alegoría lo convierte en poeta, pero nunca confunde su visión real de las cosas; "Tanto es así que su obra pronto pasó a ser real, y se puede decir que es la mejor Historia Natural de su tiempo" (Cfr. A. PAREDI, S. Amb ., 370).

E inmediatamente sucede la dramática historia del hombre. "Leí que (Dios) hizo al hombre y luego descansó"; y aquí está el destello del genio místico de Ambrosio: "tener a quién perdonar los pecados" ( Hex . VI, X, PL 14, 288; cf. U. PESTALOZZA, The Rel. of A. , 25). La antropología de Ambrosio penetra en todas sus obras y encuentra su diseño nuevo y grandioso en el misterio de la redención y en la economía de la gracia. La inefable revelación de Dios, infinito en bondad, en misericordia, sucede a la revelación del Dios todopoderoso en la creación. Entonces lea, si lo desea, el folleto que acabamos de publicar, gracias a los buenos colaboradores, los De Mysteriis,una exquisita catequesis sobre la iniciación cristiana: «. . . el Lugar Santísimo se ha abierto para ti, has entrado en el santuario de la regeneración ”( PL 16, 407).

Aquí encontrarás, entre otras cosas, la profesión textual de la fe eucarística: «El mismo Señor Jesús proclama: Este es mi cuerpo. Antes de la bendición de las palabras celestiales se nombra otra especie, después de la consagración se significa el cuerpo. Él mismo dice su sangre. Antes de la consagración se nombra otra realidad, después de la consagración se llama sangre. Y dices: "amén", es decir, esto es cierto. Lo que dice la boca, el espíritu debe confesarlo internamente; lo que la palabra hace resonar, el sentimiento debe probarlo. Por tanto, es con estos sacramentos que Cristo alimenta a su Iglesia ". ( Ibíd . 424).

Aquí Cristo no solo está presente y activo. Es decir, es Él, pero en esa transfusión de su poder divino, que llamamos nuestro sacerdocio. ¿Y quién no recuerda la famosa obra de San Ambrosio: De oficiis ministrorum? sobre los deberes de los clérigos? ( PL16, 26 ss.) No nos detendremos en su primera profesión de humildad: «I. . . arrastrado de los tribunales y las dignidades administrativas al sacerdocio, he comenzado a enseñarles lo que yo mismo no aprendí. . . », Porque en cambio en este breve y primer manual de doctrina moral ya encontraremos un buen intento de síntesis de la ética racional con la enseñanza nueva y original, derivada de la sabiduría evangélica; bueno, aunque todavía inicial, pedagogía, para estilizar santamente la vida eclesiástica, y luego la vida común de los cristianos. Cicerón precede, sigue Ambrosio, integrando, pero sobrepasando el estoicismo básico, derivando de la fe la norma del trabajo, de la que los pobres y los humildes ya no quedan excluidos, tan bien llevados al nivel común, incluso con una intención preferencial de fraternidad y de caridad. ; para concluir el tratado con una exclamación que podemos hacer nuestro: "¿Qué es más precioso que la amistad?" (Ibídem. 193).

¿Y los otros aspectos de la vida regenerados por el bautismo? Llevaría demasiado tiempo revisarlos aquí; pero uno merece una mención especial, porque tuvo un compromiso particular por parte de Ambrosio, que nos valió la herencia de varias de sus obras; digamos la educación a la virginidad, un verdadero golpe de ala sobre la bajeza desenfrenada de las costumbres paganas y morbosamente corruptas. Quién no recuerda, por ejemplo, el literalmente espléndido capítulo II de la primera obra de esta categoría, sobre el martirio de Santa Inés, de doce años: «En una sola víctima, un doble martirio, de pudor y religión. ¿Y ella permaneció virgen y obtuvo el martirio "? ( PL 16, 201-202)

¿Y no está en este libro el elogio, uno de los primeros en la literatura sagrada, de la Virgen María, Madre de Cristo? "Imagen de la virginidad: así era María" ( PL 16, 222). Y similares chispas de belleza y sabiduría podrían extraerse de otras obras ascéticas y morales del Pastor-Doctor, donde, por ejemplo, habla De viduis ( PL 16, 233 ss.). Encontraríamos charlas encantadoras, alimentadas por noticias preciosas sobre la crónica de sus días, en la correspondencia, única, creemos, en su género, con su hermana MarCellina ( PL 16, 1036 ss.); y dulce amargura en los dos discursos, ciertamente no desconocidos para los famosos obituarios de Bossuet, por la muerte de su hermano Satyr ( PL16, 1345); y muchas otras cosas. S. Ambrogio es un maestro pródigo; nunca consulta en vano, aunque su charla no siempre es fácil para nosotros, un hombre de letras, como es, siempre maestro y quizás un poco refinado en su estilo. Verá, nos gustaría recomendar quizás su obra principal, la Expositio Evangelii secundum Lucam ( PL 15, 1607-1943). 

Pero nos gustaría concluir con una cita conocida, pero adecuada para nuestro caso, la que se encuentra en el comentario del Salmo XL, donde San Ambrosio, con la facilidad habitual de introducir una referencia bíblica en el contexto de la discusión, escribe: "Este es Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia ( Matth. 16, 18). Entonces, donde está Pedro, está la Iglesia; donde está la Iglesia, no hay muerte, sino vida eterna ”( PL 14, 1134). ¿Quién fue el que añadió una glosa significativa a estas fatídicas palabras: ¿Dónde está Pedro, allí está la Iglesia milanesa? (Si recordamos bien, esta glosa se debe al predecesor del cardenal Ferrari, monseñor Luigi Nazari di Calabiana, arzobispo de Milán de 1867 a 1894).

 Es, pues, una sentencia que documenta no solo una verdad dogmática, sino también una tradición histórica, que ahora, con esta ceremonia, aquí donde estaba su residencia, pretendemos confirmar, en honor a la Iglesia Ambrosiana, que en este momento todos llevar en nuestros corazones. Después de todo, ¿no había dicho ya San Ambrosio: "En todo quiero seguir a la Iglesia Romana"? ( De Sacramentis , III, 5:PL 16, 452)

¿Y no resuena en nuestras almas otra palabra de nuestro Santo, que pueda sellar esta modesta pero piadosa y cordial celebración en recuerdo y propósito: "La vida de los santos es la norma del vivir para los demás"? ( De Ioseph Patriarcha , 1, 1: PL 14, 673) Que así sea para nosotros, gracias a San Ambrosio, con su Bendición y la nuestra.

CONFERENCIA DE NUEVA GENERACIÓN "GEN"

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

2 de marzo de 1975

JOVEN GEN!
¡Nosotros te saludamos!
¡Le damos la bienvenida con un corazón abierto!
con mucha alegría!
bienvenido, en el nombre de Cristo!
como niños!
como hermanos!
¡como amigos!

Estamos ahora en la tumba del apóstol Pedro: el apóstol elegido por el Señor Jesús como base para construir sobre su Iglesia, la asamblea única y universal de la nueva humanidad.

Para Gen esta es una etapa de llegada; es un punto de partida! ¡Escuche nuestra voz amiga por breves momentos!
Aquí: Young Gen, miembros y representantes de una nueva generación, orientados hacia una nueva forma de interpretar la vida:
- ¿Qué significa esta actitud, este movimiento? ¡Oh! ya lo conoces bien!
- Pero juntos hacemos un nuevo esfuerzo por comprender; y decimos: estás en camino a una búsqueda. La búsqueda pertenece a la juventud. Tan pronto como el ojo de la conciencia se abre a la escena del mundo circundante, una inquietud despierta en el alma de la juventud: quiere saber, quiere sobre todo intentar; quiere intentarlo.
Buscar, ¿qué? ¡Busca, busca!
Ésta es una pregunta decisiva: buscar, ¿qué?
Esta es una elección fatal, que puede decidir tu destino.

Buscar, ¿qué? Vosotros, jóvenes de este tiempo, tenéis ya en el corazón una respuesta negativa y casi rebelde: ¡no queremos, decís, el mundo tal como se nos presenta! fenómeno extraño: un mundo, que te ofrece los frutos más bellos, más perfeccionados, más disfrutables de la civilización contemporánea, no te satisface, no te gusta, aunque con indiferente facilidad te beneficias de las conquistas, comodidades, maravillas, que el progreso moderno pone a tu disposición. Sin embargo, una sensación de crítica, contestación e incluso náuseas detiene su búsqueda en esta dirección. Es una dirección que te saca de ti mismo, una alienación, porque en el fondo es una dirección materialista, hedonista, egoísta. No satisface verdaderamente el alma, no resuelve verdaderamente los problemas esenciales y personales de la vida.Matth . 16, 26 ). Es la cuestión de Cristo, que no anula los bienes de esta tierra tan hermosa, rica y fecunda, sino que clasifica su valor, un valor inferior al de la vida verdadera, hacia el que se dirige tu elección. Cual y donde

Ha tomado otra decisión. Por eso tu nombre es Gen, Nueva generación. Una elección, ante todo, liberadora. Liberador del conformismo pasivo, que guía a tantos jóvenes de nuestro tiempo; el conformismo al dominio de los pensamientos ajenos, a las corrientes de moda de la cultura y el vestuario, al mimetismo masivo. ¡Cuántos jóvenes se creen libres porque se han liberado de los hábitos y la autoridad de la vida familiar, sin darse cuenta de que están cayendo en la cadena del sometimiento de la voluntad de un grupo, de una corriente social, de una rebelión colectiva! En el fondo de su psicología se encuentra un acto personal y soberano de libre determinación. Ésta es la primera razón de tu novedad, tu fuerza, tu alegría. ¿Qué determinación? La elección de Cristo. ¿Cómo pudiste haber elegido a Cristo? como el inspirador de tu existencia? ¡Oh! este es tu secreto, esta es tu historia individual, este es sin duda el resultado de un encuentro, en el que tu voluntad, tu instinto vital se encontró con Uno, no solo más fuerte que tú, sino con Aquel que de inmediato se reveló con un encanto secreto. de belleza, bondad, cercanía, conversación, a la que era sumamente razonable entregarse, como a un hechizo de verdad irresistible y felicidad incomparable.

¿Como estuvo? ¿como estuvo? ¡Oh! cada uno guarda su secreto, y cada uno lo piensa en sí mismo, como una vocación originaria. Apenas mencionamos ahora algunas formas típicas de esta revelación interior de Cristo, que nos ha vencido haciéndonos vencedores. Hubo, creemos, quienes pensaron en el Jesús de su infancia, abandonado como todo lo demás apreciado en la primera edad; se creía olvidado, desactualizado, lejano; y ¿por qué, en un momento dado, su presencia, como la de un compañero de viaje, se sintió cercana y hablando? "El que me sigue no anda en tinieblas" ( Io. 8, 12), dijo, justo cuando las tinieblas crecían en el camino de la vida. Hubo quienes guardaron en su memoria, o más bien en su cultura, la memoria desvaída de Cristo, como uno de los muchos hombres famosos de la antigüedad y la historia; pensaba en él como una estatua, inmóvil y petrificado del pasado; entonces - ¿cómo estuvo? - mirando con algo de atención a la estatua-fantasma, vio, con gran asombro y miedo, que estaba viva, moviéndose y viniendo hacia él, y murmurando una simple y fascinante palabra: "¡Soy yo, no temas! " ( Marcos 6, 50).

