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Martes, 11 Mayo 2021 10:01

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN C I

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

C I

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN

 

 

COMENTARIO A LOS EVANGELIOS Y  LECTURAS DOMINICALES Y FESTIVAS  DE LOS TIEMPOS LITÚRGICOS

 

 

 

CICLO C I

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 

«Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Nos disponemos a hablar de lo que ellos anunciaron de un modo velado: que tú, el Dios eterno, eres el Padre del Dios eterno unigénito, que tú eres el único no engendrado y que el Señor Jesucrito es el único engendrado por ti desde toda la eternidad, sin negar, por esto, la unícidad divina, ni dejar de proclamar que el Hijo ha sido engendrado por ti, que eres un solo Dios, confesando, al mismo tiempo, que el que ha nacido de ti, Padre, Dios verdadero, es también Dios verdadero como tú.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

 

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

 

 

RESPONSORIO. 1Jn 4, 2-3. 6. 15

 

   R. Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios. *En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

    V. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

*En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Oremos: Concédenos, Dios todopoderoso, progresar cada día en el conocimiento de la Divinidad de tu Hijo y proclamarla con firmeza, como lo hizo, con celo infatigable, tu obispo y doctor san Hilario. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

JESUCRISTO ES LA PALABRA DE DIOS

 

Jesucristo es la Palabra de Dios, en la que el Padre se dice a Sí mismo total y eternamente en plenitud de Ser, Verdad y Amor. Y esta misma PALABRA la pronuncia para nosotros en carne humana, con palabras y hechos salvadores para todos los hombres, por la potencia y fuego de su mismo Espíritu de Amor, que es el Espíritu Santo: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron…La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo…, a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre…” (Jn 1, 1-5, 9, 12).

        Jesucristo, el Hijo de Dios, es, por tanto, la Única Palabra Salvadora para este mundo. Y hay que escucharla: “Dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Porque a este mundo no le salvan los políticos, ni los científicos, ni los antropólogos, ni los psicólogos ni los economistas… este mundo sólo tiene un Salvador, es Jesucristo: Única Palabra y proyecto de salvación del Dios Uno y Trino y no hay más proyectos salvadores. Solo Él es el Camino de venida y de ida hasta Dios, y solo Él tiene la formula y la clave del hombre y de su plan de encuentro eterno con Dios.

        «En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo: Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración» (SC 33). Por favor, interpretemos correctamente estos verbos: «Dios habla a su pueblo»; «Cristo sigue anunciando el Evangelio» en tiempo presente, tal como la Iglesia nos lo enseña. No es que Dios habló o Cristo anunció; sino que Dios habla ahora a su pueblo y Cristo sigue anunciando ahora el Evangelio por medio de la humanidad supletoria de otros hombres, que lo hacen presente sacramentalmente. «Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica» (SC 7). Y refiriéndose a la lectura de la Palabra, lo expresa claramente: «Cristo está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (SC 7). «Así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena, hace que habite en ellos intensamente la Palabra de Cristo (cfr. Col 3,16)» (DV 8).

Subrayemos la presencia actual y santificadora de la Palabra en los mismos términos del texto: «voz viva del Evangelio», «verdad plena», «habite intensamente la Palabra de Cristo». Y todo esto hace que «las riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora…» (Ibid).

 

LA HOMILÍA

 

        Es una parte importante de la Liturgia de la Palabra, que expone, «a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (SC 52). La homilía se compone, por tanto, de tres elementos principales:

--   Explicación de los textos sagrados y de la doctrina revelada.

-- Iluminación, desde esta explicación, de las necesidades particulares de los oyentes.

-- La homilía conduce a los fieles a penetrar en la liturgia sacramental del misterio que se celebra para que sea un encuentro sacramental con Cristo, que actúa en la liturgia de la Palabra y del Sacramento.

        Como tratamos de homilías festivas y dominicales, conviene tener presente la relación íntima que existe entre la palabra y el sacramento en la misma Eucaristía: «Las dos partes de que de alguna manera consta la Misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen  un solo acto de culto» (SC 56). «Por tanto, los fieles, al escuchar la Palabra de Dios, comprendan que las maravillas que le son anunciadas tienen su punto culminante en el misterio pascual, cuyo memorial es celebrado en la Misa sacramentalmente. De este modo, escuchando la Palabra de Dios y alimentados por ella, los fieles son introducidos en la acción de gracias a una participación fructuosa de los misterios de salvación. Así la Iglesia se nutre del pan de la vida tanto en la mesa de la Palabra de Dios como en la del Cuerpo de Cristo» (EM 10).

        En las Eucaristías dominicales y de festivos la liturgia de la Palabra consta ordinariamente de tres lecturas: la primera del Antiguo Testamento, casi siempre en relación con el Evangelio; la segunda, tomada de los escritos de los Apóstoles, casi siempre de las Cartas, y, finalmente, la tercera, de los Evangelios.

        En el día de Pascua, el Resucitado se hace presente a los dos que se dirigen desanimados hacia Emaús. La forma con la que el Señor procede se convierte en  norma para la comunidad apostólica: “Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lc 24, 27). De esta manera les descubre su presencia en el Antiguo Testamento y así quedó establecido en la Tradición Apostólica.

Y aquí es donde entra de lleno la realidad y necesidad de la homilía, que debe servir fielmente a esta dinámica de la Palabra de Dios. Su ministerio es de pura mediación. Por eso el Concilio le pide al predicador que «escuche por dentro» (DV 25) la Palabra para que no sea un predicador vacío. Necesitará, por tanto, la lectura y el estudio, pero, sobre todo, la contemplación, porque la Palabra tiene que plantarse primero y fructificar en el corazón del que ha de sembrarla en los demás. No puede comprenderla, actualizarla y comunicarla si no la vive, si no la medita. Cuando el pastor encarna la Palabra, la actualización, la siembra y la siega van muy unidas.

 

PALABRA Y PROFETISMO

 

        Hoy hacen falta profetas, al estilo de Cristo, que nos prediquen y pronuncien claro y fuerte su Palabra salvadora. Porque no se trata de hablar, de predicar, sino de hablar y predicar la Verdad de Cristo y de su Evangelio. Sobran profetas profesionales y palaciegos, que buscan más agradar a los hombres que a Dios, que no hablan en nombre del Cristo que les envía, sino en nombre propio, tratando de agradar a los que les escuchan. Todos tememos la crítica, la incomprensión, la muerte de nuestra fama. Pero hoy necesitamos esta fuerza del Espíritu de Cristo para hablar claro como Él: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 16).

        Para ser profeta cristiano hay que mirar a Cristo y estar dominado por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Verdad y fortaleza, que nos hace valientes en confesar su Evangelio, porque con su potencia nos hace humildes, libres interior y exteriormente, y con Él no buscamos nada, no tememos nada, sólo la Verdad: predicar a Cristo.

        La Didajé afirma que «el profeta que busca dinero es falso profeta», es decir, no es verdadero profeta de Cristo quien se va buscando a sí mismo más que a la verdad de Cristo, quien busca aplausos, agradar a los hombres, escalar, quien no quiere vivir “el escándalo de la cruz” y por eso calla o disimula el mensaje o le quita las aristas que duelen y acusan. Para ser profeta verdadero, apóstol verdadero, para  vivir el mensaje del Evangelio y predicarlo, hay que estar dispuestos a pisar las mismas huellas de Cristo, a morir abandonado por los propios amigos o perseguido por los que son señalados por el mensaje de Dios. Y la verdad así predicada y vivida es la única que nos puede llevar a la religión verdadera, al Dios verdadero, al Cristo verdadero, que existe y es verdad; no al que cada uno nos inventamos a la medida de nuestras mediocridades y cobardías.

        ¿Por qué no soy un profeta verdadero?  ¿Qué tengo que hacer para ser un profeta convencido? Ser santo, vivir totalmente el mensaje, porque la Palabra no se comprende totalmente hasta que no se vive, hasta que no se come: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Sin esta identificación, sin esta comunión de sentimientos con Cristo, la Palabra llega muy empobrecida al predicador que tiene que transmitirla, y, consiguientemente, al oyente, que tiene que escucharla. Este libro de la Palabra hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y Él me hizo comer el rollo y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.» Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).

        La vivencia mística conoce por experiencia, por amor, viviéndola en su corazón lo que otros conocen sólo por inteligencia, con un conocimiento frío, teórico, sin vida; el que quiera conocer la Palabra para predicarla, el predicador, el profeta verdadero tiene que arrodillarse primero, ha de leer y     “comerse el rollo” de la Palabra, y cuando comida la Palabra, la asimile y la sienta en su corazón, le alimente y le queme sus entrañas,  como en Pentecostés, entonces puede predicarla. Y los que la escuchen sentirán arder su corazón, como los dos discípulos de Emaús.

 

LA RESPUESTA A LA PALABRA

 

        Cuando decimos sí a la Palabra, pero luego pecamos y nos alejamos por un no práctico y real, no pasa nada, absolutamente nada, si nos levantamos y vivimos en conversión permanente, porque nuestra actitud sigue siendo sí.  Si permanecemos así toda la vida, la Palabra sigue siendo siempre eficaz y necesitamos el mensaje, porque alimenta esta conversión permanente hacia Dios, queriendo amarle sobre todas las cosas.

Y, viviendo en esta actitud, la gracia y la ayuda de Dios nos irán transformando por su fortaleza. Cuando tratamos de vivir la Palabra, aunque pequemos y caigamos, no pasa nada, “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Pero si me instalo y no me levanto y permanezco sin esforzarme en vivir la Palabra, entonces me he inutilizado para la escucha, porque digo no a la Palabra con mis actitudes y mi vida, instaladas en la mediocridad, y estoy edificando sobre arena movediza, no sobre roca; aunque parezca piedra, será imitación piedra. Lo dice el Señor: “Todo el que oye mis palabras y no  las pone  en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre arena; vinieron las lluvias, vinieron los vientos y se la llevaron…” (Mt 7, 27).

        LA PALABRA es una persona, es JESUCRISTO, su vida y su obra, sus dichos y hechos salvadores. Y Jesucristo es  un mensaje personal o una persona mensajera que nos trae y nos lleva a la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, del tiempo y eternidad, mensaje y final de la Historia de Salvación.  El evangelio es un mensaje, no un sistema de verdades.

        Hoy muchos han reducido la predicación de la Palabra a la exposición «homilética» de un conjunto de verdades encerradas en sí mismas o de un código moral sin relación a Jesucristo o de un sistema de verdades religiosas que nos instruyen igual que los sistemas filosóficos; pero que no nos llevan al encuentro y vivencia de una Persona, la Única que da sentido al hombre, a la existencia y vida humana, al matrimonio y a la familia, la única que puede salvar este mundo y llenarle de sentido de por qué vivo y para qué vivo: Jesucristo. El sistema acepta y explica la realidad, el mensaje la asume y quiere transformarla: es historia de Salvación. El marxismo es un mensaje, el cristianismo es un mensaje, porque los dos hablan y trabajan para transformar la realidad; los dos predican una revolución para conseguirlo: uno, la igualdad mediante el odio y la lucha de clases; el cristianismo, con el evangelio y la vida de Jesús de Nazareth. Ésta es la originalidad del  cristianismo: es un mensaje de salvación que se dice y se hace en una persona, Jesucristo; esta persona se hace presente por la Palabra y sobre todo, por la Eucaristía, que hace presentes todas las palabras, sentimientos, actitudes y hechos salvadores de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, de forma sacramental.

 

CICLO LITÚRGICO

 

        Es ya conocida por todos la distribución de las Lecturas de la Sagrada Escritura en un ciclo de tres años, nominados  ciclo A, B y C, mediante los cuales queremos llegar al conocimiento de lo esencial del mensaje de Cristo. Cada uno de los tres años litúrgicos tiene un ritmo teológico particular, que se manifiesta en los Evangelios de los domingos durante el año. El año litúrgico A sigue el Evangelio según San Mateo; el B expone el Evangelio según San Marcos, y en el ciclo C leemos el Evangelio según San Lucas, quedando San Juan para los tiempos de Navidad, Cuaresma y Pascua. Porque la Sagrada Escritura como «ha de ser leída e interpretada con el mismo espíritu con que fue escrita para llegar a penetrar con exactitud el verdadero sentido de los textos sagrados, hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, sin olvidar la Tradición viviente de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (DV 12). De esta forma, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de dicha esperanza y venida del Señor» (SC 102). La razón es conocer todo el proyecto de Dios a través de la Historia de la Salvación.

        Dice el Vaticano II: «Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad por medio de Cristo… En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2).

        Dios se reveló primero y nos reveló a su Hijo como Palabra creadora del mundo y de los hombres: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3). Y todo fue por amor: “porque Dios es amor”, no existía nada, sólo Dios, y Dios, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Vida, de Amor, de Felicidad quiso crear a otros seres para hacerlos partícipes de su mismo gozo Esencial y Personal: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó…” (1Jn 4, 10)  primero, añade la lógica del sentido.

        Destrozado este primer proyecto de Dios, el Consejo Trinitario, en ejercicio de Amor de Espíritu Santo, pensó y realizó por el Hijo el segundo, mucho más maravilloso, que hace  como blasfemar a la Liturgia de la Semana Santa: «Oh felix culpa», oh feliz pecado…¿Cómo llamar feliz y dichoso al pecado? Pues porque el pecado hizo que Dios nos expresara más infinitamente su amor y su ternura por el hombre, por su Hijo Amado: “… porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor  que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 8. 10).

        Y Cristo se encarnó y se hizo Palabra reveladora del proyecto de Dios Amor,  con sus hechos y dichos salvadores: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). ¿Por qué murió Cristo? ¿Por qué le condenaron a muerte? Por predicar la Verdad del Padre sobre el hombre y  por predicar y realizar el proyecto salvador de nuestro Dios Trino y Uno: “que somos hijos de Dios y, si hijos, también herederos, coherederos con Cristo”. Murió por predicar y querer establecer el reino de Dios en el mundo;  el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos: el “yo”, el dinero, el sexo…; todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, de hermanos, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca son invitados por el mundo: los pobres, los que sufren, los deprimidos, los que nos piden tiempo, humildad, paciencia, afecto, porque lo necesitan y no pueden devolvernos nada a cambio, porque son así de pobres; por eso el mundo no los invita nunca a su mesa, y nosotros tenemos que hacerlo por Dios, porque Dios quiere y solamente Él puede amar así y darnos la fuerza para amar de este modo.

        Por esto murió Cristo, porque los poderosos de entonces y de siempre no aceptaron el proyecto del Padre sobre su reino, que empieza ya en la tierra y nosotros tenemos que predicarlo y vivirlo. Murió Cristo por ser profeta verdadero que habla en nombre del Padre, sin callar ni tergiversar la verdad:     “…desde entonces decretaron darle muerte… los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo podrían matarlo…” (Mc 11, 18).

 

 

USO DE ESTE LIBRO

       

Damos material abundante para que cada uno tome las notas que prefiera y elabore sus homilías. En una homilía van a veces tres o cuatro. Las tenía hechas y predicadas. Ha sido cuestión de pasarlas de escritas a mano a ordenador. Mi intención es esta: te ofrezco estas reflexiones; yo las suelo predicar, pero no todas a la vez, sino una o dos; y además así, como están, este es mi estilo; tú predícalas como más te guste y según tu estilo. El estilo es la persona. Tú escoges las ideas y el estilo o las formas que más adecuadas te parezcan para el auditorio y las circunstancias. Y en cuanto al tiempo, ya sabes que la gente no aguanta mucho. Deja algo para otro año.

        También ofrezco Retiros y Meditaciones para los tiempos fuertes del año litúrgico. Puedes comprobarlo rápidamente por el índice del libro. Y para estos retiros encontrarás más meditaciones en los ciclos A y B que tengo publicados.

        Todas estas predicaciones las tengo en el ordenador. Así que te las puedo copiar y enviar sin costo alguno. Solo me interesa que el Señor sea conocido y amado. Esto es lo que hago yo cada semana; enciendo el ordenador, abro el libro y el domingo pertinente, copio toda la homilía en la pantalla, luego voy quitando o añadiendo, e imprimo lo que me interesa y esí una homilía nueva.

        Con todo afecto. Que seas un auténtico profeta de Cristo.

TIEMPO DE ADVIENTO

 

EL ADVIENTO CRISTIANO

 

La experiencia humana del paso del tiempo nos hace tomar conciencia de la caducidad de la vida, y nos enfrenta con nuestra condición mortal. Sin embargo, para el cristiano es un motivo de confianza, porque nos acerca al cumplimiento definitivo de la obra de la salvación.

        La pregunta sobre cuándo empezaba el Año del Señor era en el medioevo un interrogante importante. Actualmente sabemos que no importa empezar el Año cristiano en un tiempo litúrgico o en otro. Su comienzo bien podría ser en Pascua, mientras que el Adviento podría estar al final del año. De una u otra manera, el tiempo de Adviento pretende que tomemos conciencia del paso del tiempo para alentar la esperanza de los fieles en la venida del Señor.

        Adviento es celebrar la venida del Hijo de Dios  en la carne, por la potencia del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María, «pues si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles…La gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta en María» (Cf. Pref. IV de Adv.).

        También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada «al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne» (Cf. Pref. I de Adv.). Esta venida es una llamada a la conversión, en la espera vigilante del último día, terrible y glorioso, en el que el Señor, mostrándose lleno de alegría, aparecerá sobre las nubes del cielo, revestido de poder y de gloria. Entonces la figura de este mundo pasará y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva (Cf. Pref. III de Adv.). Así la Epifanía (manifestación del Señor en nuestra carne), culmina en la Parusía (manifestación gloriosa del Señor).

        Entre ambas manifestaciones se sitúa la Iglesia, que celebra al Mesías prometido que vino, y espera al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones. Pero además recoge también la presencia de Cristo operando su salvación en su Iglesia y en el mundo: porque el Señor también viene constantemente a su Iglesia, como presencia perpetua, en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos con fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino (Cf Pref. III de Adv.). Y «así encontrarnos, cuando llegue, velando en la oración y cantando su alabanza» (Cf Pref. II de Adv.), para que «podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf Pref. I de Adv.).
        En el memorial del «hoy» de la celebración del Adviento se unen, eficazmente, estas tres venidas de Cristo. El Adviento nos prepara a recibir a Cristo en la Navidad y al final de los tiempos, acogiendo su presencia real tanto en nuestra vida y como sacramentalmente en la celebración.

        Esto es lo que hace que este tiempo se convierta en una expectante alegría con la Virgen María, que esperó al Salvador con amor de madre; o como anuncio mesiánico del cumplimiento de salvación en los grandes profetas; o como la espera de Juan Bautista, que proclamó próximo al Mesías y supo reconocerlo presente en medio de los hombres (Cf. Pref. II de Adv.).

        Para preparar estas venidas necesitamos tener y cultivar:

 

-- Actitud de fe.

 

        Por la fe no solamente admitimos un número determinado de verdades, sino que llegamos al conocimiento de la presencia misteriosa del Señor en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea cristiana y en los creyentes. Sensibilizar nuestra fe es llegar a descubrir a Cristo presente entre nosotros. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino espera confiada y gozosa del Dios que viene a salvarnos, que ya está presente entre nosotros por estas “encarnaciones” de la Palabra, los sacramentos, la comunidad... La vigilancia es una actitud de fe que nos hace descubrir estas presencias, el paso continuo y permanente del Señor sobre nuestras vidas. El Adviento es tiempo de vigilar y descubrir este paso, de acentuar esta espera, de estar mirando al Señor que viene, que está viniendo a través de los signos de los tiempos. De esta forma la fe nos lleva a vivir el Adviento en una actitud de esperanza.

 

-- Actitud de esperanza.

 

        Esperar no es cruzarse de brazos y quedarse parado hasta que venga el Esperado. Es preparar el camino y prepararnos para salir a su encuentro, porque creemos que vendrá y porque creemos que Él nos salvará. Creemos primero, y porque creemos esperamos, trabajamos, preparamos la casa, salimos al encuentro. La esperanza es una virtud dinámica. Diríamos que es el cenit, la cima de la fe y del amor, porque si creemos y amamos no podemos quedarnos parados. Cómo decir que creo en Cristo y le amo y que viene y luego no le deseo, no salgo a su encuentro, no me preparo para recibirlo. Por eso, la fe del Adviento nos lleva a ponernos en actitud de espera, a cultivar la esperanza. Y esperar es desear al Amado, es amar deseándolo.

 

-- Actitud de amor.

 

        Lógicamente el amor está en el origen y en el final de la fe y espera. Porque le amo, me fío y espero al Señor. Orar y meditar las Lecturas de este tiempo de Adviento, mirar al Dios que viene a mi encuentro, al Dios infinito que no necesita nada del hombre y que sólo viene para llenarme de su plenitud, para dar el sentido verdadero a la vida del hombre, para explicarme por qué  vivo y para qué vivo… provoca en mí naturalmente amor hacia esa persona. Saber y meditar con San Juan que  “tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan la vida eterna”, me lleva naturalmente a amarlo y esperarle. Pero como soy pecador, para preparar la habitación del nacimiento, para preparar mi corazón, necesito la conversión permanente.

 

 -- Actitud de conversión.

 

        Por eso, para recibir a un Dios que se humilla y se abaja hasta este extremo: ¡Cumbres abajo! «Montes  et omnes colles humiliabuntur; et erunt prava in directa et aspera in vias planas; veni, domine, et  noli tardare»: «Todos los montes y colinas serán allanados: Y lo torcido se enderezará y lo escabroso debe allanarse: Ven ya, Señor, y no tardes».

        Para recibir a este Dios que se hace Niño y se hace pequeño y se humilla para llegar hasta nosotros… cumbres del orgullo y soberbia humana: ¡abajo! ¡Humillaos, rebajaos ante Dios y los hermanos! no pongáis barreras de orgullo y soberbia que impidan el paso del que se humilla para venir a nosotros: “Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, antes bien se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...”

Por eso, al empezar los tiempos fuertes de la liturgia de la Iglesia, necesitamos retirarnos al desierto del silencio, de la oración, de la conversión y de la penitencia para prepararnos para el encuentro fuerte con el Señor.

 

Necesitamos un tiempo de retiro espiritual.

 

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RETIRO DE ADVIENTO

 

(Otras meditaciones para el retiro de Adviento, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclos A y B, Edibesa, Madrid)

 

        El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el templo, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

        El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que mantuvieron durante siglos esta espera en el pueblo de Dios.

        El mundo actual, en su mayoría, no espera a Cristo, porque pone su esperanza en las cosas, en el consumismo; por eso no siente necesidad de Cristo, no siente necesidad de salir a su encuentro, no espera su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos, nos llenamos de más y más cosas, y paradójicamente ahora que creemos tenerlo todo, estamos más vacíos, porque nos falta todo, el todo que es Dios; son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y saciar de contenido tanto vacío existencial actual y salvar a este mundo: Jesucristo.

        La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que lo haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

 

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(VSTEV)   RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

(Cristo de las Batallas, 12 diciembre 2009)

 

        1. REZO DE VÍSPERAS

        Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando la oración oficial de la Iglesia, la que hacemos todos juntos como Iglesia sacerdotal y cuerpo de Cristo, oración litúrgica y comunitaria.

 

Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene decamino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso nos hemos reunido en oración, en retiro y desierto espiritual para hacer este retiro de Adviento. Pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, fue la que mejor se ha preparado para la Navidad.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA

 

MEDITACIÓN PRIMERA

 

QUERIDAS HERMANAS Y HERMANOS: En esta primera meditación quiero hacer y responder brevemente a tres preguntas:

 

1ª ¿Cuál es el origen de la Navidad cristiana?

El amor de Dios.

 

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Hubo un tiempo infinito, que no es tiempo sino eternidad, en que no existía nada, sólo Dios en sí mismo, en su eternidad de ser y felicidad infinitas.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  y si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros: Dios es Amor.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros seres posibles para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad, piensa en el hombre, en ti, en mí. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

San Juan, en su primera carta, lo expresa así, completando el texto anteriormente citado: “Dios es amor...  en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

Por eso, en esto del ser y del amor y de existir, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Esto es lo que descubren los místicos, las almas de oración profunda cuando llegan hasta Dios por la oración. Todo amor y toda existencia en el hombre, es reflejo del amor de Dios. No existía nada, solo Dios. Todo ser y amor tiene su origen en Dios.

Y todo esto lo empezó Dios a realizar en nuestros primeros padres: Adán y Eva, y los creó en un paraíso, donde Él bajaba todas las tardes a hablar con ellos hasta que llegara el tiempo de la eternidad. Y así sería en todos los hombres nacidos de este primer proyecto de amor de Dios. Dios nos amó primero en sí mismo, en el seno trinitario; Él nos soñó desde toda la eternidad para vivir en su misma esencia y felicidad infinita y nos creó en el sí de amor de nuestros padres y ya no dejaremos de existir porque somos eternos. Pero ya sabemos la historia. El demonio disfrazado de serpiente engañó al hombre y destrozó este primer proyecto de amor. Y esto no es imaginación mía, lo dice la primera página de la Biblia y lo confirma también san Pablo en un himno maravilloso de la carta a los Efesios: Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, porque Cristo es el Verbo, la inteligencia, la idea de Dios y en ella el Padre no ve y ama con amor de hijos en el Hijo por su Amor Infinito que el Espíritu Santo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12

 

“Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de creación el mundo, para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por su medio hemos heredado también nosotros.
A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad.
Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria”.

 

Queridos hermanos: Todo esto es verdad, es la Verdad de Dios que es su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Palabra, canción de amor en la que el Padre no ha dicho y cantado todo lo que nos ama con amor eterno de Espíritu Santo. Y apoyado en esa Palabra, que es Cristo, que nos ha revelado todo este misterio de amor con su nacimiento, con su venida a la tierra, podemos saber, creer, y, sobre todo, gozar, experimentar lo que os voy a decir de una forma más vulgar y sencilla.

 

MEDITEMOS:

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Dios me amó primero, como nos dice san Juan. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“En el principio ya existía la Palabra... (La Palabra es el Hijo)nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

 

SI EXISTO, SI TU EXISTES, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

        Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser hombre, mujer. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado». (G. Marcel).

 

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite, Dios es infinito en su ser y amor y felicidad. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios. Y a la luz de esto tú mira ahora el aborto, y otras leyes actuales. Son contrarias totalmente al proyecto y concepto de Dios sobre el hombre, sobre la vida, sobre el hermano.

 

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que desean morirse para estar con Dios, pero porque lo viven y lo experimentan realmente, se le impone esta vivencia de la vida y existencia de Dios: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”

 

2ª Pregunta que quiero hacer con vosotros: ¿Por qué existe la Navidad cristiana, la venida salvadora del Hijo de Dios a este mundo, entre nosotros, los hombres?

Cito nuevamente el texto de san Juan: “Dios es amor...  en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

La respuesta a la primera pregunta está “en que Dios nos amó primero”.  La respuesta a la segunda pregunta: ¿Por qué existe la Navidad?  Está: “y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.  El primer proyecto de eternidad feliz con Dios eternamente se destrozó con el pecado de nuestros primeros padres; entonces Dios quiso recrearlo o hacer una segunda creación enviándonos a su propio Hijo, que nació en Belén de la Virgen María. En la misma caída por el pecado Dios nos promete la segunda recreación. Todo el A.T. es una renovación de esta promesa por medio de los profetas, por eso los leemos tanto en este tiempo de adviento hasta que llega el Enviado, el Nuevo Testamento, que es Cristo:

Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer

 

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20

Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:
- «¿Dónde estás?»
Él contestó:
- «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.»
El Señor le replicó:
- «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió:
- «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.»
El Señor dijo a la mujer:
- «¿Qué es lo que has hecho?» Ella respondió:
- «La serpiente me engañó, y comí.»
El Señor Dios dijo a la serpiente:
- «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo: te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón. »


        Esta historia que provocó la Navidad cristiana, porque fue la reacción de un Dios Amor que no dejó al hombre caído, es la historia actual de España que tiene que obligarnos a nosotros a provocar el amor Dios para que colaboremos con Él en que las serpientes de los políticos no destruyan la fe cristiana, el cristianismo, el sentido cristiano del hombre y la mujer, del matrimonio, de los hijos... los políticos actuales, algunos, los que mandan ahora, quitan los crucifijos, la enseñanza religiosa, el concepto que Dios tiene del hombre, de los hijos, del matrimonio y ponen e imponen leyes que van contra Dios, el evangelio: separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, y al quedarnos sin Dios, nos estamos quedando sin amor y al quedarnos sin amor estamos todos más tristes: las familias más tristes, los hijos más tristes, los vecinos que se quieren y se ayudan ya no existen, no nos queremos, domina el maligno en nosotros sobre el amor de Dios.

        - «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo: te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón. » España ahora se está arrastrando por el fango de la corrupción moral, por el fango de pecados horribles en el vientre materno, y estamos comiendo mierda y suciedad repugnantes de abortos, separaciones, pecados de la carne, se ha matado la conciencia, la moral, no digamos la moral cristiana, el evangelio de Cristo, por personas incluso que dicen amar a Cristo, qué hipocresía manifiesta, qué incoherencia... tenemos que reaccionar, ayudar a nuestros pastores, a Cristo para que la vida, el amor matrimonial para siempre entre hombre y mujer, no entre mujeres y hombres sea respetado... Si es que creemos y amamos a Cristo.

 

        Esta Navidad debe ser una toma de conciencia, como Adán y Eva, de que nos estamos quedando desnudos, fríos, sin belleza de amor y amistad, sin trascendencia y eternidad; la Navidad nos hace pensar en el primer pecado provocado porque el hombre no quiso cumplir los mandamientos de Dios y quiso él personalmente comer del árbol del bien y del mal, decir lo que está bien y mal; la navidad nos recuerda cómo fue provocada por el amor de Dios ante el pecado del hombre de entonces y de todos los tiempos y nos dice que Dios sigue amando y perdonando al hombre; nos tiene que hacer volver y vivir con más fuerza los mandamientos del amor a Dios y a los hermanos, de no dejarnos seducir por las serpientes actuales, los enemigos de Dios y del hombre actuales disfrazados de políticos y artistas y cantamañanas televisivos que no quieren aceptar a Dios ni a Jesucristo ni el evangelio,  que condena sus vidas y pecados, y los políticos nos incitan a creernos igual a Dios, seréis como dioses, si no le obedecéis, y nos dejan  desnudos de Dios, de amor, felicidad, nos sentimos solos en medio de la multitud de los hombres, escondidos en el mundo sintiendo vergüenza de confesarnos y manifestarnos como católicos ante el mundo. Esta España nuestra está perdiendo la conciencia, la moral, el evangelio, la ley natural impuesta por Dios en las criaturas, no digamos la moral cristiana,  y con ella el amor de Cristo, el evangelio, el amor a los hermanos, como Él lo mandó

 

3ª Pregunta: ¿Qué nos dice o enseña a todos nosotros, los creyentes, la Navidad, cómo debemos nosotros celebrar la Navidad Cristiana?

" Díjoles el ángel: os anuncio una gran alegría que es para todo el mundo: os ha nacido un salvador, que es Cristo el Señor.

 SI DIOS NACE ENTRE NOSOTROS, YA ES   NAVIDAD. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, DIOS NO SE OLVIDA DEL HOMBRE. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, DIOS SIGUE AMANDO AL HOMBRE. SI DIOS NACE Y EXISTE LA NAVIDAD, LA VIDA TIENE SENTIDO Y EL HOBRE TIENE SALVACION. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, TODO HOMBRE ES MI HERMANO. SI DIOS NACE, EL HOMBRE SE HACE ETERNO.

  "Tanto amó Dios al mundo, que le entrego su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.”

Si es Navidad este año Y HABRÁ NAVIDAD, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo, PARA DECIRNOS ESTO Y REALIZAR ESTE PROYECTO PROMETIDO POR EL PADRE. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

Hermanos y hermanas, creamos, creamos en la Navidad, creamos en Cristo, preparemos la auténtica navidad cristiana, que es Cristo, oración, vida de amor y fraternidad familiar, vecinos, enfermos, recemos, confesemos nuestros pecados y comulguemos con la vida y el amor de Cristo.

 

La navidad nos enseña que Dios no se olvida del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios perdona al hombre. La navidad nos hace

1.- Constatar la grandeza de existir y ser hombre,  y convencerme de que existo por y para amar y ser feliz en Dios, para valorarme y autoestimarme. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación, especialmente mis hijos, porque la vida en Dios es más que esta vida, es la eternida. Si es Navidad Dios sigue amando al hombre y salvándolo. Tengo que vivir y hablar a los míos, a mi gente, a todos, lo que es la Navidad cristiana, fiesta del amor y del perdón y de la salvación de Dios.

        2.- Sentirme amado por Dios en la Navidad, por ese niño Dios que nace que viene a mi encuentro para abrirme las puertas del cielo, de la felicidad en Dios. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices, sin sentirnos amados. Dios nos ama. Amemos y sintámonos amados: Esposos, hijos, familiares, vecinos, necesitados, enfermos, centros de ancianos, personas olvidadas... En la navidad y por la navidad sintámonos amados por Dios y desde este amor, amemos a todos.

 

 

CANTO: De rodillas, Señor, ante el Sagrario, que guarda cuanto queda de amor y de unidad...

 

EXPOSICIÓN DEL SEÑOR

 

ORACIÓN DEL AÑO SANTO SACERDOTAL Y BERZOCANIEGO

 

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SEGUNDA MEDITACIÓN

 

LA NAVIDAD

 

        En esta meditación responderé a una cuarta pregunta: ¿cómo preparar la Navidad, cómo vivir el adviento cristiano, por dónde vendrá Cristo en esta Navidad? Pues como en la primera navidad: vendrá por la Virgen, pero por María en oración como la sorprendió el arcángel Gabriel cuando la dio la noticia de parte de Dios y con su fiat, dicho desde el diálogo con la palabra de Dios que le trajo Gabriel, empezó la Navidad en su vientre por la potencia de Amor de Dios, que es el Espíritu Santo y orando continuó ya siempre con el Hijo de Dios, el Verbo de Dios que nacía en sus entrañas.

        HERMANOS Y HERMANAS, TRATEMOS DE VIVIR EL ADVIENTO EN ORACIÓN CON MARÍA Y COMO MARÍA, QUE ES EL ÚNICO CAMINO VERDADERO Y EFICAZ. Y ORAR ES AMAR Y CONVERTIRSE  A CRISTO, ES CREER Y VIVIR PARA CRISTO COMO MARÍA LE AMÓ Y ESPERÓ Y VIVIÓ.

        Porque como repito muchas veces en estos días: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón por un más grande amor, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; hay que orar la navidad, hay que meditar la navidad en este tiempo de espera, de adviento: el Adviento será tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, si no ha habido espera amorosa en ratos de oración, de meditación, de lectura espiritual, , si no aumenta su presencia en nosotros por el deseo del Señor y trato de amistad de oración eucarística, ante el Sagrario, misa y comunión eucarística de amor, por un adviento vivido con deseos de mayor unión con Cristo, de experiencia de amor por la oración afectiva; si no hay oración personal, no basta la oficial, no habremos vivido el adviento cristiano.

 

CRISTO VENDRÁ A NOSOTROS EN ESTA NAVIDAD POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO EN MARÍA

 

        La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por obra y potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplándole en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas y parajes de Palestina sin mirarlos, porque Ella ya solo miraba y contemplaba el paisaje y la hermosura de ese niño que nacía en sus entrañas. Y encontrando a Isabel, continuó en oración dialogada con su prima, en diálogo de fe y esperanza, que  remató con la oración de alabanza del Magnificat “proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra...”, Magnificat que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría y gozo filial, de amor de Espíritu Santo a su Madre para que lo pronunciara fuerte y convencida, confirmándole que era verdad todo lo que decía y proclamaba, ya que no estaba bien que hiciera milagros antes de salir de su vientre; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él y otra a María, de la misma forma que el pan eucarístico, que es también cuerpo y sangre de María, se lo debemos a María; por eso, el pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor de María, de carne y sangre de María, de la madre, como vuestros hijos tienen vuestra sangre y carne y ojos y ...

        Queridos hermanas y hermanos, a vosotros, almas creyentes y cultivadas, no os basta cantar villancicos y hacer Belenes en casa o en la parroquia; tenéis que orar, mirar a Cristo orando, pasar ratos de silencio meditativo ante Él como María. Para vosotros, ya iniciadas en la fe, sin oración meditativa, afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, no hay encuentro de amor con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren champán y haya reunión y cena familiar. Cristo siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración, como María y todos los santos que han existido y existirán, como vosotros. No basta ser cristianos, hay que orar, hacer oración personal. Estos días de Adviento y los de Navidad son para orar mucho, para pasar en silencio del mundo y de las cosas muchos ratos con Cristo Eucaristía.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremo, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sin decir palabra, sigue diciéndonos a todos nosotros con su sola presencia: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.  Pero esto sólo se puede escuchar y sentir y vivir y gozar por la oración, por ratos de contemplación afectiva ante el Cristo de nuestros sagrarios, a veces un trasto más de la Iglesia sin ser amado y creído y adorado.

 

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

 

        ¡Dios mío, Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. El creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más para amar más, porque esta enfermedad de amores y ansias infinitas de Dios ya no se cura sino con ratos de oración y de amor en su presencia; es imposible de contener y controlar esta corriente impetuosa y viva de amor; el alma creyente,  llagada de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor. (Decir una jaculatoria eucarística mía)

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Que es verdad la eternidad, que Cristo está aquí en el pan, el mismo Hijo de Dios, creador de todas las cosas, qué gozo, que suerte ser católico, creer, amar a Cristo. Mirad la Navidad:  Es Dios amando apasionadamente a los hombres, que viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la amistad y eternidad con Dios. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

        Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estas cosas, estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, hasta que no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama de fuego y amor con la persona amada, por unión y <noticia amorosa>, <contemplación de amor>. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y con amor y comprenderte <en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro... pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro>.

        La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, de oración junto al Sagrario, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba.

        Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad. Por la oración eucarística puedo oír al Hijo que viendo al Padre entristecido en el seno trinitario por el pecado que impedía a sus hombres creados para la felicidad eterna... le dijo: Padre, no quieres ofrendas y sacrificios...

        Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa, no se puede comprender el misterio, los misterios que vamos a celebrar estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

 

2.- CRISTO VENDRÁ POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN CONVERSIÓN, COMO EN  MARÍA

 

        “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo/a del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

         “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que Dios nos habla. Y Dios supera todas nuestras capacidades de comprender y de amar.

        Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano,  y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas; es el rechazo de la conversión que Dios exige para podamos captar y vivir y comprender sus planes de amor total y gratuito. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión de nuestra soberbia, egoísmos, criterios, actitudes de comodidad e individualista, nos obliga a la caridad fraterna, a la humildad como Cristo que dijo aprended de mí, no a realizar milagros ni grandes cosas, sino aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Y siendo Dios, se hizo hombre, se hizo pequeño por amor al hombre. El amor le convirtió en hombre y a los hombres nos convierte en hijos  de Dios.

 

        NECESIDAD DE LA CONVERSIÓN. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo:

 

Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría.

El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  no hay ayuda para los ancianos y mayores, que no nos pueden dar nada, no hay respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

        Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social actualmente, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana.

        Y si hay Navidad es que Dios sigue amando y perdonando al hombre, sigue buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Por eso él viene en nuestra búsqueda, por eso, la Navidad. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

 

        Y dijo Dios: Habrá salvación y eternidad para los hombres, enviaré a mi Hijo para una segunda creación y habrá Navidad, unión entre Dios y los hombres; vamos a ver si ahora se resiste el corazón de los hombres, vamos a ver si ahora puede haber alguno que dude de mi amor. Dijo nuestro Dios infinito, en consejo trinitario: vamos a manifestar nuestra predilección y amor por el hombre de una manera tan clara e irresistible, que el hombre no tendrá más remedio que rendirse ante nuestro amor, porque los hará a todos los hombres hijos de vida y felicidad  eterna en el Hijo; diré palabras tan tiernas y estremecedoras, les daré pruebas de mi amor tan manifiesto y extremo, con signos tan palpables de mi entrega y deseos de amistad, les haré gestos tan evidentes de mi amor loco y gratuito por el hombre, que los hombres no tendrán más remedio que creer en nuestro amor, amarnos y entrar en la amistad trinitaria, el máximo gozo del que pueden participar.

        Vamos a ver:

        -- Tú, querido hombre, eres tremendamente celoso de tu dignidad humana, de tu puesto social, de tus conquistas, de tus cargo y honores; pues bien, yo, aunque soy Dios, y no necesito nada del hombre, me haré hombre para salvar a la humanida de todas su limitaciones y hacerla heredera de Dios; superaré la distancia entre criatura y Dios.

        -- Tú te pasas toda la vida buscando grandezas, honores, títulos, puestos elevados… pues bien, yo me rebajo, los pierdo todos por tí, y de Dios me hago criatura para conquistarte y hacerte divino, hijo verdadero de Dios.

        -- Tú, querido hombre, buscas la felicidad a toda costa; quieres ser feliz. Pues bien, yo que soy la felicidad infinita, la dejo en el cielo y acepto tu humanidad débil y vengo a la tierra a ofrecerte la felicidad y la amistad esencial de mi Padre en el mismo Espíritu Santo, se la ofrezco a todos los hombres de buena voluntad; y para eso estoy dispuesto a sufrir lo inaudito y sé lo que me espera y lo hago gozoso únicamente para que tú seas feliz. Yo sufriré lo indecible para que tú sea feliz.

        -- Tú no quieres morir, tú buscas ser feliz, vivir siempre, ser eterno como Dios; pues bien, yo me hago tiempo para comunicarte mi eternidad; yo vengo a morir por el hombre para que tú vivas siempre y seas eterno.

        Y vamos a ver ahora si, al hacerme hombre y niño indefenso, ese corazón del hombre es capaz de vibrar, de amarme, de agradecerme todo el bien que le traigo; vamos  a ver si es capaz de resistirse a mi amor, vamos a ver si tiene corazón para mí…Y como el enamorado que no repara en su entrega, cuando verdaderamente siente la pasión de amor por su amada, el Hijo de Dios infinito se lanza a esta conquista y viene a la tierra. Yo iré y le hablaré al hombre en su corazón, ese corazón que ha sido tan duro para mí y empezará a sentir mi amor; cambiaré ese corazón tan sensible para los afectos puramente terrenos y los placeres mundanos y le hablaré con palabras tan dulces y gestos tan llenos de amor que no podrá resistirse.

        Queridos hermanos: Y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál ha sido la respuesta del hombre? ¿Cuál es nuestra respuesta a tanto amor de Dios? Que responda cada uno por sí mismo… Cómo vamos a hablar de respuestas cuando muchos de los cristianos ni vienen a misa estos días para agradecérselo, ni confiesan ni comulgan estos días para amar y abrazar a Jesús, todo amor y ternura por nosotros, ni tienen una oración ni un gesto ni una mirada de amor… No hay ni respeto al misterio, que en muchos escaparates han profanado con cerditos puestos en la cuna en lugar de un niño. Y otros muchos tienen una navidad pagana, llena de champán y turrones, pero ausente de amor y admiración y adoración por el Niño que nos nace; una navidad sin Dios.

        Queridos hermanos, que al menos nosotros no le fallemos a Cristo, que comprendamos su amor, que nos acerquemos a recibirlo bien dispuestos en cuerpo y alma, que no te quedes en los turrones y villancicos, sino que pases a una oración y comunión fervorosas, que vayas a la busca del Dios que viene a buscarte. Te busca a ti, a ti en concreto, a cada uno en particular, no en serie. Éste es el sentido de la Navidad para cada uno de nosotros; éste debe ser nuestro anhelo y la celebración de este misterio: el encuentro personal con Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado. Nuestra respuesta será: Dios me busca y yo quiero encontrarme con Él; porque en la Navidad Cristo busca el encuentro personal y afectivo con cada uno de nosotros. Navidad es caer de rodillas ante el Niño y decir: creo, creo y amo y espero.

        Creo que este Niño es la revelación del amor de Dios, su  Palabra de ternura infinita, pronunciada para nosotros, reveladora de todo lo que el Padre nos quiere decir, de todo lo que me ama y me quiere; Jesucristo Niño es la revelación de su Palabra llena de amor para mí. Y yo amo esta manifestación, esta Palabra de amor pronunciada por el Padre para mí. Y espero, espero totalmente, confiado en su verdad y amor.

Por ser Navidad, espero, deseo y quiero vivir en paz con Dios y los hermanos; me esforzaré por agradar y complacer a este Niño y quiero ser la felicidad de este Niño y hacer felices a los que conviven conmigo; por ser Navidad quiero acordarme de los más necesitados y tener espacios para la oración y la contemplación de este Niño, que es el Amor de Dios hecho carne humana; por ser Navidad y para que sea Navidad verdaderamente en mi alma, en mi corazón, quiero tener largos ratos de silencio y oración, de diálogos de amor, de preguntarle por tanto amor como me tiene y me manifiesta en la Encarnación y en la Navidad.

 

CANTO: Te adoro, Sagrada Hostia....

 

BENDICIÓN DEL SANTÍSIMO

 

RESERVA

 

COMUNIÓN EUCARÍSTICA:

 

<<Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida...>>

 

  • Le diste el pan del cielo
  • Que contiene en sí todo deleite

 

Oración: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión...

 

 

 

 

 

 TERCERA MEDITACIÓN

 

(Ver otras Meditaciones de Adviento en mis libros: ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B).

 

        QUERIDOS HERMANOS:    Comenzamos el tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para unirnos más a Dios, para santificarnos. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

        Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

        Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

Debemos esperar al Señor en esta Navidad con los deseos y anhelos del Antiguo Testamento, y esta esperanza hay que actualizarla ahora por la oración y los sacramentos mirando a su venida gloriosa al final de los tiempos. Éste es el mensaje principal de algunos evangelios de estos domingos; con esas comparaciones y descripciones apocalípticas quieren decirnos que hay que estar vigilantes para que no pase la Navidad sin encuentro creyente de gracia y de salvación con el Señor; hemos de prepararnos mediante la escucha de la Palabra para que sea verdaderamente una Navidad cristiana, de certezas y vivencia de que Dios ama al hombre, que viene en su busca para revelarle el proyecto de eternidad con el misterio del Dios Trino y Uno, abriéndonos así a la esperanza escatológica.

El profeta Isaías, en las primeras lecturas de estos días,  va alimentando nuestra esperanza del Mesías Salvador, y desde estos advientos y navidades cristianamente celebrados nos vamos preparando para su última venida en majestad y gloria.

        Para preparar estas venidas, la de la Navidad y la del final de los tiempos, necesitamos cultivar ciertas actitudes fundamentales, como hemos dicho anteriormente, pero que ahora queremos desarrollar más intensamente:

 

-- Actitud de fe,

-- Actitud de esperanza,

-- Actitud de amor,

-- Actitud de conversión.

 

        1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

        ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

 

        2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

        Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

        Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

        El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.       

        Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

        Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

 

        3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

        Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

         La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

        La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

        Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

        Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

 

        4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

        El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

        Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

        Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

        El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

        Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

 

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CUARTA MEDITACIÓN

 

 LA NAVIDAD, MISTERIO DE AMOR, SÓLO PUEDE SER CELEBRADA Y VIVIDA DESDE LA FE Y LA CARIDAD.

 

        Vamos a comenzar esta meditación con la lectura de la carta de San Pablo a Tito: “Porque se ha manifestado la gracia salutífera de Dios a todos los hombres, enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro” (2, 11-14).

        No deja de ser un poco significativo en el acontecimiento del nacimiento de Jesús, que no fueran aquellos hombres que estaban más preparados los que recibieran la noticia y conocieran este misterio del nacimiento de Jesús. Ni tampoco estos grupos que conocían a fondo las Escrituras, que tenían admirables estudios y conocían también el plan de Dios.

        La Virgen y San José iban ofreciéndoles a todos el misterio que la Virgen llevaba en su interior, en sus entrañas. Era para ellos y ellos no lo recibieron en sus casas. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”.

        Sin embargo los pastores, que no tenían cultura bíblica profunda y eran sencillos, son los que conocen y descubren el prodigio y la maravilla del nacimiento de Jesús. Ellos, como tienen fe cierta y simple, están dispuestos a creerlo todo. Los más sencillos son los que más creen. Por eso, sólo ellos fueron capaces de creer que aquel niño era el Hijo de Dios. Ellos fueron los únicos que lo creyeron porque era un hecho inaudito e imposible para toda la gente cu1ta, para s que creían conocerlo todo y sin embargo no conocían lo más importante: que Dios es Amor y el amor es capaz de hacer cosas imposibles.
        Ahora, nosotros sabemos que es una realidad. Pero ¿cómo lo creemos? ¿Estamos convencidos de que Dios nos ama hasta lo infinito de su amor en su Hijo? ¿Creemos de verdad que Dios existe y nos ama hasta este extremo? ¿Lo pensamos en serio y despacio sin mirar a otros sitios para asegurarnos de que la Navidad existe? ¿Creemos de verdad que ese niño es el Unigénito del Padre, el Hijo de Dios? ¿Creemos que Dios ha llegado a ese extremo de amor loco y apasionado?

        Sólo desde este amor se explican todas las maravillas obradas por Dios desde el comienzo del tiempo, del hombre, creado a “imagen y semejanza” de Dios, porque entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor, de felicidad, de hermosura, de belleza no quiso vivirla sólo para sí sino que quiso compartirla con otros seres y creó al hombre y lo destinó a compartir su misma dicha y felicidad eterna. Y lo creó en un paraíso, porque Dios ha querido lo mejor para el hombre, lo rodeó de su amor y hermosura: « Mil gracias derramando, pasó por estos sotos y espesuras, y yéndolos mirando, con sólo su figura, vestidos los dejó de su hermosura.» Y arrojado del paraíso y de su amistad por el pecado, no le abandonó sino que vino en su busca por medio de su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Ésta es la razón de la Navidad.

        Desde este amor es igualmente explicable la ternura con la que Dios desde la antigüedad protege a su pueblo escogido para que mantengan viva la antorcha de la fe y esperanza en el futuro Mesías y Liberador prometido por Dios, por medio de la predicación de los profetas y enviados, que van descubriendo el misterio escondido en el corazón de Dios por los siglos.

        ¡Qué bueno ha sido Dios para con nosotros, los hombres! Todo lo ha hecho para que le conozcamos mejor. Todo lo ha hecho por generosidad, gratuitamente, porque nosotros no le podemos dar nada que Él no tenga. Y todo para darse a conocer a sus amigos, que somos nosotros, para hacernos partícipes de su mismo amor y felicidad.

        Muchos de  estos misterios se los ha revelado Dios a los autores inspirados, que, por mandato suyo, nos los han transmitido. Ellos han contemplado perfectamente todos estos hechos y nos lo han dejado escritos en los contenidos de la Revelación; ellos lo han vivido y por eso pueden interpretarlos, los palpan y quedan atónitos. Interpretan los pasajes de la Revelación y los analizan profundamente.

Por eso vemos y confesamos ¡qué grande es Dios! ¡Qué bueno es Dios! Nos dice en el Antiguo Testamento: Busca, busca y mira a ver si encuentras a tu alrededor otro Dios tan grande, tan poderoso, tan enamorado y pendiente de su pueblo. Vosotros no valéis nada, estáis esclavos de otros pueblos y yo libremente os prometo la salvación, un liberador. El Enviado, el Mesías prometido os liberará de todas vuestras miserias y esclavitudes. Es más, en el Nuevo Testamento nos dice: por mi Hijo, que os lo enviaré, os haré partícipes de mi intimidad, de mi amor, de mi felicidad: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él… En esto consiste la vida eterna, en que el mundo conozca a tu enviado…”

        ¡Qué misterio tan terrible es el hombre! ¡La maldad que tiene el hombre! Tenemos que tenernos miedo casi a nosotros mismos. Dios nos quiere. Pero ¡claro! nosotros pensamos que como es bueno se compadece de lo malo que yo puedo hacer y de nuevo vuelvo a olvidarme de Él como lo hacía el pueblo escogido. Y Dios, desesperado como el amante, como el que ama de verdad, porque no nos damos cuenta de que Dios nos ama, no lo pensamos; no nos damos cuenta de lo que pasa en Él, no nos damos cuenta de que Dios no puede vivir sin nosotros, y entonces Dios se vuelca sobre nosotros, se hace como uno de nosotros y nos busca con amor desesperado, se abaja todo lo posible, se humilla, toma nuestra condición de criatura, todo un Dios. Y esto es la Navidad.

        Para darnos un poco cuenta de esto, conocer el amor de Dios, fijémonos en el contenido de una parábola: «Se trata de un niño que vive con sus padres en una casa de campo. Su mayor afición son las hormigas. Siente un especial amor por las hormigas que mira, observa y conoce.

        Un día encontró un hormiguero cerca de su casa y como era natural se puso muy contento. Y se entusiasma con ellas. Amaba a sus hormigas. Todos los días les llevaba el sustento para que pudieran vivir y alimentarse. Pero he aquí que un día, cuando fue a visitar a sus hormigas, el hormiguero había desaparecido. Las hormigas andaban dispersas por el contorno, estaban aisladas, no podían volver a vivir como antes. Los albañiles habían destruido el hormiguero.

        El niño entonces se siente triste y con mucha pena comienza a pensar, intenta hallar la forma más adecuada para recuperar de nuevo a sus hormigas, a todas ellas, pero no lo logra. Desesperado y rendido por el trabajo sin fruto que había realizado, cae en un profundo sueño y comienza a soñar. Y sueña con sus hormigas, Y busca la manera más segura para que vuelvan a estar juntas y no puedan separarse. Es entonces cuando se le vino una admirable idea «me haré una hormiga», y las cuidaré a todas y haré que todas me sigan y de esta forma podrán estar unidas de nuevo. Y así fue. Pero algunas hormigas, al verla entre ellas con su amor y poder hacia todas, especialmente a las más abandonadas en el hormiguero, no quisieron aceptarla porque no era como ellas, era humilde y entregada, no buscaba el mandar sino el servir, y les dejaba en evidencia. Era una hormiga distinta. Y deliberan  en el consejo de hormigas lo que se podía hacer con ella para eliminarla. Unas deseaban aceptarla; pero otras, en cambio, no la quieren tener cerca, porque con su vida les echa en cara sus egoísmos, su apego al dinero, al poder. Y el consejo decidió matarla. Y así lo hicieron. El niño está triste y desesperado y piensa que ha hecho todo lo que ha podido por sus hormigas, las ha hecho hermanas, siendo hombre y poderoso él. Y como prueba de su amor, les deja su cuerpo. Y se lo dejó porque las amaba.

        Evidentemente esto es un sueño, pero Dios, sólo Dios puede hacer realidad todos los sueños. Y soñó con nosotros, y soñó que sería nuestro amigo y que le amaríamos agradecidos, porque terminaríamos entrando en razón: “Iré yo mismo en persona”,  nos dice muchas veces por los profetas. Y verán que les amo de verdad y nadie se resistirá a mi amor. Y fue Navidad. Y fue Semana Santa. Y fue la Alianza y la Pascua eterna.

        Dijo Dios: vamos a ver si ahora se resiste el corazón de los hombres, vamos a ver si ahora puede haber alguno que dude de mi amor. O si quieres te lo digo de otra forma. El Padre amando al Hijo y el Hijo amando al Padre desde toda la eternidad, conociéndose totalmente en su esencia que es Amor de Espíritu Santo, en diálogo eterno de Amor y de Vida y de Ser, diálogo del Hijo que le hace Padre aceptando ser dicho por el Padre, lleno del amor del Espíritu Santo, libremente, desde ese amor infinito, decidieron en consejo trinitario un hecho inaudito, increíble. Dijo la Santísima Trinidad: vamos a manifestar nuestra predilección y amor por el hombre de una manera tan clara e irresistible, que el hombre no tendrá más remedio que rendirse ante nuestro amor, porque los hará a todos los hombres hijos en el Hijo; sí, les diré palabras tan tiernas y estremecedoras, les daré pruebas de mi amor tan manifiesto y extremo, con signos tan palpables de mi entrega y deseos de amistad, les haré gestos tan evidentes de mi amor loco y gratuito por el hombre, que los hombres no tendrán más remedio que creer en nuestro amor, amarnos y entrar en la amistad trinitaria, el máximo gozo del que pueden participar.

        Vamos a ver:

        -- Tú, querido hombre, eres tremendamente celoso de tu dignidad humana, de tu puesto social, de tus conquistas; pues bien, yo, aunque soy Dios, tomaré forma de criatura, de una hormiga para quitar el tapón del hormiguero porque no pueden salir a la luz y morirán. Es así, solo que la distancia entre Dios y el hombre es infinitamente mayor que entre un hombre y las hormigas.

        -- Tú te pasas toda la vida buscando grandezas, honores, títulos, puestos elevados… pues bien, yo me rebajo, los pierdo todos por tí, y de Dios me hago criatura para conquistarte y hacerte divino, hijo verdadero de Dios.

        -- Tú, querido hombre, buscas la felicidad a toda costa; quieres ser feliz. Pues bien, yo que soy la felicidad infinita, la dejo en el cielo y acepto tu humanidad débil y vengo a la tierra a ofrecerte la felicidad y la amistad esencial de mi Padre en el mismo Espíritu Santo, se la ofrezco a todos los hombres de buena voluntad; y para eso estoy dispuesto a sufrir lo inaudito y sé lo que me espera y lo hago gozoso únicamente para que tú seas feliz. Yo sufriré lo indecible para que tú sea feliz.

        -- Tú no quieres morir, tú buscas ser feliz, vivir siempre, ser eterno como Dios; pues bien, yo me hago tiempo para comunicarte mi eternidad; yo vengo a morir por el hombre para que tú vivas siempre y seas eterno.

        Y vamos a ver ahora si, al hacerme hombre y niño indefenso, ese corazón del hombre es capaz de vibrar, de amarme, de agradecerme todo el bien que le traigo; vamos  a ver si es capaz de resistirse a mi amor, vamos a ver si tiene corazón para mí…Y como el enamorado que no repara en su entrega, cuando verdaderamente siente la pasión de amor por su amada, el Hijo de Dios infinito se lanza a esta conquista y viene a la tierra. Yo iré y le hablaré al hombre en su corazón, ese corazón que ha sido tan duro para mí y empezará a sentir mi amor; cambiaré ese corazón tan sensible para los afectos puramente terrenos y los placeres mundanos y le hablaré con palabras tan dulces y gestos tan llenos de amor que no podrá resistirse.

        Queridos hermanos: Y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál ha sido la respuesta del hombre? ¿Cuál es nuestra respuesta a tanto amor de Dios? Que responda cada uno por sí mismo… Cómo vamos a hablar de respuestas cuando muchos de los cristianos ni vienen a misa estos días para agradecérselo, ni confiesan ni comulgan estos días para amar y abrazar a Jesús, todo amor y ternura por nosotros, ni tienen una oración ni un gesto ni una mirada de amor… No hay ni respeto al misterio, que en muchos escaparates han profanado con cerditos puestos en la cuna en lugar de un niño. Y otros muchos tienen una navidad pagana, llena de champán y turrones, pero ausente de amor y admiración y adoración por el Niño que nos nace; una navidad sin Dios.

        Queridos hermanos, que al menos nosotros no le fallemos a Cristo, que comprendamos su amor, que nos acerquemos a recibirlo bien dispuestos en cuerpo y alma, que no te quedes en los turrones y villancicos, sino que pases a una oración y comunión fervorosas, que vayas a la busca del Dios que viene a buscarte. Te busca a ti, a ti en concreto, a cada uno en particular, no en serie. Éste es el sentido de la Navidad para cada uno de nosotros; éste debe ser nuestro anhelo y la celebración de este misterio: el encuentro personal con Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado. Nuestra respuesta será: Dios me busca y yo quiero encontrarme con Él; porque en la Navidad Cristo busca el encuentro personal y afectivo con cada uno de nosotros. Navidad es caer de rodillas ante el Niño y decir: creo, creo y amo y espero.

        Creo que este Niño es la revelación del amor de Dios, su  Palabra de ternura infinita, pronunciada para nosotros, reveladora de todo lo que el Padre nos quiere decir, de todo lo que me ama y me quiere; Jesucristo Niño es la revelación de su Palabra llena de amor para mí. Y yo amo esta manifestación, esta Palabra de amor pronunciada por el Padre para mí. Y espero, espero totalmente, confiado en su verdad y amor.

Por ser Navidad, quiero vivir en paz con Dios y los hermanos; me esforzaré por agradar y complacer a este Niño y hacer felices a los que conviven conmigo; por ser Navidad quiero   tener espacios para la oración y la contemplación de este Niño, Por ser Navidad y para que sea Navidad verdaderamente en mi alma, en mi corazón, quiero tener largos ratos de silencio y oración, de diálogos de amor, de preguntarle por tanto amor como me tiene y me manifiesta en la Encarnación y en la Navidad.

 

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PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Jeremías 33,14-16

       

        Oráculo debido tal vez a la mano de Baruc, aplicando a Jerusalén el nombre que éste daba al Mesías, como un renacer de esperanzas sobre las cenizas de la Jerusalén ya destruida. Se habla, pues, del Mesías futuro y de su sede (Jerusalén renovada). Será ello cumplimiento de la  promesa de Dios, que es siempre eficaz, creadora, firme. El texto no lo presenta como rey (cfr. 23, -6), pero está implícito en su origen davídico; y lo que se subraya es la plasmación, en él y por él, del ideal profético del reino mesiánico: ejercicio del derecho y de la justicia; la justicia bíblica es la salvación de Dios: “el Señor es nuestra justicia”,  ideal equivalente al nombre que Isaías da al Mesías: “Dios con nosotros” —Enmanuel— (Is 7, 14).

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2

 

        Timoteo había comunicado a Pablo agradables noticias sobre la situación espiritual de la comunidad de Tesalónica. Estas noticias sirvieron de gozo al Apóstol (3, 6-8). Pero la vida cristiana es esencialmente progreso. Por eso, Pablo suplica a Dios y a Jesucristo que acreciente la caridad hasta rebosar. Si la fe admite aumento (3,10), la caridad debe estar siempre en constante crecimiento (4,9ss). El ideal es muy alto: Dios mismo, que es caridad (1 Jn 4, 8). De este modo la espera del Señor será tranquila, y su venida será día de triunfo y glorificación para los cristianos.

 

COMIENZO DE LA MISA: Queridas hermanas (Carmelitas y Dominicas): En este tiempo de Adviento que comenzamos la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor en la Navidad y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor.

Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María, nadie mejor que ella nos puede enseñar a vivir el adviento, el primer adviento de la historia. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Cómo respondió a la propuesta del Señor y qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo? Pues vamos a meditarlo muy brevemente en la homilía, pero ahora empecemos  como en todas las venidas del Señor al pan eucarístico en la santa misa pidiendo perdon de nuestrospecados

 

HOMILÍA:

 

1.- Queridas hermanas:MARÍA ESPERÓ LA NAVIDAD, EL NACIMIENTO DE SU HIJO, POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO TENEMOS QUE HACER NOSOTROS, LA IGLESIA ENTERA. La Virgen estaba orando, como estáis las monjas en un convento de clausura, estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando al hijo en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat “proclama mi alma las grandezas del Señor”se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo que tiene por eso perfume, olor y sabor María, por ser carne que viene de María.

La Virgen estaba orando. María, pues, nos invita a todos sus hijos a entrar en el clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano, esperar al Señor, para que sea Navidad cristiana.

Sin oración meditativa, sin oración diaria y meditación no hay Adviento ni Navidad cristiana, encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Encuentro con Cristo, Navidad plena y casi celestial si habéis ascendido ya un poquito más en oración la oración y habéis llegado por la purificación de defectos y pecados leves hasta la oración afectiva y contemplativa, oración más elevada y purificada que la mera lectura y meditación.  

Sin la oración diaria y la conversión faltará Cristo en nuestras vidas, Cristo que siempre vino y sigue viniendo a las almas que le esperan por el camino de la oración-conversión o vacío de si mismas. Sin ella, sin oración personal, diaria y sin conversion permanente, aun la litúrgica, la santa misa y la misma comunión, carecen de sentido, no llenan de Cristo, de amor, de experiencia, de vida, de eficacia santificadora plena en el alma, aunque sea la misma misa que debemos comenzar siempre rezando de verdad el “yo confieso”. Es que toda la unión con Cristo, toda la santidad, toda la Navidad auténtica entre vosotras depende de la fe y del amor personal con que se viva y experimente el Adviento, la acción litúrgica, la espera verdadera y auténticamente cristiana de la Navidad por la oración y la vida de gracia.

        La gran pobreza de la Iglesia actual es la pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida religiosa o sacerdotal en un convento o fuera de él, para encontrarle y sentirlo en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado.

Y si la hacemos ante el Sagrario, ante el mismo Cristo vivo y presente, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en deseos de amistad con todos como en la primera venida, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por amor a todos los hombres, para salvarlos.

Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días y vaciándonos de nuestras faltas y pecados, aunque sean leves para que Cristo pueda nacer, vivir más intensa y profundamente en nosotros, en nuestras almas, en nuestra vida y esto siemre por la oración-contemplación silenciosa ante su presencia eucarística de Amor extremos a todos los hombres encarnado ahora en un trozo de pan.

Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, con el mismo amor, ilusión, por los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra salvación, nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro con Cristo ahora por la liturgia que le hace real y verdaderamente presente, especialmente en oración eucarística ante el Sagrario, por la Eucaristía santa misa participada y celebrada plenamente por cada uno de nosotros y que hace presente al mismo Cristo de Belén y del cielo y de siempre, no hay otro, con todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué gozo y silencio y veneración voy a visitarle en el Sagrario de mi convento, voy a comerlo con hambre y sed en la santa comunión, no solo comer el pan sino asimilarlo, digerir y comerme su vida y amor y sentimientos y con que pasión, amor y cuidado voy a vivir su presencia eucaristíaca viva y real y no vivida ni sentida ni respetada por los mismos creyentes en mi después de comulgarle, mejor, con qué ternura y piedad y cuidado durante el día voy dejar que Él viva en mi su vida, y para eso voy a besar, tocar y  venerarle con fe y amor en cada sagrario, pesebre permanente y eterno de mi Cristo encarnado en carne y un trozo de pan.

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así respondió la Virgen a la propuesta de Dios por medio del ángel y así debemos responder siempre nosotros ante los mandamientos y designios de Dios. María expresó su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… Pues como nosotros pensamos muchas veces en nuestra vida. Queridos hermanos, para progresar en la fe y el

amor de Dios, en nuestra relación con Él, en nuestra oración tenemos que tener crisis de fe, amor y esperanza… son las noches de S. Juan de la Cruz para llegar a la unión total con Cristo, no digamos con la Santísima Trinidad, son las noches, las tentaciones, la pruebas de superación en nuestro camino de vida de oración e intimidad con Cristo, primero de los sentidos, superación de las tentaciones en nuestra vida del ver, sentir y gozar de los sentidos contra los mandamientos de Dios; luego purificación de nuestra fe, amor, esperanza de lo que amamos y esperamos de Dios… amar y perdonar a los hermanos aunque no te valoren o desprecien porque todos solo o principalmente  todos por tendencia natural buscamos a Cristo y hacemos oración para que todo nos vaya bien pero según nuestro egoismo, nuestro yo, nuestra pasiones no ya de los sentidos  sino del espíritu incluso… es que yo de esta vida de oración un poco elevada, purificatoria, tranformante en Cristo no veo  casi nada en la iglesia actual y estoy hablando no solo de bautizados sino incluso dede sacerdotes, religiosas… quitando a nuestras madres y sacerdotes y religiosas algunos padres de nuestra infancia y juventud… ahora poco o nada, así está la Iglesia, los conventos, las congregaciones, las vocaciones actualmente… no hay contagios de santidad, de gozos y vivencias espirituales, eucarísticas, sacerdotales…

 ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada, como tenemos que hacer nosotros en nuestra vida, creer, vivir en fe viva y esperanza contra dudas y miedos naturales y sobrenaturales, y siempre por la oración diaria, como María, orando, estaba orando y así superó las dudas y venció los temores y llena del niño que nacía en sus entrañas fue a visitar a su prima santa Isabel que traía el precursor...

Y así tenemos que creer y actuar también nosotros en nuestras vidas cuando haya cosas que no comprendemos, responder fiándonos de Dios más que de nosotros mismos, sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades, comportamientos y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de comprobarlas con nuestra razón y egoismo innato y porque nos fiamos más de nosotros mismos, de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe en la oración, porque nos cuesta o nos supera y entonces dudamos de lo que Dios nos dice desde el Sagrario personalmente o por el Evangelio y por la oración, porque supera toda nuestra comprensión humana llena de comodidades y egoismo.

Hermanas-os, como María, tenemos que apoyarnos más en Dios y en su Palabra, que en nosotros mismos, aunque no lo comprendamos porque nos cuesta esfuerzo y sacrificio. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero infinito en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo que le impidan nacer en nosotros y que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios, sobre nuestro propio yo y comodidad.

Tenemos que  seguirle y corresponderle en tanto amor y sacrifico y creer que ese mismo hijo de Dios e hijo de María está en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra y tenemos que adorarlo todos los días como ella y vivir en continuo diálogo de oración y amor con este mismo Cristo Hijo de Dios y de María que loco de amor por nosotros primero se hizo hombre, carne humana y luego un trozo de pan… pero qué locura… Tú estás loco, no puedes ser Dios… nosotros también estamos locos por ti y lo hemos dejado todo para vivir solo para ti en un convento o en vida sacerdotal, pero que lo hagamos de verdad, no solo externamente.

Tenemos a María como ejemplo y modelos de amor total, Virgen, virgen y madre, amor total. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros y al mundo. Y sigamos el ejemplo de María: “cómo será eso pues no conozco varón”… y se superaron los miedos y las dudas, hay aceptación total por parte de la madre sin saber cómo tiene que ser madre y lo que pregunta es qué tiene que hacer y cómo tiene que actuar para que sea eso, para que eso se haga.

        Hermanos, nosotros necesitamos esa fe de nuestra madre y modelo, María, la pedimos esta fe, cómo tenemos que actuar en ocasiones de nuestras vidas, aunque en esos tiempos pocas cosas nos ayuden a rezar así, a creer y esperar de Dios, a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo y de cada uno de nosotros: este ambiente ateo, sin Dios, secularista, materialismo desenfrenado, sin moral cristiana incluso meramente humana, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios a la Iglesia, Dios, al Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y ahora está comprobando que está vacio de todo, de amor, de familia, de madres que no maten a sus hijos, de matrimonio auténticos y para siempre, de moralidad, de cuidado de mayores, ancianos necesitados, este mundo actual que cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta Dios que es el todo amor y felicidad.

        Recemos, hermanos, porque este mundo, lo primero que necesita es fe, fe, Navidad cristiana, creer que Dios ama al hombre y no le abandona ni caído, esta juventud actual necesita la fe en Dios, en su Venida, en su Encarnación primera por amor al hombre y continuada con ese mismo amor y deseo en todos los sagrarios de la tierra, en su presencia eucarística, donde siempre nos está esperando pero vivo, auque muchos en la misma iglesia se comportan como si El no estuviera o estuviera muerto o dormido.

        ¡María, madre de la Encarnación, madre de la fe y de la esperanza, por la fe y esperanza verdaderamente cristiana, espera de Cristo, enséñame a esperar como tú a Cristo en esta navidad! Que como tú salga en estos días de adviento, a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como tú, María, con fe viva y despierta.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella, María, sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, su Dios y su Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad para nosotros fundamentalmente tiene que ser primeramente fe, creer en la Navidad, es creer en Dios, creer en su amor infinito y gratuito al hombre, creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo, que nos sigue amando y esperando a todos y por eso nacerá este año también, será Navidad este año y en nuestras vidas. Será Navidad, Dios existe, Dios existe y nos ama, será Navidad.

        Por esta fe y esperanza la Virgen mereció la alabanza de su prima Isabel: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumplirá, todo tendrá sentido, será Navidad, todo nos preparará la Navidad, para el nacimiento  profundo, sentido y vivido de Cristo en nuestras almas.

La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla todos los días, la fe un poco elevada como experiencia y gozo de lo que creemos, y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre, todos los días en ratos de oración y estar con el Señor o con la Virgen y como la Virgen, sobre todo en el adviento verdaderamente cristiano, de Cristo como María, que nosotros no le fallemos a Dios. Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella.: “He aquí, la esclava del Señor…”.  Que merezcamos su alabanza por haber creído en su amor, en su salvación, en su venida, en su Navidad de amor en cada uno de nosotros: “He aquí, tu esclavo, Señor, tu sacerdote esclavo de tu amor y en seguimiento eterno”.

        “Y el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Y Jesucristo vino a María y ese mismo, pero el mismo Hijo de Dios está aquí, en tu alma como en el Seno de María, sobre todo más plenamente  con el mismo amor en este y en todos los Sagrarios, qué respeto y amor merece…es el mismo Hijo de Dios y de María, con el mismo amor, con el amor con que nos salvó y se quedó por amor a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra y muchas han renunciado al mundo y a todos para vivir solo para Él y la salvación de todos los hombres, sus hermanos, como vosotros/as, queridas religiosas dominicas y contemplativas. Seamos agradecidos a todos los conventos de la tierra, porque se han encerrado a este mundo y sus placeres para que todos vivamos el encuentro con Cristo y su Salvación en una Navidad auténtica, cristiana, más viva y gozosa que con champan y turrones. Que vivamos así este adviento de Cristo para que sea Navidad en todos nosotros, para que Cristo nos llene y sintemos su presencia en nuestras vidas.

 

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21, 25-28,34-36

 

QUERIDOS HERMANOS: el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, que hoy comenzamos, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida de fe y oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos, principalmente santa misa y comunión verdaderas.

Por eso, refiriéndome a la venida de Cristo en la Navidad, y mirando nuestra espera en este tiempo de adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, será una Navidad pagana,no cristiana, perdida, porque no habrá nacido Cristo en nuestras vidas, en nuestros jóvenes, en nuestras familias.

Y si miramos la navidad anunciada por televisión o preparada por los gobernantes de muchas ciudades españolas y puestas como ejemplares o formas modelo de celebrar la navidad, allí no aparece ni Cristo ni nacimientos ni nada religioso, sino luces y motivos y adornos paganos. Así que muchos de nuestros jóvenes y pequeños ya no saben de qué va la navidad cristiana, sino el blac Friday y demás de estos días.

El Adviento cristiano debe ser vivido cristianamente, como espera del Señor, de que nazca en el corazón de mayores y pequeños, es tiempo de rezar más estos días, venir más a la iglesia, comulgar y venir a misa o de visitar y ayudar a pobres y ancianos, como era en nuestros tiempos pasados, en nosotros. Por eso, como digo y predico mucho en estos días: aunque sobren champán y turrones, si Cristo no nace en nosotros, habrá sido una Navidad inútil.

Queridos hermanos, vamos a vivir estas cuatro semanas de adviento para que sea navidad cristiana en nuestros hogares, en nosotros, en nuestras familías, en el mundo, para que Cristo aumente su presencia en nuestras vidas, en nuestros corazones, mediante una vida más fervorosa de oración, rezando más, teniendo todos los dias un rato de oración, si es ante su presencia en el Sagrario, mejor; vamos a procurar rezar el rosario en casa o

 

en familia, si podemos, vamos a esforzarnos por vivir mejor el amor fraterno en nuestro ambiente y famiia, haciendo las paces con todos, vamos a perdonar si tenemos algún problema en el trabajo o con vecinos. Eso es vivir el adviento cristiano, preparar la venida de Cristo a nuestras vidas, en nuestro corazón.

En este tiempo de espera, para que el Señor nazca o aumente su presencia en nosotros, desde el cura hasta el último, os invito a  a venir más a la iglesia; pero hacer hoy mismo este propósito y compromiso con el Señor…, Él que viene lleno de amor e ilusión para nacer o aumentar su presencia de gracia y amor y felicidad en todos nosotros, en todos los hombres. Y pidamos y habamos algún sacrificio por los nuestros que estén un poco alejados de Cristo, de la fe, para que sea navidad en ellos.

Y en los conventos, queridas hermanas, es tiempo de más oración y conversión, sobre todo, de conversión y penitencia más profunda, más auténtica, más verdadera y comunitaria, desde las superioras hasta la religiosa última, para que sea Navidad auténtica y cristiana y no solo en vuestro convento, sino que vosotras religiosas contemplativas lo tenéis que hacer principalmente por la iglesia, por el mundo entero, por todos los hombres, vuestros hermanos, por lo cuales habéis renunciado a todo, por savarlos.

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, por esperas y encuentros y navidades puramente paganas, puro consumismo, incluso en familías cristianas. Mirad la televisión y los guasad.

Y como tantas veces repito en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace en nuestro corazón por un aumento de fe y amor, todo habrá sido inútil.

Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

 

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QUERIDOS HERMANOS: Comenzamos hoy el año litúrgico, en que celebraremos los misterios más importantes de la vida de Cristo; y es lógico que empecemos por el principio, esto es, preparándonos para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, como Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen María, la Madre bella y hermosa, que, con su Concepción Inmaculada y alumbramiento virginal, llenó el mundo de luz, de sentido y de esperanza.

        Como todos sabéis, este tiempo fuerte de la liturgia de la Iglesia se llama Adviento. Adviento viene de advenimiento y significa espera, venida, salir al encuentro de alguien que viene: Jesucristo. Es la preparación de la Navidad.

        Sin embargo este tiempo de Adviento presenta un doble aspecto: por una parte es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual conmemoramos la primera venida del Hijo de Dios, y por otra, con este recuerdo, se dirige nuestra atención hacia la expectación de la «segunda venida» de Cristo al final de los tiempos. Por esta doble razón se presenta al Adviento como el tiempo de la alegre esperanza.

        Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: La Encarnación de Cristo que nos diviniza y la parusía, que lleva esta obra a su total cumplimiento. El cristiano está siempre en vela, toda su vida es una continua espera de su venida en los signos de los tiempos, en los sacramentos, en la oración, en la Palabra...

        Esta vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal, que también nos acecha por todas partes, sino como expectación confiada y gozosa del Supremo Bien que nos salva y nos libera de nuestras esclavitudes. La vigilancia es una atención concentrada hacia el paso del Señor por nuestras vidas.

        Los evangelios de estos domingos se refieren a la segunda venida del Señor como llegada última y definitiva de nuestra liberación. Distinguimos, pues, en ellos dos partes:

 

        1ª.- Descriptiva: anuncio de liberación. Con lenguaje propio del género apocalíptico se describen los cataclismos del fín del mundo para concluir con un grito de esperanza ante la aparición del Hijo del hombre, Cristo Jesús, con poder y gloria: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

 

        2ª.- Y luego, una segunda parte exhortativa. Invitación de Jesús a la vigilancia: “Tened cuidado, no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero y se os eche de repente aquel día porque caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra… Estad, pues, velando en oración para tener fuerza y poder manteneros en pié ante el Hijo del hombre”.

        Queridos hermanos, el hombre de hoy conoce un número extraordinario de esperas. Estas esperas están motivadas por los nuevos mesianismos; hasta hace poco, la  más fuerte espera en el mundo actual era la utopía marxista, ya totalmente fracasada, --¡lo que tuvimos que sufrir hace cincuenta años, hasta en la Iglesia se defendía y vinieron cristianos marxistas y la teología de liberación!-- Hoy ni los partidos políticos que la defendieron como dogma de fe quieren mencionarla, porque les salpica de fracasos y crímenes cometidos.

La utopía marxista, con otro nombre, hoy se llama consumismo; es otra vez querer tener el paraíso, el cielo en la tierra; los marxistas se han convertido al capitalismo, dinero y dinero para tener más, consumirlo todo y ser feliz poseyéndolo todo; el marxismo se ha transformado en la utopía capitalista de todos sus seguidores actuales. El marxismo, dogma de vida, ya está olvidado por los mismos que se aprovecharon para subir y escalar.

Ambas utopías son antropocéntricas: quitar a Dios del centro de la vida y poner al hombre; ya no es Dios el que nos dice lo que está bien o mal, es el hombre, es nuevamente Adán y Eva, engañados una vez por la serpiente, que han comido del árbol del bien y del mal, y ya no es Dios sino el hombre el que dice lo que está bien y mal. Ambas excluyen a Dios como referencia y norma de la vida; ahora sólo se adora al becerro de oro, porque adorándole a él podemos dar culto diario a los ídolos del sexo, amor libre, abortos, eutanasia… todo lo que estorbe para que yo haga lo que me apetece, debe ser destruido. También Dios, porque no quiero mandamientos ni exigencias de ningún tipo: yo hago lo que me apetece; éste es el principio vital, el dogma de vida dominante hoy en la aldea del mundo global, porque la televisión y los medios nos han convertido en aldea, en todos cercanos, las mismas modas y estilo de vida. 

        Los políticos de uno y otro signo, unos más que otros, se han erigido en dioses del bien y del mal: separaciones, divorcios, abortos, eutanasia, uniones homosexuales, educación sin Dios ni religión, relaciones prematrimoniales en preadolescentes… todo esto nos ha llevado a un vacío existencial terrible y doloroso, que todos padecemos: los matrimonios más tristes, las familias más tristes, no hay amigos, no hay seguridad en los padres, en los hijos, los unos abandonados por hijos egoístas, los otros abandonados por padres que no piensan en ellos, sólo en su interés egoísta y por eso se divorcian  a los primeros años de convivencia…

        Al alejarnos de Dios, se ha perdido el sentido de la vida, sobre todo, el trascendente, no sabemos por qué vivimos, para qué vivimos, a dónde vamos… solo dinero y sexo, estamos vacíos de valores verdaderamente humanos; las políticas sin Dios y sin religión no dan explicación integral del vivir y morir humanos, del trabajar y sufrir, de la entrega gratuita de amor a los hijos y a la familia.

        Después de años de andadura  en estas políticas ya podemos decir a dónde nos llevan: al desencanto, al vacío, a la soledad afectiva, no hay amigos, no hay familias unidas; y como consecuencia, la tristeza, el vacío existencial, la desesperación, el desamor, el escepticismo generalizado incluido el religioso, la falta de fe en el cristianismo, la frustración a todos los niveles: político, social, educativo, familiar, conyugal y generacional.

        Pregunto: Con esta educación, con estas leyes, ¿es más feliz el joven, el adulto o el anciano abandonado de hoy por sus propios hijos, cosa antes inconcebible, que en años anteriores? ¿En qué quedan los avances técnicos, educativos, las conquistas y las promesas sociales, los mesianismos de salvación del hombre por el hombre que nos prometían? ¿Habrá remedio y liberación posible para esta humanidad cansada, angustiada y engañada por los falsos profetas de turno, por los medios de comunicación manipulados por el poder, por la conquista fácil de la audiencia sin capacidad de crítica, alimentada de sexo y superficialidad?

        Este tiempo del Adviento cristiano nos ofrece el único liberador y salvador del mundo: es Jesucristo, su evangelio, su verdad, su concepto de la vida y del hombre, del matrimonio y de la familia. No hay más salvador que Jesucristo. Ningún otro puede salvar bajo el cielo y la tierra: “No se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” y en quien podamos confiar a fondo perdido (Cf Hch 4,11).

Por eso la liturgia de estos días nos dirá: “cobrad ánimo, no temáis, se acerca vuestra liberación”; está ya cerca el que nos puede liberar de tantas esclavitudes. El Adviento es preparar este encuentro mediante una más intensa fe, amor, conversión, caridad… caminos por donde viene el Señor a los hombres.

        Cristo nos libera desde dentro, porque nos libera del pecado, que es el que domina y deshace los planes de Dios sobre el hombre y la humanidad; nos libera de los criterios del hombre viejo y nos empuja a la verdadera humanidad, libre de egoísmos, materialismo, consumismo y vacío de valores humanos. Cristo, su evangelio, su vida nos trae fraternidad: todo hombre es mi hermano; nos trae amor, porque Él viene por amor gratuito en busca del hombre y nos enseña a amar así; amor que se hace justicia, igualdad verdadera, fraternidad, solidaridad con los pobres y marginados, porque Él siendo Dios se hizo hombre, ése es su espíritu presente en su vida y evangelio.

        Los cristianos que viven los sentimientos de Cristo y su evangelio, para eso es el Adviento, son los únicos revolucionarios sociales capaces de convertir a las personas y las estructuras de la familia, del matrimonio, de la sociedad. Este es el talante del Adviento. ¿Salimos a esperar al Señor? Este  tiempo es para eso. Y el camino: la oración, la eucaristía, la conversión.

 

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es primer domingo de Adviento; Adviento significa espera; la iglesia, los cristianos esperamos el nacimiento de N.S. Jesucristo; y la Iglesia quiere que nos preparemos, que salgamos a esperarlo durante cuatro semanas para encontrarnos con Él en la Navidad, en su nacimiento entre nosotros, que la liturgia lo hace presente.

El evangelio de este domingo nos habla de una doble espera: de la espera de adviento para la fiesta de la navidad; es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida la fe y la oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos y el cumplimiento de la mandamientos de Dios.

Y así ha de nacer Cristo en nosotros en cada Navidad; y para esto nos prepara el Adviento. Por eso quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no habrá Navidad cristiana, nacimiento de Cristo en nuestra vida; el Adviento no ha sido vivido y aprovechado, no ha habido encuentro de gracia y de fe en el Señor, no puede haber Navidad cristiana, de Cristo, en nosotros, será una fiesta pagana.

Por eso os invito en este tiempo a rezar más, a venir más a la iglesia, todos los días hay misa por la mañana y por la tarde, los jueves exponemos al Señor algún día en el adviento podéis venir. Si no lo hacemos, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano. Y la Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana.

Y como tantas veces repetiré en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no es acogido por fe y oración personal, todo habrá sido inútil, una navidad perdida en cristiano. Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, de Cristo, por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Mirad la televisión y los guasad.

Y celebrar la Navidad en cristiano es la mejor forma de prepararnos para la segunda venida de Cristo al final de los tiempos de que nos habla el evangelio de hoy… y que es la única razón de la Navidad, de su venida a la tierra desde el cielo. Cristo vino no para hacer milagros ni dar de comer a las multitudes, Cristo vino para predicarnos que somos hijos de Dios, que nuestra vida es más que esta vida, que para eso murió y resucitó… y así lo cantan algunos villancicos de la Navidad. Por la venida de Cristo la muerte ha sido vencida…)

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios; debemos recogernos en ratos de oración y silencio para rezar y orar y meditar por dónde vendrá Cristo esta Navidad. 

 

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ADVIENTO: EL SEÑOR VIENE, SALID A ESPERARLO: QUERIDOS HERMANOS: Comenzamos este domingo un nuevo Año litúrgico,  el ciclo B, a lo largo del cual iremos celebrando los misterios de Cristo desde su nacimiento en Navidad hasta su Ascensión al cielo en la Pascua. Se trata no sólo tener un recuerdo de los distintos aspectos de su vida sino de celebrarlos, de vivirlos espiritualmente, por medio de las celebraciones litúrgicas que los hacen presentes para que nosotros los vivamos plenamente en Cristo y nos santifiquen.

Este tiempo de Adviento que hoy comenzamos, preparación de la Navidad, inaugu­ra todo este Año litúrgi­co y debemos vivirlo en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga el nacimiento de Jesús en Belén y en nuestros corazones.

El Adviento nos habla y nos prepara para la ve­nida del Señor, en su doble aspecto: primero nos prepara y celebra aquella primera venida en carne humana del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virgi­nal de María; y en segundo lugar nos advierte de su venida última, al final de los tiempos, que es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a su presencia en el cielo.

        El centro del Advien­to es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente toda­vía en su manifestación de gloria. Celebramos la ve­nida del Señor. Pero llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarse con  él defini­tivamente y para siem­pre. El cielo es estar con Cristo para siempre. Que para algunos, muy despiertos en la fe y por la oración eucarística, empieza ya en esta vida. El Adviento nos prepara para eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús!

Y junto a Jesús, que viene a nosotros solo por amor y para salvarnos y llevarnos a toda la humanidad a la posesión del reino de Dios, para eso vino, se hizo hombre como nosotros, nació, murió y resucitó, nosotros los católicos de verdad, recordamos también y honramos a su madre, la bendita entre todas las mujeres de la tierra: María.

María  ocupa una parte importante del Adviento, de este tiempo litúrgico de salvación, porque nod trae en su vientre virginal nada menos que al Salvador de todos los hombres, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo, para poder abrirnos las puertas de la eterndad.

Por eso, María nos pue­de enseñar mejor que nadie cómo prepararnos para la navidad, para recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con fe y amor como lo hizo ella y nos enseña a hacerlo a todos sus hijos.

¿Y cómo lo hizo ella?, pues el evangelio nos dice que sin entender He aquí la esclava… lo que sí nos dice es que la Virgen estaba en oración cuando la sorprendió el ángel y en oración siguió adorando al niño que nacía en sus entrañas.

Por eso el Adviento, siguiendo a María es tiempo de prepararnos para el nacimiento de Jesús, es tiempo de orar más, venir más a la iglesia, de pedir aumento de fe, esperanza y amor, como María, así lo recibió ella, así nosotros sus hijos, los verdaderos devotos de María tenemos que esperarnos, como ella. Y con Cristo en su seno visitó a su prima Isabel… , nosotros en este tiempo tenemos que hacer obras de fe,  amor y caridad, colectas…

Repito: vivamos el adviento como María: oración estaba cuando vino el ángel.. y siguió, nosotros: oración personal, santa misa y obras de caridad con enfermos y necesitados.

Precisamente en este tiempo de Advien­to, la próxima semana, celebraremos la fiesta de su Inmaculada Concepción, día de honrarla viniendo a la Iglesia, confesando y comulgando y celebrando la santa misa ese día, en acción de gracias a María por la Navidad y la Salvación que por ella nos vino al mundo.

Du­rante el tiempo de Ad­viento apa­rece frecuentemente Juan el Bautista. Es el más grande de los nacidos de mujer, según nos dirá el mismo Jesús al ser bautizado por Él en el Jordán, y que nos invita en este tiempo a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pe­cado del mundo. Repito: hay que confesar y comulgar más en estos días.

Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa espe­ra. Así lo rezamos y cantamos: ven, ven, Señor, no tardes, ven, ven, que te esperamos… Comencemos este año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras, en el pesebre, en la santa misa, en la comunión, en los pobres…  lo que hicisteis con ellos conmigo lo hicisteis…: es tiempo de esperarlo con fe y amor, con actos de caridad para con Dios y los hermanos, tiempo de venir más a misa y visitar a Cristo en el Sagrario, de confesar y comulgar, de perdonar y perdonarnos. Sobre todo, de esperarle en oración como María y san José, para que sea una auténtica navidad cristiana, porque aunque sobren champán y turrones, si Cristo no nace en nosotros, todo habrá sido inútil, no será navidad cristiana. Que sea navidad en vuestros corazones y en vuestros hijos y familia.

 

 

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SEGUNDO  DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Baruc 5, 1-9

 

        En esta última parte del libro de Baruc, la más tardía,  se expresa la doctrina de un autor piadoso de la diáspora, buen exponente de la religiosidad judía del último siglo, que pone a Jerusalén “en lo más alto de su gozo”. En la predicación profética, la ciudad suele personificar el destino del pueblo entero, con sus luces y sombras, infidelidades y castigos. Inspirado en estos textos, nuestro autor subraya el carácter eterno de la futura Jerusalén, como Esposa del Eterno, que luego pasará a la Iglesia, esposa de Cristo.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 1, 4-6. 8-11

 

        Manteneos limpios e irreprochables para el Día de Cristo. El pasaje comprende la acción de gracias y la oración por los filipenses. El recuerdo de los fieles en la oración de Pablo es una de las constantes de su solicitud pastoral (Rm 1, 9). La oración individualista y egoísta es ajena a la espiritualidad de Pablo. La gozosa gratitud de Pablo se basa en la cooperación de los filipenses en la extensión del Evangelio (1, 29ss). Pablo abriga la certeza de que Dios mantendrá esta misma postura de fervor hasta el día del Señor. La segunda parte está constituida por una súplica de quien ama a sus fieles con una ternura paternal. Pide para ellos lo mejor: acrecentamiento de la caridad. Buena exhortación para los que esperamos al Señor en la Navidad.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3,1-6

 

         QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Estamos ya en el segundo domingo de Adviento. La Iglesia, en su liturgia, nos pide que toda nuestra vida en este tiempo sea mirar y esperar al Señor, vivir pendiente del Señor que viene, que quiere nacer y vivir en cada uno de nosotros, potenciando su vida, su amor, su gracia, su evangelio. Porque si Cristo no nace así en nosotros, aunque sobren champán y turrones, no será Navidad cristiana. Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace dentro de nosotros, todo será inútil. No habrá sido Navidad cristiana, el nacimiento de fe y de amor que Cristo quiere y la Iglesia prepara y celebra y nosotros tenemos que vivir.

 

        2.-En la primera Lectura el profeta Baruc consuela a los judíos dispersos con la perspectiva de un pronto retorno a Jerusalén. El retorno no será fruto de los esfuerzos humanos sino del poder de la misericordia divina. La condición exigida e indispensable es la conversión interior. La vuelta a Jerusalén se describe en clave jubilosa.

 

        3.- Estas palabras de Baruc tienen un eco perfecto en Juan, el precursor. Lucas sitúa la figura del precursor en un marco histórico y geográfico para significar que la acción salvadora del Mesías se  cumple en el interior del tiempo y de la historia humana con lo que el tiempo se hace «tiempo de gracia» y la historia se convierte en «historia de salvación».

        Fijémonos en un detalle sumamente interesante: esta palabra de Juan se pronuncia en el desierto. Desierto en el A. T. es sinónimo de oración, silencio exterior, meditación, recogimiento. Para orar los profetas se retiran al desierto. Sería la segunda nota a tener en cuenta en este tiempo de Adviento: tenemos que orar más, hay que retirarse al desierto; es tiempo de dedicar más tiempo a la lectura espiritual, a la liturgia de las Horas, a la Eucaristía, a la oración.

 

        4.- En el Evangelio, la predicación del Bautista es llamada a la conversión, que se manifiesta y sella con el bautismo, pero sobre todo, con la promesa de salvación universal. Y Pablo, en la segunda Lectura, da gracias a Dios y ora por la comunidad filipense para que Dios lleve a término la conversión iniciada, que debe crecer continuamente en el amor mutuo, en el  conocimiento del misterio de Dios y en la experiencia del Espíritu.

        Juan el Bautista es el guía de la penitencia y conversión que nos pone siempre la Iglesia como modelo en este tiempo de Adviento para preparar el camino del Señor que viene en la Navidad. La Iglesia, como madre y pedagoga de la fe y vida cristiana de sus hijos, cuando empezamos a caminar a la Navidad, nos manda a este profeta, que se alimenta de raíces y miel silvestre y que se atreve a hablarnos de penitencia a los hombres de todos los tiempos, porque, hoy como ayer, son muchos los caminos que están bloqueados y hacen imposible la llegada del Señor Salvador a este mundo alejado de Dios y paganizado, increyente en el amor loco y apasionado de un Dios que viene en su busca, porque quiere hacerle partícipe de su misma felicidad.

        La “voz del desierto”, el mundo actual es un desierto de Dios, está vacío de Dios, de Cristo, de Navidad auténtica y cristiana, de creer y esperar al Señor que viene con amor generoso y sacrificado para salvarnos, para salvar a este mundo ateo, sin Dios, sin su amor, sin sus mandamientos y gracia, grita y propone la conversión para desbloquear los senderos que impiden la llegada de Dios, de su salvación, de su conocimiento y presencia en nosotros.

        Hermanos, todos nosotros, la Iglesia entera desde el Papa hasta el último bautizado necesita a Juan Bautista que nos predique y exija la conversión, el vaciarnos de nuestros pecados y defectos, aunque sean pequeños, para que Cristo pueda nacer en nosotros por un aumento de fe, amor y esperanza sobrenaturales no meramente naturales de champan y fiesta de turrones; y eso es el adviento cristiano, el que la Iglesia nos pide, la espera en fe, amor y esperanza  purificadas por la oración y conversión diaria y permanente en este tiempo de fe y espera del Señor  personal y comunitaris.

 

        5.- Convertirse es dejar de caminar en un sentido, dándose la vuelta y caminar en sentido contrario; es caminar en un sentido que cuesta al principio, supone dolor y fatiga, pero luego serena nuestro espíritu y nos trae la presencia de Dios con sus dones. Si es radical, exige poner en el centro de nuestra vida y existencia al Dios Único y Verdadero, quitando, destronando a nuestro yo, que ocupa muchas veces este lugar y es el ídolo que adoramos y damos culto todo el día; la conversión es destronarlo y poner al verdadero Dios y servirle y darle culto y cumplir su voluntad, su evangelio, es hacer que Dios sea el centro de todo nuestro vivir, haciendo que Dios sea lo más importante de nuestra vida, de nuestra jornada, de nuestra relación con los hermanos más que nosotros mismos; y que su palabra, ideas y proyectos sean más importantes que los nuestros. Sería vivir con los sentimientos de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad del Padre, cumpliendo su voluntad, viviendo su misma vida, pisando sus mismas huellas.

        El hombre de todos los tiempos y más el actual, está incapacitado para vivir así por el pecado original y necesita la fuerza y la gracia de Dios que nos viene por Cristo Jesús. Sólo la gracia de Dios, el amor y la misericordia de Dios pueden vencer este amor propio, este preferirnos a Dios en todo.

        El hombre moderno vive lo inmediato y está insensibilizado para lo trascendente y lo sobrenatural; vive la cultura del momento y de lo que le apetece y ha perdido, no le interesa, el sentido religioso y eterno de su vida. En el evangelio de hoy Juan anuncia la conversión como camino para la llegada plena de Dios hasta nosotros.

        En este tiempo de Adviento, toda nuestra vida debe ser espera del Señor, vivir pendiente de su venida, de aprender a vivir teniendo siempre a Dios en el horizonte; Juan nos propone una labor topográfica para allanar el camino que nos conduce hasta Dios: rebajar la soberbia, el amor propio, el preferirnos a Dios en la vida, poniéndonos como centro del universo, que es la causa de la mayor parte de los pecados de los hombres y del mundo.

        Para eso hay que dejarse iluminar por Dios, por su Palabra que nos viene por la liturgia y la «lectio divina», por la oración personal y el encuentro dialogal con Dios. La oración nos dice continuamente que somos pecadores, necesitados de su gracia, de su ayuda, de su presencia. Y este reconocimiento humilde de nuestro pecado ante Dios, ante el Dios que viene en nuestra busca en la Navidad para perdonarnos y salvarnos, lejos de hundirnos en el desánimo o tristeza, nos llena de alegría, de esperanza y de ilusión, al saber que Él viene y nos trae la Salvación, nos busca, nos perdona, nos ama y viene en nuestra busca.

        Por eso, lo primero que nos pide Juan, el precursor, este tiempo de Adviento, como hemos dicho, es la conversión, el cambio del corazón, de nuestra mentalidad y conducta. Sin esto no hay salvación posible ni liberación de nuestros pecados, no habrá presencia de Dios en nosotros, no habrá verdadera alegría y Navidad cristiana. Y esto supone, exige un clima de fe, de oración. Para esto es el Adviento.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Las lecturas bíblicas de este segundo domingo de Adviento ponen el acento en la conversión.    En el evangelio hay una solemne introducción de datos históricos para decirnos que la Palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto: En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo”.

        La expresión “vino la palabra de Dios” es frecuente en pasajes bíblicos de acento profético. La palabra del Señor se encarna en la historia de los hombres para transformarla desde dentro. No se puede imponer. De ahí  el escepticismo  ante toda clase de transformaciones que no nazcan desde el interior.

        Si la transformación ha de ser hacia lo mejor, hacia metas de moralidad y vida ética, las estructuras no bastan porque es el hombre el que lleva el pecado en su interior y mancha lo que toca.

        El evangelio se propone cambiar el corazón del hombre para cambiar las estructuras. Tarea difícil. Porque las estructuras del pecado se acomodan mejor a lo débil del hombre y se convierten en tentación continua para los fuertes y caída permanente para los débiles.

        Si queremos cambiar personalmente, si queremos transformar nuestro hogar, nuestra familia, nuestra vida personal, hay que hacerlo desde el interior. Por eso, esta expresión del evangelio “vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías en el desierto” se convierte en modelo actual y perenne de aceptación de la palabra y transformación cristiana de vida para nosotros.

        Aceptando la palabra de Dios, meditándola con frecuencia, interiorizándola, es como hemos de convertirnos, cambiar de vida, transformarnos individual y socialmente.

        La palabra de Dios debe encarnarse en cada uno de nosotros para ser eficaz en el mundo, en la historia, si queremos transformarla en Cristo, en su evangelio. Es desde dentro, en lucha interior, donde hay que oír esta palabra que nos transforma y convierte; esta palabra tiene que pasar de la mente al corazón para convertirse en sentimiento, en el amor de Cristo; y esta palabra se escucha “en el desierto”, en la oración, en el silencio interior; ahí está su fuerza.

        Sin oración no hay conversión cristiana. La conversión permanente exige oración permanente. Orar, amar y convertirse se conjugan igual. Quiero orar, quiero amar, quiero convertirme Me he cansado de orar, es que me he cansado de convertirme y de amar a Dios. En el desierto le vino a Juan la palabra de Dios, la conversión, la oración; y ahí sigue viniendo: de almas en soledad de oración, de desierto nacen los santos, los místicos, los fuertes.

        Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente, no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

        La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a Él darás culto” (Mt. 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos; el primero, nuestro yo.

Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca,  empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos.         Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra  fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

        Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con Él, para pedirle luz y fuerzas.

        Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Estamos ya en el segundo domingo de Adviento. La Iglesia, en su liturgia, nos pide que toda nuestra vida en este tiempo sea mirar y esperar al Señor, vivir pendiente del Señor que viene, que quiere nacer y vivir en cada uno de nosotros, potenciando su vida, su amor, su gracia, su evangelio. Porque si Cristo no nace así en nosotros, aunque sobren champán y turrones, no será Navidad cristiana. Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace dentro de nosotros, todo será inútil. No habrá sido Navidad cristiana, el nacimiento de fe y de amor que Cristo quiere y la Iglesia prepara y celebra y nosotros tenemos que vivir.

 

        2.-En la primera Lectura el profeta Baruc consuela a los judíos dispersos con la perspectiva de un pronto retorno a Jerusalén. El retorno no será fruto de los esfuerzos humanos sino del poder de la misericordia divina. La condición exigida e indispensable es la conversión interior. La vuelta a Jerusalén se describe en clave jubilosa.

 

        3.- Estas palabras de Baruc tienen un eco perfecto en Juan, el precursor. Lucas sitúa la figura del precursor en un marco histórico y geográfico para significar que la acción salvadora del Mesías se  cumple en el interior del tiempo y de la historia humana con lo que el tiempo se hace «tiempo de gracia» y la historia se convierte en «historia de salvación».

        Fijémonos en un detalle sumamente interesante: esta palabra de Juan se pronuncia en el desierto. Desierto en el A. T. es sinónimo de oración, silencio exterior, meditación, recogimiento. Para orar los profetas se retiran al desierto. Sería la segunda nota a tener en cuenta en este tiempo de Adviento: tenemos que orar más, hay que retirarse al desierto; es tiempo de dedicar más tiempo a la lectura espiritual, a la liturgia de las Horas, a la Eucaristía, a la oración.

 

        4.- En el Evangelio, la predicación del Bautista es llamada a la conversión, que se manifiesta y sella con el bautismo, pero sobre todo, con la promesa de salvación universal. Y Pablo, en la segunda Lectura, da gracias a Dios y ora por la comunidad filipense para que Dios lleve a término la conversión iniciada, que debe crecer continuamente en el amor mutuo, en el  conocimiento del misterio de Dios y en la experiencia del Espíritu.

        Juan el Bautista es el guía de la penitencia y conversión que nos pone siempre la Iglesia como modelo en este tiempo de Adviento para preparar el camino del Señor que viene en la Navidad. La Iglesia, como madre y pedagoga de la fe y vida cristiana de sus hijos, cuando empezamos a caminar a la Navidad, nos manda a este profeta, que se alimenta de raíces y miel silvestre y que se atreve a hablarnos de penitencia a los hombres de todos los tiempos, porque, hoy como ayer, son muchos los caminos que están bloqueados y hacen imposible la llegada del Señor Salvador a este mundo alejado de Dios y paganizado, increyente en el amor loco y apasionado de un Dios que viene en su busca, porque quiere hacerle partícipe de su misma felicidad.

        La “voz del desierto”, el mundo actual es un desierto de Dios, está vacío de Dios, de Cristo, de Navidad auténtica y cristiana, de creer y esperar al Señor que viene con amor generoso y sacrificado para salvarnos, para salvar a este mundo ateo, sin Dios, sin su amor, sin sus mandamientos y gracia, grita y propone la conversión para desbloquear los senderos que impiden la llegada de Dios, de su salvación, de su conocimiento y presencia en nosotros.

        Hermanos, todos nosotros, la Iglesia entera desde el Papa hasta el último bautizado necesita a Juan Bautista que nos predique y exija la conversión, el vaciarnos de nuestros pecados y defectos, aunque sean pequeños, para que Cristo pueda nacer en nosotros por un aumento de fe, amor y esperanza sobrenaturales no meramente naturales de champan y fiesta de turrones; y eso es el adviento cristiano, el que la Iglesia nos pide, la espera en fe, amor y esperanza  purificadas por la oración y conversión diaria y permanente en este tiempo de fe y espera del Señor  personal y comunitaris.

 

        5.- Convertirse es dejar de caminar en un sentido, dándose la vuelta y caminar en sentido contrario; es caminar en un sentido que cuesta al principio, supone dolor y fatiga, pero luego serena nuestro espíritu y nos trae la presencia de Dios con sus dones. Si es radical, exige poner en el centro de nuestra vida y existencia al Dios Único y Verdadero, quitando, destronando a nuestro yo, que ocupa muchas veces este lugar y es el ídolo que adoramos y damos culto todo el día; la conversión es destronarlo y poner al verdadero Dios y servirle y darle culto y cumplir su voluntad, su evangelio, es hacer que Dios sea el centro de todo nuestro vivir, haciendo que Dios sea lo más importante de nuestra vida, de nuestra jornada, de nuestra relación con los hermanos más que nosotros mismos; y que su palabra, ideas y proyectos sean más importantes que los nuestros. Sería vivir con los sentimientos de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad del Padre, cumpliendo su voluntad, viviendo su misma vida, pisando sus mismas huellas.

        El hombre de todos los tiempos y más el actual, está incapacitado para vivir así por el pecado original y necesita la fuerza y la gracia de Dios que nos viene por Cristo Jesús. Sólo la gracia de Dios, el amor y la misericordia de Dios pueden vencer este amor propio, este preferirnos a Dios en todo.

        El hombre moderno vive lo inmediato y está insensibilizado para lo trascendente y lo sobrenatural; vive la cultura del momento y de lo que le apetece y ha perdido, no le interesa, el sentido religioso y eterno de su vida. En el evangelio de hoy Juan anuncia la conversión como camino para la llegada plena de Dios hasta nosotros.

        En este tiempo de Adviento, toda nuestra vida debe ser espera del Señor, vivir pendiente de su venida, de aprender a vivir teniendo siempre a Dios en el horizonte; Juan nos propone una labor topográfica para allanar el camino que nos conduce hasta Dios: rebajar la soberbia, el amor propio, el preferirnos a Dios en la vida, poniéndonos como centro del universo, que es la causa de la mayor parte de los pecados de los hombres y del mundo.

        Para eso hay que dejarse iluminar por Dios, por su Palabra que nos viene por la liturgia y la «lectio divina», por la oración personal y el encuentro dialogal con Dios. La oración nos dice continuamente que somos pecadores, necesitados de su gracia, de su ayuda, de su presencia. Y este reconocimiento humilde de nuestro pecado ante Dios, ante el Dios que viene en nuestra busca en la Navidad para perdonarnos y salvarnos, lejos de hundirnos en el desánimo o tristeza, nos llena de alegría, de esperanza y de ilusión, al saber que Él viene y nos trae la Salvación, nos busca, nos perdona, nos ama y viene en nuestra busca.

        Por eso, lo primero que nos pide Juan, el precursor, este tiempo de Adviento, como hemos dicho, es la conversión, el cambio del corazón, de nuestra mentalidad y conducta. Sin esto no hay salvación posible ni liberación de nuestros pecados, no habrá presencia de Dios en nosotros, no habrá verdadera alegría y Navidad cristiana. Y esto supone, exige un clima de fe, de oración. Para esto es el Adviento.

los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada, porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y profesional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque «el sarmiento no está unido a la vid».

        Por eso, desde el primer instante y kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

        Oigamos a Juan el Bautista y convirtámonos al evangelio, al Señor en este tiempo en que preparamos el camino de nuestro encuentro con Él en la Navidad. Por ahí viene: Hay que enderezar todo lo torcido y abajar la soberbia.

 

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DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO C

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En este tiempo de Adviento, la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el primer Adviento cristiano. Hay dos personas que sobresalen en este sentido: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a tratar de vivir el Adviento con María y como María.  ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de su Hijo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

María lo esperó y recibió en primer lugar por el camino de la oración: La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo-hijo, Hijo de Dios hecho hijo de María; y la Virgen estaba orando, recibió el mensaje de Dios por el ángel en oración y siguió orando y dialogando con el ángel y con el Hijo de Dios, que empezaba a ser hijo suyo en su naturaleza humana, empezó a nacer ya en sus entrañas por obra del Espíritu Santo. Es la Santísima Trinidad actuando plenamente en ella.

Y María después, orando embarazada fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno al que nacía en sus entrañas mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que la saludó sabienndo el misterio que llevaba: ¿cómo es posible que me venga a visitar la madre de mi Señor?, y rematando la escena María con la oración de Magnificat: proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha mirado la pequeñez de su esclava, desde ahora me felicitarán todas las generaciones… si,Madre de Dios y madre nuestra, nosotros te felicitamos máxime ahora en Navidad y en tu novena de la Inmaculada. Ayúdanos a esperar y reibir a tu hijo como tú, con fe y amor encendidos.

Queridos hermanos: Oración, meditación, ratos de Sagrario a solas con el Señor es lo que necesitan nuestras almas para vivir el adviento auténticamente cristiano,  adviento de Cristo, esperar y poder celebrar la Navidad. Hoy hay crisis de oración, sobre todo eucaristica, no solo en el mundo sino en la misma Iglesia, en las parroquias, en cristianos, en curas, frailes y monjas, vemos pocos orando junto al Sagrario de sus parroquias. María nos invita a vivir el Adviento en clima de oración cristocéntrica, especialmente eucarística.

Sin ratos de oración, de oración meditativa primero, luego afectiva y contemplativa no hay posibilidad de encuentro con Cristo, no puede haber Adviento cristiano, de Cristo, ni Navidad plenamente cristiana, con Cristo, y aunque haya villancicos y sobren champám y turrones y reunión de familia, sin Cristo en el corazón, sin fe y amor personal por la oración con Cristo, no puede haber navidad cristian, de Cristo, aunque haya turrones y villancicos. Porque la navidad es Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que lo esperan por el camino de la oración, sobre todo, eucarística. Y si falta Cristo, aunque sobren champan y turrones, no hay navidad cristiana, nacimiento de amor a Cristo en nosotros.

 

2.- En segundo lugar, queridos hermanos, Cristo vino a María sobre todo, como vemos por los evangelios, por el camino de la fe viva y confiada de María en la Palabra de Dios traída por el arcángel

Gabriel que se desarrolla y llega a su plenitud por el diálogo-oración mantenido con él; presencia de la palabra de Dios Padre y que en nosotros tiene que ser así también por la oración personal en nuestras vidas, que nos llevará siempre Jesús y si es oración eucarística, ante el Sagrario, donde siempre con amor y esperana nos está esperando el Señor es el mejor camino.

Y así fue en María y en todos los santos; hay que empezar orando a María que nos lleva siempre a su Hijo, especialmente Eucaristía. Empezamos con el evangelio y María, siempre guiados por el Espíritu Santo, y luego el Espiritu Santo, como en María, por una oración que empieza siendo vocal, luego meditada y luego en nosotros un poco más elevada, si nos vamos vaciando de nosotros mismos por la conversión continua y permanente, será ya mística, experiencia de Dios, de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espírtu Santo en nuestras almas, nos sentiremos habitados por Dios Trinidad y todo por amor del Espíritu Santo, como en María:  “Cómo será eso, pues no conozco varón… y María sigue orando,dialogando con el ángel que le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.  Y en oración, en diálogo con el Angel, termina María :He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Que sea así entre nosotros, por la oración y purificación de nuestra fe llegar a sentir y vivir la navidad, a Cristo, dentro de nosotros. Así sea por una espera atenta de fe viva por la oración.

Aquí llegaron María, y todos los santos por la oración diaria y conversión permanente, los místicos, S. Juan de la Cruz y otros muchos que luego describen maravillosamente este camino de la oración, que no se queda en meditación sino que purificando el alma llegamos a la vivencia de Dios Trinidad en nosotros, por la purificación de las virtudes teologales fe, esperanza y  caridad por medio de las noches, de las purificaciones de vida, de nuestros sentidos y sobre todo del corazón y siempre por el camino de la oración; oracion primero con libros y ayudas, luego sin necesidad de libros, puramente contemplativa, veánlo en S. Juan de la Cruz, santa Teresa, Carles de Faucauld, Isabel de la Trinidad, madre Teresa de Calcuta, etc… llegaremos a la oración de diálogo de tú a tú con el Espíritu de Dios, con el Espíritu Santo: “Cómo será eso, pues no conozco…He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Como véis, todo en clima de oración, de diálogo personal con Dios.

 Y  así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra de Dios por el anuncio del ángel ante el misterio de la Encarnación del hijo-Hijo que la desbordaba y no comprendía. María vivió el primer Adviento con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer o decir su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios traida por el Angel en su oración. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos y razones humanas.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios, en su palabra, en su evangelio. Tenemos que creer de verdad que ese niño es el Hijo de Dios, que ese pan consagrado es verdaderamente Jesucristo, encarnado entonces en carne y ahora con el mismo amor en un trozo de pan y por eso merece nuestra oración, nuestra adoración, nuestra espera, nuestro tiempo, nuestra persona sobre todas las cosas o pensamientos o dudas o comodidades o circunstancias.  Fe pura, seca y total sin evidencas ni milagros.

Ella, María, creyó así y nos trajo la Salvación, al Salvador del mundo, al hijo-Hijo; nosotros, sus hijos, especialmente en este tiempo de adviento tambien queremos y pedimos creer como ella, y así será Navidad en nosotros, en la Iglesia, en el mundo, vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros, hasta los nuestros.

Y predicaba yo en mi parroquia: Queridos hermanos, para eso necesitamos orar, venir más a la iglesia en este tiempo de adviento,  sobre todo en estos tiempos de pandemía espiritual de fe y amor a Dios en que nada o pocas cosas nos ayudan a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo, es que de 50 años para abajo qué poca gente en nuestras iglesias, en las misas de domingo, han bajado los bautizos, primeras comuniones..etc…

Hay ambiente y materialismo ateo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta de gobiernos y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, a Dios, a Evangelio…; este mundo se está alejando de Dios, porque quiere encontrar la felicidad en la cosas finitas; este mundo se está llenando de todo, y está cada vez más vacio: familias rotas, esposos, matrimonio rotos, -- queridos hermanos aquí ahora presentes, perdonadme porque estas son algunas de mis homilías predicadas en la parroquia—y seguía yo: madres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, este mundo de medios y guasad que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta el todo, le falta Dios, el único Amor que llena y da compañía.

Y estamos todos más tristes, más solos, sin la certeza de Dios que nos ama y nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y el Hijo que nos amó hasta dar la vida para que la tuvieramos eterna: el mundo no cree en la eternidad, en Dios, por eso los matrimonios rotos,  padres que se matan y matan a los hijos… nos falta Dios; necesitamos la navidad, es necesario que Dios nazca en los hombres, aumente su presencia en nosotros, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Queridos hermanos, vivamos así el adviento auténticamente cristiano, salgamos a esperar al Señor con fe, amor y esperanza sobrenaturales en más ratos de iglesia, de oración, de misas, jueves eucarísticos, rosarios. Lo necesitamos. Y así celebraresmos la Navidad con María y el Señor Jesús, ya crecido y amado en ratos de oración ante el Sagrario.

 

 

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DOMINGO III DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Sofonías 3, 14-18a

 

        Conclusión del libro de Sofonías con un canto de exultación por la restauración esperada, tras la censura de los pecados, el anuncio del “día terrible de Yavéh” y las perspectivas de conversión en humildad y pobreza. Esta explosión de alegría que canta a Dios, Rey de Israel y Salvador, tiene su motivo central en la presencia de Dios (v 15. 16) que con su perdón ha retirado el castigo y ha alejado al enemigo: previsión de restauración tras el destierro o quizá referido a los pecados y desórdenes, causa de la ira. Esta presencia ahuyenta el miedo y el desaliento (Is 41, l0. 13-14), es causa -por efecto de su amor- de total renovación (v 17), hasta el punto que Él mismo, complacido en esta nueva creación, estalla de júbilo.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 4, 4-7

 

        Pablo invita a la alegría. Esta alegría es signo de una vida espiritual auténtica y debe manifestarse también cuando la vida es amarga y dura. La moderación, que es mansedumbre, paciencia y bondad, debe informar la actitud cristiana e iluminar la vida de los demás. Fundamenta esta actitud cristiana la proximidad del Señor. El encuentro con Cristo es gozoso. Mientras llega este día venturoso hay que estar libres de toda preocupación y ansiedad, que amargan el gozo y perturban la paz. La confianza en la providencia es el medio más eficiente (Mt 6, 25-34; 6, 8). Ésta mantendrá en perfecto equilibrio todo nuestro ser (v 7).

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3,10-18

 

QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Con el tercer domingo de Adviento, el pensamiento de la Navidad ya cercana domina la Liturgia, imprimiéndola un tono festivo y alegre. En efecto, la Navidad, al celebrar la Encarnación del Hijo de Dios, señala el principio de la Salvación y la humanidad ve cumplirse la antigua promesa de un Mesías liberador de todas las esclavitudes. Las dos Lecturas del día son un mensaje de esperanza, consuelo y alegría.

        En la Primera, el profeta Sofonías, en la conclusión de su libro, grita con fuerza un canto de exultación por la restauración esperada:

        “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel,  en medio de ti, y ya no temerás.

        Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. El se goza y se complace en ti,  te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”.

        Esta presencia del Señor en medio de su pueblo ahuyenta el miedo y el temor y es causa, por efecto de su amor a su pueblo, de la total restauración.

        Estas palabras de Sofonías,  dirigidas para confortar a los deprimidos y desesperanzados, se pueden aplicar también a todos nosotros que a veces desconfiamos de la presencia de Dios en medio de nosotros, por las pruebas a que somos sometidos por el mundo, por el pecado y por el ambiente circundante. Sobre todo en muchos de nosotros, deseosos de convertirnos sinceramente a Dios, pero que nos sentimos incapaces por nuestras limitaciones y debilidades, incapaces de liberarnos del consumismo, de las seguridades puramente terrenas, que nos esclavizan y nos impiden poner nuestra confianza sólo en Dios, por encima de todo.

        ¡Seguridad! He aquí la clave: uno estudia, trabaja, come, se afana en todo para tener seguridad, para tener dinero en el que ponemos toda nuestra confianza; pensamos que a más dinero, más seguridad. Y cuando esto no es así, desconfiamos de Dios. Esta seguridad puramente terrena empequeñece al hombre; si es trascendente, si se pone en Dios por encima de todo, sublima y plenifica. Si toda nuestra vida se endereza hacia esta seguridad puramente terrena es un buen objetivo, pero frágil, perecedero, limitado, finito, intranscendente.

        En la segunda Lectura, Pablo nos invita a poner nuestra alegría y seguridad sólo en el  Señor, porque el Señor está cerca: 

        “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca… Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

        Esta seguridad en el Señor, seguridad que trasciende todo lo terreno y creado, porque es escatológica, va mas allá de todas las seguridades terrenas, comporta una fe y una esperanza firmes en Jesucristo, Único Salvador de este mundo. Este es el mayor bien que Dios ha dado a la humanidad. Y la Navidad es la certeza y seguridad de que Dios sigue amando al hombre, sigue perdonando al hombre, sigue viniendo en su busca para salvarlo. “El Señor está cerca”.

        El hombre ha sido creado para lo Absoluto de Dios y no puede saciarse con migajas de criaturas. De ahí la necesidad siempre del Adviento; tenemos necesidad de estar siempre esperando al Señor, de estar mirándole en el horizonte desde que nos levantamos por la mañana, de verlo todo como camino de encuentro con Él en los acontecimientos de nuestra vida. Tenemos que preparar el camino para que el Señor venga a nosotros y nos libere de todas nuestras esclavitudes, pecados, consumismos, idolatría de los ídolos creados por nuestros instintos.

Demasiadas cosas y ocupaciones aparecen nuevas todos los días y las entronizamos en nuestro corazón a costa del culto y la espera de Dios, que ha dejado de ser para muchos cristianos lo primero y más importante. Esta actitud de espera del Señor es la que quiere provocar en nosotros la Iglesia en este tiempo de preparación para la Navidad.

Vaciarnos de cosas para llenarnos más de Dios, sólo de Dios. Porque este hombre actual está muy enfermo de humanidad, de amor fiel y permanente en matrimonio, en respeto a la vida sin abortos o eutanasias, padece esclerosis de sentimientos y valores humanos, está más triste, estamos todos más tristes por eso: los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los esposos y esposas más tristes, los jóvenes más tristes y necesitan la droga, el alcohol, el sexo indiscriminado, hay más sexo y menos amor…

        El hombre actual padece angustia vital, porque se siente devorado por las ansias del tener y las prisas del gozar. Es tiempo de infartos.

        El hombre actual padece soledad; por eso busca multitud de discotecas o concentraciones deportivas que no quitan soledad; busca matrimonios de compañías que no quitan soledad: los esposos se sienten solos porque no se sienten amados; y no hay amigos. Se rodea de todo en el hogar, en sus posesiones y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios, que es el Todo. Por eso, este año te invitan a comprar  robots que te dan los buenos días, y muñecas que parecen de verdad, y personas de verdad que parecen muñecas, porque no dan amor ni quitan soledad.

        ¿Qué hacer? Darse cuenta de la gravedad del diagnóstico, examinarse cada uno para ver cómo se encuentra en relación con estas enfermedades. Para eso es el Adviento. Recógete en oración ante Dios. Repasa tu vida. Mira qué es lo que mueve tu existencia, qué es lo que buscas y te preocupa. Y conviértete, cambia de actitudes y caminos; necesitas mirar y confiar y esperar más a Dios, al Enviado, a Jesucristo, que es el único que puede llenar todas tus esperanzas y llenar de sentido tu vida, por qué y para qué vivo y trabajo. En estos días del Adviento cristiano pregúntaselo a Maria, a Juan Bautista, a los profetas que esperaron al Mesías. Imítalos. Pregúntaselo a los santos y místicos y misioneros y tantas personas buenas y cristianas, padres y madres, esposos cristianos que tenemos en nuestras parroquias.

        ¿Qué hacer? Vivir el Adviento como quiere y nos pide la Iglesia en actitud de fe, esperanza, amor conversión. (Este tema está más ampliamente desarrollado en las meditaciones del Retiro de Adviento)

 

 

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HOMILÍA DEL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS de Jarandilla: Estamos celebrando ya en esta santa misa el tercer domingo de Adviento, pero del adviento cristiano, es decir la espera de la Navidad cristiana, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios y Único Salvador de los hombres. Y  debemos disponernos todos a celebrar LA NAVIDAD verdaderamente CRISTIANA, Navidad de Cristo, porque aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil. Repito:

Por eso,  tenemos que orar y trabajar para que sea navidad en nuestras vidas, en nuestras almas y en la vida de nuestros hijos y del mundo, que Cristo sea creído, adorado y celebrado en nuestras vidas y en vida de los nuestros y de todos, porque aunque sobren champám y turrones, si Cristo no nace en nuestro corazón, esta navidad habrá sido inútil. Repito:

Y para eso, hermanos, en estos días hay que confesar, vaciarnos de nuestras faltas y pecados para que Cristo pueda nacer y vivir en nosotros y en la de nuestros hijos y para que podamos ser cuna de amor donde Cristo pueda estar y reposar. Hay que venir más a la Iglesia y esforzarmos por cumplir los mandamientos de Dios, rezar en casa, incluso entre mujeres vecinas, rezar el santo rosario por nuestros hijos, que tal vez estén alejados de la vida cristiana.

Vivir la vida cristiana, por lo que Cristo vino en Navidad y murió y resucitó consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, Hay que perdonar a todos, como Cristo nos perdonó y hay que tener en cuenta y ayudar a los que no tienen medios humanos para vivir como Cristo que no tuvo casa y nació en una cueva entre animales, hay que hacer obras de caridad y ayuda a los necesitados, porque es Navidad y Cristo nos invita a ello. Familias de Jarandilla en estos días hay que hacer las paces entre esposos, padres e hijos y celebrar con fe y amor verdadero, todos unidos en fe y amor, la Navidad cristiana.

Queridos Jarandillanos, que  no nos salvan los políticos, ni la tele atea, ni este mundo de los guasad y demás... que este mundo solo tiene un salvador, Jesucristo, que para eso vino y se encarnó y se hizo hombre en nuestra madre la Virgen María de Sopetrán y murió para que todos tengamos vida eterna, como la tienen los nuestros que murieron y a través de los siglos se han manifestado, se han aparecido para aseguranos el cielo, la vida eterna, aquí cerca de nosotros, la Virgen de Fátima, Lourdes, Siracusa, Corazón de Jesús… etc cientos de apariciones para asegurarnos la vida eterna, como a nosotros en ratos de oración o comuniones fervorosas. Por eso, nuestra madre la Iglesia en la segunda lectura de este domingo, carta de S. Pablo a los Filipensese nos invita a poner nuestra alegría y seguridad sólo en el  Señor, porque el Señor está cerca: 

        “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca… Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

        Esta seguridad en el Señor, seguridad que trasciende el tiempo y el espacio, trasciende esta vida y este mundo, todo lo creado y terreno, porque Él vino para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad a todos los hombres. Nuestra vida es más que esta vida, somos eternos…, allá viven ya nuestros padres y los que murieron con fe, no lo dudéis, podéis sentirlo en ratos de oración un poco elevada ante el Sagrario, purificada de pecado, fuimos creados para una eternidad de gozo con Dios, el pecado de nuestros primeros padres destrozó este plan de Dios y Cristo se ofreció al Padre para nuestras salvación,y quiso venir a salvarnos y  ESTE ES EL SENTIDO Y EL FIN DE LA NAVIDAD. Dios que nos quiere a todos para una eternidd de gozo y por eso se hace hombre y sufre y muere pero sobre todo resucita para que todos tengamos vida eterna. SOMOS ETERNOS, NUESTRA VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA. Esto es el fin y el sentido y la razón de la Navidad cristiana. Cristo nació y vino a nosotros y nos lo predicó para que todos tengamos vida eterna.

        POR ESO HAY QUE SER AGRADECIDOS, VENIR A MISA ESTOS DÍAS, REZAR EL ROSARIO ENTRE VECINAS, HACER OBRAS DE CARIDAD, PERDONAR A LOS QUE NOS HAN OFENDIDO PORQUE ES NAVIDAD Y DIOS NOS AMÓ Y VINO PARA LLEVARNOS A TODOS SU MISMO GOZO ETERNO Y TRINITARIO

Hermanos, NUESTRA VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA..y esto es la razon única de la Navidad, de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, a este mundo, vino para abrirnos las puertas de la eternidad en el Dios eterno y feliz, que amó tanto a los hombres que entregó y permitió la muerte y sufrimientos de su Hijo para que todos tengamos vida eterna. Este es el mayor bien que Dios ha dado a la humanidad por su Hijo Jesús nacido de María, hermosa nazarena, Virgen guapa, Madre de Sopetran. la Navidad es la certeza y seguridad de que Dios sigue amando al hombre, de que Dios te ama y te espera para una eternidad de gozo, de que sigue perdonando al hombre, sigue viniendo en su busca en la Navidad para salvarlo. HERMANOS:“El Señor está cerca”, venid, adorémosle, cantemos así con la Iglesia, con todos los creyentes en estos días.

        Queridos hermanos y hermanas, la navidad auténtica, la cristiana, por lo que Cristo vino a este mundo y se encarnó y murió y resucitó, es para que todos consiguiéramos la vida eterna, el cielo, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, , y estas cosas se pueden creer, pero sobre todo se pueden gustar en este tiempo de Adviento y de Navidad en ratos de oración, sobre todo ante el Sagrario, donde Cristo siempre nos está esperando, con los brazos abiertos para salvarnos y abrazarno, para eso vino, para eso es la Navidad, para decirnos que Dios existe y nos ama y con la muerte y resurreción del hijo amado, todos estamos salvados.

       

RESUMIENDO: Para vivir la Navidad cristiana:

 

1º) Necesitamos la conversión del alma: en pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana. Es tiempo de confesar pecados y comulgar con fe y amor: cuánto tiempo que no confiesas o comulgas? En pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana. Porque aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace en nuestra alma, no hay navidad cristiana, nacimiento de Cristo en nosotros.

 

2º) Necesitamos la conversión del corazón.  La Navidad es la fiesta del Amor de Dios haciéndose hombre, por amor al hombre, a todos los hombres para hacerlos partícipes de su mismo cielo Trinitario ¿Tú crees esto? Pues esto es la Navidad cristiana. Por eso, lo que repito siempre por estas fechas: “aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón por la vida de gracia, todo habrá sido inútil… Es tiempo de confesar y comulgar, pero también de rezar y hacer ratos de oración, de venir más a la Iglesia, alguna misa de diario…

 

Y TERCERO: Si Cristo se hace hombre, todo hombre es mi hermano; es tiempo de sentirse hermanos, de perdonar, de hacer obras de caridad, de visitar y socorrer a los necesitados de amor, de perdón, de amistad.

        La Navidad son días de vivir más intensamente el amor fraterno, de hacer las paces con todos, visitar a los enfermos, de hacer obras de caridad, de vivir más intensamente el amor matrimonial, superando desamores, vivir el amor familiar con padres y abuelos, el amor a los ancianos. Son días de perdón de las ofensas, de quitar de nuestro corazón todo rencor y todo odio y toda crítica por Cristo que vino por amor a todos, incluso por los enemigos: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” y vino en Navidad por amor a todos y hacernos hermanos. Si Cristo se hace hombre en Navidad, todo hombre es mi hermano.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En el Evangelio de este domingo podemos ver cómo las gentes del pueblo, los publicanos  y los militares, después de oír a Juan, le preguntaban: Entonces, qué hacemos.., ¿cómo hemos de actuar, en qué debemos cambiar, cómo tenemos que vivir   nuestras vidas?

        Ésta es una pregunta obvia del que quiere y empieza a convertirse, del que ha escuchado y quiere enderezar su vida, purificar su corazón en este tiempo de Adviento, ante la venida del Señor en la Navidad y la urgente invitación del Precursor para que salgamos a recibirlo.

        La respuesta de Juan no es altisonante, pero tampoco receta generalizante y tranquilizadora. En los tres casos su respuesta tiene un denominador moral y ético de conversión exigente de mayor justicia y amor, que se matiza con detalles propios de cada una de estas virtudes.

       

        2.- Primero y a todos en general, nos pide amor efectivo, demostrado en obras: “El que tenga dos túnicas, que reparta alguna al que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo mismo”. Por lo tanto, lo primero que se nos exige a todos los cristianos, si queremos vivir el Adviento y la Navidad, si queremos vivir como Dios quiere y Él mismo nos enseña con su venida es compartir con amor lo que tenemos con los necesitados, como Él “no tuvo como deshonra hacerse semejante en todo a nosotros, menos en el pecado”. ¿Lo hacemos?

No pasemos adelante; paremos y reflexionemos: ¿somos caritativos, repartimos y hacemos partícipes de nuestros bienes, especialmente nuestro amor, nuestro tiempo y atenciones, a los necesitados, ¿pensamos en los que no tienen quien les atienda y escuche, en los ancianos y deprimidos, en los tristes y desconsolados? Para eso es el Adviento, la espera del Señor que siendo rico se hizo pobre por nosotros. Aquí que cada uno medite en su situación, mejor, en la situación de los demás, cómo y qué comparte, qué generosidad tiene, si se deja dominar por el egoísmo, la comodidad, el desinterés y la despreocupación, incluso dentro de la propia familia, de los vecinos, de los amigos.

 

        3.- “Vinieron a bautizarse unos publicanos –los que cobraban los impuestos a los judíos para pagárselos a los romanos dominadores- y le preguntaron: qué hacemos nosotros? Él les contestó: No exijáis más de lo establecido”. Y a los militares: “No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga”.

        Para comprender estas respuestas hay que tener en cuenta que ambas profesiones tenían mala imagen social y eran objeto de desprecio por parte de los más religiosos. Los publicanos, como he dicho, porque recaudaban los impuestos para los romanos y tendían a exigir más de lo debido, en beneficio propio, abusando de las gentes pobres y pactando con los ricos. Igual que hoy y que siempre. Como veis en esto se cambia poco aún después de veinte siglos. Los militares, a su vez, solían «pasarse» en denuncias –vamos como hoy día con las multas de tráfico- extorsionando a la gente y procurándose dinero por medios poco ortodoxos.

        Como vemos, tanto Hacienda como el Ejército eran para el pueblo judío la encarnación viva de la injusticia, debido al abuso de poder y del dinero. Ambos eran casos típicos de corrupción social. Hoy como ayer y como siempre, dinero y poder son muy peligrosos y constituyen por sí mismos una tentación muy fuerte para la corrupción moral del hombre.

        Pues bien, sorprendentemente el Bautista no les dice que para convertirse deben de abandonar su profesión, sino que deben ejercitarla en justicia para lo cual deben recurrir a la ayuda de Dios, para estar atentos y vigilantes y no caer en la tentación. Y para ellos y para todos, nos recomienda la oración, el retirarse un rato todos los días a rezar, a meditar, a reflexionar sobre nuestro comportamiento.

        ¿Qué os parece a vosotros? Quitando alguna honrosa excepción, ¿harán mucha oración nuestros gobernantes, los militares y los de Hacienda? Nada de tomárselo a bromas. Todos debemos hacer oración, por consejo de Juan.

        “El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos: Yo bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan anuncia como inmediato al Ungido de Dios, que bautizará en Espíritu Santo.

        Queridos hermanos, la Navidad está cerca. Dios viene por la Encarnación de su Hijo para salvarnos de nuestros pecados de injusticias, abuso de poder e insolidaridad. Para vivir el gozo de la venida del Señor, habremos de profundizar en la conversión de nuestros criterios y actitudes de pecado de poder, despotismo y soberbia de la vida que humilla a los hermanos.

        ¿Qué me pide concretamente este evangelio? Me pide que me revise por si estoy siendo poco solidario, tal vez injusto en mis apreciaciones y comportamientos con los que me rodean y conviven conmigo en familia, en el trabajo, en las relaciones ordinarias de la vida. La venida de Cristo, la Navidad, me invita y obliga a convertirme de todo lo que impida la presencia de Dios en mi vida. Aquí nos espera el Señor para ayudarnos y romper toda injusticia y faltas de interés y caridad con los hermanos, para hacernos más solidarios, para ser y vivir mejor la vida cristiana, recibida por el agua y el Espíritu Santo, esto es, para renovarnos en nuestra fe y compromisos cristianos.

 

 

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DOMINGO IV DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Miqueas 5, 2-5a

 

        Dentro de un contexto de amenazas por la depravación, brilla la esperanza del «resto», que se salvará y de su Rey futuro. Alusión a Belén-Éfrata como lugar de su nacimiento; Belén es pequeño, como «el resto». El origen de este Dominador futuro es «eterno», esto es, antiguo: se hace una alusión a la dinastía de David,  originaria de Belén, y su permanencia eterna (2 Sam 7, 14-16; Is 7,4). El Rey futuro será Pastor de su pueblo con el poder de Dios; su poder será universal; y no sólo traerá la paz, sino que Él mismo será la Paz, pues su nacimiento significa la presencia de Dios, el fin de su lejanía por los pecados y la reunificación universal de los hermanos.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 10, 5-10

 

        Se trata de una recapitulación del tema central de la carta a los hebreos: el sacrificio de Cristo —único, definitivo, actual— abroga la economía del Antiguo Testamento, que era su sombra. Los antiguos sacrificios no quitaban pecados, eran «carnales», es decir, su valor purificador era parcial, no total ni definitivo. El sacrificio de Cristo, único, santifica actualmente aniquilando el pecado total. El autor lo confirma con una exégesis del Sal 39, 7-9. Este salmo tiene un valor mesiánico. El Hijo de Dios, preexistente, de naturaleza divina, desde su entrada en el mundo, en la encarnación, se ofrece como víctima. La redención eterna y actual se proclama formalmente con su entrada en el Santuario celeste, por la resurrección.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 39-45

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Iniciamos ya la cuarta y última semana de Adviento, de preparación para la venida de Cristo en la Navidad. Conviene que nos paremos un poco por si nuestra agenda, cargada de felicitaciones y preparativos de cenas y comidas, está tal vez  descuidada en lo principal: la preparación de nuestro corazón, de nuestro interior, de nuestro espíritu, para recibir al Señor. Debemos preguntarnos si está siendo realmente este Adviento un tiempo de preparación para este encuentro mediante el desierto de la oración, la intensidad en la vida cristiana y el esfuerzo por enderezar y allanar caminos para el encuentro con Cristo en la Navidad, para escuchar al Señor que nos anuncia el hecho más portentoso de la historia: que Él ama al hombre, quiere salvarlo y por amor viene a esta tierra y se hace como uno de nosotros para hacernos partícipes de la amistad divina.

        María, en el vértice del Adviento, en este domingo último, es propuesta por la Iglesia como modelo de preparación de la llegada del Señor y camino seguro de encuentro con Él. Ella nos enseña en el evangelio de hoy cómo prepararnos y recibir a Cristo. La vemos estremecida y sorprendida ante las alabanzas divinas por medio del ángel; la vemos dialogante, generosa, entregada totalmente al proyecto de Dios sobre ella y su acción en el mundo.

María ofreció a Dios lo que Él busca de todos nosotros: un corazón limpio que le amaba por encima de todo;  una obediencia plena a su voluntad, por encima de sus propios planes y criterios, que le hizo superar todas las dificultades provenientes del plan de Dios sobre sus planes de vida y posibles estimaciones contrarias a su persona; una fe confiada y entregada totalmente: “he aquí la esclava del Señor”, la que no tiene voluntad propia, la que ya no vive para sí, sino que pertenece totalmente a Dios y a su Hijo que empezaba a nacer en su vientre, creyendo totalmente que era el Hijo de Dios.

        2.- “El ángel, entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús… ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?. El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios... María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y la dejó el ángel” (Lc 1, 28-38).

Este es  uno de los diálogos más bellos de toda la Sagrada Escritura.

-- Dios habla con la mujer más grande y santa de toda la historia.

-- Dios trae una Palabra de salvación y María dice un «sí» de acogida.

-- Dios quiere venir a los suyos y María le prepara una digna morada.

-- El Espíritu Santo la cubre con su sombra y María le da su carne y acoge con todo su corazón al hijo del Altísimo.

-- En el seno de María (en la anunciación) el Dios infinito se hace tiempo y espacio como nosotros y comienza la Nueva Alianza de Dios con los hombres.

-- En la encarnación, Dios se ha hecho cercanía, misericordia y salvación para el hombre.

Queridos hermanos, adoremos estremecidos en María el fruto de su vientre, el inefable don de Dios al hombre, cuyo misterio se realiza en el seno entrañable de esta joven nazarena. Y todo esto desde la debilidad de una joven de catorce años más o menos, pero que vivía en oración profunda y en diálogo permanente con Dios, donde recibía la gracia y la ayuda permanente del Padre. Bien jovencita y fue capaz de decir sí al proyecto de Dios y mantenerse fiel hasta el final de su vida, donde fue la única que permaneció junto a la cruz de su Hijo, creyendo que era el Hijo de Dios el que moría como un fracasado, como un condenado. Por eso en la letanía la llamamos la Virgen fiel, porque se mantuvo siempre unida a su Hijo en todos los momentos tristes y alegres, claros y oscuros de su vida.

3.- Y ésta es la razón y fundamento de la alabanza que su prima Isabel la tributa cuando va a visitarla, pasando recogida por aquellos parajes de Palestina contemplando sólo al Dios que la habitaba en su interior, pensando y hablando con el  que nacía en su seno, adorando en silencio y oración permanente el Misterio de Dios encarnado en su seno: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

        Como ella es nuestro modelo, esta alabanza puede también ser nuestra, de cada uno de nosotros si creemos y nos fiamos de Dios como ella y se puede decir de ti y de mí: dichoso tú, hombre creyente y cristiano, porque crees y te preparas como ella para esta maravilla de la salvación que es el nacimiento del Hijo de Dios en la tierra por medio de la oración, obras buenas de caridad, visitando a los necesitados, comunicando amor y ayuda a todos, creyendo en las maravillas de Dios: que Dios te ama, que Dios no se olvida del hombre, que viene en su busca en cada Navidad.

        En este tiempo de Adviento, imitemos a María en la fe y en la oración, fuente permanente donde se aumenta esta fe y disponibilidad a la voluntad de Dios. María, por la hondura de su fe, fue Madre de Cristo y Madre nuestra, y nos enseña, desde el primer Adviento de Cristo, que toda nuestra vida debe estar siempre llena del cumplimiento de la voluntad de Dios, aunque nos exija cosas incomprensibles para nuestros criterios humanos y egoístas; nos enseña que toda nuestra vida debe estar llena, debe ser un cumplimiento santo, exacto y confiado de la voluntad de Dios, conservando su palabra en lo más profundo de nuestro ser, por encima de nuestros criterios y las estimaciones del mundo y de las gentes.

        4.- Con su “hágase en mí según tu palabra” pone en juego toda su capacidad de esfuerzo en función de una fe que compromete toda su vida, rechaza los ídolos de las seguridades y estimas humanas, para poner en Dios su única esperanza, su única apoyatura. María en su persona, en su maternidad divina, es un canto, el más bello a la fe y la esperanza de la acción de Dios en nosotros, en nuestra vida. Así lo dice el poeta Casaldáliga: «Decir el fiat y entregar el seno, cantar agradecida en la montaña para todos los vientos de la historia el gozo de los pobres libertados… Y ya callar, detrás del evangelio… Y darle al mundo al Redentor humano. Y devolverle al Padre el Hijo:¡Dios te salve, María! Madre de la Palabra en el Silencio».

        Todos con Isabel podemos también exclamar: ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? Tu visita, Señora, en este evangelio del cuarto domingo de Adviento, llena de alegría el corazón de quien te conoce. Y, si no tiene aún la dicha de conocerte, se le abren pronto los ojos a la gracia de tus encantos.

        Desde aquella primera visita  en los comienzos de tu maternidad divina, ¿cuántas veces has visitado el corazón de hijos, los hombres, en el correr de los siglos? ¡María, Madre del Señor, dulce visitadora de tantos necesitados de tu fe, de tu fuerza, de tu consuelo, de tu compañía maternal, de tu amor! ¿Qué te impulsa a tan benigna caridad? ¡Qué humilde agradecimiento el de nuestro corazón, cuando te encuentro junto a mí!

        Eres siempre la última estrella, que aún refulge en los ojos y en el corazón de quien está a punto de perder la luz de toda esperanza. Vienes porque como Madre del Señor eres la madre de todos los hombres, sus hermanos. Y fuiste elegida para Madre del Señor para ser nuestra Madre. Y una madre viene siempre. Y no falta nunca en los momentos que necesitamos tu presencia. Y ahora te necesitamos en este tiempo de Adviento para que nos enseñes a preparar la venida de tu Hijo. Y has de venir necesariamente porque llevas al Hijo en tus entrañas, porque Cristo vino por tí al mundo y no hay otro camino,  porque llevas la Caridad y Amor de Dios a los hombres en tus entrañas: «Del Verbo divino, la Virgen preñada, viene de camino, ¿le daréis posada?».

 

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

Queridos hermanos: En este cuarto domingo de Adviento la Iglesia nos pone como modelo de preparación para la Navidad a María, la mujer que mejor vivió este misterio del amor de Dios. Por eso, amar e imitar a María es el mejor camino de preparación para recibir al Señor, para vivir la Navidad. Conocer y amar a María es un tesoro para las almas de fe y en silencio de oración que quieren vivir la Navidad.

 

A.- UN TESORO

 

Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación y vivirla con Ella al lado, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy y que no podemos dejar escapar. Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como madre, como amiga y como modelo.

 

B.- FE AUDAZ

 

Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree lo humanamente imposible, acepta de corazón la «locura» de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo deI Altísimo que ha venido a traer la salvación. Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a perseverar en la fe por encima de todas las apariencias, de todas las persecuciones y contrariedades que nos vengan por perserverar en el camino emprendido contra la opinión de los que nos rodean, a mantenernos en pura fe, sin apoyo de nada ni de nadie. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación», sino con gozo y confianza.

 

C.- MUJER DE ORACIÓN HUMILDE

 

María se expresa también en el silencio de la oracióny nos enseña a apreciar su valor. María está en oración, en oración mientras cosía o barría, o sencillamente orando sin hacer otra cosa que orar en su habitación. En silencio oye al ángel y en silencio responde a la llamada de Dios. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión meditativa empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacio sino una riqueza espiritual.

 

D.- OBEDIENTE A DIOS

 

Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida la entrega a Dios y a sus hermanos, los hombres, en obediencia total a la voluntad divina sin comprender perfectamente lo que se venia encima, pero haciendo notar las dificultades: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”.  Pero su vida no la vivía para  ella misma, no tenía sus ojos puestos en ella sino en la voluntad de Dios, en su servicio, en su colaboracion, en el proyecto de Dios más que en los suyos: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”.

La respuesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi, según tu palabra”. María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más rica y feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

 

F.- CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

 

«Causa de nuestra alegría», como dicen las letanías del Rosario. Porque ella está “llena de gracia”, de todos los dones de Dios, tiene a Dios en su seno y en sus brazos. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos a Cristo, causa de nuestra alegría y salvación; ella nos trae la alegría del cielo, el abrazo del Padre, por su unión con el Espíritu Santo, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco. Ella siempre nos comunica paz, serenidad, consuelo, ayuda de Madre.

        María, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias. VIVAMOS EL ADVIENTO ESPERANDO AL SEÑOR COMO LO HICIERON JOSÉ Y MARÍA

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el Evangelio de hoy, José aparece con su duda, asombrado y perplejo, como hombre bueno y honrado, ante una realidad que no comprende, porque conoce a María y no le entra en la cabeza que su estado de embarazada obedezca a una infidelidad. Desposado con ella, observa cómo María espera un hijo antes de vivir juntos. Quiere repudiar en secreto a su esposa. Pero, cuando el ángel del Señor le asegura y le ordena   “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo,” José, “que era bueno”, “hombre justo”, como nos dice el evangelio de hoy, que vive de la fe, obedece aceptando con humildad su arriesgada misión de esposo de la Virgen-Madre y de padre virginal del Hijo de Dios; qué grandeza a la vez en medio de la prueba y qué confianza de Dios en él, como en nosotros al elegirnos sacerdotes. Pero le cuesta, le cuesta muchísimo, porque María, por su parte, no le ha explicado nada.

        María se ha fiado; es más, se ha confiado tanto en Dios, que lo ha dejado todo en sus manos, incluso lo que ella podía haber hecho para defenderse, porque, a pesar de las sospechas y desconfianzas lógicas de José, ella no ha dicho nada, no ha aclarado nada.

Ella lo ha sufrido todo en secreto y ha dejado a Dios la tarea de aclararlo y explicarlo todo. Aprendamos también nosotros a confiar en Dios nuestro Padre cuando tengamos pruebas duras en la vida sacerdotal y humana.

José, además, aun obedeciendo al  mandato del ángel, no sabe cómo debe desempeñar ese papel, cómo hacer de padre con una persona que es infinitamente superior a Él, no sabe cómo y por dónde debe hacer de padre con esta criatura, con una misión tan extraordinaria y, por otra parte, aparentemente como otra ordinaria; por eso, le parece que lo más honrado es retirarse discretamente, en silencio, a pesar de la advertencia del ángel. Pero por fe, supera la prueba y coopera al misterio de la Salvación. Se fía y se adentra en el misterio. San José es prototipo y modelo de fe, sincera y profunda. Aprendamos nosotros para cuando vengan pruebas en nuestra vida.

        En este ambiente de fe se realiza el nacimiento de Jesús y en este ambiente también debemos celebrarlo todos nosotros. Fe, obediencia a Dios, humildad y amor son las virtudes necesarias para celebrar la Navidad, para  recibir al Señor, que está a punto de llegar.Primeramente, fe, una fe generosa y viva como la de María, que acepta y cree totalmente que es el Mesías Salvador el que se encarna en ella, sabiendo que va a sufrir por la duda y sospecha de su esposo, de su familia, pero no da explicaciones a nadie y se fía y lo confía todo al Padre Dios.

Fe, como tú, querido hermano, en el pan eucarístico que consagras, es Jesucristo, que nace todos los días en tus manos sacerdotales y permanece en el Sagrario. Fe viva y siempre despierta, no dormida y menos muerta, ámalo, vísitalo,.

        Hermanos, necesitamos una fe como la de José, reverente y aceptando la palabra de Dios contra toda lógica humana. En los dos hay pura obediencia de fe y por la fe. María cree plenamente y acoge el misterio y da a luz al Salvador de los hombres. José, cuando el ángel le anuncia el misterio, acepta el plan de Dios, y cree firmemente que ese niño Jesús salvará a su pueblo y, por tanto, que su esposa no le ha traicionado y la acoge con humildad, y, porque creyeron, fue Navidad. Hermano, aunque Cristo nazca mil veces, si no nace con fe viva en tu corazón y en nuestra vida, habrá sido una navidad inútil, aunque seamos curas, obispos ocardenales.

        Para celebrar la Navidad en estos tiempos de increencia, nosotros y todo el pueblo cristiano necesitamos pedir a Dios por medio de María y José que nos ayuden a creer verdaderamente en la Navidad, como ellos, fe verdadera no puro conocimiento en todo lo que encierra de amor, de entrega y de misterios la Navidad, creer de verdad que Dios ama al hombre, que sigue viniendo enamorado a la tierra en cada Navidad para buscar y llevar al hombre, a cada uno de nosotros a la plenitud de la amistad divina. Cada Eucaristía es Navidad. En cada Eucaristía como en Navidad, viene con estos deseos.

        Necesitamos la fe de María y José para creer que el mismo Hijo de Dios que procede eternamente del Padre es el todos los días se encarna, viene a nosotros en un trozo de pan y siempre con amor y por el poder del mismo Espiritu Santo.

Necesitamos fe para superar nuestros juicios y criterios  humanos en la vida, nuestras evidencias y seguridades terrenas y creer en la Palabra eterna del Padre pronunciada con amor de Espíritu Santo en el seno de la Virgen bella, invitándonos a ser pequeños, humildes y obedientes como Él, que siendo Dios se hace niño  necesitado, y nos perdona a todos, y viene para el bien de todos. Imitémosle.

Necesitamos la fe para creer en cada Navidad que Dios sigue amando a los hombres y perdonando nuestras faltas de fe y amor y que nos se olvida de nosotros. Por eso necesitamos este cuarto domingo de adviento, para meditar y disponernos a recibir esta plenitud de Dios en nosotros. Porque aunque sobren champám y turrones si Cristo no nace en el corazón de los creyentes, habrá sido una Navidad inútil. Feliz Navidad a todos.

 Que Él nos ayude. Que María y José, a quienes la Iglesia nos pone como modelos, en este domingo último de Adviento, nos ayuden y nos enseñen el camino que ellos recorrieron.

Necesitamos la fe de José y María para vivir este reto perenne, este fiarnos de Dios más que de nuestros criterios para vivir la vida del Evangelio, para renunciar a nuestros consumismos inmediatos y terrenos, pensando más en el reino de Dios.

Necesitamos la fe para estar diaria y constantemente abiertos y disponibles a los planes de Dios, que superan todos nuestros egoísmos de mente y corazón, en apertura filial a Dios y fraterna a los hermanos.

        Necesitamos la fe, como José y María, en medio de tanta incomprensión de las gentes, que ha dejado la fe cristiana y la Iglesia, porque les cuesta obedecer a Dios en sus mandamientos, en lo que nos pide en el uso y disfrute de las cosas creadas, a las que han convertido en lo absoluto de sus vidas, dándole el culto que sólo pertenece a Dios.

Necesitamos la fe para vivir el matrimonio sin divorcios, la familia sin abortos ni  eutanasias, con más amor a los padres y ancianos, como Dios nos pide, en contra del ambiente y de la corriente del mundo,

        Sólo con esta fe honda, sincera, profunda, superadora de criterios y mentalidades paganas, podremos celebrar una Navidad verdaderamente cristiana, donde Cristo sea recibido, amado y celebrado como Dios y Señor, como único Salvador de nuestras vidas.  Que Él nos ayude. Que María y José, a quienes la Iglesia nos pone como modelos, en este domingo último de Adviento, nos ayuden y nos enseñen el camino que ellos recorrieron. Que así sea.

 

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CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Permitidme que hoy diga en voz alta para todos un poco de lo que a veces oigo que me dice Jesús, Cristo Eucarístia desde el Sagrario, lo que me dice su mismo Espíritu Santo de Amor en ratos de oración y silencio.

Cuarto domingo de Adviento. Adviento. Jesus, siendo Dios, se hace hombre en el seno de la Virgen Madre, y al unir lo humano con lo divino empieza a ser Sacerdote eterno en el seno de la Virgen Madre, por obra del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que a todos nosotros nos ungió en el día de nuestra ordenación y nos ha hecho sacerdotes eternamente en El y con El para salvación de todos los hombres nuestros hermanos, hijos todos de la Virgen Madre, Virgen Madre, que concibió en su seno al Sacerdote y Víctima de Salvación, Jesucristo, que se formó y nació en su seno, en Maria, Virgen Sacerdotal y madre de todos los sacerdotes, que encarnamos esta unión entre lo divino y lo humano, este poder divino, esta union entre Cristo y cada uno de nosotros sacerdotes, sobre todo cuando en la santa misa con toda verdad y maravillosa grandeza decimos: “Este es mi Cuerpo, esta es sangre…., ¿la mía, la tuya? No, la de Jesucristo, Único Sacerdote nacido en el seno de la Virgen, Madre de todos los sacerdotes porque en ella tuvo  ser y nacimiento el Hijo de Dios hecho hombre y Único y eterno sacerdote.

((Hermanos sacerdotes, Amemos a la Virgen, ama a tu madre sacerdotal y sacerdote… como algunas veces me atrevo a llamarla en privado y sin que nadie me oiga)) …María, madre sacerdotal y sacerdote del Altísimo.))

Hermano, pide a la Madre y nuestra madre Maria, amor y ternura para el niño que nace en su seno, que es Dios loco de amor por los hombres… y que nace en un pesebre y luego permancece para siempre en el sagrario, a veces, en iglesias cerradas todo el día… ¿pero Hijo de Dios que te haces hombre, para salvarnos, qué te puede dar el hombre que tú no tengas, qué buscas en mi si tu lo tienes todo, eres Dios y por eso harás milagros, resucitarás muertos, y despúes de dar la vida por mí, por todos, te resucitarás como Dios al hombre nacido de María y primer resucitado de entre los hombres… sabes Cristo que tanto amor de tu parte me provoca crisis de fe… pero cómo puede ser Dios y hacer eso… cómo puede nacer así pobre en un establo el creador del mundo y de todo, cómo tiene que huir  siendo niño y no habiendo hecho nada malo… y luego morir, bueno toda tu vida…. Y naces para esto, qué locura de amor… cómo nos amas… Nosotros también, viéndote nacer así tan pobre y demás, queremos amarte eternamente y ser tuyos y amar al Padre que aceptó este plan de salvación tan maravilloso y sentir su mismo fuego de amor al Padre y al Hijo en Amor de su Espíritu Santo. Cómo quiero vivir el Adviento, esperarte, besarte y comerte, adorarte en el establo, mejor, en tu Sagrario.

Hermano, hermanas, vivamos con fe profunda y amor, vivamos con María el Adviento que termina porque el niño ya tiene deseos de nacer y abrazarnos y hablarnos del Padre eterno que nos ama, que nos ha soñado para una eternidad de gozo con El y todos los hombres nuestros hermanos en Fuego y Amor de su mimo Amor y Eterna felicidad, Espíritu Santo… Si existo, es que Dios me ama..

Por eso, todos nosotros los sacerdotes, para ser sacerdotes de salvación para todos, para el mundo entero como El, único Salvador y sacerdote, tenemos y debemos imitarle en todo, en su vida, tenemos que seguir e imitarle en nuestras vidas, tenemos que vivir esta vida, este amor, esta entrega y fidelidad y union de Jesús al Padre Dios y a todos los hombres nuestros hermanos….

La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos en oracion, como ella, desde que la sorprendio el angel y le anunció el misterio que se iba a realzar en ella y que José fue testigo tan verdadero que penso abandonarla porque no había tenido parte en ello. Vivámoslo con su misma esperanza, confianza, con su misma fe en estos misterios. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... en miedio de los hermanos son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad.

Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús, sobre todo en nosotros, sacerdotes. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús naciendo pobre para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia con ellos. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón.

 

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TIEMPO DE NAVIDAD

 

RETIRO DE NAVIDAD

 

(Otras meditaciones en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclo A y B, Edibesa, Madrid)

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

1.- La Salvación de Dios hasta el hombre y para el mundo entero tuvo un camino, tiene un nombre, es una persona: Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado. La presencia de Cristo es continua y operante ahora en el mundo, en su Iglesia, especialmente en todas las celebraciones litúrgicas del año, que hacen presentes los misterios realizados en el tiempo de una forma metahistórica, pero real.

        Hay momentos intensos y fuertes de estas fiestas litúrgicas, y uno de ellos es este tiempo de la Natividad del Señor. Por eso hemos de profundizar en los aspectos fundamentales de este misterio de la Navidad: El Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros para que nosotros, los hombres, llegáramos a ser hijos de Dios en el Hijo Amado, en el Predilecto.

        La Navidad cristiana ha de tener este profundo contenido de gracia y salvación, superando lo puramente humano y familiar; sobre todo, el consumismo que rodea a estas fiestas, donde invitamos a toda la familia, pero muchos cristianos no invitan para celebrarla al protagonista, a Jesucristo.

Todos nos hablan de Santa Claus, todos se felicitan y se regalan cosas, y a Jesús, el protagonista de la fiesta, aunque en todas las Navidades abre los brazos para abrazarnos, son relativamente pocos los que le reciben y celebran con Él este misterio del Amor de Dios a los hombres.

        Se ha metido mucho consumismo de champán y turrones y comidas en la Navidad cristiana. Sin embargo, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en el corazón de los hombres, todo habrá sido inútil, no hay Navidad cristiana.

        Por todo esto, queridos hermanos, vamos a prepararnos como Cristo y su Nacimiento en el mundo merecen; para eso estamos reunidos aquí esta mañana, porque por las palabras y gestos litúrgicos de la Iglesia se hará nuevamente presente  entre nosotros el hecho de su Encarnación, a 2000 años largos de su primera y única venida, que este año nuevamente se hará presente por la acción litúrgica, especialmente en la Eucaristía de la Navidad, aunque cada Eucaristía es una Navidad continuada. Él viene siempre con el mismo amor y entrega de entonces, que se hace «ahora» presente, con el mismo deseo de salvarnos y dar su vida por todos, con la misma ilusión y fuerza santificadora.

 

        2.- ¿Qué es la Encarnación? ¿Qué es la Navidad? La Navidad es la Humanización de Dios. He aquí el hecho fundamental y esencial del Misterio. El Dios trascendente, que nadie puede ver y abarcar, el Océano puro y quieto y eternamente existente de la pura eternidad de Amor y Vida y Ser de Dios, que no tiene límites, que no tiene antes ni después, decide hacerse criatura, se hace tiempo, límite, oculta su gloria bajo la carne de hombre, se hace presente bajo un signo humano, en carne humana recibida de una Madre Virginal, por nosotros y para nuestra salvación:

        “Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos”  (Col 1. 13-20).

        “El cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando como uno de tantos. Y asi, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 6-11).

        Hermanos, yo no sé lo que todo esto significará para vosotros, pero desde luego en sí mismo es algo inaudito e impensable. Nosotros no nos hubiéramos atrevido a pensar y programar este proyecto de amor y salvación. Ha tenido que ser el Dios infinito el que lo pensara antes del tiempo en su esencia divina para demostrarnos que Dios ama al hombre, que Dios no se olvida del hombre, que viene en su busca para salvarlo, que como dice San Juan “Dios es amor... en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

Por eso, la Navidad es una fiesta íntima que conmueve todo nuestro espíritu. Vamos a ver si multiplicando palabras y pensamientos, descubrimos un poco este misterio.

        Imagínate que a ti te dicen que vas a convertirte en un pobre andrajoso… o recordad aquella parábola del niño que quiso hacerse hormiga para salvarlas del hormiguero que se lo habían cerrado con cemento olvidado por los albañiles al limpiar sus herramientas después del trabajo… Pues Dios, que es infinito, para hacerse hombre finito, tuvo que recorrer más distancia, una distancia infinita. El infinito, que no necesita de nada ni de nadie, empieza a necesitar de todo y de todos. ¡Qué cambio! Dime que por amor te quieres convertir en un leproso, en un… para qué más ejemplos… El Ser, la Vida, el Creador de todo decide hacerse como una de sus criaturas, hacerse tiempo ¿para qué? ¿Por qué?

       

3.- ¿Cuál es el motivo de la Encarnación, de la Navidad de Jesús entre nosotros?

        “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna. Porque Dios envió a su Hijo al mundo no para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por medio de Él”.

        Meditemos estos textos, cada una de sus palabras. A mí me amaba cuando decidió hacerse hombre; a mi me amaba cuando nació en el pesebre; me amó con un amor que nadie puede amarme, con amor infinito, Él sólo. El que no necesita nada de nadie, el Infinito en su Ser y Existir se acuerda de mí y decide salvarme haciéndose hombre, hormiga, criatura…

        No me impresiona el pesebre, la cruz, las humillaciones; me impresiona el momento en que decide hacerse tiempo y espacio por mí. Señor, mi humanidad manchada y finita, con mil limitaciones en el ser, saber y obrar ¿qué atractivo pude ejercer sobre Ti?

        No tiene nada de particular que San Pablo, contemplando a este mismo Cristo crucificado, diga: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”. “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se  entregó por mí”. “Para mí la vida es Cristo”.

        Queridos hermanos, ya no podemos dudar del Amor de Dios. En el Niño Dios “allí ha aparecido la gracia y la benignidad de nuestro Dios para todos los hombres”. Nuestra inteligencia se rebela ante el misterio de la humillación de Dios. Nada más natural. Ni siquiera la Virgen lo comprendía todo. Pero ella, y por eso precisamente, “lo conservaba todo en su corazón”.  Porque la Encarnación, la Navidad sólo se puede comprender y llegar a ella por la oración, como repetiremos varias veces en estos días. Porque la oración prepara y ofrece lo que Dios necesita para nacer dentro de nosotros: amor. María no se preocupó mucho de lo externo, por eso la cogió de camino, pero ella lo recibió con fe y total amor. Y ésta debe ser nuestra principal actitud para celebrar y recibir al Niño Dios en la Navidad.

 

        1.- ACTITUD DE FE.

 

        Una y fundamental actitud ante la Navidad es la fe y el amor por medio de la oración para el encuentro personal con el Niño Dios. Profundizar en el misterio, instruirse, leer y releer los Evangelios y sus comentarios, la lectura espiritual, el desierto y retiro espiritual

        De todo ello es ejemplo María. La Virgen se prepara para la venida de su Dios con fe. Creer que era Dios el que nacía en sus entrañas… imagínate que a ti se te hubiera dicho como a ella y luego en el exterior no se notase nada, todo igual o peor, no florecieron los rosales, no cantaron con más fuerza los pájaros, no se abrieron los cielos, todo igual y era Dios el que nacía en sus entrañas. Isabel la alaba y bendice: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”.

 ¿Qué es lo que más preocupa a la gente en estos días? ¿Qué es lo que nos preocupa ahora, en qué pensamos, en qué invertimos más tiempo? Ya hemos preparado y pensado la cena, los vestidos, los turrones…y no hemos preparado el corazón para recibir a Cristo. Nos ocupan el consumismo, los regalos, las comidas… Urge purificar estas fiestas para que brille el contenido de Luz que encierran, quitando el paganismo consumista que se ha apoderado de ellas. Celebremos cristianamente la Navidad. Sólo el amor es importante y necesario. No le obligues a Cristo a nacer fuera de ti; espérale en la oración. Orar es amar. Ámale. Piensa en Él, en su amor, en su venida. En pecado, con suciedad en el alma no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que limpiar, purificar, perdonar, amar. Todo hombre es mi hermano. Son días de visitar a los enfermos, ancianos, disminuidos en lo físico o anímico…

        En relación con la presencia de Cristo en la Eucaristía escribí hace años estas reflexiones. Me parecen que pueden valer para ahora, para la Navidad, porque la Eucaristía es una Navidad continuada y permanente:

        “EUCARÍSTICAS” es el título que puse, hace más de cuarenta años, a un cuaderno de pastas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera “Eucarística” (vivencia), que escribí junto al Sagrario de mi primera parroquia extremeña:

        «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Tí. Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento. Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística. Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres. Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas, verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y de tu amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

        Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión, porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo. Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega, la misma ilusión. Eso sí que es amar hasta el extremo de todo. Señor ¿por qué me amas tanto?, ¿Por qué me buscas tanto? ¿Por qué te humillas tanto? ¿Por qué te rebajas tanto? Hasta hacerte no sólo hombre, como en Nazaret, sino una cosa, un poco de pan por mí en cada Eucaristía. Señor, pero ¿qué puedo darte yo que Tú no tengas? ¿Qué puede darte el hombre, si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo? No me entra en la cabeza, no encuentro la respuesta, no lo comprendo.

        Señor, sólo barrunto una explicación:“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Y la cumpliste en la Última Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, entre palabras entrecortadas, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed esta es mi sangre...” En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, –la he sentido muchas veces–, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el Círculo del amor Trinitario del Padre y del Hijo, fundidos en Unidad de Llama de Amor Viva del Espíritu Santo, y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, Señor, gracias. Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor”.

 

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

2.- ACTITUD DE AMOR: DIOS ME AMA, ME AMA, ME AMA AL TOMAR MI CARNE  

        1.- QUERIDOS HERMANOS:

 

2.- EL AMOR.- La segunda actitud debe ser el amor. Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero ¿qué es el hombre? ¿Qué será el hombre para Dios? ¿Qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...! ¡Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre! ¡Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta hacerse hombre como     Él y pedirle su amor!

        ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta: es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje! Te pregunto, Señor ¿Me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito de amor extremo al hombre? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz?

Padre bueno,  que hayáis decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz eternamente sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que Tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí.

Comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor, que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, esto es, hacernos tus hijos en el Hijo. Lo comprendo por la pasión de amor Personal de Espíritu Santo, volcán en infinita y eterna erupción de amor, que sientes por Él, pero no comprendo, no me entra en la cabeza lo que has hecho por el hombre, porque es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre. Es como cambiar toda la teología desde donde Dios no necesita del hombre para nada. Te ponían y así te conocí teológicamente como totalmente lejano, aislado, inaccesible, “Deus unicus, ineffabilis…”, un Dios solitario, al menos así me lo enseñaron a mí; pero ahora veo que Dios no es solitario sino familia y familiar con sentimientos de Padre e Hijo y Amor; veo que también necesita del hombre, así me lo manifiesta en palabras y hechos, por su forma de amar y buscarlo. Y esto es herejía teológica, aunque no mística, porque así lo vivien y sienten muchas personas y la gozan y se extasían.

Por eso estas  realidades de amor se estudian y se aprenden en la oración; la teología, que es fundamentalmente luz de entendimientos, no llega hasta estas alturas del amor, aquí sólo se llega por el corazón encendido en «llama de amor viva». Así es cómo llegó la Virgen a comprender el misterio que Dios le comunicaba, del que Dios la hizo partícipe de una manera singular. La beata Isabel de la Trinidad vió asi a María en su contemplación del misterio de la Santisima Trinidad, de los Tres, como ella decía:

«Noche y día te encuentras ¡oh Virgen fiel! en profundo silencio, en dulce paz, en oración divina y permanente, inundado tu ser de eterna luz. Tu corazón como un cristal refleja a Dios, Belleza eterna, tu Huésped fiel. Tú, oh Maria, atraes al cielo. Es el Padre quien te entrega a su Hijo. Serás su Madre. Con su sombra el Espíritu de Amor te cubre. En tí se hallan ya los Tres. El cielo se abre y adora así el misterio de Dios que en tí, oh Virgen, se hizo carne.

Madre del Verbo, dime tu misterio, cuando Dios se encarnó de ti. Dime cómo viviste en la tierra, sumergida en constante adoración... Madre, guárdame siempre en un estrecho

Abrazo. Que lleve en mí la impronta de este Dios, todo amor». (Sor Isabel de la Trinidad, Composiciones poéticas, 77. 87: Obras. pp. 1040, 1056).

        Y Santa Catalina de Siena:

 

« ¡Oh Virgen María! Tú fuiste aquel campo dulce donde fue sembrada la semilla de la Palabra del Hijo de Dios... En este bendito y dulce campo el Verbo de Dios, injertado en tu carne. Como la simiente que se echa en la tierra, que con el calor del sol germina y produce flores y frutos... Así verdaderamente lo hizo por el calor y el fuego de la divina caridad que tuvo a la generación humana, echando la simiente de su Palabra en tu campo, oh María. ¡Oh feliz y dulce María!, tú nos has dado la flor del dulce Jesús… El Hijo unigénito de Dios, en cuanto hombre, estaba vestido del deseo del honor del Padre y de nuestra salvación y fue tan fuerte este desmesurado deseo que corrió como enamorado, soportando penas, vergüenzas y vituperios, hasta la ignominiosa muerte de cruz...

Idéntico deseo estuvo en ti, oh María, que no podías desear más que el honor de Dios y la salvación de la criatura… Y todo esto porque la voluntad del Hijo había quedado en ti».

        (Santa Catalina de Siena, Epistolario, 144, v.2)

 

¡Bueno! Debe ser que, ante estos misterios, a todos los místicos les pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios y subió “al tercer cielo”: que empiezan  a “desvariar”.

        Señor, dime qué soy yo para ti, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

        Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor como me demuestras haciéndote hombre, uno igual a nosotros y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el Sagrario, que es una Navidad continuada, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido. Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan. Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a Él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

        Señor, si Tú me predicas y me pides tan dramáticamente con tu nacimiento, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso. Y, si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores, sólo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado;  pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Sólo quiero amarte a Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

 

        3.- ACTITUD DE ORACIÓN. “María meditaba y conservaba todas estas cosas en su corazón”. Era la oración la que disponía el corazón de la Madre para recibir y celebrar estos acontecimientos de gracia y salvación. Orar es amar. Y Maria oraba mucho porque amaba mucho y amaba mucho porque oraba mucho. Estos días son para la oración larga y extendida, sin prisas.

        La oración es el camino para llegar a conocer y amar los misterios de Cristo: Encarnación, Navidad, Eucaristía… Por eso, los que creemos en Cristo, en sus misterios, en la Navidad, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su amor y su presencia en la Eucaristía, que es una Navidad continua y permanente ¿qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos... Eso, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar con el Cristo del pesebre permanente, que son todos los sagrarios de la tierra.

        El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro, tal vez místico mientras cabalgaba, extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Saulo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor ¿qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que tienes que hacer”. La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y, consecuentemente, a un cambio de vida semejante a la suya, a la conversión de nuestras formas de pensar y amar y actuar, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros.

        Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres... ¡si creyéramos de verdad! ¡Si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a  convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros: “Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt. 23, 8-10).

        En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

        Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario... sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico.

Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que ésta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las rimas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese «trato de amistad», que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

         Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser, pero todos personales, que cada uno tiene que ir descubriendo y siempre sin grandes dificultades  ni diferencias los unos de los otros, apenas pequeños matices. 

No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre métodos para hacer oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o cantos de lo que sea... etc. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde San Juan y San Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

        Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración.

         En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta:

«Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí» (Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae. 2002, p.91).

       

 

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En nuestro ambiente actual, Navidad suena a muchas cosas. Suena a bulla, a regalos y compras, suena a fiesta, a reunión de familia, a encuentro, a tiempo de vacación y descanso. Suena a alegría de los niños, a añoranza de los mayores, a nostalgia de los que nos ha precedido y ya no están entre nosotros. Decir Navidad es decir todo esto y mucho más. Sin embargo, Navidad es una persona.

Navidad es Jesucristo, el Hijo de Dios que nace como hombre para compartir la vida humana en su etapa terrena y llevarla a plenitud en el cielo. Navidad es María, su madre bendita; y junto a ella, su esposo san José. Navidad son los ángeles que anuncian la buena noticia, son los pastores que van corriendo a ver al Niño, son los Magos que vienen de Oriente guiados por una estrella. Navidad es la irrupción de Dios en la historia humana, para hacer de esta historia el lugar de su gloria, llevando a plenitud la historia humana y en ella a todos y cada uno de sus componentes.

 ¿No tiene que ver lo uno con lo otro? –Si, está íntima y profundamente relacionado lo uno y lo otro. Pero una vez más hemos de ir a lo esencial, al fundamento de todo, a no quedarnos por las ramas, sino ir a la raíz del acontecimiento. Y lo fundamental de la Navidad es la persona, no las cosas, ni el ruido, ni la fiesta. En primer lugar, la persona de Cristo.

Hacemos fiesta porque ha nacido el Hijo de Dios. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios ha enviado a su Hijo, que ha nacido de mujer y se ha hecho hombre, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. La relación del hombre con Dios se llena de estupor al contemplar que Dios se ha hecho uno de los nuestros. Nos llena de asombro tanta cercanía de Dios, tanta ternura, tanto amor. Para que ya no nos sintamos solos, sino que alentados por esa profunda y metafísica solidaridad de Dios con nosotros, se llene nuestro corazón de esperanza, la esperanza de los hijos de Dios. Junto a Jesucristo, su Madre Santa María.

Para realizar la obra de la redención de los hombres, Dios ha elegido una mujer y la ha colmado de gracias, la ha hecho inmaculada, la ha dotado de la capacidad de ser madre sin dejar de ser virgen, para luego dárnosla como madre nuestra. Dios ha elegido a una mujer, bendita entre todas las mujeres, señalando así la más alta dignidad de la persona humana en una mujer privilegiada.

Y junto a María, san José, al que dedicamos especialmente este año. Es una figura grandiosa, humilde y escondida, pero es una pieza fundamental para que Jesús haya nacido como hombre. Él no es el padre biológico de Jesús, como dejan claramente expresado los relatos evangélicos, pero ha acogido en su casa a María y al Niño, y éste ha podido nacer y crecer en una familia cobijado por el amor de sus padres. José ha puesto su vida entera al servicio de Jesús y María, ha cumplido su misión en la entrega total de su vida, es el hombre justo a quien Dios ha confiado a su Hijo y a su Iglesia, la principal hazaña humana. Por eso, la alegría de la Navidad tiene pleno sentido.

Hacemos fiesta y hacemos bulla, porque celebramos un acontecimiento histórico que ha transformado la historia. Pero aunque no hubiera fiesta externa, ni ruido, ni bulla, celebraríamos también la Navidad. Porque Dios sigue estando cerca de nosotros, incluso cuando nosotros nos olvidamos de él. Por eso, en Navidad hemos de acercarnos más a él, que viene a nosotros en los sacramentos, en una buena confesión y con una fervorosa comunión.

Navidad es también la fiesta de los pobres, pues a los pobres viene a salvar este Niño de Belén. La profunda solidaridad que este Niño ha establecido con su nacimiento, con su Navidad, nos hace salir al encuentro del que no tiene, llevándonos a compartir lo que tenemos. Por causa de la pandemia, muchas personas están solas, y hemos de acercarnos a ellas especialmente en estos días. Otras, no tienen casa, ni trabajo, ni esperanza. Podemos acercarnos para hacerles partícipes de la alegría de la Navidad.

La Navidad nos abre los ojos ante la dignidad humana despreciada, pisoteada, ninguneada. La Navidad, el nacimiento del Señor, viene a dignificar la persona humana. Abramos nuestro corazón, y saldremos todos ganando. Feliz y santa Navidad. Recibid mi afecto y mi ORACIÓN: Se acerca la Navidad.

 

 

 SIN RATOS DE ORACIÓN, DE ENCUENTRO CON CRISTO EN EL SAGRARIO, NO HAY NAVIDAD CRISTIANA.

 

SANTA NAVIDAD: DIOS CON NOSOTROS LOS HOMBRES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios es amigo del hombre, Dios nos ha creado para hacernos felices, Dios quiere estar cerca para sostenernos en las pruebas. En estos momentos de dolor universal por causa de la pandemia, Él quiere acercarse más que nunca a cada uno de nosotros y a la humanidad entera que sufre. Por eso, necesitamos la Navidad más que nunca, necesitamos que Dios se acerque más a cada corazón humano para decirle su amor.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio que celebramos en el hoy permanentemente presente de Dios en la historia, para que nosotros podamos participar en ese misterio como si allí presente me hallare. ¿Qué es lo que celebramos por Navidad? –El nacimiento en la carne humana del Hijo de Dios eterno. Dios como el Padre, se ha hecho hombre como nosotros para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios, podamos participar de su filiación divina y lleguemos así a la plenitud del gozo que nos tiene preparado. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1Co 2,9).

Leer y meditar los textos litúrgicos de Navidad nos da alimento abundante para nuestra vida cristiana. Nos detenemos estos días a contemplar este Niño, que es Dios y que es Hombre, dos naturalezas unidas en la única persona del Verbo. Suscita en nosotros una fascinación irresistible. Se trata de una luz potentísima, que ilumina las tinieblas de la historia humana, de nuestra propia vida, y es un anticipo de la luz eterna que deslumbrará nuestros ojos y nos llenará el corazón de alegría.

 Este misterio tan hondo se ha realizado y continua realizándose en el silencio de la noche, en la humildad de un establo, en una profunda solidaridad con todos los humanos y con la creación entera. Es un misterio para contemplar largamente.

En Navidad, más que ruido necesitamos silencio para entrar a fondo en lo que celebramos y contemplamos. Y su Madre es Virgen. Vino el ángel y anunció a María que iba a ser la Madre de Dios y ella aceptó con humildad poner su vida entera al servicio de este gran misterio. 

Desposada con José, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo. Y le dio a este hijo su propia carne y sangre. Madre en el sentido más propio de la palabra, pues lo ha engendrado en su seno. El niño se parece todo a ella, lleva en su carne, en sus gestos, en su forma de comportarse los rasgos de su madre.

Virgen, porque no es fruto de la complementación normal del varón, sino engendrado por la acción milagrosa del Espíritu Santo. María es virgen al concebir, al dar a luz y permanece virgen para siempre. He aquí otra luz potente de la Navidad. La virginidad es pureza de alma y cuerpo y en María ha llegado a su grado máximo, pues es la llena de gracia, bendita entre todas las mujeres. Y es una virginidad plenamente fecunda, con la fecundidad que viene de Dios. Fecunda en el tiempo y para toda la eternidad.

Y junto a María está José, padre virginal de Jesús. Nos fijamos en él especialmente este año dedicado a su figura y la misión que Dios le ha encomendado. Sin él, este misterio de la encarnación no hubiera sido viable. El acoge, custodia, da cobertura al misterio más grande de los siglos. Y lo hace poniendo toda su vida al servicio de la misión encomendada. Toma al Niño y a su Madre, los hace suyos, y constituyen los tres la Sagrada Familia de Nazaret, donde todo rebosa amor y entrega de uno a otro.

HERMANAS, Meditemos en los grandes misterios de estos días y abramos el corazón a las necesidades de nuestros hermanos los pobres. No hay mayor pobreza que la de pasar estos días sin entrar en el misterio que celebramos y no enterarse de la fiesta.

De la contemplación de este misterio brota el deseo misionero de que todos puedan disfrutar de esta luz y de este gozo. Y a los que sufren por cualquier causa queremos decirles con nuestra vida que el Hijo de Dios hecho hombre ha asumido nuestros dolores para darnos a probar su divinidad.

La Navidad nos hace solidarios, no sólo para satisfacer las necesidades materiales de los demás, sino para hacerles partícipes de la inmensa alegría de que Dios está con nosotros. Hoy más que nunca necesitamos celebrar la Navidad.

HERMANOS, SI ES NAVIDAD DIOS SIBUE AMANDO A LOS HOMBRES, SI ES NAVIDAD SOMOS ETERNOS, PORQUE LA ETERNIDAD SE HA ENCARNADO, HA TOMADO CARNE VIRGINAL EN LA VIRGEN Y NOS HA HECHO ETERNOS, SI ES NAVIDAD, MI VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA, PORQUE DIOS SE HA HECHO HOMBRE PARA HACERNOS A TODOS LOS HOMBRS HIJOS ETERNO DE DIOS

Y HEREDEROS DEL CIELO, POR ESO DIOS SE HIZO HOMBRE PARA HACERNOS A TODOS HIJOS ETERNOS CON Él DEL MISMO PADRE.

 

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  • DE DICIEMBRE

 

 NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

MISA DE MEDIANOCHE

 

PRIMERA LECTURA: ISAÍAS 9, 2-7

 

        Se anuncia el gozo inexpresable de la salvación semejante al labrador que recoge la cosecha abundante y al guerrero que reparte el rico botín. La victoria es obra de un niño, rey dado por Dios a los hombres.

 

SEGUNDA LECTURA: TITO 2, 11-14

 

        “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres…”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 1-14

 

QUERIDOS HERMANOS:

1.-Hoy nos ha nacido el Salvador (cf Lc 2, 10-11). Hoy, esta noche nos postramos ante el mismo Hijo de Dios, nacido niño, en el portal de Belén. Esta noche vamos a adorar al mismo Hijo de Dios nacido de María Virgen. Nos lo han dicho los evangelios. Esta noche nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentemos su misma admiración y su misma alegría.

  Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el «hoy» que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque «un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado» (Is 9, 5),como leemos en el texto de Isaías.

  Ante el Verbo encarnado ponemos todas nuestras  alegrías y temores, nuestras lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano. Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”. Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

 

2.- Ésta noche, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él... tenga vida» (Jn 3,16). ¡Su Hijo unigénito, Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, venido en la gruta de Belén! Después de más de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimientos humanos.
               Ésta es la verdad que en esta noche la Iglesia quiere transmitir al mundo entero. Y todos vosotros, que vendréis después de nosotros, procurad acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad es consciente de que Dios se hizo Hombre: se hizo Hombre para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina.

 

3.- ¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo! En este año la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que viniste al mundo para vencer a la muerte. Viniste para iluminar la vida humana mediante el Evangelio. La Iglesia te saluda y junto contigo quiere vivir, como nos dice la segunda lectura “aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”.

 Por eso, Tú, Cristo, eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros! Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos! Tú, que viniste del Padre, llévanos hacia Él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos revelaste para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, erespara nosotros la Salvación. El único que puede salvar este mundo de tanto vacío existencial, de tanta noche de fe y de esperanza, de amor a Dios y a los hombres. Tú has sido enviado por el Padre como puerta para entrar en la amistad con Él, en el gozo inefable de la Santísima Trinidad. Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. ¡Haz que nadie quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!  Terminemos esta noche con el anuncio del ángel de la Nochebuena y que resume todos estos sentimientos y felicitaciones de esta noche santa:

El ángel les dijo: No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.  Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:  gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

«Hodie natus est nobis Salvator mundi»: ¡Cristo es nuestro único Salvador! Este es el mensaje de la Navidad: el  «hoy» de aquella primera noche santa se hace hoy realidad. Que María, Madre del Hijo y madre nuestra, nos muestre al Hijo del Padre para adorarlo y pidámosla que todos los hombres le reconozcan como el único Salvador de los hombres. Amén.

 

 

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MENSAJE DE NAVIDAD DE BENEDICTO XVI

 

 "Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo"

 

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 25 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Navidad que pronunció Benedicto XVI a mediodía del 25 de diciembre desde el balcón de la fachada de la basílica vaticana ante los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.

 

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«Apparuit gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus" (Tt 2,11).

Queridos hermanos y hermanas, renuevo el alegre anuncio de la Natividad de Cristo con las palabras del apóstol San Pablo: Sí, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres».

Ha aparecido. Esto es lo que la Iglesia celebra hoy. La gracia de Dios, rica de bondad y de ternura, ya no está escondida, sino que «ha aparecido», se ha manifestado en la carne, ha mostrado su rostro. ¿Dónde? En Belén. ¿Cuándo? Bajo César Augusto durante el primer censo, al que se refiere también el evangelista San Lucas. Y ¿quién la revela? Un recién nacido, el Hijo de la Virgen María. En Él ha aparecido la gracia de Dios, nuestro Salvador. Por eso ese Niño se llama Jehoshua, Jesús, que significa «Dios salva».

La gracia de Dios ha aparecido. Por eso la Navidad es fiesta de luz. No una luz total, como la que inunda todo en pleno día, sino una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha «venido a la luz». En realidad, es Él la luz misma que se propaga, como representan bien tantos cuadros de la Natividad. Él es la luz que, apareciendo, disipa la bruma, desplaza las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor de nuestra existencia y de la historia. Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida. Es un encuentro con la Vida inmortal, que se ha hecho mortal en la escena mística de la Navidad; una escena que podemos admirar también aquí, en esta plaza, así como en innumerables iglesias y capillas de todo el mundo, y en cada casa donde el nombre de Jesús es adorado.

La gracia de Dio ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su «sí» como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20).

Una pequeña comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino. Jesús mismo lo dice en su predicación: estos son los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes, los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la justicia (cf. Mt 5,3-10). Estos son los que reconocen en Jesús el rostro de Dios y se ponen en camino, como los pastores de Belén, renovados en su corazón por la alegría de su amor.

Hermanos y hermanas que me escucháis, el anuncio de esperanza que constituye el corazón del mensaje de la Navidad está destinado a todos los hombres. Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un «oasis» de paz.

Que sientan el poder de la gracia salvadora de Dios tantas poblaciones que todavía viven en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Que la luz divina de Belén se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos; se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente. Que haga fructificar los esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia, y prefieren en cambio el camino del diálogo y la negociación para resolver las tensiones internas de cada país y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que afectan a la región. A esta Luz que transforma y renueva anhelan los habitantes de Zimbabue, en África, atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente sigue agravándose, así como los hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz. Esta Luz la esperan sobre todo los niños de estos y de todos los países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir.

Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina.

Queridos hermanos y hermanas, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador» (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades, sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la luz de Jesucristo, Hijo del Altísimo e hijo de la Virgen María, «Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Lo adoramos hoy en todos los rincones de la tierra, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lo adoramos en silencio mientras Él, todavía niño, parece decirnos para nuestro consuelo: No temáis, «no hay otro Dios fuera de mí» (Is 45,22). Venid a mí, hombres y mujeres, pueblos y naciones; venid a mí, no temáis. He venido al mundo para traeros el amor del Padre, para mostraros la vía de la paz.

Vayamos, pues, hermanos. Apresurémonos como los pastores en la noche de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos.

 

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NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

MISA DEL DÍA

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 52, 7-10

 

        La noticia de la salvación provoca en Jerusalén un canto de júbilo. La alegría del anuncio da alas a los pies del mensajero. Detrás de él viene en seguida el Liberador, rey victorioso, que es el mismo Dios.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 1, 1-6

 

        Introducción a la Carta a los Hebreos que esboza sus grandes líneas: sistematización del cristianismo sobre la base veterotestamentaria: el Antiguo Testamento es el esbozo de la obra perfecta realizada en Cristo.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2,1-14

 

QUERIDOS HERMANOS: 

1.-Hoy nos ha nacido el Salvador (cf Lc 2, 10-11). Hoy, nos postramos ante el mismo Hijo de Dios, nacido niño, en el portal de Belén. Hy vamos a adorar al mismo Hijo de Dios nacido de María Virgen. Nos lo han dicho los evangelios, los pastores. Hoy nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentemos su misma admiración y su misma alegría.

  Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el «hoy» que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque «un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado» (Is 9, 5),como leemos en el texto de Isaías.

  Ante el Verbo encarnado ponemos todas nuestras  alegrías y temores, nuestras lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano. Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”. Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

 

2.- Hoy, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él... tenga vida» (Jn 3,16). ¡Su Hijo unigénito, Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, venido en la gruta de Belén! Después de más de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimientos humanos.
               Ésta es la verdad que en este día la Iglesia quiere transmitir al mundo entero. Y todos vosotros, que vendréis después de nosotros, procurad acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad es consciente de que Dios se hizo Hombre: se hizo Hombre para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina.

 

3.- ¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo! En este año la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que viniste al mundo para vencer a la muerte. Viniste para iluminar la vida humana mediante el Evangelio. La Iglesia te saluda y junto contigo quiere vivir, como nos dice la segunda lectura “aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”.

 Por eso, Tú, Cristo, eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros! Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos! Tú, que viniste del Padre, llévanos hacia Él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos revelaste para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, erespara nosotros la Salvación. El único que puede salvar este mundo de tanto vacío existencial, de tanta noche de fe y de esperanza, de amor a Dios y a los hombres. Tú has sido enviado por el Padre como puerta para entrar en la amistad con Él, en el gozo inefable de la Santísima Trinidad. Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. ¡Haz que nadie quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!  Terminemos esta mañana con el anuncio del ángel de la Nochebuena y que resume todos estos sentimientos y felicitaciones de esta noche santa:

El ángel les dijo: No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.  Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:  gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

«Hodie natus est nobis Salvator mundi»:HOY NOS HA NACIDO EL SALVADOR DEL MUNDO ¡Cristo es nuestro único Salvador! Este es el mensaje de la Navidad: el  «hoy» de aquella primera noche santa se hace hoy realidad. Que María, Madre del Hijo y madre nuestra, nos muestre al Hijo del Padre para adorarlo y pidámosla que todos los hombres le reconozcan como el único Salvador de los hombres. Amén.

 

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NAVIDAD 2ª HOMILÍA DEL DÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el evangelio en estos días.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. “María envolvió al niño Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”. Hermanos, es la navidad cristiana, el nacimientos de nuestro Señor Jesucristo, de un Dios que se hace hombre para salvar a los hombres, creamos, amemos, confesemos con fe viva y agradecida este misterio.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo. Imitemos también nosotros este día a María, adoremos, besemos, acariciemos con amor al mismo Hijo de Dios, que se ha hecho niño y pobre para salvarnos.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, hecho tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Dios te ama, Dios existe, Dios te busca y viene a  tu encuentro, querido hermano. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, abarca a todos los hombres, es infinito y gratuito, porque Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”, nos dice San Juan.

Vemos que es un  un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de nuestra carne. Es misericordioso: viene a salvarnos, a perdonarnos, a dar su vida para que todos la tengamor eterna. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

2º.- Para comprender verdaderamente este misterio de la Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, sobre todo en los Sagrarios de la tierra, porque es el mismo de ayer y de siempre, el que nació y murió y permanece ahí, en todos los sagrarios, para llevarnos a todos al cielo, a la vida eterna, única razón de su nacimiento como hombre, por la que vino en la Navidad. Hermanos, agradezamos este amor viniendo a misa estos días, confesando y comulgando, oremos ante el sagrario, sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir estos misterios de amor que la razón no entiende ni comprende.

 

Y 3º: Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias históricas de su nacimiento; pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le demos hospedaje de amor y de fe en nuestros corazones, que pasemos indiferentes ante este misterio, que no le recibamos estos días en nuestras vidas y familias y no recemos y le comulguemos con un corazón lleno de amor a Dios y a todos, que no hagamos las paces en los matrimonios, en las familias, entre hijos y padres y los vecinos y amigos.

Nos duele muchísimo que estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer en ellos, en sus vidas y familia, basta mirar la política y las televisióones, es que la mayor parte ni mencionan la navidad y si la mencionan lo hacen sin Cristo, sin iglesia, sin religiosidad alguna.

Hermanos, recemos y pidamos por los nuestros y por todos los cristianos y por el mundo entero. Porque «Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, no será Navidad cristiana, todos habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones.

        Y nada más, queridos hermanos. Pido y deseo de todo corazón, como los ángeles del cielo que anunciaron la primera navidad, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y salvación de los hombres en la tierra. Así sea y así se lo pido al Señor en esta santa misa, especiamente por vosotros y vuestras familias.

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QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Hoy es Navidad. Hoy nace niño el Dios infinito por amor al hombre. Hoy nos dice San Pablo: “Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor al hombre”. La navidad cristiana se fundamenta en este hecho; la Navidad cristiana es creer y amar esta manifestación del Amor de Dios.

        Hoy “ha aparecido la bondad de Dios, nuestros Salvador y su amor al hombre”, porque el hecho de que el Dios infinito decida venir en busca del hombre y hacerse hombre para encontrarlo de igual a igual es la mayor manifestación de amor que ha existido en el mundo, y la Navidad cristiana es por este mismo hecho la explosión reveladora del Amor divino.
        La Navidad cristiana es la revelación de la Palabra de Salvación pronunciada por el Padre en su Hijo amado, enviado para salvar a los hombres de su finitud y lejanía de Dios y pronunciado con fuego de Espíritu Santo; es la gloria y la luz inmarcesible de Dios que aparece revestida de la carne humana de un niño, que se nos da y se nos ofrece, humilde, pequeño, para que todos podamos acercarnos a Él sin miedo, con cariño, como respuesta de amor; la Navidad cristiana es la manifestación más concreta del proyecto de Salvación del Dios Uno y Trino en forma concreta, histórica y humana.

        2.- Comentando este texto de San Pablo, San Bernardo, en uno de sus sermones de Navidad, dice:

        «“Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre”; gracias sean dadas a Dios que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

        Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía pues la misericordia del Señor es eterna. Pero ¿cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. ¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho, de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros?

        “Señor, qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos».(San Bernardo, abad: Sermón 1º en la Epifanía del Señor, 1-2: PL133,141-143).

        3.- Queridos hermanos: Para explicar la teología y la mística del misterio de la Navidad cristiana tomaría este texto de la Carta a los hebreos: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas; ahora, en esta etapa final de la historia, nos ha hablado por medio de su Hijo...” (Hbr 1,1-2).

        Qué nos revela y nos enseña el Hijo nacido en Belén:
LA TEOLOGÍA de la Navidad nos revela un antes y un después. El «antes» de la Navidad nos revela un Dios Amor, que nos ama  con amor de misericordia salvadora por el Hijo que nos lo envía para buscarnos y salvarnos; con San Juan podemos definir el «antes» de la Navidad: “Dios es Amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 7-10). Con otras palabras: Dios es Amor y entrando dentro de sí mismo crea al hombre por amor y para el Amor. Y, perdido el hombre por el pecado, viene en su busca y se rebaja y humilla por el hombre. Vendría toda la historia de Salvación del Antiguo Testamento, con los profetas y la preparación inmediata de Juan el Bautista y sobre todo de María y José.

        En segundo lugar vendría el hecho mismo del nacimiento de Jesús:“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” que nos revela San Juan, y «que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre», como rezamos en el Credo. Lo rezamos sin darnos mucha cuenta a veces: Señor, ayúdame a creer que por mí te has hecho pequeño, ayúdame a comprender todo este misterio, todas estas realidades que superan todo lo creado.

        En el «después» de la Navidad estaría toda la vida, palabra y persona de Jesús de Nazaret.

 

        4.- La ESPIRITUALIDAD de la Navidad sería dejarnos plasmar en nuestro espíritu por la Teología de la Navidad, por los sentimientos y actitudes del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo que la hicieron posible; sería tratar de vivir todo esto, tener estos mismos sentimientos, este mismo amor, imitarles, de coger este camino inaugurado por Él  de entrega y amor total al hombre: en la humildad, en el amor total, siendo Jesús, es decir, Salvador, buscando al hombre, haciéndose hombre, todo hombre es mi hermano, tengo que amar como Él, perdonar como Él, servir como Él. Esto sería la espiritualidad de la Navidad, es decir, buscar a Cristo encarnado en los hermanos, tratar de vivir lo que Él, imitarlo: La espiritualidad de la Navidad es tratar de vivir y amar como Cristo nos amó en su Encarnación, es tener sus mismos sentimientos y actitudes.


        5.- La MÍSTICA de la Navidad  sería no sólo creerlo y celebrarlo sino sentirlo vivo por la oración contemplativa, larga, silenciosa, sería todo esto dentro; gustarlo, sentirnos amados, buscados por Dios en su Hijo Unigénito, hecho niño en Jesús, nacido de María; es experimentar que nació y que nace y que es verdad y existe; el éxtasis de la Navidad es vivir toda la teología que hemos dicho antes, ver que Dios ha enviado a su Hijo por mí, sentir el beso del mismo Dios en este niño, no que yo le bese que sería la teología, ni tratar de amar y vivir como Él, que sería la espiritualidad, sino sentirlo y vivirlo dentro de mí como se sienten las emociones que nos hacen llorar y gozar y decir:

        GLORIA A TI, PADRE DIOS, porque me has creado hombre, porque existo y has creado e imaginado y realizado para mí este proyecto de salvación, que soy yo.

        GLORIA A TI, HIJO DE DIOS, palabra de salvación y revelación de todo este amor escondido por siglos en el corazón de Dios y manifestado por tu nacimiento entre los hombres.

        GLORIA A TI, ESPIRITU SANTO, porque por tu poder y por la potencia de tu amor formaste esta rosa de niño en el seno de María, que nos salva y redime a todos.

        Lo creo, lo creo y es verdad. Hazme gozar y sentir y experimentar como otros lo vivieron.

GRACIAS, JOSÉ, porque queriendo repudiar a María porque tú no habías tenido parte en nada, creíste y esperaste y amaste a este niño, con el honor de saber que Dios te confiaba a su propio Hijo, que sería tuyo también a los ojos de los hombres. Y, finalmente,

GRACIAS, MARÍA, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, porque sin ti no hubiera sido posible este misterio de amor y salvación ¡Cuánto nos quieres! ¡Cuánto te queremos! Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra madre. Ayúdanos a vivirlo y sentirlo como tú.

        “No nos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiera brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente, necesarias para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo” (Teilhard de Chardin).

 

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NAVIDAD EN EL HOGAR SACERDOTAL

 

QUERIDOS HERMANOS: ¡Feliz Navidad! Quiero ahora compartir con vosotros este gozo de ser católico y creyente en la Navidad porque la Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido el gozo de encontrarnos con la locura de amor de un Dios hecho niño por amor a todos los hombres, Jesucristo, y poder celebrarla con fe y amor.

    La Navidad cristiana nos dice muchas cosas a todos los hombres, al mundo entero: nos dice que somos eternos y estamos salvados porque el Hijo de Dios con amor infinito al hombre se hace hombre para decirnos que Dios Trinidad nos ama y nos espera para una eternidad de gozo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y para quitarnos toda duda de su amor y salvación ese niño Dios nació humano porque quiso morir  en una cruz para abrirnos a todos la eternidad de gozo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y para que nunca dudásemos de su Amor.

Y ese Dios hecho niño, qué misterio de amor, cuando vino ya sabía lo que tenía que sufrir por todos nosotros. La pena es que muchos humanos no lo sepan o no lo crean, incluso gobernantes que lo rechcen, qué pena, Señor, y Tú lo sabías y Tú todos los años haces presente este misterio de amor aunque muchos hombres lo ignoren o lo nieguen y no crean… qué pena, Señor, este mundo actual, es más, incluso los que creemos qué pena que no lo vivamos con ese amor tuyo tan loco y apasionado por nosotros porque siendo Dios y no necesitando nada de nosotros viniste con amor infinito para ser amigo y salvador de todos los hombres, y eso es la Navidad cristiana  porque aunque sobren champán y turrones si Cristo no nace por amor en el corazón de los creyentes no será auténtica Navidad Cristiana.

¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú EXISTES Y NOS AMAS CON AMOR ETERNO, y sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas, si eres infinito, lo tienes todo?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor, para llenarme de tu misma felicidad, que nos trajo tu Hijo amado hecho hombre en el seno de la Virgen bella y Madre María.

        Querido Dios hecho niño, creo, creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo y que cada uno de nosotros, hombre finito y Tú eres Dios y lo tienes todo.

Queridos hermanos, cuando el creyente cree de verdad,  se llena de gozo y felicidad en la Navidad, y no se cansa de creer más y más y cantar villancicos, porque la Navidad es una locura de amores  infinitos y eternos hechos tiempo y humano, que no se curan porque son infinitos, vienen del mismo Dios, que herido de amor, se hace niño – pero Dios hecho niño, qué locura, pero ¿lo creo o no lo creo? y viene a mi encuentro, a nuestro encuentro…, la Navidad es  Dios amando locamente al hombre que viene a un encuentro de amor y felicidad… es la mayor locura de amor… es que no tiene explicación: que el Dios infinito se haga criatura, hombre finito y sabiendo lo que le iba a pasar, cómo

corresponderían los hombres de entonces y de ahora y de todos los tiempos…, porque no siempre ha sido correspondido con amor por los hombres.

Por eso, nosotros, contemplando a un Dios hecho niño en la cuna, sólo queremos adorarte, Niño Dios, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte razones y motivos de este misterio de amor, es decir, orar, contemplarte, mirarte,  orar mucho, pasar largos ratos contemplándote, contemplando el misterio de tu Navidad, recogerse en tu presencia ahora en todos los Sagrarios de las iglesias y en la misa-eucarística y meditar muy despacio, sin prisas, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprenderemos nunca sino que solamente tocamos y barruntamos por amor en ratos de oración: ¿ Por qué, pues has llagado aqueste corazón de amor, no le sanaste…. Descubre tu presencia y máteme tu rostro y...

        ¡Dios santo, Tú existes, querido hermano, la Navidad existió y existe de verdad, porque Él te amó y nos ama y caídos en el pecado se hizo hombre y luego un poco de pan para salvarnos y llevarnos desde el tiempo a su gozo eterno que empieza en la tierra en ratos de Sagrario! Tú nos amas de verdad, Dios niño en Belén y te haces un trozo de pan para alimentar nuestra fe, esperanza y caridad sobrenatural en cielo anticipado.

Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Y se ha hecho hombre para hacernos divinos, eternos. Eso es la Navidad. Es Dios amando apasionadamente a los hombres para hacernos herederos de su cielo y eternidad. ¡Dios existe y nos ama, es verdad! Basta creer en la Navidad y celebrarla con fe y amor y esperanza sobrenatural. La Navidad es Dios amando apasionadamente a todos los hombres creados y redimidos por un Dios que se hace hombre por salvar al hombre. Correspondamos a tanto amor de Dios en Navidad. Celebremos así la Navidad cristiana.

 

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Por eso, el hombre, los hombres modernos, alejándose de Ti con estos políticos ateos, nos estamos quedando vacíos de la Navidad cristiana, de Cristo, de la verdadera Navidad del amor  fraterno de un Dios hecho hombre.

En cuanto nos hemos alejado de ti, niño Dios nacido en Belénn en esta sociedad de político ateos, tenemos más sexo y placeres que nunca, incluso desde la infancia, qué pena estas leyes españolas, pero estamos todos más tristes, porque nos falta Dios, porque Tú eres el amor y la felicidad verdadera, plena e infinita. El hombre moderno necesita volver a Dios, creer en la Navidad, vivir la Navidad para encontrar el motivo de su existencia y la razón de su caminar por este mundo.

También estoy un poco triste, mi Dios hecho niño y te lo digo en voz un poco baja, porque algunos de tus cristianos, algunos solo no te buscan y vienen a encontrarse contigo en ratos de oración, de amor, sobre todo ante tu presencia en los Sagrarios de las parroquias… no tienen tiempo para agradecer tu amor hasta el extremo, para estar contigo en oración y diálogo de amor, por pura rutina, sin entrar en contacto contigo especialmente en la cuna de tu presencia permanente en el Sagrario.

        Queridos hermanos: Ha nacido el Señor, queridos hermanos, ha nacido el Redentor del mundo y de los hombres, venid y adorémosle. Ha nacido en carne humana el eterno, el invisible, el Hijo de Dios, que, por los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y se encarnó en el seno de la hermosa nazarena, Virgen bella y hermosa, María Santísima.

Hermanos, Dios te ama, tu vida es más que esta vida, Él ha venido para hacernos eternos con Él en el cielo, por eso se hizo no solo niño, carne humana, sino un trozo de pan para elimentar nuestra hambre de Dios y eternidad ya en la tierra.

Alegrémonos y felicitémonos en Dios Padre, que hizo la Navidad, este proyecto de amor Salvador para los hombres por medio del Hijo; felicitémonos y alegrémonos en el Hijo, que nos amó tanto que  obedeció y se hizo hombre como nosotros por amor de hermano; alegrémonos y felicitemos al Espíritu Santo que realizó este misterio amor infinito y salvación en María, Madre de Cristo y Madre nuestra que se hizo esclava de Dios por amor a Él y a todos los hombres; y no nos olvidemos de felicitar y alegrarnos tambien en José, que fue humilde y creyó y colaboró en el plan de Dios.

DIOS MÍO, TRINIDAD SANTÍSIMA, PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO, CREO, CREO, ADORO, ESPERO Y TE AMO, Y TE PIDO PERDÓN EN ESTE DÍA DE NAVIDAD POR TODOS LOS QUE NO CREEN, NO ADORAN, NO ESPERAN Y NO TE AMAN. Y CONFÍO Y ESPERO TU ABRAZO ETERNO DE AMOR EN TU HIJO ENCARNADO POR AMOR DE ESPÍRITU SANTO A TODOS LOS HOMBRES. AMÉN, ASÍ SEA, ASÍ LO PIDO EN ESTA SANTA MISA.

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SEGUNDA HOMILÍA

 

“Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS”

 

        1.- QUERIDOS HERMANOS: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Así describe San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, la Encarnación del Hijo de Dios. Pero antes, en el comienzo del mismo, nos dice que este Hijo de Dios estaba ya junto a Dios y era Dios: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y  la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios”.

        Nosotros celebramos hoy el cumplimiento de todas estas promesas por la Navidad que hace presente por la Liturgia de este día, especialmente por la Eucaristía, este «hoy» de la primera Navidad.

El Nacimiento de Jesús fue el año 5199 de la creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra; en el año 2957 del Diluvio; en el año 2015 del nacimiento de Abrahán; en el 1510 de Moisés y de la salida del pueblo de Israel de Egipto; en el año 1032 de la unción del rey David; en la semana 65 de la profecía de Daniel; en la Olimpíada 194; en el año 752 de la fundación de Roma; en el 42 del Imperio de Octavio Augusto, estando todo el orbe en paz; en la sexta edad del mundo: Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar  al mundo con su misericordiosísimo advenimiento, concebido por el Espíritu Santo, y pasados nueves meses de su concepción, nació, hecho hombre, de la Virgen María, en Belén de Judá.

       

2.- Todo era silencio aquella noche. Dormían los hombres y «cuando la noche llevaba mediado su camino y las cosas se hallaban en medio del silencio, bajó a la tierra la Palabra omnipotente». La liturgia estalla de gozo recordando a los profetas. Todo es gozo y alegría: Aleluya, aleluya:“Díjome el Señor: Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy”. Y el gran anuncio: “Sabed que hoy vendrá el Señor y mañana veréis su rostro”.

        Suenan en el cielo las voces de un coro de ángeles que cantan el primer villancico de la Navidad: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”.

        Y así han pasado miles de años; y llenos de gozo, podemos cantar: «En el portal de Belén/ hay estrellas, sol y luna:/ la Virgen y San José/ y el Niño que está en la cuna».

        La Encarnación del Verbo, la obra más grande de Dios fuera de sí mismo, destinada a iluminar y a salvar al mundo entero, se lleva a cabo en la oscuridad, en el silencio y en medio de las circunstancias más humildes y más humanas. El edicto del César obliga a María y a José a dejar su casita de Nazaret y a ponerse en camino, no obstante la situación del embarazo tan adelantado de María. Ellos obedecen con prontitud  y sencillez. Quien se lo manda es un hombre, pero en la orden del emperador su profundo espíritu de fe descubre la voluntad de Dios. Y así se ponen en camino confiando en la providencia de Dios.

        Nada sucede por casualidad; aún el lugar  del nacimiento del Salvador ha sido indicado por el profeta: “Y tú, Belén de Éfrata, pequeño entre los clanes de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel” (Mq 5, 1). La profecía se cumple por la obediencia de los humildes esposos. En Belén no hay albergue para ellos. Y tienen que cobijarse en una gruta de las afueras. La miseria de aquel aposento de animales no les inquieta, ni les escandaliza: saben que el niño que va a nacer es el Hijo de Dios, pero saben también que las obras y los modos de proceder de Dios son muy distintos a los de los hombres.

Y si Dios lo quiere y ha elegido este lugar para nacer, ellos no se oponen. María y José, profundamente humildes, no se desconciertan, son dóciles y están llenos de fe en los designios de Dios. Y Dios, conforme a su estilo, se sirve de ellos para llevar a término su obra más grande: la Encarnación de su Hijo.

 

        3.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. Nos lo cuenta San Lucas. “María envolvió a Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios. Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        4.- El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Es un amor gratuito, Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

         Es un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de la carne humana. Es misericordioso: viene a salvar, a perdonar.

        Es un amor que escoge el camino de la pobreza y la austeridad para demostrarnos que sólo le interesa el hombre, no sus cosas, sus posesiones, sus palacios, como los reyes de la tierra. Nace pobremente para que nadie pueda asustarse de Él, para que todos puedan acercarse. Nace pobre para enseñarnos que la felicidad de Dios no consiste en la abundancia de los bienes de la tierra sino en el amor y la entrega del hombre y se compromete con la pobreza de la tierra, no quedan excluidos sino preferidos. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

        5.- En este día de Navidad, fiesta cristiana del amor de Dios y de la alegría humana, todos nosotros, como los pastores, debemos dirigirnos por la fe y el amor al portal para adorar a nuestro Salvador, como cantamos en el villancico: «No hay tal andar como buscar a Cristo, no hay tal andar como a Cristo buscar, que no hay tal andar». Ningún camino merece la pena si no termina en Cristo.

        San León Magno exclama: «no puede haber lugar a la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».

        Queridos hermanos: cuando en el día de hoy contemplemos un nacimiento o nos acerquemos a besar al Niño, que nos sintamos todos amados, buscados, salvados por Dios y experimentemos la alegría que brota de este Nacimiento de Dios entre los hombres. Demos gracias a Dios por ello, y pidamos a María, la Madre, la gracia de permanecer siempre fieles a este Niño Dios, misterio de amor, hasta la muerte.

 

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NAVIDAD 2ª HOMILÍA DEL DÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. “María envolvió al niño Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”. Es la navidad cristiana, el nacimientos de nuestro Señor Jesucristo, de un Dios que se hace hombre para salvar a los hombres, creamos, amemos, confesemos con fe viva y agradecida este misterio.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo. Imitemos también nosotros este día a María, adoremos, besemos, acariciemos con amor al mismo Hijo de Dios, que se ha hecho niño y pobre para salvarnos.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, hecho tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Dios te ama, Dios existe, Dios te busca y viene a  tu encuentro, querido hermano. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, abarca a todos los hombres, es infinito y gratuito, porque Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”, nos dice San Juan    

         Es un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de nuestra carne. Es misericordioso: viene a salvarnos, a perdonarnos, a dar su vida para que todos la tengamor eterna.

        Es un amor que escoge el camino de la pobreza y de la austeridad para demostrarnos que sólo le interesa el hombre, no sus cosas, ni sus posesiones, ni sus palacios, que Él podía haber tenido, como los reyes de la tierra. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

2º.- Para comprender verdaderamente este misterio de la Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, sobre todo en los Sagrarios de la tierra, porque es el mismo de ayer y de siempre, el que nació y murió y permanece ahí, en todos los sagrarios, para llevarnos a todos al cielo, a la vida eterna, única razón de su nacimiento como hombre, por la que vino en la Navidad. Hermanos, agradezamos este amor viniendo a misa estos días, confesando y comulgando, oremos ante el sagrario, sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir estos misterios de amor que la razón no entiende ni comprende.

3º.- Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias históricas de su nacimiento; pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le demos hospedaje de amor y de fe en nuestros corazones, que pasemos indiferentes ante este misterio, que no le recibamos estos días en nuestras vidas y familias y recemos con un corazón lleno de amor a Dios y a todos. Que no hagamos las paces en los matrimonios, en las familias, los padres con los hijos y los hijos con los padres, vecinos y amigos.

En estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer en ellos, en sus vidas y familia, basta mirar la política. Recemos y pidamos por los nuestros y por todos los cristianos y por el mundo entero. Porque «Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, no será Navidad cristiana, habrá sido una navidad pagana, inútil», aunque sobren champán y turrones.

        Y nada más, queridos hermanos. Pido y deseo de todo corazón, como los ángeles del Señor, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y salvación de los hombres en la tierra. Amen, así sea y lo pido en esta santa misa.

Segundo: En este día de Navidad, fiesta cristiana del amor de Dios y de la alegría humana, todos nosotros, como los pastores, debemos dirigirnos con fe y amor al portal para adorar a nuestro Salvador, como cantamos en los villancicos.    San León Magno exclama: «no puede haber lugar a la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».

        Queridos hermanos: cuando en el día de hoy contemplemos un nacimiento o nos acerquemos a besar al Niño, que nos sintamos todos amados, buscados, salvados por Dios y experimentemos la alegría que brota de este Nacimiento de Dios entre los hombres. Demos gracias a Dios por ello, y pidamos a María, la Madre, creer como ella que Dios nace niño por amor a los hombres, amarle como ella que se hizo su esclava por amor, y esperar como ella esperó a pesar de la pruebas que ella tuvo que soportar en la pobreza de un establo y que su amor de madre de todos los hombres nos consiga  consiga del su hijo la gracia de permanecer siempre fieles a este Niño Dios, misterio de amor, hasta siempre, hasta la eternidad. Amén, así sea para todos.

 

 

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DOMINGO INFRAOCTAVA DE LA NAVIDAD O FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 3,3-7. 14-17ª

 

        Expone esta lectura los deberes para con los padres y desentraña el valor religioso que encierra el cumplimiento de estos deberes:

— Honrar a los padres equivale al sacrificio cultual expiatorio de los pecados, atrae las bendiciones de Dios (largos días, contento, prosperidad...) y da eficacia a la oración.

— Particularmente se destaca el valor expiatorio que encierra el cumplimiento de los deberes filiales; y, en contraposición, la gravedad del pecado que es abandonar a los padres y que se atrae la maldición divina (cfr Ef 6, 1-3; Col 3, 20).

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3, 12-21

 

        La vida familiar en el Misterio del Pueblo de Dios:

a) debe estar presidida por el amor, como lazo de unión de todos los elementos familiares;

b) la paz de Cristo, es decir, las relaciones amistosas con el Padre que Cristo ha logrado restablecer, ha de ser el árbitro que dirima los conflictos ordinarios de la vida familiar, buscando que no se rompa la unidad en el Cuerpo de Cristo.

c) La Palabra de Cristo debe ser aceptada en todas sus manifestaciones carismáticas.

 d) Finalmente Pablo expone una moral familiar sencilla, pero que lleva a toda la familia a vivir «en el Señor», es decir cristianamente (cfr Ef 5, 21-23; 1 Ped 3, 1-7).

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 41-52

       

       QUERIDOS HERMANOS: Hoy, fiesta de la Sagrada Familia nos invita la Iglesia a que pidamos y recemos a Dios Padre por las familias del mundo. La fiesta de la Sagrada Familia, colocada litúrgicamente en pleno clima navideño, pone de relieve que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, ha querido inserirse, como todos los hombres, en un núcleo familiar; ha querido seguir el camino de todos los hombres,  tener una familia como la nuestra, incluso más humilde y pobre.

        La Sagrada Familia es propuesta por la Iglesia en esta solemnidad como modelo de toda familia, especialmente cristiana. Ante todo, por la supremacía de Dios reconocida profundamente, aún en medio de dificultades y escollos casi insuperables.

        Por eso, cuando en una familia, todo se inspira en semejantes principios, en el amor y unión con Dios y con sus miembros, la familia no se rompe, sino que esta armonía y unión se fortalece más aún en medio de las penas y dificultades, superando con dolor y lágrimas a veces, incomprensiones entre esposos, comportamientos, palabras a veces inoportunas que pueden romper la unión familiar;  el amor y santo temor de Dios les ayuda a obedecer a Dios y sus mandamientos, a perdonarse, a respetarse, a honrar a los padres, a servir a los hermanos, a comprenderse y amarse mutuamente, a sacrificarse los unos por los otros y a educar y vivir respetando la voluntad de Dios que quiere que permanezcan todos unidos hasta que la muerte nos separe temporalmente.

        En una familia verdaderamente cristiana lo primero es el amor, porque Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir; lo mismo en la familia, en el matrimonio, lo primero es el amor, porque el hombre y la mujer están hechos a semejanza de Dios, dice la primera página de la Biblia,  y, si dejan de amar, dejan de asemejarse a su Creador y se autodestruyen. Que es lo que está pasando hoy día con muchas leyes destructivas del plan y proyecto de Dios sobre el hombre y la familia, dando lugar a separaciones y divorcios, que no niego que sean necesarios en algunos casos, pero como norma la ley debiera favorecer el amor y la unión. Y desde luego, el que se case en cristiano, el matrimonio es para toda la vida, por voluntad de Cristo: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

        Hoy, festividad de la Sagrada Familia, vamos a pedir dos dones divinos y humanos para todas las familias, especialmente cristianas. Lo primero que pedimos para todos, como he dicho, es el amor, una unión familiar que no se rompa nunca y que no se compra hecha en ninguna parte, sino que hay que hacerla rezando, orando y sacrificándose con la ayuda de Dios y de todos sus miembros:”Familia que reza unida, se mantine unida”.

Lo primero en la famiia es el amor, no como una realidad totalmente conseguida, sino como proyecto permanente de cultivo y conservación entre todos los miembros de la familia; el amor familiar como ilusión y conquista, en tensión permanente, sin descanso y desfallecimiento, superando dificultades, con la mirada siempre en Dios y mirando siempre el ejemplo de María y de José que permanecieron fieles siempreen medio de todas lasdificultades.

        Y para que esto sea así, para que la familia sea comunidad de amor, pedimos que sea comunidad de fe, que recen, que tengan presente a Dios en sus vidas. Es la segunda gracia que pido en esta santa misa para todos los matrimonios actuales.

Si queremos construir una familia verdaderamente cristiana, donde crezca el amor, la paz, y la armonía y las vocacones religiosas, lo primero es rezar unidos en familia para crecer en la fe, cultivar la fe y desde la fe viva en Dios habrá amor en los padres para  toda la vida y vocaciones sacerdotales y religiosas para la iglesia y el mundo. Así lo pedimos hoy a Dios en esta santa misa.

1.- Nuestra madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga de la fe de sus hijos, después de habernos extasiado contemplando el Nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, quiere que hoy le contemplemos María como madre de Dios, y como consecuencia, la grandeza de todas las madres de la tierra.

Por eso, al comenzar el año nuevo, en el primer día del año, pone la festividad de la Maternidad divina de Maríapara alegrarnos, para que felicitemos al Hijo y al Padre y al Espíritu Santo que la eligieron y la hicieron madre del Hijo de Dios en la tierra, para que cantemos con ella el «magnificat», proclama mi alma la granadeza del Señor, y  para que nos llenemos de esperanza y confianza en su ayuda y protección maternal en este nuevo año que Dios nos ha permitido empezar.

        La Maternidad es, sin duda, la idea más relevante de este día litúrgico, como se destaca en las Oraciones de la Misa y en la segunda lectura; Maternidad divina de María que se prolonga naturalmente en la maternidad espiritual sobre todos nosotros, sobre toda la Iglesia.

        El Concilio Vaticano II en relación con la Maternidad divina de María nos dirá: «… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y de la Iglesia>>, de los hombres.

 

ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN SUSCITA EN NOSOTROS MUCHOS SENTIMIENTOS:

 

PRIMERO:  Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo, gracias.

 

B) Hoy tenemos que cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

 

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo a María y se lo digo todos los días, las rezo todos los días, como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        Celebramos hoy la festividad de la Sagrada Familia; celebramos el misterio de Cristo Jesús, Palabra eterna del Padre, que quiso nacer de una familia y que vivió hasta su vida pública en una familia. Nació y creció en una familia concreta, humilde, trabajadora y así se fue realizando como persona en el lento aprendizaje de la vida y de las cosas.

        Voy a seguir en esta homilía la notade los Obispos de la Subcomisión para la Familia en la Jornada de Familia del año 2005. Con ocasión del Día de la Familia y de la Vida, que se celebra en medio de estos días tan entrañables de la Navidad, los Obispos han hecho, con Juan Pablo II en su último viaje a España, una llamada a cada familia cristiana, y a todas las familias en general bajo el lema: “Cuida tus raíces, defiende la vida”.

 

        1. “Como el árbol plantado al borde de la acequia”. Las raíces más hondas de la familia se encuentran en Dios creador, que hizo al hombre a su imagen, le llamó al amor y a la comunión, e hizo fecunda su unión en los hijos. Dios “los creó hombre y mujer y los bendijo diciendo: creced y multiplicaos, llenad la tierra” (Gn 1 ,27-28). En la propia realidad corporal del hombre y de la mujer hay una llamada al amor y a la comunión.

        El amor conyugal es algo que el hombre descubre en un momento dado de su vida. Nace de la admiración ante la belleza y la bondad del otro e incluye una llamada a la comunión y a la transmisión de la vida. Quien fue primero hijo querido por sus padres, descubre después el amor esponsal que le lleva a la entrega; luego, será padre responsable y amoroso. Mediante la comunión de personas, que se realizo en el matrimonio, hombre y mujer dan origen a la familia.
        La familia tiene en sí misma una rica potencialidad, al ser una institución sólidamente arraigada en la naturaleza misma del hombre. La familia cristiana tiene, además, la gracia del Espíritu Santo que recibió en el sacramento del matrimonio, y que nunca le faltará en el cumplimiento de su vocación y misión. Las más hondas raíces del matrimonio y la familia están en Dios.

                2. “Señor, tú has sido nuestro refugio, de generación en eneración”. La familia se encuentra hoy con graves desafíos. El matrimonio, la familia y la vida son una preocupación muy especial de la Iglesia de nuestro tiempo, porque son muy graves los peligros, en el terreno filosófico, moral y en algunas legislaciones civiles, que hoy la amenazan.                    

  Sobre la base de un concepto de libertad, que se olvida de la verdad sobre la naturaleza y dignidad de la persona humana, algunos intentan imponer falsos conceptos de matrimonio y de familia. Se pone en duda la propia identidad de la familia, «fundada sobre el matrimonio, esa unión íntima de vida, complemento entre hombre y mujer, constituida por el vínculo indisoluble del matrimonio, libremente contraído, públicamente afirmado, y que está abierta a la transmisión de la vida». (Carta de los Derechos de la Familia, presentada por la Santa Sede, 22 de octubre de 1983).

        La institución familiar experimenta una preocupante fragilidad. El ambiente cultural y social conforman un sujeto débil, incapaz muchas veces de asumir sus propias responsabilidades y de entregarse en el matrimonio como plena donación recíproca y de amor verdadero.

 

3. «No rompáis vuestras raíces cristianas».       El árbol ge- nealógico de cada uno de nosotros tiene un tronco, nuestros padres; y unas raíces, nuestros abuelos, bisabuelos, etc. Las ramas necesitan un tronco fuerte, —un matrimonio que viva un amor plenamente humano, total, fiel y fecundo— y unas raíces hondas que aporten la savia necesaria de los valores y el sentido de la vida, heredados de su mejor tradición y de la experiencia de los antepasados. Estas raíces están vivificadas por el amor de Dios “de quien procede toda paternidad”.

En su último viaje a España, en la canonización de varios Beatos españoles celebrada en Madrid, en la Plaza de Colón, Juan Pablo II anunciaba con convicción: “Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida”. Y hacía, después, una firme llamada: “No rompáis vuestras raíces cristianas”. La familia, pequeña iglesia, está llamada a la santidad por el amor, arraigada en la fe y en la esperanza.

El hombre, como el árbol, no puede vivir sin raíces. Dicen que la encina tiene tanto volumen de raíces bajo tierra, como ramas hacia el cielo. Así, bien arraigada con sus raíces a la tierra, es capaz de soportar la pertinaz sequía o el fuerte vendaval. Así, el hombre mantendrá en pie su dignidad, será un árbol capaz de soportar los embates del viento y las tormentas, si la familia sabe transmitir y vivir la fe en Dios y el amor al hombre, en la verdad, la libertad verdadera, la defensa del más débil, el esfuerzo por 1a paz y la justicia, el amor al bien y la belleza.

Hemos recibido en España la visita de las Reliquias de Santa Teresita del Niño Jesús. Con qué santo gozo escribe, en su Historia de un Alma, hablando de sus padres: “El buen Dios me ha dado un padre y una madre, más dignos del cielo que de la tierra”. En otro pasaje escribe: “Yo escuchaba, en efecto, pero confieso que miraba más a menudo a mi padre que al predicador. ¡Me decía tantas cosas su hermoso rostro! Llenábansele a veces los ojos de lágrimas, y en vano procuraba contenerlas. Cuando escuchaba las verdades eternas, diríase que no habitaba ya en la tierra; su alma parecía arrobada en otro mundo”. Con unos padres así, de estas raíces, creció en muy pocos años una gran santa.


             4.-Cuidad la vida. “El niño Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia”.         Los hijos son el fruto del amor de los esposos. La vida humana es un don recibido, para ser a su vez dado. En la procreación de una nueva vida, los padres acogen al hijo como el fruto de su entrega amorosa. El hijo es fruto del amor de los esposos. Y es, también, don de Dios que los esposos han de cuidar y proteger, para que crezca, como el Niño Jesús, “en edad, sabiduría y gracia, ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52).

        Hace pocos años ha sido beatificada la Madre Teresa de Calcuta, la madre de los pobres más pobres, la defensora de la vida de los no nacidos, la que ayudó a morir con dignidad a tantos moribundos tirados en la calle. Ella escribió: “Es maravilloso pensar que Dios ha creado a cada niño, que Dios ama a cada uno.

        Leemos en la Sagrada Escritura: “Aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré... Te llevo grabado en la palma de mi mano. Y te he llamado por tu nombre”.

        “Toda vida pertenece a Dios. El aborto mata la paz del mundo... Es el peor enemigo de la paz; porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo ¿qué me impide matarte? ¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento”.
        Un número muy grande de abortos se producen en madres adolescentes. “A vosotros jóvenes os digo -escribe la Madre Teresa- vosotros sois el futuro de la vida familiar; sois el futuro de la alegría de amar. Mantened la pureza, mantened ese corazón, ese amor, virgen y puro, para que el día que os caséis podáis entregar el uno al otro algo bello: la alegría de un amor puro. Pero, si llegáis a cometer un error, os pido que no destruyáis al niño, ayudaos mutuamente a querer y acoger a ese niño que aún no ha nacido. No lo matéis, porque un error no se borra con un crimen”.

Cuando le dicen a la Madre Teresa que hay demasiadas criaturas en la India, ella responde: «¿Piensa usted que hay demasiadas flores en el campo? ¿Demasiadas estrellas en el cielo? Mire a esta niña, es portadora de la vida, ¿no es una maravilla? ¿Cómo no quererla? El aborto es un homicidio en el vientre de la madre. Una criatura es un regalo de Dios. Si no quieren a los niños, dénmelos a mí”.

        A la familia de Nazaret encomendamos, una vez más, nuestras familias para que se mantengan unidas en el amor y produzcan abundantes frutos de santidad.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

LA SAGRADA FAMILIA

 

        QUERIDOS HERMANOS: La fiesta de la Sagrada Familia, colocada litúrgicamente en pleno tiempo y clima navideño, pone de relieve que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, ha querido inserirse, como todos los hombres, en un núcleo familiar; ha querido seguir el camino de todos los hombres,  tener una familia como la nuestra, incluso más humilde y pobre.

        La Sagrada Familia es propuesta por la Iglesia en esta solemnidad como modelo de toda familia cristiana. Ante todo, por la supremacía de Dios reconocida profundamente, aún en medio de dificultades y escollos casi insuperables.

        Por eso, cuando en una familia, todo se inspira en semejantes principios, en el amor y unión con Dios y con sus miembros, la familia no se rompe, sino que esta armonía y unión se fortalece más aún en medio de las penas y dificultades, superando con dolor y lágrimas a veces, incomprensiones entre esposos, comportamientos, palabras a veces inoportunas que pueden romper la unión familiar;  el amor y santo temor de Dios les ayuda a obedecer a Dios y sus mandamientos, a perdonarse, a respetarse, a honrar a los padres, a servir a los hermanos, a comprenderse y amarse mutuamente, a sacrificarse los unos por los otros y a educar y vivir respetando la voluntad de Dios que quiere que permanezcan todos unidos hasta que la muerte nos separe temporalmente.

        En una familia verdaderamente cristiana lo primero es el amor, porque Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir; los mismo en la familia, en el matrimonio, lo primero es el amor, porque el hombre y la mujer están hechos a semejanza de Dios, dice la primera página de la Biblia,  y, si dejan de amar, dejan de asemejarse a su Creador y se autodestruyen. Que es lo que está pasando hoy día con muchas leyes destructivas del plan y proyecto de Dios sobre el hombre y la familia, dando lugar a separaciones y divorcios, que no niego que sean necesarios en algunos casos, pero como norma la ley debiera favorecer el amor y la unión. Y desde luego, el que se case en cristiano, el matrimonio es para toda la vida, por voluntad de Cristo.

        Hoy, festividad de la Sagrada Familia, vamos a pedir tres dones para todas las familias, especialmente cristianas. Lo primero que pedimos para todos es el amor, una unión familiar que no es compra hecha en ninguna parte, sino que hay que conseguirla, orando y trabajando y sacrificándose con la ayuda de Dios y de todos sus miembros. Lo primero es el amor, no como una realidad totalmente conseguida, sino como proyecto permanente de aumento y desarrollo entre todos los miembros de la familia; el amor familiar como ilusión y conquista, en tensión permanente, sin descanso y desfallecimiento, regándolo, abonándolo, porque no crece sin ayudas, con la mirada siempre en Dios y mirando siempre a María y a José que permanecieron fieles en medio de todas las dificultades.

        Pedimos, por vosotros, queridos esposos y queridas familias, que no abandonéis nunca esta ascesis y cultivo, porque el amor es la base, el fundamento y la esencia de la familia, de su armonía y de su felicidad. Me impresionó lo que leí hace tiempo en una revista: En el hospital, el médico va acompañado por la enfermera, al llegar junto a una cama donde hay uno niño, le dice: al niño de la número 33 hay que recetarla una ración de besos. Eso mismo pido yo esta mañana para todos los matrimonios y familias presentes. Muchos matrimonios y familias necesitan vitaminas o medicinas de amor. Ya sabéis mi frase que repito con frecuencia y que debéis tener siempre presente: Hoy los matrimonios están más tristes, las familias más triste, los jóvenes y los hijos más tristes, porque falta el amor; y ahora que lo compramos todo y lo tenemos todo, estamos más solos y tristes y más vacíos, porque nos falta el amor, nos falta Dios, porque nos falta la fe y el amor a Dios. Y por eso, estamos muchas veces solos aun estando acompañados. Necesitamos a Dios en el hogar.

        Y para que esto sea así, comunidad de amor, pedimos que la familia se sea comunidad de fe, iglesia doméstica. Es la segunda gracia que pido en esta santa misa para todos: la fe en Dios, en Cristo. Los padres, verdaderos creyentes, saben que la transmisión de la fe a sus hijos no puede reducirse a la enseñanza de una doctrina, ni de unas costumbres o prácticas religiosas. Ha de ser la propia vivencia de fe la que sirva de testimonio vivo que suscite y eduque la fe de los hijos. Y es que nadie da lo que no tiene. Ya sabéis lo que dicen los niños de Primera Comunión de nuestra parroquia: Si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas. Si un niño ve rezar a sus padres, si un niño ve a su padre de rodilllas, esto no lo olvidará nunca en la vida. Pero aunque tenga los mejores catequistas del mundo o vengan los ángeles del cielo a darle catequesis, si sus padres no rezan, él tampoco rezará en cuanto haga la Primera Comunión. La fe es el fundamento del amor verdaderamente cristiano, de la familia verdaderamente cristiana, en un mundo descristianizado, laico, ateo. Si queremos constituir una familia verdaderamente cristiana, donde crezca el amor, la paz, y la armonía, lo primero es crecer en la fe, cultivar la fe.

        (Como consecuencia de la secularización, «son muchos los padres que han abdicado de esta obligación   fundamental, incluso entre aquellos que llevan a sus hijos a la   escuela católica», pues muchas veces eligen el centro religioso por razones sociales y calidad de la enseñanza, pero no por centro cristiano.

Y veo que son legión los matrimonios que no enseñan a sus hijos a rezar, ni les inician en el conocimiento del Señor o en la   devoción a la Virgen, en el descubrimiento del prójimo o la experiencia de la generosidad, en las virtudes y normas morales y,   mucho menos, en la esperanza cristiana». Por este motivo, «no es extraño,   pues, que abunden entre los niños, adolescentes y jóvenes conductas insolidarias y egoístas, cuando no delictivas, y que en tantos casos el horizonte vital de muchos de ellos sea chato, alicorto y sin la   amplitud de ideales que ha caracterizado siempre a la juventud».

        Y para terminar, un tercer don pido a Dios para las familias de hoy; y es  que de ordinario procuren que comer juntos en torno a la misma mesa y a la misma hora;  hablar juntos sin televisión,  y jugar y divertirse juntos más veces, siempre que puedan.

 

 

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DÍA 1 DE ENERO

 

OCTAVA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

 

PRIMERA LECTURA: Números 6,22-27

 

        Cuando el pueblo de Israel fue liberado con grandes prodigios divinos, el nombre de Yahvéh fue santificado, fue puesto a gran altura pasando de la humillación a la glorificación (Ez 36). De ahí que la invocación del nombre sobre el pueblo sea una fuente de bendición y una garantía de benevolencia, pues es una actualización de la elección divina de donde le vienen a Israel todas las bendiciones.

 

SEGUNDA LECTURA: Gálatas 4, 4-7

 

El Misterio de la Encarnación:

a) sucede en la plenitud de los tiempos, como realización de una larga esperanza de los hombres;

b) tiene un efecto doble: da a los hombres la filiación divina y los libera de la esclavitud de la ley mosaica;

c) para producir este efecto, la Encarnación se realiza por vía normal de los hombres y de la ley: Cristo nace de mujer y sometido a la ley;

d) la ley sitúa a Cristo en la historia de la salvación, en la historia de su pueblo. La mujer lo sitúa entre los hombres, sus hermanos, a los que viene a liberar y a salvar haciéndolos, como es Él, hijos del Padre (cfr. Rm 8, 15-16; Ef 1, 10; Col 2, 20).

       

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 16-21

 

        DÍA 1º DE ENERO: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS: en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios que, por ser la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes.

 

        1.- El Evangelio de hoy nos muestra a María cumpliendo su misión de madre de su hijo, Dios encarnado: dice claramente que los pastores encontraron a María junto al niño recién nacido, por ser y hacer de madre, por ejercer su función maternal,. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, su hijo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María. Así que en el primer día del año, nos pone a la Madre, porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida hay que ir al Hijo por la Madre.

        Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar con ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Cómo es nuestra devoción a la Virgen, qué tiempo le dedicamos en nuestra vida? Eso es lo que hace hoy la Iglesia, poniendo el primer día del año a María como Madre y Protectora de todos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero de todo; pero para que esto sea así, el camino más seguro hasta Dios, para vivir la vida cristiana, es  María.

¡Qué certeza, qué confianza, qué fuerza nos da ser devotos de la Virgen, qué poder tiene intercediendo ante Dios, qué seguridad nos da ante Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por mi experiencia cristiana de muchos años y de muchas luchas y de muchas penas y alegrías y ayudas recibidas. Estoy totalmente seguro y convencido de esta verdad. María y Sagrario y todo se soluciona en nuestras vidas, amad a la Virgen y a su hijo Eucaristía y tendréis fuerza para amar, perdonar, gozar y sufrir en este mundo hasta la eternidad.

 

        2.- Por eso, la Iglesia quiere empezar el año mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniendo todo el año que empieza bajo su protección maternal. Hagámoslo todos nosotros, pongámonos y pongamos a nuestras familias bajo su protección, todos los días, el rosario o los tres avemarías la acostarnos.

Sabe muy bien la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre. Si la madre vive, los hijos siguen adelante, se mantiene el orden, la limpieza y las comidas en casa y todos llegan a su término.

Precisamente esta es una de mis principales preocupaciones como sacerdotes, falla el cristianismo actual en España, porque faltan madres cristianas de 50 años para abajo, lo noto en la iglesia, en primeras comuniones, en la vida pastoral, no tenemos grupos cristianos, como hace 20 años, de mujeres de 50 años para abajo.

        Ya esta sería la otra nota importante de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María madre, como ejemplo y modelo de todas las madres, en nuestra vida cristiana, individual y familiar; es tan importante la función maternal de María, dentro de la fe y de la vida cristiana, que se la pone en alto en el primer día del año para que todos la invoquen y se consagren a su amor maternal  en esta fiesta primera del año.

Secundemos, pues, los deseos de la Iglesia: miremos en este día primero y en todo el año a la Virgen, invoquemos a María, sigamos su ejemplo de fe, humildad, silencio, obediencia a Dios, trabajo.

Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas… todo bajo su mirada protectora y su intercesión. Que todo este año lo vivamos bajo su protección maternal y así nos será más fácil el camino. Repito, el rosario, las tres avemarías al acostarnos, nosotros y nuestros hijos, como nos enseñaron nuestras madres, a los que tenemos años…

        En realidad, la importancia de María en la obra de la Salvación se la empezó dando el mismo Dios, que quiso contar con ella para que fuera la Madre de su Hijo cuando llegó la plenitud de los tiempos. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.

        Es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. le dijo su prima santa Isabel.

        Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió y se unió a Él junto a la cruz, en el momento del amor extremo de su Hijo en su muerte, acompañando a su Hijo y uniéndose a Él en su ofrenda al Padre por los hombres, sus hermanos, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz.

        Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, junto a su Hijo en la cruz, que moría solo y abandonado por todos, creyendo que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

        ¡Bien sabía el Señor la elección que había hecho! Esta es la verdadera grandeza de María, que podía pasar desapercibida para los ojos de los hombres, pero no para Dios.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza, en las alegrías y en las penas.

Eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si, desde el comienzo del año, la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios. Por eso tiene tanto poder ante Él. Es omnipotente suplicando. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira a todos tranquilidad, seguridad, certezas, consuelo.   Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.     «¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María».

 

SENTIMIENTOS ANTE ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN

 

A) Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo, gracias.

B) Cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

 

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

 

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Nuestra madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga de la fe de sus hijos, después de habernos extasiado contemplando el Nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, quiere que hoy le contemplemos como hijo de María. Y lo quiere, porque sabe por la Historia de la Salvación que Dios ha querido que María sea camino de encuentro con su Hijo, camino de salvación para todos los hombres.

Por eso, al comenzar el año nuevo, en el primer día del año, pone la festividad de la Maternidad divina de Maríapara alegrarnos, para que felicitemos al Hijo y al Padre y al Espíritu Santo que la eligieron y la hicieron madre del Hijo de Dios en la tierra, para que cantemos con ella el «magnificat», para que nos llenemos de esperanza y confianza en su ayuda y protección en este nuevo año que Dios nos ha permitido empezar.

        Son varias las ideas que enriquecen este día dentro del tiempo litúrgico navideño en que celebramos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: octava de Navidad, maternidad divina de María, jornada mundial de la paz y comienzo del año civil. La Maternidad es, sin duda, la idea más relevante de este día litúrgico, como se destaca en las Oraciones de la Misa y en la segunda lectura; Maternidad divina de María que se prolonga naturalmente en la maternidad espiritual sobre la Iglesia.

        2.- En su exhortación apostólica Marialis cultus Pablo VI afirma que «el tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal y salvífica de María» (cf.Mc 5,1). Y sobre la recuperación litúrgica de la fiesta de hoy y su sentido, añade: «La Solemnidad de la Maternidad de María, fijada el día primero de enero según una antigua sugerencia de la liturgia romana, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la vida» (MC 5,2). Esta verdad la confesamos y creemos y vivimos cuando rezamos el Credo Niceno-Constantinopolitano: «que por nosotros y por nuestra salvación bajó del  cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombres».

        El Concilio de Éfeso (431), confirmando lo que ya creía y confesaba el pueblo cristiano, definió como dogma de fe que María es «Madre de Dios» (theotókos, en griego; DS 252). Así resolvió una controversia que no era estrictamente mariana, sino cristológica; y condenó la doctrina de Nestorio que negaba la identidad personal entre el hombre Jesús, hijo de María, y el Hijo de Dios. Afirmando la única persona divina de Cristo en dos naturalezas, la divina y la humana, se concluía que María es la Madre de Dios, por ser quien dio la naturaleza humana a Cristo Jesús.

        3.- El Concilio Vaticano II recuerda al de Éfeso (LG 66), y hablando de la tradición litúrgica de las Iglesias Orientales dice: “Los Orientales ensalzan con hermosos himnos a María siempre Virgen, a quien el concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras” (UR 15,2).

        Es cierto que la verdad de fe que encierra la expresión «Madre de Dios» referida a María ha de entenderse correctamente, pues María no es ni podía ser madre, es decir, causa generadora y origen, de la divinidad de Cristo,
porque Dios no tiene origen temporal. María, pues, no origina la divinidad de Cristo que Él recibe solamente del Padre Dios. Por eso no es madre de Cristo, es decir, en cuanto Dios, sino que es la madre de Cristo que ya es Dios anteriormente y ahora se hace también y simultáneamente hombre, encarnándose en su seno. Y esta maternidad divina es la razón básica de la grandeza y dignidad sin igual de María, la clave de toda la teología mariana o mariología.

        4.- La maternidad divina es el dato y la realidad profunda que condiciona y da sentido a toda su vida y misión dentro del plan de Dios que el ángel le expone a María en la Anunciación pidiendo su consentimiento. Es también la grandeza de su maternidad lo que origina las demás características y funciones de la figura sublime de María de Nazaret: Concepción inmaculada, Corredención, Asunción, mediación subordinada a la de Cristo, maternidad espiritual sobre la Iglesia y su condición de miembro, tipo, modelo e imagen de la misma; así como el culto y devoción del pueblo cristiano a María la Madre del Señor (cf.LG 52-69).

        El Concilio Vaticano II en relación con la Maternidad divina de María nos dirá: «… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor» (LG 53).

«En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando, en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (LG 58).

«La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor» (LG 61).

«… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a El con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo» (LG 53).

«…desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de “Madre de Dios”, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades» (LG 66).

«En este culto litúrgico, los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras» (Ec15b).

«La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia» (LG 63).

 

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1º DE ENERO: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy, esta palabra «hermanos», tiene una resonancia especial y un sentido pleno y total. Porque en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios; y María, al ser la Madre de Dios es automáticamente también Madre de la Iglesia construida por su hijo Jesucristo. Y todo esto por disposición de Dios, porque Dios la quiso y eligió así como madre para su Hijo y automáticamente la quiere como madre de todos los hombres, especialmente nosotros, los cristianos creyentes en su hijo y en ella

        1.- El Evangelio de hoy, con discreción y naturalidad, nos presenta a María, cumpliendo su función de madre, cuidando “del niño acostado en el pesebre”. La narración de Lucas deja entrever a María, que, poco después del nacimiento de su hijo, acoge a los pastores y les muestra al recién nacido y ella escucha atenta todo lo que ellos cuentan de la aparición de la estrella y el anuncio del ángel. Luego, cuando se  van los pastores glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2,20): “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, nos narran los Evangelios.

        María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque ha penetrado íntimamente en su misterio y se ha unido a Él de la manera más profunda que pueda existir. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”» (LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61), concluye el Vaticano II.

        El Evangelio nos dice claramente que los pastores encontraron al Niño en los brazos de su madre María que ejercía así su misión maternal, confiada por el Padre. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Hoy, primer día del año, quiere llevarnos a todos ante Jesucristo, nuestro Dios y Salvador por el mejor camino que existe en la tierra, que es su Madre, María. Así que al comenzar el año, nos pone todos los hombres, especialmente a los creyentes, bajo la protección de María, Madre, de Dios y de la Iglesia porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador y sus hijos, todos los hombres por los cuales nació el Hijo en su seno. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida la Iglesia quiere que vayamos al Hijo por su Madre. Amémos a la Virgen, recemos a María, la Iglesia nos pide en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre es porque quiere y sabe que es la mejor madre del mundo y de todos los hombres.

        Y nosotros, queridos hermanos, si Dios la eligió por Madre y el Hijo se confió totalmente en ella… ¿no la vamos nosotros a elegir como madre de gracia y no  vamos a confiarnos totalmente a ella? ¿No nos vamos a fiar a ella y a poner bajo su protección materna nuestras vidas en el nuevo año que empieza? Eso es lo que quiere nuestra madre la Iglesia en este primer día del año, quiere en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre nosotros la elijamos tambien madre nuestra, madre de todos los hombres, Madre de la Iglesia y Protectora de todos sus hijos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero para todos los hombres; pero para que esto sea así, el camino más seguro que Él eligió para venir a nosotros fue y siempre será María, la mejor madre y el mejor camino para vivir la vida de Cristo su hijo como ella lo vió. Por eso, hermanos, elijamos a María como madre de gracia y amor a su hijo. Por eso, nuestra madre la Iglesia pone esta fiesta de María madre de Dios al comenzar el año.

¡Qué confianza y seguridad nos da María en este día primero del año, qué fuerza, qué poder tiene ante Dios, qué seguridad hasta Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo, porque como vosotros lo he experimentado muchas veces en mi vida. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por experiencia de muchos años y muchas luchas. Estoy seguro de esta verdad, como vosotros. En este día primero del año renovemos nuestra filiación mariana, renovemos nuestra consagración a María madre de Dios y de todos los creyentes, consagremos nuestras vidas y del mundo a María, madre de la Iglesia y de todos los hombres.MARÍA, HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA, MADRE DEL ALMA, CUANTO NOS QUIERES, CUÁNTO TE QUEREMOS.**************************

 

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2º DOMINGO DESPUÉS DE LA NAVIDAD

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 24, 1-4. 12-16

 

En los libros sapienciales la sabiduría se describe en algunos pasajes con rasgos personales e incluso divinos. Este fragmento es, sin duda, el que recoge las ideas más evolucionadas sobre la sabiduría. La sabiduría está unida íntimamente a Dios; pero es distinta de Él; realiza acciones que en los otros libros del Antiguo Testamento son propias del Señor: cubre la tierra, como el espíritu de Dios (Gn 1,2), es presencia llena de luz de Dios entre los hombres (Prover 1, 11-33)… etc.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1, 3-6; 15-18

 

La primera parte de la Lectura (3-6) expone dos de las seis bendiciones del Padre, en las que Pablo sintetiza el Misterio de salvación: la elección de Dios y la filiación divina. El pueblo de Dios lo forman unos hombres bendecidos por el Padre.

La segunda parte (15-18) dice cómo se realiza concretamente el Misterio en la comunidad cristiana de Éfeso: en la raíz está la adhesión a Jesús y el amor a los hermanos.

 

SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1, 1-18

 

QUERIDOS HERMANOS: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este  versículo del evangelio de San Juan, que hemos proclamado hoy, repetido como estribillo en el salmo responsorial, sintetiza la liturgia de este domingo segundo de la Navidad, que prolonga la reflexión meditativa sobre el misterio del Verbo Encarnado. Muchas veces me he preguntado si los cristianos entenderán esa profunda teología encerrada en el prólogo del Evangelio de este cuarto evangelista, místico y teólogo. Vamos a intentarlo un poco.

        Dice el evangelio de hoy: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. En castellano, el significado de los términos “palabra” y “verbo” puede ser el mismo, y así decimos «es un hombre de verbo o palabra fácil y elegante». Cuando en la Biblia lo veáis escrito con letra mayúscula se refiere  a Jesucristo, como Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, que existió siempre, infinito y eterno como el Padre y el Espíritu Santo, igual en Gloria, Poder, Amor…

        “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Aquí se encierra todo el misterio trinitario de Dios y San Juan trata de explicarlo utilizando la analogía, la semejanza con la inteligencia y la palabra humana. Es una explicación, una asimilación del proceso intelectivo humano.

¿Por qué San Juan llama a la segunda persona de la Santísima Trinidad Verbo o Palabra? Para los que hayan estudiado en Filosofía la teoría aristotélica del conocimiento es muy sencillo: de la misma forma que al pensar en una realidad, esa realidad la hago existir dentro de mí y la doy un nombre, el Dios infinito, entrando dentro de sí mismo y viéndose todo entero e infinito concibe una idea, que  abarca y refleja y contiene todo su mismo ser infinito y esa idea se identifica con Él mismo y es eterna e infinita como Él y eternamente la tiene, la ve y se la está diciendo o pronunciando en su esencia para sí solo con fuego de Espíritu Santo.

Y como al existir al mismo tiempo dentro de si mismo se ven y se descubren amando, en ese eterno y continuo amanecer infinito y sin límites de tiempo, poder, conocimiento y amor, al contemplarse tan llenos de Verdad y de Vida se  aman con amor tan grande a ellos, tan infinito que abarca todo su ser y ese amor tan infinito como ellos es el Espíritu Santo. Y por eso el Padre es Padre en cuanto existe y se mira a sí mismo y tiene su idea y visión de su esencia, y  esa idea, ese verbo y palabra con que se explica totalmente a sí mismo es el Hijo, que le hace Padre, al aceptarse como Imagen suya perfecta. Y por eso, el Padre es Padre en cuanto el Hijo es Hijo. Y al verse y conocer así, simultáneamente se aman y ese amor es el Espíritu Santo, eterno, infinito y uno como el Padre y el Hijo.

        En el lenguaje humano, idea es una realidad en cuanto está en mi mente y es inmaterial; se hace verbo o palabra cuando la pronuncio para otros con signos materiales para que los demás la conozcan. Pues bien, Jesucristo es Idea y Palabra en Dios, porque en cuanto amanece, aparece en Dios, el Padre la pronuncia con todo su Amor de Espíritu Santo para sí en eterno silencio y por eso es eterno como el Padre y el Espíritu Santo. Cuando esa idea la pronuncia lleno de amor para nosotros, es Jesucristo, nacido en Belén. El Padre se conoce plenamente en su Idea, que es engendrada por Él desde toda la eternidad y por eso le llamamos Hijo, que luego la expresa lleno de amor para nosotros y por eso le llamamos Verbo, Palabra, Revelación del Padre, en cuanto que la pronuncia para nosotros para que le conozcamos, igual que nosotros comunicamos nuestras ideas, las que nadie conoce porque están en nuestra mente y las pronunciamos en palabras para que los demás las conozcan.

        En el principio, es decir, desde siempre ha existido esta idea en Dios, que es a la vez expresión de la totalidad de la divina esencia y por tanto Verbo o Palabra del Padre, que estaba junto a Dios, en la que el Padre se dice enteramente a sí mismo y se ve enteramente a sí mismo en totalidad de ser y amor: el Padre y el Hijo, al existir y verse totalmente, se aman y ese amor es y llamamos Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad. Y esa Palabra y ese Amor son personales, son personas divinas, iguales en poder, amor, verdad y vida.    Así nos presenta Juan la segunda persona de la Santísima Trinidad que preside la creación del mundo, porque es la palabra que el Padre pronuncia para crearlo; pero sobre todo la presenta como vida y luz de los hombres que viene al mundo para iluminarlos y llenarlos de vida, porque es luz que ilumina nuestra inteligencia y nuestra vida. Es el mismo pensamiento que nos ha presentado San Pablo en la segunda Lectura: La Palabra, el Verbo de Dios, Hijo de Dios, encarnándose, tomando carne humana, viene al mundo, nos revela y expresa el proyecto del Padre y se llama Cristo Jesús y los que lo reciben, o sea, los que creen en su nombre, se hacen por Él y en Él hijos de Dios, se hacen hijos en el Hijo.

        Por otra parte, según San Juan, nosotros, nuestro entendimiento puede tener muchas ideas y necesita de muchas ideas para comprender y saber de todo; sin embargo, el Padre Dios todo lo sabe con una sola idea, una sola palabra; y esa palabra contiene todo, porque es infinita, es Dios como el Padre que la concibe. Dios Padre sólo tiene una Palabra, una Idea y en esa Idea lo contiene todo. Si la pronuncia fuera de sí, esa Idea se convierte en Palabra para nosotros, que nos da todo lo que tiene el Padre en su esencia y por Ella le comprendemos hasta donde nos es posible. Por esa Palabra se ha hecho el mundo y todo lo que contiene el mundo. El prólogo del evangelio de San Juan culmina con la contemplación del Verbo o Palabra encarnada, hecha carne: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo único de Dios, lleno de gracia y de verdad.”

        El evangelista habla de Él como testigo ocular, que lo ha tocado y lo ha visto con sus propios ojos y le ha escuchado con sus propios oídos; lo ha visto hombre entre los hombres, pero al mismo tiempo ha podido contemplar su gloria: en el Tabor, en las apariciones del Resucitado, en la Ascensión a los cielos.

        Todo lo que San Juan ha visto y contemplado quiere comunicarlo a los que lean su testimonio, para que crean en Cristo, Palabra divina, encarnada para que todos conozcan al Padre y reciban gracia tras gracia,  especialmente la gracia de conocer por Él al Dios Trino y Uno, su amor a los hombres y su plan divino de Salvación  Éste ha sido también mi intento en esta homilía: daros a conocer un poco el misterio de Dios encerrado en el prólogo de San Juan. Así sea. Que Dios os conceda esa gracia.

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SEGUNDA HOMILÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS:    La Navidad cristiana es una explosión reveladora del Amor divino hacia la humanidad. Es la Palabra de Salvación pronunciada por el Padre, lleno de fuego y amor de Espíritu Santo; es la gloria y la luz inmarcesible de Dios que aparece revestida de carne humana de un niño que se nos da y se nos ofrece; es la revelación más concreta del proyecto de Salvación del Dios Trino y Uno en forma histórica y humana.

        Vamos a meditar sobre este hecho revelador de la ternura y del amor extremo de Dios, de esta explosión de gozo divino comunicado a los hombres. Nos ponemos delante del niño Dios y le preguntamos por qué se encarnó, qué nos quiere enseñar, qué nos quiere entregar, qué nos quiere revelar y manifestar viniendo a nuestro encuentro de esta manera. Hoy es como una meditación mirando al niño que acaba de nacer.

        El misterio de la Navidad y el nombre mismo de Jesús representan así para la humanidad el designio de salvación universal de Dios, en el que se contiene la historia de la creación entera y de todos los pueblos y naciones.

        En este nombre, Jesús, Salvador, está contenido todo: la vida, la pasión, la muerte y resurrección, la cruz y la gloria. Toda la buena nueva, toda la revelación de Dios, todo el evangelio y misterio de Cristo. Todo nos lo ha revelado el Padre por el Hijo hecho carne: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, ahora, en la etapa final de la historia, nos ha hablado por medio del Hijo…”.  ¿Qué nos dice, qué nos revela el Padre y nos enseña por el Hijo nacido hombre en Belén?

 

        1.- Si Dios se hace hombre, lo hace por amor gratuito y apasionado porque el hombre no puede darle nada que Él no tenga. Nosotros debemos devolverle amor por amor, debemos esforzarnos por amarle así. Nace pobre para hacernos ricos, para enseñarnos que la felicidad y el amor a Dios no consiste fundamentalmente en los bienes creados, sino en el bien increado que es Él mismo que se nos entrega y nos abre los brazos en un niño. Dios se hace límite, tiempo, hombre pobre, necesitado… ¿quién quiere imitarlo? Los que lo intentan esos son los que entran en el corazón de la Navidad.

 

                2.- Si Dios se hace hombre, todo hombre es mi hermano, porque Dios asume nuestra naturaleza humana;  en la suya asume y se hace solidario de toda naturaleza humana. De esta forma todo hombre se convierte en presencia de Dios entre los hombres y por eso la Navidad es el fundamento teológico de la caridad, del amor cristiano. La Navidad nos invita a asumir y aceptar nuestra humanidad y la de todos los hombres, en especial, los más pobres y necesitados, porque Él quiso nacer así. La Navidad nos empuja a socorrer a los necesitados y censura nuestros comportamientos egoístas.

 

        3.- En la Navidad Dios se hace hombre para hacer al hombre hijo de Dios. La Navidad nos descubre y revela todo el misterio del hombre, el concepto y el plan que Dios tiene sobre el hombre. Dios le quiere felicidad eterna con Él, nos quiere hijos en el Hijo con su mismo Espíritu de Amor. El hombre es más que hombre, es más que este tiempo y espacio, el hombre es eternidad con Dios. Por eso ser hombre, haber nacido hombre o mujer es la realidad más maravillosa que nos ha podido acontecer. Ya no dejaremos de ser y existir. Somos eternos. El hombre ha sido creado, está llamado por el mero hecho de existir a ser eternidad en Dios.

 

        4.- Si ésta es la Navidad cristiana, nosotros debemos buscar en primer lugar a Dios en este niño, creer en Él, fiarnos de Él; debemos creer en todo el amor que encierra para nosotros y debemos vivir en este gozo; debemos imitarle,   aprender de Él todas las lecciones que nos da de pobreza, sencillez, humildad, entrega, confianza en el Padre Dios, a pesar de las circunstancias diversas.

 

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DÍA 6 DE ENERO

 

EPIFANÍA DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 60, 1-6

 

        La salvación de Jesucristo se describe como una luz de amanecer que disipa las sombras de muerte que dominan el mundo. Dios mismo es la aurora. Él ilumina a la ciudad. Su resplandor guía a los pueblos. Jerusalén contempla con gozo cómo acuden a ella de todas partes. Todos vienen cargados de dones: traen a sus hijos dispersos y traen ofrendas para el culto. Jesús es la luz de Dios, que ilumina y atrae a los hombres desde todos los confines de la tierra (cfr Is 2, I-5 4, 2-6).

 

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 3, 2-3; 5-6

 

        Pablo, Apóstol de los gentiles, describe el plan salvífico de Dios, revelado con plenitud de los tiempos a los santos apóstoles y profetas. Ellos han recibido por revelacion del Espíritu el conocimiento del misterio: que también los gentiles son herederos de la promesa. Ha desaparecido toda disparidad, toda discriminación en el orden de la salvación: Uno solo es el cuerpo. Todos son miembros de la única Iglesia de Cristo.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 2, 1-12

 

QUERIDOS HERMANOS: El evangelio de hoy es una catequesis profunda sobre la fe, el camino de la fe que hemos de recorrer si queremos encontrarnos con Jesús y adorarlo como Dios y salvador del mundo. Es una lección de mística.

Vemos cómo la iniciativa de nuestro encuentro con Dios es primero por fe, la estrella de la fe, y luego, por la visión cara a cara con Jesús en el cielo; este es el sentido de la estrella y del encuentro. Nosotros tenemos muchas estrellas: padres, catequistas, sacerdotes, parroquia, acontecimientos diversos, «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios. De los Magos debemos aprender a estar alerta para captar los signos de Dios en nuestra vida personal y comunitaria. Son las estrellas que Dios nos envía y debemos cooperar con la gracia de Dios para encontrarlo.

        La mejor forma de estar en alerta permanente es mirar al cielo todos los días como los Magos: esto es, hacer oración, mirar al cielo, tratar de mirar a Dios es encontrarlo todos los días en un ato de oración, de soledad, de sagrario. Sin oración diaria no hay encuentro con Cristo. Toda nuestra vida cristiana depende de la oración: «Que no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama» (Santa Teresa).

Este será siempre el gran problema de la Iglesia: se ora poco por parte de todos, tanto de los de arriba como de los de abajo. Conocemos y amamos a las personas, dialogando con ellas. Sin diálogo no hay conocimiento, y sin conocimiento, no hay amor; lo mismo da que sea con los hombres como que sea con Dios. Y esto es la oración.

 La gran pobreza de la Iglesia, la mayor pobreza de los cristianos es la pobreza de oración, de conocimiento personal de Dios, de vida mística, de experiencia de la fe, de los que creemos, de no experimentar lo que creemos. Sin oración, sin ratos de estar a solas con el que amamos, no hay vida cristiana, ni gozo de Cristo, ni de Sagrario, ni de Eucaristía, ni convencimiento sino rutina y mediocridad de vida y religiosidad, rutina vacía de misa y comuniones sin encuentro con Cristo, sin experiencia. Porque no hay encuentro vivo con Jesucristo vivo; sino sólo rutinario,  vacío, ,teórico y abstracto. Porque la comunión, a Cristo, al Evangelio de Cristo no se les comprende hasta que no se viven en comuniones sentidas, fervorosas, encendidas de fe y amor.

 

        4.- Los Magos dejaron sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Preguntaron a los doctores, a Herodes, al pueblo… La fe en cada uno de nosotros debe ser una búsqueda continua y permanente de Cristo, que dura toda la vida, aunque seas cura y obispo, porque siempre hay que adentrarse más y más en el misterio de Dios.

Y hay que contar con enemigos: Herodes, los sabios y entendidos, el pueblo indiferente y comodón… Hay que contar con  noches de la fe, de no sentir nada, comulgar y no sentir, venir a misa, visitar al Señor y no sentir, es más, tener dudas, las pruebas de la vida, la estrella de la fe que aparece y se oculta y desaparece a veces.

Maestros en este camino de fe nuestro místicos, san Juan de la Cruz, santa Teresa. A todos nos pasa. No hay que asustarse. La crisis es buena, si nos ayuda a convertirnos más a Dios, a purificarnos, a poner en Él nuestra única esperanza. La noche y la crisis y la sequedad de fe o de amor a Dios, no sentirlo en temporadas es buena, porque Dios quiere que pasemos de nuestros criterios, apoyos y seguridades de todo tipo, de nuestra comodidad, de la posesión de una fe heredada a una fe más personal y purificada, por vivencias propias y no de otros. Si no hay crisis en nuestra fe es que estamos instalados, no avanzamos en nuestra fe y amor a Dios.

Pasadas estas noches, estas purificaciones, cuando uno empalma con Dios, el diálogo ya no se acaba y siempre es subir y subir porque Dios habita en lo infinito, es llegar a la oración mística, al cielo en la tierra, al quedéme y olvidéme... Pero para eso, el único camino es la oración llamada mental, el evangelio en la manos u otros libros y leer y meditar mirando al Sagrario. Hay que iniciar la búsqueda de un encuentro más personal con Cristo, más afectivo, para  encontrarle vivo, vivo en el Evangelio, pero, sobre todo, en la Eucaristía, renunciando a vivir instalados en la mediocridad de vida para  hacernos con Él una ofrenda agradable al Padre.

        5.- Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo en la tierra, en la oración, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma: vivo sin vivir en mi, y de tal manera espero, que muero porque…

 

        6.- Finalmente, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor ya en este mundo, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María. Reza a María, busca a María, sé limpia de corazón como María y encontrarás a Cristo.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! gracias por haberme dado a Jesús, gracias por querer ser mi madre; mi madre y mi camino de encuentro, mi modelo. Gracias, Madre.

 

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REYES MAGOS.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: El evangelio de hoy, el camino de los Reyes Magos hasta encontrarse con Cristo, es una catequesis profunda sobre el camino de la fe por la oración diaria que todos tenemos que recorrer si queremos encontrarnos con Cristo ya en esta vida, es el camino de la fe que han de recorrer todos aquellos que quieran encontrarse con Jesús ya en este mundo, el mismo que nació en Belén y está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra y adorarlo como Dios y salvador del mundo y sentirlo y vivirlo y gozarlo.

Y eso solo se consigue en esta vida por medio de la oración-conversión, es decir, ir convirtiéndonos a lo que el Señor nos dice en la meditación del evangelio, de su palabra y de lo que nos dice en ese rato diario de conversación con Él, primero con libro, y luego sin  libros y ayudas porque Él nos va instruyendo  por la oración-meditación primero y luego contemplativa, sin necesidad de libros, solo con mirarle y estar en su presencia.

Y este camino de la oracion tiene diversas etapas, son las etapas de purificacion de nuestra fe y amor a Dios, de nuestra conversión primero por la oración  meditativa, cuando hay que coger el evangelio y meditarlo, porque si no, no te sale el diálogo con Dios;  luego viene la oración contemplativa, ya no te hace tanta falta coger un libro para meditar porque el Espíritu Santo nos va comunicando los pensamientos y sentimientos de Cristo, y finalmente, viene la oración de unión o transformación total en Cristo, en que el alma ya no necesita meditar o contemplar porque está unida, se siente habitada, templo y morada de la Trinidad: “Quedéme y olvideme…” A este estado de contemplación y  vida estáis llamadas todas vosotras

Y todo esto, desde el primer Kilómetro, se va realizando en el alma, por la oración- conversión, oración-conversión, en que a traves de los años el alma va vaciándose de sí misma, de su yo,de sus ideas y egoismos e imperfecciones y va convirtiéndose a Cristo, va llenándose solo de Cristo hasta poder decir con S. Pablo “ya no soy yo es Cristo quien vive en mi” o como todos los místicos que llegan al gozo y experiencia de Dios ya en este vida: descubre tu presencia y máteme….

Y esta es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos por la vida de gracia desde el santo bautismo, vida de Dios Trinidad en nosotros, especialmete mediante la vida de oración, pero especialmente vosotras que Dios os ha llamado y regalado esta vocación. Todo esto lo tengo escrito y desarrollado en varios de mis libros. Por eso, no quiero alargarme más y empiezo desarrollando este camino en los Reyes Magos.

Empezamos: los reyes magos, siguiendo la estrella, encontraron a Jesús ¿qué nos enseña esto? Lo que os he dicho:Nos enseña que la fe es la estrella que debe quiar nuestras vidas, sobre todo de contemplativas y esta fe cultivada y progresando por la vida de oración-conversion, nos

lleva poco a poco a Cristo a través de los años y purificaciones de nuestrso defectos, a ver y sentir a Cristo, como los magos; para eso tuvieron que salir de sus casas, y preguntar y caminar y pasar diversas pruebas; son las pruebas y las noches fe y amor que describe muy bien S. Juan de la Cruz y que este cura tuvo la gracia de Dios de hacer su tesis doctoral en teología en Roma, y es camino obligado para todos los místicos, para todos los que queramos llegar a la unión total con Cristo.

Pues bien, todos nosotros, como los magos, tenemos muchas estrellas que nos llevan a Dios en nuestras vidas: padres cristianos catequistas, sacerdotes, acontecimientos diversos, son «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios.

        Los Magos, mirando la estrella, encontraron a Cristo; nosotros, mirando la estrella de la fe todos los días por la oración personal, especialmente ante el Sagrario, nos encontramos con Cristo. Toda nuestra vida de santidad depende de la oración y la oración, según santa Teresa: « no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Y esto, seas cura, fraile o monja, y obispo, como no hagas oración-conversión diaria, no llegas a estas alturas, al gozo y a la experiencia de la fe, que creemos. Y de esto tiene mucha necesidad hoy la Iglesia sobre todo en sus sacerdotes, obispos y y…

Y una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, es decir, tenemos que poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, como hicieron los magos y este es el sentido de la vida religiosa de estas monjas contemplativas sean dominicas o carmelitas o trinitarias… renunciando a todo, solo para ser de Dios, solo Dios, solo Dios en su vida, y el cielo ha comenzado ya para ellas en la tierra, si llegan a este estado de conversión y oración.

Bien, y ahora y siempre, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:  “los mago entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.   

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: Decíamos ayer y diré siempre que el mejor camino, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:“los mago entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.

Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María. Queridos hermanos, recemos a María, buscad a María y encontraremos a Cristo en sus brazos.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto nos quieres! Gracias por habernos dado a tu Hijo, gracias por querer ser nuestro camino para encontrar a tu Hijo; y gracias también por ser nuestra madre y modelo. Gracias, Madre. Virgen guapa, Hermosa nazarena.

“Encontraron al niño en brazos de su madre”.María ocupa un lugar importante en este caminar. Jesús nos vino por María. Y Dios quiere que nuestro camino de fe hasta encontrar a Cristo pase por María. No olvidarlo. No es sentimentalismo, piedad popular, no, es plan y proyecto de Dios: Hay que cultivar la devoción a María, como madre y modelo de la fe y camino para encontrarnos con Cristo.

Así lo hizo y lo quiere su Hijo. En las grandes pruebas de la fe, cuando todos dejaron a Cristo abandonado en la cruz, allí «no sin designio divino» quiso el Señor que estuviera su Madre para entregárnosla también como Madre en la persona de Juan. Jesús permitió el abandono de todos los suyos, menos Juan, pero no quiso estar sin su Madre. Por algo será. Nosotros, tampoco, en nuestro camino de santidad y perfección cristiana.

Repito: algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús, es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

“Lo encontraron en los brazos de María”. María es el camino elegido por Dios para venir hasta nosotros. Es a su vez, el camino que Dios quiere para que lleguemos hasta Él. Por eso, es Madre de la Iglesia, de todos los hombres. María nos ofrece, como madre, el fruto de su vientre. Es la nota mariológica de la Navidad. Maria, hermosa nazarena, Virgen bella, gracias por haber querido darnos a tu hijo. Gracias por querer ser su madre, su madre y nuestra madre; gracias. ¡Cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias.

Con María y por María llegamos al encuentro gozoso de Cristo, meta de nuestro caminar en la fe y en el amor cristiano sobre todo por la oracion, el mejor camino de la vida cristiana. Y le adoramos, es decir, le ofrecemos toda nuestra persona, nuestro ser y existir queda consagrado a Él, porque le reconocemos como único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que hasta entonces hemos dado culto.        El encuentro con el Señor te hará feliz, querido hermano, como a los magos. Pregunta a todos los santos que en el mundo han existido. Por eso, Señor, cómo te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida. Quiero verte para tener la luz del “camino, de la verdad y de la vida”. Quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor. Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo una sola ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

POR MARÍA, A JESÚS Y CON JESÚS EUCARISTÍA, A LA STMA.TRI.

       

Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma. Todas vosotras, por la oración y vocación de Dominicas, tenéis que llegar hasta aquí, como todo cristiano, por el santo bautismo.

        La oración-adoración es personal. Es un encuentro que comprendía también sus presentes de oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey por considerado divino, como nosotros tenemos que hacer con nuestras vidas. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar y convertirse, y preguntar y buscar a Dios como los magos hasta encontrarlo por la oración y conversión elevadas, siempre con ayuda de María, saliendo de nosotros mismos. Hermanos y hermanas, adoremos sólo a Dios, pongamos nuestro y posesiones a sus pies ¡Queridas hermanas dominicas, queridos hermanos y feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen, imitad a la Virgen, amad a la Virgen, seguid a la Virgen.

Queridas hermanas, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con la perseverancia de los Reyes Magos hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Único Salvador del mundo y de los hombres, y siempre en los brazos de su madre, María, esperándonos a cada uno de nosotros, a todos sus hijos e hijas, los hombres, las Dominicas, con St. Domingo, devotísimo de María, a su lado en el cielo.Amén.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

        1.- La fiesta litúrgica que hoy celebramos se llama con palabra griega y litúrgica: «Epifanía», que significa mostrar algo a alguien; hoy es la fiesta de la manifestación del Señor al mundo entero, como único Salvador; así lo rezamos en el Prefacio de este día, dirigiéndonos al Padre: «porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación»; y en este día es reconocido y se manifiesta como salvador de todos los pueblos, por medio de los Reyes Magos, que no pertenecen al pueblo judío, al pueblo elegido, como lo hizo en la Nochebuena, por medio de los pastores, que pertenecían  a la nación judía.

        También podía decir de forma sencilla e inteligible que la Navidad es Dios que viene al encuentro del hombre;  y, en la fiesta de los Reyes Magos, somos nosotros los hombres los que vamos al encuentro de Dios.

        Los evangelios han querido también exponer otra verdad: que mientras Jesús vino a los suyos, pero estos no lo reconocieron, excepto los pastores, los Reyes Magos llegaron hasta Jesús y lo reconocieron adorándolo como Salvador, guiados por la estrella, que simboliza la fe cristiana. Frente a la dureza de los judíos vemos  la aceptación de la fe por los pueblos paganos, que preguntando y entre dificultades, perseverando en el camino de la estrella, encuentran al Niño con María, su Madre, y gozosamente los aceptan, los adoran y le ofrecen sus dones.

        Es muy conveniente fijarse bien en este itinerario de la fe, seguido por los Reyes Magos, porque no hay otro. Insistiría en tres aspectos de nuestro camino de búsqueda de Dios por la luz de la fe:

 

        2.- “Vieron una estrella”. La estrella, es decir, la iniciativa, es de Dios, viene siempre de arriba. Bien directamente por una estrella interior, una iluminación personal, una reflexión o luz interior; o bien por una estrella exterior: un sacerdote, un amigo, un creyente, una lectura, un suceso, una desgracia, una predicación…

        La fe de los Magos, como la de los pastores de Belén, destaca frente a la incredulidad del propio pueblo elegido y de sus jefes políticos y religiosos: Herodes, sacerdotes, letrados. La liturgia de este día es el desafío a las tinieblas por parte de la “luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; en el mundo estaba y el mundo no le conoció”. Más todavía, “vino a los suyos pero los suyos no le reconocieron… pero a los que le reconocieron le dio poder para ser hijos de Dios...”

        Este encuentro, este camino no es posible sin la luz de la estrella: la fe. Entonces como hoy, después de veinte siglos, muchos no han visto la estrella: predilección de Dios para unos, negación para otros; no lo sé, misterio de Dios para mí, porque Cristo, como estrella de luz y salvación, ha aparecido en el mundo para la salvación de todos. Valoré siempre la fe como el mayor regalo de Dios en mi vida, el mayor don de Dios para el hombre.

        Vemos, pues, por el relato evangélico, que no basta con ver la estrella. Los Reyes Magos me enseñan que hay que seguirla para que su luz me lleve al encuentro con Cristo. Muchos vieron la estrella, además de los Magos, pero sólo ellos la siguieron y encontraron al Señor, porque la siguieron.

 

        3.- Los Magos dejaron sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Preguntaron a los doctores, a Herodes, al pueblo… La fe es una búsqueda continua y permanente de Cristo, que dura toda la vida, porque siempre hay que adentrarse más y más en el misterio de Dios. Hay que contar con enemigos: Herodes, los sabios y entendidos, el pueblo indiferente y comodón… Hay que contar con la noche de la fe: la duda, la prueba, la envidia es la estrella que se oculta y desaparece. A todos nos pasa. No hay que asustarse.

        Las dificultades en el  camino, la crisis en la fe es buena, si nos ayuda a convertirnos a Dios, a poner en Él nuestra morada. La noche y la crisis y la sequedad es buena, porque Dios quiere que pasemos de nuestros criterios, apoyos y seguridades de todo tipo, morales o conceptuales, de nuestras posesiones afectivas,  de nuestra comodidad, de la posesión de una fe heredada a una fe más personal y purificada, por vivencias propias y no de otros.

        Si no hay crisis en nuestra fe es que estamos instalados, siempre lo mismo, y no avanzamos. Cuando uno empalma con Dios, el diálogo ya no se acaba y siempre es subir y subir porque Dios habita en lo infinito. Hay que iniciar la búsqueda de un encuentro más personal con Cristo, más afectivo, para  encontrarle vivo, vivo en el Evangelio, pero, sobre todo, en la Eucaristía, renunciando a vivir instalados en la mediocridad para  hacernos con Él una ofrenda agradable al Padre.

        Vemos que no basta tener fe, hay que seguirla para encontrarse con Cristo en el amor. De la misma forma, no basta la fe, el bautismo, el conocimiento de las verdades divinas que Dios nos revela y manifiesta, hay que seguirlas, vivirlas, ponerse en camino. Respecto a la fe, podemos decir que hay dos clases de conocimiento, como en el orden natural: el primero se llama ciencia: es puro conocimiento de la realidad; el segundo se llama sabiduría, que es conocimiento por la vivencia, por saboreo de la verdad poseída y vivida. Se puede tener fe y no vivirla. Y a Cristo y a su Evangelio no se les llega a comprender hasta que no se viven, hasta que no llegan al corazón.

        Mientras la fe, la Revelación de Dios, el evangelio no tocan el corazón y se hacen experiencia de amor, no se comprenden, no se siguen, no nos liberan de nuestras esclavitudes. Mientras la fe no toque el corazón, nadie se pone en camino. No hay fuerza para caminar al encuentro sapiencial de Cristo.

        Ahora bien, cuando la luz de la estrella, de la fe, baja del conocimiento de la inteligencia al corazón, todos nos ponemos automáticamente en camino, camino de conversión, de salir de la comodidad y de sus casas hasta encontrar a Cristo y adorarle, abrazarle y besarle,  como los Reyes Magos; camino de santidad, de esfuerzo por unirse a Cristo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”, como a los Magos. El camino no se puede recorrer si uno no es atraído por la gracia, la fe, que es un don del Padre. Por eso, dice San Agustín que es necesario oír las palabras de Cristo con el afecto del corazón. Si la Navidad, si las verdades de fe, si la inteligencia de las verdades de fe no toca el corazón, como a los Magos, no se mueve mi vida, dejando cosas y casas, comodidad y rutina, para encontrarme con Cristo en el seguimiento de su evangelio.

 

        3.- “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?” Luego viene ponerse en camino, preguntar, superar las dificultades que vayan saliendo. Sin crisis, sin sufrir, sin renunciar a la comodidad, a los propios criterios, vida, sentimientos, no hay encuentro con los sentimientos y la vida de Cristo. La fe, a los comienzos, nunca es posesión pacífica de la verdad y descansar ya como plenamente poseída o adquirida. Todos los que han recorrido este camino nos hablan de avanzar y purificarse de todo pecado: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta… Dios exige el vacío de lo nuestro para llenarnos de lo suyo. La fe es transformación lenta en lo que creemos y amamos, en Dios. Voy creyendo en la medida en que voy renunciando a cosas por Dios.

       

4.- “Encontraron al niño en brazos de su madre”. María ocupa un lugar importante en este caminar. Jesús nos vino por María. Y Dios quiere que nuestro camino de fe hasta encontrar a Cristo pase por María. No olvidarlo. No es sentimentalismo, piedad popular, no, es plan y proyecto de Dios: Hay que cultivar la devoción a María, como madre y modelo de la fe. Lo quiere su Hijo. En las grandes pruebas de la fe, cuando todos dejaron a Cristo abandonado en la cruz, allí «no sin designio divino» quiso el Señor que estuviera su Madre para entregárnosla también como Madre en la persona de Juan. Jesús permitió el abandono de todos los suyos, menos Juan, pero no quiso estar sin su Madre. Por algo será. Nosotros, tampoco.

Repito: Finalmente, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús, es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

“Lo encontraron en los brazos de María”. María es el camino elegido por Dios para venir hasta nosotros. Es a su vez, el camino que Dios quiere para que lleguemos hasta Él. Por eso, es Madre de la Iglesia, de todos los hombres. María nos ofrece, como madre, el fruto de su vientre. Es la nota mariológica de la Navidad. Maria, hermosa nazarena, Virgen bella, gracias por haber querido darnos a tu hijo. Gracias por querer ser su madre, su madre y nuestra madre; gracias. ¡Cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias.

 

        5.- Con María y por María llegamos al encuentro gozoso de Cristo, meta de nuestro caminar en la fe y en el amor cristiano. Y le adoramos, es decir, le ofrecemos toda nuestra persona, nuestro ser y existir queda consagrado a Él, porque le reconocemos como único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que hasta entonces hemos dado culto.

        El encuentro con el Señor te hará feliz. Pregunta a todos los santos que en el mundo han existido. Por eso, Señor, cómo te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida. Quiero verte para tener la luz del “camino, de la verdad y de la vida”. Quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor. Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo una sola ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

       

        6.- Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma.

        7.- Su adoración es personal. Es una adoración que comprendía también sus presentes oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un contenido y comporta también una donación. Los personajes que venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio poder y las propias posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían servir junto a Él la causa de la justicia y del bien en el mundo. En esto, tenían razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos: aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar mucho y preguntar a Dios como los magos.

 

        8.- Quién adora, ora; quién adora y ora, se sitúa en un estado interior de liberación. La adoración verdadera al Dios verdadero aleja toda clase de ídolos, los va derribando, convirtiendo en escombros. Sólo la adoración llevada hasta las últimas consecuencias, erradica de nuestro corazón cualquier tipo de idolatría o de egolatría. Sólo es espiritualmente joven, rico, vigoroso, robusto, quién no permite que le ate ni el más débil hilo, ni el más leve afecto o defecto, la santidad es nuestra única salida. ¿A qué hemos venido, pues, a esta tierra? Hemos venido a este mundo, se nos ha dado el regalo de la vida, para que le adoremos y nos dejemos elevar hasta las mismas habitaciones del buen Dios. Hemos venido a adorarle. Nuestra razón de vivir, el gran porqué de nuestra existencia, no es otra que el de destruir ídolos, en nosotros y en los demás, en nuestra propia casa y en la casa, casa pequeña, aldea de la humanidad. 

        Quien destruye ídolos —la «soberbia de la vida, la concupiscencia de los ojos y la concupiscencia de la carne»— construye libertades. Sólo quien destruye ídolos abre los grandes caminos de la esperanza para el tiempo y para la eternidad. Sólo quien asume con todas las consecuencias su misión como cristiano es ciudadano de los espacios, dignificadores de la historia.

        Hermanos, adoremos sólo a Dios ¡Queridos feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen. Sed devotos de María.

Queridos hermanos, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con perseverancia y eficacia hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Hermosura y Delicia del Padre y Salvador nuestro. Amén.

 

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PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE LA EPIFANÍA

 

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 42,1-4, 6-7

 

El poema presenta a un hombre, siervo de Yahvéh elegido por Él. Su espíritu lo consagra para establecer entre los pueblos el derecho que es la ley del Señor, su revelación. El siervo se presenta humilde, sencillo, manso, delicado; pero en su actuación es firme, tenaz, fiel hasta conseguir la aceptación de su mensaje. Dios lo guía amorosamente, le pone como alianza para las naciones, luz de los pueblos, libertador de los oprimidos. El bautismo significa para Jesús su unción como siervo amado y salvador.

 

SEGUNDA LECTURA: Hechos de los Apóstoles 10, 34-38

 

        La perícopa es la conclusión de la narración de la conversión de Cornelio. El discurso de Pedro es una síntesis de la proclamación del Evangelio, tal como lo presentaban los Apóstoles: síntesis de toda la fe, núcleo de los Evangelios (cfr otros discursos similares; Hch 2, 14-39; 3, 12-26; 4. 9-12; 5, 29-52; 13,16-41). La admisión de este grupo primero de paganos en la Iglesia presentó serias dificultades para Pedro. La manifestación clara del Espíritu forzó a Pedro a darles el Bautismo. Tenemos en este pasaje la proclamación del Mensaje previa a la fe,  el bautismo y la manifestación clara del Espíritu.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3, 15-16

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús no tenía pecado original y estaba lleno de la gracia y del amor a Dios, su Padre desde el primer instante de su existencia en cuanto hombre.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos llenó de la gracia santificante y que nos hece a todos los bautizados hijos y templos de la Santísima Trinidad por su inhabilitación en nuestras almas y que algunos cristianos, sobre todo, vosotras, consagradas y religiosas, si vivíis en plenitud esta vida de gracia y de amor a Dios y os dejáis purificar de vuestros defectos e imperfeccines por las etapas activas y pasivas de la oración primero activas luego pasivas-- son las noches activas y pasivas de S. Juan de la Cruz- llegaréis ya en esta vida purificada, llegaréis a tener el cielo en la tierra, esto es, a sentir y vivir la vida trinitaria en vosotras, a vivir el amor y la presencia de Dios Trinidad en vuestras almas, a sentiros amadas y habitadas por Dios Trinidad como hijas predilectas y elegidas por Él para una vida totalmente de amor y plenitud ya en este mundo.

Esto es de lo que os hablo muchas veces y os hablaré siempre porque todas vosotras estáis llemadas a este grado de oración contemplativa, a este amor e intimidad con la Santísima Trinidad y porque además lo tengo muy estudiado desde mi juventud ya que por mi vida de oración y por desear vivirlo hize incluso mis estudios especiales, mi tesis doctoral en Teología en la Universidad de Roma por este motivo.

QUERIDAS HERMANAS: esto es lo que proclama muy claro el prefacio de este día: “En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo, y, por medio del Espíritu, ungió a su Siervo Jesús…”.La liturgia, pues, de este día, fiesta del bautismo del Señor, nos recuerda nuestro propio bautismo y nos invita  a hablar de él y a revisarnos y a vivirlo en plenitud ya que hoy día por la falta de oración y purificación, único camino para llegar a este experiencia, son muy pocos los que llegan a estas alturas de oración e intimidad con nuestro Dios Trino y Uno que nos habita por la gracia desde nuestro bautismo porque quiere ya en esta vida empezar el cielo en cada uno de los bautizados, a que tengamos ya por la vida de oración y purificación un poco elevada la experiencia de Dios Trino y Uno habitándonos y amándonos en su mismo amor trinitario ya en esta vida.

        En nuestro bautismo, queridas hermanas dominicas, realizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y limpiándonos de todo pecado original y personal, Dios Trinidad nos ama tanto que limpiados de pecado y llenos de su gracia y amor viene a habitarnos porque nos ama con amor de Padre y para esto nos envió y murió y resucitó su Hijo amado.

En nuestro bautismo nos convertimos en moradas de la Santísima Trinidad, somos hechos templos y moradas de Dios Trino y Uno, es el cielo ya en la tierra que vivirá en el cristiano mientras permanezca en la vida de gracia recibida ya en el bautismo y en los demás sacramentos, sobre todo vivida y potenciada por nuestra vida de oración un poco elevada y purificada, no basta cantar muy bien ni celebrar litúrgicamente la santa misa, todo sacerdote, necesita vaciarse de sí mismo para que Dios Trinidad le pueda llenar y desgraciadamente de esto veo muy poco incluso en obispos y cardenales.

Pero repito, esta vivencia es la razón de vuestra vida de religosas contemplativas, de que tenéis que llegar a este grado de oración y amaor a Dios Trinidad desde la oració primero vocal, luego meditativa y finalmente contemplativa por la oración-conversión permanente, por el vacío de si mismos para que Dios nos pueda llenar y vivir por la vida de gracia en plenitud hasta experimentar y sentir a las Tres divinas Personas que nos habitan por la vida de gracia y de amor como ya nos prometió Jesucristo: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él haremos morada en él.”

Hoy es un buen día para revisar si vamor progresando en esta vida de gracia y amor total a Dios por la oración-purificación, vaciándonos de nosotros mismos para que Dios Trinidad nos pueda llenar y habitar y así poder sentirlo. Y este es el sentido principal de vuestra vida de clausura,  alejaros del mundo y vanidades para vivir solo y principalmente para Dios, esta es la razón de la vida contemplativa hoy tan necesaria en la Iglesia, sobre todo en sus ministros sacerdotes y religiosos-as: llegar por la oración-purificación de pecados y defectos veniales hasta esta unión y experiencia de Dios Trinidad.

Porque como no nos vaciémos de nosotros mismos y nos llene Dios, aunque seamos curas y obispos y cardenales y religiosas contemplativas, no podremos llegar a esta alturas y santificarnos y santificar a la Iglesia aunque prediquemos y hagamos apostolados. Y desgraciadamente oración-conversión muy poco pero en la Iglesia actual, en obispos, sacerdotes y cardenales. Porque para esto el único camimo es la oración-conversión diaria y profunda yñ al hacerlo así “ Si alguno me ama, me Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

        Queridas hermanas: Que vivamos la vida de gracia en plenitud, para eso Dios nos ha dado esta vocación tan privilegiada y el único camino en nosotros es por la oración y conversión permanente hasta llegar a sentir a la Santísima Trinidad que nos habita por la gracia desde el santo bautismo, y nada de comuniones o misas aunque sean catadas y celebradas muy liturgicamente, como no te vaciés de ti mismo, auque comulgues y digas misa y seas cura y obispo, Dios no te puede llenar.

Queridas hermanas, que hagamos de nuestra vida una ofrenda pura a la Santísima Trinidad y que un día, en su presencia del cielo, gocemos en plenitud lo que ahora hacemos y poseemos por la fe y la esperanza y la caridad sobrenaturales, sobre todo en ratos de oración un poco purificada de nuestros  defectos e imperfeciones: 

 “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

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 “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

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QUERIDOS HERMANOS, queridos paisanos: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Cristo, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús, en cuanto hombre nacido de nuestra madre la Virgen del Salobrar, no tenía pecado original y estaba lleno de gracia y amor a Dios, su Padre, y a todos nosotros, los hombres, y por eso nació y se hizo hombre y murió y resucitó y demostró que era Dios haciendo milagros, calmando tempestades y resucitando a muertos.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos marcó con el signo de Cristo, nos llenó de la gracia santificante que nos hizo hijos de Dios y herederos del cielo, como nos dice el Catecismo de la Iglesia.

Por eso me da mucha pena, que hoy muchos padres no bauticen a sus hijos porque somos eternos y un día tenemos que presentarnos ante el Padre y los que no estén bautizados, no pueden entrar en el cielo, porque no se hicieron hijos de Dios por el bautismo y no pueden ser herederos, no pueden entrar en la herencia eterna de Dios nuestro Padre, herencia que ya algunas personas santas, almas de misa o comunión o visita al Santísimo diaria esperimentan ya en esta vida con sumo gozo, santos y santas de todos los tiempos, que incluso gozaban tanto y lo sentian tan fuertemente que deseaban morirse para irse con Él.

Yo conozco a personas de esta altura espiritual y religiosa que con santa Teresa pueden decir: Sácame de aquesta vida… esta vida que yo vivo… y reconozco y algunos de los mayores que están aquí ahora escuchándome  también lo pueden decir, porque antes, hasta hace treinta años, hasta los años 1990 más o menos, en mis 30 primeros años de sacerdocio, había más y mejores cristianos con esta altura de fe y amor cristiano, aquí mismo en Jaraiz, esposos y esposas, madres de familias que no solo bautizaban a todos sus hijos sino que los llevaban a la iglesia y venían a misa todos los domingos, hacían la primera comunión todos los niños y se confirmban…

yo he visto totalmente llenas las dos iglesias de mi querido pueblo de Jaraiz, llenas de feligreses, pero ahora si no vienen los padres… cómo van a venir los hijos…y no solo los domingos y fiestas, sino las dos parroquias, al menos de la san Miguel que yo conocía mejor, permanecían abiertas todo el día y la gente, mayores y pequeños, los novios, al salir de paseo por la tarde, venían a visitar al Señor en el Sagrario, lo he visto yo, que fui monaguillo varios años de san Miguel, y luego durante mis doce años en el seminario, durante las vacacones de verano, cuando yo venía a hacer oración.. y no digamos qué novenas… al Corarzón de Jesús… con exposición del Señor..

Por eso, aunque algunos de vuestros hijos no sean creyentes o practicantes, procurad que todos sus hijos están bautizados, hechos hijos de Dios por la gracia, vida de Dios en nosotros y marcados con el signo de la salvación. Y hoy es un día para que todos nosotros demos gracias a Dios, hagamos una comunión fervorosa y demos gracias al Señor porque por su gracia recibida en el bautismo y que conversamos, estamos salvados y procuremos que todos nuestros hijos y nietos lo estén  y procurad bautizarlos.

Queridos paisanos, por el santo bautismo somos eternos, somos hijos de Dios y herederos del cielo, nuestra vida es más que esta vida, qué gozo ser católico, estar bautizado en Cristo Jesús, nuestra vida no termina con la muerte, los muertos bautizados, nuestros padres y mayores, todos los bautizados en Cristo están vivos con Dios en el cielo… están salvados aunque algunos tengan o hayan tenido que purificarse en el Purgatorio, pero no están en el otro sitio, que no me gusta ni mencionar y donde pueden caer todos los que no fueron bautizados o no vivieron la fe y el amor a Dios y no cumplieron sus mandamientos, como hay tantos hoy desgraciadamente.

Cómo ha cambiado España, la vida, los pueblos, sobre todo inducidos por muchos políticos ateos y vacíos del sentido no digo ya cristiano, sino incluso humano de la vida, abortos, divorcios a montones, esposos que se matan entre sí, hijos que matan a sus padres, y lo que no hacen ni los animales, madres que matan a sus hijos, pero dónde estamos llegando, padres mayores abandonados y todo, porque nos estamos alejando de Dios por estas televisiones y radios y guassads y móviles y medios modernos donde no aparece Dios, ni iglesia, ni Cristo, ni bautizos, ni sacramentos y si ponen bodas, ocultan o silencian la parte de la iglesia y solo ponen las fotos de fuera.

 Termino, queridos paisanos, hoy es día de agradecer a Dios ser católicos, estar bautizados, venir a misa los domintos, día de esperar en Dios nuestro Padre por la virtud de la esperanza cristiana del cielo que practicamos poco. Por vosotros y los vuestros ofrezco esta santa misa que es Cristo dando su vida para que todos la tengamos eterna. Para esto vino en la Navidad que hoy terminamos y para esto murió y resucitó, para que todos tengamos vida eterna y para esto se hace ahora pan de vida eterna que comulgamos y para esto permanece en todos los sagrarios de la tierra para llevarnos a la vida eterna. Visitadle con frecuencia.

Amén. Asi sea.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy el bautismo del Señor, que cierra el ciclo litúrgico de la Natividad del Señor.

 

        1.- Es ECO DE LA NAVIDAD porque el bautismo marcó el inicio de la actuación pública de Jesús, del niño nacido en Belén y de la misión para la que se había encarnado. Aquí está el eco de la Navidad: Jesús tomó en la Encarnación naturaleza humana, y ahora, en el bautismo, consecuente con esta encarnación, se hace semejante en todo al hombre de su tiempo y se pone en la hilera de los que van a ser bautizados, como signo de la condición asumida y solidaridad con aquellos que tenía que salvar; así cumplía con lo que Dios quería de Él.

        Esto es lo que hoy celebramos y esto es lo que proclama muy claro el prefacio de este día: “En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo, y, por medio del Espíritu, ungió a su Siervo Jesús para que los hombres reconociesen en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los hombres”.

        La liturgia, pues, de este día, fiesta del bautismo del Señor, nos recuerda nuestro propio bautismo y nos invita  a hablar de Él.

        3.- En su bautismo Jesús es investido oficialmente como Mesías y enviado a anunciar la salvación a los hombres. También en la vida del cristiano hay un momento inicial, que es punto de referencia constante en su caminar hacia Dios, de nuestra vida cristiana; es su bautismo. Aquí está el punto de arranque de nuestra misión como hijos de Dios en el mundo.

        Y en nuestro bautismo, a semejanza del bautismo de Cristo, hay una declaración pública de la Santísima Trinidad, que a nosotros nos hace hijos y nos convierte en misioneros de la fe, de la misma forma que a Jesús, en su condición de naturaleza humana, lo manifestó al mundo como Hijo de Dios y oficialmente le autorizó a predicar el mensaje de la Salvación.      

Todos nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, de la Santísima Trinidad, comenzamos nuestra vida cristiana, nuestra historia de Salvación, y profesamos públicamente nuestra fe en Dios Trino y Uno, y el bautismo se convierte para todos nosotros en el punto de partida y comienzo de toda nuestra existencia pública de cristianos. En el santo bautismo somos constituidos sacramental y oficialmente hijos de Dios Trino y Uno, y nos consagran misioneros de la fe y de la salvación para el mundo entero.

        Hoy tristemente muchos niños no son bautizados. Pero para nosotros es un buen día para revisar estas exigencias y compromisos en nuestra vida y ver si estamos cumpliendo con lo prometido y profesado: vivir nuestra fe y proclamarla con palabras y obras, ya que todos hemos sido constituidos  apóstoles y misioneros de la fe en Jesucristo, por la unción del Espíritu Santo.       4.- Al recordar lo que somos, agradezcamos a Dios el don de la fe, de la filiación, de la salvación en Cristo. Gratuitamente hemos sido llamados a participar de la misma vida, eternidad, felicidad de Dios, a su herencia eterna, al cielo. Y pidamos fe, aumento de fe para vivir tan grandes y maravillosos misterios. El existir, el vivir es un don, un privilegio. Dios me ha preferido a millones de seres que no existen, que no existirán nunca. Si existo, Dios me ama, y tiene un proyecto de eternidad feliz para conmigo. Mi vida es más que esta vida, que este tiempo, mi vida es una eternidad con Él. Y la puerta para todo esto es el bautismo por la fe.

        Qué pocos saben y celebran el día de su bautismo. Y yo pregunto desde la fe: ¿Para qué toda esta vida presente si no tengo fe? Valoremos la fe, pidamos fe, agradezcamos y cuidemos la fe cristiana.

Bueno sería en este día, renovar y profesar la liturgia del bautismo: ¿Crees en Dios Padre, todopoderoso, creador y dador de vida? También en las renuncias que hicimos: ¿Renuncias al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios, a saber, a la soberbia, a la envidia entre vosotros? Repasad un poco la liturgia de nuestro bautismo.

        5.- Finalmente, pidamos, pidamos la fe para todos y el coraje para confesarla públicamente, sin sentir vergüenza, cobardías… Confesemos de palabra y de obra que creemos en Dios, que creemos en Cristo, que es el dueño de nuestra vida, que somos miembros conscientes y adultos gozosos de la Iglesia católica. Seamos consecuentes con todas las exigencias de nuestro bautismo para que el mundo crea por nuestro testimonio cristiano de buenas obras; para que podamos rezar y cumplir el Padrenuestro, abriéndonos así al amor fraterno y universal. Vivamos nuestro bautismo para vencer el pecado, la muerte, el egoísmo. Que vivamos en la gracia de la filiación recibida en el santo bautismo, que hagamos de nuestra vida una ofrenda a la Santísima Trinidad y que un día, en su presencia, gocemos en plenitud lo que ahora poseemos por la fe y la esperanza

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Celebramos la fiesta del Bautismo de Cristo, que cierra el ciclo litúrgico de la Navidad y es un eco manifiesto y público de la Navidad y de la Epifanía. En primer lugar hay que decir que:

a) El bautismo de Cristo no es igual al nuestro por varias razones: primero, porque Jesús no tiene pecado; es Hijo consubstancial al Padre; Él es la gracia, tiene la plenitud de la gracia, y viene a redimirnos de todo pecado y lejanía del Padre.

b) El bautismo de Cristo, por otra parte, es eco de la Navidad: Porque para recibir el bautismo de Juan, bautismo de penitencia, manifestación de sus deseos de luchar contra el pecado, Cristo se pone solidariamente en la hilera de los que van a ser bautizados, demostrando su condición humana, pero no pecadora, asumida en el seno de María y dada a luz en la Navidad.

        c) El bautismo de Cristo finalmente es eco de la Epifanía: Porque en ese día por medio de la estrella se revela como Salvador de todas las naciones por medio de la adoración de los Magos; igual que hoy en el Jordán, por la voz del Padre y la presencia del Espíritu Santo, es proclamado Mesías, el Ungido, el Hijo de Dios, para el mundo entero.

        Esto es lo que hoy celebramos y que proclamamos muy claro en el prefacio de la misa: «En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo y por medio del Espíritu ungió a su siervo Jesús para que los hombres reconocieran en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres».

                2.- El bautismo de Cristo nos recuerda y hace presente nuestro propio bautismo en la fe y salvación por la gracia de Cristo. Es día de agradecer y tomar conciencia de la riqueza y de la exigencia de conversión permanente a la fe de Cristo y a la vivencia de su evangelio que esto supone.

        Dar gracias primero y revisar nuestros compromisos de seguimiento de Cristo siguiendo sus mismas huellas de amor a Dios y a los hermanos, de no tener rencores y odios, de perdonarnos mutuamente, de ser honrados y castos, de ayudarnos como hijos del mismo Padre, de ser familia, comunidad de fe, amor y vida cristiana, de defender a Cristo, a la Iglesia, a nuestra fe, de defenderla contra la persecución camuflada y otras veces abierta de nuestros gobernantes, contra la religión, contra la moral, contra la enseñanza de la religión católica, porque el Estado somos los ciudadanos que somos mayoría católica.

        Hay que ser más conscientes de nuestros compromisos cristianos recibidos en el santo bautismo, que no fue ceremonia que pasó, sino un sacramento que nos marca para toda la vida con la señal de cristianos, con el carácter y el sello indeleble. Hay muchos cristianos políticos y no políticos, que se han olvidado de estos compromisos, que no aman ni ayudan a la Iglesia, que hablan privada y públicamente mal de ella, que blasfeman públicamente del nombre de Dios, de la Eucaristía, que no los vemos rezar, invocar, honrar a Dios en la misa de los domingos, obligación fundamental de todo católico verdadero, bautizados que se han alejado de la fe católica, porque son cobardes y por intereses de cargos y política y poder no la aman ni defienden ni creen, aunque sigan bautizando a sus hijos o casándose por la Iglesia, que más bien es una mofa que una profesión verdadera de fe, ante la cobardía de tantos y tantos sacerdotes y algún obispo que otro, que se lo tragan todo y permiten esta mofa de lo sagrado con tal de que ellos no sean perseguidos, calumniados o censurados en la prensa o arrinconados. ¡Tantos y tantos matrimonios y bautizos y primeras comuniones civiles dentro de la misma Iglesia, consentidos por nuestra falta de amor y delicadeza con Cristo y de fe verdadera en Él, como Dios y Señor de todo!    

        La Iglesia así no es la Iglesia de Cristo ni puede convencer ni puede avanzar para gloria de Dios y salvación de los hombres. Esta forma de vivir la fe ni alaba y da gloria a Dios ni santifica a los hombres, nuestros hermanos. Es fruto de un profesionalismo sacerdotal, no de un sacerdocio vivido y sentido en unión con Cristo. Y los cristianos que no amen de verdad a Cristo, no se enteran ni comprenden ni defienden lo que  estoy diciendo en estos momentos, porque han perdido la sensibilidad, la vivencia, el amor sentido a Dios y a su Hijo Jesucristo.

        Hay mucho cristiano aburguesado. Sólo tiene sensibilidad para su comodidad e intereses personales por encima de su fe. Hoy necesitamos sacerdotes y cristianos no meramente predicadores de la fe o del evangelio de Cristo, sino testigos y mártires de la fe, viviéndola y defendiéndola y sufriendo por Cristo, por la fe, por la Iglesia Santa de Dios. En esto, sólo en esto, ejemplo nos dan los creyentes musulmanes, los mahometanos.

 

        3.-Y como el bautismo de Jesús fue el punto de arranque de su misión salvadora, también nuestro bautismo es la puerta de entrada en el seno de la Iglesia, de su misión salvadora en el mundo, marcados por el sello de la Santísima Trinidad en nuestra alma, con carácter imborrable. Nosotros somos hechos hijos de Dios en el bautismo por la gracia,  mientras que Jesús, en el suyo, no recibió gracia alguna, porque era Dios.

        4.- Jesús quiso ponerse en la fila de los pecadores, porque quiso ser considerado como hombre, porque había asumido voluntariamente nuestra condición humana, pero sin pecado. Esta condición forma parte de su voluntaria kénosis o humillación, como dice San Pablo: “Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios…antes al contrario se despojó de su rango y se humilló y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos…”  Por eso, la declaración pública del Padre sobre la filiación divina del hombre Jesús: “Tú eres mi Hijo amado, el predilecto”, es el respaldo de Dios, la investidura por el Espíritu Santo para la misión profética de Jesús. Es la carta credencial que augura su anuncio del reino de Dios.

                5.- También en la vida del cristiano hay un momento inicial que es punto de referencia constante en su caminar hacia Dios, es el bautismo. Aquí está el arranque de nuestra misión como hijos de Dios en el mundo. En el bautismo, realizado también bajo fórmula trinitaria, somos hechos hijos amados y predilectos del Padre, para salvar al mundo. Y para esta ardua tarea Dios nos da, como a Jesús, la fuerza de su Espíritu.

        El santo bautismo es una gracia, un don de predilección de Dios por la Iglesia que nos marca con signo indestructible como hijos suyos, llamados a la herencia eterna del Padre en el cielo.

        Estamos salvados porque Dios nos ha marcado con su mismo Espíritu, que es el sello de la Santísima Trinidad. Y por la potencia de amor del Espíritu Santo somos transformados por el fuego divino trinitario con carácter irrevocable. Esto es un bien, por eso, cuando los padres son verdaderamente cristianos, se recibe por sus hijos, aunque recién nacidos.

        Este sacramento del bautismo, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, por el agua y el poder del Espíritu Santo, invocado y actuando por las oraciones y los signos sacramentales del crisma y la unción del santo óleo, hará de vuestro hijo, un hijo de Dios, un hijo de la familia de la Iglesia de Cristo, que es la entrada en la Salvación eterna.

        Pero hoy las circunstancias han cambiado y conviene a veces retrasarlo y hacerlo como en los primeros siglos de la Iglesia, donde primero se predicaba la Palabra: “y los que creían se bautizaban  y entraban a formar parte de la Iglesia”.         Hoy muchos padres no garantizan esta conversión y esta fe en Cristo. Y no bastan dos catequesis bautismales a los padres. En esto la Iglesia debe cambiar, porque los tiempos ya no son ni garantizan la educación cristiana de los niños y deben ser cristianos convencidos los que pidan y se responsabilicen de los niños o retrasar el sacramento del bautismo hasta que se reciba en edad adulta.

        6.- Cuando dos esposos más se quieren, nace lo más hermoso que hay en este mundo, que es la vida humana, el hijo, fruto de vuestro amor y de vuestra vida, que Dios bendice con el hijo nacido de vuestras entrañas.

        Por eso, los padres, en el santo bautismo de sus hijos, vienen a dar gracias a Dios por la vida y por la fe. Nunca ha estado tan cerca el poder de Dios como en la vida de vuestro hijo. Venís para dar gracias y para pedir el santo bautismo que es la puerta de entrada en la historia de la Salvación de vuestro hijo, la puerta de entrada en la Iglesia, comunidad de los redimidos por Cristo.  Para entrar en la Iglesia, la puerta es el bautismo; de hecho, antes, la primera parte del rito del bautismo se celebraba en el exterior del templo, en la puerta, y desde allí, el sacerdote preguntaba a los padres qué pedían a la Iglesia; ellos respondían: la fe, el santo bautismo, la salvación, y luego entraban y se desarrollaba el resto del rito del bautismo dentro de la Iglesia.

        Durante cinco veces, de una forma clara y manifiesta, la Iglesia os va a manifestar a los padres que para pedir este sacramento tenéis que estar dispuestos a educar en la fe a vuestro hijo, debéis de obligaros a cumplir este compromiso con Dios y con vuestro hijo.

        7.- Muchos de vosotros pensaréis que esto se cumple enseñando a vuestros hijos las oraciones. Y yo os digo abiertamente que no. Por lo tanto, ante esta pregunta: ¿Qué es lo primero que unos padres tienen que hacer para educar en la fe cristiana a sus hijos?; yo os respondo en nombre de la Iglesia: lo primero es que os améis como prometisteis en el día de vuestro matrimonio. Desde este amor tienen que nacer vuestros hijos a la vida y a la fe. Lo primero y el fundamento de todo es que los padres se quieran, se valoren, se respeten, se muestren cariñosos de palabra y con gestos de amor para que lo hijos crezcan sabiendo que tienen un fundamento y una razón para creer en Dios que es Amor. Porque si los padres dicen creer en Dios y luego no se aman, no digamos si se han separado, lógicamente este Dios no entusiasmará al hijo. Y si lo ve reñir con su madre… difícilmente podrá rezar el Padre nuestro, porque si el padre del cielo es como el que él ve en la tierra…. Y no perdona las ofensas: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero…”.

        8.- Bueno, ahora ya nos amamos; ¿podemos ya enseñarle a rezar? Tampoco. Porque los hijos no deben aprender las oraciones, los hijos no aprenden, sino que imitan a sus padres. Antes de enseñar tenéis que rezar vosotros, que vuestros hijos os vean rezar, ir a misa… si un hijo ve a su padre de rodillas, nunca lo olvidará, lo imitará y él lo hará también. Pero como un padre y una madre no recen en casa, Dios no esté en la mesa que se bendice, no esté en la oración en familia por las necesidades, alegrías y problemas de la vida, no aprenderán, mejor, aprenderán, pero al día siguiente se le olvidará. Primera y última comunión, última misa… La misa del domingo es el fundamento sobre el que hay que edificar la vida cristiana. Sin misa de domingo no hay cristianismo.

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LA SANTA CUARESMA

       

«Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y mediante la Penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo» (SC 109).

        La Cuaresma es ante todo un tiempo de preparación para la Pascua del Señor. Nos preparamos por el recuerdo o la preparación del Bautismo y por la Penitencia. Es tiempo de conversión, de renovación cristiana, profundizando en nuestra condición de bautizados, convertidos a Cristo e incorporados a su misterio pascual.

        Además de este enfoque cristocéntrico y pascual, la Iglesia quiere que se viva la dimensión social de esta preparación penitencial. Porque es una renovación anual de toda la Iglesia en el misterio pascual por los sacramentos, «La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social». (SC 110). Los tres grandes sacramentos de esta renovación, el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía, son eminentemente pascuales.

        Las lecturas bíblicas cuaresmales contienen una gran riqueza de catequesis bautismal. Se prefieren para los domingos las perícopas tradicionales del Evangelio de San Juan que ordenaban el catecumenado. En los dos primeros domingos de Cuaresma se conservan las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración del Señor. En los tres domingos siguientes se restituyen los tres Evangelios clásicos de San Juan que narran el encuentro con la samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Estos tres Evangelios pueden mantenerse en cualquiera de los tres ciclos por razón de su importancia.

 

RETIRO DE CUARESMA

(Otras meditaciones de Cuaresma, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B, Edibesa, Madrid)

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS

Aurelio García Macías  (Valladolid 2006)

 

Bendito sea Jesucristo,

Hijo amado de Dios Padre,

Siervo Ungido por el Santo Espíritu,

Señor de todo lo creado,

Señor del tiempo y de la historia,

Alfa y Omega, Principio y fin,

el que es, el que era y el que va a venir,

el que estuvo muerto y vive,

el Crucificado Resucitado;

a Él nuestra alabanza

y nuestra acción de gracias

hoy y siempre.  Amén.

 

PRÓLOGO

 

Era la hora tercia cuando crucificaron a Jesús (Mc 15,25). Culminaba, hacia las nueve de la mañana, una noche de pasión, de acelerados e injustos procesos judiciales, de amarga traición de hermanos, de silencio agónico e impotente frente a los excesos imaginables del corazón humano. La noche huía y el amanecer sorprendió a todos con las manos manchadas.

Tras la condena a muerte dictada por el gobernador Pilato, la triste comitiva de condenados se dirigía extramuros, hacia el lugar siniestro de las ejecuciones, al lugar de la vergüenza, denominado La Calavera. Era acompañada por multitud de judíos y forasteros que estaban allí para celebrar la fiesta de Pascua y no querían perderse el espectáculo. Los condenados a muerte eran expulsados de la ciudad santa, siempre morían fuera de Jerusalén y del templo, lejos de los hombres y de Dios. Nosotros, sin embargo, hemos sido convocados, bien de mañana, por el clamor de la trompeta a venir de todos los barrios y calles al corazón más público de nuestra ciudad, a esta plaza mayor que nos reúne a todos cada Viernes Santo. Hemos acompañado también a la comitiva de condenados tallados hermosamente en estas imágenes multiseculares y no ha faltado tampoco la multitud de cofrades y turistas en el desfile.

Aquellos contemporáneos de Jesús ignoraban la identidad del Nazareno y la repercusión de aquel trágico acontecimiento. Nosotros, conscientes del misterio acontecido, meditamos paso a paso el significado de cada uno de los detalles para comprender mejor el ejemplo de Jesús.

Aquellos no tenían ningún interés de escuchar las últimas voluntades de un ajusticiado entre el polvo de la muerte y el ruido del tumulto; nosotros venimos determinadamente a meditar su mensaje y ejemplo para comprender mejor nuestra vida de fe.

Allí estaban también representadas las autoridades políticas y religiosas, los forasteros y soldados, el pueblo en masa, frente al Crucificado, como lo estamos nosotros esta misma mañana en Valladolid. Pero no presenciamos un acto cruento como el de entonces, no es un espectáculo de entretenimiento ni siquiera cultural, a pesar del valor artístico de las hermosas tallas, no es un acto meramente social de la Semana Santa vallisoletana. Es un acto de fe, hermanos.

        Cada año se nos convoca aquí, en esta plaza de la ciudad, para hacer memorial público de la Pasión del Señor. Para los cristianos no es un viernes cualquiera, es Viernes Santo, porque santo es el misterio que celebramos: la muerte de nuestro Redentor; Viernes de la Cruz, porque la cruz será el instrumento de su tormento y glorificación; Viernes primordial, -como afirma la tradición armena-, porque Jesús es el Primero que al pasar por el sufrimiento de la muerte experimenta la Luz primordial, la vida de la resurrección, que ya no muere más.

        Cada año, hermanos, al recordar los acontecimientos de la Pasión y muerte del Señor reviven en esta plaza los acontecimientos salvadores de aquel Viernes único. Se hacen contemporáneos nuestros aquellos mismos personajes evangélicos que presenciaron el momento extremo de su vida. Y escuchamos también, sus mismas palabras, las de siempre, las que se hacen nuevas y únicas cada año, porque nosotros y el mundo siempre somos diferentes.

        Hoy, Viernes de la Cruz, estamos de nuevo en la Jerusalén de entonces. Queridos cofrades, turistas y autoridades; queridos enfermos y ancianos, aquellos que os hacéis presentes por la radio o la televisión; queridos religiosos y laicos, presbíteros y diáconos; querido Pastor y Obispo de esta Iglesia de Valladolid, os invito a todos a contemplar a Jesús en esta hora crucial de su historia y de la historia, y aprender su ejemplo. Al contemplar al Cristo clavado en la cruz, me he preguntado muchas veces ¿cuál sería la escena ante los ojos del Crucificado? ¿Cuál sería el espectáculo horrible que viera desde la cruz? Contemplemos lo que Él contempló desde lo alto del madero.

Os invito, hermanos, a escuchar a Jesús en su coloquio último con el Padre y los hombres y aprender su testamento.  ¿Cuál fue la respuesta humana en aquellos trágicos momentos?, ¿cuáles fueron las últimas palabras que escuchó de los hombres antes de morir? Escuchemos lo que Él escuchó desde lo alto de la cruz.

Os invito, hermanos, a revivir en nosotros los mismos sentimientos de Cristo en la hora de la verdad, de la máxima verdad de la vida; cuando ya no hay tiempo para las apariencias e hipocresías; cuando ya no importa la gente ni la imagen ni el quedar bien ni el qué dirán; cuando uno se enfrenta al final y a la verdad de sí mismo; y ya no hay más posibilidades de vida. Ésta es la hora última de Cristo, del sufrimiento y del amor extremos, cuando se hizo tiniebla incluso en el corazón mismo del mediodía. Era la hora sexta.

 

 

PRIMERA PALABRA“PADRE PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LOS QUE HACEN”

 (Lc 23, 33-37)

 

"Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen... Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!"(Lc 23, 33-37).

 

"Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: Soy Hijo de Dios"(Mt 27,41-43).

“Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos"(Mc 15, 32).

 

El pueblo ya había hablado; ahora observa impasible lo que está ocurriendo y asiste a una diversión acostumbrada. Algunos que pasaban por allí le insultaban y, meneando la cabeza, decían… ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz! (Mt 27, 39-40). Blasfemias, burlas e injurias contra el condenado. Es la influencia de la muchedumbre, que grita instigada por los jefes, bajo el impulso de la emoción. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. El pueblo, ayer y hoy, puede ser víctima de la mentalidad dominante, de la opinión pública, que a menudo coincide con la opinión publicada. Prefieren el éxito propio a la verdad. De esta forma, el miedo y la cobardía han sofocado la voz de la conciencia; la reputación social pisotea la justicia; y el inocente es maltratado, condenado y asesinado.

Las autoridades judías (sumos sacerdotes, escribas, ancianos) allí presentes también se burlan de Jesús: ¡Si es el Mesías de Dios… que le salve ahora; si a otros salvó… que baje ahora de la cruz y creeremos en él! Es la actitud de los prepotentes frente al humillado; la burla de los arrogantes ante el débil indefenso; la gloria de los vencedores que ansían el poder. Se ríen de Jesús. Se burlan de quien está sufriendo. Su actitud es un insulto no sólo a la justicia, más aún a la dignidad humana. La ironía de sus palabras y gestos son caricatura de una tarea al servicio del bien común. Defendían a Dios de un blasfemo, matando injustamente a un hombre. Se burlan del médico que ayudó a otros y no puede ayudarse a sí mismo (Mt 27,42); del que confió en Dios y ahora no le ayuda.

Los soldados romanos también se burlan, insultan y torturan a Jesús: si tú eres el rey de los judíos... sálvate a ti mismo. Después del ajetreo nocturno, habían considerado una merecida diversión golpear y abofetear a Jesús en el cuartel romano. Se limitan al cumplimiento mecánico de la condena: crucificar a tres malhechores con la cruel rutina de los matarifes. Su ambicioso egoísmo les lleva incluso a rivalizar por las ridículas ropas de los ajusticiados. Refleja la sinrazón errada de los verdugos a sueldo, la crueldad absurda de los criminales, que se divierten con el dolor de los demás.

        Por tanto, el pueblo ríe y calla, con la ignorancia del que ha sido manipulado. Las autoridades judías ríen y desafían a un blasfemo idólatra, con la satisfacción del que ha vencido. Los soldados romanos ríen y ejecutan a un rebelde, con la conciencia del deber cumplido. Todos se ríen. Todos le echan en cara su doctrina, dudan de su mesianidad: Si eres el Hijo de Dios, que te salve ahora (Sal 22,8-9). Todos exigen pruebas evidentes y signos visibles del extraordinario poder que tuvo con otros: Baja de la cruz. En este preciso momento: Ahora. Si eres capaz de hacerlo, creeremos en ti.

¿Cuál fue la actitud de Jesús? Abruma su silencio ante las acusaciones. No entra en la provocación violenta de sus amenazadores, porque sabe que la agresividad aumenta la violencia. Su silencio es la respuesta al odio. Indefenso ante el despiadado sarcasmo humano y humillado por las burlas, no baja de la cruz; está dispuesto a entregar su vida al Padre para la salvación de todos. Es el misterio del Jesús sufriente y mudo ante el misterio del mal y de la muerte.

Él, que desde el inicio de su ministerio público había enseñado a sus discípulos: Sed compasivos con todos y perdonad (Lc 6, 36-37).

Él, que a la pregunta de Pedro: ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? (Mt 18,21-22), le había respondido: ¡siempre!

Él, que nos enseñó a orar: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Él, que aconsejaba: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persigan (Mt 5,44).

Él, que salva la vida de la mujer adúltera a punto de ser lapidada y la perdona (Jn 8,11), como a tantos otros pecadores y enfermos… Ahora, perdona, disculpa y ora por sus torturadores. No se deja llevar por la venganza ni grita contra sus adversarios. Simplemente perdona. El perdón es su respuesta al látigo, la mofa y al verdugo. Disculpa, incluso a sus ejecutores: no saben lo que hacen. Y ora e intercede por ellos ante el Padre (Is 53,12): al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia (1 P 2,23).

        Es la actitud de Cristo, y ha de ser la actitud de los cristianos. Bien sabemos todos que no es fácil. Cuando condenamos a quien nos condena; cuando juzgamos a quien nos juzga; cuando perdonamos y no olvidamos… no perdonamos. Seguimos con la antigua ley del talión que equiparaba el castigo al daño producido (Ex 21,25). Cristo perdonó porque tuvo compasión; y el cristiano perdona como Cristo porque "padece con" sus prójimos. Este es el mensaje de la cruz, que no es lugar de amenaza, venganza o condenación, sino de compasión y misericordia siempre y con todos (Mt 18,21; Gn 4,24).

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

¿Por qué nos cuesta tanto perdonar?

¿Por qué nos cuesta tanto querer?

Desde la cruz hablas de perdón

a una cultura que busca la prepotencia, la competitividad y el ser los primeros;

desde la cruz das ejemplo de perdón

a familias marcadas por la división, la ruptura y el no hablarse;

desde la cruz perdonas

a quien se burla, desprecia y tortura.

Nuestra sociedad no entiende de perdón;

es signo de debilidad contracultural;

de humillación en la que se pierde la razón.

Y sin embargo, al contemplarte crucificado,

comprendemos que

quien mira a la cruz es libre;

quien mira a la cruz no tiene miedo;

quien mira a la cruz perdona.

 

 

 

SEGUNDA PALABRA

 

“HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”

(Lc 23, 39-43)

 

                      "Uno de los malhechores colgados le insultaba: ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros! Pero el otro le increpó: ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Jesús le dijo: Te aseguro, hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso".

 

Junto a la cruz de Jesús crucificaron a dos delincuentes, uno a cada lado. Jesús era para ellos un malhechor más. Los tres compartían el mismo suplicio al final de su vida. Sin embargo, el relato evangélico describe una hermosa página de aceptación y rechazo, de libertad humana y misericordia divina.

La tradición popular fijó el nombre de Gestas para el mal ladrón. Aparece como un hombre impetuoso que, influenciado tal vez por los gritos de la gente y la angustia de estar sujeto al tormento de los criminales, insulta a Jesús. Se dirige a Él y le propone su última tentación: ser un Cristo de poder y gloria, de signos milagrosos que liberen del suplicio mortal a la vista de todos. Al mirar a Jesús, no ve más que un rostro maltratado y marcado por el dolor, lleno de sangre y heridas, como el suyo.

El otro bandido, distinguido popularmente con el nombre de Dimas, también mira a Jesús. Después de ver caras de ira y odio hacia él, encuentra la mirada comprensiva y misericordiosa del inocente injustamente condenado. Entonces, con valentía y humildad, reconoce su propia verdad, asume en el trance de muerte su equivocación y fracaso. Es entonces cuando recrimina y corrige la actitud altiva de su compañero: ¿Es que no temes a Dios? Es entonces cuando se dirige a Jesús con el título político de Rey, motivo de su condena señalado en el letrero de la cruz, y suplica su salvación. Paralizado por los clavos de la muerte, el buen ladrón arrepentido conserva su última libertad, la de la fe. Ha presentido que el Reino de Dios ha llegado para él, es Jesús; ha experimentado la presencia del Dios de la Vida en el suplicio mismo de la muerte; ha suplicado perdón y goza ya de la misericordia divina.

        En estos dos personajes advertimos dos reacciones contrarias ante el mismo espectáculo y la misma persona; dos actitudes diversas fruto del misterio de la libertad humana. ¡Este es el hombre! Nuestro destino se compendia en el destino de los dos malhechores: uno blasfema contra Dios y el otro cree; uno se retuerce en su propia rebelión interna, el otro confía. Ellos son nosotros.

        Pero, ¿cuál fue la reacción de Jesús ante ellos? Silencio ante la provocación de uno; aceptación de la súplica del otro; misericordia para ambos. Jesús no responde al desafío airado del mal ladrón que exigía la liberación milagrosa de los condenados. Reta a Jesús como última posibilidad para librarse del suplicio mortal. Pero no funciona. Jesús no responde ni a sus insultos ni a su provocación.

        Sí responde a la súplica sentida del buen ladrón. Y sorprende la contundencia de su respuesta: Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso. Es evidente la inminencia de su muerte. El hoy expresa la inmediatez y la gratuidad de la salvación. Hoy, en tu último instante, hermano ladrón, te llega la salvación. No importa el momento, estarás conmigo. Eso es el paraíso: estar con Dios, estar en Dios. A veces, el término paraíso nos suena a felicidad perdida y añorada, a promesas ofrecidas por ideologías de todo tipo, que siempre fracasaron.             No, hermanos, no hay paraísos políticos, ni económicos, ni turísticos... Todos son paraísos virtuales de plástico y ficción. Jesús promete un paraíso a quien pasa por la cruz, a quien asume con fe y humildad la fragilidad de la vida y la verdad de la propia existencia. Por eso, la cruz, instrumento de tortura y lugar de sufrimiento, es puerta del paraíso y promesa de salvación. La respuesta de Jesús al buen ladrón es aliento de vida en el momento último de la muerte. Es vida prometida al pecador arrepentido.

        Esto es lo que había enseñado a sus discípulos durante su vida pública: no he venido a condenar, sino a salvar lo que estaba perdido; no necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Así lo hizo él, cuando fue a Jericó y encontró a Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Como publicano había pactado con el invasor romano, había traicionado a su pueblo judío, y se estaba lucrando con los impuestos que cobraba injustamente. Era odiado por todos. Sin embargo, en medio de aquella curiosa multitud Jesús se dirige precisamente a él y se autoinvita a comer en su casa. Zaqueo lloró de alegría. Alguien le miraba sin resentimiento y le trataba con amor. Los demás murmuraban contra Jesús: Ha ido a hospedarse a casa de un pecador. Sí, hermanos, Jesús se relacionaba con los pecadores, miraba con compasión a los que todos odiaban, transmitió misericordia a quien no la tenía. Por eso, Zaqueo descubre su verdad, reconoce su engaño y reacciona con amor multiplicado: Señor, daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más. Y Jesús afirmó entonces  lo mismo que afirma ahora en la cruz:Hoy ha llegado la salvación a esta casa...

Hermanos, la misericordia con los otros hace milagros. El ejemplo de Jesús nos insta en esta mañana santa a practicar la compasión; a buscar el arrepentimiento; a primar la misericordia.

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

Rey sin reino,

incluso en el momento último de la cruz

constatas la ambigüedad del corazón humano.

Unos te insultan y desprecian;

otros te encuentran y confiesan.

Unos te ignoran; otros te anuncian.

Unos te siguen; otros te persiguen.

Y a todos diriges tu mirada de compasión,

Tu palabra de misericordia,

Tu promesa de salvación.

Señor Jesús,

acuérdate de mí, cuando me encierre en mi egoísmo;

acuérdate de nosotros, cuando nos cerremos al perdón;

acuérdate de aquellos que cierran los ojos

para ignorarte y borrarte de la historia.

Acuérdate de todos, cuando llegues a tu Reino.

 

 

TERCERA PALABRA

 

“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO... HIJO AHÍ TIENES A TU MADRE”(Jn 19, 25-27)

 

"Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa".

 

Después de entregarse a sí mismo, Jesús entrega lo más querido, el único amor que le queda, se despoja de lo más íntimo de su corazón: la madre y los amigos, su verdadera familia de sangre y de fe. Junto a la cruz están María, su Madre, y Juan, el Discípulo Amigo. Mira a la Madre para entregar al Discípulo, y mira al Discípulo para entregar a la Madre. Son confiados mutuamente. Y establece entre los tres una íntima comunión que nos hace a todos hermanos en el Hijo e hijos en la Madre.

        En el colmo del sufrimiento, Jesús encuentra la mirada de su madre María. Es una mirada de común e indecible dolor y aliento. Había desaparecido de todo protagonismo durante su misión pública, pero le ha seguido muy de cerca hasta la cruz. Ahora asiste impotente a la tortura del hijo de sus entrañas, ve al pueblo burlarse de él, sus ropas sorteadas para otro, clavado a una cruz cual criminal... desnudo y desangrado. ¡Ahora entiende la hondura de las palabras profetizadas sobre ella! María se siente traspasada por la espada de dolor anunciada en su juventud. ¡Qué bien lo ha captado el pueblo cristiano en su devoción a la Madre dolorosa, Virgen de las angustias, Señora de la piedad!

        Pero María no huye como los demás. No tiene miedo como los demás. Ahora entiende las palabras angélicas de aquel día: No temas, María (Lc 1, 30). Ahora comprende las consecuencias de su fiat, del hágase como has dicho (Lc 1, 38). Pero permanece fiel y dolorida, sin temor y lacrimosa junto a la cruz de su hijo. Permanece junto a la cruz con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la fe de la madre. Bendita tú que has creído (Lc 1, 45). Al igual que creyó en el momento increíble de su gozosa maternidad, cree ahora en el momento de la mayor humillación de su hijo. Precisamente por ser Madre fiel y creyente, Jesús le entrega a Juan, y en Juan a todos sus discípulos.

Al escuchar las palabras ahí tienes a tu madre, el corazón de María se inunda de dolor, porque presiente la inminente separación mortal del hijo. Pero al escuchar las palabras ahí tienes a tu hijo, su corazón se inunda de inmensa ternura por el amor que revela una nueva maternidad. La que es llamada mujer ahora es denominada madre. El discípulo del Hijo se convierte en hijo de la misma Madre. Bajo la cruz de Jesús, María se convierte en Madre de la Iglesia. Allí donde muere el Hijo nacen  innumerables hijos, y en el lugar de la muerte, -La Calavera-, brota un manantial de vida, nace la Iglesia.

        María acoge el testamento de su Hijo y espera bajo la cruz hasta ver su muerte y sepultura. María es lo primero que ven los ojos de Jesús al nacer en Belén; y lo último que ve antes de cerrar sus ojos en el Gólgota. Su madre, María, fue la primera y la última...

        Juan es el único discípulo que permanece fiel hasta el final. Comparte el sufrimiento de la madre y obedece el mandato del Maestro. Acoge a María, no sólo en su casa, sino también en su amor; un amor que acompaña y consuela.

        En Juan contemplamos al discípulo de todos los tiempos que acoge siempre. ¿Qué decir, hermanos, de los miles de personas que huyen de su tierra y vagan por el mundo sin dignidad ni identidad? ¿Qué decir, hermanos, de los miles de refugiados recluidos en nuevos y anónimos campos de concentración tratados como no-personas? ¿Qué decir, hermanos, de las personas que mueren solas en los barrios populosos de la gran ciudad occidental? ¿Qué decir, hermanos, de las mujeres obligadas a prostituirse por las mafias reconocidas, o los niños esclavos condenados de por vida a producir? No es demagogia, hermanos. Son personas. Son hermanos. Son hijos. De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa insensible al dolor de los demás. Juan nos muestra un amor que socorre y consuela.

        En María contemplamos la fidelidad del amor en los momentos duros de dolor y sufrimiento; el consuelo silencioso de la madre cuando ya nadie sabe qué decir; la presencia materna al lado de la cruz de innumerables hijos, que son crucificados de modos diversos en cualquier rincón del mundo. En María contemplamos el dolor de las madres que lloran a un hijo humillado, herido, desaparecido o asesinado. María nos muestra un amor que sabe compartir el sufrimiento.

        Y en ambos, contemplamos el amor y la fidelidad de la débil Iglesia representada en ellos, que escucha la Palabra de su Señor. La Madre y el Discípulo Amigo nos muestran el amor universal que ama a todos, que sufre con todos, que acoge a todos.

 

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

cuando viene el dolor y el sufrimiento

que hunde en la amargura y la tristeza,

quisiera estar junto a esa cruz como María,

Madre de los dolores.

Cuando asaltan las dudas y el desánimo,

y la fe oscurecida todo lo derrumba,

quisiera estar en pie como María,

Madre de los creyentes.

Cuando viene la soledad y el desamparo

en los que nadie se siente acompañado,

quisiera esperar junto a la cruz como María,

Madre de la Iglesia.

 

 

CUARTA PALABRA

“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”

(Mt 27, 45-46)

 

"Alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: ¡Elí, Elí ¿lemá sabactaní?, es decir, ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado? Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: A Elías llama éste. Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle"(Mt 27, 45-49).

Si en algo se distingue el ministerio público de Jesús es porque revela el amor preferencial de Dios a los más pobres e indefensos, a los enfermos y marginados, a los pecadores y abandonados. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré (Mt 11, 28). Jesús se presenta como el consuelo de Dios para quien no lo encuentra en esta tierra. Él mismo cuida y acompaña a sus discípulos y amigos, incluso en las circunstancias más adversas. Calma su desconcierto en la temible tempestad del lago, acompaña y llora con Marta y María la muerte de Lázaro, se compadece de la muchedumbre desorientada que lo sigue... Y sin embargo, ahora, cuando más lo necesita, cuando se consume  clavado en el madero de la cruz, el que no abandonaba a los suyos se siente abandonado de todos.

        Jesús experimenta el abandono de su pueblo. Antes le había buscado para aclamarlo como Rey, le había recibido exultante y curioso en Jerusalén... Ahora lo expulsa de la ciudad santa al lugar de la vergüenza. Fuera de la viña de Israel, fuera de la sociedad políticamente correcta, fuera de la creación de Dios. Desechado del reino de los poderosos y expulsado al basurero de los criminales. Colgado en una cruz, sujeto por los clavos, desnudo ante la gente, expuesto a la deshonra. Jesús es vulnerado por la tortura física de su cuerpo y ofendido en su dignidad. Ser desnudado en público significaba no ser ya nadie. Ser ajusticiado en cruz suponía maldición de Dios, tal como enseñaba la ley judía: Maldito todo aquel que penda de un madero (Dt 21,23). El pueblo abandona a Jesús. Pueblo mío, ¿por qué me has abandonado?

        Jesús experimenta el abandono de sus discípulos. Se fiaba de ellos porque los amaba. Eran su familia... pero le dejan solo. Le seguirán de lejos, perdidos y asustados; marcados por la infidelidad y la cobardía. La pasión de Jesús es amistad traicionada. Ya en el momento de su agonía en Getsemaní, mientras todos dormían, Judas, el único despierto, ultima la traición. El beso de amor se transforma en signo de odio. Es el auténtico traidor, que inicia la cadena de entregas hasta el nefasto desenlace del discípulo y del Maestro, de Judas y Jesús. La perdición de Judas fue la avaricia, el ansia de poder y la ambición de dinero, la complicidad con los poderosos y la prepotencia reinante en el corazón de todo hombre, que desde el inicio de la historia se llama egoísmo. Judas fue vulnerable al dinero y la traición. Judas, hermano mío, ¿por qué me has abandonado?

Pedro tampoco está. Es víctima de su propia presunción. Se cree fuerte, y es débil; se cree seguro, y va a fallar; se cree único, y es como todos. Jesús presiente la debilidad del más fuerte, pero Pedro está seguro de seguirle hasta el final. Cuando en el camino nocturno de casa en casa y de juicio en juicio, Pedro encuentre la mirada de Jesús y entre en sí mismo descubrirá su negación traidora y llorará amargamente. Lágrimas de humildad para ahogar su orgullo. Lágrimas más por sí mismo que por el Señor. Jesús es víctima del miedo paralizante del que se quiere sólo a sí mismo, de la cobardía de quienes no quieren exponerse al juicio de los demás, del temor de aquellos que viven de la opinión engañosa e hipócrita de la gente. Pedro, ¿tú también? ¿Por qué me has abandonado?

        Jesús experimenta también el abandono de la justicia. Pilato gobierna sin otra verdad que su poder. Sabe que ese condenado es inocente. Su corazón está dividido y sometido a enorme presión política que obliga a pronunciar sentencia. Pero, prefiere su posición social al derecho. Halaga a la muchedumbre para canalizar su ansia de poder y ambición. Sigue la cruel sabiduría de los dominadores que entregan chivos expiatorios a las masas. Pilato, representante del poder, juez injusto, ¿por qué me has abandonado?

        En esta extrema desolación, Jesús se dirige al Padre y grita el dolor de su abandono: Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué me has abandonado?  ¿Por qué soy entregado al horror de la muerte? ¿Por qué te siento ausente ahora? ¿Por qué? Es grito de queja y angustia, no desesperación. Jesús experimenta el silencio del Padre. Con esta lamentación del salmo 21, Jesús asume en sí el Israel sufriente, la humanidad que padece el desgarro del sufrimiento y el drama de la oscuridad de Dios. Es un diálogo íntimo entre Dios y Dios, entre Padre eterno e Hijo Encarnado.  No me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación (Sal 26,9). Pero, en la cruz, Jesús manifiesta la fidelidad de un Dios que parece ausente e indiferente; que ama silencioso en el sufrimiento; que no se defiende en su respeto infinito al hombre. 

El pueblo y los soldados presentes en el lugar siniestro de la Calavera no entienden lo que dice. Al utilizar la expresión hebrea Elí para dirigirse a Dios, creen que llama a Elías, por la creencia judía de que este profeta socorría a los justos en necesidad. Pero pronto reaccionan. Le ofrecen la amarga bebida del vinagre para que calle y prosiguen su afrenta irónica.

Jesús experimenta el desprecio de su pueblo, la traición del hermano, el abandono de sus discípulos, la cobardía del gobernador, la crueldad de los soldados y hasta el silencio de Dios. Es la misma experiencia de muchos otros discípulos suyos que continúan gritando: Dios mío, ¿por qué nos has abandonado? Y la respuesta está en Jesucristo. Permaneció en la cruz confiando en Dios. La fe nos salvará.

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús, el abandonado de los abandonados.

¿Por qué, a veces, quien más reivindica palabras de tolerancia

se muestra como el más intolerante con todos?

¿Por qué, a veces, quién más sonríe triunfante en sus negocios

es quien se siente más desdichado?

¿Por qué, a veces, personas sencillas que socialmente no cuentan son las personas más queridas y amadas por los demás? Señor, en cada mirada siento tu presencia y tu dolor.

 

 

QUINTA PALABRA

 

“TENGO SED”

 

"Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: Tengo sed. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca".(Jn 19,28-29)

 

Las mujeres solían llevar a los condenados vino  mezclado con mirra para aliviar sus sufrimientos. Pero Jesús no bebió el calmante (Mc 15,23). Quiso asumir conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Hasta ahora no se había quejado de su tortura física, sólo manifiesta su sed. Es comprensible por la pérdida de sangre. Pero, ¿no es extraño que en medio de tanto dolor y necesidad sólo manifieste su sequedad? En el abandono más absoluto, Jesús experimenta la debilidad de sus fuerzas físicas, el agotamiento de su cuerpo, la radical fragilidad humana. Tengo sed.

Es la misma súplica que expresó al inicio de su misión a la mujer samaritana. Pasaba por la región de Samaría hacia su tierra de Galilea. Estaba fatigado por el camino y el calor del mediodía, se sienta junto al pozo de Jacob y allí encuentra a la samaritana. Sin conocerla, suplica: Dame de beber. Y aquella mujer se extraña y sorprende. ¿Tú, hombre judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Pero... si los judíos odian a muerte a los samaritanos; pero... si entre nosotros ningún hombre suplica a una mujer... Y se establece un diálogo insólito entre ambos, al mismo nivel de respeto y verdad. La mujer da a beber a Jesús un agua que calma momentáneamente la sed; y Jesús promete un agua viva que calma la sed para siempre. Hablaba del don del Espíritu, que se convertirá en el cristiano en un manantial interior de gracia y vida. Y la mujer creyó en él; y habló de él a todos sus paisanos; y muchos desde entonces siguieron a Jesús.

        Ahora, al final de su vida, vuelve a manifestar su sed y pide de beber a los allí presentes. Tiene sed porque le falta la vida. Para continuar la burla, un soldado empapó una esponja en la bebida ácida que usaban los romanos y le ofreció de beber. Agua de muerte al que prometió agua viva.

        Es inevitable establecer una comparación entre ambos momentos y personajes. Jesús manifiesta únicamente su sed al inicio de su misión a una mujer samaritana y al final de su vida a un soldado romano. ¡Qué casualidad! Ambos extranjeros e impuros, es decir, odiados por el pueblo judío y considerados malditos de Dios; mujer de cinco maridos y hombre con las manos manchadas de sangre. Precisamente a ellos es a quien manifiesta su sed y pide de beber. Jesús muestra con este signo su deseo de comunión con los considerados malditos y excluidos del pueblo elegido.

        Sed de comunión con los no amados, sean ricos o pobres, hombres o mujeres, jóvenes o ancianos.  Tuve sed y me disteis de beber… ¿Cuándo te vimos sediento y te dimos de beber?.. Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis (Mt 25,35-40). Si algún día cayeras en desgracia y quienes te rodean ahora huyeran de ti y te menospreciaran, ¿te gustaría sentirte acogido y amado? Hermano, busca ser comunión con todos.

Sed de justicia para todo tipo de víctima inocente. El misterio de la cruz de Cristo se prolonga en el dolor de quien es injustamente utilizado o rechazado; sediento de ser tratado como persona humana. La cruz de Cristo pervive en el sufrimiento de pueblos sometidos a la llamada limpieza étnica y comunidades cristianas flageladas por la persecución estatal. ¿Imagináis que un día nosotros, los satisfechos del Norte, pidiéramos agua a los famélicos del Sur y que éstos levantaran muros de insolidaridad ante nosotros y tuviéramos que calmar nuestra sed con las aguas mortales del océano? Hermano, busca ser justo donde estás.

        Sed de vida en una cultura de muerte. Al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida (Ap 21,6). Quien sigue a Cristo, cree en un Dios de vivos, no de muertos. Quien conoce a Cristo respeta la vida, que procede de Dios y es sagrada. Quien cree en Cristo da la vida para dar vida a los demás. Para el cristiano Dios es amor. Y si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, el hombre es amor. Esa es su esencia. No deja de existir cuando muere, sino cuando deja de amar. Hermano, ama la vida de los demás.

        Sed de fe y amor correspondido en la sociedad del bienestar. Si alguno tiene sed, que venga a mí; el que cree… de su seno correrán ríos de agua viva.  El hombre presuntuoso de occidente, cansado de creer, ya no cree en nada y desconfía de todas las religiones. Puede prescindir de todas ellas. Su autosuficiencia pretende vivir sin Dios y considera la fe expresión de debilidad cultural. Se impone la indiferencia. Pero este nuevo paganismo tiene un peligro: olvidándose definitivamente de Dios se ha desentendido de los hombres. Y hemos sido esclavizados por el poder de las ideologías, entretejidas de mentiras y falsas promesas, en las que el ser humano no es más que un voto o una mercancía que se compra o se vende. Hermano, vuelve a Dios. El Cristo sediento de la cruz manifiesta a la humanidad contemporánea que la única respuesta a su sed se encuentra en el misterio de la Cruz vivificante.

 

ORACIÓN

Señor Jesús,

Tu sed manifiesta la indigente debilidad del ser humano.

Tengo sed de vida.

Tu sed recuerda la necesaria ayuda de los otros.

Tengo sed de comunión.

Tu sed revela que Dios suplica al hombre el sí de su amor.

Tengo sed de fidelidad.

Dichosos los que tengan sed… porque quedarán saciados.

 

SEXTA PALABRA

 

“TODO ESTÁ CUMPLIDO”

(Jn 19,30)

 

"Era ya cerca de la hora sexta cuando se oscureció el sol... (Jn 23,44) "Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: Todo está cumplido"(Jn 19,30).

 

Jesús no es víctima de un acto terrorista, nadie le quita la vida; sino que Él la entrega voluntariamente por amor. Así lo anticipa Él repetidas veces a sus discípulos antes de su pasión: Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida... Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente... esa es la orden que he recibido de mi Padre (Jn 10, 17-18). Su vida se comprende como el cumplimiento obediente de la misión encomendada por Dios Padre. Y, ¿cuál es esa misión? ¡Qué bien lo sintetiza el apóstol San Pablo en el hermoso himno de la Carta a los cristianos de la ciudad griega de Filipos:

Jesús, siendo Dios y gozando del eterno amor del Padre, se despojó de su rango, se rebajó, pasando por un hombre cualquiera como nosotros. Más aún, quiso asumir la condición de siervo, el último lugar, para que nadie pudiera sentirse menospreciado por debajo de Él. Y como hombre experimentó el dolor del sufrimiento y de la muerte. Más aún, experimentó una muerte ignominiosa, la más cruel y despreciable de entonces, la reservada a los criminales, para asumir en sí todo el dolor de los hombres y crucificar en Él nuestras cruces. Precisamente por esta obra y actitud Dios Padre lo levantó, lo resucitó, lo glorificó y lo ha constituido «Kyrios», Señor de todo cuanto existe.

Esto es lo que intentó decirnos a lo largo de su ministerio en sus enseñanzas y signos. Cuando Él se identifica con la imagen del pastor, quiere comunicarnos que da su vida por nosotros (Jn 10,15). No sé si alguna vez habéis vivido cerca de un pastor. Yo, sí. He visto cómo se consumían sus días y sus años pendiente exclusivamente de acompañar y atender al rebaño. No tenía domingos ni descansos, porque el rebaño necesitaba ser atendido; no podía hacer viajes, más que pidiendo ayuda a los demás para que lo sustituyeran; y muchas de sus enfermedades las ha curado en la soledad de nuestros páramos. Una vida sacrificada y ofrecida, -como la de tantos otros trabajos-, para poder vivir él y su familia. Cuando se quiere dar cuenta, se le ha pasado la vida traspasando veredas y alternando estaciones. Cristo quiso identificarse al pastor bueno que da su vida por el rebaño para hablar de su misión entre nosotros. Dar la vida por los demás. ¡Qué mal suena a nuestros oídos postmodernos!, ¿verdad? Y sin embargo, ésta es la clave de la fe cristiana: amar, amar de verdad, incluso estando dispuesto a dar la vida por el otro. No hay amor más grande que dar la vida (Jn 15,13), dice Jesús.

        Esto es lo que intentó enseñarnos durante su última Cena. Al celebrar la normal cena pascual judía, presenta una sustancial novedad a los ojos de sus discípulos. Al repartir el pan y la copa de vino, Jesús lo presenta como su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Los discípulos no entendían nada; pero Jesús ya les advierte que lo entenderán más tarde. ¿Cuándo? En el Calvario. Jesús anticipa en este gesto el sacrificio de su propia entrega culminado en la cruz y constantemente actualizado en la Eucaristía.  Pero hubo un gesto más. Nos lo relata el evangelista Juan y ayer tarde lo renovábamos en nuestras iglesias. Durante la cena, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. ¿Cómo? Se puso a lavar los pies a los discípulos. Y, ¿qué importancia tiene eso? En la época de Jesús este oficio estaba reservado exclusivamente a los esclavos y a los "tontos del pueblo" que no podían trabajar. Jesús se pone, una vez más, en el lugar de los esclavos y últimos. Pedro no lo puede consentir. ¡Cómo el Maestro y el Señor va a hacer este servicio indigno! Pero Jesús lo impone como gesto característico de su discipulado. Sólo entonces y por este motivo acepta Pedro. Después, Jesús vuelve al lugar presidencial de la mesa y como buen maestro les pregunta si han comprendido la lección. Y concluye: os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo. Celebrar la Eucaristía supone estar dispuesto a lavar los pies, como gesto de amor. Ser discípulo de Cristo significa estar dispuesto a entregar la vida, a ser Cuerpo entregado y Sangre derramada para servir con humildad a los otros.

        Ahora, el suplicio de la cruz no es más que la culminación de una vida entregada. Es la consecuencia lógica de una vida que se ha ido entregando, poco a poco y día a día, en sacrificio callado por los demás. Clavado en la cruz, se despoja totalmente de sí mismo. Humillado en su dignidad interior y deformado en su apariencia externa. Ya no volverá a ser el mismo. Su rostro ha sido desfigurado, sin aspecto atrayente ante el que se vuelve la cara para no verlo (Is 53,4-6).

        En este estado, cuando presiente ya la hora fatídica de su muerte, reconoce el final de su misión. Todo está cumplido, Padre, tal como tú me has confiado. Ha llegado el fin. Es el grito del que concluye su vida con la satisfacción del deber cumplido, pese al dolor y sufrimiento inevitables. Es la exclamación del siervo humilde que ha ofrecido su vida para colaborar con Dios en este plan de amor que tiene para el mundo. Sólo quien tiene una razón por la que merece la pena dar la vida, tiene también una razón por la que merece vivir (Enzo Bianchi, Dare senso al tempo, 82).

Precisamente en este momento sólo hay silencio y tiniebla en el lugar de la Calavera. Todos los personajes callan y desaparecen de esta escena evangélica. Ya no se oye el griterío de la gente, que poco a poco se aleja del lugar. Se presiente la ausencia de todos, excepto de los más íntimos. En pleno mediodía Jesús grita: Todo está cumplido, Padre; tal como Tú has deseado. Consumatum est.

 

 

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

has elegido el camino de la humildad

frente a la farsa social y la soberbia;

has elegido el camino de la entrega

frente al utilitarismo y la avaricia;

has elegido el camino de la verdad

frente a la mentira y la explotación;

has elegido el camino de la cruz

frente al éxito y la frivolidad.“El que se ama a sí mismo se pierde” (Jn 12,25)

 

 

SÉPTIMA PALABRA

 

“PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU”

(Lc 23, 44-49)

 

"Y toda la tierra quedó en tinieblas hasta la hora nona. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: Padre, en tus manos pongo mi espíritu. Y dicho esto, expiró"(Lc 23,44-49).

"Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Y toda la muchedumbre que había acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvió dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo estas cosas".

 

"Fueron los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua"(Jn 19,32-34).

 

La última palabra de Jesús Crucificado se dirige al Padre; como la primera. La escuchamos con la veneración y ternura del que escucha por última vez la voz de un ser querido. Es su palabra final. Vuelto al Padre, le confía su vida y su obra, todo. Es el abandono en las manos del Padre que acogen el último aliento del Hijo amado. Del Padre vino y al Padre vuelve. Salió del seno del Padre y ahora sale del seno de la tierra para volver a Él. Su vida es el misterio de un abajamiento y exaltación; el misterio de un abandono en íntima comunión entre el Padre y el Hijo. En la impotencia del Crucificado brilla la omnipotencia de Dios. En el abandono del Hijo se hace presente la fidelidad del Padre. Jesús ora con un versículo del salmo 31: En tus manos abandono mi vida...  yo confío en Dios.

        Hace unos momentos, Jesús había mostrado su dolor interior por sentirse abandonado del Padre en el tormento mortal. Ahora se abandona a Él en actitud de amor infinito y confianza suprema. Precisamente cuando se siente más abandonado del Padre se encomienda a Él, le ofrece todo lo que ha sido y es, todo lo que ha hecho y hace, toda su vida y ministerio mesiánico. Supera el abandono de Dios confiando en Él. ¿Por qué? Porque se siente unido a Él y sabe que no le defraudará. Así lo expresa el salmo  y cantamos en el Te Deum los días solemnes: En ti Señor confié, no me veré defraudado para siempre. Su absoluta confianza en el Padre ahuyenta la desconfianza. Es el momento de la fidelidad y de la fe, como enseña el Apocalipsis: Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida.

Mientras Jesús luchaba entre la vida y la muerte, los personajes de aquella escena evangélica están ajenos a este momento y diálogo trascendental. La mayoría del pueblo curioso se había marchado cansados ya de esperar y urgidos por preparar la solemnidad que se iniciaba esa misma tarde. Nada se dice de los discípulos, a excepción de Juan. Tan sólo se menciona a las mujeres del grupo de Jesús, que observan desde lejos esperando fieles. Estarán presentes en su entierro y serán los primeros testigos de su resurrección. Los soldados aguardan impasibles para certificar el cumplimiento de la condena; y se aseguran de la muerte de Jesús con la lanzada que atravesó su pecho. Sin embargo, sorprende la reacción del centurión romano que ha presenciado toda la escena. Ha escuchado sus palabras y ha observado su actitud; ha oído hablar de perdón y ha presenciado la promesa a uno de los malhechores; le ha visto orar y no ha devuelto las injurias recibidas. Tras su muerte, el centurión atónito exclama: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios ¿Qué ha contemplado este hombre para decir esto? ¿Qué ha visto en este Crucificado que no viera en los demás? El testimonio de un hombre justo; el ejemplo supremo del verdadero amor. Este es el hombre. Ecce homo. Este es Dios. Ecce Deus.

        En medio de aquel revuelo, es precisamente un pagano el que confiesa la verdad de Jesucristo; un no creyente, el que invita a creer que el Crucificado es verdaderamente quien había dicho, el Hijo de Dios, el Mesías esperado, el Salvador del mundo. Aquello que no aceptaron los creyentes judíos lo profesa un romano pagano. Hermanos, la meditación de la última palabra es una llamada a la fe y a la fidelidad de todos los creyentes en Jesucristo.

        Una llamada a la fe incluso en los momentos de máximo abandono y sufrimiento de la vida. Así lo vivió Jesús; y ese fue su ejemplo. En la oscuridad de la muerte puso su confianza en Dios y se fió de su promesa. Todo el que cree en Él, aunque haya muerto vivirá. Vivirá, sí; no morirá. Es el misterio que captó el centurión al contemplarle traspasado y que profesó en alta voz ante los presentes. Es la experiencia que tuvo el incrédulo apóstol Tomás que no aceptaba creer sin demostraciones visibles y evidentes. El evangelio de san Juan recoge en sus capítulos finales la última bienaventuranza de Jesús: Dichosos los que crean sin haber visto. Dichosos, hermanos, aquellos que se fíen de la promesa del Señor, que se fíen de Dios... porque verán su salvación.

        Esta última palabra es una llamada a la fidelidad. Cristo confía y permanece fiel a Dios hasta el final. Es el misterio prolongado en tantos mártires de Cristo presentes en todos los momentos de la historia. Mártires que se debaten entre la seducción y la persecución de este mundo. Primeramente la gente te seduce con halagos y alabanzas para ganarte a sus criterios, para usarte a su antojo y manipularte según el propio interés. Pero si te opones con razones propias y contradices lo más mínimo sus planteamientos, pasas inmediatamente a ser perseguido. Desde entonces te conviertes en el enemigo más peligroso y buscarán aniquilarte por todos los medios posibles. Es decir, ha comenzado tu pasión, tu personal abandono y martirio. Mártir es quien nos enseña a decir un sin condiciones al amor por el Señor; y un no a los halagos y componendas injustas con el fin de salvar la vida o gozar de un poco de tranquilidad. No se trata sólo de heroísmo sino de fidelidad. Jesús no se salvó a sí mismo. El creyente que mira al Crucificado vence el miedo y aviva el amor; porque en Cristo encuentra la respuesta a todos sus interrogantes y un ejemplo a seguir en su vida cristiana. Creemos para vivir, no para amargarnos la vida.

        San Juan finaliza su evangelio con estas palabras: Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Para que creáis y tengáis vida. Éste es el objetivo, hermanos, del Evangelio, del trabajo y predicación de la Iglesia, de la entrega y desvelos de todos los cristianos en sus respectivas vocaciones, de misioneros lejanos y comunidades cercanas, del sufrimiento de los mártires actuales: Vivir la fe y creer en la vida.

 

ORACIÓN

Señor Jesús,

al contemplar el instante final de tu vida

y al escuchar tu última palabra

alienta nuestra fe y confianza en Dios,

reaviva nuestro sentimiento de perdón y misericordia,

fortalece nuestra caridad sincera

para seguir anunciando al mundo de todos los tiempos

la admirable confesión del centurión pagano:

Verdaderamente este hombre era hijo de Dios.

 

EPÍLOGO

 

Era la nona cuando murió Jesús; hacia las tres de la tarde, después de seis horas expuesto al cruel dolor de la cruz. Fue depuesto en un sepulcro cercano con el llanto de todos, los presentes y los ausentes. Nadie sospechaba el milagro de su resurrección. Igual que el grano de trigo es depositado en tierra durante la sementera y tras la espera silenciosa del invierno aparece vivo y trasformado en el primer brote de primavera, así resucitó Cristo de la oscuridad de la muerte. Éste es el milagro que admira cada año el labrador. Este es el misterio que celebra cada año el cristiano. Jesús ha vivido su pasión y muerte como paso a la resurrección. En el lugar de la muerte ha resucitado la vida. La cruz y la resurrección son inseparables, ambas acontecen en el Calvario. Son dos caras de una misma moneda. Su pasión y muerte son el precio de la pascua, de la victoria de Cristo sobre todo mal que oprime al hombre. La cruz levantada el Viernes Santo contrasta con el Cirio levantado en la Vigilia Pascual. La cruz, hermanos, se ha convertido en luz. Y este es el misterio que actualizamos cada año y cada día. Toda la vida es gloria y cruz; todos los días vivimos muerte y resurrección; siempre hay luces y sombras en nosotros y junto a nosotros. Pero sabemos que la última palabra no la tiene el mal, el pecado o la muerte, sino el bien y la vida. La última palabra es de Dios.

Queridos jóvenes, al contemplar en esta mañana la valentía de Jesús Crucificado, seguid a Cristo. No tengáis miedo ni complejo a nada y a nadie que pueda impedir expresarnos y creer libremente en Él. Recordad una de las últimas palabras que os legó Juan Pablo II en su último viaje a España: Podemos ser cristianos y modernos. El mundo necesita de vuestra fe para poder prolongar el amor verdadero.

        A vosotros, cofrades, que con vuestro esfuerzo hacéis posible la belleza de la Semana Santa hasta en los mínimos detalles; sois co-fratres, es decir, hermanos en común, que continúan el camino procesional de estos días a lo largo de todo el año sabiendo perdonar y amar con la misma penitencia y humildad.

A todas las familias que peregrináis entre las dificultades y alientos de cada día, os invito a mirar al que traspasaron para vivir la comunión entre todos; para creer en el perdón siempre; para respetar la vida sagrada que Dios hace surgir como fruto de vuestro amor.

        A vosotros, queridos enfermos, ancianos y cuantos os sentís más abandonados, clavados en la cruz de una cama o de una silla de ruedas, en una enfermedad pasajera o mortal; Mirad a Cristo Crucificado con esperanza y confiad en su promesa. Dios no te abandona. Te da ejemplo para confiar en Él y amar a los demás, incluso en tu desgracia.

Quienes representáis los poderes públicos no convirtáis el sublime servicio al bien común en el arte del engaño, no os encerréis en ideologías inhumanas ni en provincialismos trasnochados que destruyen y dividen al hombre; respetad la absoluta dignidad de todo ser humano en cualquiera de las fases de su vida, especialmente cuando es más indefenso.

A quienes formamos la Iglesia, especialmente a los que somos pastores, una llamada a buscar la fidelidad al Evangelio más que nuestra seguridad y autosuficiencia. Prolongar la misión de Jesucristo requiere en estos tiempos el servicio de una humilde caridad y el testimonio creíble de una fe auténtica. La gente está harta de palabras y de teorías sin fe. Hoy sólo convence el ejemplo.

        A todos los presentes y oyentes, ¡quien mira a Cristo no se siente abandonado! ¡Quien escucha a Cristo se siente esperanzado! ¡Quien cree en Cristo ama y se siente amado! Hermanos todos, adentrémonos hoy en la espesura de la cruz para resucitar gozosos en la "noche-día" de Pascua.

 

REFLEXIÓN:

 

“No hay amor más grande que dar la vida”(Jn 15,13)

 

- «Dios desciende voluntariamente al mal, a la muerte...para hacernos vivir que en los profundo de todas las cosas no existe la nada, sino el amor... El sufrimiento del cuerpo, el escarnio social, la desesperación del alma abandonada, todo se concentra con el fin de que Dios se revele aquí, no como plenitud que aplasta, juzga y condena, sino como  apertura sin límites de amor en el respeto ilimitado a nuestra libertad» (O. Clement).

- Lo que ha vivido la Cabeza vivirá también el Cuerpo. «En su Cabeza tienen los miembros la esperanza de seguirle en el tránsito» (S. Agustín, In Jn) Todo hombre de oración y compasión es un portador de la cruz. Sólo la cruz es portadora de resurrección. Es el mismo Dios quien sufre humanamente en el Gólgota para abrirnos caminos de resurrección. La respuesta al indisoluble problema del mal es precisamente el Calvario.  El árbol de la vergüenza se convierte en el árbol de la vida. Las espadas que traspasan y los garrotes que quebrantan pueden dar la muerte, pero no la vencen. Esperanza: "He enjugado las lágrimas de vuestros ojos, ya no hay muerte, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado" (Ap 21,4). Estoy clavado en la muerte y quiero resucitar. Dios Padre continúa su obra de compasión. La Vida desciende a las profundidades de la muerte, iluminando los lugares más tenebrosos del infierno.  Amor, fuerte como la muerte (Ct 8,6).  Jn 1,5: la luz brilla en las tinieblas. Jesús hace de la cruz un testimonio vivo y vivificante por la que nos ofrece la salvación, la vida. El instrumento y momento de muerte asumido y aceptado es paso a la vida.

- Visión del Apocalipsis, es la visión de la historia: "Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero... el Cordero los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos"

- Misterio de muerte. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12, 24). Interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solo mediante la muerte llega a producir fruto. Muerte como ofrecimiento de sí, acto de amor. Cae en tierra y muere para dar mucho fruto. Nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Sólo entregándola salvamos nuestra vida.

La cruz es la entrega de nosostros mismos. Líbranos del temor de la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que se nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados al final sólo nos dejan vacíos y frustados. Ayúdanos a no apoderarnos de la vida, sino a darla. Perder la vida, camino del amor, camino que verdaderamente nos da la vida en abundancia.

- Es la hora de la verdad, el tiempo del cumplimiento, cuando ya no hay ocasión de farsas y frivolidades, cuando uno repasa la verdad de su propia historia.

- Es el culmen de la misión confiada y asumida libremente (Jn 4,34; 17,4). Es la meta de la actitud disponible a la voluntad del Padre: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

- Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu santa cruz has redimido al mundo.

-- “Consumatum est”.Todo está cumplido, tal como tú, Padre, has deseado. Tras la lanzada todo calla. Es un Silencio misterioso. Ha llegado la hora del paso definitivo. Ha llegado la pascua. Jesús, inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Era la hora nona.

-- Hay que pasar muchos padecimientos para entrar en el reino de los cielos. - Act 7,59: mientras le apedreaban Esteban hacia esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». “Mirarán al que traspasaron”.

 

Mirad a Cristo.

Mirad el árbol de la Cruz, el madero maldito que portó al Dios bendito.

Tú vences la muerte con la muerte.

Ayúdanos a comprender que nuestras cruces son tu cruz inseparable de tu resurrección.

Arrodillados ante tu cruz repetimos:

Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.

 

 

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SEGUNDA MEDITACIÓN DE CUARESMA

 

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16).

“Dios es Amor…en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 7-10”).

 

        En la meditación de la pasión y muerte de Cristo, que vamos a  contemplar, entrarían muy directamente tanto San Juan como San Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados,  es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mÍ; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2,19-20). 

        San Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en el” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para el discípulo amado la palabra “entregó” parece tener aquÍ sabor de «traicionó».

Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por San Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, San Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo,” llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”.

        Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea...qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que entregó...”  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

        Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:“Oh felix culpa...” oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

        Cuando San Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del Consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice Sab Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al  llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” ( Gal 4, 4).“Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1, 3-7).

        Para San Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

        Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. Nos lo ha dicho antes San Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

        Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“Siendo Dios… se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado...”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor...

        Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan «lastimado» de Dios, de mi Cristo... tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así...no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Ti.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

        Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según San Juan, no  siente ni barrunta su ser divino ... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él...  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti... Padre Dios, eres injusto con tu Hijo,  es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias.

        Qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con San Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mí"; " No quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado".

        Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor... Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

         Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto, Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pasa como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a “desvariar”.

        Señor, dime qué soy yo para Tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

        Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a Él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                    Señor, si Tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores... solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso... hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

        Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos. Amén.

        Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación trascendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

        Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos:  “¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. (Mt 16 26-7).

        Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad,  muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

        Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

        Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha  ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por ti y por mí y por todos los hombres. Y ésta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.“Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo,” rezamos en la liturgia.

        Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: llevar las almas a Dios, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

        La Iglesia tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si tiene que curar y dar de comer, debe hacerlo todo orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado... les acompañarán estos signos... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16, 15-20).

        Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida del hombre es ver a Dios» (San Ireneo).  Gloria sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

        Dios me ama... me ama... me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros... qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

        Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tu en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

        «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿Qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

        Concluyo con San Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama… me voy a mi Dios y a vuestro Dios; a mi Padre y a vuestro Padre”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida: «Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio» (Can B 28). Y comenta así esta canción S. Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (Can 28, 3).

        Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  Verbo hecho carne de pan, está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

 

 

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TERCERA MEDITACIÓN

 

LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

        1.- La Pasión del Señor supone un apasionamiento, la pasión propia de una persona enamorada que se entrega totalmente por el amado y que suscita el apasionamiento del que la contempla en oración para salir de sí y adentrarse en el Amado; la Pasión de Cristo provoca y provocó siempre el éxtasis, la salida de sí y de amor ordinario para adentrarse en el amor apasionado de Cristo. La Pasión de Cristo provoca la pasividad, la contemplación infusa, patógena, recogimiento y oración de quietud frente a tanta actividad frenética y quizás prometéica, porque nos hace sentirnos amados y ese amor pasivo y aceptado en el alma enciende todas nuestra potencias en fuego de amor y correspondencia.

        Dice San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí”;“No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”; “Me amó y se entregó por mí”.

        Es en el mismo San Pablo donde encontramos una de esas formulaciones más clásicas del Kerigma que podemos encontrar en otras partes del Nuevo Testamento: “Fue entregado a la muerte por nuestros delitos y resucitado para nuestra rehabilitación” (Rom 4, 25). Y Pablo encontraba en esta manifestación de la debilidad y de la muerte de Cristo toda la fuerza de su Evangelio, de la Buena Noticia de su predicación: “Porque yo no me acobardo de anunciar la buena noticia, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree (Rom 1, 16).

        Por eso, si en este retiro de Cuaresma queremos evangelizarnos, acojamos nosotros en toda su fuerza y eterna novedad, el núcleo central del evangelio, que es la muerte y resurrección de Cristo. Ellas son una síntesis de donde brota todo el mensaje de la Salvación, cuando el Evangelio no estaba escrito. La pasión de Cristo es el secreto más profundo del amor de Dios a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

        En primer lugar debemos adentrarnos en la pasión interior más que en los sufrimientos exteriores, en la pasión de su alma que es el alma de todos sus sufrimientos: “Estoy triste hasta la muerte”, cuando aún no había sido aprehendido. Era el sufrimiento de un hombre-Dios, que nosotros no podemos ni sospechar, de su humanidad que se sentía abandonada de la Divinidad. Este dolor sólo podemos sentirlo si por la oración unimos herida con herida en el alma, como intentaremos hacerlo en dos momentos de su Pasión: en Getsemaní y en el Calvario.

 

 

2.- EL ROSTRO DOLIENTE DE CRISTO

 

Quiero hablaros ahora en esta segunda parte de la meditación del rostro doliente de Cristo, que estos días de Semana Santa contemplaremos en lecturas sacras y en procesiones. Se trata de una sencilla reflexión sobre este tema, que, al ser tan profundo y difícil, -cómo pudo sufrir Jesucristo siendo Dios,- me impresiona fuertemente y me impacta.

Antes de contemplar este rostro doliente de Cristo, qué es lo que encierra y nos revela, hay que adentrarse en la zona límite del misterio, en la autoconciencia de Cristo: Cristo hombre, cómo tuvo conciencia de ser el Hijo de Dios, cómo la divinidad le fue comunicando su realidad divina a la vez de no anular su realidad humana para que pudiera pensar y actuar como verdadero hombre que no lo sabe todo ni lo puede todo, para que pudiera ser totalmente humano como nosotros menos en el pecado. Porque si todo lo tuvo claro desde el principio, no pudo sufrir verdaderamente ni tener limitaciones como todos nosotros tenemos en la infancia, juventud y madurez.

San Juan en el prólogo de su evangelio tiene una afirmación que hemos leído y proclamado muchas veces, sobre todo en tiempo de Navidad: “La Palabra se hizo carne” (Jn 1, 14). Es decir, la Palabra de Dios, que es su Hijo, se hizo hombre. Y esta afirmación sobre la personalidad de Cristo está confirmada por todo el Nuevo Testamento: Palabra de Dios y carne humana, gloria divina y sangre humana se unen en Cristo personalmente, en una sola persona.

Es lo que afirma como dogma de fe el Concilio de Calcedonia: Una persona en dos naturalezas. «Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, N.S.J., el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad». Ahora bien, para ser perfecto hombre, tiene que tener limitaciones  en la comprensión de las cosas como nosotros, porque si como hombre todo lo sabía y podía, habría sido ficticiamente hombre. Y es dogma de fe que es verdaderamente hombre con limitaciones como nosotros.

Este rostro de Hijo de Dios, esta identidad divino-humana es la que brota vigorosamente de sus palabras y hecho en los Evangelios, que nos ofrecen una serie de elementos gracias a los cuales podemos introducirnos en esa zona límite del misterio de Cristo, representado en su autoconciencia. La Iglesia no duda de que en sus narraciones los evangelistas, inspirados por el Espíritu Santo, captaron correctamente, en las palabras de Jesús la verdad que él tenía en su conciencia sobre su persona.

Esto es sin duda lo que San Lucas nos quiere expresar recogiendo las primeras palabras de Jesús, a los doce años, en el templo de Jerusalén. A su Madre, que le hace notar la angustia con que ella y José lo han buscado, Jesús le responde sin dudar: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?”.

En la madurez,  su leguaje expresará firmemente la profundidad de su misterio como está abundantemente subrayado por los evangelios: En su autoconciencia, Jesús no tiene dudas: “El Padre está en mí y yo en el Padre”(Jn 10, 38). Y esta condición humana, “aunque iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc 2,52) hace que la conciencia humana de su misterio -unión de lo divino y de lo humano- tenga autoconocimiento de ser el Hijo de Dios: “Yo soy igual al Padre”; “Yo hago las obras de mi Padre”; “Yo y el Padre somos Uno”.

Esta fue en definitiva la causa de su condena y de su muerte. En efecto, dice el evangelista San Juan “buscaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios”   (Jn 5, 18 ).

En toda la Pasión, especialmente en el marco de Getsemanì y del Gólgota, la conciencia humana de Jesús se verá sometida a la prueba más dura. Será el momento de mayor sufrimiento, porque la divinidad, su conciencia de ser el Hijo de Dios, de tal manera queda oscurecida, nublada y abandonada para poder sufrir como hombre por la salvación de todos, que, aunque nunca quedó rota, conseguirá afectar esta separación a su misma conciencia como hombre, que no se siente apoyada por el Padre.

Aquí entraría de lleno la afirmación de San Pablo: “Se hizo pecado por nosotros”. Es decir, vivió sin divinidad, vivió sin Dios, en Getsemaní sintió en su conciencia la ruptura con la vida de Dios, que causa el pecado, aunque realmente no la rompió por el pecado, porque “fue semejante a nosotros en todo menos en el pecado”, no lo tuvo jamás. Y por eso en Getsemaní y en el Gólgota es donde la contemplación del rostro doliente de Cristo, nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Allí es su humanidad entera, desde lo más profundo de su conciencia, la que no siente la divinidad por ningún sitio, y si fuertes son los dolores físicos, infinitamente superiores son los sufrimientos espirituales e interiores, donde su identidad, sin quedar rota, de tal forma queda oscurecida y ocultada, que sufre sólo como hombre lo que no se puede sufrir sin Dios, sin el consuelo y apoyo divino.

Esto es un misterio dentro del misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración. Nadie como Cristo podrá comprender a los deprimidos y a los angustiados interiormente, a los que se quedan sin apoyos y referencias personales, a los que sufren las noches del alma y del espíritu.

Nuestra mirada se fija especialmente en la escena de la agonía en el huerto de los Olivos, donde todavía no se ha soltado ni el primer latigazo, ni el primer salivazo, ni clavado el primer clavo pero en la que siente una agonía, una soledad interior incomprensible e inexplicable para nosotros, que le lleva a buscar en la compañía de los hombres la ausencia de su Padre, en su conciencia humana, que le nubla la identidad de Hijo, por haberse hecho pecado por nosotros.

Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, se siente solo, sin autoconciencia de Hijo y le pide a Dios que si es posible aleje de Él la copa del sufrimiento.

Fijaos bien, lo dice Él, que nos ha puesto como felicidad y meta cumplir siempre la voluntad del Padre. Y no encuentra eco, y lo repite varias veces porque Él no tiene conciencia de que el Padre le escuche.

“Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él”(2Cor 5,21) Es decir, para que los hombres pecadores, que habían dejado de ver el rostro de Dios como Padre, volvieran a verlo así. Él tuvo que dejar de verlo como Padre y como Hijo, tuvo que cargarse del rostro del pecado, que no tiene ojos para ver a Dios, ni alma ni sentimientos de Dios.

Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la amargura, soledad y aspereza de esta paradoja la que se refleja en el grito de dolor y soledad afectiva que sale de sus labios: “¡Eloí, Eloí, lamá....!¡ Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!

¿Es posible un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? Es verdad, sin embargo, que Jesús, al recitar este salmo 22, en sus palabras iniciales, sabe que termina con sentimientos de confianza: “en ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste” ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay socorro para mí!”

El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no es nunca el grito de un desesperado sino de su humanidad hecha pecado «abandonada» por el Padre y en el cual definitivamente Él también se entrega sin sentir el gozo de su presencia. Por eso, repito, que su Pasión fue sufrimiento atroz de alma, de espíritu, mucho más que de cuerpo, porque estuvo localizada en su interior, en su autoconciencia de unión profunda con el Padre, fuente de su paz y en la ausencia, causa de este grito de abandono. La presencia de estas dos dimensiones aparentemente irreconciliable está arraigada realmente en la profundidad insondable de su ser divino y humano.

Ante este misterio, además de la investigación bíblica, que hemos intentado hacer, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio teológico que es la teología vivida de los santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe, gracias a las luces particulares que han recibido del Espíritu Santo, pero sobre todo a través de las experiencias que ellos mismos han vivido en estos estados terribles del alma que la tradición mística describe como la noche oscura del alma, noche de fe, de amor y de esperanza, la noche del espíritu, los sufrimientos del purgatorio ya en esta vida. En esta materia San Juan de la Cruz es la máxima autoridad y nadie ha descrito mejor los sufrimientos de esta noche del espíritu.

Santa Teresa del Niño Jesús vivió su agonía en comunión con la de Jesús, verificando en sí misma la paradoja de Jesús: estar unida con Dios sin sentir esta presencia: «Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, sin embargo, su agonía no era menos cruel. Es un misterio pero le aseguro que de lo que yo misma pruebo, comprendo algo».

Ante este hecho del rostro doliente de Cristo, los sentimientos que brotan espontáneamente de nuestro corazón son de amor personal y abrazo fuerte con el Señor que tanto sufrió por nosotros, confiarnos en Él en nuestras noches de fe y amor y ofrecerlo todo como Él por la salvación y redención nuestra y de todos nuestros hermanos los hombres.

 

3.- JESÚS EN GETSEMANÍ

 

        La agonía de Cristo en Getsemaní es un hecho atestiguado en los evangelios a cuatro columnas, es decir, por los cuatro evangelios.

        También Juan habla de ella a su manera, cuando pone en los labios de Jesús las palabras: “Ahora me siento agitado” (que recuerda las  de los sinópticos:“Mi alma está triste hasta la muerte”) y aquellas otras: “Padre, sácame de esta hora”, que recuerda el texto de los sinópticos: “que pase de mí este cáliz” (Jn 12, 27).

        Un eco de estos sentimientos de Cristo se encuentra también en la carta a los Hebreos, donde dice que “Cristo, en los días de su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas al que podía librarlo de la muerte” (Hbr 5,7). Es verdaderamente sorprendente que este hecho tan humillante y poco atractivo haya encontrado tanto eco en la tradición.

        En Getsemaní los apóstoles encontraron un Jesús irreconocible. Él, ante cuya palabra y gestos cesaron los vientos, fueron expulsados los demonios, curó todas las enfermedades, las masas escuchaban durante jornadas seguidas sin cansarse, está ahora reducido a un espectáculo lastimoso y les pide ayuda a ellos. Jesús, está escrito, empezó a sentir horror y angustia y dijo a sus  discípulos: “Sentaos aquí mientras yo voy a orar” (Mc 14, 33ss). Jesús está solo; solo ante la soledad más grande de Divinidad que pueda darse; solo ante el drama que se avecina, sin ningún punto de apoyo divino ni humano, porque los discípulos se han dormido, no le acompañan, no tiene apoyo por ninguna parte.

        Sus gestos repetitivos, machacones son propios de una persona sumida en la angustia mortal: se desploma de bruces, suda sangre, se levanta para buscar compañía en los discípulos, están dormidos, vuelve a arrodillarse, nuevamente vuelve a la repetición: “Padre, si es posible para ti, pase de mí este cáliz…” (Mc 14,36).

        Ahora en Getsemaní Jesús es la impiedad, toda la impiedad del mundo. Él es el hombre hecho pecado. Cristo, está escrito, murió por los impíos, en su lugar, no sólo en su favor. Él ha de responder por todos; es el responsable de todos, es el culpable ante Dios, se ha revestido de nuestros pecados. Y es contra él, contra quien se revela la cólera de Dios y esto es “beber el cáliz”, “pasar el trago”.

        Hay que evitar para la recta comprensión de este trance del Señor, poner por un lado los pecados y por otro, a Jesús que sufre y expía la pena de los pecados, pero quedándose a distancia, intacto en su interior; no, todo lo contrario; la relación entre Jesús y pena de pecados no es a distancia, jurídica, indirecta, sino directa y personal, esto es, los pecados están en Él y sobre Él, los lleva cargados en su corazón y en sus hombros y espalda, porque “había cargado libremente: Él, en su persona, subió nuestros pecados a la cruz” (1P2,24). En cierta manera, Él se sentía el pecado del mundo. Jesús ha cargado sobre sí todo el orgullo humano, toda la rebelión contra Dios, toda la lujuria, toda la hipocresía, toda la injusticia, toda la violencia, toda la mentira, todo el odio. Jesús ha entrado en la noche oscura del espíritu, en la noche de oscuridad y tiniebla descrita tan maravillosamente por San Juan de la Cruz y que consiste en experimentar de forma real y abismal la insufrible oscuridad y soledad del pecado y la lejanía de Dios.

        En el Jesús de Getsemaní encuentran su plena realización las palabras de Isaías: “Traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos han curado” (Is 53,5).

        Ahora se cumplen las palabras de tantos salmos, por ejemplo, el 88: “Tu cólera pesa sobre mí… me echas encima todas tus olas… me abruman tu terror y delirio… tus espantos me han consumido”. Jesús cargó con nuestros pecados y mientras los llevó sobre sus espaldas Dios estuvo lejos de Él y éste era su mayor sufrimiento, no sintió la divinidad, la atracción que había sentido siempre como hombre Hijo e hijo, como Dios y como hombre, atravesado como estaba por la repulsa de Dios al pecado, contrario a la suma santidad de Dios que rechaza la suma malicia del pecado de que estaba revestido Jesús en su pasión y muerte.

        Por eso no podemos asombrarnos de las palabras que salen de su alma angustiada, de su corazón en noche oscura del alma: “Mi alma está triste, me muero de tristeza…” Nos asombra más el que sudara sangre… tal vez los místicos le comprenderán mejor en esta situación. Ángela de Foligno escribe: «Fue el de Cristo un dolor indescriptible, múltiple y misterioso. La voluntad de Dios, en efecto, que ninguna mente humana puede definir y que está unida a Cristo eternamente le reservó el culmen de todos los dolores».

        Ya lo he dicho en la meditación anterior, pero me impresiona tanto que permitidme que me lo repita a mi mismo ante vosotros. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según San Juan, no  siente ni barrunta su ser divino... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...”. Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para él...  Cristo ¿qué pasa aquí? Cristo ¿dónde está tu Padre? ¿No era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos? ¿No decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado? ¿Dónde está su amor al Hijo?  ¿No te fiabas totalmente de Él? ¿qué ha ocurrido? ¿Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo ¿es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias?

        Qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con San Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mí"; " No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado".

        Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor... Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco!

 

4.- “POR NOSOTROS Y POR NUESTROS PECADOS”. QUERIDOS HERMANOS: La meditación de la pasión de Cristo no puede limitarse a una reconstrucción objetiva e histórica del hecho, aunque sea interiorizada, como hemos tratado de hacer en la primera parte de este retiro. Sería quedarse a mitad. El Kerigma o anuncio de la Pasión está formado siempre, incluso en sus formulaciones más breves, por dos elementos, a saber, por el hecho mismo en sí: “padeció”, “murió”; y por la motivacion del hecho: “por nosotros”, “por nuestros pecados”. Pablo, en la carta a los Romanos, dice textualmente: “ha sido entregado a la muerte por nuestros pecados…” (Rom 4,25), “por nosotros” (Rom 5,6-8).

        Este segundo punto ha aflorado continamente hasta aquí como inciso. Ha llegado ahora el momento de sacarlo a la luz y concentrarnos en él. Porque la pasión del Señor puede permanecer como hecho ajeno y extraño a nosotros si no entramos en ella a través de esta pequeña puerta del “por nosotros”, puesto que esto indica que es nuestra, es nuestra obra.

        Si Cristo ha muerto “por mí” y “por mis pecados”, eso quiere decir transformando la frase en activa, que he matado a Cristo, que mis pecados han azotado y crucificado. Es lo que Pedro proclama con fuerza a los treinta mil oyentes, el día de Pentecostés: “¡Vosotros matásteis a Jesús de Nazaret! ¡Rechazásteis al santo, al justo!” (Hch 2,23).

        San Pedro sabía que esos treinta mil y los otros a los que dirige la misma acusación, no habían estado presentes en el Calvario, clavando, materialmente, los clavos, ni tampoco ante Pilato, pidiendo que fuera crucificado. Y a pesar de ello, tres veces repite esa tremenda afirmación a los oyentes,  bajo la acción del Espíritu Santo; eso indica que es verdad, una verdad que ellos aceptan: “Estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”.

        Esta debiera ser también nuestra actitud. Entre esos que escuchan a Pedro y reconocen su verdad, debemos estar todos nosotros, quiero estar yo, porque yo estaba entre los que crucificaron al Señor. Y ante este hecho que se hace presente por la meditación, es necesario que, como en la muerte de Cristo, el velo de mi templo se rasgue de arriba abajo y las piedras de mi dureza para con el Señor se partan. De ello nos dan ejemplo el ladrón arrepentido, el centurión y las personas pías que asistieron a la pasión y muerte del Señor: “Acuérdate de mí, cuando estés en tu reino”; “verdaderamente este hombre es hijo de Dios”; “la multitud bajaba golpeándose el pecho” (cfr Lc 23,39).

        Por la gracia y la contemplación que Dios infunde por la oración en las almas, muchos santos y místicos se han acercado a esta experiencia, a esta vivencia de la pasión y muerte del Señor:

        «Por un momento me vi totalmente inmersa en sangre, mientras mi espíritu comprendía que era la Sangre del Hijo de Dios, de cuya efusión yo misma era culpable a causa de mis pecados que en ese momento volvía a tener delante de mí y que habían producido aquel derramamiento de sangre. Si la bondad de Dios no me hubiera sostenido, hubiera muerto de espanto. Tan horrible y espantosa es la visión de un pecado por pequeño que sea. No hay lengua humana capaz de expresarlo. Ver a mi Dios de infinita bondad y pureza ofendido por un gusano terreno. Ver, además, que uno es el culpable y que, aunque hubiera sido la única en pecar, el Hijo de Dios habría hecho por mí lo que hizo por todos, destroza y anonada el alma» (B. María de la Encarnación).

        El mismo Pedro, si dice aquellas palabras de acusación, es porque él mismo ha tenido esa experiencia. Él mismo se las ha dirigido a sí mismo: «tú, tú mismo has renegado del Justo y del Santo». En el evangelio leemos: “El Señor, volviéndose, dirigió  una mirada a Pedro, y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente” (Lc 22, 61ss). La mirada de Jesús lo traspasó de arriba abajo y lo transformó.

        Y así debemos meditar la Pasión todos nosotros. No podemos considerarla como un hecho acaecido hace dos mil años y concluído para siempre: ¿Cómo no conmoverse y llorar mis pecados actuales, que crucificaron a Cristo y hacen presente su Pasión y muerte por la potencia de Amor del Espíritu Santo, que es la memoria de la Iglesia y de Cristo, que hace presente todos sus misterios, presencializa su pasión y muerte ahora en la Eucaristía como en mi corazón? Digamos con San Pablo: “Tened vosotros los mismos sentimientos que  Cristo Jesús”; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne,vivo en la fe del Hijo de Dios que me me amó y se entregó por mí”; también podemos escuchar a San Juan que nos dice en su evangelio: “verán al que traspasaron”, y sigue diciendo, citando la profecía: “Harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito” (Zac 12,10).

        Toda la meditación de la pasión de Cristo, que ha llenado la historia de la Iglesia y producido tantos y tantos santos, se basa en esto, es el cumplimiento de esta profecía. Y en mi vida: ¿se ha realizado ya esta profecía o espera su cumplimiento? ¿He mirado alguna vez a quien he traspasado? Es la hora ya de realizar aquel “ser bautizado en la muerte de Cristo”,  de que el hombre viejo y de pecado muera en la muerte de Cristo  y quede sepultado para siempre y resucite el hombre nuevo, nacido de la luz de la resurrección. Como hizo San Pablo: “Con Cristo quedé crucificado y ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

        El fruto de la pasión de Cristo es, pues, conducir a la muerte al hombre viejo y hacer renacer al nuevo, que vive de acuerdo con Dios, que está ligado a la resurrección del Señor. En ella se realiza esta parada y cambio de direccion, simbolizada por la sepultura bautismal, presencializada por la Eucaristía, e interiorizada y vivenciada por la oración personal.

        De esta forma la pasión y la muerte de Cristo, mirada y contemplada así, pasa de ser acusación de nuestros pecados y ofensas a Dios, motivo por tanto de tristeza y lamento, a ser motivo de certeza de amor, de seguridad de nuestra salvación, de gozo de nueva amistad en Dios por Cristo. En consecuencia, dice el Apóstol: “Ahora no pesa condena alguna sobre los que son del Mesías Jesús” (Rom 8,1), porque la condena ha agotado en Él su curso y ha cedido su lugar a la benevolencia y al perdón.

        De esta forma, la cruz aparece ahora como la gloria, como el triunfo, como la cátedra del amor y del reino; para el  evangelista Juan, Cristo reina desde la cruz. Para Pablo, que ha llegado a ella por la fe, descubriendo la gratitud de la salvación en Cristo, se convierte en alabanza y acción de gracias: “Por lo que a mí respecta, Dios me libre de gloriarme más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. De esta forma el “por mí” y “por nosotros” de la muerte de Cristo, se ha convertido en gloria nuestra, mía: “Está escrito que a quien no había conocido el pecado, Dios lo trató como pecado a favor nuestro, para que nosotros pudiéramos convertirnos, por medio de él, en justicia de Dios” (2Cor 5,21).

        Cuando por la fe y el amor nos unimos a la Pasión de Cristo, entonces nos convertimos, de hecho, en los justos de Dios, los santos. Podemos concluir con San Pablo: “Por lo que a mí respecta, lejos de gloriarme más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí”.

 

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MIÉRCOLES DE CENIZA

 

REFLEXIÓN INTRODUCTORIA

 

Queridos hermanos: Este miércoles, 14 de febrero, celebramos el Miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la santa Cuaresma, que son los 40 días antes del Domingo de Ramos, día de inicio de la Semana Santa.

La Iglesia llama en estos cuarenta días a todos los fieles a la conversión y a prepararse para la Pascua mediante la oración, la limosna y el ayuno.

El Miércoles de Ceniza se caracteriza además por el rito de la imposición de la ceniza en la frente, haciendo la señal de la cruz, mientras el sacerdote dice las siguientes frases extraídas de la Biblia: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás» o «Conviértete y cree en el Evangelio».

La ceniza se obtiene tras quemar los ramos de olivo y las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda, que en pena de nuestras culpas, un día tendremos que volver al polvo.

Además, el miércoles de ceniza es un día de ayuno y abstinencia obligatoria, al igual que el Viernes Santo, para los mayores de 18 años y los menores de 60. El ayuno consiste en hacer una comida al día, pero no se prohíbe tomar algo por la mañana o por la noche. Todos los viernes de Cuaresma los fieles mayores de 14 años deben abstenerse de comer carne.

La palabra Cuaresma proviene de la contracción del término latino «quadragesima (dies», «cuarenta días». De hecho, el número 40 simboliza en la Biblia un tiempo de preparación y de renovación espiritual, que recuerdan los 40 días que de Cristo en el desierto antes del comienzo de su vida pública o los cuarenta años que pasó en el desierto el pueblo de Israel tras huir de Egipto conducido por Moisés.

        Toda la cuaresma mira a la preparación y celebración de la Pascua, de la Resurrección de Cristo venciendo a la muerte merecida por nuestros pecados. Al ser la fiesta más trascendental del cristianismo, la Iglesia siempre la vivió con solemnidad, con verdad y profundidad de fe y religiosidad. Y se preparaba durante estos cuarenta días y noches para celebrarla, a imitación de Cristo, que se preparó durante cuarenta días en el desierto para predicar e instaurar el Reino de Dios en la tierra, por la conversión y el perdón de los pecados.

La Iglesia nos invita hoy a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda que así debemos preparamos a celebrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es garantía y fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna conseguida por su muerte y resurrección para toda la humanidad.

Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más a la iglesia, a la santa misa durante la semana, al viacrucis los viernes, recemos el rosario solos o en familia, hagamos alguna obra de caridad, visitemos a los enfermos, algún sacrifico o mortificación de la lengua, de cosas que nos gustan… para resucitar con Cristo en la pascua con más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos los hombres.

Lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, este mundo que se está quedando tan solo, triste y pagano, sin Dios, sin amor, sin amigos. Sacrifiquémonos y vivamos este año la santa cuaresma. Lo necesitamos todos, lo necesita la Iglesia de Cristo.

«El miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, los fieles cristianos inician con la imposición de la ceniza el tiempo establecido para la purificación del espíritu. Con este signo penitencial, que viene de la tradición bíblica y se ha mantenido hasta hoy en la costumbre de la Iglesia, se quiere significar la condición del hombre pecador, que confiesa externamente su culpa ante el Señor y expresa su voluntad interior de conversión, confiando en que el Señor se muestre compasivo con él. Con este mismo signo comienza el camino de conversión, que culminará con la celebración del sacramento de la Penitencia,  en los días que preceden a la Pascua».

(Ceremonial de Obispos, núm. 253).

 

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MIÉRCOLES DE CENIZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el miércoles de ceniza, que celebramos hoy, comienza la santa cuaresma. La cuaresma es tiempo de gracia, concedido por Dios a sus hijos para la conversión y para la renovación espiritual. La perspectiva de la cuaresma es la Pascua, es decir, la celebración anual del misterio central de la fe y salvación cristianas: Jesucristo es entregado a la muerte para el perdón de nuestros pecados como víctima de propiciación y Jesucristo resucita de entre los muertos, venciendo a su muerte y la nuestra, abriéndonos de par en par las puertas del cielo a toda la humanidad. Son cuarenta días de preparación, cincuenta días de celebración hasta la fiesta de Pentecostés.

En la Pascua, Dios quiere renovar nuestras vidas con la vida que viene del Resucitado y con la fuerza de su Espíritu Santo, quiere hacer de nosotros nuevas criaturas, quiere hacernos hijos suyos dándonos su misma vida.

La cuaresma que comenzamos hoy dura 40 días, evocando los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto en ayuno y oración, enfrentándose al diablo que vino a tentarle y al que venció ya desde el comienzo de su ministerio. Evoca también los cuarenta años que el pueblo de Dios vivió peregrino en el desierto camino de la tierra prometida, sometido a todo tipo de pruebas.

La Iglesia con el miércoles de ceniza nos invita a la penitencia y a la conversión. La ceniza es signo de esa actitud humilde de penitencia, porque somos pecadores e imploramos de Dios su misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero. Las pautas de este camino catecumenal hacia la Pascua son: el ayuno, la oración y la limosna.

Por el ayuno, se nos invita a privarnos de aquello que nos estorba en el camino de la vida cristiana. Hemos caminado muchas veces dando gusto a nuestros caprichos, necesitamos austeridad de vida y actuar en contra de nuestros defectos y pecados. Hemos de privarnos no sólo de comida, sino de tantas cosas que nos impiden en el camino de la santidad y amor total a Dios.

Por la oración se nos invita a estar más con Dios, a acercarnos todos los días más a él, a cuidar esta relación de nuestra vida, que a veces dejamos desatendida. Nuestra relación con Dios es filial desde el santo bautismo que nos hace hijos de Dios por la vida de gracia, que nos configura con su Hijo único, Jesucristo. Y esto lleva trato de amistad frecuente, abundante para vivirla y desarrollarla. La cuaresma es tiempo especial de oración, para vivir nuestra vida desde Dios y ver nuestra historia y los acontecimientos que nos rodean con los ojos de Dios. Es decir, por una vida más intensa de oración que alimenta las virtudes teologales que nos unen a Dios,fe, esperanza y caridad y nos hacen templos de la Stma. Trinidad.

Finalmente la limosna es la apertura del corazón a los demás, es la caridad con  los hermanos, especialmente más necesitados de ayuda tanto material como espiritual. Rezar y pedir por ellos porque por naturaleza humana nos blindamos en nosotros mismos y vivimos y pensamos solo en nosotros y para nosotros. La apertura a Dios por la oración y el ayuno, nos disponen al amor a los hermanos para compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos. La relación con los demás nos hace crecer en santidad, en amor a Dios y a los hermanos, cumpliendo su mandato: “Amaos los unos a los otros como yo os amo”.

Queridos hermanos, que la santa cuaresma que empezamos hoy, miércoles de ceniza, nos ayude en este sentido y sea eso para todos nosotros y para toda la iglesia, para el mundo entero, sea santa y santificadora porque la santa cuaresma  es tiempo de oración con Cristo, de caridad, de solidaridad con los hermanos, de acercarnos a Dios y a los que sufren física o moralmente y de compartir sus sufrimientos.    

Queridos hermanos: Que la santa cuaresma que empiezamos hoy sea para toda la iglesia un tiempo de profunda renovación espiritual de nuestras vidas por la oración y la penitencia para purificar y aumentar nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y a los hermanos. Vivamos así la santa cuaresma más unidos a Cristo por la oración para llegar con Éla la vida nueva de la Pascua, de la resurrección con Cristo a su misma vida de amor y entrega total al Padre y a los hermanos. Así sea.

 

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PRIMERA LECTURA: Joel  2, 12-18: “Rasgad los corazones y no las vestiduras”.

SEGUNDA LECTURA: 2 Cor 5, 20-6,2: “Reconciliaros con Dios...  ahora es el tiempo favorable… el día de la salvación”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN  MATEO 6,1-6. 16-18.

 

QUERIDOS HERMANOS: 1.- La imposición de la ceniza en este miércoles, en que inauguramos la santa cuaresma, es signo de conversión y renovación interior y espiritual. Nuestra súplica es la del salmista: “Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu” (Sal 51[50], 12-13).

Esta oración del rey David, rey de Israel, grande y poderoso, pero al mismo tiempo frágil y pecador, es nuestra oración esta tarde en esta liturgia inaugural de la santa cuaresma.

La Iglesia, al inicio de estos cuarenta dias de preparación para la Pascua, pone sus palabras en los labios de todos los que participan en la austera liturgia del Miércoles de Ceniza. “Crea en mí un corazón puro... no retires de mí tu santo espíritu”. Sentiremos resonar esta invocación en nuestro corazón, mientras dentro de poco nos acercaremos al altar del Señor para recibir, según una antiquísima tradición, la ceniza sobre la cabeza. Se trata de un gesto rico en evocaciones espirituales, un signo importante de conversión y de renovación interior. Es un rito litúrgico sencillo, si se considera en sí mismo, pero muy profundo por el contenido penitencial que expresa: con él la Iglesia recuerda al hombre creyente y pecador su fragilidad frente al mal y, sobre todo, su total dependencia de la infinita majestad de Dios. La liturgia prevé que el celebrante, al imponer la ceniza sobre la cabeza de los fieles, pronuncie las palabras: «Recordad que sois polvo y en polvo os convertiréis» o bien «Convertíos y creed en el Evangelio». 

 

2.- La existencia terrena está inserta desde su inicio en la perspectiva de la muerte. Se vive teniendo ante sí esta meta: cada día que pasa nos acerca a ella con progresión imparable. Y la muerte tiene en sí algo de aniquilamiento. Con la muerte parece que acabe todo para nosotros. Y he aquí, que precisamente frente a esa desconsoladora perspectiva, el hombre consciente de su pecado, eleva un grito de esperanza hacia el cielo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu».

También hoy el creyente, que se siente amenazado por el mal y por la muerte, invoca así a Dios, sabiendo que le está reservado un destino de vida eterna. Sabe que no es sólo un cuerpo condenado a la muerte a causa del pecado, sino que tiene también un alma inmortal. Por eso se dirige a Dios Padre, que tiene el poder de crear de la nada; a DiosHijo unigénito, que se hizo hombre para nuestra salvación, murió por nosotros y ahora, resucitado, vive en la gloria; a Dios Espíritu Santo de vida inmortal, que llama a la existencia y vuelve a dar la vida. «Crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo». La Iglesia entera hace suya esta oración del salmista: «Convertíos y creed en el Evangelio».

 

3.- Esta invitación, que encontramos al comienzo de la predicación de Jesús, nos introduce en el tiempo cuaresmal, tiempo para dedicarnos de un modo especial a la conversión y a la renovación, a la oración, al ayuno y a las obras de caridad. Recordando la experiencia del pueblo elegido, nos preparamos casi a recorrer de nuevo el mismo camino que Israel realizó a través del desierto hacia la Tierra Prometida.

También nosotros llegaremos a la meta; sentiremos, después de estas semanas de penitencia, la alegría de la Pascua. Nuestros ojos, purificados por la oración y por la penitencia, podrán contemplar con mayor claridad el rostro de Dios vivo, hacia el cual el hombre realiza su propia peregrinación a lo largo de los senderos de la existencia terrena.

“No me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu”. Este hombre, creado no para la muerte sino para la vida, reza propiamente así. Aunque consciente de sus debilidades, camina sostenido por la certeza de los divinos destinos.
             Que Dios omnipotente escuche las invocaciones de la Iglesia que, en esta liturgia del Miércoles de Ceniza, dirige con mayor confianza su alma hacia lo alto. Que el Señor misericordioso nos conceda a todos nosotros abrir el corazón al don de su gracia, para que podamos participar con nueva madurez en el misterio pascual de Cristo, nuestro único Redentor. 

       

4.-En la Primera Lectura, el profeta Joel exclama en nombre del Señor: “Convertíos a mí de todo corazón”. En la lengua propia del Antiguo Testamento, la noción de conversión se expresa de manera muy concreta a través del verbo «regresar», es decir «volverse atrás». Por la Sagrada Escritura sabemos que el pueblo de Israel se ve continuamente tentado de alejarse de Dios para seguir caminos que no son buenos. Por ello, cada vez que se aleja, el Señor le envía a sus profetas para que le digan: “Volveos atrás”, es decir: «Invertid vuestra dirección, retomad la dirección correcta, convertíos al Señor». Y es que no tenemos que convertirnos a una ideología, sino al Señor.

Y ello porque nuestra fe no es una ideología, sino adhesión a Cristo Señor. El propio Señor lo declara: “¡Convertios a mi!”. Y un poco más adelante, el Profeta explica y motiva dicha invitación: “Convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso”, y, por su parte, no hace sino comprender y perdonar.

El mensaje de la Primera Lectura va aún más lejos. El clamor de las trompetas llega al oído de todos —ancianos, muchachos, niños de pecho, esposos, sacerdotes—, porque como pueblo están llamados a reunirse y al deber de convertirse. No es la conversión experiencia que podamos vivir solos, pues nace principalmente, en el Nuevo Testamento, del encuentro litúrgico eucarístico. Y es que la Eucaristía, como nos recordó el Concilio Vaticano II, es «fuente y culmen» de toda la vida cristiana (SC, n. 10).

 

5.- La limosna, la oración y el ayuno:

 

En la página de Mateo, Jesús indica tres formas de vivir la conversión: la limosna, es decir la compartición; la oración, o el encomendarse al Señor; el ayuno, o sea la capacidad de saber imponerse unos límites. Pero estas conductas no significan conversión auténtica si se ven motivadas por mera conveniencia formal: “Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”.

Tanto para el ayuno como para la oración, Jesús insiste en el aspecto interior. La verdadera oración, junto con la conversión auténtica que de ella se deriva, ha de brotar de un corazón resuelto a la conversión. En efecto, según la Biblia, es en el corazón donde se juega el destino del hombre Jesús no hace sino apremiarnos a vivir esta interioridad tanto en el momento de la oración personal como especialmente durante la oración litúrgica.

El apóstol Pablo nos ayuda a sacar conclusiones de nuestra escucha de la Palabra de Dios. Exhorta a los cristianos de Corinto a que se reconcilien con Cristo. Efectivamente, la conversión es reconciliación: la vertical, con Dios, que todo cristiano debe en primer lugar cultivar en su corazón, y a la que ha de corresponder la reconciliación horizontal con los hermanos. Ahora bien: si la conversión surge principalmente del encuentro litúrgico, hemos de preguntarnos si nuestra vida constituye una síntesis sincera de estos tres momentos: liturgia, conversión y reconciliación.

 

6.- La belleza del sacramento de la Penitencia:

 

Mi cargo de penitenciario me permite experimentar cada dia la belleza del sacramento de la Penitencía, don de gracia, don de vida en el que se renueva la amorosa compasión de Cristo por el hombre y, al mismo tiempo, se reintegra la gracia, la alegría del corazón, la vestidura nupcial que permite la entrada en la vida eterna.

        Queridos hermanos y hermanas: sólo la Iglesia está capacitada para conciliar, tanto en lo más íntimo del hombre como en la comunidad humana, las tensiones que el mundo vive a todos los niveles. El Santo Padre nos ha recordado con frecuencia (cf. Const. Apost. Pastor Bonus) el deber de dar a la Iglesia y al mundo el elevado ejemplo de la concordia recíproca, de la paz en su sentido más noble, es decir en el que tiene su origen en Cristo Jesús. Y es que Él es, según la Carta a los Efesios (2, 14), nuestra paz. Estoy convencido de que, antes aún que los solemnes documentos, es el libro de nuestra propia vida lo que debe testimoniar al mundo que la reconciliación—es decir la paz— es posible.

A la pregunta que el mundo actualmente cada vez más se plantea: «¿Dónde está nuestro Dios?», ha de responderle el testimonio convincente de nuestra vida. Y es que la presencia y la compasión de Dios no caen del cielo. La presencia activa y eficaz de Dios cerca de las mujeres y de los hombres de hoy se realiza por mediación nuestra, especialmente cuando nos reunimos «como Iglesia» alrededor de la mesa de la Palabra y del Pan de vida.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

1.- LA CUARESMA, CAMINO HACIA LA PASCUA.

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado tan profunda huella en el pueblo cristiano, como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia. La Cuaresma es un verdadero sacramental, puesto a disposición de toda la comunidad cristiana, para que cada año reviva con Cristo el paso de la muerte a la vida, del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la gracia por la meditación de la muerte y resurrección del Señor.

        La Cuaresma son los cuarenta días que el Señor quiso pasar en el desierto en oración antes de comenzar abiertamente el camino de la Salvación, que le llevaría por la pasión y la muerte hasta la nueva y definitiva pascua con el nuevo pueblo adquirido por la muerte y la sangre derramada del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”

        La Cuaresma es el camino de la Pascua, corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el Credo. Sin pascua de Resurrección, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento. Al ser la fiesta más trascendental de la fe, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado sumo.

La Cuaresma es el camino que nos prepara para el misterio pascual de Cristo, que debe hacerse nuestro y de la Iglesia, por unirnos y vivir con Cristo su pasión, muerte y resurrección.

        Qué lejos estamos todavía de haber llegado a la Pascua de una vida llena de Cristo resucitado. Para morir y resucitar con Cristo a su vida nueva necesitamos muchas cuarentenas de oración y penitencia, muchas cuaresmas. La santa Cuaresma es tiempo de adentrarnos por la oración y los sacramentos en los misterios de Cristo, que son los misterios de la misma vida de Dios y de los hombres, el misterio de la vida y de la muerte humana a la luz de la muerte  y resurrección de Cristo.

        En la Cuaresma vuelven a hacerse presentes el paraíso y el pecado de Adán y Eva, la promesa de Salvación, la liberación de Egipto y la Alianza en la sangre, el desierto y la oración, el madero y la cruz, el pecado y la misericordia, el nacer y renacer a la vida de Dios, el bautismo y la cena eucarística, la nueva y definitiva Alianza en la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo y el triunfo sobre el pecado y la muerte por la pascua de Cristo Resucitado. Para todo esto es la Cuaresma. Para que lo recordemos y lo vivamos.

 

2.- LOS SIGNOS CUARESMALES

 

        QUERIDOS HERMANOS: “Eres polvo y en polvo te convertirás” (Gen 3,19). Estas palabras del Señor,  dirigidas por vez primera a Adán a causa del pecado cometido, las repite hoy la Iglesia a todo cristiano, en la liturgia de la imposición de la ceniza, para recordarle tres verdades fundamentales: su nada, su condición de pecador y la realidad de la muerte.

        El polvo —la ceniza colocada sobre la cabeza de los fieles—, algo tan ligero que basta un leve soplo de aire para dispersarlo, expresa muy bien cómo el hombre es nada. “Señor... mi existencia cual nada es ante ti” (Sal 39, 6), exclama el salmista. Cómo necesita hacerse añicos el orgullo humano delante de esta verdad. Y es que el hombre, por sí mismo, no sólo es nada, es también pecador; precisamente porque se sirve de los mismos dones recibidos de Dios, como Adán, para ofenderle.

        La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda, que en pena de nuestras culpas, un día tendremos que volver al polvo. Pecado y muerte son los frutos amargos e inseparables de la rebeldía del hombre ante el Señor. “Dios no creó la muerte” (Sab 1. 13), ella entró en el mundo mediante el pecado y es su triste salario (Rom 6, 23).

        El hombre fue creado por Dios para la vida, la alegría y la amistad eterna con Dios; por el pecado, pasará por la muerte de yo pecador, para resucitar con Cristo a la vida nueva de la gracia. Y este camino es la Santa Cuaresma que hoy inauguramos.

        Queridos hermanos: Con el miércoles de ceniza, comenzamos la santa Cuaresma. Santa, porque es tiempo de gracia y de salvación. Cuaresma, porque son cuarenta días de preparación para la Pascua. Como hemos repetido muchas veces, la Cuaresma es camino hacia la Pascua, no tiene otra razón de existir. La Pascua es el paso salvador de Cristo por la tierra, consumado especialmente con su pasión, muerte  y resurrección. Sin pascua no hay resurrección y sin resurrección no hay salvación.

        Por eso la Pascua, la Resurrección del Señor es el hecho más importante de su vida y de la nuestra, es el acontecimiento de la Salvación que da sentido y fuerza a toda su vida y su mensaje, autentificándolos. Porque Cristo ha resucitado, todo lo que ha dicho y hecho es verdad, Cristo es la Verdad. Sin Pascua no hay cristianismo; porque sin Pascua, Cristo no ha resucitado y “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. La fe católica tiene su fundamento en la Pascua de la Resurrección de Cristo.

        Al ser la fiesta más trascendental del cristianismo, la Iglesia siempre la vivió con solemnidad, con verdad y profundidad de fe y religiosidad. Y se preparaba durante cuarenta días y noches para celebrarla, a imitación de Cristo, que se preparó durante cuarenta días en el desierto para predicar e instaurar el Reino de Dios en la tierra, por la conversión y el perdón de los pecados.

        En la Iglesia primitiva era tiempo de desierto, de oración, de ascesis y catequesis prebautismales, de penitencia y   mortificación de los pecados para recibir la gracia del Resucitado por medio del bautismo de los catecúmenos, revestidos de túnicas blancas, iconos de la nueva vida del Resucitado por la gracia de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía; por eso, la Santa Cuaresma era y es tiempo de vivir más profundamente los compromisos bautismales.

 

        3.- El tiempo de Cuaresma nos ofrece una gran cantidad de signos y símbolos litúrgicos, llenos de mensajes, que debemos saber interpretar. Siguiendo el libro publicado por Cáritas los resumiríamos así:

CENIZA: Quiere ser el reconocimiento de nuestra condición de hombres mortales, que hemos de pasar por la corrupción de la materia: “Acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás”. Es una mirada a nuestra condición humana, tan limitada y corruptible. Quiere ser un toque de atención a nuestro orgullo y autosuficiencia, pero sobre todo, una llamada a poner en Dios el único fundamento de nuestra existencia; no en nosotros ni en nuestras posesiones, sino en Cristo, el único que puede librarnos de la muerte y corrupción mediante su vida y resurrección. Por eso, al imponernos la ceniza, nos dicen: “Convertíos y creed la buena noticia”.

 

                LA CENIZA QUE DIOS QUIERE:

* Que no te gloríes de tus talentos, los recibiste para servir.

* Que no te consideres dueño de nada sino simple administrador.

* Que aprecies el valor de las cosas sencillas.

* Que no temas la muerte, porque Cristo la ha vencido.

        AYUNO Y ABSTINENCIA.

Antes era, sobre todo, de la carne, porque suponía un gran sacrificio. Hoy hay otros manjares más caros y exquisitos. Hemos de preferir siempre los bienes espirituales a los terrenos, hemos de saber superar hambre y sed de consumismo para servir más 1ibremente a Dios y poder así ofrecer el fruto de nuestro ayuno y abstinencia a los más necesitados del mundo.

 

        EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA QUE DIOS QUIERE:

* Que no seas esclavo del consumo, del tabaco, del alcohol... de nada.

* Que no gastes tanto en modas, caprichos, marcas.

* Que no pases tanto tiempo en la tele y sepas controlarte y discernir lo bueno.

* Que seas solidario y generoso.

 

        CRUZ. El cristiano debe gloriarse en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, la cruz preside siempre los templos, nuestras celebraciones, los hogares cristianos. La cruz no es sólo dolor y sufrimiento sino amor hasta la muerte, hasta salvación y victoria. La cruz no es sólo para lucirla, sino para vivirla. Tenemos que amar a los hermanos como Cristo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida. La cruz es meta, estímulo, camino, abrazo con Cristo.

 

LA CRUZ QUE DIOS QUIERE:

* Que sepas llevar la cruz de cada día, en unión con Cristo, para ser corredentor.

* Que sepas morir al yo, soberbia y egoísmo, por amor a Dios y a los hermanos.

* Que seamos cirineo de los sufrimientos ajenos.

* Que nunca pongas cruces a los demás.

 

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PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 26, 4-10

 

        Al presentar a Dios sus primicias, el israelita pronunciaba el texto que recoge la lectura de hoy, la cual constituye una auténtica profesión de fe. En este Credo se contienen los tres artículos de fe más importantes y más antiguos de Israel: a) la elección de los Patriarcas; b) la estancia en Egipto y el éxodo; c) la donación de la Tierra. Estos tres dogmas están estrechamente relacionados entre sí y forman el núcleo central de todo el Pentateuco. Todas estas intervenciones salvíficas reclamaban una respuesta por parte del hombre. La ofrenda de los primeros frutos tenía precisamente este carácter de respuesta.

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 10, 8-13

 

        Como en la primera lectura de este día se lee la confesión de fe vetero-testamentaria del Deuteronomio, en esta se nos ofrece la naturaleza de la confesión de fe cristiana que salva y el contenido de esa confesión. El orden que sigue la fe y la confesión de la misma es primero la proclamación de la  Palabra; a esta proclamación sigue la aceptación interna de la misma por la fe; esta aceptación se exterioriza con la confesión pública de la misma. Esta confesión de la fe cristiana se verificaba en los orígenes del cristianismo en los actos litúrgicos, especialmente en los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El anuncio gozoso de la Pascua nos pone en camino hacia la fiesta principal del Año litúrgico: la muerte y la resurrección del Señor. La Cuaresma es un catecumenado anual para prepararnos a esta fiesta principal, en la cual renovaremos las promesas bautismales y se renueva la vida de la Iglesia. Pongámonos en camino.

Jesús santificó este tiempo santo con los cuarenta días en el desierto, previos a su ministerio público. Pero ese periodo de cuarenta recuerda los cuarenta años que el Pueblo de Dios anduvo por el desierto, saliendo de la esclavitud de Egipto hasta llegar a la Tierra prometida.

La Cuaresma tiene por tanto un sentido de prueba, de desierto, de tentación, de combate contra el mal, de superación con el ejercicio del bien. La pauta que nos marca Jesús para este tiempo es la oración, el ayuno y la limosna (Mt 6, 1ss).

“La oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida”, nos recuerda el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma. La oración nos abre a Dios y a sus dones, y ahí está el origen de todos los bienes para nuestra vida. Volvamos a Dios, él nos espera como el padre del hijo pródigo con los brazos abiertos para abrazarnos y devolvernos la dignidad de hijos y el sentido fraterno con nuestros hermanos.

“La limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida”, insiste el Papa. La limosna perdona nuestros pecados y abre nuestro corazón para compartir lo que tenemos con los demás. Hemos recibido mucho, qué menos que compartamos algo con quienes no tienen nada. “La medida que uséis, la usarán con nosotros” (Lc 6, 38). Nos funciona instintivamente el deseo de tener más, eso es la avaricia. La Cuaresma es tiempo de ir contra esa tendencia, ejercitándonos en la generosidad con los demás, especialmente con los pobres. El cristiano es generoso y sabe compartir con los demás.

“El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre”, nos recuerda el Papa. Se dice tantas veces que el ayuno no está de moda. Sin embargo, quizá hoy más que nunca esté extendida la práctica del ayuno. Tanta gente es capaz de privarse de cosas por un fin superior: dieta diaria, ejercicio físico, etc. Lo que no está de moda es el ayuno por motivos religiosos, y la Cuaresma nos pone delante de los ojos esta necesidad de nuestro espíritu.

En este primer domingo de Cuaresma aparece Jesús luchando contra Satanás en el desierto, al que vence con la oración y el ayuno, apoyado en la Palabra de Dios. Por toda nuestra diócesis se inician Viacrucis y preparación para las estaciones de penitencia. Tomemos en nuestras manos el Evangelio de cada día y dediquemos un rato cada día para templar nuestro espíritu. Pongamos a punto nuestro espíritu, hagamos un plan personal para esta Cuaresma. Dios nos espera para hacernos partícipes de sus dones. Tengamos presente en todas las parroquias y grupos las “24 horas para el Señor”, el viernes 9 y el sábado 10 de marzo. Que se multiplique la adoración en esas 24 horas y que tengamos fácil acceso al sacramento de la Penitencia. El Papa nos lo recuerda. Recibid mi afecto y mi bendición: Cuaresma, tiempo de gracia, camino hacia la Pascua

 

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Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado una huella tan profunda en el pueblo cristiano como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia.

     La cuaresma es un tiempo de gracia y de renovación espiritual, por medio principalmente de la oración más intensa y de la santa misa que deben ser más frecuente en estos días.

La cuaresma, acompañando a Cristo durante 40 días en el desierto de la oración y penitencia, es el camino hacia la Pascua, hacia la vida nueva y resucitada en Cristo. La pascua es el corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el cristianismo.

Sin pascua de Resurrección, no hay cristianismo, si Cristo no ha resucitado, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento. Por eso la necesidad de prepararnos y vivir la santa cuaresma. Haced un esfuerzo por venir más a la Iglesia, rezar, confesar, hacer oración.

Al ser la fiesta más trascendental de la fe cristiana, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado, durante los cuarenta días de la santa Cuaresma, camino, como he dicho y repito, que nos prepara para el misterio pascual de Cristo, fundamento de nuestra fe y del cristianismo, que debe hacerse uniéndonos a Cristo en su pasión y muerte para llevarnos a todos a su resurrección.

        Desde la antigüedad este camino cuaresmal ha estado dominado principalmente por la oración, la conversión y la penitencia, a ejemplo de Cristo, que pasó cuarenta días de ayuno y oración en el desierto para prepararse para cumplir su misión en conformidad absoluta a la voluntad del Padre.

        En el evangelio se nos recuerda que Jesús vivió cuarenta días en el desierto, donde experimentó tentaciones de todo tipo como nosotros y que únicamente pueden ser superadas por la oración y la penitencia o mortificación de las pasiones.

Los cuarenta días en desierto de la oración y la penitencia le dieron fuerza a Cristo para mantenerse fiel al Padre y prepararse para predicar e instaurar el Reino de Dios contra el materialismo, el orgullo del poder y la idolatría del propio yo, que continuamente quieren quitar a Dios del centro de nuestra vida y del culto que le debemos.

Y este también es y debe ser nuestro camino de amor y salvación en Cristo, sobre todo en la cuaresma, retirarnos a la oración, venir más a la Iglesia, a Cristo, a la Comunión para vencer las tentaciones que sufrimos hoy nosotros y el mundo entero: haz que estas piedras….convertirlo todo en pan, en dinero, en placeres, en sexo… Con la oración y la penitencia las superó el Señor y nosotros debemos superarlas siempre.

        También nosotros hoy sufrimos las tentaciones de Cristo en este mundo instalado en el consumismo e idolatría de los bienes temporales, idolatría de los ídolos creados por el mismo materialismo contra el amor de Dios y el servicio a los hermanos, con matrimonios y familias rotas, abuelos abandonados, crímenes de padres, esposos, hijos… 

        El hombre actual, incluso muchos que se llaman cristianos, dudan de la vida eterna y de la resurrección de Cristo y sólo viven para esta vida terrena, porque el pecado oscurece la fe en Dios y en la eternidad, te lo digo con amor, examínate tú también querido hermano que me escuchas... porque la tele, los medios, los guasad están inundados de estos pecados y te pueden dañar, de hecho a muchos les ha alejado de la fe, a lo peor, a tus mismos hijos. Y sé que esto sólo se vence si hay verdadera fe en Dios, con ratos de iglesia, en comunidad, la santa misa algún día entre semana.

        Cristo oró, tuvo que orar como hombre ante el Padre en la soledad del desierto para vencer las tentaciones, no lo hizo por darnos ejemplo, como a veces se oye; no, tuvo que orar para vencer estas tentaciones de reinos mesiánicos puramente materialistas y terrenos que le proponía el demonio.

Tuvo que convertirse de verdad a la voluntad del Padre: “No sólo de pan vive el hombres sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Y esto suponer violencia, ir muchas veces contra los propios instintos, hacer penitencia. Para vencer las tentaciones la ayuda más poderosa es la oración, leer y meditar la Palabra de Dios, creerla y vivirla y asimilarla por la oración, la penitencia y los sacramentos. Dime tu frecuencia de oración y Eucaristía y te diré la calidad de tu cristianismo.

        Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más días durante la semana a la santa misa, al viacrucis, recemos, si es posible, el rosario en familia, hagamos algún sacrifico o mortificación de nuestra lengua, visitemos a los enfermos, alguna obra de caridad… y resucitaremos con Cristo en la pascua llenos de más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos, los hombres.

Lo necesitamos todos nosotros, desde el cura hasta el último, lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, en este mundo tan solo, triste y pagano, porque se está alejando de Dios, y por eso se está quedando sin amor, sin familia, sin amigos…ateo, sin Dios.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 4,1-13

        1.- Hemos comenzado la Cuaresma. Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado una huella tan profunda como la Cuaresma en el pueblo cristiano. Esta ha sido  verdaderamente uno de los tiempos llamados «fuertes» de la vida de la Iglesia, «de la milicia cristiana» para la puesta a punto de las armas de la luz.

        La Cuaresma, que nosotros celebramos, es una síntesis de un triple itinerario ascético y sacramental: la preparación de los catecúmenos al bautismo, la penitencia pública y la preparación de toda la Comunidad Cristiana a la Pascua.

        Moisés y Elías y el mismo Jesús, llevado por el Espíritu al desierto durante 40 días, han consagrado este tiempo, al que la Liturgia no duda en llamar “Sacramento Cuaresmal”, es decir, signo de la gracia de Cristo y tiempo sagrado de salvación.

        El Concilio Vaticano II subraya estos aspectos, cuando dice: «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a escuchar la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo, mediante el recuerdo o preparación del bautismo. Y mediante la penitencia, dése particular relieve en la liturgia al doble carácter de dicho tiempo».

        San Atanasio de Alejandría escribía en el año 334: «Cuando Israel era encaminado a Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidara las costumbres de Egipto. Del mismo modo es conveniente que, durante la santa cuaresma que hemos emprendido, procuremos esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al Cenáculo con el Señor para cenar con Él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será lícito ni subir a Jerusalén ni comer la Pascua».

        2.- El relato evangélico que hemos leído nos presenta a Cristo venciendo las tentaciones que habían hecho sucumbir al pueblo de Israel en el desierto: el maná, el becerro de oro: idolatría.

        ¿Por qué la liturgia cuaresmal nos recuerda la caída de Adán y del pueblo de Israel en el desierto? Para decirnos que nosotros también somos pecadores y que necesitamos de la gracia de Dios para salir del pecado. Para decirnos que sentir las tentaciones es bueno, porque es señal de sensibilidad religiosa, humana, social… pero que deben ser vencidas para la gloria de Dios y la mayor santificación nuestra, para la realización del proyecto de Dios sobre el mundo y sobre nuestras vidas.

        Las tentaciones de Jesús atentan al mismo contenido de su función mesiánica. Frente a la seducción del mesianismo terreno que tanto atraía a sus contemporáneos, incluso a sus discípulos, Él acepta el mesianismo del Padre: el reino de Dios, donde Dios sea el único dios de nuestra vida; abajo todos los ídolos del dinero, el sexo, el placer por el placer en contra del servicio y amor a Dios y a los hermanos; Dios, el único Dios y todos los hombres, hermanos, porque son los hijos de Dios; hay que amar más, servir más a los hermanos y no servirnos de ellos; son días de perdonar, de visitar enfermos, de vivir la caridad fraterna. Ése es el reino del Padre que Cristo ha venido a instaurar en la tierra: Dios, el único Dios; todos los hombres, hermanos, y hacer una mesa muy grande del mundo, donde todos se sienten, pero especialmente los pobres, los desheredados de la cultura, poder y demás bienes, esto es, sentar en la mesa de la vida y del mundo a los que no son invitados.    

        Cristo nos da ejemplo también de cómo hay que vencer esta tentación que todos sus seguidores, laicos o sacerdotes, incluso la misma Iglesia, sentimos en nuestro espíritu y en nuestra carne que  sólo quiere y prefiere el reino del mundo, de la carne, del sexo, del consumismo presente frente a la escatología, la trascendencia, frente al reino de Dios, frente al evangelio y los mandatos divinos.

       

        3.- En la primera tentación, el reino de Dios, que se expresa y se contiene en la Palabra de Dios, es preferido al reino del comer egoísta; y el reino de Dios y el proyecto de Dios sobre el hombre, de familia, y sociedad es preferido al concepto del mundo sobre estas mismas realidades; lo natural tiene que subordinarse a lo sobrenatural, hay que vivir con criterios de fe; hay que vivir pendientes más de la voluntad de Dios que de lo que nos guste o no nos guste al sentido.

        La Cuaresma constituye el punto de arranque de ese camino de conversión y reconciliación, tiempo privilegiado de gracia y misericordia, propuesto a todos los creyentes para que renovemos nuestra adhesión personal a Cristo, único Salvador del hombre.

La liturgia de hoy nos invita a orar para que el Padre celestial conceda al pueblo cristiano iniciar con el ayuno un itinerario de conversión auténtica y afrontar victoriosamente, con las armas de la penitencia, el combate contra el espíritu del mal.

 Éste es el mensaje de la Cuaresma. El hombre, todo hombre, queda invitado a la conversión de los pecados y a la lucha penitencial por huir de las ocasiones para vivir los mandatos de Dios y poder recibir el don de la vida sobrenatural, que colma las aspiraciones más profundas de su corazón.

 

4.- Esto se expresa en los signos que recibíamos el miércoles de ceniza. Al recibir la ceniza, se nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Este pensamiento —que constituye una certeza humana— no se reitera con el fin de generar en nosotros una resignación pasiva al destino. Al contrario, la liturgia, al subrayar que somos criaturas mortales, nos recuerda la iniciativa misericordiosa de Dios, que quiere hacernos partícipes de su misma vida eterna y bienaventurada.

En el sugestivo rito de la imposición de la ceniza resuena para el creyente una invitación a no dejarse atar a las realidades materiales, las cuales, por muy apreciables que sean, están destinadas a desaparecer. En cambio, debe dejarse transformar por la gracia de la conversión y de la penitencia para alcanzar las arduas pero pacificadoras cumbres de la vida sobrenatural. Sólo en Dios el hombre se reencuentra a sí mismo y descubre el significado último de su existencia.

 

5.- A la imposición de la ceniza le acompaña la práctica tradicional de la abstinencia y el ayuno, de la que da ejemplo Cristo hoy retirándose al desierto. No se trata desde luego de preceptos puramente externos ni de cumplimientos rituales, sino de señales elocuentes de la necesidad de un cambio de vida. El ayuno y la abstinencia, por encima de todo, fortifican al cristiano en su lucha contra el mal y al servicio del Evangelio gozando de mayor libertad interior, disponiéndose así a la escucha atenta de la Palabra de Dios y a la ayuda generosa de los hermanos necesitados.

Abstinencia y ayuno deben pues verse acompañados de gestos de solidaridad para quien sufre y atraviesa por momentos difíciles. De esta forma, la penitencia se vuelve compartición con quien se encuentra marginado y necesitado, haciéndonos sensibles a las necesidades de los pobres.

 

6.- «Convertíos y creed el Evangelio» (Mc 1, 15). Abramos el corazón a estas palabras, que resuenan frecuentemente en el tiempo cuaresmal; que todo cristiano sienta profundamente, en esta Cuaresma el compromiso a reconciliarse con Dios, consigo mismo y con sus hermanos. Por este camino se realizará la deseada plena comunión de todos los discípulos de Cristo. Ojalá llegue pronto el tiempo en que, gracias a la oración y al testimonio fiel de los cristianos, el mundo reconozca a Jesús como único Salvador y, creyendo en Él, obtenga la paz.

 

        7.- En la segunda tentación, el halago, la mentira trata de imponerse sobre la verdad. Estar más pendiente de buscar la propia gloria aunque sea transgrediendo la ley de Dios, agradarse a sí mismo más que tratar de agradar a Dios. Cristo no se dejó llevar por los halagos. ¡Qué difícil sustraerse a los halagos! Ya casi nadie dice la verdad, ni siquiera los que predicamos la verdad evangélica. El que me permite todo eso es mi amigo: Estado, escuela, persona, aunque sean los padres, que ya no dicen la verdad.

         Jesús está  ungido, empapado de Espíritu Santo, que es Verdad y Amor. La Verdad nos hará libres, ha dicho el Señor. Por eso Él es un hombre libre para amar a su Padre por encima de todo, su yo está sometido en adoración permanente al  servicio del Padre; sus pasiones están totalmente sometidas a su voluntad, que busca la verdad del hombre, lo que le hace  bien y por eso su amor es libre de esclavitudes.

       

8.- En la tercera tentación entran todas las idolatrías que nos hacen ponernos de rodillas y nos esclavizan: instinto de poseer y gozar sobre otros deberes y obligaciones; instinto de comprar y comprar sólo porque tengo dinero… obsesión de vestir, comer… moral de situación, poder, honores, comodidad.

        Jesús viene a liberar al hombre de todo lo que le esclaviza: sus pasiones, el sexo, el dinero, el liberalismo egoista y natural, el mundo con sus criterios de bienestar presente sea a costa de lo que sea. Jesús nos trae la verdad sobre el hombre, es la buena noticia.

        Hoy una sociedad permisiva juega precisamente con este equívoco de fondo: dar al individuo la ilusión de que es libre porque le deja satisfacer todos su instintos y pasiones: placer, sexo, bienestar presente, diversión, consumismo: Las elecciones son entre consumismos y esclavitudes para después dominar al hombre y manipularlo, esclavizarlo: la droga, toda pasión…

        Consecuencias de la falta de dominio, de libertad son la tristeza de vivir fuera de sí, la dependencia de otras cosas, el infantilismo permanente, la falta de personalidad, de independencia, de seguridad

        Jesús ha venido a dar la buena noticia: liberación a los pobres y cautivos. Es necesaria la liberación de toda esclavitud a los ídolos del mundo y de los instintos si queremos ser hijos de Dios y no del mundo; si queremos ser nosotros mismos, si queremos educar en libertad de consumismos, de ver o no tele, de gastar más o menos, de estudiar y vencerme.

 

                9.- Hemos hablado muchas veces de las tentaciones, tentaciones de todo tipo: dinero, vanidad, crítica, comodidad.  Hoy vamos a preguntarnos algo muy elemental: ¿nos sentimos tentados?¿Nos damos cuenta de que somos tentados? Sentir la tentación, darse cuenta de estar tentados es bueno:

        a) Indica vida espiritual, sensibilidad ante Dios y los hombres, atención al espíritu. Lo contrario es instalamiento, esclavitud, sometimiento a lo natural, estar sometido al pecado ambiental, social.

        b) Indica lucha, esfuerzo por vivir en gracia, conversión permanente, único camino para llegar a la unión con Dios.

        c) Indica sensibilidad y escucha de la Palabra, oración permanente, único camino de la santidad. Jesús sintió las tentaciones en la oración  y en la oración recibió las fuerzas necesarias para vencerlas. Oración es luz para ver y fuerza para luchar, es esfuerzo continuado por vencer las tentaciones, conversión. La oración es absolutamente necesaria para vivir en cristiano.

 

        10.- Si no nos sentimos tentados podíamos hacernos la misma pregunta anterior: ¿por qué no nos sentimos tentados? Casi se responde igual que si nos preguntamos por qué no nos confesamos de nuestros pecados:

a) Porque hemos perdido la conciencia de pecado ante Dios y los hombres;

b) Porque no queremos convertirnos, porque no queremos luchar y  superarnos, porque no amamos a Dios sobre todas las cosas, porque nos amamos más a nosotros mismos;

c) Porque nos supone humillación arrodillarnos, reconocer ante el sacerdote nuestro pecado, porque hemos perdido sensibilidad religiosa y espiritual, profundidad de fe. Es cosa buena sentir la tentación, convertirnos y confesarnos. Y el camino es la oración. Ella nos da luz, nos convence, nos hace arrodillarnos, nos acerca a Dios y  a su gracia y perdón.

 

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I CUARESMA. Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado tan profunda huella en el pueblo cristiano, como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia.

La cuaresma es un verdadero sacramental, tiempo de gracia y de renovación espiritual, por medio principalmente de la oración más intensa y de la santa misa más frecuente en estos días,  y puesto a disposición de toda la comunidad cristiana, para que cada año reviva y potencia la gracia del bautismo, pasando de la muerte a la vida, del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la gracia.

La cuaresma, acompañando a Cristo en el desierto de la oración y penitencia, es el camino hacia la Pascua, corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el cristianismo y del Credo cristiano. Sin pascua de Resurrección, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento.

Al ser la fiesta más trascendental de la fe, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado sumo, mediante los cuarenta días de la santa Cuaresma, camino, como he dicho y repito, que nos prepara para el misterio pascual de Cristo, fundamento de nuestra fe y del cristianismo, que debe hacerse nuestro uniéndonos a Cristo en su pasión y muerte para llevarnos a todos a su resurrección, que es el fundamento de la nuestra, somos eternos, en Cristo muerto y resucitado hemos vencido a la muerte.

        Desde la antigüedad este camino cuaresmal ha estado dominado principalmente por la oración, la conversión y la penitencia, a ejemplo de Cristo, que pasó cuarenta días de ayuno y oración en el desierto para prepararse para cumplir su misión en conformidad absoluta a la voluntad del Padre.

        En el evangelio se nos recuerda que Jesús vivió cuarenta días en el desierto, donde experimentó tentaciones de todo tipo como nosotros y que únicamente pueden ser superadas por la oración y la penitencia o mortificación de las pasiones. Los cuarenta días en desierto de la oración y la penitencia le dieron fuerza a Cristo para mantenerse fiel al Padre ay prepararse para predicar e instaurar el Reino de Dios contra el materialismo, el orgullo del poder y la idolatría del propio yo, que continuamente quieren quitar a Dios del centro de nuestra vida y del culto que le debemos.

Y este también es nuestro camino toda la vida, sobre todo en la cuaresma, oración, venir más a la Iglesia, a Cristo, a la Comunión para vencer las tentaciones que sufrimos hoy nosotros y el mundo entero: materialismo, haz que estas piedras….convertirlo todo en pan, en dinero, en placeres, en sexo… Con la oración y la penitencia las superó Él y así tienen que ser superadas siempre por todos sus discípulos, por todos los cristianos. Y como en estos tiempos no se hace oración y de 50 años para abajo, vuestros hijos y nietos, en general, no vienen a la iglesia, a la misa del domingo, pues están vencidos por estas tentaciones y a nosotros nos toca sufrir sus faltas de amor y correspondencia. Hablo en general…

        También nosotros, en el desierto de nuestra travesía por esta vida pecadora hasta la nueva y resucitada de la gracia, sentiremos estas mismas tentaciones, que hoy prácticamente para el mundo no son tentaciones, sino que están tan generalizadas y propagadas, incluso públicamente, que más bien son normas prácticas de vida y comportamiento, ya que el mundo está instalado en el consumismo, sustitutorio de Dios y en la idolatría de los ídolos creados por el mismo materialismo contra el amor y servicio al Dios verdadero, que nos exige obediencia a sus mandamientos, austeridad, servicialidad y entrega a los hermanos, fidelidad en el amor matrimonial, respeto a la vida desde el primer instante. (El miércoles de ceniza, en el ABC, por el ordenador, leí cursos En el tiempo actual las tentaciones son)

        El hombre actual, incluso muchos que se llaman cristianos, dudan de la vida eterna y de la resurrección de Cristo y sólo viven para ésta terrena, porque el pecado oscurece la fe en Dios y en la eternidad. El 30/100 de los españoles no tienen fe y confianza en la vida futura conseguida por Cristo mediante su muerte y resurrección. Y unas veces esto es la causa del olvido de Dios y otras, el olvido o la negación de Dios es la causa de esto. Y sé que esto sólo se vence si hay verdadera fe en Dios, o si se ha oscurecido por el pecado, si existe verdadera penitencia de los mismos, para recobrar la luz y la fuerza de la fe en Cristo y en su misterio Pascual: muerte y resurrección por nuestros pecados.

        Cristo oró, tuvo que orar, no lo hizo por darnos ejemplo, como a veces se oye; no, tuvo que orar para vencer estas tentaciones de reinos mesiánicos puramente materialistas o acomodados a nuestras apetencias, que son las de entonces y las de siempre. Tuvo que convertirse de verdad a la voluntad del Padre: “No sólo de pan vive el hombres sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Y esto suponer violencia, ir muchas veces contra los propios instintos, hacer penitencia. Para vencer las tentaciones una ayuda muy poderosa es la  Palabra de Dios, creerla y vivirla y asimilarla por la oración, la penitencia y los sacramentos. Dime tu frecuencia de oración y sacramentos de Penitencia y Eucaristía y te diré la calidad de tu cristianismo.

        Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más días durante la semana a la santa misa, al viacrucis, recemos el rosario en familia, hagamos algún sacrifico o mortificación de la lengua, visitemos a los enfermos, alguna obra de caridad… y resucitaremos con Cristo en la pascua con más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos los hombres. Lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, este mundo tan solo, triste y pagano, sin Dios, sin amor, sin amigos.

 

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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 15, 5-12. 17-18

 

        La historia de la Salvación está jalonada por el pensamiento de la alianza. En la alianza patriarcal, las dos grandes promesas que se hacen a Abrahán son la de una descendencia numerosa y la de una patria. La Biblia misma nos enseña a actualizar las promesas patriarcales cuando cuenta entre los descendientes de Abrahán no tanto a los que llevan su misma sangre cuanto a sus hijos en la fe (Mt 3,9, Rom 9, 7-8). La lectura de hoy subraya la fe de Abrahán como respuesta a las promesas del Señor: “Creyó al Señor y se le contó en su haber”. El mejor comentario es el de San Pablo en Rom 4, 18-22ss).

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 3, 17-21. 4,1

 

        Pablo expone la nota principal de nuestra condición cristiana: el derecho al cielo conseguido por los méritos de Cristo. Por eso debemos de mirar continuamente al cielo, donde está nuestra morada definitiva. Para ello nuestro cuerpo será transformado por la resurrección del Señor, “por su condición gloriosa”. El cristiano, consciente de este final celeste con Cristo resucitado, debe pensar, actuar y buscar las cosas del cielo. Para ello tenemos que mortificar las inclinaciones que impiden esta transformación y vida nueva conseguida por Cristo resucitado.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 28B-36

TRANSFIGURACIÓN POR LA ORACIÓN: LA SUBIDA AL MONTE TABOR

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Jesús se retira a lo alto del monte a orar, porque en el silencio de las cosas y de las voces humanas se oye mejor la voz y las llamadas de Dios. El ejemplo de Jesús lo siguen todas las personas que quieren ser cristianos de verdad, todos los santos que ha habido y habrá, todos los místicos que han existido y existirán. Sólo en lo alto del monte de la oración nos podemos encontrar con Dios, sólo allí podemos sentirnos amados por Él; sólo en lo alto de la oración veremos a Cristo transfigurado. En mi vida pastoral y parroquial conozco almas buenas, todas son almas de oración, ni una sola que no se retire todos los días un rato al silencio para contemplar a Dios, hablar con El, amarle, pedirle perdón…

 

        2.-Sin oración personal no se puede contemplar a Cristo transfigurado,  no hay cristianismo serio y profundo,  no hay transformación de las almas en Cristo. El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay gozo profundo de la fe experimentada, no hay amor ardiente y fuego de Espíritu Santo, no puede haber conversión permanente y santidad. Para ser cristianos serios y convencidos necesitamos absolutamente de la oración personal, porque es allí donde el Cristo de la fe, de nuestras comuniones eucarísticas, de nuestro sagrario se transfigura  y nos transfigura llenándonos de su luz.

 

        3. El Tabor existe. Cristo sigue transfigurándose ante sus amigos. No todos los Apóstoles subieron a lo alto de la montaña. Cristo en el sagrario desea transfigurarse ante los que le van buscando y quieren amarle en profundidad, de verdad. Si no hemos llegado a verle transfigurado, es porque no buscamos el silencio y la altura de la montaña de la oración o hemos subido poco alto por ella, porque no renunciamos a las comodidades y criterios de nuestra vida y pecados, no queremos avanzar por la conversión permanente, ascendiendo, sacrificándonos y muriendo al propio yo, que no quiere renunciar a la comodidad de la llanura, sin el esfuerzo de la subida por el monte Tabor, o Carmelo, o Sinaí, donde veremos a Dios lleno de esplendores y luz. Todos los cristianos estamos llamados a esta experiencia de Dios. Hemos sido creados y estamos convocados a ella. Es el cielo anticipado en la tierra.

 

        4.- “Este es mi hijo amado, escuchadle”. Para orar, para hablar con Dios, lo mejor y el primer paso es escucharle. Hay que leer y meditar y vivir el evangelio para comprenderlo. Sin contemplar, sin hablar con Cristo no podemos responderle con la fe y la vida: Lectio, meditatio, oración y contemplación..

 

        5.- “¡Qué bien se está aquí!” dice Pedro y el evangelista añade que no sabía lo que decía ¡Vaya si lo sabía! Como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado.”

San Juan de la Cruz  describe así esta transfiguración de las almas: «¡Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada».  Isabel de la Trinidad:  «Y vos, oh Padre, inclináos sobre esta pobrecita criatura vuestra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias: Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita en la que me pierdo, entrégome sin reservas a Vos, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vosotros hasta que vaya a contemplaros en la infinitud de tu Gloria. Amén”

 

        6.- Y así es cómo la vida cambia y todo se vive de otra forma y podemos decir con San Pablo: “no soy yo es Cristo quien vive en mí”, y Dios se entrega totalmente a las almas y las transforma: «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».  Y con Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero».

       

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SEGUNDA HOMILÍA

 

        1.-Este evangelio nos invita a reflexionar sobre la esperanza cristiana. La transfiguración es un anticipo de lo que esperamos: ser totalmente felices en Dios, contemplando su rostro, su misma esencia divina, volcán de Verdad y Belleza de paisajes de conocimiento y de Amor en eterna erupción,  viviendo su misma vida trinitaria, su serse en eterna infinitud de Verdad y de Amor.

Jesucristo deja en este monte Tabor que su humanidad deje transparentar un momento y un poco el Dios que se ha encarnado, lo suficiente para que sus discípulos queden maravillados y alucinados de tanta luz y hermosura. Pedro tampoco describe mucho lo que ve, sólo expresa sus sentimientos y emociones: “Señor, qué bien se está aquí”. Que esto sea eterno, hagamos tres tiendas, pero no para nosotros, sino para Ti, Elías y Moisés… En esos estados de oracion uno sale de sí mismo, es el éxtasis. O si queréis, uno es patógeno, surge el impacto vivo del Dios de la gloria infinita, que le llena de luz, que le impacta, le hiere y uno sufre esta herida de amor, pero no puede describir nada porque se siente desbordado.

        La transfiguración en sí es una manifestación muy limitada y parcial de la divinidad, que se ha dado clara y fuertemente en  la vida de los santos, y no de todos, sino de los que subiendo por la montaña de la oración han conseguido llegar a la cima de la contemplaciòn de la Divinidad de Jesucristo, del Verbo de Dios encarnado.

San Juan de la Cruz lo describe muy bien en «LLAMA DE AMOR VIVA, qué tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro».

 

        2.- Nosotros hemos sido creados para la transfiguración total en Dios por Jesucristo, Verbo e Imagen de Dios, para contemplar a Dios eternamente en su esencia,  por la visión intuitiva de la que nos habla la teología. Dice San Hilario: «la gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre es ver a Dios».  Esta es nuestra meta y esta es por tanto nuestra esperanza: conseguir el fín para el que hemos sido creados, la santidad o la unión total con la Santísima Trinidad a la que hemos sido llamados por el Dios Amor: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme de mí y establecerme enteramente en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviere en la eternidad».

        Quiero hablaros un poco de la esperanza, porque hablamos poco de ella y la ejercitamos menos; porque comprendemos muy bien lo que es la fe, creer en Dios; el amor: amar a Dios;  pero no ejercitamos mucho la esperanza: esperar a Dios como meta de nuestra existencia. Y es que nos hacemos a la idea de que para eso tenemos que morir; pero ya he dicho que aquí abajo podemos empezar el cielo porque el cielo es Dios y Dios está en lo más profundo de nuestro ser. Si fe es creer en Dios y amor es amarle, esperanza es buscarle desde esa fe y amor hasta encontranos con Él totalmente en el gozo y en la unidad de ser y existir. La plenitud de la esperanza, de la unión, de la visión con Dios viene en la vida eterna.

        ¿Por qué algunos santos, desde San Pablo, desean morir para estar con Dios, y nosotros no? Porque nos falta la virtud sobrenatural de la esperanza cultivada y lograda, que nos una a Dios y nos haga desearle y esperarle. Tenemos fe y amor suficientes para creer y amar, pero no desear y buscar ese encuentro con todo nuestro ser, nuestras fuerzas, nuestro corazón, sobre todas las demás esperas.

        La esperanza es el éxtasis de la fe y del amor, es la culminación, la plenitud de ambas virtudes; si nuestro amor estuviera en la cima, desearíamos este encuentro o por lo menos no tendríamos tanto miedo. Por eso no hemos comprendido ni vivimos suficientemente que el cristiano sea el hombre de la esperanza. Nos falta Tabor, transfiguración, experiencia de Dios, gustarlo, verlo, sentirlo de verdad.

        El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay experiencia de Dios ni gozo de la fe ni posibilidad de transformación de la vida de gracia en plenitud. Sin Tabor no hay santidad ni seguimiento total de Cristo. Y el camino es la oración.

 

        3.- La esperanza es una virtud teologal; quiere decir que nos une directamente con Dios, no como la prudencia, la justicia,  que llega a Dios a través de los hombres porque la practicamos con los hombres y Dios nos lo premia. La esperanza nos une a Dios directamente como meta y final de nuestra vida. Debe ser una virtud dinámica y no estática; quiere decir que si yo espero no puedo permanecer con los brazos cruzados; si espero, debo esforzarme, trabajar en ese sentido y tratar que ese pensamiento ilumine, dinamice  y dirija toda mi vida: Dios como horizonte de mi existir.

        El reino de Dios empieza en este mundo y se consuma en el encuentro con Él en la  eternidad. La esperanza es, en definitiva, Dios como objeto de mi deseo y final de mi vida, terrena y celeste.

 

        4.- Hoy hay una crisis muy grande de esperanza; vivimos en un mundo sin esperanza, vivimos mejor comidos y descansados que antes, pero más tristes. El hombre, satisfechas todas sus esperanzas terrenas está insatisfecho, porque las migajas de criaturas no pueden dar la hartura de la divinidad, de lo infinito que lleva en lo más profundo de su corazón;  hablo en general. Sólo la fe y el amor a Dios, sólo la religión, la unión y el encuentro total y pleno con Dios puede llenarle de sentido y plenitud al hombre en esta vida.

 

        5.- El camino de la esperanza es el de la fe y del amor a Dios por la oración, por la subida de oración y conversión hasta la cima del monte Tabor, del Monte Carmelo para San Juan de la Cruz, del Sinaí para Elías; es llegar a la cima de la contemplación infusa en que Dios impacta al alma y la transfigura. No hay posibilidad de Tabor sin oración. Es el único y esencial camino; hay que subir a las alturas del silencio contemplativo. La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de la vida mística, de Tabor, de experiencia de Dios.

 

        6.- TENER Y VIVIR LA ESPERANZA DE DIOS:

 

-- Nos hace más alegres, pacíficos, esperanzados en todo, sin hundirnos, aunque suframos o las cosas nos salgan mal humanamente, porque la virtud de la esperanza sobrenatural relativiza todo lo presente y pone su única mirada en Dios.

 

-- La esperanza cristiana nos da luz, humildad y paciencia positiva ante los males y dificultades de la vida presente: enfermedad, fracasos, sufrimientos..

-- La esperanza da sentido último a todo y lo orienta hacia la meta final: no hemos sido creados para esta tierra, nuestra vida es más que esta vida, que este espacio y este tiempo, somos eternidad en Dios, no hemos sido creados para hacernos ricos y tener más tierras y posesiones finitas, sino para hacer el peregrinaje  hasta lo Absoluto y lo infinito que es Dios; los bienes son necesarios porque Dios nos creó corporales, pero el fín del hombre está solo en la plenitud de lo Infinito, Dios.  Hemos sido creados para transfiguración en la esencia de Dios; por eso ante la misma muerte, se aviva la esperanza de Dios.

-- Para acostumbrarnos y recordarlo con frecuencia, en lugar de decir siempre: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser… habría que decir esperarás en el Señor tu Dios con todo tu ser, con todas tus fuerzas, con toda tu alma; conviene decir y repetir esto muchas veces y orientarlo todo en este sentido.

 

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TERCER DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Éxodo 3, 1-8. 13-15

 

        El relato de la vocación de Moisés es uno de los textos más importantes del A T por su densidad teólogica, al unir en esta perícopa la primera manifestación histórica de Dios con su elección personal para ser liberador del pueblo elegido. En la teofanía, que tiene lugar en el monte Sinaí, lo más importante no son la zarza ardiendo y demás elementos secundarios sino el encuentro con Dios, que se decide a salvar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Y el guía elegido por Dios es Moisés. Las intervenciones salvíficas de Yahvé culminarán en la plenitud de los tiempos en la suprema  manifestación de Jesús de Nazaret.

       

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 10, 1-6. 10-12

 

        Pablo hace una relectura de lo sucedido al pueblo de Dios durante el éxodo de Egipto y la doctrina del Evangelio. Para la liberación del pueblo y de los cristianos es necesaria la conversión. Entre los dos textos Pablo explica cómo las infidelidades de los israelitas en el desierto son un motivo de escarmiento para los cristianos, para que no sean como ellos: prevaricadores y duros para las exigencias de fidelidad al Señor. Como al pueblo elegido no le basta pertenecer a su raza, tampoco al cristiano le basta tener la fe sin vivir en conformidad con ella.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 13, 1-9

QUERIDOS HERMANOS:

Estamos ya en el tercer domingo de Cuaresma y nos vamos adentrando en uno de los aspectos principales de este caminar por el desierto de la oración y la penitencia: la conversión. En el evangelio de hoy encontramos dos unidades narrativas distintas: una de ellas trata de dos tristes sucesos de muerte y desgracias conocidos por el pueblo; la otra, de la parábola de la higuera estéril; pero ambas unidades coinciden en la exigencia de conversión antes del encuentro con Dios.

1.- “Si no os convertís, todos pereceréis igualmente”. Ante la noticia de la muerte violenta de unos galileos, cuya sangre vertió Pilato  con los sacrificios que ofrecían en el templo, Jesús pregunta: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo”. Pregunta y respuesta que vuelve a repetir Jesús comentando la muerte accidental de dieciocho personas al derrumbarse una torre en Siloé, al sur de Jerusalén.

Ante hechos semejantes y actuales, muchas personas dicen: «Dios lo ha querido». Sin embargo,  en muchos casos, ciertamente sabemos que Dios no lo quiere, porque no quiere crímenes y pecados, pero tiene que respetar el orden que ha establecido en la naturaleza. De esta forma, Dios no es causa directa y por tanto, no tiene culpa de muchos de nuestros delitos, muerte y males morales, físicos, etc. Para Jesús, en este pasaje, no hay relación entre desgracia y pecado, entre fortuna y virtud. Muchos se deben al mal uso de la libertad de los hombres. Y lo que está claro es que por principio no son nunca venganza o castigo de Dios por nuestros pecados. Porque Dios no es vengativo “y no se complace de la muerte del pecador sino que se convierta y viva” (Ez 33,11).

En otra ocasión, ante un ciego de nacimiento los discípulos preguntaron a Jesús: “Maestro, ¿quien pecó?, ¿ este o sus padres para que naciera ciego?”. Y la respuesta de Jesús es la misma y tajante: “ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifieste en él las obras de Dios” (Jn 9, 2).

La segunda parte del evangelio contiene la parábola de la higuera estéril, que viene a ilustrar lo dicho en la primera parte, suavizando el final con la concesión de un año como plazo de gracia, año que se perpetúa hasta el final de la vida. Esta parábola refleja la misericordia de Dios, tema preferido por Lucas, y que proclamamos en el salmo responsorial: “Nuestro Dios es compasivo y misericordioso”,   manifestando a la vez la urgencia de producir en nosotros los frutos del Reino de Dios.

        Señalando «quién es quién»en la parábola, diríamos que la higuera estéril es el pueblo de Israel y ahora podemos ser nosotros, como comunidad o miembros de la misma, a los que Jesús hoy nos dirige su Palabra. El dueño de la higuera es Dios Padre, el viñador es Cristo y los profetas. Los tres años que el viñador viene buscando fruto inútilmente es quizá una alusión a la duración de la vida pública de Jesús y a los años de nuestra vida, recibiendo el mensaje de la conversión al reino de Dios; el año de gracia es la misericordia de Dios en el final de la vida, el purgatorio incluso.

 

2.- CONVERSIÓN: En definitiva lo que se nos pide en este evangelio es la conversión. Convertirnos del pecado. ¿De qué pecado? Del único que tenemos: del pecado original, de la idolatría del yo, que se manifiesta en la mente con criterios contrarios a los del evangelio, de preferir y preferirnos a Dios, con apegos del corazón contrarios al reino de Dios y con obras de idolatría o culto idolátrico al mundo y a sus posesiones, al dinero, al poder, al sexo…

a).- En primer lugar tenemos que cambiar nuestros criterios por los de Cristo, para asimilar sus criterios, su esquema doctrinal y de ahí su estilo de vida tal y como lo expresó repetidamente en el evangelio.

b).- En segundo lugar nuestro corazón tiene que convertirse a la fraternidad, desprendimiento, concordia, generosidad y esperanza. Finalmente  hay que dejar de dar culto al consumismo y valorar más los dones del Reino de Dios que los terrenos. Y todo esto supone mucha fe, esperanza y amor sobrenaturales porque estamos instalados en el culto al yo mediante la comodidad y el placer.

        c).-  Y esta conversión debe durar toda la vida; la Santa Cuaresma lo único que hace es recordárnoslo, pedirnos que volvamos a la oración y la penitencia para renovarla y continuarla de forma ascendente, hasta nuestro encuentro con Dios, hasta la medida de Cristo. En definitiva es cumplir el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…”,  eso es en positivo; y en negativo: «te convertirás al Señor tu Dios con todo tu corazón…», porque hay que “buscar primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”.

        Y ésta es la conversión que nos pide la Cuaresma, conversión del corazón, que debe plasmarse en nuestra vida y conocerse por sus frutos, debe expresarse y celebrarse singularmente por el sacramento de la Penitencia, que nos reconcilia con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos.

3.- Para aviso y escarmiento nuestro, el posible error al leer esta Escritura es creernos seguros, condenando fácilmente la conducta del pueblo judío. Pero San Pablo, en la segunda Lectura de hoy (1 Co 10, 1ss), nos avisa: “El que se cree seguro, ¡cuidado no caiga!” (v.12). Y desarrolla toda una tipología del AT respecto del Nuevo. Es decir, la historia de Israel sucedió como ejemplo y fue escrita para escarmiento nuestro. Dirá en la segunda a Timoteo: “Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena” (2 Tm 3,16s). En esta línea y para explicar cómo leer la Biblia, Pablo se fija hoy en la experiencia israelita del desierto. Como veíamos hace dos domingos, el desierto es imagen de la Cuaresma, como oración y penitencia; pero, sobre todo, lo es de la travesía de la vida, de salir de la vida mediocre y pobre de Dios.

Convertirse es la respuesta y actitud adecuadas. Convertirse urgentemente, pero ¿de qué y a qué? Hay mucha diferencia entre vivir la urgencia de la conversión como una amenaza o como una invitación liberadora. En el caso de amenaza, la inminencia del juicio de Dios crea angustia; como invitación liberadora, en cambio, se trata de una llamada estimulante que genera gozo porque nos libra del lastre que nos impide crecer como personas y como creyentes. Pero ¿de qué convertirnos en concreto, y a qué?

Respondiendo al primer punto de la cuestión, es obvio que la conversión es siempre del pecado, que es el mal radical. Pero el pecado en abstracto no es asible; lo que cuenta es el agente del pecado, es decir la persona, nosotros. Según esto, lo primero que debemos cambiar es nuestra manera de pensar, para asimilar los criterios de Jesús y su estilo de conducta tal como lo expresó en todo el conjunto de su vida y doctrina, por ejemplo en las bienaventuranzas. Así, convertiremos el corazón al desprendimiento, la fraternidad, la paz, la concordia, la limpieza de corazón, la misericordia, el amor, la alegría, la generosidad y la esperanza.

Cambiar por dentro nos cuesta mucho porque estamos instalados muy a gusto en nuestra mezquindad y en la hojarasca inútil de nuestra higuera, frondosa quizá pero estéril, con todas las soluciones en la mano, pero sin aplicar ninguna para renovarnos y mejorar el ambiente en que nos movemos. Pues no se trata de que cambien los demás; somos nosotros, cada uno, los llamados a la reforma. Nadie es neutral e inocente; todos somos culpables individual y solidariamente. Y no basta tranquilizarnos con la crítica o la denuncia de la culpabilidad ajena. Jesús dijo: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”.

             4.- La conversión debe ser permanente, porque la unión y el  crecimiento hasta la estatura de Cristo es continuo. De un corazón convertido a los valores del Reino de Dios y del Evangelio se seguirán naturalmente los frutos visibles de una conversión que toca la realidad de la vida. Pero esta conversión es un proceso continuo; no es un dato instantáneo, puntual y de una vez por todas, sino que constituye un crecimiento ininterrumpido y ascendente.

Se crece en desarrollo físico y vegetativo, en conocimientos, en fuerza y en años. Y de forma paralela se debe crecer psíquica y personalmente, es decir, en madurez y en valores personales, aun cuando físicamente uno entre en la edad descendente cuyo proceso es imparable a pesar de toda la industria montada al respecto. Lo más que se puede conseguir es mantenerse en forma, pero nadie puede frenar la pendiente del envejecimiento físico.

No obstante, psíquica y espiritualmente siempre podemos y debemos seguir creciendo en cristiano hasta el último momento: crecer hasta la medida del discípulo perfecto de Cristo. Para lograr este ideal hemos de convertirnos con todo nuestro ser al Reino de Dios.

            5.- Conversión al Reino de Dios. Hoy como ayer “el Reino de Dios sufre tensión y solamente los esforzados le dan alcance” (Mt 11, 12). Ser testigo del Reino es el gran desafío actual para los discípulos de Jesús, que fue el gran testigo del amor de Dios Padre al hombre con su vida, muerte y resurrección. Cristo nos recordó la primacía del Reinado de Dios: “Buscad sobre todo el Reino y su justicia; lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33). La buena noticia del Reinado de Dios, inaugurado en Jesús, no sólo ha de infundir sentido y alegría de la vida a los hombres, sino también pan, justicia y libertad, especialmente para aquellos que más lo necesitan. ¡Cuántos cristianos nominales hoy día! Vivimos tiempos en que se decanta lo que es cada uno y queda al descubierto una fe sin compromiso, la separación de fe y vida, la religión de herencia socio-familiar, la ignorancia religiosa, el fariseísmo y la rutina en la práctica de la fe.

La conversión del corazón a que nos urge la Cuaresma, además de expresarse en la vida y conocerse por sus frutos, tiene un sacramento que la encauza: la Penitencia o Reconciliación, el sacramento del perdón donde Dios nos reconcilia consigo y con los hermanos. La conversión se manifiesta también en la virtud de la penitencia que verifica el cambio que vamos operando en la dirección del Reino de Dios. De ahí el sentido penitencial de toda la vida cristiana.

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

       

1.- Esta parábola de la higuera infructuosa nos enseña a no ser sordos a las llamadas continuas del Señor a convertirnos y dar frutos de buenas obras; me empuja a estar presto y diligente para cumplir su santísima voluntad. En la descripción de la parábola vemos cómo el dueño ha plantado y rodeado a la higuera de toda clase de cuidados.  Échase de ver la solicitud del Señor por la higuera en que la tenía no en un terreno cualquiera, inculto, descuidado, donde no tuviera elementos de que nutrirse, sino en su misma viña, es decir, en tierra bien cuidada. En Pa1estina toda viña es un vergel y se cuida mucho y se trabaja con sumo cuidado; con lo cual los árboles en ella plantados es natural que prosperen notablemente y produzcan abundantes frutos, como plantas escogidas. Por eso vino el Señor “en busca de fruto”; y sin duda de lejos pensó que había de hallarlo, pues estaba la higuera llena de hojas y de lozanía.


2.- Varias interpretaciones pueden darse a este pasaje; pero para nuestro caso podemos ver representada en la higuera nuestra alma, plantada en la Iglesia, «vinea electa», viña escogida, y todavía dentro de esa viña, en porción elegida, en una familia de veras cristiana. Tiene, pues, Dios derecho a esperar frutos abundantes. Sin embargo nuestra conducta ha sido bien reprochable y suficiente a causar disgusto en nuestro Señor, como lo causó la esterilidad de la higuera en el dueño de la viña.

“Tres años seguidos que vengo a buscar fruto... y no lo hallo: córtala y échala al fuego”.  Y dictó una sentencia dura,  justa, pero no definitiva: tres años de cuidados, en tierra buena, daban fundado motivo a la esperanza, y el verse ésta fallida, era causa más que suficiente para excitar el enojo del propietario. Parece imposible que Cristo pueda pronunciar una sentencia así viéndole en el evangelio tan suave y manso, tan fácil en perdonar, como nos lo demostraron hechos repetidos del Evangelio, Zaqueo,la Magdalena, la adúltera, Pedro, etc.        

Sin embargo, contra los que no querían aprovecharse de la gracia se mostraba duro y severo. Recuérdense las terribles palabras pronunciadas contra las ciudades por Él evangelizadas, que no quisieron aprovecharse de su predicación: “¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han obrado en vosotras, tiempo ha que habrían hecho penitencia, cubiertas de ceniza y de cilicio. Por tanto, os digo que Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas en el día del juicio que vosotras” (Mt. 3).

¿Qué sería de nosotros, si las gracias que hemos recibido, las hubieran recibido otras almas? ¿No hubieran correspondido mucho mejor que  lo hemos hecho nosotros?  Sin embargo, vivamos tranquilos y si a Él acudimos, bien seguros podemos estar de lograr su perdón y gracia. Pero estemos alerta y apliquémonos lo que nos dice San Agustín «timeo Jessum transeuntem», temo el paso de Jesús junto a mi sin hacerle caso.

 

3.- Intervención del viñador. Aboga el viñador en favor de la higuera y logra sea suspendida la ejecución de la terrible sentencia. Tenía sin duda cariño a la higuera; acaso la había plantado él mismo y vísto crecer, prodigándola abundantes cuidados. Ahora se brinda a cuidarla con mayor solicitud haciendo con ella nuevas labores para que diera. Nada nos dice el texto evangélico de si el dueño de la viña accedió a la súplica; da a entender que sí, que terminó bien la parábola, como terminará nuestra vida, que regada por la palabra de Dios en este día, se decidirá a dar los frutos pertinentes. Todos nosotros tenemos al mejor abogado: “tenemos abogado ante el Padre” (1 Jo. 2.l), intercediendo continuamente por nosotros con su pasión y muerte por darnos vida. Oremos al Corazón amorosísimo de Jesús agradeciendo la bondad con que nos ama y nos brinda su perdón y su gracia. Confiemos y trabajemos.

 

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CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Josué 5, 9a. 10-12

 

         El paso del Jordán y la entrada en la tierra prometida están presentados como una réplica de los acontecimientos del Éxodo. El Señor detiene el curso del Jordán para dar paso a los israelitas, como lo había hecho en el mar Rojo; el caudillo del pueblo es aquí Josué, lo mismo que allí lo era Moisés; en el momento del Éxodo tiene lugar la primera circuncisión, aquí la segunda; la entrada en Palestina se inaugura con la celebración de la Pascua, fiesta que evocaba precisamente la liberación de la esclavitud egipcia. Esta presentación de los hechos subraya la importancia extraordinaria de la nueva etapa salvífica que empieza con la entrada en la tierra prometida, comparable a la inaugurada con la salida de Egipto. Esta misma idea quiere acentuar el autor sagrado cuando repite por dos veces que en este momento el maná y los israelitas empiezan a tomar de los frutos de la tierra santa.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Cor 5, 17-21

 

        La novedad de la existencia cristiana es absoluta: el creyente es un hombre nuevo. Así lo ha querido Dios, por cuya iniciativa Cristo asumió el servicio de reconciliarnos con Dios al precio de su muerte. Pablo se sabe apóstol de la reconciliación por el hecho de ser apóstol de Cristo. El texto es denso, teológicamente; la lectura recoge unos rasgos de esta nueva vida reconciliada en Cristo: el cristiano debe ser luz y caminar en ella desde el bautismo; ha de saber lo que agrada y desagrada al Señor y debe renunciar a la obras malas, poniéndolas en evidencia para corregirlas. Estas ideas están concentradas en un fragmento de un probable himno cristiano bautismal.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 15, 1-3

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La parábola de la misericordia relatada por San Lucas es digna de figurar en las antologías de la literatura universal; pero, sobre todo, en la memoria y el corazón de todos los hombres. Porque el contenido religioso de la vulgarmente llamada «parábola del hijo pródigo», que también podría llamarse «del hermano mayor» y, mejor aún, «del Padre misericordioso», nos afecta a todos: a los malos y los buenos, pues todos necesitamos convertirnos.

El problema para encajar esta parábola maravillosa es que hoy hemos perdido el sentido del pecado, y por lo tanto nos consideramos buenos, sin necesidad de arrepentirnos. Pero, precisamente por esta falta de sensibilidad moral, fruto de la inmoralidad reinante, donde hasta ofende hablar de pecado, necesitamos más que nunca la parábola de Jesús sobre la miseria humana y la misericordia divina, para recuperar la conciencia de culpa y el gozo del perdón.

 

2.- Según el diagnóstico de Jesús, el pecado es el mal uso de la libertad, simbolizada por ese tesoro reclamado por el pródigo: “Dame la parte de la fortuna que me toca”. Peor aún: el pecado es el alejamiento del Padre Dios, en un anticipo del infierno: “Emigró a un país lejano”. Y a nivel personal, el pecado es la pérdida de la propia dignidad: “Derrochó su fortuna, viviendo perdidamente” y cuidando cerdos, símbolo judío de la degradación.

Pero, si nos vemos retratados en el lado negativo del hijo pródigo, demos la vuelta a la moneda para imitarle también en su cara positiva. Lo primero que hizo y debemos hacer los pródigos de todos los tiempos es reconocer la propia miseria espiritual: “Recapacitando entonces se decía: Me muero de hambre”. Mas, para que el arrepentimiento sea eficaz, hay que dar el segundo paso, volverse hacia Dios: “Me pondré en camino hacia donde está mi Padre”.

 

3.- El tercer paso para la verdadera vuelta al hogar paterno es la confesión de nuestras culpas: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Convertirse es reconocer humildemente la realidad de nuestra conducta pecaminosa que nos hace indignos de ser llamados hijos de Dios: “Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”.

 Entonces nos encontramos con la gratísima sorpresa del hijo pródigo: el corazón de Dios. “Cuando aún estaba lejos, su padre le vio y se conmovió”. ¿Sabéis por qué no aparece en la parábola la madre? Porque el padre es símbolo de Dios, que une en su personalidad el amor paternal y maternal, porque Dios es Padre y Madre a la vez. El perdón prodigioso de Dios se encierra en esta frase entrañable: “Echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”.

Si el pródigo se creía indigno de llamarse hijo, el padre prodigioso le devuelve todas las prerrogativas de la condición filial: la gracia divina, simbolizada en el traje de fiesta y el anillo en la mano. Jesús nos dice que “hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia”. En esta parábola, el Padre celestial desborda de gozo, celebrando un banquete por la vuelta del hijo. ¿No le daremos esta dicha a Dios?

 

4.- El hijo mayor. Pero, si nuestra vanidad o ceguera no nos permite vernos retratados en el espejo del pródigo, entonces contemplemos a su hermano mayor, el «bueno» de la parábola. Tal vez nosotros somos de los que dicen a Dios: “Hace tantos años que te sirvo, sin desobedecer una orden tuya”. Felices, si es verdad que somos los hijos fieles del Padre, que pueden presentar realmente tal hoja de servicios prestados durante mucho tiempo. Sin embargo, ¿es todo bueno en nuestra conducta moral y religiosa? ¿O imitamos también al hermano del pródigo en sus defectos? Si él “se indignó y no quería entrar” a celebrar la vuelta de la oveja negra de la familia, con mucha frecuencia, los tenidos a sí mismos por buenos, albergan en su corazón ese rencor y desprecio por los malos, aunque se hayan arrepentido. Si somos así, aún no conocemos el abecé del cristianismo: amar a Dios y al hermano.

Por eso, también los llamados buenos necesitamos convertirnos a la fraternidad del segundo mandamiento, semejante al primero de amar a Dios: “Hijo mío, deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Recordemos la sentencia de Jesús, que antepone la reconciliación fraterna al culto de Dios: “Si cuando vas a ofrecer tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano, ve primero y haz las paces con él”.

5.- Otro defecto de los que se consideran buenos hijos de Dios es que se sienten mal correspondidos por Él, como el hermano del hijo pródigo: “Nunca me has dado un cabrito para merendar con mis amigos”. En lugar de sentirnos defraudados porque Dios no parece premiar nuestro servicio fiel de «católicos de toda la vida», paladeemos el gozo de que servir a Dios es el mejor premio: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.

Tenemos que elegir. Si somos el hijo pródigo del Dios prodigioso, convirtámonos de nuestros pecados, para poder participar del banquete eucarístico y celestial. Si somos el hermano fiel de la parábola, hermanemos el amor al Padre Dios con el amor a los hombres, porque Dios los ama como a nosotros.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La trilogía de las parábolas de la misericordia divina recogidas por San Lucas en el capítulo 15 de su evangelio constituye la representación más nítida de la búsqueda activa y de la espera amorosa de Dios con respecto a la criatura pecadora. Al realizar la «metanoia», el hombre pecador, por su conversión, como el hijo pródigo, vuelve a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado.

        San Ambrosio, comentando esta parábola del padre, pródigo de amor con respecto al hijo que se ha alejado de la casa del amor paterno, introduce la presencia de la Trinidad: «Levántate, date prisa en venir a la Iglesia: aquí está el Padre, aquí está el Hijo, aquí está el Espíritu Santo. Te sale al encuentro, porque te escucha mientras estás reflexionando en lo más íntimo de tu corazón. Y cuando aún estás lejos, te ve y corre hacia ti. Ve en tu corazón, y acude para que nadie te detenga, y además te abraza (...). Se arroja al cuello, para levantar al que yacía en tierra, y para hacer que quien ya estaba oprimido por el peso de los pecados e inclinado hacia las cosas terrenas, dirigiera nuevamente la mirada hacia el cielo, donde debía buscar a su Creador. Cristo se arroja a tu cuello, porque quiere arrancarte de la nuca el yugo de la esclavitud y ponerte en el cuello un yugo suave» (In Lucam VII, 229-230).

 

2.- El encuentro con Cristo cambia la existencia de una persona, como enseña el caso de Zaqueo; lo mismo sucedió a los pecadores y pecadoras que se cruzaron con Jesús a lo largo de su camino. En la cruz hay un acto supremo de perdón y esperanza dado al malhechor que lleva a cabo su conversión, su metanoia, su cambio de dirección en la vida, cuando llega a la última frontera entre la vida y la muerte y dice a su compañero: “Nosotros recibimos lo que hemos merecido con nuestras obras” (cf. Lc 23, 41). Cuando este malhechor implora: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”, Jesús le responde: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 42-43). Así, la misión terrena de Cristo, que comenzó con la invitación a convertirse para entrar en el reino de Dios, se concluye con una conversión y una entrada en su reino.

3.- El salmista canta: “De mi vida errante llevas tú la cuenta” (Sal 56, 9). En esta frase breve y esencial se contiene la historia del hombre que peregrina por el desierto de la soledad, del mal, de la aridez. Con todo, Dios nunca está lejos de su criatura, más aún, permanece siempre presente en su interior, de acuerdo con la hermosa intuición de San Agustín: «¿Dónde estabas entonces tú? ¡Y qué lejos! ¡Muy lejos, peregrinaba yo sin ti! (...). Pero tú estabas más dentro de mi que lo más íntimo de mi, y más alto que lo supremo de mi ser» (Confesiones, III, 6, 11).

Ya el salmista había descrito en un himno estupendo la inútil fuga del hombre de su Creador: “¿Adónde iré lejos de tu aliento?, ¿adónde escaparé de tu mirada? Si escalo al cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti; la noche es para ti clara como el día” (Sal 139, 7-12).

 

4.- El gozo de la reconciliación. La parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso tiene su clímax en el gozoso abrazo de reconciliación del padre al hijo menor que vuelve arrepentido. La parábola viene a decir: Así es Dios de bueno, de comprensivo, de indulgente,  tan lleno de misericordia y tan rebosante de amor como el padre que se alegra del retorno de su hijo.

Los observantes fariseos, quizá con buena voluntad, pero con estrechez de miras, se habían hecho una idea de Dios a su medida. Pero por la enseñanza y conducta de Jesús ven, o debieran ver, que no responde a la realidad. Dios es más compasivo y menos exigente de lo que ellos se imaginaban; por eso ofrece siempre a todos la posibilidad de un perdón que regenera a la persona para una existencia nueva, como al hijo perdido y recuperado. Cuando Dios perdona nuestros pecados rompe la ficha del archivo y comienza historial nuevo.

La parábola que nos ocupa es la escenificación de la misericordia de Dios, significado en el padre; es un canto al amor perdonador de Dios, es la síntesis de la Buena Nueva de Jesús; es una sublime radiografía del corazón de Dios Padre, de sus hijos los hombres, y de los hermanos entre sí; es, en suma, una muestra esplendorosa del gozo de la reconciliación.

A la Iglesia y sus ministros ha confiado Dios el mensaje y el servicio de reconciliar al hombre pecador con Él y con los hermanos. Por eso nos dirá Pablo en la Segunda Lectura de hoy: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro” (v.20). Sublime herencia eclesial que nos viene de Cristo: haber institucionalizado el perdón de Dios mediante un sacramento, el de la Penitencia, donde Dios Padre ha institucionalizado el abrazo con todos los hijos que vuelven a su casa, a su amor, a su corazón.

 

5.- También la misión de los Apóstoles comenzó con una apremiante invitación a la conversión. A los oyentes de su primer discurso, que estaban compungidos y preguntaban con ansia: “¿Qué hemos de hacer?”, San Pedro les respondió: “Convertíos y que cada uno de vosotros reciba el bautismo en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 37-38). Esta respuesta de San Pedro fue acogida con prontitud: “cerca de tres mil personas” se convirtieron en aquel día (cf. Hch 2, 41).

Después de la curación milagrosa de un tullido, San Pedro renovó su exhortación. Recordó a los habitantes de Jerusalén su horrendo pecado: «Vosotros renegasteis del Santo y del Justo… y matasteis al autor de la vida» (Hch 3, 14-15), pero atenuó su culpabilidad, diciendo: “Ya sé yo, hermanos, que obrásteis por ignorancia” (Hch 3, 17); luego los invitó a la conversión (cf. Hch 3, 19) y les dio una inmensa esperanza: “A vosotros en primer lugar Dios (...) lo envió para bendeciros, y para que cada uno se convierta de sus iniquidades” (Hch 3, 26).

 

 

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QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 43, 16-21

       

        En el destierro los creyentes desesperaban de su liberación y el recuerdo de la intervención pasada de Dios en Egipto no hacía más que agrandar su pena y agravar el esfuerzo por mantener la fe. El profeta les anima anunciándoles una nueva salvación tan estupenda que les hará olvidar la antigua. Tan seguro está el profeta que puede describir la esperada salvación.

        Las imágenes son fuertes. Dios, más que en abrir caminos en la mar, piensa en hacer del desierto un camino de retorno y un manantial para apagar la sed de su pueblo exiliado. Si el pueblo tuvo un gran pasado, el que Dios le concedió, tendrá un futuro aún mejor, el que está ya programado por Dios y puede ser visto ya por sus fieles. El recuerdo del buen Dios siempre alimenta la esperanza de encontrar un Dios mejor: lo mejor de Dios está siempre por venir, si se le recuerda para mantenerse fiel cueste lo que cueste.

       

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 3, 8-14

 

        En uno de sus raros pasajes autobiográficos, Pablo desvela su experiencia más íntima de Cristo Resucitado. El cambio en él operado no puede ser más radical ni menos inexplicable: todo su pasado de fidelidad y celo por la ley es ahora basura. Su presente está dominado por el conocimiento vivencial de Cristo y la misión de darlo a conocer a los gentiles.

Y el saber que, a pesar de poseer el premio que señala la meta de su vida, no lo tiene asegurado todavía, le hace seguir esforzándose; cuanto le queda por ver es mejor y mayor que lo ya visto. Quien se ha encontrado ya con Cristo sabe que le espera aún lo mejor de Él por conocer. Por eso él llena su tiempo desviviéndose por dar a conocer que sólo Cristo merece la pena.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 8,1-11

 

        QUERIDOS HERMANOS: 1.- La escena de este evangelio se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, dejarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, tú qué dices?”. No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores,  o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley: ¿Tú qué dices?

         Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “Tú ¿qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue. Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos  de los presentes... No lo sabemos, pero ellos se largaron.

Y el Corazón  de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca les lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado. 

 

        2.- Quiero recordar ahora para vosotros un hecho vivido por mí hace ya muchos años, pero que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma,  en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II  vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vió aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera  en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

        ¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos los pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

        Los ojos de Cristo son  lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

       

3.- Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley,  Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento  que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

        Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar.  Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. Dijo a la adúltera: “No quieras pecar más.”

 

        4.- En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”.

El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados. Venid a mi, no tengais miedo. Yo he venido al mundo para buscar lo que estaba perdido. Yo os amo.

 

        5.- Esta actitud de amigo --“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”--  la mantiene el Señor, después de la misa, en el  Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y  convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, para que, al contemplarle todos los días, vayamos contagiándonos y lleguemos todos a tener un  corazón limpio y misericordioso como el suyo.

        Querida hermana, querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. Para eso se ofrece y derrama su sangre en cada Eucaristía, para eso viene en la comunión; para eso se queda en el Sagrario, para animarnos, ayudarnos, revisarnos y purificarnos. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

 

 

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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 50, 4-7

 

        Yahvé capacita al siervo para cumplir su misión como consolador de los abatidos. Él está siempre a la escucha de lo que Dios habla, dispuesto siempre a cumplir su voluntad, aunque le acarree dolores y ultrajes. Expresa su confianza amorosa en Yavéh que le ayuda a soportar esos dolores. Al final, esa confianza salva al siervo, y le da la victoria sobre sus enemigos, aunque sea a través de la muerte.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 2, 6-11

 

        La perícopa es un himno cristológico que canta el misterio de la Encarnación, afirmando la existencia divina de Cristo; pero Cristo, en su vida humana, no retuvo su condición divina exigiendo honores, sino que se humilló y se vació de sí mismo para darse totalmente a los hombres muriendo en la cruz por ellos, por lo cual fue exaltado en su Resurrección y Ascensión, sentado a la derecha del Padre.

 

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 22-14-23,56

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Toda la reflexión de la liturgia de este día, Domingo de Ramos, podría compendiarse en dos palabras, probablemente gritadas por la misma gente a pocos días de distancia, y que expresan perfectamente el significado de los dos acontecimientos que recordamos en la presente liturgia dominical: “¡Hosanna!”, “¡Crucifícale!”. La palma y la cruz son los símbolos que mejor lo expresan y significan.

Con la aclamación “¡Bendito el que viene!”, en un arrebato de entusiasmo, las gentes de Jerusalén, agitando ramos de palmera, reciben a Jesús que entra en la ciudad montado en un pollino. Con el “¡Crucifícale!”, gritado dos veces en un «crescendo» de furor, la muchedumbre exige al gobernador romano la condena del acusado, el cual permanece callado y de pie en el Pretorio.

Nuestra celebración comienza pues con un “¡Hosanna!” y se remata con un “¡Crucifícale!”. La palma del triunfo y la cruz de la Pasión, lejos de constituir un contrasentido, es el corazón del misterio que queremos proclamar. Jesús se entrega voluntariamente a la Pasión, no se ve oprimido por fuerzas más poderosas que Él. Afrontó libremente la muerte de cruz y en la muerte triunfó.

Escudriñando la voluntad del Padre, comprendió que había llegado la “hora”, y la acogió con la obediencia libre del Hijo y con amor infinito a los hombres: “Sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).

2.- Hoy contemplamos a Jesús que se acerca al término de su vida y se presenta como Mesías esperado por el pueblo, enviado por Dios y venido en su nombre a traer la paz y la salvación, si bien de forma diferente a como lo esperaban sus contemporáneos. La obra de salvación y liberación que Jesús realizó continúa a lo largo de los siglos. Por ello la Iglesia, que firmemente lo cree presente, si bien invisible, no se cansa de aclamarlo en la alabanza y en la adoración. Una vez más, pues, proclama nuestra asamblea: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.

3.- La lectura de la página evangélica ha puesto ante nuestra mirada las terribles escenas de la Pasión de Jesús: su sufrimiento físico y moral, el beso de Judas, el abandono de los discípulos, el proceso ante Pilato, los insultos y escarnios, la condena, la calle de la Amargura, la crucifixión. Por último, el sufrimiento más misterioso: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Luego, un fuerte grito, y la muerte.

¿Por qué todo esto? El Prefacio, principio de la plegaria eucarística, nos brindará la respuesta: «Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y al resucitar, fuimos justificados».

Nuestra celebración significa por tanto agradecimiento y amor a aquel que se sacrificó por nosotros, al Siervo del Señor que, como anunciara el profeta, “no se rebeló, no se echó atrás, ofreció la espalda a los que lo golpeaban, no ocultó el rostro a insultos y salivazos” (ls 50, 4-7).

4.- La Iglesia del siglo XXI, sin embargo, al leer el relato de la Pasión no se limita a considerar exclusivamente los sufrimientos de Jesús, sino que se acerca con temblor y confianza a este misterio, sabedora de que su Señor ha resucitado.

La luz de Pascua desvela la gran enseñanza de la Pasión: la vida se afirma mediante la entrega total de un sí hasta arrostrar la muerte por los demás. No concibió Jesús su existencia terrenal como búsqueda de poder, como competición arribista por conseguir el éxito, como voluntad de dominio sobre los demás. Al contrario, renunció a los privilegios de su condición divina, asumió la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres, obedeció al proyecto del Padre hasta morir en la cruz. Así legó a sus discípulos y a la Iglesia una preciada enseñanza: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).

5.- ¿Qué vemos en la cruz que ante nosotros se alza y a la cual, desde hace dos mil años, el mundo no deja de interrogar y que la Iglesia no se cansa de contemplar? Vemos a Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre para devolver el hombre a Dios. Él, el sin pecado, está ahora crucificado ante nosotros. Está libre, si bien clavado al madero. Es inocente, aun bajo una inscripción que anuncia el motivo de su condena. Ningún hueso se le ha quebrado (cf. Sal 34, 21), pues es la columna portante de un mundo nuevo. Su túnica no ha sido rasgada (cf. Jn 19, 24), porque ha venido para reunir a todos los hijos de Dios que el pecado había dispersado (cf. Jn 11, 52). Su cuerpo no se arrojará al suelo, sino que se colocará dentro de una roca (cf. Lc 23, 53), porque no puede sufrir corrupción el cuerpo del Señor de la vida, que venció a la muerte.

6.- Queridos hermanos: Jesús murió y resucitó, y ahora vive para siempre. Él entregó su vida, pero nadie se la quitó; la entregó “por nosotros” (Jn 10, 18). Mediante su cruz nos ha llegado la vida. Gracias a su muerte y resurrección el Evangelio triunfó y nació la Iglesia. En este día repitamos con San Pablo:  “Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él” (2 Tm 2, 11). Porque solo Jesús es “Camino, Verdad y Vida” (cf. Jn 14, 6).

Entonces, “¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”. El Apóstol respondió también por nosotros: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

«¡Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, Verbo de Dios, Salvador del mundo!».

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS: Cuando leo el evangelio, los dichos y hechos de Jesús, me dejo interpelar por ellos, los medito e interiorizo, para terminar siempre hablando, dialogando sobre ellos con Él mismo. Y ese amor, como somos pecadores, se manifestará, desde el principio, en un sincero deseo de conversión, de ordenar nuestros criterios, afectos y acciones, que deberán conformarse con  los de Cristo. Aquí me juego mi amistad con Cristo, mi oración, mi unión, mi santidad.

        Hoy quisiera meditar con vosotros sobre la Pasión de Cristo, misterio de su amor apasionado al hombre, que tantas conversiones y tantas cimas de santidad ha conseguido en el corazón de creyentes y no creyentes, que se expresa maravillosamente en aquel soneto que todos nosotros, los que tenemos algunos años, aprendíamos de memoria de labios de nuestros padres:

 

No me mueve mi Dios para quererte

el cielo que me tienes prometido

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en esa cruz y escarnecido,

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme al fin tu amor y en tal manera

que, aunque no hubiera cielo, yo te amara

y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 

  ( Manda la liturgia de este día, que leída la Pasión, se tenga una breve homilía. Voy a ceder mi palabra a Santa Brígida en esta oración-reflexión que hace de la Pasión del Señor).

 

1.- ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA

 

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

        Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

        Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

        Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

        Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

        Honor a ti,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre sus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

        Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

        Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

        Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

        Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

        Honor por siempre a tí, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino. Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tu miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.» (De las oraciones atribuidas a santa Brígida, Liturgia de las Horas, III, pgs. 1391-93,).

 

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TERCERA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el Domingo de Ramos y la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de la borriquita, comenzamos la Semana Santa, la semana más importante de la Iglesia y de la fe católica en que celebramos anualmente los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Hemos venido preparándonos durante la cuaresma (40 días) y lo celebraremos durante el tiempo pascual (50 días), para rematar en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo. En este domingo aparece Jesús que camina libremente hacia la muerte. “Nadie me quita la vida, la doy yo libremente” (Jn 10,18).

Jesús no es sorprendido por lo que le viene encima, sino que lo conoce y desea que se cumpla. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15).

 Llama la atención la libertad con la que Jesús se enfrenta a su muerte redentora. Más que un reo, aparece como un juez poderoso, dueño de la situación. El secreto de todo ello está en el amor que mueve su corazón. Jesús no va a la muerte a empujones o a la fuerza, va libremente, como libre es el amor que le acompaña. Amor al Padre, al que se entrega en obediencia amorosa. Jesús conoce el plan redentor de su Padre Dios y ha entrado de lleno en esa voluntad de salvar a todos, entregándose a la muerte. Su obediencia es también un acto de amor a todos los hombres, por los que se entrega voluntariamente a la muerte para que nosotros recuperemos la dignidad de hijos de Dios.

Los sufrimientos de la pasión que le viene encima serán terribles. Sufrimientos físicos: azotes, corona de espinas, clavado en cruz, sed agotadora, muerte por asfixia. Sufrimientos sicológicos: humillación, tremenda humillación. Siendo hijo de Dios,Será tratado como un malhechor. Sometido a una sentencia injusta, él no abrió la boca. Tremendamente llamativo el silencio de Jesús a lo largo de la pasión. “Jesús, sin embargo, callaba” (Mt 26,62

Pero lo más misterioso es ese silencio de Dios, que le hace gritar a Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27, 46). Dios Padre no abandonó nunca a su Hijo, y bien lo sabía Jesús que el Padre nunca le abandona. Sin embargo, la zona inferior de su humanidad se sintió desgarrada ya desde la oración en el huerto de los olivoo. Jesús quiso tocar de esta manera tantas situaciones humanas donde el hombre al sufrir situaciones muy dolorosas piensa que Dios le ha abandonado y no es así como lo vemos en Cristo luego resucitado y salvador de todos nosotros.

Y Jesús ha pasado por ese trago, para que cuando nos toque pasarlo a nosotros no nos sintamos solos. Ha sido muy honda la humillación y el descenso hasta lo más inferior. Y es que será muy grande la exaltación por la resurrección. Bien lo expresa el himno que cantamos en la liturgia y que ya cantaban aquellos primeros cristianos como respuesta a la predicación de los apóstoles, y concretamente a la predicación del apóstol Pablo. “Cristo, siendo de condición divina... se despojó de su rango, obediente hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2, 6-11).

Queridos hermanos y hermanas: Entremos hoy de lleno en la semana santa, entremos con Jesús en Jerusalén, aclamémosle con palmas y ramos, uniéndonos al griterío de los niños y jóvenes que le aclaman como rey: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Participemos, pues, en la liturgia de estos días santos Especialmente participemos en la celebración litúrgica del triduo pascual, jueves santo en la tarde, viernes santo y vigilia pascual al atardecer. Y, si le acompañamos en la muerte, tendremos parte en la alegría de su resurrección. Las procesiones de Semana Santa sean todas expresión de este acompañamiento a Jesús que camina libre hacia la muerte para llevarnos a todos a la resurrección de una nueva vida. Santa Semana para todos y feliz Pascua de resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición

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SANTO TRIDUO PASCUAL

 

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR

 

(Para homilías del Jueves Santo pueden consultar mis libros: ¡TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR! o también ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B, Edibesa, Madrid).

 

PRIMERA LECTURA: Éxodo 12, 1-8. 11-14

 

La Pascua hebrea, si en un principio fue una fiesta litúrgica de pastores, andando el tiempo se convirtió en un rito puesto en relación con la gran experiencia religiosa de la liberación de Egipto, bajo la visible protección de Yahvé. Esa gran experiencia había de conmemorarse y vivirse periódicamente por todas las generaciones de Israel, que en la Pascua actualizaban la salida de la cautividad de Egipto y la marcha hacia la Tierra Prometida. La Pascua antigua como la Alianza antigua desembocaron en la nueva Pascua y en la nueva Alianza. La nueva Pascua se presencializa en la Eucaristía en la que Cristo actualiza, mediante su muerte y resurrección, la salida de la esclavitud de todos los hombres hacia la tierra prometida de la plena amistad y alianza con Dios Trino y Uno.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 11, 23-26.

 

Pablo recuerda a los corintios la enseñanza, recibida por revelación o por comunicación de los otros apóstoles, sobre la institución de la Eucaristía: nueva Pascua cristiana. El pan y el vino consagrados por el Señor son realmente su cuerpo y su sangre, es decir, son la vida completa del Salvador entregada para salvación de todos. La celebración eucarística es el memorial o evocación del sacrificio salvador de Cristo. El cristiano ha de participar en este misterio con plena conciencia de lo que hace y con dignas disposiciones.

 

EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA EUCARISTÍA: INSTITUCIÓN (Jn 13,1-15)

 

        QUERIDOS HERMANOS: En estos días solemnísimos de la Semana Santa Cristo en persona debería realizar la liturgia, porque nuestras manos son torpes para tanto misterio y nuestro corazón débil para tantas emociones. Pero Cristo con su presencia corporal e histórica, quiso hacerla  visiblemente sólo una vez, la primera, y luego, oculto en en el pan consagrado de la Última Cena y en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, quiso continuar su obra hasta el final de los tiempos.

Por eso, ya que indignamente me toca esta tarde hacer presente ante vosotros a Cristo en la Última Cena que estamos celebrando, os pido que me creáis, porque os digo la verdad, siempre os digo la verdad, pero hoy de una forma especial en nombre de Cristo, a quien represento, aunque mi pobre vida sacerdotal más que revelaros esta presencia de Cristo en medio de vosotros, alguna vez pueda velarla.

Os pido que me creáis, cuando os hable esta tarde de esta maravillosa presencia de Cristo en su ofrenda total al Padre por nosotros y nuestra salvación, de esta presencia para siempre en el pan consagrado; de su presencia también en el barro de otros hombres, los sacerdotes, y cuando os recuerde también su presencia en los hermanos, con el mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

 

1.- Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del Evangelio. Fue  hace ventiún siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo del tiempo y de sus fuerzas, instituyendo el sacramento de la Eucaristía, de su Amor extremo hasta la muerte y hasta el final de los tiempos. 

Aquel primer Jueves Santo de la Historia Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos porque sus palabras eran efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo... bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros..”. Y como Él es Dios, así se hizo, porque su poder y su amor es infinito, Él que hace el mundo, los claveles tan rojos, unos cielos de estrellas tan bellas e incontables.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe plena y total en la presencia real y verdadera de Cristo en el pan consagrado por Él en la Eucaristía como misa, comunión y sagrario. Porque Él está aquí. Siempre está ahí esperándonos con los brazos abiertos,, en el pan consagrado, pero hoy, Jueves Santo, día de la institución de este misterio casi lo vemos y barruntamos, sentimos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros manos sacerdotales o salir de nuestros sagrarios para vivir y establecerse en el corazón de cada uno de nosotros aquí presentes.

 

2.- Queridos hermanos, esta entrega, esta presencia de amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tenemos una fe viva y despierta en su presencia eucarística en la santa misa, en nuestras comuniones y en todos los Sagrarios de la tierra. Este Cristo Eucaristía nos está diciendo: Hombres, mujeres, niños, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, que os he venido a decir y conquistar para todos, Dios existe y os ama y por mi quiere se el camino y el alimento para la vida eterna, una vida que no terminará nunca ya, porque está llena Dios Trinidad, de su amor y felicidad infinitas.

Y Jesús en el evangelio de hoy nos viene a decir: Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que todo esto es verdad, y desde el Pan eucarístico os estoy diciendo que todo el evangelio es verdad, que el Padre existe y os ama por mí pan consagrado os alimentais para la vida eterna con Dios; yo soy“el testigo fiel” de todo esto que, y por estar convencido de ellas, vine a vosotros, me hice hombre y luego un poco de pan dando mi vida para que vosotros todos tengaisla tengais eterna, desde cada Sagrario y misa y comunión os lo estoy diciendo y haciendo: Yo soy el pan de la vida, el que come de este pan vivirá eternamente: Yo soy el pan de la vida eterna, el que come de este pan tiene la vida eterna”  porque“Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

También el sacerdote, que os está predicando en este momento,  se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad del amor de Cristo en  la Última Cena que estamos haciendo presente y celebrando esta tarde, pero todos vosotros que estais ahora aquí, dice el Señor, sois unos privilegiados porque me habéis descubierto en el pan consagrado, rezad por este mundo que se está alejadando de mí, de la eternidad de vida y gozo con Dios Trinidad.

Señor, todos los que estamos aquí creemos y confiamos en Ti. Sobre todo nosotros sacerdotes y religiosas con nuestra vida y entrega total te hemos demostrado que confiamos en Ti y vivimos para la vida eterna renunciando a muchas cosas de este mundo y todos, al pecado. Y en ratos de Sagrario o misa o comunión queremos que Tú nos incendies de amor y nos abrases, misas y comuniones más fervorosas, visitas todos los días a tu Presencia de amor en todos los Sagrarios de la tierra y te pedimos especialmente por todos los hombres y parte del pueblo cristiano que no cree en tu presencia de amor en los Sagrarios, ni viene a misa los domingos ni comulgan en su vid.

Señor, nosotros creemos en Ti porque Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones del primer Jueves Santo, Tú puedes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas no se comprenden si no se viven, solo se comprenden si amamos como Tú... y nosotros no podemos, sólo un corazón en llamas como el tuyo del primer jueves santo puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia humana, solo tu amor puede tocarlas y fundirnos en una sola realidad en llamas contigo, pan divino de Eucaristía. Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas en la Eucaristía, en la santa misa, en la Comunión, en todos los Sagrarios de la tierra.

 

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EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO

 

Queridos hermanos: El Jueves Santo es el día de la institución de la Eucaristía,pero también delSacerdocio católico que la realiza.Cristo hizo a los sacerdotes porque en el correr de los siglos vio una multitud necesitada de Salvación y hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad...Jesús hizo a los  sacerdotes encargados de amasar este pan de Eucaristía, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “Haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres de todos los tiempos, seguid vosotros y vuestros sucesores consagrando esta Hostia santa en mi nombre y así hizo Jesús a los sacerdotes, así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con su mismo poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. ¡Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder!

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la  salvación eterna, única y trascendente del hombre, y para eso tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados. Si tuviéramos más fe, pero fe viva, viva... ¡Qué grande es ser sacerdote!

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre y salvación de los hombres; para que nunca pasásemos hambre de eternidad y de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, Jeús hizo a los sacerdotes, como sembradores de eternidades y continuadores de su vida y misión salvadora y santificadora.

Aquella noche santa, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdote. La Eucaristía necesita esencialmente del sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo un sacerdote que la realice con el poder y el amor del Único Sacerdote, Jesucristo, y la siga adorándo con su vida.

 

4.-“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí..”.dice el Señor.Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”.  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos los hombres, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros mi misma vida de amor, de amor divino de Dios hecho hombre hasta morir por amor en la cruz para la salvación de todos y todo esto, todo, por amor gratuito, toda su vida, toda su muerte y resurrección se hacen presente por medio de nosotros, los sacerdotes, o mejor, de Cristo Sacerdote en nosotros y por nosotros…, qué misterio, qué grandeza ser sacerdote…y nosotros a veces, distraidos olvidando, estamos distraídos en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, pasamos poco ratos de amor ante el Sagrario, ante los sagrarios olvidados de nuestras parroquias, iglesias muchas veces sin presencia de amor diarias de sacerdotes o religiosos como amigos agradecidos al amor y confianza y responsabilidad de eternidades de los hombres nuestros hermanos que Dios ha puesto sobre nosotros,  pasamos ante el Sagrario como si el sagrario fuera un trasto más de la iglesia, sí, al que tal vez ponemos flores a veces, pero sin nosotros, sin nuestra presencia diaria de amor, sin nuestra amistad y compañía.

El Señor siempre nos está diciendo desde la Eucaristía: Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, sabiéndolo todo, sí, pero confiando en vuestra respuesta de amor... “Acordaos de mí…”

“Acordaos de mí…”Nosotros, Señor, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  traiciones y sufrimientos que sufriste entonces y por las de ahora, por tantos olvidos y distracciones e indiferencias nuestras y de tantos cristianos;  nosotros ahora, Señor, nos  acordamos agradecidos de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros: os amo, doy mi vida por vosotros, me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos. Tomad y comed, esto es mi cuerpo… vosoros sois mis amigos, nadie ama más que el da la vida por los amigos” y tú la das por todos en cada Eucaristía, en cada Sagrario como la diste entonces y ahora y por eso te recordamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

Jueves Santo, día grande cargado de misterios, día especial para la comunidad creyente, nuestro día más amado, deseado y celebrado, porque es el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús. Y por eso, en cada misa el sacerdote puede decir: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”… la mía, la de Gonzalo, no la de Cristo… y sin olvidar la tercera verdad y enseñanza de Cristo en el Jueves Santo: “amaos los unos  a los otros como yo os he amado”todos los que venimos a misa o comulgamos o visitamos a Cristo en el Sagrario tenemos que amar y amarnos como Él nos amó: tercera verdad que debemos meditar en el jueves santo para practicarla en nuestra vida, el amor fraterno que Cristo instituyó y quiere que vivamos los creyentes. Este mandato de amor del Cristo Eucaristía no lo debemos olvidar nunca sobre todo cuando cumulgamos y le visitamos en el Sagrario. Así lo deseo y lo pido en este día del Jueves Santo. Amén, así sea.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 1-15

       

QUERIDOS HERMANOS: 1.- Hoy es Jueves Santo y el Jueves Santo es anochecer de amores, de redenciones, de traiciones. Anochecer de amores de Cristo a su Padre y a todos los hombres, amando hasta los límites de sus fuerzas y del tiempo, mediante la institución de la Eucaristía, del Sacerdocio y del Mandato Nuevo. Es anochecer de la redención y salvación del mundo: anochecer de la Nueva Pascua y la Nueva Alianza.  Dios de rodillas ante sus discípulos y ante el mundo, para limpiar toda suciedad y pecados: anochecer del mandato nuevo. Anochecer de traiciones de Judas y de todos, de venta por dinero, anochecer  de un Dios que quiere servir al hombre y de unos hombres que quieren servirse de Dios.

Por eso, el Jueves Santo es amor, redención, entrega, traición y perdones, pero por encima de todo, el Jueves Santo es Eucaristía, mesa grande sin aristas, redonda, donde se juntan todos los comensales, en torno al pan eucarístico que unifica, alimenta y congrega, donde las diferencias se difuminan y el amor se agranda y comparte.

El hombre se mide por la grandeza y la profundidad de su amor y hoy es día de proclamar a Jesucristo como cúlmen y modelo de todo amor, amor que se hizo visible en aquel que se arrodilla ante sus íntimos, como si fuera su esclavo, aún del traidor; amor que se entrega y se da por nosotros en comida y en cruz; amor que desea la eternidad de todos los hombres con la entrega de su vida, porque, en definitiva, esto es la Eucaristía. Hoy sólo quiero deciros que Él existe, que Él es Verdad, que Él es Amor, que Él es sacrificio de salvación, que está aquí en el pan y en el vino consagrado. Y dicho esto, no quisiera añadir nada más para no distraeros de este misterio, para no ocultar con mi palabra  tanta verdad.

2.- ¡Parroquia de San Pedro, tú a los pies de Cristo, arrodíllate, aprende de Él a perdonar, a entregarte, a servir! ¡Parroquia de San Pedro, ponte de rodillas ante este misterio y pide fe y amor para adorarlo! ¡Parroquia de San Pedro, toda entera, por la Eucaristía, consúmete como la lámpara de aceite del Sagrario, mirando y contemplando a tu Señor; alumbra e indica con tu fe encendida esta incomprensible presencia del Amado y del Amor, mira y clava tus ojos en el pan consagrado hasta que lo transparenten y vean al Hijo Amado en canto de amor por el hombre, ansiado el  encuentro definitivo con Él sin mediaciones de ningún tipo!  Dile desde lo más profundo de tu amor: «¿Por qué pues has llagado este corazón/ no le sanaste, /y, pues me lo has robado,/ por qué así lo dejaste, /y no tomas el robo que robastes?/ Descubre tu presencia/ y máteme tu rostro y hermosura,/ mira que la dolencia de amor/que no se cura,/ sino con la presencia y la figura» (San Juan de la Cruz).

La iglesia parroquial es hoy un cenáculo donde Cristo va a hacer presente la cena pascual. El párroco presta  su humanidad a Cristo y se convierte en presencia sacramental del  Señor. Hay una numerosa concurrencia de invitados: hombres, mujeres y niños, la comunidad de sus íntimos en el siglo XXI. Estamos todos reunidos, la mesa preparada y Jesús hace presente ahora, de forma mistérica, todos los gestos, palabras y acciones de la Última y eterna cena.

Voy a recordar los dos gestos principales: Al celebrar la normal cena pascual judía, presenta una sustancial novedad a los ojos de sus discípulos. Al repartir el pan y la copa de vino, Jesús lo presenta como su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Los discípulos no entendían nada; pero Jesús ya les advierte que lo entenderán más tarde. ¿Cuándo? En el Calvario. Jesús anticipa en este gesto el sacrificio de su propia entrega culminado en la cruz y constantemente actualizado en la Eucaristía.

3.- Pero hubo un gesto más. Nos lo relata el evangelista Juan: “Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y tomando una toalla se la ciñe; luego echa agua en una jofaina y se pone a lavar los pies a los discípulos secándoselos con la toalla que se había ceñido”.

Durante la cena, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. ¿Cómo? Se puso a lavar los pies a los discípulos. Y, ¿qué importancia tiene eso?

En la época de Jesús este oficio estaba reservado exclusivamente a los esclavos y a los “tontos del pueblo” que no podían trabajar. Jesús se pone, una vez más, en el lugar de los esclavos y últimos. Pedro no lo puede consentir. ¡Cómo el Maestro y el Señor va a hacer este servicio indigno! Pero Jesús lo impone como gesto característico de su discipulado. Sólo entonces y por este motivo acepta Pedro. Después, Jesús vuelve al lugar presidencial de la mesa y como buen maestro les pregunta si han comprendido la lección. Y concluye: “os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo”.

Queridos hermanos: Celebrar la Eucaristía del Señor nos exige a todos, sacerdotes y fieles, estar dispuesto a lavar los pies de los hermanos, como gesto de amor. Ser discípulo de Cristo significa estar dispuesto a entregar la vida, a ser Cuerpo entregado y Sangre derramada para servir con humildad a los otros.

 Hermanos, éste es el gran ejemplo de humildad, de servicio, de caridad que Cristo nos da. San Juan no narra la institución de la Eucaristía y en su lugar pone el lavatorio de los pies. Para San Juan esto supone la Eucaristía, es presencia y efecto de la Eucaristía, es condición y efecto de la verdadera celebración eucarística. Por amor extremo es capaz de arrodillarse, de lavar los pies de sus criaturas, es decir, de echar sobre sí la suciedad de todos mis pecados y llevarlos a la cruz, para lavarlos con su sangre, en el fuego de un holocausto perfecto.

Señor Jesús, has elegido el camino de la humildad frente a la farsa social y la soberbia de este mundo; has elegido el camino de la entrega frente al utilitarismo y la avaricia de los que nos gobiernan y somos gobernados; has elegido el camino de la verdad frente a la mentira y la explotación de tantos mandatarios y poderosos; has elegido el camino de la cruz frente al éxito y la frivolidad que tantas veces domina nuestra vida.

4.- Después del lavatorio, entra en escena Judas. Jesús se sienta a la mesa y mientras comían, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarse unos a otros:”¿soy yo acaso, Maestro? Entonces preguntó Judas el que lo iba a entregar:¿Soy yo acaso, Maestro? Él respondió: Así es”.

Jesús ha ido consciente al suplicio, ha sabido quién lo entregaba:“Mi amigo me traicionará con un beso”; “El que meta la mano conmigo en el plato, me entregará en manos de los pecadores”. Terrible traición la de Judas, pero con ella Jesús iba a redimir también nuestras traiciones y cobardías y los de toda la humanidad. Ante esta traición, es lógico que el corazón de toda la asamblea aquí reunida tiemble esta tarde. Porque todos hemos pecado y todo pecado es una traición a su amor y la causa de su entrega sacrificial. 

“Era de noche”,dice San Juan. La noche es signo de pecado, de dolor y de muerte, de traiciones, noche oscura del inescrutable  misterio de Dios, que redime el pecado del mundo con la sangre y la muerte del Hijo. No hubo compasión para Él. En Getsemaní implorará la ayuda del Padre:“Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”,  pero el Padre está tan pendiente de la salvación de los hombres, desea tanto, tanto, que nosotros seamos de nuevo hijos suyos, que se olvida del Hijo por los nuevos hijos que va a conseguir.

«Hijo de Dios, -reza la liturgia griega-, Tú me admites como comensal en tu maravillosa Cena. Yo no entregaré tu misterio a tus enemigos. Yo no te daré un beso como Judas, sino que, como el buen ladrón, me arrepiento y te digo: acuérdate de mí, Señor, en tu reino».

Pero en esta noche, no celebramos tan sólo el día en que Jesús fue entregado, sino principalmente el día en el que nuestro Señor se entregó a nosotros y por nosotros:“ El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, lo bendijo y lo entregó a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en memoria mía...”. Entregar quiere decir que yo doy del todo una cosa, soltándola de mis manos para que pase a otra persona. Él se me ha entregado todo entero en este don sin reservas y la verdad es que no quiero defraudarle. Él ha hecho ya todo lo que tenía que hacer. Ya no tiene ningún dominio sobre este tesoro. Él sólo tiene que obedecerme, hacer y recibir lo que yo haga... Es Jesucristo, es el Hijo de Dios, el Padre me lo ha confiado y tengo que dar un día cuenta de ello.

¡Jesucristo Eucaristía, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida; también nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros Tú lo eres todo, nosotros queremos que lo seas todo! ¡Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios, Tú lo puedes todo!

Hermanos todos, parroquia y sacerdote de San Pedro, vosotros habéis recibido esta presencia corporal de Dios, cómo la cuidas, cómo la veneras, cómo lo agradeces. Aquí está el fundamento y la base y la escuela y la fuente de todo apostolado, de toda vida cristiana, de la vitalidad de todos los grupos, de todas las instituciones cristianas, de todas las catequesis, de toda la vida parroquial. 

Hoy es también día de la institución del sacerdocio. Quisiera terminar hoy con un texto de San Juan de Ávila: «El sacerdote en el altar representa, en la Eucaristía, a Jesucristo Nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón, que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas, que en la misma que celebró el Viernes Santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del mundo: “Et exauditus est pro sua reverentia”, como dice San Pablo. En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote, para conformarse en los deseos y oración con Él; y, ofreciéndose delante del acatamiento del Padre por los pecados y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda y honra y la misma vida, por sí y por todo el mundo. Y de esta manera será oído, según su medida y semejanza con Él, en la oración y gemidos» (Tratado del sacerdocio).

Cristo, permíteme levantarme en este momento de la cena, y salir apresuradamente afuera y poniéndome a la puerta de tu casa, gritar a todos los que llevan tu nombre sin amarte, sin tener hambre de ti, permíteme gritarles: Oh vosotros, los sedientos de plenitud de vida, de sentido y de felicidad, venid a las aguas... aún los que no tenéis dinero. Venid, comed y comprad sin dinero, bebed el vino sagrado sin pagar. Dadme oídos y venid; así esta tarde de Jueves Santo no habrá ningún espacio vacío en el mesa del Señor, así Cristo podrá llenar con vuestra presencia la ausencia de Judas, así se llenarán nuestros cenáculos, las iglesias del mundo entero, como muchedumbres inmensas, movidas como trigales por el viento de una sola fe y un mismo amor: Jesucristo Eucaristía.

 

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HORA SANTA ANTE EL MONUMENTO

 

CANTO

 

 

 

Pange, lengua, gloriosi

corporis mysterium,

sanguinisque pretiosi,

quem in mundi pretium,

fructus ventris generosi

Rex effudit Pentium.

 

In supremae nocte coenae

recumbens cum fratribus,

observata lege plene

cibis in legalibus,

cibum turbae duodenae,

se dat suis manibus.

 

 

MONITOR: Hermanos, esta noche en que la Iglesia conmemora la Última Cena del Señor y su oración en el Huerto de los Olivos, en las que quiso estar acompañado de sus íntimos, nos reunimos en torno al Sacramento de su Presencia real para recordar sus últimas palabras y recoger con ánimo agradecido los preciosos dones de la Eucaristía y del sacerdocio, cuya institución conmemoramos.

 

 

ORACIÓN DE TODOS LOS PRESENTES

 
        Señor nuestro Jesucristo, como Pedro, Santiago y Juan, que oyeron tu voz angustiada en el huerto de los olivos al decirles: “velad conmigo”, también nosotros esta noche la escuchamos y queremos estar muy cerca de ti.

        Hace poco que les has entregado tu cuerpo y tu sangre, hechos “alimento para la vida de los hombres”. Por eso hoy tu presencia, en medio de nosotros, es una realidad. Déjanos estar contigo. Tenemos mucho que agradecerte por tu legado a la iglesia en la Última Cena: institucion de la Eucaristia, institución del  sacerdocio  y mandato del amor fraterno. En la larga oración de aquella noche pediste al Padre por  todos lo que creeriamos en ti.

        Nosotros, fruto de tu oración y de  tu salvación, hemos venido a tu presencia para agradercerte todos estos dones, especialmente tu presencia eucarística, presencia de amigo, ofrecida permanentemente a todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida.

        Necesitamos pedirte muchas cosas para nosotros y para el mundo, como tú lo hiciste,  aquella noche en la cena, cena de la amistad, del sacerdocio y del amor fraterno, ampliamente explicado en todos los evangelios. Nosotros también  queremos orar y pedir esta noche en tu presencia eucarística, porque “el espiritu está pronto pero la carne es débil.” Y queremos, sobre todo, acompañarte en la noche en que te entregaste  en ofrenda sacrificial, en banquete de alianza y en amistad permanente en el pan consagrado, que adoramos y veneramos en estos momentos, y que eres Tú mismo, Jesucristo, vivo y resucitado.

        Acéptanos, Señor, en tu compañía. Queremos acompañarte en esta noche en que tanto sufriste por nosotros. Queremos corresponderte. Haz que sea así  fecundo en nosotros tu sacrificio redentor.

        Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros, Tú lo eres todo; nosotros queremos que lo seas todo.

        ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI!

        ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFÍAMOS EN TI!

        ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

 

MONITOR: El Señor esta noche nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Y no nos dejó. Se quedó perpetuamente con nosotros en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos.

 

LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS ll, 23-26:

       

“Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido; Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan  y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros, Haced esto en memoria mía.»

Lo mismo hizo con la copa, después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía».Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, prnclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva».

(SILENCIO MEDITATIVO)

 
MONITOR: Por eso nosotros hoy no tenemos por qué envidiar a la hemorroísa que tocó la fimbria de su vestido, ni a Zaqueo que le hospedó en su casa, ni a los hermanos de Betania que tanta veces se sentaron a la mesa con Él.

 

CANTO  (DE PIE)

 

 CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES, CANTEMOS AL SEÑOR…

 

MONITOR: Por eso, porque está aquí, nosotros podemos hablarle esta noche, como le hablaban las gentes de su tiempo en Palestina. Y lo vamos a hacer con las mismas palabras que sus oídos de carne escucharon entonces. Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús Sacramentado, repitiendo las palabras del Apóstol Santo Tomás:

 

(Ver el Manual de la Adoración Nocturna Española)

 

¡Señor mío y Dios mío!

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel.

Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo que ha venido a este mundo.

Señor, aumenta nuestra fe.

Creo, Señor, pero ayuda Tú mi incredulidad.

                                 __________________


Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.

Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.

                                 ____________________


Dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oídos que oyen lo que nosotros oímos; porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, oírlo y no lo oyeron.

Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Quédate con nosotros, Señor, que anochece.

Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros.

                                     _____________________

 

Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme.

Señor, que se abran nuestros ojos y veamos.

Explícanos, Señor, estas parábolas.

Señor, el que amas está enfermo.

Señor, danos siempre de ese pan, que eres Tú en la Eucaristía.

Señor, danos siempre de esa agua, que eres Tú, fuente de vida.

Enséñanos a orar.

 

MONITOR: Fieles a la recomendación del Señor y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro…                               

                                  

 

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SEGUNDA PARTE DE LA HORA SANTA

 

MEDITACIÓN EUCARÍSTICA

(Más  homilías y meditaciones en mi libro ¡TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR!, Edibesa,  Madrid )

 

MEDITACIÓN DEL JUEVES SANTO

 

QUERIDOS HERMANOS:

El Jueves Santo encierra muchos y maravillosos misterios. Pero el más grande de todos es la Eucaristía. “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado,” 1 Cor 11, 23), instituyó el Sacrificio Eucarístico de la Nueva y Eterna Pascua en su cuerpo “que se entrega” y en su sangre “derramada”. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos; la salvación no queda relegada al pasado, pues «todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos» (Ecclesia de Eucharistia, 11).

Es tan impresionante este misterio, que la misma liturgia, extasiada en cada  Eucaristía ante la grandeza de lo que realiza, nada más terminar la consagración, por medio del sacerdote, nos invita a venerar lo que  acaba de realizarse sobre nuestros altares, diciendo: «¡Grande es el misterio de nuestra fe!» Y el pueblo, admirado por su grandeza, exclama:  «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Tengo que confesar, sin embargo, que la liturgia copta supera en esta aclamación a la liturgia romana y me impresiona su respuesta extasiada ante el misterio eucarístico, que  acaba de realizarse. Con fuerza y con canto agradecido se dirige al Padre, dador de todo don: «Amén, creo, hasta expirar mi último aliento confesaré que esto es el Cuerpo dador de vida de tu Unigénito Hijo, de nuestro Señor y Dios, de nuestro Salvador Jesucristo. El cuerpo que recibió de la Virgen María, Señora y Reina nuestra, la Madre purísima de Dios. A su divinidad unió Dios ese cuerpo, sin mezcla, fusión o cambio. Creo que su divinidad no ha estado separada ni por un momento de su humanidad. Él es quien se dio por nosotros, en perdón de los pecados, para traernos la vida y salvación eternas. Creo, creo, creo que todas estas cosas son así».

Todavía lo recuerdo con emoción y fue hace años, en una  Eucaristía, celebrada en la cripta de los Papas, en la Basílica de San Pedro en Roma, cuando pude escucharlo por vez primera; quedé admirado de sus bailes y cantos ante el Señor.

Y la verdad es, queridos hermanos, que para el hombre creyente, no son posibles otras palabras ante el misterio realizado por el amor extremo de Cristo en la noche suprema. La Iglesia, que en los Apóstoles recibió el tesoro y las palabras de Cristo, no recibió, no pudo recibir explicación plena del mismo, porque la palabra siempre será pobre para expresar el inabarcable amor divino. Heredó de Cristo gestos y palabras: “Haced esto en memoria mía”, y ella, fiel a su Señor, por la liturgia, realiza con fe inconmovible lo mandado.

        «Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra salvación» (LG 3). Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe, de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega “hasta el extremo” (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida» (Ecclesia de Eucharistia, 11b).

El apóstol Juan, que en la Última Cena ocupó el lugar inmediato a Jesús, quedó marcado profundamente por la experiencia de esta hora. Lo que vivió en aquellos momentos, lo expresó en estas palabras, que tantas veces hemos repetido:“Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Por lo tanto, para Juan y para todos nosotros, la Eucaristía es amor extremo de Jesús a su Padre y a los hombres.

Durante dos mil años, los hombres han luchado, han reflexionado, han rezado para desentrañar el sentido de este misterio. Y no hay más explicación que la de San Juan: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1 Jn 4, 10). 

Jesucristo es Amor extremo de Dios a los hombres. Por eso no dudo en expresar mi temor al tratar de explicar el contenido de lo que Cristo realizó aquella noche cargada de misterios. Lo que Jesús hizo transciende lo humano, todo este tiempo y espacio. Sólo la fe y el amor pueden tocar y sentir este misterio, pero no explicarlo.

Para acercarse a la Eucaristía, como ella es todo el misterio de Dios en relación al hombre, toda la salvación, todo el evangelio,  hay que creer no sólo en ella, sino en todas las verdades que la preparan y preceden: hay que creer en el proyecto de amor eterno y gratuito de un Dios Trino y Uno que me crea sin necesitar nada absolutamente del hombre, sino sólo para hacerle compartir eternamente su misma dicha: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El  nos amó…”  y la lógica de sentido añade: nos amó primero, cuando no existíamos; si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir una eternidad de gozo con Él; si existo,  es porque Él, viéndome en su inteligencia infinita me amó, y con un beso de amor me dio la existencia y me prefirió a millones y millones de seres que no existirán nunca.

En segundo lugar hay que creer que, perdido este primer proyecto de amor sobre el hombre, por el pecado de Adán, Dios no sabe vivir sin él y sale en su busca por medio del Hijo; es la segunda parte del texto antes citado: “y entregó a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1 Jn 4, 9-10); “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10, 5).

«Este aspecto de caridad universal sacrificial del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir “Este es mi cuerpo”, “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre”, sino que añadió “entregado por vosotros…derramada por vosotros” (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvacion de todos» (Ecclesia de Eucharistia, 12).

Cristo es la manifestación del amor extremo e invisible de un Dios-Trinidad, Amor infinito que me ha llamado a compartir con Él su eternidad trinitaria de gozo y felicidad; hay que creer que Cristo me revela y me manifiesta este amor desde la Encarnación hasta la Ascensión a los cielos, para seguir adorando la voluntad del Padre y salvando a los hombres; hay que creer que la Eucaristía  es el compendio y el resumen de toda esta historia de amor y salvación que se hace presente en cada Eucaristía, en un trozo de pan; hay que creer sencillamente que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir, por eso no tiene más remedio que amarme y perdonarme, porque eso le hace ser feliz. Y ahora pregunto: ¿por qué me ama tanto, por qué me ama así? ¿Qué le puedo dar yo a Dios que Él no tenga?  “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.

La Eucaristía es amor extremo de Dios Trinidad por su criatura, algo inexplicable, incomprensible para la mente humana, pero realizado por su Hijo para salvación de todos, por obra del Espíritu Santo, para cumplir el proyecto del Padre, para alabanza de gloria de los Tres y gozo de los hombres, de aquellos que creen en Él y viven enamorados de su presencia eucarística.

Los hechos, que ocurrieron aquella noche, todos los sabemos, porque hemos meditado en ellos muchas veces,  especialmente en estos días de la Semana Santa. Después de la cena pascual judía, Cristo ha tomado un poco de pan y ha dicho las palabras: “Tomad y comed, este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; “Tomad y bebed, esta es mi sangre que se derrama por la salvación de muchos...”Y a continuación, ha instituido el sacerdocio con el mandato de seguir celebrando estos misterios: “Haced esto en conmemoración mía”. Este Jueves Santo vamos a reflexionar un poco sobre estas palabras de Jesús  profundizando más en su contenido: “Haced esto en conmemoración mía.”

Lo primero que quiero explicar esta tarde es que la Eucaristía es memorial, no mero recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Recordar es traer a la memoria un hecho que no se hace presente y por eso lo evocamos mediante el recuerdo: por ejemplo, todos los años celebramos nuestro cumpleaños, pero no hacemos presente el hecho de nuestro  nacimiento. Cuando digo memorial, sin embargo, quiero expresar más que esto; no es simple recuerdo, sino que, al recordar, se hace presente el hecho mencionado.

Por eso, al afirmar que la Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, afirmo y creo que en cada Eucaristía se hacen  presentes, se presencializan estos hechos salvadores de la vida de Cristo, su pasión, muerte y resurrección; es más, se hace presente toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su Ascensión a los cielos. El recuerdo no hace presente el hecho y menos tal y como aconteció. El memorial sí lo hace presente, superando las dimensiones del espacio y del tiempo, hace presente a las personas y sus sentimientos; en la consagración, es como si con unas tijeras divinas se cortase toda la vida de Cristo, desde que se ofreció al Padre hasta que subió a los cielos, y se hicieran presentes sobre el altar, con las mismas palabras y gestos,  los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo.

Cuando afirmo que la Eucaristía es un memorial, afirmo que la Eucaristía hace presente a Jesús y todo lo que Él hizo y vivió y padeció y sintió. Por ella y en ella está tan real y verdaderamente presente Jesús, como lo estuvo en aquella Noche Santa; en cada Eucaristía está en medio de nosotros, como lo estuvo en Palestina y ahora en el cielo. No es que vuelva a sufrir y a derramar sangre ni a repetir aquellos mismos gestos y palabras, sino que todo aquello cortado por la tijeras divinas se hace presente en cada Eucaristía, lo diga el Papa o cualquier sacerdote, siempre el mismo hecho, las mismas actitudes, los mismos y únicos sentimientos, porque no hay más Eucaristía que una, la de Cristo, la que celebró aquella Noche Santa y que los sacerdotes hacemos presente en cada Eucaristía, por el mandato de Cristo: “Haced esto en conmemoración mía”.

Hoy, Jueves Santo, recordamos todos hechos y dichos de Jesús, especialmente los de la Última Cena, que se hacen presentes. Y los hacemos presentes, recordando; mientras que Jesús, en la Última Cena, los hizo presentes, anticipándolos, «profetizándolos». En cada Eucaristía me encuentro con el mismo Cristo, con el mismo amor, las mismas palabras, la misma entrega, el mismo deseo de amistad... no hay otro ni otras actitudes, ni se repiten, son la mismas y únicas del Jueves Santo y de toda su vida, única e irrepetible, que se presencializan, se hacen presentes, como aquella vez, en cada Eucaristía. Bastaría esto para quedarme en contemplación amo rosa después de cada consagración, después de cada Eucaristía, hoy y todos los días.

 La Eucaristía necesita para ser comprendida ojos llenos de fe y amor, no sólo de teología seca y árida o de liturgia de meros ritos externos, que no llegan hasta el hondón del  misterio. Qué poco y qué superficialmente se contempla, se adora, se medita, se comulga, se penetra en la Eucaristía. “Cuantas veces comáis este pan y bebáis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva”: Es decir, cada vez que comulgamos, entramos en comunión con el acto único que selló la nueva Alianza, nos quiere decir San Pablo. Veneremos y adoremos este amor de Cristo presente entre nosotros no como puro recuerdo sino como aquella y única vez en que realizó estos misterios preñados de ternura y salvación para el hombre.

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación, invocando su nombre”, dice el salmo; claramente nos indica cuáles deben ser nuestras disposiciones y nuestra respuesta admirativa ante este misterio. Alabar y bendecir, “benedicere,” decir cosas bellas al Señor, por tanta pasión de amor y entrega hacia todos los hombres.

 En primer lugar, la Eucaristía, ofrecida por Cristo al Padre en cumplimiento de su voluntad, es el sacrificio de adoración y alabanza a la Santísima Trinidad, porque en ella Cristo le entrega en obediencia lo que más vale, su vida, y hace así el acto de adoración máximo que se puede hacer.

Por eso, la Eucaristía es el «sacrificium vital», el sacrificio por excelencia. Cada vez que la celebramos, damos al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo el mayor culto y veneración posible en la Iglesia, superior a todos los demás juntos. Y por eso también, la vida y el ministerio y las ocupaciones y la profesión de cada uno de nosotros, seglares y sacerdotes, deben estar  preñadas de esta alabanza y adoración de Cristo a Dios Trino y Uno, uniéndonos a Él en una sola ofrenda,  transformándonos todos en el mismo «sacrificium crucis,» que se convierte en el sacrificio de la adoración perfecta a Dios. De aquí sacan sus deseos de victimación y alabanza y de adoración las almas eucarísticas, de aquí los santos sacerdotes, las santas y santos religiosos, madres y padres cristianos, todos los buenos cristianos que han existido y existirán, ofrecen sacrificialmente su vida con Cristo al Padre.

El memorial de la muerte y resurrección de Cristo sigue siendo, por ese amor de Cristo, obedeciendo en adoración al Padre hasta el extremo, la fuente de remisión de deudas y pecados. La Eucaristía es la fuente del perdón, tiene más poder y valor que la confesión, porque de aquí le viene a este sacramento toda su capacidad de perdonar: de la muerte y resurrección de Cristo. Este paso pascual de la muerte a la vida en ningún sacramento tiene su plenitud como en la santa Eucaristía. Aquí vuelve Dios a darnos la mano, a renovar el pacto y la amistad, la alianza que habíamos roto por nuestros pecados. No hay pecado que no pueda ser perdonado por la fuerza de la Eucaristía, aunque el canal de esta gracia la Iglesia lo administre también por el sacramento de la Penitencia.

Y como Cristo es el Amado del Padre, el Hijo predilecto, cuando queramos pedir y suplicar al Padre, por vivos y difuntos alguna gracia de cuerpo y alma, ningún mérito mayor, ninguna fuerza convincente mayor, nada mejor que ponerle al Padre, delante de nuestras peticiones, al Hijo amado, por el cual nos concede todo lo que le pidamos. 

       

 

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VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 52,13-53.12

 

        El poema describe la pasión salvadora y gloriosa del siervo de Yahvé; atribuido a Isaías, está escrito siete siglos antes de la Pasión del Señor, pero es tan asombrosa su coincidencia con el texto histórico de San Juan que más bien parecen contemporáneos. Si Juan nos habla de Cristo traicionado, insultado, abofeteado, desfigurado, coronado de espinas, escarnecido y presentado al pueblo con mofa como rey, Isaías lo hace igual siete siglos antes.

        Los hombres huyen de Él, le desprecian como castigado por Dios. Pero su dolor descubre no su propio pecado, porque es inocente, sino el pecado del pueblo. El castigo que pesa sobre Él es salvador: sufre en lugar del pueblo, para reunirlo. El siervo acepta este plan de Dios, consciente de que le lleva a la muerte. Pero Dios le asegura la exaltación después de la muerte: los salvados serán su herencia. Cristo es el siervo de Yahvé, se entrega a la muerte por el pueblo. La resurrección constituye su exaltación gloriosa. Los cristianos son su herencia: “Mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de Él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. É1 soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso,  herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre Él, sus cicatrices nos curaron”.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9

 

        En este pasaje de la Carta a los Hebreos Jesús es presentado como Hijo de Dios, pero no tan distante de nosotros que no pueda compadecerse de nuestras debilidades y flaquezas: “Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios. Mantengamos firme la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas”. Pero este Sumo Sacerdote es a la vez la víctima del Sacrificio por el cual fuimos salvados. Al ser víctima, ha experimentado en su vida, especialmente en su pasión, todos nuestros sufrimientos, flaquezas y debilidades, menos el pecado: “Probado en todo, como nosotros, menos en el pecado”.     Y continúa luego la Carta con un texto que parece  como un eco de la oración del Señor a su Padre en Getsemaní: “Pues Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte…”. Pero no sufrió inútilmente, sino que: “llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna, para todos los que le obedecen”.

 

 PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN 18, 1-19,42

 

PRIMERA PALABRA

 

“PADRE PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lc 23, 33-37).

 

"Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen... Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!”(Lc 23, 33-37).

"Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: Soy Hijo de Dios"(Mt 27, 41-43).

 

“Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos"(Mc 15, 32).

 

El pueblo ya había hablado; ahora observa impasible lo que está ocurriendo y asiste a una diversión acostumbrada. Algunos que pasaban por allí le insultaban y, meneando la cabeza, decían… ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz! (Mt 27, 39-40) Blasfemias, burlas e injurias contra el condenado. Es la influencia de la muchedumbre, que grita instigada por los jefes, bajo el impulso de la emoción. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. El pueblo, ayer y hoy, puede ser víctima de la mentalidad dominante, de la opinión pública, que a menudo coincide con la opinión publicada. Prefieren el éxito propio a la verdad. De esta forma, el miedo y la cobardía han sofocado la voz de la conciencia; la reputación social pisotea la justicia; y el inocente es maltratado, condenado y asesinado.

Las autoridades judías (sumos sacerdotes, escribas, ancianos) allí presentes también se burlan de Jesús. ¡Si es el Mesías de Dios… que le salve ahora; si a otros salvó… que baje ahora de la cruz y creeremos en él! Es la actitud de los prepotentes frente al humillado; la burla de los arrogantes ante el débil indefenso; la gloria de los vencedores que ansían el poder. Se ríen de Jesús. Se burlan de quien está sufriendo. Su actitud es un insulto no sólo a la justicia, más aún a la dignidad humana. La ironía de sus palabras y gestos son caricatura de una tarea al servicio del bien común. Defendían a Dios de un blasfemo, matando injustamente a un hombre. Se burlan del médico que ayudó a otros y no puede ayudarse a sí mismo (Mt 27, 42); del que confió en Dios y ahora no le ayuda.

Los soldados romanos también se burlan, insultan y torturan a Jesús: si tú eres el rey de los judíos... sálvate a ti mismo. Después del ajetreo nocturno, habían considerado una merecida diversión golpear y abofetear a Jesús en el cuartel romano. Se limitan al cumplimiento mecánico de la condena: crucificar a tres malhechores con la cruel rutina de los matarifes. Su ambicioso egoísmo les lleva incluso a rivalizar por las ridículas ropas de los ajusticiados. Refleja la sinrazón errada de los verdugos a sueldo, la crueldad absurda de los criminales, que se divierten con el dolor de los demás.

        Por tanto, el pueblo ríe y calla, con la ignorancia del que ha sido manipulado. Las autoridades judías ríen y desafían a un blasfemo idólatra, con la satisfacción del que ha vencido. Los soldados romanos ríen y ejecutan a un rebelde, con la conciencia del deber cumplido. Todos se ríen. Todos le echan en cara su doctrina, dudan de su mesianidad: Si eres el Hijo de Dios, que te salve ahora (Sal 22, 8-9). Todos exigen pruebas evidentes y signos visibles del extraordinario poder que tuvo con otros: Baja de la cruz. En este preciso momento: Ahora. Si eres capaz de hacerlo, creeremos en ti.

¿Cuál fue la actitud de Jesús? Abruma su silencio ante las acusaciones. No entra en la provocación violenta de sus amenazadores, porque sabe que la agresividad aumenta la violencia. Su silencio es la respuesta al odio. Indefenso ante el despiadado sarcasmo humano y humillado por las burlas, no baja de la cruz; está dispuesto a entregar su vida al Padre para la salvación de todos. Es el misterio del Jesús sufriente y mudo ante el misterio del mal y de la muerte.

Él, que desde el inicio de su ministerio público había enseñado a sus discípulos: Sed compasivos con todos y perdonad (Lc 6, 36-37).

Él, que a la pregunta de Pedro: ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? (Mt 18, 21-22), le había respondido: ¡siempre! Él, que nos enseñó a orar: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Él, que aconsejaba: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persigan (Mt 5,44).

Él, que salva la vida de la mujer adúltera a punto de ser lapidada y la perdona (Jn 8,11), como a tantos otros pecadores y enfermos… Ahora, perdona, disculpa y ora por sus torturadores. No se deja llevar por la venganza ni grita contra sus adversarios. Simplemente perdona. El perdón es su respuesta al látigo, la mofa y al verdugo. Disculpa, incluso a sus ejecutores: no saben lo que hacen. Y ora e intercede por ellos ante el Padre (Is 53, 12): al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia (1 P 2, 23).

        Es la actitud de Cristo, y ha de ser la actitud de los cristianos. Bien sabemos todos que no es fácil. Cuando condenamos a quien nos condena; cuando juzgamos a quien nos juzga; cuando perdonamos y no olvidamos… no perdonamos. Seguimos con la antigua ley del talión que equiparaba el castigo al daño producido (Ex 21,25). Cristo perdonó porque tuvo compasión; y el cristiano perdona como Cristo porque «padece con» sus prójimos. Éste es el mensaje de la cruz, que no es lugar de amenaza, venganza o condenación, sino de compasión y misericordia siempre y con todos (Mt 18, 21; Gn 4, 24).

 

ORACIÓN:

Señor Jesús, ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar?¿Por qué nos cuesta tanto querer? Desde la cruz hablas de perdóna una cultura que busca la prepotencia, la competitividad y el ser los primeros;

desde la cruz das ejemplo de perdón a familias marcadas por la división, la ruptura y el no hablarse;desde la cruz perdonas a quien se burla, desprecia y tortura. Nuestra sociedad no entiende de perdón; es signo de debilidad contracultural;de humillación en la que se pierde la razón.

Y sin embargo, al contemplarte crucificado,comprendemos que

quien mira a la cruz es libre;quien mira a la cruz no tiene miedo;quien mira a la cruz perdona.

 

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VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En la cruz casi infinitamente grande y dolorosa, formada por nuestros delitos y pecados, quiso Cristo ser clavado para redimir al mundo y al hombre de su condena.

        En esta tarde memorable del Viernes Santo, la sombra gigantesca de un crucificado se desploma aplastante de dolor y de tristeza sobre nosotros, sobre nuestras cabezas, sobre nuestros corazones y sobre nuestros ojos.

        A la sombra de  esta cruz formada por nuestros pecados debemos permanecer silenciosamente hasta la mañana pascual de la resurrección, porque Jesucristo Dios de amor por los hombres ha muerto en su humanidad que había asumido para salvarnos. No se trata de la muerte de un hombre santo, sino de un hombre en quien Dios se encarnó y se hizo presente con nuestra carne para poder sufrir por el hombre y demostrarle su amor.

Es un hecho único e inaudito que no existe en ninguna otra religión, y que nosotros no podríamos haber ni sospechado si Él no nos lo hubiera revelado y realizado con palabras y gestos muy reales y concretos, que sobrepasan toda comprensión puramente humana. Es una realidad, un hecho que si lo creemos es para quedarse aquí para siempre y morir de amor por Él como Él murió por todos nosotros.

        Debió ser un espectáculo impresionante. El Evangelio lo expresa así: “Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera morías, dijo: verdaderamente este hombres era Hijo de Dios.” Igual la multitud de personas que lo habían presenciado y que, “golpeándose el pecho”, marchaban a sus casas.

        Nosotros también, Señor, contemplándote esta tarde del Viernes Santo clavado en la cruz, no podemos menos de admirarte, venerarte y reconocer tu amor, que te hizo pasar por dolores y humillaciones y sufrimientos atroces de todo tipo para que el hombre no dudase nunca del amor y perdón del Padre. Era yo el que tenía que sufrir esos dolores por mis pecados, éramos nosotros los que merecíamos tanto escarnio, tantas humillaciones por nuestras infidelidades; éramos nosotros los que estábamos condenados a morir con muerte eterna por nuestros pecados, pero Tú quisiste sufrirlo todo por nosotros para librarnos a todos los hombre de la condena a muerte merecida por nuestros pecados.

         Por eso, Señor, tu cruz y tus sufrimientos me echan en cara en pirmer lugar mis pecados y mis faltas de amor, todos mis pecados, todas mis cobardías en seguirte cuando me exiges el cumplimientos de tus mandamientos y evangelio, son un reproche vivo y sangrante contra mi faltas de amor, de entusiasmo, mi flojedad, mi rutina, ni pereza en el seguimiento de tu vida y consejos evangélicos. Tú eres inocente, yo soy el culpable. Mis pecados y mis faltas de amor te crucificaron. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, lo que hacemos muchas veces en nuestras vidas. Por eso, hoy, Señor, la verte sufrir y clavado en esa cruz, no basta llorar, tengo que amarte, convertirme de verdad a tu amor, hacer cambios en mi vida.

        Si, queridos hermanos, “Consumatum est”, todo está ya terminado, consumado, conseguido, su salvación y nuestro perdón. Lo acaba de decir Cristo desde la cruz: “Consumatum est”, Todo esta rematado. Entre todos hemos matado a Cristo con nuestros pecados. Ya no podemos volvernos atrás. Porque todos hemos pecado. Tenemos por eso las manos aún  manchadas, teñidas de sangre y con salpicaduras sobre nuestro cuerpo pecador y sobre nuestro rostro que ha injuriado a Dios con palabras y juicios contrarios al evangelio, no cumpliendo la voluntad del Padre.      Nos dijeron siempre que el hombre no puede vencer a Dios, pero en esta ocasión lo hemos logrado por nuestros pecados y del mundo y sobre todo por su exceso de amor de su parte.

Ha sido la única vez que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las razas nos hemos puesto de acuerdo para hacer algo memorable, algo imponente, algo que ya nada ni nadie podrá borrar de la historia. “consumatum est” Todo ha sido consumado, realizado por el amor más extremo e infinito que existe y puede existir: que Dios ha muerto. Hemos merecido que por amor entregado Dios entregue su vida por sus criaturas. Eso es un Cricifijo: el amor extremado de un Dios hecho hombre para poder morir por el hombre, por sus criaturas que no lo quieren y reconocen. Porque si tú, querido hermanos, le amas a Cristo y te acercas a Él crucificado, El se descuelga y te abraza con esos mismos brazos de Amor. Hagámoslo un momento ahora porque Él lo está esperando y lo merece y… lo necesita en estos tiempos de políticos ateos y sin fe y amor. (Silencio)

Los teólogos y los filósofos nos dijeron que Dios no podía morir porque su poder es infinito; pero no sabían que su amor es infinito también y lo puede hacer en carne humana. Por eso se encarnó y se hizo hombre. Que vengan los teólogos y lo vean. Pero sobre todos que nos lo expliquen los místicos de todos los tiempos que lo han sentido y vivido.

 

        2.- “Consumatum est… todo está cumplido””. Vamos a ver, Jesús, esto sólo lo puede decir uno que sabia lo que iba a pasar. Luego Tú, Jesús, lo dijiste porque sabías lo que te iba a suceder. Entonces, perdona, Señor, pero no mereces compasión porque Tú lo sabías, lo sabías y no lo evitaste, lo has cumplido y sufrido todo por amor.

Entonces, perdona Jesús que te lo diga, Tú estuviste loco, Tú estás loco de amor a los hombres, a cada uno de nosotros, tú me amas locamente porque era yo quien merecía esos sufrimientos por mis pecados. Tú te has buscado esta locura de sufrimientos y deprecios, esa muerte, estos sufrimientos; Tú sabías que muchos te escupirían, que te crucificarían con su desprecios, pecados, con sus falta de fe en tu amor, Tú sabías que el crucifijo y el crucificado no significarían nada en la vida

de muchos hombres, incluso bautizados, que quitan imágenes y crucifijos de sus casas, habitaciones, despachos, Tú sabías que te dejarían solo, abandonado camino del Calvario porque se avergonzarían de ti en la televisión, en la prensa, Tú lo sabías todo y, sin embargo, dejaste que te clavasen en la cruz para que el Padre los perdonase a todos, nos perdonase todos nuestros pecados y para que nosotros nunca dudásemos de tu amor, del amor de un Dios infinito que nos crea y caídos y alejados de su amistad por el pecado, se hace hombre viene a nuestro encuentro de salvacion y para eso y por eso se deja clavar en la cruz por todos nosotros, para que volvamos a tener vida de amistad contigo y con Dios Padre y se no abriesen las puertas del cielo eternamente. Tú estuviste loco de amor. El crucifijo es la mayor muestra de amor y pasión por el hombre que existe en el mundo y nosotros lo creemos y lo besaremos siempre, especialmente en este día.

        3.- Por eso, “consumatum est”, todo está terminado por el amor loco, infinito y apasionado de un Dios loco de amor por su criatura. Había olvidado que Tú antes de morir habías dicho que “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”, Tú eres el mejor amigo del hombre, el mejor amigo que tengo, que existe y puede existir, porque eres infinito amando. Tú eres Amor y si dejas de amar dejas de existir.

         Por eso, Señor, ese tu rostro muerto y crucificado me está volviendo loco, yo quiero estar también como Tú loco de amor a mi Cristo crucificado. Por eso quiero terminar esta tarde del Viernes Santo con las palabras del poeta:

 

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

 

Jesús, había olvidado que al ver a tu Padre entristecido por el pecado, que impedía al hombre entrar en su amistad, Tú te ofreciste voluntariamente en el seno de la Santísima Trinidad para decirle: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Nosotros jamás comprenderemos este amor, porque los hombres sabemos matemáticas y derechos e igualdad y en un crucificado no existe nada de eso; por eso no lo comprenderemos nunca.   

        4.- Ese rostro, Señor, condena abiertamente mi falta de amor, mi comodidad, mi poca exigencia en seguirte, mis cobardías en llevar tu cruz sobre mis hombros. Por otra parte, hubiera bastado una gota de tu sangre, pero quisiste darla toda para que nunca dudase de la verdad de tu amor. Por eso, siempre que vea un crucifijo, puedo estar segura de que alguien me ama hasta dar su vida por mí.

        Mirándote en la cruz me explico y comprendo todas las frases de San Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado y el mundo para mi”; “estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”. Comprendo también al poeta: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte…Tú me mueves, muéveme el verte, clavado en esa cruz y escarnecido… Muéveme y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.»

 

 

 

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TIEMPO DE PASCUA

 

RETIRO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

 

PRIMERA MEDITACIÓN: CONTEMPLAR EL ROSTRO DEL RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

En los días sagrados de la Semana Santa, hemos contemplado en la liturgia, en la oración personal y por las calles de nuestros pueblos, el rostro doliente de Cristo, ese rostro ensangrentado desde el espíritu hasta los poros de su rostro, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación al mundo.

Pero este rostro doliente de Cristo no es el último y definitivo que contemplaron los Apóstoles y la Iglesia. Porque Él es esencialmente el Resucitado. Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe, como afirma San Pablo en su primera carta a los Corintios. Jesús murió para que todos resucitásemos y nos llenásemos de la nueva luz de claridad y santidad y vida del Resucitado. La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la carta a los Hebreos: “Y aún siendo Hijo de Dios, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para los que creen en El” (5, 7-9).

En esta primera meditación de la Pascua yo quiero hablaros de tres verdades fundamentales de nuestro sacerdocio y de toda vida cristiana: 1º, hoy la gente nos pide no ser meramente predicadores de Cristo resucitado, sino ser testigos del que está vivo y ha resucitado; 2º, el camino para ver a Cristo resucitado es la oración, porque a Cristo no se le comprende hasta que no se vive; y sólo la oración personal como saliva gustativa y asimiladora de la Palabra, de los Sacramentos y del pastoreo en la Caridad apostólica; 3º, la vivencia de Cristo por la oración debe ser el fundamento de todo apostolado, entendiendo por apostolado no toda acción apostólica sino la realizada en el Espíritu de Cristo: “Sin mí no podéis hacer nada”; “Él (el Espíritu Santo) os guiará hasta la verdad completa”.

“Los discípulos se llenaron de alegría de ver al Señor”(Jn20, 20) afirma San Juan en su evangelio. El rostro que contemplaron los Apóstoles, después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida,  mostrándoles “las manos y el costado”.

A pesar de verlo así, no fue fácil para algunos el creer, porque en la pasión y la muerte y la sensación de fracaso y el miedo a morir con Él fue muy fuerte en la mayoría de los Apóstoles. Con la muerte del Señor, quedaron desconcertados. Cuando todo iba bien, aunque hubiera algunas incomprensiones y disputas, todo se superó apoyados en la palabra y los milagros del maestro.

Pero cuando el Maestro muere, aunque se lo tenía bien dicho, y cuando para ellos surge el peligro de sufrir y morir por lo que creían creer y estar seguros, cuando se pierden las apoyaturas humanas y nos quedamos solos ante el Misterio de Cristo, no queda más que la fe. Pero si esa fe ha estado más apoyada en el ambiente favorable de otros tiempos, en que el sacerdote predicaba y la gente escuchaba y hacía y obedecía, pero ahora se han perdido esas apoyaturas y es el sacerdote el que se queda solo y con la iglesia vacía, ha llegado el momento en que la fe tiene que ser personal. Y como uno no la haya hecho experiencia y vivencia personal, pues lo pasará mal.

Y no digo más, porque yo veo cosas y afirmaciones que me huelen a crisis de fe, y lógicamente de amor personal a Jesucristo. Porque hoy no basta un amor ordinario a Cristo, hoy es necesario un amor personal y apasionado por Cristo. Y esto sólo lo da la vivencia. Y esta vivencia sólo es por la oración. No conozco otro camino en los santos, en todos los santos; los habrá de derechas o de izquierdas, activos o contemplativos, liturgos o teólogos, porque el saber la teología y realizar la liturgia no bastan para hacer vivientes del misterio sin oración personal. Por ejemplo, la Eucaristía, pero me da lo mismo cualquier misterio de Cristo, Cristo mismo en persona, no basta creer en Él con toda la teología que sabemos, no basta celebrarlo en sus misterios, en la santa Eucaristía, hay que vivirlo. De otra forma, al no vivirse se olvida y termina uno no viviendo la fe.

Por eso lo que más me preocupa en los momentos actuales no es la crisis de fe externa a la Iglesia, el ateísmo externo, sino la crisis de fe interna a la misma Iglesia; ya lo explicaré más ampliamente luego: no basta la fe heredada de nuestros padres y educadores, es necesario llegar a la fe personal; algunos pudieron descuidarse en este cultivo personal de la fe por la oración personal con Cristo, y ahora tienen fe, pero pueden sufrir purificaciones que tuvieron que sufrir antes en su camino personal hacia la vivencia de Cristo, pero que no surgieron tan fuertemente esas dificultades o no se vieron porque las iglesias estaban llenas, todos respetaban al sacerdote y la fe católica era valorada o por lo menos respetada por la mayoría.

A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, que es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo, y esto a través de un camino cuyas etapas nos presenta el evangelio repetidas veces. Quiero afirmar esto con dulzura y claridad a la vez para tantas hermanas y hermanos que no acaban de dar el paso definitivo de la fe, del encuentro personal con Cristo, de la amistad personal con Él, quedándose en el puro conocimiento, aunque sea teológico. El salto de la fe, el salto a lo que no se ve y que no se va a conocer con verdad completa hasta que no se vive, como les pasó a los Apóstoles en el día de Pentecostés, que hemos celebrado en estos días; hay que darlo desde la oración, a pesar de todas las noches de fe y sentimientos, como Cristo en Getsemaní; sin pruebas y asideros humanos, afectivos o intelectuales de ningún tipo, hay que lanzarse y fiarse totalmente en Dios, a pesar de todas las apariencias, abrirse al absoluto, sin apoyaturas personales y humanas, fiados sólo del que todo lo puede. Él quiere este gesto de total abandono, como lo ha demostrado en su Hijo y en los santos que ha habido y habrá, sin honores, sin cargos, sin nimbos de gloria, sin nada. Para llegar al Todo hay que dejarlo todo, hay que pisar  la nada. Lo dice muy claro San Juan de la Cruz. Me duele ver hermanos y hermanas que han cultivado su vida cristiana, incluso con servicios a la Iglesia en vocación sacerdotal o religiosa, pero que todavía no han dado el paso definitivo a la amistad con Cristo sin apoyos de ningún tipo, con la muerte del yo. Y así, por la oración, es como se pasa de lo que no se puede ver por la carne, a lo que se nos revela por su Espíritu.

Lo dice muy clara y largamente el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte:

 

 

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

 

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

 

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn 15, 26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1, 1).

 

El camino de la fe

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20, 20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24, 13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20, 24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16, 13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

 

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9, 18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14).

 

La profundidad del misterio

 

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20, 27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).

 

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27 (26), 8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67(66), 3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf. Ef 4, 24; Col 3, 10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

 

Rostro del Resucitado

 

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 15.17). Lo hace unido a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1, 21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8).

CAPÍTULO 3

 

CAMINAR DESDE CRISTO

 

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2, 37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

 

 

LA SANTIDAD

 

30.- “En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad... Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4, 3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

 

31.- “Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia”.

 

 

LA ORACIÓN

 

32.- “Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15, 4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC 10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas”.

 

33.- “La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración”.

 

Primacía de la gracia

 

38.- “En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15, 5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5, 5). Éste es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: ¡Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitid al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

 

Escucha de la Palabra

 

39.- “No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia”.

 

Anuncio de la Palabra

 

40.- “Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9, 16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo».

Queridos hermanos: Todo apóstol de Jesucristo, sea sacerdote o religioso, sea madre o padre cristiano, sea catequista o seglar militante, que quiera transmitir y educar en la fe a su hijo, a sus catequizandos, repito, todo obispo, sacerdote, cualquier cristiano que quiera conducir hasta Cristo a una persona, si quiere que su apostolado sea eficaz, debe contemplar todos los días este rostro del Resucitado, debe llegar a verlo y sentirlo dentro de sí, debe ser un testigo más que un predicador, porque esto es lo que nos exige el ambiente ateo de hoy, porque no hay apoyaturas cristianas o naturales de pensamientos o morales como en tiempos cercanos y pasados; con sólo palabras, palabras, aunque sean teológicas, daremos un rostro oscurecido y sin entusiasmo, menguado y desfigurado por las propias carencias y oscuridades nuestras. La fe es don de Dios que se transmite principalmente por contagio de los que experimentan al Viviente.

 

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SEGUNDA MEDITACIÓN

 

En esta segunda meditación nos situamos frente a la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el Nuevo Testamento, creída y vivida como central por las primeras comunidades cristianas, transmitida como fundamental por la tradición, jamás despreciada por los verdaderos cristianos, y hoy bien profundizada, estudiada y predicada como parte esencial del misterio pascual, esto es, nos situamos y meditamos en la resurrección de Cristo, juntamente con la cruz. San Pablo nos dirá que “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Y el Credo de los Apóstoles  nos dice que «al tercer día resucitó de la muerte»; y el Símbolo nicenoconstantinopolitano precisa: «Al tercer día resucitó según las Escrituras».

Es un dogma de la fe cristiana que se enmarca en un hecho históricamente sucedido y comprobado. Trataremos de investigar, «con las rodillas de la mente inclinadas», el misterio enunciado por el dogma y contenido en el hecho, comenzando por el examen de los textos bíblicos que lo atestiguan.

 

1.- Testimonios de la resurrección.

 

El primero y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección de Cristo se encuentra en la primera Carta de San Pablo a los Corintos. En ella el Apóstol recuerda a los Corintios, destinatarios de la carta (hacia la Pascua del año 57 después de Cristo): «Pues, a la verdad, os he transmitido, en primer lugar, lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas y luego a los Doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos permanecen todavía, y algunos durmieron. Luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí” (1 Cor. 15, 3-8).

Como se ve, el Apóstol habla aquí de la viva tradición de la resurrección, de la que él había tenido conocimiento después de su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hch 9, 3-18). Durante su viaje a Jerusalén se había reunido con el apóstol Pedro y también con Santiago, como es concretado en la Carta a los Gálatas (1, 18,3), que ahora cita como a los dos principales testigos del Cristo resucitado.

Debe observarse también que, en el texto citado, San Pablo no solo habla de la resurrección acaecida en el tercer día “según las Escrituras” (referencia bíblica que ya afecta a la dimensión teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los testigos, a aquellos a los que Cristo se ha aparecido personalmente.

Es una señal, entre otras, de que la fe de la primera comunidad de los creyentes, expresada por San Pablo en la Carta a los Corintos, está basada en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y en gran parte todavía vivientes en medio de ellos. Estos “testigos de la resurrección de Cristo” (Cfr. Hechos 1,22) son, en primer lugar, los doce apóstoles, pero no solamente ellos. Pablo habla expresamente de más de quinientas personas, a las cuales Jesús se apareció una vez, además de Pedro, Santiago y todos los apóstoles.

2.- La Resurrección, acontecimiento histórico y afirmación de fe: Lectura: 1 Cor. 15, 3-8.

 

Frente a este texto paulino pierden toda credibilidad las hipótesis con las que, bajo diversas formas, se ha pretendido interpretar la resurrección de Cristo prescindiendo del orden físico, a fin de no reconocerla como un hecho histórico. Por ejemplo, la hipótesis según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra después de la muerte (estado de vida y no de muerte), o bien la otra hipótesis que reduce la resurrección a la influencia que Cristo, después de su muerte, no cesó de ejercer -y que, más aún, reiteró con nueva e irresistible fuerza- sobre sus discípulos.

Estas hipótesis parecen implicar una prejudicial repugnancia con la realidad de la resurrección, considerada solamente como el «producto» del ambiente, o sea, de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio encuentran correspondencia en los hechos.

        San Pablo, en cambio, en el texto citado, recurre a los testigos oculares del «hecho». Su convencimiento sobre la resurrección de Cristo tiene, pues, una base experimental. Está unida a aquel argumento «ex factis», que vemos elegido y seguido por los apóstoles justamente en aquella primera comunidad de Jerusalén.

Cuando, en efecto, se trata de la elección de Matías, uno de los discípulos más constantes de Jesús, para completar el número de los «Doce» que había quedado incompleto por la traición y el final de Judas Iscariote, los apóstoles exigen como condición que aquel que resulte elegido no solamente haya sido su «compañero» en el período en el que Jesús enseña y actuaba, sino que, sobre todo, él pueda ser “testigo de su resurrección” gracias a la experiencia hecha en los días anteriores al momento en el que Cristo -como dicen ellos-  “ha subido al cielo de entre nosotros” (Hch 1,22).

La verdad sobre la resurrección no es un producto de la fe de los apóstoles o de los demás discípulos ante o pos-pascuales. De los textos se deduce más bien que la fe «prepascual» de los seguidores de Cristo ha sido sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. Él mismo había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras dirigidas a Simón Pedro cuando se encontraba ya en el umbral de los trágicos acontecimientos de Jerusalén: “Simón, Simón, Satanás os busca para echaros como trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe” (Lc 22, 31 -32).

La sacudida provocada por la pasión y muerte de Cristo fue tan grande que los discípulos, al menos la mayoría, inicialmente no dieron crédito a la noticia de la resurrección. En todos los evangelios encontramos pruebas de ello. En particular, Lucas nos da a conocer que cuando las mujeres, volviendo del sepulcro anunciaron todo esto (es decir, el sepulcro vacío) a los Once y a todos los demás... aquellas palabras les parecieron como desatinos y no las creyeron (Lc, 24, 9-11).

 

3.- No es producto de la fe de los apóstoles

 

Esta tesis que algunos tratan de justificar, es rechazada también por cuanto es narrado cuando el resucitado en persona se apareció en medio de ellos y dijo: “¡Paz a vosotros!”.  “Ellos, en efecto, creían ver un fantasma”. En aquella ocasión Jesús mismo debió vencer sus dudas y su temor y convencerlos de que “era El…Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Y dado que ellos “todavía no creían y estaban asombrados”, Jesús les pidió que le dieran alguna cosa para comer y “lo comió delante de ellos” (Cfr. Lc 24, 36-43).

Además, es bien conocido el episodio de Tomás, el cual no se encontraba con los demás Apóstoles cuando Jesús llegó a ellos por vez primera, entrando en el Cenáculo a pesar de que la puerta estaba cerrada (Cfr Jn 20,19). Cuando, a su entrada, los demás discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”, Tomás se mostró maravillado e incrédulo, y respondió: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”.  Después de ocho días Jesús vino nuevamente al Cenáculo, para satisfacer la petición de Tomás «incrédulo» y le dijo: “Alarga acá tu dedo y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel”. Y cuando Tomás profesó su fe con las palabras “¡Señor mío y Dios mío!”, Jesús le dijo: “Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron” (Jn 20, 24-29).

La exhortación a creer, sin pretender ver lo que está oculto en el misterio de Dios y de Cristo, sigue siendo siempre válida; pero la dificultad del apóstol Tomás para admitir la resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús viviente, y después su cesión ante las pruebas que le había sido facilitadas por Jesús mismo, confirman lo que se deduce de los evangelios sobre la resistencia de los apóstoles y de los discípulos a admitir la resurrección. No tiene, por ello, consistencia la hipótesis de que la resurrección ha sido un «producto» de la fe o de la credulidad de los apóstoles. Su fe en la resurrección había nacido, en cambio -bajo la acción de la gracia divina- de la directa experiencia de la realidad de Cristo resucitado.

 

4.- El cuerpo crucificado es el resucitado.

 

Es Jesús mismo el que después de la resurrección se pone en contacto con los discípulos a fin de comunicarles el sentido de la realidad y de disipar la opinión (o el miedo) de que se trata de un «fantasma», y, por tanto, de que puedan ser víctimas de una ilusión.

En efecto, Él establece con ellos relaciones directas, justamente mediante el tacto. Así en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también en el encuentro descrito en el Evangelio de San Lucas, cuando Jesús dice a los discípulos asustados: “Palpadme y ved: Un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24, 39).

Les invita a comprobar que el cuerpo resucitado, con el cual se presenta ante ellos, es el mismo que ha sido martirizado y crucificado. Aquel cuerpo posee, sin embargo, al mismo tiempo nuevas propiedades. Se ha «hecho espiritual» y «glorificado», y, por tanto, ya no está sometido a las limitaciones connaturales a los seres materiales y, por ello, a un cuerpo humano. De hecho Jesús entra en el Cenáculo a pesar de estar cerradas las puertas, aparece y desaparece, etc... Pero, al mismo tiempo, aquel cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de Cristo.

 

5.- El encuentro en el camino de Emaús.

 

Narrado en el Evangelio de San Lucas, es un acontecimiento que hace visible de forma particularmente evidente cómo ha madurado en la conciencia de los discípulos la persuasión de la resurrección justamente mediante el contacto con Cristo resucitado (Cfr. Lc. 24, 15-21).

Aquellos dos discípulos de Jesús, que al comienzo del camino se encontraban “tristes y abatidos”, ante el recuerdo de cuanto había sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no ocultaban la desilusión experimentada al ver hundida la esperanza depositada en Él como Mesías liberador: “Nosotros esperábamos que sería Él quien liberaría a Israel”, experimentan inmediatamente una transformación total, cuando para ellos aparece claro que el desconocido, con el que han hablado, es justamente el mismo Cristo de antes, y se dan cuenta de que Él, por tanto, ha resucitado.

De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús había hecho de ellos casi hombres nuevos. No solamente habían recuperado la fe en Cristo, sino que estaban también dispuestos a dar testimonio sobre la verdad de la resurrección.

Todos estos elementos del texto evangélico, entre sí convergentes, demuestran el hecho de la resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los apóstoles y de todos los cristianos, que tenemos la fe apostólica y católica, base de nuestra esperanza y vida cristiana.

 

6.- ¡Ha resucitado! Este es el grito, que, desde hace más de dos mil años, no cesa de resonar por el mundo entero y que nosotros esta noche hemos oído a las mujeres, a Pedro y Juan, a María Magdalena, que se ha encontrado con Él en forma de hortelano, a los ángeles que encontraron las mujeres: “No os asustéis; ¿buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?  No está aquí, ha resucitado, como os lo había dicho”.

        San Pedro, lleno de emoción, predicará a Cristo, a quien “Dios le resucitó el tercer día y nos lo dio a conocer a los testigos escogidos de antemano y que comimos y bebimos con Él después de resucitar de entre los muertos”.  Y en otro pasaje dirá: “os hemos dado a conocer el poder y la venida de Nuestro Señor Jesucristo, no con fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad”.

        La resurrección del Señor, tal como Pedro la proclama ante los primeros gentiles, es acontecimiento síntesis que abarca e ilumina la totalidad del misterio de Cristo. Es esta luz de la resurrección la que arroja su luz sobre toda la vida de Jesús, sobre todos sus dichos y hechos salvadores y los llena de verdad, de certeza y de vida, porque son del Resucitado, verdaderamente Hijo de Dios, y, por tanto, son verdad, son salvadores, lo que dijo e hizo es verdad de Dios. Y por su resurrección, el Padre Dios le ha confirmado como juez de vivos y muertos, de toda la creación. La presencia del Espíritu Santo se había manifestado ya en las curaciones y en las obras  que había realizado: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él”.

        Pedro lo recuerda emocionado porque ha sido un testigo directo de toda su vida y su obra, especialmente  de su Pasión, Muerte y Resurrección. Pedro lo describe en su discurso: “Vosotros sabéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea”.

        El Evangelio es buena noticia de la salvación. Esto es lo que anuncia y proclama Pedro. “Los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”. De aquí la imperiosa necesidad de anunciar el Evangelio en el mundo entero. Esta es la responsabilidad del cristiano, del apóstol; la nuestra, la de todo bautizado, que si entra dentro de sí mismo se verá misionero, enviado al mundo entero. El mundo de hoy necesita bautizados cristianos que sientan su vocación apostólica y sus acciones evangelizadoras.

        Y esta afirmación de la resurrección del Señor la corrobora San Juan con estos términos: ”Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocamos con nuestras manos acerca de la Palabra de la vida,  os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Os escribimos esto, para que vuestro gozo sea completo”. No se puede hablar con más claridad, con más fuerza, con más verdad que lo hace San Juan.

 

7.- Y porque Cristo ha resucitado:-- Él es la Verdad, es Verdad, es Hijo de Dios, y todo lo que dijo e hizo, todo el Evangelio es Verdad. Tenemos que creerlo y vivirlo. Tenemos que fiarnos totalmente de Él y de que cumplirá en nosotros todo lo que nos ha prometido. Él es nuestra fuerza y tenemos que amarlo como Única Verdad y Vida. Es el Hijo de Dios.

-- Cristo ha resucitado, y todos los Apóstoles lo atestiguaron, ninguno calló y todos dieron su vida en testimonio de esta verdad; todos murieron confesando esta verdad. Si dan la vida, no pudieron estar más convencidos. Es el máximo testimonio: dar la vida por lo que afirmamos. No se puede estar más convencido ni ser más fiel a la verdad.

-- También nosotros resucitaremos. Porque Cristo ha resucitado, tenemos que esperar totalmente en Él. Nuestra esperanza en Él es totalmente segura. Porque Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Somos eternos, porque Él nos lo ha merecido y nos lo ha prometido. Los muertos ya gozan de esta gloria. Nuestros difuntos no están muertos, están todos vivos en Dios. El cielo es Dios. Aquí nadie muere. O se acierta para siempre o se equivoca uno para siempre, para siempre.

-- Porque Cristo ha resucitado, nosotros somos más que este tiempo y este espacio. Somos semilla de eternidad y de cielo. Por eso vivamos ya la esperanza del encuentro definitivo con Dios, vivamos ya para Él, vivamos este tiempo con esperanza y desde la esperanza. Esforzándonos por conseguir los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros. Lo expresa muy claramente San Pablo: “Porque habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre” (Col 3, 1-3).

-- Porque Cristo ha resucitado, celebremos la Pascua, nos dice este mismo Apóstol. Pascua en Cristo es paso de la muerte a la vida, pasemos de nuestro hombre viejo de pecado, que nos lleva a la muerte, al hombre nuevo creado según Cristo. Recordemos ahora las promesas que anoche renovamos de nuestro bautismo: ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? ¿Renunciáis a vuestras soberbias, avaricias, envidias…?

-- Si Cristo ha resucitado y permanece vivo en la Eucaristía es porque busca, sigue buscando al hombre para salvarlo. “El que me coma vivirá por mí”; “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá para siempre”. Son días de comer la carne resucitada de Cristo, de comer vida nueva, renovación interior y espiritual con Cristo. Jesucristo resucitado vive en el cielo en manifestación gloriosa y en el pan consagrado, en Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres. «Hay que comulgar por pascua florida», por educación, por fe, por coherencia con lo que creemos y amamos. Y una comunión cariñosa, afectuosa, agradecida, nada de oraciones de otros, ni siquiera hoy padrenuestros. De tú a tú con el Amado.  

8.- Y desde este amor extremo que le llevó a la muerte y resurrección, desde este deseo y amistad sentida y deseada quiero y queremos felicitar a Cristo por lo que dijo e hizo, por todo lo que caminó y sufrió, pero, sobre todo, porque resucitó para que todos pudiéramos tener vida eterna, ser felices con Él eternamente en el cielo. Él es el cielo con el Padre y el Espíritu Santo. Él es un cielo. No comprendo que nos quiera tanto, no comprendo que quiera ser nuestro amigo, que nos haya elevado hasta  su mismo nivel, su mismo cielo con el Padre y el Espíritu Santo, y quiera una eternidad de amistad conmigo, contigo, con todos los hombres… No lo comprendo; que me resucite para esto, porque quiere ser mi amigo, ahora en el sagrario y luego en el cielo… Es algo que no comprendo, pero es verdad. Por eso me gustaría decirle con San Juan de la Cruz: «Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura». Cristo resucitado, nosotros creemos en Ti. Cristo vivo y resucitado, nosotros confiamos en Ti, esperamos en Ti. Cristo vivo, vivo y resucitado, aquí en el pan consagrado, Tú lo puedes todo, Tú sabes que te amamos.

 

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SÁBADO. VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

 

Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la Noche Santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como «la madre de todas las santas Vigilias» (San Agustín). Durante la Vigilia, la Iglesia espera la resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana (Ceremonial de los Obispos, núm. 332).

        Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35-48), deben asemejarse a los criados que con las lámparas encendidas en sus manos esperan el retorno de su Señor, para que, cuando llegue, los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa. Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche ni tan tardía que concluya después del alba del domingo. Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier costumbre o abuso contrarios han de ser reprobados.

        Esta vigilia es figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual, «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo» (Pregón pascual). Desde su comienzo la Iglesia ha celebrado con una solemne vigilia nocturna la Pascua anual, solemnidad de las solemnidades.

        La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, y, por medio del Bautismo y de la Confirmación, somos injertados en el misterio pascual de Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él, para reinar con Él para siempre (cf. SC 6; Rm 6, 3-6; Ef 2, 5-6; Col 2, 12-13; 2 Tm 2, 11-12). La práctica de organizar en una misma comunidad parroquial dos vigilias pascuales, una abreviada y otra muy desarrollada, es incorrecta, como contraria a los más elementales principios de la celebración pascual, que requieren una única asamblea, signo de la única Iglesia que se renueva en la celebración de los misterios pascuales (Epacta  y Misal Romano).

LITURGIA DE LA PALABRA

        En esta Noche Santa se proponen siete lecturas, aparte de la Epístola y el Evangelio. Se pueden omitir algunas del Antiguo Testamento, pero no la del Éxodo.

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 1, 1-31; 2, 1- 2

        Nos ofrece el misterio del origen de la creación, según la tradición Sacerdotal. El poema exalta el sábado como día dedicado al culto de Yahvé. Toda la creación ha salido de Dios, culmina en el sábado y vuelve a Él en los cultos sabáticos. 

 

SEGUNDA LECTURA: Génesis 22, 1-18

        Prueba de la fe de Abrahán, cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac. El texto proviene de la tradición Elohísta. El proceder de Dios con Abrahán habrá de quedar como camino a recorrer por la fe y la confianza total en Yahvé.

 

TERCERA LECTURA: Éxodo 14, 15-15, 1

        Es la narración del paso del Mar Rojo. Este texto es un típico ejemplo de amalgama de las diversas fuentes, yahvista, elohista y sacerdotal. Este último tiende a magnificar los prodigios. Pero ambos autores coinciden en que Yahvé actuó prodigiosamente en favor de su pueblo.

 

CUARTA LECTURA: Isaías 54, 5-14.

        Promesa de una nueva Alianza de paz entre Dios y el pueblo de Israel, y anuncio de la reconstrucción de Jerusalén. Es un mensaje de consuelo dirigido por el Deutero-Isaías a los desterrados de Babilonia.

 

QUINTA LECTURA: Isaías 55, 1-11

        Como un vendedor ambulante Isaías pregona y trata de ofrecer gratis al pueblo la Palabra de Dios. Promete de parte de Dios una alianza perpetua. Para encontrarse con Dios hay que hacer un éxodo; hay que salir del pecado porque los caminos del Señor no son nuestros caminos.

 

SEXTA LECTURA: Baruc  3, 9-15. 32-4, 4

        Es una invitación a seguir el camino de la sabiduría y de la Ley, porque únicamente en ellas se fundan la salvación y redención y la unidad nacional. Este texto es una reflexión sapiencial sobre la situación presente. La supervivencia del pueblo de Dios depende del cumplimiento de la Ley.

 

SÉPTIMA LECTURA: Ezequiel  36, 16-28

        En pleno destierro, rota la antigua alianza por las infidelidades, Dios anuncia una vez más la Nueva Alianza. Su vínculo íntimo es la unión perfecta con Dios; la fuente es el amor puro de Dios que obra por sí mismo; su principio vivificante y transformador es el Espíritu de Dios.

 

EPÍSTOLA: Romanos 6, 3-11

 

        La historia de la salvación culmina en el misterio pascual de Cristo y se hace historia de cada hombre mediante el bautismo, que lo inserta en este misterio. De hecho, por este sacramento “fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Esto explica por qué ocupa un lugar tan importante el bautismo en la Liturgia de la Vigilia Pascual, tanto en los textos escriturísticos y en oraciones, especialmente  en el rito de la bendición del agua y de la administración del sacramento a los neófitos, como en la renovación de las promesas bautismales.

        Celebrar el bautismo es celebrar sacramentalmente la Pascua, es morir al pecado para vivir la resurrección: “Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”. Todo esto no debe quedarse en teoría o puros deseos sino que requiere nuestro esfuerzo y nuestro compromiso: “Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado, porque el que muere ha quedado absuelto del pecado”. Y éste es el gozo y el compromiso de la Pascua cristiana y la razón de cantar el Aleluya: “Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro”.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 24, 1-12.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: 1.- ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6).

Estas palabras de dos hombres “con vestidos resplandecientes” refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana. Habían vivido los acontecimientos trágicos culminados con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. No habían abandonado, en cambio, en la hora de la prueba, a su Señor.

Van a escondidas al lugar donde Jesús había sido enterrado para volverlo a ver todavía y abrazarlo por última vez. Las empuja el amor; aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por las calles de Galilea y Judea.¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquella era el alba del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, justo ellas, habían sido los primeros testigos de la resurrección de Jesús.

 

2.- “Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro” (Lc 24, 2).

Así lo narra el evangelista Lucas, y añade que, “entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús” (24, 3). En un instante todo cambia. Jesús “no está aquí,  ha resucitado». Este anuncio que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia, en el curso de esta Vigilia pascual.

Extraordinaria Vigilia de una noche extraordinaria. Vigilia, «madre de todas las Vigilias», durante la que la Iglesia entera permanece en espera junto a la tumba del Mesías, sacrificado en la Cruz. La Iglesia espera y reza, escuchando las Escrituras que recorren de nuevo toda la historia de la salvación.

Pero en esta noche no son las tinieblas las que dominan, sino el fulgor de una luz repentina, que irrumpe con el anuncio sobrecogedor de la resurrección del Señor. La espera y la oración se convierten entonces en un canto de alegría: «Exsultet jam angelica turba caelorum... Exulte el coro de los Angeles».

Se cambia totalmente la perspectiva de la historia: la muerte da paso a la vida. Vida que no muere más. Enseguida cantaremos en el Prefacio que Cristo «muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida». He aquí la verdad que nosotros proclamamos con palabras, pero sobre todo con nuestra existencia. Aquel que las mujeres creían muerto está vivo. Su experiencia se convierte en la nuestra.

 

3.- ¡Oh Vigilia penetrada de esperanza, que expresas en plenitud el sentido del misterio! ¡Oh Vigilia rica en símbolos, que manifiestas el corazón mismo de nuestra existencia cristiana! Esta noche todo se resume prodigiosamente en un nombre, el nombre de Cristo resucitado.

Oh Cristo, ¿cómo no darte las gracias por el don inefable que nos regalas esta noche? El misterio de tu muerte y tu resurrección se infunde en el agua bautismal que acoge al hombre antiguo y carnal y lo hace puro con la misma juventud divina.

En tu misterio de muerte y resurrección se adentraran los catecúmenos que hoy recibirán  el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía; y nosotros también nos sumergiremos enseguida, renovando las promesas bautismales.

 

4.- Sí, queridos hermanos y hermanas, Jesús está vivo y nosotros vivimos en Él para siempre. He aquí el regalo de esta noche, que ha revelado definitivamente al mundo el poder de Cristo, Hijo de la Virgen María, que nos fue dada como Madre a los pies de la Cruz.

«Haec est dies quam fecit Dominus: exsultemus et laetemur en ea - Este es el día que ha hecho el Señor: regocijémonos y exultemos de alegría». ¡Alleluya!

“En la resurrección de Cristo hemos resucitado todos”. Desde que tu tumba, oh Cristo, fue encontrada vacía y Cefas, los discípulos, las mujeres, y “más de quinientos hermanos” (1 Co 15, 6) te vieron resucitado, ha comenzado el tiempo en que toda la creación canta tu nombre “que está sobre todo nombre” y espera tu retorno definitivo en la gloria. En este tiempo, entre la Pascua y la venida de tu Reino sin fin, tiempo que se parece a los dolores de un parto (cf. Rm 8, 22), sosténnos en el compromiso de construir un mundo más humano, vigorizado con el bálsamo de tu amor.

Víctima pascual, ofrecida por la salvación del mundo, haz que no decaiga este compromiso nuestro, aún cuando el cansancio haga lento nuestro paso. Tú, Rey victorioso, ¡danos, a nosotros y al mundo la salvación eterna!

Esta Vigilia nos introduce en un día que no conoce el ocaso. Día de la Pascua de Cristo, que inaugura para la humanidad una renovada primavera de esperanza.

 

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DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 10, 34. 37-43

 

        La Resurrección de Jesús, tal como Pedro la proclama ante los primeros gentiles convertidos (Hch 10, 36-43), es «el acontecimiento-síntesis», que abarca e ilumina la totalidad del misterio de Cristo. El ministerio público de Jesús (10, 37-38) adquiere su verdadera dimensión salvífica, a la luz de la Resurrección. La «unción» en el Bautismo (10, 38a) es una anticipación de la Resurrección, en la cual Dios le hace “Señor y Cristo” (ungido) (2, 36). La venida del Espíritu sobre Jesús y la manifestación de su «poder» en las curaciones y victoria sobre el demonio (10, 38b) llegan a su plenitud en la Resurrección, por la que queda constituido “Hijo-de-Dios-en-poder, por el Espíritu Santo” (Rm 1, 4; 1 Tm 3, 16). “Dios Rmestaba con él” (ro, 38c) sobre todo en «el gran día de su actuación » (Sal 117, 24) cuando “resucitó a su Hijo” (Hch 10, 40).

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3, 1-4

 

        Pablo exige al cristiano que viva una vida nueva en virtud de la incorporación que tiene desde su bautismo con Cristo resucitado. El bautismo hace al cristiano participar de la vida gloriosa, resucitada del Señor; le adentra en una vida nueva de realidades divinas. Siguiendo la imagen del rito bautismal, Pablo dice que la vida nueva del cristiano es una vida escondida, sumergida, con Cristo en Dios: todo cuanto le rodea y penetra es Dios manifestado en Cristo. Esta vida está oculta durante el tiempo en que el cristiano vive en el mundo; pero se manifestará plenamente en la venida del Señor. (cfr Rm 6, 2-11; Gal 2, 20; Col 2, 12).

 

VIGILIA PASCUAL

 

PRIMERA PARTE: SERVICIO DE LA LUZ

Introducción del Celebrante

 

Después SE BENDICE EL FUEGO, SE ENCIENDE EL CIRIO PASCUAL, se hace la procesión a la Iglesia y se canta EL PREGÓN PASCUAL.

 

 

SEGUNDA PARTE: LITURGIA DE LA PALABRA: 2ª fija, LAS 3 del  ANTIGUO TESTAMENTO.

 

TERMINADA LA PALABRA: GLORIA CANTADO… Y ORACIÓN COLECTA

Y SE ENCIENDEN LAS VELAS DEL ALTAR

 

LECTURAS PROPIAS DE LA MISA. EVANGELIO: HOMILIA

 

TERCERA PARTE: LA LITURGIA DEL BAUTISMO

Nota: Si no hay bautismos ni se bendice la pila bautismal, las letanías de los santos se omiten, y se hace inmediatamente la bendición del agua, seguida de la renovación de las promesas del bautismo. 

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

ORACIÓN DE LOS FIELES

 

RESTO: MISAL ROMANO

 

PODÉIS IR EN PAZ, ALLELUYA, ALLELUYA, ALLELUYA

DEMOS GRACIAS A DIOS…

 

 

  • Celebración del fuego: en este acto el sacerdote bendice el fuego y enciende el cirio pascual.
  • Liturgia de la palabra: se leen siete pasajes de la Biblia, desde la Creación hasta la Resurrección.
  • Liturgia bautismal: durante es este momento se bendice el agua, se bautiza a los nuevos cristianos y se renuevan los compromisos bautismales.
  • Liturgia de la Eucaristía: es la Eucaristía más especial. Los cristianos reciben la bendición.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 1-9

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: 1.- “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron (Mc 16, 6). Con estas palabras narra el evangelista San Marcos el encuentro del ángel con las mujeres que acudieron muy de mañana, el primer día después del sábado, al lugar donde había sido colocado Jesús. “Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido de una túnica blanca y se asustaron” (Mc 16, 5). “No temáis”, le dijo el ángel.

“No temáis”; esta exhortación del ángel recorre los siglos y llega hasta nosotros: “No os asustéis, no busquéis a Jesús de Nazaret en el sepulcro: ha resucitado; ya no está aquí. Ha resucitado como lo había predicho”.

        “¡Ha resucitado!”. Éste es el anuncio sorprendente de la Pascua. Ha resucitado, como lo había anunciado, dando así  pleno cumplimiento a las Sagradas Escrituras.

        La pascua es el  centro del año litúrgico, la base y el fundamento de nuestra fe, el soporte de nuestra vida cristiana, el alimento y cimiento del cristiano precisamente porque es el memorial del misterio central de la Salvación, que da sentido y verdad a todos los dichos y hechos salvadores de Jesucristo. Si Cristo ha resucitado todo lo que ha dicho y hecho es verdad y merece nuestra fe y amor, porque ha muerto y ha resucitado por nosotros y para nosotros.

        2.- Desde luego se trata de una realidad sorprendente, pero al mismo tiempo estamos ante un dato histórico que se puede comprobar en realidad. San Pedro escribía así a los primeros cristianos: “Os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad” (2Pe 1, 16).

        Esta misma afirmación del Príncipe de los Apóstoles la corrobora San Juan cuando dice: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (1Jn 1, 1-4).

        Y Lucas, al comienzo de su evangelio, asegura que “investigó todo diligentemente desde los orígenes” e “intentó narrar ordenadamente” la vida y las enseñanzas de Jesús.

        En los evangelios, textos históricos y auténticos, se nos refieren datos y detalles prácticos que atañen a la resurrección de Jesús: el sepulcro vacío, la incredulidad de los Apóstoles –al principio escépticos ante el anuncio de las mujeres, considerándolo “delirio” (Cf. Lc 24, 11)--, las diversas apariciones de Cristo resucitado y, sobre todo, sus encuentros con los discípulos.

        “¿Por qué os turbáis y por qué surgen dudas en vuestro corazón?” repite el Señor Jesús resucitado a los Apóstoles, asombrados y atónitos frente a los acontecimientos sorprendentes de los que han sido testigos directos: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que tengo yo” (Lc 24, 38-39).

        3.- Por eso la resurrección del Señor en sí misma tiene un valor apologético indestructible, avalado todo ello con la muerte martirial de los Apóstoles. Estos Apóstoles, los mismos que huyeron de Getsemaní y dejaron solo al Maestro, los mismos que no se creyeron la resurrección ante la afirmación de las mujeres, los mismos que dudaron cuando se les apareció, luego se alegraron, aunque permanecieron con las puertas cerradas por miedo a los judíos, hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo, que es el mismo Cristo, pero no hecho palabra o milagro o apariciones como anteriormente, sino hecho fuego de llama de amor viva que les quema por dentro y ya no pueden contenerlo y abren todos los cerrojos, todo su corazón y todas las puertas y anuncian lo que viven dentro de sí mismos.

Una verdad no se comprende hasta que no se vive; por eso cuando experimentan a Cristo resucitado abren la puerta del Cenáculo y Pedro convierte a tres mil aquel día y se van por el mundo entero, predicando que ese Jesús, que se ha encarnado, que ha predicado y ha muerto, es el Hijo de Dios, enviado como único Salvador del mundo. Esos Apóstoles que primero le abandonaron y le dejaron, luego todos dieron la vida por Él.  Y eso para nosotros es muy importante, porque uno que muere por defender una verdad, es que está totalmente convencido. Eso es estar convencidos de Cristo, de su humanidad y divinidad, y experimentar su fuerza y su vida y su amor y su verdad. Además Jesús Resucitado ha hecho y sigue haciendo muchos milagros, y atendiendo a nuestros ruegos, y dejándose sentir en el corazón y haciéndonos felices.

Y ¡ojo! con los tiempos actuales porque se está repitiendo la historia. Muchos cristianos están acobardados, otros han dejado la fe en Jesucristo, otros dudan… Dice el Papa: hoy no basta creer o predicar a Cristo, hay que ser testigos. Hay que experimentar la fe y la gracia y la vida cristiana. Y eso es principalmente por la oración. Y sin oración no hay vivencia de fe. Y esto es lo que está pasando hoy. Muchos no oran y dejaron de ir a misa los domingos, que es lo más importante del cristianismo. Y han perdido la fe.

Hay que recogerse todos los días para hacer un poco de oración, para hablar o pensar en Dios y hay que venir a misa los domingos. Sin estas dos realidades, una persona, sea cura o monja o cristiano, da lo mismo, uno se queda sin fe.

4.- ¡Cristo ha resucitado como Él mismo lo había prometido! Y su resurrección tiene un indudable valor apologético. Un conocido estudioso del pasado siglo, Romano Guardini, del cual guardo en mi biblioteca una abundante bibliografía desde hace muchos años, meditando en el misterio pascual y en sus consecuencias para la vida del creyente y de la Iglesia, afirma que «la fe cristiana se mantiene o se pierde en la medida en que se cree o no se cree en la resurrección del Señor. La resurrección no es un fenómeno marginal de la fe y mucho menos un desarrollo mitológico, que la fe hubiera tomado de la historia, y que más tarde pudo desaparecer sin perder su contenido: es  su centro» (El Señor, parte VI, 1).

        El anuncio de la muerte y resurrección de Cristo es el centro de la fe. De la adhesión dócil y alegre a este misterio brota el auténtico seguimiento del Señor y la misión salvífica en la tierra a la vuelta de la espera gloriosa de Jesús.

        A la luz de esta verdad evangélica tan fundamental, se comprende plenamente que Jesucristo y sólo Jesucristo es realmente camino, verdad y vida. También a la luz de esta  verdad se percibe la profundidad de sus palabras: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14, 9-11). Y asimismo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

        5.- Queridos hermanos: Si Cristo ha resucitado… la muerte ha sido vencida, nosotros no moriremos, somos eternos en Dios.

        Si Cristo ha resucitado, la vida es más que esta vida, que este espacio, mi vida es eternidad gozosa en Dios.

        Si Cristo ha resucitado, vivamos ya esa vida nueva inaugurada por Cristo. La resurrección de Cristo es para los creyentes la garantía fehaciente y decisiva de su Divinidad, en virtud de la cual todo lo que ha dicho y ha prometido es verdad. Por eso su resurrección es garantía de la nuestra, es la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.

        Os invito a vivir estos días de esta alegría, de esta esperanza, de esta certeza, que ahora se hace presente en la santa misa donde Cristo nos dice: os amo y doy mi vida por vosotros, para que todos la tengáis eterna. Es Él mismo en persona el que consagra este pan y este vino para que nos encontremos con Él y con su amor y su gracia. Es Él. Señor, yo creo, pero aumenta mi fe.

Recemos con la liturgia de la misa: « Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra y reunida aquí en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal». Acuérdate, Señor, y manifiéstate a nosotros, creyentes del siglo veintiuno como te mostraste a los apóstoles y tantos miles y miles de cristianos que te han conocido y amado a través de estos siglos: niños, jóvenes, adultos. Hoy el mundo se ha alejado de ti y de tu Padre. Es ateo porque así se lo predican desde los púlpitos modernos de la televisión y prensa y medios y la gente no tiene sentido crítico para ver cómo los manipulan los poderosos, a quienes no les interesa Dios, porque es una viva condena a su vida y a sus vicios y no les interesa que Dios les señale con su dedo acusador. Queridos hermanos: Que Cristo resucitado habite en vuestros corazones y os llene de vida, del gozo de su resurrección, que es garantía y certeza de la nuestra. ¡Feliz Pascua a todos!

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El núcleo central del cristianismo y de nuestra fe es una persona, Jesucristo. Y el núcleo central de nuestra fe en Jesucristo que estamos celebrando estos días de pascua es la muerte y la resurrección del Señor.

Los días de Semana Santa hemos asistido con emoción, conmovidos, a la celebración de la pasión y muerte de Jesús, tal como nos la narran los Evangelios y tal como nos lo transmite la Iglesia.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio que celebramos, de manera que podamos asistir en directo a los acontecimientos que sucedieron una vez y se nos trasmiten en directo en la celebración litúrgica. Impresiona contemplar a Jesús que va a la muerte, como cordero al matadero, en actitud de amor obediente al Padre y en actitud de amor solidario con toda la humanidad, con cada persona.

Lo vemos colgado en la cruz, no como un objeto decorativo, sino como una realidad histórica que ha sucedido hace dos mil años. Sólo el contemplar los distintos momentos de esa pasión que culmina en la muerte, conmueve al que lo contempla. Y si además profundiza en los motivos, se da cuenta del amor desbordante que ha movido todo esto. “Amó más que padeció”, le gustaba repetir a san Juan de Ávila.

Si nos detenemos a contemplar estos acontecimientos es porque están saturados de amor a cada uno de nosotros, de manera que cada uno podemos decir en primera persona: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

Contemplar la pasión no es cosa sólo de semana santa, sino de toda la vida del cristiano, porque contemplando tanto amor, uno se siente provocado a amar de la misma manera. Todo eso no sería más que un nostálgico recuerdo del pasado, si no hubiera resucitado. El acontecimiento de la resurrección es el que da sentido a todo.

Aquel que colgó en el madero de la cruz, que murió y fue sepultado, HA RESUCITADO. Ha vencido la muerte, la suya y la nuestra. Y esta noticia ha llegado hasta los confines de la tierra y ha llenado el corazón de regocijo para todos.

Nadie, ningún líder de la humanidad ha tocado tan a fondo el problema del hombre; este hombre con tanto deseo de vivir y, sin embargo, sometido a la muerte. Sólo Jesús, cordero inocente, ha llegado hasta nosotros y ha compartido nuestra desgracia, la muerte como consecuencia del pecado. Y sólo Él ha vencido la muerte resucitando para no morir nunca más. Sólo Jesús ha resuelto este problema, el problema del hombre.

El acontecimiento de la resurrección es un hecho real, no imaginario ni virtual. Le sucedió al mismo Jesús, de manera que ya no está muerto, su sepulcro está vacío: “No busquéis entre los muertos al que vive, porque ha resucitado”.

Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en una fecha concreta y ha dejado huellas históricas constatables. Y sobre todo, es un hecho del que hay numerosos testigos, que lo han visto, han estado con Él, lo han tocado y han convivido hasta su ascensión a los cielos.

No hay acontecimiento en la historia de la humanidad que goce de tanta historicidad como la resurrección del Señor. Ha sido sometido a todo tipo de análisis, ha hecho correr ríos de tinta en todas las épocas, es un hecho verificado con todas las garantías.

Los apóstoles son testigos directos, y su testimonio es prolongado por la Iglesia a lo largo de la historia. El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha cambiado la vida de muchísimas personas y ha cambiado el curso de la historia humana, introduciendo en la misma la novedad del Resucitado.

Cuando llegamos a estas fechas de celebración de la resurrección del Señor, se afianza la fe del pueblo creyente. Y muchos que no creían, comienzan a creer, como le pasó al apóstol Tomás, que cuando se lo contaron dijo: “si no lo veo no lo creo”. Jesús tuvo la condescendencia y la paciencia de mostrarle sus llagas, y Tomás se rindió confesando: “Señor mío y Dios mío”.

La fe en Jesús resucitado no es sencilla consecuencia de un razonamiento, sino fruto de un encuentro con Jesús, de donde brota la fe.

Celebrar en la liturgia este hecho, quiere introducir en nuestra vida una renovación de la fe y de la esperanza, que desemboca en un amor ardiente capaz de transformarlo todo.

Feliz Pascua de resurrección a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! Nosotros lo hemos “visto” y damos testimonio al mundo entero de esta gran noticia para que la alegría llegue a todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Ha resucitado, aleluya.

 

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DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando la Pascua del Señor. Feliz Pascua a todOs. ¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado! Para esto vino a este mundo, para dar su vida por todos, para que todos tuviéramos vida eterna, algo muy olvidado en estos tiempos pero que vosotras, religiosas contemplativas, vivís ya anticipadamente en unión de oración y amor por Él y por todos.

El domingo, así se llamó ese día, todos los domingos es el día en que celebramos la resurrección del Señor, que es también la nuestra, por eso un cristiano no puede faltar a misa el domingo. Por eso la resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero, especialmente a los que creemos en Cristo muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna con Dios y los nuestros en el cielo.

El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida y felicidad eterna en favor de los hombres.

 La resurrección de Cristo es la realidad más importante de la vida humana, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, viviremos eternamente porque Cristo ha muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna en el cielo con todos los nuestros en la Gloria de nuestro Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, incluso a los que todavía no creen en Cristo resucitado.

Y la mejor forma de vivir esta nueva vida del Resucitado en nosotros es la misa de domingo, la celebración semanal del domingo, en la que Cristo resucitado por medio del sacerdote ofrece su vida para que todos la tengamos eterna con Él en el cielo. Todos los bautizados en la muerte y resurrección de Cristo somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre su muerte y la nuestra, especialmente comiendo la carne resucitada de Cristo en la sagrada Comunión para apropiarnos esa victoria y vivirla luego en nuestras vidas durante la semana hasta el siguiente domingo mediante la fe y el amor a Dios y a los hermanos

Sin embargo hoy día desgraciadamente para muchos el domingo se ha convertido sin más en el día del descanso semanal o diversión sin Cristo, sin misa de domingo; de cincuenta años para abajo tenemos muy poca gente en nuestras iglesias los domingoS, es una de mis mayores tristezas sacerdotales.

El domingo, sin embargo, para nosotros, los católicos verdaderos, es el primer día de la semana, el más importante y así lo creemos y cantamos –“este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo y de la nuestra –al tercer día Cristo resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús: “A los ocho días...” nos dice el Evangelio Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba ya con todos en el Cenáculo. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente, a los ocho días para crtificarle que estaba vivo y resucitado.

Sin embargo, a nosotros, personas del siglo XXI nos hace bien esta duda de Tomás, porque todos como él podermos tener nuestras dudas y vacilaciones pero viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, este hecho nos devuelve a todos la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús eeguiráhaciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y esperanza en la eternidad con Él y Dios Padre con Amor Eterno del Espíritu Santo. Qué gozo, hermans, ser religiosa contemplativa, vivir ya en la verdad y eternidad con Dios, haber comenzado el cielo en la tierra, muriendo para este mundo y viviendo solo ya para Dios. Os felicito, pero que lo vivais de verdad en santidad de vida y conversión total a Dios, no solo estar en el convento.

En el siglo IV los mártires del Abitene fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos en los domingos para celebrar la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar de celebrar el domingo diciéndole: “no podemos vivir sin el domingo”. Y prefirieron morir antes que dejar la misa dominical.Buen ejemplo para los cristianos de todos los tiempos.

Sin el domingo no somos nada. Esta vida no tiene sentido ni importancia porque nuestra vida no es eternidad con Dios y sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. Por eso, los cristianos como los mártires de Abitene no podemos vivir sin el domingo, sin encontrarnos todos los domingos con Cristo resucitado que es nuestra resurrección y vida eterna empezada en el tiempo, sobre todo para vosotras que habéis renunciado a la vida del mundo y sus vanidades. Pero que renuncieis de verdad al yo para vivir todas en Xto.

Termino: Queridas hermanas, cada domingo celebramos en la santa misa la resurrección del Señor que es la nuestra; la celebración del domingo, la misa de los domingos estimula en nosotros la certeza del encuentro con el Señor Resucitado, por la cual vosotros habéis renunciado a este mundo y sus vanidades que son pasajeras para sentir ya en la tierra su amor y salvación eternas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.

Queridas hermanas dominicas: Que la misa del domingo nos haga cada vez más fieles a su espiritualidad, a lo que es y celebramos como día de la resurrección de Cristo y la nuestra, ahora espiritual del pecado y de las imperfecciones con el Señor y con la comunidad de hermanas con las que compartimos esta  fe y esperanza eterna y esperamos gozarla juntas con todos los nuestros, por los cuales oramos y hemos ofrecido nuestras vida y renunciado al mundo y sus vanidades para vivir totalmente para el Resucitado, como único Señor y esposo y Amor eterno de nuestras vidas que ya hemos comenzado en este mundo. El Domingo es el día de la resurrección del Señor y de la nuestra. Amén.  

 

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II DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 5, 12-16.

 

        Según esta lectura, tres son las características de la Iglesia primitiva: los milagros que obran los apóstoles, la unión fraterna y el favor del pueblo. Los milagros realizados por los apóstoles hacen actual la promesa de Jesús en Mc 16,18. Crece el número de los creyentes en el Señor que se adhieren a la Iglesia. Y sobre todo en Jerusalén, los Apóstoles realizan muchas curaciones y milagros, testimoniando el mensaje de Cristo, símbolo de la realización continuada en ellos de los tiempos del Mesías, que se prolongan en el tiempo de la Iglesia.

       

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 1, 9-11. 12-13. 17-19.

 

En esta visión inaugural, el Apocalipsis (Revelación) presenta a Jesús Resucitado. Tiene lugar la visión en el “día del Señor” «el día de su Resurrección». Todos los atributos cristológicos de la visión conceptual, compuesta de elementos poco armonizables, le designan como Rey (ceñidor de oro...), Sacerdote (túnica talar), en una palabra, como Dios Omnipotente (v 17 s). Este Jesús, presentado así en toda su gloria, en medio de las Iglesias, trae un mensaje para ellas: El tiene las llaves de la Historia y de la Muerte. Es el mensaje del Apocalipsis: consuelo para los cristianos perseguidos, atribulados (cfr. Jn 16, 33).

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20,19-31

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

 

1.- Este segundo domingo de Pascua nos permite observar cómo los Apóstoles no creyeron fácilmente en Cristo resucitado, no les fue fácil creer y aceptar la resurrección del Señor; y no lo digo sólo por la obstinación de Tomás sino por todos.

Lo cual por una parte es lamentable por su falta de fe y confianza en Cristo, en su palabra, en lo que les había predicho y anunciado sobre su muerte y resurreción, pero por otra parte, para nosotros, hombres y mujeres del siglo 21 esta falta de fe de los mismos apóstoles nos ayuda más facilmente a creer en la resurrección de Cristo, al ver que los apóstoles no fueron unos bobalicones que se lo creyeron todo a la primera, sino que exigieron pruebas que valen también para nosotros y el mundo entero de todos los tiempos y con sus  dudas y desconfianzas nos ayudan mejor a nosotros a fundamentar y creer en la resurrección de Cristo a veinte siglos de distancia.

Una vez más, vemos cómo el mismo Cristo resucitado viene a su encuentro lleno de vida y alegría y paz y les perdona su falta de amor en su muerte y la poca fe que han dado a sus palabras; pero por esto mismo, esta falta de fe y confianza en la resurrección de Cristo es bueno para nosotros, porque nos ayuda en nuestras posibles dudas y desconfianzas, ya que vemos en los Apóstoles a unas personas que no se lo creen todo a la primera y exigen ruebas y demostraciones que fundamentarán la fe en la resurrección de Cristo y de la nuestra en las generaciones venideras.

        El estado de ánimo de los discípulos, después de la muerte de Jesús, es deplorable: “puertas cerradas por miedo a los judíos”, dicen los evangelios: tristeza, aislamiento e incomunicación, duda radical en Jesús de Nazaret, en quien habían puesto tantas esperanzas, aunque principalmente terrenas y materiales; basta ver el comportamiento de todos, menos de la mujeres.     En este contexto comunitario tiene lugar la inesperada aparición de Jesús al atardecer. Cristo les saluda: “Paz a vosotros”.

      Es maravilloso y digno de ser meditado e imitado este primer gesto de perdón del Señor resucitado, ante unos discípulos que no se lo merecían,  porque le han abandonado cobardemente. Si hubiéramos sido alguno de nosotros en circunstancias similares hubiéramos empezado con una censura.

Ésta es la vida nueva que tenemos que vivir porque Cristo ha resucitado y nos la ha comunicado. Y esto es una nota más que tenemos que aprender de Jesús resucitado. Hay que perdonar, hay que reaccionar amando ante las ofensas. Con este saludo Cristo ha perdonado todas sus huidas y traiciones. No les echa en cara su traición y cobardía. Es un anticipo y una experiencia del poder que le va a comunicar de poder perdonar los pecados de los hombres. Primero perdona personalmente y luego les envía a perdonar y practicar y enseñar este perdón a todos los hombres en nombre suyo.

Este poder hay que vivirlo y practicarlo especialmente en la «pascua florida», como enseñaba el antiguo catecismo. Todos nosotros tenemos que participar por el Sacramento de la Penitencia en la nueva vida del Resucitado. No podemos permanecer muertos y sin vida resucitada y nueva. La Iglesia tiene este poder recibido del Señor. Cristo resucitado nos trae el perdón de nuestros pecados y cobardías en confesar y vivir nuestra fe, nos trae la alegría de la reconciliación y del encuentro con Dios y con los hermanos; hacerlo y vivirlo es un ejercicio de humildad y de fe y amor a Dios y a los hombres.

Queridos hermanos, por fe, amor y agradecimiento a Cristo tenemos que comulgar con su cuerpo resucitado en esta pascua florida. Hay que confesar y comulgar, es un mandamiento de nuestra madre la Iglesia y el mayor acto de fe y amor en Cristo resucitado.

 

2º.- El Resucitado que tienen ante ellos es el mismo que fue crucificado y que vivió y predicó junto a ellos durante tres años. Es el mismo Jesús de Nazaret en quien Dios se ha manifestado en poder y gloria de resurrección para todos nosotros. Ha cumplido lo que había profetizado y prometido, pero ellos no habían captado.

Y esto mismo, que les pasa a ellos, es lo que les ocurre a muchos hombres de nuestro tiempo, sobre todo, jóvenes, que todavía no creen hombres y mujeres de cincuenta años para abajo, que no viven ni practican la fe, y están de acá para allá vacíos de Dios, de fe, de cristianismo, de vida de gracia, y qué va a pasar cuando dentro de un rato, pero qué son cien o cincuenta años comparados con la eternidad, qué va a pasar cuando se encuentren con Cristo resucitado y ya para siempre, para siempre, con el Cristo del evangelio, del Sagrario, presente y vivo en todos los sagrarios de la tierra, que no creen ni visitan ni adoran ni rezan…, y todo porque no se han enterado de que el sepulcro está vacío: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde lo pusieron”.

Era el sepulcro vacío, donde le habían puesto muerto. Las mujeres fueron a buscarle muerto pero se encontraron con Él vivo, vivo y resucitado. Si tú le buscas a Cristo en ratos de oración y sagrario, lo encuentras… porque «Cristo ha resucitado y vive para siempre»: este es un letrero luminoso que puse en el Cenáculo de la Parroquia de San Pedro, al año de llegar a ella. Allí permanece como signo de fe y esperanza y amor a Cristo, que nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de sus fuerzas, de su amor y de los tiempos, quedándose junto a nosotros como amigo en el Sagrario.

Cristo, resucitando, está cumpliendo lo que les había dicho: “Me iré y volveré a vosotros y vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 20). Efectivamente, el Señor ha resucitado y esta profesión de fe pascual, basada en su experiencia y constatación inmediata de ver y hablar y comer con el Resucitado es la esperanza y el fundamento y la base del anuncio y del mandato de Cristo de pregonarlo al mundo entero; es la base del Credo y de la Liturgia y de la Vida de la Iglesia: es su fundamento y corazón de vida, es el Cristianismo.

 

3.- “Al resucitar Cristo, todos hemos resucitado”; esta afirmación de San Pablo a los Romanos es la mejor noticia que podemos recibir los hombres. Nosotros ya no moriremos para siempre. Mi vida es más que esta vida, que este espacio y este tiempo, mi vida es una eternidad de vida y felicidad con el Resucitado que empieza ya en esta vida y muchos la han experimentado.

Creamos a Cristo resucitado, Él nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”. Creamos a la liturgia de la Iglesia que en su prefacio de misa de difuntos reza para todos: «Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».  Digamos con San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y nosotros somos los más necios del mundo”; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

        Éste es nuestro gozo y alegría en esta Pascua de Resurrección que estamos celebrando, la fiesta principal de la Iglesia. Recemos y cantemos con el salmista, como lo hemos hecho al comenzar la santa misa: “Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo; dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia; que lo diga la casa de Israel, es eterna su misericordia; que lo diga la casa de Aarón, es eterna su misericordia; que lo digan los fieles del Señor, es eterna su misericordia”.

        En el Apocalipsis de San Juan, Cristo resucitado nos dice a todos: “No temas nada, yo soy el primero y el último, el Viviente; estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre”. Y termino con un texto de San Pablo a los Romanos: “Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8, 11).

 

4.- Quiero citar unos textos del Vaticano II, que nos ayudan a reflexionar y comprender la vida del hombre sobre la tierra a la luz de este misterio:

 «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte» (GS 18).

 «… son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsiste todavía?» (GS 10).

 «La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado» (GS 18).

«Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba! ¡Padre!”» (GS 22).

«Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin» (GS 38).

 

¿QUÉ NOS ENSEÑA Y MANIFIESTA A TODOS CRISTO JESÚS RESUCITADO?

 

Normas de vida espiritual que surgen de la resurrección a la vida nueva de Cristo Resucitado:

«…el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo» (AG 13).

« Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a Él hasta el extremo de que Cristo quede formado en ellos (cf. Gal 4,19). Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con Él, muertos y resucitados con Él...» (LG 7).

« [La Iglesia] está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas...» (GS 8).

«… la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas...» (AG 37 ).***********************************

DOMINGOS DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando el domingo, la Pascua de la resurrección del Señor, que es la garantía de nuestra resurrección y la de todos los que han muerto y viven ya eternamente…¿habéis entendido bien?, que nuestros difuntos viven, que todos los que han muerto están vivos con Dios… porque Cristo vino a este mundo, murió y resucitó únicamete para esto, para que todos tuviéramos vida eterna, y Él lo dijo muchas veces: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque… y lo rezamos en el prefacio de las misas de difuntos: “porque la vida de los que en ti creemos no termina…y lo constatamos en las apariciones que Cristo y la Virgen siguen realizando, porque están vivos, Lourdes, Fátima, Siracusa…Él es Dios y no miente y lo puede todo

Esta es nuestra certeza y la verdad fundamental de nuestra fe cristiana. Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, y seríamos los más necios del mundo, pero no, Cristo ha resucitado y con Él todos resucitaremos, nos dice San Pablo, que fue perseguidor suyo, y se convirtió a Cristo al ser derribado del caballo cuando iba camino de Damasco persequiendo a los cristianos que decían que Cristo había resucitado y estaba vivo como lo había dicho y se estaba apareciendo a los cristianos, no solo a los apóstoles.

Y Pablo no se lo creía y por eso los perseguía y el Señor tuvo que tirarlo del caballo y tuvo que empezar el camino de la fe como todos nosotros, para encontrar a Cristo resucitado; ya sabéis que se retiró tres años al desierto de Arabia en oración y allí, por la oración, encontró y amó a Cristo más que los mismos discípulos que habían estado con Él durante su vida en la tierra.

Hermano, haz oración y encontrarás tú también a Cristo vivo y resucitado en el Sagrario. Hermanos ¿cuánto tiempo pasamos en oración ante el Señor en nuestras iglesias, cuánto tiempo te pasas tú junto al sagrario de tu parroquia, cuántos cristianos visitan y rezan al Señor resucitado o vienen a misa los domingos? Cómo van a tener experiencia de Él sin visitarlo, sin hablar con Él, sin comulgar ni una vez al año?

Repito, hermanos, la resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna con Dios que nos espera a todos y para la cual vino Cristo, y murió y resucitó para que todos tengamos vida eterna, y os digo la verdad, si yo no tuviera experiencia y certeza de que Cristo vive y está resucitado, no sería sacerdote, es más, dejaría de ser cura ahora mismo; yo solo soy cura porque Cristo está vivo y resucitado y llena mi vida y lo siento en ratos de oración, sobre todo,  ante el sagrario;de hecho algunos de mis libros los escribí así mirando al Sagrario.

        Por lo tanto, hermanos, Cristo resucitó y a este día los discípulos lo llamaron domingo, que significa día del Señor y este domingo que estamos celebrando, como todos los domingos, es el día en que la Iglesia, todos los cristianos celebramos con Cristo en la santa misa su resurrección, que es el fundamento y garantía de la nuestra y por eso es obligatoria para todos los cristianos.

Por eso, NINGÚN DOMINGO SIN MISA, qué gozo ser católico, venir a misa los domingos, saber que mi vida es más que esta vida, que mi vida no termina con la muerte y celebrar todos los domingos, en la resurrección de Cristo, la nuestra, comulgando además con Él, hecho pan de la vida eterna:”Yo soy el pan de vida..

Hermanos, rezad por vuestros hijos y nietos, que no vienen a misa, son eternidades, que Dios os ha confiado, sus vidas son más que esta vida. Sé que esto os puede molestar, pero tengo la obligación de decirlo, para eso soy sacerdote de Cristo, porque soy sembrador y recolector de eternidades mediante los sacramentos del bautismo, de la comunión y la santa misa.

Hoy, los domingos son una pena en muchos lugares; actualmente para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, para otros, el domingo se ha convertido en un día dedicado al deporte u otras actividades lúdicas y para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Está bien, pero el domingo es el día del Señor, el día de la resurrección del Señor y de la nuestra, y hay que venir a misa para celebrarlo, como lo celebró el Señor resucitado en el primer domingo de la historia apareciéndose a los discípulos y celebrando la santa misa con ellos en el Cenáculo.

Hermanos, qué gozo ser católico, creer, amar y esperar a  Jesucristo, saber que mi vida es más que esta vida, que viviré ya siempre con el Señor y los míos en el cielo. Qué gozo sentirlo esto algunas veces en la tierra en oración ante el Sagrario. Celebremos así cada domingo en unión con los nuestros que ya lo celebran eternamente en el cielo, como lo rezaremos ahora en la misa en el memento de difuntos, porque que ya todos viven con Dios en el domingo eterno del cielo y como un día nosotros eternamente lo celebraremos, con Cristo, y la Virgen, nuestra patrona, y los nuestros para siempre, para siempre. Amén, Así sea. Qué gozo ser católico, sentirse salvado por Cristo Eucaristia, pan de vida eterna.

 

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III DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 5, 27b-32. 40b-41.

 

Nueva confrontación con las autoridades judías. La nota dominante es la libertad y valentía del testimonio apostólico, que manifiesta la fuerza del Espíritu (cfr Hch 4, 29. 31; Mt l0, 19-20). Pero por encima de las prohibiciones humanas está la obediencia a Dios (5, 29b). Son más bien las autoridades judías las que han desobedecido “al Dios de nuestros padres”, dando muerte a Jesús. Los Apóstoles, fortalecidos por el Espíritu, obedecen al mandato de predicar y dar testimonio de la actuación salvífica de Dios en Cristo (5, 31-32). El poder salvifico del Nombre de Jesús resucitado se nos hace presente en cada celebración eucarística.

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 5, 11-14.

 

El Apocalipsis nos muestra la liturgia celeste donde Cristo es el Cordero sacrificado, y por ello glorioso, el Único, el que es capaz, Él solo, de leer el Libro de los siete sellos, del plan de Dios y de su triunfo final en la Historia. Como tal lo aclama toda la corte de Dios, en todos esos cuatro grados bien jerarquizados, que tienen la función de «pedestal» de la Gloria de Dios. La descripción está compuesta de elementos tomados de los profetas, sobre todo de Ezequiel. El tono es litúrgico pascual, tomado acaso de la liturgia contemporánea del Asia Menor. Son expresiones magníficas de la exaltación del Resucitado junto al Padre.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 21, 1-19

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La Resurrección de Jesús es el objeto principal de la fe cristiana porque nos revela la verdadera identidad del Mesías y naturaleza propia de su salvación. Si Cristo ha resucitado todo lo que ha dicho y hecho es verdad. La Resurrección de Cristo arroja la luz divina sobre todos sus dichos y hechos. Ya lo dice San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe… pero no, Cristo ha resucitado”. Todos estamos llamados a participar de esta resurrección: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”; para eso todos debemos cooperar en la construcción del Reino de los cielos, cuyo fundamento ha sido establecido en Cristo resucitado. Esta vida de resucitados tenemos que vivirla nosotros en este mundo. Nosotros hemos resucitado con Cristo por medio del bautismo, que nos incorpora a su Cuerpo.

 

2. La importancia de las apariciones de Cristo es muy grande, porque son una señal manifiesta de la resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe. El texto más antiguo es el de Pablo (alrededor del año 35 d. C.) de unos 6 años después de la muerte de Jesús. Pablo cita un gran número de testimonios importantes (1Cor 15, 3-8) con el fin de mostrar que la fe de la Iglesia está fundada sobre bases bien sólidas.

El modo cómo habla de las apariciones nos indica que éstas no fueron «visiones» puramente subjetivas. No fueron Pedro, ni los Doce y los demás los que vieron al Señor, sino que fue Jesús el que “se apareció a ellos”. No se trató de una pura experiencia subjetiva, sino de experiencia que ellos tuvieron después de una aparición objetiva y real, no imaginativa de Jesús; han visto no una creación de su fantasía, sino el cuerpo real del Señor; un cuerpo, que, aunque real, tiene una forma de existencia diversa de la que tenía antes, de la de un cuerpo terrestre (Mc 16, 12). Es un «cuerpo espiritual», bienaventurado, totalmente animado por el Espíritu Santo. No puede ser percibido por nuestros sentidos, a no ser por una gracia de Dios.

 

3.- Tres son los elementos esenciales y constantes que se dan en las apariciones de Jesús:

 

a) La iniciativa es siempre de Jesús resucitado. Las apariciones no tienen lugar cuando los discípulos las están esperando; sino que Cristo se les aparece en la forma más impensada y cuando menos lo esperaban. Esto subraya el carácter no subjetivo, sino real de las apariciones. Y Cristo desaparece de improviso, cuando desearían estar todavía con Él.

b) El reconocimiento del Resucitado no es fácil ni espontáneo, sino lento y difícil. Cristo tiene que convencer a los suyos de que es Él y no un fantasma, pidiéndoles algo de comer, mostrándoles las manos y el costado con la señal de las heridas. Se dan cuenta que se encuentran ante un misterio, y lo pueden superar sólo con un acto de fe.

 

c) La misión: Cristo se aparece a los suyos y se da a conocer para enviarlos en misión, después de darles la inteligencia de la Escrituras. El carácter misionero de las apariciones es claro (Mt 28, 19s; Jn 20, 21).

 

4.- Cada aparición de Cristo resucitado a sus Apóstoles se cierra siempre, en Juan, con una transmisión de poderes. Juan coloca intencionadamente esta transmisión después de la Resurrección (al contrario de Mt 16, 13-20),  para dejar bien claro que los poderes misioneros y sacramentales de la Iglesia no son más que la irradiación de la gloria del Resucitado (Mt 28, 18-19).

En nuestro pasaje, los poderes transmitidos se refieren de manera más especial al primado de Pedro. Pedro había negado tres veces a su Maestro (Jn 18, 17-27) y por tres veces le pide Jesús una confesión de amor. Quiere que se ponga por delante de los demás en el orden del amor (v. 15). Pedro no se atreve a afirmar abiertamente su amor al Señor, y con humildad recurre al conocimiento de Cristo (v. 15-17).

La revelación del amor (ágape) hecha por Cristo en su muerte (Jn 15, 14), se convierte en la Iglesia conducida por Pedro, en sacramento visible del ágape del Salvador. El primado no es una recompensa concedida al amor de Pedro hacia su Maestro; es una institución que significa el amor de Cristo hacia los hombres. Por eso, el amor a Dios y a los hermanos es nota esencial de la Iglesia de Cristo.

 

5.- Era entre dos luces. Los pescadores faenan de noche. Jesús se manifiesta y aparece al amanecer. Entre oscuridades de amanecer se oye una voz… No se distingue bien. Pero el evangelio dice expresamente: “Aquel discípulo que Jesús tanto quería…” fue el que por el amor lo distinguió primero y se lo dijo a los demás. El amor va siempre por delante en el conocimiento del Señor, antes  que la teología o la inteligencia humana. San Juan de la Cruz nos dice que la oración es cuestión de amor. Para Santa Teresa, el amor tiene absoluta primacía en la oración, que es «trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

Sólo amándonos las personas, nos patentizamos mutuamente la verdad que somos. Sólo el amor, en cuanto aceptación y acogida, donación y ofrecimiento, abre la puerta a la verdad personal.

Voy a insistir un poco en este aspecto. Se plantea Santa Teresa directamente dónde se halla «la sustancia de la perfecta oración». Y contra el parecer de algunos que creen que «está todo el negocio en el pensamiento», ella se inclina decididamente a pensar que «el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho». Escribe en las Moradas: «Para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho». Amor seguro, sin ocaso, permanente. En eterno presente. «Nos ama».

Sin forzar las cosas lo más mínimo, sin caer en reducciones simplistas, puede decirse que la oración es el progresivo descubrimiento, la experiencia viva de que Dios nos ama. El amor es el que motiva siempre nuestro acercamiento a Dios y que tratemos asiduamente de amistad con Él. Es este amor el que vence todas las resistencias que nacen de nuestra condición de pecadores y que bloquean y hacen abortar la amistad.

La certeza teologal de que Dios le ama sostiene al orante en la oración: «Sufre que Dios esté con él». El amor que nos tiene. Es lo primero que Jesús, Maestro de oración, nos dice y enseña; y de ahí venimos al conocimiento de Dios, que es Amor. 

Por eso se lo exige en este evangelio a  Pedro por tres veces. Es verdad que lo negó, pero amó y lloró amargamente. El haber pecado no impide nunca ser amigo de Cristo si uno no permanece en el pecado. Para eso es la oración. La oración nos saca de todo pecado, porque es ejercicio de amor. Precisamente aquí está la causa de que dejemos la oración. Porque ella es una invitación permanente a la conversión. Convertirse, amar y orar se conjugan igual. Si uno no deja el pecado, se acabó la oración. Si la oración fuera cuestión de inteligencia o teología, los teólogos serían siempre hombres de oración. Es cuestión de oración, de grandes amantes, de amor permanente. Y de este amor y esta oración, surge el apostolado, la misión.

 

6.- El Papa Juan Pablo II lo ha dicho muy claro en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte. Hago un breve resumen, poniendo los números de la misma Carta, por si alguno quiere completar esta reflexión: 

 

«1. Al comienzo del nuevo milenio, mientras se cierra el Gran Jubileo, en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimiento de Jesús, y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a «remar mar adentro» para pescar: «¡Duc in altum!» (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. «Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces» (Lc 5,6).

Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre» (Hbr 13,8).

 

28. Como en el Viernes y en el Sábado Santo, la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro ensangrentado, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo. Pero esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (cf. 1Cor 15,14). La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la Carta a los Hebreos 5, 7.

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21).

Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Dulcis lesu memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13, 8).

 

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20, 24-29).

En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16, 13- 20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,  14). Respuesta elevada, pero distante aún --¡y cuánto!-- de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

 

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro.

 

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27(26), 8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente, más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él, Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67(66), 3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4, 24; Col 3, 10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1, 21).

Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Dulcis lesu memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hbr 13, 8).

 

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IV DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 13, 14. 43-52.

 

El discurso inaugural de Pablo despierta un vivo «interés» entre muchos judíos y prosélitos (13, 42-44). Pero en seguida cambia el panorama. La «reacción» de los judíos (13, 45) corresponde más bien a la actitud hostil provocada por el discurso inaugural de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 28-29), y a la persecución desencadenada por las autoridades contra los Apóstoles (capítulos 4-5) y contra Esteban (capítulos 6-7). También la misión entre los gentiles nace bajo el signo de la «persecución» (13, 50). Pero al mismo tiempo, la hostilidad de los judíos pone de relieve la valentía apostólica de Pablo y Bernabé (13, 46); y hace resaltar la doble actitud ante la palabra de Dios: los judíos, en virtud de sus prejuicios, la rechazan y los paganos la aceptan y, llenos de la alegría del Espíritu, dan gloria a Dios y entran en el camino de la salvación (13,47-48. 50).

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 7, 9. 14b-17Visión casi final de un ciclo del Apocalipsis, que expresa, por eso mismo, un aspecto del mensaje total del libro. En contraste con la multitud precedente (Apc 7, 1-8) perfectamente numerada (doce veces enormes múltiplos de doce), ésta no se puede contar. El Apocalipsis está hablando a los cristianos en una u otra forma “perseguidos”, “atribulados” en su enfrentamiento con el mundo en la “gran tribulación” que siempre comporta la vida cristiana. Y les expone el triunfo final que les espera.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 27-30

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- En la iconografía cristiana, especialmente en las catacumbas romanas, la imagen del buen pastor referida a Cristo, es anterior y aun preferida a la imagen del Crucificado. El arte y la piedad la pintaron y esculpieron en infinidad de monumentos; esta página evangélica estuvo muy presente entre los primeros cristianos, que así contemplaron y oraron a Cristo, como buen pastor. Para ellos, como para nosotros, Jesucristo es el buen pastor que nos amó y dio su vida por todos nosotros; por eso su amor es el más grande.

        En la historia de la Salvación, Dios suscitó a Abrahán, Moisés, David como pastores, que condujeron a su pueblo hacia la tierra prometida, sufriendo muchas veces la incomprensión del mismo rebaño que guiaban, de Israel; pero los pastores no dejaron de amar y conducir y apacentar a su grey, por mandato del Señor en los mejores pastos.    

2.- Por eso, la imagen de pastor que Cristo se atribuye a sí mismo en este Evangelio no deja de suscitar en nosotros, que somos su rebaño, sentimientos de amor, seguridad, fortaleza, alegría porque sabemos que es el mejor pastor del mundo, enviado por el Padre Dios, para llevarnos a las verdes praderas de la salvación eterna.

        Hoy es un día para contemplar la imagen de Cristo buen pastor, que conduce y lleva sobre sus hombros la oveja, fuertemente agarrada, dando la sensación de seguridad y firmeza, mostrando que la oveja no tiene nada que temer, porque el pastor no permitirá que nadie ni nada pueda hacerle daño.

        Nuestra civilización mecanizada nos tiene más bien acostumbrados a ver parques de coches que rediles de ovejas. Para entender el texto de hoy, tenemos que recordar con nuestra imaginación esta descripción de una escena de la vida pastoril, tan frecuente y diaria en los tiempos de Cristo.

Los pastores reunían sus rebaños, al atardecer, en un redil confiado a la vigilancia de uno de ellos, que custodiaba la puerta durante la noche. Quien en estas circunstancias intentara entrar en el redil con intenciones de matar y de robar, se veía obligado a saltar por las paredes del cercado. Allí pasaban la noche todas juntas.

Las ovejas de los distintos rebaños conocían la voz de su respectivo pastor. Este se presentaba en la puerta por las mañanas, y el guarda le abría. Al sonar la llamada de cada pastor, que las ovejas reconocían sin equivocarse, cada rebaño se reunía en torno a su pastor y salían a pastar.

        Jesús se compara a sí mismo con el pastor; es el pastor de toda la humanidad, de toda la inmensa familia humana. Conoce a la humanidad entera lo mismo que a cada hombre en particular. Nadie más que Él ha sido ni será ni podrá ser para la humanidad mejor pastor. No sólo es el pastor, sino también la puerta del redil. No se llega al conocimiento profundo de la comunidad humana ni del hombre ni del sentido de la vida, si no es a través del conocimiento de Cristo.

Existen otros caminos, ciertamente, pero son, más o menos, vericuetos de pillaje. Los llamamientos dirigidos a los hombres que no lleven el acento de Cristo, les conducen a términos que carecen de la plenitud de salvación proporcionada por el único Pastor Salvador. Detengámonos en analizar algunas de las cualidades del buen pastor:

        3.- Cristo, buen pastor, quiere que veamos en Él, a un pastor lleno de amor a los hombres, pero de un amor gratuito, que sólo busca el bien de las ovejas, no su carne o leche; es un  amor infinito que terminará llevándole con amor extremo hasta dar la vida por las ovejas. No es, por tanto, un asalariado, que trabaja y está con las ovejas por dinero, por intereses personales; por siete veces nos dirá que Él es el buen pastor enviado por el Padre a salvar a los hombres. Todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, tendríamos que aprender de Él a luchar contra los lobos que surgen y surgirán siempre en todas las épocas de la historia y que hacen estragos irreparables entre niños, jóvenes y adultos por la televisión y en los medios de comunicación, llenos de basura y destrucción de valores humanos y religiosos, sin caminos de verdad, humanidad y vida.

        Tantos hombres hoy disfrazados de lobos del consumismo, corrupción, vicios, sexo que corrompen la inocencia de nuestros niños y jóvenes ante la pasividad de tantos padres, educadores y poderes políticos que debieran defender la infancia y juventud, y con su falta de cuidado permiten e incluso establecen leyes que pervierten, obligando a  niños y juventud a beber en fuentes contaminadas y envenenadas de violencia, sexo prematuro, corrupción de todo género, fomentando con pastillas el sexo entre preadolescentes que a muchos les llevará a la muerte de abortos que no podrán ya olvidar nunca en su vida.

        ¡Cristo, buen pastor! Este mundo te necesita más que nunca, necesita de tu presencia, amor y cuidados. Porque se nos está muriendo de sed, ya que bebe en aguas envenenadas de nihilismo, de ideologías vacías de sentido, llenas de egoísmo, consumismo y materialismo. Los creyentes necesitamos repetir sus nombres ante Tí, rezando y suplicando muy fuerte el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… Aunque vaya por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”.  Debo escuchar tu voz, Señor, y obedecerte. Enséñame tus leyes y  a cumplir tus mandamientos; quiero vivir tu Evangelio.

        4.- “Yo soy el buen pastor que conozco a mis ovejas…”. Jesús es el buen pastor que nos conoce, porque Él es la Palabra por la que todo ha sido hecho, es la Palabra llena de amor pronunciada por el Padre para crear el mundo y a los hombres. Si existimos, es porque estuvimos primero en Él, que es el pensamiento y la idea y el proyecto del Padre; Él es su Idea, en la que están todas las cosas y planes del mundo; el Padre, viéndonos en su Idea, en Él, en su Hijo, nos creó por amor, porque quería que existiéramos, que fuéramos sus amigos. Cristo me conoce y me escucha siempre: conoce mis entradas y salidas del rebaño, mis pecados y mis aciertos, reconoce mi voz cuando le hablo. Si el pastor nos conoce, las ovejas deben conocer al pastor. Debo hablarle y conocerle por la oración. Necesidad de la oración.

        5.- “Llama a sus ovejas por su nombre”. Esto quiere decir que el Señor conoce a cada persona en particular. Vivimos en una sociedad que, paulatinamente, reduce a las personas al anonimato de una ficha de ordenador; esto no deja de admirarme y consolarme. Al matar a la persona desde el aborto hasta la eutanasia, al tender a desaparecer hoy el valor único de la persona, se reacciona estudiando científicamente el problema de las relaciones interpersonales, de la violencia, de la incomprensión, del abandono de los mayores, y no se dan cuenta que han metido ellos el cuchillo hasta dentro y, al hacer esto, se destruye el valor de la vida y de la persona. Ya no son valores absolutos. Pueden depender del egoísmo y del capricho del poderoso, del que existe o está más en el poder. ¿Qué es lo que resta? Para el cristiano, resta que le conoce Dios por su nombre, es decir, en su intimidad personal, única e incomunicable.

        Cuando nos suceda que nos sintamos muy solos en medio de la multitud, pensemos en Uno que nos conoce personalmente. No estoy solo en el mundo, hay alguien que siempre piensa en mí, que me ama, que me mira, que vive pendiente de mí. «Sus ojos tiene puestos en su ovejas. Y su corazón también. Mírenle ellas a Él, que Él mira a ellas» (San Juan de Ávila).

        6.- “Yo vine para que tengan vida”. La vida que Cristo nos proporciona es lo que se denomina gracia santificante, es decir, una participación en la vida misma de Dios. Esa vida la vivimos en este mundo en sus etapas iniciales, en espera de su expansión total, cuando se realice nuestra comunión en la resurrección del Señor. Jesucristo es quien nos trae la vida de hijos de Dios, el conocimiento de Dios, la esperanza en Dios.      

« ¡Oh Jesús!, tú has dicho: “Yo soy la puerta. El que por mí entrare se salvará”... No quiero contentarme con sólo leer tus palabras, meditarlas, aprobarlas, admirarlas y predicarlas; ayúdame, Señor, a ponerlas en práctica, a vivirlas, a convertirlas en vida mía... Ayúdame a vivir de fe, dejando a un lado la razón humana que es locura delante de ti, y regulando mi vida en conformidad con las palabras de tu sabiduría divina que es oscura delante de los hombres. Que yo pueda entrar por ti, amándote con todo mi corazón... Que pase por ti imitándote... obedeciéndote... Las ovejas van unidas a su Pastor porque lo miran, lo siguen, le obedecen; que yo también te siga y te ame, divino Pastor; que yo te mire con la contemplación, te siga con la imitación, y te obedezca (CARLOS DE FOUCAULD, Meditaciones sobre el Evangelio).

        7.- “Tengo otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que traer…”. El pastor bueno nunca descansa, siempre está pensando en sus ovejas y no abandona ni siquiera a las que se han perdido por su cuenta, las echa de menos al contarlas todos los días, porque las creó por amor y con amor quiere llevarlas al Padre, a la Salvación. A las descarriadas quiere llevarlas sobre sus hombros, quiere curarlas, acariciarlas, tenerlas fuertemente agarradas para que no caigan por el precipicio.

        Los sacerdotes, los padres, los educadores y catequistas de la fe deben ser pastores al estilo de Cristo. De Él debemos aprender a conocer, amar y dar la vida por las ovejas que se nos han confiado. Pidamos esta gracia. Nosotros no sabemos ni podemos. Pero Él nos ha llamado y elegido para ser pastores de su  grey. Y estamos alegres. Porque sabemos que es lo mejor que nos ha podido acontecer. Ser en Él y por Él pastores y conductores de eternidades hasta la Eternidad del Amor Trinitario, redil universal de toda la creación.

 

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DOMINGO IV PASCUA: CRISTO, BUEN PASTOR

 

QUERIDOS HERMANOS SACERDOTES: El cuarto domingo de Pascua, que hemos celebrado, es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebrábamos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”. La Jornada,pues, nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”. Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación.

Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, de ternura, de cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).

Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios Padre, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.

En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo y un seguimiento por parte de las ovejas ¿Cómo y dónde? por la oración diaria que nos lleva a todos al seguimiento de Cristo. Sin oración diaria y conversión permanente no hay conocimiento  ni seguimiento de Cristo, aunque uno sea sacerdote, obispo o cardenal. Y este será siempre problema de la Iglesia, unas veces más y otras, menos, pero siempre problema y necesidad de la oración en los elegidos para conocer y seguir a Cristo, para ser sacerdotes según su corazón y espíritu sacerdotal.

Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento mutuo lleno de amor. Y dónde adquirimos este conocimiento de Cristo Pastor? En el trato diario con Él por la oración, principalmente ante el Sagrario, ante Cristo vivo y esperándonos todos los días en el Sagrario. Cómo predicar que ahí está el Señor y luego no nos ven a los sacerdotes  junto a Él? Si a ti te aburre Cristo cómo vas a entusiasmar a la gente con El, iAllí Él nos enseña a cuidar y amar a la ovejas como Él las ama y da la vida por ellas en la eucaristía. Allí, todos los días, en ratos de encuentro, diálogo y conversión permanente a su vida y amor. Y esta es la hostoria de todos los santos pastores que ha habido y habrá en la Iglesia. Y también de los asalariados.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebremos toda esta semana la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”. Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y repito, todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”. Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Háblalo con Él ahora en este y otros ratos de oración.

Cada uno de nosotros hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios; acertar con ese proyecto de Dios es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.

Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo. Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este jueves eucarístico y sacerdotal por las vocaciones, porque Dios sigue llamando y nos necesita; la Iglesia necesita jóvenes que sean generosos para decir sí al sueño y promesa de Dios, de Cristo Sacerdote, como lo fuimos nosotros un día y así cumpla sus deseos para con su pueblo: “Os daré pastores según mi Corazón”.

 

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DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.

Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).

Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.

 En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.

 Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.

Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.

Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.

A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.

Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.

Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones.

 

HOMILÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor, que nos invita a renovar esa cercana intimidad con Jesús que nos trajo su Resurrección de entre los muertos. En este domingo se celebra en la Iglesia Universal la Jornada mundial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Es tan importante y esencial el problema de las vocaciones que quiero ceder mi palabra al Papa Juan Pablo II, tan amante e interesado por esta necesidad de la Iglesia las vocaciones, en una de sus homilías.

 

1.- YO SOY LA PUERTA DE LAS OVEJAS

 

En el domingo IV de Pascua contemplamos a Cristo resucitado que dice de sí mismo: “Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10, 7). Él se llama también a sí mismo “Yo soy la puerta de las ovejas”. También se llama a sí mismo el buen Pastor; de esta forma, Jesús completa, en cierto sentido, esta verdad, dándola una nueva dimensión: “Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas sino que salta por otra parte, éste es ladrón y bandido; pero el que entre por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz y él va llamando por el nombre a las ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10, 1-5).

Jesús, pues, es la puerta del aprisco. Al atribuirse este título, Jesús se presenta a sí mismo como el camino obligado para entrar pacíficamente en la comunidad de los redimidos: efectivamente, Él es el único mediador por medio del cual Dios se comunica a los hombres y los hombres tienen acceso a Dios. Quien no entre por esta puerta es “ladrón y bandido”.

Con todo, se pasa a través de esta puerta siguiéndole a Él, que es el verdadero Pastor. Mirad bien y comenta San Agustín «que Cristo, nuestro Señor es la puerta y el Pastor: la puerta, abriéndose en la revelación; y pastor, entrando él mismo».

Y ciertamente, hermanos, ha comunicado también a sus miembros las prerrogativas de pastor; y así es pastor Pedro, y Pablo es pastor, y pastores son los otros apóstoles y pastores los buenos obispos y sacerdotes. Pero ninguno de nosotros se atreve a llamarse puerta. Cristo se ha reservado solamente para Él ser la puerta “a través de la cual entran las ovejas”.

 

2.- LA PASTORAL VOCACIONAL

 

Esta imagen de Cristo que como “único buen Pastor” es al mismo tiempo “la puerta de las ovejas” debe estar ante los ojos de todos nosotros. Debéis de tenerla ante los ojos, de modo particular vosotros, queridos hermanos míos, que concelebráis conmigo esta Santa Misa, con la que se inaugura el Congreso Internacional de Vocaciones.

Este Congreso desarrolla la Pastoral Vocacional en las Iglesias Particulares. Se propone mejorar la mediación de la Iglesia local en orden a las vocaciones. El deseo, avalado por la oración común, es que se convierta también en el punto de partida para un nuevo impulso a favor de la Pastoral Vocacional, en cada una de las Iglesias Particulares, parroquias, etc.

El problema de las vocaciones sacerdotales y también de las religiosas, tanto femeninas como masculinas, es, lo diré abiertamente, el problema fundamental de la Iglesia. Es una comprobación de su vitalidad espiritual y es la condición misma de esta vitalidad. Es la condición de su misión y de su desarrollo. Es necesario, pues, considerar este problema en cada una de sus reales dimensiones, si nuestra actividad en el sector del florecimiento de las vocaciones quiere ser apropiado y eficaz.

 

 

3.- LAS VOCACIONES SON LA COMPROBACIÓN DE LA VITALIDAD DE LA IGLESIA

 

La vida engendra vida. No por casualidad el decreto sobre la formación sacerdotal, al tratar del deber de incrementar las vocaciones, subraya que la “comunidad cristiana está obligada a realizar esta tarea, ante todo, con una vida plenamente cristiana” (OT 2). Lo mismo que un terreno demuestra la riqueza de su propio “humus” vital con la lozanía y el vigor de la mies que en él se desarrolla (la referencia a la parábola evangélica del sembrado es aquí espontánea: (Cf. Mt 13,3-32) así una comunidad eclesial da prueba de su vigor y de su madurez con la floración de las vocaciones que llegan a ser realidad en ella.

Las vocaciones son también la condición de vitalidad de la Iglesia. No hay duda de que ésta depende del conjunto de los miembros de cada comunidad, del “apostolado común”, en particular, del apostolado de los laicos.

Sin embargo, es igualmente cierto que para el desarrollo de este apostolado es indispensable precisamente el ministerio sacerdotal. Por lo demás, esto lo saben muy bien los mismos laicos. El apostolado auténtico de los laicos se basa sobre el ministerio sacerdotal y, a su vez, manifiesta la propia autenticidad logrando, entre otras cosas, hacer brotar nuevas vocaciones en el propio ambiente.

Podemos preguntarnos por qué las cosas están así. Tocamos aquí la dimensión fundamental del problema, es decir, de la condición misma de la Iglesia tal como ha sido plasmada por Cristo en el misterio pascual y como se plasma constantemente bajo la acción del Espíritu Santo.

Para reconstruir en la conciencia o profundizar en ella, la convicción acerca de la importancia de las vocaciones hay que remontarse a las raíces mismas de una sana Eclesiología, tal como ha sido presentada por el Vaticano II. El problema de las vocaciones, el problema de su florecimiento pertenece de modo orgánico a esa gran tarea que se puede llamar «la realización del Vaticano II».

 

 

4.- LUZ QUE NOS VIENE DE LA ECLESIOLOGÍA DEL VATICANO II

 

Las vocaciones sacerdotales son comprobación y, al mismo tiempo, condición de la vitalidad de la Iglesia, ante todo, porque esa vitalidad encuentra su fuente incesante en la Eucaristía, como centro y vértice de toda evangelización. Y de la vida sacramental plena. De aquí brota la necesidad indispensable de la presencia del ministro ordenado que esté precisamente en disposición de celebrar la Eucaristía.

Y luego ¿qué decir de los otros sacramentos mediante los cuales se aumenta la vida de la comunidad cristiana? ¿Quién administraría el sacramento de la Penitencia si faltase el sacerdote? Y este sacramento es el medio establecido por Cristo para la renovación del alma y para su interacción activa en el contexto vital de la comunidad.

¿Quién atendería el servicio de la Palabra? Y, sin embargo, en la economía actual de la Salvación “la fe es por la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17).

Están luego las vocaciones a la vida consagrada. Ellas son la comprobación y, a la vez, la condición de la vitalidad de la Iglesia, porque esa vitalidad debe encontrar, por la voluntad de Cristo, su expresión en radical testimonio evangélico del Reino de Dios en medio de todo lo que es temporal.

 

5.- SERVICIO A LA COMUNIDAD ECLESIAL

 

El problema de las vocaciones no deja de ser, queridos hermanos, un problema por el que tengo mucho interés, de modo muy especial. Estoy convencido de que, a pesar de todas las circunstancias que forman parte de la crisis espiritual existente en toda la civilización contemporánea, el Espíritu Santo no deja de actuar en las almas. Más aún, actúa todavía con mayor intensidad. Precisamente de aquí nacen también para la Iglesia de hoy perspectivas favorables en cuanto a vocaciones con tal de que ella trate de ser auténticamente fiel a Cristo, con tal de que espere ilimitadamente en el poder de su redención y trate de hacer todo lo posible para “tener derecho” a esta confianza.

Servir a la comunidad del pueblo de Dios en la Iglesia significa cuidar las diversas vocaciones y los carismas en lo que le es específico y trabajar a fin de que se complete recíprocamente, igual que cada uno de los miembros en el organismo (1Cor 12, 12).

Podemos mirar confiadamente hacia el futuro de las vocaciones, podemos contar con la eficacia de nuestros esfuerzos, si alejamos de nosotros de modo consciente y decisivo esa “particular tentación eclesiológica” de nuestro tiempo. Me refiero a las propuestas que tienden a “laicizar” el ministerio y la vida sacerdotal, a sustituir a los ministros sacramentales por otros “ministerios”, juzgando que responden mejor a las exigencias pastorales de hoy, y también privan a la vocación religiosa del carácter de testimonio profético del Reino, orientándola exclusivamente hacia funciones de animación social e incluso de compromiso directamente político.

Esta tentación también afecta a la Eclesiología como expresó lúcidamente Pablo VI, hablando a la Asamblea Episcopal Italiana:

“En este punto lo que nos aflige es la suposición más o menos difundida en ciertas mentalidades de que se puede prescindir de la Iglesia tal como es, de su doctrina, de su constitución, de su origen histórico, evangélico y hagiográfico, y que se pueda crear e inventar una nueva Iglesia según determinados esquemas ideológicos y sociológicos, también ellos mutables y no garantizados por exigencias eclesiales intrínsecas. Así vemos a veces cómo lo que alteran y debilitan a la Iglesia en este punto no son tanto sus enemigos de fuera, sino algunos de sus hijos de dentro, que pretenden ser sus libres fautores”.

 

 

6.- FUTURO DEL PUEBLO DE DIOS

 

¡Cristo es la puerta de las ovejas! ¡Que todos los esfuerzos de la Iglesia, que todas las oraciones de esta asamblea eucarística de hoy vuelvan a confirmar esta verdad que le dan eficacia plena! ¡Que entren a través de esta puerta nuevas generaciones de Pastores de la Iglesia! ¡Nuevas generaciones de administradores de los misterios de Dios! (1Cor 4,1). Siempre nuevas generaciones de hombres y mujeres que con toda su vida, mediante la pobreza, la castidad y la obediencia libremente aceptadas y profesadas, den testimonio del Reino, que no es de este mundo y que no pasa jamás.

Que Cristo, puerta de las ovejas, se abra ampliamente hacia el futuro del pueblo de Dios en toda la tierra. Y que acepte todo lo que según nuestras débiles fuerzas, pero apoyados en la inmensidad de su gracia, tratamos de hacer para despertar vocaciones.

Que interceda por nosotros, con estas iniciativas, la humilde Sierva del Señor, María, que es el modelo más perfecto de todos los llamados. Ella, que a la llamada de lo alto, respondió: “Heme aquí, hágase en mí según tu palabra” (Cf Lc 1, 38).

 

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V  DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 14, 20b-26

 

La misión de Pablo y Bernabé termina con la vuelta a Antioquía, recorriendo, a la inversa, el mismo itinerario de ida. El retorno al punto de partida tiene, ante todo, un carácter de  «consolidación» de la Iglesia porque  “anima a los discípulos”, y “los exhortan a permanecer en la fe” (14, 22; cfr 11, 23; 13, 43; 16, 5). El primer viaje misional entre los gentiles es, ante todo, “obra del Espíritu”: una tarea encomendada por el Espíritu (13. 2, 14, 20); realización de signos y prodigios, por la fuerza del Espíritu (13, 9. 11; 14, 3. 8-10). La tarea apostólica, más que obra humana, es “todo lo que Dios había hecho por medio de ellos” (14, 27; cfr 15, 4. 12 21, 19).

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 21, 1-5a

 

El Apocalipsis supone que la Resurrección de Cristo no ha eliminado de la vida de los cristianos el Mal y los males; siguen aquellos en medio del mundo. Pero el mensaje del Apocalipsis es que habrá en Cristo una victoria definitiva sobre el Mal y los males. Éste es el desenlace de la lucha, desenlace que comienza a exponer el Apocalipsis en esta lectura. La Jerusalén nueva es el nuevo pueblo de Dios del Nuevo Testamento en su instalación definitiva en la nueva «Tierra Santa». (¡No dejarse perturbar en la lectura del Apocalipsis por la preocupación de localizaciones en espacio y tiempo!).

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- “Ahora el Padre es glorificado”. Jesús afirma abiertamente a sus discípulos que está a punto de vivir su pasión, muerte y resurrección en la que el Padre va a ser glorificado por su muerte salvadora hecha por amor y obediencia total al Padre y por amor total a todos sus hermanos, los hombres, hasta dar la vida por ellos.

 Jesús trae un camino nuevo de salvación al mundo que es el del amor y para recorrer ese camino de salvación eterna: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Tenemos la obligación de amarnos hasta el extremo de dar la vida por los hermanos como Él ha hecho.

Esto es la esencia del cristianismo, que tenemos que tratar de vivir durante toda nuestra vida: ¿amo yo, me esfuerzo yo por amar a mis hermanos los hombres como Cristo hasta dar la vida por ellos? Pues esto es lo que mide y manifiesta mi amor a Dios, mi fe y caridad, mi cristianismo, en definitiva el cumplimiento del primer mandamiento de la Ley de Dios, hoy poco predicado y practicado dentro de la misma iglesia: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, y al prójimo, como a ti mismo.

Este nuevo mandamiento debe ser para siempre el signo diferenciador de la Iglesia de Cristo y la manera más evangélica  de reconocer a los cristianos. Y les pide que estén siempre dispuestos para amar o tratar de amar como Él nos ha amado, hasta dar la vida. Jesús exige un amor sin límites. Y esta es la gloria del Padre y del Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y repito y perdonadme que insista: este mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y a los hemanos como a nosotros mismos hoy me parece poco practicado y poco vivido dentro de la misma iglesia.

Y hoy ya no predicaría más, pero quiero hacer un poco de historia. En los albores del cristianismo la comunidad primera de Jerusalén era un testimonio de amor y de unión no solo entre ellos sino también ante los de fuera. Los creyentes eran bien vistos del pueblo y la gente se hacía lenguas de ellos porque en el grupo de los discípulos todos pensaban y sentían lo mismo, teniendo una sola alma y un solo corazón (Cf.  Hch 4, 32).   

        Ciento cincuenta años más tarde, según el escritor Tertuliano (a. 155-220), esa continuaba siendo la opinión de la calle, de tal suerte que la gente al ver a los cristianos, comentaban: « ¡Mirad cómo se aman!».

        Hoy creo que ya no se puede decir lo mismo. Por lo menos en algunos países cristianos de la Europa creyente, y en concreto, en España. Y es una pena grande porque nos encontramos todos más tristes y solos:matrimonio rotos, y como concecuencia, esposos que se matan, que matan a sus hijos y si un padre o una madre es capaz de matar a sus hijos… ya todo es posible en este sentido.

Hermanos, por no cumplir el primer mandamiento de amara a Dios y a los hermanos, estamos llegando a límites insospechados. Basta leer la prensa.Hermanos, escuchando este y otros evangelios de Cristo debemos esforzarnos por dar plena gloria a Dios y a Cristo, amándonos más, esforzándonos por pensar más en los hermanos, ayudando, echando una mano en todo lo que podamos, sobre todo en nuestras comunidades, parroquias, en nuestra casa, donde todos estamos necesitados.

        Tagore, después de un largo viaje por las viejas naciones de Europa, al volver a la India, afirmó que el Rabí de Galilea debiera haber vivido junto al Ganges, pues su mensaje de amor y fraternidad habría sido mejor captado y practicado.

        Éste es un reto permanente de la Iglesia de todos los tiempos, especialmente en esta época de consumismo egoísta y de individualismo materialista. De nosotros depende que la Iglesia de Cristo sea reconocida como hijos y familia de Dios. Es un reto personal y comunitario, incluida nuestra comunidad. Me pregunto si hoy nos podrán reconocer por este mandamiento del Señor a los cristianos. Me gustaría que a cada uno nos pudieran identificar como cristianos y seguidores de Cristo y sacerdotes de Cristo por el amor fraterno que debe ser el carnet distintivo de los creyentes en Cristo Jesús, que vino para salvarnos dando su vida por todos. Y esto lo hacemos presente ahora en su Palabra y en el sacrificio de la Eucaristía, en que Cristo da la vida por la salvación de todos.

¿Por qué no amamos así y fallamos en el amor al prójimo? Porque nos amamos más a nosotros mismos, a nuestros intereses y egoísmos, y es más inmediato y más rentable a corto plazo, pero luego sentimos su ausencia, soledad, la falta de compañía, de amor fraterno y de amor a Dios; tenemos que esforzarnos por querernos y perdonarnos más y mejor, debemos dar esta gloria y alabanza y gozo al Padre de todos, que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 31-33A

 

Queridos hermanos y hermanas: Estamos en el quinto domingo del tiempo pascual, que es el tiempo de la glorificación de Jesús.

El Evangelio que acabamos de escuchar nos recuerda que esta glorificación se realizó mediante la pasión. En el misterio pascual pasión y glorificación están estrechamente vinculadas entre sí, forman una unidad inseparable. Jesús afirma: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él» (Jn 13,31) y lo hace cuando Judas sale del Cenáculo para cumplir su plan de traición, que llevará al Maestro a la muerte: precisamente en ese momento comienza la glorificación de Jesús.

El evangelista san Juan lo da a entender claramente: de hecho, no dice que Jesús fue glorificado sólo después de su pasión, por medio de la resurrección, sino que muestra que su glorificación comenzó precisamente con la pasión.

En ella Jesús manifiesta su gloria, que es gloria del amor, que entrega toda su persona. Él amó al Padre, cumpliendo su voluntad hasta el final, con una entrega perfecta; amó a la humanidad dando su vida por nosotros. Así, ya en su pasión es glorificado, y Dios es glorificado en él.

Pero la pasión —como expresión realísima y profunda de su amor— es sólo un inicio. Por esto Jesús afirma que su glorificación también será futura (cf. v.32). Después el Señor en el momento de anunciar que deja este mundo (cf. v.33), da como testamento a sus discípulos un mandamiento para continuar de modo nuevo su presencia en medio de ellos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros» (v.34). Si nos amamos los unos a los otros, Jesús sigue estando presente entre nosotros, y sigue siendo glorificado en el mundo.

Jesús habla de un «mandamiento nuevo». Cuál es su novedad? En el Antiguo Testamento Dios ya había dado el mandato del amor; pero ahora este mandamiento es nuevo porque Jesús añade algo muy importante: «Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros». Lo nuevo es precisamente este «amar como Jesús ha amado». Todo nuestro amar está precedido por su amor y se refiere a este amor, se inserta en este amor, se realiza precisamente por este amor.

El Antiguo Testamento no presentaba ningún modelo de amor, sino que formulaba solamente el precepto de amar. Jesús, en cambio, se presenta a sí mismo como modelo y como fuente de amor. Se trata de un amor sin límites, universal, capaz de transformar también todas las circunstancias negativas y todos los obstáculos en ocasiones para progresar en el amor. Y en los santos de esta ciudad vemos la realización de este amor, siempre desde la fuente del amor de Jesús.

Al darnos el mandamiento nuevo, Jesús nos pide vivir su mismo amor, vivir de su mismo amor, que es el signo verdaderamente creíble, elocuente y eficaz para anunciar al mundo la venida del reino de Dios.

Obviamente, sólo con nuestras fuerzas somos débiles y limitados. En nosotros permanece siempre una resistencia al amor y en nuestra existencia hay muchas dificultades que provocan divisiones, resentimientos y rencores. Pero el Señor nos ha prometido estar presente en nuestra vida, haciéndonos capaces de este amor generoso y total, que sabe vencer todos los obstáculos, también los que radican en nuestro corazón. Si estamos unidos a Cristo, podemos amar verdaderamente de este modo.

Amar a los demás como Jesús nos ha amado sólo es posible con la fuerza que se nos comunica en la relación con él por la oración, especialmente por la oración eucarística, ante el sagrario y la santa misa, en la que se hace presente de modo real su sacrificio de amor que genera amor: es la verdadera novedad en el mundo y la fuerza de una glorificación permanente de Dios, que se glorifica en la continuidad del amor de Jesús en nuestro amor.

Estas deben ser ahora unas palabras de aliento en particular a los sacerdotes y a los diáconos de la Iglesia, que se dedican con generosidad al trabajo pastoral, así como a los religiosos y a las religiosas. A veces, ser obreros en la viña del Señor puede ser arduo, los compromisos se multiplican, las exigencias son muchas y no faltan los problemas: aprended a sacar diariamente de la relación de amor con Dios en la oración la fuerza para llevar el anuncio profético de salvación; volved a centrar vuestra existencia en lo esencial del Evangelio; cultivad una dimensión real de comunión y de fraternidad dentro del presbiterio, de vuestras comunidades, en las relaciones con el pueblo de Dios; testimoniad en el ministerio el poder del amor que viene de lo Alto, viene del Señor presente entre nosotros.

La primera lectura que hemos escuchado nos presenta precisamente un modo especial de glorificación de Jesús: el apostolado y sus frutos. Pablo y Bernabé, al término de su primer viaje apostólico, regresan a las ciudades que ya habían visitado y alientan de nuevo a los discípulos, exhortándolos a permanecer firmes en la fe, porque, como ellos dicen, «es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22).

La vida cristiana, queridos hermanos y hermanas, no es fácil; sé que no faltan dificultades, problemas, preocupaciones: pienso, en particular, en quienes viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad, a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral; pienso en las familias, en los jóvenes, en las personas ancianas que con frecuencia viven en soledad, en los marginados, en los inmigrantes.

Sí, la vida lleva a afrontar muchas dificultades, muchos problemas, pero lo que permite afrontar, vivir y superar el peso de los problemas cotidianos es precisamente la certeza que nos viene de la fe, la certeza de que no estamos solos, de que Dios nos ama a cada uno sin distinción y está cerca de cada uno con su amor. El amor universal de Cristo resucitado fue lo que impulsó a los apóstoles a salir de sí mismos, a difundir la Palabra de Dios, a dar su vida sin reservas por los demás, con valentía, alegría y serenidad.

Cristo resucitado posee una fuerza de amor que supera todo límite, no se detiene ante ningún obstáculo. Y la comunidad cristiana, especialmente en las realidades de mayor compromiso pastoral, deber ser instrumento concreto de este amor de Dios.

 Exhorto a las familias a vivir la dimensión cristiana del amor en las acciones cotidianas sencillas, en las relaciones familiares, superando divisiones e incomprensiones, cultivando la fe que hace todavía más firme la comunión.

Que en el rico y variado mundo de la Universidad y de la cultura tampoco falte el testimonio del amor del que nos habla el evangelio de hoy, con la capacidad de escucha atenta y de diálogo humilde en la búsqueda de la Verdad, seguros de que es la Verdad misma la que nos sale al encuentro y nos aferra.

Deseo también alentar el esfuerzo, a menudo difícil, de quien está llamado a administrar el sector público: la colaboración para buscar el bien común y hacer que la ciudad sea cada vez más humana y habitable es una señal de que el pensamiento cristiano sobre el hombre nunca va contra su libertad, sino en favor de una mayor plenitud que sólo encuentra su realización en una «civilización del amor». A todos, en particular a los jóvenes, quiero decir que no pierdan nunca la esperanza, la que viene de Cristo resucitado, de la victoria de Dios sobre el pecado, sobre el odio y sobre la muerte.

La segunda lectura de hoy nos muestra precisamente el resultado final de la resurrección de Jesús: es la nueva Jerusalén, la ciudad santa, que desciende del cielo, de Dios, engalanada como una esposa ataviada para su esposo (cf. Ap 21,2).

Aquel que fue crucificado, que compartió nuestro sufrimiento,  ha resucitado y nos quiere reunir a todos en su amor. Se trata de una esperanza estupenda, «fuerte», sólida, porque, como dice el libro del Apocalipsis: «(Dios) enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21,4).

Cristo afrontó la cruz para atajar el mal; para hacernos entrever, en su Pascua, la anticipación del momento en que para nosotros enjugará toda lágrima y ya no habrá muerte, ni llanto, ni gritos ni fatigas.

El pasaje del Apocalipsis termina con la afirmación: «Dijo el que está sentado en el trono: “Mira que hago un mundo nuevo”» (Ap 21,5). Lo primero absolutamente nuevo realizado por Dios fue la resurrección de Jesús, su glorificación celestial, la cual es el inicio de toda una serie de «cosas nuevas», a las que pertenecemos también nosotros.

«Cosas nuevas» son un mundo lleno de alegría, en el que ya no hay sufrimientos ni vejaciones, ya no hay rencor ni odio, sino sólo el amor que viene de Dios y que lo transforma todo.

Queridos hermanos, he venido entre vosotros para confirmaros en la fe. Deseo exhortaros, con fuerza y con afecto, a permanecer firmes en la fe que habéis recibido, que da sentido a la vida, que da fuerza para amar; a no perder nunca la luz de la esperanza en Cristo resucitado, que es capaz de transformar la realidad y hacer nuevas todas las cosas; a vivir de modo sencillo y concreto el amor de Dios en la ciudad, en los barrios, en las comunidades, en las familias: «Como yo os he amado, así amaos los unos a los otros».

 

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QUERIDOS HERMANOS:

1.- “Ahora es glorificado”. Jesús enseña a sus discípulos que el Padre va a ser glorificado por su muerte. Y en dos versículos sale cinco veces esta palabra. Tendrá que abandonar a sus discípulos, pero no sin haberles dicho lo que esta hora significará para ellos y para los que creyeran por ellos. Él trae un orden nuevo al mundo: el del amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Este nuevo mandamiento será para siempre el signo diferenciador de la Iglesia de Cristo y la manera más evangélica  de reconocer a los cristianos. Y les pide que estén siempre dispuestos a renunciar a los criterios humanos para amar o tratar de amar como Él nos ha amado. Jesús exige una caridad sin límites. Es una característica que encontramos en otros lugares de la predicación del Señor. Se manifiesta en la renuncia a la venganza (Mt 5, 39s), en el ejercitar la caridad sin esperar recompensa (Lc 6, 31-34), en el bendecir sin nunca maldecir (Lc 6, 27ss). Jesús pide a los suyos un amor sin límites. Este amor ha de estar siempre dispuesto a perdonar (Mt 18, 21s; Lc 17, 4) y a orar por los enemigos (Mt 5, 43-48).

Y esta será su gloria. Gloria es la alabanza que recibe una persona por sus buenas obras. El Padre va a ser glorificado por la muerte de amor extremo, en obediencia y adoración total a Él hasta dar la vida. Este amor hasta la muerte glorificará al Padre y al Hijo, porque la cruz es manifestación del amor de ambos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

El amor a los hombres es también gloria y alabanza a Dios. Dios es Padre y se alegra viendo que sus hijos se aman. La muerte por amor es la gloria de Cristo, gloria para el Padre y para el Hijo. Y también para nosotros, porque fuimos amados hasta ese extremo; pero sobre todo si vivimos ese amor, si nos amamos como Cristo nos amó y ama.


            2. En tiempo de Cristo, los escribas y fariseos distinguían 613 mandatos. Jesús propone un sólo principio unificador: el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. La Ley y los Profetas dependen de estos dos preceptos. El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios. Jesús nos dice que el primado pertenece al amor de Dios(Mt 22, 34-40; Mc 12, 28-34; Lc 10, 25-28), aunque el amor al prójimo sea inseparable del amor a Dios. Estas dos exigencias contenían toda la Torah; eran la suma de la Ley.

 

 3. Lo que es importante en la enseñanza de Jesús, y lo que constituye su novedad, es la unión de los dos mandatos del amor a Dios y al prójimo,la extensión del término prójimoa todos los hombres, y, finalmente, el hecho que ambos mandatos forman un solo, único e indivisible mandato. Para Jesús, el camino que conduce a Dios deberá pasar a través del prójimo (Mt 6, 14s; 5, 43ss; 18, 35). Dios decide la suerte del hombre teniendo en cuenta el comportamiento que él ha tenido con el prójimo. El culto practicado por el que olvida la caridad fraterna no tiene ningún valor. Amar a Dios y al prójimo es el mandamiento más importante.

La novedadde Jesús se encuentra en concentrar en el amor a Dios todas las exigencias religiosas y cultuales. El amor que Jesús exige no tiene límites, porque el mismo Dios, en su amor, no tiene límites. En efecto, el samaritano considera prójimo suyo a aquel que se encuentra en necesidad, sin preocuparse si es amigo o enemigo (Lc 10, 33ss). El amor se muestra siempre en un caso concreto: aquel que está herido sobre el camino tiene necesidad de mi ayuda. El amor deberá estar siempre dispuesto a perdonar.

Cristo nos dice: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a  otros como yo os he amado” (v. 34). Se trata de un precepto realmente nuevo. Pertenece a una economía nueva de Dios, y se trata de algo que debe abarcar a todos los hombres; es una institución sacramental, escatológica y misionera, que sustituye, como la Eucaristía, la presencia de Cristo visible (v. 33). El amores la institución que permite a Cristo permanecer presente entre los hombres después de su muerte. El amor que los discípulos deben profesarse ha ser como el que Cristo les había manifestado. El amor que 1os cristianos se profesan entre sí y a los demás, prolonga hasta tal punto la misión de Jesús entre los hombres, que el mundo no creyente podrá distinguir, gracias a esta señal, a los discípulos del Señor.

        4.-  Tenemos, pues, que el amor es gloria del Padre, gloria del Hijo y gloria de los cristianos, porque es signo esencial distintivo de la Iglesia de Cristo, por donde todos deben conocernos como seguidores del Señor. Es la señal por la que el mundo conocerá que somos seguidores del Crucificado y Exaltado a la derecha del Padre, glorificado por el Dios Amor que se vió reflejado total y perfectamente en el Hijo, por eso es su Gloria, Alabanza, Esplendor de la Gloria-Esencia-Amor del Padre. El amor es esencial para conocer a los cristianos.

        Según Jesús debemos diferenciarnos de los demás en que amamos más; tanto, que se nos pueda ver donde los demás no llegan, sirviendo, perdonando, dedicándoles nuestra atención, dinero y tiempo, ayudándoles en sus penas y necesidades, desterrando de nuestro proceder la soberbia, la indiferencia, el menosprecio, el olvido.

       

5.- En los albores del cristianismo la comunidad primera de Jerusalén era un testimonio de amor y de unión ante los de fuera. Los creyentes eran bien vistos del pueblo y la gente se hacía lenguas de ellos porque en el grupo de los discípulos todos pensaban y sentían lo mismo, teniendo una sola alma y un solo corazón (Cf.  Hch 4, 32).       

        Ciento cincuenta años más tarde, según el escritor Tertuliano (a. 155-220), esa continuaba siendo la opinión de la calle, de tal suerte que la gente al ver a los cristianos, comentaban: « ¡Mirad cómo se aman!».

        Hoy creo que ya no se puede decir lo mismo. Por lo menos en algunos países cristianos. Y es pena. Debemos esforzarnos por dar plena gloria a Dios y a Cristo, amándonos más, esforzándonos por pensar más en los hermanos, ayudando, echando una mano en todo lo que podamos.

        Tagore, después de un largo viaje por las viejas naciones de Europa, al volver a la India, afirmó que el Rabí de Galilea debiera haber vivido junto al Ganges, pues su mensaje de amor y fraternidad habría sido mejor captado y practicado.Éste es un reto permanente de la Iglesia de todos los tiempos, especialmente en esta época de consumismo egoísta y de individualismo materialista. De nosotros depende que la Iglesia, que Cristo sea reconocido. Se trata de la gloria de Dios y de Cristo y de su Iglesia. Es un reto personal y comunitario. Es la gloria de la Santísima Trinidad que es un Dios Trino y Uno en el Amor, un Dios Amor. Me pregunto si hoy nos podrán reconocer por este mandamiento nuevo del Señor a los cristianos. Me gustaría que a cada uno nos pudieran identificar como cristianos y seguidores de Cristo, mostrando este carnet distintivo de los creyentes en Jesús de Nazaret.

 

        6.- ¿Por qué no amamos así y fallamos en el amor al prójimo? Porque nos amamos más a nosotros mismos, a nuestros intereses y egoísmos, es más cómodo y más rentable, nos cuesta menos trabajo y tensión; realmente no  queremos dar gloria y alabanza y gozo a Cristo, a nuestro Padre Dios; no nos preocupa agradarle ni alegrarle ni cumplir su voluntad.

Veo claro por la experiencia pastoral parroquial, por la vida de los santos, por la historia de la Iglesia, veo claro que sólo se esfuerzan por amar a los hermanos los que quieren amar a Dios, los que se esfuerzan por cumplir su voluntad sobre todas las cosas; los que quieren imitar y vivir como Jesús, los que quieren ser amigos de Jesús, esos son los que tratan de vivir como Él.

El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. El amor fraterno es indicador y termómetro del amor a Dios, es termómetro de mi amor a Cristo, signo de la verdad de mi vida cristiana, signo diferenciador de los no cristianos, piedra fundamental y base de la construcción de la Iglesia y de la comunidad cristiana como en los tiempos primeros del Cristianismo cuando el amor a Cristo era tan vivo e intenso.      

 

        7.-Vamos a esforzarnos en vivir más y mejor el mandato nuevo. Vamos a distinguirnos por esto y no sólo por ritos y partidas de bautismo. Vamos a vivir más la Eucaristía y de la Eucaristía, vamos a dejarnos plasmar por el amor eucarístico de Cristo, que en cada Eucaristía vuelve a manifestarnos su amor hasta el extremo dando la vida por nosotros y glorificando al Padre amando hasta el extremo. La Eucaristía es la gloria de Dios porque es la muerte de Cristo por amor a Él y a los hombres, presencializada por los ritos sagrados y litúrgicos. Amén. Así sea.

 

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VI  DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 15, 1-2. 22-29

 

En la comunidad de Antioquía (15,1-2) nacen las primeras disensiones. El motivo: la misión entre los gentiles. La «mayoría» de los hermanos se alegran de la actuación de Dios (15, 3-4); una «minoría», «algunos» (15, 1) se oponen invocando la necesidad salvífica de observar la ley mosaica (15, ib. 5b). El problema es grave: la salvación ¿se debe a la vida de Dios en nosotros o requiere las prácticas de la Ley? Situación típica eclesial (cfr. Rm 2, 29; 3, 19-24; 4, Gal 5, 16-21) que continúa hasta nuestros días.

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 21, 10-14. 22-23

 

En la lectura segunda del domingo pasado, describía el Apocalipsis la «economía» y la «sociología» de la nueva Jerusalén, formada por los vencedores de la lucha. Aquí describe la «urbanística» de la ciudad, con datos no conmensurables en nuestro espacio y en nuestro tiempo, porque está situada en “un cielo  nuevo y una tierra nueva”. Los detalles están inspirados en gran proporción de la nueva Jerusalén postexílica de Ez 40-43 e Is 60. Historiadores antiguos describen a Babilonia y a Nínive como ciudades cuadradas. Aquí importa ante todo la impresión de perfección y belleza. El número 12 alude a las tribus de Israel y a su presentación y continuación en los doce Apóstoles del nuevo Israel. En contraste con la Jerusalén de Ezequiel, que se centra en el Templo, aquí el centro que llena la ciudad es el Señor y el Cordero. El triunfo del Resucitado es el origen de la Ciudad.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14, 23-29

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- “Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. ¡Cuánto y qué verdadero debe ser el amor que Dios nos tiene que es capaz de rebajarse y pedirnos nuestro amor! Y uno se pregunta: ¿Pero qué puedo darle yo a Dios que Él no tenga? Y Dios responde: lo tengo todo menos tu amor si tú no me lo das; porque yo te he hecho libre y tú puedes hacer con tu  amor lo que quieras; hasta ofenderme y yo no te castigo ni te quito la vida por eso.

Dice San Juan: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados”.  Dios me ha amado y me ha destinado a vivir su mismo amor y felicidad en el seno de la Santísima Trinidad. Éste es el proyecto de Dios sobre el hombre. Dios me ha amado y me ha elegido a compartir con Él su misma esencia de vida, de belleza y de gozo en el volcán infinito de su divina esencia, contemplando paisajes de luz y esplendor en su Imagen perfecta que el Hijo con su mismo amor de Espíritu Santo.

Si yo le doy entrada en mi corazón al Hijo, Él es Hijo porque el Padre está eternamente amándole y creándole como Hijo y Él le hace Padre con el mismo Amor de los Tres que es el Espíritu Santo.

Por eso, no se pueden separar ninguna de las Personas de la Santísima Trinidad. Si yo amo al Hijo, estoy amando al Padre que continua y esencial y eternamente lo engendra como Hijo en el mismo amor que el Hijo le hace Padre. Y de ese mismo amor participo yo por la gracia, que es vida de Dios participada. Qué bien lo comprendió Sor Isabel de la Santísima Trinidad:

        «Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mi para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

        Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita,   inmensidad en la que me pierdo; entrégome sin resersa a Vos como una presa; sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vosotros, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas».

 

        2.- “Si alguno me ama…”  Dios quiere que el hombre le ame y para ganárselo le ha enviado a su Hijo, y con Él viene su Amor, esto es, su mismo Amor que es Espíritu Santo, y así vienen los Tres, viene toda la Trinidad al corazón del que le ame. Y esto no es pura teoría; primero porque lo dice el Señor y segundo porque en la historia de la Iglesia han sido muchos los santos, místicos y personas verdaderamente cristianas que han llegado a sentirse amados y habitados por la Santísima Trinidad en su alma, en su corazón.

San Ireneo dirá: «La gloria de Dios es que el hombre viva…» pero que viva su misma vida, porque el hombre fue creado por el Dios Amor y recreado por el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo y yo soy por la gracia hijo en el Hijo y Dios necesita del Hijo, ama al Hijo y quiere a todos los hombres unidos y hechos hijos en el Hijo. Por eso repito con San Ireneo: «La gloria de Dios es que el hombre viva…y la vida del hombre es ver a Dios», la esencia divina contemplada y vivida en los Tres.

 

3.- “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”.

 

 Analicemos su nombre: Espíritu Santo

 

        a) Le llamamos Espíritu, porque no tiene rostro humano. La sagrada Escritura no presenta una imagen o retrato visible del Espíritu de Dios: es amor, fuerza interior, vida, es espíritu. Cristo dijo de Él: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Si le dejamos vivir en nosotros, le conoceremos por sus efectos santificadores. Sólo se le puede conocer si habita en nosotros, si vive en nuestra alma como en su casa; por eso son pocos los cristianos que le conocen porque no tiene rostro y vive en lo interior: hay poca devoción al Espíritu Santo.

        b) Le llamamos espíritu, porque es el alma, la vida de nuestra vida. Lo que es el alma para el cuerpo, así es el Espíritu Santo para la Iglesia: es el principio de todo en el hombre, de su vida, de su inteligencia, de su amor; sin embargo, muchas veces no llegamos a descubrirle, porque nos quedamos en el exterior de nosotros, de la Iglesia, de los sacramentos.

La Iglesia, el cristiano, no puede vivir sin el Espíritu de Cristo. Como no tiene rostro externo o sensible, para conocerlo hay que dejarse invadir por Él, sentir su presencia en nuestro espíritu por la vida de gracia, hacernos dóciles a sus inspiraciones escuchándole en oración, aceptar su acción santificadora dentro de nosotros:

        « ¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

        Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

        Ven, oh ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones,
danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (SOR CARMELA del ESPÍRITU SANTO).

 

        c) Santo. Santo es igual que santificador. Es la misión del Espíritu, unir a Dios, y eso se llama santificar. Sin Espíritu Santo no hay cristiano ni cristianismo. Ser cristiano es «ser y vivir en el Espíritu», es amar y conocer a Dios en el Espíritu Santo y la Verdad: Jesucristo. Él es la fuerza de toda oración que se haga “en espíritu y verdad”, por eso hay que invocarle siempre al empezarla, para escucharle y hacernos dóciles a Él.     Y nos santifica como alma de nuestra alma y de nuestra vida, como fuerza que va desde dentro hacia el exterior: «¡Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro y me consagro totalmente a Tí! Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme por una nueva encarnación  sacramental en humanidad supletoria de Cristo para que Él renueve y prolongue en mÍ todo su misterio de Salvación. Quisiera hacer presente a Cristo, ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo».

 

4.- Queridos hermanos, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia de Pentecostés que Jesús nos promete y quiere para todos su discípulos? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, pensamientos y fuerzas para seguir trabajando; la oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre gracia eficaz de Dios y la necesitamos siempre para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar.

Se preguntaba San Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: «Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.   

¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación, Orden sacerdotal… decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas “venidas” del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo «viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos.» Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente, se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida». (I, q 43,a 6)

        Y KarL Rahner añade: «No podemos negar que el hombre puede hacer en esta vida ciertas experiencias de gracia, que le dan una sensación de liberación, le abren horizontes del todo nuevos, se graban profundamente en él y le transforman, moldeando, incluso durante mucho tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a esta experiencia “bautismo del Espíritu”.

        Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “… y el viento nadie sabe de dónde viene ni a dónde va”.

 

 

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VII DOMINGO DE PASCUA

 

SOLEMNIDAD: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 1, 1-11

 

En la Plegaria Eucarística III, al celebrar la culminación de la obra salvífica de Cristo, rezamos: «Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la Pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión a los cielos, mientras esperamos su venida gloriosa…».

La Ascensión es el punto final de todo el ministerio terrestre y de la obra salvífica de Cristo. Lucas presenta el ministerio de Jesús como una ascensión -palabra típica y casi exclusiva de Lucas- de Galilea a Jerusalén (cfr Lc 99, 51), de Jerusalén al cielo (Lc 24, 50-51). De la misma manera, al comienzo de los Hechos, un resumen del ministerio de Jesús (1, 2-4) culmina en el relato de la Ascensión (1, 4-7), que es, al mismo tiempo, punto de partida de la misión de Iglesia (8, 8).

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios, 1, 17-23

Pablo pide para los Efesios (1, 17-23) “espíritu de sabiduría y revelación para conocer el plan salvífico de Dios y la grandeza de su poder”. La fuerza del poder de Dios se manifestó en la Resurrección de Cristo y en la exaltación “a su derecha” (v. 17-20). El «señorío» alcanzado por Cristo en su exaltación está por encima de cuanto pueda existir en el presente y en el futuro (v. 21), y por encima de las jerarquías celestes y de todas las cosas creadas (v. 22); y también sobre la Iglesia, de la que ha sido constituido cabeza (v. 23). Cristo resucitado, “sentado a la derecha del Padre” es,  al mismo tiempo, “espejo de la gloria del Padre”, y centro y coronamiento de la creación.

 

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. La Ascensión del Señor al cielo es el punto culminante de su Resurrección, de la victoria total y definitiva de Cristo sobre la muerte. Hoy, subiendo al cielo, vence también el tiempo y el espacio y entra como vencedor y como Señor de la creación en la Gloria, “Gloria propia del hijo único de Dios...”.Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, Cristo hombre, después de las humillaciones de la Pasión y del Calvario; es la vuelta al Padre del Hijo Dios, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

        1.- En este día, toda la naturaleza humana, todos nosotros, toda la familia humana es elevada al cielo y su resurrección y ascensión es garantía  de la nuestra. Aquí está el fundamento de nuestra fe y esperanza cristiana, de vuestra vocación total contemplativa como religiosas, porque todo lo hacéis y estáis aquí en renuncia del mundo por la certeza y esperanza del cielo, de la  vida eterna con Dios Trinidad.

Vosotras sois la certeza del cielo, de la vida eterna por la cual habéis renunciado a los gustos y placeres de este mundo, sois eternidades comenzadas, pero para gozarlo y sentirlo, lo de siempre, tenéis que avanzar en santidad, especialmente por el camino de la oración conversión de vida para que Dios, Cristo y en últimas etapas, la Santísima Trinidad os pueda llenar de su presencia, amor y felicidad en la tierra por su inhabitación en vuestras almas, pero para eso, es necesaria vuestra santidad en vuestras vidas, vacío de si mismas para que la Santísima Trinidad pueda llenaros.

Este es el fin y sentido fundamental de vuestras vidas de oración continua y contemplativa. Y es lo que expresamos y pedimos en la oración colecta de este día: “Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo”,

Vosotras, generosas y decididas habéis comenzado ya este camino de esperanza y fe profunda y verdadera en vuestras vidas, precisamente por esto, porque queréis vivir ya para la vida eterna en plenitud renunciando a cosas de este mundo y como esta fe y valentía escasea en la vida y juventud de estos tiempos por eso hoy hay tan pocas o nulas vocaciones religiosas contemplativas, porque no hay fe ni esperanza de eternidad, de Dios,de cielo en este mundo materialista y ateo. Sois unas privilegiadas, todas vosotras podéis rezar: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudar a olvidarme de mí misma para establecerme en Vos, tranquila y serena…

        Los evangelistas refieren el hecho de la Ascensión del Señor con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria:“El Señor Jesús… fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación:“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.

Cristo se va, pero no nos deja solos, se queda vivo y real y gloriso, como está ahora en el cielo, en todos los Sagrarios de la tierra y nos promete su presencia espiritual en nuestras almas por su mismo Espíritu de Amor, Espíritu Santo del Padre y del Hijo, mediante la vida de gracia que podemos vivir y sentir nuestras vidas, sobre todo en ratos de oración un poco elevada, nos lo asegura el mismo Cristo antes de partir:“Enviaré el Espíritu Santo, que os llevará hasta la verdad completa”, la verdad completa, el cristianismo completo es la inhabitación y experiencia de Dios Trinidad en nuestas almas, Padre, Hijo y Espíritu Santo por la vida de gracia plena y oración contemplativa: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

        2.- Queridas hermanas. Meditemos ahora brevemente en los diversos aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar:

        1) meditemos el hecho: Asciende, no es ascendido; porque lo hace con su propia fuerza y virtud y poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios Trinidad y asciende por su divinidad a la que está unida su humanidad que representa a todas las nuestras, por eso puede decir: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

        2) Un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho y ha sufrido por nosotros. Vino del cielo para salvar a todos los hombres y morir por ellos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. El Padre se lo agradece y sienta hoy a su derecha su humanidad, es decir, al hombre Jesús, haciéndo así totalmente hijo, hombre con el Hijo, Dios.

        Por eso, hoy hay que agradecer a Cristo todo lo que ha hecho y sufrido por nosotros, porque todos podamor gozar de Dios Trinidad, en su mismo gozo y amor de Espíritu Santo, eso es el cielo; hoy hay quehacer una comunión fervorosa. Nada de padres nuestros o rezos de libros. Abracemos en Cristo pan de vida eterna a la Stma. Trinidad que nos ama y habita, vivamos para este cielo en nuestras almas, agradecidos a Cristo Eucaristía y visitésmosle con amor por todo lo que ha hecho y nos quiere y sigue haciendo por nosotros. Tenemos que hacerlo hoy y todos los días, en estos tiempos en  que la humanidad se está olvidando de Dios en medios y televisiones, pero sobre todo en las juvnetudes, donde le se olvidan o le niegan en sus vidas y en los medios y guassads y en que tan pocos cristianos vienen a su presencia en los Sagrarios o en las misas dominicales para honrarle y agradecerle todo lo que ha sufrido y conseguido por todos nosotros.

        3) El Señor Jesús, al despedirse de los discípulos y de la Iglesia naciente, nos dejó un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea de los Apóstoles, la de la Iglesia, la tuya y la mía. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

        Hoy es un día para renovar nuestro compromiso misionero, nuestra vocación de apóstoles de Cristo, todos los bautizados, sobre todo los sacerdotes y religiosos, sobre todo los de vida contemplativa. Todos somos misioneros desde el santo bautismo, y sobre todo, desde el Sacerdocio o profesión religiosa:“Seréis mis testigos… id por el mundo entero y predicad el evangelio”: Vosotras, por la oración y el sacrificio de vuestras vidas, tenéis que rezar y sacrificaros por el mundo entero ¿Lo cumplimos todos los creyentes? Padres y madres de familia, sobre todo, los sacerdotes y vosotras religiosas contemplativas, toda nuestra vida tiene que se una ofrenda de santidad por la salvación de todos los hombres, para eso no ha elegido el Señor: hay que hacerlo, tenéis que hacerlo, mirando al cielo, pero no para nosotros solos, sino para todos. Esta es la grandeza de nuestra  vocación de creyentes, sobre todo de nosotros elegidos, por medio de nuestra vida de oración y penitencia para el cielo nuestro y de todos los hombres. Para eso el Señor nos llamó al sacerdocio y a la vida religiosa.

 

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ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

1º.- QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Vosotras sois la certeza del cielo para los que caminamos por el mundo, sois la certeza y esperanza de la vida eterna por la cual habéis renunciado a los gustos y placeres de este mundo, sois eternidades comenzadas, pero para gozarlo y sentirlo, lo de siempre, tenéis que avanzar en santidad, especialmente por el camino de la oración conversión de vida para que Dios, Cristo y en últimas etapas, la Santísima Trinidad os pueda llenar de su presencia, amor y felicidad en la tierra por su inhabitación en vuestras almas, pero para eso, es necesaria vuestra santidad en vuestras vidas, vacío de si mismas para que la Santísima Trinidad pueda llenaros.

Este es el fin y sentido fundamental de vuestras vidas de oración continua y contemplativa. Vosotras, generosas y decididas habéis comenzado ya este camino de esperanza y fe profunda y verdadera en vuestras vidas, precisamente por esto, porque queréis vivir ya para la vida eterna en plenitud renunciando a cosas de este mundo y como esta fe y valentía escasea en la vida y juventud de estos tiempos por eso hoy hay tan pocas o nulas vocaciones religiosas contemplativas, porque no hay fe ni esperanza de eternidad, de Dios,de cielo en este mundo materialista y ateo. Sois unas privilegiadas, todas vosotras podéis rezar: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudar a olvidarme de mí misma para establecerme en Vos, tranquila y serena…

        Queridas hermanas dominicas: Vosotras ofrecéis vuestra vida de oración y sacrifico y  renuncia permanente al mundo y sus vanidades  por la salvación de los hombres porque hoy muchos no creen en Dios, en el cielo, del que S. Pablo convertido a Cristo y sintiéndolo, decía: “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman, deseo morir para estar con Cristo….deseo morir para estar con Cristo”... y fijaos que fue perseguidor de los cristianos…Vosotras, en cambio, sois unas creyentes y practicantes de cielo anticipando en nuestros conventos por medio de la oración un poco elevada y purificada y por eso habéis renunciado al mundo y sus placeres, como todos los santos; podéis decir con S. Juan de la Cruz, “Sácame de aquesta vida, mi Dios, y dame la muerte… Yo he conocido feligreses que lo ha sentido y vivido. Y algunos ya están con Él para siempre en la felicidad Trinitaria.

        Que el Señor os bendiga y os llene de su presencia y gozo anticipado del cielo.

 

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2º (Guardamos un minuto de silencio meditativo después de cada punto o reflexión…es más, si no estuviéramos en la capilla, yo invitaría a que cada una dijera en voz alta lo que el Espíritu Sato le inspira, como hacía yo en mis 10 grupos de oración que tenía semanalmente en ´mi parroquia)

        A)Vamos a meditar ahora en las diversas realidades y aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar: a) El hecho: Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios, de donde había bajado: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”. El cielo anticipado está en nosotros porque el cielo es Dios y Dios Trinidad está en nosotros por la vida de gracia desde el santo bautismo, somos templos de la Santisima Trinidad y las religiosas contemplativas tenéis esta gracia y misión especial. Debemos buscarlo y encontrarlo por la oración diaria y la  vida ccntemplativa. Meditemos: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoraro….

        B) Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.    Hoy hay que vivirlo todo esto en  una misa y una comunión fervorosa en diálogo permanente con Cristo que debe continuar todo el día, oración, contemplación, nada de padres nuestros o rezos solo vocales, oración, meditación, contemmplación, todo el día ente tanto misterio de amor. De tú a tú con el Señor, con la Santísima Trinidad que nos habita, con palabras de amor salidas del alma. Gracias, Señor Tú sí que nos amas, te quiero y agradezco lo que has hecho por mí, permanecer todo el día en diálogo de amor con Cristo.

        c) Hay un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.VEAMOS CÓMO LO ESTAMOS CUMPLIENDO CON NUESTRA VIDA Y NUESTRA ORACIÓN. Es el mandato de Cristo. Todos debemos ayudar y cooperar para que el Evangelio sea conocido y vivido en el mundo entero. CADA UNO DESDE SU VOCACIÓN ESPECÍFICA.

        Porque “Sin mí no podéis hacer nada”, y para que Cristo lo haga por medio de nosotros, especialmente sacerdotes y religiosas, es necesario la santidad de vida, la oración permanente, la mortificación de los sentidos, el amor verdadero y fraterno que nos purifique de nuestros pecados que le impiden a Cristo vivir plenamente en nosotros. Seréis mis testigos…” Todos podemos y debemos ayudar en esta tarea, cada uno desde su vocación de critiano o religioso o sacerdote debe ayudar a que todos conozcan a Cristoy se salven, y es porque lo vivimos, Y ORAMOS Y ESTAMOS EN UN CONVENTO DEDICADADAS TOTALMENTE A LA SALVACIÓN ETERNA NUESTRA Y DE TODOS LOS HOMBRES, DEL MUNDO ENTERO. Cristo necesita de nosotros. DE VOSOTRAS, DE TODOS LOS CRISTIANOS. Ha querido darnos esta vocación, este apostolado, este trabajo, este gozo. No le decepcionemos.

 

        3º DÍA.- LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO PROVOCA Y ALIMENTA EN TODOS NOSOTROS una virtud: la esperanza, DE LA CUAL VOSOTRAS TENÉIS QUE VIVIR Y PRACTICAR ESPECIALMENTE. La Ascensión de Cristo al cielo es nuestra vida, nuestra  esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, trabajar más para el cielo, vivir más de los bienes del cielo que de los de la  tierra. San Pablo en sus cartas lo repite muchas veces. No se puede vivir sin esperanza. La nuestra es el cielo, es el encuentro con Dios, es sumergirnos en la misma Esencia Trinitaria del Amor de Padre y de Hijo y del Espíritu Santo.      

Este deseo de Dios, de cielo debe influir más en nuestras vidas de religiosas contemplativas. Toda ella debemos vivirla mirando la eternidad con Dios que nos espera. Es el fin de nuestra fe, esperanza y amor. La esperanza es el culmen del amor y de la fe. Poca fe y poco amor hay si no deseamos a Dios:porque “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Así los santos: lo deseaban, incluso querían morirse, porque deseaban a Dios: “que muero porque no muero,” porque eran sinceros en su esperanza, porque deseaban irse con Él, porque estaban convencidos; no como nosotros, que creemos pero no vivimos la esperanza.

        De todas formas ¿cómo es posible creer y amar y no ESPERAR, NO TRABAJAR POR EL CIELO,POR EL ENCUENTRO DEFINITO Y ETERNO CON DIOS NUESTRO PADRE, CON CRISTO, NUESTRO SALVADOR Y AMOR, con la Virgen Bella, con nuestros padres y todos los nuestros, con la infinitud de la gloria y amor de Dios Padre y del Hijo QUE LO DIO TODO PARA CONSEGUIRNOS LA ETERNIDAD DE GOZO EN LA SANTISIMA TIRNIDAD…

La esperanza cristiana es una virtud dinámica, por eso no es cruzarse de brazos esperando el cielo; es trabajar y vivir para alcanzar el cielo:«Tu resurrección, oh Señor, es nuestra esperanza, tu Ascensión es nuestra glorificación... Haz que ascendamos contigo y que nuestro corazón se eleve hacia ti. Pero, haz que levantándose, no nos enorgullezcamos ni presumamos de nuestros méritos como si fuesen de nuestra propiedad: haz que tengamos el corazón en alto, pero junto a ti, porque elevar el corazón no siendo hacia ti, es soberbia, elevarlo a tí, es seguridad; Tú ascendido al cielo te has hecho nuestro refugio...¿Quién es ese que asciende? El mismo que descendió. Has descendido por sanarme, has ascendido para elevarme. Si me elevo a mí mismo caigo; si me levantas tú, permanezco alzado... A ti que te levantas digo: Señor, tú eres mi esperanza, tú que asciendes al cielo; sé mi refugio». (San AGUSTIN, Ser. 261. 1).

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 24, 46-53.

 

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. La Ascensión es el punto culminante de su Resurrección, de la victoria total y definitiva de Cristo sobre la muerte. Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, después de las humillaciones de la Pasión y del Calvario; es la vuelta al Padre, en el día de Pascua, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

 

        1.- La Ascensión manifiesta a los Apóstoles que Él es el Mesías  y por eso“era necesario que sufriera para entrar así en su gloria”. En la Ascensión, este Mesías es ya glorificado, porque, vencida ya la muerte, hoy vence también el tiempo y el espacio y entra como vencedor y como Señor de la creación en su Gloria, “Gloria propia del hijo único de Dios...”.

        En este día, toda la naturaleza humana, toda la familia humana es elevada al cielo y su resurrección y ascensión es garantía  de la nuestra. Aquí está el fundamento de nuestra esperanza. Es lo que expresamos y pedimos en la oración colecta de este día: “Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo”.

        Los evangelistas refieren el hecho con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria:“El Señor Jesús… fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.  Se va, pero no nos deja solos, nos promete su presencia por su mismo Espíritu, cuya fiesta, tan importante para la Iglesia, celebraremos el próximo domingo:“Enviaré el Espíritu Santo, que os llevará hasta la verdad completa”, “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

 

        2.- Vamos a meditar ahora brevemente en las diversas realidades y aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar:

 

        a) El hecho: es una realidad que se hace en el tiempo y en el espacio, por el poder del Señor de la Creación, con dominio sobre la misma, y para dejarlos y dejarnos ya para siempre en manifestación terrena e histórica. Asciende, no es ascendido; porque lo hace con su propia fuerza, virtud, poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios, de donde había bajado: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

 

        b) Un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. No lo tuvo todo claro ni fácil. Se pasó en el amor; podía habernos salvado con menos sufrimientos; pero nos amó hasta el extremo, hasta dar la vida. El Padre se lo agradece y lo sienta hoy a su derecha, es decir, al hombre Jesús le hace totalmente igual al Verbo, lo Verbaliza, lo hace Hijo.

        Hoy hay que hacer una comunión fervorosa. Nada de padres nuestros o rezos. De tú a tú con el Señor que ha sufrido tanto, pero podemos decirle que no ha sido en balde, que se lo agradecemos y que queremos serle fiel hasta la muerte, en medio de tantos perseguidores de su persona y doctrina, como hay hoy en España. Señor, no somos dignos de Ti. Gracias. Tú sí que nos amas, te quiero y agradezco lo que has hecho por nosotros.

 

        c) Hay un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea de los Apóstoles, la de la Iglesia, la tuya y la mía. Hay una doble partida: la del Señor al cielo y la de los Apóstoles a la evangelización. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

        Hoy es un día para renovar nuestro compromiso misionero: los sacerdotes, los padres, los educadores, los amigos. Todos tenemos que ser misioneros, porque hemos sido enviados por Cristo desde nuestro bautismo, otros desde la Confirmación, algunos, desde el sacramento del Sacerdocio:“Seréis mis testigos…” del Evangelio, de la fe, de mi amor, humildad, generosidad. Todos podemos y debemos trabajar en esta tarea, ayudar a que todos conozcan a Cristo, por la palabra y por nuestro testimonio de vida. Cristo necesita de nosotros. Ha querido darnos ese gozo. No le decepcionemos.

       

d) Una lección: es el sufrimiento que acompaña a toda labor evangelizadora. Como Él sufrió. Así estaba escrito: “ El Mesías padecerá …y salvará a muchos… y al tercer día resucitará...”. Los cristianos tenemos que aprender a sufrir con Cristo antes de entrar en la gloria. Por eso, todo hay que hacerlo mirando al cielo, pero no egoístamente, para nosotros solos, sino para todos, mirando el cielo de todos. Somos sembradores, cultivadores y colectores de eternidades. Hay que hacerlo siempre mirando al cielo, es decir, con esperanza. El cielo es Dios. Debe ser una ascensión continuada y permanente.

 

        e) Y una virtud: la esperanza. Hoy es el día de la esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, amar más el cielo, trabajar más por el cielo. Este deseo de Dios, de cielo debe influir más en nuestra vida. Toda ella debemos vivirla mirando a Dios. La esperanza es el culmen del amor y de la fe. Poca fe y poco amor si no deseamos a Dios. San Pablo: “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Así los santos: deseaban, incluso querían morirse, porque amaban y deseaban a Dios: “que muero porque no muero.” Nosotros por lo menos, no actuemos desconociendo lo que nos espera, o no preparando la marcha, o hacerlo sólo por temor.

¿Cómo decir que creemos, que amamos a Dios y luego no queremos  pensar, ni trabajamos ni deseamos estar con Él? La esperanza cristiana es una virtud dinámica, activa, trascendente, cristológica, esto es, en Cristo y por Cristo al Padre. Por eso no es cruzarse de brazos esperando el cielo; es dinámica: trabaja para alcanzar el cielo. Cierta: porque ya está nuestra cabeza y nosotros somos los miembros de esa cabeza, que es Cristo. “Los Apóstoles fueron y proclamaron el Evangelio en todas partes”. Como tenemos que hacerlo nosotros. Gracias a ellos, el Evangelio ha llegado hasta nosotros. Y con Él, la salvación y el cielo que a todos deseo, cumpliendo la voluntad de Dios “en la  tierra como en el cielo”. Siempre el reino de Dios: creído, amado, esperado, propagado. Tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, esperar más el cielo. El cielo es Dios. Y Dios está en nosotros. Si tenemos fe viva, sentimos el cielo dentro de nosotros. Amén.

 

«Tu resurrección, oh Señor, es nuestra esperanza, tu Ascensión es nuestra glorificación... Haz que ascendamos contigo y que nuestro corazón se eleve hacia ti. Pero, haz que levantándose, no nos enorgullezcamos ni presumamos de nuestros méritos como si fuesen de nuestra propiedad: haz que tengamos el corazón en alto, pero junto a ti, porque elevar el corazón no siendo hacia ti, es soberbia, elevarlo a tí, es seguridad; Tú ascendido al cielo te has hecho nuestro refugio...¿Quién es ese que asciende? El mismo que descendió. Has descendido por sanarme, has ascendido para elevarme. Si me elevo a mí mismo caigo; si me levantas tú, permanezco alzado... A ti que te levantas digo: Señor, tú eres mi esperanza, tú que asciendes al cielo; sé mi refugio». (San AGUSTIN, Ser. 261. 1).

 

 

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Queridos hermanos: Esta homilía podría titularse: La subida al monte Tabor de la transfiguración por el camino de la oración.

1.- Jesús se retira a lo alto del monte a orar, porque en el silencio de las cosas y de las voces humanas se oye mejor la voz y la llamada de Dios. El ejemplo de Jesús lo han seguido y lo siguirán todas las personas que quieran ser cristianos de verdad, que quieran contemplar  el rostro de Dios, que quieran contemplar y sentir lo que creen por la fe,  todos los santos que han existido y existirán, todos los místicos que lo han sentido y sentirán: “descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura… y para eso san Juan de la Cruz, santa Teresa, Madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno, ya santas, están canonizadas, para ese encuentro ellos y ellas nos dicen que el camino único es la oración diaria con la conversión permanente de nuestros pecados, que son los velos que nos impiden ver a Cristo transfigurado y contemplar su rostro y hermosura, repito, para nosotros como para todos los santos, el único camino para ver y sentir a Dios, a Cristo, es la oración-conversión permanente que nos lleva a pasar de la  meditación a la contemplación, para llegar así a la unión transformativa en Cristo.

Y el único camino para ver y sentir a Cristo transfigurado en nuestro corazón como en el Sagrario, es la oración, primero meditativa-reflexiva, luego contemplativa, - cuando uno ya no necesita tanto de libros y lecturas porque entra en oración, en diálogo con Dios, sobre todo, Eucaristía, solo con mirarle, con estar en su presencia.

Y para eso, ratos de oración-conversión personal en los que Cristo, sobre todo, Eucaristía, me ilumina y me hace ver mis defectos de soberbia, envidias y caridad, etc. y en la medida que me vaya vaciando de mi mismo, Él me va llenando y yo voy avanzando y sintiendo su presencia en mi alma, y me va llenando y yo lo voy sintiendo más en la medida de mis vacíos de mi yo.

Repito, porque es poquísimo lo que oigo hablar de esto, en nuestra vida cristiana y sacerdotal y formación permanente, nunca se tienen que separar en nuestra vida espiritual oración y conversión. Y así vaciándome de mí mimo cada vez más por la oración-conversión, Cristo me ya llenando y lo voy sintiendo vivo, vivo en mi corazón, sobre todo la Eucaristía, en el Sagrario.

no lo dudéis, por la oración-conversión llegamos a la contemplación y vivencia de Cristo vivo, vivo y resucitado y transfigurado: al cielo en la tierra: ahí teneis a San Pablo, tres años en el desierto de Arabia una vez caído del caballo y de no creer y perseguirle… “para mí la vida es Cristo…deseo morir para estar...todo lo considero basura…

Tengo el gozo de haberme encontrado con personas así en mi vida pastoral y parroquialo:he conocido almas contemplativas, todas, almas de oración, ni una sola que no se retire todos los días un rato largo al silencio para contemplar a Dios, hablar con El, amarle, pedirle perdón…

 

        2.-Es que sin oración personal no se puede contemplar a Cristo transfigurado,  no hay cristianismo serio y profundo,  no hay transformación de las almas en Cristo. El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay gozo profundo de la fe experimentada, no hay amor ardiente y fuego de Espíritu Santo, no puede haber conversión permanente y santidad.

Para ser cristianos serios y convencidos necesitamos absolutamente de la oración personal, porque es allí donde el Cristo de la fe, de nuestras comuniones eucarísticas, de nuestro sagrario se transfigura  y nos transfigura llenándonos de su presencia y amor.

        3. El Tabor existe. Y Cristo sigue transfigurándose ante le buscan en la oración y en la vida. No todos los Apóstoles le vieron tranfigurado, porque no todos subieron a la montaña del Tabor. Cristo se quedó en el sagrario porque desea transfigurarse ante cada uno de nosotros, pero para eso hay que buscarle en ratos largos de oración. Si no hemos llegado a verle transfigurado, es porque no le buscamos y subimos por la montaña de la oración-conversión.

        4.- “Y se ojó la voz del PadreEste es mi hijo amado, escuchadle”. Padre eterno, lo tendremos en cuenta. Le escucharemos a tu Hijo todos los días en la oración, sobre todo aquí en el sagrario, monte Tabor permanente. Y para eso, leer y meditar y vivir el evangelio primero para comprenderlo y luego sentirlo y vivirlo: Lectio, meditatio, oratio et contemplatio... no hay otro camino, aunque seas obispo o papa.

        5.- “¡Qué bien se está aquí!” dice Pedro y el evangelista añade que no sabía lo que decía ¡Vaya si lo sabía! Como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús y todos los que han llegado a estar alturas: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado.”

San Juan de la Cruz  describe así esta transfiguración de las almas: «¡Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada».  Isabel de la Trinidad:  «Y vos, oh Padre, inclináos sobre esta pobrecita criatura vuestra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias: Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita en la que me pierdo, entrégome sin reservas a Vos, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vosotros hasta que vaya a contemplaros en la infinitud de tu Gloria. Amén”

        6.- Y así es cómo la vida cambia, y el cielo empieza ya en la tierra, y las almas desean morirse para verlo plenamente en el cielo y todo se vive de otra forma y podemos decir con San Pablo: “deseo morir para estar con Cristo…. Vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”, y Dios se entrega totalmente a las almas y las transforma: «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».  Y con Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero… esta vida que yo vivo, es privación…».

 

 

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RETIRO DE LA ASCENSIÓN

 

Y AHORA, PADRE, GLORIFICA A TU HIJO» (Ascensión)

 

Jesucristo  resucitado sólo permaneció cuarenta días con
sus discípulos; pero, como dice San León, «no los pasó ociosos» . Jesús, en sus múltiples apariciones y conversaciones con sus apóstoles, «al hablarles del reino de Dios» 2, llenó de gozo sus corazones, fortaleció la fe en su triunfo, en su persona y en su misión y les dió igualmente «sus últimas instrucciones» acerca del establecimiento y organización de la Iglesia.

 Una vez cumplida su misión en la tierra, y llegada la hora de volver al Padre, «cual divino gigante que ha andado su carrera en la tierra» , vuela a disfrutar ya en toda su plenitud de los goces profundísimos de su maravilloso triunfo y a consumar con su Ascensión gloriosa a los cielos su vida en este mundo.

Entre las fiestas de nuestro Señor, m atrevería a decir que la Ascensión es en alguna manera la mayor, por ser la glorificación suprema de Cristo Jesús. La santa madre Iglesia llama a la Ascensión «admirable» » y «gloriosa» 6, y en todo el Oficio de esta fiesta nos hace cantar las grandezas de este misterio.
Nuestro divino Salvador había pedido a su Padre que
«le glorificase con aquella gloria que poseía su divinidad en los resplandores eternos de ios cielos . ((Con la victoria de la resurrección comenzó a apuntar la aurora de la glotificacjón personal de Jesucristo » 8; su admirable ascensión señala su mediodía: «Fué elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios » . Es la glorificación divina de la humanidad de Cristo por encima de todos los cielos.
Digamos, pues, algo de esta glorificación, de las razones en que estriba, de la gracia especial que nos trae, todo lo cual parece resumirlo la Iglesia en la oración de la misa: «Concédenos, te lo rogamos, Dios Todopoderoso, que los que creemos que hoy subió al cielo tu Unigénito y Redentor nuestro, vivamos también con la mente en los cielos, » Esta oración da cuenta en primer lugar de nuestra fe en el misterio, recordando los títulos de Hijo único » y de ((Redentor» qu se predican de Jesucristo; luego indica la Iglesia los motivos de la exaltación de su Esposo a los cielos, y finalmente la gracia que lleva aneja el misterio para nuestras almas.

 

  1. TRIUNFO MAGNÍFICO DE JESÚS EN SU ASCENSIÓN A LA DIESTRA DEL PADRE
  2.  

Hállase representado de un modo sensible y muy conforme a nuestra naturaleza el misterio de la Ascensión de Jesús, ya que contemplamos a la sacratísima Humanidad elevándose desde la tierra y volando visiblemente hacia los cielos.

Reúne Jesús por última vez a sus discípulos y condúcelos consigo a Betanja, a la cumbre del monte de los Olivos; allí les encomienda otra vez la misión de predicar por toda la tierra, prometiéndoles estar siempre con ellos por su gracia y por la virtud de su Espfritu 10; luego los bendice y se eleva por su propio poder divino y el de su alma gloriosa por encima de las nubes y desaparece a sus miradas. Pero esta Ascensión material, tan real y maravillosa como aparece, es también símbolo de otra ascensión, cuyo final no presenciaron ni siquiera los apóstoles, ascensión más admirable todavía, aunque incomprensible para nosotros. Nuestro Señor sube ((por encima de todos los cielos» 11, sobrepasa a todos los coros de los ángeles, «sin detenerse hasta llegar a la diestra del Padre».

Ya sabéis que esta expresión ((a la diestra del Padreo rio es más que una figura y no hay que tomarla literalmente, pues Dios, como espíritu puro, no tiene nada corporal. Pero la Sagrada Escritura y la Iglesia la emplean para iniciar los subjimes honores y el triunfo magnífico que se tributaron a Cristo en el santuario de la divinidad.

De igual modo, cuando decimos que Jesucristo ((está sentado», queremos dar a entender que entró para siempre en posesión de aquel descanso eterno que le merecieron sus gloriosos combates, sin que dicho reposo excluya, no obstante, el ejercicio continuo de la omnipotencia que el Padre le comunica para regir, santificar y juzgar a todos los hombres.

San Pablo cantó en su carta a los Efesios, en términos grandiosos, esta glorificación divina de Jesús, diciendo: «Dios desplegó en la persona de Cristo la eficacia de su fuerza victoriosa, resucitándole de entre los muertos y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado y potestad y virtud y dominación y sobre todo nombre, por celebrado que sea, no sólo en este siglo, sino también en el futuro,, y puso todas las cosas bajo sus pies y le constituyó cabeza y soberano de toda la Iglesia» 14

De hoy más Jesucristo es y será para toda alma el único venero de salud, de gracia, de vida, de bendición, y su nombre, como dice el Apóstol, es tan grande, tan deslumbrador y tan glorioso, que ((toda rodilla se doblará al oírlo así en el cielo como en la tierra y en los infiernos... y toda lengua publicará que Jesús vive y reina para siempre en la gloria de Dios Padre » 15 Ved, si no, cómo desde aquell hora bendita «la innumerable muchedumbre de escogidos de la Jerusalén celestial, donde el Cordero inmolado es la luz eterna, arrojan sus coronas a sus pies, postrándose ante Él, y proclamándole en nutrido coro, cuyas sinfonías semejan el ruido del mar, y que es digno de todo honor y de toda gloria, porque El es el principio y fin de su salvación y eterna felicidad)) 1»
Desde aquella hora, en toda la faz de la tierra, todos los días, durante la santa Misa, la Iglesia eleva desde sus templos sus súplicas y sus alabanzas, pues que en Él está la fuente única de toda fortaleza y de toda virtud y Él solo puede Sostenerla en sus luchas. «Tú que estás sentado a la diestra del Padre, ten piedad de nosotros, pues sólo Tú eres santo; Tú, el único Sefior, el único Altísimo, oh Jesucristo, junto con el Espfritu Santo en la gloria de Dios Padre. »
Desde aquella hora también, los príncipes de las tinieblas, a quienes Cristo ya vencedor arrancó para siempre su presa 17, están presos de terror con sólo oír el nombre de Jesús, y se ven forzados a huir y abatir su orgullo ante el signo victorioso de su cruz.

Tal es la magnificencia del triunfo con que entró para siempre en el cielo l humanidad de Jesús el día de su admirable Ascensión.

 

2. MOTIVOS PRINCIPALES DE ÉSTA EXALTACIÓN MARAVILLOSA DE CRISTO: ES EL Hijo DE Dios, Y SE HA ABISMADO EN LAS IGNOMINIAS DE LA PASIÓN

 

Ahora me preguntaréis el porqué de esta exaltación suprema de Cristo, de esta gloria inconmensurable que fué como la herencia de su santa Humanidad.
Todas las razones pueden reducirse a dos principales: la primera es que jesucristo es el Hijo mismo de Dios, y la segunda, que, para rescatamos, se abismó en la humillación. Jesús es Dios y hombre. Como Dios, llena cielos y tierra con su divina presencia; de modo que sube en cuanto hombre a la diestra del Padre. Mas como la Humanidad en Jesús está unida a la persona del Verbo, de ahí que es la Humanidad de u Dios, y, como tal, goza de plenísimo derecho para pretender la gloria divina en medio de los resplandores eternos.
Esta gloria la había mantenido Cristo velada y oculta durante su vida mortal, menos el día de la Transfiguración 18 El Verbo quiso unirse a una humanidad flaca como la nuestra, pasible, sometida a las miserias, al sufrimiento y a la misma muerte. Ya vimos cómo Jesús desde la aurora de su resurrección entró en posesión de aquella clarísima gloria, con la cual quedaba su santa Humanidad para siempre gloriosa e impasible, aunque morando todavía en un lugar Corruptible, donde reina la muerte. Para llegar a la cumbre y último ápice de esta gloria, necesitaba Jesús resucitado un lugar que correspondiese dignamente a su nuevo estado; su lugar propio eran las alturas del cielo, desde donde pudiesen ya irradiar en toda su plenitud su gloria y poder sobre toda la sociedad de los escogidos y redimidos.

Jesús, Hombre Dios, Hijo de Dios e igual a su Padre, tiene derecho a sentarse a su diestra y a participar con Él de la magnificencia de la gloria divina, de la felicidad infinita y de la omnipotencia del Ser Soberano »°.

La segunda razón de esta suprema glorificación consiste en que es una recompensa de las humillaciones sufridas por Jesús por amor a su Padre y por caridad para con nosotros. Al entrar Cristo en este mundo, como ya llevo varias veces repetido, se entregó enteramente al divino beneplácito del Padre: «Heme aquí que vengo a hacer, oh Dios mío, tu voluntad» 21; aceptó el llevar a cabo hasta su total realización todo el programa de humillaciones anunciadas, y apuró hasta las heces el cáliz amargo de dolores e ignominias sin cuento., anonadándose hasta la maldición de la cruz.

¿Por qué todo esto? «Para que sepa el mundo que amo a mi Padre» «1 tas, sus perfecciones y su gloria, sus derechos y voluntad. He ahí por qué: pro pter quod — notad las palabras empleadas por San Pablo, ellas indican la realidad del motivo —, «he aquí por qué Dios Padre glorificó a su Hijo, y por qué le ha sublimado por encima de todo cuanto existe: cielo, tierra e infierno» ».

Terminado el combate, suelen los príncipes de la tierra recompensar en medio de regocijos a los esforzados capitanes que defendieron sus prerrogativas, vencieron al enemigo y dilataron con sus conquistas los confines de su reino. El día de la Ascensión, ¿no ocurrió algo de esto en el cielo, aunque con una magnificencia incomparable? Jesús había realizado fidelísimamente la obra que su Padre le había confiado: Quae placita sant ei facio semper.
Opus consurnnravj
24; entregándose a los golpes de la justicia como víctima santa, bajó a incomprensibles abismos de dolores y oprobios. Expiada ya y saldada nuestra deuda, desbaratados los poderes de las tinieblas y reconocidas las perfecciones del Padre, vengados sus derechos y abiertas de nuevo las puertas del cielo a todo el humano linaje, no podemos comprender el inefable gozo que sentiría el Padre eterno — osando así balbucear tales misterios — al coronar a su Hijo, después de la victoria ganada al príncipe de este mundo. ¡

Qué alegría la de llamar a aquella santa Humanidad de Jesús - gustar de los esplendores, felicidad y poderío de una eterna exaltación! Y tanto más cuanto que Jesús, ya a punto de consumar su sacrfficio, pidió a su Padre esta gloria, que había de dilatar la gloria misma del Padre: «Padre, llegada es la hora: glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifiques u « Sí, Padre mío, llegada es la hora: tu justicia está ya satisfecha por mi expiación; séalo igualmente por los hoflores que reciba tu Hijo, a causa del amor que te ha manifestado en medio de sus dolores. ¡Padre soberano, glorifica a tu Hijo, afianza su reino en los corazones de cuantos le aman, reduce a su aprisco las almas que de Él se apar 2XbiS taron, atrae hacia Él a aquellas que, sepultadas en las tinieblas, aun no han llegado a conocerle! ¡ Glorffica a tu Hijo, para que Él, a su vez, te glorffique, manifestando tu Ser divino, tus perfecciones y tus deseos.! »
Oíd ahora la respuesta del Padre: «Le he glorificado y le glorificaré todavía más» 26 Y dice al mismo Cristo aquellas palabras solemnes y proféticas del salmista: «Tú eres mi Hijo... Pídeme y yo te daré por herencia las naciones... y tus dominios se extenderán hasta los últimos confines de la tierra... Siéntate a mi diestra hasta tanto que haga a tus enemigos servir de escabel a tus pies »
En las obras divinas brillan inefables y secretas armonías, cuyo sabor peculiar hechiza a las almas fieles.

Notad aquí: ¿dónde comenzó Jesucristo su Pasión? Al pie del monte de los Olivos. Allí, durante tres horas largas y continuas, su alma santísima — que con la luz divina preveía la trama toda de su Pasión, las angustias y dolores que habían de constituir su sacrificio — se vió presa de mortal tristeza y abatimiento, de hastío, miedo y angustia. Nunca jamás llegaremos a comprender la cruel agonía por que pasó el Hijo de Dios en el jardín de los Olivos; Jesús sufrió allí, en alguna manera, todos los dolores de la Pasión: «Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz» 28

¿Dónde inauguré nuestro divino Salvador las alegrías de su Ascensión? Jesús, que es la Sabiduría eterna, que es todo uno ccni su Padre y el Espíritu Santo, quiso escoger, para volar a los cielos, la nilsma montaña que había sido testigo de sus congojas y agonías. Allí, en donde, a manera de torrente vengador, se cebé en Cristo la justicia divina, allí mismo le corona ahora de honor y gloria 2s; y el lugar mismo que fué testigo de los más recios combates, es el teatro donde apunta la aurora de su incomparable triunfo.
¿No tiene sobrada razón, pues, nuestra Madre la Iglesia, para ensalzar y proclamar «admirable» la Ascensión de su divino Esposo?

 

3. GRACIA QUE NOS COMUNICA CRISTO EN ESTE MISTERIO PENETRAMOS CON ÉL EN LOS CIELOS COMO MIEMBROS DE SU CUERPO MÍSTICO

Tal es el misterio de la Ascensión: sublime glorificación de Jesucristo por encima de toda criatura, a la diestra de Dios Padre. « Salió Jesús del Padre » y tomó a su Padse » °, después de haber terminado su misión en la tierra. «A manera de gigante que se lanza animoso a recorrer su Camino» «salió de lo alto de los cielos», del santuario de la divinidad, y ((se remonta a las más empinadas cumbres para gozar allí de la gloria, de la felicidad y del poder divino».

Este triunfo, en lo que tiene propiamente de divino, es privilegio exclusivo de Cristo, Hombre Dios y Verbo encarnado, pues a Él solo, como Hijo de Dios y Redentor del género humano, le es debida esta gloria infinita. Por eso decía San Pablo: «dA quién de los Ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra?» 32
Idéntico pensamiento expresaba Nuestro Señor conversando con Nicodemo: ((Nadie subió al cielo, decía Jesús, sino aquel que ha descendido del cielo, a saber, el Hijo del hombre que está en el cielo » Jesús es por su Encarnación el Hijo del hombre; mas al encarnarse sigue siendo el Hijo de Dios, que está siempre en el cielo. Al descender del cielo desde el seno del Padre para vestirse de nuestra naturaleza, vuelve a subir allí Cristo como a lugar natural de su morada, puesto que a Él solo, como verdadero Hijo de Dios, le pertenece de pleno derecho subir de nuevo junto al Padre y participar de los sublimes honores de la Divinidad, a Él solo reservados.

¿Entraremos nosotros en los cielos, o bien quedaremos excluídos de aquella morada de gloria y de bienandanza? ¿No tendremos alguna parte en la ascensión de Jesús? Sí, por cierto; mas, como ya lo sabéis, entraremos en el cielo con Cristo y por medio de Cristo.

¿De qué modo? Por el bautismo, que nos hace hijos de Dios. Así lo declaró Nuestro Señor en la entrevista que tuvo con Nicodemo: «Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios)) ». Que es como sí dijera: no es posible entrar en el cielo si no se renace de Dios; hay un nacimiento eterno en el seno del Padre, y éste es el mío; con pleno derecho me subo al cielo, por ser yo el propio Hijo de Dios, engendrado en los esplendores de los santos; pero hay también otros hijos de Dios y son ((aquellos que nacen de Él» por el bautismo. Éstos son los hijos de Dios, y por lo mismo «sus herederds», como dice San Pablo, y a la vez ((coherederos de Cristo » 36, pues participan de su misma herencia eterna.

El bautismo, al hacernos hijos de Dios, nos hace asimismo miembros vivos de aquel cuerpo místico cuya Cabeza es Cristo. ¡En términos tan claros se expresa el Apóstol! : ((Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno por su parte)) u; y con más viveza si cabe, dice también: «Nadie aborrece su propia carne; antes bien, la sustenta y cuida; vosotros mismos estáis formados de carne de Cristo y de sus huesos)).

Y como los miembros participan de la gloria de la Cabeza, y el gozo de la persona trasciende a todo su cuerpo, de ahí que participemos nosotros de todos los tesoros que Cristo posee, y sus alegrías, sus glorias y su dicha sean también nuestras. ¡Prodigio grande de la misericordia divina! ((Rico es Dios — exclama el Apóstol — en misericordia; movido de la excesiva caridad con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por cuya gracia vosotros habéis sido salvados), y nos resucitó con Él, y nos hizo sentar en los cielos con Él, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia, en vista de la bondad usada con nosotros por amor de Jesucristo»

 Así como todo lo que obra el Padre lo hace de igual modo el Hijo 40 Jesucristo lleva en pos de sí nuestra humanidad para que ocupe en el cielo la silla preparada. Ésta es la gran obra, la hazaña heroica de este gigante divino:
volver a abrir con sus padecimientos las puertas del cielo cerradas a la humanidad caída y trasladarla consigo a los resplandores del cielo 41•
Cuando Jesucristo subió a los cielos, afirma San Pablo, toda una comitiva de Santos, que eran su glorioso trofeo, entró con Él en la gloria: Captivam duxit captivitatem. Pero estos justos, que hacían la escolta a Jesús en su triunfo, no son sino las primicias de la pingüe cosecha, ya que sin cesar suben al cielo almas que, hasta el día en que el reino de Cristo llegue al colmo de su plenitud, perpetuarán su Ascensión.

«La Ascensión de Cristo a los cielos es también la nuestra; la gloria de la cabeza es gran motivo de esp eran- za para el resto del cuerpo; en este día santo ya no sólo se nos ha dado la certeza de entrar en posesión de la gloria eterna, sino que también penetramos en las alturas del cielo con Jesucristo» 42 oLLa astucia del enemigo nos había derribado del encumbrado sitial del cielo; el Hijo de Dios, incorpora’ndonos a é1 nos ha colocado a la diestra de su padre)) .
¡ Qué cánticos, qué acciones de gracias no entonarán los Santos en loor del Cordero inmolado por los hombres1 Qué ovaciones y adoraciones no harán sin cesar a Aquel que con indecibles tormentos compró su dicha eterna!]

No nos ha llegado aún la hora de esta glorificación; pero hasta unirnos al coro de los bienaventurados, debemos vivir con el pensamiento y fervorosos deseos en el cielo, donde Jesucristo, nuestra Cabeza, mora y reina por los siglos de los siglos.

Somos en la tierra huéspedes y extranjeros que caminamos en busca de la patria, como miembros de la ciudad de los santos y la casa de Dios; «por la fe y la esperanza debemos ya vivir en el cielo» ‘, como dice San Pablo.
Esta gracia es la que quiere la Iglesia que pidamos en dicha festividad: « ¡Oh Dios Omnipotente! Ya que creemos que vuestro Hijo Único y Redentor nuestro subió hoy a los cielos, coricédenos que también nosotros vivamos con el pensamiento en el cielo.» En la poscomunión de la misa pedimos «sentir los efectos invisibles de aquellos misterios de los que visiblemente participamos». Por la sagrada Comunión nos unimos a Jesús; al venir a nosotros, Nuestro Señor nos hace participantes en esperanza de la gloria de que Él está gozando «y nos da de ello una prenda segura» ».

¡Oh, le diremos, llévanos en pos de ti, Héroe magnánimo y poderoso: Trahe nos post te; danos el subir contigo a los cielos y habitar allí por la fe, la esperanza y la caridad! Concédenos el desasimiento de todo lo terreno y caduco, para no buscar más que los bienes verdaderos y perdurables «Vivamos allá con el corazón, donde creemos que tu santa Humanidad subió corporalmente» ».

 

4. SENTIMIENTO DE Gozo PROFUNDO QUE DESPIERTA EN NOSOTROS ESTA GLORIFICACIÓN DE Jzsús: «Tu ESTO NOSTRUM GAUDIUM»

Múltiples son los sentimientos que la Ascensión de Jesús despierta en el alma fiel que la contempla con devoción, pues si bien es cierto que Cristo ya no merece más, su Ascensión tiene empero la virtud de producir eficazmente las gracias que significa o simboliza.

Ella robustece nuestra fe en la. divinidad de Jesús; aumenta nuestra esperanza mediante la visión de la gloria de nuestro Caudillo, y, animándonos a la observancia de sus mandamientos, en la que estriban nuestros méritos, que son principio de nuestra futura bienaventuranza, hace que nuestro amor sea todavía más ardiente. En la Ascensión de Cristo admiramos su triunfo magnífico y le agradecemos el que nos haya dado participación de este mismo misterio. «Elevando nuestras almas a las celestiales n’sil dades, aviva en ellas el desapego de las cosas traii,dlo rías» 47; nos da paciencia en las adversidades, pues, eoitei dice San Pablo: ((Si compartimos los padecjrnjeut 1. Cristo, seremos también asociados a su gloria)) •

Hay, no obstante esto, dos sentimientos en los ciialr’ quiero entreteneros unos breves instantes, porque brniiui más espontáneos y abundosos de la contemplación piado de este misterio y son singularmente fecundos para itin tras almas: son los sentimientos de gozo y de confianza.

En primer lugar, ¿por qué gozarnos en este misterio?
Nuestro Señor mismo se lo decía a sus apóstoles anloii de separarse de ellos: «Si me amaseis, os alegraríais It» que vaya al Padre» ». Otro tanto nos dice también a noN otros. Si le amamos, nos regocijaremos de su glorificacj)’i,1, nos gozaremos de que, terminada su carrera mortal, suma a la diestra del Padre, para ser ensalzado en lo más alto de los cielos, para gozar, acabados sus trabajos, sus dolor4lN y su muerte, de un descanso eterno envuelto en gloria inconmensurable. Rodéale y compenétrale para siempre en el seno de la divinidad una dicha para nosotros incoin prensible, puesto que le ha sido dado un poder supretiio sobre toda criatura.

¿Cómo no gozar al ver que Jesús recibe del Padre tuh, aquello que en justicia se le debía?

Mirad cómo nos invita la Iglesia en su liturgia a celo brar con alegría esta exaltación de su Esposo, nuestro Día a y Redentor nuestro. Unas veces exhorta a los pueblos todos a demostrar NO plena alegría en repetidos himnos: « ¡ Aplaudid, nacioiwN todas! ¡Alabad a Dios con voces de júbilo!» «Porque el Señor asciende entre aclamaciones, y las trompetas cole brari su ida al cielo. ¡Cantad a nuestro Dios! ¡Caniasi o nuestro Rey! ¡ Cantad armoniosos salmos! Porque el Soíioi reina sobre las naciones, y está sentado sobre su santo ti’u fo» »°. «Ensalzad al Rey de reyes, y cantad un himno a Dios ».

Otras interpela a las potestades angélicas: ((Levantad, príncipes de los cIelos, vuestras puertas, para que entre Rey de la gloria»: Maravillados, los ángeles se pregun¿ Quién es este Rey de la gloria?)) « Es el Señor lleno
fuerza y poder, el Señor que manifiesta su brazo en batallas.» Y los espfritus del cielo repiten: « ¿Quién es, ss, ese Rey de la gloria?» ((Es el Señor de los ejérçitos, solo es el Rey de la gloria)) Finalmente, otras veces, en un lenguaje perfumado de sía, la Iglesia se dirige al mismo Jesús, y le dice con
Salmista: «Ensálzate, oh Señor, por tu poder divino, irque nosotros cantaremos y ensalzaremos tus triunfos59. rFit majestad resplandece en lo más alto de los cielos » Itas hecho de las nubes tu carroza, y andas sobre las olas los vientos; revestido estás de luz y majestad; cubierto lás de luz, como de vestidura»
Alegrémonos muy de veras. Los que aman a Jesús nten en sí un intenso y profundo gozo al contemplarle el misterio de su Ascensión, al dar gracias al Padre por aiber dispensado tal gloria a su Hijo, y al felicitar a Jesús nr ser Él el objeto de esta disposición altísima y nunca

Regocijémonos, además, porque este triunfo y esta gbación de Jesús son también los nuestros.«Yo vuelvo a mi Padre, que es también vuestro Padre, mi Dios y Dios vuestro» Jesús tan sólo nos precede, urS Élno se aparta de nosotros ni nos separa de Sí. Si ,ntra en su glorioso reino, es ((para prepararnos allí un itial». Promete «volver un día para tomarnos)) y sentarnos cabe Sí, y «hacer que estemos donde Él está» Por tanto, ya estamos de derecho en la gloria y felicidad de Jesuoristo, y en la realidad lo estaremos también algún día. Iues, »no ha pedido a su Padre que donde Él esté estelos también nosotros?)) »». ¡Oh qué poder el de esta oras’ióii y qué dulzura la de esta promesa!
Demos, pues, libertad a nuestro corazón para ir en 1 nisca de esta íntima y espiritual alegría; no hay nada que  «dilate» tanto nuestras almas como este sentimiento, imclii que las haga «correr con más generosidad por el cainhio de los mandamientos, de los mandamientos del Señor» , En estos días santos repitamos a menudo a Jesús las vii lidas aspiraciones del himno de la fiesta:
u ¡Sé Tú nuestra alegría, ya que algún día serás nuesl ro premio; y toda nuestra gloria en Ti vaya siempre cifuola por los siglos de los siglos » «o.

 

5. INALTERABLE CONFIANZA QUE DEBE ANIMARNOS TAuBIN EN ESTA SOLEMNU3AD: CRIsTo PENETRA EN EL SAMIO DE LOS SANTOS COMO PONTÍFICE SUPREMO Y CONTINÚA L1t COMO ÚNICO MEDIANERO

 

Debemos unir una firmz’sima confianza a esta profunda alegría. Esta confianza estriba principalmente en el eré. dito todopoderoso de Cristo cerca de su Padre, no ya sólo por ser Rey invencible que hoy inaugura su triunfo, Sino también por ser Pontífice supremo que intercede siempre por nosotros, después de haber ofrecido a su Padre una oblación de valor infinito. Pues bien; esta mediación única, Jesús la comenzó más particularmente el día de su Ascensión gloriosa a los cielos. Ahí tenéis un aspecto muy íntimo del misterio en e1 cual es muy conveniente pararnos unos momentos. San Pablo, que es quien nos le reveló en la Epístola a los Hebreos, le llama «inefable».

Sin embargo de ello, voy a tratar, guiado por el gran Apóstol, de daros una idea. El Espíritu Santo nos haga comprender lo prodigiosas que son las obras divinas. En primer lugar, San Pablo recuerda los ritos del sacrificio más solemne de la Antigua Alianza. Y ¿por qué este procedimiento? Sin duda porque él hablaba a los judíos y convenía hacerlo de modo que ellos le entendiesen. Pero hay otra razón más profunda. ¿Cuál es? El mismo Apóstol nos la descubre. Es la relación íntima, establecida por Dios, entre el ceremonial antiguo y el sacrificio de Cristo. Y ¿cuál es esa relación?

Dios, como sabéis, en su presciencia eterna abarca toda h serie de siglos; además, con su sabiduría infinita, dispoiio todas las cosas con medida y equilibrio perfectos. Ahora bien, l ha querido que los principales sucesos que han señalado la historia del pueblo escogido, y los sacrificios con qüe estableció la religión de Israel fuesen otros tantos tipos imperfectos y símbolos oscuros de las realida(les grandiosas que debían suceder cuando el Verbo Encariiado apareciese en la tierra: «Estas cosas todas les acaeç’fnn figurativamente... » «2 ((Sombra de las cosas que habían do venir» 63 He ahí por qué el Apóstol insiste primero en el sacrificio de los judíos; y no lo hace tanto por el gusto de sentar una simple comparación para facilitar a sus oyenles la inteligencia de su tesis, cuanto porque la antigua Alianza presagiaba, por sus medias luces, los esplendores de la nueva Ley fundada por Jesucristo.
Recuerda además San Pablo cuál era la estructura del templo de Jerusalén, planeado todo por el mismo Dios. «Había en él, dice, un primer «tabernáculo», llamado el Santo, adonde entraban de continuo los sacerdotes para el servicio del culto; detrás del velo estaba el altar de oro para el incienso y el arca de la alianza» •

El «Santo de los Santos» era el lugar más augusto de la tierra y el centro hacia el cual convergía todo el culto do Israel. Hacia él volaban los pensamientos y se elevaban las manos de todo el pueblo judío. ¿Por qué así? Porque [)ios había puesto allí su morada especial, y prometido «tener fijos en él sus ojos y su corazón» 65; allí recibía ri los homenajes, bendecía los votos y atendía las súplicas de Israel y entraba, como en estrecho contacto, con ui pueblo.

Mas este contacto, como también lo sabéis, no se estaIdecía sino por mediación del gran sacerdote. Era, en efeclo, tan temible la majestad de este tabernáculo, donde Dios habitaba, que solamente el sumo pontífice de los judíos podía penetrar en él, estando prohibida la entrada a todos los demás, bajo pena de muerte. El pontífice entral)a allí revestido de los hábitos pontificales, llevando ol)re su pecho el misterioso «racional», hecho de doce

piedras preciosas, en las que se veían grabados los nombres de las doce tribus de Israel: sólo de esta manera simbólica el pueblo tenía acceso al «Santo de los Santos».

Además, el mismo sumo sacerdote no podía salvar el velo de este tan santo tabernáculo sino una vez al año, y aun antes debía inmolar, fuera, dos víctimas, una por sus pecados y la otra por los pecados çlel pueblo, rociando con sangre el propiciatorio, donde reposaba la majestad divina, mientras que los levitas y el pueblo llenaban el atrio. Este solemne sacrificio, por el que el gran sacerdote de la religión judía ofrecía a Dios, una vez al año, en el Santo de los Santos, los homenajes de todo su pueblo y la sangre de las víctimas por el pecado, constituía el supremo y más augusto acto de su sacerdocio.

Sin embargo de ello, ‘como os lo dije ya, conforme al pensamiento de San Pablo, «todo esto no era más que figuras» 66• Y cuántas imperfecciones no envolvían estos símbolos! Este sacrificio podía tan poco, que era preciso renovarlo cada año; el pontífice era tan imperfecto que carecía del poder de abrir la entrada del santuario al pueblo que representaba; como quiera que él mismo sólo podía penetrar en él una vez al año, y esto protegido, por decirlo así, por la sangre de las víctimas ofrecidas por sus propios pecados. ¿En dónde están las realidades? ¿Dónde el perfecto y único sacrificio que reemplazará para siempre estas ofrendas vulgares e impotentes? Encontrámoslas en Jesucristo; con qué plenitud tan cabal y perfecta!

Jesucristo, dice San Pablo, es el pontífice supremo, pero un «pontífice santo, inocente, apartado de los pecadores y encumbrado sobre los cielos» «entra en un tabernáculo no hecho por mano de hombré » 68, sino « en los cielos», en el santuario de la divinidad 69 entra allí, como el gran sacerdote, llevando la sangre de la víctima. ¿ Cuál es esta víctima? ¿Acaso serán animales como en la Antigua Alian za? ¡ Oh! no, esta sangre es «SU propia sangre» 70, sangre preciosa y de valor infinito, vertida «afuera», es decir, en l& tierra, y derramada por los pecados, no ya sólo del pue 66 blo de Israel, sino de todo el género humano; penetra por entre el velo, esto es, por su santa humanidad; «por medio de este velo es como se nos ha abierto en lo sucesivo el camíno del cielo» II; finalmente, Él entra, no ya una vez al año, sino «una vez para siempre» 72; pues siendo su sacrificio perfecto y de, valor infinito, es « ónic6 y basta para procurar siempre la perfección a aquellos que quiere santificar» ‘.
Mas Cristo no ha entrado solo; y precisamente por esto, la obra divina resulta más admirable, y la realidad excede a toda figura. Nuestro pontífice nos lleva consigo, no de una manera simbólica, sino, en realidad de verdad, porque somos sus miembros, su «plenitud» , como dice el Apóstol.
Antes de Él era imposible la entrada en los cielos, lo cual estaba simbolizado por el temible entredicho de traspasar el velo del «Santo de los Santos»; el Espíritu Santo nos declara esto, como dice San Pablo ».
Empero Jesucristo con su muerte ha reconciliado la humanidad con su Padre, y rasgado con sus llagadas manos el decreto de nuestra expulsión 76; ahí tenéis por qué, al expirar Él se dividió en dos partes el velo del templo. ¿ Qué signfficaba esto? Significaba que la Antigua Alianza firmada con el pueblo judío había llegado a su fin, que los símbolos dejaban el lugar a una realidad más grande y eficaz, y que Cristo nos volvía a abrir las puertas del cielo y nos devolvía la herencia eterna antes perdida.

Cristo, Pontífice supremo del género humano, en el día de su Ascensión nos lleva consigo a los cielos, en derecho y esperanza.
No olvidéis jamás que sólo por Él podemos entrar allí; ningtíri hombre penetra en el «Santo de los Santos» sino con Él; ninguna criatura puede gozar de Ja eterna felicidad sino a continuación de Jesús; el precio de sus méritos es el que nos alcanza la bienaventuranza infinita. Toda la eternidad le estaremos diciendo: « Oh Jesucristo, por Ti y por tu sangre derramada por nosotros, nos vemos en pre 71 sencia de Dios; tu sacrificio y tu inmolación nos merecen continuamente nuestra gloria y nuestra dicha; a Ti, Cordero inmolado, todo honor, toda alabanza y toda acción de gracias! »

Hasta tanto que Jesucristo venga a buscarnos, como lo ha prometido, «nos prepara un lugar)), y sobre todo, nos ayuda con su intercesión. Porque ¿qué hace este pontífice supremo en los cielos? San Pablo nos responde que ha entrado en el cielo «a fin de estar ahora por nosotros presente ante la majestad de Dios» .

Su sacerdocio es eterno, y, por ende, eterna es también su mediación. ¡ Qué poder infInito el de su crédito! Allí está delante de su Padre, presentándole sin cesar su sacrifIcio, que recuerdan las cicatrices de sus llagas, que para eso ha querido conservar; allí está «viviendo siempre para interceder por nosotros)) 78• Pontífice siempre atendido, repite en favor nuestro la oración sacerdotal de la cena: «Padre, por ellos ruego... Ellos están en el mundo... Guarda a los que me habéis dado... Ruego por ellos para que tengan en sí mismos la plenitud de la alegría... Padre, es mi voluntad que allí donde yo estoy se encuentren ellos conmigo, para que vean la gloria que me habéis dado.., y que el amor con que me habéis amado también sea con ellos y que yo mismo esté en ellos» .

¿Cómo no van a despertar en nosotros confianza inquebrantable estas sublimes verdades de nuestra fe? Almas de poca confianza. Con esto, ¿qué podemos temer, o qué no podremos esperar? ¡Jesús ora siempre por nosotros! « Si, pues, como decía San Pablo, antiguamente la sangre imperfecta de las víctimas de animales purificaba la carne de aquellos que con ella eran rociados; la sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo sin mancilla a Dios, ¿no será capaz de purificar nuestra conciencia de las obras

Tengamos, pues, una absoluta confianza en el sacrfficio, méritos y oración de nuestro pontífice. Penetró hoy en los cielos e inaugura su incesante mediación con su triunfo; es el Hijo muy amado en quien el Padre tiene todas sus delicias. Pues, ¿cómo dejará de ser oído después de haber manifestado con su sacrificio tal amor a su Padre? «Fué escuchado por razón de su reverencian 81•
¡ Oh Padre!, considera a tu Hijo; mira sus llagas, y concédenos por Él y en Él estar algún día donde Él está, para que asimismo por Él, en Él y con Él os rindamos todo honor y gloria.

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6. APOYÁMONOS EN CRISTO A FIN DE « PRESERVARNOS DEL MAL» EN MEDIO DE LAS TRISTEZAS Y PRUEBAS DE LA VIDA PRESENTE

 

Al acercaros estos días santos a la Comunión, dad en vuestra alma libre entrada a estos pensamientos de alegría y confianza.
Uniéndoos a Jesucristo, os incorporáis a Él, Él está en vosotros y vosotros en Él, estáis en presencia del Padre eterno. Sin duda vuestros ojos no le ven, mas por la fe sabéis que estáis en presencia de Dios con Jesús que os presenta a Él; que estáis con Él en el seno del Padre, en el santuario de la divinidad. Ahí está para nosotros la gracia profunda de la Ascensión: participar, por la fe, de la inefable intimidad que Jesucristo posee en el cielo con su Padre.

Cuéntase en la vida de Santa Gertrudis que un día, en la solemnidad de la Ascensión y al recibir de mano del sacerdote la hostia santa, oyó a Jesús que le decía: « Heme aquí; vengo, no para decirte adiós, sino para llevarte conmigo a la presencia de mi Padre)) “. Nuestra alma, apoyada en Jesús, es poderosa, porque Cristo la ha hecho copartícipe de todas sus riquezas y tesoros. «¿Quién es ésta que sube del desierto, rebosando en delicias, apoyada en su amado?» . No temamos, pues, jamás acercarnos a Dios, a pesar de nuestras miserias y flaquezas; podemos estar siempre, con la gracia del Salvador y acompañados de Él, en el seno de nuestro Padre celestial,

Apoyémonos en jesucristo, no sólo en la oración, sino en todo lo que obramos, y entonces seremos fuertes. Sí, «sin Él nada podemos» 84; «con Él lo podemos todo» «. Encontramos en Él, además de la fuente de una gran confianza, el más eficaz motivo de la paciencia y de la fidelidad en medio de las tristezas, reveses, pruebas y penalidades que forzosamente nos han de salir al paso mientras vivamos en este destierro.

Momentos antes de acabar Jesús su vida mortal, dirige a su Padre una conmovedora oración por sus discípulos a quienes iba pronto a dejar: «Padre Santo, cuando estaba con ellos, Yo mismo los guardaba; ahora que vuelvo junto a Ti, Yo te ruego, no que los saques de este mundo, sino que los libres de todo mal»

Qué solicitud tan divina revela esta oración! Nuestro Señor la pronunció por todos nosotros, y la Iglesia, que siempre entra en los sentimientos de su Esposo, en ella se ha inspirado para la ((secreta)) de la misa de la Ascensión:
«Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos en memoria de la gloriosa Ascensión de tu Hijo; dígnate librarnos de los peligros de la presente vida y haz que lleguemos a la vida eterna, por el mismo Jesucristo, Señor nuestro.» ¿Por qué la Iglesia tomó de nuevo esta oración de Jesús? Porque se cruzan siempre estorbos que nos impiden ir a Dios, y estos tropiezos se resumen todos en el pecado que de Dios nos aparta. Nuestro Señor pide que seamos librados del mal, es decir, del pecado, el cual nos enemista con su Padre celestial y es el único verdadero mal. Abandonados a nosotros mismos, a nuestra fragilidad natural, somos incapaces de salvar estos escollos; pero lo podremos si nos apoyamos en Cristo. Él sube hoy al cielo, vencedor de Satanás y del mundo. ((Tened confianza: yo he vencido al mundo » 87, « El príncipe de este mundo no tiene en mí nada que le pertenezca)) 88, Penetra como pontífice omnipotente en el divino santuario. «Se presentó.., con el sacri 84 ficio de sí mismo» 89 Por la Comunión, Nuestro Sefmer nos hace partícipes de su poder y de su triunfo. Ésa es la razón por la que debemos apoyarnos tanto en Él.
Con Cristo y ofreciendo a su Padre sus méritos, no hay tentaciones invencibles, ni dificultad insuperable, ni adversidad sin consuelo, ni alegría insensata de que no podamos desasimos. Hasta tanto que gocemos con Jesús en los cielos, o más bien, que nos traiga Él hacia Sí, puesto que «nos prepara allí un lugar», vivamos aquí confiados en el ilimitado poder de su oración y crédito, con la esperanza de compartir un día su felicidad, con la caridad que nos entrega alegre y generosamente al entero cumplimiento de sus voluntades y deseos ‘°: de este modo participaiemos plenamente de este admirable misterio de la gloriosa Ascensión de Jesús. También nosotros tengamos nuestra mente en los cielos.

 

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DOMINGO DE PENTECOSTÉS

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 2, 1-11

 

Esta primera Lectura nos describe la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba 50 días después de la Pascua. Era fiesta de la cosecha y de la renovación de la Alianza (Ex 23, 16). Con terminología y detalles que recuerdan la teofanía del Sinaí (Ex 19), nos describe Lucas la inauguración de una Alianza Nueva y la promulgación de la ley del Espíritu. Se cumplieron las profecías del AT (Joel 2, 28-32), y la promesa de Jesús de enviar el Espíritu (Jn 14, 1: Lc 24, 49; Act 1, 4. 8). Signos externos de esta presencia son las lenguas de fuego (Act 2, 3) y el don de lenguas (v. 4. 6). La multiplicación de los oyentes indica el carácter universal y misionero de la Iglesia naciente y de la alianza del Espíritu.

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13

 

Pablo trata de esclarecer una situación especial creada en esta comunidad por los «carismáticos». Pablo enseña que los carismas auténticos son un signo de la presencia del Espíritu Santo. Hay diversidad de carismas, de servicios y de funciones, pero todos adquieren unidad tanto en su origen, el Espíritu de Dios, como en su finalidad que es el bien común mediante la edificación de la comunidad (v. 3-7). Basándose en el símil del cuerpo humano, explica Pablo que todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar el cuerpo en Cristo Jesús (v. 12-13). En la Iglesia existe, por tanto, un pluralismo bajo la forma de “diversidad de carismas, diversidad de ministerios..., diversidad de operaciones” (v. 4-6). Este pluralismo es legítimo, porque es querido por Dios y fruto de la acción del Espíritu Santo. Pero perdería la propia legitimidad, si no se considera como fundado y sostenido por el mismo Espíritu, por el mismo Señor, por el mismo Dios.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19-23

 

  • QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando este domingo la fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo. Pentecostés histórico y primero fue la venida del Espíritu Santo de Dios derramado sobre la Iglesia naciente reunida en torno a María y los apóstoles. ¡Qué importancia tuvo entonces su venida y qué importancia, lógicamente, sigue teniéndola ahora para la Iglesia, para todos nosotros!
  • Dice el Vaticano II: «Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés, para que santificara continuamente a la Iglesia… Es entonces cuando la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación» (LG 4).
  • 1.- Y ¿quién es el Espíritu Santo? Es la tercera persona de la Santísima. Trinidad, Don de Amor y de Vida Divina y Trinitaria del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que le hace al Padre ser Padre porque el Hijo acepta total y esencialmente ser su Hijo por esta misma Vida y Amor comunicada por su Espíritu Santo. Todo lo que sea don, amor y vida procede del Padre y viene al Hijo por la comunicación del Espíritu Santo, que devuelve todo ese amor y vida, hecha Hijo, al Padre, por lo cual el Padre queda constituido como Padre porque el Hijo acepta con amor infinito ser Hijo Amado en el mismo Espíritu. En la liturgia tiene otros nombres:
  • Espíritu de Dios, porque es lo más íntimo de Dios. Lo mismo que en nosotros, lo más íntimo es el espíritu. Es lo más profundo, íntimo, sabroso de Dios. Sin espíritu no hay vida en el hombre, ni en Dios; «exhalar» el espíritu es morir. Por eso, si uno no tiene el Espíritu de Dios, está muerto a la vida de Dios.

 

  • b).- Santo. Porque es santificador. Es la gracia de Dios a los hombres. Es la vida de Dios, que se comunica por puro amor a los hombres. Como es don de Dios es obra de su amor,  del Espíritu Santo. Lo dice el Señor.

 

  • c).- Paráclito o Consolador, porque se les dió a los apóstoles, llenos de miedo, como ayuda o consuelo. Y a nosotros, también. Sin Él no hay alegría y fuerza para superar la tristeza y el sufrimiento en confesar la fe.

 

  • d).-  Dulce huésped del alma, porque las habita, si están en gracia, si participan de la vida de Dios, si le aman a Dios, si se dejan guiar por su acción: “si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Es el hacedor de todas las gracias místicas y de la experiencia verdadera de Dios en nuestra alma.

 

  • e).- Fuego de Dios, porque se manifestó así a los apóstoles y los quemó el corazón en deseos de amar y predicar y seguir a Cristo. Como a nosotros. Es misión del Espíritu Santo, lo más subido  y elevado junto a Dios de nuestras almas y de la obra santificadora.

 

  • 2.- “Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”. Vemos que Cristo dio la máxima importancia a la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Nos bastaría con las palabras de Cristo. Pero de hecho vemos que los apóstoles siguieron con miedo y con las puertas y los cerrojos echados, incluso después de haber visto a Cristo resucitado, por miedo a los judíos.
  • Sin embargo, cuando vino Cristo a los Apóstoles, pero ya no hecho solo palabras, ni milagros, ni predicación, sino fuego y llama de amor viva, el día de Pentecostés, al tener experiencia de Cristo y de todos sus dichos y hechos salvadores, pero no externamente, sino interiormente y hecho fuego de amor de Espíritu Santo, todos sintieron esta pasión de amor y abrieron los cerrojos y las puertas y empezaron a predicar claro y alto y no tuvieron miedo ya a la muerte. Y no tenían ya el Cristo histórico.
  • Quizás por estas dos razones ya nosotros debiéramos invocar también al Espíritu Santo en este día para  que sea también Pentecostés para nosotros: porque Cristo lo dice y por los efectos que vemos realizados en los discípulos. La Iglesia también necesita hoy esta experiencia viva de Dios; la mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de vida mística en un mundo falto de vivencia de Dios. El mundo hoy necesita no predicadores sino testigos de Dios, de Jesucristo, de Eucaristía, de las verdades de fe.

 

  • 3.- En la vida íntima de Dios, el Amor es su vida porque Dios es Amor, su esencia es amar y si deja de amar, deja de existir. Por eso el Padre es el Amor, el Amante; y el Hijo es el Amado, y para ser Padre e Hijo, esto es, Amante y Amado necesitan el Espíritu Santo, que es el Amor, el Dios Amor, la Persona Amor y por tanto la Vida, el Alma de Dios Trino y Uno. Sin Él no existirían como Padre e Hijo. Él es el amor esencial y personal, el don del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que le hace Padre aceptando ser Hijo, por el don de su amor. Y por eso, todo lo que Dios hace o dice es fruto del amor y todo nos lo ha dicho en una sola Palabra que es su Hijo, el Amado, esto es, en una sola Palabra, que le abarca totalmente y está dicha con Amor a los hombres. Y este Espíritu, este amor es el que el hombre necesita para vivir la vida de Dios y entrar en la amistad e intimidad con la Santísima Trinidad.

 

  • 4.- Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de San Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis  el Espíritu Santo al aceptar la fe?. La respuesta de aquellos discípulos fue: “Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo”.
  • Honestamente ésta podría ser tal vez la respuesta de algunos de nosotros. Porque el Espíritu Santo sigue siendo el gran desconocido para muchos cristianos en su vida religiosa, en la obra de la santificación de los hombres y en las obras de apostolado. No era así en la Iglesia primitiva y en las Iglesia de los catecúmenos. Se ha dicho que Jesús fue el protagonista de los Evangelios; sin embargo el Espíritu Santo es el gran actor de los Hechos de los Apóstoles, ni siquiera los apóstoles.
  • El Espíritu Santo es el protagonista de la Iglesia de todos los tiempos. Al comienzo no se van a presentar grandes definiciones del Espíritu Santo, pero se habla de Él como de alguien que está presente y activo en la vida de los creyentes. Jesús afirma: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”.
  • «Espíritu Santo, Alma y Vida de la Iglesia, ven sobre nosotros y haznos perfectos hijos de Dios en el Amado. Abre nuestros corazones a tus siete dones para que seamos dóciles y obedientes a tus inspiraciones. Mira, Señor, que sin tu ayuda no sabemos ser cristianos y vivir la fe y el Amor. Sin tu luz, a nuestras mentes les falta claridad y certezas. Sin luz y amor no podemos ser apóstoles del Amor, que eres Tú mismo,  y de la Verdad, que es Jesucristo, Palabra de Amor del Padre».

 

  • 5.- Es el Espíritu Santo el que va a abrir los cerrojos y las puertas de aquel Cenáculo y convertir en valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu Santo el que va a iluminarlos y darle luz y amor para que entiendan las Escrituras y puedan explicarlas a las diversas culturas de los oyentes por medio de la cultura universal del amor de Dios; es el Espíritu al que van a sentir presente y activo las primeras comunidades cristianas; es que va a llenar el corazón de Esteban, el primer testigo mártir del Evangelio; es el Espíritu el que es invocado por los Apóstoles para constituir a los primeros obispos y presbíteros; es el Espíritu “el que ha sido enviado a nuestros corazones para que podamos decir: Abba, Padre” (Gal 4, 6); “Nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo” (1Cor 12, 3). Y para entrar en contacto con Cristo, en su vivencia y experiencia más íntima, es necesario que el Espíritu Santo habite en nosotros y nos llene de su luz e iluminación de amor para que podamos descubrirlo y encontrarle dentro. Es Él quien nos precede y acompaña y consuma la unión con Cristo. Y todo esto y más es lo que creemos y afirmamos cuando rezamos en el Credo: «Creo en el Espíritu Santo».
  • “Dios es Amor”(1Jn 8, 16) y el amor es el primer don que contiene a todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5). Gracias a Él, somos hijos de Dios y podemos dar fruto: “Los frutos del Espíritu son caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, mansedumbre, templanza” (Gal 5, 22-23).
  • Por la comunión con Él, nos hacemos espirituales, podemos vivir la vida según el Espíritu de Dios; por eso es maestro último y primero de oración, de amor y vivencia de Dios; Él es la misma vida y amor de Dios en nosotros, participada por la gracia.
  • «Sin el Espíritu Santo, Dios está lejano; Jesucristo queda en el pasado, el Evangelio es como letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la misión, una propaganda; el culto, una evocación; el actuar cristiano, una moral de esclavos: Pero en el Espíritu, el Cristo resucitado está presente; el Evangelio es una potencia de vida; la Iglesia significa la Comunión Trinitaria; la autoridad, un servicio liberador; la misión, un nuevo Pentecostés; la liturgia, un memorial y una anticipación».

 

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  • PENTECOSTÉS: ESPIRITU SANTO, RENUËVALO TODO

 

  • QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.
  • La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.
  • “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.
  • Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.
  • El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.
  • El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).
  • Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).
  • Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.
  • El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.
  • La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.
  • Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.
  • Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.
  • Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.
  • Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.

 

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  • PENTECOSTÉS

 

  • QUERIDOS HERMANOS: Dice el Señor a los Apóstoles: “Muchas cosas me quedan por deciros todavía, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga el Espíritu Santo, el espíritu de la verdad, Él os llevará hasta la verdad completa”.

 

  • 1.- Vamos a celebrar el próximo domingo Pentecostés. Pentecostés es la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y María Santisimia. Esta persona divina, Dios igual al Padre y al Hijo tiene con nosotros los cristianos unas relaciones muy especiales. Son muchas y muy importantes. Entre las principales podemos colocar la que Jesús mismo nos dice en el Evangelio: Él nos tiene que llevar “hasta la verdad completa”, es decir, a la experiencia de Dios para vivir “en espíritu y verdad” el Evangelio entero y completo, la vida de gracia en plenitud y la amistad con Dios hasta la experiencia de sentirnos amados por Él. Verdad completa es la que no se queda solo en la inteligencia, sino que llega a la voluntad, al corazón, a la vivencia. Porque todos sabemos que Cristo y su Evangelio no se comprenden hasta que  no se viven. 
  • El Espíritu Santo tiene, por tanto, esta misión: guiar y llevar a todos los hombres hasta la verdad completa. Porque nosotros, como los Apóstoles, sabemos muchas verdades religiosas, mucha teología, pero no las vivimos, porque nos falta la experiencia, el amor para tocarlas y sentirlas con el corazón. De hecho, los apóstoles abandonaron al Señor en su muerte, a pesar de haberle visto su vida y milagros, incluso haberle visto resucitado, permanecían con las puertas cerradas por miedo a los judios, a morir, era por tanto un conocimiento incompleto de Cristo, de su vida, de su doctrina. En cambio, cuando viene el Espíritu Santo, abren las puertas y no tienen miedo a morir.  Eso se llama verdad completa.
    • Y para eso hay que subir por la oración y conversión permanente para vacianos de nosotros mismos, nuestros criterios y comodidades para llenarnos no solo de conocimiento y teología y liturgia, sino del amor de Cristo, y para todo esto, el único guía y maestro, según el Señor, es el Espíritu Santo, es Él pero no carne y palabra, sino espíritu y fuego de amor y para eso, el unico camino es la oración, la oración-conversión, el irnos vaciando de nostros mismos, de nuestros criterios y  egoismos para que el Espíritu Santo nos llene del Espíritu de Cristo, de su amor y vivencia, no solo teología o liturgia de ritos.
  • Ciertamente vivir el cristianismo completo, con todas sus exigencias, es algo que cuesta mucho. Por eso precisamente Jesús nos quiere enviar al Espíritu Santo, para que ilumine nuestra inteligencia y fortalezca nuestra debilidad, que es tan grande como la de los Apóstoles antes de recibirle.  Porque el Espíritu Santo es la fortaleza y la fuerza de Dios; es la potencia de Dios que, invocada en los sacramentos, nos trae a Cristo en la Eucaristía y en los demás sacramentos;  y Él es quien nos tiene que ayudar en esta labor tan dura, que en definitiva no es otra cosa que ser santos. 

 

  • 2.- “Me voy y vuelvo a vosotros”,  les había dicho el Señor resucitado antes de subir a los cielos en la Ascensión, porque en Pentecostés vino el mismo Cristo, pero hecho fuego y llama de amor viva; de hecho Pedro y todos empezaron solo a hablar de Él; porque vino hecho fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; no vino hecho carne ni palabra, sino espíritu y experiencia de amor, vino a sus corazones directamente sin limitaciones de palabra, carne, ideas, realidades limitadas y finitas; porque lo importante de Cristo no era su exterior, ni sus milagros, lo importante de Cristo estaba en su interior, en su Espíritu, en su Divinidad y ésa se pudo expresar mejor de corazón a corazón que por palabras o hechos finitos y limitados. El mismo Cristo les había dicho muchas veces: “Me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”; “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto triste, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya”.

 

  • 3.- LOS APÓSTOLES ,        Habían escuchado a Cristo y su Evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las “puertas cerradas por miedo a los judíos”; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive.
  • ¿Y qué pasó? ¿por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por ellos para que le recibieran?;  ¿Por qué dijo y deseó Cristo esta venida para ellos y para todos los cristianos? porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, hasta que la fe, el evangelio no se hace fuego de amor, no es enseñado por el Espíritu Santo en nuestro espíritu, Cristo es mera letra o verdad pero no se hace fuego, Espíritu, llama de amor viva, llama ardiente de experiencia de Dios.
  • Y lo vemos hoy en las Lecturas de la misa de este domingo: hasta que no viene el Espíritu Santo, los Apóstoles, que han oído el evangelio entero y  completo a Cristo, que han visto todos sus hechos salvadores, que le han visto incluso resucitado, que han celebrado la Pascua en Él resucitado, hasta que no viene hecho fuego de Espíritu Santo no abren las puertas y los cerrojos y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden el lenguaje de amor del Espíritu Santo, aún siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, y es la Iglesia  completa, la verdad completa del cristianismo.
  • Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos. Es el Espíritu, el don de Sabiduría, el «recta sápere», el gustar y sentir y vivir, lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo.
    • Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje de la cabeza al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe, que en el fondo no se sabe porque no se vive, sino lo que se vive porque se sabe por el Espíritu Santo, por el amor, porque uno lo siente y lo experimenta.
  • Y el único camino para esta venida del Espíritu Santo es la oración, la oración, la oración-conversión, vaciándonos de nosotros mismos, de nuestros miedos y complejos y egoismos y miedos para que puede llanarnos el Espíritu de Cristo, su vida y su evangelio y su amor.
  • Y para esto, no olvidarlo nunca, el camino es la oración: “los apóstoles permanecieron reunidos en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús. Aquí está otra maravilla: la dulce Nazarena. Simplemente constatar su presencia en el momento fundante de la Iglesia. Nada se dice de su entusiasmo al recibir al Espíritu Santo. Lógico. Ella lo había recibido ya mucho antes.

 

  • 4.- Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia de ahora y de siempre es pobreza de vida mística, de sentiri y vivir lo que cree. Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, “ES necesario que yo me vaya… vemos que lo necesitamos para nosotros y para toda la Iglesia, lo necesita la Iglesia.
  • Cristo nos dijo: “Le conoceréis porque permanece en vosotros,” esta es la forma perfecta de conocer a Dios, a Cristo, la fe, los sacramentos, los misterios, que no sea todo lo mismo, que sean distintos los misterios y las realidades teológicas y litúrgicas y los amores y los pasajes de espíritu y todo y sólo por la venida en todos nosotros del Espíritu Santo, por la nueva vivencia de Pentecostés. ¡Señor, enviamos tu Espíritu Santo! ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de sus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía tu Espíritu y todo será creado de nuevo, será visto de forma distinta, será vivido en plenitud!
  • NECESITAMOS PENTECOSTÉS. Ven, Espíritu divino….

 

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PENTECOSTÉS

 

        Queridos hermanos: Estamos celebrando la festividad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen Madre y toda la Iglesia naciente. Y esta  venida del Espíritu Divino, del Dios Amor, según el Evangelio, se manifiesta principalmente con signos y gracias de transformación interior.

Por esta transformación interior del Espíritu los apóstoles pasaron de tener “las puertas cerradas por miedo a los judios”, nos dicen los evangelios, pasaron a abrirlas y predicar abiertamente a Cristo, al muerto resucitado y mira que Jesús resucitado se les habia aparecido y manifestado de muchas maneras, pero hasta que no viene hecho  vivencia de amor, vivencia del Cristo que han visto y vivido, todos permanecieron con miedo y las puertas cerradas.

Y esto pasó y seguirá pasando siempre en la Iglesia a través de los siglos; ya puede ser uno papa, obispo, sacerdote y religioso, y saber toda la teología, ser doctor en teología y dominar la Cristología entera y completa, pero como no llegue a tener vivencia de todo esto interioremente por obra del Espíritu Santo por medio del amor de Cristo en una oración un poco elevada, no solo reflexión, sino contemplación pasiva provocada en nosotros no por nuestras facultades activas de comprensión e inteligencia sino pasivas, recibidas del mismo Santo Espíritu que vino sobre los Apóstoles,  hasta que por la oración mística y contemplativa, esto es, viva y vivida, no lleguemos a sentir y vivir lo que sabemos por teología o celebramos ritualmente o comulgamos, no tendremos experiencia del misterio que predicamos o celebramos y recibimos, no podremos contagiar de Cristo vivo, vivo y resucitado con fuego y amor de Espíritu Santo a nuestros hermanos, porque nadie da lo que no tiene, daremos teología, conocimientos de Dios y  desde luego salvación, pero no experiencia de su amor, sencillamente porque no lo tenemos y a estas alturas, a esta situación, como los apóstoles, solo se llega “estando en oración con María la madre de Jesús”, lo dicen los evangelios.

 

        1.- Cristo manifestó repetidas veces a los apóstoles la necesidad absoluta de recibir al Espíritu Santo para “llegar a la verdad completa” y poder cumplir la misión salvadora que les había confiado: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”.

        Verdad completa de la fe y de la religión cristiana no es solo saber sino sentir y gustar la Verdad del Verbo del Padre pronunciado y venido hasta los hombres por Amor de Espíritu Santo. Mi pregunta es ésta: ¿es que Cristo, el Verbo y la Palabra del Padre no les había dicho la verdad completa, no les había dicho todo lo que tenían que saber y practicar? ¿Qué indica esto de que es el Espíritu Santo el que tiene que llevarlos a la verdad completa? ¿ Es que Él no puede llevarlos?

        Podíamos responder apriorísticamente diciendo que la afirmación de Cristo es verdad por el mero hecho de que está dicha por Él. Pero es Pentecostés lo que nos demuestra el sentido y la verdad de esta afirmación de Cristo, son los efectos y gracias de Pentecostés los que confirmaron el sentido y la verdad de lo que Cristo les decía.

No es que Cristo no les hubiera manifestado y predicado toda la verdad, todo el evangelio. Lo que pasa es que a Cristo y su evangelio, a Cristo Eucaristía y Sagrario, a Cristo comunión o teología no se le comprende y descubre en verdad completa hasta que no se vive, es que los dogmas y las verdades cristianas no se comprenden hasta que no se viven; una verdad no es completa, no llega a ser verdad completa en nosotros, aunque seamos teólogos y sepamos toda la teología, hasta que no se vive y experimenta.

Cristo, el Evangelio, la Eucaristía, los sacramentos, las verdades de la fe todos las creemos y nos van a salvar, nos van a salvar y están salvando, pero no las experimentamos, no las vivimos como las viviremos en el cielo, como la vivieron muchos santos y santas ya en la tierra y las contagiaron,  sin amor y fuego y vivencia de amor de Espíritu Santo. Y esto solo es posible como en los Apóstoles “por estar reunidos en oración con María, la madre de Jesús”, solo por la oración. Porque a Cristo, su Evangelio, la Eucaristía, la fe cristiana no se comprende en verdad completa,repito, hasta que no se vive, aunque seas doctor en Teología.

((QUERIDOS HERMANOS, aunque seamos teólogos, Dios, Cristo, la Eucaristia, la santa misa, la comunión eucarística o los ratos de Sagrario con Cristo, no se comprenden perfectamente y con amor y fuego hasta que no se viven con fuego de Espíritu Santo; estas realidades sólo se comprenden cuando se viven, cuando se experimentan y esto solo es posible cuando el alma cuando la persona, sea cura, obispo o papa se ha vaciado de si mismo, de su yo por el camino de la oración-conversión permanente en que me voy vaciando de mí mismo y Dios me va llenado de su vida y amor y conocimiento de verdad completa)).

 La Iglesia siempre necesita y necesitará esta experiencia para poder comunicarla, lo vemos en este día de Pentecostes y en la historia de la Iglesia, almas que vivan y prediquen a Cristo y su evangelio vivido y experiemtado por la oración-conversión permanentes de sus vidas en que se van vaciando de sí mismas para que el Espíritu Santo les vaya llenando de la vivencia de lo que oran y meditan de Cristo, como les pasó a los Apóstoles; los Apóstoles han visto su vida y sus milagros, han escuchado sus palabras y amor que le llevó hasta la muerte y resurrección, le han visto y hablado resucitado, pero hasta que no viene el mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho experiencia y llama de amor viva, permanecieron con las puertas cerradas.

Pidamos que esta fiesta renueve a los apóstoles de Cristo y a toda la Iglesia con este fuego de Pentecostés. Lo necesitamos ahora y siempre y por todos los siglos, necesitamos Pentecostés, la venida permanente del Espíritu Santo sobre la Iglesia, especialmente sobre los sacerdotes para que podamos contagiar a los demás. Así lo vamos a pedir a Cristo en esta santa misa siguiendo sus consejos: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”. Que se cumplan en nosotros estos deseos de Cristo y que venga sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros el Espíritu de amor y santidad de Dios que tanto necesimos siempre, pero especialmente en estos tiempos. Amén, así sea.

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FIESTAS DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

JUEVES DESPUÉS DE PENTECOSTÉS:

 

FIESTA: JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE

 

PRIMERA LECTURA: Hebreos, 10, 12-23

 

El sacrificio de Cristo fue eficacísimo y bastó una sola vez para siempre. Por eso, sólo hay una redención y una verdadera remisión de los pecados para siempre. Ésta es la razón de que no sean necesarios más sacrificios, como fueron necesarios anteriormente hasta la llegada del sacrificio de Cristo. Esta doctrina es de una importancia decisiva para los que venían del pueblo judío, acostumbrados a continuos sacrificios y oblaciones. Los versículos de este pasaje son de gran contenido doctrinal; son el corazón de la misma doctrina de Cristo, como sumo y eterno sacerdote, sentado a la derecha del Padre: “Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados, éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, esperando lo que resta hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. De manera que con una sola oblación, perfeccionó para siempre a los santificados”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 22, 14-20

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo, Sumo y eterno Sacerdote. Cristo rompió radicalmente con el sacerdocio del Antiguo Testamento que lo era por línea de sangre o de familia. Cristo no era descendiente de Aarón ni necesita del sacramento del Orden,  porque Jesús por su mismo ser y existir, es y fue mediador entre Dios y los hombres.  No hubo un instante en que su naturaleza divino-humana no fuera sacerdotal. Lo fue desde la misma Encarnación. Y ejerció su sacerdocio desde el mismo instante de su concepción en el seno de María y lo consumó en la Última Cena anticipando el Viernes y el Sábado de Gloria.

El sacerdote, por el sacramento del Orden,  es sacramento de la presencia y de la vida de Cristo, de la mediación de Cristo, de la ofrenda victimal de Cristo, de la salvación de Cristo, de su perdón, de sus gracias, de sus dones,  pero también de su testimonio, de su amor al Padre y a los hombres y nuestro corazón es de carne y se cansa y duda y no abarca el misterio. Con vuestra ayuda nos será más fácil, menos costoso prolongar a Cristo, representar y reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres, como puse en la estampa de mi ordenación y primera Eucaristía, ser, en definitiva, un signo sencillo pero viviente de Cristo.

La verdad es que me siento muy agradecido al Señor por su llamada a seguirle en el sacerdocio; considero una llamada a su intimidad y vivir su misma vida con sus mismos sentimientos. Por eso, también el sacerdote que os está predicando en estos momentos,  se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad de este sacramento, por el cual somos configurados a Cristo Sacerdote. Muchas veces le digo: Señor, yo hago lo que puedo, les   repito tus palabras, tus hechos, pero no puedo robarte tu corazón que es el centro y la fuente de toda esta liturgia. Mi vida también es pobre. Yo les he dicho que Tú estás aquí por amor en la Eucaristía que celebramos, en el pan que consagramos. Háblales Tú del sacerdocio y de la Eucaristía con esas palabras que incendian, abrasan y que jamás se olvidan. Señor, Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones de aquel Jueves Santo; Tú puedes y debes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas sólo se comprenden si amamos como Tú... con ese amor que Tú mismo nos tienes que dar: “los que me coman vivirán por mí”, porque la Eucaristía es un misterio de amor, que  sólo se comprende cuando se ama así, hasta el extremo, como Tú; sólo un corazón en llamas puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia, sólo el amor puede tocarlas y fundirse en una sola realidad en llamas con ellas, sólo el amor... Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas.

 

2.- El Jueves Santo es el día de la Eucaristía, pero también delSacerdocio. Porque después de veinte siglos, ¿de qué nos hubiera servido a nosotros tanto amor, tanta entrega, si no hubiera alguien encargado de multiplicarlo y ponerlo sobre nuestros altares? Por eso, porque en el correr de los siglos Cristo vio una multitud hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad... Jesús hizo a los  encargados de amasar este pan, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres, seguid consagrando vosotros y vuestros sucesores esta Hostia santa. Comunicad este poder sagrado a otros. Haced que otros puedan consagrar... y así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder.

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, trascendente, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la  salvación única y trascendente del hombre, tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados:“Dijeron, éste blasfema, sólo Dios puede perdonar los pecados”. Si tuviéramos más fe.....

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre, en obediencia extrema, hasta dar la vida; para que nunca pasásemos hambre de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, hizo a los sacerdotes, como continuadores de su misión y tarea. Aquella noche, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía necesita esencialmente de sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo sacerdote que la realice.

 

3.-“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “Acordaos de mí...”, acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos de mí; NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR.

 Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recordamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

El Jueves Santo, día grande cargado de misterios, fue el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús.

Qué gozo ser sacerdote, tener un hijo sacerdote, un hermano sacerdote, un amigo sacerdote, tan cerca de Cristo, tan omnipotente... valóralo, estímalo, reza por ellos en este día, es  mejor que todos los puestos y cargos del mundo. No os maravilléis de que almas santas hayan sentido en su corazón un aprecio tan grande hacia el sacerdocio, cuando Dios las ha iluminado y han podido ver con fe viva este misterio; no había nada de exagerado en sus expresiones, todo es cuestión de fe, si Dios te la da.