Y otro, atraído por el dolor y la necesidad humana, se inclinó sobre el hermano pobre y sufriente, o sobre el pueblo oprimido y humillado, y al escuchar su gemido, comprendió que se levantaba de las profundidades humanas en las que Cristo se había hundido, y que su voz lánguida le preguntó: "Dame de beber" ( Io . 4, 7; 19, 28). Incluso en esta sensibilidad fraterna humana, ¿no es así? -, a menudo se ha pronunciado una vocación sobrehumana de ser una nueva generación. Y cuántos de vosotros, con el ejemplo, con la armonía arcana entre la palabra y la vida, con la alegría nueva, la de la caridad, la alegría gozosa en la verdad (1 Cor.13 , 6), comprendieron la invitación, hicieron la elección, sintió él, en el testimonio del Espíritu, la certeza interior de su propia vida nueva y sobrenatural (Rom . 8, 16). Así se desarrolló el encuentro: Jesucristo cruzó tus pasos; y por eso estás aquí hoy. Sí, el encuentro con él, Cristo Jesús, pero ¿quién es Cristo Jesús? ¡Qué pregunta ilimitada! Podemos pensar que ya le ha dado una respuesta. Por supuesto; si sois discípulos, en verdad hijos de la Iglesia, sabéis quién es el Señor Jesucristo. Pero, ¿qué sabes de él? ¿como sabes? Pero escuchen ahora nuestra palabra, que hace propia a san Pablo: “A mí, que soy el más bajo de todos los santos, me ha sido dada esta gracia de llevar a los pueblos la buena noticia de las inescrutables riquezas de Cristo. . . »( Efesios 3, 8).

Bien: primero, en sí mismo, Cristo es la palabra de Dios hecho hombre; Cristo, para nosotros, es el Salvador de la humanidad. Dos océanos: la divinidad de Jesucristo y la misión de Jesucristo en el mundo. Trate de resolver en alguna expresión adecuada este primer aspecto esencial de su Persona divina, viviendo en la naturaleza infinita y trascendente del Verbo eterno de Dios, y viviendo en el hombre Jesús, nacido de la Virgen María por obra del Espíritu Santo; y luego este segundo aspecto, su inserción en nuestro cosmos, en nuestra historia, en nuestro destino, en nuestra vida, en nuestra conversación íntima (Cfr. Bar. 3, 38) ,. . . y sentirás la capacidad comprensiva de tu mente estallar en un éxtasis de sabiduría, verdad y misterio, que intentará expandirse, sin quedar plenamente satisfecho en todas las dimensiones posibles, para luego derramar el amor que sobrepasa toda ciencia (Cf. Eph. 3, 18-19). Nos parece que tú, Focolarini, te has enfrentado a este doble problema: ¿Quién es Él, Cristo? y ¿Quién es Él, Cristo, para nosotros? Y he aquí, el fuego de la luz, el entusiasmo, la acción, el amor, la entrega y la alegría se ha encendido dentro de ti, y en una nueva plenitud interior lo has entendido todo, Dios, ustedes mismos, su vida, los hombres, nuestro tiempo, la dirección central. para ser entregado a toda tu existencia. Sí, esta es la solución, esta es la clave, esta es la fórmula, antigua y eterna, y cuando se descubre, nueva. ¡Lo ha sentido, y le ha dado a su movimiento la definición de "Nueva Generación", Gen !

¡Así que, queridísima Generación Juvenil! ¡Encontrarse, conocer, amar, seguir a Cristo Jesús! Este es tu programa. Ésta es la síntesis de vuestra espiritualidad, que vosotros, celebrando el Jubileo del Año Santo, queréis reafirmar en vuestras conciencias y plasmar en vuestra vida. Con dos conclusiones. La primera: condensar el secreto de tu Movimiento en un pensamiento central y fecundo, procura tener siempre a Jesús como Maestro. "Único", dijo Jesús mismo de sí mismo a sus discípulos, "único es vuestro Maestro", Cristo ( Mat . 23, 8). ¡Ten el carisma para comprender esta verdad! Es la luz del pensamiento y la lámpara de la vida. ¡Jesús Maestro! Y luego la segunda conclusión, que también oímos de labios del Maestro Jesús: "Sois todos hermanos" ( Ibid..). Ten la sabiduría y el coraje para llegar a esta conclusión, que es la raíz de la socialidad cristiana. A menudo resulta desconcertante observar cómo muchos, que se dicen seguidores del Evangelio, son incapaces de deducir del Evangelio mismo una sociabilidad basada en el amor. Quizás teman, armados sólo del Evangelio, de ser débiles, abstractos, ineptos en la gran misión de hacer hermanos a los hombres; y piensan en encontrar principios y fortalezas adicionales buscando su eficacia en escuelas materialistas y ateas, que extraen su lógica y energía de la lucha de hombres contra hombres. Estos son sustitutos contradictorios de la educación del mundo moderno hacia una socialidad justa y fraterna.

Tú, nueva generación, sé fiel y coherente. Si has elegido a Cristo como tu Maestro, confía en él y en la Iglesia, que te guía y te lo presenta. Demuestre con hechos el poder de realización de la caridad, del amor social, establecido por el Maestro. Será una experiencia nueva y generadora de un mundo más justo y bueno. Será una experiencia fuerte; pedirá resistencia, sacrificio, quizás heroísmo; os pedirá también vosotros los cirenenses robustos y dispuestos, que dan la espalda para sostener la Cruz de Jesús ¡Sí, también tendréis que sufrir con él, como él, por él! ¡Pero no temas, Gen! ¡estar seguro! habrás trabajado tu propia salvación y la de nuestro mundo moderno. ¡Y siempre, como hoy, estarás bien y feliz!

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

19 de marzo de 1975    

Honramos a San José, "el esposo de María, de quien nació Jesús, llamado Cristo" ( Mat.. 1, 16). Hoy lo honraremos como aquel a quien Dios eligió dar a la Palabra de Dios, que se hace hombre, el nido, la genealogía histórica, la casa, el entorno social, la profesión, el guardián, el parentesco, en una palabra, la familia, esta célula primaria de la sociedad, una comunidad de amor, libremente constituida, indivisible, excluyente, perpetua, a través de la cual el hombre y la mujer se revelan mutuamente complementarios, y destinados a transmitir el don natural y divino de la vida a los demás seres humanos. , sus niños. Jesús, Hijo de Dios, tuvo su propia familia humana, por la que apareció y fue al mismo tiempo el Hijo del Hombre; y con esta elección suya ratificó, canonizó, santificó este instituto común nuestro que genera la existencia humana, por encima del cual nuestra oración y nuestra meditación hoy ponen a los piadosos,

Verdaderamente debemos hacer inmediatamente una observación fundamental respecto a este santo personaje, destinado a actuar como el padre legal, no natural, de Jesús, cuya generación humana se produjo de manera muy singular, prodigiosa, por obra del Espíritu Santo, en el vientre de María, la Virgen Madre de Dios, Jesús su verdadero hijo, y sólo oficialmente, como se creía ( Luc . 3, 33; Marc . 6, 3; Mat.. 13, 55), "hijo del herrero", José. Aquí se abriría a nuestra consideración su historia personal, su drama sentimental, su "novela", que bordeaba el colapso de su amor, que con privilegiada intuición había elegido a María, la "llena de gracia", que es la más bella, la la más adorable de todas las mujeres, como su futura esposa, cuando supo que ya no era suya; estaba a punto de convertirse en madre; y el que era un buen hombre, "solo" dice el Evangelio, es decir, capaz de sacrificar su amor por el destino desconocido de su prometida, pensó en dejarla sin hacer un escándalo, sacrificando lo más querido en la vida, su amor por la incomparable Doncella.

Pero también Giuseppe, aunque humilde artesano, fue un privilegiado; tenía el carisma de los sueños reveladores; y uno, el primero registrado en el Evangelio, fue este: «José, hijo de David, no temas acoger a María como tu consorte, ya que lo que nació en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; porque él salvará a su pueblo de sus pecados "( Mateo 1, 20-21); es decir, será el Salvador, será el Mesías, "Emmanuel, que significa Dios con nosotros" ( Ibid . 23). José obedeció: feliz y al mismo tiempo generoso en el sacrificio humano que se le pedía. Será el padre del feto, no de la carne, sed charitate, escribe San Agustín (S. AUGUSTINI Serm.52 , 20; PL38, 351); esposo, guardián, testigo, de la virginidad inmaculada y al mismo tiempo de la maternidad divina de María (Cfr. IDEM Serm . 225; PL 38, 1096). Situación única, milagrosa, que pone de relieve la santidad personal no solo de Nuestra Señora, sino al mismo tiempo la de su modesto pero sublime esposo, José, el Santo que la Iglesia presenta, incluso durante la formación cuaresmal, a nuestra veneración festiva. ¡Y aquí estamos entonces frente a la "Sagrada Familia"!

Sí, queridas, queridas familias cristianas, llamadas hoy por nosotros a esta celebración, felices de ver que muchos peregrinos y fieles se unen a ustedes. Sí, debemos expresar con nuevo fervor, con una nueva conciencia nuestro culto a este cuadro, que el Evangelio pone ante nosotros: José, con María, y Jesús, niño, niño, joven con ellos. La imagen es típica. Cada Familia puede reflejarse en ella. El amor doméstico, el más completo, el más bello según la naturaleza, irradia del humilde escenario evangélico y se derrama inmediatamente con una luz nueva y deslumbrante: el amor adquiere un esplendor sobrenatural. La escena cambia: Cristo tiene la ventaja; las figuras humanas cercanas a él asumen la representación de la nueva humanidad, la Iglesia; Cristo es el Esposo; La novia es la Iglesia; la imagen del tiempo se abre sobre el misterio de Con el tiempo; la historia del mundo se vuelve apocalíptica, escatológica; bienaventurado el que sabe a partir de ahora vislumbrar la luz vivificante; la vida presente se transfigura en la futura y eterna: nuestro hogar, nuestra familia se convertirá en el paraíso.

Queridos hijos, escúchennos. Aceptar la vida cristiana como un programa hoy se convierte en un ejercicio fuerte. El hábito tradicional de nuestras casas, ordenado, sencillo y austero, bueno y alegre, ya no se sostiene por sí solo. La costumbre pública, que preside las virtudes domésticas y sociales, está en proceso de cambio y, en ciertos aspectos, en proceso de disolución. La legalidad aparece y no siempre es suficiente para las exigencias de la moral. La familia está cuestionada en sus leyes fundamentales: unidad, exclusividad, perenneidad. Depende de ustedes, esposos cristianos; a vosotros, familias bendecidas por el carisma sacramental; a ustedes, fieles de una religión que tiene en el amor, en el verdadero amor evangélico su expresión más alta y más sagrada, más generosa y feliz, a ustedes les toca redescubrir su vocación y su fortuna; a vosotros os corresponde conservar el carácter incomparablemente humano y espontáneamente religioso de la familia cristiana; De ti depende regenerar en tus hijos y en la sociedad el sentido del espíritu que eleva la carne a su nivel. San José te enseña cómo. Hoy lo invocaremos juntos para este propósito.