 

4.- Una Teresa de Jesús, que se quejaba dulcemente al Señor, porque no hubiera nacido hombre para poder ser sacerdote. Una Catalina de Siena, que después de contemplar su grandeza, corría presurosa a besar las huellas de los dulces Cristos de la tierra. Un San Francisco de Asís que decía: Si yo viera venir por un camino a un ángel y a un sacerdote, correría decidido al sacerdote para besarle las manos, mientras diría al ángel: espera, porque estas manos tocan al Hijo de Dios y tienen un poder como ningún humano.

Comenzó Jesús exagerando la grandeza del sacerdocio, cuando en la Última Cena se postró ante ellos, ante los pies de los futuros sacerdotes y les dijo: “De ahora en adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamaré amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conocer”. Y desde entonces, desde que Jesús dijo estas palabras, nosotros, los sacerdotes, somos sus íntimos y confidentes. Por eso, nos confía lo más sagrado que hay en el mundo: su cuerpo y las almas, la eternidad de los hombres.

Cómo me gustaría que las madres cristianas cultivaran con fe y amor en su corazón la semilla de la vocación, para transplantarla luego al corazón de sus hijos, como  cultiváis en vuestras eras  las semillas de tomate o de pimiento, para luego transplantarlas a la tierra. Hacen falta madres sacerdotales, en estos tiempos de aridez religiosa y desierto espiritual en nuestras comunidades. 

Queridas madres, qué maravilla tener un hijo sacerdote,  que todas las mañanas toca el misterio, trae a Cristo a la tierra, lo planta entre los hombres con todos los dones de la Salvación. Si tuvieras más fe, querida madre... hacer a Dios de un trozo de pan y que fuera Navidad y Pascua para las almas que se acercan con amor...qué ayuda prestas a Dios y qué beneficio haces a la humanidad con un hijo sacerdote.  Querida madre, ¿cuánto vale un alma? Cualquiera, no sólo la tuya o la mía sino hasta la del pecador más empedernido... vale una eternidad y tu hijo, sacerdote, puede salvarla con Cristo: “vete en paz, tus pecados están  perdonados; a vosotros no os llamo siervos sino amigos...” y tu hijo es amigo de Cristo para siempre y no siervo... y en cada Eucaristía, si está despierto en la fe, entra en el misterio de la Santísima Trinidad por el Espíritu, que da vida al Hijo, mediante una nueva encarnación sacramental en el pan, para gloria del Padre y tu hijo sacerdote se mete y dialoga con los Tres sobre su proyecto por el Hijo, sacerdote y víctima de Salvación eterna para el mundo y los hombres y todo se realiza con la Potencia del Amor Personal del Espíritu Santo porque para el sacerdote, en ese momento, el tiempo ya no existe, ha terminado y a veces vienen ganas hasta de morir para vivir plenamente lo que está celebrando. Qué pena, Señor, que falte fe en el mundo, en las madres, para hablar de estas realidades a sus hijos, para decirles que Tú nos amas hasta el extremo.

 

        5.-“Se fió de mí”, a pesar del pasado de Pablo, a pesar de mi pasado... Cristo me ha preferido, me ha llamado y me sigue llamando en un acto de confianza plena a estar con Él y enviarme a predicar, en un acto de predilección eterna,  que jamás sabré agradecer ni por toda la eternidad, cuando todo lo vea a plena luz y amor y me goce eternamente en la contemplación de mi identificación con su sacerdocio celeste a la derecha del Padre y así ya para siempre, para siempre, para siempre... toda la eternidad sacerdote celeste con Cristo glorioso  para alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad y mis hermanos, los redimidos.Y esta confianza depositada por el Señor en nosotros, los sacerdotes, debe llevarnos a una correspondencia de gratitud y confianza inquebrantable en su persona y en su misión: “Sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio”.

Por eso, perdonad que en esta tarde de tan profundos ecos sacerdotales, yo públicamente agradezca a Cristo este don y renueve mi entrega sacerdotal con San Pablo: “Doy gracias a Cristo Jesús, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio”.

Hermanos, sabéis de mi sinceridad, y desde ella os digo: mil veces nacido, mil veces sacerdote por amor, porque Cristo existe y es verdad, la verdad más luminosa de mi vida. Él vale más que todo lo que existe, porque no hay nada más grande que mi Cristo, nuestro Cristo, Hijo de Dios, hecho pan de Eucaristía, sacerdote eterno en el barro de otros hombres.

 

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DOMINGO. SOLEMNIDAD: SANTÍSIMA TRINIDAD

 

PRIMERA LECTURA: Proverbios 8, 22-31

 

La sabiduría aparece en el presente pasaje y en todos los libros sapienciales como proveniente de Dios y perteneciente al ámbito de lo divino (cfr. Sab 7, 25 ss; Eclo 24, 3). Ella está con Dios, asiste con Él a la obra de la creación y en ello se deleita (cfr. Prv 3, 19 ss; Sab 9, 9); a los que la poseen los hace amigos de Dios (Sab 7, 27 ss). Progresivamente Dios revela el misterio de la sabiduría. En el libro que lleva su nombre se manifiesta también, activamente creadora. Sin embargo, no podemos decir que en el Antiguo Testamento se revele como una personalidad propia, distinta de Dios. La doctrina de la sabiduría divina conduce a la iluminación de la doctrina del Verbo, una vez que se nos ha revelado en Cristo; y viceversa, la doctrina sobre la sabiduría y sus relaciones con Dios son iluminadas por Cristo, «sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 24).

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 5, 1-5

 

        El tema central del texto es que las tribulaciones constituyen una garantía de la verdad de la espera cristiana de la gloria. En efecto, la justificación trae al hombre no sólo la pacificación interior y el estado de gracia, sino también una nueva y firme persuasión de obtener la gloria. El modo de ese afianzamiento lo describe Pablo por la esperanza mantenida en medio de los sufrimientos. Una vez situada el alma en la dimensión de la esperanza, ya nada hay que temer. En efecto, esa disposición de esperanza es posible gracias al amor de Dios que, mediante Cristo, ha sido derramado por el Espíritu Santo; y una tal esperanza no puede fallar, decepcionar, frustrarse. Es la obra de la Trinidad en nuestras vidas.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 16,12-15

 

QUERIDOS HERMANOS: 

       

        1.- Nuestra Madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga, va proponiéndonos progresivamente en el año litúrgico los principales misterios de nuestra fe, para que, celebrándolos, meditándolos y viviéndolos, sirvan para mayor gloria y alabanza de Dios y santificación nuestra.

        Después de haber considerado todos los misterios de la salvación -desde el nacimiento de Cristo hasta Pentecostés en el último domingo-, la Iglesia dirige su mirada al misterio primordial del cristianismo, la Santísima Trinidad, principio y fin de todo el misterio y vida de nuestro Dios Trino y Uno, fuente de todo don y de todo bien.

        Si el domingo pasado la Iglesia nos invitaba a venerar y alabar al Espíritu Santo en su manifestación pública de Pentecostés, hoy nos invita a los fieles a cantar las alabanzas y dar gracias al Dios Trino y Uno, diciendo, con mayor fe y amor que nunca, esta breve aclamación, que todos los días repetimos, sin darle excesiva importancia: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Nada más justo, si echamos una mirada hacia atrás, para ver todos los misterios, que han salido del Amor Trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que hemos ido celebrando durante todo el año litúrgico, que ha terminado.        Y si, hace unos días, cantábamos a Cristo resucitado que subía a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y el último domingo, honrábamos al Espíritu Santo, que inundaba de su fuego y su luz a la Iglesia naciente, hoy queremos adorar a los Tres, porque en consejo trinitario y en Poder del Padre y Sabiduría del Hijo y en el Amor del Espíritu han concebido, han realizado y han consumado esta obra tan maravillosa de la creación, de la salvación y de la santificación de los hombres.

        2.- Hay una realidad misteriosa, pero verdadera y revelada por el Señor Jesús, que muchos cristianos han vivido intensamente en su vida; es la inhabitación de Dios en nuestra alma, en nuestra vida y en nuestros sentimientos. Lo reveló el mismo Señor: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Es todo un regalo de la bondad de Dios nuestro Padre para con los que le aman con todo el corazón. El Espíritu Santo no es mencionado, porque Él es el Amor de Dios, y siempre que Jesús dice que el Padre nos ama, está diciendo que nos da su mismo Espíritu de Amor para que podamos amarle y amarnos con su mismo Amor, que es Espíritu Santo.

Y en esta misma línea van otras afirmaciones de Jesús: “Que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros”; “No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros; en aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre, yo en vosotros y vosotros en mí… y yo rogaré al Padre y os dará otro abogado que estará con vosotros para siempre, vosotros le conoceréis porque permanecerá con vosotros y estará con vosotros” (Jn 19, 21-25).

        San Pablo manifestará esta misma vivencia y verdad con innumerables textos: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”; “No entristezcáis al Espíritu Santo que mora en vosotros”.

        3.- ¿Por qué falla la vivencia de este misterio entre los cristianos? ¿Por qué no es tan frecuente como debiera? Realmente hay que confesar que la experiencia de este misterio pertenece a la cumbre de la mística en su fase más elevada. La razón de todo está en que la vida de gracia se queda en semilla en nuestros corazones y no se desarrolla y evoluciona hasta producir esta floración y fruto de la vivencia de la Trinidad en nosotros.

Al no convertirse en árbol frondoso esta semilla, las vedades de la fe se quedan en “verdad incompleta”, porque faltan los dones del Espíritu Santo, que hacen que no sólo creamos sino que vivamos esas verdades en la intimidad de nuestro corazón. Así nos quedamos en la verdad incompleta, al faltar la experiencia de los que creemos, y no llegamos a la plenitud de los Apóstoles en el día de Pentecostés, por falta de generosidad nuestra, que nos impide la plenitud la vida de Dios en nosotros por la gracia y las virtudes sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad.

San Juan de la Cruz es el doctor en estas noches y purificaciones que hay que pasar hasta llegar a estas alturas de transfiguración y transformación en Dios hasta poder decir: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo y dejéme mi cuidado, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado». Para San Juan de la Cruz, Santa Teresa y todos los místicos, la falta esencial de todo esto es la falta de oración, no haber ascendido por el monte de la oración o no haber entrado hasta las moradas últimas para entrar y encontrarnos con Dios en el aposento más íntimo de las moradas de Dios en nosotros.

        Y si la falta de oración impide el desarrollo de la vida de gracia y amistad con Dios, lo peor de todo es el pecado, que pone una separación, una pared de kilómetros de ancha para unirse a Dios: “Los limpios de corazón verán a Dios”.

Cuando el alma está en gracia es como una piscina limpia, se refleja perfectamente el rostro de Dios en nosotros. Por eso es necesaria la purificación de los pecados, incluso las mismas raíces que no se ven ni manifiestan. Los pecados veniales consentidos impiden la unión total con Dios y por lo tanto su experiencia.

        4.- La experiencia de la Santísima Trinidad. En mis tiempos de Seminario leí un libro que me impactó y me hizo mucho bien, porque trataba de estas alturas que yo no comprendía pero me entusiasmaba y me encendía. Se titulaba la DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD. Fue una joven francesa que entró en el Carmelo de Gijón y tomó el nombre de Sor Isabel de la Trinidad por la devoción a este misterio y porque se sentía habitada por Dios. Hace unos años ha sido beatificada. He de decir que en ella primero fue la experiencia y luego la inteligencia del misterio de la inhabitación de Dios en su alma. Porque estas verdades no se comprenden hasta que no se viven. Por eso nos quedamos sin comprender muchas verdades de nuestra fe, porque no las vivimos. Y mira que lo dijo claro el Señor: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Pero esto sólo es posible por el Espíritu Santo. Y también lo dijo el Señor: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”.

        Sor Isabel de la Trinidad fue una de esas almas luminosas y heroicas, que saben adherirse a una de esas grandes verdades, las más sencillas y vitales, lo mismo que Santa Teresita, permaneciendo niña toda la vida ante el amor de Dios Padre, y encuentran en ella bajo la apariencia de vida sencilla y ordinaria, el secreto de una vida santísima totalmente unida a Dios.

Para ella, la inhabitación de Dios en lo más íntimo de su alma fue la gran realidad de su vida espiritual. Lo dice ella misma con estas palabras: «La Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestra «casa», la casa paterna de la que no debemos salir nunca… Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en lo más profundo de mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó dentro de mí».

        5.- Y para vivir estos misterios, como buena discípula de San Juan de la Cruz, sabía que el camino eran las virtudes teologales y la purificación de las mismas. Escribía: «Para acercarse a Dios hay que creer. La fe es la sustancia de las cosas que hay que esperar y la convicción de las que no se ven. San Juan de la Cruz dice que la fe nos sirve de pies para ir a Dios y que sin la posesión de Dios es todo oscuro. Sólo ella puede darnos verdaderas luces sobre Aquel que amamos; y nuestra alma debe escogerla como medio para llegar a la unión bienaventurada”.

        El desarrollo de la fe, esperanza y caridad es lo que constituye la vida mística. La víspera de su muerte podía escribir: «Creer que un ser que se llama Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en Sociedad con Él, he ahí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado». Y esa fue toda su breve vida de carmelita.

        «Todo mi ejercicio, escribía ella, es entrar adentro y perderme en los que están ahí. ¡Lo siento tan vivo en mi alma! No tengo más que recogerme para encontrarlos dentro de mí. Eso es lo que constituye toda mi felicidad». « Llevamos nuestro cielo en nosotros, puesto que Aquel que sacia a los glorificados en la luz de la visión, se da a nosotros, en la fe y en Misterio. Es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó para mi y quisiera decir este secreto en voz muy baja a todos los que amo…».

        Al acercarse la fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad, la invadía una fuerza irresistible. Durante esa semana la tierra no existía para ella. Decía: «Esta fiesta de los Tres es por cierto la mía. Para mí no hay otra cosa que se le parezca. En este gran misterio te doy cita para que sea nuestro centro... Que el Espíritu Santo te transporte al Verbo, que el Verbo te conduzca al Padre, para que seas consumada en el Uno, como sucedía verdaderamente con Cristo y nuestros santos”.

        El día 21 de noviembre del 1904, fiesta de la Presentación de la Virgen, el Carmelo entero renovaba los votos de profesión. De vuelta a su cuarto, tomó la pluma y en una simple hoja de libreta, sin vacilación alguna, sin la menor tachadura, de un solo trazo, escribió su célebre oración a la Santísima Trinidad como un grito que se le escapa del corazón. Para mí es una de las más bellas y profundas que conozco. De ella viven muchas almas que la repiten todos los días, al empezar la jornada, en su oración:

 

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SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo más original del cristianismo es que el Dios que Jesús nos ha revelado no es un ser solitario, lejano o inaccesible, sino un Dios cercano, entrañable, preocupado por nuestra felicidad. Vive una comunidad de amor de las tres Personas, en una felicidad desbordante, que quieren compartirla libremente con todas las personas que llaman a la existencia, con cada uno de nosotros. Estamos llamados a disfrutar de la felicidad de Dios.

¿Para qué se nos ha revelado este profundo misterio?, se pregunta santo Tomás de Aquino. Para que lo disfrutemos, responde. Y es así. A muchos cristianos les da miedo entrar en este misterio profundo, porque piensan que se van a hacer un lío con las tres Personas, una sola naturaleza o vida en Dios. Un Dios en tres Personas. Prefieren tratar a Dios de lejos, en abstracto, como un ser que me desborda, pero al que no tengo fácil acceso.

Cuando Jesús nos ha hablado de Dios, nos ha dicho que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es su Padre y que él es su Hijo único, y que del amor de ambos brota el Espíritu Santo. Y los Tres ponen su morada en los corazones que acogen esta gracia de Dios.

Precisamente, Jesús ha hecho que el misterio de Dios no sea algo inaccesible, sino un misterio atrayente como la zarza que Moisés vio sin consumirse en el monte. O como aquel huésped que se acercó a la tienda de Abrahán –eran uno y tres al mismo tiempo– y Abrahán le rogó que no pasara sin detenerse. De esta visita y de esta presencia les vino a él y a Sara la gracia de tener un hijo, Isaac, que fue la alegría de la casa y de todo el pueblo elegido.

Hay un Dios, al que se accede por la razón, el Dios de los filósofos. Es Dios verdadero, pero quedarse sólo ahí resulta un Dios frío y especulativo. Y está el Dios revelado, el que ha salido al encuentro del hombre desde antiguo, por medio de los profetas, y últimamente en su único Hijo Jesucristo, plenitud y centro de la revelación.

Conocer el Dios de Jesús significa entrar en lo más profundo del misterio. Como si Jesús nos hubiera presentado a su Padre Dios, hablándonos abundantemente de él, revelándolo como Padre misericordioso (ahí están las preciosas parábolas del Evangelio), y abriendo el horizonte a una fraternidad universal, que tiene por Padre al mismo Dios.

Jesús no nos ha revelado este profundo misterio para satisfacer nuestro entendimiento en cotas de conocimiento que la mente humana nunca hubiera podido alcanzar. Jesús nos ha revelado este misterio, nos ha introducido en él para que lo disfrutemos, para llenar nuestro corazón de felicidad. Para que nos gocemos de tener a Dios como Padre y no vivamos nunca más como huérfanos, sino amparados por su cobertura paternal que se hace providencia cada día. Para que sintamos la cercanía y la semejanza con Cristo, el Hijo único, que nos ha hecho hermanos y nos ha enseñado a amar como él nos ama, hasta la muerte, hasta dar la vida. Para que contemos siempre con ese poder sobrenatural del Espíritu Santo que nos hace parecidos a Jesús desde dentro y nos consuela continuamente con sus dones y carismas. Sería una pena que un cristiano no gozara de este misterio continuamente, porque lo considerara algo difícil e inaccesible, algo sólo para iniciados.

El misterio de Dios, Santísima Trinidad, se nos ha comunicado para que lo disfrutemos, para que vivamos siempre acompañados por su divina presencia en nuestras almas. Y esto desde el momento de nuestro bautismo. Para que aprendamos a vivir en comunidad, donde el amor transforma todas las diferencias en riquezas mutuas. Para que aprendamos a aceptarnos a nosotros mismos y a los demás también en nuestras limitaciones y pecados con un amor capaz de perdonar, una amor que todo lo hace nuevo.

 Con motivo de esta solemne fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos recuerda el papel de los contemplativos en la vida de la Iglesia. Jornada pro Orantibus, que este año tiene como lema: “Contemplar el mundo con la mirada de Dios”. En nuestra diócesis de Plasencia hay 8 monasterios de monjas y 1 monasterio de monjes, que nos están recordando a todos esta mirada contemplativa del mundo con la mirada de Dios.

 Agradecemos esta vocación tan bonita y beneficiosa para la Iglesia y para la humanidad. Por aquellos que continuamente oran por nosotros, hoy oramos nosotros por ellos con gratitud y esperanza. Recibid mi afecto y mi bendición: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

 

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SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de este domingo quiere subrayarnos la originalidad del Dios cristiano, que Jesucristo nos ha revelado para que lo disfrutemos.

Jesús aparece en el escenario de la historia presentándose como el Hijo único de Dios Padre. De esta manera, entendemos que Dios tiene un Hijo, que convive con él en la eternidad, desde siempre y para siempre.

Este Hijo es su imagen perfecta, son de la misma naturaleza: el Padre da, engendra, el Hijo recibe, es engendrado. Y entre ambos se establece una corriente de amor muy subido, tan intensa, que constituye el Espíritu Santo. Dios, por tanto, no es un ser solitario y aburrido.

El Dios de Jesucristo es un Dios comunitario, que viven en familia, donde se intercambian, se dan y se reciben, se aman, y son superfelices, sin que nadie les pueda robar esa felicidad, tan propia de Dios. Por un designio libre y lleno de amor han decidido los Tres crear el mundo, llenarlo de habitantes y poner al Hijo en el centro de todo, haciéndose hombre.

Y aquí viene el misterio de Cristo, que conocemos, desde su entrada en el seno virginal de María y su nacimiento en Belén hasta su muerte, resurrección y ascensión a los cielos en Jerusalén. Toda la vida de Cristo es manifestación en la historia del misterio íntimo de Dios en la eternidad.

En cualquiera de las fiestas aparecen las tres personas divinas actuando, cada una a su manera, con el deseo de incorporar a cada uno de los hombres al círculo de su intimidad. ¿Para qué se nos ha revelado este misterio de la Stma. Trinidad?

Para que lo disfrutemos, responde Santo Tomás. Celebrar esta fiesta sirve para caer en la cuenta de que Dios nos invita a entrar en su misterio, abriendo nuestro corazón para que el único Dios en sus tres personas vengan a poner su morada en nuestra alma cuando está en gracia. Somos templo y morada de Dios, que vive en nosotros y quiere poner su casa en nosotros por vía de amor. No estamos solos, estamos siempre acompañados, y qué compañía tan cercana (desde dentro), tan eficiente (nos va transformando), tan universal (para llevar a todos a la plenitud).

La actitud correspondiente es la adoración. Adorar es reconocer la grandeza de Dios, que nos desborda. Adorar es acoger el abrazo amoroso de Dios, que nos envuelve y nos diviniza. Junto a esta actitud de adoración está la alabanza a Dios que es tan grande, lo llena todo y es amigo del hombre.

En este día celebramos la Jornada de la Vida contemplativa, para dar gracias a Dios por tantas personas –hombres y mujeres– que han consagrado su vida a la alabanza divina en el claustro o en la soledad eremítica.

Estas personas nos recuerdan a todos que si Dios se ha abajado hasta nosotros, es para que vivamos pendientes de él como lo único necesario para el hombre. Con facilidad nos distraemos de lo fundamental y nos enredamos en tantas cosas que nos despistan.

Los contemplativos nos recuerdan, haciéndolo vida en sus vidas, que Dios es lo único necesario, y que todo lo demás nos vendrá por añadidura. “Sólo Dios” repetía San Rafael Arnaiz. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía Santa Teresa de Jesús. “Evangelizamos orando” es el lema de esta Jornada.

La evangelización, que lleva consigo obras de caridad, de predicación y de culto, debe ir acompañada por la oración. Y los contemplativos nos lo recuerdan. En nuestra diócesis de Córdoba hay monasterios y ermitaños, monjas de clausura y contemplativas de distintos carismas. En esta Jornada queremos agradecerles su vocación y su misión en la Iglesia. ¡Nos hacen tanto bien! Con mi afecto y mi bendición Oh, santísima Trinidad.

 

DOMINGO de TRINIDAD:  EL ALMA EN GRACIA

 

QUERIDOS HERMANOS: 1.- “Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. ¡Cuánto y qué verdadero debe ser el amor que Dios nos tiene que es capaz de rebajarse y pedirnos nuestro amor! Y uno se pregunta: ¿Pero qué puedo yo darle a Dios que Él no tenga? Si Dios es Dios y lo tiene y lo puede todo porque es infinito, no tiene límites de nada y en nada, ¿pero qué le puedo dar la criatura a Dios que Él no sea o lo tenga en grado infinito.

Y Dios responde: lo tengo todo menos tu amor si tú no me lo das, porque eso es personal y yo te he dado libertad como criatura para amarme o no amarme; yo te he soñado para una eternidad de unión y gozo eterno conmigo y te he hecho libre y tú puedes hacer con tu  amor lo que quieras; puedes hasta ofenderme pero yo desde que vienes a este mundo, respetando tu amor y libertad,  quiero vivir en tu alma bautizada y regenerada por la gracia e inhabitada por la Santisima Trinidad y participando en la misma vida divina de nosotros Tres por las virtudes infusas y teologales de fe, esperanza y caridad que nos unen y te hacen vivir ya en la tierra unido y sintiendo a los Tres en tu alma como templo y morada de la Trinidad, vida una y trinitaria de mis tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, viendo y sintiendo cómo el Padre contemplándo la belleza y plenitudd de su ser y  esencia divina ve y contempla al Hijo como Idea e imagen perfecta y total de su mismo ser que le abraza y le besa y se funde en unidad esencial de Amor con su mismo Amor de Espíritu Santo en Unidad Substancial de las Tres Personas divinas con un mismo abrazo y beso de Amor de Espíritu Santo…

Nosotros Tres como un solo ser y existir infinito en unidad de Amor queremos vivir en todos vosotros, amadísimos hijos, por el santo bautismo que os hace hijos de Dios y herederos del cielo, hijos con nuestra misma vida de belleza y amor Trinitario, ya desde tu santo bautismo, que te hace por la gracia en tu alma morada de la Santisima Trinidad por el gran sacramento del santo bautismo, hoy poco valorado y despreciado por muchos, potenciando esta morada sentida y vivida por muchas alma por las tres virtudes teologales fe, esperanza y caridad,  que te unen a Dios Trinidad,  empezando ya en la tierra por el santo bautismo y la oración contemplativa que te purifica y te hace ver en tu alma y vvir y sentir la misma vida de la Trinidad en el cielo pero aquí participada de forma limitada por ser criaturas,  una vida de amor y amistad eterna que se prologará ya para siempre en mi misma esencia y eternidad y ya para siempre contemplada y vivida en gloria celestia con los Tres, vida de amor y gozo en Dios Trinidad que ya no teminará nunca porque la eternidad empieza en el tiempo por la gracia del santo bautismo pero se perfecciona y consuma en la misma vida y eternidad de los Tres en su esencia divina y trinitaria.

Hermanos, Dios nos ama y no habita, toda persona en gracia de Dios desde el santo bautismo es templo y morada de la Santísima Trinidad: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro presente en mi alma, ayudarme a olvidarme en mí…

Dice San Juan: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados”.  Queridos hermanos, que Dios existe, que es infinito en todo, que nosotros no podemos darle nada que Él no tenga pero El quiere darse totalmente a nosotros… y por eso Dios es Amor infinito, el Amor más grande que existe y puede existir, porque nos ama no por necesidad de nada sino solo por amor gratuito, para llenarnos de su mismo amor y felicidad y gozo infinito trinitario en diálogo perpetuo de amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pero ya desde este mundo: almas contemplativas que por la oración van llegando a estas cimas de unión con la Trinidad y tienen ya en este mundo experiencia de Dios Trinidad.

Dios me ha amado y me ha destinado a vivir su mismo amor y felicidad en el seno de la Santísima Trinidad. Cosa que yo no comprendo, porque Dios es ser infinito en amor y en via, no tiene necesidad de nada ni de nadie, nos supera a todo los creado y recreado por gracia, nos supera en amor y gozo y generosidad y en todo, nos supera infinitamente en ser y existir, no tiene en nada absolutamente necesidad del hombre para ser feliz.

Y este es el proyecto de Dios sobre el hombre. Dios me ha amado y me ha elegido a compartir con Él su misma esencia de vida, de belleza y de gozo en el volcán infinito de su divina esencia, contemplando paisajes de luz y esplendor en su Imagen perfecta que el Hijo con su mismo amor de Espíritu Santo.

Si yo le doy entrada en mi corazón al Hijo, Él es Hijo porque el Padre está eternamente amándole y creándole como Hijo y Él le hace Padre con el mismo Amor de los Tres que es el Espíritu Santo. Lo que ocurre, hermanos, es que hoy muchos cristianos, sobre todo, chicas y chicos jóvenes de este tiempo, qué diferencia de mi juventud en que las chicas guardaban la castidad hasta el matrimonio porque se sentían morada de Dios y se casaban vírgenes, hoy los jóvenes cristianos no piesan ni saben esta verdad fundamental de la fe católica: la inhabitación de la Santísima Trinidad en toda alma que esta en gracia de Dios, sin pecado grave.

Por eso, no se pueden separar ninguna de las Personas de la Santísima Trinidad. Si yo amo al Hijo, estoy amando al Padre que esencial y continua y eternamente lo engendra como Hijo en el mismo amor que el Hijo le hace Padre, Espíritu Santo. Y de ese mismo amor participo yo por la gracia, que es vida de Dios participada del Hijo por su mismo Amor de Espíritu Santo. Qué bien lo han comprendido y vivido muchos santos, como lo comprendió y vivió Sor Isabel de la Santísima Trinidad por su oración mística y contemplativa, sin haber estudiado teología:

        “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stma Trinidad, 21-11- 1904).

 

        A) Para llegar a la vivencia de este misterio de vida divina y trinitaria, para sentir a la S. Trinidad que vive en nosotros por gracia desde el Bautismo si no la hemos echado fuera de nuestra alma por el pecado mortal o tapado por los pecados veniales, hay que correr el camino de la oración-purificación-transformación: todo por la oración.

        Pero para hablar de esto, tengo escrito algunos libros, así que nos quedamos adorando en fe y el que pueda en contemplació de amor a los tres que nos habitan: el cielo en la tierra.

       

2.- “Si alguno me ama…”  Dios quiere que el hombre le ame y para ganárselo le ha enviado a su Hijo, y con Él viene su Amor, esto es, su mismo Amor que es Espíritu Santo, y así vienen los Tres, viene toda la Trinidad al corazón del que le ame. Y esto no es pura teoría; primero porque lo dice el Señor y segundo porque en la historia de la Iglesia personas verdaderamente cristianas, almas todas de oración purificación , muchos bautizado santos, místicos  que han llegado a sentirse habitados por la Santísima Trinidad en su alma, en su corazón, porque en el santo bautismo todos fuimos hechos templos de la Santísima Trinidad.

San Ireneo dirá: «La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre es ver a Dios», esto es, ver y contemplar en su alma la esencia divina vivida en los Tres.…».

 

3.- “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Analicemos su nombre: Espíritu Santo

        a) Le llamamos Espíritu, porque no tiene rostro humano. La sagrada Escritura no presenta una imagen o retrato visible del Espíritu de Dios: es amor, fuerza interior, vida, es espíritu. Cristo dijo de Él: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Si le dejamos vivir en nosotros, le conoceremos por sus efectos santificadores. Sólo se le puede conocer si habita en nosotros, si vive en nuestra alma como en su casa; por eso son pocos los cristianos que le conocen porque no tiene rostro y vive en lo interior: hay poca devoción al Espíritu Santo.

        b) Le llamamos espíritu, porque es el alma, la vida de nuestra vida. Lo que es el alma para el cuerpo, así es el Espíritu Santo para la Iglesia: es el principio de todo en el hombre, de su vida, de su inteligencia, de su amor; sin embargo, muchas veces no llegamos a descubrirle, porque nos quedamos en el exterior de nosotros, de la Iglesia, de los sacramentos.

La Iglesia, el cristiano, no puede vivir sin el Espíritu de Cristo. Como no tiene rostro externo o sensible, para conocerlo hay que dejarse invadir por Él, sentir su presencia en nuestro espíritu por la vida de gracia, hacernos dóciles a sus inspiraciones escuchándole en oración, aceptar su acción santificadora dentro de nosotros:

 

        « ¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

        Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

        Ven, oh ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (SOR CARMELA del ESPÍRITU SANTO).

        c) Santo. Santo es igual que santificador. Es la misión del Espíritu, unir a Dios, y eso se llama santificar. Sin Espíritu Santo no hay cristiano ni cristianismo. Ser cristiano es «ser y vivir en el Espíritu», es amar y conocer a Dios en el Espíritu Santo y la Verdad: Jesucristo. Él es la fuerza de toda oración que se haga “en espíritu y verdad”, por eso hay que invocarle siempre al empezarla, para escucharle y hacernos dóciles a Él. Y nos santifica como alma de nuestra alma y de nuestra vida, como fuerza que va desde dentro hacia el exterior: «¡Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro y me consagro totalmente a Tí! Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme por una nueva encarnación  sacramental en humanidad supletoria de Cristo para que Él renueve y prolongue en mÍ todo su misterio de Salvación. Quisiera hacer presente a Cristo, ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo».

 

4.- Queridos hermanos, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia de Pentecostés que Jesús nos promete y quiere para todos su discípulos? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, pensamientos y fuerzas para seguir trabajando; la oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre gracia eficaz de Dios y la necesitamos siempre para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar.

Se preguntaba San Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: «Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.   

¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación, Orden sacerdotal… decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas “venidas” del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo «viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos.» Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente, se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida». (I, q 43,a 6)

        Y KarL Rahner añade: «No podemos negar que el hombre puede hacer en esta vida ciertas experiencias de gracia, que le dan una sensación de liberación, le abren horizontes del todo nuevos, se graban profundamente en él y le transforman, moldeando, incluso durante mucho tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a esta experiencia “bautismo del Espíritu”.

        Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “… y el viento nadie sabe de dónde viene ni a dónde va”.

 

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SEGUNDO DOMINGO  DE PENTECOSTÉS:

 

SOLEMNIDAD: SANTÍSIMO CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 14, 18-20

 

Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén) y sacerdote del Dios Altísimo, sale al encuentro de Abrahán que vuelve victorioso; y le presenta pan y vino. Melquisedec, esta figura misteriosa que aparece sin genealogía, es todo un símbolo de realidades futuras. Es rey-sacerdote y ofrece el pan y el vino, que representa un sacrificio más espiritual que la sangre de los animales. Su misteriosa figura ha servido al autor de la Carta a los Hebreos (7, 2-3) para hablar de un sacerdocio superior y más universal que el levítico: el sacerdocio de Cristo, sacerdote “según el orden de Melquisedec” (Hebr 7, 1-3; Sal 110, 4). En el pan y el vino ha visto la tradición cristiana litúrgica simbolizada ya la Eucaristía.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 11, 23 26

 

Pablo recuerda a los Corintios las líneas exactas y «tradicionales» de la celebración de la Cena del Señor para cortar los abusos del ágape que precedía a la Cena litúrgica (11, 18-22). Pablo no había sido testimonio ocular de la Última Cena, pero sí lo era de la liturgia y de la tradición de la Iglesia primitiva (v. 23). La versión de Pablo coincide con la de Mc 14, 22-25; pero Pablo añade: “Haced esto en recuerdo mío” (v. 24-25), para evidenciar el realismo de este Memorial de la muerte del Señor (v. 26). La fe del Apóstol en la presencia real queda patente en el v. 27 que no se lee en esta perícopa. En efecto, aquí memoria no ha de entenderse como recuerdo de un pasado, sino como actualización o presencialización de la Última Cena. Para Pablo la celebración de la Eucaristía es un banquete tanto conmemorativo como de espera (v. 26).

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 11b-17.

 

(Más homilías del Corpus Christi en mi libro: «TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR, Edibesa, Madrid»).

 

 

CORPUS CHRISTI: QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, de Jesucristo vivo en el pan eucarístico.

Esta fiesta del Cuerpo de Cristo es una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para toda la Iglesia la veneración y adoración de nuestro Señor Jesucristo en su presencia eucarística.

        1.- Jesucristo Eucaristía, viviente en el Pan consagrado, en todos los Sagrarios de la tierra, es la mayor prueba de amor a los hombres, después de su Encarnación, muerte y Resurrección, sobre todo, sabiendo además que no sería correspondido en amor, no digo por los no creyentes, sino incluso por muchos de los que nos llamamos católicos y seguidores suyos.

Medítalo tu mismo: tú le visitas, tú crees que Jesucristo, hijo de Dios y Salvador de los hombres está en el Sagrario, el mismo que está en el cielo con los nuestros, el que estuvo en Palestina, cómo correspondes tú, el pueblo cristiano,  a Cristo vivo y real aquí presente, tantas iglesias cerradas y sagrarios abandonados incluso por los mismos (sacerdotes), a pesar de la emoción del Señor al quedarse con nosotros y de tántos y tántos milagros hechos en la Eucaristía a través de la historia?

Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo, diciendo: Esto es mi cuerpo, esta es m sangre, y como Él es Dios así se hizo y lo sigue haciendo ahora por medio de los sacerdotes.

En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros y esperándonos siempre, desde el Sagrario, lleno de amor, con los brazos abiertos para abrazarnos y escucharnos a todos, como así le sienten muchas almas ¿entonces para qué quiso quedarse en el Sagrario? Para esperarte a ti, y a ti y a todos. Y él es Dios...

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la última cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...»

El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el Evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su misma vida, alimentando y transformado nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas suyas, salvándolas.

2.- En este día del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. Dice San Cirilo de Jerusalén: «No veas en el pan y en el vino meros elementos naturales, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos vean otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

Cantemos con el doctor Angélico: «Adorote devote, latens Deitas», Te adoro devotamente, oculta Divinidad, porque el que te contempla con fe desfallece de amor. Ante este misterio de amor infinito de un Dios al hombre, la razón humana experimenta toda su limitación.

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos junto a Cristo glorioso, con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

Por eso se ha dicho que el sagrario es la puerta del cielo y así los experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en todos los sagrarios de la tierra. Por eso esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque nos jugamos toda nuestra vida cristiana y de amistad con Él ya en la tierra.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo lo que siento: me gustaría que todos los creyentes visitaran al Señor todos los días en el Sagrario y que vinieran a misa los domingos y comulgaran con amor. Es Dios, lo ha dado todo por nosotros, está para llevarnos al cielo:”El que coma de este pan, vivirá eternamente; démosle nosotros también nuestro amor y compañía. El Sagrario es Jesucristo vivo y celeste, amándonos hasta el final de los tiempos, es el cielo en la tierra.

ADORADO SEA JESUCRISTO EN  EL SANTÍSIMO SACREMENTO DEL ALTAR, SEA POR SIEMPRE BENDITO Y ADORADO.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en estos días la gran fiesta del Corpus Christi. Es una fiesta que brota del Jueves santo, cuando Jesús reunido para la Última Cena con sus discípulos, instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacramento del Orden sacerdotal, al tiempo que nos dejaba el mandato del amor fraterno.

Es una fiesta de gran gozo en honor de nuestro Señor. Es una fiesta para agradecer un don tan inmenso. Es una fiesta para revisar nuestro acercamiento a este divino sacramento, si lo hacemos en condiciones apropiadas y si produce el fruto que pretende. Tenerlo tan cerca que hasta lo puedo tocar es un signo de su cercanía. Pero puede también prestarse a considerarlo ordinario y rutinario, porque nos acostumbrásemos a convertir lo siempre extraordinario  en cotidiano.

Necesitamos esta fiesta para dejarnos invadir por el asombro, al considerar que Jesús está vivo y glorioso aquí en el sacramento, y que a través de este ingenioso invento Él se hace contemporáneo  todos nosotros, a todos los hombres, eternamente joven para cada uno de nosotros, en cada generación, para acompañarnos en el camino de la vida. Eso es lo que queremos expresar y vivir en las procesiones del Santísimo Sacramento, este año más reducida por las circunstancias de la pandemía que estamos viviendo.

En el sacramento eucarístico Jesús cumple su palabra de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ((Por eso, cómo hemos notado no poder acercarnos a recibirlo sacramentalmente durante estos meses de pandemia.)) Que la fiesta de este Corpus nos acerque a él en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en la adoración eucarística, en la celebración de la santa Misa.

Queridos hermanos: Necesitamos sentirlo cerca, poder abrazarlo, comerlo sacramentalmente, digerir y asimilar este alimento de vida eterna en el silencio de nuestro corazón, en ratos largos de oración eucarística ante  el Sagrario, entablar ese diálogo de amor con quien sabemos que nos ama. El amor de Cristo hacia cada uno de nosotros no es una teoría, no son bellas palabras. Es una realidad muy consoladora que todos podemos experimentar.

Cuando profundizamos en ella, constatamos que este amor le ha llevado a Jesús a entregar su vida por mí y por todos los pecadores, para hacernos caer en la cuenta del absurdo del pecado, del desastre de nuestro alejamiento de Dios.

No olvidemos que lo empezó a celebrar en la Cena del Jueves santo, pocas horas antes de empezar su Pasión y Muerte. Y al mismo tiempo, teniéndolo cerca, que podamos percibir los abundantes bienes que trae consigo estar con él, abrir nuestro corazón a su presencia y a su acción todopoderosa, saciar nuestra hambre y nuestra sed de su amor sin medida.

Queridos hermanos y hermanas, hemos nacido para amar y ser amados. La Eucaristía es punto de encuentro de esta necesidad vital tan honda. Comer la carne gloriosa de Cristo nos sitúa en clima eucarístico, es decir, de ofrenda, de entrega. No comemos la carne de Cristo para la autocomplacencia, sino para dejarnos contagiar de la entrega que le ha movido a Jesucristo a dar su vida por mí, por nosotros. Para qué vale la vida, sino para entregarla en amor, para gastarla por Dios para los demás.

Jesucristo nos introduce en la perspectiva de la vida eterna, que ya ha comenzado por el bautismo y no acabará nunca, y ni siquiera quedará truncada por la muerte porque Él la ha superado con su muerte y resurrección que hace presente en la santa misa. Y Él da la vida  y nos alimenta con su cuerpo resucitado, pan de vida eterna, cumpliendo así su misión de redimirnos a los que pasamos de la vida de esclavos por el pecado para llevarnos a la libertad gozosa de hijos de Dios, por eso la comunión hay que recibirla en gracia con Dios.

Y así a nosotros la Eucaristia nos infunde  ese dinamismo de  donación de sí mismo, de gastar la propia vida para que otros tengan vida, nos empuja  al amor fraterno que brota de la Eucaristía ofrecida y comida en la comunión, nos conduce al amor fraterno, tal como Cristo nos lo ha enseñado: “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, y ese amor incluye el amor incluso a los enemigos. No podemos odiar a nadie porque el Cristo que comulgamos y ofrecemos en la misa y visitamos dio la vida por ellos en la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Los que comulgamos no podemos tener odio ni rencor a nadie, hay que perdonar a todos como el Cristo que comulgamos.

Por eso el amor cristiano no es un entretenimiento, ni es un juego. El amor cristiano es “darse hasta hacerse daño”  como decía Sta. Teresa de Calcuta. Y la fiesta del Corpus nos impulsa a ello, a acercarnos a todos los que lo pasan mal por una u otra razón, acercarnos a todos los que son víctima de la injusticia de los demás, a los pobres de amor y de dinero. Cáritas. Porque el Corazón de Cristo, si comulgamos de verdad, Él nos va infundiendo este amor suyo, su misma vida entera y completa hasta dar la vida por los hermaos y también su amor, su certeza de cielo y eternidad, donde le escucharemos decir: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, estuve desnudo… siempre que lo hicísteis con cualquiera de mis hermanos necesitados.

Finalmente quiero deciros que la adoración eucarística ante su presencia en los Sagrarios o la Santa Custodia es como una “fisión nuclear” de amor, cuya onda expansiva es capaz de transformarlo todo, porque poco a poco adorándole y amándole nos va transformado nuestro corazón en el suyo. Qué gran invento, Jesús está vivo junto a nosotros. Visítemosle, comúlguemosle, celebremos con Él en cada misa nuestra muerte al pecado y nuestra resurrección a la vida plena de amor con Él y con los hermanos. Así sea.

 

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TRIDUO DEL CORPUS CHRISTI

 

PRIMERA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

Sobre el sentido y la espiritualidad propia de esta fiesta del Corpus dice el Ceremonial de los Obispos:

        «Aunque en la Misa de la Cena del Señor se tiene un recuerdo especial de la institución de la Eucaristía, cuando Cristo cenó con sus discípulos y les entregó el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre para ser celebrado en la Iglesia, sin embargo, en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo se ofrece a la piedad de los fieles el culto de tal salvífico Sacramento, para que celebren las maravillas de Dios significadas en Él y realizadas por el misterio pascual, para que aprendan a participar en el sacrificio eucarístico y a vivir más intensamente de él, para que veneren la presencia de Cristo el Señor en este Sacramento y den las debidas acciones de gracias a Dios por los bienes recibidos» (Ceremonial de los Obispos, n. 385; IGMR 3).

 

1.- Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo. El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la Última Cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...». El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su vida, alimentando y transformando nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas como la suya.

En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos  especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el Sagrario: «No veas -exhortaba san Cirilo de Jerusalén- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

 

2.-«Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzos loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c).

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

Por eso se ha dicho que el Sagrario es la puerta del cielo y así lo experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en el Sagrario.

Y esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada y tratada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque nos jugamos toda nuestra vida cristiana. Al entrar en la iglesia hay que mirar al Sagrario con amor, tenemos que guardar silencio y compostura en su presencia, pensar y vivir en esos momentos para Él, hacer bien la genuflexión, siempre que podamos,  como signo de adoración y reconocimiento.

Cuánta fe, teología y amor hay en una genuflexión bien hecha, hecha físicamente, si se puede por los años,  con ternura y mirándole; y por el contrario, qué poca fe, qué falta de amor, qué poca delicadeza  expresan a veces la ligereza de nuestros comportamientos en su presencia eucarística, especialmente en el silencio debido y religioso, signo de adoración, en el arreglo y cuidado del Sagrario, en las flores y la lámpara siempre encendida, signo de nuestro amor y nuestra fe permanente; con qué facilidad y poco respeto se habla a veces en la iglesia, antes o después de las Eucaristías, como si allí ya no estuviera el Señor, como si aquel fuera un salón de la casa.

        Precisamente nunca debemos olvidar que el Cristo del Sagrario es el mismo que acaba de sacrificarse por nosotros en la misa, de ofrecerse por nuestra salvación y que ahora, en el Sagrario, continúa intercediendo y sacrificándose por nosotros.

Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

 

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SEGUNDO DÍA DEL TRIDUO DEL CORPUS CHRISTI

 

3.-LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

        «La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Ésta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

        La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

        La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.     Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre».

       

5.- «La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

- la simple visita alsantísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

        En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención».

(Directorio, nn. 164-165).

 

6.- Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo, que en el silencio del templo, sentados delante de Él, nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida:  “ El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si  empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como la suya, necesitando a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, porque yo estaré siempre pobre  y necesitado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en  mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra.    

Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa cómo y cuando quiere.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del  mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

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TERCERA HOMILÍA DEL TRIDUO DEL CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es la fiesta del CUERPO Y  DE LA SANGRE DE CRISTO, la fiesta de su presencia amiga en medio de los hombres. El pueblo católico, en estos tiempos tan malos para la fe, va perdiendo poco a poco la clave de su identidad cristiana, que es Cristo Eucaristía. Por eso se secan tantas vidas de jóvenes y adultos bautizados, porque se alejan de la «fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche».

Creo que en este día, en que vamos a llevar por nuestras calles y plazas a Jesucristo Eucaristía, nosotros, los católicos creyentes y convencidos, debemos exponer con claridad, con valentía y sin complejos, los motivos de nuestra fe y amor a la Eucaristía.  Y si alguien nos preguntase por qué cantamos, adoramos y sacamos en procesión este pan consagrado, nosotros respondemos con toda claridad:

 

1.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 

2.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!» La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

 

3.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...”.

        «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55)»  (Ecclesia de Eucharistia 16).

 

4.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

«La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo qu el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también  el que me coma vivirá por mí”. Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente». (Ecclesia de Eucharistia, 16).

 

5.- PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha  pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno.

Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre,  la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por Él ni se han jugado nada por Él; si es mujer, vale lo que valga su físico,  y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí...

El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

 

6.- PORQUE «EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6). 

 

«...Los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientra cantamos: «adoro te devote, latens  deitas...»  Te adoro devotamente, oculta divinidad,  bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Esta presencia de Cristo no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos, sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino.

“¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret, después de la resurrección,  mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e  iluminada por el fuego del amor,  el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo.

Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional... para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana... A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”.

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y  consagra en el seno de María y en el pan y en el vino, y se nos manifiesta y revela como Palabra y Verbo de Dios, que nos revela todo el misterio de Dios.

Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

 

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CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Tendría que ser en jueves, pero ha sido trasladado al domingo hace años. Todavía este jueves en algunos lugares (Priego, entre otros) y el domingo de manera universal, celebramos la fiesta grande del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la fiesta del Corpus Christi.

Qué fiesta tan bonita para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.

Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.

Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.

Ha crecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía.

En este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.

La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.

Y la Eucaristía es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.

Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.

Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.

(En la diócesis de Plasencia, 700 voluntarios en 88 Cáritas parroquiales. 30.000 personas atendidas, 3.000 familias, con una inversión de 2,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles).

Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

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CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, pero nos dice “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

“Dadles vosotros de comer”. Jesús nos invita a abrir nuestro corazón y repartir amor a tantas personas que lo necesitan. Amar a todos, amar incluso a los enemigos, es el mandamiento nuevo de Cristo a sus discípulos.

Nuestros contemporáneos necesitan a Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor de las carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios, el hombre está vacío y padece una orfandad que le asfixia progresivamente, aunque esté lleno de cosas exteriores. “Dadles vosotros de comer”.

Urge llevar el Evangelio a todos, llevarles la buena noticia de que Dios es amor y ama a todos, de que Dios perdona siempre. Urge sanar las heridas que el enemigo (Satanás) ha producido en el alma. Urge restaurar al hombre herido por el pecado y abocado a la muerte.

 Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Qué fiesta tan bonita para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.

Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.

Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.

Ha decrecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía, presente en todos los sagrarios del mundo.

Pero también este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.

La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.

Y finalmente la Eucaristía como comunión es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.

Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.

Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.

(En la diócesis de Plasencia, 700 voluntarios en 88 Cáritas parroquiales. 30.000 personas atendidas, 3.000 familias, con una inversión de 2,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles).

Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

 

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VIERNES DESPUÉS DEL CORPUS CHRISTI: SOLEMNIDAD:

 

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

PRIMERA LECTURA: Ezequiel 34, 11-16

 

La presente Lectura contiene una de las más bellas alegorías del Antiguo Testamento. El Señor se manifiesta como el verdaderopastor de su pueblo (Sal 22, 1-4: Salmo responsorial). Como el pastor se preocupa de su rebaño en tiempo de tempestad y peligro, así Dios revela su bondad y compasión con su pueblo deshecho y disperso entre las naciones en tiempo del destierro babilónico. El Señor consuela a los desterrados por medio de sus profetas con la promesa de la vuelta a la patria y de la próxima restauración (cfr. Ez 11, 17). Jesús es el buen pastor que busca pastos para sus ovejas, que defiende a las que están en peligro, que da su vida por ellas (cfr. Jn l0, 7ss).

 

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 5, 5-11

 

Esta lectura contiene las pruebas del amor de Dios para con nosotros. La primera prueba es el don del Espíritu Santo, que cree en nuestro interior el amor con que amamos a Dios y a nuestros hermanos. Este amor es el principio de la firme esperanza de la gloria. La segunda prueba es haber entregado a su propio Hijo a la muerte por nosotros, con el detalle de que tal entrega fue en el tiempo en que estábamos aún enemistados con Él. La tercera prueba es la seguridad que nos da esta finura de amor que nos amó en el pasado, proyectado hacia el futuro, en orden a la plena salvación que esperamos obtener el día del Juicio.

Pero no es únicamente el Padre, también el Hijo nos ama: Él fue quien murió por los impíos, en el tiempo de la enemistad, para llevarnos a la reconciliación con el Padre.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 15, 3-7

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

Nos hemos reunido esta tarde en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús  para venerar, adorar y agradecer su presencia eucarística. Este Cristo, ahora viviente en la Hostia santa,  es el mismo Cristo del evangelio, el mismo de la misa, el mismo que ya permanece en nuestros sagrarios hasta el final de los tiempos en amistad y salvación permanentemente ofrecidas.

 

1.- Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista.

Se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento, es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso, la gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios, nadie le puede tocar, quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está con nosotros y vamos a comulgar, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido. El leproso ha quedado curado pero Jesús ha quedado manchado según la ley.

Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse. Jesús lo ha hecho todo por amor, espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión: es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con los mismos sentimientos.

 

2.- Otro relato evangélico: ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente.

Ante los necesitados, Jesús nunca huye, El siempre escucha: “Domine ut videam”, “Señor, que vea”. Jesús no quiere privarle de lo más hermoso de la vida: ver. Jesús quiere ver esos ojos abiertos para la belleza y el amor. Jesús no quiere la oscuridad para nadie, para ninguno de nosotros. Tampoco quiere la oscuridad espiritual, la falta de fe y amor en su persona y evangelio.  Y aquel ciego vio y lo siguió. Como nosotros si se lo pedimos. No lo puede remediar. Es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Contemplemos ahora a Cristo en la Custodia santa y hablemos y pidamos y hagamos la misma súplica del ciego: “Domine, ut videam”.

 

3.-Ahora es en Naím: se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va a enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: no llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: ‘joven, yo te lo mando, levántate. Y se lo entregó a su madre”.

Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos. Ama y se compadece de todos. No lo puede remediar, es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. No hay en tu familia alguno que esté muerto por el pecado: Pídele a Cristo que lo resucite.

 

4.- Y lo  mismo pasó con su amigo Lázaro. En esta ocasion dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dió pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero, nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría.

Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y El es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así, no lo puede remediar, así es el corazón eucarístico de Jesús.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

El Sagrado Corazón de Jesús, una devoción permanente y actual

QUERIDOS HERMANOS: CELEBRAMOS HOY la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Todo el mes de junio está, de algún modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo. Hay quien podría pensar que la devoción al Sagrado Corazón es algo trasnochado, propio de otras épocas, pero ya superado en el momento actual. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, en la carta entregada al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, en la Capilla de San Claudio de la COLOMBIÉRE, el 5 de octubre de 1986, en Paray-le-Monial, animaba a los jesuitas a impulsar esta devoción.

1.- Los elementos esenciales de esta devoción «pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia», pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado «el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo».

        2.- Tal como afirma el Vaticano II, el mensaje de Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó «con corazón de hombre», lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre (cfr. Gaudium et spes, 21). Es decir, junto al Corazón de Cristo, «el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino».

Se trata, por consiguiente, de una devoción a la vez permanente y actual. Esta exhortación de Juan Pablo II enlaza con la enseñanza de sus predecesores. Como es sabido, existe un rico magisterio pontificio dedicado a explicar los fundamentos y a promover la devoción al Corazón de Jesús: desde las encíclicas «Annum Sacrum» y «Tametsi futura», de León XIII; pasando por «Quas primas» y «Miserentissimus Redemptor», de Pío Xl; hasta «Summi Pontificatus» y «Haurietis aquas», del Papa Pío XII. Igualmente, Pablo VI dirigió en 1965 una Carta Apostólica a los Obispos del orbe católico, «Investigabiles divitias».

En ella animaba a: «Actuar de forma que el culto al Sagrado Corazón, que —lo decimos con dolor— se ha debilitado en algunos, florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma noble y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II especialmente, se viene insistentemente pidiendo...».

Al honrar el Corazón de Jesús, la Iglesia venera y adora, en palabras de Pío XII, «el símbolo y casi la expresión de la caridad divina». Poco después del Gran Jubileo de los 2000 años del nacimiento de Jesucristo, meditar sobre la devoción al Corazón de Jesús es un medio propicio para secundar la iniciativa del Papa que nos invitaba a contemplar el acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano.

3.- El fundamento del culto al Corazón de Jesús: La Encarnación. El fundamento del culto al Corazón de Jesús lo encontramos precisamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, quien, siendo «consustancial al Padre», «por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre». Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación.El Corazón de Jesús es un corazón humano que simboliza el amor divino. La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en manifestación del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en El no muera, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 1-6).

Es el misterio de la condescendencia divina, del anonadamiento de Aquel que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,6 ss)

 

4.- El Corazón de Cristo transparenta el amor del Padre En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9): «El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino...» (Dei Verbum», 4).

Toda su existencia terrena remite al misterio de un Dios que es Amor, comunión de Amor, Trinidad de Personas unidas por el recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida.

 

5.- La ternura de Jesús.  El Evangelio deja constancia de la ternura de Jesús. Él es «manso y humilde de corazón». Es compasivo con las necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Su amor privilegia a los enfermos, a los pobres, a los que padecen necesidad, pues «no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos».

La parábola del hijo pródigo resume muy bien su enseñanza acerca de la misericordia de Dios. El Señor, con su actitud de acogida con respecto a los pecadores, da testimonio del Padre, que es «rico en misericordia» y está dispuesto a perdonar siempre al hijo que sabe reconocerse culpable. «Sólo el Corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, ha podido revelarnos el abismo de su misericordia de una manera a la vez tan sencilla y tan bella» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1439).

La parábola del hijo pródigo es, a la vez, una profunda enseñanza acerca de la condición humana. El hombre corre el riesgo de olvidarse del amor de Dios y de optar por una libertad ilusoria. Por el pecado se aleja de la casa del Padre, donde era querido y apreciado, para ir a vivir entre extraños. El mal seduce prometiendo una felicidad a corto plazo. El hombre sigue así un camino que lleva a la esclavitud y a la humillación.

Nuestra época constituye un testimonio claro de este engaño. Vivimos en una cultura que margina positivamente lo religioso, que, dejando a Dios de lado, prefiere rendir culto a los ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero fácil.

Es importante —lo recordaba el Papa— ayudar a descubrir en la propia alma la «nostalgia de Dios». En el fondo de todo hombre resuena una llamada del Amor; una llamada que no debe ser desoída. Quizá el ruido externo no permite captarla y por eso es urgente crear espacios que no ahoguen la dimensión espiritual que todo ser humano posee en tanto que creado por Dios y llamado a la comunión de vida con Él.

 

6.- Promesas del Sagrado Corazón de Jesús para quienes viven su espiritualidad.

1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.

2. Los pecadores hallarán misericordia. 

3. Les consolaré en todas sus aflicciones.

4. A los sacerdotes les daré la gracia de mover los corazones más endurecidos.

5. Te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la perseverancia final, no morirán en mi desgracia y sin haber recibido los sacramentos, mi divino Corazón será su asilo seguro en los últimos momentos.

6. No perecerá ninguno que se me consagre.

 

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8 DE DICIEMBRE. SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

PRIMERA LECTURA: Génesis 3, 9 15.20

 

        Consumado el pecado, el hombre se esconde de Dios: se avergüenza de su desnudez. El relato, centrado en la reacción de Dios frente a la desobediencia del hombre, transmite el diálogo de un Dios que busca entender qué pudo haber pasado en su paraíso y con sus criaturas: todos los protagonistas del drama reciben un castigo que no es más que la descripción de su propia naturaleza. Queda claro que Dios hubiera deseado otro final, porque el fracaso del hombre, en cierto sentido, es  también el fracaso de su proyecto, por eso, en el mismo momento, compromete  un Salvador: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú le hieras en el talón”.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1, 3-6.11.12

 

        Desde la experiencia de la realización del plan de salvación, se alaba a Dios por ser Cristo Jesús la bendición divina que anula cualquier maldición, por merecida que hubiere sido. Se descubre nuestra inclusión en un programa salvífico ideado por Dios antes de ser pecadores; incluso antes de nuestro existir terreno, Dios ha tenido como objetivo hacernos sus hijos conforme a la Imagen de su Hijo: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo”.

 

SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:El 8 de diciembre del 1854, el Papa Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

Y el Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser. Reflexionemos brevementes sobre este hecho de la gracia de Dios:    

        1.- María fue concebida Inmaculada por voluntad de la Trinidad para ser Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. Así la llamó el ángel de parte de Dios: “llena de gracia”. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios a la destinada a ser su madre en la tierra.Así que Maria fue  redimida perfecta desde el vientre de su madre.

        2.- Fue concebida Inmaculada por voluntad del Hijo para ser corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su ser la que iba a estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociarla a su madre y tenerla junto a la cruz.

        3.- Inmaculada, finalmente, por amor de Espíritu Santo, para ser modelo e imagen de la Iglesia, santa e inmaculada, de toda la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todos los hombres, de lo que Dios quiere y nos pide a todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer en pecado alguno. Maria por ser elegida como madre de Dios, tuvo este privilegio. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

        6.- Queridos hermanos: qué grande hizo Dios a su madre, y no sólo para Él sino para todos nosotros, Nuestros sentimientos hacia ella en este día en que celebramos su Concepción Inmaculada son estos:

        a) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Y lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimientos debe ser deseos de imitarla en lo que podamos porque los hijos deben imitar a sus madres y nosotros vemos en María el modelo de vida cristiana querida por Dios.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su pureza y humildad, su confianza y su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, con obediencia y seguimiento total a Dios “hágase en mí según tu palabra”, como le dijo al ángel .

María, madre de todos los creyentes en Cristo, es modelo de fe, de amor y de esperanza cristiana en la Palabra y promesas de Dios. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que nació en su seno y moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo el que moría abandonado de todos en la cruz, hasta de sus mismos discípulos.

        Todo este misterio de María elegida por Dios como madre inmaculada  provoca en todos nosotros confianza y amor total; si Dios confió y se fió de ella, cómo no hacerlo nosotros, ella nos provoca sentimientos de hijos, sentimientos de petición y de súplica. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tú, Virgen santa y bendita, Virgen Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Porque eres tan grande y poderosa ante Dios, Virgen Santa e Inmaculada, que eres omnipotente suplicando a tu Hijo y lo consigues todo. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen bella, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuanto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre, madre y modelo; gracias.

 

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SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA VIRGEN MARÍA

 

(Fue mi primera homilía de la Inmaculada, predIcada en mi último año del Seminario-diciembre 1959-, ordenado ya diácono, con los tonos de oratoria propios de la época, como nos enseñaba en las clases de Oratoria D. Pelayo, canónigo magistral; pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, en 1959)

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen.

Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Por eso, hermanos, este día es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de todos los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima, fue concebida Inmaculada, llena de gracia de Dios, sin mancha de pecado original, llena de luz y amor divino en el seno materno.

       

        2.- Queridos hermanos, todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán y necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella María, fue concebida llena de gracia y amor divino y sobrenatural desde el primer instante de su ser, fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, llena de Dios Trinidad, porque no hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios.

El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y así fue concebida María, Inmaculada. Ella, la única y simplemente por privilegio divino, porque Dios Trinidad quiso y la elegió como Madre del Hijo-hijo que se iba a encarnar en su seno, porque fue elegida como madre del Hijo desde el primer momento de su Concepción Inmaculada.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Dios puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad, crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, y por eso no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la  bienaventurada Virgen María, Inmaculada desde su Concepción.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María.

María, la misma mujer y humilde jovencita Nazarena, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, María es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos en latín:«maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, la llamó “María”.

        Por esto, María es Virgen bella, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire, Reina de los cielos y Señora de todo lo creado. Nadie puede existir ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios así lo quiso y lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de todas las cosas creadas y creables, por eso es distinta de todos y de todo: Es Virgen Inmaculada, impecable, dotada de todas las gracias, en la misma orilla de Dios, casi divina.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron todos los seres posibles ante los ojos de la Santísima Trinidad, se detuvieron amorosos ante una criatura singular. El Padre la amó, la miró  y dijo: tú serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: serás mi madre amada y el Espíritu Santo la abrazó lleno de Amor Divino y le dijo: Tú serás mi esposa amada, que por mi poder y el Amor de Dios Trinidad pondré en tu seno al Hijo de Dios encarnado haciéndose hijo tuyo; los Tres la  llenaron de regalos y de gracias sobrenaturales y divinas, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre sus sienes una corona de gracias y dones, en el centro ponía: Inmaculada.

        Queridos hermanos, en ratos de oración, contemplando a María, con la luz y el fuego del Espíritu Santo, es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida con el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado con el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo entre los Tres al crearla, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora del Hijo Dios creando a su madre de la tierra como hijo, qué Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito haciendo a su madre, qué potencia creadora con su Amor de Espíritu Santo contemplando el poder infinito del Padre.

Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Queridos hermanos, nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal y la Madre,  Inmaculada.     

        La Madre Inmaculada, asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado que había de redimir como corredentora con el hijo-Hijo Salvador de todos los hombres, hijos  de María. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura en la redención y salvación de todos sus hijos, los hombres.

 

        6.- Entre estas razones, la principal de tener una madre limpia era la conveniencia que iba a tener de asociarla a su obra salvadora. Todo el que redime de pecados debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.     

        Por eso, María elegida como madre y corredentora con el hijo-Hijo vino a nuestra tierra en  Concepción Inmaculada desde el seno de su madre, Ana, anticipando así la venida de su hijo Jesús a su seno sin participación de José, su esposo que por eso quiso abandonarla, porque así nacemos todos nosotros, todos los hombres, menos Jesús  el Dios que quiso nacer hombre en su seno Inmaculado, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza del Hijo, por necesidad del Amor pleno y total del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de una fuente, toda el agua que baja al río de la vida humana se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado original que a todos nos mancha menos a María concebida Inmaculada sin pecado original; nosotros todos sin embargo procedemos de la carne manchada de nuestro primer padre, Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada de toda mancha de pecado en razón de los méritos y deseos de su Hijo, y recibió la vida desde Dios, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada desde el seno de madre santa Ana. 

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo, por eso, en la imágenes de María aparece pisoteada. ¿Quién de nosotros no lo haría si lo hubiera podido hacer? El Hijo no podía consentir que el seno donde Él quería nacer entre los hombres para salvarnos y abrirnos las puerta del cielo ni por un momento fuera pisado por la serpiente del pecado, de la enemistad con Dios, esto es, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original.

No lo quiso y como podía hacerlo, así lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a su morada del Cielo con su Padre y el Espíritu Santo, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno lleno de Hermosura y Amor de Espíritu Santo; si Dios se preparaba su primer Templo y Sagrario  y Tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el pecado contra Él mismo, contra Dios Padre y pisoteada por su enemigo, el demonio del pecado, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, que pudo hacer a su propia madre, el Hijo-hijo Jesús, ni estaba bien para el Padre que pudo hacer a su propia hija el Padre y tampoco para el Espíritu Santo que concibió en su seno de Madre y Esposa de Espíritu Santo al mismo Hijo de Dios encarnado en el hijo de María. Los Tres, en consejo Trinitario, así lo decidieron y lo hicieron.

        María, por tanto,  fue siempre tierra virgen, limpia de toda mancha de pecado, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde Dios Trinidad la poseyó desde el primer instante su Concepción Inmaculada.

Por eso, aunque siento amores e ideas encendidas de luz y fuego por mi Dios Trinidad en nuestra Madre, María Inmaculada, tengo que hacerlo y quiero hacerlo en poesía porque es la forma más bella de hacerlo y lo hago con los versos de la Hidalga del Valle:

«Decir que Dios no podía

es manifiesta demencia

y es faltar a la decencia,

si pudiendo, no quería;

pudo y quiso, pues lo hizo

y es consecuencia cabal

ser concebida María

sin pecado original».

 

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        QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

        El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

        1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

        El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       

1.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

        3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

        No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

        4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

        5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

 

        c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

       

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

 

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

Ésta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente: LA PURÍSIMA.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras.

El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia.

Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza.

Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado).

María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII.

Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente.

Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada.

Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia.

Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima.

Que el Señor os conceda a todos una profunda re- novación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

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INMACULADA

 

Queridos hermanos: Estamos celebrando con gozo la fiesta de María en su Inmaculada Concepción; todos los hombres necesitamos el bautismo para liberarnos del pecado original; María fue concebida y permaneció siempre limpia de todo pecado, fue concebida intacta, impoluta, llena de gracia y belleza divina.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y, de manera singular, esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa que va olvidándose y alejándose de sus raíces cristianas, y va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, de hijos y nietos, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad con abortos, crímenes de padres a hijos y de hijos a padres, con familias rotas, divorcios, guerras por dineros, petróleos, apostasías.

En medio de todo ese pecado ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el único que puede salvar el mundo de ahora y de siempre, miremos las historia.

Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo, mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia, auxilio para todos, especialmente para las familias que antes rezaban el rosario unidas, porque familia que reza unida permanece unida. Hoy no digo el rosario, ni el ave maría saben ni rezan los niños que vienen el primer año a la catequesis. Familia que reza unida, que viene a misa los domingos, permanece unida.

Ver así a María, tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno, y nos invita a todos nosotros, sus hijos, a imitarla, a invocarla, a recurrir a ella en nuestras necesidades.

Nos llena de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección y ayuda permanente; esto nos da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de nuestra madre Inmaculada porque sabemos que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de amor a Dios y nuestros hermanos los hombres, recibida en las aguas bautismales.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”, ”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

 

Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        1) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos.

c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando y pidiendo a tu Hijo Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios.

        d) Queridos hermanos: recemos todos los días a María nuestra Madre; pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios! ¡Madre Inmaculada, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te

queremos todos tus hijos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

 

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SEXTO DÍA: INMACULADA CONCEPCIÓN Y MATERNIDAD DIVINA Y HUMANA

 

Queridos hermanos concelebrantes, queridos paisanos y amigos todos, hijos de nuestra Madre la Virgen del Salobrar. Esta tarde, en este sexto día de su novena, vamos a meditar, a contemplar a nuestra Madre, la Virgen del Salobrar, en el misterio de su Inmaculada Concepción, concebida sin pecado en el seno de su madre santa Ana, desde el primer instante de su ser.

Esta mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen limpia de todo pecado, en este día de su novena, nos llena de gozo y alegría y confianza en su poder a nosotros, sus hijos, los manchados hijos de Eva. Ella fue siempre tierra virgen, huerto cerrado, sin pisadas de nadie, llena de gracia desde el primer instante de su existencia terrena.

Verla así tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno; nos llena también de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección ya ayuda permanente en y esto no da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de la tierra de que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas aunque a veces se ajusten mas a la voluntad del Padre Dios que a las nuestra porque Él sabe  mejor lo que nos conviene; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios recibida en las aguas bautismales.

Nuestra Madre, la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Ha sido Dios mismo el que nos ha revelado este misterio por medio del Ángel Gabriel enviado a María para anunciarla que ha sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios encarnado: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8).

        La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Orando, mientas cosía, barría, o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazarena es un trenzado de alabanzas y humildad.

“Salve,  llena de gracia, el Señor está contigo...”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Con la Hidalga del Valle podemos cantarla: <Decir que Dios no podía es m.. Por eso Dios que pudo hacer a su madre, así la hizo llena de gracia.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre del Salobrar estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Grandes habrían de existir en el N.T. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María, elegida para Madre de Dios.

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Maria tenía que ser desde el primer instante de su ser la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        Por eso, en el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        5.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        a) El primer sentimiento nuestro para con nuestra madre la Virgen del Salobrar será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

        c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        d) Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios!¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡Madre del Salobrar, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto te queremos todos tus hijos de Jaraiz, cuánto nos quieres tú, Virgen bendita del Salobrar. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26-38

 

(Fue mi primera homilía de la Inmaculada, preducada con los tonos propios de la época, como nos enseñaba en las clases de Oratoria D. Pelayo, canónigo magistral; pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, en 1959)

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.         Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebida Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin mancha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

       

        2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella, la hermosa nazaretana fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

        No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y fue concebida Inmaculada. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María. María, la misma mujer y humilde jovencita Nazarena, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

        Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es un ser aparte.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amorosos ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

        Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal; la Madre,  Inmaculada.   

        Asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

 

        6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.       

        Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja al río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si lo hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la del Cielo de su Padre, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

        María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original». Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no es Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

        Qué pura, qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena tan bella y tan en la orilla de Dios.

        Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que nos puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

        Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material, pero está real, realísima, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar, comérsela de amor.

        María está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con una presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y siente sus efectos maternales de gracia y salvación.

        Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti!cia, si pudiendo, no queria

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

(Homilía elaborada sobre una audiencia general de los miércoles del Papa, en 1983, del original italiano que escuché personalmente).

 

                QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La fiesta que estamos celebrando nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios en la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente redimida: mientras todos los demás seres han sido liberados del pecado, ella fue preservada del mismo por la gracia redentora de Cristo.

La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquélla que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar al Hijo al mundo quiso que naciese de una mujer, mediante la intervención del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno, y luego en sus brazos maternales, a Aquel que es Santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiese barrera alguna. Ninguna sombra debía oscurecer sus relaciones.

Por esto, María fue creada Inmaculada. Ni siquiera por un momento ha estado rozada por el pecado. Podemos decir que María en el misterio de su Inmaculada Concepción es la revancha de Dios sobre la degeneración humana por el pecado.

        Es esta belleza la que durante la Anunciación contempla el Ángel Gabriel, al acercarse a María: “Alégrate, llena de gracia”. Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de las demás criaturas es la plenitud de gracia que seencuentra en Ella. María no recibió solamente gracias. En Ella todo está dominado y dirigido por la gracia desde el origen de su existencia. Ella no solamente ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad.

        Es la criatura ideal, tal como Dios la ha soñado. Una criatura en la que jamás ha existido el más mínimo obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada por la gracia, en el seno de su alma todo es armonía y la belleza del ser divino se refleja en ella de forma más impresionante.

 

        2.- María, primera redimida. Debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, María fue declarada «preservada intacta de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS 2803). Ella, pues, se benefició anticipadamente de los méritos del sacrificio de la Cruz.

        La formación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación que se había producido, tanto en la mujer como en el hombre, como consecuencia del drama del pecado. Según la narración bíblica de la caída de Adán y Eva, Dios impuso a la mujer un castigo, y comenzó a desvelar un plan de salvación en el que la mujer se convertiría en la primera aliada.

       

        3.- María corredentora o asociada a la Alianza de Dios con los hombres por medio de su Hijo. En el oráculo, llamado protoevangelio, Él declaró a la serpiente tentadora, la cual había conducido a la pareja al pecado: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal”. Estableciendo una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifiesta su intención de considerar a la mujer como primera asociada en su alianza, con miras a la victoria, que el descendiente de la mujer obtendría sobre el enemigo del género humano.

        La hostilidad entre el demonio y la mujer seha manifestado de la forma más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción a la derrota sufrida por Eva en el pecado de los comienzos.

        En María se operó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de forma que María misma no tuvo necesidad, personalmente, de ser reconciliada, puesto que al haber sido preservada del pecado original, Ella vivió siempre de acuerdo con Dios. Sin embargo, en María se ha realizado verdaderamente la obra de la reconciliación, porque Ella ha recibido de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se ha manifestado el efecto de este sacrificio con una pureza total y con un maravilloso florecimiento de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la Redención.

       

        4.- La perfección otorgada a María no debe producir en nosotros la impresión de que su vida sobre la Tierra ha sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. En realidad, María ha tenido una existencia semejante a la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana. Vivió en la oscuridad que comporta la fe.
Ella fue preservada del pecado que siempre es egoísmo, para poder vivir totalmente al servicio de todos los hijos, del natural Jesucristo y de los confiados por el Hijo en la cruz, todos los hombres.

        No en menor grado que Jesús experimentó la tentación y los sufrimientos de las luchas internas. Podemos imaginarnos en qué gran medida se ha visto sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería unerror pensar que la vida quien estaba llena de gracia fue una vida fácil, cómoda. María ha compartido todo aquello que pertenece a nuestra condición terrena, con lo que ésta tiene de exigente y de penoso.

        Es necesario, sobre todo, tener presente que María fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir plenamente su misión de colaboración con la obra de salvación: ha dado el máximo valor a su cooperación en el sacrificio. Cuando María presentó al Padre el Hijo clavado en la Cruz, su ofrecimiento doloroso fue totalmente puro. Y ahora también desde el cielo la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón y su presencia junto a Cristo Glorioso y triunfante del pecado y de la muerte, nos ayude a aspirar hacia la perfección por Ella conseguida. Y por esto es por lo que la Virgen ha recibido estas gracias especiales y ha sufrido singularmente, para poder así ayudarnos a nosotros pecadores, es decir, fue Inmaculada por el poder y amor singular de Dios para todos nosotros, la razón por lo que Ella ha recibido esta gracia excepcional.
        En su calidad de Madre, trata de conseguir que todos sus hijos terrenales participen de alguna forma en el favor con el que personalmente fue enriquecida. María intercede junto a su Hijo para que obtengamos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que sufren angustia espiritual y material para socorrerlos y conducirlos a la reconciliación.

El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para todos los que la consideran como su Madre.    Su Inmaculada Concepción ha sido la primera maravilla de la Redención de la que todos hemos recibido la alianza y amistad con Dios que nos llevará a participar plenamente de su vida divina aquí abajo, mediante la lucha y la conversión permanente junto a la cruz de Cristo, y en el cielo, con este mismo Cristo Triunfante y Glorioso junto a Ella.

 

 

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        ANEXO: PARA HABLAR DE LA INMACULADA: Conferencias, Meditaciones…

 

Mensaje de la LXXXIII Asamblea Plenaria de la CEE en el CL Aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María

 

«Signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios».

 

1.- Al cumplirse el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, los obispos españoles queremos hacer llegar a nuestros hermanos, los hijos de la Iglesia en España, unas palabras sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y una invitación a renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada. De este modo, convocamos a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada, que comenzará el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005.

 
              2. Sentido del dogma mariano:El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, confiesa: «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano». Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación del dogma de la Inmaculada: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María, y la absoluta enemistad entre María y el pecado.


          3.- María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia

 

Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante». En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

 

4.- Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia». Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna». En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), por eso acude a ella como «modelo perenne», en quien se realiza ya la esperanza escatológica…

 

 5- María Inmaculada, la perfecta redimida.

 

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo», ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es «la Toda Santa» --como la proclama la tradición oriental-- implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». El amor filial a la «Llena de gracia» nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia».


6.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado.

 

María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella «enemistad» (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. «Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos».     Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, «es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto». Y aun cuando «la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente», comprobamos cómo «lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males».

La Purísima Concepción —tal como llamamos con fe sencilla y certera a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios. Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es «señal de esperanza segura».

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios.

En ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En ella encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). En ella encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30). En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, «desde que Dios la mirara con amor, Maria se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».


7.- El testimonio mariano de la Iglesia en España.

 

La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han ido siempre unidas a un amor singular a la Virgen María. No hay un rincón de la geografia española que no se encuentre coronado por una advocación de
nuestra Madre. Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos mismos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”». Y así lo ha venido reiterando desde su primer viaje apostólico a nuestra patria: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción».

 

 

8.-La peculiar devoción a María Inmaculada en España.

El amor sincero a la Virgen María en España se ha traducido desde antiguo en una «defensa intrépida» y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es «tierra de María», lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores. Una muestra selecta de estos tesoros artísticos podrá contemplarse en la exposición que bajo el título Inmaculada tendrá lugar, D.m., en la Catedral de la Almudena de Madrid, del 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Con esta exposición la Conferencia Episcopal Española en cuanto tal desea unirse a las iniciativas semejantes que la mayoria de las diócesis ya están realizando o realizarán a lo largo del próximo año.

 

9.- Fuerte arraigo popular de la fiesta de la Inmaculada

 

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de Maria, la preparación primigenia a la venida del Salvador (Is 11, 1. 10) y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga».

Al inicio del Año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos la poderosa intercesión de Nuestra Madre para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia alma, como pidiera ya en el siglo VII San Ildefonso de Toledo en una oración de gran hondura interior: «Te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».


             10.- Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, en diversas ocasiones la Conferencia Episcopal Española ha llamado la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España, considerada de «decisiva importancia para la vida de fe del pueblo cristiano».        

Al hacerlo hemos recordado que «la fiesta del 8 de diciembre viene celebrándose en España ya desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe».

Tras la definición dogmática realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido constantemente hasta nuestros días en piedad y esplendor», tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada «Vigilia de la Inmaculada». Con la Vigilia y la Fiesta de la Inmaculada de este año, se abrirá el mencionado Año de la Inmaculada, que concluirá también con la Vigilia y la Fiesta del año 2005.

 

11.- En el año de la Eucaristía


              La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. «María guía a los fieles a la eucaristía». «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, si no abandonamos nunca la escuela de María: ¡Ave verum Corpus natum de María Virgine!

 

12. CONSAGRACION A MARIA INMACULADA

Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, el Papa Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano, de esa manera se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos. En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza del 7 al 11 de octubre de 1954, en conexión con el cual, el 12 de octubre, se hizo la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las Iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

Somos conscientes de que «la forma más genuina de devoción a la Virgen Santísima... es la consagración a su Corazón Inmaculado. De esta forma toma vida en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como nueva forma de vivir para Dios y de proseguir aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María».

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario
de la proclamación
de tu Inmaculada Concepción,

 deseamos unirnos
a la consagración que tu Hijo hizo
de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro,

para que ellos sean consagrados
en la verdad”
(Jn 17, 19),
y renovar nuestra consagración,
personal y comunitaria,
a tu Corazón Inmaculado.


Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,

que estás totalmente unida

a la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

 

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

 

ÍNDICE

 

PRÓLOGO…………………………………………………………………………………………..……………..5

INTRODUCCIÓN..………………………………………………………………………………...……………7

 

TIEMPO DE ADVIENTO

Tiempo de Adviento…………………………………………………………………………….……………13

Retiro de Adviento……………………………………………………………………………….……..……15

Primera Meditación……………………………………………………………………………………………16

Segunda Meditación………………………………………………………………………..….…………….23

Tercera Meditación……………………………………………………………………………..….………..30

Cuarta Meditación…………………………………………………………………………………….…….. 36

Primer  Domingo de Adviento……………………………………………………….…..….…………41

Segundo Domingo de Adviento ……………………………………………….…...……...………..53

Tercer Domingo de Adviento……………………………………………….……..………….………. 60

Cuarto Domingo de Adviento……………………………………………………………...…………….65

 

TIEMPO DE NAVIDAD

Retiro de Navidad………………………………………………………………………………………………77

Primera Meditación…………………………………………………………………………………………...81

Segunda Meditación……………………………………………………………………………………..……83

25 de Diciembre. Natividad del Señor ……………………………………………………..……..90

Misa de medianoche……………………………………………………………………………………….….90

Misa del día ……………………………………………………………………………………………………..…94

Domingo de la Sagrada Familia………………………………………………………………..…….105

1 de Enero: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios…………………………..…..113

II Domingo de Navidad………………………………………………………………………………..……123

6 de Enero: Solemnidad de la Epifanía del Señor…………………………………………...127

Domingo Fiesta del Bautismo del Señor……………………………………………………………137

 

TIEMPO DE CUARESMA

Retiro de Cuaresma………………………………………………………………………………………………………..…148

Primera Meditación…………………………………………………………………………………….………148

Segunda Meditación…………………………………………………………………………………………. 170

Tercera Meditación……………………………………………………………………………………………178

Miércoles de Ceniza…………………………………………………………………………..………………187

I Domingo de Cuaresma………………………………………………………………….……………….195

II Domingo de Cuaresma………………………………………………………………….…………....205

III Domingo de Cuaresma………………………………………………………………………..………210

IV Domingo de Cuaresma……………………………………………………………………………….…215

V Domingo de Cuaresma………………………………………………………………………….……….220

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor………………………………………………………222

 

TIEMPO PASCUAL

Jueves Santo de la Cena del Señor …………………………………………………………….….229

Hora Santa ante el Monumentos………………………………………………………………..….233

Meditación Eucarística……………………………………………………………………………....……236

Viernes Santo de la Pasión del Señor ……………………………………………..…….……..242

Retiro de Pascua de Resurrección………………………………………………………………... 246

Primera Meditación……………………………………………………………………………….………..246

Segunda Meditación……………………………………………………………………………..…………255

Sábado: Vigilia Pascual en la Noche Santa……………………………………………….……261

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor………………………………………….266

Segundo Domingo de Pascua …………………………………………………………………….…..271

Tercer Domingo de Pascua………………………………………………………………………….……277

Cuarto Domingo de Pascua…………………………………………………………………………….…283

Quinto Domingo de Pascua……………………………………………………………………………….294

Sexto Domingo de Pascua………………………………………………………………………………..302

Séptimo Domingo de Pascua: Slomenidad de la Ascensión del Señor……………307

Domingo de Pentecostés …………………………………………………………………………….……314

Jueves de Pentecostés:  Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote………323

I Domingo después de Pentecostés:  Solemnidad de la Santísima Trinidad….328

II Domingo de Pentecostés: Solemnidad:Santísimo Cuerpo y SangredeCristo340

Viernes después del Corpus: Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús………358

8 de Diciembre:Solemnidad de la Inmaculada Concepción………………………...   388

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Martes, 11 Mayo 2021 10:01

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN C II

   GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

C-II

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN

 

 

CICLO C         

 

II

 

 

 

COMENTARIO A LAS LECTURAS Y EVANGELIOS  DOMINICALES Y FESTIVOS

 

 

 

 

 

 

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA.1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 

«Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Nos disponemos a hablar de lo que ellos anunciaron de un modo velado: que tú, el Dios eterno, eres el Padre del Dios eterno unigénito, que tú eres el único no engendrado y que el Señor Jesucrito es el único engendrado por ti desde toda la eternidad, sin negar, por esto, la unícidad divina, ni dejar de proclamar que el Hijo ha sido engendrado por ti, que eres un solo Dios, confesando, al mismo tiempo, que el que ha nacido de ti, Padre, Dios verdadero, es también Dios verdadero como tú.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

 

RESPONSORIO. 1Jn 4, 2-3. 6. 15

   R. Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios. *En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

    V. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

*En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

 

Oremos: Concédenos, Dios todopoderoso, progresar cada día en el conocimiento de la Divinidad de tu Hijo y proclamarla con firmeza, como lo hizo, con celo infatigable, tu obispo y doctor san Hilario. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

JESUCRISTO ES LA PALABRA DE DIOS

 

Jesucristo es la Palabra de Dios, en la que el Padre se dice a Sí mismo total y eternamente en plenitud de Ser, Verdad y Amor. Y esta misma PALABRA la pronuncia para nosotros en carne humana, con palabras y hechos salvadores para todos los hombres, por la potencia y fuego de su mismo Espíritu de Amor, que es el Espíritu Santo: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron…La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo…, a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre…” (Jn 1, 1-5, 9, 12).

        Jesucristo, el Hijo de Dios, es, por tanto, la Única Palabra Salvadora para este mundo. Y hay que escucharla: “Dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Porque a este mundo no le salvan los políticos, ni los científicos, ni los antropólogos, ni los psicólogos ni los economistas… este mundo sólo tiene un Salvador, es Jesucristo: Única Palabra y proyecto de salvación del Dios Uno y Trino y no hay más proyectos salvadores. Solo Él es el Camino de venida y de ida hasta Dios, y solo Él tiene la formula y la clave del hombre y de su plan de encuentro eterno con Dios.

        «En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo: Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración» (SC 33). Por favor, interpretemos correctamente estos verbos: «Dios habla a su pueblo»; «Cristo sigue anunciando el Evangelio» en tiempo presente, tal como la Iglesia nos lo enseña. No es que Dios habló o Cristo anunció; sino que Dios habla ahora a su pueblo y Cristo sigue anunciando ahora el Evangelio por medio de la humanidad supletoria de otros hombres, que lo hacen presente sacramentalmente. «Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica» (SC 7). Y refiriéndose a la lectura de la Palabra, lo expresa claramente: «Cristo está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (SC 7). «Así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena, hace que habite en ellos intensamente la Palabra de Cristo (cfr. Col 3,16)» (DV 8).

Subrayemos la presencia actual y santificadora de la Palabra en los mismos términos del texto: «voz viva del Evangelio», «verdad plena», «habite intensamente la Palabra de Cristo». Y todo esto hace que «las riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora…» (Ibid). Se quiere dejar bien claro que la predicación no es sólo para escuchar, sino que debe llegar a la vida  de los creyentes, «a la vida de la Iglesia».

 

 

 

LA HOMILÍA

 

        Es una parte importante de la Liturgia de la Palabra, que expone, «a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (SC 52). La homilía se compone, por tanto, de tres elementos principales:

 

--   Explicación de los textos sagrados y de la doctrina revelada.

-- Iluminación, desde esta explicación, de las necesidades particulares de los oyentes.

-- La homilía conduce a los fieles a penetrar en la liturgia sacramental del misterio que se celebra para que sea un encuentro sacramental con Cristo, que actúa en la liturgia de la Palabra y del Sacramento.

        Como tratamos de homilías festivas y dominicales, conviene tener presente la relación íntima que existe entre la palabra y el sacramento en la misma Eucaristía: «Las dos partes de que de alguna manera consta la Misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen  un solo acto de culto» (SC 56). «Por tanto, los fieles, al escuchar la Palabra de Dios, comprendan que las maravillas que le son anunciadas tienen su punto culminante en el misterio pascual, cuyo memorial es celebrado en la Misa sacramentalmente. De este modo, escuchando la Palabra de Dios y alimentados por ella, los fieles son introducidos en la acción de gracias a una participación fructuosa de los misterios de salvación. Así la Iglesia se nutre del pan de la vida tanto en la mesa de la Palabra de Dios como en la del Cuerpo de Cristo» (EM 10).

        En las Eucaristías dominicales y de festivos la liturgia de la Palabra consta ordinariamente de tres lecturas: la primera del Antiguo Testamento, casi siempre en relación con el Evangelio; la segunda, tomada de los escritos de los Apóstoles, casi siempre de las Cartas, y, finalmente, la tercera, de los Evangelios.

        En el día de Pascua, el Resucitado se hace presente a los dos que se dirigen desanimados hacia Emaús. La forma con la que el Señor procede se convierte en  norma para la comunidad apostólica: “Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lc 24, 27). De esta manera les descubre su presencia en el Antiguo Testamento y así quedó establecido en la Tradición Apostólica.

Y aquí es donde entra de lleno la realidad y necesidad de la homilía, que debe servir fielmente a esta dinámica de la Palabra de Dios. Su ministerio es de pura mediación. Por eso el Concilio le pide al predicador que «escuche por dentro» (DV 25) la Palabra para que no sea un predicador vacío. Necesitará, por tanto, la lectura y el estudio, pero, sobre todo, la contemplación, porque la Palabra tiene que plantarse primero y fructificar en el corazón del que ha de sembrarla en los demás. No puede comprenderla, actualizarla y comunicarla si no la vive, si no la medita. Cuando el pastor encarna la Palabra, la actualización, la siembra y la siega van muy unidas.

 

 

 

 

 

 

PALABRA Y PROFETISMO

 

        Hoy hacen falta profetas, al estilo de Cristo, que nos prediquen y pronuncien claro y fuerte su Palabra salvadora. Porque no se trata de hablar, de predicar, sino de hablar y predicar la Verdad de Cristo y de su Evangelio. Sobran profetas profesionales y palaciegos, que buscan más agradar a los hombres que a Dios, que no hablan en nombre del Cristo que les envía, sino en nombre propio, tratando de agradar a los que les escuchan. Todos tememos la crítica, la incomprensión, la muerte de nuestra fama. Pero hoy necesitamos esta fuerza del Espíritu de Cristo para hablar claro como Él: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 16).

        Para ser profeta cristiano hay que mirar a Cristo y estar dominado por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Verdad y fortaleza, que nos hace valientes en confesar su Evangelio, porque con su potencia nos hace humildes, libres interior y exteriormente, y con Él no buscamos nada, no tememos nada, sólo la Verdad: predicar a Cristo.

        La Didajé afirma que «el profeta que busca dinero es falso profeta», es decir, no es verdadero profeta de Cristo quien se va buscando a sí mismo más que a la verdad de Cristo, quien busca aplausos, agradar a los hombres, escalar, quien no quiere vivir “el escándalo de la cruz” y por eso calla o disimula el mensaje o le quita las aristas que duelen y acusan. Para ser profeta verdadero, apóstol verdadero, para  vivir el mensaje del Evangelio y predicarlo, hay que estar dispuestos a pisar las mismas huellas de Cristo, a morir abandonado por los propios amigos o perseguido por los que son señalados por el mensaje de Dios. Y la verdad así predicada y vivida es la única que nos puede llevar a la religión verdadera, al Dios verdadero, al Cristo verdadero, que existe y es verdad; no al que cada uno nos inventamos a la medida de nuestras mediocridades y cobardías.

        ¿Por qué no soy un profeta verdadero?  ¿Qué tengo que hacer para ser un profeta convencido? Ser santo, vivir totalmente el mensaje, porque la Palabra no se comprende totalmente hasta que no se vive, hasta que no se come: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Sin esta identificación, sin esta comunión de sentimientos con Cristo, la Palabra llega muy empobrecida al predicador que tiene que transmitirla, y, consiguientemente, al oyente, que tiene que escucharla. Este libro de la Palabra hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y Él me hizo comer el rollo y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.» Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).

        La vivencia mística conoce por experiencia, por amor, viviéndola en su corazón lo que otros conocen sólo por inteligencia, con un conocimiento frío, teórico, sin vida; el que quiera conocer la Palabra para predicarla, el predicador, el profeta verdadero tiene que arrodillarse primero, ha de leer y     “comerse el rollo” de la Palabra, y cuando comida la Palabra, la asimile y la sienta en su corazón, le alimente y le queme sus entrañas,  como en Pentecostés, entonces puede predicarla. Y los que la escuchen sentirán arder su corazón, como los dos discípulos de Emaús.

LA RESPUESTA A LA PALABRA

 

        Cuando decimos sí a la Palabra, pero luego pecamos y nos alejamos por un no práctico y real, no pasa nada, absolutamente nada, si nos levantamos y vivimos en conversión permanente, porque nuestra actitud sigue siendo sí.  Si permanecemos así toda la vida, la Palabra sigue siendo siempre eficaz y necesitamos el mensaje, porque alimenta esta conversión permanente hacia Dios, queriendo amarle sobre todas las cosas.

Y, viviendo en esta actitud, la gracia y la ayuda de Dios nos irán transformando por su fortaleza. Cuando tratamos de vivir la Palabra, aunque pequemos y caigamos, no pasa nada, “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Pero si me instalo y no me levanto y permanezco sin esforzarme en vivir la Palabra, entonces me he inutilizado para la escucha, porque digo no a la Palabra con mis actitudes y mi vida, instaladas en la mediocridad, y estoy edificando sobre arena movediza, no sobre roca; aunque parezca piedra, será imitación piedra. Lo dice el Señor: “Todo el que oye mis palabras y no  las pone  en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre arena; vinieron las lluvias, vinieron los vientos y se la llevaron…” (Mt 7, 27).

        LA PALABRA es una persona, es JESUCRISTO, su vida y su obra, sus dichos y hechos salvadores. Y Jesucristo es  un mensaje personal o una persona mensajera que nos trae y nos lleva a la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, del tiempo y eternidad, mensaje y final de la Historia de Salvación.  El evangelio es un mensaje, no un sistema de verdades encerradas sobre sí mismas.

        Hoy muchos han reducido la predicación de la Palabra a la exposición «homilética» de un conjunto de verdades encerradas en sí mismas o de un código moral sin relación a Jesucristo o de un sistema de verdades religiosas que nos instruyen igual que los sistemas filosóficos; pero que no nos llevan al encuentro y vivencia de una Persona, la Única que da sentido al hombre, a la existencia y vida humana, al matrimonio y a la familia, la única que puede salvar este mundo y llenarle de sentido de por qué vivo y para qué vivo: Jesucristo. El sistema acepta y explica la realidad, el mensaje la asume y quiere transformarla: es historia de Salvación. El marxismo es un mensaje, el cristianismo es un mensaje, porque los dos hablan y trabajan para transformar la realidad; los dos predican una revolución para conseguirlo: uno, la igualdad mediante el odio y la lucha de clases; el cristianismo, con el evangelio y la vida de Jesús de Nazareth. Ésta es la originalidad del  cristianismo: es un mensaje de salvación que se dice y se hace en una persona, Jesucristo; esta persona se hace presente por la Palabra y sobre todo, por la Eucaristía, que hace presentes todas las palabras, sentimientos, actitudes y hechos salvadores de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, de forma sacramental.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CICLO LITÚRGICO

 

        Es ya conocida por todos la distribución de las Lecturas de la Sagrada Escritura en un ciclo de tres años, nominados  ciclo A, B y C, mediante los cuales queremos llegar al conocimiento de lo esencial del mensaje de Cristo. Cada uno de los tres años litúrgicos tiene un ritmo teológico particular, que se manifiesta en los Evangelios de los domingos durante el año. El año litúrgico A sigue el Evangelio según San Mateo; el B expone el Evangelio según San Marcos, y en el ciclo C leemos el Evangelio según San Lucas, quedando San Juan para los tiempos de Navidad, Cuaresma y Pascua. Porque la Sagrada Escritura como «ha de ser leída e interpretada con el mismo espíritu con que fue escrita para llegar a penetrar con exactitud el verdadero sentido de los textos sagrados, hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, sin olvidar la Tradición viviente de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (DV 12). De esta forma, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de dicha esperanza y venida del Señor» (SC 102). La razón es conocer todo el proyecto de Dios a través de la Historia de la Salvación.

        Dice el Vaticano II: «Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad por medio de Cristo… En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2).

        Dios se reveló primero y nos reveló a su Hijo como Palabra creadora del mundo y de los hombres: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3). Y todo fue por amor: “porque Dios es amor”, no existía nada, sólo Dios, y Dios, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Vida, de Amor, de Felicidad quiso crear a otros seres para hacerlos partícipes de su mismo gozo Esencial y Personal: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó…” (1Jn 4, 10)  primero, añade la lógica del sentido.

        Destrozado este primer proyecto de Dios, el Consejo Trinitario, en ejercicio de Amor de Espíritu Santo, pensó y realizó por el Hijo el segundo, mucho más maravilloso, que hace  como blasfemar a la Liturgia de la Semana Santa: «Oh felix culpa», oh feliz pecado…¿Cómo llamar feliz y dichoso al pecado? Pues porque el pecado hizo que Dios nos expresara más infinitamente su amor y su ternura por el hombre, por su Hijo Amado: “… porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor  que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 8. 10).

        Y Cristo se encarnó y se hizo Palabra reveladora del proyecto de Dios Amor,  con sus hechos y dichos salvadores: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). ¿Por qué murió Cristo? ¿Por qué le condenaron a muerte? Por predicar la Verdad del Padre sobre el hombre y  por predicar y realizar el proyecto salvador de nuestro Dios Trino y Uno: “que somos hijos de Dios y, si hijos, también herederos, coherederos con Cristo”. Murió por predicar y querer establecer el reino de Dios en el mundo;  el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos: el “yo”, el dinero, el sexo…; todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, de hermanos, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca son invitados por el mundo: los pobres, los que sufren, los deprimidos, los que nos piden tiempo, humildad, paciencia, afecto, porque lo necesitan y no pueden devolvernos nada a cambio, porque son así de pobres; por eso el mundo no los invita nunca a su mesa, y nosotros tenemos que hacerlo por Dios, porque Dios quiere y solamente Él puede amar así y darnos la fuerza para amar de este modo.

        Por esto murió Cristo, porque los poderosos de entonces y de siempre no aceptaron el proyecto del Padre sobre su reino, que empieza ya en la tierra y nosotros tenemos que predicarlo y vivirlo. Murió Cristo por ser profeta verdadero que habla en nombre del Padre, sin callar ni tergiversar la verdad:     “…desde entonces decretaron darle muerte… los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo podrían matarlo…” (Mc 11, 18).

USO DE ESTE LIBRO

        Damos material abundante para que cada uno tome las notas que prefiera y elabore sus homilías. En una homilía van a veces tres o cuatro. Las tenía hechas y predicadas. Ha sido cuestión de pasarlas de escritas a mano a ordenador. Mi intención es esta: te ofrezco estas reflexiones; yo las suelo predicar, pero no todas a la vez, sino una o dos; y además así, como están, este es mi estilo; tú predícalas como más te guste y según tu estilo. El estilo es la persona. Tú escoges las ideas y el estilo o las formas que más adecuadas te parezcan para el auditorio y las circunstancias. Y en cuanto al tiempo, ya sabes que la gente no aguanta mucho. Deja algo para otro año.

        También ofrezco Retiros y Meditaciones para los tiempos fuertes del año litúrgico. Puedes comprobarlo rápidamente por el índice del libro. Y para estos retiros encontrarás más meditaciones en los ciclos A y B que tengo publicados.

        Todas estas predicaciones las tengo en el ordenador. Así que te las puedo copiar y enviar sin costo alguno. Solo me interesa que el Señor sea conocido y amado. Esto es lo que hago yo cada semana; enciendo el ordenador, abro el libro y el domingo pertinente, copio toda la homilía en la pantalla, luego voy quitando o añadiendo, e imprimo lo que me interesa y así sale una homilía nueva.

        Con todo afecto. Que seas un auténtico profeta de Cristo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DOMINGOS DEL TIEMPO ORDINARIO

 

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 62, 1-5.

 

        La primera lectura es un poema nupcial que canta el desposorio de Dios con su pueblo. A Dios le duele que su pueblo escogido ande de un lado para otro, despreciado y humillado y le promete amor fiel y total como dos esposos enamorados: “Ya no te llamarán abandonada…” El matrimonio es el signo máximo de la amistad y de amor humano. Cuando un esposo se casa le dice a su esposa: Yo te quiero a ti, a ti sola, no habrá más mujeres en mi vida, y te quiero para siempre, no habrá divorcios y separaciones. Así quiere Dios la amistad con la humanidad. Las dos partes deben cumplir el compromiso. Dios quiere así a los hombres. Dios nos ama con amor  eterno y total.

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 12, 4-11

 

        En la segunda lectura de la carta a los Corintios, el Apóstol desarrolla su doctrina sobre la Iglesia, esposa de Cristo, vista por dentro, donde Cristo la ha enriquecido con muchos dones por su amor esponsal, pero el principal de todos ellos es el amor. El amor es el alma, el motor, el corazón de la Iglesia, como lo es de todo matrimonio. Sin amor  no hay vida, gozo, tensión hacia el otro, felicidad plena, realización total. Sin amor no hay matrimonio. La Iglesia lo considera nulo.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 2, 1-12.

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Si queremos comprender bien los milagros de Jesús en el evangelio de San Juan, tenemos, ante todo, que darnos cuenta de su significación, de su motivación y sentido.

        En primer lugar, los milagros de Jesús no son nunca un espectáculo, un retablo de maravillas. Eso lo rechaza Jesús como una tentación. Son siempre acciones de ayuda personal a un hombre determinado o a una comunidad concreta. El motivo y la ocasión primera parecen ser siempre la necesidad descubierta por Él en los individuos o en las multitudes; Jesús obra movido por la compasión. Los milagros se destinan a curar, despertar a la vida, librar del poder de las tinieblas y devolver la libertad de los hijos de Dios: “a que los ciegos vean, los cojos anden y la buena nueva se predique a los pobres”.

        En segundo lugar, los milagros tienen un trasfondo más profundo que la simple apariencia, tienen una significación simbólica. San Juan hoy a éste le llama «signo». Los milagros son signos de lo que Dios quiere o piensa, son anuncio previo de lo que va a hacer. Dios muestra en algunos momentos lo que quiere y puede hacer con el hombre y para el hombre. Es un anuncio callado de la salvación última, de la consumación de la historia de la salvación.

 

        2.- Aquí todavía no había llegado “su hora”, pero María la anticipa; todo esto es un signo del poder suplicante de la madre y de los futuros esponsales del Hijo con su Iglesia. Los signos son del Hijo enviado por el Padre para la salvación de los hombres; en ellos pone de manifiesto su poder, su grandeza, su gloria. De ahí que la verdadera respuesta es la fe, como en el signo de hoy, “donde manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él”.

        Y en esta historia de la Salvación San Juan contó con la intimidad de María en su casa y se enteró de viva voz por ella de la vida vivida con su Hijo, que nos manifiesta el papel de María en la obra de Cristo. María es la nueva Eva, la mujer de la primera página del Génesis “la mujer que me diste como compañera…” Pero aquí “la mujer”, término usado en San Juan en lugar de madre, está dada y asociada a la salvación, a «su hora», donde ella interviene como mediadora  e intercesora.

 

        3.- El Vaticano II ha hablado muy claramente de María como mujer asociada a la obra de la Salvación, de la Iglesia y de cada uno de nosotros: «Esta su maternidad perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hayan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62,1).     

        Por ser Madre de Cristo y Colaboradora en la obra de la Redención, por voluntad de su Hijo, «María es nuestra madre en  el orden de la gracia» (LG 61). Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y de todos los hombres en el orden espiritual. De Cristo, madre física; de nosotros, madre y modelo de fe, esperanza y caridad, madre espiritual. Dice el Vaticano II: «En María, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente con purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser» (SC.103).

 

BODAS DE CANÁ

 

QUERIDOS HERMANOS; De la presencia e intervención de María en las bodas de Caná, nosotros, especialmente sus hijos sacerdotes en su hijo Jesús, único sacerdote, debemos aprender varias enseñanzas:

 

        1º) En primer lugar veamos el amor siempre materno y activo de María, y la sencillez y la humildad con que lo practica. María no solo ha ido a la boda para pasarlo bien sino para  que todos lo pasen bien. Yo, Juan, Enrique, Gonzalo… estoy en esta casa sacerdotal… No lo olvidemos esto nunca en nuestra vida. Por eso, siendo devotos de María y rezándola con sinceridad todos los días, se aprenden muchas cosas.

Porque María siempre está inclinada sobre la universalidad de sus hijos, todos los hombres. Y aquí en concreto, en este momento de la boda, y desde esta disposición permanente de madre de todos los hombres, se acerca a su hijo Jesús para pedirle una gracia, una atención para con los nuevos esposos, porque todo lo tiene presente en su corazón. Gracias, madre, cuánto nos quieres. María todo lo tiene presente en su corazón. Por eso, sus apariciones.

Hermanos, imitémosla, es nuestra madre sacerdotal y modelo. Tengamos como ella presente en nuestra oración a todos los hombres, a nuestras parroquias, diócesis...lo necesitan porque en este mundo ateo se están quedando sin el vino de la fe, de la eucaristía, de la certeza y amor de Dios.

 

        2º) En 2º lugar llama la atención que sea María la que caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús para comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo; también de sus sentimientos de amor a los hombres por los que ha venido a nuestro encuentro.

Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho, como en nosotros, sacerdotes, tiene que existir siempre, aún jubilados, esta confianza en Jesús: imitémosla: Señor, con María, tu madre, nuestra madre, te digo: este mundo se está quedanto sin vino, sin fe, sin amor, no tiene el vino de tu amor, de tu salvación: iglesias vacías, pocos bautizos, menos bodas en tu amor, domingos sin misas o vacías... Pero nosotros confiamos en Ti, por eso venimos a tu presencia todos los días, rezamos, nos ofrecemos para ayudarte…

 

        c)Y lo que sorprende más todavía, por la narración del evangelio, es que los novios, que son los verdaderos protagonistas de la fiesta,  son los que no se han dado cuenta del malestar bochornoso, que se les viene encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. Pero María sí, es mujer y madre, como nuestras madres.

¿Y cómo? No lo sabemos. Es amor de mujer y madre, como todas las madres, amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Ella lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta a sí misma, qué puede hacer para remediarlo. No tiene dinero, pero sí una súplica y petición al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados, de los esposos y de todos nosotros. Como ahora  y siempre. Y como tenemos que hacer siempre nosotros, aún sacerdotes jubilados.

Los esposos no piden, porque no lo saben, ni saben de su poder y gracia, como muchos hombres, y cristianos, y muchos de nuestros feligreses, o simplemente cristianos. María, sí. Y nosotros también. Y ella, María, lleva estas necesidades de los esposos a Cristo, como lo ha hecho muchas veces con nosotros, y así los salva de esta situación.

¿Lo hago yo así como María, y me acerco a Cristo en el Sagrario, todos los días, a pedirle gracias y salvación por el mundo, ahora que todo mi apostolado principlamente no es de acción sino de oración y petición, especialmente por estos hombres, que se están alejando de la fe con estos medios y guasad donde no aparece Dios, ni la eternidad, ni juicio de Dios pero no por eso dejan de existir y se realidades eternas?

 

        d) En los camareros, María, crea una actitud de obediencia en relación con su Hijo: “haced lo que Él os diga”. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del mayordomo.

Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino, del signo obrado, sino a Cristo, porque así “se manifestó la gloria de Dios en Él”, es decir, que era el Mesías.

Hermanos, que seamos mediadores de la salvación de los hombres. Porque ese es el Cristo que está en nuestros sagrarios y ahora viene a nosotros en la misa: ¿Creo y me fío totalmete de Él? ¿Vivo así yo mi sacerdocio con mi oración continua y petición confiada en Cristo Eucaristía que es el mismo del evangelio de hoy y de siempre, con el mismo amor, compasión y ternura?

 

        e) Y detrás de este milagro, vino la gracia espiritual “y sus discípulos creyeron en Él”. Por intercesión de María, Jesús hace un signo, como los sigue haciendo ahora, por medio de la intercesión de su Madre, para que creamos en Él. La confianza y la fe viva de María ha servido para fortalecer la fe incipiente de los discípulos de entonces y de todos los tiempos. Que la confianza y fe viva, la vivencia de fe de los sacerdotes ayude siempre a la fe incipiente de los creyentes: Maria, hermosa nazarena, virgen guapa, ayúdanos a conocer y amar a tu hijo como Tú, ayúdanos, confiamos en ti.

 

        5º.-  “Haced lo que Él os diga...” Hermanos y amigos sacerdotes, cuando tengamos un problema o una necesidad, digamos: María, Madre, díselo, díselo, dile a tu Hijo mi sufrimiento, mi problema, mi necesidad, mis deseos. Y conservemos siempre en nuestro corazón estas palabras de la Virgen: “Haced lo que Él os diga”. Son las últimas que los evangelios nos consignan de Ella; es su testamento; y aprendamos de Ella, de su vida y palabra, porque es su último consejo para todos nosotros: Madre, haré siempre “lo que Él diga”, hijos míos sacerdotes: “haced lo que Él os diga”.

        Madre, no las olvidaremos nunca, no las podemos olvidar, porque confiamos totalmente en ti, es decir, en tu Hijo, en el poder y amor del Encarnado en tu seno y que tiene tu carne y tu misma sangre, por eso cuando comulgo...bien… tú lo sabes, te siento también a ti, el pan tiene sabor de María, es su carne, te como a ti en Él, en el hijo de tus entrañas.

        María, madre del alma, virgen bella, cómo nos quieres, cómo nos amas, cómo sigues pendiente de todos nosotros, tus hijos en el Hijo, tus hijos sacerdotes, ya jubilados, pero totalmente activos por el apostolado de la oracion continua; nosotros también te queremos y confiamos en Ti, Madre del alma, guapa, un beso.

       

 

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SEGUNDA HOMILIA

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        Sólo en tres ocasiones de la vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas de Caná. San Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

        San Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. San Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad, vecindad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

        Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

        Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

        La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena.

        Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras claves para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: “mujer”. Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María “mujer”, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

        ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenernos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.       Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre.

Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida.

La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a María se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de Él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

        Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz.

        No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas.

        En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora” (Jn 2, 10).

        El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

        Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

        Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena.

        Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.
        María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaún.

        Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.

        En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

        Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

        En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

        Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro está la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos» (RM 21).

        En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión).

        Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

        En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria.

        Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

        Las palabras de María a los camareros “Haced lo que Él os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la Anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

        Si en el fondo de esta descripción de las bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo.    De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).        Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede.

 (Esta homilía esta inspirada en MARIA EN LA FE CATÓLICA, de Alejandro Martínez Sierra, Madrid 2003,  págs. 85-96)

 

 

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III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10

 

        En el año 444, por primera vez después del exilio, el pueblo reunido en Jerusalén celebra en asamblea festiva la liturgia de la Palabra, a la cual sigue la comida común. En el texto, que habla de la promulgación de la ley hecha por el sacerdote y escriba Esdras, se nos describe la estructura tradicional de la asamblea litúrgica. Es celebrada con gozo la Alianza, pero con la mirada vuelta hacia el futuro; el pueblo reunido eleva la oración al Señor; después el escriba, desde lo alto del estrado, abre el libro de la Ley, y algunos lectores escogidos proclaman varios versículos del Deuteronomio, de frente a la asamblea, que escucha en recogido silencio. Sigue la explicación del texto sobre la observancia de la Ley, el pueblo se convierte por la escucha, llora su pecado y la traición hecha a la Alianza. Esdras interviene para invitar a todos al gozo del perdón, a la fiesta y al banquete “pues es un día consagrado al Señor”.

 

SEGUNDA LECTURA: 1ª Corintios 12, 12-31ª

 

        El texto de Pablo describe la comunidad cristiana como “cuerpo de Cristo”. La densidad eclesiológica es sorprendente. Las ideas fundamentales expuestas son que el cuerpo “es uno” dentro de una rica pluralidad y diversidad de miembros: “así es también en Cristo”. De este modo el Apóstol nos lleva de golpe a la raíz al afirmar que la comunidad no es simplemente como un cuerpo sino “el cuerpo de Cristo”. Y antes de explicar la teología que encierra nos dice que esto es posible por el santo bautismo que es un don del Espíritu. Por lo tanto, lo primero es la comunión con Cristo; ésta es la raíz de la unidad dentro de la diversidad y de la variedad de los miembros. En razón de esta misma unión por el bautismo las diferencias sociológicas no tienen importancia alguna y son abolidas. Las nuevas diferencias son de servicios y funciones, no de dignidad y división.

       

 

        QUERIDOS HERMANOS: En el evangelio de hoy podemos distinguir dos secciones pertinentes a dos capítulos distintos de Lucas. La primera parte pertenece al prólogo de su evangelio donde Lucas declara su intención de relatar la verdad sobre Jesús y sus fuentes; en la segunda sección se contienen la autopresentación de Jesús en la sinagoga de Nazareth aplicándose el texto de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí…”

        Recordad  que tanto Marcos como Mateo empiezan la vida pública de Jesús con una  invitación a la conversión: “El reino de Dios está cerca, convertíos y creed la buena noticia…” Sin embargo, como hemos podido comprobar San Lucas empieza el ministerio público de Jesús con una buena  nueva de liberación  para los pobres, los oprimidos, los cautivos y los ciegos, cuatro categorías de personas que engloban la miseria y la necesidad del hombre.

        Jesús, como vemos, tomó partido por la liberación integral y total del hombre que comprende cuerpo y espíritu. Viene a liberarlo tanto del pecado personal, base de todas la demás injusticias, como de los pecados sociales y estructurales. Lo que ocurre es que al ser el hombre mismo, por su pecado original, causa de todos los demás pecados, Cristo habló principalmente de la liberación interior, personal, espiritual, que motiva las liberaciones sociales o estructurales.

   El principio de la liberación para Cristo es fundamentalmente religiosa, y ésta, si es verdadera, tiene consecuencias y manifestaciones naturalmente sociales y estructurales en orden a la familia, matrimonio, trabajo, salario, vivienda, amor fraterno. Nadie que crea y siga a Jesús y viva su evangelio, puede ser indiferente al hombre y a todo lo humano, porque Cristo se encarnó para la liberación integral del hombre. Así que nada de espiritualismos individuales, desencarnados, egoístas; sino fraternos, comprometidos, encarnados en el hombre y en la sociedad.

        Nunca debe identificarse evangelio con política, pero el evangelio bien entendido y vivido tiene consecuencias morales, sociales y políticas. La gran decepción de los últimos años es comprobrar que los cristianos españoles no están formados en el evangelio, no lo viven, no lo practican y no lo han tenido en cuenta ni lo siguen en opciones políticas que van contra la moral evangélica y el concepto de hombre y matrimonio y familia y vida que Cristo nos enseñó.

Es difícil, a veces heroico ser político y cristiano. Y todavía no he comprendido cómo puede un católico ser de IU o socialista votando partidos que defienden el aborto, la eutanasia, el amor libre, los divorcios… Dios dijo: “no matarás”; Jesús dijo: “El que se divorcia de su mujer comete adulterio” “El que escandalizare a uno de estos pequeños…”

        Dos son los extremos que hay que evitar: espiritualismo  desencarnado, y encarnacionismo desespiritualizado, sin dimensión trascendente; proyecto de hombre, familia, sociedad y trabajo, sin Dios ¿Qué puede hacer el cristiano en el campo de la política, cultura, economía…? Aportar la mentalidad del evangelio a favor de la justicia, igualdad, verdad, honradez y coherencia con la mentalidad humilde, pero esperanzada de los canteros del medioevo que piedra a piedra construyeron las grandes catedrales de nuestra patria.

Todos somos llamados a construir el reino de Dios predicado por Cristo y realizarlo en nuestros hogares, entre los cristianos de todos los pueblos. Todos somos miembros necesarios y útiles para construir el reino de Dios en la tierra.

Queridos hermanos ¿Por qué decimos todas esas cosas hoy? Porque cuando se proclama el evangelio en la Misa, es el mismo Jesús el que está presente hablando a los creyentes... Nunca debemos escuchar la proclamación del Evangelio como quien escucha relatos de cosas pasadas.

Y esto lo tiene que tener presente sobre todo el mismo sacerdote que celebra y luego con el pan en las manos y el vino dirá: “Este es mi cuerpo… esta es mi sangre… la mía, la tuya, la de Gonzalo… no, la de Cristo, por eso el sacerdote debe escuchar primero la homilía que Cristo desde el Sagrario le dice en la oración o en el diálogo personal con Él sobre el evangelio del día, y luego predicarlo, algo que no deben olvidar nunca especialmente los párrocos, que los feligreses les vean cómo preguntan a Cristo en el Sagrario y dialogan con Él sobre el evangelio del domingo o los problemas de cada día en la parroquia.

Porque la Palabra de Dios no envejece: está tan fresca como cuando la proclamó el mismo Cristo y se escribió por el Espíritu Santo. Por eso  el párroco se la tiene que escuchar antes al mismo Cristo en ratos de oración y Sagrario para predicar su palabra con su mismo amor y sentido en los tiempos presentes.

Jesús en la eucaristía de este domingo de la Palabra de Dios nos trae hoy la Buena Noticia de la Salvación, del perdón, de la transformación de los corazones, de un mundo nuevo, en el que los que son moralmente más débiles son recibidos con el amor de Cristo. Celebremos así siempre la santa misa y escuchemos sus mismas Palabras al mismo Cristo y luego vivámosla cuando salgamos.

 

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DOMINGO III C 2ª parte de la Liturgia de la Palabra (Maitines)

 

De la Constitución Sacrosánctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, del oncilio Vaticano segundo.(Núms. 7-8. 106)


CRISTO ESTÁ PRESENTE EN SU IGLESIA


Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, tanto en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, como sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues él mismo prometió: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

En verdad, en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno.

Con razón, pues, se considera a la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y realizan, cada uno a su manera, la santificación del hombre; y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.
En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia no es igualada, con el mismo título y en el mismo grado, por ninguna otra acción de la Iglesia.

En la liturgia terrena participamos, pregustándola, de aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo, ministro del santuario y de la verdadera Tienda de Reunión, está sentado a la diestra de Dios; con todos los coros celestiales, cantamos en la liturgia el himno de la gloria del Señor; veneramos la memoria de los santos, esperando ser admitidos en su asamblea; esperamos que venga como salvador Cristo Jesús, el Señor, hasta que se manifieste él, que es nuestra vida, y nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria.

La Iglesia, por una tradición apostólica que se remonta al mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la eucaristía, celebren el memorial de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios que, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No deben anteponérsele otras solemnidades, a no ser que sean realmente de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico.

 

RESPONSORIO    S. Agustín, Comentario Sal 85, 1

 

R. Cristo ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios. * Reconozcamos nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros.
V. Cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros.
R. Reconozcamos nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros.

 

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        Queridos hermanos: El texto de Isaías le sirvió a Cristo para predicar en la sinagoga y a mí me sirve para empezar también la homilía de este domingo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista…”

Sería injusto no hablar hoy del Espíritu Santo, al que Cristo considera en el evangelio de hoy la fuerza y la potencia de su misión. Vosotros sabéis que en la santa misa podemos recitar dos formulaciones del Credo. Una, llamada de los Apóstoles, que es más breve, donde sencillamente se dice: «Creo en el Espíritu Santo». Hay otra formulación del Credo, llamado Nicenoconstatinopolitano, porque se definió en estos  Concilios, hacia el año 340, donde se desarrolla más ampliamente este artículo de la fe, diciendo: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de  vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas”.

        Voy a explicar esta fórmula, partiendo de “que procede del Padre y del Hijo y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.

 

        1.-Para explicar el misterio trinitario de Dios los teólogos dicen que las personas divinas del Hijo y del Espíritu Santo proceden y no nacen: porque el nacer indica tiempo, y como las tres divinas personas no son unas antes que otras, sino que tienen la misma vida infinita, con el mismo ser y existir eterno, infinito, sin límites, no puede expresarse su procedencia con el término nacer. Proceden como relación de Padre e Hijo y entonces el Padre es Padre en cuanto el Hijo es Hijo, quiero decir que el Padre depende, procede del Hijo para ser Padre y es el Hijo el que le constituye Padre por esta mutua relación, que es simultánea, a la vez. Y como el Padre es Padre por el Amor, y el Hijo es Hijo en el Amor, que es Espíritu Santo, los Tres existen a la vez en su Ser infinito. Eterno es el Padre, eterno es el Hijo, eterno es el Espíritu Santo. Son un solo Dios, Divinidad, esencia, vida, verdad, poder, existir en tres personas distintas.

 

        2.-En la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, al ser el Amor, es la comunión, el beso y el abrazo, que los une eternamente en el mismo Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Y ese  Amor, es la esencia de Dios. Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Sin amor, sin Espíritu Santo no hay vida en Dios ni en nosotros, sin Amor no hay vida cristiana. Y si Dios, dentro de sí, es Amor, todo lo que haga fuera de sí, también es todo Amor personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre siempre en el Espíritu Santo. Y todo lo que hace el Hijo lo hace movido por el Espíritu Santo. Y todo lo que existe, el mundo, el hombre, Jesús de Nazareth  como hombre, al que se une la segunda persona y todo lo que hizo… es obra del Amor, todo viene de Dios por el Amor, todo es obra de su Espíritu, toda la creación y la salvación de Cristo es obra del Espíritu Santo, de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: Todo es don y amor del Padre al Hijo en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, pues, es el origen de toda la creación y salvación y permite al hombre ser espiritual, vivir su misma vida participada, es decir, capaz de recibir el amor de Dios, su amistad.

 

        3.- El Cristianismo, como evangelio y obra salvadora, es obra de Cristo por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es su espíritu, su alma, su vida, quien le unge, le mueve, le hace predicar; todos sus misterios, desde su nacimiento hasta su Resurrección, tienen lugar en el Espíritu Santo en dos momentos principales: antes de la Resurrección, a Jesús le es dado el Espíritu Santo; después de la Pascua, es Jesucristo resucitado, sentado como Hijo de Dios a la derecha del Padre, el que envía el Espíritu Santo sobre su Iglesia. La carne de Cristo ha sido transformada en Espíritu Santo y viene Cristo entero a nosotros, pero hecho fuego, llama de amor viva, esto es, Espíritu Santo.

 

        4.- El Espíritu del Padre y del Hijo es el Amor, el Fuego y la Fuerza, no sólo de la Santísima Trinidad  eternamente, sino desde Pentecostés, también de la Iglesia que camina guiada, animada y santificada en el tiempo por el Espíritu del Padre y del Hijo, por su mismo Amor, es decir, por la tercera persona de la S. Trinidad.

Dice el Papa en la Encíclica DOMINUM ET VIVIFICANTEM: Señor y Dador de Vida:  «Él es en el misterio absoluto de Dios Uno y Trino, la Persona-Amor, el don increado, fuente eterna de toda dádiva, que proviene de Dios en orden de la creación y, en cierto modo, el sujeto de autocomunicación de Dios en el orden de la gracia… lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia… El Espíritu, de hecho, actualiza en la Iglesia de todos los tiempos y de todos los lugares la única revelación traída por Cristo  a los hombres, haciéndola viva y eficaz en el ánimo de cada uno».

        Los cristianos debemos invocar con más frecuencia al Espíritu Santo: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles…»

 

        5.- Jesús está  ungido-empapado de Espíritu Santo, que es Verdad y Amor. La Verdad nos hará libres, ha dicho el Señor. Por eso Él es un hombre libre para amar a su Padre por encima de todo, su yo está sometido en adoración permanente al  servicio del Padre, sus pasiones están totalmente sometidas a su voluntad, que busca la verdad del hombre, lo que le hace  bien y por eso su amor es libre de esclavitudes.

        Viene a liberar al hombre de todo lo que le esclaviza: sus pasiones, el mundo, la sociedad. Es la buena noticia. Hoy una sociedad permisiva juega precisamente con este equívoco de fondo: dar al individuo la ilusión de que es libre porque le deja satisfacer todos su instintos y pasiones: placer, diversión, consumismo: la elecciones políticas son entre consumismos y esclavitudes,  para después dominar al hombre y manipularlo con las esclavitudes del consumismo, sexo, pasiones, egoísmos.

        Y como consecuencias de la falta de dominio, de libertad: la tristeza de vivir fuera de sí, la dependencia de otros y otras cosas, el infantilismo permanente, la falta de personalidad: independencia, seguridad

       

        6.- Con Jesús ha venido la buena noticia:

 

a) “Me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres…”; pobres no son sólo los que no tiene dinero, sino también los desamparados, los que no tienen a nadie; la pobreza hoy tiene muchos nombres, los ancianos, los enfermos, incultos, los deprimidos, los abandonados… Jesús es la buena noticia para todos ellos porque Él personalmente se acercará más a ellos por sí o por su Iglesia y serán preferidos en sus atenciones: qué buena noticia para ellos; por eso son felices y bienaventurados…

 

b) “Para anunciar a los cautivos la libertad...” a los cautivos ¿de qué? Del dinero, del consumismo, de la carne, del materialismo… Porque si ellos quieren y le piden ayuda, Él les dará fuerzas y motivos para vencer con su gracia  en la lucha contra todas las esclavitudes del pecado. Y esto es una buena noticia para todos los que quieran liberarse y no pueden.

 

c) “Dar la vista a los ciegos”. Tantos ciegos como hay en el mundo que no saben por qué viven y ni para qué, a dónde van; tantos ciegos, que, como dice el mismo Jesús en otro lugar del Evangelio, “viendo no ven”, porque no tienen la Verdad y el Camino y la Vida verdadera, que es Cristo. Luchemos para que se haga hoy realidad en nosotros el deseo de Cristo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir…”

 

 

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IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Jeremías 1, 4-5. 17-19

 

        La llamada a Jeremías para ser profeta de Israel viene en el momento trágico en que se inicia la caída del reino de Judá. Él tiene la ingrata misión de acusar al pueblo que vive en el desencanto moral y religioso, por lo cual su vida se convertirá en una lucha continua contra los poderosos políticos y religiosos de su tiempo. Para cumplir esta misión Dios pide valentía al profeta: “Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos”.  La fuerza de la vocación del profeta superará estas dificultades de hostilidad religiosa y social porque se fía en el que le ha elegido y no fallará: “lucharán contra ti, pero no te pondrán, porque yo estoy contigo para librarte, oráculo del Señor.”

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 12, 31-13,13

 

        La Iglesia de Corintio ha sido para Pablo motivo de muchas preocupaciones. Mas todos los problemas que el Apóstol ha tenido que afrontar se pueden resumir en un solo pensamiento: él ha sido testigo del amor de Cristo por todos ellos. Por eso les exhorta a que por encima de todos los carismas más visibles y deslumbrantes que se dan en la comunidad, todos aspiren al más alto de todos, que es la caridad. De hecho el fundamento de todos ellos es el amor, que debe relativizar todos los demás, referentes a la estructura como a los modos espirituales. Hay que llegar hasta el corazón del mensaje cristiano, que es el mandamiento nuevo del amor a Dios y a los hermanos. Este es el único camino que conduce a la humanidad a la civilización del amor sin fronteras.

 

HOMILIA

       

Queridos hermanos:

 

        1.- La primera lectura y el  evangelio nos hablan hoy del profetismo. En el lenguaje ordinario se llama profeta al adivino que predice el futuro. Sin embargo en la Biblia se llama profeta al que habla en nombre de Dios, especialmente al que transmite en nombre de Dios un mensaje que censura la vida y las estructuras viciadas e instaladas al margen del evangelio y busca la conversión y la transformación  de las personas y de las instituciones.

        Lógicamente esta misión de profeta no es fácil. Nadie la escoge voluntariamente. Es Dios quien escoge. Porque todos nos echamos para atrás ante las represalias y persecuciones. Tenemos miedo como lo tuvo Jeremías de tener que decir en nombre de Dios las verdades olvidadas y pisoteadas por el pueblo. Pero el profeta tiene que obedecer a Dios: “Ponte en pié  y diles lo que te mando… vendrán contra ti, pero no te podrán porque yo estoy contigo para liberarte”.

        Siempre ha existido y existirán, junto a los verdaderos profetas, los profetas palaciegos, más pendientes de agradar a los poderosos, al poder, que de decir la verdad de Dios a los hombres, sobre todo, cuando ésta es desagradable o exigente. El verdadero profeta nos mueve continuamente a la conversión, a la santidad, a la generosidad; su palabra es verdadera, nos exige… Por eso, los verdaderos profetas pocas veces son bien aceptados por la masa, sólo por una minoría, y nunca por el poder.

        Lo vemos este domingo en Jeremías y en Cristo. Tenemos miedo a oír las palabras del profeta, porque estamos instalados, preferimos la comodidad a la virtud, el halago a la corrección, la pereza  al esfuerzo. Una predicación profética no disimula nuestra mediocridad en seguir al Señor sino que nos estimula y corrige nuestro cristianismo cómodo e instalado.        Hoy faltan profetas en las tres grandes escuelas donde somos llamados a ejercer el profetismo: la Iglesia, la familia y la escuela. El mundo llama virtudes al vicio, libertad a la esclavitud.

        Los paisanos de Jesús se admiran en principio de sus palabras. Pero “nadie es profeta en su tierra”. Jesús no puede hacer milagros como en Cafarnaún, porque no creen en Él, porque les falta fe a sus paisanos. Al hablar claro, Jesús sufre la murmuración y persecución. Nuestras críticas surgen en la mayor parte de la envidia y contra los que tal vez nos han hablado claro y nos sentimos humillados. Por eso también somos incapaces de alegrarnos con el éxito de los demás.

 

2.- En la segunda Lectura de este domingo, San Pablo hace un canto a la caridad cristiana. Para San Pablo  la caridad es la verdadera reina de todas las virtudes. En una Iglesia en la que los carismas de Dios se repartían abundantemente en sus más variadas formas, existía el peligro de supervalorarlos y creerse justificados por el carisma mismo. La doctrina de Pablo es clara, tajante:

        a) “Aunque tenga el don de profecía o de lenguas o de hacer milagros, aunque entregue mi cuerpo a las fieras o distribuya mis bienes entre los necesitados, si no tengo caridad, de nada me sirve...” La caridad es necesaria y suficiente para transformar en divinas, a imagen de Dios, todas las acciones del hombre. Es una verdad teológica, que sin caridad, sin amor de Dios, los actos humanos no valen nada sobrenaturalmente.

        b) Sin caridad, todos los carismas son inútiles, aún los más heroicos, si no están hechos desde el amor a Dios y a los hermanos… y lo contrario también es verdad: aunque no tenga grandes carismas… si tengo caridad, todo lo puedo en la fe, esperanza y caridad de Dios ¿Qué es caridad? No es simpatía ni mera filantropía… es amar a Dios y a los hermanos por el Espíritu Santo: La caridad es magnánima, benigna, humilde, se alegra con el bien de los demás, todo lo espera, todo lo soporta.. La caridad no es envidiosa, jactanciosa, orgullosa, vengativa, irritable…”

Quizás hay que reconocer que no hemos sido educados en la caridad… Sólo en la fe, en la moral, en el deber… Sin embargo, el amor resume y compendia todo el evangelio, toda la moral, toda la vida del cristiano y de los verdaderos seguidores de Jesús y su testamento. Valoremos la caridad, pidámosla y esforcémonos por practicarla

 

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DOMINGO IV C

 

                    Queridos hermanos:

 

        1.- La primera lectura y el  evangelio nos hablan hoy del profetismo. En el lenguaje popular y vulgar se llama profeta al adivino que predice el futuro. Sin embargo en la Biblia se llama profeta al que habla en nombre de Dios, especialmente al que transmite en nombre de Dios un mensaje, ordinariamente mensaje que censura la vida y las estructuras viciadas e instaladas del tiempo o del futuro al margen de la Ley de Dio o del evangelio y busca la conversión y la transformación  de las personas y de las instituciones al seguimiento y amor verdadero a Dios.

        Lógicamente esta misión de profeta no es fácil. Nadie la escoge voluntariamente. Es Dios quien escoge. Porque todos nos echamos para atrás ante las represalias y persecuciones que el mensaje puede provocar. Tenemos miedo como lo tuvo Jeremías de tener que decir en nombre de Dios las verdades olvidadas y pisoteadas por el pueblo. Pero el profeta tiene que obedecer a Dios: “Ponte en pié  y diles lo que te mando… vendrán contra ti, pero no te podrán porque yo estoy contigo”.

        La Iglesia de todos los tiempos  necesita profetas, especialmente ahora para el Sínodo de la Iglesia que ha convocado el Papa y en nuestras diócesis y parroquias necesitamos obispos y sacerdotes profetas que hablen claro en nombre de Dios, sobre todo, censurando vidas y mentalidades del mundo alejadas de Cristo y su evangelio y estén dispuestos a sufrir incomprensiones y persecuciones por Cristo y su evangelio. Siempre han existido y existirán estos profetas, pero junto a los verdaderos profetas, tambien existen en el mundo y en la misma iglesia los profetas palaciegos, más pendientes de escalar el poder y agradar a los poderosos que de decir la verdad de Dios a los demás, sobre todo, cuando ésta es desagradable y exigente.

Hoy faltan profetas en la Iglesia, en las diócesis y en las parroquias y hasta en las órdenes religiosas, llamadas a la santidad pero muchas de ellas instaladas en la mediocridad. El verdadero profeta es exigente, ordinariamente no cae bien porque nos mueve continuamente a la conversión, a la santidad, a la generosidad; por eso, los verdaderos profetas pocas veces son bien aceptados por la masa, por las parroquias, por las mismas congregaciones, sólo por una minoría, y nunca por el poder religioso. Lo he visto en historias personales y de la Iglesia.

        Y este domingo lo vemos en Jeremías y en Cristo. Tenemos miedo a oír las palabras del profeta, porque estamos instalados, preferimos la comodidad a la virtud, el halago a la corrección, la pereza  al esfuerzo. Una predicación profética no disimula nuestra mediocridad en seguir al Señor sino que nos estimula y corrige nuestro cristianismo o sacerdocio cómodo e instalado. Hoy el mundo, algunos estados y políticas llaman progreso, libertad, virtudes al vicio, a la mediocridad, a la esclavitud del pecado.

        Los paisanos de Jesús se admiran en principio de sus palabras. Pero “nadie es profeta en su tierra”. Y al hablar claro, Jesús sufre la murmuración y persecución. Jesús no puede hacer milagros como en Cafarnaún, porque no creen en Él, porque les falta fe, no quieren creer en sus palabras. Nuestras críticas muchas veces surgen en su mayor parte contra los que nos hablan claro aún en nombre de Cristo y su evangelio y nos sentimos humillados y estos profetas no son estimados con frecuencia aún por los mismos dirigentes y obispos en las diócesis o entre los hermanos sacerdotes y mucho es por envidia. Por eso también somos incapaces de alegrarnos con su vida y éxitos de algunos hermanos. Queridas hermanas, examinémonos todos, curas y frailes y monjas, porque esto es frecuente entre nosotros, en la misma iglesia.

 

2.- También quiero deciros esta mañana que en la segunda Lectura de este domingo, San Pablo hace un canto a la caridad cristiana. Para San Pablo  la caridad es la verdadera reina de todas las virtudes. En una Iglesia en la que los carismas de Dios se repartían abundantemente en sus más variadas formas, existía el peligro de supervalorarlos y creerse justificados por el carisma mismo. La doctrina de Pablo es clara, tajante:

        a) “Aunque tenga el don de profecía o de lenguas o de hacer milagros, aunque entregue mi cuerpo a las fieras o distribuya mis bienes entre los necesitados, si no tengo caridad, de nada me sirve...” La caridad es necesaria para transformar en divinas las acciones del hombre. Es una verdad teológica, que sin caridad, sin amor de Dios, los actos humanos no valen nada sobrenaturalmente. Hermanos, tengamos caridad en nuestras vidas, amor de Cristo a los hermanos.

        b) Sin caridad, todos los carismas son inútiles, aún los más heroicos, si no están hechos desde el amor a Dios y a los hermanos… y lo contrario también es verdad: aunque no tenga grandes carismas… si tengo caridad, todo lo puedo en la fe, esperanza y caridad de Dios ¿Qué es caridad? Nos lo dice S. Pablo: La caridad es magnánima, benigna, humilde, se alegra con el bien de los demás, todo lo espera, todo lo soporta.. La caridad no es envidiosa, jactanciosa, orgullosa, vengativa, irritable…”

Quizás hay que reconocer que no hemos sido educados en la virtud teologal de la caridad… Sólo en la fe…pero incompleta, no completada por el amor, la caridad. Sin embargo, el amor resume y compendia todas las demás virtudes, todo el evangelio, toda la moral, toda la vida del cristiano y de los verdaderos seguidores de Jesús y su testamento.

Queridas hermanas, siguiendo esta enseñanza de S. Pablo, o mejor, el evangelio de Cristo: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”, valoremos la caridad, pidámosla y esforcémonos por practicarla entre nosotros, hasta el heroismo, como Cristo, que dio la vida por todos aún por los que le criticaron y quitaron la vida: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Padre, perdona a los que me hacen o me han hecho daño por envidias, porque no saben lo que hacen. Perdónales porque quiero vivir y practicar la caridad como Tu, Jesús de mi vida: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

 

 

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DOMINGO V C  DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 6, 1-2ª. 3-8

 

        El texto nos habla de la vocación de Isaías, ejemplo de una profunda experiencia religiosa del profeta. Está escrito en torno al año 742 antes de Cristo, año de la muerte del rey Ozías y final de un periodo de prosperidad y autonomía de Israel. El tema de fondo es la santidad y la gloria de Dios que trasciende toda grandeza y poder humano. El escenario es el templo de Jerusalén y la descripción es antropomórfica: el Señor sobre el trono, rodeado de serafines. La primera parte nos presenta la teofanía de Dios y su trascendencia con varios términos simbólicos y litúrgicos. En la segunda parte, ante la grandeza de Dios, aparece la indignidad del profeta y su pecado. Pero Dios interviene purificándole. Entonces el profeta se deja invadir por la presencia de Dios que le envía a la misión.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 15,1-11

       

        El texto de Pablo está motivado por las objeciones de los corintios a la verdad de la resurrección de Cristo que destruye no sólo la integridad de la fe sino la misma Iglesia construida sobre esta base. Pablo responde con argumentos de fe y con el Credo que él les ha transmitido: son muchos los testigos de su resurrección y todos dignos de fe, porque han constatado el sepulcro vacío y han visto a Cristo resucitado. Este es el fundamento de su predicación, porque si Cristo no hubiese resucitado, vana sería la predicación apostólica.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 5, 1-11

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

1.- En este evangelio podemos apreciar el atractivo que Jesús ejercía con su presencia y palabra sobre las multitudes, que le obligaban a subir a una barca para poder hablarles. En sentido figurado en este evangelio podemos ver también la necesidad hoy de bogar mar adentro por la oración para escucharle, para conocerle y amarle más, como aquella multitud, sobre todo nosotros, los sacerdotes, para conocerle mejor y amarle en plenitud y ser eficaces apostólicamente hablando; finalmente, comprobar que hoy y siempre, en la iglesia, en las parroquias, pescar o querer pescar apostólicamente sin Cristo es trabajo inútil y un sacerdocio sin amor total y pleno a Cristo Sacerdote Único y a nuestra comunidad, a nuestra madre la Iglesia. Vamos a meditar brevemente solo dos puntos porque el tiempo no da para más.

        La situación histórica del evangelio de hoy es fácil. Nos encontramos en los comienzos  de la predicación del Señor. Sin embargo es tal la multitud que le sigue entusiasmada, que Jesús desciende a la playa y le obliga a subir a una barca para predicar  a la multitud; yo creo que esto nos hace recordar nuestros años juveniles de sacerdocio, años 60-90, cuando nuestras iglesias estaban llenas en la misas de los domingos y en otros actos que tuviéramos. Qué pena, hoy, tantas iglesias vacías o cerradas.

“La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios estando a orillas del lago de Genesaret… Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente”. Luego viene la pesca milagrosa y finalmente: “Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.

 

2.- Vemos por este evangelio cómo el pueblo galileo deja sus casas al amanecer en busca del Maestro. A nosotros, en cambio, la menor incomodidad nos retiene muchas veces en nuestras casas, en nuestras ocupaciones y comodidades y nos impide estar con el Señor en la oración, en el encuentro diario de amor con Él y le tenemos tan cerca… a unos pasos. Hay que vencer la comodidad y la pereza, no digamos la falta de fe viva.

Aquí en el sagrario está el Señor siempre esperándonos para hablarnos y comunicarse con cada uno de nosotros con los brazos abiertos y con sentimientos de amistad, para eso se quedó, a ver cual es la razón de su presencia permanente en nuestros sagrarios: encontrarse con nosotros en el camino de la vida hasta la eternidad.

Queridos hermanos, qué abandonado tenemos a veces al Señor, en nuestras parroquias por nuestros felgreses, muchas cerradas todo el día. En el fondo no hemos creído de verdad, no amamos y agradecemos su presencia eucarística, en el amor que nos tiene al querer quedarse tan cerca y presente con los brazos abiertos en todos los sagrarios de la tierra.

 

        3.- “Dijo a Pedro: boga mar adentro y echad las redes… duc in altum…” Estas palabras fueron tomadas por el Papa Juan Pablo II como lema de su Carta Apostólica Novo millennio ineunte. Os invito a que la volváis a leer y meditar, es uno de los documentos del Papa más profundos y que más me gustan sobre la oración, la santidad y el apostolado de los sacerdotes.

       

4.- “Y lo dejaron todo por seguirle…” Para seguir al Señor en nuestras vidas, en nuestro sacerdocio en plenitud hay que dejar algunas cosas, hay que dejar el yo, buscarnos a nosotros y los propios intereses para trabajar más por los intereses de Cristo, del evangelio, de la Iglesia. Hay que dejar todo lo que hay en nosotros de pecado. Y para esto primero hay que bogar como Pedro y los apóstoles mar adentro, “duc in altum...”  por el caminod la oración-conversión diaria y personal y eucarística,

Sólo por la oración-conversión diaria ante Jesús en el Sagrario podemos conocer a Cristo hasta ese punto y estar dispuesto a seguirle, vaciándonos de nosotros mismos. Sólo la oración nos lleva a este conocimiento tan profundo, una oración o encuentro con el Señor que pasará de la meditación u oración discursiva a la oración afectiva en que siento el gozo y la presencia de Cristo y ya no me supone tanto esfuerzo personal ni me cansa el orar porque lo siento afectivamente dentro de mí, para pasar luego, si Él me lo concede, a la oración pasiva unitiva o contemplativa, donde ya todo es gozar y amar por la gracia de Dios en mí: « ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que sólo en amor es mi ejercicio”. Oración-conversión diaria y eucarística por el Amor del Espiritu de Cristo, Espíritu Santo.

 Señor, nosotros queremos bogar mar adentro por la oración para conocerte  y amarte íntimamente, como los santos, los místicos: «Que no es otra cosa oración mental sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con aquel que sabemos que nos ama». Señor, bogaré mar adentro por la oración diaria y eucarística para conocerte más íntimamente, para estar más cerca de ti, para vivir en amistad permanente contigo.

Bogaré por una oración conversión más íntima y profunda, que me vaya vaciándome de mí mismo para llenarme solo de ti, de lo que tú me pides y me quieres dar en el trato diario contigo. Porque te necesito, porque quiero amarte como Tú me amas. Pero yo sólo no puedo, yo no sé amar así como Tú con amor extremo hasta dar la vida. Te lo pido.Concédeme  esta gracia, yo solo quiero decirte esta mañana:“«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».

 

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Queridos hermanos:

 

1.- En este evangelio podemos apreciar el atractivo que Jesús ejercía sobre las multitudes, que le obligaban a subir a una barca para poder hablarles. En sentido figurado podemos ver la necesidad de bogar mar adentro por la oración para conocerle y amarle más, para pescar y ser eficaces apostólicamente hablando; y finalmente, comprobar que pescar o querer pescar apostólicamente sin Cristo es trabajo inútil.

        La situación histórica del evangelio de hoy es fácil. Nos encontramos en los comienzos  de la predicación del Señor. Sin embargo es tal la multitud que le sigue, que Jesús desciende a la playa precisamente cuando los pescadores limpian las redes que les han servido durante las faenas nocturnas; en este momento también, nos dice el Evangelio de hoy, comienza decidido el reclutamiento de los futuros pescadores de hombres: “La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios estando a orillas del lago de Genesaret… Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente”. Luego viene la pesca milagrosa y finalmente: “Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.

 

        2.- Vemos por este evangelio cómo el pueblo galileo deja sus casas al amanecer en busca del Maestro. A nosotros, en cambio, la menor incomodidad nos retiene en nuestras casas, y nos aparta del Señor, de la oración, del encuentro de amor con Él y le tenemos tan cerca… a unos pasos. Aquí en el sagrario está Cristo esperándonos con sentimientos de amistad. Qué abandonado tenemos al Señor, incluso los mismos apóstoles y sacerdotes. En el fondo no hemos creído en el amor que nos tiene.

        3.- Le sigue y se agolpa una multitud. Es el atractivo que Jesús ejerce sobre los sencillos, sobre todo, por la palabra de Dios que predica. De tal forma que le obligan a tomar una barca. Y es que cuando se oye la Palabra auténtica de Dios, cuando el profeta habla en nombre de Dios y es más testigo que predicador, la Palabra sigue arrastrando las multitudes. Porque es palabra de verdad y vida eterna, no palabra humana. Es que el hombre escucha aquella palabra que le dio el ser y la vida, aquella palabra por la que fueron creadas todas las cosas. Por eso, estas almas no pueden vivir sin esta palabra de vida, porque es la vida de su alma, de su amistad con Dios.

        Por otra parte, el abandono del evangelio, de la escucha de la Palabra, de oír las Escrituras Santas, conduce al endurecimiento del corazón, a la ignorancia y ceguera espiritual, al alejamiento de la fe y piedad cristianas.

 

        4.- Subió a la barca y predicaba. Para Jesús toda la naturaleza se convierte en un púlpito de la Palabra, altar para alabar y hablar de Dios. Para nosotros debe ser igual. Nuestra oficina, nuestro hogar, el campo, la calle debe ser un pulpito y un templo donde ofrecer a Dios el homenaje de nuestra oración y sacrificio. Por eso a Jesús le da lo mismo la playa, que la montaña, el templo, o un banquete; siempre vive y habla la Palabra.

Nosotros también tenemos que predicar la Palabra y hablar de Dios desde cualquier sitio. Sobre todo, el hogar, la iglesia doméstica, debe ser un templo donde enseñamos la Palabra, la rezamos y la celebramos.

 

        5.- “Dijo a Pedro: boga mar adentro y echad las redes… duc in altum…” Estas palabras fueron tomadas por el Papa Juan Pablo II como lema de su Carta Apostólica Novo millennio ineunte. La hora más oportuna para muchas clases de pesca es la nocturna, pero hasta en los lagos abundantes, los peces suelen tener sus rutas caprichosas.Queridos hermanos, la noche y sin Cristo, es trabajo inútil. Tanto en la santidad personal como en el apostolado, todo depende de nuestra unión con Cristo a través de la oración fundamentalmente. No echemos toda la culpa al mundo, a las gentes, al ambiente, a los métodos empleados.  Todavía no hemos caído en la cuenta de que sin Cristo no podemos hacer nada: “Sin mí no podéis hacer nada”. Cómo decir que trabajamos por Él, cuando su misma persona nos tiene indiferentes y no cultivamos su trato y amistad. Si trabajásemos con Cristo se romperían nuestras redes de pescar. 

Señor, desde hoy, porque Tú lo dices, es decir, en tu nombre, echaré las redes. Trabajaré con humildad, con confianza, con paciencia, en tu nombre. Señor llevo años y años trabajando, luchando, echando las redes, pero me olvidaba de Ti; desde ahora Tú serás lo primero y lo último, porque eres el único que puede dar fruto a mi trabajo, no soy yo, ni mis acciones, ni mis métodos.  Por eso, nuevamente y en tu nombre echaré las redes.

 

        6.- “Apártate de mí, que soy un pecador”. Pedro se reconoce deudor e indigno de estar en la presencia de Jesús. Una vez que conoce a Jesús, lo deja todo. Y le atribuye el fruto de su trabajo: “siervos inútiles somos, hemos hecho lo que podíamos hacer”. El apóstol verdadero, que trabaja en nombre y en la presencia de Cristo, siempre es humilde, se reconoce pequeño, puro instrumento en las manos del Señor. Leed la vida de los santos.

 

        7.- “Y lo dejaron todo por seguirle…” Hay que dejar el yo, los propios intereses para trabajar por los intereses de Cristo, del evangelio, de la Iglesia. Hay que dejar todo lo que hay en nosotros de pecado. Y para esto primero hay que bogar como Pedro y los apóstoles mar adentro, “duc in altum...”

Sólo por la oración podemos conocer a Cristo hasta ese punto y estar dispuesto a tomar la cruz y seguirle. Sólo la oración nos lleva a este conocimiento tan profundo, una oración o encuentro con el Señor que pasará de la meditación u oración discursiva por la oración afectiva en que siento el gozo y la presencia de Cristo y ya no me supone esfuerzo ni me cansa el orar porque lo siento afectivamente dentro de mí, para pasar luego, si Él me lo concede, a la oración unitiva o contemplativa, donde todo es gozar y amar: « ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que sólo en amor es mi ejercicio.

 Señor, nosotros queremos bogar mar adentro de la oración para conocerte  y amarte íntimamente, como los santos, los místicos: «Que no es otra cosa oración mental sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con aquel que sabemos que nos ama». Señor, bogaré mar adentro para conocerte más íntimamente, para estar más cerca de ti, para vivir en amistad permanente contigo. Bogaré por una oración más íntima y profunda, cada día más. Pero te necesito. Yo sólo no se amar, ni orar ni llenarme de Ti. Concédeme tu gracia.

 

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VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Jeremías 17, 5-8

 

        El profeta Jeremías nos ofrece en el texto una sentencia sapiencial en un contexto profético (v. 5-8). Contraponiendo los extremos, con el típico estilo semítico, primero en negativo, después en positivo, él nos indica claramente donde está la maldición que lleva a la muerte; y donde la bendición que nos lleva a la vida. Él es el que primero se aleja interiormente del Señor y de aquí no podrán venir más que desgracias y arideces. No podrán producir frutos porque su tierra está árida y salobre. El que confía en el Señor no tiene que temer dificultades y contrariedades; vendrán pero serán vencidas, su palabra será eficaz porque su fundamento está puesto en el Señor y en Él encuentra su ayuda y protección.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 15, 12.16-20

 

        Siguiendo con el mismo argumento del domingo anterior, Pablo nos dice que la resurrección de Cristo no sólo es el fundamento de nuestra fe, sino de nuestra esperanza. Sobre esta verdad Pablo expone con toda verdad y claridad su total credibilidad y entrega porque la resurrección de Cristo es la garantía de nuestra propia resurrección. Existe una relación directa entre la resurrección de Cristo y la nuestra. Y esto es lo que él ha intuido en el camino de Damasco y es la verdad fundamental que lo sostiene en toda su vida apostólica: él  se ha encontrado con el Viviente que ha vencido la muerte. Cristo es “el primero entre muchos hermanos”, dirá a los romanos. La muerte ha sido vencida y la nueva vida en Cristo ha sido inaugurada. En Cristo viviremos para siempre la plenitud de la vida, la totalidad del ser y existir humano.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 6, 17. 20-26

       

Queridos hermanos:

 

        1.- Las bienaventuranzas son un compendio del evangelio de Jesús y el anuncio profético del Reino de Dios, presente e inaugurado en la persona de Cristo; son la proclamación de las actitudes básicas para ser discípulo de Jesús y una contraseña de identificación segura del mismo; son toda una declaración de principios y carta magna o constitucional para la ciudadanía evangélica; son el programa de vida y el cuestionario de examen al que constantemente hemos de remitirnos para calificarnos como cristianos.

        Por tanto, las bienaventuranzas no son espiritualismo desencarnado, ni pasividad alienante, ni resignación fatalista. Jesús no las pronunció para justificar o perpetuar una sociedad de pobres hombres, resignados con una esperanza futura. Conllevan un compromiso personal y efectivo con la pobreza y el sufrimiento humano en cualquiera de sus manifestaciones, opción por la honradez y justicia, compromiso con la paz y la no violencia, fraternidad y solidaridad entre los hombres…

        Todos los seres humanos sentimos hambre de felicidad. Es algo instintivo de primer orden. Como sentimos necesidad de respirar o de comer. Y es que Dios nos ha creado para ser felices. Pero ¿dónde está la felicidad y cómo conseguirla? Ante diversos criterios —amoral, inmoral, egoísta—, Jesús nos expone sus bienaventuranzas como fórmula de felicidad.

        Las bienaventuranzas constituyen la página más revolucionaria del evangelio porque en ellas establece Jesús una inversión total de los criterios humanos respecto de la felicidad. Él declara dichosos, porque poseen el Reino de Dios ya ahora y no sólo en la otra vida, a cuantos el mundo tiene por infelices: los pobres y los que tienen hambre, los que lloran y los que sufren, los misericordiosos que saben perdonar, los honrados y limpios de corazón, los que trabajan por la paz desde la no-violencia, los perseguidos a causa de su fidelidad a Dios. Y, por el contrario, proclama desdichados, dignos de lástima y amenazados de maldición a los que son ricos, están saciados, ríen y son aplaudidos por todos.

        Nadie antes de Cristo había hecho semejantes afirmaciones. Tan paradójicas son las bienaventuranzas que solamente las entiende quien las vive y las practica, como Jesús hizo. Cristo mismo —su persona, vida y conducta—, constituye la única clave universalmente válida de interpretación de las bienaventuranzas. Él fue pobre y lloró, sufrió y trabajó por la paz y la reconciliación, fue perseguido y perdió la vida por servir al bien y a la justicia.

        Combinando bendiciones y maldiciones, las bienaventuranzas, según Lucas, mencionan ocho categorías de personas, emparejadas de dos en dos por contraste: los pobres que suspiran por la liberación y los ricos que ya tienen su consuelo; los que pasan hambre y los que están hartos; los que lloran y los que ríen; los que son perseguidos y los aplaudidos por todos. De esta forma las bienaventuranzas están en línea bíblica de una tradición profética que cultiva el esquema bipartito; por eso contienen el anuncio profético de una bendición que genera alegría, junto con una imprecación inquietante que invita a la conversión.

       

        2.- “Dichosos los pobres porque vuestro es el reino de los cielos”.  Comencemos por decir que la miseria, la carencia de los bienes esenciales para la vida no es buena ni causa la felicidad. La pobreza sólo es buena cuando se acepta o se busca voluntariamente. O cuando se consigue como resultado de ayudar a los demás con los propios bienes o para compartir la vida de los pobres. La pobreza que Jesús preconiza tiene dos vertientes: la pobreza real o efectiva y la pobreza de espíritu o afectiva.

El auténtico pobre ante Dios es el que se vacía de sí mismo para llenarse solo de Dios, de su voluntad, de su palabra, de su fe y amor en actitud de apertura incondicional a Él y a los hermanos. Así puede ser enriquecido con la aportación de los demás y el favor de lo Alto, que es la salvación de Dios.

De esta forma realiza su destino personal y comunitario como hombre o mujer, dependiente de Dios y atento a su voluntad en los signos de los tiempos. Incluso aunque poseyera bienes temporales, mantiene su corazón desprendido de la riqueza, comparte con los demás lo que posee, no prima el tener sobre el ser, es acogedor sin arrogancia ni superioridad, confía en Dios y no en su autosuficiencia, está abierto a todos y es capaz de recibir humana y espiritualmente de los demás.

        Paradójicamente, el más pobre ante Dios y el menos grato a sus ojos es el que se cree rico, el soberbio y el autosuficiente, el que rebosa seguridad en sí mismo y desprecio discriminante hacia los demás, como el fariseo de la parábola.   Según la versión de San Mateo, es bienaventurado el que tiene alma de pobre. Dichosos los que tienen espíritu de pobre, los que matan el instinto de posesión, los desprendidos y generosos con los bienes materiales, los que no piensan sólo en sí sino en las necesidades de los hermanos. Dichosos los que ambicionan el poder y la fama y el dinero por encima de todo y de todos, los que piensan que ellos merecen más que los demás. Dichosos los imitadores de Jesús que, siendo rico, se hizo pobre por todos nosotros, siendo Dios se anonadó y tomó la forma de esclavo… dichos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de Dios, poseen la plenitud de Dios, se vacían de  todo para llenarse del todo que es Dios.

 

                3.- “Dichosos los que ahora tenéis hambre porque quedaréis saciados”.  Parece un sarcasmo el llamar felices a los hambrientos de pan y sedientos de agua, pues se trata de necesidades vitales que conviene cubrir. Por eso San Mateo puntualiza: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia», para que no haya hambre física en el mundo.

Es decir, dichosos los que anhelan el Reino de Dios y su justicia, los que persiguen la santidad y practican lo que es justo. Y por lo tanto, infelices los injustos, los indiferentes ante las injusticias, los que se encogen de hombros ante la santidad. Dichosos los imitadores de Jesús, el Justo, el Santo, “porque ellos quedarán saciados” por Dios en el cielo y por la mejora de la sociedad en la tierra.

        Por el contrario, contrasta Jesús: “Ay de vosotros los que estáis saciados, porque tendréis hambre”. Jesús no habla contra los que tienen lo suficiente para satisfacer sus necesidades. Sólo llama infelices a los que nadan en la abundancia, mientras otros perecen de inanición; los que desperdician la comida que podría alimentar a otros, los que se rodean de cosas superfluas destinadas a cubrir las necesidades de otros, los que no disminuyen la injusticia.

        4.- “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis”. Tampoco el llanto por los males físicos o morales es bueno en sí mismo, sino como arrepentimiento de los mismos. Jesús bendice el llanto de la compasión por los que lloran, el de aquellos que lamentan los males físicos que azotan a los demás, el de quienes lloran sus propios pecados y los males morales de la humanidad.

Jesús promete la felicidad del cielo a cuantos han sido solidarios con los que lloran.  Dichosos los imitadores de Jesús, que lloró por la ciudad de Jerusalén, con las hermanas de Lázaro, que se conmovió por la muerte del hijo de la viuda de Naím. Dichosos “porque ellos serán consolados” por Dios en la tierra y eternamente en el cielo.

        Por el contrario, recalca Jesús: “Ay de los que ahora reís, porque haréis luto y lloraréis”. Jesús no ataca a los que se ríen en buena conciencia, ni es un aguafiestas de los que son felices en su casa y entorno, porque Dios quiere nuestra dicha. Jesús llama infelices a los que ríen sobre las lágrimas de los demás, a los que trafican con armas para matar o con drogas para debilitar, a los que se ríen de las desgracias ajenas, a los que se inhiben ante las miserias.

        “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres y os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre”. Tampoco es bueno ser odiado e insultado por haber dado motivos para ello. Pero sí por ser fiel a Jesucristo y a su causa y evangelio. Ser perseguidos por los malos es un timbre de gloria. “Los apóstoles salieron contentos del Sanedrín por haber sido dignos de ser castigados por el nombre de Jesús”.

        Por el contrario, afirma Jesús: “Ay si todo el mundo habla bien de vosotros”. Jesús no va contra los que merecen la aprobación de los demás por sus virtudes: entrega, generosidad, bondad, altruismo, servicio, justicia, misericordia. Jesús va contra los adulados por dinero o por servilismo, los que venden su imagen como positiva, siendo sus obras o intenciones negativas; los que cuidan de tener una buena fachada para recibir alabanzas, sin tener contenido interior.

        También en la primera lectura de hoy, Jeremías contrasta la felicidad y la infelicidad: “Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza”... “Maldito quien confía en el hombre y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor”. El profeta no reprueba la mutua confianza familiar y social, sino sólo el endiosamiento de los jefes sin conciencia religiosa, la sublimación del partido o del grupo que prescinden de Dios: “Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien, habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita”.

Concluyamos, paladeando con el salmo responsorial de hoy: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor”.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

        Queridos hermanos: A mí me entra un poco de escalofrío, de miedo, de reparo, sensación de falsedad, de estar haciendo el ridículo cuando tengo que proclamar y predicar las bienaventuranzas, aunque sea ante un público creyente, como vosotros.

 

        1.- Bienventuranza, como indica la misma palabra, es desear lo mejor  para las personas, es felicitarles por el éxito obtenido o a conseguir. Y claro, proclamar dichosos y bienaventurados a los pobres, a los que sufren, a los que lloran, a los perseguidos, aunque sea a causa del bien… me parece arriesgado, utópico, fuera de la realidad en que vivimos.

Menos mal que aquí lo dice Cristo, que es la Verdad que no puede engañarse ni engañarnos. Pero hay que hacer en principio un acto muy grande de fe, sobre todo desde este mundo y mentalidad en que vivimos ahora.

        Lo primero que quiero preguntarme honradamente ante vosotros es si las bienaventuranzas pueden considerarse un mensaje válido para nuestro tiempo. Son palabras de Jesús, y Jesús es la Verdad infinita. Como creyente, creo en la verdad de las bienventuranzas apoyado en la autoridad de Jesucristo, porque a la razón le resulta incomprensible. Las acepto desde la fe, sin la menor duda, porque creo y confío totalmente en Jesucristo, Hijo de Dios, aunque mi inteligencia no las comprenda. Pero como cristiano y creyente también, tengo obligación de comprender lo que Jesús ha querido decirme y predicarme y quiero indagar en su contenido.

 

        2.- La teología, que es la razón en busca de la fe, trata de encontrar el fundamento de esta proclama de Jesús. Para biblistas y teólogos, las bienventuranzas son la norma suprema de conducta moral del cristiano. Practicar y vivir las bienaventuranzas, aunque solo sean algunas, supone una vivencia muy fuerte e intensa de Dios. Hay que estar muy unidos a Cristo, sentir su amor para soportar el ser injuriado, perseguido, calumniado y a pesar de ello, ser dichoso…Es prueba de santidad consumada, milagro moral, señal clara de autenticidad cristiana. Sólo en Cristo y por Cristo se puede soportar y sufrir así

 

        3.- Cada vez que hacemos la proclamación de las bienventuranzas, como en el evangelio de hoy, somos invitados por Jesús y por la Iglesia a confrontar nuestras vidas, nuestros criterios con ellas, esto es, con los criterios y las actitudes de Cristo, que las vivió en plenitud.

        Me quedan todavía dos notas previas que hacer antes de pasar a analizarlas con brevedad, especialmente a las más difíciles de entender  y vivir humanamente:

        a) Las bienaventuranzas sólo las comprende quienes las viven o sólo se comprenden perfectamente cuando se viven, porque pertenecen a la experiencia de Dios vivo; no basta creerlas para vivirlas y experimentarlas. Solo las comprenden quienes la viven por opción personal y voluntaria: pobre y dichoso es el que teniendo mucho, por amor a Dios renuncia y no le pesa y lo acepta desde la fe y lo vive dichosamente, con alegría.

        b) Para comprenderlas mejor, donde se nos dice bienaventurados los pobres, los mansos, los humildes, poned «los que se hacen pobres, mansos, humildes…» Uno no es heredero del reino simplemente por el hecho de ser rico o pobre, sino si se hace y lo acepta por fe y amor a Dios.

 

        4.- “Dichosos los pobres” reales o de espíritu, bienaventurados, dice Jesús, quienes teniendo o no teniendo bienes, tienen su corazón sólo en Dios y desprendido de las riquezas o deseos de tenerlas; dichosos  los que en su vida viven más pendientes de Dios que de sus dineros y cuentas bancarias, quienes se hacen un poco más pobres porque reparten con los necesitados; dichosos los pobres en el espíritu, los que se vacían de todo, especialmente riquezas materiales, pero también de todo tipo, porque sólo quieren llenarse de Dios. Son dichosos, porque sólo Dios llena; porque nosotros nos llenamos de todo y en nuestro corazón no cabe Dios; porque a nuestros hijos les llenamos de todo y en nuestras casas tenemos de todo y ahora resulta que nos falta todo porque nos falta Dios. Es la imagen del mundo materializado de hoy.

        5.- “Bienaventurados los mansos…”, aquellos que, en las injurias, calumnias o mentiras dolorosas de su vida, no reaccionan odiando, dejándose dominar por la ira, sino que miran a Dios, reaccionan perdonando y amando por Cristo crucificado, y por Él lo aceptan con paz, paciencia y hasta dulzura. Dichosos los cristianos que, por defender a Cristo, al evangelio y no callarse en su trabajo y ambiente, sufren mofas, persecución o menoscabo económico.

 

        6.- “Dichosos los que lloran” sus pecados, los daños o sufrimientos en su fama, dinero, vidas, honor, causados por los hombres, dichoso lo que sufren por hacer el bien, por ser buenos cristianos.

 

        7.- “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia…” Justicia aquí significa santidad, perfección. De San José dice la Biblia, que era un varón justo, es decir, santo. Dichosas las almas que en cada parroquia, aspiran a la santidad, arden en deseos de perfección evangélica.

 

        8.- “Dichosos los limpios de corazón”, los que se esfuerzan por no mancharse del pecado de este mundo, los que  crucifican sus sentidos por no mancharse con la suciedad de vicios, lujurias, profanaciones del matrimonio y de amor verdadero, los que luchan por ser fieles a su esposa o marido, los que no se machan su lengua con blasfemias, con palabras injuriosas a Dios o a los hombres.

        9.- “Dichosos los que padecen persecución por mi nombre”, no por cualquier causa, sino por Cristo y el evangelio, y la verdad, y la caridad fraterna, porque poseerán la tierra aquí abajo y la plenitud de la vida en el reino de los cielos. “poseerán la tierra”, esto es, las promesas del Señor.

 

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VII DOMINGO  DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: 1 Samuel 26, 2.7-9, 12-13.22ss

 

        Estamos de frente a la narración de un hecho ya precedentemente expuesto en los libros de Samuel (cap. 24 y 26). La nobleza y la magnanimidad de David son conocidas en los dos episodios, de gran belleza literaria y de exquisita psicología narrativa. El rey David es buscado por el rey Saúl que atenta contra su vida. A David se le presenta una ocasión propicia para terminar con la vida del rey, pero rechaza esta tentación, acentuada por la presión de los suyos, porque respeta el carácter sagrado de Saúl, por la unción real y no quiere mancharse las manos, confiando sólo en el Señor. Tal gesto de bondad conquista el ánimo de Saúl, que al comprobarlo, llora y vence los sentimientos hostiles contra David, futuro rey de Jerusalén. El amor llevado hasta el perdón y amor a los enemigos será luego propuesto por Jesús a todos sus seguidores.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 15, 45-49

 

        Pablo, terminando su enseñanza sobre la resurrección de Cristo y la nuestra, después de haber hablado sobre cómo resucitan los muertos y con qué cuerpo, todo en imágenes aproximativas, nos hace comprender que la resurrección es una total transformación del cuerpo y del alma de los creyentes, cosa que no han entendido algunos cristianos de Corinto que siguen con una mentalidad materialista, que no tiene presente el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo. Los cristianos no podemos renunciar a esta verdad que es el fundamento de nuestra fe y resurrección, que inaugura una novedad absoluta en la vida de Cristo y de los creyentes. La resurrección abarca a todo el hombre: alma, cuerpo, espíritu, a semejanza de Cristo, imagen del hombre celeste.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 6,27-38

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Este texto del Evangelio de hoy pertenece al Sermón de la Montaña, el sermón de las bienaventuranzas que proclamábamos el pasado domingo y que constituye la cima de la perfección evangélica. Los que han peregrinado a Tierra Santa suelen visitar la pequeña iglesia de las Bienaventuranzas, construida sobre una leve colina, desde donde Jesús pronunció las bienaventuranzas. Casi todos los grupos peregrinantes suelen hacer un alto en el camino y proclamarlas y meditarlas en el mismo sitio donde fueron pronunciadas. Me decía un sacerdote que suele hacer estas peregrinaciones, que una de esas veces, después de escucharlas, se le acercó la joven guía judía para decirle: es lo más maravillosos que he oído en mi vida; comprendo que muchos le tengan por Dios y Mesías a mi compatriota Jesús de Nazaret. Y es que con esta ley nueva de Jesús, esta ley evangélica eleva la antigua ley de Moisés  del «ojo por ojo y diente por diente» a una perfección insospechada, a la santidad evangélica.

        La ley antigua era imperfecta para Jesús porque conservaba el odio al enemigo en el corazón y el deseo de venganza. La ley nueva de Jesús nos manda perdonar, hacer el bien a los que nos han hecho mal, amar a los enemigos.

        Este evangelio hay que aplicarlo todos los días. A nivel nacional e internacional, en la vida cívica, profesional, laboral o administrativa, a nivel familiar y social, entre amigos de trabajo y en la calle.

 

        2. Amar gratuitamente, sin pedir ni esperar nada a cambio. Este es un evangelio sublime pero casi imposible.

        a) Uno se siente incómodo leyendo o escuchando la página evangélica de hoy. Es tan sublime que resulta insoportable para nuestra ruindad. Al vernos tan lejos de ese ideal, nos sentimos tentados a pasar la hoja y tachar a Jesús de soñador e irreal, desconocedor del corazón humano. ¿Ignoraba Él que llevamos dentro una innata ley del talión que nos hace proclives al odio y la venganza? Precisamente porque lo sabía, nos propone una vía de liberación y felicidad, no mediante una estúpida pasividad, sino por la fuerza activa del perdón y del amor. Tal fue la grandeza humana de David perdonando a su enemigo mortal el rey Saúl, el ungido del Señor (1ª Lectura).

        Desgraciadamente, por lo costoso y frecuente, este es un evangelio que tiene aplicación cada día y a todas horas, porque estamos siempre acosados por la injusticia y la revancha. Los conflictos y las reclamaciones por la violación de lo que cada uno considera sus derechos es diaria, y no sólo a nivel internacional y nacional, en la vida cívica, administrativa y laboral, sino incluso a nivel familiar y entre amigos, socios y compañeros.

        Efectivamente, perdonar y amar gratuitamente nos resultará imposible si no vivimos habitualmente en el amor de Dios como clima ambiental de nuestra vida y conducta cristianas. Todos somos muy buenos y educados mientras los demás nos sonríen y todo corre a nuestro gusto; pero perdemos fácilmente los modales ante cualquier contratiempo, desatención o maltrato. Prueba de que nuestra caridad cristiana es un barniz superficial que se raya al menor contacto. Necesitamos profundizar en el amor, el perdón, la comprensión y la benevolencia. Lo que parece imposible al hombre terreno es posible para Dios que, por el misterio pascual de Cristo y la potencia de su Espíritu, nos puede transformar en hombres y mujeres nuevos y espirituales, si nosotros colaboramos.

        b) Sin pedir ni esperar nada a cambio. Porque Jesús nos dice: “Si queréis solamente a los que os quieren bien, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hace todo el mundo, también los malos y los descreídos”. A sus discípulos Cristo les pide más: les pide amor, incluso al que no nos quiere, o nos resulta antipático, o no contesta a nuestro saludo, o nos responde agriamente y traiciona la confianza que en él pusimos, y nos hace mal, nos difama, es un enemigo declarado y recalcitrante.

        El gran obstáculo para el amor, su cáncer declarado, es el egoísmo, el amor desmesurado que nos tenemos a nosotros mismos y que nos hace preguntarnos ante el otro: ¿Qué gano yo, para qué me sirve, qué puedo esperar de esta persona? Tal pregunta ante los que no cuentan como son los marginados, pobres, ancianos, minusválidos, alcohólicos, drogadictos, delincuentes, criminales, enemigos personales, etc., no puede tener más que una respuesta: nada. Así nos cerramos al amor gratuito y no utilitario, cuyo modelo supremo es Dios, de quien hemos de aprender generosidad y amistad, comprensión y acogida, aceptación e intimidad, cercanía y solidaridad, alegría en el compartir, amor y perdón.

        c) Este es el amor que hace creíble el evangelio: devolver bien por mal, querer a los demás a pesar de su malquerencia, amar a fondo perdido y sin que el otro lo merezca, sin pedir ni esperar nada a cambio, es el amor más grande y auténtico, el que Cristo nos enseñó y practicó, el que convence hasta a nuestros enemigos. Este es el amor que con toda seguridad está exento de la gratificación del egoísmo que suele ocultarse casi siempre en lo que comúnmente decimos amor. Tal amor cristiano es, además, ante el mundo el motivo número uno de credibilidad del evangelio de Jesús, porque es la señal de que somos sus discípulos y la prueba de que hemos entrado de lleno en el Reino y somos hijos de Dios.

 

 

        3.- Analicemos el sentido de las palabras de Cristo:

        “Amad a vuestros enemigos”: tiene dos campos de acción: hechos que enumera, y juicios: no juzguéis, tratad como queréis que os traten.

        a) Hechos progresivos: perdonad, rezad, haced el bien

        b) juicios: no juzguéis: comprensión que evita el juicio condenatorio.

        Motivación:

        a) “Tratad a los demás como queréis que os traten”.

        b) “Así seréis hijos del Altísimo”.

        c) “Sed compasivos como vuestro Padre del cielo es compasivo”. Mejor que la versión de Mateo: “Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”.  Porque para ser compasivos y misericordiosos hay que pisar la propia carne, el propio yo para pasar y abrazar al otro.

 

        4.- Y concluye con la imagen de la medida: “la medida que uséis, la usarán con vosotros”. Tal aviso recuerda la petición condicionada del Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos…”

        He aquí, pues, los criterios que deben motivar nuestra conducta para con el prójimo, especialmente con los enemigos: el perdón, la compasión, la santidad de Dios. En síntesis: Debemos perdonar siempre porque Dios es bueno, es amor, nos ama gratuitamente, independientemente de nuestros méritos. Dice San Juan: “Dios es amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él no amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados…” (1Jn 4, 7).

Jesús murió en la cruz para reconciliarnos a todos con el Padre. Por la muerte de Cristo en la cruz, todo enemigo se hizo hijo de Dios y hermano de todos los hombres: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…” y desde entonces esta debe ser la norma de conducta de los cristianos, seguidores de Cristo.

       

        5.- Vivimos en una sociedad violenta y vengativa. Tanto en la vida privada como en la pública, incluso en los mismos juegos, películas, motivos de diversión y entretenimientos,  todo está poseído por la competitividad, la venganza, la represalia. De esta  forma todos tendemos a la violencia de palabra y de acciones, tanto a nivel individual,  familiar, social, mundial; somos vengativos individual y comunitariamente: los matrimonios se separan, las familias se rompen, las naciones están en guerras, siempre hay guerras en el mundo. Cuando no son unos, son otros. Las pantallas de las televisiones, los partidos de fútbol están llenos de venganzas y escenas violentas.

        Y ante todo este panorama de violencia y de lucha viene hoy Jesús y nos predica como siempre el perdón, la misericordia, la compasión, incluso hacer el bien a los que nos odian y hacen mal.

        El paso que Jesús dio libremente, desde la ley y la tradición judía, fue inmenso, gigantesco, sin que nadie se lo dijera o predicara antes. Porque lo que Él había oído de niño como hoy mismo siguen oyéndolo muchos niños judíos en relación con los palestinos y problemas personales, es el ojo por ojo y diente por diente del Antiguo Testamento. Los judíos por eso son vengativos porque conservan el odio al enemigo en el corazón y la venganza es ley para ellos. En cambio, la ley de Jesús, el Nuevo Testamento nos manda perdonar, no juzgar, hacer el bien incluso a los enemigos.

        Analizando las palabras de Jesús nos encontramos que no sólo no debemos hacer el mal para nadie, aunque sea enemigo, es que no podemos pensarlo ni desearlo. La ley de Jesús abarca lo interno y externo del hombre: Hechos y dichos, no juzguéis, perdonad, rezad, haced el bien a los que os hacen mal.

       

6.- He aquí, queridos hermanos, los criterios y valores según los cuales tenemos que regirnos los cristianos. Esta debe ser nuestra conducta concreta con el prójimo, especialmente con los enemigos: el perdón, la compasión, la misericordia, el rezar por ellos y hacerlos el bien. Y la razón última: “porque Dios es amor” su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir. Y está condenado por su amor extremo e infinito a perdonarnos siempre…Y quiere que nosotros hagamos igual. Pero nosotros no somos Dios, somos finitos. Necesitamos su gracia, su ayuda.

        En la Iglesia se dieron siempre grandes testimonios de perdón y reconciliación. Podemos hacerlo con la gracia de Dios. Empezó Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Desde entonces todos los hombres han sido perdonados por Dios, todos los redimidos son hijos de Dios, y todo hombre es mi hermano. Tenemos que intentarlo porque así lo quiere el Padre de todos y seremos hijos del Altísimo    

«¡Qué grande es tu paciencia Dios mío! Tú haces nacer el sol sobre los buenos como sobre los malos; bañas la tierra con tu lluvia, y nadie queda excluido de tus beneficios, desde el momento que el agua se concede a indistintamente a justos e injustos. Te vemos obrar con una paciencia siempre igual frente a los culpables y a los inocentes, a las personas que te reconocen y a las que te niegan… pues Tú mismo dices: “no quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva” (Ez 33,11). Y también: “Volveos a mí… porque yo soy clemente y misericordioso, tardo a la ira, rico en amor y se allana ante la desgracias” (Joel 2,13).      

Nosotros, Padre, alcanzamos la perfección plena cuando tu paciencia habita en nosotros, cuando nuestra semejanza contigo, perdida por el pecado de Adán, se manifiesta y resplandece en nuestras acciones» (San Cipriano, de bono patientiae, 4-5).

       

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VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 27, 5-8

 

        El texto del Sirácida, rico de sabiduría humana, nos ayuda a reflexionar sobre cómo conocer a los hombres y cómo valorar sus comportamientos y su conducta de vida, sin excluir el conocimiento de sí mismos. El hombre manifiesta su verdadera identidad a través de su hablar y actuar. El pasaje bíblico, de estilo gnóstico, nos ofrece así criterios muy válidos sobre este punto a través de imágenes simbólicas cargadas de significado: la criba, el horno y el árbol fructuoso. Para conocer bien al hombre hay que valorar su modo de pensar manifestado a través de su hablar y su hacer, sin excluir una cierta dosis de prudencia, porque la vida íntima y secreta de cada uno sólo Dios la conoce.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 15, 54-58

 

        Después de haber profundizado con varios argumentos sobre el tema de la resurrección de Cristo y de la nuestra, Pablo nos reconduce al centro de su reflexión: la victoria de Cristo sobre la muerte y sobre el pecado. Sabemos que Jesús está ya resucitado, pero está aún ahora en lucha contra el pecado y la muerte del mundo. Es cierto que al final las potencias del mal y de la muerte serán vencidas y Cristo podrá así entregar su reino al Padre.  Esta debe ser nuestra esperanza que debe llenar el corazón de todo creyente. Cristo resucitado no está sólo en su triunfo, sino que ha querido asociar a toda la Iglesia, solidaria con toda la humanidad, para vencer el mal, el miedo y la muerte. El cristiano en esta lucha puede tener pérdidas dolorosas, pero la certeza de la victoria final sobre la muerte y el pecado es una realidad anticipada ya en la persona de Cristo.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS  6, 39-45

 

QUERIDOS HERMANOS:    1.-En el evangelio de hoy Lucas construye una unidad literaria, hace un discurso poniendo en los labios de Jesús como seguidos y concatenados un conjunto de aforismos y refranes,    parábolas de estilo sapiencial, predicadas por el Señor en diferentes momentos de su vida: ciegos en el hoyo, maestro y discípulo, viga y paja en el ojo, árbol y frutos,  corazón y boca. Toda esta cadena de sentencias que la primitiva comunidad cristiana se autoaplicaba por la pluma del evangelista, en su origen, fue probablemente dirigida por Jesús a los fariseos.         Pues bien, como la primitiva comunidad cristiana vamos también nosotros a autoaplicarnos estas sentencias:

        2.- “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?” En el Evangelio de San Lucas, el discurso sobre la caridad está seguido de algunas aplicaciones prácticas que esbozan la fisonomía de los discípulos, los cuales, como dice San Mateo, deben ser “luz del mundo” (5, 14).

        Es imposible alumbrar a los otros, si no se tiene luz: “¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?” (Lc 6, 39). La luz del discípulo no proviene de su perspicacia, sino de las enseñanzas de Cristo aceptadas y seguidas dócilmente porque “el discípulo no está por encima del maestro” (ib 40). Sólo en la medida que asimila y traduce en vida la doctrina y ejemplos del Maestro hasta llegar a ser imagen viviente del mismo y puede el cristiano ser guía luminoso para los hermanos y atraerlos a él. Es un trabajo que empeña la vida en un esfuerzo continuo de conversión y de  asemejarse cada vez más a Cristo. Esto requiere serena introspección que permita conocer los propios defectos y pecados para no caer en el absurdo denunciado  por el Señor: “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?’. (ib 41).

        Nunca el discípulo de Jesús debe exigir a otros lo que no hace él personalmente; no puede pretender corregir en el hermano lo que tolera en sí mismo tal vez en forma más grave. Combatir el mal en los otros y no combatirlo en el propio corazón es hipocresía, contra la que el Señor descargó con energía intransigente. El criterio para distinguir el discípulo auténtico del hipócrita son las palabras y las obras: “cada árbol se conoce por su fruto” (ib 44). Ya el Antiguo Testamento había dicho: “El fruto manifiesta el cultivo del árbol; así la palabra, el pensamiento del corazón humano” (Ecl 27,6)

        Jesús toma este símil ya conocido de sus oyentes y lo desarrolla poniendo en evidencia que lo más importante es siempre lo interior del hombre del que se deriva su conducta. Como el fruto manifiesta la calidad del árbol, así las obras del hombre muestran la bondad o malicia de su corazón. “El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo” (Lc 6, 4). El hipócrita puede enmascararse cuanto quiera; antes o después el bien o el mal que tiene en el corazón desborda y se deja ver; “porque de la abundancia de su corazón habla su boca.” (ib). He aquí, pues, el punto importante: guardar cuidadosamente el tesoro del corazón extirpando de él toda raíz de mal y cultivando toda clase de bien, en especial la rectitud, la pureza y la intención buena y sincera.

Pero es evidente que al discípulo de Cristo no le basta un corazón naturalmente bueno y recto; le hace falta un corazón renovado y plasmado según las enseñanzas de Cristo, un corazón convertido totalmente al Evangelio. El empeño es arduo, porque la tentación y el pecado también en el corazón del discípulo están siempre al acecho. Para animarle recuerda San Pablo que Cristo ha vencido al pecado y que su victoria es garantía de la del cristiano: “Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo”(1 Cr 15, 57).

        3.-Ahora, en este mundo actual, no hay ciegos morales ni pecado, todo esta bien si me gusta y quiero: «Yo hago lo que me apetece», dicen sin rubor los jóvenes y hacen los mayores: separaciones, divorcios, abortos, eutanasia, uniones homosexuales, matanzas de embriones que son vidas de niños… Y este principio, verdadero lema de vida actual, está  aceptado por la sociedad, no por la fe y la religión. Por eso la gente se aleja de la Iglesia. ¿Qué padres se ponen en contra de la píldora, aborto, relaciones prematrimoniales?

        “Si un cielo guía a otro ciego…” Hoy hay muchos ciegos que ven, pero están ciegos de evangelio, de verdad, de vida… Ciegos están hoy los políticos, la televisión, muchos medios de comunicación, diversión, internet, sexo. Ciegos los cristianos que no leen el evangelio, ni meditan ni saben el catecismo, están ciegos de su fe y verdades.

        4.- Viene luego el refrán sobre la hipocresía de querer quitar la mota de otro y no ver la viga en el ojo propio: mi persona, mis hijos intocables, más honrados que todos… así que nadie corrige. Y a mí que me toca corregir ¿qué hago? El Señor me tiene que dar fuerzas, y a los padres, y a los educadores y maestros, hoy pocos corrigen y educan en la exigencia. “Un discípulo no es más que su maestro…”

        “Por su frutos los conoceréis”: a un padre, madre, sacerdote, maestro… Lo que rebosa del corazón habla la lengua: dinero, sueldos, préstamos, viajes, lujos. Hablamos mucho de salud, médicos, operaciones; hablamos mucho de diversiones, viajes, bingos; Hablamos mucho de televisión, programas, revistas del corazón, separaciones, amoríos. ¡Cuánto hablamos de religión, de oración, de conversión, de amor y servicio al prójimo, de vocaciones…! «Ex abundantia cordis… de la abundancia del corazón, habla la lengua» ¿Qué clase de frutos doy?

        5.- Necesidad del silencio para llenarnos de Dios. El silencio interior y exterior puede y debe ser oración, porque el silencio del mundo y de las cosas es un momento fuerte de encuentro con Dios y con nosotros mismos en Dios, en la verdad de su evangelio. Hoy es muy difícil, borrado como está este silencio interior y hasta exterior, por el ruido y el vértigo de la vida actual.

        Necesitamos desesperadamente el silencio para captar la presencia y la voz de Dios, para escuchar su palabra a la sombra de una encina, como Abrahán en Mambré (Gn 18); para no dejar pasar de largo al Señor, como María en Betania; para estar con Él y predicar con la palabra luego y el ejemplo, como Jesús hacía con sus discípulos.

        Necesitamos la oración para llenarnos de Dios y vivir la vida en profundidad y en unión con Cristo. Todo el tiempo se nos va en reuniones y mesas redondas, cursillos y técnicas, programas, discusiones y puestas en común. Demasiado bla-bla-blá. Alguien dijo que sobre la oración lo sabemos todo, menos orar; igualmente sobre la vida cristiana aparentamos saberlo todo, menos vivirla en profundidad. Vivámosla en unión con Cristo. Así nuestro corazón rebosará de Dios en nuestras palabras y acciones. Por Cristo nos ha dado Dios la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte; lo cual nos estimula a unir oración y vida “trabajando siempre por el Señor, convencidos de que Él no dejará sin recompensa nuestra fatiga” (1Co 15,58).

 

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Queridos hermanos: Después de escuchar el pasado domingo la llamada de Jesús acerca del amor a todos, incluso a los enemigos, y a punto de celebrar ya la Cuaresma, la liturgia de este domingo nos invita a preguntarnos si los frutos que estamos dando en nuestra vida personal son los frutos que espera Dios de nosotros, y con su palabra, hoy nos invita a la conversión y a la preparación de la Pascua que comenzaremos a preparar, como he dicho, el próximo miércoles con la imposición de la ceniza.

Este tiempo de Cuaresma, al que estamos ya cercanos, es un tiempo propicio de conversión a Dios y a los hermanos, conversión que hoy se predica poco y se practica menos en la misma iglesia, porque es duro y no agrada, y que sin embargo el Señor lo predica continuamente, como vemos en este y otros evangelios.

La cuaresma es tiempo de dejar que el Señor nos transforme, nos ayude a quitar las “vigas” de oscuridad y pecado que tenemos en nuestros ojos,-- es el evangelio de hoy,- y nos ayude a crucificar nuestros egoismos y soberbias para que nos llene nuestro corazón de amor a Dios y a los hermanos, y de perdón y misericordia para con todos los que nos rodean, familia y vecinos, para los que nos han ofendido o no nos quieren, pues como veremos y celebraremos todos los viernes, en el Via Crucis, Él nos ha perdonado a todos y ha sufrido y muerto para llevarnos a  todos a la resurrección y la vida eterna, única razón de la vida de Cristo y de la nuestra.

Queridos hermanos, para esto vino Cristo y predicó y murió y resucitó. No lo olvidemos somos eternos, nuestra vida es más que esta vida…somos eternos, algo que el mundo hoy no quiere escuchar porque vive de espaldas a esta verdad, a Cristo que demostró que era Dios con su vida y sus milagros, y que sigue haciéndoos porque resucitó y esá vivo, todos los días en Fátima, Lourdes, Siracusa y muchos lugares del mundo, es más, para canonizar a cualquier santo, tiene que hacer en su ayuda dos milagros.

Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y somos los hombres más necios del mundo, pero no, Cristo…(s.Pablo) si quitáis la vida eterna matamos a DIOS, la eternidad, el cielo y el infierno, Y yo ahora mismo dejo de ser CURA. Yo soy sacerdote, únicamente porque Dios existe y tú eres eterno… no morirás para siempre...hemos sido soñados para ser eternos, esta es la única razón por la que vino Cristo y predicó y murió Y RESUCITÓ… pero además tengo el gozo, como muchos cristianos, en ratos de Sagrario y oración y comuniones fervorosas, de sentir y vivir y gozar todo esto hasta el punto de que muchas veces, como san Pablo, deseo morir ya para estar con él. Os lo digo con toda verdad

 

1.  Queridos hermanos, en el evangelio de este domingo Jesús nos dice que La verdadera justicia comienza por uno mismo. Justicia en el evangelio equivale a santidad, a dar a Dios y a cada uno lo que les corresponde de nuestro amor y vida.

Hoy Jesús nos invita a todos, desde el cura que os predica hasta el niño o niña que se prepara para recibirle en la primera comunión, nos invita a revisarnos diariamente para convertirnos de nuestros pecados.

Y este mundo lo necesita más que otras veces, poque hoy el pecado está publicamente establecido y propagado en medios, y televisiones y guasad y está destrozando vidas y personas con sexo a toda pasta, hasta en la iglesia, como podéis ver en estos días, destrozando familias con divorcios y separaciones, 560.000 por juzgados y otros tanto sin dar explicaciones, qué voy a deciros… basta abrir guasad, periódicos, ver la televisión… y allí sin embargo no sale ni una noticia de Dios, ni de evangelio, ni de matrimonios unidos, ni de personas y madres santas, cristianas de verdad, que las hay, como muchas de vosotras…

Queridos hermanos de Cabezuela, a este mundo no lo salvan los políticos, ni los guasad, ni las técnicas humanas, como pasó en otras épocas de la historia con guerras y destrucciones, solo Dios, solo Cristo, nuestro Cristo del… nos salva si le amamos y le seguimos… ¿Tú le sigues…? ¿y tus hijos y tus nietos…le siguen, rezan, vienes a la iglesia? Y tú, rezas por ellos?

Amar y seguir a Cristo, salvarse y salvar a los nuestros, solo es posible con ratos de oración, ratos de iglesia. Mirad, nuestros defectos y pecados, aunque seas cura, nos impiden ver a Dios. Es una barrera, una cortina. En la medida en que te vayas convirtiendo, irás quitando la cortina y verás a Cristo en tu vida y en el Sagrario y en los hermanos…y serás feliz.

Ratos de oración y de Sagrario, de confesión y conversión, de fe verdadera y auténtica, de amarnos como Cristo nos enseñó y nos amó, tenemos que esforzarnos por cumplir con perfección los mandamientos de Dios.

Ayúdanos, Señor, nosotros confiamos en Ti, por eso hemos venido a tu presencia, a tu misa, a tu casa. Ayúdanos, Señor, Tú que nos escuchas en el Sagrario; nosotros creemos y confiamos en Ti. Tú eres el único Salvador del mundo. Con el dicho popular te decimos: te quiero tanto que te como, te comeremos ahora con fe y amor en la  comunión.

 

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IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: 1 Reyes 8, 41-43

 

        Esta breve perícopa es parte de la gran plegaria que Salomón pronuncia con ocasión de la dedicación del templo construido por él en Jerusalén. Después de la solemnísima ceremonia de la entrega del arca de la Alianza y después de que Yavéh ha tomado posesión del templo irrumpiendo y llenándolo de su gloria manifestada visiblemente por la nube, Salomón habla a la asamblea de Israel con un discurso que recuerda las circunstancias que llevaron a la edificación del templo. Al discurso sigue una apasionada plegaria proclamada delante del altar, delante de toda la asamblea de Israel y con las manos extendidas hacia el cielo. Salomón ruega por él, por el pueblo, por los extranjeros –perícopa de esta primera Lectura- y de nuevo por el pueblo.

 

SEGUNDA LECTURA: Gálatas 1, 1-2. 6-10

 

        El problema de fondo de esta carta a los Gálatas es la oposición entre justificación del hombre por parte de Dios en Cristo y la justificación por medio de la Ley. Cuando en el versículo 7 Pablo habla de que “algunos os turban para volver del revés el Evangelio de Cristo” se refiere a la corriente de los judaizantes  que sostenían la necesidad de la circuncisión para poder salvarse. El riesgo que corrían los Gálatas era grave: “anular el escándalo de la cruz”. Y esto lo que justifica la severidad de la intervención de Pablo. Por eso, después de haber proclamado el origen apostólico de su autoridad recibida del Resucitado, Pablo le echa en cara el haber abrazado otro evangelio, no sólo haber pasado de una doctrina a otra, sino de haber abandonado de hecho a “aquel que os ha llamado a la gracia de Cristo”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 7, 1-10

 

Queridos hermanos:

 

1.- En Cafarnaún un centurión romano ha oído hablar de los milagros obrados por Jesús y quería pedirle la curación de un siervo muy querido; pero en su condición de pagano no se atreve a pedírselo directamente y le envía una embajada por medio de algunos judíos. Estos dicen al Señor: “Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo y él mismo nos ha edificado la sinagoga”.

Vemos por esta afirmación, que el centurión, aunque pagano y extranjero para ellos, es amigo de los hebreos, admira su religión y les ha edificado la sinagoga a su expensas, pero no cree que eso dé algún derecho para tratar directamente al Maestro. Es más, cuando Jesús va camino de su casa, le manda decir: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo... mándalo de palabra y mi criado quedará sano”.

Su humildad es grande, pero su fe es más grande aún, tanto que Jesús se quedó admirado de él y dijo: “Ni en Israel he encontrado una fe más grande.  Y por esta fe tan honda y por esta humildad tan sincera Jesús realizó el milagro de la curación del siervo.

 

        2.- Queridos hermanos: Jesucristo es hoy el mismo que ayer, hoy y por todos los siglos. Esta es una verdad fundamental y profundamente consoladora. Jesucristo, el Señor y Amigo, el Maestro y Médico de todos nuestros males, con el mismo amor y el mismo poder, viene hoy a nosotros por esta Eucaristía y permanece junto a nosotros en el Santísimo Sacramento. Desde su nacimiento hasta el final de los tiempos permanece “pertransit benefaciendo”, dicen los evangelios: pasó haciendo el bien.

        Dice San Agustín: «Se curarán todas tus enfermedades. Pero es que son muchas, dirás. Para el Médico-Dios no hay enfermedad incurable. Tú déjate curar. He aquí la condición, dejarse sanar, ponerse en sus manos».

        Estas son las dos virtudes que tuvo el Centurión: fe en Cristo, humildad ante Cristo. En primer lugar, hoy como ayer Jesucristo necesita que los hombres nos acerquemos a Él con fe. El centurión creyó en Jesús plenamente y no dilató la curación de su esclavo. Nunca obró Jesús sin exigir la fe de los que se acercaban a Él. Hay que pedirle a Jesús que nos dé la fe del centurión:

 

        3.- Fue una fe de pobre e indigente que mendiga a Dios. Es la oración que se manifiesta y expresa en petición de ayuda. Sólo el que se experimenta pobre delante de Dios acude a la oración de petición: “Pedid y recibiréis”. El orgulloso no quiere pedir ni necesitar de Dios. Además no cree que Dios le oiga, le ame y le pueda ayudar, para pedir ¿Qué uso haces de la oración de petición? Algunos desprecian como imperfecta esta oración como si fuera egoísta, interesada. Pues al Señor le gusta, la escucha y atiende.

 

        4.- Fue una fe humilde. No se atrevió a presentarse en persona y,  cuando oyó que Jesús venia a su casa, le envió el recado, diciendo: ¡Señor, yo no soy digno…! ¡Maravillosa manifestación de fe! Cristo le alabó, y la Iglesia pone estas palabras antes de la Comunión Eucarística. Y como era humilde, confiada esta oración, consiguió lo que pedía. No olvidemos estas palabras y su sentido antes de comulgar, que ellas nos dispongan para acercarnos a la Comunión Eucarística, con fe y humildad.

Fue una fe abierta a los demás, a los más humildes, a su criado enfermo. Hay que pedir e interesarse más por el prójimo, por sus problemas y necesidades, no sólo por lo nuestros personales.

 

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X DOMINGO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: 1 Reyes 17, 17-24

 

        La perícopa que narra la reanimación del hijo de la viuda de Sarepta es parte del «ciclo de Elías» (1R 17-2 R 2), un conjunto de capítulos poco unitario, pero que tienen la intención de narrar la vida del profeta a través de una serie de narraciones, algunas de ellas milagrosas. El contexto histórico en el cual se inserta nuestra lectura de hoy testimonia la fuerte polémica que la fe yavista y de modo especial la teología deuteronomista deben luchar contra los cultos naturalistas, particularmente contra el culto a Baal que algunos israelitas pretendían. Elías es el hombre de Dios que testimonia con su propia vida el juicio de Yavéh. Por este motivo la viuda, a la cual se le acaba de morir el hijo, reacciona con agresividad: “¿qué tienes que ver tú conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?”  El profeta, como hombre de Dios, hace presente a Dios que censura el pecado y hace tomar al pecador conciencia de sus faltas, según la mentalidad judía, de un Dios vengador de pecados. El milagro de la reanimación será la señal de la palabra y de la acción profética de Elías y del Dios de la vida contra el falso Baal.

 

SEGUNDA LECTURA: Gálatas 1, 11-19

 

        En el contexto de la severa condena a los Gálatas, que se han dejado arrastrar por los falsos profetas de un falso evangelio, Pablo revindica la autoridad de su propio testimonio desde el judaísmo hasta su conversión. Es la misma vida de Pablo la que garantiza que el evangelio que anuncia no es de origen humano sino divino, revelado por el mismo Cristo, y que le llevó a cambiar sus ideas y su misma vida de perseguidor de Cristo y los cristianos hasta convertirlo, por la elección de Dios por la gracia, en evangelizador de su Hijo entre los paganos.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 7, 11-17

Queridos hermanos:

 

1.- El Evangelio de hoy tiene una figura central, Jesucristo, resurrección y vida, que resucita al hijo de la viuda de Naím. Inculcaremos incansables la actualización del Evangelio. Cuando la Iglesia toma un pasaje, no lo hace tan sólo para que oigamos narrar el hecho ocurrido hace siglos, sino, sobre todo, para que, mediante su recuerdo, saquemos frutos abundantes para nosotros mismos y vengamos a reproducir ahora el hecho, dentro de nosotros mismos.

Para esto se proclaman los dichos y hechos salvadores de Cristo en la Eucaristía. Y así como un día nos vimos representados en aquel malherido del evangelio y a Cristo en el buen samaritano, así hoy lo contemplaremos como resurrección y vida, y a nosotros como el muerto que necesita de Él.

 

2.- La vida de gracia es movimiento; muerto está, por tanto, quien carece de la gracia de Dios, el que está muerto por el pecado grave, el sarmiento que está separado de la vida, que es Cristo, el que no fructifica, él es un injerto estéril.

La descripción del milagro que nos hace San Lucas, no puede ser más viva, hasta el realismo de advertir que los portadores se detuvieron sorprendidos ante la inesperada intervención del Maestro, y cómo el muerto volvió a la vida, aturdido, incorporándose, como para orientarse y darse cuenta de lo que había sucedido.

Fue así: Aconteció que iban a una ciudad llamada Naím. La ciudad está rodeada de viñas y olivares; por entre ellos bajaba el Señor, acompañado de una gran muchedumbre y cuando iba a entrar por la puerta de la muralla, vió salir un cortejo fúnebre. La caravana que bajaba, se encontró con otra que subía. Llevaban a la tumba a un jovencito, y su madre viuda no tenía otro hijo. Con esto lo hemos dicho todo.

 

3.- Las costumbres del país tenían como norma cortés que en caso de encontrarse dos comitivas, la doliente tenía preferencia, mientras que la otra le cedía el paso. Así debió de acontecer en aquella ocasión. Imaginaos ahora la tensión, la emoción enorme de aquellas gentes.; el Señor da dos pasos y se coloca junto al cadáver; la madre va allí mismo llorando; Jesús la consuela, detiene a los que llevan su triste carga y en aquel momento se presenta a los ojos del mundo una escena maravillosa; Jesús vida está enfrente de la muerte.

  Y en aquel silencio impresionante, sólo se oye una voz de poder y mando: “joven, a tí te lo digo, levántate”. Y se rompen las leyes de la física y de la biología y aquel cuerpo inerte, en periodo de corrupción, vuelve a estar vivo, simplemente porque así lo manda quien le gritó, que fue el mismo que permitió su muerte, el Señor de la vida y del mundo.

 

4.-Queridos fieles, qué fácil encontrarse con la muerte, con la del alma y con la del cuerpo. Toda persona que peca mortalmente parece vivir, pero en realidad está muerta Su cuerpo no es sino el ataúd quizás hermoso y bien pintado de un alma que hiere. Y cuántos muertos, cuántos cadáveres ambulantes.

La pena terrible es que son mucho menos los que lloran esta muerte de alma que aquella otra del cuerpo. Para los muertos espirituales apenas hay cortejo fúnebre, nadie llora esta horrible desgracia, nadie sufre por ellos, nadie ruega y pide y se inmola a Dios y le da gracias, más bien algunos exhiben públicamente el pecado y lo exhiben. Y siempre lo mismo. Es que falta fe.

Qué lástima que haya tantas personas, que no quieran saber esto, que vivan como si la muerte del alma no fuera la muerte del hombre, del matrimonio, de la juventud vacía y sin valores espirituales.

 

5.- En una cosa debemos imitar al cortejo fúnebre. Es en su caridad. Iban acompañando al difunto. Tú y yo y todos debemos acompañar a los muertos espirituales, a los pecadores. Les vamos a acompañar con nuestras oraciones y sacrificios; nos vamos a interesar por ellos y vamos a llorar ante Jesús Sacramentado esa desgracia que ellos no saben llorar, porque viven engañados por el ambiente y sus pasiones. Y vamos a llorar mucho y fuerte y de verdad, para que Jesús nos oiga.

Y estad convencidos, que hoy como entonces, Jesús sale al encuentro de nuestras miserias y nos curará y curará al mundo y a los hombres como tantas veces lo ha hecho en la historia de Salvación. Jesús también se compadeció de la pobre madre. Es el corazón de Jesús vivo en emociones, cuando son legítimas. Es compasivo, pero no sentimental. Aprendamos a conocer las penas de nuestros hermanos. Qué pena que hoy haya muchos bautizados que no quieran saber esto ni vivirlo.  Imitemos al Señor.

 

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XI DOMINGO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: 1 Samuel 12,7-10.13

 

        Tras el adulterio con Betsabé y el asesinato inducido del  marido, David se ve confrontado con su responsabilidad por un profeta: debe pagar este menosprecio de la voluntad de Dios: una vida matrimonial nacida con la sangre inocente no se verá libre de la sangre del inocente; quien quitó el hijo al esposo tendrá que ver cómo sus hijos le quitarán reino y esposas. Pero porque reconoce su pecado, salvará su vida y su reino.

        La grandeza de David, disminuida por su pasión, se acrecienta en la confesión de su pecado. La grandeza de Dios, desvelada en su pasión por la justicia, resplandece en su disposición para el perdón más que en su elección gratuita. Dios descubre el pecado oculto, para que no quede oculto su deseo de perdonar.

 

SEGUNDA LECTURA: Gálatas  2,16.19-21

 

        En su lucha continua de discusiones contra los defensores de la vigencia de la ley judía dentro de la vida cristiana, Pablo reivindica, con expresiones paradójicas pero bellísimas, la exclusividad de Cristo como origen y base de la justificación: Dios no nos considera justos por lo que hagamos, aunque hagamos su voluntad, sino en razón de la muerte y resurrección de Cristo, crucificado bajo la ley de Dios. La fe en Cristo puede ser extrema, porque se apoya en la fidelidad extrema de Cristo. Vivir como Cristo, crucificados con Él, significa vivir liberados de la ley para vivir sólo para Dios.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 7, 36-8,3

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1. El mensaje de la Palabra de este domingo es  una vez más, la misericordia de Dios que perdona al pecador arrepentido; los vemos en la primera Lectura con David,  y en el evangelio en la escena de la mujer sin nombre. Esa misericordia de Dios se manifiesta en la predilección de Cristo por los marginados.

Así lo demuestra hoy ante la mujer pecadora, una persona marginada en la sociedad judía por doble motivo: por ser mujer y por su oficio, el más viejo del mundo. En su lectura completa, el evangelio de este domingo tiene dos secciones distintas: lª. Escena del banquete en casa de Simón el fariseo (Lc 7,36- 50). 2ª. Sumario de la actividad apostólica de Jesús, en la que le acompañaban los Doce y algunas mujeres (8,1-3).

 

2. Los protagonistas de la escena del banquete son Jesús, el fariseo y la mujer sin nombre. No parece probable que esta mujer tenga que ver con María, la hermana de Marta y de Lázaro, que ungió a Jesús en Betania (in 12,lss), y menos todavía con María Magdalena. La narración de Lc es admirable y sigue estos pasos:

 

A). Jesús acepta la invitación de un fariseo llamado Simón a comer en su casa, probablemente en día de sábado. Pues era costumbre y un honor distinguido el invitar a un rabí que, estando de paso, hubiera hablado en la liturgia de la sinagoga. Inesperadamente, “una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume”.

 

B. Enseguida surge el juicio condenatorio, aunque sin palabras, del fariseo sobre el joven rabí y sobre la mujer: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora”. Cristo lee los pensamientos secretos de su anfitrión, y mediante una parábola la de los dos deudores, le alecciona sobre la relación existente entre el perdón y el amor. Es el amor y la gratitud por el perdón recibido lo que están expresando la conducta y los detalles de la “intrusa”.

 

C. Entonces “los convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz”. La reacción de los comensales es un punto importante. Efectivamente, Cristo había perdonado los pecados a aquella mujer, facultad que solamente tiene Dios. Por tanto, ellos mismos podían haberse respondido. Pero, ¿cómo ver a Dios en aquel hombre, Jesús de Nazaret? No había más que un camino: la fe. Eso es precisamente lo único bueno que tiene la conocida pecadora. Por eso se sabe aceptada por Jesús con un perdón que la regenera.

 

3. Es la misma sensación que experimentó el rey David, según vemos en la primera lectura (2Sm l2,7ss). El profeta Natán, de parte de Dios, reprocha a David su pecado y su crimen: adulterio con Betsabé, la mujer de Urías el hitita, a quien luego hizo perecer en la batalla. Al pasaje leído hoy precede una parábola en boca del profeta: la del rico que sacrifica la única oveja del pobre para obsequiar a un huésped. Villana acción que merece la condena de David. ¡Ese hombre eres tú!, le hace ver Natán. Entonces el rey David reconoce su culpa: He pecado contra el Señor. Y Natán le dice: Pues el Señor perdona tu pecado. Mensaje de perdón en que abunda el Salmo responsorial.

 

4. “Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor”, dice Jesús a Simón el fariseo refiriéndose a la mujer pecadora. ¿Cómo entender esta frase? La pecadora ama porque está perdonada; y “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (lJn 4,7s).

Es la fuerza del amor que Dios nos otorga a los pecadores. Para lograrlo hemos de comenzar por reconocer nuestra situación de pecado. Cuando perdemos la conciencia de ser pecadores, algo que efectivamente están perdiendo el hombre y la mujer de hoy, somos el fariseo Simón. Juzgamos duramente a los demás sin pensar que también nosotros fallamos y necesitamos el perdón de Dios, como David y la mujer sin nombre, es olvidar que ante Dios todos somos deudores insolventes.

Pero a El no le importa. Su perdón, como su amor, es gracia y no transacción comercial. Quizá por ser gratis y debido a nuestra mentalidad mercantilista, no lo estimamos lo bastante. Pero lo que nos enseña hoy Jesús es que no nos liberamos del propio pecado por nuestro propio esfuerzo (es la actitud del fariseo), sino aceptando el perdón y amor gratuitos de Dios (actitud de la pecadora). Eso respecto de Dios; y en relación con los hermanos, el que no se siente pecador no puede colaborar a construir un mundo mejor, porque es incapaz de empezar por el principio, cambiando él personalmente. Solamente así sabremos acoger, comprender y ayudar a los demás.

Dios está siempre por el perdón y la reconciliación porque en Cristo ha tomado partido por el hombre. Ese perdón de Dios al hombre pecador tiene, por disposición suya, un cauce de efectividad en el sacramento de la reconciliación o penitencia mediante el cual la Iglesia reconcilia con Dios y recupera para la comunidad al miembro enfermo, como vimos en otra ocasión. Hoy nos acercamos poco al sacramento del Perdón de Dios. No nos sentimos pecadores. Pero eso no sólo no nos hace mejores, sino que nos endurece en nuestros pecados y faltas de amor. Recemos con verdad: «Perdona  nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal» de sentirnos ya justificados.

 

5.- La segunda Lectura dice textualmente: “Hermanos, sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la ley sino por creer en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley, porque el hombre no se justifica por cumplir la ley”.

        El sentido literal es que la justificación, la santidad no  viene por el cumplimiento de la ley de las obras sino por la fe, el evangelio de Jesucristo. Y esto concuerda perfectamente con el evangelio de hoy, donde se nos invita a perdonar  porque ese es el proceder de Dios, la perfección, la santidad.

        Jesús ha censurado actitudes incorrectas del hombre antes Dios, que se fundaban, en última instancia, en una oculta autosuficiencia  y una falsa seguridad; finalmente Él nos ha manifestado que Dios es el consuelo y la alegría del humilde, que desde su pobreza o incluso en su pecado, se abandona con gozo a la misericordia de Dios y tiene experiencia de Él, de su amor  y de perdón de Padre.

        La santidad la concebimos como un progreso en las obras, en el desarrollo de las facultades, en la capacidad de superación y en el cumplimiento cada vez más exacto de las tareas y funciones, en el cumplimiento de las leyes.

        Los escribas y fariseos se distinguen por esto. Y  sin embargo Jesús dice: “Si vuestra justicia no supera…” ¿Por qué?  Porque este modo de vivir lleva inherente en sí el enorme peligro de identificar la perfección con la seguridad y santidad por sus obras externas.

        Sin embargo, para Jesús, la santidad, la perfección consiste en imitar la misericordia que Él tiene para con los hombres. “Si vuestra santidad no sobrepasa…” La observancia escrupulosa y literal de los mandamientos de aquí en adelante ya no es suficiente. Debe ser sobrepasada por un cumplimiento según el espíritu, según el evangelio. De ahí la invitación de Jesús: “Sed misericordioso como vuestro Padre celestial es misericordioso...” Mostrándose misericordioso el discípulo de Jesús se asemeja al Padre. Por eso Lucas pone misericordioso, donde Mateo pone “sed perfectos…”, porque esto puede llevar a lo que estamos censurando, poner la confianza en la perfección propia de los actos, pero sin misericordia, que es la esencia de Dios, amor misericordioso.

        La santidad cristiana está en tener un corazón compasivo y misericordioso como nuestro Padre Dios que es todo amor, su esencia es amar y si deja de amar deja de ser Dios.

        El hombre no se acerca a Dios por las obras, ni a Dios le podemos dar nada que Él no tenga; solo podemos acercarnos por el amor misericordioso hacia los necesitados, abandonados y pecadores, por los sentimientos de perdón mutuo.

        Las buenas obras no justifican al hombre, si no proceden de un corazón humilde y misericordioso. La santidad está en la misericordia, en amar a los hombres como Dios nuestro Padre nos ama a todos y nos perdona.

 

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DOMINGO XII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Zacarías 12, 10-11

 

        Hundido el imperio persa, y antes del período de helenización, se refleja un resurgimiento de esperanza en la comunidad, girando toda ella en torno al Templo. El Templo es no sólo el centro de la comunidad, sino el centro religioso del mundo. Se espera la exaltación futura de esta esperanza: la gracia y la oración, derramadas por Dios y se vislumbra también la acción redentora de la muerte del Traspasado, como origen de la salvación. Menos claro que en el Siervo de Isaías 52, 13-53, 12, pero los textos se iluminan unos a otros. En torno a él se insiste, sobre todo, en la conversión: mirada y duelo universal por Él, el uno, el único, el primogénito. Él, con su sufrimiento, atraerá todas las miradas convertidas (cfr Apoc 1,7; Jn 3, 14), y, con la eficacia de su acción, eliminará las dudas (cfr Evangelio de hoy), realizará la unidad universal en la única fe (cfr Segunda lectura de hoy).

 

SEGUNDA LECTURA: Gálatas 3, 26-29

 

        La justificación por la fe en Cristo da a los hombres una ciudadanía nueva, la del verdadero pueblo de Dios. Con esta imagen aclara Pablo el contenido de la justificación cristiana. Esta ciudadanía equivale a la filiación divina. Los ciudadanos del nuevo pueblo de Dios son Hijos de Dios. Y esta realidad se adquiere por la fe en Cristo Jesús (Rom 8, 14-15). El momento histórico con que el hombre entra en el pueblo de Dios es el de su bautismo. Pablo explica esta realidad con la imagen de «revestirse de Cristo» hebraísmo bíblico usado más veces por Pablo (Rom 13, 14; 1 Cor 15, 53; Ef 4, 24; 6, ir) para expresar la unión vital, íntima con el Señor. Esta ciudadanía realiza la unidad de todos los pueblos, de todas las clases sociales. La fuerte división que existía en el mundo de entonces, queda superada por la obra salvadora de Cristo que hace de todos los creyentes una sola persona «en Cristo» (cfr Ef 2, 7).

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 18-24

 

QUERIDOS HERMANOS: en el Evangelio de hoy Lucas une el reconocimiento de la divinidad de Jesucristo, por parte de Pedro, con el anuncio de la Pasión del Señor, y la exigencia de la abnegación y la cruz para seguirle. Estas tres realidades son esenciales en el cristianismo y están profundamente unidas.

1.- La Divinidad de Jesucristo. Es el fundamento de la fe cristiana. El cristianismo es Cristo, Hijo de Dios. Sin confesar la Divinidad de Cristo no hay cristianismo. Es el mayor don de Dios a los hombres.

        Una cosa, sin embargo, es conocerlo, estudiarlo, predicarlo y oírlo. Lo que necesitamos es creerlo. Y mejor, celebrarlo en los sacramentos, especialmente, la Eucaristía. Y lo mejor de todo, vivirlo. Para eso vino en nuestra busca. Y  predicarlo, lo mejor es ser testigos. Creo en Cristo, en la medida en que ajusto mi vida a esta verdad, y Él es lo primero y absoluto en mi vida. No es fácil. Es un don de Dios, una gracia, hay que pedirla.

        San Juan de la Cruz: oración meditativa, afectiva, contemplativa con la conversión y purificación permanente, las noches, las purgaciones, para llegar a la unión total en Dios. La sinceridad de la fe, la verdad de mi fe se demuestra en la capacidad que tengo de renunciar a cosas por Cristo. Renuncio mucho, creo mucho; renuncio a poco, creo poco; renuncio a nada, me exijo nada.

        2.- Estructurar mi vida desde la fe es creer de verdad,  es  seguir a Cristo, vivir el evangelio, porque el cristianismo no son  sólo verdades, sino fundamentalmente vida entregada a Dios y a los hermanos por la verdad creída; la verdad creída se convierte así en verdad vivida, que me lleva al éxtasis por el sufrimiento de tomar la cruz y seguir las huellas, las mismas huellas de Cristo; el amor a Dios creído en Cristo nos debe llevar a matar el amor que nos tenemos a nosotros mismos, al propio yo, para adorar sólo a Dios y darle culto con mi fe y mi vida: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga…” ¿A qué estoy renunciando por creer en Cristo, por seguirle… como joven, familia, esposo, sacerdote…?

        3.- La muerte de mi yo y criterios y voluntad en seguir a Cristo es signo y manifestación de mi amor a Cristo, al Padre; como la pasión, muerte de Cristo es el acto supremo manifestativo del amor al Padre, cumpliendo su voluntad.

        Mi  camino de seguimiento a Cristo de cumplir la voluntad del Padre, me lleva a mi muerte, pasión y resurrección espiritual y total  ¿Quién vive en esta línea? Porque Jesús une la confesión sincera de su Divinidad con el seguimiento.

        Porque no se puede confesar con verdad: Tú eres Dios, y luego no seguirle y arrodillar la propia vida en su presencia, poner toda mi vida de rodillas ante Él, adorarle con todas las fuerzas de mi corazón.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS: 1.- La liturgia de la Palabra de este domingo proclama a Jesús como el Mesías que ha de sufrir mucho para salvar a los hombres. Tanto la primera Lectura, donde Zacarías nos habla de la muerte violenta de un personaje misterioso, por el que todo el pueblo llorará amargamente, como el pasaje del evangelio, donde Jesús abiertamente afirma que el Hijo del hombre ha de sufrir mucho y ser entregado para morir y resucitar para la salvación de muchos; se insiste en los padecimientos del Mesías y en la eficacia de su pasión salvadora. Vamos a reflexionar brevemente sobre estas verdades.

        2.- Destacaría en primer lugar el convencimiento que Jesús tiene de ser el verdadero Mesías que ha de salvar a su pueblo, no en un sentido político y temporal, sino como el Siervo de Yahvé, para llevarle a la salvación definitiva por su pasión y muerte sufrida por llevar sobre sus hombros los pecados de todos.         Y este convencimiento no se manifiesta sólo ni principalmente por las repetidas veces que Jesús insiste sobre este tema en diversos momentos de su vida, ni siquiera por la firmeza en ir a la muerte, sino fundamentalmente por la dureza con que rechaza las insinuaciones de Pedro cuando le quiere suavizar o apartar de este camino trazado por la voluntad del Padre.

        En San Mateo, después de la respuesta de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, Jesús responde: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino mi Padre que está en los cielos”. Y en otro pasaje del evangelio, cuando Pedro, ante el anuncio de la pasión por parte del Señor, quiere apartarle de ese camino de sufrimiento, Jesús le dice: “Apártate de mi Satanás, porque piensas como los hombres y no como Dios…”

Vemos que a quien llamó poco antes bienaventurado y estar guiado por Dios su Padre en sus palabras, ahora lo llama Satanás y le dice que se aparte de Él. ¿Por qué esta dureza y este rechazo? Porque para Cristo la voluntad del Padre era su comida y Él había venido para cumplir su voluntad. Esto era lo primero y absoluto de su vida. Y por cumplir su voluntad está dispuesto a sufrir todo lo que sea. Y como esa es la voluntad del Padre para salvar a los hombres, por eso, Él se entrega totalmente a cumplir su voluntad.

El por qué del sufrimiento en Cristo y, sobre todo, la dureza de tanto sufrimiento, es un misterio; Cristo nos podía haber salvado de otro modo, sin sufrir tanto o sufriendo menos. Mucho se ha escrito sobre esta materia. Mucho se seguirá escribiendo. Me quedo con las palabras de Cristo, interpretando tanto sufrimiento en clave de voluntad del Padre para demostrar su amistad total al hombre, del amor total y gratuito: “Nadie ama más que aquel que da la vida…Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

        San Pablo lo comprendió y lo vivió así: “No quiero saber más de mi Cristo, y éste, crucificado”; “Para mí la vida es Cristo; vivo yo pero no soy yo es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

3.- En Getsemaní, es trágico ver que el Padre no le hace caso a su Hijo: “Padre, pase de mí este cáliz…” por amor a nosotros los hombres. Es, pues, en clave de amor extremo, de amor loco y apasionado de Dios al hombre como hay que interpretar toda la pasión y la muerte y resurrección de Cristo.     El camino trazado por Dios al Hijo ha determinado también el camino del discípulo, que quiera seguirle, de toda persona que opta por Él: “El que quiera ser discípulo mío…”       Debiéramos pedir esta gracia al Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo. Él fue quien le impulsó a realizar el plan de Dios, por la potencia de su amor.

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DOMINGO XIII ORDINARIO

 

 

PRIMERA LECTURA: 1 Reyes 19, 16b. 19-21

 

        El Señor elige a quien quiere para que sea su portavoz, antes de todo merecimiento (Cfr Isaías 49,1). Elías con su acción simbólica invita a Eliseo a compartir con él su misión profética. Eliseo responde sin vacilación; deja hasta lo más querido por él para ser fiel a la invitación del Señor y lo sella todo con un sacrificio generoso. En la nueva alianza los apóstoles y discípulos del Señor heredarán el espíritu de los profetas. Jesucristo exigirá una exclusividad absoluta en su servicio (cfr Evangelio de hoy). Los apóstoles, padres y modelos nuestros en la fe, responden con la misma generosidad que Eliseo, dejándolo todo para seguir al maestro (Mt 4, 20, 22). En la Iglesia hay muchos oficios y carismas para la edificación de su Cuerpo (Ef 4, 11,16; 1 Cor 12, 27-31). La llamada del Señor llega a cada uno por caminos insospechados.

 

SEGUNDA LECTURA: Gálatas 4, 31B-5. 13-18

 

        La Lectura de hoy pertenece a la tercera parte de la carta en la que Pablo expone unas consecuencias prácticas de la doctrina sobre la justificación. El hombre justificado ha entrado en la libertad. Y en ella debe mantenerse firme; «permanecer», dice Pablo, tomando el vocablo del lenguaje militar y que describía la actitud del soldado en guardia. La libertad del «justificado» es una libertad en el amor al prójimo, que en realidad se convierte en una esclavitud al servicio del hermano. Y esta esclavitud en la libertad brota del amor, fundamento de la comunidad de justificados: “en el Espíritu”; se refiere Pablo principalmente al Espíritu Santo en cuanto dirige la vida del justificado y la orienta por el camino de las apetencias del Espíritu, contrarias a las de la carne, que es una vida antagónica a la del Espíritu, dominada por lo divino y sobrenatural.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 51-62

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La liturgia de este domingo se centra en el seguimiento o discipulado de Jesús. Antes de llegar a las llamadas de seguimiento, nos llama la atención la primera frase del texto evangélico: Jesús, al presentir que se acercaba el tiempo de su retorno al Padre, “tomó la decisión de ir a Jerusalén”.

        No se trata precisamente de un viaje turístico, pues todos sabían que se trataba de la persecución y posible muerte de Jesús. Los discípulos se lo dicen en otro texto evangélico: “Señor, si hace poco te querían apedrear…” Pero Él sigue fiel a la voluntad del Padre: «Hay que subir a Jerusalén».

 

        2.- En este camino de los discípulos, llenos de miedo y detrás de Jesús, San Lucas expone las perícopas del seguimiento y sus radicales exigencias, así como la poca comprensión de los Apóstoles acerca del modo y exigencias de Jesús.

        En primer lugar Jesús no tiene más remedio que reprochar a Santiago y a Juan sus deseos de venganza por el mal recibimiento que los samaritanos dispensaron a Jesús y su evangelio.

        Después de veinte siglos y de esta enseñanza de Jesús, en nosotros no ha desaparecido esta actitud vindicativa por motivos sociales o religioso.

        Si los cristianos tenemos derecho a vivir y practicar nuestra fe, que consideramos verdadera, no podemos por ello condenar a los que no piensen y vivan como nosotros, por heréticos o absurdos que nos parezcan, aunque comprendo que es una de las actitudes más difíciles de ayer y de hoy, siempre que no se metan contra nosotros.

       

3.- Pero el centro de las reflexiones de hoy está en las perícopas siguientes que, si bien son tres, giran en realidad sobre un mismo eje y una misma idea central.

        San Lucas nos trae tres casos de posibles discípulos de Jesús.

        En el primer caso, hay como una autoinvitación; se trata de uno que entusiasmado por la fama de Jesús, se decide a seguirle donde quiera que vaya. Jesús viene a decir: No tengo nada que ofrecerte de ganancias materiales ¡No tengo ni casa donde alojarme!

        Jesús, al revés que los líderes políticos, no ofrece nada. Ni hoy tampoco. Por eso pierde campañas con algunos, otros abandonan sus llamadas y tiene tan poco jóvenes que quieran seguirle en el sacerdocio o en la vida consagrada. En el seguimiento a Jesús sólo importa el amor a Dios y el servicio a los hombres.

       

4.- El segundo candidato es llamado por Jesús con el característico: “¡Sígueme!” El hombre acepta, pero pone una condición sumamente razonable y lógica: que antes pueda enterrar a sus muertos. Es una forma de expresar la renuncia por Cristo a los afectos humanos, que deben quedar en segundo lugar, incluso ante el mandato del mismo Dios, de que hay que honrar a padre y madre. Dios quiere y nos obliga bajo mandamiento a amar a los nuestros, pero antes siempre está su voluntad, y si hay contraposición, debemos de anteponer la voluntad de Dios.

        Este es el sentido de las palabras de Cristo. Jesús se muestra intransigente y responde con una frase desconcertante: “que los muertos se encarguen de los muertos, en cambio, tú ve a anunciar el reino de Dios”.

        Esto tiene una interpretación simbólica: Ha llegado la Vida, deja el pasado de muerte, predica el Reino. Que el pasado se ocupe del pasado, no se puede colocar una tela nueva en la vieja.

       

5.- El tercer caso es similar al segundo. A este hombre le cuesta trabajo romper con su pasado afectivo: el que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios.   No se oponía a la despedida de los padres, sino a la incompatibilidad del seguimiento cristiano con la antigua familia de los judíos, la sinagoga, el templo, la ley antigua.

        Concluyendo: La fe cristiana cambia radicalmente la vida del hombre, si es aceptada; es un punto de vista totalmente nuevo y original a la luz del cual debemos replantear toda nuestra existencia, aún en aquellos elementos que nos sean más queridos e íntimos.

        Sólo así la fe es cambio de vida y, en consecuencia, entrada en el Reino de Dios, que tiene unas leyes de crecimiento y desarrollo diversas a las leyes del reino de la tierra.       Que el Señor nos conceda luz para comprenderlas y gracias para seguirlas y vivirlas. Así seremos discípulos verdaderos. Amen.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La liturgia de este domingo se centra en el seguimiento de Cristo. Todos, desde el santo bautismo, nos convertimos en discípulos y seguidores   del Señor y herederos del cielo, de la eternidad, que empieza aquí abajo, y para eso, para ser seguidores y discípullos y cristianos completos de Cristo estamos obligados no solo a creer en Él sino a  seguirlo, a imitarlo, cumpliendo sus mandamientos, su voluntad cada día, viviendo como él, pisando sus mismas huellas de amor a Dios y a los hermanos y para eso hay que hacer lo que nos dice y predica tantas veces en los evangelios: ” El que quiera ser discípulo mío... Algo que hoy se predica poco y se practica menos, incluso en ambientes religiosos: seminarios, noviciados... Porque es antipatico y supone mortificarnos y negar nuestros egoismos.

Por eso os digo que desgraciadamente el seguimiento de Cristo en nuestra vida, el vivir su evangelio, está hoy muy olvidado por la mayor parte de los cristianos; hoy hay muchos bautizados, que no  tenemos la convicción de que ser cristiano, estar bautizado es un compromiso de seguir e imitar a Cristo en nuestra vida, de seguir su evangelio, su vida y enseñanzas, no de saberla o incluso de predicarla sino de vivirla, y no reflexionamos todos los días si mi vida como esposo cristiano, como madre cristiana, como hijo o joven cristiano, sobre todo, como sacerdote y religiosa consiste esencialmente en imitar y seguir y vivir lo que Cristo vivió y practicó y predicó en su evangelio, cumpliendo así las exigencias propias de la vida cristiana en el matrimonio o el sacerdocio o la vida religiosa, a la que Cristo nos ha llamado,

Es decir, que he sido bautizado, o que he sido ordenado sacerdote o que Cristo me ha llamado a la vida religiosa para vivir su vida, esto es, para ser seguidor suyo, pisar sus huellas de amor a Dios y a los hermanos como él, hasta dar la vida, esto es, para ser santo, todos estamos llamados a la santidad, a la vida de unión con Él mediante la oración diaria y el cumplimiento de los mandamientos y voluntad de Dios, cada uno según su estado, no es lo mismo la vida de una religiosa que la de una madre cristiana o una joven cristiana, cada uno tiene que ser santo según su estado de vida, y a esto estamos llamados desde el santo bautismo, y las ayudas son los demás sacramentos.

Y la santidad no es una cosa extraordinaria, solo reservada para algunas almas especiales, no, es una exigencia para todo bautizado, es vivir en plenitud la vida de gracia que nos da el bautismo y potencia la comunión eucarística, rezamos y comulgamos para ser como Cristo, para vivir como Cristo, esto es, para se santos, para amar a Dios sobre todas las cosas y a todos los hombres como hermanos, y lógicamente esto no es fácil, primero porque ni siquiera lo sabemos o lo tenemos en cuenta y tratamos de vivirlo, y segundo, porque cuesta sacrificio, cuesta mucho esfuerzo y dolor y renuncias el vivirlo.

Es sencillamente tener todos los días un rato de oración- revisión personal de vida, si es ante el Sagrario, mejor; el camino de la santidad, de la perfección cristiana es el camino de la oración-conversión diaria porque ORAR, AMAR Y CONVERTIRSE A DIOS SE CONJUGAN IGUAL. Y esto seas cura, religiosa, cardenal u obispo…. No oro todos los días, oro y no me convierto… me he cansado de convertirme y cambiar de vida, se acabó la oración, es tiempo perdido.

Queridas hermanas, en la vida religiosa me he comprometido a seguir a Cristo en santidad y amor total, en castidad perfecta, viviendo en pobreza y plenitud la vida de gracia, de santidad, luchando por seguir en mi vida la vida de mi Cristo, único Señor y esposo al que me he comprometido en pobreza castidad y obediencia hasta el cielo, hasta la eternidad y es tan serio y verdadero mi deseo de ser totalmente de Cristo que he renunciado a vivir en el mundo para vivir solamente para él y para toda la Iglesia en vida de recogimiento, sacrificio y sobre todo, de oración-conversión permanente, tengo que se santa...

Repito, hermanos, porque esto es lo único que importa, lo único que todos hemos de tratar de vivir en nuestras vidas, cada uno según su estado. Todos, desde el santo bautismo, estamos llamados no solo a rezar, sino a ser santos, a cumplir la voluntad de Dios cada día con esfuerzo y santidad, todos, los padres, los esposos cristianos, los jóvenes cristianos, y sobre todo, los sacerdotes y los religiosos y religiosas, todos estamos llamados a la a vivir imitando y siguiendo a Cristo, cada uno según su estado.

 

3.- Y esto es el centro de las reflexiones de hoy, de las perícopas siguientes que, si bien son tres, giran en realidad sobre un mismo eje y una misma idea central, la que os he dicho: Según Jesucristo Dios debe ser lo primero y preferido en nuestra vida.

        San Lucas nos trae tres casos de posibles discípulos de Jesús.

En el primer caso, hay como una autoinvitación; se trata de uno que entusiasmado por la fama de Jesús, se decide a seguirle donde quiera que vaya. Jesús viene a decir: No tengo nada que ofrecerte de ganancias materiales, solo mi amistad y salvación ¡No tengo ni casa donde alojarme! Soy pobre, no hago rico a mis seguidores, no he venido para eso.. Por eso, hoy en un mundo materialista, Jesús tiene pocos seguidores, seminaristas, novicias, niños y jóvenes, que le sigan en vida religiosa o sacerdotal. A ver si el pueblo cristiano es más agradecido a los sacerdotes y a las religiosas contemplativas que renuncian a todo para llevarlos al cielo.

 

4.- El segundo candidato es llamado por Jesús con el característico: “¡Sígueme!” El hombre acepta, pero pone una condición sumamente razonable y lógica: que antes pueda enterrar a sus muertos. Es una forma de expresar que los afectos humanos,  deben quedar en segundo lugar, ante la voluntad de Dios; aunque paradógicamente los religiosos, sacerdotes y religiosas luego amamos más a los padres que el resto.

        Y el tercer caso es similar al segundo. «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». A este hombre, como a estas religiosas contemplativas,  les cuesta trabajo romper con su pasado afectivoA todos nos cuesta dejar nuestra casa, sobre todo a sacerdotes y religiosas, pero ordinariamente luego somos los que más rezamao y nos interesamos por la familia.

Jesús no se opone ahora ni entonces a la despedida de los padres, pero la llamada de Dios, la vocación al sacerdocio o la vida religiosa debe anteponerse a todo. PIDAMOS ESTA GRACIA para LA IGLESIA ACTUAL, EL MUNDO  NECESITA VOCACIONES que renuncien a todo por el reino de Dios y la salvación eterna de los hermanos. Es la mejor forma de amar al mundo y a los hombres y a nuestras familias, todo por su vida y salvación eterna.

 

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DOMINGO XIV ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 66, 10-14c

 

        El Dios del creyente es el Dios de la paz (Jer 29,11) Sus intervenciones son portadoras de paz, que caracteriza la era de la salvación de Dios y que Dios “derramará sobre su pueblo como un torrente”. Todo es fruto del cumplimiento de la palabra de Dios que permanece para siempre, ya que la voluntad salvífica de Dios es más fuerte que los poderes humanos de los pueblos. Sobre este fundamento se apoya la fe y la esperanza del profeta  que cree en la bondad y en la profundidad del amor de Dios. Y salva a su pueblo por fidelidad y por el amor que le tiene. Dios, con su perdón y su protección, es el fundamento de la verdadera paz, tanto para la vida personal del hombre como para la convivencia de todos en la ciudad.

       

SEGUNDA LECTURA: Gálatas 6, 14-18

 

        El apóstol Pablo, en la lectura que hacemos hoy de su carta a los Gálatas, pone la cruz de Cristo como centro del mensaje de salvación ofrecido por la vida y enseñanza de Jesús.

La paz de Dios nace de la cruz. Y Pablo, crucificado con Cristo  anuncia la paz a todos los que siguen el camino de la cruz. No cabe duda que la cruz ha hecho surgir un pueblo nuevo. Los brazos de la cruz de Cristo hacen a todos los hombres iguales y acogidos bajo su sombra salvífica. La importancia de la cruz no puede parangonarse con otros episodios de la historia de la salvación. El camino de la salvación consiste en compartir la cruz de Cristo para sentirse una criatura nueva liberada de las realidades temporales. En San Pablo, “las marcas” que aparecen en su carne, son señales de quien luchó por ser el “hombre nuevo” resucitado en Cristo a una vida de paz y amor.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 10, 1-12. 17-20

 

 QUERIDOS HERMANOS: En el evangelio de este domingo Jesús empieza diciéndonos que “La mies es mucha, pero los obreros son pocos, rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies…”. La mies es mucha, el mundo entero que hay que salvar; los obreros, los sacerdotes, son pocos. Y esto es lo que nos dice el Señor, que tenemos que orar por las vocaciones, tenemos que pedir y orar para que el Señor nos dé muchos y santos sacerdotes. ¿Tú rezas alguna vez por las vocaciones, para que haya muchos y santos sacerdotes?Pues mira cómo el Señor te invita a que lo hagas

 Hermanos, somos eternos. Nuestra vida es más que esta vida…Para esto vino Cristo. Los sacerdotes somos los obreros de la mies, de las eternidades de todos los hombres…Es por lo único que soy sacerdote… porque tú eres eterno, porque Dios existe y nos ha llamado a vivir su misma vida de gozo en el cielo con Él. Cada uno que haga con su vida lo que quiera pero no olvidemos nunca el credo, lo que creemos y profesamos en todas las misas: creo en la resurrección de la carne, creo en la vida eterna… por eso todos los que han muerto están vivos en la vida eterna, es decir, en el cielo felices con Dios o en el infierno eternamente sin Dios, lo ha dicho el Señor, y ya para siempre. Lo ha dicho el Señor.

Queridos hermanos, esto fue para lo único que vino el Señor a este mundo, ¿para qué vino Cristo? ¿para qué murió en la cruz y resucitó?, ¿vino solo para hacer milagros, para dar de comer, para curar enfermos o predicar…? No, Cristo vino fundamentalmente para salvanos eternamente, para abrirnos a todos los hombres las puertas del cielo, donde pido todos los días en la santa misa que estén los nuestros, todos los cristianos, muchísimos de los cuales se han aparecido a través de la historia, muchos santos y santas, para confirmarnos que están vivos en la vida eterna, y Cristo y la Virgen, Lourdes, Fátima, Siracusa...infinidad de apariciones.

Queridos hermanos, Cristo, hijo de Dios verdadero, en quien creemos y esperamos, vino a este mundo y se encarnó y predicó, y  murió y resucitó unicamente para esto, para que todos tengamos vida eterna, para vencer la muerte en nosotros como la venció en Él, el primero de  todos… así que cuando morimos para este mundo pasamos a la eternidad o con Dios en el cielo o en el otro sitio que no quiero ni mencionar pero  que existe, porque Cristo lo dijo y predicó: “venid benditos…, marchad malditos…”.

 Esta es una verdad fundamental de nuestra fe, del cristianismo, lo único por lo que soy sacerdote, lo único por lo que existe la Iglesia en este mundo, para llevarnos a todos al cielo porque tú eres eterno; mira a ver cómo vives, el camino llevas en esta vida, mira lo que estás haciendo para vivir esta eternidad con Dios…

Y para esto es la religión, la misa, el cumplir los mandamientos… porque habrá un examen en el mismo momento en que morimos para este mundo: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve desnudo y me vestisteis,  enfemo…. Y ¿cuando lo hicimos..? cuando lo hicísteis con cualquiera de mis hermanos los hombres.. MARCHAD MALDITOS AL FUEGO ETERNO….

ES LO ÚNICO QUE QUIERO PREDICAROS ESTA TARDE EN NOMBRE DE CRISTO … ES LO MÁS IMPORTANTE DE LA VIDA DE CADA UNO. “Porque la vida de los que en Ti creemos, no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada temporal adquirimos una morada eterna en el cielo: prefacio de la misa de difuntos.

YO SOY SACERDOTE SOLO POR ESO, PARA LLEVAR A MIS HERMANOS, TODOS LOS HOMBRES, NIÑOS, JÓVENES O MAYORES AL CIELO, CIELO QUE A VECES SIENTO SOBRE TODO JUNTO AL SAGRARIO, donde está Cristo vivo, vivo y resucitado, y donde se quedó para llevarnos a todos como nos prometió durante su vida, “yo soy el pan de vida…. Y realizó en la cena del Jueves Santo... ESTO ES MI CUERPO… que algunos de vosotros vais a recibir….

Este Cristo que está en el pan consagrado es el mismo del cielo, y de Palestina, el que predicó este evangelio de hoy y que hoy me ha dicho tantas cosas que solo voy a meditar con vosotros la primera frase que nos dice en el evangelio de este domingo: “la mies es mucha, los obreros son pocos…”.

PUES BIEN, hermanos, necesitamos obreros que cultiven esta mies, esta eternidad de todos los hombres. Y estos cultivadores son principalmente los sacerdotes de Cristo. El Padre Dios, en Cristo Jesús, su Hijo y único Salvador del mundo, por medio ahora de los sacerdotes, quiso salvarnos para una eternidad de gozo en el cielo con Él.

Repito, yo soy cura y he renunciado a esposa e hijos únicamente porque tú eres eterno, y esto lo siento y lo vivo muchas veces igual que la presencia de Cristo en el Sagrario hasta el punto de que le digo muchas veces: Señor, quiero irme contigo, porque tú llenas toda mi vida: “Sàcame de aquesta vida y dame la muerte…”.

Hermanos, somos eternos, no nos van a salvar ni los políticos ni los guasad ni tanta superficialidad que existe hoy en el mundo, solo existe una salvación, una vida: Dios eterno e infinito. Hermanos, sed religiosos, rezad, venid a misa los domingos, sed esposos y esposas fieles, cristianos de verdad… Que esta vida se pasa y la vida eterna, que Él, que Jesucristo nos consiguió con su vida, muerte y resurrección, nos viene a todos por los sacramentos, principalmente por el sacramento del bautismo que nos da la vida nueva de la gracia, vida eterna de Dios en nosotros, y por la Eucaristía, “El que come de este pan vivirá  eternamente…y la misa del domingo es celebrar la resurrección de Cristo y la nuestra.

Ahora bien, para predicar y recibir los sacramentos de la vida eterna necesitamos sacerdotes, sacerdotes, porque el Señor ha querido que fuéramos colaboradores suyos, que tuviéramos una parte importante en la tarea de la salvación de todos los hombres, y esto somos todos los sacerdotes, sembradores y cultivadores y recolectores de las eternidades de nuestros hermanos los hombres, somos eternos, nuestra vida, tu vida es más que esta vida de ahora; hermano, vivirás siempre, en la felicidad eterna del mismo Dios, o fuera de Él, en la condenación eterna ….

“La mies es mucha, los obreros, pocos”, y otra verdad, queridos hermanos, que quiero deciros es que este evangelio lo predica Jesús para todos los cristianos, para todos los bautizados:

POR EL SANTO BAUTISMO TODOS SOMOS HECHOS SACERDOTES Y PREDICADORES DE CRISTO Y de SU EVANGELIO, PERO ES UNA VERDAD TEOLÓGICA HOY MUY OLVIDADA Y MENOS PRACTICADA. Los padres y madres cristianos son sacerdotes que deben instruir en la fe a sus hijos, por eso sois responsables de la eternidades de vuestros hijos.

 

De ahí que hayamos de rogar, una y otra vez, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies, que despierten la conciencia dormida de tantos cristianos que no viven su fe.

Hermanos, “la mies es mucha, los obreros, pocos, rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Necesiamos curas y madres sacerdotales, cultivadorres de  eternidades de sus hijos.

¡Matrimonios jóvenes, por amor a Cristo y a todos los hombres, vuestros hermanos, animaros a tener un hijo sacerdote, que sea sembrador y recolector de las eternidades.

 

ORACIÓN DE LOS FIELES:

 

--En el Evangelio de hoy Jesucristo nos dice que es necesario enviar obreros a la mies, porque la mies es mucha y los obreros, los sacerdotes, son pocos.

POR ESO, OREMOS AL DUEÑO DE LA MIES, DICIENDO:

OH SEÑOR ESCÚCHANOS Y TEN PIEDAD

--Evidentemente el Señor se refiere a las vocaciones sacerdotales.
Hay que pedir mucho a Dios que haya muchas y buenas vocaciones sacerdotales.

POR ESO, OREMOS AL DUEÑO DE LA MIES, DICIENDO:

OH SEÑOR ESCÚCHANOS Y TEN PIEDAD

--La peor tragedia para la iglesia, para una nación es la falta de sacerdotes. Muy lamentable es que falten médicos e instalaciones sanitarias, pero peor es que falten sacerdotes médicos de la vida eterna.

--POR ESO, OREMOS AL DUEÑO DE LA MIES, DICIENDO:

OH SEÑOR ESCÚCHANOS Y TEN PIEDAD

--Los médicos, esos grandes bienhechores de la humanidad, lo más que pueden hacer es retrasar la hora de la muerte. Pero ningún médico puede garantizarnos una vida eterna. Los sacerdotes, sí.

POR ESO, OREMOS AL DUEÑO DE LA MIES, DICIENDO:

OH SEÑOR ESCÚCHANOS Y TEN PIEDAD

--El sacerdote es el mayor bienhechor de la humanidad porque es el único que puede garantizarnos una vida eterna y feliz con Dios.

POR ESO, OREMOS AL DUEÑO DE LA MIES, DICIENDO:

OH SEÑOR ESCÚCHANOS Y TEN PIEDAD

--Es una pena que muchos jóvenes no son capaces de descubrir los valores del sacerdocio porque están alejados de la fe y se les escapa lo más importante de la vida: la felicidad eterna, para la cual existen y existimos.

POR ESO, OREMOS AL DUEÑO DE LA MIES, DICIENDO:

OH SEÑOR ESCÚCHANOS Y TEN PIEDAD

--El materialismo de nuestra época hace que gran parte de la juventud actual sólo piense en el dinero y en los placeres de la vida. Pidamos a Dios que muchos jóvenes valoren la vida  y la felicidad eterna de sus hermanos los hombres y se entreguen al servicio de Dios y de las almas.

POR ESO, OREMOS AL DUEÑO DE LA MIES, DICIENDO:

OH SEÑOR ESCÚCHANOS Y TEN PIEDAD

 

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CUANDO SE PIENSA... (Está retocada por mí del original)

 

CUANDO SE PIENSA... que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote...

 

CUANDO SE PIENSA... que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote...

 

CUANDO SE PIENSA... que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote...

 

CUANDO SE PIENSA... en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario... Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

 

CUANDO SE PIENSA... que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar... Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino...

 

CUANDO SE PIENSA... que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos...

 

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí actuando el mayor milagro de Dios...

 

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DOMINGO XV ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 30, 10-14

 

        Toda la gente se esfuerza en estudiar, prepararse, para ejercer una profesión del modo más competente posible. Dios, en la primera lectura de hoy, nos ofrece, por boca de Moisés, una misión, una profesión, que es para toda la gente y no necesita preparación técnica alguna. Lo que necesita es una generosidad y una bondad a toda prueba: “cumplamos sus mandatos; que nos convirtamos a Él de corazón y que tratemos con amor a todos, cumpliendo la Ley del Señor”. Además, para que no pongamos disculpas al cumplimiento de este mandato, nos asegura que “lo tenemos impreso en el corazón”, que no es preciso que lo andemos buscando fuera de nosotros. Directamente Moisés habla al antiguo pueblo de Dios, invitándole a vivir la alianza de fidelidad que había prometido al Señor. Dios no se ha apartado de su pueblo. Es el pueblo quien no ha respondido con lealtad. Ahora se le ofrece la oportunidad de volverse al Señor cumpliendo la ley que lleva impresa en su corazón.

 

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 1, 15-20

 

        Si en la primera lectura nos invitaba el Señor a cumplir el mandato impreso en nuestro corazón, ahora es San Pablo quien afirma que es Jesús quien nos da ejemplo para realizarlo. San Pablo eleva un himno de acción de gracias a Jesús, el Señor, por quien fueron hechas todas las cosas y por quien han sido reconciliadas todas las cosas del cielo y de la tierra por su entrega en la cruz. Es cierto que “todo viene de Dios y todo retornará a él”, pero el cristiano, a través de su «renacer» en Cristo, tiene una relación más íntima y profunda con Dios nuestro Padre: la de ser hijo en el Hijo. Cristo es la imagen de Dios invisible y por medio de Él nosotros podemos acercarnos al Padre. Cristo Jesús es el principio y el fin de la Creación. Todo procede de Él y en Él terminan todas las cosas. En definitiva, el amor es el fundamento de nuestra amistad con Dios y de nuestra reconciliación con Él.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 10, 25-37

 

QUERIDOS HERMANOS: La página evangélica de hoy es elocuente por sí misma. Es un hermoso resumen de todo el evangelio y de la fe católica y cristiana:Lo que define nuestra religión, nuestra relación y amor a Cristo, lo que define la verdad de la fe y del cristianismo de un bautizado es la práctica del amor a Dios y al prójimo, es el primer mandamiento de la ley de Dios y lo prueba y afirma Jesús en otras partes del evangelio, diciendo: “un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 19, 34).

        Lo que cuenta para el encuentro último con Dios es el amor a los demás: “Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me distéis de comer…” “Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). De ahí que San Pablo afirmara: “Amar es cumplir la ley entera” (Rom 13, 10).

Y ésta es la verdadera religiosidad cristiana, la espiritualidad auténtica: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”, escribía el Apóstol Santiago. Y San Juan concluirá: “Si alguno dice amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn, 4, 20). 

2.- Desgraciadamente, de tanto oírlo y no practicarlo, nos resbala, y no nos impresiona este mandamiento del amor fraterno, tan querido e inculcado por Cristo. Pero Jesús, con el evangelio de hoy, nos insiste, en que el culto, tanto del levita como del sacerdote, igual que los negocios, ocupaciones, prisas, egoísmos o comodidad, no pueden ser excusa para olvidarse del prójimo.

        Vivir pensando en uno sólo, en el consumismo existencial, sin preocuparse de los hermanos, no debe ser el lema de un cristiano ni la finalidad de nuestras vidas. El que ama de verdad a Dios se debe tomar muy en serio el amor al hermano, si de verdad quiere cumplir sus mandamientos, su voluntad.

        Y amar al hombre es hacerse próximo, prójimo a él. Esto es lo que nos dice Jesús en la parábola. Eres tú el que has de hacerte prójimo, es decir, compañero de todo hombre sin distinción alguna, porque todo hombre es tu hermano por la encarnación de Cristo en nuestra naturaleza humana y por mandato del Padre.

Por eso, la pregunta correcta no es la del letrado: ¿Quién es mi prójimo para saber a donde debe llegar mi obligación?; sino ¿quién está necesitando mi amor, mi ayuda y solidaridad, para que yo esté cercano a él y le ayude.

Y el Señor concluye su enseñanza en el evangelio de hoy y nos dice a todos: “Anda, haz tu lo mismo y vivirás”. Y esto es lo que yo os digo y me digo a mí mismo esta mañana si quiero amar a Dios de verdad, si quiero cumplir sus mandamientos, si quiero preparar ya el examen de amor final de mi vida al que el Padre me someterá el día de mi muerte, en el juicio de la vida eterna que empezaré: “Venid, benditos de mi padre, porque tuve hambre me disteis de comer… Marchaos, malditos, al fuego eterno…

Y es que Jesús nos dice que lo que hagamos de bueno o malo a nuestros hermanos, los hombres, Él lo toma como hecho con Él. Por lo tantotermino: Examinémosnos como estamos en materia del amor a los hermanos porque de ella nos examinará el Padre el día de nuestra muerte  y de entrada en la vida eterna.

Hermanos, somos eternos, algo muy olvidado en el mundo actual porque vive de espaldas a Dios y a sus mandamientos, con polítcos ateos, pero que lo siento porque Dios existe, es lo único que existe de verdad y todos seremos juzgados de amor a Él y a los hermanos en el mismo momento en que dejemos este mundo.  y luego el cielo o el infierno para siempre, para siempre. Es doctirna de Jesús, para esto vino, para esto murió y resucitó, para que todos tengamos vida eterna con Dios o en el infierno y ya para siempre, para siempre, es por lo único que soy cura, para ser sembrador de eternidades y a veces siento en mi oración y trato con Dios estas verdades.

aunque a este mundo actual alejado de Dios quiere ocultarlo y negarlo, pero Dios existe y nada más morir a este mundo entramos en la eternidad y en este juicio que Cristo nos dice. Tú quieres ir al cielo con Dios o al infierno con mucho de los políticos y humanidad actual? Pues ya sabes lo que tienes que hacer, lo que Cristo te dice y de lo que te examinará nada más entrar en la eternidad ya para siempre y dejar este mundo. Cada uno que haga lo que quiera pero un creyente lo tiene clarísimo: esforzarse por amar en un mundo que ya no sabe hacerlo y lo está perdiendo. hagamos esto y viviremos la vida de Cristo, el amor de Cristo, seremos y viviremos la misma vida de Jesús. Porque no se trata sólo de saber, como quiere el doctor de la Ley, sino de vivir y actuar. Amar es vivir y tener vida.

        Impresiona la fuerza con que San Juan en su primera carta interpreta estas palabras: 1 Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. 3 En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. 4 Quien dice: "Yo le conozco" y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. 5 Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud.En esto conocemos que estamos en él. 6 Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. 7 Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. 9 Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. 10 Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. 11 Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

12 Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado los pecados por su nombre. 15 No améis al mundo ni lo que hay en el mundo.Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. 7 El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre.18 Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es ya la última hora.“Quien no ama, permanece en la muerte” (3,17). Sólo el que ama, vive de verdad, porque es capaz de salir de sí mismo, de sus propios intereses y exigencias, para ponerse en el lugar del que sufre, pasa necesidad, es frágil o está marginado.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

       

1.- La página evangélica de hoy es elocuente por sí misma. Es un hermoso resumen de todo el evangelio de Jesús, de la esencia del cristianismo, es el primero de los mandamientos de Dios que debiéramos esforzarnos más por cumplir, sobre todo, en estos tiempos tan faltos de amor a Dios, y como consecuencia, tan faltos de amor a los hermanos, a los hombres, pero hasta entre los mismos esposos.

¿Sabéis cuántos matrimonios se rompieron en España en el 2015,  100.000 mil, pero no solo eso, no voy a decir números para no entristeceros, pero lo más triste es que aumentan cada año los padres y madres que matan a sus hijos: abortos, eutanasias…y los hijos a sus padres, o los abandonan ancianos, en fín, no hace falta irse tan lejos, cerca de nosotros aumentan familias rotas, vecinos que no se hablan, en fín, aumenta un mundo que se está alejando de Dios, y al alejarse de la fe y amor a Dios, se aleja del amor a los hombres.

Queridos hermanos: Amar al hermano es lo propio y característico del discípulo de Cristo, de quien ama y quiere seguir a Cristo. Es lo primero y lo que define nuestra religión cristiana, nuestra relación con Cristo, la práctica del amor a Dios y al prójimo sin restricciones.

Que nadie piense que ama a Dios, que es buen cristiano, aunque sea cura, fraile o monja, lo predico muchas veces, si no ama a los hermanos. Lo dice el mismo Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 19, 34).

        Queridos hermanos, hay que amar por ley natural y cuando esto falla, hay que amar por mandato de Dios, incluso aunque no nos guste a veces, hay que amar para aprobar el examen final, lo único que importa para la eternidad, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, no moriremos para siempre… Y si alguno no

se salva, ya para siempre… es lo que más ha influido en mi vida sacerdotal… por qué están estas religiosas en un convento… qué hacen, por qué se sacrifican y rezan: por la salvación de todos,  porque existe Dios y estamos llamados a la eternidad…

Lo que cuenta para el encuentro último con Dios es el amor a los demás: “Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me distéis de comer…” “Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). De ahí que San Pablo afirmara: “Amar es cumplir la ley entera” (Rom 13). Y ésta es la verdadera religiosidad cristiana, la espiritualidad auténtica: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”, escribía el Apóstol Santiago. Y San Juan concluirá: “Si alguno dice amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn, 4, 20).

        2.- Desgraciadamente, de tanto oírlo y no practicarlo, nos resbala, y no nos impresiona este mandamiento del amor fraterno, tan querido e inculcado por Cristo. Pero Jesús, en el evangelio de hoy, nos insiste, en que el culto, tanto del levita como del sacerdote, igual que los negocios, ocupaciones, egoísmos o comodidad, no pueden ser excusa para olvidarse del hermano.

        Vivir pensando en uno sólo, dominado por el egoísmo y los propios intereses, sin preocuparse de los hermanos, no debe ser el lema de un cristiano ni la finalidad de su vida. El que ama de verdad a Dios se toma muy en serio el amor al hombre.

        Amar al hombre es hacerle próximo, prójimo de él. Esto es lo que nos dice Jesús en la parábola. Eres tú el que has de hacerte prójimo, es decir, compañero de todo hombre sin distinción alguna, porque todo hombre es tu hermano por la encarnación de Cristo y por mandato del Padre.

Por eso, la pregunta correcta no es la del letrado: ¿Quién es mi prójimo para saber a dónde debe llegar mi obligación?; sino quién está necesitando mi amor, mi ayuda y solidaridad, para que yo me acerque a él y me haga prójimo suyo.

        El Señor concluye su enseñanza: “Anda, haz tu lo mismo… Haz esto y vivirás”. Y esto es lo que yo os digo y me digo a mí mismo en nombre de Cristo Jesús: hagámonos prójimos de nuestros hermanos, acerquémonos a los que están tristes, enfermos, necesitados de amor y de ayuda, y así seremos verdaderos cristianos, viviremos la vida de Cristo, seremos y viviremos la misma vida de Jesús y salvaremos nuestras vidas: porque tuve hambre y me diste de comer, estuve triste, solo, enfermo y me visitasteis... Pero cuando lo hice así, Señor, contigo… cuando lo hiciste con cualquiera de tus hermanos, los hombres, lo que hacernos a los hombres, Dios lo toma como hecho a Él mismo: “Venid, benditos... alejaos malditos…

        Impresiona la fuerza con que San Juan en su primera carta interpreta estas palabras: 1 Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. 3 En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. 4 Quien dice: "Yo le conozco" y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. 5 Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. 6 Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. 7 Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. 10 Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. 11 Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinie

 

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 HOMILÍA

 

1.- ¿Por qué el hombre tiene que amar a Dios?  Porque Él nos amó primero: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados"(1Jn 4,10).

Si existo, es que Dios me ama y me ha llamado a compartir  con Él  su mismo gozo esencial y trinitario por toda la eternidad con todos sus hijos, los hombres, a los que tengo que amar como hermanos.

Sigue S. Juan: “ytodo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7) ¡Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero y es entonces cuando nosotros podemos  amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombres, y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo que nos hace hijos en el Hijo y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo y así también le hacemos feliz por nuestra aceptación de Padre.

Por eso continúa S Juan:“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros. En que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4,11-14).

Vaya párrafo, como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y con ese mismo amor tiene que amar a los hermanos. Por tanto en cristiano, no se puede amar como Dios quiere al prójimo, si Él no nos comunica su amor. Y todo esto y lo anterior: “Porque Dios es Amor”.

2.- Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser y amor, para hacerle partícipe de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él,  en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del Ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano.

 

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. (Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida.

Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros.... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean,  vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

 

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los buenos cristianos, los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera.

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

 

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DOMINGO XVI ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 18, 1-10a

 

Los árabes llaman al Hebrón el Jalil -el amigo- en honor de Abrahán, el gran amigo de Dios (cfr Is 418 y Sant 2,23). Entre las muchas pruebas de amistad que Dios otorgó a Abrahán, ocupa lugar relevante la teofanía que describe la lectura de hoy; Dios se hace el encontradizo con Abrahán a la puerta de su propia tienda y se hace agasajar por él. Abrahán pone en juego la gran virtud del desierto: la hospitalidad, y lo que en un principio no iba a ser nada más que un poco de agua y un bocado de pan se convirtió en un espléndido banquete. Lleno de antropomorfismo y colorido, el lenguaje del Yavista alcanza en este capítulo del Génesis una belleza incomparable. El momento culminante de toda la lectura se encuentra en la promesa final: no pasará un año y Abrahán y Sara tendrán un hijo. Este es el objeto primordial del relato. Toda la teofonía estaba orientada hacia este acontecimiento. Muchos Santos Padres han visto en los tres hombres de la teofanía y en la adoración única de Abrahán el anuncio del misterio de la Santísima Trinidad, cuya revelación estaba reservada al Nuevo Testamento.

       

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 1, 24-28

 

        Predicar la palabra de Dios, anunciar el evangelio de la Salvación, significa para San Pablo proclamar un «misterio»: el misterio formidable de todo un Dios que quiere salvar al hombre y para ello, ya desde antiguo, le sale al encuentro, si bien de manera un tanto enigmática (cfr la primera Lectura de hoy). Pero, llegada la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4-7), el misterio se hace luz y se manifiesta de manera esplendorosa en Cristo. Jesucristo, centro y corona de toda la creación (Col 1, 16ss) es la revelación plena, perfecta, maravillosa, suprema del Padre-Dios: “quien me ve a mí ve al Padre”. (Jn 74, 8). San Pablo subraya la universalidad de esta dimensión que tiene en Cristo el punto de partida y el punto de llegada. Conocer y vivir el misterio es, pues, conocer y vivir a Cristo.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 10, 38-42

       

  “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”.

Queridos hermanos: Es una lección muy interesante para todos, tanto para vosotros, cristianos como para mí, sacerdote y, sobre todo, religiosos/as de vida activa como contemplativa. Porque vemos que para el Señor Acción y Contemplación, ORAR Y TRABAJAR, rezar y servir, no son dos modelos distintos y separados sino que deben estar siempre unidos. Los dos deben estar juntos, pero en el orden que nos indica el Señor: primero vida contemplativa, recogernos todos los días y rezar y orar y meditar un poquito, y desde ahí, vivir el resto del día unidos al Señor en el trabajo.

Comentemos ya la visita del Señor a Marta y María en su casa narrada por el evangelio de hoy: Marta está al “servicio de la mesa” muy afanada por los muchos servicios (Lc 10,40) y no da abasto. Están Jesús y los doce discípulos. María está al “servicio de la Palabra” escuchando a Jesús. Ambas están sirviendo al Señor. Pero Marta, un tanto nerviosa por el trabajo, censura a su hermana contemplativa, y por el tono y la forma de decirlo, de algún modo también a Jesús, por permitir semejante actitud de escucha sin colaborar en la labor culinaria: Dile que me eche una mano (ib.).

Y el Señor responde con la confianza que le da la amistad: Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada (10,41-42).

En conclusión, ¿con quién nos quedamos? ¿Con Marta o con María? ¿Con María o Marta? Pues con las dos: con María y Marta. Pues hay que saber interpretar correctamente la respuesta de Jesús, que no pretende contraponer la vida contemplativa y la activa, sino más bien establecer una adecuada categoría de valores.

Jesús en su relato no corrige a Marta por su trabajo como tal. Corrige su agitación y exceso, que le llevan a la angustia y turbación. Jesús corrige en Marta su escala de valores, de no “programar adecuadamente el tiempo dedicado a oír a Jesús y a servirle”; Jesús condena su activismo con ausencia de oración; su excesivo negocio, que no le permite el ocio de la contemplación.

Por otra parte, como dice san Bernardo, “lo que Jesús elogia en María no es el ocio. María tenía en aquel momento un ocio nada ocioso. No es que no hiciera nada, es que había elegido la ocupación, el trabajo esencial, el trabajo de la oración, la parte mejor (10,42), sin afirmar que la otra en sí fuera mala. Faltaría más. Había escogido lo que más importaba en ese momento de visita amiga, un tiempo para conversar, dialogar, contemplar, frente al ajetreo agobiante de tanto plato comensal.

Y generalizando y actualizando la escena, escribe Miguel Delibes, premios Miguel Cervantes y Príncipe de Asturias, en su “Parábola del náufrago” en tierra, frente a una sociedad de producción y consumo, de compras a plazos, de vida nerviosa, activista, mecanizada, robotizada, bombardeada de imágenes y anuncios, frente a una sociedad deshumanizada, Betania nos pide hermanación, equilibrio, armonía de acción y contemplación, sintonía de materia y espíritu, de dar al césar sin olvidar a Dios, de sublimar la rutinaria vida cotidiana del trabajo o descanso con ofertorios al Señor, siendo, aunque en distinta intensidad, martas y marías a la vez, como lo fue Abraham viviendo la hospitalidad y familiaridad con Dios (Gen 18,1-10).

Y así lo entendió santa Teresa, que vivía ambas realidades −contemplativa y andariega por oficio de fundaciones−, llegando a escribir con su típico gracejo sobre el binomio Marta y María:

“No ha de querer ser María antes que haya trabajado con Marta” (Vida, 22,9); “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor” (7 Moradas, 4,12). Y también “entre los pucheros anda el Señor” (17,6).

        Y en uno de los dos sermones de San Agustín, dedicados a Marta y María, dice estas palabras sintéticas y simbólicas: “Había en aquella casa dos mujeres, dos vidas, ambas inocentes, ambas laudables; una hacendosa, otra ociosa…, ninguna pecaminosa (de esto ha de guardarse la hacendosa), ninguna perezosa (de lo que ha de precaverse la ociosa). En aquella casa coexistían estas dos vidas y la fuente misma de la vida. Marta era imagen de las realidades presentes; María de las futuras” (Serm. 104,4).

Marta, pues, representa el presente, María el futuro anticipado. Y después de san Agustín, en este binomio de contemplación y acción se han formulado lemas en los siglos siguientes:

Ora y labora (San Benito).

Contemplar y servir (Santo Tomás de Aquino).

Contemplación y acción (San Ignacio de Loyola).

Es decir, “dos realidades: Marta y María. Una misma cosa: la persona entregada al servicio de Dios, que escucha su Palabra y prepara la mesa a los hombres”. Que va de Dios a los hermanos y de los hermanos a Dios. En conclusión, oración y acción, marías y martas, martas y marías debemos ser todos los cristianos, hijos del mismo Padre, con el que tenemos que hablar y rezar todos los días, aunque con distintas formas e intensidades.

En concreto, querido hermana y hermano que me has escuchado esta mañana: examínate ahora y reflexiona ante el Señor: el tiempo dedicado al trabajo lo tienes fijo y todos los días, pero qué tiempo dedicas todos los días tú a hablar con Cristo, a estar con Él y lo tienes bien cerca en el Sagrario, qué tiempo dedicar a la oración, a rezar? Pues sin oración no hay vida cristiana. Seas cura, fraile o monja o simple cristiano. Es una de las verdades fundamentales de mi vida, sobre todo en relación a los sacerdotes y consagrados. Es lo más importante de mi vida. Te voy a leer los títulos de mis libros…

Pidamos en cada eucaristía este espíritu de oración y acción. Que sea así entre nosotros, amigos que me habéis escuchado esta mañana: todos los días tendré un poco de tiempo dedicado a rezar, orar, meditar el evangelio, con algún libro que me ayude. Y lo mejor, todos los días vendré a visitar al Señor en el Sagrario y rezar. La crisis mayor de la Iglesia de ahora y de todos los tiempos será la falta de oración, especialmente en sacerdotes, que hablarán de Cristo, sin escucharle todos los días en la oración. Rezad por nosotros.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.-  “El Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda…” Así empieza la primera Lectura de este domingo. Lo vio bajo la figura misteriosa de tres hombres, de tres personas a las cuales se dirige como si fueran uno; seguimos leyendo: “no pases de largo junto a tu siervo…”  Estas palabras revelan el deseo de acoger a Dios. Así y aquí la oración se revela como encuentro gozoso y acogida amorosa de Dios.

 

2.- La segunda Lectura de San Pablo añade que esta acogida de la palabra  y el predicarla lleva sufrimiento a la persona por dos motivos principales:

        a) “Completo en mi carne los dolores de Cristo”. Oración-vida-conversión- muerte de yo; creo mucho, me convierto mucho; creo poco o nada, me convierto poco o nada y sufro nada por Cristo, por completar su pasión en mi carne. Se sufre cuando se vive la Palabra, el evangelio de Cristo.

        b) El predicar la palabra lleva consigo sufrimiento; San Pablo lo constata; este sufrimiento se da en todo apóstol verdadero. Hablar y predicar el evangelio, la verdad de Dios, que nos exige y contradice la mentira del hombre…se sufre cuando se predica el evangelio verdadero de Cristo

        3ª En el evangelio, Marta recibe al Señor y como Abraham se apresura a prepararle una cena; es más, por excesivo celo en hacer lo que cree más importante, prepararle la cena, menosprecia al mismo Señor en su palabra, cosa que no hace María, su hermana.

Para Cristo es más importante escucharle que darle materialmente de comer. Su comida es hacer la voluntad de su Padre. Las dos hermanas quieren expresar su amor al Amigo. La una lo hace trabajando, la otra, escuchándole. Cristo nos dice lo que es más importante. Las dos cosas son importantes, hay que hacerlas, pero una va delante de la otra: “Marta, Marta…” Oración y acción; primero “contemplata aliis trajeres»; “Llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”. El estar con Él es condición indispensable para luego predicar lo que ha escuchado del Maestro; el apóstol tiene que pasar antes ratos con el Señor para ser enviado a predicar.  

4.- Hay una oración escrita por una religiosa que me gusta mucho: «Señor, dame el anhelo de escucharte. Siento a veces una necesidad imperiosa de callar para permanecer como María Magdalena, --maravilloso ejemplo de vida contemplativa--, a tus pies, ávida de penetrar cada vez más en el misterio del Amor que has venido a revelarnos. Haz que durante los momentos de actividad, mientras desempeño el oficio de Marta, mi alma pueda permanecer siempre adorante, inmersa, como María Magdalena, en tu contemplación, bebiendo ininterrumpidamente de esta fuente, como un sediento. Así es como entiendo yo, Señor, el apostolado, cuando esté en contacto permanente con esta divina fuente podré irradiarte».

 

 

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Juan Pablo II, Papa.  Castelgandolfo Domingo 20 de julio del 1980

 

Homilía (20-07-1980) Domingo XVI per annum.

 Queridos hermanos y hermanas:

Estoy contento de celebrar hoy con vosotros este convite eucarístico, en el primer domingo de mi estancia estiva en Castelgandolfo. La comunión que ahora establecemos entre nosotros alrededor del altar del Señor quiere ser signo, particular y singularísimo, de esos vínculos de fe y de intenciones que realmente nos unen cada día, aunque no siempre puedan expresarse de esta manera privilegiada. Aprovecho la ocasión, pues, tan oportuna, para manifestar mi aprecio hacia el trabajo desarrollado por vosotros, y mi cordial gratitud por vuestra solícita dedicación.

Pero, puesto que estamos celebrando la Santa Misa, debemos tomar de la liturgia de la Palabra la enseñanza adecuada para nuestra vida. Acabamos de leer en el Evangelio según San Lucas el episodio de la hospitalidad concedida a Jesús por Marta y María. Estas dos hermanas, en la historia de la espiritualidad cristiana, se han considerado como figuras emblemáticas relacionadas, respectivamente, con la acción y la contemplación: Marta está muy ocupada en las tareas de la casa, mientras que María está sentada a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Podemos sacar dos lecciones de este texto evangélico.

Ante todo, hay que notar la frase final de Jesús: "María ha elegido la parte mejor, que no le será quitada". De esta manera subraya, con fuerza, el valor fundamental e insustituible que, para nuestra existencia, tiene la escucha de la Palabra de Dios: ésta debe ser nuestro constante punto de referencia, nuestra luz y nuestra fuerza. Pero hay que escucharla.

Hay que saber estar en silencio, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentro reservado a una intimidad con el Señor. Hay que saber contemplar. El hombre de hoy siente mucho la necesidad de no limitarse a las meras preocupaciones materiales, e integrar, en cambio, su propia cultura técnica con superiores y desintoxicantes aportaciones procedentes del mundo del espíritu. Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, más o menos difundidos, de contaminación interior. Pero el contacto de fe con la Palabra del Señor nos purifica, nos eleva y nos vuelve a dar energía.

Por tanto, tenemos que conservar siempre ante los ojos del corazón el misterio del amor, con que Dios ha venido a nuestro encuentro en su Hijo, Jesucristo: el objeto de nuestra contemplación está todo aquí, y de aquí procede nuestra salvación, el rescate de toda forma de alienación y, sobre todo, de la del pecado. En resumidas cuentas, estamos invitados a hacer como la otra María, la Madre de Jesús, la cual "guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19). Con esta condición no seremos hombres en una sola dimensión, sino ricos de la misma grandeza de Dios.

Pero hay una segunda lección que aprender: y es que nunca debemos ver un contraste entre la acción y la contemplación. En efecto, leemos en el Evangelio que fue "Marta" (y no María) quien acogió a Jesús "en su casa". Por otra parte, la primera lectura de hoy nos sugiere la armonía entre las dos cosas: el episodio de la hospitalidad concedida por Abraham a los tres misteriosos personajes enviados por el Señor, los cuales, según una antigua interpretación, son incluso una imagen de la Santa Trinidad, nos enseña que también con nuestros trabajos diarios más pequeños podemos servir al Señor y estar en contacto con El. Y, puesto que este año se celebra el décimo quinto centenario del nacimiento de San Benito, recordamos su célebre máxima: "Reza y trabaja", Ora et labora! Estas palabras contienen un programa entero: no de oposición, sino de síntesis; no de contraste, sino de fusión entre dos elementos igualmente importantes.

Esto trae consigo para nosotros una enseñanza muy concreta que se puede expresar en manera de interrogación: ¿Hasta qué punto somos capaces de ver en la contemplación y en la oración un momento de auténtica carga para nuestras tareas diarias?, y, por otra parte, ¿hasta qué punto podemos vivificar, hasta lo íntimo, nuestro trabajo con una fermentadora comunión con el Señor? Estas preguntas pueden servir para un examen de conciencia y convertirse en estímulo para una toma de conciencia de nuestra vida de cada día, que sea, al mismo tiempo, más contemplativa y más activa.

Mientras ahora seguimos la celebración de la Santa Misa, ofrecemos al Señor estos nuestros propósitos, y sobre todo invocamos su potente gracia para que nos ayude a traducirlos en realidad vivida.

 

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DOMINGO XVI C

 

QUERIDOS/AS HERMANAS, ADORADORAS NOCTURNAS DE JESÚS EUCARISTÍA: Estamos celebrando la Santa Misa y debemos tomar de la liturgia de la Palabra las enseñanzas adecuadas para nuestra vida. Acabamos de leer en el Evangelio según San Lucas el episodio de la hospitalidad concedida a Jesús por Marta y María.

Estas dos hermanas, en la historia de la espiritualidad cristiana, se han considerado como figuras emblemáticas, relacionadas con la acción y la contemplación respectivamente: Marta está muy ocupada en las tareas de la casa, representa la acción y el trabajo, mientras que María está sentada a los pies de Jesús para escuchar su palabra, representa la oración y la contemplación. De este texto evangélico podemos sacar dos lecciones.

Ante todo, hay que notar la frase final de Jesús: "María ha elegido la parte mejor, que no le será quitada". De esta manera subraya, con fuerza, el valor fundamental e insustituible que, para nuestra existencia cristiana, tiene la oración, la escucha de la Palabra de Dios: ésta debe ser nuestro constante punto de referencia, nuestra luz y nuestra fuerza.

Pero hay que escucharla en oración, y si es ante la santa Custodia o el Sagrario, mejor. Porque desde allí el Señor nos habla más vivo y más cercano. Como hacéis todas vosotras, adoradoras nocturnas o diurnas, durante el día ante el sagrario o la santa Custodia.

Por eso, esta noche y siempre, el Señor, desde la santa Custodia o desde el sagrario de tu parroquia te dirá: Estás aquí ante mi presencia, y aunque el mundo, incluso cristiano, incluso algunos de mis sacerdotes no me comprendan, te digo que has escogio la mejor parte

Hermanas adoradoras, qué gozo haber escogido la mejor parte, estar en oración, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentros reservados para la intimidad con el Señor. Hay que saber adorar y contemplar a Cristo Eucaristía. Qué privilegio, qué profundidad de fe y amor a Dios. Cuánto lo necesita hoy el mundo, la misma Iglesia, cristianos y sacerdotes que oren y recen y den gracias e intercedan por sus hijos y la salvación del mundo ante Jesús Eucaristía en el Sagrario o la santa Custodia.

Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, más o menos difundidos entre los mismos creyentes, de no valorar a Cristo Eucaristía, qué poco practican la adoración o la visita al Santísimo, incluso a veces los mismos sacerdotes en sus parroquias, siendo así que el contacto de fe y amor con Cristo en la eucaristía nos purifica, nos eleva, nos santifica y nos vuelve a dar nuevas fuerzas y certezas y energías.

Por eso, queridas adoradoras, el objeto de vuestra oración y contemplación eucarística está toda aquí, en la adoración eucaristica, y de aquí procede vuestro apostolado, toda vuestra grandeza apostólica, vuestra salvación y la de los nuestros y la del mundo entero.

En resumidas cuentas, toda adoradora diurna o nocturna está invitada como María, la hermana de Marta, a pasar ratos de oración y escucha a los pies de Jesús ahora en el Sacramento, el mismo del evangelio y el que nos escucha desde el cielo; todas vosotras, también como la otra María, la Madre de Jesús, contemplando al hijo, Dios hecho hombre por amor loco a todos los hombres siendo Dios y no necesitando nada de nosotros, María, nuestra Virgen bendita, al verlo hecho un  niño "guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19), como hacéis todas vosotras en los turnos de vela ante el Señor. Y así salvais a los nuestros y al mundo entero.

Hay una segunda lección que aprender: y es que nunca debemos ver un contraste entre la acción y la contemplación. En efecto, en la vida de todo cristiano, acción y contemplación deben estas unidas. Es decir, que todas vosotras tenéis que vivír la vida de esposas, madres o abuelas cristianas desde lo que contempláis y rezáis en la iglesias en estos ratos de adoración eucarística. Recordemos la célebre máxima de San Benito,: "Reza y trabaja", Ora et labora!

 Queridas hermanas: repito para que no lo olvidemos en nuestra vida: todo cristiano, especialmente todo adorador o adoradora nocturna o diurna, como Jesús nos dice en el evangelio de este domingo, tiene que pasar como María, la hermana de Marta, ratos de oracion a los piés de Jesús Eucaristía, porque él siempre nos está esperando desde el Sagrario y la santa Curstodia, y luego, desde allí, habiendo sido Marias a sus piés, Él nos envía para que seamos Martas, esto es, trabajadoras y servidoras de las tareas domésticas o profesionales de nuestra vida.

Así sea y así se haga entre nosotros y vosotras, queridas adoradoras nocturnas, intercesoras y salvadoras del mundo, que habéis escogido la mejor parte a los pies de Jesucristo Eucaristía, en estas horas de Oración, Intercesión y Adoración Nocturnas por vosotras, por los vuestros y por el mundo entero.

 

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DOMINGO XVII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 18, 20-32

 

La escena presenta, con plena naturalidad, a Abrahán como modelo de orante. Dios se preocupa por verificar la acusación contra la ciudad pecadora antes de castigarla. El patriarca se atreve a recordar a Dios que su compromiso por la justicia le obliga a tener en cuenta al justo más que al pecador: deben valer más los buenos, por pocos que sean, que la muchedumbre de malos, cada vez más grande. El trato de Abrahán con Dios es osado: se atreve a dar una «lección» a Dios y le obliga a rebajar cada vez más el número de los buenos con el propósito de salvar a toda la ciudad. El patriarca indica a Dios el comportamiento que le corresponde como Dios; y lo logra haciendo que fije su mirada, no en los malos, que abundan, sino en los justos que escasean. El creyente ha de volverse orante para salvar a su pueblo de Dios: es mucha la fe que hay que tener y demostrar para ser intercesor eficaz. Un pueblo, que dispone de orantes osados, tiene futuro.

 

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 2, 12-14

 

        Mediante el bautismo, el creyente ha sido hecho partícipe del destino de Cristo Jesús; Dios le ha considerado muerto a su vida de pecado liberándolo de la condena, y le ha resucitado a una vida nueva de amor y de gracias divinas. La unión del bautizado con Cristo, muerto y resucitado, no puede ser mayor: lo que Dios hizo con Jesús lo ha repetido con quien cree en su fuerza. El bautizado vive ya del misterio de Cristo en quien cree y al que espera. El cristiano es otro Cristo, en cuanto que repite su destino personal.

 

Domingo XVII C

 

"Señor, enséñanos a orar": estas palabras dirigidas por los Apóstoles directamente a Cristo y que hoy nos recuerda la lectura del Evangelio, no pertenecen sólo al pasado. Son palabras actualísimas, repetidas constantemente por los hombres, es un problema siempre actual en la iglesia y en el mundo: el problema de la oración. Ojalá la Iglesia actual, pero arriba y abajo, sacerdotes, monjas y cristianos, tuvieran esta inquietud, este deseo: Señor, enséñanos a orar.

De este tema nos podrían hablar mejor cada una de estas religiosas contemplativas de este y todos los conventos, llamadas así porque su vida toda es una oración o contemplación de Cristo, del evangelio, de la salvación de los hombres y del mundo, en fín, dedican toda la vida a las diversas formas de orar, como son el orar y pedir por el mundo y todos los hombres,  dar gracias a Dios, adorar a Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a agradecer todos los dones y gracias naturales y sobrenaturales que nos concede, a meditar y hablar con Cristo en oración…

dedican toda su vida a la oración y sacrificio, a estar toda la vida a solas ante la presencia de Cristo, de Dios nuestro Padre, orando, pidiendo, dando gracias por todos nosotros, por el mundo  entero, qué maravilla, qué vocación más extraoridinaria… imitanto a Cristo que todas las noches se retiraba a orar, nos dicen los evangelios,  y al empezar su vida pública, su predicación empezó con cuarenta días y noches de oración en el desiero, la cuaresma, buen ejemplo para todos, especiamente para nosotros sacerdotes, pasar largos ratos en la iglesia ante la presencia de Cristo en el Sagrario, es la mejor predicacion, el mejor apostolado, como vosotras.

Él debe ser nuestro modelo de oración para todos los creyentes, para los que se meten en un covento para salvar al mundo mediante tu vida de oración y sacrificios y renuncias, y para los que lo hacemos para todos los cristianos y estamos en el mundo, sin ser del mundo,.

        De este tema, de la necesidad de la oración tengo publicados algunos libros, especialmente dirigidos a mis hermanos, los sacerdotes, pero que valen para todo cristiano. Y es que yo todo se lo debo a la oración, estoy convencido de la necesidad absoluta de la oración diaría para ser un buen cristiano, un buen padre o madre de familia, un buen sacerdote o una religiosa del Señor. Voy a tomar solo dos notas de uno de mis libros:

        Esto es lo que pretendo en este libro. Quiere ser una ayuda sencilla y popular para pasar ratos de amistad junto a Jesucristo Eucaristía, sobre todo, en el Sagrario o en la santa Custodia. Ayuda fácil y asequible, en el fondo y en la forma, mediante la lectura meditativa del evangelio u otros libros, sin prisas, reflexionando, orando, hablando con Jesús en el Sagrario.

        Por lo tanto, tú has llegado a la iglesia, has cogido este libro o lo traes de casa, haces la señal de la cruz, y empiezas a meditar invocando al Espíritu Santo; a continuación puedes meditar o cantar mentalmente  el canto que te guste, meditando, paras un poco, mirando al Sagrario, hablando y pidiendo luz al Señor y fuerzas para realizar en tu vida lo que estás meditando, vuelves luego a leer despacio, le hablas de tus cosas y problemas, le das gracias, miras otra vez al Sagrario, hablas con tu Amigo que siempre está allí, con los brazos abiertos, en amistad permanente, revisas tu vida, pides perdón, prometes... y así hasta cumplir el tiempo que te tienes asignado.

Eso sí, para hacer oración diaria, como camino de vida, es necesario y obligado tener un tiempo y una hora fija, de la mañana o de la tarde, y no dejarlo para cuando tengas tiempo. Porque entonces no tendrás tiempo muchas veces, te olvidarás y terminarás dejándola. Testigo, mi experiencia personal y la de mi vida pastoral, mis feligreses. Y antes de terminar esta introducción, quisiera decirte dos cosas sobre la adoración eucarística.

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que este camino es muy personal; ahora bien, así como no impongo ningún método especial para hacer oración, sin embargo, desde el primer kilómetro, hay tres verbos que deben estar siempre juntos porque se conjugan igual y no pueden separarse jamás, si tratas de hacer verdadera oración y amar al Señor; estos verbos son amar, orar y convertirse.

En el momento que cualquiera de estos tres verbos falle, fallan los otros, y se acabó la oración personal verdadera; se convertirá en una práctica rutinaria, en el caso de que continúe haciéndose. Lo repetiré mil veces y siempre,  estos tres verbos amar, orar y convertirse se conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él ; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme de mi carácter, de mi lengua.., me he cansado de orar y amar más a Dios, se acabó la oración, aunque pase una hora ante su presencia, y esto seas obispo, cura, religiosa o superiora...

La oración y conversión de mis faltas y pecados deben estar siempre juntas, y esto ya toda la vida, si es que quiero unirme e identificarme totalmente con Cristo. Y esta es la causa principal de la falta de almas de oración en la Iglesia.

        Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, de «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; pero si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración, pero no es lo ordinario: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo: es la tradición: «lectio, meditatio, oratio et contemplatio».

Esta ha sido mi intención principal al escribir el presente libro, porque sólo he pretendido que Jesús sea más amado, conocido y seguido, y, para esto, la oración ante el Sagrario es el mejor camino, y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia, “en espíritu y verdad” te dirá e irá sugiriendo  muchas cosas con deseos de mayor amor y amistad.

        No lo olvides: lo importante de la oración es querer amar más a Dios; y para eso, automáticamente, necesitas convertirte, ir cambiando tu vida por la suya, y para esto: orar y hablar con Él todos los días, tener el encuentro diario de amistad, como pasa en todas las amistades humanas; y finalmente, al hablar con Él “en espíritu y verdad”, irás moderando la lengua, cambiando de formas de  comportamiento, de genio, de soberbia y de todo lo que impide la amistad con Cristo: y “todo lo demás se os dará por añadidura”.

        Sin conversión permanente no hay oración. Y esta es la causa principal de que se abandone la oración y no tengamos experiencia de Cristo, no pasemos de la oración meditativa a la contemplativa, a sentir a Cristo, al “Quedéme y olvideme…., porque no queremos convertirnos a Él, a ser y vivir como Él, a orar “en espíritu y enverdad”.

La oración permanente nos tiene que llevar siempre a la conversión permanente. Y esto, seas obispo, sacerdote, religiosa, superiora o simple cristiano. Y esta es la causa principal del abandono de la oración por parte de todos, sacerdotes y seglares. De esta forma la oración se convierte en mera lectura o instrucción, sin llegar al corazón, al amor, a la imitación y experiencia de Cristo.

 

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QUERIDOS HERMANOS: 1.- La primera Lectura quedará como documento gráfico escrito de las terribles consecuencias de la obstinación en el mal y de la fuerza reparadora del bien por la que, incluso sólo diez justos, habrían podido impedir la destrucción de Sodoma. Provoca tristeza porque vemos que no hay ni diez justos en una ciudad enorme; todo está pervertido; digo yo si no estaremos repitiendo la historia, si no nos estaremos acercando a esa triste cifra tan baja de justos, en medios de una ciudad tan grande, o por lo menos en camino hacia esa obstinación en el mal de la mayoría de los ciudadanos. Quiero luchar por ser uno de esos diez justos que salvan a mi ciudad.

       

2.- La primera lectura refleja la oración como diálogo entre Dios y el hombre; es un diálogo denso en contenido. Podemos ver:

        a).- El poder de la oración de intercesión ejercida por Abrahám, que es generoso, porque no se interesa sólo por su familia, sino por todos los habitantes de la ciudad.

        b).- En Dios, la justicia se deja vencer por la misericordia: así aparece en el regateo ante las diversas intervenciones de Abrahám.  

 

        3.- En el Evangelio, Jesús nos habla de la oración, especialmente de la oración de petición; la oración de petición, fundamentalmente, es un encuentro con Dios, pidiéndole gracias y dones, como hijos necesitados y pobres que somos; ojalá  le pidiéramos más las gracias espirituales que las materiales; esta oración de petición es la primera y más fácil; pero hay otras muchas formas de orar: alabanza, acción de gracias, adoración…; el camino podía ser: rezar y pedir, leer, meditar, dialogar, luego la contemplación y la unión y la transformación en Dios, infundidas por Dios en el alma: sentirse amado por Dios en Dios mismo.

        A mí dadme una persona que haga oración y no me importa nada donde se encuentre su fe y su amor a Cristo, aunque esté metido en los mayores pecados; saldrá de ellos, porque la oración lo elevará. Por el contrario, el santo más santo, como no haga oración, bajará a los niveles más bajos de todo.

        Desgraciadamente hay profunda crisis de oración hoy día en los sacerdotes y en el pueblo cristiano; eso origina la falta de fe y de todo y hace que el apostolado esté vacío de espíritu, de amor, de fuego de Dios, lo cual lleva a la descristianización y a la falta de vida moral en todo: matrimonio, familia, hijos, vida social, política, injusticias.

       

4.- Y, después de afirmar todo esto, os digo:

-- Si me preguntáis: qué prefieres, que estemos en pecado sin fe y amor a Dios pero haciendo oración, o por el  contrario, en gracia y amor de Dios pero sin oración, yo prefiero lo primero.

-- La oración es para la vida espiritual cristiana como el respirar para la vida humana, para los pulmones; si no se respira, se muere.

-- La mayor dificultad para la oración es no querer amar más a Dios, por amarse uno a sí mismo más que a Dios. Orar, convertirse y amar se conjugan igual. Estos tres verbos están muy unidos y no se pueden separar. Si yo quiero amar más a Dios, si quiero amarle sobre todas las cosas, yo necesito orar y convertirme; si quiero orar, es porque quiero amar y convertirme; si me convierto o no me convierto, es porque quiero amar y orar y no quiero. Por eso, me río de todos los métodos de oración, son pura teoría, si no llevan a la conversión. Tengo muchos libros sobre oración, pero ninguno sobre métodos.

-- El camino ordinario es rezar y pedir, luego leer y meditar, dialogar, amar y contemplar.

 

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EL PADRE NUESTRO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo!

          Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman.

 En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y compartir con el Padre los deseosy corazón.

La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios.

Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios.

Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos.

San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios.

Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes– si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia.

Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesto a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín–, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa.

Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha.

 

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DOMINGO XVIII  ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiastés 1,2. 2, 21-23

 

        A lo largo del libro del Eclesiastés se dice más de 35 veces que todo trabajo humano es “pura vanidad”, es ilusión y decepción. Es la constatación que hacemos nosotros en nuestra conversación popular, cuando afirmamos: ¿para qué luchar tanto si todo lo dejaremos aquí? ¿De qué le valió a esa persona tener tantos bienes, si los tiene que dejar aquí abajo? El creyente sabe que la vida no tiene sentido por sí misma si no lleva hasta Dios. El creyente no puede ser pesimista. No debe dejarse arrastrar por la esclavitud del egoísmo o del afán de acaparar bienes. Frente a la “vaciedad” de las cosas está la presencia de Dios que llena satisfactoriamente el «vacío» que no pueden llenar los bienes de la tierra. Acertadamente decía San Agustín que Dios nos creó para Él y «nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él».

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3, 1-5. 9-11

 

        Como nos ha dicho la primera Lectura, normalmente, el afán de los hombres y su trabajo constante, no le llevan a que su corazón encuentre descanso, a vivir tranquilo y gozoso. Por eso San Pablo dice en esta carta a los cristianos que levantemos nuestra mirada a los bienes de lo alto. Nos invita a poner nuestros ojos y esperanzas en los bienes que nos ofrece el Señor. Si por el bautismo hemos nacido para Dios y hemos de ser “hombres nuevos”, nuestros valores y el sentido que demos a nuestra vida también han de ser «nuevos». Hemos de luchar por aquellos bienes que no se apagan con la muerte; por los bienes que podemos «llevar con nosotros». Como creyentes tenemos que pensar y vivir para que toda nuestra vida de ahora en adelante vaya «ordenada e iluminada por el más allá».

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 12, 13-21

       

Queridos hermanos: 

Las fuentes de la palabra de este domingo relativizan, que no desprestigian, los bienes, realidades y aspiraciones humanas frente al valor absoluto del Reino de Dios. El evangelio, en particular, es un serio aviso sobre la tentación del consumismo, del cual estamos todos tentados. No se trata de acusar, sino de procurar dominar este instinto natural. El becerro de oro, darle culto. Y esto solo se puede hacer, si uno quiere amar a Dios

        Menos mal que ya pasó la Iglesia de los ricos y de los pobres. Cuántas energias gastadas inutilmente dentro de la Iglesia. 

1.- “Y dijo a la gente: Mirad: guardaos de toda clase de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

Estas palabras del Señor resumen este evangelio de hoy, que es un pasaje exclusivo de Lucas, que tiene como tema central el desapego y buen uso de los bienes materiales.

Advertimos en él tres partes principales:

a).- Introducción: Uno del público le pide a Jesús que intervenga en su favor:“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.

 

b). Un dicho de Jesús: Este se inhibe de tal intervención y, tomando pie del caso, pronuncia una sentencia de valor universal: “Guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes” (v.15).

 

c).- Parábola del rico insensato, que viene a explicar tal afirmación, y cuya conclusión es que gualmente necio es“el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios” (vv.16-21).

El pecado del rico cosechero de la parábola no es ser rico ni asegurar su porvenir, sino desentenderse de Dios, a quien no agrade nada, y también es necio porque no comparte su riqueza y la posee y la emplea sólo para sí: “Tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”. Ha convertido a la riqueza y al dinero en el dios de su vida, a él sólo adora y da culto. Es un hombre necio para la fe cristiana, porque no ha sabido dar el sentido auténtico de su vida, que es más que esta vida, es una eternidad. Este sentido escatológico no está presente en su vida.

 

2.- Siempre ha existido en el hombre ese afán de posesión, que San Juan califica de “codicia de los ojos”. Pero parece que en nuestro tiempo se ha incrementado el deseo de tener cada vez más, fomentado por la sociedad de consumo, que canoniza un nivel de vida material siempre mayor. Por otro lado, los medios de comunicación amplifican la ostentación de los grandes de turno, que hallan aplauso o deseo de imitación en mucha gente.

¿Qué opina Jesús sobre la codicia? La anécdota con que arranca el evangelio de este domingo pone de manifiesto lo que pretende el hombre, también el creyente muchas veces: poner la religión al servicio de sus intereses económicos. Como el oyente de Jesús ayer, hoy son muchos los que siguen pidiendo: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.

A la Iglesia se le pide muchas veces que intervenga en asuntos económicos, que defienda la propiedad privada como algo sagrado, que bendiga las posesiones y privilegios económicos de los pudientes.

Sin embargo, Jesús, ante las pretensiones de mediación en un asunto hereditario, contesta: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”. La misión de Jesús al venir a la tierra no es la de custodiar herencias, sino la de proclamar el Reino de Dios, donde lo importante es que Dios sea el único Dios de nuestra vida; todos los hombres sean hermanos; y hacer una mesa muy grande donde todos sean invitados, especialmente los pobres; de este forma, el cristiano, posee y adquiere los bienes espirituales del Reino, que nosotros hemos de buscar como un tesoro escondido y cotizar como una perla preciosa. Hoy también la Iglesia y en estos tiempos tiene que proclamar la primacía de los bienes espirituales, imitando la postura de Jesús.

3.-  Ante la filosofía imperante del tener siempre más, Jesús se pronuncia claramente hoy, como lo hizo en aquel tiempo: «Guardaos de toda clase de codicia». Es verdad que este mandato suena extraño entre tanto alarde de famosos millonarios y ante tanta publicidad consumista. Pero los cristianos debemos recordar que nadie es infalible sino Jesús, cuando nos habla en el Evangelio. Sólo Él tiene «palabras de vida eterna» para orientar nuestra existencia temporal.

La intención de Jesús al recomendarnos reserva ante la codicia no es aguarnos la fiesta, sino abrirnos los ojos sobre el valor limitado de los bienes materiales. A todos nosotros nos recuerda, como al ricachón terrateniente de la parábola: «Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». El dinero y las posesiones no pueden alargar un minuto la existencia material. ¿Por qué, entonces, ese afán desmedido de acumular riquezas y objetos materiales?

Y menos aún depende la vida humana, en su acepción más noble, de la posesión de bienes terrenos. «El tanto vales cuanto tienes» responde a la filosofía del tener, pero no a la del ser, más cercana al Evangelio. Lo importante es regirse por el cuestionario de qué somos ante nosotros mismos, ante Dios y ante los demás. «Ser o no ser: ésta es la cuestión». Tener o no tener es secundario. Se impone el tener sólo lo necesario o conveniente para ser lo más humano posible.

Es más; Jesús trata de «necio» al que pone su confianza en la codicia y posesión de bienes materiales. «Así es —es decir, necio— el que amasa riquezas para sí». En el fondo, Jesús reprueba una actitud vital egoísta, egocéntrica, que pone como meta de la vida ganar cada vez más al servicio del propio placer y bienestar. En esta sociedad materialista, que adora el confort y el lujo, Jesús califica como necedad el depender de las cosas exteriores a nosotros.

Esto no quiere decir que el cristianismo condene los bienes materiales. Lo que pretende es descubrirnos su sentido, que no es procurar la satisfacción de unos pocos privilegiados, sino ponerse al servicio del bien común; o sea, la búsqueda de un reparto de las riquezas que llegue suficientemente a todos y cada uno. Algo funciona mal en la sociedad, aunque se hable de progreso, cuando los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres.

4.- Hay que ser ricos ante Dios y rechazar la riqueza para sí, porque la codicia de bienes materiales es una postura idolátrica, la antirreligión. San Pablo lo dice también hoy claramente: “Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: ... la codicia y la avaricia, que es una idolatría”. Jesús nos dice que «no se puede servir a dos señores”»: al dios oro y al Dios verdadero. Hay que ser sobrios, porque la avaricia está reñida con la fe y el culto auténticos.

Frente a la actitud neopagana de adorar los bienes terrenos, fomentemos la sobriedad propia y el altruismo solidario. Frente a la indiferencia de muchos ante los bienes espirituales, busquemos los dones divinos, seamos ricos ante Dios.

Todo esto sucede porque, manipulado como una marioneta, confunde el tener con el ser, como dijo Erich Fromm; confunde el acumular bienes con el ser persona y ser feliz, el tener medios de vida con el tener razones para vivir. Exactamente lo contrario de lo que decía Jesús: “No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen... Acumulad tesoros en el cielo... Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6, 19ss).

 

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Queridos hermanos: La lección que nos da el Señor en el evangelio de este domingo y que debemos practicar durante toda nuestra vida es que vivamos y utilicemos los bienes  pasajeros de este mundo, pero sin perder los eternos y definitivos del cielo, el valor infinito de nuestra eternidad, de vivir eternamente con Dios.

Repito: que trabajemos y tengamos bienes de este mundo, y que trabajemos y luchemos por poseerlos, porque Jesús en otras partes del evangelio condena a los olgazanes y gandules, pero que en poseer los bienes de este mundo y en vivirlos y ganarlos tengamos siempre presente los mandamientos de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas, ser honrados, no robar.

Es que la tentación de todos nosotros, de todos los hombres, desde Adán y Eva, será la tentación de convertir el dinero en el dios de nuestra vida, por el cual viviremos y lucharemos como valor absoluto de nuestra exitencia, prefiriéndole en deseo y amor al mismo Dios verdadero, a cumplir los mandamientos de Dios, a preferirlos a la misma vida eterna con Dios, en la cual precisamente de lo primero que seremos examinados será precisamente de esta materia: “Venid, benditos... marchad, malditos al fuego eterno…PORQUE… Por eso, Cristo nos dirá ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo entero, que es pasajero, si pierde su alma que es eterna?

Por lo tanto, la lección que Cristo nos da en este evangelio es la siguiente: que meditemos un poco y nos examinemos durante la misa a ver si en nuestra vida nos dejamos dominar por este instinto natural que todos tenemos desde Adán y Eva que creyeron y siguieron al demonio que les dijo: si coméis de este fruta, de esta manzan, seréis como dioses.

Es la tentación de los israelitas en el desierto adorando al becerro de oro, a las riquezas más que los mandamientos de Dios, de lo que Dios les exigía por haberlo liberado de la esclavitud de Egipto.

Este instinto natural que todos lo tenemos, incluso religiosos y religiosas que hacen voto de pobreza, y que debemos utilizar en la vida pero dominandolo, haciendo que sirva a valores más altos, no solo a Dios, sino a todos nuestros hermanos, los hombres,  no robando, no abusando, no explotando a los demás, es decir, tratando de practicar y cumplir los mandamientos y servir a Dios sobre todas las cosas y a nuestros padres, hermanos, amigos como Dios nos manda, sin romper lazos de amor por los bienes terrenos. Y entre estos bienes uno fundamental es ver y examinarnos del tiempo que dedicamos a Dios y a los padres y familia, sobre nuestros egoismos y caprichos de medios y television.

El mismo Cristo, para darnos ejemplo de superar esta inclinacion natural en todos, tuvo esta tentación del demonio en el desierto: Todo esto te daré, si te postras ante mí y me adoras, adoras el dinero, la posesión de cosas… y Cristo nos dice que esta tentación, como todas, solo se vence con la oración, meditando y reflexionando, como estamos haciendo ahora, la Palabra de Dios. Y esto solo se puede hacer, si uno quiere amar a Dios y salvarse eternamente porque “De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”. Como veís este tema, como todos los mandamientos es cuestión de fe, de creer de verdad, no solo de palabra en Dios, de esforzarse todos los días por vivirlo y para eso, meditar, rezar, pedir perdón cuando fallemos y pensar en la eternidad, en el bien supremo, en Dios, en el cielo, en la vida eterna para la cual existimos y somos cristianos, creyentes de verdad en Dios y en el cielo.

        1.- “Y dijo a la gente: Mirad: guardaos de toda clase de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Su vida eterna, lo definivo del hombre, no depende de que uno atesore muchos bienes terrenos. Y el consejo final para vosotros como para mí en esta mañana es la del Señor en la parábola del rico insensato, que es necio “porque amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios” (vv.16-21).

 

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DOMINGO XIX ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Sabiduría 18, 6-9

 

        Los israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador, la noche en que murieron los primogénitos de los egipcios (Ex 72, 29). Por eso aquella noche tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres (Gn 15, 13ss).  La primera cena del cordero pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y cultual (Ex 12). La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La liturgia cristiana ha visto prefigurada en la inmolación del cordero pascual la muerte de Jesucristo, Cordero de Dios, que nos ha librado con su muerte y resurrección (Jn 1, 29. 36; 1 Cor 5 7).

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos  11, 1-2. 8-19

        Entre la «nube de testigos» que la carta a los Hebreos enumera como ejemplo y acicate de la perseverancia en la fe, Abrahán ocupa la mención más larga (ve 8-19), y no sin razón. Se destaca magníficamente toda la significación de esa epopeya de fe, por la que el Patriarca ha pasado a ser el Padre de los creyentes (Rm 4. 17-12; Gal 3,7). Muy difícil de calibrar la hondura de aquella «peregrinación» (v 9): Abrahán sale dejándolo todo, y a sí mismo, por la obediencia de la fe y  adhesión a una palabra, que no le indica destino concreto «adonde yo te diré» (Gn 12, 1—): sin saber a donde va, sabe que obedece a quien no defrauda. Va de peregrino, recibiendo la promesa, pero no aún la posesión de la tierra: sigue pendiendo de la palabra y de la aceptación total de quien la dice. Y queda aún la última prueba: creer por encima de la muerte; sacrificar a su hijo, el único claro de la esperanza, el eslabón de la posteridad: Isaac, figura de Jesús muerto y resucitado, prueba definitiva de nuestra fe (cfr 1 Cor 15, 17-20). Que Abrahán nos enseñe a creer, a esperar en los ojos del señor en su palabra inquebrantable.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 12, 32-48

 

Queridos hermanos:

 

1.- La síntesis de las tres lecturas de hoy podría ser fe en las promesas del Señor viviendo siempre en la espera del encuentro eterno y definitivo con Dios.

        En la primera Lectura nos encontramos el ejemplo de un pueblo y se manifiesta la fe del pueblo judío en la promesa del Señor hecha a Moisés de que llegarán a la tierra prometida y por fe inician ese camino en la noche de la pascua. Por Cristo hemos iniciado la pascua definitiva hacia el cielo, la tierra prometida. Explicar la pascua judia y cristiana en sístesis.

        El salmo es un canto del pueblo que Dios ha escogido por la pascua de la Eucaristía.

        La segunda lectura es el ejemplo de una persona y se manifiesta en la fe de Abraham en la promesa del Señor que le hará padre de un gran pueblo, en padre de todos los creyentes:

        Abrahám sale dejándolo todo, incluso a sus propios proyectos por obediencia a Dios en fe y confianza total en su palabra, sin saber donde va; él sabe que no quedará defraudado.

Cree en la concepción del hijo siendo anciano. Es más, cree por encima de la muerte, estando dispuesto a sacrificar a su hijo, único eslabón para ser padre de un pueblo numeroso y está dispuesto a sacrificar el único eslabón de su esperanza en lo humano: cree contra toda esperanza, contra toda evidencia y racionalidad.

        Así debemos creer nosotros en las promesas del Señor, en su Palabra, de las que nos habla claramente el Evangelio de hoy.

 

        2.- En el evangelio de hoy encontramos la razón de este desprendimiento de los bienes temporales en la confianza de los bienes eternos: “No temáis, pequeño rebaño, porque el Padre ha tenido a bien confiaros el reino”.

        Y la razón de este desprendimiento y desapego de los bienes temporales, que siempre para un cristiano deben ser relativos, en relación con los bienes del Reino, está en que “Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Y nuestro tesoro y bien absoluto debe ser siempre Dios, el encuentro eterno de felicidad y amor con Él.

El cristiano, al poner su corazón en cosas que están fuera, muy por encima de los valores normales de esta vida de aquí, tiene como desplazado su centro de gravedad. Siente dentro de sí como una fuerza que lo impulsa hacia arriba, como una tensión que le impide dormirse sobre lo que tiene, contentarse con lo que le sacia el hambre de un día, pero no da sentido definitivo y eterno a su vida.

Y este sentido se lo da la fe: “La fe es la seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve”. Quien no ve esa fuerza -que para el cristiano es la razón de su vida- se extraña de verlo vivir así, y amar así, y perdonar así, como lo hacen los que viven para el reino de Dios;  hay un tesoro por el que se llega a dar con gusto todo lo que uno tiene, todo aquello que antes pudo acaparar nuestro corazón. En cambio otros -quizá la mayoría- que no piensan, que viven la vida sólo en superficie, creerán simplemente que el cristiano está chiflado, que no pasa de ser un bicho raro.

De ahí la insistencia de Jesús: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas”; “Estad preparados”. Es duro, en cambio, nadar contra corriente, exponerse a las mofas de los que se dejan ir, saber esperar contra toda esperanza.

¡Qué triste quedaría el mundo si esos focos de vida y esperanza, de fe y de inconformismo, que lo dignifican, en lugar de ir creciendo y transformándolo, se fueran extinguiendo, se fueran rindiendo, se fueran durmiendo uno tras otro! Pero no será así: “No temas, pequeño rebaño”. La levadura acabará un día transformando la masa. Cuando vuelva el Señor, habrá mucha gente esperándolo, con la puerta abierta y con las lámparas encendidas. El tiempo lo dirá.

        Son pocos, pero desparramados por el ancho mundo. Minoría, ciertamente; pero ¿desde cuándo se necesita mucha levadura para que la masa crezca? Están ahí. Monasterios de monjes y monjas de vida contemplativa, misioneros y misioneras que viven pobres y entregados sólo para el Reino de Dios entre los hombres. Como pequeñas luces que indican la manera de no perder el sentido de la vida. Como presencias del amor de Dios en los lugares donde más se sufre. Como pruebas de que hay otros caminos, más auténticos, para encontrar la felicidad. Como llamadas a la esperanza. Como evidencias de que en el mundo no todo está perdido.

Son los “pobres de Yahvéh “. Zarandeados, acosados a veces, casi olvidados siempre. Pero no dejan de escuchar la voz del Padre que les dice, que les sigue diciendo una y otra vez, amorosamente: “No temas, pequeño rebaño”.

 

3.- El creyente ha encontrado respuesta a estas preguntas. Su fe lo ha llevado a poner toda su confianza en alguien que jamás le va a fallar: el Padre Dios. Esta plena confianza en el Señor fue la que dio fuerza al pequeño resto de Israel, a los “pobres de Yahveh”, para seguir esperando cuando todo a su alrededor se había hundido estrepitosamente. Y esta fe será la que haga posible que este otro “pequeño rebaño” de Jesús pierda el miedo y suelte las amarras para navegar por entre un mundo embravecido:“No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”.

Pero no es fácil mantener esta actitud de sosiego confiado, cuando a nuestro alrededor parece que todo se hunde. Para que permanezca en alto nuestra fe  -“seguridad de lo que se espera”-,  necesitamos cultivar determinadas actitudes:

 

a).-Vigilancia: Sabemos que la plena confianza en el Señor no nos exime de la lucha contra un ambiente en total desacuerdo, tantas veces con nuestras convicciones. Por eso no debemos bajar la guardia. Para el creyente serio, el no saber el día ni la hora en que vendrá “su Señor”,  le lleva a estar siempre preparado con “la cintura ceñida y la lámpara encendida”, con sus cuentas al día y con el corazón despegado de todo aquello que, llegada la hora, no le va a poder acompañar al otro lado de la muerte.

b).- Oración: Si hemos puesto nuestra confianza en Dios, es en Él donde debemos buscar la fuerza para la lucha. Porque no es fácil resistir al acoso continuo de un ambiente que se mueve por otros valores, que sólo piensa en sacar partido inmediato a estos cuatro días que nos ha tocado vivir, que no tiene más horizonte que las estrechas paredes de lo que puede ver y tocar. Necesitamos hablar, dialogar, pedir todos los días, para confiar no solamente en un «Dios de después de la muerte», que un día nos acogerá, sino en un Dios de aquí y ahora, que viene todos los días a nosotros por la oración y sobre todo, por la eucaristía, el amor fraterno, la comunidad creyente.

c).- Comunidad: Todo el que crea en Jesús debe sentirse llamado a unirse, codo con codo, a todos aquellos que comparten su misma fe. La fe no es para vivirla en solitario. La comunidad -la Iglesia- es la única forma válida de vivir esta alegría de la fe que el Señor nos ha regalado. Necesitamos construir comunidad, sentirnos comunidad, orar en comunidad, vivir “en comunión” con ese Pueblo de Dios que camina «por los bienes de la tierra, sin perder los eternos y definitivos del cielo.

 

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DOMINGO 19 C: QUERIDOS HERMANOS: La segunda lectura y el evangelio de este domingo nos hablan claramente de la vida más allá de esta vida, de la vida que nos espera en la eternidad con Dios nuestro Padre y que Cristo Jesús nos ganó muriendo y resucitando para que todos tengamos vida eterna. Esta verdad es fudamento de nuestra fe católica.

Hermano, tú eres eterno y todos los que han muerto, están vivos en la eternidad con Dios o en el otro sitio, que también es eterno… y esto es lo que más me preocupa de mi sacerdocio y de toda mi vida sacerdotal, porque el infierno existe y es verdad, lo ha dicho Cristo y en muchas apariciones: Lourde, Fátima, Siracusa... la Virgen triste lo ha manifestado y los vidente lo vieron. Y yo, es que no solo lo creo y predico, es que a veces siento y experimento aquí abajo la vida eterna, a Dios, la vida del cielo, como S. Pablo que deseaba morir para estar con Cristo o como todos nuestros místicos, que superando las etapas de oración y de unión con Dios, llegaron a sentirlo y vivirlo, sobre todo en el Sagario, donde está Jesucristo vivo y resucitado para llenarnos de vida eterna, de cielo anticipado, del pan de vida eterna: “El que coma de este pan, vivirá eternamente”.

Que quede claro: yo solo soy cura y he dado mi vida presente sin casarme ni tener hijos porque creo en la eternidad de los hombres, y he dado mi vida así para que todos la tengais eterna, hermano, que tu vida es más que esta vida, y soy sacerdote tambien por amor a Cristo que predicó, murió y resucitó para que todos tuvieramos vida eterna que se nos comunica por la vida de gracia en el santo bautismo que como decía el Catecismo de Ripalda nos Hace hijos de Dios y herederos del cielo. Y el camino para esa eternidad con Dios es la fe en Cristo: el que crea  en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. Y tambien nos dice el Señor que se llega al cielo viniendo a misa los domingos, llamado así ese día, Domingo, día en que Cristo resucitó y nos hizo a todos partícipes de su resurrección, sobre todo por la comunión: “El que coma de este pan vivirá eternamente”. Hermanos, que sepais la importancia de la misa de los domingo y penseis en vuestros hijos y nietos, que son eternos y tienen que venir a misa todos los domingos.

Como os dije, tanto la 2ª lectura como el Evangelio nos hablan claramente de la vida eterna con Dios en el cielo. En la carta de hoy a los Hebreos nos dice:Hermanos: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve, la eternidad, el cielo. Y en el Evangelio de hoy Cristo nos dice: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Dad limosnas y haceos un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Por eso, ya caminando por la tierra, nuestro tesoro debe ser el cielo, Jesucristo glorisoso ya que murió y resucitó para que todos tengamos vida eterna. Somos eternos, por eso soy cura, el sacerdote es un sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Y esto lo vivo y lo siento con gozo muchas veces mirando y rezando a Cristo en el Sagrario, donde está vivo y unicamente se quedó para llevarnos a la eternidad con el Padre

Y en el evangelio de hoy nos dice: “No temáis, pequeño rebaño, porque el Padre ha tenido a bien confiaros el reino”. El cristiano verdadero, al poner su corazón en Dios, en el cielo, en la vida eterna que nos espera vive la vida presente mirando al cielo, a la eternidad con Dios y todos los suyos. Siente dentro de sí como una fuerza que lo impulsa hacia arriba, una tensión que le impide contentarse con lo que tiene y disfruta en esta vida, tiene nostalgia de eternidad y de ese vivir para siempre con Dios y los suyos que marcharon, con el sentido definitivo y eterno de esta vida.

Y este sentido se lo da la fe: “La fe es la seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve” nos dice la 2º lectura. De ahí la insistencia de Jesús: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas”; “Estad preparados”.

Y para eso, para estar preparados, lo primero es cultivar la fe y las buenas obras: Para el creyente serio, el no saber el día ni la hora en que vendrá “su Señor”,  le lleva a estar siempre preparado con “la cintura ceñida y la lámpara encendida”, de la fe y  con el corazón despegado de todo aquello que le impida el cielo.Y segundo: orar, rezar, comer el pan de la vida eterna y pedir el cielo para sí y los suyos y todos los hermanos: Si hemos puesto nuestra confianza en Dios, es en Él donde debemos buscar la fuerza para la lucha. Necesitamos orar todos los días, venir a misa por lo menos los domingo, día en que Cristo resucitó y nos resucita, y  pedir todos los días la virtud de la esperanza, para confiar en «Dios de después de la muerte», que un día nos acogerá, y que viene aquí y ahora todos los días a nosotros sobre todo, por la eucaristía, pan de vida eterna.

 

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DOMINGO XX ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Jeremías 38, 4-6. 8-10

 

        Jeremías vive en una época difícil del pueblo de Dios, en los siglos VII-VI a. de Cristo. Jerusalén está sitiada por los babilonios y las opiniones sobre la rendición o la resistencia son diversas entre los dirigentes del pueblo. Jeremías se inclina por la rendición para no quedar completamente destruidos y eso le acarrea el odio de los príncipes de la ciudad, considerándole como traidor y pidiendo su muerte. No es fácil para Jeremías cumplir la misión que Dios le encomienda como profeta suyo.

El profeta ha sido encarcelado porque proclama el enfado de Dios ante la infidelidad de su pueblo. Después, quienes son infieles a la alianza con Dios, quieren eliminar la voz del profeta hundiéndole en el fango, en el barro de un pozo. Sin embargo, Dios vela por él y viene en su ayuda puesto que nunca abandona a quienes confían en Él ni a quienes elije para que transmitan un mensaje suyo.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 12, 1-4

 

        La carta a los Hebreos nos invita, en este domingo y en los dos siguientes, a la perseverancia en la fe. La nube de testigos es la lista de campeones de la fe que hace el capítulo 11. Los santos, bíblicos o no, son el ejemplo en la lucha por mantenerse fieles. Pero todos ellos son ejemplos, no en sí mismos, sino como indicadores del único ejemplo, objeto de su propia fe y en quien debemos tener fijos lo ojos todos los creyentes: Jesús. El texto mira la vida de fe como una carrera o competición y un pugilato (cfr Gal 2, 2; 1 Cor 9, 24-26; Flp 3, 12-14); mantener la fe exige temple de campeones sin componendas. Jesús es el que capitanea este certamen, el que va al frente con acción efectiva, y el que le da remate, lo acaba, lo cumple, porque Él es el que lleva a la salvación y el que para ello quedó cumplido o perfecto por el sufrimiento. Con tal ejemplo y acción hay que correr sin desfallecimiento.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 12, 49-53

 

QUERIDOS HERMANOS: El tema de la liturgia de este domingo está esbozado desde la primera lectura. En ella se nos dice y predica que el amor y los mandamientos y el servicio a Dios, tomado en serio, suponen sacrificios, sufrimiento y persecuciones.

Jeremías, en la primera Lectura, con motivo de su predicación, por hablar claro, sin miramientos para nadie, ha venido a ser “varón discutido y debatido por todo el país”, como Cristo lo será por la verdad de sus palabras y su misma vida. Para librarse de Jeremías, los jefes militares le acusan ante el rey de derrotismo y, obtenida la autorización para ello, lo arrojan en una cisterna cenagosa donde el profeta se hunde en el fango.

Habría perecido ciertamente allí, si Dios no le hubiese socorrido por medio de un desconocido que consiguió arrancar al rey el permiso para sacarlo de aquel lugar mortífero. El salmo responsorial de este domingo expresa bien esta situación de Jeremías: “Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa, de la charca fangosa”.

Tu, querido hermano, hoy día, seas sacerdote o seglar que me estás  escuchando, tú también serás perseguido, lo mismo que el profeta Jeremías, si eres profeta verdadero, no palaciego, si tu vida y criterios son los de Cristo y su evangelio, serás perseguido y criticado en un mundo de pecado y vanidades. Por eso, en la iglesia actual, muchos profetas de Cristo han enmudecido, para no ser criticados y perseguidos por un mundo materialista, sensual y ateo.

Solución: enmudecer, callarse ante un mundo que se está alejando de Dios, incluso para muchos que tienen fe pero no la viven. No les duele la gloria de Dios sino la suya, ni les  duele la salvación de los hombres, no viven esperando la eternidad y el encuentro con Dios:la solución es callarse para no tener problemas; mira que hay corrupción en el mundo, en los medios, en la tele, , en la vida… pues silencio y cobardía… Hasta los curas y muchos obispos nos estamos quedando mudos por cobardía y falta de amor verdadero a Dios y a los hermanos. Jesús, que ha proclamado dichosos a los pacíficos y ha dejado su paz en herencia a sus discípulos, declara sin reticencias en el evangelio de hoy que no ha venido a traer al mundo la paz sino la guerra, la guerra por la verdad, por el amor verdadero, por los matrimonios para siempre, por los mandamientos de Dios hoy públicamente olvidados o conculcados.

Hoy, todos nosotros, sacerdotes y cristianos verdaderos, ante un mundo cada vez más ateo, debemos ser luchadores decididos de Cristo y su iglesia, del evangelio, del cristianismo, sin temor a críticas, riesgos y persecuciones, a ejemplo del profeta Jeremías, y mucho más, por las mismas palabras de Cristo en el evangelio de este domingo, sobre todo, por el testimonio de su vida y muerte, motivada precisamente por predicar la verdad y condenar el pecado publicamente de los escribas y poderosos.

Jesús quiere que la fe cristiana  sea siempre fermento en un mundo de egoismos y materialismo, que sea expansiva y revolucionaria, en medio de un mundo de pecado, de entonces y de ahora y de todos los tiempos.

¿Lo hacemos?¿somos perseguidos o lo hemos sido en nuestras parroquia por este motivo, por ser exigentes, por predicar la verdad del evangelio? Meditemos estas palabras de Cristo en el evangelio de hoy: “No he venido a traer paz,  sino división”. Y tambien este deseo suyo que permanece siempre en su Iglesia, entre nosotros: :«¡He venido a prender fuego en el mundo ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!». ¿Yo, con mi sacerdocio, he luchado por encender el fuego y amor de Cristo en mi parroquia, en la iglesia de Cristo?

SÉ VALIENTE, hermano sacerdote, aunque seas o hayas sido perseguido por esta causa, por predicar o haber predicado al Cristo verdadero y su evangelio. Pidamos esta gracia para la Iglesia de hoy, sobre todo, para los sacerdotes jóvenes.Se valiente, hermano, y cuando comulgues hoy háblalo con el mismo Cristo que predicó y vivió este mensaje, prométeseló. Ya verás cómo entonces llegas a sentir a Dios en tu alma, a verlo cerca y escucharlo desde el Sagrario, y a ser feliz aún en medio del dolor personal o la incomprensión  de algunos, porque Él está siempre cerca de nosotros y sentirás su presencia y amor, sobre todo, en tu oración personal diaria ante su presencia y en la santa misa de cada día. Amén, así sea.

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- El servicio de Dios tomado en serio no ofrece una vida cómoda y tranquila, sino que con frecuencia expone al riesgo, a la pelea y a las persecuciones. Tal es el tema de la liturgia de este domingo esbozado desde la primera lectura.

        Jeremías, con motivo de su predicación sin miramientos para nadie, ha venido a ser “varón discutido y debatido por todo el país”. Para librarse de él los jefes militares le acusan ante el rey de derrotismo y, obtenida la autorización para ello, lo arrojan en una cisterna cenagosa donde el profeta se hunde en el fango. Había ciertamente perecido allí, si Dios no le hubiese socorrido por medio de un desconocido que consiguió arrancar al rey el permiso para sacarlo de aquel lugar mortífero. El salmo responsorial del día expresa bien esta situación de Jeremías: “Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa, de la charca fangosa”.

        En la segunda Lectura, San Pablo, después de haber hablado de la fe intrépida de los antiguos profetas y patriarcas, nos lleva hasta Jesús. Él es el ejemplar divino que debe mirar el creyente, ya que es el máximo luchador por la causa de Dios, que por cumplir su voluntad, soportó la cruz sin miedo a la ignominia.

        Jesús, que ha proclamado dichosos a los pacíficos y ha dejado su paz en herencia a sus discípulos, declara sin reticencias en el evangelio de hoy que no ha venido a traer al mundo la paz sino la guerra. La afirmación, desconcertante a primera vista, no contradice ni anula lo que dice en otra parte, sino precisa que la paz interior, contraseña de la armonía entre el hombre y Dios, no le exonera de la lucha y de la guerra contra todo lo que dentro de él –pasiones, tentaciones, pecados- o el propio ambiente se opone a la voluntad de Dios, atenta a la fe e impide el servicio del Señor.

Entonces el cristiano más pacífico debe tornarse luchador, animoso e impávido que no teme riesgos ni persecuciones, a ejemplo de Jeremías y mucho más de Cristo, que ha peleado contra el pecado hasta las sangre y la ignominia de la cruz.

Mas para que esta lucha sea legítima y santa no se le ha de mezclar ningún móvil o fin humano y personalista; debe brotar del fuego de amor que Jesús vino a prender en la tierra, con el fin único de que llamee por doquiera para gloria del Padre y la salvación de los hombres. Por este fuego de amor Jesús deseó ardientemente el bautismo de sangre de su pasión.

        2.- “No he venido a traer paz,  sino división”. La fe cristiana no es algo domesticable, superficial, intrascendente. Es algo revolucionario, trascendental, expansivo, como un incendio de vastas proporciones. Jesús, en el pasaje evangélico de hoy, deja explotar su corazón con esta frase:

«¡He venido a prender fuego en el mundo ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!».La fe cristiana tiene vocación de llama ardiente, que toma posesión de la persona y de la sociedad que se pone a su alcance.

El cristianismo es también violento como una espada, desgarrador como una división. No ciertamente con la violencia contra las personas y los grupos sociales que no piensan como nosotros. Pero sí con la energía de una espada de doble filo que divide el espíritu para sajar los propios egoísmos: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división”.

Sin embargo, el mismo Jesús que nos arma contra el egoísmo y la iniquidad, nos lega su paz: «Mi paz os dejo, mi paz os doy. No como la da el mundo», pactando con las pasiones y el pecado, sino siendo pacificador con la recta conciencia, con Dios y con los demás; fomentando relaciones pacíficas. Jesús ha declarado solemnemente: «Bienaventurados los pacíficos”, esto es, losconstructores de paz.

Jesús llega a afirmar en el evangelio de hoy que esa línea divisoria del cristianismo puede pasar por la familia, separando a los seres queridos, cuando unos aceptan la fe cristiana en su corazón y sus obras, mientras otros siguen viviendo paganamente ¡Qué lacerante puede resultar convivir compartiendo bajo el mismo techo todas las cosas, menos el cristianismo! ¡Y qué labor tan estimulante la de los cristianos el llevar el calor de la fe a los suyos!

Pero el amor a la propia familia no debe hacernos claudicar de nuestro compromiso cristiano, cuando Jesús ha conquistado nuestro corazón. La fidelidad a Cristo es siempre prioritaria, por encima de los lazos de carne y sangre. El respeto y amor al propio cónyuge, a los padres o hijos o hermanos, que tienen diferentes criterios morales o religiosos, no debe hacernos infieles a nuestra adhesión amorosa a Jesús, muy superior a todos los vínculos familiares.

 

3.- Al Jesús al que hay que amar e imitar se ganó a pulso nuestra fidelidad absoluta, luchando contra las fuerzas del mal hasta la pasión y la muerte. Getsemaní y el Calvario son dos hitos inolvidables en la entrega de Jesús por nosotros. El autor de la carta a los Hebreos nos recuerda hoy que Jesús, «renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz sin miedo a la ignominia» Por eso merece nuestra adhesión cordial por encima de las relaciones familiares.

Ante el Jesús que exclama en el evangelio de hoy: “¡Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que lo cumpla!”, le debemos algo más que un amor estático, por sincero que sea. También debemos amarle dinámicamente hasta la imitación, sin evitar la pasión y la cruz cristianas. «Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús».

Dejémonos exhortar por el mismo autor de la Carta a los

Hebreos: «Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado». Pensemos que nuestro combate cristiano tiene como objetivo vencer a las fuerzas del mal moral, que intentan adueñarse totalitariamente de los espíritus y de los grupos humanos, desde la familia hasta las estructuras más amplias.

Pero nuestra pelea cristiana tiene además y sobre todo una meta positiva: propagar ese fuego que Jesús vino a traer a la tierra y cuyo deseo más ardiente es que prenda en los corazones y las sociedades. Vale la pena que nos empleemos a fondo en la extensión del incendio cristiano, que es el amor. La gran novedad que nos trajo Jesús al mundo es esa entrega a los demás hasta morir por todos. ¿Hay empresa más digna de luchar por ella que ésta?

Ante la apatía actual de tantos cristianos, fomentemos el estímulo de la fe en nosotros y en los demás «dando razón de nuestra esperanza». Ante otros ideales humanos y sociales, elijamos la alternativa cristiana de amor para la convivencia temporal y la vida eterna.

 

4.- « ¿A qué pensáis que vine al mundo sino a meter fuego? ¿Qué quiero sino que arda? Con un bautismo tengo de ser bautizado: ya estoy angustiado hasta que venga aquel día. El era el fuego, y había de ser encendido; y sabía que el bautismo era cuando había de derramar su sangre en la cruz y deseábalo nuestro Redentor. ¡Oh, bendígante los ángeles, Señor, por ello! No como nosotros, que a un trabajuelo que nos venga lo sentimos como si nos llegase a los ojos, y huimos de él. Y sabía El que le había de costar a El que su Padre quisiese bien a los hombres,  y, con todo eso, lo deseaba; sabía El que había de ser asado con fuego de tormentos en la cruz, y decía: Ya estoy deseando que arda; había de ser nuestro Redentor asado en la cruz en figura de cordero de la vieja Ley. «Todo me parece poco; ya deseo el día en que tengo de remediar al hombre».

Dice San Pablo: Puesto delante de sí el gozo, sufrió el tormento de la cruz de buena gana, menospreciando la deshonra.

-- Señor, ¿de qué os gozáis? Redentor mío, ¿qué es la causa de vuestro gozo?-- Por ver al género humano libre de pecado, por esto se gozaba el Redentor; aunque bien veía cuán caro había de costar la medicina que había de sanar nuestra haga; bien sabía El --¡los ángeles le bendigan!-- que le habían de cauterizar a El para que nosotros tuviésemos salud. ¿Sabéis cómo? ¿No habéis visto unos padres que andan por los caminos por soles y aires, y se secan y sudan, y con pensamientos y voluntad que tienen que sus hijos sean ricos, no sienten el trabajo, y así tienen por bien sufrir el trabajo y cansancio? ¿Y la madre que no descansa noche y día, y trabaja, y no siente nada de todo aquello, por ver en descanso su hija? Así nuestro Redentor Jesucristo --bendito sea El-- no sintió tanto sus trabajo y si los sintió, en pensar que por ellos habíamos de ser librados, quitaba los ojos de sus tormentos y poníalos en pensar el remedio general que de ellos salía y decía: «no es nada esto»

¡Oh, bendito seas, Señor mío, que, por que aquel alma sea casta, dijiste: «Denme a mí cinco mil azotes no tengan conmigo caridad!; por que aquella alma se salve y todos alcancen perdón, súbanme en una cruz, coronado de espinas, crucifíquenme, y no quede de mí gota de sangre en todo mi cuerpo que no se derrame: denme hiel y vinagre a beber y muera yo en la cruz». -- Por qué?-- Por remedio de los hombres». Aprenda, aprenda el cristiano, redimido por estos trabajos, a no desmayar por un trabajuelo que le viene; en asomando, luego te quejas, luego dices que no hay quien lo pueda sufrir. Pues que tanto sufrió Jesucristo, aprende de El; y pues El puso los ojos en tu remedio y los quitó de los tormentos tan grandes que pasó, por El quita los tuyos de los trabajuelos, si algunos te vinieren, y ponlos en Jesucristo; y mirando por quién los pasas, rogarás que nunca se acaben; saberte han más dulces que la miel.

Fue tanto lo que alcanzó Jesucristo en sus trabajos, fue tanta la gracia que cerca de su Padre halló, que ya no hay hombre que baste a desagradar a Dios, queriendo él gozar de la medicina. ¡Qué grande hazaña fue alcanzar perdón para todos! ¡Qué abrazo tan suave y amoroso! ¡Qué beso de paz tan dulce! Si quieres arrepentirte, no perderás el remedio; Jesucristo puso toda la costa de aqueste negocio. Quiere El mismo que tú quieras allegarte a El, que ya es ganado lo que andaba perdido; ya Jesuçristo dio fin a nuestra enfermedad, ya acabó El su obra. El mismo lo dijo: Padre, perdonad a éstos, miradlos con ojos alegres; ya, Padre, acabé la obra que me encomendaste: Opus consummavi quod dedisti mihi, ut faciam. La obra que me encomendaste que hiciese ya es acabada; ya, Padre, es acabado el reparo para los hombres. Hermanos, con este remedio quedó remediado el entendimiento, quedó remediada la voluntad, quedó remediada la carne, quedaron remediados nuestros pecados todos» (San Juan de Ávila, Escritos sacerdotales, BAC, 270-272).

 

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DOMINGO XXI ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 66, 18-21

 

        La primera lectura que hacemos hoy del profeta Isaías (Tercer Isaías), cierra el libro del profeta ofreciéndonos un mensaje espiritual y universalista muy especial. El pueblo no se encuentra en una situación ideal a pesar de que el destierro ha finalizado. Dentro del pueblo existe una situación de frustración, de desánimo y desesperanza. La comunidad está integrada por elementos muy diferentes y constituye un problema grande en todos los órdenes, incluso en el religioso. El profeta trata de levantar el ánimo del pueblo y reforzar esperanza con la promesa de que Dios no le ha abandonado y trae consigo la liberación que ahora parece no estar presente. La desunión, la enemistad entre personas es fruto del egoísmo, del enfrentamiento, de la falta de comprensión; es signo del pecado existente en nosotros.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 12, 5-7.11-13

 

        Dios llama de muchos modos y maneras. Y cada uno de nosotros tiene su camino personal hacia Él. Pero no siempre escuchamos su llamada. Y muchas veces nos descarriamos de ese camino. En otras ocasiones, no aceptamos las adversidades,

no comprendemos los acontecimientos que nos contrarían o hacen sufrir, nos enfrentamos de mal humor con Dios porque no aleja de nosotros tribulaciones o desgracias. La Carta a los Hebreos nos habla muy acertadamente hoy en esta segunda Lectura. Si la escuchamos con atención acaso lleguemos a comprender un poco mejor la voluntad de Dios, manifestada incluso a través de contrariedades. El sufrimiento y las contrariedades no podemos considerarlas como un “castigo de Dios”, sino como una prueba que se nos ofrece para corregir nuestros errores o defectos y una ocasión para lograr un mayor perfeccionamiento en nuestra vida.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 13, 22-30

 

QUERIDOS HERMANOS/AS:

 

1.- Por simple razón natural y sin necesidad de leer y meditar este evangelio del domingo, a Dios no le puede dar lo mismo que yo haga el bien o el mal, que cumpla sus mandamientos, lo que Él me ha mandado o que no los cumpla. Dios no sería ni Dios ni justo ni inteligente.

        Por revelación sé que Jesús se encarnó y se jugó la vida por nuestra salvación eterna con su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes en la Eucaristía, sobre todo del domingo, así llamado, día del Señor porque fue el día en que Cristo resucitó para que todos nosotros, los hombres, tengamos la vida eterna con Dios. Esta es la única razón del cristianismo, de la venida, muerte y resurrección de Cristo,  que nos soñó para una vida eterna de amor y felicidad con la Santisima Trinidad y todos los nuestros salvados.

En el evangelio de este domingo, Cristo trata de que cumplamos la voluntad de Dios no solo por amor sino por temor, por el miedo y peligro del infierno, de la condenación eterna, algo en lo que los mismos cristianos pensamos poco, la tele y el mundo ni nombrarlo, no les interesa sabiendo que han escogido el camino sin Dios, el camino de la perdición, y que los mismos sacerdotes, por no caer antipáticos, lo predicamos poco o nada, porque son temas, que aunque los predicó Cristo como en el evangelio de hoy y es la razón fundamental de su vida, muerte y resurrección, son molestos y duros.

¿Cuánto tiempo hace que no oyes a un cura hablar y predicar del infierno, y sin embargo existe y es la razón esencial de la venida de Cristo y de mi sacerdocio, llevar las almas al cielo y librarlos del fuego del infierno eterno; porque repito, el salvarnos del infierno, de la condenación eterna, es la única razón de la venida, de la muerte y resurrección de Cristo, es la razón por la que soy cristiano, y soy bautizado y como el pan de la vida eterna, que es Cristo vivo y en el cielo y si los cristianos creyéramos de verdad en las verdades fundamentales de nuestra fe y de nuestra vida, el mundo y las familias no estarían como están.

Hermano, eres eterno, tu vida es más que esta vida, qué pintan estas hermanas nuestras jóvenes metidas aquí en un convento de clausura  sin casarse, sin hijos, sin disfrutar del mundo y sus cosas, qué hacen, por qué aquí encerradas si no existe otra vida, la eternidad, la vida eterna, como piensan muchos en el mundo de hoy de 50 años para abajo,

Queridos hermanos, ¿para qué vino Cristo, para calmar tempestades, hacer milagros… repito la única razón por la que vino Cristo fue para que en el momento de nuestra muerte, de partir a la eternidad escuchemos al Padre Dios que nos dice: "venid, benditos, al cielo preparado para vosotros, porque tuve hambre y me disteis… es decir, porque fuiesteis cristianos de verdad y cumplisteis los mandamientos. Pues esto es lo que pido en esta santa misa por vosotros y por todos los vuestros, también por el mundo entero para nos veamos en el cielo y seamos eternamente felices, gracia por la cual estas hermanas dominicas se encierran en un convento para perdirlo para toda la iglesia, para todos los hombres. Así que sed agradecidos a las que renuncian a este mundo para conseguirnos el cielo para siempre. FINAL

2.- El evangelio de hoy nos habla de condenación y salvación. Y hay que predicarlo. No vale inventarse otra religión. Y nos dice que no basta estar bautizado, ser creyente, no se salvan solo porque “hemos comido contigo…”, sino que hay que vivir el evangelio, amar a los hermanos, cumplir los mandamientos de Dios

Jesús nos previene también contra el espejismo que supone retrasar el esfuerzo por salvarse a última hora. Porque «muchos querrán entrar y no podrán». Hay un momento en el reloj, que ya no depende de nuestra libertad. La muerte no depende de nosotros. Por eso Jesús afirma: «Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera». Con esto  el Señor nos quiere decir que hemos de actuar la salvación ahora, en el presente, porque la muerte puede llegar en cualquier instante: de día o de noche, en juventud, o en la vejez o edad madura. «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora».

Lo siguiente que nos dice Jesús es muy aleccionador para orientar nuestra actitud frente a la salvación. “Llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”, y Él os replicará: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero Él replicará: “Alejaos de mí, malvados”. Recemos y vivamos para que ninguno de nosotros ni de los nuestros ni del mundo entero escuche estas palabras.

Finalmente,Jesús, en este evangelio, no nos ahorra el reverso de la salvación,--por favor, que no soy yo el que predica el evangelio de hoy, es Cristo, yo solo lo explico. “Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros echados fuera”. Y esto existe y ya os he dicho varias veces que es mi mayor sufrimiento y preocupación y por la salvación del mundo, y de mis feligreses, rezo todos los días.

3.- Y ahora, para terminar, una vieja y permanente pregunta: ¿serán pocos los que se salven? Jesús no nos quiere dejar un mal sabor de boca, y nos habla de la gran cosecha de los salvados. «Y vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios». Que nosotros y todos los nuestros nos sentemos en la mesa del Señor, y recemos y ofrezcamos esta santa misa, los méritos de Cristo para que todos los hombres, aún los ateos, se salven y lleguen a la felicidad eterna del cielo para la que hemos sido creados y existimos, porque como nos dice San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad». Por esta intención vino Cristo y ahora ofrece su vida y muerte en la santa misa

 

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DOMINGO XXI (Esta homilía es continuación de la de ayer y la voy a dar leyendo lo escrito, porque si me dejo llevar por lo que el Señor me inspira, me alargo.)

Queridos hermanos:

2.- El evangelio de hoy nos habla de condenación y salvación eterna. Y hay que predicarlo. No vale inventarse otra religión. Y nos dice que no basta estar bautizado, ser creyente, no se salvan solo porque “hemos comido contigo…”, sino que hay que vivir el evangelio, cumplir los mandamientos de Dios, no odiar ni robar ni matar…

Jesús nos previene también contra el espejismo que supone retrasar el esfuerzo por salvarse a última hora, ahora que soy joven, a disfrutar, a no ir a la iglesia ni rezar ni venir a misa los domingos, cuando sea mayor... tendré tiempo… no vale esto porque el Señor nos dice en el evangelio de hoy que «muchos querrán entrar y no podrán».

Hay un momento en el reloj de nuestras vidas, que ya no depende de nosotros, la hora de nuestra muerte no depende de nosotros. Por eso Jesús afirma: «Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera». Hermanos, hermanas, procuremos vivir el amor y la fe y los mandatos del Señor ahora, porque luego será tarde.

Con esto  el Señor nos quiere decir que hemos de actuar la salvación ahora, en el presente, porque la muerte puede llegar en cualquier instante: de día o de noche, en juventud, o en la vejez o edad madura. «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora».Las religiosas viven desde su juventud en un convento, preparando ese momento del encuentro con Dios en la eternidad y ofrecen su vida y oracion por el mundo y los hombres todos los días.Yo os puedo decir que soy sacerdote, que he renunciado a esta vida en el matrimonio, tener hijos y demás, únicamente por la eternidad de mis hermanos los hombres, para ser totalmente en mi vida sembrador, cultivador y recolector de eternidades, las eternidades de mis feligreses y mis hermanos, todos los hombres. Y por eso, soy sacerdote, únicamente por eso. Yo soy creo y amo y espero la eternidad para siempre, para siempre con mi Dios Trinidad, yo creo, espero y trabajo por el cielo mío y de todos los hombres mis hermanos, aunque ellos no me lo agradezcan.

Lo siguiente que nos dice Jesús es muy aleccionador para orientar nuestra actitud frente a la salvación. “Llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”, y Él os replicará: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero Él replicará: “Alejaos de mí, malvados”.

Es el infierno, la condenación eterna de la que os hablé ayer en la homilía. Es hacer y vivir en dirección contraria, como el mundo actual en general, contra lo que el Señor predicó, por lo único que vino a este mundo, murió y resucitó, para que todos tengamos la vida eterna con Él. Es vivir en direccción contraria a lo que S. Ignacio nos dice en los Ejercicios Espirituales: “El hombre ha sido creado para ama y servir a Dios y.. Recemos y vivamos esta santa misa por los vivos y difuntos, para que ninguno de nosotros ni de los nuestros se condene. Pero es que mirando el mundo actual, en los políticos y jóvenes actuales, sin Dios ni moral alguna, en general…

Finalmente, Jesús, en este evangelio, no nos ahorra el reverso de la salvación,--por favor, que no soy yo el que predica el evangelio de hoy, es Cristo, yo solo explico un poco sus palabras, su evangelio: “Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros echados fuera”. Es el infierno… , del cual los curas y los obispos hablamos poco, como os dije ayer, para no caer antipáticos… Pero el infierno existe, como existe el cielo y existe Dios y según nos dice hoy Jesús en su evangelio algunos irán al cielo con Dios y otros al infierno sin Dios y eternamente. Y esto existe y ya os he dicho varias veces que es mi mayor sufrimiento y preocupación y por la salvación del mundo, y de mis feligreses, rezo todos los días.

 

3.- Y ahora, para terminar, una vieja y permanente pregunta: ¿serán pocos los que se salven? Jesús no nos quiere dejar un mal sabor de boca, y nos habla de la gran cosecha de los salvados. «Y vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios». Que nosotros y todos los nuestros nos sentemos en la mesa del Señor, y recemos y ofrezcamos esta santa misa, los méritos de Cristo y de su muerte y resurrección que se hacern presentese para que todos los hombres, aún los ateos, lleguen al conocimento de la Verdad de Dios, del evangelio y se salven y lleguen a la felicidad eterna del cielo para la que hemos sido creados y existimos, porque como nos dice San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad». Por esta intención vino Cristo y Él, ahora en la santa misa, por medio del sacerdote, ofrece su vida y muerte y resurrección en la santa misa, por la salvación de todos, especialmente por los que la ofrezcamos nosotros, que este es el sentido del memento de difuntos, bueno, de vivos y difuntos.

Y Jesús murió y resucitó para que todos tengamos vida eterna, además sería una injuria al Señor e iría contra sus palabras y enseñanzas y su venida al mundo y su permanencia en los Sagrarios de la tierra amándonos y salvándonoes hasta el final de los tiempos… La redención de Cristo es universal, sin fronteras de lugar ni tiempo.

Más aún; la salvación no se mide por criterios de preferencia humana, sino divina. Por eso afirma Jesús: «Mirad, hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». Los más pequeños a los ojos de los hombres son muchas veces los más grandes a los ojos de Dios. «Vuestros caminos no son mis caminos”, dice el Señor». Mientras los grandes de la tierra son los ricos y poderosos, los soberbios y violentos, los preferidos del cielo son los pobres, los humildes y pacíficos.

 

4.- Terminemos con una mirada de esperanza y deseo hacia esa “mesa del Reino de Dios” a que nos convoca Jesús. La descripción del cielo como un banquete de bodas es frecuente en las parábolas del Evangelio. Es verdad que aquí ya tenemos la mesa de la Eucaristía, donde comemos a Cristo; pero sólo con la fe, bajo las apariencias de pan. En el cielo degustaremos a Dios en toda la sabrosa realidad infinita de su Verdad, su Belleza y su Bondad, para siempre, cara a cara.

Estas palabras del evangelio de hoy son muy actuales para estos tiempos, es como si Jesús las hubiera pronunciado viendo y pensando en el hombre y el mundo actual. Ante el desinterés de la sociedad actual por la salvación eterna, demos testimonio de fe, esperanza y amor a la eternidad con Dios para siempre, vivamos mirando hacia el cielo y trabando por estar allí. Dios existe, Dios es el cielo, algunos ya lo consiguen y lo viven en esta vida.

        Jesús no responde directamente sino que frente a la permisividad social de todos los tiempos exhorta a entrar por la puerta estrecha de cumplimiento de los mandamientos.

 

5.- Yo por mi cuenta y riesgo, teniendo presente toda la predicación de Cristo, me atrevo a decir que serán mayoría los que se salven, pero existe siempre la posibilidad de condenarse: esto es doctrina de fe: existe un misterio de salvación y condenación, independiente del número de los salvados: “venid, benditos…, alejaos, malditos…”. La oferta de salvación es universal, pero hay que entrar por ella, por esa puerta que es estrecha. ¿Y si todos se salvan, pero yo no?       

 

6.- No basta saber y haber oído el mensaje, hay que convertirse. No nos basta rezar, hacer prácticas religiosas, hay que vivir la fe y el evangelio. No basta comer a Cristo en la Eucaristía, hay que comulgar con su misma vida, sus mismos sentimientos, su mismo amor.

        Las palabras de Jesús en el evangelio son una invitación para todos a la conversión radical del corazón a fin de conquistar el Reino, porque solamente los esforzados le dan alcance. Conversión ya, ahora, antes de que se cierre la puerta; mañana puede ser tarde. Mejor pasarse de anticipación que llegar tarde, porque se encontrarán con la puerta cerrada ya para siempre. De todas las llegadas y citas importantes de la vida y existencia humana de cada uno, ésta es la única importante y trascendental que da sentido a todas las demás.

 

 

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DOMINGO XXII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 3, 19-21. 30-31

        La humildad alabada por el autor no es simple aceptación de la propia pequeñez, sino reconocimiento de la grandeza de Dios. El sabio es humilde porque sabe que sólo Dios es grande: saber que vive en su presencia le basta para considerarse insignificante; sabiéndose a merced de la misericordia ilimitada, no tendrá dudas en alcanzarla. Aceptando a Dios como tal, tendrá acceso a su misterio personal. A diferencia del soberbio, el humilde sabe que depende de un Dios grande y misericordioso. Su saber alimenta y garantiza su humildad: no se empequeñece por mirarse a sí mismo, sino tras quedarse admirado ante su Dios. Aceptar la pequeñez en su presencia da paz y no engaña. Por eso, en el creyente sabiduría y humildad se identifican.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 12, 18-19.22-24a

 

        A diferencia de Israel, aliado de Dios en el desierto en medio de la tormenta, pero aterrado por la voz del Dios aliado, la comunidad cristiana ha tenido acceso directo a Dios, siendo ciudadana del cielo y conciudadana de los ángeles, merced a la mediación de Cristo. El miedo de perder a Dios, lo mismo que el miedo de perderse uno porque se está cerca de Él, no son temores dignos del cristiano: Cristo los ha desterrado de la existencia cristiana. La presencia de Dios, que no pudieron soportar sus primeros aliados, es el resultado normal de la nueva alianza: la comunidad puede vivir sin miedo a nada, porque está con Dios. Y sin pavor a Dios, porque Cristo está junto a Él. La alianza renovada nos consigue la cercanía de Dios; Cristo, que la ha instaurado, ha hecho el acceso a Dios libre y seguro. El camino es la fe firme y segura.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 14 1. 7-14

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

 

1.- Las Lecturas de este domingo proponen una meditación sobre la humildad, tanto más oportuna cuanto menos se practica y se comprende esta virtud. Ya en el A. T. (1ª lectura) habla de su necesidad tanto en las relaciones con Dios como en las relaciones con el prójimo: “Hazte pequeño en las grandezas humanas, y así alcanzarás el favor de Dios”.

        La humildad no consiste en negar las propias cualidades sino en reconocer que son puro don de Dios; de ahí se sigue que cuanto uno tenga más grandezas humanas, sea más rico en dones y cualidades humanas, tanto más debe reconocer que son puro don de Dios y no enorgullecerse y sentirse superior a los demás, porque que todo le ha sido dado por Dios.

Hay luego grandezas  puramente accidentales provenientes del  grado social o del cargo que se ocupa; aunque nada añaden éstas al valor intrínseco de la persona, el hombre tiende a hacer de ellas un timbre de honor, un escabel sobre el que levantarse sobre los otros, incluso en la misma Iglesia, según el cargo que ocupe: “Hijo mío, amonesta la Escritura, en tus asuntos procede con humildad y te querrán”(Ibi).

 

        2.- La humildad es una virtud que no está de moda ni nunca lo estará, porque naturalmente el hombre se ama a sí mismo más que a Dios y a los demás. Es el pecado original, desde que Adán y Eva querían ser como Dios, hasta el diluvio universal, hasta que los díscipulos discutían sobre quien sería el más importante en el reino de Dios, hasta que exista el último hombre sobre la tierra.

Así que a no asustarse si sentimos estas cosas, a tenerlo siempre presente y a vigilarnos y examinarnos todos los días, incluso nosotros, sacerdotes mayores de edad, que tenemos que ser seguidores del que se humilló a sí mismo tomando la forma de esclavo, Jesucristo, paciente y humilde de corazón: “Aprendez de mí que soy manso y humilde de corazón”. Pero ayúdanos tu, Señor, porque tú sabes, que esto es difícil, que nos cuesta mucho ser los segúndos y terceros, incluso en tu casa.

 

3.- Como la humildad atrae hacia sí el amor, la soberbia lo espanta; los orgullosos son aborrecibles a todos. Si el hombre deja arraigar en sí la soberbia, esta se hace en él como una segunda naturaleza de modo que no se da ya cuenta de su malicia y se hace incapaz de enmienda.

        Por eso, Jesús anatematiza todas las formas de orgullo, sacando a la luz su profunda vanidad. Así sucedió cuando invitado a comer por un fariseo, veía a los invitados precipitarse a ocupar los primeros puestos (cfr Lc 14,7-14); escena ridícula y desagradable, pero verdadera.

        ¿Puede acaso un puesto hacer al hombre mayor o mejor de lo que es? Es lo que enseña Jesús diciendo: “Cuando te inviten, ve a ocupar el último puesto.., porque todo el que se enaltece será humillado”.

        La vida de muchos, aún cristianos o sacerdotes, se reduce a una carrera hacia los primeros puestos. Y no faltarán motivos para justificarse, aún en nombre de Dios, o del apostolado o de los propios méritos. Pero si tuviéramos el valor de examinarnos a fondo, descubriríamos que se trata de nuestro yo innato que quiere sobresalir sobre los demás.

        Jesús dirige otra lección a su huésped: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus vecinos ricos…” Jesús invierte por completo la mentalidad corriente. El mundo reserva sus invitaciones a los que te pueden honrar por su dignidad, puesto social o provecho. Pero el discípulo de Cristo debe conducirse al revés: invitar a los pobres…  De este modo podrá considerarse no sólo honrado, sino dichoso porque lo hará por Dios y “le pagarán cuando resuciten los muertos”.

        Todo cristiano sabe que la vida terrena no es más que peregrinación hacia la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celeste, donde los justos, que son los humildes y los caritativos, serán ensalzados a los primeros puestos del banquete definitivo: porque tuve hambre y me disteis de comer, desnudo…Dios premia así.

 

        4.-    Y como siempre, Jesús avaló su enseñanza con su propio ejemplo personal. Siendo el Señor, se humilló eligiendo el último puesto. Eso le mereció ser enaltecido. “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando  por uno de tantos... se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre- todo- nombre” (Flp 2,6ss).

        Pues creamos su evangelio e imitemos su vida de humildad y amor, siendo Dios se hizo hombre,   hermano de todos los hombres. Bien cerca tenemos a este Cristo y nos lo demuestra con su presencia humilde y silenciosa en el Sagrario, en un poco de pan, esperando, no imponiéndose, esperándonos para ser nuestro Dios amigo y salvarnos. El merece todo nuestro amor y compañía.

 

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DOMINGO XXIII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Sabiduría 9, 13-19

 

        Los designios de Dios son insondables para el hombre, a menos que los revele su sabiduría. Las posibilidades del hombre para conocer las verdades de orden religioso y moral son muy precarias, como atestigua la experiencia dolorosa de la historia. El hombre, enraizado en la tierra, se siente más solidario con los bienes puramente terrenos y temporales, que impiden y frenan los impulsos del espíritu hacia lo inmaterial, celestial, inmortal. Si con dificultad llegamos a discernir lo directamente experimentable ¿cómo podremos penetrar en lo divino? (cfr Is 5, 9). En el mundo de lo divino solamente Dios nos puede introducir, comunicándonos su sabiduría por medio de su Hijo y del Espíritu Santo (cfr Mt 11r, 27; Lc 10, 22; 1Cor 2, 10-16).

 

SEGUNDA LECTURA: Filemón 9b-10. 12-17

 

        Esta breve carta de Pablo constituye un testimonio de la delicadeza y finura con que el Apóstol trata a sus fieles. En nuestro pasaje aduce Pablo una serie de razones para que Filemón perdone la felonía de Onésimo y lo reciba como a un hermano. Pablo hace constar el derecho a emplear su autoridad apostólica para imponerle una orden, pero prefiere apelar a su caridad (v 8). Este es el motivo de exponer su condición presente: anciano y prisionero por Cristo. El perdón para Filemón no supondrá un sacrificio mayor que la prisión que el anciano Pablo sufre por su apostolado.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 14, 25-33

 

“En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo”.

Pero, Señor, cómo nos dices tú que tenemos que posponer o poner en segundo lugar a nuestros padres, esposas, hijos… cuando eres tú el que nos mandas en el evangelio y en los mandamientos amar a nuestros padres, esposas, hijos…?

Queridos hermanos, Jesús nos quiere decir en este evangelio que hay que posponer a padre y a madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, cuando estos propongan cosas contrarias a Dios, a la voluntad de Dios, incluso cada uno de nosotros tiene que posponerse a si mismo y a sus pasiones que le  le inclinan a la soberbia, a la avaricios, al pecado, cuando nos empujan a cosas contrarias a Dios, proponen el pecado.

Para esos casos es para los que Jesús nos dice que hay que posponerse, oponerse a uno mismo o actuar contra sí mismo, cuando lo que propongan o quieran de nosotros vaya contra Dios. Ejemplos: vocación religiosa, una de estas jóvenes dominicas, decide entregarse totalmente a Dios pero le gustan los niños o los jóvenes, pue tiene que posponerse y seguir a Cristo que le llama a ser religiosa; o alguna puede tener un padre o una madre que no quiere que sea religiosa… pues tiene que posponer a su padre y a su madre y a sus hermanos y seguir a Cristo en la clausura

Hermanos, todos nosotros, guiados por nuestra soberbia, avaricia, sentimos todos los días la tentación de hacer cosas que van contra la caridad, el amor, los mandamientos de Dios… fijaos en las críticas que hacemos para justificarnos muchas veces… pues hay que callarse y sufrir en silencio, ofrecer a Dios ese silencio y posponerse y negarse a si mismo para tener a Dios en nosotros, su amor, su caridad, y sufrir en silencio las críticas de alguna hermana de la comunidad o de la misma familia, que siempre hay envidias.

Y esto hay que hacerlo, como nos dice Jesús en el evangelio de hoy, para ser buen discípulo suyo, buena discípula, buena religiosa, buen cristiano.

Queridos hermanos, en la vida todos tenemos tentaciones, y tenemos que posponernos o rechazarnos ante lo apetitos y tentaciones, y críticas y murmuraciones… hay que posponerse continuamente, mortificarse, hay que negarse a sí mismo, como nos dice Jesús en el evangelio para seguirle a Él que así lo hizo en su vida, sobre todo, en la cruz: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen y vaya si lo sabía.

Para seguir así a Jesús, sobre todo en nuestra vida sacerdotal o religiosa, hay que negarse, no hacer lo que a uno le gusta y le inclinan sus pasiones, sus gustos, su yo, su egoismo, sino seguir a Cristo, que siendo santo y justo, tomó la cruz y murió como un malhechor, y así nos salvó a todos. Los que querais seguir y amar a Cristo de verdad hasta sentirlo, tenéis que ser valientes y sufrir así en la vida, para ser santas y santos, ser buenas religiosas, buenos sacerdotes, buenos cristianos, buenos discipulos y seguidores de Señor. Y esto no es fácil, es la cruz que tenemos que llevar para seguir a Cristo con nuestra vida.

Jesús nos dice: Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, e incluso a sí mismo, es decir, a sus gustos y comodidades, no puede ser discípulo mío. Y esto suponer renuncia y sufrimiento, por eso nos dice Jesús: Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”.

Toda vida autenticamente cristiana es tratar de seguir a Cristo y su evangelio, en contra muchas veces del criterio de nuestros padres y hermanos, hoy muy dominados por el mundo y la televión, criterios paganos, no evangelicos… nosotros, si queremos ser cristianos de verdad y seguir a Cristo, cumplir su evangelio, hay que posponerse muchas veces y no hacer nuestros egoismos,  porque van contra Cristo, contra su evangelio. Y esto supone luchas continuas contra nuestros egoismos y pasiones, supone tomar la cruz y seguir los pasos de Cristo para ser verdaderos discípulos.

Esta generosidad en matar nuestro yo y seguir a Cristo, es la santidad, son los santos, y esto  escasea hoy en el mundo, entre cristianos y entre los mismos sacerdotes y religiosos.  

Por eso, queridas hermanas dominicas, vosotras no creaís que por estar en clausura, alejadas del mundo, ya estáis libres del yo egoista que nos acompaña siempre, estemos donde estemos, y que se busca a sí mismo…, ojo, porque esta lucha la tendremos siempre hasta que muramos, y por la experiencia que tengo de obispos, curas,  monjes y monjas… mucho cuidado, porque nuestro yo se busca a sí mismo y nos acompaña hasta la tumba. CUESTA MATAR EL YO. Pero ES LA GARANTÍA DEL CIELO Y LA VIDA ETERNA, incluso aquí abajo, los místicos, la muerte mística de yo en san Juan de la Cruz, para la experiencia de Dios  y del Sagrario aquí en la tierra.  Si alguno quieres ser discípulo mío, sentirme… níeguese a sí mismo, vacíese de si mismo y así podré negarle yo… Y quien no mata su y carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”. Recemos y pidamos ser seguidores de Cristo, negarnos a nosotros mismos.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La clave comprensiva de la Palabra que Dios nos dirige este domingo está en la primera lectura del libro de la Sabiduría, porque el evangelio es la consecuencia lógica de aceptar a Dios como Señor y Creador del hombre.

        Vamos a volver a leer nuevamente esta Lectura del libro de la Sabiduría 9, 13-19: “¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos  y nuestros razonamientos son falibles;  porque el cuerpo mortal es lastre del alma  y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio,  si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Sólo así serán rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te agrada; y se salvarán con la sabiduría  los que te agradan, Señor, desde el principio”. 

        Los designios o planes de Dios son insondables para el hombre, a menos que nos lo revele su sabiduría. Las posibilidades del hombre para conocer las verdades de orden religioso y moral son muy limitadas, como lo atestigua la experiencia dolorosa de la historia.

        El hombre, enraizado en la tierra, se siente más solidario con los bienes puramente terrenos, transitorios, y esto frena automáticamente los impulsos del espíritu hacia lo inmaterial, lo religioso, lo trascendente e inmortal.

        Si con dificultad llegamos a discernir lo directamente experimentable, ¿cómo podremos penetrar en lo divino? En este mundo sólo Dios puede introducirnos y para eso necesitamos dejarnos llevar por Él, sometiendo nuestros juicios y pensamientos a los suyos. Y estos es la fe. Dios nos ha comunicado sus ideas y planes por medio de su Hijo Jesucristo, que por esto en el Prólogo de su Evangelio San Juan le llama a Cristo Palabra, porque de la misma forma que nosotros utilizamos la palabra para manifestar a los demás nuestros pensamientos interiores e invisibles, de la misma forma el Padre envía a su Hijo Unigénito y por medio de Él nos revela todos sus secretos, los que quiere compartir eternamente con el hombre.

Y todo esto lo hace por amor, por su Espíritu Santo que mora en nosotros y nos da su fuerza, su potencia, su vida, por medio de Él, para que podamos cumplir y realizar lo que nos dice y propone Jesucristo, su Palabra, por medio de la cual creó todo lo que existe y caído, lo restituyó y resucitó.

        El ser cristiano, discípulo de Jesús, supone aceptar que Dios es dueño de mi vida, lleva el someterla a sus designios; yo soy pura criatura y libremente acepto el plan y el proyecto de Dios sobre el mundo, la sociedad, el hombre, la familia y mi persona, la vida presente y futura.

        Entonces no puede decir respecto a estas realidades: es que yo pienso que el hombre, la familia son como yo pienso, es que yo hago lo que me apetece, independientemente de lo que Dios me ha dicho.

        Si Dios es Dios, tengo que mirarle a Él para ver qué quiere de mí en estos momentos.

 

        2.- Por eso, ser criatura, hijo de Dios, discípulo de Cristo –todo es lo mismo- es vivir, tratar de vivir una nueva vida, una vida superior y distinta al proyecto puramente humano. La vida según Dios no coincide muchas veces con la vida según los hombres, ¿a quién sigo? La voluntad de Dios sobre mí. Esto es la fe y el amor y la esperanza en Dios.

        Abandonarlo todo, preferir a Dios a los bienes temporales, libertad absoluta sin esclavitudes de dinero, poder, orgullo, sexo mal vivido… he ahí el dilema.

        Parece negatividad absoluta, pero es posibilidad absoluta: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…” Es vaciarse para llenarse del plan de Dios, de sus ideas y actitudes… Es ganancia, riqueza total…

¿Quienes lo comprendieron y vivieron así? Los santos y nosotros en la medida que tratemos de vivirlo así; para hacerlo, lo primero es conversión. Luego vendrá el gozo, contemplación. Si no lo conseguimos estaremos toda la vida en el primer grado y habrá que esperar a pasar el purgatorio para pasar a la contemplación y el gozo.

        Ser discípulo de Jesús exige unas actitudes, una preparación intensa como la de aquellos que van a construir una casa o comenzar una guerra.

       

3.- Para seguir a Cristo, lo primero, puesto que partimos de una situación de pecado, es la renuncia: negarse a sí mismo, esto es, cruz, sufrimiento; pero una vez purificados en esta primera etapa del yo y el orgullo, materialismo, pasamos a la unión gozosa con el Señor.

        ¿Quién quiere ser discípulo de Cristo? ¿Quién quiere el cielo en la tierra? Que empiece a renunciar a sus criterios, a sus formas de vivir y actuar puramente humanos y acepte los mandatos del Señor y la gracia de Dios, y su ayuda y amor no le faltará.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

1.- En estos tiempos de confusión, hay que reducirse un poco a lo esencial. Corremos el peligro de perdernos en un bosque de ideas y sentimientos. ¿Qué es lo esencial en el cristianismo? Jesucristo. Su persona, su evangelio es luz y guía para nosotros. Es Hijo de Dios y único Salvador del mundo y  de los hombres. Jesús, Sabiduría eterna del Padre, vino a nosotros para mostrarnos con su palabra y su vida “el camino, la verdad y la vida”. Este es el tema del evangelio de hoy.

        “Si alguno se viene conmigo y no odia…” El  verbo odiar aquí equivale, según el uso semítico, a amar menos, poner en segundo lugar. San Mateo dice así: “El que quiere a su padre más…” Sin embargo nosotros tenemos recibido de Dios el quinto mandamiento… por lo tanto no es que Dios no quiera el amor a los padres, nos lo manda, pero el amor a Dios y su voluntad deben ser puesto en primer lugar.

Sólo Dios puede exigir de esta manera. Porque sólo Dios tiene derecho al primado absoluto en todo, en el corazón y en la mente y en la vida. Sólo Jesús como Hijo de Dios puede exigirnos esto y de esta manera aceptarnos como seguidores y  discípulos suyos. El discípulo de Cristo debe luchar y esforzarse para que Dios sea lo primero (primer mandamiento de la Ley de Dios en positivo, aquí en el evangelio de hoy en negativo). Al discípulo de Cristo no le está permitido poner ninguna realidad antes que a Cristo, llámese bienestar, satisfacciones, deseos carnales, y claro, esto supone dolor, sufrimiento, cruz, por eso sigue diciendo.

 

        2.- “Quien no lleve su cruz detrás de mi, no puede ser discípulo mío…” La cruz es poner a Dios antes que a nuestro yo, que tanto queremos y damos culto y que siempre, por la tendencia del pecado original, preferimos a Dios por instinto y naturaleza caída. Esta debe ser nuestra lucha, la conversión permanente. Recordad la predicación del último domingo: soberbia: amor a mí mismo. Pecado original: tensión permanente, llevar la cruz siempre.

Lo que pasa es que con la gracia  de Dios, recibida continuamente por la oración diaria, la Eucaristía frecuente, los sacramentos de confesión y comunión, el ejercicio de la gracia de Dios esta lucha por vivir según la misma vida de Dios, según su amor, terminará por hacerse vida en nosotros, como en los santos. Todos estamos llamados a la santidad.

Esta es la sabiduría de Dios, enseñada por Jesús, tan diferente de los razonamientos humanos, los cuales se preocupan de los valores transitorios, descuidando, egoístamente, los eternos.

 

        3.- Las dos breves parábolas que siguen -la del hombre que quiere edificar una torre y la del rey que quiere hacer una guerra- invitan a considerar que la empresa de seguir a Jesús en esta vida es costosa, difícil, muy comprometida y que no puede tomarse a la ligera; nunca estamos convertidos a Dios totalmente. Esto es lento, la conversión debe ser permanente.

        No bastan las fuerzas personales: necesitamos la gracia de Dios. El mundo actual, en general, para vivir como vive, como animalitos egoístas, no necesita la gracia de Dios. Y ¿nosotros? ¿La necesitamos? ¿La buscamos? La gracia de Dios nunca falta, se da con largueza a quien la pide y la busca. A mayor gracia, mayor seguimiento de Cristo,  mayor santidad.

 

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DOMINGO XXIV ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Éxodo 32, 7-11. 13-14

       

        El pueblo elegido, el pueblo de Israel, ha hecho una alianza con Dios y ha jurado y comprometido un compromiso de fidelidad a la palabra. Pero la quebranta rápidamente. Abandonando al Dios verdadero se hace adorador de ídolos. Es nuestra propia historia; es el retrato de nuestra vida personal Nos entusiasmamos con Dios y le juramos lealtad y, al rato, le dejamos para seguir otros caminos. Sin embargo, Dios, que permanece fiel a sus compromisos, nos ofrece un recurso al alcance de nuestras manos para que volvamos a Él y alcancemos su perdón. Si nos ponemos confiadamente en oración y le rogamos el perdón, Él nos lo concederá como lo hizo con el pueblo de Israel a instancia de la oración de Moisés, tal como se nos dice en esta primera lectura.

 

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Timoteo 1, 12-17

 

        Si Moisés, por su oración, alcanzó perdón para su pueblo, es San Pablo quien nos ofrece una oración de agradecimiento a Dios por la fe y el perdón que le otorgó por medio de Jesucristo. San Pablo estaba alejado de Jesús e, incluso, le perseguía. Pero cuando Jesús le llamó, San Pablo acogió la llamada con todo entusiasmo y sin reservas de ninguna clase. Al mismo tiempo, nos manifiesta en esta segunda lectura, que Dios perdona de verdad a quien se acerca a Él con confianza y esperanza. Un perdón que llega a nosotros por medio de Jesús, nuestro Redentor. Es más, no solamente nos perdona sino que sigue fiándose de nosotros a pesar de nuestras numerosas infidelidades. Es una de las características de su amor para con nosotros.

       

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 15, 1-32

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Las tres Lecturas de este domingo nos hablan de la misericordia de Dios, del perdón que Dios da siempre al hombre. En la primera, Dios ve cómo, poco después de haber hecho la Alianza con su pueblo en las faldas del monte Sinaí, Israel, en ausencia de Moisés,  no cumple lo pactado y proclama dios al dinero, adorando al becerro de oro. Dios quiere castigarlo por esta infidelidad, pero Moisés intercede por ellos y Dios se deja vencer por su amor a Israel y perdona a su pueblo.

Esta es la historia de la Salvación de un pueblo y también la historia de nuestro mundo, tal vez nuestra propia historia. También nosotros hemos roto la alianza con Dios muchas veces por el dinero y hemos servido al dinero, al consumismo, al materialismo, al desenfreno contra lo pactado con Él, hemos quitado de nuestro corazón al Dios vivo y verdadero y hemos colocado sobre el pedestal con nuestras murmuraciones y críticas continuas al dios dinero a quien servimos, adoramos y damos culto y dedicamos tiempo y atenciones, mientras que para el Dios verdadero no hay tiempo ni afecto.

Todo en el mundo actual y tal vez en nuestra vida está dominado por la posesión y el deseo del dinero y de lo que se compra o desea con el dinero. Perder a Dios no nos preocupa tanto como perder nuestra seguridad y nuestro dinero; por él reñimos, rompemos familias y amigos, en él pensamos y por él trabajamos noche y día. Cada uno que se examine a sí mismo y vea cómo se encuentra en este punto.

Por eso, Jesucristo, siempre está hablándonos de matar en nosotros este instinto de posesión, que nos impide cumplir el primer mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas, también sobre el dinero y los que proporciona el dinero, esto es, sobre el modo de adquirirlo o consumirlo. Para un creyente, Dios debe ser lo único absoluto de nuestra vida y de nuestro tiempo y trabajo, todo lo demás, en tanto en cuanto.

Todos los cristianos, los creyentes en Dios y en la vida eterna, tenemos que recorrer este camino, y la Iglesia lo tiene tan claro, que exige a los religiosos y religiosas, que hagan voto de pobreza para poder amar a Dios sobre todas las cosas.

Siempre ha existido el culto al becerro de oro por parte de los humanos, creyentes o no creyentes, leed la Biblia, el pueblo judío, pero hoy  es sumamente actual en el mundo y todos pecamos; reflexionemos un poco en lo que nos dice el Señor, pidamos perdón, esforcémonos por cumplir el primer mandamiento  y procuremos no servir, sino servirnos del dinero, porque lo necesitamos, para vivir en este mundo, pero esforzamos por amar a Dios sobre el dinero y sobre todo lo que proporcina el dinero.

 

2.- Pablo ha tenido experiencia de esta misericordia de Dios y nos cuenta, en la 2ª lectura de hoy, su experiencia personal en esta carta maravillosa a su discípulo Timoteo: “Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía… Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”.  La experiencia de Pablo debe animarnos a confesar nuestros pecados-rupturas del amor debido a Dios sobre todas las cosas y alabarle y bendecirle por su inmensa misericordia. “Un corazón contrito y humillado, Tú no lo desprecias, Señor”.

 

        3.- Moisés, intercediendo por su pueblo, es pálida figura de un mediador infinitamente más poderoso ante la presencia de Dios, y más lleno de amor y deseos de salvación del pueblo que el mismo Moisés. Es Jesús, que se hizo pobre y misericordia y perdón para todos muriendo por nosotros.

Es la misericordia de Dios revelada en carne humana, manifestada en su persona, en sus hechos de vida, en sus palabras mediante estas tres parábolas deliciosas y consoladoras sobre la misericordia del Padre que nos ofrece en el evangelio de hoy.

En todas ellas se pone de relieve el gozo de Dios -no lo hace a la fuerza, contrariado- ante el perdón que otorga a los que se alejaron. Y a Dios, a su Padre bueno del cielo, Jesús lo disfraza unas veces de pastor bueno que busca a la oveja descarriada, o de mujer que busca la moneda que se le había perdido.

El pastor, encontrada su oveja, “se la carga sobre los hombros muy contento y llama a sus amigos para que se congratulen con él”. No hay riñas ni discusiones, sino cantos de alegría. La mujer, después de haber registrado todos los rincones de la casa, al encontrar su moneda, hace otro tanto: “Felicitadme, he encontrado la moneda que se me había perdido”.

 

4.- ¿Por qué expuso Jesús estas parábolas? El motivo nos lo describe el evangelista: “En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús le dijo esta parábola.”

Los fariseos y los letrados eran eso, letrados, sabían mucho de doctrina, de teología, pero no habían llegado a conocer verdaderamente el corazón de Dios, a quien habían reducido a sus propios límites, haciéndole duro e inmisericorde.

Jesús, que conocía muy bien el corazón de su Padre, lo retrata perfectamente en estas parábolas de la oveja y de la moneda perdidas con dolor, pero buscadas y encontradas con amor y gozo, en el evangelio de este domingo.

Buen examen para todos nosotros, buenos cumplidores de la ley pero a veces sin haber llegado a comprender el corazón y el espíritu, el alma de toda religión y servicio a Dios: la misericordia: “Misericordia quiero y no sacrificios, dice Dios”. Estamos en el año de la  misericordia, año santo, año de vivir la misericordia de Dios con nosotros mediante una buena confesión general y de la misericordia de nosotros con los hermanos haciendo paces y uniendo familias y matrimonios rotos.

Jesús le viene a decir: yo me comporto así y acojo y busco a los pecadores, porque Dios mi Padre así me lo ha enseñado y para esto me ha enviado al mundo; yo soy la misericordia de Dios y el perdón de Dios manifestado en carne humana y tengo el encargo del Padre de acoger y predicar su misericordia y ternura para con los marginados, los perdidos para la ley y la justicia de los hombres.

Dios es padre de todos y no margina a nadie y el que quiera servir a Dios tiene que saber que esta religión de misericordia le agrada más que muchas devociones  y otras prácticas puramente externas y sin alma y amor.

Dios quiere a los alejados y los busca y se alegra cuando los recupera: “Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo, quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”.

¡Que gozo, qué tranquilidad, qué paz en el corazón cuando nos sentimos perdonados, liberados del peso de la culpabilidad. Esta podía ser una de la enseñanzas de estas parábolas: invitación a confesarnos esta semana para probar personalmente la ternura y la misericordia de Dios y pensar más en la alegría que recibe Dios por esto: “Padre, he pecado contra el cielo y contra tí, ya no merezco... Pero el padre dijo a los criados: sacad enseguida el mejor traje... ponedle el anillo en la mano y las sandalias en los pies...” Esto debe animarnos a confesarnos con mayor frecuencia, para sentir el perdón, pero también por darle esa alegría tan grande al Padre.

 

5.- Una segunda enseñanza es vigilar para no caer como los fariseos y los letrados en la dureza de corazón para con los pecadores sino “sed compasivos como vuestro padre del cielo es compasivo”; “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón...” Aceptemos la lección de misericordia del evangelio y no impidamos con nuestros juicios y estrechez de corazón que los pecadores y alejados se acerquen al perdón de Dios. hagamos esta semana alguna obra de misericordia corporal o espiritual, las tenemos olvidadas.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

En la iconografía cristiana, especialmente en las catacumbas romanas, la imagen del buen pastor referida a Cristo, es anterior y aun preferida a la imagen de Cristo Crucificado. El arte y la piedad la pintaron y esculpieron en infinidad de monumentos; esta página evangélica que acabamos de leer estuvo muy presente entre los primeros cristianos, que así contemplaron y oraron a Cristo, como buen pastor. Para ellos, como para nosotros, Jesucristo es el buen pastor que nos amó y dio su vida por todos nosotros; por eso su amor es el más grande.

        Por eso, la imagen de pastor que Cristo se atribuye a sí mismo en este Evangelio no deja de suscitar en nosotros, que somos su rebaño, sentimientos de amor, seguridad, fortaleza, alegría porque sabemos que es el mejor pastor del mundo, enviado por el Padre Dios, para llevarnos a las verdes praderas de la salvación eterna.

        Hoy es un día para contemplar la imagen de Cristo buen pastor, que conduce y lleva sobre sus hombros la oveja, fuertemente agarrada, dando la sensación de seguridad y firmeza, mostrando que la oveja no tiene nada que temer, porque el pastor no permitirá que nadie ni nada pueda hacerle daño.

        Nuestra civilización mecanizada nos tiene más bien acostumbrados a ver parques de coches que rediles de ovejas. Para entender el texto de hoy, tenemos que recordar con nuestra imaginación esta descripción de una escena de la vida pastoril, tan frecuente y diaria en los tiempos de Cristo.

        Jesús se compara a sí mismo con el buen pastor; es el pastor de toda la humanidad, de toda la inmensa familia humana. Conoce a la humanidad entera lo mismo que a cada hombre en particular. Nadie más que Él ha sido ni será ni podrá ser para la humanidad mejor pastor. No sólo es el pastor, sino también la puerta del redil. No se llega al conocimiento profundo de la comunidad humana ni del hombre ni del sentido de la vida, si no es a través del conocimiento de Cristo.

Detengámonos en analizar algunas de las cualidades del buen pastor:

        1.- Cristo, buen pastor, quiere que veamos en Él, a un pastor lleno de amor a los hombres, pero de un amor gratuito, que sólo busca el bien de las ovejas, no su carne o leche; es un  amor infinito que terminará llevándole con amor extremo hasta dar la vida por las ovejas.

No es, por tanto, un asalariado, que trabaja y está con las ovejas por dinero, por intereses personales; por siete veces nos dirá que Él es el buen pastor enviado por el Padre a salvar a los hombres.

Todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, tendríamos que aprender de Él a luchar contra los lobos que surgen y surgirán siempre en todas las épocas de la historia y que hacen estragos irreparables entre niños, jóvenes y adultos en la televisión y en los medios de comunicación, llenos de basura y destrucción de valores humanos y religiosos, sin caminos de verdad, humanidad y vida.

        Tantos hombres hoy disfrazados de lobos del consumismo, corrupción, vicios, sexo que corrompen la inocencia de nuestros niños y jóvenes y matrimonio jóvenes ante la pasividad de tantos padres, educadores y poderes políticos que debieran defender la infancia y juventud, y con su falta de cuidado permiten e incluso establecen leyes que pervierten, obligando los niños y juventud a beber en fuentes contaminadas y envenenadas de violencia, sexo prematuro, corrupción de todo género, fomentando con pastillas el sexo entre preadolescentes que a muchos les llevará a la muerte de abortos que no podrán ya olvidar nunca en su vida.

        ¡Cristo, buen pastor! Este mundo te necesita más que nunca, necesita de tu presencia, amor y cuidados. Porque se nos está muriendo de sed, ya que bebe en aguas envenenadas de nihilismo, de ideologías vacías de sentido, llenas de egoísmo, consumismo y materialismo.

Los creyentes necesitamos repetir sus nombres ante Ti, rezando y suplicando muy fuerte el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…Aunque vaya por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu callado me sosiegan”  Debo escuchar tu voz, Señor, y obedecerte. Enséñame tus leyes y  a cumplir tus mandamientos; quiero vivir tu Evangelio.

         

2.- “Yo soy el buen pastor que conozco a mis ovejas…”. Jesús es el buen pastor que nos conoce. Cristo me conoce y me escucha siempre: conoce mis entradas y salidas del rebaño, mis pecados y mis aciertos, reconoce mi voz cuando le hablo. Si el pastor nos conoce, las ovejas deben conocer al pastor. Debo hablarle y conocerle por la oración. Necesidad de la oración.

       

 3.- “Llama a sus ovejas por su nombre”. Esto quiere decir que el Señor conoce a cada persona en particular. Vivimos en una sociedad que, paulatinamente, reduce a las personas a un número, al anonimato de una ficha de ordenador; esto no deja de admirarme y consolarme.

Al matar a la persona desde el aborto hasta la eutanasia, desde la incomprensión y abandono de los mayores,  no se dan cuenta que han metido ellos el cuchillo hasta dentro y, al hacer esto, se destruye el valor de la vida y de la persona.

        Cuando nos suceda que nos sintamos muy solos en medio de la multitud, pensemos en Uno que nos conoce personalmente: Cristo Jesús. No estoy solo en el mundo, hay alguien que siempre piensa en mí, que me ama, que me mira, que vive pendiente de mí. “Sus ojos tiene puestos en su ovejas. Y su corazón también. Mírenle ellas a Él, que Él mira a ellas” (San Juan de Ávila).

 

        4.- “Yo vine para que tengan vida”. La vida que Cristo nos proporciona es la vida divina, vida de  gracia y amor. Esa vida la vivimos en este mundo por los sacramentos… por la oración personal…. Y por las buenas obras.

 

        5.- “Tengo otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que traer…”. El pastor bueno nunca descansa, siempre está pensando en sus ovejas y no abandona ni siquiera a las que se han perdido por su cuenta. A las descarriadas quiere llevarlas sobre sus hombros, quiere curarlas, acariciarlas, tenerlas fuertemente agarradas para que no caigan por el precipicio.

        Los sacerdotes, los padres, los educadores, todo cristiano, como Cristo, debemos aprender de Él a conocer, amar y dar la vida por los nuestros, por las ovejas que Dios nos ha confiado. Él nos ha llamado y elegido para ser pastores de sus ovejas, nuestros feligreses, nuestros hijos, los hombres todos. Y estamos alegres. Porque sabemos que es lo mejor que nos ha podido acontecer. Ser en Él y por Él pastores y cuidadores de eternidades, de ovejas que están llamadas a vivir con Dios Trino y Uno, en su misma felicidad, eternamente en el cielo.

 

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DOMINGO XXV ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Amós 8, 4-7

 

        La primera lectura es un mensaje de Dios a los hombres de hace 2.800 años, pero que tiene hoy la misma actualidad que tuvo entonces porque los hombres somos iguales a pesar del paso de los siglos. Y es un mensaje transmitido por un hombre poco culto: por un pastor de ovejas y cultivador de higos. Pero que es profeta de Dios. A veces queremos dar explicaciones, hacer aclaraciones o interpretaciones a la Palabra de Dios y, con ello, la oscurecemos o la tergiversamos en la pureza de su mensaje. Por eso hoy vamos a escuchar la Palabra de Dios sin interpretaciones y sin aplicarla a los demás: aunque nos resulte un tanto dura, incómoda; aunque sea un reproche a nuestra conducta habitual. Esta palabra no habla para los demás, sino para cada uno de nosotros, porque la injusticia y el apego al dinero se da, en mayor o menor grado, en todos: en el que vende y en el que compra; en quien paga un sueldo y en quien lo cobra, en quien hace un trabajo y en quien lo encarga,  en el que tiene dinero y lucha para tener más y en quien no lo tiene y lucha para conseguirlo.

SEGUNDA LECTURA: 1 Timoteo 2, 1-8

 

        Si la primera lectura es muy seria, la segunda no lo es menos. Se dice muchas veces que la gente de hoy reza poco, se confiesa poco, no va a Misa... Acaso sea verdad. Por eso es importante acoger lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de este domingo. ¡Cuántos males existen porque no oramos, tenemos ira, fomentamos la división con rencillas,  envidiamos a los demás! Cristo fue obediente hasta la muerte en esta trayectoria del bien. El que quiera ser cristiano, seguidor de Cristo, debe vivir como vivió Él, por obediencia a su mandato (1Jn 2,)

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 1-13

 

QUERIDOS HERMANOS: La liturgia de este domingo se centra en el amor a Dios y al prójimo;  no podemos anteponer nada al amor a Dios y al prójimo como lo rezamos en la primera oración de la misa: Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a  ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna.

El dinero, que todos necesitamos para vivir y Dios no quiere que nadie pase hambre y necesidades, se convierte para muchos el dios de su vida, y esto es lo que condena Cristo en el evangelio de hoy, el dinero es el ídolo, al que sin darnos cuenta, incluso sacerdotes y religiosos que hacen voto de pobreza, podemos servir y dar culto.