En esta solemnidad de San José, patrón de la Iglesia universal, nuestro pensamiento está con todas las familias católicas del mundo. Mientras se esfuerzan con la gratitud de Dios por cumplir su destino y vivir plenamente su elevada vocación como esposos y esposas y padres y madres cristianos, les enviamos la expresión de nuestro propio amor paterna1 y profundo afecto en el Señor. Oramos para que, en la realización y aceptación de tu dignidad y de tu carisma sacramental, encuentres una gran fuerza, una alegría profunda y un amor sin fin.

Unas palabras de salute para todos vosotros, los componentes de los grupos familiares de lengua española, que participais en este acto litúrgico. Que la espiritualidad del Año Santo os enseñe a cultivar con esmero las virtudes específicas que caracterizan a las familias cristianas. Defendió el núcleo familiar contra toda insidia de disgregación y haced reinar en él la paz y el amor de Cristo.

Heute am Hochfest des heiligen Joseph ein Wort herzlicher Begrüssung an alle anwesenden Pilger aus den Ländern deutscher Sprache. Der heilige Joseph ist das erhabene Worbild für alle christlichen Familien durch seine tiefe, gesunde Frömmigkeit, durch seine Treue gegenüber dem ihm anvertrauten Gotteskind und zur allerseligsten Jungfrau Maria, durch sein unersch5tterliches allen des Gottvertfrauen. Liebe Sohne und Tochter! Habet allezeit ein grosses Vertrauen auf die mächtige Fürsprache des heiligen Joseph!

CONCELEBRACIÓN SOLEMNe PARA LAS VOCACIONES

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

20 de abril de 1975

¡Venerables hermanos! ¡Queridos hijos!

¡Día de las vocaciones! Se ha hablado mucho de él, pero la importancia del tema y su complejidad requieren que sigamos hablando de él; es siempre. Y hoy la Iglesia habla con una voz tan fuerte y profética de este tema que no basta simplemente con escucharlo; tienes que entenderlo. Ha llegado el momento de penetrar en su significado y dejar que su significado entre en contacto con nuestro corazón, con la profundidad personal de nuestra conciencia; y nada menos con la experiencia histórica de hoy. Lo hacemos ahora mediante una síntesis muy breve (Cfr. Seminarium , 1, 1967). ¿Qué significa vocación si no se llama? Anuncio, diálogo entonces, inicio de conversación, invitación a una coincidencia en la verdad, provocación a una comunión, a un amor. Llamar: ¿quién llama?

¡Hermanos e hijos! Tratemos de comprender. La vida, nuestra vida misma es una vocación. La razón de nuestro ser, racional y libre, es una vocación. El catecismo antiguo no ha perdido nada de su sabiduría filosófica y teológica: hemos tenido el don de la existencia para conocer y amar a Dios; sí, Dios, que quiso despertar al homo sapiens antes que a sí mismo ; un ser dedicado a la investigación, a escuchar las voces del ser, del cosmos, de la ciencia. Podemos aplicar una frase de San Pablo a esta relación de nuestra vida: nihil sine voce. Nada es mudo. Todo habla por quien sabe escuchar. Los secretos de la naturaleza son posibles confidencias de Dios creador para quien sabe descubrirlos. Es una primera forma de vocación, la vocación a la ciencia que en sí misma merece un gran discurso: permanece y encuentra al hombre moderno absorto en su maravilloso hechizo mágico. Ayer mismo, honramos su valor perenne, fecundo e inagotable en el encuentro con nuestra Pontificia Academia de Ciencias.

Pero la vocación científica, fiel a sus aspiraciones trascendentes, alcanza el umbral de la religión y coloca allí su cántico humilde y solemne: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y las obras de sus manos proclaman el firmamento" ( Sal . 18). , 1: cf. Proverbios 22, 17 y siguientes; etc.). Gran liturgia, también exuberante de misterios y luces, ciertamente no hostil a la religiosa, sí bien, su escala y en cierto sentido su reflejo (cf. Matth.. 6, 28-30). Los más grandes amantes de esta vocación natural lo han entendido: la reciente conmemoración del centenario de Copérnico, antiguo maestro de la "Sapienza" de Roma, ha recordado esta armonía, no sólo posible, sino siempre deseable, de la ciencia racional con la fe religiosa. Pero la vocación científica no agota, y muchas veces ni siquiera comienza, el diálogo nuevo y ulterior que el Dios inefable quiere abrir con el hombre y que por su naturaleza se vuelve hacia las cosas externas a nosotros, mientras que el hombre se embriaga y embriaga inmediatamente por ellas. .lo vuelve inmediatamente a fines utilitarios, de donde nace y califica la civilización moderna y se vuelve pesada, profana y casi excluida de la apertura de nuevos secretos, que San Agustín resume en el doble voto: noverim Te, noverim me, penetrante y sabio. conocimiento de Dios y de sí mismo (Cfr. S. AUGUSTINISolil . 11, 1; PL 32, 885).

La vocación natural, primera, indispensable, sumamente rica, denuncia sin embargo sus límites, que, casi paradójicamente, cuanto más sensibles y opresivos, más vastos y extendidos son sus límites hacia el océano de la experiencia sensible y del conocimiento racional. La humanidad se adapta principalmente a ella, pero al final sufre y tristemente se resigna a una valoración bastante pesimista de la vida y del mundo. Recuerda la vanitas vanitatum de Eclesiastés, ¿quién siente, después de haberlas disfrutado, la fugacidad de las cosas devoradas por el tiempo y depreciadas por la incapacidad de saciar el alma humana más grande y codiciosa que su capacidad de llenarla y saciarla? Y es a menudo aquí, en la trama de la vida, incluso siendo muy jóvenes, Hijos y Hermanos y Amigos, donde creemos que puede producirse la segunda vocación del peregrino, la vocación, llamémosla evangélica, es decir, la escucha. , electrocución, d 'una palabra del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo ( Io.15 , 16).

Tiene la iniciativa; sí, pero esto es respetuoso de una libertad que la hace decisiva. Leer la vida de los santos, analizar las biografías de los conversos, pero quizás también prefieras las sencillas crónicas de los jóvenes, nuestros pares, hombres o mujeres que son, que, en un momento dado, han escuchado y entendido una palabra evangélica para entrar, sigilosamente al principio, luego dominando, en su conciencia. Nos parece que la forma en que esta presencia interior del Verbo divino actúa sobre las almas no es única: ¿una respuesta a un problema espiritual acuciante? ¡Sueño sincero de santidad! ¿Un bálsamo reconfortante para una aflicción inconsolable, un valiente remedio para un remordimiento perturbador? ¿Descubrimiento de deberes previamente olvidados? ¿Consonancia de un verbo evangélico con voz humana, actual, llorona? No sé.

La auténtica vocación evangélica que el juicio autoritario de la Iglesia experimenta y valida (Cfr. Presbyterorum Ordinis , 11, nota 66) es esta. La convocatoria se convierte en elección, elección, desapego, separación, segregación (Cfr. Act . 13, 2): es decir, se convierte en una candidatura a un cargo especial, que tiene esta primera característica, hoy la más dolorosa, de imponer una especie de vida diferente de ese punto común, singular, codiciado y estimado en la clase ordinaria de adoquines, mientras que en algún momento tuvo su propia estima social respetada y, a menudo, honorable; hoy no; es la característica del único amor a Cristo, a Dios, en una medida total, en una forma exclusiva, la característica del sacrificio, de la autoaniquilación (Cf. Fil.. 2, 7 y siguientes); característica interpenetrada por otra inmediatamente derivada, la dedicación en la oración o en el ministerio al bien de los demás, al servicio sin reserva al prójimo, con preferencia a los más necesitados de amor, asistencia, consuelo. La llamada, que se ha convertido en elección, se convierte en dedicación, inmolación, heroísmo silencioso y gratuito.

La vocación se vuelve eclesial. Es decir, está injertado en un cuerpo, sí, social, humano, organizado, jurídico, jerárquico, admirablemente compacto y obediente; decir todo lo que queráis de esta agregación externa, tradicional, disciplinada en la que el individuo parece perder su personalidad, parece, digamos, pero la adquiere en el acto mismo que se conjuga con este cuerpo eclesial terrenal y visible, porque se trata del Cuerpo Místico, que es la Iglesia de Cristo, del que fluyen ríos de carismas divinos, los dones, los frutos del Espíritu Santo en los elegidos (cf. Gá.. 5, 22 ss.), Y en el sacerdote la suma misteriosa y milagrosa de poderes divinos, como el del anuncio de la Palabra de Dios, o el de las virtudes de resucitar a la gracia a las almas muertas, y más el de sacrificar en Misa en su presencia real y sacramental Jesús, víctima de nuestra Redención. Y luego está este misterio de unidad, de tener siempre presente, como cumbre de la caridad, un misterio que asume formas sensibles y sociales, y que nos hace soñar en nuestro mundo histórico, que con un esfuerzo extraño y muchas veces simultáneo genera y destruye. su paz unitaria; misterio por excelencia confiado a los devotos del seguimiento sacerdotal y religioso de Cristo: ¡que todos sean uno! ( Io.17 )

Hermanos e Hijos y Amigos, prolonguen por ustedes mismos esta meditación sobre la vocación: natural, evangélica, eclesial; no podrás llegar a su fin (cf. Ef 3, 18 ss.) en la plenitud del sentido, de la grandeza espiritual y moral, de la inefable fortuna sobrenatural que promete y garantiza. Nunca te equivoques para poder lograrlo en la economía de la duración, el sacrificio y el amor. No aísle su pensamiento del de la función siempre superlativa que adquiere en la estructura de la Iglesia viva; no olvides la urgente necesidad que tiene el mundo hoy; y no recites en vano las sacrosantas palabras, que imputan la responsabilidad y que anuncian la solrte bienaventurada: hodie si vocem Eius audieritis, nolite obdurare corda vestra! ( Ps. 94, 8) Escuche la voz.


Nuestro llamado se dirige a toda la Iglesia de Dios. Hacemos un llamamiento al interés personal y la solidaridad orante de parte de todos, en materia de vocaciones. En particular, pedimos a los jóvenes de todo el mundo que abran su corazón a los impulsos del Espíritu Santo y que, con amor generoso y perseverante, acepten la invitación a sacrificar su vida con Jesús por sus hermanos. Porque es a través de esta generosidad y sacrificio que la humanidad es conducida a participar del Misterio Pascual del Señor. ¡Escucha nuestra voz! ¡Escuche nuestras palabras! Vienen a ti en el nombre de Cristo, el Pastor Supremo.

Herzlich grüssen Wir in dieser Liturgiefeier auch die Pilger aus den Ländern deutscher Sprache. Hört, liebe Söhne und Töchter, am heutigen Welttag der geistlichen Berufe erneut die eindringliche Bitte Jesu Christi: »Bittet den Herrn der Ernte, dass er Arbeiter in seine Ernte sende« ( Mat . 9. 38). Gott braucht Menschen - und heute mehr denn je -, die sich zum Heil der Mitbrüder vorbehaltlos seinem Dienste weihen. An uns liegt es, sie von ihm für die Kirche durch unser inständiges Gebet zu erflehen. Seine Erhörung ist uns gewiss!

En esta Jornada vocacional del Año Santo, os invitamos, amadísimos peregrinos, a pedir con insistencia al Señor que siga donando a su Iglesia espíritus nobles y fuertes; almas que, with gozosa gratitud a la llamada divina, ofrenden su vida para ser testigos fieles de la Palabra y guien a los hombres por las sendas de salvación.

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes 2 de febrero de 1976

Y ahora venid, hijos venerados y amados, y traedme la ofrenda simbólica de vuestro cirio, que habéis hecho una generosa ofrenda de su vida a la Iglesia y una amorosa ofrenda a Cristo, sacerdotes y religiosos consagrados en el sagrado celibato; venid, devotas Hijas en Cristo, a quienes la oblación de vuestra virginidad distingue como flores inmaculadas en el jardín de la comunidad católica; Venid, fieles, que hacéis seguidos de un esplendor radiante de honestidad cristiana en los caminos del Evangelio. Venir; y entregue todo al gesto piadoso y devoto de entregar el cirio bendito su pleno sentido, su valor transfigurador: el de respeto y obediencia a la santa Iglesia, el de la austeridad y rectitud de su estilo moral, personal y comunitario, de cristianismo. la vida, especialmente la de la virtud de la castidad,

Nos gustaría que este significado, este valor, especialmente de la pureza cristiana, esté presente en sus almas al realizar esta ceremonia religiosa. ¿Por qué debería prevalecer este pensamiento en nosotros hoy? ¡Oh! por muchas razones, una ocasional primera, relativa a su actualidad, que nos llamó la atención por la reciente Declaración de nuestra Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, una declaración muy importante sobre ciertos temas de ética sexual y coronada al final de un hermoso y apología sintética de la virtud de la castidad, «que no se limita, dice la Declaración, a evitar las faltas señaladas; también implica exigencias positivas y superiores. Es una virtud que imprime a toda la personalidad, tanto en su comportamiento como en su interior,Declaratio de quibusdam quaestionibus ad sexualem ethicam spectantibus , 11).

Y es este aspecto positivo de la pureza que nos gustaría inspirar el rito que estamos realizando, confirmando en nosotros la conciencia de su necesidad, no sólo en defensa de las opiniones aberrantes y debilidades alienantes, que hoy lo desprecian, y lo dicen: por un lado, imposible, por otro nocivo o superfluo (Cfr. S. THOMAE, Summa Theologiae, II-IIæ, 151 ss.), Pero también como exaltación de su función reparadora del desorden ético-psicológico introducido en la compleja estructura del ser humano por el pecado original y de su indispensable eficacia pedagógica en vista de un verdadero equilibrio y autocontrol liberador de un hombre nuevo y cristiano. Debemos reconocer el parentesco de esta virtud con la fuerza y ​​la belleza del alma animada por el Espíritu Santo (Cf. S. AMBROSII De Virginitate , 1, 1), admitiendo que va más allá del entendimiento, especialmente en su perfecta expresión. más la observancia por tantos hombres (cf. Matth. 19, 11); pero siempre para concluir que la pureza, alimentada por el ascetismo y la oración, y sostenida por la inevitable ayuda divina, es posible ( Cor.12 , 9; Fil.4 , 13; Mat.5 , 29; 18, 8-9), es también fácil (SACRAE CONGREGATIONIS PRO DOCTRINA FIDEI Declaratio de quibusdam quaestionibus ad sexualem ethicam spectantibus , 11 al final), y nos hace felices.

¿Por qué feliz? Porque, dijo el Señor : ¡Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios! Mat . 5, 8) Nada oscurece la mirada sobre las cosas espirituales y divinas más opaca que la impureza de los pensamientos, los sentidos, el cuerpo (1 Cor . 2, 14); y nada prepara mejor nuestra alma para el cariño, la comprensión, la contemplación de los misterios religiosos que la pureza. Favorece la transparencia de nuestra oración sobre las Realidades inefables a las que se dirige nuestra vocación cristiana, y especialmente nuestra inmolación célibe y virginal (Cfr. S. THOMAE Summa Theologiae , II-IIæ, 152, 1; ibid. 2; 153, 5 ). No apaga la llama del corazón; de hecho, es la atmósfera del amor, de la caridad.

Sí, hacia Dios, de alguna manera podemos entenderlo: el alma dedicada solo a Dios lo busca, lo sirve, lo ama con todo su corazón; en nuestro espíritu se produce una concentración unitaria y totalmente convergente sobre el Dios infinito, hecho accesible a nosotros de alguna manera; la investigación continua siempre permanece alerta; y al mismo tiempo una paz inalterable ocupa todo su espacio interior (Cfr. S. TERESA, Camino de la perfección ).

¿Pero hacia el próximo? ¿Hacia la sociedad? ¿Hacia la humanidad? Oh, hermanos, oh, hermanas en Cristo, conocéis este otro prodigio de la castidad consagrada a la caridad: no sólo no cierra las ventanas de nuestras células al mundo, sino que las abre, para no buscaros ese bendito encuentro de conyugalidad. amor., que hoy más que nunca honramos y conocemos la fuente, en Cristo, de la gracia sacramental y el programa normal de santificación, pero para derramar en la caridad que se sublima y se entrega al servicio de los demás y en el autosacrificio, y que hace del celibato y la virginidad fuentes incomparables de santidad evangélica, que les asegura, en la economía cristiana, el primado en la jerarquía del amor. ¿Quién puede amar y servir mejor a los hombres que el que, renunciando a todo su amor humano, ofrece su vida a ese Cristo Jesús, ¿Que de cada hermano necesitado hizo un sacramento de su presencia mística y social? (VerMatth . 25, 40; cf. Bossuet.)

La castidad consagrada no es egoísmo, sino autoinmolación para ese reino de Dios que es todo celebración de la caridad eclesial, es decir, positiva y universal.

Así, pues, hermanos y hermanas en Cristo Señor: al llevar al altar nuestras velas, casi símbolos de nuestra pureza ofrecida a la luz, a la consumación en el autosacrificio, renovamos en nuestro corazón el compromiso de nuestra donación y la confianza de el ciento por uno, premio que el mismo Cristo le prometió ( Mat . 19, 29; cf. J. COPPENS, Sacerdoce et Célibat , Lovaina 1971; P. FELICI, Bienaventurados los de limpio corazón , en "L'Osservatore Romano", 1 de febrero de 1976).

CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE PIUS XII

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 7 de marzo de 1976

Nuestro espíritu, atento al Evangelio de San Marcos ( Marc.1 , 12-15), propuesto por la liturgia de hoy en este primer domingo de Cuaresma para nuestra meditación, se enfrenta a dos cuadros de gran interés: el primer marco es el árido, deshabitado y desolado del desierto, tal vez el de la montaña cercana al Mar Muerto, pedregoso y arenoso, donde la escuálida soledad pone a quienes se aventuran allí en un contacto interno casi obligatorio consigo mismos, mientras los exponen a algún traicionero encuentro con la naturaleza bestias del lugar, quemadas por el sol despiadado, y barridas por las inclemencias del viento. Allí Jesús, impulsado por el Espíritu, después del bautismo penitencial, que también quiso recibir del Precursor Juan, se retiró y permaneció cuarenta días, en ayuno sobrehumano, como Moisés (Ej . 34, 28; cf. 3 Reg . 19, 8); entonces al final, agotado por la languidez y el hambre, que tuvo que soportar el misterioso triple lucha con el diablo, Satanás los evangelistas Mateo y Marcos le llaman ( Mt 4, 10;. Marc . 1, 13), y finalmente fue servido por los ángeles . Cuadro difícil para un comentario literal, pero muy apropiado como típica introducción a la misión mesiánica que Jesús estaba a punto de comenzar (Cfr. F. DOSTOJEVSKI, Los hermanos Karamazov ).

Entonces San Marcos nos abre inmediatamente a otro cuadro, tras la detención de Giovanni, que desaparece de la escena del Jordán. Jesús vuelve a Galilea, y aquí comienza su predicación, lo que se llama el "Evangelio del reino de Dios" ( Mc 1,14) y que se abre con un anuncio fatídico: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca. ; convertir y creer en el Evangelio "( Ibid.. 14-15). Todos nosotros, fieles a la escuela de la liturgia, tendremos este doble cuadro ante nuestras almas, como si fuera hoy el escenario de fondo que ofrece un entorno ideal y en cierto sentido la luz para otro personaje, que, casi moviéndose de Ese trasfondo evangélico, venga a nosotros, y cien años después de su propio nacimiento histórico, se presente a nosotros, a muchos de nosotros que lo hemos conocido personalmente, y reflejando en sí mismo la soledad de Cristo ermitaño en el desierto, y por tanto el ministerio de Cristo evangelizador, todavía nos tiende hierática y paternalmente sus dulces manos, como signo de benevolencia y bendición: el Papa Pío XII. Detrás de él se encuentra el Cristo secreto del desierto, el Cristo profético del Evangelio. No es nuestra intención ahora rastrear su historia, su panegírico;

Tenemos que fijar la fecha de nacimiento: tuvo lugar el 2 de marzo de 1876; era el tercer hijo de Filippo Pacelli, noble patricio de Acquapendente, cuya familia se había trasladado a Roma, y ​​que tenía reputación por su infatigable profesión de abogado y por los cargos públicos a los que fue llamado para servir en la ciudad, ciertamente no floreciendo entonces. prosperidad temporal, pero siempre en la cima de los acontecimientos históricos, que conmovieron a Europa y agitaron a Italia, ahora en camino hacia la difícil y ansiada meta de su unidad nacional.

El nombre elegido fue Eugenio, con los añadidos de Maria, Giuseppe, Giovanni; y se le confirió el bautismo en la iglesia de los Santos Celso y Giuliano. La copa del baptisterio se conserva ahora en S. Pancrazio, en la Iglesia de las Carmelitas Descalzas, en el monte Janículo. Que valga la pena recordar a la venerable madre de Eugenio, que fue Virginia Graziosi, recordada por tanto hijo con siempre conmovedor afecto.

En el noble y popular centro histórico de Roma, en Via Monte Giordano 34, esta fue la casa de la familia Pacelli; y aquí hay que señalar la circunstancia obvia, pero ahora singular: Pío XII fue Papa Romano, no solo por el oficio apostólico que le fue conferido, sino por nacimiento, como no había sucedido en algún tiempo (debemos remontarnos al Papa Inocencio XIII , Michelangelo dei Conti [1721-1724], para recordar un hecho análogo). De nacimiento, de tradición, de memoria, como para dar testimonio de cómo esta ciudad de mil vidas tiene la suya en sangre e historia, y siempre fecunda y fiel a su vocación espiritual única y centenaria: "presidir en la caridad". "(S.. IGNATII ANTIOCHENES Ad Romanos ," Prologus "). ¡Dios te conceda!