Jesús nos dice en el evangelio de hoy que no podemos servir a Dios y al dinero, pero vemos que el culto al dinero y al poder que da el dinero ha dominado la historia desde el paraiso hasta los tiempos actuales, todos estamos sometidos a su dominio y Jesús en el evangelio de hoy nos dice que debemos estar atentos, porque nos domina sin darnos cuenta, incluso en las cosas de Dios, en la iglesia, en las parroquias, en las congregaciones.

Resumiendo este evangelio y como norma general para todos los cristianos diría:

1).- Los bienes de la tierra son eso, bienes, bendición de Dios para todos los hombres; por lo tanto, la pobreza, la miseria es un mal que Dios no quiere para nadie.

2).- Como no la quiere, la debemos evitar y corregir allí donde se encuentre, porque Dios creó todos los bienes para todos los hombres, sus hijos,

3).- Dios no quiere la indigencia, la necesidad o la pobreza para ninguno de los hombres, porque todos son sus hijos. Luego, unos trabajarán más que otros, serán más inteligentes, más atrevidos, y ganará más, pero todos tienen derecho a los bienes elementales para vivir como personas. La Iglesia, desde Jesús, siempre se ha distinguido por su amor y atención a los pobres, instituciones, cáritas y órdenes religiosas mendicantes, que decíamos antes.

d) Sin embargo, es muy dificil dominar  este instinto de la riqueza, de poseer más y más. Teniendo presente las palabras de Cristo en este evangelio mi Consejo de vida cristiana es este: ya que no somos pobres evangélicamente, porque nos cuesta matar este instinto de posesión y no sabemos cómo hacerlo y a veces no nos damos cuenta, repito, ya que no somos pobres evangélicamente hablando, seamos generosos con nuestros bienes y ayudemos a los pobres y más necesitados y a las instuciones dedicadas a las obras de caridad.

Esta doctrina es válida para todo cristiano, pero ahora quiero hablar dos palabras especialmente para aquellas personas que quieran seguir a Cristo en santidad y pobreza, sean cristianos, sacerdotes, o religiosos o as, que precisamene hacen voto de pobreza, porque yo, sacerdote, solo lo hago de castidad y obediencia, pero si quiero amar a Cristo sobre todas las cosas, si quiero seguirle y tener experiencia de su amor en esta vida, en mi vida, tengo que hacerme pobre de espíritu como El, porque si mi corazón está lleno de cosas y riquezas, no cabe Él. Jesús nos dice:

1.-“No podéis servir a Dios y al dinero”. Esta elección de la pobreza por Cristo tiene dos caminos principales: uno, el de los religiosos y religiosas, que hacen voto de pobreza, como he dicho, y luego el de todo cristiano o sacerdote que no hacemos voto de pobreza pero queremos seguir a Cristo en perfeccion, en santidad, tener aquí en la tierra experiencia de su amor.

El religioso que hace voto de pobreza o todo cristiano, sea cura o seglar, que aspire a la santidad, a la unión total con Cristo, tiene que luchar y trabajar y examinarse todos los días y luchar por conseguirlo, es decir, poner en el primer lugar de su vida sólo a Cristo, y no al poder o los puestos o cargos en la iglesia, en la congregación o en la diócesis…etc. todo esto hay que ponerlo en segundo lugar, el primer lugar solo a Dios y su voluntad, no ponerse uno a sí mismo.

Esta persona  tiene que luchar a todas horas y esto supone luchas y sufrimiento porque todos, yo el primero, tenemos el instinto de poseer cargos, honores tan metido en nosotros, que sin darnos cuenta lo estamos buscando siempre y claro, entonces Dios no cabe.

Y este instinto natural de quererme y buscarme a mí mismo más que a Dios y a los demás, yo estoy convencido de que no morirá en mí mismo hasta dos o tres horas despues de haberme muerto. Y así lo digo, y esto lo sé porque he luchado y seguiré luchando toda mi vida porque he querido y quiero amar a Dios sobre mí mismo y todas las cosas, pero el amor a mí mismo, a nosotros mismos es innato y está siempre en activo.

Así que a examinarse todos los días, los que quieran llegar a la santidad, a la unión total con Dios y a pedir la protección de la Virgen y de Cristo Eucaristía, comulgar de verdad con Cristo, con sus sentimientos y su vida y su humildad, no solo comer, porque Él nos puede enseñar, ya que siendo Dios se hizo pobre y hasta un poco de pan, y todo por amor loco y apasionado a todos nosotros, que siendo pobres hombres El puede hacernos ricos de su amor y gozo y presencia y riqueza de Dios. Asi que el quiera ser rico de Dios que se haga pobre de honores y demás de este mundo. Y eso es comulgar con Cristo todos los días, con su vida y sentimientos, vaciarme cada día más de mi mismo, pobreza total, para que El me pueda llenar de su riqueza de amor, entrega y divinidad.

 

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QUERIDOS HERMANOS: 1.-“No podéis servir a Dios y al dinero”. Hablo para las personas que se quieran tomar en serio la vida cristiana, que quieran amar a Dios sobre todas las cosas y quieran llegar a una amistad profunda y sincera con Cristo. Aquí no se puede imponer nada.

Esta elección de la pobreza por Cristo tiene dos caminos principales: uno, el de los religiosos y religiosas, que hacen voto de pobreza, un religioso no puede trabajar por el dinero y para tener más dinero, tiene que renunciar al institinto de posesión que todos tenemos y dejar la riqueza con todo lo que significa de consumismo y egoísmo en segundo lugar por seguir sólo a Cristo, y esto supone luchas y sufrimiento muchas veces porque todos tenemos instinto de poseer.

Jesús en este evangelio habla para todos nosotros, para todo cristiano que nunca debe poner la riqueza en el lugar primero que siempre correponde a Dios: Amarás… “No podemos…que es el camino de todo cristiano, que es no adorar el dinero como si fuera Dios, ni vivir solo para él, no robar nunca a nadie para tener más dinero, saltándose la justicia o los mandamientos de Dios, auque todos tenemos que trabajar, es un mandato del Señor: trabajar, ganarás el pan de cada día con el sudor de tu frente.

En esta materia, la doctrina hay que proponerla en general, porque cada caso es distinto. Como norma general decimos;

a).- Los bienes de la tierra son eso, bienes, bendición de Dios para todos los hombres; la pobreza, la miseria es un mal que Dios no quiere para nadie.

b).- Como no la quiere, la debemos evitar y corregir allí donde se encuentre, porque Dios creó todos los bienes para todos los hombres, sus hijos, y lo que impida esta igualdad fundamental va contra el plan de Dios y el destino universal de los bienes de la tierra.

c).- Dios no quiere la indigencia, la necesidad o la pobreza para ninguno de los hombres, porque todos son sus hijos. Y no admite privilegios en esta materia, porque todos los hombres son hijos del mismo Padre creador de todos los bienes. Luego, unos trabajarán más que otros, serán más inteligentes, más atrevidos, y ganará más, pero todos tienen derecho a los bienes elementales para vivir como personas.

2.- La propiedad privada es legítima y personal. Nada de comunismo. Pero toda riqueza que impida la justa distribución de los bienes es injusta. Por eso, la propiedad privada está regulada por el bien común. Y cuando mire algo mío, sobre todo si no me es necesario, debo pensar que no todo mío, sino que una parte pertenece a los necesitados, porqueese es su fín originario.

        Por eso Jesús condeno a los ricos-ricos y a los pobres ricos, esto es, que solo piensen en riquezas, pero no condenó la riqueza, que es un bien, si se utiliza como se debe. Censura a los ricos que piensan que sus bienes son suyos solamente, e impiden así que los bienes cumplan con su fin fundamental. También porque ponen su confianza y su poder y su gloria sólo o principalmente en el dinero, en poseer, siendo así que Dios debe ser lo primero y absoluto siempre.

        “Ahí de lo ricos que poner su confianza… más difícil le es a un rico entrar en el reino de los cielos…” El apego a las riquezas le impidió al joven rico seguir a Cristo, recordad esa parábola del Señor, y los ricos de ahora y de siempre tendrán dificultades en el seguimiento de Cristo porque amarán más las riquezas que a Dios y el cumplimiento de su evangelio… porque el dinero de suyo da soberbia de la vida y en relación con los hermanos.

        3.- Hay muchas maneras de estar apegados a los bienes materiales, al dinero, y este apego al dinero impide seguir a Cristo, que siendo rico se hizo pobre y muchas veces también el cumplir los mandamientos: no robarás, no explotarás al  tu prójimo… Voy a resumir brevemente con tres afirmaciones este evangelio:

1º) El deseo continuo de más y más… es más fuerte que el sexo… dura siempre y no decae ni con los años, hace duro el corazón ante las necesidades de la misma familia, impide oír la llamada de Dios: parábola de los invitados a la boda: he comprado, tengo que ir a …

2º) Da dureza de corazón, lo vemos en el rico Epulón; disfrutaba y vivía tanto para sus placeres que le impedían ver las miserias de los pobres Lázaros. Entrañas duras para las miserias de los que nos rodean. Esto impide entrar en el reino de la amistad con Dios, con Cristo.

3º).- Es muy dificil dominar  este instinto porque muchas veces no distinguimos lo justo de los injusto: Mi Consejo de vida cristiana es este: ya que no somos pobres evangélicamente, porque nos cuesta matar este instinto de posesión y no sabemos cómo hacerlo y a veces no queremos, ya que no somos pobres evangélicamente, seamos al menos generosos con nuestros bienes y ayudemos a los más necesitados. Es de alguna forma de hacerles partícipes de los bienes del mundo que fueron creados por Dios para el bien de todos los hombres.

 

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DOMINGO XXVI ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Amós 6, 1ª. 4-7

 

        Amós, un pastor rústico, directamente llamado por Dios como profeta, viene del desierto a Samaria y descubre la podredumbre que existe en el pueblo de Dios: materialismo despreocupado, encarnación del «comamos y bebamos, que mañana moriremos» o, negación de la fe, cuyo riesgo diario es entender la vida como un «pasota». Aunque aquí no se dice, a un ojo penetrante, como el del profeta, no se le escapa que esa cómoda indolencia, ya condenable en sí, es a la vez, semillero generoso de toda clase de vicios: olvido y opresión del pobre (8, 4-7), vanalidad de la justicia (7-12), hipocresía religiosa (21-27); etc. Para una situación tal no hay remedio: su único final es la ruina y el destierro, profecía que se cumplirá a los 30 años. (721). La vida materializada, entendida como un puro confort, fue y es siempre insulto a Dios: insulto a la Alianza, al Evangelio, a la fe y a la misma convivencia humana.

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Timoteo 6, 11-16

 

        Pablo, tras una larga experiencia de Cristo, advierte a Timoteo, “hombre de Dios”, que huya del dinero (v 10) y le indica lo que tiene que hacer para poseer el equilibrio cristiano. Es un caminar de continua lucha, con unos objetivos claros: una fe viva que opera (Rm 3, 21-4, 25), una caridad auténtica (Rm 12, 9-10; 13, 8-l0) un espíritu de oración (Rm 12, 12; Col 4, 2), un sentido cristiano del sufrimiento (cfr Mt l0, 38; 2 Tim 2, 3), un trato delicado con los que nos rodean, que son hermanos nuestros (1 Cor 13, 4-7). Nuestra vida es una conquista diaria, en busca de estos valores que, al ser de Cristo “primogénito de toda la creación”, pertenecen al hombre, pero que se viven con entusiasmo al ser proyectados hacia lo eterno, hacia quien posee la inmortalidad, hacia nuestra plena realización. La misión del cristiano consiste en guardar íntegro el mensaje de Cristo, sin adulterarlo, y en dar testimonio de este mensaje con una fe operativa y una caridad vivida hasta sus últimas consecuencias.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 19-31

 

QUERIDOS HERMANOS: Hoy vamos a dar unos puntos de meditación.

 

1º punto: Este rico Epulón, quizás como la mayoría de todos nosotros, sólo pensaba en sí mismo, en poseer  y en gastar él sólo, en disfrutar él y esto le impedía ver la necesidad del pobre Lázaro. Lázaro, en cambio, a la puerta, postrado y hambriento, sin decir nada, con su mera presencia, no hacía otra cosa que reclamar la pequeñísima parte que le correspondía de los bienes del rico Epulón.

Hermanos, la parábola del Señor nos invita en este momento a meditar y examinarnos un poco a ver si nosotros vivimos como el rico Epulón, pensando solo en nosotros mismos, y no solo en nuestras necesidades sino también en nuestros caprichos, olvidando el mandato del Señor: dad y recibiréis, porque tuve hambre y me disteis de comer. Meditemos, pensemos….

 

2º.- “Él, el rico Epulón   dijo: “Te ruego, entonces, Señor, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán, pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

¿Cuál es la finalidad de la parábola, qué es lo que Jesús se propone al predicar y poner este ejemplo, esta comparación? Dos cosas principales: en 1º lugar, resaltar la importancia de la caridad ante la eternidad que nos espera, ante le jucio final, en el que seremos examinados de esta materia, lo dice el Señor: “Venid, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me disteis de comer… y lo que hicisteis con cualquiera de estos necesitados, conmigo lo hicísteis….¿Cómo estoy preparando esta materia de mi juicio?

Y en 2º lugar el Señor trata de resaltar la peligrosidad de la riqueza porque fácilmente crea resistencia a la ley de Dios y sordera a su Palabra: tienen a Moisés y los profetas; ni aunque resucitasen los muertos… así se cierra el corazón del hombre a Dios y al prójimo. ¿Medito alguna vez esta parábola del Señor a nivel personal, cómo me comporto yo en este materia, que uso hago de mis bienes, soy generoso en obras de caridad, o las hacía en mi parroquia con el dinero de la parroquia, pero yo no cooperaba, preguntémosnos: ¿qué obras de caridad importantes he realizado en mi vida sacerdotal?

En esta parábola el Señor quiere también resaltar, como vemos,  el juicio final a que semeremos sometidos, la escatología final individual de todos, ricos y pobres, prometiendo una compensación feliz a los pobres para que soporten su pobreza y una condena eterna a los ricos que no se preocuparon de los necesitados. Bueno está predicarlo en este mundo nuestro, en que la mayoría solo pensamos en nosotros mismos y en nuestros problemas y necesidades.

 

        3.- La lección global de la parábola de este domingo es que debemos y necesitamos escuchar la Palabra de Dios hoy y todos los domingos, y convertirnos a las nuevas leyes del Reino de Dios, viviendo en el reino del mundo. Porque ricos, evangélicamente hablando, lo somos todos. Todos amamos y buscamos el dinero, a veces o con frecuencia más que al mismo Dios. En el Evangelio del domingo pasado el Señor  nos decía: no podeis servir a Dios y al dinero.

        Demos esta alegría al Padre, cumplamos el primer mandamientos, no hagamos realidad en nosotros la parábola,  no seamos sordos espiritualmente: “a los ricos de este mundo recomiéndolos que no sean altaneros, ni pongan su confianza en los inseguro de las riquezas, sino en Dios” (1Tim 17-19).

Y rico para Dios, evangélicamente hablando, no es solo el que tiene riquezas sino el que solo piensa en sí, e sus problemas y necesidades. Hay que pensar más en los demás, en los hermanos, en los necesitados no solo de pan sino de amor, compañía, diálogo… a lo mejor en nuestras familias hay necesitados de este tipo, incluso en esta casa...

Porque la riqueza como la pobreza tiene muchos nombres, y no solo de dinero. Mi lema es y trato de cumplirlo en mi vida: ya que no somos pobres evangélicamente hablando, seamos al menos generosos con nuestros bienes, con los pobres de afecto, de compañía, hoy que nuestros mayores estás tan solos, con los pobres de ayuda, especialmente de medios y dinero.

 

        4.- Si las leyes de la codicia que hay en nosotros: amor a mí mismo sobre Dios y todos los hombres y todas las cosas, si mi egoismo no se modera según la ley de Cristo en su evangelio, no podremos llegar a la intimidad con Él, a ser verdaderos cristianos y seguidores suyos en el mundo, no se realizará el reino de Dios en nosotros, no seremos hijos perfectos del mismo Padre que está en el cielo.        El proyecto del mundo es egoísta, es tener y acumular no tiene límites y crea incompatibilidad con Cristo, con su vida y con sus enseñanzas, con su evangelio,  con el seguimiento e imitación de Cristo, que tenemos que hacer todos los cristianos, especialmente los que hacen voto de pobreza, que deben ser generosos con su bienes para con los pobres, como afirma repetidamente en el evangelio.

        El proyecto del mundo es egoísta, es tener y acumular no tiene límites y crea incompatibilidad con Cristo, con su vida y con sus enseñanzas, con su evangelio,  con el seguimiento e imitación de Cristo, que tenemos que hacer todos los cristianos, especialmente los que hacen voto de pobreza, que deben ser generosos con su bienes para con los pobres, como afirma repetidamente en el evangelio. Desgraciadamente el mundo hoy tiene olvidada estas enseñanzas de Cristo en el evangelio de este domingo. Meditemos nosotros, veamos como lo practicamos.

 

        Quiero terminar con unas citas del Concilio Vaticano II:

«Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa, según la regla de justicia, insecable de la caridad… jamás debe perderse este destino universal de los bienes” (LG 69). “La misma propiedad privada tiene también, por su misma naturaleza, una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes” (ib 71,5).

69. Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde. Es éste el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con los bienes superfluos. Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí. Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas, según las propias posibilidades, comuniquen y ofrezcan realmente sus bienes, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos como pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos.En sociedades económicamente menos desarrolladas, el destino común de los bienes está a veces en parte logrado por un conjunto de costumbres y tradiciones comunitarias que aseguran a cada miembro los bienes absolutamente necesarios. Sin embargo, elimínese el criterio de considerar como en absoluto inmutables ciertas costumbres si no responden ya a las nuevas exigencias de la época presente; pero, por otra parte, conviene no atentar imprudentemente contra costumbres honestas que, adaptadas a las circunstancias actuales, pueden resultar muy útiles. De igual manera, en las naciones de economía muy desarrollada, el conjunto de instituciones consagradas a la previsión y a la seguridad social puede contribuir, por su parte, al destino común de los bienes. Es necesario también continuar el desarrollo de los servicios familiares y sociales, principalmente de los que tienen por fin la cultura y la educación. Al organizar todas estas instituciones debe cuidarse de que los ciudadanos no vayan cayendo en una actitud de pasividad con respecto a la sociedad o de irresponsabilidad y egoísmo.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:1.- Esta parábola de Jesús es una lección escenificada, impresionante e inolvidable acerca de los peligros que encierran las riquezas.

El tema principal que hay que sacar a la luz, a propósito de la parábola del rico epulón que se lee en el Evangelio del próximo domingo, es su actualidad, esto es, cómo la situación se repite hoy, entre nosotros, tanto a nivel mundial como a nivel local. A nivel mundial los dos personajes son los dos hemisferios: el rico epulón representa el hemisferio norte (Europa occidental, América, Japón); el pobre Lázaro, con pocas excepciones, el hemisferio sur. Dos personajes, dos mundos: el primer mundo y el «tercer mundo». Dos mundos de desigual tamaño: el que llamamos «tercer mundo» representa de hecho «dos tercios del mundo». Se está afirmando la costumbre de llamarlo precisamente así: no «tercer mundo» (third world), sino «dos tercios del mundo» (two-third world).

El mismo contraste entre el rico epulón y el pobre Lázaro se repite dentro de cada una de las dos agrupaciones. Hay ricos epulones que viven codo a codo con pobres Lázaros en los países del tercer mundo (aquí, de hecho, su lujo solitario resulta todavía más estridente en medio de la miseria general de las masas), y hay pobres Lázaros que viven codo a codo con ricos epulones en los países del primer mundo. En todas las sociedades llamadas «del bienestar» algunas personas del espectáculo, del deporte, del sector financiero, de la industria, del comercio, cuentan sus ingresos y sus contratos de trabajo sólo en miles de millones (hoy en millones de euros), y todo esto ante la mirada de millones de personas que no saben cómo llegar con su escuálido sueldo o subsidio de desempleo a pagar el alquiler, las medicinas, los estudios de sus hijos.

 La cosa más odiosa, en la historia relatada por Jesús, es la ostentación del rico, que éste haga alarde de su riqueza sin miramiento hacia el pobre. Su lujo se manifestaba sobre todo en dos ámbitos, la comida y la ropa: el rico celebraba opíparos banquetes y vestía de púrpura y lino, que eran, en aquel tiempo, telas de rey. El contraste no existe sólo entre quien revienta de comida y quien muere de hambre, sino también entre quien cambia de ropa a diario y quien no tiene un harapo que ponerse. Aquí, en un desfile de modas, se presentó una vez un vestido hecho de láminas de oro; costaba mil millones de las antiguas liras. Tenemos que decirlo sin reticencias: el éxito mundial de la moda italiana y el negocio que determina nos han afectado; ya no prestamos atención a nada. Todo lo que se hace en este sector, también los excesos más evidentes, gozan de una especie de trato especial. Los desfiles de moda que en ciertos períodos llenan los telediarios vespertinos a costa de noticias mucho más importantes, son como representaciones escénicas de la parábola del rico epulón.

 Pero hasta aquí no hay, en el fondo, nada de nuevo. La novedad y aspecto único de la denuncia evangélica depende del todo desde el punto de vista de observación del suceso. Todo, en la parábola del rico epulón, se contempla retrospectivamente, desde el epílogo de la historia: «Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado». Si se quisiera llevar la historia a la pantalla, bien se podría partir (como se hace frecuentemente en las películas) de este final de ultratumba y mostrar toda la historia en flashback.

Se han hecho muchas denuncias similares de la riqueza y del lujo a lo largo de los siglos, pero hoy todas suenan retóricas o superficiales, pietistas o anacrónicas. Esta denuncia, después de dos mil años, conserva intacta su carga negativa. El motivo es que quien la pronuncia no es un hombre que esté de parte de ricos o pobres, sino uno que está por encima de las partes y se preocupa tanto de los ricos como de los pobres, incluso tal vez más de los primeros que de los segundos (¡a estos les sabe menos expuestos al peligro!). La parábola del rico epulón no se sugiere por el hastío hacia los ricos o por el deseo de ocupar su lugar, como tantas denuncias humanas, sino por una preocupación sincera de su salvación. Dios quiere salvar a los ricos de su riqueza.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Lázaro, a la puerta, postrado y hambriento, sin decir nada, con su mera presencia, no hacía otra cosa que reclamar la pequeñísima parte que le correspondía de los bienes del rico Epulón. Este rico, quizás como la mayoría de todos nosotros, sólo pensaba en sí mismo, en poseer  y en gastar él sólo, en disfrutar él y esto le impedía ver la necesidad del pobre Lázaro.

 

2.- ¿Cuál es la finalidad de la parábola, qué es lo que Jesús se propone al predicar y poner este ejemplo, esta comparación? No es resaltar la escatología final individual. Ni prometer una compensación feliz a los pobres para que soporten su pobreza estoicamente. No. Se trata más bien de resaltar la peligrosidad de la riqueza porque fácilmente crea resistencia a la ley de Dios y sordera a su Palabra: Moisés y los profetas; ni aunque resucitasen los muertos… así se cierra el corazón del hombre a Dios y al prójimo.

 

        3.- La lección global de la parábola de este domingo es que debemos escuchar la Palabra de Dios y convertirnos a las nuevas leyes del Reino de Dios, viviendo en el reino del mundo. Porque ricos, evangélicamente hablando, lo somos todos. Amamos y buscamos el dinero, a veces o con frecuencia más que al mismo Dios.

        Demos esta alegría al Padre, cumplamos el primer mandamientos, no hagamos realidad en nosotros la parábola,  no seamos sordos espiritualmente: “a los ricos de este mundo recomiéndolos que no sean altaneros, ni pongan su confianza en los inseguro de las riquezas, sino en Dios” (1Tim 17-19).La riqueza tiene nombres propios: lujo, confort, ahorro abultado en los bancos, sabrosos dividendos, joyas, viajes frecuentes de placer…Lema: ya que no somos pobres evangélicamente hablando, seamos al menos generosos con los pobres.

 

        3.- Solamente así cambiaremos las estructuras injustas. Si las leyes de la codicia que hay en nosotros: amor a mí mismo sobre Dios y todos los hombres y todas las cosas, no se moderan según la ley del evangelio, no podremos llegar a la intimidad con Cristo, no se realizará el reino de Dios en la tierra, no seremos hijos del mismo Padre que está en el cielo.

        El cristiano de hoy debe tomar parte en la justicia social, como hicieron los profetas de  Dios y predicó y realizó el mismo Cristo. La fe cristiana tiene connotaciones sociales y de justicia comunitaria.        El proyecto del mundo de tener y acumular es egoísta, no tiene límites y crea incompatibilidad con el evangelio y las enseñanzas de Cristo, con su misma vida, rompiendo la comunión con Él y con los hermanos, como afirma repetidamente en el evangelio.

        Quiero terminar con unas citas del Concilio Vaticano II:

«Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa, según la regla de justicia, insecable de la caridad… jamás debe perderse este destino universal de los bienes” (LG 69).

“La misma propiedad privada tiene también, por su misma naturaleza, una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes” (ib 71,5).

 

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DOMINGO XXVII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4

 

        En un período de relativa prosperidad en Israel, la casa de José, había favorecido la aparición de una notable desigualdad social. El profeta describe, criticándolo, el comportamiento de los nuevos ricos, Su estilo de vida los condena sin remisión: su confianza los conducirá al destierro, los privilegiados de hoy irán a la cabeza de los derrotados mañana. Gozar de los bienes propios sin interesarse por el prójimo indigente atenta contra la justicia de Dios y atrae su castigo. La malicia del poderoso no está en que tenga más, sino en que se olvida de quien menos tiene, menosprecia a quien no necesita.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Timoteo 1, 6-8. 13-14

 

        Pablo desea que Timoteo se comporte en coherencia con su fe, a diferencia de los falsos hermanos (6,3-10). En su exhortación aparece el retrato ideal del pastor de la comunidad: esforzado combatiente de la fe y vigilante esperanzado del Señor Jesús; todo líder cristiano ha de vivir defendiendo la fe y esperando a su Señor. Su lucha es siempre un acto de esperanza cristiana y un servicio a la fidelidad de sus hermanos.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17, 5-10

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La súplica de los Apóstoles al comienzo del evangelio de hoy: “Señor, auméntanos la fe”, podemos decir que no es solo el núcleo de la liturgia de la Palabra de este domingo sino tambien de todo cristiano en un mundo actual pagano y no creyente; los cristianos hoy necesitamos hacer esta misma súplica de los Apóstoles en el evangelio de hoy, “Señor, auméntanos la fe”,  y lo necesitamos desde el cura hasta el último de la fieles cristianos, de todos los que estamos aquí: Señor, auméntanos la fe.

        En el evangelio de hoy Cristo va instruyendo a sus discípulos. Y en esta instrucción hay muchas enseñanzas y exigencias que los Apóstoles no comprenden, sobre todo, porque son duras y exigentes, por eso le piden al Señor: “Auméntanos la fe” cuando les habla de su pasión y muerte en Jerusalén por los pecados del mundo.

        Queridos hermanos: Nosotros necesitamos hoy hacer esta misma súplica, no sólo por la oscuridad o exigencia de algunas verdades evangélicas, que son difíciles de enternder y más de practicar sino por las doctrinas contrarias al evangelio hoy muy difundidas por guasad y televisiones y demás medios,que son ateos, donde Dios, o el evangelio o la Iglesia, los mandamientos de Dios no aparecen y son ignorados, ni aparecen ni se practican, sobre todo en personas de cincuenta años para abajo. En la juventud actual y matrimonios jóvenes, en padres y madres de cincuenta años para abajo, lo vemos por bautizos, primeras comuniones o enseñanza de la religión en las escuelas, Dios no existe, la eternidad no existe, el pecado, sobre todo de dinero o sexo, no existe, solo existe el materialismo, el sexo de toda clase, así aparece en la tele y los medios, gran parte de los dirigentes políticos implicados por robos, y muchos hombres por corrupcion en formas de sexo que los mayores de 60 años ni entendemos.

La fe y la confianza en Dios se nos apaga tambien a veces a cada uno de nosotros con los vaivenes y fracasos de la vida. Nosotros no comprendemos algunas cosas que nos pasan y nos preguntamos: ¿por qué a mí esta desgracia? ¿Dónde está Dios, no es mi Padre? ¿Por qué esta enfermedad, esta muerte, este fracaso…? Echamos la culpa a Dios de las desgracias que nos pasan y nos alejamos de Dios, de la fe en Dios y en la eternidad, del juicio de Dios. Pero no por eso deja de existir Dios y la eternidad y un día, el día de nuestra muerte para este mundo y entrada en la eternidad seremso juzgados: Venid, benditos, marchad, malditos. Dios existe, y muchos sentimos su amor y presencia, ojalá todos confiemos en Él. Pero hoy muchos desconfian de Él… Por eso, como los apóstoles, todos los creyente necesitamos que nos aumente la luz de la fe y la confianza en su amor, que nunca nos abandona, aunque a veces no lo comprendamos.

        “Si la tuvierais como un grano de mostaza”. La mostaza es una semilla muy pequeña. Qué poca fe debemos de tener;  no digo para poder trasladar montañas, sino par vivirla nosotros mismos con gozo, poder comunicarla a los demás, los padres a los hijos, sobre todo matrimonis jóvenes, fe para hacer obras de fe y  caridad. La fe en definitiva es fiarnos de Dios por encima de todo lo que nos pase, bueno o malo, y vivir sus mandamientos esperando el encuentro eterno con Él en la eternidad, en la vida eterna que nos espera a todos y por la cual Cristo vino al mundo, murió y resucitó. Somos eternos, no lo olvidéis nunca. Y esa eternidad será o en la felicidad con Dios o en el otro sitio, en el infierno para siempre, lo ha dicho Jesucristo, que murió por nuestros pecados para llevarnos a todos a la gloria. Pero el infierno existe y si alguno ha caido… ya para siempre para siempre.

        Tres enseñanzas o vivencias:

        Primera enseñanza: la fe es más fiarse de Dios que de nosotros y de nuestros conocimientos. Cristo me demostró con su vida y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección y resucitando a muertos que es Dios, que tiene poder infinito. La fe es sentir y decir con plena seguridad: Dios existe y me ama aunque no le vea y me sucedan cosas tristes en la vida; si existo es que Dios me ama, y esto a pesar de toda dificultad de tipo intelectual, moral, vital, de desgracias, enfermedades o fracasos.

 

Segunda enseñanza, pero para poder decir esto, hay que practicar la fe y confianza en Dios, cumpliento sus mandamientos. Por eso la necesidad continua de pedir, orar, rezar, venir a misa y pedir: “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17, 5-10). Si no se reza y se viene a la iglesia, se pierde la fe, que es lo que está pasando en el mundo actual, sobre todo de 50 años para abajo. Para tenr una fe sólida y robusta, que sólo Dios  puede dar, esforzarse por cumplir los mandamientos de Dios, sobre todo, rezar y venir a misa los domingos, porque si no, se pierde la fe y el amor a Dios.

EXPLICAR MI DESARROLLO DE FE EUCARÍSTICA: esto lo explico en mis libros porque ha sido mi camino de fe: SEÑOR Y TU ESTÁS AHÍ, SI, PERO NO PUEDO ENTRAR DENTRO DE TI, QUE TU ME CONZCAS SI NO TE VACIAS, ERES HUMILDE, PERDNAS DE CORAZÓN. CUMPLES MI MANDAMIENTOS… EM PIEZAO Y CUANDO LLEVO AÑOS, VIENE LA SEQUEDAD, EL VACÍO, NO SNETIR NDA…PORQUE ME QUEDN LAS RAICES DE LOS PECADOS, NO PALABRA SINO LA RAIZ…

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- El profeta Habacuc, servidor del templo en el 570antes de Cristo, se siente herido e impotente en su predicación a un pueblo que en lo individual y lo social ha abandonado la ley y la justicia, y en lo nacional se siente amenazado por los Caldeos de Nabucodonosor. En esta situación tiene dudas de que Dios siga escuchándole, porque ve lo contrario que el mal avanza más que el bien. Por eso clama desesperado: “Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches... por qué me haces ver desgracias, violencias y catástrofes? Y Dios responde afirmando la salvación por la fe y la paciencia. El pueblo se salvará por la oración del profeta pero no según sus planes, sino según los planes de Dios. Por eso le invita a tener paciencia en la fe o fe paciente: “El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vive por la fe.”

Esta llamada a la fe, que nos hace el Señor, hay que escucharla cada día, porque esta visión de Yavéh a Habacuc es profética, vale también para el hoy de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Tenemos que rezar siempre para que el mal no triunfe sobre el bien, pero siempre según los planes de Dios.

No hay que desesperar, siempre, a pesar de las apariencias, hay que creer, porque Dios nos escucha y está actuando, como Dios hizo en otras etapas de la Historia de la Salvación.

Y a esto nos invita el salmo responsorial: “Escucharemos hoy tu voz”: venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva… Entrad, postrémonos por tierra bendiciendo al Señor creador nuestro”; esto parece tener también cierto sabor evangélico, cuando Cristo nos invita a saber que somos siervos, que tenemos que postrarnos ante la voluntad de Dios y lo único que tenemos que hacer es servir, aunque nos cueste arrodillar ante Él nuestros juicios y programas y deseos.

 

2.- Y este tema de la fe, pero a nivel de Iglesia y de cada cristiano, es el que Pablo desarrolla también en la segunda Lectura. Pablo ha descubierto que Timoteo, ya comprometido en el apostolado, está de crisis, en duda de su eficacia. Su fe se va apagando. Por eso le recuerda el carisma recibido en el día de su ordenación: ha recibido todo lo necesario para vencer todas las dificultades: Querido hermano: “Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor... toma parte en los duros trabajos del evangelio según la fuerza que Dios te dé.”

Pablo está tan convencido de esta verdad que en otros pasajes de sus cartas repite afirmaciones como estas: “Me alegro en mis debilidades, porque así habita en mi la fuerza de Dios” o “todo lo puedo en aquel que me conforta” o para terminar: “No quiero saber más que mi Cristo y éste crucificado, necedad para los griegos y escándalo para los judíos”. Nosotros todos buscamos el éxito en todo, incluso en las cosas de Dios, y en cuanto no triunfamos o las cosas no salen a nuestro favor, como queremos nosotros, en el plano de lo individual o en plano de lo social: una enfermedad, una contrariedad, un fracaso, no tenemos poder, influencia… ya empieza la duda, ya Dios no me escucha, es que Dios nos ha abandonado. Y nada de eso. Es que hay que purificarse de tanto yo.

Hace cuatro días y tengo una sensación enorme de pecado por eso, descubrí mi yo en una faceta que creía dominada; todos los días me examino de mi yo, de amor que me tengo a mí mismo que se quiere poner siempre por encima del amor a Dios; y resulta que me descubro que en ese aspecto me sigo amando a mí mismo pero con otro ropaje, incluso so pretexto de la gloria de Dios. La verdad que me disgusté. Y ya tengo tema para mí oración para días y días. No me asusta porque San Pablo sufrió estas crisis y evolucionó hasta lograr que Cristo habitara por la fe y el amor totalmente en él.

Este fue su proceso ante la prueba que tenía: “Señor por tres veces te he pedido que me quites este ángel de Satanás que tengo en mi cuerpo; el Señor le responde: “Te basta mi gracia”. Al cabo de años de luchas: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí; y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios queme amó y se entregó por mí”. Y finalmente, viendo la eficacia de la gracia de Dios: “Libenter guadebo in infirmitabus meis ut inhabitet in me virtus Christi”: con gozo me alegraré en mis debilidades para hacer habitar en mí la fuerza de Cristo; o también: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado” ¿No es esto lo que dicen todos los santos al final de su camino de unión con Cristo?

 

3.- Convencidos, por tanto, de que todo nos viene por la fe en Jesucristo, por la seguridad y la confianza en su palabra y en el amor de Dios, nosotros hoy pedimos a Cristo para la Iglesia y para nosotros lo que piden hoy los Apóstoles: “Señor, auméntanos la fe”.¿Por qué tenemos dudas? Necesitamos que Dios nos aumente la fe?

A nivel nacional esta España no es mi España, en la que yo nací, me crié, me educaron y viví hasta hace quince años después de la democracia. Tengo que cambiar muchas ideas, muchas palabras; ya no puedo decir «Como el amor de una madre, no hay nada, porque hoy muchísimas madres matan a sus hijos y encima se lo pagan y les sale gratis y las tienen por modernas y libres, matando a vidas inocentes.

Tampoco se puede decir a los matrimonios: «unidos hasta que la muerte os separe», porque son matrimonios para un fin de semana, sin avisar y sin nada, al mes se pueden separar…«divorcios Express». Y algunos padres y madres matan a sus hijos con el otro cónyuge; eso no lo hacen ni los animales, estamos por orden del gobierno socialista por debajo de los animales, porque las madres de los animales no matan a sus hijos. Y ya a los matrimonios no hay que llamarlos así, ahora como no es macho con hembra sino machos y machos y hembras con hembras, ni los animales, pues vaya un lío para los pobres niños que tengan dos padres y ninguna madre: esquizofrénicos los niños

Y todo, por no reconocer que somos débiles con lo que cuerpo nos pide, aunque sea contrario a la mente y al bien común, aunque sean vicios y pecados;  pues nada de reconcer el pecado; se cambian los nombres y se llama a todo esto progresismo, libertad, democracia.

Se esta repitiendo la historia de la primera página de la Biblia. Por falta de fe, Adán y Eva no se fiaron de la palabra de Dios y comieron del fruto prohibido: El árbol del bien y del mal. Seducidos por la serpiente: “Seréis como dios”, comieron y decidieron, como ahora los políticos, seducidos por el demonio del poder, nos dicen lo que está bien y lo que esta mal. De esta forma, primero se pierde el sentido del pecado y luego se pierde o se mata el sentido de Dios, o viceversa.

Y éste es el problema de fondo de la España actua y del mundo materialista, consumista, por tanto, ateo: se han alejado millones y millones de españoles de Dios y de la Iglesia, porque este Dios crucificado no les interesa. Y prefieren el becerro de oro y el culto idolátrico a sí mismo y a sus pasiones.

 

            4.- El Señor contestó: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza”. Es como una cabeza de alfiler, pero la fe mueve montañas. La fe mira fundamentalmente a la vida. Si creo en los criterios de Cristo, si creo en los mandamientos de Dios, si creo en Cristo, tengo que vivir como Él. Eso es cristianismo. Vivir como Él. No aceptar cuatro verdades y luego vivir como si no fueran verdades. Si son verdad, tengo que vivirlas. Y sólo las comprenderé cuando las viva. Y así lo santos.

Y cuando se tiene esta fe se comprende lo que dice el evangelio: Dios es Dios y nosotros simples criaturas. Y ese es nuestro gozo, porque si existo como criatura es que Dios me ama; si existo es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán y me ha dado la existencia para ser feliz eternamente  con Él.

 

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DOMINGO XXVIII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: 2 Reyes 5, 14-17

 

        El Señor no tiene acepción de personas (Rm 2, 11). Reparte sus gracias a quien quiere. Entre tantos leprosos en tiempo de Eliseo, solamente es curado Naamán (Lc 4, 27). Este extranjero descubre en su curación la acción bienhechora de Dios. A la acción interna de la gracia que le llama responde con su adhesión sincera; se convierte de corazón y por eso confiesa públicamente que el Dios de Israel es el único Dios verdadero. La fe, don de Dios, no admite fronteras y transforma los corazones. La acción del profeta, querida por Dios, es, sin embargo, secundaria; el reconocimiento de ello enaltece la personalidad del instrumento divino. El servicio al Señor debe ser desinteresado. Aprovecharse de la gratitud de los creyentes para medrar o encumbrarse es traficar suciamente con las cosas sagradas. Dios lo reprueba categóricamente (cfr 2 Re 5, 20-27).

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Timoteo 2, 8-13

 

        Ser cristiano no significa cumplir meticulosamente un sistema de leyes, sino hacer centro de nuestra vida a una persona: Cristo, en quien todo tiene consistencia (Col 1, 17), para vivir como vivió Él, dando la vida por los demás (Jn l0, 16-18). Este cristianismo auténtico puede exigirnos un camino de sufrimiento, de cadenas, de cruz. Es preciso morir para dar fruto. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere…” Nuestro mensaje se hará vida en tanto en cuanto esté avalado por nuestro sufrimiento, de cualquier tipo que sea, al servicio de los hermanos. La Resurrección plena, en parte ya iniciada en esta vida, nos está reservada para el encuentro definitivo con el Señor, donde reinaremos y viviremos con Él, porque Cristo es fiel a sus promesas.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17, 11-19

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- CHESTERTON escribía así: “una vez al año agradecemos a los Reyes Magos los regalos que nos encontramos en los zapatos el día seis de enero, pero nos olvidamos de dar gracias todos los días a Dios por los pies que nos ha dado para que podamos meterlos en ellos.”

        Es una afirmación aguda y profunda, muy típica del autor y que revela una actitud humana muy frecuente entre nosotros. Porque vivimos en una sociedad en que dar gracias es muy frecuente y se ha convertido en un tópico.

Tú sales de unos grandes almacenes y en los tikets de compra te ponen: «gracias por su visita». Y sabemos que es pura fórmula grabada a priori. Esto hace que poco a poco todos nos infectemos de este virus que se convierte en tópico como si lo tuviéramos grabado en una cinta, pero que no sentimos en el corazón.

        Hoy Jesús nos invita a dar gracias todos los días a Dios porque todos los días vivimos por pura misericordia divina, pero quiere que lo hagamos desde un agradecimiento sincero, consciente y profundo.

 

        2.- En la primera Lectura, dentro de las historias del profeta Eliseo, se nos presenta el episodio de Naamán, el general sirio. A través de una persona sencilla, una pobre esclava tiene conocimiento del profeta que le puede curar. Naamán es curado y la historia acaba con la promesa de Naamán de que, en el futuro, no ofrecerá  sacrificios sino a Yahveh, a quien reconoce como único Dios que salva. El poderoso y orgulloso general sirio se convierte en servidor de Yahvé por agradecimiento.

 

3.- El evangelio nos narra la curación de los diez leprosos. En primer lugar refleja la situación de marginación de aquellos enfermos, que tenían que vivir lejos de la ciudad y de los hombres; no podían aproximarse a los sanos sino que tenían que alejarse gritando: «tamé, tamé», que significa «leproso, leproso».

        Así hicieron en esta ocasión en que pasaba Jesús; se pararon a los lejos y a gritos le decían: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.” Jesús les manda presentarse a los sacerdotes, para que estos, de acuerdo con la ley mosaica, pudiesen certificar su curación y se les admitiesen de nuevo en la ciudad de los hombres. Así lo hicieron y en el camino quedaron limpios; luego siguieron el camino, recibieron el certificado de estar limpios de la lepra y no se acordaron más de Jesús que le había curado; sólo uno de ellos vuelve para  dar  gracias al Señor. Sólo uno y éste era un extranjero, un samaritano, esto es, persona no religiosa, un pecador.

        En este pasaje Jesús quiere inculcarnos una de las actitudes más propias de su vida y enseñanza: la gratitud, la acción de gracias a Dios Padre por los beneficios que recibimos. Es una forma muy elevada de hacer oración, de encontrarnos con Dios, de sentirnos criaturas suyas. No es casual que el sacramento principal de nuestra religión católica, que es el misterio entero y completo de Cristo, sea la santa misa, la Eucaristía, palabra griega que significa acción de gracias. La santa misa que celebramos es la acción de gracias que Cristo, en la Última Cena, dio al Padre por todos los beneficios que nos iba a reportar su muerte y resurrección.

 

        4.- F. Mauriac hace  el siguiente comentario al evangelio de hoy: «leyendo este evangelio uno tiene que pensar que el evangelista exagera; una persona agradecida por cada nueve es ser muy optimista. En la realidad del mundo actual no hubiera vuelto ninguno; en la civilización actual la proporción de los desagradecidos es siempre mayor». También otro autor, W. Kling escribe: «Las ofensas las grabamos en diamantes, que no se borran; los beneficios, sobre el agua».

 

        Queridos hermanos, que no nos ocurra a nosotros lo mismo. Seamos agradecidos. Aprendamos esta lección de Jesús en el evangelio de hoy. Veamos por sus palabras cómo a Dios le agrada que seamos agradecidos, generosos en nuestra actitud y manifestación de gratitud. Y sepamos encender velitas y venir a la iglesia no sólo para pedir gracias a Dios o a los santos, sino también para agradecer los beneficios recibidos.

        Precisamente el domingo es el día por excelencia de agradecer a Dios todos los beneficios que hemos y seguimos recibiendo de Él. La Eucaristía es el sacramento de la acción de gracias juntamente con Cristo al Padre por todos los beneficios de la salvación. Cada domingo en cada misa queremos agradecer a Dios nuestro Padre: a).- La vida, si existo es que Dios me ama y esta vida es eterna. Lo creo y por eso doy gracias; b).- La fe, que me ilumina y me explica el sentido de la vida, del matrimonio, de la muerte;c).- La Salvación y el perdón de mis pecados;d).- La familia, los hijos, los padres y luego los beneficios de todos los días: mi historia personal, contemplándola encuentro a cada paso la acción bondadosa de Dios, sus milagros en mi vida, sus ayudas; cuántas veces tengo que reconocer su mano y decir: por pura gracia y misericordia de Dios. Esta es la verdad de mi existencia. Sea esta semana  nuestra oración diaria: Señor, existo y vivo por pura gracia tuya. Hasta podemos cantar: gracias a la vida, que me ha dado tanto. Pero sabiendo que la vida viene de Dios

        Queridos hermanos: por este evangelio, queda claro que no sólo hay que agradecer a Dios los regalos el día de Reyes, todos los días hay que agradecerle a Dios las dos piernas y pies que nos ha dado para vivir y caminar. Seamos más  agradecidos.

En concreto, al año sólo celebro dos o tres misas que me encargan mis feligreses en acción de gracias; vamos a ver si subimos a veinte misas de agradecimiento a Dios por los beneficios recibidos, vamos a ver si entre vosotros hay veinte persona que agradecen a Dios las gracias que les concede pero de verdad, como es con una santa misa.

Y no olvidemos: si hemos venido a la  vida y vivimos y viviremos eternamente, es por pura gracia de Dios. Agradezcamos a Dios todos sus beneficios.

 

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DOMINGO XXIX ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Éxodo 17, 8-13

 

        La narración ejemplariza el valor y la fuerza de la oración: en el desierto, la lucha por la supervivencia, se decidía en la posesión de manantiales y praderas; los israelitas, en camino hacia la tierra que les fue prometida, deben disputársela con otros pueblos con la espada y la plegaria. Pero la victoria no depende de la fuerza que se tiene, sino de la voluntad de mantenerse en oración. Y, cuando el cansancio aparezca, es el momento de inventarse el mejor modo de perseverar orando, hasta que Dios conceda la salvación que se le pide. Mientras no estemos a salvo, la oración es imprescindible, por fuertes que nos creamos. Para llegar a conseguir la promesa de Dios, Israel tuvo que rogar a Dios que le facilitara el camino. No va a ser muy diferente en nuestro caso.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Timoteo 3, 14-4,2

 

        Don de Dios, la fe es también tradición recibida para el discípulo del Apóstol. Despidiéndose de Él, Pablo le exhorta a que continúe su aprendizaje en la fe, estudiando las Escrituras y, una vez conocidas, se dedique a la instrucción de los demás, proclamando la Palabra. El apóstol se encarga de recordar que ambas ocupaciones no son opcionales; de ello deberá el discípulo responder el día del Señor. La Escritura debe ser asimilada vitalmente y vitalmente predicada. En pocos textos del NT se propone con tanta claridad la necesidad del conocimiento de la Palabra escrita de Dios.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 1-8

 

QUERIDOS HERMANOS: 1.- El tema central de las Lecturas de este domingo es el tema de la oración, pero no de la oración-meditación, de la que yo os hablo casi siempre, sino de la oración de petición.

Hoy nos habla el Señor  de la oración de petición, como en el evangelio del pasado domingo nos hablaba de la oración de acción de gracias por los beneficios recibidos: el Señor se quejaba de que de los diez leprosos que había curado solo uno volvió a darle las gracias ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

En las religiosas contemplativas la oración de petición por la salvación del mundo entero tiene que estar siempre muy importante, pero sin olvidar que como fundamento siempre, la oración-conversión a Dios mediante la oración meditación, sobre todo, ante el Sagrario. Estáis dedicadas a la oración, al apostolado de la oración, esencial en la vida de la Iglesia.

Pues bien, así como el domingo pasado ante la curación de los diez leprosos nos examimábamos y nos decidiamos a no olvidar dar gracias a Dios cuando nos ayuda y socorre en nuestras peticiones, sobre todo por la participación en la Eucaristía, que es y significa Acción de Gracias con Cristo por su salvación y por todas sus gracias, hoy, repito, el Señor nos invita a pedirle gracias, a venir a su presencia, siempre que tengamos algún problema, para pedirle curaciones y soluciones a nuestras necesidades de todo tipo, especialmente espirituales, de más amor y seguimiento de Cristo, necesidad de santidad y virtudes necesarias para ser un buen cristiano, o religiosa o sacerdote.

Es importante subrayar cómo S. Lucas, el evangelista que más habla de la  oración de petición es, al mismo tiempo, el evangelista de la oración contemplativa. Por eso vemos cómo nos presenta a Jesús orando como judío en el templo; luego, como maestro de oración de los discípulos; en el desierto, 40 días y noches en oración se prepara como Mesías para cumplir su tarea; Jesús ora en la elección de los Apóstoles; ora en Getsemaní cuando ha llegado su hora, la hora de pasar de este mundo al Padre y dar su vida por todos nosotros; finalmente, el momento mas importante y necesario para la Iglesia, “os conviene que yo me vaya….” Son los Apóstole reunidos en  oración con María la madre de Jesús, lo dice expresamente el evangelio, y así recibieron el Espíritu Santo, Pentecostés.

San Lucas, en su evangelio, también subraya que la anciana Ana “oraba día y noche en el templo”, y en los Hechos de los Apóstoles presenta a los primeros cristianos como asiduos en la oración: “eran unánimes en la oración…” pidiendo por Pedro encadenado en la cárcel…

Podemos decir que en S. Lucas existe un equilibrio entre acción y oración; entre Marta y María; Jesús en el evangelio de hoy, sin embargo, nos habla de la oración de peticion y nos vuelve  a insistir en necesidad y conveniencia de que les expongamos a Dios todas nuestras necesidades.

Lógicamente Jesús no pretende alabar la conducta del juez injusto del evangelio de hoy, solo pretende subrayar que Dios es mucho más bueno y accederá a las peticiones de los que suplican día y noche, como la mujer del evangelio de hoy. Es una invitación a la oración de petición perseverante, de rogar y pedir a Dios por nuestras necesidades y las de nuestras familias y las del mundo..

        Precisamente San Lucas subraya que Jesús presenta su mensaje “para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Queridos hermanos: La oración a Dios, especialmente la de petición, cuando pedimos cosas al Señor, debe estar basada en la máxima confianza en Dios: «Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme» que es la (antífona de entrada de este domingo).

Hermanas y hermanos, muchas veces nos desanimamos porque parece que Dios no nos escucha. Por ello debemos oír con atención al Señor en el evangelio de hoy donde nos dice que debemos orar siempre sin desfallecer. Lo que no debemos nunca es desconfiara de su amor sabiendo que atiende siempre nuestras peticiones, aunque a veces no lo comprendamos. Por eso, muchas veces, cuando nos parece que no nos ha escuchado nos encontramos con que nos ha concedido gracias mayores.

Ese mismo Cristo que predicó y no dice estas cosas es el que está presente y vivo y escuchándonos en todos los Sagrario de la tierra y sabemos por su palabra en el evangelio de este domingo, que Él siempre nos escucha. Os digo con verdad y amor que yo soy testigo de esto.

Y una última petición: Hermanos, el Señor hoy nos pide que seamos generosos en la colecta de este domingo en que celebramos la JORNADA MUNDIAL Y COLECTA POR LA EVANGELIZACiÓN DE LOS PUEBLOS, EL DOMUNG. La colecta para las misiones y misioneros.

 

2.- Hoy nos hacemos también la misma pregunta que se hacían los primeros cristianos: ¿Para qué sirve rezar? Muy probablemente nos la hacemos con más urgencia que aquellos hombres y mujeres que vivían en un clima más religioso que el nuestro y cuya pregunta surgía porque no sentían una respuesta de Dios en su oración. ¿Para qué rezar a Dios si luego todo sigue igual? Precisamente por esto expuso Jesús esta parábola y enseñanza de hoy.

        Hoy vivimos en un mundo en el que prima la eficacia, el rendimiento, la productividad; hoy vivimos en un mundo en el que  nadie da nada gratuitamente, por el hecho de que otros se lo pidan; hoy vivimos en un mundo, donde pedir es signo no sólo de pobreza sino de inferioridad; y por eso, encontramos más dificultades en nuestra mente y en nuestro corazón para la oración de petición. No nos queremos sentir indigentes ante Dios, no queremos humillarnos, no nos fiamos ni de Dios, sólo de nosotros, de nuestro rendimiento. En una sociedad marcada por estas coordenadas, nos cuestionamos para qué sirve la oración; si ésta no es un mero perder el tiempo.

        Frente a esta mentalidad nos viene a nosotros este domingo el mensaje de Jesús; Hay que orar y pedir siempre, sin desanimarse, aunque nos parezca que no consigamos el fruto concreto que pedimos.Cristiano es el que por fe, en contra de su mentalidad y de la del mundo, acepta y vive el mensaje de Jesús. Hay que hacer y vivir lo que Jesús nos dice en este y otros evangelios, aunque nos cueste trabajo. Así nos vamos transformando en Él, y nuestros pensamientos, actitudes y obras serán semejantes a las de Cristo. Y lo tenemos que hacer, aunque nos cueste comprender y hacer lo que Jesús nos dice y quiere de nosotros.

 

        3.- En la primera Lectura, la imagen del anciano y agotado Moisés, con sus brazos extendidos a lo alto, pidiendo ayuda a Dios, es un bello ejemplo para nosotros. Hay que pedir mucho por este mundo, por esta juventud que vive sin ideales ni norte en su vida; hay que pedir por los matrimonios, por las familias, por los niños y niñas de Primera Comunión, de Confirmación… Por los ancianos, los enfermos, los necesitados, los hambrientos del mundo ¿quién pide por ellos? ¿Tú rezas por ellos? ¿Están presentes en tus oraciones?    

Cristo quiere que pidamos por todas estas necesidades; éste es el sentido de la parábola de hoy. Hay que ser más perseverantes cuando pedimos por nuestros hijos, por los esposos, por los padres, hay que pedir que seamos mejores cristianos, que nos amemos, que Dios nos conceda sus gracias para hacerlo. ¿Lo pedimos con constancia? ¿Es una petición continua y constante como Dios quiere?

        Hay que pedir por la fe en el mundo, precisamente el próximo domingo celebraremos el Domund; hay que pedir por esos misioneros y misioneras de la fe, que dejándolo todo, viven para dar a conocer a Jesucristo; cómo me emocionan cuando leo sus reseñas en revistas misioneras, su dificultades… pero todos contentos y dispuestos a dar la vida por Cristo….cuarenta, cincuenta años, la mayoría mueren allí, lejos de su patria. Tenemos que pedir por ellos. Y también por el aumento de fe en los cristianos, el aumento del amor, de la santidad, de deseos de amar a los demás…

¡Cómo cambio y cambiamos todos, cómo cambian nuestras ideas y nuestras vidas cuando hacemos oración todos los días, cuando rezamos por los demás. San Agustín dice: «El hombre no ora para orientar o cambiar a Dios sino para cambiarse a sí mismo». Y Loren Kirkergaad afirmaba: «El fruto de la oración perseverante está en que orante ha de seguir rezando hasta que sea él mismo el que escucha lo que Dios quiere»; fijaos bien, hasta que sea él mismo el que llega a escuchar lo que Dios quiere.   Éste es el mejor fruto de la oración perseverante: nos transforma y cambia por dentro y por fuera en la voluntad de Dios, en lo que Dios quiere de nosotros, que es mejor siempre que lo que nosotros buscamos de Dios. ¿ Pero cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La oración de petición es el tema central de las Lecturas de hoy. Es importante subrayar cómo S. Lucas, el evangelista que más habla de los pobres y de las exigencias sociales del cristiano, es, al mismo tiempo, el evangelista de la oración. Nos presenta a Jesús orando como judío; luego, como maestro de los discípulos; en el desierto, mediante la oración, se prepara como Mesías para cumplir su tarea; Jesús ora en la elección de los Apóstoles; ora en Getsemaní cuando ha llegado su hora, la hora de pasar de este mundo al Padre.

San Lucas, en su evangelio, también subraya que la anciana Ana “oraba día y noche en el templo”, y en los Hechos de los Apóstoles presenta a los primeros cristianos como asiduos en la oración: “eran unánimes en la oración…” pidiendo por Pedro encadenado en la cárcel… Podemos decir que en S. Lucas existe un equilibrio entre acción y oración; entre Marta y María; entre Josué y Moisés…

        Jesús en el evangelio de hoy nos vuelve  a insistir en la oración de petición. Lo hace mediante una parábola que es válida en su contenido central. Lógicamente Jesús no pretende alabar la conducta del juez injusto, sino que quiere subrayar que Dios es mucho más bueno y accederá a las peticiones de los que suplican día y noche. Es una invitación a la oración de petición perseverante.

        Precisamente subraya San Lucas que Jesús presenta su mensaje “para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Y muy probablemente, cuando  escribe este evangelio S. Lucas tiene ante sus ojos las dificultades de aquellos primeros cristianos que gritaban a Dios día y noche y tenían la impresión de que Dios no les escuchaba y le daba larga.

       

2.- Hoy nos hacemos también la misma pregunta que se hacían los primeros cristianos: ¿Para qué sirve rezar? Muy probablemente nos la hacemos con más urgencia que aquellos hombres y mujeres que vivían en un clima más religioso que el nuestro y cuya pregunta surgía porque no sentían una respuesta de Dios en su oración. ¿Para qué rezar a Dios si luego todo sigue igual? Precisamente por esto expuso Jesús esta parábola y enseñanza de hoy.

        Hoy vivimos en un mundo en el que prima la eficacia, el rendimiento, la productividad; hoy vivimos en un mundo en el que  nadie da nada gratuitamente, por el hecho de que otros se lo pidan; hoy vivimos en un mundo, donde pedir es signo no sólo de pobreza sino de inferioridad; y por eso, encontramos más dificultades en nuestra mente y en nuestro corazón para la oración de petición. No nos queremos sentir indigentes ante Dios, no queremos humillarnos, no nos fiamos ni de Dios, sólo de nosotros, de nuestro rendimiento. En una sociedad marcada por estas coordenadas, nos cuestionamos para qué sirve la oración; si ésta no es un mero perder el tiempo.

        Frente a esta mentalidad nos viene a nosotros este domingo el mensaje de Jesús; Hay que orar y pedir siempre, sin desanimarse, aunque nos parezca que no consigamos el fruto concreto que pedimos.Cristiano es el que por fe, en contra de su mentalidad y de la del mundo, acepta y vive el mensaje de Jesús. Hay que hacer y vivir lo que Jesús nos dice en este y otros evangelios, aunque nos cueste trabajo. Así nos vamos transformando en Él, y nuestros pensamientos, actitudes y obras serán semejantes a las de Cristo. Y lo tenemos que hacer, aunque nos cueste comprender y hacer lo que Jesús nos dice y quiere de nosotros.

 

        3.- En la primera Lectura, la imagen del anciano y agotado Moisés, con sus brazos extendidos a lo alto, pidiendo ayuda a Dios, es un bello ejemplo para nosotros. Hay que pedir mucho por este mundo, por esta juventud que vive sin ideales ni norte en su vida; hay que pedir por los matrimonios, por las familias, por los niños y niñas de Primera Comunión, de Confirmación… Por los ancianos, los enfermos, los necesitados, los hambrientos del mundo ¿quién pide por ellos? ¿Tú rezas por ellos? ¿Están presentes en tus oraciones?    

Cristo quiere que pidamos por todas estas necesidades; éste es el sentido de la parábola de hoy. Hay que ser más perseverantes cuando pedimos por nuestros hijos, por los esposos, por los padres, hay que pedir que seamos mejores cristianos, que nos amemos, que Dios nos conceda sus gracias para hacerlo. ¿Lo pedimos con constancia? ¿Es una petición continua y constante como Dios quiere?

        Hay que pedir por la fe en el mundo, precisamente el próximo domingo celebraremos el Domund; hay que pedir por esos misioneros y misioneras de la fe, que dejándolo todo, viven para dar a conocer a Jesucristo; cómo me emocionan cuando leo sus reseñas en revistas misioneras, su dificultades… pero todos contentos y dispuestos a dar la vida por Cristo….cuarenta, cincuenta años, la mayoría mueren allí, lejos de su patria. Tenemos que pedir por ellos. Y también por el aumento de fe en los cristianos, el aumento del amor, de la santidad, de deseos de amar a los demás…

¡Cómo cambio y cambiamos todos, cómo cambian nuestras ideas y nuestras vidas cuando hacemos oración todos los días, cuando rezamos por los demás. San Agustín dice: «El hombre no ora para orientar o cambiar a Dios sino para cambiarse a sí mismo». Y Loren Kirkergaad afirmaba: «El fruto de la oración perseverante está en que orante ha de seguir rezando hasta que sea él mismo el que escucha lo que Dios quiere»; fijaos bien, hasta que sea él mismo el que llega a escuchar lo que Dios quiere.   Éste es el mejor fruto de la oración perseverante: nos transforma y cambia por dentro y por fuera en la voluntad de Dios, en lo que Dios quiere de nosotros, que es mejor siempre que lo que nosotros buscamos de Dios. ¿ Pero cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?

 

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        QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- De un tiempo a esta parte los grupos de oración se están multiplicando prodigiosamente, lo mismo que los libros sobre la oración; y son cada vez más las personas que se retiran los fines de semanas a orar en los silencios de los Monasterios. No cabe duda de que la oración está cobrando un auge y una importancia extraordinaria, la que se merece dentro de la vida cristiana. También hay que reconocer que hay una gran mayoría, incluso de cristianos que no hacen ni saben lo que es la oración.

        El domingo pasado, en el relato de los diez leprosos curados, Jesús nos invitaba a orar dando gracias a Dios por los beneficios recibidos: la vida, la fe, la salvación, la eternidad. Hoy, con la parábola o la narración inventada por Él sobre la viuda y el juez injusto, y que por cierto deja muy mal parada a la justicia, nos trae a la memoria aquella otra parábola del amigo inoportuno que llama de noche a la puerta del amigo para pedirle pan.

        La escuchábamos hace varios domingos; en ambos casos nos invita a pedir con insistencia, con perseverancia, poniéndonos pesados con Dios, porque Él nos ama y termina siempre accediendo a nuestras peticiones: “Como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia...”. La conclusión de la parábola del amigo inoportuno sería: siempre nos escucha y siempre nos atiende en nuestras necesidades. Y la conclusión de la parábola de hoy, de juez injusto, sería la misma; pero con un matiz importante: la presteza, la diligencia, la constancia: Dios hará justicia a sus elegidos sin darles largas, sin tardar…

       

2.- Jesús nos asegura que Dios siempre nos escucha y nos concede el bien para nosotros, aunque no coincida exactamente a veces con nuestra formulación; pero nos concede lo mejor para nuestro bien y está  siempre atento a nuestras peticiones. Es la palabra de Jesús; no podemos dudar de Él y su verdad y su amor a nosotros.

Tanto en las peticiones de bienes naturales como sobrenaturales el Señor siempre nos escucha y en unos y en otros nos concede el bien para nosotros, aunque nos parezca que no lo hace. Lo que necesitamos y a lo que Jesús nos invita es a pedir con constancia, con perseverancia, sin cansarnos.

Yo creo que nos cansamos pronto, apenas hemos formulado dos o tres días una petición, la dejamos, porque nos falta la fe, creer que Dios nos está escuchando y atendiendo, aunque Él trae la solución por otro camino que nosotros no sospechamos, mejor y distinto del que nosotros le esperamos. Aquí esta el problema. Ésto es lo único que Jesús nos enseña en esta parábola.

La insistencia, la perseverancia, en el fondo, la fe de la viuda en su demanda ha sugerido el episodio de Moisés que hemos leído en la primera Lectura (leerlo). Moisés obtiene la victoria de Israel en el desierto, manteniendo las manos levantadas en favor de su pueblo.

El gesto de Moisés, mediador entre Dios y los hombres, evoca el gesto de Cristo, el mediador universal de todos los hombres, con los brazos extendidos en la cruz; ahora ya vivo y resucitado en el cielo, intercediendo siempre por nosotros. Confiad totalmente en su intercesión, en la de la Virgen, en la del Padre Dios que siempre nos ama y escucha. Lo asegura Jesús.

       

 

3.-Puedo deciros que personalmente me he convertido a la oración de petición. Ahora rezo y pido más que antes, por varias razones:

 

a) porque me he convencido de que es Dios quien debe convertir y tocar nuestros corazones por la misma oración que hacemos,

b) porque es mucho lo que hay que trabajar y hacer por el reino de Dios en la tierra y no se puede llegar a todos con la predicación de la Palabra, pero por la oración ante Dios llegamos a todos: hay que hacer lo que se pueda y no que se pueda, se compra hecho por la peticion. 

 

c) porque Jesús y todos los santos así lo hicieron y pidieron e intercedieron por los hombres. La Virgen también lo pide en sus apariciones de Lourdes y Fátima. Es un eco de Jesús. Y los conventos de clausura son evangelio puro, pura súplica por todos los hombres. El sacerdote debe pedir e interceder también por su pueblo, parroquia y por el mundo entero. Yo pido mucho por mi parroquia, por los niños, por los jóvenes, por los que me escuchan, por los que no me escuchan, por todos los que sufren...

       

4.- San Juan de Ávila, un santo sacerdotes del siglo XVI, en relación con la oración de petición que deben hacer siempre los sacerdotes, dice estos  textos preciosos:  «esto.. es ser sacerdote: amansar a Dios cuando estuviese enojado contra su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden… lloremos los males que han venido a los otros por no tener nosotros la santidad de vida, la fuerza en la oración que era menester para ir a la mano al Señor y recabar de el misericordia y perdón en lugar de castigo; que si hubiese en la glesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muertos a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso, les diría lo que a la viuda de Naín: no quiera llorar (“No llores más”) y les daría resucitadas las almas de los pecadores como a la otra le dio a su hijo vivo en el cuerpo».     

Pero cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?

 

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DOMINGO XXX ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 35, 15b-17. 20-22a

 

        Dios es incorruptible, no acepta sacrificios o plegarias en favor de la injusticia, no tiene acepción de personas (cfr Dt 10, 17; Rm 2, 11). Si Dios manifiesta alguna preferencia es precisamente por los más débiles y necesitados (cfr Dt 15, 9; Sam 9, 10; Pro 17, 15). Estaba anunciado como rasgo del tiempo mesiánico el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Is 61, 1) y se cumplió plenamente en la persona de nuestro Señor, que lo aduce como signo de su venida (cfr Mt 11, 5; Lc 8, 19). Él mismo quiso nacer de una familia pobre. Los pobres son evangelizados y llamados dichosos en la nueva economía (Lc 6, 10); ellos forman la primitiva Iglesia (Sant 2,5). El Señor consuela a los humildes y les da su gracia (2 Cor , 6; Sant 4, 6), oye la oración de los pobres y sus gemidos (Sal 11, 6) y justifica al que ora con humildad (Evangelio de hoy).

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Timoteo 4, 6-8. 16-18

       

        Pablo, anciano, en la cárcel, en espera de la sentencia de muerte, reflexiona sobre su vida. Su experiencia de Cristo termina en un fracaso a lo humano; nadie le ha entendido; en los tribunales, nadie sale a su defensa. Y Dios parece estar en silencio. Pablo vive en profundidad las exigencias del programa de todo pobre de Yavéh. Pero su fe ha sido fuerte, “sólidamente cimentada” (Col 1, 23), operativa y constante; ha competido por Cristo y ha sido fiel hasta la meta. Su esperanza “firme e inconmovible” (Col 1,23), le lleva a la certeza de la recompensa en Cristo. Y no sólo a él, sino a todos nosotros, los que por su causa damos nuestras energías y nuestra vida por el hermano, prolongando el amor libertador de Cristo. Como a Pablo, tampoco a nosotros nos importan los desamparos y desprecios humanos. Estamos obligados a perdonar (Mt 18, 22), pero hay uno, Cristo, que está con nosotros, nos asiste y es nuestra fuerza para ser los “colaboradores de Dios” (1 Cor 3, 9) por, medio de nuestra autenticidad de vida.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 9-14

 

        DOMINGO XXX ORDINARIO: QUERIDOS HERMANOS: En estos domingos últimos, el Señor nos está hablando de la necesidad de la oración personal, de la oración y meditación del evangelio, o sencillamente de venir a su presencia eucarística estando muchas veces tratando a solas con el que sabemos que nos ama, como nos diría santa Teresa de Jesús.

Hermanos y hermanas, todo creyente, todo cristiano, siguiendo a Jesús que se retiraba todas la noches a orar, todos nosotros, sus seguidores, tenemos que hacer todos los días un rato de oración para cumplir la voluntad de Dios, para salvarnos y santificar a lo hermanos, sobre todo, si somos sacerdotes o religiosas, esto es, monjas que entregan su vida por su salvación y la salvación de los hermanos y del mundo entero, dedicándose esencialmente a la oración, al trabajo y al sacrificio unicamente para pedir y rezar y sacrificarse por la iglesia y el mundo entero, o en vida de clausura, si son contemplativas.

((Si fuéramos más conscientes de lo que es la vida de oración y sacrificio permanente aquí en un convento por nosotros, toda su vida, para pedir y rezar y sacrificarse por el mundo, por todos los hombres, eso es la vida en los conventos de clausura, teníamos que ser más agradecidos con los conventos de vida de oración, contemplativos, tanto de hombres como mujeres, que renuncian al mundo y sus placeres por amor a todos los hombres, para vivir siempre en oración y sacrificio por nosotros, por la Iglesia, por todos los hombres.))

Y como la vida de oración personal está hoy muy olvidada –qué diferencia de nuestra juventud y primeros años de sacerdocio, en que las iglesias de Plasencia y de España permanecían abiertas todo el día, desde la 8 de la mañana en que yo y todos los párrocos celebrábamos la misa a esa hora, porque entonces no había misas por la tarde, y luego todo el día las iglesias permanecían abiertas para la visita de niños que iban a la escuela, jóvenes y mayores al trabajo, pero luego la fe fue bajando y vino la droga, los robos y ya véis, ahora permeneces cerrradas todo el día excepto a la hora de las misas…

El evangelio de hoy, como los de los últimos domingos, nos habla de oración. Recordad que el Señor nos hablaba el domingo pasado de la necesidad de la oración de petición, y nos ponía como ejemplo aquella mujer, mujer tenia que ser, que le cansó al juez de tanto pedirle y rogarle…total, que éste tuvo que hacer lo que pedía porque le tenía cansado. Así quiere el Señor que lo habamos con Él, que le cansemos de tanto pedir gracias. Con ese ejemplo Jesús defendía la oración de petición, de pedir gracias a Dios insistemtemente por nosotros, por la iglesia, por el mundo. Otro domingo anterior, el evangelio no narraba la curación de los diez leprosos que pidieron al Señor su curación, y así lo hizo el Señor, pero al final  se quejó, y era el Señor, poque solo uno había vuelto para darle gracias, y era un samaritano, uno de tercera categoria, es decir, que los de primera, los elegidos, nada.

A la luz de esto que dice el Señor veamos ahora nosotros a ver si Él puede quejarse de alguno de nosotros, cristianos o sacerdotes de primera categoría, veamos si somos agradecidos, porque vemos que al Señor le gusta; veamos a ver si el Señor se puede quejar porque no le demos gracias por los beneficios recibidos.

Precisamente la santa misa, la Eucaristía que estamos celebrando, como indica su mismo nombre, es la Acción de Gracias, que Cristo, con su muerte y resurrección, da al Padre, a la Santísima Trinidad por todos los beneficios de salvación que nos vienen por su Palabra, muerte y resurrección, mediante el servicio de sus sacerdotes.

Veamos a ver si el Señor se puede quejar de alguno de nosotros en este sentido, de cómo vivimos la Eucaristía, de que no vengamos con frecuencia a darle gracias por la vida, la fe, la salvación...que nos concede todos los días…etc.

En la parábola de este domingo, la del fariseo y el publicano, Jesús nos presenta dos modelos de lo que debe y no debe ser la oración de un cristiano.

        1.- La primera imagen es la del hombre que más que dar la gracias a Dios viene a que Dios le agradezca todo lo que hace por Él; veamos cómo rezamos, oramos, celebramos nuestras misas; no se siente deudor, no está en deudas con Él, sino todo lo contrario, expone todos su méritos y se considera mejor que todos.

        La segunda forma de orar es la del publicano, la del que se siente deudor, pobre y necesitado de la gracia de Dios, indigente de su auxilio, por eso se golpea en el pecho, sin atreverse a levantar los ojos y reconociendo humildemente sus pecados.

Hermanos, examinémonos nosotros, desde el cura que preside hasta el que está en el último banco, a ver cómo es nuestra oración, la litúrgica y la privada, nuestras oraciones, la santa misa. Porque hoy, tanto la primera lectura como el Evangelio de este domingo son un elogio de la oración del humilde, del que no se tiene por bueno ni perfecto, del que se siente necesitado de la gracia y del perdón de Dios y de los hermanos. Imitemos al publicano: "¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador". Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Palabra del Señor.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: La parábola bien conocida del fariseo y el publicano empalma con el evangelio del domingo pasado, que nos hablaba de la importancia y necesidad de la oración. Hoy, Jesús nos presenta dos modelos de lo que debe y no debe ser la oración de un cristiano.

 

        1.- La primera imagen es la del hombre que más que dar la gracias a Dios viene a que Dios le agradezca todo lo que hace por Él; por eso está erguido en un lugar preferente, en la presencia de Dios, no se siente deudor, no está en deudas con Él, sino todo lo contrario, expone todos su méritos y se considera mejor que los otros.

        La segunda forma de orar es la del publicano, la del que se siente deudor, necesitado de la gracia de Dios, indigente de su auxilio, por eso se sitúa en un lugar oculto del templo, sin atreverse a levantar los ojos y se golpea en el pecho reconociendo humildemente su pecado.

        Yo quisiera hablar un poco a favor de lo bueno que tenían lo fariseos. En realidad es que nos hemos quedado con sus defectos y nos olvidamos que dentro del judaísmo eran una secta que se preocupaban en serio de la fe en Dios, de conocer las Escrituras y de actuar de acuerdo con la ley de Moisés. No eran realmente ladrones, ni injustos ni adúlteros y ayunaban más de lo obligatorio. Ya me gustaría a mi que muchos de nosotros viviéramos esas exigencias de fe como ellos.

       

2.- Por otra parte, podemos tener un visión exageradamente idealizada de los publicanos: para los judíos  los recaudadores de impuestos eran personas que colaboraban con el injusto poder romano que los tenían dominados en su propio país; a veces también se les atribuían negocios sucios en su trabajo de recaudación.

        Una constante de la predicación de Jesús es su continua crítica a los fariseos por su soberbia. Y es que este defecto es tan feo que afea todo lo bueno de una persona. Este es el motivo de la parábola que comienza así: “Jesús dijo esta parábola por algunos que teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”.

        Jesús censura dos cosas que a Dios no le agradan, es más, son censuradas continuamente en su predicación:

a) seguridad en la propia santidad o bondad, como si fueran suyas;

b) desprecio de los demás por este motivo, por considerarlos inferiores y despreciables;

c) condenar por este motivo. Y todos tendemos a esto. Y pasa como con la envidia, que es tan feo este vicio que nadie se reconoce envidioso.

Por eso nadie hoy quiere ser tenido como fariseo, pero en el fondo tenemos actitudes farisaicas. Es más, hoy lo peor es que somos publicanos-fariseos: publicanos, por ser pecadores, y fariseos, porque los pecados hoy, en este mundo, se consideran virtudes, y se gozan de ellos algunos humanos, despreciando a los que se esfuerzan por ser mejores

        Jesús termina diciendo que los fariseos no salen justificados del templo. Hagamos un esfuerzo por ser más humildes para salir justificados por la gracia de Dios: nada de creernos superiores, mejores, nada de despreciar a los demás por este motivo. Todos tenemos cosas buenas y malas. No criticar tanto. No apoyarnos en lo bueno para censurar a los hermanos; nos convertiríamos en fariseos.

 

        3.- Tanto la primera lectura como el Evangelio son un elogio de la oración del humilde, del que no se tiene por bueno ni perfecto, del que se siente necesitado de la gracia y del perdón. Sería bueno comprobarlo ahora.

Toda persona que no reza con frecuencia, que no se revisa ante el Señor, que no le interesa la perfección evangélica, que no tiene necesidad de la misa del domingo, ni siente necesidad de la frecuencia de los sacramentos… está muy cerca de la actitud del fariseo.

        ¿Qué actitudes o disposiciones tengo cuando oro, cuando vengo a misa, sólo cumplir por cumplir o vengo por necesidad de la ayuda divina para corregir mis defectos y aumentar en mis buenos propósitos? Porque Jesús nos dice en este evangelio que no basta venir al templo, no basta orar, sino que hay una oración que salva y otra que no: “Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquel, no”.

Por favor revisemos nuestro comportamiento en el templo para no repetir la misma historia, para no perder el tiempo y desagradar a Dios. Y ¿en qué está la diferencia? ¿Cómo distinguir la piedad auténtica de la falsa al orar?

       

4.- Pues la diferencia está en que los dos necesitan de Dios, los dos son pecadores, pero el fariseo no es consciente de su soberbia, de su desprecio a los demás, y el publicano sí lo es.

        El fariseo y el publicano suben al templo con idéntica intención: orar. La diferencia está en que para el fariseo subir al templo, orar es un pretexto para alabarse por el mérito de sus obras buenas y complacerse en sí mismo por considerarse limpio de pecado, no necesita en el fondo de Dios ni de subir a pedir su gracia, su ayuda; y además desprecia a los que se sienten necesitado de la ayuda divina: “no soy como los demás”.

        La única bondad y santidad es la de Dios. Y ésta consiste precisamente en ser misericordioso y compasivo, rico en perdón para los que le invocan. Ser santos y buenos es parecerse a Él. Y no hay santidad aunque haya obras exteriores buenas, si el corazón no se justifica con la santidad y humildad de Dios, porque entonces se convierten en pura fachada de un edificio hermoso por fuera pero lleno de soberbia y suciedad por dentro, por desprecio de los hermanos.     “El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: Oh Dios, ten compasión de este pecador”.

        Era pecador, como el otro, como todos, pero era consciente de su pecado y se reconocía necesitado e indigente de la ayuda de Dios. Aquí está la esencia de la parábola, la lección que Jesús quiere que aprendamos: Cristo viene en ayuda del hombre pero eternamente el hombre, tú y yo, trataremos de sentirnos, como Adán y Eva, no necesitados de Dios, deudores. Nos gusta sentirnos santos y buenos, porque oculta nuestra indigencia y sentirnos criaturas… y todo esto en la misma oración y súplica al Señor.

Pues vamos a ver cómo salimos hoy del templo…

 

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"Jesús, al ver que algunos estaban convencidos de ser justos y que despreciaban a los demás, dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: 'Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás… Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: 'Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador'. Yo les digo que este último regresó a su casa en gracia de Dios, pero el fariseo no. Porque el que se enorgullece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»"(Lc. 18, 9-14).

El fariseo, que se creía bueno, oró mal. Más bien, ni siquiera oró, sino que presentó a Dios la factura de sus méritos. Y el publicano que se veía malo, como era, oró bien, reconociendo su condición de pecador y exponiendo su deseo confiado de perdón y conversión. Dios escuchó la oración del publicano y marcó el principio de una vida nueva. Mientras que el fariseo salió del templo más pecador, por su orgullo, pues oró con los labios, mas no con el corazón.

Es imposible que haga oración verdadera quien se jacta de ser justo, que cree no tener nada de qué arrepentirse y nada que agradecer a Dios. El fariseísmo es el cáncer de la oración, de la vida cristiana y de toda religión.

Es necesario verificar si ese mal convive con nosotros, pues sólo reconociendo la enfermedad se puede desear, pedir y recibir la curación. La autosuficiencia hipócrita induce a creer que se puede ser cristianos sin creer en Cristo, sin estar unidos a él, sin amar al prójimo; sin oración amorosa de presencia mutua con él, sin humildad, sinceridad y confianza. La oración es tiempo del corazón, tiempo de amistad y de relación personal con Dios.

La oración verdadera nunca es tiempo perdido, sino el más rentable, porque renta para la vida eterna. Cuando oramos de corazón, Dios trabaja por nosotros, dando eficacia divina, liberadora y salvífica a nuestra vida y a las obras humanas de nuestras pequeñas manos, pues “sin mí no podéis hacer nada… Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Jn 15, 5).

Debemos tener un tiempo de oración en el que nos presentamos ante Dios y le manifestemos nuestra preocupaciones y trabajos y penas… y para que así Dios pueda entrar en nuestras vidas, preocupaciones y trabajos, y les confiera valor eterno de salvación. Eternidad, eternidad..

Con estas disposiciones tenemos que vivir sobre todo la Eucaristía. Es la oración más eficaz que podamos hacer por nosotros y por los otros, vivos y difuntos. Necesitamos orar continuamente para vivir orientados hacia la Fuente de todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos. Oración, jaculatorias, invocaciones, acción de gracias, adoración, petición de perdón… Ahí está la verdadera felicidad. Pruébalo.

En toda oración pidamos al Espíritu Santo que “ore en nosotros con gemidos inefables, pues no sabemos pedir como conviene” (Rom. 8, 26); y a María supliquémosle que presente a Dios nuestras oraciones como si fueran suyas.

 

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DOMINGO XXXI ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Sabiduría 11,23-12,2

 

        En la primera Lectura dos cosas se nos ofrecen con toda claridad: que el mundo, a pesar de ser como una gota de rocío ante la inmensidad del Señor,  procede de Dios que hizo todas las cosas buenas y se las regaló al hombre,  pero que, a pesar de eso, existe el pecado, existen cosas malas e injustas que proceden del hombre. Dios nos llama a corregirlas y espera pacientemente que lo hagamos. Cierra los ojos al pecado porque confía en la bondad que sembró en nosotros. Dios es “amigo de la vida”. Por eso repite incansablemente que no quiere la muerte de los hombres sino su arrepentimiento y salvación.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Tesalonicenses 1, 11-2, 2

En los versículos precedentes declara Pablo que los sufrimientos y tribulaciones de esta vida son prenda de la retribución que el Señor concederá al final de los tiempos (vv 3-10). El Apóstol añade en nuestra sección una súplica a Dios pidiéndole haga realidad la participación en el triunfo glorioso de Cristo. Este es el objeto de la oración paulina: la glorificación de los fieles, cuando quede solemnemente de manifiesto para todos los pueblos la misericordia y liberalidad del sacrificio redentor de Cristo. Para que se logre este objetivo, pide al Señor que los haga dignos de su vocación cristiana (1 Tes 2, 12, 4, 7; 5, 24). En concreto: que Dios convierta en realidad los anhelos de obrar el bien, y lleve a feliz término la actuación de su fe (v 11). Finalmente, una recomendación del Apóstol: no deben perturbarse por las falsas alarmas sobre la inminencia de la parusía, pues antes deben preceder ciertas señales (2 Tes 2, 3-12); además, al cristiano que vigila no le llegará de sorpresa (1Tes 5, 1,10).

 

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QUERIDOS HERMANOS: Los textos evangélicos de estas últimas semanas han venido subrayando la tremenda dificultad de los ricos y poderosos para recibir el ofrecimiento salvador de Dios. El evangelio de hoy, sin embargo, es un grito de esperanza para todos, ricos y pobres, porque ricos, evangélicamente hablando, somos todos, porque todos, con frecuencia, aunque seamos curas y religiosas y tengamos voto de pobreza, buscamos y deseamos el dinero a veces más que a Dios y por conseguirlo a veces hacemos o decimos cosas que no debíeramos hacer. El deseo de posesión es el pecado original, que nace con el hombre.

        Pues bien, Cristo en el evangelio de hoy, con su comportamiento nos demuestra que ama y salva a ricos y pobres. Vemos que un hombre rico se sube a una higuera para ver a Jesús. Buen ejemplo, buscar a Jesús, sea como sea, ¿buscamos a Dios nosotros así, estaríamos dispuestos a subirnos a una higuera, esto es, hacer algo que nos exija esfuerzo? Buen ejemplo para todos, pues si no nos subimos a la higuera, quiero decir, si no hacemos esfuerzos por encontrar y hablar con el Señor, busquémosle todos los días, por lo menos, con la lectura y meditación de los evangelios. ¿Tu meditas o buscas todos los días al Señor haciendo una visita, haciendo un rato de oración?

Sigamos: Zaqueo es considerado pecador, porque es “jefe de los publicanos” de los que cobraban los impuestos a los judios y por eso era rico y los judios lo odiaban. Sin embargo, Jesús que ha venido para salvar a todos, pecadores y no pecadores, se hospeda en su casa. ¿Cristo Jesús,  te hospedo yo en mi casa rezando con mis hijos o nietos, bendiciendo la mesa, rezando ante alguna imagen tuya en mi casa, dormitorio…etc, rezamos en familia, estás en alguna imagen tuya en mi casa, en mi hogar?

Este hospedarse de Cristo en casa de un pecador, de Zaqueo, hace que los judios lo critiquen, pero Cristo consigue así que Zaqueo se convierta y entre en el camino de la salvación de Dios  con todos los de su casa.

Hoy la culpa de que Cristo, la fe no esté presente en muchos hogares de bautizados es porque, como digo y predico muchas veces, los padres de cincuenta años para abajo no vienen a misa los domingos ni rezan en sus casas, me refiero a muchos de vuestros hijos y nietos. De cincuenta años para bajo vemos poca gente en la iglesia debido a estos medios, televisiones, guassad, Correos, pero sobre todo, porque se está perdiendo la fe. Y por eos, no hay vocaciones. Y Jesús lo desea, como nos lo dice en el evangelio de este domingo.

Jesús sabe que allí donde va, entra la salvación. Nos dice el evangelio que hemos leído: “Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».La religion, el cristianismo es para buscar en este mundo a los que estan perdidos, a los pecadores y alejados de la fe. Y hoy hay muchos cristianos bautizados que están perdidos.  A la misma Iglesia, a las mismas parroquias no veo yo que en estos tiempos tan malos hagan apostolado o reuniones buscando a los alejados.                  

Hoy, en este mundo que se va alejando de Dios, de la fe y por tanto de la salvación eterna, necesitamos zaqueos que inviten al Señor a sus hogares y vidas, que recen y vengan a la iglesia con frecuencia.sobre todo a la misa de los domingos, donde Cristo los espera para entrar en su corazón, en sus casas, en sus familias. Hermanos, este evangelio nos invita a todos, a serZaqueos, desde el cura hasta el último, nos empuja a superarnos y ser mejores y purificarnos de nuestras faltas y pecados para que Cristo habite más plenamente en nosotros, en nuestras vidas.

Pues bien, termino mi homilía preguntando:¿Quién busca a quién? Por la lectura parece que era Zaqueo quien buscaba a Cristo, pero la verdad es que es Jesús quien buscaba a Zaqueo y ese Cristo del evangelio de hoy y de siempre, el de Palestina, el mismo que está en este Sagrario, aquí ahora, el del cielo, el que vas a comulgar, ese mismo te dice ahora mismo: Zaqueo, o cura Gonzalo,o hermana dominica o Juana o Enrique, zaqueos todos que estáis aquí ahora en esta iglesia y me estáis escuchando: HOSPEDAME EN TU CASA, EN TU CORAZÓN, EN  TU VIDA. He venido a este mundo unicamente para esto, para salvarte y salvar a los de tu casa.

Hermanos, el Señor está esperando tu respuesta. Réspóndele al Señor.

 

3.- ¿Quién busca a quién? Me ilusiona pensar en un Cristo que me busca siempre, que piensa en mí, y vino en mi búsqueda y ahora en el Sagrario me está esperando siempre, siempre me está buscando, y esta misa es Cristo dando su vida para que todos la tengamos eterna.

Me gusta saber que no estoy solo en el mundo, que aunque nadie se acuerde de mi hay un Dios que me busca desde toda la eternidad y para eso me ha dado la vida. No estoy solo y olvidado en medio de la gente. Cristo me ama y me busca. Esto me llena de ilusión. ¿No habéis tenido esta experiencia en medio de las gentes, o en una iglesia, o en casa, en tu habitación…?

        En el mundo no hay nadie totalmente abandonado. Aún los más pecadores están buscados por Cristo que siempre nos está buscando como a Zaqueo y nos dice: “Baja, quiero hospedarme en tu casa”, porque tú puedes ser mejor, mejor niño, joven, mejor esposo o esposa y padre y madre… te lo está diciendo ahora por este evangelio y en esta palabra que estás.

Qué es la misa, Cristo que viene en tu búsqueda, qué es cristianismo, qué pintan estas religiosas encerradas en este convento… unicamente la eternidad, la suya y la de todos nosotros, eso es un convento de clausura, muertas para el mundo y viviendo solo para su eternidad y la nuestra, sí que es amor, renunciar a hijos y familia placeres de esta vida para conseguir la eterna de todos nosotros, ya podéis ser agradecidos.Sed agradecidos a las religiosas que renuncian a esta vida por la eterna de todos nosotros.

        Hermano, Cristo te está esperando siempre como a Zaqueo, ven a visitarlo algún día, sobre todo, ven a misa los domingos, comulga pero bien, porque comulgar no es abrir la boca y comer el pan consagrado, es dejar que Cristo entre en nosotros y viva su vida de amor, humildad y caridad, de santidad, dejar que Él viva en nosotros.

        Hermana, hermano, Cristo te está esperando. No le defraudes.  Ábrele la puerta de tu casa, hospédale en tu corazón. Y Él te llenará de su presencia y amor. Zaqueo se desprende de la mitad de sus bienes y restituye multiplicado por cuatro de cuanto ha robado. Este es el precio que hay que pagar para encontrarse con Cristo, para vivir en gracia y amistad con Jesucristo. Y el texto subraya también, sin duda, la misericordia de Dios que, en Jesús, sale al encuentro del pecador; pero destaca, al mismo tiempo, las exigencias de la conversión. Es un grito de esperanza y un clamor de exigencias.

        Zaqueo representa al hombre que busca a Dios; es la imagen del esfuerzo por encontrarse con Dios; Zaqueo nos enseña a todos que a) hay que buscar a Cristo venciendo la comodidad. El hombre moderno, satisfechas sus necesidades materiales y humanas, ha perdido el hambre de Dios, de lo absoluto. b) en todo encuentro tiene que haber un diálogo. Tengo que escuchar a Cristo como Zaqueo. Cristo habla, Zaqueo escucha. Y  se convierte a los pies del Maestro, escuchando a Cristo.

Nos hace falta oración, meditación y diálogo. Sin oración no hay conversión y la conversión permanente exige oración permanente. Cristo ha venido para buscar a los hombres; todos somos Zaqueos; y todos somos hijos de Dios; todos hemos sido creados por amor y para amar eternamente a Dios. Necesitamos encontrarnos con Él por la oración y los sacramentos para convertirnos y recibir la salvación.

 

 

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DOMINGO XXXII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: 2 Macabeos 7, 1-2. 9-14

 

        La fe en la resurrección sostiene a estos valerosos mártires en su testimonio sangriento. A la luz de su fe inconmovible juzgan el valor de la vida presente. El rey del universo es el Señor de la vida y ellos se la entregan incólume, antes que ser infieles a sus leyes. Pierden la vida presente, pero están seguros de que entrarán en la vida eterna con Dios. La esperanza de los fieles del Antiguo Testamento en la vida futura y en la resurrección se acrisola en el tiempo de la persecución (cfr Dn 12, 2). Entra a formar parte de la herencia típicamente cristiana (cfr Mt 10, 39; Mc 8, 5; Le 9, 24). San Pablo la fundamenta en la certeza de la resurrección de Cristo (2 Cor 15, 12 ss). Horizonte consolador para los fieles, pero terriblemente amenazante para los que se convertirá en juicio de discriminación (cfr Jn 5, 29).

 

SEGUNDA LECTURA:2 Tesalonicenses 2,15-3, 5

       

        Pablo tiene presente la perspectiva de la segunda venida del Señor (cfr 2 Tes 1, 10ss; 2, I-52 3,5). Esta exige la constancia en la fe, aceptada por la predicación apostólica, ya sea oral, ya sea escrita. Ambos cauces proceden de la misma fuente divina, y tienen el mismo valor (2 Tm 3, 15 ss; 1 Cor 11, 2-23). Esta fe debe ser viva. Su fruto y signo son las buenas obras (Sant 2, 14-26). Para ello se requiere la gracia de Dios, a la que hay que aunar la propia colaboración. La segunda parte del pasaje comprende dos ideas fundamentales: el valor de la oración y la confianza en la fidelidad de Dios. Pablo pide oraciones a los tesalonicenses para que el evangelio se propague en Corinto, como sucedió en Tesalónica, y finalice la oposición de los enemigos de la fe. Expresa, en segundo término, su confianza en Dios sobre la perseverancia en la fe por parte de los tesalonicenses.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 20, 27-38

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

 1.- El evangelio de Lucas --del que la liturgia ha venido tomando una serie continuada de pasajes para todos estos últimos domingos-- está a punto de iniciar el relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Ha concluido ya el largo discurso sobre la salvación y sobre las condiciones requeridas --como actitud interior y como comportamiento social-- para ser salvados por Dios.

Entre el tema que culmina y el capítulo nuevo que está a punto de inaugurarse, Lucas introduce una reflexión sobre La resurrección de los muertos. La pasión de Cristo acabará con la victoria de Pascua; la salvación eterna será entregada por Dios al hombre resucitado. Este es el marco en que debemos leer los textos de este domingo.

2.- La Liturgia nos aporta, en primer lugar, una página singular del libro de los Macabeos. El martirio de los siete hermanos contiene el primer testimonio seguro de la fe en la resurrección. La afirmación de la resurrección futura, balbuciente y vaga en otras literaturas veterotestamentarias,
restalla aquí con toda certidumbre. Dios les ha dado una “esperanza” que nadie puede quitarles. Se nos presenta aquí un ideal ciertamente heroico que nos muestra concretamente lo que san Pablo quiere decir con estas palabras: “Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria”, algo que en modo alguno vale no sólo para el martirio cruento, sino para todo tipo de tribulación terrenal que, por muy pesada que sea, es ligera como una pluma en comparación con lo prometido: “El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna”; “Vale la pena morir a mano de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”.

Por eso puede Jesús en el evangelio liquidar de un plumazo la estúpida casuística de los saduceos a propósito de la mujer casada siete veces. La resurrección de los muertos será sin duda resurrección verdadera, real, pero como los que sean juzgados dignos de la vida futura ya no morirán y nuestra vida será distinta, como vida de ángeles, el matrimonio ya no tendrá ningún sentido en ella.

        La palabra de Dios en este domingo fortalece nuestra fe en la resurrección que confesamos en el último artículo del Credo: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro».  Siempre es oportuno vivir esta verdad pero especialmente en este mes de noviembre, mes de difuntos, en que debemos rezar y ofrecer sufragios por todos los nuestros especialmente.

 

        3.- El tema es introducido por los saduceos, que, a diferencia de los fariseos, negaban la resurrección de los muertos, a pesar de ser ya una doctrina común en el judaísmo de entonces.

        La respuesta de Jesús a los saduceos afirma rotundamente una vida nueva, donde el aspecto sexual como ahora lo  vivimos, ya no tiene sentido ni finalidad en el más allá pues “los resucitados son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”. Luego apela Jesús al testimonio de Moisés, para concluir que si “el Señor es Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, no es Dios de muertos sino de  vivos porque para Dios todos están vivos”.

Jesús sólo revela el hecho de la resurrección, pero ni antes ni después de Jesús nos ha sido revelado el modo. Y esto es lo que nos importa: el hecho de la resurrección, de nuestra eternidad con Dios, de que el hombre es más que hombre, más que este espacio y este tiempo, de que el hombre es eternidad. Para eso hemos sido creados y para eso ha venido Cristo a salvarnos del pecado que impedía esta felicidad de hijos eternamente unidos al Padre.

        Por eso, para nosotros, la muerte no es caer en el  vacío o en la nada; la muerte es pasar de la casa de los hombres a la casa de Dios; la muerte es pasar de este mundo a los brazos de Dios. Para eso se encarnó Cristo, para eso murió y resucitó, para que todos tuviéramos vida eterna: “ He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado; ésta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día; ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y yo lo resucitare en el último día”.

 

        4.- Queridos hermanos, la resurrección basada y fundamentada en Cristo resucitado es el corazón del cristianismo. Dios nos ha creado por amor; si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir la eternidad con Él. Por eso, perdida por el pecado esta herencia divina, el Padre no envía a su Hijo, porque el hombre vale una eternidad, para que todos tengamos su misma vida y felicidad eterna: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Por eso por medio de su Hijo nos ha preparado un destino de vida eterna con Él. No ha creado al hombre y al mundo para convertirlo en un inmenso camposanto.

        Aunque la existencia del cristiano, como la del resto de los hombres, es una trama de preocupaciones, miserias, tentaciones, luchas y dificultades, el amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo es “un consuelo permanente y una esperanza manifiesta”, como nos dice San Pablo en la segunda lectura. Por eso, la muerte, nuestra muerte a esta vida terrena no tiene la última palabra, no «es final del camino», como expresamos en un canto. Ya lo dijo muy claro San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís en vuestros pecados, y los que murieron en Cristo, se perdieron. Si vuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados ¡Pero no! Cristo resucitó entre los muertos, el primero de todos” (1Cor 15,17-19).

        La certeza de nuestra resurrección radica en Cristo resucitado. Y ésta es la fe de toda la Iglesia, que profesamos en el Credo: « Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro».

        En la mentalidad cristiana, apoyada en la fe y explicada por la teología, el hombre no es un ser para la muerte sino para la vida: “Si nuestra existencia está unida a Cristo en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”(Rom 6,5). Por eso, podemos cantar con el salmista: “No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor”.

        Desde la fe en la vida futura, el creyente ama la vida presente y a los hermanos: “Nosotros hemos pasado de la muerte a la  vida; lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama , permanece en la muerte”(1Jn 3,14).Dice San Cirilo de Jerusalén en una de sus catequesis: « “El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado de la muerte a la vida”, dice San Juan. ¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo momentos. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará a ti, si crees».

        Dios es amigo de la vida. La Eucaristía que estamos celebrando es memorial, hace presente la pascua de Cristo, su paso de la muerte a la vida, hace presente a Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Y esta pascua es también  nuestra pascua. Nosotros pasamos del pecado y de la muerte a la vida. Y los bienes escatológicos se hacen presentes: «¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!»

        La Comunión Eucarística nos alimenta con el pan de la vida eterna: “El que come mi pan y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 19). Y esto lo celebramos en el memento de difuntos: «acuérdate de tu hijo… a quien llamaste a tu presencia, concédele que así como ha compartido la muerte de Cristo, comparta también con Él la gloria de la resurrección».

 

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DOMINGO XXXIII ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Malaquías 4, 1-2a

 

A lo largo del año, desde Adviento  hasta estos últimos domingos del tiempo ordinario, hemos recordado y celebrado los grandes acontecimientos de nuestra redención: Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés. Hoy, toda la Creación y los hombres se dirigen y vuelven a Dios, de cuyas manos hemos salido amorosamente. Pero la cosecha que Dios recoge acaso no esté del todo limpia. El bien y el mal no están separados en el mundo. El trigo y la cizaña viven juntos. Dios sabe discernir lo bueno de lo malo y sabe separar, con equidad y justicia, los justos de los pecadores. En el retorno de todos a Dios: unos irán a la vida, a la salvación;  otros irán a la muerte, a la perdición.

El profeta Malaquías ya lo profetizó unos 500 años antes de Cristo, tal como lo proclamamos en esta primera Lectura de hoy.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Tesalonicenses 3, 7-12

 

        Hoy, como ayer, somos dados a admitir y hacernos eco de las novedades catastróficas de las que nos dan noticia. En las primeras Comunidades cristianas algunos intranquilizaban a los demás profetizando el ya próximo fin del mundo. Los Apóstoles decían que ciertamente llegará el fin del mundo porque es el retorno de la Creación a Dios-Padre. Pero que solamente el mismo Dios sabe cuándo ese mundo está maduro para recogerlo en sus manos, como hace el labrador con los frutos de sus tierras. San Pedro reprocha seriamente a quienes siembran tal intranquilidad en las Comunidades cristianas. El “día del Señor” llegará, sin duda. Es importante que nos encuentre “en paz con Él”. Y que podamos celebrar con alegría nuestro retorno a Dios nuestro Padre. Porque no hay duda que “habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia y la paz”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21, 5-19

 

QUERIDOS hermanos, en el Credo, desde niños, todos nosotros rezamos: Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna; es un acto de fe y esperanza en la vida eterna del cielo con Dios y los nuestros, y lo mismo confesamos si rezamos el credo solemne de la misa, decimos: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro», hacemos el mismo acto de fe y esperanza en la vida eterna. 

        Y todo esto lo hacemos apoyados en la vida y en la palabra de Cristo que vino para abrirnos las puertas de la eternidad, para decirnos que somos eternos, que nuestra vida es más que esta vida temporal y que Él habia venido a este mundo en carne humana, siendo Dios infinito, para poder morir y resucitar y así enseñarnos el camino que todos los hombres tenemos que recorrer: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”.

Esto es el cristianismo, para esto vino y predicó y murió y resucitó el Señor. Murió como hombre y resucitó como Dios para demostrarnos que era Dios y que lo que nos decía y prometía era verdad y que tenía poder para hacerlo; además, para demostrarnos esta verdad, durante su vida pública, además de decirlo y  predicarlo,  lo demostró resucitando a tres muertos: a su amigo Lázaro, a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím,pero especialmente se resucitó a sí mismo, como ya lo había prometido y repetido muchas veces en su vida, así como la resurrección nuestra, la de todos los hombres que crean en Él: “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”; y al hablar de la Eucaristía: “yo soy el pan de vida, el que come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo os daré es carne para la vida del mundo… 

Quiero predicar esta verdad fundamental de la fe católica en este mes de difuntos, mes de noviembre, y quiero decirlo bien alto hoy en este mundo que ha perdido la fe en Cristo y la esperanza cristiana de la vida eterna, pero no por eso deja de ser verdad ni dejamos de ser eternos y vivir en la otra vida o con Dios en su gozo eterno o en el otro sitio que me da pena hasta pronunciarlo porque no se lo deseo ni a mis enemigos, pero existe, lo ha dicho el Señor y Él no miente y es Dios y allí nos espera…el infierno existe y para siempre, para siempre…

Hermanos, lo digo solemnemente, la eternidad que nos espera es la única razón por la que me hice cura, es lo que creo, espero y he sentido muchas veces como creyente en Cristo y sacerdote, la única razón por la que trabajo y he trabajado toda mi vida, que no es bautizar por bautizar o primeras comuniones por la fiesta, no, es bautizar, para ser sembrador de eternidades, todo bautizado recibe en el bautismo la vida de gracia, la vida eterna y la alimenta en la comuniones eucarísticas, como muchos de vosotros.

Por la gracia del Señor he tenido manifestaciones y pruebas muy fuertes y evidentes de la otra vida y de Cristo vivo, sobre todo en el Sagrario que me han confirmado esta verdad de nuestra eternidad con Dios. Queridos hermanos, Jesús vino a este mundo unicamente para salvarnos y para llevarnos a la vida eterna, y no sólo nos revela el hecho de la resurrección, de nuestra eternidad con Dios, de que el hombre es más que hombre, más que este espacio y este tiempo, de que el hombre es eternidad sino que pasa por la prueba de morir entre dolores y sufrimientos terribles para demostrarnos lo que le duelen las eternidades de todos nosotros y resucitar para que todos creamos y esperemos y vivamos la vida cristiana como camino para el cielo, para la vida eterna.

Es más, una vez resucitado, se aparece a los discípulos que no se lo creían a pesar de haberle escuchado a Cristo esta verdad e incluso viéndole resucitado, los apóstoles no fueron unos bobalicones que se lo creyeron a la primera, fijaos en el apóstol Tomas y en los dos discípulos de Emaús, y todo esto para que nosotros y el mundo entero creamos y vivamos para la vida eterna. Y ese mismo Cristo vivo y resucitado y pan de vida eterna, para los que creen y comulgan, es el que está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra para llevarno al cielo, es el pan de vida que nos alimenta para la vida eterna con Dios y todos los nuestros.

El sagrario, en todos los sagrarios de la tierra está Cristo vivo por locura de amor a todos los hombres aunque muchos incluso cristianos ni le visiten ni le amen, pero aquí, está el mismo que está ahora en el cielo con los nuestros, está aquí para llevarnos a todos a su gloria. Y esto también lo digo por experiencia, por miles y miles de horas pasadas en su presencia, en el cielo del Sagrario en la tierra.

Hermanos, mirad al Sagrario con amor, visitad a Cristo Eucaristía todos los día, comulgad con frecuencia y con amor, y complamos sus mandamientos, y aquí, en todos los Sagrarios de la tierra está el Señor para ayudarnos, perdonarnos, alimentarnos y llevarnos al cielo y para que venzamos todas las tentaciones de todo tipo, y potenciar nuestra fe, esperanza y caridad. Para eso se han clausurado las hermanas dominicas en el convento. Las hermanas dominicas han renunciado a este mundo y sus placeres para vivir ya para el cielo, el cielo que piden todos los días para ellas y todos los cristianos, este es el sentido de su vida, de oración y clausura y penitencia. Seamos agradecidos.

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La palabra de Dios nos habla del final de los tiempos con una literatura apocalíptica, que no hay que entender al pie de la letra. Tanto el evangelio como la primera Lectura del profeta Malaquías nos hablan de catástrofes, enfrentamientos, divisiones, guerras y destrucción.

Sin embargo, lo importante es el mensaje final en ambas lecturas: “iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”, “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Es un mensaje de esperanza, porque el juicio será para la salvación, no para la condenación. El cristiano tiene que ser portador de esperanza y perseverar confiando, siempre en el Señor.

Y mientras tanto, no quedarse con los brazos cruzados, esperando el fin del mundo como les ocurría a los fieles de la iglesia de Tesalónica. Pablo les insta a trabajar para ganarse el pan de cada día. Es así como Dios nos quiere, como personas esperanzadas y esperanzadoras, consciente de su misión de transformar este mundo hasta convertirlo en el auténtico Reino de Dios.

 

2.-Pablo, en carta a los cristianos de la comunidad de Tesalónica, fustiga a quienes están “muy ocupados en no hacer nada”. Y su criterio es terminante: “El que no trabaja, que no coma”. Frente a los que tienden a considerar que el ideal cristiano estriba en dedicarse a la piedad interior,  con menoscabo de los afanes del tiempo y de la vida actual, el Apóstol --infatigable trabajador del Evangelio-- no teme en emplearse en trabajos temporales. “No viví entre vosotros sin trabajar; nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche a fin de no ser carga para nadie”; “Ya sabéis como tenéis que imitar mi ejemplo”. “Quise daros un ejemplo que imitar”. El ideal cristiano no consiste en el alejamiento de la vida de este mundo, sino en el compromiso con las realidades temporales, viviéndolas en conformidad con el Evangelio.

 

3.- A nivel de comunidad cristiana, el Evangelio es claro al afirmar un futuro de luchas y persecuciones para los seguidores de Jesús: “Os echarán mano”, “os perseguirán entregándoos a los tribunales y a la cárcel, os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre… todos os odiarán por causa de mi nombre”.

Estas afirmaciones adquieren aún mayor significado cuando se las enmarca en su contexto. Jesús propone este futuro frente a los que “ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos”. Esto no es un empréstito del lenguaje apocalíptico que hoy ya no habría que tomar en serio; es más bien la consecuencia de que Jesús no ha venido a traer la paz terrena sino la espada y la división hasta en lo más intimo de las relaciones familiares.

Lo que su doctrina suscita en la historia, es precisamente la aparición de las bestias apocalípticas. Y cuanto más aumentan los instrumentos del poder terreno, tanto más absolutas llegan a ser las oposiciones. Esto es bastante paradójico, porque Jesús declaró bienaventurados a los débiles y a los que trabajan por la paz; pero justamente su presencia hace que las olas de la historia del mundo se enfurezcan cada vez más.

La persona y la doctrina de Jesús son intolerables para la historia y ésta responde de una manera cada vez más violenta. La persecución no es un episodio ocasional sino un «existencial» para la Iglesia de Cristo y para cada uno de los cristianos. Es importante que, al filo de la lectura discernamos si los nuestros son criterios de carne y sangre o surgidos de la Palabra.

 

4. - La promesa de Dios no mira a ahorrar malos tragos en el curso de la historia humana. Se centra en “el día”, en este límite que la Sagrada Escritura denomina tantas veces como “el día del Señor”. El creyente vive en la esperanza de una justicia trascendente al tiempo, más allá de la destrucción de la carne y de la voracidad del sepulcro. El tema es tan viejo como el hombre. Y de tan rabiosa actualidad como la pregunta que se suscita siempre que el hombre advierte en su entorno la existencia del mal que aquí, en la tierra, queda impune.

El creyente, fiado en la palabra de Dios, afirma que en “el día del Señor” los justos serán iluminados por “un sol de justicia que lleva la salud en sus alas”, mientras que para los injustos será ése un “día ardiente como un horno”, en el que “malvados y perversos serán la paja” y de los que “no quedará ni rama ni raíz”. Aquí tenemos la visión de Jesús sobre la historia del mundo que vendrá después de Él. Jesús ve las constantes teológicas dentro de la historia. En el fondo nos falta un poco de esperanza.

Hace tanto tiempo que el Señor subió a los cielos que, el final de todo, parece estar cada día más lejos. Hace tanto tiempo que no vemos signos visibles de su presencia que corremos el riesgo de morirnos arrojando al suelo las lanzas de la vigilancia activa. Hace tanto tiempo que no esperamos, que nos hemos aburrido de mirar hacia al cielo esperando divisar rayos y centellas que denoten la inminente llegada de Jesús. En el fondo estamos también faltos de fortaleza.

Una fe, que no es fuerte, es muy difícil anunciarla y proponerla a quien la rechaza. La sociedad opulenta, el hombre de hoy, es como un dique donde choca, frente a frente, la fe con la duda, la caridad con el individualismo, la fraternidad con el odio, Dios con la ciencia. Estamos en época de persecución de “guante blanco”. Ya no son necesarias las mazmorras; ahora, a la Iglesia, se le amordaza en los medios de comunicación social. Su existencia y su doctrina no aparecen en los medios. Se la ridiculiza. Pero, se la ningunea.

Ya no son imprescindibles los circos romanos; ahora a la iglesia se le ridiculiza y se le asaetea desde diferentes medios poderosos con lanzas y dardos sangrantes. Ahora a la iglesia se le juzga, no con las manos atadas, pero sí desde el tribunal del poder donde algunos se sienten amos y señores de la verdad, de la ciencia, de la cultura y del hombre, de la razón y de la ética. ¿Qué haremos cuando dejemos al mundo sin moral y al hombre sin sentimientos?

 

5.- El evangelio nos advierte que el momento está cerca; el momento de que esa luz del Señor saque a flote lo que ya llevamos dentro de nuestro corazón, que se manifieste lo que somos: hijos verdaderos del Señor. Que nos invada esa vida eterna que llevamos dentro de nuestro corazón. Que se manifieste lo que somos, hijos verdaderos del Señor, que nos invada esa vida eterna que llevamos contenida en nosotros, vida eterna que nos da la Fe y la Eucaristía: “El que cree en Mí tiene vida eterna”. “El que come mi carne tiene vida eterna”. Vivamos alegres nuestra vida ordinaria.  Perseveremos y no perdamos la confianza porque el Señor está cerca, muy cerca de cada uno de nosotros.

A nivel de comunidad cristiana, el Evangelio es claro al afirmar un futuro de luchas y persecuciones para los seguidores de Jesús: “Os echarán mano”, “os perseguirán entregándoos a los tribunales y a la cárcel, os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre”, “todos os odiarán por causa de mi nombre”.

Estas afirmaciones adquieren aún mayor significado cuando se las enmarca en su contexto. Jesús propone este futuro frente a los que “ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos”. Esto no es un empréstito del lenguaje apocalíptico que hoy ya no habría que tomar en serio, es más bien la consecuencia de que Jesús no ha venido a traer la paz terrena sino la espada y la división hasta en lo más íntimo de las relaciones familiares.

 

6.- “Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”. El mensaje del Señor es inequívoco. No nos abandonará y en los “últimos tiempos” y además tendremos que hacer lo mismo que en los “primeros tiempos”: propagar su nombre. Y, además, hay otra promesa firme: “Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.” Se perfila la gravedad de la persecución, pero el resultado trae una victoria final.

Eso es lo que quiere comunicar el Señor Jesús para todos aquellos que vayan a vivir sus particulares tiempos finales. Y la cercanía de Jesús es la que promete un consuelo permanente para esos momentos.

En el relato de muchos mártires --antes de su muerte-- está muy presente dicha cercanía. Poco importa, por tanto, la peripecia vital de un cristiano. Jesús va a estar cerca para ayudarnos. Incluso, lo más contrario a una gran catástrofe, como puede ser una vida regalada y placentera, necesitará también del apoyo de Cristo. Ya que no podemos engañarnos, en medio de dicha situación placentera, no es difícil sucumbir al egoísmo, al placer insolidario o al pecado que mata. Entonces, ocurre que más que fijarnos en lo excepcional de los “últimos tiempos” es mucho mejor pensar que es ésta una enseñanza más del Señor Jesús para un tiempo presente. El Señor lo dijo para que viviéramos así la hora presente, que es la última para nosotros. Todos los momentos de nuestra vida están marcados por las enseñanzas del Salvador. Salgamos decididos a vivirla ya, desde hoy mismo. Y no olvidarlo. Pidamos su gracia.

 

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HOMILÍA

 

1.-La temática de este domingo es, en gran medida, continuación de la del domingo anterior, coincidiendo con el final del año litúrgico y la expectativa del advenimiento del Hijo del hombre como Señor y Juez Universal.

        El texto evangélico se refiere directamente a la destrucción del Jerusalén y del templo al inicio de las primeras persecuciones de los cristianos.

        Realmente, a pesar de todos estos signos, nosotros no sabemos qué, cómo y cuándo será el juicio universal. Pero ciertamente Cristo nos dice que existirá. Es más, el día de nuestra muerte es el día final para nosotros en este mundo y es el día en que empezamos a ver la luz eterna de Dios porque nos encontramos con el Juez Universal.      No está mal recordar al final del año litúrgico, que estamos terminando, estas verdades fundamentales de nuestra vida y de nuestra fe y esperanza cristianas: la muerte, juicio, infierno y gloria que a todos nos espera.

Los cristianos necesitamos hoy hacer pública manifestación de nuestra fe en todas estas verdades que Cristo no anuncia, especialmente en un mundo que ha perdido la fe, pero no por eso estas verdades dejarán de existir y por las cuales tenemos que pasar.

Cristo nos dice lo que tantas veces os repito, que somos eternos y para ir al cielo, hay que pasar el examen del cumplimiento de la ley de Dios y del evangelio que Cristo practicó y nos enseñó a todos los hombres y los cristianos profesamos. Y como Cristo sabía lo que iba a pasar en este mundo por eso no advierte de todos los ateos que no creerían, que perseguirían a los creyentes, que… (evangelio)

Sin embargo Cristo es Dios y lo sabía, Dios y la eternidad existen, el cielo y el infierno existen, lo ha dicho el Señor, esto es verdad y lo único que importa y esto es lo que nos espera después de la muerte a cada uno, aunque alguno no lo crean y lo olviden en su vida.

Por eso, el olvido y las persecuciones y el ateísmo y  la crisis de fe en la eternidad del mundo actual nos obliga a replantearnos el problema del sentido de la vida y de la muerte para nosotros y para todos, y con ello el sentido final de la historia humana que para nosotros es fundamentalmente una Historia de Salvación del hombre y de la humanidad, de todo lo humano. Nosotros creemos en Dios y en la vida eterna, Cristo y Dios Padre han seguido haciendo milagros y apariciones y manifestaciones a través de la historia para que no olvidemos el sentido de la vida, y que nuestra vida es más que esta vida, somos eternos, y el que se equivoque, se equivocará eternamente, como nos lo han demostrados apariciones de condenados eternamente.

 

        2.- El texto evangélico de hoy nos mueve a una segunda consideración que, aunque sea brevemente, quisiera subrayar. Jesús asocia la destrucción apocalíptica con la persecución de que serán objeto los cristianos “por causa de mi nombre”.      Esto significa que los cristianos serán perseguidos siempre si viven conforme al evangelio, porque ellos les obliga a condenar el desorden moral del mundo: “el mundo os odiará, vosotros no sois del mundo”, por su vicios y desórdenes de injusticia e inmoralidad: las potencias del mal.

        Por esta causa todo cristiano auténtico tiene que sufrir: “pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvareis vuestras almas”. Este es el mensaje final de un año litúrgico que termina: nos invita a perseverar en la fe de Jesucristo y en vida y en la práctica del evangelio; es nuestra mejor garantía de que podremos caminar con esperanza y alegría aún en medio de tantas dificultades.

        Que esta palabra nos de esta fortaleza en el Señor Jesucristo, en su fe, en la vivencia de su evangelio, que es vida eterna ya iniciada aquí abajo. Y lo que os digo tantas veces, la vida eterna, el gozo de sabernos amados por Dios, de que nuestra vida es más que esta vida, lo podemos experimentar ya en este mundo, basta que practiquemos más la vida cristiana y vengamos con frecuencia a visitar al Señor en el Sagrario, que recéis más, que os toméis más en serio practicar el amor a Dios y a los hermanos, los mandamientos.

 

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DOMINGO XXXIV ORDINARIO

 

FIESTA DE CRISTO REY DEL UNIVERSO

 

PRIMERA LECTURA: 2 Samuel 5, 1-3

 

        La misión del rey David no era otra que la de reunir a las diversas tribus de Israel y alcanzar la paz y prosperidad que necesitaban. De esta manera podrían mantener la alianza con Dios como “pueblo elegido del Señor”. El rey David cumplió su misión y dio momentos de esplendor al pueblo de Israel. Pero sus sucesores no llevaron adelante la misión del rey David. De ahí que fue naciendo en el pueblo la “esperanza en un hijo de David” que diera satisfacción a sus anhelos. Y esas esperanzas se cumplieron en Jesús de Nazaret. Jesús, el Señor, estaría al frente del pueblo de Dios para alcanzarle la unidad y la paz que le faltaba. Una paz que lograría la reconciliación con Dios, nuestro Padre, por medio de la muerte y resurrección del “hijo de David”.

       

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 1, 12-20

 

        El Señor manifestó en diversas ocasiones que “quien quiera ser el primero sea el servidor de todos”; el que quiera gobernar y sobresalir de los demás, que lo haga por el servicio que les presta. Al decir que Jesucristo es el Rey del Universo, se quiere manifestar esa verdad tantas veces proclamada por Él: que Jesús está al servicio del hombre para alcanzarle la reconciliación con Dios y la paz consigo mismo. Jesús no tiene poder de dominación sino poder de redención: es capaz de salvar al hombre.

Por eso San Pablo hace un himno de acción de gracias a Dios porque nos ha trasladado de las tinieblas al reino de la luz por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Y Jesucristo, siendo el primero en todo, se ha hecho servidor de todos para que nosotros alcanzásemos la posesión del reino de Dios. Jesucristo muere en la Cruz, pero su resurrección le constituye Rey y Señor del Universo, ofreciéndole una vida de paz y salvación.

 

FIESTA DE CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Llegamos así al último domingo del año litúrgico, a la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que viene a ser como el colofón del Año litúrgico.

Comenzábamos el año litúrgico preparándonos y celebrando su nacimiento, su primera venida del cielo a la tierra y hoy, lo terminamos celebrando su última venida al final de los tiempos; nos hemos detenido en su misterio pascual, la pasión y muerte por todos los hombres que culmina en la resurrección y el envío del Espíritu Santo; y concluimos este domingo el año litúrgico de la Iglesia con esta fiesta de Cristo Rey.

Cristo es ciertamente rey del mundo porque es Dios, Creador con el Padre de todo cuanto existe. Pero la realeza que celebramos hoy es la realeza de Cristo en cuanto hombre, Rey del amor y salvación de los hombres, es la realeza de su humanidad que asumió de María y que muriendo y resucitando la ha elevado al rango divino, sentándola a la derecha del Padre, es decir, con el mismo poder y gloria que su divinidad.

1.-Cristo hombre es designado rey del mundo y de la humanidad principalmente por su resurrección de entre los muertos y por su Ascensión a los cielos, donde el Padre le sentó con su humanidad a su derecha, es decir, le dio categoría divina, con su mismo poder y gloria. Ante Él, el Cordero degollado del Apocalipsis, los ángeles y todos los santos salvados, nuestros mayores, le dan la misma gloria que al Padre, porque su humanidad ha quedado totalmente unida a la Divinidad, al Verbo, Hijo de Dios.

Por eso, teológicamente hablando, los tres hechos más importantes en que se fundamenta  la fiesta que hoy celebramos, son: 1º la Resurrección, esto es, Cristo, vencedor de su muerte y de la nuestra; 2º, estar sentado a la derecha del Padre, indicando así que su humanidad ha sido elevada a la categoría divina del Hijo de Dios, con su mismo poder y gloria; y finalmente: la parusía o su venida última al final de los tiempos como Rey universal de todos los hombres y de la historia para juzgar a todos como Rey y Señor del tiempo y de la eternidad y que ya se anticipa en el día de nuestra muerte.

        Esta es la realeza de Cristo que celebramos este domingo último del año litúrgico. En él quiere la Iglesia que echemos una mirada hacia atrás y contemplando las maravillas que Dios ha obrado en favor de los hombres por medio de su Hijo Jesucristo, primero, le demos gracias rendidas por todos los bienes de la Redención y segundo, proclamemos a Cristo Rey de nuestras vidas, porque Él con su humanidad muerta y resucitada por y para nosotros ha vencido la nuestra mortal y nos ha ganado la eterna. Hermanos, hoy es el día indicado por la Iglesia para  revisarnos y echar una mirada a nuestras vidas a ver si Cristo es Rey,si está reinando con su vida y evangelio en nuestras vidas, porque aunque celebremos esta fiesta cien veces, si Cristo no reina en nuestras vidas, todo habrá sido inútil .

        Queridos hermanos y hermanas, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, Cristo con su muerte y resurrección por nosotros es rey del tiempo y la eternidad y los que creemos en Él y le aceptamos como rey de nuestras vidas y comulgamos a Cristo Eucaristía, viviremos eternamente con Él; y los que no lo aceptan, qué pena me da hoy en el mundo y en la misma Iglesia, la situación actual de España y de gran parte del mundo,nos lo dice Él en el evangelio de hoy y de otros días, no estarán bajo su reinado en su reino y reinado del cielo sino en su lejanía y tormento eterno, infierno eterno, porque no creyeron ni le aceptaron como Dios y Rey Salvador de sus vidas. Recemos y ofrezcamos la misa por ellos, sobre todo si entre ellos puede haber alguno de los nuestros feligreses, familiares o amigos en un mundo tan secularizado.

Hermanos todos, solo hay un Savador, es Cristo Jesús, al que hoy proclamamos rey de nuestras vidas y del mundo y de la eternidad y le consagramos y entregamos todo nuestro presente y futuro de eternidad a Él que para eso, para llevarnos a su reinado del cielo se hizo pan de vida eterna y aquí viene todos los días y permanece en este y en todos todos los Sagrarios de la tierra para ayudarnos en este camino hacia su Reinado Eterno con el Padre y el Espíritu Santo en el cielo donde le contemplaremos gozoso eternamente con todos nuestros feligreses y familiares y creyentes salvados. Amén, así sea.

 

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QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS, QUERIDOS HERMANOS TODOS:    Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Cristo es ciertamente rey del mundo porque es Dios, Creador con el Padre de todo cuanto existe. Pero la realeza que celebramos hoy es la realeza de Cristo en cuanto hombre, la realeza de su humanidad que asumió de María y que muriendo y resucitando la ha elevado al rango divino, sentándola a la derecha del Padre, es decir, con el mismo poder y gloria que su divinidad.

1.-Cristo hombre es designado rey del mundo y de la humanidad principalmente por su resurrección de entre los muertos y por su Ascensión a los cielos, donde el Padre le sentó con su humanidad a su derecha, es decir, le dio categoría divina, con su mismo poder y gloria.

Ante Él, el Cordero degollado del Apocalipsis, los ángeles y todos los santos salvados, nuestros mayores, le dan la misma gloria que al Padre, porque su humanidad ha quedado totalmente unida al Verbo, Hijo de Dios. Por eso, teológicamente hablando, los tres hechos más importantes en que se fundamenta  la fiesta que hoy celebramos, son:

 

1º la Resurrección, esto es, Cristo, vencedor de su muerte y de la nuestra; 2º, estar sentado a la derecha del Padre, indicando así que su humanidad ha sido elevada a la categoría divina del Hijo de Dios, con su mismo poder y gloria; y finalmente: la parusía o su venida última al final de los tiempos como Rey universal de todos los hombres y de la historia para juzgar a todos como Rey y Señor del tiempo y de la eternidad y que ya se anticipa en el día de nuestra muerte.

        Esta es la realeza de Cristo que celebramos este domingo último del año litúrgico. En Él quiere la Iglesia que echemos una mirada hacia atrás y contemplando las maravillas que Dios ha obrado en favor de los hombres por medio de su Hijo Jesucristo: 1º le demos gracias rendidas por todos los bienes de la Redención;y 2º, proclamemos a Cristo Rey de nuestras vidas, porque Él con su humanidad muerta y resucitada ha vencido la nuestra mortal y nos ha ganado la eterna.

 

        2.- Queridas Carmelitas y hermanos todos: Durante el año litúrgico que termina, hemos recordado con sentido celebrativo y meditativo los hechos más sobresalientes de la vida de Jesús, tratando de vivirlos “en espíritu y verdad”: hoy celebramos principalmente su realeza, que el Padre le ha concedido sentándolo a su derecha, para interceder por nosotros y desde donde vendrá para juzgar a vivos y muertos, y su reino ya no tendrá fin, como afirmamos en el Credo.

Queridos hermanos y hermanas, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida; y los que le aceptamos y queremos y comulgamos, viviremos eternamente con Él; y los que no lo aceptan, qué pena me da la situación política de España,nos lo dice Él y nos lo advierte en el evangelio de hoy y otros días, no estarán bajo su reinado en el cielo sino en el fuego eterno, es decir, en la lejanía del cielo, de su presencia y gozo, porque no creyeron ni le aceptaron como Dios y Señor Salvador de sus vidas.

Hermanas contemplativas, este es el sentido principal de vuestras vidas y cuánto tenemos que agradeceros la Iglesia y el mundo entero que hayáis entregado por entero vuestras vida de la tierra en oración continua y penitencia para conseguir este reinado de Cristo en el mundo, esta eternidad de gozo para todos los hombre por la que Cristo vino, predicó, murió y resucitó y que para vosotras ya habéis comenzado.

Queridas hermanas y hermanos:Esto es lo que más nos hace sufrir a nosotros, como sacerdotes, viendo cómo este mundo se está alejando del único Salvador; hermanos, este mundo pasa, nos espera la eternidad de gozo con Dios;rezad por vuestros hijos y el mundo entero, hermanos,  no nos salvan los políticos, qué pena la España actual, qué reportajes en la tele renovando el ateismo y el odio y la persecución religiosa de la guerra civil de 36…

Hermanos todos, solo hay un Savador, es Cristo Jesús, al que hoy proclamamos rey del mundo y de la eternidad y le hemos entregado nuestras vidas sacerdotales, religiosas y cristianas y le tenemos muy cerca en todos los Sagrarios de la tierra, el mismo que contemplan gozosos ya eternamente los nuestros salvados y le vamos a recibir hoy en nuestras vidas por la sagrada comunión y le vamos a proclamar Rey de nosotros, de nuestros hijos y del mundo entero.

Qué gozo ser sacerdote, sembrador de eternidades; hermanos; en este día, recemos y pidamos que Cristo reine por la fe, la esperanza y el amor en este mundo, que está perdiendo su sentido y camino de eternidad, que reine por la fe, esperanza y caridad en todos los hombres, porque hemos sido soñados por Dios para una eternidad de gozo en su misma felicidad eterna y trinitaria.

Hoy, al proclamarle a Cristo Rey de nuestras vidas y de todos los hombres, nosotros, sus vasallos fieles, tenemos que trabajar sembrando semillas de eternidad con el apostolado de la acción y de la palabra, pero principalmente de la oración e intercesión, para que todos lo reconozcan a Cristo Jesús, presente en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra, como único Rey del mundo y eternidad.

Primero con nuestro testimonio de vida y amor y perdón entre nosotros, que reine así Cristo en nosotros; segundo: con el apostolado de la oración, rezando todos los días, pidiendo para que todos los hombres lleguen a conocerle, a amarle y seguir a Cristo como único Salvador del tiempo y de la eternidad, especialmente nosotros, religiosas contemplativas y sacerdotes, que somos  sembradores y cultivadores de eternidades y para eso, vosotras principalmente.

Queridos hermanos y hermanas, en esta fiesta de Cristo Rey pidamos en esta santa misa que todos nosotros  y los nuestros, el mundo entero redimido y salvado por Él, nos juntemos y llequemos a la posesión del Reino eternos y celestial. Que Virgen Madre, Reina y Señora del Universo por el Hijo, nos eche una mano. Amen, así sea.

 

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CRISTO REY:

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Cristo es ciertamente rey del mundo porque es Dios, Creador con el Padre de todo cuanto existe. Pero la realeza que celebramos hoy es la realeza de Cristo en cuanto hombre, la realeza de su humanidad que asumió de María y que muriendo y resucitando la ha elevado al rango divino, sentándola a la derecha del Padre.

1.-Cristo es designado rey del mundo y de la humanidad principalmente por su resurrección de entre los muertos y por su Ascensión a los cielos, donde el Padre le sentó a su derecha, es decir, le dio categoría divina, con su mismo poder y gloria.

Ante Él, el Cordero degollado del Apocalipsis, los ángeles y los santos le dan la misma gloria que al Padre, porque su humanidad ha quedado totalmente unida al Verbo, Hijo de Dios. Por eso, teológicamente hablando, los tres hechos más importantes en que se fundamenta  la fiesta que hoy celebramos, son: Resurrección, esto es, vencedor de su muerte y de la nuestra; segundo, estar sentado a la derecha del Padre, indicando que su humanidad ha sido elevada a la divinidad del Hijo de Dios, con su mismo poder y gloria; y finalmente: la parusía o su venida última al final de los tiempos como Rey universal de todos los hombres y de la historia para juzgar a todos como rey y señor del tiempo y de la eternidad y que ya se anticipa en el día de nuestra muerte.

        Esta realeza de Cristo la celebramos este domingo último del año litúrgico. En Él quiere la Iglesia que echemos una mirada hacia atrás y contemplando las maravillas que Dios ha obrado en favor de los hombres por medio de su Hijo Jesucristo, 1º le demos gracias rendidas por todos los bienes de la Redención; y 2º, proclamemos a Cristo Rey de nuestras vidas y de nuestra eternidad, porque Él con su humanidad muerta y resucitada ha vencido la nuestra.

 

        2.- Durante el año litúrgico que termina, hemos recordado con sentido celebrativo y meditativo los hechos más sobresalientes de la vida de Jesús, tratando de vivirlos “en espíritu y verdad”: hoy celebramos principalmente su realeza, que el Padre le ha concedido sentándolo a su derecha, para interceder por nosotros y desde donde vendrá para juzgar a vivos y muertos, y su reino ya no tendrá fin, como afirmamos en el Credo.

3.- Hermanos, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida; y los que le aceptamos y queremos y comulgamos, viviremos

eternamente con Él; y los que no lo aceptan, nos lo dice Él y nos lo advierte en el evangelio de hoy y otros días, irán al fuego eterno, porque no creyeron ni le aceptaron como Dios y Señor de sus vidas.

Esto es lo que más nos hace sufrir a nosotros, como sacerdotes, viendo cómo este mundo se está alejando del único Salvador; hermanos, este mundo pasa, nos espera la eternidad de gozo con Dios; hermanos,  no nos salvan los políticos, ni los guasad, ni los medios… solo hay un Savador, es Cristo Jesús, al que hemos entregado nuestras vidas sacerdotales y le tenemos muy cerca en todos los sagrarios de la tierra como Dios y amigo, único Salvador del mundo; qué gozo ser sacerdote, sembrador de eternidades; hermanos, en este día, recemos y pidamos que Cristo reine por la fe, la esperanza y el amor en este mundo, que está perdiendo su sentido y camino de eternidad, que reine por la fe, esperanza y caridad en todos los hombres, porque hemos sido soñados por Dios para una eternidad de gozo en su misma felicidad eterna y trinitaria.

Hoy, al proclamarle a Cristo Rey de nuestras vidas y de todos los hombres, nosotros, sus vasallos fieles, tenemos que trabajar sembrando semillas de eternidad con el apostolado de la palabra, pero principalmente de la oración e intercesión, dada ya nuestra situación de jubilados o enfermos, para que todos lo reconozcan a Cristo Jesús, presente en todos los sagrarios de la tierra, como único Rey del mundo y de la eternidad.

Primero con nuestro testimonio de vida y amor y perdón entre nosotros, que reine así Cristo en nosotros; segundo: con el apostolado de la oración, rezando todos los días, pidiendo para que todos los hombres lleguen a conocerle, a amarle y seguir a Cristo como único Salvador del tiempo y de la eternidad, especialmente nosotros que somos  sembradores y cultivadores de eternidades, que lo hagamoscon nuestra vida y testimono diario, y con nuestra oración permanente y los sacramentos de Cristo, cuando nos llamen para ello.

Queridos hermanos y hermanas, en esta fiesta de Cristo Rey pidamos en esta santa misa que todos nosotros, nuestros hermanos los hombres, el mundo entero redimido y salvado por Él, llequemos a la posesión del Reino celestial. Que Virgen Madre, Reina y Señora del Universo por el Hijo, nos eche una mano. Amen, así sea.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Llegamos al final del año litúrgico de la Iglesia. Desde el Vaticano II la liturgia ha cambiado el día de celebración de esta fiesta de Cristo Rey. La instituyó Pío IX en  1925 para que se celebrase en el último domingo de octubre. Hoy la celebramos en el último domingo de año litúrgico. Es por tanto reciente la celebración de esta fiesta.

        Jesús habló mucho del Reino de Dios o del reinado de Dios, del reino de los Cielos, como dice San Mateo, porque escribe a judíos que no podían mencionar el nombre de su Dios; y lo hace nada menos que 122 veces, de las que 90 está en los labios del mismo Jesús.

        Es evidente que el Reino de Dios es un concepto fundamental del mensaje de Jesús. Para esto vino Él al mundo. El reino de Dios que Cristo predica y quiere implantar en el mundo consiste en que Dios sea el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que nos fabricamos; que todos los hombres sean hermanos; y hacer del mundo y de la vida, una mesa muy grande, muy grande, donde todos los hombres  puedan sentarse y disfrutar, pero especialmente los pobres, los que nunca son invitados. Para eso vino Cristo, para que los invitásemos a la salvación eterna, para que ninguno fuera olvidado, para que nos sintamos hermanos de todos, porque Dios es Padre de todos y de todo.

       

2.- La fiesta de Cristo Rey parece estar en contradicción con la vida humilde y sencilla de Cristo, potenciada esta oposición con la que Cristo  realizó cuando quisieron proclamarle rey después de la multiplicación de los panes. Jesús, por otra parte, critica a los reyes y poderosos de las naciones que tiranizan y oprimen al pueblo: “Vosotros, nada de eso…”  Es verdad, sin embargo, que el título de rey aparece en el juicio final de San Mateo: “Entonces dirá el rey a los de su derecha…” Pero es, sobre todo, en su pasión, cuando este título aparece en los labios de los que se burlan de Él, cuando Pilato se lo pregunta y Él responde que es Rey, pero no de este mundo, y, sobre todo, en la inscripción de la cruz: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos: INRI».

       

3.- La primitiva comunidad cristiana no llamará a Jesús sino Kyrios, Señor, título únicamente reservado a Dios entre los judíos. Así lo hemos proclamado en la segunda lectura de hoy. El mundo tiene su autonomía, sus leyes y dominios. Sólo desde la fe nosotros podemos afirmar que Jesucristo es el Señor del mundo y de la historia, porque es Dios y por Él fue creado todo cuanto existe.

Jesucristo es Rey, porque Él nos ha conquistado con sangre, con su muerte y resurrección; es Rey, porque juzgará como Señor de cielo y tierra a todos los hombres y a la historia y dirá a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre…”

       

4.- ¿Cuál tiene que ser el sentido de esta fiesta para nosotros? Primero, alegrarnos, felicitarle y darle gracias porque somos de los suyos; agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros; siendo éste el último domingo del año, mirar para atrás y ver todo lo que ha realizado por nuestra salvación desde que nació en Belén de Judá hasta que subió a los cielos.

Al contemplarlo y celebrarlo, le proclamamos rey de nuestras vidas, de nuestra familia, de nuestra existencia. Y comprometernos a luchar para que sea el único rey de nuestra vida; abajo todos los ídolos del mundo y los que nos fabricamos con nuestros consumismos, que nos esclavizan y quitan el sentido eterno de nuestra vida: los ídolos del dinero, el sexo, el materialismo y egoísmo.

También en este día debemos comprometernos a realizar en el mundo el reinado de Cristo, el reinado del amor, de la verdad, de la fraternidad, de la justicia. Terminar con el prefacio de la misa de hoy.

 

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FIESTAS Y SOLEMNIDADES DE LA VIRGEN Y DE LOS SANTOS

 

DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS

 

Monición de entrada:

Hoy, la Iglesia celebra el Domingo de la Palabra de Dios, cuando escuchamos en el evangelio la narración del comienzo del ministerio público de Jesús.

Según el papa Francisco, «la Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana» (EG, n. 174). El papa afirma: «Toda la evangelización está fundada sobre [la Palabra de Dios], escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra» (ibíd.). El Domingo de la Palabra de Dios nos recuerda que esta Palabra ha de ser cada vez más el corazón de la vida y de la misión de la Iglesia. Que esta eucaristía nos transforme en cristianos amados por Cristo, llamados personalmente por él y enviados a compartir su vida y su misión.

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Jesucristo, el justo, intercede por nosotros y nos reconcilia con el Padre. Abramos, pues, nuestro espíritu al arrepentimiento para acercarnos a la mesa del Señor.

 

--Tú, que eres la Palabra que siempre nos empuja a la conversión, a crecer y mejorar, a soñar y preparar nuevos odres para tu vino siempre nuevo: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.

--Tú, que eres la Palabra que nos convoca a formar familia, a sentirnos hijos e hijas amados de Dios, llamados a construir fraternidad con todos: Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad.

--Tú, que eres la Palabra que nos impulsa a llevar la Buena Noticia del reino a todos los rincones de nuestro mundo: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. R. Amén

 

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ORACIÓN UNIVERSAL: En este Domingo de la Palabra de Dios presentamos al Señor nuestra oración con humildad y confianza.

1. Para que la Iglesia continúe caminando tras las huellas de Jesucristo, proclame con alegría el Evangelio y contribuya a aliviar las enfermedades y dolencias del pueblo. Roguemos al Señor.

2. Para que contemplemos la luz grande que brilla en medio de nosotros, incluso cuando habitamos en tierras oscuras. Roguemos al Señor.

3. Para que la Palabra de Dios sea proclamada con fe, acogida con gratitud, vivida con intensidad y testimoniada con pasión. Roguemos al Señor.

4. Por quienes pasan necesidad, por quienes sufren a causa de las guerras, las enfermedades, la soledad, la ancianidad, el abandono o la falta de trabajo, para que encuentren respuestas y compañía. Roguemos al Señor.

5. Para que anunciemos el Evangelio, no con sabiduría de palabras, sino con la eficacia de la cruz de Cristo. Roguemos al Señor.

6. Para que el Espíritu Santo llene los corazones de todos los cristianos, sea fermento de comunión y nos conceda el don de la unidad visible. Roguemos al Señor.

Dios Padre todopoderoso, que aumentas nuestra alegría y nos concedes gozar en tu presencia, haz que desaparezcan las divisiones entre los cristianos, aliméntanos con tu Palabra y suscita respuestas generosas en el corazón de quienes llamas para seguirte. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén

 

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HOMILÍA

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: La primera lectura nos habla de luz y de gozo: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. El pueblo había sufrido humillaciones, derrotas y momentos difíciles. Los territorios de Zabulón y Neftalí padecieron las incursiones de los pueblos del norte. Fueron desterrados, fueron despojados de sus bienes, tuvieron que vivir en tierras extranjeras en medio de sus enemigos.

Pero el Señor los volvió a mirar con amor, olvidó sus delitos, perdonó sus pecados y les permitió regresar a su tierra. Fue como un nuevo amanecer. El pueblo «caminaba en tinieblas», «habitaba en tierra y sombras de muerte». Y amanecieron días de paz, sin temores, jornadas serenas y tranquilas. Todo ello se expresa con una bella imagen: el pueblo «vio una luz grande»; «una luz les brilló». La acción realizada por el Señor se describe a través de la repetición de términos relacionados con la alegría: «Acreciste la alegría», «aumentaste el gozo»; «se gozan en tu presencia», Es el Señor quien acrece la alegría y quien aumenta el gozo.

El salmista manifiesta esta experiencia de luz y confianza: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?»; «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor […]. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida».

En ningún sitio de la tierra se puede realizar esto mejor que en un convento de Consagradas a Dios Trinidad. A nuestro alrededor hay mucha oscuridad. Vivimos en un mundo de pecado, de incertidumbres y falsas apariencias. Necesitamos luz, defensa y seguridad para vencer los temores que nos incapacitan para reaccionar. Nuestra oración se centra en ser y estar junto al Señor, gustar, ver y paladear su dulzura. Nadie como vosotras. La oración… el Señor es mi luz y mi salvación a quien temeré, el Señor es la defensa de mi vida quién me hará temblar?

Sin embargo también hay que reconocer que en estos tiempos  los que seguimos a Jesús no estamos unidos, ni formamos una sola Iglesia. Estos días celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos; y, por eso, hoy pedimos especialmente para que se pueda llegar a hacerse realidad el deseo de Domingo de la Palabra de Dios:  que todos los que creemos en Cristo formemos un solo Cuerpo, una comunidad unida de amor que lleguemos a superar nuestras divisiones.

Luego, en el evangelio vemos que el primer mensaje de Jesús al comenzar su predicación es la conversión. «Convertirse» quiere decir dar la vuelta, cambiar el sentido del camino. Es un cambio interior para con Dios, para con los hombres, para con el mundo. La conversión es una decisión que hay que tomar en cada una de nosotras ahora y no se puede postergar. Jesús agrega una motivación: «El reino de los cielos está cerca». En la medida en que cada uno de nosotros se vecíe se sí mismo, de su defectos y pecados, le puede llenar Dios. Como de esto os hablo todos los días no voy a insistir hoy, pero es el problema de la iglesia de todos los tiempos, especialmente los actuales, pero arriba, en curas, frailes y monjas, falta vivir el Evangelio, vivir a Cristo, convertirnos y se seguidores de Cristo en nuestras vidas

También en el evangelio de hoy Jesús realiza la elección de los cuatro primeros discípulos. Jesús no es un personaje solitario que desee realizar su obra sin colaboración de nadie. Necesitó y necesita nuestra ayuda, sobre todo de religiosas y sacerdotes santos.Pedro y su hermano Andrés pescan cerca de la orilla del lago. Jesús les dice: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». No olvidemos esto, es Jesús el que no invita y nos ha invitado a seguirle en vida sacerdotal o religiosa, pero muchos no le han seguido sobre todo en estos tiempos, os felicito porque le habéis seguido.

La vocación cristiana se identifica con el seguimiento de Jesús. La vocación es siempre para una misión. Jesús llamó a sus discípulos para luego enviarlos a la misión. Pero para eso, lo primero es  estar con Jesús, escucharlo en la oración, y luego seguirlo  predicarlo, que los discípuls prediquen lo que Jesús les diga en la oración, sin oración personal, sin encuentro con Cristo en la oración no podemos predicarlo. Pero si no hay ratos de oración, de encuentro y diálogo con el Señor, si al sacerdote no se le ve todos los días haciendo oración junto al Sagrario….que no… que no podemos ayudar a los demás a que encuentren a Cristo, porque la oración personal es la única luz para el camino.

Pedro y Andrés no dudan ni un instante después de escucharle: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron». La palabra del Maestro encuentra rápido eco en el corazón de los pescadores. También Santiago y Juan repasan las redes con su padre Zebedeo y escuchan la llamada e, inmediatamente, dejan las redes, la barca y a su padre, y siguen a Jesús. Hoy necesitamos vocaciones, cristianas y sacerdotales y religiosas, es el problema más importante de la Iglesia actual, necesitamos obispos, sacerdotes y religiosas santas, pero para eso, escucharle a Cristo en la oración personal y de intercesión, de petición de vocaciones.Porque Jesús continúa pasando a nuestro lado, la lado de todos los hombres y nos mira como miró a Pedro, Andrés, Santiago y Juan y nos invita a seguirlo, para que seamos anunciadores de la luz, antorchas vivientes capaces de iluminar las sombras de muerte en que yace el mundo. para que seamos buenos cristianos, o buenos sacerdotes y religiosas.

Jesús continúa mirándonos personalmente y sigue invitándonos: «Venid en pos de mí». Seguir a Jesús todos los días en vida santa por medio de la oración personal y diaria es la tarea principal de los llamados, de los que quieren segur a Cristo en santidad y vida apostólica.

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En este Domingo de la Palabra de Dios presentamos al Señor nuestra oración con humildad y confianza.

1. Para que la Iglesia continúe caminando tras las huellas de Jesucristo, proclame con alegría el Evangelio y contribuya a aliviar las enfermedades y dolencias del pueblo. Roguemos al Señor.

 2. Para que contemplemos la luz grande que brilla en medio de nosotros, incluso cuando habitamos en tierras oscuras. Roguemos al Señor.

3. Para que la Palabra de Dios sea proclamada con fe, acogida con gratitud, vivida con intensidad y testimoniada con pasión. Roguemos al Señor.

4. Por quienes pasan necesidad, por quienes sufren a causa de las guerras, las enfermedades, la soledad, la ancianidad, el abandono o la falta de trabajo, para que encuentren respuestas y compañía. Roguemos al Señor.

5. Para que anunciemos el Evangelio, no con sabiduría de palabras, sino con la eficacia de la cruz de Cristo. Roguemos al Señor.

6. Para que el Espíritu Santo llene los corazones de todos los cristianos, sea fermento de comunión y nos conceda el don de la unidad visible. Roguemos al Señor.

 

DIOS Padre todopoderoso, que aumentas nuestra alegría y nos concedes gozar en tu presencia, haz que desaparezcan las divisiones entre los cristianos, aliméntanos con tu Palabra y suscita respuestas generosas en el corazón de quienes llamas para seguirte. Junta las manos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

 

Bendición solemne:

El Señor esté con vosotros.

R. Y con tu espíritu.

 

--Inclinaos para recibir la bendición: El Señor os bendiga y os guarde todo mal.

R. Amén.

--Haga brillar su rostro sobre vosotros y os conceda su favor. R. Amén. --Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la paz.

R. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.

 R. Amén.

La alegría del Señor sea nuestra fuerza.

 

PODÉIS IR EN PAZ.

 R. Demos gracias a Dios.

 

 

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2 de febrero: PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (Purificación de la Virgen)

 

Queridos hermanos, especialmente queridas hermanas religiosas dominicas, consagradas a Dios por la salvación de todos los hombres; hoy estamos celebrando un día especial para vosotras y para toda la Iglesia. Celebramos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, con el título de LA VIDA CONSAGRADA CON MARÍA, ESPERANZA DE UN MUNDO SUFRIENTE.

Se cumplen 20 años del Gran Jubileo 2000, convocado por el Papa san Juan Pablo II con el objetivo de que la Iglesia se preparara para cruzar el umbral del tercer milenio de la era cristiana, la cual comenzara 2000 años atrás, con el nacimiento de Cristo, punto culminante de la historia de la salvación.

Hemos querido culminar este ciclo con un año centrado en la persona de la Virgen María, supremo modelo de vida consagrada, madre de la esperanza en Dios, de la vida eterna. Las personas de especial consagración, con su palabra, con su acción, pero sobre todo con su propia vida, son testigos y anuncio de esta esperanza, viven con plenitud para la vida eterna ya en este mundo, renunciando a muchas cosas de la vida presente que se acaba. La Iglesia nos pide a todos, pero especialmente a vosotras, que de María y con María, Madre de la Esperanza, aprendamo a vivir esperando solo a Dios.

Cuando rezamos la popular oración del “Acordaos”, que desde niños lo hacíamos, pero hoy desgraciadamente de 40 años para abajo ni la saben… le decimos a la Virgen que jamás se ha oído decir que fuese abandonado por Ella ninguno de cuantos han acudido a su amparo, reclamando su protección e implorando su auxilio. Y en la Salve nos dirigimos a Ella como “Esperanza nuestra”. María esperó siempre en Dios, desde la Anunciación. Ella con su vida y oración nos enseña a esperar a todos sus hijos. Por eso, recurrimos a ella, como madre de nuestra esperanza eterna.

Las personas que viven una especial consagración a Dios están especialmente llamadas a ser, con María, maestras y testigos de esta esperanza. Pero, ¿qué es exactamente la esperanza? El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (n. 1817). Y María, en efecto, así lo hizo en su vida y confió en las promesas de Dios, con esperanza cierta de que se cumplirían: Dios redimiría a su Pueblo.

Ella, que era virgen, fué Madre del Hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo. Este Hijo, que en nada se diferenciaba de cualquier otro niño pobre, pequeño y desvalido, sería Luz de las naciones y Salvador del mundo, como pofetizó Simeón en este día al cogerlo en sus brazos.

María, cuando le vio maltratado y crucificado no perdió la esperanza de que resucitaría, venciendo a la muerte. Y con esa esperanza, María, madre de la esperanza, cuando vio el desconsuelo y la desesperación de los discípulos tras el Viernes Santo, ahí estaba «Ella, y no dejó de confiar en que su hijo resucitaría, es más, cuando los apóstoles seguían con miedo y las puertas cerradas por miedo a los judios, ella se reunió con ellos en el Cenáculo y recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés, que les fortaleció en su esperanza, y salieron con fuerza a predicar para que la Iglesia crecería y cumpliría su misión de llevar el Evangelio al mundo entero, porque el Reino de su Hijo no tendrá fin. (n. 1818). 

Así, también hoy, nuestra Madre continúa alentando desde el Cielo nuestra esperanza;y los consagrados participáis de esta misión de llevar esperanza a un mundo sufriente; María, y con Ella, vosotras, las monjas dominicas, sois  fuente de esperanza para el mundo porque renunciais a la vida de este mundo para rezar, sacrificar vuestras vidas y conseguir para todos los hombres el reino de los Cielos donde«ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor».

En este domingo de la esperanza cristiana, todos, especialmente vosotras, vidas consagradas, debéis anticipar ese Reino a este mundo, mediante vuestras buenas obras, llenas de fe, esperanza y caridad en vuestros claustros. Solo así seréis «estrellas de esperanza», luces de esperanza y salvación para este mundo.

Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas, como vosotras, que dais luz a este mundo reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía.

Todas vosotras, vidas consagradas, recordadas y celebradas en este día, tenéis que ser santas. Y ¿quién mejor que María podría ser para todos nosotros modelo y estrella de esperanza; Ella por su hijo es vida y esperanza nuestra. A ella rezamos e invocamos especialmente en este día por mandato de nuestra madre la Iglesia Así lo hacemos y así sea.

 

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11 de febrero: VIRGEN DE LOURDES: jornada mundial del enfermo

 

Queridos hermanos y hermanas: Hoy, 11 de febrero, celebramos, estamos celebrando la fiesta de la Virgen de Lourdes, y como la Virgen y por la Virgen de Lourdes se han curado y siguen necesitando ser curadas muchas personas de sus enfermedades y dolencias físicas y espirituales, las tenemos en cuenta a todas y por todos ellos y ellas celebramos hoy en este día también la Jornada Mundial del Enfermo, de todos los enfermos. Rezaremos y ofreceremos nuestra oración, pero sobre todo la santa misa que es  la vida entera, muerte y resurrección de Cristo Jesús que curó y sigue curando a muchos enfermos de cuerpo y de alma.

En el Evangelio de hoy Jesús es el personaje principal, pero deja a su Madre un humilde protagonismo, como le deja diariamente en Lourdes, con todo lo que allí ocurre. Jesús, invitado a una fiesta de bodas con sus discípulos, hace allí su primer “signo”.

María, discretamente, pero qué atenta y cuidando de todos y de todo, se da cuenta de la necesidad de los nuevos esposos, y prudentemente lo hace saber a Jesús, intercediendo por ellos: «No tienen vino» (Jn 2,3).

A pesar de que la respuesta de Jesús parecía más bien evasiva, por no decir negativa, acto seguido María como mujer y madre, hace una advertencia a los servidores: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Ella no sabía qué haría Jesús, pero como era hijo suyo y le conocía muy bien, como toda madre a sus hijos, debía pensar: ¡haga lo que haga, hará lo mejor! Y no se equivocó.

El resultado ya lo conocemos: la gran abundancia mesiánica del “vino mejor” que hace que el maestresala quede extrañado y que los discípulos reafirmen su fe en Jesús.

Quisiera subrayar la eficacia de la simple presencia de María en la fiesta de las bodas: con sensibilidad femenina, descubre lo que falta, y con prudencia de madre se lo comunica a su Hijo. Ésta es la preciosa tarea de María en nuestra vida y en la Iglesia. No la olvidemos nunca a María en nuestra vida. Recordemos aquí las palabras del Papa Francisco sobre el papel de María y de la mujer en general, en la Iglesia: «La mujer es imprescindible en la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. El genio femenino es necesario en los lugares en los que se toman decisiones importantes».

No olvidemos nunca que hay muchas carencias en la Iglesia, en nuestras parroquias, en nuestras familias, en nuestra vida personal, que María descubre y presenta a Jesús; ¡y su intercesión siempre es eficaz!         Pero para eso es necesario invitar a Jesús y a María a participar en nuestras vidas. Invitarlos. Es necesario también, y sobre todo, que hagamos todo lo que Jesús nos diga.

Amados hermanos, Amad a María y ella nos llevará y llegaremos a Jesús, como tanto se repetia y se practicaba en nuestros años juveniles en el seminario, incluso en las parroquias... Ahora,no sé.

 

Y quiero terminaresta breve homilía, queridos hermanos, recordando lo que os decía al principio: que en este día de la Virgen de Lourdes, nuestra madre la Iglesia, atenta siempre a las necesidades de sus hijos, celebra, celebramos también todos sus hijos la Jornada Mundial del Enfermo, para rezar y expresar nuestra cercanía con todos los enfermos, con todos los que de una u otra forma viven la experiencia del dolor humano, físico o psicológico, espiritual.., la experiencia de la enfermedad.

Rezamos hoy por ellos y ofrecemos los sufrimientos, la muerte y resurrección de Cristo y nuestra comunión con Él en esta Eucarístía para que reciban animo a vivir con esperanza, confiando siempre en que la misericordia de Dios está presente con ellos.

Al celebrar esta eucaristía deseamos unirnos espiritualmente al sufrimiento de todos los enfermos que están hospitalizados o son atendidos por sus familias y les expresamos así nuestro afecto y cariño, especialmente a los de casa, siguiendo a Cristo Jesús que ante los sufrimientos espirituales y materiales del hombre se inclinó y sigue inclinándose y curando y atendiendo a cada uno con  afecto y la solicitud de la Iglesia y de todos los cristianos.

 Así sea y así se lo pedimos en esta santa misa donde Él se hace presente y se ofrece como siempre por nuestra salud de cuerpo y de alma, pero hoy especialmente por los enfermos que lo necesitan.

 

 

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19 de marzo: SOLEMNIDAD: SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

PRIMERA LECTURA: 2 Samuel  7, 4-5a. 12-14a.16

        La solemnidad de San José en el interior de la Cuaresma, lejos de ser un obstáculo, ayuda a encontrar un modelo de respuesta generosa a la llamada de Dios. La liturgia de este día en honor de San José pone de relieve las características de este hombre humilde y silencioso que ocupó un puesto de primer plano en la Encarnación del Hijo de Dios en la historia. Es el hombre justo y fiel a quien Dios quiso escoger para ponerlo al frente de su familia: creyó contra toda esperanza  y en silencio cumplió la voluntad de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 4, 13. 16-18. 22

       

        La economía divina de la justificación por la fe no es nueva. A Abrahán le fue imputado en  justicia un simple acto de fe interna con que dio gloria a Dios. Y a esta fe están ligadas las promesas que el Patriarca recibió de Dios mucho antes de que la Ley se diera. Esto que en Abrahán acaeció fue un ejemplo de lo que había de acaecer en todos los imitadores de su fe. San José, esposo de la Virgen María, fue un modelo de fe en el seguimiento de la voluntad del Señor. Dios, en la realización de sus planes, muchas veces exige en el hombre una  total sumisión y confianza en sus promesas: “Pues a Abrahán y a su posteridad  no le vino por la Ley la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 1,16.18-21A

 

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la fiesta de San José. La fiesta a San José es un reconocimiento por parte del pueblo cristiano a su misión perfectamente cumplida de padre adoptivo de Jesús y esposo virginal de la Virgen María.

        Como S. José ayudó a formar al primero y único Sacerdote Jesucristo, convirtiendo su hogar en el primer seminario, la Iglesia Católica celebra en este día el día del seminario, de orar y rezar por las vocaciones sacerdotales y la santidad de los sacerdotes. Reconozco que dado mi amor al Seminario y coincidiendo con la colecta y oraciones que hay que hacer en nuestra diócesis por esta intención, la mayor parte de los años he predicado para fomentar estas intenciones, necesitamos vocaciones, sacerdotes santos. Pero este año, teniendo presente estas intenciones quiero mirar un poco a S. José como ejemplo de santidad cristiana, sin perder el horizonte de las vocaciones y el Seminario.

 

        1.-San José merece fue pieza clave en la Historia de la Salvación. Merece nuestro homenaje cristiano y admiración No conviene olvidar en este sentido, que este santo varón, probado con “dolores y gozos”, tuvo una vida tejida de las más extremas contradicciones, vencidas y superadas con fe y amor a Dios, nuestro Padre.

Por una parte, el mismo Dios hecho hombre, el Señor Jesucristo, le llamó con el más grande y dulce apelativo de padre; fue esposo de la mujer más grande que ha existido y existirá para los cristianos: María, dulce nazarena, Virgen guapa, madre del alma. Pero antes, este hombre tuvo que creer por una intervención especial de Dios en lo que supone una serie fortísima duda y recelos pues “Antes de haber convivido conoció que ella (su esposa María)había concebido por obra del E.Santo”

        Esta fué la primera prueba que tuvo que superar S. José. Él no ha  tenido relación con ella y está en estado.La prudencia humana le sugiere normas de venganza: delatar a la culpable para que muera apedreada, según la ley. Pero el “varón justo” quiere sobreponerse. Y porque no acierta a compaginar dos cosas irreconciliables, decide remitir el juicio a Dios y abandonar a su esposa, pero “en secreto”, para no difamarla. Es lo que en las horas de la noche está dando vueltas en su febril y atormentado corazón.

 

        2.- “Mientras pensaba estas cosas”, Dios quiere esclarecer el misterio. Y el ángel baja del cielo para restaurar la paz en la tierra: “José, no tengas recelos en tomar a María por esposa, porque lo que en ella hay es obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Se acabó la tortura. Se disiparon las dudas. En los labios torturados refloreció la sonrisa. La vida volvió a discurrir por sus cauces normales.

        Por todo esto no tiene nada de particular, que a lo largo de la historia y a lo largo de la liturgia de hoy, la Iglesia destaque como la nota más sobresaliente de este hombre humilde y silencioso, que ocupó un puesto de primer plano en la Encarnación del Hijo de Dios, la cualidad de “hombre justo”. José es «el hombre justo» (Mt 1, 19), al que ha sido confiada la misión de esposo virgen de la más excelsa entre las criaturas y de padre virginal del Hijo del Altísimo. Qué fe y confianza de José en la Virgen que mereció la manifestación y revelación del Padre.

                3.- José frente al misterio desconcertante de la maternidad divina de María creyó en la palabra del ángel: «la criatura que hay en ella viene del  Espíritu Santo» (Mt 1, 20), y cortando toda vacilación obedeció a su mandato: «no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer» (ib). Con más fe que Abrahán, hubo de creer en lo que es humanamente inimaginable: la maternidad de una virgen y la encarnación del Hijo de Dios. Por su fe y obediencia mereció que estos misterios se cumpliesen bajo su techo.

 

        4.- El título más glorioso de San José es que Dios lo eligió para hacer las veces de padre de Jesús, ser su padre adoptivo. Y la verdad es que la gente no notó nada. Por eso no tiene nada de particular que el prefacio de la misa de hoy lo mencione como motivo de alabanza a Dios.    5- La solemnidad que estamos celebrando hoy la Iglesia la titula: San José, esposo de la Virgen María. Qué gloria para José haber tenido por esposa la mujer más grande y llena de gracia de la tierra, que nos dio al hijo de Dios hecho hombre en su seno.

 

        5.- En la primera oración de hoy se nos dice que Dios confió «los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José». Por eso podemos esperar que seguirá ayudando a la Iglesia, depositaria de dichos misterios salvadores. Y como Jesús fue el primer sacerdote y su hogar el primer seminario es la razón por la que la Iglesia celebra en este día el DIA DEL SEMINARIO, de pedir por las vocaciones y la formación santa de los seminaristas, de los futuros sacerdotes. Por eso ha sido nombrado patrono de la Iglesia.

        José, además, fue modelo de vida cristiana. Si el cristianismo es fundamentalmente una relación de amor personal con Jesucristo, San José mantuvo unas relaciones cordiales permanentes con Jesús. Viviendo bajo el mismo techo durante la infancia y la juventud de Jesús, José compartió la mayor intimidad, a la que estamos invitados nosotros. Vivir unidos a Cristo con naturalidad e intensidad es el programa del cristiano en medio de sus actividades ordinarias.

       

6.- Quizá esto tenga que ver mucho con que San José hay sido nombrado protector de los Seminarios y  de las vocaciones. A primera vista no se ve relación especial del obrero de Nazaret con los seminaristas, ya que José no fue sacerdote. Pero sí estuvo en contacto diario con el sumo sacerdote de la Nueva Alianza, asistió a la formación lenta del modelo y fundador del sacerdocio cristiano, Jesucristo.

La Iglesia nos pone a los cristianos la figura de San José como digno de imitación. Que Él proteja a los padres, a los obreros y a los seminaristas. Y nos conceda a todos ser justos y gozar de la intimidad con Cristo y con María, con la entrega y fidelidad en el amor como Él.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la fiesta de San José. Esta fiesta, aunque sea Solemnidad para la liturgia de la Iglesia, tal vez encajaría mejor en el ambiente de Navidad, que en este tiempo de Cuaresma. La fiesta a San José es un reconocimiento por parte del pueblo cristiano a su misión perfectamente cumplida  y quedó situada  esta fecha con fuerza desde su tardía colocación en el siglo XV. En este sentido, podemos interpretarla por parte de la liturgia como un respiro dentro de la Cuaresma.

        Reconozco que dado mi amor al Seminario y coincidiendo con la colecta y oraciones que hay que hacer en nuestra diócesis por esta intención, la mayor parte de los años he predicado para fomentar estas intenciones. Así que empiezo pidiendo perdón al Santazo de San José y este año, todo para Él, sin perder el horizonte de las vocaciones y Seminario.

        1.- San José merece esta solemnidad y mi pobre homilía, porque fue pieza clave en la Historia de la Salvación. Merece nuestro homenaje cristiano y admiración no sólo para llenar de sentido y luz  todo el oscuro y doloroso papel en la vida de Jesús. No conviene olvidar en este sentido, que este santo varón, probado con “dolores y gozos”, tuvo una vida tejida de las más extremas contradicciones: Por una parte, el mismo Dios, hecho hombre, le llamó con el más grande y dulce apelativo de padre; fue esposo de la mujer más grande que ha existido y existirá para los cristianos: María, dulce nazarena, Virgen guapa, madre del alma. Pero antes, este hombre tuvo que creer en la intervención especial de Dios en lo que supone una serie fortísima de humillaciones, dudas y recelos, las más dolorosas para el hombre, creyendo que el niño de su esposa viene de Dios: “Antes de haber convivido conoció que ella había concebido por obra del Espíritu Santo.”

        Es la primera noticia y la primera contradicción que tenemos de José. Están frente a frente dos realidades incompatibles e innegables: la santidad de Maria y el pecado manifiesto. La tortura de José es evidente: grita la dignidad, se revuelve el corazón, claman los derechos de esposo. Sabía que María era honrada, Él no ha  tenido relación con ella, y está en estado…Todo esto es lo que vuelve y revuelve en su cabeza José. Fluctúa en un angustioso penduleo espiritual y se pregunta una y mil veces si será falso el concepto que se había formado de su esposa o habrá que negar la realidad que tiene ante sus ojos. La prudencia humana le sugiere normas de venganza: delatar a la culpable para que muera apedreada, según la ley. Pero el “varón justo” quiere sobreponerse. Y porque no acierta a compaginar dos cosas irreconciliables, decide remitir el juicio a Dios y abandonar a su esposa, pero “en secreto”, para no difamarla. Es lo que en las horas de la noche está dando vueltas en su febril y atormentado corazón.

 

        2.- “Mientras pensaba estas cosas”, Dios quiere esclarecer el misterio. Ha recibido el holocausto de estos dos corazones sometidos a prueba. Ha encontrado fieles a quienes quiere someter la tutela de su Hijo. Y el ángel baja del cielo para restaurar la paz en la tierra: “José, no tengas recelos en tomar a María por esposa, porque lo que en ella hay es obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Se acabó la tortura. Se disiparon las dudas. En los labios torturados refloreció la sonrisa. La vida volvió a discurrir por sus cauces normales.

        Por todo esto no tiene nada de particular, que a lo largo de la historia y a lo largo de la liturgia de hoy, la Iglesia destaque como la nota más sobresaliente de este hombre humilde y silencioso, que ocupó un puesto de primer plano en la Encarnación del Hijo de Dios, la cualidad de “hombre justo”. José es «el hombre justo» (Mt 1, 19), al que ha sido confiada la misión de esposo virgen de la más excelsa entre las criaturas y de padre virginal del Hijo del Altísimo.

        Es “justo” en el sentido pleno del vocablo, que indica virtud perfecta, que se identifica con lo que nosotros entendemos por santidad.  Una justicia, pues, que penetra todo su ser, mediante una total pureza de corazón y de vida y una total adhesión a Dios y a su voluntad. Todo esto es un cuadro  de vida humilde y escondida como ninguna, pero resplandeciente de fe y amor. «El justo vivirá de la fe» (Rm 1, 17); y José, el «justo» por excelencia, vivió en grado máximo de esta virtud.      

 

        3.- Muy oportunamente la segunda Lectura (Rm 4, 13.16- 18. 22) habla de la fe de Abrahán, presentándola como tipo y figura de la de José. Abrahán «creyó contra toda esperanza» (lb 18), que llegaría a ser padre de una gran descendencia y continuó creyéndolo aun cuando, por obedecer una orden divina, estaba dispuesto a sacrificar a su hijo único. José frente al misterio desconcertante de la maternidad divina de María creyó en la palabra del ángel: «la criatura que hay en ella viene del  Espíritu Santo» (Mt 1, 20), y cortando toda vacilación obedeció a su mandato: «no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer» (ib). Con más fe que Abrahán, hubo de creer en lo que es humanamente inimaginable: la maternidad de una virgen y la encarnación del Hijo de Dios. Por su fe y obediencia mereció que estos misterios se cumpliesen bajo su techo.

 

        4.- El título más glorioso de San José es que Dios lo eligió para hacer las veces de padre de Jesús, ser su padre adoptivo. Y la verdad es que la gente no notó nada. Por eso no tiene nada de particular que el prefacio de la misa de hoy lo mencione como motivo de alabanza a Dios. José como tantos padres adoptivos de hoy, salvando diferencias, son dignos de alabar  porque vuelcan el cariño de su corazón sobre hijos que no engendraron y por eso pueden hacernos comprender el papel de San José.

        Aceptando la paternidad del Hijo de Dios, le consagró su atención más que si fuera suyo. Parece que este privilegio personal de José no tiene posible réplica en nosotros. Pero no es así. Si bien sólo Él recibió el encargo de ser padre social de Jesús, los cristianos estamos llamados a ser familia espiritual de Cristo, al decirnos Él mismo: «El que cumple la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi madre y mis hermanos». También podría haber dicho Jesús: Quien hace la voluntad del Padre del cielo como José, ése es mi padre.   

 

        5- La solemnidad que estamos celebrando hoy la Iglesia la titula: San José, esposo de la Virgen María. Qué gloria para José haber tenido por esposa la mujer más grande y “graciosa”  (llena de gracia) de la tierra, que nos dio al Verbo de la Vida, y quiso ser madre de todos los hombres. Como hemos dicho, es un título glorioso y sacrificado. Porque José fue un marido humanamente enamorado de su mujer María, más que cualquier esposo.

        Pero, al mismo tiempo, José tuvo que convertir ese enamoramiento natural hacia su esposa en un respetuoso amor hacia el misterio maternal encerrado en el seno de María. Castidad conyugal, no por libremente asumida, menos sacrificada. Al menos Dios quiere que la vida sea respetada y deseada y el amor es un peligro, cuando se reduce sólo a sexo. Y así está el mundo. Mucho sexo y poco amor y respeto al otro. Me apetece como un caramelo, me apetece porque me da sexo, pero tiene otras cualidades, más importantes, que debo descubrir: paisajes de alma, de inteligencia, de ternura, de sacrificio por mí que valen más que el puro sexo. Para qué quiero una mujer todo cuerpo si no tiene alma, si no me ama. Para qué un Apolo de hombre, si no me ama, si sólo es cuerpo.   

 

        6.- En la primera oración de hoy se nos dice que Dios confió «los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José». Por eso podemos esperar que seguirá ayudando a la Iglesia, depositaria de dichos misterios salvadores. Y en la segunda oración se afirma que José «se entregó por entero a servir a Jesús». Por eso ha sido nombrado patrono de la Iglesia.

        También cada uno de los cristianos debemos amar a la Iglesia, como Él la amó en la pequeña Iglesia de Nazaret. Hoy se lleva mucho criticar a la institución eclesial, como si fuera algo ajeno. Hay católicos que arrojan piedras al tejado de su propio hogar espiritual. En lugar de ser francotiradores contra la Iglesia, deberíamos ser todos los fieles como escaparates de la Iglesia, donde los no creyentes vieran un hogar de salvación digno de ser amado.

        José, además, fue modelo de vida cristiana. Si el cristianismo es fundamentalmente una relación de amor personal con Jesucristo, San José mantuvo unas relaciones cordiales permanentes con Jesús. Viviendo bajo el mismo techo durante la infancia y la juventud de Jesús, José compartió la mayor intimidad, a la que estamos invitados nosotros. Vivir unidos a Cristo con naturalidad e intensidad es el programa del cristiano en medio de sus actividades ordinarias.

 

        7.- Quizá esto tenga que ver mucho con que San José haya sido nombrado protector de los Seminarios y  de las vocaciones. A primera vista no se ve relación especial del obrero de Nazaret con los seminaristas, ya que José no lo fue. Pero sí estuvo en contacto diario con el sumo sacerdote de la Nueva Alianza, Jesús. José asistió a la formación lenta del modelo y fundador del sacerdocio cristiano. Por eso el jefe de Nazaret sigue interesado por los seguidores de Jesús.
Otros pueden ponerse como ideales humanos a personas que destacan por su papel brillante en la sociedad. La Iglesia nos pone a los cristianos la figura de San José como digno de imitación. Que Él proteja a la familia espiritual de Jesús, a los padres, a los obreros y a los seminaristas. Y nos conceda a todos ser justos y gozar de la intimidad con Cristo y con María.

 

8.- Quiero terminar mi homilía con este himno de la Iglesia griega en honor de nuestro Santo: «Anuncia, oh José, los prodigios divinos que tus ojos han contemplado: tú has visto al infante reposar en el seno de la Virgen, lo has adorado con los Magos; has cantado gloria a Dios con los pastores según la palabra del Ángel: ruega a Cristo Díos para que nuestras almas sean salvas...        Tu alma fue obediente al divino mandato; colmado de pureza sin par, oh dichoso José, mereciste recibir por esposa a la que es pura e inmaculada entre todas las mujeres; tú fuiste el custodio de esa Virgen, cuando mereció convertirse en tabernáculo del Creador...    

Tú llevaste, de la ciudad de David a Egipto, a la Virgen pura, como a nube misteriosa que lleva escondido en su seno el Sol de justicia...

         Oh José, ministro del incomprensible misterio. Tú asististe con acierto al Dios hecho niño en la carne; le serviste como uno de sus ángeles; Él te iluminó al punto, y tú acogiste sus rayos espirituales.

        ¡Oh dichoso! Te mostraste esplendente de tu luz en tu corazón y en tu alma. El que con una palabra formó el cielo, la tierra y el mar, se llamó hijo del carpintero, hijo tuyo, oh admirable José. Fuiste hecho padre del que no tiene principio y que te honró como a ministro, de un misterio que excede toda inteligencia.

        ¡Qué preciosa fue tu muerte a los ojos del Señor, oh José  dichoso! Consagrado al Señor desde la infancia, fuiste el guardián sagrado de la Virgen bendita; y cantaste con ella el cántico: “Toda criatura bendiga al Señor y lo ensalce por los siglos”. Amén».

 

 

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29 DE JUNIO: SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Con gozo celebramos hoy la fiesta de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo. Nuestra fe descansa y se apoya en el testimonio de Pedro, roca firme, que en nombre de la Iglesia de todos los tiempos, la Iglesia asentada sobre el cimiento de los apóstoles proclamó y declaró a Jesús como nos dice el evangelio de hoy: "Tú eres, el Cristo, el Hijo de Dios vivo". "Tú tienes palabras de vida eterna, a ¿quién vamos a acudir?"

Queridas hermanas dominicas que lo habéis entregado todo por Cristo renunciando al mundo y sus vanidades, con el Apóstol Pablo podéis decir: "Cristo es la piedra angular sobre la que se edifica la Iglesia y la nueva humanidad; no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvos".

En Él está nuestra esperanza de eternidad y de cielo ya comenzado y de la que estamos llamados a dar razón en medios de los hombres vosotras, como religiosas contemplativas y renunciando al mundo y yo como sacerdote celebatario entregado totalmente a Cristo.

Pedro, como primado y pastor supremo de la Iglesia de Cristo, nos confirma en la fe, y nos preside en la caridad. Nada ni nadie podrá derribar a la Iglesia por él presidida y asentada en esta misma y única fe que no es producto de la carne ni de la sangre, es decir, de la creación humana, sino don que viene de lo alto y nos alcanza por la gracia de la revelación divina: “Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón Pedro, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló nadie de carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.

De pecador, de negar a Jesús, de su fragilidad, que no es capaz de comprender y aceptar el misterio de la cruz: “Lejos de ti, tal cosa”, de estar dormido en la hora de la agonía de Jesús: “No habéis podido velar conmigo”, de negarlo tres veces, pasará después a decir por tres veces también: "Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero, y recibirá de Jesús mismo el encargo de guiar y conducir a todo el Pueblo santo de Dios: “Apacienta mis ovejas” y por tres veces lo repitió Jesús, el Señor.

Hoy, queridas hermanas, también celebramos a san Pablo. En su camino de persecución fue alcanzado por la gracia y la misericordia infinita de Dios en el encuentro con Jesucristo resucitado, y de perseguidor pasa a ser su testigo más singular, hasta el punto de que su vida no la entiende él y no se entiende sino es en Cristo y con Él: "Para mí la vida es Cristo", dirá. "No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí". "No quiero saber otra cosa que a Cristo y este crucificado". “No me glorío, si no es en la Cruz de Jesucristo”. "Yo no me hecho atrás en el anuncio del Evangelio porque él es fuerza de salvación para todo el que cree". Su vida desde aquel encuentro, que renueva y transforma, que hace nacer de nuevo y ser una nueva criatura, no tendrá otra razón de ser que dar a conocer el amor de Dios manifestado y entregado en Jesucristo, del que nada ni nadie nos puede apartar, como testifica Pablo mismo en toda su vida y en toda su empresa apostólica.

Toda su vida, en efecto, será testimonio y anuncio a todas las gentes de la gracia y de la benevolencia de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Así dirá: "¡Ay de mí sino evangelizare!" “Todo lo estimo basura y pérdida comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres, en el que Dios nos ha bendecido con toda clase bienes espirituales y celestiales y nos llama a ser santos en Él e irreprochables por el amor”.

Aquí, precisamente, en lo que recibimos de Pedro y de Pablo, está nuestra identidad como creyentes, aquí está lo que somos. Lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo. Nuestra identidad de hombres y de cristianos queda marcada por el encuentro con Jesucristo, de ahí, de Él, brota nuestra vida: de la comunión con Cristo, con su vida y con su palabra.

Por eso toda nuestra vida depende de esta unión y para esta unión permanente y total no hay otro camino que la oración-conversión, como repetiré toda mi vida. Tres años estuvo Pablo retirado en oración y penitencia en los desiertos de Arabia durante los cuales el Espíritu Santo le instruyó en los caminos de Dios.

No tenemos a otro que a Cristo que dé sentido a nuestro vivir, que llene de luz y de verdad y de amor nuestras vidas, que dé eficacia a nuestro apostolado, sólo y únicamente a Jesucristo. No tenemos a otro en quien encontremos la salvación, si no es Cristo. A su luz cualquier otro valor tiene que ser recuperado y al mismo tiempo purificado de eventuales escorias. El es nuestra vida y salvación, nuestra riqueza y nuestro todo. Pero no sólo para nosotros, los cristianos, sino para todos los hombres. Y con Pedro y con Pablo no podemos silenciarlo. Y con Pedro y con Pablo estamos llamados a no echarnos atrás en el anuncio de Jesucristo, en el dar testimonio de Él y en el vivir del todo por Él y para Él, sobre todo, porque este es el sentido y la finalidad de vuestra vocación o llamada de Cristo a ser religiosas contemplativas dedicadas totalmente a salvaros salvando el mundo y yo, como sacerdote, no tienen otro sentido que hacer presente en el mundo a Cristo y su evangelio y salvación con nuestras vidas, testimonio y oración. 

Dar testimonio con obras y palabras de todo lo que somos; gastarnos y desgastarnos en nuestra propia vida, anunciando a Jesucristo, dándole a conocer, porque únicamente en Él el hombre y la humanidad entera puede ser salvada, puede ser renovada y redimida del pecado, puede nacer de nuevo, puede ser hecha humanidad nueva de hombres nuevos, conforme a Jesucristo, que vivan la comunión de vida con Él, rescatados por su sangre que es la sangre misma del único Salvador, Hijo de Dios, donde se ve todo lo que Dios ama al hombre. Por eso, alegraos y dad gracias por vuestra vocación de religiosa y yo como sacerdote. Que los apóstoles Pedro y Pablo nos ayuden en esta tarea a la que ellos entregaron totalmente sus vidas como nosotros también, como sacerdote y religiosas, hemos entregado las nuestras. Así sea.

 

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29 junio :FIESTA DE SAN PEDRO, APÓSTOL

 

QUERIDOS HERMANOS: Nuestra parroquia celebra hoy la fiesta de su santo patrón. nuestra fe descansa y se apoya en el testimonio de Pedro, roca firme, que proclama en nombre de la Iglesia de todos los tiempos, la Iglesia asentada sobre el cimiento de los apóstoles: "Tú eres, el Cristo, el Hijo de Dios vivo". "Tú tienes palabras de vida eterna, a ¿quién vamos a acudir?" "Cristo es la piedra angular sobre la que se edifica la Iglesia y la nueva humanidad; no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvos". En Él está nuestra esperanza de la que estamos llamados a dar razón en medios de los hombres.

Pedro nos confirma en la fe, y nos preside en la caridad. Nada ni nadie podrá derribar a la Iglesia por él presidida y asentada en esta misma y única fe que no es producto de la carne ni de la sangre, es decir, de la creación humana, sino don que viene de lo alto y nos alcanza por la gracia de la revelación divina.

De pecador, de negar a Jesús, de su fragilidad, que no es capaz de comprender y aceptar el misterio de la cruz, de estar dormido en la hora de la agonía de Jesús, de negarlo tres veces, pasará después a decir por tres veces también: "Señor tú sabes que te quiero, tú sabes que te quiero, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero y recibirá de Jesús mismo el encargo de guiar y conducir a todo el Pueblo santo de Dios: “Apacienta mis ovejas”.

Hoy también celebramos a san Pablo. En su camino de persecución fue alcanzado por la gracia y la misericordia infinita de Dios en el encuentro con Jesucristo resucitado, y de perseguidor pasa a ser su testigo más singular, hasta el punto de que su vida no la entiende él y no se entiende sino es en Cristo y con Él: "Para mí la vida es Cristo", dirá. "No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí". "No quiero saber otra cosa que a Cristo y este crucificado". “No me glorío, si no es en la Cruz de Jesucristo”. "Yo no me hecho atrás en el anuncio del Evangelio porque él es fuerza de salvación para todo el que cree".

Su vida desde aquel encuentro, que renueva y transforma, que hace nacer de nuevo y ser una nueva criatura, no tendrá otra razón de ser que dar a conocer el amor de Dios manifestado y entregado en Jesucristo, del que nada ni nadie nos puede apartar, como testifica Pablo mismo en toda su vida y en toda su empresa apostólica.

Toda su vida, en efecto, será testimonio y anuncio a todas las gentes de la gracia y de la benevolencia de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Así dirá: "¡Ay de mí sino evangelizare!" “Todo lo estimo basura y pérdida comparado con el conocimiento de Jesús, el único mediador entre Dios y los hombres, en el que Dios nos ha bendecido con toda clase bienes espirituales y celestiales y nos lama a ser santos en Él e irreprochables por el amor”.

Aquí, precisamente, en lo que recibimos de Pedro y de Pablo, está nuestra identidad, aquí está lo que somos. Lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo. Nuestra identidad de hombres y de cristianos queda marcada por el encuentro con Jesucristo, de ahí, de Él, brota nuestra vida: de la comunión con Cristo, con su vida y con su palabra.

No tenemos a otro que a Cristo que dé sentido a nuestro vivir, que llene de luz y de verdad y de amor que a Jesucristo. No tenemos a otro en quien encontremos la salvación, si no es Cristo. A su luz cualquier otro valor viene recuperado y al mismo tiempo purificado de eventuales escorias. El es nuestra riqueza y nuestro todo. Pero no sólo para nosotros, los cristianos, sino para todos los hombres. Y con Pedro y con Pablo no podemos silenciarlo. Y con Pedro y con Pablo estamos llamados a no echarnos atrás en el anuncio de Jesucristo, en el dar testimonio de Él y en el vivir del todo por Él y para Él.

Por eso nosotros, en los tiempos que Dios nos ha concedido, no realizar otra cosa que no sea precisamente la evangelización: dar testimonio con obras y palabras de todo lo que somos; gastarnos y desgastarnos en nuestra propia vida, anunciando a Jesucristo, dándole a conocer, porque únicamente en Él el hombre y la humanidad entera puede ser renovada, puede nacer de nuevo, puede ser hecha humanidad nueva de hombres nuevos, conforme a Jesucristo, que vivan la comunión de vida con Él, rescatados por su sangre que es la sangre misma de Dios, donde se ve todo lo que Dios ama al hombre.

 

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25 de julio: SOLEMNIDAD: SANTIAGO, APÓSTOL, PATRÓN DE ESPAÑA.

 

          PRIMERA LECTURA: Hechos 4, 33; 5, 12. 27-33; 12.

 

        La primera Lectura es un acta del martirio del apóstol Santiago, el primer apóstol que entregó su vida por el Evangelio de Cristo y bebió el cáliz anunciado por Jesús. En contraste con la acogida que los paganos dan al Evangelio, Lucas relata una nueva persecución de la Iglesia de Jerusalén. Ahora es Herodes Agripa quien toma la iniciativa para complacer a los judíos. Este martirio, realizado para  ganarse la estima de los jefes, sobre todo fariseos, indica la categoría de este hombre avaricioso y cruel: “Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos decidió detener a Pedro… Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel”.     

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 4, 7-15

 

        La expresión “vasija de barro” es una buena imagen para comprender la debilidad del instrumento que Dios ha elegido. El barro es una materia de poco valor, que nos da a entender el tesoro que oculta. Es, además, frágil y se rompe con facilidad. Con este contraste es reconocida sin trabas la acción santificadora de Dios. Al experimentar en su vida la fuerza extraordinaria del Señor, el Apóstol percibe el contraste: “Mientras vivimos continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS  20, 20-28

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Todos los pueblos han creado héroes, que son como la personificación de su raza, como el espejo donde las generaciones se miran y encuentran esos rasgos comunes que hace un mismo pueblo.

        Alrededor del Apóstol Santiago ha sido creciendo una leyenda que los siglos han entretejido con caracteres épicos y cristianos hasta convertirle en el Santiago “matamoros” de la batalla del Clavijo, en caballo blanco y con lanza. La verdad que este Santiago matamoros nada tiene que ver con el Santiago, Apóstol de Jesucristo en España, cuya festividad celebramos hoy.

        La proclamación litúrgica de la Palabra, en esta solemnidad de nuestro patrón Santiago, nos obliga a purificar una vez más nuestra fe, recubierta de impurezas y accidentes a través de los siglos, para devolverla la primigenia originalidad, que le otorgó la predicación del Apóstol de Cristo en nuestra patria.

        2.- Cierto que el Apóstol Santiago tenía un carácter ardiente e impetuoso; bastaría hojear un poco el evangelio para encontrarnos con algunas frases y hechos que manifiestan coraje y decisión. Recordad aquel día que Cristo atravesaba la región de Samaría y los vecinos de un pueblo se negaron a que pasara por allí. Todos lo llevaron muy mal; pero Santiago se descolgó con este deseo: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los  consuma?” Jesús tuvo que reprenderle y pacíficamente se fueron a otra aldea. Cuando el Espíritu Santo se apodere de él no matará a nadie sino que se dejará matar por Cristo confesando su fe en Él.

        El prefacio de la misa de este día es un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios por las virtudes de su Apóstol Santiago: «Porque Santiago, testigo predilecto de Cristo, anunció el Reino que viene por la muerte y resurrección de tu Hijo y, primero, entre los Apóstoles, bebió el cáliz del Señor».

        Todo apóstol es un testigo de Jesús, de su vida y resurrección. Pero Santiago es un testigo de excepción. El se halló presente en el Tabor, donde contempló la gloria del Mesías de Dios que luego en Getsemaní estaría muy cerca de Él, porque fue uno de los tres elegidos por Cristo, para que fueran testigos de su agonía y sufrimientos por todos los hombres.

        “Fue el primero que bebió el cáliz del Señor”. Todos los Apóstoles le bebieron, porque sufrieron el martirio. Santiago, siguiendo su carácter impetuoso, lo haría el primero de todos. Así se cumplió aquella promesa que le hicieron a Cristo él y su hermano de estar dispuestos a beber el cáliz de su muerte.   

 

3.- El himno de Vísperas nos describe su andadura apostólica junto a Cristo:

 

«Pues que siempre tan amado

 

Fuiste de nuestro Señor,

Santiago, apóstol sagrado,

sé hoy nuestro protector.

Si con tu padre y con Juan

pescabas en Galilea,

Cristo cambió tu tarea

por el misionero afán.

A ser de su apostolado

pasas desde pescador.

Por el hervor del gran celo

que tu corazón quemaba,

cuando Cristo predicaba

aquí su reino del cielo,

«Hijo del trueno» llamado

fuiste por el Salvador.

Al ser por Cristo elegido,

por él fuiste consolado,

viéndole transfigurado,

 de nieve y de sol vestido

y por el Padre aclamado

en la cumbre del Tabor

Cuando el primero a su lado

en el reino quieres ser,

Cristo te invita a beber

su cáliz acibarado;

y tú, el primero, has sellado

con tu martirio el amor.

En Judea y Samaría

al principio predicaste,

después a España llegaste,

el Espíritu por guía,

y la verdad has plantado

donde reinaba el error.

 

 

 

Santo adalid, patrón de las Españas, amigo del Señor: defiende a tus discípulos queridos, protege a tu nación.

El “podemos” que dijo con su hermano a Cristo parece oírse cuando se reza junto a su tumba en Santiago, porque ha hecho a España tierra de mártires cristianos, que a ejemplo de su Apóstol, han preferido la muerte antes de renunciar de Cristo y de la fe católica. En la guerra civil última fueron muchos miles los que, a ejemplo suyo, quisieron beber el cáliz de la muerte antes que abandonar su fe cristiana.

        3.- «Con su guía y patrocinio se conserva la fe en los pueblos de España y se dilata por toda la tierra». Uno de los rasgos de nuestro Apóstol fue su valentía por extender el evangelio de Jesucristo, viniendo hasta el «finis térrae» entonces conocido, hasta el final de la tierra entonces conocida. Según la tradición, a su muerte dejaba una comunidad cristiana en España, que andando los siglos, se convertiría en una gran nación, que extendería el cristianismo por enormes regiones de América y Asia. Dios quiera y nuestro santo patrón nos proteja para que no se pierda esta tradición misionera de España. Que las familias valoren el tesoro de la fe cristiana y sepan legarla a sus hijos como la mejor herencia.

        Queridos hermanos, pidamos al Apóstol Santiago que siga defendiendo la fe en España, hoy que es tan atacada abierta y constantemente por los mismos poderes estatales y mediáticos, por radio y televisión, por ministros ateos, que no saben entender el carácter laico del Estado o de respeto a las libertades religiosas y lo confunden con el laicismo o ateísmo.

        El “podemos” que dijo con su hermano a Cristo parece oírse cuando se reza junto a su tumba en Santiago, porque ha hecho a España tierra de mártires cristianos, que a ejemplo de su Apóstol, han preferido la muerte antes de renunciar de Cristo y de la fe católica. En la guerra civil última fueron muchos miles los que, a ejemplo suyo, quisieron beber el cáliz de la muerte antes que abandonar su fe cristiana.

       

        4.- Mantenerse fiel a la fe de Cristo, heredada del Apóstol Santiago, es tomarse en serio la transmisión de la misma a nuestros hijos de palabra y con nuestro ejemplo; es instruirse e instruirlos en ella, cumpliendo sus exigencias. Es hablar de ella, defender con nuestros votos, sabiendo a quien votamos, prefiriendo la fe a los honores y los puestos; es aceptar íntegro el evangelio, tanto en las partes que nos gusta como en las que no nos gusta.

        Mantenerse fiel a Cristo es procurar con eficacia que los valores del evangelio: el derecho a la vida, la fidelidad en el matrimonio, la educación religiosa en las escuelas… permanezcan sin leyes que favorecen los abortos, la eutanasia, los divorcios, las uniones

 

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.SEGUNDA HOMILÍA

 

Queridos hermanos: Santiago fue el primer evangelizador de las tierras hispanas, el «finis terrae» entonces conocido del mundo. A él debemos la primera siembra de la fe en Jesucristo en nuestra patria. Por eso es el patrono espiritual de España. Sin embargo, esa siembra ha corrido diversas suertes a través de la historia. Bueno sería, en este tiempo de secularización y materialismo, repensar un poco donde está el fundamento de la perseverancia en la fe.

        Podemos constatar ciertamente, cómo a través de los siglos, esta fe se ha mantenido, como rezaremos en el prefacio, no sólo en el suelo patrio sino también en todos los países. Esta semilla que ellos sembraron no sólo no se ha perdido, sino que se ha convertido, según la comparación evangélica, en un árbol tan grande que extendió sus brazos por todo el mundo, especialmente por América, Filipinas, Japón… etc. Justo es que celebremos con fe y devoción esta fiesta de nuestro santo Patrón Santiago, agradecidos a su apostolado, que nos hizo conocer a Cristo y su Salvación.

                1.- La primera Lectura nos dice que el apóstol cristiano debe anunciar y testimoniar a Jesucristo muerto y resucitado por nuestra salvación; al hacerlo, experimenta en sí mismo simultáneamente la fragilidad humana y la fuerza de Dios (segunda lectura), que culmina en la entrega de la propia vida, como servicio a los hermanos, a ejemplo de Jesús y del Apóstol Santiago (evangelio).

        El núcleo central de la primera lectura es el breve discurso que, en nombre de los demás Apóstoles, pronuncia Pedro ante el Sanedrín. Es una síntesis de los elementos esenciales del Kerigma apostólico que vemos verificados en todos los pregones de los Hechos de los Apóstoles: Primero: anuncio y testimonio de la muerte y resurrección gloriosa de Jesús de Nazaret; segundo: este Jesús muerto y resucitado nos trae la salvación mediante el perdón de los pecados; finalmente, esta salvación exige una conversión de fe y vida en Jesucristo.

        En este discurso queda constancia del testimonio valiente de los Apóstoles en favor de Jesucristo resucitado cuyo anuncio quieren silenciar el sumo sacerdote judío y el sanedrín, pero los Apóstoles, testigos de Cristo y de su Evangelio, contestan proféticamente que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (5,9). Esta actitud termina en el testimonio supremo de su propia vida mediante el martirio.

        Santiago el mayor, hermano de San Juan y primo hermano del Señor, fue el primero que sufrió el martirio hacia el año 44 en Jerusalén, por orden del rey Herodes Agripa II, sobrino de Herodes Antipas, que fue el que decapitó a Juan el Bautista e intervino en la pasión del Señor (Mt 14, 3; Lc 23, 7).

        2.- En la segunda lectura San Pablo expone una teología vivencial del Apostolado, tal como la vivió él mismo en su ministerio evangelizador y que combina dialécticamente y sin vanagloria la fuerza de Dios con la debilidad humana (2Cor 4, 7-15). La misión de anunciar el evangelio irradiando la gloria de Dios reflejada en Cristo (v.1-6) es el “tesoro que llevamos en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (v7). El resto de la lectura es el desarrollo de este principio vital, a base de la antítesis muerte- vida como expresión del misterio pascual de Cristo:“Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y en todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (vv 8-10).

        Este servicio al evangelio y a los hermanos puede llevar incluso a la entrega de la propia vida, como nos aclara el mismo Jesús en el Evangelio de hoy, donde tomando pie de la pretensión de los primeros puestos por Santiago y Juan, el Maestro adoctrina a todos los Apóstoles, futuros guías y pilares de su Iglesia, sobre la función que habrán de desempeñar en la comunidad.

        Una vez más el Maestro rompe los esquemas convencionales: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. El que quiera ser grande sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, que se haga esclavo de todos. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para dar su vida en rescate por muchos” (v 28).        Queridos hermanos: Que nuestro santo patrón Santiago nos haga comprender y vivir a todos los bautizados españoles estas enseñanzas; que de palabra y de obra anunciemos al Señor Jesús muerto y resucitado para nuestra salvación; y que por su ayuda e intercesión en el cielo ante el Cordero degollado por nuestra salud surjan nuevas vocaciones apostólicas, que quieran entregar su vida por sus hermanos los hombres.

 

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FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN AL CIELO

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de amor y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Esta fiesta de la Virgen la debemos celebrar tambien como nuestra, como cristianos, con amor y esperanza sobrenaturales porque nosotros esperamos el cielo y debemos caminar hacia el cielo; buen día, pues, para pensar y ver si vamos caminando hacia el cielo, hacia el encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos.

Hoy, por tanto, es un día para hablar del cielo, del cielo en que ya está la Virgen, y del cielo hacia el cual debemos caminar nosotros en este mundo, porque es lo único que importa, todo lo demás pasará, solo el que se salva sabe, y el no se salva, aunque aquí abajo haya sido lo que sea, poderoso en dinero, poder, no sabe nada, y no sabe nada ya para siempre si se ha condenado, el infierno existe, lo ha dicho el Señor y para eso vino y murió para que todos los hombres vayamos al cielo, pero si uno se empeña en no coger el camino, no creer en Dios, en la vida eterna, no esperarla y vivir no cumpliendo los mandamientos… uno mismo se condena… y a mí, y perdonad que lo repita tantas veces, pero es la mayor pena que tengo como sacerdote porque además tengo el gozo no solo de creer sino de experimentar aquí abajo a Cristo vivo y resucitado, en el Sagrario, el cielo en la tierra, al vivirlo y sentirlo, experimentos gozo inmenso y a la vez pena para lo que no creen y esperan, viviendo como viven en el pecado, pero no por eso Dios, el cielo, el infierno, la otra vida dejan de existir: y esa es la mayor pena que tengo como cristiano y como cura. El mayor gozo, Dios eñ cielo, lo veo, lo siento muchas veces en mis ratos de oración; el infierno, la condenación, también el Señor me ha concedido sentirlos.

Hoy es un día para pensar y pedir el cielo para nosotros y los nuestros principalmente, que esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos ayude a todos, presentes y ausentes a vivir más pensando en el cielo. La Virgen deseó tanto estar en el cielo con su hijo que fue asumida totalmente por este amor, como los santos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos. Queridos hermanos:1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:   a) Asunción es la acción de asumir, llevarse algo en brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida por el amor y el poder de su hijo al cielo.

         b) Para ser asunta, elevada, tuvo que morir primero como el Hijo había muerto: murió y fue resucitada y subió al cielo; y tuvo esta gracia y privilegio, María fue asunta en cuerpo y alma al cielo:

        1).- Por ser Madre de Dios. Porque su Hijo lo quiso y como pudía, así lo hizo y se la llevó consigo al cielo: lo rezaremos en el Prefacio.

        2).- Por estar llena de la gracia y vida divina desde el primer instante de su ser y como la gracia de Dios, en ella y en nosotros,  es la semilla del cielo, al estar llena totalmente, toda entera, en cuerpo y alma, subió al cielo.

Y como Ella fue la primera redimida totalmente, la primera que recibió todos los frutos de la redención, al estar llena de gracia, de santidad, podía decir mejor que ningún santo o místico estos versos de las almas enamoradas: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

    SENTIMIENTOS en este día en que nuestra Madre sube al cielo:

 1.- Felicitémosla: a).-¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y cielo, la Virgen es un cielo, es nuestro cielo con Dios! En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Por eso su triunfo es el nuestro; como criaturas creadas por el amor de Dios tenemos su mismo destino. Ella ha conseguido ya la plenitud que nosotros buscamos y conseguiremos si somos fieles hijos suyos. Como madre nos ayudará conseguirlo. Es día de venir a misa, comulgar, rezar el rosario, subir al Puerto, mirarla, hacer alguna cosa por ella.

        2). Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.Por ser la primera criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: es la primera redimida en totalidad. Nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana. No perder el camino,

3) Rezar a la madre del Hijo de Dios, que vino en nuestra búsqueda y nos redimió y nos ha ganado  y nos la had ado como madre el cielo.Qué seguridad y certeza de conseguirlo, por ser nuestra madre y dr du Hijo que es Dios y que todo lo puede.

        4) Finalmente, por ser meta y camino: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo.

        Por eso se convierte en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella Intercesora. En el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, es omnipotente suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar más hacia arriba, hay que elevar la mirada sobre todas las cosas terrenas y esto nos inspira fe, amor, esperanza, pureza de vida.

        Celebremos así esta fiesta de María, que es también nuestra fiesta, nuestra fiesta del cielo que esperamos y deseamos y conseguiremos porque ella es nuestra madre; celebrémosla con estos sentimientos y actitudes y certeza. Recemos todos los días a la Virgen las tres avemarias por la noche, intentemos el rosario, vengamos algún día a misa, démosla un beso de amor de hijos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, porque es un cielo por las maravillas que Dios obró en ella, un cielo y una certeza de cielo para todos los que la invocan como Madre, si me decis que os cuesta ser hijos de Dios, seguirle, os creo, porque Dios es Dios y lo exige todo; pero María es Madre, y como madre, lo da todo y no exige nada. María, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, te queremos. Ayúdanos a ser buenos hijos de Dios Padre y de María, madre.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

ASUNCIÓN DE MARÍA. QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros somos cristianos y esperamos el cielo. La vida cristiana es el camino más seguro del cielo, del encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos.

Hoy, festividad de la Asunción de María, nuestra madre, al cielo, es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos y sin miedo, porque por miedo pensamos y deseamos poco el cielo.

Ella, la Virgen, deseó tanto estar con su Hijo en el cielo que fue consumida ardientemente por este deseo, fue asumida totalmente por este amor, como los místicos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios, con fe, amor y esperanza cristiana. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

a) Asunción es la acción de asumir, de llevarse algo en los brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida con amor total por su hijo, Hijo del Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma al cielo, a la Presencia de gozo y amor de la Sta. Trinidad.

         b) para ser asunta, primero tuvo que morir; muere el hijo en la cruz en su naturaleza humana, y tiene que morir la madre en su humanidad para seguir sus mismos pasos.

        c) María murió y resucitada por el Hijo  subió al cielo; el cielo no es un lugar, es la posesión en gozo de la Santísima  Trinidad en su mismo gozo de Amor de Espíritu Santo.

 

2.- Por qué fue asumida y elevada María en cuerpo y alma al cielo:

        1).- Por ser Madre de Dios y porque su Hijo quiso y pudo hacerlo porque Él como Dios lo puede todo. Así lo rezaremos en el Prefacio de esta misa.

        2).- Porque estaba llena de gracia, esto es, llena de la Santísima Trinidad desde el primer instante de su ser. Así lo expresó el ángel cuando la anunció que había sido elegida para ser Madre del Hijo de Dios. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo. Fue la primera de los  redimidos en conseguir lo que nos espera a todos los cristianos que mueran en gracia de Dios.

        d).- Y subió directamente al cielo, porque si algunos santos desean morir para estar con Dios, la Virgen mucho más. Se le pueden aplicar a la Virgen mejor que a nadie estos versos de las almas místicas, enamoradas de Dios: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

 

        3.-  Por lo tanto, hermanos, felicitemos con todo nuestro amor y cariño a nuestra madre del cielo:

        a).- Por ser la primera criatura entre todos los humanos en subir en cuerpo y alma al cielo, donde esperamos ir todos nosotros en el día de nuestra muerte para este mundo. Es la primera redimida totalmente entre todos los humanos, la primera  que ha llegado hasta la plenitud de lo conseguido por su Hijo en su muerte y resurrección y que nos espera a todos: es la primera. Ella nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana, que un día poseeremos nosotros. Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.

 

        b).- Felicitémosla también por haber sido madre del Hijo de Dios, que nos ha llevado  a todos al cielo, con su muerte y resurrección. Cristo, el Cristo muerto y resucitado y ascendiendo al cielo es nuestra certeza y garantía.

Qué seguridad y certeza nos da de conseguirlo, por ser nuestra madre del cielo ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y de cielo, María es un cielo, es con Dios nuestro cielo en eternidad, no olvidad lo que os digo tantas veces: somos eternos, nuestra vida es más que esta vida!

Ella, desde el cielo, no cesa de ser nuestra madre e  interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Ella ha conseguido ya la plenitud de lo queremos nosotros, sus hijos. Y como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, de mirarla, de rezarla.

 

        c) Ella es  meta y camino de esta vida y del cielo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo, pero confesando nuestros fallos y pecados, que hace mucho tiempo que no lo hacemos. Es cita de eternidad para todos sus hijos y con los que están ya en el cielo. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

        d) María, en el cielo se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, porque todo lo puede  suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que rezarla en familia, venir a misa los domingos, y algún día, invocarla, darle gracias, pedirla aumento de  fe y amor a Dios y a sus hijos, los hombres, especialmente por esposos, hijos, nietos, por todos los hombres. Todos los días rezamos por la tarde el rosario, venid algún día a la semana. Que no se quede solo todo en este día. Venid a visitarla, para que “después de este destierro….”. No solo a nosotros, sino a nuestros hijos y hermanos, todos los hombres.  

 

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(Es la misma homilía anterior, con el mismo amor, pero expresada más sencillamente, para los tiempos actuales).

        QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos. Hoy es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo. Esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos ayude a vivir más pensando en el cielo. Ella deseó tanto estar en el cielo con su hijo que fue asumida totalmente por este amor, como los santos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

                1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

        a) Asunción es la acción de asumir, llevarse algo en brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida por el amor de su hijo, que era el Hijo Amado del Padre y por el Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma;

 

         b) para ser asunta, elevada, tuvo que morir primero como el Hijo había muerto en el hijo engendrado por ella; muere el hijo en su naturaleza humana, tiene que morir la madre para seguir sus mismos pasos. No estaba bien que muriera el hijo por amor y la madre no muriera, aunque fuera por amor;

 

        c) murió y fue resucitada por el hijo ya Hijo total, como Él también había muerto en el hijo;

 

        d) y subió al cielo; el cielo no es un lugar, sino la posesión hasta donde le es posible al hombre; María está en la misma orilla de la Divinidad, por eso es omnipotente como Dios, pero suplicando.

 

        2.- María fue asunta en cuerpo y alma al cielo:

       

a).- Por Madre de Dios. Porque su Hijo lo quiso y pudo hacerlo porque Él es Dios. Así rezaremos en el Prefacio.

        b).- Por llena de gracias desde el primer instante de su existencia. Y la gracia es la semilla del cielo. A más gracia, más cielo. Y como rebosaba y estaba llena de gracia al principio, fue llenada y asunta al cielo al final. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

 

        c).- Por corredentora. Por haber estado siempre junto a su hijo. Es más, en su pasión y muerte, ese hijo permitió que el Padre le quitara todas las ayudas, para poder sufrir más por Él y por los hombres, sus hermanos; pero no consintió que no estuviera junto a Él su madre, porque la necesitaba. Pisó las huellas dolorosas del hijo, convenía, era exigencia de amor que pisara las huellas gloriosas hasta el cielo. Fue la primera redimida totalmente desde el principio hasta el final de la redención.

 

        d).- Por santa. Santidad es unión con Dios. Si algunos santos desean morir para estar con Dios, la Virgen mucho más.

Estando su hijo hecho Hijo plenamente en el cielo, donde la humanidad se hizo totalmente Verbo de Dios, era natural y lógico que su madre deseara Verbalizarse en Él y por Él entrar en el Padre por el mismo Espiritu de su hijo, que es el Espíritu Santo. Le pegan mejor que a nadie estos versos de las almas enamoradas: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

       

3.- Felicitémosla:

 

        a).- Por criatura totalmente redimida, la primera, por ser una de los nuestros, criatura creada por amor y para el amor, pero, en definitiva, criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: es la primera redimida en totalidad. Nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana. Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.

 

        b).- Por haber sido madre del Hijo de Dios, que nos lleva a todos al cielo. Qué seguridad y certeza de conseguirlo, por ser nuestra madre también y por hacernos hermanos de uno tan grande que es Dios, que todo lo puede. Y el cielo nos lo ha conseguido y prometido. Y lo cumplirá. ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y cielo, es un cielo, es nuestro cielo con Dios! En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Por eso su triunfo es el nuestro; como criaturas creadas por el amor de Dios tenemos su mismo destino. Ella ha conseguido ya la plenitud que buscamos. Como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, mirarla, hacer alguna cosa por ella.

 

        c) Por ser meta y camino: María asunta al cielo se convierte por eso para todos nosotros los desterrados hijos de Eva en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo. Por eso se convierte en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra creyente, es eternidad feliz con Dios. Es cita de eternidad para todos sus hijos. “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

 

        d) Por Intercesora. En el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, es omnipotente suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que elevar la mirada sobre todas las cosas terrenas y esto nos inspira fe, amor, esperanza, pureza de vida.

        Celebremos así esta fiesta, que es nuestra, porque ella es nuestra madre; celebrémosla con estos sentimientos y actitudes y certeza. Démosla un beso de amor de hijos. Recemos. Contemplemos. Bendigamos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, esto es «benedicere», bendecir a Dios  por las maravillas obradas en Ella, que es un cielo en el Cielo de la Trinidad. Amén.

 

       

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15 de Agosto: ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

 

QUERIDOS HERMANOS/AS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros, los cristianos, creemos y esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios en el cielo para el cual hemos sido creados y existimos y para lo cual vino Jesucristo, el Hijo de Dios a la tierra, para abrirnos a todos la misma gloria de Dios mediante su muerte y resurreción.

Y esta verdad y esperanza del cielo debe estar presente y alimentar y dirigir nuestra vida mientras caminamos por este mundo. Hoy, desgraciadamente esta muy olvidada y poco practicada siento así que es el sentido de nuestra existencia y de nuestra felicidad eterna, poque de nada nos servirían las demás virtudes y dones divinos si no vivimos y trabajamos con la virtude de la esperanza de la eternidad y del cielo.

Hay algunas personas, sin embargo, todas las contemplativas, las religiosas y religiosos de nuestros conventos de clausura que viven ya fundamente esta verdad porque se cierran a este mundo para vivir ya sus vidas con la esperanza puesta en el cielo, en la eternidad que nos espera ya del encuentro con Dios Trinidad y todos los nuestros y los que han muerto; por eso es un día para pensar en el cielo, para rezar y pedir el cielo para ellas y para nosotros que aún caminamos por este mundo y para agradecer a los contemplativos y contemplativas su vida de renuncias a este mundo y de oración permanente para la salvación del mundo, de todos los hombres.

Hoy es un día por tanto para hablar del cielo, para pensar más en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo y se vive poco para el cielo en este mundo actual, incluso entre los creyentes, entre los cristianos. Sin embargo es la verdad esencial de nuestra fe, de nuestras vidas porque como dice Cristo Jesús de nada le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma.

La eternidad, la fe en la vida eterna, la esperanza del cielo y de la eternidad de los que han muerto a este mundo está muy olvidada en los tiempos actuales de guassad, tevisiones y demás medios, pisoteada y negada por gobiernos ateos como el actual de España, con leyes de vida que lo niegan y rechazan los mandamientos de Dios, porque claro viviendo como viven y aprobando leyes de pecados: abortos, divorcios, sexo de todo tipo etc.. no les interesa encontrarse con quien nos dio sus mandamientos, los mandamientos de Diios que son pisoteados publicamente y no se permite enseñarlos en la escuelas y en la cultura actual de pecado público.

Esta es la causa principal de que haya bajado tanto la fe y la esperanza del cielo, de la otra vida, de la eternidad que nos espera y no porque los politicos actuales, algunos lo nieguen, es la verdad más verdad del mundo y de la tierra, por la cual, por nuestra salvación eterna vino Jesucristo, el Hijo de Dios a este mundo que celebramos todos los domingos, día del Señor en latín, porque es el día en que Cristo resucitó y con Él todos los que creemos y esperamos en Él, por eso es tan importante la misa del domingo hoy tan poco  practicado por nuestros hijos y nietos de cincuenta años para abajo educados en escuelas y centros sin religión por un estado ateo.

La eternidad, hermanos, en la que únicamente creo y por la que únicamenter soy sacerdote, la veo actualmente poco creida y cultivada incluso por nosotros, los mismos creyentes en Dios y en Cristo resucitado que vino y se encarnó y murió y resucitó unicamente para esto y que celebramos especialmente todos los domingos, día de la resurreción de Cristo y de la nuestra, para llevarnos a la eternidad del cielo, de la vida eterna.

Por eso, vamos a celebrar esta fiesta de la Asunción de la Virgen recordando y rezando por los nuestros que ya han partido y para que ella, nuestra Madre del cielo, la Virgen de la Asunción, como se han querido llamar muchas cristianas bautizadas, nos ayude a vivir y pensar más en el cielo, a creer más en el cielo.

Ella deseó tanto estar ya con su hijo resucitado en el cielo y por eso  fue asumida totalmente por Èl, por estar llena de su amor y presencia, como muchos  santos lo han desead y han pedido al Señor morir a este mundo para vivir ya junto a Él por toda la eternidad, sobre todo cuando lo han sentido en ratos de oración ante el Sagrario: “Vivo sin vivir.. sácame de aquesta vida, mi Dios, y dame la muerte, mira…

Cuando uno cree y siente a Cristo un poco elevadamente en ratos de oración y habiendo avanzado en fe y en amor a Dios llega a sentirlo y decirle como san Juan de la Cruz: “Sácame de aquesta vida, mi Dios y dame la muerte…y como todos nosotros lo desearíamos, si tuviéramos una oracion un poco más elevada y purificada de imperfecciones, más mística y contemplativa, como yo he conocido a algunas de mis feligresas y feligreses de mi parroquia de San Pedro y de otros sitios y de religiosas.. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos nosotros y para todos los nuestros que han muerto: vivir y morir en gracia de Dios para estar eternamente con Él en el cielo, y para esto, misa y comunión verdadera de los domingo, y si queréis sentirlo, oración todos los días y luchar contra nuestras imperfecciones y pecados aunque sean leves, y sentiremos el cielo en la tirra, como todos los místicos.

Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto, o quien pudiera ahora, asirse a vuestro manto para escalar con Vos el monte santo; Santa María, tu asunción nos valga, llévanos un día a donde hoy tu llegas, pero llévanos tú, Señora de buen aire, reina de las cosas      y estrella de los mares.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: En este día de la Asunción de la Virgen al cielo, meditemos primeramente en el hecho: Asunción es acción de asumir; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida al cielo tanto por el amor de su hijo a ella como del suyo a su hijo del cual no podía vivir separada. Y como su hijo era Dios, quiso y pudo, pues lo hizo y se llevó a su madre al cielo. Para ser asumida, la Virgen tuvo que morir primero, porque era humana, como murió su hijo; muere el hijo en su naturaleza humana, tiene que morir la madre para seguir sus  pasos.       

La Virgen murió y resucitó y subió al cielo, pero no por su propio poder y virtud como su Hijo, que era Dios, sino por el poder y el amor de Él, que no quería, como hijo, estar separado de su madre; así que María fue asunta y elevada al cielo por el poder y el amor de su hijo-Hijo Dios.

Y María fue asunta al cielo: como he dicho, por ser la Madre de Dios que todo lo puede y como su Hijo la quería como madre junto a sí, se la llevó consigo al cielo que Él habia conseguido con su muerte y resurrección para todos: pudo y quiso, quiso llevársela al cielo como hijo, pudo hacerlo como Dios, pues lo hizo y fue asunta María en cuerpo y alma a los cielos, como nos dice el prefacio de la misa de este día:Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios, figura y primicia de la Iglesia,(es decir, de todos nosotros)garantía de consuelo y esperanza para tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.Con razón no permitiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro aquella que, de un modo inefable, dio vida en su seno y carne de su carne al autor de toda vida, Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.¡Qué maravilla, madre del alma, cuánto te queremos¡

1º María fue asunta en cuerpo y alma al cielo por estar llena de la gracia divina desde el primer instante de su ser. Y la gracia es la semilla del cielo, la semilla de Dios en nosotros. Por eso, a más gracia, más cielo. Y como estaba llena desde el principio, “llena de gracia, el Señor está contigo”, la dijo el Arcangel Gabriel, María fué asunta en cuerpo y alma al cielo. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de amor a su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

        2º. También fue asumida en cuerpo y alma al cielo por ser corredentora con su hijo. Pisó las huellas dolorosas del hijo en la cruz, convenía por tanto que pisara también las huellas gloriosas de su triundo en el cielo. Fue la primera totalmente redimida por su hijo y la primera en conseguir el fruto pleno de su salvación.     

Finalmente subió al cielo porque su corazón estaba más con su hijo en el cielo que en la tierra, sobre todo desde Pentecostés. Queridos hermanos, si algunas personas, llegando a las alturas de la oración unitiva y contemplativa, desean morir para estar con Dios, yo he conocido algunas en mi vida pastoral, pues la Virgen mucho más: vivo sin vivir en mí…  morir de amor en el alma por no morir en el cuerpo:Sácame de aquesta vida,mi Dios,y dame la…Por lo tanto, hermanos, felicitémos hoy a la Virgen que sube al cielo y desde allí nos mira ahora y escucha nuestra oración. María, Virgen bella asunta al cielo, te felicitamos,

        a).- Por ser la primera criatura totalmente redimida, criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: la primera redimida en totalidad. Nos enseñas así el camino y la meta de nuestra vida, de la vida cristiana, que vosotras, queridas religiosas, habéis escogido ya, renunciando al mundo y a la carne.

Felicitémosla, felicitémosnos, porque ella, María, nos abre y enseña a todos sus hijos el camino del cielo. Para esto se encarnó en su seno su Hijo, nuestro Señor Jesucristo y para esto murió y resucitó, para llevarnos a todos al cielo, como están todos los salvados por su muerte y resurrección, los nuestros.

Y fue asunta en cuerpo y alma al cielo,por ser “porta coeli”, puerta del cielo por los méritos de su hijo. Hermanos, ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor, es un cielo, es nuestro cielo con Dios!

En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra ante el hijo amado que nos amó para eso con amor extremo hasta dar la vida y resucitar para que todos la tuviéramos eterna. María asunta al cielo se convierte por eso, para todos nosotros los desterrados hijos de Eva, en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el hijo Eucaristía, pan de vida eterna.

Por eso, Maria asunta al cielo se convierte en este día, en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Celebremos así esta fiesta con estos sentimientos de amor y gratitud.Felicitémosla y démosla un beso de amor de hijos. Recemos, contemplemos, bendigamos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, por las maravillas que Dios ha obrad en Ella y por ella y para nosotros. María es un cielo, amar a María es un cielo anticipado en la tierra. Y que conste que lo digo no por decirlo, sino por experiencia personal y de otras personaa en mi vida parroquial.

Espero que vosotras, queridas hermanas carmelitas y dominicas, por la vida de gracia y oración un poco elevada, unitiva y transformativa lleguéis a ese cielo en la tierra, como vuestros fundadores. Los conventos de clausura don un cielo anticipado porque están vacíos del mundo y sus cosas y llenos solo de Dios por la oración permanente de unión con Dios y por la celebración del misterio eucaristico. Asi sea y así lo pido al Señor en esta fiesta y misa de la Asunción de la Virgen al cielo.

        Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto, o quien pudiera ahora, asirse a vuestro manto para escalar con Vos el monte santo; Santa María, tu asunción nos valga, llévanos un día a donde hoy tu llegas, pero llévanos tú, Señora de buen aire, reina de las cosas      y estrella de los mares.

 

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Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra para todos sus hijos, es cita de eternidad para todos nosotros los desterrados hijos de Eva, Ella “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”  del Apocalipsis.        Y en el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina y es omnipotente suplicando e intercediendo por todos sus hijos, los hombres. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final.

 

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

(Es la misma homilía anterior, pero más sencilla, más acomodada a los tiempos actuales, pero con el mismo amor)

 

        QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos. Hoy es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo. Esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos ayude a vivir más pensando en el cielo. Ella deseó tanto estar en el cielo con su hijo que fue asumida totalmente por este amor, como los santos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

       

        1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

        a) Asunción es la acción de asumir, llevarse algo en brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida por el amor de su hijo, que era el Hijo Amado del Padre y por el Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma;

         b) para ser asumida, tuvo que morir primero como el Hijo había muerto en el hijo engendrado por ella; muere el hijo en su naturaleza humana, tiene que morir la madre para seguir sus mismos pasos. No estaba bien que muriera el hijo por amor y la madre no muriera, aunque fuera por amor;

        c) murió y fue resucitada por el hijo ya Hijo total, como Él también había muerto en el hijo;

        d) y subió al cielo; el cielo no es un lugar, sino la posesión hasta donde le es posible al hombre; María está en la misma orilla de la Divinidad, por eso es omnipotente como Dios, pero suplicando

 

        2.- María fue asunta en cuerpo y alma al cielo:

        a).- Por Madre de Dios. Porque su Hijo lo quiso y pudo hacerlo porque Él es Dios. Porque  (ver el prefacio)

        b).- Por llena de gracias desde el primer instante de su existencia. Y la gracia es la semilla del cielo. A más gracia, más cielo. Y como rebosaba y estaba llena de gracia al principio, fue llenada y asunta al cielo al final. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

 

        c).- Por corredentora. Por haber estado siempre junto a su hijo. Es más, en su pasión y muerte, ese hijo permitió que el Padre le quitara todas las ayudas, para poder sufrir más por Él y por los hombres, sus hermanos; pero no consintió que no estuviera junto a Él su madre, porque la necesitaba. Pisó las huellas dolorosas del hijo, convenía, era exigencia de amor que pisara las huellas gloriosas hasta el cielo. Fue la primera redimida totalmente desde el principio hasta el final de la redención.

 

        d).- Por santa. Santidad es unión con Dios. Si algunos santos desean morir para estar con Dios, la Virgen mucho más.

Estando su hijo hecho Hijo plenamente en el cielo, donde la humanidad se hizo totalmente Verbo de Dios, era natural y lógico que natural que su madre deseara Verbalizarse en Él y por Él con el Padre y el Espíritu Santo. Le pegan mejor que a nadie estos versos de las almas enamoradas: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

 

        3.- Felicitémosla:

 

        a).- Por criatura totalmente redimida, la primera, por ser una de los nuestros, criatura creada por amor y para el amor, pero, en definitiva, criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: es la primera redimida en totalidad. Nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana. Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.

 

        b).- Por haber sido madre del Hijo de Dios, que nos lleva a todos al cielo. Qué seguridad y certeza de conseguirlo, por ser nuestra madre también y por hacernos hermanos de uno tan grande que es Dios, que todo lo puede. Y el cielo nos lo ha conseguido y prometido. Y lo cumplirá. ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y cielo, es un cielo, es nuestro cielo con Dios! En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Por eso su triunfo es el nuestro; como criaturas creadas por el amor de Dios tenemos su mismo destino. Ella ha conseguido ya la plenitud que buscamos. Como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, mirarla, hacer alguna cosa por ella.

 

        c) Por ser meta y camino: María asunta al cielo se convierte por eso para todos nosotros los desterrados hijos de Eva en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo. Por eso se convierte en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra creyente, es eternidad feliz con Dios. Es cita de eternidad para todos sus hijos. “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

 

        d) Por Intercesora. En el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, es omnipotente suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que elevar la mirada sobre todas las cosa terrenas y esto nos inspira, fe, amor, esperanza, pureza de vida

        Celebremos así esta fiesta, que es nuestra, porque ella es nuestra madre; celebrémosla con estos sentimientos y actitudes y certeza. Démosla un beso de amor de hijos. Recemos. Contemplemos. Bendigamos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, esto es «benedicere», bendecir a Dios  por las maravillas obradas en Ella, que es un cielo en el Cielo de la Trinidad. Amén.       

 

 

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Homilía "La Natividad de María": 8 de Septiembre de 2019

 

Queridas hermanas dominicas: Hoy celebramos una fiesta litúrgica muy querida en la Iglesia: el Nacimiento de la Virgen María. Hoy con nuestra presencia, oración y participación en la celebración eucarística honramos a Santísima Virgen, la Madre de Dios y madre nuestra, por medio de la cual todo el género humano ha sido iluminado con su gracia. La tristeza que nos trajo Eva, la madre de la primera Humanidad, se ha transformado en María en una inmensa alegría. Eva, por su mal comportamiento, escuchó esta la sentencia divina: “parirás con dolor”. A María, por el contrario, por su plenitud de amor a Dios el ángel del Señor le dijo: “Alégrate María, llena de gracia, El Señor está contigo”.

De esta manera explicaba el cardenal Schuster, gran teólogo alemán, el significado de esta fiesta de la Natividad de María: “Como la primera Eva fue formada por Dios de la costilla de Adán, toda radiante de vida y de inocencia, así María, espléndida e inmaculada, salió del corazón del Verbo eterno, el cual por obra del Espíritu Santo, quiso modelar aquel cuerpo y aquella alma que debían servirle un día de tabernáculo y altar”. El nacimiento de María, la Virgen y futura Madre de Dios, llenó de alegría a todo el mundo, pues de ella nacería Jesucristo, nuestro Señor, que borrando la maldición, llegada de Adán y Eva, nos traería a todos la salvación  y, triunfando de la muerte, nos daría vida eterna”.

Hoy, la Virgen María, como buena madre, nos congrega a nosotros, sacerdote y vida consagrada, en el día grande de su fiesta porque queremos honrar a María con nuestra presencia y, sobre todo, con nuestra oración y nuestra fe, con la escucha de la Palabra de Dios y la recepción del pan eucarístico.  Ella nos acoge a todos pues nos quiere con amor de madre, sin distinción alguna. Todos somos sus hijos queridos, sobre todo los que viven momentos difíciles en sus vidas.

Recordar la Fiesta de la Madre es siempre motivo de honda alegría para cualquier hijo. Nosotros, los cristianos, que recibimos de Jesús a su madre como madre nuestra, como herencia al pie de la Cruz, a través del evangelista San Juan, el discípulo amado (cf. Jn 19, 26-27), tenemos a la Virgen María como verdadera Madre que cuida de nosotros desde el cielo. Ella guía nuestras personas para que vivamos la vida como verdaderos hijos de Dios e hijos suyos por su hijo Jesucristo.

La Virgen María, además de madre, fue la mejor discípula de su hijo. Siempre se mantuvo unida a Él y a su misión; estuvo presente en los momentos más difíciles de su vida y sobre todo en el doloroso camino hacia la Cruz. Jesús sufrió intensamente ante el dolor de su madre y en un gesto de infinito amor, antes de morir en la Cruz y de encomendar su persona al Padre, nos la entregó como preciado don para que fuera  nuestra madre, guía y protectora de nuestro camino hasta el cielo, hasta Dios Padre de todos.

      Y María continuó su misión después de la muerte y resurrección de Jesús. Ella acompañó a los apóstoles en el Cenáculo el día de Pentecostés recibiendo en plenitud al Espíritu Santo, acompañó los primeros pasos de la Iglesia en su tarea evangelizadora, y nos sigue acompañando a través de la historia con sus apariciones y mensajes, para que abramos los ojos y el corazón a Jesucristo.

Dios, por amor, creó este mundo y dio la existencia a toda la humanidad, hombres y mujeres. Al apartarse éstos de Dios por su mal obrar, éste dispuso que su Hijo Jesucristo, el Hijo de Dios, se hiciese hombre y entregara su vida por nosotros.  Y este camino llegó para todos nosotros, con la colaboración de María como madre de Jesucristo, nuestro Dios, salvador y redentor.

María respondió positiva y generosamente a esta llamada y elección divina para que fuese la Madre del Hijo de Dios. Esta fue su respuesta: “Aquí está la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra”.Y Dios la llenó de su gracia y de su amor: “Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo… darás a luz un hijo y le pondrás por nombre, Jesús”. Y María correspondió a este don tan particular, con una vida de fe confiada, con la máxima apertura de corazón y con una respuesta libre y generosa que implicó toda su existencia y que ahora continúa desde el cielo sobre todos los hombres, sus hijos de la tierra.

Gracias, Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra, por poder experimentar tu ternura y cariño de madre. Gracias porque nos escuchas y ayudas en todos los momentos de nuestra vida, sobre todo difíciles y dolorosos. Gracias porque hemos sentido tu presencia de madre a lo largo de nuestras vidas, ayúdanos, madre,  a vivir como hijos de Dios e hijos tuyos. Que nos queramos y ayudemos  los unos a los otros como hermanos, como buenas hermanas dominicas, hijas de Dios e hijas tuyas en tu Convento de la Encarnación de tu Hijo. Sabemos que esta es la mayor alegría de una madre, ver que sus hijos e hijas se quieren, se ayudan y viven muy cerca de ti y por ti, de Dios y. Así sea, así lo pido para todos en esta santa misa.

 

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1 DE NOVIEMBRE. SOLEMNIDAD: TODOS LOS SANTOS

PRIMERA LECTURA: Apocalipsis 7, 2-4, 9-14

        El libro del Apocalipsis fue escrito hacia finales del siglo primero, en una época en que los cristianos habían sufrido ya persecuciones y podían tenerlas aún mayores. Entre las preocupaciones del autor, una es la de mostrar el triunfo final de Cristo y de su Iglesia sobre las potencias adversas de este mundo. Desea fortalecer el valor de los cristianos descubriéndoles, a través de diferentes símbolos, el resultado de la historia humana. Llegará un tiempo en que, vencidos definitivamente el mal y sus consecuencias, la humanidad entera se reunirá en Cristo para una fiesta de adoración y de alabanza: “Después de esto miré y vi una muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaban sentados delante del trono y del Cordero vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos”.

SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 3, 1-3

        El estilo de la primera carta de San Juan recuerda el lenguaje de un anciano que ha meditado mucho y que conserva, lleno de luminosa tortura, lo que considera lo más importante del mensaje cristiano, por lo que lo repite una y otra vez. San Juan expone a sus lectores al claro y cálido sol del amor del Padre: “Dios es amor… si no nos amamos Dios no permanece en nosotros”; “Desde ahora, somos hijos de Dios”. Lo somos en el tiempo. Lo que seremos con plenitud en el día eterno, no es todavía visible: “Ved qué amor nos ha tenido el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos…”.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 1-12

 

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la festividad de todos los santos, de esa “muchedumbre inmensa que nadie podía contar, como nos dice el libro del Apocalipsis, de toda lengua, raza y nación. Todos están marcados en la frente y con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del Cordero”.

        1.- Los santos que celebra hoy la Iglesia no son sólo los reconocidos oficialmente por la canonización, sino también aquellos otros, muchos más numerosos que han sabido, con la ayuda de Dios, conservar y perfeccionar su vida de gracia que recibieron en el santo bautismo.

Santidad vivida en la vida ordinaria, en circunstancias ordinarias sin gestos extraordinarios: son nuestro padres, hermanos, amigos, bautizados en Cristo y alimentados con el pan de la vida eterna, de la eucaristía, porque el Señor nos lo dijo muy claramente: “el que coma de este pan vivirá eternamente”.

        Hay, sin embargo, una característica común en todos los elegidos: “Estos son los que vienen de la gran tribulación,” dice San Juan. Gran tribulación es la lucha sostenida por la defensa de la fe y de la gracia; son los sufrimientos y disgustos soportados por la difusión del evangelio, los trabajos del seguir al Señor en el camino de la santidad personal y diaria como esposos, padres o profesionales, como cristianos.

        Por eso, en el evangelio de hoy, Jesús mismo expone este camino hacia la perfección evangélica con la predicación de las bienaventuranzas. Es una palabra de ánimo a los que sufren, a los perseguidos por el reino de los cielos, a los que son mansos y pacientes y humildes de corazón con los hermanos, los que soportan injusticias y calumnias perdonando, sin odiar, todos estos son bienaventurados  ya para siempre en Dios porque lo hacen y lo hicieron con su amor, lo hacen por Él.

Y Dios nos premiará con el cielo eterno: venid benditos de mi padre, porque tuve hambre y me distéis de comer, desnudo y me vestisteis... Confiamos en que todos los nuestros que han partido ya a la casa del Padre, lo hayan escuchado; por eso, hoy damos gracias a Dios, y mañana, día de difuntos, les recordamos con la esperanza cierta de que están con el Señor y con nostalgia y pena por su separación temporal.

 

        2.- “Tuve hambre, estuve solo y me visitasteis…” Así lo hicieron los santos canonizados y así lo hacen hoy día por Jesús tantos y tantos santos anónimos. Todos vosotros los que sufrís y tratáis de vivir en cristiano, sabed que Jesús  nos llama bienaventurados, si sabemos llevarlo todo y sufrirlo todo por el reino de los cielos, por Dios: Bienaventurados los que son pobres, mansos, pacientes, humildes, los que soportan y perdonan las injurias, todos los que lloran y sufren con los enfermos, los que cuidan a sus mayores y ancianos, a los necesitados de su presencia y ayuda, porque de ellos es el reino de los cielos.

        Por eso la Iglesia quiere que celebremos esta fiesta con esperanza cierta de que un día será también nuestra fiesta, la de todos los que queremos ser santos, cumplir sus mandamientos, esto es, amar a Dios sobre todas las cosas y a todos los hombres, como hermanos, como Jesús así lo vivió y nos lo predicó y nos lo enseña en  el Evangelio.

        Hermanos, brevemente:

         1º) Esta fiesta nos enseña a mirar al cielo, a pensar en el cielo, esperar y trabajar por el cielo, así seremos eternamente bienaventurados. 

        2º) Los santos canonizados y no canonizados, nuestros padres y difuntos deben servirnos hoy de estímulo y ejemplo que nos animen en este camino.

        Y 3º) Debemos tenerlos por intercesores, encomendarnos a ellos, rezar a Dios en este día por medio de ellos. Así lo quiere la Iglesia al instituir esta fiesta.

        El número de los salvados nadie podía contar, nos dice S. Juan en el Apocalipsis, de toda raza, lengua y nación. Y el camino para ser santos, para ir al cielo, ya lo sabéis: amar a Dios sobre todas las cosas y cumplir sus mandamientos. Este es el sentido que la Iglesia quiere dar a esta fiesta. Participemos en  ella con plenitud y pidamos ese espíritu de santidad.

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Hoy, festividad de Todos los Santos, celebramos con gozo y certeza a los que han muerto y viven ya con el Señor, y nos llenamos de esperanza segura y confiada los que aún peregrinamos hacia la casa del Padre, hacia el final feliz de nuestras vidas, que terminarán en la misma felicidad eterna de la Santísima Trinidad, de nuestro Dios, que es Amor y por Amor nos creó para compartir con Él su misma esencia infinita, llena de luz y de felicidad.

        En el Apocalipsis, San Juan escribe, al final de su vida, siete cartas a siete Iglesias para animarlas en su fe y esperanza en el Señor vivo y resucitado, que es el Cordero sin mancha sentado en el trono de Dios y que recibe el canto de los ángeles y ancianos y de todos los salvados, que nadie podía enumerar, de toda lengua y nación, como nos ha dicho la primera lectura de hoy.

 

        2.- La última carta del Apocalipsis va dirigida a la Iglesia de Laodicea, hoy destruida totalmente, que se encontraba en una colina sobre el valle del río Lyco. Era una ciudad industriosa y productora de finos colirios para los ojos; pero religiosamente era una ciudad con grandes lacras morales, como podemos ver por la misma descripción que San Juan hace de sus pecados. El Apóstol la invita al arrepentimiento, que vuelva al fervor de los años mejores. Y para ello, al final de la misma, les invita a volver a la celebración de la Eucaristía, como la recibieron de los Apóstoles.

        Es un texto precioso con las palabras del Señor, que habéis oído muchas veces, pero que vamos a meditar sobre él, porque la Iglesia lo pone para nuestra meditación, aunque a primera vista parezca que no tiene que ver mucho con la fiesta que estamos celebrando: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Es como si la Iglesia nos dijera que ninguno de los santos, que hoy celebramos,  llegaron a la santidad sin abrir totalmente a Cristo la puerta y sin haber cenado muchas veces con Él en la mesa de la Eucaristía; nos dice que nadie puede salvarse sin participar en el banquete eucarístico.

 

        3.- En estas palabras de Jesús, que llama a la puerta, hay en primer lugar una declaración que indica su amor para aquella Iglesia y, en definitiva, para cada fiel: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Es un gesto exquisito de búsqueda del amor de la criatura por parte de Dios en Jesús, y, a la vez, de respeto por su libertad. El mismo San Juan nos dirá en una de sus cartas “Dios es Amor.., en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

        La iniciativa de amor y salvación siempre es de Dios, pero el hombre tiene que abrirle por la fe y el amor su corazón, para que Dios pueda entrar dentro de nosotros. Dios no violenta la libertad del hombre. Dios no entra en el corazón del hombre si éste no le abre. Esta imagen de llamar a la puerta nos recuerda el simbolismo del esposo y la esposa en el Cantar de los Cantares. Allí, en el Antiguo Testamento, se aplica a Dios y a Israel; ahora se aplica a Cristo y a la Iglesia. Es Dios que solicita el amor de sus criaturas, de cada uno de los hombres a los que crea por amor y para el amor eterno del cielo.
Y esa voz que llama es la de Jesús, la del Buen Pastor, la del Redentor, la de Cristo glorioso, la del Hijo y el Verbo encarnado primero en humanidad como la nuestra y luego, en un trozo de pan, para el banquete de la Eucaristía.

        Hay un soneto que nos recuerda este texto del Apocalipsis que estamos comentando y que muchos aprendimos en nuestra juventud, más eucarística y religiosa que la actual : «Qué tengo yo que mi amistad procuras, qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras…».

Expresa admirablemente esta imagen de Cristo llamando a la puerta del alma. También el cuarto evangelio alude a la voz del novio en el último testimonio del Bautista acerca de Jesús: “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Ésta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3, 29).

 

        4.- La llamada de Jesús espera una respuesta. Ésta se describe en condicional: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”. La respuesta comienza con el hecho de reconocer la voz de Cristo. Pero el paso decisivo es abrirle la puerta, abrir la puerta al Redentor.

        Esta imagen de entrar por la puerta es la que se utiliza en los años jubilares. Y este abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo es primero por la fe, creer en Él, en su evangelio y salvación. Luego viene el amor, cumplir su voluntad, los mandamientos de Dios. Esto significa abrir la puerta de nuestra vida y existencia a Dios. Vivir teniéndolo presente, abriéndole continuamente nuestro corazón, nuestra inteligencia y voluntad. Por eso “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta…Entrará en su casa y cenaré con él y él conmigo”. La promesa está expresada en futuro y con una fórmula de comunión: La primera parte de la promesa, “Entraré en su casa”, significa la venida de Jesús a la vida del creyente para tomar posesión de ella. Esta imagen nos recuerda algunos pasajes evangélicos: en el evangelio del último domingo, Jesús que entra en casa de Zaqueo para salvarle y es tal su alegría por recibir en su casa al Señor, que está dispuesto a quedarse pobre para enriquecerse sólo con su Amistad (Lc 19, 1-10); también nos recuerda cuando Jesús entra en casa de Marta y María para hospedarse y cenar en amistad con los tres hermanos (Lc 10, 38-42).

        Este es el sentido de la vida para un cristiano. Ha sido llamado al banquete y a la amistad con Dios en el cielo mediante la cena del pan de vida eterna, que es la cena con el Hijo Amado. La entrada de Jesús es la del Redentor, del Cristo glorioso y resucitado, que prepara la entrada final en la misma Esencia de Felicidad de Dios Amor de cada uno de nosotros aquí en la tierra, mediante la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23).

        También aquí hay primero una condición, la misma del texto: hay que amar, cumplir la voluntad de Dios, vivir el evangelio: “si alguno me ama...”. La promesa de venir a habitar en el creyente es sustancialmente la misma que encontramos en el Apocalipsis. Significa que Dios penetra en la vida del fiel y toma posesión de ella, como tomó posesión de la Tienda de la Presencia o del Encuentro en el Desierto y luego del Templo de Jerusalén en el Antiguo Testamento y en el seno de la Virgen María, para empezar el Nuevo Testamento. Y ahora ya permanece con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sagrario.

       

5.- La segunda parte de la promesa es: “Cenaré con él y él conmigo”.

Compartiremos la mesa, nos sentaremos uno junto al otro, seremos amigos, confidentes, íntimos. El simbolismo de la cena entraña además una nota de sosiego, de paz, de comunión de personas. La expresión “Cenaré con él y él conmigo” es una fórmula que implica una alianza de amor, que empieza en la Eucaristía y será eterna en el cielo, en los santos y santas que ya están en el banquete eterno de la amistad con Dios Trino y Uno. Dimensión eucarística del simbolismo de la Cena del Señor.

        El simbolismo de la Cena con el Señor tiene un significado riquísimo que no pretendemos agotar ahora. Recordemos la dimensión de vida eterna que se expresa frecuentemente en las parábolas con la idea del banquete (Lc 14, 15); que empezó ya en el A.T. con la Alianza, el pacto de amistad entre Dios y los israelitas y sellada con una comida de comunión, de amistad (Ex 24, 11); en el Apocalipsis el banquete esponsal es signo del Reino de los cielos, de la amistad con Dios conseguida para toda la eternidad, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos: “Alegrémonos y regocijémonos  y démosle gloria porque han llegado las Bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado” (Ap 19,7).

        Estas bodas tienen también su banquete: “Dichosos los invitados al banquete de Bodas del Cordero” (Apc 19, 9); todos nosotros hemos sido invitados a estas bodas y nuestros santos, todos los salvados, ya están celebrando, porque abrieron la puerta a Cristo y por Él al Dios Uno y Trino. Había que meditar, rezar e invocar y pedir más la ayuda y protección de nuestros santos para que todos nosotros abramos a Cristo las puertas de nuestra alma, de nuestro corazón y celebremos con Él la cena de la amistad, la cena del amor y de la salvación, de la santidad o unión total con Él.

        La dimensión eucarística de este simbolismo de la Cena con el Señor es evidente. El Nuevo Testamento habla de la Cena de Jesús como el momento de su máximo amor para con los hombres (Jn 13, 1-2; Lc 22, 14-15; 1 Cor 11). Por otra parte la Eucaristía es el alimento de la vida eterna simbolizada en la Cena: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús». En el banquete de la Pascua y de la Nueva y Eterna Alianza, que eslLa Eucaristía, el Señor nos invita y nosotros, «ven, Señor Jesus» le invitamos a que venga en el pan eucarístico. Por eso la Eucaristía es mayor amistad e intimidad con el Señor en la tierra, porque se nos da en amor y amistad extrema, hasta dar la vida para vivir su amistad: “Nadie ama más, --es decir, nadie es más amigo,--  que aquel que da la vida por los amigos”.

       

6.- Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al ponerse a cenar con ellos, al partir el pan. Es la fuerza transformadora de la Cena con el Señor: es el encuentro, la potenciación de la fe y del amor, la certeza de que Cristo está vivo y nos ama, la conversión. El contexto en que aparecen esta invitación y esta promesa en el Libro del Apocalipsis, contiene una rica descripción del proceso de la conversión hasta llegar a la comunión eucarística. Primero es escuchar la voz de Jesús en el evangelio y en la predicación de la Iglesia. Después es abrir la puerta a Cristo creyendo en Él, en su divinidad y su humanidad, en su condición de Redentor. A continuación Jesús entra en la vida del creyente en un proceso de continua intimidad: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14, 21).

        Esta intimidad se convierte en morada permanente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el corazón del creyente. La entrada de Jesús es la venida de la Trinidad a morar en el cristiano. Todo culmina en la comunión eucarística, en la Cena con el Señor. Admirablemente lo ha expresado Jesús en el Discurso Eucarístico de Cafarnaún: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 56-57).

         El cielo será la continuación de esa comunión eucarística, de esa morada divina: “Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y El, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Apc 2 1, 3-4).

 

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DÍA 2 NOVIEMBRE: DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin, para la eternidad con Dios; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos y el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, difuntos, pero que no acaba definitivamente sino que continuamos en la vida eterna, en la vida después de la muerte: Los Santos.

Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres que han muerto y están salvados por los méritos de Cristo, eso es lo que celebramos el 1º de noviembre, fiesta de todos los santos, de todos los nuestros que están en el cielo, y luego sigue el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra.

Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo el día 1º de noviembre y rezando por nosotros el día 2º porque nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna.

Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote. Soy sacerdotes porque Dios existe y en Él y por Él existe la otra vida, la vida eterna. Y a veces lo siento.

Y esta la tristeza y el gozo que tengo mirando este mundo, incluso cristiano, que no piensa ni vive en la eternidad,, sobre todo de cincuenta años para abajo, pero no por eso deja de existir, y ya serán muchos los que está gloriosos y felices, pero otros pueden caer en la infelicidad eterna (del infierno).

Hermanos, los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto para esta vida de la tierra y viven ya en la eternidad.

La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros difuntos, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz, por ellos rezamos y pedimos y a ellos no encomendamos; por ellos ofrecemos la misa de hoy y otros días, así como la comunión y el rosario para que se encuentren totalmente purificados de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro Padre y desde allí, ellos también, por la comunión de los santos, recen por nosotros.

Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Por una razón de fe cristiana. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por las secuelas de los pecados cometidos, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor.

Cuando nos sentimos muy amados de Dios y no hemos sabido corresponderle. Eso es el Purgatorio, cara a cara con Dios, sabiendo que estamos salvados, pero que necesitamos purificación para llegar hasta Él. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, los conforta y les acorta el tiempo de la prueba.

Y en este día de los difuntos podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, podemos expresarlo con flores que expresan nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les alivia y acorta el purgatorio y les llega es nuestra oración por ellos, ofrecer la Santa Misa de valor infinito y oraciones y limosnas en sufragio suyo. Y todo por el misterio de la comunión de los santos por la que nosotros nos unimos a los del cielo y los del cielo a los de la tierra. Ellos nos ayudan y nosotros les ayudamos con nuestra fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen con Dios. Así sea.

 

 

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DÍA 2 DE NOVIEMBRE: DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANAS DOMINICAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida de plenitud de la gracia, de la vida divina de la Trinidad para siempre recibida en el santo bautismo y alimentada en la santa misa y comunión eucarísticas y que debéis ya experimentar por la oración un poco elevada en este convento alejadas del mundo y sus vanidades.

 Hemos nacido para el cielo, para contemplar y gozar ya en la tierra por la vida de la gracia en Dios Trinidad, para la vida sin fin en Dios Trino y Uno; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es mes de difunos, el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos en el día primero y el mes de los Difuntos vivos que necesitan de nuestra ayuda y oración en el día segundo. Es el mes en que nos detenemos a pensar que nadie muere para siempre, que la vida que acaba en la tierra, difuntos, no acaba definitivamente sino que continúa eternamente, en la vida con Dios Trinidad para siempre o sin Dios también eternamente y que vosotras vivís especialmente muriendo a este mundo y sus vanidades en la clausura de amor eterno a Dios en una convento.

Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres que han muerto pero están salvados por los méritos de Cristo, eso es lo que celebramos el 1º de noviembre, fiesta de todos los santos, de todos los nuestros que están en el cielo, y luego sigue el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra y rezamos por ello si están en el Purgatorio y necesitan de nuestra ayuda espiritual.

Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo el día 1º de noviembre y rezando por nosotros el día 2º porque nos recuerdan cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna y vosotras ya los vivìs especialmente muriendo a este mundo en sus vanidades pasajeras para empezar la eternidad del cielo con Dios Trinidad en un convento. Y para esto, tenéis que subir por la escalada de la santidad, de la oración-conversión, todas tenéis que ser santas, para llegar a estas alturas por la oración contemplativa.

Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote y vosotras religiosas inmoladas por la salvación eterna de nuestros hermanos, todos los hombres.

Y esta la tristeza y el gozo que tengo mirando este mundo, incluso cristiano, esta juventud principalmente, que no piensa en la eterninad, sobre todo de cincuenta años para abajo, que no piensa ni vive para este encuento de eternidad con Dios, pero no por eso deja de existir, y ya serán muchos los que está gloriosos, pero otros pueden caer en el infierno.

Hermanos, los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los que han muerto para esta vida de la tierra. La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invitan a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros difuntos, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz, por ellos rezamos y pedimos y a ellos no encomendamos; por ellos ofrecemos la misa de hoy y otros días, así como la comunión y el rosario para que se encuentren totalmente purificados de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro padre del cielo y desde allí recen por nosotros por la comunión de los santos.

Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto.

Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba.

Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones.

La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que ofrezcais Misas por los difuntos a quienes en todas las misas les recordamos en el memento de difuntos. ((encarguéis a vuestros sacerdotes que)), y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida.

La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde nos ayudamos uno a otros por la comunión de los santos. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos. En el misterio de la comunión eclesial, oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios, unos por otros y hacemos así una piña de fe, amor y salvación entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor y los méritos de Cristo a los que unimos nosotros, como cristianos.

 

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DÍA 2 DE NOVIEMBRE: DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin, para la eternidad con Dios; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos y el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, difuntos, pero que no acaba definitivamente sino que continuamos en la vida eterna, en la vida después de la muerte.

Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres que han muerto y están salvados por los méritos de Cristo, eso es lo que celebramos el 1º de noviembre, fiesta de todos los santos, de todos los nuestros que están en el cielo, y luego sigue el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra.

Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo el día 1º de noviembre y rezando por nosotros el día 2º porque nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna.

Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote.

Y esta la tristeza y el gozo que tengo mirando este mundo, incluso cristiano, que no piensa ni vive en la eternidad,, sobre todo de cincuenta años para abajo, pero no por eso deja de existir, y ya serán muchos los que está gloriosos y felices, pero otros pueden caer en la infelicidad eterna (del infierno).

Hermanos, los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto para esta vida de la tierra.

La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros difuntos, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz, por ellos rezamos y pedimos y a ellos no encomendamos; por ellos ofrecemos la misa de hoy y otros días, así como la comunión y el rosario para que se encuentren totalmente purificados de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro Padre del cielo y desde allí, por la comunión de los santos recen por nosotros.

Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por las secuelas de los pecados cometidos, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto.

Cuando nos sentimos muy amados de Dios y no hemos sabido corresponderle, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios, sabiendo que estamos salvados, pero que necesitamos purificación. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, los conforta y les acorta el tiempo de la prueba.

En este día de los difuntos podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, podemos expresarlo con flores que expresan nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les alivia y acorta el purgatorio y les llega es nuestra oración por ellos, ofrecer la Santa Misa de valor infinito y oraciones y limosnas en sufragio suyo. Y todo por el misterio de la comunión de los santos por la que nosotros nos unimos a los del cielo y los del cielo a los de la tierra. Ellos nos ayudan y nosotros les ayudamos con nuestra fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen con Dios. Así sea.

La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que ofrezcais Misas por los difuntos a quienes en todas las misas les recordamos en el memento de difuntos. ((encarguéis a vuestros sacerdotes que)), y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida. La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde nos ayudamos uno a otros por la comunión de los santos. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos.

En el misterio de la comunión eclesial, oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios, unos por otros y hacemos así una piña de fe, amor y salvación entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor y los méritos de Cristo a los que unimos nosotros, como cristianos.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos, el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, pero que no acaba sino que en la vida eterna, en la vida después de la muerte. Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres salvados por los méritos de Cristo, de todos los nuestros que están en el cielo, y sigue con el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra. Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo y rezando por nosotros nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna. Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote.

Los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto a esta vida de la tierra. La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros hermanos mayores, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz; nos invita a que le recordemos y recemos por si necesitan nuestra ayuda, que ofrezcamos la misa hoy y otros días, así como la comunión y el rosario por ellos, porque se hayan purificado de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro padre del cielo. Allí iremos también nosotros con ellos. No es una fecha solo para la tristeza, sino para la alegría y la esperanza. Entre esos difuntos por los cuales hoy especialmente rezamos están muchos amigos, familiares y conocidos que ya han traspasado el umbral de la muerte, después de haber vivido santamente. Yo lamento que hoy día olvidamos muy pronto a los difuntos y ya nos rezamos ni ofrecemos misas por ellos, los méritos de Cristo por su salvación eterna. Antes teníamos que hace una lista en este mes de noviembre y en la parroquia casi todos los días teniamos intenciones por nuestro difuntos. Hoy desgraciadamente está muy olvidados. Pues bien, hoy es un día especial en la Iglesia para rezar por ellos y encomendarlos ante Dios.

La Iglesia ha canonizado a algunos, pero la inmensa multitud de los habitantes del cielo no serán canonizados. A todos quiere la Iglesia honrar con el recuerdo para que los imitemos y recurramos a su intercesión en el camino de la vida. Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto.

Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba. Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones.

La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde unos ayudan a otros en la aplicación de los frutos de la redención de Cristo. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos. En el misterio de la fe y la comunión eclesial. Oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios. Hacemos como una piña entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor cristiano.

 

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SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:El 8 de diciembre del 1854, el Papa Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

Y el Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser. Reflexionemos brevementes sobre este hecho de la gracia de Dios:    

        1.- María fue concebida Inmaculada por voluntad de la Trinidad para ser Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. Así la llamó el ángel de parte de Dios: “llena de gracia”. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios a la destinada a ser su madre en la tierra.Así que Maria fue  redimida perfecta desde el vientre de su madre.

        2.- Fue concebida Inmaculada por voluntad del Hijo para ser corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su ser la que iba a estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociarla a su madre y tenerla junto a la cruz.

        3.- Inmaculada, finalmente, por amor de Espíritu Santo, para ser modelo e imagen de la Iglesia, santa e inmaculada, de toda la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todos los hombres, de lo que Dios quiere y nos pide a todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer en pecado alguno. Maria por ser elegida como madre de Dios, tuvo este privilegio. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

        6.- Queridos hermanos: qué grande hizo Dios a su madre, y no sólo para Él sino para todos nosotros, Nuestros sentimientos hacia ella en este día en que celebramos su Concepción Inmaculada son estos:

        a) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Y lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimientos debe ser deseos de imitarla en lo que podamos porque los hijos deben imitar a sus madres y nosotros vemos en María el modelo de vida cristiana querida por Dios.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su pureza y humildad, su confianza y su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, con obediencia y seguimiento total a Dios “hágase en mí según tu palabra”, como le dijo al ángel .

María, madre de todos los creyentes en Cristo, es modelo de fe, de amor y de esperanza cristiana en la Palabra y promesas de Dios. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que nació en su seno y moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo el que moría abandonado de todos en la cruz, hasta de sus mismos discípulos.

        Todo este misterio de María elegida por Dios como madre inmaculada  provoca en todos nosotros confianza y amor total; si Dios confió y se fió de ella, cómo no hacerlo nosotros, ella nos provoca sentimientos de hijos, sentimientos de petición y de súplica. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tú, Virgen santa y bendita, Virgen Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Porque eres tan grande y poderosa ante Dios, Virgen Santa e Inmaculada, que eres omnipotente suplicando a tu Hijo y lo consigues todo. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen bella, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuanto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre, madre y modelo; gracias.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

        El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

        1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

        El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       

1.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

        3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

        No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

        4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

        5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

 

        c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

       

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

 

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

Ésta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente: LA PURÍSIMA.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras.

El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia.

Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza.

Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado).

María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII.

Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente.

Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada.

Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia.

Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima.

Que el Señor os conceda a todos una profunda re- novación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

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INMACULADA

 

Queridos hermanos: Estamos celebrando con gozo la fiesta de María en su Inmaculada Concepción; todos los hombres necesitamos el bautismo para liberarnos del pecado original; María fue concebida y permaneció siempre limpia de todo pecado, fue concebida intacta, impoluta, llena de gracia y belleza divina.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y, de manera singular, esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa que va olvidándose y alejándose de sus raíces cristianas, y va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, de hijos y nietos, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad con abortos, crímenes de padres a hijos y de hijos a padres, con familias rotas, divorcios, guerras por dineros, petróleos, apostasías.

En medio de todo ese pecado ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el único que puede salvar el mundo de ahora y de siempre, miremos las historia.

Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo, mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia, auxilio para todos, especialmente para las familias que antes rezaban el rosario unidas, porque familia que reza unida permanece unida. Hoy no digo el rosario, ni el ave maría saben ni rezan los niños que vienen el primer año a la catequesis. Familia que reza unida, que viene a misa los domingos, permanece unida.

Ver así a María, tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno, y nos invita a todos nosotros, sus hijos, a imitarla, a invocarla, a recurrir a ella en nuestras necesidades.

Nos llena de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección y ayuda permanente; esto nos da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de nuestra madre Inmaculada porque sabemos que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de amor a Dios y nuestros hermanos los hombres, recibida en las aguas bautismales.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”, ”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

 

Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        1) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos.

c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando y pidiendo a tu Hijo Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios.

        d) Queridos hermanos: recemos todos los días a María nuestra Madre; pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios! ¡Madre Inmaculada, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te

queremos todos tus hijos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

 

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SEXTO DÍA: INMACULADA CONCEPCIÓN Y MATERNIDAD DIVINA Y HUMANA

 

Queridos hermanos concelebrantes, queridos paisanos y amigos todos, hijos de nuestra Madre la Virgen del Salobrar. Esta tarde, en este sexto día de su novena, vamos a meditar, a contemplar a nuestra Madre, la Virgen del Salobrar, en el misterio de su Inmaculada Concepción, concebida sin pecado en el seno de su madre santa Ana, desde el primer instante de su ser.

Esta mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen limpia de todo pecado, en este día de su novena, nos llena de gozo y alegría y confianza en su poder a nosotros, sus hijos, los manchados hijos de Eva. Ella fue siempre tierra virgen, huerto cerrado, sin pisadas de nadie, llena de gracia desde el primer instante de su existencia terrena.

Verla así tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno; nos llena también de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección ya ayuda permanente en y esto no da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de la tierra de que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas aunque a veces se ajusten mas a la voluntad del Padre Dios que a las nuestra porque Él sabe  mejor lo que nos conviene; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios recibida en las aguas bautismales.

Nuestra Madre, la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Ha sido Dios mismo el que nos ha revelado este misterio por medio del Ángel Gabriel enviado a María para anunciarla que ha sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios encarnado: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8).

        La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Orando, mientas cosía, barría, o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazarena es un trenzado de alabanzas y humildad.

“Salve,  llena de gracia, el Señor está contigo...”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Con la Hidalga del Valle podemos cantarla: <Decir que Dios no podía es m.. Por eso Dios que pudo hacer a su madre, así la hizo llena de gracia.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre del Salobrar estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Grandes habrían de existir en el N.T. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María, elegida para Madre de Dios.

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Maria tenía que ser desde el primer instante de su ser la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        Por eso, en el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        5.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        a) El primer sentimiento nuestro para con nuestra madre la Virgen del Salobrar será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

        c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        d) Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios!¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡Madre del Salobrar, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto te queremos todos tus hijos de Jaraiz, cuánto nos quieres tú, Virgen bendita del Salobrar. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

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8 DE DICIEMBRE. SOLEMNIDAD: LA INMACULADA VIRGEN MARÍA

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 3, 9 15.20

 

        Consumado el pecado, el hombre se esconde de Dios: se avergüenza de su desnudez. El relato, centrado en la reacción de Dios frente a la desobediencia del hombre, transmite el diálogo de un Dios que busca entender qué pudo haber pasado en su paraíso y con sus criaturas: todos los protagonistas del drama reciben un castigo que no es más que la descripción de su propia naturaleza. Queda claro que Dios hubiera deseado otro final, porque el fracaso del hombre, en cierto sentido, es  también el fracaso de su proyecto, por eso, en el mismo momento, compromete  un Salvador: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú le hieras en el talón”.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1, 3-6.11.12

 

        Desde la experiencia de la realización del plan de salvación, se alaba a Dios por ser Cristo Jesús la bendición divina que anula cualquier maldición, por merecida que hubiere sido. Se descubre nuestra inclusión en un programa salvífico ideado por Dios antes de ser pecadores; incluso antes de nuestro existir terreno, Dios ha tenido como objetivo hacernos sus hijos conforme a la Imagen de su Hijo: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26-38

 

(Fue mi primera homilía de la Inmaculada, preducada con los tonos propios de la época, como nos enseñaba en las clases de Oratoria D. Pelayo, canónigo magistral; pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, en 1959)

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.         Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebida Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin mancha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

       

        2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella, la hermosa nazaretana fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

        No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y fue concebida Inmaculada. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María. María, la misma mujer y humilde jovencita Nazarena, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

        Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es un ser aparte.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amorosos ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

        Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal; la Madre,  Inmaculada.   

        Asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

 

        6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.       

        Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja al río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si lo hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la del Cielo de su Padre, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

        María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original». Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no es Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

        Qué pura, qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena tan bella y tan en la orilla de Dios.

        Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que nos puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

        Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material, pero está real, realísima, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar, comérsela de amor.

        María está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con una presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y siente sus efectos maternales de gracia y salvación.

        Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti!cia, si pudiendo, no queria

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

(Homilía elaborada sobre una audiencia general de los miércoles del Papa, en 1983, del original italiano que escuché personalmente).

 

                QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La fiesta que estamos celebrando nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios en la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente redimida: mientras todos los demás seres han sido liberados del pecado, ella fue preservada del mismo por la gracia redentora de Cristo.

La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquélla que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar al Hijo al mundo quiso que naciese de una mujer, mediante la intervención del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno, y luego en sus brazos maternales, a Aquel que es Santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiese barrera alguna. Ninguna sombra debía oscurecer sus relaciones.

Por esto, María fue creada Inmaculada. Ni siquiera por un momento ha estado rozada por el pecado. Podemos decir que María en el misterio de su Inmaculada Concepción es la revancha de Dios sobre la degeneración humana por el pecado.

        Es esta belleza la que durante la Anunciación contempla el Ángel Gabriel, al acercarse a María: “Alégrate, llena de gracia”. Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de las demás criaturas es la plenitud de gracia que seencuentra en Ella. María no recibió solamente gracias. En Ella todo está dominado y dirigido por la gracia desde el origen de su existencia. Ella no solamente ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad.

        Es la criatura ideal, tal como Dios la ha soñado. Una criatura en la que jamás ha existido el más mínimo obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada por la gracia, en el seno de su alma todo es armonía y la belleza del ser divino se refleja en ella de forma más impresionante.

 

        2.- María, primera redimida. Debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, María fue declarada «preservada intacta de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS 2803). Ella, pues, se benefició anticipadamente de los méritos del sacrificio de la Cruz.

        La formación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación que se había producido, tanto en la mujer como en el hombre, como consecuencia del drama del pecado. Según la narración bíblica de la caída de Adán y Eva, Dios impuso a la mujer un castigo, y comenzó a desvelar un plan de salvación en el que la mujer se convertiría en la primera aliada.

       

        3.- María corredentora o asociada a la Alianza de Dios con los hombres por medio de su Hijo. En el oráculo, llamado protoevangelio, Él declaró a la serpiente tentadora, la cual había conducido a la pareja al pecado: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal”. Estableciendo una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifiesta su intención de considerar a la mujer como primera asociada en su alianza, con miras a la victoria, que el descendiente de la mujer obtendría sobre el enemigo del género humano.

        La hostilidad entre el demonio y la mujer seha manifestado de la forma más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción a la derrota sufrida por Eva en el pecado de los comienzos.

        En María se operó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de forma que María misma no tuvo necesidad, personalmente, de ser reconciliada, puesto que al haber sido preservada del pecado original, Ella vivió siempre de acuerdo con Dios. Sin embargo, en María se ha realizado verdaderamente la obra de la reconciliación, porque Ella ha recibido de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se ha manifestado el efecto de este sacrificio con una pureza total y con un maravilloso florecimiento de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la Redención.

       

        4.- La perfección otorgada a María no debe producir en nosotros la impresión de que su vida sobre la Tierra ha sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. En realidad, María ha tenido una existencia semejante a la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana. Vivió en la oscuridad que comporta la fe. Ella fue preservada del pecado que siempre es egoísmo, para poder vivir totalmente al servicio de todos los hijos, del natural Jesucristo y de los confiados por el Hijo en la cruz, todos los hombres.

        No en menor grado que Jesús experimentó la tentación y los sufrimientos de las luchas internas. Podemos imaginarnos en qué gran medida se ha visto sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería unerror pensar que la vida quien estaba llena de gracia fue una vida fácil, cómoda. María ha compartido todo aquello que pertenece a nuestra condición terrena, con lo que ésta tiene de exigente y de penoso.

        Es necesario, sobre todo, tener presente que María fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir plenamente su misión de colaboración con la obra de salvación: ha dado el máximo valor a su cooperación en el sacrificio. Cuando María presentó al Padre el Hijo clavado en la Cruz, su ofrecimiento doloroso fue totalmente puro. Y ahora también desde el cielo la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón y su presencia junto a Cristo Glorioso y triunfante del pecado y de la muerte, nos ayude a aspirar hacia la perfección por Ella conseguida. Y por esto es por lo que la Virgen ha recibido estas gracias especiales y ha sufrido singularmente, para poder así ayudarnos a nosotros pecadores, es decir, fue Inmaculada por el poder y amor singular de Dios para todos nosotros, la razón por lo que Ella ha recibido esta gracia excepcional.
        En su calidad de Madre, trata de conseguir que todos sus hijos terrenales participen de alguna forma en el favor con el que personalmente fue enriquecida. María intercede junto a su Hijo para que obtengamos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que sufren angustia espiritual y material para socorrerlos y conducirlos a la reconciliación.

El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para todos los que la consideran como su Madre.    

Su Inmaculada Concepción ha sido la primera maravilla de la Redención de la que todos hemos recibido la alianza y amistad con Dios que nos llevará a participar plenamente de su vida divina aquí abajo, mediante la lucha y la conversión permanente junto a la cruz de Cristo, y en el cielo, con este mismo Cristo Triunfante y Glorioso junto a Ella.

 

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        ANEXO: PARA HABLAR DE LA INMACULADA: Conferencias, Meditaciones…

 

Mensaje de la LXXXIII Asamblea Plenaria de la CEE en el CL Aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María

 

«Signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios».

 

1.- Al cumplirse el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, los obispos españoles queremos hacer llegar a nuestros hermanos, los hijos de la Iglesia en España, unas palabras sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y una invitación a renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada. De este modo, convocamos a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada, que comenzará el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005.

 
              2. Sentido del dogma mariano:El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, confiesa: «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano». Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación del dogma de la Inmaculada: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María, y la absoluta enemistad entre María y el pecado.

          3.- María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia

 

Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante». En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

 

4.- Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia». Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna». En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), por eso acude a ella como «modelo perenne», en quien se realiza ya la esperanza escatológica…

 

 5- María Inmaculada, la perfecta redimida.

 

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo», ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es «la Toda Santa» --como la proclama la tradición oriental-- implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». El amor filial a la «Llena de gracia» nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia».


6.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado.

 

María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella «enemistad» (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. «Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos».     Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, «es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto». Y aun cuando «la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente», comprobamos cómo «lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males».

La Purísima Concepción —tal como llamamos con fe sencilla y certera a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios. Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es «señal de esperanza segura».

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios.

En ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En ella encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). En ella encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30). En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, «desde que Dios la mirara con amor, Maria se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».


7.- El testimonio mariano de la Iglesia en España.

 

La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han ido siempre unidas a un amor singular a la Virgen María. No hay un rincón de la geografia española que no se encuentre coronado por una advocación de
nuestra Madre. Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos mismos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”». Y así lo ha venido reiterando desde su primer viaje apostólico a nuestra patria: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción».

 

 

8.-La peculiar devoción a María Inmaculada en España.

 

El amor sincero a la Virgen María en España se ha traducido desde antiguo en una «defensa intrépida» y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es «tierra de María», lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores. Una muestra selecta de estos tesoros artísticos podrá contemplarse en la exposición que bajo el título Inmaculada tendrá lugar, D.m., en la Catedral de la Almudena de Madrid, del 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Con esta exposición la Conferencia Episcopal Española en cuanto tal desea unirse a las iniciativas semejantes que la mayoria de las diócesis ya están realizando o realizarán a lo largo del próximo año.

 

9.- Fuerte arraigo popular de la fiesta de la Inmaculada

 

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de Maria, la preparación primigenia a la venida del Salvador (Is 11, 1. 10) y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga».

Al inicio del Año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos la poderosa intercesión de Nuestra Madre para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia alma, como pidiera ya en el siglo VII San Ildefonso de Toledo en una oración de gran hondura interior: «Te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».


             10.- Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, en diversas ocasiones la Conferencia Episcopal Española ha llamado la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España, considerada de «decisiva importancia para la vida de fe del pueblo cristiano».        

Al hacerlo hemos recordado que «la fiesta del 8 de diciembre viene celebrándose en España ya desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe».

Tras la definición dogmática realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido constantemente hasta nuestros días en piedad y esplendor», tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada «Vigilia de la Inmaculada». Con la Vigilia y la Fiesta de la Inmaculada de este año, se abrirá el mencionado Año de la Inmaculada, que concluirá también con la Vigilia y la Fiesta del año 2005.

 

11.- En el año de la Eucaristía


              La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. «María guía a los fieles a la eucaristía». «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, si no abandonamos nunca la escuela de María: ¡Ave verum Corpus natum de María Virgine!

 

 

12. CONSAGRACION A MARIA INMACULADA

 

Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, el Papa Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano, de esa manera se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos. En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza del 7 al 11 de octubre de 1954, en conexión con el cual, el 12 de octubre, se hizo la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las Iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

Somos conscientes de que «la forma más genuina de devoción a la Virgen Santísima... es la consagración a su Corazón Inmaculado. De esta forma toma vida en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como nueva forma de vivir para Dios y de proseguir aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María».

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

 

 

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

 

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario
de la proclamación
de tu Inmaculada Concepción,

 deseamos unirnos
a la consagración que tu Hijo hizo
de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro,

para que ellos sean consagrados
en la verdad”
(Jn 17, 19),
y renovar nuestra consagración,
personal y comunitaria,
a tu Corazón Inmaculado.


Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,

que estás totalmente unida

a la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

 

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

PRÓLOGO…………………………………………………………………………………………………………………………5

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………………………………….……………..7

DOMINGOS DEL TIEMPO ORDINARIO.

I I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………….…………………..13

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………….21

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………….25

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………………………………27

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………….30

VI I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………….……………..33

VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………..………………………………..40

IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………..……………..44

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………..….46

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………….…….49

XI I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………..…………..52

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………..………………55

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………….…………….60

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………….64

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO  ……………………………………………….………………….71

XVI I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO …………………………………………………………..…….78

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………….……..83

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………….………………………..88

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………….………….92

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………..………….98

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………….103

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………….…………..105

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………….110

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………..……………116

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………….………120

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………….………..……..126

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………….……..131

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………….133

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………..……….……141

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………..….………146

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………..150

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………..…….153

XXXIV DOMINGO: SOLEMNIDAD: JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO………….………….160

Domingo de la Palabra de Dios…………………………………………………………………………………163

2  de Febrero, Presentación del Señor ………………………………………………………….…………..166

19 de marzo: SOLEMNIDAD: SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA…………………167

29 de junio: SOLEMNIDAD: san Pedro y san Pablo. ……………………………..………………….173

25 de julio: SOLEMNIDAD: Santiago, Apóstol, Patrón de España…………………………….175

15 de agosto. SOLEMNIDAD: LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA……………….……….180

1 de noviembre. SOLEMNIDAD: TODOS LOS SANTOS……………………………………..……..187

2 de noviembre: DIFUNTOS……………………………………………………………………………………….193

8 de diciembre. SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA VIRGEN198

 

 

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

III

MARÍA, VIRGEN BELLA, MADRE DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

****

HOMILIAS Y MEDITACIONES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

Portada: La coronación de la Virgen,

GRECO (SigloXV). El Prado, Madrid

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

III

MARÍA, VIRGEN BELLA, MADRE DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

****

HOMILIAS Y MEDITACIONES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

¡SALVE,

 

MARÍA,

 

HERMOSA NAZARENA,

 

VIRGEN BELLA,

 

MADRE SACERDOTAL,

 

MADRE DEL ALMA

 

CUÁNTO ME QUIERES,

 

CUÁNTO TE QUIERO

 

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS

 

SACERDOTE ÚNICO, SALVADOR DEL MUNDO 

 

ENCARNADO EN TU SENO.

 

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,

 

Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,

 

MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO

 

¡GRACIAS!

 

 

 

 

ÍNDICE

Introducción.....................................................................       9

No lo puedo olvidar……………….15

 

Capítulo Primero

María en la doctrina de la Iglesia del Vaticano II

 

I Capítulo VIII de la Lumen gentium del Vaticano II:

La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia  ...............................................................      15

II. Oficio de la bienaventurada Virgen en la economía

     de la salvación  .........................................................................17

III La bienaventurada Virgen y la Iglesia...............................,,,,,,, 21   

IV  Culto de la bienaventurada Virgen en la Iglesia.................,    24

V   María, signo de esperanza cierta y consuelo,.......................    26

 

Capítulo Segundo

María en el Misterio de Cristo

 

Predestinación de María....................................................      28

A) Homilía .............................................................................      28

B) Madre del Redentor .........................................................        32

 2  María en el Misterio de la Iglesia ...................  ……..…. ..      35 

2. 1 María, Madre de la Iglesia ............................................         36

2. 2 María, Modelo de la Iglesia  ........................................          37

2. 3 María, Madre y Modelo por la Palabra ..............................    40

2. 4 María, Madre y Modelo en la    Liturgia  .............................  41

 

Capítulo Tercero

La oración de María

 

 1 La oración de María, modelo de oracion……………….........47

 2 María, en la Anunciación, es virgen orante de Nazaret.….…51

 3  María pronuncia el “fiat”  en oración-diálogo con el.ángel..54

 4 María “lo meditaba en su corazón”……………………..……. 56

5 María, maestra y modelo de oración……………………….... 59

6.María  en el Memorial Eucarístico del hijo-Hijo…………….60

 

Capitulo Cuarto

María,  modelo de vida espiritual

 

1. Orar con María: intercesión: los apóstoles: Pentecostés…......68

2. Orar a María: Fátima: Sor Lucia………………………….… 71

3. “¡he ahí a  tu madre!”:fundamento del culto mariano……. 73

4.  Carácter filial del culto a  María…………......................….  75

a) el amor filial de los hijos……………………….………..….. 76

b) la confianza filial de los hijos …….……………............……79

c) la oración filial de los cristianos……………….….….…..… 82

 

Capítulo Quinto

Maria maestra de oración

 

Desde la Anunciación la Virgen es una ofrenda a Dios………..87

María, modelo de ofrenda a Dios  ....................................... 91

 

 

Capítulo Sexto

Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre la Virgen

 

1 La llena de gracia ..........................................................94

2 La santidad perfecta de María  ……………..................... 97

3 El propósito de Virginidad ..........................................  100

4 María, modelo de Virginidad  ....................................   104

5  La unión virginal de María y José ..............................  107

6 María siempre Virgen  ................................................ 109

7 La esclava del Señor ...................................................112

8 María, nueva Eva .......................................................714

 

 

 

Capítulo Séptimo

Las dimensiones del Sí Mariano

 

Introducción  .....................................................................11 7

1 Las dimensiones del Sí mariano..............................               119

2 Preparación de María para la maternidad eclesial……,……. ..121

3. María, prototipo de la Iglesia........................................     124

4. El credo de María de Fr. M. Flanagan... ……………….      126

 

Capítulo Octavo

El santo Rosario

 

Carta de Juan Pablo II: El rosario de la Virgen María,,,,,,,,….,,, 130

1 El rosario, dulce cadena que nos une a Dios.....................    130

2 Capt. I:Contemplando con María el rostro de Cristo..,,,,,,......  134

3 Capt. II: Misterios de Cristo, Misterios de María……,,…….138

5 Resumiendo: El Rosario nos lleva a:

a) Cristo   .....................................................................................142

b) con María y como María..................................................   143

c) Jesús es Luz, rezando el rosario María es la Madre de la Luz.144

d) es una forma sencilla de hacer oración todos los días……… .144

Capítulo Noveno

Anotaciones e improvisaciones sobre la Virgen

 

1.- No lo puedo olvidar………………………………………..147

2.- La Virgen me llevó a Cristo………………………….…..150

3.- Por el Hijo-hijo me vino conocer a la Virgen…………...161

4.- Y se completó por el Hijo-hijo, pan de Eucaristía……….169

5.- E caliz de mi primera misa……………………………….177

6.- El testimonio de Sor Lucía…………………………….…193

BIBLIOGRAFÍA ............................................,,,,,,,,,,,,....        196

INTRODUCCIÓN

Queridos amigos y amigas, en este libro dedicado a la Madre, quiero poner por escrito todo lo más bello y hermoso, tanto bíblico-teológico como espiritual, que yo he  leído,  meditado, vivido y predicado sobre nuestra Madre. Y cada uno de estos verbos tiene su importancia y significado, porque a veces lo meditado y vivido y predicado por mí sobre ella me gusta tanto que lo pongo tal cual, aunque sea de tiempos lejanos; y lo mismo lo que he leído en otros hijos de la Virgen, lo pongo tal cual, procurando modificarlo muy poco, para no hacerlo mío propio, porque me gusta respetar la forma de decir de los otros, auque tengamos las mismas ideas, pero podemos expresarlas de forma diversa.

Por lo tanto, teniendo presente toda la teología Mariana, toda la Mariología  que he meditado atenta y amorosamente, este libro quiere ser una especie de «lectio divina», de lectura espiritual, meditativa, para conocer y amar más a la Virgen Bella, a la Hermosa Nazarena, teniendo en cuenta lo que los evangelios dicen de ella, y algo de lo que la Tradición y los Padres de la Iglesia y los hijos devotos han dicho o escrito sobre ella; también algo de lo que la teología ha reflexionado sobre ella,.            

Ya dije en algún libro mío, que estoy maravillado de la Tradición, de lo que los Padres de la Iglesia, sobre todo, orientales, han dicho de la Virgen.

            Por eso, hace años, hice propósito de leerlos más despacio. Y aquí está algo de su fruto, en la abundancia de sus citas, que pudieron ser más. Pero todo hecho y escrito no especulativa o racionalmente, sino con método y andadura de  teología y sabiduría de amor.

No pongo notas ni tengo metodología  científica, como cuando uno hace una tesis doctoral o trabajo científico-teológico, pero los que me conocen bien, saben que detrás de cada afirmación o texto de este libro, hay una densa lectura y bibliografía, atentamente examinada y leída y revisada. Y para eso me ayudo de todo lo bueno que  he encontrado sobre la Virgen, de la cual «nunquam satis».

Ya he dicho cual fue y es mi camino y ruta para llegar a María. Primero fue ella, y desde ella a Cristo. Ahora miro a la Virgen con los ojos y el corazón del Hijo hacia la Trinidad, en camino de entrada y salida del proyecto de Amor de Dios sobre el hombre. Desde entonces, desde su advertencia en el Santuario del Puerto, todo lo que yo he dicho y predicado y escrito y realizado, todo, absolutamente todo, ha sido desde Cristo, especialmente desde Jesucristo Eucaristía que tanto sabor tiene mariano, porque es carne de María, y beso y amor de Maria sobre ese cuerpo bendito del Hijo, y que tantas cosas bellas nos dice y recuerda y realiza por y desde su Madre, que Él quiso también que fuera nuestra. La quiso compartir, la quiso Madre de todos los hombres.

Él es el Verbo de Dios, la única Palabra de la Salvación pronunciada por el Padre con Amor de Espíritu Santo, y escuchada y encarnada primero en María, y por ella y desde ella, pronunciada como Canto de Amor y Palabra de Salvación para toda la humanidad: El Hijo de María es la Palabra “que estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se  hizo nada de cuanto ha sido hecho”: también María fue hecha Madre por esta Palabra pronunciada sobre ella desde el Padre y el Hijo por el Amor del Espíritu Santo, Espíritu de Amor de Dios Trino y Uno: “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María...El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios... Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel” (Lc 1, 26-38).

He querido poner este texto de San Lucas porque sin la raíz de la carne que es el cuerpo de esta Mujer, todo el misterio de la Encarnación, toda la Mariología termina perdiendo su indispensable materialidad para convertirse en puro espiritualismo o narración de cosas extraordinarias o moralismos ideológicos.

La mariología no es el «tumor  del catolicismo», como sostienen algunos profesores protestantes, sino que es el desarrollo lógico y orgánico de los postulados evangélicos; no es una «excrecencia» injustificada de la teología, sino que es un capítulo fundamental, sin el cual faltaría un apoyo para su estabilidad.

Es más, como dije antes y la historia y la experiencia de los pueblos y personas ha confirmado, María es la mejor guardiana de la fe católica y el mejor camino para llegar a Cristo, porque Cristo es Dios, pero María está junto a nosotros, es humana como nosotros, pero al ser madre del Hijo, es casi divina, es casi infinita, y esto le ha llevado a un conocimiento y amor que son únicos.

María es «la destructora de toda herejía» y su función maternal de proteger al Hijo y a los hijos, al dárnosla como madre, continúa y continuará hasta la Manifestación última y gloriosa del Hijo. Hoy, más que en otros tiempos, necesitamos de esta protección materna, que no le faltará a la Iglesia: Lourdes, Fátima, Siracusa..., siempre que escuchemos sus consejos, dándole el puesto que le corresponde: Consagración del mundo a su Corazón Inmaculado, como signo de la protección que Dios quiere para su Iglesia y sus hijos por medio  de María.

Lo único que pretendo es que María sea más conocida y amada. Pero sin caer en un estilo beato o dulzarrón; no es mi estilo, porque tampoco ha sido mi vida. Respeto todo, pero nada de cosas extraordinarias y manifestaciones  paranormales. Todo natural y normal, como es el amor de los hijos a su madre.

            Este libro quiere ser una meditación fundada en la lectura y  seguimiento de los textos evangélicos. Muchos santos, sobre todo mujeres santas, jamás cursaron teología, y hablan profunda y teológicamente desde la teología espiritual de la vivencia de amor de aquella “mujer fuerte” que entonó el Magnificat, --canto de adoración y de sentirse criatura ante el Dios infinito--,  y de la Madre solícita de Caná: “haced lo que Él os diga”, más atenta a las necesidades de los demás que a las suyas propias y que supo adelantar la “hora” del Hijo con el signo de su divinidad, convirtiendo el agua en vino. 

Y todo, porque ella nos ama de verdad, se preocupa de verdad de sus hijos y se aparece en algunos lugares, a

veces triste, porque no puede aguantar más la ignorancia o desprecio que muchos hombres tienen y manifiestan de la salvación de su Hijo y de los bienes eternos, dado que ella vive siempre inclinada sobre la universalidad de sus hijos y se da cuenta de lo que es lo fundamental y la razón de su existencia en el mundo, de lo que nos dijo su Hijo y por lo que vino a este mundo y murió por todos nosotros y que muchos de sus hijos ignoran: “ De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”.

Hay que ver lo que ella insiste en sus apariciones en la vida eterna, en la condenación, en el infierno. Le duele infinito. Esta verdad debiera estar más presente en nosotros, en nuestras vidas y predicaciones, somos sembradores y cultivadores de eternidades. De otra forma, el cristianismo, el sacerdocio, sin vida eterna, no tendría sentido, lo perdería todo, si no hay vida con Dios después de esta vida. Pero la resurrección de Cristo es el fundamento y la garantía de la Verdad y Vida de la vida eterna en Dios Trino y Uno. No oigo, en homilías y meditaciones, con la frecuencia que otras veces, especialmente en mis años juveniles, hablar de las verdades eternas. Especialmente a mis superiores. Resulta antipático. Sin embargo, es lo único necesario.

            La Madre de Caná es la síntesis del papel que el Hijo quiere que ejerza sobre los creyentes, es la manifestación de lo que lleva en su corazón de madre, es el sentido de la misión que el Hijo le confió en la cruz, lo que ella misma nos manifiesta en todas sus apariciones: “Haced lo que Él os diga”.

            ¡Lo haremos, Madre! Y  te digo ahora lo que tantas veces te rezo y digo cuando tengo problemas personales o pastorales: «Madre, díselo, díselo, como en las Bodas de Caná». No le digo más. Porque sé que de todo lo demás se encarga ella. Y el Hijo obedeció, porque Él mismo, por su Espíritu Santo, se lo había inspirado a su madre, y porque Él mismo estaba impaciente de manifestarse como Mesías, con el primero de sus signos, a sus discípulos y al mundo entero; para eso vino y se encarnó, para venir en nuestra búsqueda y abrirnos las puertas de la eternidad gozosa con Dios Trino y Uno. Eso es así,  y así me ha parecido escuchárselo en diálogos de amor con la Madre, que sabe de estas cosas más de lo que aparece y está escrito en los evangelios

            Por eso, como el Hijo sabe que voy a hablar de su madre en este libro, y como la Virgen es la que mejor le conoce, espero que ya habrá recibido el recado que le ha dado su madre «Madre, díselo, díselo, como en las Bodas de Caná». Así que espero su intervención, y que me inspire o me diga lo que Él piensa de su madre y yo, con su ayuda, «benedicere», la bendiga, esto es, diga cosas bellas al Hijo por su Madre, y a la Madre, por el Hijo, que esto significa bene-dicere. Es obligado al Hijo; se lo merece la Madre ¡Es tan buena madre! ¡Me ha ayudado tanto! ¡Nos quiere tanto a todos los hombres sus hijos!

            El camino para conocer mejor a María y quedar cautivos de su vida y amor, es aplicarnos a conseguir con relación a ella un triple conocimiento:

-- Un conocimiento histórico desde los evangelios.    Son pocos los textos bíblicos que hacen alusión a María, por lo que no es difícil acceder a ese conocimiento de una forma

exhaustiva. Esto es fundamento y base para acceder a los otros. Lucas es el evangelista de María: a él le debemos los relatos de la infancia de Jesús, que faltan en los otros tres. Pero también en otros puntos también el tercer evangelista se caracteriza por su atención especial a la Madre de Cristo.

            Según tradición antigua, Lucas era pintor; de hecho se le atribuyen varias imágenes de la Virgen. ¿Será realmente esta la causa de que nos haya pintado en su evangelio la belleza y fascinación de aquella que habría de convertirse, durante los milenios, en la mayor inspiradora del arte?

-- Un conocimiento teológico-sapiencial. Es necesario conocer, con todo esmero y dedicación, la doctrina de la Iglesia acerca de los dogmas Marianos y

de la sencilla y, a la vez, extraordinaria vida de la Madre de Dios. Como doctrina de la Iglesia me encanta el capítulo VIII de la LG  para conocer y amar a María: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

            Leer a los Santos Padres, las catequesis de los Papas, y la mariología de  buenos teólogos, desde la teología espiritual, es necesario para saborear la riquísima tradición de la Iglesia. Desde luego los Santos Padres son alucinantes, te alucinan, te llenan de esplendores y luces divinas. Daos cuenta de lo que cito a los Padres en mis últimos libros. Eran sabios por ser santos.

-- Un conocimiento vivencial y pentecostal de María,  hecho por el Espíritu Santo en nosotros. Para ello es imprescindible orar y contemplar en oración personal toda la Mariología; hay que orar y contemplar lo que otros han vivido y experimentado, desde una devoción de buenos hijos de la Virgen, especialmente de los más santos y místicos.

            Porque ante esta Madre, toda llena de gracia de Dios, llena de sin igual santidad y belleza, de María, los conceptos teológicos se quedan a veces demasiado cortos y periféricos y no expresan ni contienen  suficiente y adecuadamente esta realidad sobrenatural de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Y todo programado y querido por Dios.

CAPÍTULO PRIMERO

MARÍA EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA DEL CONCILIO VATICANO II

            Me ha gustado mucho siempre, desde su promulgación, toda la Mariología del Concilio Vaticano II, en el Capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium. Es una síntesis bíblica-teológica-espiritual   insuperada, incluso por otros escritos papales o eclesiales. Por eso, para facilitar su lectura, me ha parecido oportuno, ponerla completa, para hacer una lectura piadosa y teológica sobre la santísima Virgen y su misión junto al Hijo.

            No me atrevía, lo consulté incluso con un amigo, porque yo no había visto publicado entero el Capítulo VIII en ningún libro de los leídos por mí. Hasta que me topé en mi propia biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, Madrid 1975, pag 61-65, que transcribe íntegro el documento.   Por eso me he ido al Vaticano II y he hecho lo mismo. Es una «lectio divina» estupenda sosegada, profunda, completa para unos días de meditación y estudio sobre la Virgen, sobre la elección  del Padre, sobre la pasión de Hijo, sobre  el fuego creador, la potencia de Amor del Espíritu Santo.

CAPÍTULO VIII

LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

1. PROEMIO

(La bienaventurada Virgen María en el Misterio de Cristo)

52. El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos (Gal 4, 4-5) «El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen» (Credo de la misa: Símbolo Niceno- Constantinopolitano).

            Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo, y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria «en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo» (Canon de la misa romana)

(La bienaventurada Virgen y la Iglesia)

53. En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con a todas las criaturas celestiales y terrenas.

            Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor  a que naciesen en la Iglesia los fieles, que «son miembros de aquella cabeza» (San Agustín, De s. virginitate 6: PL 40,399), por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

(Intención del Concilio)

54. Por eso, el sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el divino Redentor realiza la salvación, quiere aclarar cuidadosamente tanto la misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo místico como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no llevadas a una plena luz por el trabajo de los teólogos. «Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las Escuelas católicas sobre Aquella que en la santa Iglesia ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros».

II. OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

(La Madre de Dios en el Antiguo Testamento)

55. La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Venerable Tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación, y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos.

            Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15).

             Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (cf. Is 7,14; Mich 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.

(María en la anunciación)

56. El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que difundió en el mundo la vida misma que renueva todas las cosas.

            Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura .

            Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como llena de gracia (cf. Lc 1,28), y ella responde al enviado celestial: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

            Así, María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente.

            Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, «obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero» (San Ireneo, Adv. haer. III 22,4: PG 7,959; HARVEY, 2,123). 

            Por eso no pocos padres antiguos, en su predicación, gustosamente afirman: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe» (San Ireneo, ibid.; HARVEY, 2,124); y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes» (San Epifanio, Haer. 78,18:PG 42,728CD-729AB), y afirman con mayor frecuencia: «la muerte vino por Eva, por María la vida» (San Jerónimo, Epis. 22,21 PL 22,408) .

(La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús)

57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal (Cf. Conc. Lateralense, año 649, can. 3: MANSI 10,11-51). Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. LC 2,45-58).

(La Bienaventurada Virgen en el ministerio público de Jesús)

58. En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio, durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo recibió las palabras con las que (cf. Lc 2,19 y 51), elevando el Reino de Dios por sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo”    (Jn 19,26-27) (Cf Pío XII, encl. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AA 35(1943) 247-248).

(La Bienaventurada Virgen después de la ascensión)

59. Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés “perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este” (Act 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación.

            Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original (Cf Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1845: Acta Pío IX, P.616, DENZ. 1641(2803), terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte(Cf Pío XII, const. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950).

III. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

(María, esclava del Señor, en la obra de la redención

y de la santificación)

60. Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: “Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos” (1 Tim 2,5-6). Pero la misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

(Maternidad espiritual)

61. La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda eternidad cual Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

            Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

(Mediadora)

62. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación (San Juan Damasceno, In dorm. B.V. Maríae hom. I: PG 96, 712 BC-713A).

            Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.

            Por eso la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos (Cf León XIII, enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AA 15 (1895-96) de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite, ni agregue (San Ambrosio, Epit. 63: PL 16,1218)  a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras, tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

            La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.

(María como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia)

63. La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia.

            La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (San Ambrosio, Expos. Lc. II 7. PL 15,1555). Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre(Cf PS.-PEDRO DAM., Serm. 63: PL 144, 861AB), pues creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber: los fieles a cuya generación y educación coopera con materno amor.

(Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia)

64. Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad (San Ambrosio, Expo. Lc II 7: PL 15, 1555)

(Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia)

65. Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes.

            La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo.

            Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

            La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad.

                        Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.

            La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.

IV CULTO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA IGLESIA.

            66. María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas (Sub tuum praesidium).

            Especialmente desde el Sínodo de Éfeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso” (Lc 1,48).

            Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración que se rinde al Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1, 15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col 1, 19), sea mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.

Espíritu de la predicación y del culto

67. El sacrosanto Sínodo enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos (CONC. NICENO II, año 787: Mansi, 13, 378-379).

            Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios (Pío XII, mens. Radiof. 24 oct. 1954). Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad; eviten celosamente todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.

            Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

V. MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO

PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE

(Antecede con su luz al pueblo de Dios)

68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Petr 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.

(Que nos alcance formar un solo pueblo)

69. Ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos (Cf Pío XI. Enc. Ecclesiam Dei, 22 nov. 1923: AA 15(1923) 581); Pío XII, fulgens corona, 8 sep. 1953) con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios.

            Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristiano como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisa Trinidad.

            Todas y cada una de las cosas que en esta constitución dogmática han sido consignadas, han obtenido el placet de los Padres. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica a Nos confiada por Cristo, todo ello, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos, decretamos y estatuimos en el Espíritu Santo, y ordenamos que lo establecido por el Sínodo se promulgue para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 21 de noviembre de 1964.

Yo, PABLO, obispo de la Iglesia católica.

CAPÍTULO SEGUNDO

MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

Ya he dicho muchas veces que la grandeza y el misterio de María sólo puede ser comprendido desde el misterio de Cristo. Como esa ha sido mi vivencia, así también quiero que sea mi exposición teológica y espiritual sobre la Madre de Dios y de los hombres desde una Mariología muy sencilla, tomada principalmente del Catecismo de la Iglesia Católica. No se puede decir más sencillo y más claro.

2. 1. PREDESTINACIÓN DE MARÍA: “Desde la eternidad fui yo establecida”

A) La predestinación de María:

            Sobre la predestinación de la Virgen  prediqué la siguiente homilía en mayo del 1973 inspirada en  Proverbios 8, 22-35):

            QUERIDOS HERMANOS:

            1 Una historia redonda, acabada de la Virgen, tenía que empezar por la predestinación, que es el principio siempre. Y en este principio está Dios, que es el principio de todo. También de la Virgen, porque la Virgen tuvo principio, lo tuvo en su Hijo, porque aquí el Hijo es antes que la Madre en todo, pero Ella estuvo junto siempre a Él, por eso es casi divina, pero humana, porque es criatura, es de los nuestros. La Virgen tuvo principio, aunque distinto al de todos los hombres.

            2 Oigamos a Dios en la Biblia, al Espíritu de Dios que nos habla de la Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento, Palabra de Dios en el Nuevo:

            “Yahvé me poseyó al principio de sus caminos, antes de sus obras, desde antiguo. Desde la eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese.

            Antes que los abismos, fui engendrada yo;  antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas.

            Antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui  concebida.

            Cuando afirmó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo.

            Cuando condensó las nubes en lo alto; cuando daba fuerza a las fuentes del abismo.

            Cuando fijó sus términos  para que las aguas no traspasasen linderos. Cuando echó los cimientos  de la tierra.

            Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo

            Recreándome en el orbe la tierra, siendo mis delicias las de los hombres.

            Oídme, pues, hijos míos; aventurado el que sigue mis caminos.

            Escuchad la instrucción y sed sabios, y no lo menospreciéis.

            Bienaventurado quien me escucha, y vela a mi puerta cada día, guardando las jambas de mis puertas.Porque el que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Yahvé.

            Y al contrario, el que ofende, a sí mismo se daña, y el que me odia, ama la muerte”(Pr 8, 22-35).

            Este texto explica y la Tradición lo aplica a los orígenes de la Sabiduría de Dios. Ella existió con Dios antes de todas las cosas porque es eterna con Dios. El prólogo de San Juan  y otros pasajes paralelos de San Pablo son explicaciones plenas de este texto al hablarnos del Verbo, por quien todo fue creado y todo subsiste (Jn 1,3; Col 1, 15). Por lo tanto, es texto, aplicado a la Virgen, entraría en la categoría de los «Textos mariológicos por sola acomodación», que diría Cándido Pozo.

            “Dios es Amor”, dice San Juan. Su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. No existía nada, y ese Dios infinito, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor y sabiduría y belleza quiso crear a otros seres para hacerlo partícipes de su felicidad. Si existimos, es que Dios nos ha amado, nos ama. Entre los seres que vio en su Sabiduría y creó en su Verbo, María ocupa el primer lugar.

            La liturgia de la Iglesia pone en los labios de la Virgen algunos versículos de este texto: “Yahvé me poseyó al principio...”

            El amor de Dios contemplando en su mente divina todos los seres posibles y por donde fuimos pasando antes de ser creados, se estrenó en María: “al principio fue creada...” Por ser la primera en el amor de Dios entre sus criaturas, lo es también en grandezas y favores y privilegios y hermosura y belleza divinas. Dios ha puesto a María la primera en el orden de todos los seres pensados, amados y creados.

3 Meditemos el texto: “Antes que los abismos, fui engendrada yo.

            Antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas; antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui concebida. Antes que hiciese la tierra, ni campos, ni el polvo primero tierra”.

            Quien pudiera ahora, por una contemplación de la eternidad divina y trinitaria, trasladarse a ese momento del Ser, cuando el tiempo no existía, sólo el Dios Amor en abrazo eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el mismo Amor de Espíritu Santo. Quien pudiera entrar en la mente divina y yendo hacia atrás entrar en ese momento en que piensa y ama y plasma en su amor a la Virgen María.

            Cuando antes de plasmar la creación, fueron pasando delante de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, los ojos de Dios se detuvieron en una criatura tan bella, tan radiante que la amó más que a todas las demás y porque la amó, como Dios, al amar, crea, la creó más llena de su hermosura que ninguna otra. Participó más que todas de su amor, de su belleza, de su santidad, de su Verdad porque la predestinó para encarnar el Verbo de Dios en su seno por obra del Amor del Espíritu Santo.

            El Padre dijo: ésta será mi Hija predilecta. El Hijo: ésta será mi Madre inmaculada. El Espíritu Santo: será mi posesión, mi esposa amada. La llenaron de gracias y regalos y dones. Y cuando la reina estuvo vestida de belleza, llena de luz y fulgores, colocaron sobre sus sienes una corona. En el centro decía: Inmaculada. María fue siempre, desde la predestinación de Dios en su mente, tierra limpia, impoluta, incontaminada, huerto cerrado sólo

para Dios, que se paseaba por ella en su mente divina llena de amor desde toda la eternidad.

            Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias, vividas desde la mente creadora de la Trinidad, antes de existir María en el mundo. Con qué temblor el Hijo la fue adornando de todas las prerrogativas posibles a su madre. Para el azul de su Concepción Inmaculada cogería el azul de los mares, de estas mañanas limpias, limpísimas de mayo, mes de las flores, de María; para el rojo de la caridad y del amor, los claveles más rojos, manchados al final de sangre, de su misma sangre encarnada...

4 “Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo”

            Dios también pensó en nosotros. Para su gloria, para su amor, para su gozo. Pero Ella antes y superior a todos, antes, primero estaba con Él como arquitecto de la nueva creación, de la recreación por  el Verbo nacido de ella, por la Palabra eterna hecha carne. Somos obra de Cristo Redentor, pero también de María. Lo ha dicho sin miedo el Vaticano en la Lumen gentium.        

            Hermoso pensar en esos momentos en que Dios Trino y Uno nos pensó y luego nos recreó por el Verbo en su Sabiduría eterna, nacido en el tiempo luego de María, a ti, a mi, a cada hombre, porque todos hemos sido pensados y amados y recreados por Dios en su Verbo con María: “he ahí a tu hijo”.

B) MADRE DEL REDENTOR

            “Dios envió a su Hijo”(Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” (cf Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27):

            «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyo a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (LG 56: cf 61)» CEC 587-588).

            «La Virgen María, que, según el anuncio del ángel, recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor (LG 53) Por lo tanto la Virgen es conocida y honrada porque es la MADRE DEL REDENTOR.

            La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque“al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, (Padre!” (Gal 4, 4 6).

            Con estas palabras del apóstol Pablo, que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María (LG 52). María sólo puede ser comprendida a la luz de Cristo, su Hijo. Pero el misterio de Cristo, «misterio divino de salvación, se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo» (LG 62)

            El misterio de María queda inserto en la totalidad del misterio de Cristo y de la Iglesia, sin perder de vista su relación singular de Madre con el Hijo, pero sin separarse de la comunidad eclesial, de la que es un miembro excelente y, al mismo tiempo, figura y madre. María se halla presente en los tres momentos fundamentales del misterio de la redención: en la Encarnación de Cristo, en su Misterio Pascual y en Pentecostés.

            La Encarnación es el momento en que es constituida la persona del Redentor, Dios y hombre. María está presente en la Encarnación, pues ésta se realiza en ella; en su seno se ha encarnado el Redentor; tomando su carne, el Hijo de Dios se ha hecho hombre.

            El seno de María, en expresión de los Padres, ha sido el «telar» en el que el Espíritu Santo ha tejido al Verbo el vestido humano, el «tálamo» en el que Dios se ha unido al hombre.

            «“Hágase en mí según tu palabra...“ Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf Lc 1, 28-37), María respondió por “la obediencia de la fe” (Rm 1, 5), segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38).

            Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf LG 56): María estuvo siempre unida al misterio de  Cristo  Redentor: Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25; cf Mt 13, 55), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquel que Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo

según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios <Theotokos> (cf DS 251)» (CEC 494-495).

            María está presente en el Misterio pascual, cuando Cristo ha realizado la obra de nuestra redención destruyendo, con su muerte, el pecado y renovando, con su resurrección, nuestra vida. Entonces “junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre” (Jn 19, 25).

            Y María estaba presente en Pentecostés, cuando, con el don del Espíritu Santo, se hizo operante la redención en la Iglesia. Con los apóstoles “asiduos y concordes en la oración estaba María, la madre de Jesús” (Hch 1,14). Esta presencia de María junto a Jesús en estos momentos claves, aseguran a María un lugar único en la obra de la redención.

            Según la antigua y vital intuición de la Iglesia, María, sin ser el centro, está en el corazón del misterio cristiano. En el mismo designio del Padre, aceptado voluntariamente por Cristo, María se halla situada en el centro de la Encarnación, marcando la ‘hora” del cumplimiento de la historia de la salvación. Para esta “hora” la ha plasmado el Espíritu Santo, llenándola de la gracia de Dios.

2. 2 MARÍA, EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

«Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. <Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza> (S. Agustín, virg. 6)» (LG 53). «María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia» (Pablo VI, discurso 21 de noviembre 1964) (CEC 963).

2. 2. 1  MARÍA, MADRE  DE LA IGLESIA

            El capítulo VIII de la Lumen gentium lleva como titulo «La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia». El Catecismo de la Iglesia nos dice: «Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos... Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).

            «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).

            «La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la

única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (LG 60).

            «Ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente (LG 62)» (CEC 967-970).

            «Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

            María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf LG 63): «La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo (LG 64)» (CEC 507).

            Uno de los iconos Marianos más repetido de la Iglesia de Oriente es el de la Odigitria, es decir, «La que indica la vía» a Cristo. María no suplanta o sustituye a Cristo; sino que lo presenta a quienes se acercan a ella, nos guía a todos hacia Él y, luego, escondiéndose en el silencio, nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Como dice San Ambrosio, «María es el templo de Dios, no el Dios del templo».  

            Por eso, toda devoción Mariana conduce a Cristo y, por Cristo, al Padre en el Espíritu Santo. Por ello, como Moisés, nos acercamos a ella con los pies descalzos porque en su seno se nos revela Dios en la forma más cercana y transparente, revistiéndolo la carne humana.

            El fiat de María se integra en el amén de Cristo al Padre: “He aquí que yo vengo para hacer, oh Padre, tu voluntad” (Heb 10, 7), “porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha mandado” (Jn 6, 38). El fiat de María y el amén de Cristo se compenetran totalmente.

            No es posible una oposición entre Cristo y María. Como son inseparables Cristo cabeza y la Iglesia, su cuerpo. Quienes temen que la devoción Mariana prive de algo a Cristo, como quienes dicen «Cristo sí, pero no la Iglesia», pierden la concreción histórica de la encarnación de Cristo.

            María tiene su lugar en el acontecimiento central del misterio de Cristo, pero de Cristo considerado como Cristo total, cabeza y cuerpo; y, en consecuencia, juntamente con la Iglesia. En ambos aspectos de este único misterio, María ocupa un puesto único y desempeña una misión singular.

            Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, de la que tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre, Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.

            Satisfacción plena, que ningún hombre podría ofrecer con plenitud ante la Justicia de Dios. Si Dios es amor, no por ello puede dejar, por su propia esencia, de ser justo. De aquí lo que llamamos santo temor de Dios.

            Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la humanidad, puesto que en aquel momento comenzó la regeneración sobrenatural. Y María en el Calvario, tuvo su plenitud de dar a luz redentora a la humanidad sacrificada de Cristo, representante de todos nosotros, porque fue esa humanidad engendrada en ella y cumplida la total regeneración por Cristo, en la Cruz.

            Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo. Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

2. 2. 2  MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA

            «Ella es nuestra Madre en el orden de la gracia. Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es <miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia> (LG 53), incluso constituye <la figura> <typus> de la Iglesia (LG 63)» (CEC 967).

            El culto de la Madre de Dios está incluido en el culto de Cristo en la Iglesia. Se trata de volver a lo que era

tan familiar para la Iglesia primitiva: ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María, según la Iglesia primitiva, es el tipo de la Iglesia, el modelo, el compendio y como el resumen de todo lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su destino.

            Sobre todo la Iglesia y María coinciden en una misma imagen, ya que las dos son madres y vírgenes en virtud del amor y de la integridad de la fe: «Hay también una, que es Madre y Virgen, y mi alegría es nombrarla: la Iglesia» (CLEMENTE DE  ALEJANDRÍA, Pedagogo, 1,6, 42)

            San Pablo ve a la Iglesia como “carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3, 3). Carta de Dios es, de un modo particular, María, figura de la Iglesia. María es realmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo en su corazón de creyente y de madre.

            La Tradición, por ello, ha dicho de María que es «una tablilla encerada», sobre la que Dios ha podido escribir libremente cuanto ha querido (Orígenes);  como «un libro grande y nuevo» en el que sólo el Espíritu Santo ha escrito (San Epifanio); como «el volumen en el que el Padre escribió su Palabra» (Liturgia bizantina).

            En María aparece la realización del hombre que, en la fe, escucha la apelación de Dios, y, libremente, en el amor, responde a Dios, poniéndose en sus manos para que realice su plan de salvación. Así, en el amor, el hombre pierde su vida y la halla plenamente. María, en cuanto mujer, es la representante del hombre salvado, del hombre libre, María se halla íntimamente unida a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad (CEC 963ss). María revela a la Iglesia su misterio genuino. María es la imagen de la Iglesia sierva y pobre, madre de los fieles, esposa del Señor, que camina en la fe, medita la palabra, proclama la salvación, unifica en el Espíritu y peregrina en espera de la glorificación final:

            «Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio encuentra su verdadera luz el misterio del hombre (GS 22), como prenda y garantía de que en una pura criatura, es decir, en ella se ha realizado ya el designio de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre.

            Al hombre moderno, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin término, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de nausea y de hastío, la Virgen, contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la nausea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte» (MC 57).

            La única afirmación que María nos ha dejado sobre sí misma une los dos aspectos de toda su vida: “Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones” (Lc 1, 48). María, en su pequeñez, anuncia que jamás cesarán las alabanzas que se la tributarán por las grandes obras que Dios ha realizado en ella.

            Es lo mismo que confesara Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Este es el camino del cristiano “cuya luz resplandece ante los hombres... para gloria de Dios” (cf Mt 5, 14-16). El cristiano, como Pablo, es primero cegado de su propia luz, para que en él se encienda la luz de Cristo e ilumine el mundo.

            Todos nosotros proclamamos bienaventurada a María en su canto de alabanza a Dios, porque sobre ella se posó la mirada del Señor y en ella Dios depositó plenamente el plan de redención, proyectado para todos nosotros. De este modo la reflexión de fe sobre María, la Madre del Señor, es una forma de doxología, una forma de dar gloria a Dios por el Hijo Salvador engendrado en Ella.

2. 2. 3 MARÍA, MADRE Y MODELO LA IGLESIA, POR LA “PALABRA” ENCARNADA

            María es la “Mujer” que compendia en sí el antiguo Israel. La fe y esperanza del pueblo de Dios desemboca en María, la excelsa “Hija de Sión”.En la Escritura, el Espíritu Santo, nos ha diseñado el icono de la Madre de Jesús, para ofrecerlo a la Iglesia de todos los tiempos. La Lumen gentium presenta en la primera parte (52-54) la mariología bíblica, en la que se subraya la unión progresiva y plena de María con Cristo dentro de la perspectiva de la historia de la salvación. Y en la segunda parte (55- 59) presenta la relación entre María y la Iglesia y entre la Iglesia y María.

            La Redemptoris Mater se estructura según el esquema conciliar con una fuerte impregnación bíblica, presentando primero a María en el misterio de Cristo (7-24) y luego en el centro de la Iglesia en camino (28-38), para subrayar finalmente su mediación maternal (38-50). La novedad respecto al Concilio está en la insistencia en la dimensión histórica: presenta a María en su itinerario de fe, señalando su carácter de «noche espiritual»  y «kénosis».

            «El Verbo inefable del Padre se ha hecho describible encarnándose de ti, oh Theotókos; y habiendo restablecido la imagen desfigurada en su antiguo esplendor, él la ha unido a la belleza divina» (cf Kondakion del domingo de la Ortodoxia).

            «Visto que Cristo como Hijo del Padre es indescriptible, Él no puede ser representado en una imagen... Pero desde el momento en que Cristo ha nacido de una madre describible, Él tiene naturalmente una imagen que corresponde a la de la madre. Por tanto si no se le puede representar por la pintura, significa que Él ha nacido sólo del Padre y que no se ha encarnado. Pero esto es contrario a toda la economía de la salvación» (TEODORO ESTUDITA: PG 99, 417 C).

            Los iconos, en su lenguaje figurativo, nos revelan una realidad interior, que los creyentes de todos los tiempos nos han transmitido como voz de la presencia de María en la Iglesia.

            Es un rostro que siendo el mismo y diciendo lo mismo sobre él, siempre es nuevo y eterno, porque de eso se encarga el amor. La escucha atenta de la Palabra de Dios lleva a la «sapientia», a gustar la dulzura de María, de su verdad y amor, a la sabiduría de la Palabra hecha carne, pues miramos a Cristo para dibujar a la Madre.

            Sólo quien escucha y medita en su corazón, como María,  percibe la honda riqueza del pan de la Palabra de Dios, en su cumplimiento mesiánico en la Virgen de Nazaret, convirtiendo a la Escritura en una fuente perenne de vida, amor y gozo.

             Se trata de seguir el método de María misma, que “guardaba todas las palabras en su corazón y las daba vueltas”. María compara y relaciona unas palabras con otras, unos hechos con otros, busca una interpretación, explicarse los acontecimientos de su Hijo, a la luz de las prefiguraciones del Antiguo Testamento, como se ve en el Magnificat.

            El Papa Juan Pablo II, en una oración,  invoca a María, diciéndole: «¡Tú eres la memoria de la Iglesia La Iglesia aprende de ti, Madre, que ser madre quiere decir ser una memoria viva, quiere decir guardar y meditar en el corazón!».

            El misterio de la Virgen Madre, Arca de la Nueva Alianza y Eterna Alianza, templo y primer sagrario de Cristo en la tierra, la convierte en icono de todo el misterio cristiano.

2. 2. 4 MARÍA, MADRE Y MODELO DE LA IGLESIA EN LA LITURGIA

Y desde aquí, porque ya lo he insinuado, quiero acercarme ahora a María en la liturgia, donde la comunidad cristiana expresa y alimenta su relación con María. La liturgia tiene su estilo propio de afirmar y testimoniar la fe. La liturgia, en su forma celebrativa, nos da una visión interior de fe, basada en la revelación y enriquecida con toda la sensibilidad  secular de la Iglesia (lex orandi, lex credendi, lex vivendi). Es, sin duda, el lenguaje más apto para entrar en comunión con el misterio de Cristo, reflejado en su Madre, la Virgen María.

            La memoria de María en la liturgia va íntimamente unida a la celebración de los misterios del Hijo (MC 2-15) y así aparece como modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16-23). De esto ya he hablado ampliamente en las primeras páginas del libro.

            «En la celebración del ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a María santísima, Madre de Dios, unida indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo; en María admira y exalta el fruto más excelso de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella desea y espera ser» (SC 103).

            Y lo que Dios ha unido en la Encarnación y en  la Vida de Cristo y en su muerte y resurrección, hechos principalmente presentes en la Eucaristía, que no lo separe ni la teología ni la liturgia. No se puede separar a María de Jesús, no solo por su maternidad humana, unida a ella la Persona divina del Verbo, sino en el destino real de la redención y de la ofrenda a Dios que está concretada en la Persona del Verbo engendrado como hombre, en María.

            Nosotros ofrecemos en la Eucaristía, a Cristo, el Cuerpo de Cristo que se hizo humano en María. María tiene la grandeza de ser medio, Mediadora de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Esto se desprende del hecho real de que Dios la usa como medio entre él y los hombres, y así como por ser Madre de Dios no puede estar más cerca de Él, por el mismo hecho, por ser mujer, persona humana en sí misma Dios se acerca al hombre, a la naturaleza humana, hasta hacerla divina en su Hijo y a través de María, humana y casi divina a la vez, el hombre puede llegar hasta Dios.

            María es medio, puente; esta es su mediación real innegable. A través de ella viene El Verbo y a través de ella encontramos a Dios. Es su cualidad de Medianera, pero no sólo físicamente, sino espiritualmente, porque al engendrar a la Cabeza del Cuerpo Místico, necesariamente engendra místicamente a todos los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia, no sólo en la Encarnación, sino “junto a la cruz” y en Pentecostés.

            El Concilio Vaticano II, dice de María: «Es verdadera madre de los miembros (de Cristo)...por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza... Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte».

            Y de la misma forma que el Sagrario no es presencia meramente pasiva de Cristo, sino presencia celebrativa y continuadora de la ofrenda eucarística que se acaba de hacer en la misa y luego continúa en el Sagrario con las actitudes sacerdotales de Cristo, el Cristo resucitado “cordero degollado ante el trono de Dios”, de la misma forma, María desde la Encarnación es no solo un sagrario viviente, sino que está siendo, con su oración y grandeza como Madre de Dios, oferente de su hijo al Padre, para la redención. Y toda su vida, desde el pesebre, ha estado totalmente unida ayudando y cuidando al Redentor para que cumpla la obra que le encomienda el Padre, siendo así colaboradora de Dios en la redención.

            María con su hijo en brazos, mimándolo con amor materno, siempre ofrecía al Padre, ella, la madre, aquella victima formada de su misma carne. Sus brazos fueron el primer altar, idea que inspiró esta canción que todos los sábados dedico a la Madre del Puerto en mi visita: «Virgen sacerdotal, Madre querida, Tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

            Ella es la primera oferente del Hijo al Padre. Cumple con la máxima perfección la misión posterior Sacerdotal de la Iglesia. Es ejemplo de ofrenda y oferente. Por eso es nuestra Madre sacerdotal perfecta.

            Lo dice también la Congregación para el Culto Divino en los dos libros publicados en castellano por la Conferencia Episcopal Española, mediante la Comisión Episcopal de Liturgia: en el primero I, están la misas, y, en el segundo II, el Leccionario. En las primeras palabras del Decreto de la publicación de estas Misas, (Prot. N. 309/86) dice:

            «Al celebrar el misterio de Cristo, la Iglesia conmemora muchas veces con veneración a la bienaventurada Virgen María, unida íntimamente a su Hijo: porque recuerda a la mujer nueva que, en previsión de la muerte de Cristo, fue redimida del modo más sublime en su misma concepción; a la madre que, por la fuerza del Espíritu Santo, engendró virginalmente al Hijo; a la discípula que guardó cuidadosa en su corazón las palabras del Maestro; a la socia del Redentor que, por designio divino, se entregó generosamente por entero a la obra del Hijo.

            En la bienaventurada Virgen reconoce también la Iglesia a su miembro más excelso y singular, adornado con toda la abundancia de las virtudes; a ella, que Cristo le confió como madre en el ara de la cruz, colma de piadoso amor y continuamente solicita su patrocinio; a ella profesa como compañera y hermana en el camino de la fe y en las aflicciones de la vida; en ella, instalada ya junto a su Hijo en el reino celestial, contempla gozosa la imagen de su gloria futura».

            LAS MISAS DE LA VIRGEN, que así titulan en su versión castellana a estos dos libros, nos ofrecen 46 títulos diferentes para honrar a María, con oraciones y prefacios propios. En el primer libro vienen UNAS ORIENTACIONES GENERALES, que son todo un tratado de Mariología desde la liturgia, de Mariología Litúrgica, con matices distintos a una Mariología Teológica: lex orando, lex credendi. Me han parecido muy interesantes, por eso voy a transcribir algunas; pongo su enumeración:

«6. Las misas de la bienaventurada Virgen María encuentran su razón de ser y su valor en esta íntima participación de la Madre de Cristo en la historia de la salvación. La Iglesia, conmemorando el papel de la Madre del Señor en la obra de la redención o sus privilegios, celebra ante todo los acontecimientos salvadores en los que, según el designio de Dios, intervino la Virgen María con vistas al misterio de Cristo.

11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación  continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos...

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, asunta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19. 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, <sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna>. La Iglesia, que <quiere vivir el misterio de Cristo> con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

13. En íntima comunión con la Virgen María, e imitando sus sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales <Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados>:

— asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza.

— con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón.

— con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo y asociarse a la obra de la redención.

— imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo.

— apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios.

— con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo.

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

14. La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que <se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él>.

            Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, como modelo de virtudes y de fiel cooperación a la obra de salvación».

            También es importante ver la presencia de María en la Liturgia de las Horas, con sus himnos, antífonas, responsorios, preces, además de las lecturas bíblicas y patrísticas. Cada día, en las Vísperas, la comunidad cristiana se une al canto de María, al Magníficat, alabando a Dios por su actuación en la historia de la salvación.Y de la liturgia, como prolongación, brota la piedad Mariana, que la Maríalis cultus ofrece a los fieles, resaltando la nota trinitaria, cristológica y eclesial del culto a María (25-28).

            La fe de la Iglesia permanece en su viva integridad, imperturbablemente celebrada en la liturgia. La mariología, pues, no puede considerarse como un tratado separado de los demás, sino en un contexto más amplio y orgánico, explicitando sus conexiones con la cristología, la eclesiología y el conjunto del misterio de la salvación.

CAPÍTULO TERCERO

LA ORACIÓN DE MARÍA

(María,  Virgen orante)

            María es «la Virgen orante», dice la exhortación Marialis Cultus. La oración de María en los evangelios está hecha toda ella de meditación de las palabras de Dios por el arcangel Gabriel y por el silencio contemplativo. Hay que descubrirla en la docilidad con que, según el testimonio de los evangelios, se somete activamente a la voluntad de Dios que le pide su colaboración, como en el episodio de la Anunciación.

            Una docilidad que hay que leer también en profundidad a la luz de Lc 11, 27s (Mc 3,20s; Mt 12,46-50; y Lc 8,21), donde Jesús exalta, no la maternidad física de su madre, sino “más bien” la maternidad espiritual de “los que escuchan a palabra de Dios y la cumplen”.

4.1 LA ORACIÓN DE MARÍA, MODELO DE ORACION

1. El único texto del Nuevo Testamento que nos presenta a María orando es el de Hch 1,14: “Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, perseveraban unánimes en la oración”. El Magnificat que la Virgen dirige a Dios en presencia de Isabel (Lc 1,46-55) constituye sin duda alguna su gran oración, pero también la única explícita que conocemos. Fuera de estos dos textos, a los que se puede añadir su petición en Caná (Jn 2,3), del Hijo, que no acaba de entender, María “lo conservaba y lo meditaba todo en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,33.51).

            A la luz de esa constante actitud del corazón, los pasajes bíblicos en que aparece María nos revelan más o menos explícitamente su oración a través de su disponibilidad en el anuncio del ángel (Lc 1,26-38), de su fe en el encuentro con Isabel (1,39-45), de su alabanza, su acción de gracias y su solidaridad en el Magnificat (1,46-55), de su silencio contemplativo en Belén (2,1-19), de su aceptación del sufrimiento en el exilio y en la vida oculta de Nazaret (Mt 2,13s), de su ofrenda en la Presentación (Lc 2,22-5),  de su confianza en Caná (Jn 2,1-5), de su dolor junto a la cruz (Jn 19,25-27) y de su comunión con la Iglesia en Pentecostés (Hch 1,12-14). Ahora trataremos de sacar de estos textos cuanto nos dicen o sugieren a propósito de la oración de María

            Empecemos por el hecho de la Anunciación (Lc 1,26 38). Desconocemos las circunstancias exactas en que María recibió el mensaje de la Anunciación. Pero hay motivos para creer que en el momento en que el ángel le hizo oír su voz, ella estaba en oración.

            Resulta esto de modo especial del paralelo con Zacarías. El anuncio del nacimiento de Juan Bautista tuvo lugar en un momento de oración solemne, en el santuario donde por primera y única vez en su vida hacía Zacarías la ofrenda del incienso, mientras toda la asamblea de Israel estaba afuera orando (Le 1,9-10). Se comprende cómo la oración que asegura un contacto más íntimo con Dios constituya el momento más adecuado para la comunicación de un mensaje divino.

Ahora bien, en la confrontación con Zacarías, el evangelista hace sentir la superioridad del anuncio hecho a María. La Virgen de Nazaret debía, con mayor razón, hallarse en oración, para acoger el mensaje que debía cambiar el destino de la humanidad. Esta suposición adquiere mucha más fuerza cuanto que los Evangelios, y en especial el de Lucas, nos muestra a Jesús en oración en los momentos importantes de su vida pública: con ocasión del bautismo, antes de la pregunta sobre su identidad y de invitar a la confesión de fe, en el momento de la transfiguración, en la preparación de la pasión. En tales momentos, se sumerge, por decirlo así, en la intimidad con el Padre, en forma de recibir de sus manos paternales el cumplimiento de la propia misión. En el instante en que estaba para realizarse el misterio de la encarnación no era Él quien podía estar en oración: era su madre, destinada a acoger el acontecimiento en la oración.

            Una afirmación de Lucas en el relato del bautismo de Jesús es iluminadora: “Mientras oraba (Jesús), se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma...” (Lc 3,2 1- 22). El cielo se abre en el momento de la oración: es precisamente lo que se verifica en el caso de María. En el instante de la Anunciación, el cielo se abre como no se había abierto nunca antes: el Padre abre las puertas del cielo para dar a la humanidad lo más precioso que él tiene, su propio Hijo.

Abrirse el cielo significa que el Espíritu Santo está para descender sobre María en forma de paloma, o sea, como signo del amor divino, para realizar la concepción del niño. Lo que tuvo lugar para Jesús en el momento del bautismo nos ayuda a comprender lo que aconteció en secreto para María en el comienzo de la nueva Alianza. Se podrían utilizar los mismos términos de la expresión evangélica: “Mientras María oraba, se abrió el cielo”.

El paralelo con Zacarías, recordado antes, presenta también un contraste. En el primer caso se trata de un acto solemne de culto, al que se asocia todo el pueblo; en el segundo, la oración no tiene nada de público ni de solemne. Así se explica el silencio del relato evangélico sobre la oración de María, que no ofrecía aspectos exteriores dignos de mencionarse.

 A diferencia del sacerdote, que cumplía en el templo funciones oficiales de culto e intercesión, la joven de Nazaret oraba sencillamente, bajo la inspiración de la gracia de que estaba llena. Era una oración menos vinculada a formas exteriores, más interior y también más libre, que expresaba con mayor vitalidad la personal espontaneidad de María, las relaciones que ella deseaba desarrollar con Dios.

            Sería erróneo sacar la conclusión de que la oración de María era menos abierta a los demás que la de Zacarías. El sacerdote era consciente de poner un acto de culto a nombre del pueblo, de asociar este pueblo a su oración. La oración de María, mediante el “fiat”  al mensaje, se transformó en oración de adhesión a la voluntad divina para la salvación de todos los hombres. Al decir: “He aquí la esclava del Señor” María expresa la disposición fundamental de toda oración, mejor dicho, el fruto de la oración que es conformarse con la voluntad del Padre.

La misma disposición manifestará Jesús en la oración más comprometida de su existencia terrena: “Padre... no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36). Es igualmente la disposición de ánimo que inculcará a sus discípulos al enseñarles el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10). En el consentimiento que expresa al mensaje del ángel, aparece la actitud esencial de María en sus relaciones con Dios: el consentimiento implica una oración de abandono total en las manos del Padre. El episodio de la Anunciación comienza en la oración y culmina en la oración.

            Ésta debe ser también nuestra oración: Acogida de los designios divinos sobre la vida personal de cada uno y conformarla a la voluntad de Dios, como María.

            Reflexionando sobre el papel de la oración en este episodio, podemos comprender mejor algunos aspectos referentes a nuestra vida personal, sobre todo, de sacerdotes y almas consagradas.

            Hallamos ante todo el principio de la necesidad de la oración. Es necesaria para recibir los mensajes divinos. Para los hombres apostólicos es demasiado importante colocarse a la escucha de Dios, oír las palabras que vienen de lo alto, y aplicarlas a su vida. Tienen necesidad de la oración para dejarse conducir, en toda su existencia, por los designios misteriosos del Padre. La oración asegura un contacto que les permite realizar el ideal del sacerdocio o consagración a que están llamados.

            El ejemplo de la oración de María en el momento de la Anunciación refuerza la convicción de los apóstoles de que la oración está íntimamente ligada a su misión. Si el relato evangélico no nos dice que la Virgen de Nazaret estaba en oración, en un momento tan importante de su vida, en el que debía realizarse el contacto más íntimo con Dios, se debe a que esto resultaba evidente.

            En María, la oración ha sostenido el desarrollo de la persona. En concreto, le ha permitido responder perfectamente al mensaje, en el sentido de una existencia en la que todas las cualidades y actitudes alcanzarían plena eficacia. En todo cristiano, sobre todo sacerdotes y consagrados, el verdadero desarrollo de la persona sólo puede ser asegurado cuando se le da a la oración un sitio importante. No se trata de un simple desarrollo natural, sino de un crecimiento sobrenatural bajo el influjo de la gracia: cuanto más penetra la gracia en la vida, tanto más suscita el impulso de la oración. La persona realiza así su verdadero destino, una unión cada vez más íntima con Dios.

            Al observar que según el designio divino, María se encuentra en oración a nombre de la humanidad para acoger la venida del Salvador, descubrimos la resonancia universal de la plegaria. Los sacerdotes y consagrados quedan más en particular encargados de una misión de oración a nombre de la Iglesia. Su empeño en la oración no apunta sólo a las necesidades personales de contacto con Dios, sino también a las necesidades más amplias del mundo que debe recibir los frutos de su intercesión. Deben pues, tomar conciencia de ser conducidos a la oración en virtud de un designio que los supera y les asigna una parte de cooperación a la salvación del universo.

En su oración están siempre invitados a expresar la disposición  que inspiraba la oración de María y que ha comunicado tanto valor a su respuesta al mensaje. Al dirigirse a Cristo y al Padre, quieren abrirse a la voluntad divina, y comprometerse con todas sus fuerzas en la senda de su realización y que es indispensable para que cada uno de sus miembros desarrolle la oración  en el clima de comunión que le es propio (cfr Encíclica marialis cultus).

4. 2  MARÍA, EN LA ANUNCIACIÓN, ES VIRGEN ORANTE

            « La Virgen estaba orando. Adorando al Padre “en espíritu y en verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no precisa ser realizada en el templo de Jerusalén ni en el monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y a toda hora subsiste la obligación de orar.

            La Virgen, pues, estaba orando. Orando mientras hacía cualquier otra cosa o, sencillamente, orando sin hacer nada más que orar, el cuerpo tan extático como el alma. Esto es lo de menos. El cronista, San Lucas, no especifica. El arte, sin embargo, de todos los tiempos, nos ha habituado a figurárnosla en reposo y entornada, sumida en estricta oración.

            De rodillas, porque adoraba al Señor profundamente. Sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pie mientras Ella estaba arrodillada...» (Cf  José María Cabodevilla, SEÑORA NUESTRA, BAC, pag 91)       

            El ángel viene a visitar a esta joven en un pueblo perdido del que nadie espera que salga nada bueno (Jn 1,46), y a ella ha dirigido y seguirán dirigiendo los ojos generaciones y generaciones de cristianos.

            No era Nazaret una ciudad, como puede dar a entender la traducción frecuente del Evangelio de San Lucas: “En el sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, cuyo nombre era Nazaret” (Lc 1, 26). Calculan hoy los peritos que Nazaret tendría entonces unos 150 habitantes. Era una aldea pequeña al fondo de un valle en la región de Galilea. Desconocido totalmente en la literatura del pueblo de Israel hace su entrada en la historia en el Nuevo Testamento.

            Cuando a Natanael le dice Felipe: “Hemos encontrado a aquel del que escribió Moisés y los profetas: Jesús, hijo de José, el de Nazaret”, profundamente extrañado preguntó Natanael: “¿De Nazaret puede haber algo bueno?” (Jn 1, 45, 46). No hay acuerdo entre los intérpretes a la hora de fijar el sentido de la expresión de Natanael. ¿Indica que Nazaret era un pueblo de mala fama o sencillamente una aldea perdida en un valle? Parece que al menos habrá que aceptar la segunda interpretación.

            Era Nazaret una aldea de montaña, lejos de las grandes rutas de comunicación. Estaba formada por una veintena de casas cúbicas construidas en piedra sobre una gruta o adosadas a ella y cubiertas con terrazas de tierra. Todavía hoy en la basílica de la Anunciación de Nazaret se venera la gruta.

            A pesar de todo Nazaret ha sido escogido por Dios para realizar en él su obra más grande: el misterio de la Encarnación. No cabe duda que la elección de Nazaret, por quien no estaba obligado a ello, es un auténtico misterio. Y como todo misterio suscita un interrogante: «¿Por qué?».

            Nadie ha sabido dar con la respuesta. Pertenece al querer de Dios, que siempre permanece oculto a la sabiduría humana. Pero es propio de la razón, llevando en la mano la antorcha de la fe, intentar escudriñar el misterio. Dios ha hablado al hombre sobre todo por hechos, más que por palabras. Esto nos permite sospechar que hay una verdad que Dios quiere darnos a conocer con la elección de Nazaret.

            Ya en el Antiguo Testamento se había hecho proverbio que los caminos de Dios no son los caminos de los hombres. Nosotros hubiéramos escogido Roma, Atenas, Alejandría, etc., y en ellas una familia de gran relieve en la sociedad. Las predilecciones de Dios tienen otras rutas. Dios se esconde en las capas más bajas de la sociedad, porque ahí está cerca de todo hombre. La puerta de la casa del pobre está siempre abierta y entra quien llega. No así en el palacio de los ricos o poderosos. Dios ha escogido Nazaret y en él una joven aldeana, pueblerina, de escasa cultura, para vivir más cerca de los hombres.

            San Pablo afirma que en la debilidad aparece más claramente la fuerza de Dios. No podemos dudar de que María no sea en lo humano una garantía del triunfo de Dios. En su pequeñez y debilidad se muestra poderosa la acción de Dios. Es lo que ella misma expresó en un momento de exaltación en el Espíritu, cuando ante la admiración de su prima Isabel exclamó “hizo en mi las cosas grandes el que es todo poderoso”.

            María, mujer del pueblo, es también al lado de Jesús lugar de revelación para nosotros. En su pequeño ser Dios nos ha manifestado que la encarnación es obra exclusiva suya y que tiene su origen en el amor de su corazón por el hombre. Nada había en nosotros que le hiciera a Dios acreedor de este don. Como le decía Jesús a Nicodemo. Pero “Así amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por él” (Jn 3, l6s).

4.  3.-  MARÍA PRONUNCIA EL “FIAT”  EN DIÁLOGO DE ORACIÓN CON EL ÁNGEL

            Antes de abordar el “fiat” de María desde el punto de vista de la oración, queremos señalar dos cosas. En primer lugar, que, aunque el contenido del relato sea ante todo cristológico, el papel de María es insustituible, ya que si el anuncio del nacimiento del Mesías se tradujo efectivamente en encarnación, fue porque, de manera misteriosa, encontró eco en la disponibilidad de aquella joven de Nazaret, prometida a un hombre llamado José (v. 27). Además, si es justo subrayar la docilidad de María, lista de antemano para la cita con Dios, no hay que olvidar por ello que la Anunciación la sorprende, y que no sabe en absoluto cómo conciliar las palabras del ángel con su sentimiento de ineptitud, aun cuando la virginidad haya podido prepararla para ese acontecimiento, como nos sugiere la piedad.

            Del ángel podemos aprender a felicitar a María (1,48), pero también podemos aprender de la misma nazarena a pronunciar el “fiat” con que aceptó entrar tan íntimamente en el misterio de los misterios, como mujer de oración completamente dócil, que no renuncia a entender cómo puede ocurrir en ella lo que le garantiza el ángel. El “fiat” de María a la voluntad de Dios (v. 38) marca el final de todo el diálogo, que recuerda la lucha de Jacob (Gn 32,25) y la de todos los hombres “seducidos” por Dios, como Abrahán, e implicados en su obra. Se trata, ante todo y sobretodo, de admitir, en fe, que “nada es imposible para Dios” (v. 37), como se dice en la historia de Sara, a quien Dios hizo fecunda aunque ya se le había pasado la edad (Gn 18,14). Su respuesta: “Aquí tienes a la esclava del Señor (cfr Rt 3,9; 1 S 25,41) no es tanto un acto de humildad cuanto un acto de fe, como lo confesará Isabel (Lc 1,45), y un acto que expresa su voluntad de cooperar a la gloria de Dios.

            Una vez que se fue el ángel (v. 38), María se queda sola, pero a la vez “llena de gracia” y segura de que Dios la ha convertido en objeto de su amor (v. 28) y que sobre ella descansa la sombra de su poder (v. 35). Por eso, sale de su encuentro extraordinario con Dios deseosa de ser su esclava. Los momentos esenciales de este encuentro con Dios los cuenta así san Lucas:  

            a) La turbación. Ante el imprevisto anuncio del ángel, María se turbó y se preguntaba sobre el sentido de un tal saludo. La palabra que Lucas utiliza indica una fuerte turbación. María se queda pensativa ante el mensaje del ángel, como se quedará en el momento de la adoración de los pastores (2,19).

            b) La palabra de lo alto. El ángel invita a María a no temer porque goza del favor de Dios (v. 30). El saludo es extraño y desproporcionado: con él se invita a María a no fijarse en su realidad humana, sino en el favor de Dios que quiere acercarse a ella. El saludo del ángel es mucho menos una alabanza a María que el anuncio de lo que Dios quiere hacer en ella.

            c) El deseo de entender. Precisamente porque Dios quiere convertirla en objeto de su gracia y su favor, María debe y quiere saber cómo puede cooperar en el nacimiento del Mesías, ella que no convive con ningún varón.

            No teme, ¿pero cómo traducirá en realidad, ella que es virgen, esa maternidad? ¿Cómo ser esclava sin saber cómo, en esa situación que es la suya? La oración de María no se mueve en lo irreal o en lo fabuloso, sino entre las mallas de su realidad más íntima.

            d) El poder del Espíritu. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (v. 35a). Es el Espíritu vivificante de Dios, el poder eficaz del Altísimo, que engendrará al Mesías en el seno de María, y “por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios” (v. 35b).    Pero, en definitiva, ese Espíritu está apelando a la disponibilidad de María. Y esa fuerza del Espíritu Santo, según la promesa de Jesús descenderá también de lo alto sobre los discípulos (cf Hch 1,8) y María lo esperará con ellos en oración (cf Hch 1,12-14).

            e) La señal. María, fortalecida por las solemnes palabras del ángel que le ha recordado todo el poder de Dios, se ve ahora invitada a comprobar también la acción de Dios en otra parte, fuera de sí misma: “Mira, también tu pariente Isabel ha concebido” (v. 36). María sale, pues, de la oración fortalecida y totalmente decidida a ponerse por entero al servicio del plan de Dios. “Respondió María: Aquí está la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra “.

            Esos son los componentes principales de su oración en ese gran momento de la Anunciación. Y esa oración continuará en el silencio y en el encuentro con otra gran favorecida de la gracia, Isabel. Cada una de ellas aporta su testimonio, ambas en la espera de una confirmación que se están dando una a otra. Por todo esto es conveniente analizar la oración de María en las diversas etapas y formas de orar. (Cfr ORAR,  Nº146, MONTE CARMELO).

4. 4  MARÍA “LO MEDITABA EN SU CORAZÓN”

ORACIÓN MEDITATIVA

            El cántico de alabanza del Magnificat nos es transmitido en el Evangelio por un motivo excepcional, el del encuentro de María con Isabel. Dos afirmaciones de Lucas nos permiten reconocer en María una actitud meditativa que constituía una forma de oración y no se limitaba a breves momentos.

            Al final del relato del nacimiento de Jesús, el evangelista anota: “María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” (2,19). Después del episodio de la pérdida de Jesús en el templo y la mención del regreso a Nazaret, hace una observación análoga: “Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello” (2,51). Con esto indica, al parecer, la fuente primaria de los recuerdos que nos transmite: provenían de María misma, y ello garantiza su valor. Todavía, Lucas deja entender que no se trataba, de parte de la madre de Jesús, de un simple ejercicio de memoria: María pensaba en los acontecimientos de lo que era testigo, reflexionando sobre su significado.

            Tras la visita de los pastores al niño, la actitud meditativa de María contrasta con el estupor superficial de aquellos que escuchan las circunstancias extraordinarias de aquella visita. María no se limita a registrar lo que acontece: trata de penetrar en un misterio y, con esta finalidad, “meditaba en su corazón”, según la palabra utilizada por el evangelista, todo cuanto ve y escucha. Confronta unos con otros los elementos significativos de la experiencia única que le ha sido concedido vivir.

            “Meditar en su interior” significa que los pensamientos íntimos están empeñados en este esfuerzo. Ahora bien, los pensamientos y sentimientos de María se dirigen sobre todo hacia el niño. Precisamente en el momento del nacimiento de Jesús, el evangelista nos habla de la meditación de la madre. María contemplaba a su hijo y mientras se interroga sobre el misterio que lo rodea, se sirve de cuanto ve y escucha respecto de él. Esta contemplación ha comenzado en el acontecimiento de Belén y es la que provoca confrontación y meditación.

            El nacimiento de Jesús, desde su Encarnación,  ha suscitado en María una oración de nuevo estilo. La oración es mirada dirigida a Dios. Y María, dirigiendo su mirada a Jesús, trata de llegar hasta Dios; ella busca en el rostro de su niño lo que Dios quiere decirle.

            Esta oración contemplativa proseguirá en los largos años de Nazaret. No se limita a una actitud pasiva, porque conlleva una búsqueda intelectual por entender mejor quién es este niño concebido por obra del Espíritu Santo. Pero hecha siempre por amor y desde el amor para amar más. Por eso esta búsqueda no es simple ejercicio de pensamiento personal de la Virgen.

María quiere esencialmente acoger con sus brazos extendidos por amor hacia el niño que va nacer o que lo toma en ellos y lo contempla, una vez nacido. Siempre por amor y desde el amor. La oración como nos dicen los entendidos, los míticos, siempre es ejercicio de amor. Nunca olvidar que orar es amar y contemplar es amar. Porque amo quiero conocer y porque conozco, amo. Todas las actitudes en relación con su hijo son fruto del amor. No es conocer teóricamente quién es, conocer por conocer su personalidad más profundamente.

            Lo mismo en nosotros. Todos nuestros pensamientos y actitudes de cara a Dios son fruto de la caridad que es la virtud que da la trabazón a todo lo cristiano. Cuando uno ama a Dios está pendiente de Él como se está pendiente de la persona amada; y como sucede en toda auténtica amistad, el estar pendiente procede del amor y conduce a un mayor amor; por eso la oración procede de la caridad y conduce a una mayor caridad, hasta llegar, como sucede con toda auténtica amistad, a la identificación de voluntades; en nuestro caso, hasta no querer otra cosa que lo que quiere Dios: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo, y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

            Por cuanto conocemos de María, podemos decir que no hubo nunca contemplación tan pura y perspicaz y amorosa de Jesús. Es madre. Y la madre ha sido la primera en contemplar a su hijo; no ha puesto en ello solamente su cariño materno, sino todo el fervor de su fe. No deseaba descubrir únicamente los rasgos humanos del rostro de Jesús, sino el misterio oculto en él.

            Tras el episodio del hallazgo de Jesús en el templo, el esfuerzo de meditación se desarrolló ulteriormente, como lo sugiere la segunda afirmación de que María guardaba en su interior el recuerdo de todo aquello. El misterio se había expresado en forma más impresionante en las palabras de Jesús en la Pascua de los doce años: “¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49). Ni María ni José comprendieron esas palabras. Era una invitación a profundizar en su significado.

            La palabra “Padre”, “Abbá”, planteaba más vivamente el problema de la identidad personal de Jesús. Era la palabra clave de la declaración, la que había impedido a María comprender, porque parecía confundirse con el nombre que calificaba a José. La que en un primer momento no había comprendido, se esforzaba por interpretar el enigma. Debió intuir quién era aquel a quien Jesús aludía y, contemplando a su hijo, trataba de descubrir en el reflejo de Dios como se escrutan en un niño los rasgos de semejanza con su padre.

            La verdad que proclamará Jesús más tarde, durante la última cena: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9), se presentó a María en su contemplación. Para saber quién era Jesús, debía subir hasta Dios Padre, y descubrir en el rostro de su hijo la imagen fiel del rostro de Dios.

4. 5.-  MARÍA, MAESTRA Y MODELO DE ORACIÓN

            La mirada meditativa de María, que ha captado la luz puesta a su disposición durante los años de Nazaret y que ha descubierto cada vez más las secretas profundidades del rostro de Jesús, se comunicó a la Iglesia. En su misión de propagar la fe, la Iglesia debe tratar de conocer siempre mejor a Cristo cuya revelación transmite. La Iglesia necesita contemplar a aquel que presenta al mundo, esforzándose por comprender cada vez mejor el sentido de lo que refiere el Evangelio. No puede limitarse a conservar como un tesoro lo que ha recibido. Como María, debe «meditar en su interior» todos los acontecimientos que han marcado la presencia de Jesús en el mundo.

            Los sacerdotes y los consagrados están llamados de modo especial, en virtud de su vocación, a participar de esta oración meditativa de la Iglesia. Invitados a seguir a Cristo, a vivir en su intimidad, no pueden alcanzar la finalidad de su existencia sino volviendo su mirada hacia aquel a quien se han consagrado totalmente. En su vida hay un aspecto necesariamente contemplativo: si quieren dar a esa parte de contemplación todo su significado evangélico, deben esforzarse por asociarse a María para mirar a su Señor con amor contemplativo.

            María nos recuerda  a todos la importancia capital de la mirada contemplativa. Mirada que llenó toda su vida materna en Nazaret. Si no hubiera existido esta mirada, su existencia de cada día habría sido bastante pobre. María vivía en una relación de intimidad con Jesús: era el motor esencial de su pensamiento y de su vida.

            Ella nos ayuda a todos, pero especialmente a los consagrados a vivir también ellos en la intimidad con Cristo y a dirigir hacia él una mirada contemplativa en la que se fundan la fe y el amor: «Gonzalo, pasa a mi Hijo». Ella sabe y puede y quiere ayudarnos en este camino de encuentro con Cristo. Ella, cuanto decía y hacía se revestía de un valor superior gracias a su adhesión a Jesús. Y esta adhesión necesitaba expresarse en momentos de contemplación.

            Lejos de sacrificar esos momentos a la acción, María los buscaba para hacer más válida su propia acción. Ella sostiene, pues, a las almas consagradas en la elección que deben hacer y rehacer incesantemente, dando a la oración todo el tiempo que le pertenece. Ella desea hacerles gustar un gozo semejante al que experimentaba cuando se encontraba frente a Jesús y podía mirarlo libremente, abandonarse a una contemplación que le permitía entrar en su misterio.

            En la oración meditativa tratamos de descubrir el sentido de los textos inspirados, recogiendo el fruto de ciertos comentarios exegéticos y tratando de apropiarse personalmente del pensamiento de estos textos. Este esfuerzo puede extender su alcance, apoyándose en escritos diferentes de la Biblia, o también reflexionando sobre ciertos acontecimientos. Su objetivo es conocer mejor la persona del Salvador y su obra para amar y hacerle amar a Jesús.  

            María no había hecho estudios especiales de Biblia, pero no renunciaba a captar en plenitud los libros sapienciales, sobre todo, las profecías. Tampoco los consagrados pueden renunciar a este esfuerzo de profundización, aun si no han podido dedicarse a estudios exegéticos particulares. Están invitados a dirigir a Cristo una mirada meditativa, a descubrir con mayor claridad a aquel a quien han consagrado el amor más completo, para rendirle así el homenaje de su inteligencia junto con el del corazón.

            Con un esfuerzo intelectual, su oración meditativa-contemplativa podrá penetrar más en el abismo infinito que se esconde en la persona de Cristo. Podrán avanzar así en la fe y en el amor; acogiendo siempre mejor la grandeza y la bondad de Cristo, serán llevados a admirarlo y amarlo más intensamente.

4.6.-MARÍA CONTEMPLADA Y VIVIDA DESDE EL MEMORIAL EUCARÍSTICO DEL HIJO

He repetido varias veces que mi camino de oración o encuentro con Cristo empezó en María; primero fue Ella,en mi infancia y adolescencia, y Ella,después de algunos años, en que me sentí muy a gusto con su diálogo, encuentro, protección y ayuda, y me llevó al Hijo.

Sin embargo, y lodiré siempre altoy claro, ha sido el Hijo el que  me ha llevado y me está llevando a descubrir una María maravillosa y confidente de Dios, que goza de una confianza absoluta del Hijo y del Padre por el mismo Espíritu Santo, unidísima y llena de misterios y gracias divinas, que a veces nos asustan, como el llamarla corredentora, que pide a los niños de Fátima consagrar el mundo entero a su Sagrado Corazón, el no sea Madre sacerdotal, sino Madre sacerdote de Cristo, de su Hijo... etc.

La Iglesia la veneró siempre como Madre de Dios, pero esta luz, a través de los siglos, nos ha ido descubriendo nuevos matices nacidos de esta luz, y la Iglesia, a medida que avanza, sin perder esta luz, va proclamando nuevas gracias y dones de Dios en María, siempre humana pero casi divina, porque está tocando el mismo límite de lo infinito, y siempre desde el Hijo y por la potencia de Amor del Padre al Hijo, que nos hizo hijos, y del Hijo-hijos al Padre, que es el Espíritu Santo, que la “cubrió con su sombra". Entre todos estos hijos Ella fue única y especial, fue hija y Madre de Dios.

Este conocimiento de fulgores divinos y cavernas y minas

de tesoros marianos sin explorar todavía, de la belleza y hermosura

depositadas por la Santísima Trinidad en María, me viene y me inunda en la oración personal, sobre todo, durante la celebración litúrgica del Misterio de Dios, de la irrupción de la Trinidad en el tiempo y en el espacio, de una forma metahitórica, por medio de la Liturgia Sagrada, especialmente por la Eucaristía, memorial de Cristo entero y completo.

Todo esto lo veo, contemplo y gozo y siento por la oración litúrgica-memorial y personal unidas e interinfluenciadas, unas veces empezaba la litúrgica y me provocaba la personal, otras veces desde la personal me uno y concelebro la litúrgica, pero siempre unidas las dos, y así es como descubro a María, especialmente en la liturgia eucarística, que en el Misterio memorial del Hijo, entero y completo, que me está llevando a descubrir las grandezas y seguridad y confianza del Hijo en la Madre.

Precisamente en la celebración de la Eucaristía memorialla he preguntado y le sigo preguntando muchas veces a la Virgen: ¿Pero realmente, queridísima María, Madre sacerdotal del Ser y Existir sacerdotal de tu Hijo, Él te quiso sólo madre sacerdotal, o más bien te quiso también madre sacerdote y víctima con Él, en su ser y existir sacerdotal, por una Unción y Consagración única y singularísima de la potencia de Amor del Espíritu Santo, que te "cubrió con su sombra': consagración no institucional-extensiva al género femenino, sino especial y creada para ti sola, como la maternidad divina, desde

el primer instante del ser y existir sacerdotal del Hijo de Dios en tu seno -¡qué grandeza y misterio inaudito que merece para ti todas las gracias posibles porque tocas al mismo Dios infinito!-; una consagración que te hacía sacerdote a la vez que engendraba (Espíritu Santo) y engendrabas (tú, María) en tu seno, al Único Sacerdote, al cual te unías por esa misma unción del Espíritu de Amor que a Él le hacía Hijo sacerdote   único del Altísimo y a ti, madre sacerdote de y por tu hijo, a quien tú dabas por obra del Espíritu Santo su ser y existir

sacerdotal? ¿No era esa misma Unción especial y única del Espíritu

Santo la que a Él le hacía Sacerdote Único del Altísimo ya ti, madre de su sacerdocio en tu seno, haciéndote con Él madre sacerdote en su mismo Serse y hacerse Sacerdote por obra del Espíritu Santo?

Desde la Sagrada Liturgia, realizada por la potencia de Amor del mismo y único Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que "cubrió con su sombra" a María y la hizo Madre del Único Sacerdote, en el cual y por el cual María fue consagrada y ungida sacerdote del Hijo de una forma única, y todos nosotros, de una forma especial pero no única, puesto que todos somos sacerdotes de la misma forma y grado.

Humildemente afirmo lo que siento desde esa Liturgia Sagrada, especialmente del Memorial Eucarístico, siento el perfume y aroma de María, junto a mi, madre sacerdotal y ¿sacerdote? del Hijo, una Madre junto al Hijo de sus entrañas, sacerdote y víctima, siento el "he ahí a tu hijo, a tu madre': descubro y veo y gozo estas grandezas de la Madre del Sacerdote que la quiso tener junto a sí desde el primer fiat de la Encarnación, hasta el última fiat encomendando y ofreciendo al Hijo al Padre para la Salvación de los hombres.

Es el Hijo el que tiene la «culpa» de todo esto, porque Él me lo provoca por su Espíritu, el Espíritu de Pentecostés, que inflamó a los Apóstoles "reunidos con María" y les hizo perder los miedos y abrir las puertas y predicar a Cristo resucitado. Realmente el Espíritu de Pentecostés, es el mismo Cristo resucitado, pero hecho Espíritu, hecho Fuego y Llama de Amor Viva, metida en el corazón y no quedándose en apariciones y palabras externas, que se quedan en los sentidos, pero no llegan al interior.

Para sentir y vivir esto hay que llegar al corazón de los ritos, de

las palabras y acciones sagradas, vivir pendiente y unidos a los Misterios de la Trinidad que traen del cielo a la tierra. En la celebración de la Eucaristía, es decir, desde la Liturgia, que hace presente todo el misterio de Cristo al que fue asociada María desde la Encarnación, desde el primer momento, hasta el último, en la cruz, donde «no sin designio divino» quiso asociar a su Madre que se unió totalmente como madre sacerdotal y víctima, hasta consumar el misterio de la redención, y hasta Pentecostés, donde el fruto del misterio pascual, la efusión del Espíritu, halla a María activa en la oración con los discípulos; para convertirse en presencia permanente en una total conformación al Hijo Resucitado en la gloria de su Asunción.

Una vez más, el paralelismo entre historia de la salvación en la que María está presente y celebración de la historia de la salvación en la que María se hace presente y es evocada por y en el memorial del Hijo, fundamenta ese misterio de comunión indisoluble con la obra del Hijo.

Y es lo que se afirma en el número 65 de la LG, cuando se dice: «María, en efecto, ha entrado profundamente en la historia de la salvación y en cierta manera reúne en sí y refleja las exigencias más radicales de la fe. Al hontarla en la predicación y en el culto, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre».

Ello sucede en esa síntesis maravillosa de la confesión y de la celebración de la fe que es la liturgia, donde el recuerdo de María reverbera los datos de la fe y su condición de Sierva del Señor orienta, como en Can á, hacia el misterio del Hijo y, como en el Cenáculo, a la acción del Espíritu.

Precisamente por eso, cuando en LG 66 se habla de la naturaleza y del fundamento del culto de la Virgen María se alude ante todo a su condición de Theotokos, síntesis de sus privilegios, su específica vocación en la historia de la salvación; pero en seguida se añade: «que participó en los misterios de Cristo». Una vez más es esta la clave del culto litúrgico tributado a la Virgen María, el fundamento de su presencia en la liturgia de la Iglesia.

Por eso, «la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios ... unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo». Es la comunión activa de María en la obra de la Redención, que se hace presente en el memorial eucarístico de su Hijo. De aquí que «en María la Iglesia admira nsalza el fruto más espléndido de la redención» y «La contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera ansía y espera ser> (SC 8)

Esta doctrina de las presencias de María en la liturgia de Iglesia se ha enriquecido notablemente con la publicación de Uectio Missarum» o Misas de la Virgen María. Y en particular se tendría que recordar que algunos «vacíos» detectados en la Marialis cultus han sido colmados con este nuevo libro de la Iglesia, donde formularios especiales de Misas ponen de relieve tanto la presencia como la ejemplaridad de María para la Iglesia en dichos tiempos de gracia, hasta Pentecostés, donde se recuerda a la Virgen del Cenáculo. Y en lo referente a Adviento y Navidad, nuevos formularios de Misas celebran presencias importantes de María en el misterio de Cristo, como el misterio de Nazaret y el de Caná de Galilea.

El segundo significado que puede tener la palabra presencia

es precisamente el que podríamos llamar más teológico:  mistérico: el hecho de la misteriosa persona de María en la Iglesia cuando esta celebra los divinos misterios. Aquí tenemos afirmaciones significativas pero sobrias. Sobre la base de SC 8, y recordando la doctrina de la Comunión de los Santos, la Lumen gentium, afirmaba: «Nuestra unión con la Iglesia del cielo se realiza de la manera más noble cuando celebramos las alabanzas de la grandeza de Dios con alegría compartida, sobre todo en la sagrada liturgia, en la que la fuerza del Espíritu Santo actúa en nosotros por medio de los sacramentos ... Por tanto, al celebrar el sacrificio eucarístico, nos unimos de la manera más perfecta al culto de la Iglesia del cielo: reunidos en comunión, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María (LG 50)>>.

Un texto particularmente significativo sobre el tema de la presencia mistérica de María en la liturgia es una alocución de Juan Pablo II en el Ángelus del 12 de febrero de 1984, que merece la pena reproducir en las afirmaciones centrales: «Ahora, la bienaventurada Virgen es íntima tanto a Cristo como a la Iglesia, e inseparable de uno y otra. Ella les está unida en lo que constituye la misma esencia de la liturgia: la celebra ción sacramental de la salvación para gloria de Dios y para la santificación del hombre.

María está presente en el memorial -la acción litúrgica- porque estuvo presente en el acontecimiento salvífico. Está junto a toda fuente bautismal, donde en la fe y en el Espíritu Santo nacen a la vida divina los miembros del Cuerpo místico, porque con la fe y con la energía del Espíritu, concibió a su divina Cabeza, Cristo; está junto a

todo altar, donde se celebra el memorial de la Pasión-Resurrección,

porque estuvo presente, adhiriéndose con todo su ser al designio del Padre, en el hecho histórico-salvífico de la muerte de Cristo; está junto a todo cenáculo, donde con la imposición de las manos y la santa unción se da el Espíritu a los fieles, porque con Pedro y los demás apóstoles, con la Iglesia naciente, estuvo presente en la efusión

pentecostal del Espíritu. Cristo, sumo sacerdote; la Iglesia, la comunidad de culto; con uno y otra María, está incesantemente unida, en el acontecimiento salvífico y en su memoria litúrgica».

A quien quisiera ir más allá, para preguntar también el cómo de dicha presencia, los Praenotanda de la «Collectio Missarum » ofrece ésta: «La Iglesia, que por los vínculos que la unen a María «quiere vivir el misterio de Cristo» con ella y como ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está siempre a su lado, pero sobre todo en la. sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora». En realidad allí donde la Iglesia siente más próxima en la fe la presenciade Cristo Señor (cf SC 7), allí también experimenta

la comunión más intensa con aquella que está unida a Cristo en la gloria.

No me resisto a poner una larga cita de esta «Collectio Missarum», que prueba todo lo dicho sobre la presencia de María en la liturgia de la Iglesia:

«11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos: es la cabeza que preside la asamblea cultual, cuyos miembros están revestidos de dignidad real; el maestro, que continúa anunciando el Evangelio de salvación; el sacerdote, que ofrece el sacrificio de la nueva ley y actúa eficazmente en los sacramentos; el mediador, que intercede sin cesar ante el Padre en favor de los hombres (cf. Hb 7, 25); el hermano primogénito (cf. Rm 8, 29), que une su voz a la de innumerables hermanos.

Los fieles, adhiriéndose a la palabra de la fe y participando «en el Espíritu» en las celebraciones litúrgicas, se encuentran con el Salvador y se insertan vitalmente en el acontecimiento salvífico.

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, as unta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19, 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, «sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna». La Iglesia, que «quiere vivir el misterio de Cristo» con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

13. La liturgia, por su misma naturaleza, favorece, realiza y expresa maravillosamente la comunión no sólo con las Iglesias diseminadas por toda la tierra, sino también con los bienaventurados del cielo, con los ángeles y los santos, y, en primer lugar, con la gloriosa Madre de Dios.

En íntima comunión con la Virgen María, e imitando su sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales «Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados»: - asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza - con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón - con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo y

asociarse a la obra de la redención - imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo

- apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios - con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

14.- La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que «se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él».

Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, «como modelo de virtudes» y <<de fiel cooperación a la obra de salvación».

CAPITULO CUARTO

MARÍA, MAESTRA Y MODELO DE VIDA ESPIRITUAL

           Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como ella, hacer de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV San Ambrosio de Milán, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios: «Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios».

Pero María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical “Hágase tu voluntad” (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38). Y el «Sí»de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre en camino y medio de santificación propia.

            Las relaciones del cristiano con María en la oración pueden especificarse en una triple actitud: orar con María, orar a María, orar como María.

5.1. ORAR CON MARÍA: LOS APÓSTOLES EN PENTECOSTÉS: ORACIÓN DE INTERCESIÓN

            Tratando de descubrir en el Evangelio la oración de María, hemos considerado la primera de estas relaciones: orar como María. En la Virgen de Nazaret encontramos un modelo de oración que nos impulsa a la imitación. En efecto, no es sencillamente un objeto de imitación, sino un modelo activo, porque María nos ayuda a orar con ella. Y esto es lo que vamos a meditar ahora. Para vivir la unión con Dios y cumplir con su voluntad, los cristianos, en fuerza de su vocación de seguir y amar a Cristo, están más empeñados en la senda de la oración, teniendo a María como modelo y ejemplo singular.

            Orar con María, como lo vemos reflejado en el evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, es un rasgo característico de la oración de la comunidad primitiva, en espera de Pentecostés. Los apóstoles, reunidos en el cenáculo, “eran asiduos y concordes en la oración, con algunas mujeres y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1,14). Entre las mujeres, se nombra sólo a María, en razón de su cualidad única de “madre de Jesús”. Esta mención hace suponer que la veneración de la comunidad para con Jesús se reflejó en su madre y que después de la partida de Cristo de este mundo la presencia de María fue la señal visible que recuerda más fielmente el rostro del Salvador.

            Lucas se preocupa por resaltar esa presencia, porque en su Evangelio había descrito el papel de María en los orígenes de la vida de Jesús. Ahora atrae la atención sobre su papel en los orígenes de la Iglesia, porque en la perspectiva en que se pone, el progreso de la Iglesia se realiza a imagen de lo que se había realizado para Cristo.

            Ese progreso es obra del Espíritu Santo con el concurso de María. En este paralelo se puede reconocer una primera apertura hacia la afirmación de que la madre de Cristo es la madre de la Iglesia. Ciertamente, se llama a María con su título más evidente de “Madre de Jesús”. Pero su presencia en la comunidad indica una maternidad que permanece viva y cuyos beneficios reciben todos. Siendo madre de Jesús, aparece dotada de una calidad materna en relación a todos aquellos que se han reunido en torno a su hijo.

            Su título único de Madre de Jesús confiere un valor único a su oración. Valor que no procede sencillamente del vínculo de maternidad considerado en sí mismo, sino de la forma excepcional con que se estableció esa maternidad. María se convirtió en madre por intervención del Espíritu Santo y ello estableció la relación más íntima entre ella y el Espíritu.

            Su oración para implorar la venida del Espíritu sobre la comunidad, tiene, gracias a esto, una eficacia singular. El Espíritu Santo se complace desde ahora en actuar con la colaboración de María, en la prolongación de lo que él realizó en el misterio de la encarnación. Las súplicas de María han ejercido el influjo más fuerte para obtener la efusión del Espíritu con la abundancia de sus dones.

            Orar con María es, pues, compartir la eficacia superior de su oración. La primera comunidad ha podido alcanzar con mayor amplitud los beneficios divinos, porque unía su plegaria a la de la Madre de Jesús. Es ciertamente verdadero que la oración de los apóstoles tenía su propio valor. Pero ha tenido un efecto más amplio en razón de la presencia de María en la oración comunitaria.

            En esto hay una verdad que sigue siendo aplicación actual. La Iglesia sigue uniendo su oración a la celeste plegaria de María: cuenta con la intercesión de la madre de Jesús para alcanzar con mayor abundancia los dones del Espíritu Santo.

            Por su parte, los cristianos quedan invitados a adoptar en su oración una disposición de comunión con María, para que sus súplicas vayan siempre acompañadas y reforzadas por las de ella. Se trata de una comunión de consagración, porque María es la primera consagrada. Es una comunión de don total a Cristo y esto hace la comunión de oración tanto más profunda.

            De la actitud que consiste en orar con María, se pasa fácilmente a aquello que consiste en orar a María. En efecto, orar con María significa reconocer la excelencia de la intercesión de la Madre de Jesús. Desde el momento en que se reconoce el valor único de esta intercesión, el creyente es llevado a implorar a María para obtener su concurso en las súplicas dirigidas a Cristo y al Padre. María se convierte así, para todos los cristianos, en aquella a quien se ora con ardor, para llegar mejor hasta Dios.

5. 2.-   ORAR A MARÍA: FÁTIMA: SOR LUCÍA.

            No tenemos informaciones sobre la forma en que se realizó, al comienzo de la Iglesia, el paso de la oración con María a la oración a María. Cuando ella estaba presente en la comunidad, los primeros cristianos se complacían en orar con ella, como acontecía ya en la asamblea que esperaba Pentecostés. Podemos igualmente imaginar la oración de Juan, el discípulo predilecto, en compañía de aquella a quien había acogido en su propia casa.

            Después de la muerte de María, se debe pensar que los primeros cristianos se han dirigido espontáneamente a aquella a quien ya no podían ver, empezando a invocarla. Así se fue formando la costumbre de orar a María, de pedir su intercesión junto a su hijo, de acudir a ella en las dificultades, de llamarla en ayuda en las pruebas.

            El cántico del magníficat atribuido a María testifica, como ya hemos observado, un comienzo de culto mariano. Las palabras “me felicitarán todas las generaciones” demuestran que aquellos cristianos comprendían la bienaventuranza especial concedida a María.

            Semejante homenaje conllevaba como consecuencia el deseo de hablar a María e invocar su socorro; consecuencia que no podía expresarse en el magníficat, pero era inevitable. Venerar a María como la mujer más dichosa de todos los tiempos, significa esperar de ella protección y solicitud, porque la felicidad le ha sido otorgada en vista de la obra de la salvación.

            La primera oración a María que se nos ha conservado, se remonta al siglo III y fue escrita en un papiro egipcio. No obstante las mutilaciones del texto, debido al estado precario del papiro, ha sido posible reconstruir su contenido: «Bajo el amparo de tu misericordia, nos refugiamos, Santa Madre de Dios. No desoigas nuestras plegarias, cuando nos hallemos en la prueba; antes bien líbranos del peligro, tú, la única pura y bendita» (Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei genitrix...).

            Esta oración nos ofrece el primer testimonio de la invocación «Madre de Dios» (Theotokos). Invocación ésta que parece justificar las expresiones del conjunto de la oración. Son expresiones que antes se utilizaban para súplicas dirigidas a Dios: al refugiarse bajo el amparo de la misericordia divina, se pedía a Dios la liberación de los peligros y acoger benévolamente las plegarias. Lejos de dirigirse al Señor glorioso, estas súplicas se dirigen ahora a la «única bendita»: en su calidad de Madre de Dios ella es la persona humana más cercana a Dios, la que refleja más fielmente la misericordia divina. En razón de esta cercanía a Dios, se puede obtener de ella la liberación de las situaciones peligrosas.

            Para hallar la forma de orar a María, el autor de esta oración escogió la vía más sencilla: invocar a la Madre de Dios con los mismos términos con que se invocaba a Dios. Esta semejanza no significa que se desconozca la diferencia. La Madre de Dios no es Dios; es una creatura, a la cual no se atribuye la excelencia única que pertenece a Dios. Ella es sólo una mediadora. Si no se recuerda explícitamente su intercesión, esa mención está implícita en su calidad de Madre.

            En esta oración se advierte una característica que se hallará luego en buen número de oraciones a María: en la prueba, el cristiano busca refugio en el corazón compasivo de María. En el peligro, lanza hacia ella un grito de socorro. Es reconocible la reacción espontánea del niño que grita a su madre. Pero aquí no se invoca a María bajo el título que se le atribuirá más tarde: «madre nuestra», pero con un sentido sobreentendido: quien es madre a nivel tan alto, debe tener un corazón materno sensible para cuantos la invocan.

            Es igualmente importante observar que la oración es colectiva. Aunque pruebas y peligros hacen pensar ante todo en un caso individual, es una comunidad la que ora e implora liberación. Se diría que la apertura universal de la Madre de Dios favorece la apertura comunitaria de la oración.

            Los cristianos de hoy siguen recitando esta oración: señal de que responde a sus aspiraciones. También los consagrados encuentran en ella lo que desean decir a María, porque en su vida no faltan pruebas y peligros. Con las pruebas se asocian más íntimamente al sufrimiento de Cristo y piden a la Corredentora que sostenga su valor y ofrenda.

            Ante los peligros que amenazan su vida enteramente entregada al Señor, de modo especial frente a las tentaciones, solicitan un poder maternal que los ponga al abrigo de las caídas y bajezas. Se complacen en invocar a la «santa Madre de Dios» como a quien posee una santidad que debe reflejarse en su vida consagrada.

5. 3.- FUNDAMENTO Y FUENTE DEL CULTO MARIANO: “¡HE AHÍ A  TU MADRE!”:

            La oración a María se desarrolló en la Iglesia bajo la inspiración del Espíritu Santo: “Los Apóstoles estaban en oración con María, la madre de Jesús”,  y también en razón de la voluntad del Salvador manifestada en el Calvario. Al decir a su madre “Mujer, ése es tu hijo” le asignaba una maternidad de orden espiritual para con cada uno de sus discípulos y le pedía velar con solicitud sobre el itinerario de cada uno de ellos.

            Al decir al discípulo predilecto: “Esa es tu madre”, lo invitaba a profesar a María un amor filial; amor que Juan manifestó en seguida tomando consigo a María.

            En estas palabras se puede reconocer el deseo de Cristo en establecer el culto mariano. El crucificado no se limitó a conferir a María una nueva maternidad. Le pidió expresamente a Juan una repuesta a esa maternidad y con ello quiso que los cristianos rindieran culto a María. Si cada uno recibe a María como madre, cada uno queda invitado a “tomarla consigo”, es decir, a acogerla y darle cabida en la propia vida.

            No debemos olvidar que estas palabras: “Esa es tu madre” fueron pronunciadas poco después de que Jesús hubiera formulado su mandamiento: “Amaos los unos otros como yo os he amado” (Jn 13, 34; 15,12) Y expresan una voluntad análoga: «Ama a mi madre como yo la he amado».

            Las relaciones del discípulo predilecto con María han sido señal y prefiguración de las relaciones de todo cristiano con aquella que le ha sido dada por madre. Podemos sólo intuir el ardor con que el discípulo ofreció a María una adhesión cariñosa que prolongaba la intimidad que había tenido con Jesús. Mejor que otros, comprendió que no podía abrirse totalmente al amor de Cristo, sino amando a su madre. Al recibirla en su casa, pudo captar en ella una semejanza viva con Cristo. Él, que en ciertos episodios del Evangelio manifestaba la sutileza de sus intuiciones, encontró en María muchos rasgos del carácter y comportamiento que había admirado en el Maestro. Se dio así cuenta del parentesco espiritual que unía a la madre con el hijo e intuyó toda la riqueza que brindaba a la vida de la Iglesia.

            Los cristianos no pueden rehacer la experiencia de Juan en la materialidad histórica. Están empeñados en relaciones filiales con María, en las cuales debe reproducirse lo más profundo que había en ella; están llamados a vivir una intimidad real con María, que se une a la intimidad de ellos con Cristo.

            Quien ha sido elegido por Jesús para acoger a María como madre era un sacerdote, uno de aquellos a propósito de los cuales Jesús había declarado en el curso de la última cena: “por ellos me consagro a ti, para que también ellos te queden consagrados de verdad” (Jn 17,19). De lo cual pueden deducir los sacerdotes que están invitados de modo especial a acoger a María en su vida y estrechar con ella relaciones de intenso cariño filial.

            Deben seguir la senda que abrió Juan, quien después del drama del Calvario, vivió en diálogo con María; un diálogo que no necesitaba palabras y conllevaba muchos silencios; un diálogo en el que Cristo ausente estaba continuamente presente y los recuerdos de María se encontraban con los del discípulo predilecto para hacer reaparecer el retrato inolvidable de Jesús.

            El verdadero diálogo con María no tiende nunca a sustituir el diálogo con Cristo; tiende más bien a esclarecer más al único Salvador. Es verosímil que a través de sus coloquios con María y una vida más cercana a ella, Juan haya enriquecido su conocimiento de Jesús y captado con más claridad el sentido de las palabras y gestos cuya importancia no había comprendido suficientemente.

            Al descubrir el alma admirable de María, le invadió una admiración más luminosa del Maestro. Y al amar y vivir junto a la Madre, pudo profundizar en su amor al hijo Jesucristo.

            Del mismo modo, para los cristianos, especialmente los sacerdotes y las almas consagradas,  la presencia de María no hace nunca de pantalla, no puede esconder el rostro de Cristo ni relegarlo a un segundo plano. La presencia de la madre los introduce en un mejor conocimiento de Jesús y en amor y adhesión más absoluta a él.

            Los sacerdotes no pueden vivir el gran amor de que han hecho profesión a Cristo sino tratando de entablar un diálogo filial con María aprendiendo de ella a conocer y amar a Jesús.

En el plan divino, María se halla tan estrechamente vinculada a la venida de Cristo al mundo y a su misterio de salvación universal de todos los hombres que debe completarse de parte de quienes quieren tener acceso más completo a este misterio de la encarnación y salvación mediante una unión muy estrecha de amor con ella, siguiendo con María para llegar más profundamente al conocimiento y unión con Jesús por el mismo Espíritu Santo que vino a ella en la Encarnación y a nosotros, sacerdotes, especialmente en Ordenación sacerdotal y todos los días en la consagración y conversión del pan en Jesucristo siempre que celebramos la santa misa.

            Por eso, no es ciertamente un lujo fijar la mirada en María, venerarla e invocarla: es una necesidad para todos, cristianos y sacerdotes. Es también un deseo de Cristo en la persona de Juan.

5. 4.  CARÁCTER FILIAL DEL CULTO A  MARÍA

            Las palabras que pronuncia Jesús en la cruz manifiestan el carácter único que va a asumir la oración a María. Todos los días, los cristianos acuden espontáneamente a gran número de santos para invocar su intercesión y obtener los favores divinos. La oración a María no es una cualquiera de estas oraciones, pues se encuadra en relaciones filiales que contribuyen al desarrollo espiritual del culto, de la oración y de la vida cristiana.

A) AMOR FILIAL DE LOS HIJOS

            Jesús vino a suprimir la distancia que impedía a los hombres dirigirse a Dios con familiaridad. Él mismo, con el misterio de la encarnación, había superado esa distancia, acercando a Dios a la humanidad.   Con su sacrificio redentor hizo desaparecer los obstáculos del pecado, reconciliando a los hombres con el Padre. Al consumar su sacrificio, confiaba a su madre una misión que completa ese acercamiento: la que es Madre de Dios no queda ciertamente ubicada a distancia de los demás seres humanos; al convertirse en madre de los discípulos, tiene la misión de permanecer muy cerca de cada uno de ellos y de introducirlos en la familiaridad divina.

            Para comprender la intención de Cristo al dar su propia madre a la Iglesia es necesario recordar el objetivo esencial al cual miraba toda la acción del Salvador en el mundo. Jesús vino a revelar el Padre a los hombres para suscitar en ellos un amor filial y conducirlos al Padre. Su vida había consistido en venir del Padre al mundo, y luego en dejar el mundo para volver al Padre (Cfr Jn 16,28).

            En este movimiento de regreso al Padre deseaba llevar consigo a toda la humanidad. Cuando, desde el comienzo de su predicación exige una conversión en vista del ingreso al reino de Dios, quiere decir una renuncia al pecado acompañada de una apertura tal al Padre que permita pertenecer a su reino. Su finalidad es, pues, instaurar en los corazones humanos una disposición esencialmente filial. Jesús hace idónea toda la existencia humana para orientarse al Padre.

            La instauración de la maternidad espiritual de María queda iluminada por este designio. Con su afecto materno, María está destinada a representar la bondad del Padre. Jesús sabe que los hombres son más sensibles a la ternura del amor materno y comprenden más instintivamente lo que significa la presencia de una madre en su vida. En efecto, toda la bondad del corazón materno de María viene del Padre; es la imagen más conmovedora del amor que el Padre profesa a la humanidad. El rostro de la madre está destinado a reflejar mejor el rostro del Padre.

            Del mismo modo, el amor filial que responde a la maternidad de María está destinado a reflejar el amor filial al Padre. El amor que se expresa en el culto mariano no queda, pues, fuera de la perspectiva esencial de las relaciones del hombre con Dios, sino que le ayuda en sus primeros pasos del amor total al Padre.

            En sus relaciones de intimidad con María, los cristianos comprenderán mejor la bondad soberana que debe dirigir todos los acontecimientos de su vida y descubren más fácilmente la solicitud de la providencia paterna que vela sobre sus pasos. Al profesar un cariño profundo a su madre, su corazón comprende y se abre más al Padre-Madre de todos los hombres y se dispone a amarlo más.

            El vínculo existente entre el amor filial a María y el amor filial al Padre da sentido a la asociación de las dos oraciones en el rosario: el Padrenuestro y el Ave María. Se podría pensar que son apenas dos oraciones yuxtapuestas, sin parentesco mutuo. En realidad, el Ave María ayuda a recitar el Padrenuestro con sentimientos filiales más vivos.

            La mirada que se posa en el rostro materno de María se vuelve inmediatamente al rostro misterioso del Padre con mayor familiaridad. Mientras se corre a menudo el riesgo de invocar al Padre en forma más distante, se lo siente más cercano a través de la proximidad de la madre a quien se saluda y se invoca con gran abandono filial.

            La llamada de Cristo ha introducido a los sacerdotes en un estilo de vida que moviliza todas sus energías personales por la senda hacia el Padre. Ellos se consagran a Cristo, pero en forma de dejarse conducir por él más seguramente hacia el Padre, compartiendo el fervor de su amor filial.

            La vida consagrada es esencialmente una vida orientada hacia el Padre en forma más total, en virginidad, que significa amor total y exclusivo, y desde el Padre por María madre, a todos los hombres, sus hijos. Por este motivo está más fundamentalmente unida a María y requiere una adhesión filial más especial de parte de los consagrados.

            No hay por qué extrañarse, pues, de la piedad mariana que se desarrolló en los seminarios, --recordad nuestras fiestas de la Inmaculada y de la Presentación,  de la Navidad, con la fiesta de la Madre de Dios, en el día primero del año, para empezar con buen pié en manos de la Madre, así como otros títulos e invocaciones marianas--, en los monasterios y en las comunidades religiosas. Responde a una necesidad esencial de la vida consagrada y a su finalidad más fundamental.

            Se puede añadir que para las comunidades de hombres el amor que profesan a María contribuye a garantizar el equilibrio de las disposiciones afectivas. El papel importante de la mujer en el misterio de la Encarnación tiende a compensar lo que favorece al hombre por el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre.

            La presencia de una madre en la vida espiritual tiende igualmente a compensar el desequilibrio que podría provenir del celibato consagrado: es una presencia femenina, con todo lo que tiene de seductor, pero en armonía con la pureza virginal.

            Para las comunidades de mujeres, la presencia de María ofrece la posibilidad de reconocer mejor la contribución de la mujer en la obra divina de la salvación y de animar así la generosidad de la vida religiosa.

            Esa presencia es fuente de equilibrio, en otro sentido: permite a las religiosas superar las impresiones de inferioridad del destino femenino y apreciar los valores propios de la mujer, ignorados con demasiada frecuencia o a veces menospreciados en la sociedad.

            La veneración que tienen por la madre de Jesús las compromete a una mayor intrepidez en el logro del ideal femenino de vida consagrada. El calor del amor materno de María está en grado de hacer nacer una respuesta de cálido amor filial. Contribuye así al desarrollo de la riqueza afectiva en la vida consagrada.

Las renuncias que conlleva esta vida podrían, en efecto, exponer a la persona a cierta aridez del corazón. El empeño en el celibato y la separación de la familia están destinados a favorecer una apertura más universal del corazón a todos, pero exigen una ascesis interior que puede correr el peligro de una frialdad afectiva.

            Jesús sabía que su discípulo predilecto necesitaba un calor afectivo en su consagración sacerdotal y le pidió que recibiera a María por madre. Los consagrados encuentran en sus relaciones con María un calor afectivo que les ayuda a asumir correctamente todas las exigencias de su consagración. 

B) CONFIANZA FILIAL DE LOS HIJOS

            La confianza es una disposición que pertenece a la sinceridad de todo amor, pero que debe sobre todo manifestarse en el caso de que aquel que ama tiene conciencia de recibir más de lo que da. Es éste el caso de las relaciones con María: el cristiano recibe del amor maternal de María mucho más de lo que su amor filial puede darle.

            Cuando a los pies de la cruz oyó Juan las palabras de Jesús, comprendió que el Salvador le ofrecía su don más precioso. Ofreciendo a María su propia casa, era consciente de darle muy poco frente a lo que recibía de ella: acogía a una persona de valor inestimable y disfrutaba del más perfecto amor materno.

            Para Juan era una demostración suprema del amor con que Jesús lo había escogido como confidente y amigo. Ya antes había sido colmado de testimonios de ese amor; ahora se daba cuenta de que el amor del Maestro había llegado al extremo de su generosidad. Así sus nuevas relaciones con María se unieron a una confianza más indestructible en la bondad de su Señor.

            A esta confianza en el amor de Cristo se une la confianza en María. Viviendo con ella, el discípulo experimentó su bondad. Ningún temor podía sentir ante una benevolencia cuya generosidad y delicadeza experimentaba cada día más y más.

            Habiendo recogido las palabras de Jesús con total devoción y como testamento: “Mujer, ése es tu hijo”, María ponía toda su alma en su misión maternal y tenía para con Juan las mismas atenciones que había tenido para con su único hijo. No quería sustraer nada de su corazón maternal a aquel que le había sido confiado como hijo.

            Toda la entrega que había caracterizado su vida en Nazaret, reaparecía ahora sin limitación alguna. La solicitud con que rodeaba al discípulo predilecto, tendía a hacerle sentir, en cuanto era posible, hasta qué punto lo amaba. Juan no podía responder a ese amor sino con una confianza filial sin reservas.

            Aunque sin poder hacer una experiencia idéntica a la del discípulo predilecto, que conoció a María en su vida terrena, los cristianos están invitados a una intimidad análoga con su madre del cielo. También ellos disfrutan de su bondad y en múltiples ocasiones experimentan las manifestaciones discretas de su solicitud. Una madre inspira confianza; una madre perfecta no puede menos de suscitar una confianza mucho más firme.

            Es la confianza que se expresa en la más antigua oración mariana: decir a la Madre de Dios que se busca refugio en su misericordia, significa testimoniarle una confianza total. Llamarla en ayuda en el momento del peligro, quiere decir esperar de ella la ayuda más eficaz. Semejante confianza no se funda sólo en la simpatía maternal de María, sino también en su poder como Madre de Dios.

            Los cristianos cuentan con el poder de intercesión de María; su invocación parte de una doble convicción: su madre no puede resistirse a sus súplicas y el Señor no puede resistir a los requerimientos de su madre. La confianza se funda, pues, en las prerrogativas de María: Madre de Cristo y Madre de los hombres.

            Se puede observar que la confianza filial en María va destinada a reforzar, en fin de cuentas, la confianza filial en el amor del Padre. La maternidad universal de María es un invento admirable del amor divino para sentir su amor y cariño y llevarnos así, cogidos de la mano, hasta su Hijo y el Padre por el amor del Espíritu Santo que mora en ella.

            Jesús la proclamó madre de todos los hombres en la cruz, en forma simbólica, para llevar a término la obra que el Padre le había confiado. En efecto, según el Evangelio de  Juan, después de haber constituido a María madre del discípulo predilecto, Jesús sabía “que todo quedaba terminado” (Jn 19,28), con lo cual manifestaba ser consciente de que su muerte era inminente y que su obra estaba terminada y rematada, con la entrega de la Madre a los hijos, y de los hijos en Juan a la Madre “desde aquella hora”.

            Al entregar su Hijo en sacrificio, el Padre ha brindado a la humanidad una madre en el orden de la gracia. La confianza que los cristianos están llamados a demostrar a la madre que les ha sido dada en este momento de generosidad suprema, no puede desligarse de la confianza en el amor sublime del Padre.

            En efecto, en este amor, el Padre ha resuelto no resistir a las instancias de la oración; pero esta característica de su bondad es ignorada con frecuencia y la confianza humana es atraída más fácilmente por el amor materno de María.