Eugenio Pacelli asistió a la escuela clásica Visconti, instalada en el antiguo Colegio Romano, de la que siempre guardó un recuerdo muy fiel y afectuoso. Luego la Capranica, la Gregoriana, la Sant'Apollinare, y luego la Misa, la primera vez celebrada en S. Maria Maggiore, luego la asunción a la Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, espera Monseñor Cavagnis, y luego el gran Monseñor Gasparri, bajo cuya dirección el joven Pacelli trabajó durante catorce años, con la diligencia e inteligencia que era su costumbre, en esa recopilación de supremo valor que es el "Codex Iuris Canonici", ahora, después del Concilio, bajo revisión, pero una síntesis monumental y sabia de la inmensa literatura de la ley de la Iglesia.

Eugenio Pacelli, legislador en la Iglesia, nos obliga a recordar su trabajo para la legislación fuera de la Iglesia, es decir, en relación a los contactos de la Iglesia con los estados modernos, un trabajo que con un estudio muy delicado, en gran parte personal, supo establecer normal y leal, en tres Concordatos, con Alemania; Los acuerdos, que ni siquiera la guerra y los cambios que la siguieron fueron capaces de subvertir, tan bien confirman como estructuras pacíficas y corroboradoras de los intereses espirituales y civiles de las altas Partes Contratantes, y para su mutua satisfacción aún sustancialmente vigentes, demuestran su eficacia beneficiosa.

Luego Pacelli en Roma, como secretario de Estado en los últimos nueve años del pontificado de Pío XI, quien tenía para él la mayor estima y el más fiel servicio de él. Sería una página de historia psicológica de gran interés, si pudiera describir y descifrar adecuadamente las muy, muy diferentes características peculiares de estas dos grandes personalidades, que sólo la práctica más penetrada y consciente de las virtudes eclesiásticas pudo fusionar en constante, armonía complementaria y ejemplar.

Tuvimos entonces la inestimable fortuna de prestar, como suplente de la Secretaría de Estado, nuestros modestos pero casi diarios servicios a los dos grandes y virtuosos Pontífices. Podemos ser testigos admirados, especialmente en lo que respecta a los largos quince años de nuestra humilde conversación con el Papa Pío XII, cuál fue su bondad, su cultura, su diligencia en el trabajo, su compasión por los dolores de los demás, su alma, pastoral y apostólica.

Nos es imposible decirlo todo, ni siquiera en resumen. Sin embargo, dos puntos parecen merecer una mención especial de nuestra parte, también en esta ocasión. El primer punto se refiere a su actitud hacia la Segunda Guerra Mundial. Mucho se habló de él al respecto y no siempre conforme a la verdad, falsamente sofisticado sobre la elegante timidez de su carácter, o sobre la parcialidad de sus simpatías con tal o cual Pueblo. Este magnánimo Pontífice no debe ser juzgado así, muy fino, sí, en su sensibilidad humana y cristiana, pero siempre sabio y justo. Ciertamente podemos agregar que siempre fue fuerte y justo, perfecto gobernante de sus sentimientos e intrépido defensor de la justicia, todo empeñado en el autosacrificio, en ayudar al sufrimiento humano, en el valiente servicio de la paz.

El otro punto se refiere a su religiosidad. Al respecto dijimos en otra ocasión, en Milán, que ahora reafirmamos, repitiendo aquí las palabras que el "Liber Pontificalis" reserva para alabanza del Papa Eugenio I y que parecen escritas para su sucesor, Eugenio Pacelli: Eugenio, natione romanus, / clericus ab incunabulis. . . / Fuit. . . benignus, mitis, mansuetus, omnibus / affabilis et santitate praeclarior (Cfr. DUCHESNE ,, Liber Pontificalis , 1, 341 y sigs., a. 654-657).

Nuestra voz tiembla, nuestro corazón late, dirigiendo a la venerada y paternal memoria de Eugenio Pacelli, Papa Pío XII, el afectuoso elogio de un humilde hijo, el devoto homenaje de un pobre sucesor.

Recuerden esto, romanos, a este distinguido y elegido Pontífice suyo; recuerda la Iglesia; recuerdas el mundo, recuerdas la historia. Es digno de nuestro recuerdo piadoso, agradecido y admirado.

MISA DE CANONIZACIÓN DE RAFAELA MARIA PORRAS Y AYLLÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Domingo 23 de enero de 1977

Venerables Hermanos y amadísimos hijos,

Un gozo profundo embarga nuestro corazón y un canto de júbilo aflora a nuestros labios en estos momentos que estamos viviendo. Sentimos que en nuestra voz se condensa el himno de alabanza de toda la Iglesia, exultante por los destellos de nuevo esplendor sobrenatural, alentada por una renacida fecundidad de virtud, enriquecida con otro eximio ejemplar de santidad. Son estos los sentimientos que acompañan el acto litúrgico que celebramos: la exaltación al supremo honor de los altares de un modelo singular de humildad, la Beata Rafaela Porras y Ayllón, Madre Rafaela María del Sagrado Corazón.

Estamos ante una figura peculiar, cuyos ricos y múltiples matices personales no dejan de causar impresión, como habéis podido apreciar, a través del relato de la vida, leído hace unos momentos. Nace en el pueblo español de Pedro Abad, cerca de Córdoba, el 1 de marzo de 1850. Perdidos muy pronto sus padres se dedica con su germana Dolores a la oración y a la caridad.

Este género de vida, tan opuesto a las aparentes conveniencias de su alta posición social, suscita el contraste con los deseos de la familia; hasta tal punto que la presión familiar les hace sentir la necesidad de abrazar la vida religiosa.

El 24 de enero de 1886, el Instituto recibe el Decretum Laudis y un año después es aprobado definitivamente con el nombre de Congregación de «Esclavas del Sagrado Corazón».

La Madre Rafaela María dirige el nuevo Instituto durante 16 años con gran dedicación y tacto. Demuestra también claramente su extraordinaria profundidad espiritual y su virtud heroica, cuando por motivos infundados ha de renunciar a la dirección de su obra. En esta humillación aceptada, morirá en Roma, prácticamente olvidada, el día 6 de enero de 1925.

La vida y la obra de la Santa, si las observamos por dentro, son una apología excelente de la vida religiosa, basada en la práctica de los consejos evangélicos, calcada en el esquema ascético-místico tradicional, del que España ha sido maestra con figuras tan señeras como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, Santo Domingo, San Juan de Ávila y otras.

Esta forma de vida consagrada queda como típica en la Iglesia (aunque existen otras formas y van surgiendo otras más), en la que Cristo es el único maestro, el inspirador, el modelo, el motivo de las más generosas donaciones, de las más íntimas confidencias, del más valiente esfuerzo de transformación de la humana existencia. Se trata de la superación de la renuncia a tantas cosas humanas, para sublimarlas en una entrega eclesial, en un vivir únicamente para el Señor, asociándose con la plegaria y el apostolado a la obra de la redención y a la dilatación del reino de Dios (Cfr. Perfectae Caritatis, 5).

Este ha sido el objetivo, este ha sido el ideal egregiamente puesto en práctica por las Esclavas del Sagrado Corazón, Instituto para el que la fundadora quiso como carisma propio el culto público al Santísimo Sacramento expuesto, en actitud de reparación por las ofensas cometidas contra el amor de Cristo, el apostolado de formación de las jóvenes, con preferencia por la educación de las pobres, y el mantenimiento de centros de espiritualidad que faciliten a las personas que así lo deseen un encuentro con Dios.

¡Cómo resulta difícil, cómo puede ser dramático a veces el seguimiento generoso y sin reserva de estos ideales! La historia de la nueva Santa es bien elocuente a este respecto. Pero precisamente en esa dedicación total a una tarea superior en la que se esconde con frecuencia la cruz de Cristo, se encuentra la garantía de fecundidad ejemplar de una vida religiosa, camino siempre válido, siempre actual, siempre digno de ser abrazado, en la fidelidad a las exigencias que impone.

Por esto, a vosotras, Religiosas presentes y ausentes, vaya nuestro saludo paterno y nuestra voz complacida, que hace eco a la de Cristo: ¡Dichosas vosotras, porque habéis elegido la mejor parte! (Cfr. Luc. 10, 42) ¡Dichosas sobre todo vosotras, hijas de la nueva Santa, si permanecéis fieles al rico y preciso legado que ella os confió; si sabéis dar toda la fecundidad universal que Santa Rafaela María soñó y que la Iglesia espera de vuestro Instituto; si desde la fidelidad a vuestro carisma propio, sabéis mirar con corazón abierto y actualizado el mundo que os rodea!

A este propósito no podemos menos de recordar dos aspectos característicos del Instituto de las Esclavas del Sagrado Corazón, que la nueva Santa pone magníficamente de relieve y que son de palpitante actualidad: la adoración a la Eucaristía y el apostolado pedagógico.

La adoración al Santísimo Sacramento, renovada, no desvirtuada, con la reforma litúrgica, constituye una fisonomía típica de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. En ella centra su espiritualidad, en ella educa a sus hijas, de ahí espera la eficacia del apostolado; por mantener ese punto de su regla, no dudará en tomar decisiones urgentes, aunque muy dolorosas y arriesgadas. Y es que «para ella era inconcebible una obra apostólica desvinculada del deber sagrado de la adoración eucarística». En un momento como el actual en que la vida de fe sufre no pocos quebrantos en medio de la sociedad moderna, es un compromiso de perenne validez el que las Esclavas del Sagrado Corazón, en consonancia con sus esencias fundacionales, sepan dar pleno significado eclesial y modélico a la adoración eucarística.

El apostolado, sobre todo pedagógico, en favor de la formación completa de la joven, es otra característica de la vida y obra de la nueva Santa. Ella lo vio bien claro desde el principio, partiendo de la realidad que la circundaba y buscando con ello «no sólo el bien espiritual de la Iglesia, sino la salvación y regeneración social». Su fina intuición le indicaba cuánto puede esperarse de una formación adecuada de la juventud femenina.

¡Qué maravillosas respuestas pueden venir de una educación en la piedad, en la pureza, en la generosidad de espíritu, en la capacidad de comprensión ! El campo de benéfica aplicación de esas grandes potencialidades del alma femenina se amplía hoy y se hace más expectante, ante el progresivo acceso de la mujer a las funciones profesionales y públicas. Esto mismo nos hace entrever la importancia grandísima de este apostolado para la vida social, en la que hay que poner ideales nobles, esfuerzo generoso de verdadera dignificación colectiva, clarividencia de orientaciones, honestidad de propósitos, valentía en la corrección de criterios aceptados acríticamente, respeto y ayuda efectiva para la completa realización personal de todo ser humano, a comenzar por el menos favorecido; en una palabra, poniendo la animación viva de una genuina caridad, que supera cualquier motivación meramente humana, aun la más digna.

¡Loor y alabanza a vosotras, religiosas Esclavas del Sagrado Corazón por tantos ejemplos y realizaciones también en este campo social! ¡Alabanza y aliento en vuestra tarea, tan esperanzadora y meritoria, para que sea cada vez de mayor contenido eclesial y social! ¡Complacencia por esa multitud de jóvenes, que sentimos presentes y ausentes, y que en vuestro Instituto han hallado formación humana y cristiana, para inserirse luego vitalmente en el contexto de la sociedad. Son frutos y esperanzas, que comportan una obligación de compromiso práctico, de los que Santa Rafaela María se complace, inspirándolos y acompañándolos con su intercesión desde el cielo.

A esa patria feliz, definitiva, dirigimos ahora nuestra mirada, para fundir nuestro júbilo de Iglesia que camina con la dicha perenne de esos hermanos nuestros que, como Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, llegaron ya a la meta de la Iglesia triunfante, con María la Madre de Jesús y Madre nuestra, con tantos otros hombres y mujeres que preceden y guían nuestros pasos. Ante la visión extasiante de esa Jerusalén celestial, prometida, abrimos nuestro espíritu en un himno colectivo de fe, de serena y alentada espera, de alegría que confía dilatarse, de inmensa esperanza eclesial.

Il Papa cosi prosegue in lingua italiana.

Non possiamo in questa entusiasmante assemblea non esprimere i voti che spontaneamente salgono dall’intimo del Nostro animo in questo momento solenne, che cioè la missione spirituale di Santa Raffaella Maria del Sacro Cuore continui a lasciare un solco luminoso e fecondo nella vita della Chiesa. In ciò, per prime, siete impegnate voi, Ancelle del Sacratissimo Cuore di Gesù che avete ricevuto in preziosa eredità il carisma della vostra venerata Fondatrice. Vivetene fedelmente lo spirito, e si traduca in opere di carità l’ardore del suo cuore assetato di Dio ed il suo amore spoglio di ogni affetto terreno per potersi consacrare totalmente all’adorazione del Signore e al servizio delle anime.

E in questo impegno desideriamo vedere associata la Spagna cattolica, la quale con questa Santa ha saputo offrire alla Chiesa un nuovo fiore di santità dal seno delle gloriose tradizioni morali e spirituali del suo popolo. Oh! possa questa Santa, che noi siamo felici di innalzare alla gloria degli Altari, esserle propizia interceditrice delle grazie, di cui oggi sembra avere maggiore bisogno: la fermezza nella vera fede, la fedeltà alla Chiesa, la santità del suo Clero, la fratellanza sincera fra tutti i ceti sociali della Nazione, così degnamente rappresentata in special modo dalla Delegazione governativa presente a questo rito. E possa la sua fulgida figura, coronata oggi dall’aureola della santità, effondere sulla Chiesa intera e sul mondo la verità, la carità, la pace di Cristo.

APERTURA DEL QUINTO SÍNODO DE OBISPOS

HOMILIA DE PABLO VI

Viernes, 30 de septiembre de 1977

Venerables hermanos,

"Gratia vobis et pax a Deo Patre nostra et a Domino Iesu Christo" (1 Cor. 1, 3).

Con estas palabras del Apóstol de los Gentiles, hoy nos gustaría saludaros a vosotros, aquí presentes, que, habiendo abandonado las ocupaciones habituales de vuestro ministerio pastoral, se han reunido en Roma para participar en el Sínodo de los Obispos, en el que han actualmente concentran la atención y la esperanza de la santa Iglesia de Dios.

Disfrutemos de este encuentro juntos. Disfrutemos de esta hora de profunda y vigorizante alegría espiritual. El Señor que dijo que quería estar místicamente presente donde están algunos congregados en su nombre (cf. Mt 18,20 ): envuelve y sella esta asamblea nuestra con la luz y abundancia de su gracia, maravilloso ejemplo de comunión eclesial.

El tema de reflexión sobre el que nos encanta hablar con vosotros en este momento tan significativo nos lo ofrece el pasaje evangélico que acabamos de escuchar, es decir, las palabras con las que san Marcos concluye su Evangelio. En este pasaje nos llaman la atención varias cosas, y especialmente las personas de los discípulos y apóstoles del Señor; el evangelio para ser predicado; destinatarios del anuncio del Evangelio: estos son los grandes capítulos de nuestro Sínodo, que volveremos a encontrar en el transcurso del Sínodo mismo como tantos temas.

Esta mañana dejamos de considerar la parte del texto evangélico que se refiere a las personas de los discípulos del Señor, porque nos concierne directamente. Es para nosotros los obispos; especialmente para los obispos elegidos para la celebración de este Sínodo. ¡Que el Señor nos ilumine!

En este sentido pretendemos tocar dos aspectos, y en primer lugar nuestra conciencia personal.

Somos elegidos, somos llamados, somos investidos por el Señor con una misión transformadora. Como Obispos, somos los Sucesores de los Apóstoles, los pastores de la Iglesia de Dios. Un deber nos califica: ser testigos, ser portadores del mensaje del Evangelio, ser maestros ante la humanidad. Todo esto queremos recordar, Venerables Hermanos, para reavivar la conciencia de nuestra elección, de nuestra vocación, de las responsabilidades del gran, peligroso e inconveniente cargo que se nos ha confiado; pero sobre todo para reafirmar toda nuestra confianza en la ayuda de Cristo a nuestros sufrimientos, nuestros trabajos, nuestras esperanzas. Desde pensar en la humanidad de hoy, a la que se dirige nuestra acción pastoral - humanidad que todo parece hacernos creer hostiles, indiferentes, sordos a nuestro discurso, aunque en realidad muchas veces en esta actitud se vislumbra un deseo inconsciente, una auténtica y dolorosa búsqueda de Dios - pensando en todo esto, digamos, desde el punto de vista humano, el alma es invadida por una sensación de consternación, que casi paraliza toda la energía. 

No se trata de humildad, sino de un miedo que lleva instintivamente a la búsqueda instintiva de funciones menos exigentes y menos arriesgadas. Sí, ser verdaderos apóstoles de Cristo hoy es un gran acto de valentía y, al mismo tiempo, un gran acto de confianza en el poder y la ayuda de Dios; ayuda que Dios ciertamente no podrá faltar, si el corazón del apóstol está abierto a la delicada y poderosa influencia de su gracia. Además, ¿cómo no recordar al respecto las palabras de san Pablo sobre la armadura del cristiano, mucho más adecuado que el apóstol? La Iglesia necesita hoy hombres valientes, combativos, capaces de exponerse para su propio ministerio, un ministerio a veces atrevido, otras silencioso, pero siempre vigilante, activo, vivido con confianza y perseverancia; y por eso os exhortaremos con el mismo San Pablo: «Accipite armaturam Dei, ut possitis resistere in die malo et in omnibus perfetti stare. . . in omnibus sumentes scutum fidei, in quo possitis omnia tela nequissimi ignea extinguere "( Efesios 6, 13 y sigs.).

El segundo aspecto, al que se dirige nuestra reflexión, lo constituye la extensión de nuestro ministerio. El Maestro nos dice que entremos en mundum universum ( Marcos 16, 15), y sabemos bien cómo es de este mandato preciso que nuestro ministerio califica como universal y católico, de hecho es legítimo agregar sobre la base del griego cósmico término. Por tanto, la evangelización no tiene límites geográficos: potencialmente, tiende y debe incluir el mundo entero, el mundo humano en primer lugar, pero, por la centralidad del hombre en la realidad de la creación, para la función representativa y sacerdotal que allí ejerce. , incluso el mundo inanimado de todas las cosas.

Este panorama del mundo, sobre el que se enfrenta la responsabilidad de los evangelizadores, nos da la idea de inmensidad, nos hace tocar el peso de nuestra misión. ¡Cuánto, cuánto queda por hacer! A primera vista el resultado es una inferioridad abrumadora, una insuficiencia de nuestra parte que puede parecer una insuficiencia total.

 Pero por eso nuestro compromiso debe afirmarse y confirmarse: la mirada al mundo y al futuro no debe engendrar la pereza, propia del hombre que no extrae de la fuente de la gracia apostólica su propio juicio sobre el mundo y la vara de medir. evaluando las posibilidades reales de su misión.

Todo lo contrario: lejos de encerrarnos en nosotros mismos, precisamente para reaccionar ante la tentación de la inercia, debemos estar seguros de que la "virtud", es decir la fuerza, la ayuda, la ayuda del Señor está con nosotros.Et exception ego vobiscum sum omnibus diebus ( Mateo 28, 20), y el examen de la escena en movimiento de la historia moderna nos ofrece una confirmación.

 Los hombres de hoy se separan de la religión y no escuchan fácilmente nuestro mensaje porque están convencidos, erróneamente, de que el inmenso progreso de la civilización racional, como es el resultado de la tecnología y la ciencia, anula la necesidad de la religión, mientras que aquellos que observan bien la realidad de los fenómenos humanos, se hace más clara una doble consecuencia de este progreso. 

Por un lado, las religiones creadas por el hombre no le bastan, mientras que el hombre avanzado se cree satisfecho y sustituye la confianza en la maravillosa fecundidad de su obra guiada por la ciencia, por la mentalidad religiosa así disuelta por el ateísmo. Por otro lado, sin embargo, y al mismo tiempo, se siente inexorablemente más necesitado de conocer el misterio, de hecho, los misterios del cosmos, del pensamiento, de la vida, y experimenta fatalmente su propio desengaño radical, privado como él está de la verdad religiosa. 

Y esto, a su vez, se impondría como un enigma perenne, si él mismo no estuviera sostenido por una Palabra misteriosa, y solo capaz de sostener desde arriba el edificio de la ciencia humana, que cuanto más avanza y más postula la ayuda. de esta Palabra de arriba, siempre que sea verdadera, siempre que esté certificada por un Maestro capaz de introducir el pensamiento humano en la esfera más elevada de la Verdad suprema y del Destino "sobrenatural" del hombre. 

La necesidad de esta Palabra, que exige la Fe por parte del hombre, es hoy más fuerte y atormentadora que nunca; y sólo cuando es satisfecha por el Evangelio, que es Verdad no contraria a la científica, sino superior, la luz vuelve a la tierra. Si es así, Queridos hermanos, como nos atestiguan la experiencia pastoral y una no difícil investigación psicológica, nuestra misión aún puede encontrar una acogida muy feliz. A tal nivel, ni superficial, ni externo, éste no debe considerarse un tiempo de ateísmo, sino más bien un tiempo de fe, un tiempo de nuestra fe, que es la verdadera. 

Es nuestro momento privilegiado para el anuncio, y por eso se nos presenta oportuna y providencial nuestra asamblea sinodal que, después de haber centrado e ilustrado esta urgencia crucial y primaria de la evangelización en el otoño de hace tres años, se dispone ahora a repensarla, a estudiarla, para indicar sus formas y métodos, colocándolo en la agenda de su trabajo no superficial, no exterior, no se trata de un tiempo de ateísmo, sino de un tiempo de fe, un tiempo de nuestra fe, que es la verdadera.     