            La vida consagrada sólo puede desarrollarse en la confianza, porque ha sido con confianza como han respondido los «llamados» por Cristo a seguirlo. Han tenido la osadía de aceptar el modo de vida que les proponía, porque confiaban en quien los invitaba. La misma confianza les permite perseverar en la vocación, contando con la ayuda divina para superar todas las dificultades.

            La confianza les ayuda a vivir serenamente, sin dejarse impresionar por las amenazas de las tentaciones ni las incertidumbres de su debilidad. La confianza en la omnipotencia de Cristo les hace caminar con paso seguro por la senda en que se han empeñado.

            Se comprende, por tanto, qué les aporta la confianza filial en María. Saben que tienen en ella a una madre que les acompaña con fidelidad; su mirada no se equivoca jamás sobre su verdadera situación. Ella los acompaña en su itinerario, sosteniéndolos en sus esfuerzos. Vela por ellos, aunque no tengan de ello la menor conciencia o cuando se hallan expuestos a peligros que ni siquiera sospechan.

            La confianza de los consagrados en la asistencia maternal de María, los sustrae a cierto sentido de soledad que a veces podría resultar deprimente. Cada vez que encuentran una prueba, les basta levantar la mirada hacia María para recibir el aliento que ella brinda.

            Cuando se sienten abandonados o incomprendidos, encuentran en su madre celestial una presencia y una comprensión que no disminuyen nunca. Las contrariedades que deben afrontar en la vida personal o en la actividad apostólica no los asustan, si conservan la confianza en aquella que nunca, en ningún momento de su vida, se dejó abatir por las tempestades.

            Su confianza filial no puede quedar frustrada. Les ofrece un punto de apoyo que permite no sólo conservar la paz en la hora de las turbaciones o de las sacudidas, sino proseguir con energía en sus esfuerzos para cumplir todos sus compromisos. Abre sus corazones a la entrega más completa y los pone en grado de gustar más vivamente el gozo de su don a Jesucristo. Por último les hace comprender el sentido profundo de la consagración, fundada sobre la roca inexpugnable del amor divino, amor que se hace concretamente apreciar a través de la bondad de una madre.

C) ORACIÓN FILIAL DE LOS CRISTIANOS

            La devoción a María ocupa un puesto notable tanto en la piedad católica como en la ortodoxa. Para gran parte del pueblo cristiano, el Ave María es una oración muy utilizada; el rosario ha entrado en las costumbres de muchos cristianos. Aquellos a quienes el Evangelio llama “los pequeños” se complacen de modo especial en invocar a María.

            En la importancia que ha asumido la oración mariana, se debe reconocer el signo de una inspiración del Espíritu Santo. Quien hace comprender a muchos cristianos la importancia de la recomendación suprema de Jesús: “Esa es tu madre”, les hace tomar en serio la función maternal confiada a María y la respuesta que exige de quienes disfrutan de ella. Cristo Jesús, desde la cruz, a punto de partir de este mundo, nos hizo a todos los hombres hijos de su madre, en la persona de Juan y a María, madre de todos. Esto no impulsa a una relación y amistad tierna y confiada en la que Jesús quiere que sea nuestra madre de la fe en Él y a nosotros, hijos confiados a su madre y nuestra madre. Por algo lo haría Jesús que la eligió como madre para él y nosotros.

            El carácter de sencillez que revela la oración mariana, se explica por el hecho de que en las relaciones de un hijo con su madre sería inútil complicar las expresiones, buscar complejas consideraciones, alargar los discursos. La oración filial se expresa de la forma más libre, y cuenta menos sobre el valor de las palabras pronunciadas que sobre el impulso afectivo que toca el corazón de la madre. La sencillez de la oración mariana de los cristianos refleja la sencillez de la oración misma de María. Se puede recordar la petición del milagro en las bodas de Caná, petición que constituye un modelo de sencillez.

            La recitación del rosario es una forma de oración en la que la repetición de una fórmula no permite pensar en todo lo que murmuran los labios. Sería prácticamente imposible prestar atención a cada una de las palabras que se pronuncian. Si se quisiera intentarlo, se correría el riesgo de fatigar el espíritu con un pobre resultado. Y sin embargo, las palabras no son inútiles. Orientan el espíritu hacia la persona de la Virgen y sostienen con su ritmo cierto vuelo del corazón.

            Para conservar o renovar la contemplación, se propone la evocación de diversos misterios. De esa manera se estimula un esfuerzo del pensamiento, que ayuda a mirar a María en los episodios más salientes de su existencia. Se puede lamentar que el episodio de Caná no sea mencionado habitualmente, no obstante su riqueza de significado y la forma como pone en evidencia la persona de María. Por eso, me ha parecido muy oportuna su inclusión en los misterios de luz añadidos por Juan Pablo II, cinco nuevos misterios del rosario que se añaden a los tradicionales gozosos, dolorosos y gloriosos. En general, el Rosarium Mariae es un documento pleno para entender y practicar el rezo del santo rosario en oración contemplativa, donde uno no se fija en las fórmulas, sino en la contemplación del misterio y nuestra vida en relación con el misterio sin particularismos.

            Varios ensayos se están haciendo para darle al rosario mayor vitalidad, para introducirle mayor variedad y sustraerlo al riesgo de la monotonía. No soy partidario. Las modificaciones propuestas, aunque parecen más llenas de contenidos doctrinales y meditativos, le privan al rosario de la monotonía propia de la oración contemplativa en la que uno se pierde más mirando al fondo que a las formulaciones y reflexiones. Por eso la piedad mariana popular sigue prefiriendo la forma sencilla y corriente del rosario. Los ensayos de renovación demuestran no obstante, en cierto número de cristianos, el deseo de una oración mariana más sentida y razonada.

            En mi parroquia, donde se reza el rosario todos los días, antes de la misa de la tarde, en los dos templos: San Pedro y Cristo de las Batallas, hemos tratado alguna vez de introducir novedades, sobre todo, con una breve meditación sobre cada misterio, Pero hemos terminado por abandonarla. Además, a mí me parece que rompe el ritmo de la continuidad de la oración, en la que uno se sumerge por la repetición aparentemente monótona de las avemarías.

            Últimamente se han hecho grupos de señoras, de madres que rezan el rosario y ofrecen la misa un día determinado por la fe de sus hijos. Es algo que me emociona verlas rezar. Pero en definitiva se trata de la intención del santo rosario de ese día, que se dice al comenzarlo, pero luego no hace falta repetirlo de diversas formas. Porque es mejor que cada madre se pierda con la Virgen pensando y rezando por el hijo, pensando y pidiendo en las circunstancias particulares en que cada uno se encuentre al nivel de la fe y de la vida cristiana.

            Otra forma de oración tradicional, el Ángelus, tiende a imprimir un sello mariano a ciertos momentos del día. Personalmente lo rezo todos los días en la oración de la mañana y de las 12 del mediodía. En esta hora me recojo en oración, bajando mi cabeza y cerrando los ojos y meditando en la Virgen. Luego, por la tarde, como rezo el rosario y la letanía después de la cabezada de la comida, la verdad que mi mirada a la Virgen queda plena y colmada.

            El Ángelus pone de nuevo al cristiano frente al misterio de la Encarnación, tal como lo vivió María. Al dirigirlo a María, lo dirige al mismo tiempo hacia Cristo. La orientación cristocéntrica que se vuelve a encontrar en el rosario a través de la meditación de los misterios de la encarnación redentora, manifiesta el verdadero sentido de la oración mariana.

            Aunque la estructura del Angelus no refleja exactamente el cumplimiento del gran misterio de la venida del Salvador, por que la concepción del Hijo se reza antes que el sí de María, esta oración tiene el mérito de volvernos a llevar al acontecimiento capital que,  con el concurso de María cambió el destino de la humanidad.

Cuando el rezo del Ángelus se convierte en “Regina coeli laetare” por razón de la Pascua, lo hago cantado y en latín. Es la costumbre desde el seminario. Cuando digo cantado, quiero decir que el ritmo y la entonación es como se cantan, pero lo hago en mis adentros, sin que se oiga. Fuera del rosario y del Ángelus, la oración mariana ha asumido muchas otras formas, tanto colectivas como individuales. Hay que subrayar que lo que importa sobre todo es la sinceridad personal de la oración.

            En las relaciones con María, lo mismo que en las actitudes hacia Cristo y hacia Dios, la oración del corazón debe animar la oración de los labios. Los cristianos están invitados al diálogo, cada uno a su manera, con aquella a quien veneran y aman como madre suya. Hay un lenguaje filial secreto que nace espontáneamente en aquellos que acogen a María en su vida.     Este lenguaje se desarrolla normalmente en la vida de los cristianos. Pero a los sacerdotes y consagrados no les basta rezar el rosario. Su recitación cotidiana es ciertamente una forma de garantizar el contacto con María: pero está destinada sobre todo a favorecer un diálogo más amplio con ella. Los que han hecho profesión de su vida a Jesucristo saben que no pueden entrar plenamente en su intimidad sino alimentando un cariño de hijos hacia María. Toda su vida consagrada se hace más profunda cuando se impregna de clima mariano.

            Su amor a María los lleva a amar más vivamente a Cristo. Es lógico que, sintiéndose hijos, expresen con espontaneidad y libertad su oración a María: cada uno, bajo la inspiración del Espíritu Santo, debe buscar la forma de oración mariana que le conviene. Y desde allí, Ella se encargará de llevarle hasta su Hijo.

            En muchas vidas consagradas se da un canto interior que sube hacia María: canto de admiración y de alabanza, que se alegra con la pureza virginal y la bondad misericordiosa de la Madre de Dios. En las circunstancias más dolorosas, este canto se convierte en petición de socorro, pero luego —una vez alcanzado el favor— se cambia en acción de gracias. Los consagrados están llamados a vivir la poesía del don total al Señor en unión con el incomparable impulso del alma generosa de María.

            Están llamados también a brindar en la Iglesia un testimonio de piedad mariana: reciben la misión de conducir al pueblo de Dios en la plegaria y especialmente en la oración mariana. Sacerdote, religiosos y religiosas deben demostrar, con su adhesión a María, el valor del culto mariano y el beneficio que la vida cristiana puede recibir de él.

            Algunos organizan y desarrollan manifestaciones de culto, a través de asociaciones, reuniones, peregrinaciones, asumiendo así una misión mariana en la vida de la Iglesia. Todo esto es laudable, y hay que prepararlos bien para que sean viajes de María a Cristo, esto es, camino y testimonio de un amor sincero hacia aquella a quien veneran como a madre de Cristo y a quien aman como a su madre propia.

CAPÍTULO QUINTO

MARÍA, LA VIRGEN OFERENTE

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.María se ofrece totalmente, ya no quiere tener voluntad propia, renuncia a sí misma para ofrecerse toda entera al Señor, renuncia a sus planes para vivirlos en Dios, se hace esclava...       

3. 1 DESDE LA ANUNCIACIÓN TODA LA VIDA DE LA VIRGEN ES UNA OFRENDA A DIOS

Voy a decir ahora cosas que tengo meditadas y escritas desde mi vida de seminarista, cuando estudiaba Mariología. Pero siempre, como en todos mis textos de Teología y todos los libros que tengo en mi biblioteca: subrayando, para aprendérmelo de memoria, lo que me gustaba. Y quiero advertir a mis lectores, que debo muchísimo en esta materia que voy a desarrollar ahora, a un querido profesor mío de Roma, JEAN GALOT, a quien admiro y escuché muchas veces, y del que he tomado, con pequeñas aportaciones mías, las reflexiones que  siguen hasta el final del capítulo.

            Y después de esta larga advertencia, empiezo. Desde la Anunciación toda la vida de la Virgen es una ofrenda a Dios y a su plan de Salvación por el Hijo. En el episodio de la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-35), la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito (Ex 13, 11-16) y de la purificación de la madre (Lev 12, 6-8), un misterio de salvación relativo a la historia salvífica: esto es, ha notado la continuidad de la oferta fundamental que el Verbo encarnado hizo al Padre al entrar en el mundo (Hb 10, 5- 7); ha visto proclamada la universalidad de la salvación, porque Simeón, saludando en el Niño “luz que ilumina las gentes y  gloria de Israel” Lc 2, 32), reconocía en Él al Mesías, al Salvador de todos; ha comprendido la referencia profética a la Pasión de Cristo: que las palabras de Simeón, las cuales unían en un solo vaticinio al Hijo, “Signo de contradicción” (Lc 2, 34), y a la Madre, a quien la espada habría de traspasar el alma (Lc 2, 35), se cumplieron sobre el Calvario. Misterio de salvación, pues, que el episodio de la Presentación en el Templo orienta en sus varios aspectos hacia el acontecimiento salvífico de la Cruz. Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (Lc 2, 22), una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito.

            Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el Calvario, donde Cristo “a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14) y donde, «no sin designio divino», María estuvo “junto a la Cruz” (Jn 19, 15) sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, adhiriéndose amorosamente a la inmolación de la Víctima por ella engendrada y ofreciéndola ella misma al Padre Eterno (Cfr LG ).

            Para perpetuar en los siglos el sacrificio de la Cruz, el Salvador instituyó el Sacrificio eucarístico. Memoria de su Muerte y Resurrección, y lo confió a la Iglesia, su Esposa, la cual, sobre todo el Domingo, convoca a los fieles para celebrar la Pascua del Señor hasta que El venga: lo que cumple la Iglesia en comunión con los Santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable.

            Como vemos en la vida de María hay un itinerario de oración trazado por Dios. Después de la Anunciación, la oración de aquella que se había convertido en madre del Salvador se desarrolló en respuesta al mensaje del ángel. En el momento de la presentación de Jesús, esta revelación del sacrificio exige de María una forma más dolorosa de oración de ofrenda.

            El episodio muestra que María está animada del espíritu de ofrenda, porque llega a presentar su niño en el templo, mientras que hubiera bastado, según los términos de la ley, pagar una cantidad a un sacerdote para el rescate de su “primogénito”. Ella deseaba expresamente realizar un gesto de ofrenda, que dé al rescate todo su valor. La ofrenda es la oración en la cual la persona se empeña más a fondo. Más que una palabra, es un gesto en el que se expresa el homenaje del amor con el don de sí mismo.

            Con la luz que brinda la profecía de Simeón, el compromiso va más allá de lo que María había previsto. Ella pone la espada del dolor en el centro de su ofrenda. No sabe exactamente en qué consistirá, pero comprende que se trata de un sufrimiento maternal vinculado a las pruebas que herirán a su hijo en su misión salvadora. Está suficientemente iluminada para que su gesto realice la primera ofrenda del sacrificio del Calvario, más de treinta años antes de que se realice.

            Este sacrificio todavía lejano forma ahora parte del horizonte espiritual de María. Entró en su oración y en ella permanece. Mirando a su hijo, María no puede olvidar lo que le han anunciado acerca de él. Pero lejos de dejarse deprimir por la perspectiva de un drama al que no podrá escapar, manifiesta el impulso de su ofrenda preparándose en la serenidad y generosidad a la prueba suprema.

            Durante los treinta años de Nazaret, nada le hace temer en especial esa prueba, fuera del episodio excepcional del muchacho de doce años que se queda en el templo. La angustia que experimenta en esa ocasión culmina en el gozo de encontrar a Jesús al tercer día, pero las palabras pronunciadas por el muchacho la preparan para una angustia futura, que florecerá en el gozo del encuentro con el Resucitado.

            En el mismo templo donde lo había presentado al Señor, María ofrece una vez más a su hijo por toda la pena que ello causaría a su corazón de madre. A partir de este momento, la ofrenda no se fundaba ya sólo en el anuncio de Simeón, sino también en las palabras de Jesús.

            Orientada hacia la perspectiva del sacrificio final, María ha comprendido mejor el desarrollo del ministerio de su hijo. A sus ojos, la contradicción que el Salvador encontraba de parte de adversarios encarnizados, no era un sencillo incidente. El multiplicarse de los actos de hostilidad no procedía de una tempestad momentánea que hubiera podido calmarse rápidamente. Eran los primeros pasos hacia un trágico final. Podemos intuir que en María la oración de ofrenda adquiría una intensidad cada vez mayor.

            Cuando la madre de Jesús vio que perseguían a su hijo, fuera de la sinagoga de Nazaret, aquellos que hubieran deseado hacerlo caer en un precipicio, experimentó un gran espanto, pero no dejó de reforzar su intención de ofrenda.

            En el Calvario, fue una vez más la voluntad de ofrenda la que ayudó a María a unirse plenamente a la oblación única de la cruz. Su ofrenda, animada por la fe y la esperanza, la hizo sin rencor o desaliento mantenerse en pie al lado del crucificado. Esa voluntad la preservaba de sentimientos de desconsuelo o de acritud.

            La carta a los Hebreos describe el sacrificio de Jesús como la oración o súplica suprema (5, 7 ). La ofrenda se eleva, en efecto, hacia el cielo como la oración de intercesión más eficaz, fundada en el homenaje más completo del ser. En forma análoga, podemos reconocer en la ofrenda de María su oración suprema. Aceptando la espada del dolor y convirtiéndola con todo su corazón materno en homenaje a aquel que recogía a su hijo, elevaba la súplica más fecunda para la salvación de la humanidad.

            María había orado siempre con toda su alma, pero en el sufrimiento más cruel que se le imponía, su oración superaba todo aquello que había sido anteriormente. Era la oración de la ofrenda perfecta en la que se pierde todo a fin de producir, según el misterioso designio divino, el fruto más abundante.

3. 2 MARÍA, MODELO DE OFRENDA A DIOS

            En el itinerario de oración de la vida cristiana, especialmente de los sacerdotes y consagrados, la ofrenda ocupa puesto muy importante, como vivencia de su ordenación y consagración. Deben ser con Cristo, sacerdotes y víctimas. Por eso, la ofrenda confiere a la oración toda su densidad y permite a la generosidad expresarse más ampliamente. Los llamados por Cristo a seguirlo quedan invitados a ofrecerse en forma más completa, de manera que la ofrenda guíe toda su existencia. Toda su vida debe ser un ofrenda agradable a Dios, quitando todo aquello que manche la ofrenda y desagrade a Dios.

            María enseña a los llamados a seguir a Cristo en una vocación específica a pisar las mismas huellas de Cristo, como ella, a seguir sus pasos hasta la cruz, en las exigencias concretas de su vida ofrecida y consagrada.

            Ella, que tenía el espíritu de ofrenda, busca comunicarles ese espíritu: les ayuda a reaccionar ante los acontecimientos, ofreciendo todo el esfuerzo que conllevan, la paciencia que ejercitan, o el gozo que acogen. Muestra cómo puede transformarse en ofrenda la vida de cada día; en particular, las contrariedades se hacen más ligeras de cargar, desde el momento en que se las ofrece.

            María nos aparta a todos de la ilusión de pensar que la cruz debería tener un puesto mucho más restringido en su existencia. En realidad, hay una cruz de todos los días: la que Jesús mismo recordó cuando anunciaba una condición esencial para seguirlo: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23). María no había necesitado escuchar una palabra de este género para saber que no se puede vivir cerca de Cristo sin compartir su cruz: la predicción de la espada de dolor la había asociado a esa cruz mucho tiempo antes de que fuera elevada en Gólgota.

Ella nos ayuda a todos los cristianos a entrar en esta perspectiva, a no extrañarse ante las dificultades y dolores cuyo peso experimentan.

            En los momentos más penosos, María se hace presente para sostener el valor, ayudar a aquellos a quienes sacude violentamente la prueba a no dejarse derrotar. Mirando el ejemplo de María, los creyentes verdaderos, seguidores de su Hijo, pueden transformar más fácilmente sus penas en ofrendas con Cristo. Al contemplarla llorosa pero erguida junto a la cruz, comprenderán que su deber es el de cargar con valor sus sufrimientos y unirlos a los de Cristo con una fidelidad total.

            María nos estimula a todos a hacer de sus pruebas una oración de intercesión en la que se empeña toda el alma. Con esta oración se mantiene el contacto con Dios y el sufrimiento asume el sentido que le atribuye el designio divino. Los dolores, vistos bajo la luz que procede de lo alto, parecen otra cosa y evocan el rostro de Cristo crucificado.

            María que un día miró con tanta insistencia y compasión al que sufría y moría en la cruz trata de atraer la atención sobre el rostro de Jesús. Recuerda a todos los cristianos que las pruebas de la vida se pueden convertir para todos en una posibilidad de amor más grande.

            «Cargar con la propia cruz» es ciertamente una alusión al suplicio de la cruz, que entonces estaba bastante difundido y se aplicaba a los rebeldes y a los grandes criminales. Después del Calvario, a la luz de la cruz del Señor comprenderán todos los creyentes y seguidores de Cristo la necesidad de cargar con su cruz. María les hace comprender mejor la fecundidad de todo dolor que se trasforma en ofrenda.

            Como los demás cristianos, los consagrados se encuentran con las objeciones al valor del sufrimiento y pueden experimentar la tentación de considerarlo inútil o nocivo. Habiendo vivido la experiencia terrible del Calvario, que parecía llegar al fracaso completo de Cristo, María puede mostrar a todos la fecundidad de su ofrenda materna. Esta ofrenda parecía pura pérdida, pero ha sido la fuente de una nueva maternidad. Toda asociación a la cruz del Salvador participa en sus frutos y la fecundidad prometida por Jesús a todo sacrificio no puede dejar de verificarse.

            Por último, María anima a todos sus hijos a la ofrenda recordándoles que el sufrimiento es el paso a un gozo más grande. Ella gustó tanto más el gozo de la resurrección cuanto que se empeñó con una generosidad sin reservas en el drama de la pasión.

            A nosotros nos sucede lo mismo: cuanto más generosa sea la ofrenda, tanto mejor desemboca en gozo intenso. La madre del Resucitado se hace garante de ese gozo, acompañando la ofrenda de todos sus hijos, especialmente de los que siguen al Hijo en el sacerdocio y en la vida religiosa; a ellos especialmente, a través de todas las vicisitudes de una vida colocada bajo la cruz de Cristo, les abre el camino del gozo más profundo.

            Si los cristianos, especialmente los sacerdotes y religiosos, abren su corazón a la Virgen por la oración,  María se hará presente en su espíritu y en su corazón; y la ofrenda y la unión con ella, junto a la cruz del Hijo, se desarrollará recibiendo fuerza y consuelo en el dolor, que, como el suyo, luego producirá las flores de la alegría y los frutos de la irradiación apostólica.

CAPÍTULO SEXTO

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II SOBRE LA VIRGEN

4. 1   LA LLENA DE GRACIA

       (Audiencia general 8-V-1996)

1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel “Alégrate” constituye una invitación a la alegría que remite a los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sión. Lo hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explicando también los motivos en los que se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentran en María su pleno cumplimiento.

            El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo “jaire” (alégrate) la llama “kejaritomene” “llena de gracia”. Esas palabras del texto griego: “jaire y kejaritomene” tienen entre sí una profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a la maternidad divina.

            La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo.

2. “Kejaritomene”: esta palabra dirigida a María se presenta como una calificación propia de la mujer destinada a convertirse en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitución Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación por encargo de Dios, como “llena de gracia”» (n. 56).

            El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere al saludo angélico un valor más alto: es manifestación del poder salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en la encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9).

            Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.

            La expresión «llena de gozo» traduce la palabra griega, kejaritomene, la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego, no se debería decir simplemente “llena de gracia”, sino “hecha llena (llenada) de gracia” o “colmada de gracia”, lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en forma de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significado de «colmar de gracia», es usado en la Carta a los Efesios para indicar la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su Hijo amado (cfr Ef 1, 6). María la recibe como primicia de la Redención (cfr Redemptoris Mater, 10).

3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente sorprendente. María no posee ningún título humano para recibir el anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdote, representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hombre, sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Además, es originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testamento y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entender las palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: “De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46).

            El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún más evidente si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel modelos de los justos del Antiguo Testamento: “Caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor” (Lc 1, 6).

            En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto, la expresión “de la casa de David” (Lc 1, 27) se refiere sólo a José. No se dice nada de la conducta de María. Con esa elección literaria, San Lucas destaca que en ella todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilección divina.

4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner en duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bien, quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hizo, como dice el ángel, llena de gracia.Precisamente la abundancia de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.

            En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en particular a los humildes y a los pobres,  llega a su culmen.

            La iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. Los invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la gracia divina que santifica y transforma los corazones.

4. 2  LA SANTIDAD PERFECTA DE MARIA

   (Audiencia general 15-V-1996)

1. En María, “llena de gracia”, la Iglesia ha reconocido a la «toda santa, libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).

            Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción. El término “hecha llena de gracia” que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo “kejaritomene” tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.

2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo del ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predilección especial.

            El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era «una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo» (Lumen gentium, 56).

            La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.

3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de santidad que, para ser completa, debía abarcar necesariamente el origen de su vida.

            A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María como «santa y toda hermosa», «pura y sin mancha), alude a su nacimiento con estas palabras: «Nace como los querubines la que está formada por una arcilla pura e inmaculada» (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).

            Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún pecado. Además, la comparación con los querubines reafirma la excelencia de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el inicio de su existencia.

            La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa de la reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor. Los Padres griegos y orientales habían admitido una purificación realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnación (San Gregorio Nacianceno, Oratio 38, 16) como en el momento mismo de la Encarnación (San Efrén, Javeriano de Gabala y Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para María una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto, la mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salvador no podía menos de tener un origen perfectamente santo, sin mancha alguna.

4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que ve en el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: «Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza humana; pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, esta naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, y es formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios. (...) Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación» (Sermón 1, sobre el nacimiento de María).

            Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma: «El cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, las primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imagen realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelada por las manos del Artista divino» (Sermón 1, sobre la dormición de María).

            La Concepción pura e inmaculada de María aparece así como el inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios para la humanidad entera.

            Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por San Germán de Constantinopla y por San Juan Damasceno, ilumina el valor de la santidad original de María, presentada como el inicio de la redención del mundo.

            De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado el sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribuye a la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo está desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, según la Carta a los Efesios (Ef 1, 6), es otorgada en Cristo a todos los creyentes. La santidad original de María constituye el modelo insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en el mundo.

4. 3  EL PROPÓSITO DE VIRGINIDAD

(Audiencia general, 24-VII-1996)

MARÍA DIJO: “¿CÓMO SERÁ ESO PUES NO CONOZCO VARON?”

1. Al ángel, que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús, María dirige una pregunta: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas, naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal normal (cfr 1 S 1, 19-20), como respuesta a oraciones de súplicas conmovedoras (cfr Gn 15, 2; 30, 22-23; 1 S 1, 10; Lc 1, 13).

            Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del ángel. No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad; por elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguiente, su propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, al parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada.

            A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría que no «conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el contexto en que plantea la pregunta “¿cómo será eso?” y la afirmación siguiente “no conozco varón” ponen de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer virgen. La expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja traslucir la permanencia y la continuidad de su estado.

2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por lo demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía con la voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo de agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo» (Redemptoris Mater, 13).

            A algunos, las palabras e intenciones de María les parecen inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío la virginidad no se consideraba un valor ni un ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episodios y expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejemplo, que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo aún joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no haber podido casarse (cfr fc 11, 38). Además, en virtud del mandato divino “sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1, 28), el matrimonio es considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad.

3. Para comprender mejor el contexto en que madura la decisión de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que precede inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambientes judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hacia la virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encontrado numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, vivían en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la vida común y para buscar una mayor intimidad con Dios.

            Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres que, siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Esas mujeres, las terapeutas, pertenecientes a una secta descrita por Filón de Alejandría (cfr De vita contemplativa, 2 1-90), se dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría.

            Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos que seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho de que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibato, y que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estima, podría dar a entender que también el propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.

4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe, sin embargo, hacernos caer en el error de vincular completamente sus disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestimando la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, no debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, “llena de gracia” (Lc 1, 28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret.

            Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virginal.

            La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad. Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios con el ofrecimiento de su virginidad.

            Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía con aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamento atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en este camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal de la mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentium, 55).

            Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando una fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momento de la Anunciación.  María descubre que el Señor ha transformado su pobreza en riqueza: será la Madre virgen del Hijo del Altísimo. Más tarde descubrirá también que su maternidad está destinada a extenderse a toda la Iglesia Católica: «Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, porque él es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación» (n. 504).

            En el misterio de esta nueva creación resplandece el papel de la maternidad virginal de María. San Ireneo, llamando a Cristo «primogénito de la Virgen» (Adv. Haer. 3, 16, 4), recuerda que, después de Jesús, muchos otros

nacen de la Virgen, en el sentido de que reciben la vida nueva de Cristo. «Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales él vino a salvar: Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rm 8, 29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 501).

4. La comunicación de la vida nueva es transmisión de la filiación divina. Podemos recordar aquí la perspectiva abierta por San Juan en el Prólogo de su evangelio: aquel a quien Dios engendró, da a los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios (cfrJn 1, 12-13). La generación virginal permite la extensión de la paternidad divina: a los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en aquel que es Hijo de la Virgen y del Padre.

            Así pues, la contemplación del misterio de la generación virginal nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Madre virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor de Padre.

4. 4   MARIA, MODELO DE VIRGINIDAD

    (Audiencia general, 7-VIII-l996)

1. El propósito de virginidad, que se vislumbra en las palabras de María en el momento de la Anunciación, ha sido considerado tradicionalmente como el comienzo y el acontecimiento inspirador de la virginidad cristiana en la Iglesia.

            San Agustín no reconoce en ese propósito el cumplimiento de un precepto divino, sino un voto emitido libremente. De ese modo, se ha podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgenes en el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró su virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir, para que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y mortal se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no por necesidad de servicio» (De Sancta Vitg., IV, 4; PL 40, 398).

            El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María quien revela libremente su propósito de virginidad. En este compromiso se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal.

            Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no debemos olvidar que en el origen de cada vocación está la iniciativa de Dios. La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virginal, respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración del Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor de la entrega virginal de la misma. Nadie puede acoger este don sin sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fuerza necesarias.

2. Aunque San Agustín utiliza la palabra voto para mostrar a quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estado de vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulado expresamente un voto, que es la forma de consagración y entrega de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos de la Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la decisión personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Señor. Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija de Sión».

            Sin embargo, con su decisión se convierte en el arquetipo de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor con corazón indiviso en la virginidad. Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, nos informan acerca del momento en el que María tomó la decisión de permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace el ángel se deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, dicho propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su deseo de conservar la virginidad también en la perspectiva de la maternidad que se le propone, mostrando que había madurado largamente su propósito.

            En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva, imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró su elección en su conciencia antes del momento de la Anunciación. Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presente en su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad virginal influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalidad, mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde sus primeros años, el deseo de la unión más completa con Dios.

3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón y en la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante todo, en el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté tan distraído por la fascinación de una cultura a menudo superficial y consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación que proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Señor y al servicio de sus hermanos.

            Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elección de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predecesor Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subrayaba cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evangelio «se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios» (n. 37),

            En definitiva, la elección del estado virginal está motivada por la plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente en María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vistas a Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Mesías Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su propia dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad vivida en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo sublime. Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad divina, es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virginal.

4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia, contemplando la belleza y la nobleza del corazón virginal de la Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de la virginidad!

            «Precisamente esta virginidad --como he recordado en la encíclica Redentoris Mater, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret--, es fuente de una especial fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad en el Espíritu Santo» (n. 43).

            La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano la estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multiplique en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realidad y como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias juntos al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su vida mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios.

            Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disuadir a los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es preciso pedir incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuevo florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Madre de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan por seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad el signo de la misericordia y de la ternura divinas.

4. 5   LA UNIÓN VIRGINAL DE MARIA Y JOSÉ

     (Audiencia general, 21-VIII-1996)

1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba “desposada con un hombre llamado José, de la casa de David” (Lc 1, 27). Estas informaciones parecen, a primera vista, contrarias.

            Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien el matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía a la muchacha a su casa.

            En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito.

2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad.

            El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación.

            El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.

            José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (cfr Exhortación apostólica Redemptoris custos, 7).

            La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María.

3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños le invita a poner el nombre al Niño: “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).

            Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de María --el De Margarita (siglo IV) afirma que «los compromisos adquiridos por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesús la función de padre, gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se «sometió» (Le 2, 51), contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero.

            Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a san José. Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.

4. 6     MARÍA SIEMPRE VIRGEN          

      (Audiencia general, 28-VII1-1996)

1. La Iglesia ha manifestado de modo constante su fe en la virginidad perpetua de María. Los textos más antiguos, cuando se refieren a la concepción de Jesús, llaman a María sencillamente Virgen, pero dando a entender que consideraban esa cualidad como un hecho permanente, referido a toda su vida.

            Los cristianos de los primeros siglos expresaron esa convicción de fe mediante el término griego <á eí      parzenos>, «siempre virgen», creado para calificar de modo único y eficaz la persona de María, y expresar en una sola palabra la fe de la Iglesia en su virginidad perpetua. Lo encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san Epifanio, en el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo Dios «se encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por santa María, la siempre virgen, por obra del Espíritu Santo» (Ancoratus, 119, 5: DS 44).

            La expresión siempre virgen fue recogida por el segundo Concilio de Constantinopla, que afirmó: el Verbo de Dios «se encarnó de la santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella» (DS 422). Esta doctrina fue confirmada por otros dos concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801) y el segundo de Lyon, año 1274 (DS 852), y por el texto de la definición del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), en el que la virginidad perpetua de María es aducida entre los motivos de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste.

2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia ha presentado a María como «virgen antes del parto, durante el parto y después del parto», afirmando, mediante la mención de estos tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen. De las tres, la afirmación de la virginidad antes del parto es, sin duda, la más importante, ya que se refiere a la concepción de Jesús y toca directamente el misterio mismo de la Encarnación. Esta verdad ha estado presente desde el principio y de forma constante en la fe de la Iglesia.

            La virginidad durante el parto y después del parto, aunque se halla contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a María ya en los orígenes de la Iglesia, se convierte en objeto de profundización doctrinal cuando algunos comienzan explícitamente a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que «el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hombre, abriendo al nacer el seno de su madre (cfr Lc 2, 23) y, por el poder de Dios, sin romper la virginidad de su madre» (DS 368). Esta doctrina fue confirmada por el Concilio Vaticano II, en el que se afirma que el Hijo primogénito de María «no menoscabó su integridad virginal, sino que la santificó» (Lumen gentium, 57).

            Por lo que se refiere a la virginidad después del parto, es preciso destacar ante todo que no hay motivos para pensar que la voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en el momento de la Anunciación (cfr Lc 1, 34), haya cambiado posteriormente. Además, el sentido inmediato de las palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 26-27), que Jesús dirige desde la cruz a María y al discípulo predilecto, hace suponer una situación que excluye la presencia de otros hijos nacidos de María.

            Los que niegan la virginidad después del parto han pensado encontrar un argumento probatorio en el término «primogénito», que el Evangelio atribuye a Jesús (cfr Le 2, 7), como si esa expresión diera a entender que María engendró otros hijos después de Jesús. Pero la palabra «primogénito» significa literalmente «hijo no precedido por otro» y, de por sí, prescinde de la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya esta característica del Niño, pues con el nacimiento del primogénito estaban vinculadas algunas prescripciones de la ley judaica, independientemente del hecho de que la madre hubiera dado a luz otros hijos. A cada hijo único se aplicaban, por consiguiente, esas prescripciones por ser «el primogénito» (cfr Lc 2, 23).

3. Según algunos, contra la virginidad de María después del parto estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existencia de cuatro «hermanos de Jesús»: Santiago, José, Simón y Judas (cfr Mt 13, 55-56; Mc 6, 3), y de varias hermanas. Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en la aramea, no existe un término particular para expresar la palabra primo y que, por consiguiente, los términos hermano y hermana tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grados de parentesco.

            En realidad, con el término hermanos de Jesús se indican los hijos de una María discípula de Cristo (cfr Mt 27, 56), que es designada de modo significativo como “la otra María” (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 500).

            Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrogativa suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consagró totalmente a la misión redentora de Cristo.

4.     LA ESCLAVA DEL SEÑOR

      (Audiencia general 4-IX-1996)

1. María la “llena de gracia”, al proclamarse “esclava del Señor”, desea comprometerse a realizar personalmente de modo perfecto el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras: “He aquí la esclava del Señor” anuncian a Aquel que dirá de sí mismo: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45; cfr Mt 20, 28). Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una armonía de isposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenamente su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo en su misión de Siervo.

            En la vida de Jesús, la voluntad de servir es constante y sorprendente. En efecto, como Hijo de Dios, hubiera podido con razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título de “Hijo del hombre”, a propósito del cual el libro de Daniel afirma: “todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán” (Dn 7, 14), hubiera podido exigir el dominio sobre los demás. Por el contrario, al rechazar la mentalidad de su tiempo manifestada mediante la aspiración de los discípulos a ocupar los primeros lugares (cfr Mc 9, 34) y mediante la protesta de Pedro durante el lavatorio de los pies (cfr Jn 13, 6), Jesús no quiere ser servido, sino que desea servir hasta el punto de entregar totalmente su vida en la obra de la redención.

2. También María, aun teniendo conciencia de la altísima dignidad que se le había concedido, ante el anuncio del ángel se declara de forma espontánea "esclava del Señor”. En este compromiso de servicio ella incluye también su propósito de servir al prójimo, como lo demuestra la relación que guardan el episodio de la Anunciación y el de la Visitación: Cuando el ángel le informa de que Isabel espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y “de prisa” (Lc 1, 39) acude a Galilea para ayudar a su prima en los preparativos del nacimiento del niño, con plena disponibilidad. Así brinda a los cristianos de todos los tiempos un modelo sublime de servicio.

            Las palabras “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, una obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo “hágase”, que usa san Lucas, no sólo expresa aceptación, sino también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio con el compromiso de todos sus recursos personales.

3. María, acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y hace suya la voluntad de Cristo que, según la Carta a los Hebreos, al entrar en el mundo, dice: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo.... Entonces dije: ¡He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9).

            Además, la docilidad de María anuncia y prefigura la que manifestará Jesús durante su vida pública hasta el calvario. Cristo dirá: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). En esta misma línea, María hace de la voluntad del Padre el principio inspirador de toda su vida, buscando en ella la fuerza necesaria para el cumplimiento de la misión que se le confió.

            Aunque era el momento de la Anunciación María no conoce aún el sacrificio que caracterizará la misión de

Cristo, la profecía de Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (cfr Lc 2, 34-35). La Virgen se asociará a Él con íntima participación. Con su obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta a vivir todo 1o que

el amor divino tiene previsto para su vida, hasta la “espada” que atravesará su alma.

4. 8    MARIA, NUEVA EVA

     (Audiencia general 18-IX-1996)

1. El Concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a su muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Lumen gentium, 56).

            La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de actuar de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: «De la misma manera que aquella --es decir, Eva-- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen...» (Adv. Haer., 5, 19, 1).

2. Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El «sí» de María es la premisa para que se realice el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación del mundo.

            El Catecismo de la Iglesia Católica resume de modo sintético y eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentimiento libre de María al plan divino de la salvación: «La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su “fiat” «loco totius humanae naturae» («ocupando el lugar de toda la naturaleza humana»). Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511).

3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino sobre la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífica de Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel, se presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proclama bienaventurados, porque “oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio de la multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra la verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: su adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la maternidad divina.

            En la encíclica Redemptoris Mater puse de manifiesto que la nueva maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante todo precisamente a ella. En efecto, «¿no es tal vez María la primera entre “aquellas que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”? Y por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima?» (n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la proclama la primera discípula de su Hijo (cfr ib.) y, con su ejemplo, invita a todos los creyentes a responder generosamente a la gracia del Señor.

4. El Concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a la persona y a la obra de Cristo: «Se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención» (Lumen gentium, 56).

            Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús significa la unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar de su crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvación.

            María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús en dependencia de él, es decir, en una condición de subordinación, que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de la anunciación, una participación activa en la obra redentora. «Con razón, pues —afirma el Concilio Vaticano II—, creen los santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice San Ireneo, «por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano» (Adv. Haer., 3, 22, 4)» (ib.).  

Su maternidad, aceptada 1ibremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida para la humanidad entera. María asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nuestros primeros padres, aparece como la verdadera «madre de los vivientes» (ib.).

CAPÍTULO SÉPTIMO

LAS DIMENSIONES DEL SI MARIANO

Quiero exponer ahora en este capítulo algunas ideas de un teólogo de este siglo que habla muy bellamente de la Virgen. Se trata HANS URS von BALTHASAR, en un libro titulado MARÍA, IGLESIA NACIENTE, donde escribe artículos sobre la Virgen juntamente con JOSEPH RATZINGER, luego Benedicto XVI.

          

INTRODUCCIÓN

            «Resulta innegable que precisamente esta abundancia de aspectos de los misterios marianos dificulta el hablar sobre María y provoca el peligro de formulaciones unilaterales; pero, ¿acaso no sucede lo mismo en el misterio aún mayor de su Hijo? Si María puede ser llamada la Reina del cielo, de los ángeles, de la Iglesia, es ciertamente en virtud del hecho de que, en su calidad de esclava humilde del Señor, encontró gracia ante Dios. Pero ¿acaso ambos aspectos no están ya unidos de forma germinal en la única auto-declaración que poseemos de ella: “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48)? Nadie que reconozca la autoridad de la Escritura se puede sustraer a la pretensión de esta afirmación (de los ojos puestos en la esclava humilde) y esta promesa (de la alabanza que no cesará nunca)»

            Me gusta ver en un autor tan autorizado esta afirmación que repito varias veces. Qué difícil ser original sobre la Virgen. Trata un aspecto y ya está tratado; mira una particularidad y ya la han visto mejores autores que tú. Así que me gusta citar al pié de la letra, para decir: Es lo que he dicho en otra parte de este libro, pero a mi modo, porque de Maria «nunquam satis». «Tampoco en el ámbito del pensamiento cristiano resulta incomprensible una paradoja así: pues también el Cordero de Dios, que está victorioso sobre el trono de su Padre, será eternamente el Cordero como degollado (Ap 13,8), y, después de todo, también el Apóstol expone detalladamente que su fuerza apostólica descansa en su configuración con el Crucificado: “Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,10).

            De esta tensión aparente de las verdades mariológicas podemos decir aún más profundamente: cuanto más entregado está un hombre a Dios y más abismado se encuentra en él, tanto más puede Dios, cuando quiera, ponerlo de relieve en su independencia.

Si Jesús dice de sí mismo “Yo soy la luz (Jn 8,12), y lo hace con una exclusividad sublime, nada le impide, sin embargo, designar a su vez a sus discípulos, que le están completamente entregados, diciendo: “Vosotros sois la luz del mundo... Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14.16). De nuevo habría que recordar a Pablo, cuya luz propia quedó completamente extinguida primero, a las puertas de Damasco, para que Cristo encendiera en él su luz y ésta iluminara grandemente el orbe».

            En esta primera parte queremos intentar profundizar en las leyes de esas relaciones; por tanto, en la doctrina cristiana sobre María, para a partir de allí, en una segunda parte, poder deducir la forma correcta de la veneración y piedad marianas de la Iglesia. Ambas cosas, doctrina y piedad, deben poseer, conforme al carácter definitivo y escatológico de la misma revelación neotestamentaria, un núcleo definitivo, cuya existencia se ve plenamente confirmada por la historia de la mariología y de la piedad mariana.

            Por otro lado, la Iglesia, junto con su interpretación de la revelación, camina a lo largo de los períodos de la Historia universal en constante cambio; surgen nuevos aspectos,  mientras que otros se desvanecen, se busca compensar las perspectivas parciales, pero éstas no rara vez son sustituidas por extremos contrapuestos; así, también hoy existe el deber de expresar lo válido de forma nueva y acorde con los tiempos, y de incluir además lo permanente, pero de la forma más mesurada posible.

5. 1 LAS DIMENSIONES DEL SÍ MARIANO

            Dice nuestro autor:

            «Existe acuerdo en afirmar que la respuesta final de María al ángel, y a través de él a Dios, “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”, fue la expresión plena de la fe de Abraham y de todo Israel.

            Ya a Abraham se le había reclamado una obediencia entusiasta de fe cuando se le exigió devolver a Dios en el monte Mona precisamente el don que Dios le había hecho por su fe, el hijo de la promesa, en un sacrificio espiritualmente completo, sólo interrumpido en su materialidad.

            En el caso de María, Dios irá hasta el final de esa fe cuando, en la cruz, junto a la cual está ella de pie, no interviene ningún ángel rescatador, y ella debe devolver a Dios a su Hijo, el hijo del cumplimiento, en una oscuridad de fe incomprensible e impenetrable para ella.

            Pero ya en la concepción de Jesús se exige un acto de fe que supera infinitamente al de Abraham (y con mayor razón el de Sara, que se rió incrédula). La Palabra de Dios, que quiere tomar carne en María, necesita un sí receptivo que sea pronunciado con la persona entera, espíritu y cuerpo, sencillamente sin restricción alguna (ni siquiera inconsciente), y que ofrezca la totalidad de la naturaleza humana como lugar de la humanación.

            Recibir y consentir no tienen por qué ser algo pasivo; respecto a Dios son siempre, cuando se realizan en la fe, suprema actividad. Si en el SÍ de María hubiera habido siquiera la sombra de un reparo, «de un hasta aquí, pero no más lejos», a su fe se habría adherido una mácula, y el Hijo no habría podido tomar posesión de toda la naturaleza humana.           Esta carencia de reparos del si de María se revela quizás más claramente allí donde María aprueba también su matrimonio con José y deja en manos de Dios su compatibilidad con su nueva tarea. Lo mismo que esta cualidad del sí de María está condicionada totalmente desde la cristología, también lo están las dos declaraciones dogmáticas conectadas con ella, acerca de su virginidad y su condición libre del pecado original común.

            La virginidad, por el contrario, asegura el hecho cristológico de que Jesús sólo reconoce como suyo a un Padre, el del cielo, como resulta visible claramente por la respuesta que da con doce años “Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando... ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49).

            Es imposible que un hombre tenga dos padres, dice ya con precisa brevedad Tertuliano, por eso la Madre debe ser virgen. Esta virginidad motivada cristológicamente tiene su sentido fundamental, no en una integridad sólo corpórea, hostil al sexo, que poseería importancia religiosa tomada en sí misma, sino en la maternidad de María; para poder ser la madre del Hijo mesiánico de Dios, que no puede tener ningún otro padre salvo Dios, ella debe ser cubierta por la sombra del Espíritu Santo, y además esto significaba pronunciar su sí que abarcaba la totalidad de su persona, alma y cuerpo.

            También la virginidad dentro de la Iglesia será oportuna más tarde sólo con ese mismo sentido, para, en un seguimiento lejano de María, poder ocuparnos «sin división», como dice Pablo, “con cuerpo y alma santos” (es decir, consagrados a Dios), “de las cosas del Señor” (1 Cor 7,34), en una especie de maternidad espiritual que Jesús mismo prometió a los que escuchan y cumplen la palabra de Dios con fe pura (Lc 8,21).

            Hay otra cosa digna de consideración en la escena de la anunciación: ésta no es sólo una escena cristológica en su conjunto, sino además una escena trinitaria. Su estructura es, de forma totalmente espectacular, la primera revelación de la Trinidad de Dios. Las primeras palabras del ángel a María la llaman la agraciada por antonomasia, le traen el saludo del “Señor”, Yahvé, el Padre, al que como creyente judía conoce.

            Ante su reflexión sobre lo que podía significar este saludo, el ángel le revela en una segunda intervención que de ella nacerá el “Hijo del Altísimo”, que al mismo tiempo será el Mesías para la casa de Jacob. Ya la pregunta acerca de lo que se espera de ella, el ángel le desvela en una tercera explicación que el Espíritu Santo la cubrirá con su sombra, de manera que su Hijo se habrá de llamar con razón “Santo e Hijo de Dios”. A lo cual María responde que se cumpla todo en ella, la esclava.

            Por ese motivo, paralelamente a la vida de Jesús, existe también una vida de María en la que, desde la intimidad del aposento de Nazaret, ella va siendo preparada para el papel que le habrá de tocar en suerte junto a la cruz: ser prototipo de la Iglesia».                                   

5. 2 Preparación de María para la maternidad eclesial

            «Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos. 

            Esta educación está desde un principio bajo el signo de la espada vaticinada por Simeón, que ha de atravesar el alma de la Madre. Es un proceso sin miramientos. Todas las escenas que se nos han transmitido son de un rechazo más o menos brusco. No es que Jesús no fuera obediente durante treinta años, cosa que se asegura explícitamente (Lc 2,51). Pero, de forma soberana y desconsiderada, hace saltar por los aires las relaciones puramente corporales a las que tan estrechamente seguía ligada la fe en la Antigua Alianza: en lo sucesivo, ya se trata sólo de la fe en él, la Palabra de Dios humanada.

            María tiene esta fe; esto resulta especialmente claro en la escena de Caná, en la que dice sin desconcertarse: “Haced lo que él os diga”; ella, la que cree perfectamente, debe aguantar, sin embargo, como objeto de demostración para el Hijo y su separación respecto a la “carne y sangre” (desde el sí de ella se puede dar forma a todo) y ser preparada precisamente así para la fe abierta y consumada.

            Como hemos visto, brusca resulta ya la respuesta del adolescente, que contrapone su Padre al supuesto padre terreno; ahora sólo cuenta el primero, lo entiendan o no sus padres terrenos. “No lo comprendieron” (Lc 2,50).

            Inexplicablemente áspera es la respuesta de Jesús a la delicada insinuación suplicante de su madre en Caná: “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”. Tampoco esto lo debió de entender ella. “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), presumiblemente la hora de la cruz, cuando la Madre recibirá el derecho pleno a la intercesión.

            Su fe inquebrantable: “Haced lo que él os diga” obtiene, no obstante, una anticipación simbólica de la eucaristía de Jesús, lo mismo que la multiplicación de los panes la prefigura. Casi intolerablemente dura nos parece la escena donde Jesús, que está enseñando en la casa a los que lo rodean, no recibe a su madre, que se encuentra a la puerta y quiere verlo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,34s.).

            ¡Cuánto se alude aquí sobre todo a ella, aunque no sea mencionada! Pero ¿quién lo entiende? ¿Lo entendió ella misma? hay que acompañar espiritualmente a María en su regreso a casa y hacerse cargo de su estado de ánimo: la espada hurga en su alma; se siente, por decirlo así, despojada de lo más propiamente suyo, vaciada del sentido de su vida; su fe, que al comienzo recibió tantas confirmaciones sensibles, se ve empujada a una noche oscura. El hijo, que no le hace llegar noticia alguna sobre su actividad,  ha como escapado de ella; no obstante, ella no puede simplemente dejarlo estar, debe acompañarlo con la angustia de su fe nocturna.

            Y una vez más es colocada como alguien anónimo en la categoría general de los creyentes: cuando aquella mujer del pueblo declara dichosos los pechos que amamantaron a Jesús. Esta fémina da ya comienzo a la prometida alabanza por parte de todas las generaciones, pero Jesús desvía la bienaventuranza: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).

            El sentido de esta continua ejercitación en la fe desnuda, y en el estar de pie junto a la cruz, a menudo no se comprende suficientemente; uno se queda asombrado y confuso ante la forma en que Jesús trata a su madre, a la que se dirige en Caná y en la cruz llamándola sólo “mujer”.

            Él mismo es el primero que maneja la espada que ha de atravesarla. Pero ¿cómo, si no, habría llegado a madurar María para estar de pie junto a la cruz, donde queda patente, no sólo el fracaso terreno de su Hijo, sino también su abandono por parte del Dios que lo envió? También a esto tiene que seguir diciendo sí, en definitiva, porque ella asintió a priori al destino completo de su hijo. Y, como para colmar la copa de amargura, el Hijo moribundo abandona además explícitamente a su madre, sustrayéndose a ella y encomendándole en su lugar otro hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).

            En ello se suele ver ante todo la preocupación de Jesús por el ulterior paradero de su madre (con lo cual queda patente al mismo tiempo que María evidentemente no tenía ningún otro hijo carnal, pues, de haberlo tenido, habría sido innecesario e improcedente entregarla al discípulo amado); pero no se debe pasar por alto además este otro tema: lo mismo que el Hijo está abandonado por el Padre, así él abandona a su madre, para que ambos estén unidos en un abandono común. Sólo así queda ella preparada interiormente para asumir la maternidad eclesial respecto a todos los nuevos hermanos y hermanas de Jesús».

5. 3. María, prototipo de la Iglesia

            Las ideas acerca de este tema, incansablemente meditadas y ahondadas por la tradición católica, son tan ricas, que aquí sólo podemos aludir a ella brevemente. Pero no se pueden tildar de insignificantes y superadas, como desgraciadamente se hace con frecuencia en la reflexión actual sobre la Iglesia.

            Maria es encomendada por su Hijo a la protección de uno de los apóstoles, por consiguiente a la Iglesia apostólica. Con ello Jesús regala a la Iglesia ese centro o cima que encarna de forma inimitable, pero a la que siempre hay que aspirar, la fe de la nueva comunidad: el sí inmaculado, ilimitado, a todo el plan divino de salvación para el mundo. En este centro y cima, la Iglesia es, no sólo en la eternidad venidera, sino ya ahora, la “esposa sin mancha ni arruga”, la “inmaculada”, como la llama Pablo explícitamente (Ef 5,27).

            Pero este miembro preeminente de la Iglesia no posee sus cualidades especiales a título privado, para sí mismo, sino, con una fecundidad nueva derivada de la gracia de la cruz. Cuanto con mayor pureza recibe un hombre la gracia de Dios, más evidente es su disposición a no retenerla para sí, sino a hacer participar de ella a todos los demás.

            Por eso la madre de Jesús, que gracias a su hijo pudo recibir la suprema disponibilidad creyente y amorosa, es a la vez el prototipo preeminente y el modelo que se ha de imitar y que presta su ayuda en esta empresa: la representación popular del manto de gracia de la madre de Jesús, que se extiende en torno a todos los miembros de la Iglesia, expresa a la vez las dos caras de una misma verdad.

            Por lo cual, siempre se ha de tener presente que esta imagen no descansa en sí misma; María no es la remodelación de una diosa protectora pagana, sino que da su perfecto sí eclesial a la persona y a la obra del hijo, el cual sólo puede ser comprendido como uno de la Trinidad de Dios. Por consiguiente, como habrá que indicar después, no puede haber una piedad eclesial que se detenga en María; si dicha piedad es eclesial  y es mariana, inmediata y necesariamente continuará por María a Jesús, y por éste en el Espíritu Santo al Padre.

            En el carácter modélico de María dentro de la Iglesia se encuentran ocultos varios conceptos y consecuencias importantes para nuestro tiempo. En primer lugar, el de que la Iglesia en su núcleo perfecto se ha de considerar femenina, cosa que no puede sorprender a nadie que conozca la Biblia del Antiguo y Nuevo Testamento.

            Ya la Sinagoga era descrita respecto a Yhaveh ante todo como femenina, como novia o esposa, igual que la Iglesia de la Nueva Alianza en su relación con Cristo (cf. sólo 2 Cor 11, 1s.), llegando hasta la boda escatológica entre el Cordero y su esposa engalanada para la unión.

            Esta feminidad de la Iglesia es la denominación, mientras que el ministerio de servicio desempeñado por los apóstoles y sus seguidores varones es una pura función dentro de esa marca dominante. Esta relación se debería tener mucho más presente cuando hoy en día se entablan discusiones sobre la eventual participación de la mujer en el ministerio de servicio. Visto con mayor profundidad, con tal cambio la mujer entregaría más por menos.

            Y así, en este punto, la imagen del manto de gracia de María puede ser también trasladada, en cierto sentido, a la fecundidad virginal y materna de la Iglesia: ese manto se extiende sobre toda la Humanidad, hasta donde llega la voluntad salvífica de Dios, y con este manto se significa, tanto la acción apostólica exigida categóricamente de la Iglesia, como también la oración que incluye a todos los hombres y el sufrimiento de la Iglesia ofrecido por el mundo en su conjunto.

            Si en este momento volvemos con el pensamiento a la escena de Caná, donde Maria, pese al rechazo de Jesús, habla a los criados con una fe firme: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5), queda patente con qué certeza de ser escuchada puede presentar su súplica y sacrificio la Iglesia que ora y sufre por la redención del mundo.

 (Cfr HANS URS VON BALTHASAR, María en la doctrina y la piedad de la Iglesia, en MARÍA, IGLESIA NACIENTE, Madrid 199, pag 81-88)

5.4. CREDO MARÍANO (Fr. NEAL M. FLANAGAN, de los Siervos de María)

1.-  “Creo que el “Fiat” de María señaló el inicio de la era cristiana, fue el ejemplar original de todo cristiano que cree, de todo cristiano que se abre a Dios.

            En un tiempo como el nuestro, invadido por movimientos de liberación, es hermoso y conmovedor descubrir que Dios dio principio a la era cristiana escogiendo a una mujer, una mujer hebrea.

            En el evangelio de Lucas—y también en sus Hechos de los Apóstoles— el iniciador es el Espíritu Santo; Él es el guía divino que traza el camino de Jesús en el mundo, sobre la cruz.

            El “Fiat” de María es fe que se expresa y, a la vez, fe que se concibe. Creyendo en el Espíritu, ella se hizo Madre del Hijo de Dios, viviendo por Él y para Él. Mejor noble meta no se nos pudo ofrecer.

2.- Creo que el “Fiat” de María la introdujo en lo más vivo de la obra salvadora de Cristo. Madre del Siervo doliente de Yahvé, también ella fue implicada en el dolor, en el sufrir y en la gloria que acompañan al amor que se entrega.

                        “He aquí la Sierva del Señor” —dijo María—. La criada, la sierva que engendró al hijo siervo, el siervo doliente de Yahvé llamado a sacrificar la propia vida por los pecados de muchos.

            El anciano Simeón, “el hombre justo y dócil a Dios”, habló abiertamente del hijo siervo que el profeta Isaías (42, 6) había llamado “luz reveladora para los gentiles y gloria para su pueblo, Israel” (Lc. 2, 32).

            Sin embargo, Simeón no habló de la pasión del siervo de Yahvé sino de María doliente con Él. Asociada a la misión del Hijo, fue conducida por el mismo camino de la Cruz y, como Él, anonadada en completa entrega.

            El camino de la Cruz del siervo de Yahvé fue también el camino recorrido por la Madre. Es nuestro mismo camino, pues somos hermanas y hermanos suyos.

3- Creo, que a la disponibilidad de María para con Dios le acompañó su apertura a las necesidades del prójimo: aquella de Isabel, de los jóvenes esposos de Caná, de Cristo sobre la Cruz, de la Iglesia naciente.

            El Siervo, hijo de María, “no había venido —como Él dijo— para ser servido, sino para servir, para dar su vida en rescate por muchos” (Mc. 10, 45).

            También María ha venido para servir. Su “Fiat” a Dios encontró respuesta en el “Fiat” al prójimo. Su “hágase” fue oído por las voces que repetían con lágrimas su petición de ayuda. ¿Tenía Isabel necesidad de ella? Vedla llegar, sola, ansiosa, veloz en sus pasos. ¿Tenían necesidad de ella los jóvenes esposos de Caná? Fue la primera en darse cuenta de su situación e intervino. ¿La buscaba su hijo en el Calvario? Allí estaba. En el miedo, en la alegría, en la confusión que siguieron al viernes santo y al domingo de pascua ella estaba junto a los demás: para condividir, para ayudar, para ser ayudada.

4.- Creo que el sí continuo de María a Dios y al prójimo es la expresión viviente de la radical ausencia de pecado en ella. Por eso es y la llamamos Inmaculada Concepción.

            Si el pecado es romper la comunión, es separación del hombre de Dios su Padre, y es división de los propios semejantes: indisponibilidad a aceptar a Dios como padre, a aceptar al prójimo como hermana o hermano.

            La ausencia de pecado en María no es un atributo negativo, ni la separa de la condición humana, sino más bien lo contrario. Ausencia de pecado es apertura ilimitada a Dios, a su amor, a sus designios, a sus solicitudes, y es también disponibilidad para advertir las laceraciones y necesidades de cuantos sufren y piden ayuda.

            La ausencia total de pecado, la Inmaculada Concepción de María, no es un foso abierto entre ella y su prójimo, sino un puente echado entre María y cuantos viven en la necesidad.

 5 - Creo que la Asunción de María, como la resurrección de Cristo, nos es garantía y esperanza de que el amor es de verdad más fuerte que la muerte.

            «El amor es más fuerte que la muerte». ¿Es acaso un sueño de los poetas o el sentido evangélico de la realidad? El amor de los padres engendra vida; el amor modela la vida en su nacer y la hace crecer y madurar. El amor llega a empujar la vida más allá de la rendición declarada de la ciencia médica. Según el evangelista Juan, el amor es vivir, no morir nunca. Jesús murió amando porque había amado, para amar más aún. Por eso pasó a vida más intensa.

            María participó de la vida del Hijo. También para ella la muerte fue tránsito hacia una vida en plenitud. Vivir, para ella, era amar; su morir era ya un encontrarse en la vida. Su condición será la nuestra.

6 - Creo que María, en cuanto Madre de Cristo, plasmó largamente la personalidad y el ambiente en que creció Cristo. “¿No es él el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). ¿No posee, acaso, la dulzura de su Madre? Su sensibilidad, su solicitud por los otros, su imaginación poética, su intuición diríamos son dotes femeninas.

            Su disponibilidad en el servir --¿no tenía quizá un modelo delante de los ojos?-- ¿Qué decir del empuje de su amor, de sus atenciones? ¿Es tal vez sólo un don recibido de lo alto? ¿Y la sencillez con que sabía acercarse a la mujer, a toda tipo de mujer, y cómo era capaz de amarlas? ¿Lo aprendió por caso en la Sinagoga? ¿No fue una mujer en cambio su primera y mejor maestra, una mamá, su Madre?

7 Creo que María no es solamente un modelo, un ideal lejano, sino una persona viva, viva y resucitada para siempre, amable de forma extraordia.

            “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá...” (Jn 2, 25). Jesús vive, sus apóstoles viven, sus discípulos viven. María vive, de vida humana, gloriosa, en la plenitud de la vida.

            María no es sólo un modelo, un simple ideal, una meta lejana, una cosa, sino una mujer resplandeciente en la gloría del Hijo del Padre, de un Hijo —parece cosa imposible de creer— que es también su Hijo, por el Amor del Espíritu Santo.

¡Esto, oh Señor, creo; socorre Tú mi incredulidad!

FR. NEAL M. FLANAGAN, de los Siervos de María

CAPÍTULO OCTAVO

CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II SOBRE EL ROSARIO

EL ROSARIO, DULCE CADENA QUE NOS UNE A DIOS.

            El Papa Juan Pablo II publicó una Carta Apostólica sobre el santo rosario y proclamó año del rosario desde octubre del 2002 hasta octubre del 2003. Es una carta interesantísima. Ha coincidido, además,  con la llegada a nuestra parroquia, – estuvo primero en el Cristo dos meses y ahora ya definitivamente en San Pedro– , de la imagen de la Stma. Virgen del Rosario, perteneciente a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Pasión. Es una gracia más de Dios que tenemos que aprovechar.

            Secundando este llamamiento de Juan Pablo II, quiero brevemente  ofreceros las ideas principales de este documento, con el deseo expresado por el Papa de que «tomen de nuevo entre las manos el rosario» redescubriendo esta oración mariana que ha ido perdiendo tristemente práctica entre las familias y los fieles cristianos y que si se comprende bien y se reza, «conduce al corazón mismo de la vida cristiana».

INTRODUCCIÓN

1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y

fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (¡duc in altum!), para anunciar, más aún, «proclamar» a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».

            El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

Los romanos pontífices y el rosario

            Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano

II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.         Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria.

            El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo.

El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».

            Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: ¡Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!

Vía de contemplación

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración». Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.

“¡Ahí tienes a tu madre!”(Jn 19, 27)

7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto:

«¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima, cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.

CAPÍTULO 1

Contemplar a Cristo con María

Un rostro brillante como el sol

9. “Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol” (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada «como icono de la contemplación cristiana». Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: “Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (2 Co 3, 18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande

aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

            Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han

acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

            Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza». Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.   

            Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza», también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».

            El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia.

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

            El primero de los “signos” llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

            Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe», en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).

CAPÍTULO II

MISTERIOS DE CRISTO, MISTERIOS DE LA MADRE

El Rosario «compendio del Evangelio»

18. Ala contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»

            El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».

De los «misterios» al «Misterio»: el camino de María

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio». El “duc in altum” de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).

            El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).

Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que « el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana ».

            A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».

             El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre, desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

CONCLUSIÓN

«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»

39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.

La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.

RESUMIENDO: EL ROSARIO NOS LLEVA:

a)  A CRISTO:

— RECORDAR A CRISTO CON MARÍA. Se trata de penetrar de misterio en misterio en la vida del Redentor, asimilarlo profundamente, para que forje nuestra existencia humana y cristiana.

— COMPRENDER A CRISTO CON MARÍA. Nadie como María puede introducirnos en un conocimiento profundo de la realidad y del misterio de Cristo. Nadie conoce a Cristo mejor que María. Nadie puede hacernos vivir mejor su vida de amor y de entrega a los hombres.

— IMITAR A CRISTO CON MARÍA. Todo cristiano está llamado a tener los mismos sentimientos y actitudes de Cristo. El santo rosario lo consigue por doble camino: primero, porque es oración sobre la persona y la vida de Cristo y segundo, porque lo hacemos con María. La Virgen, que ayudó a Cristo en su crecimiento humano en Nazaret, nos ayuda ahora también a nosotros en su seguimiento e imitación.

— PEDIR Y ROGAR A CRISTO CON MARÍA. “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá,” nos dice Jesús insistentemente en el evangelio. Cuando nosotros pedimos y suplicamos al Señor, María interviene con su intercesión maternal, ayudándonos en nuestras peticiones y necesidades. Se hace nuestra portavoz ante el Padre y el  Hijo. Y Ella es omnipotente suplicando con nosotros y por nosotros.

— A PREDICAR A CRISTO CON MARÍA. Toda oración cristiana es diálogo con Cristo. Este diálogo nos

hace conocer y amar más  a Cristo; al conocerlo y sentir su amor, nos capacita para  anunciar a Cristo a los demás con palabras y obras llenas de fuego apostólico. POR ESO:

— LOS MISTERIOS DE GOZO nos ayudan a comprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es, ante todo, buena noticia, que se centra en Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.          

— LOS MISTERIOS DE LUZ, añadidos por el Papa en esta carta, nos ayudan a comprender que Cristo es la LUZ del mundo y la vida de los hombres: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

— LOS MISTERIOS DE DOLOR nos ayudan a vivir con María la pasión de Cristo, uniéndonos con nuestros sufrimientos y siendo corredentores con Ella, la única que permaneció de pié junto a la cruz.

— LOS MISTERIOS DE GLORIA nos ayudan a encontrarnos con  Cristo vivo y resucitado, que vive con nosotros en la Eucaristía y nos espera en la gloria.

b) CON MARÍA Y COMO MARÍA:

– “salve, llena de gracia, el señor está contigo”

–  “no temas, maría, porque has hallado gracia ante dios.”

– “he aquí la esclava del señor, hágase en mí según tu palabra.”

– “maría se puso en camino y con presteza fue a la montaña.”

– “bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre.”

– ¿de dónde a mí que la madre de mi señor venga a visitarme?

– “mi alma glorifica al señor, se alegra mi espíritu en dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava.”

– “no tienen vino”

– “haced lo que el os diga.”

– “maría conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”

– “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el señor se cumplirá.”

– “mujer, he ahí a tu hijo” y al discípulo: “he ahí a tu madre.”

c) POR ESO, REZANDO EL ROSARIO, NO OLVIDAREMOS QUE

-- Si Jesús es la Luz, María es la madre de la luz;

-- Si Jesús es la vida, María es la madre de la vida;

-- Si Jesús es el amor, María es la madre del amor;

-- Si Jesús es nuestra  esperanza, María es la madre de la   esperanza;

-- Si Jesús es la paz, María es la madre de la paz;

-- Si María está junto a nosotros, tendremos siempre la luz, la vida, el amor, la esperanza y la paz.

d)  EL ROSARIO ES UNA FORMA SENCILLA Y EFICAZ DE HACER ORACIÓN TODOS LOS DÍAS

            «Nos lo enseña magistralmente Lumen gentium: <Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda lo comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes>» (LG 65).

            El rosario es como la oración del corazón, que sintoniza con el corazón de María en la contemplación de los misterios de Jesús: nacimiento e infancia (gozosos), vida pública (luminosos), pasión y muerte en cruz (dolorosos), gloriosa resurrección (gloriosos). El centro del rosario es Jesucristo. El rosario es una oración cristocéntrica. Y a Él nos acercamos desde el corazón de María, balcón privilegiado para contemplar el precioso paisaje de la vida de Cristo en todos sus misterios.

            María, que guarda en su corazón todas las enseñanzas de su Hijo, nos enseña a imitarle, a compartir los sentimientos de Cristo. El rosario es una escuela de vida cristiana. Y está al alcance de todos, de los sencillos y de los cultos, de los avanzados en la vida espiritual y de los que comienzan. No olvidar el mensaje del Arzobispo Norteamericano FultonSheen en su campaña del rosario en familia: «Familias, rezad el rosario. Familia que reza unida, permanece unida».

            El mismo Vaticano II, en la Presbyterorum Ordinis, aconseja a los sacerdotes la devoción mariana, cuyo santo y seña principal es el rezo del santo Rosario: «En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio”.

            Don Demetrio FERNÁNDEZ, Obispo de Tarazona, nos decía en una carta pastoral: «Es lo primero que hago todos los días. Después del aseo, un rosario. Es el momento de estrenar el día abriéndose al amor de Dios, que cuida de nosotros continuamente. Después vienen otras oraciones. Y luego, también durante la jornada, otros rosarios. Pero ése de la mañana me sabe a gloria.

            Iniciad a vuestros hijos en esta oración, tan sencilla como eficaz. Sacerdotes, invitad al rezo del rosario, y que os vean los fieles que lo rezáis. Es una buena preparación inmediata para la misa, es un medio para iniciar y progresar en la oración.

            Que en la pastoral de los jóvenes no falte el rosario, que alimenta la devoción a la Virgen. Conozco a muchos jóvenes que han aprendido a rezar, rezando el rosario. Ya sé que es más importante la Eucaristía, pero no siempre está a mano, o porque no podemos acudir, o porque no tenemos limpio el corazón. Sin embargo, siempre podemos rezar el rosario, que nos llevará al sacramento del perdón y a la comunión eucarística.

            Algunos dicen que el rosario es una oración monótona. La oración siempre es aburrida, cuando se reduce a un monólogo. Pero eso no es oración. En la oración es esencial la apertura a Dios. La oración es primeramente escucha, y por eso puede ser respuesta.    En el rosario escuchamos a Dios, que en los misterios de la vida de Cristo nos habla hoy. Y nosotros respondemos con María y como María, la mejor discípula de la escuela de Jesús.

            En el rosario hay escucha de la Palabra de Dios, contemplación, alabanza y petición, comunión con toda la Iglesia orante, con todos los que sufren. Pero todo esto es imposible, si no hay amor. Para rezar el rosario, hay que amar, y el mismo rosario se convierte en alimento de ese amor a Dios y a los hombres. Siempre es ocasión propicia para rezar el rosario. Niños, jóvenes, adultos, familias, enfermos, obispos sacerdotes, consagrados. Recemos e invitemos a rezar el rosario.

CAPÍTULO NOVENO

NO LO PUEDO OLVIDAR

1.- NO LO PUEDO OLVIDAR, no lo olvidaré nunca… no puedo olvidar  esas palabras que salieron del corazón maternal de la Virgen y yo las escuché en mi interior y mi corazón las sintió sin necesidad de palabras y signos externos, esa palabras y emociones no se olvidan nunca y mira que ya han pasado años y años... Estas palabras se quedan para siempre en ti, grabadas en tu corazón, en tu vida. Todos tenemos experiencias maravillosas de nuestra relación con Cristo Eucaristía y con María.

            Era un día de vacación; habíamos subido al Santuario del Puerto los seminaristas del Mayor. En el camino, algunos de los últimos cursos de Teología, subidos a una peña muy grande, que hay a la izquierda, estaban cantando cantos Marianos y todos aplaudíamos al pasar; me estoy refiriendo a Timón, Sánchez Nieto, Emilio Mateos... Es que les hicimos una foto y yo la conservo en mi álbum particular; lógicamente, para recordar a todos los que estaban subidos a la peña, he tenido que ir a verlos en esta foto en blanco y negro. 

            Llegados al Santuario, después de un breve descanso, teníamos un rato de oración, cantos y preces a Nuestra Madre del Puerto en su ermita; al salir, comíamos de prisa el bocadillo, y ese día empezamos a caminar rápidos por el camino que pasa junto al Santuario, dirigiéndonos hasta Villar de Plasencia, para volver luego caminando por la carretera nacional 630 hasta el Seminario, tal y como lo hacíamos alguna vez durante el año.

            Perdonad esta introducción; lo hago más que nada para probaros que estas cosas no se olvidan. Pues bien, estando en la oración con todos los seminaristas en el Santuario, en el silencio de mi oración personal oía perfectamente una y otra vez a la Virgen que me decía: «Gonzalo, pasa a mi Hijo, tienes que pasar a mi Hijo, tienes que llegar hasta Él».

Al principio no entendía muy bien lo que esto quería decir. Porque por teología y por práctica todos teníamos muy asimilado que Cristo era el primero, era Dios, la razón y el motivo último de todo nuestro ser y vivir cristiano y sacerdotal; así lo habíamos aprendido de nuestros padres en el hogar y así estaba muy claro en las enseñanzas y pláticas que recibíamos en el seminario.Tal era la insistencia que yo, espontáneamente le dije oracionalmente a la Virgen: «¡Madre, si ya lo sé, pero a mi me va muy bien contigo, contigo tengo bastante, lo tengo todo»; a seguidas pensé que esta espontaneidad me había traicionado, porque era lo que yo realmente vivía; pero no era lo correcto, y añadí: «Contigo lo  tengo todo bien ordenado, tú eres mi camino hacia Cristo».

            Luego empecé a pensar qué me querría decir la Virgen con esta insistencia, porque yo los conceptos, en este aspecto, repito, los tenía muy claros. Con esta comunicación interior de la Virgen empecé a pensar que algo no estaría bien, que por algo me insistía en esto. María era todo para mí, pero de verdad; reconozco que ella lo abarcaba todo; a ella rezaba, pedía, dialogaba, era mi gozo, me dirigía para todo.

Antes de nada, quiero aclarar, por si alguno pudiera interpretar este diálogo oracional como una aparición de la Virgen, que nada de eso; en mi vida no ha habido ni pido nada de revelaciones y apariciones externas; lo he dicho y escrito muchas veces. Aquí todo es por el diálogo oracional interno, de alma… pero que lo sientes más que todo lo exterior.

Yo lo que quiero y pido es sentir y vivir a Cristo, a mi Dios Trino y Uno, a María, en mi alma, en mi oración, como los Apóstoles en Pentecostés; de nada les habían servido las apariciones del Resucitado, porque seguían con miedo y con las puertas cerradas; cuando lo vieron dentro de sí en Pentecostés, reunidos con María en oración,  pero no en «carne resucitada» sino hecho Espíritu, llama de amor viva, Amor y Fuego de Espíritu Santo en sus corazones, no en sus ojos, se acabaron los miedos, abrieron las puertas y empezaron a predicar sin temor de perder la vida; de hecho la dieron todos por este Cristo, visto y sentido en Pentecostés, mientras que antes, en su vida, sobre todo, en su pasión y muerte, a pesar de haber visto sus milagros y escuchado sus palabras, lo habían abandonado.

Esta es la experiencia que tengo con frecuencia y pido siempre. Y es que el fuego de Espíritu supera todas las expresiones y manifestaciones externas, de los ojos de la carne; de ahí el éxtasis, que la carne no puede soportar ni sufrir sin salir de sí mismo para vivir en Dios su misma vida, su mismo gozo, su misma experiencia de amor.

Y esto todo es por el Espíritu Santo. Lo tengo bien comprobado y visto en la vida de los místicos y en algunas personas de mi parroquia, con las que el Espíritu ha obrado cosas maravillosas en sus vivencias y me ha permitido encontrarme con ellas. No son cosas de un momento. Ya son años y años en este camino. La experiencia de Dios, por la oración unitiva o contemplativa en el Espíritu Santo, vale más que todas las palabras y apariciones externas.

            De todas formas, repito, que estas palabras de la Virgen me cogieron por sorpresa; nunca se lo había escuchado en mi relación con ella. O quizá me lo hubiera manifestado en otras ocasiones, pero yo no me había dado por enterado, no me había dado cuenta, no las había entendido tan claramente como en esta ocasión, porque se me quedaron grabadas para toda la vida. Las tengo todavía, resuenan en mi interior, fue en el segundo banco último de la derecha mirando a la Virgen.

             Yo pensaba que, desde mi primera comunión, Cristo era lo primero: fui siempre eucarístico, y por tanto, cristocéntrico. Pero la Virgen no estaba contenta con este cristocentrismo de su hijo Gonzalo. Así que, durante el camino, impresionado por estas palabras, seguí pensando en lo que la Virgen me habría querido comunicar en ese diálogo tan impactante que había sentido en mi corazón. Ahora, al cabo de los años, sí que lo he entendido y vivido con gozo, pero porque fui hijo obediente.

Porque ya he dicho que no lo capté en ese momento en toda su plenitud, simplemente barrunté lo que me quería decir, por donde tenía que ir el camino. Luego, con la oración y la experiencia espiritual de los años, poco a poco, he ido comprendiendo el significado de sus palabras, desde la oración hecha vida y desde la vida hecha oración.

2. LA VIRGEN ME LLEVÓ A CRISTO

            Por eso, si alguna vez alguno de vosotros vino a verme a la parroquia y entró donde he vivido mis primeros treinta años o donde vivo ahora desde hace cinco años, en la misma parroquia, lo primero que te encuentras es una Virgen bella y hermosa, una talla de madera, copia  de la Inmaculada de Melchor Cano, sobre un pedestal de madera, y junto a ella, en el mismo pedestal, un pequeño Copón de plata, preparado para  morada de su Hijo hecho pan de Eucaristía. Ella vivió para ser primer sagrario de Cristo en la tierra, madre de la Eucaristía. Son mis amores y los dos para mí están siempre unidos. Y junto a ellos, en un recipiente de cristal, rosarios de todo tipo.

            Igualmente digo que desde que llegué a San Pedro, 1966, la Vigilia de la Inmaculada se celebró para toda Plasencia, primero en el templo parroquial y luego, en el Cristo de las Batallas, durante más de treinta años, hasta que pasó a celebrarse bajo la dirección del arciprestazgo en los templos parroquiales del centro de la ciudad, para terminar  definitivamente en la Catedral, con la presencia del Sr. Obipo.

            La Virgen ha estado muy presente en mi vida desde la infancia. Mi madre, con el «Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la pura y limpia Concepción de María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra, concebida en gracia sin pecado original, desde el primer instante de su ser  y...», nos obligaba a cerrar los ojos mientras nos «remuaba» de ropa, porque había que ser puros y castos, como la Virgen.

            Ingenuamente y por inercia, recé esta oración hasta mi juventud, pero muy avanzada, donde ya apareció  el «Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea». Eso igual que las tres avemarías al acostarnos. Ahora rezo la Salve, y no fallo nunca, porque si alguna vez me descuido, y se me olvida, la Virgen, un poco celosa, como madre que ha abierto los brazos para abrazarme y besarme, no quiere que duerma sin rezarla y besarla antes de dormir; así que me despierta, de mi primer sueño, y ya sabes, Gonzalo, a rezar la Salve y besarla. Y ya se queda tranquila y ya yo duermo tranquilo. Podéis creerme que es verdad. La Salve es mi beso de despedida; todas las noches, me doy media vuelta hacia la izquierda, siempre a la izquierda, pero desde luego sin connotaciones políticas, bajo un poco la cabeza, y Dios te Salve, reina y madre...; es el santo y seña; mi último beso, y a dormir.

            Y desde luego que se nota y cómo influye luego en toda tu vida. Siempre he terminado y empezado la jornada con un beso a la Virgen; siempre la he rezado con mucho amor para parecerme a ella en la pureza y en todo, en cuerpo y alma. Y puedo confesar que ella me protegió totalmente en mi juventud seminarística, hasta el punto de que como he dicho muchas veces, los chistes de Manolo Tovar y de Carlos Díaz, condiscípulos míos, ya en el cielo, no los entendí ni los capté, hasta después de salir del Seminario...

¿Y sabéis lo que pasa?  Que al rezar a la Virgen y hablar con ella, poco a poco te vas haciendo tus propias oraciones o palabras, unas veces corrigiendo, otras añadiendo cosas. Por ejemplo: en las letanías del santo rosario, que yo empecé a rezar en mi casa, con mi tía Fabia que lo rezaba todas las tardes en el patio común de la entrada, yo añadí, hace como veinte años, tres nuevas letanías referidas a la Virgen; y la rezo: «Sagrario de Cristo en la tierra»; «Madre de la Eucaristía»; «Arca de la Alianza nueva y eterna».

Podéis creerme que nunca las olvido, amén también, de que hace años cambié las letanías «lauretanas» por otras que me gustaron más y que vienen, me parece, en la liturgia de la Coronación de la Virgen: «Santa María, Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las Vírgenes, Hija predilecta del Padre, Madre de Cristo Rey, Gloria del Espíritu Santo,  (añadidas por mi: Sagrario de Cristo en la tierra; Madre de la Eucaristía; Arca de la Alianza nueva y eterna),Virgen Hija de Sión, Virgen pobre y humilde, Virgen sencilla y obediente, Esclava del Señor, Madre del Salvador, Colaboradora del Redentor, Llena de gracia, Fuente de Hermosura, Conjunto de todas las virtudes, Fruto escogido de la Redención, Discípula perfecta de Cristo, Imagen purísima de la Iglesia, Mujer nueva, Mujer vestida de sol,  Mujer coronada de estrellas, Señora llena de benignidad, Señora llena de clemencia, Señora nuestra, Alegría de Israel, Esplendor de la Iglesia, Honor del género humano, Abogada de  gracia, Distribuidora de la piedad, Auxiliadora del pueblo de Dios, Reina de la caridad, Reina de la misericordia, Reina de la paz, Reina de los Ángeles, Reina de los Profetas y desde aquí como en las lauretanas.

Y bueno, ya que he tocado el tema de las letanías y éstas se rezan en el santo Rosario, os diré que siempre lo recé, algunas temporadas completo con los quince misterios de entonces, ahora hay que añadir los luminosos, pero la costumbre es la costumbre, y algunos sábados, si tengo tiempo, lo rezo completo, pero los quince misterios de siempre.

Quisiera añadir que el rosario también es la forma más sencilla que yo he encontrado para hacer oración, sobre todo en tiempos agitados o de sequedad,  y para relajarme cuando estoy tenso o no duermo por la noche. Me levanto de la cama, a la hora que sea, lo rezo paseando por la habitación, y a dormir otra vez.

También, algunos días, sobre todo en tiempos pasados, empezaba por las mañanas con el rezo del rosario. Y me ha ido y me va muy bien; me relaja, me da tranquilidad, me encuentro con la mirada y sonrisa y palabras de afectos y serenidad de la Madre.

Desde mi juventud, el santo rosario siempre camina conmigo en mi bolsillo, y  como, desde que salí del Seminario, estoy convencido de que el problema o el fundamento de la santidad de la Iglesia, es la santidad de los obispos, sacerdotes y seminaristas y la necesidad de vocaciones,  para terminar  mi rosario, las tres Avemarías añadidas al final y que eran por la pureza de la Virgen, en realidad las rezábamos por la nuestra, al menos así yo lo interpretaba, las he cambiado, pero hace ya más de cuarenta  años y así la rezan públicamente en el rosario de la parroquia, mejor, antes de la misa de la tarde: «por la santidad de la Iglesia, especialmente la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones». Así todos los días y todas las tardes; siempre que rezo el rosario o lo rezan públicamente en la parroquia. Bueno, si quiero ser sincero, actualmente mis intenciones son estas: pido porque Dios sea reconocido , amado y santificado en el mundo entero; por el Papa Francisco y la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos y sacerdotes, religisos y consagrados; por mi amada diócesis de Plasencia: por su obispo, sus sacerdotes, seminaristas, diocesanos y msioneros; por mi amada parroquia de San Pedro: niños, jóvenes, adultos y por sus sacerdotes; por la fe de España y del mundo entero y por el matrimonio y la familia, fundamento de la vida y del amor, que no haya tantas sepaciones, divorcios, crímenes de esposos entre sí… Todos los días lo rezo así.

Esto ha contagiado a unas señoras de mi parroquia y han formado un grupo de madres que dos días de la semana, desde luego siempre el sábado, rezan el rosario y ofrecen la misa «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Las reúno dos o tres veces al año, una vez por trimestre. A mí me emociona ver escrito en la hojita de las misas que ponen sobre el altar: «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Es que acostumbrado a ver sólo nombres de difuntos... y muchas veces ponen: en acción de gracias, para que el nombre de Dios no sea blasfemado... Y me gustan mucho y me emocionan estas intenciones.

Para terminar este apartado  parroquial, advierto que todos los sábados de mi vida, después de la bendición final de la misa de víspera del Domingo, les deseo buen domingo a todos y rezamos  la Salve, como despedida. Empecé a cantarla: «Salve, Regina...», pero se hacía largo. Aunque alguna vez me descuido, y, en vísperas de fiestas de la Virgen, la cantamos antes del «podéis ir en paz».

En el Seminario Menor, como otros muchos de aquellos tiempos, rezaba el «Oficio Parvo». En el Mayor, lo cambié por otras oraciones y devociones Marianas; creo que, como algún devoto más, los años de Teología llegué a rezar los quince misterios del rosario en algunas temporadas; por ejemplo, en el mes de mayo, en la novena de la Inmaculada, lo hacían más seminaristas: uno, en la Capilla, con la comunidad; otro, en las filas, aprovechando el silencio y como ayuda para no hablar; y el otro, en un recreo cualquiera, paseando en torno a los patios interiores.

Sin embargo, sobre todas las devociones que aprendí o practiqué en mis seminarios, estaba la Novena de la Inmaculada en el Mayor. En mis tiempos la vivíamos con mucha intensidad; personalmente la vivía en plenitud de amor y dedicación a Ella; era la Novena de la Inmaculada todo un estímulo para la oración, las renuncias a las faltas de caridad, de soberbia, egoísmo... etc.

Las Vísperas de la Inmaculada eran solemnísimas, todas cantadas y en gregoriano,  con las antífonas y los cinco salmos, todo en latín; las antífonas me las sé de memoria, porque las sigo rezando en la fiesta, esté donde esté. Podéis creerme que no he dejado de cantarlas todos los años de mi vida desde que salí del Seminario. Es más, os voy a contar una travesura: durante los años que estuve en Roma estudiando, bajaba a la capilla para cantarlas, y si había alguno rezando, le pedía permiso para hacerlo. Yo soy así, ésta es mi manera, las hay mejores de amar y alabar a la Virgen, pero esta ha sido la mía. Reconozco que soy muy apasionado por Ella, en público y en privado, en piropos que la digo a veces ante la gente, que me miran sorprendidas, pero a mí me salen espontáneos del alma.

Me encantaban aquellas antífonas. Me gustaban tanto aquellos himnos y antífonas, que como he dicho,  las sigo cantando en las vísperas y en la fiesta de la Inmaculada, porque son bellas, porque me recuerdan cosas hermosas y siempre me emocionan y me acuerdo y rezo por «mi seminario», por mis compañeros y mis superiores, y sin querer y al cantarlas, recuerdo con gozo y agradecido el Seminario, los compañeros, los superiores: D. Avelino, D. Benjamín, D. Jerónimo, profesor de griego y luego Rector del Menor, cuando D. Avelino pasó al Mayor,  para suceder a D. Ceferino, me parece, que pasó a ser Director espiritual del Menor,  Buenaventura,  Juan de Andrés... y por mis hermanos sacerdotes: «Tota pulchra es, María, et mácula originalis no est in te... Vestimentum tuum, cándidum quasi nix...Tu, gloria Jerusalem, Tu laetitia, Israel... Benedicta es tu, Virgo María... Trahe nos Virgo Inmaculata... Aquella antífona in I vesperis: Beatam me dicent omnes generationes, quia fecit mihi magna qui potens est, alleluia.

¡Y los himnos! Los canto todas las semanas; los distribuyo por días y  por orden alfabético teniendo en cuenta las primeras palabras, porque si no, me hago un lío. Por eso, los que empiezan por Ave tienen la preferencia; además, de esta manera, no se me olvidan.

Lunes, en la oración de la mañana, después de mirada y oración a mi Dios Trino y Uno, después del Espíritu Santo y Cristo Eucaristía, me dirijo a Ella, primero, con la oración personal que he compuesto a través de los años y que he rezado al principio de este prólogo y analizaré al final; sigo, después de haberla hablado, pedido, besado... con los himnos o cantos empezando por la letra A: «Ave Regina coelorum», Ave Domina Angelorum...», luego, «Ave maris stella, Dei mater alma», y termino el lunes con «Alma Redemptoris mater...».

El martes es el más corto: sólo recito «¡O gloriosa Vírginum, sublimis inter sídera...!» El miércoles es una gozada: «Salve Mater misericordiae, Mater Dei y mater veniae, mater spei y mater gratiae, mater plena santae letitiae, oh María». Los jueves, siguiendo con la letra s, canto dos himnos que empiezan por s: «Salve Sancta Parens» y esta otra oración que ya se rezaba en el siglo III y que todos hemos cantado muchas veces: «Sub tuum proesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix, nostras deprecationes «clementer exaudi» in necesitatibus...» si, ya sé, paro aquí, porque ya estoy viendo que muchos me estáis señalando con el dedo. Ya sé que la antífona es «nostras deprecationes nec despicias in necesitatibus»; pero este «despicias», para los que aprendimos latín de aquellos tiempos, a los de mi tiempo, nos resulta muy duro, suena a «no desprecies»,  y así me resigno a cantarlo cuando lo hago con otros; pero cuando lo hago solo, como la oración tiene que ser personal y a gusto del cliente, yo la cambio por «clementer exaudi in necesitatibus».

Pasamos ya al viernes; en ese día rezo dos himnos: «Tota pulchra es, María, et mácula originales non es in te», y en segundo lugar «Virgo Dei Genitrix, quem totus non capit orbis: in tua se clausit víscera factus homo».

Los sábados, día de la Virgen,  es un día especial, y en ese día, subo todas las mañanas al Santuario del Puerto para saludarla, estar con ella, pedirle luz y fuerza para el Domingo, el Día del Señor; en ese día hago un resumen de la semana hablando con ella, pidiendo luz y perdón por lo pasado y preparo la semana que empieza cantándole, después de esta conversación,  todos los himnos.

Nada más entrar en el Santuario, hecha la genuflexión y en el Nombre del Padre que me soñó y creó, y del Hijo que me salvó y del Espíritu Santo que me transforma en vida y amor Trinitario, un beso a la Virgen y este suspiro del alma, hecho canción: «A ti va mi canturia, dulce Señora, que soy la noche triste, Tú eres mi Aurora; Señora de mi alma, Santa María, haz que arribe a buen puerto el alma mía, haz que arribe a buen puerto, el alma miiiia». Mi buen puerto es María, la Virgen del Puerto. Es una canción de nuestros tiempos de Seminario. Con otras muchas, las conservo en un bloc con su música que hizo Don Florindo: cantos eucarísticos, comunión, himnos... 

            Después viene una canción a dos voces, todo en la memoria, pero cantando y echando aire por los labios; es una que todavía me emociona y me hace llorar ¡Me recuerda tantas cosas, tantos amigos, amigos de verdad, tantas emociones! Es también del Seminario. Todos la sabemos: «Dulce Madre, Virgen pura, Tú eres siempre mi ilusión. Yo Te amo con ternura y Te doy mi corazón; siempre quiero venerarte, quiero siempre a Ti cantar, oye, Madre, la plegaria, que te entono con afán, que- teen-to-no- con- a-fan (lo escribo así y separo estas letras porque en el bis, cuando lo cantábamos con D. Florindo, siempre nos hacía aumentar el tono y disminuirlo en cada palabra; pasa igual que en la anterior, «...alma miiiia»); Madre, cuando yo muera, acógeme; ay, en el trance fiero, defiéndeme; Madre mía, no me dejes, que mi alma en ti confía; Virgen mía, sálvame; Virgen mía, sálvame».

Finalmente, y para terminar este saludo inicial, le entono a la Virgen otra más solemne, más teológica, que los de mi curso aprendimos de los hermanos Bravo en los últimos años del Seminario y que la cantábamos siempre que nos reuníamos por cualquier motivo, sobre todo, en las reuniones que teníamos en  los años posteriores al seminario, porque era ya nuestro santo y seña ya antes de ordenarnos: «Virgen sacerdotal, Madre querida; Tú que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón mi altar sacrificial».

Alguno puede pensar que es mucho cantar, pero es que lo siento así y así me sale del alma, mirando a la Señora, y así lo aprendí porque no conviene olvidar que empecé siendo tiple en el Menor con D. Florindo, y, en el Mayor, tenor segundo, y además perteneciente a la «escolilla», que era lo más selecto de la escola del Seminario.

Bien, y para terminar con mi subida al Puerto los sábados, diré que finalmente en ese día, antes de darle el beso de despedida, le canto la Salve, bien en tono ordinario, la que todos sabemos, bien en tono «sollemniore», que aprendimos en el Menor con mi profesor de Griego y Rector después de Don Avelino, Don Jerónimo, al pasar aquel de  rector al Mayor. Todo lo canto, lógicamente,  sin que se oiga, sólo la Virgen, quiero decir, que lo canto con la respiración, excepto en la Inmaculada, que esté donde esté, todo es en voz alta de tenor segundo, como en mis buenos tiempos, para que todos lo oigan y alaben a la Virgen.

Perdonad estos desahogos y confianza. Pero le estoy muy agradecido a María. La verdad es que Ella fue siempre muy buena madre y amiga, hizo verdaderos milagros conmigo, porque uno es débil y pecador... Gracias a ella siempre me fue muy bien en el Seminario, me dio amor y perseverancia a lo que recibí en el Seminario, quiero decir al Sacerdocio y a los sacerdotes, aunque por ello haya tenido que sufrir. Es un capítulo de mi vida del que no he hablado, pero que explica muchas cosas de mi vida apostólica. El Seminario y los seminaristas han estado muy presentes, y he hablado muy claro de sus necesidades en años pasados a mis superiores, aunque he tenido que sufrir por ello.

En mis primeros años de sacerdocio todavía fue un gran Seminario en todo, como en toda España y Europa,  una institución muy querida en todos los ambientes, excelente en superiores, profesores; esta Diócesis tuvo un plantel de licenciados y doctorados no común ni en Diócesis muy importantes, y sobre todo, hubo un ambiente de santidad y fraternidad muy acentuado, especialmente de espiritualidad sacerdotal, por Don Eutimio, entre otros, pero no sólo él. Hubo buenos superiores. Pero  bien, cierro ahora este paréntesis y desahogo emocional de recuerdos de mi seminario, y sigo con el asunto que estábamos tratando ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que la Virgen me decía: «pasa a mi Hijo».

En concreto, aquí lo que la Virgen me quiso decir es que sí, que teórica y teológicamente su Hijo  era lo primero para mí; sin embargo,  realmente, en la vida, en mis deseos, programación, oración, ideales y dedicación, en la práctica, yo todo lo tenía centrado en ella, y no acababa de pasar por ella y desde ella a Cristo, único “camino, verdad y vida”, o, al menos, María no estaba de acuerdo como lo hacía.

Porque en aquellos años de juventud, por aquello de la Inmaculada y los problemas afectivos de la edad, era tal mi conversación permanente con la Virgen, que no la dejaba en paz. Tal vez la razón de esta atracción por Ella, estaba en que María me transformaba en limpio y puro todo lo femenino a lo que tenía que renunciar por mi celibato sacerdotal, para el que me preparaba.    

Además en cualquier tema o pasaje evangélico relacionado con ella, lo que hacía, como joven curioso, era preguntarle cómo lo había vivido, qué sintió cuando el ángel la habló en Nazaret, cuando el niño empezó a nacer en su seno, que si le decía algo, que si el Hijo le hacía sentir su presencia, que si dijo algo a los suyos del embarazo, que si la gente o en vida exterior notó cosas, que si pensaron mal de ella por aquello de San José... etc,  y otras preguntas similares sobre las bodas de Caná..., o cuando Jesús dijo aquello de “mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, que a mí entonces me sonaba como a desprecio, poca estima por ella, por su madre...; en fin, que yo me ponía de su parte, porque a mi con ella me iba muy bien y que me salió espontáneo el «a mí contigo me basta».

Por lo tanto y lo digo claro y alto, el mejor camino que yo he encontrado para llegar a Cristo, al Hijo, es su madre. Y como luego voy a decir y tratar de explicar, el mejor camino que yo he encontrado para conocer a María en totalidad y plenitud del misterio, es su Hijo; desde Él es como más y mejor y más ardientemente la he conocido y amado.

Al escribir de mi infancia y de la Virgen, habréis notado que he sacado a relucir mi amor a la Virgen en sus títulos de Inmaculada y Virgen del Puerto, pero no me ha salido ni una sola vez el nombre de mi Patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobral. No lo he hecho intencionadamente. Me sale así espontáneamente, pero ello tiene una explicación. Yo era de la iglesia de abajo, y la Patrona, la Virgen del Salobral, pertenecía a la iglesia de arriba, quiero decir, que la novena y procesiones, todo dependía de Santa María.

Los de San Miguel, la iglesia de abajo, teníamos al Corazón de Jesús, que no faltaba su entronización en nuestras casas, y la novena era de lo más solemne que se podía uno imaginar, con la Exposición Mayor del Santísimo Sacramento y Bendición final. Para predicar muchas veces venían sacerdotes de fuera, y los cantos, en mi tiempo, fueron dirigidos tanto en la coral de los seminaristas que llegamos a ser hasta 24 en el pueblo, como el coro de chicas del pueblo, dirigidas por D. José Luis Rubio Pulido, de Casatejada, que luego fue coadjutor de la parroquia, y desde allí, pasó a Cáceres, como Prefecto de Música de la concatedral. Murió joven.

Durante la novena, siempre tuvimos disgustos en casa, porque mi padre, que tenía el taller y la fábrica de maderas cerca, se acercaba a la novena tal y como estaba en el taller, es decir, que no iba a casa antes para cambiarse de ropa y esto le ponía enferma a mi madre, pues toda la gente iba muy arreglada.

Sin embargo, qué manera de comulgar mi padre todos los días, con qué devoción, y mi madre y mis cuatro hermanas y yo, después de hacer la Primera Comunión, que en mi casa y familia y para los niños y  niñas que así lo querían, la hacíamos el día de la fiesta del Corazón de Jesús, que también y no sé por qué motivo, Don Marcelo siempre la celebraba el 29 de junio.

Y a lo que iba, que, como era de la iglesia de abajo, y como para remate me vine a los diez años al Seminario y entonces no había vacaciones de Semana Santa y la Patrona se celebraba  la Semana de Pascua, desde el mismo domingo de Resurrección, que se baja a por ella, se la pasea por el pueblo y luego permanecía en la iglesia de arriba toda la novena, total, que no cultivé la devoción a mi patrona. Los de la Iglesia de abajo estábamos centrados en el Corazón de Jesús y la Exposición del Santísimo durante toda la novena. Por tanto, desde los diez años, las  <Vírgenes> que más traté fueron la Inmaculada del Seminario y la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia, que visitábamos con frecuencia los seminaristas y ahora llevo cuarenta y dos años visitándola. De mi patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobrar, lo que más recuerdo y el mayor trato que tuve con Ella fue el tiempo de preparación de mi primera misa, porque me ordené el 11-6-60 y no pude cantar mi primera misa hasta el 1 de julio por razón de los estudios de mis cuatro hermanas. Así que me dieron las llaves de la ermita y todas las mañanas, muy temprano, sin que nadie me viese, celebraba la santa misa. También tengo que decir en honor de mi patrona, que la imagen de la Virgen del Salobrar es la primera foto que tengo en el álbum de fotos de mi infancia y ordenación sacerdotal y primera misa y ahora preside mi habitación, esté donde esté.

3. EL CONOCIMIENTO Y AMOR A MARÍA ME VINO POR EL HIJO ENCARNADO EN SU SENO

El misterio de María es ininteligible si no se hace desde Cristo, desde la relación al misterio de Cristo. Me alegró muchísimo verlo descrito en el Vaticano II,  que lo dijo muy claro en el Capítulo VIII de la Lumen gentium: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

Os digo una cosa: Le tengo tanto afecto a este Capítulo VIII, porque me cogió estando en Roma estudiando y estando al día de sus discusiones y diatribas, porque nos las contaban algunos alumnos que iban a las sesiones, y, por otra parte, me ha gustado tanto al releerlo y meditarlo otra vez despacio, para ver lo que la Iglesia dijo de la Virgen, porque no son pensamientos y amores de Gonzalo sino de toda la Iglesia y por eso me he decidido a ponerlo entero en este libro sobre la Virgen, para que todos tengan la oportunidad de meditarlo.

Es que es lo mejor o de lo mejor que se ha dicho de la Virgen desde un Concilio; es la Mariología más completa y profunda que he oído sobre la Bella Doncella; es una reflexión y meditación bíblico-teológica-espiritual de los padres conciliares, promulgada oficialmente por la Iglesia, para que todos alabemos a la Virgen por su belleza y cooperación, por voluntad del Hijo, en el misterio de la  salvación del mundo y en el origen y desarrollo de la Iglesia. 

Estuve dudando, porque no lo había visto en ninguno de los libros que tengo o he leído sobre María, hasta que me topé en mi biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, publicada por la SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Coculsa, Madrid 1975, pág 61-66). Así que me decidí. Es la Virgen quien se «apareció» para decirme que lo hiciera. Y obedezco como buen hijo.

Poco a poco, en mi oración, fui entendiendo que no podía quedarme instalado en María, como si hubiera llegado al final del “camino, la verdad y la  vida”, que es Cristo, pero que también es el principio único de todo el misterio cristiano, sino que tenía que seguir avanzando en el conocimiento y amor al Hijo; debía intensificar más y con mayor frecuencia el trato y la amistad y la referencia a Él, a tenerlo más en cuenta, seguirlo, imitarlo, volcarme en Él como en el todo, en el Hijo amado y enviado por el Padre para sumergirnos eternamente en el Misterio Trinitario;  y así empecé a visitar más largo y despacio al Señor en el Sagrario durante diez minutos de oración eucarística en el recreo que teníamos después de comer, que era el más largo, y luego esta visita se fue alargando hasta los quince, veinte, treinta minutos... Y así empezó esta historia de amor y amistad intensa con Cristo Eucaristía en la oración, en la misa, en mi vida, que no terminará ya nunca y llena de plenitud de sentido mi  vida sacerdotal,  y de gozo  de encuentro permanente  de amistad con Él desde la Misa, la Comunión eucarística y el Sagrario.

            En el comienzo de su homilía cuarta sobre las excelencias de la Virgen María dice San Bernardo: « No hay duda que cuanto proferimos en las alabanzas de la Virgen Madre pertenece al Hijo; y que igualmente cuando honramos al Hijo no nos apartamos de la gloria de la Madre».

Y esta es la razón de que en mi oración matinal dirigida a ella, siempre le diga: «gracias por haberme dado a tu Hijo; gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo», porque realmente ella me ha llevado a Cristo, ha sido mi madre espiritual que me ha dirigido perfectamente, verdadera madre, a la que he querido y quiero con todas mis fuerzas, porque ella sabe llevarlo todo hasta su Hijo y por Él, con el Espíritu de Amor, hasta el Padre, hasta el misterio de mi Dios Trino y Uno, que me invade y me llena de su mismo amor y vida,  en un eterno amanecer de resplandores  siempre nuevos de luz, belleza y  felicidad.

Y todo esto, repito, por María. Así que les recomiendo a los hermanos protestantes, que nada de tener miedo a que los católicos nos pasemos en nuestro amor a la Virgen y le dediquemos y honremos como si fuera el Hijo, nada de «mariolatría», nada de dar a la Virgen lo que pertenece a Dios, porque ella sabe educar muy bien a sus hijos. Y si hay algún desvío o error, ya se encargará ella de arreglarlo todo.

Si amaran a la Virgen en plenitud, si no tuvieran ningún recelo y prevención en relación con ella, la Madre los llevaría, cogidos de la mano, con mayor dedicación y plenitud a Cristo, a su Hijo, porque ese es su oficio de madre espiritual y  discípula aventajada y educadora de la fe y vida cristiana de todos sus hijos, y el mejor modelo y camino para llegar a Cristo; ella es “la humilde esclava del Señor”, y sólo desea en nosotros cumplir su palabra: “Hágase en mí según tu palabra”;  y esta Palabra es Cristo.

Y esto nos lo confirma la misma historia religiosa de las personas y de los pueblos: Las personas, parroquias, los pueblos verdaderamente Marianos, devotos auténticos de María, son pueblos piadosos y cristianos y eucarísticos y cristocéntricos; pero siempre que se trate de verdadero amor y piedad a María,  nada de ¡Viva la patrona! ¡Viva la Virgen de...! (poned aquí todos los títulos patronales) y luego, si te he visto, no me acuerdo.

Y ¿qué más cosas fui descubriendo y viviendo con esta nueva orientación que la Virgen dio a mi vida? Pues que, al despertarme por la mañana, en vez de dirigirle mi primera mirada a la imagen que tenía en mi habitación y decirla: ¿qué vamos a hacer juntos hoy?, y pensar que, con rezarla el rosario completo, todo estaba ordenado, empecé a tener esos ratos de diálogo personal y directo con su Hijo en el Sagrario, que luego me llevó a practicar y vivir verdaderas comuniones eucarísticas donde tenía que vivir su vida en la mía, cambiando mis criterios y actitudes de amor y rencor y soberbia y pasiones por las suyas de “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, lo cual me llevó a vivir la misa “en espíritu y verdad”, esto es, a retorcerme y hacerme víctima agradable con Él al Padre, sacrificando y muriendo a mis pasiones y soberbias, ofreciéndome como víctima de caridad y perdón con Él en el sacrifico de la cruz que hacía presente en cada celebración, y tener que decir: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, cuando alguno conscientemente te odiaba o perseguía o te hacía la puñeta (Este es el «taco» más gordo que oía a mi padre; cuando lo decía, había que andarse con cuidado, aunque nunca pegó o dio bofetadas a sus hijos; mi madre ya era otra cosa. Que conste que a mí me pasa lo mismo; no he echado un taco en mi vida).

De esta forma y, nuevamente, en orden teológico inverso al que tenía que haber sido: misa, comunión, presencia eucarística, mi vida se fue realmente centrando en Cristo, no sólo teológicamente, sino vitalmente; y la Eucaristía, que es el misterio total de Cristo, hecho presente en cada misa y perpetuado en cada Sagrario, esta vida «por Cristo, con Él y en Él» paradójicamente me fue llevando a conocer mejor a María, su oficio de madre en la Iglesia y amarla más, pero no sólo como un hijo, sino desde el Hijo, esto es, como el Hijo la soñó y la eligió y la amó y confió totalmente en ella como madre ideal y consuelo que quiso tener junto a sí en el momento más importante y doloroso de su vida, al morir por todos nosotros en la cruz y así nos la quiso entregar.

Me llevó a amarla y mirarla con los ojos del Hijo ¡A ver si era esto lo que Ella quería! Claro que sí;  es que el Hijo es el Hijo, y los demás somos hijos, pero, como nos quiere tanto a los hijos, quiere que seamos hijos en el Hijo, porque así nos vendrán todas las gracias y dones. Realmente lo que me dijo la Virgen se parece mucho a lo que dijo a los criados en la boda de Caná: “haced lo que Él os diga”. Es decir, que desde Cristo, es como mejor la he conocido y amado y comprendido a María y su relación conmigo y su misión en la Iglesia. Y esto era lo que ella me decía y me pedía desde muy joven, pero que yo no entendía del todo. Eso sí, me fié de ella  y el agua de mi vida se convirtió en vino de consagración, en vino sacerdotal.

Y esto es lo que quiero deciros ahora: Que esta petición de la Virgen, de que pasara a su Hijo, tenía ya en mi juventud sabor sacerdotal, tenía ya olor de Cristo Eucaristía, que me iba metiendo en ese misterio infinito que nunca se abarca y se comprende del todo, ni se vive y se llega hasta el fin, porque nos mete en esa mina eucarística, donde, como diría San Juan de la Cruz, pero referido al misterio de Dios Trino y Uno, hay miles y miles de cavernas y vericuetos y nuevos descubrimientos, que nunca se acaban. Así quería prepararme ella para que fuera presencia sacramental de Cristo sacerdote, prolongación de su palabra y salvación, con su mismo amor y sentimientos.

Y esto lo tenía que hacer el Hijo con Amor del Espíritu Santo. Ella lo sabía muy bien porque Ella sintió y palpitó y educó al Único Sacerdote. Por eso si el Padre le confió esta misión, es lógico que si Dios se fió de Ella, se fiara también y le confiara que forme a todos los que van a ser como su Hijo al encarnarse en su seno, hombres sacerdotes, presencias sacramentales de Cristo y de su misterio de Salvación, «otros cristos».

Y lo hace muy bien. Por eso, yo ya sacerdote de Cristo, recomiendo total y plenamente, con confianza cierta y segura, la devoción a la Virgen a todos los seminaristas del mundo, a todas las madres sacerdotales, a todos los superiores de seminarios.

Uno de estos vericuetos y novedades, que he descubierto con los años, es el siguiente: Cristo, desde el mismo momento de nacer en María hasta su Ascensión a los cielos, es el Sacerdote Único del Altísimo. Esto quiere decir que, desde Cristo, desde la vivencia de los misterios de Cristo, es como mejor un cristiano, pero, sobre todo, un seminarista y un sacerdote tiene que comprender y vivir la misión de María, Madre sacerdotal por excelencia, es como mejor he comprendido: “haced lo que Él os diga”, que tiene mucho parecido a lo que dijo el Señor en la Última Cena: “haced esto en conmemoración mía”.

            Por eso, en María, por su maternidad y ejercicio de fe y trabajo por Cristo y en Cristo, encontré el mejor modelo de prepararme para el sacerdocio, para su vivencia y comprensión, y para el apostolado. Porque yo veía que María, desde seminarista, me empujaba a trabajar para Cristo y como Cristo a semejanza suya, de su misión de madre: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (LG 65).

            Me alegró mucho ver confirmada toda mi devoción y mariología con lo que se decía en el Vaticano II y de lo cual yo estaba al día porque nos dejaron ir a algunas de esas sesiones a varios sacerdotes de los que entonces estudíabamos en Roma. Cuánto me alegraba al oir o leer por la noche las noticias del desarrollo del Cap. VIII, que había escuchado por la mañana o por la tarde.

            Fijaos qué belleza: «Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

            La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles» (LG 65).

            Y como toda la vida de María, desde “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, hasta tenerlo en sus brazos muerto, desde la Encarnación  hasta el Gólgota, fue una vida en unión con Cristo, ofrecida con su Hijo en la cruz al Padre y a los hombres tal y como su Hijo la ofrecía, porque estaba totalmente unida a Él en todo por voluntad del Hijo, y amándole y amándonos a todos hasta el extremo, especialmente participando “estando de pie” junto al sacrificio de su Hijo, resulta que, en la misa, donde se hace presente mistéricamente toda la vida de Cristo, todo el misterio de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, también se hace presente este “estando de pié” de la Virgen, con todos sus sentimientos y ofrenda, y es donde nosotros, si  estamos muy atentos y nos acercamos por la celebración litúrgica al Hijo, a esta presencia eterna y metahistórica del misterio de Cristo hecho presente por la Eucaristía, todos los cristianos, no sólo los sacerdotes, sentiremos y viviremos los sentimientos y actitudes de la que “estando de pié” junto a su Hijo, se ofrece con Él por todos los otros hijos del mundo.

Si nos acercamos con amor y piedad, en cada misa podremos sentir su respiración fatigosa de  madre dolorida, sentir su mismos sentimientos de dolor y salvación de todos sus hijos, comprender todo su misterio de entrega por amor, unida a su Hijo, a quien le dolió ciertamente no tener junto a sí en su pasión y muerte a sus discípulos, pero no pudo, no tuvo fuerzas, para prescindir de su madre; amén de que quiso que colaborase con Él en la Redención de todos sus hijos. La necesitaba. La quiso tener muy cerca y todo eso se hace ahora presente en la Eucaristía.

Fue allí, donde con su mismo amor y certeza y seguridad de Hijo, nos la entregó como Madre en la persona de Juan y ella recibió este encargo: “he ahí a tu madre... “He ahí a tu hijo”, “Y el discípulo la recibió en su casa”, que es lo que nos corresponde hacer también a nosotros, como lo hizo emocionado Juan, que se vio favorecido con esta gracia singular, donada a todos los creyentes, pero de forma especial a nosotros, los sacerdotes, porque Juan había sido ordenado sacerdote hacía unas horas. Yo también quiero tener siempre a María en mi casa, en mi vida, en mi corazón.

            Sin embargo, a pesar de ser Madre de los Dolores, Dolorosa, de las Cruces...cuando contemplo y venero, incluso sufro en mi vida, por cualquier causa,  yo siempre he visto a mi Madre María, sonriente, de la eterna sonrisa.Yo siempre he buscado la sonrisa de la Virgen. La ayuda de su mirada y del amor que me refleja y comunica por ella. Esos ojos... esa sonrisa, cómo me han ayudado en los tiempos difíciles, en los momentos de soledad, angustia, incomprensión. En Ella siempre encuentro esos ojos que me sonríen, que me dicen: estoy aquí, te veo, estoy contigo, sufriremos juntos como lo hice junto a la cruz de mi Hijo.

            Ella ya no puede menos de sonreir, de ayudarnos a sonreir y aceptarlo todo, sabiendo que nos espera y todo termina en resurrección y vida. Por eso, cuando me dicen que la Virgen se ha aparecido llorando, se me parte el alma. Menos mal que teológicamente ya no puede sufrir, porque está en la  infinita felicidad de nuestro Dios Trino y Uno, pero algo muy fuerte tiene que suceder para que Ella se aparezca así; algo de más amor y entrega y sufrimiento en mi conversión me pide para que otros hermanos dejen de hacer y decir cosas que a su Hijo le ofenden. Porque Ella siempre está junto a su Hijo, bien llevándolo en su seno, bien buscándolo en el Templo y de fiesta en Caná, bien junto a la Cruz, bien en el cielo asunta por el Amor del Hijo que no podía soportar estar sin su Madre en el cielo, no podía se totalmente feliz como Hijo.

4.  EL CONOCIMIENTO Y AMOR  PLENO A MARÍA SE COMPLETA POR  EL HIJO HECHO PAN DE EUCARISTÍA

Lo que quiero decir con esto, es que mi verdadera y auténtica devoción a nuestra Señora y Madre Maria, me la ha descubierto y enseñado el Hijo, especialmente en la Eucaristía, donde María es invocada varias veces en el canon, y es el Hijo quien la hace presente, juntamente con sus sentimientos de Madre y el “ahí tienes a tu hijo” y “el ahí tienes a tu madre”,  por hacer presente su pasión y muerte, y que, si estoy muy atento, me la va comunicando y aumentando en cada misa. Y así voy  mirando y amando cada vez más a María desde el Hijo, porque la voy viendo con los ojos del Hijo y amando con el corazón y entrega del Hijo: “ahí tienes a tu madre”.

Desde aquí he sentido y palpado cómo quiere el Hijo a su madre ¡Qué pasión siente por ella! Lo he sentido y palpado muchas veces. Y así he visto la razón de las apariciones de Lourdes, Fátima y tantas otras, porque la Madre siente las ofensas y desprecios del Hijo como propios y no se puede contener y por eso se aparece a los hijos; pero a la vez siente desde el Hijo, desde la Verdad y la Vida del Hijo, la condenación y el infierno de los hijos... y nosotros no le damos importancia, siendo, sin embargo, lo único que importa y la razón esencial de nuestro sacerdocio, porque lo fue de Cristo Sacerdote y Víctima.

Nosotros, muchas veces, nos entretenemos con actividades temporales, aunque sean caritativas, pero que tienen el peligro de instalarnos en puro horizontalismo porque no se buscan en ellas las eternidades de los que socorremos, su auténtica vida, la que tiene recibida de Cristo por el bautismo y que es la única razón de nuestro sacerdocio. Todo lo demás es relativo, es decir, tiene que decir relación a la vida eterna. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, Dios debe ser siempre el único horizonte de nuestro sacerdocio, somos sacerdotes del Altísimo.

El sacerdote, todo cristiano, como Cristo, tiene que curar a los enfermos y dar de comer a los hambrientos, es una nota esencial de la Iglesia; pero el orden y la orientación debe ser la que acabo de decir: Cristo curó y dio de comer el pan material, pero no fue esto para lo que vino; bien claro lo dijo en el cap. VI de San Juan sobre el pan de la vida: “me buscáis porque habéis comido... procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre... el pan de Dios es el que bajó del cielo... dijéronle: danos siempre ese pan.  Contestó Jesús: Yo soy el pan de vida; el que viene a mi ya no tendrá más hambre...” (cf. Jn 6, 27-35).

Repito: que hay que trabajar en caridad, pero la verdadera, la que se hace para llevar a la gente hacia Cristo, hacia la fe, hacia el descubrimiento y al amor de Cristo, y para esto, predicar la Palabra, celebrar los sacramentos y enseñar a rezar al Padre Dios que cuida de los pájaros y de los lirios del campo. Esta fue la razón fundamental de la venida de Cristo, para esto vino Cristo y se encarnó y murió en la cruz, para que fuéramos hijos de Dios por el bautismo, viviéramos ya por gracia la vida sobrenatural, que lógicamente se vive en la humana, pero debe estar siempre presente y hacia ella debe orientarse todo lo humano.

Cristo vino para ser sembrador, cultivador y recolector de eternidades, y eso es ser sacerdote, y eso está bastante olvidado en los tiempos actuales por falta de vivencia de Cristo Eucaristía, por falta de fe que se queda sólo en  temporalismo y horizontalismo que pierden el sentido sobrenatural y trascendente de la vida, siendo verdad de Cristo: “...que de nada le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”. Es el laicismo, el ateísmo práctico, cultivar lo humano sin referencia a Dios, con lo cual ha de tener cuidado la misma Iglesia.

Por eso se aparece la Virgen, y nos lo recuerda en todos sus mensajes, porque no puede soportar que sus hijos no vivan ni  piensen que son más que esta vida y este espacio, que son eternidades soñadas en Dios y para Dios, y que sembrar y cultivar estas eternidades es la razón esencial de mi sacerdocio y de todas mis actividades, de los sacramentos de vida eterna,  es lo que más me tiene que interesar cuando celebro Bautizos, Primeras Comuniones, Confirmaciones, funerales ¡Señor, que estos niños, que estos jóvenes se encuentren contigo por la fe y la gracia, que realmente sean sacramentos de salvación,  que lleguen a amarte y conocerte; no sólo ni principalmente que salga todo bonito y bien... sino que no se separen ni en vida ni en muerte de Ti, ni en tiempo ni en eternidad!

Y este es el sentido y la orientación que hay que dar a la vida cristiana, a todo apostolado, esto es el verdadero apostolado en el Espíritu de Cristo, no en el nuestro y según nuestros criterios, pero todo desde el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, todo orientado hacia el encuentro eterno y definitivo con Dios, que es lo único que importa y a lo que todo se va a reducir y para lo que hemos sido creados y para lo que Cristo vino y para lo que la Virgen se aparece en Fátima y en otros lugares.        

Y este tiene que ser el sentido esencial y mirada y orientación última que quiero dar a mi vida sacerdotal; si tengo que hacer obras humanas, las hago; si tengo que hacer hospitales, hogares de ancianos, de drogadictos... de lo que sea, lo hago, pero predicando allí mismo el Evangelio y el sentido último de nuestra vida, buscando a Cristo siempre, sin quedarme en esas obras como fin y término, sino buscando a Cristo, la salvación eterna, el sentido cristiano de la vida, que es más que este espacio y que este tiempo, es la eternidad con Él, somos eternidades, nuestra vida es más que esta vida.

En las manifestaciones o apariciones de Lourdes y Fátima siempre he visto la preocupación de Cristo por medio de su Madre por todos los hombres en relación de su eternidad y el camino que lleva a ella, el cumplimiento de la voluntad de Dios, los mandamientos. Y el mismo Dios pone su confianza en nuestro amor a María; y lo quiere cultivar mediante estas apariciones. 

No tenemos que olvidar que el Hijo la quiso corredentora, mediadora, aunque este término no guste a los teólogos y fuera rechazado en un principio; lógicamente por voluntad y siempre unida al Hijo, ya que la quiso “junto a la cruz”, «en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (LG 58).

Esta es la razón de que la Virgen en Fátima pidiera la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de la Madre, en lugar del Hijo. Parecía un poco atrevido teológicamente. De hecho los Papas dudaron en un principio, luego lo hicieron, pero no como la Virgen quería, según Lucía; hasta que Juan Pablo II lo hizo como ella quería.

Y así me ha pasado a mí. Poco a poco esta consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, cosa que yo no entendía muy bien desde la teología, lo he comprendiendo desde Cristo, desde la importancia que Cristo ha dado a su Madre, como Madre de la Iglesia y educadora de la fe de sus hijos.

Es que la unión entre Cristo y María es más de lo que parece y es total y sin límites el poder de santificación y gracia y confianza que el Hijo ha puesto en la Madre, o, que para que algunos teólogos no sufran, nos pasa por mediación y por las manos de la Madre.

De todas formas, la Virgen se ha ganado toda nuestra confianza porque lo que nadie esperaba, porque todos creíamos que tendríamos comunismo y marxismo para rato, para siglos, rezando el rosario, se vencieron ejércitos de millones de combatientes, se cayeron los muros y desapareció el comunismo de Europa y del mundo, porque lo de Cuba es para confirmarnos más en sus errores y dar la razón a la Virgen. Cuba es una manifestación del despotismo de unos marxistas, que lleva a la pobreza y al hambre, a la pérdida de libertades y desarrollo de la personalidad e iniciativas humanas, y precisamente junto a un país defensor de la democracia y el más desarrollado y rico del mundo.

Y la razón es evidente: No podemos olvidar, hermanos, que el respirar de aquella joven nazarena, virgen guapa de catorce años, tan joven y tan bella, María, no podemos olvidar que los latidos de su corazón fueron los del mismo Hijo de Dios al hacerse hombre; y fue el Hijo quien la escogió como madre; y es que no pudieron conocerse y amarse más que siendo madre e hijo.

Por eso, si en la Eucaristía se hace presente el Hijo con todos sus dichos y hechos salvadores, aquel cuerpo nacido de María con todos sus sentimientos de ofrenda al Padre y salvación de los hombres, es lógico también que se hagan presentes María con su vida y sentimientos, junto y unidos a todos los acontecimientos de la vida de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección. Y lógicamente María “junto a la cruz” de su Hijo.

            Lo tengo escrito hace tiempo, porque lo he meditado y vivido durante toda mi vida sacerdotal. Y no he olvidado lo que leí en un libro de GARRIGOU-LAGRANGE en mi último año de Seminario y que prediqué en mis primeros sermones:

            Bossuet, en su sermón sobre la Compasión de la Santísima Virgen, dice maravillosamente:

            «Fue voluntad del Padre Eterno que María no sólo fuese inmolada con esta víctima inocente, y clavada en la Cruz del Salvador con los mismos clavos, sino que fuese asociada a todos los misterios que por su muerte se iban a cumplir...

            María está cerca de la Cruz; con qué ojos mira a su Hijo ensangrentado, cubierto de heridas y que ni figura tiene de hombre. Esta vista le causa la muerte; si se aproxima al altar; es que quiere ser inmolada también, y allí, en efecto, siente el golpe de la espada tajante, que, según la profecía del buen Simeón, debía...abrir su corazón maternal con heridas tan crueles.

            Pero ¿la abatió el dolor, la postró por tierra por desfallecimiento? Al contrario, “Stabat juxta crucem”: “estaba de pie junto a la cruz”. No, la espada que atravesó su corazón, no pudo disminuir sus fuerzas: la constancia y la aflicción van al unísono, y su constancia testifica que no estaba menos sumisa que afligida.

Qué queda, pues, caros cristianos, sino que su Hijo predilecto que le hizo sentir sus sufrimientos e imitar su resignación, le comunique también su fecundidad. Con este pensamiento le dió a San Juan como hijo suyo: “Mulier, ecce filius tuus” (Jn 19, 26): “Mujer —dijo—, he aquí a tu hijo”.

Oh mujer, que sufrís conmigo, sed fecunda también conmigo, sed la madre de mis hijos, os los entrego sin reserva en la persona de este discípulo; yo los engendro con mis dolores, y como gustáis de las penas, también seréis capaz, y vuestra aflicción os hará fecunda» (GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, Desclée, Buenos Aires 1955, págs.192-193).

Vamos a desarrollar este pensamiento en un silogismo; pero al estilo antiguo, como lo estudiábamos en la LÓGICA, del primer curso de Filosofía. En la mayor del silogismo ponemos la verdad teológica,  expresaremos que la Eucaristía hace presente todo el misterio de Cristo en la tierra; en la menor, diremos, como en nuestros años de filosofía: en la menor...«es así que» la Virgen estuvo presente durante toda su vida; luego... está también presente en la Eucaristía con todos sus sentimientos: los del Hijo para con la Madre: “he ahí a tu hijo” y los de la Madre para con el Hijo.

Proposición mayor:

            «La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi». Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida y sentimientos en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica.

            Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de lo que yo he vivido y amado, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas de emoción por todos los hombres...

            Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:“Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy”. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).

            La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el  teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

            La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado» (Cfr. F. X. DURRWELL, La Eucaristía, sacramento Pascual, Sígueme 1981, pág 13-14).

El sacerdote no sólo hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.

En la misa nos encontramos con los sentimientos de Cristo en la Cena, en Getsemaní, en la Cruz, ahora en el cielo. En la Eucaristía nos encontramos con los sentimientos de Cristo que nos llevan a la Madre que estuvo, por voluntad del Hijo, «no sin designio divino» “junto a la cruz” del Hijo (CELEBRAR LA EUCARISTÍA EN ESPÍRITU Y VERDAD, Edibesa, págs 177-179).

Vamos a detenernos en estas palabras de la cruz. Primero, tenemos que decir de estas palabras que María «está de pie». Estaban Ella y esas mujeres que la acompañaban, pero pongamos la atención en María, porque Ella es la que tiene aquí un puesto central. Se dice de Ella que “estaba de pie junto a la cruz”. Ahora bien, ese estar de pie es postura sacerdotal del que ofrece. En la Carta a los Hebreos expresamente se dice: “Los sacerdotes estaban cada día de pie ofreciendo”. “María estaba de pie”, no simplemente estaba ahí arrodillada o cohibida o caída: “Estaba de pie junto a la cruz”, es postura sacerdotal: Jesucristo está ofreciendo su sacrificio y María junto a Él. En María no hay un mínimo signo de pretensión o voluntad de que Cristo baje de la cruz. Se podrían oír gritos que decían: ¡Baja de la cruz y creeremos en ti! La postura de María es de aceptación de ofrecimiento, está ahí asociada a la Pasión.

Ahora,  la menor:

Es así que» la Virgen estuvo presente en la vida y en el corazón de su Hijo durante toda su vida, hasta el punto que quiso tenerla presente en el momento cumbre de su vida, especialmente en su pasión, muerte y resurrección que se hacen presentes en la Eucaristía y todo por elección, iniciativa y voluntad del Hijo...

Luego

en la Eucaristía se hacen presentes toda la vida y todos los sentimientos de Cristo con su madre María, desde la Encarnación hasta su Ascensión, especialmente su pasión, muerte y resurrección,  en su mismo respirar y sus mismos latidos del corazón de hijo en la madre y de toda madre en el hijo, hasta  engendrarlo por obra del Espíritu Santo, hasta verlo morir “junto a la cruz” habiendo escuchado antes su encargo: “he ahí a tu madre”,“he ahí a tu hijo”, y tenerlo muerto y abrazado y besado con sus manos y labios de madre.

Todo es cuestión de saber que la Eucaristía no es mera memoria sino memorial que hace presente toda la vida y todo el misterio de Cristo. Por eso, la devoción a la Virgen, en definitiva, es cuestión del Hijo, de la celebración de la Eucaristía, del memorial de Cristo con María, que hace presente la relación y sentimientos del Hijo con la Madre y a la vez de la Madre con el Hijo.

Por todo esto, María me lleva a Cristo, pero es desde su Hijo, Cristo Jesús, especialmente en la celebración de la Eucaristía, desde donde siento muy cerca su respirar y latidos de la madre sacerdotal. Y si esto ya lo tenía muy presente antes de mi Ordenación, con mucha más razón después. Y me explico.

Ella está presente todos los días en el momento de celebrar al Eucaristía porque en el cáliz consagro la sangre de su Hijo, que es sangre que estuvo unida a la de la Madre durante nueve meses y luego separada, pero recibida de Ella, y que en la cruz llegaron a identificarse en la manos de la Madre ensangrentadas por la sangre del Hijo a quien tuvo en su regazo, y que sufrió  la misma pasión que la de su Hijo, cumpliendo su voluntad que era la del Padre para la salvación de los hombres sus hermanos, adorando y obedeciendo, con amor extremo, hasta dar la vida.

5. EL CÁLIZ DE MI PRIMERA MISA

            Por eso el Hijo quiso que María, su madre, estuviera “junto a la cruz”, junto a Él en el sacrificio de su pasión y muerte, que el Sacerdote Único hace presente todos los días por medio de la humanidad supletoria y prestada de los sacerdotes.

Digo que la Madre sacerdotal está en mi cáliz singularmente por esta verdad bíblica y teológica, que viene muchas veces a mi mente en esos momentos, grabada también a fuego y cincel materialmente en el mismo cáliz de mi primera misa y de siempre, porque es con el que celebro todos los días, donde hay grabada una inscripción que me lo recuerda diariamente.         

Es el cáliz, que todavía seminarista, juntamente con la sotana y el manteo amplio y ligero, como entonces nos lo hacíamos la mayoría de los ordenandos,  encargué hacer por medio del célebre catalán Sr. Hons, que visitaba nuestro seminario y también nos tomaba las medidas de las sotanas.

Al encargárselo, le expliqué que en el cáliz,   entre la copa y la base, en la parte central,  por donde tomamos el cáliz con nuestras manos, pusiera un anagrama referente a María, y puso una M grande, atravesada en la parte central de dicha letra por una azucena, signo de la virginidad y pureza de la Virgen, y debajo una media luna que abarcaba la base de la M, en alusión a la mujer del Apocalipsis “coronada de estrellas y la luna bajo los pies”.

Luego, desde la M, a derecha e izquierda de la misma y en posición vertical, por la derecha, encontramos un sarmiento de vid con racimos de uvas y una palmera, clara alusión al vino que se convertirá en la sangre de Cristo y un ramo de palmera, entrada triunfal en Jerusalén, domingo de Ramos, inicio de la Pasión; por la izquierda de la M encontramos una espiga, materia del pan que se ha de consagrar y un ramo de rosas rojas, que no sé bien su significado, pero pueden ser rosas rojas de la sangre de Cristo, hasta llegar hasta el centro, pero en posición opuesta a la M, donde está el anagrama de PX, pero superpuestas las dos letras; dicho cáliz, en la base plana que toca los manteles tiene una inscripción: (Regalo de mis padres y hermanas en mi Ordenación sacerdotal 11 de junio 1960).

Y ahora quiero deciros a todos, que, al tomarlo en mis manos para consagrar el vino, lo hago con la Virgen porque realmente Ella puede decir también con toda verdad: Esto es mi cuerpo, Esta es mi sangre...; pero sobre todo, porque, al decir el Hijo esas palabras de la Última Cena, que no se repiten por el sacerdote, sino que el mismo Cristo las hace presentes como aquella y única vez que las dijo y para siempre y ahora se hacen presentes con toda su vida y sentimientos, desde que nace en el seno de su Madre hasta que sube ante el Trono del Padre para darle gracias y entregarle la humanidad redimida; todo se hace presente: Acordaos de mi... de mi emoción, entrega de amor, de mis sentimientos, amor extremo por vosotros, hasta dar la vida... no te olvidamos, Señor.

Pues bien, al decir Cristo, su Hijo, esas palabras, todos los días, por medio de mi humanidad supletoria, ni un solo día he dejado de mirar antes esa bendita M, sin que esa bendita M de Madre me toque y abrace mis manos consagrantes y me anime y me esté ayudando a inmolarme e identificarme más con el Hijo, haciéndome con Él una ofrenda agradable al Padre, adorando y cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, sobre todo en esas etapas duras de la vida, en las que las humillaciones, las persecuciones, mis errores y pecados, las calumnias me han hecho derramar sangre de vida y dolor profundos; ni un solo día de mi  vida he celebrado ni consagrado sin que esa dulce M  esté mirándome, porque la necesito.

Así que muchas veces, al echar el vino y la gota de agua, le tengo que dar la vuelta al cáliz, porque lógicamente las que ponen los vasos sagrados sobre el altar nada saben de estos secretos con la Señora y a veces me ponen la parte contraria. Pero yo, sin que nadie se perciba de ello, al echar el vino, le doy la vuelta para que M, María, me mire y me ayude a ofrecerme y consagrarme con su Hijo,  ya que me he acostumbrado a darle ese beso con mi mirada de amor, a tener ese recuerdo para la Madre, en petición de que me ayude a transformarme como el pan y el vino en Cristo, que me ayude a consagrar ese Cuerpo del Hijo y  con su corazón y sentimientos de Madre expresados a través de sus manos junto a las mías apretando el cáliz, me vaya identificando con su Hijo, hasta el punto que me vea hijo en el Hijo, plenamente transformado, por el amor del Espíritu Santo, que le formó en su seno y que a los sacerdotes nos consagra y transforma en Cristo, su Hijo.

Este es el título que puse en mis estampas de primera misa, de las que todavía guardo algunas en el cajón central de la mesa de madera de castaño, que me hizo mi padre, como regalo de primera misa: «Reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres». Es un eco de Sor Isabel de la Trinidad, que tanto influyó en mi vida y sacerdocio, en la devoción a la Virgen, al Espíritu Santo y, sobre todo,  a la Santísima Trinidad.

Sin embargo, desde hace años, ya no digo «reproducir», como puso el traductor del francés de la oración de Sor Isabel,  porque me suena a producir un producto más veces, por ejemplo, una obra de teatro, que es la misma pero totalmente; sino <hacer presente>, que me parece más teológico y exacto conceptualmente, porque es la misma realidad siempre hecha presente en la única y la misma vez, no una representación, pero de forma litúrgica, metahistórica, más allá del tiempo y del espacio,  mistéricamente. 

            Necesito mirar y sentir en mí a María oferente también del sacrifico de su Hijo. Mirar a María en mi cáliz en el momento de la ofrenda porque es la primera y más cualificada y digna Oferente ante el Padre como Madre  del Cuerpo real y Místico de Cristo.

            Si, sí, es que el sacerdocio es un  ministerio para ofrecer a Dios alabanza, acción de gracias, petición de perdón y ofrendas dignas ante Él, para implorar su amor y bendiciones, todos sabemos que sin Cristo no hay Ministerio Sacerdotal. Por ello Pablo dice: “se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y víctima a Dios en fragancia de suavidad” (Ef 5,2).Pero el Verbo, para ser oferente entre nosotros, “se hizo carne, y habitó entre nosotros: y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito procedente del Padre, lleno de gracia y de verdad.”(Jn. 1.14).

            Y todo con el fin así expresado por Pablo: “Bienaventurados aquellos a quienes fueron perdonadas las iniquidades y a quienes fueron encubiertos los pecados, bienaventurado el hombre a quien el Señor no le toma a cuenta el pecado” (Rm 4,7). Porque, aunque la redención es universal, es cierto que “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios” (Jn1, 11-12).

            Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, y de Ella tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.     Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la Iglesia, puesto que en aquel momento comenzó la salvación y la redención y la regeneración sobrenatural. Y María en el Calvario, “junto a la cruz de su Hijo” <<no sin designio divino>> fue Madre oferente y sacerdotal del Hijo, llevando unida a Él a plenitud redentora la  humanidad sacrificada de Cristo.

Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en Él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo. Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

Y ya, para terminar, añadir una nota referente a la casulla y alba de mi primera misa, bordadas primorosamente por una señora de Don Benito, conocida a través de alguno de mis compañeros. Como yo era el que la había soñado y el que la encargaba, quise que en la casulla estuvieran muy presentes mis amores predilectos y más importantes: mi Dios Trino y Uno y mi Dios Amor, Espíritu Santo, que me consagraría sacerdote eternamente y es, en definitiva, al que le debo todo, aunque tardé años en conocerlo personalmente y entregarme totalmente a Él, como Dios Amor, aunque ese Amor y Gracia de Dios en mí, estuvo siempre presente en todos nosotros desde nuestro bautismo, donde nos hizo sacerdotes, profetas y reyes, y templos de la Santísima Trinidad.

Realmente Él es el que dirigía y alimentaba todo mi ser y existir en Cristo hasta María y de María hasta Cristo, porque todo era en el Espíritu de Cristo, y el Espíritu de Cristo, el Amor de Cristo al Padre y del Padre al Hijo, es el Espíritu de Amor, el Espíritu Santo.

Y yo quería que todo en mi sacerdocio fuera, como en Sor Isabel de la Trinidad, para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad: “In laudem gloriae ejus”. Sor Isabel de la Trinidad quiso llamarse así al final de su vida. Las Tres Divinas Personas están representadas por tres líneas que salen del centro de la casulla, en su parte delantera, precisamente la que está junto a mi pecho y corazón y vuelven a juntarse en la parte posterior de la casulla, la que cubre la espalda del celebrante.

En la parte de la casulla que cubre la espalda del sacerdote, está el mismo círculo grande, pero en el centro, un pelícano dando de comer a sus polluelos con su misma sangre. Es clara la alusión al misterio que celebramos.

Mi buena Isabel, buenísima sacristana y alma profundamente eucarística, orante permanente por la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas, por el seminario y sus vocaciones, me sorprende con frecuencia con esta ropa y entonces yo celebro y recuerdo con emoción todo lo vivido en mi vida y lo uno al presente, esto es, a lo que en la misa Cristo, el Amigo y Confidente realiza y a quien he entregado mi vida y me hace feliz y me ha conquistado totalmente, y que junto con su Madre, la hermosa nazarena, no olvidan de recordarme en cada misa. Los tengo muy presentes en la celebración de la Eucaristía y en mi vida posterior.

Es una <contemplación> llena de amor, que empieza yacuando llego para vestirme y prepararme y me sirve de oración contemplativa durante el misterio que celebro.

Puedo decir que así he celebrado todos los días las santa Eucaristía hasta mi jubilación de la parroquia, donde al no  tener que revestirme con esas ropas, no ver sus signos, voy olvidando su significado; también influyen los años, sesenta y tres desde mi primera misa y estreno de estas vestiduras sagradas.

6. EL TESTIMONIO: SOR LUCÍA

He visto reflejado todo este pensamiento teológico y vivencia en un libro escrito  por Sor Lucía, la vidente de Fátima, publicado hace siete años, como resumen de todo lo dicho y meditado por ella sobre lo que oyó de la Virgen, de los mensajes recibidos de Nuestra Señora de Fátima. Ha sido como su despedida de esta tierra, su testamento para todos los hijos de María,  porque a los tres años de publicarlo, murió.

Y ahora que ha salido el nombre de Fátima, recuerdo que, siendo seminarista y prefecto del curso de Gaspar, del Río, José Luís, Jacinto, José Antonio Esteban, Felipe Sánchez, Eduardo Martín... --no quisiera olvidar a ninguno de los que  fueron—hicimos una peregrinación a Fátima  en bici, juntamente con Roberto Martín, mi condiscípulo que ya está eternamente con Jesucristo, sacerdote único y eterno, cantando con la Virgen y todos los santos ante el Trono de Dios. ¡Qué epopeya! No puedo olvidar aquella mañana que, por ahorrarnos unos diez kms atajamos por un camino y allí nos tiramos casi todo el día con los pinchazos.

Desde entonces, jamás miraré los kilómetros para hacer un viaje, sino el estado y situación de las carreteras. No lo he olvidado. Ni las veintitantas horas que me tiré durmiendo en la cama cuando regresamos. Algunos estuvieron dos días. Pero sobre todo, no olvidaré los rosarios que rezamos durante el camino y las cosas bellas que nos dijo y dije a la Virgen en su Capilla.

Y ya doy paso al testimonio de la vidente de Fátima. Pero antes quisiera decir una cosa, ya que han salido a relucir las bicis y las carreteras. La Virgen ha hecho conmigo verdaderos milagros de locomoción, tanto de bici: Me caí en una carrera de las ferias de mi pueblo, junto con Marino, y nos llevaron a los dos a camas de mi casa que estaba en la carretera;  milagros de motos: estando en Plasencia, además de la Vespa común que tenía, un amigo me dejaba su Guzzi, de siete caballos  y medio, roja, y puedes imaginarte, llegué a poner hasta 200 kms en aquellas carreteras de tercera; milagros de todo tipo de coches que he manejado por toda España y Europa, incluso en países comunistas.

Durante los dos años que manejé la Guzzi de siete  caballos y medio, nadie lo supo, porque tenía un casco imponente, que me lo compré para el caso y que precisamente me lo pidió un seminarista polaco que estudiaba en Toledo, y que, al venir a Plasencia, para preparar el viaje de vacaciones de verano que, juntamente con otro polaco y Juan Pedro, seminarista diocesano que estudió en Toledo, hicimos a Polonia, lo vio, me lo pidió y se lo llevó para un hermano suyo que luego vi tenía una motocicleta, y dejé de montar en motos grandes.

Llevé a estos dos polacos a sus casas, que estaban precisamente al norte de Polonia, en el puerto de DANSK (Danzing) y allí estuve una semana, siendo Polonia país comunista, pero vamos, un comunismo sui géneris; la madre de uno era dirigente comunista; quiero decir que aquello era un comunismo especial.

Recorrimos toda Polonia y parte de Rusia; algunas veces me decían: estamos en terreno ruso, si vienen los soldados hay que decir que no lo sabíamos. En Polonia todo el panorama es igual: lago, bosque y praderas verdes, muy verdes; y luego, otra vez empezar: otro lago, otros bosques y más bosques, todos muy verdes, y otros lagos de aguas claras. Mucho frío pasé y era verano. Por cierto, que el último día hicimos 800 kms. desde Hamburgo, Alemania. Cuando llegamos en la madrugada del día siguiente, yo ya no sabía donde estaba el cambio de marchas, ni luces ni nada. Por eso, os digo, que la Virgen ha hecho verdaderos milagros en la carretera conmigo.

No olvidaré que al pasar de la Alemania del Oeste a la del Este, fue un cambio tan radical, vi tal pobreza en la misma frontera, en el supermercado en el que entramos para comprar las cosas de comer, y en las mismas carreteras, todas antiguas, no tocadas desde la guerra europea, que no me explicaba cómo se podía decir que el comunismo era progreso y desarrollo económico y social.

Bueno, podía contar más cosas, lo único que quiero decir a este respecto es que, a pesar de que en mis tiempos buenos solía hacer cada año sobre cuarenta mil kilómetros, ahora no hago ni la mitad; y nunca tuve un accidente: Todo se lo debo a la Virgen.          

Siempre diré que la Virgen, la Señora del buen Camino, la Estrella de los mares, estuvo conmigo en mi caminar por la carretera. Es que la invito a que se monte en el coche. Siempre comienzo el viaje invocándola con un avemaría y Santa María del buen camino, ruega por nosotros.

Luego en carretera, si voy solo y el camino es largo, me encanta rezarle el rosario completo; bueno, el orden es el siguiente, porque es todo un rito sagrado y siempre igual: la invoco, pongo un disco con la misa rociera, ¡me encanta la salve rociera! y cuando acaba, empiezo a rezarle el rosario. Ese rosario que rezamos tres seminaristas, que un día de vacación, por la carretera de Jaraiz hasta el Km. 10 donde había que descansar y comer, no quisimos pararnos y nos fuimos andando a mi pueblo.

Estos tres seminaristas fueron Ángel Martín, que luego marchó a Misiones, Emilio Bravo, con el que hablé esta mañana para asegurarme y me dijo que no olvidara poner que la media fue de ocho minutos cada Km. en los 37 que había hasta mi pueblo y que paraban camiones que me conocían, porque íbamos con sotana y nos invitaban a subir y no quisimos montar.

Esta hazaña no hizo salir en el célebre «martirologio» de la Inmaculada, ante de la quema del »Bicho» donde en poesía jocosa salían los hechos relevantes del año. Nos dijeron que no nos pasó nada con el Rector porque fuimos protegidos por un «ángel» y es que de todos era sabido lo enchufado que estaba Ángel Martín con D. Avelino, rector.

Pasando ya a mis viajes actuales, si el viaje es largo, rezo el rosario completo. Y lo dicho, ya no corro, pero conduciendo tan rápido como lo hacía antes, he conducido a velocidades que no puedo decir, tuve “peligros de tierra, peligros de mar, peligros...”  por distracciones, cambios de rasantes, carreteras que no tienen 300 mts. de recta para adelantar, peligros de otros conductores, otros coches, peligros de conejos, zorros, ciervos...algunos he matado... en la carretera antigua de Trujillo, en la de Jaraiz y en la de Serradilla, así que no me atribuyo ningún mérito y todo se la debo a Ella.

Si voy acompañado, ordinariamente con Pepe, mi compañero, rezamos un Avemaría al empezar y el rosario al regreso, después de la cabezada reglamentaria que da Pepe, si comemos en el camino. Y desde luego, al finalizar los viajes, en cuanto se divisa el Puerto, la salve.

Y perdona, Sor Lucía, ya te dejo hablar, porque me gusta mucho tu testimonio y al ser de una de las que viste en la tierra a la Virgen y conoces tan bien a la Señora, Nuestra Señora de Fátima, con la que ya estás en el cielo juntamente con Francisco y Jacinta, mereces toda la confianza y credibilidad.

Te digo, Lucía, que este libro tuyo, últimamente publicado, me ha dado mucha luz sobre la verdad de Fátima, porque tiene mucho sabor y olor de Cristo “Camino, Verdad y  Vida” y consigientemente sabor y olor  de su Madre, la Virgen; quiero decir, más sabor de Cristo a María, o si quieres, de María en y por Cristo.

Por cierto que hablas de Ella con sumo respeto; es que Ella te ha enseñado y hablado del infierno, y la viste a veces muy triste, muy triste, y es que era para estarlo porque seguimos sin hacerla mucho caso, pensando que lo de Fátima son cosas de niños y mujeres; estaba muy triste la Virgen porque le ofenden la ofensas y pecados contra Dios más que las propias, lo de siempre, lo del Hijo en la Madre y la Madre en el Hijo. ¿Recuerdas, Lucía? Esta oración, que es profundísima, nos la enseñaste tú, porque a ti te la enseñó el ángel en la primera aparición. Lo describes así:

«Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados. Al llegar junto a nosotros dijo:

—No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!

Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que le oímos decir.

--Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman--.

Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo: Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.

Y desapareció. La atmósfera sobrenatural que nos envolvió era tan densa que casi no nos dábamos cuenta durante un largo espacio de tiempo de nuestra propia existencia permaneciendo en la posición en que el Ángel nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro. Al día siguiente todavía sentimos la influencia de esa santa atmósfera que iba desapareciendo sólo poco a poco.

No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio. Era de una naturaleza tan íntima, que no era nada fácil hablar de ella. Tal vez por ser la primera manifestación de esta clase su impresión sobre nosotros era mayor».

Querido lector amigo, repite y medita esta oración que la Virgen dijo a los niños de Fátima; es profundísima, cada día me descubre nuevos matices; es bíblica: adorar al Dios supremo; es teológica: creer, esperar, amar: virtudes teológicas que nos unen directamente a Dios; es espiritual, en esa oración no se habla más que de peticiones sobrenaturales, aunque luego todos los santuarios son un refugio de enfermos, de necesitados y pobres de todo tipo.

Bueno, que no se me olvide: la rezamos todos los días dos veces. La empezamos a rezar  por indicación de  una feligresa que ama y tiene una intimidad con la Virgen como yo no he visto a  nadie en este mundo, no digo que no las haya, pero que no he tenido la suerte de encontrarme con ellas, y mira que tengo Marianas en mi parroquia; pues bien, la rezamos por la tarde, en el santo rosario antes de la misa; pero la primera vez es por la mañana, y la rezo yo, cuando a las 9 expongo al Señor para la Adoración Eucarística en el Cristo de las Batallas, que permanece hasta las 12,30 en que celebramos la Eucaristía.

Rezo tres Padre-nuestros y Ave-marías, en honor de la Santísima Trinidad, y después del último, en el que antes de hacerlo, digo en voz alta: --por la santidad de la Iglesia, cimentada en la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones; por la santidad de la familia, que no haya tantas separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, uniones homosexuales, crímenes de esposos y esposas entre sí y matanzas de inocentes por selección de embriones; por nuestra Parroquia, por nuestros hijos y nietos y por nosotros mismos y por la fe de España y del mundo entero, como pidió la Virgen a los niños…; rezo el Padre-nuestro, digo ¡Viva Jesús Sacramentado! Y todos a continuación rezamos: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Me levanto de la Presencia del Señor, y me voy al ambón para rezar Laudes.

Y rezo todos los días y varias veces por la santidad de los obispos y sacerdotes, porque este es el fundamento puesto por Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”; rezo para que seamos hombres de oración verdadadera, de oración transformativa en Cristo, sarmientos unidos a la vid, pastores que guiados por una oración no meramente meditativa-reflexiva, sino contemplativa, hayamos llegado a una unión transformativa con Jesucristo Eucaristía.

Y perdonad este paréntesis. Ahora ya pongo el texto anunciado de Sor Lucía en que nos habla de la unión de la Madre con el Hijo y del Hijo con la Madre, que dice así: «La obra de nuestra redención comenzó en el momento en el que el Verbo descendió del Cielo para tomar un cuerpo humano en el seno de María. Desde aquel instante y durante nueve meses, la sangre de Cristo era la sangre de María, cogida en la fuente de su Corazón Inmaculado, las palpitaciones del corazón de Cristo golpeaban al unísono con las palpitaciones del corazón de María.

Podemos pensar que las aspiraciones del corazón de María se identificaban absolutamente con las aspiraciones del corazón de Cristo. El ideal de María se volvía el mismo de Cristo, y el amor del corazón de María era el amor del corazón de Cristo al Padre y a los hombres. Toda la obra redentora, en su principio, pasa por el Corazón Inmaculado de María, por el vínculo de su unión íntima y estrecha con el Verbo Divino.

Desde que el Padre confió a María su Hijo, encerrándole nueve meses en su seno casto y virginal  --“Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros” (Mt 1, 22-23; Is 7, 14)--, y desde que María, por su «sí» libre, se puso como esclava a disposición de la voluntad de Dios para todo lo que Él quisiese operar en ella, ésta fue su respuesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), desde entonces y por disposición de Dios, María vino a ser con Cristo, la corredentora del género humano.

Es el cuerpo recibido de María que, en Cristo, se torna víctima inmolada por la salvación de los hombres, es sangre recibida de María que circula en las venas de Cristo y que surge de su corazón divino. Son ese mismo cuerpo y esa misma sangre, recibidos de María que, bajo las especies de pan y vino consagrados, nos son dados en alimento cotidiano para robustecer en nosotros la vida de la gracia y así continuar en nosotros, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, su obra redentora para la salvación de todos y cada uno, en la medida en que cada uno se adhiera a Cristo y coopere con Cristo.

Así, después de llevarnos a ofrecer a la Santísima Trinidad los méritos de Cristo y del Corazón Inmaculado de María, que es la madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el mensaje pide que le sean asociados también la oración y los sacrificios de todos nosotros, miembros de aquel mismo y único cuerpo de Cristo, recibido de María, divinizado en el Verbo, inmolado en la cruz, presente en la Eucaristía, en crecimiento incesante en los miembros de la Iglesia. En cuanto madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el corazón de María es de algún modo el corazón de la Iglesia, y es aquí, en el corazón de la Iglesia, que ella, siempre en unión con Cristo, vela por los miembros de la Iglesia, dispensándoles su protección maternal»

(Hermana Lucía, LLAMADAS DEL MENSAJE DE FÁTIMA, Planeta, Madrid 2001, págs 124-125).

 

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TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, La Señora de la Encarnación, Madrid 2000

TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA, María es un portento de la gracia, E.Vaticana 2000.

TRINIDAD SÁNCHEZ MORENO,  Frutos de oración, Madrid 1979.

 VÍCTOR CODINA, “No extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19), una iniciación a la Pneumatología, Sal Terrae, Santander 2008.

VICTORIO MESSORI, Hipótesis sobre María, Madrid 2007

SIGLAS

 

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid1986

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

Imagen venerada en el Seminario de Plasencia

MARÍA, HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL

II

HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS

FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

Cuadro de portada: Imagen de la Inmaculada que se venera en el Seminario Mayor de Plasencia.  (Cáceres)

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

(ANUNCIACIÓN (Detalle) Fray Angélico

MARÍA, HERMOSA NAZARENA

VIRGEN BELLA

II

HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS

DE FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

¡SALVE,

MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA

CUÁNTO ME QUIERES,

CUÁNTO TE QUIERO

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS

SACERDOTE ÚNICO, SALVADOR DEL MUNDO 

ENCARNADO EN TU SENO.

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,

Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,

MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO

¡GRACIAS!

 

SIGLAS

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid1986

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

• Colección VIDA Y MISIÓN, N.° 155

• Cuadro de portada:

© EDIBESA

Madre de Dios, 35 bis - 28016 Madrid

Tel.: 91 345 1992-Fax: 91 3505099

http: www.edibesa.com

E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

ISBN: 978-84-8407-535-6

Depósito legal: M-978-84-8407-535-6

Impreso en España por: Gráficas Romero

Jaraiz de la Vera.

EDIBESA. MADRID. 2009

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.....................................................................       9

Capítulo Primero

María en la doctrina de la Iglesia del Vaticano II

I Capítulo VIII de la Lumen gentium del Vaticano II:

La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia  ...............................................................      15

II. Oficio de la bienaventurada Virgen en la economía

     de la salvación  .........................................................................17

III La bienaventurada Virgen y la Iglesia...............................,,,,,,, 21   

IV  Culto de la bienaventurada Virgen en la Iglesia.................,    24

V   María, signo de esperanza cierta y consuelo,.......................    26

Capítulo Segundo

María en el Misterio de Cristo

 

Predestinación de María....................................................      28

A) Homilía .............................................................................      28

B) Madre del Redentor .........................................................        32

 2  María en el Misterio de la Iglesia ...................  ……..…. ..      35 

2. 1 María, Madre de la Iglesia ............................................         36

2. 2 María, Modelo de la Iglesia  ........................................          37

2. 3 María, Madre y Modelo por la Palabra ..............................    40

2. 4 María, Madre y Modelo en la    Liturgia  .............................  41

Capítulo Tercero

María, la Virgen Oferente

 

Desde la Anunciación la vida de la Virgen es una ofrenda a Dios.47

María, modelo de ofrenda a Dios  .......................................     51

Capítulo Cuarto

Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre la Virgen

1 La llena de gracia ............................................                         54

2 La santidad perfecta de María  …………….............                57

3 El propósito de Virginidad .......................................                60

4 María, modelo de Virginidad  ...................................               64

5  La unión virginal de María y José ...............................            67

6 María siempre Virgen  ........................................                     69

7 La esclava del Señor ...................................                             72

8 María, nueva Eva ........................................                             74

Capítulo Quinto

Las dimensiones del Sí Mariano

 

Introducción  .........................................................................     7

1 Las dimensiones del Sí mariano..............................               79

2 Preparación de María para la maternidad eclesial……,,……. ...81

3. María, prototipo de la Iglesia........................................          84

4. El credo de María de Fr. M. Flanagan... ……………….           86

Capítulo Sexto

El santo Rosario

 

Carta de Juan Pablo II: El rosario de la Virgen María,,,,,,,,….,,, 90

1 El rosario, dulce cadena que nos une a Dios.....................     90

2 Capt. I:Contemplando con María el rostro de Cristo..,,,,,,.......  94

3 Capt. II: Misterios de Cristo, Misterios de María……,,…….….98

5 Resumiendo: El Rosario nos lleva a:

a) Cristo   .....................................................................................102

b) con María y como María..................................................   103

c) Jesús es Luz, rezando el rosario María es la Madre de la Luz.104

d) es una forma sencilla de hacer oración todos los días……… .104

Capítulo Séptimo

María, Madre Sacerdotal

1.- Para ser sacerdotes en Cristo necesitamos que el  Espíritu Santo nos “cubra con su sombra”, como a María……..........................107

2.- Cristo quiso y pidió que el Espíritu Santo llevase  a los

    Apóstoles hasta la “verdad completa”.................................. 110

3.- María, Madre de todos los sacerdotes, al encarnar  por el

     Espíritu a Cristo, Único Sacerdote ........................................ 112

4.- María, proclamada Madre de todos los sacerdotes  por Cristo en

    la persona de Juan: “He ahí a tu hijo… he ahí a tu madre” ..115

5.- María, modelo y camino del celibato sacerdotal por amor

      total a  Cristo………………………………………………..121

BIBLIOGRAFÍA ............................................,,,,,,,,,,,,....        129

INTRODUCCIÓN

Queridos amigos y amigas, en este libro dedicado a la Madre, quiero poner por escrito todo lo más bello y hermoso, tanto bíblico-teológico como espiritual, que yo he  leído,  meditado, vivido y predicado sobre nuestra Madre. Y cada uno de estos verbos tiene su importancia y significado, porque a veces lo meditado y vivido y predicado por mí sobre ella me gusta tanto que lo pongo tal cual, aunque sea de tiempos lejanos; y lo mismo lo que he leído en otros hijos de la Virgen, lo pongo tal cual, procurando modificarlo muy poco, para no hacerlo mío propio, porque me gusta respetar la forma de decir de los otros, auque tengamos las mismas ideas, pero podemos expresarlas de forma diversa.

Por lo tanto, teniendo presente toda la teología Mariana, toda la Mariología  que he meditado atenta y amorosamente, este libro quiere ser una especie de «lectio divina», de lectura espiritual, meditativa, para conocer y amar más a la Virgen Bella, a la Hermosa Nazarena, teniendo en cuenta lo que los evangelios dicen de ella, y algo de lo que la Tradición y los Padres de la Iglesia y los hijos devotos han dicho o escrito sobre ella; también algo de lo que la teología ha reflexionado sobre ella,.            

Ya dije en algún libro mío, que estoy maravillado de la Tradición, de lo que los Padres de la Iglesia, sobre todo, orientales, han dicho de la Virgen.

            Por eso, hace años, hice propósito de leerlos más despacio. Y aquí está algo de su fruto, en la abundancia de sus citas, que pudieron ser más. Pero todo hecho y escrito no especulativa o racionalmente, sino con método y andadura de  teología y sabiduría de amor.

No pongo notas ni tengo metodología  científica, como cuando uno hace una tesis doctoral o trabajo científico-teológico, pero los que me conocen bien, saben que detrás de cada afirmación o texto de este libro, hay una densa lectura y bibliografía, atentamente examinada y leída y revisada. Y para eso me ayudo de todo lo bueno que  he encontrado sobre la Virgen, de la cual «nunquam satis».

Ya he dicho cual fue y es mi camino y ruta para llegar a María. Primero fue ella, y desde ella a Cristo. Ahora miro a la Virgen con los ojos y el corazón del Hijo hacia la Trinidad, en camino de entrada y salida del proyecto de Amor de Dios sobre el hombre. Desde entonces, desde su advertencia en el Santuario del Puerto, todo lo que yo he dicho y predicado y escrito y realizado, todo, absolutamente todo, ha sido desde Cristo, especialmente desde Jesucristo Eucaristía que tanto sabor tiene mariano, porque es carne de María, y beso y amor de Maria sobre ese cuerpo bendito del Hijo, y que tantas cosas bellas nos dice y recuerda y realiza por y desde su Madre, que Él quiso también que fuera nuestra. La quiso compartir, la quiso Madre de todos los hombres.

Él es el Verbo de Dios, la única Palabra de la Salvación pronunciada por el Padre con Amor de Espíritu Santo, y escuchada y encarnada primero en María, y por ella y desde ella, pronunciada como Canto de Amor y Palabra de Salvación para toda la humanidad: El Hijo de María es la Palabra “que estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se  hizo nada de cuanto ha sido hecho”: también María fue hecha Madre por esta Palabra pronunciada sobre ella desde el Padre y el Hijo por el Amor del Espíritu Santo, Espíritu de Amor de Dios Trino y Uno: “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María...El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios... Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel” (Lc 1, 26-38).

He querido poner este texto de San Lucas porque sin la raíz de la carne que es el cuerpo de esta Mujer, todo el misterio de la Encarnación, toda la Mariología termina perdiendo su indispensable materialidad para convertirse en puro espiritualismo o narración de cosas extraordinarias o moralismos ideológicos.

La mariología no es el «tumor  del catolicismo», como sostienen algunos profesores protestantes, sino que es el desarrollo lógico y orgánico de los postulados evangélicos; no es una «excrecencia» injustificada de la teología, sino que es un capítulo fundamental, sin el cual faltaría un apoyo para su estabilidad.

Es más, como dije antes y la historia y la experiencia de los pueblos y personas ha confirmado, María es la mejor guardiana de la fe católica y el mejor camino para llegar a Cristo, porque Cristo es Dios, pero María está junto a nosotros, es humana como nosotros, pero al ser madre del Hijo, es casi divina, es casi infinita, y esto le ha llevado a un conocimiento y amor que son únicos.

María es «la destructora de toda herejía» y su función maternal de proteger al Hijo y a los hijos, al dárnosla como madre, continúa y continuará hasta la Manifestación última y gloriosa del Hijo.

Hoy, más que en otros tiempos, necesitamos de esta protección materna, que no le faltará a la Iglesia: Lourdes, Fátima, Siracusa..., siempre que escuchemos sus consejos, dándole el puesto que le corresponde: Consagración del mundo a su Corazón Inmaculado, como signo de la protección que Dios quiere para su Iglesia y sus hijos por medio  de María.

Lo único que pretendo es que María sea más conocida y amada. Pero sin caer en un estilo beato o dulzarrón; no es mi estilo, porque tampoco ha sido mi vida. Respeto todo, pero nada de cosas extraordinarias y manifestaciones  paranormales. Todo natural y normal, como es el amor de los hijos a su madre.

            Este libro quiere ser una meditación fundada en la lectura y  seguimiento de los textos evangélicos. Muchos santos, sobre todo mujeres santas, jamás cursaron teología, y hablan profunda y teológicamente desde la teología espiritual de la vivencia de amor de aquella “mujer fuerte” que entonó el Magnificat, --canto de adoración y de sentirse criatura ante el Dios infinito--,  y de la Madre solícita de Caná: “haced lo que Él os diga”, más atenta a las necesidades de los demás que a las suyas propias y que supo adelantar la “hora” del Hijo con el signo de su divinidad, convirtiendo el agua en vino. 

Y todo, porque ella nos ama de verdad, se preocupa de verdad de sus hijos y se aparece en algunos lugares, a

veces triste, porque no puede aguantar más la ignorancia o desprecio que muchos hombres tienen y manifiestan de la salvación de su Hijo y de los bienes eternos, dado que ella vive siempre inclinada sobre la universalidad de sus hijos y se da cuenta de lo que es lo fundamental y la razón de su existencia en el mundo, de lo que nos dijo su Hijo y por lo que vino a este mundo y murió por todos nosotros y que muchos de sus hijos ignoran: “ De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”.

Hay que ver lo que ella insiste en sus apariciones en la vida eterna, en la condenación, en el infierno. Le duele infinito. Esta verdad debiera estar más presente en nosotros, en nuestras vidas y predicaciones, somos sembradores y cultivadores de eternidades. De otra forma, el cristianismo, el sacerdocio, sin vida eterna, no tendría sentido, lo perdería todo, si no hay vida con Dios después de esta vida. Pero la resurrección de Cristo es el fundamento y la garantía de la Verdad y Vida de la vida eterna en Dios Trino y Uno. No oigo, en homilías y meditaciones, con la frecuencia que otras veces, especialmente en mis años juveniles, hablar de las verdades eternas. Especialmente a mis superiores. Resulta antipático. Sin embargo, es lo único necesario.

            La Madre de Caná es la síntesis del papel que el Hijo quiere que ejerza sobre los creyentes, es la manifestación de lo que lleva en su corazón de madre, es el sentido de la misión que el Hijo le confió en la cruz, lo que ella misma nos manifiesta en todas sus apariciones: “Haced lo que Él os diga”.

            ¡Lo haremos, Madre! Y  te digo ahora lo que tantas veces te rezo y digo cuando tengo problemas personales o pastorales: «Madre, díselo, díselo, como en las Bodas de Caná». No le digo más. Porque sé que de todo lo demás se encarga ella. Y el Hijo obedeció, porque Él mismo, por su Espíritu Santo, se lo había inspirado a su madre, y porque Él mismo estaba impaciente de manifestarse como Mesías, con el primero de sus signos, a sus discípulos y al mundo entero; para eso vino y se encarnó, para venir en nuestra búsqueda y abrirnos las puertas de la eternidad gozosa con Dios Trino y Uno. Eso es así,  y así me ha parecido escuchárselo en diálogos de amor con la Madre, que sabe de estas cosas más de lo que aparece y está escrito en los evangelios

            Por eso, como el Hijo sabe que voy a hablar de su madre en este libro, y como la Virgen es la que mejor le conoce, espero que ya habrá recibido el recado que le ha dado su madre «Madre, díselo, díselo, como en las Bodas de Caná». Así que espero su intervención, y que me inspire o me diga lo que Él piensa de su madre y yo, con su ayuda, «benedicere», la bendiga, esto es, diga cosas bellas al Hijo por su Madre, y a la Madre, por el Hijo, que esto significa bene-dicere. Es obligado al Hijo; se lo merece la Madre ¡Es tan buena madre! ¡Me ha ayudado tanto! ¡Nos quiere tanto a todos los hombres sus hijos!

            El camino para conocer mejor a María y quedar cautivos de su vida y amor, es aplicarnos a conseguir con relación a ella un triple conocimiento:

-- Un conocimiento histórico desde los evangelios.    Son pocos los textos bíblicos que hacen alusión a María, por lo que no es difícil acceder a ese conocimiento de una forma

exhaustiva. Esto es fundamento y base para acceder a los otros. Lucas es el evangelista de María: a él le debemos los relatos de la infancia de Jesús, que faltan en los otros tres. Pero también en otros puntos también el tercer evangelista se caracteriza por su atención especial a la Madre de Cristo.

            Según tradición antigua, Lucas era pintor; de hecho se le atribuyen varias imágenes de la Virgen. ¿Será realmente esta la causa de que nos haya pintado en su evangelio la belleza y fascinación de aquella que habría de convertirse, durante los milenios, en la mayor inspiradora del arte?

-- Un conocimiento teológico-sapiencial. Es necesario conocer, con todo esmero y dedicación, la doctrina de la Iglesia acerca de los dogmas Marianos y

de la sencilla y, a la vez, extraordinaria vida de la Madre de Dios. Como doctrina de la Iglesia me encanta el capítulo VIII de la LG  para conocer y amar a María: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

            Leer a los Santos Padres, las catequesis de los Papas, y la mariología de  buenos teólogos, desde la teología espiritual, es necesario para saborear la riquísima tradición de la Iglesia. Desde luego los Santos Padres son alucinantes, te alucinan, te llenan de esplendores y luces divinas. Daos cuenta de lo que cito a los Padres en mis últimos libros. Eran sabios por ser santos.

-- Un conocimiento vivencial y pentecostal de María,  hecho por el Espíritu Santo en nosotros. Para ello es imprescindible orar y contemplar en oración personal toda la Mariología; hay que orar y contemplar lo que otros han vivido y experimentado, desde una devoción de buenos hijos de la Virgen, especialmente de los más santos y místicos.

            Porque ante esta Madre, toda llena de gracia de Dios, llena de sin igual santidad y belleza, de María, los conceptos teológicos se quedan a veces demasiado cortos y periféricos y no expresan ni contienen  suficiente y adecuadamente esta realidad sobrenatural de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Y todo programado y querido por Dios.

CAPÍTULO PRIMERO

 

MARÍA EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA DEL CONCILIO VATICANO II

            Me ha gustado mucho siempre, desde su promulgación, toda la Mariología del Concilio Vaticano II, en el Capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium. Es una síntesis bíblica-teológica-espiritual   insuperada, incluso por otros escritos papales o eclesiales. Por eso, para facilitar su lectura, me ha parecido oportuno, ponerla completa, para hacer una lectura piadosa y teológica sobre la santísima Virgen y su misión junto al Hijo.

            No me atrevía, lo consulté incluso con un amigo, porque yo no había visto publicado entero el Capítulo VIII en ningún libro de los leídos por mí. Hasta que me topé en mi propia biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, Madrid 1975, pag 61-65, que transcribe íntegro el documento.   Por eso me he ido al Vaticano II y he hecho lo mismo. Es una «lectio divina» estupenda sosegada, profunda, completa para unos días de meditación y estudio sobre la Virgen, sobre la elección  del Padre, sobre la pasión de Hijo, sobre  el fuego creador, la potencia de Amor del Espíritu Santo.

CAPÍTULO VIII

LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

1. PROEMIO

(La bienaventurada Virgen María en el Misterio de Cristo)

52. El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos (Gal 4, 4-5) «El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen» (Credo de la misa: Símbolo Niceno- Constantinopolitano).

            Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo, y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria «en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo» (Canon de la misa romana)

(La bienaventurada Virgen y la Iglesia)

53. En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con a todas las criaturas celestiales y terrenas.

            Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor  a que naciesen en la Iglesia los fieles, que «son miembros de aquella cabeza» (San Agustín, De s. virginitate 6: PL 40,399), por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

(Intención del Concilio)

54. Por eso, el sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el divino Redentor realiza la salvación, quiere aclarar cuidadosamente tanto la misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo místico como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no llevadas a una plena luz por el trabajo de los teólogos. «Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las Escuelas católicas sobre Aquella que en la santa Iglesia ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros».

II. OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

(La Madre de Dios en el Antiguo Testamento)

55. La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Venerable Tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación, y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos.

            Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15).

             Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (cf. Is 7,14; Mich 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.

(María en la anunciación)

56. El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que difundió en el mundo la vida misma que renueva todas las cosas.

            Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura .

            Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como llena de gracia (cf. Lc 1,28), y ella responde al enviado celestial: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

            Así, María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente.

            Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, «obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero» (San Ireneo, Adv. haer. III 22,4: PG 7,959; HARVEY, 2,123). 

            Por eso no pocos padres antiguos, en su predicación, gustosamente afirman: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe» (San Ireneo, ibid.; HARVEY, 2,124); y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes» (San Epifanio, Haer. 78,18:PG 42,728CD-729AB), y afirman con mayor frecuencia: «la muerte vino por Eva, por María la vida» (San Jerónimo, Epis. 22,21 PL 22,408) .

(La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús)

57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal (Cf. Conc. Lateralense, año 649, can. 3: MANSI 10,11-51). Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. LC 2,45-58).

(La Bienaventurada Virgen en el ministerio público de Jesús)

58. En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio, durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo recibió las palabras con las que (cf. Lc 2,19 y 51), elevando el Reino de Dios por sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo”    (Jn 19,26-27) (Cf Pío XII, encl. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AA 35(1943) 247-248).

(La Bienaventurada Virgen después de la ascensión)

59. Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés “perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este” (Act 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación.

            Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original (Cf Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1845: Acta Pío IX, P.616, DENZ. 1641(2803), terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte(Cf Pío XII, const. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950).

III. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

(María, esclava del Señor, en la obra de la redención

y de la santificación)

60. Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: “Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos” (1 Tim 2,5-6). Pero la misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

(Maternidad espiritual)

61. La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda eternidad cual Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

            Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

(Mediadora)

62. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación (San Juan Damasceno, In dorm. B.V. Maríae hom. I: PG 96, 712 BC-713A).

            Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.

            Por eso la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos (Cf León XIII, enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AA 15 (1895-96) de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite, ni agregue (San Ambrosio, Epit. 63: PL 16,1218)  a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras, tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

            La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.

(María como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia)

63. La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia.

            La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (San Ambrosio, Expos. Lc. II 7. PL 15,1555). Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre(Cf PS.-PEDRO DAM., Serm. 63: PL 144, 861AB), pues creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber: los fieles a cuya generación y educación coopera con materno amor.

(Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia)

64. Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad (San Ambrosio, Expo. Lc II 7: PL 15, 1555)

(Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia)

65. Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes.

            La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo.

            Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

            La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad.

                        Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.

            La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.

IV CULTO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA IGLESIA.

            66. María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas (Sub tuum praesidium).

            Especialmente desde el Sínodo de Éfeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso” (Lc 1,48).

            Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración que se rinde al Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1, 15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col 1, 19), sea mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.

Espíritu de la predicación y del culto

67. El sacrosanto Sínodo enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos (CONC. NICENO II, año 787: Mansi, 13, 378-379).

            Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios (Pío XII, mens. Radiof. 24 oct. 1954). Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad; eviten celosamente todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.

            Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

V. MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO

PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE

(Antecede con su luz al pueblo de Dios)

68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Petr 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.

(Que nos alcance formar un solo pueblo)

69. Ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos (Cf Pío XI. Enc. Ecclesiam Dei, 22 nov. 1923: AA 15(1923) 581); Pío XII, fulgens corona, 8 sep. 1953) con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios.

            Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristiano como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisa Trinidad.

            Todas y cada una de las cosas que en esta constitución dogmática han sido consignadas, han obtenido el placet de los Padres. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica a Nos confiada por Cristo, todo ello, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos, decretamos y estatuimos en el Espíritu Santo, y ordenamos que lo establecido por el Sínodo se promulgue para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 21 de noviembre de 1964.

Yo, PABLO, obispo de la Iglesia católica.

CAPÍTULO SEGUNDO

MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

Ya he dicho muchas veces que la grandeza y el misterio de María sólo puede ser comprendido desde el misterio de Cristo. Como esa ha sido mi vivencia, así también quiero que sea mi exposición teológica y espiritual sobre la Madre de Dios y de los hombres desde una Mariología muy sencilla, tomada principalmente del Catecismo de la Iglesia Católica. No se puede decir más sencillo y más claro.

2. 1. PREDESTINACIÓN DE MARÍA: “Desde la eternidad fui yo establecida”

A) La predestinación de María:

            Sobre la predestinación de la Virgen  prediqué la siguiente homilía en mayo del 1973 inspirada en  Proverbios 8, 22-35):

            QUERIDOS HERMANOS:

            1 Una historia redonda, acabada de la Virgen, tenía que empezar por la predestinación, que es el principio siempre. Y en este principio está Dios, que es el principio de todo. También de la Virgen, porque la Virgen tuvo principio, lo tuvo en su Hijo, porque aquí el Hijo es antes que la Madre en todo, pero Ella estuvo junto siempre a Él, por eso es casi divina, pero humana, porque es criatura, es de los nuestros. La Virgen tuvo principio, aunque distinto al de todos los hombres.

            2 Oigamos a Dios en la Biblia, al Espíritu de Dios que nos habla de la Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento, Palabra de Dios en el Nuevo:

            “Yahvé me poseyó al principio de sus caminos, antes de sus obras, desde antiguo. Desde la eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese.

            Antes que los abismos, fui engendrada yo;  antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas.

            Antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui  concebida.

            Cuando afirmó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo.

            Cuando condensó las nubes en lo alto; cuando daba fuerza a las fuentes del abismo.

            Cuando fijó sus términos  para que las aguas no traspasasen linderos. Cuando echó los cimientos  de la tierra.

            Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo

            Recreándome en el orbe la tierra, siendo mis delicias las de los hombres.

            Oídme, pues, hijos míos; aventurado el que sigue mis caminos.

            Escuchad la instrucción y sed sabios, y no lo menospreciéis.

            Bienaventurado quien me escucha, y vela a mi puerta cada día, guardando las jambas de mis puertas.Porque el que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Yahvé.

            Y al contrario, el que ofende, a sí mismo se daña, y el que me odia, ama la muerte”(Pr 8, 22-35).

            Este texto explica y la Tradición lo aplica a los orígenes de la Sabiduría de Dios. Ella existió con Dios antes de todas las cosas porque es eterna con Dios. El prólogo de San Juan  y otros pasajes paralelos de San Pablo son explicaciones plenas de este texto al hablarnos del Verbo, por quien todo fue creado y todo subsiste (Jn 1,3; Col 1, 15). Por lo tanto, es texto, aplicado a la Virgen, entraría en la categoría de los «Textos mariológicos por sola acomodación», que diría Cándido Pozo.

            “Dios es Amor”, dice San Juan. Su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. No existía nada, y ese Dios infinito, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor y sabiduría y belleza quiso crear a otros seres para hacerlo partícipes de su felicidad. Si existimos, es que Dios nos ha amado, nos ama. Entre los seres que vio en su Sabiduría y creó en su Verbo, María ocupa el primer lugar.

            La liturgia de la Iglesia pone en los labios de la Virgen algunos versículos de este texto: “Yahvé me poseyó al principio...”

            El amor de Dios contemplando en su mente divina todos los seres posibles y por donde fuimos pasando antes de ser creados, se estrenó en María: “al principio fue creada...” Por ser la primera en el amor de Dios entre sus criaturas, lo es también en grandezas y favores y privilegios y hermosura y belleza divinas. Dios ha puesto a María la primera en el orden de todos los seres pensados, amados y creados.

3 Meditemos el texto: “Antes que los abismos, fui engendrada yo.

            Antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas; antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui concebida. Antes que hiciese la tierra, ni campos, ni el polvo primero tierra”.

            Quien pudiera ahora, por una contemplación de la eternidad divina y trinitaria, trasladarse a ese momento del Ser, cuando el tiempo no existía, sólo el Dios Amor en abrazo eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el mismo Amor de Espíritu Santo. Quien pudiera entrar en la mente divina y yendo hacia atrás entrar en ese momento en que piensa y ama y plasma en su amor a la Virgen María.

            Cuando antes de plasmar la creación, fueron pasando delante de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, los ojos de Dios se detuvieron en una criatura tan bella, tan radiante que la amó más que a todas las demás y porque la amó, como Dios, al amar, crea, la creó más llena de su hermosura que ninguna otra. Participó más que todas de su amor, de su belleza, de su santidad, de su Verdad porque la predestinó para encarnar el Verbo de Dios en su seno por obra del Amor del Espíritu Santo.

            El Padre dijo: ésta será mi Hija predilecta. El Hijo: ésta será mi Madre inmaculada. El Espíritu Santo: será mi posesión, mi esposa amada. La llenaron de gracias y regalos y dones. Y cuando la reina estuvo vestida de belleza, llena de luz y fulgores, colocaron sobre sus sienes una corona. En el centro decía: Inmaculada. María fue siempre, desde la predestinación de Dios en su mente, tierra limpia, impoluta, incontaminada, huerto cerrado sólo

para Dios, que se paseaba por ella en su mente divina llena de amor desde toda la eternidad.

            Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias, vividas desde la mente creadora de la Trinidad, antes de existir María en el mundo. Con qué temblor el Hijo la fue adornando de todas las prerrogativas posibles a su madre. Para el azul de su Concepción Inmaculada cogería el azul de los mares, de estas mañanas limpias, limpísimas de mayo, mes de las flores, de María; para el rojo de la caridad y del amor, los claveles más rojos, manchados al final de sangre, de su misma sangre encarnada...

4 “Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo”

            Dios también pensó en nosotros. Para su gloria, para su amor, para su gozo. Pero Ella antes y superior a todos, antes, primero estaba con Él como arquitecto de la nueva creación, de la recreación por  el Verbo nacido de ella, por la Palabra eterna hecha carne. Somos obra de Cristo Redentor, pero también de María. Lo ha dicho sin miedo el Vaticano en la Lumen gentium.        

            Hermoso pensar en esos momentos en que Dios Trino y Uno nos pensó y luego nos recreó por el Verbo en su Sabiduría eterna, nacido en el tiempo luego de María, a ti, a mi, a cada hombre, porque todos hemos sido pensados y amados y recreados por Dios en su Verbo con María: “he ahí a tu hijo”.

B) MADRE DEL REDENTOR

            “Dios envió a su Hijo”(Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” (cf Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27):

            «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyo a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (LG 56: cf 61)» CEC 587-588).

            «La Virgen María, que, según el anuncio del ángel, recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor (LG 53) Por lo tanto la Virgen es conocida y honrada porque es la MADRE DEL REDENTOR.

            La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque“al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, (Padre!” (Gal 4, 4 6).

            Con estas palabras del apóstol Pablo, que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María (LG 52). María sólo puede ser comprendida a la luz de Cristo, su Hijo. Pero el misterio de Cristo, «misterio divino de salvación, se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo» (LG 62)

            El misterio de María queda inserto en la totalidad del misterio de Cristo y de la Iglesia, sin perder de vista su relación singular de Madre con el Hijo, pero sin separarse de la comunidad eclesial, de la que es un miembro excelente y, al mismo tiempo, figura y madre. María se halla presente en los tres momentos fundamentales del misterio de la redención: en la Encarnación de Cristo, en su Misterio Pascual y en Pentecostés.

            La Encarnación es el momento en que es constituida la persona del Redentor, Dios y hombre. María está presente en la Encarnación, pues ésta se realiza en ella; en su seno se ha encarnado el Redentor; tomando su carne, el Hijo de Dios se ha hecho hombre.

            El seno de María, en expresión de los Padres, ha sido el «telar» en el que el Espíritu Santo ha tejido al Verbo el vestido humano, el «tálamo» en el que Dios se ha unido al hombre.

            «“Hágase en mí según tu palabra...“ Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf Lc 1, 28-37), María respondió por “la obediencia de la fe” (Rm 1, 5), segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38).

            Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf LG 56): María estuvo siempre unida al misterio de  Cristo  Redentor: Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25; cf Mt 13, 55), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquel que Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo

según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios <Theotokos> (cf DS 251)» (CEC 494-495).

            María está presente en el Misterio pascual, cuando Cristo ha realizado la obra de nuestra redención destruyendo, con su muerte, el pecado y renovando, con su resurrección, nuestra vida. Entonces “junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre” (Jn 19, 25).

            Y María estaba presente en Pentecostés, cuando, con el don del Espíritu Santo, se hizo operante la redención en la Iglesia. Con los apóstoles “asiduos y concordes en la oración estaba María, la madre de Jesús” (Hch 1,14). Esta presencia de María junto a Jesús en estos momentos claves, aseguran a María un lugar único en la obra de la redención.

            Según la antigua y vital intuición de la Iglesia, María, sin ser el centro, está en el corazón del misterio cristiano. En el mismo designio del Padre, aceptado voluntariamente por Cristo, María se halla situada en el centro de la Encarnación, marcando la ‘hora” del cumplimiento de la historia de la salvación. Para esta “hora” la ha plasmado el Espíritu Santo, llenándola de la gracia de Dios.

2. 2 MARÍA, EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

«Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. <Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza> (S. Agustín, virg. 6)» (LG 53). «María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia» (Pablo VI, discurso 21 de noviembre 1964) (CEC 963).

2. 2. 1  MARÍA, MADRE  DE LA IGLESIA

            El capítulo VIII de la Lumen gentium lleva como titulo «La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia». El Catecismo de la Iglesia nos dice: «Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos... Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).

            «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).

            «La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la

única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (LG 60).

            «Ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente (LG 62)» (CEC 967-970).

            «Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

            María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf LG 63): «La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo (LG 64)» (CEC 507).

            Uno de los iconos Marianos más repetido de la Iglesia de Oriente es el de la Odigitria, es decir, «La que indica la vía» a Cristo. María no suplanta o sustituye a Cristo; sino que lo presenta a quienes se acercan a ella, nos guía a todos hacia Él y, luego, escondiéndose en el silencio, nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Como dice San Ambrosio, «María es el templo de Dios, no el Dios del templo».  

            Por eso, toda devoción Mariana conduce a Cristo y, por Cristo, al Padre en el Espíritu Santo. Por ello, como Moisés, nos acercamos a ella con los pies descalzos porque en su seno se nos revela Dios en la forma más cercana y transparente, revistiéndolo la carne humana.

            El fiat de María se integra en el amén de Cristo al Padre: “He aquí que yo vengo para hacer, oh Padre, tu voluntad” (Heb 10, 7), “porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha mandado” (Jn 6, 38). El fiat de María y el amén de Cristo se compenetran totalmente.

            No es posible una oposición entre Cristo y María. Como son inseparables Cristo cabeza y la Iglesia, su cuerpo. Quienes temen que la devoción Mariana prive de algo a Cristo, como quienes dicen «Cristo sí, pero no la Iglesia», pierden la concreción histórica de la encarnación de Cristo.

            María tiene su lugar en el acontecimiento central del misterio de Cristo, pero de Cristo considerado como Cristo total, cabeza y cuerpo; y, en consecuencia, juntamente con la Iglesia. En ambos aspectos de este único misterio, María ocupa un puesto único y desempeña una misión singular.

            Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, de la que tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre, Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.

            Satisfacción plena, que ningún hombre podría ofrecer con plenitud ante la Justicia de Dios. Si Dios es amor, no por ello puede dejar, por su propia esencia, de ser justo. De aquí lo que llamamos santo temor de Dios.

            Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la humanidad, puesto que en aquel momento comenzó la regeneración sobrenatural. Y María en el Calvario, tuvo su plenitud de dar a luz redentora a la humanidad sacrificada de Cristo, representante de todos nosotros, porque fue esa humanidad engendrada en ella y cumplida la total regeneración por Cristo, en la Cruz.

            Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo. Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

2. 2. 2  MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA

            «Ella es nuestra Madre en el orden de la gracia. Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es <miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia> (LG 53), incluso constituye <la figura> <typus> de la Iglesia (LG 63)» (CEC 967).

            El culto de la Madre de Dios está incluido en el culto de Cristo en la Iglesia. Se trata de volver a lo que era

tan familiar para la Iglesia primitiva: ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María, según la Iglesia primitiva, es el tipo de la Iglesia, el modelo, el compendio y como el resumen de todo lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su destino.

            Sobre todo la Iglesia y María coinciden en una misma imagen, ya que las dos son madres y vírgenes en virtud del amor y de la integridad de la fe: «Hay también una, que es Madre y Virgen, y mi alegría es nombrarla: la Iglesia» (CLEMENTE DE  ALEJANDRÍA, Pedagogo, 1,6, 42)

            San Pablo ve a la Iglesia como “carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3, 3). Carta de Dios es, de un modo particular, María, figura de la Iglesia. María es realmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo en su corazón de creyente y de madre.

            La Tradición, por ello, ha dicho de María que es «una tablilla encerada», sobre la que Dios ha podido escribir libremente cuanto ha querido (Orígenes);  como «un libro grande y nuevo» en el que sólo el Espíritu Santo ha escrito (San Epifanio); como «el volumen en el que el Padre escribió su Palabra» (Liturgia bizantina).

            En María aparece la realización del hombre que, en la fe, escucha la apelación de Dios, y, libremente, en el amor, responde a Dios, poniéndose en sus manos para que realice su plan de salvación. Así, en el amor, el hombre pierde su vida y la halla plenamente. María, en cuanto mujer, es la representante del hombre salvado, del hombre libre, María se halla íntimamente unida a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad (CEC 963ss). María revela a la Iglesia su misterio genuino. María es la imagen de la Iglesia sierva y pobre, madre de los fieles, esposa del Señor, que camina en la fe, medita la palabra, proclama la salvación, unifica en el Espíritu y peregrina en espera de la glorificación final:

            «Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio encuentra su verdadera luz el misterio del hombre (GS 22), como prenda y garantía de que en una pura criatura, es decir, en ella se ha realizado ya el designio de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre.

            Al hombre moderno, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin término, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de nausea y de hastío, la Virgen, contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la nausea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte» (MC 57).

            La única afirmación que María nos ha dejado sobre sí misma une los dos aspectos de toda su vida: “Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones” (Lc 1, 48). María, en su pequeñez, anuncia que jamás cesarán las alabanzas que se la tributarán por las grandes obras que Dios ha realizado en ella.

            Es lo mismo que confesara Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Este es el camino del cristiano “cuya luz resplandece ante los hombres... para gloria de Dios” (cf Mt 5, 14-16). El cristiano, como Pablo, es primero cegado de su propia luz, para que en él se encienda la luz de Cristo e ilumine el mundo.

            Todos nosotros proclamamos bienaventurada a María en su canto de alabanza a Dios, porque sobre ella se posó la mirada del Señor y en ella Dios depositó plenamente el plan de redención, proyectado para todos nosotros. De este modo la reflexión de fe sobre María, la Madre del Señor, es una forma de doxología, una forma de dar gloria a Dios por el Hijo Salvador engendrado en Ella.

2. 2. 3 MARÍA, MADRE Y MODELO LA IGLESIA, POR LA “PALABRA” ENCARNADA

            María es la “Mujer” que compendia en sí el antiguo Israel. La fe y esperanza del pueblo de Dios desemboca en María, la excelsa “Hija de Sión”.En la Escritura, el Espíritu Santo, nos ha diseñado el icono de la Madre de Jesús, para ofrecerlo a la Iglesia de todos los tiempos. La Lumen gentium presenta en la primera parte (52-54) la mariología bíblica, en la que se subraya la unión progresiva y plena de María con Cristo dentro de la perspectiva de la historia de la salvación. Y en la segunda parte (55- 59) presenta la relación entre María y la Iglesia y entre la Iglesia y María.

            La Redemptoris Mater se estructura según el esquema conciliar con una fuerte impregnación bíblica, presentando primero a María en el misterio de Cristo (7-24) y luego en el centro de la Iglesia en camino (28-38), para subrayar finalmente su mediación maternal (38-50). La novedad respecto al Concilio está en la insistencia en la dimensión histórica: presenta a María en su itinerario de fe, señalando su carácter de «noche espiritual»  y «kénosis».

            «El Verbo inefable del Padre se ha hecho describible encarnándose de ti, oh Theotókos; y habiendo restablecido la imagen desfigurada en su antiguo esplendor, él la ha unido a la belleza divina» (cf Kondakion del domingo de la Ortodoxia).

            «Visto que Cristo como Hijo del Padre es indescriptible, Él no puede ser representado en una imagen... Pero desde el momento en que Cristo ha nacido de una madre describible, Él tiene naturalmente una imagen que corresponde a la de la madre. Por tanto si no se le puede representar por la pintura, significa que Él ha nacido sólo del Padre y que no se ha encarnado. Pero esto es contrario a toda la economía de la salvación» (TEODORO ESTUDITA: PG 99, 417 C).

            Los iconos, en su lenguaje figurativo, nos revelan una realidad interior, que los creyentes de todos los tiempos nos han transmitido como voz de la presencia de María en la Iglesia.

            Es un rostro que siendo el mismo y diciendo lo mismo sobre él, siempre es nuevo y eterno, porque de eso se encarga el amor. La escucha atenta de la Palabra de Dios lleva a la «sapientia», a gustar la dulzura de María, de su verdad y amor, a la sabiduría de la Palabra hecha carne, pues miramos a Cristo para dibujar a la Madre.

            Sólo quien escucha y medita en su corazón, como María,  percibe la honda riqueza del pan de la Palabra de Dios, en su cumplimiento mesiánico en la Virgen de Nazaret, convirtiendo a la Escritura en una fuente perenne de vida, amor y gozo.

             Se trata de seguir el método de María misma, que “guardaba todas las palabras en su corazón y las daba vueltas”. María compara y relaciona unas palabras con otras, unos hechos con otros, busca una interpretación, explicarse los acontecimientos de su Hijo, a la luz de las prefiguraciones del Antiguo Testamento, como se ve en el Magnificat.

            El Papa Juan Pablo II, en una oración,  invoca a María, diciéndole: «¡Tú eres la memoria de la Iglesia La Iglesia aprende de ti, Madre, que ser madre quiere decir ser una memoria viva, quiere decir guardar y meditar en el corazón!».

            El misterio de la Virgen Madre, Arca de la Nueva Alianza y Eterna Alianza, templo y primer sagrario de Cristo en la tierra, la convierte en icono de todo el misterio cristiano.

2. 2. 4 MARÍA, MADRE Y MODELO DE LA IGLESIA EN LA LITURGIA

Y desde aquí, porque ya lo he insinuado, quiero acercarme ahora a María en la liturgia, donde la comunidad cristiana expresa y alimenta su relación con María. La liturgia tiene su estilo propio de afirmar y testimoniar la fe. La liturgia, en su forma celebrativa, nos da una visión interior de fe, basada en la revelación y enriquecida con toda la sensibilidad  secular de la Iglesia (lex orandi, lex credendi, lex vivendi). Es, sin duda, el lenguaje más apto para entrar en comunión con el misterio de Cristo, reflejado en su Madre, la Virgen María.

            La memoria de María en la liturgia va íntimamente unida a la celebración de los misterios del Hijo (MC 2-15) y así aparece como modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16-23). De esto ya he hablado ampliamente en las primeras páginas del libro.

            «En la celebración del ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a María santísima, Madre de Dios, unida indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo; en María admira y exalta el fruto más excelso de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella desea y espera ser» (SC 103).

            Y lo que Dios ha unido en la Encarnación y en  la Vida de Cristo y en su muerte y resurrección, hechos principalmente presentes en la Eucaristía, que no lo separe ni la teología ni la liturgia. No se puede separar a María de Jesús, no solo por su maternidad humana, unida a ella la Persona divina del Verbo, sino en el destino real de la redención y de la ofrenda a Dios que está concretada en la Persona del Verbo engendrado como hombre, en María.

            Nosotros ofrecemos en la Eucaristía, a Cristo, el Cuerpo de Cristo que se hizo humano en María. María tiene la grandeza de ser medio, Mediadora de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Esto se desprende del hecho real de que Dios la usa como medio entre él y los hombres, y así como por ser Madre de Dios no puede estar más cerca de Él, por el mismo hecho, por ser mujer, persona humana en sí misma Dios se acerca al hombre, a la naturaleza humana, hasta hacerla divina en su Hijo y a través de María, humana y casi divina a la vez, el hombre puede llegar hasta Dios.

            María es medio, puente; esta es su mediación real innegable. A través de ella viene El Verbo y a través de ella encontramos a Dios. Es su cualidad de Medianera, pero no sólo físicamente, sino espiritualmente, porque al engendrar a la Cabeza del Cuerpo Místico, necesariamente engendra místicamente a todos los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia, no sólo en la Encarnación, sino “junto a la cruz” y en Pentecostés.

            El Concilio Vaticano II, dice de María: «Es verdadera madre de los miembros (de Cristo)...por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza... Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte».

            Y de la misma forma que el Sagrario no es presencia meramente pasiva de Cristo, sino presencia celebrativa y continuadora de la ofrenda eucarística que se acaba de hacer en la misa y luego continúa en el Sagrario con las actitudes sacerdotales de Cristo, el Cristo resucitado “cordero degollado ante el trono de Dios”, de la misma forma, María desde la Encarnación es no solo un sagrario viviente, sino que está siendo, con su oración y grandeza como Madre de Dios, oferente de su hijo al Padre, para la redención. Y toda su vida, desde el pesebre, ha estado totalmente unida ayudando y cuidando al Redentor para que cumpla la obra que le encomienda el Padre, siendo así colaboradora de Dios en la redención.

            María con su hijo en brazos, mimándolo con amor materno, siempre ofrecía al Padre, ella, la madre, aquella victima formada de su misma carne. Sus brazos fueron el primer altar, idea que inspiró esta canción que todos los sábados dedico a la Madre del Puerto en mi visita: «Virgen sacerdotal, Madre querida, Tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

            Ella es la primera oferente del Hijo al Padre. Cumple con la máxima perfección la misión posterior Sacerdotal de la Iglesia. Es ejemplo de ofrenda y oferente. Por eso es nuestra Madre sacerdotal perfecta.

            Lo dice también la Congregación para el Culto Divino en los dos libros publicados en castellano por la Conferencia Episcopal Española, mediante la Comisión Episcopal de Liturgia: en el primero I, están la misas, y, en el segundo II, el Leccionario. En las primeras palabras del Decreto de la publicación de estas Misas, (Prot. N. 309/86) dice:

            «Al celebrar el misterio de Cristo, la Iglesia conmemora muchas veces con veneración a la bienaventurada Virgen María, unida íntimamente a su Hijo: porque recuerda a la mujer nueva que, en previsión de la muerte de Cristo, fue redimida del modo más sublime en su misma concepción; a la madre que, por la fuerza del Espíritu Santo, engendró virginalmente al Hijo; a la discípula que guardó cuidadosa en su corazón las palabras del Maestro; a la socia del Redentor que, por designio divino, se entregó generosamente por entero a la obra del Hijo.

            En la bienaventurada Virgen reconoce también la Iglesia a su miembro más excelso y singular, adornado con toda la abundancia de las virtudes; a ella, que Cristo le confió como madre en el ara de la cruz, colma de piadoso amor y continuamente solicita su patrocinio; a ella profesa como compañera y hermana en el camino de la fe y en las aflicciones de la vida; en ella, instalada ya junto a su Hijo en el reino celestial, contempla gozosa la imagen de su gloria futura».

            LAS MISAS DE LA VIRGEN, que así titulan en su versión castellana a estos dos libros, nos ofrecen 46 títulos diferentes para honrar a María, con oraciones y prefacios propios. En el primer libro vienen UNAS ORIENTACIONES GENERALES, que son todo un tratado de Mariología desde la liturgia, de Mariología Litúrgica, con matices distintos a una Mariología Teológica: lex orando, lex credendi. Me han parecido muy interesantes, por eso voy a transcribir algunas; pongo su enumeración:

«6. Las misas de la bienaventurada Virgen María encuentran su razón de ser y su valor en esta íntima participación de la Madre de Cristo en la historia de la salvación. La Iglesia, conmemorando el papel de la Madre del Señor en la obra de la redención o sus privilegios, celebra ante todo los acontecimientos salvadores en los que, según el designio de Dios, intervino la Virgen María con vistas al misterio de Cristo.

11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación  continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos...

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, asunta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19. 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, <sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna>. La Iglesia, que <quiere vivir el misterio de Cristo> con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

13. En íntima comunión con la Virgen María, e imitando sus sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales <Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados>:

— asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza.

— con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón.

— con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo y asociarse a la obra de la redención.

— imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo.

— apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios.

— con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo.

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

14. La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que <se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él>.

            Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, como modelo de virtudes y de fiel cooperación a la obra de salvación».

            También es importante ver la presencia de María en la Liturgia de las Horas, con sus himnos, antífonas, responsorios, preces, además de las lecturas bíblicas y patrísticas. Cada día, en las Vísperas, la comunidad cristiana se une al canto de María, al Magníficat, alabando a Dios por su actuación en la historia de la salvación.Y de la liturgia, como prolongación, brota la piedad Mariana, que la Maríalis cultus ofrece a los fieles, resaltando la nota trinitaria, cristológica y eclesial del culto a María (25-28).

            La fe de la Iglesia permanece en su viva integridad, imperturbablemente celebrada en la liturgia. La mariología, pues, no puede considerarse como un tratado separado de los demás, sino en un contexto más amplio y orgánico, explicitando sus conexiones con la cristología, la eclesiología y el conjunto del misterio de la salvación.

CAPÍTULO TERCERO

MARÍA, LA VIRGEN OFERENTE

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.María se ofrece totalmente, ya no quiere tener voluntad propia, renuncia a sí misma para ofrecerse toda entera al Señor, renuncia a sus planes para vivirlos en Dios, se hace esclava...

          

3. 1 DESDE LA ANUNCIACIÓN TODA LA VIDA DE LA VIRGEN ES UNA OFRENDA A DIOS

Voy a decir ahora cosas que tengo meditadas y escritas desde mi vida de seminarista, cuando estudiaba Mariología. Pero siempre, como en todos mis textos de Teología y todos los libros que tengo en mi biblioteca: subrayando, para aprendérmelo de memoria, lo que me gustaba. Y quiero advertir a mis lectores, que debo muchísimo en esta materia que voy a desarrollar ahora, a un querido profesor mío de Roma, JEAN GALOT, a quien admiro y escuché muchas veces, y del que he tomado, con pequeñas aportaciones mías, las reflexiones que  siguen hasta el final del capítulo.

            Y después de esta larga advertencia, empiezo. Desde la Anunciación toda la vida de la Virgen es una ofrenda a Dios y a su plan de Salvación por el Hijo. En el episodio de la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-35), la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito (Ex 13, 11-16) y de la purificación de la madre (Lev 12, 6-8), un misterio de salvación relativo a la historia salvífica: esto es, ha notado la continuidad de la oferta fundamental que el Verbo encarnado hizo al Padre al entrar en el mundo (Hb 10, 5- 7); ha visto proclamada la universalidad de la salvación, porque Simeón, saludando en el Niño “luz que ilumina las gentes y  gloria de Israel” Lc 2, 32), reconocía en Él al Mesías, al Salvador de todos; ha comprendido la referencia profética a la Pasión de Cristo: que las palabras de Simeón, las cuales unían en un solo vaticinio al Hijo, “Signo de contradicción” (Lc 2, 34), y a la Madre, a quien la espada habría de traspasar el alma (Lc 2, 35), se cumplieron sobre el Calvario. Misterio de salvación, pues, que el episodio de la Presentación en el Templo orienta en sus varios aspectos hacia el acontecimiento salvífico de la Cruz. Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (Lc 2, 22), una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito.

            Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el Calvario, donde Cristo “a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14) y donde, «no sin designio divino», María estuvo “junto a la Cruz” (Jn 19, 15) sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, adhiriéndose amorosamente a la inmolación de la Víctima por ella engendrada y ofreciéndola ella misma al Padre Eterno (Cfr LG ).

            Para perpetuar en los siglos el sacrificio de la Cruz, el Salvador instituyó el Sacrificio eucarístico. Memoria de su Muerte y Resurrección, y lo confió a la Iglesia, su Esposa, la cual, sobre todo el Domingo, convoca a los fieles para celebrar la Pascua del Señor hasta que El venga: lo que cumple la Iglesia en comunión con los Santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable.

            Como vemos en la vida de María hay un itinerario de oración trazado por Dios. Después de la Anunciación, la oración de aquella que se había convertido en madre del Salvador se desarrolló en respuesta al mensaje del ángel. En el momento de la presentación de Jesús, esta revelación del sacrificio exige de María una forma más dolorosa de oración de ofrenda.

            El episodio muestra que María está animada del espíritu de ofrenda, porque llega a presentar su niño en el templo, mientras que hubiera bastado, según los términos de la ley, pagar una cantidad a un sacerdote para el rescate de su “primogénito”. Ella deseaba expresamente realizar un gesto de ofrenda, que dé al rescate todo su valor. La ofrenda es la oración en la cual la persona se empeña más a fondo. Más que una palabra, es un gesto en el que se expresa el homenaje del amor con el don de sí mismo.

            Con la luz que brinda la profecía de Simeón, el compromiso va más allá de lo que María había previsto. Ella pone la espada del dolor en el centro de su ofrenda. No sabe exactamente en qué consistirá, pero comprende que se trata de un sufrimiento maternal vinculado a las pruebas que herirán a su hijo en su misión salvadora. Está suficientemente iluminada para que su gesto realice la primera ofrenda del sacrificio del Calvario, más de treinta años antes de que se realice.

            Este sacrificio todavía lejano forma ahora parte del horizonte espiritual de María. Entró en su oración y en ella permanece. Mirando a su hijo, María no puede olvidar lo que le han anunciado acerca de él. Pero lejos de dejarse deprimir por la perspectiva de un drama al que no podrá escapar, manifiesta el impulso de su ofrenda preparándose en la serenidad y generosidad a la prueba suprema.

            Durante los treinta años de Nazaret, nada le hace temer en especial esa prueba, fuera del episodio excepcional del muchacho de doce años que se queda en el templo. La angustia que experimenta en esa ocasión culmina en el gozo de encontrar a Jesús al tercer día, pero las palabras pronunciadas por el muchacho la preparan para una angustia futura, que florecerá en el gozo del encuentro con el Resucitado.

            En el mismo templo donde lo había presentado al Señor, María ofrece una vez más a su hijo por toda la pena que ello causaría a su corazón de madre. A partir de este momento, la ofrenda no se fundaba ya sólo en el anuncio de Simeón, sino también en las palabras de Jesús.

            Orientada hacia la perspectiva del sacrificio final, María ha comprendido mejor el desarrollo del ministerio de su hijo. A sus ojos, la contradicción que el Salvador encontraba de parte de adversarios encarnizados, no era un sencillo incidente. El multiplicarse de los actos de hostilidad no procedía de una tempestad momentánea que hubiera podido calmarse rápidamente. Eran los primeros pasos hacia un trágico final. Podemos intuir que en María la oración de ofrenda adquiría una intensidad cada vez mayor.

            Cuando la madre de Jesús vio que perseguían a su hijo, fuera de la sinagoga de Nazaret, aquellos que hubieran deseado hacerlo caer en un precipicio, experimentó un gran espanto, pero no dejó de reforzar su intención de ofrenda.

            En el Calvario, fue una vez más la voluntad de ofrenda la que ayudó a María a unirse plenamente a la oblación única de la cruz. Su ofrenda, animada por la fe y la esperanza, la hizo sin rencor o desaliento mantenerse en pie al lado del crucificado. Esa voluntad la preservaba de sentimientos de desconsuelo o de acritud.

            La carta a los Hebreos describe el sacrificio de Jesús como la oración o súplica suprema (5, 7 ). La ofrenda se eleva, en efecto, hacia el cielo como la oración de intercesión más eficaz, fundada en el homenaje más completo del ser. En forma análoga, podemos reconocer en la ofrenda de María su oración suprema. Aceptando la espada del dolor y convirtiéndola con todo su corazón materno en homenaje a aquel que recogía a su hijo, elevaba la súplica más fecunda para la salvación de la humanidad.

            María había orado siempre con toda su alma, pero en el sufrimiento más cruel que se le imponía, su oración superaba todo aquello que había sido anteriormente. Era la oración de la ofrenda perfecta en la que se pierde todo a fin de producir, según el misterioso designio divino, el fruto más abundante.

3. 2 MARÍA, MODELO DE OFRENDA A DIOS

            En el itinerario de oración de la vida cristiana, especialmente de los sacerdotes y consagrados, la ofrenda ocupa puesto muy importante, como vivencia de su ordenación y consagración. Deben ser con Cristo, sacerdotes y víctimas. Por eso, la ofrenda confiere a la oración toda su densidad y permite a la generosidad expresarse más ampliamente. Los llamados por Cristo a seguirlo quedan invitados a ofrecerse en forma más completa, de manera que la ofrenda guíe toda su existencia. Toda su vida debe ser un ofrenda agradable a Dios, quitando todo aquello que manche la ofrenda y desagrade a Dios.

            María enseña a los llamados a seguir a Cristo en una vocación específica a pisar las mismas huellas de Cristo, como ella, a seguir sus pasos hasta la cruz, en las exigencias concretas de su vida ofrecida y consagrada.

            Ella, que tenía el espíritu de ofrenda, busca comunicarles ese espíritu: les ayuda a reaccionar ante los acontecimientos, ofreciendo todo el esfuerzo que conllevan, la paciencia que ejercitan, o el gozo que acogen. Muestra cómo puede transformarse en ofrenda la vida de cada día; en particular, las contrariedades se hacen más ligeras de cargar, desde el momento en que se las ofrece.

            María nos aparta a todos de la ilusión de pensar que la cruz debería tener un puesto mucho más restringido en su existencia. En realidad, hay una cruz de todos los días: la que Jesús mismo recordó cuando anunciaba una condición esencial para seguirlo: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23). María no había necesitado escuchar una palabra de este género para saber que no se puede vivir cerca de Cristo sin compartir su cruz: la predicción de la espada de dolor la había asociado a esa cruz mucho tiempo antes de que fuera elevada en Gólgota.

Ella nos ayuda a todos los cristianos a entrar en esta perspectiva, a no extrañarse ante las dificultades y dolores cuyo peso experimentan.

            En los momentos más penosos, María se hace presente para sostener el valor, ayudar a aquellos a quienes sacude violentamente la prueba a no dejarse derrotar. Mirando el ejemplo de María, los creyentes verdaderos, seguidores de su Hijo, pueden transformar más fácilmente sus penas en ofrendas con Cristo. Al contemplarla llorosa pero erguida junto a la cruz, comprenderán que su deber es el de cargar con valor sus sufrimientos y unirlos a los de Cristo con una fidelidad total.

            María nos estimula a todos a hacer de sus pruebas una oración de intercesión en la que se empeña toda el alma. Con esta oración se mantiene el contacto con Dios y el sufrimiento asume el sentido que le atribuye el designio divino. Los dolores, vistos bajo la luz que procede de lo alto, parecen otra cosa y evocan el rostro de Cristo crucificado.

            María que un día miró con tanta insistencia y compasión al que sufría y moría en la cruz trata de atraer la atención sobre el rostro de Jesús. Recuerda a todos los cristianos que las pruebas de la vida se pueden convertir para todos en una posibilidad de amor más grande.

            «Cargar con la propia cruz» es ciertamente una alusión al suplicio de la cruz, que entonces estaba bastante difundido y se aplicaba a los rebeldes y a los grandes criminales. Después del Calvario, a la luz de la cruz del Señor comprenderán todos los creyentes y seguidores de Cristo la necesidad de cargar con su cruz. María les hace comprender mejor la fecundidad de todo dolor que se trasforma en ofrenda.

            Como los demás cristianos, los consagrados se encuentran con las objeciones al valor del sufrimiento y pueden experimentar la tentación de considerarlo inútil o nocivo. Habiendo vivido la experiencia terrible del Calvario, que parecía llegar al fracaso completo de Cristo, María puede mostrar a todos la fecundidad de su ofrenda materna. Esta ofrenda parecía pura pérdida, pero ha sido la fuente de una nueva maternidad. Toda asociación a la cruz del Salvador participa en sus frutos y la fecundidad prometida por Jesús a todo sacrificio no puede dejar de verificarse.

            Por último, María anima a todos sus hijos a la ofrenda recordándoles que el sufrimiento es el paso a un gozo más grande. Ella gustó tanto más el gozo de la resurrección cuanto que se empeñó con una generosidad sin reservas en el drama de la pasión.

            A nosotros nos sucede lo mismo: cuanto más generosa sea la ofrenda, tanto mejor desemboca en gozo intenso. La madre del Resucitado se hace garante de ese gozo, acompañando la ofrenda de todos sus hijos, especialmente de los que siguen al Hijo en el sacerdocio y en la vida religiosa; a ellos especialmente, a través de todas las vicisitudes de una vida colocada bajo la cruz de Cristo, les abre el camino del gozo más profundo.

            Si los cristianos, especialmente los sacerdotes y religiosos, abren su corazón a la Virgen por la oración,  María se hará presente en su espíritu y en su corazón; y la ofrenda y la unión con ella, junto a la cruz del Hijo, se desarrollará recibiendo fuerza y consuelo en el dolor, que, como el suyo, luego producirá las flores de la alegría y los frutos de la irradiación apostólica.

CAPÍTULO CUARTO

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II SOBRE LA VIRGEN

4. 1   LA LLENA DE GRACIA

       (Audiencia general 8-V-1996)

1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel “Alégrate” constituye una invitación a la alegría que remite a los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sión. Lo hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explicando también los motivos en los que se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentran en María su pleno cumplimiento.

            El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo “jaire” (alégrate) la llama “kejaritomene” “llena de gracia”. Esas palabras del texto griego: “jaire y kejaritomene” tienen entre sí una profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a la maternidad divina.

            La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo.

2. “Kejaritomene”: esta palabra dirigida a María se presenta como una calificación propia de la mujer destinada a convertirse en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitución Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación por encargo de Dios, como “llena de gracia”» (n. 56).

            El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere al saludo angélico un valor más alto: es manifestación del poder salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en la encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9).

            Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.

            La expresión «llena de gozo» traduce la palabra griega, kejaritomene, la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego, no se debería decir simplemente “llena de gracia”, sino “hecha llena (llenada) de gracia” o “colmada de gracia”, lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en forma de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significado de «colmar de gracia», es usado en la Carta a los Efesios para indicar la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su Hijo amado (cfr Ef 1, 6). María la recibe como primicia de la Redención (cfr Redemptoris Mater, 10).

3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente sorprendente. María no posee ningún título humano para recibir el anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdote, representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hombre, sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Además, es originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testamento y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entender las palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: “De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46).

            El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún más evidente si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel modelos de los justos del Antiguo Testamento: “Caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor” (Lc 1, 6).

            En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto, la expresión “de la casa de David” (Lc 1, 27) se refiere sólo a José. No se dice nada de la conducta de María. Con esa elección literaria, San Lucas destaca que en ella todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilección divina.

4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner en duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bien, quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hizo, como dice el ángel, llena de gracia.Precisamente la abundancia de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.

            En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en particular a los humildes y a los pobres,  llega a su culmen.

            La iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. Los invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la gracia divina que santifica y transforma los corazones.

4. 2  LA SANTIDAD PERFECTA DE MARIA

   (Audiencia general 15-V-1996)

1. En María, “llena de gracia”, la Iglesia ha reconocido a la «toda santa, libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).

            Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción. El término “hecha llena de gracia” que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo “kejaritomene” tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.

2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo del ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predilección especial.

            El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era «una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo» (Lumen gentium, 56).

            La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.

3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de santidad que, para ser completa, debía abarcar necesariamente el origen de su vida.

            A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María como «santa y toda hermosa», «pura y sin mancha), alude a su nacimiento con estas palabras: «Nace como los querubines la que está formada por una arcilla pura e inmaculada» (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).

            Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún pecado. Además, la comparación con los querubines reafirma la excelencia de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el inicio de su existencia.

            La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa de la reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor. Los Padres griegos y orientales habían admitido una purificación realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnación (San Gregorio Nacianceno, Oratio 38, 16) como en el momento mismo de la Encarnación (San Efrén, Javeriano de Gabala y Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para María una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto, la mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salvador no podía menos de tener un origen perfectamente santo, sin mancha alguna.

4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que ve en el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: «Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza humana; pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, esta naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, y es formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios. (...) Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación» (Sermón 1, sobre el nacimiento de María).

            Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma: «El cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, las primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imagen realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelada por las manos del Artista divino» (Sermón 1, sobre la dormición de María).

            La Concepción pura e inmaculada de María aparece así como el inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios para la humanidad entera.

            Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por San Germán de Constantinopla y por San Juan Damasceno, ilumina el valor de la santidad original de María, presentada como el inicio de la redención del mundo.

            De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado el sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribuye a la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo está desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, según la Carta a los Efesios (Ef 1, 6), es otorgada en Cristo a todos los creyentes. La santidad original de María constituye el modelo insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en el mundo.

4. 3  EL PROPÓSITO DE VIRGINIDAD

(Audiencia general, 24-VII-1996)

MARÍA DIJO: “¿CÓMO SERÁ ESO PUES NO CONOZCO VARON?”

1. Al ángel, que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús, María dirige una pregunta: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas, naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal normal (cfr 1 S 1, 19-20), como respuesta a oraciones de súplicas conmovedoras (cfr Gn 15, 2; 30, 22-23; 1 S 1, 10; Lc 1, 13).

            Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del ángel. No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad; por elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguiente, su propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, al parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada.

            A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría que no «conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el contexto en que plantea la pregunta “¿cómo será eso?” y la afirmación siguiente “no conozco varón” ponen de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer virgen. La expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja traslucir la permanencia y la continuidad de su estado.

2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por lo demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía con la voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo de agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo» (Redemptoris Mater, 13).

            A algunos, las palabras e intenciones de María les parecen inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío la virginidad no se consideraba un valor ni un ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episodios y expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejemplo, que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo aún joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no haber podido casarse (cfr fc 11, 38). Además, en virtud del mandato divino “sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1, 28), el matrimonio es considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad.

3. Para comprender mejor el contexto en que madura la decisión de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que precede inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambientes judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hacia la virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encontrado numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, vivían en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la vida común y para buscar una mayor intimidad con Dios.

            Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres que, siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Esas mujeres, las terapeutas, pertenecientes a una secta descrita por Filón de Alejandría (cfr De vita contemplativa, 2 1-90), se dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría.

            Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos que seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho de que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibato, y que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estima, podría dar a entender que también el propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.

4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe, sin embargo, hacernos caer en el error de vincular completamente sus disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestimando la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, no debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, “llena de gracia” (Lc 1, 28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret.

            Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virginal.

            La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad. Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios con el ofrecimiento de su virginidad.

            Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía con aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamento atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en este camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal de la mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentium, 55).

            Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando una fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momento de la Anunciación.  María descubre que el Señor ha transformado su pobreza en riqueza: será la Madre virgen del Hijo del Altísimo. Más tarde descubrirá también que su maternidad está destinada a extenderse a toda la Iglesia Católica: «Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, porque él es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación» (n. 504).

            En el misterio de esta nueva creación resplandece el papel de la maternidad virginal de María. San Ireneo, llamando a Cristo «primogénito de la Virgen» (Adv. Haer. 3, 16, 4), recuerda que, después de Jesús, muchos otros

nacen de la Virgen, en el sentido de que reciben la vida nueva de Cristo. «Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales él vino a salvar: Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rm 8, 29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 501).

 

4. La comunicación de la vida nueva es transmisión de la filiación divina. Podemos recordar aquí la perspectiva abierta por San Juan en el Prólogo de su evangelio: aquel a quien Dios engendró, da a los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios (cfrJn 1, 12-13). La generación virginal permite la extensión de la paternidad divina: a los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en aquel que es Hijo de la Virgen y del Padre.

            Así pues, la contemplación del misterio de la generación virginal nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Madre virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor de Padre.

4. 4   MARIA, MODELO DE VIRGINIDAD

    (Audiencia general, 7-VIII-l996)

1. El propósito de virginidad, que se vislumbra en las palabras de María en el momento de la Anunciación, ha sido considerado tradicionalmente como el comienzo y el acontecimiento inspirador de la virginidad cristiana en la Iglesia.

            San Agustín no reconoce en ese propósito el cumplimiento de un precepto divino, sino un voto emitido libremente. De ese modo, se ha podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgenes en el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró su virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir, para que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y mortal se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no por necesidad de servicio» (De Sancta Vitg., IV, 4; PL 40, 398).

            El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María quien revela libremente su propósito de virginidad. En este compromiso se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal.

            Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no debemos olvidar que en el origen de cada vocación está la iniciativa de Dios. La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virginal, respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración del Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor de la entrega virginal de la misma. Nadie puede acoger este don sin sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fuerza necesarias.

2. Aunque San Agustín utiliza la palabra voto para mostrar a quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estado de vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulado expresamente un voto, que es la forma de consagración y entrega de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos de la Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la decisión personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Señor. Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija de Sión».

            Sin embargo, con su decisión se convierte en el arquetipo de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor con corazón indiviso en la virginidad. Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, nos informan acerca del momento en el que María tomó la decisión de permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace el ángel se deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, dicho propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su deseo de conservar la virginidad también en la perspectiva de la maternidad que se le propone, mostrando que había madurado largamente su propósito.

            En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva, imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró su elección en su conciencia antes del momento de la Anunciación. Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presente en su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad virginal influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalidad, mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde sus primeros años, el deseo de la unión más completa con Dios.

3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón y en la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante todo, en el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté tan distraído por la fascinación de una cultura a menudo superficial y consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación que proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Señor y al servicio de sus hermanos.

            Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elección de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predecesor Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subrayaba cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evangelio «se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios» (n. 37),

            En definitiva, la elección del estado virginal está motivada por la plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente en María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vistas a Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Mesías Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su propia dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad vivida en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo sublime. Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad divina, es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virginal.

4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia, contemplando la belleza y la nobleza del corazón virginal de la Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de la virginidad!

            «Precisamente esta virginidad --como he recordado en la encíclica Redentoris Mater, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret--, es fuente de una especial fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad en el Espíritu Santo» (n. 43).

            La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano la estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multiplique en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realidad y como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias juntos al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su vida mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios.

            Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disuadir a los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es preciso pedir incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuevo florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Madre de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan por seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad el signo de la misericordia y de la ternura divinas.

4. 5   LA UNIÓN VIRGINAL DE MARIA Y JOSÉ

     (Audiencia general, 21-VIII-1996)

1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba “desposada con un hombre llamado José, de la casa de David” (Lc 1, 27). Estas informaciones parecen, a primera vista, contrarias.

            Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien el matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía a la muchacha a su casa.

            En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito.

2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad.

            El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación.

            El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.

            José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (cfr Exhortación apostólica Redemptoris custos, 7).

            La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María.

3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños le invita a poner el nombre al Niño: “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).

            Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de María --el De Margarita (siglo IV) afirma que «los compromisos adquiridos por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesús la función de padre, gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se «sometió» (Le 2, 51), contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero.

            Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a san José. Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.

4. 6     MARÍA SIEMPRE VIRGEN          

      (Audiencia general, 28-VII1-1996)

1. La Iglesia ha manifestado de modo constante su fe en la virginidad perpetua de María. Los textos más antiguos, cuando se refieren a la concepción de Jesús, llaman a María sencillamente Virgen, pero dando a entender que consideraban esa cualidad como un hecho permanente, referido a toda su vida.

            Los cristianos de los primeros siglos expresaron esa convicción de fe mediante el término griego <á eí      parzenos>, «siempre virgen», creado para calificar de modo único y eficaz la persona de María, y expresar en una sola palabra la fe de la Iglesia en su virginidad perpetua. Lo encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san Epifanio, en el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo Dios «se encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por santa María, la siempre virgen, por obra del Espíritu Santo» (Ancoratus, 119, 5: DS 44).

            La expresión siempre virgen fue recogida por el segundo Concilio de Constantinopla, que afirmó: el Verbo de Dios «se encarnó de la santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella» (DS 422). Esta doctrina fue confirmada por otros dos concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801) y el segundo de Lyon, año 1274 (DS 852), y por el texto de la definición del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), en el que la virginidad perpetua de María es aducida entre los motivos de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste.

2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia ha presentado a María como «virgen antes del parto, durante el parto y después del parto», afirmando, mediante la mención de estos tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen. De las tres, la afirmación de la virginidad antes del parto es, sin duda, la más importante, ya que se refiere a la concepción de Jesús y toca directamente el misterio mismo de la Encarnación. Esta verdad ha estado presente desde el principio y de forma constante en la fe de la Iglesia.

            La virginidad durante el parto y después del parto, aunque se halla contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a María ya en los orígenes de la Iglesia, se convierte en objeto de profundización doctrinal cuando algunos comienzan explícitamente a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que «el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hombre, abriendo al nacer el seno de su madre (cfr Lc 2, 23) y, por el poder de Dios, sin romper la virginidad de su madre» (DS 368). Esta doctrina fue confirmada por el Concilio Vaticano II, en el que se afirma que el Hijo primogénito de María «no menoscabó su integridad virginal, sino que la santificó» (Lumen gentium, 57).

            Por lo que se refiere a la virginidad después del parto, es preciso destacar ante todo que no hay motivos para pensar que la voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en el momento de la Anunciación (cfr Lc 1, 34), haya cambiado posteriormente. Además, el sentido inmediato de las palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 26-27), que Jesús dirige desde la cruz a María y al discípulo predilecto, hace suponer una situación que excluye la presencia de otros hijos nacidos de María.

            Los que niegan la virginidad después del parto han pensado encontrar un argumento probatorio en el término «primogénito», que el Evangelio atribuye a Jesús (cfr Le 2, 7), como si esa expresión diera a entender que María engendró otros hijos después de Jesús. Pero la palabra «primogénito» significa literalmente «hijo no precedido por otro» y, de por sí, prescinde de la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya esta característica del Niño, pues con el nacimiento del primogénito estaban vinculadas algunas prescripciones de la ley judaica, independientemente del hecho de que la madre hubiera dado a luz otros hijos. A cada hijo único se aplicaban, por consiguiente, esas prescripciones por ser «el primogénito» (cfr Lc 2, 23).

3. Según algunos, contra la virginidad de María después del parto estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existencia de cuatro «hermanos de Jesús»: Santiago, José, Simón y Judas (cfr Mt 13, 55-56; Mc 6, 3), y de varias hermanas. Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en la aramea, no existe un término particular para expresar la palabra primo y que, por consiguiente, los términos hermano y hermana tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grados de parentesco.

            En realidad, con el término hermanos de Jesús se indican los hijos de una María discípula de Cristo (cfr Mt 27, 56), que es designada de modo significativo como “la otra María” (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 500).

            Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrogativa suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consagró totalmente a la misión redentora de Cristo.

4.     LA ESCLAVA DEL SEÑOR

      (Audiencia general 4-IX-1996)

1. María la “llena de gracia”, al proclamarse “esclava del Señor”, desea comprometerse a realizar personalmente de modo perfecto el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras: “He aquí la esclava del Señor” anuncian a Aquel que dirá de sí mismo: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45; cfr Mt 20, 28). Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una armonía de isposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenamente su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo en su misión de Siervo.

            En la vida de Jesús, la voluntad de servir es constante y sorprendente. En efecto, como Hijo de Dios, hubiera podido con razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título de “Hijo del hombre”, a propósito del cual el libro de Daniel afirma: “todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán” (Dn 7, 14), hubiera podido exigir el dominio sobre los demás. Por el contrario, al rechazar la mentalidad de su tiempo manifestada mediante la aspiración de los discípulos a ocupar los primeros lugares (cfr Mc 9, 34) y mediante la protesta de Pedro durante el lavatorio de los pies (cfr Jn 13, 6), Jesús no quiere ser servido, sino que desea servir hasta el punto de entregar totalmente su vida en la obra de la redención.

2. También María, aun teniendo conciencia de la altísima dignidad que se le había concedido, ante el anuncio del ángel se declara de forma espontánea "esclava del Señor”. En este compromiso de servicio ella incluye también su propósito de servir al prójimo, como lo demuestra la relación que guardan el episodio de la Anunciación y el de la Visitación: Cuando el ángel le informa de que Isabel espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y “de prisa” (Lc 1, 39) acude a Galilea para ayudar a su prima en los preparativos del nacimiento del niño, con plena disponibilidad. Así brinda a los cristianos de todos los tiempos un modelo sublime de servicio.

            Las palabras “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, una obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo “hágase”, que usa san Lucas, no sólo expresa aceptación, sino también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio con el compromiso de todos sus recursos personales.

3. María, acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y hace suya la voluntad de Cristo que, según la Carta a los Hebreos, al entrar en el mundo, dice: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo.... Entonces dije: ¡He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9).

            Además, la docilidad de María anuncia y prefigura la que manifestará Jesús durante su vida pública hasta el calvario. Cristo dirá: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). En esta misma línea, María hace de la voluntad del Padre el principio inspirador de toda su vida, buscando en ella la fuerza necesaria para el cumplimiento de la misión que se le confió.

            Aunque era el momento de la Anunciación María no conoce aún el sacrificio que caracterizará la misión de

Cristo, la profecía de Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (cfr Lc 2, 34-35). La Virgen se asociará a Él con íntima participación. Con su obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta a vivir todo 1o que

el amor divino tiene previsto para su vida, hasta la “espada” que atravesará su alma.

4. 8    MARIA, NUEVA EVA

     (Audiencia general 18-IX-1996)

1. El Concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a su muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Lumen gentium, 56).

            La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de actuar de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: «De la misma manera que aquella --es decir, Eva-- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen...» (Adv. Haer., 5, 19, 1).

2. Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El «sí» de María es la premisa para que se realice el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación del mundo.

            El Catecismo de la Iglesia Católica resume de modo sintético y eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentimiento libre de María al plan divino de la salvación: «La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su “fiat” «loco totius humanae naturae» («ocupando el lugar de toda la naturaleza humana»). Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511).

3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino sobre la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífica de Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel, se presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proclama bienaventurados, porque “oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio de la multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra la verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: su adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la maternidad divina.

            En la encíclica Redemptoris Mater puse de manifiesto que la nueva maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante todo precisamente a ella. En efecto, «¿no es tal vez María la primera entre “aquellas que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”? Y por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima?» (n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la proclama la primera discípula de su Hijo (cfr ib.) y, con su ejemplo, invita a todos los creyentes a responder generosamente a la gracia del Señor.

4. El Concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a la persona y a la obra de Cristo: «Se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención» (Lumen gentium, 56).

            Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús significa la unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar de su crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvación.

            María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús en dependencia de él, es decir, en una condición de subordinación, que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de la anunciación, una participación activa en la obra redentora. «Con razón, pues —afirma el Concilio Vaticano II—, creen los santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice San Ireneo, «por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano» (Adv. Haer., 3, 22, 4)» (ib.).  

Su maternidad, aceptada 1ibremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida para la humanidad entera. María asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nuestros primeros padres, aparece como la verdadera «madre de los vivientes» (ib.).

CAPÍTULO QUINTO

LAS DIMENSIONES DEL SI MARIANO

Quiero exponer ahora en este capítulo algunas ideas de un teólogo de este siglo que habla muy bellamente de la Virgen. Se trata HANS URS von BALTHASAR, en un libro titulado MARÍA, IGLESIA NACIENTE, donde escribe artículos sobre la Virgen juntamente con JOSEPH RATZINGER, luego Benedicto XVI.

INTRODUCCIÓN

            «Resulta innegable que precisamente esta abundancia de aspectos de los misterios marianos dificulta el hablar sobre María y provoca el peligro de formulaciones unilaterales; pero, ¿acaso no sucede lo mismo en el misterio aún mayor de su Hijo? Si María puede ser llamada la Reina del cielo, de los ángeles, de la Iglesia, es ciertamente en virtud del hecho de que, en su calidad de esclava humilde del Señor, encontró gracia ante Dios. Pero ¿acaso ambos aspectos no están ya unidos de forma germinal en la única auto-declaración que poseemos de ella: “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48)? Nadie que reconozca la autoridad de la Escritura se puede sustraer a la pretensión de esta afirmación (de los ojos puestos en la esclava humilde) y esta promesa (de la alabanza que no cesará nunca)»

            Me gusta ver en un autor tan autorizado esta afirmación que repito varias veces. Qué difícil ser original sobre la Virgen. Trata un aspecto y ya está tratado; mira una particularidad y ya la han visto mejores autores que tú. Así que me gusta citar al pié de la letra, para decir: Es lo que he dicho en otra parte de este libro, pero a mi modo, porque de Maria «nunquam satis». «Tampoco en el ámbito del pensamiento cristiano resulta incomprensible una paradoja así: pues también el Cordero de Dios, que está victorioso sobre el trono de su Padre, será eternamente el Cordero como degollado (Ap 13,8), y, después de todo, también el Apóstol expone detalladamente que su fuerza apostólica descansa en su configuración con el Crucificado: “Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,10).

            De esta tensión aparente de las verdades mariológicas podemos decir aún más profundamente: cuanto más entregado está un hombre a Dios y más abismado se encuentra en él, tanto más puede Dios, cuando quiera, ponerlo de relieve en su independencia.

Si Jesús dice de sí mismo “Yo soy la luz (Jn 8,12), y lo hace con una exclusividad sublime, nada le impide, sin embargo, designar a su vez a sus discípulos, que le están completamente entregados, diciendo: “Vosotros sois la luz del mundo... Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14.16). De nuevo habría que recordar a Pablo, cuya luz propia quedó completamente extinguida primero, a las puertas de Damasco, para que Cristo encendiera en él su luz y ésta iluminara grandemente el orbe».

            En esta primera parte queremos intentar profundizar en las leyes de esas relaciones; por tanto, en la doctrina cristiana sobre María, para a partir de allí, en una segunda parte, poder deducir la forma correcta de la veneración y piedad marianas de la Iglesia. Ambas cosas, doctrina y piedad, deben poseer, conforme al carácter definitivo y escatológico de la misma revelación neotestamentaria, un núcleo definitivo, cuya existencia se ve plenamente confirmada por la historia de la mariología y de la piedad mariana.

            Por otro lado, la Iglesia, junto con su interpretación de la revelación, camina a lo largo de los períodos de la Historia universal en constante cambio; surgen nuevos aspectos,  mientras que otros se desvanecen, se busca compensar las perspectivas parciales, pero éstas no rara vez son sustituidas por extremos contrapuestos; así, también hoy existe el deber de expresar lo válido de forma nueva y acorde con los tiempos, y de incluir además lo permanente, pero de la forma más mesurada posible.

5. 1 LAS DIMENSIONES DEL SÍ MARIANO

            Dice nuestro autor:

            «Existe acuerdo en afirmar que la respuesta final de María al ángel, y a través de él a Dios, “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”, fue la expresión plena de la fe de Abraham y de todo Israel.

            Ya a Abraham se le había reclamado una obediencia entusiasta de fe cuando se le exigió devolver a Dios en el monte Mona precisamente el don que Dios le había hecho por su fe, el hijo de la promesa, en un sacrificio espiritualmente completo, sólo interrumpido en su materialidad.

            En el caso de María, Dios irá hasta el final de esa fe cuando, en la cruz, junto a la cual está ella de pie, no interviene ningún ángel rescatador, y ella debe devolver a Dios a su Hijo, el hijo del cumplimiento, en una oscuridad de fe incomprensible e impenetrable para ella.

            Pero ya en la concepción de Jesús se exige un acto de fe que supera infinitamente al de Abraham (y con mayor razón el de Sara, que se rió incrédula). La Palabra de Dios, que quiere tomar carne en María, necesita un sí receptivo que sea pronunciado con la persona entera, espíritu y cuerpo, sencillamente sin restricción alguna (ni siquiera inconsciente), y que ofrezca la totalidad de la naturaleza humana como lugar de la humanación.

            Recibir y consentir no tienen por qué ser algo pasivo; respecto a Dios son siempre, cuando se realizan en la fe, suprema actividad. Si en el SÍ de María hubiera habido siquiera la sombra de un reparo, «de un hasta aquí, pero no más lejos», a su fe se habría adherido una mácula, y el Hijo no habría podido tomar posesión de toda la naturaleza humana.           Esta carencia de reparos del si de María se revela quizás más claramente allí donde María aprueba también su matrimonio con José y deja en manos de Dios su compatibilidad con su nueva tarea. Lo mismo que esta cualidad del sí de María está condicionada totalmente desde la cristología, también lo están las dos declaraciones dogmáticas conectadas con ella, acerca de su virginidad y su condición libre del pecado original común.

            La virginidad, por el contrario, asegura el hecho cristológico de que Jesús sólo reconoce como suyo a un Padre, el del cielo, como resulta visible claramente por la respuesta que da con doce años “Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando... ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49).

            Es imposible que un hombre tenga dos padres, dice ya con precisa brevedad Tertuliano, por eso la Madre debe ser virgen. Esta virginidad motivada cristológicamente tiene su sentido fundamental, no en una integridad sólo corpórea, hostil al sexo, que poseería importancia religiosa tomada en sí misma, sino en la maternidad de María; para poder ser la madre del Hijo mesiánico de Dios, que no puede tener ningún otro padre salvo Dios, ella debe ser cubierta por la sombra del Espíritu Santo, y además esto significaba pronunciar su sí que abarcaba la totalidad de su persona, alma y cuerpo.

            También la virginidad dentro de la Iglesia será oportuna más tarde sólo con ese mismo sentido, para, en un seguimiento lejano de María, poder ocuparnos «sin división», como dice Pablo, “con cuerpo y alma santos” (es decir, consagrados a Dios), “de las cosas del Señor” (1 Cor 7,34), en una especie de maternidad espiritual que Jesús mismo prometió a los que escuchan y cumplen la palabra de Dios con fe pura (Lc 8,21).

            Hay otra cosa digna de consideración en la escena de la anunciación: ésta no es sólo una escena cristológica en su conjunto, sino además una escena trinitaria. Su estructura es, de forma totalmente espectacular, la primera revelación de la Trinidad de Dios. Las primeras palabras del ángel a María la llaman la agraciada por antonomasia, le traen el saludo del “Señor”, Yahvé, el Padre, al que como creyente judía conoce.

            Ante su reflexión sobre lo que podía significar este saludo, el ángel le revela en una segunda intervención que de ella nacerá el “Hijo del Altísimo”, que al mismo tiempo será el Mesías para la casa de Jacob. Ya la pregunta acerca de lo que se espera de ella, el ángel le desvela en una tercera explicación que el Espíritu Santo la cubrirá con su sombra, de manera que su Hijo se habrá de llamar con razón “Santo e Hijo de Dios”. A lo cual María responde que se cumpla todo en ella, la esclava.

            Por ese motivo, paralelamente a la vida de Jesús, existe también una vida de María en la que, desde la intimidad del aposento de Nazaret, ella va siendo preparada para el papel que le habrá de tocar en suerte junto a la cruz: ser prototipo de la Iglesia».                         

5. 2 Preparación de María para la maternidad eclesial

            «Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos. 

            Esta educación está desde un principio bajo el signo de la espada vaticinada por Simeón, que ha de atravesar el alma de la Madre. Es un proceso sin miramientos. Todas las escenas que se nos han transmitido son de un rechazo más o menos brusco. No es que Jesús no fuera obediente durante treinta años, cosa que se asegura explícitamente (Lc 2,51). Pero, de forma soberana y desconsiderada, hace saltar por los aires las relaciones puramente corporales a las que tan estrechamente seguía ligada la fe en la Antigua Alianza: en lo sucesivo, ya se trata sólo de la fe en él, la Palabra de Dios humanada.

            María tiene esta fe; esto resulta especialmente claro en la escena de Caná, en la que dice sin desconcertarse: “Haced lo que él os diga”; ella, la que cree perfectamente, debe aguantar, sin embargo, como objeto de demostración para el Hijo y su separación respecto a la “carne y sangre” (desde el sí de ella se puede dar forma a todo) y ser preparada precisamente así para la fe abierta y consumada.

            Como hemos visto, brusca resulta ya la respuesta del adolescente, que contrapone su Padre al supuesto padre terreno; ahora sólo cuenta el primero, lo entiendan o no sus padres terrenos. “No lo comprendieron” (Lc 2,50).

            Inexplicablemente áspera es la respuesta de Jesús a la delicada insinuación suplicante de su madre en Caná: “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”. Tampoco esto lo debió de entender ella. “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), presumiblemente la hora de la cruz, cuando la Madre recibirá el derecho pleno a la intercesión.

            Su fe inquebrantable: “Haced lo que él os diga” obtiene, no obstante, una anticipación simbólica de la eucaristía de Jesús, lo mismo que la multiplicación de los panes la prefigura. Casi intolerablemente dura nos parece la escena donde Jesús, que está enseñando en la casa a los que lo rodean, no recibe a su madre, que se encuentra a la puerta y quiere verlo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,34s.).

            ¡Cuánto se alude aquí sobre todo a ella, aunque no sea mencionada! Pero ¿quién lo entiende? ¿Lo entendió ella misma? hay que acompañar espiritualmente a María en su regreso a casa y hacerse cargo de su estado de ánimo: la espada hurga en su alma; se siente, por decirlo así, despojada de lo más propiamente suyo, vaciada del sentido de su vida; su fe, que al comienzo recibió tantas confirmaciones sensibles, se ve empujada a una noche oscura. El hijo, que no le hace llegar noticia alguna sobre su actividad,  ha como escapado de ella; no obstante, ella no puede simplemente dejarlo estar, debe acompañarlo con la angustia de su fe nocturna.

            Y una vez más es colocada como alguien anónimo en la categoría general de los creyentes: cuando aquella mujer del pueblo declara dichosos los pechos que amamantaron a Jesús. Esta fémina da ya comienzo a la prometida alabanza por parte de todas las generaciones, pero Jesús desvía la bienaventuranza: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).

            El sentido de esta continua ejercitación en la fe desnuda, y en el estar de pie junto a la cruz, a menudo no se comprende suficientemente; uno se queda asombrado y confuso ante la forma en que Jesús trata a su madre, a la que se dirige en Caná y en la cruz llamándola sólo “mujer”.

            Él mismo es el primero que maneja la espada que ha de atravesarla. Pero ¿cómo, si no, habría llegado a madurar María para estar de pie junto a la cruz, donde queda patente, no sólo el fracaso terreno de su Hijo, sino también su abandono por parte del Dios que lo envió? También a esto tiene que seguir diciendo sí, en definitiva, porque ella asintió a priori al destino completo de su hijo. Y, como para colmar la copa de amargura, el Hijo moribundo abandona además explícitamente a su madre, sustrayéndose a ella y encomendándole en su lugar otro hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).

            En ello se suele ver ante todo la preocupación de Jesús por el ulterior paradero de su madre (con lo cual queda patente al mismo tiempo que María evidentemente no tenía ningún otro hijo carnal, pues, de haberlo tenido, habría sido innecesario e improcedente entregarla al discípulo amado); pero no se debe pasar por alto además este otro tema: lo mismo que el Hijo está abandonado por el Padre, así él abandona a su madre, para que ambos estén unidos en un abandono común. Sólo así queda ella preparada interiormente para asumir la maternidad eclesial respecto a todos los nuevos hermanos y hermanas de Jesús».

5. 3. María, prototipo de la Iglesia

            Las ideas acerca de este tema, incansablemente meditadas y ahondadas por la tradición católica, son tan ricas, que aquí sólo podemos aludir a ella brevemente. Pero no se pueden tildar de insignificantes y superadas, como desgraciadamente se hace con frecuencia en la reflexión actual sobre la Iglesia.

            Maria es encomendada por su Hijo a la protección de uno de los apóstoles, por consiguiente a la Iglesia apostólica. Con ello Jesús regala a la Iglesia ese centro o cima que encarna de forma inimitable, pero a la que siempre hay que aspirar, la fe de la nueva comunidad: el sí inmaculado, ilimitado, a todo el plan divino de salvación para el mundo. En este centro y cima, la Iglesia es, no sólo en la eternidad venidera, sino ya ahora, la “esposa sin mancha ni arruga”, la “inmaculada”, como la llama Pablo explícitamente (Ef 5,27).

            Pero este miembro preeminente de la Iglesia no posee sus cualidades especiales a título privado, para sí mismo, sino, con una fecundidad nueva derivada de la gracia de la cruz. Cuanto con mayor pureza recibe un hombre la gracia de Dios, más evidente es su disposición a no retenerla para sí, sino a hacer participar de ella a todos los demás.

            Por eso la madre de Jesús, que gracias a su hijo pudo recibir la suprema disponibilidad creyente y amorosa, es a la vez el prototipo preeminente y el modelo que se ha de imitar y que presta su ayuda en esta empresa: la representación popular del manto de gracia de la madre de Jesús, que se extiende en torno a todos los miembros de la Iglesia, expresa a la vez las dos caras de una misma verdad.

            Por lo cual, siempre se ha de tener presente que esta imagen no descansa en sí misma; María no es la remodelación de una diosa protectora pagana, sino que da su perfecto sí eclesial a la persona y a la obra del hijo, el cual sólo puede ser comprendido como uno de la Trinidad de Dios. Por consiguiente, como habrá que indicar después, no puede haber una piedad eclesial que se detenga en María; si dicha piedad es eclesial  y es mariana, inmediata y necesariamente continuará por María a Jesús, y por éste en el Espíritu Santo al Padre.

            En el carácter modélico de María dentro de la Iglesia se encuentran ocultos varios conceptos y consecuencias importantes para nuestro tiempo. En primer lugar, el de que la Iglesia en su núcleo perfecto se ha de considerar femenina, cosa que no puede sorprender a nadie que conozca la Biblia del Antiguo y Nuevo Testamento.

            Ya la Sinagoga era descrita respecto a Yhaveh ante todo como femenina, como novia o esposa, igual que la Iglesia de la Nueva Alianza en su relación con Cristo (cf. sólo 2 Cor 11, 1s.), llegando hasta la boda escatológica entre el Cordero y su esposa engalanada para la unión.

            Esta feminidad de la Iglesia es la denominación, mientras que el ministerio de servicio desempeñado por los apóstoles y sus seguidores varones es una pura función dentro de esa marca dominante. Esta relación se debería tener mucho más presente cuando hoy en día se entablan discusiones sobre la eventual participación de la mujer en el ministerio de servicio. Visto con mayor profundidad, con tal cambio la mujer entregaría más por menos.

            Y así, en este punto, la imagen del manto de gracia de María puede ser también trasladada, en cierto sentido, a la fecundidad virginal y materna de la Iglesia: ese manto se extiende sobre toda la Humanidad, hasta donde llega la voluntad salvífica de Dios, y con este manto se significa, tanto la acción apostólica exigida categóricamente de la Iglesia, como también la oración que incluye a todos los hombres y el sufrimiento de la Iglesia ofrecido por el mundo en su conjunto.

            Si en este momento volvemos con el pensamiento a la escena de Caná, donde Maria, pese al rechazo de Jesús, habla a los criados con una fe firme: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5), queda patente con qué certeza de ser escuchada puede presentar su súplica y sacrificio la Iglesia que ora y sufre por la redención del mundo.

 (Cfr HANS URS VON BALTHASAR, María en la doctrina y la piedad de la Iglesia, en MARÍA, IGLESIA NACIENTE, Madrid 199, pag 81-88)

5.4. CREDO MARÍANO (Fr. NEAL M. FLANAGAN, de los Siervos de María)

1.-  “Creo que el “Fiat” de María señaló el inicio de la era cristiana, fue el ejemplar original de todo cristiano que cree, de todo cristiano que se abre a Dios.

            En un tiempo como el nuestro, invadido por movimientos de liberación, es hermoso y conmovedor descubrir que Dios dio principio a la era cristiana escogiendo a una mujer, una mujer hebrea.

            En el evangelio de Lucas—y también en sus Hechos de los Apóstoles— el iniciador es el Espíritu Santo; Él es el guía divino que traza el camino de Jesús en el mundo, sobre la cruz.

            El “Fiat” de María es fe que se expresa y, a la vez, fe que se concibe. Creyendo en el Espíritu, ella se hizo Madre del Hijo de Dios, viviendo por Él y para Él. Mejor noble meta no se nos pudo ofrecer.

2.- Creo que el “Fiat” de María la introdujo en lo más vivo de la obra salvadora de Cristo. Madre del Siervo doliente de Yahvé, también ella fue implicada en el dolor, en el sufrir y en la gloria que acompañan al amor que se entrega.

                        “He aquí la Sierva del Señor” —dijo María—. La criada, la sierva que engendró al hijo siervo, el siervo doliente de Yahvé llamado a sacrificar la propia vida por los pecados de muchos.

            El anciano Simeón, “el hombre justo y dócil a Dios”, habló abiertamente del hijo siervo que el profeta Isaías (42, 6) había llamado “luz reveladora para los gentiles y gloria para su pueblo, Israel” (Lc. 2, 32).

            Sin embargo, Simeón no habló de la pasión del siervo de Yahvé sino de María doliente con Él. Asociada a la misión del Hijo, fue conducida por el mismo camino de la Cruz y, como Él, anonadada en completa entrega.

            El camino de la Cruz del siervo de Yahvé fue también el camino recorrido por la Madre. Es nuestro mismo camino, pues somos hermanas y hermanos suyos.

3- Creo, que a la disponibilidad de María para con Dios le acompañó su apertura a las necesidades del prójimo: aquella de Isabel, de los jóvenes esposos de Caná, de Cristo sobre la Cruz, de la Iglesia naciente.

            El Siervo, hijo de María, “no había venido —como Él dijo— para ser servido, sino para servir, para dar su vida en rescate por muchos” (Mc. 10, 45).

            También María ha venido para servir. Su “Fiat” a Dios encontró respuesta en el “Fiat” al prójimo. Su “hágase” fue oído por las voces que repetían con lágrimas su petición de ayuda. ¿Tenía Isabel necesidad de ella? Vedla llegar, sola, ansiosa, veloz en sus pasos. ¿Tenían necesidad de ella los jóvenes esposos de Caná? Fue la primera en darse cuenta de su situación e intervino. ¿La buscaba su hijo en el Calvario? Allí estaba. En el miedo, en la alegría, en la confusión que siguieron al viernes santo y al domingo de pascua ella estaba junto a los demás: para condividir, para ayudar, para ser ayudada.

4.- Creo que el sí continuo de María a Dios y al prójimo es la expresión viviente de la radical ausencia de pecado en ella. Por eso es y la llamamos Inmaculada Concepción.

            Si el pecado es romper la comunión, es separación del hombre de Dios su Padre, y es división de los propios semejantes: indisponibilidad a aceptar a Dios como padre, a aceptar al prójimo como hermana o hermano.

            La ausencia de pecado en María no es un atributo negativo, ni la separa de la condición humana, sino más bien lo contrario. Ausencia de pecado es apertura ilimitada a Dios, a su amor, a sus designios, a sus solicitudes, y es también disponibilidad para advertir las laceraciones y necesidades de cuantos sufren y piden ayuda.

            La ausencia total de pecado, la Inmaculada Concepción de María, no es un foso abierto entre ella y su prójimo, sino un puente echado entre María y cuantos viven en la necesidad.

 5 - Creo que la Asunción de María, como la resurrección de Cristo, nos es garantía y esperanza de que el amor es de verdad más fuerte que la muerte.

            «El amor es más fuerte que la muerte». ¿Es acaso un sueño de los poetas o el sentido evangélico de la realidad? El amor de los padres engendra vida; el amor modela la vida en su nacer y la hace crecer y madurar. El amor llega a empujar la vida más allá de la rendición declarada de la ciencia médica. Según el evangelista Juan, el amor es vivir, no morir nunca. Jesús murió amando porque había amado, para amar más aún. Por eso pasó a vida más intensa.

            María participó de la vida del Hijo. También para ella la muerte fue tránsito hacia una vida en plenitud. Vivir, para ella, era amar; su morir era ya un encontrarse en la vida. Su condición será la nuestra.

6 - Creo que María, en cuanto Madre de Cristo, plasmó largamente la personalidad y el ambiente en que creció Cristo. “¿No es él el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). ¿No posee, acaso, la dulzura de su Madre? Su sensibilidad, su solicitud por los otros, su imaginación poética, su intuición diríamos son dotes femeninas.

            Su disponibilidad en el servir --¿no tenía quizá un modelo delante de los ojos?-- ¿Qué decir del empuje de su amor, de sus atenciones? ¿Es tal vez sólo un don recibido de lo alto? ¿Y la sencillez con que sabía acercarse a la mujer, a toda tipo de mujer, y cómo era capaz de amarlas? ¿Lo aprendió por caso en la Sinagoga? ¿No fue una mujer en cambio su primera y mejor maestra, una mamá, su Madre?

7 Creo que María no es solamente un modelo, un ideal lejano, sino una persona viva, viva y resucitada para siempre, amable de forma extraordia.

            “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá...” (Jn 2, 25). Jesús vive, sus apóstoles viven, sus discípulos viven. María vive, de vida humana, gloriosa, en la plenitud de la vida.

            María no es sólo un modelo, un simple ideal, una meta lejana, una cosa, sino una mujer resplandeciente en la gloría del Hijo del Padre, de un Hijo —parece cosa imposible de creer— que es también su Hijo, por el Amor del Espíritu Santo.

¡Esto, oh Señor, creo; socorre Tú mi incredulidad!

FR. NEAL M. FLANAGAN, de los Siervos de María

ofreceros las ideas principales de este documento, con el deseo expresado por el Papa de que «tomen de nuevo entre las manos el rosario» redescubriendo esta oración mariana que ha ido perdiendo tristemente práctica entre las familias y los fieles cristianos y que si se comprende bien y se reza, «conduce al corazón mismo de la vida cristiana».

INTRODUCCIÓN

1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y

fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (¡duc in altum!), para anunciar, más aún, «proclamar» a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».

            El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

Los romanos pontífices y el rosario

            Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano

II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.         Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria.

            El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo.

El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».

            Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: ¡Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!

Vía de contemplación

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración». Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.

“¡Ahí tienes a tu madre!”(Jn 19, 27)

7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto:

«¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima, cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.

CAPÍTULO 1

Contemplar a Cristo con María

Un rostro brillante como el sol

9. “Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol” (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada «como icono de la contemplación cristiana». Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: “Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (2 Co 3, 18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande

aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

            Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han

acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

            Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza». Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.   

            Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza», también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».

            El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia. 

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

            El primero de los “signos” llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

            Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe», en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).

CAPÍTULO II

MISTERIOS DE CRISTO, MISTERIOS DE LA MADRE

 

El Rosario «compendio del Evangelio»

18. Ala contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»

            El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».

De los «misterios» al «Misterio»: el camino de María

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio». El “duc in altum” de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).

            El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).

Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que « el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana ».

            A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».

             El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre, desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

CONCLUSIÓN

«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»

39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.

La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.

RESUMIENDO: EL ROSARIO NOS LLEVA:

a)  A CRISTO:

— RECORDAR A CRISTO CON MARÍA. Se trata de penetrar de misterio en misterio en la vida del Redentor, asimilarlo profundamente, para que forje nuestra existencia humana y cristiana.

— COMPRENDER A CRISTO CON MARÍA. Nadie como María puede introducirnos en un conocimiento profundo de la realidad y del misterio de Cristo. Nadie conoce a Cristo mejor que María. Nadie puede hacernos vivir mejor su vida de amor y de entrega a los hombres.

— IMITAR A CRISTO CON MARÍA. Todo cristiano está llamado a tener los mismos sentimientos y actitudes de Cristo. El santo rosario lo consigue por doble camino: primero, porque es oración sobre la persona y la vida de Cristo y segundo, porque lo hacemos con María. La Virgen, que ayudó a Cristo en su crecimiento humano en Nazaret, nos ayuda ahora también a nosotros en su seguimiento e imitación.

— PEDIR Y ROGAR A CRISTO CON MARÍA. “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá,” nos dice Jesús insistentemente en el evangelio. Cuando nosotros pedimos y suplicamos al Señor, María interviene con su intercesión maternal, ayudándonos en nuestras peticiones y necesidades. Se hace nuestra portavoz ante el Padre y el  Hijo. Y Ella es omnipotente suplicando con nosotros y por nosotros.

— A PREDICAR A CRISTO CON MARÍA. Toda oración cristiana es diálogo con Cristo. Este diálogo nos

hace conocer y amar más  a Cristo; al conocerlo y sentir su amor, nos capacita para  anunciar a Cristo a los demás con palabras y obras llenas de fuego apostólico. POR ESO:

— LOS MISTERIOS DE GOZO nos ayudan a comprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es, ante todo, buena noticia, que se centra en Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.          

— LOS MISTERIOS DE LUZ, añadidos por el Papa en esta carta, nos ayudan a comprender que Cristo es la LUZ del mundo y la vida de los hombres: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

— LOS MISTERIOS DE DOLOR nos ayudan a vivir con María la pasión de Cristo, uniéndonos con nuestros sufrimientos y siendo corredentores con Ella, la única que permaneció de pié junto a la cruz.

— LOS MISTERIOS DE GLORIA nos ayudan a encontrarnos con  Cristo vivo y resucitado, que vive con nosotros en la Eucaristía y nos espera en la gloria.

b) CON MARÍA Y COMO MARÍA:

– “salve, llena de gracia, el señor está contigo”

–  “no temas, maría, porque has hallado gracia ante dios.”

– “he aquí la esclava del señor, hágase en mí según tu palabra.”

– “maría se puso en camino y con presteza fue a la montaña.”

– “bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre.”

– ¿de dónde a mí que la madre de mi señor venga a visitarme?

– “mi alma glorifica al señor, se alegra mi espíritu en dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava.”

– “no tienen vino”

– “haced lo que el os diga.”

– “maría conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”

– “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el señor se cumplirá.”

– “mujer, he ahí a tu hijo” y al discípulo: “he ahí a tu madre.”

c) POR ESO, REZANDO EL ROSARIO, NO OLVIDAREMOS QUE

-- Si Jesús es la Luz, María es la madre de la luz;

-- Si Jesús es la vida, María es la madre de la vida;

-- Si Jesús es el amor, María es la madre del amor;

-- Si Jesús es nuestra  esperanza, María es la madre de la   esperanza;

-- Si Jesús es la paz, María es la madre de la paz;

-- Si María está junto a nosotros, tendremos siempre la luz, la vida, el amor, la esperanza y la paz.

d)  EL ROSARIO ES UNA FORMA SENCILLA Y EFICAZ DE HACER ORACIÓN TODOS LOS DÍAS

            «Nos lo enseña magistralmente Lumen gentium: <Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda lo comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes>» (LG 65).

            El rosario es como la oración del corazón, que sintoniza con el corazón de María en la contemplación de los misterios de Jesús: nacimiento e infancia (gozosos), vida pública (luminosos), pasión y muerte en cruz (dolorosos), gloriosa resurrección (gloriosos). El centro del rosario es Jesucristo. El rosario es una oración cristocéntrica. Y a Él nos acercamos desde el corazón de María, balcón privilegiado para contemplar el precioso paisaje de la vida de Cristo en todos sus misterios.

            María, que guarda en su corazón todas las enseñanzas de su Hijo, nos enseña a imitarle, a compartir los sentimientos de Cristo. El rosario es una escuela de vida cristiana. Y está al alcance de todos, de los sencillos y de los cultos, de los avanzados en la vida espiritual y de los que comienzan. No olvidar el mensaje del Arzobispo Norteamericano FultonSheen en su campaña del rosario en familia: «Familias, rezad el rosario. Familia que reza unida, permanece unida».

            El mismo Vaticano II, en la Presbyterorum Ordinis, aconseja a los sacerdotes la devoción mariana, cuyo santo y seña principal es el rezo del santo Rosario: «En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio”.

            Don Demetrio FERNÁNDEZ, Obispo de Tarazona, nos decía en una carta pastoral: «Es lo primero que hago todos los días. Después del aseo, un rosario. Es el momento de estrenar el día abriéndose al amor de Dios, que cuida de nosotros continuamente. Después vienen otras oraciones. Y luego, también durante la jornada, otros rosarios. Pero ése de la mañana me sabe a gloria.

            Iniciad a vuestros hijos en esta oración, tan sencilla como eficaz. Sacerdotes, invitad al rezo del rosario, y que os vean los fieles que lo rezáis. Es una buena preparación inmediata para la misa, es un medio para iniciar y progresar en la oración.

            Que en la pastoral de los jóvenes no falte el rosario, que alimenta la devoción a la Virgen. Conozco a muchos jóvenes que han aprendido a rezar, rezando el rosario. Ya sé que es más importante la Eucaristía, pero no siempre está a mano, o porque no podemos acudir, o porque no tenemos limpio el corazón. Sin embargo, siempre podemos rezar el rosario, que nos llevará al sacramento del perdón y a la comunión eucarística.

            Algunos dicen que el rosario es una oración monótona. La oración siempre es aburrida, cuando se reduce a un monólogo. Pero eso no es oración. En la oración es esencial la apertura a Dios. La oración es primeramente escucha, y por eso puede ser respuesta.    En el rosario escuchamos a Dios, que en los misterios de la vida de Cristo nos habla hoy. Y nosotros respondemos con María y como María, la mejor discípula de la escuela de Jesús.

            En el rosario hay escucha de la Palabra de Dios, contemplación, alabanza y petición, comunión con toda la Iglesia orante, con todos los que sufren. Pero todo esto es imposible, si no hay amor. Para rezar el rosario, hay que amar, y el mismo rosario se convierte en alimento de ese amor a Dios y a los hombres. Siempre es ocasión propicia para rezar el rosario. Niños, jóvenes, adultos, familias, enfermos, obispos sacerdotes, consagrados. Recemos e invitemos a rezar el rosario.

CAPÍTULO SÉPTIMO

MARÍA, MADRE SACERDOTAL

Pentecostés, para los Apóstoles recién ordenados sacerdotes, fue el viento y las lenguas de fuego posados sobre ellos en presencia y por la oración de María; los Apóstoles oraron con María y como María a Cristo y el Hijo vino sobre ellos hecho fuego de amor y llama viva de sabiduría y experiencia de todo su misterio de Salvación por su Espíritu, que es el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por el cual fuimos soñados, creados y salvados, porque “Dios es Amor”, su esencia es amar y es el Espíritu Santo el que nos revela ese amor y viniendo sobre los Apóstoles lo entendieron de forma vivencial todo el misterio de Cristo y de Dios Trino y Uno; esta venida de Cristo no en carne ni con palabras sino en el fuego de Amor de su Espíritu, Espíritu Santo, fue comienzo en los Apóstoles de la predicación gozosa de Cristo como Salvador del mundo.

            Para nosotros hoy Pentecostés será también descubrir lo que somos en Cristo, es decir, nuestro ser y existir sacerdotal,  nuestro actuar valientemente predicando a Cristo, como único Salvador de este mundo, a quien no le pueden salvar ni el dinero y la política ni la técnica, sólo tiene un Salvador que es Jesucristo, Sacerdote y Víctima ofrecida y aceptada por el Padre como satisfacción por nuestros pecados. Pero todo esto, como en los Apóstoles, orando con María y como María, orando a María.

7. 1 PARA SER SACERDOTES DE CRISTO NECESITAMOS LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO QUE NOS LLENE DE SU PRESENCIA  COMO A MARÍA

Y María nos lleva al Espíritu Santo que vino sobre Ella y la llenó del amor y la vida del Hijo que nació en su seno, como Sacerdote Único del Altísimo, por la potencia del Amor de Dios. Para vivir  y sentir nuestro ser sacerdotal necesitamos como los Apóstoles reunirnos en comunidad pascual de Cristo Resucitado con María y potenciar así lo que somos, recibido un día por la imposición de las manos del Obispo y por el don del Espíritu.

Podemos recordarlo ahora. Para los sacerdotes de mi tiempo, años 1955-1965, la composición de lugar es fácil; sería aplicar los sentidos: ver una larguísima fila de seminaristas con sotana y roquete; detrás de ellos los ordenandos recogidos junto al Sr. Obispo, con las vestiduras específicas según el grado que habían de recibir; oler el tomillo recogido la tarde anterior por los seminaristas en el paseo hacia el Klm 4 y que nos servía de alfombra desde el Palacio hasta la entrada en la Catedral; oír el órgano que acompañaba a pleno pedal la invocación que todos llevábamos en el corazón toda esa semana, invocación que todos cantábamos: «Veni, Sancte Spiritus, et emitte coelitus, lucis tuae radium...» y que irá siempre unida al recuerdo agradecido al Espíritu Santo por nuestra ordenación sacerdotal en la Catedral el sábado de la octava de Pentecostés.

Por eso, todo nuevo Pentecostés debe encontrar a los sacerdotes reunidos en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús y de todos los elegidos: “Mujer, he ahí a tu hijo”, y todos nosotros estamos representados por Juan que no hacía veinticuatro horas que había sido ordenado sacerdote; nos reunimos hoy con María para escuchar con Ella y como Ella la plenitud del Espíritu (1ª meditación) y para sentir gozosamente la vivencia de lo que somos por el mismo Santo Espíritu: signos personales de Cristo Sacerdote, cabeza y buen pastor( 2ª meditación), que nos envía al mundo para comunicar valientemente la mejor Noticia que nosotros podemos dar y ellos escuchar: “Cristo ha muerto y ha resucitado por vosotros; por pura gracia, gratuitamente estáis justificados” (Ef 2, 4-10).

            Está claro que si hablo de la Virgen no es por sentimentalismo, sino por teología, por evangelio, porque Ella, como madre de Cristo, sacerdote y buen pastor, tiene una relación muy directa y estrechísima con los prolongadores del Sacerdote Único del Altísimo, Jesucristo, su Hijo.

            Por la vida de Cristo, por la historia de la Iglesia y por propia vivencia estoy convencido de la importancia de la presencia de María en nuestra vida sacerdotal y he lamentado que se hable poco de estos aspectos marianos en nuestro ser y existir como sacerdotes de Cristo.

            La celebración de Pentecostés es una ocasión propicia. Vamos, pues, a meditar un poco sobre ello, convencidos de que el dato mariano como el pneumatológico  son fundamentales para el pastor de almas. Son como relaciones necesarias y como connaturales entre María y el sacerdote; parecidas a nuestra relación con Cristo Eucaristía: no puedo trabajar y predicar con entusiasmo de Cristo y luego Cristo me aburre personalmente en la oración, no paso largos ratos con Él, o celebro de cualquier modo la Eucaristía o paso delante del Sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia o hablo en la iglesia como si estuviera en un salón o en la calle... Y hablo así porque hay una oración eucarística, que todos nos sabemos y rezamos con frecuencia, donde la experiencia, el sentir y el gustar la Eucaristía sigue del «Oh Dios, que este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas celebrar, participar y venerar del tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención».

            Vemos cómo la liturgia nos dice que la experiencia, el sentir lo que celebramos va en la línea de venerar de tal modo, esto es, con tanta fe y amor que experimentemos los frutos de lo que celebramos.

            Pues esto que la liturgia nos dice en relación con la Eucaristía, lo podemos aplicar también a la Virgen y el Espíritu Santo: Veneración y experiencia van unidos, van juntos, siguen el uno al otro.

            Cristo ha querido que la devoción a su Madre vaya muy unida a la experiencia sacerdotal, a la vivencia de lo que somos. Y así lo vemos claramente reflejado en la comunidad pascual: “Los apóstoles estaban reunidos con María el día de Pentecostés”. Ella, con su presencia, su palabra y su oración colaboró a que el Espíritu Santo les diera a los Apóstoles   de lo que eran y les infundiera el gozo y la valentía de predicar a Cristo, nacido de María, como único Salvador del mundo. La Verdad es que todos los sacerdotes queremos mucho a la Virgen. Porque Ella es nuestra madre, nos la entregó Cristo como un tesoro, como la mejor herencia junto a la cruz, donde María, «no sin designio divino» dice el Vaticano II, colaboró a la obra de nuestra salvación unida al Sumo Sacerdote.  Muchas veces se lo expreso así a mis feligreses: Si me decís que no amáis a Cristo, que os cuesta seguirlo, os creo, porque Cristo es Dios y ya no puede abajarse más de lo que ha hecho; pero si me decís que no amáis a la Virgen, os diré que no lo habéis intentado, porque la Virgen no exige nada, es madre, es tan sencilla y humilde que se la quiere sin querer. La Virgen es una criatura hecha por Dios a la medida de nuestras limitaciones, es una madre tan servicial que uno tiene que estar siempre agradecido. No hay que hacer esfuerzo. Basta mirarla y pedirla. El Jefe ya es otra cosa, hay que purificar mucho antes de sentir su presencia. Es Dios y no puede dejar de serlo.

7. 2 CRISTO QUISO Y ORÓ PARA QUE EL ESPÍRITU SANTO  LLEVASE  A LOS APÓSTOLES A LA “VERDAD COMPLETA”

            Vamos a meditar ahora, reunidos con María, en el significado de estas palabras en las que Jesús promete a los Apóstoles el Espíritu Santo: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré... cuando venga os llevará a la verdad completa”.

            Convenía que Cristo se fuera, porque los Apóstoles se habían fijado sólo en lo externo de Cristo, en sus milagros, en sus hechos, pero lo más grande de Cristo es su Espíritu, sin interioridad, sus sentimientos, su interior. Entonces tenía que desaparecer en su forma externa y física para que los Apóstoles llegaran a descubrirla. Sería una venida del mismo Cristo, pero hecho todo fuego, llama de amor viva, Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo es el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el beso y abrazo de Amor que es el Espíritu. Y eso es la verdad completa para Cristo. Y sólo el Espíritu Santo, su Espíritu hecho solo amor, sin palabras, la puede enseñar.

            La Verdad completa es la experiencia de lo que sabemos, creemos, rezamos. Creer y saber las verdades, a palo seco, sin sentir nada, es verdad incompleta. Cuando la teología no experimenta, llega a olvidarse. Cuando la liturgia no se vive, todo es puro ritualismo vacío de sabor y vida. Lo decía San Ignacio: «No el mucho saber hasta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente».

            La Verdad completa que Cristo nos promete es la vivencia de la Santísima Trinidad dentro de nosotros, porque somos templos del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por la potencia de Amor del Espíritu Santo: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviera en la Eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro Misterio».

            Todos nosotros hemos rastreado estos paisajes de alma en los años tranquilos y gozosos del Seminario. Hoy quizás no cueste más trabajo entrar dentro de nosotros mismos. Pero si hacemos oración a la Virgen, si la invocamos, si Ella camina junto a nosotros en nuestra vida pidiendo, contemplando, a la que es modelo de la Iglesia, de todos los cristianos, de todos los sacerdotes, su oración: “María meditaba todas estas cosas en su corazón” y su ejemplo y su ayuda, como a los Apóstoles en le Cenáculo, nos puede ayudar mucho para recibir el Espíritu Santo y llegar así a la verdad completa de Cristo, de nuestro sacerdocio, de nuestro apostolado.

            Lo que más nos interesa esta mañana de Ella es todo lo referente a su aspecto teológico-sacerdotal. La explicación de esta unión de María con nuestro sacerdocio es muy sencilla.

7. 3 MARÍA, MADRE SACERDOTAL

            Maria ha sido elegida para ser Madre de Cristo Sacerdote, para que en su seno tuviera origen el ser y actuar sacerdotal de Cristo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí esto yo para hacer tu voluntad” (Hb 8, 27).

            María ha sido elegida para estar siempre unida a la obra redentora de Cristo, asociada desde la Anunciación a su misión redentora como sacerdote y víctima de propiciación por los pecados del mundo  hasta el Calvario donde “Estaba junto a la cruz su madre...” Como los sacerdotes son los que prologan esa obra redentora en la tierra, los que hacen presente todo este misterio de salvación, especialmente en la Eucaristía, la Virgen tiene que seguir unida ejerciendo esa tarea maternal que Cristo la confió: “He ahí a tu madre” “he ahí a tu hijo”. María está muy unida a todo sacerdote, porque somos signos personales de Cristo Sacerdote, Cabeza de la Iglesia y buen Pastor, al cual Ella, por voluntad de su Hijo, «no sin designio divino», como dice la Lumen gentium, estuvo asociada como madre.

            Recordemos que María ha dado a luz y ha alimentado y educado y cuidado a Cristo en su realidad concreta. La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María. La maternidad de Maria dice relación directa al ser, a la función y a la vivencia sacerdotal de Cristo que el seno de Maria inicia su “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. María y Cristo engendrado por el Espíritu Santo tienen un mismo corazón y una misma sangre y un mismo respirar, y esa sangre recibida de María será la que derrame por nuestra salvación. Por lo tanto, las vivencias  y los sentimientos y las actitudes sacerdotales de Cristo, desde el seno materno, dicen una relación intimísima. Podemos decir que entre Cristo sacerdote y María hay una unión biológica y total: carne y espíritu.

            María abre su seno y su corazón a la Palabra pronunciada con todo amor por el Padre, al Verbo encarnado, que queda desde ese momento ungido y consagrado por el mismo Espíritu Santo que nos unge a nosotros sacerdotes, y Cristo queda constituido por la potencia de Amor del Espíritu Santo Sacerdote Único de la Nueva Alianza al irrumpir por Maria en el tiempo y espacio de la historia humana, que se convierte en Historia de Salvación.

            Por eso, el Vaticano II, en el Decreto Presbyterorum Ordinis dice: «Veneren y amen los prebíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y Auxilio de su Ministerio».

            Sabe la Virgen del Sacerdocio de Cristo y nuestro más que todos los teólogos y liturgos juntos; lo mismo que de vida, entrega y espíritu sacerdotal. El Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo y Ella los que más saben y pueden ayudarnos en este conocimiento y vivencia. De aquí la pregunta: ¿Cómo ser sacerdote en plenitud y no estar unidos a María, la Madre Sacerdotal? ¿Cómo no pedírselo todos los días, cómo no estar todos los días diciéndole, eso es la oración, Espíritu de mi Cristo, Espíritu Santo, que hiciste a Cristo Sacerdote del Altísimo en el seno de María, y le enviaste al desierto de la oración y de las noches enteras, a la evangelización de las gentes por aquellos caminos de Palestina, hasta que jadeante y sudoroso se sentó en el brocal del pozo esperando a la Samaritana, y lo guiaste hasta la cruz, donde “Estaba también su madre...”, yo quiero sumergirme en el seno, en el corazón  y en respirar y vivir de María, para que sea sacerdote, presencia sacramental de su Hijo,  según tu potencia de Amor.

            El Espíritu Santo y María están muy unidos, celebraron unos desposorios muy fuertes y eficaces porque engendraron al Hijo del Eterno Padre y le dieron una naturaleza humana para que pudiera ser sacerdote y víctima en la cruz. La misma acción hizo sacerdote a Cristo y a María, Madre.

            Todo lo que hemos dicho hasta ahora se refiere más bien al ser sacerdotal de Cristo, al que María estuvo totalmente unida como Madre. Pero es que Ella también estuvo singularmente asociada la actuar sacerdotal de Cristo desde la Encarnación hasta la Cruz. Por lo pronto, Ella, con su especial maternidad-sacerdotal, se anticipó a su Hijo en el sufrimiento y en la victimación cumpliendo la voluntad del Padre.

             Por aceptar la voluntad del Padre y el deseo del Hijo de encarnarse en su seno, precisamente en Ella, María tuvo que sufrir muchas incomprensiones, sospechas y desprecios. No dio explicaciones a nadie, vivió su ofrenda y holocausto en unión con el Hijo que nacía lleno de deseos de Salvación por todos los hombres. Se ofreció al Padre con su Hijo, ofrenda anticipada a la Eucaristía, en victimación silenciosa. La Virgen del silencio martirial. Qué ejemplo para todos los sacerdotes, cuando alguien no nos comprende, no piensa bien de nosotros. María no pierde el tiempo dando explicaciones.

            María es única y elegida como madre unida por disposición divina a la vida y actuación sacerdotal de Cristo, porque lo ha querido y dispuesto la Santísima Trinidad. María participa en esta realidad sacerdotal, que es toda la vida de Cristo, en cuanto instrumento materno, que hace posible la acción sacerdotal de Cristo en la Encarnación, en la Inmolación como sacerdote y víctima en la cruz y en Pentecostés. Y María sigue asociada a la obra que realiza Cristo a través de la humanidad de otros hombres, por voluntad de su Hijo que quiso tener junto a sí en el momento cumbre de su actuar sacerdotal.

            Este sentido sacerdotal de la maternidad de María lo expresa muy claramente la L.G. 58 « Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma... (Jn 19, 25-27)».

7. 4 MARÍA, MADRE SACERDOTAL, OFRECIENDO EL SACRIFICIO JUNTO A LA CRUZ 

            ¿Quién dijo a María que tenía que subir al calvario, quien la llevó hasta la cruz, quién la mantuvo en pié, víctima con la Víctima? Su instinto materno, que era sacerdotal, que era de Cristo, que era por el Espíritu Santo. Todas las fibras de su ser estaban sacudidas. La presencia de María junto a la Cruz no era solamente cuestión “de la carne y de la sangre”, demostraba su compromiso de participación total en el sacrificio redentor del Hijo, por designio misterioso del Padre y así ha quedado para siempre como modelo perfecto de todos los que quieran asociarse sin reservas al ofrecimiento salvador del Hijo.

            “Mujer, he ahí a tu hijo”; esta sobriedad y esencialidad de palabras que se dirían propias de una fórmula casi sacramental hacen pensar, que María, por encima de las relaciones familiares, ha estado vinculada con el Hijo en su misión redentora y sacerdotal y que las palabra de Jesús tienen un valor simbólico que va más allá de la persona del discípulo predilecto. Abarca a todos los hombres, pero singularmente a los sacerdotes como Juan. De esta manera Cristo implica a su madre no sólo en la propia entrega al Padre, sino también en la donación de sí mismo a los hombres, especialmente a los apóstoles.

            “He ahí a tu Madre”; igualmente otras brevísimas palabras dirigidas por Jesús a Juan, parecen como sacramentales, parecen instituir un sacramento. Al amor maternal de María hacia nosotros, deberá responder de nuestra parte un amor filial a Ella. El discípulo de Jesús está invitado a amar a María y a amar como María, sufriendo como Ella junto al Hijo. Con estas palabras Jesús nos viene a decir a todos: Ámala como yo la he amado y así sentirás su ayuda. Si para mi ha sido imprescindible en este momento y consentido que mis amigos se vayan pero, sin embargo, he querido que su presencia y su consuelo y su amor no me falte en este momento, si para mi ha sido imprescindible, ¿cómo no lo será para vosotros?

            En concreto, en estas palabras Jesús funda el culto mariano, el culto filial sacerdotal. Jesús que había experimentado y apreciado el amor maternal de María en la propia vida,  ha querido también que sus discípulos pudieran, por su parte, gozar de este amor materno como componente de su relación con Él, en todo el desarrollo de su vida espiritual y sacerdotal.

            Se trata de sentir a María como Madre y tratarla como Madre para que nos forme como sacerdotes, como prolongadores de la presencia de Cristo,  y nos enseñe a tratarla como elegida por Dios para que nos forme también a nosotros y nos enseñe cómo asociarnos a las actitudes sacerdotales de su Hijo.

            El evangelista concluye diciendo que “desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19, 27). Esto significa que el discípulo ha respondido inmediatamente a la voluntad de Jesús. Como nosotros debemos hacerlo. Aquel gesto de Juan era la ejecución del testamento oral de Cristo que tenía un valor para todo apóstol invitado ya a recibir a María en su casa, a hacerle un puesto en la propia vida. En virtud de las palabras de Jesús agonizante, todo sacerdote, todo apóstol debe ofrecer un espacio a María, no puede dejar de incluir su presencia en su vida sacerdotal. Y todo por voluntad de Cristo.

            Y de hecho, en la historia de la Iglesia, sobre todo desde la Ascensión de su Hijo, María ha estado muy presente en la vida de los Apóstoles en Pentecostés, hasta las manifestaciones y apariciones verdaderas, que nos hablan claro de su amor por todos los hombres. Por lo tanto, María nos será siempre una ayuda y un modelo valiosísimo, imprescindible en nuestra dura y a veces incomprendida vida sacerdotal.

            La maternidad de Maria dice relación al ser y existir sacerdotal de Cristo, corrió su misma suerte, pisó sus huellas de dolor, tuvo sus mismas marcas por su unión al misterio redentor del Hijo. Y como todo sacerdote es prolongación de Cristo, es hijo de María especialmente, y Ella es la que principalmente me puede enseñar a ser y actuar sacerdotalmente como hijo en el Hijo. Es más, en razón de su maternidad actual, de su  actuar salvífico presente sobre la Iglesia, la acción de acción de Maria tiene un marcado sentido sacerdotal y eclesial. Nuestras acciones como sacerdotes para engendrar a sus hijos, los hombres, a la vida cristiana, se identifican a veces con las acciones nuestras sacerdotales. Atención, que estoy rozando el límite, pero no llego a la herejía. Porque no digo cuales, que sería lo más difícil teológicamente, hablo en general, vale. ¿Quién es aquella Señora vestida de sol y coronada de estrellas que en el Apocalipsis aparece entre dolores de parto danto a luz a un hijo? No puede ser el nacimiento del Hijo, que fue sin dolor, sino de los hijos, como los sacerdotes, como la Iglesia a la que representa aquella señora, pero la Iglesia es a los sacerdotes a los que confía en engendrar hijos de Dios por la gracia, la predicación, el apostolado. En relación con María el Vaticano II lo dice muy claro: «Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar, desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues asunta a los cielo, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación eterna» (LG 62).

            Aquí entraría un nuevo concepto teológico que se refiere a su actuación salvífica actual, unida a Cristo, que ejerce su sacerdocio celeste ante el Padre, ofreciéndose e intercediendo como Único Mediador y Ella como asociada. En María es su maternidad eclesial actual como Madre de la Iglesia. Lo dice muy claramente el Concilio: «Asunta a los cielo, no ha dejado esta misión salvadora... continúa obteniéndonos los dones de la Salvación eterna»

            Los efectos de su acción maternal o de María como madre de la Iglesia es ayudar a engendrar a Cristo por el Espíritu Santo en nosotros y por nosotros, cuidar de esa vida como madre, tarea confiada por Cristo y unida a Él a favor nuestro.

            Los efectos de las acciones de Cristo, María y nosotros sacerdotes son santificadores: Cristo, en razón de Cabeza y Único Sacerdote; Maria como Madre de Cristo y de la Iglesia; y nosotros, sacerdotes, como presencia sacramental y prolongaciones del Único Sacerdote. Ciertamente en Maria estas acciones no son estrictamente sacerdotales, ministeriales, como en nosotros, que prestamos nuestra humanidad a Cristo, sino acciones maternales con efectos suprasacerdotales, incluso, engendradores también de filiación y vida divina. Y en esto como en todo, María es modelo y tipo para los sacerdotes.

            Dice muy bien la Lumen gentium: «La Virgen María en su vida fue ejemplo de aquel afecto (celo pastoral) materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (65). Es decir, la misma realidad de María, presente activamente en la Iglesia, es una realidad sacerdotal en cuanto sacerdocio de Cristo por medio de los signos eclesiales.

            Además, si toda la Iglesia es Pueblo Sacerdotal, cada uno según su propia vocación, María, como Madre de la Iglesia, es punto culminante de esta participación, aunque el modo le es peculiar, siempre como Madre de Cristo, unida a su ser y existir sacerdotal en relación a la Iglesia y a los hombres, como Madre de la Iglesia.

            Repito: la participación de María en el sacerdocio de Cristo no es ministerial, por eso, Ella no ejerce los servicios sacerdotales del sacerdote en nombre de Cristo: no bautiza, no consagra: Ella está a un nivel distinto y superior, que podría llamar fontal, porque actúa en la cabeza, junto a la Cabeza y desde la Cabeza, que es Cristo, como madre de su ser y existir sacerdotal.

Y por eso, todos nosotros, pastores, tenemos que mirar a María para imitar sus actitudes maternales en relación a Cristo y también tenemos que mirar a Cristo sacerdote en la relación con su Madre. De Cristo aprenderíamos afecto filiar a María. De Maria a

Cristo: cómo vivir nuestra unión con Él y espíritu materno en relación con la Iglesia: celo pastoral, que engendra vida y sobre todo, ayuda de María para llevar a efecto nuestra propia participación en el sacerdocio de Cristo.

Y desde aquí surge nuestra peculiar relación con María, Madre de Cristo Sacerdote, y de la Iglesia, pueblo sacerdotal. Y de aquí surge una relación especialísima de protección y de ayuda de María en relación con los sacerdotes, a los que Ella ve como prolongaciones de su Hijo Sacerdote, especialmente en la celebración de la Eucaristía que hace presente su estar “junto a la cruz” unida a su pasión y muerte de su Hijo.

De aquí se deduce que la devoción, la unión del sacerdote con María como Madre Sacerdotal no es marginal, ni de añadidura ni de adorno, sino consustancial y parte integrante de su sacerdocio, tipo y modelo de su espiritualidad sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal, para que sea verdad completa, ha de tener vibraciones marianas, por ser precisamente cristológica y eclesial. Los sacerdotes anunciamos a Cristo, que nació de Maria Virgen, hacemos presente el misterio redentor de  Cristo, al que asoció a Maria, y seguimos engendrando a los hijos de Dios por la gracia sacramental, con María, Madre de la Gracia y de la Iglesia.

Sin María, sin una relación muy íntima con Ella nuestro sacerdocio no es pleno en Cristo, ni gratificante ni plenificante para nosotros ni para la Iglesia, no hay gozo sacerdotal pleno sin María, no hay verdad completa, ni vivencia “en Espíritu y Verdad” de lo que somos y hacemos en Cristo. Sin María el sacerdocio se vive en noche oscura y tremenda y espesa. No querer y amar a María en intensidad indicaría muchas cosas. Y todas negativas. ¡Qué gran madre sacerdotal tenemos. Qué plenitud de gracias y consuelo y ánimos y privilegios para los sacerdotes! ¡Qué madre más dulce y sabrosa! ¡Qué hermosa y dulce y tierna nazaretana!

El Magisterio y la Tradición eclesial han indicado esta realidad con afirmaciones muy expresivas: «Si la Virgen Madre de Dios ama a todos con tiernísimo afecto, de una manera muy particular siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de Jesús» (PÍO XII, Menti nostrae, 24). Qué alegría escuchar esto, pero sobre todo, vivirlo.

Y Juan Pablo II: «Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio» (Carta del Jueves Santo 1989, 11). Renovemos, pues, hoy, esta consagración a María de todo lo que somos y hacemos en nuestro sacerdocio. Y manifestemos esta devoción sacerdotal a la Virgen en la fidelidad a la Palabra: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”; y en la docilidad al Espíritu Santo que nos consagró sacerdotes del Altísimo.

El Concilio Vaticano II resume la espiritualidad o actitud mariana del sacerdote con estas palabras: «De esta

docilidad (a la misión del Espíritu Santo) hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen  María, que guiada por el Espíritu Santo, se consagró al ministerio de la redención de los hombres: Los presbíteros revenciarán  y amarán con filial devoción y culto a esta Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio» (PO 18).Esta santidad mariana o unión a María, junto con la devoción especial al Espíritu Santo, es una línea fuerte de espiritualidad sacerdotal, porque de ellas surgen y se alimentan el amor a Cristo Sacerdote y el amor a su Iglesia.

Termino como empecé: Toda potenciación o renovación sacerdotal auténtica, todo nuevo Pentecostés verdadero tanto sacerdotal como eclesial, encontrará siempre, absolutamente siempre a los apóstoles reunidos con María, la Madre de Jesús, para escuchar la Palabra con Ella, como Ella y se llenarán del Espíritu Santo con Ella y como los Apóstoles.         

7. 5. MARÍA Y EL CELIBATO SACERDOTAL

            En una canción de mis años de Seminario, que mis compañeros de curso tomamos como himno oficial de nuestra ordenación y grupo sacerdotal, cantábamos así: «Virgen sacerdotal, Madre querida; Tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

            Teológicamente puede ser excesiva, pero nosotros solo nos fijábamos en que Ella estuviera siempre cerca de nosotros, sus hijos sacerdotes, sobre todo cuando celebrásemos el misterio de su Hijo, que pudo prescindir de todos en la cruz, menos de Ella, de la Madre. Nosotros igual. El Hijo es el Sacerdote. Es el Único y principal. Pero “estaban junto a la  cruz su madre...” Y con ella todos estábamos seguros: el Hijo y los hijos

            Nosotros, mirándola a Ella y teniéndola junto a nosotros, estábamos más  firmes en nuestra vocación y confiados en todo lo que nos esperaba después en  nuestra vida sacerdotal. Y así ha sido. Y ésta es la devoción absolutamente necesaria para un seminarista y para un sacerdote, sobre todo,  en la lucha por la virginidad, por el celibato: María, Virgen Inmaculada, Hermosa nazarena, Virgen bella, Madre del alma, haznos partícipes de tu Virginidad, danos ese amor único, total y exclusivo que Tú tenias a Dios por medio de tu Hijo en el Espíritu Santo; limpia y lava con tus manos maternales todas nuestras manchas, porque Tú eres nuestro modelo; Tú nos impulsas a amar con todo nuestro ser y fuerzas y corazón a Tu Hijo y a los hombres, con un corazón total y virginal como Tú lo hiciste; Tú fuiste virgen antes y después del parto; Tú eres nuestro Modelo, ¡cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias por querer ser nuestra madre, nuestra ayuda, nuestra pureza, ayúdanos Tú, Virgen limpia de todo pecado, Virgen Inmaculada.

            La devoción y el amor a la Madre Inmaculada, el rezo del santo rosario, la imagen de la Virgen cerca de nosotros en nuestra habitación para invocarla, para arrodillarnos, especialmente en los peligros contra la pureza de cuerpo y pensamientos la mirada permanente, llena de súplica y deseos de parecernos como buenos hijos, nos va haciendo semejantes a Ella, y ha sido el fundamento de castidad de muchas vidas sacerdotales; debe serlo de todas.

7.6. MARIA, MODELO Y AYUDA DEL AMOR TOTAL AL HIJO

            Porque Ella ama más que nosotros a su Hijo; nosotros también, porque queremos parecernos a su Hijo en todo y porque queremos amarle sobre todas las cosas, queremos ser célibes para entregarnos con un amor de donación total que no exige nada de cuerpo ni de afectos desordenados a nuestros hermanos; nosotros no sabemos amar así porque la carne que está contra el espíritu lo impide; pero ahí está la tarea de la Madre sacerdotal; Ella nos enseña, nos ayuda, nos levanta si caemos, nos anima siempre a la lucha.

            Y así lo hemos sentido y lo hemos comprobado. Qué confianza y seguridad nos inspira. Aunque un hijo se olvide de su madre, una madre no se olvida de sus hijos. Y María es nuestra madre, verdaderamente; no es un título o un adorno literario; es verdad comprobada en nuestras vidas, en la vida de todos los cristianos que la han tenido como madre, como la ayuda materna; y así Ella nos enseña ser virginales y célibes de cuerpo y alma, esto es, sin concupiscencia de deseos egoístas, de generosidad absoluta, sin pedir nada a cambio, como toda madre, que Dios ha puesto a nuestro lado para educarnos en virginidad total, de cuerpo y alma.

            Y para sentir esto, no hace falta, como en el caso de su Hijo, de purificarse primero. Porque Dios es Dios y lo exige todo. Yo soy pura criatura y tengo que arrodillarme ante Él, tengo que purificarme de mis pecados, tengo que adorarle antes con todo mi corazón y con todas mis fuerzas.

            Pero María es casi divina porque está muy cerca de Dios; pero es humana, plenamente humana, de nuestra raza, porque es criatura y está muy cerca de nosotros, porque además es madre nuestra; como madre nuestra recibe nuestras súplicas y preocupaciones y ve nuestras necesidades; y como casi divina, que todo lo puede suplicando, intercede ante su Hijo por nosotros, para conseguirnos las gracias necesarias para la santidad, para la unión total con su Hijo Sacerdote, con Dios. De esto todos somos testigos. Testigos de sus milagros a través de la historia, milagros de todo tipo.

            Para alcanzar estos milagros, no hace falta irse a Fátima o Lourdes... o sitios o santuarios especiales. Ella está siempre junto a nosotros.

            Hoy, como en otros tiempos, y quizás con más razón, los cristianos, el sacerdote debe pedir a María especialmente la gracia de saber aceptar el don de Dios con amor agradecido; la gracia de la pureza y de la fidelidad a la obligación del celibato, siguiendo su ejemplo como «Virgen fiel».

            El ofrecimiento del sacrificio de la misa, siendo para el sacerdote una actividad esencialmente cristocéntrica, no debe dejar de lado a la Madre que dio vida al Cuerpo que es sacrificado en nuestras manos.

            Si el sacramento del Orden nos hace prestar nuestra humanidad a Cristo para que Él pueda seguir consagrando su Cuerpo y Sangre, para que pueda seguir amando a los hombres y salvándolos, ella debe transformar este cuerpo de pecados mío en cuerpo de su Hijo, en humanidad supletoria de la de su Hijo, para que su Hijo, por medio de esta humanidad que le presto, viva en mí y por mi en plenitud su mismo amor total al Padre, hasta dar la vida: “El que me coma vivirá por mí”: como María, con Cristo y por Cristo, dando a Dios todo honor y toda gloria con amor único y total no sólo de cuerpo, sino de alma, de deseos, de amor.

            Maria, repito, puede conseguirlo para que el Padre me conceda este don del amor célibe por la potencia del Espíritu Santo, como en María, que concibió al mismo Cristo; siempre es el Espíritu Santo, es el Espíritu de Dios el que tiene que hacerlo como hizo a Jesús en su vientre, en su seno maternal. Y Ella sigue siendo el seno maternal de todos los nuevos «Jesús» que se hacen con la gracia de Dios, el amor de su Hijo y la fuerza y potencia del Espíritu de Amor de la Santísima Trinidad.

            Porque eso es ser sacerdote. Meterse dentro del Consejo Trinitario, decir de palabra y de obra por la unión con el Verbo encarnado en el Hijo-hijo de María, pero no en dirección ascendente como la primera sino encarnada y ascendente hacia arriba: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y desde esa decisión tomada en el Hijo, que se hizo hijo también de Maria y en ella encarnó esta decisión, poder imitar el amor de Dios Uno y Trino en pobre naturaleza humana y sacerdotal: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”, “Dios es amor... en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.

            Este amor extremo del Verbo a su Padre y a los hombres, desde el mismo seno de la Santísima Trinidad, hizo que esta decisión y amor divino tomara carne humana, al ver el Hijo Verbo de Dios entristecido al Padre, porque los hombres por el pecado de Adán, ya no podían entrar en su misma intimidad y felicidad.

            Esta experiencia diaria, hecha ofrenda de amor y realidad sacramental en la misa, debería crear un vínculo único entre el sacerdote y María, a la que debe concederle un papel especial en su vida como madre de esa humanidad supletoria que el sacerdote debe prestar a su Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote, Dios y hombre verdadero y encarnado.

            El sacerdote necesita tener a María como mujer central de su vida, capaz de llenar su corazón. La devoción a Nuestra Señora le hará partícipe de su calor maternal y de su auxilio diario de gracia. En su esfuerzo por vivir el amor total y gratuito de cuerpo y alma, de ser célibe integralmente, debe elevar sus ojos y su corazón a su madre, a la Reina y Madre de las Vírgenes, que no sólo es modelo y arquetipo de la humanidad en el divino ordenamiento del mundo, sino que encarna también el ideal más perfecto y más puro de mujer, de virgen, de madre, de sierva y de reina. Es a Ella, la prudente, la poderosa, la amable y fiel Virgen, a quien el sacerdote debe volverse; es ante Ella, la pura, la amable Madre de Cristo y de la divina Gracia, a cuya escuela los sacerdotes debemos matricularnos y asistir para aprender a amar virginalmente y ser padres de nuestros hijos espirituales por el apostolado.

            Los sacerdotes, devotos fieles de María, que la veneramos con total confianza y seguridad devocional, aprendemos de ella, poco a poco, a amar como ella, a ser limpios de pecado carnal como ella, a entregarnos sin egoísmos como ella. Por eso Jesús nos la dio como madre y por eso ella es madre sacerdotal, porque lo fue del primero y único sacerdote, del cual todos somos presencias sacramentales.

            Por otra parte, teniéndola a Ella como modelo y teniéndola siempre presente y proponiéndola como ejemplo a seguir por las mujeres que encontremos en nuestra vida apostólica, María les enseñará a ser como Ella, a amar como Ella – querida mujer, ámame como la Virgen, pide a la Virgen amarme como Ella me ama; yo también te quiero amar así, y con esta forma de amar se aunarán los dos amores de una forma completamente única y desconocida; quizás para alguna de ellas, será una gracia toda relación y amor a los sacerdotes; es una gracia que el sacerdote debe pedir continuamente para todas las mujeres que entren en relación frecuente y profunda con el pastor por razón del apostolado, para que estas mujeres quieran como madres y hermanas al sacerdote, como María, madre de todos los sacerdotes.

            Quiero terminar este artículo sobre el celibato y la devoción a la Virgen con las palabras que la dirige el Papa Juan Pablo II en su Carta Pastores dabo vobis: «Y mientras deseo a todos vosotros la gracia de renovar cada día el carisma de Dios recibido con la imposición de las manos (cf. 2 Tim 1, 6); de sentir el consuelo de la profunda amistad que os vincula con Cristo y os une entre vosotros; de experimentar el gozo del crecimiento de la grey de Dios en un amor cada vez más grande a Él y a todos los hombres; de cultivar el sereno convencimiento de que el que ha comenzado en vosotros esta obra buena la llevará a cumplimiento hasta el día de Cristo Jesús (cf. Flp 1, 6); con todos y cada uno de vosotros me dirijo en oración a María, madre y educadora de nuestro sacerdocio.

            Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia. Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente.

Oh María,

Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes:

acepta este título con el que hoy te honramos

para exaltar tu maternidad

y contemplar contigo

el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos,

oh Santa Madre de Dios.

Madre de Cristo,

que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne

por la unción del Espíritu Santo

para salvar a los pobres y contritos de corazón:

custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes,

oh Madre del Salvador.

Madre de la fe,

que acompañaste al templo al Hijo del hombre,

en cumplimiento de las promesas

hechas a nuestros Padres:

presenta a Dios Padre, para su gloria,

a los sacerdotes de tu Hijo,

oh Arca de la Alianza.

Madre de la Iglesia,

que con los discípulos en el Cenáculo

implorabas el Espíritu

para el nuevo Pueblo y sus Pastores:

alcanza para el orden de los presbíteros

la plenitud de los dones,

oh Reina de los Apóstoles.

Madre de Jesucristo,

que estuviste con Él al comienzo de su vida

y de su misión,

lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre,

lo acompañaste en la cruz,

exhausto por el sacrificio único y eterno,

y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo:

acoge desde el principio

a los llamados al sacerdocio,

protégelos en su formación

y acompaña a tus hijos

en su vida y en su ministerio,

oh Madre de los sacerdotes. Amén.20

Dado en Roma, junto a san Pedro, el 2 de marzo —solemnidad de la Anunciación del Señor— del año 1992, décimo cuarto de mi Pontificado.

Juan Pablo II

 

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I

HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS

FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

(ANUNCIACIÓN (Detalle) Fray Angélico

MARÍA, HERMOSA NAZARENA

VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL

I

HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS

DE FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA.1966-2018

¡SALVE,

MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA

CUÁNTO ME QUIERES,

CUÁNTO TE QUIERO

GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO JESÚS

SALVADOR DEL MUNDO Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO

ENCARNADO EN TU SENO,

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,

Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,

MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO

 

SIGLAS

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944.

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid 1986

CMP= Corpus Marianum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985.

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica.

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum.

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne.

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

ÍNDICE

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA………………………………………………………………………………………………………………………….. 9

 MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO: LA PREDESTINACIÓN DE MARÍA............................... 9

MARÍA, EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA ........................................................................15

 MARÍA, MADRE  DE LA IGLESIA....................................................................................17

MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA .................................................................................  19

MARÍA, MADRE Y MODELO POR LA “PALABRA ENCARNADA” ............................................ 20

MARÍA, MADRE Y MODELO EN LA LITURGIA ...................................................................21

MARÍA, SIGNO Y DELEGADA DE LA MATERNIDAD DE DIOS PADRE………………………………………...25

ADVIENTO: RETIRO DE ADVIENTO CON LA VIRGEN .....................................................   31

LA VIRGENDELADVIENTO ......................................................................................   38

VIVIR EL ADVIENTO CON MARIA ...............................................................................  42

INMACULADA CONCEPCION, HOMILÍA 1ª ..................................................................    53

INMACULADA CONCEPCION, HOMILÍA  2ª  ................................................................    58

INMACULADA CONCEPCION, HOMILÍA  3ª ..................................................................   64

INMACULADA CONCEPCION, HOMILÍA  4ª  ..................................................................  67

INMACULADA CONCEPCION, HOMILÍA  5ª…………………………………………………………………..………….. 76

ANEXO PARA HABLAR DE LA INMACULADA:ASAMBLEA PLENARIA DE LA CEE……………………….  70

 MARÍA EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA DEL CONCILIO VATICANO II Capítulo VIII

de la Lumen gentium: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA…………………………………………..………79

MAGNIFICAT: MEDITACIONES…………………………………………………………………………………………………….89

1º DE ENERO: SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS……………………………………………………………...…….103

MI SERMÓN DE LA ANUNCIACIÓN…………………………………………………………………………..………….…. 114

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ, HOMILÍA 1ª ..............................................................122

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ, HOMILÍA 2ª...............................................................127

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ, HOMILÍA 3ª...............................................................130

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ, HOMILÍA 4ª.............................................................. 136

MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ: MEDITACIÓN………………………………………………………………….…. 138

PERSONALIDAD DE MARIA…………………………………………………………………………………….………………….144

PLEGARIA-HIMNO A MARÍA…………………………………………………………………………………….…….………….146

POESIA A MARIA INMACULADA (GABRIEL Y GALÁN)…………………………………….……..….…….…….147

MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES…………………………………………………….…………………148

MARÍA, MADRE DE LA FE, ESPERANZA Y DEL AMOR…………………………………….…….………………..152

FIESTA DE LA PRESENTACIÓ DEL SEÑOR…………………………………………………….…………….………….157

MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSOS………………………………………………..…………….….….………….159

EL AVE MARÍA………………………………………………………………………………………………….…..………….…..…165 

TRIDUO A LA VIRGEN DEL CARMEN………………………………………………………………..…….…….………..168

VISITA A SANTA ISABEL………………………………………………………………………………..………..…….…..….178

MARÍA, POBRE DE YAHVÉ………………………………………………………………………….……….……..….…..……182

EL MAGNIFICAT, RETRATO ESPIRITUAL DE LA VIRGEN……………………………..….…………..…..……189

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN, BENEDICTO XVI………………………………………………….……………..…….…194

MEDITACIONES MARIANAS………………………………………………………………………….……………….…...……194

MARÍA EN PENTECOSTÉS………………………………………………………………………..…….………………….…....210

LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO: MEDITACIÓN………………………….……….…………………………….225

HOMILIA DE LA ASUNCIÓN………………………………………………………………….……………………..………….239

HOMILIA DE LA ASUNCIÓN……………………………………………………………………………….…………………….240

HOMILIA DE LA ASUNCIÓN………………………………………………………………………………………………………245

PENTECOSTÉS CON MARÍA…………………………………………………………………………..……………………….…248

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

REFLEXIONES MARIANAS

Ya he dicho muchas veces que la grandeza y el misterio de María sólo puede ser comprendido desde el misterio de Cristo. Como esa ha sido mi vivencia, así también quiero que sea la tuya, querido lector, desde mi exposición teológica y espiritual sobre la Madre de Dios y de los hombres desde una Mariología muy sencilla, tomada principalmente del Catecismo de la Iglesia Católica. No se puede decir más sencillo y más claro.

CAPÍTULO PRIMERO

MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

1ª. 1 PREDESTINACIÓN DE MARÍA: “Desde la eternidad fui yo establecida”

A) La predestinación de María: Sobre la predestinación de la Virgen  prediqué la siguiente homilía en mayo del 1973 inspirada en  Proverbios 8, 22-35):

       QUERIDOS HERMANOS:

       1 Una historia redonda, acabada de la Virgen, tenía que empezar por la predestinación, que es el principio siempre. Y en este principio está Dios, que es el principio de todo. También de la Virgen, porque la Virgen tuvo principio, lo tuvo en su Hijo, porque aquí el Hijo es antes que la Madre en todo, pero Ella estuvo junto siempre a Él, por eso es casi divina, pero humana, porque es criatura, es de los nuestros. La Virgen tuvo principio, aunque distinto al de todos los hombres.

       2 Oiramos a Dios en la Biblia, al Espíritu de Dios que nos habla de la Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento, Palabra de Dios en el Nuevo:

       “Yahvé me poseyó al principio de sus caminos, antes de sus obras, desde antiguo. Desde la eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese.

       Antes que los abismos, fui engendrada yo;  antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas.

       Antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui  concebida.

       Cuando afirmó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo.

       Cuando condensó las nubes en lo alto; cuando daba fuerza a las fuentes del abismo.

       Cuando fijó sus términos  para que las aguas no traspasasen linderos. Cuando echó los cimientos  de la tierra.

       Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome Él en todo tiempo

       Recreándome en el orbe la tierra, siendo mis delicias las de los hombres.

       Oídme, pues, hijos míos; aventurado el que sigue mis caminos.

       Escuchad la instrucción y sed sabios, y no lo menospreciéis.

       Bienaventurado quien me escucha, y vela a mi puerta cada día, guardando las jambas de mis puertas.

       Porque el que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Yahvé.

       Y al contrario, el que ofende, a sí mismo se daña, y el que me odia, ama la muerte”(Pr 8, 22-35).

       Este texto explica y la Tradición lo aplica a los orígenes de la Sabiduría de Dios. Ella existió con Dios antes de todas las cosas porque es eterna con Dios. El prólogo de San Juan  y otros pasajes paralelos de San Pablo son explicaciones plenas de este texto al hablarnos del Verbo, por quien todo fue creado y todo subsiste (Jn 1,3; Col 1, 15). Por lo tanto, es texto, aplicado a la Virgen, entraría en la categoría de los «Textos mariológicos por sola acomodación», que diría Cándido Pozo.

       “Dios es Amor”, dice San Juan. Su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. No existía nada, y ese Dios infinito, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor y sabiduría y belleza quiso crear a otros seres para hacerlo partícipes de su felicidad. Si existimos, es que Dios nos ha amado, nos ama. Entre los seres que vio en su Sabiduría y creó en su Verbo, María ocupa el primer lugar.

       La liturgia de la Iglesia pone en los labios de la Virgen algunos versículos de este texto: “Yahvé me poseyó al principio...”

       El amor de Dios contemplando en su mente divina todos los seres posibles y por donde fuimos pasando antes de ser creados, se estrenó en María: “al principio fue creada...” Por ser la primera en el amor de Dios entre sus criaturas, lo es también en grandezas y favores y privilegios y hermosura y belleza divinas. Dios ha puesto a María la primera en el orden de todos los seres pensados, amados y creados.

3 Meditemos el texto: “Antes que los abismos, fui engendrada yo.

       Antes que fuesen las fuentes de abundantes aguas; antes que los montes fuesen cimentados; antes que los collados yo fui concebida.

       Antes que hiciese la tierra, ni campos, ni el polvo primero tierra”.

       Quien pudiera ahora, por una contemplación de la eternidad divina y trinitaria, trasladarse a ese momento del Ser, cuando el tiempo no existía, sólo el Dios Amor en abrazo eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el mismo Amor de Espíritu Santo. Quien pudiera entrar en la mente divina y yendo hacia atrás entrar en ese momento en que piensa y ama y plasma en su amor a la Virgen María.

       Cuando antes de plasmar la creación, fueron pasando delante de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, los ojos de Dios se detuvieron en una criatura tan bella, tan radiante que la amó más que a todas las demás y porque la amó, como Dios, al amar, crea, la creó más llena de su hermosura que ninguna otra. Participó más que todas de su amor, de su belleza, de su santidad, de su Verdad porque la predestinó para encarnar el Verbo de Dios en su seno por obra del Amor del Espíritu Santo.

       El Padre dijo: ésta será mi Hija predilecta. El Hijo: ésta será mi Madre inmaculada. El Espíritu Santo: será mi posesión, mi esposa amada. La llenaron de gracias y regalos y dones. Y cuando la reina estuvo vestida de belleza, llena de luz y fulgores, colocaron sobre sus sienes una corona. En el centro decía: Inmaculada. María fue siempre, desde la predestinación de Dios en su mente, tierra limpia, impoluta, incontaminada, huerto cerrado sólo para Dios, que se paseaba por ella en su mente divina llena de amor desde toda la eternidad.

       Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias, vividas desde la mente creadora de la Trinidad, antes de existir María en el mundo. Con qué temblor el Hijo la fue adornando de todas las prerrogativas posibles a su madre. Para el azul de su Concepción Inmaculada cogería el azul de los mares, de estas mañanas limpias, limpísimas de mayo, mes de las flores, de María; para el rojo de la caridad y del amor, los claveles más rojos, manchados al final de sangre, de su misma sangre encarnada...

4 “Estaba yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome El en todo tiempo”

       Dios también pensó en nosotros. Para su gloria, para su amor, para su gozo. Pero Ella antes y superior a todos, antes, primero estaba con Él como arquitecto de la nueva creación, de la recreación por  el Verbo nacido de ella, por la Palabra eterna hecha carne. Somos obra de Cristo Redentor, pero también de María. Lo ha dicho sin miedo el Vaticano en la Lumen gentium.

       Hermoso pensar en esos momentos en que Dios Trino y Uno nos pensó y luego nos recreó por el Verbo en su Sabiduría eterna, nacido en el tiempo luego de María, a ti, a mi, a cada hombre, porque todos hemos sido pensados y amados y recreados por Dios en su Verbo con María: “he ahí a tu hijo”.

B) MADRE DEL REDENTOR

       “Dios envió a su Hijo”(Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” (cf Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27):

       <El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyo a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida> (LG 56: cf 61)» CEC 587-588).

       «La Virgen María, que, según el anuncio del ángel, recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor (LG 53) Por lo tanto la Virgen es conocida y honrada porque es la MADRE DEL REDENTOR.

       La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque“al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre!” (Gal 4, 4 6).

       Con estas palabras del apóstol Pablo, que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María (LG 52). María sólo puede ser comprendida a la luz de Cristo, su Hijo. Pero el misterio de Cristo, «misterio divino de salvación, se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo»(LG 62)

       El misterio de María queda inserto en la totalidad del misterio de Cristo y de la Iglesia, sin perder de vista su relación singular de Madre con el Hijo, pero sin separarse de la comunidad eclesial, de la que es un miembro excelente y, al mismo tiempo, figura y madre.

       María se halla presente en los tres momentos fundamentales del misterio de la redención: en la Encarnación de Cristo, en su Misterio Pascual y en Pentecostés.

       La Encarnación es el momento en que es constituida la persona del Redentor, Dios y hombre. María está presente en la Encarnación, pues ésta se realiza en ella; en su seno se ha encarnado el Redentor; tomando su carne, el Hijo de Dios se ha hecho hombre.

       El seno de María, en expresión de los Padres, ha sido el «telar»en el que el Espíritu Santo ha tejido al Verbo el vestido humano, el «tálamo»en el que Dios se ha unido al hombre.

       «“Hágase en mí según tu palabra...“ Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf Lc 1, 28-37), María respondió por “la obediencia de la fe” (Rm 1, 5), segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38).

       Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf LG 56):

       «Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, <por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano>. Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar <el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe>. Comparándola con Eva, llaman a María <Madre de los vivientes> y afirman con mayor frecuencia: <la muerte vino por Eva, la vida por María>> (LG 56).

María estuvo siempre unida al misterio de  Cristo  Redentor: Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25; cf Mt 13, 55), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquel que Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios <Theotokos> (cf DS 251)»(CEC 494-495).

       María está presente en el Misterio pascual, cuando Cristo ha realizado la obra de nuestra redención destruyendo, con su muerte, el pecado y renovando, con su resurrección, nuestra vida. Entonces “junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre” (Jn 19, 25).

       Y María estaba presente en Pentecostés, cuando, con el don del Espíritu Santo, se hizo operante la redención en la Iglesia. Con los apóstoles “asiduos y concordes en la oración estaba María, la madre de Jesús” (Hch 1,14).

       Esta presencia de María junto a Jesús en estos momentos claves, aseguran a María un lugar único en la obra de la redención.

       Según la antigua y vital intuición de la Iglesia, María, sin ser el centro, está en el corazón del misterio cristiano. En el mismo designio del Padre, aceptado voluntariamente por Cristo, María se halla situada en el centro de la Encarnación, marcando la ‘hora” del cumplimiento de la historia de la salvación. Para esta “hora” la ha plasmado el Espíritu Santo, llenándola de la gracia de Dios.

MARÍA, EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

«Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. <Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza> (S. Agustín, virg. 6)»(LG 53). «María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia»(Pablo VI, discurso 21 de noviembre 1964) (CEC 963).

MARÍA, MADRE  DE LA IGLESIA

       El capítulo VIII de la Lumengentium lleva como titulo «La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia». El Catecismo de la Iglesia nos dice: «Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos... Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia»(LG 61).

       «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).

       «La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia»(LG 60).

       «Ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente (LG 62)»(CEC 967-970).

       «Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

       María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf LG 63): «La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo (LG 64)»(CEC 507).

       Uno de los iconos Maríanos más repetido de la Iglesia de Oriente es el de la Odigitria, es decir, «La que indica la vía» a Cristo. María no suplanta o sustituye a Cristo; sino que lo presenta a quienes se acercan a ella, nos guía a todos hacia Él y, luego, escondiéndose en el silencio, nos dice: “Haced lo que Él os diga”. Como dice San Ambrosio, «María es el templo de Dios, no el Dios del templo».  

       Por eso, toda devoción Maríana conduce a Cristo y, por Cristo, al Padre en el Espíritu Santo. Por ello, como Moisés, nos acercamos a ella con los pies descalzos porque en su seno se nos revela Dios en la forma más cercana y transparente, revistiéndolo la carne humana.

       El fiat de María se integra en el amén de Cristo al Padre: “He aquí que yo vengo para hacer, oh Padre, tu voluntad” (Heb 10, 7), “porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha mandado” (Jn 6, 38). El fiat de María y el amén de Cristo se compenetran totalmente.

       No es posible una oposición entre Cristo y María. Como son inseparables Cristo cabeza y la Iglesia, su cuerpo. Quienes temen que la devoción Maríana prive de algo a Cristo, como quienes dicen «Cristo sí, pero no la Iglesia», pierden la concreción histórica de la encarnación de Cristo.

       María tiene su lugar en el acontecimiento central del misterio de Cristo, pero de Cristo considerado como Cristo total, cabeza y cuerpo; y, en consecuencia, juntamente con la Iglesia. En ambos aspectos de este único misterio, María ocupa un puesto único y desempeña una misión singular.

       Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, de la que tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre, Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.

       Satisfacción plena, que ningún hombre podría ofrecer con plenitud ante la Justicia de Dios. Si Dios es amor, no por ello puede dejar, por su propia esencia, de ser justo. De aquí lo que llamamos santo temor de Dios.

       Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la humanidad, puesto que en aquel momento comenzó la regeneración sobrenatural.

       Y María en el Calvario, tuvo su plenitud de dar a luz redentora a la humanidad sacrificada de Cristo, representante de todos nosotros, porque fue esa humanidad engendrada en ella y cumplida la total regeneración por Cristo, en la Cruz.

       Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo.

       Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

MARÍA, MODELO DE LA IGLESIA

       «Ella es nuestra Madre en el orden de la gracia. Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es <miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia> (LG 53), incluso constituye <la figura> <typus> de la Iglesia (LG 63)» (CEC 967).

       El culto de la Madre de Dios está incluido en el culto de Cristo en la Iglesia. Se trata de volver a lo que era tan familiar para la Iglesia primitiva: ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María, según la Iglesia primitiva, es el tipo de la Iglesia, el modelo, el compendio y como el resumen de todo lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su destino.

       Sobre todo la Iglesia y María coinciden en una misma imagen, ya que las dos son madres y vírgenes en virtud del amor y de la integridad de la fe: «Hay también una, que es Madre y Virgen, y mi alegría es nombrarla: la Iglesia»(CLEMENTE DE  ALEJAN-DRÍA, Pedagogo, 1,6, 42)

       San Pablo ve a la Iglesia como “carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3, 3). Carta de Dios es, de un modo particular, María, figura de la Iglesia. María es realmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo en su corazón de creyente y de madre.

       La Tradición, por ello, ha dicho de María que es «una tablilla encerada», sobre la que Dios ha podido escribir libremente cuanto ha querido (Orígenes);  como «un libro grande y nuevo»en el que sólo el Espíritu Santo ha escrito (San Epifanio); como «el volumen en el que el Padre escribió su Palabra»(Liturgia bizantina).

       En María aparece la realización del hombre que, en la fe, escucha la apelación de Dios, y, libremente, en el amor, responde a Dios, poniéndose en sus manos para que realice su plan de salvación. Así, en el amor, el hombre pierde su vida y la halla plenamente. María, en cuanto mujer, es la representante del hombre salvado, del hombre libre, María se halla íntimamente unida a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad (CEC 963ss).

       María revela a la Iglesia su misterio genuino. María es la imagen de la Iglesia sierva y pobre, madre de los fieles, esposa del Señor, que camina en la fe, medita la palabra, proclama la salvación, unifica en el Espíritu y peregrina en espera de la glorificación final:

       «Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio encuentra su verdadera luz el misterio del hombre (GS 22), como prenda y garantía de que en una pura criatura, es decir, en ella se ha realizado ya el designio de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre.

       Al hombre moderno, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin término, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de nausea y de hastío, la Virgen, contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la nausea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte»(MC 57).

       La única afirmación que María nos ha dejado sobre sí misma une los dos aspectos de toda su vida: “Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones” (Lc 1, 48). María, en su pequeñez, anuncia que jamás cesarán las alabanzas que se la tributarán por las grandes obras que Dios ha realizado en ella.

       Es lo mismo que confesara Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Este es el camino del cristiano “cuya luz resplandece ante los hombres... para gloria de Dios” (cf Mt 5, 14-16). El cristiano, como Pablo, es primero cegado de su propia luz, para que en él se encienda la luz de Cristo e ilumine el mundo.

       Todos nosotros proclamamos bienaventurada a María en su canto de alabanza a Dios, porque sobre ella se posó la mirada del Señor y en ella Dios depositó plenamente el plan de redención, proyectado para todos nosotros. De este modo la reflexión de fe sobre María, la Madre del Señor, es una forma de doxología, una forma de dar gloria a Dios por el Hijo Salvador engendrado en Ella.

MARÍA, MADRE Y MODELO LA IGLESIA, POR LA “PALABRA” ENCARNADA

       María es la “Mujer” que compendia en sí el antiguo Israel. La fe y esperanza del pueblo de Dios desemboca en María, la excelsa “Hija de Sión”.En la Escritura, el Espíritu Santo, nos ha diseñado el icono de la Madre de Jesús, para ofrecerlo a la Iglesia de todos los tiempos.

       La Lumen gentium presenta en la primera parte (52-54) la mariología bíblica, en la que se subraya la unión progresiva y plena de María con Cristo dentro de la perspectiva de la historia de la salvación. Y en la segunda parte (55- 59) presenta la relación entre María y la Iglesia y entre la Iglesia y María.

       La Redemptoris Mater se estructura según el esquema conciliar con una fuerte impregnación bíblica, presentando primero a María en el misterio de Cristo (7-24) y luego en el centro de la Iglesia en camino (28-38), para subrayar finalmente su mediación maternal (38-50). La novedad respecto al Concilio está en la insistencia en la dimensión histórica: presenta a María en su itinerario de fe, señalando su carácter de «noche espiritual»  y «kénosis».

       «El Verbo inefable del Padre se ha hecho describible encarnándose de ti, oh Theotókos; y habiendo restablecido la imagen desfigurada en su antiguo esplendor, él la ha unido a la belleza divina» (cf Kondakion del domingo de la Ortodoxia).

       «Visto que Cristo como Hijo del Padre es indescriptible, Él no puede ser representado en una imagen... Pero desde el momento en que Cristo ha nacido de una madre describible, Él tiene naturalmente una imagen que corresponde a la de la madre. Por tanto si no se le puede representar por la pintura, significa que Él ha nacido solo del Padre y que no se ha encarnado. Pero esto es contrario a toda la economía de la salvación»(TEODORO ESTUDITA: PG 99, 417 C).

       Los iconos, en su lenguaje figurativo, nos revelan una realidad interior, que los creyentes de todos los tiempos nos han transmitido como voz de la presencia de María en la Iglesia.Es un rostro que siendo el mismo y diciendo lo mismo sobre él, siempre es nuevo y eterno, porque de eso se encarga el amor. La escucha atenta de la Palabra de Dios lleva a la «sapientia», a gustar la dulzura de María, de su verdad y amor, a la sabiduría de la Palabra hecha carne, pues miramos a Cristo para dibujar a la Madre.

       Sólo quien escucha y medita en su corazón, como María,  percibe la honda riqueza del pan de la Palabra de Dios, en su cumplimiento mesiánico en la Virgen de Nazaret, convirtiendo a la Escritura en una fuente perenne de vida, amor y gozo.

        Se trata de seguir el método de María misma, que “guardaba todas las palabras en su corazón y las daba vueltas”. María compara y relaciona unas palabras con otras, unos hechos con otros, busca una interpretación, explicarse los acontecimientos de su Hijo, a la luz de las prefiguraciones del Antiguo Testamento, como se ve en el Magníficat.

       El Papa Juan Pablo II, en una oración,  invoca a María, diciéndole: «¡Tú eres la memoria de la Iglesia La Iglesia aprende de ti, Madre, que ser madre quiere decir ser una memoria viva, quiere decir guardar y meditar en el corazón!».

       El misterio de la Virgen Madre, Arca de la Nueva Alianza y Eterna Alianza, templo y primer sagrario de Cristo en la tierra, la convierte en icono de todo el misterio cristiano.

MARÍA, MADRE Y MODELO DE LA IGLESIA EN LA LITURGIA

Y desde aquí, porque ya lo he insinuado, quiero acercarme ahora a María en la liturgia, donde la comunidad cristiana expresa y alimenta su relación con María. La liturgia tiene su estilo propio de afirmar y testimoniar la fe. La liturgia, en su forma celebrativa, nos da una visión interior de fe, basada en la revelación y enriquecida con toda la sensibilidad secular de la Iglesia (lex orandi, lex credendi, lex vivendi). Es, sin duda, el lenguaje más apto para entrar en comunión con el misterio de Cristo, reflejado en su Madre, la Virgen María.

       La memoria de María en la liturgia va íntimamente unida a la celebración de los misterios del Hijo (MC 2-15) y así aparece como modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16-23). De esto ya he hablado ampliamente en las primeras páginas del libro.

       «En la celebración del ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a María santísima, Madre de Dios, unida indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo; en María admira y exalta el fruto más excelso de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella desea y espera ser»(SC 103).

       Y lo que Dios los ha unido en la Encarnación y en  la Vida de Cristo y en su muerte y resurrección, hechos principalmente presentes en la Eucaristía, que no los separe ni la teología ni la liturgia. No se puede separar a María de Jesús, no solo por su maternidad humana, unida a ella la Persona divina del Verbo, sino en el destino real de la redención y de la ofrenda a Dios que está concretada en la Persona del Verbo engendrado como hombre, en María.

       Nosotros ofrecemos en la Eucaristía, a Cristo, el Cuerpo de Cristo que se hizo humano en María. María tiene la grandeza de ser medio, Mediadora de Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Esto se desprende del hecho real de que Dios la usa como medio entre él y los hombres, y así como por ser Madre de Dios no puede estar más cerca de Él, por el mismo hecho, por ser mujer, persona humana en sí misma Dios se acerca al hombre, a la naturaleza humana, hasta hacerla divina en su Hijo y a través de María, humana y casi divina a la vez, el hombre puede llegar hasta Dios.

       María es medio, puente; esta es su mediación real innegable. A través de ella viene El Verbo y a través de ella encontramos a Dios. Es su cualidad de Medianera, pero no solo físicamente, sino espiritualmente, porque al engendrar a la Cabeza del Cuerpo Místico, necesariamente engendra místicamente a todos los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia, no sólo en la Encarnación, sino “junto a la cruz” y en Pentecostés.

       El Concilio Vaticano II, dice de María: «Es verdadera madre de los miembros (de Cristo)...por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza... Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte».

       Y de la misma forma que el Sagrario no es presencia meramente pasiva de Cristo, sino presencia celebrativa y continuadora de la ofrenda eucarística que se acaba de hacer en la misa y luego continúa en el Sagrario con las actitudes sacerdotales de Cristo, el Cristo resucitado “cordero degollado ante el trono de Dios”, de la misma forma, María desde la Encarnación es no solo un sagrario viviente, sino que está siendo, con su oración y grandeza como Madre de Dios, oferente de su hijo al Padre, para la redención. Y toda su vida, desde el pesebre, ha estado totalmente unida ayudando y cuidando al Redentor para que cumpla la obra que le encomienda el Padre, siendo así colaboradora de Dios en la redención.

       María con su hijo en brazos, mimándolo con amor materno, siempre ofrecía al Padre, ella, la madre, aquella victima formada de su misma carne. Sus brazos fueron el primer altar, idea que inspiró esta canción que todos los sábados dedico a la Madre del Puerto en mi visita: «Virgen sacerdotal, Madre querida, Tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

       Ella es la primera oferente del Hijo al Padre. Cumple con la máxima perfección la misión posterior Sacerdotal de la Iglesia. Es ejemplo de ofrenda y oferente. Por eso es nuestra Madre sacerdotal perfecta.

       Lo dice también la Congregación para el Culto Divino en los dos libros publicados en castellano por la Conferencia Episcopal Española, mediante la Comisión Episcopal de Liturgia: en el primero I, están la misas, y, en el segundo II, el Leccionario. En las primeras palabras del Decreto de la publicación de estas Misas, (Prot. N. 309/86) dice:

       «Al celebrar el misterio de Cristo, la Iglesia conmemora muchas veces con veneración a la bienaventurada Virgen María, unida íntimamente a su Hijo: porque recuerda a la mujer nueva que, en previsión de la muerte de Cristo, fue redimida del modo más sublime en su misma concepción; a la madre que, por la fuerza del Espíritu Santo, engendró virginalmente al Hijo; a la discípula que guardó cuidadosa en su corazón las palabras del Maestro; a la socia del Redentor que, por designio divino, se entregó generosamente por entero a la obra del Hijo.

       En la bienaventurada Virgen reconoce también la Iglesia a su miembro más excelso y singular, adornado con toda la abundancia de las virtudes; a ella, que Cristo le confió como madre en el ara de la cruz, colma de piadoso amor y continuamente solicita su patrocinio; a ella profesa como compañera y hermana en el camino de la fe y en las aflicciones de la vida; en ella, instalada ya junto a su Hijo en el reino celestial, contempla gozosa la imagen de su gloria futura».

       LAS MISAS DE LA VIRGEN, que así titulan en su versión castellana a estos dos libros, nos ofrecen 46 títulos diferentes para honrar a María, con oraciones y prefacios propios. En el primer libro vienen UNAS ORIENTACIONES GENERALES, que son todo un tratado de Mariología desde la liturgia, de Mariología Litúrgica, con matices distintos a una Mariología Teológica: lex orandi, lex credendi. Me han parecido muy interesantes, por eso voy a transcribir algunas con su misma enumeración:

«6. Las misas de la bienaventurada Virgen María encuentran su razón de ser y su valor en esta íntima participación de la Madre de Cristo en la historia de la salvación. La Iglesia, conmemorando el papel de la Madre del Señor en la obra de la redención o sus privilegios, celebra ante todo los acontecimientos salvadores en los que, según el designio de Dios, intervino la Virgen María con vistas al misterio de Cristo.

11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación  continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos...

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, asunta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19. 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, <sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna>. La Iglesia, que <quiere vivir el misterio de Cristo> con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre lodo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

13.   ...En íntima comunión con la Virgen María, e imitando sus sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales <Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados>:

— asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza.

— con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón.

— con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo y asociarse a la obra de la redención.

— imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo.

— apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios.

— con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo.

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

14. La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que <se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él>.

       Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, como modelo de virtudes y de fiel cooperación a la obra de salvación».

       También es importante ver la presencia de María en la Liturgia de las Horas, con sus himnos, antífonas, responsorios, preces, además de las lecturas bíblicas y patrísticas. Cada día, en las Vísperas, la comunidad cristiana se une al canto de María, al Magníficat, alabando a Dios por su actuación en la historia de la salvación.       Y de la liturgia, como prolongación, brota la piedad Maríana, que la Maríaliscultus ofrece a los fieles, resaltando la nota trinitaria, cristológica y eclesial del culto a María (25-28).

       La fe de la Iglesia permanece en su viva integridad, imperturbablemente celebrada en la liturgia. La mariología, pues, no puede considerarse como un tratado separado de los demás, sino en un contexto más amplio y orgánico, explicitando sus conexiones con la cristología, la eclesiología y el conjunto del misterio de la salvación.

MEDITACIÓN

MARÍA, SIGNO Y DELEGADA DE LA MATERNIDAD DE DIOS PADRE

María delegada por el Padre como Padre-Madre de la humanidad

El don de María

El Padre ha querido rodearnos por todas partes con su amor. Sabía nuestra dificultad en comprender por la fe un amor paternal y que este amor, a pesar de su proximidad y su inhabitación en nosotros, puede parecer, a nuestros ojos —demasiado hambrientos de lo visible— algo demasiado abstracto, y decidió darnos una representación concreta del amor que tocase más directamente nuestro corazón. Así es como nos ha presentado la persona de María en calidad de Madre, para que, a través de su cariño maternal, nos llegue, en un lenguaje más elocuente y conmovedor, un testimonio de la ternura de su amor paternal. Él conocía todo el eco que suscita en un corazón humano la presencia amorosa de una madre.

Por María quería atraernos más poderosamente a Él. Y formarnos un corazón filial con respecto a Él. Por eso debemos descubrir en María la figura cautivadora del afecto y la solicitud que nos ha ofrecido el Padre. En sus rasgos maternos se esboza la imagen del Padre.

Para comprender bien esta verdad, hemos de recordar que el corazón del Padre contiene en Sí toda la perfección y toda la riqueza que podemos encontrar tanto en un corazón paternal como en uno materna. Su cualidad de Padre no se opone, como es el caso de los hombres, a la cualidad de madre. En efecto, la generación humana se divide entre el padre y la madre y se efectúa por la unión de ambos. Ninguno de los dos es el principio generador absoluto. Pero en Dios, la generación tiene por único autor al Padre, que, por consiguiente, reúne en Sí mismo lo que nosotros llamamos paternidad y maternidad.

El Padre posee en su corazón, a la vez, la fuerza del amor paternal y la ternura del maternal. Así despliega, al mismo tiempo, la orgullosa energía del Padre que quiere el bien de sus hijos, procurándoselo con un grandioso designio de salvación y un trabajo obstinado, y la extrema delicadeza de la madre, siempre atenta a los menores sobresaltos y dificultades que sobrevienen en la vida de cada uno de sus hijos.

Por eso no solamente la paternidad humana, sino también la maternidad, son especialmente deudoras al Padre celestial de aquello que son. Toda maternidad humana se presenta corno una participación y derivación de la paternidad divina. Cuando Adán y Eva fueron formados a imagen y semejanza de Dios, el Padre los creó según el canon de su paternidad, al uno en calidad de padre y a la otra en calidad de madre. En cierto modo, es corno si hubiese dividido esta imagen en dos aspectos y hubiese querido que Adán represente ciertas tendencias y matices de su corazón paternal, mientras que Eva representaría todas las demás. Todos los tesoros de afecto que se encuentran escondidos en un corazón maternal humano provienen, pues, del Padre. Y provienen de Él incluso en lo que este amor tiene de específicamente maternal y femenino. El Padre reúne en Sí toda la riqueza afectiva cuyos reflejos ha difundido en multitud de destellos sobre la comunidad humana.

Por consiguiente, en todo amor maternal hay que reconocer una imagen viva del corazón del Padre. La cálida atmósfera que una madre ofrece al desarrollo de sus hijos, la profunda ternura con que los envuelve y su capacidad de conectar con todo lo que ellos experimentan corno gozos y dolores, la perseverancia de su solicitud, su benevolencia llena de atenciones, los prodigios, a veces heroicos, de su entrega, todo son manifestaciones de un afecto que ha sido comunicado por el Padre celestial. Si los hombres aprecian el corazón de su madre y, tan a menudo, lo encuentran maravilloso es porque en él descubren una réplica del corazón paternal divino, un afecto todo él inspirado y enriquecido por el inefable amor del Padre de los cielos.

       Esta réplica no se encuentra sólo en el ámbito de la generación carEsta réplica no se encuentra sólo en el ámbito de la generación carnal. La paternidad del Padre celestial es espiritual y ha querido reflejarse entre los hombres en una paternidad y una maternidad más elevadas que las que tienen su fundamento en la familia. Hay una paternidad espiritual, aquélla de la que tuvo experiencia san Pablo y de la que habla entusiasmado: “Aun cuando hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo —escribía a los Corintios—, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús” (1 Co 4,15).

Por otra parte, el Apóstol tenía conciencia de que esta enaltecedora paternidad le costaba muchos sufrimientos, inseparables de los esfuerzos apostólicos para dar una formación sólida a los cristianos: “¡Hijos míos! —decía a los Gálatas—, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Ga 4, 19). Por esta declaración se percibe cómo considera san Pablo su paternidad espiritual como si fuese, en cierto modo, una maternidad, pues supone los dolores de parto y una ternura acentuada.

Y es que, en el dominio espiritual, paternidad y maternidad están mucho más próximos el uno del otro: cuanto más se establece una paternidad en un nivel superioi tanto más íntimamente participa de la amplitud del corazón del Padre celestial. Por eso en su misión apostólica y en su influencia sobre las almas se sentía san Pablo con un corazón paternal tan grande.

La maternidad espiritual no es menos rica. Toda la belleza del papeI de una madre que se afana por sus hijos según la carne se halla transplantada en el dominio de las almas. Ella implica una influencia íntima de un alma sobre otra, para ayudarla a recibir las riquezas de la gracia y desarrollar en ella la vida de Cristo; y esta influencia está dotada de una fuerza particular de penetración, pues se halla impulsada por un intenso amor maternal, por una potente generosidad y una acogida de profunda simpatía. Esta maternidad se sitúa muy por encima del instinto, en el plano de un amor más desprendido de sí mismo, más desinteresado, pero también más vigoroso.

El Padre celestial ha querido suscitar un tipo único e ideal de maternidad espiritual, en el que se expresarían, de la manera más atractiva y concretamente humana, los prodigios de afecto con que colma el corazón de las madres. Eso es lo que ha hecho con María. La ha establecido como madre universal de los hombres en el orden de la gracia. Confiere así a esta maternidad espiritual la extensión más dilatada que pueda recibir, extensión semejante a la de su paternidad divina.

Él, que poseía hasta el infinito las fuentes del amor paternal, podía hacer a un corazón humano capaz de abrazar a toda la humanidad en su solicitud y su afecto, y ejercer eficazmente sobre todas las almas la irradiación de una influencia maternal. Más aún: ha pretendido una profunda semejanza de estructura entre esta maternidad espiritual de María y su paternidad divina. El Padre había decidido estrenar su paternidad respecto a todos los hombres introduciéndola en el interior de su paternidad respecto a la Palabra, su Hijo Único. Deseó amarnos como a hijos suyos precisamente a través de Cristo. De la misma manera, ha puesto como fundamento de la maternidad universal de María su Maternidad con respecto a Cristo. Al ser Madre del Verbo Encarnado, recibiría María su destino de llegar a ser Madre de los hombres. Y su corazón maternal, como el corazón del Padre, estaría llamado a volcar sobre todos y cada uno de los hombres el afecto que Ella tendría al Hijo de Dios. Por ahí se muestra la intención del Padre de dar a la maternidad espiritual de María no solamente la mayor extensión posible, sino la mayor profundidad.

Esta maternidad debía entrañar mucho más que una actitud de amor maternal: debía reposar sobre la generación del Redentor. María no sería Madre de la gracia entre los hombres sino después de haber sido hecha Madre del Autor de la gracia. Su influencia maternal sobre las almas tendría la más sólida raigambre; y su afecto materno tomaría las dimensiones de un afecto referido, en primer lugar, al Hijo de Dios. A ejemplo del Padre, María miraría a los hombres a través de su Hijo amadísimo y los consideraría, a esta luz, como a hijos suyos.

Si san Pablo contribuía a formar la vida de Cristo en los que habían sido confiados a su celo apostólico, María estaba destinada a hacerlo de una manera más invisible, es verdad, pero también más real. Porque siendo la Madre del mismo Cristo, tiene el poder de engendrarlo de nuevo en las almas. Elia es la que ha formado a Cristo en su venida a este mundo. Ella debe repetir en beneficio de los hombres esta primera acción maternal, reproducir en cada uno de nosotros su maravilloso alumbramiento.

Por otra parte, todavía más que este alumbramiento de que habla san Pablo a propósito de los Gálatas, la maternidad de María respecto de nosotros ha estado jalonada por el dolor. Para que Cristo pueda vivir en nosotros, María no solamente lo trajo al mundo: lo entregó, además, sobre el Calvario. Este sacrificio constituye el precio con que pagó su maternidad espiritual. Ya que sólo por la ofrenda del Crucificado puede transmitirnos a su Hijo triunfante.

Si María ha recibido el encargo maternal de distribuir la gracia en nuestras almas es, precisamente, por su participación íntima, en calidad de Madre, en el suplicio de la cruz. Elia, por tanto, nos ha dado a luz en el dolor: en el Gólgota. En el momento en que perdía su Hijo Único, quedó investida con su maternidad universal: al proponerla como Madre al discípulo amado, Cristo daba a entender que iba a ser en lo sucesivo Madre de todos nosotros.

La maternidad espiritual de María se revela, con ello, semejante a la paternidad del Padre celestial y le está estrechamente unida. El Padre nos hizo hijos suyos al darnos a su propio Hijo y ofrecerlo en sacrificio por nosotros; María nos da a este mismo Hijo que engendró según la carne y que ofreció en holocausto. Por eso la maternidad de María es una representación particularmente viva de la paternidad del Padre de los cielos. No ha faltado quien haya hecho notar que María, al pie de la cruz, hacía, en cierta manera, el oficio de Delegada del Padre, reemplazándolo junto a su Hijo paciente y demostrándole la compasión que el Padre le habría testimoniado visiblemente si hubiera tenido un rostro y un corazón humano.

Delegada del Padre, María lo espera junto a esas almas que ha dado a luz en el dolor del Calvario. Ella nos trae el afecto paternal de Dios mismo y, a través de su corazón traspasado, nos hace vislumbrar el precio con que el Padre quiso pagar su paternidad. En la Madre Dolorosa, que tanto nos conmueve, debemos descubrir la fuerza de un amor paterna! que ha llegado hasta el fin.

¡No se trata, pues, de oponer la persona y el papel de María a los del Padre. A veces se ha hecho, y existe la tentación de hacerlo. Con facilidad ponemos en María una indulgencia, una bondad y una misericordia que no se le reconocen al Padre de los cielos. Según ese criterio, Dios estaría representado por un juez que, a pesar de toda la bondad que podría poseer, debe atenerse a las reglas de la justicia en sus relaciones con nosotros. María sería la que hace doblegarse la rigidez del juez, no obedeciendo sino a las inspiraciones compasivas de su corazón maternal, y dejándose arrastrar más fácilmente por las súplicas de sus hijos. María ofrece así un refugio donde la debilidad del hombre pudiera ocultarse y estar al abrigo de la severidad divina.

Ya hemos señalado, a propósito del drama de la Redención, hasta qué punto era inexacto hacer de la obra de salvación un acto de la justicia divina vindicativa o punitiva; pues en realidad, en esta obra, el Padre se ha dejado guiar exclusivamente por su amor. Ahora bien, si la bondad paternal está a la cabeza de toda la obra salvífica, es Ella, y sólo Ella, la que regula las relaciones del Padre en la obtención de nuestra salvación individual.

El Padre actúa con cada uno de nosotros como con la humanidad en su conjunto. Si su amor por nosotros se manifestó en el drama del Calvario, este amor permanece y sigue existiendo con la misma fuerza. Le haríamos injuria si lo representáramos únicamente bajo los rasgos de un juez severo, en contraste con el rostro de María, lleno de dulzura y suavidad.

Nada hay en el corazón de Nuestra Señora que no sea un destello del corazón del Padre. Si la fisonomía de María es la de una Madre llena de comprensión con nuestras debilidades y desbordante de misericordia ante nuestra miseria, es porque el corazón del Padre posee en el más alto grado esta comprensión y esta misericordia. Si nos descubre tesoros inagotables de paciencia y bondad, es porque el Padre tiene de ellos una reserva infinita. Con la dulzura y benevolencia de su acogida, tan atractivas para los hombres, es imagen del Padre que a través de Ella desborda ternura y simpatía.

Los cristianos tienen razón al buscar en María un refugio donde estar seguros de ser admitidos y mimados, pero se equivocarían si creyesen que Ella es un refugio contra Dios. Es, más bien, un refugio en el mismo Padre, en un asilo de amor que ha construido para nosotros.

Los pecadores tienen razón cuando dirigen sus ojos hacia la Inmaculada, cuya extrema indulgencia conocen, y cuando confían en el cariño que Ella les muestra, a pesar de las faltas cometidas. Esta indulgencia, con todo, no ofrece ninguna oposición con una severidad divina, pues es la auténtica expresión de la bondad paternal de Dios. Ponerse al abrigo de María, en su corazón maternal, es en realidad ponerse al abrigo de Dios mismo, en las profundidades del corazón del Padre.

La figura de María es tan arrebatadora, tan seductora, precisamente porque en Ella se transparenta la sublimidad del amor que nos ha dedicado el Padre. Tal es el papel de la Virgen: Ella nos hace llegar al amor del Padre. El Padre sabía que nuestro espíritu humano hubiera tenido dificultad en comprender que su corazón paternal alimentaba todo el cariño que podemos desear de un Padre y de una Madre.

Ya lo hemos indicado: para muchos hombres, el Padre es una figura abstracta; su rostro paterno, al ser invisible, les parece lejano y frío, poco digno de interés. Si ya tienen dificultad en considerarlo verdaderamente como Padre, todavía serán menos capaces de percibir en Él todo el calor que se encuentra en un amor maternal.

El Padre ha venido, pues, en socorro de nuestra impotencia y ha colocado ante nuestros ojos a una Madre, que es, a la vez, una mujer de nuestra naturaleza e ideal perfecto del amor. Ella está aquí para hacernos sentir la ternura y la solicitud que Él nos dirige. Y lo consigue tan bien que ejerce sobre muchos un atractivo que el mismo Padre no parecería poseer en tal grado. En realidad, Ella no es sino una mensajera de la bondad divina que quiere ofrecerse a nosotros de manera más convincente; no es sino la expresión del corazón del Padre.

MEDITACIONES Y HOMILÍAS DE LAS FIESTAS DE LA VIRGEN SIGUIENDO EL TIEMPO LITÚRGICO 

RETIRO DE ADVIENTO CON LA VIRGEN

(Otras meditaciones para el retiro de Adviento, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclos A y B Y C, Edibesa 2004, Madrid)

       Queridos hermanos: El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el templo, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

       El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que mantuvieron durante siglos esta espera en el pueblo de Dios.

       El mundo actual, en su mayoría, no espera a Cristo, porque pone su esperanza en las cosas, en el consumismo; por eso no siente necesidad de Cristo, no siente necesidad de salir a su encuentro, no espera su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos, nos llenamos de más y más cosas, y paradójicamente ahora que creemos tenerlo todo, estamos más vacíos, porque nos falta todo, el todo que es Dios; son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y saciar de contenido tanto vacío existencial actual y salvar a este mundo: Jesucristo.       

       La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que lo haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

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Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...” (Is 35,1-2).


DIOS MÍO, VEN EN MI AUXILIO,

SEÑOR, DATE PRISA EN SOCORRERME.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 62, 2-9

EL ALMA SEDIENTA DE DIOS

(Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

 1.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

Salmo 64, 2-12

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

1.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

2.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

Gloria al Padre.

2.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

3.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres».

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

Gloria al Padre.

3.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.»

LECTURA BREVE (Is 45,8)

Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia.

RESPONSORIO BREVE

R. Sobre ti, Jerusalén, * Amanecerá el Señor.// Sobre ti,

V. Su gloria aparecerá sobre ti. *Amanecerá el Señor.

Gloria al Padre. *Sobre ti.

Benedictus, ant. «Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya».

Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su Precursor

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre.

Ant. «Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya».

PRECES

Invoquemos confiados a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, cuyo gozo es estar con los hijos de los hombres, y digámosle: Quédate junto a nosotros, Señor.

Señor Jesucristo, que nos has llamado al reino de tu luz,
— haz que nuestra vida sea agradable a Dios Padre.

Tú que, desconocido por el mundo, has acampado entre nosotros,
— manifiesta tu rostro a todos los hombres.

Tú que estás más cerca de nosotros que nosotros mismos,
— fortalece nuestros corazones con la esperanza de la salvación.

Tú que eres la fuente de toda santidad,

— consérvanos santos y sin tacha hasta el día de tu venida.

Padre nuestro.

Oración

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Canto final

LA VIRGEN SUEÑACAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

MEDITACIÓN: LA VIRGEN DEL ADVIENTO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26-38.

       QUERIDOS HERMANOS:

       1.- El rey David deseaba construir una “casa”, un templo a Dios; pero Yahvé le hace saber por el profeta Natán que su voluntad es otra: que más bien Dios mismo se preocupará de la <casa> de David, es decir de prolongar su descendencia, porque de ella deberá nacer el Salvador: “Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”. La elección de David, como toda elección, es pura gracia y benevolencia de Dios. El Señor ha protegido a David, su siervo; por amor a él y a su pueblo le promete la permanencia de su reino. Israel ha visto en la profecía de Natán, la promesa del rey Mesías. Esta promesa se realizará en la persona del Señor Jesucristo, hijo de David por excelencia. Muchas veces a través de las vicisitudes de la historia pareció que la estirpe davídica estuviese para extinguirse, pero Dios la salvó siempre: “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. (Mt 1,16); “Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará… por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc.1, 32-33)

            2.-Este proyecto lo realizó Dios por medio de María. María es el templo de la Nueva Alianza, inmensamente más precioso que el que David deseaba construir al Señor, templo vivo que encierra en si no el arca santa, sino al Hijo de Dios. El “hágase” de Dios creó de la nada todas las cosas; el “hágase” de María dio curso a la redención de todas las criaturas. María fue templo de Dios porque estuvo totalmente disponible a la voluntad y al proyecto de Dios.

       Ya en el paraíso, inmediatamente después del pecado original, Dios prometió la salvación del hombre por la descendencia de una mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente tentadora: “Luego dijo Yahvé Dios a la serpiente: Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; este te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal”.

       El pueblo elegido esperó con ansias durante siglos esa descendencia, ese Mesías que le habían prometido y que le liberaría de las consecuencias del pecado.    Tan intensa se hizo esa espera en aquellos tiempos que cualquier hombre extraordinario les parecía a los judíos que era el Mesías prometido. Así pasó con Juan el Bautista. “Le preguntaron: ¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?” Y la Samaritana dirá a Jesús en el diálogo junto al pozo: “Sé que el Mesías está por venir”. Así quiere la Iglesia que nos preparemos para la venida de Cristo en la Navidad. Así quiere que deseemos su Encarnación.La pena grande es que en este tiempo de Adviento en que la Iglesia nos dice que vendrá ciertamente el Señor en la Navidad y nos quiere preparar para esta venida, gran parte de los suyos, la mayor parte de los cristianos no sale al encuentro del Señor, el Señor no es esperado y deseado, llegará porque avanzan los días y llegará la fecha del 25 de diciembre, pero pocos son los que preparan su corazón para recibirle, se alegran con su venida y agradecen a Cristo su Encarnación.

       3.- El hombre moderno conoce un número extraordinario de esperas y desea muchas venidas, y vive muchos advientos. Pero son paganos, de cosas y dineros y consumismos y realidades mundanas, pero no esperan con ansias al Único Salvador que tiene este mundo. Estos matrimonios, estas familias, estos hombres, esta humanidad esclavizada por tantos ídolos de barro, que se compran con el dios dinero para sumergirnos en la idolatría del consumismo de una vida vacía sin sentido.

       La Iglesia nos invita en este Adviento a esperar al Mesías Salvador y el mejor modelo de esta espera es María (Ver Retiro de Adviento ciclo A). Hace ya más de dos mil años que el ángel Gabriel transmitió a la hermosa Nazarena la noticia más luminosa y llena de gracia de la historia de la humanidad: que Dios no se olvidaba del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios vendría en busca del hombre para que el hombre pudiera encontrarse con su Dios y Creador y vivir la historia de amor y amistad más hermosa que se pueda concebir, escribir y vivir: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse hijo de Dios, para que pueda llamarle Padre y vivir su misma felicidad y amistad; la segunda persona de la Santísima Trinidad vino a realizar por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar.

       Este es el hecho más importante que ha ocurrido en este mundo; por eso toda la vida de la humanidad se mide por esta fecha, desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). Por la Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas y esa misma “Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

       4.- La Virgen nos enseña cómo hay que esperar al Salvador, por donde viene el Señor:

       A) Por la oración. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”. Ha empezado a verificarse la profecía de Isaías,14: la promesa mesiánica de un reino eterno, hecha a David por el profeta Natán, de parte de Dios y leída en la primera Lectura de este domingo. Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado todavía célibe, aunque desposada o simple objeción del modo en que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela de parte de Dios el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Esto nos recuerda la presencia de Dios en la Nube, cubriendo la Tienda del Encuentro, que contenía el Arca de la Alianza y se inundaba de la gloria de Yavé (Ex 18, 1-14). Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de los hombres como Madre del Salvador con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida.

       María orando y hablando con Dios ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Pues bien, la contestación y respuesta de María debe convertirse en misión y programa para la comunidad cristiana, comunidad orante, que en la oración privada y pública debe recibir las respuestas de Dios sobre la vocación y la misión que tiene que cumplir en la tierra en el ministerio de la Salvación de los hombres. María, con su oración silenciosa fue más eficaz que todas las palabras.

       B) Por la fe. Porque orando creyó con total certeza en la promesa de Dios, y creyó que era el Hijo de Dios quien nacía en sus entrañas, y vivió ya totalmente para Él en fe, porque en ese momento no florecieron los rosales de Nazaret, ni se oyeron cantos de ángeles ni se paró el sol… no paso nada extraordinario, tuvo que creer a palo seco y sufriendo incomprensiones de todo tipo, porque no anduvo dando explicaciones a nadie, si siquiera a su esposo José. Por eso paso lo que pasó con él.

       Luego, hecha templo y morada y tienda de la presencia de Dios en la tierra, primer sagrario del mundo y arca de la Alianza nueva y eterna, llena de esa fe y certeza con inmensa alegría,  preñada del Dios que la tomó por Madre, Esposa e hija especial en el Hijo Amado, sintiéndose plenamente habitada por la Santísima Trinidad, fue a visitar a su prima sin mirar aquellos paisajes hermosos de las montañas de Palestina, porque ya sólo vivía para el que nacía en sus entrañas; ya todo era silencio, contemplación del misterio, amor y compromiso y fidelidad, en medio de las incomprensiones de su familia, de José y de sus vecinos. Y no dio explicaciones ni se excusó ante nadie; dejó que Dios lo hiciera todo por ella, como Él y cuando Él quisiera.

       La oración todo lo alcanza, cantábamos al Corazón de Jesús, en mis años juveniles. En oración recibió María el mensaje; en oración vio el camino a seguir; con su actitud de escucha recibió luz y aclaración, resolvió sus dudas y encontró la fuerza para llevarlo a efecto en medio de duras pruebas. Por la oración recibió a Cristo en su seno, lo paseó por las montañas de Judea en su visita a Isabel y ya no se apartó de Él, ni en la cruz, cuando todos le dejaron y ella siguió creyendo que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

       Con su sí fue Navidad en el mundo. Dios tenía necesidad de ella, de una criatura totalmente dispuesta a seguir y cooperar con su plan de salvación en medio de dificultades; una criatura que no pusiera resistencia ni pegas al plan de Dios; una criatura que al contrario de Eva, obedeciera totalmente a la voluntad de Dios, para que recuperásemos por su obediencia lo que habíamos perdido por la  desobediencia de Eva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

       C) Por el amor. Amor a la voluntad de Dios y amor a los hombres, a José y a su prima Isabel. El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. Primero hay que tener un corazón limpio de rencores y de pecados. En pecado, de cualquier clase que sea, no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que vivir en gracia. Ella estaba llena de gracia. Si hay pecado Cristo no puede nacer dentro de nosotros. La Navidad es la fiesta del amor de Dios a los hombres y en correspondencia de los hombres a Dios y a los hermanos, porque si Cristo nace todo hombre es mi hermano. Hay que llenarse del amor que Cristo nos trae y que nos hace hermanos de todos los hombres, nuestros hermanos en Cristo nacido hombre.

MEDITACIÓN DE ADVIENTO

VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA

       QUERIDOS HERMANOS: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil; el Adviento no ha existido en nosotros. Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de mi hijo o de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón o para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

3. 2 POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él. Por otra parte,  no sería bueno para nosotros que hemos de recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque hay villancicos y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

       Para demostrar esta verdad bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, Ael que nos ama@nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;@ANadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación:  que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de no encontrarnos con Cristo, de equivocarnos de camino en la vida, porque nos podemos equivocar para siempre.

       Cristo se encarna, viene a nosotros, porque nosotros valemos mucho, mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne. Dios entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de vida y de amor, creó a otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha. 

       “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,1-3), pero no sólo este mundo, sino la misma realidad divina, porque al contemplarse el Padre a sí mismo, en su mismo serse por sí mismo y verse tan lleno de vida, de amor, de felicidad, de hermosura, Ade túneles y cavernas insospechadas@, de paisajes y felicidad y fuego de las relaciones divinas del volcán divino en eterna erupción de su esencia, se vio plenamente en su Idea y la pronunció en Palabra llena de amor para sí y se amó con fuego de su mismo Espíritu y luego la pronunció para nosotros en carne humana.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«“Ven, Señor, y no tardes».

3. 3 POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

       Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.    ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

3. 4 POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Siena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto. ¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Pero reconozco abiertamente que, a causa de la culpa del pecado, perdió con toda justicia la dignidad en que la habías puesto.

       A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

       Y Balduino de Cantorbery nos dice:« “Porque Él nos amó primero…” porque en esto nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas... Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si dijera: Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuán por encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuán grandes cosas he hecho para ti, sino también de cuán duras y humillantes cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?

       Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén.» (Balduino de Cantorbery, Tratado 10, PL 204, 514, 516).

             Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

3. 5 POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo nazca en esta Navidad, dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios. Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con nuestros padres, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia. “Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

       Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

MI PRIMER SERMÓN DE LA INMACULADA

       (Lc 1,26-38: Fue la primera homilía de mi vida. En mis primeros tiempos, sobre todo si era durante la homilía, y aunque fuese durante la misa, todo se llamaba el Sermón; la hice y la dí en el Seminario, siendo diácono, en la novena de la Inmaculada, pronunciada con los tonos propios de la época, pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, 1959)

       QUERIDOS HERMANOS:

       1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.     Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

       Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebida Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin macha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

       2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Solo ella, la Virgen bella, la hermosa nazarena fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

       No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los Israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

       Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y fue concebida Inmaculada. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso.

       3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrella en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

       4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humanan la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María. María, la misma mujer y humilde jovencita Nazaret, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «María»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

       Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es un ser aparte.

       5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amoroso ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

       Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

       Nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal: la Madre,  Inmaculada.

       Asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

       6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.  

       Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

       Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja de gran río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

       Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

       Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si lo hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la del Cielo de su Padre, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

       María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: « Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».    Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no es Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

       Qué pura qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, que gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena tan bella y tan en la orilla de Dios.

       Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que nos puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

       Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material, pero está real, realísima, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar comérsela de amor.

       María está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con un presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y siente sus efectos maternales de gracia y salvación.

       Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti.

MEDITACIÓN

LA DICHA DE LA INMACULADA: VER A DIOS

LLENA DE GRACIA ES EL NOMBRE QUE MARÍA TIENE A LOS OJOS DE DIOS

MADRID, domingo 4 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Blas Rivera Balboa, profesor de la Universidad de Jaén, de su Seminario mayor diocesano, y agregado a la Facultad de Teología de la Cartuja de Granada, propone una lectura actual de la Inmaculada Concepción de María, advocación con la que España la honra como patrona. Publicado en la revista Ephemerides Mariologicae, en Madrid, ofrecemos aquí un extracto de los pasajes más significativos del artículo aparecido en el vol. 61 (2011) 211-224, titulado:"Esos tus ojos misericordiosos".

*****

La mirada de María.

Blas Rivera Balboa

 

María y Dios: un cruce de miradas en la historia de la salvación

Este cruce de miradas se expresa en las palabras del Magníficat: «porque ha mirado la pequeñez de su sierva..., ha hecho en mí cosas grandes aquel que es Poderoso» (Lc 1,48-49). Dios se convierte así en mirada creadora y misericordiosa.

Es creadora porque la transforma y engrandece, de tal forma que «de ahora en adelante me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48). La creación se ha convertido de esa manera en cruce de miradas. Ha fijado Dios sus ojos en María, poniendo en ella su fuerza y su ternura. María se descubre así mirada, transformada, enriquecida y liberada por la gracia de unos ojos que la contemplan con amor: María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: «se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,47).

Esta mirada de Dios desvela su grandeza creadora: ha creado a los hombres para poder mirarles y complacerse en ellos. Dios ha fijado sus ojos en María, el Creador se contempla en ella. Habiendo Dios creado al hombre a su semejanza, le llama por su gracia a salir de la desemejanza del pecado, para encontrar su camino que desemboca en la visión divina. Es el pecado de origen, momento en el que la criatura da la espalda al rostro del Creador, lo que impide al hombre contemplarlo. En efecto, con la caída el hombre perdió su semejanza con Dios (Gn 1, 26), su lugar original. Pues bien, María ya no tiene que esconderse en el jardín, como los hombres han hecho descubriendo la vergüenza de su desnudez pecadora, desde Adán y Eva (cf. Gn 3, 7-11).María mantiene la mirada, y manteniéndola, en un gesto de amor y transparencia, responde ante el misterio de Dios diciendo en plena libertad: «He aquí la sierva del Señor» (Lc 1,38). Por eso, María ha respondido, sosteniendo la mirada: «ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso» (Lc 1,49).

María se descubre así mirada por la gracia de unos ojos que la contemplan con misericordia. La propia bula Ineffabilis Deus recoge estas mismas ideas desde su inicio, recordando que María es el inicio de la «primitiva obra de la misericordia» de Dios (n. l). Reconoce lo mucho grande que Dios hace en ella. María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: «se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (Lc 1,47). De la misma manera que Dios se había manifestado en ella mirando su pequeñez, María descubre la mano de Dios en la historia. Hizo un canto de bendición a Dios, en el que reconoce que todo lo bueno viene de Dios.

De igual modo que Dios se había manifestado en ella mirando su pequeñez, María descubre la mano de Dios en la historia cuando los poderosos caen y los empobrecidos son levantados. María cree que Dios echa abajo a los grandes y poderosos, mientras que levanta a la gente sencilla, los humildes de la tierra; colma de bienes a los pobres, mientras que a los ricos los deja «con las manos vacías». Ella comprende que los planes de Dios son completamente al revés de los planes del mundo. María ve a Dios en estos actos y se alegra por ello. Al elegirla, Dios está prefiriendo a los pobres. María representa el clamor y la esperanza de los sencillos que ponen su corazón en el Señor. Por eso se sabe llena María, por eso se atreve a profetizar que todos los siglos la llamarán bienaventurada, porque ha sido mirada por Dios.

María se siente envuelta por la mirada de Dios, que pone sus ojos en los humildes y en los pobres (cf. Lc 1, 47-56). El Dios experimentado por la Virgen María no es un Dios indiferente al sufrimiento y humillación humana, no vuelve el rostro ante la injusticia y la violencia contra los indefensos, sino un Dios que «mira» la humillación y opresión de su pueblo.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios

El Salmo 24 se formula la pregunta: «¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?» (Sal 24,3); o lo que es lo mismo: ¿quién puede estar en la presencia de Dios?, ¿qué condiciones hay que tener para poder gozar de la compañía del Señor?, ¿quién puede contemplar a Dios? Y el mismo Salmo responde: «El que tiene manos limpias y puro corazón» (Sal 24,4).

Pureza de corazón y visión de Dios son términos correlativos de la Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios» (Mt 5,8); pero el término «visión» no se refiere a una simple mirada pasiva de espectador, sino a la gracia de ser admitido a la presencia de Dios: «Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 Pe 1,4) y de la Vida eterna (cf. Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf. Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria»

La Bienaventurada Virgen María, limpia de corazón, ve a Dios

La Virgen Maríaes el espejo de las bienaventuranzas y del perfecto seguimiento de Jesús. La fidelidad plena a la palabra de Dios, en cada momento de su vida, es la causa de su bienaventuranza. No es bienaventurada simplemente por ser la madre del Mesías sino porque ha escuchado la palabra de Dios y la ha puesta en práctica (Lc.11,28).Su vida entera es una floración de las bienaventuranzas.

El evangelio nos habla de las bienaventuranzas (Mt. 5,3-12): dichosos los sufridos, los pobres, los mansos, los humildes; todas estas cualidades están presentes en María.Todas las generaciones la bendicen y la llaman bienaventurada.

La Virgen Maríaha sido la persona humana más limpia de corazón, a la que Dios ha hallado digna no sólo de admitirla en su presencia, sino de hacerla santuario de su presencia, Madre de su Hijo eterno, Jesucristo. En la Anunciación, el ángel Gabriel le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Su pureza de corazón y su plenitud de gracia le permiten que el Señor la llene con su presencia personal: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dio; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,30-31). María acoge en su propio seno al Hijo de Dios.

La presencia divina, por obra del Espíritu Santo, la llena desde dentro: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). María lleva dentro de sí al Santo de los santos; no sólo puede estar en presencia de Dios, sino que lo contempla amorosamente dentro de sus entrañas maternales. La limpieza de corazón en María ha dado como fruto la maternidad divina y la maternidad eclesial: «La Virgen María al recibir la Palabra con corazón limpio, mereció concebirla en su seño virginal, y al dar a luz a su Hijo, preparó el nacimiento de la Iglesia»3.

A Dios nadie lo ha visto jamás (Jn. 1,18): La invisibilidad de Dios.

La expresión ver a Dios cara a cara es frecuente en el Antiguo Testamento. Jacob dijo haber visto a Dios cara a cara cuando luchó con el ángel: Jacob llamó el nombre de aquel lugar Penuel, diciendo: «Porque vi a Dios cara a cara y salí con vida» (Gn. 32, 31). Moisés también dice que lo vio, cuando en otra ocasión Dios le había dicho: «No podrás ver mi rostro, porque el hombre no puede ver a Dios y vivir» (Ex. 33, 20). No es que mate la vista de Dios, sino que El vive en otra dimensión a la que hay que pasar por la muerte. El conocimiento natural de Dios en esta vida no es inmediato ni intuitivo, sino mediato y abstracto, pues lo alcanzamos por medio del conocimiento de las criaturas. Por tanto, esas visiones se referían a visiones a través de figuras y de imágenes, lo que San Pablo llama visión mediata, oscura y parcial. A ésta contrapone el Apóstol la que tendremos cuando venga el fin; a la que él llama visión cara a cara.

A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia “la visión beatífica”5.

«Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, nadie verá a Dios y seguirá viviendo, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios [...] porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios»6.

La felicidad del cielo implica la unión con Dios por el amor, un amor mucho más intenso que en la tierra, ya que lo veremos cara a cara; allí sí que cumpliremos a la perfección el mandato del amor: con todo el corazón, con toda el alma, toda la mente7. La caridad, el amor de Dios, como explica San Pablo, no decaerá nunca: allí los bienaventurados amarán a Dios, pero no creerán en Él, porque ya no necesitan la fe, sino que ven a Dios cara a cara; ni habrá esperanza, porque los bienaventurados poseerán a Dios, que es el objeto de la esperanza8. De ahí que el misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invite a reflexionar sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Ángeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.

La fe, comienzo de la vida eterna. María: «Dichosa la que ha creído»

La pureza de corazón es don de Dios. Por eso, la pureza de corazón es, ante todo, la pureza de la fe. Por eso, María es bienaventurada porque ha creído.

La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Cor 13,12), «tal cual es» (1 Jn. 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna9: «Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como reflejadas en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día»10.

El misterio de la Inmaculada Concepción no sólo hace alusión exclusiva a la obra de Dios en María, a la preservación de toda mancha de pecado original y personal, sino que es, además, la celebración de la fidelidad guardada por María a la gracia de Dios a lo largo de toda su vida. Nació a esta vida mortal siendo desde el primer instante inmaculada, hija de la luz y nació a la vida eterna habiendo conservado encendida su lámpara. María es ejemplo por sus virtudes personales, «la cual refulge como modelo de virtudes ante toda la comunidad de los elegidos»11. La insistencia en la fe de la santísima Virgen tiene la finalidad de confirmar su condición de redimida, no fijada aún en la visión beatífica, sino partícipe todavía del “status viae”, en el que la existencia cristiana está caracterizada por la fe, junto con las otras virtudes teologales12.

Deregrinaje de la fe a la visión beatífica: María contempla el rostro de Dios cara a cara.

El Concilio Vaticano II asocia la santidad a la inmaculada: “Nada tiene de extraño que entre los santos padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva creatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como “llena de gracia” (LG 56). A lo que el papa Juan Pablo II añade: «Preservada libre de toda mancha de pecado original (LG. 59), la hermosa Virgen de Nazaret no podía quedarse como las demás personas en estado de muerte hasta el fin de los tiempos. La ausencia del pecado original y la santidad, perfecta ya desde el primer momento de su vida, pedían para la Madre de Dios la completa glorificación de su alma y de su cuerpo» 13.

Solamente la esperanza de la transfiguración total en Dios, en un eterno cara a cara con él, es lo que enciende la chispa de la certeza. Esa esperanza, fundada en la fidelidad de Dios a su palabra, es por consiguiente motivo de aliento supremo. María es su “gran señal”, que asegura nuestra esperanza y confirma nuestro aliento. No sólo “es imagen y comienzo de la iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la edad futura” (LG 68) sino que desde la gloria de los cielos en donde ha sido coronada como reina, “se cuida con caridad maternal de los hermanos de su Hijo” para que, superando las pruebas de la vida, puedan alcanzarla “en la patria bienaventurada” (LG 62)14.

HOMILÍA DE LA INMACULADA

       QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

       El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

       1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

       El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

       El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

       Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       2.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

       3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

       No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

       4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

       5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

       En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

       Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

       a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

       b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

       c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen guapa, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

       Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

       ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 HOMILÍA DE LA INMACULADA

(Homilía elaborada sobre una audiencia general de los miércoles del Papa, 1983, del original italiano que escuché personalmente)

             QUERIDOS HERMANOS:

       1.- La fiesta que estamos celebrando nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios en la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente redimida: mientras todas las demás seres han sido liberadas del pecado, ella fue preservada del mismo por la gracia redentora de Cristo. La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquélla que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar al Hijo al mundo quiso que naciese de una mujer, mediante la intervención del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno, y luego en sus brazos maternales, a Aquel que es Santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiese barrera alguna. Ninguna sombra debía oscurecer sus relaciones. Por esto, María fue creada Inmaculada. Ni siquiera por un momento ha estado rozada por el pecado. Podemos decir que María en el misterio de su Inmaculada Concepción es la revancha de Dios sobre la degeneración humana por el pecado.

       Es esta belleza la que durante la Anunciación contempla el Ángel Gabriel, al acercarse a Maria: “Alégrate, llena de gracia”. Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de las demás criaturas es la plenitud de gracia que se encuentra en Ella. María no recibió solamente gracias. En Ella todo está dominado y dirigido por la gracia desde el origen de su existencia. Ella no solamente ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad.

       Es la criatura ideal, tal como Dios la ha soñado. Una criatura en la que jamás ha existido el más mínimo obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada por la gracia, en el seno de su alma todo es armonía y la belleza del ser divino se refleja en ella de forma más impresionante.

       2.- María, primera redimida. Debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, María fue declarada «preservada intacta de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS. 2803). Ella, pues, se benefició anticipadamente de los méritos del sacrificio de la Cruz.

       La formación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación que se había producido, tanto en la mujer como en el hombre, como consecuencia del drama del pecado. Según la narración bíblica de la caída de Adán y Eva, Dios impuso a la mujer un castigo, y comenzó a desvelar un plan de salvación en el que la mujer se convertiría, en la primera aliada.

       3.- María corredentora o asociada a la Alianza de Dios con los hombres por medio de su Hijo. En el oráculo, llamado protoevangelio, Él declaró a la serpiente tentadora, la cual había conducido a la pareja al pecado: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal”. Estableciendo una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifiesta su intención de considerar a la mujer como primera asociada en su alianza, con miras a la victoria, que el descendiente de la mujer obtendría sobre el enemigo del género humano.

       La hostilidad entre el demonio y la mujer se ha manifestado de la forma más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción a la derrota sufrida por Eva en el pecado de los comienzos.

       En María se operó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de forma que María misma no tuvo necesidad, personalmente, de ser reconciliada, puesto que al haber sido preservada del pecado original. Ella vivió siempre de acuerdo con Dios. Sin embargo, en María se ha realizado verdaderamente la obra de la reconciliaci6n, porque Ella ha recibido de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se ha manifestado el efecto de este sacrificio con una pureza total y con un maravilloso florecimiento de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la Redención.

       4.- La perfección otorgada a María no debe producir en nosotros la impresión de que su vida sobre la Tierra ha sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. En realidad, María ha tenido una existencia semejante a la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana. Vivió en la oscuridad que comporta la fe. Ella fue preservada del pecado que siempre es egoísmo, para poder vivir totalmente al servicio de todos los hijos, de natural Jesucristo y de los confiados por el Hijo en la cruz, todos los hombres.

       No en menor grado que Jesús experimentó la tentación y los sufrimientos de las luchas internas. Podemos imaginarnos en qué gran medida se ha visto sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería un error pensar que la vida quien estaba llena de gracia fue una vida fácil, cómoda. Maria ha compartido todo aquello que pertenece a nuestra condición terrena, con lo que ésta tiene de exigente y de penoso.

       Es necesario, sobre todo, tener presente que Maria fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir plenamente su misión de colaboración con la obra de salvación: ha dado el máximo valor a su cooperación en el sacrificio. Cuando María presentó al Padre, el Hijo clavado en la Cruz, su ofrecimiento doloroso fue totalmente puro. Y ahora también desde el cielo la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón y su presencia junto a Cristo Glorioso y triunfante del pecado y de la muerte, nos ayude a aspirar hacia la perfección por Ella conseguida. Y por esto es por lo que la Virgen ha recibido estas gracias especiales y ha sufrido singularmente, para poder así ayudarnos a nosotros pecadores, es decir, fue Inmaculada por el poder y amor singular de Dios para todos nosotros, la razón por lo que Ella ha recibido esta gracia excepcional.
       En su calidad de Madre, trata de conseguir que todos sus hijos terrenales participen de alguna forma en el favor con el que personalmente fue enriquecida. María intercede junto a su Hijo para que obtengamos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que sufran angustia espiritual y material para socorrerlos y conducirlos a la reconciliación.
El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para todos los que la consideran como su Madre.

        Su Inmaculada Concepción ha sido la primera maravilla de la Redención de la que todos hemos recibido la alianza y amistad con Dios que nos llevará a participar plenamente de su vida divina aquí abajo, mediante la lucha y la conversión permanente junto a la cruz de Cristo, y en el cielo, con este mismo Cristo Triunfante y Glorioso junto a Ella.

MEDITACIÓN

Mensaje de la LXXXIII Asamblea Plenaria de la CEE en el CL Aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María

ANEXOS O COMPLEMENTOS PARA HABLAR DE LA INMACULADA: Conferencias, Meditaciones…

«Signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios».

1.- Al cumplirse el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, los obispos españoles queremos hacer llegar a nuestros hermanos, los hijos de la Iglesia en España, unas palabras sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y una invitación a renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada. De este modo, convocamos a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada, que comenzará el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005.

 2. Sentido del dogma mariano:El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, confiesa: «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano». Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación del dogma de la Inmaculada: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María, y la absoluta enemistad entre María y el pecado.

3.- María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia

Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante». En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

4.- Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia». Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna». En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), por eso acude a ella como «modelo perenne», en quien se realiza ya la esperanza escatológica…

5- María Inmaculada, la perfecta redimida.

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo», ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es «la Toda Santa» --como la proclama la tradición oriental-- implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». El amor filial a la «Llena de gracia» nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia».


6.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado.

María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella «enemistad» (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. «Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos».        Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, «es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto». Y aun cuando «la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente», comprobamos cómo «lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males».

La Purísima Concepción—tal como llamamos con fe sencilla y certera a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios. Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es «señal de esperanza segura».

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios.

En ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En ella encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). En ella encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30). En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, «desde que Dios la mirara con amor, Maria se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».

7.- El testimonio mariano de la Iglesia en España.

La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han ido siempre unidas a un amor singular a la Virgen María. No hay un rincón de la geografia española que no se encuentre coronado por una advocación de nuestra Madre. Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos mismos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”». Y así lo ha venido reiterando desde su primer viaje apostólico a nuestra patria: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción».

8.-La peculiar devoción a María Inmaculada en España.

El amor sincero a la Virgen María en España se ha traducido desde antiguo en una «defensa intrépida» y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es «tierra de María», lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores. Una muestra selecta de estos tesoros artísticos podrá contemplarse en la exposición que bajo el título Inmaculada tendrá lugar, D.m., en la Catedral de la Almudena de Madrid, del 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Con esta exposición la Conferencia Episcopal Española en cuanto tal desea unirse a las iniciativas semejantes que la mayoría de las diócesis ya están realizando o realizarán a lo largo del próximo año.

9.- Fuerte arraigo popular de la fiesta de la Inmaculada

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de Maria, la preparación primigenia a la venida del Salvador (Is 11, 1. 10) y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga».

Al inicio del Año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos la poderosa intercesión de Nuestra Madre para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia alma, como pidiera ya en el siglo VII San Ildefonso de Toledo en una oración de gran hondura interior: «Te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».


10.- Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, en diversas ocasiones la Conferencia Episcopal Española ha llamado la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España, considerada de «decisiva importancia para la vida de fe del pueblo cristiano».   

Al hacerlo hemos recordado que «la fiesta del 8 de diciembre viene celebrándose en España ya desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe».

Tras la definición dogmática realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido constantemente hasta nuestros días en piedad y esplendor», tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada «Vigilia de la Inmaculada». Con la Vigilia y la Fiesta de la Inmaculada de este año, se abrirá el mencionado Año de la Inmaculada, que concluirá también con la Vigilia y la Fiesta del año 2005.

11.- En el año de la Eucaristía


              La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. «María guía a los fieles a la eucaristía». «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, si no abandonamos nunca la escuela de María: ¡Ave verum Corpus natum de María Virgine!

HOMILÍA

INMACULADA CONCEPCIÓN

QUERIDOS HERMANOS: Celebremos hoy con gozo y alegría el misterio de la INMACULADA CONCEPCIÓN. Decir Inmaculada es quizás poca cosa. Porque esto indica simplemente que no estuvo manchada. Y el misterio encierra mucho más plenitud y gracias positivas. Porque quiere decir fundamentalmente que estuvo “llena de gracia”, llena de la vida de Dios, de sus gracias y virtudes desde el principio. No tuvo pecado alguno, ni original ni personal.

El pecado original mancha todo el ser humano. Es original no sólo porque estuvo en el origen histórico del hombre, sino porque sigue estando en el origen mismo de  toda personalidad humana. El hombre nace ya manchado por el Yo, el amor a sí mismo por encima del amor a Dios y a los hermanos desde que estamos en el seno materno.

Pero Dios quiere curar esta raíz podrida del hombre. Anuncia la lucha y la victoria de una mujer y de su hijo sobre la serpiente que ha introducido por su desobediencia a Dios el pecado en el mundo. María es ya en sí misma, en su misma persona, en su misma concepción y origen, la victoria de Dios sobre el pecado de origen y sobre el origen del pecado.

Porque ¿cuál fue la causa del pecado original? Lo fue Eva, con su desobediencia a la voluntad de Dios. Pues María por su Hijo Jesucristo será el origen de la victoria conseguida por el camino inverso al de la caída que propuso la serpiente.

Aplastar la cabeza de la serpiente es vencer a la raíz del mal humano. Si la raíz estaba viciada, la raíz debía ser sanada. Y Jesús, en su Madre, al soñarla y al ser concebida por el amor de sus padres Joaquín y Ana, empezó a desandar el camino desviado. Y como lo había prometido Dios a nuestros primeros padres, después del pecado, la serpiente fue aplastada en su cabeza por la “mujer y la descendencia de la mujer”, esto es, por María en su misma Concepción Inmaculada y por su Hijo, desde su Encarnación.

En su mismo nacimientos la “mujer” “nacido de una mujer”, que dirá San Pablo,  la que había sido elegida para Madre de Dios estuvo ya plenamente llena de gracia y estuvo inundada de virtudes. Fue pensada y soñada por su Hijo llena de gracia. Así es saludada por el arcángel Gabriel: “Jaire, kejaritomene, salve, la llena de gracia”. Y la razón te lo dicen los versos de la Hidalga del Valle: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia; y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo; y es concebida María sin pecado original».

Y lo mismo que Jesús, el fruto bendito de su vientre, Ella, desandando el camino de Eva, se convierte par nosotros en camino de la Salvación. ¡Qué éxito la negociación de Gabriel! Con razón es patrón de los diplomáticos y embajadores. Consiguió la respuesta perfecta: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

Con esto respuesta, María inicia aquí el camino inverso al que escogió Eva para perdernos. Eva, la mujer universal, no guardó la palabra dada a Dios. María, la mujer nueva, la guarda en su corazón, en su mente y en su vientre. Eva quería ser como Dios; María se considera una esclava del Señor. Eva duda; María se fía de Dios. Eva, egoísta, desobedece; Maria, amando, da su fiat. Eva huye y se oculta; María se hace presente: “Aquí está la esclava, la madre de la nueva humanidad, de los salvados.”

Como María, nosotros, los salvados por su Hijo nacido de su obediencia a la palabra de Dios, también tenemos que luchar contra la serpiente para hacernos limpios e inmaculados. La lucha sigue planteada, aunque la serpiente ha sido ya vencida, pero tenemos que derrotarla en cada una de nuestras vidas. Contamos con la gracia de Dios y la ayuda de su Madre Inmaculada. Debemos irnos transformando en imagen de nuestra Madre, en hombres nuevos, nacidos de su amor, y no del egoísmo de Eva. María se ha convertido en el inicio de los salvados, es la primicia de la Salvación de Dios.

María, ya desde su Concepción Inmaculada, por los méritos de Cristo aplicados proféticamente, esto es, aún antes de que Cristo muriera en la cruz, es la primera realidad humana totalmente sana, limpia y llena de hermosura divina, anticipo de la nueva creación y del hombre nuevo. Nosotros debemos continuar y ampliar la victoria de Cristo en María Inmaculada tanto en nosotros como en el mundo.

María, Madre y Modelo de la Iglesia y de todos los creyentes nos enseña a obedecer y amar y preferir a Dios sobre todas las cosas. Con Ella y como Ella rezamos:

María, Madre nuestra, te pedimos:

-- Que se haga siempre la palabra de Dios en nosotros y se cumpla su voluntad en toda criatura.

-- Que aprendamos como Tu   a servir a los planes de Dios y no a servirnos de Dios o de los hermanos.

-- Que como Tu sepamos vencer las tentaciones de no fiarnos de Dios ante las seducciones de la serpiente en el orgullo y amor propio.

-- Que no nos acostumbremos a nuestras manchas y pecados, sino que nos esforcemos en ser santos e inmaculados.

 

De la soberbia que ciega, líbranos, María

De la avaricia que endurece, líbranos, María

De la lujuria que esclaviza, líbranos, María

De la ira que enloquece, líbranos, María

De la gula que embota, líbranos, María

De la envidia que entristece, líbranos, María

De la pereza que inutiliza, líbranos, María

 

Madre, ayúdanos a parecernos a Ti, a ser como Tu. Sólo Tu puedes ayudarnos. No olvides que eres madre, vida, dulzura y esperanza nuestra. Salve, María, la llena de gracia,  Hermosa Nazarena, Madre del alma. Te queremos, Virgen bella, MADRE INMACULADA.

MARÍA EN LA DOCTRINA DE LA IGLESIA DEL CONCILIO VATICANO II

       Me ha gustado mucho siempre, desde su promulgación, toda la Mariología del Concilio Vaticano II, en el Capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium. Es una síntesis bíblica-teológica-espiritual   insuperada, incluso por otros escritos papales o eclesiales. Por eso, para facilitar su lectura, me ha parecido oportuno, ponerla completa, para hacer una lectura piadosa y teológica sobre la santísima Virgen y su misión junto al Hijo.

       No me atrevía, lo consulté incluso con un amigo, porque yo no había visto publicado entero el Capítulo VIII en ningún libro de los leídos por mí. Hasta que me topé en mi propia biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, Madrid 1975, pag 61-65, que transcribe íntegro el documento.   

       Por eso me he ido al Vaticano II y he hecho lo mismo. Es una <lectio divina> estupenda sosegada, profunda, completa para unos días de meditación y estudio sobre la Virgen, sobre la elección  del Padre, sobre la pasión de Hijo, sobre  el fuego creador, la potencia de Amor del Espíritu Santo.

CAPÍTULO VIII

LA BIENAVENTURADA VIRGENMARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

1. PREMIO

(La bienaventurada Virgen María en el Misterio de Cristo)

52. El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos (Gal 4, 4-5) «El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen» (Credo de la misa: Símbolo Niceno- Constantinopolitano).

       Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo, y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria «en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo» (Canon de la misa romana)

(La bienaventurada Virgen y la Iglesia)

53. En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con a todas las criaturas celestiales y terrenas.

       Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor  a que naciesen en la Iglesia los fieles, que «son miembros de aquella cabeza»(San Agustín, De s. virginitate 6: PL 40,399), por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

(Intención del Concilio)

54. Por eso, el sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el divino Redentor realiza la salvación, quiere aclarar cuidadosamente tanto la misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo místico como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no llevadas a una plena luz por el trabajo de los teólogos. «Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las Escuelas católicas sobre Aquella que en la santa Iglesia ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros».

II. OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

(La Madrede Dios en el Antiguo Testamento)

55. La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Venerable Tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación, y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos.

       Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15).

        Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Enmanuel (cf. Is 7,14; Mich 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.

(María en la anunciación)

56. El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que difundió en el mundo la vida misma que renueva todas las cosas.

       Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura .

       Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como llena de gracia (cf. Lc 1,28), y ella responde al enviado celestial: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

       Así, María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente.

       Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, «obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero» (San Ireneo, Adv. haer. III 22,4: PG 7,959; HARVEY, 2,123). 

       Por eso no pocos padres antiguos, en su predicación, gustosamente afirman: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe» (San Ireneo, ibid.; HARVEY, 2,124); y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes» (San Epifanio, Haer. 78,18:PG 42,728CD-729AB), y afirman con mayor frecuencia: «la muerte vino por Eva, por María la vida» (San Jerónimo, Epis. 22,21 PL 22,408) .

(La Bienaventurada Virgeny el Niño Jesús)

57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal (Cf. Conc. Lateralense, año 649, can. 3: MANSI 10,11-51). Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. LC 2,45-58).

(La Bienaventurada Virgenen el ministerio público de Jesús)

58. En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio, durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo recibió las palabras con las que (cf. Lc 2,19 y 51), elevando el Reino de Dios por sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo! “(Jn 19,26-27) (Cf Pío XII, encl. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AA 35(1943) 247-248).

(La Bienaventurada Virgendespués de la ascensión)

59. Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés “perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este” (Act 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación.

       Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original (Cf Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1845: Acta Pío IX, P.616, DENZ. 1641(2803), terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte(Cf Pío XII, const. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950).

III. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA

(María, esclava del Señor, en la obra de la redención

y de la santificación)

60. Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: “Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos” (1 Tim 2,5-6). Pero la misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

(Maternidad espiritual)

61. La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda eternidad cual Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

       Concibiendo a Cristo, engendrándolo,alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

(Mediadora)

62. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación (San Juan Damasceno, In dorm. B.V. Maríae hom. I: PG 96, 712 BC-713A).

       Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.

       Por eso la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos (Cf León XIII, enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AA 15 (1895-96) de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite, ni agregue (San Ambrosio, Epit. 63: PL 16,1218)  a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras, tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

       La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.

(María como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia)

63. La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (San Ambrosio, Expos. Lc. II 7. PL 15,1555). Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre(Cf PS.-PEDRO DAM., Serm. 63: PL 144, 861AB), pues creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber: los fieles a cuya generación y educación coopera con materno amor.

(Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia)

64. Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad (San Ambrosio, Expo. Lc II 7: PL 15, 1555)

(Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia)

65. Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes.

       La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo.

       Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre. La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad.

       Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.

       La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.

IV CULTO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA IGLESIA.

       66. María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas (Sub tuum praesidium).

       Especialmente desde el Sínodo de Éfeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso” (Lc 1,48).

       Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración que se rinde al Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1, 15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col 1, 19), sea mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.

Espíritu de la predicación y del culto

67. El sacrosanto Sínodo enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos (CONC. NICENO II, año 787: Mansi, 13, 378-379).

       Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios (Pío XII, mens. Radiof. 24 oct. 1954). Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad; eviten celosamente todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.

       Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

V. MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE

(Antecede con su luz al pueblo de Dios)

68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Petr 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.

(Que nos alcance formar un solo pueblo)

69. Ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos (Cf Pío XI. Enc. Ecclesiam Dei, 22 nov. 1923: AA 15(1923) 581); Pío XII, fulgens corona, 8 sep. 1953) con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios.

       Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristiano como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad.

       Todas y cada una de las cosas que en esta constitución dogmática han sido consignadas, han obtenido el placet de los Padres. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica a Nos confiada por Cristo, todo ello, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos, decretamos y estatuimos en el Espíritu Santo, y ordenamos que lo establecido por el Sínodo se promulgue para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 21 de noviembre de 1964.

Yo, PABLO, obispo de la Iglesia católica.

MEDITACIÓN: MAGNIFICAT

ESPIRITUALIDAD MARIANA DESDE EL MAGNIFICAT

1. «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lc1,46s).

Aquí vemos, hermanas, una de las actitudes esenciales d María, libre de pecado, que nos enseña mucho, pues es la acti tud testificadora de la Verdad, en la que estaba sumergida la San tísima Virgen. Adán pecó y originó el pecado en la humanidad: la rebelión contra Dios, por querer ser como Dios, sugestionado por el que es la mentira y la soberbia esencialmente. María, en cambio, en el momento de su mayor exaltación: Madre de Dios, sólo sabe proclamar la grandeza del Señor, glorificar al que es ci Autor de todas las obras grandes. Vemos, pues, a María, glorificando a Dios porque se ve salvada por El. Adán glorificó la mentira al aceptar la propuesta del padre de la mentira, Satán, y se alejó del ámbito de Dios. El pecado siempre es negación de la Verdad, Dios, y reafirmación de la mentira, Satán.

María se proclama criatura de Dios, necesitada de El, vinculada a El, por eso se regocija en Dios, su Salvador. Lo contrario a Adán, que no acepta el designio de su Creador sobre El, se separa de Dios al querer, engañado por Satán, glorificarse a sí mismo, llegando a ser como Dios. Dos caminos opuestos al alcance de toda criatura: el de la Verdad, que nos hace humildes reconociendo que sin Dios nada somos y nada podemos; y el de la mentira, que nos hace creer lo que no somos y lo que no podemos sin Dios, creyendo tocar el cielo con las manos, cuanto más alejados estamos de Dios, al situarnos en la mentira.

La enseñanza para nosotras, concepcionistas, es la de asimilar en nuestro espíritu la actitud humilde y glorificadora de María, nuestra Madre, que nos hace sentirnos salvadas por Dios, deudoras de Dios en todo lo que somos y hacemos. No trabajar por adquirir esta actitud de María es quedarnos situadas en la esencia del pecado original, que nos saca de la verdad y de la glorificación que debemos a nuestro Dios Creador y Padre, y, por lo mismo, nos sitúa en la actitud de Adán, engendradora del pecado, y nos hace pecar, revelarnos contra Dios y su designio creador sobre nosotras.

Y en este camino, hermanas, siempre que pecamos estamos frustrándonos, porque estamos activando la fuerza del pecado original que heredamos de Adán, haciendo crecer en nuestro interior su actitud pecadora que destruye el ser o vida divina que recibimos de Dios, generadora de paz y felicidad, de santidad. Cuando luchamos por liberarnos del pecado, estamos luchando por adquirir la actitud esencial de María, actitud que, por ser la de la libre de pecado, es la actitud libre de error; actitud de humildad, llamamos nosotras, porque está cargada de la verdad de Dios, que hace que le glorifique por su grandeza y santidad. Actitud propia del ser creado por Dios a su imagen y semejanza representado perfectamente por María, nuestra Madre Inmaculada.

Tenemos, por tanto, en María la auténtica actitud del que lucha contra la semilla de Satán, que es la mentira, el error, el pecado, la muerte, que todo esto trae consigo la propia glorificación. Por ello, cuando descubramos en nosotras dones del Señor, cuando a causa de las capacidades recibidas de El hagamos cosas relevantes o bien hechas, jamás busquemos las propias alabanzas, que sería caer en las trampas de Satanás, sino glorifiquemos con toda el alma al Señor, como María, sin que nos quede capacidad para el engrandecimiento propio, sino que todo nuestro ser proclame la grandeza del Señor; y, si no podemos ocultar esos dones de Dios después de haberlo procurado, regocijémonos en Dios nuestro Salvador, pues todo es de El y todo debe volver a El.

Y así hagamos que se cumpla en nosotras con toda fidelidad lo que canta el salmo: «No a nosotros, Yahvé, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria» (Sal 1 13b,1) porque sólo de El es cuanto contiene la tierra, y los bienes que recibimos de El son. Por tanto, como María, devolvamos a Dios lo que es de Dios: todo nuestro ser rendido glorificándole sólo a El. Pidamos a María este espíritu glorificador de Dios.

2. «Porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava»

Estremece a María que Dios haya puesto sus ojos en ella. Él, el Sadday, el Omnipotente, ha mirado su pequeñez y le ha hecho Madre del «Hijo del Altísimo» (Lc 1, 35). Ante este inefable misterio ella se percibe como es, pequeña, muy pequeña y todo su ser se convierte en alabanza al Poderoso que ha mirado su pequeñez. En cambio, Adán en el Paraíso, por no decir el pecado, prescinde del que le ha creado y busca su propia grandeza. El pecado desoye siempre a Dios y sigue la voz de la propia soberbia autosuficiencia que le dice: «Serás como Dios» (Gén 3,5).

       Buscamos ser más, o no someternos a Dios cuando pecamos. María, la que no conoce la senda del pecado, en la grandeza de la mater nidad divina que Dios le ha dado, se asombra de que Dios haya hecho eso con ella. Se asombra de la elección divina, y no encuentra más explicación que la de que Dios ha mirado su pequeñez, la pequeñez de su esclavita.

Como digo arriba, ésta es la senda del no pecado, el asombro agradecido, confiado, de entrega constante y amorosa que inclina todo su ser ante el proyecto de Dios, Señor soberano de todo lo creado, Autor de todo lo bueno. Asombro nacido de la conciencia de su realidad humana. Elia veía con claridad que sin Dios no hubiera sido nada, porque todo lo había recibido de El. Esta es la grandeza de María: proclamar a viva voz que todo lo había hecho Dios porque había mirado la pequeñez de su esclava, su nada vuelta hacia su Creador y Señor.

Es lo que le faltó a Adán. Adán fue creado por Dios también sin pecado, pero él, desoyendo la voz de la Verdad —Dios, que le había hablado—, escuchó y creyó la voz de la mentira —Satán—, y se metió por la senda del pecado. Su actitud fue de rebelión contra Dios porque no reconoció su pequeñez, sino que en la ocasión que se le presentó buscó su grandeza, en la que encontró su propia ruina, que es el fruto de entrar por la senda de la mentira, del pecado, de la independencia de Dios, de la soberbia. En definitiva, es la actitud de autoafirmación en lo que somos cuando nos apartamos de Dios: nada, pecado.

La actitud de todo ser humano creado a imagen y semejanza de Dios es la de María. Es la que nos conduce a Dios y a su felicidad. Es la actitud por antonomasia que debemos imitar en María las Concepcionistas. Actitud de asombro por haber sido elegidas por Dios, creadas y predestinadas por Dios (Rom 8,30), amadas por Dios con amor de predilección, electivo. Actitud de asombro de que Dios siga amándonos a pesar de nuestros pecados. Actitud de asombro de que Dios mire, siga mirando nuestra pequeñez para concedernos nuevas gracias de misericordia, de amor y perdón. Conciencia de que todo lo que somos y recibimos es del Creador, no nuestro, y de que, si queremos o pretendemos ignorar nuestra nada y pequeñez, nunca cantaremos la grandeza de Dios en lo que somos y hacemos, sino la grandeza de nuestra miseria y debilidad que terminará siempre en la propia frustración, en el propio pecado, diría en el ridículo.

Porque no hay persona que caiga más en el ridículo que la que se alaba a sí misma. Está fuera de sitio, fuera de la virtud. En cambio, está en la virtud y muy cerca de la verdadera conversión quien reconoce la propia pequeñez, pues será iluminada por el Señor para ver con claridad su mediocridad y la belleza de la santidad, para seguirla, para acoger con humilde corazón el proyecto creador y vocacional de Dios confiando en su gracia para vivirlo.

Pidamos a nuestra Madre Inmaculada que nos alcance del Señor esta actitud de autenticidad que rezuma verdad, que rezuma a Dios, porque es la verdad y es poner las cosas en su sitio. ¡El grande es sólo Dios! María en la plenitud de su santidad lo sabía, lo vivía, y así lo proclama. Si ella es grande, es porque Dios la ha hecho grande. Es la actitud, vuelvo a repetir, de la libre del pecado, la actitud del humilde, y, por lo tanto, libre de error.

Pues así hemos de ser para ser hijas suyas. No nos será difícil, pues, además de pequeñas en la virtud, somos pecadoras. Asombrémonos con María de nuestra elección, que no merecemos. Y aceptemos con ella lo que Dios ha hecho con nosotras; y, con María, entonemos con agradecimiento un cántico de amor y de alabanza al Creador, porque se ha dignado poner sus ojos en nuestra pequeñez y elegimos para El.

3. «Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Omnipotente, es santo su nombre»

María sigue proclamando su vinculación agradecida al Todopoderoso, por el que la llamarán bienaventurada todas las generaciones. Adán, en cambio, buscó su bienaventuranza, su felicidad en la materia, gustando, disfrutando de ella. «Comió del fruto prohibido» (Gén 3,17), y la tierra, la materia, se volvió contra él, porque había desobedecido al Creador de ella. María, aunque contrariada en sus deseos de pasar desapercibida en el pueblo de Israel, encontró su gozo en la aceptación del designio de Dios sobre ella, y allí encontró su bienaventuranza. En la santidad, en el rendimiento de su voluntad, no en la posesión de cosas, sino en la renuncia de su voluntad, encontró su gozo, y con alegría se entregó íntegra al cumplimiento del divino designio, experimentando y cantando su plenitud en ello.

María proclama que la llamarán bienaventurada todas las generaciones, no por lo que ella haría en el futuro sino por lo que Dios había hecho en su favor, el Omnipotente, el Santo. Y se gozó en su Nombre santo. Se gozó en Dios, no en lo que ya era ella: Madre de Dios. Se perdió en Dios, no en su grandeza maternal. Se olvidó de sí y entonó un canto de glorificación a la divina voluntad.

Recordemos que el Magníficat lo cantó María después de que le dijo su prima Isabel que era bienaventurada porque había creído que se cumplirían las cosas que se le habían dicho de parte del Señor, y María, recogiendo de labios de Santa Isabel esta profecía, cuyo autor era el Espíritu Santo, responde que si la llamarán bienaventurada las generaciones es por el Omnipotente, por lo que El se ha dignado hacer en ella. No sabe salir de Dios María, ni las alabanzas la pueden sacar. Ella queda vacía de sí misma y llena de Dios.

Las alabanzas no caben en ella porque el Verbo de Dios ocupaba todo su ser, y éste es su gozo: Dios y sus cosas, el Omnipotente que las ha hecho, y, a pesar de las alabanzas de Isabel, María deja las cosas en su sitio. Dios es Dios. Su nombre es santo, es el Omnipotente, es el que Es. Y ella es su sierva, su esclava, entregada con amor a su designio divino, con humildad y gozo infinito.

Esta ha de ser nuestra respuesta o actitud ante el designio de Dios sobre cada una de nosotras. Nos ha elegido para El, no porque seamos mejores que las demás, sino porque su nombre es santo, misericordioso. Porque nos ha amado con predilección sin nosotras merecerlo.

Nuestra respuesta ha de ser entregarnos con gozo al cumplimiento de sus designios sobre nosotras, con corazón humilde, proclamando su obra salvadora, redentora, a favor nuestro, sin quedarnos en nosotras, sino sólo en Dios. Viviendo desprendidas de la materia, no sujetas a las cosas, sino sólo en la cosas de Dios, y en Dios mismo, como María.

Vacías de la vanagloria, llenas sólo de Dios, en humildad, reconociendo que sólo Dios es santo, y nosotras quedándonos en nuestro sitio, sólo siervas de Dios, esclavas suyas en el desarrollo interno y externo de nuestra vocación. Reconociendo que todo lo que hay en nosotras es obra de la misericordia y omnipotencia de Dios, quedaremos vacías de nosotras mismas y con el corazón abierto a la obra santificadora del Espíritu.

Muy importante interiorizar este reconocimiento, que hagamos oración sobre ello, porque nuestro ser responde poco o casi nada al Ser divino; por eiio, ha tenido que desplegar Dios su amor, su omnipotencia y su misericordia para atraernos hacia El, día a día. Reconociendo así nuestra pequeñez, nuestra nada, agradecidas nos gozamos, como María, nuestra Madre, en Dios nuestro Salvador. Y nos sentiremos deudoras de El, porque ¡ha hecho tantas cosas a favor nuestro, nuestro Dios y Señor!

4. «Su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo; dispersó a los de corazón altanero»

María, nuestra Madre, recuerda la historia de su pueblo, testigo de las misericordias del Señor cuando ha caminado por las sendas de Dios. Nosotras recordamos hoy a Adán, al Adán de hoy, que se desliga de Dios, gloriándose de sus descubrimientos, de sus conquistas, de sus riquezas, de sus honores. Esto es el pecado, abocado a la ruina. En un momento pueden venir abajo sus conquistas, sus riquezas. No está en las cosas la seguridad, sino sólo en Dios que prolonga su estabilidad, su misericordia con los que le temen amorosamente, con los que reconocen lo que Dios es: ¡Todo!; el hombre: ¡nada! Pero el pecado piensa así, equivocadamente. Porque fuera de Dios sólo existe el error.

María, o el no pecado, desde su permanencia en Dios, contempla cómo Dios va llenando las generaciones de su gracia y sabiduría, de su inteligencia, en los que le aman y en los que no le aman, aunque ellos no lo entiendan, porque su misericordia y amor son eternos. Pero más en los que le aman y reconocen su poder y bondad. A éstos los llena de su sabiduría divina, les abre la inteligencia para más conocerle experimentalmente y en toda la creación. Les llena de su gracia, los acoge en su corazón. Todo esto lo contempla María desde su pequeñez, desde su humildad, que le acerca más íntimamente a Dios y al conocimiento de sus designios. Y se gloría de la potencia de su brazo con los que le aman.

Y contempla también cómo la potencia del Omnipotente se complace en lo pequeño, en el humilde, porque se complace en la verdad, no en la falsedad de la arrogancia humana, que terminará bajo la fuerza de su brazo poderoso, que arroja o dispersa a los de corazón altanero lejos de su ámbito de santidad.

María es la pequeña, la que canta su dependencia humilde con el Dios misericordioso que llena de gloria su alma. Así debemos cantar las concepcionistas y vivir nuestra dependencia de Dios, haciéndonos pequeñas frente a quien se quiera hacer grande; siendo humildes ante la prepotencia que tengamos a nuestro alrededor, y gloriándonos de nuestra pequeñez porque sólo Dios es grande, repito, reconociendo vitalmente con las obras esta realidad divina, porque es en lo que se complace Dios, ya que es la verdad, y es lo que nos acerca a El, no la soberbia, no el orgullo, no la envidia de los que hacen grandes cosas, de quien tenga más cosas, sino la vivencia de la esencia de nuestro ser, que es la pequeñez, y es la que nos acerca al Esencial, al Dios misericordioso.

5. «Derribó a los potentados de sus tronos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías»

Continúa María cantando la historia de su Pueblo y las consecuencias que trajo para el mismo su arrogancia y soberbia. Fue la historia también de Adán que arrodilló su corazón ante Satán en el paraíso, ya que «al llegar a ser como Dios» sería dueño de todo. Adoró la mentira, que era el mismo Satán. Es lo que adora el hombre de hoy al adorar el poder y la ambición.

María, desde su corazón humilde, adora la fidelidad de Yahvé con ios humildes que se sacian de sus bienes. María es la pobre de Yahvé que se gloría de no tener nada para recibirlo todo de la fidelidad y del amor de Dios que abre sus tesoros a los humildes. Expresa aquí María su actitud real de despojo de todo lo que no sea Dios, despojo afectivo y efectivo de los bienes materiales y espirituales.

Entendemos, hermanas, que este despojo espiritual, esta experiencia gozosa de sentirse pequeña, muy pequeña ante Dios, vacía, muy vacía de deseos ante Dios para llenarse de su fidelidad y amor, es una reverberación de la existencia de Dios en ella, de su Ser divino en la criatura que no abriga más deseos que los deseos de su Dios, que se gloría en ser pequeña para Ilenarse de la grandeza de su Dios. Más aún, que se goza en ser pequeña, para necesitar de su Dios, de la fidelidad de su Dios, de su amor y lealtad, de su bondad con los humildes de corazón.

En este canto, María nos abre su alma llena de la luz de Dios, llena de Dios mismo, y deja que Dios mismo se haga canto en su boca para decirnos que a los pobres, a los humildes los colma de bienes y despide a los ricos con las manos vacías. Llena de su Ser divino a los humildes que reconocen y cantan la grandeza del que es Eternidad, Autor y Creador de todo lo bueno, Bien infinito que tiende a comunicarse, a darse a los que abren su corazón vacío de cosas a la liberalidad amorosa y divina de su Dios, que se gozan de poseer sólo a Dios. En cambio, deja vacíos de su trascendencia divina a los que están llenos de ambiciones terrenas, encadenado su corazón a las riquezas de la tierra.

Esta revelación del Ser divino, como criatura, sólo la pudo cantar la Unica que fue libre del pecado, sin experiencia de desorden, no atrapada por el mal. Que sólo tuvo experiencia de Dios, de su santidad, de la forma de existencia de Dios, o modo de ser. Que fue muy cercana a Dios y a su modo de pensar, al ser ella purísima, espiritual, santísima, fiel, establecida en la Verdad, en la Inmutabilidad, en Dios eternidad, y por ello siempre fue llevada por el espíritu de Dios. Y la cantó para nosotras para que pensemos como Dios piensa, y para que amemos lo que Dios ama: la humildad y a los humildes, la pobreza y a los despojados, a los que están vacíos de vicios, pero llenos de virtudes, llenos de Dios.

Nosotras entendemos poco de estas grandezas divinas, pero podemos contemplarlas, adorarlas y amarlas, como María, desde nuestra pequeñez, y cantarlas como ella, deseando vivir en Dios y de Dios. No desear tener ningún deseo, para que seamos llenas de los deseos de Dios. Desear estar muy vacías de las cosas terrenas para que nos llene Dios de su amor deseable, fiel, eterno, inefable.

Pidamos a nuestra Madre Inmaculada que así como ella supo tan perfectamente ocupar su puesto y supo vivir pequeña ante Dios, porque lo era de verdad, así a nosotras nos alcance del Señor vivir pequeñas en su presencia, humildes delante de los demás. Que nos enseñe a no prosternamos ante las cosas, ante la ambición y grandezas humanas. Que nos enseñe a no adorar la mentira de Satán y las apariencias falsas de santidad. Que, en fin, nos llene de su espíritu empapado, rebosante de Dios, para que nos convirtamos en un canto de amor a Dios que lo revele, como ella lo hizo.

6. «Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había anunciado a nuestros padres a favor de Abrahán y su linaje por ios siglos» (Lc 1,54s)

María canta, por fin, la gloria de la fidelidad de Dios, la gloria de estar cerca de su Dios por su misericordia que se acuerda de lo anunciado a Abraham, de la palabra dada a los que creen y esperan en El. Por el contrario, Adán creyó a Satán más que a Dios y a su fidelidad con El. Se apegó a lo efímero, y el premio fue su destrucción espiritual y moral, y aun material; su incredulidad le alejó de Dios y le metió en el pecado, en el reino de las tinieblas.

       María, en cambio, sabiendo que el Esencial es invisible, ajeno a poseer nada, esperó despojada sólo en Dios, y el premio fue ser acogida por El. Así lo entendió ella en su maternidad divina. Canta que había engendrado a Dios contemplando en ello la acogida de Dios a su pueblo, según le prometió a Abraham. Y en su pueblo se sintió acogida ella también. Así lo canta: «Acogió a Israel, su siervo». Y, como consecuencia de esta fidelidad de Dios, María se veía hecha Madre del Altísimo, y esta misericordia del Señor desborda su alma de gozo y de paz.

Tan profunda fue su fe, su amor, su culto a la fidelidad de Dios, que entonó mayor grandeza para su pequeñez —ser acogida por la fidelidad de Dios— que ser elegida por El para las grandes cosas que había hecho en ella. Estimó mayor grandeza ser acreedora de la misericordia de Dios que de su propia grandeza maternal. Se sintió más acogida de Dios por ser descendiente de Abraham, a quien acoge la fidelidad de Yahvé, que por los méritos de su fiel esclava. En una palabra, hermanas, María, nuestra Madre, lo que canta en su Magníficat es su pequeñez, el esencial despojo de sí misma, ante la obra grandiosa que Dios ha hecho a favor de su pueblo, aunque haya sido ella, como hija de Abraham, la elegida donde Dios ha demostrado su fidelidad a las promesas hechas a Israel.

Como vemos, hermanas, María sólo sabe moverse en Dios, no sabe salir de Dios. Le es imposible. Porque antes había salido de sí misma. ¿Qué nos dice a nosotras, concepcionistas, hijas suyas, hijas de este espíritu íntegramente libre del pecado, despojado del mal, que manifiesta claramente la imagen y semejanza de Dios? Nos dice, resumiendo todos estos días de Ejercicios espirituales concepcionistas, que, asumiendo nuestra realidad ante Dios, es decir reconociéndonos nada en su presencia convencidamente y, consecuentemente vaciando de nuestra realidad humana toda la soberbia y desorden que tenernos, apareceremos ante Dios pequeñas y seremos acogidas por El con entrañas de misericordia, análogamente a como fue acogida nuestra Madre Inmaculada. Y si nos hacemos y aparecemos pequeñas también ante nuestras Hermanas, si somos humildes, viviremos sin duda la imagen y semejanza de Dios, porque cimentaremos nuestra vida en la verdad.

Cimentaremos en la verdad, si somos humildes, los compromisos de nuestra consagración monástica, nuestros votos de obediencia, castidad y pobreza o despojo concepcionista; nuestra clausura o búsqueda de Dios; nuestra oración nuestra alabanza divina. Haciéndonos pequeñas, humildes, cimentaremos en la autenticidad nuestra mortificación y vida d penitencia; nuestro amor a Dios y nuestro amor fraterno; cimentaremos en la verdad nuestra fe y la vivencia de nuestro propio carisma.

En cambio, si no nos hacemos humildes, si no nos establecernos en la verdad, la soberbia o espíritu desordenado de Adán, atravesará nuestro ser haciéndonos desear grandezas, ambiciones. Nos hará prescindir de Dios en muchas ocasiones de nuestras ocupaciones. Desoyendo su voz de santidad, nos hará buscar en las cosas la propia satisfacción y felicidad; nos hará orgullosas gloriándonos de nuestras capacidades o de las propias obras de nuestras manos. Nos hará prosternar, no ante la grandeza de Dios, sino ante los triunfos que nos puede ofrecer la propia honra buscando fama y aplausos humanos en nuestro obrar. Nos hará creer más en la eficacia de las cosas y del propio esfuerzo que en la fidelidad y amor de Dios que da su gracia a los humildes para llevarlas a cabo. Nos hará insensibles al amor de las hermanas, a sus necesidades, a su modo de ser.

Por tanto, hermanas, además de los propósitos que hayamos hecho en estos Ejercicios, saquemos fundamentalmente el de reconocer nuestra pequeñez delante de Dios y de las hermanas, admitiendo humildemente que conozcan nuestra pequeñez, que cuesta más, gloriándonos de ello, para agradar más a Dios; aceptando con paz que se conozcan asimismo nuestros errores y fallos, y que nos los digan en corrección fraterna, para que lo que resplandezca en nuestra vida sea todo y sólo obra de Dios a imitación de nuestra Madre Inmaculada, y seamos así más fácilmente imagen santa de Dios quitando el desorden de nuestra vida.

Verdaderamente, hermanas, que fue la soberbia la causa del pecado, porque aquí tenemos a María. Ella misma se hace un retrato en su Magníficat y lo cimienta en la verdad, que no sé por qué la llamamos humildad. Su nombre verdadero es reconocimiento de la verdad, que nos lleva al conocimiento de Dios, Causa de todo lo bello y bueno que existe. Quien tiene esta virtud de reconocimiento de la verdad canta como María su pequeñez y sólo sabe gloriarse en Dios su Salvador y Señor. Esta es María, la conocedora de Dios y de sus deudas con Dios, cuyo Nombre es santo.

Si la imitamos, comportándonos como somos, muy pequeñas delante de Dios y de las hermanas, habremos dado el puntillazo mortal a nuestro egoísmo y a nuestro deseo de salirnos de la verdad buscando ser algo o alguien delante de los demás. Nos habremos liberado de lo falso y de la mentira, de todo lo que no es estar en Dios, y con ello habremos conseguido nuestra mayor grandeza, la grandeza a que nos lleva el desarrollo de nuestras raíces: la santidad, y, en consecuencia, ser agradables a los ojos de Dios. Habremos conseguido que nos mire y nos acoja como a María, nuestra Madre, y así seremos de verdad fecundas para la Iglesia, porque Dios podrá hacer cosas grandes desde nuestra pequeñez.

Si no empezamos por aquí, estamos fuera de sitio, habremos perdido el tiempo y fracasado en nuestra vocación concepcionista. Tenemos que situarnos en la verdad, y mirarnos desde Dios, y vernos como somos: nada, insignificantes, pequeñas ante .l, y así tendremos la fuerza de Dios, porque estaremos en El al estar en la verdad. Ciertamente no os puedo desear ni me puedo desear mayor bien que la grandeza de hacernos pequeñas, porque así lo sintamos y deseemos; será prueba de que hemos captado la verdad de Dios.

Es una gran iluminación, sin duda, lo que os estoy y me estoy deseando: la gran iluminación de situarnos en la verdad, en Dios, de donde nos sacó el pecado. Podemos rechazar esta verdad, pero el mal lo palparemos nosotras aquí y en la eternidad. Situémonos en la luz, en la verdad; será el mejor broche de oro que pongamos a estos Ejercicios y a nuestra vida. Lo repito tantas veces porque necesitamos a fondo quitar el lastre de la soberbia que nos atenaza y nos aleja de Dios.

No podremos de otro modo ser concepcionistas, porque precisamente es la espiritualidad que exige vivir lo que estamos reflexionando, que está llamada a vivir la pureza de la sin pecado ¡María! Que es decir estar con ella en Dios, sin querer movernos fuera de Dios porque entendamos que es el supremo valor en nuestra vida, por el que debemos luchar para conseguirlo. Que lleguemos a entender con todo nuestro ser, como María, que Dios es Dios, y nosotras sólo somos sus criaturas, pequeñas criaturas suyas que reciben de El el «ser» y el «hacer».

Que así nos conceda nuestra Madre sentirnos pequeñas ante las demás, y como ella las sirvamos con todo nuestro ser, como nuestra ocupación preferida, así como ella lo hizo con su prima Santa Isabel, para que, en todo momento, proclamemos con júbilo y autenticidad el gozo de sentirnos inmersas en Dios nuestro Salvador, único bien deseable sobre todas las cosas.

Hermanas, ojalá sea éste el fruto de estos Ejercicios: salir de  ellos afianzadas fuertemente en la virtud de la humildad, porque por aquí empezaremos a desandar el camino del desorden, del pecado, de la ruptura con Dios, y nos remontaremos hacia la cumbre de la santidad, hacia la cima del Monte santo de la Concepción, que para eso somos hijas suyas y ella nos tiene por tales. Que nuestra gloria sea parecernos a ella, como lo fue la de nuestra Madre Santa Beatriz, y por alcanzarlo dejó toda la vacuidad del mundo y honra.

Termino recomendándonos, una vez más, el reconocimiento de nuestra pequeñez, y que nos preguntemos cada vez que seamos soberbias en nuestra mente, en nuestro corazón y comportamiento: ¿Cómo nos mirará Dios? ¿Podrá poner El sus ojos en nosotras con agrado?, ¿cómo nos mirará nuestra Madre Inmaculada? ¿Con pena? ¡Qué fracaso de vida! ¡Oh, si lo supiéramos...!

Vamos, pues, a situarnos en nuestro sitio siendo pequeñas, humildes, para que Dios sea grande en nosotras y nos acoja en su misericordia, y su fidelidad nos santifique, nos haga conformes a la imagen de su Hijo, seamos imagen y semejanza de Dios, muy unidas a nuestras raíces: Padre, Hijo y Espíritu Santo, para su gloria. Amén.

CONSAGRACION A MARIA INMACULADA

Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, el Papa Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano, de esa manera se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos. En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza del 7 al 11 de octubre de 1954, en conexión con el cual, el 12 de octubre, se hizo la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las Iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

Somos conscientes de que «la forma más genuina de devoción a la Virgen Santísima... es la consagración a su Corazón Inmaculado. De esta forma toma vida en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como nueva forma de vivir para Dios y de proseguir aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María».

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre de Cristo y Madre Nuestra, al conmemorar el Aniversario de la proclamación de tu Inmaculada Concepción, deseamos unirnos
a la consagración que tu Hijo hizo de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados
en la verdad” (Jn 17, 19), y renovar nuestra consagración,
personal y comunitaria, a tu Corazón Inmaculado.

Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada, que estás totalmente unidaa la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

e impide vivir en concordia:

¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!

¡De todo atentado contra la vida humana,

desde el primer instante de su existencia

hasta su último aliento natural, líbranos!

¡De los ataques a la libertad religiosa

y a la libertad de conciencia, líbranos!

¡De toda clase de injusticias

en la vida social, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

¡De las ofensas y desprecios a la dignidad

del matrimonio y de la familia, líbranos!

¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia

del bien y del mal, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!

Acoge, oh Madre Inmaculada,

esta súplica llena de confianza y agradecimiento.

Protege a España entera y a sus pueblos,

a sus hombres y mujeres.

Que en tu Corazón Inmaculado

se abra a todos la luz de la esperanza.  Amén.

1 DE ENERO: SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

HOMILÍA

       QUERIDOS HERMANOS: Nuevamente mi felicitación más afectuosa y sincera en este año que comienza. Es una nueva gracia que Dios nos concede y debemos aprovecharla. Y en este primer día del año civil, octava de la Natividad del Señor, celebramos la fiesta religiosa y litúrgica de la Maternidad divina de Maria y la jornada mundial de oración por la paz. Todas estas efemérides deben ocupar un lugar en nuestro corazón y en nuestras oraciones, especialmente María, como madre de Jesucristo, Hijo de Dios e hijo suyo.

       Hace ocho días hemos celebrado con gozo el nacimiento en carne humana del Hijo de Dios entre nosotros. Conmemorábamos aquel hecho trascendental para la humanidad del nacimiento en carne humana del Hijo eterno de Dios, de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Ahora bien, nosotros sabemos que todo nacimiento humano supone una madre: madre e hijo son realidades inseparables.

La Iglesia, después de haberse extasiado durante ocho días adorando al Niño divino, quiere que hoy levantemos nuestra mirada y contemplemos a la Madre de aquel niño: a María, a esos ojos que le miraron por nosotros con tanto amor, a esos brazos maternos que lo cuidaron y nos lo dieron, porque toda madre es el mejor camino para encontrar a los hijos. Es lo que dice el evangelio de hoy.

       ¿Qué pretende la Iglesia al proponernos en este primer día del año a María, como madre del Redentor?

       1.- Proclamar admirada, ante todo, el hecho histórico y trascendental de la <theotocos>, de Madre de Dios, proclamar y venerar el hecho singular de que una mujer haya sido madre de esa carne, asumida por el Verbo, la segunda persona de la Trinidad, que el Padre eterno hizo germinar en el seno virginal de esta hermosa nazarena, por el poder del Espíritu Santo.

       Dios en cuanto Dios no tiene origen, ni principio ni fin. Pero ese Dios infinito, por amor al hombre, decidió venir a salvarnos de nuestros pecados y limitaciones, y decidió hacerse hombre, tener una naturaleza humana como la nuestra, y en este sentido se hizo tiempo y espacio en el seno de María, en quién el Espíritu Santo, con su potencia de Amor, formó el cuerpo de Jesús. Como veis, este hecho nos habla muy claro del amor, de la humildad, de la predilección de Dios por el hombre y por todo lo humano.

       ¿Qué busca el Dios Trino y Uno, el Infinito en el hombre? ¿Qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Dios es Amor y su esencia es amar y sólo se realiza en el Amor esencial de la Santísima Trinidad del cual nos hace partícipes por la Encarnación del Hijo. Dios sólo busca nuestro amor y felicidad.

        ¡Qué grande es nuestra madre! ¡Qué grande es María! Ella ha sido escogida por Dios con amor de predilección para esta misión tan gloriosa, pero a la vez tan arriesgada,  ser madre del Infinito, del Dios Omnipotente y Eterno. Mirad a María en este misterio y os llenaréis de amor, de fe, de confianza, de seguridad en su valimiento. Lo expresa muy bien la oración de postcomunión de esta fiesta: «Hemos recibido con alegría los sacramentos del cielo: te pedimos ahora, Señor, que ellos nos ayuden para la vida eterna, a cuantos proclamamos a María Madre de tu Hijo y Madre de la Iglesia». Pedimos, al comenzar el año, la protección y la ayuda poderosa de María Santísima, Madre de Cristo y, por la misma razón, Madre de la Iglesia.

       2.- Consecuentemente, quiere nuestra Madre la Iglesia que todos los creyentes felicitemos a María por haber cumplido perfectamente con su misión. No fue fácil. Lo arriesgó todo a la baza de la fe y confianza en Dios: “He aquí la esclava del Señor…” Y os he dicho que una de las maravillas que más admiro de nuestra Madre, María, fue su confianza y seguridad en Dios, guardando silencio, sin dar explicaciones del misterio que nacía en sus entrañas para evitarse murmuraciones e incomprensiones.

La Virgendel silencio me admira a mí, que enseguida empiezo a dar explicaciones de todo, especialmente si me sirven como excusa de hechos o acontecimientos personales, que me cuestan. Maria no dio explicaciones a nadie, ni a José, ni a su familia y esta fe la vivió y mantuvo hasta la cruz, donde se quedó prácticamente sola, creyendo contra toda evidencia, que era Dios y Salvador del mundo el que moría así en la cruz, como fracasado.

       Yo pido, quiero esa fe, ese silencio, esa confianza en el evangelio de Dios, en los planes de Dios sobre mi vida, aunque me hagan pasar por hechos y realidades que no comprendo, más, que me parecen por la evidencia humana que son contrarias a mi realización como persona humana e hijo de Dios.

       Por eso, María, la Madre de Dios y madre nuestra, merece nuestra felicitación más sincera y lo haremos cantando en la comunión eucarística de esta misa con la recitación de su oración, del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación…”

       3.- Lógicamente esta admiración debe movernos a la imitación y a la súplica: Madre, haznos semejantes a ti, danos esa fe, esperanza y amor, esa disponibilidad a la voluntad de Dios. Tú eres nuestro auxilio y nuestra ayuda protectora. Lleva en nosotros a plenitud la obra salvadora de tu Hijo.

Así lo pedimos en la oración colecta de esta fiesta: «Señor y Dios nuestro… concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu hijo Jesucristo, el autor de la vida…» Y también en la oración sobre las ofrendas: «Señor y Dios nuestro… concede, te rogamos, a cuantos celebramos hoy la fiesta de la Madre de Dios, santa Maria, que así como nos llena de gozo celebrar el comienzo de nuestra salvación, nos alegremos un día de alcanzar su plenitud». ¡Ayúdanos, Madre de Dios y Madre nuestra, tú que eres abogada de gracia, distribuidora de la piedad, auxiliadora del pueblo de Dios, reina de la caridad, reina de la misericordia, esclava del Señor.

       La Iglesia nos invita a poner el año nuevo en manos de Maria. No tiene nada de particular. Si Dios la escogió como madre y  confió totalmente en ella, cómo no lo haremos nosotros, los desterrados hijos de Eva. Hagamos una consagración total de nuestra vida y de este año entero que empieza, poniéndolo todo en sus manos. Oremos todos juntos esta consagración que aprendimos desde niños: «Oh Señor mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a Ti, y en prueba de mi filial afecto, te consagro al comenzar este año mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón, en una palabra, todo mi ser, ya que soy todo tuyo/a, oh Madre de bondad, guárdanos y defiéndenos como cosa y posesión tuya».

HOMILÍA

MARÍA, MADRE DE DIOS

QUERIDOS HERMANOS: El año nuevo se abre con una fiesta de María, de Santa María Madre de Dios. Esto nos indica la importancia que la Virgen tiene para Dios y para la Iglesia. Es la fiesta más antigua y más celebrada por la Comunidad cristiana: María, Madre del Verbo Encarnado. Dios la eligió para ser Madre suya y Ella, aceptando, hace posible la Navidad, la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios y de María.

Gracias al buen parto de María se nos ha revelado el amor de Dios en el rostro de un niño, gracias a la bienparida, una gran luz ha amanecido e iluminado al mundo y una gran alegría ha inundado el orbe entero.

En la primitiva comunidad cristiana María es venerada y acogida Madre del Hijo Dios, como memorial vivo de su persona, como testigo cualificado de su presencia, como modelo y madre de todos los creyentes. No son otros los motivos que movieron a la Iglesia a poner su fiesta en el primer día del año. La Madre Iglesia quiere que consagremos a la Madre de todos los hombres el año que empieza, para que vivamos de su espíritu mariano nuestra relación con Dios y con los hermanos, quiere que la imitemos, que ha honremos viviendo en unión con sus sentimientos. Que sintamos admiración y veneración por ella, ya que en Ella el Dios infinito se ha hecho cercano al hombre. Nosotros hemos de aprender de María el modelo de responder a Dios con nuestra vida y aceptar el plan de salvación que Dios nos ofrece.

Hay unos textos maravillosos de los santos padres sobre la maternidad divina de María en toda Tradición de la Iglesia que no resisto la tentación de citarnos brevemente. El Credo del décimo Concilio Toledano del siglo VII dice: « Y en él (Cristo) ambas generaciones son igualmente admirables pues antes de los siglos fue engendrado de padre sin madre, y al fin de los siglos fue engendrado de madre sin padre: y el queç, en lo que tiene de Dios, creó a Maria, en cuanto hombre fue creado por María: y así es Padre de su misma Madre al tiempo que Hijo»

San Hilario de Poitiers, siglo IV, dice: «Una realidad es la que se ve, otra la que se entiende; una se ve con los ojos, la otra con la inteligencia. Da a luz una Virgen, el parto es de Dios. Hay gemidos de un niño, pero se oyen alabanza de ángeles. Hay suciedad de pañales: Dios es adorado.

Y San Agustín, siglo IV y V añade:«Virgen al concebir, virgen en su embarazo, virgen al dar a luz, virgen perpetuamente. Virgen Madre a quien su esposo la encontró encinta, no la hizo; embarazada de un hijo varón, pero sin intervención de hombre alguno, más dichosa y admirable por la fecundidad que se le añadía y por la virginidad que no perdía ¿De qué te admiras, hombre? Así la hizo quien de Ella fue hecho».

Y para terminar esta mañana vamos a recitar una oración que para nosotros, los que ya hemos vivido algunos años y hemos tenido momentos emocionantes, expresa todo lo que de bueno ha tenido nuestra vida. Por eso va dedicada a Ella en nombre de todos para suplicar amistad y alegría con Ella en nuestra vida. Está tomada de un autor que ahora no recuerdo:

«Santa María, Dulzura nuestra, Madera olorosa, Cielo de pájaros, Vacaciones, Talla románica, Plaza de niños, Carta de casa, Ventana a sol, Mano que guía, Mano para apoyar la frente, Mano suavísima que acaricia y seca las lágrimas, Silla baja, Huerta de recreo, Vuelta a casa, Campana en el valle, Aceite oloroso que suaviza heridas, «Buenas noches» con sueño, «Buenos días» con sol en la cama, Paloma blanca, Susurro de tórtola, Hermana, Madre.Dígnate concedernos una templada alegría, amor a los hombres y conocimiento tranquilo de las cosas. Amén.

 

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HOMILÍA: 1º DE ENERO: SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS

       QUERIDOS HERMANOS: Hoy, esta palabra <hermanos>, tiene una resonancia especial y un sentido pleno y total. Porque en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios que, por ser la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes. Y todo esto también por disposición de Dios, porque Dios lo quiso para su Hijo y lo quiere para nosotros, en la plenitud de los tiempos, como hemos leído hoy, en la Carta de San Pablo a los Gálatas.

       1.- El Evangelio de hoy, con discreción y naturalidad, nos presenta a María, cumpliendo su función de madre, cuidando “del niño acostado en el pesebre”. La narración de Lucas deja entrever a María, que, poco después del nacimiento, acoge a los pastores y les muestra a su Hijo, escuchando con atención todo lo que ellos cuentan de la aparición y anuncio del ángel. Luego, mientras se  van los pastores glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2,20): “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

       María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque ha penetrado íntimamente en su misterio y se ha unido a Él de la manera más profunda. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”»(LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).

       El Evangelio de hoy nos dice claramente que los pastores encontraron a María por ser y hacer de madre, por ejercer su función maternal, junto al niño recién nacido. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María. Así que al comenzar el año, nos pone a la Madre, porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida hay que ir al Hijo por la Madre.

       Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar con ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Eso es lo que hace hoy la Iglesia, poniendo el primer día del año a María como Madre y Protectora de todos los hombres. La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero de todo; pero para que esto sea así, el camino más seguro hasta Dios, para vivir la vida cristiana, es  María. ¡Qué certeza, confianza, fuerza, qué poder intercediendo ante Dios, qué seguridad hasta Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por experiencia de muchos años y muchas luchas. Estoy seguro de esta verdad.

       2.- La Iglesia quiere empezar el año mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniendo todo el año que empieza bajo su protección materna. Y lo comprendo perfectamente. Sabe la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre. Si la madre vive, los hijos siguen adelante, se mantiene el orden, la limpieza y las comidas en casa y todos llegan a su término.

       Ya esta sería la primera nota de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María en nuestra vida cristiana, individual y familiar; es tan importante su función materna dentro de la fe y de la vida cristiana, que se la pone en alto en el primer día del año para que todos la invoquen y se consagren a su amor maternal  en la primera fiesta del año. Secundemos, pues, los deseos de la Iglesia: miremos a la Virgen, invoquemos a María, sigamos su ejemplo de fe, humildad, silencio, obediencia a Dios, trabajo. Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas… todo bajo su mirada protectora y su intercesión. Que todo este año lo vivamos bajo su protección maternal y así nos será más fácil el camino.

       En realidad, la importancia de María en la obra de la Salvación se la empezó dando el mismo Dios, que quiso contar con ella para que fuera la Madre de su Hijo cuando llegó la plenitud de los tiempos. El misterio de la Encarnación, que estamos celebrando en estos días navideños, constituye una prolongada memoria de la maternidad divina de María, y esta fiesta del 1º de enero sirve para exaltar a la Madre santa por la cual merecimos recibir al autor de la vida, Jesucristo, Nuestro Señor. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.

       Es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. le dijo su prima santa Isabel.

       Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió y se unió a Él junto a la cruz, en el momento del amor extremo de su Hijo en su muerte, acompañando a su Hijo y uniéndose a Él en su ofrenda al Padre por los hombres, sus hermanos, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz.

       Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, junto a su Hijo en la cruz, que moría solo y abandonado por todos, creyendo que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

       ¡Bien sabía el Señor la elección que había hecho! Esta es la verdadera grandeza de María, que podía pasar desapercibida para los ojos de los hombres, pero no para Dios.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza, en las alegrías y en las penas. Eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si, desde el comienzo del año, la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios. Por eso tiene tanto poder ante Él. Es omnipotente suplicando. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira a todos tranquilidad, seguridad, certezas, consuelo.

       Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.   «¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María».

HOMILÍA: MARÍA, MADRE DE DIOS

       QUERIDOS HERMANOS:

1.- Nuestra madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga de la fe de sus hijos, después de habernos extasiado contemplando el Nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, quiere que hoy le contemplemos como hijo de María. Y lo quiere, porque sabe por la Historia de la Salvación que Dios ha querido que María sea camino de encuentro con su Hijo, camino de salvación para todos los hombres.

Por eso, al comenzar el año nuevo, en el primer día del año, pone la festividad de la Maternidad divina de María para alegrarnos, para que felicitemos al Hijo y al Padre y al Espíritu Santo que la eligieron y la hicieron madre del Hijo de Dios en la tierra, para que cantemos con ella el «magnificat», para que nos llenemos de esperanza y confianza en su ayuda y protección en este nuevo año que Dios nos ha permitido empezar.

       Son varias las ideas que enriquecen este día dentro del tiempo litúrgico navideño en que celebramos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: octava de Navidad, maternidad divina de María, jornada mundial de la paz y comienzo del año civil. La Maternidad es, sin duda, la idea más relevante de este día litúrgico, como se destaca en las Oraciones de la Misa y en la segunda lectura; Maternidad divina de María que se prolonga naturalmente en la maternidad espiritual sobre la Iglesia.

       2.- En su exhortación apostólica Marialis cultus Pablo VI afirma que «el tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal y salvífica de María» (cf.Mc 5,1). Y sobre la recuperación litúrgica de la fiesta de hoy y su sentido, añade: «La Solemnidad de la Maternidad de María, fijada el día primero de enero según una antigua sugerencia de la liturgia romana, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la vida» (MC 5,2). Esta verdad la confesamos y creemos y vivimos cuando rezamos el Credo Niceno-Constantinopolitano: «que por nosotros y por nuestra salvación bajó del  cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombres».

       El Concilio de Éfeso (431), confirmando lo que ya creía y confesaba el pueblo cristiano, definió como dogma de fe que María es «Madre de Dios» (theotókos, en griego; DS 252). Así resolvió una controversia que no era estrictamente mariana, sino cristológica; y condenó la doctrina de Nestorio que negaba la identidad personal entre el hombre Jesús, hijo de María, y el Hijo de Dios. Afirmando la única persona divina de Cristo en dos naturalezas, la divina y la humana, se concluía que María es la Madre de Dios, por ser quien dio la naturaleza humana a Cristo Jesús.

3.- El Concilio Vaticano II recuerda al de Éfeso (LG 66), y hablando de la tradición litúrgica de las Iglesias Orientales dice: “Los Orientales ensalzan con hermosos himnos a María siempre Virgen, a quien el concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras” (UR 15,2).

       Es cierto que la verdad de fe que encierra la expresión «Madre de Dios» referida a María ha de entenderse correctamente, pues María no es ni podía ser madre, es decir, causa generadora y origen, de la divinidad de Cristo,porque Dios no tiene origen temporal. María, pues, no origina la divinidad de Cristo que Él recibe solamente del Padre Dios. Por eso no es madre de Cristo, es decir, en cuanto Dios, sino que es la madre de Cristo que ya es Dios anteriormente y ahora se hace también y simultáneamente hombre, encarnándose en su seno. Y esta maternidad divina es la razón básica de la grandeza y dignidad sin igual de María, la clave de toda la teología mariana o mariología.

       4.- La maternidad divina es el dato y la realidad profunda que condiciona y da sentido a toda su vida y misión dentro del plan de Dios que el ángel le expone a María en la Anunciación pidiendo su consentimiento. Es también la grandeza de su maternidad lo que origina las demás características y funciones de la figura sublime de María de Nazaret: Concepción inmaculada, Corredención, Asunción, mediación subordinada a la de Cristo, maternidad espiritual sobre la Iglesia y su condición de miembro, tipo, modelo e imagen de la misma; así como el culto y devoción del pueblo cristiano a María la Madre del Señor (cf.LG 52-69).

       El Concilio Vaticano II en relación con la Maternidad divina de María nos dirá: «… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor» (LG 53).

«En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando, en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (LG 58).

 «La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor» (LG 61).

«… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a El con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo» (LG 53).

«…desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de “Madre de Dios”, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades» (LG 66).

«En este culto litúrgico, los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras» (Ec15b).

«La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia» (LG 63).

SENTIMIENTOS ANTE ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN

A) Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo.

B) Cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

MI SERMÓN DE LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA

       Así consta en unas cuartillas ya oscuras que tengo escritas con pluma y tinta de las de antes, nada de maquinas, ni siquiera bolígrafos, y menos ordenadores que entonces no existían; y así lo quiero titular también hoy: Sermón de la Anunciación. En letra muy pequeña porque había que ahorrar y porque jamás había que leer en la predicación, todo de memoria, aunque durase una hora.

       Fue predicado en abril de 1960 porque así consta en una cita del mismo sermón; igualmente consta que fue en el Santuario del Puerto y siendo en esa fecha, quiere decir que fue durante la Novena, que es ordinariamente en abril; me huele, por la introducción que alguna vez lo prediqué ante el Señor Expuesto, porque empiezo saludándole y en su nombre; pero no la primera vez, porque esta introducción dirigida al Señor está en tinta distinta, más negra, y en letras introducidas en entre el título: Sermón de la Anunciación y el Queridos hermanos con que ordinariamente empieza mis homilías..

       Lo prediqué, por tanto,  dos meses antes de ser ordenado sacerdote el 10 de junio 1960, clave secreta de todas mis tarjetas, cartillas y demás instrumentos, porque así no se me olvida. De paso os doy la clave por si queréis sacar algún dinero extra de los cajeros o entrar en los secretos de mi ordenador... etc. ¡le tengo tanto cariño a esta fecha!

       Como ya dije, al hablar de Cabodevilla, en mis primeros sermones y homilías, yo no le olvidaba y tengo algunas frases tomadas de él. Podía suplantarlas por otras posteriores ya elaboradas por mí, pero no quiero que pierda nada de su autenticidad y frescura. Así que ahí va el Sermón, tal cual fue escrito, y predicado: ¡Oh feliz memoria mía que era capaz de recitar durante una hora los textos aprendidos o simplemente leídos! ¿Dónde estás ahora que no te encuentro? ¡Cuánto te hecho de menos! Ahora me digo: que no se me olviden estas tres palabras, son la clave de las tres ideas principales de la homilía... y se evaporan; así que ahora estas tres o cuatro palabras las tengo que poner delante ordinariamente, aunque luego no las mire; pero por si acaso... me dan seguridad.

       QUERIDOS HERMANOS:

       «En tu nombre, Señor, y en tu presencia, quisiera con tu favor y ayudado de tu divina gracia, hablar esta tarde a tus hermanos y mis hermanos, los hijos de nuestra madre común, madre tuya y nuestra, la madre del Puerto. Ayer la veíamos en la mente de Dios, casi infinita, casi divina. Hoy la vamos a ver ya joven nazarena, de catorce años, estando en oración y visitada por el ángel Gabriel.

       Queridos hermanos, empiezo diciéndoos que la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

       Su paso por el mundo apenas fue notado por sus contemporáneos. La infancia de la Virgen nos es desconocida en los Evangelios. La vida histórica de Nuestra Señora comienza en la Anunciación. En ella empieza también la historia humana del Hijo de Dios  por su Encarnación en el seno de la Madre y hasta entonces océano infinito y quieto en la pura eternidad de Dios.

       En la Anunciación, el Torrente divino del Verbo de la Vida y de la Verdad, desde el Misterio de Dios Uno y Trino, baja y fluye hasta nosotros en torrente de aguas infinitas y llega hasta nosotros por este canal maravilloso que se llama y es María.

       Por ella llega a esta tierra seca y árida por los pecados de los hombres, para vivir y escribir con nosotros su historia, esa historia que se puede contar porque está limitadas por las márgenes del espacio y del tiempo, por los mojones de los lugares y fechas por los que fue deslizando su bienhechora presencia e historia de la salvación. Y esa historia que se puede contar empieza en María, con María.

       Fijaos qué coincidencia, qué unión tan grande entre los dos, entre Jesús y María; entre el Hijo de Dios que va a encarnarse y la Virgen nazarena que ha sido elegida por Madre: los dos irrumpen de golpe y al mismo tiempo en el evangelio.

       Con un mismo hecho y unas mismas palabras se nos habla del Hijo y de la Madre. Tan unidos están estos dos seres en la mente de Dios que forman una sola idea, un solo proyecto, una misma realidad, y la palabra de Dios, al querer trazar los rasgos del uno, nos describe también los del otro, el semblante y la realidad del hijo que la hace madre.

       Todos habéis leído  y meditado muchas veces en el evangelio de San Lucas la Anunciación del Ángel a nuestra Señora. Es la Encarnación del Hijo de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Es aquella embajada que un día trajo el ángel Gabriel a una doncella de Nazaret.

       La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no necesita  ser realizada en el templo de Jerusalén, ni en monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

       La Virgen, pues, estaba orando. Orando, mientas cosía, barría, fregaba o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. Dios puede comunicarse donde quiere y como quiere, pero de ordinario se comunica en la oración. Y la Encarnación es la comunicación más íntima y total que Dios ha tenido con su criatura; ha sido una comunicación única e intransferible.

       Por eso, el arte de todos los tiempos nos ha habituado a figurarnos a la hermosa nazarena, a la Virgen bella, en reposo y  entornada, sumida en profunda oración.

       Unas veces, de rodillas, porque la Virgen adoraba a Dios profundamente. Otras veces sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pié, mientras Ella estaba arrodillada.

       El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazaretana, de tez morena, ojos azules, alma divina, es un tejido de espumas, trenzado de alabanzas y humildad, de piropos divinos y rubores de virgen bella y hermosa. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Xaire, kexaritomene, o Kúrios metá soü...Ave, gratia plena, Dominus tecum... Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

       “Salve”, en griego “Xaire”, alégrate, regocíjate, que era el saludo corriente entre los elenos. “La llena de gracia”, el ángel emplea este participio a modo de nombre propio, lo que aumenta la fuerza de su significado. La piedad y la teología cristianas han sacado de aquí todas las grandezas de María. Y con razón, pues “la llena de gracia” será la Madre de Dios.

       Mucha gracia tuvo el alma de María en el momento de su Concepción Inmaculada; más que todos los santos juntos. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Y esa gracia se multiplicaba en ella cada instante con el ejercicio de todos sus actos siempre agradabilísimos al Dios Trino y Uno, a los ojos divinos, porque Ella nunca desagradó al Señor. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad del alma de María iba creciendo a medida que la gracia, la belleza y el amor de Dios  aumentaban en ella, para que en todos los momentos de su existencia el ángel del Señor pudiera saludarla y  pudiera llamarla: “kejaritoméne, gratia plena, llena de gracia”.

       “El Señor está contigo, o Kúrios metá soü, Dominus tecum”, prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Vive en ellas. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma, en su interioridad, en su ser y existir.

       Y como la Virgen estuvo siempre llena, como un vaso que rebosa siempre de agua o licor dulce y sabroso, resulta que Nuestra Madre del Puerto, más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos, tuvo siempre al Señor en su corazón; pero ahora al estar en su vientre, el Señor estaba con ella más íntimamente unido que podría estarlo jamás criatura alguna. “El Señor está contigo” porque Él te acompaña y acompañará en esta tarea que vais a realizar juntos, porque Él quiere hacerte madre y para eso su presencia es esencial e imprescindible.

       No tiene nada de particular que al ir preñada del Verbo divino, la prima Isabel, al verla en estado del Hijo de Dios, le dijera lo que le decimos todos sus hijos cuando rezamos el Ave María: “Eres bendita entre todas las mujeres”. Es ésta la alabanza que más puede halagar a una mujer. Porque sólo una podía ser la madre del Hijo de Dios. Y la elegida ha sido María. Por eso Ella es la “bendita entre todas las mujeres”.       Porque su belleza resplandece y sobresale sobre todas las otras, y atrae hacia sí todas las miradas del cielo y tierra, eclipsa todas las demás estrellas como el sol, para lucir Ella como la bendita, la bien dicha y pronunciada por Dios y por los hombres. “eres la predilecta de Dios entre todas las mujeres” vino a decirle el Ángel.

       Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían de existir  en la Iglesia católica. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María.

       El chaparrón de alabanza que de repente dejó caer el ángel  sobre aquella alma humildísima la debió dejar aturdida. Por eso dice el evangelio: “Al oír tales palabras, la Virgen se turbó y se puso a considerar qué significaría aquella salutación”. Advirtió el ángel que la humildad de la Virgen había quedado un poco sonrojada y se apresuró a explicar la razón de sus piropos, dirigiéndola otra alabanza: “no temas, María, porque ha hallado gracia en los ojos de Dios”. Tu humildad, tu pureza, todas tus virtudes han atraído hacía ti la mirada del Eterno y le has ganado el corazón. Tanto se lo has robado, que quiere tenerte por madre suya cuando baje del cielo a la tierra.

       La Virgen, durante toda su vida se había puesto con sencillez en las manos de Dios. El Señor Dios le inspira el voto de virginidad y lo hace. Ahora, en cambio, por medio del ángel le revela algo cuya realización destruye humanamente la virginidad y pregunta, porque lo acepta, cómo será eso, cómo y qué tiene que hacer.

       Sabe muy bien la Virgen que el pueblo de Israel y toda la humanidad está esperando siglos y siglos la venida de un libertador. Las Escrituras santas hablan continuamente. En el templo todos los días se hacen sacrificios y se elevan oraciones pidiendo su venida. La aspiración suprema de las mujeres israelitas es que pueda ser descendiente suyo.

       Pues bien, el ángel le anuncia ahora que ella es la elegida por Dios para ser la Madre del Mesías: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este hijo tuyo será grande y será llamado el Hijo del Altísimo;  el señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fín”.

       El ángel pudo descubrir a María, desde el primer momento, el modo milagroso de obrarse la Encarnación; sin embargo, lo calla. Sólo la propone el hecho, pero no el modo. Por eso la Virgen no se precipita en contestar. Reflexiona, calla, medita en su corazón y espera.

       Está orando la Virgen. Qué candor, qué dulzura, ¿qué le preguntará a Dios, al mismo Dios  que le inspiró  la virginidad? Momento este sublime en que el cielo y la tierra están suspendidos, pendientes de los labios. Espera   en el aposento. Espera en el Cielo la Santísima Trinidad. Espera el Hijo para entrar en su seno, para tomar carne humana de la suya. Esperan en el Limbo las almas de los justos esa  palabra que les traerá al libertador y les abrirá las puertas del cielo. Esperan en la tierra todas los hombres aquel sí, que romperá las cadenas del pecado y de la muerte que les aprisiona. «Todo el mundo está esperando, virgen santa, vuestro sí; no detengáis más ahí, al mensajero dudando. Dad presto consentimiento; sabed que está tan contento, de vuestra persona Dios, que no demanda de vos sino vuestros consentimiento».       Esperan todos, en el cielo y en la tierra, y la Virgen, mientras tanto, reflexiona. Piensa que ha hecho a Dios voto de virginidad y para Ella esto es intocable, sagrado. A Ella el ángel no le ha dicho que le dispensa del voto. Si esa fuera la voluntad de Dios lo cumpliría aunque le costase; pero el ángel no le ha dicho nada y Dios no le ha dicho que le dispense. Por la tanto su deber es cumplir lo prometido. Si es necesario renunciar a ser madre de Dios, si es necesario que otra mujer tenga en sus brazos al Hijo de Dios hecho hombre, mucho le cuesta renunciar al Hijo amado, pero que lo sea; que sea otra la que contemple su rostro y escuche de sus labios de niño el dulce nombre de madre. Que sea otra mujer la que lleve sobre su frente la corona de Reina de los cielos y de la tierra...

       Pero no, no será así porque Dios la he elegido a Ella, Ella es la preferida, “la bendita entre todas las mujeres”, marcada en su seno y  elegida por Dios desde toda la eternidad para ser la madre del Redentor, el Mesías Prometido, el Salvador del mundo y de todos los hombres.

       La Virgen ha meditado todas estas palabras del ángel y ahora ve claro que estas palabras del ángel son de Dios, es la última voluntad de Dios sobre su vida. Tan verdadero y evidente es este deseo de Dios, que se va a entregar totalmente a esta voluntad declarándose esclava, la que ya no quiere tener más voluntad y deseo que lo que Dios tiene sobre Ella.

       Cuando hizo el voto de virginidad perpetua, Dios se lo expresó a solas y en secreto, en el fondo del alma; para comunicarla ahora que ha sido elegida para ser la madre del Hijo,  recurre al portento y a lo milagroso para que la Virgen se cerciore de que este segundo deseo de Dios, aunque aparentemente, desde la visión puramente humana, destruya el primero, viene también de Él.

       Y la Virgen fiel a todo lo que sea voluntad de Dios, accede gustosamente, aunque tenga que renunciar a su don más querido. Ya solo quiere saber lo que tiene que  hacer, quiere oír del ángel qué es lo que Ella tiene que hacer de su parte para que se realicen los planes de Dios “¿Cómo ha de ser esto, pues no conozco varón?” Y oye del ángel aquellas misteriosas palabras, en las que le anuncia el portento que Dios quiere realizar en Ella. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el fruto santo que nacerá de ti, será llamado el Hijo de Dios”.

       Cuando la Virgen vio aclarada su pregunta y solucionada de un modo milagroso su dificultad, cuando ve que será madre y virgen ¿Qué responde? A pesar de las alabanzas que el ángel le ha dirigido, a pesar de las grandezas que reconoce en sí,  sabe perfectamente que todo lo ha recibido de Dios, sabe que Ella no es más que un criatura, un esclava de Dios, que desea hacer en todos los momentos la voluntad de su Dios y Señor. Por  eso dice: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundun verbum tuum... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       ¿Esclava, hermanos, la que está siendo ya la madre de Dios, la que ha sido elegida entre todas las mujeres para ser la Madre del Redentor, esclava la Señora del cielo y tierra, la reina de los ángeles, la que nos ha abierto a todos las puertas del cielo por su Hijo, la que nos ha librado a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte, la que empieza a se madre  del Todopoderoso, del Infinito?

       Recibido el consentimiento de la Virgen, el ángel se retira de su presencia y volvió a los cielos para comunicar el resultado de su embajada a la Santísima Trinidad. La Virginidad y la sumisión a los designios divinos celebran, al fin, un pacto imposible para los hombres, pero posible para Dios. Ni Dios ni María han perdido nada; nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido a favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. La Virgen está preñada del Verbo por Amor y Gracia del Espíritu Santo.

       Ella después continuó orando. Inaugurando un estilo de oración que ya no es lo mismo hacerla en cualquier sitio, en cualquier lugar, porque sólo en un sitio ha estado Dios singularmente presente como en ningún otro: en Nazaret, por ejemplo, en las entrañas de una Virgen, y “el nombre de la Virgen es María”. “El Verbo  de Dios se hizo carne” Y empezó a habitar entre nosotros por medio de María. Dios empieza a ser hombre. El que no necesita de nada y de nadie, empieza a necesitar de la respiración de la hermosa nazarena, de los latidos de su corazón para poder vivir. Qué milagro, que maravilla, qué unión, que beso, qué misterio, Dios necesitando de una virgen para vivir, qué cosa más inaudita, qué misterio de amor, amor loco y apasionado de un Dios que viene en busca de la criatura para buscar su amor, para abrirle las puertas de la amistad y  felicidad del mismo Dios Trino y Uno. Dios, ¿pero por qué te humillas tanto, por qué te abajas tanto, qué buscas en el hombre que Tú no tengas? ¿Qué le puede dar el hombre que Dios no tenga?

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora y viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la eternidad. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. El Creador empieza a ser hijo, se hace hijo de su criatura. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazaret, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los alrededores y en los campos vecinos no se enteraron de nada, pero ya medio cielo se había desplazado a la tierra y vivía dentro de María.

       Qué grande, qué inmensa, que casi infinita hizo el Todopoderoso a su madre. Y cómo la amó, más que a todas. A su madre, que en ese momento empezó a ser también nuestra, porque ya en la misma encarnación  nos engendró místicamente a todos nosotros, porque era la madre de la gracia salvadora, del que nos engendraba por el bautismo como hijos de Dios. Luego ya en la cruz nos lo manifestaría  abiertamente: “Ahí tienes a tu madre, he ahí a tu hijo”.

       Qué gran madre tenemos, hermanos, qué plenitud y desbordamiento de gracia, hermosura y amor. Tan cargada está de cariño y ternura hacia nosotros sus hijos que se le caen de las manos sus caricias apenas nos insinuamos a Ella. La Virgen es hoy, en  abril del 1960, igual de  buena, de pura, igual de encantadora que cuando la visitó el ángel en Nazaret. Mejor dicho, es mucho más que entonces porque estuvo creciendo siempre hasta su muerte en todas sus perfecciones. Es casi infinita.

       María es verdad, existe ahora de verdad, y se la puede hablar, tocar sentir. María no es una madre simbólica, estática, algo que fue pero que ya no obra y ama. Ella en estos momentos,  ahora mismo nos está viendo y amando desde el cielo, está contenta de sus hijos que han venido a honrarla en su propia casa y santuario; y desde el Cielo, desde este Santuario, vive inclinada sobre todos sus hijos de Plasencia, del mundo, más madre que nunca.

       Ella es nuestro sol que nos alumbra en el camino de la vida venciendo todas las oscuridades, todas las faltas de fe, de sentido de la vida, de por qué vivo y para qué vivo; ella es nuestra Reina, nuestra dulce tirana. Acerquémonos  confiadamente a esta madre poderosa que tanto nos quiere. Pidámosla lo que queremos y como se nos ocurra, con la esperanza cierta de que lo conseguiremos.

       Necesitamos, madre, tu espíritu de oración para que Dios se nos comunique a nosotros como se te comunicó a ti en Nazaret. Necesitamos esa oración tuya continua e incesante, esa unión con Dios permanente que nos haga encontrarte en todas las cosas, especialmente en el trato con los demás.   Necesitamos, Madre, meditar en nuestro corazón como tú lo hacías; necesitamos, madre, esa unión permanente de amor con Dios, mientras cosías o barráis o hacías los humildes oficios de tu casa. Queremos esa oración tuya que te daba tanta firmeza de voluntad y carácter que te hacía estar dispuesta a renunciar a todo por cumplir al voluntad de Dios, por cumplir lo que tú creías que era la voluntad de Dios. Tú siempre estabas orando. Orando te sorprendió el ángel y orando seguiste cuando te dejó extasiada, arrullando y adorando al niño que nacía en tus entrañas.

       Madre santa del Puerto, enséñanos a orar, enséñanos el modo de estar unidos  con Dios siempre en todo memento y lugar...

       «Desde niño su nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, ella alienta mi alma y mi vida,  nunca madre mejor conocí. Placentinos, placentinos, en el Puerto su trono fijó; una madre, una reina, que Plasencia leal coronó».

MEDITACIÓN

LAS BODAS DE CANÁ

QUERIDOS HERMANOS:

       Sólo en tres ocasiones de vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas en Caná. S. Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

       S. Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. S. Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

       Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

       Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

       La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena.

       Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras clave para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: «mujer». Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María mujer, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

       ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenemos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.  

       Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos, que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre. Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida. La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a Maria se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

       Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz. No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas. En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”(Jn 2, 10).

       El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

       Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

       Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena. Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.
       María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaúm.

       Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.      En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

       Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

       En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que sellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

       Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro esta la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos»(RM 21).

       En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión). Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

       En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria.

       Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

       Las palabras de María a los camareros “Haced lo que El os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Son las últimas palabras, que nos llegan de ella por la pluma de los evangelistas. Pero sería un tanto superficial tenerlas por tales sólo por esta circunstancia. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

       Si en el fondo de esta descripción de la bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo.        De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

       Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede.

HOMILIA

LAS BODAS DE CANÁ

QUERIDOS HERMANOS:

       1.- Si queremos comprender bien los milagros de Jesús en el evangelio de San Juan, tenemos, ante todo, que darnos cuenta de su significación, de su motivación y sentido.

       En primer lugar, los milagros de Jesús no son nunca un espectáculo, un retablo de maravillas. Eso lo rechaza Jesús como una tentación. Son siempre acciones de ayuda personal a un hombre determinado o a una comunidad concreta. El motivo y la ocasión primera parecen ser siempre la necesidad descubierta por Él en los individuos o en las multitudes; Jesús obra movido por la compasión. Los milagros se destinan a curar, despertar a la vida, librar del poder de las tinieblas y devolver la libertad de los hijos de Dios: “a que los ciegos vean, los cojos anden y la buena nueva se predique a los pobres”.

       En segundo lugar, los milagros tienen una significación simbólica, un trasfondo más profundo que la simple apariencia. San Juan hoy a éste le llama «signo». Los milagros son signos de lo que Dios quiere o piensa, son anuncio previo de lo que va a hacer. Dios muestra en algunos momentos lo que quiere y puede hacer con el hombre y para el hombre. Es un anuncio callado de la salvación última, de la consumación de la historia de la salvación.

       2.- Aquí todavía no había llegado “su hora”, pero María la anticipa; todo esto es un signo del poder suplicante de la madre y de los futuros esponsales del Hijo con su Iglesia. Los signos son del Hijo enviado por el Padre para la salvación de los hombres; en ellos pone de manifiesto su poder, su grandeza, su gloria. De ahí que la verdadera respuesta es la fe, como en el signo de hoy, “donde manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él”.

       Y en esta historia de la Salvación San Juan contó con la intimidad de María en su casa y se enteró de viva voz por ella de la vida vivida con su Hijo, que nos manifiesta el papel de María en la obra de Cristo. María es la nueva Eva, la mujer de la primera página del Génesis “la mujer que me diste como compañera…” Pero aquí “la mujer”, término usado en San Juan en lugar de madre, está dada y asociada a la salvación, a «su hora», donde ella interviene como mediadora  e intercesora.

       3.- El Vaticano II ha hablado muy claramente de María como mujer asociada a la obra de la Salvación, de la Iglesia y de cada uno de nosotros: «Esta su maternidad perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hayan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62,1). 

       Por ser Madre de Cristo y Colaboradora en la obra de la Redención, por voluntad de su Hijo, «María es nuestra madre en  el orden de la gracia» (LG 61). Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y de todos los hombres en el orden espiritual. De Cristo, madre física; de nosotros, madre y modelo de fe, esperanza y caridad, madre espiritual. Dice el Vaticano II: «En María, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente con purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser» (SC.103).

       4.- De la presencia e intervención de María en las bodas de Caná, nosotros, sus hijos, debemos aprender varias enseñanzas:

       a) El amor siempre materno y activo, la sencillez y la humildad. María no ha ido a la boda para pasarlo bien sino para  que todos lo pasen bien. No lo olvidemos nunca. Es muy rentable ser devoto de María. Siempre está inclinada sobre la universalidad de sus hijos. María se acerca a su hijo para pedirle una gracia, una atención para con los nuevos esposos, porque todo está presente en su corazón.

       b) Llama la atención que sea María la que caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

       c)Y sorprende más todavía, porque los novios, que son los verdaderos protagonistas de la fiesta,  son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Ella lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta a sí misma, qué puede hacer para remediarlo. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los salva de esta situación bochornosa y los une a Él.

       d) En los camareros crea una actitud de obediencia en relación con su Hijo. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del mayordomo. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino, del signo obrado, sino a Cristo, porque así en Cristo “se manifestó la gloria de Dios en Él”, es decir, que era el Mesías.

       e) Detrás vino la gracia espiritual “y sus discípulos creyeron en Él”. Por intercesión de María, Jesús hace un signo, como los sigue haciendo ahora, por medio de la intercesión de su Madre, para que creamos en Él. La confianza y la fe viva de María ha servido para fortalecer la fe incipiente de los discípulos de entonces y de todos los tiempos.

      

5º.-  “Haced lo que Él os diga...” Cuando tengamos un problema o una necesidad, digamos: María, Madre, díselo, díselo, dile a tu Hijo mi problema, mi necesidad, mis deseos. Conservemos siempre en nuestro corazón estas palabras de la Virgen. Son las últimas que los evangelios nos consignan de Ella; es su testamento; y aprendamos de Ella, de su palabra, porque es su último consejo para todos nosotros: Madre, haré siempre “lo que Él diga”. No las olvidaremos nunca, no las podemos olvidar. Madre, te queremos, confiamos totalmente en ti, es decir, en tu Hijo, en el poder y amor del Encarnado en tu seno.

HOMILIA: BODAS DE CANÁ

       QUERIDOS HERMANOS:

       Sólo en tres ocasiones de la vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas de Caná. San Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

       San Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. San Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad, vecindad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

       Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

       Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

       La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena. Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras claves para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: “mujer”. Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María “mujer”, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

       ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenernos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.   Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre.

Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida.

La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a María se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de Él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

       Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz. No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas.

       En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora” (Jn 2, 10).

       El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

       Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

       Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena.

       Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.

       María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaún.

       Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.

       En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

       Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

       En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

       Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro está la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos» (RM 21).

       En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión).

       Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

       En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria.

       Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

       Las palabras de María a los camareros “Haced lo que Él os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la Anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

       Si en el fondo de esta descripción de las bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo.        De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

       Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede.

 (Esta homilía esta inspirada en MARIA EN LA FE CATÓLICA, de Alejandro Martínez Sierra, Madrid 2003,  págs. 85-96)

BODAS DE CANÁ: TERCERA HOMILÍA

QUERIDOS HERMANOS:

       1.- Me alegra mucho meditar con vosotros el evangelio de este domingo sobre la narración de las Bodas de Caná; me alegro, porque en él intervienen Jesús y María; y me alegro también, porque, aunque en el fondo yo quiero hablaros de Jesús, sin embargo hablaré desde María, su Madre, que es el mejor camino para  hablar y conocer a Jesús. Hoy quiero hablaros de ella, pero desde la teología. Por eso voy a citar unos textos del Concilio Vaticano II sobre ella.

       La lectura evangélica de hoy relata una boda celebrada en Caná de Galilea. Los protagonistas, para nosotros, más que los novios, son Jesús y su Madre. Tenemos, pues, dos momentos o encuentros en el evangelio, el cristológico,  referido a Jesús que realiza el milagro, y el mariológico, en relación con María, que intercede ante su Hijo. Este segundo nivel por las razones aducidas anteriormente, centrará nuestra atención.

       El Padre ha elegido a María para una misión única en la historia de la Salvación; ser Madre del Redentor y de su obra, la Iglesia. La Virgen respondió a la llamada de Dios con  una disponibilidad plena: “He aquí la esclava del Señor”.

       Esta maternidad, iniciada hace dos mil años en el seno de la humilde muchacha de Nazareth, concibiendo en su seno al Verbo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad, llegó a su plenitud en Jerusalén, junto a la cruz, y se manifiesta ahora en su intercesión continua sobre nosotros desde el cielo, como lo hizo en Caná para los novios: “Haced lo que el os diga”. Yo quisiera resaltar tres momentos mariológicos de la relación de María con su Hijo y con sus hijos, los hombres:

       2.- Maria es Madre y colaboradora con Cristo en la obra de la redención. Dice el Vaticano II: «Desde la Anunciación… mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde no sin designio divino se mantuvo de pié, se condolió profundamente con su Unigénito y  se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19,25-27) (LG 54 ).

       El Vaticano II, en capítulo octavo de la Lumen Gentium(52-59) acentúa el marco bíblico de la doctrina eclesial sobre Maria, cuya figura es vista desde la perspectiva de la Historia de la Salvación por Dios y leída en clave cristológica desde los datos evangélicos.

       La Santísima Virgen que nosotros los católicos veneramos y amamos tanto, es la mujer escogida por Dios para ser Madre y Colaboradora de Cristo en la obra de la Salvación y cuya vocación, misión y misterio es inseparable de Cristo. Maria lo es todo en Cristo y por Cristo. Todo en María tiene raíz, orientación y sentido critocéntricos, pues todo en ella arranca  y se refiera  a su condición de Madre Virginal de Cristo, que es Dios.

       2.- Por ser Madre de Cristo y Colaboradora en la obra de la Redención, por voluntad de su Hijo, «Maria es nuestra madre en  el orden de la gracia»(LG. 61). Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y de todos los hombres en el orden espiritual; de Cristo, madre física; de nosotros, madre y modelo de fe, esperanza y caridad, madre espiritual.

       Dice el Vaticano II: «En Maria, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente con purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser»(SC.103). Aquí añado una cualidad más: es madre de Cristo, es madre espiritual nuestra, pero además se ha convertido por su fidelidad a la gracia, su generosidad en seguir la llamada de Dios, su prontitud en obedecer…..se ha convertido en modelo de la fe. María es la perfecta cristiana, la mejor discípula de Jesús, que escucha la palabra de Dios, la medita en su corazón, la asimila y la pone en práctica toda su vida (LG. 58; MC. 35f).

       María nos precede en ejemplo de fe, entrega, disponibilidad y servicio a Dios y a los hermanos. Así lo demostró en la visita a Isabel, huída a Egipto, en las bodas de Caná, en el Calvario especialmente consintiendo en la muerte de su Hijo y creyendo que era el Salvador del mundo quien moría de esa forma y luego suplicando la venida del Espíritu Santo en Pentecostés en el Cenáculo.

       3.- Finalmente, por Madre de Dios y de la Iglesia, María es intercesora nuestra, de todos los hombres. La presencia suplicante  ante su Hijo en las bodas de Caná es reflejo de la que ejerce continuamente sobre sus hijos los hombres desde el cielo. Dice el Vaticano II: «Esta su maternidad perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continua obteniéndonos loso dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hayan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienventurada» (LG:62,1).

       Y es lógico, toda madre es intercesión continua por sus hijos. Tengamos confianza en la intercesión de la Virgen y en su oficio, encomendado por Dios, de ser intercesora y madre espiritual de todos los hombres; si Él se fió de ella y la escogió para madre ¿no lo vamos a hacer nosotros?

       Decir Maria es decir paz, dulzura, consuelo, esperanza, agua convertida en vino de alegría. No había llegado su “hora”, pero hizo lo que María, su madre, le pidió. Como ahora y siempre. ¡María, madre de piedad y misericordia, madre de Cristo y madre nuestra, ruega por tus hijos a tu Hijo. Amen.”

MEDITACIÓN: MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ

1. LA INTERCESION DE MARIA

2. SIGNIFICADO CRISTOLÓGICO

3. SIGNIFICADO MARIOLÓGICO

QUERIDOS HERMANOS:

       Sólo en tres ocasiones de vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas en Caná. S. Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

       S. Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. S. Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

       Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

       Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

       La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena.

       Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras clave para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: «mujer». Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María mujer, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

       ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenemos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.   Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos, que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre. Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida. La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a Maria se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

       Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz.

No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas.
       En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”(Jn 2, 10).

       El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

       Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

       Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena.

       Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.

María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaúm.

       Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.

       En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

       Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

       En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que sellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

       Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro esta la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos»(RM 21).

       En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión).

       Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

       En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria.

       Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

       Las palabras de María a los camareros “Haced lo que El os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Son las últimas palabras, que nos llegan de ella por la pluma de los evangelistas. Pero sería un tanto superficial tenerlas por tales sólo por esta circunstancia. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

       Si en el fondo de esta descripción de la bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo.        De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

       Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede.

MEDITACIÓN

LA PERSONALIDAD DE MARÍA

CONOCER A MARÍA:

1. ES UN TESORO

Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación ¡y vivirla con Ella al lado!, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy ¡y que no podemos dejar escapar! Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como Madre, como Amiga, como Consejera.

2. ES ENCONTRAR UNA FE AUDAZ

Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree ¡o humanamente imposible, acepta de corazón la «locura” de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo deI Altísimo que ha venido a traer la salvación.

       ¡Cómo atamos las manos al Señor cuando no le damos la oportunidad de hacer en nuestra vida “lo humanamente imposible” Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a «calar” su forma humilde de actuar tan diferente de la nuestra. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación’ ¡sino con gozo y confianza!

3. MUJER DEL SILENCIO

María se expresa también en el silencio y nos enseña a apreciar su valor. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacio sino una riqueza espiritual.

4. HUMILDAD: ATENTA A MIS NECESIDADES

       Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida el valor de una existencia humilde y escondida. ¡Con lo que nos gusta ser la excepción! Pero mira por dónde María, que era de verdad “la excepción”, la única criatura concebida sin pecado original, la de una pureza intachable, no sólo no reivindica las ventajas que le corresponden como Inmaculada y Madre de Dios, sino que no deseó nunca honores ni privilegios. Sus ojos no estaban puestos en Ella misma, sino en Jesús y en todos los que la rodeaban, por eso tenía -y tiene!- esa capacidad finísima de ver lo que cada uno necesita, le falta o le preocupa. Cuando uno se llena de Dios, el corazón se sanea, deja uno de estar pendiente de si me hacen caso o no, de si me tienen consideración o no, de si me tratan como merezco... ¡y tantas cosas que son raíces de orgullo que no traen más que amarguras! María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

5. CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

       Tampoco podemos dejar, entre las muchísimas ayudas que la Virgen nos ofrece, la de ser “causa de nuestra alegría”, como dicen las letanías del Rosario. No es sólo modelo, sino causa. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos la alegría que nace de la esperanza incluso, y, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco.

       No sabemos cómo es exactamente el rostro de María, pero sin duda es un rostro alegre, sonriente como tantas veces hemos visto: «el rostro alegre de la Iglesia»

PLEGARIA-HIMNO A LA VIRGEN MARIA

1. MARÍA, tú eres para el cristiano, en claridad de fe, lo que cantan estos versos: Lucero del alba, luz de mi alma, santa María.

En tres versos te he dicho, Señora, que tú me pareces aurora de la nueva creación que se dará para míen Cristo, foco de luz para que mi alma —que quiere saber de dónde viene y a dónde va— no se pierda en falsos caminos de salvación, ejemplo de vida noble y digna que haces de ti misma donación, oblación, entrega a los demás, arrodillada como dulce sierva ante los designios divinos que presiden tu existencia.

2. MARÍA, tú has sido persona predestinada por el Amor de Dios, y  la miras como: Virgen y Madre, hija del Padre, santa María.

El Amor te tomó de la mano y del corazón, desde tu Concepción. Él te condujo, piadosa doncella, a que hicieras la ofrenda de todo tu ser, y, al no tener otro amor que el suyo, te concedió el honor de ser privilegiada Hija del Padre a la que se otorgaría el don de ser Madre con gloria inmortal. Hija y madre. Misterio de amor y de luz. Hija del Padre, Dios bondadoso creador; madre del Hijo, Dios bondadoso redentor. Aunque no entiendo los misterios divinos, me gozo contemplando el beneficio concedido a María, mi madre.

3. MARÍA, tú has sido objeto preferido en el que tiene sus delicias el Espíritu. La liturgia dice que eres su flor: Flor del Espíritu.

Y es que embebes con tu presencia más todavía el jardín de la redención, dándole un toque femenino a todo su contorno. El Espíritu te da su amor, te llena de gracia, y tú eres enormemente generosa en la respuesta. Nada te reservas, nada te escondes, nada te guardas. Cuanto eres te muestra dadivosa para «ser a favor de los demás».

4. MARÍA, tú eres, por antonomasia, madre: Madre del Hijo. Ése es un honor y una gloria que ni tiene precedentes ni será nunca igualado. Porque el hijo es Hijo de Dios e Hijo tuyo. Y en tu maternidad no eres tú la que la das en herencia tu historia y vida vieja metida en las venas, sino que es el Hijo quien pone en tus venas espirituales savia nueva. Tu gloria de MADRE es la que recibes del HIJO.

5. MARÍA, tú eres, en fin, el regazo en el que todos los redimidos cabemos..., pues, al ser Madre de Jesús, cabeza del reino y de la iglesia, eres madre de todos los redimidos y discípulos del Hijo. Por eso te aclamamos gozosos como:

Amor maternal del Cristo total, Santa María,

Madre de la Iglesia, madre mía, madre de todos. Amén.

MARÍA INMACULADA (Gabriel y Galán)

MUSA MÍA CAMPESINA,

QUE VIVES ENAMORADA

DE LA FUENTE Y DE LA ENCINA

DE LA LUZ DE LA ALBORADA,

DE LA PAZ DE LA COLINA.

 

DEL VIVIR DE SUS PASTORES,

DEL VIBRAR DE SUS SENTIRES,

DEL PUDOR DE SUS AMORES,

 DEL VIGOR DE SUS DECIRES

Y EL CALLAR DE SUS DOLORES....

 

¿NO ME HAS DICHO, MUSA MÍA,

QUE TE PLACEN COSAS BELLAS?

¡PUES VIÉRTETE EN ARMONÍA,

 QUE ES CENTRO DE TODAS ELLAS

LA BELLEZA DEMARÍA!

 

¿NO ME DICES CUANDO CANTAS

 EL CANDOR Y LA HUMILDAD,

 QUE TE PLACEN COSAS SANTAS?

¡PUES MARÍA ES, ENTRE TANTAS,

LA MÁS GRANDESANTIDAD!

 

¿NO TIENES PARA LA ALTEZA

DE COSAS BELLAS TONADA?

¡PUES LA ESENCIA, LA RIQUEZA,

EL SOL DE TODA PUREZA

 ES MARÍA INMACULADA.

 

¡QUE TODO EL MUNDO TE ADORE!

¡QUE TE CANTE Y TE IMPLORE!

¡QUE TÚ LE MIRES AMANTE,

 CUANDO RECE Y CUANDO LLORE,

CUANDO BREGUE Y CUANDO CANTE!

 

Y QUE UNA VOZ CONCERTADA,

DIGA ANTE TANTA GRANDEZA,

 LA HUMANIDAD POSTERNADA:

GLORIA A DIOS EN LA GRANDEZA

DE MARÍA INMACULADA!

MEDITACIÓN MARIANA: “He aquí la esclava del Señor”

(Mayo 1982).

MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

1. Vamos a meditar esta tarde sobre la respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y vamos a meditar sobre esta respuesta de la Virgen precisamente porque la palabra servir no tiene buena prensa ni aceptación entre nosotros mismos, que tratamos de vivir en cristiano, especialmente el grupo de la parroquia.

       La Declaración de los Derechos Humanos insta a que nadie sea siervo o esclavo de otro. Cada persona deber ser libre y responsable de su vida y de sus actos. No podemos aceptar que haya hombres esclavos. Entonces ¿cómo poder afirmar que María es  la esclava, la sierva del Señor? ¿Qué sentido pueden tener estas palabras?

2. Lo primero que debemos afirmar es que María, la sierva del Señor, está en la llena del servicio a Dios y no de esclavitud. María quiere servir a Dios, a sus planes y para eso se entrega totalmente, pone toda su voluntad, toda su persona al servicio del proyecto de Dios.       Y para poder hacer esto plenamente, lo primero que se requiere en la Virgen es ser y sentirse libre. Cómo puede realmente ponerse al servicio pleno de Dios, aunque uno lo afirme, si no está totalmente libre de pasiones fuertes o débiles como la soberbia, el egoísmo, la comodidad que le impiden a la persona ser y vivir con libertad y totalidad para con Dios y los hermanos? ¿Cómo poder servir sin fallos, sin reservas quien es esclavo de sí mismo?

Precisamente este es el sentido de la mortificación cristiana, de la revisión de vida en los grupos; es descubrir y mortificar las ramificaciones del yo que impiden el total amor y servicio y entrega a la voluntad de Dios y de los hermanos.

Y esto que es necesario para la relación con Dios, lo es igualmente para las relaciones humanas en el matrimonio, en las amistades, en la vida cristiana yen el grupo: cómo creerse uno que ama  al esposo, al amigo, y decir te amo con todo su corazón, cuando uno es esclavo de sí mismo y se ama casi exclusivamente a sí mismo, y se busca a sí mismo incluso en la relación con el esposo o los amigos? Cuanto más esclavo sea uno de sí o de cosas, menos fuerza y entrega puede tener para amar y entregarse de verdad a los demás.

De aquí la necesidad del servicio del amor que soporta los fallos del otro y le  perdona, la necesidad diaria de superar las faltas de amor de los otros, de amar a fondo perdido, de amar con gratuidad sin exigir o esperar a cada paso la tajada de recompensa, de amar como la Virgen, gratuitamente, como sierva que no tiene ego, egoísmo, amor propio o amor a sí misma más que a los demás.

Si no ese ama así, si en la amistad, en el matrimonio no se perdona gratuitamente, vendrá el divorcio, la separación, so pretexto de libertad, de derechos y autonomías, el mismo aborto es una derecho que dan a la madre estos gobiernos ateos sin mencionar los derechos de hijo a la vida y al amor.

María, por ser y sentirse libre, puede decir: “He aquí la esclava, la sierva del Señor”, porque al no buscar su egoísmo puede servir totalmente a Dios. Nosotros, para poder optar por Dios, necesitamos estar más libres de orgullos, de amor propio, de egoísmos, de envidias y soberbias... porque todo esto nos hace esclavos, nos incapacita para amar a Dios y a los hermanos.

3. El servicio de María es libre, no se busca a sí misma, sólo busca amar a Dios sobre sí misma, y cumplir su voluntad por encima de todo. Y por eso, cuando el Espíritu Santo “la cubre con su sombra” y engendra la Hijo de Dios, no da explicaciones a nadie y soporta la calumnia y las murmuraciones y la incomprensión, por otra parte, lógica y santamente llevada por su esposo José, y se lo confía todo a Dios.

El sí de María es amar a Dios y ponerse a su servicio por encima de todo, amar sobre todas las cosas; he aquí el verdadero amor, el que se vacía de sí mismo, el que piensa en Dios y en los demás más que en uno mismo. Quien ama de verdad, está siempre a disposición de la persona amada, no concibe la vida sin ella, no se ve sino en ella, no se realiza sin ella. María, por amor a Dios, se hace libre de esclavitudes y lo hace por amor obedencial y servicial a Dios. María amó y se pone al servicio total de Dios. María, desde la libertad y del amor total, se hace sierva de Dios y de los hombres. Desde esta perspectiva mariana sí que podemos decir que «servir es amar» y «amar es servir».

4. María fue saludada por el ángel como “kejaritomene, la llena de gracia”. Si estuvo llena de gracia desde el primer instante de su ser, también estuvo llena del amor de Dios. Y “Dios es amor”, dice San Juan. Amor gratuito, servicial y entrega total al hombre sin esperar nada de él porque el hombre no le puede dar nada que Él no tenga. Y este amor es el que llena a María.

Ella ama gratuitamente, sin esperar nada, sólo por amor, por hacer feliz a la persona amada. Nosotros, por naturaleza, somos egoístas, tenemos el pecado de origen, que consiste en amarnos a nosotros mismos más que a nadie. Pero “Dios es amor... en esto consiste el amor, en que Dios envió a su Hijo Único al mundo para que vivamos por Él... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1jn. 4, 8-10. María, lo afirma el arcángel Gabriel, estuvo llena de este amor.

El amor de Dios es gratuito, por el puro deseo de amarnos y hacernos felices.  Él no ama para que vivamos su misma vida de amor y felicidad. Quiere hacernos igual a Él: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan  vida eterna”. Sólo hay una cosa que Dios no tiene si nosotros no se lo damos, nuestro amor.

5. En el Evangelio Cristo nos dice que vino al mundo para “servir y no para se servido... haced vosotros lo mismo”. Servir al Padre cumpliendo su voluntad: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. Y siendo maestro el Señor está con los suyos como el que sirve, lavando los pies de sus discípulos, atendiendo a las necesidades de los hombres, curando sus heridas, sanando sus enfermedades, consolando, acariciando a los niños (Lc 22,26-27; Jn 13, 1-17).

Este amor servicial y amistoso de Dios y de su Hijo nos ha llegado a se ser totalmente extraño en estos tiempos en que sólo se habla de derechos; esta forma de amar en cristiano resulta ajena hoy a los mismos cristianos, seguidores del“Siervo de Yavéh”  por las circunstancias de la política y sindicatos y  sociedad que solo habla de derechos.

El amor de servicio es algo de lo que hablamos en la iglesia, cuando predicamos o meditamos, pero no nos sirve luego para la vida, nada de ponerlo en práctica, como programa de vida y relación con los demás; pensamos así aquí ahora, viendo y oyendo a Cristo, pero luego nos comportamos como todos los demás: nos ponemos en una postura de servirnos de los demás, como hace todo el mundo y no en una mentalidad y actitud de servicio.

Sin embargo, fijémonos en lo que Cristo nos enseña con su comportamiento. Dice así el Evangelio: “Jesús llamó a los discípulos y le dijo: sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro servidor; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mt. 20, 25-27).

6. María captó plenamente esta mentalidad de Dios: se pone  a servicio de la Palabra de Dios, a servicio de Isabel, del niño por el que tiene que huir a Egipto, al servicio de los novios que no se enteran, igual que el resto de los invitados a la boda de Caná, de que se han quedado sin vino, porque solo pensaban en si mismos y estaban pendientes de pasarlo bien ellos. María está pendiente de los demás más de que de si misma y por eso se da cuenta de que falta el vino. María, hasta el Calvario, fue puro servicio a todos. Por eso todos la quieren, desde Dios hasta el más pecador.

Aprendamos de María a ser cada día más serviciales, más libres de esclavitudes, para poder amar y servir a todos como Ella. Este  servicio debe ser motivado desde el amor a Dios, que es el más gratuito y fuerte. Sin deseos de querer amar más Dios y a los hombres, al esposo, al grupo de amigos no es posible emprender este camino de liberación, de superación, de gratuidad, porque supone una generosidad que naturalmente no tenemos, tiene que ser por la gracia de Dios.

Que María nos ayude a comprender todo esto. Que Ella nos convenza de que así deber ser un cristiano, fiel al ejemplo de Cristo, siguiendo y pisando sus huellas; que Cristo nos de su fuerza, su gracia, su amor para amar así, que seamos fieles a lo que Cristo nos pide. De esta forma todos los problemas del grupo, de los matrimonios, de las relaciones humanas quedarían superados por el amor servicial y gratuito.

María, madre y sierva del Señor, que por amor a Dios te hiciste esclava de tus hijos los hombres, danos deseos de imitarte como tú imitaste a tu Hijo. Queridas hermanas: Repitamos durante todo este mes de mayo: María, modelo de entrega a Dios, ruega por nosotros a tu Hijo, para que seamos semejantes a ti, y podamos decir tus mismas palabras con tus mismos sentimientos “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Amén.

MEDITACIÓN

 MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR PARA TODOS SUS HIJOS

       Queridos hermanos:

1.- María es primeramente madre; Madre de Cristo y Madre de todos los creyentes en Cristo. María es nuestra Madre. Porque Dios lo quiso. Y lo quiso al enviarnos a su Hijo y elegir a María para Madre. Madre de la Cabeza, madre del cuerpo místico, que es la Iglesia, que somos todos nosotros.

Dios envió a su Hijo para salvarnos y quiso que tuviera una madre, como todos nosotros. Y el Hijo la eligió como madre. Y la quiso madre para todos nosotros, porque así nos la entregó a todos en la persona de Juan: “He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”. Y el parto de este alumbramiento fue doloroso, porque fue el de su pasión y cruz de Cristo a la que quiso asociar a su Madre, la Virgen de los Dolores: “estaban junto a la cruz su madre...” Así la proclamó solemnemente Pablo VI en pleno Concilio Vaticano II:

«Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»,

El título de Madre de la Iglesia era ciertamente nuevo en cuanto a su proclamación, pero no en su contenido, porque desde siempre todos los cristianos se han considerado hijos de María y la han invocado como Madre, con afecto filial.

Ya en las primeras páginas de la Biblia se nos promete como tal: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella herirá tu cabeza, cuando tu hieras su talón” (Gn 3, 15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María.

Pero es, sobre todo, en el misterio de la Anunciación, donde Maria, con su Sí al plan salvífico del Padre, es constituida Madre de todos lo redimidos, acogiendo en su seno la Palabra divina Encarnada en su seno , Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador.

Tenemos este texto maravilloso de la Lumen gentium: «Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consistiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19, 25-27).

Y allí en el Calvario, fue proclamada solemnemente por Cristo como madre de los hombres en la figura de Juan: “Mujer, he ahí a tu hijo”, a tus hijos.

Si hay una madre, lógicamente  tiene que haber  hijos. Podíamos ahora considerar nuestra relación, nuestros deberes de hijos para con Ella, pero nos vamos a detener más bien en sus deberes y relación de Madre para con nosotros, en su maternidad actual para con todos los hijos de la Iglesia, con todos los hombres. Y citamos nuevamente la Lumen gentium:

«Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación de todos los elegidos. Pues, asunta en cuerpo y alma a los cielos, no ha dejado esta misión solidaria, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación Eterna» (LG 62).

María, como madre, se ha convertido así en fuente de gracias, y a la vez en arquetipo y modelo de santidad y virtudes cristianas y evangélicas para todos nosotros, sus hijos. Es madre y modelo de santidad evangélica.

23. Madre y modelo de fe. Desde la Inmaculada Concepción hasta el Calvario caminó sin vacilar por el camino de la fe que mantuvo viva su esperanza y la hizo caminar y  vivir en caridad y entrega permanente a los planes de su Hijo Dios y sus hijos, los hombres. Y como modelo y madre, Ella es la realización anticipada de lo que testamos llamados a ser cada uno de sus hijos. Mirando a nuestra Madre como modelo, nos animamos a vivir las virtudes teologales, que son la base de toda la vida cristiana.

Madre de fe en la Anunciación, donde sin ver claro, aceptó la palabra divina y se abrazó a la voluntad salvífica de Dios. Concibió creyendo  al que dio a luz creyendo. Madre de la fe sin límites al pié de la cruz, cuando se consumaba el misterio de la Redención de la forma mas paradójica, fracasando su Hijo ante el pueblo y creyendo que era Dios, el Hijo que moría de forma tan cruel y dolorosa. Solo una fe del todo singular pudo sostener a la Madre en su unión salvífica con el Hijo.

Queridos hermanos, cuando no se comprenden los planes de Dios, porque no coinciden con los nuestros, que siempre van buscando el éxito inmediato; cuando no se entiende lo que Dios quiere y nos propone y uno tiene que decir Si a Dios sin saber donde le va a llevar ese sí; cuando crees que ya lo vas realizando y se van cumpliendo los planes de Dios, pero viene una desgracia que los mata en la cruz del fracaso, sin apoyos y explicaciones, en noche oscura y total de fe, de luz, de comprensión y explicación, como pasó con María; Ella, como Madre de la fe oscura y heroica te ayudará a pasar ese trance doloroso y estará junto a ti y sentirás su presencia como Jesús quiso que estuviera junto a su cruz, junto al Hijo de su entrañas y de su amor. Ella es ejemplo de cómo tenemos que vivir esos momentos dolorosos de la vida.

3. María, Madre de fe, es también madre auxiliadora en los momentos de peligros y desgracias, es auxiliadora e intercesora del pueblo santo de Dios. Además, lo puede todo, es omnipotente suplicando y pidiendo a su Hijo por nosotros. Como toda madre es intercesión para sus hijos. Todos  sabemos y decimos que no hay nada como el amor de una madre. Triste es la orfandad de cualquiera de los padres, pero  si la madre permanece, existe hogar y los hijos siguen unidos y caminan hacia adelante. Un hijo puede olvidrse de su madre, pero una madre no se olivara jamás de sus hijos. Si Dios nos dio a María por madre, esto nos inspira consuelo, paz, tranquilidad, seguridad. Es Dios quien lo ha querido y lo ha hecho.

4.- María, madre de fe, es esperanza nuestra; vida, dulzura y esperanza nuestra como rezamos en la Salve. Maria ha conseguido la plenitud de vida y salvación que buscamos. Ha sido asunta, es Madre del cielo, es premio, eternidad dichosa en Dios que abre su regazo para todos sus hijos. Es cita de eternidad. Es cielo anticipado para sus hijos. El cielo de María es que todos sus hijos se salven y lleguen a su Hijo, a Dios, para lo que su Hijo se encarnó en su seno.

Recemos: Maria, madre de fe y esperanza, auxiliadora del pueblo de Dios, intercede por tus hijos ante el Hijo que nos salvó y todo lo puede; tú lo puedes todo ante Él suplicando, porque es tu Hijo, lo llevaste en tus entrañas.

Madre, llévanos de la mano un día a donde tu ya vives como reina de la ángeles, tú que eres la mujer nueva, la Virgen Madre vestida del resplandor del Sol divino que es tu Hijo, coronada de estrellas, madre del cielo. Amén.

Complemento de María, Madre y Modelo de fe.

Así como en el Antiguo testamento rompe Abrahán la marcha de la fe y es llamado padre de los creyentes,, porque se fía del Señor que le invita  a salir de su tierra y parentela para caminar hasta la tierra prometida y fiado en esa misma palabra está dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, así también en el Nuevo Testamento María abre la marcha de los creyentes como madre de la fe, creyendo en la palabra que Dios le envía por medio del arcángel Gabriel que la hace por el Espíritu Santo madre del Salvador.

       Esta fe-confianza de María la encontramos totalmente clara y reflejada en el misterio de la Encarnación del Verbo, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas. Y esta fe la aceptó orando, estaba orando cuando el ángel la saludó y le trajo buenas noticias de parte de Dios. Orando, mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Así se le aparece el ángel y le descubre el misterio: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús...será grande y se llamará Hijo del Altísimo...”

       Y Maria lo admite y sólo quiere saber qué tiene que hacer. Porque Ella tiene voto de virginidad: ¿Cómo puede ser eso? Y el ángel dice que el Señor con su poder se encargará de solucionarlo todo y ante esto y siguiendo sin ver claro pero fiándose totalmente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       Si para que se cumpla este proyecto de Dios es necesario que venga abajo mi reputación, mis planes, mi fama, incluso ante mi marido José, he aquí la que ya no tiene voluntad ni planes propios, pero que Dios haga en mí sus planes.

       Se fía y se entrega totalmente a Dios: “Bienaventurada tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, le dirá luego su prima Isabel cuando María va a visitarla, porque está también embarazada.

       La fe de María ha sido el principio en el tiempo de nuestra salvación, es el principio de la maternidad divina de María. Pero quede claro, que esta fe, esta confianza no le descubre el misterio de Cristo y su misión, sino que lo irá descubriendo en la medida que  se vaya realizando. Lo tiene que ir descubriendo en contacto con su Hijo y su misterio: “María consevaba todas estas cosas en su corazón”. Siempre lo fue descubriendo por la oración. Por ejemplo, se ha perdido el niño. Y Ella lo busca, no sólo para sí sino para todos nosotros. Porque Ella está versada  en las Escrituras santas y sabe que el Mesías nos salvará. Por eso quiere encontrarlo para todos: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y recibe esta respuesta desconcertante: “No sabíais que debía ocuparme de la casa de mi Padre”.

       Y añade muy acertadamente San Lucas, que lo escucharía de la Virgen: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. María meditaba, reflexionaba y su fe iba abriendo y descubriendo y aumentando y ejercitando hasta la perfección, como aumenta la tuya y la mía mediante la oración y las puestas con la  confianza en Dios.

       La fe dolorosa y redentora de la Virgen aparece sobre todo en el Calvario. Sigue siendo una fe abrahámica. La de Madre de todos los creyentes. En aquella oscuridad dolorosa del Viernes Santo hay una doble luz: primero, el amor invencible al Hijo y del Hijo, y la fe invencible de la Madre. Allí está ella de pie, firme, creyendo contra toda evidencia, dando a luz a la Iglesia, que está naciendo de los dolores del Hijo crucificado, a los que ella se une en noche de fe, sin ver nada, todo lo contrario, con una fe muy oscura y dolorosa y más meritoria que la de Abrahán  porque él no llegó a sacrificar a su hijo y verlo muerto, y María, sí. Y, sin embargo, cree, cree en la Victoria del Hijo viéndole morir en el más vergonzoso fracaso. Cree en la vida que está naciendo de la muerte de su Hijo. Y de hecho, con la palabra del Hijo, queda explicada toda esa noche de fe, porque realmente se ha convertido, unida al dolor de su Hijo en madre de todos los creyentes. Así se lo testifica su Hijo: “Mujer, he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”.

       Con estas palabras del Hijo ha quedado todo explicado, manifestado, descubierto: María por su fe, unida al sacrificio de su Hijo, se ha convertido en Madre de la Iglesia., de los creyentes, y al peder el Hijo, ha conseguido la multitud de todos, los nuevos hijos: Juan es el representante.

       Y María ensancha aún más, en la misma pérdida del Hijo, su amor y caridad por esta fe y nos recibe a todos en su corazón que adquiere dimensiones universales como la redención de Cristo.

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (1997)

HOMILÍA

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, día 2 de febrero, a los cuarenta días después de la Navidad, la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo de Jerusalén. Y aunque caiga en domingo, prevalece sobre la liturgia dominical, porque es un domingo ordinario, y hoy es fiesta del Señor, como son las de Epifanía, etc.

El suceso es narrado en el Evangelio y en la primera Lectura; el salmo también encarece el momento solemne de la Entrada del Señor en el Templo. El profeta Malaquías nos dice: “Miradlo entrar”. Y el salmo repite: “va a entrar el rey de la gloria”.

La segunda Lectura desentraña la esencia del sentido de esta fiesta: Jesucristo es presentado en el Templo en brazo de su Madre María y es ofrecido, mejor dicho, se ofrece Él mismo con toda su vida para cumplir la voluntad del Padre, que se consumará en el sacrificio de la cruz.

La voluntad del Padre no es otra que la entrega total del Hijo por la salvación de los hombres hasta la muerte de cruz, como anunciará el anciano Simeón; sólo así llegará a la consumación, a la glorificación ya que Cristo “puede aniquilar al que tenía el poder de la muerte y liberar a todos los que por miedo a la muerte, pasaban la vida como esclavos”; Cristo “ha expiado nuestros pecados y puede auxiliar a los que pasan con Él la prueba del dolor”.

La vida de Jesús ofrecida, sacrificada “la ofrenda como es debido”, en expresión del profeta Malaquías, es “Salvación para todos”, como dijo el anciano Simeón, pues nuestro destino es el suyo, porque “participa de nuestra carne y sangre.” Y unidos a Él, “nuestro Pontífice fiel y compasivo”, podemos ofrecer, juntamente con Él, la ofrenda de nuestra vida, “ofrenda agradable a Dios”.

El sentido de la Presentación es que Dios es el autor de la vida; el hombre es ser creado por Dios, dependiente y necesitado de Dios: criatura que debe dar gracias por la vida que le viene de Dios y ponerla a su disposición.

Jesucristo, en su Presentación en el Templo, nos anticipa la ofrenda sacrificial que irá haciendo a los largo de toda su vida y que culminará en el Templo de  Sí mismo, en su Cuerpo y Sangre entregada en el altar de la Cruz, ofrenda sacrificial que Él nos ha dejado como memorial en el Sacramento de la Eucaristía.

La santa misa debe ser para nosotros ofrenda agradable con Cristo al Padre, para quedar consagrados con Él para gloria de la Santísima Trinidad. Y como nos hemos ofrecido con Él y hemos sido consagrados con Él al Padre, cuando salimos del templo ya no nos pertenecemos, hemos perdido la propiedad de nosotros mismos a favor del servicio a los hermanos; para gloria de Dios, tenemos que vivir o dejar que Cristo viva en nosotros su ofrenda al Padre. Esto es la santa misa. Esta es su espiritualidad y su liturgia. Es ofrenda y consagración con Cristo para gloria de Dios y  servicio y entrega a los hombres.

En la celebración de la Presentación de Jesús estuvo María íntimamente unida a este Misterio de su Hijo, como la Madre del Siervo de Yaveh, ejerciendo un deber propio del Antiguo Israel y presentándose a la vez como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y la esperanza por el sufrimiento y la persecución (Cr Marialis cultus 7).

«Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la Concepción virginal de Cristo hasta su muerte... Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (LG 57).

Con Simeón y Ana todos nosotros y todos los hombres debemos de salir al encuentro del Señor que viene. Debemos reconocerle como ellos como Mesías, “Luz de la Naciones” “Gloria de Israel”, pero también “signo de contradicción”.La espada de dolor predicha a María será el signo y la consecuencia de esa contradicción que anuncia otra oblación perfecta y única, la de la Cruz, que dará la salvación que Dios ha preparado “ante todos los pueblos”.

La monición de entrada nos explica perfectamente el sentido de esta fiesta: «Hace cuarenta días celebramos llenos de gozo la fiesta del Nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el tempo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, llegaron al  templo los santos ancianos Simeón y Ana, que, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría.

De la misma manera nosotros, congregados en una sola familia por el Espíritu Santo vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan, “hasta que vuelva revestido de gloria.

HOMILÍA

MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSO: AMÉMOSLA, IMITÉMOSLA, RECÉMOSLA

QUERIDOS HERMANOS: Ni uno solo de nosotros piensa que un niño exista sin madre o pueda vivir recién nacido sin el cuidado materno. Dios ha querido que existan las madres que son la presencia de Dios en la naturaleza. No sé cómo algunos puedan pensar que no existe Dios cuando existen las madres, su presencia más evidente y luminosa en el orden natural.

Hasta los animalitos más pequeños Dios ha querido que no les falte el cuidado de una madre para nacer y crecer. Es la realidad más dulce y hermosa y esencial para ser y existir como realidad animal y humana. Por eso no debemos extrañarnos de que Dios haya querido tener una madre para nacer como hombre.

Podía haber bajado directamente del cielo, incluso con portentos y relámpagos, podía haber venido adulto o haber inventado mil modos para salvar al hombre. Pero Dios escogió el camino inventado por Él en el orden natural. “Nacido de una mujer” es toda la Mariología de San Pablo. Y el capítulo VII de la LG 56 lo expresa así: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma que renueva todas las cosas... fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad... enriqueciéndola desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular».

Queridos amigos: Pensemos un momento. Dios pudo escoger madre, Dios eligió la mujer y tipo de madre que le convenía y más le gustó, Dios escogió a María. Es más: Dios puede hacer todo lo que quiera, es omnipotente, Dios hizo lo más grande que pudo hacer e hizo así a su madre y esa es María;María: conjunto de todas las gracias, llena hasta la plenitud desde el primer instante  de su concepción. Y ahora una pregunta: Si Dios se fió de Ella, ¿no nos vamos a fiar y confiar en Ella nosotros? Si Dios la eligió por Madre ¿no la vamos a elegir nosotros?

Cuando el arcángel Gabriel la visita para anunciarla el proyecto de Dios, queda admirado de su belleza y plenitud interior que nosotros no podemos ver como los ángeles, y estupefacto exclama: “Dios te salve,  jaire, quejaritomene, o Kurios metá sou... te saludo, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

Si los reyes de la tierra preparan a sus hijos para es la tarea de su misión y es para unos años y para unos hombres determinados, qué no habrá hecho Dios en María para que fuera su Madre y madre de todos los hombres y para todos los siglos.

Queridos hermanos: felicitemos a Dios por habernos dado a su propia madre, felicitémonos nosotros mismos por tener este regalo de María Madre de fe, amor y esperanza nuestra, alegrémonos de tener la misma madre de Dios, tengamos la certeza y el gozo de saber que Cristo la quiso madre suya y nuestra, y que está preparada para serlo en plenitud de gracias y dones y se fió de Ella. Qué seguridad la nuestra. Qué certeza y hermosura de madre. “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” cantemos con el salmista. Y la maravilla más grande es que nos haya dado a su propia madre.

El prefacio ambrosiano de la fiesta de la Inmaculada Concepción expresa maravillosamente esta alegría que debe existir en nosotros los creyentes al hablar querido Dios compartir su madre, al danos a su propia madre: «Es muy justo y conveniente, Dios todopoderoso, que te demos gracias y con la ayuda de tu poder celebremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María. Pues de su sacrifico floreció la espiga que luego nos alimentó con el pan de los ángeles. Eva devoró la manzana del pecado, pero María nos restituyó el dulce fruto del Salvador ¡Cuan diferentes son las empresas de la serpiente y de la Virgen! De aquella provino el veneno que nos separó de Dios; en María se iniciaron los misterios de nuestra redención. Por causa de Eva prevaleció la maldad del tentador; en María encontró el Salvador una cooperadora. Eva, con el pecado, mató a su propia prole; en María, por Cristo, resucitó su propia prole; en María , por Cristo, resucitó esta prole, devolviéndola a la libertad primera».

Y dónde adquirimos nosotros la libertad primera, la redención de los pecados: en la cruz de Cristo junto a la cual esperándonos está la Madre, la Virgen de la cruces, del Calvario, de los dolores, la madre del crucificado.

Por eso, cuando Cristo desde la cruz dice: “he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”, la fe redentora y dolorosa de María descubre el sentido de aquel alumbramiento de los nuevos hijos que Dios le confía en la persona de Juan. Jesús descubre el sacramento que se ha realizado: María se ha convertido en madre de la Iglesia, de todos los creyentes. No ha sido un premio gratuito, una realidad improvisada, un gesto puramente sentimental, ha sido un proyecto del amor de Dios, ha sido el parto más doloroso que hay podido tener madre alguna sobre la tierra: y desde aquel momento Maria recibió a toda la Iglesia en su Corazón y su amor adquirió dimensiones eternales y universales como la misma obra de Cristo.

Lo expresa muy bien la LG 58: «Desde la Anunciación mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo en pié, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la Víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27).Aquí está el fundamento de la devoción a la Virgen de la Cruces, la teología de la Virgen de los dolores, el misterio más profundo de cooperación entre la criatura y  Dios, aquí se hizo madre de todos los creyentes en el dolor.

Me encantas, María, Madre de las cruces, no lo puedo remediar. De todos los hechos de tu vida, me quedo con la Encarnación y tu presencia de pie junto a la Cruz de tu hijo. Aquel es un misterio gozoso de tu vida que rezamos en el santo rosario; éste es misterio doloroso. Me quedo atónito, asombrado ante esta victimación total son tu hijo por nosotros los hombres.

«¡Oh dulce fuente de amor! Hazme sentir su dolor, para que llore contigo. Y que por mi Cristo Amado, mi corazón abrasado, más viva en él que conmigo! ¡Virgen de vírgenes santa, llore yo con ansias tantas que el llanto dulce me sea, porque su pasión y muerte, tenga en mi alma de suerte, que siempre sus penas vea». (Stabat Mater).

¿Qué sentimientos debemos tener todos nosotros, sus hijos, en relación con la Madre del Amor hermoso, con la Virgen de las Cruces, Nuestra Señora de los Dolores?

Amor. Madre, me alegro deque existas, de que Dios te haya hecho tan grande, de que seas mi madre. Te amo, te quiero, te bendigo, es decir, te digo las cosas más bellas que mi corazón pueda sentir y mi inteligencia expresar, quiero cantarte, alabarte porque eres toda hermosa, un portento de lágrimas de amor y belleza de sentimientos. Si amar es desear el bien de la persona amada, quiero que todos te conozcan y te amen. ¿Por qué? Porque me inspiras confianza y seguridad plena. Ha sido Dios mismo quien te hizo así y me la ha dado como madre. Gracias. Te queremos.

HOMILÍA PARA RELIGIOSAS Y CONSAGRADAS

CON MARÍA, A LA BÚSQUEDA DE DIOS.

Queridas hermanas y hermanos religiosos y consagrados: “La gracia del Señor Jesús esté con vosotros. Mi amor con todos vosotros en Cristo Jesús” (1 Cor 16,23). Con estas palabras del apóstol Pablo, quiero empezar saludándoos a todos esta mañana. Quisiera meditar con vosotros este lema escogido para la reflexión de esta jornada: «Con Santa María, de la escucha de Dios al servicio de la vida». Éste centra nuestra reflexión sobre la necesidad de lograr que el testimonio de cada uno de nosotros y de nuestras instituciones sean cada vez más fieles al carisma de los orígenes y al mismo tiempo más cercano a las necesidades del hombre contemporáneo. La Virgen es para todos nosotros la Estrella que ilumina nuestro camino y la referencia segura de toda vuestra programación apostólica.

1. Con Santa María en la búsqueda de Dios.

La búsqueda de Dios es una componente esencial de la vida consagrada. La Virgen María es guía segura en este itinerario. ¡Buscad al Señor! Habéis colocado la reflexión de este tema, centro de vuestra vocación, en el primer lugar de vuestros trabajos. ¡Sí! Buscad a Cristo; buscad su rostro (cfr Sal 27,8). Buscadlo cada día, desde la aurora (cfr Sal 63,2), con todo el corazón (cfr Dt 4,29; Sal 119,2). Buscadlo con la audacia de la Sionita (cfr Ct 3, 1-3), con el asombro del apóstol Andrés (cfr Jn 1,25-39), con la premura de María Magdalena(cfr Jn 20,1-18). Siguiendo su ejemplo, buscad también vosotros al Señor en los momentos gozosos y en las horas tristes; imitad a María que va a Jerusalén llena de angustia a buscar su Hijo adolescente (cfr Lc 2,44-49), y más tarde, al comienzo de la vida pública de Jesús, corre presurosa a buscarlo (cfr Mt 3,22), preocupada por algunos rumores que le habían llegado a sus oídos (cfr ibid., 3,20-21). Sentir la exigencia de buscar a Dios es ya un don que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos (cfr l Jn 4,10).

       Es consolador buscar a Dios, pero es al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales. ¿Cómo repercute esto entre nosotros, en el contexto histórico actual? Seguramente supone acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración a la celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga del mundo» a la presencia del que sufre:  La Experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz accion apostólica.

 2 Con Santa María a la escucha de Dios.

En estrecha conexión con la búsqueda de Dios está la escucha de su Palabra de salvación. También en este itinerario María es para nosotros ejemplo y guía; de Ella la Iglesia resalta su singular relación con la Palabra.

       «Santa María es la Virgen de la escucha», siempre dispuesta a hacer suya, en actitud de humildad y sabiduría, las palabras que el Ángel le dirige. Con su “fiat” María acogió al Hijo de Dios, Palabra que existe desde el principio y que en Ella se hace carne para la salvación del mundo.

       Un buen modo, y siempre oportuno, de escuchar la Palabra es la «lectio divina», que vosotros tanto apreciáis. De ella hacéis explícita mención a veces en la misma fórmula de la profesión solemne, pues os comprometéis a vivir “en la escucha de la Palabra de Dios”.      María escucha y en Ella la Palabra es acogida dócilmente mucho antes en el corazón que en su seno virginal. Imitando su “Fiat” (cfr Lc 1,38) también vosotros pronunciáis vuestro sí total a Dios que se revela (cfr Rom 16,26). En la palabra de la Sagrada Escritura Dios muestra las riquezas de su amor, revela su proyecto de salvación y confía a cada uno una misión en su Reino.

       El amor por la Palabra os llevará a reconsiderar la oración comunitaria. a privilegiar la vida litúrgica, y a hacerla mas participativa y viva. Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica. De este modo se cumplirá entonces también en vosotros la exhortación del Apóstol: “La Palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente” (Col 3,16).

3 Con Santa María en una vida de servicio.

Mirando a la Virgen, siempre en actitud de humilde servicio, tratemos todos los hijos de María se distingan por un estilo de gozosa dedicación a hermanos, de ardor y de empuje, valoración de las relaciones humanas y de atención a las necesidades de la persona. Un estilo que no busque por encima de todo la eficiencia de las estructuras y el progreso de la tecnología, sino que más bien demuestre la eficacia de la gracia del Señor en la debilidad y en la pequeñez de lo humano como en María

       Entre las muchas formas de servicio, y en un mundo en el cual parece prevalecer la cultura de la muerte, sed sembradores de la vida, fieles a Dios que “no es Dios de muertos sino de vivos” (Mt 22,  32) y heraldos de la esperanza bajo la protección de Santa María, “Madre de la vida”.

4 Con Santa María al servicio de la animación vocacional.

       Las vocaciones son un don para la Iglesia y para cada uno de nuestras instituciones. Por las que se debe implorar incesantemente en la oración. La imagen de la Virgen de Pentecostés ilumine vuestra reflexión. En el Cenáculo María aparece como la Orante; junto a los Apóstoles implora la venida del Espíritu, suscitador de toda vocación. María es Madre de la Iglesia: en el Cenáculo la Virgen comienza a ejercitar, en la comunidad de los discípulos, la maternidad que su Hijo moribundo en la Cruz le confió.

       A parte de la oración (cfr Lc 10,2) también se favorece el nacimiento de las vocaciones con el testimonio coherente y fiel de los que son llamados a vivir con radicalidad el seguimiento evangélico. Las nuevas generaciones os miran, atraídas no por una vida consagrada “facilote”, sino por la propuesta de vivir el evangelio sin añadiduras. Esto lleva a dar un testimonio de pobreza todavía más riguroso, que se traduzca en un sobrio tenor de vida y la práctica de una fiel comunión de bienes.                                      

HOMILIA

EL AVE MARÍA

       QUERIDOS FIELES, DEVOTOS DE MARÍA: La Virgen, nuestra Madre y Señor, ha sido elegida por Dios para ser abogada nuestra en el cielo y distribuidora universal de todas las gracias del Hijo. A su amparo y protección nos acogemos todos los que la conocemos y amamos para conseguir los auxilios y medios sobrenaturales de la salvación de Dios. Para que nos resultase más fácil hablar y pedir a esta dulce madre del cielo el arcángel Gabriel, mejor dicho, Dios, por medio de su mensajero Gabriel, nos enseñó a los hombres la hermosa salutación del “Ave-María: Jaire, kejaritomene”. Y este saludo, por su celestial origen y bello contenido, es la más bella oración que podemos dirigir a nuestra Señora, después del Padre nuestro.

La primera Ave María que oyó la Virgen, se la rezaron en la tierra y nada menos que uno encargado por Dios, el arcángel de la Anunciación. Es este saludo una guirnalda de alabanzas y piropos divinos, hecha, no para pedir y suplicar, sino para bendecir y alabar a la Reina del cielo.

La primera Ave María la rezó el arcángel Gabriel en una casa de Nazaret; una casa de adobes sencilla, casi rústica, algo que para nuestra mentalidad nos resulta incomprensible. La escena, si queréis, la podemos reproducir así: La Virgen está orando. Adorando al Padre en espíritu y verdad. Estrenando ese estilo de oración que no necesita ser realizad en el templo, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios, y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

La Virgen, pues, estaba orando, orando mientras cosía, barría o hacía otra cualquier cosa, os sencillamente orando, sin hacer otra cosas más que orar.

El ángel la sorprende en esa postura y el diálogo que sostiene con la doncella es un tejido de espumas, un trenzado de piropos divinos y rubores de virgen. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Dios te salve”; lo cual quiere decir: te traigo saludos de Dios, María, y en nombre suyo te los doy.

“Tú eres la llena de gracia”.Mucha gracia tuvo el alma de la Virgen en el momento de su Concepción Inmaculada, más que todos los santos juntos. Pues si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta no engrandecería el Omnipotente a su Madre. Por eso la hizo inmensa, casi infantita, rebosante hasta los bordes de gracias, hermosura y amor. La hizo Virgen y Madre Inmaculada, corredentora, asunta en cuerpo y alma al cielo, mediadora de todas las gracias. Reina de los ángeles y Señor de las cosas. Es madre de los hombres, madre de piedad y misericordia, madre purísima, castísima y virginal, en su calma no hubo pecado original, ni venial ni imperfección alguna, en fín, coged las letanías y ya veréis cómo es imposible decir más cosas y alabanzas de una simple criatura, sin despertar los celos de la divinidad.

Todas las bellezas de su alma el ángel las resumió sencillamente en dos palabras: “la llena de gracia, kejaritomene”. ¿Llena de todas las gracias? De todas. Por eso Dios podrá hacer mundos más bellos, paisajes más encantadores, claveles más rojos y cascadas más impresionantes, pero María solo quiso hacer una de entre todas las criaturas. No estaría llena de todas las gracias si no fuera la única, si pudiera existir otra persona igual o semejante a ella, porque le faltaría entonces la gracia de ser la más llena de gracias.

Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad de su alma iba creciendo a medida que la gracia aumentaba en ella como la presión del aire aumenta la capacidad del globo que estaba lleno; María estuvo siempre rebosante de gracias, para que en todos los momentos se la pudiera llamar: “la llena de gracia”.

“El Señor está contigo”,prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma. Y como la Virgen tuvo más gracias que todos los ángeles y santos juntos, resulta, por tanto, que el Señor estaba con Ella, más íntimamente unido, que podrá estarlo jamás con criatura alguna. El Señor siempre estuvo en Ella por la gracia y el amor, pero sobre todo la llenó de su presencia plenamente en su cuerpo y en su alma por la Encarnación, por su maternidad divina.

Por eso, queridos hermanos, qué de particular tiene que Santa Isabel, al recibir la visita de su prima, portadora del Hijo de Dios en su seno, la saludase, diciendo: “Bendita tú entre todas las mujeres”. Grandes mujeres habían existido en el Antiguo testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían d existir en la Iglesia Católica. Todas muy queridas del Señor, pero incomparablemente más que todas ellas. María.

Y siguiendo su saludo, Isabel nos da clave todas sus grandezas: “Y bendito el fruto de tu vientre”. Uno duda si el piropo va dirigido a la madre o al Hijo que latía en su entrañas. Da lo mismo. Al fin y al cabo no hay mayor alabanza para una madre que oír alabanzas para el hijo, máxime siendo el Hijo de Dios. Uno piensa de todas formas que una criatura debe ser muy bella y sublime cuando le vienen bien los piropos que se dirigen al Infinito, porque María es casi infinita, casi divina, criatura como nosotros, pero elevada y tocando la divinidad.

Después de estas palabras de Santa Isabel, la Iglesia añadió: Jesús, como había añadido María, en el saludo del ángel, para mejor determinar las personas a quienes iban dirigidos los saludos. El del Ángel fue para Ella, por eso después de : “Dios te salve”, la Iglesia intercaló: Maria. El de Isabel fue para el fruto de su vientre, esto es, Jesús. Así termina la primera parte del Ave-Maria  No hemos pedido nada, nos hemos suplicado su ayuda, nos hemos olvidado de nosotros mismos, embelesados en la Madre hermosa.  No hacemos más que felicitar, saludar, alabar a la madre común, a la madre de Dios y de los hombres.

La segunda parte es una súplica y ha sido compuesta por la Iglesia; en ella pedimos a Santa María, Madre de Dios que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.. Es el suspiro espontáneo del hijo que lo espera todos confiado en su Madre;  es el grito esperanzador del peregrino de esta vida que sabe ciegamente arribará a buen puerto porque se lo ha pedido a Santa María, estrella del mar, puerta del cielo y Señora del buen aire. 

El santa María nos trae aires de eternidad, tiene sabor a peregrinación, de llegada a buen término de un viaje, a puerto seguro de salvación, como es María. Ella lo puede todo y nosotros lo confiamos todo a Ella, esperándolo todo plenamente de su bondad, de nuestra Madre del alma: Santa María, ruega por nosotros ahora, ahora en este momento, en este trance, en esta vida hasta pasar a la otra contigo.

«Y en la hora de nuestra muerte», en el trance decisivo, en el último combate. Queridos hermanos, qué dulce es morir habiendo sido devotos de la Virgen y habiéndola rezado todos los días de esta peregrinación el Ave María, aunque entonces ya no podamos. Ya  nos sentimos salvador ahora y en la hora de nuestra muerte: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Así sea.

TRIDUO A LA VIRGEN DEL CARMEN:

 (CARMELITAS DE DON BENITO)

PRIMERA HOMILÍA

LA ENTREGA DE MARIA, MODELO DE NUESTRA CONSAGRACIÓN TOTAL A DIOS

             QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS, queridos devotos de la Virgen del Carmen, presentes en este Triduo dedicado a ella: El gran modelo de nuestra consagración total a Cristo es la Virgen María. Su ejemplo es verdaderamente maravilloso e irrepetible ya desde el mismo instante de su Concepción Inmaculada.

       Hay cierta tendencia actual a presentarnos la vida de la Santísima Virgen como totalmente parecida a la de cualquier joven de su tiempo o del nuestro. Cierto que en el exterior, en su cualidades habría muchas semejantes a las nuestras, pero su corazón, su vida espiritual, su entrega a Dios con todas las actitudes concomitantes es casi infinitamente superior a la de cualquier humano.

       Cuando leo algo sobre estos aspectos de ella como si fuera una joven común, igual a cualquiera, con las misma ilusiones de tener novio, casarse, divertirse, no se que experiencia puedan haber tenido estos señores de un amor y de una entrega absoluta y plena a Dios.

No se en qué consistirá para ellos el hecho de que la Virgen estuvo llena de gracia, de amor, de atracción exclusiva a Dios desde el primer instante de su nacimiento. Para mí que esa forma de pensar es una injuria a la gracia de Dios y una injuria a la Virgen.

Cuando un alma se da de veras a Cristo, del todo, cuando un alma tiene experiencia de sentirse amada por Dios, lo primero que surge en ella de una forma espontánea es el deseo de ser sólo para Él, de consagrarse a Él en plenitud, de vivir solo para Él, y eso es la Virginidad cristiana.

En nosotros llegar a esta altura supone una conquista de la gracia, supone tiempo, madurez espiritual que la Virgen tuvo desde el primer instante de su ser, porque estuvo llena de gracia. Este instinto sobrenatural de solo Dios ella lo tuvo siempre. Si la Virgen, dicen los teólogos, tuvo desde el principio más caridad y mas gracia de Dios que todos los santos y santas juntos al final de su vida, y hay que ver los miles de religiosos y religiosas, sacerdotes y seglares que han tenido esta gracia de la virginidad, de la entrega total a Dios, después de que cooperaran con la gracia, ¿por qué tenemos que empeñarnos en medir la psicología de la Virgen según los varemos de una joven normal, que apenas tienen ni un gramo de gracia santificante?

       No, nosotros para tener un pequeña idea de esto tenemos que medir la psicología de la Virgen niña y joven según la vivencia de la gracia de los grandes místicos al final de su vida y aún así ella es casi infinitamente superior.

Y esto sencillamente, porque desde su Concepción Dios la destinó a ser la Madre del Verbo, de la Segunda Persona de la Santísima. Trinidad, lo cual supone un amor de predilección por parte de Dios que nosotros no podemos ni imaginar. Dios alrededor de ella constituía como un cerco amoroso que le hacía sentir sensiblemente su predilección y ella correspondía a esta experiencia de amor infinito con una consagración virginal, es decir, exclusiva y total, como la cosa más natural del mundo.

       Yo no puedo amar a Dios sino con el amor con que Él me ama. Y esto es lo que sentís vosotras y todo los que se consagran totalmente a Dios. Primero tenemos que sentir sensiblemente, experimentalmente que Dios nos ama y al experimentar sensiblemente ese amor,-- no basta la fe, creer que Dios me ama, hay que recibir este don--, entonces el alma no quiere compartir el corazón ni la existencia con nadie sino con el Amor Divino en el que se siente llena, inundada, abrasada. Y en eso consiste la virginidad consagrada.

       Y eso es lo que sigue haciendo Dios ahora. Y esto es lo que le da gloria y honra a Dios y salva a las almas más que otras vidas apostólicas, y esto  y esta es la llamada que sigue dirigiendo Dios a muchas chicas y chicos que llama desde pequeños para que se consagren totalmente a su amor y desde ahí amen con el mismo amor de Dios a todos los hombres. Es el matrimonio espiritual, del que nos habla San Juan de la Cruz y casi todos los místicos: DIOS TRINO Y UNO, YO TE QUIERO A TI, A TI SOLO Y TE QUIERO PARA SIEMPRE, con amor exclusivo, total, virginal, para siempre. Eso era lo que experimentaba la Virgen en su interior. Y eso no se comprende sino por la fe experimentada. No solo la fe, sino fe encendida y transparente. Recordad el evangelio: solo lo entienden quienes han recibido esta gracia de lo alto.

       La Virgen es modelo de consagración a Dios porque Ella la llevó a cabo de forma irrepetible. La Virginidad consiste en tener el corazón abierto solo para Dios y desde ahí, limpio y purificado, a los demás sin quedarse con nada de nadie. Solo Dios. Por eso la Virginidad no está esencial ni principalmente en el cuerpo sino en el alma. Y por eso es fracaso total cuando se lucha por la parte sensible o corporal sin fijarse en el centro que está en amar sólo a Dios, por encima de todo. Es un fracaso de por vida, total y sin remedio. Y esta es una de las llagas sangrantes actuales de la Iglesia favorecida por tanto sensualismo.

       El mundo no entiende de estas cosas, pero tengo no solo la impresión sino la certeza por lo que veo, oigo y leo que alguna parte de la Iglesia tampoco entiende de estas cosas. Por eso la virginidad hoy no se comprende y hasta hay teólogos y teólogas, y otras muchas gentes que quieren curas casados y piensan que la vida contemplativa es inútil, que no tiene sentido. La gente no entiende. No sabe ni de qué va esto. Ojalá la Virgen, que lo vivió, nos lo haga comprender. La virginidad, la del corazón: Solo Dios Y aunque a muchos religiosos y sacerdotes les permitieran casarse, no la harían, porque la virgen y el virgen ha sentido la presencia abrasadora y totalizante de Dios y solo para el quiere vivir y amar y trabajar. Y por eso, aunque pudiera excepcionalmente haber alguna fragilidad material la virginidad no se pierde si el corazón se recupera y se consagra nueva y totalmente a Cristo.

¿POR QUE QUISO DIOS LA VIRGINIDAD DE MARÍA?

1.- PORQUE LA DESTINABA A SER MADRE. Es curioso. Dios le inspira el instinto de ser virgen, para que pueda ser fecunda. El primer instinto que brota en una niña, al menos de las de antes, era el instinto de maternidad. Por eso , en los primeros años, empieza jugando con muñecas: la viste, la cuida, la riñe.. es el instinto materno. Luego viene el de esposa.

       En la Virgen, la maternidad brota de la virginidad, de este amor exclusivo a Dios. Así le prepara Dios a ser su Madre y Madre de todos los hombres, lo cual realiza en el momento de la Encarnación. El fruto de la virginidad es la Encarnación. El sí total de Maria. Y la Virgen se hizo Madre de Dios y de los pecadores. Y esta consagración total a Dios se renueva cuando tiene al niño recién nacido en sus brazos, se ofrece a Él y le adora con una adoración total como nunca el Verbo de Dios ha sido adorado en la tierra y que nosotros debemos imitar: «Véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos y solo para tí quiero tenerlos», que diría San Juan de la Cruz. Mis labios solo para besarte a Ti. Mis manos solo para abrazarte a Tí. «Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio...»  Y esta es la oración de la Virgen, de las vírgenes, de los consagrados: solo Dios, solo Tu. Los ojos y la vida solo para Dios. Cielo anticipado.

       Reconozco que solo Dios puede hacer esto en las almas. Reconozco que desde que se llega a esta experiencia la vida toda y entera solo consiste en danzar de alegría toda la vida en torno a Cristo. Enamorarle, ganársele con palabras de amor, con salmos, con cantos, con miradas provocativas de desposada... y no digo más porque no quiero escandalizar a quien no comprenda estas cosas del amor apasionado de Dios.

       Leed la últimas estrofas de Llama y del Cantico: bésame con el beso de tu amor para que yo te bese con ese mismo beso que es el Espíritu Santo y bese y me sienta besado por el Beso del Padre y del Hijo que es el Espíritu de mi Dios. No tiene nada de particular que la Inquisición y otros ignorantes actuales se escandalizaran y anduviesen detrás de los místicos. Pero estas son verdades divinas: «Di a la caza alcance, toda ciencia transcendiendo».

       RESUMIENDO: En la Encarnación, en el Nacimiento del Verbo y en toda su vida histórica María fue la primera creyente y discípula de Jesús que abrió la puerta de la Virginidad Consagrada. Y de esta actitud de amor total y de esta plegaria y de esta vida consagrada de Maria nacio el sacerdocio y la vida virginal, prolongación del estilo de vida de Maria.        Maria es así madre y maestra de las vírgenes, de las vidas almas consagradas, modelo, ayuda, imagen, icono de la Virginidad Cristiana. Y también, porque somos débiles y contingentes, es regeneradora de vírgenes como de cualesquiera otros fallos y pecados.


2.- Dios quiere Vírgenes, totalidad de amor y entrega para que sean madres y padres de gracia, para ser apóstoles. Una que es virgen, no se casa, no vive pendiente del marido, nos dice S. Pablo, sino sólo de las cosas de Dios. Es la eficacia apostólica de la virginidad. Cristo, Maria, Juan , Pablo, los santos y santas.

       Dice San Beda el Venerable que la Virgen fue feliz por haber sido Madre de Cristo engendrándolo físicamente, pero más dichosa todavía porque quedó como custodia perpetua del amor de Cristo. Ella es la que tiene cuidado de que Cristo sea amado hoy con totalidad en el mundo. Cuidado de la Virgen que debe ser también nuestro particular cuidado para que todos aprendan de nosotros a amar a Cristo con amor único y exclusivo.

       Lo decía bellamente San Gregorio Magno a las jóvenes: «Jóvenes, sed vírgenes para que seáis también vosotras Madres de Cristo». Imagina a San. Agustín que hace una apuesta con Jesucristo y le dice: vamos a ver quién ama más a quién, y lanzando su amor como una jabalina, añade con santo atrevimiento: mira, Jesús, hasta allí te amo. Vamos a ver tú». Pero enseguida reacciona, dándose cuenta de la pequeñez de su amor: «Y si te parece poco esto que te amo, haz que te ame más». Es lo mismo que pido yo para vosotras y para mi y para todos los consagrados y consagradas. María y Madre del Carmelo, solo tú puedes ayudarnos. Amen.

SEGUNDO DÍA DEL TRIDUO (CARMELITAS)

HOMILÍA MARIANA SOBRE EL MAGNIFICAT: “Enaltece a los soberbios y a los ricos despide vacíos.

QUERIDAS RELIGIOSAS, amigos todos: Nadie se hizo tan pequeña y sencilla ante el Misterio de Dios, como María, que se convierte así en tipo y modelo de la Iglesia, para todos nosotros. María, siendo rica de gracias y dones de Dios, reconoce su pequeñez y se hace esclava del Señor: “Proclama mi alma...” y en sintonía con el pensamiento de Jesús expresado en el evangelio, continúa: “Él hace proezas con su brazo, desipersa a los soberbios de corazón, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

¿Por qué reza así la Virgen? Porque Ella ha sentido esto en su corazón La humilde nazarena se ha reducido a nada de propiedad e iniciativa, a nada de propia voluntad, a nada de propio querer ante la voluntad del Padre. Es la esclava, la que no tiene volunta  propia. Por eso, a Ella hemos de volver los ojos generación tras generación para aprender a ser sencillos y humildes.

Vamos a meditar un poco esta tarde estas palabras de Cristo en el evangelio de hoy que explican un poco su propia vida y la vida de su Madre y nos indican el único camino par enterar en el reino: hacernos pequeños y sencillos: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Reino de Dios aquí no es el cielo o la salvación eterna, sino la amistad y el conocimiento sabroso de Dios, la unión de amor y de intereses con Él, responsabilizarse de la tarea que Jesús trajo a la tierra. El reino de Dios, lo que Dios nos pide y quiere es que hagamos con el esfuerzo de todos una mesa muy grande, muy grande, donde todos los hombres se sienten, especialmente los que nunca se sientan por ser pobres, y que éstos sean los invitados y preferidos, los incultos, los sencillos, los que ocupan los últimos puestos en el banquete del mundo.

Al bendecir Jesús al Padre porque ha tenido ocultos sus propósitos y riquezas del reino a los sabios y entendidos, no significa con ello que los sabios sean excluidos. Solamente afirma que para pertenecer al reino de Dios, a su amistad e intimidad, hay que hacerse sencillo y humilde. Y los ricos de poder, de dinero, de privilegios, de cultura deben hacer pobres.

Queridos hermanos, vosotros queréis saber por qué dice Cristo que es muy difícil a los ricos de su yo, de dinero y de poder entrar en la amistad e intimidad de Dios?

1. Rico de dinero: Posee y está lleno de seguridades y poder en el mismo, y no tiene a Dios como el mayor tesoro. No le busca ni lo desea con el afán y el dinero y el tiempo que invierte en conseguir más dinero. Satisfecha su hambre de dinero no siente necesidad ni hambre de Dios, necesitado y pobre de su amor y gracias.

2. Rico de cultura. Qué difícil no menospreciar a los que no la tienen. Que el culto aprecie y hable con el inculto, no abusando de su saber. El reino de Dios es cuando el ingeniero trata con igualdad al peón de albañil.

3. Rico de perfección humana: qué difícil que acepte sus defectos: soberbia, envidia, que sienta necesidad de perfeccionarse, de ser humilde. No se siente pobre y necesitado de la gracia de Dios, de convertirse de sus defectos, del perdón de Dios. No siente necesidad de orar, de los sacramentos. No se convertirá, no entrará en el reino de Dios, no pasará del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la vida en Dios. Esto explicaría por qué el cristianismo encuentra muchas dificultades para entrar en esos ambientes, porque exige renunciar a los esquemas del mundo para aceptar y vivir según el evangelio, según Cristo.

       Comprenderemos por qué Jesús da gracias al Padre porque su evangelio lo han comprendido y vivido los que se han hecho pobres y sencillos. María lo hizo. Por eso, María atrae la admiración y el amor de su Hijo, porque se hizo su esclava. Y por eso Ella, que lo vivió, da gracias a Dios por sus dones: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava... desde ahora me felicitarán todas las generaciones.

       Madre, nosotros nos unimos a ese coro que te alaba y te pedimos parecernos a Ti; ayúdanos porque Tú eres nuestro modelo y ejemplo. Necesitamos tu ayuda; nos cuesta mucho; pero contigo todo lo podemos, porque Tú todo lo puede suplicando y pidiendo a Dios por nosotros.

TERCER DIA: “Miró la pequeñez de su esclava”

QUERIDOS HERMANOS: “Miró la pequeñez de su esclava”, pudo decir la Virgen Inmaculada. Porque cuando en cada circunstancia de su vida, aunque sea pobre e indigente de la gracia de Dios, dice Sí a la voluntad del Padre, Dios llena su pequeñez y la transforma en Amor.

       María desde el Sí de la Encarnación del Hijo de Dios nos ayuda y estimula a nosotros, sus hijos pobres y necesitados, a decir un sí auténtico y hondo a los planes de Dios, que es fundamente de toda nuestra vida cristiana. Y todo esto, en medio de la oscuridad de la fe, de lo que nos pueda ocurrir, permaneciendo con María meditando la palabra del Señor y así nos iremos disponiendo para el reino de Dios, para la amistad con Dios.

       Hacerse disponible para amar corresponde a la labor que cada uno debe realizar durante su vida cristiana. Es abrir los ojos a los planes de Dios Amor, sentir la llamada acuciante de cambio, palpar la propia pobreza, enrolarse en la marcha de la Iglesia, abrirse al diálogo con Dios, decidirse a realizarse totalmente en Cristo, descubrir a Cristo escondido en nuestras circunstancias, sintonizar con sus sentimientos y actitudes, entablar una mistad profunda con Él para correr su misma suerte, celebrar la Pascua personal, la muerte y resurrección en vida.

“SÍ, PADRE”: Aprender a decir Padre, es un compromiso de vida, no una fórmula de rezo. Es tomar una postura de irse configurando con Cristo para tener su misma fisonomía y sentimientos y palabra y su misma voz. Decir Padre supone un esfuerzo duro y diario para sentirnos hijos parecidos a Él, un esfuerzo constante y permanente contra todo lo que nos aleja de su obediencia para poder llegar a decir con verdad: Sí, Padre.

       “Nadie conoce al Padre sino el Hijo aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.  Solo el Hijo conoce al Padre. “Dios es Amor” y todo su amor nos lo ha revelado en el Hijo, en una sola Palabra, pronunciada con amor Personal de Espíritu Santo a cada uno de nosotros. “En esto consiste el Amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sin en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”;  “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.  Con una solo Palabra se expresa a Sí mismo en una donacion infinita de Amor que le hace Padre en el Hijo que lo acepta como Padre. Por eso nadie conoce al Padre sino el Hijo. Y esta Palabra que el Padre ha pronunciado eternamente, desde siempre, la ha pronunciado en María en el tiempo para nosotros en carne humana. “ Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es una palabra de amor comunicada por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Amor, a los hombres por medio de la Encarnación en María. En su Palabra, en su Hijo Dios nos ha dicho todo. Ya no puede decirnos más. Vivir en Cristo es nuestra respuesta a la Palabra de Dios pronunciada, cantada, deletreada por amor a nosotros.

EL CREDO MARIANO

(Fr. Neal M. Flanagan, de los Siervos de María)

1.- Creo que el Fiat de María señaló el inicio de la era cristiana, fue el ejemplar original de todo cristiano que cree, de todo cristiano que se abre a Dios. En un tiempo como el nuestro, invadido por movimientos de liberación, es hermoso y conmovedor descubrir que Dios dio principio a la era cristiana escogiendo a una mujer, una mujer hebrea.

En el evangelio de Lucas—y también en sus Hechos de los Apóstoles— el iniciador es el Espíritu Santo; Él es el guía divino que traza el camino de Jesús en el mundo, sobre la cruz.

El Fiat de María es fe que se expresa y, a la vez, fe que se concibe. Creyendo en el Espíritu, ella se hizo Madre del Hijo de Dios, viviendo por El y para El. Mejor noble meta no se nos pudo ofrecer.

2.- Creo que el Fiat de María la introdujo en lo más vivo de la obra salvadora de Cristo. Madre del Siervo doliente de Yahvé, también ella fue implicada en el dolor, en el sufrir y en la gloria que acompañan al amor que se entrega.

He aquí la Sierva del Señor —dijo María—. La criada, la sierva que engendró al hijo siervo, el siervo doliente de Yahvé llamado a sacrificar la propia vida por los pecados de muchos.

El anciano Simeón (el hombre justo y dócil a Dios), habló abiertamente del hijo siervo que el profeta Isaías (42, 6) había llamado luz reveladora para los gentiles y gloria para su pueblo, Israel (Lc. 2, 32). Sin embargo, Simeón no habló de la pasión del siervo de Yahvé sino de María doliente con El. Asociada a la misión del Hijo, fue conducida por el mismo camino de la Cruz y, como El, anonadada en completa entrega.El camino de la Cruz del siervo de Yahvé fue también el camino recorrido por la Madre. Es nuestro mismo camino, pues somos hermanas y hermanos suyos.

3.- Creo, que a la disponibilidad de María para con Dios le acompañó su apertura a las necesidades del prójimo: aquella de Isabel, de los jóvenes esposos de Caná, de Cristo sobre la Cruz, de la Iglesia naciente.

El Siervo, hijo de María, «no había venido —como El dijo— para ser servido, sino para servir, para dar su vida en rescate por muchos» (Mc. 10, 45). También María ha venido para servir. Su Fiat a Dios encontró respuesta en el Fiat al prójimo. Su «hágase» fue oído por las voces que repetían con lágrimas su petición de ayuda. ¿Tenía Isabel necesidad de ella? Vedla llegar, sola, ansiosa, veloz en sus pasos. ¿Tenían necesidad de ella los jóvenes esposos de Caná? Fue la primera en darse cuenta de su situación e intervino. ¿La buscaba su hijo en el Calvario? Allí estaba. En el miedo, en la alegría, en la confusión que siguieron al viernes santo y al domingo de pascua ella estaba junto a los demás: para condividir, para ayudar, para ser ayudada.

4.— Creo que el sí continuo de María a Dios y al prójimo es la expresión viviente de la radical ausencia de pecado en ella. Por eso la llamamos Inmaculada Concepción.

Si el pecado es romper la comunión, es separación del hombre de Dios su Padre, es división de los propios semejantes, indisponibilidad a aceptar a Dios como padre, a aceptar al prójimo como hermana o hermano. La ausencia de pecado en María no es un atributo negativo, ni la separa de la condición humana, sino más bien lo contrario. Ausencia de pecado es apertura ilimitada a Dios, a su amor, a sus designios, a sus solicitudes, y es también disponibilidad para advertir las laceraciones y necesidades de cuantos sufren y piden ayuda. La ausencia total de pecado, la Inmaculada Concepción de María, no es un foso abierto entre ella y su prójimo, sino un puente echado entre María y cuantos viven en la necesidad.

5.- Creo que la Asunción de María, como la resurrección de Cristo, nos es garantía y esperanza de que el amor es de verdad más fuerte que la muerte.

«El amor es más fuerte que la muerte». ¿Es acaso un sueño de los poetas o el sentido evangélico de la realidad? El amor de los padres engendra vida; el amor modela la vida en su nacer y la hace crecer y madurar. El amor llega a empujar la vida más allá de la rendición declarada de la ciencia médica. Según el evangelista Juan, el amor es vivir, no morir nunca. Jesús murió amando porque había amado, para amar más aún. Por eso pasó a vida más intensa.

María participó de la vida del Hijo. También para ella la muerte fue tránsito hacia una vida en plenitud. Vivir, para ella, era amar; su morir era ya un encontrarse en la vida. Su condición será la nuestra.

6.- Creo que María, en cuanto Madre de Cristo, plasmó largamente la personalidad y el ambiente en que creció Cristo.

«No es él el carpintero, el hijo de María?» (Mc. 6, 3). ¿No posee, acaso, la dulzura de su Madre? Su sensibilidad, su solicitud por los otros, su imaginación poética, su intuición diríamos son dotes femeninas. Su disponibilidad en el servir —no tenía quizá un modelo delante de los ojos?— ¿Qué decir del empuje de su amor, de sus atenciones? ¿Es tal vez sólo un don recibido de lo alto? ¿Y la sencillez con que sabía acercarse a la mujer, a toda tipo de mujer, y cómo era capaz de amarlas? ¿Lo aprendió por caso en la Sinagoga? ¿No fue una mujer en cambio su primera y mejor maestra, una mamá, su Madre?

7.- Creo que María no es solamente un modelo, un ideal lejano, sino una persona viva, extraordinariamente amable.

«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá...» (Jn. 2, 25). Jesús vive, sus apóstoles viven, sus discípulos viven. María vive, de vida humana, gloriosa, en la plenitud de la vida; María no es sólo un modelo, un simple ideal, una meta lejana, una cosa, sino una mujer resplandeciente en la gloría del Hijo del Padre, de un Hijo —parece cosa imposible de creer— que es también su Hijo.

¡Esto, oh Señor, creo; socorre Tú mi incredulidad!

MEDITACIÓN

LA VISITA A SANTA ISABEL


1. EL CAMINO

La narración de la visita a Sta. Isabel está íntimamente relacionada con la Anunciación. En todas las anunciaciones se le da un signo al vidente, para que por sus propios sentidos corporales pueda fortalecer el asentimiento prestado por la fe. El ángel le ha dado un signo a María: la maternidad de Isabel. Esta es la razón que le impulsa a María a ponerse en camino para comprobar el signo. «En aquellos días María se levantó y se encaminó presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39).

Nada se nos dice del viaje de María de Nazaret a la montaña donde habita Isabel. Algunos detalles podemos conjeturarlos por las costumbres de la época. Solían juntarse en grupos, que iban de un pueblo a otro, siguiendo la ruta trazada. Era conveniente para librarse del ataque de ladrones o malhechores, que asaltaban a los caminantes. María tuvo que unirse a uno de esos grupos, porque era impensable, que una mujer pudiera hacer el camino ella sola. Abundaban en estas rutas los grupos de comerciantes, que llevaban sus productos de un lugar a otro.

Obtenido el permiso de sus padres y de S. José, al que ya está prometida, María emprende el camino. Como persona humana se fía de la palabra del ángel, pero es de suponer que a ratos le asaltase la idea de que, si Isabel no estaba en el sexto mes, ella habría padecido una ilusión. Se agarraba a la palabra de Dios y mantenía su promesa, pero las nubecihas de la duda no desaparecían del horizonte de su conciencia. No duda, pero tenía que luchar para no dudar. Sus noches en las posadas serían momentos de descanso, pero también de lucha. Le urgía llegar a la casa de su prima.

2. EL ENCUENTRO

            Cuando llegó, el alma se le iluminó y un chon’o de alegría saltó desde lo más profundo de su ser. Si hasta ahora creía por la fe, ahora los sentidos le confirman que la palabra del ángel era en realidad palabra de Dios. El Magnificat es la expresión de ese gozo y alegría incontenibles. La visitación es como una nueva revelación de Dios que le aclara a María el sentido del reinado de su Hijo anunciado por Gabriel. Escribe Juan Pablo II: «Pero. más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: «De donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías» (RM 12).

El encuentro de María con su prima Isabel es considerado por algunos autores como un «Pre-pentecostés». En efecto, con la bajada del Espíritu Santo sobre la Iglesia primitiva se opera un cambio espectacular en ella. Todos quedan inundados de una fuerza nueva que les llena de alegría y les impulsa a anunciar la salvación. Puede decirse, que eso mismo acontece en casa de Zacarías. Isabel y María se llenan del Espíritu Santo, el Bautista queda santificado en el seno de su madre y tanto Isabel como María anuncian la salvación: «Bendita tú y bendito el fruto de tu vientre». «Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha hecho en mi las cosas maravillosas».

3. ARCA DE LA ALIANZA

Cuando la exégesis actual compara la narración de la visitación lucana con la descripción que el Antiguo Testamento (2 Sam 6,1-16; 1 Cr.15, 25ss) hace del traslado del Arca de la Alianza, descubre un gran paralelismo entre las dos narraciones. No es aventurado suponer, que para S. Lucas María es la nueva y definitiva Arca de la alianza de Dios con los hombres. Hay que tener en cuenta de entrada, que Lucas considera la encarnación al estilo de la consagración de la tienda de reunión., que describe así el autor del Éxodo: «Entonces la Nube cubrió la Tienda de reunión, y la gloria de Yahvé llenó el tabernáculo. Moisés no pudo ya entrar en la Tienda de reunión, porque la Nube moraba sobre ella, y la gloria de Yahvé henchía el Tabernáculo)> (40, 34 s). La Nube es un signo de la presencia de Dios. También en el Tabor bajó la nube y de ella salió la voz del Padre. La gloria de Dios designa la persona divina que ha santificado la tienda con su presencia. En la Anunciación a María la cubre la sombra del espíritu, por eso lo que nacerá de ella será el santo, el Hijo de Dios (Lc 1, 35). Así María queda convertida en el nuevo Tabernáculo de la presencia salvadora de Dios entre los hombres.

Tienda y Arca vienen a ser equivalentes, porque las dos son signos del Dios liberador en medio del pueblo. Nada tiene de extraño que Lucas, para presentar a María como la Portadora de Dios, la describa como el Arca de la nueva Alianza. Ante ella danza Juan Bautista, como David ante el Arca. Isabel la aclama, está unos tres meses en casa de Zacarías como el Arca en casa de Obed Edom, y también la casa de Zacarías se llena de bendiciones.

Un obispo, nacido a mediados del siglo iv y llamado Máximo de Turmn, comentaba con estas palabras la relación de María con el Arca de la alianza: (<Lleno de gozo (David) se entregó a la danza. El, en efecto, veía con espíritu profético que María, su descendiente, sería asociada al tálamo de Cristo, y por eso dijo: Saldrá corno esposo de su tálamo (Sal 18, 6). (...). Pero digamos qué es el arca sino Santa María, pues si el arca contenía las tablas del testamento, María llevó en su seno al heredero del testamento. Aquélla encerraba en su interior la ley, ésta guardaba el Evangelio. Aquélla tenía la palabra de Dios, ésta el Verbo mismo. Además, si el arca resplandecía por dentro y por fuera por el color del oro, Santa María brillaba interior y exteriormente por e]. resplandor de la virginidad. Aquella estaba adornada con oro terrenal, ésta con el oro celestial» (Sermón 42, 5).

 LA MADRE DE DIOS

Nunca en el Nuevo Testamento se le da a María el nombre de «Madre de Dios». Los autores del Nuevo Testamento prefieren llamarla la madre de Jesús. S. Lucas pone en labios de Isabel el título: «La Madre de mi Señor». Tanto este título como el de Madre de Jesús expresan el carácter divino de su maternidad.

El título de «Madre de Dios» tiene su origen en el siglo iii. Esta presente en la oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita». La firmeza con la que se admitía este título en el siglo iv queda reflejada ¡ en este párrafo de S. Gregorio Nacianceno (s. IV): «Si alguno no cree que Santa María es Madre de Dios, se separa de la divinidad. Si alguno afirma que, Cristo solamente pasó a través de la Virgen, como a través de un canal, y niega que El haya sido formado dentro de ella de un modo divino, pues fue sin intervención del hombre, y de un modo humano, o sea según las leyes de la gestación, ese tal es así mismo impío. Si alguno afirma que se formó primero el hombre y que sólo después éste se revistió de la divinidad, también éste ha de ser condenado. Ello, efectivamente, no sería una generación de Dios, sino una negación de la generación. Si alguno introduce el concepto de dos hijos, uno de Dios Padre y otro de la madre, y no de uno solo e idéntico Hijo, sea ese tal privado de la adopción filial prometida a quienes profesan la fe ortodoxa» (Carta 101 a Celedonio).

Cuando se puso en tela de juicio la maternidad divina de María el Concilio de Éfeso (431) lo definió solemnemente: «No nació primero un hombre vulgar de la Virgen, al que descendió después el Verbo; sino que unido a la carne en el mismo seno se dice engendrado según la carne, estimando Como propia la generación de su carne... Por esto los santos Padres no dudaron en llamar a la santa Virgen Madre de Dios, no en el sentido de que la naturaleza del Verbo o su divinidad hayan tenido su origen de la Virgen santa, sino porque tomó de ella el sagrado cuerpo perfecto por el alma inteligente, al cual, unido, según la hipóstasis, el Verbo de Dios se dice nacido según la carne». La tradición ha sido Unánime en profesar, como algo fundamental para la fe, la maternidad divina de María.

La teología ha reconocido dos generaciones en Jesucristo.
S. Agustín lo expresaba gráficamente: «Caso único, El nació del Padre sin madre, de la madre sin padre: sin madre como Dios, sin padre como hombre; sin madre antes de los tiempos, sin padre en la plenitud de los tiempos» (Comentario al Evangelio de S. Juan 8, 8). En Cuanto Dios, ha sido engendrado desde toda la eternidad. En Cuanto hombre, ha sido engendrado en el tiempo por el Espíritu en María. En la generaCión eterna es evidente que María no ha tenido parte, sino sólo en la humana. Ello no obsta para reconocer que María es verdadera madre de Dios, porque la maternidad es una relación con la persona. Ahora bien, la persona que nace de María es la del Hijo de Dios.

La maternidad divina de María es el hecho central de su misterio. Todo en ella está relacionado con esta prerrogativa singular y única. No porque así tuviera que ser, sino porque quiso Dios ayudar a la mujer, que había de ser la madre de su Hijo, con dones y gracias especiales. Por eso todos los privilegios marianos tienen un trasfondo cristológico. que les da su consistencia. Cristo es la razón de ser de su Concepción Inmaculada, de su virginidad perpetua, de su Asunción a los cielos, etc.

María, por su condición de madre de Dios, está situada en el centro mismo de la Historia de la salvación. S. Pablo lo da a entender en la carta a los Gálatas (4,4ss): «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva». Según este texto, es el Padre el que decide salvar al hombre y escoge para ello el camino de la encarnación. En la plenitud de los tiempos envía a su Hijo, para que asuma la carne irredenta de Adán en el seno de una mujer. Así se hace solidario y hermano de los hombres, para liberarlos del pecado y ofrecerles la posibilidad de llegar a ser hijos adoptivos de Dios. 5. Pablo no cita explícitamente a María, pero es evidente, que ella, y sólo ella, puede ser la mujer aludida por el apóstol. La maternidad divina de María es la garantía de que el Verbo se encarnó y redimió a los hombres.

Por eso en el misterio de Cristo María es pieza clave para su comprensión. Pablo VI lo afirmó en el Concilio Vatica-no II: «Y el conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia». (Discurso en la clausura de la 3ª sesión, 23).

MEDITACIÓN

MARÍA, LA POBRE DE YAHVÉ

María, como el soldado, espera que Dios le señale el camino para echar a andar. Aquí comienza su difícil y dolorosa peregrinación en la fe.

En el canto del Magnificat descubre las razones de su audacia, y canta al Dios Señor de la historia, que con su brazo poderoso dispersa a los poderosos y enaltece a los pobres.

EL MAGNIFICAT


          Muchos son los problemas que tiene planteados este canto entre los especialistas modernos acerca de su composición, su autor, etc. Considero que todos ellos caen más allá de los horizontes de este libro. Por eso, los dejamos de lado.

S. Lucas ha puesto este canto en labios de María, porque en él se recogen bellamente los sentimientos, que ella tuvo al comprobar el signo del embarazo de su prima, que el ángel le había dado en la anunciación. Ahora veía ella con los ojos corporales, que para Dios no hay nada imposible, porque el seno de la estéril se ha vuelto fecundo.

A poco que se le compare con los salmos, se ve claramente que el Magnificat es un cosido de trozos de salmos, que María habría rezado muchas veces en casa y en la sinagoga. Era habitual entre los israelitas memorizar salmos. El mayor parecido lo tiene con el canto de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-0).

El Magnificat es un canto al misterio de la encarnación. Brota del alma exultante de María, llena de gozo, cuando comprueba en casa de Isabel, que en sí misma se ha cumplido la promesa de Dios al pueblo de Israel. El Salvador está ya en medio del pueblo, porque tiene la certeza absoluta de que ella lo lleva en su seno. María interpreta la encarnación en clave liberadora. Para ello se coloca entre los «pobres», que esperaban ansiosos la llegada de ese día.

Es el pregón de las fiestas liberadoras, entonado por la joven aldeana de Nazaret, que se siente plenamente madre del Salvador: «Engrandece mi alma al Señor y mi Espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo, y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón, Derribó del trono a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, Como había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre» (Lc 1, 46-55)

Se puede dividir este canto en dos partes. La primera comprende los versículos 46-50. La segunda del 51 al 55, aunque el versículo 50 en su segunda mitad entra ya en comparación con el versículo 51: los soberbios y los humildes.

Primera parte

a) El Magnificat es modelo perfecto de la oración cristiana. De hecho tanto la Iglesia occidental como la oriental lo recitan todos los días en el oficio litúrgico. Comienza con un acto de fe en la grandeza de Dios y reconoce su acción extraordinaria en María, por puro amor. Este reconocimiento produce en ella un sentimiento de gratitud y alabanza. El Magnificat es ante todo un canto de acción de gracias. Sugieren algunos comentaristas que la Iglesia primitiva, humilde y arraigada preferentemente en las clases pobres, se sentiría identificada con esta oración mariana. En el corazón de María bulle una doble alegría. La mesiánica, es decir, aquélla a la que, siguiendo la línea de los profetas, le había invitado el ángel en el saludo de la anunciación. Es la alegría que brota de la liberación tan esperada a lo largo de los siglos. Además, María se alegra también con una alegría humana. La comprobación del signo dado por el ángel ha desterrado de su interior toda posible duda o tentación de incertidumbre acerca de su maternidad. Como toda mujer madre por primera vez se alegra de llevar un hijo en sus entrañas. Esta alegría humana es el fundamento de la alegría mesiánica.

b) María vive su fe y alegría en conexión con su pueblo. De él recibió la fe y la alegría en la promesa, de la que el pueblo era garante. Ella ahora se las devuelve en la promesa cumplida. «Dios ha hecho en mí las cosas grandes». A la luz del Deuteronomio (10, 21-22) las obras grandes de Dios —«las maravillas»— son la elección de Abraham, la liberación de Egipto, la conquista de la tierra prometida, etc, como signos de la predilección de Dios por el pueblo. Todas aquellas obras maravillosas eran realidad y profecía. Realidad, porque efectivamente eran hechos ciertos, que jalonaban la historia del pueblo, y profecía, porque anunciaban la liberación definitiva por medio del Mesías. La encamación es el cumplimiento de lo que significaban aquellas gestas gloriosas. María así lo canta en medio de la comunidad israelita.

c) Como motivo de esa alegría la certeza de la fidelidad de Dios para con ella y para con todo el pueblo de Israel. La palabra del ángel se había cumplido en ella, como le asegura la maternidad de su prima Isabel. Pero al mismo tiempo su propia maternidad mesiánica es el cumplimiento de las promesas de Dios al pueblo. Lo dice ella al final del canto: «Acogió a Israel, su siervo acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre». María en la visitación está cierta de la fidelidad de Dios no sólo por la fe, sino también por la propia experiencia.


d) El encuentro de María con su prima Isabel viene a ser como una nueva revelación de Dios. No en el sentido de que se le comuniquen nuevas verdades, sino más bien, porque, con las palabras de Isabel y su maternidad, se le aclara el mensaje del ángel en la anunciación. Por eso el Magnificat es un nuevo acto de fe de María en respuesta a la nueva revelación. «Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magnificat. En el saludo, Isabel había llamado antes a María «bendita» por el «fruto de su vientre, y luego «feliz» por su fe (cf. Lc 1, 42-45). Estas dos bendiciones se referían al momento de la anunciación. Después, en la visitación, cuando el saludo de Isabel da testimonio de aquel momento culminante, la fe de María adquiere una nueva conciencia y una nueva expresión. Lo que en el momento de la anunciación permanecía oculto en la profundidad de la «obediencia de la fe», se diría que ahora se manifiesta como una llama del espíritu clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión de su fe, en que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación poética de todo su ser hacia Dios. En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre» (RM 36).


 e) Este momento de exultación no ha cambiado lo más mínimo el aprecio que María tiene de su persona. Si en la anunciación se consideró la esclava del Señor, ahora se tiene por una esclava pequeña. «Miró la pequeñez, el desvalimiento, la incapacidad, de su esclava» Se diría, que el reconocimiento de la grandeza de la obra de Dios en ella, la hace sentirse más pequeña. Es una muestra evidente del equilibrio humano de María. Sabe reconocer en su grandeza la obra de Dios y agradecérselo, atribuyéndoselo todo a El, y al mismo tiempo descubre también su pequeñez.
S. Beda, el venerable (672-735) en su comentario al Magnificat escribe: «Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: su nombre es santo. No se atribuye nada a sus méritos, sino que toda su grandeza se la refiere a la libre donación de aquél que es por esencia poderoso y grande, y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes. Muy acertadamente añade: Su nombre es santo, para que los que entonces la oían y todos aquellos, a los que habían de llegar sus palabras, comprendieran que la fe y el recurso a este nombre habría de procurarles, también a ellos, una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación» (Homilías, libro 1, 4).

«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada».

Con estas palabras María profetiza aquí su alabanza como reconocimiento de la obra salvadora, que Dios ha realizado en ella en favor de todos los hombres.

Segunda parte

Está construida sobre la base de una oposición de términos: los soberbios — los que temen a Dios; los potentados — los humildes; los ricos — los hambrientos. Existe un parecido muy grande entre estos tipos opuestos y los que presenta Jesús en su oración. «Escondiste estas cosas a los sabios e inteligentes y se las revelaste a los pequeños» (Mt 11, 25). María comienza con la misma contraposición los orgullosos y los que temen a Dios. Y como ejemplo de los orgullosos son los potentados y los ricachones.
Maria canta la liberación de los pobres. Hay en ella una visión profunda de la historia de su pueblo y del estilo de Dios revelado en sus hechos. Anticipa las bienaventuranzas con una intuición, que le nace de su trato personal con Dios. La recitación de los salmos y la meditación del Antiguo Testamento le han llevado a ese conocimiento. La acción de Dios es para salvar y ejercer misericordia. Dios nunca va en contra de nadie. Ama también al pecador y al injusto. La salvación entra a veces en conflicto con los poderosos, cuando ellos quieren seguir explotando al pobre y al desvalido. Dios se compromete con los pobres, en cuanto defiende sus derechos y denuncia las injusticias, de que son víctimas.

Se cierra el canto con una referencia al pueblo de Israel, al que llama siervo. También podría traducirse la palabra griega «pais» por niño. El Israel siervo o niño es el Israel de la fidelidad y de la humildad. Viene a indicarnos, que sólo con esa actitud espiritual Dios puede ser recibido por el hombre. María pertenece a ese pueblo, y es en ella donde se realiza el cumplimiento de las promesas. El Hijo de María es la respuesta de Dios a las aspiraciones de los que temen a Dios, de los oprimidos de la sociedad, del pueblo de Israel. Este es el pregón que María lanza al mundo.

 EL DIOS DEL MAGNIFICAT


Porque el Magnificat es retrato espiritual de Maria podemos descubrir en él cómo es el Dios en que ella cree. Lo descubrimos a través de los títulos con los que ella se dirige a Dios.

Hay términos que le sitúan a Dios en el plano de la trascendencia: ((Señor», ((Dios», ((Santo es nombre». Los judíos tenían una certeza absoluta del dominio de Dios sobre todas las cosas, porque El las había creado, sin que nada se opusiera al imperio de su voz, como bellamente lo canta el capítulo primero del Génesis. Además, este Dios, dominador de todas las cosas creadas, es el que rige los destinos de la historia. Todo esto es lo que contiene el término ((Señor». María era heredera de esta tradición multisecular del pueblo.

Los salmos han cantado este dominio de Dios reiteradamente. «Dios» indica la trascendencia y la unicidad de Dios. Dos conceptos muy claros en la fe de Israel. Luchó contra toda idolatría y confesó siempre la unicidad de Dios. Yahvé es el único Dios de toda la tierra. Además, este Dios no se mezcla con la materia. Hasta estaba prohibida toda representación de Dios, para evitar el peligro de la idolatría. Este es el contenido de la palabra «Dios».

Pero el Dios trascendente y único no es un Dios lejano. Vive en medio del pueblo. La santidad de Dios crea en el judío un cierto temor de acercarse a él. El judío piadoso se siente pecador y por reverencia ni siquiera invoca el nombre de Dios, porque es hacerle presente. Pero, al mismo tiempo ese Dios santo vive en medio dl pueblo y signos de su presencia son el Arca de la Alianza y el Templo de Jerusalén. Una expresión de esta presencia reconfortante es este himno de Isaías: «Yo te alabo, Yahvé, pues aunque te airaste contra mí, se ha calmado tu ira, y me has compadecido.

He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yahvé es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación, Sacaréis aguas con gozo de los hontanares de la salvación, y diréis aquel día: Dad gracias a Yahvé, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre. Cantad a Yahvé, porque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, qué grande es en medio de ti el Santo de Israel».(Is 12, 1-6)

María invoca también a Dios como «Salvador». Estamos en el plano de la misericordia. El Señor es el que salva con entrañas de misericordia. Su salvación ahora se concreta en Cristo, como salvador de todos los hombres. Miró a María, recibió a Israel Cumpliendo su promesa. El Dios trascendente no es lejano, sino próximo al hombre. Entra en contacto con él para salvarlo. Este es el mensaje central del evangelio de la infancia. María entra en contacto con esa salvación y anuncia al mundo, con gran alegría, la liberación que ya está presente.

Otro nombre con el cual María invoca a Dios es el de «Poderoso». En el versículo del Magnificat este título tiene una referencia clara con las obras maravillosas hechas en María. Ahora bien, estas obras están hechas a favor de los hombres. Dios salvando es todopoderoso, se compromete con el hombre, para que éste pueda realizar su destino eterno. La gran obra de Dios no es la creación, sino la encamación redentora. Por eso en ella Dios, al mismo tiempo que manifiesta su poder, revela también su amor. Así se lo decía Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo, para que el que cree en él no perezca sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).

Se cierra el Magníficat con un recuerdo a la fidelidad de Dios. Lo nuevo acaecido en María es el cumplimiento de lo que Dios había prometido y lo que la descendencia de Abraham ha estado esperando a lo largo de toda la historia. Cuando Dios se acuerda de algo, es para cumplir lo prometido. Dios le dijo a Noé: «Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de alianza entre yo y la tierra. Cuando yo anuble de nubes la tierra, entonces se verá el arco en las nubes, y me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros y toda’ alma viviente y toda carne que existe sobre la tierra» (Gen 9, 12-16).

HOMILIA

EL MAGNIFICAT: EL RETRATO ESPIRITUAL DE MARÍA

          El corazón de María está lleno de la alabanza de Dios. Le es fácil referirlo todo a él. Como a Jesús, el alma se le pone en oración de alabanza y acción de gracias, cuando descubre la acción de Dios en su propia vida, o en la vida de los demás.
Siente la fuerza del poder de Dios. Antes de la encarnación creía en él. Ahora lo ha experimentado y sabe que para él nada hay imposible, como prueba la maternidad de su prima y su concepción virginal. El Dios, que hizo el mundo de la nada y llevó, como Señor de la historia, las riendas del pueblo de Israel, es un Dios poderoso y fuerte. No quedará defraudado quien se fíe de su palabra.

Canta la liberación de los pobres y hay en ella una profunda visión de la historia de su pueblo y del estilo de Dios revelado en sus acontecimientos. Escribe Juan Pablo II: «María está profundamente impregnada del espíritu de los «pobres de Yahvé», que en la oración de los Salmos esperaban de Dios su salvación, poniendo en él toda su confianza» RM 37).

Su esperanza no tiene límites. Como 5. Pablo podía decir: sé de quién me he fiado y sé que no fallará. Dios no se olvida de la palabra dada y está siempre dispuesto a echar una mano a quien no le pone trabas. Protege y ama a los que le temen y se acogen a su providencia.

En ella la verdad es la humildad y viceversa. No se antepone a nadie, porque todo lo refiere a Dios, pero no niega lo que Dios, porque él lo ha querido, ha realizado en ella. Maravillosa expresión de equilibrio, entre la vanidad que entontece al hombre y la ignorancia de quien cree que ser humilde es cerrar los ojos a la realidad.

EL MAGNIFICAT ORACIÓN DE LA IGLESIA

En la era del ecumenismo el Magnificat tiene una fuerza especial. Es la oración, con la que se identifican todas las Iglesias cristianas y con la que oramos en común en asambleas y congresos. Porque el Magnificat es un canto a la encamación redentora y al amor de Dios. <(En el Magnificat, escribe Juan Pablo II, la Iglesia encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad o de la poca fe en Dios>) (RM 37).

Ya en la edad media era costumbre cantar el Magnificat a la hora de las vísperas. Lo justificaba de esta manera 5. Beda el venerable: «Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de la alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encamación del Señor enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en la solidez de la virtud. Y ello precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa por el trabajo y las múltiples ocupaciones del día, al llegar el tiempo del reposo, vuelva a encontrar el recogimiento y la paz del espíritu» (Homilías, Libro 1, 4).

El Magnificat le recuerda cada día a la Iglesia que, así como Dios se comprometió con los humildes y sencillos para defender sus derechos y librarlos de la opresión injusta de los potentados, también ella debe comprometerse en el mismo sentido por aquellos que no tienen voz o no pueden usarla.

MARÍA, PEREGRINA DE LA FE


BIENAVENTURADA, LA QUE CREYÓ

Dos veces en el evangelio de 5. Lucas se le da a María un nombre nuevo. Y las dos desde lo alto. La primera el ángel en la anunciación la llama ((llena de gracia». La segunda el Espíritu Santo, por boca de Isabel, la llama «la que creyó». Con estos dos nombres se define todo el ser de María. El nombre del ángel designa los dones gratuitos que Dios concede a María, para que pueda realizar la vocación a la que es llamada. Con el nombre de Isabel se indica la respuesta de María a esa vocación. ((En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: «Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras se pueden poner junto al apelativo «llena de gracia» del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque «ha creído». La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don (RM 12).

HOMILÍA DE BENEDICTO XVI

EN EL ROSTRO DE MARÍA PODEMOS PERCIBIR REALMENTE LA LUZ DIVINA      

(Homilía en la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María en la parroquia de Santo Toribio de Villanueva, Castelgandolfo (15-8-2006)

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:

En el Magníficat, el gran canto de la Virgen que acabamos de escuchar en el evangelio, encontramos unas palabras sorprendentes. María dice: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones». La Madre del Señor profetiza ¡as alabanzas marianas de la Iglesia para todo el futuro, la devoción mariana del pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. Al alabar a María, la Iglesia no ha inventado algo «ajeno» a la Escritura: ha respondido a esta profecía hecha por María en aquella hora de gracia.

       Y estas palabras de María no eran sólo palabras personales, tal vez arbitrarias. Como dice San Lucas, Isabel había exclamado, llena de Espíritu Santo: «Dichosa la que ha creído». Y María, también llena de Espíritu Santo, continúa y completa lo que dijo Isabel, afirmando: «Me felicitarán todas las generaciones». Es una auténtica profecía, inspirada por el Espíritu Santo, y la Iglesia, al venerar a María, responde a un mandato del Espíritu Santo, cumple un deber.

No alabamos suficientemente a Dios si no alabamos a sus santos.

Nosotros no alabamos suficientemente a Dios si no alabamos a sus santos, sobre todo a la «Santa» que se convirtió en su morada en la tierra, María. La luz sencilla y multiforme de Dios sólo se nos manifiesta en su variedad y riqueza en el rostro de los santos, que son el verdadero espejo de su luz. Y precisamente viendo el rostro de María podemos ver mejor que de otras maneras la belleza de Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos percibir realmente la luz divina.

«Me felicitarán todas las generaciones». Nosotros podemos alabar a María, venerar a María, porque es «feliz», feliz para siempre. Y éste es el contenido de esta fiesta. Feliz porque está unida a Dios, porque vive con Dios y en Dios. El Señor, en la víspera de su Pasión, al despedirse de los suyos, dijo: «Voy a prepara- ros una morada en la gran casa del Padre. Porque en la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14, 2). María, al decir: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», preparó aquí en la tierra la morada para Dios; con cuerpo y alma se transformó en su morada, y así abrió la tierra al cielo.

María es la verdadera Arca de la Alianza

San Lucas, en el pasaje evangélico que acabamos de escuchar, nos da a entender de diversas maneras que María es la verdadera Arca de la alianza, que el misterio del lemplo —la morada de Dios aquí en la tierra— se realizó en María. En María Dios habita realmente, está presente aquí en la tierra. María se convierte en su tienda. Los que desean todas las culturas, es decir, que Dios habite entre nosotros, se realiza aquí. San Agustín dice: «Antes de concebir al Señor en su cuerpo, ya lo había concebido en su alma». Había dado al Señor el espacio de su alma y así se convirtió realmente en el verdadero Templo donde Dios se en— carnó, donde Dios se hizo presente en esta tierra.

Al ser la morada de Dios en la tierra, ya está preparada en ella su morada eterna, ya está preparada esa morada para siempre. Y este es todo el contenido del dogma de la Asunción de María a la gloria del cielo en cuerpo y alma, expresado aquí en estas palabras. María es «feliz» porque se ha convertido —totalmente, con cuerpo y alma, y para siempre— en la morada del Señor. Si esto es verdad, María no sólo nos invita a la admiración, a la veneración; además, nos guía, nos señala el camino de la vida, nos muestra cómo podemos llegar a ser felices, a encontrar el camino de la felicidad.

Escuchemos una vez más las palabras de Isabel, que se completan en el Magníficat de María: «Dichosa la que ha creído». El acto primero y fundamental para transformarse en morada de Dios y encontrar así la felicidad definitiva es creer, es la fe en Dios, en el Dios que se manifestó en Jesucristo y que se nos revela en la palabra divina de la Sagrada Escritura.

Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe en que Dios existe, no es una información como otras. Muchas informaciones no nos importa si son verdaderas o falsas, pues no cambian nuestra vida. Pero, si Dios no existe, la vida es vacía, el futuro es vacío. En cambio, si Dios existe, todo cambia, la vida es luz, nuestro futuro es luz y tenemos una orientación para saber cómo vivir.

Creer constituye la orientación fundamental de nuestra vida

Por eso, creer constituye la orientación fundamental de nuestra vida. Creer, decir: «Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el Hijo encarnado estás presente entre nosotros», orienta mi vida, me impulsa a adherirme a Dios, a unirme a Dios y a encontrar así el lugar donde vivir, y el modo como debo vivir. Y creer no es sólo una forma de pensamiento, una idea; como he dicho, es una acción, una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la senda señalada por la palabra de Dios.

       María, además de este acto fundamental de la fe, que es un acto existencial, una toma de posición para toda la vida, añade estas palabras: <<su misericordia llega a todos los que le temen de generación en generación». Con toda la Escritura, habla del «temor de Dios». Tal vez conocemos poco esta palabra, o no nos gusta mucho. Pero el «temor de Dios» no es angustia, es algo muy diferente. Como hijos, no tenemos miedo del Padre, pero tenemos temor de Dios, la preocupación por no destruir el amor sobre el que está construida nuestra vida. Temor de Dios es el sentido de responsabilidad que debemos tener; responsabilidad por la porción del mundo que se nos ha encomendado en nuestra vida; responsabilidad de administrar bien esta parte del mundo y de la historia que somos nosotros, contribuyendo así a la auténtica edificación del mundo, a la victoria del bien y de la paz.

       «Me felicitarán todas las generaciones»: esto quiere decir que el futuro, el porvenir, pertenece a Dios, está en las manos de Dios, es decir, que Dios vence. Y no vence el dragón, tan fuerte, del que habla hoy la primera lectura: el dragón que es la representación de todas las fuerzas de la violencia del mundo. Parecen invencibles, pero María nos dice que no son invencibles. La Mujer, como nos muestran la primera lectura y el evangelio, es más fuerte porque Dios es más fuerte.

       Ciertamente, en comparación con el dragón, tan armado, esta Mujer, que es María, que es la Iglesia, parece indefensa, vulnerable. Y realmente Dios es vulnerable en el mundo, porque es el Amor, y el amor es vulnerable. A pesar de ello, él tiene el futuro en la mano; vence el amor y no el odio; al final vence la paz.

Este es el gran consuelo que entraña el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Damos gracias al Señor por este consuelo, pero también vemos que este consuelo nos compromete a estar del lado del bien, de la paz.

Oremos a María, la Reina de la paz, para que ayude a la victoria de la paz hoy: «Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!». Amén.

MEDITACIONES MARIANAS

(Esta meditación, aunque compuesta por el autor, está tomada en su mayor parte de Emiliano Jiménez: MARÍA, MADRE DEL REDENTOR; recomiendo la lectura del libro)

 

MARÍA JUNTO A LA CRUZ

  1. MARÍA, CORDERA SIN MANCHA

Todo lo que estaba prefigurado en el primer signo de las bodas de Caná llega en la cruz a su cumplimiento. “Jesús, sabe que todo se había cumplido” Qn 19, 28) tras la escena de la Madre junto a la cruz con las palabras que dirigió a ella y al discípulo amado (v.25-27). El diálogo del Hijo con la Madre y el discípulo sella el cumplimiento de “todo”, de toda la obra encomendada por el Padre a Jesús Qn 4, 34; 5, 36; 17, 4)1. Como en Caná, Jesús desde la cruz se dirige a su madre con el título de “Mujer”, que tiene como trasfondo las profecías sobre la “Hija de Sión”, con su significación mesiánica, Ya en Cana Jesús habla de “su hora”, aludiendo a la hora de su muerte y de su glorificación en la cruz, Pero es en la cruz donde reparte en plenitud el “vino bueno” de la salvación. La “hora” de Jesús, aún no llegada en Cana, ha llegado en el Calvario, cuando Jesús pasa de este mundo al Padre (Jn 13, 1.19, 27).

       Y la “hora” de Jesús es también, en cierto sentido, la hora de su Mae, pues inaugura para ella una nueva maternidad en relacion a los que su Hijo rescata muriendo en la cruz. La hora de Jesus es la hora del ingreso del Hijo del hombre en la gloria del Padre Qn 13, 31- 32); es también la hora en que hace hijos adoptivos a aquellos por quienes muere, los mismos a quienes declara hijos de su Madre, representados en el discípulo amado. San Ambrosio dice que ‘mientras los apóstoles habían huido, ella estaba junto a la cruz y contempla ba con mirada de ternura las heridas de su Hijo. porque ella no se fijaba en la muerte del Hijo sino en la salvacion del mundo”.

       María está junto a la cruz, no sólo geograficamente, sino unida a Cristo en su ofrenda, en su sacrificio. Maria es la primera de quienes “padecen con Cristo” (Rom 8, 17), Sufre en su corazon lo que el Hijo sufre en su carne. El cuchillo de Abraham subiendo al Mona junto a su hijo Isaac, en Maria se transforma en espada que le traspasa el alma. Meliton de Sardes, obispo de una de las Iglesias joanneas del Asía Menor, en una noche de Pascua entre el 160 y el 180, proclama: <<La ley se ha convertido en el Verbo, el mandamiento en gracia, la figura en realidad, el cordero en el Hijo. Este es el Cordero que no abre boca... Este es el Cordero dado a luz por Maria, la inocente cordera: El es el que en la tarde fue inmolado y que ha resucitado de entre los muertos.

       El Hijo único muere, el vinculo terreno con la madre se rompe; la primera alianza, fundada sobre la carne de Cristo, expira. En la persona de Maria, el Israel según la carne y la fe está sometido a Dios hasta en la muerte. Así se inaugura la Iglesia nueva, de la que se dice: “No sabeis que, al quedar unidos a Cristo mediante el bautismo, hemos quedado unidos a su muerte?” (Rom 6, 3). En María, de pie junto a la cruz de Jesús, el Israel de la primera alianza se transforma en la Iglesia de la nueva alianza. La antigua alianza no queda abolida, sino transformada, alcanzando su cumplimiento. En Caná, las tinajas de agua no fueron vaciadas primero para hacer sitio al vino. El agua fue transfor mada en vino. Del mismo modo la vida terrena de Jesús no es negada en la resurrección. El Resucitado es el Crucificado. La cruz es para siempre el trono eterno de su realeza. Y Maria no deja de ser la madre de Jesus. Después de la resurrección del Hijo, “la madre de Jesús” está allí en medio de los discípulos (He 1, 14). Su maternidad se despliega en nuevas dimensiones.

       A María se la menciona “junto a la cruz de su Hijo”, pero no se la menciona en la resurrección. En los Evangelios no hay huella de aparición alguna del Señor a su Madre. ¿Ha vivido María sólo mitad del misterio pascual de Cristo, que lo componen la muerte y la resurrección? Quien habla de María junto a la cruz es el evangelio de Juan. ¿Y qué es lo que representa para Juan la cruz de Cristo? Representa la “hora”, la hora en que el Hijo del hombre es glorificado, la hora para la que ha venido al mundo (Jn 12, 23.27; 17, 1). El momento de la muerte es el momento en que se revela plenamente la gloria de Cristo. En el momento en que en el templo de Jerusalén se inmolaban los corderos pascuales, Jesús está ofreciéndose en la cruz como el Cordero pascual, que anula todos los sacrificios, inaugurando con su pascua la nueva alianza. Es el momento en que todo llega a “su cumplimiento”.

       Para Juan van unidas muerte y resurrección, cruz y exaltación: es el triunfo del amor sobre la muerte. Por ello en las Iglesias del Asía Menor, de las que Juan fue fundador y guía, celebraban la Pascua el 14 de Nisán, en el aniversario de la muerte de Cristo, y no en el aniversario de la resurrección como hacían las demás Iglesias. Celebrando la muerte de Cristo, celebraban la victoria sobre la muerte. Así, pues, colocando a María junto a la cruz de su Hijo, Juan situa a María en el corazón del misterio pascual. Maria, como Juan, ha visto ‘la gloria de Dios” en el amor manifestado en la cruz de Cristo. ¿Significa esto que María, junto a la cruz de su Hijo, no ha sufrido? Acaso no sufrió Cristo aunque llamara a aquella hora la hora de su gloria?

<<María avanzo en la peregrinación de la fe y mantuvo t;etniente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde. no sin designio divino, se rn,iritu yo de pie (jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigenito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con re; i vIi la inmolacion de la víctima engendrada por Ella misma (LG 58).

MUJER, HE AHI A TU HIJO

Desde la cruz, “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discipulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ala tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discipulo la acogió con él” (Jo 19, 26-27). Jesús revela, pues, que su madie es t,irn bien la madre de todos sus discípulos, hermanos suyos, gracias a su muerte y resurrección: “Ve donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre” (Jn 20, 17; Heb 2, 11-12). Desde la cruz Jesús ha entregado su madre a un apóstol, poniéndola bajo su custodio y, por tanto, la ha entregado a la Iglesia apostólica. Cristo hace a la IgIesia el don precioso de su madre, Con tal don la Iglesia es para siempre la esposa “sin mancha ni arruga”, la “inmaculada”, como la llama expresamente Pablo (Ef 5, 27).

       María está junto a la cruz como madre. Es la hora de la nueva maternidad. En Caná quiso marcar la hora a Jesús. Alli es Ella quien habla a Jesús y a los sirvientes. Pero ahora, junto a la ciuz tras haber recorrido el camino de la fe, le llega realmente la hora, con los dolores del parto y la alegría del alumbramiento (Jn 16, 21 2.1) y ahora es Jesús quien habla y ella escucha: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Ha recorrído el camino desde la primera maternidad a la nueva maternidad, que abraza a los discípulos a quienes Jesús ama, a sus hermanos, hijos del Padre, “que escuchan y cumplen la voluntad del Padre” (Mt 12, 50).

       María no es llamada por su nombre, sino “Mujer ‘ y tampoco Juan es llamado por su nombre, sino “el discípulo” es decir los discipulos amados de Jesús. Estos son entregados a Matia como sus hijos, lo mismo que a ellos es entregada María como madre. Es la palabra de Cristo la que constituye a Maria en madre y a los discípulos en hijos. Es una maternidad o filiación que no viene de María, de la carne o de la sangre, sino de la Palabra de Cristo. Es una gracia de Cristo en la cruz a la Iglesia, que está naciendo de su costado abierto.

       Jesús, antes de morir en la cruz, revela que su madre, en cuanto ‘Mujer”, es desde ahora la madre del “discípulo a quien Jesús amaba”, y que éste, como representante de todos los discípulos de Jesús, desde ahora es hijo de su propia madre. De este modo revela la nueva dimensión de la maternidad de María. Y, al mismo tiempo, revela que la primera tarea de los discípulos consiste en ser “hijos de María”. Esta nueva relación entre la madre de Jesús y sus discípulos es querida por Jesús, expresada en el momento supremo de la cruz. El acontecimiento, como sucede frecuentemente en Juan, adquiere un valor simbólico. Juan presenta las acciones simbólicas personalizadas en personas singulares, que son tipos de una realidad más amplia: como el encuentro con Nicodemo, con la samaritana, con Marta y María... También la madre de Jesús y el discípulo amado cumplen aquí una función representativa.

       En este sentido, Juan jamás llama por su nombre al “discípulo a quien Jesús amaba” ni a “la madre de Jesús”, queriendo indicar que no están nombrados en calidad de personas singulares, sino como “tipo”. Se trata de la condición de madre o mujer, o de la condición de discípulo, por quien Jesús siente siempre amor. En el evangelio de Juan “los discípulos” en general son los “amigos” de Jesús (15, 13-15). El “discípulo a quien Jesús amaba” representa, pues, a los discípulos de Jesús, quienes, como tales discípulos, son acogidos en la comunión de Jesús, hijos de su misma madre, El discípulo de Jesús es testigo del misterio de la cruz, donde es hecho hijo de la madre de Jesús, pues es acogido como hermano de Jesús (Jn 20, 17). Como escribe M. Thurian: “El discípulo designado como ‘aquel a quien Jesús amaba’ es, indudablemente, la personificación del discípulo perfecto, del verdadero fiel a Cristo, del creyente que ha recibido el Espíritu. No se trata aquí de una afecto especial de Jesús por uno de sus apóstoles, sino de una personificación simbólica de la fidelidad al Señor”.

       Y si el título de “Mujer” es la personificación de la “Hija de Sión”, vemos entonces cumplida la palabra en que la “Madre Sión” llama a sus hijos del exilio a fin de formar en tomo a ella el nuevo pueblo de Dios sobre el monte Sión. En Isaías leemos: “Alza en torno tus ojos y mira; todos se reúnen y vienen a ti, llegan de lejos tus hijos, y tus hijas son traídas en ancas” (Is 60, 4). Este texto profético, que ve a hijos e hijas volver del exilio, sirve de fondo a las palabras que Jesús pronuncia desde la cruz: “Mujer, he aqui a tu hijo”. El discípulo que se hace hijo de la “Mujer” es la personificacion de los ‘hijos de Israel” que en torno a Maria forman el nuevo pueblo de Dios sobre el monte Sión, junto a la cruz.

       Bajo la cruz de su Hijo. María, como Sion tras el luto por la perdida de sus hijos, recibe de Dios nuevos hijos, más numerosos que antes. El salmo 87, que la liturgia aplica a María, canta de Sión: “¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios:...Filisteos, tirios y etíopes han nacido allí. Se dirá de Sión: Uno por uno todos han nacido en ella... El Señor escribirá en el registro de los pueblos: Este ha nacido allí. Y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti”. “¡Que pregón tan glorioso para ti, Virgen María!”, nueva Sión. Es la antífona de este salmo en el Oficio de la Virgen María. María, como Sión reedificada después del exilio, puede decir: “Quién me ha dado a luz a éstos? Pues yo había quedado sin hijos y estéril, desterrada y aparte, ¿y a éstos quién los crió’?” (Is 49,21). Abraham, por su fe y obediencia a la palabra de Dios, se convirtió en padre de una multitud “más numerosa que las estrellas del cielo” (Gn 15,5). María, madre del nuevo Isaac, por su fe y obediencia, se convierte en madre de la Iglesia, de los hijos de Dios dispersos por toda la tierra.
María, la madre de Cristo, es la madre de los discípulos de Cristo. María nos ha acogido como hijos cuando Jesucristo se ha hecho “primogénito entre muchos hermanos”. Haciéndonos hijos adoptivos del Padre, nos ha entregado como hijos también a su madre: “He ahí a tu hijo”. San Agustín nos señala la semejanza y la diferencia de esta doble maternidad de María: María, corporalmente, es madre únicamente de Cristo, mientras, espiritualmente, en cuanto que hace la voluntad de Dios, es para El hermana y madre. Madre en el espíritu, ella no lo fue de la Cabeza, que es el Salvador, de quien más bien nació espiritualmente, pero lo es ciertamente de los miembros que somos nosotros, porque cooperó, con su amor, al nacimiento en la Iglesia de los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza.

 Bajo la cruz, María ha experimentado los dolores de la mujer cuando da a luz: “La mujer cuando da a luz está afligida, porque ha llegado su hora” (Jn 16,21). La “hora” de Jesús es la hora de María, “la mujer encinta que grita por los dolores del parto” (Ap 12,1). Si es cierto que la mujer del Apocalipsis es, directamente, la Iglesia, la comunidad de la nueva alianza que da a luz el hombre nuevo, María está aludida personalmente como inicio y representante de esa comunidad creyente. Así lo ha visto la Iglesia desde sus comienzos. San Ireneo, discípulo de San Policarpo, discípulo a su vez de San Juan, ha llamado a María la nueva Eva, la nueva “madre de todos los vivientes”.

Con el “ahí tienes a tu hijo” María recibe su vocación y misión en la Iglesia. Ya Orígenes, partiendo de la idea del cuerpo de Cristo y considerando al cristiano como otro Cristo, interpreta la palabra dirigida por Cristo a Juan como dirigida a todo discípulo: Nos atrevemos a decir que, de todas las Escrituras, los evangelios son las primicias y que, entre los evangelios, estas primicias corresponden al evangelio de Juan, cuyo sentido nadie logra comprender si no se ha inclinado sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María por madre de manos de Jesús. Y para ser otro Juan, es necesario hacerse tal que, como Juan, lleguemos a sentirnos designados por Jesús como siendo Jesús mismo. Porque María no tiene más hijos que Jesús. Por tanto, cuando Jesús dice a su madre: “he ahí a tu hijo” y no “he ahí a este hombre, que es también hijo tuyo”, es como si le dijera: “He ahí a Jesús, a quien tú has alumbrado”. En efecto, quien alcanza la perfección “ya no vive él, es Cristo quien vive en él” (Ga 2,20) y, puesto que Cristo vive en él, de él se dice a María: “He ahí a tu hijo”, Cristo.

San Ambrosio nos dice: “Que Cristo, desde lo alto de la cruz, pueda decir también a cada uno de vosotros: he ahí a tu madre. Que pueda decir también a la Iglesia: he ahí a tu hijo. Comenzaréis a ser hijos de la Iglesia cuando veáis a Cristo triunfante en la Cruz”.7 El discípulo, en cuanto dirige la mirada al costado abierto de Jesús, guiado por la mirada de Mai’ía, es transformado en hombre nuevo, se hace hijo de María e hijo de la Iglesia, es decir, cristiano. La Lumen gentium, colocando a María en la historia de la salvación y en el misterio de Cristo y de la Iglesia, ha formulado así la doctrina tradicional de María, madre de los cristianos: La bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad cual Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo por designio de la divina providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del divino Redentor y en forma singular colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular; por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en orden a la gracia (LG 61).

Antes, el concilio ha precisado:

La misión materna de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye la única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombi’es no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo (LG 60).

¿Cómo podría ser diversamente? María, “la Madre de Dios es figura de la Iglesia, como ya enseñaba san Ambrosio, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (LG 63). Con relación a Cristo, María es madre y discípula. Con relación a la Iglesia es madre y maestra. Es madre y maestra nuestra en cuanto es la perfecta discípula de Cristo. A María se puede aplicar la palabra de Pablo; “Haceos imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (iCo 11,1).

El Papa Pablo VI dio explícitamente a María el título de “Madre de la Iglesia”; “Para gloria de María y para nuestro consuelo, proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios. tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman madre amantísima”.8

María permanece madre por siempre. El sello materno que el Espíritu ha impreso en ella es indeleble. Tal es para siempre la identidad de María; Theotóhos es su nombre. Ha quedado para siempre consagrada al misterio de su Hijo, al servicio de la concepción santa del Hijo en el mundo. Por eso, María se halla en su ámbito propio en la Iglesia, que también es siempre madre por la gracia del Espíritu Santo.

c) HE AHÍ A TU MADRE

Al lado de la Madre está el discípulo “a quien Jesús amaba” (v.16). Se trata del “tipo” del discípulo. que es objeto del amor del Padre y del Hijo; “El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad; y el que me ama será amado por mi Padre y también yo le amaré” (Jn 14,21). Es el discípulo fiel hasta la cruz, testigo del misterio de la sangre y del agua que brotaron del costado traspasado del Crucificado Jn 19,35) y testigo privilegiado de la resurrección (Jn 20,8). Es el discípulo que “a partir de aquella hora acoge a la Madre como suya” (v.27).

María y el discípulo amado, aunque tengan un significado simbólico, siguen siendo personas concretas, con su función personal y su significación propia en el miste-! rio de la salvación. Sin duda, el misterio se hace en ellos más amplio, pero no hasta el punto de anular a las personas y convertirlas en puros símbolos. La madre de Jesús conserva su misión maternal y el discípulo que Jesús amaba ha de hacerse, de manera cada vez más perfecta, un verdadero discípulo de Jesús e hijo de María.

Es importante mantener unidas la significación personal y la significación simbólica de la maternidad de María. Al hacerse madre de todos los discípulos de Jesús, María se hace madre de toda la Iglesia. No hay contradicción alguna en decir que María es, a la vez, imagen de la Iglesia y madre de la Iglesia. Como persona individual, ella es la madre de Jesús. Pero su maternidad corporal con respecto a Jesús se prolonga en una maternidad espiritual hacia los creyentes y hacia la Iglesia. Y esta maternidad espiritual de María es la imagen y la forma de la maternidad de la Iglesia. La maternidad de María y la maternidad de la Iglesia son, inseparablemente, importantes para la vida filial de los creyentes.

Para hacerse hijos de Dios es necesario hacerse hijos de María e hijos de la Iglesia. Su Hijo único es Jesús, pero nos hacemos conformes a El si nos convertimos en hijos de Dios e hijos de María (Jn 1,12-13). En la medida en que acogemos en la fe al Hijo único del Padre, crece en nosotros la vida de hijos de Dios. María que, en
la Encarnación, concibió y dio a luz corporalmente a Jesús, concibe y alumbra espiritualmente a los discípulos de Jesús. Virginalmente en ambos casos.

María al pie de la cruz es la Iglesia naciente. Desde entonces la Iglesia es mariana. H. von Balthasar habla del “rostro mariano de la Iglesia”. Y C. Journet escribe: “María se nos presenta como la forma, es decir, como el modelo y el tipo de la Iglesia. San Pedro pedía a los presbíteros de la Iglesia que fueran los modelos, los tipos del rebaño que se les había confiado (1P 5,3). En un sentido incomparablemente más elevado, María es modelo y tipo de la Iglesia. Ella es, en el interior de la Iglesia, la forma en la que la Iglesia se perfecciona como Esposa para darse al Esposo. Cuanto más se parece la Iglesia a la Virgen, más se hace Esposa; cuanto más se hace Esposa, más se asemeja al Esposo; y cuanto más se asemeja al Esposo, más se asemeja a Dios: porque estas instancias superpuestas entre la Iglesia y Dios no son más que transparencias en las que se refleja el único esplendor de Dios”.9
La “Hija de Sión”, la “Virgen Israel”, en tiempos infiel, en María ha sido fiel, cumpliéndose la palabra de Jeremías: “Vuelve, Virgen Israel; retorna a tus ciudades. ¿Hasta cuando has de andar titubeando, hija descarriada? Pues hará Dios una cosa nueva en la tierra: la Mujer buscará a su marido” (Jr 31,22). María reanuda las relaciones de amor entre Israel y su Esposo Yahveh. Ella es el símbolo de la Iglesia en su relación esponsal con Cristo.

A partir de este texto de Jeremías, H. von Balthasar muestra el puesto de la mujer en la Iglesia. En el lenguaje simbólico únicamente la mujer puede simbolizar a la Iglesia-Esposa. En este sentido puede aplicarse a la Iglesia la escena de María y del discípulo amado al pie de la cruz. Una “Mujer” y un hombre permanecen junto a la cruz de Jesús, con una misión de representación tipológica. Pero el discípulo amado, como figura de todos los discípulos de Cristo, es también figura de la Iglesia. El representa a los creyentes en Cristo, en cuanto discípulos, que escuchan la palabra de Cristo. Entre estos discípulos está también María, discípula fiel de Cristo. Pero María es, además, figura de la Iglesia en cuanto Madre, en cuanto comunidad en cuyo seno se congregan en Cristo los hijos de Dios dispersos. La figura principal no es el discípulo, sino la “Mujer”: María. En cuanto al “discípulo que Jesús amaba”, la primera misión que recibe no es ir a predicar el evangelio, sino aceptar a María por madre, hacerse “hijo” de María. Para él y para todos los demás apóstoles es más importante ser creyente que apóstol, nacer como hijo de María más que la misión apostólica. La misión apostólica le será confiada más tarde, después de la resurrección (Jn 20,21; 2 1,20-23). Ser hijo de María y de la Iglesia es el aspecto primero y fundamental de toda existencia cristiana.

Ser incorporado como hijos de Dios al misterio de la Iglesia, nuestra madre, es más esencial que ejercer un ministerio en la Iglesia. En el Calvario, en el momento en que la Iglesia nace en estas dos personas, en esta mujer y en este hombre, que simbolizan la Iglesia, las palabras de Jesús son fundamentales para su recíproca relación. No se trata todavía de enviar al discípulo en misión apostólica, ni de encomendarle la tarea de proclamar la Buena Nueva y de enseñar, sino hacerse previamente hijo de María, hijo de la Iglesia, es decir, un verdadero creyente en la Iglesia. Y aquellos que creen llegan a ser hijos de Dios, hermanos de Jesús, hijos de María e hijos de la Iglesia.

Lo fundamental en la Iglesia es ser miembro del pueblo de Dios, viviendo en alianza con Cristo y, en El, con Dios. Este es el rostro mariano de la Iglesia. En el plano simbólico, la Iglesia, como María, es “la Mujer”, que vive en alianza con su Esposo, Cristo. Esta es la estructura básica de la Iglesia en cuanto Esposa de Cristo y Madre del pueblo de Dios. La Iglesia es esto en primer lugar. Luego viene el rostro apostólico, representado en •Juan o en Pedro. Ambos aspectos pertenecen a la estructura de la Iglesia. Pero el rostro mariano expresa el aspecto interior y más profundo del misterio de la Iglesia.

De aquí que la tradición patrística haya hablado de la misión materna de la Iglesia constantemente. Fundamentalmente la Iglesia es nuestra madre. A ella le debemos el haber nacido a la vida cristiana, pues ella nos ha hecho descubrir a Cristo, nos ha anunciado su palabra y en el bautismo nos ha engendrado como cristianos. Gracias a la Iglesia, nuestra madre, hemos renacido como hijos de Dios. Nos ha concebido por la palabra y el Espíritu Santo, nos ha dado a luz en las aguas del/ bautismo, nos ha educado con la catequesis, nos hecho crecer con la eucaristía, nos ha cuidado y levantado en nuestras caídas. Nos ha dado hermanos en la con quienes caminar en comunión y cantar en comunidad las alabanzas del Señor.

D) MADRE DE LOS CREYENTES

Una vez que Cristo nos ha dado su madre, ya puede decir: “todo está cumplido”. Ya puede entregar su espíritu: “Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, inclinando la cabeza entregó su espíritu”. Jesús acaba su obra fundando la Iglesia, de la cual su madre es el símbolo. El vínculo de maternidad y de filiación, que une a María y al discípulo, a la Iglesia y a los fieles, forman parte de la “hora”, es decir, de la obra de la salvación. Por eso se puede pensar que el amor filial hacia María, igual que la pertenencia a la Iglesia, es para el cristiano una prenda de salvación. Todo el que pertenece vitalmente a la Iglesia tiene sus raíces en el reino de los cielos, del cual la Iglesia, en la tierra, es el sacramento. Y todo el que ama a María está vinculado a la Iglesia, de la que ella es el símbolo. Quien rechaza a la Iglesia, quien la desprecia, como quien no ama a María, se endurece en su orgullo: no es hijo de una madre.

La significación fundamental del misterio de María se encuentra, pues, en su función esponsal y materna. Ella es madre de Jesús y de los discípulos; y ella es la “Mujer”, Esposa de Cristo, colaboradora de Cristo en su obra salvadora. Y lo mismo vale para la Iglesia, Esposa y Madre de Cristo. La túnica de Cristo, no rota por los soldados, es un signo de la unidad de la Iglesia, que se constituye por la unión entre María y el discípulo amado (Jn 19,24-25). Y esta unión de la nueva comunidad mesiánica, presente a los pies de la cruz, es reforzada por el Espíritu Santo, que Jesús infunde cuando, “inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19,30).

Las nuevas relaciones entre la “Mujer” y el “discípulo”, manifestadas por Cristo desde la cruz, son la expresión del amor extremo de Jesús en el momento de su hora. María, la madre de Jesús, simboliza a la Iglesia misma en su misión materna. Y si María es la Madre del Hijo de Dios hecho hombre, también tiene un papel en nuestro renacimiento como hijos de Dios. La maternidad de María, que comenzó en la Encarnación de Jesús, se prolonga en la vida de los cristianos. Ella es madre del Cristo total; por tanto, también de los discípulos y hermanos de Jesús.

La maternidad virginal de María, al extenclerse a todos los creyentes, implica para nosotros una invita- ción a acogerla en nuestra vida y a considerarla como madre nuestra, al mismo tiempo que recibimos a aquel de quien ella es madre, a Cristo. En cada uno de nosotros ha de formarse Cristo; por ello también nosotros, como María, concebimos y damos a luz a Cristo en nosotros. Así lo expresa un texto anónimo del s. XVI: Bienaventurada tú, alma virginal, porque de ti ha de nacer el Sol de justicia... Aquel que nos ha creado nace de nosotros. Y,como si no fuera suficiente que Dios quiera ser nuestro Padre, quiere que seamos su madre. (María y el discípulo son los que ve Jesús al inclinar la cabeza“Jesús, pues, viendo a su nadie y junto a ella al discípulo a quien amaba’’ (Jo 19,26) Alma buena y fiel, ensancha el seno de tu corazón; abre hasta el extremo tu deseo; no vivas estrechamente en tu interior, a fin de que puedas concebir a Cristo, a quien el mundo entero no puede contener.  Después de haberle concebido la bienaventurada Virgen María, continúa aún siendo concebido cada día en mí en virtud de la fe... Creo que damos a luz verdaderamente a Cristo en la medida en que nosotros recibirnos de su plenitud (Jn 1,16). Es primeramente concebido en sus palabras; luego el alma fructifica y, por sus buenas obras, Cristo es alumbrado. Esto es lo que dice San Pablo: “Hijos míos, por quienes siento de nuevo los dolores del parto, hasta que se forme Cristo en vosotros” (Ga 4,19; 1Co 4,15). Hubo un tiempo en que Cristo fue llevado en el seno y alumbrado corporalmente por su madre, la Virgen; pero siempre es concebido y alumbrado espiritualmente por las vírgenes santas.

María cumple su misión como madre de todos los discípulos de Cristo, llevándonos a Cristo. Juan concluye su evangelio, diciéndonos: “Ellos miraban al que traspasaron” (19,31-37). ¿Quiénes son los que miran? Los que están presentes al pie de la cruz: María y el discípulo, y con ellos todos los discípulos, toda la Iglesia. En esa mirada de María y de los discípulos al costado abierto de Jesús, la madre de Jesús ejerce su misión de madre. Corno en Caná dice a los sirvientes que hagan todo lo que El les diga, orientándolos hacia Jesús, también ahora invita a mirar el costado abierto de su Hijo. El discípulo fija la mirada en el corazón de Jesús gracias a la mirada de la madre, que orienta siempre a los discípulos hacia el Hijo.

María y el discípulo amado, al pie de la cruz, con la mirada fija en el costado abierto de Jesús, forman conjuntamente la imagen de la Iglesia-Esposa, que contempla al Esposo, “levantado de la tierra, atrayendo a todos hacia El” (Jn 12,32). La vida profunda de Jesús, la vida de su corazón, simbolizada por el agua del Espíritu que sale de su costado, se convierte en la vida de la Iglesia. Así la Iglesia, como repiten los Padres, nació del costado traspasado de Jesús. María con su fe y con su mirada fija en la llaga del costado de Jesús invita a los creyentes, sus hijos, a acercarse al corazón de Jesús, donde la Iglesia hahita en su misterio: “Cuando abrieron su corazón, ya había El preparado la morada, y abrió la puerta a su Esposa. Así, gracias a El, pudo ella entrar y pudo El acogerla. Así pudo ella habitar en El y El en ella”.

Habiendo dado a luz en el mundo al Hijo único del Padre, la “Mujer vestida de sol” conoce una fecundidad inconmensurable (Ap 12,17). Ya el salmista había contemplado en la Sión mesiánica la madre de los pueblos: “Se dirá de Sión: uno a uno, todos han nacido en ella, y el Altísimo en persona la sostiene. El Señor escribirá en el registro de los pueblos: Este ha nacido en ella. Y los que bailan cantan a coro: En ti están todas mis fuentes” (Sal 87). Transportada al cielo en la pascua de Jesús, la Jerusalén mesiánica se hace “la Jerusalén de lo alto, nuestra madre” (Ga 4,26). Siendo María el símbolo y síntesis de la Iglesia se le da a ella con prioridad la gracia de la maternidad universal. La experiencia de María junto a la cruz de Jesús dilató su corazón hasta hacerle similar a la “ciudad” abierta a todos los pueblos.

María, icono de la Iglesia madre, es mediadora por su santidad de amoi que la une a todos los fieles. Gracias a este vínculo de amor los fieles son amados por Dios, forman parte de la comunidad de los santos, donde reina la gracia del Espíritu Santo. María es mediadora del amor universal que el Espíritu deposita en su corazón. En realidad, todo verdadero cristiano es mediador de gracias: santifica a otros con el poder del amor que lo santifica a él. El privilegio de la mediación no separa a María de la comunidad. Su privilegio es de un amor incomparable que la distingue situándola en el corazón de la Iglesia. En ella la comunión de los santos es llevada a su máxima intensidad.

E) EL DISCÍPULO LA ACOGIÓ CONSIGO

“A partir de aquella hora el discípulo la acogió como suya” (Jn 19,27). La madre, más que entrar en la casa del discípulo, entra en lo profundo de su vida, formando parte inseparable de la misma. El discípulo la considera su madre. Acoger a María significa abrirse a ella y a su misión maternal, introducirla en la propia intimidad en donde ya se ha acogido a Cristo y todos sus dones. Acoger a María expresa una actitud de fe, la “acogió en la fe”,13 considerándose hijo de María. Desde este momento la madre de Jesús es también su madre.

Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, “acoge entre sus cosas propias” a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su “yo” humano y cristiano: “La acogió en su casa”. Así el cristiano trata de entrar en el radio de acción de aquella “caridad materna”, con la que la Madre del Redentor “cuida de los hermanos de su Hijo”, “a cuya generación y educación coopera” (RM 45).

Al momento del nacimiento del Hijo, Dios dice a José: “José, hijo de David, no temas acoger contigo a María” (Mt 1,20). Y José la tomó consigo. Ahora, en el momento de su muerte, Cristo encomienda, cte nuevo, a Juan que acoja a María y, “desde aquel instante, Juan la tomó consigo”. María, discípula de Cristo, desde el comienzo al final, vive sin tener donde reclinar la cabeza, necesitando ser acogida, dependiendo de Dios, que decide de su vida.

Pero Jesús no sólo confía su madre al discípulo, sino que se dirige primero a ella, señalando en primer lugar el papel de la Virgen María. La misión del discípulo queda subordinada a la de la Madre, que debe “con- gregal’ en la unidad a los hijos dispersos”, que es para lo que ha muerto El (Jn 11,51-52). La Madre de Jesús es la Madre de todos los hijos de Dios dispersos y, ahora, congregados por la muerte de Cristo, su Hijo. Siendo la Madre de Jesús, a los pies de la cruz, María es proclamada Madre de todos los que con Cristo son una sola cosa por la fe. El profeta Isaías decía: “Como una madre consuela a un hijo, así os consolaré yo; en Jerusalén seréis consolados” (Is 66,13L María, nueva Jerusalén, imagen de la Iglesia, es la refracción y trasparencia materna de la consolación de Dios.

La Iglesia de todos los tiempos, nacida de la cruz de Cristo, es invitada a mirar a María como Madre y a acogerla con amor filial, como hizo el discípulo a quien Jesús amaba: “Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos, es decir, reconocer la relación esencial, vital y providencial que se da entre la Virgen y Jesús. Ella es la que nos abre la vía que conduce a El”.14 El discípulo es invitado a acoger a María, imagen de la Iglesia; como creyente, cada discípulo lleva en su corazón a la Iglesia como madre amada, confiada a él y a la que él ha sido confiado.

Con providente designio, Padre santo, quisiste que la madre permaneciese fiel junto a la Cruz de su Hijo, dando cumplimiento a las antiguas figuras. Porque allí la Virgen bienaventurada brilla como nueva Eva, a fin de que, así como la mujer cooperó a la muerte, otra mujer contribuyese también a la vida. Allí realiza el misterio de la Madre Sión, acogiendo con amor maternal a los hombres dispersos y congregados ahora por la muerte de Cristo.15

HOMILÍA

MARIA Y LA RESURRECCIÓN

QUERIDOS HERMANOS:

1. Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección»  La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

       Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.
       Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por Dios» (Hch 10,41), es decir a los Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Hch 4,33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús.

       Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: “Id avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10). Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

2. Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua.

       San Pablo recuerda una aparición “a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Co 15,6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas. ¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1,14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?


3. Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y por tanto, más firmes en la fe.

       En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf Jn 20,17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

       Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

       Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo .a su madre. En efecto, Ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio Carmen pascale, 5,35 7-3 64: CSEL 10,14 Os).

4. Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con Él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también Ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes Santo (cf. Jo 19,25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf Hch 1,14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

       En el tiempo pascual la comunidad cristiana dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina caeli lactare. Alleluia». «Reina del cielo alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús prolongando en el tiempo el «Alégrate!»; que le dirigió el ángel en la Anunciación para que se convirtiera en «causa de alegría» para la humanidad entera.

(Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996, n. 2: «LOsservatore Romano», edición en lengua española, 5 de abril de 1996, p. 3).

MEDITACIÓN

MARÍA EN PENTECOSTÉS

La presencia de María en el cenáculo nos hace ver cómo ella era considerada ya el centro de la Iglesia apostólica. El Vaticano II une el momento de la Anunciación y el de Pentecostés, diciendo: Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles perseverar l(llónimemen/e en la oración, con las m lijeres Y Murta la Mac/re de Jesús y los hermanos de Este (Hch 1,14); ya María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la babia cubierto con su sombra en la Anunciación (LG 59).

Después de la muerte, resurreccion y ascensión de Cristo, se reúnen en torno a su Madre los que representaban a la familia de Jesús según la carne, “los hermanos”, y los que representaban la familia en la fe, “los discípulos y las mujeres que le seguían”. María, fiel a Cristo hasta la cruz, participa de su gloria, viendo reunidos en torno a ella a los rescatados por su Hijo. Su gloria es su nueva maternidad. Esta es la última imagen de María que nos ofrece la Escritura en su vida terrena: María, la madre de Jesús, en medio de los discípulos constantes en la oración. Es la presencia orante en el corazón de la Iglesia naciente.

Si la hora de la Anunciación determinó toda la existencia ulterior de María, algo semejante ocurre con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Lo que ocurre en los apóstoles nos ayuda a comprender lo que en aquella hora ocurrió en María. Hasta entonces los apóstoles del nuevo comienzo del mundo. María es la Madre del Hijo de Dios, no por ser virgen, sino porque el Padre la ha escogido como virgen y la ha cubierto con la sombra del Espíritu. Pero la elección de una virgen expresa el carácter extraordinario del acontecimiento. La ausencia de un padre terreno pone de manifiesto cómo la única forma fecunda de situarse ante Dios es la de la acogida en la fe virginal. El silencio acogedor de un seno de mujer fue escogido por Dios como espacio en donde hacer resonar su Palabra hecha carne en el mundo. La virginidad de María se ofrece, pues, como signo del acontecimiento prodigioso que Dios ha realizado en ella, haciéndola madre de su propio Hijo.

       En Pentecostés puede realmente reconocer a su Hijo como el Hijo de Dios hecho hombre en su seno; comprende su vida como vida del Dios-Hombre y su misión como acontecimiento de redención de los hombres. También en aquella hora comprende del todo su misión personal de madre del Hijo de Dios y como primera redimida. Desde aquella hora, María pudo hacer suyas las expresiones de Pablo: “Cristo en mí”, “yo en Cristo”, “no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. Allí, en el Cenáculo con los discípulos, comprendió la misión que su Hijo la encomendara desde la cruz: “He ahí a tu hijo”. Su seno se dilató para acoger al cuerpo de Cristo, la comunidad de su Hijo.

Después de Pentecostés, como antes, Jesús era para ella su Hijo, con la entrañable exclusividad de esta relación. Pero, a la vez, ella le comprende ya profundamente como Cristo, Mesías, Redentor de todos los hombres. Entonces su amor de madre a Cristo se dilata hasta abrazar a todos los discípulos “a quienes El amaba”. Su amor materno a Cristo asume a aquellos entre los cuales Cristo es “primogénito entre muchos hermanos”. La Madre de Cristo se convierte en Madre de los creyentes., El Papa Pablo VI, en la Marialis cultus, comenta ampliamente la relación de María y el Espíritu Santo:

Ante todo es conveniente que la piedad mariana exprese la nota trinitaria... Pues el culto cristiano es, por su naturaleza, culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o, como se dice en la liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu Santo... En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El: en vistas a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo...

La reflexión teológica y la liturgia han subrayado cómo la intervención santificadora del Espíritu en la Virgen de Nazaret ha sido un momento culminante de su acción en la historia de la salvación. Así, por ejemplo, algunos santos Padres y escritores eclesiásticos atribuyeron a la acción del Espíritu la santidad original de María, como plasmada y convertida en nueva creatura por El; reflexionando sobre los textos evangélicos (...), descubrieron en la intervención del Espíritu Santo una acción que consagró e hizo fecunda la virginidad de María y la transformó en Aula del Rey, Templo o Tabernáculo del Seño; Arca de la Alianza o de la Santificación.

Profundizando más en el misterio de la Encarnación, vieron en la misteriosa relación Espíritu-María un aspecto esponsalicio, descrito poéticamente por Prudencio: la Virgen núbil se desposa con el Espíritu y la llamaron Sagrario del Espíritu Santo, expresión que subraya el carácter sagrado de la Virgen, convertida en mansión estable del Espíritu de Dios... De El brotó, como de un manantial, la plenitud de la gracia y la abundancia de dones que la adornaban: de ahí que atribuyeron al Espíritu Santo la fe, la esperanza y la caridad que animaron el corazón de la Virgen, la fuerza que sostuvo su adhesión a la voluntad de Dios, el vigor que la sostuvo durante su “compasión” a los pies de la cruz; señalaron en el canto profético de María (Lc 1,46-55) un particular influjo de aquel Espíritu que había hablado por boca de los profetas; finalmente, considerando la presencia de la Madre de Jesús en el cenáculo donde el Espíritu Santo descendió sobre la naciente Iglesia (Hch 1,12-14; 2,1-4), enriquecieron con nuevos datos el antiguo tema María-Iglesia; y, sobre todo, recurrieron a la intercesión de la Virgen para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en su propia alma (MC 25-26).

       María, plasmada por el Espíritu Santo, es la mujer del misterio. Ya la escena de la Anunciación revela cómo está envuelta en el misterio de Dios, al acoger en sí misma por obra del Espíritu Santo al Hijo del Padre: “Su estructura narrativa revela por primera vez de un modo absolutamente claro la Trinidad de Dios. Las primeras palabras del ángel, que definen a María como la ‘llena de gracia’ por excelencia, son expresión del saludo del Señor, de Yahveh, del Padre, que ella como creyente hebrea conoce muy bien. Tras su aturdimiento sobre el significado de aquel saludo, el ángel le revela en una segunda intervención que nacerá de ella el Hijo del Altísimo, que será el Mesías para la casa de Jacob. Y a la pregunta de qué es lo que se esperaba de ella, el ángel le manifiesta en una tercera intei’vención que el Espíritu Santo la cubrirá con su sombra, de manera que su hijo será llamado con toda razón el santo y el Hijo de Dios”.

       San Francisco de Asís, en una oración, expresa la relación de María con las tres personas de la Trinidad: “Santa María Virgen, no hay mujer alguna, nacida en el mundo, que te iguale, hija y sierva del Altísimo Rey, el Padre celestial, madre del santísimo Señor nuestro Jesucristo, esposa del Espíritu Santo..., ruega por nosotros a tu santísimo Hijo querido, Señor y Maestro”.5 Y también el Vaticano II, sitúa a María en el misterio trinitario. El capítulo VIII de la LG comienza y termina con una referencia a la Trinidad. Implicada en el designio del Padre, María es cubierta por la sombra del Espíritu Santo, que hace de ella la madre del Hijo eterno hecho hombre. Entre María y la Trinidad se establece una relación de intimidad única: “Redimida de un modo eminente en atención a los futuros méritos de su Hijo, y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo” (LG 53). María es “el santuario y el reposo de la santísima Trinidad”. La maternidad divina de María ha vinculado a María estrechamente con las personas trinitarias. Por ser madre del Hijo entra necesariamente en relación con el Padre y también con el Espíritu Santo, por obra del cual le concibe.

A las tres divinas personas hacen referencia los aspectos de la única Virgen-Madre-Esposa. En cuanto Virgen, María está ante el Padre como receptividad pura y se ofrece, por tanto, como imagen de aquel que en la eternidad es puro recibir, puro dejarse amar, el engendrado, el amado, el Hijo. En cuanto Madre del Verbo encarnado, María se refiere a El en la gratuidad del don, como fuente de amor que da la vida y es, por tanto, el icono maternal de aquel que desde siempre y para siempre comenzó a amar y es fontalidad pura, puro dar, el engendrante, la fuente primera, el eterno amante, el Padre. En cuanto arca de la alianza nupcial entre el cielo y la tierra, Esposa en la que el Eterno une consigo a la historia y la colma con la novedad sorprendente de su don, María se refiere a la comunión entre el Padre y el Hijo, y entre ellos y el mundo, y se ofrece, por tanto, como icono del Espíritu Santo, que es nupcialidad eterna, vínculo de amor infinito y apertura permanente del misterio de Dios a los hombres. En María, humilde sierva del Señor; se refleja, pues, el misterio mismo de las relaciones divinas. En la unidad de su persona se reproduce la huella de la vida plena del Dios personal.7

La fe, la caridad y la esperanza reflejan en María la profundidad del asentimiento a la iniciativa trinitaria y la huella que esa misma iniciativa imprime indeleblemente en ella. La Virgen se ofrece, pues, como el icono del hombre según el proyecto de Dios. Virgen-Madre- Esposa, María acoge en sí el misterio, lo revela al mundo, ofreciéndose como lugar de alianza esponsal. Dios escoge a una Virgen para manifestarse, a una Madre para comunicarse, a una Esposa para hacer alianza con los hombres.

B) MARÍA, HIJA E ICONO DEL PADRE

María conoció en su existencia terrena la triple condición de Virgen, Madre y Esposa, sin perder nunca ninguno de estos tres aspectos. María es “la Virgen”. Así la reconoce la fe cristiana desde sus orígenes. El credo ficeno-constantinopolitano confiesa, no que es una virgen, sino “la Virgen”. La virginidad no es en ella una etapa de su vida, sino una cualificación permanente: es la “siempre Virgen”. 8 La condición virginal de María está de tal modo vinculada a la Madre del Señor que la fe de la Iglesia ha sentido la necesidad de confesarla como la “siempre Virgen”.

       Frente a Israel, que pierde su virginidad cuando se aparta de la fidelidad al Señor, único Esposo del pueblo, la presentación de María como Virgen manifiesta su fidelidad plena a la alianza con Dios. La condición física de virginidad remite a una condición espiritual más profunda: María es la creyente, la bienaventurada por haber creído en el cumplimiento de las palabras del Señor, acogiéndolas y meditándolas en su corazón. Profundamente femenina en la capacidad de acogida radical, de silencio fecundo, de receptividad del Otro, la Virgen se deja plasmar totalmente por Dios. Su virginidad es la expresión de la radical donación de sí misma a Dios Padre, dejándose habitar y conducir por El. Así, virgen en el cuerpo y en el corazón, vivió el inaudito acontecimiento de la anunciación y de la concepción, por obra del Espíritu Santo sin concurso humano, del Hijo de Dios hecho hombre.

       La Virgen, sin dejar de serlo, es Madre. Y así, María es el icono maternal de la paternidad de Dios, que tanto amó al mundo que le entregó su Hijo: “El mismo engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, ha sido engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad”.

El Hijo de María es el Hijo de Dios, verdaderamente Dios. Y el Hijo de Dios es el Hijo de María, verdaderamente hombre. Lo primero guarda relación con el misterio de la elección de María por pat-te de Dios para ser la Madre de su Hijo Unigénito: engendrado desde toda la eternidad en el seno del Padre es engendrado en el tiempo en el seno virginal de María. María es la tierra virgen en la que el Unigénito del Padre ha puesto su tienda entre los hombres. Pero también es verdad que el Hijo de Dios es verdaderamente Hijo de María. No recibió una apariencia de carne, no se avergonzó de la fragilidad y pobreza de la carne humana, sino que “se hizo” realmente hombre, plantó de veras su tienda entre nosotros. La Virgen Madre es verdaderamente el seno humano del Dios encarnado. El hecho de que el Dios encarnado tenga una Madre verdadera dice hasta qué punto El es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Llamar a María Madre de Dios quiere decir expresar de la única manera adecuada el misterio de la encarnación de Dios hecho hombre.

Dios ha manifestado a Moisés su Nombre: “El Señor, Dios misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico de gracia y fidelidad” (Ex 34,6). El término “misericordioso” en hebreo se dice lara ham, que procede de la raíz raham, que significa “seno materno”, “útero”, “matriz”. Dios se ha nombrado a sí mismo como “seno materno” que da la vida. Dios se nos ha revelado, pues, como Madre que da la vida en la ternura y el amor (Os 11,1-8; Is 63,15-16). Por ello, podemos decir que la imagen de Dios en la mujer se refleja en su misma fisiología, en todo lo que la hace capaz de concebir, llevar, nutrir y dar la vida fisica y espiritualmente. María constituye “el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre”.

Eva significa la “madre de la vida”. María, nueva Eva, es este icono viviente de Dios dador de vida. Por esto es virgen. La virginidad, -de toda mujer-, es como un sello, que cierra a la mujer, haciendo patente que la mujer no es una hembra disponible a todos los machos, como ocurre con los animales, sino que está reservada para dar la vida, participando con el Dios creador y misericordioso: “Jardín cerrado eres tú, hermana mía, novia, huerto cerrado, fuente sellada” (Ct 4,12; Pr 5,15-20). El Espíritu Santo, que ha inspirado este texto, ha inspirado a la Iglesia cuando lo ha aplicado a María. Significa que María, la Virgen, es totalmente de Dios, en la unidad de su ser corporeo-espiritual. María pertenece a Dios en la totalidad de su existencia, íntegramente, virginalmente. Es el signo de lo que todo bautizado está llamado a ser: “una sola cosa con Cristo” (Rm 6,5).

La imagen de Dios que nos muestra la concepción virginal de María es la del Dios de la iniciativa gratuita de amor hacia su sierva y, en ella, hacia la humanidad entera. En María resplandece la imagen del “Padre de la misericordia” (LG 56), que sale del silencio para pronunciar en el tiempo su Palabra, vinculándola a la humildad de una hora, de un lugar, de una carne (Ic 1,26-27).

En este asombroso milagro, Dios es el que tiene la iniciativa, invitando a María y suscitando en ella la capacidad de respuesta. María lo único que presenta es su virginidad de cuerpo y de corazón ante el poder de Aquel para quien nada es imposible (Le 1,37). Y gracias a este puro actuar divino, el fruto de la concepción es también divino, el Hijo del Altísimo.

La virginidad de María no es causa, sino sólo la condición escogida libremente por Dios como signo del carácter prodigioso del nuevo comienzo del mundo. María es la Madre del Hijo de Dios, no por ser virgen, sino porque el Padre la ha escogido como virgen y la ha cubierto con la sombra del Espíritu. Pero la elección de una virgen expresa el carácter extraordinario del acontecimiento. La ausencia de un padre terreno pone de manifiesto cómo la única forma fecunda de situarse ante Dios es la de la acogida en la fe virginal. El silencio acogedor de un seno de mujer fue escogido por Dios como espacio en donde hacer resonar su Palabra hecha carne en el mundo. La virginidad de María se ofrece, pues, como signo del acontecimiento prodigioso que Dios ha realizado en ella, haciéndola madre de su propio Hijo.

Al confesar, más tarde, la virginidad en el parto, la Iglesia quiso transmitir el asombro frente a una maternidad virginal, que es signo de lo que sólo Dios puede realizar: la encarnación del Hijo eterno en la historia de los hombres. La negación de la virginidad de la Madre, escogida por Dios como lugar y signo del milagro de la encarnación del Hijo, se traduce inevitablemente en la negación de la condición divina del Hijo engendrado en ella. Separar el significado del hecho de este signo, como si lo uno pudiera subsistir sin lo otro, no es legítimo. Afirmar que la condición virginal no forma parte del “núcleo central del evangelio” ni constituye “un fenómeno histórico-biológico”, sino que es tan sólo una “leyenda etiológica”, “un símbolo preñante” del giro realizado por Dios en Jesucristo, es contradecir a la economía de la revelación, hecha de acontecimientos y de palabras íntimamente vinculados entre sí.13 “El hecho biológico de la concepción virginal no puede separase jamás del sentido profundo escondido en él... Toda la obra de la salvación es una intervención de Dios en la historia por medio de hechos concretos. La revelación del plan de salvación querido por Dios se encuentra precisamente escondida en esos hechos y no puede separarse de ellos. Lo mismo ocurre con la concepción virginal de Jesús, que se convierte de este modo en un sí,nbolo significativo del misterio”.14 La negación del hecho de la concepción virginal, como signo del misterio encerrado en él, se convierte en negación del mismo misterio.

La Madre de Dios, como imagen maternal de la paternidad divina, nos permite percibir la imagen de un Dios al que corresponde la primacía y la gloria, pero cuyos rasgos fundamentales son los de la gratuidad, los del amor entrañable y maternal. Así se muestra ya en la fe de Israel, cuando habla del amor cariñoso y envolvente de Dios, parecido al amor entrañable de una madre.15 El cariño o la misericordia del Padre asumen un rostro, una configuración concreta en María. Es lo que intenta comunicar el famoso icono de la Madre de Dios de Vladimir, llamado “Virgen de la ternura”, como los iconos de la llamada “Eleúsa”, la tierna, la misericordiosa.

Pero la Madre de Dios es icono materno del Padre también en su maternidad espiritual respecto a los que el Padre ha hecho hijos en el Hijo nacido de María: “Dios Padre ha comunicado a María su fecundidad, en cuanto una pura criatura era capaz de recibirla, para concederla el poder de producir a su Hijo y a todos los miembros de su cuerpo místico”.17 A esta luz comprendemos la mediación maternal de María y su presencia, no sólo junto a su Hijo, sino también junto a todos los que son hechos hijos en el Hijo (LG 60-62; RM 21-24).

C) MADRE DEL HIJO

María es la Madre del Señor (Lc 1,43), según el testimonio de la Escritura; la Madre de Dios, como la define la fe de la Iglesia en Calcedonia (451): “Siguiendo, pues, a los santos Padres, todos a una enseñarnos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo..., engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto ala humanidad”.18 Y, antes aún, el concilio de Éfeso (431) había precisado: “Porque no nació primeramente un hombre vulgar de la santa Virgen y luego descendió sobre él el Verbo; sino que unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, corno quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera, los santos padres no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios (Theotókos) a la santa Virgen”.’9 Y ya antes la Iglesia en su oración había llamado a la Virgen “Madre de Dios”, como aparece en el tropario del siglo III: “Sub tuum praesidium”: “Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios...”.

Esta maternidad abarca en primer lugar el nivel físico de la gestación y del parto, con todo el conjunto de cariño y solicitud que lleva consigo: “Dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7.12.16). Al mismo tiempo abarca la preocupación maternal por aquel que “iba creciendo en sabiduría, en estaturay en gracia ante Dios y ante los hombres” (Le 2,52). Esta preocupación la expresa María, al encontrarlo en el templo a los doce años: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (2,41- 50). Las relaciones maternales eran tan perceptibles que Jesús es señalado simplemente como “el hijo de María” (Mc 6,3). La fidelidad a los textos nos hace percibir en estas alusiones la profundidad de la comunicación de vida y de afectos que existía entre Jesús y su Madre. Los episodios de Caná y el de la Madre al pie de la cruz son una prueba más de ello. Y, sin embargo, en estos textos se vislumbra la voluntad de Jesús de superar estas relaciones tan profundas, llevando a su Madre a otra dimensión más alta: la de la fe (Lc 8,19-21; 11,27-28). El testimonio de la Escritura nos hace comprender cómo María supo aceptar y vivir este “paso a la fe”.

El Padre de la misericordia quiso que precediera a la encamación la aceptación de la Madre predestinada, para que, de esta manera, así como ¡ la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyera a la vida... Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino se convirtió en Madre de Jesús y, al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente, como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios omnipotente (LO 56).

El hecho de que aquellos que Cristo ha rescatado se hayan hecho, por medio del Espíritu Santo, hijos adoptivos del Padre, ha generado una nueva fraternidad: la fraternidad en el Padre y en el Hijo por medio del Espíritu Santo. Se puede hablar de una nueva familia: los hombres se han convertido en hermanos de Jesús, hijos del Padre, mediante el Espíritu Santo (Jn 20,17; Hb 2,11-12). Como hermanos suyos, Cristo les ha declarado hijos de su Madre, confiándoles a sus cuidados. Ella puede interceder ahora con todo derecho en favor de ellos, siempre que les falte el “vino”, la alegría, la fiesta. Nueva Eva, madre de los vivientes, María es la “ayuda” ofrecida a Cristo para que se encarnara y, tomando verdaderamente la carne humana, verdaderamente nos redimiera, “llevando mediante su oblación a la perfección para siempre a los santificados”. Para siempre María está como “ayuda” junto a Cristo intercediendo por quienes el Hijo le ha confiado como hijos. María es mujer y madre y, por tanto, “ayuda”.

La maternidad de la Virgen constituye, pues, la figura humana de la paternidad divina, como atestigua la oración litúrgica oriental, que dirigiéndose a María dice: “Tú has engendrado al Hijo sin padre, este Hijo que el Padre ha engendrado antes de los siglos sin madre”.20 La generación fisica del Hijo, seguida por la constante solicitud maternal, manifiesta la gratuidad del amor de la Madre, que se dilata a las relaciones de caridad atenta, concreta y cariñosa con los demás y a su maternidad espiritual universal. En este amor maternal se refleja el amor eterno del Padre, su amar sin verse obligado a amar, su amor totalmente gratuito. Dios Padre no nos ama porque seamos buenos, sino que nos hace buenos al amarnos. Esta gratuidad luminosa, este gozo de amar encuentra su imagen en la prontitud de María al asentimiento, en su disponibilidad para el don, aunque la lleve hasta la cruz.

Realmente el Padre plasmó en María la imagen de su paternidad. Es primero y ante todo por su participación en la paternidad de la primera Persona como María llega a ser la madre del Hijo. El Hijo acepta esta filiación temporal del mismo modo que desde la eternidad acepta la procesión que le viene del Padre y le constituye Hijo. De esta manera, “Dios ha hecho de la filiación humana del Verbo una imagen de su filiación divina”.

María es la madre que acompaña en el amor durante toda la existencia humana del Señor entre nosotros. Su participación en la vida, muerte y resurrección del Salvador se caracteriza por el vínculo materno, el amor entrañable, que la lleva a acoger a Cristo, a presentarlo a Isabel, a los pastores y a los magos, a ofrecerle a Dios en el templo, y a invitar a todos a hacer “todo lo que El diga”... María no se interpone, sino que siempre colabora en la misión del Hijo. Lo mismo que el Padre da su Hijo a los hombres, así María, icono materno del Padre, ofrenda el Hijo al Padre y a los hombres. Su participación en la redención no es otra que la de entregar su Hijo a los hombres, uniendo su intercesión y ofrenda al único y perfecto sacrificio de Cristo:

Efectivamente, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue de las demás criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo, siendo también la suya una mediación participada (RM 38; Cfr2l-23).

       Es claro que la fe cristiana confiesa que “Dios es único, como único también es el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Jesucristo, que se entregó a sí mismo para redimir a todos” (lTm 2,5s). Pero la participación de María en la obra de su Hijo no oscurece esta única mediación de Cristo: Uno solo es nuestro mediador según las palabras del Apóstol... Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien, sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la sobreabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta (LG 60; Cfi’. 62).

Esta mediación de María tiene su origen en el beneplácito libre y gratuito de Dios; se basa en el ser maternal de María, en el que el Padre ha impreso gratuitamente una huella de su paternidad; consiste en la doble misión de la “maternidad espiritual” por la que la Madre de Dios contribuye a engendrar a Cristo en el corazón de los creyentes, y de la “intercesión”, en virtud de la cual María une su propia ofrenda y la de los fieles al sacrificio del Salvador, ofrecido y acogido por el Padre.

Dado que los dones y la llamada de Dios son irrevocables (Rm 11,29), la participación de María en el misterio de la generación del Hijo está grabada indeleblemente en su ser. El “ser maternal”, que le ha sido concedido por Dios, es irrevocable en la eternidad de la fidelidad divina. María vive plenamente en la Trinidad como “Madre del Hijo” y, gracias a esta presencia viva en el misterio trinitario, actúa en la historia de la salvación conforme a ese ser maternal. Después de Pentecostés, los apóstoles, recibido el Espíritu Santo, parten a la misión, evangelizan, ftindan comunidades cristianas. Pero de María no encontramos ni en los Hechos ni en las Cartas ni una palabra más. María queda en el silencio, como si de ella no hubiera más que decir que “estaba con los apóstoles perseverantes en la oración”.

María es el icono de la Iglesia orante. Es lo que ha querido ie ntare1IccnoeIarúien’ia Ascensión de Jesús al cielo, de la escuela de Rublev (s.XV), conservado en la Galería Tretakob en Moscú. Este icono no se fija sólo en el momento de la Ascensión, sino que nos quiere mostrar la vida de la Iglesia y, en particular, el carisma de María tras la Ascensión de Jesús al cielo. Allí está también San Pablo que no estaba entre los apóstoles en el momento de la Ascensión. En el icono, María está en pie, con los brazos abiertos en actitud orante, como aislada del resto de la escena por la figura de dos ángeles vestidos de blanco. Pero está en el centro, como el árbol maestro que asegura el equilibrio y estabilidad de la barca. En torno a ella están los apóstoles, todos con un pie o una mano alzada, en movimiento, representando a la Iglesia que parte a la misión evangelizadora. María, en cambio, está inmóvil, bajo Jesús, justo en el lugar desde donde El ha ascendido al cielo, corno queriendo mantener viva la memoria y la espera de El. Desde su asunción a los cielos “no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada” (LG 62). “Así, la que está presente en el misterio de Cristo como madre, se hace -por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna, como indican las palabra pronunciadas en la cruz: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’, ‘Ahí tienes a tu madre” (RM 24).

D) ESPOSA EN EL ESPÍRTU SANTO

Se ha dicho del Espíritu que es la humildad de Dios. El está, en efecto, en total referencia a otros: al Padre, del cual él es el Espíritu de paternidad; y al Hijo, del cual él es el Espíritu de filiación. No se afirma nunca frente al otro; es suifi’i1dad, su profundidad. El no es ni el engendrante ni el engendrado; no es el amante ni el amado, ni el revelador ni el revelado; él es el engendramiento, el amor, la revelación, todo al servicio del Padre y del Hijo. María, invadida por este misterio, vive en referencia al Padre, por quien ella es madre; a Cristo, del cual es madre. Del mismo modo que el Espíritu no tiene nombre, así María en el evangelio de Juan no tiene nombre, se eclipsa en su misión y es llamada “la mujer” o “la madre de Jesús”. Pero la humildad es siempre exaltada. El Espíritu, que es la humildad de Dios, es también su gloria, llamado “Espíritu de gloria” (1P 4,14). En él brilla la inmensa grandeza de Dios, su poder de infinita paternidad, de amor ilimitado. La humildad es la acogida que María da al poder de Dios. En su desnudez se deja vestir del sol. “El Espíritu Santo, que por su poder cubrió con su sombra el cuerpo virginal de María, dando en ella inicio a la divina maternidad, al mismo tiempo hizo su corazón perfectamente obediente a aquella autocomunicación de Dios, que superaba todo pensamiento y toda capacidad del hombre”. 22 El Espíritu Santo es, en María, el sello del amor personal del Padre y del Hijo.

       María es obra del Espíritu Santo, según expresión de los Padres. Ocupa un lugar privilegiado en el misterio cristiano por obra del Espíritu Santo, que la enriqueció con sus dones para que fuera la Madre de Cristo y el modelo de la Iglesia. María es la llena del Espíritu Santo desde su concepción inmaculada y en su maternidad “por obra del Espíritu Santo”. Y, en Pentecostés, en medio de la comunidad cristiana, está María para ser colmada de nuevo con el fuego del Espíritu Santo. Por eso en los textos litúrgicos se la llama la “Virgen de Pentecostés”, “Nuestra Señora, la llena del Espír1eva1te San Lucas comienza destacando la relación del Espíritu Santo con María - “el Espíritu vendrá sobre ti”-, y termina con el nacimiento de la Iglesia por obra también del Espíritu: “recibiréis la fuerza del Espíritu que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos...”.

San Francisco de Asís ha llamado a María Esposa del Espíritu Santo. Y es que Jesús ha unido para siempre a María y al Espíritu Santo, mucho más de lo que puede unir un hijo a su padre y madre. Jesús es para siempre, en el Reino del Padre, en la Iglesia, en la Eucaristía.., el “engendrado por el Espíritu Santo y por la Virgen María”. En María la Palabra se ha hecho carne por obra del Espíritu Santo. Este título de “Esposa del Espíritu Santo” era frecuente en la piedad y teología antes del Concilio. Pero como no aparece en la Escritura ni en la tradición patrística el Vaticano II decidió evitarlo. En la Escritura la unión esponsal caracteriza las relaciones entre Yahveh e Israel; y en el Nuevo Testamento esta relación se transfirió a Cristo y la Iglesia. Los Santos Padres tampoco usan este título en relación a María; prefieren llamar a María “Sagrario del Espíritu Santo”, “Arca de la Nueva Alianza”, “Tálamo del Espíritu Santo”. Así el Concilio ha reservado el término de esposo a Cristo y el de esposa a la Iglesia. A María le da el título de “Sagrario del Espíritu Santo” (LG 53), con el que se indica la relación de intimidad extraordinaria de María con el Espíritu Santo. Y creo que se puede hablar de María “Esposa en el Espíritu Santo”.

Todo lo que ocurre en María realiza lo que la fe y la esperanza de Israel había confesado a través de la imagen de la alianza nupcial: “El Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo tu constructor; así se gozará contigo tu Dios” (Is 62,4s). “Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en ternura; te desposaré en fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21-22).

El título de esposa es el que más inmediatamente sitúa a María en el misterio de la alianza. Y, puesto que la alianza prometida está vinculada al Espíritu y la Virgen ha sido cubierta por su sombra, en este título esponsal se evoca de modo especial la obra del Espíritu Santo en María. El misterio nupcial de la Virgen Madre la sitúa en relación con Aquel que es, en el misterio de Dios, la nupcialidad eterna del Padre y del Hijo y, en la historia de la salvación, el artífice de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo.

La imagen de Dios que nos ofrece María, como esposa, es la del Dios cercano, que se hace Emmanuel, Dios con nosotros. En el seno de María Dios se une a los hombres en alianza nupcial. El Espíritu Santo, que cubre a María con su sombra, hace presente en el interior de nuestra carne el misterio trinitario. En el seno de María, por obra del Espíritu Santo, se unen el Padre engendrante y el Hijo engendrado tan realmente que el engendrado por María en el tiempo es el mismo y único Hijo de Dios, engendrado en la eternidad. El Espíritu Santo, amor personal, une en el seno de María, el Hijo amado con el Padre amante.

El Espíritu Santo es la nupcialidad, el vínculo de amor eterno entre el Padre y el Hijo, y también el vínculo de amor que une al Padre con el Hijo encarnado en el seno de María. El Espíritu Santo es también el vínculo de la alianza entre Dios y los hombres en la Iglesia. María, arca de la alianza, Esposa de las bodas escatológicas entre Dios y su pueblo, está íntimamente vinculada al Espíritu Santo, derramado sobre ella para actuar la nueva y eterna alianza, sellada en la sangre de Cristo. En el Espíritu Santo, María se une con el Padre y con el Hijo. En el Espíritu Santo, María participa de la fecundidad del Padre y de la filiación del Hijo. Esposa en el Espíritu, Maria se nos presenta como la transparencia de su acción esponsal, como vínculo de unidad, sello del amor divino en su vida trinitaria y en su actuación salvadora. Madre del Hijo de Dios, hija predilecta del Padre, María es “templo del Espíritu Santo” (LG 53), “sagrario” y “mansión estable del Espíritu de Dios” (MC 26). El Espíritu es el que hace de María la Esposa, haciéndola Virgen Madre del Hijo y de los hijos de la nueva alianza.

María es, por tanto, icono del Espíritu Santo. El Espíritu Santo siempre se manifiesta a través de la mediación de otra persona. No habla con voz propia, sino por medio de los profetas. Nadie tiene experiencia directa del Espíritu Santo, sino de sus efectos, de las maravillas que obra en el mundo y en la historia de la salvación. En María se refleja el ser y el obrar del Espíritu. Poseída por el Espíritu desde el primer instante, en la encarnación, en el Calvario, en Pentecostés y en la vida de la Iglesia coopera con El, actúa bajo su impulso y posibilita su transmisión a la Iglesia. Ella es la realización perfecta de la comunión con Dios que el Espíritu Santo suscita y lleva a cabo en la Iglesia. María no suplanta al Espíritu Santo, sino que da rostro humano a su acción invisible. La Virgen, pues, “plasmada por el Espíritu”, es icono del Espíritu Santo, reflejo de su misterio nupcial:

Profundizando en el misterio de la encarnación, los Padres vieron en la misteriosa relación Espíritu- María un aspecto esponsalicio, descrito poéticamente por Prudencio: la Virgen núbil se desposa con el Espíritu (MC 26).

A través de imágenes bíblicas, San Luis Grignon de Monfort expresa la relación íntima y singular de María con el Espíritu Santo: María es la fuente sellada, el paraíso terrestre de tierra virgen, inmaculada, donde habita el Espíritu Santo. Este lugar tan santo es guardado, no por un querubín, sino por el mismo Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo, María produce el más grande fruto que jamás se haya dado: un Dios-hombre. Por medio del Espíritu Santo, María continúa engendrando a los cristianos: “El Espíritu Santo, que se desposa con María, y en ella y por ella y de ella produjo suobra maestra, el Verbo encarnado, Jesucristo, como jamás la ha repudiado, continúa produciendo todos los días en ella y por ella a los predestinados por verdadero, aunque misterioso modo”.

Jesús, al morir en la cruz, “inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19,30). Y, a continuación, del costado abierto de Cristo, salió sangre y agua, cumpliéndose la profecía de Jesús, que había anunciado que de su seno brotarían ríos de agua viva, corno signo del Espíritu que recibirían los que creyeran en El (Jn 7,39). Allí, bajo la cruz, estaban María y Juan. Ellos son los “creyentes en El” que asisten al cumplimiento de la promesa, recibiendo el Espíritu de Cristo. Bajo la cruz, pues, estaba María recibiendo el Espíritu Santo, como inicio e imagen de la Iglesia.

En Pentecostés, María queda inmersa en el fuego del Espíritu Santo. Ya no está sólo cubierta por la ¡ sombra del Espíritu Santo, sino penetrada por su fuego junto con los discípulos, fundida con ellos, transformada en el único cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Ella, en el corazón de la Iglesia, transfigurada por el Espíritu Santo, es la memoria viva, testimonio singular del misterio de Cristo. Y hasta el final de los tiempos María permanece en el corazón de la Iglesia “implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo” (LG 59).

MEDITACIONES DE MARÍA

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS

           En María tenemos el primer testimonio de la victoria de su Hijo sobre la muerte. Con su asunción al cielo en cuerpo y alma, María es la primera testigo viviente de la resurrección. En su persona misma, María nos testimonia que el reino de Dios ha llegado ya. Ella proclama el triunfo de la obra salvadora del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En el “cielo aparece como signo” de esta victoria para toda la Iglesia. La asunción de la bienaventurada Virgen en cuerpo y alma al cielo afirma sobre María aquello que confesamos para nosotros en la fórmula de fe del símbolo apostólico: la resurrección de la carne y la vida eterna.

La maternidad divina y la virginidad perpetua (los dos primeros dogmas) y la concepción inmaculada y la asunción en cuerpo y alma a los cielos (los dos últimos) salvaguardan la fe cristiana en la Encarnación del Hijo de Dios, salvaguardando igualmente la fe en Dios Creador, que puede intervenir libremente sobre la materia y nos garantiza la resurrección de la carne. Las dos primeras expresiones mariológicas se formularon en el contexto de las controversias cristológicas; las dos últimas responden a las cuestiones de antropología teológica sobre el estado original, el pecado original, la donación de la gracia y el destino final del hombre.

Las fiestas marianas del 15 de agosto y del 8 de diciembre representaron un fuerte estímulo para profundizar en el misterio de María: como glorificación de Dios en María se afirmó su Inmaculada concepción en el comienzo; y en el final, su Asunción a los cielos en cuerpo y alma. Así los dos últimos dogmas marianos son un “acto de culto” a Dios, a quien se da gloria por las maravillas realizadas en María, como siguo de las maravillas que desea realizar en todos nosotros. Esta intención se señala expresamente en la bula de la definición: “Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios declaramos”; “para gloria de Dios omnipotente..., para honor de su Hijo..., para mayor gloria de la misma augusta Madre..., proclamamos, declaramos y definimos”.

Al mismo tiempo estas definiciones se proclaman “para gozo y regocijo de toda la Iglesia”. Es la dinámica de la fe eclesial la que se expresa en estos dogmas, en su deseo de profundizar en el conocimiento del misterio cristiano, dentro de una contemplación creyente y adorante del mismo: “después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocado la luz del Espíritu de verdad”.

Junto a esta intención primera, estas dos últimas definiciones responden a dos reduccionismos opuestos en el ámbito de la antropología teológica: por un lacio se responde a la exaltación moderna del hombre en su subjetividad y en su protagonismo histórico, llevado hasta el extremo de negar a Dios. Y por otro lado se responde al pesimismo de la Reforma protestante, que, para exaltar a Dios, anula al hombre. Entre estos dos extremos -la gloria del hombre a costa de la muerte de Dios y la gloria de Dios a costa de la negación del hombre- se sitúa la Fe de la Iglesia, que une lo humano y lo divino en la unidad de la persona del Verbo encarnado. Y, como en los dos dogmas primeros, también ahora María es el vehículo para presentar la auténtica fe de la Iglesia.

En contra de la idea del hombre como árbitro absoluto de su propio destino, en el dogma de la Inmaculada concepción de María se afirma la absoluta primacía de la iniciativa de Dios en la historia de la redención: “Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el mismo instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”.

La Inmaculada nos muestra la soberanía de Dios sobre la creación. María es vista, en el proyecto de salvación de la Trinidad santa, totalmente referida a su Hijo. La elección por parte del Padre, absolutamente libre y gratuita, se realiza para María -como para todos- a través de la mediación única y universal del Hijo Jesús, por cuyos méritos ante el Padre quedó preservada inmune del pecado original desde el momento de su concepción. María viene a la existencia por obra del Padre mediante el Hijo en el Espíritu. Esta visión celebra el triunfo de la gracia de Dios. En el comienzo del misterio de María todo es gratuito. Ella queda colmada de la gracia de Dios desde el primer instante, antes de haber podido hacer ningún acto meritorio. Ella entra en el mundo envejecido llena de la gracia de Dios, que devuelve en ella la creación a su origen primordial.

Y María, la transformada por la gracia de Dios en el instante mismo de su concepción, terminada su peregrinación por la tierra, es asunta en cuerpo y alma al cielo. Frente al pesimismo de la reforma en relación al hombre, la Iglesia proclama con el dogma de la Asunción que Dios no rivaliza con el hombre y su gloria, sino que la afirma. En la Asunción de María se verifica el antiguo axioma de San Ireneo: “La gloria de Dios es el hombre vivo”. El Dios que actúa en la historia de la salvación se complace en la salvación del hombre, que la acoge. Lo mismo que María es inmaculada porque el Espíritu de Dios la colmó de gracia y la preservó del pecado en atención a los méritos del Hijo, así la victoria sobre la muerte, realizada en Cristo resucitado, resplandece plenamente en María, que tiene con El un lugar en el cielo. Recogiendo la tradición eclesial, el sen- sus fic/ei, la constitución Munificentissimus Deus, del 1 de noviembre de 1950, afirma: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Las razones de este acto divino se evocan en los títulos que se atribuyen a María en la misma definición: Inmaculada, Madre de Dios, siempre Virgen. Estos títulos remiten a la relación de María con su Hijo, en el marco de la elección por parte del Padre y bajo la acción del Espíritu Santo. En el misterio de María se manifiesta anticipadamente lo que su Hijo divino realizó por nosotros al resucitar de entre los muertos, es decir, la victoria sobre el pecado y sobre la muerte. En María resplandece para nosotros el proyecto divino sobre el hombre. La dignidad y vocación del hombre aparece plenamente iluminada en la Virgen María, elevada a la gloria celestial. De este modo es para nosotros un signo de esperanza, ya que manifiesta el destino de nuestra ¡ peregrinación terrena y alimenta la fe de nuestra resurrección, garantizada por la resurrección de Cristo.

La virginidad de María es ya un anuncio de su glorificación escatológica. Isaías había entrevisto la gloria eI.erna de Jerusalén como centro del mundo (Is 2,2-3), llamándola “virgen hija de Sión” (Is 37,22-29). Así Jerusalén era figura de la Jerusalén celestial (Ap 22,9), Esposa del Cordero. La visión de Isaías ha hallado su cumplimiento en María. Cristo, nuevo Adán, en su concepción virginal inicia una nueva genealogía de la humanidad. María virgen es, en su persona, el signo de este mundo nuevo, la primera elegida, anticipación del estado de resucitados, en el que los hombres serán igual a los ángeles (Lc 20,34ss). De este modo la Virgen María es el anuncio de la ciudad celeste, Esposa del Cordero (Ap 19,7-9; 21,9), morada de todos los elegidos, que serán llamados vírgenes (Ap 14,4), porque siguen al Cordero dondequiera que va.

Quedando en pie la absoluta primacía de Dios, gracias a su voluntad e iniciativa libre y gratuita en Cristo, Dios y Hombre, lo humano queda redimido y la vida divina se hace accesible, de modo que la gloria de Dios es el hombre vivo y la vida plena del hombre es la visión de Dios.9 La Inmaculada concepción y la Asunción de María no son el fruto de un nuevo mensaje de Dios, sino una explicitación de lo revelado por Dios en la historia de la salvación a la luz del Espíritu Santo, que conduce a la Iglesia a la verdad plena de lo que Cristo enseñó (Jn 14,26; 16,13). Su definición “es el sello de dos intuiciones de la Iglesia relativas al principio y al final de la misión de María, que se fueron aclarando progresivamente al profundizar en las relaciones de la Virgen con Cristo y con la Iglesia”.10 Ningún cristiano puede renunciar a la verdad sobre la Virgen porque comprometería la verdad salvífica sobre Cristo y sobre Dios, Trinidad santa: María, por su íntima participación en la historia de la salvación, reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe. Cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre (LG 65). La representación de María -en la imagen de la Medalla milagrosa, según las apariciones de 1830 a santa Catalina Labouré- une los dos puntos, inicial y final, de su existencia. Es la Virgen de Nazaret, que apoya sus pies sobre el mundo y aplasta la cabeza de la serpiente: el mal no tuvo poder sobre ella. Y es la Virgen glorificada, inundada de luz, mediadora de gracia, que derrama los dones divinos sobre el globo.

C) IMAGEN E INICIO DE LA IGLESIA GLORIOSA

Hoy es preciso mirar a María, verla en el Evangelio como ella se presenta y no como nosotros nos la imaginamos. Es necesario mirar a María para contemplar el papel esencial que ella tiene en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia. En ella, como imagen de la Iglesia, se nos muestra el sello con el que nosotros debemos sei’ modelados: cada cristiano y la Iglesia entera. Más que mirar a renovar la Iglesia según las necesidades del tiempo presente, escuchando las críticas de los enemigos o siguiendo nuestros propios esquemas, es necesario alzar los ojos a la imagen perfecta de la Iglesia, que se nos muestra en María.

La Iglesia contempla a Maria “como purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (SC 103; MC 22). Basándose en la tradición patrística y medieval, H de Lubac dice que la conciencia cristiana “percibe a María como la figura de la Iglesia su sacramento..., el espejo en el que se refleja toda la Iglesia. Ella la lleva ya y la contiene toda entera en su persona”.’2 María es el inicio, el germen y la forma perfecta de la Iglesia; en ella se encuentra todo lo que el Espíritu derramará sobre la Iglesia. En María se celebra la promesa y la anticipación del triunfo de la Iglesia. De este modo, María “no eclipsa la gloria de todos los santos como el sol, al levantarse la aurora, hace desaparecer las estrellas”, como se lamentaba santa Teresa de Lisieux de las presentaciones de la Virgen. Al contrario, la Virgen María “supera y adorna” a todos los miembros de la Iglesia.

El dogma de la Asunción fue promulgado no el 15 de agosto, sino el 1 de noviembre, en la fiesta de todos los santos. No se trata de glorificar a María en sí misma, sino de glorificar en ella la bondad y poder del Salvador. La Asunción no es un privilegio singular, sino la anticipación de lo que espera a todos los creyentes, destinados desde su bautismo a la gloria del cielo, pues “si perseveramos con El, reinaremos con El” (2Trn 2,12). María es la garantía de lo que todos esperamos. La Asunción es una profecía para nosotros. Después de Pentecostés María no sale, como los apóstoles, a predicar, pero con su Asunción proclama y testimonia el anuncio de todos los apóstoles: que la muerte ha sido vencida por el poder de Cristo resucitado: “Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que esta escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria” (lCo 15,54).

Maria, entre los santos, es la primera salvada, la primera en quien el poder de Dios se ha realizado plenamente. Pero, como la gracia de la Inmaculada Concepción, no la substrajo de la condición humana, tampoco la Asunción ha separado a María de la Comunión de los Santos, sino que la ha situado en el corazón de la Iglesia celeste. María, revestida del Sol de la gloria de Dios, nos manifiesta luminosamente la victoria de Dios sobre el pecado y la muerte. María, la primera redimida, es también la primera glorificada.

María, “figura de la Iglesia”, es el espejo de la Iglesia. En ella se refleja la luz de Cristo y en ella la Iglesia se ve a sí misma en todo su esplendor y belleza. Confrontándose con esta imagen la Iglesia se renueva y embellece cada día para presentarse como Esposa de Cristo. Contemplar a María como figura de la Iglesia y como Palabra de Dios a la Iglesia tiene que llevar a “poner por obra la Palabra y no contentarse sólo con oírla, engañándoos a vosotros se parece al que contemplasu imagen en un espejo, pero, apartándose, se olvida de cómo es” (St 1,2224).14

María es el inicio y la primicia de la Iglesia. La Iglesia nace de la Pascua de Cristo. Pero el fruto de la Pascua se anticipa en María. Las fiestas de María nos llevan a celebrar en María lo que esperamos que se realice en nosotros. Por eso, en la liturgia, se la llama repetidamente “tipo”, “inicio”, “exordio”, “aurora de la salvación”, “principio de la Iglesia”. María nos enseña a vivir, como ella, abiertos al Espíritu, para dejarnos fecundar por su sombra. En la Eucaristía invocamos al Espíritu para que “santifique los dones de pan y vino aquel Espíritu que llenó con su fuerza las entrañas de la Virgen María” (Misal mariano).

“Del mismo Espíritu del que nace Cristo en el seno de la madre intacta, nace también el cristiano en el seno de la santa Iglesia”.15 Como María, la Iglesia “da a luz como virgen, fecundada no por hombre, sino por el Espíritu Santo”.16 La total apertura y acogida de la Virgen a la acción del Espíritu Santo es la que le llevó a ser Madre de Dios. En eso aparece como imagen y primicia de lo que la Iglesia es y está llamada a ser cada vez más: arca de la alianza, esposa bella “sin mancha ni arruga”, “pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4).

María es realmente imagen de la Iglesia, su mejor realización completa, en perfecta comunión con Cristo. María, por ello, es llamada “hija de Sión”, como personificación del pueblo de Israel y del nuevo Israel, la Iglesia. El prefacio de la fiesta de la Inmaculada canta a la Virgen “como comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura”. Y en la fiesta de la Asunción la celebramos, gloriosa en el cielo, “como inicio e imagen de toda la Iglesia”.

En ella celebramos lo que Dios tiene preparado para nosotros al final de la historia. Por ello el prefacio de la fiesta canta: “hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios: ella es figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo todavía peregrino en la tierra”. Recogiendo esta expresión de la fe del pueblo de Dios, el Catecismo de la Iglesia Católica llama a María “icono escatológico de la Iglesia” (n.972).

Otro de los prefacios marianos del Misal romano da gracias a Dios porque “en Cristo, nuevo Adán, y en María, nueva Eva, se revela el misterio de la Iglesia, como primicia de la humanidad redimida”. Como primera cristiana nos invita con su palabra y con su vida a seguir a Cristo: “haced lo que El os diga”; a acoger la palabra de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”; a vivir en la alabanza: “proclama mi alma la grandeza del Señor”. Como la llama Juan Pablo II, María “es la primera y más perfecta discípula de Cristo” (RM 20). Como primera creyente es la primera orante, la que escucha la palabra y la medita en su corazón. Como dice otro prefacio: “María, en la espera pentecostal del Espíritu, al unir sus oraciones a las de los discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia orante”. Como primera discípula de Cristo es también maestra, que nos enseña la fidelidad a Cristo. En la santidad de María, la Iglesia descubre la llamada de todos sus hijos a la santidad: Mientras la Iglesia ha alcanzado en la santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (Ef 5,27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos (LG 65).

La Iglesia, contemplando la santidad de María, aprende el camino de la santidad. María testimonia a todos los cristianos la experiencia del Espíritu, que la ha colmado de gracia, les remite a Cristo, único mediador entre los hombres y el Padre, para asemejarse cada día más a su Esposo, como María se conformó a El en la fe. Mirando a María, esperanza realizada, la Iglesia aprende a vivir con los ojos puestos en las cosas de arriba, afianzándose en la certeza de los bienes futuros, sin instalarse en lo efimero y caduco de la escena de este mundo que pasa.

La Virgen Madre es el Icono de la Iglesia. En ella resplandece la elección de Dios y el libre consentimiento de la fe a esa elección divina. En ella se ofrece a los ojos del corazón creyente la ventana del misterio. Lo mismo que “el icono es la visión de las cosas que no se ven”,17 así también María es, ante las miradas puras de la fe, el lugar de la presencia divina, el “arca santa” cubierta por la sombra del Espíritu, la morada del Verbo de vida entre los hombres. Pero, sino visible del icono es perceptible para todos, lo invisible se ofrece a quien se acerca a él con corazón humilde y con docilidad interior Sólo acercándose a María con esta actitud se puede descubrir en ella el misterio de Dios actuando en ella.

En la singularidad de María la Iglesia se reconoce a sí misma. La Iglesia, pueblo de Dios, es más que una estructura y una actividad. En la Iglesia se da el misterio de la maternidad y del amor esponsal, que hace posible tal maternidad. La Iglesia es el pueblo de Dios constituido cuerpo de Cristo. Pero esto no significa que la Iglesia sea absorbida en Cristo. La expresión “cuerpo de Cristo”, Pablo la entiende a la luz del Génesis: “dos en una sola carne” (Gn 2,24; iCo 6,17). La Iglesia es el cuerpo, carne de Cristo, en la tensión del amor en la que se cumple el misterio conyugal de Adán y Eva que, en su “una carne”, no elimina el ser-uno-frente-al-otro.

La Iglesia, pueblo de Dios constituido cuerpo de Cristo, es la esposa del Señor Este es el misterio de la Iglesia que se ilumina a la luz del misterio de María, la sierva que escucha el anuncio y, en absoluta libertad, pronuncia su fiat convirtiéndose en esposa y, por tanto, en un cuerpo con el Señor En la figura concreta de la Madre del Señoi la Iglesia contempla su propio misterio. En ella encuentra el modelo de la fe virginal, del amor materno y de la alianza esponsal a la que está llamada. Por eso, la Iglesia reconoce en María su propio arquetipo, la figura de lo que está llamada a ser: templo del Espíritu, madre de los hijos engendrados en el Hijo, pueblo de Dios, peregrino en la fe por los senderos de la obediencia al Padre. El Vaticano II, con San Agustín, ha confesado a María en la Iglesia como “madre de sus miembros, que somos nosotros, porque cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza”.18 “Por este motivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera como madre amantísima, con afecto de piedad filial” (LG 53).

Virgen-Madre-Esposa, icono del misterio de Dios, es, por tanto, análogamente icono del misterio de la Iglesia. Como en María, la comunión trinitaria se refleja también en el misterio de la Iglesia, “icono de la Trinidad”. La comunión eclesial viene de la Trinidad, que la suscita por la iniciativa del designio del Padre y las misiones del Hijo y del Espíritu. La luz que irradia la santa Trinidad resplandece en su icono María-Iglesia, criatura del Padre, cubierta por la sombra del Espíritu para engendrar al Hijo y a los hijos en el Hijo. Los padres de la Iglesia han relacionado la fuente bautismal de la que salen los regenerados por el agua y el Espíritu Santo con el seno virginal de María fecundada por el Espíritu Santo. María virgen está junto a toda piscina bautismal. Así San León Magno relaciona el nacimiento de Cristo con nuestro nacimiento en el bautismo: Para todo hombre que renace, el agua bautismal es una imagen del seno virginal, en la cual fecunda a la fuente del bautismo el mismo Espíritu Santo que fecundó también a la Virgen.9 El Espíritu, gracias al cual Cristo nace del cuerpo de su madre virgen, es el que hace que el cristiano nazca de las entrañas de la santa Iglesia.

Icono de la Iglesia Virgen en la acogida creyente de la Palabra de Dios, María es igualmente icono de la Iglesia Madre: “La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios” (LG 64; MC 19). Esta relación se basa en el misterio de la generación del Hijo y de los hijos en el Hijo: “Al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia” (RM 43). Por eso puede decirse que la maternidad de la Virgen es un trasunto acabado de la maternidad de la Iglesia. De aquí que hablar de María sea hablar de la Iglesia. La una y la otra están unidas en una misma vocación fundamental: la maternidad.

Los testimonios de los Padres son numerosísimos: “La Iglesia es virgen. Me dirás quizás: ¿Cómo puede alumbrar hijos si es virgen? Y si no alumbra hijos, ¿cómo hemos podido dar nuestra semilla para ser alumbrados de su seno? Respondo: es virgen y es madre. Imita a María que dio a luz al Señor ¿Acaso María no era virgen cuando dio a luz y no permaneció siendo tal? Así también la Iglesia da a luz y es virgen. Y silo pensamos bien, ella da a luz al mismo Cristo porque son miembros suyos los que reciben el bautismo. ‘Sois cuerpo de Cristo y miembros suyos’, dice el Apóstol (lCo 12,28). Por consiguiente, si da a luz a los miembros de Cristo, es semejante a María desde todos los puntos de vista”.21 “Esta santa madre digna de veneración, la Iglesia, es igual a María: da a luz y es virgen; habéis nacido de ella; ella engendra a Cristo porque sois miembros de Cristo”.

“María dio a luz a vuestra cabeza, vosotros habéis sido engendrados por la iglesia. Por eso es al mismo tiempo madre y virgen. Es madre a través del seno del amor; es virgen en la incolumidad de la fe devoto. Ella engendra pueblos que son, sin embargo, miembros de una sola persona, de la que es al mismo tiempo cuerpo y Esposa, pudiéndose así también comparar con la única Virgen María, ya que ella es entre muchos la Madre de la unidad”.

Icono materno de la paternidad de Dios, la iglesia está siempre unida a María, dando a luz a sus hijos: “No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por madre”. La Iglesia, imitando a María, tiene la misión de hacer nacer a Cristo en el corazón de los fieles, a través del anuncio de la palabra de Dios, de la celebración del bautismo y de los otros sacramentos y mediante la caridad: “Como madre, recibe la semilla de la palabra eterna, lleva a los pueblos en su seno y los da a luz”.25 “La Iglesia da a luz, alimenta, consuela, cuida a los hijos del Padre, hermanos de Cristo, en el poder del Espíritu Santo. Por la palabra de Dios y el bautismo, cia a luz en la fe, la esperanza y la caridad a los nuevos creyentes; por la eucaristía, los alimenta con el cuerpo y la sangre vivificantes del Señor: por la absolución, los consuela en la misericordia del Padre; por la unción y la imposición de las manos les da la curación del alma y del cuerpo”.

En la escuela de la Madre de Dios, la Iglesia madre aprende el estilo de vida de la gratuidad, del amor que no espera contracambio, que se adelanta a las necesidades del otro y le trasmite no sólo la vida, sino el gozo y el sentido de la vida: “La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres” (LO 65).

La virginidad de María, como consagración a Dios, clisponibihdad y obediencia integral en la fe, le recuerda a la iglesia su comunión teologal en la fe, esperanza y caridad. La maternidad de la Virgen, por la que acoge la palabra de Dios coopera activamente en la salvación del mundo, le recuerda a la iglesia su misión maternal de servicio en vistas al reino de Dios. Por su íntima unión con Cristo, como madre y discípula perfecta, María induce a la Iglesia a considerarse como encarnación continuada de Cristo a lo largo de los siglos, invitándola a seguir sus huellas. Y la Virgen, “que avanza en la peregrinación de la fe” para participar luego de la victoria definitiva de Cristo en la gloria, indica a la Iglesia su condición peregrinante en tensión hacia la parusía del Señor.

La maternidad de María respecto al pueblo de Dios se ve sobre todo en su cooperación en la obra del Hijo: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente simpar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural en las almas. Por esto es nuestra madre en el orden de la gracia” (LG 61). Y más adelante, se añade: “Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna” (LG 62; CEC 963-975).

La realidad profunda de la Iglesia es femenina, porque es el cuerpo de Cristo, Esposa del Cordero. María es virgen y también la Iglesia es virgen, porque sólo de Dios recibe su fuerza y fecundidad, sin confiar en el vigor “del varón”. Así María es esposa y símbolo de la Iglesia esposa. María ha dado a Jesús su carne y Jesús da a la Iglesia su propia carne, haciéndose con ella una sola carne. La Eucaristía, en el corazón de la Iglesia, es este don total del Esposo a la Esposa, para hacer de nosotros carne de la carne de Dios. María es madre y símbolo de la Iglesia madre, que continuamente da la vida y el alimento de esa vida. María, desde el pesebre hasta la cruz, ha cuidado del cuerpo de Cristo y continúa este ministerio en la Iglesia. Juan Pablo II, en su carta a las mujeres del mundo, les presenta así a María: En la feminidad de la mujer creyente... se da una especie de “profecía” inmanente, un fecundo “carácter de icono”, que se realiza plenamente en María y expresa muy bien el ser mismo de la Iglesia como comunidad consagrada totalmente con corazón “virgen”, para ser “esposa” de Cristo y “madre” de los creyentes.

D) SIGNO SEGURO DE ESPERANZA

María es el icono escatológico de la Iglesia, el signo de lo que toda la Iglesia llegará a ser. En la Lumen gentiurn leemos: “La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el siglo futuro, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (2P 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo” (LG 68). Contemplando a María asunta al cielo, la Iglesia marcha hacia la Parusía, hacia la gloria donde la ha precedido su primer miembro.

La Iglesia sabe que, acogiendo al Espíritu corno María, se cumplirá en ella todo lo que se le ha prometido, y que en ella no ha hecho más que iniciarse, pero que lo contempla ya realizado en María, la Esposa de las bodas eternas. Y mientras peregrinamos por este mundo, María nos acompaña en el camino de la fe con corazón materno. Como dice un prefacio del Misal: “desde su asunción a los cielos, María acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor”.

María, la humilde sierva del Señoi es un signo de esperanza para todos los creyentes. Envuelta y bendecida por el poder del Altísimo, se ha convertido en la imagen de su presencia entre los hombres. Glorificada con Cristo, la asunción a los cielos inaugura para María una vida nueva, una presencia. espiritual no ligada ya a los condicionamientos de espacio y tiempo, un influjo dinámico capaz de alcanzar ahora a todos sus hijos: Precisamente en este camino, peregrinación eclesial a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas, María está presente, como la que es “feliz porque ha creído”, como “la que avanzaba en la peregrinación de la fe”, participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo (RM 25).

Podemos aplicar a María la palabra del prot feta Isaías: “Esta es la vía, id por ella” (Is 30,21). San Bernardo decía que María es “la vía real” por la que Dios ha venido a nosotros y por la que nosotros podemos ahora ir hacia El.28 “María coopera con amor de Madre a la regeneración y formación” de los fieles (LG 63). Ella “está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y a la vez como aquella Madre que Cristo, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu a todos y a cada uno en la Iglesia; acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia” (RM 47).

María, con el ftat de la Anunciación, recibe en su seno a Cristo, aceptando la voluntad del Padre de redimir a la humanidad por la encarnación del Verbo. Esta aceptación del plan redentor de Dios se le fue aclarando poco a poco a lo largo de su vida, en el itinerario de la fe tras las huellas de su Hijo. De este modo fue tomando conciencia de su misión maternal respecto a nosotros. Según se fue desplegando dentro de la historia el misterio de su Hijo, a María se le fue dilatando su seno maternal, hasta llegar al momento de la cruz (y de pentecostés) en que su maternidad llegó a su plenitud, abrazando a toda la Iglesia y a todos los hombres. Y ahora, glorificada en el cielo, María es perfectamente consciente de su misión maternal dentro del plan de salvación de Dios. Por ello sigue totalmente unida, en voluntad e intención, con la voluntad e intención salvífica del único Salvador de la humanidad, Cristo glorificado.

El tema de la intercesión de María, como la intercesión de los santos, es constante en la liturgia, donde se presenta a Cristo como el único mediador y redentor. Esto significa que la intercesión de María no se añade a la interceSión de Cristo, ni la sustituye, sino que se integra dentro de ella. Se puede comparar con la intercesión de los cuatro hombres de Cafarnaúm que colocan al paralítico ante Cristo y “con su fe” obtienen el perdón de los pecados y la curación del paralítico (Mc 2,5). María, gracias a la victoria de Cristo sobre la muerte, puede seguir cumpliendo esta intercesión más allá de la muerte. La vida nueva, fruto de la victoria de Cristo sobre la muerte, permite a cuantos la han heredado, seguir participando en la vida de la Iglesia después de su muerte. Ellos están llamados a impulsar con Cristo la llegada plena del Reino de Dios. Los mártires, que han testimoniado con su muerte, esta nueva vida, y los que lo han hecho con su vida, los santos, han sido venerados en el culto de la Iglesia desde los primeros siglos. Entre ellos, en primer lugar y de un modo singular es nombrada en la liturgia la Virgen María.

E) MARÍA, ESPLENDOR DE LA IGLESIA

Descubriendo el carácter eclesial de María descubrimos el carácter mariano de la Iglesia. María es miembro de la Iglesia, como la primera redimida, la primera cristiana, hermana nuestra y, a la vez, madre y modelo ejemplar de toda comunidad eclesial en el seguimiento del evangelio. María es hermana y madre nuestra. María no puede ser vista separada de la comunión de los santos. Se la puede llamar “madre de la Iglesia”, porque es madre de Cristo y, por tanto, de todos sus miembros. Y, sin embargo, María sigue siendo “nuestra hermana”.

 La tradición hebrea interpretó el salmo 45 en clave mesiánica, como encuentro nupcial del Mesías con la comunidad de Israel. La carta a los Hebreos lo aplicó a Cristo para exaltar su supremacía sobre los ángeles, los “compañeros” del salmo, y para celebrar su obra salvífica en la muerte y resurrección. El salmo así adquiere una dimensión nueva, convirtiéndose en el retrato anticipado de Cristo Rey glorificado, salvador y guía de los redimidos. Luego, los Padres continuarán este proceso interpretativo aplicando todo el salmo a Cristo y a la Iglesia, iluminando el salmo con otros textos del Nuevo Testamento que presentan este simbolismo nupcial: “Este misterio es grande: lo diga en relación a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,32), “pues os he desposado con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo” (2Co 11,2).

Y tras esta interpretación fue fácil pasar a la interpretación mariana, pues la belleza y el esplendor de la Iglesia brilla con los rasgos del salmo en María. Ella es la esposa y reina por excelencia. “De pie a tu derecha (de Cristo) está la reina enjoyada con oro de Ofir El Rey está prendado de tu belleza. El es tu Señor... Toda espléndida, entra la hija del Rey con vestidos en oro recamados; con sus brocados es llevada ante el Rey. Vírgenes tras ella, compañeras suyas, donde El son introducidas; entre alborozo y regocijo avanzan, al entrar en el palacio del Rey”.

Pío XII en 1955 instituyó la fiesta de María Reina que, segin la última reforma litúrgica, celebramos el 22 de agosto como complemento de la solemnidad de la Asunción con la que está unida, como sugiere la Lumen gentium: “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte” (LG 59).

En la gloria, María cumple la misión para la que toda criatura ha sido creada. María en el cielo es “alabanza de la gloria” de Cristo (Ef 1,14). María ajaba, glorifica a Dios, cumpliendo el salmo: ‘AJaba, Sión, a tu Dios” (Sal 147,12). María es la hija de Sión, la Sión que glorifica a Dios. Alabando a Dios, se aiegra, goza y exulta plenamente en Dios.

“Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero” (Ap 21,9) dice el ánl del Apocalipsis, invitando a contemplar “la ciudad santa, Jerusalén, que desciende del cielo, desde Dios, resplandeciente con la gloria de Dios”. Si esta ciudad no esta hecha de muros y torres, sino de personas, de los salvados, de ella forma parte María, la “Mujer”, expresión plena de la hija de Sión. Igual que, al pie de la cruz, María es la figura y personalización de la Iglesia peregrina naciente, así ahora en el cielo es la primicia de la Iglesia glorificada, la piedra más preciosa de la santa ciudad. “La ciudad santa, la celeste Jerusalén, -dice San Agustín-, es más grande que María, más importante que ella, porque es el todo y María, en cambio, es un miembro, aunque el miembro más excelso”.

“Al celebrar el tránsito de los santos, la Iglesia prodama el misterio pascual cumplido en ellos” (SC 104). La fiesta de la Asunción de María celebra el pleno cumplimiento del misterio pascual de Cristo en la Virgen Madre, que por designio de Dios estuvo durante toda su vida indisolublemente unida al misterio de Cristo. Asociada a la encarnación, a la pasión y muerte de Cristo, se unió a El en la resurrección y glorificación. La segunda lectura (iCo 15,20-26) de la celebración sitúa la Asunción de María en relación con el misterio de Cristo resucitado y glorioso. como anticipo de nuestra glorificación: En verdad es justo darte gracias, Padre santo, porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.

HOMILÍA: MARIA ASUNTA A LOS CIELOS

LA ASUNCIÓNDELA VIRGEN

Todos los privilegios marianos tienen su origen y fundamento en la Maternidad Divina de María. Esta Maternidad Divina por lo tanto exigía la Inmaculada Concepción, porque un cuerpo que jamás tuvo pecado no puede corromperse, pues la corrupción y la muerte son consecuencia del pecado. Igual que para su Inmaculada Concepción, podemos decir de su Asunción a los cielos: «DECIR QUE DIOS NO PODÍA… porque Dios quiso, porque la quiso madre sin pecados ni consecuencia del pecado. Habiendo sido templo del Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo, convenía a esta dignidad que fuera reservado incólume el cuerpo que en el parto conservó la virginidad.

San Pablo en (1 Cor 15, 20, 26) hablando de Cristo como primicia de los resucitados, concluye que un día los creyentes tendrán parte en su glorificación, pero en distinto grado: Cristo, como primicia; después todos los cristianos. Y entre los cristianos, el primer puesto le corresponde sin duda a María, que fue siempre suya, porque como hemos afirmado anteriormente, jamás estuvo manchada por el pecado.

Ella, la Virgen, es la única criatura en quien la imagen de Dios nunca fué ofuscada, porque Ella es la Inmaculada Concepción, obra predilecta e intacta de la Santísima Trinidad. En la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo siempre se han complacido.

Esta predilección de Dios Uno y Trino, por María halla en Ella una respuesta por este amor de Dios, su adhesión total al querer de Dios, como lo podemos apreciar (Lc 1.59, 56), la Virgen ante el saludo de Isabel que exalta su fe, responde con ese himno de alabanza que la Iglesia en su liturgia lo reza siempre: PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR, PORQUE HA MIRADO LA PEQUEÑEZ DE SU ESCLAVA, DESDE AHORA ME LLAMARÁN BIENAVENTURADA TODAS LAS GENERACIONES!

Sí ¡Sí Madre!, todos nos alegramos y gozamos por las maravillas que Dios ha hecho en Tí. Nosotros creemos con todo el fervor de nuestra fe en tu Asunción, y estamos seguros como nos dice la liturgia, que desde tu Asunción a los cielos nos acompañas con amor materno, ejerciendo esta maternidad, que tu Hijo nuestro Señor Jesucristo te confíó en la Cruz.

Nos unimos a toda la Iglesia en aquella mañana del 1° de noviembre de 1950, cuando Su Santidad Pío XII proclamó el dogma de tu glorificación, Asunción con estas palabras: «Pronunciamos, Declaramos, y Definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María terminado el curso de su vida terrestre fué Asunta en cuerpo y alma a la gloria celestiaI»

Para terminar este editorial gozoso.

Nosotros ahora y siempre te cantamos: ¡salve madre EN LA TIERRA DE MIS AMORES TE SALUDAN LOS CANTOS QUE ALZA EL AMOR!

Mejor y así terminamos hoy: UN DÍA VER AL IRÉ AL CIELO, PATRIA MÍA, ALLÍ VERÉ A MARÍA , OH SI YO LA VERÉ.

HOMILÍA

LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO

(Ahí va una homilía chula, de cuando uno tenía veintitrés años, mucho amor a la Virgen y se ajustaba a la oratoria que le había enseñado Don Pelayo en el Seminario.  Fue mi «primer sermón» a la Virgen en el misterio de su Asunción a los cielos)

QUERIDOS HERMANOS:

       1.- Celebramos hoy el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Esta verdad fue definida como dogma de la fe por el Papa Pío XII en el año 1950, siendo yo seminarista y todavía recuerdo la fiesta por todo lo alto que celebramos en el Seminario y en la Catedral de Plasencia, con misa «pontifical» solemnísima del Señor Obispo, D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo y todas la banderas de España y de todos los movimientos apostólicos. ¡Qué buen Obispo, cómo le recuerdo!¡Qué homilía!

       Sin embargo, queridos hijos de María Reina y Madre, esta definición no hacía falta realmente, porque el pueblo cristiano ya profesaba esta verdad desde siglos y la había celebrado con certeza y gozo desde siempre; por eso, a muchos cristianos, sobre todo al pueblo sencillo, más que admiración, le causó extrañeza, porque él siempre había celebrado la Asunción de María al cielo y honrado a la reina de los cielos y había rezado y había contado entre sus verdades de fe este privilegio de María.

       2.- Y es que necesariamente tenía que ser así, tenía que subir al cielo con su Hijo, necesariamente tenía que subir en cuerpo y alma antes de corromperse en el sepulcro, por las exigencia eternas del amor del Hijo a la Madre y de la Madre al Hijo.

       La Virgen añoraba la presencia del Hijo de sus entrañas, del Hijo que tanto la amaba y aunque amaba y quería a la Iglesia naciente y a sus hijos de la tierra, ella no podía soportar más la ausencia maternal y externa del hijo, porque siempre lo tenía en su corazón abrasado de amor hacia Él; a nuestra Madre Inmaculada, llena de gracia y amor, no le podía caber en su limitado cuerpo, aunque totalmente adaptado y sutil a su alma, la plenitud casi infinita de Madre de Dios y de los hombres; su carne inmaculada no pudo contener mas el torrente de estos dos amores, y habiendo ella reunido en su espíritu, con vivo y continuo amor, todos los misterios más adorables de su vida llevada con Jesús y recibiendo siempre perpendicularmente las más abrasadas inspiraciones que su Hijo, Rey del cielo y Esplendor de la gloria del Padre, lanzaba de continuo sobre ella, fue abrasada, consumida por completo por el fuego sagrado del Amor del Espíritu Santo, del mismo fuego del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, de manera que murió y su alma, así extasiada y enajenada, pasó a los brazos dulcísimos de su hijo, Hijo del Padre, como el gran río se penetra en el océano o la mínima sacudida desprende del árbol el fruto ya maduro, como la luz dulce y serena de una estrella, que al llegar la mañana, se esconde en el azul del cielo.

       3.-Porque la Virgen murió, sí, hermanos, murió, pero murió de amor, murió abrasada por el fuego sagrado del amor a su Hijo y a sus hijos a los que ayudaría más desde el cielo que desde la tierra, porque podría estar juntos a ellos, en todas las partes del mundo, y en comunicación directa y eficaz.

       Murió de amor. Se puede morir con amor, como todos los cristianos que mueren con la gracia de Dios en el alma, como mueren todos los justos, como moriremos nosotros. Se puede morir por amor, como los mártires, que prefieren morir, derramar su sangre antes de ofender a Dios; pero morir de amor, morir abrasada por el fuego quemante y transformante del amor de Dios, por el fervor llameante del Espíritu Santo, morir de Espíritu Santo, metida por el Hijo en su Amor al Padre, al Dios Amor que realizó y se goza en el proyecto de amor más maravilloso, ya realizado por el Hijo totalmente y consumado en ella… eso sólo en María.

       Por eso a ella con mayor razón que a ninguna otra criatura se le pueden aplicar aquellos versos de San Juan de la Cruz, que describen estas ansias de unión total en el Amado:  Hijo mío, «descubre tu presencia y tu figura, y máteme  tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura…¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste?». Son las nostalgias del amante que quiere fundirse en una realidad en llamas con el Dios amado.

       Jesús, el Hijo, había robado el corazón de su madre que permanecía separada de Él en la tierra. Es justo que si Él había robado el corazón de la madre, fuera un ladrón honrado y se llevase hasta el cielo lo que había robado.

       4.- ¡Ah hermanos! Es que el Hijo de María es hijo, hijo de una madre y esta madre está llena del Amor de Espíritu Santo de la Santísima Trinidad que le hace al Hijo el Hijo más infinito de amor y entrega y pasión por el Padre, porque le constituye en el  Hijo Amado, y el Hijo con el mismo Amor de Espíritu Santo le hace Padre al Padre, con el mismo amor de Espíritu Santo, y de este amor ha llenado el Hijo por ser hijo a la madre. El hijo de María es el Hijo más Hijo y adorable que pueda existir porque es el mismo Hijo de Dios. El Hijo de Dios es verdaderamente el hijo de María.

       Lógicos, madre, tus deseos, tus ansias por estar  con Él, tu anhelo de vivir siempre junto a Él. Por eso, Madre, en tus labios se pueden poner con mayor razón  que en los de  nuestros místicos: «Vivo sin vivir en mi y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dame la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es tan entero, que muero porque no muero.»

       Sí, hermanos, desde la Ascensión de su hijo al Cielo, a la Esencia Plena de la Trinidad, María vivía más en el cielo que en la tierra. Le suponía a Dios «más trabajo» mantenerla viva aquí abajo en la tierra que llevársela consigo al cielo. Son las ansías de amor, las impaciencias que sienten las almas transformadas e inflamadas por el fuego pleno del Espíritu Santo, una vez transformadas totalmente y purificadas, de que habla San Juan de la Cruz, almas o que las colma el Señor totalmente o mueren de amor.

       El que abrasa a los Serafines y los hace llama ardiente, como dice la Escritura, ¿no será capaz de abrasar de amor y consumirla totalmente con un rayo de Espíritu Santo que suba hasta los Tres en el cielo de su Esencia divina? Nosotros no entendemos de estas cosas porque no entendemos de esta clase de amor, porque esto no se entiende si no se vive, porque para esto hay que estar purificados y consumidos antes por el Amor de Espíritu Santo, que lo purifica y lo quema todo y lo convierte todo en «llama de amor viva, qué tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro». Es morir de amor, la muerte más dulce que existe, porque en ese trance de amor tan elevado que te funde en Dios, eso es el cielo: «esta vida que yo vivo, es privación de vivir y así es continuo morir, hasta que viva contigo. Oye, mi Dios, lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero».

       Y murió la Virgen, sí, hermanos, murió de amor y su cuerpo permaneció incorrupto en el sepulcro como el de Jesús, hasta que Él se lo llevó al cielo.

       5.- La Asunción de la Virgen al Cielo de la Trinidad fue precedida de diversos hechos. Primeramente, su muerte. Muerte física y real como la nuestra, aunque causada por el amor. Por eso no fue precedida por el dolor o el sufrimiento o la agonía. Fue muerte gozosa, tranquila, como un sueño de amor. Murió por seguir en todo al hijo; el Hijo fue el Redentor y murió para salvarnos; la Madre fue corredentora y tenía que seguir sus mismos pasos muriendo, pero de amor por el Hijo y por los hijos transformada y recibiendo ya la plenitud de Salvación del Hijo, que tuvo ya en su Concepción Inmaculada desde el primer instante de su ser y la rebasó totalmente de ese mismo amor en el último instante de su existir.       

       Antiguamente se celebraba esta fiesta en la Iglesia con el nombre de la «Dormición de la Virgen» o el «Tránsito de la Virgen». Murió la Virgen y su cuerpo permaneció incorrupto hasta que la Virgen se lo llevó al cielo. Por eso, no tenemos reliquias corporales de la Virgen ni de Cristo, a pesar de la devoción que siempre tuvo la cristiandad a la Madre. No sabemos el tiempo que permaneció así, no sabemos si fueron horas o minutos, pero fue la primera redimida totalmente, como en nuestra resurrección lo seremos todos nosotros.

       6.- No pudo permanecer mucho tiempo en el sepulcro, porque no podía corromperse aquel cuerpo que había sido durante nueve meses templo de Dios en la tierra y morada del Altísimo, primer sagrario en la tierra, arca de la Alianza, Madre de la Eucaristía. No convenía que conociese la corrupción para gloria de Dios Padre, que quiso asociarla tan íntimamente a su generación del Hijo en el hijo; no convenía por el Hijo: «decir que Dios no podía es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo (subirla a los cielos), no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal… <<ser concebida, María>>  aquí lo cambio por <<ser asunta a los cielos, sin pecado original>>.

       Tenía que subir al cielo porque la gloria de Dios lo exigía, notaba su ausencia de vida, no podía permanecer inactivo aquel corazón capaz de amarle más que todos los ángeles y santos juntos. Así que cuando su Hijo quiso, se la llevó consigo y fue coronada reina del cielo y del universo.

       El Padre la dijo: Tú eres mi Hija predilecta porque he querido hacerte copartícipe de mi virtud generadora del Hijo en el hijo que concebiste por el Espíritu Santo, como ninguna otra criatura podrá serlo ni yo quiero ya. El Hijo la dijo: Tú eres mi Madre, la madre más grande que he tenido y puedo tener. El Espíritu Santo le dijo: Tú serás mi Esposa, te haré Madre del Verbo Encarnado. Y desde allí, coronada de la Luz y de Gloria  divinas, no deja de amarnos y cuidar de los hijos de la tierra, más que si hubiera permanecido entre nosotros, porque desde allí puede estar con todos, cosa imposible en la tierra, allí siempre y con todos a la vez.

       Por eso, desde el cielo es más madre, más nuestra, está totalmente inclinada sobre la universalidad de todos sus hijos. Se ha convertido en pura intercesión nuestra, totalmente inclinada sobre nuestras necesidades. Por eso, tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, querer y desear el cielo: el cielo es Dios, es estar en el regazo eternamente del Padre y de la madre, junto al Hijo, llenos de Espíritu Santo.

       ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor! Está tan cargada de dones y gracias, que necesita volcarlas en sus hijos de la tierra a los que tanto quiere.

       Al subir al cielo, iría viendo todos los lugares donde había sufrido. Todo ha pasado. Todo pasa, hermano, que sufres, y la Virgen desde el cielo te quiere ayudar.

       Mírala con amor en este día. Ella subiendo al cielo nos enseña a elevarnos sobre la tierra y saber que todo tiene fin aquí abajo y debe terminar en el cielo. Y eso es lo que la pedimos, y esto es lo que rezamos y así terminamos: <<Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto, oh quien pudiera ahora asirse a vuestro manto>> para escalar con Vos el Monte Santo.

       Santa María, Reina del cielo, tu Asunción nos valga; llévanos un día, a donde tú hoy llegas, pero llévanos tú, Señora del buen aire, Reina del Camino y Estrella de los mares.

SEGUNDA HOMILÍA DE LA ASUNCIÓN

(Es la misma homilía anterior, pero más sencilla, más acomodada a los tiempos actuales, pero con el mismo amor)

       QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos. Hoy es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo. Esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos ayude a vivir más pensando en el cielo. Ella deseó tanto estar en el cielo con su hijo que fue asumida totalmente por este amor, como los santos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

       1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

       a) Asunción es la acción de asumir, llevarse algo en brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida por el amor de su hijo, que era el Hijo Amado del Padre y por el Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma;

        b) para ser asumida, tuvo que morir primero como el Hijo había muerto en el hijo engendrado por ella; muere el hijo en su naturaleza humana, tiene que morir la madre para seguir sus mismos pasos. No estaba bien que muriera el hijo por amor y la madre no muriera, aunque fuera por amor;

       c) murió y fue resucitada por el hijo ya Hijo total, como Él también había muerto en el hijo;

       d) y subió al cielo; el cielo no es un lugar, sino la posesión hasta donde le es posible al hombre; María está en la misma orilla de la Divinidad, por eso es omnipotente como Dios, pero suplicando

       2.- María fue asunta en cuerpo y alma al cielo:

       a).- Por Madre de Dios. Porque su Hijo lo quiso y pudo hacerlo porque Él es Dios. Porque  (ver el prefacio)

       b).- Por llena de gracias desde el primer instante de su existencia. Y la gracia es la semilla del cielo. A más gracia, más cielo. Y como rebosaba y estaba llena de gracia al principio, fue llenada y asunta al cielo al final. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

       c).- Por corredentora. Por haber estado siempre junto a su hijo. Es más, en su pasión y muerte, ese hijo permitió que el Padre le quitara todas las ayudas, para poder sufrir más por Él y por los hombres, sus hermanos; pero no consintió que no estuviera junto a Él su madre, porque la necesitaba. Pisó las huellas dolorosas del hijo, convenía, era exigencia de amor que pisara las huellas gloriosas hasta el cielo. Fue la primera redimida totalmente desde el principio hasta el final de la redención.

       d).- Por santa. Santidad es unión con Dios. Si algunos santos desean morir para estar con Dios, la Virgen mucho más.

Estando su hijo hecho Hijo plenamente en el cielo, donde la humanidad se hizo totalmente Verbo de Dios, era natural y lógico que natural que su madre deseara Verbalizarse en Él y por Él con el Padre y el Espíritu Santo. Le pegan mejor que a nadie estos versos de las almas enamoradas: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

       3.- Felicitémosla:

       a).- Por criatura totalmente redimida, la primera, por ser una de los nuestros, criatura creada por amor y para el amor, pero, en definitiva, criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: es la primera redimida en totalidad. Nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana. Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.

       b).- Por haber sido madre del Hijo de Dios, que nos lleva a todos al cielo. Qué seguridad y certeza de conseguirlo, por ser nuestra madre también y por hacernos hermanos de uno tan grande que es Dios, que todo lo puede. Y el cielo nos lo ha conseguido y prometido. Y lo cumplirá. ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y cielo, es un cielo, es nuestro cielo con Dios! En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Por eso su triunfo es el nuestro; como criaturas creadas por el amor de Dios tenemos su mismo destino. Ella ha conseguido ya la plenitud que buscamos. Como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, mirarla, hacer alguna cosa por ella.

       c) Por ser meta y camino: María asunta al cielo se convierte por eso para todos nosotros los desterrados hijos de Eva en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo. Por eso se convierte en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra creyente, es eternidad feliz con Dios. Es cita de eternidad para todos sus hijos. “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

       d) Por Intercesora. En el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, es omnipotente suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que elevar la mirada sobre todas las cosa terrenas y esto nos inspira fe, amor, pureza de vida

       Celebremos así esta fiesta, que es nuestra, porque ella es nuestra madre; celebrémosla con estos sentimientos y actitudes y certeza. Recemos. Contemplemos. Bendigamos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, esto es «benedicere», bendecir a Dios  por las maravillas obradas en Ella, que es un cielo en el Cielo de la Trinidad. Amén.    

 

PENTECOSTÉS CON MARÍA A LA VERDAD COMPLETA:

       Vamos a meditar ahora, reunidos con María, en el significado de estas palabras en las que Jesús promete a los Apóstoles el Espíritu Santo: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré”.

       Convenía que Cristo se fuera, porque los Apóstoles se habían fijado sólo en lo externo de Cristo, en sus milagros, en sus hechos, pero lo más grande de Cristo es su Espíritu, sin interioridad, sus sentimientos, su interior. Entonces tenía que desaparecer en su forma externa y física para que los Apóstoles llegaran a descubrirla. Sería una venida del mismo Cristo, pero hecho todo fuego, llama de amor viva, Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo es el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el beso y abrazo de Amor que es el Espíritu. Y eso es la verdad completa para Cristo. Y sólo el Espíritu Santo, su Espíritu hecho solo amor, sin palabras, la puede enseñar.

       La Verdad completa es la experiencia de lo que sabemos, creemos, rezamos. Creer y saber las verdades, a palo seco, sin sentir nada, es verdad incompleta. Cuando la teología no experimenta, llega a olvidarse. Cuando la liturgia no se vive, todo es puro ritualismo vacío de sabor y vida. Lo decía San Ignacio: «No el mucho saber hasta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente».

       La Verdad completa que Cristo nos promete es la vivencia de la Santísima Trinidad dentro de nosotros, porque somos templos del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por la potencia de Amor del Espíritu Santo: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviera en la Eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro Misterio».

       Todos nosotros hemos rastreado estos paisajes de alma en los años tranquilos y gozosos del Seminario. Hoy quizás nos cueste más trabajo entrar dentro de nosotros mismos. Pero si hacemos oración a la Virgen, si la invocamos, si Ella camina junto a nosotros en nuestra vida pidiendo, contemplando, a la que es modelo de la Iglesia, de todos los cristianos, de todos los sacerdotes, su oración: “María meditaba todas estas cosas en su corazón” y su ejemplo y su ayuda, como a los Apóstoles en el Cenáculo, nos puede ayudar mucho para recibir el Espíritu Santo y llegar así a la verdad completa de Cristo, de nuestro sacerdocio, de nuestro apostolado.

       Lo que más nos interesa esta mañana de Ella es todo lo referente a su aspecto teológico-sacerdotal. La explicación de esta unión de María con nuestro sacerdocio es muy sencilla.

       María ha sido elegida para ser Madre de Cristo Sacerdote, para que en su seno tuviera origen el ser y actuar sacerdotal de Cristo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” ( Hbr  ).

       María ha sido elegida para estar siempre unida a la obra redentora de Cristo, asociada desde la Anunciación a su misión redentora como sacerdote y víctima de propiciación por los pecados del mundo  hasta el Calvario donde “Estaba junto a la cruz su madre...” Como los sacerdotes son los que prologan esa obra redentora en la tierra, los que hacen presente todo este misterio de salvación, especialmente en la Eucaristía, la Virgen tiene que seguir unida ejerciendo esa tarea maternal que Cristo la confió: “He ahí a tu madre” “he ahí a tu hijo”. María está muy unida a todo sacerdote, porque somos signos personales de Cristo Sacerdote, Cabeza de la Iglesia y buen Pastor, al cual Ella, por voluntad de su Hijo, «no sin designio divino», como dice la Lumen gentium, estuvo asociada como madre.

       Recordemos que María ha dado a luz y ha alimentado y educado y cuidado a Cristo en su realidad concreta. La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María. La maternidad de María dice relación directa al ser, a la función y a la vivencia sacerdotal de Cristo que el seno de María inicia su “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. María y Cristo engendrado por el Espíritu Santo tienen un mismo corazón y una misma sangre y un mismo respirar, y esa sangre recibida de María será la que derrame por nuestra salvación. Por lo tanto, las vivencias  y los sentimientos y las actitudes sacerdotales de Cristo, desde el seno materno, dicen una relación intimísima. Podemos decir que entre Cristo sacerdote y María hay una unión biológica y total: carne y espíritu.

       María abre su seno y su corazón a la Palabra pronunciada con todo amor por el Padre, al Verbo encarnado, que queda desde ese momento ungido y consagrado por el mismo Espíritu Santo que nos unge a nosotros sacerdotes, y Cristo queda constituido por la potencia de Amor del Espíritu Santo Sacerdote Único de la Nueva Alianza al irrumpir por María en el tiempo y espacio de la historia humana, que se convierte en Historia de Salvación.

       Por eso, el Vaticano II, en el Decreto Presbyterorum Ordinis dice: «Veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y Auxilio de su Ministerio».

       Sabe la Virgen del Sacerdocio de Cristo y nuestro más que todos los teólogos y liturgos juntos; lo mismo que de vida, entrega y espíritu sacerdotal. El Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo y Ella los que más saben y pueden ayudarnos en este conocimiento y vivencia. De aquí la pregunta: ¿Cómo ser sacerdote en plenitud y no estar unidos a María, la Madre Sacerdotal? ¿Cómo no pedírselo todos los días, cómo no estar todos los días diciéndole, eso es la oración, Espíritu de mi Cristo, Espíritu Santo, que hiciste a Cristo Sacerdote del Altísimo en el seno de María, y le enviaste al desierto de la oración y de las noches enteras, a la evangelización de las gentes por aquellos caminos de Palestina, hasta que jadeante y sudoroso se sentó en el brocal del pozo esperando a la Samaritana, y lo guiaste hasta la cruz, donde “Estaba también su madre...”?, yo quiero sumergirme en el seno, en el corazón  y en respirar y vivir de María, para que sea sacerdote, presencia sacramental de su Hijo,  según tu potencia de Amor.

       El Espíritu Santo y María están muy unidos, celebraron unos desposorios muy fuertes y eficaces porque engendraron al Hijo del Eterno Padre y le dieron una naturaleza humana para que pudiera ser sacerdote y víctima en la cruz. La misma acción hizo sacerdote a Cristo y a María, Madre.

       Todo lo que hemos dicho hasta ahora se refiere más bien al ser sacerdotal de Cristo, al que María estuvo totalmente unida como Madre. Pero es que Ella también estuvo singularmente asociada alactuar sacerdotal de Cristo desde la Encarnación hasta la Cruz. Por lo pronto, Ella, con su especial maternidad-sacerdotal, se anticipó a su Hijo en el sufrimiento y en la victimación cumpliendo la voluntad del Padre.

        Por aceptar la voluntad del Padre y el deseo del Hijo de encarnarse en su seno, precisamente en Ella, María tuvo que sufrir muchas incomprensiones, sospechas y desprecios. No dio explicaciones a nadie, vivió su ofrenda y holocausto en unión con el Hijo que nacía lleno de deseos de Salvación por todos los hombres. Se ofreció al Padre con su Hijo, ofrenda anticipada a la Eucaristía, en victimación silenciosa. La Virgen del silencio martirial. Qué ejemplo para todos los sacerdotes, cuando alguien no nos comprende, no piensa bien de nosotros. María no pierde el tiempo dando explicaciones.

       María es la única y elegida como madre unida por disposición divina a la vida y actuación sacerdotal de Cristo, porque lo ha querido y dispuesto la Santísima Trinidad. María participa en esta realidad sacerdotal, que es toda la vida de Cristo, en cuanto instrumento materno, que hace posible la acción sacerdotal de Cristo en la Encarnación, en la Inmolación como sacerdote y víctima en la cruz y en Pentecostés. Y María sigue asociada a la obra que realiza Cristo a través de la humanidad de otros hombres, por voluntad de su Hijo que quiso tener junto a sí en el momento cumbre de su actuar sacerdotal.

       Este sentido sacerdotal de la maternidad de María lo expresa muy claramente la L.G. 58 « Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma... (Jn 19, 25-27)».

       ¿Quién dijo a María que tenía que subir al calvario, quien la llevó hasta la cruz, quién la mantuvo en pié, víctima con la Víctima? Su instinto materno, que era sacerdotal, que era de Cristo, que era por el Espíritu Santo. Todas las fibras de su ser estaban sacudidas. La presencia de María junto a la Cruz no era solamente cuestión “de la carne y de la sangre”, demostraba su compromiso de participación total en el sacrificio redentor del Hijo, por designio misterioso del Padre y así ha quedado para siempre como modelo perfecto de todos los que quieran asociarse sin reservas al ofrecimiento salvador del Hijo.

       “Mujer, he ahí a tu hijo”; esta sobriedad y esencialidad de palabras que se dirían propias de una fórmula casi sacramental hacen pensar, que María, por encima de las relaciones familiares, ha estado vinculada con el Hijo en su misión redentora y sacerdotal y que las palabra de Jesús tienen un valor simbólico que va más allá de la persona del discípulo predilecto. Abarca a todos los hombres, pero singularmente a los sacerdotes como Juan. De esta manera Cristo implica a su madre no sólo en la propia entrega al Padre, sino también en la donación de sí mismo a los hombres, especialmente a los apóstoles.

       “He ahí a tu Madre”; igualmente otras brevísimas palabras dirigidas por Jesús a Juan, parecen como sacramentales, parecen instituir un sacramento. Al amor maternal de María hacia nosotros, deberá responder de nuestra parte un amor filial a Ella. El discípulo de Jesús está invitado a amar a María y a amar como María, sufriendo como Ella junto al Hijo. Con estas palabras Jesús nos viene a decir a todos: Ámala como yo la he amado y así sentirás su ayuda. Si para mi ha sido imprescindible en este momento y consentido que mis amigos se vayan pero, sin embargo, he querido que su presencia y su consuelo y su amor no me falte en este momento, si para mi ha sido imprescindible, ¿cómo no lo será para vosotros?

       En concreto, en estas palabras Jesús funda el culto Maríano, el culto filial sacerdotal. Jesús que había experimentado y apreciado el amor maternal de María en la propia vida,  ha querido también que sus discípulos pudieran, por su parte, gozar de este amor materno como componente de su relación con Él, en todo el desarrollo de su vida espiritual y sacerdotal.

       Se trata de sentir a María como Madre y tratarla como Madre para que nos forme como sacerdotes, como prolongadores de la presencia de Cristo,  y nos enseñe a tratarla como elegida por Dios para que nos forme también a nosotros y nos enseñe cómo asociarnos a las actitudes sacerdotales de su Hijo.

       El evangelista concluye diciendo que “desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19, 27). Esto significa que el discípulo ha respondido inmediatamente a la voluntad de Jesús. Como nosotros debemos hacerlo. Aquel gesto de Juan era la ejecución del testamento oral de Cristo que tenía un valor para todo apóstol invitado ya a recibir a María en su casa, a hacerle un puesto en la propia vida. En virtud de las palabras de Jesús agonizante, todo sacerdote, todo apóstol debe ofrecer un espacio a María, no puede dejar de incluir su presencia en su vida sacerdotal. Y todo por voluntad de Cristo.

       Y de hecho, en la historia de la Iglesia, sobre todo desde la Ascensión de su Hijo, María ha estado muy presente en la vida de los Apóstoles en Pentecostés, hasta las manifestaciones y apariciones verdaderas, que nos hablan claro de su amor por todos los hombres. Por lo tanto, María nos será siempre una ayuda y un modelo valiosísimo, imprescindible en nuestra dura y a veces incomprendida vida sacerdotal.

       La maternidad de María dice relación al ser y existir sacerdotal de Cristo, corrió su misma suerte, pisó sus huellas de dolor, tuvo sus mismas marcas por su unión al misterio redentor del Hijo. Y como todo sacerdote es prolongación de Cristo, es hijo de María especialmente, y Ella es la que principalmente me puede enseñar a ser y actuar sacerdotalmente como hijo en el Hijo. Es más, en razón de su maternidad actual, de su  actuar salvífico presente sobre la Iglesia, la acción de acción de María tiene un marcado sentido sacerdotal y eclesial. Nuestras acciones como sacerdotes para engendrar a sus hijos, los hombres, a la vida cristiana, se identifican a veces con las acciones nuestras sacerdotales. Atención, que estoy rozando el límite, pero no llego a la herejía. Porque no digo cuales, que sería lo más difícil teológicamente, hablo en general, vale. ¿Quién es aquella Señora vestida de sol y coronada de estrellas que en el Apocalipsis aparece entre dolores de parto danto a luz a un hijo? No puede ser el nacimiento del Hijo, que fue sin dolor, sino de los hijos, como los sacerdotes, como la Iglesia a la que representa aquella señora, pero la Iglesia es a los sacerdotes a los que confía en engendrar hijos de Dios por la gracia, la predicación, el apostolado. En relación con María el Vaticano II lo dice muy claro: «Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar, desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues asunta a los cielo, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación eterna» (LG 62).

       Aquí entraría un nuevo concepto teológico que se refiere a su actuación salvífica actual, unida a Cristo, que ejerce su sacerdocio celeste ante el Padre, ofreciéndose e intercediendo como Único Mediador y Ella como asociada. En María es su maternidad eclesial actual como Madre de la Iglesia. Lo dice muy claramente el Concilio: «Asunta a los cielo, no ha dejado esta misión salvadora... continúa obteniéndonos los dones de la Salvación eterna»

       Los efectos de su acción maternal o de María como madre de la Iglesia es ayudar a engendrar a Cristo por el Espíritu Santo en nosotros y por nosotros, cuidar de esa vida como madre, tarea confiada por Cristo y unida a Él a favor nuestro.

       Los efectos de las acciones de Cristo, María y nosotros sacerdotes son santificadores: Cristo, en razón de Cabeza y Único Sacerdote; María como Madre de Cristo y de la Iglesia; y nosotros, sacerdotes, como presencia sacramental y prolongaciones del Único Sacerdote. Ciertamente en María estas acciones no son estrictamente sacerdotales, ministeriales, como en nosotros, que prestamos nuestra humanidad a Cristo, sino acciones maternales con efectos suprasacerdotales, incluso, engendradores también de filiación y vida divina. Y en esto como en todo, María es modelo y tipo para los sacerdotes.

       Dice muy bien la Lumen gentium: «La Virgen María en su vida fue ejemplo de aquel afecto (celo pastoral) materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (65). Es decir, la misma realidad de María, presente activamente en la Iglesia, es una realidad sacerdotal en cuanto sacerdocio de Cristo por medio de los signos eclesiales.

       Además, si toda la Iglesia es Pueblo Sacerdotal, cada uno según su propia vocación, María, como Madre de la Iglesia, es punto culminante de esta participación, aunque el modo le es peculiar, siempre como Madre de Cristo, unida a su ser y existir sacerdotal en relación a la Iglesia y a los hombres, como Madre de la Iglesia.

       Repito: la participación de María en el sacerdocio de Cristo no es ministerial, por eso, Ella no ejerce los servicios sacerdotales del sacerdote en nombre de Cristo: no bautiza, no consagra: Ella está a un nivel distinto y superior, que podría llamar fontal, porque actúa en la cabeza, junto a la Cabeza y desde la Cabeza, que es Cristo, como madre de su ser y existir sacerdotal.

       Y por eso, todos nosotros, pastores, tenemos que mirar a María para imitar sus actitudes maternales en relación a Cristo y también tenemos que mirar a Cristo sacerdote en la relación con su Madre. De Cristo aprenderíamos afecto filiar a María. De María a Cristo: cómo vivir nuestra unión con Él y espíritu materno en relación con la Iglesia: celo pastoral, que engendra vida y sobre todo, ayuda de María para llevar a efecto nuestra propia participación en el sacerdocio de Cristo.

       Y desde aquí surge nuestra peculiar relación con María, Madre de Cristo Sacerdote, y de la Iglesia, pueblo sacerdotal. Y de aquí surge una relación especialísima de protección y de ayuda de María en relación con los sacerdotes, a los que Ella ve como prolongaciones de su Hijo Sacerdote, especialmente en la celebración de la Eucaristía que hace presente su estar “junto a la cruz” unida a la pasión y muerte de su Hijo.

       De aquí se deduce que la devoción, la unión del sacerdote con María como Madre Sacerdotal no es marginal, ni de añadidura ni de adorno, sino consustancial y parte integrante de su sacerdocio, tipo y modelo de su espiritualidad sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal, para que sea verdad completa, ha de tener vibraciones Maríanas, por ser precisamente cristológica y eclesial. Los sacerdotes anunciamos a Cristo, que nació de María Virgen, hacemos presente el misterio redentor de  Cristo, al que asoció a María, y seguimos engendrando a los hijos de Dios por la gracia sacramental, con María, Madre de la Gracia y de la Iglesia.

       Sin María, sin una relación muy íntima con Ella nuestro sacerdocio no es pleno en Cristo, ni gratificante ni plenificante para nosotros ni para la Iglesia, no hay gozo sacerdotal pleno sin María, no hay verdad completa, ni vivencia “en Espíritu y Verdad” de lo que somos y hacemos en Cristo. Sin María el sacerdocio se vive en noche oscura y tremenda y espesa. No querer y amar a María en intensidad indicaría muchas cosas. Y todas negativas. ¡Qué gran madre sacerdotal tenemos. Qué plenitud de gracias y consuelo y ánimos y privilegios para los sacerdotes! ¡Qué madre más dulce y sabrosa! ¡Qué hermosa y dulce y tierna nazaretana!

       El Magisterio y la Tradición eclesial han indicado esta realidad con afirmaciones muy expresivas: «Si la Virgen Madre de Dios ama a todos con tiernísimo afecto, de una manera muy particular siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de Jesús» (PÍO XII, Menti nostrae, 24). Qué alegría escuchar esto, pero sobre todo, vivirlo.

       Y Juan Pablo II: «Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio» (Carta del Jueves Santo 1989, 11). Renovemos, pues, hoy, esta consagración a María de todo lo que somos y hacemos en nuestro sacerdocio. Y manifestemos esta devoción sacerdotal a la Virgen en la fidelidad a la Palabra: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”; y en la docilidad al Espíritu Santo que nos consagró sacerdotes del Altísimo.

       El Concilio Vaticano II resume la espiritualidad o actitud Mariana del sacerdote con estas palabras: «De esta docilidad (a la misión del Espíritu Santo) hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen  María, que guiada por el Espíritu Santo, se consagró al ministerio de la redención de los hombres: Los presbíteros reverenciarán  y amarán con filial devoción y culto a esta Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio» (PO 18).

       Esta santidad Mariana o unión a María, junto con la devoción especial al Espíritu Santo, es una línea fuerte de espiritualidad sacerdotal, porque de ellas surgen y se alimentan el amor a Cristo Sacerdote y el amor a su Iglesia. Y María es la mejor ayuda.

  3ª Edición

       Parroquia de san Pedro. Plasencia. 1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

¡TU CUERPO Y SANGRE,

SEÑOR!

HOMILÍAS Y MEDITACIONES

EUCARÍSTICAS

A JESUCRISTO EUCARISTÍA, SUMO Y ETERNO SACERDOTE, PAN DE VIDA ETERNA Y PRESENCIA DE AMISTAD permanentemente ofrecida a todos los hombres; y a todos mis hermanos sacerdotes, ministros del Misterio admirable de nuestra fe y Servidores de la mesa del Pan de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, a  los que tanto quiero, respeto y recuerdo todos los días, con ferviente devoción, ante nuestro Único Sacerdote y Víctima de la Nueva Pascua y Eterna Alianza con la Trinidad Divina.   

PRÓLOGO

La Eucaristía como pasión

Hay formulaciones felices que se convierten en referencia obligada siempre que hay que decir algo sobre determinados temas. En concreto, al hablar de la Eucaristía es imprescindible afirmar: «Eucaristía es fuente y culmen de la vida y misión de la Iglesia». Desde que esta frase apareció en la constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosantum Concilium, en su número 10, recogiendo la experiencia cristiana, no ha dejado de repetirse como santo y seña de todo aquel que quiera decir algo sobre el sacramento eucarístico. Si la frase ha hecho tanta fortuna es porque con ella se pone de relieve la centralidad de la Eucaristía en la vida del cristiano.

Este sacramento, en efecto, alimenta el vivir cotidiano de Pan de vida eterna; es decir, eleva lo vivido cada día a un horizonte en el que lo divino se une a lo humano y todo lo humano se proyecta hacia lo divino; pues se podía decir que la transustanciación del pan y el vino en cuerpo y sangre del Señor se realiza también místicamente en la vida de cada cristiano que lo recibe. Por eso, los que quieran que sea su centro y su corazón han de vivirlo con hondura y pasión. El autor de estas páginas es uno de esos cristianos que viven como testigos apasionados de la centralidad eucarística. Digo “vive”, porque, aunque es un valorado profesor de teología y un reconocido autor de profundos estudios sobre la Eucaristía, es también, y sobre todo, un sacerdote que cada día celebra ese maravilloso misterio con su comunidad parroquial de San Pedro, en la ciudad de Plasencia, a la que alienta -insisto en que apasionadamente- a vivir de la Eucaristía.

A lo largo de estas páginas, que ahora comienzas a leer, de la mano de Gonzalo Aparicio, -un buen guía- descubrirás la diversidad de matices de este misterio de amor en el que Jesús nos ofrece su cuerpo entregado y su sangre derramada por nosotros y por nuestra salvación. Verás, en efecto, qué es el sacrificio anticipado y perpetuado de Jesucristo, fuente de gracia para los creyentes en la Iglesia. Descubrirás que ese sacrificio es el sacramento de la Nueva y Eterna Alianza; y sentirás que la presencia permanente del cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, bajo las especies de pan y de vino, es alimento para nuestra vida, como viático que fortalece en el camino y sagrario para el encuentro, que alivia en el cansancio y la fatiga.

En lo que ahora vas a leer podrás comprender la grandeza de este misterio y cuáles son sus consecuencias para la vida de la Iglesia, sobre todo que la Eucaristía la conforma; pues «la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia», como nos acaba de recordar Juan Pablo II en su Encíclica, Ecclesia de Eucharistía, recogido de la tradición teológica. Las comunidades cristianas, en efecto, cada vez que celebran la Eucaristía, se abren a la unidad del Pan que los hace uno en el Señor, pues «participamos en el misterio que somos», como decía San Agustín, refiriéndose a este misterio de unidad; y sus miembros quedan unidos a Cristo para su santificación; juntos manifiestan su unidad católica en la única profesión de fe, de doctrina, de vida sacramental y de orden jerárquico; y cada comunidad actualiza la tradición apostólica celebrándola en memoria y por mandato del Señor. En resumen, la Eucaristía muestra a la Iglesia que la celebra como una, santa1católica y apostólica.

Pero como la Iglesia no vive para sí misma, sino para la misión, el don de la Eucaristía es siempre un paso imprescindible para la tarea. La unión con Cristo que tiene lugar al participar en el banquete eucarístico, no sólo transforma la vida del hombre y lo une a él, también lo envía a ser su testigo. La Eucaristía, aunque se celebre en el altar de una pequeña iglesia, se celebra siempre en el altar del mundo, pues une el cielo y la tierra y por la vida de cuantos participan en su gracia impregna de santidad toda la creación. El que escucha al final de la celebración «podéis ir en paz», se sabe enviado a ser testigo de la buena noticia que ha experimentado; sabe que ha de llevar el anuncio de ese misterio fontal y cumbre de la vida cristiana a todos los rincones del mundo con su vivir y su decir, pues con obras y palabras se evangeliza. De un modo especial, la Eucaristía, vínculo de caridad dentro y fuera de la Iglesia, nos ha de llevar a vivir la comunión en el tejido de las relaciones sociales y a ofrecer amor fraterno en las situaciones humanas de pobreza, tal y como se manifiestan en nuestro entorno social.

Sólo una palabra, antes de dejarles con el autor, para recordar una actitud imprescindible con la que acercarnos a la Eucaristía: tener conciencia de que es un don para adorar. Si de verdad queremos que ese maravilloso intercambio entre Jesús sacramentado y nosotros transforme nuestra vida y sea verdaderamente fuente y culmen, hemos de abrirnos con profunda docilidad y actitud interior de fe al misterio que celebramos. Sin adoración no podemos experimentar la encarnación sacramental de Jesucristo en nosotros; y, si no se encarna, no me transforma; si no me transforma, no me renuevo; si no me renuevo, no tengo nada que compartir; si no comparto nada, no puedo ofrecer lo que no tengo cuando salga a la calle y me encuentre con los que no han podido o querido sentarse a esa mesa. El primer paso, pues, para vivir la Eucaristía es de confianza y adoración devota; sólo así podemos alimentarnos en ella y ser testigos de su eficacia salvadora.Con mi bendición y estímulo a seguir profundizando en el misterio eucarístico para el autor y para quienes lean estas reflexiones teológicas y sus consideraciones espirituales.

  Amadeo Rodríguez Magro,

          Obispo de Plasencia.

INTRODUCCIÓN

El Papa Juan Pablo II ha declarado «año de la Eucaristía», desde octubre de este año del 2004, Congreso Internacional Eucarístico de Guadalajara, Méjico, hasta finales de octubre del 2005, Sínodo de los Obispos en Roma. Queriendo ayudar según mis posibilidades a su mejor celebración me ha parecido oportuno publicar este libro de HOMILÍAS Y MEDITACIONES EUCARÍSTICAS, teniendo muy en cuenta también las aportaciones de la última Encíclica del Papa Ecclesia de Eucharistia: «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fín del mundo” (Mt 28,20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia  con un intensidad única”       (Ecclesia de Eucharistia 1a).

La Eucaristíadel domingo, como mesa de la Palabra y del Sacrificio, siempre me ha parecido el corazón de toda la vida espiritual y pastoral cristiana, tanto a nivel parroquial como personal. En esto no soy nada original, lo dice la misma Encíclica antes citada: «Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el sacrificio eucarístico es “fuente y cima de toda la vida cristiana» (Ecclesia de Eucaristía 1b). El  Concilio Vaticano II:  «La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo» (PO 5) «La Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica...»; «...ninguna comunidad cristiana se edifica, si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda la educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

Sin domingo no hay cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía. La Eucaristía dominical es la manifestación pascual y semanal del Señor resucitado, en la que se aparece a sus discípulos y seguidores de todos los siglos para  alimentarnos con el pan de su Palabra y de su Cuerpo. Por eso, me gusta la Eucaristía dominical con su homilía, porque es el mismo Cristo entregando su vida por nosotros y explicándonos los motivos.

La homilías de este libro, al ser eucarísticas, casi todas fueron predicadas en las festividades  del Jueves Santo o del Corpus, pero su contenido vale para todos los tiempos y celebraciones que tengan como motivo o finalidad alimentar el amor a Jesucristo Eucaristía. Basta decir “en este día o en esta celebración”, donde el autor tenga escrito Jueves Santo o Corpus, y todo encaja perfectamente. Y lógicamente, aunque siempre trato de la Eucaristía, he procurado también que el contenido sea distinto, abarcando los diversos aspectos de la Eucaristía como sacrificio, comunión y presencia.

Por otra parte, todos sabemos que el estilo es la persona y, por tanto, las homilías de cada uno serán siempre  personales, en la forma, en el desarrollo y en el contenido. Todos los estilos son respetables, siempre que conserven las enseñanzas de los Apóstoles y la doctrina de la Iglesia y las normas de la liturgia y nos ayuden a conocer y amar más a Jesús Eucaristía. Estas homilías y meditaciones eucarísticas han sido escritas primeramente para que puedan servir de alimento espiritual a todos aquellos que las lean, además de los que las escucharon; segundo, quieren ser una sencilla ayuda para aquellos que ejercen el ministerio de la predicación, especialmente en esos días, en que uno no se siente inspirado o las ocupaciones pastorales no nos han dejado tiempo para pensar y orar la homilía que quisiéramos. Las meditaciones también pueden servir para Ejercicios Espirituales o días de Retiros personales o en grupo. Si os sirven para esto ¡adorado sea el Santísimo Sacramento del altar!

Estas homilías y meditaciones están pensadas y oradas principalmente para el pueblo cristiano, aunque algunas meditaciones hayan sido dirigidas a sacerdotes, variando por ellos un poco el nivel o las aplicaciones de las mismas, pero el evangelio  siempre es el mismo para todos. Y por favor, que a nadie se le ocurra expresarlas tal cual. Esto es muy personal. Este es mi estilo. El tuyo quizá sea distinto. Yo sencillamente digo a cada uno de los que las lean: hermano, aquí tienes unas ideas, medita y predica las que te guste.

Por último diré que han sido transcritas aquí tal cual fueron predicadas en la Eucaristía o donde fuera, sin ese cuidado crítico de citas y autores que se tiene, cuando van a ser publicadas; tampoco he querido retocarlas ahora, para que no pierdan nada de su inmediatez y frescura; sólo quiero que sean una humilde apor

tación y ayuda para los que las lean: el pueblo sencillo  y mis hermanos los sacerdotes. Y cuidado con uno de mis amigos predilectos, San Juan de la Cruz, a quien cito muchas veces en sus poesías y escritos, pero no pongo su nombre.

PRIMERA PARTE

HOMILÍAS  DEL JUEVES SANTO

   (Valederas para toda celebración eucarística, sustituyendo el término      «Jueves Santo» por «este día», «esta celebración». Así mismo advierto que las titulo homilías pero muchas pueden servir de meditación ante el Monumento o ante el Sagrario en dias de retiro o meditación personal).

PRIMERA HOMILÍA

QUERIDOS HERMANOS: En estos días solemnísimos de la Semana Santa, Cristo en persona debería realizar la liturgia, porque nuestras manos son torpes para tanto misterio y nuestro corazón débil para tantas emociones. Pero Cristo quiso hacerla  visiblemente sólo una vez, la primera, con su presencia corporal e histórica, y luego, oculto en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, quiso continuar su obra hasta el final de los tiempos. Por eso, ya que indignamente me toca esta tarde hacer presente ante vosotros la Última Cena, os pido que me creáis, porque os digo la verdad, siempre os digo la verdad, pero hoy de una forma especial en nombre de Cristo, a quien represento, aunque mi pobre vida sacerdotal más que revelaros esta presencia de Cristo en medio de vosotros,  pueda velarla.

Os pido que me creáis, cuando os hable de esta maravillosa presencia de Cristo en su ofrenda total al Padre por nosotros y nuestra salvación, de esta presencia para siempre en el pan consagrado; de su presencia también en el barro de otros hombres, los sacerdotes, y cuando os recuerde también su presencia en los hermanos, con el mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del evangelio. Fue hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo. Aquel primer Jueves Santo Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo...”, “Bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros...” Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él esto no es nada, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche. Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

       Dice la Encíclica Ecclesiade Eucharistia: «Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no. Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al final del <Triduum sacrum,> es decir, el papso que va dela tarde del jueves hasta la mañana del domingo. En esos días se enmarca el <mysterium paschale;> en ellos se inscribe también el <mysterium eucharisticum>» (Ecclesia de Eucharistia 2b).

Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos. Este Cristo eucaristizado nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros. Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soy“el testigo fiel”, que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios”; “Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

También el sacerdote, que os está predicando en este momento, se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad de la Última Cena que estamos celebrando: Señor, yo hago lo que puedo, les repito tus palabras, tus hechos, pero no puedo robarte tu corazón que es el centro y la fuente de toda esta liturgia. Mi vida también es pobre. Yo les he dicho que Tú estás aquí por amor, en la Eucaristía que celebramos, en el pan que consagramos. Háblales tú al corazón con esas palabras que incendian, abrasan y que jamás se olvidan. Señor, Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones de aquel día, Tú puedes y debes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas solo se comprenden si amamos como Tú... con ese amor que Tú mismo nos tienes que dar: “los que me coman vivirán por mí”, porque la Eucaristía es un misterio de amor, que  sólo se comprende cuando se ama así, hasta el extremo, como Tú; sólo un corazón en llamas puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia, solo el amor puede tocarlas y fundirse en una sola realidad en llamas con ellas, solo el amor... Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas.

El Jueves Santo es el día de la Eucaristía, pero también delSacerdocio. Porque después de veinte siglos, ¿de qué nos hubiera servido a nosotros tanto amor, tanta entrega, si no hubiera alguien encargado de multiplicarlo y ponerlo sobre nuestros altares? Por eso, porque en el correr de los siglos Cristo vio una multitud hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad... Jesús hizo a los encargados de amasar este pan, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres, seguid consagrando vosotros y vuestros sucesores esta Hostia santa. Comunicad este poder sagrado a otros. Haced que otros puedan consagrar... y así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder.

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, trascendentes, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la salvación única y trascendente del hombre, tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados:“Dijeron, éste blasfema, sólo Dios puede perdonar los pecados”.  Si tuviéramos más fe...

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre, en obediencia extrema, hasta dar la vida; para que nunca pasásemos hambre de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, hizo a los sacerdotes, como continuadores de su misión y tarea. Aquella noche, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía necesita esencialmente de sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo sacerdote que la realice.

“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí…”dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos. Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos... Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

Jueves Santo, día grande cargado de misterios, día especial para la comunidad creyente, nuestro día más amado, deseado y celebrado, porque es el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús.

Qué gozo ser sacerdote, tener un hijo sacerdote, un hermano sacerdote, un amigo sacerdote, tan cerca de Cristo, tan omnipotente... valóralo, estímalo, reza por ellos en este día, es  mejor que todos los puestos y cargos del mundo. No os maravilléis que almas santas hayan sentido en su corazón un aprecio tan grande hacia el sacerdocio, cuando Dios las ha iluminado y han podido ver con fe viva este misterio; no había nada de exagerado en sus expresiones, todo es cuestión de fe, si Dios te la da. Una Teresa de Jesús, que se quejaba dulcemente al Señor, porque no hubiera nacido hombre para poder ser sacerdote. Una Catalina de Siena, que después de contemplar su grandeza, corría presurosa a besar las huellas de los dulces Cristos de la tierra. Un S. Francisco de Asís que decía: Si yo viera venir por un camino a un ángel y a un sacerdote, correría decidido al sacerdote para besarle las manos, mientras diría al ángel: espera, porque estas manos tocan al Hijo de Dios y tienen un poder como ningún humano.

Comenzó Jesús exagerando la grandeza del sacerdocio, cuando en la Última Cena se postró ante ellos, ante los pies de los futuros sacerdotes y les dijo:“de ahora en adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamaré amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conocer...” Y desde entonces,  los sacerdotes, somos sus íntimos y confidentes. Por eso, nos confía  su cuerpo.

Cómo me gustaría que las madres cristianas cultivaran con fe y amor en su corazón la semilla de la vocación, para transplantarla luego al corazón de sus hijos, como cultiváis en vuestras eras  las semillas de tabaco o de pimiento, para luego transplantarlas a la tierra. Hacen falta madres sacerdotales, en estos tiempos de aridez religiosa y desierto espiritual en nuestras comunidades. Queridas madres, qué maravilla tener un hijo sacerdote, que todas las mañanas toca el misterio, trae a Cristo a la tierra, lo planta entre los hombres con todos los dones de la Salvación. Si tuvieras más fe, querida madre..., hacer a Dios de un trozo de pan y que fuera Navidad y Pascua para la almas que se acercan con amor... qué ayuda prestas a Dios y qué beneficio haces a la humanidad con un hijo sacerdote. Querida madre, ¿cuánto vale un alma? Cualquiera, no sólo la tuya o la mía sino hasta la del pecador más empedernido... vale una eternidad y tu hijo, sacerdote, puede salvarla con Cristo: “vete en paz, tus pecados están  perdonados; a vosotros no os llamo siervos sino amigos...” y tu hijo es amigo de Cristo para siempre y no siervo... y en cada Eucaristía, si está despierto en la fe, entra en el misterio de la Santísima Trinidad por el Espíritu, que da vida al Hijo, mediante una nueva encarnación sacramental en el pan, para gloria del Padre y tu hijo sacerdote se mete y dialoga con los Tres sobre su proyecto por el Hijo, sacerdote y víctima de Salvación eterna para el mundo y los hombres y todo se realiza con la Potencia del Amor Personal del Espíritu Santo porque para el sacerdote, en ese momento, el tiempo ya no existe, ha terminado y a veces vienen ganas hasta de morir para vivir plenamente lo que está celebrando. Qué pena, Señor, que falte fe en el mundo, en las madres, para hablar de estas realidades a sus hijos, para decirles que Tú nos amas hasta el extremo.

 Hermanos, sabéis de mi sinceridad, y desde ella os digo: mil veces nacido, mil veces sacerdote por amor, porque Él vale más que todo lo que existe,  Cristo, Hijo de Dios, hecho pan de Eucaristía, en el Jueves Santo.

SEGUNDA HOMILÍA DE JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: Ninguna lengua de hombre ni de ángel podrá jamás alabar suficientemente el designio y el amor de Cristo, al instituir la sagrada Eucaristía. Nadie será capaz de explicar ni de comprender lo que ocurrió aquella tarde del Jueves Santo, lo que sigue aconteciendo cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración sobre un trozo de pan. Todos los esfuerzos del corazón humano son incapaces de penetrar ese núcleo velado, que cubre el misterio, y que sólo admite una palabra, la que la Iglesia ha introducido en el mismo corazón de la liturgia eucarística: «Mysterium fidei»:  «Este es el misterio de nuestra fe». Y la liturgia copta responde a esta afirmación: «Amén, es verdad, nosotros lo creemos».

Fray Antonio de Molina, monje de Miraflores, escribió hace tres siglos y medio esta página vibrante y llena de amor eucarístico: «Si se junta la caridad que han tenido los hombres desde el principio del mundo hasta ahora y tendrán los que hubiere hasta el fin de él, y los méritos de todos y las alabanzas que han dado a Dios, aunque entren en cuenta las pasiones y tormentos de todos los mártires y los ejercicios y virtudes de todos los santos, profetas, patriarcas, monjes... y finalmente, junta toda la virtud y perfección que ha habido y habrá de todos los santos hasta que se acabe el mundo... Todo esto junto no da a Dios tanta honra ni tan perfecta alabanza ni le agrada tanto como una sola Eucaristía, aunque sea dicha, por el más pobre sacerdote del mundo».

Queridos hermanos, el Jueves Santo fue la primera Eucaristía del primer sacerdote del Nuevo Testamento: Jesucristo. Pero si grande fue el misterio, grande fue también el marco. Otros años, en el Jueves Santo, atraído por la excelencia del misterio eucarístico, que es el centro y corazón de todo este día, no teníamos tiempo para contemplar el marco grandioso que encuadra aquella primera Eucaristía de Jesucristo. Hoy vamos a meditar sobre este marco y vamos a tratar de explicarlo con palabras luminosas, suaves y meditativas. Este año nos quedaremos en el prólogo del gran misterio.

Siguiendo el relato que San Juan nos hace en su evangelio, podemos captar los hechos y matices que acontecieron en aquella noche llena de amores y desamores, donde se cruzaron la traición de Judas al Señor por dinero, juntamente con la huida y el abandono de los once por  miedo y  los deseos de  salvación y entrega total por parte de Cristo, en un cruce de sentimientos y contrastes de caminos humanos y divinos, que es el Jueves Santo.

Nos dice San Juan:“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “Sabiendo...” Jesús sabía lo que tenía que hacer, aquello para lo que se había ofrecido al Padre en el seno de la Trinidad:“Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...”  los Apóstoles barruntaban también  algo especial aquella tarde; San Juan, como reclinó la cabeza sobre el corazón de Cristo, captó más profundamente este dramatismo. Hay dos formas principales de conocer las cosas para los humanos: por el corazón o por la razón. Si el objeto de conocimiento no es pura materia, no es puro cálculo, el corazón capta mejor el objeto, poniéndose en contacto de amor y sentimientos con él. La Eucaristía no es pura materia muerta o  pura verdad abstracta, quien se acerque a ella así, no la capta; aquí no es suficiente la fe seca y puramente teórica; la Eucaristía es una realidad en llamas, es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, amando hasta el extremo, y hay que arder en amor y fe viva para captarla. La Eucaristía no es una cosa, es una persona amando con pasión,  es Jesucristo amando hasta donde nunca comprenderemos los hombres. Sin amor no es posible captarla, sentirla y vivirla; sin fe viva, no la experimentamos, y si no la experimentamos, no la comprendemos. Es puro rito y ceremonia. Sólo se comprende  si se vive. Por eso, aunque siempre es eficaz en sí misma, a unos no les dice nada y a otros, a los santos y vivientes, los llena de su amor, de su amor vivo y quemante. 

Queridos hermanos, no os acerquéis nunca al Cristo del Jueves Santo, al Cristo de todas las Eucaristías, no os acerquéis a ningún sagrario de la tierra, no comulguéis nunca sin hambre, sin ansias de amor o al menos sin deseos de ser inflamados; si no amáis o no queréis amar como Él, no captaréis nada. Por eso, Señor, qué vergüenza siento, Señor, por este corazón mío, tan sensible para otros amores humanos, para los afectos terrenos y tan duro insensible para Ti, para tu pan consagrado, para tu entrega total y eucarística, tan insensible para Ti; celebro y comulgo sin hambre, sin deseos de Ti, sin deseos de unión y amistad contigo. Pero Tú siempre nos perdonas  y sigues esperando, empezaré de nuevo, aquella primera Eucaristía tampoco fue plena, Judas te traicionó, los Apóstoles estaban distraídos; sólo Juan, porque amaba, porque sintió los latidos de tu corazón y se entregó y confió totalmente en Tí, comprendió tus palabras y tus gestos y nos los transmitió con hondura. 

Por eso, queridos hermanos, esta tarde, lo primero que hemos de pedirle a Jesús es su amor, que nos haga partícipes del amor que siente por nosotros y así podremos comprenderle y comprender sus gestos de entrega y donación,  porque el Cristo del Jueves Santo es amor, solo amor entregado y derramado en el pan que se entrega y  se reparte, en la sangre que se derrama por todos nosotros. Podríamos aplicarle aquellos versos del alma enamorada, que, buscando sus amores, que se concentran sólo en Cristo, lo deja todo y pasa todas las mortificaciones necesarias de la carne y los sentidos, todas las pruebas de fe y purificaciones de afectos y amor a sí mismo para llegar hasta Cristo: “Buscando mis amores iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras”  (Cántico Espiritual, 3).

 Esto lo hizo realidad el Señor con su Encarnación, atravesó los límites del espacio y del tiempo para hacerse hombre y ahora continúa venciendo los nuevos límites, para hacerse presente a nosotros en cada Eucaristía, permaneciendo luego en cada sagrario de la tierra, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas, pero sin imponerse. Ha vencido por amor a nosotros todas las barreras, los muros y dificultades.

Sigamos, hermanos, con este prólogo de San Juan a la Cena del Señor, porque «La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy antiguos. Tal vez fueron testigos de lo que ocurrió a su sombra aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal y “su sudor  se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra” (Lc 22,44). La sangre, que poco antes habia entregado a la Iglesia como bebida de salvación el el Sacramento eucarístico, “comenzó a ser derramada” »(Ecclesia de Eucharistia, 3).

 Jesús sabe que ha llegado su “hora”, es la Hora del Padre, esa Hora para la que ha venido, por la que se ha encarnado, que le ha llevado polvoriento y sudoroso en busca de almas por los caminos de Palestina y que ahora  le va a hacer pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección y a la vida. Cristo se ve, por otra parte, en plenitud de edad y fuerza apostólica, con cuerpo y sangre perfectos, en plenitud de vida y misión; por eso, “aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su “Hora”: “¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! (Jn 12,27). Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: “¿Con que no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad par que no caigáis en tentación” (Mt 26, 40-41) (Ecclesia de Eucharistia 4a).

 La agonía en Getsemaní ha sido la introducción de la agonía de la Cruz del Viernes Santo: las palabras de Jesús en Getsemaní: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...”  tienen el mismo sentido que las pronunciadas desde la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado? Y es que en Getsemaní ya siente dentro de sí toda esta pasión de oscuridad:  la divinidad le ha dejado solo, se ha alejado  de su humanidad, no la siente, ha empezado a dejarle solo con todo el peso de la salvación de los hombres por la muerte en cruz... es la noche de la fe de Cristo, más dolorosa y cruel que la cruz, que es dolor físico... pero estando acompañado, se lleva mejor; Cristo ve que va a ser inmolado como cordero llevado al matadero y Él quiere aceptar esa voluntad del Padre, quiere inmolarse, pero le cuesta.

En el primer Jueves Santo, proféticamente realizado, como actualmente recordado en cada Eucaristía, “en memoria mía”,  son dos las partes principales del sacrificio ofrecido por Cristo al Padre y representadas ahora en el pan y el vino: el sacrificio del alma en noche y sequedad total de luz y comprensión y el sacrificio de su cuerpo que será triturado como el racimo en el lagar. Y ante estos hechos, ¿cómo reaccionó Jesús? Nos lo dice S. Lucas: “Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros antes de padecer” (Lc 22,15); “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” Para comprender al Cristo del Jueves Santo uno tiene que estar dispuesto a amar mucho, tiene que haber amado mucho alguna vez...“los amó hasta el extremo”, hasta donde el amor se agota y ya no existe más fuerza, tiempo o espacio, hasta la plenitud natural, psicológica y humana posible, hasta el último átomo y latido de su corazón, hasta donde su amor infinito encuentra el límite de lo posible en abandono sensible de su divinidad. En la hora trascendente de la muerte, de la sinceridad total y definitiva, Cristo se olvida de sí, sólo piensa en nosotros, pensó en ti, en mí y nos amó y nos ama y se entrega hasta el extremo.

Por eso, desde que existe el Jueves Santo, ningún hombre, ningún católico puede sentirse solo y abandonado, porque hay un Cristo que ya pasó por ahí y baja nuevamente en cada Eucaristía hasta ahí para ayudarte y sacarte de la soledad y sufrimiento en que tes encuentres. Si nos sentimos a veces solos o abandonados es que nuestra fe es débil, poca, porque desde cualquier Eucaristía y desde cualquier sagrario de la tierra Cristo me está diciendo que me ama hasta el extremo, que piensa en tí, que no estás abandonado, que ardientemente desea celebrar la pascua de la vida y de la amistad conmigo.

Queridos hermanos, el Amor existe, la Vida existe, la Felicidad existe, la podemos encontrar en cualquier sagrario de la tierra, en cualquier Eucaristía, en cualquier comunión eucarística. Esto debe provocar en nosotros sentimientos de compañía, amistad, gozo, de no sentirnos nunca solos, hay un Dios que nos ama. Cristo me explica en cada Eucaristía que me ama hasta el extremo, y todo este amor sigue en el pan consagrado. Pidamos a Dios virtudes teologales, solo las teologales, las que nos unen directamente con Él, luego vendrá todo lo demás. Es imposible creer y no sentirse amado hasta el extremo, es imposible amar a Cristo y no sentirse feliz, aun en medio de la hora del Padre que nos hace pasar a todos, si la aceptamos, por la pasión y la muerte del yo, de la carne y del pecado, para pasar a la vida nueva y resucitada de la gracia, de la caridad verdadera, de la generosidad, de la humildad y el silencio de las cosas, que nos vienen por la amistad con Él. Cristo es “ágape”, no  “eros”. Me busca para hacerme feliz y me quiere para llenarme, no para explotarme o para vaciarme, para hacerse feliz a costa de mí. 

Sigue San Juan: “Comenzada la cena, como el diablo hubiese puesto ya en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas, y que había salido de Dios y a El volvía, se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó, luego echó agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos” (13,3-5).

“Comenzada la cena...” Cristo había comido y bebido muchas veces con otros durante su vida. Le acusaron de borracho y comilón. Pero la comida en torno a la mesa congrega también los corazones y unifica sentimientos, quita diferencias. Y esta cena era especial, porque, en primer lugar, recordaba la liberación del pueblo escogido. Estamos en la celebración de la pascua judía, dentro de la cual Cristo va a instaurar la nueva pascua cristiana, el definitivo paso de Dios junto a nosotros, el pacto de amor definitivo: “Yo seré vuestro único Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Por eso, en esta Cena, hará gestos también definitivos.

Se levanta de la mesa, lo dice San Juan, y se dispone a lavar los pies de sus discípulos, trabajo propio de esclavos. Pedro lo rechaza, pero Jesús insiste,  para que nos demos cuenta todos sus discípulos de que a la Eucaristía hay que ir siempre con sentimientos de humildad y servicio a los hermanos, limpios de amor propio, para que sepamos que el amor verdadero a Dios pasa por el amor al hermano, como Cristo nos enseñó y practicó; se quitó el manto, para decirnos a todos sus discípulos que, para comprender la Eucaristía, hay que quitarse todos los ropajes de los conceptos y sentimientos puramente humanos, el abrigo de los afectos desordenados, de los instintos y de las pasiones humanas. Nos enseña a arrodillarnos unos ante otros y lavarnos los pies mutuamente, las ofensas, las suciedades de tanta envidia, que mancha nuestro corazón y nuestros labios de crítica que nos emponzoña y mancha el cuerpo y el alma, impidiendo a Cristo morar en Él. Cristo nos enseña, en definitiva, humildad: “Porque el hombre en su soberbia se hubiera perdido para siempre si Dios en su humildad no le hubiera encontrado”. Sólo ejercitándonos en amar y ser humildes, nos vamos capacitando  para comprender esa  lección de amor y humildad, que es la Eucaristía.

Y ahora, ya lavados, pueden comprender y celebrar el misterio: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros” Este pan que ahora os doy es mi propio cuerpo que ya se lo ofrezco al Padre y a vosotros, como hecho profético y anticipado que realizaré mañana cruentamente en la cruz; de él quiero que comais y os alimentéis hasta que se abran un día los graneros inacabables y eternos del cielo. No os dejo huérfanos, me voy de una forma para venir de otra, no os  doy tan solo mi recuerdo, mis palabras; os dejo en este pan toda mi persona entera, mi evangelio entero y completo, toda mi vida entera, hecha adoración obediencial al Padre hasta la muerte y amor redentor por vosotros. Estaré presente con vosotros con una presencia misteriosa pero real hasta el final de los siglos. Estos panes de miga blanca o morena sentirán el ardor del horno y fuego de mi corazón y con ellos quemaré y abrasaré a los que me coman y me amen y los transformaré en amor y ofrenda al Padre. Todas las mañanas y todas las tardes de todos los días de todos los siglos bajaré del cielo a la tierra para alimentaros y estar con vosotros.“el que me coma, vivirá por mí” nunca estará solo.

“Bebed todos de este cáliz, es mi sangre que será derramada por la salvación de todos...”. Mi sangre no ha caído todavía en la tierra mezclada con sudor de muerte bajo los olivos y no ha goteado todavía desde los clavos de Gólgota, pero ha sido ofrecida ya en esta hora del Jueves Santo, ya está hecho el sacrificio.

Ya os dije antes, queridos amigos, que, en el corazón de Cristo, esta Eucaristía del jueves es tan dolorosa como la del viernes. Por fin, después de una larga espera de siglos, la sangre, que sellaba el primer pacto de la Alianza en el Sinaí, va a ser sustituida por otra sangre de valor infinito. Cesará la figura, la imagen, ha llegado lo profetizado, el verdadero Cordero, que, por su sangre derramada en el sacrificio, quita el pecado del mundo; y, por voluntad de Cristo, esta carne  sacrificada a Dios por los hombres,  se  convierte también en  banquete de acción de gracias, que celebra y hace presente  la verdadera y definitiva Pascua, el sacrificio y el banquete de la Alianza y el pacto de perdón y de amor definitivos.

 La sangre que se verterá mañana en la colina del Gólgota es sangre verdadera, sangre limpia y ardiente que se mezclará con lágrimas también de sangre. Es el bautismo de sangre con que Cristo sabía que tenía que ser bautizado, para que todos tuviéramos vida. No fue suficiente el bautismo de Juan en el Jordán con brillante teofanía, era necesario este bautismo de sangre con ocultamiento total de la divinidad, prueba tremenda para Él y para sus mismos discípulos, obligados a creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado en la cruz. No fue suficiente el bautismo de salivazos y sangre brotada de los latigazos de los que le azotaron... era necesaria toda la sangre de los clavos y de la cruz para borrar el pecado del mundo...

Y terminada la cena pascual, Cristo, siguiendo el rito judío, se levanta para cantar el himno de la liturgia pascual, el gran Hallel: “El Eterno está a favor mío, no tengo miedo ¿qué me pueden hacer los hombres? Me habían rodeado como abejas. Yo no moriré, viviré...”.

La víctima está dispuesta. Salen hacia el monte de los Olivos. El Jueves Santo termina aquí. Pero Cristo había dejado ya el pan y el vino sobre la mesa, que guardaban en su hondón la realidad de la Nueva Pascua y de la Nueva Alianza, que Cristo se disponía a realizar cruentamente el Viernes Santo.

TERCERA HOMILÍA DE JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: Para celebrar bien la fiesta que aquí nos congrega, la fiesta de la Cena del Señor, de la institución de la Eucaristía, del sacerdocio y del amor fraterno, es necesario mucho silencio interior y una luz especial del Espíritu Santo, que nos permita penetrar en las realidades misteriosas que Jesucristo, Hijo de Dios y hombre verdadero,  realizó en esta noche memorable.

Esta tarde estamos reunidos una comunidad de católicos, unidos por la misma fe y en la misma caridad, somos una comunidad viva en virtud de una animación vital, que nos llega del Señor, del mismo Cristo y que alimenta su Espíritu. Somos su Iglesia, su mismo cuerpo y lo sentimos. Esta Iglesia posee dentro de sí un secreto, un tesoro escondido, como un corazón interior, posee al mismo Jesucristo, su fundador, su maestro, su redentor. Y fijaos bien en lo que digo: lo posee presente. ¿Realmente presente? Sí. ¿En la presencia de la comunidad porque donde dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos? Sí. ¿Pero algo más? ¿En la presencia de su Palabra? Sí, ¿pero más, más todavía? ¿En la presencia de sus ministros, porque el Señor ha dado a los sacerdotes un poder propio personal casi intransferible? Sí, ciertamente. Pero, por encima de todas estas presencias, Jesús ha querido quedarse presente y vivo en una presencia que es toda ella adoración al Padre y amor a los hermanos, Jesús ha querido quedarse especialmente presente, todo entero y completo, en el pan y el vino consagrados, dándose y ofreciéndose en cada Eucaristía, en amor extremo al Padre y a los hombres, es decir, vivo y resucitado, con su pasión, muerte y resurrección,  con toda su vida, desde que nace hasta que sube al cielo.     

«Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud,» dice el Papa Juan Pablo II en su Encíclica Ecclesia de Eucharistia. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a los largo de los siglos tienen una <capacidad> verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagracion. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: “Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros”. El sacerdote  pronuncia estas palabras o, má bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente del su sacerdocio” (Ecclesia de Eucharistia, 5b).

En la Eucaristía está presente totalmente Cristo, Dios y hombre, toda su vida y existencia, toda su salvación, aunque no se vea con lo ojos de la carne, porque es una presencia sacramental, es decir, escondida, velada, pero a la vez revelada, identificable. Se trata de una presencia revestida de señales especiales, que no nos dejan ver su divina y humana figura, tal como estaba en Palestina o está ahora en el cielo, pero que nos aseguran con certeza mayor que la misma visión corporal, que Él, el Jesús del Evangelio y ahora el Cristo de la gloria, resucitado y vivo, está aquí, está aquí en la Eucaristía. Creer esto es un don de la fe, sentirlo y vivirlo es un don especial de Dios para los creyentes que lo buscan y están dispuestos a sacrificar, a vaciarse de sí mismo, del propio yo, para llenarse de Él, para realizar este encuentro vital con Él, porque la  vivencia existe y es una realidad, llena de gozo, que  anticipa el cielo en la tierra.

       «La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, la mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: “Entonces se le abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24,31)» (Ecclesia de Eucharistia 6).

Son multitud los que han experimentado estos gozos eucarísticos, almas fuertes, heroicas, ocultas, silenciosas que se lo juegan todo por Él, hambrientas de los divino. A las puertas de estas vivencias quedan los rutinarios, los idolatras de sí mismos y de sus glorias, los que no renunciaron al pecado totalmente, aunque celebren o coman la Eucaristía, pero no pueden comulgar con Él, tener sus mismos sentimientos y actitudes, porque están llenos de sí mismos y no tienen tiempo ni espacio para Él.  Faltan almas silenciosas que se lo quieran jugar todo a la baza del Señor, almas serias y eucarísticas, almas con la luz del Misterio sobre el rostro, adoradores del Absoluto en espíritu y en verdad, en este misterio lleno de vida y amor. ¡Por qué tan flacas y sin vida tantas almas, tantas parroquias, tantos bautizados, tantos catequistas, apóstoles, tantos pastores!

Queridos hermanos, grande es el misterio de nuestra fe, aclamamos a la Eucaristía en la liturgia. Pero si el misterio es grande, grande correlativamente es el poder de los sacerdotes instituidos por el Señor en esta noche santa para perpetuar la Eucaristía, que contiene la humanidad y divinidad de Jesucristo. Es un misterio, pero todo él está lleno de vida y verdad. Y es precisamente esta verdad milagrosa, poseída por la Iglesia Católica y guardada con conciencia celosa y silenciosa, la que nosotros celebramos hoy y con todas nuestras fuerzas deseamos manifestar y publicar, hacer ver y comprender, exaltar y adorar. Para llegar a este misterio, el camino es la oración y la fe.

La fe que acepta lo que no ve ni comprende, fe, en el primer paso, heredada, que habrá que ir haciendo cada día más personal por la oración y la contemplación, fe seca y árida al principio, pero que barrunta con la confianza puesta en la palabra de Cristo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; luego, en la oración y con el evangelio en la mano y mirando todos los días al sagrario, vamos aprendiendo poco a poco, en la medida en que nos convertimos y nos vaciamos de nosotros mismos para llenarnos de Él, todas las lecciones que encierra para nosotros, vamos comulgando con sus mismos sentimientos y actitudes hasta convertirse en vivencias tan suyas y tan nuestras, que ya no podemos vivir sin ellas, que ya no sabemos distinguirlas, saber si son suyas o nuestras, porque son nuestra misma vida, vida de nuestra vida, porque a esta alturas podemos decir, como Pablo: “para mí la vida es Cristo”.

Desde la Eucaristía,  Cristo nos enseña primeramente su amor. Fijaos bien en que Jesús se presenta en este misterio, no como Él es, sino como quiere que nosotros lo veamos y consideremos, como quiere que nosotros nos acerquemos a Él. Él se nos presenta bajo el aspecto de señales especiales y expresivas, pan y vino, que son para ser comidos y asimilados. La intención de su amor es darse, entregarse, comunicarse a todos. El pan y el vino sobre nuestras mesas no sirven sino para ser consumidos, no tienen otro sentido. Este fue el sentido de su Encarnación. «Nobis natus, nobis datus…» Nacido para nosotros, se nos dio en comida. Este amor de entrega fue la motivación de toda su vida. Y la Eucaristía es el resumen de toda su existencia. “Habiendo amado a los suyos...los amó hasta el extremo...”. Cuando mire y contemple y comulgue la Eucaristía, puedo decir: Ahí está Jesús amando, ofrecido en amistad a todos, deseando ser comido, visitado. Sí, para eso está Jesús ahí. Para esto ha multiplicado su presencia sacramental en cada uno de los sagrarios de la tierra, desde los de las chozas africanas hasta los de la Catedrales románicas, góticas, barrrocas... etc. Bueno sería en este momento examinar mi respuesta a tanto amor, cuánto y cómo es mi amor a Cristo Eucaristía, cómo son mis Eucaristías y comuniones, mis visitas al sagrario, mi oración eucarística.

Otro aspecto del amor eucarístico es la unidad de los creyentes: “los que comemos un mismo pan, formamos un mismo cuerpo...”, nos dirá San Pablo. Por eso, Cristo Jesús,  en esta noche, en que instituyó la Eucaristía, lavó los pies de sus discípulos y nos dio el mandamiento nuevo:“Amaos lo unos a los otros, como yo os he amado”. San Juan no trae la institución de la Eucaristía en su evangelio, en cambio sí narra el lavatorio y el mandamiento nuevo, que, para algunos biblistas, son los frutos y efectos de la Eucaristía, contiene la institución misma. El lavarse los pies unos a otros, el perdonarnos los pecados que nos separan y nos dividen, es efecto directo de toda Eucaristía, supone haberla celebrado bien o disponerse y querer celebrarla como Cristo lo hizo, quiso y quiere siempre.  Por eso, al Jueves Santo, como al Corpus Christi, unimos espontáneamente la colecta de caridad, pero sin perder el orden, primero la Eucaristía, y desde ahí, si está bien celebrada, como Cristo quiere, nace la caridad. Pero no sólo de dinero, hay otras muchas formas de caridad, más importantes y heroicas, que no pueden ser ejercidas con dinero, sino que necesitan la misma fuerza de Cristo para perdonar a los que nos han calumniado, dañado en los hijos o en la familia, nos odian o hablan mal de los hermanos. Lo que no comprendo es cómo seguir odiando y a la vez comulgar con el Cristo que nos dijo: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Para amar como Cristo nos manda e hizo en la Eucaristía no basta la caridad del dinero. Y, como ya hemos repetido varias veces, Jesús instituyó la Eucaristía en una cena pascual, queriendo expresar y realizar por ella el pacto con Dios y  la unión de  todos los comensales. Y este sentimiento, esta unión, este amor fraterno, en la intención de Jesús, es esencial para poder celebrar su cena eucarística.

 “Nosotros formamos un solo cuerpo, todos nosotros los que comemos un mismo pan”. Con esta verdad teológica San Pablo nos quiere decir: de la misma forma que los granos de trigo dispersos por el campo, triturados forman un mismo pan, así la diversidad de creyentes, esparcidos por el mundo, si amamos como Cristo, formamos su cuerpo. Es lógico que no debamos comer el mismo pan y en la misma mesa eucarística,  si no hay en nosotros una actitud de acogida y de amor y de perdón a todos los comensales de aquí y del mundo entero. Es necesario exclamar con San Agustín: «Oh sacramento de bondad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad». Es este otro momento para pararnos y examinar nuestras Eucaristías: quien no perdone, quien no tenga estos deseos de amor fraterno, quien no rompa dentro de sí envidias y celotipias, no puede entrar en comunión con Cristo. Cristo viene y me alimenta de estas actitudes suyas, que a nosotros nos cuestan tanto y que Él quiere en todos sus seguidores. Solo Él puede perdonar, amar a fondo perdido... Quiero, Señor, tener estos mismos entimientos tuyos, al participar de la Eucaristía, al comer tu cuerpo con mis hermanos, quiero amar más, pensar bien, hablar bien y hacer bien a todos, para eso vienes a mí, ya no soy yo, es Cristo quien quiere vivir en mí por la comunión para vivir su vida en mí, para que yo viva su misma vida.

Queridos hermanos, estamos viendo cómo estos signos utilizados por Cristo en la cena, se convierten en irradiación permanente de amor, en signos de amor universal sin límites de tiempo ni de espacio. Debemos examinarnos sobre nuestras ctitudes y disposiciones al celebrar o participar en la Eucaristía      Pero avancemos un poco más en el significado de los signos del pan y del vino. La intención de Jesús es clarísima; antes de nada, dijo: “Tomad y comed... Tomad y bebed...”.  Todo alimento entra dentro de aquel que lo come y forma la unidad de su existir. La primera comunión fue el primer día que Jesús formó esta unidad, o mejor, nosotros formamos esta unidad de vida con Jesús y qué fuerte fue en algunos de nosotros, que no lo hemos olvidado nunca y todavía recordamos con frescura y emoción lo que Jesús nos dijo y nosotros dijimos a Jesús.

En la intención de Jesús lo primero es que comiésemos su cuerpo:“Tomad y comed”, para entrar en comunión con cada uno de nosotros. Y ésta es también la intencionalidad de Jesús en el signo elegido, el pan, que es para ser comido. Pregunto ahora: ¿Se podía amar más, realizar más, expresar más el amor? Solo una mente divina pudo imaginar tales cosas y hacerlas con la perfección que las hizo. Y todo esto porque quiere ser para cada uno de nosotros lo que el alimento es para nuestro cuerpo. Quiere ser principio de vida, pero de vida nueva, de vida de gracia, no del hombre viejo, del hombre de pecado de antes. Ya lo había dicho: “Quien me coma, vivirá por mí”.

Queridos hermanos: esta intencionalidad de Cristo suscita en nosotros otros sentimientos: Oh cristianos, tenéis junto a vosotros la vida, el agua viva, no muráis de hambre, de tristeza, comulgad, comulgad bien, comulgad todos los días y sabréis lo que es vida y felicidad, comulgad como Cristo desea y quiere ser comido, con sus sentimientos de amor y de ofrenda, y encontraréis descanso y refrigerio en la lucha, compañía en la soledad, sentido de vuestro ser y existir en el mundo y en la eternidad.

Aprendamos hoy y para siempre todas estas lecciones que Jesús nos da en y desde la Eucaristía. El sacramento eucarístico no sólo es un denso misterio y compendio de verdades, es, sobre todo, un testimonio, un ejemplo, un mandamiento, una vida, todo el evangelio, Cristo entero y completo, vivo y ofrecido en ofrenda salvadora al Padre y en amistad y salvación permanentes a todos los hombres.

Es justo que hoy, Jueves Santo, celebremos este amor de Cristo, que lo adoremos y lo comulguemos. Es justo también que celebremos en este día nuestro amor a Jesucristo, que realizó este misterio de amor; que celebremos también nuestro amor al Padre, que lo programó y al Espíritu Santo, que lo llevó a término con su potencia de Amor y ahora, invocado en la consagración, lo hace presente transformando  el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Es justo que hoy celebremos y nos comprometamos a amarnos los unos a los otros como Cristo hizo y lo desea y nos lo pide en cada Eucaristía.

 Hoy es la fiesta del Amor del Dios infinito, Trino y Uno, en Cristo, a los hombres: Señor, aquí nos tienes dispuestos a amarte. 

CUARTA HOMILÍA DE JUEVES SANTO

Queridos hermanos: El Jueves Santo encierra muchos y maravillosos misterios. Pero, entre todos, el más grande es la Eucaristía. “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado” 1Cor 11, 23), instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está insicrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos… (la salvación) no queda relegada al pasado, pues «todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos…» (Ecclesia de Eucharistia 11ª).

Es tan in impresionante este misterio, que la misma liturgia, extasiada en cada  Eucaristía ante la grandeza de lo que realiza, nada más terminar la consagración, por medio del sacerdote, nos invita a venerar lo que  acaba de realizarse sobre nuestros altares, diciendo: «¡Grande es el misterio de nuestra fe!» Y el pueblo, admirado por su grandeza, exclama:  «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Tengo que confesar, sin embargo, que la liturgia copta supera en esta aclamación a la liturgia romana y me impresiona su respuesta extasiada ante el misterio eucarístico, que  acaba de realizarse: «Amén, creo, hasta expirar mi último aliento confesaré que esto es el Cuerpo dador de vida de tu Unigénito Hijo, de nuestro Señor y Dios, de nuestro Salvador Jesucristo. El cuerpo que recibió de la Virgen María, Señora y Reina nuestra, la Madre purísima de Dios. A su divinidad unió Dios ese cuerpo, sin mezcla, fusión o cambio. Creo que su divinidad no ha estado separada ni por un momento de su humanidad. El es quien se dio por nosotros, en perdón de los pecados, para traernos la vida y salvación eternas. Creo, creo, creo que todas estas cosas son así».

Todavía lo recuerdo con emoción y fue hace años, en una  Eucaristía, celebrada en la cripta de los Papas en la Basílica de San Pedro en Roma, cuando pude escucharlo por vez primera; quedé admirado de sus bailes y cantos ante el Señor.

Y la verdad es, queridos hermanos, que para el hombre creyente, no son posibles otras palabras ante el misterio realizado por el amor extremo de Cristo en la noche suprema. La Iglesia, que en los Apóstoles recibió el tesoro y las palabras de Cristo, no recibió, no pudo recibir explicación plena del mismo, porque la palabra siempre será pobre para expresar el inabarcable amor divino. Heredó de Cristo gestos y palabras: “Haced esto en memoria mía”, y ella, fiel a su Señor, por la liturgia, realiza con fe inconmovible lo mandado.

       «Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y  se realiza la obra de nuestra salvación» (LG 3). «Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubíeramos estado presentes. Así todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe, de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega “hasta el extremo” (Jn 13,1), un amor que no conoce medida” (Ecclesia de Eucharistia 11b).

El apóstol Juan, que en la Última Cena ocupó el lugar inmediato a Jesús, quedó marcado profundamente por la experiencia de esta hora. Lo que vivió en aquellos momentos, lo expresó en estas palabras, que tantas veces hemos repetido:“Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Por lo tanto, para Juan y para todos nosotros, la Eucaristía es amor extremo de Jesús a su Padre y a los hombres. Durante dos mil años, los hombres han luchado, han reflexionado, han rezado para desentrañar el sentido de este misterio. Y no hay más explicación que la de Juan: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,10). Jesucristo es Amor extremo de Dios a los hombres. Por eso no dudo en expresar mi temor al tratar de explicar el contenido de lo que Cristo realizó aquella noche cargada de misterios. Lo que Jesús hizo transciende lo humano, todo este tiempo y espacio. Solo la fe y el amor pueden tocar y sentir este misterio, pero no explicarlo.

Para acercarse a la Eucaristía, como ella es todo el misterio de Dios en relación al hombre, toda la salvación, todo el evangelio, hay que creer no solo en ella, sino en todas las verdades que la preparan y preceden: hay que creer en el amor eterno y gratuito de la Santísima Trinidad, que me crea sin necesitar nada absolutamente del hombre, sino solo para hacerle compartir eternamente su misma dicha: “en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El  nos amó…”  y la lógica de sentido añade: nos amó primero, cuando nos existíamos; si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir una eternidad de gozo con Él; si existo,  es porque Él viéndome en su inteligencia infinita me amó, y con un beso de amor me dio la existencia y me prefirió a millones y millones de seres que no existirán nunca.

En segundo lugar hay que creer que, perdido este primer proyecto de amor sobre el hombre, por el pecado de Adán, Dios no sabe vivir sin él y sale en su busca por medio de Hijo; es la segunda parte del texto antes citado: “y entregó a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,9-10); “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10,5) ).  “Este aspecto de caridad universal sacrificial del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir «este es mi cuerpo», «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre», sino que añadió «entregado por vosotros… derramada por vosotros» (Lc 22,19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvacion de todos” (Ecclesia de Eucharistia 12ª).

Cristo es la manifestación del amor extremo e invisible de un Dios-Trinidad, Amor infinito que me ha llamado a compartir con Él su eternidad trinitaria de gozo y felicidad; hay que creer que Cristo me revela y me manifiesta este amor desde la Encarnación hasta la Ascensión a los cielos, para seguir adorando la voluntad del Padre y salvando a los hombres; hay que creer que la Eucaristía  es el compendio y el resumen de toda esta historia de amor y salvación que se hace presente en cada Eucaristía, en un trozo de pan; hay que creer sencillamente que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir, por eso no tiene más remedio que amarme y perdonarme, porque eso le hace ser feliz. Y ahora pregunto: ¿por qué me ama tanto, por qué me ama así? ¿qué le puedo dar yo a Dios que Él no

tenga?  “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.

La Eucaristíaes amor extremo de Dios Trinidad por su criatura, algo inexplicable, incomprensible para la mente humana, pero realizado por su Hijo para salvación de todos, por obra del Espíritu Santo, para cumplir el proyecto del Padre, para alabanza de gloria de los Tres y gozo de los hombres, de aquellos que creen en Él y viven enamoradas de su presencia eucarística.

Los hechos, que ocurrieron aquella noche, todos los sabemos, porque hemos meditado en ellos muchas veces,  especialmente en estos días de la Semana Santa. Después de la cena pascual judía, Cristo ha tomado un poco de pan y ha dicho las palabras: “Tomad y comed, este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; “Tomad y bebed, esta mi sangre que se derrama por la salvación de muchos...” Y a seguidas, ha instituido el sacerdocio con el mandato de seguir celebrando estos misterios. “Haced esto en conmemoración mía”. Este Jueves Santo vamos a reflexionar un poco sobre estas palabras de Jesús  profundizando más en su contenido: “Haced esto en conmemoración mía”.

Lo primero que quiero explicar esta tarde es que la Eucaristía es memorial, no mero recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Recordar es traer a la memoria un hecho que no se hace presente y por eso lo evocamos mediante el recuerdo: por ejemplo, todos los años celebramos los cumpleaños, pero no hacemos presente el hecho de nuestro  nacimiento. Cuando digo memorial, sin embargo, quiero expresar más que esto; no es simple recuerdo sino que, al recordar, se hace presente el hecho mencionado.

Por eso, al afirmar que la Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, afirmo y creo que en cada Eucaristía se hacen  presentes, se presencializan estos hechos salvadores de la vida de Cristo, su pasión, muerte y resurrección; es más, se hace presente toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su Ascensión a los cielos. El recuerdo no hace presente el hecho y menos tal y como aconteció. El memorial sí lo hace presente, superando las dimensiones del espacio y del tiempo, hace presente a las personas y sus sentimientos; en la consagración, es como si con unas tijeras divinas se cortase toda la vida de Cristo, desde que se ofreció al Padre hasta que subió a los cielos, y se hicieran presentes sobre el altar, con las mismas palabras y gestos,  los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo.

Cuando afirmo que la Eucaristía es un memorial, afirmo que la Eucaristía hace presente a Jesús y todo lo que Él hizo y vivió y padeció y sintió. Por ella y en ella está tan real y verdaderamente presente Jesús, como lo estuvo en aquella Noche santa; en cada Eucaristía está en medio de nosotros, como lo estuvo en Palestina y ahora en el cielo. No es que vuelva a sufrir y a derramar sangre ni a repetir aquellos mismos gestos y palabras, sino que todo aquello cortado por la tijeras divinas se hace presente en cada Eucaristía, la diga el Papa o cualquier sacerdote, siempre el mismo hecho, las mismas actitudes, los mismos y únicos sentimientos, porque no hay más Eucaristía que una, la de Cristo, la que celebré aquella Noche santa y que los sacerdotes hacemos presente en cada Eucaristía, por el mandato de Cristo: “Haced esto en conmemoración mía”.

Hoy, Jueves Santo, recordamos los hechos y dichos de Jesús, que en la Eucaristía de hoy y de siempre los presencializamos. Los hacemos presentes, recordando, como en la Última Cena los hizo presentes, anticipándolos, “profetizándolos”. En cada Eucaristía me encuentro con el mismo Cristo, con el mismo amor, la misma entrega, el mismo deseo de amistad... no hay otro ni otras actitudes, ni se repiten, son la mismas y únicas del Jueves Santo y de toda su vida, única e irrepetible, que se presencializan, se hacen presentes, como aquella vez, en cada Eucaristía. Bastaría esto para quedarme en contemplación amorosa después de cada consagración, después de cada Eucaristía, hoy y todos los días.

 La Eucaristía necesita para ser comprendida ojos llenos de fe y amor, no sólo de teología seca y árida o de liturgia de meros ritos externos, que no llegan hasta el hondón del  misterio. Qué poco y qué

superficialmente se contempla, se adora, se medita, se comulga, se penetra en la Eucaristía. “Cuantas veces comáis este pan y bebáis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva”. Es decir, cada vez que comulgamos, entramos en comunión con el acto único que selló la nueva Alianza, nos quiere decir San Pablo. Veneremos y adoremos este amor de Cristo presente entre nosotros no como puro recuerdo sino como aquella y única vez en que realizó estos misterios preñados de ternura y salvación para el hombre.

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación, invocando su nombre”. Este salmo nos indica cuáles deben ser nuestras disposiciones y nuestra respuesta admirativa ante este misterio. Alabar y bendecir, <benedicere>, decir cosas bellas al Señor, por tanta pasión de amor y entrega en favor nuestro.

 En primer lugar, la Eucaristía, ofrecida por Cristo al Padre en cumplimiento de su voluntad, es el sacrificio de adoración y alabanza a la Santísima Trinidad, porque en ella Cristo le entrega en obediencia lo que más vale, su vida, y hace así el acto de adoración máximo que se puede hacer. Por eso, la Eucaristía es el “sacrificium vital”, el sacrificio por excelencia. Cada vez que la celebramos, damos al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo el mayor culto y veneración posible en la Iglesia, superior a todos los demás juntos. Y por eso también, la vida y el ministerio y las ocupaciones y la profesión de cada uno de nosotros, seglares y sacerdotes, deben estar  preñadas de esta alabanza y adoración de Cristo a Dios Trino y Uno, uniéndonos a Él en una sola ofrenda,  transformándonos todos en el mismo “sacrificium crucis”, que se convierte en el sacrificio de la adoración perfecta a Dios. De aquí sacan sus deseos de victimación y alabanza y de adoración las almas eucarísticas, de aquí los santos sacerdotes, las santas y santos religiosos, madres y padres cristianos, todos los buenos cristianos que han existido y existirán, ofrecen sacrificialmente su vida con Cristo al Padre.

El memorial de la muerte y resurrección de Cristo sigue siendo, por ese amor de Cristo, obedeciendo en adoración al Padre hasta el extremo, la fuente de remisión de deudas y pecados. La Eucaristía es la fuente del perdón, tiene más poder y valor que la confesión, porque de aquí le viene a este sacramento toda su capacidad de perdonar: de la muerte y resurrección de Cristo. Este paso pascual de la muerte a la vida en ningún sacramento tiene su plenitud como en la santa Eucaristía. Aquí vuelve Dios a darnos la mano, a renovar el pacto y la amistad, la alianza que habíamos roto por nuestros pecados. No hay pecado que no pueda ser perdonado por la fuerza de la Eucaristía, aunque el canal de esta gracia la Iglesia lo administre también por el sacramento de la Penitencia.

Y como Cristo es el Amado del Padre, el Hijo predilecto, cuando queramos pedir y suplicar al Padre, por vivos y difuntos alguna gracia de cuerpo y alma, ningún mérito mayor, ninguna fuerza convincente mayor, nada mejor que ponerle al Padre, delante de nuestras peticines, al Hijo amado, por el cual nos concede todo lo que le pidamos. Que no lo olvidemos y demos esta alabanza y gozo a la Santísima Trinidad por la Eucaristía, Memorial de la Pascua de Cristo.

QUINTA HOMILÍA DE JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es Jueves Santo y el Jueves Santo es anochecer de amores, de redenciones, de traiciones. Anochecer de amores de Cristo a su Padre y a todos los hombres, amando hasta los límites de sus fuerzas y del tiempo: es  anochecer de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio y del Mandato Nuevo. Es anochecer de la redención y salvación del mundo: anochecer de la Nueva Pascua y la Nueva Alianza.  Dios de rodillas ante sus discípulos y ante el mundo, para limpiar toda suciedad y pecados: anochecer del mandato nuevo. Anochecer de traiciones de Judas y de todos, de venta por dinero, anochecer  de un Dios que quiere servir al hombre y de unos hombres que quieren servirse de Dios. Por eso, el Jueves Santo es Amor, redención, entrega, traición y perdones, pero por encima de todo, el Jueves Santo es Eucaristía, mesa grande sin aristas, redonda, donde se juntan todos los comensales, en torno al pan que unifica, alimenta y congrega, donde las diferencias se difuminan y el amor se agranda y comparte.

El hombre se mide por la grandeza y la profundidad de su amor y hoy es día de proclamar a Jesucristo como culmen y modelo de todo amor, amor que se hizo visible en aquel que se arrodilla ante sus íntimos, como si fuera su esclavo, aún del traidor; amor que se entrega y se da por nosotros en comida y en cruz; amor que desea la eternidad de todos los hombres con la entrega de su vida, porque, en definitiva, esto es la eucaristía. Hoy sólo quiero deciros que Él existe, que Él es Verdad, que Él es Amor, que Él es sacrificio de salvación, que está aquí en el pan y en el vino consagrado. Y dicho esto, no quisiera añadir nada más para no distraeros de este misterio, para no ocultar con mi palabra  tanta verdad.