Finalmente, debemos tener en cuenta que esta seguridad en la Fe se refuerza bajo otro aspecto: el de la comunidad. La fe, de hecho, genera la asamblea de creyentes, que es la Iglesia. ¿No suena la palabra del Señor en plural? Dice Euntes. . . docete,y así asocia a todos sus discípulos en un trabajo que, sin anular responsabilidades personales, impone un esfuerzo colectivo, coordinado, realizado en la comunión de intenciones, energías, propósitos. Aquí, también nosotros estamos juntos ahora con este mismo propósito: nos hemos reunido para profundizar, para profesar, para difundir la fe de Cristo, en respuesta a la pregunta de nuestros hermanos, que se ha vuelto más urgente. Ahora especialmente somos "comunión", y bendecidos si, desde esta asamblea eucarística inicial y luego en los días del Sínodo, seremos capaces de fortalecer este vínculo santo en el trabajo común, en el intercambio fraterno de experiencias y consejos, en contactos mutuos y, más aún, en contacto con la Palabra de Dios y con el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo. "Beati qui audiunt verbum Dei et custodiunt illud" (Luc . 11, 28): que esta promesa de bienaventuranza nos consuele hoy y siempre, al reanudar la oración.

SANTA MISA POR SU 80 CUMPLEAÑOS

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 16 de octubre de 1977

Esta celebración, deseada por la caridad de la Iglesia de Roma y del Sínodo que se une a ella en estos días, pretende honrar con un acto público y particular una circunstancia personal de mi vida, que me obliga a conectarme con la palabra del Evangelio. que se lee en las Iglesias del mundo en este XXIX domingo "al año" la suma de sentimientos que esta misma celebración despierta en mí.

El Evangelio, propuesto para la reflexión de hoy de la Iglesia, habla de la "necesidad de rezar siempre, sin cansarnos", debemos rezar siempre sin cansarnos ( Luc.18, 1-8). Por tanto, será fácil para mí, cuestionado de manera especial, como para ustedes, presentes en esta ceremonia precisamente como fieles de la Diócesis de Roma, "mi" Diócesis, y no menos para ustedes, Venerables Hermanos, miembros y agregados. al Sínodo en curso, y a los representantes de la Iglesia católica de todo el mundo, nos será fácil convertir en oración común el motivo extrínseco, pero también esencialmente eclesial, de nuestra liturgia de hoy. Lo cual, como sabéis, se promueve para invitar a todos los presentes a rezar al Señor por mi humilde persona, que ha alcanzado en estos días la venerable, pero humanamente nada envidiable, de los ochenta años.

Bueno, sí. Vale la pena rezar por un Obispo, y más si este Obispo es el Papa, que ha alcanzado el hito de esa época; y esto por dos razones obvias: primero, porque la duración de nuestra vida constituye, al fin y al cabo, una gran responsabilidad, tal es el sentido del tiempo concedido a nuestra existencia terrena; no es más que una suma de deberes y gracias por los que debemos dar cuenta; y segundo, porque esta duración anuncia cada vez más cerca el fin del tiempo mismo concedido a nuestra vida mortal, y el "memento homo" de la muerte cercana se cierne inexorable y cada vez más grave sobre la creciente precariedad de la jornada terrena; y la una y la otra razón constituyen un motivo muy grave de angustia ante la proximidad del inminente juicio divino (Cf. Io . 21, 19;Matth . 16, 27; Rom . 2, 6 ).

Por tanto, debo agradecer cordialmente esta hora de oración, tan piadosamente, tan filialmente, tan colectivamente promovida para obtener la ayuda divina para estos viejos años míos, de los que reconozco, en relación con mi destino final, su importancia decisiva. Gracias Venerables Hermanos; gracias, queridos hijos, por este signo reconfortante de su piedad, incluso de su comunión.

Bueno, déjame mostrarte, por un breve momento, el certificado de mi correspondiente afecto por ti. Las palabras de infinita caridad, que San Pablo reserva para el amor de Cristo al mismo Apóstol: "Me amó y se entregó por mí" ( Gá 2 , 20 ), para mi confusión y mi estímulo regían mi muy humilde negocio. durante mi larga estancia en Roma. Sí, amé a Roma, en la preocupación constante de meditarla y comprender su secreto trascendente, ciertamente incapaz de penetrarla y vivirla, pero siempre apasionada, como todavía lo soy, por descubrir cómo y por qué "Cristo es Romano" (Cfr. DANTE ALIGHIERI, La Divina Comedia , "Purgatorio", XXXII, 102).

E a voi, Romani, quasi unica eredità ch’io vi possa lasciare, io raccomando di approfondire con cordiale e inesauribile interesse, la vostra «coscienza romana», abbia essa all’origine la nativa cittadinanza di questa Urbe fatidica, ovvero la permanenza di domicilio o l’ospitalità ivi goduta; «coscienza romana» che qui essa ha virtù d’infondere a chi sappia respirarne il senso d’universale umanesimo, non pure emanante dalla sua sopravvivenza classica, ma ancor più dalla sua spirituale vitalità cristiana e cattolica.

El deseo se extiende. Que todos los creyentes de la Santa Iglesia e incluso los que aspiran al auténtico ecumenismo religioso puedan, con razón, por fe y por amor, hacer suya la definición, no tanto jurídica como espiritual, que nos dio san Pablo: "civis Romanus est", "este hombre es un ciudadano romano" ( Hechos 22, 26).

La presencia, en esta Basílica, de los Padres sinodales, que expresan la Iglesia católica esparcida por el mundo, me hace pensar en los miles de buenos deseos que, con motivo de mi cumpleaños, me han llegado de todas las naciones: son voces de personalidades civiles, pastores, sacerdotes, religiosos y religiosas, padres, madres, trabajadores, hombres de cultura, jóvenes, enfermos, niños, que no solo expresan su sincero afecto por la pequeña mi persona, sino que reafirman claramente fe en la Iglesia y en el oficio singular del Sucesor de Pedro.

Quizás no sea posible dar a todos y a las personas la debida y merecida retroalimentación. Quisiera, pues, pediros a vosotros, Padres sinodales, que, al volver a vuestra sede, seáis intérpretes de mi gratitud y afecto paternal a vuestros fieles.

Con estos deseos, y con gratitud por su presencia en esta ceremonia de celebración, que cordialmente bendigo de todo .

Je suis heureux de profiter de la presence des Evêques, venus du monde entier au Synode sur la Catéchèse. Je leur confie le soin d'exprimer pero más chaleureuse gratitude à leurs compatriotes, qui m'ont adressé de si nombreux témoignages d'affection et de reconnaissance, à l'occasion de mon quatrevingtième anniversaire. Et je me permets d'insister: à tous leurs compatriotes, depuis les plus hautes personnalités civiles et religieuses jusqu'au monde combien sympathique des adolescentes et des enfants. Que Dieu les récompense tous de leur démarche is réconfortante!

Al saludar a los Padres sinodales, les pido que también lleven a sus queridas diócesis la expresión de mi agradecimiento y mi afecto paterno. Sería difícil para mí decirles a todos individualmente cuánto aprecio los miles de mensajes y las numerosas oraciones ofrecidas por mí en mi cumpleaños. Por esta manifestación de fe y comunión eclesial estoy profundamente agradecido. Por favor, explique al Pueblo la fuerza que encuentro en sus oraciones que me sostienen en ser el Padre de la Iglesia universal. Dile a la gente de mi amor en Cristo Jesús.

Gern benutze ich diese heutige Eucharistiefeier mit den Vätern der Bischofssynode, um durch Sie en Ihren Ländern all denen zu danken, die mir zum achtzigsten Geburtstag ihre besten Glüch-und Segenswünsche übermittelt haben. Es sind Menschen aus allen sozialen Schichten, insbesonde auch viele Jugendliche. Möge Gott allen ihr freundliches Gedenken und ihr Gebet mit seiner Gnade überreich vergelten!

Queremos aprovechar la presencia de Obispos de todo el mundo, reunidos con motivo del Sínodo, para agradecer los numerosos testimonios de felicitación, acompañados de oraciones, que nos han llegado con ocasión de nuestro octogésimo cumpleaños. Esos testimonios provenían de Autoridades civiles, eclesiásticos, religiosos, personas privadas, jóvenes y niños. A vosotros, Venerables Hermanos, os encargamos de transmitir nuestro sincero agradecimiento, nuestra correspondencia en la plegaria y nuestra afectuosa Bendición.

XV ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN DEL SUMO PONTÍFICE

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Jueves 29 de junio de 1978

Venerables hermanos e hijos amadísimos:

Las imágenes de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo ocupan hoy como nunca nuestro espíritu durante la celebración de este rito. No sólo porque nos las trae de nuevo, como de costumbre, el compás del año litúrgico, sino también por el significado particular que reviste para nosotros este XV aniversario de nuestra elección al Sumo Pontificado, cuando, cumplidos ya ochenta años, el curso natural de nuestra vida camina hacia el ocaso.

Pedro y Pablo: las "grandes y justas columnas" (San Clemente Romano, 1, 5, 2) de la Iglesia romana y de la Iglesia universal.

Los textos de la liturgia de la Palabra, que acabamos de escuchar, nos los presentan bajo un aspecto que suscita en nosotros profunda impresión: ahí tenéis a Pedro que renueva a lo largo de los siglos la gran confesión de Cesarea de Filipo; he ahí a Pablo que desde la cautividad romana deja a Timoteo el testamento más noble de su misión.

Queremos echar una mirada de conjunto a lo que ha sido el período durante el cual hemos tenido confiada por el Señor su Iglesia; y, considerándonos el último e indigno sucesor de Pedro, nos sentimos en este umbral supremo consolado y animado por la conciencia de haber repetido incansablemente ante la Iglesia y el mundo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16) ; y como Pablo, creemos que podemos decir: "He combatido el buen combate, he terminado mí carrera, he guardado la fe" (2 Tim 4, 7).

1. Tutela de la fe

Nuestro ministerio es el mismo de Pedro, al que Cristo confió el mandato de confirmar a los hermanos (cf. Lc 22. 32) : es la misión de servir a la verdad de la fe y ofrecer esta verdad a cuantos la buscan, según una expresión estupenda de San Pedro Crisólogo: Beatus Petrus, qui in propria sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei veritatem (Ep. ad Eutichem, ínter Ep. S. Leonis Magni, XXV. 2; PL 54, 743-4).

En efecto, la fe es "más preciosa que el oro" (1 Pe 1. 7), dice San Pedro; no basta recibirla, sino que hay que conservarla incluso en medio de las dificultades ("per ignem, probatur"ib.).

Los Apóstoles fueron predicadores de la fe, incluso en la persecución, sellando su testimonio con la muerte, a imitación de su Maestro y Señor quien, según la hermosa fórmula de San Pablo, "hizo la buena confesión en presencia de Poncio Pilato" (1 Tim 6, 13).

Ahora bien, la fe no es resultado de la especulación humana (cf. 2 Pe 1, 16), sino el "depósito" recibido de los Apóstoles, quienes a su vez lo recibieron de Cristo al que ellos han "visto, contemplado y escuchado" (1 Jn 1, 1-3). Esta es la fe de la Iglesia, la fe apostólica.

La enseñanza recibida de Cristo se mantiene intacta en la Iglesia gracias a la presencia en ella del Espíritu Santo y a la misión especial confiada a Pedro, por quien Cristo oró: "Yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe" (Lc 22, 32), y por la misión también del Colegio de los Apóstoles en comunión con él: "El que a vosotros oye, a mí me oye" (Lc 10, 16).