¡Parroquia de San Pedro, tú a los pies de Cristo, arrodíllate, aprende de Él a perdonar, a entregarte, a servir! ¡Parroquia de San Pedro, ponte de rodillas ante este misterio y pide fe y amor para adorarlo! ¡Parroquia de San Pedro, toda entera, por la Eucaristía, consúmete como la lámpara de aceite mirando y contemplando a tu Señor, alumbra e indica con tu fe esta incomprensible presencia del Amado y del Amor, mira y clava tus ojos en el pan consagrado hasta que lo transparenten y vean al Hijo Amado en canto de amor por el hombre, ansiado el  encuentro definitivo con Él sin mediaciones de ningún tipo!      ¿Por qué pues has llagado este corazón/ no le sanaste, /y, pues me lo has robado,/ por qué así lo dejaste, /y no tomas el robo que robaste? /Descubre tu presencia/ y máteme tu rostro y hermosura,/ mira que la dolencia de amor/que no se cura,/ sino con la presencia y la figura…” (San Juan de la Cruz)

La iglesia parroquial es hoy un cenáculo donde Cristo va a hacer presente la cena pascual. El párroco presta su humanidad a Cristo y es presencia sacramental del  Señor. Hay una numerosa concurrencia de invitados: hombres, mujeres y niños, la comunidad de sus íntimos en el siglo XXI. Estamos todos reunidos, la mesa preparada y“Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y tomando una toalla se la ciñe; luego echa agua en una jofaina y se pone a lavar los pies a los discípulos secándoselos con la toalla que se había ceñido”.

 Hermanos, este es el gran ejemplo de humildad, de servicio, de caridad que Cristo nos da. Para San Juan esto supone la Eucaristía, es continuación de la Eucaristía, es efecto de la Eucaristía. Por amor es capaz de arrodillarse, de lavar los pies de sus criaturas, es decir, de echar sobre sí la suciedad de todos mis pecados y llevarlos a la cruz, para lavarlos con su sangre, en el fuego de un holocausto perfecto.

Después del lavatorio, entra en escena Judas. Jesús se sienta a la mesa y mientras comían, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarse unos a otros:“¿soy yo acaso, Maestro? Entonces preguntó Judas el que lo iba a entregar:”¡Soy yo acaso, Maestro? El respondió: Así es”.

Jesús ha ido consciente al suplicio, ha sabido quién lo entregaba:“Mi amigo me traicionará con un beso”; “El que meta la mano conmigo en el plato, me entregará en manos de los pecadores”. Terrible traición la de Judas, pero con ella Jesús iba a redimir también nuestras traiciones y cobardías y los de toda la humanidad. Ante esta traición, es lógico que el corazón de toda la asamblea aquí reunida tiemble esta tarde. Porque todos hemos pecado y todos nuestros pecados han sido traiciones a su amor y causa de su entrega sacrificial. 

“Era de noche”,dice San Juan. La noche es signo de pecado, de dolor y de muerte, de traiciones, noche oscura del inescrutable  misterio de Dios, que redime el pecado del mundo con la sangre y la muerte del Hijo. No hubo compasión para Él. En Getsemaní implorará la ayuda del Padre:“Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”,  pero el Padre está tan pendiente de la salvación de los hombres, desea tanto, tanto, que nosotros seamos de nuevo hijos suyos, que se olvida del Hijo por los nuevos hijos que va a conseguir. Ante esto, como ante toda acción misteriosa de Dios, sólo cabe la aceptación y la adoración de sus designios de amor incomprensibles para el hombre. Horror del pecado de Judas, horror de nuestros propios pecados.

 “Hijo de Dios, reza la liturgia griega, Tú me admites como comensal en tu maravillosa Cena. Yo no entregaré tu misterio a tus enemigos. Yo no te daré un beso como Judas, sino que, como el buen ladrón, me arrepiento y te digo: acuérdate de mí, Señor, en tu reino”.

Pero en esta noche, no celebramos tan solo el día en que Jesús fue entregado, sino principalmente el día, en el que nuestro Señor se entregó a nosotros y por nosotros:“El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, lo bendijo y lo entregó a sus discípulos, diciendo”: “Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en memoria mía...”.  Entregar quiere decir que yo doy del todo una cosa, soltándola de mis manos para que pase a otra persona. Si yo entrego así una cosa, ya no tengo ningún derecho, ningún poder sobre ella. Derecho y poder pasan a su nuevo dueño y depositario. Esto lleva consigo el riesgo de que el nuevo depositario no sepa valorar y guardar esta entrega. 

Todo esto vale para todo lo humano pero especialmente para este tesoro de la Eucaristía, misterio de amor para almas en fe y en adoración, que no siempre sabemos valorar y guardar con la fidelidad y el amor merecidos todo el pueblo cristiano, especialmente los sacerdotes, que hemos recibido directamente del Señor este don infinito; ¡qué generosidad, qué confianza ha depositado Cristo en nosotros, en mí, sacerdote! No quiero defraudarle. Él se me ha entregado todo entero en este don sin reservas y la verdad es que no quiero defraudarle. Él ha hecho ya todo lo que tenía que hacer. Ya no tiene ningún dominio sobre este tesoro. Él solo tiene que obedecerme, hacer y recibir lo que yo haga... Es Jesucristo, es el Hijo de Dios, el Padre me lo ha confiado y tengo que dar un día cuenta de ello. Jesucristo Eucaristía, Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida; también yo quiero darlo todo por Tí, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo. ¡Jesucristo Eucaristía, yo creo en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti! ¡ Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios, Tú los puedes todo!

Hermanos todos, parroquia y sacerdote de San Pedro, vosotros habéis recibido esta presencia corporal de Dios, cómo la cuidas, cómo la veneras, cómo lo agradeces. Aquí está el fundamento y la base y la fuente de todo apostolado, de toda vida cristiana, de la vitalidad de grupos, de todas las instituciones cristianas, de todas la catequesis, de toda la vida parroquial.  

Qué pensar de tantos cristianos hermanos que no pisan la iglesia, que no valoran el tesoro que encierra, cómo llamarlos católicos, cómo decir que creen y aman a Jesucristo, teniendo por insípida la comida del Señor. Pobre sacerdote, cómo no llorar tanto abandono de la Eucaristía, de las Eucaristías, de las comuniones, del sagrario; cómo no sufrir si verdaderamente tú crees en este misterio, que aquí está la fuente de gracia y salvación de toda la parroquia, que se te ha confiado. Si no te duelen estas ausencias y abandonos, cómo poder decir que crees en Él, que lo amas, que sabes y vives la Eucaristía,  como fuente de todo tu hacer apostólico y sacerdotal.

Quisiera terminar hoy con un texto de San Juan de Ávila:     «El sacerdote en el altar representa, en la Eucaristía, a Jesucristo Nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón, que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas, que en la misma que celebró el Viernes Santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del mundo: “Et exauditus est pro sua reverentia”, como dice San Pablo. En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote, para conformarse en los deseos y oración con Él; y, ofreciéndose delante del acatamiento del Padre por los pecados y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda y honra y la misma vida, por sí y por todo el mundo. Y de esta manera será oído, según su medida y semejanza con Él, en la oración y gemidos» (TRATADO DEL SACERDOCIO).

Cristo, permíteme levantarme en este momento de la cena, y salir apresuradamente afuera y poniéndome a la puerta de tu casa, gritar a todos los que llevan tu nombre sin amarte, sin tener hambre de tí, permíteme gritarles: Oh vosotros, los sedientos de plenitud de vida, de sentido y de felicidad, venid a las aguas... aún los que no tenéis dinero. Venid, comed y comprad sin dinero, bebed el vino sagrado sin pagar. Dadme oídos y venid; así esta tarde de Jueves Santo no habrá ningún espacio vacío en el mesa del Señor, así Cristo podrá llenar con vuestra presencia la ausencia de Judas, así se llenarán nuestros cenáculos, las iglesias del mundo entero, como muchedumbres inmensas, movidas como trigales por el viento de una sola fe y un mismo amor: Jesucristo Eucaristía.

SEXTA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es Jueves Santo. El mundo creyente y católico vuelve una vez más a sumergirse en el misterio asombroso de un Dios, que nos ofrece la Eucaristía, como encuentro vivo y consubstancial con Él en su cuerpo humano, lleno de la Divinidad , triturado como racimo por la pasión y la muerte, pero resucitado por la promesa llena de vida y amor del Padre. Por la pasión y la muerte se convirtió en grano de trigo sembrado en la tierra, pero convertido, por la fuerza y potencia del Espíritu del Padre, en grano de trigo florecido para la espiga de la Eucaristía. Fue también racimo triturado entre clavos para el vino de la Salvación. Esta tarde, nuevamente vamos a repetir las palabras y gestos de Cristo en la Última Cena, porque siguen siendo los únicos capaces de hacer presente la Eucaristía y todo lo que aconteció en aquella noche preñada de misterios.

Los misterios del Jueves Santo son tesoros  de nuestra fe y de nuestra salvación, grabados en la memoria viva de la Iglesia, que es el Espíritu Santo, que invocado en la epíclesis de la Eucaristía, por su poder y fuego de amor transformante que todo lo puede, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y presencializa así, metahistóricamente, más allá del tiempo y del espacio, el memorial de la muerte y resurrección de Cristo en amor extremado y en entrega total, con sus mismos sentimientos y actitudes.

Cada año volvemos a hacer presentes  las mismas palabras, las mismas acciones, los mismos sentimientos, que tuvo Jesús en la Última Cena, que no repetimos, sino que por las palabras de la consagración se hace presente toda su vida, desde que nació hasta que subió al cielo: el mismo amor, los mismos gestos, el mismo lavatorio, los mismos sentimientos, la misma y única entrega, porque no es una repetición teatral, sino un memorial, que hace presente todo lo que Crito dijo e hizo aquella noche santa. 

Luego, después de haberlo hecho presente y de haberlo celebrado y comido con amor, todo este misterio lo guardamos  en el Monumento y permanecemos en adoración junto a Él,  hasta mañana, Viernes Santo, en que ya no lo celebramos con misa, porque ha muerto el supremo sacerdote, Jesucristo, y litúrgicamente no puede hacerlo presente como el Jueves Santo; en el Viernes, sólo comemos el pan eucaristico adorado en el  Monumento,lo comemos y lo guardamos en nuestros sagrarios, donde el misterio, sus palabras, sus gestos, su entrega, sus deseos de amistad permanecen vivos y eternamente ofrecidos a Dios y a los hombres todo el año, todas las horas, todos los días, sin cansancio, sin rutina de ninguna clase, con el mismo amor y la misma entrega, siempre viva, encendida, entusiasmada y entusiasmante. Para expresar esta admiración de los creyentes, no tengo ahora a mano en mi memoria otras palabras más sugerentes y expresivas que las del prefacio romano: «Es justo y necesario, darte gracias, Padre Santo, por Cristo Señor Nuestro. Él, verdadero y único sacerdote, al instituir el sacrificio de la eterna alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de Salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya… Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica». Y luego la súplica del alma creyente: «Te pedimos, Padre, que la celebración de estos santos misterios, nos lleve a alcanzar la plenitud de amor y de vida».

Queridos hermanos, que Dios nos lo conceda este año, que haga realidad en cada uno de nosotros todo lo que recordamos y alabamos en este prefacio, que nos llene de su amor y de su vida. Y ahora antes de terminar, quiero recordaros lo que fue para Jesucristo y tiene que seguir siendo para nosotros el Jueves Santo. Éste día tiene que ser para la Iglesia:

Día deseado:“Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros” ¿Cómo lo deseamos y preparamos  nosotros? ¿Tenemos hambre de Cristo Eucaristía, creemos con fe y amor todo lo que encierra este día hasta desearlo como Cristo? ¿Qué va a significar para mí este Jueves Santo? (Silencio).

Día de su amor: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. ¿Amo a Cristo, le amo de palabra y de obra como Él me amó? ¿Cómo le expreso mis sentimientos de amor en palabras de oración y diálogo? ¿Qué le digo, cuántas veces le digo que le amo, cuántas veces busco yo este encuentro tan ardientemente deseado y buscado por Él?  (Silencio).

Día del sacerdocio: “Haced esto en memoría mia”. ¿Me acuerdo de los sentimientos y deseos de Cristo al instituir la Eucaristía? ¿Me acuerdo de su emoción y entrega? ¿Cómo es la mía? Haced esto vosotros y vuestros sucesores en el ministerio de la Eucaristía. Qué maravilla ser sacerdote de Cristo, qué gracia tan singular tener un hijo sacerdote, un hermano sacerdote, un amigo sacerdote. ¿Pido por las vocaciones y por la santidad de los sacerdotes? ¿Amo el sacerdocio y soy agradecido a todas las gracias que me vienen por su medio? Qué ayuda en una parroquia, qué compañía, qué necesidad de estas almas, madres y hermanas sacerdotales.        Queridas madres, queridos padres, qué gracia, qué privilegio, lo veréis más claro en el cielo, tener un hijo sembrador de eternidades, de cielo, de salvación; todo lo de aquí abajo, pasa: ser alto ejecutivo, empresario, cargo político, presidente... todo pasa,  lo que hacen los sacerdotes es eterno. Tener un hijo sacerdote, que influye ante el Señor por todos, que es presencia de Cristo en medio de vosotros. Qué hermoso tener un hermano, un amigo sacerdote, es estar más cerca de Cristo, de su evangelio, de su amor, de sus ilusiones, de sus proyectos de salvación.

       «El sacerdote ordenado realiza como representante de Cristo el Sacrificio eucarístico. Como he tenido ocasión de aclarar en otra ocasión, <in persona Christi>, quiere decir más que <en nombre>  o también <en vez de Cristo>. In <persona>: es decir, en la identificación específica, sacramental, con el «sumo y eterno Sacerdote», que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie. El ministerio de los sacerdotes es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible para la consagración eucarística… La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida» (Ecclesia de Eucharistia 29ª).

Querida comunidad de San Pedro, es Jueves Santo, y yo no quiero ni puedo mentir en este día: os digo desde lo más sincero y profundo de mi corazón: no tengáis miedo en entregar vuestros hijos y hermanos a Dios para que sean sacerdotes. Madres que comulgáis y luego si tu hijo te insinúa algo en este sentido, ponéis dificultades; hermanas de futuros sacerdotes,  qué comuniones son esas, cómo decir a Cristo te amo y luego rechazar el que uno de los vuestros sea sacerdote. 

Necesitamos madres sacerdotales, al cristianismo actual le faltan madres sacerdotales, madres que conciban con la ilusión de que su hijo sea sacerdote, se dedique tan sólo a sembrar, cultivar y recolectar eternidades. El Señor nos conceda madres y padres y hermanas sacerdotales este Jueves Santo.

SÉPTIMA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: En esta tarde santa, nosotros, al celebrar la Última Cena del Señor con sus discípulos, recordamos y hacemos presentes todos sus gestos y palabras, descritos emocionada y fielmente por los evangelistas. La Iglesia invoca en la epíclesis de la consagración al Espíritu Santo, que es la memoria y la potencia de Dios, que hace presente lo que se celebra, recordando. Y ese Amor Personal de Jesucristo vivo, resucitado y glorioso vuelve a poner ante nosotros todos los misterios de la Última Cena por la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, como lo hizoz la primera y única vez. La diferencia es que ahora son nuevos los comensales, somos los hombres de todos los tiempos. Así que el Señor ahora nos lavará los pies en esta Eucaristía, oiremos su mandato nuevo de amarnos los unos a los otros por vez primera y se hará presente para nosotros como para los Apóstoles todo el misterio de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio.

Son muchos los nombres con que se ha designado a la Eucaristía en el correr de los tiempos, incluso por los mismos  Apóstoles. El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica enumera y analiza varios. Ninguno agota su rico contenido, pero todos añaden nuevos aspectos que nos hacen descubrir su riqueza. Nosotros hoy vamos a meditar sobre uno especialmente, sobre la Eucaristía como Cena del Señor.

San Pablo llama a la Eucaristía la “cena del Señor”. La razón está en que Cristo la instituyó en el marco de una cena, la cena ritual de la pascua judía, celebrada para recordar y renovar  el pacto de amistad, la Alianza realizada por Dios con Moisés y su pueblo en el monte Sinaí, mediante el sacrificio y el derramamiento de la sangre sobre el pueblo y sobre el altar, que representaba a Dios, con lo que Dios se comprometía a ser el Salvador de su pueblo y el pueblo aceptaba este compromiso de que Dios fuera su único Dios, obligándose por esta Alianza el pueblo a cumplir sus mandatos y Dios perdonaba sus pecados y se comprometía a seguir renovando sus milagros en favor de su pueblo; al rociar con la sangre al pueblo, éste se hacía en cierto modo “consanguíneo” de Dios, familia de Dios, y los dos se comprometían de por vida a defenderse contra los enemigos.

Tanto ésta cena ritual de los judios, como la Última Cena del Señor, como cualquier comida en torno a una mesa,  significa  y realiza la unión de los comensales, y en ésta de hoy, del Jueves Santo, se significa y se realiza la unión de los comensales con Jesucristo, y, por Él, con el Padre. Toda comida expresa y alimenta la fraternidad, la acogida mutua, la amistad. Cenar y comer juntos no es sólo nutrirse, introducir calorías en nuestro cuerpo. Es confraternizar, compartir, trato de amistad. Por eso, toda Eucaristía, por ser la comida del cuerpo de Cristo, es exigencia y alimento de amor mutuo, es sacramento de amistad con Dios y con los hermanos.

La Eucaristíaes el banquete del reino de Dios y este reino nos exige a todos tener a Dios como único Padre y a los hombres, sobre todo a los que comen la cena del Señor, como hermanos. Éste es el reino que Cristo ha traído desde el seno y el corazón de la Trinidad a la tierra de los hombres: que sean todos hijos del mismo Padre y hermanos entre sí. Por esto, a Dios sólo le podemos llamar Padre nuestro, si los hombres nos sentamos a compartir como hermanos la misma mesa de la Eucaristía y de la vida.

Esto lo entendieron y practicaron perfectamente los primeros cristianos, tan cercanos a Cristo y su mensaje transmitido por los Apóstoles,  hasta el punto de poner sus bienes en común y poder recibir de los que los contemplaban el comentario de “mirad cómo se aman”. Ellos sabían muy bien lo que Cristo pretendió al instituir la Cena y, entre otros fines, Jesús expresó muy claramente: “Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado” “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros”.  Y Él dio su vida por nosotros y, hecho pan de vida, quiso ser partido y repartido entre los comensales.

Por eso, en los primeros tiempos, cada uno llevaba a la cena lo que podía de alimentos y dinero, pero, sobre todo, amor. En las Eucaristías de los primeros cristianos se ponían todos los alimentos en común sobre la mesa y también, todo lo que reflexionaban sobre los dichos y hechos de Jesús; el que dirigía la asamblea rezaba unas oraciones, daban gracias, compartían los alimentos y, al final, un sacerdote consagraba el pan y el vino y todos comulgaban en el mismo pan, en el mismo Cristo, en la misma cena, en la misma mesa, en la misma Palabra, en los mismos alimentos y todos se sentían hermanos.

Pero, en el correr de los años, esta unión y comunión se fue perdiendo en la celebración de la cena, hasta llegar a suprimirse la cena previa a la consagración. Hoy apenas quedan signos de esta comensalidad en nuestras Eucaristías, aunque seguimos hablando de mesa, manteles, alimentos, “dichosos los llamados a la cena del Señor”.

Una de las razones principales estuvo en el egoísmo natural, muy poco evangélico, de no querer compartir los alimentos con todos. San Pablo salió al paso de estas diferencias, que rompen el fundamento, la  base y el fruto de la Eucaristía, que es el amor mutuo y el compartir el amor y los bienes, como el Señor lo dijo y lo hizo. De esta forma el ágape se convirtió en desprecio de los pobres. Eso ya no es la cena del Señor. “Cuando os reunís en vuestras asambleas, los ricos engordan, mientras los pobres pasan hambre. Eso ya no es comer la cena del Señor”  (1Cor. 11,20).

En el siglo II desaparece este ágape, esta cena en común que servía de soporte a la celebración eucarística, porque ya no existía el amor mutuo y la amistad necesaria para realizarla. Sin embargo, ahora y siempre y en cualquier lugar que se celebre, la Eucaristía será siempre una exigencia de amor mutuo, una proclamación de la fraternidad querida por el Señor, una conciencia y exigencia viva del amor y ayuda que unos a otros nos debemos en razón de las palabras y de los signos que celebramos, todos dirigidos a romper aquellos  egoísmos e individualismos que impiden la unión y la  comunidad.

 Y esto es lo que yo, en nombre del Señor, quiero proclamar y recordar esta tarde del Jueves Santo, en que meditamos y contemplamos en su presencia todo lo que Él instituyó y celebró y nos encomendó en este día. Y al presencializarlo, comprometernos con los deseos de Cristo y tratar de pedir perdón por no haberlo hecho antes mejor y empezar de nuevo, si es necesario. Esta será la mejor forma de celebrar la Cena del Señor.

Cuando entramos en la Iglesia para celebrar la Eucaristia, venimos de una sociedad, que ha roto los lazos de unión y favorece las divisiones y las luchas competitivas: ¿Salimos como entramos? ¿No nos convertimos a la unión y fraternidad evangélica? ¿Cómo podemos encarnar y vivir mejor estas exigencias de Eucaristía? ¿Qué actitudes y comportamientos debemos rectificar para celebrar con verdad la Cena del Señor?

La Eucaristíaes exigencia permanente de amistad, de servicios mutuos, de compartir más el tiempo, los afectos, los bienes con los hermanos en la misma fe y en el mismo pan, especialmente con los más necesitados, con los pobres de todo tipo. Hoy la pobreza tiene muchos nombres: los ancianos, los deprimidos, los que viven solos, en nuestra misma familia puede haber personas necesitadas de amor, de tiempo, de comprensión, de ayuda moral, espiritual… Esta celebración que estamos realizando y la Adoración ante el Monumento hasta la tarde del Viernes deben ayudarnos a perdonar a todos y ser mas caritativos con todos. Que el Señor con sus palabras y gestos eucarísticos nos ayude a comprender su voluntad, a superar todas las divisiones; que esta celebración, la comunión y la adoración eucarística vayan sembrando cada día los gérmenes de la unidad tan orada y deseada por Él en su oración de la Última Cena y nos haga descubrir los compromisos del amor fraterno, que encierra la Eucaristía.

OCTAVA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: En este día tan entrañable para la Comunidad cristiana, nosotros, seguidores y amigos de Jesús, hacemos memoria de sus palabras y gestos últimos, especialmente en la institución de la Eucaristía. El Jueves Santo es el día eucarístico por excelencia: día de su entrega en sacrificio martirial por nosotros, día de sus deseos de ser comido en comida fraterna por todos los suyos, día en que quiso quedarse para siempre en el sagrario en amistad ofrecida permanentemente a todos.

Ante este misterio de la Eucaristía, me vienen espontáneamente a los labios las palabras del himno eucarístico de Santo Tomás de Aquino, que cantamos en la festividad del Corpus Christi, pero también en muchas otras ocasiones: «Adoro te devote, latens Deitas»: Te adoro devotamente, oculta divinidad, que vives bajo estos signos sencillos del pan y del vino. Todo mi ser y mi corazón se doblan y se arrodillan ante Tí, porque, quien te contemple con fe, desfallece y se extasía de amor... O aquella estrofa del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado».

Estos días son para pasar largos ratos ante el Señor Eucaristía, para contemplar y extasiarse de amor eucarístico, para mirar al Amado y dejar nuestros cuidados del mundo y de las cosas entre las azucenas olvidado. Para un cristiano, la Semana Santa debe ser toda entera para el Señor, para vivir y meditar sus misterios santos, que son muchos y muy profundos, todos llenos de amor loco y apasionado por los hombre. Desde la Hostia Santa, que quedará expuesta como siempre después de la Cena del Señor, Jesús me está enseñando amor hasta el extremo, entrega total; me enseña humildad: se olvida de sí mismo, de lo que es y se rebaja y se arrodilla pidiendo mi amor y mi amistad; me enseña servicio: se pone a servir a los Apóstoles y quiere llenarme de sus actitudes y alimentar sentimientos evangélicos en mi vida; me enseña también fidelidad plena: aunque los hombres no comprendan tanto amor, ni crean en su presencia, Él cumple su palabra de quedarse con nosotros en el pan consagrado hasta el final de los tiempos, todo un Dios se humilla y busca al hombre para llenarle de divinidad; qué bueno es Jesús, Él sí que es un amigo verdadero, sin egoísmos ni traiciones, lleno de delicadezas y perdones. Es Dios, el Infinito hecho pan  por amor al hombre.

¿Qué queremos decir hoy de Cristo hecho pan de Eucaristía? Queremos decir que ese trozo de pan es el quicio y gozne de toda diócesis, de toda parroquia, de todo católico. Todo critianismo, todo cristiano, que no gire en torno a la Eucaristía, está desquiciado. Toda parroquia, que no gira en torno a la Eucaristía, está desquiciada. Quiere decir que toda parroquia y todo creyente tiene que girar en torno a la Eucaristía, porque el cristianismo no son cosas ni ritos ni preceptos, el cristianismo esencialmente es una persona, es Cristo mismo, y sin Cristo, sin Eucaristía, no hay cristianismo, ni fraternidad, ni comunidad. Es más, tenemos que observar nuestro comportamiento con la presencia de Cristo en el sagrario, nuestra relación con el pan consagrado, porque lo que hacemos con el pan, se lo estamos haciendo al mismo Cristo, directamente, no a una imagen o figura. No amo, no me arrodillo, no venero, no respeto, no valoro el pan consagrado, celebro de cualquier modo... no amo, no venero, no respeto al mismo Cristo.

 Por eso, para saber de la santidad de una persona, sea sacerdote o seglar, hay que tener mucho cuidado con su comportamiento con Jesús Eucaristía, porque de ahí han de recibir su fuerza y verdad nuestra vida cristiana, nuestra srelaciones con los demás, nuestras predicaciones sobre Cristo o  su evangelio,  todo nuestro apostolado, todo recibe su fuerza de la Eucaristía como de su fuente; toda nuestra vida personal y apostólica nos lo jugamos en nuestra relación y comportamiento con Jesucristo Eucaristía. Cuando veo tanta ligereza después de la Eucaristía, hablando o comportándonos como si Cristo ya no estuviese presente en el sagrario, no valorando que es Dios, como si no viera lo que hacemos, me da pena,  porque esto indica que no hemos tocado y sentido a  Cristo vivo. 

Si queremos enfervorizar una parroquia, empecemos por revisar nuestras celebraciones eucarísticas, nuestras visitas al Santísimo, nuestras comuniones, nuestras liturgias y acciones eucarísticas. Si queremos enfervorizar a nuestra familia y nuestros hijos, empecemos por revisar nuestra vida eucarística: si queremos enfervorizar nuestras catequesis y catequistas, nuestros grupos cristianos de cualquier clase que sean, empecemos por revisar nuestra relación con la Eucaristía, tratemos todos, sacerdotes y seglares, de amar más a Cristo Eucaristía, de imitar sus virtudes eucarísticas: humildad, entrega, silencio, perdón continuo; revisemos nuestra relación eucarística con Él, nuestra oración eucarística, nuestros comportamientos eucarísticos.

 El Vaticano II nos dice: «...en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo... los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están  íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan....” (PO 5). “Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 6).

 Horas de sagrario y adoración eucarísticas son horas de santificación directa y llameante, apostólicas y salvadoras  para el mundo y los hombres, redentoras de tanto pecado y materialismo inundante y secularizante, que ya no respetan ni los dinteles de los templos y entra dentro de nuestras iglesias. Necesitamos iglesias abiertas todo el día para que los creyentes puedan visitar, orar y adorar a Jesucristo Sacramentado, fuente y manantial de vida cristiana para todos los hombres: «...la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica» (PO 5).

       «Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia», también lo es del ministerio sacerdotal. Por eso, con ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro Señor, reitero que la Eucaristía «es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella» (Ecclesia de Eucharistia 31b).

En esta tarde del Jueves Santo, Cristo no sólo ha querido prolongar su presencia en el pan de la Eucaristía sino también en la presencia de otros hombres, los sacerdotes, a los que confiere su misión y el encargo recibido del Padre. Toda la carta a los Hebreos nos repite que Cristo es el único sacerdote del Nuevo Testamento de modo que los demás, que han sido elegidos por Él, no son sino prolongación suya, prolongadores de su misión de santificar, predicar y guiar al pueblo de Dios. Jesús fue sacerdote por su misma Encarnación, por la unión en su persona de la naturaleza divina y humana, que le convierte así en puente, en pontífice entre lo divino y lo humano.

Por eso rompió radicalmente con el sacerdocio del Antiguo Testamento que lo era por línea de sangre o de familia. No necesita el sacramento del Orden porque Jesús por su mismo ser y existir, es y fue mediador entre Dios y los hombres. No hubo un instante en que su naturaleza divino-humana no fuera sacerdotal. Lo fue desde la misma Encarnación. Y ejerció su sacerdocio desde el mismo instante de su concepción en el seno de María y lo consumó en la Ultima Cena anticipando el Viernes y el Sábado de Gloria. «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Los sacerdotes prolongan la Encarnación de Cristo, son Cristo Encarnado, son presencia sacramental de Cristo, prolongan su Palabra y su Salvación y  su Vida ¿No hay en esta asamblea algún joven o adulto que quiera ser prolongación de Cristo? ¿Queridas madres, que amáis tanto a Cristo y a su Iglesia, por qué no echáis esta simiente en vuestro corazón y la cultiváis con vuestra oración eucarística para que nazcan hijos que quiera ser sacerdotes? Necesitamos madres sacerdotales. Queridos cristianos, necesitamos vuestra oración y vuestras obras y sufrimientos por las vocaciones, para que surjan en vuestras familias hijos o hermanos sacerdotes. ¿No podríais rezar un poco más, querer y ayudar un poco más a los que ya son sacerdotes? Porque al ser sacramento de Cristo, no en una materia muerta, como un trozo de pan, sino en carne viva, en el barro de los hombres, esto nos obliga a vivir su misma vida, a pisar sus mismas huellas, a ser santos como Cristo y esto cuesta y a veces no podemos y necesitamos vuestra oración y vuestra ayuda.

 El sacerdote es sacramento de la presencia y de la vida de Cristo, de la mediación de Cristo, de la ofrenda victimal de Cristo, de la salvación de Cristo, de su perdón, de sus gracias, de sus dones,  pero también de su testimonio, de su amor al Padre y a los hombres y nuestro corazón es de carne y se cansa y duda y no abarca ¿Podéis ayudarnos con vuestro cariño? Con vuestra ayuda nos será más fácil, menos costoso prolongar a Cristo, representar y reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres, como puse en la estampa de mi ordenación y primera Eucaristía, ser, en definitiva, un signo sencillo pero viviente de Cristo.   

El sacerdote, en razón del sacramento, está más  obligado a una santidad de vida, porque Él es el que actúa a través de mi humanidad; yo se la he prestado para siempre, para este tiempo y para toda la eternidad y no la quiero tener para ninguna otra persona u ocupación. Estoy consagrado a Él de por vida y jamás me desposaría con nadie aunque me estuviera permitido, porque me he entregado a Él totalmente y he perdido la capacidad de poder amar esponsalmente a nadie. Mi corazón solo quiero que sea para Él, pero soy pecador, por eso pido vuestra oración, vuestro acompañamiento, vuestra ayuda espiritual. 

Al tener que pisar sus mismas huellas, tengo también que llevar en mi cuerpo las señales de la pasión de Cristo, sus mismas marcas de amor y dolor. Por eso, como San Pablo a su discípulo Timoteo, valoro este don y doy gracias por él al Señor: “Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mi y me confió este ministerio” (1Tim 1,12). Doy gracias a Dios con San Pablo porque me ha llamado y me ha hecho capaz de ser y realizar un misterio y ministerio que yo no podía imaginar. Como rezamos en el prefacio de este día:  “Cristo, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión”.

“Se fió de mí”, a pesar del pasado de Pablo, a pesar de mi pasado... Cristo me ha preferido, me ha llamado y me sigue llamando en un acto de confianza plena a estar con Él y enviarme a predicar, en un acto de predilección eterna, que jamás sabré agradecer ni por toda la eternidad, cuando todo lo vea a plena luz y amor y me goce eternamente en la contemplación de mi identificación con su sacerdocio celeste a la derecha del Padre y así ya para siempre, para siempre, para siempre..., toda la eternidad sacerdote celeste con Cristo glorioso para alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad y mis hermanos, los redimidos. Y esta confianza depositada por el Señor en nosotros, los sacerdotes, debe llevarnos a una correspondencia de gratitud y confianza inquebrantable en su persona y en su misión: “Sé de quien me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio”.

Finalmente, la celebración de la Última Cena incluye el don de la comunión fraterna y solidaria, que nos obliga en el Señor a compartir cuanto somos y tenemos:“Un mandamiento nuevo os doy...”, “Habéis visto lo que he hecho con vosotros...haced vosotros lo mismo...” Hoy es el día de la Eucaristía, pero por ello mismo y por voluntad de Cristo, es un día especial de vivir y recordar la obligación de amarnos fraternalmente, día del encuentro y acogida entre  todos los hombres, y no solo económica sino más bien de cambiar actitudes y criterios  y valores en nuestra conciencia individual y social egoísta. Y ahora ya, sentémonos a la mesa y celebremos la Eucaristía

NOVENA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: Qué fe, qué amor más grandes son necesarios para poder captar toda la emoción de Cristo, toda su entrega al Padre y a nosotros, los hombres, en este día del Jueves Santo, que ahora estamos recordando, no sólo como memoria sino como memorial, esto es, presencializándolo. Cada palabra, cada gesto de Cristo con sus discípulos en la sala grande de la Cena son un misterio de amor hasta el extremo, son expresiones de entrega total y generosa del amigo que da la vida por los amigos. Es tan denso el Jueves Santo, que de su contenido, de su espíritu y vida, de su espiritualidad podemos y debemos vivir todo el año, toda la vida: partir y repartir la vida como Jesús, lavarnos mutuamente los pies, perdonar a los que nos van a crucificar. En el silencio emocionado de la noche han sonado las palabras solemnes de Cristo:“Este es mi cuerpo que se entrega... esta es mi sangre que se derrama...”  Cuando todas las palabras ya han sido dichas y pronunciadas, solamente quedan los gestos, como símbolos definitivos, que encierran todos esos sentidos y misterios, que las palabras no pueden explicar ni encerrar.

 La institución de la Eucaristía, como sacrificio, como comunión y como presencia eterna de amistad ofrecida al hombre, es el mayor gesto, el mayor símbolo de amor dado en la historia. Solo Cristo podía hacerlo. Toda su vida, desde el seno de María, había sido Eucaristía perfecta: adoración al Padre hasta la muerte: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado…” y también entrega total y hasta el extremo a los hombres, predicando, sanando y dando la vida por nosotros:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos…” y Él la dio por los amigos y por los enemigos.  Arrancó desde su ofrecimiento al Padre, como nos lo dice la carta a los Hebreos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y ahora, en el último instante de su vida, quiere confirmar esta ofrenda, como sacramento perenne de su amor al Padre y a los hombres.

El sacramento de la Eucaristía, instituido por Cristo en la Última Cena, es la prolongación en el tiempo de su pasión, muerte y resurrección por los hombres, es presencia humilde y silenciosa de Jesucristo entre nosotros, es deseo de alimentar nuestras vidas en dirección de fraternidad humana y trascendencia divina como alimento de eternidad. La Eucaristía es Cristo presente, como ofrenda y víctima, que se sacrifica, como amigo que permanece por amor junto a los suyos, como comida y alimento de nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza cristiana. Por eso «La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio. Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: «nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrifico es siempre uno solo… También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá» (Ecclesia de Eucharistia 12b).

       Y «Al entregar su sacrificio a la Iglesia, Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecersetambién a sí misma unida al sacrificio de Cristo». Por lo que concierne a todos los fieles, el Concilio Vaticano II enseña que «al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella» (Ecclesia de Eucharistia 13b).

Adoremos, pues, con amor este misterio, contemplemos a Cristo presente en el pan consagrado con fe y devoción rendida, vivamos en comunión con Él amando hasta el extremo, repartiendo nuestra vida en pedazos de Salvación entre los hermanos, con una presencia humilde como la suya. Debe ser un esfuerzo por vivir en nosotros lo que contemplamos en este Misterio, asimilarlo, hacerlo vivencia y vida de nuestra vida. Así también nosotros nos iremos haciendo Eucaristía perfecta, vida entregada y repartida, como pan de Cristo, que adora al Padre, cumpliendo su voluntad, y alimenta a los hermanos.

 «Ave, verum corpus natum de Maria Virgine...» «Te adoro verdadero cuerpo nacido de María Virgen, que has padecido y has sido inmolado en la cruz, te adoro» «O memoriale mortis Domini, panis vivus vitam prestans homini...» Oh memorial de la muerte del Señor, pan vivo que das vida al hombre, haz que mi alma viva de tí y que siempre guste y saboree al Señor...”

En este día, Jesús, después de instituir la Eucaristía, instituyó el sacerdocio. El sacerdocio es como otra Eucaristía. La Eucaristía es Cristo consagrado bajo las especies de pan y de vino. El sacerdote es Cristo consagrado en el barro de otros hombres. En la Eucaristía, por fuera se ve pan, por dentro es Cristo. En el sacerdocio, por fuera, el barro de otros hombres, por dentro, Cristo. Es el mismo Cristo encarnado de dos maneras. Y esto es Palabra y Acción transformante  de Dios, teología y liturgia viva, sin nada de fantasía ni literatura.

Es la realidad hecha por Jesucristo en esta noche y para toda la vida, con pan y vino y con la voluntad de otros hombres que se le entregan y son consagrados por y en su mismo Amor de Espíritu Santo. El Espíritu Santo, Fuerza y Potencia de Dios, es el Amor Personal del Dios Trinitario, que hizo posible la Encarnación, formando el cuerpo de Cristo, en el seno de María, y ese mismo Amor Personal de Dios es el que forma y transforma la humanidad de otros hombres en humanidad supletoria de Cristo, para que Él pueda seguir realizando hasta el final de los tiempos el encargo de Salvación confiado por el Padre: “Yo me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos...”.

Se queda hasta el final de los tiempos especialmente con dos presencias sacramentales: presencia sacramental en el pan y en el vino, y esta otra, menos valorada y conocida por el pueblo de Dios, pero igualmente verdadera y sacramental: la presencia de Cristo en la humanidad de los sacerdotes. 

       «Y de este carácter central de la Eucaristía en la vida y en el ministerio de los sacerdotes se deriva también su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales. Ante todo, porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote; pero también porque la diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía, es un ejemplo eficaz y un incentivo a la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Él se sirve a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio». (Ecclesia de Eucharistia 31c)

Cuando hay mucha fe, el pueblo cristiano vio esto siempre claro: el sacerdote es otro Cristo, y veneró el sacerdocio, y las madres tenían como un privilegio el que alguno de sus hijos fuera llamado por el Señor y los mismos jóvenes y niños expresaban claramente en la catequesis o en la escuela sus deseos de ser sacerdote y se entusiasmaban con esta realidad sobrenatural; se veneraba a Cristo Sacerdote y a la Eucaristía, y al sacerdote, como prolongación y unión con estos misterios. Cuando la fe decrece y no hay ambiente creyente, pasa lo que ahora: Cristo abandonado en el sagrario, Cristo abandonado en los sacerdotes; Eucaristías dominicales vacías, seminarios vacíos, no hay hambre de pan eucarístico, no hay hambre de ser sacerdote, de entrega, de santidad...

La valoración y la estima del sacerdocio católico dice y habla muy claro de la profundidad de nuestra fe y de la sinceridad de nuestras comuniones: no se puede comulgar con Cristo y luego hablar mal de los sacerdotes, no se puede ser padres y madres fervorosas y luego recibir un disgusto, si uno de nuestros hijos nos dice que quiere ser sacerdote y, en cambio, recibimos alegría si ese mismo hijo nos dice que quiere ser  informático, abogado, médico... cualquier cosa, menos sacerdote.

Querida madre, dónde está la verdad de tu amor a Cristo, la verdad de tus comuniones, qué le quieres expresar a Cristo, cuando dices mecánicamente a Cristo que le amas y luego, si un hijo tuyo quiere amarle de verdad, tratas de alejarlo de esa fuente de salvación, de verdad y de amor total que es Cristo, que es el sacerdocio; perdona que te lo diga, son rutinarias y sin vivencia alguna: así que hasta los mismos niños, por el ambiente de la casa y de la calle se avergüenzan en estos tiempos de confesar que quieren ser sacerdotes y la semilla puesta por Dios en su corazón muere, aún antes de nacer,  y no se atreven, como en tiempos pasados, a levantar la mano si el sacerdote pregunta quién quiere ser sacerdote; no saben ni donde está el seminario. Y en este tema, no toda la culpa es de los padre, también los sacerdotes teníamos que preguntarnos por nuestros entusiasmo por el seminario, por la vocaciones, por sembrar la semilla en los corazones de los niños y de los jóvenes.

       Antes las familias tenían como un don de Dios y como un honor el que uno  de sus hijos fuera llamado al sacerdocio y las gentes cristianas respetaban esta decisión; ahora ni los amigos ni, sobre todo, las amigas ayudan y favorecen y respetan esta elección de Dios. Nuestra devoción a los sacerdotes dice muy claro la verdad y profundidad y autenticidad de nuestra fe. Por eso, en todas las parroquias Dios nos da el consuelo de encontrar almas verdaderamente sacerdotales, que nos sirven de consuelo, de ayuda y de estímulo. Y por eso, con todas mis fuerzas y con toda la emoción de mi corazón quiero decirles: Gracias, gracias por vuestra presencia y oración, que Dios os bendiga, que os lo premie y recompense y agradezca y os diga cosas bellas en vuestro corazón.

También quiero deciros a todos que ser sacerdote es lo más grande y maravilloso que Dios me ha concedido. Y con verdad y humildad he de afirmar también con San Pablo que tan gran misterio lo llevamos en vasijas de barro. Mucho ha de esforzarse el sacerdote para que no se rompa ni corrompa esta vasija con imperfecciones y pecados. Mucho debe rezar y cultivar y regar esta semilla que Dios depositó en su corazón. Y mucho también ha de valorar y proteger el pueblo cristiano a sus sacerdotes, a los portadores de su salvación. Pidamos todos los días, pero especialmente todos los jueves de la semana,  que deben ser eucarísticos y sacerdotales, por la vocaciones, por la santidad de los elegidos, pidamos insistentemente al dueño de la mies que dé decisión, valentía, fe viva a nuestros jóvenes para que entreguen su vida para la gloria de Dios y la salvación de los hermanos. Tener todo esto presente es la mejor forma de celebrar el Jueves Santo, recordándolo todos los jueves eucarísticos del año. Pidamos por los seminarios, por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, seminaristas y consagrados, por las chicas y chicos que sienten vocación religiosa..., pidamos por las vocaciones.

Finalmente, en la cena de despedida, hay dos gestos de Cristo reveladores del amor fraterno: son el lavatorio de pies y la cena compartida. “Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros; un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis los unos a los otros”. Y así nos dejó Cristo el amor fraterno como signo de fe, pertenencia cristiana y tarea apostólica y eclesial para toda la vida. Desde entonces un discípulo debe tener como meta y referencia el amor extremo de Cristo a los suyos: “Como yo os he amado”.

Por eso es precisamente nuevo, porque ya no es amar ni siquiera como uno se ama a sí mismo sino como Cristo nos ha amado,  hasta dar la vida. El cumplimiento de este mandato hay que renovarlo todos los días y todos los instantes de nuestra jornada, porque es mandato de Cristo, porque Él lo quiere, porque Él nos lo dejó como tarea permanente de todo cristiano, como signo de autenticidad de nuestra fe, nuestro amor y nuestra pertenencia a Él. Hay mucho que meditar, reflexionar, revisar y esforzarse en este sentido, hasta que se cumpla perfectamente como Cristo quiere. Oremos y pidamos estos días para que así sea, para que se cumpla y lo cumplamos, para que sea el signo de nuestra identidad cristiana y comunitaria, especialmente con los que tenemos cerca, con los que conviven con nosotros. No es fácil esta tarea ni es cosa solo de una temporada, sino que todos los días y a todas las horas tenemos que amarnos por voluntad y deseo de Cristo, especialmente debemos ser más delicados y esforzarnos con los pobres, los enfermos, los pecadores, con los que nos hacen mal, con todos, sean del color y de la raza que sean.

 Qué difícil, Señor, cumplir en verdad y plenitud este mandamiento, danos tu amor, de otra forma nosotros no podemos. Hay que amar más, entregarnos más si queremos agradar a Cristo Eucaristía y vivir su amor y entrega en  la Eucaristía. Cristo nos lo pide. Es un mandato. He aquí la tarea permanente, la conversión permanente de todo cristiano: revisar todos los días el amor fraterno en nuestras visitas al Señor, en nuestras comuniones eucarísticas, en nuestras Eucaristías.

DÉCIMA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS:“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Sublime resumen e introducción de Juan  a los últimos gestos y palabras de Cristo,  que dan sentido e iluminan y son principio, medio y fin de su existencia, de toda su vida, centrada en este doble motivación: adoración al Padre, cumpliendo su voluntad y entrega a los hombres, sus hermanos, hasta dar la vida.

“Estaban cenando, -nos dice San Juan-, y Jesús, sabiendo que el Padre lo había puesto todo en sus  manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies de sus discípulos”.

Este gesto del lavatorio de los pies, junto con el mandato nuevo, reseñado por San Juan en lugar de la institución de la Eucaristía, es un símbolo, tiene para San Juan el valor de signo: significa la Eucaristía, el fruto de la Eucaristía, el preludio y ambiente de la Eucaristía, que es y deber ser siempre el amor fraterno y el servicio. Y lo pone precisamente señalando la traición de Judas con beso y por unas monedas; acompañado por unos discípulos que se duermen en medio de la tragedia de su Maestro; distraídos hasta el último momento en discutir sobre lo primeros  puestos del reino;  despreocupados ante la oración agónica de Jesús en Getsemaní, abandonado por todos los suyos en la prueba suprema y Pedro negándolo abiertamente ante una criada del sumo sacerdote. Podíamos añadir también: y a pesar de la mediocridad de muchos cristianos de todos los tiempos en corresponder y agradecer todo este misterio de amor y de entrega total por nosotros, hasta la muerte, viéndolo  y sabiéndolo todo el Señor.

Pero como el amor de Cristo es verdadero,  no se quedó en palabras tan sólo, sino que lo manifiesta y realiza a través de acciones, empezando por el lavatorio de los pies y la institución de la Eucaristía, siguiendo con el mandato de amarnos los unos a los otros.

 Lavatorio de los pies de los discípulos e institución de la Eucaristía son, en el fondo, signos paralelos del amor sin fronteras de Cristo. Para ambos gestos aplica Jesús el mismo mandato de repetirlos:“Haced esto en memoria mía”, dice de la Eucaristía. Y respecto al lavatorio de los pies: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis”.  Nosotros, admirados por la realidad de la Eucaristía, quizás hemos infravalorado el signo del lavatorio de los pies. Pero es también un gesto de amor y servicio hasta el extremo de la humillación y por eso, con toda lógica, Pedro lo rechaza: “no me lavarás los pies  jamás”, “si no te lavo los pies, no tendrás nada que ver conmigo”. Es una frase dura de Jesús, que solemos interpretar como una mera exhortación al bueno de Pedro, para que se deje lavar los pies, como los demás.

En principio, nos sorprenden estas palabras tan duras del Señor, porque todos nosotros nos sentimos identificados con Pedro, que se siente indigno de que su querido y admirado maestro le lave los pies. En la frase de Pedro, “no  me lavarás los pies”, está resonando la misma humildad de Juan el Bautista cuando se reconocía indigno de desatarle la correa de las sandalias. Y, sin embargo, la frase de Cristo a Pedro es contundente: “si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo”. Y es que Pedro piensa bien según el criterio humano, pero el pensamiento de los hombres no coincide muchas veces con el de Dios. Jesús quiere decirle: si no aceptas la nueva imagen de Dios, si no aceptas este gesto de servicio, si no estás dispuesto a ponerte de rodillas ante tus hermanos, no podrás nunca celebrar la Eucaristía, no podrás formar parte de mis seguidores, no podrás presidirlos en el amor, donde como os he dicho, “el que sea primero que se haga servidor de todos”.

El Jueves Santo es el día del amor fraterno, ciertamente, pero, antes y muy por encima de todo, es la fiesta del amor de Dios, la manifestación más esplendorosa de su pasión de amor  por el hombre, manifestada por Jesús en el lavatorio de los pies y en el precepto de amarnos como Él nos amó. Todo esto explica la gran solemnidad y detalle, con que Juan describe este gesto y, sin embargo, no menciona la institución de la Eucaristía, porque para Juan el lavatorio nos explica y nos dice lo que produce y significa este sacramento.

Hoy Pablo nos recuerda esta institución en la segunda Lectura:“...he recibido esta tradición que procede del Señor...” “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva”. Es decir, hay que estar limpios y humillarse por amor ante los hermanos para estar preparados y poder celebrar la Eucaristía, resumen de toda la vida de Cristo, que fue amor y servicio hasta la muerte física, psicológica y espiritual. Desde la Encarnación hasta la cruz Jesús estuvo siempre sirviendo, de rodillas ante el Padre y los hombres: “siendo Dios tomó la condición de esclavo.., se humilló y anonadó por amor extremo”.  “Igual que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,45). Y Cristo quiere que esta vida de servicio marque la vida de su Iglesia y sus seguidores, de todos los cristianos, y esté presente siempre en su Iglesia. “¿Comprendéis lo que yo he hecho con vosotros?” es la pregunta de Jesús a sus discípulos. Y ésta es la pregunta que resuena ahora también en esta iglesia, ésta es la pregunta que ahora nos dirige a cada uno de nosotros en este día del Jueves Santo. “Así tenéis que hacer vosotros”. Desde esta perspectiva se comprende, se explica y se vislumbra el amor nuevo que Cristo quiere entre sus discípulos. Tal vez, desde este horizonte, podamos mejor captar aquellas palabras de Jesús: “Si no te lavas los pies, no tienes nada que ver conmigo”, es decir, quedarás excluido de mi amistad, de ser verdadero discípulo mío. 

Por lo tanto, hermanos, si no enfocamos nuestra vida como servicio y dedicación a los hermanos, no tendremos parte con Cristo. Si no tienes experiencia de que Él te ha amado primero, te ha lavado los pies, si no meditas estos gestos, es más difícil vivir la espiritualidad de la Eucaristía: servicio a Dios y a los hermanos, como lo es también el sacerdocio. Y de aquí surgen las fuerzas y el ejemplo para el amor fraterno: de la experiencia del amor y humillación de Cristo por nosotros. Por eso Juan lo verá todo muy claro: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,10); quiere decirnos Juan: en esto consiste el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, en que Él nos amó primero, en que Él se entregó por nosotros, en que Él se ha arrodillado y nos ha lavado a todos los pies y las manos y la cabeza y el corazón y todo el cuerpo con su gracia y con su ejemplo. 

       Muchos son los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en la urgencia de trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender  la vida humana desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir, además, de tantas contradicciones de un mundo <globalizado>, donde los más débiles, los más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En este mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convivial la promesa de una humanidad renovada por su amor. Es significativo que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del «lavatorio de los pies,» en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio (Cf Jn 13,1-20).

       El apóstol Pablo, por su parte, califica como <indigno> de una comunidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia hacia los pobres (Cf 1Cor 11, 17.22.27.34).

       «¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frio y desnudez. Porque el mismo que dijo: “esto es mi cuerpo”, y con su palabra llevó a realidad lo que deciía, afirmó también: “Tuve hambre y no me disteis de comer,” y más adelante: “Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer” (….). ¿De qué seviría adornar  la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que sobre, adornarás la mesa de Cristo»: San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 50, 3-4: PG 58, 508-509 (Ecclesia de Eucharistia 20b).

Y termina Juan este discurso de la Cena:“...dijo Jesús: ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo”.  Amén significa “así es” y esto es lo que yo pide y expresa Juan con este texto que acabo de citar: así es en Cristo, y que así sea también en su Iglesia, entre nosotros.

UNDÉCIMA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: La santa Cuaresma, que nos ha servido de preparación, termina en el Jueves Santo, inicio de la Pascua, en la que celebramos los misterios más importantes de nuestra fe. Durante el Triduo Pascual, que hoy comenzamos, se nos invita a reflexionar y a vivir con fervor sincero y profundo los misterios centrales de nuestra salvación, participando en las solemnes acciones litúrgicas, que nos ayudan a revivir los últimos días de la vida de Cristo. Para todos nosotros estos días revisten un valor perenne y esencial de la fe católica. Hoy, Jueves Santo, estamos llamados a vivir tres dones supremos del amor de Dios: La institución de la Eucaristía, el sacerdocio católico y el mandato nuevo del amor fraterno.

“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”,nos dice San Juan en su evangelio. Los hombres jamás comprenderemos lo que pasó aquella tarde del primer Jueves Santo en el Cenáculo, lo que pasa en cada Eucaristía, siempre que un sacerdote coge un poco de pan y vino entre sus manos y pronuncia las mismas palabras de Cristo en la Última Cena. Todo el amor y la locura y la pasión y el perdón y la entrega y las gracias y los dones y la Salvación de Cristo se quedaron para siempre en el pan consagrado, mejor dicho, no se quedaron sus dones y sus gracias, se quedó Él mismo, como don y como gracia total, porque como he repetido muchas veces, la Eucaristía es Cristo entero y completo.

Por eso, nosotros, los católicos, los creyentes de todos los tiempos, adoramos este pan, que es Cristo mismo, vivo y vivificante. Por eso, en este día, nuestra mirada y nuestro corazón se dirigen a Él, para darle gracias por tantos beneficios; hoy todos estamos obligados a hacer la comunión más fervorosa que podamos, para que el Señor tenga el gozo de verse correspondido y saber que nosotros hemos comprendido su amor y su entrega. 

       Dice Santo Tomás de Aquino: «¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

       No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido a la salvación de todos.

       Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión. Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la Última Cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia». (Opúsculo 57, lect. 1-4)

Aquella tarde, durante la Cena, Jesús, anticipando sacramentalmente el sacrificio que iba a consumar el Viernes Santo en la cruz, se entregó en sacrificio, bajo las especies de pan y de vino, como Él ya había anunciado repetidas veces, especialmente después de la multiplicación de los panes, narrada en el capítulo sexto del evangelio de Juan.

Escribiendo a los Corintios, hacia el año 52-56, el Apóstol Pablo confirmaba a los primeros cristianos en la verdad y la certeza del misterio eucarístico, transmitiéndoles lo que Él mismo había recibido, como lo hemos podido leer en la segunda lectura de la Eucaristía de hoy:“El Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en recuerdo de mí”.  Así mismo también la copa, después de cenar, diciendo: Esta  copa es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebáis, hacedlo en recuerdo mío” (1Cor11, 23-25).

Este testimonio de Pablo es de suma importancias y nos revela lo que Jesús dijo e hizo en la Última Cena, manifestando de forma clara su intención sacrificial, mediante la consagración del pan y del vino. De esta forma se convierte en el nuevo cordero de la nueva Pascua cristiana y definitiva, en sustitución de los corderos sacrificados por los judíos en su Pascua, para conmemorar la liberación de la esclavitud de los egipcios y la salida hacia la tierra prometida, figura e imagen de la definitiva liberación de la esclavitud del pecado y de la muerte por la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

El centro y el corazón del Jueves Santo es la Eucaristía como Pascua liberadora de Cristo. En ella, mediante la sangre derramada en sacrificio-banquete, se realiza el pacto definitivo de alianza eterna entre Dios y los hombres, como se realizó en el Antiguo Testamento, para que podamos entrar en la tierra prometida, en la amistad y en la felicidad divina, vedada por el pecado a la criatura, pero reconquistada por Cristo y ofrecida gratuitamente a todos los hombres. Y así se construye la Iglesia mediante el sacrificio de Cristo: «Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1Cor 5,7), se realiza la obra de nuestra redención. El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo (cf 1 Cor 10,17) (LG 3)… Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre“Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros, según todas estas palabras” (Ex 24,8), los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la Nueva Alianza» (Ecclesia de Eucharistia 21b y 21c)

       Y de la misma forma que en la Alianza del Sinaí todos comieron de los becerros sacrificados, el sacrificio de la misa es también banquete de la víctima ofrecida. En la Eucaristía Cristo se nos da como alimento, para fortalecernos con su cuerpo y sangre, para alimentarnos de su gracia, de sus sentimientos y actitudes.

«Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: «Tomad, comed… Bebed de ella todos…» (Mt 26,26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: «Haced esto en recuerdo mío… Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío» (1 Cor 11,24-25; cf Lc 22,19) (Ecclesia de Eucharistia 21c).

       «La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: «Vosotros sois mis amigos» (Jn 15,14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: «el que me come vivirá por mí» (Jn 6, 57. En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo «estén» el uno en el otro: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4)… Por tanto, la Iglesia recibe la fueza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en el Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la “fuente”  y  la mismo tiempo, la “cumbre” de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo» (Ecclesia de Eucharistía 22ª, 22b).

Quiero insistir un poco más en este aspecto  de que el Señor, en la comunión eucarística, se entrega todo entero, no sólo nos hace participar de su cuerpo y sangre, en lo que  ordinariamente insistimos, sino que Cristo nos entrega su mismo Espíritu, que es Amor Esencial y Personal de Espíritu Santo. Citaré una vez más palabras del Papa Juan Pablo II: «Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe san Efrén: «Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu… Y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu… Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá eternamente» (Homilía IV para la Semana Santa: CSCO 13/Syr. 182,55). La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarisitica. Se lee, por ejemplo, en la Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo: «Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y sobre estos dones… para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo para cuantos participan de ellos» (Anáfora). Y, en el Misal Romano, el celebrante implira que: «Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria Eucarística III). Así, con el don de su cuerpo y de su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como «sello» en el sacramento de la Confirmación (Ecclesia de Eucaristía 17).

Y el Señor, juntamente con la Eucaristía  pascual, nos entrega finalmente su sacerdocio nuevo, no heredado por sangre de familia, como el de Moisés, sino por elección libre y amorosa de Dios, con la tarea y el encargo de alimentar y dirigir al nuevo pueblo adquirido por Dios mediante la Nueva Pascua y la Nueva Alianza, por la sangre de Cristo,  Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

La Eucaristíay el sacerdocio católico, como ministerio eucarístico, reservado a los Apóstoles y sus sucesores,  nacieron del mismo impulso de amor de Cristo en la Última Cena. Por eso están y deben estar siempre unidos. Sin sacerdotes no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay sacerdocio y no sólo en el plano sacramental sino también en el plano vivencial y espiritual: vida eucarística pobre o poco fervorosa en los sacerdotes, equivale a vida sacerdotal en peligro o tal vez  perdida y vagando por zonas no evangélicas, nos ha dicho últimamente en un discurso el Papa Juan Pablo II. Es más, incluso entre los seglares creyentes, no es explicable ni  puede comprenderse teológica y devocionalmente que una persona  sea muy eucarística y luego no ame ni se interese y rece por los sacerdotes, por el sacerdocio, por el seminario, por las vocaciones. Algo importante falla en esa piedad cristiana, en esa parroquia, en ese pueblo creyente. Esta incongruencia indica y manifiesta más que pura ignorancia, una piedad eucarística superficial, poco profunda, poco anclada en el mismo corazón de Cristo Eucaristía. Y esto precisamente lo afirmamos por la existencia y prueba de lo contrario, es decir, porque las personas, que en nuestras comunidades, los mismos sacerdotes que se interesan por el seminario y los sacerdotes, aunque desgraciadamente sean pocos, son almas profundamente eucarísticas

Queridos hermanos, tenéis que apreciar más el sacerdocio instituido por Cristo en amor extremo a los hombres, hay que pedir y rezar más por ellos, por la vocaciones, tenemos que orar por el seminario, por la santidad de los elegidos, a fin de que estén a la altura de su misión y ministerio. La Eucaristía y el sacerdocio no son sólo verdades para creer, hay que vivirlas, y para conseguirlo debemos orar por ellas,  especialmente en este día. Y rezar para que todos los Obispos tengan como principal ocupación y preocupación, pero no teórica sino de verdad, que se note por sus continuas visitas, predicación y diálogo con los sacerdotes, con el seminario, interesándose por los sacerdotes, la santidad de la Iglesia, especialmente de los elegidos.

Finalmente, del mismo amor del Corazón de Cristo, ha brotado el mandato nuevo: “Hijos míos, os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn.13,1-5).

Pocas veces la palabra y la realidad del amor han estado tan adulteradas como hoy en día: matrimonios rotos, abortos, eutanasia, embriones vivos destruidos, adulterios, padres ancianos abandonados, niños recién nacidos en basureros, millones de hambrientos, barrios sin agua, luz... eso no es amor de Cristo, eso no lo quiere ni lo hubiera hecho jamás el Señor;  por eso será conveniente insistir hoy como ayer en la palabra y recomendación de Cristo: “como yo os he amado”, esto es, amando gratuitamente, sirviendo, dándose sin egoísmos, arrodillándonos, lavándonos mutuamente las ofensas, perdonando los pecados de los hermanos, dando la vida por todos...

Ante tanto pecado y abandono del amor:“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. En este día tenemos que sensibilizarnos más con los que sufren física, psíquica o moralmente, con los marginados, con los enfermos y ancianos, con los hambrientos del mundo. Es día del amor fraterno, de la caridad universal. Donde hay caridad y amor, allí está el Señor, allí está el Señor, cantamos con frecuencia.

Sólo por Tí, Cristo, se llega a amar y servir y perdonar de verdad a los hermanos. Lo demás es pura demagogia. Lo confirman el evangelio y la experiencia de cada día. Sean estos sentimientos de Cristo los nuestros también, al  menos en este día. Dios quiera que lo sean siempre. Esforcémonos por vivirlos y hacerlos vida en nosotros. Sea ésta nuestra mejor celebración de los misterios del Jueves Santo.

DUODÉCIMA HOMILÍA DEL  JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es Jueves Santo y en este día tan lleno de vida y misterios entrañables para la comunidad cristiana, nosotros, seguidores y discípulos de Cristo, hacemos memoria de sus palabras y gestos en la Ultima Cena. San Juan de Ávila, uno de los santos eucarísticos y sacerdotales más grandes de España y de la Iglesia Católica, que tuvo relación con Santa Teresa, S. Ignacio de Loyola, S. Pedro de Alcántara y otros muchos, comentando esta frase en uno de sus sermones del Jueves Santo, se dirige al Señor con estas palabras:

«¡Qué caminos, qué sendas llevaste, Señor, desde que en este mundo entraste, tan llenos de luz, que dan sabiduría a los ignorantes y calor a los tibios! ¡Con cuánta verdad dijiste: Yo soy la luz del mundo. Luz fue tu nacimiento, luz tu circuncisión, tu huir a Egipto, tu desechar honras, y esta luz crece hasta hacerse perfecto día. El día perfecto es hoy y mañana en los cuales obras cosas tan admirables, que parezcan olvidar las pasadas; tan llenas de luz, que parezcan oscurecer las que son muy lúcidas! ¡Qué denodado estáis hoy para hacer hazañas nunca oídas ni vistas en el mundo y nunca de nadie pensadas! ¿Quién vio, quién oyó que Dios se diese en manjar a los hombres y que el Criador sea manjar de sus criaturas? ¿Quién oyó que Dios se ofreciese a ser deshonrado y atormentado hasta morir por amor de los hombres, ofensores de Él?

Estas, Señor, son invenciones de tu amor, que hace día perfecto, pues no puede más subir el amor de lo que tú lo encumbraste hoy y mañana, dándote a comer hoy a los que con amor tienen hambre de ti y mañana padeciendo hasta hartar el hambre de la malquerencia que tienen tus enemigos de hacerte mal. Día perfecto en amar, día perfecto en padecer... de manera que no hay más que subir al amor que adonde tú los has subido. «In finem dilexit eos...» has amado a los tuyos hasta el fin, pues amaste hasta donde nadie llegó ni puede llegar».

Queridos hermanos: no tiene nada de particular que los santos se llenen de admiración y veneración ante estos misterios del amor divino, pues hasta nosotros, que tenemos fe tan flaca y débil, barruntamos en estos días el paso encendido del Señor, al sentir y experimentar un poco estos misterios, que a ellos les hacía enloquecer de ternura y correspondencia.

¡Qué bueno eres, Jesús! Tú sí que me amas de verdad. Tú sí que eres sincero en tus palabras y en tu entrega hasta el fin de tus fuerzas, hasta la muerte, hasta el fin de los tiempos. Quien te encuentra ha encontrado la vida, el tesoro más grande del mundo y de la existencia humana, el mejor amigo sobre la tierra y la eternidad. Jesús, tú estás vivo para las almas en fe ardiente y en amor verdadero. Admíteme entre tus íntimos y amigos. Tú eres el amigo, el mejor amigo para las alegrías y las penas, que quieres incomprensiblemente ser amigos de todos los hombres, especialmente de los más pobres, desarrapados, miserables, pecadores, desagradecidos.

Mi Señor Jesucristo Eucaristía, amigo del alma y de la eternidad, que siendo Dios infinito y sin necesitar nada de nadie -¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?- te abajaste y te hiciste siervo, siendo el Señor del Universo para ganarnos a todos a tu cielo y a tu misma felicidad.

Viniste y ya no quisiste dejarnos solos, viniste y ya no te fuiste, porque viniste lleno de amor, no por puro compromiso, como quien cumple una tarea y se marcha, porque su corazón está en otro sitio. Tu Padre te mandó la tarea de salvar a los hombres, pero en el modo y la forma y la verdad te diferencias totalmente de nosotros; porque a nosotros, nuestros padres nos mandan hacer algo, y lo hacemos por compromiso y una vez terminado, nosotros volvemos a lo nuestro, si estamos en el campo, volvemos a casa. Tú, en cambio, no lo hiciste por compromiso, no te fuiste una vez terminada la obra, sino que porque nos amabas de verdad, quisiste por amor loco y apasionado, y sólo por amor, permanecer siempre entre nosotros.

Yo creo, Señor, en tu amor verdadero, en que me amas de verdad y me buscas y te arrodillas por encontrarme como amigo, aunque yo no comprendo tu amor y tu comportamiento, no lo comprendo, no lo comprendo, cuando te veo buscarme con tal pasión y empeño como si de ello dependiese tu felicidad; no comprendo cómo nos amaste hasta ese extremo, podías haber inventado otras formas menos dolorosas para ti, y nos hubieras salvado lo mismo, pero no, sino que “tanto amó Dios al mundo, que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.  Y todo esto es verdad, sí, es verdad que existes y me amas y me buscas así.

Con verdadera pasión de amor te pregunto: ¿No eres Dios?  ¿Pues no eres infinito? Tú en el sagrario siempre te estás ofreciendo en amistad permanente y verdadera... Tú no te cansas, Tú no te arrepientes de esperar, Tú no te aburres, porque estás  siempre esperando, siempre amando, siempre perdonando a los hombres, siempre soñando con los hombres. Aquel cuya delicia es estar con los hijos de los hombres, lleva dos mil años esperándonos, poniendo de  manifiesto que lo que dijo: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos” ; es verdad que nos quieres y buscas mi cercanía y la amistad con los hombres y no solo para salvarlos sino  porque eres feliz amando así y quieres que seamos felices en tu amistad, eternamente felices e iguales a Tí en eternidad, en cielo, en Trinidad, nos quieres hacer iguales a Ti, para que vivamos tu misma vida, felicidad, amor haciéndonos hijos en el Hijo, en amados y predilectos del Padre como el Amado, para que el Padre no vea diferencia entre Tú y nosotros y ponga en nosotros todas sus complacencias como las puso en  Ti.  

Esta presencia permanente de Jesús en el sagrario hacia exclamar a Santa Teresa: «Héle aquí compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros».

Queridos hermanos, muchas veces pienso que, aunque no se hubiera quedado con nosotros en el sagrario, bastaría con lo que hizo por todos nosotros para demostrarnos un amor extremo, para que nosotros estuviéramos para siempre agradecidos a su amor, a su proyecto, a su entrega... Así que no tiene nada de extraño que, cuando las almas llegan a tener experiencia de esto, ya no quieran separarse jamás del amor y la amistad del Señor. Jamás ha existido un santo que no fuera eucarístico, que no pasara largos ratos todos los días ante Jesús sacramentado, en oración silenciosa, adorante, transformante...

La Eucaristía, hermanos, es también el pan que sostiene a cuantos peregrinamos en este mundo, como lo fue también para Elías en el camino hacia el monte Orbe (Cfr.1Re 19, 4-8).“Tomad y comed...” Esta verdad hace exclamar a la liturgia de la Iglesia: «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracias y se nos da la prenda de la gloria futura». Los mismos signos elegidos por el Señor, el pan y el vino, denotan el carácter de la Eucaristía como alimento estrechamente unido a nuestra vida cristiana, a nuestro desarrollo espiritual, como son la comida y la bebida naturales.

Ya lo había anunciado el mismo Cristo anticipadamente en la multiplicación de los panes y peces: “Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna”  (Jn6,54-55). La Eucaristía es el alimento que necesitan para vivir en cristiano tanto los niños como los jóvenes y los adultos y cuando no se come, la debilidad de la vida cristiana, de la vida moral y religiosa se nota y llega a veces a ser extrema.     Uno puede estar débil, flaco, pero cuando se come con hambre el pan de la vida, crece y aumenta la fe, el amor, la esperanza, los deseos de amar a Dios y a los hombres, porque produce tal grado de unión con el corazón y los sentimientos de Cristo que nos contagiamos de Él, que vivimos como Él, como dice San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi” (Gal2,20).

Queridos hermanos, por amor a Cristo, para corresponder a tanto amor, hoy no puede faltar la comunión más amorosa y agradecida que podamos, por lo menos hoy, con. Él se quedó para esto, con grandísimos deseos de ser comido, no le defraudemos. Él nos está esperando.

DÉCIMOTERCERA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

QUERIDOS HERMANOS:“¡Es la pascua del Señor!”   Esta exclamación, que acabamos de escuchar en la primera lectura del libro del Éxodo, nosotros podemos repetirla con más verdad que entonces, en este día del Jueves Santo, porque aquella pascua era figura e imagen de la Pascua definitiva, que iba a instaurar Cristo por la Eucaristía. La Eucaristía es la nueva Pascua de Cristo. Y queremos tomar nota de esta expresión para explicar hoy un poco catequéticamente su contenido.

Sin conocer el Antiguo Testamento nosotros no podemos comprender con profundidad lo que contiene la pascua cristiana, porque la pascua judía es anticipo e imagen de la nueva y definitiva pascua inaugurada por Cristo con su muerte y resurrección.  No se pueden entender en plenitud las palabras y gestos de Cristo en la Última Cena: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros...” si no tenemos presente “el paso de Yahvé”, que liberó a su pueblo escogido de la esclavitud de Egipto, que respetó las casas judías y a sus moradores por haber señalado los dinteles de sus puertas con la sangre del cordero, que comieron esa noche, este paso o pascua de Yahvé, que les llevó luego por el desierto hasta la tierra prometida, que les alimentó con el maná y les dio de beber de la roca viva  y, sobre todo, que hizo posible un pacto de amistad con ellos en las faldas del Monte Sinaí, estableciendo la alianza con su pueblo en la sangre de los becerros sacrificados, celebrando también con esta carne sacrificada la comida del compromiso y de la alianza realizada, mediante el derramamiento de esa sangre sacrificada y derramada sobre el pueblo y sobre el altar, que representaba a Dios, que al ser rociados ambos, quedaban como <consanguíneos>. 

En este Jueves Santo quiero hablaros sobre estas realidades: Pascua, Alianza, Sangre, Banquete sacrificial y demás, para que así comprendáis y celebréis mejor la Pascua de Cristo, instituida por El en este día.

 Cada año el pueblo judío, como estaba mandado, tenía que reunirse para recordar y celebrar estos hechos, mediante una cena ritual, y al hacer memoria de ellos, renovar sus sentimientos de gratitud a Yahvé y pedirle que siguiera renovando en el presente estas maravillas, que había obrado en tiempos pasados, por amor a su pueblo. En este Jueves Santo quiero daros una breve catequesis sobre los contenidos de la expresión: “Es la Pascua del Señor”. Para muchos esta expresión les llevará a recordar el precepto de la Iglesia de “comulgar por Pascua florida”. Pero su contenido es mucho más amplio y, para celebrarla bien, hay que comprender primero lo que encierra.

Queridos hermanos, para explicar mejor estos conceptos podemos hacernos tres preguntas:

1)  Qué fue la Pascua Judía;

2) Qué es la Pascua Cristiana instituida por Cristo;

3) Qué debe ser para nosotros la Pascua Cristiana.

1) La Pascua es el banquete anual que el pueblo judío celebra en conmemoración de la liberación de Egipto. Es el comienzo del éxodo, de la salida de la esclavitud, el comienzo singularísimo de la historia de Israel en el que Yahvé interviene en favor de su pueblo, cumpliendo las promesas de Abraham, para establecer con ellos una alianza, que sellará su existencia como pueblo elegido. En la primera lectura de hoy hemos leído este hecho:

"Dijo Yahvé a Moisés y a Aarón en el país de Egipto: "Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año... Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: el día 10 de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor... lo guardaréis hasta el día 14 del mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las jambas y el dintel de las casas donde lo coman... Es pascua de Yahvé... La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre" (Ex 12,1-14). El Éxodo, pues, abarca la noche de la celebración, el paso del mar Rojo y la alianza en el desierto. El Éxodo es el evangelio del AT, la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro.

Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos, constituye el primer credo de Israel (Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete:"Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación”.

La celebración de la pascua tenía lugar el día 15 del primer mes, (mes de Abib, llamado Nisán después del exilio) comenzando con la tarde del día 14. Es el inicio de la primavera y la noche de la tarde del 14 era precisamente plenilunio: "Cuando os pregunten vuestros hijos”: ¿qué significa para vosotros este rito?, responderéis: Este es el sacrificio de la pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas cuando hirió a los egipcios y salvó vuestras casas" (Ex 12,26-27). Y celebrándolo así es como este rito se convierte en memorial de la Pascua Judía.

2) LA ALIANZA

Dios, que había liberado al pueblo de Israel sacándolo de Egipto, lo conduce al desierto, donde tiene lugar la alianza que establece con él. La alianza, contraída por Dios con su pueblo en el desierto, emplea la sangre con el significado de vida que tenía entre los hebreos y viene a significar la comunión de vida que de ahora en adelante existirá entre Dios y su pueblo. Dice así Dios a Moisés: "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex19,3-6).

Este rito de la alianza viene a significar que entre Dios y su pueblo se va a dar una vida en común, una alianza. Y cuando esta alianza se rompe por la infidelidad del pueblo, Dios, por los profetas, promete una nueva y definitiva:

"He aquí que vienen días (oráculo de Yahvé) en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con vuestros padres cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, que allí rompieron mi alianza... sino que ésta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel... pondré mi ley en sus corazones y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer.31,31-33).

             B.- LA PASCUA JUDÍA COMO MEMORIAL: CELEBRACIÓN RITUAL

El memorial va asociado a un rito que tiene como objeto recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y que se vuelven a poner ante los ojos de Yahvé para que recordándolas, Dios actualice la salvación y la liberación concedidas a Israel. El memorial, por excelencia, era la celebración ritual de la pascua mediante la cena anual, en la cual el pueblo recordaba el acontecimiento salvífico, que le había dado su existencia como pueblo y esperaba la presencia continua y salvadora de Dios.

"Dijo, pues, Moisés al pueblo: "Acordaos de este día en que salisteis de Egipto, de la casa de la servidumbre..." (Ex 13,3-10) Es esencialmente repetición de lo que Yahvé había dicho ya a Moisés:"Este será un día memorial para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación” (Ex 12,14).

II.- NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO: NUEVA PASCUA, NUEVA ALIANZA

Queridos hermanos: la segunda pregunta que nos hacíamos era ésta: ¿qué significó para Jesús celebrar el Jueves Santo la nueva pascua? Dicen los evangelios, que al aproximarse las fiestas de la Pascua judía, Jesús mandó   dos discípulos a un amigo para decirle:“Mi tiempo se ha cumplido: haré la Pascua en tu casa con mis discípulos” (Lc.22,15). Y estando todos reunidos en torno a la mesa para celebrar la Pascua judía, dijo:“Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros” ¿Por qué lo había deseado tanto? Porque en esta última pascua judía con sus discípulos Jesús iba a instituir la pascua suya, la cristiana, la definitiva, la que nosotros celebramos ahora, la que llevó a plenitud lo anunciado y celebrado en la pascua judía. Y ¿cómo lo hizo?  Al terminar de cenar,“tomó un poco de pan y dijo: Tomad y comed todos de él...”

Entramos ya en el Nuevo Testamento. Aquí están las bases de toda la comprensión del misterio eucarístico: "El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos”: ¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de pascua? "Entonces envía a dos de sus discípulos y les dice: Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle, y allí donde entre, decid al dueño de la casa: el maestro dice:¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la pascua con mis discípulos? El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada: haced allí los preparativos para nosotros”. Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron todo como les había dicho y prepararon la pascua” (Mc 14,12-16).

Vemos ahora cómo los temas de la Antigua Alianza se concentran ahora en la Eucaristía: pascua, alianza, sacrificio, banquete... Todos ellos vienen sintetizados de forma admirable en el gesto más sencillo que se pueda imaginar: un poco de pan y de vino que Jesús pone, en el  marco de la cena pascual judía, en conexión con su muerte en la cruz. La Eucaristía aparece así al mismo tiempo como el origen y fundamento del nuevo pueblo de Dios, liberado ahora por la muerte pascual de Cristo y fundado en la sangre de la Nueva Alianza, derramada en la cruz…La Eucaristía contiene anticipadamente, sobre todo, el sacrificio mismo de la cruz y la misma víctima pascual que nos es dada a comer para que podamos participar en ella. La Pascua redentora de Cristo fue instituida en la Última Cena por Cristo, después de haber comido la cena pascual judía con sus ritos y oraciones. Y lo hizo, como hemos dicho, cogiendo un poco de pan y vino y diciendo lo que significaban y realizaban: la Nueva y Eterna Pacua cristiana: “Tomad y comed todos de é, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, “tomad y bebed, esta es la sangre que sederrama por todos, haced esto en memoria mia”.

Queridos hermanos: Celebremos la pascua del Señor y sintámonos salvados y redimidos de todos nuestros pecados y participemos en el banquete del Cuerpo y la Sangre de Cristo.. Qué riqueza, qué misterios tan grandes nos da la Eucaristía, como Pascua del Señor. Por eso, ella nos alimenta para llegar a la patria prometida, pero la definitiva, el encuentro glorioso con nuestro Dios Trino y Uno. Para llegar hasta allí, la Eucaristía el camino y el alimento. Celebremos con fe y comamos con hambre de Dios el pan de la nueva vida y de la nueva alianza.

DÉCIMOCUARTA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

 

Queridos hermanos: El año pasado nos hacíamos tres  preguntas: 1)  Qué fue la Pascua judía; 2) Qué es la Pascua cristiana instituida por Cristo; 3) Qué debe ser para nosotros la Pascua Cristiana.

Como también el año pasado respondíamos a las dos primeras, este año vamos a responder a la  tercera pregunta:      ¿Qué debe significar para nosotros la Pascua Cristiana? El Jueves Santo, la Pascua Cristiana debe hacernos recordar todos los misterios antiguos superados infinitamente por la Nueva Pascua y la Nueva Alianza que es Cristo. Esta pascua la celebramos cada día en la Eucaristía, semanalmente el domingo y anualmente durante la semana santa: Jueves Santo, Viernes Santo y Domingo de Resurrección. Lo hacemos así porque El nos lo mandó: “Haced esto en conmemoración mía.” Y nosotros, fieles a su mandato, anunciamos la muerte de Cristo y proclamamos su resurrección hasta que Él vuelva (2ª. Lectura). Hoy, Jueves Santo, tenemos que agradecer al Señor estos dones y vivir de su contenido espiritual.

¡Cuánto tenemos que cambiar todos en este sentido!      ¿Por qué es tan poco valorada y celebrada la Pascua Cristiana por los mismos cristianos, cristianos que se alejan de los actos litúrgicos de estos días para irse de vacaciones o asistir a las celebraciones muchas veces folklóricas de las procesiones de Semana Santa, sin querer escuchar una palabra de los sacerdotes, que le expliquen el motivo de la Semana Santa y de las mismas procesiones y centre el corazón de los misterios que celebramos estos días?

¿Qué debe ser para nosotros la Pascua? Dice San Agustín: «Jesús pasó de este mundo al Padre a través de su pasión, abriéndonos a nosotros camino, para que creyendo en su resurrección pasemos también nosotros de la muerte a lavida» (Enarra. in Psal. 120,6).

            La pascua para nosotros, como lo fue para el pueblo                        elegido y, sobre todo,  para Cristo, debe ser un paso, un tránsito nuevo y diverso. San Pablo lo describe muy bien como el paso del hombre viejo de pecado a vida de la gracia, de la muerte espiritual a la vida nueva en Cristo, de la muerte material a la resurrección eterna, a la pascua eterna. No podemos permanecer esclavos como los judíos en Egipto. Con Cristo, a través de la muerte en nosotros del egoísmo, del materialismo y  hedonismo hemos de pasar a la nueva vida; con la pascua del Señor, con su paso de la muerte a la vida, nosotros tenemos que pasar del amor a nosotros mismos y las criaturas al amor y adoración de Dios como lo primero y absoluto de nuestra vida, y esto supone la muerte con sagre de nuestro yo, que tanto se ama y se prefiere a Dios; pasar con más generosidad al amor y servicio de  los hermanos, tener más paciencia, más humildad, más castidad, más fe, que se traducirá, como en Jesús,  en dar más la vida por los hermanos. Nos lo dice San Juan: “En esto hemos conocido el amor de Dios, en que El dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (Jn3,16).

       “La Pascua de Cristo incluye con la pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la aclamación del pueblo después de la consagración: «Proclamamos tu resurrección». Efectivamente, el sacrificio eucaristico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía «pan de vida» (Jn 6,35.48), «pan vivo» (Jn 6,51. San Ambrosio lo recordaba a los neófitos, como una aplicación del acontecimiento de la resurrección a su vida: «Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día»” (De sacramentis, V, 4, 26, 6: CSEL 73,70) (Ecclesia de Eucharistia 14).

Es necesario convertir los ritos pascuales en realidad viviente, en signos vivos de gracia para nosotros y para el mundo. La Pascua de Cristo es la  Eucaristía que construye la Iglesia y crea la comunidad, ésta es  nuestra Pascua, el paso salvador de Dios sobre nosotros. Hermanos, sólo si nos esforzamos por celebrarla y vivirla como Jesús mandó a los Apóstoles, con sus mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega, de perdón y de humildad, de servicio y redención de los pecados, podremos decir: ¡ES LA PASCUA DEL SEÑOR!

Por eso os pido, que por amor a tanto amor de Cristo, no olvidéis de darle gracias por todo lo que nos alcanzó con su pasion, muerte y resurrección, que se hacen presentes en cada Eucaristía, nuestra Pascua permanente del perdón de nuestros pecados. Merece todo nuestro agradecimiento, rezad así:

   -Gracias, Señor, por tu Eucaristía, ardientemente deseada.

   -Gracias, Señor, porque te hiciste pan y vino y te partiste en                trozos para alimentar nuestras débiles fuerzas.  

   -Gracias, Señor, porque en el pan y en el vino te entregas personalmente a cada uno de nosotros en amistad, perdón y salvación.

   -Gracias, Señor, porque nos amaste hasta el extremo de tus fuerzas, hasta el extremo de tu vida, hasta el extremo de los tiempos, hasta el extremo de tu amor.

   -Gracias, Señor, porque en cada Eucaristía nos enseñas silencio, humildad, entrega, olvido de uno mismo para darte a los hermanos.

   -Gracias, Señor, porque cada Eucaristía nos recuerda que somos hermanos y nos invita a compartir amor, vida y preocupaciones con los que comemos el mismo pan.

   -Gracias, Señor, porque todos los días puedo celebrar contigo mi pascua, mi liberación, mi pacto de amistad contigo, mi tránsito del pecado a la vida nueva.

   -Gracias, Señor, porque quieres que celebremos todos los días esta Cena eucarística  en recuerdo de Tí, acordándonos de tu amor apasionado por cada uno de nosotros.

   -Gracias, Señor, porque todos los días Tú nos esperas con impaciencia, con cariño, para ofrecernos juntamente  contigo al Padre en adoración, en Eucaristía perfecta. 

   -Gracias, Señor, por el sacerdocio. Gracias, por tu Eucaristía,

    DÉCIMOQUINTA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO

(Día institucional de las Vigilias Eucarísticas Parroquiales, que luego pasaron a llamarse Jueves Eucarísticos, y que celebramos todos los jueves en el Cristo de las Batallas)

QUERIDOS HERMANOS:“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo... Tomad y bebed todos de él, porque éste el cáliz de mi sangre...” Con estas palabras, continuamente repetidas en la Eucaristía, Jesús nos entrega su persona y su salvación y su evangelio en cada Eucaristía. Si la costumbre o el tiempo hubieran amortiguado en los creyentes la vitalidad y el asombro de la fe en el Misterio Eucarístico, la liturgia de este día nos invita a reavivarla desde la más íntimo de nuestro ser, a contemplarla con la mirada más profunda y amorosa de nuestro corazón, para penetrar en este misterio inefable, que se produjo ante la mirada atónita de los discípulos y que hoy se renueva sin cesar, ante nosotros, en nuestros altares con la misma verdad y realidad de entonces.

Realidad que fue  un tremendo contraste entre la entrega total de amor por parte de Cristo y la traición de Judas y el abandono también de los discípulos. Es la historia que se repite hasta nuestros días y que hace exclamar a Santa Teresa: «¡Oh eterno Padre! ¿Cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan enemigas como las nuestras? ¿Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo Cordero? Si tu Hijo divino no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas ¡oh Señor! que sea tan maltratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»  (Camino 35,3).

Pues bien, hermanos, queremos y pedimos a Cristo, que este Jueves Santo sea el comienzo renovado de una mejor forma de tratar a Jesucristo Eucaristía en los tres aspectos principales de sacrificio, comunión y presencia, para que nos llenemos de todos sus dones y gracias eucarísticas, para que Él sea siempre el centro de nuestra vida personal y parroquial, la fuente de agua permanente de nuestro apostolado, y para que también pongamos fin a la cantidad de abandonos y desprecios que Jesús recibe en este sacramento.

Los cristianos fervorosos tampoco pueden olvidar que sin sacerdocio no hay Eucaristía. Jesús los instituyó juntos y unidos en este día del Jueves Santo. Por eso es necesario que el pueblo cristiano se interese y rece por esta realidad esencial para la Iglesia: el sacerdocio católico: que rece por el aumento y santidad de los ministros de la Eucaristía y demás sacramentos de Cristo, por el que es profeta de su Palabra y sacerdote de su sacrificio eucarístico, culmen y fuente de toda gracia, de la cual nace toda su caridad y vida cristiana. Hay que rezar más por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y los seminaristas, por los seminarios, para que no falten vocaciones y sean escuelas de oración, santidad y apostolado de hombres que estén unidos a Cristo como los sarmientos a la vid. Por todo esto, teniendo presentes Eucaristía, Santidad y Sacerdocio, hace tiempo que estoy  pensando en establecer una obra apostólica que favorezca el cultivo de estos tres aspectos. Y lo instituimos hoy, después de llevar dos años con vosotros, en este Jueves Santo de 1968.

Es algo muy fácil y sencillo; es un pequeño proyecto eucarístico  que llevo en mi corazón y que, teniendo en cuenta la espiritualidad propia del Jueves Santo, para mayor veneración de la Eucaristía en todos sus aspectos y santificación de nuestra parroquia y contando con vuestra colaboración, quisiera instaurar con otro nombre: se trata de  las antiguas vigilias parroquiales, que empezamos a celebrar ya en 1966, nada más llegar a la parroquia, a las diez de la noche,  y que ahora ya instituimos de una manera oficial y fija para todo el curso parroquial, pero a las cinco de la tarde. También queremos instituir la Visita Permanente Eucarística para dar respuesta al amor total de Cristo en la Eucaristía y para beber continuamente de esta fuente de gracia que mana y corre, aunque no se ve con los ojos de la carne sino solo desde la fe.

Por esta razón institucional quiero en este Jueves Santo referirme especialmente a la Presencia Eucarística. Es difícil para nosotros situarnos en ese clima de intimidad y de amor en el que Jesús realizó este don de su presencia permanente como amigo, como salvador, como maestro, como alimento, todo nos lo entregó el Señor con la Eucaristía. Esta debe ser la espiritualidad de la Vigilia Eucarística de los jueves de cada semana y de la Visita Permanente: aprender directamente, desde su presencia en el sagrario, el evangelio,  su vida de donación y servicio, silencio, humildad, perdón de nuestros olvidos y abandonos, su amor total hasta dar la vida, comulgar con sus actitudes de adoración al Padre y salvación de los hombres. Si Jesucristo nos los da todo y nos lo enseña todo en la Eucaristía y permanece en el sagrario como amigo y confidente, para enseñárnoslo todo, es justo que también nosotros en la Eucaristía y por la Eucaristía tratemos de entregarle todo lo que somos y tenemos, nuestro amor y nuestro tiempo, nuestra vida y nuestra disponibilidad y aprendamos todo esto desde la Eucaristía, que es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado. Este es el sentido y fin de estos apostolados eucarísticos.

Queremos retornar y volver continuamente al sagrario como morada de Jesucristo amigo y confidente, queremos que niños, jóvenes, mujeres y hombres se encuentren todos los días con el Amigo Salvador y ofrecido en amistad, queremos escucharle y seguirle como las gentes de Palestina, queremos contarle nuestras alegrías y  nuestras penas, queremos hablarle con toda confianza, visitarle con la plena seguridad de que siempre está en casa, de que siempre nos está esperando, de que siempre nos escucha. Jamás habrá un amigo más atento, mejor dispuesto hacia todo lo nuestro, hacia todo lo que le contemos y pidamos.

Porque nosotros sabemos por la fe y por experiencia oracional, que el Cristo del sagrario se identifica con el Cristo de la Historia y de la Eternidad. No hay dos Cristos, sino uno solo, siempre el mismo, en diversas situaciones. Nosotros, en la Hostia Santa, en cada sagrario de la tierra, poseemos al Cristo de todos los misterios de la Redención: al Cristo sediento de la Samaritana, perdonador de la Magdalena, al Cristo de los brazos abiertos del hijo pródigo, al buen pastor de las ovejas, al Cristo del Tabor, al sufriente y redentor de Getsemaní, al Cristo vivo y resucitado, sentado a la derecha del Padre. Está aquí con nosotros, en cada ciudad, en cada parroquia, en cada sagrario. Y esta presencia debe transformar, orientar y llenar de sentido toda nuestra vida. No podemos adorarlo, decirle te quiero, y luego rechazar su evangelio en nuestra vida, no defender su causa, no propagar su reino, avergonzarnos de ser sus seguidores. Nosotros le amamos y creemos en Él. Y por eso vamos a esforzarnos, para que toda nuestra vida y nuestra parroquia gire en torno a Él, tenga como centro la Eucaristía. Nosotros, creyentes en Cristo, Sacramentado por amor extremo, queremos reunirnos largamente, sin prisas, en horas de la tarde en torno al Señor, al Maestro, al Amigo, al Hijo de Dios, el Redentor de los hombres y del mundo, como el grupo de sus discípulos para escucharle, para sentirle cerca, para amarle, para poner en El nuestra esperanza.  

 Señor, Tú dijiste que donde estuviera nuestro tesoro, allí estaría nuestro corazón. Pues bien, nosotros queremos que Tú seas nuestro tesoro y que, por tanto, nuestro corazón y nuestro gozo estén totalmente en Tí. Pero Tú sabes que esto no basta. Necesitamos  tu gracia y la fe necesita de la presencia de tu amor, porque nos cansa a veces este camino largo y de desierto, estamos muy apegados a nuestro yo que no quiere morir para que vivamos en Ti, esto yo que se prefiere siempre a Ti. Por eso, me da pena el abandono de amistad en que te tenemos los creyentes, a pesar que Tú quisiste quedarte con nosotros precisamente para ayudarnos en la travesía de la fe y de la vida.

Queridos feligreses, por todos estos motivos, queremos convocar a toda la parroquia, para que todos los jueves del año no reunamos de 5,30 a 7,30 para celebrar la Eucaristía y continuar luego, prolongando el diálogo y la acción de gracias en una  oración larga con un marcado sentido eucarístico y sacerdotal, es decir, para orar por los sacerdotes, los seminaristas y el seminario, para pedir el aumento de las vocaciones, para agradecer el sacerdocio católico...

Muchos cristianos tienen la costumbre, a lo largo del día, de detenerse en la iglesia para hacer una visita a Jesús sacramentado. Son momentos de intimidad con el Señor, en los que el creyente se ejercita brevemente en la oración personal, pide, da gracias, dialoga de sus asuntos con el Señor. Lo hace, porque nosotros sabemos que Él está siempre ahí, atentísimo a lo que queramos decirle: una jaculatoria, un acto de fe o de amor, una petición de perdón o de ayuda, o simplemente estar allí con Él, sin decirle nada, porque sabemos que Él está allí, que nos ve... Después, cuando dejamos el templo, como Él es nuestro amigo Salvador, salimos de allí reconfortados, animados, ha crecido en nosotros la paz y la luz que necesitábamos y tenemos deseos de ser más humildes, más prudentes, más castos, ser mejores, empezar de nuevo.

La oración eucarística ante el Santísimo nos ayuda a encontrar al Señor y luego, una vez que nos hemos encontrado,  Jesucristo Eucaristía se convierte en el mejor maestro de oración, santidad y apostolado; poco a poco Él nos va convirtiendo en llama de amor vida, de caridad, de entrega y generosidad.

«Es como llegarnos al fuego, dice Santa Teresa, que aunque le haya muy grande, si estáis desviadas y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a él, que si el alma está dispuesta -digo que esté con deseo de perder el frío- y se está allá un rato, queda para muchas horas en calor» (Camino, 35, 1).

La práctica de la visita y oración eucarísticas es algo que tenemos que fomentar por todos los medios a nuestro alcance, firmemente convencidos de que el Señor «en aqueste pan está escondido, para darnos vida, aunque es de noche”, es decir, es po fe, no se ve con los sentidos» (San Juan de la Cruz).El que practique la oración eucarística encontrará en estos encuentros paz y serenidad; Cristo sabrá dar paciencia y fortaleza en la lucha, luz y entusiasmo en la fe, vigor para vencer las tentaciones, profundidad en la convicciones cristianas, fervor en el amor y servicio al Señor: “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco”, nos dice a todos el Señor. Es una invitación que no podemos rechazar, es Jesús quien nos lo pide. Quienes la acepten, comprobarán sus beneficios. Nosotros creemos que la Vigilia Eucarística (ahora Jueves Eucarísticos) y la Visita producirán abundantes frutos en nuestra parroquia. Así sea. 

SEGUNDA PARTE

HOMILÍAS DEL CORPUS CHRISTI

PRIMERA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

       Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo. En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo.

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la última cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...»

El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su vida, alimentando y transformado nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas como la suya.

En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. «No veas --exhorta San Cirilo de Jerusalén-- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagogicas, IV,6:SCh 126, 138).

«Adorote devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzo loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c)

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia. Por eso se ha dicho que el sagrario es la puerta del cielo y así los experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en el sagrario. Y esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada y tratada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque nos jugamos toda nuestra vida cristiana. Al entrar en la iglesia hay que mirar al sagrario con amor, tenemos que guardar silencio y compostura en su presencia, pensar y vivir en esos momentos para Él, hacer bien la genuflexión, siempre que podamos,  como signo de adoración y reconocimiento. Cuánta fe, teología y amor hay en una genuflexión bien hecha,  con ternura y mirándole, siempre que se pueda físicamente, y, por el contrario, qué poca fe, qué poca delicadeza  expresa a veces la ligereza de nuestros comportamientos en su presencia eucarística, especialmente en el arreglo y cuidado del sagrario, en las flores y la lámpara siempre encendida, signo de nuestro amor y nuestra fe permanente; con qué facilidad y poco respeto se habla a veces en la iglesia, antes o después de las Eucaristías, como si allí ya no estuviera Dios, el Señor.

       Precisamente nunca debemos olvidar que el Cristo del Sagrario es el mismo que acaba de sacrificarse por nosotros en la misa, de ofrecerse por nuestra salvación y que ahora, en el Sagrario, continúa intercediendo y sacrificándose por nosotros.

Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

La adoración eucarística

       «La adoración del Santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesiaexhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

       La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

       La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.   Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre”.

       La adoración del Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

   -la simple visita alSantísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.

   -adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

   -la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

       En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención». (Directorio, nn. 164-165)

Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo, que en el silencio del templo, sentados delante de Él, nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida:  “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como la suya, necesitando a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, porque yo estaré siempre pobre  y necesiado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en  mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa como y cuando quiere. Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del  mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y gloria por los siglos de los siglos. mén

SEGUNDA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS Y AMIGOS: La Eucaristía es una Encarnación continuada, que prolonga no sólo la presencia sino todo el misterio vivido y realizado por Cristo, el Hijo de Dios, enviado por el Padre, por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, como la Encarnación, tienen diversas etapas y aspectos semejantes que deben ser meditados.

En primer lugar, ambas son un don de Dios a los hombres, porque ambas son obra del Espíritu Santo, Supremo Don Divino, y son dones para la salvación de los hombres, por medio del Hijo, encarnado en naturaleza humana en una primera etapa y, luego, en un poco de pan y vino en la segunda; ambas también son una manifestación palpable del amor de Dios al hombre. Si San Juan, refiriéndose a Cristo,  nos dice que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito”, esta entrega podemos interpretarla tanto en sentido de encarnación como de entrega eucarística; en ambas nos deja la presencia real del Hijo, aunque de diverso modo. De Ana de Gonzaga, princesa del Palatinado, Bossuet cita estas notas íntimas: «Si Dios llevó a cabo cosas tan maravillosas para manifestar su amor en la Encarnación, qué no habrá hecho para consumarlo en la Eucaristía, para darse no en general sino en particular a cada cristiano».

Por parte de Jesucristo, el Hijo de Dios, el motivo esencial en ambas etapas fue siempre el amor extremo. Lo dijo muy claro El: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Y se encarnó. Y antes de la Última Cena nos dice a todos: “Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros”; “Esto es mi Cuerpo, esta es mi sangre, que se entrega por vosotros”; “Permaneceré con vosotros hasta el final de los tiempos”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Lo maravilloso de todo esto no es que yo ame a Cristo sino que “El me amó primero” y en esto consiste el amor verdadero y misterioso, como dice San Juan, no en que yo quiera ser amigo de Cristo, de Dios, esto es lógico para el que tenga fe, porque Dios es Dios,  lo extraordinario es que Él, que es infinitamente feliz y lo tiene todo,  me ame a mí que soy pura criatura, que no le puedo dar nada que Él no  tenga. 

Por eso, queridos hermanos,  tanto la Encarnación como la Eucaristía son iniciativas divinas. Creer esto, vivirlo, experimentarlo y sentirlo realmente... eso es la mayor felicidad que existe. Resumiendo: La Encarnación y la Eucaristía son obra del amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que se realizan por Cristo; el mismo amor que le movió a bajar a la tierra le movió también a entregarse por nosotros en la cruz y en el pan consagrado y a buscarnos ahora en cada rincón del mundo, para llenarnos de su amor y felicidad.

La Encarnacióny la Eucaristía coinciden también en el sujeto que las realiza: la presencia corporal de Cristo, aunque en diversidad de situación. Y coinciden en su finalidad: la glorificación de la Santísima Trinidad y la salvación de los hombres. Si para que haya Eucaristía se requiere la presencia sacramental de Jesucristo, para que hubiera Encarnación ésta fue esencial. Y si para realizar el sacrificio de Cristo en la cruz, para salvar a los hombres ésta fue necesaria, ahora también es necesaria su presencia para el sacrificio de la Eucaristía, para proclamar su muerte salvadora y el perdón de los pecados. Dice S. Ambrosio: «Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos la redención de los pecados. Si por la Eucaristía en todo tiempo su sangre es derramada, es derramada para  perdón de los pecados».

La Encarnaciónhizo que el Hijo de Dios viniera y habitara en la tierra, la Eucaristía hace que el Hijo de Dios viva y habite hasta el final de los tiempos en el mundo, allí históricamente, en espacio y tiempo, aquí metahistóricamente, más allá del espacio y del tiempo. Pero siempre el mismo Cristo. Las almas eucarísticas no distinguen en la realidad ambas presencias, quiero decir, cuando dialogan con el Señor, lo pasado lo ven como presente, como si lo estuviera realizando ahora y predicando ahora y perdonado ahora y lo viven con el Cristo del evangelio y del cielo y ahora presente en el presente del tiempo y del espacio y de siempre. Quiero deciros unas palabras de S. Francisco de Asís en su testamento: «El Señor me daba una fe tan profunda en las iglesias, que oraba simplemente de esta manera: Te adoro, oh Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo y te bendigo, porque has redimido al mundo entero por tu cruz. Una iglesia es la casa de Dios, más aún que la casa del pueblo cristiano».

Por eso, incluso el templo católico más pobre está lleno de un misterio, de una presencia, que la habita, y nosotros debemos percibirla por la fe y mejor, por el amor. Toda iglesia está habitada. Posee la presencia real, corporal de Cristo; el sagrario de cada iglesia es la morada de Dios entre los hombres. El pan consagrado es Cristo encarnado no en carne sino en una cosa por su amor extremo al hombre, a cada hombre, también a mí. Debiera pensar cómo correspondo yo a tanto amor y generosidad de Cristo. Esta presencia de Cristo es o puede ser un reproche vivo a mi falta de fe, de amistad, de delicadeza para con Él. Cristo se ha quedado en la Eucaristía para que todo hombre, toda mujer, todo niño puedan entrar y encontrarse continuamente con Él, con el Jesús del evangelio. Todos, por grandes que sean nuestros pecados o abismal nuestra torpeza, podemos  acercarnos a Él, como lo hicieron todos los hombres de su tiempo, los limpios y los pecadores, los leprosos, los tullidos, los necesitados, los ricos y los pobres.

Cuando un cristiano sincero te pregunte qué tiene que hacer para buscar y encontrar al Señor, díle que vaya junto al sagrario, rece alguna oración, o le hable de sus cosas y problemas... o abra el evangelio y medite, o simplemente mire al sagrario, sin hacer nada más que mirar, porque eso es oración: mirar al Señor. La fiesta del Corpus Christi nos recuerda cada año esta presencia maravillosa de Cristo en amistad siempre ofrecida a todos los hombres; seamos agradecidos y visitémosle con frecuencia, todos los días; El se quedó para eso.

El Cristo de las Batallas es un templo que siempre está abierto; qué trabajo cuesta cuando pasas por ahí, decir: el Señor está dentro, voy a entrar a visitarle, a estar un rato con Él. Qué gracias y dones recibirás.

TERCERA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es la fiesta del CUERPO Y  DE LA SANGRE DE CRISTO, la fiesta de su presencia amiga en medio de los hombres. El pueblo católico, en estos tiempos tan malos para la fe, va perdiendo poco a poco la clave de su identidad cristiana, que es Cristo Eucaristía. Por eso se secan tantas vidas de jóvenes y adultos bautizados, porque se alejan de la «fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan aunque a oscuras, porque es de noche» (por la fe).

Creo que en este día, en que vamos a llevar por nuestras calles y plazas a Jesucristo Eucaristía, nosotros, los católicos creyentes y convencidos, debemos exponer con claridad, con valentía y sin complejos, los motivos de nuestra fe y amor a la Eucaristía. Y si alguien nos preguntase por qué cantamos, adoramos y sacamos en procesión este pan consagrado, nosotros respondemos con toda claridad:

1.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

2.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!». La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

3.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...” .

       «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalacar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»» (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16).

4.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derramada en sacrificio para el perdón de nuestros pecados. «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que  el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo pr el Padre, también  el que me coma vivirá por míj». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

5.- PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha  pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre,  la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí... El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

6.- PORQUE «EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6) 

«...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens  deitas...». Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Esta presencia de Cristo no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos, sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino. “¡Es el Señor!” exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección,  mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e  iluminada por el fuego del amor,  el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional... para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana... A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”.

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y  consagra en el seno de María y en el pan y en el vino, y se nos manifiesta y revela como Palabra y Verbo de Dios, que nos revela todo el misterio de Dios. Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

CUARTA HOMILÍA DEL CORPUS

         

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”,   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!»

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que  hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía. En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

LA EUCARISTÍA COMOMISA.

       Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

       Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice San Pablo.

 Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; ”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15,9). 

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra. En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por El: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivir así amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

 La Eucaristía dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin  Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia... El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

(Tantos abandonos, tantos pecados, tantas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere, llorando estoy frente a tu altar, Señor)

QUINTA HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero su primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento:”Tomad y comed... tomad y bebed...”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... el que no come mi carne... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido de amor y con fe por todos nosotros.

LA EUCARISTÍA COMOCOMUNIÓN

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y sus dones, y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se  construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de sus planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o pero, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.     

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en sus corazones y llegar a una unión grande con ellos. Lo importante de la religión no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos, la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

Sin conversión de nuestros pecados no hay amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se ha encarnado por nosotros, que murió y resucitó, que está en el pan consagrado y por eso, comulgo.

 Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”. Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre... queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir  respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

<Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía¡>

¡Y cuántas, hermosura soberana,

<mañana le abriremos>, respondía,

para lo mismo responder mañana!

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe. Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión, qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya, la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te necesito! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

SEXTA HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos: Estamos en la festividad del Corpus y la mejor manera de celebrar este día es mirar con amor a Cristo en su presencia eucarística, desde donde nos está expresando su amor, entregándonos su salvación y dándose permanentemente en amistad a todos los hombres. El se quedó con todo su amor; nosotros, al menos hoy, debemos corresponder a tanto amor, adorándole, venerándole, mirándole  agradecidos en su entrega hasta el extremo.

          LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA

Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el sagrario para la comunión de los enfermos y para la veneración de los fieles. Allí permanece el Señor vivo y resucitado en Eucaristía perfecta, es decir, no estáticamente, como si fuera un cuadro, una imagen, sino vivo, dinámico, ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio, un sacramento permanente de amor y salvación. Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente».

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el sagrario. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo que no podemos comprender bien en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: Lo tengo todo menos tu amor, si tú no me lo das. Y sin ti no puedo ser feliz. Vine a buscarte y quiero encontrarte para vivir una amistad eterna que empieza en el tiempo. Y es que debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros el Hijo. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Solo Dios sabe lo que vale el hombre para El: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,3).

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Ti, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Ti, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Ti, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad:

Estáte, Señor, conmigo, siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.                                          

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin ti me quedo,

ni si tú sin mí te vas.

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es “la fuente que mana y corre”, aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que todo lo ve y nos lo comunica; el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo. Por eso no me gusta que el sagrario esté muy separado del altar y tampoco me importaría si está sobre un altar en que ordinariamente no se ofrece la misa. El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos...

Así los expresa San Juan de la Cruz:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,aunque es de noche.                                                   

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche.

(Es por la fe, que es oscura al entendimiento)

Para San Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito.  Por eso hay que ir hacia Dios  «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

Por eso, aunque nosotros no lo comprendamos, muchas de estas almas desean de verdad morir para ir a Dios, porque los bienes de esta vida no les dicen  nada. Es lo más lógico y fácil de comprender: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dáme la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es ta entero, que muero porque no muero». Solo desean el encuentro total con Cristo, a quien han llegado a descubrir en la Eucaristía y ya no quieren otra compañía. Nosotros, si tuviéramos estas vivencias, también lo desearíamos. Es cuestión de amor. Si subiéramos hasta esas cumbres, nos quemaríamos también.

Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, renunciando a nuestra soberbia, envidia, ira, lujuria..., sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin El: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?» (C.9)

¡Señor, ya que me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo!

SÈPTIMA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la fiesta del Corpus Christi. Todo cuerpo tiene un corazón, es el órgano principal, si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas. Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía que hoy veneramos, tiene un corazón que es el Corazón del Verbo Encarnado. El Corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

Este Corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre hasta el sacrificio de su vida. Y este Corazón está aquí y en cada sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, en este día de la festividad del Corpus, del Cuerpo de Cristo, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos.

Este Corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... fué todo salud, compasión, verdad y vida. Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo Corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este Corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía, pero como de esto ya he hablado en otras fiestas del Corpus, hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo reflejado en sus palabras que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de los más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que hoy nos las dice  desde el sagrario y le retratan y le dibujan ante nosotros como en un lienzo bellísimo, en una figura en con ojos misericordiosos, llenos de ternura, con su Corazón compasivo y lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

  - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”,para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer la debilidad y el cansancio humano con mi energía divina de amor renovado, de entrega, de entusiasmo, servicio.

  - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos... yo soy la luz de la verdad sobre el hombre y su trascendencia.

  - “Yo soy el pastor bueno,” “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad, al amor de Dios, a los pastos del amor fraterno, al servicio humano y compasivo de las necesidades humanas, yo soy la puerta de vida personal o familiar honrada, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos, para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades, de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos.

  - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, al vacío existencial.

  - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”, os he pensado y creado desde el Padre por amor, os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación, os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

  -“Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo... el amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

   - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” es el agua de la vida de gracia, la vida eterna, la misma vida de Dios que es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo  en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este Corazón  de Cristo significa amar y pensar como Él,  entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, en ayuda a todos,  especialmente a los más necesitados, es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el sagrario. Y esto es lo que le pedimos con fe y amor.

OCTAVA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Nos hemos reunido este día del Corpus Christi para venerar, adorar y agradecer la presencia eucarística de Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Este Cristo ahora viviente en la Hostia santa, que recorrerá nuestras calles esta mañana, es el mismo Cristo del evangelio, que ya permanece en nuestros sagrarios hasta el final de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas.

Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista. Se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento, es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso, la gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios, nadie le puede tocar, quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está con nosotros y vamos a comulgar, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido. El leproso ha quedado curado pero Jesús ha quedado manchado según la ley. Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse. Jesús lo ha hecho todo por amor, espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión: es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con los mismos sentimientos.

Ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente. Ante los necesitados, Jesús nunca huye, Él siempre escucha:“Domine ut videam”. “Señor, que vea”. Y aquel ciego vio y lo siguió, porque sus ojos ya no querían dejar de ver a la persona más buena y comprensiva del mundo. No lo puede remediar. Es así su corazón, el Corazón de Jesús. Y ese corazón está aquí en el pan consagrado, en nuestros sagrarios.

Ahora es en Naím; se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, se ha dado cuenta de que pasa por allí el maestro ni sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: no llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: “joven, yo te lo mando, levántate. Y se lo entregó a su madre”.” Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, en que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos. Y nos ama y se compadece de todos. No lo puede remediar, es así su corazón, el Corazón eucarístico de Jesús.

             Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero, nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amándonos así y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su Corazón es así, no lo puede remediar, así es el corazón eucarístico de Jesús.

Y como este amor hacia nosotros es verdadero, no es comedia sino que le nace de lo más profundo de su corazón, en algunas ocasiones, llevado e impulsado por él, está dispuesto a jugarse la vida.

Ahora la escena es en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres, muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros, dejarle en ridículo y condenarle:“Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley. “¿Tú qué dices?”.

Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: el corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren, Jesús empieza a escribir en el suelo.                         

“Tú qué dices”y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue, quizás escribió sus pecados o hechos ocultos  de los presentes... no lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está en el sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna... y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús que honramos.

Quiero recordar ahora ante vosotros un hecho que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma,  en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II  vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini, y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo; fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces. Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, y menos  en los que la explotaron durante su vida. Qué ternura, qué perdón, qué amor para que saliera de aquella vida de esclava... Aquella mujer no volvió a pecar.

Santa adúltera, ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

 Los ojos de Cristo son  lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón....nunca miró con odio, envidia, venganza.“¿Nadie te ha condenado?, yo tampoco, véte en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley,  Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo.

Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Y hoy los papeles se han cambiado, porque Cristo sigue siendo el mismo, pero los pecadores no quiren reconocer su pecado. Cristo reconoció, pero perdonó el pecado de la adúltera: “No quieras pecar más”, le dijo a la mujer. Hay que rezar por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se hacer quen a Cristo que no le condena, sino que les quiere decir lo mismo: no pequéis más. Pero esto el mundo actual no quiere reconocerlo, no quiere reconocer que peca. Y para ser perdonados, todos, ellos y nosotros, sólo hace falta acercarse a Él y  convertirse a Él un poco más cada día para ir teniendo todos un  corazón limpio y misericordioso como el suyo, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo. Déjate purificar y transformar por Él. Para eso viene en la comunión, para eso se queda en el sagrario, para animarnos, ayudarnos, revisarnos y purificarnos. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

NOVENA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS AMIGOS: La Eucaristía, como todos sabemos, tiene tres aspectos principales, que son Eucaristía como Sacrificio, como Comunión y como Presencia eucarística. En esta festividad del Corpus Christi, que estamos celebrando, la liturgia de la Iglesia quiere que veneremos, adoremos y celebremos especialmente su Presencia Eucarística.

Ya en la Iglesia primitiva había la costumbre de llevarse a Cristo a las casas, en el pan que sobraba de las celebraciones eucarísticas, primeramente, porque no había todavía templos, y segundo, para poder comulgar durante la semana, sobre todo en tiempos de persecución o tratándose de monjes anacoretas. Por Orígenes, autor del siglo II, nos consta que era tal el respeto hacia el sacramento que llevaban a sus casas, que creían pecar si algún fragmento caía por negligencia. Y Novaciano reprueba a los que «saliendo de la celebración dominical y llevando consigo, como se acostumbraba, la Eucaristía, llevan el cuerpo santo del Señor de aquí para allá sin valorarlo». Y todo esto era fruto de la fe, de la convicción profunda que tenía la Iglesia primitiva de que en el pan eucarístico permanecía el Señor. La Iglesia siempre ha defendido y venerado la presencia de Cristo en el pan consagrado. 

Cuando entramos en una iglesia, encontramos una luz  encendida junto al sagrario: esto nos recuerda que allí está presente Cristo en persona, el que vino del Padre, el que murió en la cruz por nosotros, el que vive en el cielo. Por esto, los cristianos serios y verdaderos no pueden olvidar esta presencia y se lo agradecen y corresponden con su visita y oración eucarística. Sin piedad eucarística no hay vida cristiana fervorosa, coherente y apostólica. Por eso, cuánto deben a esta presencia los santos y las santas de todos los tiempos, nuestros padres y madres cristianas que no tuvieron otra Biblia que el sagrario, y aquí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos, para amarse como buenos esposos para toda la vida, para  sacrificarse por sus hijos y ser buenos vecinos, para amar y perdonar a todos, aquí se formaron los sacerdotes apostólicos, encendidos del fuego del amor a Dios y a los hombres, trabajando en obras de caridad y de apostolado o dedicando toda su vida a orar por los hermanos en un claustro, según los designios de Dios.

Yo pienso, tengo la impresión a veces de que la diferencia entre una vida cristiana y otra, entre unos matrimonios y otros, entre una parroquia y otra, hasta entre un sacerdote y otro, está en esto, en su relación con Jesucristo Eucaristía, en la vivencia de este misterio. Si la Eucaristía, como dice el Concilio Vaticano II, es el centro y culmen de la vida cristiana y de la evangelización, necesariamente tiene que haber diferencia entre los que la veneran y la viven  como centro y fuente de su vida y los que la tienen como una práctica más, rutinaria y sin vida; unos han encontrado al Señor, dialogan, revisan, programan y se alimentan sus sentimientos y sus actitudes comiendo a Cristo en el pan consagrado y en la oración y trato diario, recibiendo allí fuerza, vitalidad y alegría;  otros no se han encontrado todavía con Él y, por tanto, no tienen ese diálogo y esa fuerza y ese aliento, que se reciben solo de Cristo Eucaristía.

Y la razón es clara: el  cristianismo esencialmente no son ritos ni palabras ni cosas, es una persona, es Jesucristo; si me encuentro con Él, puedo ser cristiano, puedo comprenderlo viviendo su misma vida, cumplir su evangelio, tratar de que otros lo conozcan y le amen y así hacerlos buenos y honrados; si no quiero visitarlo, encontrarme con Él, no puedo comprenderle ni entender su vida,  porque Cristo,  su evangelio,  su amor y a su salvación, no se comprenden hasta que no se viven, hasta que no se experimentan. Por eso es absolutamente imprescindible el encuentro eucarístico con Él para llegar a la verdad completa de la Eucaristía, sólo se puede llegar por su amor, por ese mismo amor que Jesús tuvo al instituirla, que es su Espíritu Santo: “Muchas cosas me quedan por deciros ahora, pero no podéis cargar con ellas por ahora, cuando venga el Espíritu Santo, os llevará hasta la verdad completa”.

Por eso, los que hemos estudiado teología tenemos que tener mucho cuidado de pensar que ya hemos llegado a la verdad completa de la Eucaristía, allí no se llega por ideas o inteligencia, porque entonces sería sólo patrimonio de los teólogos, sino por el Espíritu Santo, por el mismo amor divino que lo programó y lo realizó y lo realiza cada día por la epíclesis, por la invocación al Espíritu-Amor Personal de la Trinidad que nos ama.

Dios sólo se manifiesta y se abre a los puros y sencillos de corazón: “Gracias te doy, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. De ahí la necesidad para todos, seglares y sacerdotes, de orar mucho ante ella para poder vivirla,  para conocerla y amarla y vivirla en plenitud y para sentir su salvación y para salvar a los otros.

 Pablo VI confirma esta realidad: «Durante el día, los fieles no omitan el hacer la Visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, conforme a la leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo, nuestro Señor allí presente... no hay cosa más suave que esta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» (Mysterium fidei).

       Visitemos al Señor Eucaristía todos los días, pasemos un rato contándole nuestras alegrías y nuestras penas, comunicándonos con Él, y veremos cómo poco a poco vamos encontrando al amigo, al confidente, al salvador, a Dios.

Contemplar a Cristo, llegar a escuchar su voz, descubrirle en el pan que lo vela a la vez que nos lo revela, se va aprendiendo poco a poco y hay que recorrer previamente un largo camino de conversión por amor, de purificación y vacío, especialmente aquellos que quieran luego dirigir o tengan que dirigir a otros en este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía. Digo yo que mal lo harán si ellos no lo han recorrido y digo también si no será éste uno de lo mayores males de la Iglesia actual, sin guías expertos en oración eucarística, con indicaciones puramente teóricas y generales, poco atractivas y liberadoras de nuestros pecados y  miserias cuerpo y alma.                     

 En este camino, según los expertos y mapas de ruta de los santos que lo han recorrido, lo primero, más o menos, son visitas breves, rutinarias, rezando oraciones... pero sin posibilidad de diálogo porque no se ha descubierto realmente el misterio, la presencia, solo hay fe, fe teórica y heredada, todavía no personal y así no hay todavía encuentro y no sale el diálogo... Luego vienen pequeños movimientos del corazón, como frases  evangélicas que resuenan en tu corazón dichas por Cristo desde el sagrario, o leyéndolas y meditándolas en su presencia y, al oírlas en tu interior, empiezas a levantar la vista, mirar y dialogar y darte cuenta de que el sagrario está habitado, es  El y así Cristo ha empezado a hacerse presente en nuestra vida, pero de forma directa y personal y así empieza un camino de sorpresas, sufrimientos porque hay que purificar mucho y esto duele: “Con un bautismo tengo que ser bautizado... y cuánto sufro hasta que se complete”.

Iniciado este diálogo, automáticamente empezamos a escuchar a Cristo que en el silencio nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida:“el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que El quiere, si “mi comida es hace la voluntad de mi Padre” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario; si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente, permanente, permanente, toda la vida, convirtiéndome y por tanto necesitando de Cristo, de oírle y escucharle, de ofrecerme con él en la Eucaristía, siempre indigente y pobre de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en  mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito. Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa como y cuando quiere.

DÉCIMA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Desde la Cena del Señor, la Iglesia siempre creyó en la presencia de Cristo en el pan y en el vino consagrado, pero hasta llegar a esta fiesta universal de la Iglesia Católica, hay que reconocer que la Iglesia ha recorrido un largo camino para llegar a esta comprensión del misterio. A través de los siglos ha ido adquiriendo luz sobre el modo de cultivar la piedad eucarística y  ha ido incorporando a su liturgia y a su vida esta liturgia, teología y  vivencias.

       En la Iglesia primitiva la Eucaristía fue reconocida, siempre amada y públicamente venerada, pero especialmente en el marco de la Eucaristía y de la comunión. Fue ya en el siglo XII cuando se introdujo en Occidente la devoción a la Hostia santa en el momento de la consagración; en el siglo XIII se extendió la práctica de la adoración fuera de la Eucaristía, sobre todo, a partir de la instauración de la fiesta del Corpus Xti por Urbano IV. Ya en el siglo XIV surgió la costumbre de la Exposición Sacramental, y en el Renacimiento se erigió el Tabernáculo sobe el altar. Desde entonces han sido muy variadas las formas con las que la Iglesia ha cultivado la piedad a Jesús Sacramentado: Plegarias eucarísticas comunitarias o personales ante el Santísimo; Exposiciones breves o prolongadas, Adoración Diurna o Nocturna por turnos, Bendiciones Eucarísticas, Congresos Eucarísticos, las Cuarenta Horas, Procesiones, especialmente,  la del Corpus en España e Hispanoamérica, con artísticas Custodias, tronos, altares para la adoración pública a Cristo presente en el pan consagrado.

Fue en este Cuerpo, donde el Hijo de Dios vivió en la tierra, se hizo Salvación para el mundo entero y nos reveló y  manifestó el amor extremo de la Santísima Trinidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito...”. En este cuerpo y en todas sus manifestaciones se nos ha revelado el amor total del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: es Cuerpo de la Trinidad, manifestación del amor trinitario, visibilidad del Hijo, revelación del proyecto de Salvación del Padre, obra del Amor del Espíritu Santo. Este cuerpo nos pertenece totalmente:“Tanto amó Dios al mundo...” Es un cuerpo al que nos está permitido besar, adorar, tocar porque está todo lleno de vida, de paz, de entrega, de castidad, de misericordia a los pecadores, de ternura por los pobres y los desheredados, de revelación de los misterios divinos.

Es lo que afirma San Juan en una de sus cartas:“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, al Verbo de la Vida... eso es lo que os anunciamos...”. Y todo esto que contempló y palpó el apóstol Juan está ahora en la  Eucaristía, ésta es la nueva encarnación de Dios, éste es el Pensamiento y la Palabra de Dios hecha visible ahora en el pan consagrado, tocada y palpada por los nosotros, que seguimos recibiendo gracias tras gracias por su mediación.

Para esto necesitamos primeramente la fe, creer, don de Dios parar ver como Él ve y reconocerle aquí presente en el pan. Esto es precisamente lo que pedimos en la oración de este día: “Concédenos, Señor, participar con fe en el misterio de tu Cuerpo y Sangre…”. De la fe que se va haciendo vida, nacerá la necesidad de Él, de su gracia, de su ayuda, de su amistad y finalmente la necesidad de no poder vivir sin Él.

Esta celebración litúrgica no debe ser tan sólo el recuerdo del Misterio sino recobrar para nuestra vida cristiana lo que Cristo quiso que fuera su Presencia en la Eucaristía, que no es meramente estática sino  dinámica en los tres aspectos de Eucaristía, comunión y presencia. La Eucaristía fue instituida para ser pascua de salvación y liberación de los pecados del mundo, fue elaborada para ser alimento de la vida cristiana y permanece como intercesión ante el Padre y como salvación  siempre ofrecida a los hombres.

Queridos hermanos: si no adoramos la Eucaristía, es que en realidad no creemos en Cristo presente en la Hostia santa, no creemos que nos esté salvando y llamando a la amistad con Él, porque si creemos, la fe eucarística debe provocar espontáneamente sentimientos de gratitud y correspondencia, de aproximación y adoración. Si no adoramos, es que sólo creemos en un Cristo lejano, que cumplió su tarea y se marchó y ahora sólo nos quedan recuerdos, palabras, imágenes o representaciones muertas pero Él ya no permanece vivo y resucitado entre nosotros. Si creemos de verdad en su presencia eucarística, en un Dios tan cercano, tan extremado en su amor, ésto debe provocar en nosotros una respuesta de amor y correspondencia.

La fe y el amor a  Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra fe en Jesucristo, y, a la vez,  «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» (por la fe) de nuestra unión con Dios, de nuestro amor y esperanza sobrenatural, de nuestra generosidad y vida cristiana, de nuestro compromiso apostólico, de nuestros deseos de redención y salvación del mundo, porque todo esto solo lo tiene Cristo, Él es la fuente y fuera de Él nada ni nadie puede darlo.

A la luz de esta verdad examino yo todos los apostolados de la Iglesia, seglares o sacerdotales. Ponerse de rodillas ante Jesucristo y pasar largos ratos junto a Él, es la verdad que salva o critica, que evidencia la sinceridad de nuestras vidas o la condena, que testifica la sinceridad de nuestro dolor por el pecado del mundo, de nuestros hijos, de nuestra sociedad y nuestra intercesión constante ante el Señor o la superficialidad de nuestros sentimientos; aquí se mide la hondura evangélica de nuestros grupos parroquiales, de nuestras catequesis y actividades y compromisos por Cristo en el mundo, en la familia, en la profesión.

Este día del Corpus es <cairós>, el momento y la liturgia oportuna para renovar nuestra devoción a la Eucaristía como sacrificio, como comunión y como visita. Recobremos estas prácticas, si las hubiéramos perdido y potenciemos la visitas, los jueves eucarísticos, la Adoración Nocturna... todas las instituciones que nos ayuden a encontrarnos con Jesucristo Eucaristía, fuente de toda vida cristiana y Único Salvador del mundo.

       «El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino-, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.

       Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf Jn 13,25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!» (Ecclesia de Eucharistia 25).Quiero terminar con una estrofa del himno «adoro te devote...» «Señor, en la Eucaristía no veo tus llagas como las vio el Apóstol santo Tomás, pero, sin embargo, aún si verlas, yo hago la misma profesión de fe que hizo él: Señor mío y Dios mío. Haz, Señor, que crea cada día más y te ame más y ponga en Ti mi única esperanza... Oh Jesús, a quien ahora veo velado por el pan, ¿cuándo se realizará esto que tanto deseo en mi corazón? Verte ya cara a cara a  rostro descubierto, para ser eternamente feliz contigo en tu presencia…” Amén.

UNDÉCIMA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la fiesta del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre del Señor. Hoy adoramos públicamente y cantamos por nuestras calles al Cuerpo del Hijo  encarnado, ese cuerpo humano formado en el seno de la hermosa nazarena, de la Virgen guapa y Madre del alma, María, por la fuerza y la potencia del Amor Personal del Dios Uno y Trino que es el Espíritu Santo. Este cuerpo, hermanos, trabajó y sufrió por nosotros, ese cuerpo  recorrió sudoroso y polvoriento los caminos de Palestina, este cuerpo fue llagado y murió por nosotros en la cruz y resucitó y nos dio la vida nueva de hijos de Dios y herederos del cielo.

En este día vamos a meditar en la Eucaristía como comunión. La comunión, el comer su cuerpo y beber su sangre fue la intención manifestada por Cristo tanto en la promesa de la Eucaristía, que nos trae el evangelio de hoy, como en la institución, de que nos habla la segunda lectura: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo”.

Este pan bajado del cielo, que es Cristo, es evocado también en la primera lectura de hoy, donde se nos habla de un hecho acaecido hace ya miles de años, pero que sigue siendo realidad en cuanto a su realización plena en la Eucaristía: el maná bajado del cielo y el agua viva manada de la roca para saciar el hambre y la sed de los israelitas en el desierto eran figura e imagen de la Eucaristía, verdadero pan bajado del cielo para alimentar la  vida y salvación de todos los hombres hasta llegar a la tierra prometida de la vida eterna .

 Los hebreos, después de haber comido el maná, murieron; en cambio, Cristo nos asegura que el verdadero pan bajado del cielo es Él y quien lo coma vivirá eternamente. Por eso, la comunión frecuente es prenda de eternidad: «et futurae gloriae pignus datur», es respuesta de amor al ofrecimiento de Cristo y, recibida con hambre, se convertirá en sacramento de amor entre los hombres, de caridad fraterna, en fuente de vida y comunión y unidad entre los hermanos. Nos dice San Pablo: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.

Esta unidad de todos en Cristo y en la Iglesia se nos da por este pan: «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria eucarística III). «Justo porque participamos en un solo pan, dice San Juan Damasceno, nos hacemos todos un solo Cuerpo de Cristo, una sola sangre y miembros los unos de los otros, hechos un solo cuerpo con Cristo».

Sin embargo, hermanos, qué pobre es nuestra correspondencia a este amor de Cristo. Frente a la afirmación de Cristo:“si no coméis mi carne no tendréis vida en  vosotros”, nosotros deseamos saciarnos más bien de los bienes de este mundo, que crean cada vez más necesidad de ellos y por eso necesitan ser consumidos ininterrumpidamente y no pueden llenarnos, porque nuestro corazón ha sido creado para hartarse de la hartura de la divinidad; frente al “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, nosotros no encontramos tiempo para estar con el Señor, precisamente con Él, que quiso y vino para tener todo el tiempo para nosotros; frente al “ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros”, muchos de nosotros no tenemos hambre de su amor ni de su pascua, ni de su pan, de comulgar con frecuncia  ¡Qué pocas comuniones y cuántas primeras comuniones que son últimas! ¿Dónde están los jóvenes bautizados, confirmados? ¿Es que ellos no han sido redimidos, amados, llamados por Cristo al banquete eucarístico? Tan poco entusiasmados se encuentran en la fe y vida cristiana, tan débiles, tan vacíos, tan faltos de sabor santo que no tienen hambre ni gusto para este  pan del cielo, tan flacos que no tienen fuerzas para acercarse hasta él. Este pan del cielo es el único que puede limpiarlos, llenarlos de verdad, de vida y de sentido,  su carne glorificada y resucitada está llena de misericordia y de perdones para tanto desenfreno y pecado, leed el evangelio y lo veréis.

Comulgar conscientemente, con delicadeza y respeto, con fe viva, con tiempo para asimilar lo recibido es la única medicina para curar nuestras enfermedades de espíritu: egoísmos, soberbias, impurezas de la carne, envidias ¡cuánta envidia, a veces entre los mismos que la comen!  La Eucaristía nos enseña a amar, a perdonar  como Cristo. No fuerzas para vencer los odios y rencores, nos hace más amigos a todos.

       «Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios: “Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan  y un solo cuerpo somos, pues todos particpalmos de un solo pan” (1Cor 10, 16-17). El comentario de San Juan Crisóstomo es detallado y profundo: «¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo, pero no muchos cuerpos sino un solo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que está compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo» (Homilías sobre la 1 Carta a los Corintios, 24,2: PG 61, 200).

Y esta acción santificadora de Cristo Eucaristía por la comunión continúa luego con la adoración eucarística. Así se lo pedimos, durante la Misa, al Espíritu de Cristo, en la anáfora de la Liturgia de Santiago, para que el cuerpo y la sangre de Cristo «sirvan a todos los que participan de ellos… a la santificación de las almas y los cuerpos» (PO 26, 206).

«El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la comunión eucaristía colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por encima de la simple experiencia convivial humana. Mediante la comunión del cuerpo de Cristo, la Iglesia  alcanza cada vez más profundamente su ser «en Cristo como sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad e todo el género humano» ( LG 1).

«A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad, a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres» (Ecclesia de Eucharistia 24).

Si le visitamos todos los días, el Cristo del sagrario nos inyecta humildad con su presencia silenciosa, paciencia con su presencia, llena de misericordia a pesar de tanto abandono y desprecio, amor porque está siempre ofreciéndose en amistad, sencillez, alegría... ¡Pero si tiene tantos deseos de intimar con cada uno de nosotros que se vende por nada, por una sencilla y simple mirada de fe! Él se ha quedado en el pan para darnos su salvación y amistad y Él lo tiene y quiere dárnoslo,  quiere que haya familias unidas y esposos que se quieran y Él es la fuente del amor, que nos une con el lazo irrompible de su caridad; quiere que haya parroquias llenas de vida y sentido comunitario y Él es la el centro y la meta de toda comunidad; quiere que los enfermos sean curados, los tristes consolados, los pobres atendidos, y Él es caridad y medicina para todos los males,  compañía para nuestras soledades y tristezas, el pan para los hambrientos de todo tipo.

Nada ni nadie puede construir un  mundo mejor que Jesucristo Eucaristía, nada ni nadie puede construir mejor la Iglesia y la parroquia que la Eucaristía; podemos y debemos tener reuniones y apostolados de todo tipo, pero “sin mí no podéis hacer nada” y, por eso, Cristo Eucaristía, con su fuerza y cercanía, con sus sentimientos y actitudes, con la vivencia de sentirme amado por Él y saber que siempre es Dios infinito y amigo, hace que en mi corazón y en mi vida personal y apostólica se originen y renueven entusiasmos y deseos de trabajar por Él y por los hermanos, constancia en las empresas, seguridad de que ningún esfuerzo ha sido inútil, certeza de que todo sabe a Eucaristía y vida eterna, sentido pleno a mi vida cristiana o sacerdotal, contemplativa o apostólica, pública o privada.    

Queridos hermanos, que esta fiesta del Corpus avive en nosotros el amor a la Eucaristía, que nos anime a visitarle todos los días, a comulgar mejor y con más frecuencia, que niños, jóvenes y adultos volvamos a sentarnos juntos en la mesa del Señor: “...porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”, la Eucaristía nos sacia de la hartura de Dios: “el que viene a mí no tendrá más hambre, y el que cree en mi, jamás tendrá más sed”, al mundo no le pueden salvar los políticos ni los filósofos ni los técnicos, sólo Jesucristo si comemos su pan consagrado y comulgamos con su evangelio de amor fraterno, con sus sentimientos de perdón y sus criterios de igualdad entre todos, sólo si vivimos y  amamos como Él nos amó: “en verdad, en verdad os digo,  si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros“; “El pan que yo os daré es mi carne, vida del mundo”.

La Eucaristíaes también el alimento y la semilla de la vida eterna:“El que come mi carne tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día”, ahí está nuestro Bien y nuestro Mejor Amigo, no es posible mayor unión : “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mi y yo en él” “...el que me come,  vivirá por mí”, “ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros”. Jesucristo, nuestra comida y banquete, nuestra pascua y alimento lleva veinte siglos preparando la mesa, poniendo los manteles, aderezando el pan y el vino, haciéndonos la eterna invitación.

Queridos hermanos: creamos en Él, esperemos en Él, confiemos en Él, superemos nuestras rutinas o distracciones, exijamos el amor que Él nos da, a pesar de nuestras dudas y recelos, de nuestras crisis de fe y amor eucarístico. Ya lo intuyó el Señor en la misma promesa de la Eucaristía; ante los discípulos, un tanto dudosos:“Jesús les dijo:¿ también vosotros queréis marcharos? Las palabras que os he hablado son espíritu y vida”. Nosotros, con los Apóstoles y todos los que creen y creerán a través de los siglos, le decimos como Pedro: “Señor, a quién vamos a ir¿... tu tienes palabras de vida eterna...” “Señor, danos siempre de ese pan”.

DUODÉCIMA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Quiero empezar esta mañana del Corpus con esa estrofa del <Pange lengua> que cantamos hoy y muchas veces en latín en nuestras Exposiciones del Santísimo, y que quiero traducirla para vosotros: “Pange lingua gloriosi corporis  mysterium...”: «Que la lengua humana cante este misterio: la preciosa sangre y el precioso cuerpo». Vamos a cantar, hermanos, a este Cuerpo glorioso que nos amó y se entregó por nosotros, que nació de la Virgen María, que trabajó y se cansó como nosotros, que padeció muy joven la muerte por nosotros y que resucitó y permanece vivo y glorioso en el cielo y aquí en el pan consagrado, en el silencio de los sagrarios de nuestras iglesias; y a esta sangre que se derramó por amor al Padre y a nosotros, para hacer la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres en su sangre, el pacto de salvación que ya no se romperá nunca por parte de Dios.

Vamos a cantar y dar gracias al Cuerpo de Cristo, del Hijo Amado del Padre, que ha sido vehículo y causa de nuestra redención. Vamos a adorarlo: “Tantum, ergo, sacramentum, veneremur cernui...” «Adoremos postrados tan grande sacramento», es el tesoro más grande y precioso que tiene la Iglesia y lo guardan en todos sus templos, porque la Iglesia es la esposa, y dice San Pablo, que “esposa es la dueña del cuerpo del esposo”, que es Jesucristo, eternamente presente y haciendo presente su amor y salvación, su entrega y su deseo de estar con los hijos de los hombres, de anticipar el cielo en la tierra para los que lo deseen, porque el cielo es Dios y Dios vivo y resucitado está en el pan consagrado.

Fijaos bien, hermanos, en ese signo tan sencillo, en ese trozo de pan ha querido quedarse verdaderamente con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo y la Palabra eternamente pronunciada y pronunciándose por el Padre en amor de Espíritu Santo para los hombres, en un silabeo amoroso y canto eterno y eternizado de gozo y entrega total en el Hijo... Por eso dice la Biblia: “Realmente ninguna nación ha tenido a Dios tan cercano como nosotros...”.

El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó”: “Es duro este lenguaje, ¿quién podrá escucharlo?” La Eucaristía y la cruz siempre serán piedras de tropiezo para los discípulos de todos los tiempos. Sacrificio de la cruz y Eucaristía son el mismo misterio y no cesan de ser ocasión de división;¿también vosotros queréis marcharos? Estas palabras de Jesús resuenan a través de todos los tiempos para provocar en nosotros la respuesta de los Apóstoles:“a quién vamos a ir, solo tú tienes palabras de vida eterna”.

Nosotros, como los Apóstoles, le decimos hoy: Señor, nos fiamos de Ti y confiamos en Ti, queremos acoger en la fe y en el amor este don de Ti mismo en la Eucaristía, especialmente en este día del Corpus Christi. En primer lugar, como sacramento de la cruz, como sacrificio permanente de tu amor, perpetuado a través de los signos y palabras de la Última Cena. Dice el Vaticano II: «Nuestro Salvador en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección...».

Jesús dio la vida por nosotros cruentamente el Viernes Santo, pero anticipó, con su poder, esa realidad salvadora, en la Eucaristía del Jueves Santo, mediante el sacrificio eucarístico, consagrando el pan y el vino, convirtiéndolos en su cuerpo y sangre y que ahora renovamos sobre nuestros altares, para hacer presente todos los bienes de la Redención. Ante este misterio, nuestros sentimientos tienen que ser ofrecernos con Él al Padre en el ofertorio de la Eucaristía, para quedar consagrados con el pan y el vino en la Eucaristía por la invocación al Espíritu Santo en la epíclesis, y después, al salir de la iglesia, como hemos sido consagrados y ya no nos pertenecemos, vivir esa consagración a Dios, cumpliendo su voluntad en adoración y amor extremo y total hasta dar la vida por los hermanos.

Este debe ser con Él nuestro sacrificio agradable a Dios. Esta es en síntesis la espiritualidad de la Eucaristía, lo que la Eucaristía exige y nos da al ser celebrada y comulgada; esto es participar de la Eucaristía “en espíritu y verdad”, no abrir simplemente la boca y comer pero sin comulgar con los sentimientos de Cristo. Y  así es cómo el que comulga o el que contempla o celebra la Eucaristía se va haciendo Eucaristía perfecta y consumada; así es cómo la Eucaristía se convierte para nosotros, según el Vaticano II,  «en fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia», «es la cumbre y, al mismo tiempo, la fuente de donde arranca toda su fuerza…»; «es todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, en persona». La Eucaristía es la presencia viva de Cristo, el Corazón de Cristo en el corazón de la Iglesia Universal, en el corazón de sus templos católicos  y en el corazón de todos creyentes.

Una vez hecho presente el sacrificio de Cristo en el altar, la Iglesia lo hace suyo para ofrecerlo y ofrecerse a sí misma con Cristo al Padre, para ganar para sí y para el mundo entero las gracias de las Salvación, que encierra este misterio. Por eso, sin Eucaristía, no hay ni puede haber cristianismo ni seguidores ni discípulos de Jesús, ni santidad, ni vida  ni nada verdaderamente cristiano.

Un segundo aspecto de la Eucaristía, absolutamente importante y querido por  Cristo y consiguientemente necesario para la Iglesia, es la comunión. En la intención de Cristo, al instituir  la Eucaristía como alimento y en una cena, esto era directamente pretendido por el signo y por la intención: reunir a todos los suyos en torno a la mesa, para que coman el pan de vida eterna, el pan de la vida nueva de gracia, el pan del cielo.

La comunión eucarística nos introduce en la participación de los bienes últimos y escatológicos: «La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf 1 Cor 11,26): «…hasta que vuelvas». La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf Jn 15,11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y «prenda de la gloria futura». En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad.

En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). Esta  garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el «secreto» de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquia definía con acierto el Pan eucarístico «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661).

Junto a las palabras de Cristo sobre la necesidad de comulgar para vivir su vida: “en verdad, en verdad os digo si no coméis la carne del Hijo de Hombre no tendréis vida en vosotros”, tenemos que poner la advertencia de Pablo: “Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernimiento, come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos”.

Qué valentía la de Pablo, qué claridad... Hay flacos y débiles entre los que comulgan porque realmente no comulgan con la vida de Cristo, sino que comen tan solo su cuerpo sin querer asimilar su vida, su evangelio, sus actitudes. Tendríamos que revisar nuestras Eucaristías, nuestras comuniones a la luz de estas palabras de Pablo y examinarnos para no comer indignamente el Cuerpo de Cristo. No basta comer el cuerpo de Cristo, hay que comulgar más y mejor con su amor, con sus sentimientos y actitudes.   

Y ya para terminar, quiero citar unas palabras de Juan Pablo II, refiriéndose a la Eucaristía como presencia: «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento de amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración». 

Queridos hermanos: Jesús es la Salvación y el Camino, todos los días debemos revisar nuestra vida a la luz de la suya, todos los días debemos pasar a dialogar, consultar, orar y pedir ayuda, fortaleza, perdón de nuestros pecados. No concibo creer en Jesucristo y no visitarle con amor. Amor a Cristo y visita al Señor es lo mismo. En otra ocasión dirá el Papa Juan Pablo II: Poca vida eucarística equivale a poca vida cristiana, poca vida apostólica y sacerdotal, es más, vida en peligro. Lógicamente, vida eucarística abundante será vida rica en todo. Mucha vida eucarística es mucha vida cristiana, apostólica, sacerdotal. Es la que deseo y pido para vosotros y para mí. Amén.

DÉCIMOTERCERA HOMILÍA DELCORPUS CHRISTI 

¿Como pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre" (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que hoy celebramos: el misterio del Cuerpo y de la sangre de Cristo Eucaristía.

«Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el papa, los obispos, la Iglesia entera vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al cuerpo y la sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez mas en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre y llenarnos de sus actitudes  de entrega y amor hasta el fin, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por los hermanos en una vida y muerte como la suya.

Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la Iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es «centro, fuente y culmen» de la vida de la comunidad cristiana, porque nos hace presente la persona y los hechos salvadores de Dios encarnado.

ENCARNACIÓN Y EUCARISTÍA.- La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía «compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (Encarnación) la condición humana» (Prefacio de Navidad).

Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió en la sinagoga de Carfanaún (cf. Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el Bautismo y la Confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan (Cor.1cor. 10,16-17).

Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la Iglesia. Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien no solo es «memoria viva de la iglesia». Por que con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la Palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anamnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son celebrados, especialmente el misterio pascual de Jesucristo, centro y culmen de toda acción litúrgica. La Eucaristía como la Encarnación es la gran obra del Espíritu Santo a favor de la Iglesia.                                                                                   

PRESENCIA PERMANENTE.-  Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él lo había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Emmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28, 20); es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica sino verdadera y sustancial.

Por esta maravilla de la Eucaristía, Aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cfr.Pr.8,31), lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cfr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad, en cierto modo presente, mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: “héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros” (Vida, 22,26). Siempre podemos visitarle, siempre podemos unirnos a Él en su ofrecimiento al Padre desde su presencia eucarística, siempre podemos estar comulgando con sus sentimientos y actitudes.

«Precisamente por eso, es conveniente cultivar en el ánimo este deseo constante del Sacramento eucarístico. De aquí ha nacido la práctica de la <omunión espiritual>, felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia y recomendada por Santos maestros de vida espiritual. Santa Teresa de Jesús escribió: «Cuando… no comulgáredes y oyéredes misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho…, que es mucho lo que se imprime el amor ansí deste Señor» (Camino de perfección 35,1) (Ecclesia de Eucharistia 34b).

PAN DE VIDA. Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6,54-55).

El discurso eucarístico de Jesús, en el capítulo sexto de San Juan, hace exclamar a la Iglesia: «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura». La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud o de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón; la Eucaristía debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, de la soberbia de la vida o para los matrimonios que sienten crujir la ruina de su amor para siempre, o de todo cristiano en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace participes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: "La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado" (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc15, 28.30). Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémonos a la mesa, que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo con la humanidad, por medio de la Eucaristía, que es una Encarnación continuada y comamos el pan de la vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

       La comunión sacramental nos abre las puertas de la Trinidad, del cielo trinitario, de la bienaventuranza celeste, por el Verbo encarnado y hecho pan de Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!».

«La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen Maria, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos. Es un aspecto  de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap 7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino (Ecclesia de Eucharistia 19).

¡Eucaristía divina, cómo te deseo, cómo te amo, con qué hambre de tí camino por la vida, qué ganas de comerte y ser comido por ti, para transformarme totalmente en Cristo!

DÉCIMOCUARTA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

Queridos hermanos: Estamos celebrando la fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, de la Presencia Eucarística de Cristo en medio de nosotros. Y esta fiesta debe ser un motivo para adorar y agradecer este misterio. La Presencia Eucarística en nuestros sagrarios es la presencia de Cristo en medio de nosotros en amistad y salvación permanentemente ofrecidas. Para eso se ha quedado el Señor tan cerca de nosotros.

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (50).

DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN, A LA MISIÓN. 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es «podéis ir en paz», que en latín se dice: «Ite, missa est»; <mitto>,<missus> significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado. Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante en el mundo: “yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”.

En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa también a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la Iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos... amaos los unos a los otros... id al mundo entero…”.

EN LA EUCARISTÍA SE ENCUENTRA LA FUENTE Y LA META DE TODO APOSTOLADO

«La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor» (SC10).

Como vemos, la centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir  cumpliendo su tarea de Adorador del Padre, Intercesor de los hombres, Redentor de todos los pecados del mundo y Salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.

 En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y trascendente para quienes le amamos y queremos compartir con El la existencia.

Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la vida de la Iglesia, dado que «los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan» (PO 5; LG 10; SC 41).

Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

DIMENSIÓN ESCATOLÓGICA.

Ahora bien, la Iglesia,  que se manifiesta en un determinado lugar, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía, no esta formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una Iglesia invisible, la “Jerusalén celeste” que desciende de arriba (Apo21,2); por eso, «en la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén del cielo, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero» (SC 8; 50).

Están también los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. A ellos estamos unidos también en el sacrificio eucarístico, que constituye el más excelente sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias.

Es toda la comunidad eclesial la que es asociada como esposa de Cristo  para la gloria de Dios y santificación de los hombres, de modo que la celebración de la Eucaristía hace visible esta función sacerdotal a través de los siglos. Asistida por el Espíritu Santo, la Iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de comer el pan y beber el cáliz, anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra (1Cor11,26). Bajo la acción del Espíritu Santo toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la esposa: «Marana tha, ven, Señor Jesús». Este es el grito de toda la asamblea cuando se hace presente el Señor por la consagración: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Un filósofo francés, Gabriel Marcel, ha escrito: «amar a alguien es decirle: tu no morirás». Esto es lo que nos has dicho a cada uno de nosotros Aquel, que ha vencido a la muerte, instituyendo la Eucaristía: Os quiero, vosotros no moriréis. Que este deseo de Cristo, pronunciado para cada uno de nosotros en cada Eucaristía, nos haga vivir confiados en su amor y salvación y lo hagamos  vida en nosotros para gozo suyo  y de la Santísima Trinidad, en la que nos sumergiremos por los méritos y vida de Aquel, que, siendo Dios, se hizo hombre, para que todos pudiéramos vivir por participación la misma Vida, la Sabiduría y el Amor del Dios Único y Trinitario. 

DÉCIMOQUINTA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: En la celebración del matrimonio, los esposos cristianos, al entregarse mutuamente los anillos, constituyendo una alianza eterna de amor, se comprometen con estas palabras: «Recibe esta alianza en señal de mi amor y fidelidad a ti». En la primera lectura de hoy se nos recuerda la Antigua Alianza pactada en el monte Sinaí entre Dios y su Pueblo por mediación de Moisés. La Alianza en las faldas del monte Sinaí señala el nacimiento del pueblo de Dios en su fase veterotestamentaria que culminará con la Eucaristía, Alianza nueva y eterna con el definitivo pueblo de Dios. La fórmula que Dios usó en el Sinaí fue: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” y el pueblo aceptó la alianza después de que Moisés leyera el texto del Decálogo:“Haremos todo lo que dice el Señor”.

La alianza del Sinaí actúa en una doble dirección: en una dirección vertical, en cuanto que el Señor se hace el Dios de Israel e Israel se convierte en el pueblo del Señor. Y esta alianza encuentra su expresión plástica y casi tangible en los ritos que acompañan a la conclusión: el sacrificio de la comunión (v 5) y el rito de la sangre (v 6-8) El sacrificio de la comunión o, más exactamente, el sacrificio pacífico evoca la restauración de las relaciones amistosas entre Dios y su pueblo, mediante el banquete de la carne sacrificada. Mediante la alianza, se rehace la paz y armonía rota entre las dos partes o clanes o familias, en este caso, entre Dios y la humanidad, y se potencia y se manifiesta este pacto mediante el compromiso mutuo: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”,  y la sangre derramada sobre el altar, que representa a Dios, y sobre la cabeza de los presentes, que de esta forma pasan a ser “consanguíneos”.

Estas realidades veterotestamentarias son figura de la nueva alianza realizada por Cristo con su sangre: sangre derramada por el nuevo pueblo, mediante la liturgia de la consagración del pan y del vino, y por la comida que sigue al sacrificio, realizada en la comunión eucarística, banquete de la nueva alianza.

Por ellas, Dios hace un contrato, una alianza, el pacto de  perdonar nuestros pecados y nosotros lo aceptamos comprometiéndonos a que sea el único Dios de nuestra vida; nos comprometemos a destruir de nuestro corazón todos los ídolos del consumismo y sensualidad y dinero y poder ¡abajo todos los demás ídolos! y así es como nosotros podremos ser aceptados por Dios como nuevo pueblo de la alianza: “Yo seré vuestro Dios, vosotros seréis mi pueblo”.

De la Alianza con Dios  por medio de la Eucaristía, el  único aspecto que me interesa resaltar hoy, es que, en cada Eucaristía, Dios nos perdona y  renueva el compromiso y el pacto de amistad, que es aceptado por  ambas partes: quiero hacer caer en la cuenta del efecto salvador total, perdonador  que tiene cada Eucaristía, en la que el Padre sella con cada uno de los presentes por medio de Cristo, que se ofrece para ello con el sacrificio de su sangre, el pacto del perdón de los pecados cometidos, mediante su pasión y muerte.

La Eucaristíaes la fuente de la gracia de todos los sacramentos, porque no contiene una gracia particular sino el manantial y la fuente de toda gracia, que es Jesucristo en su misterio salvador: pasión, muerte y resurrección.

El Padre, por la Eucaristía y en cada Eucaristía, rehace la amistad rota por mis pecados y salgo perdonado, aunque tenga que someterme a la confesión, cuando pueda, pero yo ya estoy perdonado: yo he pedido perdón en Cristo y el Padre ha aceptado la muerte de Cristo como perdón de mis faltas, por tanto, he sido perdonado por el Padre por la participación en Eucaristía, nueva alianza y pacto entre Dios y el hombre por Jesucristo, que me ha resucitado a la vida nueva en Él. Es de aquí de donde el mismo sacramento de la penitencia saca toda su potencia de perdón y  todos sus efectos y gracias sanadoras.

En cada Eucaristía, Dios y el hombre, por Cristo, nuevo Moisés, nuevo mediador de la Nueva Alianza, se comprometen a defenderse en sus intereses mutuos, que por el pecado se habían roto. Por el pacto renovado mediante la celebración del sacrificio del Cordero, de cuya carne sacrificada se participa en la comunión, se rehace otra vez, como en los pactos antiguos de los clanes y familias. Antes no nos reconocíamos como amigos, incluso éramos enemigos, pero ahora, por el pacto que Dios promete y nosotros aceptamos en y por el sacrificio del Cordero que quita el pecado del mundo, nosotros somos una misma familia, somos consanguíneos de Dios por Cristo. Estos pactos, en el Antiguo Testamento, se ratificaban mediante el sacrificio de un cordero, cuya sangre se esparcía sobre el altar y los pactantes, y luego todos participaban de la comida de la carne ofrecida y que ahora queda infinitamente superado por la celebración de la Eucaristía, sangre derramada por nuestros pecados.

La Eucaristíaes ratificación de un pacto nuevo y  eterno, hecho por el Padre con todos nosotros, su pueblo definitivo, por la sangre del sacrificio nuevo que es  la pasión y muerte de Cristo, hechas de nuevo presentes sobre el altar. Cada Eucaristía perdona mis pecados, en cada Eucaristía recibo el abrazo de Dios misericordioso, aunque por obediencia tenga que ir al sacramento de la penitencia, que, en definitiva,  recibe de este sacrificio toda su eficacia. Por eso, una vez aceptado por mí, puedo participar en el banquete de comunión, sentarme en la misma mesa, en el altar de Dios, porque después de hacer Dios el pacto con los hombres por medio de su Hijo y de ser aceptado por su resurrección, todos hemos sido perdonados y  lo celebramos con un banquete, el banquete de la carne que ha sido sacrificada por todos.

Para que me entendáis mejor: en mi oración personal, yo puede pedir perdón a Dios, puedo prometerle fidelidad, desear su amistad, sentirme perdonado, pero todo esto es mío, pensamientos y deseos míos que pueden ser puramente subjetivos. Pero en la Eucaristía, no, en la Eucaristía hay algo muy real y objetivo, la muerte de Cristo y su pacto de Salvación de los hombres con el Padre y aquí no hay duda ninguna, porque lo hace Cristo y el Padre lo acepta, resucitándolo, y renueva ese pacto y yo participo y me beneficio de él, sea cual sea mi estado subjetivo de ánimo, estamos hablando de hechos sacramentales que hacen lo que significan; se acabaron los temores y las dudas interiores: Dios, en cada Eucaristía, renueva su pacto de amistad conmigo, mediante una muerte y una nueva vida.

La Eucaristíaes el más grande y eficaz sacramento de amor, perdón y amistad, es la base y el fundamento que contiene todos los efectos sanadores de los demás sacramentos. Dios, por Jesucristo, único sacramento de encuentro con Dios, realiza lo que dicen  las palabras sacramentales. Al decir Cristo: “Este es el cáliz de la nueva alianza en mi sangre”, Dios renueva realmente el pacto de amistad conmigo, aunque yo lo haya  roto por el pecado y no sienta emoción sensible alguna. Por eso, me gusta tanto celebrar y me da tanta seguridad la Eucaristía, más que todas las demás devociones y oraciones, comunitarias o personales. Por la Eucaristía yo acepto y renuevo el pacto y la alianza y la amistad con Dios y al Padre le gusta la Eucaristía, no sólo porque el Hijo le glorifica y le adora obedeciéndole hasta dar la vida por los hermanos, sino también porque puede abrazarnos como consanguíneos, pertenecientes ya por Cristo al mismo clan y familia, que debemos defendernos mutuamente, porque así se ha firmado con la sangre derramada sobre el altar y de la que participamos por la comunión.

Por eso, hermanos, si Dios le introduce a uno en estos misterios, uno queda sobrecogido ante lo inexplicable, lo casi increíble del amor de Dios Padre en este interés por el hombre, tomando la iniciativa de crearlo y renovar este proyecto de salvación, una vez caído.  Cómo puede existir un amor tan grande, unos panoramas de eternidad y amistad tan maravillosos, unos océanos de felicidad,  de sentirme amado por el mismo Dios infinito que escribe con la sangre de su Hijo Amado la letra de un pacto de amistad con el hombre. Cómo no amar a este Dios de Jesucristo, quién nos ha ofrecido un Dios más misericordioso, más pacífico, más entusiasmado con el hombre, más generoso...

¡Dios mío, Tú eres mi único Dios y Padre, solo Tú lo único y lo absoluto de mi vida, de mi amor, de mi trabajo... ahora y en la eternidad. Acepto el honor que me ofreces de ser consanguíneo, pertenecer a la misma familia, los aprecio y valoro más que todos los tesoros de la tierra y del dinero y de los sentidos y de las glorias y posesiones humanas y lucharé con todas mis fuerza para no defraudarte, para no volver a romper esta amistad!

Queridos hermanos, cuando celebro la santa  Eucaristía y, si el Señor quiere, siento en mi corazón el susurro de su voz, que es Palabra del Padre dicha y pronunciada con Amor desde su intimidad mas íntima de Amor trinitario, que es su misma intimidad, su mismo alma, su mismo Espíritu; cuando en la consagración sorprendo al Padre inclinado con amor sobre el altar donde está el Amado, al Padre pronunciando y cantando canto esencial de amor eterno en su Palabra eternamente dicha y cantada con Amor para mí y que ahora se hace pan mientras consagro, siento como un torrente impetuoso e infinito de dones y gracias, que como un océano inmenso e incontenible, rotas todas las limitaciones y barreras,  viene desde  la misma esencia de la Trinidad por el Verbo hasta el altar, hasta la Hostia santa ¿Cómo no adorarla? ¿Cómo no venerarla? ¿Cómo no comérmela de amor? Corren junto a mí en el altar, con ruido de alabanzas y glorificación al Padre, cascadas infinitas de dones y perdones y gracias para mis feligreses, para la Iglesia, para toda la humanidad.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito”:en cada Eucaristía siento la Presencia del Padre, todo bondad  volcada con los brazos abiertos hacia los nuevos hijos adquiridos por la nueva alianza y ahora comprendo un poco Getsemaní, y el Calvario y la soledad de la humanidad de Cristo que no siente la Divinidad del Padre que abandona al propio Hijo, al Amado, al Predilecto... más preocupado el Padre por los nuevos hijos que iba a adquirir por la muerte del Amado renovada ahora en cada Eucaristía.

¡Dios, cómo nos amas! ¡Dios, no cabes en mis ideas ni en mi cabeza, ni en mi teología! ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!... En cada Eucaristía siento el volcán trinitario siempre en eterna ebullición de amor y de vida con deseos de meternos en su seno a todos los presentes, siento como la  torrentera de la esencia divina de la que beben y se sacian los Tres en infinitud e igualdad, la misma Trinidad... y ante ese barrunto infinito de Padre pronunciado su Palabra de Amor y Perdón al hombre, rezo por vivos y difuntos, pido perdón por mí y por todos y casi se pierde el sentido del tiempo por estar más en el cielo que en la tierra, porque por la Eucaristía todos están salvados y en ese momento ya no existe el infierno ni la condenación.

Sacerdote mío, oigo al mismo Cristo celebrante y consagrante,  que me habla desde el pan y la sangre consagrada, tú eres mi presencia humana en la tierra, diles a los hombres para qué me encarné y vine a la tierra, Yo sé lo que vale en el corazón del Dios Trinidad un hombre, lo que Dios le valora...  diles lo que Dios es, lo que Dios ama, lo que Dios vive y a lo que están todos invitados y ganados por mi Encarnación y Salvación presencializadas y prolongadas en la Eucaristía; diles que Yo digo verdad porque soy la Verdad y todo lo que les he dicho es Verdad, que todo el Evangelio es Verdad, diles que yo soy, existo y soy Verdad desde mi ser por mí mismo, que Yo Soy, Yo Soy es más que Moisés, y que mi Alianza y mi pacto es el negocio más ventajoso y más importante que los hombres hayan conseguido, diles que con mi venida y mi intercesión y mis sufrimientos hemos hecho para el hombre, para todo hombre, la operación y el negocio y el pacto más ventajoso, engañando al mismo Dios, traicionado como siempre por su amor: “Tanto amó Dios al mundo...” Diles que todo es Verdad, que el Padre existe y es Verdad, que el Espíritu existe y es verdad, que es volcán y fuego de éxtasis y caricias y besos infinitos como no existen en la tierra, porque son del Dios Infinito de Infinito Amor y Fuerza y Existe y es Verdad, diles que Yo soy la Verdad de la verdad de todo cuanto existe en eternidad y tiempo, porque soy la Única Palabra pronunciada  con Amor Personal por el Padre y que contiene todo lo que existe porque ha sido pronunciado con Amor Total por el Padre.

 Sacerdote mío, para esto te quiero y para esto te he llamado a prolongar mi misión y a esto se reduce todo  apostolado, y toda la Iglesia y todas las instituciones y carismas y sacramentos y reuniones y catequesis y... no te inventes otras actividades ni las llames apostolado mío porque lo único que hacen es distraer de lo esencial....trabaja y predica y no te canses de decirles que firmen todos los hombres este pacto con Dios y que lo cumplan, porque ellos serán los más  beneficiados, porque ellos no pueden saber ni sospechar todo lo que Dios Trino y Uno le ha preparado para toda la eternidad, como ya lo barruntó San Pablo. Que se lo pregunten a San Juan también, a los santos y místicos de todos los tiempos, adelantados del Reino de Dios en la tierra: Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Catalina de Siena, Francisco de Asís, Clara, Teresa del Niño Jesús, Sor Isabel de la Trinidad, Charles Faucoult, Madre Teresa de Calcuta…

Sacerdote mío, grita fuerte, que todos te oigan, búscame almas que crean  en el amor infinito de  Dios, en un pacto eterno de amistad y perdón, que no me vengan con escrúpulos ni de pecados presentes o pasados, que no recuerdo nada, que no hay ni cicatriz de nada en el libro de mi corazón, ellos que firmen este pacto, sin Él yo no puedo vivir como Dios de la Alianza definitiva en mi Verbo encarnado únicamente para esto. El gozo de los padres son los hijos y todos los hombres son mis hijos por y en el Hijo.

         Señor, yo creo, quiero creer, auméntanos la fe, danos un poco de  de experiencia de tu Eucaristía, por participación de tu amor.

DÉCIMOSEXTA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

Queridos hermanos: Estamos celebrando la fiesta del Corpus Christi, de la presencia eucarística de Cristo entre nosotros en el sagrario. Ahora tenemos muchas escuelas y universidades, incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el sagrario y punto.  Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: “sígueme...” “amaos los unos a los otros como yo os he amado”; “no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero”; “...venid y os haré pescadores de hombres”;  “vosotros sois mis amigos”; “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”; “sin mí no podéis hacer nada; yo soy la vid, vosotros, los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...”.

¿Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con El, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré distanciado respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo. Podré, incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos... que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados, pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

Y  me pregunto cómo podré yo luego entusiasmar a la gente con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo... si yo no lo practico ni sé cómo se hace. Creo que ésta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven y se conocen por la propia experiencia. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de este trato de amistad  para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré  comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad  cristiana, sacerdotal, apostólica...

Al alejarme cada día más del sagrario, me alejo a la vez de la oración, y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa. Y esto es más claro que el agua: si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré entusiasmar a los demás con Él, no se qué apostolado podré hacer por Él, cómo contagiaré deseos de Él, ni sé  cómo podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con Él. Naturalmente  hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado,  pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a Él, como los sarmientos a la vid única y verdadera,  para poder dar fruto. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.

Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice San Juan de la Cruz. Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica NMI  ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto...”.

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la Eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la Eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las Eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas,  respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote... pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

Sin embargo, en la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones, es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si Él lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice: no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar... y claro, allí, solos ante Él en el sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la  Eucaristía, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de Él, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con Él. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque la oración es el alma de todo apostolado. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

DÉCIMOSÉPTIMA HOMILÍA DEL CORPUS

CORPUS CHRISTI:  DÍA DE LA EUCARISTÍA.

QUERIDOS HERMANOS: Corpus Christi es el día de la Eucaristía. Vive tu fe y amor a Jesucristo Eucaristía: confiesa tus pecados, comulga y acompaña en este día al Señor por las calles de tu pueblo, de tu ciudad. Jesucristo en el sagrario se ha convertido en estos tiempos en el más necesitado de amor y de compañía. La Iglesia, su sindicato, debiera defender mejor sus derechos: es su Día, fue instituido expresamente para esto, para venerar y honrar la Presencia del Señor en la Eucaristía. Instrúyase mejor al pueblo y respétese la liturgia por parte de los que rigen la Iglesia. Para algunos tiene más atractivo, más <gancho> lo humano que lo eucarístico. El Corpus es la fiesta de la Presencia Eucarística. Para esto lo instituyó nuestra Madre la Iglesia. Y conviene mantenerlo así, precisamente en momentos de sequía de fe y de amor eucarístico. No pase lo que con tantas fiestas religiosas de nuestros pueblos, que lo humano y social, necesariamente unido a lo religioso, terminó por apoderarse de lo sagrado.

       Queridos hermanos: Este día está dedicado al pobre más solo y abandonado  de la tierra, al trabajador más trabajador de los derechos humanos y al defensor máximo de la vida y dignidad humana hasta el punto de dar la suya por conseguir todos los valores humanos, cristianos y eternos del hombre. Este día la liturgia de la Iglesia universal quiere dedicarlo entero y completo a venerar y honrar a Jesucristo Eucaristía para que reciba el reconocimiento merecido de los suyos y no se encuentre olvidado e ignorado por la mayoría de los cristianos.

¡Qué pocos cristianos  reclaman y defienden los derechos de Jesucristo Eucaristía a ser venerado y amado, al menos una vez al año, en este sacramento del amor extremo! ¡Qué pocos defienden a este obrero divino de la Salvación! El día del Corpus Christi es el día de Cáritas, de la caridad de los creyentes para con Él en este misterio.¡qué poco le defiende su sindicato, la Iglesia! Cualquierobrero está mejor protegido.

 La Iglesia debe defender con más entusiasmo sus derechos de ser amado y reconocido. Este día debe ser todo para Él: Tú vive este día como católico coherente, participa en la Eucaristía, comulga y manifiesta tu amor y tu fe en Cristo Eucaristía, llevándolo en procesión de amor y de fe por la calles de tu pueblo.      

Este grito mío, en este día, quiere ser una protesta educada contra tantos carteles del Corpus hechos sin sentido cristiano, queno se enteran de qué va la fiesta litúrgica, cosa natural hoy día, porque muchos publicistas no tienen fe cristiana y lo que más les impresiona y comprenden son los mensajes sobre los pobres, porque de Cristo Eucaristía saben y practican poco, tal vez algunos ni crean en Él. Hasta revistas de la Iglesia no traen ni un mínimo motivo eucarístico al anunciar este día.

 Por favor, NO SE TRATA DE OLVIDAR A LOS HERMANOS POBRES o de no hacer la colecta, sino que este  día es especialmente del Señor y para el Señor y si de verdad nos encontramos con El, el amor verdadero a Jesucristo Eucaristía pasa inevitablemente por el amor a los pobres, a los que Él ama tanto que se identifica con ellos, y nos obliga a todos los cristianos a verle  en ellos, de tal manera que lo que hagamos con cualquiera de ellos, se lo hacemos a Él mismo personalmente. Pregúntenselo a todos los santos, a Madre Teresa de Calcuta.

 El centro de la fiesta del Corpus Christi, para lo que fue instituida y celebra la liturgia de la Iglesia es adorar la presencia de Cristo en la Eucaristía. Para eso fue instituida por la Iglesia. Es la hora de recordar y agradecer a Jesucristo Eucaristía todo su amor por nosotros, toda su vida entregada, toda su emoción temblorosa con el pan en las manos: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros... Tomad y comed, este es mi cuerpo que se entrega por vosotros... tomad y bebed, esta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por todos... acordaos de mí”.

Cristo Eucaristía, en este día queremos acordarnos todos de Ti y revivir tus mismas emociones y sentimientos.

Y quiero advertir una cosa,  en este día siempre hablo de Jesucristo Eucaristía lo mejor que puedo, especialmente de su presencia en el sagrario, presencia de amistad siempre ofrecida sin imponerse, de su amor loco y apasionado y permanente hasta el final de los tiempos, superando todos los olvidos y desprecios, amor gratuito… ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga?  Pues bien, la colecta es siempre la más generosa de mi parroquia.

 Si los posters del Corpus, hechos por Cáritas, que llevo años y años sin ponerlos en los dos templos que dirijo, ignoran el motivo y la razón principal de la fiesta, pronto los cristianos olvidarán o cambiarán el sentido litúrgico de la fiesta por el de la <campaña>. Empezando así se ha perdido ya el sentido religioso de muchas fiestas cristianas, que hoy sólo tienen una celebración social y profana. Sencillamente porque algunos anuncios del Corpus o del Jueves Santo no tienen en cuenta el sentido litúrgico y religioso y teológico que celebramos. Así nos va. Por eso, los inspiradores y los  artistas de turno deben ser instruidos.

 EL DÍA DEL CORPUS NO ES EL DÍA DE LA CARIDAD NI DE CÁRITAS NI ES CÁRITAS LA QUE DEBE APROPIARSEDE LA FIESTA LITÚRGICA.Y a los publicistas, aunque no sean tan piadosos como Zurbarán, por lo menos que los informen de qué va la fiesta. Y lo mismo digo de los documentos que vienen a veces de Madrid para esos días. La Eucaristía es en sí misma, bien entendida, vivida y celebrada como sacrificio y comunión y presencia -Cristología y Eclesiología y Soteriología- el hecho y la voz más denunciadora de todas nuestras faltas de amor y caridad para con el hombre, especialmente los pobres, por expreso deseo de Jesús, fuente de toda la caridad cristiana, que debe amar, como Cristo amó y nos mandó, hasta dar la vida. Pero para llegar a tan grande amor a los pobres, primero hay que ver y hablar y celebrar directamente a Jesús en la Eucaristía como misa, comunión y presencia. Que se lo pregunten a Madre Teresa de Calcuta.

      Hoy, día del Corpus Christi, es el Día de la Eucaristía, misterio tan grande, que, cuando se comprende un poco, uno no tiene motivaciones ni tiempo para otras cosas. Todo lo llena y lo exige y lo merece la Presencia de Dios entre nosotros; lo expresa perfectamente el canto: “Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor, Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierras bendecid al Señor… honor y gloria a Ti, Dios de la gloria, amor por siempre a ti, Dios del Amor.”  

TERCERA PARTE

MEDITACIONES EUCARÍSTICAS

(repito lo que te dije en la Homilías. Algunas de esta meditaciones son tan completa y largas que pueden divirse y servir para un retiro espiritual eucarístico)

PRIMERA MEDITACIÓN

LA PRESENCIA  DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES

Cuando dos personas se quieren, desean estar juntas, porque la verdadera amistad exige y se alimenta de la  presencia de la persona amada. Dos personas enamoradas desean estar físicamente presentes la una junto a la otra y la separación forzosa no sólo no la destruye sino que intensifica el deseo de la presencia.

“Dios es amor” (Jn 4,10), dice San Juan en su primera carta; su esencia es amar y, si dejara de amar, dejaría de existir “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó...” primero, añade la lógica del sentido. Por lo tanto, en la amistad con Dios, la iniciativa ha partido de Él; no es que nosotros existamos y amemos a Dios, sino que Él nos amó primero y por eso existimos. Esto es lo maravilloso e inconcebible. Por eso, cuando alguien te pregunte: ¿Por qué el hombre tiene que amar a Dios? Responderás: porque Él nos amó primero.

No existía nada, sólo Dios, un Dios que, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Amor, Hermosura, Verdad, Belleza y Felicidad, quiso crear otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha y felicidad de los TRES EN UNO: SUPREMA UNIÓN, SUPREMA AMISTAD, SUPREMA PRESENCIA. Y este ser pensado y amado y creado para tal unión es el hombre. Si existo, es que Dios me ama, ha sido una mirada llena de su Amor -ESPÍRITU SANTO- la que contemplándome en la Imagen de su esencia infinita -HIJO-, me ha  dado la existencia con un beso de su amor. Dios me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca. si existo, Dios me ha llamado a ser hijo suyo en el Hijo y me quiere dar en herencia su misma vida y felicidad eterna:“A los que Dios predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rm 8, 30). 

Esto es lo que me dicen las Escrituras Santas, revelación de su proyecto de amor sobre el hombre. El modo natural de cómo fue apareciendo este hombre, que lo investiguen los antropólogos y arqueólogos. Pero el «homo erectus, sapiens...» etc... está llamado a la existencia por este proyecto de Dios. La Biblia habla en su primera página de un Dios Amor, que crea al hombre como amigo, “a su imagen y semejanza”, y que baja todas las tardes al paraíso para hablar y compartir con el hombre.

Este deseo de Dios de permanecer junto al hombre y relacionarse con él está continuamente expuesto en la Revelación. Se trata de un Dios ciertamente trascendente pero también inmanente, que ha querido estar muy cerca de todas sus criaturas: “¿Dónde podría alejarme de tu espíritu? ¿A dónde huir de tu faz? Si subiere a los cielos, allí estás tú; si bajare al seol, allí estás presente” (Sal. 138,7). El Dios Creador ha querido mostrarse como amigo del hombre; “pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si tú hubieras odiado alguna cosa, no la habrías formado”  (Sab. 11,2).

La llegada de los hebreos al pie del Sinaí marca una etapa decisiva de la presencia de Yahvé entre su pueblo y en la historia de Israel, porque hasta entonces los hebreos habían sido una multitud inorgánica de fugitivos y no constituían pueblo, aún cuando habían sido testigos de las maravillas de Dios en Egipto y en el mar Rojo. Junto al Sinaí, Dios manda reunir a todos los hijos de Israel. Estos oyen su voz y reciben de Yahvé la ley que prometen observar: “Yo os tendré, dice Yahvé, por un reino de sacerdotes y por una nación consagrada”, la alianza se sella con la sangre de los animales sacrificados por Moisés y desde entonces los hebreos constituyen un pueblo, el pueblo de Dios: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Ex. 12,14).Este acontecimiento primordial llevará en la tradición bíblica el nombre de “Asamblea de Yahvé” y Dios se obligará a estar siempre junto a su pueblo (Ex. 19, 17-18).Moisés pedirá la compañía expresa de Dios: “Yahvé respondió: Iré yo mismo contigo y te daré descanso. Moisés añadió: Si no vienes tú delante, no nos saques de este lugar...” (Ex. 33, 14-15).     

Una prueba de este deseo de Dios de permanecer junto a su pueblo fue la tienda de la Reunión o Testimonio. Aquí se guardaba el Arca del Testamento y la hizo Yahvé signo y  testimonio de su presencia, como compañero de campamento y  morador con su propia tienda entre ellos. El signo visible de su presencia sobre el ara fue la nube de gloria.

 Mucho más tarde, cuando fue dedicado el templo de Salomón, reapareció la nube de gloria, al fijar Yahvé su residencia en el centro de la vida litúrgica de Israel: “En cuanto salieron los sacerdotes del santuario, la nube llenó la casa de Yahvé... Entonces dijo Salomón: Yahvé, has dicho que habitarías en la oscuridad. Yo he edificado una casa para que sea tu morada, el lugar de tu habitación para siempre” (Re. 8,10-12). Con la destrucción del templo y la consiguiente deportación a Babilonia, la nube desapareció; sin embargo, los profetas Ezequiel y el «tercer Isaías» proclamaron la presencia de Yahvé, que crearía un nuevo pueblo que abarcaba a todas las naciones: “Yo conozco sus obras y sus pensamientos. Y vendré para reunir a todos los pueblos y lenguas, que vendrán para ver mi gloria... de las islas lejanas que no han oído nunca mi nombre y no han vistomni gloria y pregonarán mi gloria entre las naciones. Y de todas las naciones traerán a vuestros hermanos ofrendas a Yahvé” (Is. 66, 18-23).

Todas estas formas provisionales y limitadas de la presencia de Yahvé en el Antiguo Testamento cederán el paso un día a una presencia infinitamente más perfecta en una nueva clase de “tienda”, un templo más maravilloso, la carne de Jesús de Nazaret, como nos dice San Juan en el prólogo de su evangelio:“...y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1, 1-14). La Encarnación hizo a Dios presente entre los hombres con una unión personal entre lo divino y lo humano. No se puede concebir ya una presencia  más íntima de la Persona divina con la humanidad. No puede haber mayor gesto de amistad y unión entre Dios y el hombre, Él es verdaderamente Emmanuel, “Dios con nosotros” (Is.7,14; Mt. 1,23). Y la Eucaristía es una Encarnación continuada.

La Eucaristíaes infinitamente superior a la tienda del Tabernáculo, porque no es sólo presencia, sino que contiene a Cristo entero y completo, todos sus misterios, toda la religión y relación personal y comunitaria con Dios. La Eucaristía es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María, es todo el evangelio entero y completo, todos sus dichos y hechos en presente eterno, es la víctima, es el sacerdote, es el altar, es el domingo y es el templo de Dios entre nosotros. Cristo mismo lo proclamó. Él asegura ser el templo del que el tabernáculo de Moisés o el templo de Salomón eran sólo figuras “hechas por manos de hombres”; “Destruid este templo”, declara a los judíos, “y en tres días lo reconstruiré... Él hablaba del templo de su cuerpo...” (Jn. 2,19). Él supera al templo antiguo: “Pues yo os digo que lo que aquí hay supera al templo”.

 Jesucristo Eucaristía es el Nuevo Templo de la Nueva Alianza. En Él Dios mismo se hace nuestro templo, nuestro sacrificio, nuestro sábado superando infinitamente al judío, nuestro reposo, la tienda de la presencia divina. Es Dios mismo metido entre nosotros. El deseo de Jesucristo de estar junto a nosotros, de querer ser nuestro amigo y ayudarnos es tan grande, que ha querido quedarse  presente de muchas formas entre los creyentes. Estas presencias, lejos de menospreciar y rebajar la presencia eucarística, la subliman, porque ella es «centro y culmen» de todas las presencias, «raíz y quicio» «fundamento» de las otras presencias: «(Cristo) está presente en el Sacrificio de la Eucaristía, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”» (LG 7).

«...En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo por su carne... vivificada y vivificante por el Espíritu Santo” “...Los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan» (PO 5).

Por tanto, Cristo vive entre nosotros por su Palabra, en la Asamblea, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía:“El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo y  yo vivo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí”. La Eucaristía nos hace a los comulgantes templos de Dios y, gracias a su Espíritu, Amor personal del Padre y del Hijo, los que le reciban, serán morada de Dios Trino y Uno:“Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Esta presencia se ofrece a todos; sin embargo, para encontrarse con Él, es necesaria la fe: “Sabed que yo estoy a la puerta y llamo” (Ap 3,20). No es una presencia accesible a la carne, esto es, al hombre natural, sin la vida de gracia; sino que es un don de su Santo Espíritu; son dones del conocimiento y de la sabiduría que Él da a los que se lo piden: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones y, arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad y el conocer la caridad de Cristo que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3,18-19).

El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando  decidieron esta presencia tan total y real en Consejo trinitario, es  el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios, a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación,  al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

¡Jesús, qué grande eres; qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa; cómo te adoro y te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Y cuantas veces hagáis esto acordaos de mí…” ¡Acordaos de mí..! ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse cuando hay tanto que recordar y pensar y  vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas y tantas cosas,  tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o meditar.

Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades; y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones; empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones, para finalizar en la últimas etapas, sólo amando:  oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado».

Yo también, como Juan, quiero aprenderlo todo de la Eucaristía, en la Eucaristía,  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. Para mí liturgia y  vida y  oración, todo es lo mismo; en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia. En definitiva ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fin. Por eso, y lo tengo bien estudiado en San Juan de la Cruz, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario. Por eso el alma enamorada dirá: «Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que sólo en amar es mi ejercicio...» Se acabaron los signos y las reflexiones y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia, que es Cristo, que viene a nosotros.

Hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado. Todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación. ¡Qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el velo de los signos! ¡Cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reservas! Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos; pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad.

Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia. Ésta es la meta. Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida; pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin que ellas sean lo único que descubra o lo más importante; sino que quiero estudiarlas y realizarlas sin que me esclavicen, sin que me retengan, para que me lleven al hondón, al corazón de lo celebrado, al misterio: «y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo».

En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal que me ha hecho Hijo, en totalidad de ser y amar y existir igual a Él, al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con  potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra. Con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo. No sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros. Acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu; “acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro es mi persona amándoos hasta el extremo,  en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

 Digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, “acordaos de mí”, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, «recordando» por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro de la Eucaristía y del pan de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  tan hermosas y presencializadas en el Señor, viviendo más de lo  que hay dentro del misterio que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fin y la razón de ser de las mismas.

 “Acordaos de mí”, recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que El deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora, ya gozoso y consumado y resucitado puede realizarlo con cada uno de los participantes...; el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible; lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión. Digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.., que si no aprovecharía más  a la Iglesia y a los hombres que algunos despistes en el rito. Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de su amor, que son los signos externos, que siempre, bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el “centro y culmen”,  hasta “la fuente que mana y corre”, que es Cristo. 

“Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os llevará a la verdad completa”.La verdad completa es la que no se queda sólo en la cabeza; sino que llega al corazón. Porque todo o mucho de lo referente a la Eucaristía, ya lo sabemos por la Teología; pero la teología no es verdad completa hasta que no se vive. La teología, los sacramentos, la liturgia, el evangelio, Cristo mismo no es verdad completa y no se comprenden si no se viven; si la liturgia, si la teología no llega al corazón, no se  vive ni quema las entrañas por la experiencia de amor, tampoco pueden llenar de hartura de la divinidad y eternidad. Por esta razón, cuando estas verdades pasan por el corazón de una madre, un padre o un sacerdote que las vive, como esas verdades han pasado por el corazón, son verdades quemantes y se quedan para toda la vida, sus señales quedan para siempre, como las quemaduras del fuego en la carne. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela de cristianismo ni más Biblia que el sagrario. Allí lo aprendieron todo sobre Cristo y la vida cristiana. Allí aprendieron a ser madres con amor total al esposo y hasta el heroísmo por los hijos. Necesitamos madres y sacerdotes vivientes de la Eucaristía, cristianos que la comprendan y la enseñen, porque la viven y experimentan.

Hemos de tener en cuenta que la Eucaristía y la comunión son sacramentos principales, pero duran unos minutos. Sin embargo, Jesús quiere estar siempre junto a nosotros y precisamente como amigo, una vez que ha venido junto a nosotros, en la Encarnación y en la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Este deseo suyo, esta presencia como amigo es aspecto principal de la Eucaristía, no sólo continuación de los anteriores, es decir, de la Eucaristía y de la comunión, sino como condición necesaria: “Ardientemente he deseado comer esta pascua... vosotros sois mis amigos... amaos los unos a los otros...” son palabras de Jesús en la Última Cena.  Y en otras ocasiones dijo: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Pero no a la fuerza o porque no hay otro remedio; sino porque quiero ser y seguir siendo amigo antes y después de la Eucaristía y la comunión.

Cuando, después de la comunión, guardamos en el sagrario el pan consagrado, podía decir el Señor: No penséis como algunos creyentes que aquí quedo inactivo, sin vida y sin actividad, como si fuera una estatua. Yo sigo amando y ofreciendo y esperando. Después de la comunión de los creyentes, cuando el sacerdote me guarda en el sagrario, algunos no piensan en lo que yo pienso en esos momentos dentro del sacramento y, sin pensar en mí y para lo que he venido y que estoy vivo  dentro de este pan, se dicen: Qué vamos a hacer con este pan que ha sobrado de la Eucaristía y de la comunión... Pues lo recogemos en un cesto y lo reservamos, como en la multiplicación de los panes y los peces, en sitios, que a veces son poco dignos, poco visibles o que invitan poco a la amistad y al diálogo conmigo. Hay lugares reservados para mi presencia que no invitan al diálogo de amistad, a estar cerca y tocarnos, allá en un rincón, como si fuera un trasto más de la Iglesia, no valorando ni apreciando, como merece, mi presencia amiga, como si ese pan no fuera mi persona o ya no tuviera valor o sólo sirviera para llevar a los enfermos...

Queridos amigos, a mí, como sacerdote, no me gusta para llevar y mantener el pan consagrado en el sagrario la palabra <reserva>, tan utilizada por la misma liturgia. No me gusta mucho ni como idea ni como expresión, porque me suena como a sobrante, a no ser necesario ya, a conserva... Porque la teología y la verdad de la Eucaristía es que pudo hacerse, Cristo pudo hacer, pudo imaginar una salvación de otro modo sin presencia real y verdadera suya, como afirman hermanos separados. Pero Cristo quiso quedarse expresamente con nosotros “hasta el final de los tiempos”. Quiso quedarse no sólo como sacrificio y comunión eucarística; sino en un sacramento específico, al que debemos descubrir más desde el amor de Cristo y el nuestro que desde la razón que no llega a veces a descubrir la verdad completa de los misterios. Es como en Pentecostés. Hasta que Cristo no vino hecho fuego y experiencia de amor y llama de amor viva, los Apóstoles no perdieron el miedo ni abrieron las puertas ni comprendieron todo lo que Jesús les había dicho. La teología debe ser sumisa y discreta y tiene que ir detrás de la fe y no hacerse dueña de ella. Debe como Juan decir con todo respeto: “Es el Señor”. Y luego dejar que el hombre completo, que es razón y corazón, vaya descubriendo el misterio, adquiriendo más luz cada día y no pensar que ya todo está conquistado por la liturgia como ciencia, cuando queda tanto por descubrir por la liturgia como experiencia. Que luego la Teología contraste para que no haya oposición entre ambas. La liturgia  debe expresar y celebrar más y mejor la Eucaristía como sacramento de Amistad permanente, como tienda del Encuentro entre Dios y los hombres.  Yo pienso que el deseo y sentimiento y realidad de la presencia amiga y permanente del Señor entre nosotros debe estar más y mejor significada y celebrada en la Liturgia, como lo está la Eucaristía como sacrificio y comunión. 

La Eucaristíaes el sacramento de la Pascua y de la comunión del pan de la vida, porque el Señor lo instituyó en la  en la Última Cena. Pero en esa misma Cena también instituyó la Presencia Amiga, como sacramento permanente, como lo había prometido varias veces durante su vida: “No os dejaré huérfanos”; “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, y no como resto o consecuencia del sacrificio y comunión; sino directamente querida por Él en intención y sacramento particular y concreto, no  sólo intencional o  interior o espiritualmente sino como don y gracia sacramental, es decir, como signo visible de realidades invisibles.

Pues bien, el sacramento eucarístico completo es la Eucaristía como sacrificio, comida y presencia, pero no presencia sólo para que haya sacrificio y comunión, sino para que haya amistad, como sacramento de la amistad de Dios con los hombres. La teología y la liturgia han  entendido y desarrollado siempre y perfectamente los dos primeros aspectos, y está perfectamente desarrollado en cuanto a su teología, liturgia y celebración, como podemos observar en todos los Misales y textos de teología y liturgia; sin embargo, en cuanto a la  presencia de Jesucristo como amigo no está igualmente entendido ni desarrollado teológica y litúrgicamente; sino que queda casi reducida a la presencia esencial y teologal en la consagración y comunión. Este aspecto no está desarrollado litúrgicamente en la misma Eucaristía; aunque fuera brevemente, añadiendo algún signo o palabra que lo expresara suficientemente en la misma celebración. La liturgia tan sólo afirma que el pan consagrado se guarde en el sagrario para los enfermos y la adoración, que está bien, pero a mí me parece que esto no es suficiente.

 Y digo que esta es mi opinión, no defino; pero yo insinúo que la teología y la liturgia de la presencia eucarística se han quedado un poco cortas, y venimos un poco heridos desde los mismos textos y centros que nos han formado como  sacerdotes, porque por la historia y las controversias se desarrollaron más los aspectos de sacrificio y comunión de la Eucaristía, mientras la presencia fue siempre defendida, pero poco desarrollada en los textos de Teología y Liturgia; aunque devocionalmente hay Encíclicas o documentos oficiales preciosos. También hay que admitir que hubo épocas importantes en este aspecto, coincidiendo con personas concretas que cultivaron y predicaron esta vivencia. La presencia de amistad de Jesucristo en la Eucaristía como don  sacramental no se ha desarrollado suficientemente,  con signos y liturgia sacramental propia y específica; sino sólo de paso y, como consecuencia, del pan que no era comido. Yo opino que tenía que haber alguna oración o brevísima liturgia de celebración de la presencia dentro de la misma Eucaristía, porque se quedó en la mínima expresión o casi nula, mirando con excesivo respeto a los dos misterios  celebrados desde el principio en la misma Cena: Eucaristía y comunión; pero donde el diálogo de amistad de Jesús con los suyos y con los que vendríamos después, fue largísimo y querido expresamente y celebrado litúrgicamente.

Tampoco hay que argumentar ni preocuparse porque  la Iglesia, en los primeros tiempos, no tuviera una comprensión total de todo el misterio de Cristo Eucaristía, como de los demás misterios, como lo tiene ahora. La revelación y la Palabra y los dichos y hechos de Jesús, la Iglesia los ha ido y seguirá  descubriendo poco a poco, bajo la acción del Espíritu Santo, que es la memoria permanente de Dios entre nosotros: “El os lo enseñará todo y os conducirá a la verdad plena”.  Por eso la Iglesia, en el correr de los siglos, sin abandonar lo que tiene y la luz conseguida, tiene que ir  adquiriendo más luz sobre la Eucaristía y el evangelio y la vida cristiana y lo tiene que ir integrando en sus dogmas y celebraciones litúrgicas de vida y verdad completas ¿Cómo y de qué forma debe ser cultivada la Eucaristía como sacramento de la amistad de Cristo con los hombres? Ya lo he dicho: liturgos y teólogos tiene la Iglesia.

       Lo inexplicable, lo paradójico es que en la mayoría de los católicos -pueden preguntar y hacer la prueba- el orden de la vivencia eucarística es inverso, esto es, llegamos a la vivencia de la Eucaristía como Pascua y como Alianza y sacrificio no directamente; sino desde la vivencia de la Eucaristía como comunión, y a la vivencia de la comunión eucarística fervorosa llegamos desde la visita vivida a Jesús sacramentado, que es el maestro, que nos va enseñando la verdad completa de la riqueza infinita de su Eucaristía. Esto es lo ordinario.

       Pasa igual con el Espíritu Santo. Es otra paradoja de la vida de la Iglesia. Resulta que según Cristo estamos en la economía del Espíritu Divino. Según el proyecto del Padre, Jesús ha terminado su misión y Él tiene que irse para que venga el Espíritu Santo, que nos ha de llevar a los Apóstoles y a la Iglesia hasta la verdad completa. Y los Apóstoles no lo comprenden y hasta se ponen tristes, cuando Jesús les dice: “Porque os he dicho esto os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré…Él os llevará hasta la verdad completa”. Tenía que irse de una forma para venir de otra: “Me voy pero volveré”. Y vino el mismo Cristo; pero hecho fuego y experiencia viva de Dios en sus corazones, no sólo en sus cabezas y en sus ojos, y lo comprendieron todo desde dentro, desde el amor y abrieron todos los cerrojos y cumplieron el mandato de Cristo de predicar y todos entendían; aunque eran de diversas lenguas y culturas.

       Queridos amigos, ahora estamos en la economía de la Iglesia, del Espíritu Santo. Y cuando yo estudié no había tratado de Pneumatología y aún hoy día, el Espíritu Santo es un apéndice de la teología, y como formamos según nos forman, por eso luego nuestra vida religiosa, nuestra piedad, la que vivimos y enseñamos, nuestro diálogo y oración, nuestra predicación es bipolar: Padre e Hijo. Yo estudié a Lercher, de los mejores textos de la época y sólo dimos dos o tres tesis de Espíritu Santo en el tratado de «Deo Uno et Trino, creante y elevante». Allí empezábamos por el «Deus inefabilis, Unicus, Unus…» Por eso creo que seguimos necesitando que el Espíritu Santo venga en llamaradas fuertes  de fe viva y amor sobre las cabezas de los teólogos y liturgistas, “porque el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones”.

 Es sintomático que en la vida de los que han subido hasta metas altas no sólo de vida “cristiana”, de vida de Cristo, sino de vida “espiritual”, de vida según el Espíritu, aparezca poco a poco el Espíritu Santo como supremo maestro y director de almas y ya no desaparezca jamás de sus vidas, y desde entonces hasta la eternidad todo será en Espíritu Santo, en Amor Personal del Padre al Hijo y de los hijos en el  Hijo al Padre por su mismo Espíritu, que nos hace exclamar admirados y desbordados de amor: “Abba”, papá Dios. 

       “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Quizás esta sea la dificultad mayor: a la verdad completa, al Espíritu Santo no se le puede conocer por palabras, obras y milagros, como a Cristo, sino por amor, sólo por amor, “porque permanece en vosotros”, en vuestro corazón, esto es, cuando todas esas palabras y milagros bajan hechos experiencia de amor al corazón, cuando Cristo mismo, hecho fuego y llama de amor viva y Pentecostés, hecho Espíritu Santo por su amor al Padre y nosotros, entra en nuestro corazón, y no se queda sólo en verdad teológica; sino que nos lleva hasta la verdad completa.

 Yo quiero celebrar la presencia como un sacramento distinto y unido a la vez, como lo que es y tiene que ser, quiero celebrar el sacramento de la presencia de Dios en un sacramento concreto y específico de amistad, con dinamismo sacramental y no sólo don o gracia espiritual, que existe o puede existir antes o independientemente del sacramento eucarístico. Es más, mi amistad puede darse y crecer espiritualmente, sin recepción de los sacramentos, en la misma oración personal... etc; pero a mi me gustaría que la Iglesia desarrollase más la presencia eucarística como sacramento de la amistad personal sacramental con Dios en Cristo, como tienda de la presencia de Dios con los hombres, como tienda del Encuentro y del Testimonio de amor. 

Es que muchas veces, en la Eucaristía, cuando llevo a Cristo al sagrario después de distribuir la comunión, me viene a la cabeza y al corazón todo esto que estoy diciendo. La Eucaristía ha sido instituida como sacramento de amistad  con el hombre  y este sacramento pide otra dimensión, que no está suficientemente desarrollada. La Eucaristía no es sólo  Eucaristía y comunión, es otra realidad muy importante para todos y querida por Cristo y este misterio necesita liturgia con tiempo, ritmo y espacio y celebración especial de la amistad sacramental, de la Eucaristía como encuentro y abrazo de amor.

Este sacramento de la presencia como amistad se hace  realidad sacramental en las mismas palabras e intenciones de Cristo: “Tomad y comed, esto es  mi cuerpo”, es decir,  tomad y comed, éste es mi cuerpo, mi persona, mi amor hasta el extremo de mis fuerzas y de los tiempos, mi amistad ofrecida y  mi presencia de amor en mi cuerpo entregado. Es en la Eucaristía y comunión donde se hace presente sacramentalmente el Señor; pero no sólo para celebrar la pascua de liberación del pecado y de la muerte y poder comulgar el pan de vida eterna; sino para hacer presente y celebrar, como en la Última Cena, mi amistad, mi presencia sacramental y pascual con vosotros y con todos los que crean antes y después de irme históricamente, “De nuevo volveré y os llevaré conmigo...” “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros”. “Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor”, “Ya no os llamo siervos, os llamo amigos”, “Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosa venideras”,  “Pero de nuevo os veré, y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría”. “Pero no ruego sólo por estos sino por cuantos crean en mi por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mi y yo en tí,  para que también ellos sean  en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado”. “Padre, lo que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo”. “porque os dicho estas cosas,os habéis puesto tristes... pero volveré y ya nadie os podrá quitar vuestro gozo... Padre, no sólo ruego por estos, sino por los que creerán en tu nombre”.

Además de los signos y palabras de la Eucaristía, como sacrificio y comunión, necesitamos desarrollar más los signos de la amistad querida por Jesús con cada uno de nosotros, signos breves en tiempo y espacio; pero específicos, dentro de la liturgia eucarística, como en la Última Cena. Es que si no, este sacramento no se puede captar ni comprender ni asimilar en totalidad ni plenitud, porque es copia de la amistad y del amor eterno y trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros... preparad... os mostrará una sala grande con divanes...,” es decir, comida, espacio y mesa y sillas de amistad, sin prisas, con diálogo y comunicación ardiente.

Es como si el Señor nos dijera: La consagración y la comunión fue un momento ardientemente deseado por mí en la Última Cena; pero antes y después hubo celebración de la amistad y el mandamiento nuevo y lavatorio de pies y esto fue también ardientemente deseado y celebrado. En la cena pascual no hubo solo pascua y comunión, simultáneamente celebré la amistad con vosotros, repasad todas mis palabras de aquella noche. Juan lo recordó todo maravillosamente, espíritu y palabra y gestos; es más, para él el lavatorio y todos los gestos y palabras que le acompañaron fueron Eucaristía, porque estuvo sintiendo el palpitar de mi corazón y hubo mucha conversación y trato de amistad antes, en  y después de la celebración de la pascua. Lo que pasa es que muchos de mis discípulos no están todavía iniciados en el amor, y  me dan culto y celebran bien; pero sin entrar dentro del sentido y del significado pleno y total de lo celebrado: sacrificio, comunión y amistad; pero no sólo para algunos determinados, sino para el común de los cristianos...

Queridos hermanos, pienso que habrá que descubrir la razón de por qué hay tantas celebraciones de la pascua de Cristo y tanto pacto de amistad celebrado con Dios en cada Eucaristía  y luego tan pocos celebrantes que  amen a Cristo y guarden el pacto de la alianza con Dios; por qué tantos comen pero no comulgan con Cristo, no se hacen amigos, tantas comuniones y desfallecidos luego de vida y amor a Dios y a los hermanos... Quizás la teología y la liturgia, desde el «locus theologicus» de la experiencia eucarística tan largamente sentida durante siglos, -ni un solo santo que no fuera eucarístico-,  tendrá que abrirse más a la tienda de la morada de Dios entre los hombres por su Hijo hecho Encarnación de su amor y pan de Eucaristía y enseñarnos cómo se cultiva este sacramento. Reflexionemos un poco a ver si este aspecto del misterio va a tener más importancia que la que se le está dando.  Pienso que  para celebrar en la Eucaristía y fuera de ella la amistad con Cristo, necesitamos ciertos sentimientos y actitudes y vivencias, que, si no se tienen, impiden vivir y celebrar este sacramento de la amistad de Cristo con nosotros y de nosotros con Cristo. Lo peor sería que no los tuviésemos en plenitud,  porque no los celebremos como deben ser celebrados.

 Esta dimensión sacramental de la amistad con Cristo nunca le ha quitado ni le puede quitar nada a la Eucaristía y a la comunión, todo lo contrario, se trata siempre del mismo Cristo en aspectos diferentes porque Él es infinito e inabarcable y  un solo Señor y una sola fe. Es más, esta dimensión de amistad personal los potenciaría en sentido y plenitud, porque los tres sacramentos o los tres aspectos de la Eucaristía se complementan y se necesitan. Jesús desarrolló una amplia liturgia de amistad: ¡lo que habló el Señor aquella noche y lo emocionado que celebró estas tres dimensiones del  misterio eucarístico y las cosas tan hermosas que nos dijo!

“Dijo Jesús: Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre... hijitos  míos, amaos los unos a los otros... en la casa de mi Padre hay muchas moradas, me voy a prepararos sitio... Os tomaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros... si me conocéis, conoceréis también a mi Padre... Felipe ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Pero vosotros me veréis porque yo vivo y vosotros viviréis... En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre... Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... Como el Padre me amó, yo también os he amado, permaneced en mi amor... Vosotros sois mis amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer... Padre, glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique... Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo... Padre santo, guarda en tu nombre estos que me has dado, para que sean uno como nosotros...” (Jn17).

Cristo se hace presente para hacer presente su pascua y salvarnos comiendo su carne resucitada, llena de la nueva vida; pero también para permanecer  en el sagrario como presencia de amistad ofrecida a todos los hombres. Es precisamente esa presencia de Amistad, ese amor de Cristo amigo, sentido hasta el extremo y por obediencia al Padre, que “tanto amó al mundo que le entregó su Hijo Unigénito, para que no perezca ninguno de los que creen en Él”, repito, fue este amor de Espíritu Santo, encarnado en el Hijo por la potencia de ese mismo Amor Divino del Padre y del Hijo en la Palabra pronunciada por amor eterno en el Padre en la que el Padre se dice a sí mismo en Palabra cantada en amor y que la dice y pronuncia también para nosotros en el Hijo amado, fue esa Palabra dicha con amor y en carne humana para el hombre, fue ese Hijo encarnado el que primero estuvo y tiene que estar presente para luego, desde ese amor presente a los hombres ya aún antes de la pascua eucarística, hacerse sacerdote y víctima de su propia ofrenda al Padre por los hombres y luego, desde ese amor primero, permanecer para siempre, porque para eso vino, como amistad salvadora de la Trinidad ofrecida a todos los hombres.

Por eso, si se ha celebrado bien, si la Eucaristía ha sido completa, algo habrá que decirle y adorarle y besarle despacio a este Cristo en la misma celebración eucarística, para                          celebrar esa amistad, porque o habrá que celebrar también su amistad, porque le hemos consagrado, le hemos traído al altar, hemos cantado, rezado, bien, pero con tanto movimiento a veces a lo mejor salimos de la iglesia sin haberle dicho nada de amistad litúrgica y personalmente. La consagración pide y exige también la celebración de su venida en amistad eucarística y quizás no tan distante ni en el tiempo ni en el espacio:“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí”.

   ¡Señor! pues a ver si les insinúas algo de esto sobre todo  a los que corren tanto que no te dan tregua a decirnos casi nada de amistad y muchas veces, por la forma y el modo, no te dejan consagrar emocionado y despacio y decir lo que tienes y quiere decirnos, porque todo es correr y correr, casi sin entender bien lo que  celebran; pero como de todo tiene que haber en la viña del Señor, también hay hermanos y amigos que dicen lo contrario, que por qué tan despacio esto o lo otro, que guardar mejor el ritmo... etc.

Es que como me gusta tanto esta miel de la Eucaristía y este sabor de vino profundo de las bodas de Cristo y de los pactos de amistad con Dios que Él me brinda, a veces me paso ratos y ratos repasando la teología y la liturgia que me enseñaron y al degustar con los labios y la lengua gustativa de ahora este vino tan sabroso, encuentro nuevos matices y sabores de vino viejo y de pan  reciente de Eucaristía recién celebrada y no siempre coinciden doctrinas y sabores. Y esto sólo en cuarenta años.

Había que hacer la liturgia y la teología no solo de rodillas, que ya es un paso importante y obligado para todo verdadero teólogo; sino habiéndola gustado, esto es, bebiendo siempre este vino viejo de amor eterno de mil sabores de amor y amistad y este pan tan reciente de cada día del horno y corazón eucarístico, que tanto quema y ha quemado a los santos de todos los tiempos, ninguno que no fuera eucarístico, y a nuestros padres y mayores, que no tuvieron más clases de  teología y Biblia y liturgia que el sagrario y allí lo aprendieron todo, uniendo la Eucaristía en latín de las siete de la mañana con la liturgia larga de la visita de amistad al Señor en el sagrario por la tarde.

 “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”, y los sarmientos están siempre  unidos a la vid, porque de otra forma mueren y se secan:“Sin mí no podéis hacer nada...” .Eucaristía, «fonte que mana y corre», vid, sagrario... son para un cristiano realidades que se complementan e ilustran entre sí: la comunidad después de celebrar la Eucaristía y después de comer el pan, debe permanecer ya siempre unida con Cristo y entre sí como sarmientos a la vid, que es la misma persona de Cristo, que les alimenta en pascua, comunión y amistad personal con Él permanente en vida de casados, solteros, sacerdotes... Es claro que Cristo ha querido quedarse en los sagrarios de la tierra como centro de vida y de caridad en medio de cada comunidad cristiana, como fuente de vida que mana y corre, aunque es noche, por la fe. 

       La Hostia presente en cada sagrario nos invita a nosotros a ser hostia, a ofrecernos al Padre, a adorarle, a cumplir su voluntad. La Hostia presente en cada sagrario es pan, comida, que nos invita a seguir comiendo Dios, infinitud, vida divina y a ser comidos por Él en sus mismos sentimientos de generosidad, caridad y servicio permanente como El. Este es el sentido de los signos sacramentales, significar y hacer lo que significan, traer, encarnar, acercar al mismo Dios al hombre, a nuestras personas y actividades, a nuestro mundo concreto.

La Hostiapresente en el sagrario, como sacramento de amistad, nos invita a comprender la verdad del amor de Dios al hombre por esta encarnación continuada, signo y presencia de su amor perpetuo, presencia amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en atardeceres del paraíso. Por eso, cuando entramos en una Iglesia católica, nuestros ojos van espontáneamente hacia la Hostia santa, a Jesucristo en persona, al Amigo por excelencia, al Sacramentado de Amor y para la amistad de amor con nosotros, al Sacramento del Amor, que nos mira y  siempre está en casa esperándonos. Por eso, me gusta que esté en un sitio visible, porque Él es el Señor del templo, el verdadero Templo reconstruido y vivo. Yo nunca me quedo mirando y cantando  «la puerta del sagrario quién la pudiera abrir» como cantábamos en el seminario. Yo la abro y me meto en la Hostia Santa, la Morada de Dios más real en la tierra  para cada uno de nosotros. 

Por eso lo digo con toda sinceridad, no tengo ninguna envidia a los Apóstoles que le vieron materialmente a Jesucristo en Palestina; no me gustan mucho las “apariciones”, aunque sea en personas santas y no voy a profundizar en esta materia, para no hacer dudar de algunas hagiografías. Sólo digo que todas las apariciones de Cristo resucitado no fueron suficientes para que los Apóstoles conocieran el misterio de Cristo y fue necesario Pentecostés, ese mismo Cristo hecho fuego en su corazón. Lo único que quiero es que Él, mejor dicho, su mismo Espíritu de Amor Personal a su Padre venga a mí y me aumente la fe y el amor, porque yo no puedo hacerlo ni sé ni comprendo todo esto que a veces siento, y que también ya, por otra parte, ni sé ni quiero vivir sin Él: ¡Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida! ¡También yo quiero darlo todo por Ti! Porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero que los seas todo. ¡Jesucristo Eucaristía, Yo creo en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios!

El Cristo que yo quiero es el que los Apóstoles contemplaron después de Pentecostés, cuando ya no le veían históricamente, ese que les quemó el corazón con fuego de  Espíritu Santo, y les  robó el corazón y les puso fuego en su torpe cabeza y pensamientos egoístas y les hizo hablar  las lenguas del amor a Dios y a los hombres y que todos entendieron y seguimos entendiendo a través de los siglos,  y  ya no pudieron callarse y fueron profetas verdaderos sin miedo ya a morir, únicamente  pendientes de agradar y obedecer a Dios más que a los hombres. Con el Cristo externo, visible, autor de milagros incluso, hecho sólo Teología,  pero no hecho fuego de Pentecostés, de experiencia verdadera de Dios y de su amor infinito, siguieron teniendo  miedo, le abandonaron... y aún viéndole incluso resucitado, siguieron  con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Yo quiero el Cristo experimentado por Pablo: “Para mí la vida es Cristo... no quiero saber más que mi Cristo y este crucificado...”; yo quiero sentir y vivir el Cristo de los místicos verdaderos.

La fe eucarística es la palabra que hace presente a Cristo en ambiente de cena de despedida y de reencuentro resucitado de perdón y amistad: “Paz a vosotros”. La fe eucarística es la mano que alarga el pan de vida eterna para comerlo, es la boca que lo recibe en respuesta a la invitación del Señor: “Tomad y comed”, es la puerta que se abre, porque es Cristo quien llama y abre la puerta “para cenar con el discípulo” (Ap3, 20),  para vivir su presencia en amistad, en conocimiento y amor mutuos. Los ojos de los discípulos de Emaús no se abrieron por sí mismos, sus ojos “fueron abiertos” según la versión griega de Lc. 14,31.

Nosotros no podemos ni sabemos y al principio, por falta de ojos limpios,  ni queremos.... Sólo Cristo, sólo Cristo por la fe y la fe es don de Dios. Nosotros la recibimos y podemos pedirla; pero no fabricarla  ni merecerla, porque es divina, es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de su  proyecto de Salvación y, al ser de Dios, nos desborda, es don gratuito e infinito. Estoy hablando de la fe, del conocimiento que Dios tiene de Sí mismo y de su esencia e intimidad, que me desbordan y se convierten en misterios porque mi capacidad es limitada. Necesito que me capacite para este conocimiento y eso solamente lo realiza la gracia, que es vida y conocimiento y amor de Dios en sí mismo. Así lo piensa San Juan de la Cruz. De ahí la necesidad de noches y purificaciones para prepararme; aunque nunca comprenderé como Dios se comprende a sí mismo, ni siquiera en la eternidad; aunque allí el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los Tres me lo expliquen  mejor y con más detalles, en el Sacramento Trinitario del amor y de la amistad eterna, con su misma Palabra y con su mismo Amor Personal, o si queréis, con Única Palabra Completa y Total del Padre cantada con Amor de Espíritu Santo al Hijo, que en eco total y eterno la recibe y la acepta infinitamente, totalmente, por la potencia del mismo Espíritu de Amor, que los hace Padre e Hijo, canturreada por el Padre y en eco eterno de amor repetida y aceptada por el Hijo en un acto eterno de Amor esencial, que es Espíritu Santo, que es la esencia del Dios Trino y Uno, porque “Dios es Amor”, su esencia es amar y si Dios dejase de amar y amarse, dejaría de existir, de ser Tri-Unidad, de ser Tres en Unidad de Ser, que es Amor. Dios no puede dejar de ser Padre lleno de amor, no puede dejar de perdonar al hombre, creado gratuitamente porque ha querido hacerle partícipe de su mismo Amor y Palabra, en la que contempla todo su Ser, desde el amanecer de su existir. Por eso, no puede dejar de ser Padre, que pronuncia para Sí y para nosotros la Palabra en la que se dice y nos dice todo su Amor, todo lo que nos ama en su mismo Amor, que es Espíritu Santo. Por eso, como “Dios es amor”, esa es su esencia y el Padre no puede dejar de ser Padre, de estar engendrando con amor y felicidad al Hijo que le hace al Padre ser Padre y feliz eternamente porque le ama como es amado por el mismo Amor Personal y Esencial, que es Espíritu Santo.

Allí, en el altar del cielo, ya no celebraremos la Eucaristía como pascua, porque ya hemos llegado a la tierra  prometida, a  la meta y no habrá más pascua, porque ya no habrá más paso ni tránsito, porque hemos llegado al final del proyecto, al esjatón, a lo Último, a Dios en su Ser primero y último y único; allí no habrá más Eucaristía como viático de eternidad, como comida y alimento del pan de vida eterna, porque los peregrinos ya han conseguido llegar al corazón amigo, que tanto me ha amado que entregó su vida, para que yo pudiera tenerla eterna en la misma intimidad y esencia divina de nuestro Dios Trino y Uno. Todos los medios y signos terrestres ya han pasado, fueron provisionales: el templo, el sacerdocio, la pascua, la comida, la liturgia, los sacramentos, hasta la misma Eucaristía: “Aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura” (Hb 13,14). “¡Que deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo”. 

 La Eucaristía es la presencia corporal de Cristo, del evangelio entero y completo, de la fuente de gracia de todos los sacramentos, de todos los misterios de Dios para con nosotros, de toda la Salvación y del esjatón final anticipado y metido como cuña en el tiempo: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”. La Eucaristía es la presencia más presencia corporal del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en la tierra por el Hijo Amado. Y todo por amor total en amistad de Dios con los hombres. La Eucaristía como Eucaristía, como comunión y como sagrario siempre será presencia de amistad y de amor hasta el extremo: «...mientras la Eucaristía es conservada en nuestras iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emanuel, es decir, Dios con nosotros... Habita con nosotros lleno de gracia y de verdad, ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles...» (Mysterium fidei 67).

El diálogo eucarístico se dirige siempre, a través del signo, a la persona misma de Cristo celeste y pascual, vivo y resucitado, el único que existe, porque la Eucaristía es el pan escatológico, el banquete del reino de Dios, su explicación y parábola más bella y que en lenguaje vulgar llamamos cielo; el sagrario es la amistad del cielo, querida y anticipada por Jesucristo en la Eucaristía para su Iglesia peregrina, cuya “ciudad se encuentra en los cielos” (Flp 3,20). Es el banquete donde  la amistad es condición indispensable y esto no hay que olvidarlo nunca para ver y analizar cómo y para qué comulgamos y celebramos, y aquí está la clave para entender plenamente  la Eucaristía, sobre todo, los frutos de la comunión y de la Eucaristía. La amistad, mejor, el deseo de amistad es indispensable y se celebra y aumenta  como en toda comida. Aquí es donde mejor y más se alimenta la  intimidad mutua de Cristo con los suyos y de los suyos con Dios Uno y Trino, la posibilidad de amarse mutuamente sin medida. La Eucaristía, el sagrario es siempre un libro silencioso pero abierto permanentemente para leer las cosas del amor divino, sea cual sea el lugar y el rincón que ocupe en la iglesia; el sagrario es Cristo Eucaristía, el mejor maestro de oración, santidad y vida cristiana; es Dios mismo cercano, amigo y confidente, es nuestro Dios Trino y Uno con los brazos abiertos a la intimidad y a la amistad con el  hombre por el Hijo  Amado: Jesucristo vivo, vivo y resucitado.

Toda la liturgia de la tierra termina en la liturgia del Apocalipsis, allí ya será y está el fin y la síntesis de todo y de todos que es Dios, que es la Amistad eterna con el Eterno, nuestro Dios Trino y Uno, es decir, Dios Amor-Amistad en diálogo infinito con los Tres y con todos en el Todo del Círculo Trinitario y allí y eternamente celebraremos en visión celeste de gloria esta Amistad soñada por Dios desde el amor más gratuito que nunca el hombre pudo soñar y que por eso mismo le cuesta creer y comprender: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él no amó primero…”; amistad celebrada como anticipo y  añorada en plenitud desde la fe durante el peregrinaje. El autor del Apocalipsis contempla el evento escatológico como una solemne liturgia celeste, celebrada por los ángeles y santos, llena de luz y de cantos y de gloria. El canto del Aleluya expresa el gozo de todos aquellos, que habiéndose mantenido fieles hasta el final, han sido invitados a la cena nupcial del “Cordero degollado, el Viviente, que estuvo entre los muertos pero ahora vive para siempre”, símbolo de la plena y beatífica comunión con Dios Trino y Uno. Hasta allí me llevó la pascua de la Eucaristía, la comida del pan de la vida eterna, la presencia amiga del sagrario, puerta del cielo, en la que «et futurae gloriae pignus datar»: se nos da la prenda de la gloria futura.

       Viene a mi mente en estos momentos el himno «Jesús, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia, sed super mel et omnia, ejus dulcis praesentia…»: ¡Oh Jesús, dulce para el recuerdo, que das los verdaderos gozos del corazón, porque tu dulce presencia está sobre la miel y todas las cosas! No se puede cantar nada más suave, ni oir nada más alegre, ni pensar nada más dulce que el nombre de Jesús, Hijo de Dios ¡Oh Jesús! ¡Tú eres la esperanza para los arrepentidos, generoso para los que te suplican, bueno para todos los que te buscan y qué decir para lo que te encuentran! La lengua no sabe decir ni la letra puede escribir lo que es amar a Jesús. Sólo el que lo experimenta puede saberlo. ¡Jesús! ¡Sé Tú nuestro gozo, nuestro premio último y futuro! ¡Haz que nuestra gloria esté siempre en Ti! Por todos los siglos. Amén.

       No puedo olvidar en estos momentos a la que fue la primeratienda, el primer sagrario de Cristo en la tierra, la madre de la Eucaristía: María, la hermosa Nazarena, la Virgen guapa, Madre del Verbo de Dios hecho carne: la Virgen del Sagrario. Desde aquí mi beso más filial y  el agradecimiento más sincero: «Dios ha puesto en ti, oh Virgen, su tienda como en un cielo puro y resplandeciente. Saldrá de ti como el esposo de su alcoba e, imitando el recorrido del sol, recorrerá en su vida el camino de la futura salvación para todos los vivientes, y extendiéndose de un extremo a otro del cielo, llenará con calor divino y vivificante todas las cosas» (S.Sofronio, Sermón 2, PG3, 3242,3250).

SEGUNDA MEDITACIÓN

NECESIDAD DE LA ORACIÓN PARA  EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO EUCARISTÍA.

Queridos hermanos: Me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, dela que Santa Teresa nos dice, «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Al tratar muchas veces a solas «con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía, que es donde está más presente  «el que nos ama” y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los sagrarios de la tierra.

El sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabarla a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste. Por eso,“la Iglesia, apelando a su derecho de esposa” se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor: “No es marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

El sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino, que Jesús indicó y expresó  bien claro: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...” “el que me coma, vivirá por mí...”; “...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”; “Yo soy el camino...”.

 Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal, hecha liturgia y vida, o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre es oración, al menos «a mi parecer».

Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el sagrario es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, es sólo por la fe, como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Amor, Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno: Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente  que mana esta agua divina que “salta hasta la vida eterna”.

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

  aunque es de noche.

  Aquesta eterna fonte está escondida

  en este vivo pan por darnos vida,

  aunque es de noche.

 Aquí se está llamando a las criaturas,

  y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

  porque es de noche.

  Aquesta viva fonte que deseo,

  en este pan de vida yo la veo,

  aunque es de noche» (San Juan de la Cruz).

El primer paso para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo y conversión permanente.

 La fe es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del Verbo de Dios, hecho pan de Eucaristía, hay que subir «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de  San Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».

 La oración siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarca a nosotros y nos domina y nos desborda, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida pero no poseída, pero deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos, la criatura, siempre transcendida y “extasiada”, salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17). A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes... y todos los amigos de Jesús, que  han vivido el evangelio y  han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

Este camino hay que recorrerlo en un principio siempre con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo y madre de la fe,  llegó a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne. Y esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo, el Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. San Agustín interpreta las palabras de Isabel a María:“Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, diciendo que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra, que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe y que participo de ese conocimiento, no lo vea, como he dicho antes, porque no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Solo el conocimiento místico se funde en la realidad amada y la conoce. Los místicos son los exploradores que  Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.  

Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda de la Palabra y el Espíritu, conquistar el mundo de la razón con palabras humanas, para que el teólogo o creyente se haga creyente por entero. Por eso, la teología es un apostolado hacia dentro, que trata de evangelizar a la razón,  llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente. “Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo” (2 Cor 10,4s). Dios, que resucita a Cristo con el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo.

Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura; el alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitación en ver y comprender como Dios ve su propio misterio; a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, por vía de amor que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

 La teología es esclava de la fe y servidora de los fieles; no tiene que dominar sobre la fe sino contribuir al gozo de los creyentes (cf 2 Cor 1,24). Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel, que se da a conocer de este modo.

Para seguir siendo discreta y sumisa, la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los Apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orilla del lago: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú?”. Por lo tanto, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad todo esto que hace y dice el Señor? sino que humildemente dirá: Señor ayúdanos a comprender mejor lo que nos dices y haces:“Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.

La Eucaristíapuede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo. (cfr.F.X. DURRWELL, La Eucaristía sacramento pascual, Sígueme 1998, pág.13).

 San Juan de la Cruz nos dirá que, para conocer a Dios y sus misterios, es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros celebramos. Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa», «sabiduría de amor», «llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...», no conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

 Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

TERCERA MEDITACIÓN

HEMORROÍSA DIVINA, CREYENTE, DECIDIDA, ENSÉÑAME A TOCAR A CRISTO CON FE Y ESPERANZA

“Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26).

Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:“Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre.  Y  Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?.”

 No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado.....podría tal vez el Señor responderle: “pero no todos me han tocado”. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el sagrario un objeto de iglesia, una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo.

Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

En la oración eucarística, como Eucaristía continuada que es, el Señor nos dice: “Tomad y comed.. Tomad y bebed...” y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él. En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de sagrario,  Cristo no puede actuar  aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas  veces en su vida terrena “Véte, tu fe te ha salvado”.

Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.

Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida.Tocar,comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo,  a comulgarlo y recibirlo;  reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

CUARTA MEDITACIÓN

SAMARITANA MÍA, ENSÉÑAME A PEDIR A CRISTO EL AGUA DE LA FE Y DEL AMOR

 “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

 Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico:“si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros sagrarios, del sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos  mil años lleva esperándote.

Por fín hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina....que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres! 

Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del sagrario,  Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

«He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres,  diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame,  nos dice el Señor a los creyentes desde cada sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

       El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y  cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el  Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los sagrarios de la tierra. 

No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que  conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el  gozo eterno comenzado en el tiempo.

Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo;  las puertas del sagrario son las puertas de la eternidad:

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda  bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala  y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y  para nosotros.

“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3, 1-3).

           Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor , y el que vive en amor,  permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle:“Si tú supieras quién es el que te pide de beber...” Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

 Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los  afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:“Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros  pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo. Señor,  tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y  la felicidad que da. Déjame, Señor,  que esta tarde, cansado del camino de la vida,  lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad.

QUINTA MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MISMO CRISTO QUE CURÓ A CIEGOS Y LEPROSOS

QUERIDOS HERMANOS: Nos hemos reunido aquí esta tarde para venerar, adorar y agradecer la presencia eucarística de Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Este Cristo, ahora viviente en la Hostia santa, es el mismo Cristo del evangelio, que ya permanece en nuestros Sagrarios hasta el final de los tiempos, para atender nuestros ruegos y atender a nuestras necesidades. No está estático, muerto, sino vivo y resucitado, renovando toda nuestra vida espiritual de amor a Dios y a los hermanos, y ayudándonos en todos nuestros problemas.

        Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta Hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista. Se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento, es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes de aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso, la gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios, nadie le puede tocar, quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está aquí con nosotros en el Sagrario, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido: “En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt 8,1-4). Y el leproso ha quedado curado, pero Jesús ha quedado manchado según la Ley de Moisés. Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse, porque Él es más que el templo de la antigua ley. Jesús lo ha hecho todo por amor, que es la nueva ley del evangelio, y lo ha hecho espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión: es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con el mismo amor de entonces, la misma compasión, los mismos sentimientos. Mirémosle despacio, con mirada fija de amor.

        Ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente: “Cuando salían de Jericó, le siguió una gran muchedumbre. En esto, dos ciegos que estaban sentados, junto al camino, la enterarse que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David. La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: ¡Señor, ten compasión de nosotros!. Entonces Jesús se detuvo, los llamó y dijo: ¿Qué quereis que os haga?. Dícenle: ¡Señor, que se abran nuestros ojos!. Movido a compasión, Jesús tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista; y le siguieron”. Ante los necesitados, Jesús nunca huye, Él siempre escucha:“Señor, que veamos”. Y aquellos ciegos vieron y lo siguieron, porque sus ojos ya no querían dejar de ver a la persona más buena y comprensiva del mundo. Y es que no lo puede remediar. Es así su corazón, el corazón de Jesús. Y ese corazón está aquí en el pan consagrado, en nuestros Sagrarios.

        Ahora es en Naím; se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va a enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, se ha dado cuenta de que pasa por allí el Maestro ni sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: no llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: “joven, yo te lo mando, levántate”. Y se lo entrego a su madre”. Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”.  Nosotros resucitaremos. Con su muerte y resurrección nos ha ganado la resurrección y la vida eterna para todos. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos de siempre. Y nos ama y se compadece de todos. Y no lo puede remediar, es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús.  Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero, nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amándonos así y este es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así, no lo puede remediar, así es el corazón eucarístico de Jesús.

        Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque hay muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Ella no se anduvo con preguntas de cómo podía ser esto, ella le dijo: mira, Señor, déjame de complicaciones, yo no sé cómo ni cuándo será eso, yo creo que Tú eres el Hijo de Dios y basta, Tú lo puedes todo.        Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios, Tú lo puedes todo y estás aquí.

SEXTA MEDITACIÓN

JESUCRISTO EUCARISTÍA CURA LOS PECADOS Y LAS DEBILIDADES DE  LA CARNE: LA ADÚLTERA

Ahora la escena se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, dejarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?”.  No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley. “¿Tú qué dices?”.

        ¿Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida? ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: el corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren, Jesús empieza a escribir en el suelo. “Tú qué dices” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue, quizás escribió sus pecados o hechos ocultos  de los presentes... no lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón  de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna... y la mujer quedó sin acusadores.¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado. 

       Quiero recordar ahora ante vosotros un hecho, que me impresionó tanto, que todavía lo recuerdo. Fue en Roma,  en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II  vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini, y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo; fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces. Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera  en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear. Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericoria los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava... Aquella mujer no volvió a pecar.

       ¡Santa adúltera, ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él!

       Los ojos de Cristo son  lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón... nunca miró con odio, envidia, venganza.“¿Nadie te ha condenado?, yo tampoco, véte en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

       Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley,  Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

       Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo; debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oracíón a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. Dijo a la adúltera: “No quieras pecar más”.

       En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que les quiere decirles lo mismo: “vete y paz y no peques más”. El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados.

       Esta actitud de amigo: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” la mantiene el Señor, después de la misa, en el  Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, para que, al contemplarle todos los días, vayamos contagiándonos y teniendo todos un corazón limpio y misericordioso como el suyo.

       Querida hermana, querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. Para eso se ofrece y derrama su sangre en cada eucaristía, para eso viene en la comunión, para eso se queda en el Sagrario, para animarnos, ayudarnos, revisarnos y purificarnos. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

SÉPTIMA  MEDITACIÓN

EN LA EUCARISTÍA ESTÁ EL MISMO CRISTO DE PALESTINA Y DEL EVANGELIO, YA RESUCITADO

“Pasando, vio a un hombre ciego de nacimiento...Diciendo esto, escupió en el suelo, hizo con saliva un poco de lodo y untó con lodo los ojos, y le dijo: vete y lávate en la piscina de Siloé Bque quiere decir Enviado. Fue, pues, se lavó y volvió con vista. Dijeron entonces los fariseos: ¿Qué dices tú de ese que te abrió los ojos? El contestó: Que es profeta...Oyó Jesús que le habían echado fuera, y encontrándole, le dijo: ¿Crees en el Hijo del hombre? ¿Quién es, Señor, para que crea en El? Díjole Jesús: le estás viendo; es el que habla contigo. Dijo él: creo, Señor, y se postró ante El”.

(Jn 9, 1- 41)

Queridos hermanos y hermanas: El mismo Cristo de Palestina, el mismísimo de la hemorroísa y de la samaritana, a las que les llenó de su amor y confianza en Él por la fe y les arrebató el corazón para siempre por el amor, el que curó al ciego de nacimiento, el mismo Cristo está aquí en este sagrario, en todos los sagrarios de la tierra.

Al ciego de nacimiento, como a la samaritana, Él los  buscó para curarlos y luego, cuando éste, que antes había estado ciego y que ahora veía con los ojos de carne y de la fe,  fue expulsado de la sinagoga, «porque ya con el afecto pertenecía a la Iglesia, pertenecía a Cristo, y no a la sinagoga», el Señor se le hizo el encontradizo, para mostrarse como Mesías Salvador:“¿Conoces tú al Hijo del Hombre? - quién es, Señor para que crea en él, - el que habla contigo,-- creo, Señor-- y se postró ante El”.

Hagamos nosotros lo mismo ahora, postrémonos ante el Señor, y hagamos un acto de fe y de amor en Jesucristo, presente en el pan consagrado. Está su mismo cuerpo, sangre, alma y divinidad que le hizo el hombre más bello, amante y apasionado de la creación, el más atractivo sobre la tierra, “el amado del Padre, en el que tenía todas sus complacencias”, al que le siguieron multitudes de hombres y mujeres, como narran los evangelios, que le  apretujaban por todas partes, en todos los sitios y, ensimismados por su doctrina de amor y de cielo, se olvidaban hasta de comer.  Está el mismo Cristo resucitado y glorioso del cielo, porque no hay dos Cristos, sino uno y el mismo siempre, sólo que ya transcendido del tiempo y del espacio, con una presencia metahistórica y eternizada.

Todo esto se hace presente en cada eucaristía y se prolonga en la presencia eucarística Por eso, mirando al sagrario, podríamos decir, con santa Gertrudis: « ...te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito.

También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora»[1]

Es siempre el mismo y eternizado Cristo salido del Padre, encarnado en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa y  madre fiel y creyente,  María; el mismo que curó y predicó y murió y está sentado a la derecha del Padre, que está cumpliendo su promesa de estar con nosotros, hasta el final de los tiempos.

Nosotros, a veinte siglos de distancia, estamos ahora presentes y somos contemporáneos del mismo Cristo y podemos hablarle y tocarle como las turbas de entonces, como la hemorroísa,  para que nos cure; como la Magdalena, para que nos perdone; como el padre del lunático, para que nos aumente la fe; como Zaqueo, para hospedarle en nuestra casa y sentir su amistad; como los niños y niñas de su tiempo, a los que tanto quería y abrazaba,  como símbolos de la sencillez de espíritu, que debemos imitar sus seguidores, y recordando tal vez su propia infancia, tan llena de amor y ternura de José y  María. 

Aquí está el mismo Cristo, no ha cambiado, a no ser que, con tantos desprecios y olvidos por parte de los hombres, su carácter se haya agriado un poco. Es que son muchos los olvidos y abandonos que recibe de los hombres, es poca la reverencia y estima de los mismos creyentes hacia su persona sacramentada, incluso de los sacerdotes, como si el sagrario fuera un trasto más de la iglesia, muchas veces sin una mirada de fe, cariño, de agradecimiento y así un año y otro... menos mal que es sólo a veces, porque siempre tiene amigos que lo miran, lo adoran y se atan para siempre a la sombra de su sagrario.

       Siento sinceramente estos desprecios al Señor en el sagrario, porque Él no ha perdido el amor ni la capacidad ni los deseos de transfigurarse ante nosotros, como lo hizo en el Tabor ante Pedro, Santiago y Juan, y convertirse así en cielo anticipado para los que le contemplan con fe y amor.  Cristo en el sagrario se entrega por nada; basta un poquito de fe, de fijarse y pararse ante Él; está tan deseoso de trabar amistad, que se vende por nada,   por una simple mirada de amor, por un poco de comprensión y afecto.

Mi primer saludo, cada mañana, cuando voy a la oración, debe ser mirarle fijamente en el sagrario y decirle: Jesucristo Eucaristía, tú lo has dado todo por mí con amor extremo hasta dar la vida; también yo quiero darlo todo por tí, porque para mí tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.  Jesucristo, yo creo en Tí; Jesucristo, yo confío en Tí; Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios.

Oh Señor, nosotros creemos  en Ti, te adoramos en el pan consagrado y nos alegramos de tenerte tan cerca de nosotros. Auméntanos la fe, el amor y la esperanza, que son los únicos caminos que nos unen directamente contigo:“Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”; “Señor, Tu lo sabes todo, Tú sabes que te amo”

Y cuando lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, cuando el entendimiento quiere ver y razonar por su cuenta,  porque le cuesta entregar la vida y renunciar a sus propios criterios y tiene que fiarse de tu palabra y confiar en ella sin ver y sentir, entonces, cuando ha llegado la hora de creer de verdad y no como si creyera, porque en el fondo no se fía de tu palabra, entonces quiere probarlo todo y razonar todo: tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias... incluso echar mano de exégesis y de teologías.... sin querer entender que la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse en pura fe, lanzarse a tus brazos sin sentirlos, porque no se ven ni se tocan ni sentimos tu aliento y cercanía,  pero Tú siempre estás ahí,  esperándonos, ayudando sin verte, dándonos tu mano, para guiarnos, porque para eso te quedaste en el sagrario.  Tú quieres que me fíe totalmente de tu palabra, que me fíe sólo de Tí.... hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, de todo lo que yo vea y sienta, sin arrimos ni apoyo ni seguridades de nada ni de nadie.

Hasta los evangelios, en esas noches de fe, no dan luz ni consuelo ni certeza ni seguridad aparentemente;  ¿quién se asegura que sean verdad? Parecen más humanos que divinos...y todo se convierte en duda y sospecha, ¿Cristo? ¿Buda? ¿Mahoma? Creación, Dios, un Dios que se encarna... ¿en un trozo?

Es la noche de la fe y no sentimos tu presencia eucarística, como si no hubiera nada, solamente pan, y el sagrario, más que casa de Cristo, fuera su tumba y sepulcro... y entonces uno, que vivía y quería vivir para tí, se encuentra ahora sin sentido de vida y perdido, como si se hubiera perdido el tiempo, como si se hubiera equivocado, como si todo hubiera sido una ilusión pasajera, pero perdida ya para siempre, porque Tú ya no existes.

       Por si esto no fuera suficiente, y aquí está otra causa  más de la oscuridad de esta noche, sin ser consciente el alma, estos interrogantes se plantean porque ha llegado el momento de la verdad, la hora del éxodo, de la conversión, de dejar la tierra, las posesiones, los consumismos, la parentela, los propios criterios, los afectos desordenados, los pecados... y esto cuesta sangre, porque ahora el Señor lo exige todo  y lo exige de verdad, para ser sus amigos... “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24).

Hasta ahora todo había sido más o menos meditado, teórico, renuncias  que debían hacerse,  incluso predicadas a otros, pero ahora Cristo me exige la vida y claro, como me amo tanto, antes de entregarme de verdad, exijo garantías: Será verdad Cristo? ¿Llenará de verdad su evangelio y su persona? ¿Estoy dispuesto a renunciar a la vida presente para ganar  su amor personal y la vida futura? ¿Estoy dispuesto a jugárme todo lo presente por El? ¿Existe? ¿Será verdad?

       Por aquí nos hace caminar el Señor para pasar de una fe heredada o puramente teórica o apoyada en fundamentos y consumismos humanos, porque me convenía y venia bien, a una fe personal y viva y sin gustos egoísta, verdaderamente divina.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando ademas de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, Dios permite que venga también la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los segundos o terceros o cuartos puestos injustamente y por envidia, los desprecios sin fundamento alguno...Y uno se pregunta: ¿dónde estás, Señor? ¿Cómo es posible que Tú quieras o permitas esto? ¿por qué todo esto, Señor...? Sal fiador de mí... pero Tú no respondes ni das señales de estar vivo, aunque estás ahí trabajando, totalmente entregado a tu tarea de podar todo lo que impida la amistad  plena contigo, porque nos has amado y nos amas hasta el extremo de tus fuerzas, del amor y de la amistad, pero  nosotros no comprendemos ni sabemos que tengamos que purificarnos tanto, ni por qué ni cómo ni qué tiempo, porque no nos conocemos profundamente y menos a Tí y el camino. 

Y es precisamente entonces, cuando los sentidos y las criaturas se sienten más y vuelven a darnos  la lata, los afectos, la carne, las pasiones personales, porque ahora les ha tocado el hacha en su raíz, pero de verdad, y por eso echan sangre, porque antes los teníamos, pero no nos habíamos metido en serio con ellos; ahora lo hace el Señor y los sentimos más vivos, aunque ya están más mortificados pero estamos llegando a las raíces y se sienten más al vivo; cuando uno parece que se encuentra solo, sin Ti y sin tu ayuda,  como si Tú estuvieras muerto, y el pan sólo fuera pan, sin Cristo dentro, la noche purificadora de nuestro  yo, que quiere imponer sus criterios racionales, egoístas y humanos sobre la fe, la muerte de  nuestros afectos carnales, que quieren  preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo, cargos y honores dentro de nuestro propio sacerdocio y vida apostólica, buscados y preferidos por encima de nuestra única esperanza que debes ser Tú,  cuando llegue la hora de morir a mi yo, que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a Tí,  échanos una mano, Señor, que nosotros no somos tan fuertes como Tú en Getsemaní, que Te veamos salir del sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda, ¡no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga, la noche, es nuestro Getsemaní, es morir sin comprensión ni testigos de nuestra muerte, como tú, Señor,  sin que nadie sepa que estás muriendo, tú lo sabes bien, sin compañía sensible de Dios ni de los hombres, sin testigos del dolor y el esfuerzo, sino por el contrario, la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos...tantas cosas que experimentamos, a veces de los mismos que nos presiden en tu nombre, pero que no entienden ni aceptan que se les indiquen  mejores caminos de vida cristiana o apostólica  o que se piense de forma distinta a la suya con la vida y tu evangelio en la mano... Señor, que entonces te  veamos salir del sagrario, para acompañarnos en nuestro calvario hasta la muerte del yo, para resucitar contigo a una fe purificada, limpia de pecados  y empecemos ya  la vida nueva de amistad y experiencia gozosa y resucitada contigo. 

Queridos amigos, es mucho lo que el Señor tiene que limpiar y purificar en nosotros, si queremos llegar a la amistad total con Él, a la  unión e identificación de amor con Él. Lo único que nos pide es que nos dejemos limpiar por Él, para poder tener sus mismos sentimientos y actitudes y vivencias y gozo y verdad y vida. Y lo haremos, con su ayuda, aunque nos cueste, porque “ los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8,18). En estas noches y purificaciones hay que “esperar contra toda esperanza”.

Y es que hay que destruir en nosotros la ley del pecado que todos sentimos: “Así experimento esta ley: Cuando quiero hacer el bien, el mal es el que me atrae. Porque me complazco ante Dios según el hombre interior, pero experimento en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que lleva a la muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 7,23-25).

Por todo esto, la necesidad de las noches del alma y de las purificaciones del entendimiento, de sus criterios puramente humanos; de la voluntad con sus afectos radicalmente desordenados, porque se pone a sí mismo como centro en lugar de Dios; de la memoria, que solo sueña con el consumismo, con vivir y darse gusto al margen de la voluntad de Dios e incluso contra su voluntad. Es necesariala noche y la cruz y crucificarse con Cristo para resucitar con Cristo a su vida nueva, para celebrar la pascua del Señor, la nueva alianza en su sangre y en la nuestra, el paso definitivo desde mi yo hasta Cristo, para vivir la vida nueva de amar a Dios sobre todas las cosas, de entrega a los hermanos sobre nosotros mismos, de no buscar el placer, el dinero, la soberbia, los honores y primeros puestos como razón de la propia existencia.

Queridos hermanos, hay que purificarse mucho, Dios dirá, para llegar a la unión plena con Él, a la transformación total de nuestro ser y existir en Cristo, para que no sea yo sino Cristo el que viva en mí, para experimentarle vivo, vivo y resucitado... “Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios. Este es vuestro culto razonable. Que no os conforméis a este siglo sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta” (Rom 12,1-2).

Cristo, por la Eucaristía, nos llama a identificarnos con Él, a tener su misma vida y hacernos con Él una ofrenda agradable a la Stma. Trinidad, en adoración perfecta, hasta dar la vida, con amor extremo. Esto es cristianismo, vivir por Cristo, con Él y en Él, hacerse uno con Él, y esto exige cambios y conversión radical del ser y existir.“Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios... Quien no posee el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8,8-10).  «Para llegar a tenerlo todo, no quieras tener nada...para llegar a poseer todo, no quieras poseer nada». Las nadas de S. Juan de la Cruz no son teorías pasadas de moda , es la actualidad de toda alma que quiera llegar a la unión perfecta y total con Cristo: «Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le puedan impedir, según más adelante declararemos» (1S 5,2). «En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos; y si  no se acaban todos de quitar, no se acaba de llegar» (1S 11,6).

He leído muchas veces la primera carta de S. Juan y  me impresiona las repetidas y clarísimas veces que insiste en esto: donde hay pecado, no está ni puede estar Dios. Por eso, la necesidad de quitar hasta las mismas raíces del pecado, para que nos llene la luz de Dios, que es vida de amor: “Todo el que permanece en Él, no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,6). Y en su evangelio Cristo nos asegura: “Yo soy la Luz”; “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, por que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas según Dios”. (Jn 3 20-21).

Ya dije anteriormente, que toda la devoción eucarística, como la vida cristiana o la amistad con Cristo, nos la jugamos a esta baza: la de la conversión. En cuanto yo empiezo a orar ante el sagrario y quiero iniciar mi amistad con Jesucristo, a los pocos meses el Señor empieza a decirme lo que impide mi amistad con Él: el pecado; tengo que mortificarlo, darle muerte en mí, se llame soberbia, envidia, genio, consumismo,  lujuria... si no quiero luchar o me canso, se acabó la oración, la amistad con Cristo, la vivencia eucarística, la santidad, la verdadera eficacia de mi sacerdocio o vida cristiana. Sí, si llegaré a sacerdote, tal vez más alto.... pero es muy distinto todo. Cuanto más alto esté situado en la Iglesia, mayor será mi responsabilidad. Es muy distinto todo: su vida, su palabra, su convencimiento, su misma eficacia apostólica, cuando una persona ha llegado a esta unión. Lo dice el Señor:“Yo soy la vid verdadera...mi padre el viñador; a todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto...permaneced en mí y yo en vosotros... sin mí no podéis hacer nada”. ( Jn 15,1-4).

       Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, sólo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas. Pero lo que está claro en los evangelio es que para conocer, para llegar a un conocimiento más pleno de Dios hay que ir limpiando el alma de todo pecado: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco” y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud” (1Jn 2,3-6).

OCTAVA MEDITACIÓN

ORAR ES QUERER AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS

Y ahora, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su presencia en la Eucaristía, que le hemos saludado y le hemos abrazado espiritualmente con todo cariño y amor, ahora ¿qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos.....Eso, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar con el Cristo del sagrario.

       El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Saulo:“ Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor ¿qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que tienes que hacer”. La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y la conversión, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros.

Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres.... ¡si creyéramos de verdad! ¡si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor..! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros.“Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt.23,8-10).

En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

       Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario....sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico. Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las rimas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese «trato de amistad», que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

        Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser. No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea.....etc.. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde S. Juan y S. Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, bien interior, bien exterior, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...” Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el Evangelio, sin ningún otro maestro, como él luego nos dirá en sus cartas  y así tenemos que hacer todos nosotros; es más, luego se presenta a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles e insiste y se goza de no haber tenido otro maestro que Jesucristo, su Cristo, convertido en Señor, amigo y confidente por la oración personal.

        En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como es el de la Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. La gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios . Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[2].

       Me gustaría que esto estuviera presente en todas las escuelas y pedagogías de oración, para que desde los principios, todo se orientase hacia el fín, sin quedarnos en la técnicas, en los caminos y en los medios como si fueran el fín y la oración misma. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta las dificultades para la oración en todos nosotros. Unas son de tipo ambiental: ruido, prisas, activismo; otras de tipo cultural: secularismo, materialismo, búsqueda del placer en todo, preocupación del tener, vivir al margen de Dios...También las hay de carácter individual: incapacidad para concentrarse un poco, todo es imagen, miedo a la soledad que nos provoca aburrimiento... Pero insisto, por eso, que lo primero es poner el fín donde hay que ponerlo, en Dios y querer amarle y desde ahí empezar el camino sin poner el fin en los medios y dificultades y cómo vencerlas...Desde el principio Dios y conversión.

El Papa en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte ha insistido en la conveniencia de escuelas de oración en las parroquias y en la conveniencia de algún aprendizaje para hacer oración. En mi parroquia hay varios grupos de oración y yo meto en ellos a las personas que veo con frecuencia en la iglesia; no les preparo ni les digo nada, solo que vayan al grupo, escuchen y oren como se le ocurra. Al cabo de dos o tres meses en silencio, empiezan poco a poco a manifestar el fruto de su oración, oran y dialogan como los veteranos, más en línea de diálogo con Dios públicamente manifestado que de reflexión sobre verdades.

 Si tenemos talleres de oración, muchas de estas personas entran en ellos y aprenden diversos caminos y metodologías y otras  no entran. Estoy verdaderamente agradecido a las escuelas de oración, todas me vienen bien y a ninguna personalmente les debo nada. La mayoría de los orantes de mi tiempo somos autodidactas. Cuando llegué al Seminario Menor, allá por el 1948, la primera mañana, después de levantarnos a las 7, fuimos a la capilla para rezar unas oraciones comunes y «oír» la santa misa, pero antes hubo media hora de silencio para hacer la «meditación». Al terminar la misa, todos los nuevos preguntamos a los veteranos qué era eso y qué había que hacer durante ese tiempo. Esa fue mi escuela de oración. Sin embargo, las creo necesarias y pienso que pueden hacer mucho bien en las parroquias y seminarios.

En mis grupos de oración hay personas que han hecho talleres y otras no y todas forman los grupos de oración y después de un comienzo, no veo diferencias; la única diferencia es la perseverancia y esa va unida absolutamente a la conversión permanente. Repito la necesidad de la oración y de las escuelas de oración  y que verdaderamente hacen mucho bien a la comunidad y son muy necesarias y convenientes. Pero insisto que, desde los inicios, la oración hay que orientarla hacia la vida y conversión  como fundamento y finalidad esencial de la misma, porque de otra forma todos los métodos y técnicas terminan por anquilosarse, vaciarse de encuentro con Dios  y morir.

       En mi larga experiencia de cuarenta años en grupos de vida y oración, me ha tocado pasar por muchas modas pasajeras; por eso hay que centrarlo bien desde el principio; la oración es un camino de seguimiento del Señor, no es cantar muy bien, abrazarnos mucho, hacer muchos gestos.....y si no hay compromiso de vida, todo son romanticismos y pura teoría, que llega luego a contradicciones muy serias entre los mismos componentes del grupo y, a veces, a la misma destrucción. No piensen  que porque hagan un curso de oración ya está todo garantizado, y desde luego, las principales dificultades para hacer oración no se solucionarán con técnicas de ningún tipo, sino solo con el querer amar a Dios sobre todas las cosas y con la consiguiente conversión, absolutamente necesaria,  que esto lleva consigo. Cuando este deseo desaparece, la persona no encuentra el camino de la oración, se cansa y lo deja todo. Por eso, insisto, hacer oración, o el deseo de oración se fundamenta en el deseo de querer amar a Dios, aunque la persona no sea consciente de ello. Por lo menos que lo sean los directores de los grupos de oración. Y la oración es la que más ayuda a engendrar y mantener este deseo. Y este deseo es el que alimenta la oración y la sostiene y la hace avanzar. Si no crece, muere la oración.

NOVENA MEDITACIÓN

 

ORAR ES QUERER CONVERTIRSE A DIOS EN  TODAS LAS COSAS. LA ORACIÓN PERMANENTE EXIGE CONVERSIÓN PERMANENTE

Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tampoco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

“Dios es amor”,dice San Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está condenado a amanos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos.

       Y como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar, pero el pecado nos ha tarado y  ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios. Así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle como Él se ama. Porque por su misma naturaleza, que nosotros participamos por gracia, así es cómo Dios se ama y nos ama y  no puede amar de otra forma, porque dejaría de ser y existir, dejaría de ser Dios.

Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por participación gratuita de su mismo amor a sí mismo.“Lo que era desde el principio... porque la vida se ha manifestado..., os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1-4).

Este es el gran tesoro que llevamos con nosotros mismos, la lotería que nos ha tocado a todos los hombres por el hecho de existir. Si existimos, hemos sido llamados por Él para ser sus hijos adoptivos, y Dios nos pertenece, es nuestra herencia, tengo derecho a exigírsela: Dios, Tú me perteneces.... Esto es algo inconcebible para nosotros, porque hemos sido convocados de la nada por puro amor infinito de Dios, que no necesita de nada ni de nadie para existir y ser feliz y crea al hombre por pura gratuidad, para hacerle partícipe de su misma vida, amor, felicidad, eternidad...“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos.... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

       Esta es la gran suerte de esta especie animal, tal vez más imperfecta que otras en sus genomas o evolución, pero  que, cuando Dios quiso, la amó en su inteligencia infinita y con un beso de amor le dio la suerte y el privilegio de fundirse eternamente en su mismo amor y felicidad. Y esta es la gran  evoolución sobrenatural, que a todos nos interesa. La otra, la natural del «homo erectus», «habilis», «sapiens», «nehandertalensis», «romaionensis, «australopithecus», que apareció hace cuatro millones de años, aunque ahora con el recién descubierto homínido del Chad, parece que los expertos opinan que apareció hace seis millones de años... que  estudien los científicos, a los que les importa poco echar millones y millones de años entre una etapa y otra;  todavía no están seguros de cómo Dios la ha dirigido, aunque algunos, al irla descubriendo, parece como si la fueran creando, y al no querer aceptar por principio al Creador del principio,  digan que todo, con millones y millones de combinaciones, se hizo por casualidad. Y en definitiva, millones más, millones menos, todo es nada comparado con lo que nos espera y ya ha comenzado: la  eternidad en Dios.

La casualidad necesita elementos previos, solo Dios es origen sin origen, tanto en lo natural como en lo sobrenatural.  Ellos que descubran el modo y admiren al Creador Primero, pero que no llamen casualidad a Dios. Millones y millones de combinaciones... y todo, por casualidad... ¡Qué trabajo llamar a las cosas por su nombre y aceptar al Dios grande y providente y todo amor generoso e infinito para el hombre, que nos desborda en el principio, en el medio y al fin de la Historia de Salvación! ¿Para qué la ciencia, los programas, los laboratorios, si todo es por casualidad o existen sin lógica ni  principio ni leyes fijas?

       A mí sólo me interesa, que he sido elegido para vivir eternamente con Dios. Ha enviado a su mismo Hijo para decírmelo y este Hijo me merece toda confianza por su vida, doctrina, milagros, muerte y resurrección. Por otra parte, esta es la gran locura del hombre, su gran tragedia, si la pierde, la mayor pérdida que puede sufrir, si no la descubre por la revelación del mismo Dios; y esta es, a la vez y por lo mismo, la gran responsabilidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, si se despistan por otros caminos que no llevan a descubrirla, predicarla, comunicarla por la Palabra hecha carne y por los sacramentos, si nos quedamos  en organigramas, en programaciones y acciones pastorales siempre horizontales sin la dirección de trascendencia y eternidad, sacramentos que se quedan y se celebran en el signo pero que no llegan a lo significado, que no llevan hasta Dios ni llegan hasta la eternidad sino sólo atienden al tiempo que pasa; reuniones, programaciones  y celebraciones que no son apostolado, si se quedan en mirar y celebrar  más al rostro transitorio de lo que hacemos o celebramos, que al alma, al espíritu, a la parte eterna, trascendente y definitiva de lo que contienen, del evangelio, del mensaje, de la liturgia....más a lo transitorio que a lo transcendente, hasta donde todo debe dirigirse, buscando  la gloria de Dios y la salvación eterna del hombre.

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque me voy a prepararos el lugar . Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Pues, para donde yo voy, ya sabéis el camino”(Jn 11,24).

Porque da la sensación a veces de que se ha perdido la orientación trascendente de la Iglesia y de su acción apostólica, que pasa también por la encarnación y lo humano, para dirigirlo y finalizarlo todo hacia lo divino, hacia Dios.  Da la sensación de que lo humano, la encarnación, ciertamente necesaria, pero nunca fin  principal y menos exclusivo de la evangelización,  es lo que más  preocupa en nuestras reuniones pastorales y hasta en la misma administración de los sacramentos, donde trabajamos y nos fatigamos en añadir ritos y ceremonias, incluso a la misma eucaristía, como si no fuera completísima en sí misma, y de lo esencial hablamos poco y  nos preocupa menos.

Y esto produce gran pobreza pastoral, cuando vemos, incluso a nuestra Iglesia y a sus ministros, más preocupados por los medios de apostolado que por el fín, más preocupados y ocupados por agradar a los hombres en la celebración de los mismos sacramentos que de buscar la verdadera eficacia sobrenatural y transcendente de los mismos así como de toda  evangelización y apostolado. En conseguir esta finalidad eterna está la gloria de Dios. «La gloria de Dios es que el hombre viva... y la vida del hombre es la visión intuitiva de Dios». (San Hilario)

¡Señor, que este niño que bautizo, que estos niños que hoy te reciben por vez primera, que estos adultos que celebran estos sacramentos, lleguen al puerto de tu amor eterno, que estos sacramentos, que esta celebración que estamos haciendo les ayude a su salvación eterna y definitiva, a conocerte y amarte más como único fin de su vida, más que simplemente les resulte divertida... Señor, que te reciban bien, que se salven eternamente, que ninguno se pierda, que tú eres Dios y lo único que importa, por encima de tantas ceremonias que a veces despistan de lo esencial !

Queridos amigos, este es el misterio de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido, este el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre, que fue enviado para hacernos partícipes de la misma felicidad del Dios trino y uno; esto es lo único que vale, que existe, lo demás es como si no existiera.

¿Qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemos empezar a gustar en Jesucristo Eucaristía? El es el pan de la vida eterna, de nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad,  nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra,  El es el pan de la vida eterna, “El que coma de este pan vivirá eternamente”.

A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de San Juan  sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6, 26).Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con El; de otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacer uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre en fuego de Espíritu Santo.

Estamos destinados, ya en la tierra, comiendo este pan de eternidad,  a  sumergirnos en este amor, porque Dios no puede amar de otra manera.Y esto es lo que nos ha encargado, y esto es el apostolado, el mismo encargo que el Hijo ha recibido del Padre. “Como el Padre me ha enviado así os envío yo”(Jn 20, 21).“Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que yo no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn  6, 38-40).  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,51).

Nos lo dice el Señor, nos lo dice San Juan, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, pero es que estoy totalmente convencido,  Dios nos ama gratuitamente, por puro amor, y nos ha creado para vivir con El eternamente felices en su infinito  abrazo y beso y amor Trinitario. Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para vuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este siglo la han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito:  ni el  ojó vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu”  (1Cor 2,7-10).

 Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser tri-unidad, unidad de los Tres  es así... amar y ser amado; no  puede ser y existir de otra manera. El hombre es un «capricho de Dios» y solo Él puede descubrirnos lo que ha soñado para el hombre. Cuando se descubre, eso es el éxtasis, la mística, la experiencia de Dios, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno.

Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en Tres Personas que se aman infinitamente y que es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y afectividad y soledad y todo...bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta... y eso es la vivencia del misterio de Dios, la experiencia de la Eucaristía, la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir; la de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Santa Catalina de Siena, San Juan de Avila, San Ignacio de Loyola, beata Isabel de la Stma. Trinidad, Teresita, Charles de Foucaud....la de todos los santos.

Por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo y por la oración, que es conocimiento por amor de esta vida, el alma vive el misterio trinitario. La meta de sus atrevidas aspiraciones es «llegar a la consumación de amor de Dios..., que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez». (Can B 38, 2).

Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien, pero qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración que estamos tratando. Y le respondo. Pues muy  sencillo. Como la oración tiene esta finalidad, la de hacernos amigos de Dios, la de llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, el camino para conseguirlo es vaciarnos de todo lo que no es Dios en nuestro corazón, para llenarnos de Él.

«Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Tí y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...

       La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el sagrario. Nos habla sin palabras, solo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo sagrario, mejor dicho, que Cristo en el sagrario.

Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración; presencia silenciosa del que es la Palabra, toda llena de hermosura y poder del Padre, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que “no tiene figura humana”, ahora ya sólo es una cosa, un poco de pan, para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde del que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni desprecios, sin exigir nada, sin imponerse...por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Dios;  presencia humilde, sin ser reconocida y venerada por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía. Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran, no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos «Santiagos», que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, dónde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vida, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

       Jesucristo en el sagrario es el corazón de la Iglesia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad permanentemente ofrecidas a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros. De su presencia debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, no está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado, nos está saliendo al encuentro, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos debemos ser visitadores del sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de la Presencia de Dios entre los hombres.

DÉCIMA MEDITACIÓN

ORAR ES TAMBIÉN MEDITAR Y EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA

La oración cristiana tiene un itinerario  más o menos recorrido por todos, pero desde el principio siempre será amar, querer amar más, buscar amor, aunque no se sienta ni seamos conscientes de ello. Y para eso el primer paso ordinariamente podrá ser lectura de amor, sobre la cual meditamos, y luego oramos y amamos y dialogamos con el Señor. La finalidad de todo siempre será el amor, lo demás serán medios, caminos, ayudas.

Cuando yo leo el evangelio, los dichos y hechos de Jesús, yo me dejo interpelar por ellos, los medito e interiorizo, para terminar siempre hablando, dialogando sobre estos dichos y hechos de Jesús con Él mismo. Y ese amor, como somos pecadores, se manifestará desde el principio en la conversión de nuestros criterios, afectos y acciones, que deberán conformarse a los de Cristo. Aquí me juego mi amistad con Cristo, mi oración, mi unión, mi santidad.

Otras veces puedo leer y meditar lo que otros han orado sobre estos dichos y hechos de Jesús. Te voy a poner un ejemplo con esta oración de Santa Brígida, que a mí me gusta y me ayuda a interiorizar y comprender todo el amor de Cristo en su pasión y muerte y me obliga a corresponderle.

ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA:

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

Gloria a tí, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a tí, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

Honor a tí,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a tí, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a tí, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a tí, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a tí, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tu miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén»[3].

Este es el Cristo que adoramos en el sagrario. Estos son algunos de los hechos de salvación continuamente ofrecidos al Padre para nuestra salvación. Este es el ejemplo que nos da y que debemos imitar. Ahora bien, como nos ama tanto y nuestros defectos impiden esta amistad que El quiere comunicarnos desde su presencia eucarística, después del saludo y el acto de fe casi rutinario, al cabo de algún tiempo empieza a decirnos: oye, qué contento estoy con tu fe y tu amor, con que vengas a visitarme y a contarme y a tratar de amistad,  pero no estoy conforme con tu soberbia, tienes que esforzarte más en la caridad, cuidado con el genio, la afectividad...tienes que seguir avanzando, tenemos que vernos todos los días y yo quiero seguir ayudándote.

Cualquiera que se quede junto al sagrario todos los días un cuarto de hora, empezará a escuchar estas cosas, porque para eso, para hablarnos y para ayudarnos en este camino se ha quedado en la tierra, en el pan consagrado; después de dar la vida por nosotros en cada misa, se ha quedado el Señor en el sagrario, para que hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre, como hizo Él de toda su vida, en obediencia y adoración hasta el extremo. Y todo esto nos lo quiere enseñar y comunicar. Y nosotros, si queremos ser sus amigos, tenemos que empezar a escucharlo, dialogarlo y vivirlo en nuestra propia vida. Por eso es tan importante su presencia eucarística, en la que continua ofreciendonos  todo su amor, toda su vida, toda su salvación a todos los hombres, especialmente para los que le adoran en este misterio.

UNDÉCIMA MEDITACIÓN

 JESUCRISTO EUCARISTÍA, EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN

       El cristiano, sobre todo, si es sacerdote, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte. Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús es un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levante muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia. En Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre. En la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia y de  confianza.

Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de conversión, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con El y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3). Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

Es aquí, en la oración de conversión, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... todo nuestro ser y existir, desde el papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo:  o descubres al Señor en la eucaristía  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a El o no quieres convertirte a El y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  duro estar delante de El sin querer corregirte de tus defectos; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que El te enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente la santa misa no tendrá sentido personal si no queremos ofrecernos con El en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y salvar así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada.

Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado. Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo  apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse. Es lógico. No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, sin unión con Dios. En esto están de acuerdo todos los santos.

Ahora bien, a nadie le gusta que le señalen con el dedo, que le descubran sus pecados y esta es la razón de la dificultad de toda oración, especialmente de la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere totalmente llenar de su amor, y  nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos y por eso no la aguantamos. Y así nos va. Y así le va a la Iglesia. Y así al apostolado y a nuestras acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, porque no están hechas unidos a Cristo, con el espíritu de Cristo:“Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34) , o con S. Pablo: “ Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial.

Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Hay muchos apostolados sin Cristo, sin amor de Eucaristía, aunque se guarden las formas, pero sin conversión, como somos naturalmente pecadores, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no se a dónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos.

Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, no podremos llegar a una amistad sincera y  vivencial con El y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: 

“Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada”(Jn 15 1-5).

Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a obispo, altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que El quiere y para la que te ha llamado. Pero, eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo..., pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a El con toda la intensidad y unión queel Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por El. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo... no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo como si fuera verdad. Esta fe vale para salvarnos, pero no para contagiar pasión por Cristo.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, lo vivieron, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado.

En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de aparición corporal, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo.  “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa Nazarena, la Virgen guapa aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, «concibiendo antes en su corazón que en su cuerpo», hasta quedarse sola con El en el Calvario.

Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con El, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. El lo vio en vivencia y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir. “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”;”Para mí la vida es Cristo”. Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos lo dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe…  y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir…”  (2Cor 12,2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo,  porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza  mística, de Espíriu Santo. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio, y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

Repito: la mayor pobreza de la iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”,  pero conocimiento vivencial, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

El sagrario es Jesucristo en amistad y salvación permanentemente ofrecidas al mundo, a los hombres. Por medio de su presencia eucarística, el Señor prolonga esta tarea de evangelización,  de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial,   invitándonos, por medio de la oración y el diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres. Y nos lo dice de muchas maneras:  desde su presencia humilde y silenciosa en el sagrario, paciente de nuestros silencios y olvidos, o también a gritos, desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida: “El que me come vivirá por mí”,desde su presencia testimonial en todos los sagrarios de la tierra.

Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, que es limitado en todo y egoísta, para llenarnos del El mismo, Verbo, Palabra, Gracia   y Hermosura del Padre, hasta la  amistad transformante de vivir su misma vida.  Nuestro amor es «ego» y empieza y termina en nosotros, aunque muchas veces, por estar totalmente identificados con él,  ni nos enteramos del cariño que nos tenemos y por el que actuamos casi siempre, aún en las cosas de Dios y de los hermanos y   del apostolado, que nos sirven muchas veces de pantalla para nuestras vanidades y orgullos.

Sólo Dios puede darnos el amor con que El se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino, ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios que pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y si no nos lleva, entonces no es verdadero amor venido de la vida de Dios: “El Padre y yo somos uno.... el que me ama, vivirá por mí...” “Carísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El... (1Jn 4,7-10).

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva...si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad.... pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre el mismo Dios.

Y esto es así, aunque uno sea cardenal, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura,  porque somos así, por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupa uno en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Los que están a nuestro alrededor nos llenan ordinariamente de tantas alabanzas, sin crítica alguna, que llegamos a creernos perfectos,  que todo lo hacemos bien y que no necesitamos de conversión permanente, como todo verdadero apóstol, que para serlo con verdad y con eficacia, primero y siempre, aunque sea sacerdote u obispo,  debe seguir siendo discípulo de   Cristo, hasta la santidad, hasta la unión total con El. Discípulo permanente y apóstol.

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza;  así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón y silenciar  fallos.

Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo Profeta del Padre, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del Evangelio.  Jeremías se quejó de esto ante el Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Lo natural es rehuir, ser perseguidos y ocupar últimos  puestos. Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta  difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos,  los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, quizás cuando son más necesarios, son cada vez menos o no los colocamos  en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo  a predicar y ser testigos de la Verdad.

Esta es la causa principal de que escaseen los profetas verdaderos del Dios Vivo y de que el reino de Dios se confunda con otros reinos; han enmudecido y son pocos los profetas verdaderos, porque falta vivencia auténtica y experiencia del Dios  vivo.  Hay otras profecías y otros profetismos más aplaudidos por la masa y por el mundo. Todo se hace en principio por el evangelio, por Cristo, pero es muy diferente. El Papa nos da ejemplo a todos, habla claro y habla de aquellas cosas que nos gustan y que no nos gustan, de verdades que nos cuestan, habla de esas  páginas exigentes del Evangelio, que hoy y siempre serán absolutamente necesarias para entrar en el reino de Dios, en el reino de la amistad con Cristo, pero que se predican poco, y sin oírlas y vivirlas no podemos ser discípulos del Señor: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...quien quiera ganar su vida, la perderá...”

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de los verdaderos y evangélicos que nos hablen en nombre de Dios y nos digan con claridad no a muchas de nuestras actitudes y criterios; primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se nota y de esto se resiente luego la Iglesia.  Única medicina: la experiencia de Jesucristo vivo mediante la oración y la conversión permanente, que da fuerzas y ánimo para estas empresas.

La queja de Jeremías ante Yahvé, tiene su   respuesta en las palabras que Dios dirigió a Ezequiel; es durísima y nos debe hacer temblar a todos los bautizados, pero especialmente a los que hemos sido elegidos para esta misión profética:“A tí, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al  malvado: malvado, eres reo de muerte, y tu no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su sangre” (Ez 33,7B8). 

Desde nuestro propio nacimiento estamos tan llenos de  «amor propio», que nos preferimos al mismo Dios; tan llenos de nosotros mismos, de nuestra propia estima y deseos de gloria, que la ponemos como condición para todo, incluso para predicar el evangelio.

Por eso, este cambio, esta conversión solo  puede hacerla Dios, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta  y  hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo. Esta tarea de vaciarnos de nosotros mismos, de este querernos más que a Dios, de amarnos con todo el corazón y con toda el alma y con todas las fuerzas, esto supone la muerte del yo, la conversión total de nuestro ser, existir, amar y programar  de  nuestras vidas:“Amarás al Señor tu Dios ... con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.. y a El solo servirás...

Y esta misma conversión, en negativo, la exige el Señor, cuando nos dice: “Si alguno quiere ser discípulo mío, nieguese a sí mismo, tome su cruz - la cruz que hemos de llevar hasta el calvario personal para crucificar nuestro yo, nuestras inclinaciones al amor propio, nuestras seguridades-  y me siga”, pisando sus mismas huellas de dolor, en totalidad de entrega a la voluntad del Padre, como Cristo(Lc16,24).La conversión no es el fín, sino el medio, el camino para realizar estas exigencias evangélicas. El fín siempre es Dios amado sobre todas las cosas.

«La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, afin de que El sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior ( sin la pobreza radical,) no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que El me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con El. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mi  mismo, desde mi voluntad de poder , tanto más seré  yo mismo de El y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer ) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu»[4].

 Pablo es un libro abierto sobre su conversión interior de actitudes y sentimientos hasta configurarse con Cristo: En un primer momento: “ ¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado...?He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás.... te basta mi gracia..?”  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él. En un segundo momento percibe que para esto debe mortificar y crucificarse con Cristo, solo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi..” Finalmente experimenta que solo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: “libenter gaudebo in infirmitatibus meis...”  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”; “ No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”.  “En lo que a mí , Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”. Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aún en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo:     “ ¿Quién nos separará del amor de Cristo? La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35-39). Pablo también fue profeta verdadero. Por eso fue perseguido fuera y dentro de la misma Iglesia.

Tanto miedo en corregir defectos de las ovejas, no querer complicaciones, no predicar a Cristo entero y completo, hace daño a la Iglesia y a las mismas ovejas, que vivimos con frecuencia en la mediocridad evangélica; no ser testigo verdadero de Cristo sino oficial y palaciego para evitar disgustos personales, ser cobardes en defender la gloria de Dios porque supone persecución o incomprensiones dentro y fuera de la Iglesia, hace que los mismos  sacramentos se reciban sin las condiciones debidas y no sirvan muchas veces ni para la gloria de Dios ni la santificación de los que los reciben: bautizos, bodas, primeras comuniones... muchos bautizados y pocos convertidos, mucha fiesta y pocas comuniones con Cristo, muchas bodas y pocos matrimonios...y así va la Iglesia de Dios en algunas partes de España. Pablo no se ahorró sufrimientos porque Cristo era su apoyo y su fuerza y su recompensa. Y para todo esto, la experiencia viva de Cristo por la oración es absolutamente necesaria. De otra forma no hay fuerza ni entusiasmo ni constancia.

DUODÉCIMA MEDITACIÓN

¿Y SI NOS HICIÉRAMOS UN EXAMEN SOBRE ORACIÓN PERSONAL LOS QUE TENEMOS QUE DIRIGIR ALMAS HASTA EL ENCUENTRO VIVENCIAL CON CRISTO?

Lo primero será entrar dentro de nosotros  mismos y preguntarnos: ¿Verdaderamente yo hago oración todos los días? ¿Me levanto pensando en este encuentro gozoso con Cristo?  ¿Qué camino llevo recorrido, cuáles son mis experiencias principales desde que empecé en mi seminario, noviciado o parroquia, desde mi infancia hasta ahora? Después de veinte, treinta, cuarenta años de oración... ¿cómo es mi oración, mi encuentro con Dios, mi experiencia de amistad personal con Cristo? ¿la tengo? ¿no he llegado a tenerla?  Porque de esto dependerá luego, como hemos dicho, poder ser guías para otros en este camino de encuentro personal y oracional con Cristo.

 En alguna ocasión y dado el clima de confianza lo he probado con mis alumnos del último curso de Estudios Eclesiásticos, próximos ya a la confesión y dirección de almas, después de tratar estos temas de la oración y vida espiritual, a un nivel puramente teórico:  Descríbeme las etapas de la oración y qué prácticas y medios principales de devociones,  conversión,  sacramentos, formas de oración se dan en  cada una. Una persona quiere comenzar la vida espiritual, otra sigue pero hace tiempo que no sabe qué le pasa, pero cree que no avanza, ¿qué le aconsejarías? Otra desea ardientemente al Señor, pero por otra parte siente sequedad, desierto, ¿me podríais decir qué es lo que le puede  pasar, dónde se encuentra en su vida espiritual,  podríais hacer un lan de vida para cada uno? ¿Qué es la oración afectiva, simple mirada, la contemplación y experiencia mística?  Si te encuentras un alma en estado de conversión, qué oración, qué prácticas, qué caminos le indicarías... si dice que no es capaz de orar y antes lo hacía, si te dice que se le caen de las manos los libros para orar, hasta el mismo evangelio, pero quiere orar,  tú qué le aconsejarías, )está muy abajo o muy arriba en el camino de la oración...? Si te dice que antes sentía al Señor y ahora se cansa y se aburre, incluso tiene crisis de fe, y lleva así meses y hasta años, que quiere dejar la oración  por otras prácticas  de acción o piadosas..., porque tiene la sensación de que está perdiendo el tiempo, vosotros, qué  consejos le daríais...?

 San Juan de la Cruz habla de los despistados y del daño que hacían algunos directores de almas en su tiempo y por eso se animó a escribir sus escritos: «... por no querer, o no saber o no las encaminar y enseñar a desasirse de aquellos principios... por no haber acomodádose ellas a Dios, dejándose poner libremente en el puro y cierto camino de la unión...»; «...porque algunos confesores y padres espirituales, por no tener luz y experiencia de estos caminos antes suelen impedir y dañar a semejantes almas que ayudarlas al camino» (Prologo,3 y 4).

Por cierto y es sintomático, que San Juan de la Cruz, que quiere hablarnos del camino de la oración,  tanto en la Subida como en la Noche, sin embargo, en estas dos obras se pasa todo el tiempo hablando  principalmente de purificaciones y purgaciones, de vacíos y de las nadas en los sentidos del cuerpo y en las potencias y  facultades del entendimiento, memoria y voluntad, que ha de producirse en el alma para que Dios pueda unirse a ella; para S. Juan de la Cruz, a mayor unión, mayor purificación-limpieza-vacío- noche de sentidos y de espíritu, activa y pasiva... para poder llenarse sólo  de Dios. Está tan convencido de que para poder tener oración, lo fundamental es la noche, esto es, la conversión, que espontáneamente describe la necesidad y los modos de la misma, activa y pasiva, porque esta es la mejor forma de prepararse o hacer oración en los comienzos, al medio y también al final de este proceso. Para S. Juan de la Cruz, por tanto, la oración y la progresión en la misma exige la conversión total y permanente del alma hacia Dios.

Es pena grande y daño inmenso para la Iglesia, incalculable perjuicio también para el apostolado, que en muchos seminarios, noviciados, casas de formación, parroquias... no se hable con la insistencia y el entusiasmo debidos de esta realidad, que no se vean serios ejemplos, que no tengamos maestros de oración experimentados,  montañeros de este camino, que puedan dirigir y enseñar y animar a otros; cuántos movimientos apostólicos, catequesis de jóvenes o adultos, grupos de adultos, matrimonios, que se vienen abajo, se deshacen o permanecen toda la vida aburridos y anquilosados por no tener  espacios de oración, por no haber descubierto su importancia, y aunque a veces tengan espacios que llaman así, no tienen que ver nada con la oración verdadera y todo esto por carecer de guías de la montaña de la oración, de la perfección y de la santidad.

 En principio, todo sacerdote, religioso/a , todo cristiano o apóstol o catequista responsable de Iglesia  tenía que ser maestro de oración, por su misma vocación y misión; tenía que ser hombre de oración para tener amistad con Jesús y poder dirigir a los demás hasta este encuentro. Sin embargo, todos sabemos también que esto muchas veces no es así. Y si no practicamos ni vivimos la oración personal,  tú me dirás cómo podremos dirigir a los demás, qué podremos saber y enseñar sobre ella, qué entusiasmo y testimonio y convencimiento podremos infundir en nuestras parroquias, seminarios, noviciados o casas de formación. Así que ni lo intentamos. Últimamente Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación.

Este es el encargo principal que hemos recibido los  sacerdotes. Todas las parroquias tenían que ser escuelas de  oración, porque la misión esencial para la que hemos sido enviados es para dar a conocer y amar a Jesucristo y la oración es el camino y la puerta. Por eso, todos los grupos tenían que saber orar para amar verdaderamente  a Jesucristo, tanto en los grupos de catequesis, cáritas, pastoral sanitaria, liturgia, aunque algunos fueran  más específicamente grupos de oración

Sin oración, nos quedamos sin identidad cristiana y sin espíritu en el apostolado y en la Iglesia. Todo queda reducido muchas veces a su aspecto exterior y visible, olvidando lo interior y el alma de todo apostolado, el orarAen espíritu y en verdad@, reducidos muchas veces  a tareas   puramente humanitarias, como si fuéramos una ONG, activistas de una ideología, pero faltos de vivencia de Dios, de Espíritu Santo, de evangelio, de conocimiento vivencial de lo que hacemos o predicamos.

Por este motivo, muchos llamados a ser guías del pueblo de Dios, en su marcha hasta la tierra prometida, nos hacen perder dirección, fuerzas, tiempo y metas verdaderas, nos hacen quedarnos para siempre en el llano y no son capaces de conducirnos hasta la cima del Tabor, para ver a Cristo transfigurado y bajar luego al llano para trabajar, convencidos e inflamados de que Cristo existe y es verdad, de que todo el evangelio y la fe y el encuentro existen y son verdad.

Por no escuchar a Cristo cuando nos sigue invitando, como hizo en Palestina: “ Venid vosotros a un sitio aparte@, Allamó a los que quiso para estar con El y enviarlos a predicar@, Atomando a Pedro, Santiago y Juan subió a un monte a orar” (Lc 9, 28), vamos al trabajo apostólico vacíos de El, desprovistos de su fuego y entusiasmo, para contagiarlos a los que nos escuchan y poder hacer seguidores suyos. “Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose, dijo: Señor ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Díle, pues, que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Jn 12, 40. 42).

Todo cristiano, todo catequista, apóstol, toda madre cristiana, pero, sobre todos, todo sacerdote debe ser hombre de oración: «A ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos “Abba, Padre”, los presbíteros deben entregarse  a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una oración favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes y atentos del  Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y , sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico». (Sínodo de los obispos sobre el sacerdocio ministerial, 1971)

Qué carencias más importantes se siguen luego en la vida personal y apostólica de los responsables de la evangelización, de los bautizados y ordenados en Cristo, si no saben  infundir con fe viva el conocimiento y seguimiento de Cristo, de hacerle presente, creíble y admirado, por no estar ellos personal y  suficientemente  formados en este camino, por lo menos hasta ciertas etapas. Por eso, al no estar  formados y curtidos en este sendero, al no sentir el atractivo de Cristo, tampoco pueden luego guiar a los demás, aunque sea  su cometido y ministerio principal.

¡Qué responsabilidad tan grande, especialmente en los   pastores de la Diócesis y de la Iglesia, en los superiores religiosos y  párrocos, que  somos los formadores y  directores espirituales de las parroquias y de los seguidores de Cristo...! ¡Qué ignorancia tan frecuente de estas realidades a la hora de tener que elegir los formadores de los seminarios y noviciados, qué daño si no se tiene en cuenta la suficiente personalidad espiritual, teológica, humana y pastoral para estos cargos, cuánto daño se puede hacer a la Iglesia, daño irreparable, por ser causa a su vez de una cadena interminable de otros daños, que se siguen para la diócesis, que se van empobreciendo en todo: Congregaciones, Institutos Religiosos, Fraternidades, que llegan a perder el carisma propio de la orden, debido a una mala formación espiritual en los elegidos del Señor!

¡Qué prisas por trabajar y hacer cosas que se ven,  por hacer bajar al llano de la vida apostólica a los seminaristas o novicios, para que empiecen la misión,  cuando lo verdaderamente importante en esa etapa es estar con Jesús para ser luego enviados a predicar! Lo primero en el tiempo y en la misión es estar con el Señor, formarse bien en el estudio, el silencio, en la vida comunitaria, adquiriendo una fuerte personalidad evangélica, teológica, espiritual y pastoral, para luego poder comunicárselo con entusiasmo a la gente.

Primero es el estar con El, luego, si hay que bajar al llano para trabajar, bajaremos hasta que llegue el Tabor definitivo, pero qué diferencia, habiéndolo aprendido así y confirmado con los mismos superiores,  en el mismo seminario o noviciado;  qué difícil aprenderlo luego, por las ocupaciones pastorales, por las prisas y faltas de silencio, a no ser que haya gracia especial del Señor, puesto que el tiempo oportuno fueron el desierto y silencio de estos centros de formación espiritual, teológica, pastoral, humana...

Es verdad, sin embargo, que el apostolado y la vida sacerdotal no va a ser totalmente inútil por carecer de esta formación, pero perderá muchísima eficacia y no dará la gloria a Dios que El se merece, y no hará tanto bien a los hermanos como ellos necesitan, ya que estamos tratando de eternidades y aquí todo es grave y trascendente. Hay que sacrificarse más, hay que ser santos para cumplir la tarea encomendada. Este es el fin principal de nuestro ministerio y misión.  “ He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió... Esta es la voluntad del que me envió que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día”. (Jn 6, 38-40). Y S. Pablo da razón de su tarea evangelizadora: “Todo lo he sacrificado y lo tengo por basura, a fín de ganar a Cristo y encontrarme con El, no teniendo una justicia propia, sino lograda por la fe en Cristo y que procede de Dios y está enraizada en la fe” (Fil 3,8-9). “Por eso lo soporto todo por amor a los elegidos, para que consigan la salvación que nos trae Cristo Jesús y la salvación eterna”. (2Tim 2,10).

Ha llegado a mis manos el discurso que el Papa Juan Pablo II ha dirigido al Capítulo general de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002. Entresaco algunos párrafos:

«Sentir la exigencia de buscar el reino de Dios ya es un don, que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos (cfr 1Jn 4,10). Es consolador buscar a Dios, pero al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales. ¿Cómo repercute esto entre vosotros, en el contexto histórico actual? Supone ciertamente acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración en la celda a las celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga» del mundo a la presencia junto al que sufre.... La experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica.... Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica»[5].

Queridos hermanos, tenemos que “orar sin intermisión” como nos dice S. Pablo (Te 5,17), pues sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a la obra en que trabajemos, como El ya nos dijo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Los Apóstoles, convencidos de esto por los consejos del Señor y por su propia experiencia apostólica, al constituir los primeros diáconos, dijeron: “...así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra” (Hch 6,4) (SC. 86).

 Lo primero es:  “el Señor  llamó a los que quiso para  estar con El y enviarlos a predicar..,”  “  María ha escogido la mejor parte” Y por lo que yo he visto en los santos y en  todos los que han seguido a Cristo a través de los siglos, canonizados o no, este es el único camino: ni un solo santo,  que no haya sido eucarístico, que no haya hecho largos ratos de oración ante el Señor Eucaristía, pero ni uno solo... luego habrán sido de derechas o de izquierdas, ricos o pobres, activos o contemplativos, de la enseñanza o de la caridad, laicos o curas, profetas, misioneros o padres de familia,  lo que sea..., pero ninguno que no fuera hombre de oración. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más biblia ni más grupos de formación que el sagrario. Allí lo aprendieron todo y así nos lo enseñaron.

Por eso es muy importante que nos preocupemos de «estas cosas», porque como queda dicho,  lo  que no se vive, termina olvidándose y podemos constatarlo personalmente, incluso tratándose de verdades teológicas. La oración eucarística es la fuente que mana y corre siempre llena de estas verdades y vivencias, aunque sea muchas veces a oscuras y sin sentir nada.

El  Concilio Vaticano II habla repetidas veces sobre la importancia capital de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y en nuestra vida personal: « ...los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo... Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...  (Los sacerdotes) les enseñan, igualmente, a participar en la celebración de la sagrada liturgia, de forma que exciten también en ellos una oración sincera; los llevan como de la mano a un espíritu de oración cada vez más perfecto, que han de actualizar durante toda la vida en conformidad con las gracias y necesidades de cada uno....La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración» (PO 5).

Pues bien, teniendo presente todo esto y lo que llevamos dicho en este capítulo, ya me diréis qué interés puedo yo tener por Jesucristo y su causa, si Cristo personalmente me aburre; cómo  entusiasmar a las gentes con El si yo personalmente  no siento entusiasmo por El, y para esto, la oración es totalmente necesaria, porque es fuente y termómetro indicativo; para lograr que los hombres y mujeres  conozcan y amen y se enamoren de Jesucristo, que lo sigan y lo busquen, nosotros hemos de darles ejemplo y buscarlo en la oración, que, si es ante Cristo Eucaristía, tiene una fuerza y plenitud mayor. De Cristo y por el canal de la oración hemos de recibir el espíritu y el entusiasmo de nuestro apostolado: “ vosotros sois mis amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conoce”,”Pedro, me amas más que estos... apacienta mis ovejas; Pedro, me amas...”, por tres veces le sometió a un examen de amor antes de ponerle al frente de su Iglesia. Y Pablo:“Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi”.  Y cuando tenemos el espíritu de Cristo, entonces: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha...” “Yo en vosotros y vosotros en mi”  “...vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Podremos hacer las acciones de Cristo, predicar las palabras de Cristo, pero no podremos transmitir su espíritu, si no lo tenemos. Somos sarmientos, canales del Amor y Salvación de Dios, del Espíritu Santo de Dios. Para eso necesitamos el espíritu, el alma, el corazón, la adoración que Cristo sentía por su Padre para poder ser su prolongación. Para ser verdaderamente presencia sacramental de Cristo, de su persona y apostolado, necesitamos sus mismos sentimientos y actitudes. Y no le demos vueltas, a Cristo, a su evangelio sólo se les comprende, cuando se viven; y si no, fijáos qué diferencia existe, qué distinta manera de hablar y actuar,  cuando tienes que hablar o defender un tema que vives o te muerde el alma, la vida y la estima tuya o de los tuyos ....o por el contrario, cuando se trata de un asunto de otros, de un tema que te han contado o has leído, pero que, en definitiva, no lo  necesitas para vivir o realizarte. 

La mayor tentación del mundo materialista actual y de siempre, en lo que se unen y se esfuerzan todos los poderosos del «mundo», es demostrar que Dios ya no es necesario, que se puede vivir y ser felices sin El. Y, por otra parte, tenemos todo lo contrario, que constituye una prueba de fe y un argumento en favor nuestro, y  es que hoy día hemos llenado con el consumismo nuestras vidas y nuestros hogares de todo y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios, que es el TODO de todo y de todos.

El materialismo y el consumismo reinante destruyen nuestra identidad cristiana, nos destruye como Iglesia e hijos de Dios. Ahora equipamos a nuestros hijos y juventud de todo: inglés, judo, trabajo, dinero, piso, sexo, masters de todo...  y  ahora resulta que les falta todo, que se sienten vacíos... porque les falta Dios. Cómo convencer a nuestra gente de que Dios es el todo, el único que puede  llenarlo todo de sentido y de amor y de vida y de felicidad verdaderas... cómo ayudar a los hombres de ahora  a salir de ese vacío existencial y proponerles como medio y remedio que se acerquen a Dios, al Dios amigo y cercano que es Cristo Eucaristía, si  nosotros mismos no lo hacemos ni lo hemos experimentado... si nunca nos ven orar en la Iglesia o delante del sagrario, y esto ya es norma y comportamiento ordinario en nuestra vida sacerdotal, cristiana, pastoral, militante, catequista...

Queridos hermanos, por qué no empezar desde hoy mismo, desde ahora mismo...parémosnos   delante del sagrario, mirémosle a Cristo con afecto, hagamos bien la genuflexión,  si podemos, que no es un trasto más del templo o capilla, que es el Señor, que es nuestro Salvador, el centro y corazón de la parroquia, de tu grupo, de tu comunidad, de tu vida cristiana... ¿Lo es, o no lo es? ¿ o lo es sólo teóricamente? ¿Cómo acordarte, cómo predicar esto, si no lo vives? Ayúdales a los tuyos con tu vida, con tu ejemplo, con tu comportamiento.... “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente”.Algunos sacerdotes, religiosos y seglares apóstoles   dudan de la eficacia del evangelio y hablan muy decepcionados de sus trabajos apostólicos, de su actividad parroquial, misionera. Es lógico y una prueba, pero en negativo, de lo que estoy diciendo. Me duele por ellos y por todos, por la Iglesia.     Su vida no ha sido inútil, porque todos somos canales más o menos anchos, pero canales de gracia  Hay que ser luz de Cristo primero para poder iluminar: “Vosotros sois la luz del mundo... alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestra buenas obras….      

DÉCIMO TERCERA MEDITACIÓN

ORACIÓN Y SANTIDAD, FUNDAMENTOS DEL APOSTOLADO, EN LA CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II  NOVO MILLENNIO INEUNTE

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía.

Insisto que el Papa, en esta carta, los que quiere es hablarnos del apostolado que debemos hacer en este nuevo milenio que empieza, y al hacerlo, espontáneamente le sale la verdad: lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad y la oración... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Qué pena tengo, pero real, que después de esta doctrina del Papa, Congresos y Convenciones, en Sínodos y reuniones pastorales, sigamos como siempre, hablando de acciones con niños, jóvenes, adultos, si tenerlas así o de la otra forma, poniendo en el modo toda la eficacia dando por supuesto lo principal: “sin mí no podéis hacer nada”; y para eso el camino más recto es la oración personal para enseñar y llevar a efecto la de los evangelizandos.

Si yo consigo que una persona ore, le he puesto en el fín de todo apostolado, en el encuentro personal con Dios, al que tratan de llevar todas las demás acciones apostólicas intermedias, en las que a veces nos pasamos años y años sin llegar a la unión con Dios, al encuentro personal y afectivo con Él.

El camino y la verdad y la vida es Cristo, y sin encuentro personal con Él no hay cristianismo, y el camino para encontrarnos con Él —ningún santo y apóstol verdadero que no lo ha dicho y hecho, es la oración: «Que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

La oración es el apostolado primero y fundamental, es empezar hablando con Él y pidiendo, para que nos diga qué y cómo llevar directamente las almas hasta Él, para no ir sin Él a la acción o las mediaciones, que a veces no llegan hasta Él; luego vendrán los medios, que son a los que únicamente llamamos y tenemos por apostolado, acciones apostólicas, que deben llegar y dirigir la mirada hasta Él, pero a veces nos entretenemos en eternos eternos apostolados de preparación para el encuentro. ¡Cuánto mejor sería llevar a las almas hasta el final, enseñarle y hacerle orar, y desde ahí recorrer el camino de santificación!

La santidad es la unión plena con Dios. Y para esta unión plena y transformante en Dios, el camino principal y fundamental y base de todos los demás es la oración contemplativa o infusa de Dios en el alma. Como por otra parte, “sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en aquel que me conforta”, resulta que quien está totalmente unido a Dios y el que más agua de gracia divina puede llevar a los surcos de la vida de los hombres y del mundo, el mejor apóstol es el más y mejor ora.

Voy a recorrer la Carta, poniendo los números pertinentes con su mismo orden y enumeracón, para que, quien quiera ampliarlos, pueda hacerlo acercándose a la Carta, porque yo sólo cito lo que considero más importante.

Insisto que al Papa, lo que más le interesa, es hablarnos del apostolado, del nuevo dinamismo apostólico que debe tener la Iglesia al empezar el Nuevo Milenio, pero al hablarnos de apostolado, quiere subrayar y recalcar, como el primero y fundamental, la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad es la oración; cuanto más elevada sea, mejor, porque indica mayor unión de transformación en Dios. Por eso nos habla de la necesidad absoluta de santidad por la oración como el alma de todo apostolado.

Paso a citar algunos de los textos de la Carta Apostólica Novo millennio ineunte donde el Papa nos habla de esta experiencia de Dios; lo hago tal cual está escrito en la Carta.

Un nuevo dinamismo

15. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

CAPÍTULO 2

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1,1).

El camino de la fe

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

La profundidad del misterio

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27[26],8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

Rostro del Resucitado

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retorna hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8)

CAPITULO 3

CAMINAR DESDE CRISTO

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

LA SANTIDAD

30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

31.- Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.

LA ORACIÓN

32.- Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC 10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

33.- La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como Aunión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.”

Primacía de la gracia

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

Escucha de la Palabra

39.- No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia.

Anuncio de la Palabra

40.- Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de a predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo.

DÉCIMO CUARTA MEDITACIÓN

LA PEOR POBREZADE LA IGLESIA ES LA POBREZA EUCARÍSTICA, ESPIRITUAL-MÍSTICA

Terminado este testimonio del Papa Juan Pablo II en la Novomillennio ineunte, quisiera añadir que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración contemplativa, eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y sagrario: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que los obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el apostolado como para la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Me duele muchísimo tener que decir esto, porque puedo hacer sufrir y me harán sufrir, pero se trata del bien de los hermanos, que han de ser formados en el espíritu de Cristo. De los seminarios y casas de formación han de salir desde el Papa hasta el último ministro de la Iglesia. Y estoy hablando no de éste o aquel seminario u Obispo, que es el reponsable de su seminario, yo me estoy refiriendo a todos los seminarios y a todos los sacerdotes y a todos los Obispos. Y esta doctrina no es mía, sino del Papa y la responsabilidad  viene del Señor. Todos somos responsables y todos tenemos que formar hombre de oración encendida de amor a Cristo y a los hermanos.

Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también lo estará; y, si por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes. Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados en sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato familiar con los seminaristas, por la selección y cuidado de los formadores.

Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de toda evangelización. Para todo obispo, su seminario y los sacerdotes debe ser la ocupación y preocupación y la oración más intensa; tiene que se algo que le salga del alma, por su vivencia y convencimiento, no por guardar apariencias y comportamientos convencionales; tiene que salir de dentro, de las entrañas de su amor loco por Cristo; ahí es donde se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia.

Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona; o cuando es un trabajo más de la diócesis, un compromiso más que debe hacer, pero no ha llegado a esta a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo. Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario. Es la presencia de Cristo que más hay que cuidar después de la del Sagrario: que esté limpia, hermosa, bien cuidada. Pero tiene que salir del alma, de la unión apasionada por Cristo. De otra forma…

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre seminarios y seminarios! ¡Qué envidia santa y no sólo por el número sino por la orientación, la espiritualidad, por todo esto que dice el Papa en su Carta Apostólica NMI! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios por la participación en gracia de su misma vida en felicidad y amor? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, para la que únicamente fuimos creados, y es la razon, en definitiva, de nuestrso apostolado y tareas con niños, jóvenes y adultos, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristianas, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia el fin, hacia la meta, hacia la unión y la vida de plena glorificación en Dios?

¿La deseamos? ¿Está presente en nuestras vidas y apostolado? Para mí que estas realidades divinas solo se desean si se viven. El misterio de Dios no se comprende hasta que no se vive. Y el camino de esta unión es la oración, la oración y la oración personal en conversión permanente, que nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos sólo de Dios en nuestro ser, cuerpo y espíritu, sentidos y alma, especialmente en la liturgia, en la Eucaristía, hasta llegar a estos grados de unión y amor divinos.

Y de la relación que expreso de la experiencia de Dios con el apostolado, siempre diré que la mayor pobreza vital y apostólica de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística; quiero decir, que ahora y siempre ésta será la mayor necesidad y la mayor urgencia de la vida personal y apostólica de los bautizados y ordenados; tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas en mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; sí, sí, habrá acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero no en la fe, porque algunos expresamente afirman no tenerla y allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo… Y para hacer las acciones de Cristo, para hacer el Apostolado de Cristo hay que seguir su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el“estar con Él” es condición indispensable para hacer las cosas en el nombre-de Cristo.

DÉCIMO QUINTA

BREVE ITINERARIO DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

       Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que te dice a tí y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por tí; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Avila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucaudl...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios. La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

 La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto” (Mt 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con El, para pedirle luz y fuerzas.

La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

       Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada , porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y professional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

La oración, desde el primer día, es amor a Dios:  «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro (abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

       Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tu, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tu solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la «duda metódica» puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿habrá sido todo pura  imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que El está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

En estas etapas, que pueden durar meses y años, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

 La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero; así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que El pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia..   que se funda en la fe y nos viene de la fe en Cristo”.

San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias,  nos dirá que la contemplación,  la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender como es ésta contemplación infusa» (N II 5,1).

Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando, es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinito, es que vive y está convencida de  que ha perdido la fe, a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida, no digamos si está en un seminario o en un noviciado, piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse... ¡Qué sufrimientos de purgatorio, de verdadero infierno, qué soledad!  ¡ Dios mío ¿ pero cómo permites sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en El y por El y vivamos de El, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe y el amor a El van en relación directa con lo que estoy dispuesto a renunciar por El, a vaciarme por El.  Por eso, conviene no olvidar que creer en Dios, para no engañarse y engañarnos, es estar dispuestos a renunciar a todo y a todos y hasta a nosotros mismos, por El. La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por El. Renuncio a mucho por El, creo mucho en El y le amo mucho; renuncio a poco, creo poco en El y le amo poco. Renuncio a todo por El,  creo totalmente en El, le amo sobre todas las cosas; no renuncio a nada, no creo nada ni le amo nada, aunque predique y diga todos los días misa. Pregúntate ahora mismo: ¿A qué cosas estoy renunciando ahora mismo por Cristo?  Pues eso es lo que le amo, esa es la medida de mi amor.

Por eso, en cuanto el evangelio, Jesucristo, la Eucaristía nos empiezan a exigir para vivirlos, entonces mi yo tratará de buscar apoyos y razones y excusas para rechazar y retardar durante toda su vida esa entrega, y hay muchos que no llegan a hacerla, la harán en el purgatorio, pero  como Dios es como es, y soy yo el que tiene que cambiar, y Dios quiere que el único fundamento de la vida de los cristianos sea El, por ser quien es y porque además no puede amar de otra forma sino en sí y por sí mismo y esto es lo que me quiere comunicar y no puede haber otro, porque todo lo que no es El, no es total, ni eterno ni esencial ni puede llenar.....entonces resulta que todo se oscurece como luz para la inteligencia y como apoyo afectivo para la voluntad y como anhelo para la esperanza y es la noche, la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento,  memoria y voluntad.

       «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

Es  buscar razones y no ver nada, porque Dios  quiere que el alma no tenga otro fundamento que no sea El, y es llegar a lo esencial de la vida, del ser y existir...y entonces todo ha de ser purificado y dispuesto para una relación muy íntima con la Santísima Trinidad; si es malo, destruirlo, y si es bueno, purificarlo y  disponerlo, como el madero por el fuego:  antes de arder y convertirse en llama,  el madero, dice S. Juan de la Cruz, debe ser oscurecido primero por el mismo fuego, luego calentarse y, finalmente, arder y convertirse en llama de amor viva, pura ascua sin diferencia posible ya del fuego: Dios y alma para siempre unidos por el Amor Personal de la Stma. Trinidad, el Espíritu Santo, Beso y Abrazo eterno entre el Padre y el Hijo.

Es la noche de nuestra fe, esperanza y amor: virtudes y operaciones sobrenaturales, que, al no sentirse en el corazón, no nos ayudan aparentemente nada, es como si ya no existieran para nosotros;  además, tenemos que dejar las criaturas, que entonces resultan más necesarias, por la ausencia aparente de Dios, a quien sentíamos y nos habíamos entregado, pero ahora no lo vemos, no lo sentimos, no existe;  por otra parte y al mismo tiempo y con el mismo sentimiento, aunque nos diesen todos los placeres de las criaturas y del mundo, tampoco los querríamos, los escupiríamos, porque estamos hechos ya al sabor de Dios, al gusto y plenitud del Todo, aunque sea oscuro... total, que es un lío para la pobre alma, que lo único que tiene que hacer es aguantar, confiar y no hacer nada, y digo yo que también el demonio mete la pata y a veces se complican más las cosas.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando ademas de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, viene la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los desprecios sin fundamento alguno..., cuando no se comprenden noticias y acontecimientos del mundo, de tu misma Iglesia...de los mismos elegidos... cuando uno creía que lo tenia todo claro, y viene la muerte de  nuestros afectos carnales que quieren  preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo por encima de Ti, que debes ser nuestra única esperanza,  cuando llegue la hora de morir a mi yo que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a ti,  échanos una mano, Señor, que te veamos salir del sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda (no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga la noche, es Getsemaní, Tú lo sabes bien, Señor, es morir sin testigos ni comprensión, como Tú, sin que nadie sepa que estás muriendo, sin compañía sensible de Dios y de los hombres, sin testigos de tu esfuerzo, sino por el contrario, la incomprensión,  la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos... que entonces, Señor, veamos que sales del sagrario y nos acompañas por el camino de nuestro calvario hasta la muerte del yo para resucitar  contigo a una fe     luminosa, encendida,  a la vida nueva de amistad y experiencia gozosa de tu presencia y amor y de la Trinidad que nos habita.

Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, solo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, pero que para todos se convierte en purificación,  más o menos dolorosa en tiempo e intensidad, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

Por aquí hay que pasar, para identificarnos, para transformarnos en Cristo, muerto y resucitado:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos vamos transformando en la misma imagen de gloria, movidos por el Espíritu Santo” (2Cor 3,18). Es la gran paradoja de esta etapa de la vida espiritual: porque es precisamente el exceso de presencia y luz divina la que provoca en el alma el sentimiento de ceguedad y ausencia aparente de Dios: por deslumbramiento, por exceso de luz directa de Dios, sin medición de libros, reflexiones personales, meditación... es luz directa del rayo del Sol Dios. S. Juan de la Cruz es el maestro:  «Y que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a los principios está claro; porque como esta divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en extremo buenas y el alma, que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas miserias, también en extremos malas, de ahí es que no pudiendo dos contrarios caber en el sujeto del alma, de necesidad hayan de penar los unos contra los otros, para razón de la purgación que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace» (N II 5, 41).

Que nadie se asuste, el Dios, que nos mete en la noche de la purificación, del dolor, de la muerte al yo y a nuestros  ídolos adorados de  vanidad, soberbia, amor propio, estimación.... es un Dios todo amor, que no nos abandona sino todo lo contrario, viéndose tan lleno de amor y felicidad nos quiere llenar totalmente de El. Jamás nos abandona, no quiere el dolor por el dolor, sino el suficiente y necesario que lleva consigo el vaciarnos y poder habitarnos totalmente. Lo asegura San Pablo: “Muy a gusto, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor. 8,1).

Quizás algún lector, al llegar a este punto, coja un poco de miedo o piense que exagero. Prefiero esto segundo, porque como Dios le meta por aquí, ya no  podrá echarse para atrás, como les ha pasado a todos los santos, desde S. Pablo y S. Juan hasta la madre Teresa de Calcuta, de la cual acaban de publicar un libro sobre estas etapas de su vida, que prácticamente han durado toda su existencia; todavía no lo he leído. Porque el alma, aunque se lo explicaran todo y claro, no comprendería nada en esos momentos,  en los que no hay luz ni consuelo alguno, y parece que Dios no tiene piedad de la criatura, como en Getsemaní, con su Hijo...Pero por aquí hay que pasar para poner solo en Dios nuestro apoyo y nuestro ser y existir. El alma, a pesar de todo, tendrá fuerzas para decir con Cristo:       “ Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad , sino la tuya...

Uno no comprende muchas cosas dolorosas del evangelio, de la vida de Cristo, de la vida de los santos, de muchos hombres y mujeres, que he conocido y  que no serán canonizados, pero que son para mí verdaderos santos... en concreto, no entiendo por qué Jesús tuvo que sufrir tanto, por qué tanto dolor en el mundo, en los elegidos de Dios...por qué nos amó tanto, qué necesidad tiene de nuestro amor, qué le podemos dar los hombres que El no tenga... tendremos que esperar al cielo para que Dios nos explique todo esto. Fue y es y será todo por amor. Un amor que le hizo pasar a su propio Hijo por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y la vida, y que a nosotros nos injerta desde el bautismo en la muerte de Cristo para llevarnos a la unión total y transformante con Él.

Es la luz de la resurrección la que desde el principio está empujándonos  a la muerte y en esos momentos de nada ver y sentir es cuando está logrando su fín, destruir para vivir en la nueva luz del Resucitado, de participación en los bienes escatológicos ya en la carne mortal y finita que no aguanta los bienes infinitos y últimos que se están haciendo ya presentes: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús...». En esos momentos es cuando más resurrección está entrando en el alma, es esa luz viva de Verbo eterno, de la Luz y Esplendor de la gloria del Padre- Cristo Glorioso y Celeste la que provoca esa oscuridad y esa muerte, porque el gozo único y el cielo único es la carne de Cristo purificada en el fuego de la pasión salvadora y asumida por el Verbo, hecha ya Verbo y Palabra Salvadora de Dios y sentada con los purificados a la derecha del Padre.

Es el purgatorio anticipado, como dice San  Juan de la Cruz. Precisamente quiero terminar este tema con la introducción a la SUBIDA: «Trata de cómo podrá el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez  y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión».  

Cuando una persona lee a S. Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...  y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío,  ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva.... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, entusiasman, gustan y enamoran,  contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad.  ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión. Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios:

«De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios , y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de El recibe».

«Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en El se ame como El merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

«Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Si mismo, pues El en Sí siempre se es El mismo; pero el alma de suyo perfecta y  verdaderamente lo hace, dando todo lo que El le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma , y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis”(Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”.ALo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

«Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella» (LL. B. 78-80)

DÉCIMO SEXTA MEDITACIÓN

“APRENDED DE MÍ QUE SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN” (MT 11, 25)

Esto mismo que acabo de decir, pero con otras palabras, es lo que podemos encontrar en este pasaje evangélico:

“Por aquel tiempo, tomó Jesús la palabra y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. (Mt 11, 25-30).

Jesús,  movido de ternura y compasión hacia sus discípulos y hacia los que quieran seguirle, en todos los tiempos, nos invita a venir a él, a dialogar y encontrarse con su persona y su palabra, que nos llenan de paz y sentido, de seguridad, de certezas definitivas:“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados...”  Nos lo dice hoy y ahora mismo  este mismo Cristo, que  está cerca de nosotros aquí, en el sagrario y desde ahí nos repite estas mismas palabras de Palestina. Está tratando de consolar y de ayudar a los discípulos, que se han quedado un poco perplejos por la exigencias del reino, del seguimiento...y sin embargo, nada más decir estas palabras de consuelo, no les dice, os quito esto o aquello o no es tanto como os suponéis... sino que añade, reafirmándose: “Cargad con mi yugo....” y cuál es ese yugo “ aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

           Esto es lo que vengo diciendo repetidas veces en este libro: sin conversión no hay amistad ni discipulado ni seguimiento del Señor. Y por ese camino nos tienen que venir todas las gracias sobrenaturales, todos los conocimientos y amores a Dios y a su Hijo.“Nadie conoce al Padre sino el Hijo...” La fe no son verdades ni ritos ni ceremonias, la fe fundamentalmente es creer y aceptar a una persona y esa persona es Jesucristo. El cristianismo es fundamentalmente una persona, Jesucristo, y éste, crucificado. Somos seguidores de un crucificado

“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Entonces dijo a los discípulos: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida , la perderá; pero el que la pierde por mi, la encontrará”(Mt 16,21-25).

Quisiera resaltar que el pobre Pedro, que quiso decirle al Señor, que no se preocupase, que eso no pasaría, recibió una de las palabras más duras del evangelio.(Satanás! Y es que para Cristo, como para todos los santos, la voluntad del Padre está por encima de todo y  nadie le apartará de este camino, que les lleva a la unión suprema con Él,  aunque sea un camino lleno de sufrimientos y de cruz y dolor. A veces, este convencimiento, les hace decir a los santos ciertas frases, que suenan a puro dolorismo, de buscar el dolor por el dolor. ¡jamás las interpretéis así! No quieren el dolor por el dolor sino que están tan convencidos de que han de abrazarse con el crucificado para identificarse con Él, que identifican unión con Cristo y sufrimiento, cristianismo y dolor.

       Creer en una persona, en Jesucristo, quiere decir, aceptar su persona, su amistad, porque nos fiamos de ella y tendemos a hacernos una cosa con ella por el amor, aunque nos cueste sacrificios. Lo que se cree, en el fondo, no son verdades, ideas ni siquiera tan elevadas como el cielo, la gracia, la vida eterna, el pecado....sino que se  cree y  se fía uno de esta persona y esto es la mejor forma de amarla y honrarla.  Si fuera lo primero saber verdades, la religión sería cuestión de inteligencia y los sabios serían los preferidos en el reino. Pero bien claramente dice Jesús que no es así, que es cuestión de fiarse, de amar y confiar en su persona y, por tanto, el cristianismo es cuestión de amor, porque es cuestión de amistad. Arreglados van los que quieran encontrarse con Cristo única o principalmente por el entendimiento o las ideas o la misma teología. Jesucristo, la eucaristía, el misterio cristiano es cuestión de amor, la teología va detrás de la fe y debe ser siempre sierva respetuosa, humilde, arrodillada, sobre todo, cuando no comprenda.

Pregunten a los santos, que son los que verdaderamente han conocido a Cristo y  su evangelio y en Él encontraron el tesoro de su vida, por el cual lo dejaron todo; pregunten modernamente a Santa Teresa del Niño Jesús, beata Isabel de la Trinidad, a Teresa de Calcuta y tantos santos «ignorantes»de la teología especulativa, que viven aún  en este mundo. Todo lo aprendieron por la oración y  la amistad con Cristo Eucaristía. Entonces es cuando entran los deseos de estudiar y leer teología, mucha teología, como Teresa de Jesús.

 Por eso, Jesús anima a todos a que le busquen así, porque es la mejor y más completa forma de encontrarle: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. Y para que no quede ningún resquicio, por donde pueda escaparse el sentido que Él quiere dar a estas palabras suyas ni vengan luego los sabios con interpretaciones manipuladas,  añade:“Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Da gracias al Padre por manifestarse a los sencillos, porque el mensaje y la palabra de Cristo sobre el reino, sobre el amor del Padre y su plan de salvación, la fraternidad que Dios quiere entre todos los hombres, la verdadera justicia, la paz de la humanidad no se comprende totalmente por vía de inteligencia e ideas humanas sino por revelación de amor, que Dios concede a la gente sencilla y se niega a los sabios autosuficientes.

Los que están más vacíos de sí mismos, “los pobres en el espíritu”, los que no se fían de sí mismos son los que se abren a Dios, a su revelación en Cristo y a los mismos hermanos con mayor facilidad. Porque la fe-confianza en Dios es la que nos da acceso a este conocimiento superior de Dios, en el que sólo nos puede introducir el Hijo, que es su Palabra pronunciada con Amor-Espíritu Santo para nosotros. La verdadera teología siempre se estudiará de rodillas, es decir, dando  preferencia a la fe y al amor, pisando sus huellas, siempre será  arrodillada.

       La fe cristiana es una clase especial de conocimiento porque es Asabiduría amorosa@según S. Juan de la Cruz. Hay una base objetiva de contenido intelectual, pero que no se comprende si no se vive, si no se ama, si el Espíritu Santo no nos lleva hasta la verdad completa. Mucho sabían los discípulos sobre Cristo, incluso lo vieron resucitado, pero hasta que no vino el Espíritu Santo, no llegaron a la verdad completa, porque entonces fue cuando no solo conocieron sino que vivieron en su corazón al Señor y dieron la vida por Él. Por el Cristo simplemente conocido por la teología o una fe teórica, pocos están dispuestos a dar la vida. Buena será la teología, pero siempre llena de amor.

Fijáos qué cambio en S. Tomás de Aquino al final de su vida. Quería quemar todo lo que había escrito. Es que la teología completa, la verdad completa, como afirma el Señor, en el evangelio, pasa por el amor, por el Espíritu Santo. Preguntádselo a los mismos Apóstoles: han visto al Señor resucitado, le han tocado y siguen con miedo; desaparece el Señor, no le ven con los ojos de la carne, pero sí con los ojos del amor, porque viene el Señor a su corazón hecho fuego de Espíritu Santo y abren los cerrojos y las puertas y predican abiertamente y dan la vida por Él. San Juan de la Cruz habla de «sabiduría amorosa», «noticia amorosa», «llama de amor viva», y «aunque a V.R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan » (Prólogo C, 4).

Acabo de leer un libro de F. X. Durrwel, que termina así: «He dicho que el misterio pascual desborda por todos lados y es imposible en pocas líneas hacer una síntesis. Sin embargo, existe una palabra capaz por sí sola de enlazar toda la gavilla:  «Lo que las inmensidades no pueden encerrar, se deja contener en lo que hay de más pequeño. Tal es exactamente el sello de los divino». San Juan nos ha proporcionado la palabra a la medida de lo inconmensurable: “Dios es amor” (Jn 4,16). El infinito no es sino Amor... Tanto para el conocimiento como para la santidad de vida “el amor es el vínculo de la perfección” (Col 3,14): he ahí el nombre de la síntesis.

Se sabe así que hay un conocimiento mucho más elevado que la ciencia teológica: “Quiero mostraros un camino mejor”, dice San Pablo (1Cor 12,31), el del amor; que conoce por comunión. La teología es sólo una aproximación; únicamente el Espíritu de amor Aintroduce en la verdad total@(Jn 16,13). Jesús es la morada de Dios entre los hombres: el misterio encarnado. Para conocer, es necesario vivir en esa morada. Jesús es la morada y es, al mismo tiempo, la puerta de entrada: “Yo soy la puerta” (Jn 10, 9). El Espíritu Santo es la llave. En la hora de la Pascua de Jesús, se ha dado vuelta a la llave de amor, y se ha abierto, ancha, la puerta; es invita a conocer amando»[6].

Creer, en definitiva, es aceptar por amor la persona de Jesucristo, reconocer al Dios de Jesucristo, optar por su evangelio, seguirle, aceptando su estilo de vida y de compromisos porque le creemos  vivo, vivo y resucitado. Y por eso Jesús se ofrece y presenta en este evangelio como el único camino, que nos puede llevar al Padre, porque es el Hijo: “Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera reveler”.

 Y si a pesar de esta reflexión evangélica, que acabo de hacer, alguno siguiera un poco asustado con todo lo dicho anteriormente sobre la conversión total y renuncia al yo que el Señor exige, quisiera con esta reflexión, que pongo a continuación,  demostrar que este es el plan de Dios al crearnos y que para esto hemos sido redimidos. Quiero animar a todos a entregarse confiadamente a Dios, que nos ama infinitamente y por eso nos purifica de todo lo que no es Él, para llenarnos plenamente de su amor. De esta forma quiero ayudar un poco a comprender el amor primero, infinito e inabarcable de Dios, que es último y eterno y definitivo. Para que nadie se eche para atrás y  superemos la muerte del yo, martirizados por el fuego abrasador del amor infinito de Dios, que quiere llevarnos a su mismo fuego de amor trinitario, pero que antes debe quemar todas nuestras impurezas, limitaciones e imperfecciones, frutos del pecado original, que nos inclina al amor propio, por encima del amor absoluto y primero a Dios.

DÉCIMO SÉPTIMA MEDITACIÓN

¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS? PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados"(1Jn 4, 10)

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON EL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

El texto citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó...” primero, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos. La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a Ablasfemar@en los días de la Semana Santa, exclamando:  «O felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa.     

Y el mismo San Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias por participación de la Santísima Trinidad:   “ En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

Sigue San Juan: “ y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7 ) ¡Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero y es entonces cuando nosotros podemos  amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombres, y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo.

Por eso continúa San Juan:“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4, 11-14). Vaya párrafo, como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la  Trinidad: “Porque Dios es Amor”.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito e infinitamente de su infinito acto de Ser eterno, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo. No existía nada, solo Dios.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría. Todo lo que El sabe de Sí mismo y a la vez Amado, lo que más quería y porque quiere que vivamos su misma vida y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar identificados con el  Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor de Espíritu Santo. Y así es cómo entramos nosotros en el círculo o triángulo trinitario.

Jesucristo, su persona y su palabra y sus obras son la revelación, la palabra, la imagen, la idea llena de amor del Padre:“En el principio ya existía la palabra, y la Palabra era Dios y la Palabra estaba junto a Dios...” En el principio, no existía nada, solo Dios, infinitamente existente y feliz en sí y por sí mismo, porque no dependía de nadie en su existir, volcán inagotable de su mismo ser infinito de hermosura, de fuego, de luz, de misterios, de felicidad...en infinita explosión de nuevos y eternos paisajes sin posibilidad de descanso en eterna contemplación de realidades y descubrimientos siempre nuevos y deslumbrantes, infinitamente feliz porque se ve infinitamente amante, amado y amor,  se siente a sí mismo infinitamente Padre amante en el Hijo amado y amante en su mismo amor Personal de Espíritu Santo, que los une en unidad de ser y vida y amor y felicidad a los Tres, llenándolo de  Amor Esencial y Personal del mismo Espíritu.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

El Padre, al contemplarse en sí y por sí, sacia infinitamente su capacidad infinita de ser y existir y en esto se es felicidad sin límites. Su serse, su esencia amor es lo que su existir refleja lleno de luz y abrasado de amor. Y la contempla en tal infinitud y fecundidad y perfección que engendra una imagen igual, esencialmente igual a sí mismo que es y podemos llamarle Hijo y en tal infinitud de ser feliz surge un amor  que contiene en si, recibido del Padre y del Hijo, todo el ser divino: el Espíritu Santo.

Dios, por su infinito ser, es eterno. Y este ser infinito y eterno no es otra cosa que un Acto de ser infinitamente fecundo en Tres Personas. Y este  Ser eterno, por su mismo amor, es tan potente, es tal la potencia de su amar que le hace Padre por el amor infinito personal al Hijo. Dentro del misterio trinitario el Espíritu Santo no es la última persona, el tercero, no surge de la generación del Hijo sino que su potencia infinita de amor y donación y poder hace Padre e Hijo, porque Él es la potencia engendradora, la fuerza de amor con la que el Padre engendra al Hijo que acoge y acepta totalmente este mismo actor infinito de  Amor que hace al Padre y al Hijo, que refleja a la vez y hace paternidad y filiación por la potencia infinita del Amor-Espíritu Santo; el Padre, por su fuego de amor divino-Espíritu - Santo, da al Hijo el ser filial, y el Hijo acoge la paternidad del Padre, que sin el Hijo no sería Padre, por la misma potencia infinita de Amor, siendo uno en el mismo serse infinitamente feliz el Padre, el Hijo y el Espíritu de Amor Personal, que los hace personas distintas y una, en un mismo amor y esencia infinita, con que el Padre se dice totalmente en Hijo, en canción eterna de Amor de Espíritu Santo y el Hijo al Padre en la misma Palabra-Canción llena de Amor.

Jesús es el Hijo que sale del Padre y viene a este mundo(Jn13,3). La venida al mundo prolonga su salida eterna, porque es el Padre el que ha pronunciado para nosotros la  Palabra con la que se dice totalmente a sí mismo en silencio eterno, lleno de amor. Con su glorificación junto al Padre y sentado ya a su derecha (Jn 17, 5; Mt 26, 64) Jesús ha asumido plenamente su condición de Hijo, de Verbo eterno, que tenía en el principio (Jn 1, 1-3; Ap 19, 13). Con su Pascua, Jesús-Cristo-Señor se hace puerta de entrada en el misterio trinitario para todos nosotros, los pascuales, los pasados del mundo al Padre la última y definitiva Alianza.

Él que es Amor quiere comunicarse, quiere hacer a otros partícipes por gracia, de su misma dicha, quiere ser conocido y amado en la grande e infinita y total belleza y gloria y luz y vida, en que se es por sí mismo en acto eterno de felicidad y amor. Él quiere ser nuestra única felicidad por amor, dándose y recibiéndose en totalidad de ser y amor, por la gracia comunicada por el Espíritu en los sacramentos y por la oraciónB  conversiónB  unión Btransfiguración transformante. El Padre, lleno de amor,  ha pronunciado para todos nosotros esta Palabra transformante de la debilidad humana en hijo adoptado, elevado y amado.

Dice San Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado».

« Y esta tal  aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí les es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en El transformada, aspira en sí mismo a ella...»

« Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza» (C B 39, 4).

Dios quiere darse esencialmente, como Él es en su esencia,  darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario.  Y por eso crea al hombre “ a su imagen y semejanza», palabras estas de la Sagrada Escritura, que tiene una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuyen.

El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: “ Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios, por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida; desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo; el que se equivoque, se equivocará para siempre… responsabilidad. terrible para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a  todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo....si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don.

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “ En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozandose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirmeamado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices ,sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amase...

 Por eso, cristiano completo, Aen verdad completa@,  no es tanto el que ama a Dios como el que se siente amado por Dios. Y lo mismo le pasa a Dios en relación con el hombre, para qué quiere Él  mis rezos, mis oraciones, mis misma oración, si no le amo....)busco yo  amar a Dios  o solo pretendo ser un cumplidor fiel de la ley?  Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus hijos, sus amigos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor…” (Jn 15,9-17 ). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: "Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer"; “ Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en el.@ACreedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí”(Jn 14 ,9).

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Soy sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y déis mucho fruto y vuestro fruto dure...”

 La finalidad más importante de mi actividad sacerdotal, el fruto último de mi apostolado son las eternidades de mis hermanos: “nadie me ha nombrado juez de herencias humanas...”, dijo Jesús en cierta ocasión a los que le invitaron a intervenir en una herencia terrena. Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida.

Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios...

Fijáos, Dios no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro...  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a   Dios gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro el plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor."Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creo: macho y hembra los creó"

Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios.... a semejanza suya... no sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase... porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, el «homo erectus, habilis, ergaster, sapiens, nehandertalensis, cromaionensis, australopithecus…» y ahora el hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito: como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como El. Qué bien lo tiene escrito el profesor Alfaro, antiguo profesor de la Gregoriana.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del  amor de Dios, y  nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de eucaristía.

Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación del misterio de Dios.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace Santa Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:«Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo , en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla». (Oración V)A otra alma mística, santa Angela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son a la vez una exigencia de amor y que se han hecho muy conocidas: «¡No te he amado de bromas! ¡No te he amado quedándome lejos!  Tú eres yo y yo soy tú. Tú estás hecha como me corresponde a mí, estás elevada junto a mí».Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4,9-10).

DÉCIMO OCTAVA MEDITACIÓN

“Y NOS ENVIÓ A SU HIJO COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS”(Jn 4,10)

        En la contemplación de la segunda parte entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para él “entregó” tiene sabor de “traicionó”. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar : “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que…”.(traicionó…).  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “ nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley@( Gal 4,4).AY nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

Por todo ésto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo solo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“ Siendo Dios...se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado..”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario solo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor.

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan Alastimado@de Dios, de mi Cristo...tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo , qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas:"Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo". Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino ... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Tí...Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mi"; "No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

¡Dios mío! no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serias infinitamente feliz? “Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? “Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a Adesvariar@.

Señor, dime qué soy yo para tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios.. .se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                    

Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores....solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos amén.

 Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación transcendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  ¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? “O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna”(Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por tí y por mí y por todos los hombres. Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.«Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: Allevar las almas a Dios@, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

La Iglesiaes y tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios.... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“ Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.... les acompañarán estos signos.... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16,15-20).

Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo).  Gloria y alabanza sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

Dios me ama, me ama, me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros..., qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de todo, que es Él.

Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tu, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tu en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

« ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7). Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

«Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio» (C B 28) Y comenta así esta canción San Juan de la Cruz: «Adviertan , pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (C b 28, 3).

Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan , por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

DÉCIMONOVENA  MEDITACIÓN

PARA ORAR O DIALOGAR CON JESUCRISTO EUCARISTÍA

Lo he repetido muchas veces y lo repetiré todas las veces que sean necesarias: quiero amar, quiero orar; me canso de amar, me he cansado de orar; quiero orar, es que quiero amar; me he cansado de orar, es que me he cansado de amar. La oración, antes que consideración y meditación y todo lo demás, es amor, querer amar. Ése es su punto de arranque, aunque no se note ni uno sea consciente al principio. Y si se medita es para sacar amor del pozo, de la fuente, que puede ser el evangelio, un libro, tu corazón, pero si es el sagrario, es lo mejor de todo. Dice San Juan de Avila: «Y sabed que este negocio es más de corazón que de cabeza, pues el amar es el fín del pensar. Y si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será más durable lo que en ella sintiereis y más larga y sin pesadumbre»[7]. «Aunque el entendimiento obre poco o nada, la voluntad obra con gran viveza y ama fortiter»[8]

Y para todo esto, Jesucristo en el sagrario es el mejor maestro, el mejor libro, toda una biblioteca, todo el evangelio presente, toda la teología hecha vida. Por eso nos dice el Doctor Místico: «todo ejercicio de la parte espiritual y de la parte sensitiva, ahora sea en hacer, ahora en padecer, de cualquiera manera que sea, siempre le causa más amor y regalo de Dios como habemos dicho; y hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios, que antes solía tener en consideraciones y modos, ya todo es ejercicio de amor» (Can B 28, 9).

Bien es verdad que el santo aquí se refiere  a un grado más elevado de oración que la meditación,  pero hacia aquí apunta la oración por sí misma, desde el principio, aunque uno no sea consciente de ello, pero conviene que lo sepa el mismo orante y los directores de grupos de oración, que a veces creen que si no se habla o leen reflexiones o se dicen cosas bonitas, no se ha orado; es más, quieren medir la altura de oración según las frases bonitas que se digan... o que si no se aprenden o se realizan técnicas de relajación o métodos de reflexión, no hay oración. Por eso nos dirá San Juan de la Cruz que la oración no se mide por las revelaciones, ni locuciones ni éxtasis sino por los frutos de  humildad en las personas que la tienen y este era su criterio para distinguir a los verdaderos y falsos orantes. Y ya sabemos la definición teresiana de oración: «que no es otra cosa oración sino tratar  de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Tres notas de la amistad aparecen en esta definición tan breve de Santa Teresa.

3. 1. 1.- Yo  aconsejaría empezar saludando al Señor,  o como se dice ordinariamente, poniéndonos en presencia:  en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre del Padre que me soñó para una eternidad con Él, me ha dado la existencia, me da la vida esta mañana. Del Hijo que me amó hasta entregar su vida por mí, me quiso como amigo y sigue dándose en cada eucaristía, en cada sagrario. Del Espíritu Santo que me santifica, me trae el amor y la gracia y la ayuda de mi Dios: Señor, ábreme los labios y el corazón y la inteligencia y todo mi ser, para que te alabe y bendiga y reciba la fuerza de mi Dios y toda mi vida sea Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En el nombre del Padre que me da la vida: si existo es que el Padre me ama; del Hijo que vino y se quedó para siempre en la Eucaristía para llevarnos a la intimidad de los Tres; del Espíritu, que es la misma Vida y Amor Personal de los Tres comunicado a los hombres.... Por eso, proclamarás con total confianza y gozo al empezar este encuentro, aunque todavía muy a oscuras y sin vivencia sentida de amor: GLORIA AL PADRE, AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO,  quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, para eso estoy aquí y empiezo este rato de amistad y oración.

3. 1. 2.- Luego orar dos o  tres oraciones fijas, para no dudar nunca en los comienzos, siempre igual, con ideas y sentimientos diferentes, los que el Señor te inspire; la primera oración fija puede ser a la Stma. Trinidad:  la invocación a la Santísima Trinidad de Sor Isabel de la Trinidad: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí..» u otra más breve, dejándote llevar por sus sentimientos y expresiones; una segunda oración fija puede ser una invocación al Espíritu Santo para que nos ayude en la oración y nos lleve de la mano: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles...», lo vas diciendo despacio, meditando sus conceptos, sus peticiones, porque no se trata de aprenderlo sino de orarlos. Mira a ver si te gusta esta oración al Espíritu Santo, rezada despacio y meditándola:

«Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro.

Quémame, ábrasame por dentro con tu Fuego transformante y conviérteme  por una nueva encarnación sacramental en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve en mí y prolongue  todo su misterio de salvación: quisiera reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres,  como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Oh Espíritu Divino, Amor, Alma y Vida de mi Dios, ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en amor trinitario, para que sea amor Creador de vida en el Padre,  amor Salvador de vida por el Hijo y amor Santificador con el Espíritu Santo,  para alabanza de gloria de la Trinidad y salvación de los hombres, mis hermanos. Amén»

La tercera oración fija va dirigida a Jesucristo Eucaristía:  con la letra de algún canto eucarístico u oración que te guste, o con  el «Adoro te devote, latens Deitas», «Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia, sed super me et omnia, ejus dulcis praesencia», traducidos al español, porque son  preciosos: «Oh Jesús, mi dulce recuerdo, que das los verdaderos gozos del corazón, tu presencia es más dulce que la miel y todas las cosas. No se puede cantar nada más suave, ni oir nada más alegre, ni  pensar nada más dulce que Jesús, Hijo de Dios. Jesús, Tú eres la esperanza para los arrepentidos,  generoso para los que te suplican,  bueno para todos los que te buscan y qué decir para los que te encuentran. La lengua no sabe decir ni la letra puede escribir lo que es amar a Jesús, sólo puede saberlo el que lo experimente. Sé Tú, Jesús, nuestro gozo, nuestro último premio; haz que nuestra gloria esté siempre en Tí por todos los siglos».

También puedes rezar: «Sagrado banquete en que  Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura...», siempre despacio y meditando e interiorizando sus conceptos, contándole tu vida de ayer y lo que piensas hacer hoy, suplicando, pidiendo perdón y ayuda... Eucaristía  Divina, tu lo has dado todo por mí, también yo quiero darlo todo por tí, porque para mí tu lo eres todo, yo quiero que lo seas todo. Jesucristo, yo creo en Tí. Jesucristo, yo confío en Tí. Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios. O también: « ¡Eucaristía divina, cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Tí camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día! Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, la Verdad y la Vida; Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte para tener tu misma Vida, tu mismo Amor, tus mismos sentimientos; y en tu Entrega Eucarística, quiero hacerme contigo una ofrenda agradabe al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo».

 3. 1. 3.- Te repito que aunque lleve años y años haciendo oración, el tener un esquema propio y fijo de oración facilita mucho el comienzo de la misma... luego tú lo vas rellenando de tus propias ideas, sentimientos, peticiones, sanas distracciones, pero sabes siempre donde volver y retomar el diálogo con el Señor, para no dudar continuamente en los comienzos o al medio o al final, para saber cómo hay que comenzar siempre, porque, al principio, el simple estar en su presencia, el simple mirar o contemplar es difícil por muchos motivos y se necesitan ayudas para estar ocupados y no distraerse.

Puedes valerte de jaculatorias, versículos breves de las Horas, oraciones litúrgicas o hechas por otros que a tí te gusten o te digan algo. Finalmente y siempre, como cuarta invocación, oración o encuentro fijo: la invocación a la Virgen, nuestra madre y modelo en la fe y en la oración y en el amor y en todo, con antífonas preciosas según los tiempos litúrgicos, sobre todo en latín, que puedes traducir, o cantos o súplicas populares: «Oh Señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a tí, y en prueba ...», o con alguna invocación personal: « ¡Hermosa nazarena! Virgen guapa, Madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! Gracias por haberme dado a tu hijo, gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo; gracias», poniéndola como intercesora y modelo, suplicándole, confiando totalmente en ella como madre, contándole tus sufrimientos, tus alegrías, tus dudas.

3. 1. 4.- Es conveniente tener y empezar siempre con un esquema oracional elemental, como camino de diálogo y encuentro con Dios, que debes recorrer y orar  todos los días, al cual y en cada una de las partes, puedes y debes ir añadiendo todos los pensamientos y deseos que te  inspire el Señor, parándote en ellos, sin prisas, de tal modo que si se termina el tiempo de oración y no has cumplido todo el esquema ordinario, no pasa nada. Pero es necesario y es una ayuda para toda tu vida tener un esquema oracional para no estar indeciso o perderte en tu oración diaria. Porque ir a la oración todos los días a pecho descubierto, o como dicen algunos,  permanecer en quietud y simple mirada, eso supone mucho camino andado, mucha oración  y mucha purificación de sentido realizada. Y a mi parecer esto no es ordinario en los comienzos y tampoco es fácil. Si lo tienes ya, es un don de Dios, porque ya supone estar bastante poseído por el amor de Cristo.

3. 1. 5.- Importantísimo, esencial: a continuación  de todo esto que hemos dicho, tiene que hacerse  revisión de vida ante el Señor, fija y todos los días y para toda la vida, de tres o cuatro materias esenciales para tu vida cristiana y evangélica: soberbia, caridad fraterna, control de la ira, castidad.... para tu unión, santidad o encuentro con Cristo, para amar a Dios sobre todas las cosas, especialmente sobre el amor que nos tenemos a nosotros mismos, porque nos preferimos a Dios a cada paso. Y siempre que diga revisión de vida, estoy diciendo también petición de gracia, de luz, de fuerza para hacerla y vivirla, descubrir los peligros y las causas  principales de las caídas, el comportamiento con las personas...Donde hay pecado, aunque sea venial, no puede estar en plenitud el amor de Dios y el conocimiento de su amor: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: yo lo conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él” (1Jn 2, 3-6).

Todos los días y a todas horas y en toda oración, hay que revisarse de la soberbia, pecado original, causa y principio de todos los pecados, que es este amor que me tengo a mí mismo, me quiero más que a Dios y a todos los hombres, revisar sus manifestaciones diversas en amor propio, vanidad, ira...etc; después de la soberbia, la caridad, el amor fraterno en sus diversas manifestaciones: negativa: no criticar, no hacer daño de palabra ni de obra, no despreciar a nadie; positiva: pensar bien de todos, hablar bien y hacer el bien a todos, reaccionar perdonando ante las ofensas (amando es santidad consumada) generosidad...etc.

No olvidar jamás que el amor a Dios pasa por el amor a los hermanos, porque así lo ha querido Él:“Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn 4, 2). Por favor, no olvides esto y todos los días examinate dos o tres veces de este capítulo. En esto Cristo es muy sensible y exigente. Lo tenemos mandado por el Padre y por Él mismo: “Amarás al Señor... y al prójimo como a tí mismo”, “ éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Olvidar estos mandamientos del Señor es matar la oración incipiente, no avanzar o dejarla para siempre. S. Juan, el apóstol místico, por penetrar y conocer a Dios por el amor, por el conocimiento de amor, nos lo dice muy claro:  “Carísimos, amémosnos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor... A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto” ( 1Jn 4, 7-8; 12).

Repito una vez más y todas las que sean necesarias: para vivir la caridad hay que matar el amor propio, el amor desordenado a uno mismo. Y esto es una cruz que hay que tomar al coger el camino de la oración, que es  camino de amor a Dios y a los hermanos. Luego hay que revisar ese defecto más personal, que todos tenemos y que, por estar tan identificados con él, no es fácil descubrirlo, porque siempre hay excusas fáciles, -es que soy así- pero hacemos daño con él a los hermanos. Es fácil descubrirlo, cuando personas que te quieren, coincidan en decirte y en insistir en alguno concreto, por allí va la cosa ...

Esta oración-revisión-conversión tiene que durar ya  toda la vida, porque santidad es igual a conversión permanente. Si uno quiere «amar y servir», hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y esto es el cristianismo, si uno quiere mantener  activo ese amor y no pasivo y de puro nombre, hay que orar todos los días para convertirse del amor a uno mismo y a las criaturas al amor de Dios. O amamos a Dios o a nosotros mismos, a las criaturas. Si quiero orar es porque quiero amar a Dios sobre todas las cosas. Si vivo en pecado, ni el amor ni el conocimiento verdadero de Dios puede estar en mí, como lo dice muy claro San Juan: “Y todo el que tiene en Él esta  esperanza, se purifica, como puro es Él. El que comete pecado traspasa la ley, porque el pecado es transgresión de la ley. ... Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” ( 1Jn 3, 3-6).

Cuando uno no quiere convertirse o amar a Dios, o se cansa de hacerlo, entonces ya no necesita ni de la oración ni de la eucaristía ni de la gracia ni de Cristo ni de Dios. El amor a Dios negativamente consiste en no ofenderle, no pecar: “Pues éste es el amor de Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pecado” (1Jn 5, 3).  Para mí que esta es la causa principal por lo que se deja este camino de la oración y de la santidad. Por eso, muchos no hacen oración o les aburre o les cansa y terminan dejándola. La oración hay que concebirla como un deber, como trabajo, absolutamente necesario para llegar a amar a Dios, que hay que hacer, te guste o no te guste, haga calor o frío, estés inspirado o aburrido, como tienes que trabajar en tu profesión o comer o estudiar, porque si no lo haces, te mueres o te suspenden. No valen las excusas de ningún tipo para no hacerla. Si no lo haces,  por la causa que sea, te mueres espiritualmente. Por eso te ayudará  tener un esquema fijo, una hora fija, si es posible, siempre a la misma hora, porque, si la dejas para cuando tengas tiempo, no lo tendrás nunca.

3. 1. 6.- Después de esta revisión, un capítulo que no puede faltar todos los días es la oración de intercesión, las peticiones, acordarse de las necesidades de los hermanos, de los problemas de la Iglesia, la santidad, la falta de vocaciones, tu parroquia, tu familia, amigos... Todo esto hay que hacerlo despacio, y pensando y meditando todo lo que se te ocurra, hablándole al Señor de tus problemas, de tu vida, pidiendo luz y gracia sobre lo que tienes que hacer, sin desanimarte jamás, y si un día estás inspirado, te paras y te quedas con cualquier oración o revisión todo el tiempo que quieras....eso es oración, eso es trato de amistad con el Señor, por lo menos, una forma, aunque te parezca que no haces nada o que estás perdiendo el tiempo.

3. 1. 7.- Ya hemos terminado las oraciones introductorias, la revisión de vida, el pedir luz, fuerzas, gracias del Señor para nosotros y los demás, y  ahora, ¿qué?  Pues ahora lo que más te ayude a encontrarte con Cristo, a dialogar más con El Y para esto, como te decía antes, EL EVANGELIO, las palabras y hechos salvadores de Jesús es el mejor camino; también los buenos libros, los salmos...,  libertad absoluta, no se le pueden imponer caminos al amor, a los que quieren amar, a los que aman. Haz lo que te pida el corazón. “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).

Amando, metiéndolo todo en su corazón fue como nuestra Madre fue comprendiendo lo que acontecía en torno a Jesús y a ella y que racionalmente la desbordaba. Pero amando uno se identifica con el objeto amado. No olvides lo que te he repetido y repetiré más veces en este libro: la oración es querer amar a Dios, no digo amar sino querer amar, que eso es ya amor,  porque, al principio, el alma está muy flaca y no tiene fuerzas ni sabe amar a Dios, solo sabe amarse a sí misma, y si sólo intentamos tocarlo con el entendimiento, no llegamos de verdad hasta Él: «Y porque la pasión receptiva del entendimiento solo puede recibir la inteligencia desnuda y pasivamente, y esto no puede sin estar purgado, antes que lo esté, siente el alma menos veces el toque de la inteligencia que el de la pasión de amor » (N  II,13,3). Aunque San Juan de la Cruz se refiere a una oración elevada, vale para los grados inferiores también. Por eso, siempre hay que caminar hacia el amor, es lo mas importante, lo definitivo.

«De donde es de notar que, en tanto que el alma no llega a este estado de unión de amor, le conviene ejercitar el amor así en la vida activa como en la contemplativa......porque es más precioso delante de él y de el alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» (C B 28,2).  (Ojo! Que no lo digo yo,  lo dice San Juan de la Cruz, para mí el que más sabe o uno de los que más saben de estas cosas de oración y del amor a Dios y a los hermanos y  vida cristiana y  evolución de la gracia.

3. 1. 8.- La oración conviene hacerla siempre a la misma hora, hora fija de la mañana o tarde, cuando te venga mejor, pero hora fija, como te he dicho, porque si lo dejas para cuando tengas tiempo, nunca lo tendrás;  hay que hacerla todos los días,  haga frío o calor, esté uno seco o fervoroso, esté en pecado o en gracia, tengas tiempo o no, porque para Dios siempre hay que tenerlo, porque Él siempre lo ha tenido y lo tiene para nosotros. Él debe ser  lo primero y lo absoluto de nuestra vida y esto lo hacemos realidad todos los días dedicándole este tiempo de oración, que es amarle sobre todas las cosas.

Y esto que te he dicho, hay que hacerlo siempre, aunque uno llegue a la suprema unión con Dios, hasta el éxtasis, porque nunca hay que fiarse del propio yo, que se busca siempre a sí mismo, se tiene un cariño inmenso, por lo cual hay que tener mucho cuidado y vigilarlo todos los días. La hora y el tiempo de oración, que sean fijos y determinados: un cuarto de hora, luego veinte minutos, luego veinticinco, media hora... pero sin volver atrás, aunque te cueste o te aburras, todo es amor, todo es  cuestión de querer amar y si quieres amar, ya estás amando, ya estás haciendo oración, aunque tengas distracciones, aburrimiento...ya pasarán, porque Dios te ama más.

Si eres fiel a este rato de diálogo y oración con el Señor, pronto llegarás a cierto nivel o estar con Él, donde todo te será más fácil, en que te sentirás bien. Y si sigues avanzando, luego incluso no necesitarás de libros ni de ayudas para encontrarte con Él, ya no necesitarás leer el evangelio o libro alguno, porque el diálogo te saldrá espontáneo y largo y afectuoso y ya no se acaba nunca, se ha pasado de la oración discursiva a la afectiva y luego de ésta pasará, mejor, el Espíritu de Dios te llevará hasta la oración  contemplativa. En esta oración, el Verbo de Dios llenará de luz y salvación y ternura tu corazón y tu alma y todas tus facultades, porque ha empezado a comunicarse personalmente por su presencia y vivencia más íntimas y no eres tú el que tienes que pensarlo o descubrirlo sino que Él ya se te da y ofrece sin necesitar la ayuda de tus raciocinios o afectos para andar este camino. Y empiezan las ansias de verle, amarle, poseerle más y mas...  «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor ya no se cura, sino con la presencia y la figura» (C.11).

Desde esta vivencia, cada día más profunda, irás descubriendo que tú eres sagrario, que tú estás habitado, que  los Tres te aman y viven su misma vida trinitaria dentro de tí y te hacen partícipe por gracia de su misma vida de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es Volcán de Espíritu Santo eternamente echando fuego y renovándose en un ser eterno de ser en sí y por sí mismo beso y abrazo entre los Tres, sin mengua ni  cansancio alguno, porque tu has empezado a ser, mejor dicho, siempre lo has sido, pero ahora Dios quiere que seas consciente de su Presencia en tu alma, sagrario de Dios, templo de la misma Trinidad, dándote experiencia de Sí mismo y  metiéndote en el círculo del amor trinitario, en cuanto es posible en esta vida.

Y en este momento, por su presencia de amor, tú eres el templo nuevo de la nueva alianza, la nueva casa de oración habitada por la Stma. Trinidad, porque el Verbo, por el pan de eucaristía, te habita, y la Presencia Eucarística te ha llevado a la Comunión Trinitaria por una comunión eucarística continuada y permanente de amor en los Tres y por los Tres;  tú ya eres Trinidad por participación, en cuanto es posible y esto te desborda, te extasía, te saca de tí mismo, de tus moldes y capacidades de entender y amar y gozar y esto me parece que se llama éxtasis.. Y entonces ya... «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado» (C. 8). 

Porque a estas alturas, la contemplación de  Dios te impide meditar, porque es mucho lo que Él quiere decirte y tú tienes que escuchar del Verbo de Dios, aprender de la Palabra eterna llena de Amor, con la que el Padre se dice eternamente a Sí Mismo en canción y silabeo gustoso y eterno de Amor de Espíritu Santo en el Hijo que ahora la canta para tí; ahora que ya estás  preparado, después de largos años de purificación y adecuación de las facultades sensitivas, intelectivas y volitivas, que te han dispuesto para la intimidad divina, sin imperfecciones o impurezas o limitaciones, ahora la oración es presencia permanente de diálogo y presencia de Dios. «Bien sé que tres en sola una agua viva- residen, y una de otra se deriva,- aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida- en este vivo pan por darnos vida,- aunque es de noche» (La fonte 10 y 11) .

Él te hablará sin palabras  y tú le responderás sin mover los labios: simplemente te sentirás habitado, amado, sentirás su Verdad hecha Fuego de Amor en tu corazón, en fe luminosa, en Anoticia amorosa@, sentirás que Dios te ama  y tú, al sentirte amado por el Infinito, repito, no solo creerlo, sino sentirlo, vivirlo, experimentarlo, pero  de verdad, no por pura  imaginación o ilusión,  ya no tengo que decirte nada, porque lo demás ya no existe; ¿qué tiene que ver todo lo presente con lo que nos espera y que ya ha empezado a hacerse presente en tí? Ante este descubrimiento, lleno de luz y de gozo y de plenitud divina, lo presente ya no existe y ha empezado la eternidad,  te habrás descubierto también en Dios eternamente pronunciado en su Palabra y escrito en su corazón por el fuego de su mismo Espíritu de Amor Personal.

       «Entreme dónde no supe- y quedéme no sabiendo, - toda ciencia trascendiendo.  Yo no supe donde entraba,- pero, cuando allí me vi,- sin saber dónde me estaba,- grandes cosas entendí;- no diré lo que sentí,- que me quedé no sabiendo,- toda ciencia trascendiendo. Y si lo queréis oir, - consiste esta summa sciencia- en un subido sentir- de la divinal Esencia;- es obra de su clemencia- hacer quedar no entendiendo,- toda ciencia trascendiendo» ( Entréme donde no supe,1 y 10).

Te sentirás palabra del Padre en la Palabra, dicha con Amor Personal del Padre, que es Espíritu Santo.  Descubrirás que si existes, es que Dios te ama, y  te ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca, y  ha pensado en tí para una eternidad de gozo; por eso tu vida es más que está vida, más que este tiempo, tu vida es un misterio que solo se explica y se puede vivir desde Dios. En este grado de oración, el cielo está ya dentro de tí,  porque el cielo es Dios y Dios está dentro de tí; Él te llena y te habita, siempre estaba por la gracia, pero ahora lo sientes, te sientes habitado por los Tres, por la  Santísima Trinidad:  “ Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. “No sabéis que sois templos de Dios y el Espíritu Santo habita en vosotros?». No son poesías, es el evangelio en esas partes que no conocemos porque no las vivimos o que no se comprenden hasta que no se viven.  Aquí no valen títulos ni teologías ni doctorados ni técnicas de ningún tipo..., es terreno sagrado, hay que descalzarse, porque Dios no revela  su intimidad a cualquiera sino a sus amigos, como a Moisés.

Anímate a hacer tu oración todos los días, si es posible ante el sagrario, no es por nada, es que allí Él lleva dos mil años esperándote. Y aunque está en más sitios, aquí está más singularmente presente, esperándote. Además, al hacerlo ante el sagrario, estás demostrando que crees no sólo esa parte del evangelio que está meditando sino todo el evangelio que tienes presente en Cristo Eucaristía, demuestras simplemente con tu presencia que tienes presente y crees todo el misterio de Dios,  todo lo que Cristo ha dicho y ha hecho, porque está presente Él mismo, todo entero, todo su evangelio, todos sus misterios, en Jesucristo Eucaristía. «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro» (Ll.1).

Qué bien reflejan estos versos de S. Juan de la Cruz el deseo de muchas almas, -- yo las tengo en mi parroquia--, almas que desean el encuentro transformante con Cristo. Al contemplar esta unión que Dios tiene preparada para todos, exclama: «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡ Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tan gran luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos! (C 39, 7).

¿Podría extenderse esta queja del santo Doctor hasta nosotros, cristianos injertados en Cristo, sacerdotes, religiosos y obispos de la Iglesia de Dios? ¿Tendría sentido esta queja del doctor místico entre los que han sido elegidos para conducir al pueblo santo de Dios? ¿Deben ser  hombres de oración  los guías y montañeros de la escalada de la santidad y de la vida cristiana? ¿Vivimos en oración y conversión permanente?

Estas preguntas, por favor, no son una acusación, son unos interrogantes para que tendamos siempre hacia las cumbres maravillosas para las cuales Dios nos ha creado.       

VIGÉSIMA MEDITACIÓN

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN Y SANTIDAD  SE CONVIERTE EN LA MEJOR ESCUELA DE APOSTOLADO

A) La Eucaristía, como sacrificio, es presencialización del misterio salvador del Padre, realizado y presencializado por el Hijo, Jesucristo, en su mismo Espíritu de amor de Espíritu Santo, con sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales de adoración  al Padre y salvación de los hombres, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

B) La Eucaristía, como comunión, es comer a Cristo para vivir su vida, es alimento  y ayuda permanente del Señor, que nos fortalece y comunica su envío al mundo por el Padre, en comunión de sentimientos, de vida y misión con Él: “quien me come vivirá por mí”.

C) La Eucaristía, como sagrario, es amistad ofrecida y presencia  permanentes de Cristo que nos reúne“para estar con el y enviarnos a predicar”; “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

«Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34). Hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, una persona que ha trabajado hasta la muerte por los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos. Lo dice muy claro la Madre Teresa de Calcuta:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor».[9]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad y es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza, que el Verbo de Dios, el amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo, “ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso. En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... al comer mi carne, comes mis actitudes y sentimientos y  debes vivir en mí y   por mí y así debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos, y, estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias. Y entonces, Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros. Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica, por el sacramento del Orden: «por la imposición de las manos y de la oración consacratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15).

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre.... Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad:  “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... Aquí estoy para cumplir tu voluntad.”. Cristo se queda en el sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora. Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres; del Hijo que obedece y sigue aceptando y salvando a los hombres por la celebración de la Eucaristía; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan.    

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que, en definitiva, ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que oscuramente nos da noticias de este amor. Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta luz y tanto amor. Es el exceso de luz divina, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores, y, por eso, hay que purificar, limpiar criterios y afectos, adecuar las facultades, que diría San  Juan de la Cruz.

Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene y encierra para sí y para nosotros. Como dice San Juan de la Cruz, primero hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y sus ansias apostólicas, desde el Padre que le sigue enviando continuamente por amor y ternura eterna hacia el hombre.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.. Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él , es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» ( N II 3).

Aunque San Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico: «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (IIN 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto, y le ilumina a la vez con el fuego del amor para lanzarle a la acción. Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo:  Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: «¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia...que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[10]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: « V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R.  El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo».

 Para comprender y saber de Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad. Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, se hizo Pentecostés. Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús:  “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”. Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica, a todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes, consagrados con la fuerza del Espíritu Santo, Llama viva del Amor Trinitario.  

VIGÉSIMO PRIMERA MEDITACIÓN

LA VIVENCIA DECRISTO EUCARISTÍA, LLAMA ARDIENTE DE CARIDAD APOSTÓLICA

 La verdad completa es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces sí que se acabó el miedo para  los apóstoles y se quitaron los cerrojos y se  abrieron las puertas y predicaron convencidos de Cristo y del Padre y del Espíritu Santo, a quienes entonces conocieron en  “verdad completa”, verdad hecha fuego y amor. Conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todas las correrías apostólicas anteriores y milagros y la misma  predicación exterior de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos, sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés. No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa, amada y vivida.

Pablo no vio ni conoció visiblemente al Cristo histórico, pero lo sintió muy dentro por la  experiencia mística, que da más certeza, amor y vivencia que cien apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros apóstoles no llegaron, aunque le habían visto y escuchado y tocado físicamente. Cuando Dios baja así y toca las almas, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles,  lo cual contrasta con tanto miedo a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Cuántas mutilaciones de la verdad y del mensaje evangélico en los diálogos y en la predicación a gente poderosa en la esfera religiosa, económica o política.

También hoy tenemos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, que viven pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos por la fuerza de la oración y del  sacrificio y comunión eucarísticas, verdaderos pastores de almas, siempre obedientes a la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, sin que se les trabe la lengua.

El profeta verdadero de Dios sabe que siempre que predique las exigencias evangélicas, que condenan a los poderosos y molestan a la masa poco exigente, sufrirá la incomprensión y hasta la muerte de su fama, estima y carrera, porque resulta  «poco prudente» para los instalados de arriba y de abajo. Pero tiene que hacerlo porque no puede traicionar al mensaje ni al que le envía; el amor a Dios y a los hermanos ha de estar sobre todas las cosas: “Si a mí me han perseguido, a vosotros también...” “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

 Y así terminó el Profeta a quien tenemos que imitar. Y  así se salvó y nos salvó. Y así hay que salvar las almas. Así las han salvado siempre los santos, los que pisaron las mismas huellas de Profeta y Sacerdote y Víctima de la misión confiada por el Padre.  Hablando así, siendo profeta verdadero, es posible que no se llegue al poder y a los puestos elevados, porque esto no agrada ni a la misma Iglesia so pretexto de prudencia- prudencia de la carne-, pero Dios es su paga en gozo, juntamente con los salvados por su profetismo verdadero.

             Si lo profetas callan, los lobos actuales: muchos políticos sin sentido del hombre y de transcendencia, el materialismo de  los medios de comunicación, de tanto cantamañanas de la tele y de los tertulianos bufones de las radios irán destruyendo la identidad cristiana, la fe en Dios y en su Hijo, único Salvador del mundo. Al mundo no le salvan los políticos ni los técnicos ni los pseudocientíficos, solo hay una Salvador, es Jesucristo. Él es el único Salvador del mundo.

 Si los profetas callan, los fieles se quedarán  sin defensa, sin ayuda y orientación,  abandonados en las fauces de estos lobos devoradores de toda bondad y  verdad  cristianas sobre el hombre, la familia, la vida; si los profetas callan, entonces los címbalos sonantes de los medios, huecos y vacíos,  se convertirán en los maestros y sacerdotes de la vida, de la moral y de la familia y no recibirán  la respuesta respetuosa y debida desde la fe y la moral y el mensaje y la sociología cristianas. El problema de la fe se ha convertido en problema moral ahora en España, no hay moral, se mata a los niños y ya todo está aceptado. De esta forma nos destruimos en todos los sentidos: humano, moral y religioso. Por culpa de tanto silencio profético, muchas ovejas, multitudes de bautizados están desorientadas y van muriendo poco a poco para la fe y para la vida de una Iglesia ridiculizada y un evangelio directamente perseguido desde estos modernos púlpitos tan poderosos.

Hay que estar más pendientes y hablar más claro a las multinacionales de la pornografía y del consumismo, a los materialistas del ateísmo práctico, de una vida sin Dios, que son los que quieren gobernar hoy y regular toda la vida de los hombres  con leyes de vida, de educación y de ética  contrarios al evangelio... que fabrican niños, jóvenes y adultos que les puedan votar según sus ideologías y les puedan comprar sus productos inmorales y consumistas fabricados por los poderosos del dinero y,  en definitiva, manipulan todo para que todos  piensen, vivan y se diviertan y se casen y practiquen el aborto y la eutanasia como ellos quieren para sus fines egoístas.

Aquel niño de hace quince o veinte años es el hombre de hoy, el cristiano del divorcio y del adulterio y del aborto, del amor   libre, de las parejas de homosexuales o de hecho, de niños por encargo de laboratorio, el de los bautizos y primeras comuniones y bodas actuales sin fe en Jesucristo... Hubo muchos silencios y cobardías por parte de la Iglesia, en orientación ética y moral humana, que no era meterse en política, sino orientar sobre las consecuencias previstas de unos votos, que iban a emplearse contra la Iglesia, contra Cristo y su evangelio, contra la moral y la vida... y así muchos católicos votaron a personas que emplearon esos votos en blasfemar contra Cristo, en perseguir su religión, su evangelio, su salvación, en negar o impedir la enseñanza religiosa... Ahora ya sabemos a donde llevaron esos votos y opciones políticas de una mayoría católica. No se puede decir sí y  no a Cristo a la vez, no se puede estar con Cristo y contra Cristo a la vez,  no podemos ayudar a los que nuevamente lo han crucificado y se mofan de Él, a los que han machacado los principios morales  reguladores de la familia, del concepto del hombre y de la vida, esenciales para la fe y la vivencia del cristianismo.

Todos tenemos que hablar más claro, los seglares, los sacerdotes y  los obispos,  sin tantos documentos puramente oficiales, a veces  tan impersonales, ambiguos e insulsos que no se entienden y aburren, mientras los lobos van destrozando el rebaño de Cristo,  y las ovejas no han tenido quien las defendiera clara y abiertamente. Pero no duele Dios, no duele Cristo, no duelen las eternidades de los hermanos, no duele el proyecto del Padre, la entrega del Hijo, el Amor-gloria de nuestro Dios; duele más  no salir zarandeado en la televisión o en la prensa,  duele más  mi puesto, mi falsa prudencia, mi fama que quedaría destrozada por los lobos de turno, que dominan la tele, los medios, la prensa. Qué testimonios tan maravillosos de obispos y sacerdotes tuvimos también en aquellos comienzos de la democracia Pero fueron pocos, muy pocos. Estos sí que hablaron claro y se les entendía perfectamente lo que decían y querían expresar. Pero tristemente la mayoría fueron «prudentes» y esto ha hecho mucho daño en España.

Repito: No nos salva la técnica, ni los medios de comunicación,  ni tanto cantamañanas de la tele, ni el consumismo, ni los políticos, dueños hoy absolutos de la verdad sobre el hombre, la vida, la familia, que tanto daño han hecho con sus leyes y siguen haciendo, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Y esto hay que creerlo muy de verdad, mejor, hay que vivirlo para predicarlo. Nos hacen falta almas de oración profunda y unión verdadera con el Señor.

Y nada de extremismos de ningún tipo ni de gestos llamativos, simplemente hay que predicar el evangelio, a Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Y por favor, no llamar prudencia a la cobardía de la carne. Y hacerlo siempre con entrañas de misericordia, de perdón, de acogida, la misma que Dios emplea con nosotros, en toda la historia de la Salvación, personal y comunitaria. Para eso, hoy y siempre hay que estar dispuestos a dar la vida, hay que estar muy convencidos para predicarlo, hay que llegar a ciertos niveles de intimidad y vivencia de oración y vida espiritual,  como lo estuvieron desde Abrahán y Moisés hasta los últimos perseguidos, torturados y mártires. Todos ellos han vivido y profesado los sentimientos de San Pablo, que llegó a vivir y decir convencido: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.

San Juan de la Cruz, recogiendo sus propias vivencias y la de otros muchos, que se confiaron a él,  lo expresó repetidas veces. Para él vale la pena morir al propio yo, lleno de cobardías e imperfecciones y que busca su comodidad y el no sufrir, aunque  lo exijan Cristo y su evangelio,  vale la pena pasar por la noche de la purificación y del dolor de todo lo que no es Dios en nosotros, como lo expresa al Santo en la misma nota que pone en su libro de la Noche: « (Nota: «Noche oscura: Canciones de el alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual. Del mesmo autor)» (IN 5) . 

El apóstol identificado con JESÚS-CRISTO-VERBO atrae toda la ternura del Padre, que lo pronuncia y lo llama hijo en el Hijo, y lo recrea y se embelesa contemplándolo en su esencia-imagen, que es su Verbo- Palabra de canción eterna  silabeada y cantada con amor esencial y personal de Espíritu Santo, y lo pronuncia y lo envía eternamente presente en su Verbo eterno y  ha entrado así en el seno íntimo del Ser por sí mismo del infinito ser y amor trinitario participado.

Y por la humanidad  prestada e identificada totalmente con el Verbo-Cristo-Jesús es también “o Kyrios”  Señor, sentado a la derecha del Padre, dispuesto con entrañas de ternura y misericordia a juzgar a los que fue enviado... Quien condenará entonces?.¿ será el Padre que nos envió al que más quería?)será el Hijo que murió por amor extremo? ¿será el Cristo resucitado, eucaristía perfecta hasta la locura, hasta los extremos de la entrega total ?  ¡ Oh la gloria del apóstol en el Apóstol por su eucaristía divina, Verbo Eternamente enviado y encarnado y pronunciado con amor de Espíritu Santo en un trozo de pan...! «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús»».

          Hoy, como siempre, para ser testigo del Viviente, la Iglesia   necesita la experiencia, la vivencia del Dios vivo. Siempre la ha necesitado, pero hoy más que otras veces, por el secularismo y materialismo reinante, que destruye a Dios y la fe en El. Falta experiencia del Padre creador y origen del proyecto de amor sobre el hombre; del Cristo salvador y obediente, amante hasta el extremo de dar la vida; del Espíritu  santificador que habita y dirige las almas. Falta sentir con Cristo y debiera ser la cosa más natural, porque todos hemos sido injertados en El por el santo bautismo y llamados por tanto a esta vivencia de amistad y sentimientos con El. Y cuanto más arriba está uno en la iglesia, más necesaria es esta experiencia, porque si los montañeros que deben dirigir la escalada de la liberación de los pecados, de la vida cristiana, de la unión con Dios, de la oración, del entusiasmo por Cristo y su reino de vida humana y divina, no tienen experiencia del camino ni conocen las etapas y rutas principales del monte del amor divino, por no haberlo recorrido personalmente,  mal pueden dirigir a otros en su marcha hasta la cima, aunque lo tengan por encargo y misión. Hacia aquí debe dirigirse principalmente la formación permanente de los pastores, hacia la dimensión espiritual.

Grave sería que esto fallase en la  misma formación de los candidatos, por falta de profesores o formadores aptos, porque entonces no tendríamos esa  formación  ni siquiera teóricamente, quiero decir,  los conocimientos teóricos de oración, santidad, unión con Dios... absolutamente necesarios para recorrer este camino del envío apostólico. Y más grave  todavía, si fallan los responsables de dirigir a los mismos pastores. Me refiero a los señores  Obispos o responsables diocesanos, porque al no vivir  «estas cosas», no se ocupan ni preocupan de ellas, y envían sin provisiones de lo esencial y vital para un camino tan importante: sembrar, cultivar y recolectar eternidades, no vidas de solo cien o doscientos años, sino que han de vivir o morir eternamente; sin haberlo preparado ascéticamente les envían a un camino tan exigente: prestar a Cristo la propia humanidad; y consiguientemente tan duro, sobre todo al principio, porque ponen tareas divinas, transcendentes y eternas en hombros o vasijas de barro,  y para un camino tan largo, porque es para toda la vida.

Necesitamos maestros de oración y vida espiritual, de unión con Cristo, fundamento de todo envío y vida apostólica. Necesitamos más entusiasmo, más vida, más gozo, más experiencia de Dios en sacerdotes y obispos.

Cristo, la Iglesia que Él instituyó y quiere,  no necesita tanto de programadores pastorales ni de organigramas ni de técnicas, sino de personas que tengan su espíritu, que le amen y se hayan encontrado con Él, como Pablo, Juan, todos los Apóstoles verdaderos que a través de los siglos existieron y seguirán existiendo. Así  lo exigió  y lo predicó en su vida y  evangelio:“sin mí no podéis hacer nada... yo soy la vid, vosotros los sarmientos...el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid”.

Jesús repitió a los Apóstoles que era necesario que Él se marchase al cielo, para enviarles el Espíritu Santo, que les había de llevar hasta la verdad completa. Verdad completa es la que no se queda solo en la inteligencia sino que llega al corazón y lo quema como les pasó a ellos, que, al sentir a Cristo hecho llama y fuego el día de Pentecostés, quitaron los cerrojos y abrieron las puertas y predicaron claro y sin miedo, cosa que no hicieron incluso cuando le habían visto resucitado. Ahora lo ven no desde fuera sino desde dentro, desde la vivencia.  

Necesitamos testigos del Viviente, que  habiendo experimentado en sí mismo la liberación de sus pecados y el gozo de su encuentro, puedan luego decirnos que Cristo existe y es verdad, que el evangelio es verdad, que la vida eterna es verdad, porque la han experimentado...y luego puedan comunicarlo  por contagio, con una vida silenciosa, callada y sin grandes manifestaciones llamativas. Vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo, en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia.  Porque todo lo que es amor a Cristo y a su Iglesia, se comunica principalmente por contagio, como el fuego, con palabras y hechos contagiados de amor quemante. Y hay que contagiar mucho y quemar más de Cristo a este mundo y no quedarnos principalmente en estructuras, medios y reformas puramente externas, que si luego no van llenas de amor a Dios, no son capaces de cambiar el corazón de los hombres.

Son muchos en la Iglesia los que opinan así. Hoy que se habla tanto del compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta, que ha tocado la pobreza como pocos, que ha curado muchas heridas, que ha recogido a los niños y moribundos de las calles para que mueran con dignidad, esta nueva santa nos habla de la oración para poder realizar estos compromisos cristianamente: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración.. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo con su amor»  «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro...No les enseñó ningún método ni técnica particular. Sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[11].     

Quiero ahora citar a otro autor moderno: «En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística. Podrá una Iglesia así ofrecer el marco adecuado para que los hombres de hoy puedan tener la experiencia de Dios? Me temo que no. Y me duele tener que hacer esta constatación, porque el mundo de hoy está enfermo de ruidos y necesita urgentemente una cura de silencio, de sosiego, de retorno a los umbrales del ser. ¿Y quién mejor que la Esposa del Verbo Encarnado para enseñar a la humanidad actual los caminos de la recuperación del yo profundo?

Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá  convenir conmigo en que sobra  tecnicismo pastoral, discurso homilético y catequético y falta el fuego de la palabra ( lenguas de fuego de Pentecostés) que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.

El silencio es garantía de eficacia evangelizadora. El siglo venidero pedirá cuentas a unas iglesias que no acertaron a dar la primacía pastoral al cultivo del silencio interior, preámbulo y requisito de todo encuentro vivo con el Señor. Antes y más que los imperativos de un dogma, una moral, un culto, una disciplina, una acción social, debe hoy la iglesia educar en la vida interior, en el camino orante en el seguimiento del carisma contemplativo de Jesús de Nazaret... como la auténtica obediencia ( estar a la escucha) de la fe, para llegar así a ser instrumento válido del reino.       Nunca han faltado en la Iglesia, - ni faltan hoy las voces que, proféticamente (es decir, en nombre del Dios vivo) invitan a todos los creyentes a perderse el la aventura del silencio del corazón. Si, según la expresión de D. Bonhoeffer, «la palabra no llega al que alborota, sino al que calla», tenemos que ayudar con todos los medios a nuestro alcance al hombre de hoy ( que alborota demasiado) a que aprenda a callar, a escuchar en profundidad, a fín de que pueda ser alcanzado por la Palabra, que quiere engendrar en él vida divina... Juan de Yepes introduciría en sus Dichos de Luz y Amor, 98: «Una palabra pronunció el Padre y fue su Hijo; esa Palabra habla siempre en el eterno silencio y en silencio tiene  que ser escuchada por el alma»[12]

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En este punto,  añado unas notas de San Juan de Avila, escritas con motivo de los Concilios de su tiempo, notas muy interesantes y siempre actuales para la Iglesia Universal y Particular, en las que todo el afán o el principal es a veces reuniones y más reuniones, asambleas, sínodos para  programaciones de apostolado y poco  sobre la espiritualidad de esa misma evangelización, o muy poco  en la reforma y santidad de vida de los seminarios y evangelizadores, que nunca se logrará por decretos como San Juan de Avila  afirma en este  memorial primero al Concilio de Trento (1551).

«El camino usado de muchos para reformación de costumbres caídas suele ser hacer buenas leyes y mandar que se guarden so graves penas, lo cual hecho tienen por bien proveído el negocio. Mas  como no hay fundamento de virtud en los súbditos para cumplir estas buenas leyes, y por esto les son cargosas, han por fuerza de buscar malicias para contraminarlas, y disimuladamente huir de ellas o advertidamente quebrantarlas. Y como el castigar sea cosa molesta al que castiga y al castigado, tiene el negocio mal fin, y suele parar en lo que ahora está: que es mucha maldad con muchas y muy buenas leyes».

«Saquemos, pues, por estas experiencias en iglesias particulares lo que de estos mandamientos puede resultar en toda la Iglesia, pues que por una gota de agua se conoce el sabor de toda el agua de la mar. Y entenderemos, por lo que vemos, que aprovecha poco mandar bien si no hay virtud para ejecutar lo mandado y que todas las buenas leyes no aprovecharán más que decir el maestro a los niños: sed buenos, y dejarlos. Y esto torno a afirmar que todas las buenas leyes posibles a hacerse no serán bastantes para el remedio del hombre, pues que la de Dios no lo fue. (Gracias a Aquel que vino a trabajar para dar fuerza y ayuda para que la Ley se guardase, ganándonos con su muerte el Espíritu de la Vida, con el cual es el hombre hecho amador de la Ley y le es cosa suave cumplirla!

Si quiere, pues, el sacro Concilio que se cumplan sus buenas leyes y las pasadas, tome trabajo, aunque sea grande, para hacer que los eclesiásticos sean tales, que more en ellos la gracia de la virtud de Jesucristo, lo cual alcanzado, fácilmente cumplirán lo mandado, y aun harán más por amor que la Ley manda por fuerza. Mas aquí es el trabajo y la hora del parto, y donde yo temo nuestros pecados y la tibieza de los mayores: que, como hacer buenos hombres es negocio de muy gran trabajo, y los mayores, o no tienen ciencia para guiar esta danza, o caridad para sufrir cosa tan prolija y molesta a sus personas y haciendas, conténtanse con decir a sus inferiores: «Sed buenos, y si no, pagármelo habéis»..... provéase el Papa y los demás en criar a los clérigos, como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir, y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener buenos hijos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros».

VIGÉSIMO SEGUNDA  MEDITACIÓN

EL SACERDOTE CATÓLICO, PRESENCIA SACRAMENTAL DE CRISTO

(Carta a cinco nuevos sacerdotes)

Muy queridos  hermanos sacerdotes José Antonio, David, Francisco, José María, Milla y Luis Diego: Mañana, sin darte importancia, Cristo estará en tus manos sacerdotales. Lo vas a fabricar tú, con tus dedos de barro; tú serás el operario de la Eucaristía y lo harás, cuando quieras, pero no de cualquier modo, siempre con mucha fe, con mucho amor, como El en la Cena, temblando de emoción, con el pan en las manos.

¡Qué grande es ser sacerdote!  «Otro Cristo», prolongación de su evangelio, de su vida, de su salvación, de su adoración al Padre y entrega a los hombres hasta la muerte....Entre todos los motivos de la grandeza sacerdotal, fíjate solo en éste, eres fabricante de la Eucaristía. Sin Eucaristía no hay Iglesia y sin sacerdotes no hay Eucaristía. Cristo, la Iglesia no pueden existir y permanecer sin vosotros.  Por eso, El obedecerá una vez más a tu voz, y harás a Jesucristo-Eucaristía y harás presente sobre el altar todo su misterio de salvación, desde que en el seno trinitario dijo al Padre:“no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” hasta la consumación y la aceptación total del Padre resucitándolo para que todos tengamos eternidad y vida nueva.  Y todo esto lo harás tú nuevamente presente en un trozo de pan, porque Cristo te ha escogido y se fía de tí,  te ha preferido entre millones de jóvenes y se ha entregado a tí, traicionado por su amor de personal predilección por tí. ¡Cuánto te ama!  ¡Qué poder dio Jesús a los sacerdotes!¡ Qué confianza deposita en ellos! Y volverá a ser Navidad y Pascua cada día, porque tú lo quieres. Así lo quiso Jesús en aquella noche santa, en que “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...”, hasta el extremo de su amor, del tiempo y de sus fuerzas. Aquella noche santa, a un mismo impulso de amor, nacieron la eucaristía y los sacerdotes.

Yo creo, Señor, creo en tu sacerdocio, creo en su poder y grandeza, haz que sea digno de tu confianza, de tu misión y encargo. Yo quisiera que cuando digo “esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre” -el de Cristo no el de Milla, Luisdi... etc.- fuera tan verdad, que como es Jesús,  el que vuelve a decir estas palabras por mis labios... el que vuelve a consagrar su cuerpo..., yo quisiera sentir su sangre en mi sangre y los latidos de su corazón en el mío y sus deseos en mis deseos y sus ansias de amor al Padre y a los hombres dentro de mí, para poder luego hacer las mismas acciones que El y tener la misma entrega que El y la misma pasión por los hombres, mis hermanos, que El. Y que fuera tan de verdad esta suplencia de mi humanidad por la suya,  no solo en la consagración sino durante todo el día, que  El  actuara en mí como si yo fuera El, como si mi cuerpo fuera el suyo, mi humanidad la suya....yo quisiera que fuera tan perfecta la identificación de mi vida con la suya, que el Padre, al inclinarse sobre esta pobre criatura, que soy yo, el Padre no notara diferencia entre  Jesús y yo, y no viera en mí sino al Amado, en quien El ha puesto todas sus complacencias.

Queridos hermanos sacerdotes de Cristo Jesús: Así lo pensé yo cuando me ordené sacerdote y lo puse en la estampa de mi primera misa: «REPRODUCIR A CRISTO ANTE LA FAZ DEL PADRE». Al menos éste es y sigue siendo siempre mi deseo aunque, como vosotros mismos podéis constatar, me he quedado muy lejos del ideal soñado. Pero no pierdo la esperanza.  «Oh Fuego abrasador, Espíritu de mi Dios, venid sobre mí para que en mí se realice una como encarnación del Verbo, que venga yo a ser para Él una humanidad supletoria en la que Él renueve todo su misterio. Venid a mí como Adorador, como Salvador, como Redentor». Amigos:  Rezad ahora con más fuerza esta oración porque se ha hecho realidad en vosotros por la epíclesis del día de vuestra ordenación.

Ahora podéis decir: Espíritu Santo, de la misma forma que en el seno de la Virgen formaste el  cuerpo y la humanidad de Cristo, así has transformado por tu poder y la gracia del sacramento del Orden todo mi ser y existir, haciéndome presencia sacramental de Cristo.

Haz de mi vida una humanidad supletoria de la de Cristo, porque El destrozó la suya en la cruz y ahora, resucitada, está oculta en el pan consagrado y así no le vale para la temporalidad de este mundo. Yo quiero ser su visibilidad y transparencia en el mundo, quiero ser su  humanidad supletoria, para que El prolongue en mí y por mí su sacerdocio y su misión en la tierra, y siga adorando al Padre hasta la muerte, porque esto quiero que sea lo primero en mi vida  y siga también salvando y  redimiendo a los hombres –“quiero suplir en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”--, porque para esto me ha llamado: “ llamó a los que quiso para estar con El y enviarlos a predicar”.

En la Eucaristía está el cuerpo glorioso y resucitado de Cristo. Aún conserva en sus manos y pies las huellas de la pasión. Está el cuerpo que trabajó y se cansó, que cedió a la tentación del sueño en la barca, que sufrió por nosotros. Está el cuerpo que sufrió hambre en el desierto, que sufrió sed y pidió agua a la samaritana y en la cruz no pudo callar su sed abrasadora. El cuerpo que recorrió sin aliento todos los caminos de Palestina predicando el reino de Dios, el cuerpo coronado de espinas, flagelado y llagado por lanza y por clavos. Éste es el cuerpo que consagráis y tenéis que sustituir. Imposible... pero para eso se hace presente el Señor en la Eucaristía, para consagrarnos,  para alimentarnos con su cuerpo y alma, para ayudarnos con su presencia permanente en el sagrario. Él estará siempre junto a vosotros en la eucaristía, El nos guiará, nos corregirá, nos dirá lo que tenemos que ir haciendo.

Sed totalmente eucarísticos, que la eucaristía sea el alma de vuestra alma, la vida de vuestra vida, que el sagrario nunca sea un trasto más de la Iglesia sino el Señor, el confidente, el amigo que siempre está en casa. Tratadlo siempre bien, en misa y fuera de misa: “Es el Señor”.

¡Qué grande es ser sacerdote! Celebrad siempre con devoción y entrega, comulgad siempre con sus sentimientos de ofrenda y salvación, adorad su presencia siempre ofrecida en amistad y pidiendo correspondencia.

La eucaristía, salida del amor extremo de Cristo a los hombres, es lo primero y más  importante de vuestro sacerdocio y debe revolucionar toda vuestra vida ahora y siempre. Tratad al Señor y adoradlo con el mismo respeto y amor que lo hizo siempre ella, la buena, la dulce, la guapa, la todo-terreno, no la olvidéis, la Madre. Que ella os enseñe y os ayude.

Hermano sacerdote joven: Ayer te obedeció el Señor y bajó del cielo a la tierra. Hoy volverá a hacerlo. ¡qué grande es el sacerdote! Cómo te adoro, Señor. Y no bajas muerto, inerte, sin vida, bajas lleno de amor de entrega, vienes lleno de resurrección y de vida para todos. Vienes para ser comido: “Tomad y Comed... Tomad y Bebed...”  Señor, Tú estás, en el pan consagrado, vivo, vivo y resucitado.

Hermanos sacerdotes recién estrenados: La Eucaristía es el memorial de su pasión, muerte y resurrección: hacedlo siempre despacio, con veneración y respeto. La Eucaristía es comulgar con el cuerpo y alma y sentimientos de Cristo: hacedlo con verdad, con deseos de comerlo, con hambre de El. La Eucaristía es presencia de amistad siempre ofrecida en el sagrario: correspondedle con vuestra amistad. Es lo que busca.

El sí que  ama de verdad. Os lo digo yo. El sí que merece todo nuestro amor, nuestra vida, nuestro tiempo, nuestra entrega, nuestra adoración. Como hermano mayor y  sacerdote me uno a vosotros para decirle: SEÑOR JESUCRISTO, TE QUEREMOS, TE QUEREMOS, TE QUEREMOS. Como hermano y sacerdote mayor me uno a vosotros para darle gracias por el don del sacerdocio y gritar muy fuerte con todos  vosotros. ¡ALABADO SEA  JESUCRISTO, SACERDOTE ETERNO! A ÉL  GLORIA Y ALABANZA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS. AMÉN

VIGÉSIMOTERCERA MEDITACIÓN

 LA ESPIRITUALIDAD DELA EUCARISTÍA COMO MISA

PARTICIPACIÓN RITUAL Y PARTICIPACIÓN ESPIRITUAL EN LA EUCARISTÍA

El sacrificio de Cristo en la cruz, anticipado en la Última Cena y presencializado como memorial en cada Eucaristía, es un sacrificio perfecto de alabanza, adoración, satisfacción, impetración y obediencia al Padre, que no necesita  ningún otro complemento y ayuda. Según la Carta a los Hebreos, es completo en su eficacia y se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7, 8), no como los del AT que necesitaban ser repetidos continuamente. Sin embargo, nosotros vamos a hablar ahora de celebrar la Eucaristía como sacrificio completo, no por parte de Cristo, que siempre lo es, como acabamos de decir, sino por parte nuestra, que podemos participar más o menos plenamente en sus gracias y beneficios, identificarnos más o menos plenamente con los sentimientos y actitudes de Cristo.

       Hay muchas formas de participar en la santa Eucaristía, en el sacrificio de Cristo, por parte de la Iglesia, del sacerdote y de los fieles.Nosotros ahora vamos a profundizar un poco en esa participación que Cristo quiere y la celebración eucarística nos pide y que nosotros llamamos personal y espiritual: “Haced esto en memoria mía... el que me come vivirá por mí... las palabras que yo os he hablado son espíritu y  vida...,” Jesús quiere una participación “en espíritu y verdad”,  pneumatológica, en Espíritu Santo, tal como Él la  celebró, con sus mismos sentimientos y actitudes, que supere  la celebración meramente ritual o externa. La participación ritual, como su mismo nombre indica, consiste en cumplir los ritos de la Eucaristía, especialmente los de la consagración y así la Eucaristía se realiza plenamente en sí misma, presencializando todo el misterio de Cristo por el ministerio del sacerdote.

       La participación espiritual, hecha con fuego y amor de Espíritu Santo, es la asimilación y participación personal y pneumatológica del misterio, que trata de conseguir la mayor unión con los sentimientos de Cristo, y de esta forma la mayor asimilación y participación personal en el misterio por parte del sacerdote y de los participantes conscientes y activos. Es una apropiación más personal y objetiva del Espíritu de la santa Eucaristía.

La participación ritual se consigue por la sola  ejecución de los gestos y de las palabras requeridas para el signo sacramental, haciendo presente sobre el altar lo que significan estos gestos y palabras, esto es, de convertir el pan y el vino consagrados en una ofrenda del sacrificio de Cristo por parte de toda la Iglesia, independientemente de los sentimientos personales del sacerdote oferente y de la comunidad. Aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaría consigo la aplicación de los méritos del calvario por medio de la ofrenda del altar, prescindiendo de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

       Sin embargo, la Iglesia no se conforma con esta participación ritual y nos pide a todos una participación «consciente y activa», por medio de gestos y palabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en espíritu y verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extremo, adoración, actitudes y entrega de Cristo al Padre y a los hombres. La participación espiritual nos llevará a una experiencia más personal del sacrificio de Cristo, asimilando por la gracia los   sentimientos del Señor en su vida y en su sacrificio. Y ésta es la participación plena, que nos piden Cristo y la Iglesia: «Los fieles, participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (LG 11); «por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo» ( PO 2).

       El Vaticano II lo expresa así: «La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano,“linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido”» (1Ptr, 2,9; cfr 2,4-5) (SC 14). «Los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (SC 11). «La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (Eucaristía) como extraños y mudos espectadores, sino que participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada»  (SC 48).   

       Con estos términos, la liturgia de la Iglesia pretende llevarnos a participar en plenitud de los fines y frutos  abundantes del misterio eucarístico mediante una  participación plenamente espiritual, en el mismo Espíritu de Cristo, no sólo en sus gestos y palabras.

       El Papa Juan Pablo II en su última Encíclica Ecclesia de Eucharistia nos dice: «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor: De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz, su sangre “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente»   (EE 16).

       Y en el número siguiente y en relación con la   comunicación de su mismo Espíritu, añade el Papa: «Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe San Efrén: <Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu. Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo...>» (Homilía IV para la Semana Santa: CSCO 413/Syr.182, 55) (EE 17).

       La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la   Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo: «Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y sobre estos dones, para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo par cuantos participan de ellos» (Anáfora) (EE 17).

       Por eso, aunque el sacerdote cumpla todas sus obligaciones rituales de representar a Cristo y actuar en su nombre, si no se identifica con su Espíritu y se ofrece unido a Él como víctima y sacerdote, no cumple íntegramente su misión sacerdotal. El oficio sacerdotal en la Nueva Alianza  lleva consigo “tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús...,” porque es en el altar, en la celebración de la  Eucaristía, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia», donde fieles y sacerdote deben asistir no como «extraños y meros espectadores» sino «consciente, activa y fructuosamente»  «se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo», «ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella». Siendo Cristo vivo y resucitado el que se ofrece en la Eucaristía para la salvación y santificación de su Iglesia, al decirnos “y cuantas veces hagáis esto acordaos de mí...,” nos pide que hagamos presente en cada uno de nosotros su emoción y amor por vosotros, su adoración al Padre, cumpliendo su voluntad con amor extremo hasta dar la vida en el momento cumbre de su vida y de la Iglesia.

       Por tanto el sacerdote tiene una doble misión: ofrecer en nombre de Cristo y juntamente participar en estas actitudes, ofreciéndose a sí mismo en su propio nombre y en nombre de los fieles, a quienes representa. En esto no hay desdoblamiento de la actividad sacerdotal. Cierto que las dos ofrendas son distintas; un sacerdote puede ofrecer válidamente el sacrificio en nombre de Cristo, y sin embargo, personalmente puede encerrarse en su egoísmo y no hacerse ofrenda con Cristo. La ofrenda de Cristo  nos da ejemplo de cómo tenemos que ofrecer nuestra vida  al Padre juntamente con Él, no solamente por  un mero formalismo ritual y mera pronunciación de las palabras de la Consagración.

       Los fieles también son llamados a compartir con el sacerdote la actitud de ofrenda personal. Hay una ofrenda que sólo cada uno de ellos puede y debe realizar, porque cada hombre dispone de sí mismo y nadie puede sustituir a los otros en esta ofrenda de sí mismo. Cada uno desempaña por tanto un papel esencial, cuando asiste y participa en la Eucaristía: presentar en unión con Cristo la ofrenda de su propia persona al Padre.

       Esta ofrenda puede realizarse de diversas maneras, y formularse de distintas formas, por ser precisamente personal, pero está claro que no consistirá nunca en los meros ritos o gestos o palabras sino que a través de lo que dicen y significan han de entrar en el espíritu y verdad de la Eucaristía con su cuerpo y su alma, su espíritu y su carne, su ser interior y exterior, con todo su ser y existir. Esto es lo que lleva consigo la celebración litúrgica, esta es su esencia y finalidad, así es cómo la liturgia de la Eucaristía alcanza su objetivo, no cuando simplemente asegura una participación exterior correcta, digna y piadosa a las oraciones y ceremonias sino cuando suscita en el corazón de los cristianos una auténtica entrega de sí mismo. En cada Eucaristía los cristianos son invitados por Cristo a <acordarse> de Él y de sus sentimientos para ofrecerse con Él.