La función de Pedro se perpetúa en sus sucesores; tanto es así que los obispos del Concilio de Calcedonia pudieron decir, después de haber escuchado la Carta que les envió el Papa León: "Pedro ha hablado por boca de León" (cf. H. Grisar, Roma alla fine del tempo antico, I, 359).

El núcleo de esta fe es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; Cristo, a quien Pedro confesó con estas palabras: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).

He ahí, hermanos e hijos, el propósito incansable, vigilante, agobiador que nos ha movido durante estos quince años de pontificado. Fidem servavi, podemos decir hoy, con la humilde y firme conciencia de no haber traicionado nunca "la santa verdad" (A. Manzoni).

Recordemos, como confirmación de este convencimiento y para confortar nuestro espíritu que continuamente se prepara al encuentro con el justo Juez (cf. 2 Tim 4, 8), algunos documentos principales del pontificado que han querido señalar las etapas de este nuestro sufrido ministerio de amor y de servicio a la fe y a la disciplina; entre las Encíclicas y las Exhortaciones pontificias:

— Ecclesiam suam (6 de agosto de 1964; cf. AAS 56, 1964, págs. 609-659), que, en el alba del pontificado, trazaba las -líneas de acción de la Iglesia en sí misma y en su diálogo con el mundo de los hermanos cristianos separados, de los no cristianos, de los no creyentes;

 Mysterium fidei sobre la doctrina eucarística (3 de septiembre de 1965; cf. AAS 57, 1965, págs. 753-774);

— Sacerdotalis caelibatus (24 de junio de 1967; cf. AAS, ib., págs. 657-697), sobre la donación total de sí que caracteriza el carisma y el ministerio presbiteral;

— Evangelica testificatio (29 de junio de 1971; cf. AAS, ib., págs. 497-526), sobre el testimonio que, en perfecto seguimiento de Cristo, está llamada a dar hoy ante el mundo la vida religiosa;

— Paterna cum benevolentia (8 de diciembre de 1974; cf. AAS 67, 1975, págs. 5-23), en vísperas del Año Santo, sobre la reconciliación dentro de la Iglesia;

— Gaudete in Domino (9 de mayo de 1975; cf. AAS, ib., págs. 289-322), sobre la riqueza desbordante y transformadora de la alegría cristiana;

— y finalmente la Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975; cf. AAS 68, 1976, págs. 5-76), que ha querido trazar el panorama exultante y múltiple de la acción evangelizadora de la Iglesia hoy día.

Pero sobre todo, no queremos olvidar aquella nuestra "Profesión de fe" que justamente hace diez años, el 30 de junio de 1968, pronunciamos solemnemente en nombre y cual empeño de toda la Iglesia como "Credo del Pueblo de Dios" (cf. AAS 60, 1968, págs. 436-445). para recordar, para reafirmar, para corroborar los puntos capitales de la fe de la Iglesia misma, proclamada por los más importantes Concilios Ecuménicas, en un momento en que fáciles ensayos doctrinales parecían sacudir la certeza de tantos sacerdotes y fieles y qua requerían un retorno a las fuentes.

Gracias al Señor, muchos peligros se han atenuado; no obstante, frente a las dificultades que todavía hoy debe afrontar la Iglesia tanto en el plano doctrinal como disciplinar, nosotros seguimos apelando enérgicamente a aquella sumaria profesión de fe, que consideramos un acto importante de nuestro magisterio pontificio, porque sólo con fidelidad a las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia, transmitidas por los Padres, podemos tener esa fuerza de conquista y esa luz de la inteligencia y del alma que proviene de la posesión madura y consciente de la verdad divina.

Queremos además, hacer una llamada, angustiada sí, pero también firme, a cuantos se comprometen personalmente a sí mismos y arrastran a los demás con la palabra, con los escritos, con su comportamiento, por las vías de las opiniones personales y después por las de la herejía y del cisma, desorientando las conciencias de los individuos y la comunidad entera, la cual debe ser ante todo koinonía en la adhesión a la verdad de la Palabra de Dios, para verificar y garantizar la koinonía en el único Pan y en el único Cáliz. Los amonestamos paternamente: que se guarden de perturbar ulteriormente a la Iglesia; ha llegado el momento de la verdad, y es preciso que cada uno tenga conciencia clara de las propias responsabilidades frente a decisiones que deben salvaguardar la fe, tesoro común que Cristo, el cual es Piedra, es Roca, ha confiado a Pedro, Vicarius Petrae, Vicario de la Roca, como lo llama San Buenaventura (Quaest. disp. de perf. evang., q. 4, a. 3; ed. Quaracchi, V, 1891, pág. 195).

II. Defensa de la vida humana

En este empeño generoso y lleno de sufrimientos de magisterio al servicio y en defensa de la verdad, consideramos imprescindible la defensa de la vida humana.

El Concilio Vaticano II ha recordado con palabras muy serias que "Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la altísima misión de proteger la vida" (Gaudium et spes, 51). Y nosotros, que consideramos consigna concreta nuestra la absoluta fidelidad a las enseñanzas del Concilio, hemos hecho programa de nuestro pontificado la defensa de la vida, en todas las formas bajo las cuales puede ser amenazada, turbada e incluso suprimida.

Recordemos también aquí los puntos más significativos que atestiguan este nuestro propósito.

  1. Hemos subrayado ante todo el deber de fomentar la promoción técnico-material de los pueblos en vías de desarrollo, con la Encíclica Populorum progressio (26 de marzo de 1967; cf. AAS 59, 1967, págs. 257-299).
  2.  

b) Pero la defensa de la vida debe comenzar desde las fuentes mismas de la existencia humana. Ha sido ésta una enseñanza importante y clara del Concilio, el cual, en la Constitución Gaudium et spes, advertía que "la vida, una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado; el aborto, lo mismo que el infanticidio, son crímenes abominables" (Gaudium et spes, 51). No hicimos otra cosa más que recoger esta consigna, cuando hace diez años publicamos la Encíclica Humanae vitae (25 de julio de 1968; cf. AAS 60, 1968, págs. 481-503): inspirado en la intocable doctrina bíblica y evangélica que convalida las normas de la ley natural y los dictámenes insuprimibles de la conciencia sobre el respeto , de la vida, cuya transmisión ha sido confiada a la paternidad y a la maternidad responsables. Aquel documento resulta hoy de nueva y más urgente actualidad por las heridas que públicas legislaciones han causado a la santidad indisoluble del vínculo matrimonial y a la intangibilidad de la vida humana desde el seno materno.

c) De aquí las reiteradas afirmaciones de la doctrina de la Iglesia católica sobre la dolorosa realidad y sobre los perniciosos efectos del divorcio y del aborto, contenidas en nuestro magisterio ordinario y en documentos particulares de la Congregación competente. Hemos hecho tales afirmaciones, movido únicamente por la suprema responsabilidad de maestro y pastor universal, y por el bien del género humano.

d) Nos ha inducido a ello además el amor a la juventud que, confiada en un porvenir más sereno, avanza gozosamente abierta a la propia autorrealización, pero no pocas veces desilusionada y desalentada por la falta de una adecuada respuesta por parte de la sociedad de los adultos. La juventud es la primera en sufrir los desórdenes de la familia y de la vida moral. Ella constituye el patrimonio más rico que hay que defender y valorar. Por eso miramos a los jóvenes: son ellos el mañana de la comunidad civil, el mañana de la Iglesia.

¡Venerables hermanos e hijos amadísimos!

Os hemos abierto el corazón, con un panorama si bien rápido de los puntos salientes de nuestro Magisterio pontificio en orden a la vida humana, a fin de que salga de nuestros corazones un grito profundo que llegue al Redentor; ante los peligros que hemos delineado y frente a dolorosas defecciones de carácter eclesial o social, nos sentimos impulsado, al igual que Pedro, a acudir a El como a una única salvación y a gritar: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Sólo El es la verdad, sólo El es nuestra fuerza, sólo El es nuestra salvación. Confortados por El proseguiremos juntos nuestro camino.

Hoy, además, en este aniversario, os pedimos también que le deis gracias con nosotros, por la ayuda omnipotente con la que nos ha fortalecido hasta ahora; tanto es así que podemos decir, como Pedro: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado a su ángel" (Act 12, 11). Sí, el Señor nos ha asistido: por ello le damos gracias y lo alabamos; os pedimos que también vosotros lo alabéis con nosotros y por nosotros, con la intercesión de los Patronos de esta Roma nobilis y de toda la Iglesia fundada sobre ellos.

¡Oh Santos Pedro y Pablo, que habéis difundido por el mundo el nombre de Cristo y habéis dado al Señor el testimonio supremo del amor y de la sangre!

Proteged ahora y siempre a esta Iglesia, por la que habéis vivido y sufrido.

Conservadla en la verdad y en la paz.

Aumentad en todos sus hijos la fidelidad inequívoca a la Palabra de Dios, la santidad de vida eucarística y sacramental, la unidad serena en la fe, la concordia en la caridad recíproca, la obediencia constructiva a los Pastores.

Que ella, la Santa Iglesia, siga siendo en el mundo el signo vivo, gozoso y operante del designio redentor de Dios y de su alianza con los hombres.

Así os lo pide la Iglesia misma mediante la voz trepidante de este humilde Vicario de Cristo que os ha mirado a vosotros, Santos Pedro y Pablo, como a modelos e inspiradores.

Custodiad a la Iglesia con vuestra intercesión, ahora y siempre, hasta el encuentro definitivo y beatificante con el Señor que viene.

¡Amén, amén

PABLO VI

ORACIÓN A CRISTO

Oh Cristo, único mediador nuestro:

Te necesitamos para entrar en comunión con Dios Padre; para llegar a ser hijos adoptivos suyos contigo que eres su Hijo único y Señor nuestro; para ser regenerados en el Espíritu Santo.

Te necesitamos, oh único y auténtico maestro de las verdades recónditas e indispensables de la vida, para conocer nuestro ser y nuestro destino, así como el camino para alcanzarlo.

Te necesitamos, oh Redentor nuestro, para descubrir nuestra miseria y remediarla; para tener el concepto del bien y del mal, y la esperanza de la santidad; para deplorar nuestros pecados y obtener el perdón.

Te necesitamos, oh hermano primogénito del género humano, para volver a encontrar las razones verdaderas de la fraternidad entre los hombres, los fundamentos de la justicia, los tesoros de la caridad y el sumo bien de la paz.

Te necesitamos, oh gran paciente de nuestros dolores, para conocer el significado del sufrimiento y para darle valor de expiación y de redención.

Te necesitamos, oh vencedor de la muerte, para librarnos de la desesperación y de la negación, y para tener certezas que no fallen jamás.

Te necesitamos, oh Cristo Señor, Dios-con-nosotros, para aprender el amor verdadero y caminar con el gozo y la fuerza de tu caridad a lo largo del camino de nuestra vida fatigosa, hasta el encuentro final contigo, amado, esperado, bendito por los siglos.

PABLO VI

ORACIÓN POR LA FE

Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti

Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.

Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.

Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su connaturalidad sosegante.

Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.

Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.

Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.

Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.

(Pronunciada en la Audiencia general del 30 de octubre de 1968)

L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 de agosto de 1981, p-3.

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