       Por eso, cada Eucaristía debe ser un estímulo para renovarse en el amor a Dios y al prójimo, en medio de las pruebas y dificultades de la vida, de las cruces y sufrimientos y humillaciones, de los fallos y pecados permanentes contra esta obediencia a la voluntad del Padre y entrega a los hermanos. La santa Eucaristía nos hace aceptar estas pruebas y sufrimiento aunque sean injustos, maliciosos y de verdadera agonía como en Cristo hasta el punto de tener que decir muchas veces:“Padre, si es posible pase de mí este cáliz…”, o lleguemos a pensar que Dios no se preocupa de nosotros y nos tiene abandonados, porque no sentimos su presencia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado...?”

       La santa Eucaristía nos ayuda a superar las pruebas de todo tipo, uniéndonos al sacrificio de Cristo y se convierte así en la mejor y más abundante fuente de gracia, perdón, amor y generosidad, aunque a veces es a oscuras y sin arrimo alguno de consuelo aparente divino. El Espíritu Santo, Espíritu de la Eucaristía, nos ayuda como a Cristo a soportarlo y ofrecerlo todo, a ser pacientes y obedientes y pasar por la pasión y la cruz para llegar a la resurrección y la nueva vida. En la santa Eucaristía los cristianos encuentran un estímulo y ocasión de ofrecer su pasión y muerte al Padre que nos la acepta siempre en la del Hijo Amado. Haciéndolo así, los sufrimientos se soportan mejor con su ayuda y suben como homenaje a Dios y llegan hasta Él como ofrenda por la salvación de nuestros hermanos.

       Así es cómo la vida cristiana tiene que convertirse en una Eucaristía. El cristianismo es una Eucaristía, es un esfuerzo de la mañana a la noche de vivir como Cristo, de hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, quitando y matando en nosotros toda soberbia, avaricia, lujuria, todo pecado contra el amor a Dios y a los hermanos, comulgando con el corazón y el alma, con los sentimientos y actitudes de Cristo; es la Eucaristía que continuamos celebrando permanentemente en nuestra vida, después de haberla celebrado con Cristo sobre el altar. La ofrenda de la Eucaristía debe brillar en todos los aspectos de la existencia cristiana, y difundir su espíritu de sacrificio libremente aceptado.

En la ofrenda del pan y del vino disponemos nuestro cuerpo, espíritu y vida a ofrecernos con Cristo al Padre, en la Consagración, por obra y potencia del Espíritu Santo, quedamos consagrados, ya no nos pertenecemos, porque hemos sido consagrados, transformados en Cristo, en sus sentimientos y actitudes, y cuando salimos fuera, como ya no nos pertenecemos, tenemos que vivir esta consagración, es decir, vivir, amar y trabajr como Cristo. El cáliz que se levanta hacia el cielo debe suscitar promesas de entrega, propósitos de perdonar y olvidar las ofensas como Cristo, intentos de reconciliación, aceptación de la voluntad o permisión divina aunque nos sea dolorosa, movimientos de amor fraterno como Cristo.

       Ésta es la espiritualidad de San Pablo, así vivía él la Eucaristía: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne  vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 20). “Lo que es para mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6, 14).“No quiero saber más que de Cristo y éste, crucificado...” “Para mí la vida es Cristo”.

Así debemos vivir todos los que participamos de la santa Eucaristía. Este debe ser nuestro grito y sentimiento más profundo también al celebrarla. La Eucaristía tiene como fin el que los sentimientos de Cristo en su ofrenda se encarnen en cada uno de los asistentes para encontrarnos preparados cuando vengan y sintamos en nosotros los sufrimientos y las persecuciones de nuestra propia pasión y muerte del yo, las persecuciones y envidias de la vida, nuestra propia crucifixión. La Eucaristía nos invita a colocarnos dentro de la ofrenda de Cristo crucificado, de la corriente de amor de esta ofrenda; así la cruz se hará más soportable: «una pena entre dos es menos pena».

       A través del pan y del vino, el discípulo se ofrece a sí mismo, dispuesto a que Cristo diga sobre su cuerpo y sobre su vida entera: “Esto es mi cuerpo entregado... ésta es mi sangre derramada...” De esta forma, el sacrificio de la Iglesia viene integrado en el mismo sacrificio de Cristo, “para completar lo que falta a la Pasión de Cristo” (1Col 1,24). Por medio del signo sacramental, el sacrificio de la Iglesia se identifica espiritualmente con el sacrificio de Cristo y llega a formar una sola ofrenda  por el mismo Santo Espíritu.

       El sacrificio de Cristo no concluye con su muerte, es eucarístico, acción de gracias por la vida nueva que nos  consigue  y que viene del Padre,  por eso le da gracias al Padre ya en la Última Cena. Éste es el proceso que Jesús acepta, no quiere sólo “entregar su vida” sino también “tomarla de nuevo” en la resurrección para Él y para todos nosotros. Su humanidad y la nuestra deben entrar en un nuevo orden de relación con el Padre. Lo que en Él ya es gracia conseguida y aceptada por el Padre por su resurrección, en nosotros se convierte en don escatológico que se hace presente como gracia anticipada de Alianza, en esperanza cierta y segura de la Pascua definitiva en la Eucaristía celebrada.

Y así se juntan el sacerdocio y la Eucaristía del cielo y de la tierra y así Cristo, los peregrinos y los santos la celebramos juntos y unidos por el mismo Espíritu Santo, potencia salvadora y resucitadora de Dios Uno y Trino. Y así la sacramentalidad de la Eucaristía mantiene siempre una relación estrecha de los celebrantes y participantes con la ofrenda existencial del Cristo glorioso y celeste, que abarca toda su vida, desde la Encarnación hasta la Ascensión a la derecha del Padre y tiende a comunicar al creyente el dinamismo de dicha ofrenda. Y así la Iglesia y los cristianos dan «por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén»

       Celebrada así, la Eucaristía se convierte no sólo en <culmen> de la vida cristiana, en la cima más elevada de la Iglesia junto a la Santísima Trinidad, sino también en <fuente> de la misma vida trinitaria en nosotros:  

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

1.  Aquella eterna fonte está escondida,

qué bien sé yo dó tiene su manida,

aunque es de noche

3. Su origen no lo sé, pues no le tiene,

más sé que todo origen della viene,

aunque es de noche.

4.  Sé que no puede ser cosa tan bella

 y que cielos y tierra beben della,

aunque es de noche.

11.  Aquesta eterna fonte está escondida

en este vivo pan por darnos vida

aunque es de noche.

12.  Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

13.  Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo

aunque es de noche».

(San Juan de la Cruz)

VIGÉSIMOCUARTA MEDITACIÓN

LA  PARTICIPACIÓN  ENLA EUCARISTÍA NOS LLEVA A IMITAR Y SEGUIR A CRISTO EN SU ADORACIÓN AL PADRE,  EN OBEDIENCIA TOTAL, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA POR DIOS Y LOS HOMBRES, NUESTROS HERMANOS

La ofrenda de Cristo al Padre en su pasión y muerte y resurrección para salvar a los hombres es icono e imagen que debemos copiar e imitar en nuestra vida todos los participantes, sacerdotes y fieles, en la celebración de la santa Eucaristía, siguiendo sus mismas pisadas. He rezado esta mañana el himno de Laudes, 15 de septiembre, Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores. Ella nos sirve de madre educadora de nuestra fe y modelo en la celebración del sacrificio de Cristo. Ella contemplaba y guardaba en su corazón lo que veía en su Hijo. 

       En cada Eucaristía el Señor nos repite a todos lo que dijo a la Samaritana:“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”. La primera invitación del Señor es a conocer su amor, su entrega, su don, porque esto es el comienzo de toda amistad. Si no se conoce no se ama, no puede haber agradecimiento, ofrenda, alabanza, unión. Es necesaria la meditación y la reflexión para conocer la verdad del misterio celebrado para así apreciarlo y poder luego desearlo y vivirlo. Toda la Eucaristía tiene que ser orada, dialogada con el Señor.  Sin oración personal, la Liturgia no puede alcanzar toda su eficacia y plenitud. Así es cómo el corazón humano se abre al amor divino, sin el cual nosotros no podemos amar. El himno de Laudes de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, es el «STABAT MATER». Y tiene bien marcados estos dos pasos que he anunciado; primero: mirar y meditar.

La Madrepiadosa estaba        ¡Oh cuán triste y aflicta

junto a la cruz y lloraba           se vio la madre bendita

mientras el Hijo pendía;           de tantos tormentos llena!

cuya alma, triste y llorosa,       Cuando triste contemplaba

traspasada y dolorosa,              y dolorosa miraba

fiero cuchillo tenía                del Hijo amado las penas.

Y ¿cuál hombre no llorara,       Por los pecados del mundo

si a la Madre contemplara         vio a Jesús en tan profundo

de Cristo, en tanto dolor?           tormento la dulce Madre.

Y ¿quién no se entristeciera,     Vio morir al Hijo amado,

Madre piadosa, si os viera         que rindió desamparado

sujeta a tanto rigor?                    el espíritu a su Padre.

       Celebrar y participar en la Eucaristía lleva consigo primero, como hemos dicho, mirar y contemplar y meditar la cruz de Cristo, los sentimientos y actitudes de Cristo en  su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes todos los días en la santa Eucaristía. Todos los días, la celebración de la santa Eucaristía hace que adoremos al Dios Santo y Único, que merece nuestra adoración y obediencia total, aunque nos haga pasar como a Cristo por la pasión y la muerte de nuestro <yo>, para llevarnos a la resurrección de la nueva vida por Él, con Él y en Él, entrando así plenamente en el misterio y proyecto de la Santísima Trinidad. Esta contemplación de la cruz  es el primer paso para poder celebrar la Eucaristía “en espíritu y verdad”, como Él nos lo dijo, cuando nos prometio este misterio.

       Dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina... externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que  ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”  (Fil 2,5-11).  

       Cristo es la historia humana del Verbo encarnado, como salvación del hombre. El hombre Jesús se entregó sin reservas a Dios en nombre y en favor de todos los hombres. En virtud de su ser ontológico y existencial humano, su vida entera fue adoración existencial y cultual al Padre. Cristo realizó en toda su vida el culto supremo de adoración obedencial al Padre jamás ofrecido por hombre alguno. Con plena disponibilidad, como nos ha dicho la Carta a los Filipenses, estaba totalmente orientado hacia la voluntad del Padre, para cumplirla en adoración y obediencia total en la muerte en cruz.

       Toda su vida la consumió Cristo en obediencia total al Padre:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió”. Él vivió para realizar el proyecto que el Padre le había confiado, y siendo Dios se hizo nada,“se anonadó”, se hizo criatura, se hizo “siervo” en la misma Encarnación, y toda su vida la vivió pendiente de los intereses del Padre, por lo que  tuvo que sufrir muchas humillaciones durante su vida para terminar en la plenitud de su existencia, en plena juventud “haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Fue el Padre, no Jesús de Nazareth, el autor del proyecto de salvación:“Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). La Nueva Alianza fue querida por el Padre y realizada en la sangre del Hijo en adoración obedencial.

       La adoración es una actitud religiosa del hombre frente a Dios grande e infinito, inscrita en el corazón de todo hombre, mediante la cual la criatura se vuelve agradecida hacia su Creador en manifestación de amor y dependencia total de Él: “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mt 4,10). La adoración ocupa el lugar más alto de la ida, de la oración y del culto. Por eso, esta actitud religiosa es esencial para avanzar en la vida espiritual de unión e identificación con Cristo. En lenguaje bíblico la palabra y el concepto de adoración significa el culto debido a Dios, manifestado a través de ciertas acciones, especialmente  sacrificiales, por las cuales venimos a decir: Dios, Tú eres Dios, yo soy pura criatura, haz de mí lo que quieras. Por adoración el hombre se ofrece a Dios en un acto de total sumisión y reconocimiento de su grandeza como Ser Supremo y lo significaba con la muerte de animales y ofrendas. El elemento principal de ella es la entrega interior del espíritu a Dios, significada a veces, con gestos externos. La palabra más adecuada para expresar este culto es latría, que significa propiamente este culto rendido solamente a Dios.

ADORACIÓN AL PADRE 

Nuestra adoración a Dios es la que garantiza la pureza de nuestro encuentro con Él y la verdad del culto que le tributamos. Mientras el hombre adore a Dios, se incline ante Él, como ante el ser que “es digno de recibir la potencia, el honor y la soberanía”, el hombre vive en la verdad y queda libre de toda sospecha y mentira, porque la vida es el supremo valor que tenemos y entregarla sólo se puede hacer por amor supremo. 

       Este sentido, esta actitud de adoración ante el Dios Grande hace verdadero al hombre, y lo centra y da sentido pleno a su ser y existir: por qué vivo, para qué vivo, reconoce que sólo Dios es Dios y el hombre es criatura. Se libera así de la soberbia de la vida, del pecado del mundo de todos los tiempos, adorador del propio “yo”, a quien damos culto idolátrico de la mañana a la noche: “Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por la cual viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía” (Col 3, 5-6).

       Frente al precepto bíblico“Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto”, el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí mismo el instinto de adorarse a sí mismo y  preferirse a Dios. Es la tendencia natural del pecado original. Todos, por el mero hecho de nacer, venimos al mundo con esa tendencia. Podemos decir que cada uno, dentro de sí mismo, lleva un ateo, unas raíces de rebelión contra Dios, que se manifiesta en preferirnos a Dios y darnos culto sobre el culto debido a Dios, que debe ser primero y absoluto. Mientras lascosas nos van bien, no se rebela, aunque siempre está actuando y no somos muchas veces conscientes. Pero cuando tenemos sufrimientos y cruces, cuando nos visita la enfermedad o el fracaso, nos rebelamos contra Dios: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué a mí? En el fondo siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Por eso, cuando estoy dispuesto a ofrecer el sacrificio de mí mismo en el dolor y sufrimiento, en silencio y sin reflejos de gloria, prefiero a Dios sobre todo, y Él es el bien absoluto y primero. Y esta actitud prueba la verdad de mi fe y amor a Dios sobre todas las cosas.

       Jesús había dicho:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El sacrificio es una exigencia del amor. El supremo amor es el don de sí mismo, de la propia vida por el amado. El amor que pretendiese sólo la posesión del amado no sería verdadero. Por eso, la culminación del amor se encuentra en el sacrificio de la vida  y el sufrimiento moral, que producen las renuncias más íntimas, forman parte del amor auténtico. Dios es el único que puede solicitar un amor hasta dar la vida.

       Cuando se ofrece una cosa, hay que renunciar a la      posesión de la misma. Cuando  se ofrece la propia vida hay que renunciar a la soberanía sobre la propia existencia. Y este desprendimiento se expresa principalmente mediante el gesto cultual del sacrificio.  Es la expresión material, visible, de una actitud del alma, por la cual el hombre se ofrece a sí mismo mediante la ofrenda de otra cosa. Para que sea verdadero tiene que partir del amor, hacerlo desde dentro. Y esto es lo que  nos pide la celebración de la Eucaristía, unirnos al sacrificio de Cristo y hacernos con Él víctimas y ofrendas de suave olor a Dios con los sacrificios que  comporta cumplir su voluntad en la relación con Él y con los hermanos.

       El cristiano, que asiste a la Eucaristía,  tiene la alegría de saber que el sacrificio ofrecido sobre el altar, llega hasta Dios infaliblemente y obtiene la gracia por medio de Cristo. El Padre quiso que este sacrificio ofrecido una vez sobre el Gólgota mereciese toda la gracia para el hombre y quiere que siga renovándose todos lo días sobre el altar bajo la forma ritual y sacramental de la Eucaristía. Gracias a la Eucaristía, la humanidad puede asociarse cada vez más voluntariamente al sacrificio del Salvador ratificando así su compromiso con el sacrificio de Cristo, en nombre de todos, en la cruz y sabiendo que su sacrificio en el de Cristo será siempre aceptado por el Padre.

       En la economía de la Nueva Alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual  de Cristo, “coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por  todos” (Hbr 2,9b), que constituye a su vez el centro del culto y de la vida cristiana. La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús. Por eso la Eucaristía se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu, en la adoración más perfecta, única. En la Eucaristía está el “todo honor y toda gloria” que la Iglesia puede tributar a Dios, y que necesariamente tiene que pasar  “por Cristo, con Él y en Él”.

       La carta a los Hebreos pone en boca del Hijo de Dios,“al entrar en este mundo” las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesión plena y radical al proyecto del Padre: “No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí” (Heb.10,5-7).

       Y esta actitud la vivió en todo momento. Al comienzo de su vida apostólica, cuando se retira a la oración y a la soledad del desierto para prepararse a la misión que el Padre le ha confiado, ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a  él sólo darás culto” (Mt.4,10). Sólo Dios es Dios, sólo Dios es digno de ser adorado por ser Primero y Último, principio y fin de la creación y del hombre. (Cfr CONCEPCIÓN GONZÁLEZ, La adoración eucarística, Madrid, 1990)

LA OBEDIENCIA

Hemos subrayado que el valor del sacrificio de Cristo no reside en la materialidad de derramar sangre, sino en la  obediencia al Padre, en adoración total, hasta dar la vida, como el Padre ha dispuesto. En el evangelio de Juan encontramos una declaración de Jesús que arroja mucha luz sobre esta actitud de sumisión a la voluntad del Padre, que inspira toda la Pasión: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita sino que yo mismo la doy. Tengo poder para darla y poder tengo para tomarla otra vez; éste es el mandato que he recibido del Padre” (Jn 10, 17-18). En esta adoración obedencial se realiza el sacrificio del Salvador.

       San Pablo ha expuesto muy concretamente en el himno cristológico de su Carta a los Filipenses, que ya hemos mencionado varias veces, el papel de la obediencia  de Cristo Jesús en la Encarnación y Pasión:“Tened en vosotros estos sentimientos de Cristo Jesús...” Este Cristo humillado, despreciado, angustiado hasta la muerte en el Huerto de los Olivos: “sentaos aquí, mientras yo voy a orar... triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí mientras yo voy a orar.”   invocando al Padre, para que le libre de  ese cáliz que está a punto de beber: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero sino como tú quieres...,” por la fuerza de la oración se ha levantado decidido, dispuesto a obedecer y someterse totalmente al proyecto del Padre:“Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme” (Mt 26,36-40). Cuando se levantó de su postración en el Huerto de los Olivos, el Salvador había renovado su sacrificio al Padre, ofrecido ya en la Cena. En su pasión y muerte no hizo más que cumplir lo que en esta obediencia había prometido y aceptado. En la santa Eucaristía se hacen presentes todos estos sentimientos de Cristo, en los que nosotros podemos y debemos participar haciéndonos una ofrenda con Él. Los que asisten a la Eucaristía no hacen suyo el sacrificio de Cristo si no aceptan esta actitud fundamental de obediencia y ofrenda.      

       Penetrar en el misterio de la Eucaristía es identificarse totalmente con el misterio de Cristo y someterse sin condiciones y sin reservas a una voluntad que puede conducirnos a la cruz; es aceptar obedecer a Dios hasta el heroísmo, ayudados por su gracia y su fuerza, que nos puede hacer sentir como a Pablo y a tantos santos de la Iglesia: “Me alegro con gozo en mis debilidades, para que así habite en mi la fuerza de Cristo”; “cuando soy más débil, entonces hago vivir en mí la fuerza de Dios”;  “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que amó y se entregó por mí”.

       Unidos a Cristo ponemos en las manos de nuestro Padre del cielo el tesoro de nuestra vida y libertad y así hacemos el don más completo de nosotros mismos en un verdadero señorío sobre todo nuestro ser y existir. De esta forma, en medio de nuestros sufrimientos y debilidades, terminaremos confiándonos totalmente al Padre: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”;  “Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para  mí” (Gal 6,14).“Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados...” (1Cor 1,23-24).

LA “HORA” DE CRISTO: FIDELIDAD AL PADRE, HASTA LA MUERTE.

La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cf.Jn.17, 4), tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: “para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn.14, 30.31).

       En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10, 17). La muerte para Cristo es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

       En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre (Cfr.Rom.5, 19) y a la de los israelitas (3,4-7): “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor” (Hbr 5,7-8).

       La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión:“Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado “su hora”: “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora?¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte.

       “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “El amor de Dios -escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

       Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre:“Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47). Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos: Mt.26, 36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45 aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: “Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb.5,8).

       Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al Padre con inmensa angustia:“Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. El himno cristológico de Filipenses 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

VIGÉSIMOQUINTA MEDITACIÓN

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN

Durante la Última Cena, la intención fundamental de Jesús fue la de instituir una comida espiritual a través de la comida material del pan y del vino, ofrenda sacramental de su sacrificio, para que todos comiéramos  su cuerpo y sangre y nos alimentáramos de su misma vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... el que me coma vivirá por mí...”. El Señor instituyó esta celebración de la Alianza Nueva mediante una comida, que se convertirá en los siglos venideros en el memorial de su sacrificio, siguiendo el modelo de la antigua alianza junto al monte Sinaí: sacrificio y comida.

       Los relatos evangélicos nos muestran que las comidas en su vida apostólica fueron momentos siempre  de salvación: en casa de Simón, con la mujer arrepentida (Lc 7, 36-50), fue, por ejemplo, comida de perdón; fue comida de salvación, con los recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mt 9, 10); encuentro de gracia, perdón y amistad con Zaqueo (Lc 19,2-10); en Betania fue  signo de amistad con los amigos Lázaro, María y Marta, incluyendo las quejas de Marta porque María permanece a los pies del Maestro (Jn 11,1). A diferencia de Juan el Bautista que ayunaba, Jesús participaba gustoso en la comidas de sus contemporáneos: “El Hijo del hombre come y bebe” (Mt 11,19).

       Esto no era nada extraño para Jesús y los Apóstoles. En la religión hebrea, en la cual ellos nacieron y vivieron, la comida tuvo siempre un papel muy importante en las relaciones de Dios con los hombres, en la ratificación de los  pactos y alianzas, que siempre se ratificaron con una comida: mediante una comida se sellan los pactos o alianzas entre Isaac y Abimelec (cfr Gen 26,26-30), entre Jacob y su suegro Labán (cfr Gen 31,53) y en concreto, en la alianza de Dios con el pueblo de Israel, donde el texto del Éxodo nos refiere una doble tradición: una, que describe al sacrificio como rito esencial de la alianza; y otra, que muestra a la comida, como expresión de esta misma alianza.

       En lo referente a esta última tradición se nos dice que los setenta ancianos de Israel, que habían subido con Moisés al monte, contemplaron a Dios: “Y luego comieron y bebieron” (Ex 24,11). A la contemplación se une la comida que confirma la introducción en la intimidad divina. Los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario elegido por Dios, y en el mismo lugar consagrado a Dios se tenían también las comidas. Así se restañaban y se potenciaban las relaciones de Dios con los hombres: comían en su presencia.

A la primera comida, que en su tiempo ratificó la alianza establecida con Moisés y los ancianos de Israel, corresponde la última comida, la Última Cena, que sellará la conclusión de la Alianza Nueva y Eterna en fidelidad a las promesas hechas a David: “En aquel día, preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones.Aniquilará la muerte para siempre.El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo los alejará de todo el país, -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación” (Is 25,6-9).

       La comida hará comprender todos los beneficios y todas las gracias que Dios dará a los hombres con aquella alianza. También en el libro de Enoch, cronológicamente más cercano a la época de Cristo, la felicidad de la vida futura está representada por la imagen de un banquete celestial: “El Señor de los espíritus habitará con ellos y éstos comerán con el Hijo del hombre; tomarán parte en su mesa por los siglos de los siglos” (62,14). La felicidad consistirá en sentarse a la mesa con el Mesías o Hijo del hombre, muy cercanos al Señor de los espíritus, es decir, a Dios.

       Naturalmente en la comida eucarística, instituida por Cristo, no es comida y bebida ordinaria lo que se come,  sino su carne gloriosa, llena de Espíritu Santo, y su sangre gloriosa, derramada por nuestros pecados.  Pero el comer es esencial en toda comida, también en la eucarística: “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55), con la particularidad de que en la Eucaristía Jesús no implica sólo su cuerpo y sangre, sino que se implica Él mismo entero y completo.

       En la Última Cena Jesús inaugura la comida de la Nueva Alianza, que luego continuaría celebrando después de su resurrección con la comunidad de Jerusalén, que fueron encuentros de gozo y  reconocimiento y alegría por parte de los Apóstoles. Y así se siguió celebrando la Eucaristía como comida o cena hasta que empezaron a darse los abusos de que nos habla San Pablo en su carta a los Corintios junto con el aumento de miembros en las comunidades. Entonces comenzaron a separarse Eucaristía y banquete o ágape, con el peligro que llevaba consigo de que la liturgia se  convirtiera a veces  en un espectáculo para  ver a unos comer y a otros pasar hambre, más que en una comida familiar de encuentro en la fe y en la palabra, en comida  participada. 

       Una descripción interesante de la celebración de la comunión en el siglo IV aparece en una de las instrucciones catequéticas de Cirilo de Jerusalén: «Cuando os acerquéis, no vayáis con las manos extendidas o con los dedos separados, sin hacer con la mano izquierda un trono para la derecha, la cual recibirá al Rey, y luego poned en forma de copa vuestras manos y tomad el cuerpo de Cristo, recitando el Amén. Después, una vez que habéis participado del Cuerpo de Cristo, tomad el cáliz de la Sangre sin abrir las manos, y haced una reverencia, en postura del culto y adoración y repetid Amén y santificaos al recibir la Sangre de Cristo. Luego permaneced en oración y agradeced a Dios que os ha hecho dignos de tales misterios» (S.Cirilo, CM, V 21ss). Después del siglo XII la comunión bajo la especie de vino fue desapareciendo en la Iglesia de Occidente.

MIRADA LITÚRGICA A LA EUCARISTIA COMO COMUNIÓN 

La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no es un añadido o un complemento a la Eucaristía, sino una exigencia intencional y real de las mismas palabras de Cristo, al instituirla:“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... tomad y bebed... porque ésta es mi sangre”; es decir, que si Jesús consagró el pan y celebró la Eucaristía fue para que los comensales nos alimentásemos de su cuerpo y sangre como Él mismo había prometido varias veces durante su vida.  Los apóstoles comieron su cuerpo, su sangre, su divinidad, sus deseos de inmolarse para obedecer al Padre y de darse en alimento a todos. No cabe, por tanto, duda de que tanto por la promesa, como por las palabras de la institución de la Eucaristía, Jesús quiso ser comido como  el nuevo cordero de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, sacrificado y comido en signo de la amistad y de pacto logrado entre Dios y los hombres por su muerte y resurrección, como era el cordero de la pascua judía: Éxodo, cap. 12. No podemos dudar de este deseo de Cristo, expresado abiertamente al empezar la Última Cena:  “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros, antes de padecer,” es decir, ésta es la cena de la Pascua Nueva y en esta comida el cordero sacrificado y comido soy yo, que entrego mi vida como sacrificio y alimento por todos.

       La pascua judía era la celebración de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la Alianza en la sangre de los sacrificios en la falda del monte Sinaí y de la entrada en la tierra prometida. La pascua cristiana, inaugurada por Cristo en la Última Cena, es la liberación del pecado, el paso de la muerte a la vida y la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, nuevo cordero de la Nueva Alianza. Como hemos insinuado, ya desde la noche de la pascua judía, figura e imagen de la Nueva Pascua cristiana, Dios, nuestro Padre pensaba en darnos a su Hijo como nuevo Cordero de esta nueva alianza que hacía por su sangre. 

       “Yo veré la sangre y pasaré de largo, dice Dios”.Pascua significa paso, paso de Yahvé  sobre las casas de los judíos en Egipto sin herirlos, y ahora, en la nueva pascua, paso de la muerte de Cristo a la resurrección, que se convierte en  nuestra pascua, paso, por Cristo, del pecado y de la muerte a la salvación y a la eternidad. Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué cosa tan maravillosa vio el ángel exterminador en la sangre puesta sobre los dinteles de las casas de los judíos para pasar de largo y no hacerles daño aquella noche de la salida de la esclavitud de Egipto, en que fueron exterminados los primogénitos egipcios. En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia, Melitón de Sardes ponía estas palabras: «¡Oh misterio nuevo e inexpresable!  La inmolación del cordero se convierte en salvación para Israel, la muerte del cordero se transforma en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ángel, ¿qué fue lo que te causó temor, la muerte del cordero o la vida del Señor? ¿La sangre del cordero o el Espíritu del Señor? Está claro qué fue lo que te espantó: tú has visto el misterio de Cristo en la muerte del cordero, la vida de Cristo en la inmolación del cordero, la persona de Cristo en la figura del cordero y, por eso, no has castigado a Israel. Qué cosa tan maravillosa será la fuerza de la Eucaristía, de la Pascua cristiana, cuando ya la simple figura de ella, era la causa de la salvación».

       Queridos hermanos: Cristo hizo el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, y quiso hacer a los suyos partícipes del mismo, mediante una comida, una cena, un banquete. Aquí está la razón de lo que os decía al principio. Está claro que Cristo quiere que todos los que asisten a la Eucaristía participen del banquete mediante la comunión. Si no se comulga, no hay participación plena e integral en los méritos y la ofrenda de Cristo, hecha sacrificio y comida. Cuando comulgamos, no sólo comemos el Cuerpo de Cristo, sino que comulgamos también con su obediencia al Padre hasta la muerte, con la adoración de su voluntad hasta el sacrificio: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. La redención y salvación que Jesús realiza en la Eucaristía llega a todo el mundo, a todos los hombres, vivos y difuntos, porque nos injerta así en la vida nueva y resucitada, prenda de la gloria futura que nos comunica: “Yo soy la resurrección y la vida, el que coma de este pan vivirá eternamente”.

       Por lo tanto, el altar, en torno al cual la Iglesia se une para la celebración de la Eucaristía, representa dos aspectos del mismo misterio de Cristo: el altar de su sacrificio y la mesa de su cena: son dos realidades inseparables. Por eso, ir a Eucaristía y no comulgar es como ir a un banquete y no comer, es un feo que hacemos al que nos invita, es tanto como dejarle a Cristo con el pan en las manos y no recibirlo, es quedar a Cristo iniciando el abrazo de la unión sacramental y quedarse sentado. Si hemos dicho que sin Eucaristía-Eucaristía no hay cristianismo, había que decir también que sin Eucaristía-comunión no puede haber vida cristiana en plenitud:“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Sabéis que muchos se escandalizaron por esto y desde aquel momento le dejaron. Hasta sus mismos apóstoles dudaron y estuvieron a punto de irse. Tuvo que preguntarles el Señor sobre sus intenciones y provocar la respuesta de Pedro: “A quién vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna”.

       Podemos afirmar que el sacrificio nos lleva a la Comunión, y la Comunión al sacrificio. Y en esto está toda la espiritualidad de la Comunión. Por eso, el Vaticano II, en la S. C. nos dice: «Se recomienda la participación más perfecta en la Eucaristía, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, el cuerpo del Señor». Y añade más adelante: «...que los fieles reciban la Santísima Eucaristía los domingos y festivos, aún con más frecuencia, incluso a diario», ya que por voluntad expresa del Señor, sacrificio y banquete, Eucaristía y comunión están inseparablemente unidos.

VIGÉSIMOSEXTA MEDITACIÓN

ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN

La Eucaristíaes el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía, como misa, deriva toda la espiritualidad eucarística como comunión y presencia.En la comunión eucarística, Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres, sus mismos sentimientos y actitudes. Por eso, lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya no son necesarias y van desapareciendo.

       Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos.

       Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria,  sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué. Esto es una  comunión rutinaria, puro rito, con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús.

       Lo primero de todo es la fe, pedirla y vivirla, como lo fue con el Jesús histórico. Para creer y comulgar con Cristo-Eucaristía, necesitamos fe en su realidad eucarística, porque «este es el sacramento de nuestra fe». Cuando en Palestina le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos. “Tu crees que puedo hacerlo, tú crees en mí, vosotros qué pensáis de mí...” y éste sigue siendo hoy el camino de encuentro con Él. A los que quieran entrar en amistad  con Él,  les  exige fe, cada vez más fe, como vemos en todos los santos, porque hay que pasar de la fe heredada a la fe personal: ¿tú qué dices de mí..?, puesto que vamos a iniciar una amistad personal íntima y profunda con Él. Todos los días hay que pedírsela: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.

       Las crisis de fe, las <noches> de San Juan de la Cruz, son camino obligado para profundizar en esta fe, ayudan a potenciar la fe, la purifican, hacen que nos vayamos acomodando a los criterios del Evangelio, que pasan a ser nuestros y todo esto es con trabajo y dolor. Las crisis de fe son buenísimas, porque el Espíritu Santo quiere purificarnos, quiere quitar los falsos conceptos que tenemos sobre Cristo, su evangelio y, al quitar estas adherencias de nuestra fe heredada, se nos va la vida. Cristo quiere escuchar de cada uno: Yo creo en Tí, Señor, porque te veo y te siento, no porque otros me lo ha dicho. Superada esta primera etapa de fe como conocimiento de su persona y palabra, vendrá o es simultánea la etapa de comunión en su vida, de convertirse a Él, de vivir su misma vida, de comulgar en serio con su obediencia al Padre, con su entrega a los hombres, viene la conversión en serio que dura toda la vida, como la misma comunión: “quien coma, vivirá por mí...”, pero ahora al principio es más dura, porque no se siente a Cristo, y hay que purificar y quitar muchas imperfecciones de carácter, críticas, comodidad; aquí es donde nos jugamos la amistad con Cristo, la experiencia de Dios, la santidad de vida, según los planes de Cristo, que ahora aprieta hasta el hondón del alma.

       Para llenarnos Él, primero tiene que vaciarnos de nosotros mismos ¡Qué poco nos conocemos, Señor! ¡qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Me adoro, me doy culto y quiero que todos me lo den, sólo quiero celebrar mi liturgia y no la tuya. Y claro, no cabemos dos <yo> en la liturgia eucarística de la vida, eres Tú al que tengo que vivir hasta decir con San Pablo: “para mí la vida es Cristo,”  o “estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”.  

       El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtiéndolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida. Porque en la comunión no se trata de estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida y yo tengo que morir a la mía que está cimentada sobre el pecado, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos su misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres. 

       Si queremos transformarnos en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio. Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada Eucaristía hace presente su muerte y resurrección por nosotros. Para resucitar a su vida, primero hay que morir a la nuestra de pecado, hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él. Comulgamos con un Cristo crucificado y resucitado. Hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; Él quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

       Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...”. Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón... Esta es la verdadera comunión con el Señor. Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón...”; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él:“ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo;” a perdonar siempre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

       Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado, a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos, a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón, es muy duro, y sin Cristo es imposible. Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo, comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres, me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible. Lo que pasa es que ya creo en Ti y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la Eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras  verdad, como si hubieras existido,  sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad, pasa como con el evangelio, sólo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Las comuniones eucarísticas me van llevando, Señor, a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú. 

       Y esta comunión vital, este proceso tiene que durar toda la vida, porque cuando ya creo que estoy purificado, que no me busco, sino que vivo tu vida, nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y la comunión litúrgica con tu muerte, resurrección y vida me descubre otros modos de preferirme a Ti, de preferir mi vivir al tuyo, mis criterios a los tuyos, mis afectos a los tuyos, que hacen que esta comunión vital contigo no sea total, y otra vez la purificación y la necesidad de Ti, así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo hacer esta unión vital, vivir como Tú, sólo Tú sabes y puedes y entiendes, para eso comulgo con hambre todos los días, por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, sólo Tú sabes y puedes. Y esto me llena de Ti y me hace feliz y ya no me imagino la vida sin Ti.  La verdad es que ya no sé vivir sin Ti, sin comulgar y comer la eucarístía, que eres Tú.

       El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de ti; para vivir según mis cristerios, mi yo, mi soberbia, mi comodidad, mis pasiones, no tengo necesidad de comunión ni de Eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo. El mundo no tiene necesidad de Cristo, para vivir como vive, como un animalito, lleno de egoismos y sensualismo y materialismos, se basta a sí mismo. Por eso  el mundo está necesitando siempre un salvador para librarle de todos sus pecados y limitaciones de criterios y acciones, y sólo hay un salvador y éste es Jesucristo. Y las épocas históricas, y las vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matrimonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.

       Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez, de la Santísima Trinidad, de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA, una Canción Eterna llena de Amor Personal, pronunciada a los hombres con ese mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, Vida y Amor y Alma del Padre y del Hijo. Para eso instituyó Cristo la sagrada comunión. ¡Cómo me amas, Señor, por qué me amas tanto, qué buscas en mì, qué puedo yo darte que Tú no tengas...! ¡Cómo me ayudas y recompensas y estimulas mi apetito de Ti, mi hambre y  deseo de Ti!

       Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones, en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del Evangelio y de la voluntad de Dios y  la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor. Y es que sólo cuando uno a través de las comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes,  es  cuando es <llagado> vitalmente por su amor, y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: «¿Por qué pues has llagado aquesste corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura».

       En la Iglesia y en el mundo nos faltan comuniones eucarísticas, almas eucarísticas, religiosos y sacerdotes eucarísticos, padres y madres eucarísticas, jóvenes eucaristicos ¿dónde están, con quién comulgan los jovenes de ahora…? niñas y niños eucarísticos, es decir, cristianos identificados con Cristo por la comunión eucarística.

       Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: ¡Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, Tú el único testigo, parece que nunca va a acabar el sufrimiento, a veces años y años, Tú lo sabes! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras, cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas, ¡lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada Eucaristía, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.  Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que me pone delante del Cristo entero y completo, que muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida.

       Por eso, quien come Eucaristía, quien comulga de verdad a Cristo Eucaristía, se va haciendo poco a poco Eucaristía perfecta, muere al pecado de cualquier clase que sea y  va resucitando a la vida nueva que Cristo le comunica, va viviendo su misma vida, con sus mismos sentimientos de amor a Dios y entrega a los hombres. Quien come Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta.

       En cada comunión le decimos: Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero lo seas todo. Jesucristo Eucaritía, yo creo en Ti; Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti; Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios.

       El alma, que llega a esta primera y perfecta comunión con Cristo en la tierra, ya sólo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás es con Él y por Él. Lo expresamos también en este canto popular de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos mis lectores, aunque a mí me falta mucho:  «Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tur amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego».

VIGÉSIMOSÉPTIMA  MEDITACIÓN

“EL QUE ME COME VIVIRÁ POR MÍ”. LA COMUNIÓN EUCARÍSTICANOS VA TRANSFORMANDO EN CRISTO,  CON SUS MISMOS SENTIMIENTOS Y ACTITUDES

Lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo, y esto es lo que busca más directamente el Señor. De hecho los Apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy van desapareciendo.

Lo importante es la fe, el fuego del corazón, el amor abrasado, el deseo infinito de Dios. Y si sacramentalmente de suyo solo puedo hacerlo una vez al día, por el amor puedo comulgar todas las veces que quiera, que tenga deseos de sentir cerca su presencia y ayuda, de comer sus sentimientos de humildad y entrega, de comer sus deseos de servir y amar  a los hermanos.

A esta comunión espiritual me tiene que llevar y conducir la corporal y viceversa. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin amor, sin  hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión vital con Él, para llenarnos de su pureza, generosidad y entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Y esto es lo que nos comunica y quiere alimentar por el sacramento de la Comunión. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos. Por eso, lo más importante para comulgar es tener hambre de Cristo.

Comulgar con una persona es querer vivir su vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria. Esto es comer pero no comulgar, o si queréis, podemos llamarla comunión, pero rutinaria, con la que nunca llegamos a encontrarnos con Él ni entrar en amistad con el que ha venido a nosotros en la hostia santa. Junto al sagrario se puede comulgar  muchas veces con más fervor y fruto que con comuniones puramente materiales. Los ratos de oración ante el sagrario son ratos de hacerme Eucaristía perfecta con Él.

Lo primero de todo es la fe, como lo fue en Palestina. Cuando le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... “Tu crees que puedo hacerlo, tu crees en mí, vosotros qué pensáis de mí...”. Y hoy sigue la misma táctica: los que quieren entrar en amistad con Él,  necesitamos la fe, una fe, que pase de fe rutinaria y heredada a fe personal; para eso no bastará saberla de memoria por el estudio, catequesis o teología sino por las obras de la fe y el amor a Él y para eso nos conviene tener ratos de oración junto al sagrario, celebrar y comulgar con fe personal más viva, que nos lleve a seguirle, pisando sus mismas huellas: “si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...”.

Entonces, cada comunión  me irá vaciando de mí mismo, de mis criterios, de mis conocimientos, de mi misma vida por la de Cristo: “El queme  come vivirá por mí”, porque yo soy egoísta y mi amor no sabe de entrega total a Dios y a los hermanos;  si aguanto y cojo este camino, aunque me cueste y sufra, iré cada vez más“sintiendo con Cristo”; “para mí la vida es Cristo”; “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, y desde ese momento, ya no tengo que decirte nada, tú mismo comprobarás que el Señor existe y es verdad y está en el pan, que alimenta y fortalece, te habla y te alimenta con su fuerza  para las pruebas  necesarias que conlleva la muerte del yo, de mis afectos desordenados, soberbia, lujuria, mis seguridades, pruebas de todo tipo, internas y externas, que no hace falta que Dios nos las mande directamente porque las lleva consigo muchas veces la misma vida, sobre todo, si queremos vivirla evangélicamente, pero que tienen que ser vividas en Cristo y por Cristo, perdonando, reaccionando amando, sin ira, con humildad, confiando siempre en Dios y esperando contra toda esperanza.

Es que algunos se despistan, y piensan que amando más al Señor, todo les va a ir bien en la vida de éxitos, triunfos humanos, estimación de los demás, cargos, y como no es así, quiero advertirlo, para que nadie se sienta decepcionado.Superada esta primera etapa de fe, que dura más o menos años, según los planes de Cristo y generosidad del alma, luego viene la conversión radical, quitar las mismas raíces del yo y del pecado original, y aquí ya sólo Dios puede hacerlo y lo hace como quiere y cuando quiere y hasta donde quiere.

 ¡Qué poco nos conocemos, Señor! ¡qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Y ya creo que estoy purificado, que no me busco, y nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y otra vez la purificación y la necesidad de Ti; así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo, sólo Tú sabes y puedes y entiendes; por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, solo Tu sabes y puedes. Y ya no quiero vivir sin Ti, porque quiero ser totalmente para Ti como Tú lo has sido todo para mí. 

Es que primero hay que vaciarse un poco para que pueda ir entrando Dios en tu vida. Jesús, como cualquier amigo,  no se entrega a cualquiera. Hay que querer ser su amigo y disponer el corazón. La verdadera conversión, la muerte del yo, ¡cuántas lágrimas en tu presencia, Señor! días y noches, Tú el único testigo, parece que nunca se va a acabar el sufrimiento, a veces años y años. Tú lo sabes. En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras. Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la misma salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas.. Para el que lo pasa, esto es una realidad sentida y no lo olvidará en la vida, ni su nada ni su necesidad absoluta de Dios para todo. Precisamente por esta purificación, Cristo, el evangelio, la Eucaristía, el amor, la amistad con Él, sus misterios pasan  a ser realidades sentidas y vividas, todo ha entrado en la sangre por estas comuniones espirituales con el alma y el corazón de Cristo.

 El primer efecto de la comunión, de la presencia de Cristo en mi alma es ser mi salvador, destruir el pecado de mi vida, nuestra personalidad pecadora. “Y todo el que tiene en el esta esperanza, se purifica, como puro es Él. El que comete pecado traspasa la Ley, porque el pecado es transgresión  de la Ley. Sabéis que apareció para quitar el pecado y que en Él no hay pecado. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,3-6).

Porque en la comunión no se trata solo de estar con el Señor unos momentos, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas, hay que darle la vida, nuestra vida, que está cimentada sobre el pecado original de preferirme a Dios sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir para que tengamos su misma vida, la vida nueva para la cual hay que morir primero al yo para resucitar en Cristo por la gracia del amor total al Padre y a los hombres.

  Si queremos transformarnos  en el alimento  recibido por la comunión, que es Cristo, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su misma vida, si queremos construir en piedra firme y no sobre arena movediza del yo egoísta y voluble del edificio nuevo de la gracia, hay que implantar la cruz en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; para eso viene Él a nosotros, para eso quiere que comulguemos con sus actitudes y sentimientos. Él  quiere seguir salvando y ayudando por medio de nosotros, por una comunión permanente de vida a la que nos ha llevado la comunión de su cuerpo, que debe ser alimentada permanentemente por la comunión espiritual.

Y ahora me pregunto: Qué comunión puede hacer con el Señor el corazón que no perdona, aunque reciba todos los días el pan consagrado y sea sacerdote, apóstol o militante  seglar. ¡Dios mío! qué despiste en los mismos cristianos: “en esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...”.

Qué comunión de vida puede haber con Jesús en los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón, dándose todo el día culto idolátrico, y no se bajan del pedestal para que Dios sea colocado en el centro de su existencia: “Esto no es comulgar el cuerpo de Cristo, esto no es la cena del Señor”, gritaría San Pablo.

Las comuniones verdaderas nos hacen humildes. Este es el signo más claro, la señal más evidente de que vamos avanzando en la amistad con Él, en la oración, en la piedad eucarística, en la comunión con Él; si somos más humildes cada día esto indica que vamos avanzando en nuestra identificación con Cristo y que vamos muriendo a nosotros mismos. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado; a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos,  a pisar sus mismas huellas ensangrentadas por el dolor y el sacrificio de su entrega total a Dios y a los hombres. Esto es muy duro y  sin Cristo,  imposible.

 Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística, cuyo fruto principal debe ser la comunión permanente y espiritual: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor de la Santísima Trinidad... de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre cantando su Canción Personal, su Verbo, Jesucristo Celeste, con  Amor de  Espíritu Santo y desde aquí, cargados con estos dones y salvación ir en busca de los hombres para llenarlos de Dios, de gracia, de perdón de los pecados, de evangelio, de conocimiento y seguimiento de Cristo. Para eso instituyó Cristo la sagrada comunión y, sin estas ayudas y recompensas, que estimulan más el hambre y el deseo de Él, las almas buenas, que en todas las parroquias existen y que son verdaderamente santos, no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios en grados heroicos y  la purificación de los pecados y de salvación de los hermanos.

Cuando se comulga de verdad y el corazón humano ha sido <llagado> por su amor, entonces y solo entonces ya ha empezado la amistad eterna, que no se romperá nunca. Podríamos entonces expresar sus sentimientos con estos versos de San Juan de la Cruz: «Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacerlos, y véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para tí quiero tenerlos...» (C 10).  El alma ya solo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás, que hace o desea,  es por Él y solo para Él; ha llegado la unión total, ha llegado el desposorio espiritual del alma, han llegado las nostalgias infinitas del Amado y el alma  expresa sus enojos en esta tardanza de comunión total, con estos versos del doctor místico:: «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura» (C 11).

Lo expresamos también en este canto de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos:“Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tu amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego”.

VIGÉSIMOOCTAVA  MEDITACIÓN

­­­­­­­­­­­LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA: ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL

La Iglesia Católicasiempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino. Esta fe la ha vivido especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento y afirmar, a la vez,  que la oración ante Jesús Sacramentado es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía, quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teología bíblica y litúrgica este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los Adoradores Nocturnos, que nos sentimos verdaderamente privilegiados y agradecidos a Jesucristo, el Señor, confidente y amigo en todos los sagrarios de la tierra.

«¡Oh eterno Padre, exclama Santa Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...».

Y aquí el alma de Teresa se extasía. Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, ví al Señor» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía.  Por esto, cuando Teresa define la oración mental, parece que lo hace como oración hecha ante el sagrario, como si estuviera mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, a mi parecer, oración, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama». Y ya la oímos decir anteriormente: «¿Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos...? Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa... No permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. ¡Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!».  

Los adoradores, igual que los sacerdotes o cualquier cristiano, tenemos que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona y si a su persona no la respetamos, no la valoramos, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, la salvación y el cristianismo entero y completo.

Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos   no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros “pasamos” del sagrario y muchas veces pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía, como si el templo no estuviera habitado por Él, y, consiguientemente, la genuflexión, exceptúo imposibilidad física, ya no hace falta.

Sin embargo, todos sabemos que el  cristianismo es fundamentalmente una persona, es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería  una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego nos interesemos por sus cosas, por su evangelio, por su liturgia, por los sacramentos, por sus diversas encarnaciones en la Palabra, en los hermanos, en los pobres.

Cuidar el altar, el sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados, cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran. Y cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente.

Repito porque esto conviene repetirlo muchas veces, qué buen testimonio, cuánta teología y fe verdaderas hay en un silencio guardado porque Él está ahí, cuánta teología vivida en  una genuflexión bien hecha, en unos gestos conscientemente realizados en la Eucaristía; indican que hay verdadera vivencia y amistad con Jesucristo, el Viviente y Resucitado.

 Esta es una forma muy importante de ser «testigo del Viviente», para muchos que no creen en su presencia eucarística o se olvidan de ella, dando así  pruebas con nuestra adoración personal del Señor, de que Él está allí presente, aunque no lo veamos físicamente o en una imagen. Es que si he celebrado y predicado la mejor homilía, aunque sea  sobre la misma Eucaristía, pero nada más terminar, hablo en la Iglesia y me comporto como si Él no estuviera presente,  me he cargado todo lo que he predicado y celebrado, porque no creo o no respeto su permanencia sacramental en la presencia eucarística, es decir, todo el misterio eucarístico completo: Eucaristía, comunión y presencia.

Cómo educamos con nuestro silencio religioso en el templo o con la exigencia del mismo en Eucaristías y funerales o bodas, y, por el contrario, de qué poco vale predicar luego de estos misterios, -aunque algunos sacerdotes jamás han predicado directamente de la presencia del Señor en el sagrario-  cuando la gente, casi siempre que ha ido a funerales o bodas y otras celebraciones a la Iglesia, no ha guardado silencio.

De esta forma, al no exigirse el silencio debido en el templo de Dios, no catequizamos ni educamos en la piedad eucarística y será más difícil ver a niños y mayores junto al sagrario porque actuando así lo convertimos en un trasto más de la iglesia. Así resulta que algunos sagrarios están llenos de polvo, descuido y olvido.

Qué Eucaristías, qué evangelio, qué Cristo se habrá predicado en esas iglesias. Queridos amigos, el Señor no es una momia, está vivo, vivo y resucitado, así lo quiso Él mismo, no lo asegura la fe de la Iglesia, la experiencia de los santos y nosotros lo creemos. El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: “La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía  y en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro, debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades” (PO5).

(Para sacerdotes, este tema se trata repetidas veces en la Exhortación Apostólica PASTORES DABO VOBIS de  Juan Pablo II, EN el Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, de la Congregación del Clero; algunas Cartas  del Papa Juan Pablo II  a los sacerdotes en el JUEVES SANTO y en la Encíclica del Papa Juan Pablo II sobre la Eucaristía ECCLESIADE EUCHARISTIA.)

En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas ha surgido con fuerza: las congregaciones religiosas que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento. Por todo esto, quiero deciros que vuestra Adoración Nocturna está dentro del corazón de la liturgia y de la vida de la Iglesia. Sois eternamente actuales, porque esto mismo, solo que iluminados por la luz y los resplandores celestes del amor trinitario, constituye la gloria y felicidad del cielo. Sólo quien tenga un poco de experiencia, quien tenga algunos <fogonazos> dados gratuitamente por el Señor, después de alguna purificación y limpieza de pecados, podrá barruntar y comprobar que todo esto es verdad gozosa y consoladora  

La renovación litúrgica, iniciada por el Concilio Vaticano II, ha llegado también tanto a la teología como a la liturgia de la Adoración Nocturna y ha puesto en su lugar correcto la adoración del Señor. Ya no se da aquel desfase, que todos hemos conocido y practicado en los años sesenta, cuando reunidos para la Adoración Nocturna, se empezaba por exponer al Señor en la Custodia, luego  venían los turnos de vela y ya, al final de la Adoración Nocturna, antes de despedirnos y con la llegada del día, se celebraba la santa Eucaristía. La forma actual, fruto de la teología y liturgia del Concilio Vaticano II  es correcta en todos los aspectos.      

Al principio, este reajuste ha podido parecerle a alguno que era una pérdida para la Eucaristía como Presencia y como adoración, como si la Presencia eucarística no fuese suficientemente valorada. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teológico ni pastoral, y, para que nos convenzamos de esto, conviene dar unas pequeñas nociones de los tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana.

Veremos así que la celebración de la Eucaristía es el aspecto fundante y principal de este misterio, «centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia»; veremos que para que haya pascua, es decir, pasión, muerte y resurrección de Cristo presencializadas,  tiene que estar lógicamente presente el Señor, y que si el Señor se hace presente es para ofrecer su vida al Padre y a los hombres como salvación, que conseguimos especialmente por la comunión eucarística.Después de la Eucaristía,  el cuerpo, ofrecido en sacrificio y en comunión,  se guarda para que puedan comulgarlo los que no pueden venir a la iglesia; también para que todos los creyentes, mediante la adoración y las visitas al sagrario, podamos seguir participando en su pascua, comulgando con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, presente en la Hostia santa.

 Adorándole en la oración eucarística, nos identificamos  con los sentimientos de Cristo Eucaristía, que sigue ofreciéndose  al Padre y dándose en comida  y en amistad a los hombres. Si alguien nos pregunta qué hacemos allí parados mirando la Hostia Santa, diremos solamente: ¡ES EL SEÑOR! He aquí en síntesis la espiritualidad de la Presencia Eucarística, de la que debe vivir todo cristiano, pero especialmente todo Adorador Nocturno. Esta espiritualidad, orada y vivida en oración personal, podría expresarse así:

Señor, te adoro aquí presente en el pan consagrado, creo que estás ahí amándome, ofreciéndote e intercediendo por todos  ante el Padre. Qué maravilla que me quieras hasta este extremo, te amo, te amo y quiero inmolarme contigo al Padre y por los hermanos; quiero comulgar con tus sentimientos de caridad, humildad, servicio y entrega en este sacramento, quiero contemplarte para imitarte y recordarte, para aprender y recibir de Ti las fuerzas necesarias para vivir como Tú quieres, como un discípulo fiel e identificado con su maestro.

Por aquí tiene que ir la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Si nuestros adoradores viven con estas actitudes sus turnos de Vela, sus Vigilias, nos encontraremos con Cristo presente, camino, verdad y vida y nos sentiremos más animados para recorrer el camino de la santidad con su ayuda y presencia y alimento eucarístico.

VIGÉSIMONOVENA MEDITACIÓN

JESÚS, ADORADOR DEL PADRE EN OBEDIENCIA TOTAL Y AMOR EXTREMO HASTA LA MUERTE

““Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en condición de hombre, se humilló hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en regiones subterráneas y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Fil 2, 5-11).

La adoración es una actitud religiosa del hombre finito frente al Dios grande y santo, en la que manifiesta su dependencia total de Él y que se expresa a través de ciertos gestos y palabras. En la economía de la Nueva Alianza, la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual de Cristo, que es  a su vez el centro y meta de la liturgia y de la vida cristiana.

Toda la vida del Hijo en su humanidad, desde la Encarnación hasta la Ascensión, fue una adoración perfecta y total al Padre, que le hace pasar por la pasión y la muerte para llevarle a la Resurrección y la vida nueva, y con Él a todos nosotros: “Al entrar en este mundo no has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como está escrito en el libro de  mí (Hbr 10, 5-7). La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cfr Jn17, 4) tiene su momento culminante en esta aceptación voluntaria de su pasión y muerte“para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn14,30.31). Es la “hora” del triunfo de Cristo en su muerte, de que nos habla San Juan: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será glorificado. En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará muchos fruto” (Jn 12 23-24).

Por tres veces en su vida, Jesús profetizará que “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, será entregado en manos de los pecadores, le entregarán a la muerte...”. Lo dirá para que cuando llegue “el bautismo de sangre”, en que será bautizado, lo Apóstoles sepan que está aceptado en una actitud de total sumisión. “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? Padre, líbrame de esta hora. ¡Mas para esto he venido yo al mundo, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre!” (Jn 12,27). Y toda la liturgia del Apocalipsis será la alabanza al “Cordero degollado”, que está sentado junto al trono de Dios, recibiendo el honor y la gloria merecida por su sometimiento al proyecto salvador del Padre.

Citaré una vez al  autor de la carta a los Hebreos que subraya con fuerza cuánto le ha costado a Cristo esta obediencia: “Él, en los días de su vida mortal, presentó con gran clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte...” (5,7)“Pero él, sufriendo, aprendió a obedecer...”. Es decir, se sometió totalmente al Padre aceptando el sufrimiento que le suponía cumplir su voluntad.  En virtud de esta obediencia al Padre hasta la muerte, supremo acto de amor y adoración, “somos santificados, de una vez para siempre, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo” (Hbr 10,10).  San Pablo dirá: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,6-11).

La adoración de Cristo a su Padre fue la expresión de su total entrega en amor total, por el cual Él se pone en sus manos, en absoluta disponibilidad, para que haga de Él lo que  quiera, devolviéndole como hombre todo lo que ha recibido del Padre. De esta forma, la adoración se convierte en la suprema manifestación del amor y de la entrega y culto a Dios, es un culto que sólo se puede tributar a Dios, porque le ofrecemos hasta la misma vida, de la cual solo Dios es el creador y dueño. “Al Señor, tu Dios adorarás y al Él sólo darás culto...”

La adoración de la criatura a Dios es la respuesta esencial al ser y a la vida recibida de Dios, es el culto total “en espíritu y verdad”, sin la posible hipocresía de los cultos antiguos, en los que se ofrecían víctimas pero el oferente permanecía en su soberbia de corazón. Aquí se ofrecen  el corazón y la vida, desde dentro y desde fuera: “Ha llegado la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23).

La adoración es la suprema manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al Dios Supremo y sólo Cristo lo ha podido expresar con total devoción y verdad y plenitud de sentimientos adoradores por su naturaleza humana. Al ser lo último y más elevado en nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas  las expresiones, comunitarias o personales,  que llevan  a Dios, cuyo último tramo es la adoración, cima de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la Eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos; la adoración  es la expresión o el momento de descalzarse los pies, para entrar en la presencia y en la intimidad plena con Dios; por eso, después del“amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser…” (Dt 6,5-6) viene la respuesta de Dios, la alianza nueva o el pacto de amistad de Dios con este pueblo que le reconoce como tal y le adora:“Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios...” (Lv 26,12). 

TRIGÉSIMA MEDITACIÓN

LA ESPIRITUALIDAD YVIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “el Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y  nos impiden verlo y escucharlo “los limpios de corazón verán a Dios” y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida,  para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

 No olvidemos que  la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad  le costó y no lo comprendía. En cada Eucaristía, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...” La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte de toda la persona para la vida nueva.

Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana y el resto del día, las iglesias permanecían abiertas todo el día para la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres, que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda. La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia  del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna,  de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística  nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

 Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle todo la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para ayudaros un poco en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa:

1) La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

 Nuestro diálogo podría ir por esta línea: “Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer. Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones,  sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré  de nuevo y me entrego  a Tí, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido,  lo  espero confiadamente de Tí, para eso he venido, para eso te rezo, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas”.

2) Un segundo sentimiento lo expresa así la LG ,5: «Los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira, en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Tí, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía. Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tiene ahora la mía, trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, Tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado”.

Tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil, necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres”  (Sal 69).

 3) Otro  sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí”.

Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí,  de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos, cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas:“este es mi  cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”. Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor,  por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas  hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa, cómo me amas, cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, mi Dios Trino me valora más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí. Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado, yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero, te quiero, te quiero.

4) En el “Acordaos de mí...,” debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-,  porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres. 

Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y  a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos”. “Acordaos de mí” Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario,  comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Tí, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te  excluyen y tú... siempre olvidar y  perdonar,  olvidar y amar,  yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no comer la cena del Señor…”,  por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú. No puedo olvidar que Tú, antes de la Cena, te pusiste de rodillas y lavaste los pies de tus discípulos: “Veis lo que yo he hecho siendo el Señor… así debéis lavaros los pies unos a otros”. Señor, necesito esta humildad para ponerme de rodillas delante de los hermanos, para lavarles mis pecados en los suyos. “Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”.

5) No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de diálogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias,  pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística. Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas  y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida,  debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos, por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación. Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza,  porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos, ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

El adorador no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos, prolongáis las actitudes de Cristo en la Eucaristía y en el sagrario.

Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas,  los monjes y monjas. Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por  la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos. Y así surgirán  nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien orar por mi y en mí y  yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté solo ante el Señor.

Y el Seminario dirá que recéis, y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental os encomendarán  sus necesidades espirituales y materiales.

Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:

«¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla». (J. Esquerda Bifet,  SAN JUAN DE AVILA, Escritos Sacerdotales, , pgs.143-44, BAC minor, Madrid 1969).

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él”; (pag. 145) “...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no los saben contar;  por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir» (Pag.147).

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y, en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó» (Pag. 149).

«Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que haya dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin vencerlo? ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira!» (Pag. 193).

               TRIGÉSIMOPRIMERA  MEDITACIÓN

JESUCRISTO EUCARISTÍA, EL MEJOR CAMINO DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO.

EL QUE CELEBRA, COMULGA Y CONTEMPLA EUCARISTÍA TERMINA HACIÉNDOSE EUCARISTÍA PERFECTA

(Yo voy a indicar el camino, por ahí hay que ir, pero cada uno tiene que andar este camino, con su propia psicología, particularidades, gozos y tristezas, porque es un camino personal. A Madrid, desde Extremadura, se va por la nacional V, seguro, ese es el camino, pero hay que andarlo, a nadie se lo dan hecho.)

Ni un solo santo que no haya sido eucarístico. Ni uno solo que  no haya sentido necesidad de oración eucarística, que no la haya practicado. Ni uno solo. Luego, los habrá habido más o menos apostólicos, caritativos, encarnados y comprometidos de una forma o de otra, más o menos temporalistas, contemplativos…

 Y con esto ya he dicho todo lo que quería decir sobre la excelencia y necesidad absoluta de la oración eucarística. Para mí es evidente. Y no pierdo tiempo ni entiendo ni he entendido nunca la oposición entre oración y apostolado, entre verdadero amor a Dios y a los hombres, porque para nosotros todo debe venir de Dios: “Queridos hermanos, amémosnos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Jn.4,7).

 Dios es amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir. Por eso todo el que se acerque a Él por la oración o por los sacramentos, tiene que amar, porque eso es lo que recibe en la oración y en la Eucaristía y si no lo hace es que “no ha conocido a Dios”. Y esto lo prueba la experiencia y la historia de todos los santos que han existido y existirán. Y los santos que más se distinguieron en la caridad activa tuvieron su horno y fuente en las horas de oración ante el Señor. Otra cosa son los aficionados y los teóricos del amor a los hermanos: «La experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica». (Discurso del Juan Pablo II a los Servitas, abril 2004) 

La oración eucarística, como toda oración, es un camino y  en todo camino hay quienes están empezando, otros llevan ya tiempo y algunos están más avanzados: hay iniciados, proficientes y perfectos, según San Juan de la Cruz. No exijamos la perfección de la caridad, la unidad perfecta de vida y oración ya desde los primeros pasos de oración. Primer estadio de la oración: querer amar a Dios. Piedad eucarística.

Empiezo a estar cinco minutos de visita con Él y no aguanto más, porque me aburro. Es lógico. No veo nada, no siento su presencia eucarística, es noche oscura. Lo hago por fe, con sacrificio, puro sacrificio, porque me lo han enseñado mis padres, mi párroco, mi catequista, lo vivimos así en mi parroquia, entre mi gente, mi confesor. Son cinco minutos, rezo un poco, algún Padre nuestro, la estación.

Al cabo de algunos meses,  empiezo a estar diez minutos, miro al sagrario, también el reloj, no he llegado al éxtasis, repito alguna frase o jaculatoria, a veces me canso, pero sigo y pido que me salgan bien los exámenes, las cosas de la vida, rezo oraciones de otros.

Pasado meses o años de fe más o menos seca, empiezo a estar bien, no me cuesta tanto, ya estoy más tiempo, no miro tanto el reloj, he empezado a leer el evangelio o libros en su presencia y así paso mejor el rato junto a Él. Lectura espiritual, reflexión, meditación costosa, no sé hablar con Dios todavía, aunque hable de Él todos los días, me cuesta dirigirme directamente a Él, no me salen las palabras, lo hago a través de las reflexiones o palabras y oraciones de otros, porque todavía tengo mucho yo dentro de mí que es obstáculo, muro y barrera para el diálogo directo, me apoyo todavía más en mí, en lo que siento o no que en Él, y debo destruirlo, y ahora me voy dando cuenta que ser amigo de Cristo es tratar de vivir como vivió Él, pero ya no me aburro tanto y suelo pensar y decirle cosas al Señor.

Y así, poco a poco, sin darme mucha cuenta, empiezo, por tanto, a convertirme, tal vez de pecados serios, pero de los que no era muy consciente, pecados de soberbia, avaricia, lujuria, ira, pero no me doy todavía mucha de que éstos son los verdaderos obstáculos de mi oración. Porque hasta ahora yo no hacía oración, yo hacía la visita al Señor pero sin siquiera saludarle, sin mirarle personalmente, rezaba de memoria sin fijarme un poco en Él y punto. No sabía todavía relacionar mi vida con la suya en la oración y la oración con mi vida. Pero ya, al cabo de un tiempo, me reviso de mis defectos y caídas todos los días ante el sagrario y como es mucho lo que hay que purificar, le pido fuerzas, luz, constancia y ya empiezo a tomarme en serio la conversión, es decir la oración, es decir, el diálogo con Jesucristo Eucaristía, y ya he comenzado, sin darme cuenta, a identificar oración con conversión y amor a Dios y a los hermanos y hablarle más largo y despacio. Ya paso ratos buenos, pido, doy gracias, alabo.

Desde este momento ya empiezo a tomarme en serio mi conversión en mi oración, desde  las lecturas y reflexiones que hago delante del Señor.  Y ya desde ese momento ya no puedo dejarlo, me confieso cada semana, hablo con mi director espiritual con frecuencia, porque es mucho lo que hay que purificar y gordo y ahora empiezo a darme cuenta y empiezo a comparar  mi vida con la de Cristo, mi entrega con la suya. Los ojos no ven todavía claro por falta de fe, no hay vivencia de fe, hay cierto fervor, en el que la devoción a la Virgen influye y ayuda mucho a la piedad, al cumplimiento del deber, pero ya hay cierto esquema de vida y oración y uno procura ser fiel y va encontrando cosas y fervores nuevos. Todavía no estoy preparado para Dios, hay que purificar más el cuerpo y el alma, los sentidos y las potencias,  la fe, la esperanza y el amor. Esto hay que repetirlo muchas veces porque es siempre  necesario.

Pero el camino para todo esto, para amar a Cristo Eucaristía ha comenzado, porque el orar ante Él es ya amarlo y querer convertirme a Él y ser como Él;  su presencia eucarística me dice muchas cosas de sacrificio y renuncia y amor y entrega y servicio y vida cristiana. Me gusta orar, porque me gusta amar y voy conociendo el amor de Cristo en su evangelio, en el diálogo con Él y tengo temporadas de sentir mayor fervor, me está iniciando el Señor en la oración afectiva y ya no me canso tan pronto y siento verdadero amor a Jesucristo Eucaristía.

¡Cuánta mediocridad en la Iglesia, en los elegidos, en los consagrados por falta de vivencia oracional, por falta del amor y entusiasmo debidos! Y así, casi sin darme cuenta, al cabo de un tiempo, de dos o tres  años... los que yo necesite y Dios quiera, he llegado a descubrir, porque el Señor me lo ha enseñado -es el mejor maestro y el sagrario, la mejor escuela de oración y santidad- que son tres los verbos que se conjugan igual: orar, amar y convertirse. Para tener oración eucarística permanente necesito convertirme permanentemente al Cristo vivo del sagrario. Eso precisamente indica que está vivo, que no está muerto sino que reacciona ante mi vida y me exige permanentemente mi conversión porque quiere amarme y llenarme totalmente de Él, de su misma vida y sentimientos.

Si me canso de convertirme, si no quiero convertirme, no necesito ni de oración, ni de gracia, ni de Cristo ni de Dios, porque para vivir como vivía antes, me bastaba a mí mismo, vivía para mi yo, vivía para mis intereses, y no para los de Cristo, aunque orase, comulgase y fuera a la capilla y predicase y diera catequesis… etc, pura exterioridad.  

   -Aquí, junto al Señor en el sagrario, aprenden las almas a seguir a Cristo, le escuchan y se revisan en una conversión permanente, porque siempre son pecadores,  pero no dejarán de convertirse ni se  instalarán, porque ya están convencidos de su pecado y de la necesidad de purificarse y de la necesidad de Cristo y su gracia para conseguirlo. Tienen muy metido en el alma, por evangelio y por propia experiencia, que dejar de convertirse, es dejar de caminar a la unión total con Dios. Y serán humildes por experiencia de su pecado, por deseos de no perder al Amado. Y como esto es lo que más desean,  lo hacen con gozo y con poca misericordia y condescendencia hacia sí mismos,  porque prefieren a Dios sobre todas las cosas, incluso sobre el amor a sí mismos.

   -Aquí, en el sagrario, se encuentra la mejor escuela de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad, porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Aquí se aprenden todas las virtudes, que practica Cristo en la Eucaristía: entrega silenciosa, sin ruido, sin nimbos de gloria, constancia, amor gratuito, humildad a toda prueba, perdón de todo olvido y ofensa. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la Biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron  todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre su vida, salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces  no han tenido más Biblia que el sagrario.

  -Necesitamos el pan de vida, como el pueblo de Dios por el desierto, para caminar, para no morir de hambre sin comer el maná bajado del cielo, anticipo de la Eucaristía. Necesitamos ese pan para superar las dificultades del camino, superar las esclavitudes de Egipto -nuestros pecados-, para superar las tentaciones del consumismo -hoyas de Egipto-, para no adorar los ídolos de barro, los becerros de oro, que nos fabricamos y nos impiden el culto al verdadero Dios, en la travesía por el desierto.

  -Necesitamos el pan de vida como Eliseo, ante el peso y la fatiga de la misión evangelizadora. Necesitamos escuchar al Señor que nos dice: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”. En la Eucaristía recuperamos las fuerzas del cansancio diario.

  -Necesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y  de la que nos habíamos alejado.

  -Necesitamos de la Eucaristía, para vivir la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo es ahora pan consagrado; por eso, pedimos todoslos días:“Señor, dános siempre de ese pan”.

       Quien ama la Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta, se transforma en lo que comulga y come y contempla. “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche”.

Resumiendo: la oración sólo la necesitan los que quieran amar a Dios sobre todas las cosas, sobre todos los afectos y amores, incluido el amor a uno mismo, el amor propio. Necesitarán Dios y  su ayuda,  mientras quieran amarle así y esta ayuda y fuerza y amor a Dios y los hombres les viene principalmente por la oración eucarística. Para vivir como Jesús, perdonar como Jesús, adorar soóo al Padre como Jesús, para ser humildes, castos, honrados, amar a los hermanos como Jesús, yo necesito siempre su ayuda permanente y, para esto, yo necesito estar en diálogo permanente de oración y súplica con Él, porque quiero siempre y en todo lugar y momento amarle a Él sobre todas las cosas  y ya la oración es presencia permanente porque la conversión es ya también permanente o si prefieres, porque el amor a Cristo es ya permanente y por eso necesito dialogar, pedir y orar permanentemente.

Queridos hermanos: insisto una vez más que amar, orar y convertirse se conjugan igual, podéis poner estos tres verbos en cualquier orden y la suma siempre es la misma: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma con todo tu ser” y esto mismo en expresión negativa: “Si alguno quiere ser discípulo mío, níeguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”, para cumplir ambos mandatos necesito orar para amar y convertirme. Y una vez que la oración es una necesidad sentida y vivida, ya no necesitas que nadie te diga lo que tienes que hacer, porque el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo es el mejor director, aunque si encuentras personas que vivan este camino, te ayudarán muchísimo.

TRIGÉSIMOSEGUNDA  MEDITACIÓN

IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN  EUCARÍSTICA PARA LA VIDA Y EL MINISTERIO SACERDOTAL

“Adoro te devote, latens Deitas...” Te adoro devotamente, oculta Divinidad... Queridos hermanos y amigos sacerdotes del arciprestazgo, nuestra primera mirada, nuestro primer saludo en esta mañana sea para el Señor, presente aquí, en medio de nosotros, bajo el signo sencillo, pero viviente del pan consagrado. Jesús, Sacerdote y Pastor supremo, te adoramos devotamente en este pan consagrado. Toda nuestra vida y nuestro corazón ante Tí se inclinan y arrodillan, porque quien te contempla con fe, se extasía y desfallece de amor.

       Como estoy ante muy buenos latinistas, -en nuestro tiempo se estudiaba y sabía mucho latín-, tengo que advertir que la traducción del himno es libre, pero así expreso mejor nuestros sentimientos de admiración sacerdotal ante este misterio de amor de Jesús hacia los hombres, sus hermanos. Nos amó hasta el extremo del tiempo y del espacio, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Ordinariamente comentamos esta promesa del Señor en la vertiente que mira hacia Él, es decir, su amor extremo y deseo de permanecer junto a nosotros. Pero me gustaría también que fuera nuestra respuesta en relación con Él: Señor, nosotros estaremos siempre contigo en respuesta de amor ante tu presencia sacramentada en la Eucaristía.

 Si el Señor se queda, es de amigos  corresponder a su presencia eucarística, porque el sagrario para nosotros no es un objeto más de la iglesia ni su  imagen, es Cristo en persona, vivo y resucitado, con toda su vida y hechos salvadores para nuestras parroquias y para nuestra vida y apostolado.

Por eso me atrevo a deciros, que todos los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, que además servimos de ejemplo para nuestros feligreses, tenemos que vigilar mucho nuestro comportamiento con el sagrario, es decir, con Jesucristo vivo y en persona, con su presencia eucarística, pues nos jugamos toda nuestra vida personal y apostólica en relación con Él, porque Jesucristo Eucaristía  no es  una parte del evangelio, de la salvación, de la liturgia o de la teología, es todo el evangelio, toda la salvación, Cristo entero, Dios y hombre verdadero, es la vid, de la cual todos nosotros somos sarmientos.

Repito que hay que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento con la Eucaristía. Pongamos un ejemplo: si después de la Eucaristía, hablo y me comporto en la iglesia, como si Él no estuviera allí, como si fuera  la calle, entonces me cargo todo lo que he celebrado y predicado, porque este comportamiento lo destroza y pisotea y no soy coherente con  la verdad celebrada y predicada, que es Cristo, que permanece vivo, vivo y resucitado para ayudarnos en todo. Estas cosas que se refieren al Señor, sobre todo, a la Eucaristía, hay que decirlas con mucha humildad, porque hay que decirlas también con mucha verdad y esto no es siempre agradable. En estos momentos estamos en su presencia y  no podemos engañarle ni engañarnos, no puedo ni debo, porque os quiero y deseo deciros verdades a veces un poco desagradables, lo cual es doloroso, máxime siendo uno también pecador, necesitado de perdón y comprensión.

            Queridos hermanos, es tanto lo que me gusta estar en oración  con vosotros y tantísimo lo que debo a esta presencia de Jesús sacramentado, confidente y amigo, que me lanzo sin reparar mucho cómo pueda hacerlo ni a dónde llegar. Todo quiere ir con amor, con verdad, con humildad, actitudes propias del que se siente agradecido pero a la vez, deudor, ahora y más tarde y siempre a su presencia eucarística. Deudor es traducción de limitado en cualidades y amor, finito en perfecciones, pecador en activo. Pero esto no me impide hablar de Él y de su presencia eucarística aunque sea deficitario ante ella.

Dice el Vaticano II, en el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros: «Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización... La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas. En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva ...» (PO 5).

Ante esta doctrina teológica y litúrgica, tan clara del Concilio, nosotros debemos preguntarnos cómo la estamos viviendo, si verdaderamente Cristo Eucaristía es el centro de nuestra vida personal y apostólica, hacia dónde está orientado nuestro apostolado, a dónde apuntamos y queremos llegar. Porque hasta dónde llegaron los mejores Apóstoles y ministros y cristianos que ha tenido la Iglesia, cómo vivieron, trabajaron y recibieron fuerzas para el camino, sí lo sabemos por sus vidas, su apostolado y sus escritos. Ni uno solo apóstol fervoroso, ni un solo santo que no fuera eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, «aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe. Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él,  primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse  acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal,  otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa», «contemplación de amor».

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Tí, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad  para mí, no sólo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era  puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y  gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía  y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

Santa Teresa refiriéndose a la etapa de su vida en que no se entregó totalmente a Dios, elogia sus ratos de oración, donde al estar delante de Dios, sentía cómo Dios la corregía: «...porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo que alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hasta diligencias para no le venir a ofender»  (Libro de su Vida, cap. 8, n12). La presencia de Dios en la oración, máxime si es tan cercana como la presencia eucarística, no se aguanta si uno no está dispuesto a convertirse.

Señor, qué alegría sentirte como amigo, para eso instituiste este sacramento, no quiero dejarte jamás, y unas veces me enciendo en tu amor y te prometo no apartarme jamás de la sombra de tu santuario; otras veces, me corriges y empiezas a decirme mis defectos: quita esa soberbia, ese buscarte que tienes tan dentro, y salgo decidido a ponerlo en práctica con tu ayuda; otras veces me siento de repente lleno de tus sentimientos y actitudes y quiero amar a todos, perdonarlo todo y así van pasando los días y cada vez más juntos:“tú en mí y yo en tí, que seamos uno, como el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Otras veces, por el contrario, todo se viene abajo y soy yo el que digo: Señor, ayúdame, he vuelto a caer otra vez en el pecado, de cualquier clase que sea, y cómo se siente el perdón y la misericordia del Señor, cómo le vemos a Cristo salir del sagrario y acercarse y arrodillarse y lavar nuestros pies, nuestros pecados y oigo su voz: “véte en paz, yo no te condeno”, y qué alegría siente uno, porque siente verdaderamente el abrazo y el beso de Cristo: “El padre lo besó y abrazó y dijo…,”  sentir todo esto y saber que del pecado de ahora y de siempre no queda ni rastro en mi alma y menos en el corazón y la memoria de Dios. Y entonces es cuando por amar y sentir el amor de Cristo, uno empieza a tratar de no pecar y corregirse más por no querer disgustarle y no romper el amor y la unión con Él que por otros motivos.

¡Cuánta soberbia a veces en nuestras tristezas por los pecados, en nuestros arrepentimientos llenos de depresión por no reconocernos débiles y pecadores, por lo que somos y de donde no podemos salir con nuestras propias fuerzas sino con la ayuda de Dios! ¡Cuánto dolor o amargura soberbia! Nos parecemos al fariseo, deseamos apoyarnos en nosotros, en una vida limpia para acercarnos a Dios mirándole como de igual a igual, sin tener necesidad siempre de su gracia y ayuda, como si no le debiéramos nada y no fuéramos simples criaturas. Nuestro deseo debe ser ofrecer a Dios una vida limpia, pero si caemos, Él siempre nos sigue amando y perdonando, siempre nos lava de nuestros pecados. Que solo Dios es Dios, y todos los demás estamos necesitados de su gracia y de su perdón, de la conversión permanente, en la que los pecados prácticamente no nos alejan de Dios porque no los queremos cometer, no queremos pecar, pero “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. ¿Hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar?

Siendo humildes y verdaderos hijos, ni el mismo pecado  puede separarnos de Dios, si nosotros no queremos pecar, nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo, si vivimos en conversión sincera y permanente, si no queremos pecar e instalarnos en él, en la lejanía de Dios: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción?, ¿la angustia? ,¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro? ,¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rm 8,35.37).

Por el contrario, cuando uno no vive en esta dinámica de conversión permanente, se le olvidan hasta los medios sobrenaturales, que debe emplear y aconsejar para salir de su mediocridad espiritual. Y si un sacerdote no puede sabe dirigirse a sí mismo, no sé cómo podrá hacerlo con los demás. Y esto lo comprueba la experiencia.

Hay que decirlo claro, aunque duela: no hago oración, me aburre Cristo, rehuyo el trato personal con Él, no puedo trabajar con entusiasmo por Él, no puedo predicarlo con entusiasmo. Lo peor es si esto se da en los que tienen misión de formar o dirigir a otros hermanos. Las consecuencias son funestas para la diócesis,  sobre todo, si se mantiene durante años y años, porque, al no vivir esta experiencia de amistad con Cristo, este deseo de santidad, no vivir este camino de la oración, no lo pueden inculcar ni pueden entusiasmar con Él y a sufrir en silencio, viendo instituciones esenciales para una diócesis que no marchan bien por ignorancia de las cosas espirituales de parte de los responsables;  sólo te queda el rezar para que Dios haga un milagro y supla tantas deficiencias, porque si hablas o te interesas por ello, estás “faltando a la caridad...”

 No puedo producir frutos de santidad, si no permanezco unido a Cristo. Lo ha dicho bien claro Él: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto de si mismo si no permaneciere en la vid tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera,  como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que  quisiereis  y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos”. (Jn 15, 1-8).

Hace mucho tiempo que no me predican este evangelio.  En mi seminario sí me lo predicaron muchas veces y a todos los de mi generación. El  apostolado, en definitiva, consiste en que Cristo sea conocido y amado y seguido como único Salvador del mundo y de los hombres. Cómo hacerlo si yo personalmente no me siento salvado, no me siento unido y entusiasmado con Cristo, si fallo en mi oración personal con Él.  

Meditemos aquí, hermanos, en la presencia del Señor, en la sinceridad de nuestro apostolado. Seamos coherentes. Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío.

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Uno no puede ser testigo de Cristo, si no lo ha visto y sentido en su corazón y en su vida. Juan Bautista fue profeta,“la voz que clama en el desierto, preparar el camino del Señor”. (Jn 1,24), pero también testigo en el mismo vientre de su madre, donde sintió la presencia del Mesías: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venia como testigo para dar testimonio de la luz, para que por Él todos vinieran a la fe” (Jn 1,6-8).

 El presbítero, tanto en su dimensión profética como  sacerdotal, tiene que sustituir a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y ésto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y  de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuántas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad.

 Porque como dije antes, estar con el amigo y amarlo y seguirlo se conjugan igual y con que una de estas condiciones no se de, me da igual cuál sea, el nudo se rompe: si no oro, no amo-convierto-vivo como Él; si me canso de orar, me canso de amar-convertirme a Él vivir como Él; por otra parte, si cambio el lugar de estos verbos, todo sigue igual: por ejemplo, si no amo, si no me convierto, no oro, y si me canso de amar y convertirme, me canso de orar y ya se acabó la vida espiritual, al menos, la fervorosa. Y en afirmativo, todo también es verdad: si oro, amo y me convierto; si amo, también  oro y me convierto y si vivo en una dinámica de conversión permanente, es porque oro y amo.

Por eso, y  no hay que escandalizarse, es natural, que a veces no estemos de acuerdo en programaciones  pastorales de conjunto, en la forma de administrar los sacramentos, cuando estas no llevan hasta donde deben ir. Cada uno tiene el apostolado conforme al concepto de Iglesia-parroquia que tiene, y cada uno tiene el concepto de Iglesia-parroquia- apostolado conforme al conocimiento y vivencia que tiene de Cristo, porque la Eclesiología es Cristología en acción, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el tiempo, y cada uno, en definitiva, tiene el concepto de Cristo y de Cristología y de Eclesiología  que vive, no el que aprendió en  Teología, porque lo que aprendió en la Teología, si no se vive, termina olvidándose, como lo demuestra la vida y la experiencia de la Iglesia: realmente creemos lo que vivimos y vivimos lo que creemos. Se puede tener un doctorado en Cristología y vivir sin Cristo. Este conocimiento de Cristo por amor se consigue principalmente en ratos de oración eucarística. De aquí la necesidad, tantas veces repetida por el Señor, por el Magisterio de la Iglesia, por los verdaderos apóstoles de todos los tiempos de que los obispos y sacerdotes y los responsables del pastoreo de la Iglesia sean hombres de oración, aspiren a la santidad, cuyo camino principal es la oración…

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Al transcribir esta meditación en el verano del 2001, me encontré con un texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, que paso gustoso a copiar:

“Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor “crucificado” y “glorioso”, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la “visita al Santísimo”, no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía? Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe”.

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Queridos hermanos sacerdotes, qué claro y evangélico es este texto del Congreso Eucarístico que acabo de leeros. Por todo  esto qué necesario es que el apóstol vuelva con frecuencia a estar con Jesús para comprobar la autenticidad y la continuidad de la entrega primera. Fuera de ese trato personal e íntimo con el Señor no tienen valor ninguno ni las genialidades apostólicas ni la perfección técnica de los programas pastorales. Si la Eucaristía es el centro y cúlmen de toda la vida apostólica de la Iglesia, cómo prescindir prácticamente de ella en mi vida personal, cómo podrá estar centrado mi apostolado, cómo entusiasmar a mi gente, a mi parroquia con la Eucaristía, con Jesucristo, con su mensaje, cómo hacer que la valoren y la amen, si yo personalmente no la valoro en mi vida? De qué vale que la Eucaristía sea teológica y vitalmente centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia, si al no serlo para mí, impido que lo sea para mi gente. Entonces ¿qué les estoy dando, enseñando a mis feligreses? Si creyéramos de verdad lo que creemos, si mi fe estuviera en vela y despierta, me encontraría con Él y cenaríamos juntos la cena de la amistad eucarística y  encontraría el sentido pleno a mi vida sacerdotal y apostólica.

 Durante siglos, muchos cristianos no tuvieron otra escuela de teología o de formación o de agentes pastorales, como ahora decimos, no tuvieron otro camino para conocer a Cristo y su  evangelio, otro fundamento de su apostolado, otra revelación que el sagrario de su pueblo. Allí lo aprendieron y lo siguen aprendiendo todo sobre Cristo, sobre el evangelio, sobre la vida cristiana y apostólica, allí aprendieron humildad, servicio, perdón, entusiasmo por Cristo, hasta el punto de contagiarnos a nosotros, porque la fe y el amor a Cristo se comunican por contagio, por testimonio y vivencia, porque cuando es pura enseñanza teórica, no llega a la vida, al corazón; allí lo aprendieron directamente todo y únicamente de Cristo, en sus ratos de silencio y oración ante el sagrario.

Y luego escucharemos a S. Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “que no el mucho saber harta y satisface al ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente...». Sentir a Cristo, gustar a Cristo cuesta mucho, hay que dejar afectos, hay que purificar, hay que pasar  noches y purificaciones del sentido y del espíritu, que no vacían de nosotros mismos, de nuestros criterios y sentidos para llenarnos de Cristo.

Queridos amigos, por todo esto y por muchas más cosas, la Eucaristía es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, es  la mejor  escuela de formación permanente de los sacerdotes y de todos los cristianos.  Junto al sagrario se van aprendiendo muchas cosas del Padre, de su amor a los hombres, de su entrega al mundo por el envío de su Hijo, de las razones últimas de la encarnación de Cristo, de su sacerdocio y el nuestro, del apostolado, de la conversión, de la paciencia de Dios, de la misericordia de Dios ante el olvido de los hombres...

 Y cuando se vive en esta actitud de adoración permanente eucarística, aunque haya fallos, porque somos limitados y finitos, no pasa nada, absolutamente nada, si tú has descubierto el amor del Padre entregando al Hijo por ti, desde cualquier sagrario, porque ese Dios y ese Hijo son verdaderamente Padre compresivo y amigo del alma que te quieren de verdad,  porque Él sabe bien este oficio y  te pone sobre sus hombros y se atreve a cantar una canción de amor mientras te lleva al redil de su corazón o, como Padre del hijo pródigo, no  te deja echar el rollo que todos nos preparamos para excusarnos de nuestros pecados y debilidades, porque solo le interesas Tú.

 Una de las cosas por las que más he necesitado de la Eucaristía es por la misericordia de Cristo, la he necesitado tanto, tanto... y la sigo necesitando, soy pecador en activo, no jubilado. Allí he vuelto a sentir su abrazo, a escuchar su palabra: “te perdono”, “preparad la cena, los zapatos nuevos, el vestido nuevo... sígueme... vete en paz, te envío como yo he sido enviado, no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... estaré con vosotros hasta el final...” Él siempre me ha perdonado, siempre me ha abrazado, nunca me ha negado su misericordia. Eso sí, siempre hay que levantarse, conversión permanente, reemprender la marcha; si esto falla, no hay nada, si uno deja de convertirse le sobra todo, la Eucaristía, la oración, la gracia, los sacramentos, le sobra hasta Dios, porque para vivir como vivimos muchas veces, nos bastamos a nosotros mismos.

Queridos hermanos, cuánta teología, cuánta liturgia, cuánto apostolado y eficacia apostólica hay en un sacerdote de rodillas o sentado junto al sagrario  media hora o veinte minutos todos los días. Está diciendo que Cristo ha resucitado y está con nosotros; si ha resucitado, todo lo que dijo e hizo es verdad, es verdad todo lo que sabe de Cristo y de la Iglesia, todo lo que estudió, es verdad toda su vida, todo su sacerdocio y su apostolado. Junto a Cristo Eucaristía, todo su ser y actuar sacerdotal adquiere luz, fuerza, verdad y autenticidad; está diciendo que cree todo el evangelio, las partes que cuestan y las que no cuestan, que cree en la Eucaristía y lo que permanece después de la Eucaristía, lo que hacen sus manos sacerdotales, que cree, venera y adora a Cristo y todo su misterio, todo lo que ha hecho y ha dicho Cristo. ¡Qué maravilla ser sacerdote! No os sorprendáis de que almas santas, de fe muy viva, hayan sentido y vivido y expresado su emoción respecto al sacerdocio, besando incluso sus pisadas, como testimonio de su amor y devoción.

 Empezó el mismo Jesús exagerando su grandeza,  en la misma noche de la institución, postrándose humildemente de rodillas ante los Apóstoles y los futuros sacerdotes, para lavarles los pies y el corazón y todo su ser para poder recibir este sacramento: “Les dijo: ya no os llamaré siervos, os llamo amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer...”(Jn 15,14). Y eso se lo sigue diciendo el Señor a todos y cada uno de los sacerdotes, a los que elige y consagra por la fuerza de su Espíritu, que es Espíritu Santo, para que sean presencia y prolongación sacramental  de su Persona, de su Palabra, de su Salvación y de su Misión.

Es grande ser sacerdote por la proximidad a Dios, por la identificación con la persona y el misterio de Cristo, por la continuidad de su tarea, por la eficacia de su poder: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; por la grandeza de su misericordia: «Yo te absuelvo de tus pecados». «yo te perdono»;por la abundancia de gracias que reparte: «yo te bautizo» «El cuerpo de Cristo». El sacerdote es sembrador de eternidades, cultivador de bienes eternos,  recolector de las vidas eternas de los hijos de Dios, a los que introduce ya en la tierra en la amistad con el Dios Trino y Uno.

 ¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Qué grande y eficaz es el sacerdote junto al Sagrario! ¡Qué apostolado más pleno y total! ¡Cómo sube de precio y de calidad su ser y existir junto al Señor! ¡Cómo se transparentan y se clarifican y se verifican las vidas, las teorías, las actitudes y sentimientos sacerdotales para con Cristo y la Iglesia y los hermanos! Realmente Cristo Eucaristía y nuestra vida de amistad con Él habla, dice muy claro de nuestra fe y amor a Él y a su Iglesia La vida eucarística, lo afirma el Vaticano II, es centro y quicio, es decir, centra y descentra, dice si están centradas o descentradas nuestras vidas cristianas, si estamos centrados o desquiciados sacerdotalmente.

Por eso, os invito, hermanos, a volver junto al sagrario. Hay que recuperar la catequesis del sagrario, de la presencia real y permanente de Cristo, hecho pan de vida permanente para los hombres. Y con el sagrario hay que recuperar la oración reposada y el silencio, la alabanza y la acción de gracias, la petición y la súplica inmediata ante el Señor, la conversación diaria con el Amigo. Y entonces, a más horas de sagrario, tendríamos más vitalidad de nuestra fe y nuestro amor y de nuestros feligreses.

 Es necesario  revisar nuestra relación con la Eucaristía para potenciar y recobrar nuestra vida sacerdotal. ¿Y qué pasaría, hermanos, si todo nuestro arciprestazgo, si toda la Diócesis de Plasencia se comprometiera a pasar un rato ante el Sagrario todos los días? ¿Qué efectos personales, comunitarios y apostólicos produciría? ¿Qué movimientos sacerdotales, qué vitalidad, qué renovación se originaría? Y si estamos todos convencidos de la verdad y de la importancia de la Eucaristía para nosotros y para nuestro apostolado, ¿por qué no lo hacemos?

 Dice Juan Pablo II:      «Los sacerdotes no podrán realizarse plenamente, si la Eucaristía no es para ellos el centro de su vida. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro».

Si uno se pasa ratos junto al sagrario todos los días, primero va almacenando ese calor, y un día, tanto calor almacenado, se prende y se hace fuego y vivencia de Cristo. Lo dice mejor Santa Teresa: «Es como llagarnos al fuego, que aunque le haya muy grande, si estáis desviados y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta  -digo con deseo de perder el frío- y si está allá un rato, queda para muchas horas en calor» (Camino 35).

El que contempla Eucaristía, se hace Eucaristía, pascua, sacrificio redentor, pasa a su parroquia de mediocre a fervorosa,  se hace ofrenda y queda consagrado a la voluntad del Padre que le hará pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección, a la vida nueva. Y con él, va su parroquia. Es la pascua nueva y eterna, la nueva alianza en la sangre de Cristo.

El que contempla Eucaristía se hace Eucaristía, comunión, amor fraterno, corrección fraterna, lavatorio de los pies,  servicio gratuito, generosidad, porque comulga a Cristo, no solamente lo come, y al comerlo, siente que todos somos el mismo cuerpo de Cristo, porque comemos el mismo pan.

El que contempla la Eucaristía descubre que es presencia y amistad y salvación de Cristo permanentemente ofrecidas al hombre, sin imponerse, ayudándonos siempre con  humildad, en silencio ante los desprecios, lleno de generosidad y fidelidad, enseñándonos continuamente amor gratuito y desinteresado, total, sin encontrar a veces, muchas veces, agradecimiento y reconocimiento por parte de algunos.

El que contempla la Eucaristía se hace Eucaristía perfecta, cada día más, y encuentra la puerta de la eternidad y del cielo, porque el cielo es Dios y Dios está en Jesucristo dentro del pan consagrado. En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos: Cristo vivo, vivo y resucitado y celeste, “cordero degollado ante el trono de Dios”, “sentado a su derecha” “que intercede por todos ante el Padre”, “llega el último día” “el día del Señor”: «anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús», «et futurae gloriae pignus datar» y la escatología y los bienes últimos ya  han empezado por Jesucristo Eucaristía.

Por la Eucaristía, Cristo ha resucitado y vive con nosotros, como puse después del Concilio en un letrero de hierro forjado en el Cenáculo de San Pedro, Y luego en la .misma puerta del Cenáculo: «Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía».

 Esta presencia del Señor se siente a veces tan cercana, que notas su mano sobre tí, como si la sacara del sagrario para decirte palabras de amor y de misericordia y de ternura... y uno cae emocionado de rodillas: Oye, sacerdote mío, un poco de calma, tienes tiempo para todos y para tus cosas, pero no para mí, yo me he quedado aquí para ser tu amigo, para ayudarte en tu vida y apostolado, sin mí no puedes hacer nada; mira, estoy aquí, porque yo no me olvido de tí, te lo estoy diciendo con mi presencia, pero te lo diría mejor aún, si tuvieras un poco de tiempo para escucharme; ten un poco de tiempo para mí, créeme, lo necesito porque te amo como tu no comprendes; me gustaría dialogar contigo para decirte tantas cosas...

Y como la Eucaristía no es sólo palabra de Cristo, sino evangelio puesto en acción y vivo y viviente y visualizado ante la mirada de todos los creyentes, lleno de humildad y entrega y amor, uno, al contemplarla, se ve egoísta, envidioso, soberbio. Porque allí vemos a Cristo perdonando en silencio, lavando todavía los pies sucios de sus discípulos, dando la vida por todos, enseñándonos y viviendo amor total y gratuito, en humildad y perdón permanente de olvidos y desprecios. Se queda buscando solo nuestro bien, sólo con su presencia  nos está diciendo os amo, os amo... Quien se pare y hable con Él terminará aprendiendo y viviendo y practicando todas estas virtudes suyas. La experiencia de los santos y de los menos santos, de todos sus amigos, lo demuestra.

Hay que volver al sagrario, hay que potenciar y dirigir esta marcha de toda la parroquia, con el sacerdote al frente, hacia la mayor y más abundante fuente de vida y gracia cristiana que existe: “Qué bien se yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta eterna fonte que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche”. (San Juan de la Cruz)

       “LA SAMARITANA: Cuando iba al pozo por agua, a la vera del brocal, hallé a mi dicha sentada.

¡Ay, samaritana mía, si tú me dieras del agua, que bebiste aquel día!

SAMARITANA: Toma el cántaro y ve al pozo, no me pidas a mí el agua, que a la vera del brocal, la Dicha sigue sentada”. (José María Pemán)

“Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación...”  dijo el profeta. Que así sea para todos nosotros y para todos los creyentes. Que todos vayamos al sagrario, fuente de la Salvación. La fuente es Cristo; el camino, hasta la fuente, es la oración, y la luz que nos debe guiar es la fe, el amor y la esperanza, virtudes  que nos unen directamente con Dios. ¡ES EL SEÑOR!

JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA, TU LOS HAS DADO TODO POR NOSOTROS…EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! ¡Necesito verte porque sin Tí  mis ojos no pueden ver la luz! Necesito comerte, para no morir de deseos de vida y de cielo, que eres Tú. Necesito abrazarte para hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero comerte para ser asimilado por Tí, y entrar así, totalmente identificado con el Amado, en la misma Vida y Amor y Felicidad divina de mis Tres, por su mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, que hace a Dios Uno y Trino, por la total y eterna generación y aceptación del Ser de Vida y Amor en el Espíritu Santo. AMEN.

TRIGÉSIMOTERCERA MEDITACIÒN

MARÍA Y LA EUCARISTÍA

«Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él» (Ecclesia de Eucharistia, 53).

       Ya la piedad cristiana unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen. Porque la Eucaristía es el alma de la Iglesia, «centro y culmen» de toda su vida. Y María fue asociada por Dios a todo el misterio del Hijo, desde su maternidad hasta la cruz. Es lógico que así sea vista también por la Iglesia. Ella es madre de la Iglesia. Y la Iglesia se construye por la Eucaristía. 

       Desde el punto de vista bíblico y eucarístico, Juan nos ha consignado dos escenas, en los cuales María tiene su parte central al lado de Jesús. Se trata del episodio de las bodas de Caná (cf. Jn 1,1-11),  que hay que unir estrechamente al de la multiplicación de los panes, en Jn 6, y del episodio del Calvario, en Jn 19. En el primero de los signos mesiánicos obrados por Jesús está clara la intervención de María, que toma la iniciativa: “no tienen vino... haced lo que Él os diga…”. El mismo término de “mujer”,con que Jesús designa a su madre en esta ocasión, hace referencia al Génesis 2, 23, en que Dios dice a la serpiente: “Pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer. Y entre tu linaje y el suyo. Éste te aplastara la cabeza” (Gn 3,15). Tenemos, por tanto, que el primero de los signos obrados por Cristo Mesías se convierte el agua en vino por la iniciativa de María, y representa el inicio de una nueva etapa de la historia de la salvación sacramentaria, cuyo centro será la Eucaristía, realizada en pan y vino.

       En esta nueva economía, María también es llamada mujer en la figura de Eva, tipo de su maternidad. En el Génesis, al hablarnos de Eva, tipo de Maria, se dice: “formó Yahvé Dios a la mujer” (Gén 2,22). Este pasaje indica que la Virgen-nueva Eva- viene a ser cabeza-estirpe de una nueva generación, la de la comunidad eclesial, que se nutre de la sangre y del cuerpo eucarístico de Cristo: «El hombre (Adán-Cristo-nuevo-Adán) exclamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne» (v.23).

       En el Nuevo Testamento, Juan da una aportación decisiva a la dimensión eucarística de la figura de María, no sólo en el relato del primer signo mesiánico, sino también en el de la pasión, donde Jesús confia el discípulo amado a su madre y viceversa, esto es, a Juan el cuidado de su madre (cf. Jn 19,25-27).  Y en ambos casos nuevamente María es designada como “mujer” por su Hijo. Es claro que al ser su propio Hijo el que la designa así, cuando lo natural hubiera sido el término “madre”, demuestra que no se trata sólo de un gesto de piedad filial por parte de Jesús, sino sobre todo de un episodio de revelación decisiva. También aquí ella es llamada mujer otra vez, como nueva Eva, para subrayar el inicio en ella de una nueva generación, la de la Iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que manaron la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia. María es constituida por Cristo en  Madre de los nuevos hijos nacidos de la fe y del bautismo. 

       En San Juan, María permanece siendo la madre. Si  primero era sólo la madre del Hijo, ahora es también la madre de la Iglesia. Si primero su maternidad era física, ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús es elegida y designada la madre de los discípulos de Jesús en la figura del discípulo amado.

       Por eso la Iglesia, sacramento salvífico, además de ser esencialmente eucarística, tiene también una connotación existencial mariana. María tiene, pues, una presencia y un papel decisivo tanto en la Encarnación como en la economía salvífica-sacramentaria de la Iglesia: en las dos, ella ha dicho su “fiat” en la fe, en la esperanza y en la caridad. En ambas ella es cabeza-estirpe de una nueva generación querida por Dios: en la primera, por la generación del Hijo de Dios hecho carne en su seno; en la segunda, por la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo, que se nutre con el cuerpo y la sangre de Cristo, engendrados por María.

       La Iglesia, por eso, no celebra nunca la Eucaristía sin invocar la intercesión de la Madre del Señor. En cada Eucaristía, «María ofrece como miembro eminente de la Iglesia no sólo su consentimiento pasado en la Encarnación y en la cruz, sino también sus méritos y la presente intercesión materna y gloriosa» (cf. Marialis Cultus 20).La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).   Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

        La Iglesia así lo comprende y lo canta agradecida en la antífona del Corpus Christi: «Ave, verum corpus natum de María Virgine, vere passum, inmolatum in cruce pro homine...»  El Papa Juan Pablo II se ha referido a esta relación de la Eucaristía con María en dos documentos. En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice: «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad «hasta el extremo» (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo.Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de  Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz» (Rosarium Virginis Mariae 1).

       En otro pasaje de esta misma Carta del Rosario de la Virgen nos propone el Papa a María como modelo de contemplación cristológica, que recorre y nos ayuda a vivir la espiritualidad eucarística. Lo titula el Papa: María modelo de contemplación, y nos dice en el número 10: «La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc2,7).

       Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la “parturienta”, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fín, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu  en el día de Pentecostés (cf Hch 1,14).

2.- LOS RECUERDOS DE MARÍA

(Tomado de la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, que cito tal cua)

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el “rosario” que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

       Ytambién ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su “papel” de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (RVM 10 y 11).

3.- MARÍA, MUJER “EUCARÍSTICA”

Así llama el Papa Juan Pablo II a María en la última Carta Encíclica, sobre la Eucaristía: “ECCLESIA DE EUCHARISTÍA”. El  capítulo sexto y último lo titulo al Papa: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo “centro y culmen” siempre será la Eucaristía: “(María)… al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente” (LG 56).

        “María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente simpar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61).

       “María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jo 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la  víctima que ella misma había engendrado” (LG 58).

       Sin el cuerpo de Cristo que “ella misma había engendrado” no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía. Por eso María es Madre de la Eucaristía,  por ser la madre de Cristo, materia y forma del Misterio eucarístico; María es arca y tienda de la Nueva Alianza, por engendrar por la potencia del Amor del Espíritu Santo la carne y la sangre de Cristo, derramada para la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres; María fue el primer sagrario de Cristo en la tierra; María fue asociada expresamente por su Hijo en el sacrificio cruento de la Eucaristía, ofreciendo su vida con Él al Padre para la salvación de los hombres, consintiendo en su ofrenda y creyendo contra toda esperanza en la Palabra de Dios, creyendo que era el redentor de los hombres el que moría en la cruz.

       Por eso y por más razones, no he querido terminar  este libro sobre la Eucaristía, sin dedicarle a María el último capítulo, como he hecho hasta ahora en mis libros publicados. Es mucho lo que Cristo confió en y a su madre y mucho lo que ella hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y unida totalmente a  su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos debemos a María  “MUJER EUCARÍSTICA”. 

       Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:   “Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad” (Dies Domini 86).

       Y ahora paso ya a transcribir literalmente el capítulo sexto y último de la Encíclica ECCLESIA DE UCHARISTIA, donde el Papa Juan Pablo II recoge de modo insuperable, al menos por mí, la doctrina eucarístico-mariana actual. Uno disfruta leyendo y meditando estas verdades.

TRIGÉSIMOCUARTA MEDITACIÓN

EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

CAPÍTULO VI DE LA ENCÍCLICA «ECCLESIA DE EUCHARISTIA»

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía (20).Efectivamente, María puede guiamos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

       A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42).

       Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. ¡Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: “no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”.

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

       Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo” era el “Hijo de Dios” (cf. Lc1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

       “Feliz la que ha creído” (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en “tabernáculo” -el primer “tabernáculo” de la historia- donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

       María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuandollevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle Señor” (Lc2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una “espada” traspasaría su propia alma (cf. Lc2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el “stabat Mater” de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de “Eucaristía anticipada” se podría decir, una “comunión espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como “memorial” de la pasión.

       ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en persona al pie de la Cruz.

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!” Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre! (cf. Jn19 ,26.27).  

       Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros -a ejemplo de Juan- a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama «mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador» lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística”.

       Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magníficat en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo se presenta bajo la “pobreza” de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que “se derriba del trono a los poderosos  y se enaltece a los humildes” (cf. Lc1, 52). María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su –diseño- programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como María, toda ella un magnjficat !

CONCLUSIÓN

(Resumen breve, hecho de la del Papa)

Cada día, mi fe ha podido reconocer en el pan y en el vino consagrados al divino Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a la luz y el corazón a la esperanza (Lc 24,3.5). Dejadme que, como Pedro al final del camino eucarístico en el Evangelio de Juan, yo le repita a Cristo, en nombre de toda la Iglesia y en nombre de todos vosotros: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).

       En el alba de ester tercer milenio todos nosotros, hijos de la Iglesia, estamos llamados a caminar en la vida cristiana con un renovado impulso. Como he escrito en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, no se trata de «inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste» (nº 29). La realización de este programa de un nuevo vigor de la vida cristiana pasa por la Eucaristía.

       Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?

       El Misterio eucarístico -sacrificio, presencia, banquete-no consiente reducciones ni instrumentalizaciones; debe ser vivido en su integridad, sea durante la celebracion, sea en el íntimo coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de la Misa… Impulsada por el amor, la Iglesia se preocupa de transmitir a las siguientes generaciones cristianas, sin perder ni un solo detalle, la fe y la doctrina sobre el Misterio eucarístico. No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque «en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra  salvación» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q.83, a.4c).

JACULATORIA EUCARÍSTICA

JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. TAMBIÈN YO QUIERO DARLO TODO POR TI, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS  TODO.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CREO EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CONFÍO EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS.

EL ÚNICO SALVADOR DEL MUNDO Y DE LOS HOMBRES.

ÍNDICE

PRÓLOGO ....................................................................... 5      

INTRODUCCIÓN .............................................................. 7     

 PRIMERA PARTE

HOMILÍAS DEL JUEVES SANTO

PRIMERA HOMILÍA DEL JUEVES SANTO..............................9     

SEGUNDA HOMILÍA...........................................................14

TERCERA HOMILÍA...........................................................20    

CUARTA HOMILÍA.............................................................25    

QUINTA HOMILÍA..............................................................30   

SEXTA HOMILÍA................................................................34    

SÉPTIMA HOMILÍA............................................................37   

OCTAVA HOMILÍA.............................................................40   

NOVENA HOMILÍA  ...........................................................44   

DÉCIMA HOMILÍA..............................................................49  

UNDÉCIMA HOMILÍA......................................................... 52   

DUODÉCIMA HOMILÍA........................................................57    

DÉCIMOTERCERA HOMILÍA.................................................60   

DÉCIMOCUARTA HOMILÍA......... .........................................64

DÉCIMOQUINTA HOMILÍA…………………………………………………………..66

         SEGUNDA PARTE

          HOMILÍAS DEL CORPUS CHRISTI

PRIMERA HOMILÍA...........................................................71  

SEGUNDA HOMILÍA .........................................................75

TERCERA HOMILÍA...........................................................77  

CUARTA HOMILÍA ............................................................80 

QUINTA HOMILÍA..............................................................84  

SEXTA HOMILÍA................................................................88   

SÉPTIMA HOMILÍA.............................................................91           

OCTAVA HOMILÍA..............................................................93          

NOVENA HOMILÍA..............................................................66           

DÉCIMA HOMILÍA....................................................................100          

UNDÉCIMA HOMILÍA...............................................................103          

DUODÉCIMA HOMILÍA.............................................................107         

DÉCIMOTERCERA HOMILÍA......................................................110         

DÉCIMOCUARTA HOMILÍA.......................................................114         

DÉCIMOQUINTA HOMILÍA.......................................................116       

DÉCIMOSEXTA HOMILÍA .......................................................121       

DÉCIMOSÉPTIMA HOMILÍA………………………………………………………..….124

    TERCERA PARTE

     MEDITACIONES EUCARÍSTICAS

1ª .- La presencia de Dios entre los hombres...................................128     

2ª.- Necesidad de la oración para el encuentro personal

       con  Cristo Eucaristía .............................................................148                 

3ª.-  Hemorroísa divina, creyente, decidida a tocar a Cristo con fe......153               

4ª.-  Samaritana mía, enséñame a pedir a Cristo el agua de la fe……..156               

5ª.- En el Sagrario está el Cristo que curó a ciegos y leprosos…………..160

6ª.- Jesucristo Eucaristía cura los pecados de     la carne: la Adúltera..161

7ª.-  En la Eucaristía está el mismo Cristo de Palestina ya resucitado..164              

8ª.-  Si queremos tener oración permanente necesitamos

       conversión permanente, y viceversa.........................................171 

9ª.- Orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas………………....175

10ª.- Orar es también meditar y el Sagrario, la mejor escuela………….182  

11ª.-  Jesucristo Eucaristía, el mejor maestro de oración………………..…185

12ª.- ¿Y si nos hiciéramos un examen de oración personal?..............193

13ª.- Oración y Santidad, fundamentos del Apostolado en

        la Carta Apostólica “Novo millennio ineunte” de J.PabloII……..…201

14ª.- La peor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística…………….…..209

15ª.- Breve itinerario de oración eucarística....................................211

16ª.- “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”…….…….221 

17ª.- ¿Por qué el hombre tiene que amar a Dios? Porque

         Dios nos amó primero. .........................................................225      

18ª.- “Y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”. 236

19ª.- Aprendiendo a orar y dialogar con Cristo Eucaristía……………………245

20ª.- La Eucaristía, la mejor escuela de oración y santidad se

          convierte en la mejor escuela de apostolado......................... 255  

21ª.- La vivencia de Cristo Eucaristía, llama ardiente de

          caridad apostólica.............................................................. 260  

22ª.- El sacerdote católico, presencia sacramental  de Cristo………….…268 

23ª.- La Espiritualidad de la Eucaristía como misa.Participación……….…271

24ª.- La participación en la Eucaristía nos lleva a imitar a Cristo…….…278

25ª.-   Mirada teológica y litúrgica a la Comunión ……………………………..285

26ª.-   Espiritualidad de la Eucaristía como comunión………………………...290

27ª.-   “El que me coma vivirá por mí”. Por la comunión

       Eucarística nos vamos transformando en Cristo…………………………..295

28ª.- La Adoración eucarística: Espiritualidad y Pastoral…………………….300 

29ª.-Jesús, adorador del Padre en obediencia total y amor

      extremo hasta dar la vida   …………………………………………………….…..…304

30ª.-Espiritualidad y vivencia de la Presencia Eucarística……………….… 306

31ª.- Jesucristo Eucaristía, el mejor camino de oración,…

        santidad y apostolado……………………………………………………………………314

32ª.- Importancia de la oración eucarística para la vida

         y el  ministerio sacerdotal .................................................  319

33ª.-María y la Eucaristía: Los recuerdos de María………………………………332

34ª    En la escuela de Maria, mujer “eucarística”

         Capítulo VI de la Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”…………………..337  

 Conclusion……………………………………………………………………………………….. ….340 


[1]Cfr Liturgia de las Horas, III, pag 1370-71.

[2]JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta., Sal Terrae  2002, p. 91.

[3]Liturgia de las Horas, III, pgs. 1391-93, De las oraciones atribuidas a Santa Brígida.

[4]ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae 2002, pag. 93-4).

[5]Discurso de Juan Pablo II  dirigido al Capítulo General de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002.

[6]F.X. DURRWEL, Cristo, Nuestra Pascua,  Editorial Ciudad Nueva, MADRID  2003, pag 176.

[7]Audi, Filia, 75

[8]Plática 30.

[9]JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae  2002, p. 79)

[10]NMI 38.

[11]Ibidem ,  pag. 79)                    

[12](ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de ti:  Sal Terrae  2002.  pag 101-102.

Viernes, 23 Abril 2021 07:40

EJERCICIOS ESPIRITUALES EUCARÍSTICOS

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

EJERCICIOS ESPIRITUALES EUCARÍSTICOS

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA.- 1966-2018

INTRODUCCIÓN

(VSTEV) EJERCICIOS ESPIRITUALES EUCARÍSTICOS: PARA CONOCER Y AMAR MÁS A JESÚS EUCARISTÍA

¡ADORADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!

       QUERIDAS HERMANAS:Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, Ael que nos ama@nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Pues bien, de esto voy a tratar entre vosotras estos días; estas meditaciones o charlas quieren ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quieren ser charlas teóricas sobre Eucaristía, oración, santidad…quieren ser meditaciones de vida sobrenatural, quieren ser itinerario de  encuentro personal con Jesucristo Eucaristía.

       Por eso, el título de todo lo que os diga en estos días podía ser EUCARÍSTICAS, VIVENCIAS EUCARÍSTICAS, que  es el nombre, que, hace más de cuarenta años,  puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado - contemplata aliis tradere, - para anotar las ideas,  que Jesús Eucaristía me inspiraba desde el Sagrario, para predicar luego a mis feligreses lo que había contemplado. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías . De aquí el nombre que puse a mi primer libro: EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS).En definitiva no hacía otra cosa que imitar su comportamiento, cuando al empezar su vida pública en Palestina,  llamó a los que quiso, a los Apóstoles, como nos dicen los Evangelios, para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar.”

       Desde el Sagrario he escuchado muchas veces al Señor que me decía, nos dice: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer, a vosotros os llamo amigos,” “yo doy la vida por mis amigos@ANadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordaros en estas conversaciones: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado en la Eucaristía y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que El no tenga? sino porque nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad dichosa y feliz, que la Stma. Trinidad tiene  proyectado sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos y por el cual existe la Eucaristía y Jesucristo se quedó con nosotros en el Sagrario y hacia el cual caminamos y será nuestro primer tema de meditación.

       Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de los abortos y de la increencia y del pecado y de la lejanía de Dios y de equivocarse en el camino que nos conduce al encuentro con el Dios eterno, porque el que se equivoque, se va a equivocar para siempre, para siempre, para siempre. Es que somos eternos. Mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne, que es su propio Hijo, enviado para llevarnos a esta plenitud de vida en Dios Trino y Uno.

       ¡Qué grande ser hombre, existir, conocerlo por la fe, amarlo y esperar el encuentro con Él por la esperanza sobrenatural, que el culmen de la fe! ¡Qué suerte, qué predilección de Dios, qué grandeza para los llamados!  “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Ahora comprendo la Eucaristía, ahora comprendo lo que vale cada hombre, no he sido yo, ha sido Dios quien ha puesto el precio y qué alto: toda la sangre y la vida de Cristo; la Eucaristía es el precio que yo valgo, el proyecto y el amor que Dios tiene al hombre, el amor de Cristo a los suyos, todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida, en obediencia total al Padre....Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar la eucaristía, con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a tocar y  venerar a Cristo vivo, vivo y presente en cada Sagrario Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que quiero desarrollar y describiros, en la medida de mis conocimientos y posibilidades, en estos días.

       Supuesto el fundamento bíblico-teológico-dogmático de la Eucaristía, sobre lo que hay mucho escrito y algo diremos nosotros, para poner cimiento firme a estas meditaciones eucarísticas, yo he querido más bien hablar de Jesucristo Eucaristía en línea de experiencia de amistad particular con Él, sentida y vivida por medio de la oración eucarística, personal y litúrgica, porque es lo que me interesa y necesitamos todos, vosotros y yo, el mundo y la Iglesia. ¿Para qué quiero tener una licenciatura en Teología, un doctorado incluso en Cristología, en Eucaristía, si no tengo experiencia de Él, si no sentimos  su presencia y su amor, que nos demuestren que Cristo verdaderamente existe y es verdad, si no siento dentro de mí su misma vida y sentimientos, viviendo así en plenitud nuestra fe y cristianismo, nuestro injerto bautismal, nuestro sacerdocio, nuestra vida religiosa, nuestro compromiso y misión,  nuestro  presente y eternidad?

       Este camino tiene sus particularidades y singularidades; la mayor de todas, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad primera de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con El, porque la fe es la luz de Dios, es como un rayo del sol,  dirá infinidad de veces S. Juan de la Cruz, que supera nuestro entendimiento y facultades, y si le miramos de frente, directamente, nos ciega, por la abundancia y exceso de luz.    

       Para el encuentro eucarístico, para la oración eucarística, como para todo camino, es bueno tener guías, que hayan hecho este recorrido verdaderamente, no sólo teóricamente, y que nos vayan orientando, especialmente en etapas de oscuridad de la fe y de la esperanza en el desierto de la vida, que necesariamente tenemos que atravesar  hasta llegar a la amistad total, a la tierra prometida;  en fin,  se trata de recorrer un camino verdadero, no meramente imaginativo, sino de fe y de vida, recorrido ya por mucha gente cristiana, desde los primeros tiempos, desde la misma presencia de Cristo en Palestina. Por eso, lo primero de todo será la fe, fe eucarística; lo será siempre, pero, sobre todo, en los comienzos de esta amistad; esta fe hay que pedirla y cultivarla mucho, hay que pasar de una fe heredada de nuestros padres, sacerdotes, superiores, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia del misterio eucarístico. Y todo esto por la oración personal, en encuentros continuos con Jesús Eucaristía, en diálogo permanente de amistad con Él desde el Sagrario, donde tantas cosas nos está diciendo en silencio, en humildad, sin imponerse, sólo con su presencia de amor.

       De todo esto hablaremos en estos días. Unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, principalmente, en relación con la Eucaristía como Misa, como Comunión y como Presencia de amistad.

       En uno de mis libros digo algo que sirve para todo lo que escriba o hable de Cristo, especialmente de Cristo Eucaristía: estas meditaciones que os dirijo, estas páginas que escribo fueron escritas  mirando al sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así también fueran leídas o meditadas: a los pies del Maestro, como María en Betania. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza. Este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía. Si os sirven para esto, (adorado sea el santísimo sacramento del altar!

       Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» (vivencia), que escribí junto al sagrario de mi primer destino apostólico, un pueblo pequeñito de mi Diócesis de Plasencia: «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta ... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres..... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

       Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión.., porque tu lo sabías, Tú lo sabías todo...y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega...eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores... nosotros somos limitados en todo.

       Señor, por qué me amas tanto,  por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa , un poco de pan por mí... Señor, pero qué puedo  darte  yo que Tú no tengas...qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

       Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros,  cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:  “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed esta es mi sangre...”

       En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, Bla he sentido muchas veces,B  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con El  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, gracias, Señor...¡Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor».  

PRIMERA MEDITACIÓN: “DIOS ES AMOR…”

       Queridas hermanas: Estos días quiero hablaros de Jesucristo Eucaristía; de Jesucristo, sacramentado por amor en el Sagrario. Este amor de Jesucristo a los hombres existió ya antes de encarnarse en el seno purísimo de la Hermosa Nazarena, de la Virgen bella, de nuestra Madre el alma: María. Porque Jesucristo es el Hijo de Dios y el amor de Jesucristo aquí presente y hecho sacramento de Amor es el amor que como Dios y como hombre nos tiene, o si queréis, es el amor que nos tiene desde el Seno de la Santísima Trinidad. Fue ese amor divino de Espíritu Santo el que le llevó a encarnarse en carne humana para salvarnos y llevarlos a la amistad total con su Padre Dios. El Hijo de Dios vio entristecido al  Padre, porque el hombre había roto por el pecado de Adán el proyecto de eternidad dichosa y feliz con Dios, y por amor a su Padre y por amor a los hombres le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…” Y la voluntad del Padre es la que nos expresa muchas veces Él en el Evangelio: “Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día; Esta es la voluntad de mi Padre, que está en el cielo, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.” “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado…”

       Él sabía muy bien cuál era esta voluntad del Padre, para eso había venido a la tierra,  y por eso fijaos bien, cuando Pedro quiere apartarle de esta voluntad del Padre, Cristo llama “Satanás” a Pedro por quererle alejar del proyecto del Padre, que le lleva a pasar por la pasión y la muerte para llevarnos a todos a la resurrección y la vida eterna. Son los evangelios de estos domingos 21 y 22 del ciclo A:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo  a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia....

Segunda parte: Jesús comienza a explicar a sus discípulos en qué consiste ser el Mesías liberador y salvador de los hombres, que ellos, como todo el pueblo judío, concebían un Mesías político y puramente terreno: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar. Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará”(Mt 16,16-25).

       En el Evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Mateo: demostrar que Jesús es el Mesías que cumple la voluntad del Padre. Pero su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es una mesianismo de amor y paz y amor entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y someternos con humildad a su voluntad, aunque ésta nos lleva a la muerte del «yo».

       El proyecto del Padre, la voluntad del Padre que Jesús ha venido a realizar es “tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo para  que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna… porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvar al mundo, a todos los que crean en Él.”

       Por eso, en el Sagrario, en la Eucaristía, está también el amor del Padre que nos envía al Hijo, todo el amor del Hijo que realizó su voluntad y proyecto de amor, y ese amor en mayúscula es Amor de Espíritu Santo, es el Espíritu Santo; está, por tanto, toda la Trinidad, que es Amor. Y esto no es devoción personal, esto es teológico, litúrgico y evangelio verdadero.

       Y por eso y para esto vino Cristo, y por esto se encarnó, y  vivió, predicó y murió y resucitó y por eso permanece aquí en el Sagrario y en la Eucaristía como misa y comunión, para cumplir la voluntad del Padre, que es nuestra salvación y felicidad eterna. En la Eucaristía está Cristo entero y completo, desde que en el seno de la Trinidad con amor de Espíritu Santo le dijo al Padre que vendría a la tierra para salvar a los hombres hasta que conseguido este objetivo, que es como una nueva creación, una recreación del proyecto primero de amistad total con Dios, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre como Cordero inmolado y degollado por amor a Dios y a los hombres, lleno de gloria y adoración, por este amor extremo. Todo lo que Cristo dijo e hizo y amó, todo Cristo entero y completo, Dios y hombre, tiempo y eternidad, está aquí en el pan consagrado. Está el Cristo glorioso y  triunfante del cielo, el Cristo sentado a la derecha del Padre, esto es, igual al Padre, está con su humanidad totalmente Verbalizada, identificada con el Verbo de Dios, y esa divinidad y esa humanidad es la que está ahora mismo aquí presente, en el pan  bendito.

       Por eso, para hablar de este Amor Sacramentado o de Jesucristo Eucaristía o de Jesucristo sacramentado por Amor, como este Amor es divino antes que humano, o si queréis es amor divino que se encarna primero en carne y luego en un poco de pan, vamos a hablar de él, de este amor de Dios en el Seno de la Santísima Trinidad antes de encarnarse, vamos a hablar del Amor de Dios, del Amor trinitario sacramentado por Jesucristo en el pan consagrado. No olvidar nunca que Jesucristo es Dios y que me amó primero como Dios que como hombre, porque se hizo hombre y predicó y murió precisamente porque me amó como Dios y esto le hizo tomar la naturaleza humana y venir a la tierra para salvar a la humanidad de la lejanía de Dios, del pecado.

       Jesucristo aquí sacramentado por amor es el Hijo de Dios, es Dios mismo, el Dios Creador y Salvador, el Dios único, principio y fin de todo lo que existe. Y San Juan nos dice de este Dios, principio y fin de todo: “Dios es amor” es decir, Dios es amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir…

POR ESO SI ALGUIEN ME PREGUNTA, OS PREGUNTA: ¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS, POR QUÉ TENGO QUE AMAR A JESÚS EUCARISTÍA, ADORARLE Y AMARLE EN EL SAGRARIO, EN LA MISA, EN LA COMUNIÓN? LA RESPUESTA ES FÁCIL: PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados”(1Jn 4,10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON ÉL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD

       El texto citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...” -- primero--, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos.      

       El sacrificio de la cruz, sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza y Amistad con Dios, que Cristo anticipó instituyéndolo proféticamente en la Última Cena y que se hace presente en cada Eucaristía y permanece en oblación perenne en la Presencia Eucarística, es la señal manifiesta del amor extremo del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a Ablasfemar@en los días de la Semana Santa, exclamando:  «Oh felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa.     

       Y el mismo S. Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias, por participación, de la Santísima Trinidad: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

       Sigue S. Juan: “Ytodo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7). (Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria, y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero; y es entonces cuando nosotros podemos  amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres; y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombre. Y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo que nos hace hijos en el Hijo, y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo, hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo: “Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros. En que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4,11-14).

       ¡Vaya párrafo! Como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma, cada uno de los seres creados, por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino.

       Dice S. Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... Y esta tal  aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios las misma aspiración divina que Dios, estando ella en Él transformada, aspira en si mismo a ella... Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, )qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza» (Can B 39, 4).

       Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la Trinidad, todo es “Porque Dios es Amor”.

       A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, de ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe desde siempre. Por eso, en esto del ser y existir como  en el amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre es reflejo. No existía nada, solo Dios.

       Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder..., cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”. Su esencia es amar, si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir S. Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría, todo lo que Él se sabe y quiere que sepamos de Él por Sí mismo y a la vez es el Amado, lo que más quería. Y también nos lo entregó: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propia Hijo” porque quiere que vivamos su misma vida trinitaria de Padre y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar nosotros identificados con su Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor Personal de Espíritu Santo. Y así es como entramos nosotros en el círculo del Amor o triángulo de la Vida Trinitaria.

       Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

       Dios quiere darse esencialmente, como Él es en su esencia, que es Amor; quiere darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario.  Y por eso crea al hombre “a su imagen y semejanza”; palabras estas de la Sagrada Escritura, que tiene una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuye. Dios creó al hombre por amor y para el amor. La vida  la felicidad del hombre es como la de Dios: amar y sentirse amado.

       El hombre ha sido soñado por el amor de Dios. Es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo por pura iniciativa suya a ser sus hijos para que la gloria de su gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA.

        Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en una eternidad dichosa, que ya no se acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí.

       SI EXISTO, ES QUE DIOS ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido...Yo he sido preferido, tú has sido preferido; hermano, estímate, autovalórate, apréciate; Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Qué bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer! Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel). Para nosotros, creyentes, ser, existir es ser amados.

       SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. (Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre! Valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos. Todos han sido singularmente amados por Dios. No desprecies a nadie. Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida.

       Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros, porque fíjate bien: una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno. Ya no caeré en la nada, en el vacío ¡Qué alegría existir, qué gozo ser viviente! Mueve tus dedos, tus manos; si existes, no morirás nunca. Mira bien a los que te rodean. Vivirán siempre. Somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

       Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios. Por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida. Desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo. El que se equivoque, se equivocará para siempre, para siempre, para siempre, terrible responsabilidad para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo. Si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres. No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado; aunque todos me dejen; aunque nadie pensara en mí; aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos,  Dios me ama, me ama, me ama, y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quitarme esta gracia y este don.

       SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a amar y ser amado por el Dios Trino y Uno. Éste es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna, que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”  (Jn 14,2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

       Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos. Y esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. ¡Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia! No quiero ahora ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

       Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en la esperanza que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que, cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con  Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente, que paso a describir a continuación.

       Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y, por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos. Son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del amor de Dios, y nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación gozosa y contemplativa por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía.

       Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación y transformación del misterio de Dios.

       Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace S. Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad: «Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo, en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que íbamos a cometer contra ti. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tí dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla (Oración V).

       A otra alma mística, santa Ángela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son a la vez una exigencia de amor y que se han hecho muy conocidas: « ¡No te he amado de bromas! ¡No te he amado quedándome lejos!  Tú eres yo y yo soy tú. Tú estás hecha como me corresponde a mí, estás elevada junto a mí».

       Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo primero…”  (1Jn.4,9-10).

SEGUNDA MEDITACIÓN:

“Y NOS ENVIÓ A SU HIJO COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS”

        En la contemplación de este versículo entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre, como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla muy claramente de la pasión de amor de Dios, de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en corazón de la Santísima Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por el Padre en su Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Hijo. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2,19-20). 

       S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre, hasta este extremo, por eso,  Aentregó@tiene sabor de Atraicionó@.

       Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo,” llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”.

       Queridos hermanos, ¿Qué será el hombre? ¿qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea? ¿qué seré yo? ¿Qué serás tú y todos los hombres? Pero ¿Qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora? Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros. “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó)a su propio Hijo”.  Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad? ¿Qué ocurre aquí? Es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre: “Tanto amó Dios al hombre, que...(traicionó)  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”. Y  Cristo la dio por todos nosotros.

       Este Dios infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su amor y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefiere en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

       Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: Os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” ( Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

       Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

       Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son como una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: ¿por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio...? Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

       Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores...; solamente amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros: “Siendo Dios... se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado…” En el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo...etc,  sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del Sagrario, en el Sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor.

       Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas ¿No  se va a conmover ante el amor tan apasionado de mi Padre Dios, hasta el punto de que le “traiciona”, le engaña a todo un Dios infinitamente moderado y prudente? ¿No voy a sentir ternura de amor ante el amor tan Alastimado@de mi Cristo en la cruz? ¿Tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos? 

       Dios mío, pero ¿Quién y qué soy yo? ¿Qué es el hombre, para que le busques de esta manera? ¿Qué puede darte el hombre que Tú no tengas?¿Qué buscas en mí? ¿Qué ves en nosotros para buscarnos así? No lo comprendo, no me entra en la cabeza. Padre, “abba”, papá Dios, quiero amarte como Tú me amas; Cristo mío, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, “Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.”

       Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, siempre que viene a mi mente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que S. Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: "Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo."

       Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado, siente sólo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según dice S. Juan. No  siente ni barrunta su ser divino, es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta. No hay ni una palabra de ayuda, de consuelo, una explicación para Él.... Cristo ¡Qué pasa aquí? Cristo ¿Dónde está tu Padre? ¿No era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos? ¿ No decías Tú que te quería? ¿No dijo Él que Tú eres su Hijo amado? ¿Dónde está su amor al Hijo? No te fiabas totalmente de Él..... ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que ya no eres su Hijo?  ¿Es que se avergüenza de Ti? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo ¿Es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias....?

       ¿Qué pasa, hermanos? ¿Cómo explicar este misterio? El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado:ATanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo.@

       Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el Sagrario, quiero decir con S. Pablo desde lo más profundo de mi corazón: "Me amó y entregó por mi"; " No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado."

       DIOS ME AMA, ME AMA, ME AMA

       Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero ¿qué es el hombre? ¿Qué será el hombre para Dios? ¿Qué seremos tu y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...! ¡Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre! ¡Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre!

       ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta: es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje! Te pregunto, Señor, ¿Me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que hayáis decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz eternamente sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti. Comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, esto es, hacernos tus hijos en el Hijo. Lo comprendo por la pasión de amor Personal de Espíritu Santo, volcán en infinita y eterna erupción de amor, que sientes por Él, pero no comprendo, no me entra en la cabeza lo que has hecho por el hombre, porque es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre. Es como cambiar toda la teología desde donde Dios no necesita del hombre para nada.

       Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el Sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido. Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan. Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

       Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso. Y, si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores, sólo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado;  pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas, ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso, hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

       Dios me ama, me ama, me ama...  y ¿qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros? ¿Qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios? ¿Qué importa la misma muerte, si no existe? Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

       Me gustaría terminar con unas palabras de S. Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mi  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

       «Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¿Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7). Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”.  Todavía más simple, con palabras de Jesús:“El Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama, Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida. «Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio»(Can B 28). Y comenta así esta canción S. Juan de la Cruz: «Adviertan , pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que se de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (Can 28, 3).

       Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino a los hombres. Que Él nos lo explique. Está aquí con nosotros la Revelación del Amor del Padre, el Enviado,   vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte y desde aquí, desde  tu amor sacramentado, un beso y abrazo de amor a todos mis hermanos, llamados a compartir este gozo en nuestro Dios trino y  Uno,  sobre todo mi oración por los más necesitados de tu gracia y salvación.

TERCERA MEDITACIÓN: NECESIDAD ABSOLUTA DE LA ORACIÓN PARA EL ENCUENTRO CON JESÚS EUCARISTÍA

       Queridas hermanas: Me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que S. Teresa nos dice,  Aque no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.@  Al Atratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama,@poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía que es donde está más presente  Ael que nos ama@y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

       Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los sagrarios de la tierra.

       El sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabar a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

       Por eso, «la Iglesia, apelando a su derecho de esposa» se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y  lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor. “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

       El sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad,  sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana, y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino.

       La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a comprenderse a partir de la fe, es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras del Señor, que Él  expresó  bien claro: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...”; “el que me coma, vivirá por mí...”; “...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. ; “Yo soy el camino...” “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal hecha liturgia y vida o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer». Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el sagrario es Ala fonte que mana y corre, aunque es de noche,@es decir, sólo por la fe, dando un sí a sus palabras, por encima de toda explicación humana, es como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Fuego, Amor, Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno:  Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente divina y hasta ahí nos lleva este agua divina: “que salta hasta la vida eterna”.

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida

 en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,

 y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta viva fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche». (S. Juan de la Cruz)

       El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en visitas a Jesús Eucaristía, en ratos de oración continua, en la sequedad y aparente falta de respuesta, otras veces en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo  y conversión permanente. El Señor espera de nosotros un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la fe y adoración más que por el camino de la investigación y curiosidad. La presencia de amor y de totalidad por parte de Cristo reclaman presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo de su corazón.

       La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del  Verbo de Dios, hecho pan de eucaristía, hay que subir  «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de  S. Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, Y no de esperanza falto, Volé tan alto tan alto, Que le dí a la caza alcance».

       Nuestra fe eucarística es un sí, un amén, una respuesta  a la palabra de Cristo, predicada por los Apóstoles, celebrada en la liturgia de la Iglesia, meditada por los creyentes, vivida y experimentada por los santos y anunciada a todos los hombres. La fe y la oración, fruto de la fe, o mejor, la oración de fe, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarque a nosotros, la que nos domine y desborde, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, trascendiendo todo lo humano en razón y voluntad, en verdades y amores de criaturas, hasta llegar a los infinito, a la unión con Dios, deseado y sentido y poseído en la «substancia del alma…»  en el hondón, pero nunca dominado y abarcado por su criatura, que vivirá siempre deseando más al Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno, de la unión transformante en esta vida de peregrino y de la visión gloriosa del cielo en su luz y amor trinitarios. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos,  la criatura, siempre transcendida y Aextasiada@, salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada». Solo por la oración de fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios.

       Todos los días, visita al Santísimo, oración con libro o sin libro ante Jesús Eucaristía, oración eucarística en fe, primero seca; creo y no siento nada; rezo oraciones de otros; paso ratos en silencio, a veces me distraigo, llevo diez minutos y ni siquiera he saludado al Señor directamente; al cabo del tiempo, meses o años tal vez, depende de mi generosidad en convertirme a Dios, en vaciarme de mi yo, Cristo va pasando de ser objeto de fe y de diálogo sin aparentes respuestas a ser amigo y confidente, empiezo a decirle algo, cosas mías, frases cortas, expresarle mis sentimientos, he dejado de estar todo el tiempo rezando oraciones, estoy comenzando a pasar de la oración meditativa, discursiva a la oración afectiva, ya me sale espontáneo el diálogo, ya no necesito libro, siento su presencia y afecto; he empezado la amistad, he empezado a convertirme y amar en serio a Jesucristo, he empezado la amistad sincera y directa con Él, ya no es rutina heredada, fe heredada, ya empieza mi fe personal, mi amor personal, mi vivencia eucarística… así durante años, en noches y éxtasis y luego ya, recorriendo todo el itinerario hasta la unión total, dirigido por su Espíritu Santo, en noches terribles de purificación de fe y sentidos, noches de San Juan de la Cruz, dependiendo de Dios y también de mi generosidad y capacidad de sufrimiento en la purificación total y vacío total de mi mismo, al yo que tengo entronizado en mi corazón en lugar de Dios, de mis afectos a las criaturas, me tengo que vaciar de todo para que Dios pueda llenarme totalmente, después de todo esto, o mejor, durante todo esto, Dios me irá habitando y llenando de su Palabra, que es su Hijo; de su mismo Amor, que es Espíritu Santo y me sentiré habitado por Dios, por la Santísima Trinidad y puedo llegar a la oración contemplativa, a la unión transformante, bendiciendo todos los sufrimientos y purificaciones que ha sido necesarias: «¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste, Amado con amada, amada en el Amado transformada!»

       Y para que veáis que esto no es doctrina particular mía, podía citar a S. Juan de la Cruz, a S. Teresa, a Sor Isabel de la Stma. Trinidad, a Teresita, a Charles de Foucould, a Madre Teresa de Calcuta… bueno a todos los santos… voy a citar a Juan Pablo II, en su Carta Apostólica NMI, para mi una de más importantes de la Iglesia en estos últimos años, donde precisamente nos dice: La Iglesia existe para para la santidad, la unión total con Dios, y el camino para la santidad es la oración.

       Pero lo voy a decir con palabras suyas:

 ORACIÓN Y SANTIDAD, FUNDAMENTOS DEL APOSTOLADO, EN LA CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II  NOVO MILLENNIO INNEUNTE

       Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica NOVO MILLENNIO INEUNTE, cuando  invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de vida apostólica, pero no de  métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva... el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a El por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. Voy a recorrer la Carta, poniendo el número correspondiente y citando brevemente las palabras de Juan Pablo II. Insisto que al Papa, lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado,  es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de

la oración, alma de toda acción apostólica:  actuar unidos a  Cristo desde la santidad y la oración.... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

N116.-“Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21) .... como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo hablar de Cristo, sino en cierto modo hacérselover. )Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente, si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro.

N120.- A)Cómo llegó Pedro a esta fe? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: “no te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16,17). La expresión “carne y sangre” evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de “revelación” que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar  que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús “estaba orando a solas” (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y del oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).

       N129.- “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) .... No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: (Yo estoy con vosotros!  No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre recogido por el evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su plenitud    y perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es…una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencias y orientación común, algunas prioridades pastorales, que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos@.

LA SANTIDAD

30.- AEn primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado....“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: ATodos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor (Lumen Gentium, 40).

N131.- Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede «programar» la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias....Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos «genios» de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno.....

LA ORACIÓN

N132.- Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración...  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

N133.- La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo:  “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestará a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones «la Anoche oscura», pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como «unión esponsal».  ¿ Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

       Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tiene que llegar a ser auténticas Aescuelas de oración@, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el Aarrebato del corazón@. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

        Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino Acristianos con riesgo@. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

 Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral.... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración».

Y AHORA DESPUÉS DE ESTAS PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II,  CONTINÚO YO Y DIGO: LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA ES LA POBREZA MÍSTICA

       Terminado este testimonio del Papa Juan Pablo II en la NMI., quisiera añadir que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía, misa, comunión y  sagrario:  ¡Qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche!.

       Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que lo obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el apostolado como para la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

       Me duele muchísimo tener que decir esto, porque puedo hacer sufrir y me harán sufrir, pero se trata del bien de los hermanos, que han de ser formados en el espíritu de Cristo. De los seminarios y casas de formación han de salir desde el Papa hasta el último ministro de la Iglesia.

       Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también, y, si por el contrario, está débil o muerto,  también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben  ser evangelizados por estos sacerdotes. Prescindiendo de otros canales, que siempre hay en la vida de la Iglesia, al menos por estos entrará menos agua. Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados, por su seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato familiar con los seminaristas....Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de toda evangelización.

CUARTA MEDITACIÓN: ORAR ES QUERER AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS; ES QUERER CONVERTIRSE A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS

       Queridas hermanas: Aunque al principio el alma no se entere, porque a lo mejor tampoco se lo dicen, y los libros sobre la oración, la mayoría, ponen el acento en meditar y reflexionar, otros en tecnicismos y respirar de una forma o de otra, mi experiencia y la de los que han convivido conmigo en oración durante muchos años nos dice y ha enseñado que lo primero y fundamental es concebir la oración como una camino de conversión, que empieza poco a poco, pero que nunca se puede dejar ni olvidar, porque automáticamente, si dejo de convertirme, dejo de orar y de amar a Dios y  vienen las distracciones, el aburrimiento y el dejar la oración, sin la cual no hay santidad, ni encuentro con Cristo ni vida cristiana.

       Y fijaos bien, queridas hermanas, que digo: orar es querer amar más, y no digo: orar es amar ya a Dios, porque aunque lo sea, si me instalo y no quiero amar más a Dios, se acabó avanzar en la oración y en el amor. Por lo tanto, no se trata de que ya ame a Dios y porque le amo y creo en Él, voy a la oración; se trata de que amo y quiero amar más, y por eso necesito de la oración. Porque hay muchos, la mayoría de los cristianos que aman a Dios, pero, si no quieren amarle más, por lo que sea, porque me exige, porque me cuesta, porque me aburro, porque ese tiempo a otras cosas o estoy muy ocupado, se acabó la oración y el progreso en la amistad con Cristo y se terminará dejando la oración.

       Lo fundamental tratando de orar, de “tratar de amistad”, es querer amar más…, porque automáticamente necesito buscarle, hablar con Él, pedirle, iré a la oración y le amaré más cada día y avanzaré en la intimidad con Él. Quiero quedar bien claro esto desde el principio, porque hay muchas definiciones de oración, pero yo veo luego que aunque se medite, reflexione, se hable en grupo de una forma o de otra, con unos métodos u otros, si la gente no se convierte, se acabó el grupo y la oración. Por lo tanto, oración para mi es querer amar más a Dios, aunque al principio esto no se perciba ni  se note naturalmente, porque me falta relación y diálogo con Él y estoy en los comienzos de este camino. Pero es muy importante, esencial, que los guías de oración lo sepan.

       Y junto con esto que acabo de deciros, quiero añadir, y está en el mismo nivel, que para mí hay tres verbos que se conjugan exactamente igual y tienen el mismo significado e importancia en la oración: son los verbos AMAR, ORAR Y CONVERTIRSE. Quiero amar más a Dios, quiero orar más y quiero convertirme más a Dios; quiero orar a Dios, es que quiero amar y quiero convertirme más a Dios; quiero convertirme a Dios, necesito, quiero amar y orar más. Me he cansado de orar, es que me he cansado de amar más a Dios y convertirme…. Etc.

       Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tampoco en el pueblo cristiano y esta es la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.ADios es amor,@dice S. Juan, su esencia es amar y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho S. Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando S. Juan no quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, esta es su esencia, su ser y existir.  Así que está “condenado”, vamos, quiero decir, está obligado a amarnos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos.

       Pues bien, yo quiero amar más a Dios, por eso quiero orar ante Jesús Eucaristía, vengo a su presencia y ahora, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su presencia en la Eucaristía, )qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos.....Eso, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar con el Cristo del Sagrario.

       El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Saulo:       “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor )qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo tienes que hacer.@La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y la conversión, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros.

       Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres.... ¡si creyéramos de verdad! (si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor..! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a  convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros.Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt.23,8-10).

       En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

       Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario....sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico. Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las ritmas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese Atrato de amistad@, que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

        Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser, pero todos personales, que cada uno tiene que ir descubriendo y siempre sin grandes dificultades  ni diferencias los unos de los otros, apenas pequeños matices.  No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre métodos para hacer oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea...etc. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde S. Juan y S. Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

       Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. La gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella nos somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios . Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí». (Escrito Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae. 2002, p.91)

       Me gustaría que esto estuviera presente en todas las escuelas y pedagogías de oración, para que desde los principios, todo se orientase hacia el fín, sin quedarnos en la técnicas, en los caminos y en los medios como si fueran el fín y la oración misma. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta las dificultades para la oración en todos nosotros. Unas son de tipo ambiental: ruido, prisas, activismo; otras de tipo cultural: secularismo, materialismo, búsqueda del placer en todo, preocupación del tener, vivir al margen de Dios...También las hay de carácter individual: incapacidad para concentrarse un poco, todo es imagen, miedo a la soledad que nos provoca aburrimiento... Pero insisto, por eso, que lo primero es poner el fín donde hay que ponerlo, en Dios y querer amarle y desde ahí empezar el camino sin poner el fin en los medios y dificultades y cómo vencerlas...Desde el principio Dios y conversión.

       Si tenemos talleres de oración, muchas de estas personas entran en ellos y aprenden diversos caminos y metodologías y otras  no entran. Estoy verdaderamente agradecido a las escuelas de oración, todas me vienen bien y a ninguna personalmente les debo nada. La mayoría de los orantes de mi tiempo somos autodidactas. Cuando llegué al Seminario Menor, allá por el 1948, la primera mañana, después de levantarnos a las 7, fuimos a la capilla para rezar unas oraciones comunes y Aoir@la santa misa, pero antes hubo media hora de silencio para hacer la Ameditación.@Al terminar la misa, todos los nuevos preguntamos a los veteranos qué era eso y qué había que hacer durante ese tiempo. Esa fue mi escuela de oración. Sin embargo, las creo necesarias y pienso que pueden hacer mucho bien en las parroquias y seminarios.

       En mis grupos de oración hay personas que han hecho talleres y otras no y todas forman los grupos de oración y después de un comienzo, no veo diferencias; la única diferencia es la perseverancia y esa va unida absolutamente a la conversión permanente. Repito la necesidad de la oración y de las escuelas de oración  y que verdaderamente hacen mucho bien a la comunidad y son muy necesarias y convenientes. Pero insisto, que, desde los inicios, la oración hay que orientarla hacia la vida y conversión  como fundamento y finalidad esencial de la misma, porque de otra forma todos los métodos y técnicas terminan por anquilosarse, vaciarse de encuentro con Dios  y morir.

       En mi larga experiencias de cuarenta años en grupos de vida y oración, me ha tocado pasar por muchas modas pasajeras; por eso hay que centrarlo bien desde el principio;  la oración es un camino de seguimiento del Señor, nos es cantar muy bien, abrazarnos mucho, hacer muchos gestos.....y  si no hay compromiso de vida, todo son romanticismos y pura teoría, que llega luego a contradicciones muy serias entre los mismos componentes del grupo y,  a veces, a la misma destrucción. No piensen  que porque hagan un curso de oración ya está todo garantizado, y desde luego, las principales dificultades para hacer oración no se solucionarán con técnicas de ningún tipo, sino solo con el querer amar a Dios sobre todas la cosas y con la consiguiente conversión, absolutamente necesaria,  que esto lleva consigo. Cuando este deseo desaparece, la persona no encuentra el camino de la oración, se cansa y lo deja todo. Por eso, insisto, hacer oración, o el deseo de oración se fundamenta en el deseo de querer amar a Dios, aunque la persona no sea consciente de ello. Por lo menos que lo sean los directores de los grupos de oración. Y la oración es la que más ayuda a engendrar y mantener este deseo. Y este deseo es el que alimenta la oración y la sostiene y la hace avanzar. Si no crece, muere la oración.

       Queridos amigos, la santidad, la unión con Dios, el encuentro con el Dios infinito, el sentirse amado por el Dios Amor, este es el misterio de la fe cristiana, de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido; y  la santidad, la unión total con Dios mediante la oración personal y litúrgica ese es el primero, esencial y fundamental camino; este el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre, que fue enviado para hacernos partícipes de la misma Amistad divina del Dios Amor, de la misma felicidad del Dios trino y uno y Él se convirtió para todos nosotros en camino de este encuentro que se realiza en su propia personalidad de Dios y hombre verdadero; Él es la Verdad, porque es la Palabra pronunciada desde toda la eternidad por el Padre en silencio y que luego pronuncia para nosotros en carne humana por la potencia de su Amor personal que es Espíritu Santo; Él es la vida porque lo dijo expresamente: “Yo he venido para que tengáis vida… si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”, morada lógicamente de amor, de amistad; sobre todo lo expresó cuando dijo: “El que me coma, vivirá por mi,” esto es, vivirá en mí mi vida eterna del Padre.

       Y esto es lo único que vale, que existe, lo demás es como si no existiera. )qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemos empezar a gustar en Jesucristo Eucaristía? El es el pan de la vida eterna, de nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad,  nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra: “El que coma de este pan vivirá eternamente”. A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de S. Juan  sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26).Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con El; de otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacer uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre en fuego de Espíritu Santo. Y para que nos encontremos con Cristo Eucaristía en los sacramentos y en la vida y en la pastoral: oración, oración y oración eucarística.

       Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para vuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este siglo la han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito:  ni el  ojo vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu”.  (1Cor 2,7-10).

       Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser tri-unidad, unidad de los Tres  es así.... amar y ser amado, diálogo permanente con su Palabra en entrega eterna de Amor que el Hijo acepta en Amor de Espíritu Santo; Dios Uno y Trino no  puede ser y existir de otra manera. Y el hombre entra en este misterio por el diálogo de fe, esperanza  amor de la oración. Cuando se descubre, eso es el éxtasis, la mística, la experiencia de Dios, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno. Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en Tres Personas que se aman infinitamente y que es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y afectividad y soledad y todo...bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta... y eso es la vivencia del misterio de Dios, la experiencia de la Eucaristía, la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mi la vida es Cristo”; la de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Santa Catalina de Siena, S. Juan de Avila, Ignacio de Loyola, Isabel de la Stma. Trinidad, Teresita, Charles de Foucaud....la de todos los santos.

       Por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo y por la oración, que es conocimiento por amor de esta vida, el alma vive el misterio trinitario. La meta de sus atrevidas aspiraciones es «llegar a la consumación de amor de Dios..., que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez».(Can B 38,2). Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien, pero qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración que estamos tratando. Y le respondo. Pues muy sencillo. Porque la oración es y ha sido el único de todos los santos y místicos para llegar a esta intimidad con Dios. Y como la oración tiene esta finalidad, la de hacernos amigos de Dios, la de llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, el camino para conseguirlo es vaciarnos de todo lo que no es Dios en nuestro corazón, para llenarnos de Él. No olvidar nunca: orar, amar y convertirse es lo mismo.

       «Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado..... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

       Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, que inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Tí y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque de amor personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...

       La oración eucarística, hecha ante el Sagrario, es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el sagrario. Nos habla sin palabras, solo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo sagrario, mejor dicho, que Cristo en el sagrario.

       Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración; presencia silenciosa del que es la Palabra, toda llena de hermosura y poder del Padre, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que “no tiene figura humana”, ahora ya sólo es una cosa, un poco de pan, para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde del que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni desprecios, sin exigir nada, sin imponerse...por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Dios;  presencia humilde, sin ser reconocida y venerada por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía.

       Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran, no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos ASantiagos@, que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, donde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vid, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

       Jesucristo en el sagrario es el corazón de la Iglesia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad permanentemente ofrecidas a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros. De su presencia debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, no está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado, nos está saliendo al encuentro, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos debemos ser visitadores del sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de la Presencia de Dios entre los hombres.

QUINTA MEDITACIÓN /A

BREVE ITINERARIO DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

       Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que te dice a tí y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por tí; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucaudl, madre Teresa del Calcuta...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él luego ya está todo hecho.

       El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual unido al verbo convertirse. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios. La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

       La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto” (Mt. 4,10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca,  empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra  fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

       Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  pero gradual, dirigido por el mismo Dios, por su Amor, por su Espíritu de Amistad, y que, por y para eso, necesitamos visitarle, encontrarnos con Él, hablar continuamente con El, para pedirle luz y fuerzas.

       La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio y siempre, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ella, pero no hemos emprendido de verdad el camino o los sustituimos por otras prácticas y lo abandonamos y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que, al ser consentidos, nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y esto nos lleva consecuentemente a  la  mediocridad pastoral y apostólica, cristiana, sacerdotal o religiosa. )Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

       Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas de métodos y acciones apostólicas que se han quedado sin espíritu, sin fuego, sin vida de unión con Dios, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada , porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como Salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un Asacerdocio  puramente técnico y profesional@, acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

       La oración, desde el primer día, es amor a Dios:  «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Por eso, desde el primer kilómetro es conversión, vaciarme de mi mismo para que me llene Dios. Si no me vacío por la oración, no cabe Dios dentro de mí, porque todo lo ocupa mi yo, y entonces pasan dos cosas: primero, que estoy tan lleno de mí mismo, que no cabe el evangelio, ni Cristo, ni Dios… porque estoy lleno de mi mismo; y segundo, al estar lleno de mi mismo y de mis criterios y pensamientos y egoísmo, me siento vacío de Dios, esto es, como el mundo actual, lo tiene todo y le falta todo, porque le falta Dios que es todo; y finalmente, al vivir mi vida, no la evangélica, no la de Cristo, pues no tengo necesidad ni de oración, ni de Eucaristía, ni de conversión, porque para vivir como vivo, como un animalito, me basto a mi mismo, no tengo necesidad de Dios y si voy a la oración y a la Eucaristía, me aburro por que no me encuentro con hambre y necesidad de Dios, me aburre porque no hay encuentro con Cristo. Por eso, esta lucha, esta conversión, este vacío de mi mismo es a veces, cuando se avanza un poco en la oración o mejor, en la medida en que se va avanzando, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, porque estamos incapacitados para amar así por el pecado original, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado a nosotros mismos y a nuestros criterios y pasiones y afectos.

       Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tu, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y se juega toda su persona y toda su vida en esto y por eso le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarse y entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tu, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tu solo quieres que me fíe y me apoye en Ti, hasta el olvido y negación de mí mismo y todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, porque me tengo que quedar en fe pura y apoyarme solo en Ti sin arrimo ni apoyo alguno humano y tengo que quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

       En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la Aduda metódica@puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Será imaginario todo lo que he vivido hasta ahora? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿Para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿ Habrá sido todo pura  imaginación e invención mía? ¿Por qué no intentar, pues estoy perdido, otros consejos y caminos? ¿Cómo entregarle mi propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que Él está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios existe, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

       En estas etapas, que pueden durar meses y años,  el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas,  y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

       La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por S. Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ya no es mi entendimiento el que discurre y acomoda el evangelio y todo a sus gustos y complacencias, a su medida…ahora es el Espíritu Santo, porque me ama con amor infinito, el que me purifica como el fuego al madero, que dice S. Juan de la Cruz, que primero el fuego y la luz y el calor extremo le pone negro sus fealdades, luego le va encendiendo, luego le quema y así hasta llegar a hacerse, una vez encendido, una llama de amor viva en el fuego del Espíritu Santo, en el mismo fuego y amor de Dios.

       Es que “Dios es Amor”, dice San Juan, Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero; así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que Él pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia..   que se funda en la fe y nos vienen de la fe en Cristo”.

       S. Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias,  nos dirá que la contemplación,  la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender como es ésta contemplación infusa» (N II 5,1). Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando, es más, lo único que piensa y esto le hace sufrir infinito, es que está convencida de  que ha perdido la fe, ha perdido a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida, no digamos si está en un seminario o en un noviciado, piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse.... ¡Qué sufrimientos de purgatorio, de verdadero infierno, qué soledad!  ¡Dios mío, pero cómo permites sufrir tanto! Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

       Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige todo de verdad para que siempre vivamos de verdad en Él y por Él y de Él, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe y el amor a Él van en relación directa con lo que estoy dispuesto a renunciar por Él, a vaciarme por Él.  Por eso, conviene no olvidar que creer en Dios, para no engañarse y engañarnos, es estar dispuestos a renunciar a todo y a todos y hasta nosotros mismos, por Él. Mi fe y mi amor se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por Él. Renuncio a mucho por Él, creo mucho en Él y le amo mucho; renuncio a poco, creo poco en Él y le amo poco. Renuncio a todo por Él,  creo totalmente en Él, le amo sobre todas las cosas; no renuncio a nada, no creo nada ni le amo nada, aunque predique y diga todos los días misa. Pregúntate ahora mismo: ¡A qué cosas estoy renunciando ahora mismo por Cristo?  Pues eso es lo que le amas, esa es la medida de tu amor..

       Por eso, en cuanto el evangelio, Jesucristo, la Eucaristía nos empiezan a exigir para vivirlos, entonces mi yo tratará de buscar apoyos y razones y excusas para rechazar y retardar durante toda su vida esa entrega, y hay muchos que no llegan a hacerla, la harán en el purgatorio, pero  como Dios es como es, y yo soy yo el que tiene que cambiar, y Dios quiere que el único fundamento de la vida de los cristianos sea Él, por ser quien es y porque además no puede amar de otra forma sino en sí y por sí mismo y esto es lo que me quiere comunicar y no puede haber otro, porque todo lo que no es Él, no es total, ni eterno ni esencial ni puede llenar.....entonces resulta que todo se oscurece como luz para la inteligencia y como apoyo afectivo para la voluntad y como anhelo para la esperanza y es la noche, la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento,  memoria y voluntad.

       «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre. La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

       Es  buscar razones y no ver nada, porque Dios  quiere que el alma no tenga otro fundamento que no sea El, y es llegar a lo esencial de la vida, del ser y existir...y entonces todo ha de ser purificado y dispuesto para una relación muy íntima con la Santísima Trinidad; si es malo, destruirlo, y si es bueno, purificarlo y  disponerlo, como el madero por el fuego:  antes de arder y convertirse en llama,  el madero, dice S. Juan de la Cruz, debe ser oscurecido primero por el mismo fuego, luego calentarse y, finalmente, arder y convertirse en llama de amor viva, pura ascua sin diferencia posible ya del fuego: Dios y alma para siempre unidos por el Amor Personal de la Stma. Trinidad, el Espíritu Santo, Beso y Abrazo eterno entre el Padre y el Hijo.

       Es la noche de nuestra fe, esperanza y amor: virtudes y operaciones sobrenaturales, que, al no sentirse en el corazón, no nos ayudan aparentemente nada, es como si ya no existieran para nosotros;  además, tenemos que dejar las criaturas, que entonces resultan más necesarias, por la ausencia aparente del Dios, a quien sentíamos y nos habíamos entregado, pero ahora no lo vemos, no lo sentimos, no existe;  por otra parte y al mismo tiempo y con el mismo sentimiento, aunque nos diesen todos los placeres de las criaturas y del mundo, tampoco los querríamos, los escupiríamos, porque estamos hechos ya al sabor de Dios, al gusto y plenitud del Todo, aunque sea oscuro... total, que es un lío para la pobre alma, que lo único que tiene que hacer es aguantar, confiar y no hacer nada, y digo yo que también el demonio mete la pata y a veces se complican más las cosas.

       Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, viene la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los desprecios sin fundamento alguno.., cuando no se comprenden noticias y acontecimientos del mundo, de tu misma Iglesia...de los mismos elegidos...cuando uno creía que lo tenia todo claro, y viene  la muerte de  nuestros afectos carnales que quieren  preferirse e imponerse al amor total a Tí, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo por encima de Ti, que debes ser nuestra única esperanza,  cuando llegue la hora de morir a mi yo que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a ti…,  échanos una mano, Señor, que te veamos salir del sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda (no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga la noche, es Getsemaní, Tu lo sabes bien, Señor, es morir sin testigos ni comprensión, como Tu, sin que nadie sepa que estás muriendo, sin compañía sensible de Dios y de los hombres, sin testigos de tu esfuerzo, sino por el contrario, la incomprensión,  la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos... que entonces, Señor, veamos que sales del sagrario y nos acompañas por el camino de nuestro calvario hasta la muerte del yo para resucitar  contigo a una fe luminosa, encendida,  a la vida nueva de unión y amistad y experiencia gozosa de tu presencia y amor en la Eucaristía.

       Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, solo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, pero que para todos se convierte en purificación dolorosa diversa en tiempo e intensidad, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

       Por aquí hay que pasar, para identificarnos, para transformarnos en Cristo, muerto y resucitado:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos vamos transformando en la misma imagen de gloria, movidos por el Espíritu Santo” (2Cor 3,18). Es la gran paradoja de esta etapa de la vida espiritual: porque es precisamente el exceso de presencia y luz divina la que provoca en el alma el sentimiento de ceguedad y ausencia aparente de Dios: por deslumbramiento, por exceso de luz directa de Dios, sin medición de libros, reflexiones personales, meditación.... es luz directa del rayo del Sol Dios, que el alma todavía no entiende ni comprende. Es Dios que quiere comunicarse directamente, de tú a tú, sin ideas que hacemos nosotros, sino directamente Él.

       S. Juan de la Cruz es el maestro de todas estas etapas. Él empezó en sus obras a querer hablarnos de la oración, de la unión con Dios y escribió más páginas y páginas de la purgación y purificación del alma hasta llegar a este encuentro. Lo describe de todos los modos y desde todos los ángulos:  «Y que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a los principios está claro; porque como esta divina contemplación infusa tienen muchas excelencias en extremo buenas y el alma, que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas miserias, también en extremos malas, de ahí es que no pudiendo dos contrarios caber en el sujeto del alma, de necesidad hayan de penar los unos contra los otros, para razón de la purgación que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace» (N II 5, 41).

       Que nadie se asuste, el Dios, que nos mete en la noche de la purificación, del dolor, de la muerte al yo y a nuestros  ídolos adorados de  vanidad, soberbia, amor propio, estimación.... es un Dios todo amor, que no nos abandona sino todo lo contrario, viéndose tan lleno de amor y felicidad nos quiere llenar totalmente de El. Jamás nos abandona, no quiere el dolor por el dolor, sino el suficiente y necesario que lleva consigo el vaciarnos y poder habitarnos totalmente. Lo asegura S. Pablo: “Muy a gusto, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor. 8,1).

       Quizás algún lector, al llegar a este punto, coja un poco de miedo o piense que exagero. Prefiero esto segundo, porque como Dios le meta por aquí, ya no  podrá echarse para atrás, como les ha pasado a todos los santos, desde S. Pablo y S. Juan hasta la madre Teresa de Calcuta, de la cual acaban de publicar un libro sobre estas etapas de su vida, que prácticamente han durado toda su existencia; todavía no lo he leído. Porque el alma, aunque se lo explicaran todo y claro, no comprendería nada en esos momentos,  en los que no hay luz ni consuelo alguno, y parece que Dios no tiene piedad de la criatura, como en Getsemaní, con su Hijo...Pero por aquí hay que pasar para poner solo en Dios nuestro apoyo y nuestro ser y existir. El alma, a pesar de todo, tendrá fuerzas para decir con Cristo:“Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya...”

       Uno no comprende muchas cosas dolorosas del evangelio, de la vida de Cristo, de la vida de los santos, de muchos hombres y mujeres, que he conocido y  que no serán canonizados, pero que son para mí verdaderos santos... en concreto, no entiendo por qué Jesús tuvo que sufrir tanto, por qué tanto dolor en el mundo, en los elegidos de Dios...por qué nos amó tanto, qué necesidad tiene de nuestro amor, qué le podemos dar los hombres que El no tenga...tendremos que esperar al cielo para que Dios nos explique todo esto. Fue y es y será todo por amor. Un amor que le hizo pasar a su propio Hijo por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y la vida, y que a nosotros nos injerta desde el bautismo en la muerte de Cristo para llevarnos a la unión total y transformante con El.

       Es la luz de la resurrección la que desde el principio está empujándonos  a la muerte y en esos momentos de nada ver y sentir es cuando está logrando su fín, destruir para vivir en la nueva luz del Resucitado, de participación en los bienes escatológicos ya en la carne mortal y finita que no aguanta los bienes infinitos y últimos que se están haciendo ya presentes: Aanunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús...@. En esos momentos es cuando más resurrección está entrando en el alma, es esa luz viva de Verbo eterno, de la Luz y Esplendor de la gloria del Padre- Cristo Glorioso y Celeste la que provoca esa oscuridad y esa muerte, porque el gozo único y el cielo único es la carne de Cristo purificada en el fuego de la pasión salvadora y asumida por el Verbo, hecha ya Verbo y Palabra Salvadora de Dios y sentada con los purificados a la derecha del Padre.

       Es el purgatorio anticipado, como dice S. Juan de la Cruz. Precisamente quiero terminar este tema con la introducción a la SUBIDA DEL MONTE CARMELO: «Trata de cómo podrá el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez  y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión».

       Cuando una persona lee a S. Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...  y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío,  ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva.... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, entusiasman, gustan y enamoran,  contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad.  ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria. Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión.

       Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios: «De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de El recibe».

       «Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en El se ame como El merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

       «Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Si mismo, pues El en Sí siempre se es El mismo; pero el alma de suyo perfecta y  verdaderamente lo hace, dando todo lo que El le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma, y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por S. Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis” (Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”.

       «Lo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

«Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella» (LL. B. 78-80)

QUINTA MEDITACIÓN/B:

BREVE ITINERARIO DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

       Queridas hermanas: Lo he repetido muchas veces y lo repetiré todas las veces que sean necesarias: quiero amar, quiero orar; me canso de amar, me he cansado de orar; me he cansado de orar, es que me he cansado de amar. La oración, antes que consideración y meditación y todo lo demás, es amor, querer amar. Ese es su punto de arranque, aunque no se note ni uno sea consciente al principio. Y si se medita es para sacar amor del pozo, de la fuente, que puede ser el evangelio, un libro, tu corazón, pero si es el Sagrario, es lo mejor de todo. Dice S. Juan de Ávila: «Y sabed que este negocio es más de corazón que de cabeza, pues el amar es el fín del pensar. Y si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será más durable lo que en ella sintiereis y más larga y sin pesadumbre» (Audi, Filia, 75). «Aunque el entendimiento obre poco o nada, la voluntad obra con gran viveza y ama fortiter» (Plática 3).

       Y para todo esto, Jesucristo en el Sagrario es el mejor maestro, el mejor libro, toda una biblioteca, todo el evangelio presente, toda la teología hecha vida. Por eso nos dice el Doctor Místico: «todo ejercicio de la parte espiritual y de la parte sensitiva, ahora sea en hacer, ahora en padecer, de cualquiera manera que sea, siempre le causa más amor y regalo de Dios como habemos dicho; y hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios, que antes solía tener en consideraciones y modos, ya todo es ejercicio de amor» (Can B 28,9). Bien es verdad que el Santo Doctor aquí se refiere  a un grado más elevado de oración que la meditación,  pero hacia ahí apunta la oración por sí misma, desde el principio, aunque uno no sea consciente de ello, pero conviene que lo sepa el mismo orante y los directores de grupos de oración, que a veces creen que si no se habla o leen reflexiones o se dicen cosas bonitas, no se ha orado; es más, quieren medir la altura de oración según las frases bonitas que se digan...o que si no se aprenden o se realizan técnicas de relajación o métodos de reflexión, no hay oración.

       S. Juan de la Cruz nos dirá que la oración no se mide por las revelaciones, ni locuciones ni éxtasis sino por los frutos de  humildad en las personas que la tienen y este era su criterio para distinguir a los verdaderos y falsos orantes. Y ya sabemos la definición teresiana de oración... “que no es otra cosa oración sino tratar  de amistad....con aquel que sabemos que nos ama».  Tres notas de la amistad aparecen en esta definición tan breve de S. Teresa.

1.- Yo  aconsejaría empezar saludando al Señor,  o como se dice ordinariamente, poniéndonos en presencia: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre del Padre que me soñó para una eternidad con Él, me ha dado la existencia, me da la vida esta mañana. Del Hijo que me amó hasta entregar su vida por mí, me quiso como amigo y sigue dándose en cada eucaristía, en cada sagrario. Del Espíritu Santo que me santifica, me trae el amor y la gracia y la ayuda de mi Dios: Señor, ábreme la mente y mete en ella tu Luz y tu Verdad, que es tu Hijo, tu Palabra; ábreme el corazón y mete tu Fuego y Amor, que es tu Espíritu Santo; ábreme los labios y toda mi vida y mi existencia proclamará que Tu existes y me amas, que tu Hijo ha resucitado y me ha llamado a la eternidad feliz contigo y que el Amor, tu Amor, el Espíritu Santo está realizando ahora esta tarea para Gloria del Padre, del Hijo y del mismo Espíritu Santo.

       Es muy importante tener un esquema y una hora fija de oración, porque si lo dejas a la improvisación o para cuando tengas tiempo, a lo mejor no tienes tiempo nunca. El esquema de tu oración lo irás haciendo con lo años. Será siempre «trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» Como hemos comenzado en el nombre del Padre, podemos empezar el diálogo con Él.

2.- Empezamos la oración dialogando, orando al Padre. Para eso es muy importante al principio y siempre ayudarte de alguna oración que te ayude, siempre la misma, pero que puedes cambiar con los tiempos, según el Señor te inspire y vayas descubriendo en tu caminar. Tratándose del Padre, que identifico con la Santísima Trinidad, para no dudar y hasta encontrar otra oración que te inspire más, yo haría despacio y meditando y orando la oración de Sor Isabel de la Santísima Trinidad que a mí me gusta mucho, porque me inspira muchas ideas y sentimientos. Tú la vas orando, si al hacerlo el Señor te inspira ideas, sentimiento, tú te paras, dialogas con el Señor… y, cuando se acaban, continúas con la Plegaria a la Santísima Trinidad. El fruto o el éxito no está en orarla toda seguida, sino parando, mirando al Sagrario, “distrayéndote” en otros pensamientos, revisando tu vida, dialogando de otras cosas al Señor. La pongo aquí, para que te sea más fácil copiarla para luego rezarla ante Jesús Eucaristía:

       PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

       OH DÍOS MÍO, TRINIDAD A QUIEN ADORO, AYUDADME A OLVIDARME ENTERAMENTE DE MI PARA ESTABLECERME EN VOS, INMÓVIL Y TRANQUILA, COMO SI MI ALMA YA ESTUVIERA EN LA ETERNIDAD; QUE NADA PUEDA TURBAR MI PAZ NI HACERME SALIR DE VOS, OH MI INMUTABLE, SINO QUE CADA MINUTO ME SUMERJA MÁS EN LA PROFUNDIDAD DE VUESTRO MISTERIO.

       PACIFICAD MI ALMA; HACED DE ELLA VUESTRO CIELO, VUESTRA MANSIÓN AMADA Y EL LUGAR DE VUESTRO REPOSO; QUE NUNCA OS DEJE SOLO; ANTES BIEN, PERMANEZCA ENTERAMENTE ALLÍ, BIEN DESPIERTA EN MI FE, EN TOTAL ADORACIÓN, ENTREGADA SIN RESERVAS A VUESTRA ACCIÓN CREADORA.

       OH AMADO CRISTO MÍO, CRUCIFICADO POR AMOR, QUISERA SER UNA ESPOSA PARA VUESTRO CORAZÓN; QUISIERA CUBRIROS DE GLORIA, QUISIERA AMAROS HASTA MORIR DE AMOR. PERO SIENTO MI IMPOTENCIA, Y OS PIDO ME REVISTAIS DE VOS MISMO, IDENTIFIQUÉIS MI ALMA CON TODOS LOS MOVIMIENTOS DE VUESTRA ALMA, ME SUMERJÁIS, ME INVADÁIS, OS SUSTITUYÁIS A MI, PARA QUE MI VIDA NO SEA MAS QUE UNA IRRADIACIÓN DE VUESTRA VIDA. VENID A MI COMO ADORADOR, COMO REPARADOR Y COMO SALVADOR.

       OH VERBO ETERNO, PALABRA DE MI DIOS, QUIERO PASAR MI VIDA ESCUCHÁNDOOS, QUIERO PONERME EN COMPLETA DISPOSICIÓN DE SER ENSEÑADA PARA APRENDERLO TODO DE VOS; Y LUEGO, A TRAVÉS DE TODAS LAS NOCHES, DE TODOS LOS VACÍOS, DE TODAS LAS IMPOTENCIAS, QUIERO TENER SIEMPRE FIJA MI VISTA EN VOS Y PERMANECER BAJO VUESTRA GRAN LUZ. OH AMADO ASTRO MÍO, FASCINADME, PARA QUE NUNCA PUEDA YA SALIR DE VUESTRO RESPLANDOR.

       OH FUEGO ABRASADOR, ESPÍRITU DE AMOR, VENID SOBRE MÍ, PARA QUE EN MI ALMA SE REALICE UNA COMO ENCARNACION DEL VERBO; QUE SEA YO

PARA ÉL UNA HUMANIDAD SUPLETORIA, EN LA QUE ÉL RENUEVE TODO SU MISTERIO.

       Y VOS, OH PADRE, INCLINAOS SOBRE ESTA VUESTRA POBRECITA CRIATURA; CUBRIDLA CON VUESTRA SOMBRA; NO VEÁIS EN ELLA SINO AL AMADO, EN QUIEN HABÉIS PUESTO TODAS VUESTRAS COMPLACENCIAS.

       OH MIS TRES, MI TODO, MI BIENAVENTURANZA, SOLEDAD INFINITA,   INMENSIDAD EN LA QUE MEPIERDO. ENTRÉGOME SIN REVERSA A VOS COMO UNA PRESA, SEPULTAOS EN MÍ, PARA QUE YO ME SEPULTE EN VOS, HASTA QUE VAYA A CONTEMPLAROS EN VUESTRA LUZ, EN EL ABISMO DE VUESTRAS GRANDEZAS.

(SOR ISABEL DE LA SANTISIMA TRINIDAD, 21 NOVIENBRE 1904)

3º.- Cuando has terminado esta Plegaria a la Santísima Trinidad, es obligación invocar al Espíritu Santo, maestro espiritual y artífice de nuestro encuentro con Dios, porque Él es el Amor, el que nos tiene que dirigir a la unión con Dios en el misterio de Trinidad. Por eso, para empezar la oración de cada día y siempre me gusta la Secuencia del Espíritu Santo:

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.Padre amoroso del pobre;don, en tus dones espléndido; luz que penetras las almas;

fuente del mayor consuelo.

 Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado

cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones

según la fe de tus siervos.

Por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno Amén..

Si fueras sacerdote, yo te aconsejaría esta oración; pero siempre, como te he dicho, parando, mirando, reflexionando sobre otros aspectos que el Santo Espíritu te inspire:

ORACIÓN SACERDOTAL AL ESPÍRITU SANTO

       «Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro.

       Quémame, abrásame por dentro con tu Fuego transformante y conviérteme,  por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue  en mí todo su misterio de salvación: quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres,  como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

       Inúndame, lléname, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

       Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios, ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame.... fúndeme en amor trinitario, para que sea amor Creador de vida en el Padre,  amor Salvador de vida por el Hijo y amor Santificador con el Espíritu Santo,  para alabanza de gloria de la Trinidad y salvación de los hombres, mis hermanos. Amen»

       Para todos, pero especialmente para religiosas o almas elevadas, me gusta esta oración:

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

       ¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

       Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

       Ven, oh fuego ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte. (SOR CARMELA SANTO).

4º.- La tercera oración fija de cada día va dirigida a Jesucristo Eucaristía: con la letra de algún canto eucarístico u oración que te guste. Me gustan estas dos oraciones eucarísticas: «Adoro te devote, latens Deitas…» y  «Jesu, dulcis memoria…» Te las pongo en castellano. La traducción es libre.

“ADORO TE DEVOTE, LATENS DEITAS…”

 Adoro te devote, latens Deitas,

Quae sub his figuris vere latitas:

Tibi se cor meum, totum subjicit,

Quia te contemplans totum déficit.

2. Vísus, táctus, gústus in te fallitur,
Sed audítu sólo tuto créditur:
Crédo quiquid díxit Déi Fílius
Nil hoc vérbo veritátis vérius.

3. In crúce latébat sóla Déitas,
At hic látet simul et humánitas
Ambo tamen crédens atque cónfitens,

Péto quod petívit látro paénitens.

4. Plágas, sicut Thómas, non intúeor:
Déum tamen méum te confíteor
Fac me tibi semper magis crédere,
In te spem habére, te dilígere.

5. O memoriále mórtis Dómini,
Pánis vívus vítam praéstans hómini,

Praésta méae ménti de te vívere,
Et te ílli semper dúlce sápere.

6. Píe pellicáne Jésu Dómine,
Me immúndum munda túo sánguine,

Cújus úna stílla sálvum fácere
Tótum múndum posset ab ómni scélere.

7. Jésu, quem velátum nunc aspício

Oro fíat íllud quod tan sitio
Ut te reveláta cérnens fácie,
Vísu sim beátus túae glóriae. Amen.

(Versión castellana)
Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas Especies te ocultas verdaderamente.

A ti mi corazón se somete totalmente,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.

La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;

sólo con el oído se llega a tener fe segura.

Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,

nada más verdadero que esta palabra de la Verdad.

En la cruz se ocultaba sólo la Divinidad,

mas aquí se oculta hasta la humanidad.

Pero yo, creyendo y confesando entrambas cosas,

pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

Tus llagas no las veo, como las vio Tomás;

pero te confieso por Dios mío.
Haz que crea yo en ti más y más,

que espere en ti y te ame.

¡Oh! recordatorio de la muerte del Señor,

 pan vivo, que das vida al hombre.

Da a mi alma que de ti viva
y disfrute siempre de tu dulce sabor.

Piadoso pelicano, Jesús Señor,

límpiame a mí, inmundo, con tu sangre;

una de cuyas gotas puede limpiar

al mundo entero de todo pecado.

¡Oh Jesús, a quien ahora veo velado!

Te pido que se cumpla lo que yo tanto anhelo:
Que, viéndote finalmente cara a cara,

sea yo dichoso con la vista de tu gloria. Amén

.JESU, DULCIS MEMORIA…

¡Oh Jesús, mi dulce recuerdo,

que das los verdaderos gozos del corazón!

Tu presencia es más dulce

que la miel y que todas las cosas.

No se puede cantar nada más suave,

ni oir nada con más júbilo, ni  pensar nada más dulce,

que Jesús, el Hijo de Dios.

Jesús, Tú eres la esperanza para los arrepentidos, 

qué generoso para los que te suplican, 

cuán bueno para todos los que te buscan

y qué decir para los que te encuentran.

Ni la lengua sabe decir

ni la letra puede expresar

lo que es amar a Jesús;

sólo puede saberlo el que lo experimenta.

Jesús, que seas Tú siempre nuestro gozo,

nuestro último premio;

que seas Tú nuestra

gloria por todos los siglos. Amén.

       También puedes rezar: «Sagrado banquete en que  Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura...» siempre despacio y meditando e interiorizando sus conceptos, contándole tu vida de ayer y lo que piensas hacer hoy, suplicando, pidiendo perdón y ayuda... “Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el Memorial de tu Pasión, te pedimos nos concedas venerar, celebrar y participar del tal modo los sagrados misterios de tu amor, que experimentemos siempre en nosotros los frutos de tu Redencion. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen”

       O también: ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. TAMBIÉN YO QUIERO DARLO TODO POR TÍ, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS TODO!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CONFÍO EN TI!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

***

DESEOS EUCARÍSTICOS

       ¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado! (Cómo te deseo! (Cómo te busco! (Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día y me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito verte porque sin Tí  mis ojos pierden la luz y la hermosura del CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. Necesito comerte, porque me muero de hambre del pan del cielo y de la vida eterna. Necesito abrazarte para sentir tu aliento y el palpitar de tu corazón ardiente de amor dentro de mí. Quiero comerte para ser transformado en Tí, para vivir tu misma vida divina. Quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero ser introducido por tu Amor  Personal, que es Espíritu Santo, en la intimidad y amistad de mi Dios Uno y Trino, por la potencia infinita de tu  Espíritu Santificador, en el que recibo y siento el amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que se conocen y se entregan entre eternos resplandores de felicidad y de gozo en el Eterno Amanecer de su Ser esencial, que es Amor, Espíritu y  Vida, Felicidad y Gozo,  mi Dios Trino y Uno. AMEN.

 5. Te repito que aunque lleve años y años haciendo oración, el tener un esquema propio y fijo de oración facilita mucho el comienzo de la misma... luego tú lo vas rellenando de tus propias

ideas, sentimientos, peticiones, sanas distracciones, pero sabes siempre donde volver y retomar el diálogo con el Señor, para no dudar continuamente en los comienzos o al medio o al final, para saber cómo hay que comenzar siempre, porque, al principio, el simple estar en su presencia, el simple mirar o contemplar es difícil por muchos motivos y se necesitan ayudas para estar ocupados y no distraerse.      Puedes valerte de jaculatorias, versículos breves de las Horas, oraciones litúrgicas o hechas por otros y que a tí te gusten o te digan algo. Finalmente y siempre, como cuarta invocación, oración o encuentro fijo: la invocación a la Virgen, nuestra madre y modelo en la fe y en la oración y en el amor y en todo, con antífonas preciosas según los tiempos litúrgicos, sobre todo en latín, que puedes traducir, o cantos o súplicas populares: «Salve, mater, misericordiae», «Ave, regina coelorum» «Virgo Dei Genitrix».

En castellano tienes el rezo del Angelus o Oh Señora mía, oh Madre mía.

             PIROPO A LA VIRGEN

                    ¡María!

                    ¡Hermosa nazarena!

                    ¡Virgen bella!

                    ¡Madre del alma!

                    ¡Cuánto me quieres!

                    ¡Cuánto te quiero!

                    ¡Gracias por haberme llevado a tu Hijo!

                    ¡Gracias por querer ser mi Madre!

                    ¡Mi Madre y mi Modelo!

                                   ¡Gracias!

                    ANGELUS

          El ángel del Señor anunció a María.

          Y concibió por obra del Espíritu Santo

          (Dios te salve, Maria…)

             He aquí la esclava del Señor.

             Hágase en mí según tu palabra.

             Y el Hijo de Dios se hizo hombre.

             Y habitó entre nosotros.

             Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

             Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oremos: Te rogamos, Señor, que infundas tu gracia en nuestras almas; para que los que hemos conocido, por el anuncio del ángel, la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, por su pasión y su cruz, seamos llevados a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.***

REGINA COELI, LAETARE (Pascua)

       Alégrate, Reina del cielo, aleluya;

       Porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya;

       Ha resucitado como dijo, aleluya;

       Ruega por nosotros a Dios, aleluya;

       Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya;

       Porque ha resucitado el Señor verdaderamente, aleluya.

Oremos: Oh Dios, que te has dignado alegrarnos por la resurrección de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, te pedimos, nos concedas, por la intercesión de su Madre, la Virgen María, alcanzar los gozos eternos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN

¡Oh Señor mía! ¡Oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a Tí, y en prueba de mi filial afecto, te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra: todo mi ser; ya que soy todo tuyo, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

                           LA SALVE

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu  vientre.

¡Oh clementísima!  ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce, siempreVirgen María!

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar  y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

6. Repito que es conveniente tener y empezar siempre con un esquema oracional elemental, como camino de diálogo y encuentro con Dios, que debes recorrer y orar  todos los días, al cual y en cada una de las partes, puedes y debes ir añadiendo todos los pensamientos y deseos que te  inspire el Señor, parándote en ellos, sin prisas, de tal modo que si se termina el tiempo de oración y no has cumplido todo el esquema ordinario, no pasa nada. Pero es necesario y es una ayuda para toda tu vida tener un esquema oracional para no estar indeciso o perderte en tu oración diaria. Porque ir a la oración todos los días a pecho descubierto, o como dicen algunos,  permanecer en quietud y simple mirada, eso supone mucho camino andado, mucha oración  y mucha purificación de sentido realizada. Y a mi parecer esto no es ordinario en los comienzos ni en etapas intermedias y tampoco es fácil. Si lo tienes ya, es un don de Dios, porque ya supone estar bastante poseído por el amor de Cristo.

 7. Importantísimo, esencial: a continuación  de todo esto que hemos dicho, tiene que hacerse  revisión de vida ante el Señor; revisión fija y todos los días y para toda la vida, de tres o cuatro materias esenciales para tu vida cristiana y evangélica: soberbia, caridad fraterna, control de la ira, castidad.... para tu unión, santidad o encuentro con Cristo, para amar a Dios sobre todas las cosas, especialmente sobre el amor que nos tenemos a nosotros mismos, porque nos estamos prefiriendo a Dios en cada paso y haciendo nuestra voluntad. Y siempre que diga revisión de vida, estoy diciendo también petición de gracia, de luz, de fuerza para hacerla y vivirla, descubrir los peligros y las causas  principales de las caídas, el comportamiento con las personas...Donde hay pecado, aunque sea venial, no puede estar en plenitud el amor de Dios y el conocimiento de su amor: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él” (1Jn 2,3-6).

       Todos los días y a todas horas y en toda oración, hay que revisarse de la soberbia, pecado original, causa y principio de todos los pecados, que es este amor que me tengo a mí mismo, me quiero más que a Dios y a todos los hombres, revisar sus manifestaciones diversas en amor propio, vanidad, ira...etc; después de la soberbia, la caridad, el amor fraterno en sus diversas manifestaciones: negativa: no criticar, no hacer daño de palabra ni de obra, no despreciar a nadie..... positiva: pensar bien de todos, hablar bien y hacer el bien a todos, reaccionar perdonando ante las ofensas (amando es santidad consumada) generosidad....etc.

       No olvidar jamás que el amor a Dios pasa por el amor a los hermanos, porque así lo ha querido Él:“Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn4,2). Por favor, no olvides esto y todos los días examínate dos o tres veces de este capítulo. En esto Cristo es muy sensible y exigente. Lo tenemos mandado por el Padre y por Él mismo: "Amarás al Señor... y al prójimo como a tí mismo@, Aéste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”.Olvidar estos mandamientos del Señor es matar la oración incipiente, no avanzar o dejarla para siempre. S. Juan, el apóstol místico, por penetrar y conocer a Dios por el amor, por el conocimiento de amor, nos lo dice muy claro:  “Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor... A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto” (1Jn 4, 7-8; 12).

       Repito una vez más y todas las que sean necesarias: para amar a Dios hay que amar a los hermanos y para vivir la caridad fraterna, hay que matar el amor propio, el amor desordenado a uno mismo. Y esto es una cruz que hay que tomar al coger el camino de la oración, que es  camino de amor a Dios y, en Dios y por Dios, a los hermanos. Luego hay que revisar ese defecto más personal, que todos tenemos y que, por estar tan identificados con él, no es fácil descubrirlo, porque siempre hay excusas fáciles, -es que soy así- pero hacemos daño con él a los hermanos. Es fácil descubrirlo,  cuando personas que te quieren, coincidan en decirte y en insistir en alguno concreto, por allí va la cosa ...

       Esta oración-revisión-conversión tiene que durar ya  toda la vida, porque santidad es igual a conversión permanente. Si uno quiere Aamar y servir@, hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y esto es el cristianismo, si uno quiere mantener  activo ese amor y no de puro nombre, hay que orar todos los días para convertirse del amor a uno mismo y a las criaturas al amor de Dios. Si quiero orar, es porque quiero amar a Dios sobre todas las cosas. Si vivo en pecado, ni el amor ni el conocimiento verdadero de Dios puede estar en mí, como lo dice muy claro S. Juan: “Y todo el que tiene en Él esta  esperanza, se purifica, como puro es Él. El que comete pecado traspasa la ley, porque el pecado es trasgresión de la ley. ... Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” ( 1Jn 3,3-6).

       Cuando uno no quiere convertirse o amar a Dios, o se cansa de hacerlo, entonces ya no necesita ni de la oración ni de la eucaristía ni de la gracia ni de Cristo ni de Dios. El amor a Dios negativamente consiste en no ofenderle, no pecar: “Pues éste es el amor de Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pecado” (1Jn 5,3).  Para mí que esta es la causa principal por lo que se deja este camino de la oración y de la santidad. Por eso, muchos no hacen oración o les aburre o les cansa y terminan dejándola. La oración hay que concebirla como un deber, como trabajo, absolutamente necesario para llegar a amar a Dios, que hay que hacer, te guste o no te guste, haga calor o frío, estés inspirado o aburrido, como tienes que trabajar en tu profesión o comer o estudiar, porque si no lo haces, te mueres o te suspenden. No valen las excusas de ningún tipo para no hacerla. Si no lo haces,  por la causa que sea, te mueres espiritualmente. Por eso te ayudará  tener un esquema fijo, una hora fija, si es posible, siempre a la misma hora, porque, si la dejas para cuando tengas tiempo, no lo tendrás nunca.

8. Después de esta revisión, un capítulo que no puede faltar todos los días es la oración de intercesión, las peticiones, acordarse de las necesidades de los hermanos, de los problemas de la Iglesia, la santidad, la falta de vocaciones, tu parroquia, tu familia, amigos......Todo esto hay que hacerlo despacio, y pensando y meditando todo lo que se te ocurra, hablándole al Señor de tus problemas, de tu vida, pidiendo luz y gracia sobre lo que tienes que hacer, sin desanimarte jamás.... y si un día estás inspirado, te paras y te quedas con cualquier oración o revisión todo el tiempo que quieras....eso es oración, eso es trato de amistad con el Señor, una forma, por lo menos, aunque te parezca que no haces nada o casi nada, incluso que estás perdiendo el tiempo.

9.- Ya hemos terminado las oraciones introductorias, la revisión de vida, el pedir luz, fuerzas, gracias del Señor para nosotros y los demás, y  ahora, ¿qué?  Pues ahora lo que más te ayude a encontrarte con Cristo, a dialogar más con El Y para esto, como te decía antes, EL EVANGELIO, las palabras y hechos salvadores de Jesús es el mejor camino; también los buenos libros, los salmos...,  libertad absoluta, no se le pueden imponer caminos al amor, a los que quieren amar, a los que aman. Haz lo que te pida el corazón. “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).

       Amando, metiéndolo todo en su corazón fue como nuestra Madre fue comprendiendo lo que acontecía en torno a Jesús y a ella y que racionalmente la desbordaba. Pero amando uno se identifica con el objeto amado. No olvides lo que te he repetido y repetiré más veces en este libro: la oración es querer amar a Dios, no digo amar sino querer amar, que eso es ya amor,  porque, al principio, el alma está muy flaca y no tiene fuerzas ni sabe amar a Dios, solo sabe amarse a sí misma, y si sólo intentamos tocarlo con el entendimiento, no llegamos de verdad hasta Él : «Y porque la pasión receptiva del entendimiento solo puede recibir la inteligencia desnuda y pasivamente, y esto no puede sin estar purgado, antes que lo esté, siente el alma menos veces el toque de la inteligencia que el de la pasión de amor» (N  II,13,3). Aunque S. Juan de la Cruz se refiere a una oración elevada, vale para los grados inferiores también. Por eso, siempre hay que caminar hacia el amor, es lo mas importante, lo definitivo.

        «De donde es de notar que, en tanto que el alma no llega a este estado de unión de amor, le conviene ejercitar el amor así en la vida activa como en la contemplativa......porque es más precioso delante de él y de el alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» (C B 28,2).  (Ojo! Que no lo digo yo,  lo dice S. Juan de la Cruz, para mí el que más sabe o uno de los que más sabe de estas cosas de oración y del amor a Dios y a los hermanos y  vida cristiana y  evolución de la gracia.

10.- La oración conviene hacerla siempre a la misma hora, hora fija de la mañana o tarde, cuando te venga mejor, pero hora fija, como te he dicho, porque si lo dejas para cuando tengas tiempo, nunca lo tendrás;  hay que hacerla todos los días,  haga frío o calor, esté uno seco o fervoroso, esté en pecado o en gracia, tengas tiempo o no, porque para Dios siempre hay que tenerlo, porque Él siempre lo ha tenido y lo tiene para nosotros. Él debe ser  lo primero y lo absoluto de nuestra vida y esto lo hacemos realidad todos los días dedicándole este tiempo de oración, que es amarle sobre todas las cosas.

       Y esto que te he dicho, hay que hacerlo siempre, aunque uno llegue a la suprema unión con Dios, hasta el éxtasis, porque nunca hay que fiarse del propio yo, que se busca siempre a sí mismo, se tiene un cariño inmenso, por lo cual hay que tener mucho cuidado y vigilarlo todos los días. La hora y el tiempo de oración, que sean fijos y determinados: un cuarto de hora, luego veinte minutos, luego veinticinco, media hora... pero sin volver atrás, aunque te cueste o te aburras, todo es amor, todo es  cuestión de querer amar y si quieres amar, ya estás amando, ya estás haciendo oración, aunque tengas distracciones, aburrimiento...ya pasarán, porque Dios te ama más.

       Si eres fiel a este rato de diálogo y oración con el Señor, pronto llegarás a cierto nivel o estar con Él, donde todo te será más fácil, en que te sentirás bien. Y si sigues avanzando, luego incluso no necesitarás de libros ni de ayudas para encontrarte con Él, ya no necesitarás leer el evangelio o libro alguno, porque el diálogo te saldrá espontáneo y largo y afectuoso y ya no se acaba nunca, se ha pasado de la oración discursiva a la afectiva y luego de ésta pasará, mejor, el Espíritu de Dios te llevará hasta la oración  contemplativa.

       En esta oración, el Verbo de Dios llenará de luz y salvación y ternura tu corazón y tu alma y todas tus facultades, porque ha empezado a comunicarse personalmente por su presencia y vivencia más íntimas y no eres tú el que tienes que pensarlo o descubrirlo sino que Él ya se te da y ofrece sin necesitar la ayuda de tus raciocinios o afectos para andar este camino. Y empiezan las ansias de verle, amarle, poseerle más y mas...  «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor ya no se cura, sino con la presencia y la figura» (C.11).

       Desde esta vivencia, cada día más profunda, irás descubriendo que tú eres sagrario, que tú estás habitado, que  los Tres te aman y viven su misma vida trinitaria dentro de tí y te hacen partícipe por gracia de su misma vida de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es Volcán de Espíritu Santo eternamente echando fuego y renovándose en un ser eterno de ser en sí y por sí mismo beso y abrazo entre los Tres, sin mengua ni  cansancio alguno, porque tu has empezado a ser, mejor dicho, siempre lo has sido, pero ahora Dios quiere que seas consciente de su Presencia en tu alma, sagrario de Dios, templo de la misma Trinidad, dándote experiencia de Sí mismo y  metiéndote en el círculo del amor trinitario, en cuanto es posible en esta vida.

       Y en este momento, por su presencia de amor, tú eres el templo nuevo de la nueva alianza, la nueva casa de oración habitada por la Stma. Trinidad, porque el Verbo, por el pan de eucaristía, te habita, y la Presencia Eucarística te ha llevado a la Comunión Trinitaria por una comunión eucarística continuada y permanente de amor  en los Tres y por los Tres;  tú ya eres Trinidad por participación, en cuanto es posible y esto te desborda, te extasía, te saca de tí mismo, de tus moldes y capacidades de entender y amar y gozar y esto me parece que se llama éxtasis.. Y entonces ya.... «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado» (C. 8). 

         Porque a estas alturas, la contemplación de  Dios te impide meditar, porque es mucho lo que Él quiere decirte y tú tienes que escuchar del Verbo de Dios, aprender de la Palabra eterna llena de Amor, con la que el Padre se dice eternamente a Sí Mismo en canción y silabeo gustoso y eterno de Amor de Espíritu Santo en el Hijo que ahora la canta para tí; ahora que ya estás  preparado, después de largos años de purificación y adecuación de las facultades sensitivas, intelectivas y volitivas, que te han dispuesto para la intimidad divina, sin imperfecciones o impurezas o limitaciones, ahora la oración es presencia permanente de diálogo y presencia de Dios. «Bien sé que tres en sola una agua viva- residen, y una de otra se deriva,- aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida- en este vivo pan por darnos vida,- aunque es de noche» (La fonte 10 y 11)

       Él te hablará sin palabras  y tú le responderás sin mover los labios: simplemente te sentirás habitado, amado, sentirás su Verdad hecha Fuego de Amor en tu corazón, en fe luminosa, en Anoticia amorosa@, sentirás que Dios te ama  y tú, al sentirte amado por el Infinito, repito, no solo creerlo, sino sentirlo, vivirlo, experimentarlo, pero  de verdad, no por pura  imaginación o ilusión,  ya no tengo que decirte nada, porque lo demás ya no existe; )qué tiene que ver todo lo presente con lo que nos espera y que ya ha empezado a hacerse presente en tí? Ante este descubrimiento,  lleno de luz y de gozo y de plenitud divina, B  lo presente ya no existe y ha empezado la eternidad,B  te habrás descubierto también en Dios eternamente pronunciado en su Palabra y escrito en su corazón por el fuego de su mismo Espíritu de Amor Personal.

Entreme dónde no supe

 y quedéme no sabiendo,

toda ciencia trascendiendo.  

Yo no supe donde entraba,

pero, cuando allí me vi,

sin saber dónde me estaba,

grandes cosas entendí;

no diré lo que sentí,

que me quedé no sabiendo,

toda ciencia trascendiendo.

Y si lo queréis oir,

consiste esta summa ciencia

en un subido sentir

de la divinal Esencia;

es obra de su clemencia

hacer quedar no entendiendo,

toda ciencia trascendiendo@

( Entréme donde no supe,1 y10).

       Te sentirás palabra del Padre en la Palabra, dicha con Amor Personal del Padre, que es Espíritu Santo.  Descubrirás que si existes, es que Dios te ama, y  te ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca, y  ha pensado en tí para una eternidad de gozo; por eso tu vida es más que está vida, más que este tiempo, tu vida es un misterio que solo se explica y se puede vivir desde Dios. En este grado de oración, el cielo está ya dentro de tí,  porque el cielo es Dios y Dios está dentro de tí; Él te llena y te habita, siempre estaba por la gracia, pero ahora lo sientes, te sientes habitado por los Tres, por la  Santísima Trinidad:  “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. “¿No sabéis que sois templos de Dios y el Espíritu Santo habita en vosotros?” No son poesías, es el evangelio en esas partes que no conocemos porque no las vivimos o que no se comprenden hasta que no se viven.  Aquí no valen títulos ni teologías ni doctorados ni técnicas de ningún tipo..., es terreno sagrado, hay que descalzarse, porque Dios no revela  su intimidad a cualquiera sino a sus amigos, como a Moisés.

       Anímate a hacer tu oración todos los días, si es posible ante el sagrario, no es por nada, es que allí Él lleva dos mil años esperándote. Y aunque está en más sitios, aquí está más singularmente presente, esperándote. Además, al hacerlo ante el sagrario, estás demostrando que crees no sólo esa parte del evangelio que está meditando sino todo el evangelio, que tienes presente en Cristo Eucaristía; demuestras simplemente con tu presencia ante el Sagrario que le amas concretamente y que tienes presente y crees todo el misterio de Dios,  todo lo que Cristo ha dicho y ha hecho, porque está presente Él mismo, todo entero, todo su evangelio, todos sus misterios, en Jesucristo Eucaristía. «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro» (Ll.1).

       ¡Qué bien reflejan estos versos de S. Juan de la Cruz el deseo de muchas almas,  yo las tengo en mi parroquia, almas que desean el encuentro transformante con Cristo.  Al contemplar esta unión que Dios tiene preparada para todos, exclama el Santo: «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡ Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tan gran luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos» (C 39,7).

       ¿Podría extenderse esta queja del santo Doctor hasta nosotros, cristianos injertados en Cristo, sacerdotes, religiosos y obispos de la Iglesia de Dios? ¿Tendría sentido esta queja del doctor místico entre los que han sido elegidos para conducir al pueblo santo de Dios? ¿Deben ser  hombres de oración  experimentada esos guías y montañeros elegidos en los seminarios, noviciados, casas de formación para dirigir a los más jóvenes en la escalada de la santidad y de la vida de oración? ¿Vivimos en oración y conversión permanente?

Estas preguntas, por favor, no son una acusación contra nadie, son unos interrogantes para que tendamos siempre hacia las cumbres maravillosas de unión plena con Dios para las cuales hemos sido creados y llamados a la fe en Cristo, Hijo y Verbo de Dios, por la potencia del Espíritu Santo.

SEXTA MEDITACIÓN

LA PRESENCIADEDIOS ENTRE LOS HOMBRES

       Queridos hermanos: Cuando dos personas se quieren, desean estar juntas, porque la verdadera amistad exige y se alimenta de la  presencia de la persona amada. Dos personas enamoradas desean estar físicamente presentes la una junto a la otra y la separación forzosa no sólo no la destruye, sino que intensifica el deseo de la presencia.

“Dios es amor” (Jn 4,10), dice S. Juan en su primera carta; su esencia es amar y, si dejara de amar, dejaría de existir “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó...” primero, añade la lógica del sentido. Por lo tanto, en la amistad con Dios, la iniciativa ha partido de Él; no es que nosotros existamos y amemos a Dios, sino que Él nos amó primero y por eso existimos. Esto es lo maravilloso e inconcebible.  Por eso, cuando alguien te pregunte: )Por qué el hombre tiene que amar a Dios? Responderás: Porque Él nos amó primero.

No existía nada, sólo Dios,    un Dios que, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Amor, Hermosura, Verdad, Belleza y Felicidad,  quiso crear otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha y felicidad de los TRES EN UNO: SUPREMA UNIÓN, SUPREMA AMISTAD, SUPREMA PRESENCIA. Y este ser pensado y amado y creado para tal unión es el hombre. Si existo, es que Dios me ama, ha sido una mirada llena de su Amor- ESPÍRITU SANTO- la que contemplándome en la Imagen de su esencia infinita -HIJO-, me ha  dado la existencia con un beso de su amor. Dios me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca. si existo, Dios me ha llamado a ser hijo suyo en el Hijo y me quiere dar en herencia su misma vida y felicidad eterna:  “A los que Dios predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rm 8, 30). 

Esto es lo que me dicen las Escrituras Santas, revelación de su proyecto de amor sobre el hombre. El modo natural de cómo fue apareciendo este hombre, que lo investiguen los antropólogos y arqueólogos. Pero el homo ereptus, sapiens...etc. está llamado a la existencia por deseo de Dios para realizar con él este proyecto de Amistad eterna. La Biblia habla en su primera página de un Dios Amor, que crea al hombre como amigo, “a su imagen y semejanza,” y que baja todas las tardes al paraíso, para hablar y compartir esta amistad con el hombre.

Este deseo de Dios de permanecer junto al hombre y relacionarse con él  está continuamente expuesto en la Revelación. Se trata de un Dios ciertamente trascendente, pero también inmanente, que ha querido estar muy cerca de todas sus criaturas:  “¿Dónde podría alejarme de tu espíritu? “A dónde huir de tu faz? Si subiere a los cielos, allí estás tú; si bajare al seol, allí estás presente@(Sal. 138,7). El Dios Creador ha querido mostrarse como amigo del hombre; “pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si tú hubieras odiado alguna cosa, no la habrías formado” (Sab. 11,2).

La llegada de los Hebreos al pie del Sinaí marca una etapa decisiva de la presencia de Yahvé entre su pueblo y en la historia de Israel, porque hasta entonces los Hebreos habían sido una multitud inorgánica de fugitivos y no constituían pueblo, aún cuando habían sido testigos de las maravillas de Dios en Egipto y en el mar Rojo. Junto al Sinaí, Dios manda reunir a todos los hijos de Israel. Estos oyen su voz y reciben de Yahvé la ley que prometen observar: “Yo os tendré, dice Yahvéh, por un reino de  sacerdotes y por una nación consagrada”, y este pacto de amistad, esta  alianza se sella en la sangre de los animales sacrificados por Moisés; desde ese momento los Hebreos, pueblo nómada y de pastores, constituyen un pueblo, el pueblo de Dios: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Ex. 12,14).Este acontecimiento primordial llevará en la tradición bíblica el nombre de “Asamblea de Yahvé” y Dios se obligará a estar siempre junto a su pueblo (Ex. 19, 17-18).Moisés pedirá la compañía expresa de Dios: “Yahvé respondió: Iré yo mismo contigo y te daré descanso. Moisés añadió: Si no vienes tú delante, no nos saques de este lugar...” (Ex. 33, 14-15).     

Una prueba de este deseo de Dios de permanecer junto a su pueblo fue la tienda de la Reunión o Testimonio. Aquí se guardaba el Arca del Testamento y la hizo Yahvé  signo y  testimonio de su presencia, como compañero de campamento y  morador con su propia tienda entre ellos. El signo visible de su presencia sobre el ara fue la nube de gloria.

 Mucho más tarde, cuando fue dedicado el templo de Salomón, reapareció la nube de gloria, al fijar Yahvé su residencia en el centro de la vida litúrgica de Israel: “En cuanto salieron los sacerdotes del santuario, la nube llenó la casa de Yahvé... Entonces dijo Salomón: Yahvé, has dicho que habitarías en la oscuridad. Yo he edificado una casa para que sea tu morada, el lugar de tu habitación para siempre” (Re. 8,10-12). Con la destrucción del templo y la consiguiente deportación a Babilonia, la nube desapareció; sin embargo, los profetas Ezequiel y el «tercer Isaías» proclamaron la presencia de Yahvé, que crearía un nuevo pueblo que abarcaba a todas las naciones: “Yo conozco sus obras y sus pensamientos. Y vendré para reunir a todos los pueblos y lenguas, que vendrán para ver mi gloria... de las islas lejanas que no han oído nunca mi nombre y no han visto ni gloria y pregonarán mi gloria entre las naciones. Y de todas las naciones traerán a vuestros hermanos ofrendas a Yahvé”(Is. 66, 18-23).

Todas estas formas provisionales y limitadas de la presencia de Yahvé en el Antiguo Testamento cederán el paso un día a una presencia infinitamente más perfecta en una nueva clase de “tienda”, un templo más maravilloso, la carne de Jesús de Nazaret, como nos dice S. Juan en el prólogo de su evangelio:”...y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1, 1-14). La Encarnación hizo a Dios presente entre los hombres con una unión personal entre lo divino y lo humano. No se puede concebir ya una presencia  más íntima de la Persona divina con la humanidad. No puede haber mayor gesto de amistad y unión entre Dios y el hombre, Él es verdaderamente Emmanuel, Dios con nosotros (Is 7,14; Mt 1,23). Y la Eucaristía es una Encarnación continuada.

La Eucaristíaes infinitamente superior a la tienda del Tabernáculo, porque no es sólo presencia, sino que contiene a Cristo entero y completo, todos sus misterios, toda la religión y la posible relación personal y comunitaria con Dios. La Eucaristía es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María, es todo el evangelio entero y completo, todos sus dichos y hechos salvadores, en presente eterno; es la víctima, es el sacerdote, es el altar, es el domingo y es el templo de Dios entre nosotros. Cristo mismo lo proclamó. Él asegura ser el templo del que el tabernáculo de Moisés o el templo de Salomón eran sólo figuras “hechas por manos de hombres"; “Destruid este templo, declara a los judíos, y en tres días lo reconstruiré...Él hablaba del templo de su cuerpo...” (Jn 2,19). Él supera al templo antiguo: “Pues yo os digo que lo que aquí hay supera al templo”.      

       Jesucristo Eucaristía es el Nuevo Templo de la Nueva Alianza. En Él Dios mismo se hace nuestro templo, nuestro sacrificio, nuestro sábado superando infinitamente al judío, nuestro reposo, la tienda de la presencia divina. Es Dios mismo metido entre nosotros. El sagrario es la nueva tienda de la Presencia de Dios entre su pueblo, es el Arca de la Alianza, es el nuevo templo de la Nueva Alianza:“Destruid este templo y en tres días lo reedificaré...pero él lo decía del templo de su cuerpo” (jn2.19 y 21)

       Cuando se hace presente el Señor, como nos ama de verdad y no por puro compromiso, igual que Yavéh Dios en el Antiguo Testamento, ya no quiere irse y deja sin su presencia y su tienda al nuevo pueblo de la Nueva Alianza.  La Eucaristía es fruto de su amor a los hombres, no del nuestro hacia Él. Cristo Eucaristía cumple su palabra de quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos y convierte para esto su Iglesia, espiritual y material, en templo de Dios y casa de oración; allí, en el Sagrario, nos ofrece su amistad y diálogo permanente.

       La Iglesia, para poder gozar de esta gracia y amistad permanente, ha apelado a su derecho de esposa:“El marido no dispone de su cuerpo sino la mujer” (1Cor. 7,4) y ha decidido conservar el cuerpo del Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar el diálogo y la contemplación de rostro amado. Cuando los fieles vienen a orar y arrodillarse ante su presencia eucarística, nosotros hablamos de que hacen una visita al Santísimo. Sin embargo, es Él, el Cristo Eucaristía el que nos ha visitado y ha bajado desde la casa del Padre, pero sin abandonarla, porque Él ya ha llegado al final de la historia de Salvación y viene para visitarnos y ayudarnos a nosotros a conseguirlo con su presencia de amigo. Por eso no somos solo nosotros los que queremos hablarle, es Él quien tiene que decirnos muchas cosas, expresarnos y explicarnos todo su amor a los hombres, enseñarnos todo su evangelio, todos sus dichos y hechos salvadores, mostrarnos toda su vida, especialmente concentrada en este sacramento:“Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros... esta es mi sangre, sangre de la Nueva y eterna Alianza, derramada para el perdón de los pecados”.

       La Eucaristía es el memorial de su Pascua, de su pasión muerte y resurrección, de su tránsito de este mundo al Padre, y con Él de todos nosotros, que se hace presente en cada misa, para que se renueve su salvación  y luego nos alimentemos de la vida nueva y resucitada, comulgando con sus mismos sentimientos y actitudes de obediencia al Padre y salvación de los hermanos: “Destruid este templo y en tres días lo reedificaré...pero Él lo decía del templo de su cuerpo” (Jn2.19 y 21) . Éste es el fin principal de la Eucaristía, que renovamos por mandato suyo: “haced esto en memoria mía”.    

       Todos los sacramentos son vivificantes. Todos comunican la vida de Cristo bajo un aspecto u otro. Pero la Eucaristía es el sacramento de la vida y de la gracia y de la salvación, por excelencia. Es la más importante entrega de una realidad invisible hecha presente por la consagración del pan y del vino. Bajo esos signos se entrega al Padre como ofrenda redentora y nos hace partícipes a los hombres de su vida divina. La Eucaristía comporta un acto de ofrenda sacrificial, que reclama ala participación de los asistentes, en una unión total con Él, y tiene como fin la comunión, que, al darnos a Cristo como alimento, hace que asimilemos su vida porque contiene además una presencia, que exige contemplación. Ya he dicho miles de veces que no entiendo tanto amor, por muchas razones. La primera, porque yo no puedo darle nada que Él no tenga, yo no sé amar como Él, perdonar como Él, pero su corazón es así. (Señor, haz mi corazón semejante al tuyo!

       “He venido para que tengan vida y la tengan abundante”: El sacrifico, la comunión y la presencia son los medios de expansión de su vida divina que busca impregnar de sus mismos sentimientos y actitudes toda nuestra vida y actividad, todo nuestro ser y existir, todo nuestro corazón. Esto lleva consigo, por nuestra parte, el ofrecernos con Cristo como ofrenda agradable a Dios Trino y Uno, para poder luego  participar plenamente de sus sentimientos y actitudes, por la comunión de su cuerpo ofrecido y participado por la comunión eucarística, conservado luego en el sagrario, que nos contemplación, adoración, veneración y cariño.

       Jesús vio a través de los siglos la multitud inmensa de hombres por los cuales había venido y predicado, muerto y resucitado; vio una multitud necesitada de su salvación y hambrienta también de su amistad, grandes enamorados de su persona y su obra y su salvación hechas presentes por la Eucaristía, como misa, comunión y presencia, almas amigas que suspirarían por tenerle cerca para hablarle, tocarle, escucharle. Y por todas y para todas inventó la Eucaristía y se quedó en el Sagrario. Él se quedó y está aquí para todos; desgraciadamente, por falta de fe y amor, muchos tendrán que esperar al cielo para valorar su Persona, su amistad, su verdad, su proyecto de amor.

       Nos quiere tanto, que quiere compartir con nosotros incluso las miserias y tristezas de esta vida. Los amigos son para eso. Y Jesús, sacramentado por amor,  es el mejor amigo que tenemos. “Nadie ama más que el que la da la vida por el amado”. Y Él la dio y la sigue dando por todos. Quiere convivir ya con nosotros antes del encuentro y definitivo del cielo. Quiere vernos a todos en el cielo  en el abrazo eterno de Amistad con el Dios Amor, el Dios Tri-unidad, Uno y Trino. Por eso y para eso se quedó en el Sagrario. Quiere ser nuestro cielo ya en la tierra. Ha querido ser nuestro amigo; visitémosle todos los días para estar con Él,  para pedirle, para consultarle, para orientarnos, para renovarnos continuamente en su amor, en la amistad. Él ha querido ser nuestro alimento para que tengamos necesidad de Él,  como del alimento natural y así estar siempre unidos, viviendo su misma vida;  quiere comunicarnos su amor, su generosidad, su entrega a todos, quiere ser nuestro pan, para llenarnos de Dios, de su gracia y fortaleza y amor.

       Jesucristo, desde el sagrario, como muchas veces en Palestina, Bpensemos en María, Zaqueo, los necesitados, los pecadores...B  se anticipa a nosotros y nos mira con deseos de entablar diálogo:  “Dijo a Natanael: yo te he visto cuando estabas debajo de la higuera” (Jn 1,48). Él quiere hablar con cada uno de nosotros, comunicarnos su amor, sus proyectos personales de amor.  Mientras caminamos hacia la ciudad celeste, hacia el templo celeste de Dios, Jesucristo vivo y resucitado en el sagrario, es el nuevo templo de la nueva alianza. El sagrario es la nueva Betania, la nueva casa de oración de los redimidos, camino de la casa del Padre, la nueva tienda de la presencia de Dios, la mejor escuela de oración, donde siempre encontramos al mejor Maestro de oración, de santidad y de vida cristiana.

OTRAS PRESENCIA, PERO LA MAYOR DE TODAS…

El deseo de Jesucristo de estar junto a nosotros, de querer ser nuestro amigo y ayudarnos es tan grande, que ha querido quedarse  presente de muchas formas entre los creyentes.  Estas presencias, lejos de menospreciar y rebajar la presencia eucarística, la subliman, porque ella es «centro y culmen» de todas las presencias, «raíz y quicio» «fundamento» de las otras presencias. Dice el Vaticano II: «(Cristo) ....está presente en el Sacrificio de la Eucaristía, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (LG 7).

«...En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo por su carne... vivificada y vivificante por el Espíritu Santo... Los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan» (PO 5).

Por tanto, Cristo vive entre nosotros por su Palabra, está en la Asamblea, realiza los sacramentos,  especialmente la Eucaristía:“El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo y  yo vivo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí”. La Eucaristía nos hace a los comulgantes templos de Dios y, gracias a su Espíritu,  Amor personal del Padre y del Hijo, los que le reciban, serán morada de Dios Trino y Uno:  “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”

Esta presencia se ofrece a todos; sin embargo, para encontrarse con Él, es necesaria la fe:  “Sabed que yo estoy a la puerta y llamo” (Ap 3,20). No es una presencia accesible a la carne, esto es, al hombre natural, sin la vida de gracia; sino que es un don de su Santo Espíritu; son  dones del conocimiento y de la sabiduría que Él da a los que se lo piden: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones y, arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura , la longura, la altura y la profundidad y el conocer la caridad de Cristo que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios (Ef. 3,18-19).

El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados,  como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y  sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando  decidieron esta presencia tan total y real en Consejo trinitario, es  el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios; para que comprendamos a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación,  al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo realizó y sigue realizándolo en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

¡ Jesús, qué grande eres; qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa; cómo te quiero y te adoro y te venero y me postro ante Ti! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Y cuantas veces hagáis esto acordaos de mí…”¡Acordaos de mí..! ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse cuando hay tanto que recordar  y pensar y  vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas  y tantas cosas,  tantos y tantos misterios y misterios....galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice S. Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o meditar.

Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades; y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones; empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones, para finalizar en la últimas etapas,  sólo amando:  oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado».

Yo también, como Juan, quiero aprenderlo todo de la Eucaristía, en la Eucaristía,  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia.  En definitiva )no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

Para comprender un poco todo lo que encierra el acordaos de mí necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fin. Por eso,  cuanto más elevada es la amistad y la oración con Cristo, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario del Pan Consagrado, que su Hijo predilecto y amado. Por eso el alma enamorada dirá con San Juan de la Cruz: AYa no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que sólo en amar es mi ejercicio...@Se acabaron los signos y las reflexiones y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia, que es Cristo, que viene a nosotros. Hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado. Todo lo demás fueron medios para encontrarnos con el Amado. ¡Qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡ Cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva! Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos; pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia. Ésta es la meta. Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia,  como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida; pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin que ellas sean lo único que descubra o lo más importante; sino que quiero estudiarlas y realizarlas sin que me esclavicen, sin que me retengan, para que me lleven al hondón, al corazón de lo celebrado, al misterio: «y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo».

En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada Sagrario Cristo sigue diciéndonos:Acordaos de mí...., de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal que me ha hecho Hijo, en totalidad de ser y amar y existir igual a Él, al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con  potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra. Con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo. Todo Padre y todo Hijo en y por el Amor Personal del Espíritu Divino. No sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros. Acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu; acordaos de mí, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro es mi persona amándoos hasta el extremo,  en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

SÉPTIMA MEDITACIÓN

LA PRESENCIADEDIOS ENTRE LOS HOMBRES/B: CONTINUACIÓN…

(Si no se dicen seguidas la sexta y séptima, empezar por el párrafo anterior de la 6ª)

 Queridos hermanos: Digo yo que si no será este “acordaos de mí”, este memorial de la Eucaristía, realizado por la potencia y memoria de la Cristo y de la Iglesia, que es el Espíritu Santo, no será ésta la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, -los verdaderamente celebrantes de la Eucaristía como misa, comunión y presencia-, hayan celebrado y sigan haciéndo despacio, recogidos, contemplando en «oticia amorosa» “sabiduría de amor” este misterio de la Eucaristía, como si ya estuvieran en la eternidad, Arecordando@continuamente, por el Espíritu de Cristo, lo que hay dentro de la Eucaristía y del pan de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  tan hermosas y presencializadas por el mismo Cristo de siempre, de ayer y de hoy, el de Palestina y ahora triunfante en el cielo. Porque es mucho lo que hay que recordar con Cristo presente, vivir con Él de lo  que hay dentro del misterio eucarístico, más que de su exterioridad o ritos, cosa que nunca debe preocuparnos más que el interior, el corazón, el contenido, que es, en definitiva, el fin y la razón de ser de las mismas; hay que tener presente el “acordaos de mi” para vivir la Eucaristía “en espíritu y verdad”, para llegar a la verdad completa”.

 Acordaos de mí, recordando en Jesucristo presente, lo que dijo, lo que hace ahora presnte para todos nosotros,  lo que El deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora, ya gozoso y consumado y resucitado puede realizarlo con cada uno de los participantes; el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le hayamos ofendido y olvidado hasta lo indecible; lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión. Digo yo... pregunto, si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta..., que si no aprovecharía más  a la Iglesia y a los hombres que algunos despistes en el rito. Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de su amor, que son los signos externos, que siempre,  bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el «centro y culme»,  hasta «la fuente que mana y corre»,” es Cristo. 

Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os llevará a la verdad completa.La verdad completa es la que no se queda sólo en la cabeza; sino que llega al corazón. Porque todo o mucho de lo referente a la Eucaristía, ya lo sabemos por la Teología; pero la teología no es verdad completa hasta que no se vive. La teología, los sacramentos, la liturgia, el evangelio, Cristo mismo no es verdad completa y no se comprenden si no se viven; si la liturgia, si la teología no llega al corazón, no se  vive ni quema las entrañas por la experiencia de amor, tampoco pueden llenar de hartura de la divinidad y eternidad. Por esta razón, cuando estas verdades pasan por el corazón de una madre, un padre o un sacerdote que las vive, como esas verdades han pasado por el corazón, son verdades quemantes y se quedan para toda la vida, sus señales quedan para siempre, como las quemaduras del fuego en la carne. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela de cristianismo ni más Biblia que el sagrario. Allí lo aprendieron todo sobre Cristo y la vida cristiana. Allí aprendieron a ser madres con amor total al esposo y hasta el heroísmo por los hijos. Necesitamos madres y sacerdotes vivientes de la Eucaristía, cristianos que la comprendan y la enseñen, porque la viven y experimentan.

Hemos de tener en cuenta que la Eucaristía y la comunión son sacramentos principales, pero duran unos minutos. Sin embargo,  Jesús quiere estar siempre junto a nosotros y precisamente como amigo, una vez que ha venido junto a nosotros, en la Encarnación y en la

Eucaristía, que es una encarnación continuada. Este deseo suyo, esta presencia como amigo es aspecto  principal de la Eucaristía, no sólo continuación de los anteriores, es decir, de la Eucaristía y de la comunión, sino como condición necesaria: Ardientemente he deseado comer esta pascua....vosotros sois mis amigos... amaos los unos a los otros.. son palabras de Jesús en la Última Cena.  Y en otras ocasiones dijo: Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos.  Pero no a la fuerza o porque no hay otro remedio; sino porque quiero ser y seguir siendo amigo antes y después de la Eucaristía y la comunión.

Cuando, después de la comunión, guardamos en el sagrario el pan consagrado, podía decir el Señor: No penséis como algunos creyentes que aquí quedo inactivo, sin vida y sin actividad, como si fuera una estatua. Yo sigo amando y ofreciendo y esperando. Después de la comunión de los creyentes, cuando el sacerdote me guarda en el sagrario, algunos no piensan en lo que yo pienso en esos momentos dentro del sacramento y, sin pensar en mí y para lo que he venido y que estoy vivo  dentro de este pan, se dicen: ¿Qué vamos a hacer con este pan que ha sobrado de la Eucaristía y de la comunión? Pues lo recogemos en un cesto y lo reservamos, como en la multiplicación de los panes y los peces, en sitios, que a veces son poco dignos, poco visibles o que invitan poco a la amistad y al diálogo conmigo. Hay lugares reservados para mi presencia que no invitan al diálogo de amistad, a estar cerca y tocarnos, allá en un rincón, como si fuera un trasto más de la Iglesia, no valorando ni apreciando, como merece, mi presencia amiga, como si ese pan no fuera mi persona o ya no tuviera valor o sólo sirviera para llevar a los enfermos....

Queridos amigos, a mí, como sacerdote,  no me gusta para llevar y mantener el pan consagrado en el sagrario la palabra «reserva,»tan utilizada por la misma liturgia. No me gusta mucho ni como idea ni como  expresión, porque me suena como a sobrante, a no ser necesario ya, a conserva.... Porque la teología y la verdad de la Eucaristía es que pudo hacerse, Cristo pudo hacer, pudo imaginar una salvación de otro modo sin presencia real y verdadera suya, como afirman hermanos separados. Pero Cristo quiso quedarse expresamente con nosotros “hasta el final de los tiempos.” Quiso quedarse no sólo como sacrificio y comunión eucarística; sino en un sacramento específico, al que debemos descubrir más desde el amor de Cristo y el nuestro que desde la razón que no llega a veces a descubrir la verdad completa de los misterios.

       Es como en Pentecostés. Hasta que Cristo no vino hecho fuego y experiencia de amor y llama de amor viva, los Apóstoles no perdieron el miedo ni abrieron las puertas ni comprendieron todo lo que Jesús le había dicho. La teología debe ser sumisa y discreta y tiene que ir detrás de la fe y no hacerse dueña de ella. Debe como Juan decir con todo respeto: “Es el Señor.” Y luego dejar que el hombre completo, que es razón y corazón, vaya descubriendo el misterio, adquiriendo más luz cada día y no pensar que ya todo está conquistado por la liturgia como ciencia, cuando queda tanto por descubrir por la liturgia como experiencia. Y que luego la Teología contraste para que no haya oposición entre ambas. La liturgia  debe expresar y celebrar más y mejor la Eucaristía como sacramento de Amistad permanente, como tienda del Encuentro entre Dios y los hombres.  Yo pienso que el deseo y sentimiento y realidad de la presencia amiga y permanente del Señor entre nosotros debe estar más y mejor significada y celebrada en la Liturgia, como lo está la Eucaristía como sacrificio y comunión. 

La Eucaristíaes el sacramento de la Pascua y de la comunión del pan de la vida, porque el Señor lo instituyó en la  en la Última Cena. Pero en esa misma Cena también instituyó la Presencia Amiga, como sacramento permanente, como lo había prometido varias veces durante su vida: “No os quedaré huérfanos” “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos,” y no como resto o consecuencia del sacrificio y comunión; sino directamente querida por Él en intención y sacramento particular y concreto, no  sólo intencional o  interior o espiritualmente sino como don y gracia sacramental, es decir, como signo visible de realidades invisibles.

Pues bien, el sacramento eucarístico completo es la Eucaristía como sacrificio, comida y presencia, pero no presencia sólo para que haya sacrificio y comunión, sino para que haya amistad, como sacramento de la amistad de Dios con los hombres. La teología y la liturgia han  entendido y desarrollado siempre y perfectamente los dos primeros aspectos, y está perfectamente desarrollado en cuanto a su teología, liturgia y celebración, como podemos observar en todos los Misales y textos de teología y liturgia; sin embargo, en cuanto a la  presencia de Jesucristo como amigo no está igualmente entendido ni desarrollado teológica y litúrgicamente; sino que queda casi reducida a la presencia esencial y teologal en la consagración y comunión. Este aspecto no está desarrollado  litúrgicamente en la misma Eucaristía; aunque fuera brevemente, añadiendo algún signo o palabra que lo expresara suficientemente en la misma celebración. La liturgia tan sólo afirma que el pan consagrado se guarde en el sagrario para los enfermos y la adoración, que está bien, pero a mí me parece que esto no es suficiente.

 Y digo que esta es mi opinión, no defino; pero yo insinúo que la teología y la liturgia de la presencia eucarística se han quedado un poco cortas, y venimos un poco heridos desde los mismos textos y centros que nos han formado como  sacerdotes, porque por la historia y las controversias se desarrollaron más los aspectos de sacrificio y comunión de la Eucaristía, mientras la presencia fue siempre defendida, pero poco desarrollada en los textos de Teología y Liturgia; aunque devocionalmente hay Encíclicas o documentos oficiales preciosos. También hay que admitir que hubo épocas importantes en este aspecto, coincidiendo con personas concretas que cultivaron y predicaron esta  vivencia. La presencia de amistad de Jesucristo en la Eucaristía como don  sacramental no se ha desarrollado suficientemente,  con signos y liturgia sacramental propia y específica; sino sólo de paso y, como consecuencia, del pan que no era comido, comulgado. Yo opino que tenía que haber alguna oración o brevísima liturgia de celebración de la presencia dentro de la misma Eucaristía, porque se quedó en la mínima expresión o casi nula, mirando con excesivo respeto el Concilio de Trento a los hermanos protestante que negaban los dos misterios  celebrados desde el principio en la misma Cena: el sacrificio y la comunión. La presencia de Amistad, que fue los más largo en la Última Cena, donde el diálogo de amistad de Jesús con los suyos y con los que vendríamos después, fue largísimo y querido expresamente y celebrado litúrgicamente. Ahora todavía somos herederos de la presencia real, verdadera, substancial… de Cristo en la Eucaristía, pero de la Presencia amiga, o presencia como amistad se ha desarrollado poco en la Teología, quitando algún teólogo vivencial y eucarístico.

       Pasa igual con el Espíritu Santo. Es otra paradoja de la vida de la Iglesia. Resulta que según Cristo estamos en la economía del Espíritu Divino. Según el proyecto del Padre, Jesús ha terminado su misión y Él tiene que irse para que venga el Espíritu Santo, que nos ha de llevar a los Apóstoles y a la Iglesia hasta la verdad completa. Y los Apóstoles no lo comprenden y hasta se ponen tristes, cuando Jesús les dice: “Porque os he dicho esto os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré…Él os llevará hasta la verdad completa.” Tenía que irse de una forma para venir de otra: “Me voy pero volveré.”Y vino el mismo Cristo; pero hecho fuego y experiencia viva de Dios en sus corazones, no sólo en sus cabezas y en sus ojos, y lo comprendieron todo desde dentro, desde el amor y abrieron todos los cerrojos y cumplieron el mandato de Cristo de predicar y todos entendían; aunque eran de diversas lenguas y culturas.

       Queridos amigos, ahora estamos en la economía de la Iglesia, del Espíritu Santo. Y cuando yo estudié no había tratado de Pneumatología y aún hoy día, el Espíritu Santo es un apéndice de la teología, y como formamos según nos forman, por eso luego nuestra vida religiosa, nuestra piedad, la que vivimos y enseñamos, nuestro diálogo y oración, nuestra predicación es bipolar: Padre e Hijo. Yo estudié a Lercher, de los mejores textos de la época y sólo dimos dos o tres tesis de Espíritu Santo en el tratado de “Deo Uno et Trino, creante y elevante.” Allí empezábamos por el Deus inefabílis, Unicus, Unus… Por eso creo que seguimos necesitando que el Espíritu Santo venga en llamaradas fuertes  de fe viva y amor sobre las cabezas de los teólogos y liturgistas, “porque el Espíritu Santo  ha sido derramado en nuestros corazones.” Es sintomático que en la vida de los que han subido hasta metas altas no sólo de vida “cristiana,” de vida de Cristo, sino de vida “espiritual,” de vida según el Espíritu, aparezca poco a poco el Espíritu Santo como supremo maestro y director de almas y ya no desaparezca jamás de sus vidas, y desde entonces hasta la eternidad todo será en Espíritu Santo, en Amor Personal del Padre al Hijo y de los hijos en el  Hijo al Padre por su mismo Espíritu, que nos hace exclamar admirados y desbordados de amor: “Abba,” papá Dios. 

       “Le conoceréis porque permanece en vosotros.” Quizás esta sea la dificultad mayor: a la verdad completa, al Espíritu Santo no se le puede conocer por palabras, obras y milagros, sino por amor, sólo por amor, “porque permanece en vosotros,” en vuestro corazón, esto es, cuando las  palabras y gestos se hacen experiencia de fuego y amor, cuando Cristo, la Eucaristía, el Espíritu Santo no es concepto sino llama de amor vida, entonces se entienden y viven y comprenden estos misterios.

       En la Eucaristía, ante el Sagrario, es el Espíritu de Cristo, memoria de Dios, quien me recuerda en el “acordaos de mi” todos los dichos y hechos salvadores de Cristo, pero haciéndolos presentes en mi corazón; hace memorial, hace presente en mi espíritu las palabras, los sentimientos y las emociones de Cristo:..De nuevo volveré y os llevaré conmigo...@, ANo os dejaré  huérfanos, volveré a vosotros.Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor@, AYa no os llamo siervos, os llamo amigos,  Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad  completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosa venideras.... Pero de nuevo os veré, y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría. Pero no ruego sólo por estos sino por cuantos crean en mi por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mi y yo en tí,  para que también ellos sean  en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado. Padre, lo que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo “Porque os dicho estas cosas,os habéis puesto tristes... pero volveré y ya nadie os podrá quitar vuestro gozo...Padre, no sólo ruego por estos, sino por los que creerán en tu nombre

Dijo Jesús: Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre....hijitos  míos, amaos los unos a los otros....En la casa de mi Padre hay muchas moradas, me voy a prepararos sitio....Os tomaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros...si me conocéis, conoceréis también a mi Padre...Felipe )no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Pero vosotros me veréis porque yo vivo y vosotros viviréis...En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre...Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada...Yo soy la vid, vosotros los sarmientos...Como el Padre me amó, yo también os he amado, permaneced en mi amor....Vosotros sois mis amigos,  porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer....Padre, glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique... Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.... Padre santo, guarda en tu nombre estos que me has dado, para que sean uno como nosotros... (Jn17).

Cristo se hace presente para hacer presente su pascua y salvarnos, comiendo su carne resucitada, llena de la nueva vida; pero también se hace presente para permanecer  en el sagrario, como presencia de amistad, ofrecida a todos los hombres. Es precisamente esa presencia de Amistad, ese amor de Cristo amigo, sentido hasta el extremo y por obediencia al Padre, que “tanto amó al mundo que le entregó su Hijo Unigénito, para que no perezca ninguno de los que creen en Él;” fue este amor de Espíritu Santo, encarnado en el Hijo, por la potencia de ese mismo Amor Divino del Padre y del Hijo en la Palabra pronunciada por amor eterno en el Padre en la que el Padre se dice a sí mismo en Palabra cantada en amor y que la dice y pronuncia también para nosotros en el Hijo amado, fue esa Palabra dicha con amor y en carne humana para el hombre, fue ese Hijo encarnado el que primero estuvo y tiene que estar presente para luego, desde ese amor presente a los hombres ya, aún antes de la pascua eucarística, hacerse sacerdote y víctima de su propia ofrenda al Padre por los hombres y luego, desde ese amor primero, permanecer para siempre, porque para eso vino, como amistad salvadora de la Trinidad ofrecida a todos los hombres.

Por eso, si se ha celebrado bien, si la eucaristía ha sido completa, algo habrá que decirle y adorarle y besarle despacio a este Cristo en la misma celebración eucarística, para                          celebrar esa amistad; algo habrá que decirle también en la comunión y algo luego también, cuando pasemos, una vez que hemos ofrecido y comulgado, junto a su presencia amiga y continuada en el Sagrario. Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí. ¡ Señor! pues a ver si les insinúas algo de esto sobre todo  a los que corren tanto que no te dan tregua a decirnos casi nada de amistad y muchas veces, por la forma y el modo, no te dejan consagrar emocionado y despacio y decir lo que tienes y quiere decirnos, porque todo es correr y correr, casi sin entender bien lo que  celebran; pero como de todo tiene que haber en la viña del Señor,  también hay hermanos y amigos que dicen lo contrario, que por qué tan despacio esto o lo otro, que guardar mejor el ritmo...etc.

Es que como me gusta tanto esta miel de la Eucaristía y este sabor de vino profundo de las bodas de Cristo y de los pactos de amistad con Dios que Él me brinda, a veces me paso ratos y ratos repasando la teología y la liturgia que me enseñaron o actual, y al degustar con los labios y la lengua gustativa de ahora este vino tan sabroso, encuentro  nuevos matices y sabores de vino viejo y de pan  reciente de Eucaristía recién celebrada y  no siempre coinciden doctrinas y sabores. Y esto sólo en cuarenta años.

Había que hacer la liturgia y la teología no solo de rodillas, que ya es un paso importante y obligado para todo verdadero teólogo;  sino habiéndola gustado, esto es, bebiendo siempre este vino viejo de amor eterno de mil sabores de amor y amistad y este pan tan reciente de cada día del horno y corazón eucarístico, que tanto quema y ha quemado a los santos de todos los tiempos, -ninguno que no fuera eucarístico-, y a nuestros padres y mayores, que no tuvieron más clases de  teología y Biblia y liturgia que el sagrario y allí lo aprendieron todo, uniendo la Eucaristía en latín de las siete de la mañana con la liturgia larga de la visita de amistad al Señor en el sagrario por la tarde.

OCTAVA MEDITACIÓN

LA PRESENCIADEDIOS ENTRE LOS HOMBRES/C: (CONTINUACIÓN)

 Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, y los sarmientos están siempre  unidos a la vid, porque de otra forma mueren y se secan:Sin mí no podéis hacer nada... Eucaristía, «fonte que mana y corre», vid, sagrario.... son para un cristiano realidades que se complementan e ilustran entre sí: la comunidad después de celebrar la Eucaristía y después de comer el pan, debe permanecer ya siempre unida con Cristo y entre sí como sarmientos a la vid, que es la misma persona de Cristo, que les alimenta en pascua, comunión y amistad personal con Él permanente en vida de casados, solteros, sacerdotes....Es claro que Cristo ha querido quedarse en los sagrarios de la tierra como centro de vida y de caridad en medio de cada comunidad cristiana, como fuente de vida que mana y corre, aunque es noche, por la fe. Me gustaría ser pintor, para plantar la viña, que es Cristo, en un Sagrario, y desde allí, por la puerta abierta, pintar unidos a la Vid Eucarística, todos los sarmientos de la Iglesia, que son los cristianos, los creyentes en Cristo Eucaristía.

       La Hostia presente en cada sagrario nos invita a nosotros a ser hostia, a ofrecernos al Padre, a adorarle, a cumplir su voluntad. La Hostia presente en cada sagrario es pan, comida, que nos invita a seguir comiendo Dios, infinitud, vida divina y a ser comidos por Él en sus mismos sentimientos de generosidad, caridad y servicio permanente como El. Este es el sentido de los signos sacramentales, significar y hacer lo que significan, traer, encarnar, acercar al mismo Dios al hombre, a nuestras personas y actividades, a nuestro mundo concreto.

La Hostiapresente en el Sagrario, como sacramento de amistad, nos invita a comprender la verdad del amor de Dios al hombre por esta encarnación continuada, signo y presencia de su amor perpetuo, presencia amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en atardeceres del paraíso. Por eso, cuando entramos en una Iglesia católica, nuestros ojos espontáneamente van hacia la Hostia santa, a la persona de Cristo Eucaristía, al Amigo por excelencia, al Sacramentado por Amor a los hombres, que nos mira y  siempre está en casa esperándonos.

 Por eso, me gusta que esté en un sitio visible, porque Él es el Señor del templo, el verdadero Templo reconstruido y vivo. Yo nunca me quedo mirando y cantando @la puerta del sagrario quién la pudiera abrir@como cantábamos en el seminario. Yo la abro y me meto en la Hostia Santa, la Morada de Dios más real en la tierra  para cada uno de nosotros. 

Por eso lo digo con toda sinceridad, no tengo ninguna envidia a los Apóstoles que le vieron materialmente a Jesucristo en Palestina; no me gustan mucho las «apariciones», aunque sea en personas santas y no voy a profundizar en esta materia, para no hacer dudar de algunas hagiografías. Sólo digo que todas las apariciones de Cristo resucitado no fueron suficientes para que los Apóstoles conocieran el misterio de Cristo y fue necesario Pentecostés, ese mismo Cristo hecho fuego en su corazón.

Lo único que quiero es que Él, mejor dicho, su mismo Espíritu de Amor Personal a su Padre venga a mí y me aumente la fe y el amor, porque yo no puedo hacerlo ni sé ni comprendo todo esto que a veces siento, y que también ya, por otra parte, ni sé ni quiero vivir sin Él: ¡Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida! ¡También yo quiero darlo todo por Ti! Porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero que los seas todo. ¡Jesucristo Eucaristía, Yo creo en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios!

El Cristo que yo quiero es el que los Apóstoles contemplaron después de Pentecostés, cuando ya no le veían históricamente, ese que les quemó el corazón con fuego de  Espíritu Santo, y les  robó el corazón y les puso fuego en su torpe cabeza y pensamientos egoístas y les hizo hablar  las lenguas del amor a Dios y a los hombres y que todos entendieron y seguimos entendiendo a través de los siglos,  y  ya no pudieron callarse y fueron profetas verdaderos sin miedo ya a morir, únicamente  pendientes de agradar y obedecer a Dios más que a los hombres.

Con el Cristo externo, visible, autor de milagros incluso, hecho sólo Teología,  pero no hecho fuego de Pentecostés, de experiencia verdadera de Dios y de su amor infinito, siguieron teniendo  miedo, le abandonaron....y aún viéndole incluso resucitado, siguieron  con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Yo quiero el Cristo experimentado por Pablo: APara mí la vida es Cristo... no quiero saber más que mi Cristo y este crucificado...@;yo quiero sentir y vivir el Cristo de los místicos verdaderos.

La fe eucarística es la palabra que hace presente a Cristo en ambiente de cena de despedida y de reencuentro resucitado de perdón y amistad: APaz a vosotros.@La fe eucarística es la mano que alarga el pan de vida eterna para comerlo, es la boca que lo recibe en respuesta a la invitación del Señor: Tomad y comed, es la puerta que se abre, porque es Cristo quien llama y abre la puerta para cenar con el discípulo (Ap3,20),  para vivir su presencia en amistad, en conocimiento y amor mutuos. Los ojos de los discípulos de Emaús no se abrieron por sí mismos, sus ojos Afueron abiertos@según la versión griega de Lc. 14,31.

Nosotros no podemos ni sabemos y, al principio, por falta de ojos limpios,  ni queremos... Sólo Cristo, sólo Cristo por la fe y la fe es don de Dios. Nosotros la recibimos y podemos pedirla; pero no fabricarla  ni merecerla, porque es divina, es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de su  proyecto de Salvación y, al ser de Dios, nos desborda, es don gratuito e infinito.

Estoy hablando de la fe, del conocimiento que Dios tiene de Sí mismo y de su esencia e intimidad, que me desbordan y se convierten en misterios porque mi capacidad es limitada. Necesito que me capacite para este conocimiento y eso solamente lo realiza la gracia, que es vida y conocimiento y amor de Dios en sí mismo. Así lo piensa S. Juan de la Cruz. De ahí la necesidad de noches y purificaciones para prepararme; aunque nunca comprenderé como Dios se comprende, ni siquiera en la eternidad; aunque allí el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los Tres me lo expliquen  mejor y con más detalles, en el Sacramento Trinitario del amor y de la amistad eterna, con su misma Palabra y con su mismo Amor Personal, o si queréis, con Única Palabra Completa y Total del Padre cantada con Amor de Espíritu Santo al Hijo, que en eco total y eterno la recibe y la acepta infinitamente, totalmente, por la potencia del mismo Espíritu de Amor, que los hace Padre e Hijo, canturreada por el Padre y en eco eterno de amor repetida y aceptada por el Hijo en un acto eterno de Amor esencial, que es Espíritu Santo, que es la esencia del Dios Trino y Uno, porque “Dios es Amor,” su esencia es amar y si Dios dejase de amar y amarse, dejaría de existir, de ser Tri-unidad, de ser Tres en Unidad de Ser, que es Amor. Dios no puede dejar de ser Padre lleno de amor, no puede dejar de perdonar al hombre, creado gratuitamente porque ha querido hacerle partícipe de su mismo Amor y Palabra, en la que contempla todo su Ser, desde el amanecer de su existir. Por eso, no puede dejar de ser Padre, que pronuncia para Sí y para nosotros de Palabra en la que se dice y nos dice todo su Amor, todo lo que nos ama en su mismo Amor, que es Espíritu Santo.

Por eso, como “Dios es amor,” esa es su esencia y el Padre no puede dejar de ser Padre, de estar engendrando con amor y felicidad al Hijo que le hace al Padre ser Padre y feliz eternamente, porque es su vida, su paternidad, porque le ama como es amado por el mismo Amor Personal y Esencial, que es Espíritu Santo.

Allí, en el altar del cielo, ya no celebraremos la Eucaristía como pascua, porque ya hemos llegado a la tierra  prometida, a  la meta y no habrá más pascua, porque ya no habrá más paso ni más tránsito, porque hemos llegado al final del proyecto, al esjatón, a lo Último, a Dios en su Ser primero y último y único; allí no habrá más Eucaristía como viático de eternidad, como comida y  alimento del pan para la vida eterna, porque hemos llegado a Vida Eterna, porque los peregrinos  ya han conseguido llegar al corazón amigo del Dios Uno y Trino, que tanto me amó que entregó su vida, que era su Hijo, para que yo pudiera tenerla eterna en su misma intimidad y esencia divina.       Todos los medios y signos terrestres ya han pasado, fueron provisionales: el templo, el sacerdocio, la pascua, la comida, la liturgia, los sacramentos, hasta la misma Eucaristía: Aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura (Hb 13,14). ¡Que deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo!. 

 La Eucaristía es la presencia corporal de Cristo, del evangelio entero y completo, de la fuente de gracia de todos los sacramentos, de todos los misterios de Dios para con nosotros, de toda la Salvación y del esjatón final anticipado y metido como cuña en el tiempo: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús. La Eucaristía es la presencia más presencia corporal del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en la tierra por el Hijo Amado. Y todo por amor total en amistad de Dios con los hombres. La Eucaristía como Eucaristía, como comunión y como sagrario siempre será presencia de amistad y de amor hasta el extremo:«.... mientras la Eucaristía es conservada en nuestras iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Enmanuel, es decir, Dios con nosotros... Habita con nosotros lleno de gracia y de verdad, ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles...» (Mysterium fidei 67).

El diálogo eucarístico se dirige siempre, a través del signo, a la persona misma de Cristo celeste y pascual, vivo y resucitado, el único que existe, porque la Eucaristía es el pan escatológico, el banquete del reino de Dios, su explicación y parábola más bella y que en lenguaje vulgar llamamos cielo; el sagrario es la amistad del cielo, querida y anticipada por Jesucristo en la Eucaristía para su Iglesia peregrina, cuya ciudad se encuentra en los cielos (Flp 3,20). Es el banquete donde  la amistad es condición indispensable y esto no hay que olvidarlo nunca para ver y analizar cómo y para qué comulgamos y celebramos, y aquí está la clave para entender plenamente  la Eucaristía, sobre todo, los frutos de la comunión y de la Eucaristía.

La amistad, mejor, el deseo de amistad es indispensable y se celebra y aumenta,  como en toda comida. Aquí es donde mejor y más se alimenta la  intimidad mutua de Cristo con los suyos y de los suyos con Dios Uno y Trino, y la posibilidad de amarse mutuamente sin medida. La Eucaristía, el sagrario es siempre un libro silencioso pero abierto permanentemente para leer las cosas del amor divino, sea cual sea el lugar y el rincón que ocupe en la iglesia; el sagrario es Cristo Eucaristía, el mejor maestro de oración, santidad y vida cristiana; es Dios mismo cercano, amigo y confidente, es nuestro Dios Trino y Uno con los brazos abiertos a la intimidad y a la amistad con el  hombre por el Hijo  Amado: Jesucristo vivo, vivo y resucitado.

Toda la liturgia de la tierra termina en la liturgia del Apocalipsis, allí ya será y está el fin y la síntesis de todo y de todos que es Dios, que es la Amistad eterna con el Eterno, nuestro Dios Trino y Uno, es decir, Dios Amor-Amistad en diálogo infinito con los Tres y con todos en el Todo del Círculo Trinitario y allí y eternamente celebraremos en visión celeste de gloria esta Amistad soñada por Dios desde el amor más gratuito que nunca el hombre pudo soñar y que por eso mismo le cuesta creer y comprender: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él no amó primero…” ; amistad celebrada como anticipo en la Eucaristía y  añorada en plenitud desde la fe, la esperanza y el amor, virtudes sobrenaturales que nos unen directamente con Dios durante el peregrinaje.

El autor del Apocalipsis contempla el evento escatológico como una solemne liturgia celeste, celebrada por los ángeles y santos, llena de luz y de cantos y de gloria. El canto del Aleluya expresa el gozo de todos aquellos, que habiéndose mantenido fieles hasta el final, han sido invitados a la cena nupcial del Cordero degollado, el Viviente, que estuvo entre los muertos pero ahora vive para siempre. Es el símbolo de la plena y beatífica comunión con el Dios Trino y Uno. Hasta allí me llevó la pascua de la Eucaristía, la comida del pan de la vida eterna, la presencia amiga del Sagrario, puerta del cielo, en la «que se nos da la prenda de la gloria futura»: «et futurae gloriae pignus datur».

       ¡Oh Jesús, mi dulce recuerdo, que das los verdaderos gozos del corazón! Tu presencia es más dulce que la miel y que todas las cosas.

No se puede cantar nada más suave, ni oir nada con más júbilo, ni  pensar nada más dulce, que Jesús, el Hijo de Dios.

Jesús, Tú eres la esperanza para los arrepentidos,  qué generoso para los que te suplican,  cuán bueno para todos los que te buscan y qué decir para los que te encuentran.

Ni la lengua sabe decir ni la letra puede expresar lo que es amar a Jesús; sólo puede saberlo el que lo experimenta.

Jesús, que seas Tú siempre nuestro gozo, nuestro último premio; que seas Tú nuestra gloria por todos los siglos. Amén».

       No puedo olvidar en estos momentos a la que fue la primeratienda de la Presencia de Dios en la tierra, el arca de la Alianza Nueva y Eterna, el primer sagrario de Cristo en la tierra, la madre de la Eucaristía: María, la hermosa Nazaretana, la Virgen bella, la Madre del Verbo de Dios hecho carne, la Virgen del Sagrario, ¡Madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! ¡Gracias por haberme llevado a tu Hijo Eucaristía! ¡Gracias por querer ser mi madre! ¡Mi Madre y mi Modelo! ¡Gracias!. Desde aquí mi beso más filial y  el agradecimiento más sincero: «Dios ha puesto en tí, oh Virgen, su tienda como en un cielo puro y resplandeciente. Saldrá de ti como el esposo de su alcoba e, imitando el recorrido del sol, recorrerá en su vida el camino de la futura salvación para todos los vivientes, y extendiéndose de un extremo a otro del cielo, llenará con calor divino y vivificante todas las cosas» (S.Sofronio, Sermón 2, PG3, 3242,3250).

NOVENA MEDITACIÓN

LA EUCARISTIA, MEMORIAL DE LA NUEVA PASCUA Y NUEVA ALIANZA DE CRISTO

       «Éste  es el misterio de nuestra fe», así proclamamos solemnemente a la Eucaristía después de la Consagración. Este grito aclamatorio es una invitación a orar, a pedir luz y gracia al Espíritu Santo, para comprender un poco la teología del misterio eucarístico. Sólo la fe iluminada y el amor encendido nos pueden poner en contacto con esta realidad en llamas que es Cristo resucitado y glorioso, celebrando para todos nosotros su triunfo sobre el pecado y la muerte que nos separaba de Dios y vencidos por su pasión, muerte y resurrección en la Eucaristía, en la que los presencializa sobre el altar y los ofrece al Padre por amor extremo, dando la vida en sacrificio, haciendo la Nueva y Eterna Alianza con Dios en su cuerpo entregado y su sangre derramada.

       La Eucaristía había que estudiarla de rodillas, había que celebrarla de rodillas, como yo sorprendí un día a una de mis feligresas que llevaba la comunión a los enfermos: me la encontré por la calle, la acompañé y me encontré con la sorpresa; me aclaró que los sacerdotes deben hacerlo de pie pero los seglares de rodillas, porque así lo hicieron Magdalena y aquella pecadora del banquete de Mateo...porque es Cristo en persona. Desde el convencimiento de que es y seguirá siendo un misterio, de que nos quedan muchos aspectos y realidades por captar y descubrir, vamos a decir algo de la Eucaristía como Eucaristía, como sacrificio desde la teología católica.

       La celebración de la Eucaristía ha sido deseada por el mismo Jesús y entregada a la Iglesia. La víspera de la Pasión, mientras estaba a la mesa con sus discípulos, quiso anticipar proféticamente su pasión, muerte y resurrección, para que los Apóstoles participaran vitalmente de su nueva Pascua: en el atardecer tenso del Cenáculo, las palabras del Señor han sonado firmes y vibrantes. Nadie será capaz de explicar lo que ocurrió aquel primer Jueves Santo de la historia, lo que sigue ocurriendo cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración sobre un poco de pan y de vino. Sólo hay una palabra que lo toca un poco y manifiesta su asombro: Mysterium fidei.

       La liturgia copta es más expresiva que la romana:   «Amén, es verdad, nosotros lo creemos. Creo, creo, hasta expirar mi último aliento confesaré que esto es el Cuerpo dador de vida de tu Unigénito Hijo, de nuestro Señor y Dios, de nuestro Salvador Jesucristo. El cuerpo que recibió de la Virgen María, Señora y Reina nuestra, la Madre purísima de Dios. A su divinidad unió Dios ese cuerpo, sin mezcla, confusión o cambio. Creo que la divinidad no ha estado separada ni por un momento de su humanidad. Él es quien se dió por nosotros en perdón de los pecados para traernos la vida y salvación eternas. Creo, creo, creo que todas estas cosas son así».

       Y la verdad, hermanos, que para el hombre creyente no son posibles otras palabras. La Iglesia, en los Apóstoles, recibió el tesoro, los gestos, las palabras: Haced esto en memoria mía, pero no posee una plena explicación y comprensión del misterio, que ha de ser tocado y aceptado y poseído sólo por la fe: Misterio de fe.

       El apóstol Juan, que en la Última Cena ocupó el lugar inmediato a Jesús, apoyado sobre su corazón, quedó  marcado para siempre por la experiencia de esta hora. Lo que él vivió en aquellos momentos lo expresó en estas palabras: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de sus fuerzas, hasta el extremo de su amor y de su vida, hasta el extremo del tiempo.

Cristo había salido del Padre y al Padrevolvía en la Nueva Pascua, una vez realizado el pacto o la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, “por su sangre derramada por los pecados”. Cristo en esta Acción de Gracias, que es la Eucaristía, en este Cena Última quiso instituir la Nueva Pascua de la Nueva Alianza de Dios con los hombres.

       La Pascua cristiana tiene su anticipo e imagen en la pascua hebrea y no se puede explicar y comprender perfectamente sin recurrir a ella. Es en el Antiguo Testamento, como hemos dicho, donde encontramos figuras y hechos, que la hacen más comprensible y que sirven de anticipo y comprensión de su contenido teológico. MAX THURIAN nos dirá, «que la Eucaristía sólo puede comprenderse en su significado profundo, si se la explica por la tradición litúrgica del Antiguo Testamento. Si se interpretase la comida eucarística, como un acto nuevo y totalmente independiente, no llegaríamos a sus raíces más profundas» (La Eucaristía, Memorial del Señor, o. c. pag 28).

       Por eso, toda la tradición apostólica, patrística y eclesial, para explicar la Pascua y la Alianza del Nuevo Testamento instituida por Cristo ha mirado las figuras y las instituciones del Antiguo Testamento: Pascua, Alianza, Memorial.... y ésta es la razón por la que comenzamos nuestra meditación con la exposición breve de estas tres realidades veterotestamentarias que le dan marco y fundamento.   

       Nosotros queremos explicar fundamentalmente la santa Eucaristía tal como fue instituida por Cristo en la Última Cena, esto es, como Nueva Pascua y  Nueva Alianza y, para esto, podemos hacernos tres preguntas:

1.- Qué significó para el pueblo judío la Pascua y su celebración.

2.- Qué significó para Jesucristo.

3.- Qué debe significar para nosotros.

PRIMERA PARTE

ANTIGUO TESTAMENTO: PASCUA HEBREA

 

A) LA PASCUA HEBREA COMO ACONTECIMIENTO HISTÓRICO:

1) EL SACRIFICIO Y LA CENA DEL CORDERO PASCUAL

       La pascua hebrea, el paso de Dios sobre su pueblo, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la travesía del desierto, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial....La pascua judía, iniciada con la cena del cordero pascual y continuada con hechos extraordinarios como el maná, el agua viva brotada de la roca... es la institución veterotestamentaria que arroja más sentido y comprensión sobre el contenido, las palabras y los gestos de Cristo en la Última Cena.

       Diversos pasajes del Éxodo, en el capítulo 12, sobre todo, y del Deuteronomio, en el capítulo 16, nos dan a conocer elementos bien concretos del rito pascual que anticipan la Cena del Señor. La cena pascual judía es la celebración de estos hechos que hemos enumerado. Es el recuerdo memorial de la cena del cordero por toda la familia reunida en la esclavitud de Egipto, es la salida y el comienzo del éxodo desde Egipto hasta la tierra prometida, es la salida de la esclavitud, el comienzo singularísimo de la historia de Israel, en el que Yahvé interviene en favor de su pueblo cumpliendo las promesas de Abrahán, para establecer con ellos una alianza que sellará su existencia como pueblo elegido.

       "Yahvé dijo a Moisés y Arón en tierra de Egipto: Este mes será para vosotros el comienzo del año, el mes primero del año. Hablad a toda la asamblea de Israel y decidles: El día diez de este mes tome cada uno según las casas paternas  una res menor por cada casa. Si la casa fuere menor de lo necesario para comer la res, tome a su vecino, al de la casa cercana, según el número de personas, computándolo para la res según lo que cada cual puede comer. La res será sin defecto, macho, primal, cordero o cabrito. La reservarás hasta el día catorce de este mes y toda la asamblea de Israel lo inmolará entre dos luces. Tomarán de su sangre y untarán los postes y el dintel de la casa donde se coma. Comerán la carne esa misma noche, la comerán asada al fuego, con panes ácimos y lechugas silvestres. No comerán nada de él crudo, ni cocido al agua; todo asado al fuego, cabeza, patas y entrañas. No dejaréis nada para el día siguiente; si algo quedare, lo quemaréis. Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies y el báculo en la mano y comiendo de prisa, es la Pascua de Yahvé. Esa noche pasaré yo por la tierra de Egipto y mataré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los animales, y castigaré a todos los dioses de Egipto. Yo, Yahvé. La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; yo veré la sangre y pasaré de largo, y no habrá para vosotros plaga mortal cuando yo hiera la tierra de Egipto. Este día será para vosotros memorable y lo celebraréis solemnemente en honor de Yahvé de generación en generación: será una fiesta a perpetuidad"  (Ex.12,1-14).

            Es Pascua de Yahvé(v 11). La palabra pesah, en latínpascha, podemos traducirla por "pasar por "pasar por encima de"... Por tanto, "este paso por encima@que exime y exceptúa a las viviendas de los Israelitas, tiene sentido de salvación. La explicación se dará más completamente en los versículos siguientes...

       Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan  preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía. (Cf. MELITÓN DE SARDES,Homilia de Pascua, siglo II).En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia leemos estas palabras: "(Oh misterio nuevo e inexpresable! La inmolación del cordero se convierte en salvación de Israel, la muerte del cordero en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, oh ángel, qué fue lo que te llenó de temor? Está claro: tú has visto el misterio del Señor cumpliéndose en el cordero, la vida del Señor en la inmolación del cordero, la figura del Señor en la muerte del cordero y por esto no has castigado a Israel" (MELITÓN DE SARDES, sobre la Pascua, 31.;Sch 123,p.76). Y el PSEUDO HIPÓLITO exclama: ")Cuál será la fuerza de la realidad cuando la simple figura de ella era causa de salvación? (Ps. Hipólito, sobre la Pascua,3; Sch.27, p.121) Para los Padres y para la iglesia está claro que desde la noche del éxodo Dios contemplaba ya la Eucaristía y pensaba en darnos el verdadero Cordero Salvador:"Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros y no habrá plaga exterminadora..."(Ex.12,13).

             Todo esto lo cree y lo reza la liturgia de la Iglesia en uno de sus prefacios pascuales, con mayor expresividad en su versión latina: "...pascha nostrum inmolatus est Christus: qui oblatione sui corporis, antiqua sacrificia in crucis  veritate perfecit, et seipsum pro nostra salute commendans, idem sacerdos, altare y agnus exhibuit.... "Cristo, nuestra pascua,(cordero pascual) ha sido inmolado. Porque él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza y, ofreciéndose a sí mismo, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar".

       El Éxodo, pues, no es sólo el momento de partida, después de la cena del cordero, en aquella noche llena de acontecimientos, que dan fin a la esclavitud en Egipto, abarca también otros muchos hechos extraordinarios, mencionados anteriormente, y que nos ayudan a comprender mejor el contenido del misterio eucarístico. La celebración de la pascua tenía lugar el día 15 del primer mes,  llamado Nisán después del exilio, comenzando con la tarde del día 14.

       "Cuando os pregunten vuestros hijos: «)qué significa para vosotros este rito?, responderéis: «Este es el sacrificio de la pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas cuando hirió a los egipcios y salvó vuestras casas»"(Ex.12,26-27). Y, celebrándolo así, es como este rito se convierte en recuerdo memorial de la Pascua Judía, esto es, de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la alianza con su pueblo.

2) ALIANZA POR LA SANGRE

En esta pascua se celebra también, como hemos dicho, un pacto de amistad, una alianza de protección y de amor de Dios con su pueblo, en las faldas del monte Sinaí, siguiendo los ritos de entonces, esto es, sacrificio de ternero y sangre derramada sobe el pueblo y el altar, sino de dios. El mismo término de alianza tiene su contenido y obligaciones basados en lo pactos y compromisos sociales nacidos  entre los pueblos y clanes familiares.

       Sobre la base de la solidaridad de la sangre, fortísima entre los pueblos nómadas, para firmar un pacto, se hacía con sangre, mediante un rito consistente en un cambio de sangre entre los pactante, que simbolizaba y sancionaba el ingreso de un individuo o de un grupo familiar en el otro grupo, como si tuvieran un mismo origen, se hacían «consanguíneos», con la consiguiente participación en los mismos derechos y obligaciones familiares. Bajo este aspecto, la Alianza de Israel con Yahvé, simbolizada por la sangre derramada mitad sobre el altar, que representa a Dios, mitad sobre el pueblo, indicaba la participación de Israel en los bienes de Dios y, en un cierto sentido, la asunción por parte Dios de los intereses de Israel. Otras veces este rito consistía en un convite sacrificial, por el que se significaba la participación para siempre en los mismos bienes y derechos de los contrayentes.

       La alianza, contraída por Dios con su pueblo en el desierto, emplea la sangre con este significado vital que tenía entre los hebreos y viene a significar la comunión de vida que de ahora en adelante existirá entre Dios e Israel. Dice Yahvé a Moisés: "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y  nación santa" (Ex. 19,3-6). El rito de la conclusión de la alianza tiene lugar en el monte llamado Sinaí en los pasajes atribuidos al Yahvista(Ex. 19, 11b-18) y Horeb en los atribuidos al Elohista(Ex.33,6): "Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho Yahvé y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una: Cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé. Entonces escribió Moisés todas las  palabras de Yahvé y levantándose muy de mañana, alzó al pié del monte un altar  y doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes de los israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificio de comunión para Yahvé. Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en una vasija y la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé. Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza, que el Señor ha hecho  con vosotros, según las palabras ya dichas@  (Ex.24,3-9).

       La sangre derramada después del juramento tanto sobre el altar como sobre el mismo pueblo significa una nueva unión más fuerte que se dará de ahora en adelante entre Dios e Israel y de Israel con su Dios. Y así interpreta Moisés este gesto simbólico al decir: "Esta es la sangre de la Alianza...@   Todo lo dicho aquí es muy importante para nuestra exposición, porque Jesús mismo, en la institución de la Eucaristía, cita la fórmula ritual de Moisés y la incorpora para siempre a las palabras de la consagración: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza...@ (Mt.26,28). Mediante esta nueva alianza, Dios quiere conducir a su nuevo pueblo a una vida de comunión con Él, y los hombres son invitados a entrar en este designio de Dios, conformándose en todo a su voluntad.

B) LA PASCUA HEBREA COMO RECUERDO MEMORIAL: CELEBRACIÓN RITUAL

El rito de la cena pascual por parte del pueblo judío hasta los tiempos actuales no es un puro recuerdo de aquellos hechos liberadores y de aquellos pactos de amistad con Dios, sino que es un memorial, un recuerdo memorial. Memorial es un concepto bíblico fundamental en toda la vida de Israel y en particular en la celebración ritual de la Pascua. El memorial, asociado al rito siempre igual de la cena pascual judía, tiene como objeto recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y que se vuelven a poner ante los ojos de Yahvé, para que recordándolas, Dios renueve la salvación y la liberación concedidas a Israel.

"Este día será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones@ (Ex.12,14). "Dijo, pues, Moisés al pueblo. «Acordaos de este día en que salisteis de Egipto, de la casa de la servidumbre...»@(Ex.13,3-10). En la celebración de la cena pascual, los padres tenían la obligación de dar una catequesis a los hijos más pequeños sobre el significado de aquella cena, que estaban celebrando y de sus ritos:     "Cuando hayáis entrado en la tierra que el Señor os va a dar, como ha prometido, observaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: «)qué significa este rito?», responderéis: Es el sacrificio de la pascua en honor del Señor, que pasó de largo ante las casas de los israelitas de Egipto, cuando castigó a los egipcios y perdonó a nuestras familias"  (Ex.12,25-27).

       El rito pascual celebrado de esta forma se convierte en una institución permanente, unido indisolublemente al hecho de la liberación de Egipto y es un memorial de toda la realidad del éxodo. El memorial pascual no era mera evocación y recuerdo subjetivo del pasado. Al hacer presente el rito, se quería recordar a Dios las maravillas realizadas antiguamente, para que las siguiera realizando en el presente, en favor de su pueblo. También servía para recordar al pueblo los compromisos contraídos con Dios por la Alianza, que ahora tenía que hacer actuales.

       Por tanto, el rito memorial, por excelencia, del pueblo judío era el rito pascual. Esta memoria pascual, repetida periódicamente, de una parte, provoca el agradecimiento del pueblo a Dios por la salvación recibida, y por otra, en cuanto institución divina, obliga a Dios a "acordarse", esto es, a revivir y renovar los prodigios hechos en favor de su pueblo, según las palabras del salmo 111,4-5: "Ha hecho maravillas memorables, el Señor es compasivo y misericordioso: Da alimento a los que le honran, acordándose siempre de su alianza@.

       Y esta comprensión bíblica de la pascua judía como memorial es el sustrato que está en la base conceptual e institucional de las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19; 1Cor.11,24-25), que San Pablo comenta en concreto: "Así, pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga" (1Cor.11,26). La Eucaristía será para los creyentes en los siglos venideros el "memorial" de la obra redentora de Cristo, de la Nueva Pascua que nos libera de la esclavitud del pecado y de la muerte y de la Nueva Alianza que firma el pacto eterno de amistad de Dios con los hombres en la sangre derramada del “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, como lo profetizó San Juan Bautista.

Quiero terminar este apartado añadiendo que la pascua judía no solo era memorial de una liberación pasada que Dios hace presente, sino que después del exilio miraba cada vez más al futuro. Ello era debido a que los profetas contemplaban la venida de un  nuevo Moisés. Yavéh era la  garantía y la esperanza mesiánica en el futuro.

DÉCIMA MEDITACIÓN

SEGUNDA  PARTE

I.- NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO, NUEVA PASCUA, NUEVA ALIANZA

A) EL CONTEXTO DE LA PASCUA CRISTIANA

       Entramos ya en el Nuevo Testamento. Y lo primero será comprobar ciertamente que Cristo instituyó la Eucaristía en un contexto pascual, es más, la mayoría de los autores avalan que lo hizo en el marco de la cena pascual judía.

       Ateniéndonos a los sinópticos, Jesús celebró la última cena"el primer día de los Ázimos", la noche del 14 al 15 de Nisán, al ocaso del sol; por consiguiente, fue una cena pascual judía y todos los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 14 al 15. (Sin embargo, según el evangelio de Juan (Jn.13,1.29; 18,28), Jesús muere el día 14, pues ese día los corderos eran inmolados en el templo y, puesto el sol, se comía la cena pascual. No quiero entretenerme en este tema) Es más, para los sinópticos es totalmente cierto que la Última Cena fue la cena pascual judía y que en ella Cristo instituyó la Eucaristía. "El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: )Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? (Mc.14,12).

       No hay que maravillarse, por tanto, de que ya en el siglo IV, Efrén el Sirio, aludiendo a las notas de la cena pascual de Cristo, entonara esta bienaventuranza: "Dichosa eres tú, oh noche última, porque en ti se ha cumplido la noche de Egipto. El Señor nuestro en ti ha comido la pequeña pascua y se convierte el mismo en la gran Pascua.... He aquí la pascua que pasa y la Pascua que no pasa. He aquí la figura y he aquí su cumplimiento" (Himnos sobre  los ázimos, citado por U.NERI, o. c. p.90).

       Para comprender mejor la institución de la Eucaristía como memorial de la Pascua de Cristo dentro de la pascua judía podríamos añadir el paralelismo entre los ritos de la pascua hebrea y los gestos de Jesús en esta noche, en los cuales tampoco me quiero parar.  

B) LOS TEXTOS DE LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

1.- El testimonio de Pablo en su primera carta a los Corintios es el más antiguo; la carta fue escrita en torno al año 56-57, siendo anterior a los evangelios. "Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban  a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros: Haced esto en memoria mía@(1Cor.11,23-25). El contenido de la acción de Jesús está perfectamente explicitado  no solo por sus palabras sino también por sus gestos. El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, con un gesto profético anticipa el hecho de su muerte mediante el pan que se convierte en su cuerpo entregado por todos y repartido entre los apóstoles. El cuerpo ofrecido y la sangre derramada es la nueva alianza en su sangre. Él es el nuevo cordero y la nueva alianza. Este es el significado esencial de esta cena pascual para Pablo: "Cada vez que  coméis  este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del  Señor hasta que vuelva@(1Cor. 11,26). El Señor vuelve en la resurrección, que inaugura los bienes escatológicos para todos.

        En la misma carta, Pablo vuelve a recurrir a la autoridad de la tradición en otra verdad fundamental de la fe cristiana: la muerte y resurrección del Señor:"Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según  las Escrituras@  (15.3-4). Para Pablo como para todo creyente, sin resurrección de Cristo no hay cristianismo."Vana es nuestra fe@(1Cor.15, 17). Todo lo que Cristo dijo e hizo es verdad porque Él ha resucitado y la resurrección de Cristo arroja luz de verdad sobre toda su persona y sus dichos y  hechos salvadores, desde su nacimiento hasta su muerte. Es el Hijo de Dios, el cordero de Dios que quita los pecados y la separación entre Dios y los hombres mediante su muerte y resurrección.  

       "Esta es la sangre de la alianza". Jesús utiliza aquí la copa tercera o copa de bendición y la pone en relación directa con su sangre, que derramará en la cruz. Se trata de la sangre que sellará la nueva y definitiva alianza en sustitución de aquella con que Moisés selló la antigua (Ex.24, 8).   "Haced esto en memoria mía": con estas palabras Jesús expresa su clara intención de que los apóstoles y sus sucesores deben repetir este rito, este memorial eucarístico instituido por él. Estas palabras las pronunció ciertamente.

       Llegados a este momento estamos ya en condición de entender la Eucaristía como memorial de la Nueva Pascua y de la Nueva Alianza instituida por Jesucristo. Pero sin olvidar por ello que la distancia entre el memorial del AT. y del NT. es infinita, como afirma DURRWELL: APero la diferencia es demasiado grande. Una cosa es el cordero comido y otra el  acontecimiento celebrado... el acontecimiento que se celebra es ese hombre mismo, su misterio personal, entero, el de su muerte en la que es glorificado... las dos pascuas, la judía y la cristiana, coinciden en sus dimensiones, pero en profundidad la distancia que las separa es infinita..@  (o.c. pag. 26-27). En la Eucaristía, Jesús sustituye el antiguo memorial por el memorial de la nueva pascua y nueva alianza, que realiza en su muerte y resurrección. Lo afirma claramente Pablo:"Porque cuantas veces comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1Cor. 11,26).

       Después de todo lo dicho, lo que Jesús hace en la Última Cena podría bien ser calificado de gesto profético. Todo lo que sucederá el día siguiente en su persona, con su cuerpo destrozado y su sangre derramada, es anticipado por Él en aquella mesa. Las palabras que acompañan al gesto de Jesús no sólo hacen presente su muerte sino que explican su sentido salvífico en el plan de Dios. Esta muerte es la verdadera y definitiva pascua, el único y verdadero sacrificio de expiación, la nueva alianza.

       Los apóstoles, conocedores del lenguaje de los profetas, no tuvieron dificultad en entender y comprender que lo que Jesús hacía aquella noche era un gesto profético, una palabra divinamente eficaz, que realizaba lo que decía. Por tanto, el Señor, en el marco de la pascua judía, da a los suyos su cuerpo y su sangre: cuerpo y sangre que se inmolarán en la cruz históricamente al día siguiente y hará a los suyos beneficiarios de los frutos de la salvación.

       Resumiendo: Una vez examinados los pasajes del NT. sobre la Eucaristía, vemos en ella la condensación de las profecías y figuras del Antiguo. Los temas de la Alianza antigua se concentran en ella: pascua, alianza en la sangre, banquete, memorial.... Todos ellos son sintetizados de forma admirable en el gesto más sencillo que se pueda imaginar: un poco de pan y de vino que Jesús pone, en el marco de la Cena Pascual, en conexión con su muerte en la cruz.

       La Eucaristía es, por tanto, la renovación del sacrificio de la cruz en el que se nos da a comer la víctima pascual en banquete de comunión. Por eso, después de la consagración, podemos decir al Señor que acaba de hacerse presente, con la aclamación: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!»  Y el Señor se hace presente su pasión, muerte y resurrección, es decir, su Pascua y Alianza del Padre con los hombres mediante la Eucaristía, que es un memorial, que no es solo recuerdo del pasado, sino recuerdo memorial que lo hizo presente proféticamente en la Última Cena y ahora lo hace presente recordando.

       La Eucaristía contiene todo el misterio de Cristo, todo lo que Cristo encarnó y resucitó en vida nueva para todos, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios de su misterio salvador, de su persona, de sus sentimientos, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo... Y todo esto, porque Cristo ha transcendido ya la historia y el espacio. Es el Cristo celeste el que vive y ofrece en sacrificio eterno su inmolación pascual, que fue de toda su vida, pero significado y realizado especialmente en su pasión, muerte y resurrección. La irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad incrustada en el tiempo. Si es cuestión de poder, Dios lo tiene.

       El sacrificio, ya aceptado por el Padre, mediante la resurrección y ascensión y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sacramentalmente- "in  mysterio"-, sobre el altar,- no otro ni una representación del mismo,  velado  ciertamente por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único sacrificio de la Última Cena y del cielo. Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica "DIES DOMINI",n1 75.

       Al resucitar a su Hijo, el Padre"hace habitar en Él corporalmente toda la plenitud de la divinidad..."(Col. 1,19; 2, 9)  y realiza de este modo la salvación en totalidad escatológica, sin que tenga que añadirse nada en adelante para completarla. En la resurrección y en virtud de la muerte filial (Flp.2,8 ss) es donde Cristo recibe el título de Señor (Rom.10,9ss): nombre de la omnipotencia escatológica. La realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección (Ven Señor Jesús!@. Por la Eucaristía viene el esjatón, el final, Cristo eterno y glorioso, consumado ya.

       Esto es lo que se hace presente en la Eucaristía.  )Cómo? Como memorial profético, en virtud del mandato: "Haced esto en memoria de mí". La fe me asegura que Cristo está presente en la Eucaristía, como está en la cena, está en la cruz y está en el santuario celeste. Está realizando íntegramente todo su misterio de salvación y presencializándolo en el aquí y ahora del tiempo, aunque no podemos explicarlo ni comprenderlo plenamente. Por la fe sé que está  y lo realiza ciertamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación en el conocimiento que Dios tiene de sí y de las cosas, y aunque yo participo de ese conocimiento, no lo puedo ver como Él. Dios me desborda en todo, en el ver y comprender.

       La vivencia, el conocimiento místico, sin embargo, tiene su fuente de conocimiento en el amor. San Juan de la Cruz afirmará muchas veces que es una forma de conocer más plena que por vía del entendimiento, porque en la "noticia amorosa", en la "sabiduría de amor" de la vivencia, tocando y haciéndose una realidad en llamas con el objeto amado, percibe mejor la realidad y sus latidos. Los verdaderos místicos son los exploradores que Moisés envió delante a explorar la tierra prometida, para que anticipándose en su contemplación, volvieran luego cargados de frutos para explicarnos su hermosura y animarnos a conseguirla. Es otra forma de conocer el objeto, también humana, lógica, espiritual. Dice S. Juan de la Cruz: "... pues aunque a V.R. le falte el ejercicio de la teología escolástica con que se  entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, más juntamente se gustan"(C.E.3).

       Por esto, podemos decir, que la teología es la luz de la fe que intenta extenderse al terreno de la razón, a fin de que el hombre se haga creyente por entero. La teología es un apostolado hacia dentro, con una misión hacia dentro: evangelizar la razón, llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente que también conoce por el amor. Pero hay otra clase de conocimiento, hay otro camino para llegar a las personas, es el amor. El conocimiento de la fe se hace luz y sabiduría de experiencia por el amor, por la unión con el objeto o la persona amada en unión de amor vivo, fundiéndose en una sola realidad en llama de amor viva con la persona amada. A los místicos les viene el conocimiento por el amor, que se pone en contacto directo, mediante la vivencia, con el objeto amado, y no encuentra tantos límites para captar y abrazar el objeto de conocimiento, como lo encuentra la razón: "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2Cor.10,4s).

       DURRWELL nos dirá Aque ante los propios misterios, la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Para seguir siendo discreta, la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orilla del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: )quién eres tú? Ya sabían que era el Señor" (Jn. 21,12). 

       La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: "lex orandi, lex credendi". Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí", de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas....

       Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy". Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel" (Ez. 3,1-3). La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse , llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el  teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada. La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado (cf. DURRWELL. o.c. 13-14).

       El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte "gloriosa", por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados. El sacrificio ha recibido ya la plenitud total de salvación y eficacia redentora por el Padre que ha acogido al Hijo desde el más allá y lo ha colmado de la gloria divina. Jesús había anunciado varias veces que su muerte estaba unida inseparablemente a su coronación gloriosa. El sacrificio debía ser afrontado solamente en la perspectiva de aquel final feliz. Por eso, el mensaje cristiano no puede separar nunca muerte y resurrección. Por eso debemos admitir cierta anticipación del estado glorioso del Salvador en el momento de la celebración de la Última Cena. Juan anticipó esta gloria en la misma muerte de Cristo en la cruz. Sólo el Cristo glorioso posee el poder de renovar la ofrenda de su cuerpo y de su sangre en sacrificio. Así se explica por qué la celebración de la Eucaristía no se realiza sólo en memoria de la pasión de  Cristo, sino también en memoria de su resurrección y  ascensión. Es Cristo resucitado el que baja al altar. Y como Salvador resucitado es como se ofrece como alimento y bebida en la comida eucarística. Así lo rezamos en la Plegarias Eucarísticas.

        Haced esto en memoria de mí". En la Eucaristía no se repite nada: ni los deseos de Cristo de dar su vida por nosotros, ni su sufrimiento ni su ofrenda, sino que se presencializa el mismo sacerdote y la misma víctima del Cenáculo, de la cruz y del cielo. Por muchas celebraciones que se hagan, nunca se repite el sacrificio, siempre es el mismo, porque no se representa otra vez sino que se presencializa el mismo y único sacrificio ofrecido de una vez para siempre. Puede haber muchas intenciones sacerdotales en la concelebración, tantas como sacerdotes, pero el sacrificio siempre es único y el mismo.

       Por lo tanto, la Eucaristía, por ser memorial "in mysterio" de la realidad de "Cristo",  presencializa la misma y eterna pascua, la misma y eterna Alianza, la misma víctima, intenciones, deseos sacerdotales y sacrificiales, el único sacrificio de la cruz ya consumado y aceptado por el Padre porque le resucitó sentándolo a su derecha y es ya para siempre el cordero degollado y glorioso ante el trono de Dios, pura intercesión por nosotros y con el cual conectamos en cada Eucaristía.

       Es más, me atrevo a decir: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres a realizar por el Verbo: "Padre, sacrificios y ofrendas no quieres... aquí estoy para hacer tu voluntad..." (Hbr. 10,5) y se le dotó de un cuerpo humano:"... pero me has dado un cuerpo" (Ibid.) nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente - mediante el paso definitivo al Padre, a los bienes escatológicos- esjatón pascual y ya no hay más novedad posible en el mismo seno del Dios Trino y Uno (según su proyecto) y el mismo fuego  de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse, lo manifestó como Hijo y lo llevó sudoroso y polvoriento por lo caminos de Palestina predicando la Buena Nueva de Salvación y Eternidad para todos los hombres hasta el testimonio martirial de su vida por ellos...."ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros.." al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, por el mismo Espíritu Santo de donde había nacido...., perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma repetidamente la liturgia del Apocalipsis.

       Así pues, todo el misterio de Cristo, desde que nace como proyecto en el seno del Padre y se encarna en el seno de María: "La Palabra estaba junto a Dios.... la Palabra se  hizo carne@(Jn.1,1;14 ), con toda su vida encarnada, con sus ansias de amor y de entrega: "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo..."(Lc.22,15), desde la Encarnación hasta la Ascensión, especialmente pasión, muerte y resurrección, es lo que se hace presente, al hacer el sacerdote por el Espíritu Santo la memoria de Cristo como Él quiso "recordarse y ser recordado" por "la memoria" de su Iglesia, eternamente ante Dios y por la Eucaristía ante los hombres.

       Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la Eucaristía, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria: «Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la  cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora...»(Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340) (Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373).

       Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de Santa Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas: «Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión..... Honor a Ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre.... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo,  que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a Ti por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a Ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas Tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen…» (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628, pp.408-410).

       Al decir "haced esto en memoria mía" el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo mi muerte y resurrección, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos...de mi voz y mis manos emocionadas...  "Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí..." No nos olvidamos, Señor.

       Y todo esto se hace presente en cada Eucaristía y Jesús "se recuerda" para la Stma. Trinidad, para Él y para nosotros, haciéndolo presente. Así es como Jesucristo, proyecto salvador de los hombres, sale del Padre por amor de Espíritu Santo y en la Eucaristía, vuelve a Él, como proyecto final escatológico logrado por el mismo Espíritu en el Hijo-hombre, y en ella y por ella participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del  mundo al Padre, que Él, el Hijo eterno y, al mismo tiempo, verdadero hombre, hizo de una vez para siempre.

       Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siquiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre enviando al Hijo movido por el Espíritu Santo manifestando la unión de la Trinidad y Eucaristía.

       Queridos amigos, he hablado de la Eucaristía, en la medida en que he podido captarla y expresarla como creyente, no sólo como teólogo. En definitiva, he tratado de expresarla en palabras humanas. Hay otra forma mucho mejor de presentar la Eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: A(Este es el sacramento de nuestra fe!@Y hay una manera mejor de acogerla: es la que practicamos cuando respondemos al sacerdote en la misma fe: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, (Ven, Señor Jesús!"

       Quiero terminar esta meditación haciendo uso de la inclusión semítica, en la que para subrayar la importancia de una afirmación, se repite al final del discurso: Hermanos y amigos: ¡Realmente grande es el misterio de nuestra fe!

11ª MEDITACIÓN: IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN  EUCARÍSTICA PARA LA VIDA Y EL MINISTERIO SACERDOTAL (De suyo está escrita para sacerdotes, pero se puede adecuar para todo cristiano)

“Adoro te devote, latens Deitas...” Te adoro devotamente, oculta Divinidad... Queridos hermanos y amigos sacerdotes del arciprestazgo, nuestra primera mirada, nuestro primer saludo en esta mañana sea para el Señor, presente aquí, en medio de nosotros, bajo el signo sencillo, pero viviente del pan consagrado. Jesús, Sacerdote y Pastor supremo, te adoramos devotamente en este pan consagrado. Toda nuestra vida y nuestro corazón ante Tí se inclinan y arrodillan, porque quien te contempla con fe, se extasía y desfallece de amor.

       Como estoy ante muy buenos latinistas, -en nuestro tiempo se estudiaba y sabía mucho latín-, tengo que advertir que la traducción del himno es libre, pero así expreso mejor nuestros sentimientos de admiración sacerdotal ante este misterio de amor de Jesús hacia los hombres, sus hermanos. Nos amó hasta el extremo del tiempo y del espacio, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Ordinariamente comentamos esta promesa del Señor en la vertiente que mira hacia Él, es decir, su amor extremo y deseo de permanecer junto a nosotros. Pero me gustaría también que fuera nuestra respuesta en relación con Él: Señor, nosotros estaremos siempre contigo en respuesta de amor ante tu presencia sacramentada en la Eucaristía.

 Si el Señor se queda, es de amigos  corresponder a su presencia eucarística, porque el sagrario para nosotros no es un objeto más de la iglesia ni su  imagen, es Cristo en persona, vivo y resucitado, con toda su vida y hechos salvadores para nuestras parroquias y para nuestra vida y apostolado.

Por eso me atrevo a deciros, que todos los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, que además servimos de ejemplo para nuestros feligreses, tenemos que vigilar mucho nuestro comportamiento con el sagrario, es decir, con Jesucristo vivo y en persona, con su presencia eucarística, pues nos jugamos toda nuestra vida personal y apostólica en relación con Él, porque Jesucristo Eucaristía  no es  una parte del evangelio, de la salvación, de la liturgia o de la teología, es todo el evangelio, toda la salvación, Cristo entero, Dios y hombre verdadero, es la vid, de la cual todos nosotros somos sarmientos.

Repito que hay que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento con la Eucaristía. Pongamos un ejemplo: si después de la Eucaristía, hablo y me comporto en la iglesia, como si Él no estuviera allí, como si fuera  la calle, entonces me cargo todo lo que he celebrado y predicado, porque este comportamiento lo destroza y pisotea y no soy coherente con  la verdad celebrada y predicada, que es Cristo, que permanece vivo, vivo y resucitado para ayudarnos en todo. Estas cosas que se refieren al Señor, sobre todo, a la Eucaristía, hay que decirlas con mucha humildad, porque hay que decirlas también con mucha verdad y esto no es siempre agradable. En estos momentos estamos en su presencia y  no podemos engañarle ni engañarnos, no puedo ni debo, porque os quiero y deseo deciros verdades a veces un poco desagradables, lo cual es doloroso, máxime siendo uno también pecador, necesitado de perdón y comprensión.

            Queridos hermanos, es tanto lo que me gusta estar en oración  con vosotros y tantísimo lo que debo a esta presencia de Jesús sacramentado, confidente y amigo, que me lanzo sin reparar mucho cómo pueda hacerlo ni a dónde llegar. Todo quiere ir con amor, con verdad, con humildad, actitudes propias del que se siente agradecido pero a la vez, deudor, ahora y más tarde y siempre a su presencia eucarística. Deudor es traducción de limitado en cualidades y amor, finito en perfecciones, pecador en activo. Pero esto no me impide hablar de Él y de su presencia eucarística aunque sea deficitario ante ella.

Dice el Vaticano II, en el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros: «Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización... La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas. En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva ...» (PO 5).

Ante esta doctrina teológica y litúrgica, tan clara del Concilio, nosotros debemos preguntarnos cómo la estamos viviendo, si verdaderamente Cristo Eucaristía es el centro de nuestra vida personal y apostólica, hacia dónde está orientado nuestro apostolado, a dónde apuntamos y queremos llegar. Porque hasta dónde llegaron los mejores Apóstoles y ministros y cristianos que ha tenido la Iglesia, cómo vivieron, trabajaron y recibieron fuerzas para el camino, sí lo sabemos por sus vidas, su apostolado y sus escritos. Ni uno solo apóstol fervoroso, ni un solo santo que no fuera eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, «aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe. Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él,  primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse  acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal,  otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa», «contemplación de amor».

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Tí, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad  para mí, no sólo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era  puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y  gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía  y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

Santa Teresa refiriéndose a la etapa de su vida en que no se entregó totalmente a Dios, elogia sus ratos de oración, donde al estar delante de Dios, sentía cómo Dios la corregía: «...porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo que alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hasta diligencias para no le venir a ofender»  (Libro de su Vida, cap. 8, n12). La presencia de Dios en la oración, máxime si es tan cercana como la presencia eucarística, no se aguanta si uno no está dispuesto a convertirse.

Señor, qué alegría sentirte como amigo, para eso instituiste este sacramento, no quiero dejarte jamás, y unas veces me enciendo en tu amor y te prometo no apartarme jamás de la sombra de tu santuario; otras veces, me corriges y empiezas a decirme mis defectos: quita esa soberbia, ese buscarte que tienes tan dentro, y salgo decidido a ponerlo en práctica con tu ayuda; otras veces me siento de repente lleno de tus sentimientos y actitudes y quiero amar a todos, perdonarlo todo y así van pasando los días y cada vez más juntos:“tú en mí y yo en tí, que seamos uno, como el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Otras veces, por el contrario, todo se viene abajo y soy yo el que digo: Señor, ayúdame, he vuelto a caer otra vez en el pecado, de cualquier clase que sea, y cómo se siente el perdón y la misericordia del Señor, cómo le vemos a Cristo salir del sagrario y acercarse y arrodillarse y lavar nuestros pies, nuestros pecados y oigo su voz: “véte en paz, yo no te condeno”, y qué alegría siente uno, porque siente verdaderamente el abrazo y el beso de Cristo: “El padre lo besó y abrazó y dijo…,”  sentir todo esto y saber que del pecado de ahora y de siempre no queda ni rastro en mi alma y menos en el corazón y la memoria de Dios. Y entonces es cuando por amar y sentir el amor de Cristo, uno empieza a tratar de no pecar y corregirse más por no querer disgustarle y no romper el amor y la unión con Él que por otros motivos.

¡Cuánta soberbia a veces en nuestras tristezas por los pecados, en nuestros arrepentimientos llenos de depresión por no reconocernos débiles y pecadores, por lo que somos y de donde no podemos salir con nuestras propias fuerzas sino con la ayuda de Dios! ¡Cuánto dolor o amargura soberbia! Nos parecemos al fariseo, deseamos apoyarnos en nosotros, en una vida limpia para acercarnos a Dios mirándole como de igual a igual, sin tener necesidad siempre de su gracia y ayuda, como si no le debiéramos nada y no fuéramos simples criaturas. Nuestro deseo debe ser ofrecer a Dios una vida limpia, pero si caemos, Él siempre nos sigue amando y perdonando, siempre nos lava de nuestros pecados. Que solo Dios es Dios, y todos los demás estamos necesitados de su gracia y de su perdón, de la conversión permanente, en la que los pecados prácticamente no nos alejan de Dios porque no los queremos cometer, no queremos pecar, pero “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. ¿Hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar?

       Siendo humildes y verdaderos hijos, ni el mismo pecado  puede separarnos de Dios, si nosotros no queremos pecar, nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo, si vivimos en conversión sincera y permanente, si no queremos pecar e instalarnos en él, en la lejanía de Dios: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción?, ¿la angustia? ,¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro? ,¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rm 8,35.37).

Por el contrario, cuando uno no vive en esta dinámica de conversión permanente, se le olvidan hasta los medios sobrenaturales, que debe emplear y aconsejar para salir de su mediocridad espiritual. Y si un sacerdote no puede sabe dirigirse a sí mismo, no sé cómo podrá hacerlo con los demás. Y esto lo comprueba la experiencia.

Hay que decirlo claro, aunque duela: no hago oración, me aburre Cristo, rehuyo el trato personal con Él, no puedo trabajar con entusiasmo por Él, no puedo predicarlo con entusiasmo. Lo peor es si esto se da en los que tienen misión de formar o dirigir a otros hermanos. Las consecuencias son funestas para la diócesis,  sobre todo, si se mantiene durante años y años, porque, al no vivir esta experiencia de amistad con Cristo, este deseo de santidad, no vivir este camino de la oración, no lo pueden inculcar ni pueden entusiasmar con Él y a sufrir en silencio, viendo instituciones esenciales para una diócesis que no marchan bien por ignorancia de las cosas espirituales de parte de los responsables;  sólo te queda el rezar para que Dios haga un milagro y supla tantas deficiencias, porque si hablas o te interesas por ello, estás “faltando a la caridad...”

 No puedo producir frutos de santidad, si no permanezco unido a Cristo. Lo ha dicho bien claro Él: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto de si mismo si no permaneciere en la vid tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera,  como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que  quisiereis  y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos”. (Jn 15, 1-8).

Hace mucho tiempo que no me predican este evangelio.  En mi seminario sí me lo predicaron muchas veces y a todos los de mi generación. El  apostolado, en definitiva, consiste en que Cristo sea conocido y amado y seguido como único Salvador del mundo y de los hombres. Cómo hacerlo si yo personalmente no me siento salvado, no me siento unido y entusiasmado con Cristo, si fallo en mi oración personal con Él.  

Meditemos aquí, hermanos, en la presencia del Señor, en la sinceridad de nuestro apostolado. Seamos coherentes. Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío.

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Uno no puede ser testigo de Cristo, si no lo ha visto y sentido en su corazón y en su vida. Juan Bautista fue profeta,“la voz que clama en el desierto, preparar el camino del Señor”. (Jn 1,24), pero también testigo en el mismo vientre de su madre, donde sintió la presencia del Mesías: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venia como testigo para dar testimonio de la luz, para que por Él todos vinieran a la fe” (Jn 1,6-8).

 El presbítero, tanto en su dimensión profética como  sacerdotal, tiene que sustituir a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y ésto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y  de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuántas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad.

 Porque como dije antes, estar con el amigo y amarlo y seguirlo se conjugan igual y con que una de estas condiciones no se de, me da igual cuál sea, el nudo se rompe: si no oro, no amo-convierto-vivo como Él; si me canso de orar, me canso de amar-convertirme a Él vivir como Él; por otra parte, si cambio el lugar de estos verbos, todo sigue igual: por ejemplo, si no amo, si no me convierto, no oro, y si me canso de amar y convertirme, me canso de orar y ya se acabó la vida espiritual, al menos, la fervorosa. Y en afirmativo, todo también es verdad: si oro, amo y me convierto; si amo, también  oro y me convierto y si vivo en una dinámica de conversión permanente, es porque oro y amo.

Por eso, y  no hay que escandalizarse, es natural, que a veces no estemos de acuerdo en programaciones  pastorales de conjunto, en la forma de administrar los sacramentos, cuando estas no llevan hasta donde deben ir. Cada uno tiene el apostolado conforme al concepto de Iglesia-parroquia que tiene, y cada uno tiene el concepto de Iglesia-parroquia- apostolado conforme al conocimiento y vivencia que tiene de Cristo, porque la Eclesiología es Cristología en acción, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el tiempo, y cada uno, en definitiva, tiene el concepto de Cristo y de Cristología y de Eclesiología  que vive, no el que aprendió en  Teología, porque lo que aprendió en la Teología, si no se vive, termina olvidándose, como lo demuestra la vida y la experiencia de la Iglesia: realmente creemos lo que vivimos y vivimos lo que creemos. Se puede tener un doctorado en Cristología y vivir sin Cristo. Este conocimiento de Cristo por amor se consigue principalmente en ratos de oración eucarística. De aquí la necesidad, tantas veces repetida por el Señor, por el Magisterio de la Iglesia, por los verdaderos apóstoles de todos los tiempos de que los obispos y sacerdotes y los responsables del pastoreo de la Iglesia sean hombres de oración, aspiren a la santidad, cuyo camino principal es la oración…

***

Al transcribir esta meditación en el verano del 2001, me encontré con un texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, que paso gustoso a copiar:

“Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor “crucificado” y “glorioso”, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la “visita al Santísimo”, no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía? Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe”***

Queridos hermanos sacerdotes, qué claro y evangélico es este texto del Congreso Eucarístico que acabo de leeros. Por todo  esto qué necesario es que el apóstol vuelva con frecuencia a estar con Jesús para comprobar la autenticidad y la continuidad de la entrega primera. Fuera de ese trato personal e íntimo con el Señor no tienen valor ninguno ni las genialidades apostólicas ni la perfección técnica de los programas pastorales. Si la Eucaristía es el centro y cúlmen de toda la vida apostólica de la Iglesia, cómo prescindir prácticamente de ella en mi vida personal, cómo podrá estar centrado mi apostolado, cómo entusiasmar a mi gente, a mi parroquia con la Eucaristía, con Jesucristo, con su mensaje, cómo hacer que la valoren y la amen, si yo personalmente no la valoro en mi vida? De qué vale que la Eucaristía sea teológica y vitalmente centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia, si al no serlo para mí, impido que lo sea para mi gente. Entonces ¿qué les estoy dando, enseñando a mis feligreses? Si creyéramos de verdad lo que creemos, si mi fe estuviera en vela y despierta, me encontraría con Él y cenaríamos juntos la cena de la amistad eucarística y  encontraría el sentido pleno a mi vida sacerdotal y apostólica.

 Durante siglos, muchos cristianos no tuvieron otra escuela de teología o de formación o de agentes pastorales, como ahora decimos, no tuvieron otro camino para conocer a Cristo y su  evangelio, otro fundamento de su apostolado, otra revelación que el sagrario de su pueblo. Allí lo aprendieron y lo siguen aprendiendo todo sobre Cristo, sobre el evangelio, sobre la vida cristiana y apostólica, allí aprendieron humildad, servicio, perdón, entusiasmo por Cristo, hasta el punto de contagiarnos a nosotros, porque la fe y el amor a Cristo se comunican por contagio, por testimonio y vivencia, porque cuando es pura enseñanza teórica, no llega a la vida, al corazón; allí lo aprendieron directamente todo y únicamente de Cristo, en sus ratos de silencio y oración ante el sagrario.

Y luego escucharemos a S. Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “que no el mucho saber harta y satisface al ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente...». Sentir a Cristo, gustar a Cristo cuesta mucho, hay que dejar afectos, hay que purificar, hay que pasar  noches y purificaciones del sentido y del espíritu, que no vacían de nosotros mismos, de nuestros criterios y sentidos para llenarnos de Cristo.

Queridos amigos, por todo esto y por muchas más cosas, la Eucaristía es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, es  la mejor  escuela de formación permanente de los sacerdotes y de todos los cristianos.  Junto al sagrario se van aprendiendo muchas cosas del Padre, de su amor a los hombres, de su entrega al mundo por el envío de su Hijo, de las razones últimas de la encarnación de Cristo, de su sacerdocio y el nuestro, del apostolado, de la conversión, de la paciencia de Dios, de la misericordia de Dios ante el olvido de los hombres...

 Y cuando se vive en esta actitud de adoración permanente eucarística, aunque haya fallos, porque somos limitados y finitos, no pasa nada, absolutamente nada, si tú has descubierto el amor del Padre entregando al Hijo por ti, desde cualquier sagrario, porque ese Dios y ese Hijo son verdaderamente Padre compresivo y amigo del alma que te quieren de verdad,  porque Él sabe bien este oficio y  te pone sobre sus hombros y se atreve a cantar una canción de amor mientras te lleva al redil de su corazón o, como Padre del hijo pródigo, no  te deja echar el rollo que todos nos preparamos para excusarnos de nuestros pecados y debilidades, porque solo le interesas Tú.

 Una de las cosas por las que más he necesitado de la Eucaristía es por la misericordia de Cristo, la he necesitado tanto, tanto... y la sigo necesitando, soy pecador en activo, no jubilado. Allí he vuelto a sentir su abrazo, a escuchar su palabra: “te perdono”, “preparad la cena, los zapatos nuevos, el vestido nuevo... sígueme... vete en paz, te envío como yo he sido enviado, no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... estaré con vosotros hasta el final...” Él siempre me ha perdonado, siempre me ha abrazado, nunca me ha negado su misericordia. Eso sí, siempre hay que levantarse, conversión permanente, reemprender la marcha; si esto falla, no hay nada, si uno deja de convertirse le sobra todo, la Eucaristía, la oración, la gracia, los sacramentos, le sobra hasta Dios, porque para vivir como vivimos muchas veces, nos bastamos a nosotros mismos.

Queridos hermanos, cuánta teología, cuánta liturgia, cuánto apostolado y eficacia apostólica hay en un sacerdote de rodillas o sentado junto al sagrario  media hora o veinte minutos todos los días. Está diciendo que Cristo ha resucitado y está con nosotros; si ha resucitado, todo lo que dijo e hizo es verdad, es verdad todo lo que sabe de Cristo y de la Iglesia, todo lo que estudió, es verdad toda su vida, todo su sacerdocio y su apostolado. Junto a Cristo Eucaristía, todo su ser y actuar sacerdotal adquiere luz, fuerza, verdad y autenticidad; está diciendo que cree todo el evangelio, las partes que cuestan y las que no cuestan, que cree en la Eucaristía y lo que permanece después de la Eucaristía, lo que hacen sus manos sacerdotales, que cree, venera y adora a Cristo y todo su misterio, todo lo que ha hecho y ha dicho Cristo. ¡Qué maravilla ser sacerdote! No os sorprendáis de que almas santas, de fe muy viva, hayan sentido y vivido y expresado su emoción respecto al sacerdocio, besando incluso sus pisadas, como testimonio de su amor y devoción.

 Empezó el mismo Jesús exagerando su grandeza,  en la misma noche de la institución, postrándose humildemente de rodillas ante los Apóstoles y los futuros sacerdotes, para lavarles los pies y el corazón y todo su ser para poder recibir este sacramento: “Les dijo: ya no os llamaré siervos, os llamo amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer...”(Jn 15,14). Y eso se lo sigue diciendo el Señor a todos y cada uno de los sacerdotes, a los que elige y consagra por la fuerza de su Espíritu, que es Espíritu Santo, para que sean presencia y prolongación sacramental  de su Persona, de su Palabra, de su Salvación y de su Misión.

Es grande ser sacerdote por la proximidad a Dios, por la identificación con la persona y el misterio de Cristo, por la continuidad de su tarea, por la eficacia de su poder: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; por la grandeza de su misericordia: «Yo te absuelvo de tus pecados». «yo te perdono»;por la abundancia de gracias que reparte: «yo te bautizo» «El cuerpo de Cristo». El sacerdote es sembrador de eternidades, cultivador de bienes eternos,  recolector de las vidas eternas de los hijos de Dios, a los que introduce ya en la tierra en la amistad con el Dios Trino y Uno.

 ¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Qué grande y eficaz es el sacerdote junto al Sagrario! ¡Qué apostolado más pleno y total! ¡Cómo sube de precio y de calidad su ser y existir junto al Señor! ¡Cómo se transparentan y se clarifican y se verifican las vidas, las teorías, las actitudes y sentimientos sacerdotales para con Cristo y la Iglesia y los hermanos! Realmente Cristo Eucaristía y nuestra vida de amistad con Él habla, dice muy claro de nuestra fe y amor a Él y a su Iglesia La vida eucarística, lo afirma el Vaticano II, es centro y quicio, es decir, centra y descentra, dice si están centradas o descentradas nuestras vidas cristianas, si estamos centrados o desquiciados sacerdotalmente.

Por eso, os invito, hermanos, a volver junto al sagrario. Hay que recuperar la catequesis del sagrario, de la presencia real y permanente de Cristo, hecho pan de vida permanente para los hombres. Y con el sagrario hay que recuperar la oración reposada y el silencio, la alabanza y la acción de gracias, la petición y la súplica inmediata ante el Señor, la conversación diaria con el Amigo. Y entonces, a más horas de sagrario, tendríamos más vitalidad de nuestra fe y nuestro amor y de nuestros feligreses.

 Es necesario  revisar nuestra relación con la Eucaristía para potenciar y recobrar nuestra vida sacerdotal. ¿Y qué pasaría, hermanos, si todo nuestro arciprestazgo, si toda la Diócesis de Plasencia se comprometiera a pasar un rato ante el Sagrario todos los días? ¿Qué efectos personales, comunitarios y apostólicos produciría? ¿Qué movimientos sacerdotales, qué vitalidad, qué renovación se originaría? Y si estamos todos convencidos de la verdad y de la importancia de la Eucaristía para nosotros y para nuestro apostolado, ¿por qué no lo hacemos?

 Dice Juan Pablo II:      «Los sacerdotes no podrán realizarse plenamente, si la Eucaristía no es para ellos el centro de su vida. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro».

Si uno se pasa ratos junto al sagrario todos los días, primero va almacenando ese calor, y un día, tanto calor almacenado, se prende y se hace fuego y vivencia de Cristo. Lo dice mejor Santa Teresa: «Es como llagarnos al fuego, que aunque le haya muy grande, si estáis desviados y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta  -digo con deseo de perder el frío- y si está allá un rato, queda para muchas horas en calor» (Camino 35).

El que contempla Eucaristía, se hace Eucaristía, pascua, sacrificio redentor, pasa a su parroquia de mediocre a fervorosa,  se hace ofrenda y queda consagrado a la voluntad del Padre que le hará pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección, a la vida nueva. Y con él, va su parroquia. Es la pascua nueva y eterna, la nueva alianza en la sangre de Cristo.

El que contempla Eucaristía se hace Eucaristía, comunión, amor fraterno, corrección fraterna, lavatorio de los pies,  servicio gratuito, generosidad, porque comulga a Cristo, no solamente lo come, y al comerlo, siente que todos somos el mismo cuerpo de Cristo, porque comemos el mismo pan.

El que contempla la Eucaristía descubre que es presencia y amistad y salvación de Cristo permanentemente ofrecidas al hombre, sin imponerse, ayudándonos siempre con  humildad, en silencio ante los desprecios, lleno de generosidad y fidelidad, enseñándonos continuamente amor gratuito y desinteresado, total, sin encontrar a veces, muchas veces, agradecimiento y reconocimiento por parte de algunos.

El que contempla la Eucaristía se hace Eucaristía perfecta, cada día más, y encuentra la puerta de la eternidad y del cielo, porque el cielo es Dios y Dios está en Jesucristo dentro del pan consagrado. En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos: Cristo vivo, vivo y resucitado y celeste, “cordero degollado ante el trono de Dios”, “sentado a su derecha” “que intercede por todos ante el Padre”, “llega el último día” “el día del Señor”: «anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús», «et futurae gloriae pignus datar» y la escatología y los bienes últimos ya  han empezado por Jesucristo Eucaristía.

Por la Eucaristía, Cristo ha resucitado y vive con nosotros, como puse después del Concilio en un letrero de hierro forjado en el Cenáculo de San Pedro, Y luego en la .misma puerta del Cenáculo: «Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía».

 Esta presencia del Señor se siente a veces tan cercana, que notas su mano sobre tí, como si la sacara del sagrario para decirte palabras de amor y de misericordia y de ternura... y uno cae emocionado de rodillas: Oye, sacerdote mío, un poco de calma, tienes tiempo para todos y para tus cosas, pero no para mí, yo me he quedado aquí para ser tu amigo, para ayudarte en tu vida y apostolado, sin mí no puedes hacer nada; mira, estoy aquí, porque yo no me olvido de tí, te lo estoy diciendo con mi presencia, pero te lo diría mejor aún, si tuvieras un poco de tiempo para escucharme; ten un poco de tiempo para mí, créeme, lo necesito porque te amo como tu no comprendes; me gustaría dialogar contigo para decirte tantas cosas...

Y como la Eucaristía no es sólo palabra de Cristo, sino evangelio puesto en acción y vivo y viviente y visualizado ante la mirada de todos los creyentes, lleno de humildad y entrega y amor, uno, al contemplarla, se ve egoísta, envidioso, soberbio. Porque allí vemos a Cristo perdonando en silencio, lavando todavía los pies sucios de sus discípulos, dando la vida por todos, enseñándonos y viviendo amor total y gratuito, en humildad y perdón permanente de olvidos y desprecios. Se queda buscando solo nuestro bien, sólo con su presencia  nos está diciendo os amo, os amo... Quien se pare y hable con Él terminará aprendiendo y viviendo y practicando todas estas virtudes suyas. La experiencia de los santos y de los menos santos, de todos sus amigos, lo demuestra.

Hay que volver al sagrario, hay que potenciar y dirigir esta marcha de toda la parroquia, con el sacerdote al frente, hacia la mayor y más abundante fuente de vida y gracia cristiana que existe: “Qué bien se yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta eterna fonte que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche”. (San Juan de la Cruz)

       “LA SAMARITANA: Cuando iba al pozo por agua, a la vera del brocal, hallé a mi dicha sentada.

¡Ay, samaritana mía, si tú me dieras del agua, que bebiste aquel día!

SAMARITANA: Toma el cántaro y ve al pozo, no me pidas a mí el agua, que a la vera del brocal, la Dicha sigue sentada”. (José María Pemán)

“Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación...”  dijo el profeta. Que así sea para todos nosotros y para todos los creyentes. Que todos vayamos al sagrario, fuente de la Salvación. La fuente es Cristo; el camino, hasta la fuente, es la oración, y la luz que nos debe guiar es la fe, el amor y la esperanza, virtudes  que nos unen directamente con Dios. ¡ES EL SEÑOR!

JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA, TU LOS HAS DADO TODO POR NOSOTROS                              

EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! ¡Necesito verte porque sin Tí  mis ojos no pueden ver la luz! Necesito comerte, para no morir de deseos de vida y de cielo, que eres Tú. Necesito abrazarte para hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero comerte para ser asimilado por Tí, y entrar así, totalmente identificado con el Amado, en la misma Vida y Amor y Felicidad divina de mis Tres, por su mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, que hace a Dios Uno y Trino, por la total y eterna generación y aceptación del Ser de Vida y Amor en el Espíritu Santo. AMEN.

12ª MEDITACIÓN: PARTICIPACIÓN RITUAL Y PARTICIPACIÓN ESPIRITUAL  DE LA EUCARISTÍA

1ª/LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA/A

El sacrificio de Cristo en la cruz, anticipado en la Última Cena y presencializado como memorial en cada Eucaristía,  es un sacrificio perfecto de alabanza, adoración, satisfacción, impetración y obediencia al Padre, que no necesita  ningún otro complemento y ayuda. Según la Carta a los Hebreos, es completo en su eficacia y se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8),  no como los del AT que necesitaban ser repetidos continuamente. Sin embargo, nosotros vamos a hablar ahora de celebrar la Eucaristía como sacrificio completo, no por parte de Cristo, que siempre lo es, como acabamos de decir, sino por parte nuestra, que podemos participar más o menos plenamente en sus gracias y beneficios, identificarnos más o menos plenamente con los sentimientos y actitudes de Cristo.

       Hay  muchas formas de participar en la santa Eucaristía, en el sacrificio de Cristo, por parte de la Iglesia, del sacerdote y de los fieles. Nosotros ahora vamos a profundizar un poco en esa participación  que Cristo quiere y la celebración eucarística nos pide y que nosotros llamamos personal y espiritual: “Haced esto en memoria mía... el que me come vivirá por mí... las palabras que yo os he hablado son espíritu y  vida...”; Jesús quiere una participación “en espíritu y verdad”,  pneumatológica, en Espíritu Santo, tal como Él la  celebró, con sus mismos sentimientos y actitudes, que supere  la celebración meramente ritual o externa. La participación ritual, como su mismo nombre indica, consiste en cumplir los ritos de la Eucaristía, especialmente los de la consagración y así la Eucaristía se realiza plenamente en sí misma, presencializando todo el misterio de Cristo por el ministerio del sacerdote.

La participación espiritual, hecha con fuego y amor de Espíritu Santo, es la asimilación y participación personal y pneumatológica del misterio, que trata de conseguir la mayor unión con los sentimientos de Cristo, y de esta forma la mayor asimilación y participación personal en el misterio por parte del sacerdote y de los participantes conscientes y activos. Es una apropiación más personal y objetiva del espíritu de la santa Eucaristía. La participación ritual se consigue por la sola  ejecución de los gestos y de las palabras requeridas para el signo sacramental, haciendo presente sobre el altar lo que significan estos gestos y palabras, esto es, de convertir el pan y el vino consagrados en una ofrenda del sacrificio de Cristo por parte de toda la Iglesia, independientemente de los sentimientos personales del sacerdote oferente y de la comunidad. Aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o  devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaría consigo la aplicación de los méritos del calvario por medio de la ofrenda del altar, prescindiendo de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

       Sin embargo, la Iglesia no se conforma con esta participación ritual y nos pide a todos una participación «consciente y activa», por medio de gestos y palabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en espíritu y verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extremo, adoración, actitudes y  entrega de Cristo al Padre y a los hombres. La participación espiritual nos llevará a una experiencia más personal del  sacrificio de Cristo, asimilando por la gracia los sentimientos del Señor en su vida y en su sacrificio. Y ésta es la participación plena, que nos piden Cristo y la Iglesia: «Los fieles, participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (LG 11); «...por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo» ( PO 2).

       El Vaticano II lo expresa así: «La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano»,“linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (1Ptr, 2,9; cfr 2,4-5) (SC 14). «Los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (SC 11). «...la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (Eucaristía) como extraños y mudos espectadores, sino que participen consciente, piadosa y activamente en la acción  sagrada»  (SC 48).   

       Con estos términos, la liturgia de la Iglesia pretende llévanos a participar en plenitud de los fines y frutos  abundantes del misterio eucarístico mediante una  participación plenamente espiritual, en el mismo Espíritu de Cristo, no sólo en sus gestos y palabras.

       El Papa Juan Pablo II en su Encíclica Ecclesia de Eucharistia nos dice: «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor: De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz, su sangre  “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (EE.16).

       Y en el número siguiente y en relación con la  comunicación de su mismo Espíritu, añade el Papa: «Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu». Escribe San Efrén: «Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu.. y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu... Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo...»[1].

       La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la  Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo: «Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y sobre estos dones... para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo par cuantos participan de ellos» (Anáfora) (EE.17).

       Por eso, aunque el sacerdote cumpla todas sus obligaciones rituales de representar a Cristo y actuar en su nombre, si no se identifica con su Espíritu  y se ofrece unido a Él como víctima y sacerdote, no cumple íntegramente su misión sacerdotal. El oficio sacerdotal en la Nueva Alianza  lleva consigo “tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús...”, porque es en el altar, en la celebración de la  Eucaristía, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia», donde fieles y sacerdote deben asistir no como «extraños y meros espectadores» sino «consciente, activa y fructuosamente», «se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo», «ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con  ella».  Siendo Cristo vivo y resucitado el que se ofrece en la Eucaristía para la salvación y santificación de su Iglesia,  al decirnos “y cuantas veces hagáis esto acordaos de mí...”, nos pide que hagamos presente en cada uno de nosotros su emoción y amor por vosotros,  su adoración al Padre, cumpliendo su voluntad con amor extremo hasta dar la vida en el momento cumbre de su vida y de la vida de la Iglesia.

       Por tanto el sacerdote tiene una doble misión: ofrecer en nombre de Cristo y juntamente participar en estas actitudes, ofreciéndose a sí mismo en su propio nombre y en nombre de los fieles, a quienes representa. En esto no hay desdoblamiento de la actividad sacerdotal. Cierto que las dos ofrendas son distintas; un sacerdote puede ofrecer  válidamente el sacrificio en nombre de Cristo, y sin embargo, personalmente puede encerrarse en su egoísmo y no hacerse ofrenda con Cristo. La ofrenda de Cristo  nos da ejemplo de cómo tenemos que ofrecer nuestra vida  al Padre juntamente con Él, no solamente por  un mero formalismo ritual y mera pronunciación de las palabras de la Consagración.

       Los fieles también son llamados a compartir con el sacerdote la actitud de ofrenda personal. Hay una ofrenda que sólo cada uno de ellos puede y debe realizar, porque cada hombre dispone de sí mismo y nadie puede sustituir a los otros en esta ofrenda de sí mismo. Cada uno desempaña por tanto un papel esencial, cuando asiste y participa en la Eucaristía: presentar en unión con Cristo la ofrenda de su propia persona al Padre. Esta ofrenda puede realizarse de diversas maneras, y formularse de distintas formas, por ser precisamente personal, pero está claro que no consistirá nunca en los meros ritos o gestos o palabras sino  que a través de lo que dicen y significan han de entrar en el espíritu y verdad de la Eucaristía con  su cuerpo y su alma, su espíritu y su carne, su ser interior y exterior, con todo su ser y existir. Esto es lo que lleva consigo la celebración litúrgica, esta es su esencia y finalidad, así es cómo la liturgia de la Eucaristía alcanza su objetivo, no cuando simplemente asegura una participación exterior correcta, digna y piadosa a la oraciones y ceremonias sino cuando suscita en el corazón de los cristianos una auténtica entrega de sí mismos. En cada Eucaristía los cristianos son invitados por Cristo a <acordarse> de Él y de sus sentimientos para ofrecerse con Él.

       Por eso, cada Eucaristía debe ser un estímulo para renovarse en el amor a Dios y al prójimo, en medio de las pruebas y dificultades de la vida, de las cruces y sufrimientos y humillaciones, de los fallos y pecados permanentes contra esta obediencia a la voluntad del Padre y entrega a los hermanos. La santa Eucaristía nos hace aceptar estas pruebas y sufrimiento aunque sean injustos, maliciosos y de verdadera agonía como en Cristo hasta el punto de tener que decir muchas veces:“Padre, si es posible pase de mí este cáliz…”, o lleguemos a pensar que Dios no se preocupa de nosotros y nos tiene abandonados, porque no sentimos su presencia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado...?”

       La santa  Eucaristía nos ayuda a superar las pruebas de todo tipo, uniéndonos al sacrificio de Cristo y se convierte así en la mejor y más abundante fuente de gracia, perdón, amor y generosidad, aunque a veces es a oscuras y sin arrimo alguno de consuelo aparente divino. El Espíritu Santo, espíritu de la Eucaristía, nos ayuda como a Cristo a soportarlo y ofrecerlo todo,  a ser pacientes y obedientes y  pasar por la pasión y la cruz para llegar a la resurrección y la nueva vida. En la santa Eucaristía los cristianos encuentran un estímulo y  ocasión de ofrecer su pasión y muerte al Padre que nos la acepta siempre en la del Hijo Amado. Haciéndolo así, los sufrimientos se soportan mejor con su ayuda y  suben como homenaje a Dios y llegan hasta Él como ofrenda por la salvación de nuestros hermanos.

       Así es cómo la vida cristiana tiene que convertirse en una Eucaristía. El cristianismo es una Eucaristía, es un esfuerzo de la mañana a la noche de vivir como Cristo, de hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, quitando y matando en nosotros toda soberbia, avaricia, lujuria, todo pecado contra el amor a Dios y a los hermanos, comulgando con el corazón y el alma, con los sentimientos y actitudes de Cristo; es la Eucaristía que continuamos celebrando permanentemente en nuestra vida, después de haberla celebrado con Cristo sobre el altar. La ofrenda de la Eucaristía debe brillar en todos los aspectos de la existencia cristiana, y difundir su espíritu de sacrificio libremente aceptado. En la ofrenda del pan y del vino disponemos nuestro cuerpo, espíritu y vida a ofrecemos con Cristo al Padre, en la Consagración, por obra y potencia del Espíritu Santo, quedamos consagrados, ya no nos pertenecemos, porque hemos sido consagrados, transformados en Cristo, en sus sentimientos y actitudes, y cuando salimos fuera, como ya no nos pertenecemos, tenemos que vivir esta consagración, es decir, vivir, amar y trabajar como Cristo. El cáliz que se levanta hacia el cielo debe suscitar promesas de entrega, propósitos de perdonar y olvidar las ofensas como Cristo, intentos de reconciliación, aceptación de la voluntad o permisión divina aunque nos sea dolorosa, movimientos de amor fraterno como Cristo.

       Ésta es la espiritualidad de San Pablo, así vivía él la Eucaristía: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y  mientras vivo en esta carne  vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”(Gal 2,20). “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 20). “Lo que es para mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14).“No quiero saber más que de Cristo y éste, crucificado...”; “Para mí la vida es Cristo”.

Así debemos vivir todos los que participamos de la santa Eucaristía. Este debe ser nuestro grito también al celebrarla. La Eucaristía tiene como fin el que los sentimientos de Cristo en su ofrenda se encarnen en cada uno de los asistentes para encontrarnos preparados cuando vengan y sintamos en nosotros los sufrimientos y la persecuciones de nuestra propia pasión y muerte del yo, las persecuciones y envidias de la vida, nuestra propia crucifixión. La Eucaristía nos invita a colocarnos dentro de la ofrenda de Cristo crucificado, de la corriente de amor de esta ofrenda; así la cruz se hará más soportable: «Una pena entre dos es menos pena».

       A través del pan y del vino, el discípulo se ofrece a sí mismo, dispuesto a que Cristo diga sobre su cuerpo y sobre su vida entera: “Esto es mi cuerpo entregado... ésta es mi sangre derramada...”  De esta forma, el sacrificio de la Iglesia viene integrado en el mismo sacrificio de Cristo, “para completar lo que falta a la Pasión de Cristo” (1Col 1,24). Por medio del signo sacramental, el sacrificio de la Iglesia se identifica espiritualmente con el sacrificio de Cristo y llega a formar una sola ofrenda  por el mismo Santo Espíritu.

       El sacrificio de Cristo no concluye con su muerte, es eucarístico, acción de gracias por la vida nueva que nos  consigue  y que viene del Padre,  por eso le da gracias al Padre ya en la Última Cena. Éste es el proceso que Jesús acepta, no quiere sólo “entregar su vida” sino también “tomarla de nuevo” en la resurrección para Él y para todos nosotros. Su humanidad y la nuestra deben entrar en un nuevo orden de relación con el Padre. Lo que en Él ya es gracia conseguida y aceptada por el Padre por su resurrección, en nosotros se convierte en don escatológico que se hace presente como gracia anticipada de Alianza, en esperanza cierta y segura de la Pascua definitiva en la Eucaristía celebrada. Y así se juntan el sacerdocio y la Eucaristía del cielo y de la tierra y así Cristo, los peregrinos y los santos la celebramos juntos y unidos por el mismo Espíritu Santo, potencia salvadora y resucitadora de Dios Uno y Trino. Y así la sacramentalidad de la Eucaristía mantiene siempre una relación estrecha de los celebrantes y participantes con la ofrenda existencial del Cristo glorioso y celeste, que abarca toda su vida, desde la Encarnación hasta la Ascensión a la derecha del Padre y tiende a comunicar al creyente el dinamismo de dicha ofrenda. Y así la Iglesia y los cristianos dan «por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Omnipotente, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén». Celebrada así, la Eucaristía se convierte no sólo en <culmen> de la vida cristiana, en la cima más elevada de la Iglesia junto a la Santísima Trinidad,  sino también en <fuente> de la misma vida trinitaria en nosotros:  

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

1.  Aquella eterna fonte está escondida,

qué bien sé yo dó tiene su manida,

aunque es de noche.

3. Su origen no lo sé, pues no le tiene,

mas sé que todo origen della viene,

aunque es de noche.

4.  Sé que no puede ser cosa tan bella

 y que cielos y tierra beben della,

aunque es de noche.

11.  Aquesta eterna fonte está escondida

en este vivo pan por darnos vida

aunque es de noche.

12.  Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

13.  Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo

aunque es de noche». (S. Juan de la Cruz).

13ª MEDITACIÓN: PARTICIPACIÓN RITUAL Y PARTICIPACIÓN ESPIRITUAL  DE LA EUCARISTÍA

2ª/LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA/B

EL ESPÍRITU SANTO, FUEGO Y POTENCIA CREADORA  DE LA EUCARISTÍA

Sólo la potencia y la fuerza del Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la Eucaristía, puede transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo; sólo la potencia y el fuego de su Amor Personal Trinitario  puede transformar por dentro a los que comen este Cuerpo y esta Sangre; sólo Él puede hacer que nuestra participación sea verdadera y espiritual, según la fuerza y potencia de amor comunicada por Él, la misma  que llevó a Cristo a la obediencia y a la ofrenda total de su vida al Padre por este Amor Personal de Espíritu Santo del Hijo al Padre y del Padre al Hijo, aceptando su ofrenda mediante la resurrección.  Nosotros aquí y en el cielo no podemos entrar  en este amarse infinitamente del Dios Uno y Trino, si no es por la comunicación de su mismo Espíritu.

       Si el Espíritu Santo es el alma y vida y espíritu de Cristo, que realizó el misterio de la Encarnación, formándolo en el seno de la Virgen Madre, no queda lugar a dudas de que ese mismo amor le lleva a Cristo a ofrecerse al Padre en su pasión y muerte, y el mismo Espíritu Santo hace el misterio de la consagración del pan y del vino, y de la transformación en Cristo por ese mismo Espíritu de todos los que comen ese pan y ese vino. Es el Espíritu Santo el que inspira el proyecto del Padre, es el Espíritu Santo el que  mueve a Cristo a ofrecerse en el Consejo Trinitario ante el Padre: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...”, es el Espíritu Santo el que está presente en su bautismo de iniciación en el ministerio evangélico y le lleva lleno de fuego apostólico, sudoroso y polvoriento, por los caminos de Palestina, el que le movió a Cristo, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo,” a instituir la Eucaristía, llevándole a cumplir la voluntad del Padre, en adoración obedencial total hasta pasar por la pasión y la muerte en cruz, donde le entregó su espíritu al Padre en confianza y seguridad total de que aceptaría su sacrificio por el mismo Espíritu-Amor del Hijo al Padre y del Padre al Hijo resucitándolo de entre los muertos, para que todos tuviéramos vida eterna y fuéramos perdonados por el mismo Espíritu Misericordioso del Padre y del Hijo, que enviaría  porque Él se lo había pedido al Padre, que aceptó su ruego enviándolo en fuego y “verdad completa” en Pentecostés sobre los Apóstoles y la Iglesia, para llevarnos a todos hasta la verdad completa de la fe.  

       En el proyecto del Padre no todo estaba completo con la Encarnación y la pasión, muerte y resurrección del Señor, de hecho, incluso resucitado y viéndolo, los Apóstoles siguieron teniendo miedo; cuando vino el Espíritu Santo se acabaron los miedos y se abrieron todas las puertas y cerrojos y estaban tan convencidos que tenían gozo en dar la vida por Cristo. Sin el Espíritu de Cristo no hay Cristo, no hay Encarnación, no hay Iglesia; sin Espíritu Santo no hay santidad, no hay fuego, no hay “verdad completa”, no hay vivencia ni experiencia de lo que creemos o celebramos; sin Espíritu Santo, sin epíclesis, no hay Eucaristía.

       La Carta a los Hebreos, cuando describe este sacrificio, precisa que Cristo “por un Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14). A este Espíritu Eterno le pertenece hacer llegar al Padre la ofrenda del Hijo. Inspira la ofrenda, la hace nacer en el cuerpo y en el corazón de la Virgen, nuestra  Madre del alma, y ahora en la santa Eucaristía la hace llegar hasta el Padre, porque es el Don y el Amor de Dios en acción permanente. Ciertamente que es Cristo quien se ofrece, quien desea agradar al Padre, quien le obedece y se abandona a su voluntad paterna; es Él quien da la vida por los hombres pero todo esto lo hace por el Espíritu Santo, por Amor  Personal del Padre al Hijo, inspirándole el proyecto salvador, y del Hijo al Padre, aceptándolo y llevándolo a efecto en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y por los hermanos.

       Por todo esto el Espíritu Santo desempeña un papel principal en la ofrenda eucarística; sin la invocación y la potencia del Espíritu Santo no hay Eucaristía. Cristo se ofrece ahora de nuevo al Padre, de la misma manera que se ofreció entonces por el mismo Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo el que presenta al Padre la ofrenda de amor del Hijo. Por Él, invocado en la epíclesis sobre la materia del sacrificio, se  consagra el pan y el vino. El Espíritu Santo es también quien inspira en el corazón de los participantes a Eucaristía las disposiciones de obediencia y amor esenciales para el sacrificio. Es Él quien suscita en los fieles la identificación con los sentimientos victimales de la oblación de Cristo, porque todo don, como todo amor, se realiza bajo la influencia del Supremo Amor  y Supremo Don. Si San Pablo pudo decir que el Espíritu grita en nuestros corazones: “Abba, Padre” (Rom 8,15), también podemos decir que este Espíritu es quien en la Eucaristía renueva nuestro corazón de hijo y nos hace levantar los ojos y llamar al Padre cuando le ofrecemos nuestra ofrenda, porque sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo.

       Por medio del Espíritu Santo, la ofrenda de la Eucaristía entra plenamente en el intercambio de amor con la Santísima Trinidad. Por su medio la Eucaristía introduce a los cristianos en la unidad del Hijo y del Padre. Por medio suyo también se realiza el sacrificio en un nivel divino. Él es quien arrastra a las almas de los fieles hasta el impulso de la generosidad de Cristo para hacerlas ofrenda agradable al Padre al estar tan identificadas con el Amado por su mismo Amor Personal, que el Padre no ve diferencia entre el Hijo y los hijos en el Hijo.

       Por tanto, el Espíritu Santo es quien diviniza el sacrifico. Él es quien lo <espiritualiza>, Él es quien  tiene que espiritualizar a toda la Iglesia, a los sacerdotes, a los fieles, al pan y al vino, llenándolos de su mismo Amor, comunicando más y más a la comunidad cristiana reunida para celebrar la Eucaristía, los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús...” (Fil 2,5-11).

4. 3. La  participación  en la Eucaristía hace presente y plasma en nosotros a Cristo en su adoración al Padre, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y los hombres, nuestros hermanos.

       La ofrenda de Cristo al Padre en su pasión y muerte y resurrección para salvar a los hombres es icono e imagen que debemos copiar e imitar en nuestra vida todos los participantes, sacerdotes y fieles, en la celebración de la santa Eucaristía, siguiendo sus mismas pisadas. He rezado esta mañana el himno de  Laudes, 15 de septiembre, Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores. Ella nos sirve de madre educadora de nuestra fe y modelo en la celebración del sacrificio de Cristo. Ella contemplaba y guardaba en su corazón todo lo que veía en su Hijo. 

       En cada Eucaristía el Señor nos repite a todos lo que dijo  a la Samaritana:“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”. La primera invitación del Señor es a conocer su amor, su entrega, su don, porque esto es el comienzo de toda amistad. Si no se conoce no se ama, no puede haber agradecimiento, ofrenda, alabanza, unión.. Es necesaria la meditación y la reflexión para conocer la verdad del misterio celebrado para así apreciarlo y poder luego desearlo y vivirlo. Toda la Eucaristía tiene que ser orada,  dialogada con el Señor.  Sin oración personal la litúrgica no puede alcanzar toda su eficacia y plenitud. Así es cómo el corazón humano se abre al amor divino, sin el cual nosotros  no podemos amar. El himno de Laudes de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, es el STABAT MATER. Y tiene bien marcados estos dos pasos que he anunciado: mirar y meditar.

La Madrepiadosa estaba        ¡Oh cuán triste y aflicta

junto a la cruz y lloraba            se vio la madre bendita

mientras el Hijo pendía;           de tantos tormentos llena!

cuya alma, triste y llorosa,        Cuando triste contemplaba

traspasada y dolorosa,               y dolorosa miraba

fiero cuchillo tenía                 del Hijo amado las penas.

Y ¿cuál hombre no llorara,       Por los pecados del mundo

si a la Madre contemplara         vio a Jesús en tan profundo

de Cristo, en tanto dolor?          tormento la dulce Madre.

Y ¿quién no se entristeciera,     Vio morir al Hijo amado,

Madre piadosa, si os viera         que rindió desamparado

sujeta a tanto rigor?                   el espíritu a su Padre.

       Celebrar y participar en la Eucaristía  lleva consigo primero, como hemos dicho,  mirar y contemplar y meditar la cruz de Cristo, los sentimientos y actitudes de Cristo en  su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes todos los días en la santa Eucaristía. Todos los días, la celebración de la santa Eucaristía hace que adoremos al Dios Santo y Único, que merece nuestra adoración y obediencia total, aunque nos haga pasar como a Cristo por la pasión y la muerte de nuestro “yo”, para llevarnos a la resurrección de la nueva vida por Él, con Él y en Él, entrando así plenamente en el misterio y proyecto de la Santísima Trinidad. Esta contemplación de la cruz  es el primer paso para poder celebrar la Eucaristía “en espíritu y verdad”, como Él nos lo dijo, cuando nos prometió este misterio.

       Dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina... externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que  ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).   

       Cristo es la historia humana del Verbo encarnado, como salvación del hombre. El hombre Jesús se entregó sin reservas a Dios en nombre y en favor de todos los hombres. En virtud de su ser ontológico y existencial humano, su vida entera fue adoración existencial y cultual al Padre. Cristo realizó en toda su vida el culto supremo de adoración obedencial al Padre jamás ofrecido por hombre alguno. Con plena disponibilidad, como nos ha dicho la Carta a los Filipenses, estaba totalmente orientado hacia la voluntad del Padre, para cumplirla en adoración y obediencia total en la muerte en cruz.

       Toda su vida la consumió Cristo en obediencia total al Padre:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió”. Él vivió para realizar el proyecto que el Padre le había confiado, y siendo Dios se  hizo nada,“se anonadó”, se hizo criatura, se hizo “siervo” en la misma Encarnación, y toda su vida la vivió pendiente de los intereses del Padre,  por lo que  tuvo que sufrir muchas humillaciones durante su vida para terminar en la plenitud de su existencia, en plena juventud “haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Fue el Padre, no Jesús de Nazareth, el autor del proyecto de salvación:“Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). La Nueva Alianza fue  querida por el Padre y realizada en la sangre del Hijo en adoración obedencial.

       La adoración es una actitud religiosa del hombre frente al Dios grande e infinito, inscrita en el corazón de todo hombre, mediante la cual la criatura se vuelve agradecida hacia su Creador en manifestación de amor y dependencia total de Él: “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mt 4,10). La adoración ocupa el lugar más alto de la vida, de la oración y del culto. Por eso, esta actitud religiosa es esencial para avanzar en la vida espiritual de unión e identificación con Cristo. En lenguaje bíblico la palabra y el concepto de adoración significa el culto debido a Dios, manifestado a través de ciertas acciones, especialmente  sacrificiales, por las cuales venimos a decir: Dios, Tú eres Dios, yo soy pura criatura, haz de mí lo que quieras. Por adoración el hombre se ofrece a Dios en un acto de total sumisión y reconocimiento de su grandeza como Ser Supremo y lo significaba con la muerte de animales y ofrendas. El elemento principal de ella es la entrega interior del espíritu a Dios, significada a veces, con gestos externos. La palabra más adecuada para expresar este culto es latría, que significa propiamente este culto rendido solamente a Dios.

4.3.1 La adoración al Padre 

Nuestra adoración a Dios es la que garantiza la pureza de nuestro encuentro con Él y la verdad del culto que le tributamos. Mientras el hombre adore a Dios, se incline ante Él, como ante el ser que “es digno de recibir la potencia, el honor y la soberanía”, el hombre vive en la verdad y queda libre de toda sospecha y mentira, porque la vida es el supremo valor que tenemos y entregarla sólo se puede hacer por amor supremo. 

       Este sentido, esta actitud de adoración ante el Dios Grande hace verdadero al hombre, y lo centra y da sentido pleno a su ser y existir: por qué vivo, para qué vivo... reconoce que sólo Dios es Dios y el hombre es criatura. Se libera así de la soberbia de la vida, adoradora del propio <yo>, a quien damos culto idolátrico de la mañana a la noche: “Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por la cual viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía” (Col 3, 5-6).

       Frente al precepto bíblico“Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”, el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí mismo el instinto de adorarse a sí mismo y  preferirse a Dios. Es la tendencia natural del pecado original. Todos, por el mero hecho de nacer, venimos al mundo con esa tendencia. Podemos decir que cada uno, dentro de sí mismo, lleva un ateo, unas raíces de rebelión contra Dios, que se manifiesta en preferirnos a Dios y darnos culto sobre el culto debido a Dios, que debe ser primero y absoluto.

Mientras la cosas nos van bien, no se rebela, aunque siempre está actuando y no somos muchas veces conscientes. Pero cuando tenemos sufrimientos y cruces, cuando nos visita la enfermedad o el fracaso, nos rebelamos contra Dios: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué a mí? En el fondo siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Por eso, cuando estoy dispuesto a ofrecer el sacrificio de mí mismo en el dolor y sufrimiento, en silencio y sin reflejos de gloria, prefiero a Dios sobre todo, y Él es el bien absoluto y primero. Y esta actitud prueba la verdad de mi fe y amor a Dios sobre todas las cosas.

       Jesús había dicho:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El sacrificio es una exigencia del amor. El supremo amor es el don de sí mismo, de la propia vida por el amado. El amor que pretendiese sólo la posesión del amado no sería verdadero. Por eso, la culminación del amor se encuentra en el sacrificio de la vida  y el sufrimiento moral, que producen las renuncias más íntimas, forman parte del amor auténtico. Dios es el único que puede solicitar un amor hasta dar la vida.

       Cuando se ofrece una cosa, hay que renunciar a la posesión de la misma. Cuando  se ofrece la propia vida hay que renunciar a la soberanía sobre la propia existencia. Y este desprendimiento se expresa principalmente mediante el gesto cultual del sacrificio. Es la expresión material, visible, de una actitud del alma, por la cual el hombre se ofrece a sí mismo mediante la ofrenda de otra cosa. Para que sea verdadero tiene que partir del amor, hacerlo desde dentro.  Y esto es lo que  nos pide la celebración de la Eucaristía, unirnos al sacrificio de Cristo y hacernos con Él víctimas y ofrendas de suave olor a Dios con los sacrificios que comporta cumplir su voluntad en la relación con Él y con los hermanos.

       El cristiano, que asiste a la Eucaristía, tiene la alegría de saber que el sacrificio ofrecido sobre el altar, llega hasta Dios infaliblemente y obtiene la gracia por medio de Cristo. El Padre quiso que este sacrificio ofrecido una vez sobre el Gólgota mereciese toda la gracia para el hombre y quiere que siga renovándose todos los días sobre el altar bajo la forma ritual y sacramental de la Eucaristía. Gracias a la Eucaristía, la humanidad puede asociarse cada vez más voluntariamente al sacrificio del Salvador ratificando así su compromiso con el sacrifico de Cristo, en nombre de todos, en la cruz y sabiendo que su sacrificio en el de Cristo será siempre aceptado por el Padre.

       En la economía de la Nueva Alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual  de Cristo, “coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por  todos” (Hbr 2,9b), que constituye a su vez el centro del culto y de la vida cristiana. La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús. Por eso la Eucaristía se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu, en la adoración más perfecta, única. En la Eucaristía está el “todo honor y toda gloria” que la Iglesia puede tributar a Dios, y que  necesariamente tiene que pasar  «por Cristo, con Él y en Él».

La carta a los Hebreos pone en boca del Hijo de Dios,“al entrar en este mundo” las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesión plena y radical al proyecto del Padre: “No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí”(Heb.10,5-7).    Y esta actitud la vivió ya desde el comienzo de su vida apostólica, cuando se retira a la oración y a la soledad del desierto para prepararse a la misión que el Padre le ha confiado; ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a  él sólo darás culto” (Mt.4, 10). Sólo Dios merece doración[2].

14ª MEDITACIÓN: “SE HIZO OBEDIENTE HASTA LA MUERTE Y MUERTE DE CRUZ”

        Hemos subrayado que el valor del sacrificio de Cristo no reside en la materialidad de derramar sangre, sino en la  obediencia al Padre, en adoración total, hasta dar la vida, como el Padre ha dispuesto. En el evangelio de Juan encontramos una declaración de Jesús que arroja mucha luz  sobre esta actitud de sumisión a la voluntad del Padre, que inspira toda la Pasión: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita sino que yo mismo la doy. Tengo poder para darla y poder tengo para tomarla otra vez; éste es el mandato que he recibido del Padre” (Jn 10, 17-18). En esta adoración obedencial se realiza el sacrificio del Salvador.

       San Pablo ha expuesto muy concretamente en el himno cristológico de su Carta a los Filipenses, que ya hemos mencionado varias veces, el papel de la obediencia de Cristo Jesús en la Encarnación y Pasión :“Tened en vosotros estos sentimientos de Cristo Jesús...” Este Cristo humillado, despreciado, angustiado hasta la muerte en el Huerto de los Olivos: “sentaos aquí, mientras yo voy a orar... triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí mientras yo voy a orar”,   invocando al Padre, para que le libre de  ese cáliz que está a punto de beber: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero sino como tú quieres...”, por la fuerza de la oración se ha levantado decidido, dispuesto a obedecer y someterse totalmente al proyecto del Padre:“Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme” (Mt 26,36-40). Cuando se levantó de su postración en el Huerto de los Olivos, el Salvador había renovado su sacrificio al Padre, ofrecido ya en la Cena. En su pasión y muerte no hizo más que cumplir lo que en esta obediencia había prometido y aceptado.

En la santa Eucaristía se hacen presentes todos estos sentimientos de Cristo, en los que nosotros podemos y debemos participar haciéndonos una ofrenda con Él. Los que asisten a Eucaristía no hacen suyo el sacrificio de Cristo si no aceptan esta actitud fundamental de obediencia y ofrenda.       

       Penetrar en el misterio de la Eucaristía es identificarse totalmente con el misterio de Cristo y someterse sin condiciones y sin reservas a una voluntad que puede conducirnos a la cruz; es aceptar obedecer a Dios hasta el heroísmo, ayudados por su gracia y su fuerza, que nos puede hacer sentir como a Pablo y a tantos santos de la Iglesia: “Me alegro con gozo en mis debilidades, para que así habite en mí la fuerza de Cristo” “cuando soy más débil, entonces  hago vivir en mí la fuerza de Dios”  “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que amó y se entregó por mí”.

       Unidos a Cristo ponemos en las manos de nuestro Padre del cielo el tesoro de nuestra vida y libertad y así hacemos el don más completo de nosotros mismos en un verdadero señorío sobre todo nuestro ser y existir. De esta forma, en medio de nuestros sufrimientos y debilidades, terminaremos confiándonos totalmente al Padre: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”;  “Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para  mí” (Gal 6,14)... “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados...” (1Cor 1,23-24).

4. 3. 4. La“hora” de Cristo: fidelidad al Padre, hasta la muerte.

La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cf.Jn.17,4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: “para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn.14,30.31).

       En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10,17). La muerte para Cristo  es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y  acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

       En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor  de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre. (Cfr.Rom.5,19) y a la de los israelitas (3,4-7). “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor” (Hbr 5,7-8).

       La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión:“Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado “su hora”: “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora?¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte.

       “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “el amor de Dios -escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

       Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47). Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos: Mt.26,36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45 aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se  produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: “Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb.5,8).

       Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al Padre con inmensa angustia:“Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” El himno cristológico de Filipenses de 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

4. 3. 5. Cristo llama “satanás” a Pedro por quererle alejar del proyecto del Padre

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo  a tí que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia... Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar. Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará”(Mt 16,16-25).

       En el evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Mateo: demostrar que Jesús es el Mesías que cumple la voluntad del Padre. Pero su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es una mesianismo de amor y paz y amor entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y someternos con humildad a su voluntad, aunque ésta nos lleva a la muerte del “yo”.

       En el evangelio proclamado, Pedro tiene todavía una visión mesiánica de poder y gloria humana, a pesar de haber escuchado a Cristo hablar de su misión y de cómo la va a realizar en humillación y sufrimientos; de hecho, en la  narración de Marcos, después de la predicción de su partida, el Señor los sorprende hablando de primeros y segundos puestos en el reino, que lleva también a la madre de los Zebedeo a pedir un puesto importante para sus hijos Santiago y Juan.

       De pronto, ante las palabras de Pedro, que quiere  alejar de Cristo esa sospecha de tanto sufrimiento, Jesús tiene una reacción desproporcionada: “aléjate de mí, Satanás…” Como podemos observar, el cambio ha sido radical en Cristo: Pedro pasa de ser bienaventurado a ser satanás, porque sin ser consciente de ello, Pedro ha querido alejar este sufrimiento y humillación, que es la voluntad del Padre para Cristo.

       Nosotros, siguiendo este esquema del evangelista Mateo, vamos a confesar con Pedro: “Cristo,  tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Pero hemos de tener mucho cuidado de no confundir el mesianismo de Jesús con los falsos mesianismo de entonces y de siempre: políticos, temporales, de poder y gloria humana. El Mesías auténtico reina desde la cruz. Para no recibir como Pedro recriminaciones del Señor tengamos siempre en cuenta que para el Señor:

--  Todos los que le confesamos como Mesías, no  debemos  olvidar jamás su misión, si no queremos apartarnos de Él:  “El que quiere venirse conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...” El que quiera vivir su vida, la que le pide su yo, su egoísmo, su soberbia y vanidad, la perderá, pero el que pierda su vida en servir y darse a los demás la ganará.-- En el cristianismo la salvación y la redención pasan por cumplir la voluntad del Padre, como Cristo, pisando sus mismas huellas de dolor y sufrimiento.

-- El dinero, el poder y el deseo de triunfo humano es la mayor tentación para la religión cristiana siempre.

-- No hay cristianismo sin cruz, porque así lo demuestra la vida de Cristo, Pablo y todos los santos de todos los tiempos. 

-- Hay que matar el “ateo”, el “no serviré”, que llevamos todos dentro y que quiere adorarse a sí mismo más que a Dios.

4. 3. 6. La Eucaristía es fuerza y sabiduría de Dios metida por el Espíritu Santo en la debilidad de la carne.

El segundo paso, que sigue a la contemplación del sacrificio de Cristo, es la vivencia en nosotros de esas actitudes y sentimientos del Señor, que  son injertados en nuestra carne y existencia por la gracia sacramental de la celebración eucarística, especialmente, por la sagrada comunión.

Al contemplar la obediencia y los sufrimientos de Cristo, todos decimos: así tenemos  nosotros que  obedecer y amar y adorar al Padre, para cumplir y llevar a cabo el proyecto de amor que tiene sobre cada uno de  nosotros. Pero para esto necesitamos vivir y sufrir como Cristo. Y nosotros no podemos si Dios no nos da esa fuerza. Y esta fuerza y potencia nos la da Cristo por su carne llena de Espíritu  Santo, que nos lleva a sentir y vivir con Él y como Él.      

       Este segundo aspecto de identificación y vivencia de los mismos sentimientos y actitudes de Cristo crucificado lo refleja muy bien la segunda parte del STABAT MATER.

Hazme contigo llorar                 Virgen de vírgenes santa,

y de veras lastimar                     llore yo con ansias tantas

de sus penas mientras vivo;       que el llanto dulce me sea,

porque acompañar deseo            porque su pasión y muerte

en la cruz, donde le veo,             tenga en mi alma, de suerte

tu corazón compasivo.                que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore      Haz que me ampare la muerte

y que en ella viva y more            de Cristo, cuando en tan fuerte

de mi fe y amor indicio               trance vida y alma estén,

porque me inflame y encienda    porque cuando quede en calma

y contigo me defienda                 el cuerpo, vaya mi alma

en el día del juicio.                      a su eterna gloria. Amén.

       La adoración es la suprema manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al  Dios Supremo. Al ser lo último y más elevado de nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas  las expresiones, comunitarias o personales,  que llevan  a Dios. La adoración es el último tramo de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la Eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos. La nueva vida de amor y servicio inaugurada por Cristo y presencializada en cada Eucaristía me ayuda, me mete esta vida y este amor dentro de mí, aunque a veces sea con lágrimas y dolor.

       Por eso, toda nuestra vida debe ser un cuerpo y un espíritu, una vida y una sangre que están dispuestas a derramarse por hacer la voluntad del Padre, salvándonos y salvando así a los hermanos, los hombres. Cada Eucaristía me inyecta obediencia al Padre hasta la muerte, hasta la victimación del yo personal, de la soberbia, avaricia, egoísmo...dando muerte al hombre viejo que me empuja a preferirnos a Dios, a preferir nuestra voluntad a la suya:   “así completaré en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”

       Jesús había declarado que la prueba principal de su amor consiste en dar la vida por los que ama: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos.” Éste es el espíritu de caridad que animó el sacrificio de Cristo y se hace ahora presente en cada Eucaristía. Este amor animó toda la vida de Cristo, pero especialmente su pasión, muerte y resurrección y este amor viene a nosotros por la celebración eucarística: “El que me coma vivirá por mí”,(Jn 6,23).

       Esta Salvación por amor es permanente, porque su sacerdocio es eterno en contraposición al del AT Jesús posee un sacerdocio perpetuo y ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: “estando siempre vivo para interceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios”. (Hbr 7,25)“Se ofreció de una vez para siempre” ( Hbr 7,8). Y de esta actitud de adoración al Padre nos hace Cristo partícipes en cada Eucaristía. Por ella nosotros también miramos al Padre en total sumisión a su voluntad y esta adoración la vivimos con Cristo sacramentalmente en la Eucaristía y luego existencialmente en nuestra vida. Esta actitud de adoración es fundamental en todo hombre que busca a Dios y Cristo es el mejor camino para llegar hasta el Padre. 

       Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado al Padre y a todos los hombres, mis hermanos, hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas por el deseo de ser comido y vivir la misma vida... “Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”Sí, Cristo, quiero acordarme ahora y vivir en cada Eucaristía tus mismos sentimientos, amores, emociones y entrega total sin reservas.

15ª MEDITACIÓN: 1/TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN/1

1/LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA/1

5. 1. La comida  de comunión

Durante la Última Cena, la intención fundamental de Jesús fue la ofrenda sacramental de su sacrificio, la de instituir la Eucaristía como misa y como comida espiritual a través de la comida material del pan y del vino, para que todos comiéramos  su cuerpo y sangre y nos alimentáramos de su misma vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... el que me coma vivirá por mí...” El Señor instituyó esta celebración de la Alianza Nueva mediante una comida, que se convertirá en los siglos venideros en el memorial de su sacrificio, siguiendo el modelo de la antigua alianza junto al monte Sinaí: sacrificio y comida. La InstrucciónRedemptionis   Sacramentum nos recuerda que la Eucaristía no debe perder este carácter convivial y sacrificial ( RS 38).

       Los  relatos evangélicos nos muestran que las comidas en su vida apostólica fueron momentos siempre  de salvación: en casa de Simón, con la mujer arrepentida (Lc7, 36-50), fue, por ejemplo, comida de perdón; fue comida de salvación, con los recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mt 9, 10); encuentro de gracia, perdón y amistad con Zaqueo (Lc 19,2-10); en Betania fue  signo de amistad  con los amigos Lázaro, María y Marta, incluyendo las quejas de Marta porque María permanece a los pies del Maestro (Jn 11,1). A diferencia de Juan el Bautista que ayunaba, Jesús participaba gustoso en las comidas de sus contemporáneos: “El Hijo del hombre come y bebe” (Mt 11,19).

       Esto no era nada extraño para Jesús y los Apóstoles. En la religión hebrea, en la cual ellos nacieron y vivieron, la comida tuvo siempre un papel muy importante en las relaciones de Dios con los hombres, en la ratificación de los  pactos y alianzas, que siempre se ratificaron con una comida: mediante una comida se sellan los pactos o alianzas entre Isaac y Abimelec (cfr Gen 26,26-30), entre Jacob y su suegro Labán (cfr Gen 31,53) y en concreto, en la alianza de Dios con el pueblo de Israel, donde el texto del Éxodo nos refiere una doble tradición: una, que describe al sacrificio como rito esencial de la alianza, y otra, que muestra a la comida, como expresión de esta misma alianza. En lo referente a esta última tradición se nos dice que los setenta ancianos de Israel, que habían subido con Moisés al monte, contemplaron a Dios: “Y luego comieron y bebieron” (Ex 24,11). A la contemplación se une la comida que confirma la introducción en la intimidad divina. Los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario elegido por Dios, y en el mismo lugar consagrado a Dios se tenían también las comidas. Así se restañaban y se potenciaban las relaciones de Dios con los hombres: comían en su presencia.

A la primera comida, que en su tiempo ratificó la alianza establecida con Moisés y los ancianos de Israel, corresponde la última comida, la Última Cena, que sellará la conclusión de la Alianza Nueva y Eterna en fidelidad a las promesas hechas a David: “En aquel día, preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo los alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-  Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación” ( Is 25,6-9).

       La comida hará comprender todos los beneficios y todas las gracias que Dios dará a los hombres con aquella alianza. También en el libro de Enoch, cronológicamente más cercano a la época de Cristo, la felicidad de la vida futura está representada por la imagen de un banquete celestial: “El Señor de los espíritus habitará con ellos y éstos comerán con el Hijo del hombre; tomarán  parte en su mesa por los siglos de los siglos” (62,14). La felicidad consistirá en sentarse a la mesa con el Mesías o Hijo del hombre, muy cercanos al Señor de los espíritus, es decir, a Dios.

       Naturalmente en la comida eucarística, instituida por Cristo, no es comida y bebida ordinaria lo que se come,  sino su carne gloriosa, llena de Espíritu Santo, y su sangre gloriosa, derramada por nuestros pecados. Pero el comer es esencial en toda comida, también en la eucarística: “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55), con la particularidad de que en la Eucaristía Jesús no implica sólo su cuerpo y sangre, sino que se implica Él mismo entero y completo.

       En la Última Cena Jesús inaugura la comida de la Nueva Alianza, que luego continuaría celebrando después de su resurrección con la comunidad de Jerusalén, que fueron encuentros de gozo y  reconocimiento y alegría por parte de los Apóstoles. Y así se siguió celebrando la Eucaristía como comida o cena hasta que empezaron a darse los abusos de que nos habla S. Pablo en su carta a los Corintios junto con el aumento de miembros en las comunidades. Entonces comenzaron a separarse Eucaristía y banquete o ágape, con el peligro que llevaba consigo de que la liturgia se convirtiera a veces  en un espectáculo para  ver a unos comer y a otros pasar hambre, más que en una comida familiar de encuentro en la fe y en la palabra, en comida  participada. 

       Una descripción interesante de la celebración de la comunión en el siglo IV aparece en una de las instrucciones catequéticas de Cirilo de Jerusalén: “Cuando os acerquéis, no vayáis con las manos extendidas o con los dedos separados, sin hacer con la mano izquierda un trono para la derecha, la cual recibirá al Rey, y luego poned en forma de copa vuestras manos y tomad el cuerpo de Cristo, recitando el Amén... Después, una vez que habéis participado del Cuerpo de Cristo, tomad el cáliz de la Sangre sin abrir las manos, y haced una reverencia, en postura del culto y adoración y repetid Amén y santificaos al recibir la Sangre de Cristo... Luego permaneced en oración y agradeced a Dios que os ha hecho dignos de tales misterios” (S.Cirilo, CM, V 21ss). Después del siglo XII la comunión bajo la especie de vino fue desapareciendo en la Iglesia de Occidente.

5. 2.  Mirada litúrgica a la Eucaristía como comunión. 

La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no es un añadido o un complemento a la Eucaristía, sino una exigencia intencional y real de las mismas palabras de Cristo, al instituirla:“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... tomad y bebed... porque ésta es mi sangre”; es decir, que, si Jesús consagró el pan y celebró la Eucaristía fue para que los comensales nos alimentásemos de su cuerpo y sangre como Él mismo había prometido varias veces durante su vida.  Los apóstoles comieron su cuerpo, su sangre, su divinidad, sus deseos de inmolarse para obedecer al Padre y de darse en alimento a todos. No cabe, por tanto, duda de que tanto por la promesa, como por las palabras de la institución de la Eucaristía, Jesús quiso ser comido como  el nuevo cordero de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, sacrificado y comido en signo de la amistad y de pacto logrado entre Dios y los hombres por su muerte y resurrección, como era el cordero de la pascua judía: Éxodo, cap. 12. No podemos dudar de este deseo de Cristo, expresado abiertamente al empezar la Última Cena: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros, antes de padecer”, es decir, ésta es la cena de la Pascua Nueva y en esta comida el cordero sacrificado y comido soy yo, que entrego mi vida como sacrificio y alimento por todos.

       La pascua judía era la celebración de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la Alianza en la sangre de los sacrificios en la falda del monte Sinaí y de la entrada en la tierra prometida... La pascua cristiana, inaugurada por Cristo en la Última Cena, es la liberación del pecado, el paso de la muerte a la vida y la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, nuevo cordero de la Nueva Alianza. Como hemos insinuado, ya desde la noche de la pascua judía,  figura e imagen de la Nueva Pascua cristiana, Dios, nuestro Padre pensaba en darnos a su Hijo como nuevo Cordero de la nueva alianza por su sangre. 

       “Yo veré la sangre y pasaré de largo, dice Dios”. Pascua significa paso, paso de Yahvé  sobre las casas de los judíos en Egipto sin herirlos,  y ahora, en la nueva pascua, paso de la muerte de Cristo a la resurrección, que se convierte en  nuestra pascua, paso, por Cristo, del pecado y de la muerte a la salvación y a la eternidad. Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué cosa tan maravillosa vio el ángel exterminador en la sangre puesta sobre los dinteles de las casas de los judíos para pasar de largo y no hacerles daño aquella noche de la salida de la esclavitud de Egipto, en que fueron exterminados los primogénitos egipcios. En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia, Melitón de Sardes, ponía estas palabras: «¡Oh misterio nuevo e inexpresable!  La inmolación del cordero se convierte en  salvación para Israel, la muerte del cordero se transforma en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ángel, ¿qué fue lo que te causó temor, la muerte del cordero o la vida del Señor? ¿La sangre del cordero o el Espíritu del Señor? Está claro qué fue lo que te espantó: tú has visto el misterio de Cristo en la muerte del cordero, la vida de Cristo en la inmolación del cordero, la persona de Cristo en la figura del cordero y, por eso, no has castigado a Israel. Qué cosa tan maravillosa será la fuerza de la Eucaristía, de la Pascua cristiana, cuando ya la simple figura de ella, era la causa de la salvación».

       Queridos hermanos: Cristo hizo el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, y quiso hacer a los suyos partícipes del mismo, mediante una comida, una cena, un banquete. Aquí está la razón de lo que os decía al principio. Está claro que Cristo quiere que todos los que asisten a la Eucaristía participen del banquete mediante la comunión. Si no se comulga, no hay participación plena e integral en los méritos y la ofrenda de Cristo, hecha sacrifico y comida. Cuando comulgamos, no sólo comemos el Cuerpo de Cristo, sino que comulgamos también con su obediencia al Padre hasta la muerte, con la adoración de su voluntad hasta el sacrificio: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. La redención y salvación que Jesús realiza en la Eucaristía llega a todo el mundo, a todos los hombres, vivos y difuntos, porque nos  injerta así en la vida nueva y resucitada, prenda de la gloria futura que nos comunica:“Yo soy la resurrección y la vida, el que coma de este pan vivirá eternamente”.

       Por lo tanto, el altar, en torno al cual la Iglesia se une para la celebración de la Eucaristía, representa dos aspectos del mismo misterio de Cristo: el altar de su sacrificio y la mesa de su cena: son dos realidades inseparables. Por eso, ir a Eucaristía y no comulgar es como ir a un banquete y no comer, es un feo que hacemos al que nos invita, es tanto como quedarle a Cristo con el pan en las manos y no recibirlo, es quedar a Cristo iniciando el abrazo de la unión sacramental y quedarse sentado... Si hemos dicho que sin Eucaristía-Eucaristía no hay cristianismo, había que decir también que sin Eucaristía-comunión no puede haber vida cristiana en plenitud:“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Sabéis que muchos se escandalizaron por esto y desde aquel momento le dejaron. Hasta sus mismos apóstoles dudaron y estuvieron a punto de irse. Tuvo que preguntarles el Señor sobre sus intenciones y provocar la respuesta de Pedro: “A quién vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna”.

       Podemos afirmar que el sacrificio nos lleva a la Comunión, y la Comunión al sacrificio. Y en esto está toda la espiritualidad de la Comunión. Por eso, el Vaticano II, en la S. C. nos dice: «Se recomienda la participación más perfecta en la Eucaristía, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, el cuerpo del Señor». Y es que por voluntad expresa del Señor, sacrificio y banquete, Eucaristía y comunión están inseparablemente unidos.

16ª MEDITACIÓN: 2/TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN/2

2/LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA/2

5. 3. Frecuencia de la comunión

En la Iglesia primitiva se consideraba la comunión como parte integrante de la Eucaristía, en razón de las palabras de Cristo. Esta costumbre duró hasta el siglo IV aproximadamente. Durante algún tiempo fue costumbre celebrar la Eucaristía sólo el domingo. Durante este periodo los fieles podían llevar el pan consagrado a sus casas y darse ellos mismos la comunión todos los días. La comunión se tomaba antes de cualquier alimento. A partir del siglo VIII comulgar una vez al año se había convertido en una práctica acostumbrada, incluso en los conventos. El Concilio Lateranense IV estableció como mínimo comulgar durante el tiempo de Pascua. Al final del siglo XII una nueva ola de devoción eucarística recorrió Europa, aunque el acento se ponía en la Presencia Eucarística: mirar el Santísimo Sacramento era tan eficaz como comulgar sacramentalmente y se volvió a la comunión espiritual: comunión de deseo. El Concilio de Trento trató de reanimar la comunión frecuente pero estaba reservado al siglo XX potenciar la frecuencia de la comunión con los esfuerzos del Papa Pìo X, que impulsó esta práctica y redujo la edad de la Primera Comunión a la edad del uso de razón. El Vaticano II ha hablado mucho y bien de la Eucaristía como Eucaristía, como comunión y presencia y el domingo es el día de la Eucaristía, plenamente participada por la Comunión.

5. 4. Espiritualidad de la Eucaristía como comunión 

La Eucaristíaes el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía como misa y sacrificio deriva toda la espiritualidad eucarística como comunión y presencia. En la comunión eucarística,  Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres,  sus mismos sentimientos y actitudes. Por eso, lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya no son necesarias y van desapareciendo.

       Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos...

       Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria,  sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué... Esto es una comunión rutinaria, puro rito, con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús...

       Lo primero de todo es la fe, pedirla y vivirla, como lo fue con el Jesús histórico. Para creer y comulgar con Cristo-Eucaristía, necesitamos fe en su realidad eucarística, porque «este es el sacramento de nuestra fe». Cuando en Palestina le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... “Tu crees que puedo hacerlo, tú crees en mí, vosotros qué pensáis de mí..”  Y éste sigue siendo hoy el camino de encuentro con Él. A los que quieran entrar en amistad  con Él,  les  exige fe, cada vez más fe, como vemos en todos los santos, porque hay que pasar de la fe heredada a la fe personal: ¿tú qué dices de mí…?, puesto que vamos a iniciar una amistad personal íntima y profunda con Él. Todos los días hay que pedírsela: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”

       Las crisis de fe, las “noches” de S. Juan de la Cruz, son camino obligado para profundizar en esta fe, ayudan a potenciar la fe, la purifican, hacen que nos vayamos acomodando a los criterios del evangelio, que pasan a ser nuestros y todos esto es con trabajo y dolor. Las crisis de fe son buenísimas, porque el Espíritu Santo quiere purificarnos, quiere quitar los falsos conceptos que tenemos sobre Cristo, su evangelio y, al quitar estas adherencias de nuestra fe heredada, se nos va la vida... Cristo quiere escuchar de cada uno: Yo creo en Tí, Señor, porque te veo y te siento, no porque otros me lo ha dicho. Superada esta primera etapa de fe como conocimiento de su persona y palabra, vendrá o es simultánea la etapa de comunión en su vida, de convertirse a Él, de vivir su misma vida, de comulgar en serio con su obediencia al Padre, con su entrega a los hombres, viene la conversión en serio que dura toda la vida, como la misma comunión: “quien coma, vivirá por mí...”, pero ahora al principio es más dura, porque no se siente a Cristo, y hay que purificar y quitar muchas imperfecciones de carácter, críticas, comodidad; aquí es donde no jugamos la amistad con Cristo, la experiencia de Dios, la santidad de de vida, según los planes de Cristo, que ahora aprieta hasta el hondón del alma. Para llenarnos Él, primero tiene que vaciarnos de nosotros mismos ¡Qué poco nos conocemos, Señor! ¡qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Me adoro, me doy culto y quiero que todos me lo den, sólo quiero celebrar mi liturgia y no la tuya. Y claro, no cabemos dos “yo” en la liturgia eucarística de la vida,  eres Tú al que tengo que vivir hasta decir con S. Pablo: “para mí la vida es Cristo”,  o “estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”  

       El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtiéndolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida. Porque en la comunión no se trata estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida y yo tengo que morir a la mía que está cimentada sobre el pecado, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos su misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres. 

       Si queremos transformarnos en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio. Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada Eucaristía hace presente su muerte y resurrección por nosotros. Para resucitar a su vida, primero hay que morir a la nuestra de pecado, hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él. Comulgamos con un Cristo crucificado y resucitado. Hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; Él  quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

       Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...” Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón... Esta es la verdadera comunión con el Señor. Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón...” ; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él:“ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo”; a perdonar siempre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”

       Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado... a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos... a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón... es muy duro... y sin Cristo es imposible.

       Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo, comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres... me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible. Lo que pasa es que ya creo en Ti y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la Eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras verdad, como si hubieras existido, sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad... pasa como con el evangelio, sólo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Las comuniones eucarísticas me van llevando, Señor, a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú. 

       Y esta comunión vital, este proceso tiene que durar toda la vida, porque cuando ya creo que estoy purificado, que no me busco, sino que vivo tu vida... nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y la comunión litúrgica con tu muerte, resurrección y vida me descubre otros modos de preferirme a Ti,  de preferir mi vivir al tuyo, mis criterios a los tuyos, mi afectos a los tuyos, que hacen que esta comunión vital contigo no sea total, y otra vez la purificación y la necesidad de Ti... así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo hacer esta unión vital, vivir como Tú, sólo Tú sabes y puedes y entiendes... para eso comulgo con hambre todos los días, por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, sólo Tú sabes y puedes. Y esto me llena de Ti y me hace feliz y ya no me imagino la vida sin Ti.  La verdad es que ya no sé vivir sin Ti, sin comulgar y comer la Eucaristía, que eres Tú.

       El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de ti; para vivir según mis criterios, mi yo, mi soberbia, mi comodidad, mis pasiones, no tengo necesidad de comunión ni de Eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo. El mundo no tiene necesidad de Cristo, para vivir como vive, como un animalito, lleno de egoísmos y sensualismo y materialismos, se basta a sí mismo. Por eso el mundo está necesitando siempre un salvador para librarle de todos sus pecados y limitaciones de criterios y acciones, y sólo hay un salvador y éste es Jesucristo. Y las épocas históricas, y las vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matrimonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.

       Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez, de la Santísima Trinidad... de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA, una  Canción Eterna llena de Amor Personal, pronunciada a los hombres con ese mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, Vida y Amor y Alma del Padre y del Hijo. Para  eso instituyó Cristo la sagrada comunión ¡Cómo me amas, Señor, por qué me amas tanto, qué buscas en mí, qué puedo yo darte que Tú no tengas...!  ¡Cómo me ayudas y recompensas y estimulas mi apetito de Ti, mi hambre y  deseo de Ti!

       Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones... en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios y la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor. Y es que solo cuando uno a través de la comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes, es  cuando es “llagado” vitalmente por su amor, y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: “¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me los has robado,  por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura”.

       En la Iglesia y en el mundo nos faltan comuniones eucarísticas, almas eucarísticas, religiosos y sacerdotes eucarísticos, padres y madres eucarísticas, jóvenes eucarísticos ¿dónde están, con quién comulgan los jóvenes de ahora…? niñas y niños eucarísticos, es decir, cristianos identificados con Cristo por la comunión eucarística.

       Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: ¡Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, Tú el único testigo... parece que nunca va a acabar el sufrimiento, a veces años y años... Tú lo sabes! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras... Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas... ¡lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada Eucaristía, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.  Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que me pone delante del Cristo entero y completo, que muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida.

       Por eso, quien come Eucaristía, quien comulga de verdad a Cristo Eucaristía, se va haciendo poco a poco Eucaristía perfecta, muere al pecado de cualquier clase que sea y  va resucitando a la vida nueva que Cristo le comunica, va viviendo su misma vida, con sus mismos sentimientos de amor a Dios y entrega a los hombres. Quien come Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta.

       En cada comunión le decimos: Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero lo seas todo. Jesucristo Eucaritía, yo creo en Ti; Jesucristo Eucaristia, yo confío en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios.

       El alma, que llega a esta primera y perfecta comunión con Cristo en la tierra, ya sólo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás es con Él y por Él. Lo expresamos también en este canto popular de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos mis lectores, aunque a mí me falta mucho:  «Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tu amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego».

17ª MEDITACIÓN: LA EUCARISTÍA COMO MISA

CUARTA HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”,   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!»

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que  hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía. En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

             LA EUCARISTÍA COMO MISA.

       Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

       Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice San Pablo.

 Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; ”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15,9). 

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra. En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por El: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivir así amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

 La Eucaristía dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin  Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia... El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

(Tantos abandonos, tantos pecados, tantas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere, llorando estoy frente a tu altar, Señor)

 

QUINTA HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero su primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento:”Tomad y comed... tomad y bebed...”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... el que no come mi carne... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido de amor y con fe por todos nosotros.

LA EUCARISTÍA COMOCOMUNIÓN

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y sus dones, y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se  construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de sus planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o pero, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.     

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en sus corazones y llegar a una unión grande con ellos. Lo importante de la religión no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos, la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

Sin conversión de nuestros pecados no hay amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se ha encarnado por nosotros, que murió y resucitó, que está en el pan consagrado y por eso, comulgo.

 Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”. Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre... queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir  respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

<Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía¡>

¡Y cuántas, hermosura soberana,

<mañana le abriremos>, respondía,

para lo mismo responder mañana!

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe. Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión, qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya, la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te necesito! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

18ª MEDITACIÓN: ¿POR QUÉ CANTAMOS Y ADORAMOS EL PAN CONSAGRADO?

TERCERA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es la fiesta del CUERPO Y  DE LA SANGRE DE CRISTO, la fiesta de su presencia amiga en medio de los hombres. El pueblo católico, en estos tiempos tan malos para la fe, va perdiendo poco a poco la clave de su identidad cristiana, que es Cristo Eucaristía. Por eso se secan tantas vidas de jóvenes y adultos bautizados, porque se alejan de la «fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan aunque a oscuras, porque es de noche» (por la fe).

Creo que en este día, en que vamos a llevar por nuestras calles y plazas a Jesucristo Eucaristía, nosotros, los católicos creyentes y convencidos, debemos exponer con claridad, con valentía y sin complejos, los motivos de nuestra fe y amor a la Eucaristía. Y si alguien nos preguntase por qué cantamos, adoramos y sacamos en procesión este pan consagrado, nosotros respondemos con toda claridad:

1.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

2.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!». La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

3.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...” .

       «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalacar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»» (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16).

4.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derramada en sacrificio para el perdón de nuestros pecados. «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que  el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo pr el Padre, también  el que me coma vivirá por míj». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

5.- PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha  pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre,  la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí... El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

6.- PORQUE «EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6) 

«...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens  deitas...». Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Esta presencia de Cristo no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos, sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino. “¡Es el Señor!” exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección,  mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e  iluminada por el fuego del amor,  el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional... para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana... A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”.

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y  consagra en el seno de María y en el pan y en el vino, y se nos manifiesta y revela como Palabra y Verbo de Dios, que nos revela todo el misterio de Dios. Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

OCTAVA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Nos hemos reunido este día del Corpus Christi para venerar, adorar y agradecer la presencia eucarística de Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Este Cristo ahora viviente en la Hostia santa, que recorrerá nuestras calles esta mañana, es el mismo Cristo del evangelio, que ya permanece en nuestros sagrarios hasta el final de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas.

Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista. Se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento, es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso, la gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios, nadie le puede tocar, quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está con nosotros y vamos a comulgar, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido. El leproso ha quedado curado pero Jesús ha quedado manchado según la ley. Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse. Jesús lo ha hecho todo por amor, espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión: es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con los mismos sentimientos.

Ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente. Ante los necesitados, Jesús nunca huye, Él siempre escucha:“Domine ut videam”. “Señor, que vea”. Y aquel ciego vio y lo siguió, porque sus ojos ya no querían dejar de ver a la persona más buena y comprensiva del mundo. No lo puede remediar. Es así su corazón, el Corazón de Jesús. Y ese corazón está aquí en el pan consagrado, en nuestros sagrarios.

Ahora es en Naím; se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, se ha dado cuenta de que pasa por allí el maestro ni sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: no llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: “joven, yo te lo mando, levántate. Y se lo entregó a su madre”.” Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, en que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos. Y nos ama y se compadece de todos. No lo puede remediar, es así su corazón, el Corazón eucarístico de Jesús.

             Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero, nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amándonos así y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su Corazón es así, no lo puede remediar, así es el corazón eucarístico de Jesús.

Y como este amor hacia nosotros es verdadero, no es comedia sino que le nace de lo más profundo de su corazón, en algunas ocasiones, llevado e impulsado por él, está dispuesto a jugarse la vida.

Ahora la escena es en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres, muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros, dejarle en ridículo y condenarle:“Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley. “¿Tú qué dices?”.

Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: el corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren, Jesús empieza a escribir en el suelo.                        

“Tú qué dices”y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue, quizás escribió sus pecados o hechos ocultos  de los presentes... no lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está en el sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna... y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús que honramos.

Quiero recordar ahora ante vosotros un hecho que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma,  en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II  vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini, y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo; fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces. Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, y menos  en los que la explotaron durante su vida. Qué ternura, qué perdón, qué amor para que saliera de aquella vida de esclava... Aquella mujer no volvió a pecar.

Santa adúltera, ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

 Los ojos de Cristo son  lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón....nunca miró con odio, envidia, venganza.“¿Nadie te ha condenado?, yo tampoco, véte en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley,  Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo.

Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Y hoy los papeles se han cambiado, porque Cristo sigue siendo el mismo, pero los pecadores no quiren reconocer su pecado. Cristo reconoció, pero perdonó el pecado de la adúltera: “No quieras pecar más”, le dijo a la mujer. Hay que rezar por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se hacer quen a Cristo que no le condena, sino que les quiere decir lo mismo: no pequéis más. Pero esto el mundo actual no quiere reconocerlo, no quiere reconocer que peca. Y para ser perdonados, todos, ellos y nosotros, sólo hace falta acercarse a Él y  convertirse a Él un poco más cada día para ir teniendo todos un  corazón limpio y misericordioso como el suyo, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo. Déjate purificar y transformar por Él. Para eso viene en la comunión, para eso se queda en el sagrario, para ayudarnos

19ª MEDITACIÓN: FRUTOS DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

 LA COMUNIÓN REALIZA Y POTENCIA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO.

5. 5. Frutos de la comunión eucarística. La comunión acrecienta nuestra unión y transformación en Cristo.

       En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 11391-1397.

       Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

       En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: ªPermaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:ªEl que me come vivirá por mí”. Recibir la Eucaristía como, comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

       Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: “El efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando”. Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante” (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

       Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida. Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande, tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús. El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

       La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y esto lo expresamos en el breve diálogo que mantenemos con el sacerdote que nos da la comunión: “El cuerpo de Cristo”, y respondemos: “Amén”, queriendo así reafirmar nuestra fe y fidelidad sincera a Cristo, con el que nos encontramos  en ese momento. Nuestro “amén”,  nuestro “sí” implica en nosotros una misión de caridad, de celo apostólico, de generosa obediencia y piedad filial. La comunión eucarística es  una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión realiza, fortalece y alimenta nuestra unión  espiritual y existencial con Cristo.

5. 6. La comunión perdona los pecados  veniales y preserva de los mortales.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas. Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

       Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición del Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía. Nunca  debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

       El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros” y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”.  Por eso la Eucaristía  no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados precisamente al comer su carne limpia y salvadora.

       “Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor”(1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (S. Ambrosio, sacr. 4,28).

       Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora “borra los pecados veniales” (Concilio de Trento: DS. 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios” (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

       Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo porque es la realización de la Alianza y del borrón y cuenta nueva. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía. La Eucaristía es fuente de toda gracia, también de la gracia que perdona los pecados en el sacramento de la Penitencia. Es toda la salvación y redención de Cristo que se hace presente. Es el abrazo del perdón del Padre por el Hijo. Es la Nueva Alianza. Si lo es, perdona los pecados.

       Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal.

       «El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía “antídoto”, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales» (DS 3375).

5. 7. La Eucaristía hace la iglesia: caridad fraterna.

La Eucaristíahace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. La comunión renueva, fortalece y profundiza la incorporación a la Iglesia realizada por el bautismo: “Puesto que todos comemos un mismo pan, formamos un solo cuerpo” (1Cor 10,17).  De aquí el fruto y la exigencia de caridad fraterna para celebrar la Eucaristía.

       En la Última Cena se manifiesta claramente que la Eucaristía en la intención de Cristo es fuente de caridad y debe fomentar el amor fraterno, porque ha sido el momento elegido por el Señor para darnos el mandato nuevo del amor fraterno. Uniendo nuestra voluntad a la de Cristo podemos esperar de Él la fuerza necesaria para el aumento de amor y la reconciliación fraterna deseada. Como comida sacrificial, la Eucaristía tiende a comunicar a los participantes el amor que inspiró el sacrificio de Cristo en obediencia al Padre por amor extremo a sus hermanos, los hombres.

       El primer efecto de la comida eucarística es una unión más íntima con Cristo, como hemos dicho. Pero por este mismo efecto, porque comemos todos el mismo Cristo, se produce inseparablemente otro efecto: la unión más profunda entre  todos los que viven la vida de Cristo, es decir, la unión de su Cuerpo Místico, la Iglesia. La Eucaristía estimula el crecimiento del Cuerpo entero, Cabeza y miembros, en fidelidad al mandato recibido y realizado por el Señor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34). La Eucaristía tiende a desarrollar todos los aspectos y todas las actitudes del amor recíproco, de tal forma que de la Cabeza, que es Cristo,“se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en

el amor”(Ef 4,16).

       Jesús no ha hecho sólo un himno a la caridad sino que ha indicado el modelo:“como yo os he amado”; propone su vida como modelo de caridad y perdón. La comunión no termina en la unión con Cristo sino que con Él, en Él y por Él nos unimos a toda la Iglesia. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La Comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la iglesia realizada ya por el Bautismo. Por el bautismo fuimos llamados a formar un solo cuerpo en Cristo. La Comunión lo perfecciona y completa: “El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor.10, 16-7).

       «Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “amén” (es decir, <sí> <es verdad>) a lo que recibís, con lo que respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir «el Cuerpo de Cristo», y respondes <amén>. Por la tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu “amén” sea también verdadero» (S. Agustín, serm. 272).

El Vaticano II, al hablar del Obispo como sumo sacerdote de su Iglesia local, nos dice: «...en la Eucaristía que él mismo (obispo) ofrece o procura que sea ofrecida y en virtud de la cual vive y crece la Iglesia… se celebra el misterio de la cena del Señor a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad. En toda comunidad de altar, bajo el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel amor y unidad del Cuerpo Místico de Cristo sin el cual no puede haber salvación» (LG 24 ).

5. 8. La Eucaristía compromete en favor  de los pobres.

Este amor fraterno lleva consigo una predilección cristiana especial por los pobres, como en la vida de Jesús: “Lo que hicisteis con cualquiera de estos, conmigo lo hicisteis”.

Es impresionante el modo en el que S. Juan Crisóstomo advertía la plena unión entre celebración de la Eucaristía y el compromiso de caridad con los pobres. Según él, la participación en la mesa del Señor no permite incoherencias entre Eucaristía y caridad con los pobres: «¡Que ningún Judas se acerque  a la mesa!, -exclama en una homilía- ¡...porque no era de plata aquella mesa, ni de oro el cáliz, del cual Cristo dio su sangre a sus discípulos...! ¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que él esté desnudo: y no lo honres aquí en la iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que él mismo muera de frío y de desnudez. El que ha dicho: “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también: “Me habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer”, y “lo que no habéis hecho a uno de mis pequeños, no lo habéis hecho conmigo”. Aprendamos, pues, a ser sabios, y a honrar a Cristo como Él quiere, gastando las riquezas en los pobres. Dios no tiene necesidad de utensilios de oro sino del alma de oro. ¿Qué ventajas hay si su mesa está llena de cálices de oro, cuando Él mismo muere de hambre? Primero sacia el hambre del hambriento, y entonces con lo superfluo ornamenta su mesa»[3]

       Y el   mismo santo doctor comenta  en otro lugar: «¿Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano? Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso»[4].

5. 9. 1.  La Eucaristía, prenda de la gloria futura

En una antigua antífona de la fiesta del Corpus Christi rezamos: «¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!» Llamamos a la Eucaristía prenda de la gloria futura y anticipación de la vida eterna, porque nos hace partícipes del germen de nuestra resurrección, que es Cristo resucitado y glorioso, bien último y conclusivo del proyecto del Padre. La Eucaristía y la comunión son prenda del cielo: “El que coma de este pan tiene vida eterna... vivirá para siempre”. La unión con Cristo resucitado nos va transformando en cada Eucaristía en carne de resurrección. Es verdaderamente el sacramento de la esperanza cristiana.

       Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados «de gracia y bendición», la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial, puesto que recibimos al que los ángeles y los santos contemplan resplandeciente en el banquete del reino, al Cristo glorioso y resucitado.

       La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor resucitado, el Viviente, viene en la Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo», como rezamos en la Eucaristía, pidiendo además «entrar en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes» (Plegaria III).

       De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva, la de los bienes últimos escatológicos, no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio «se realiza la obra de nuestra redención» (Plegaria III) y «partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre» (S.Ignacio de Antioquia, Eph.20,2).

5. 9. 2. Dimensión escatológica.

       Ahora bien, la iglesia, que se manifiesta en un determinado lugar, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía, no está formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una iglesia invisible, la “Jerusalén celeste”, que desciende de arriba (Apo.21,2); por eso, «en la liturgia terrena pregustamos y nos unimos por el Viviente a la liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén del cielo, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero» (SC.8;50). Por la comunión eucarística, nos unimos  también a los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La comunión en la Eucaristía es el más excelente  sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias.

       Asistida por el Espíritu Santo, la iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de comer el pan y beber el cáliz, anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra: “Pues cuantas veces comáis éste pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga”  (1Cor.11,26). Bajo la acción del Espíritu Santo toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la esposa: «marana tha» . Éste es el grito de toda la asamblea cuando se hace presente el Señor por la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”.

       Un filósofo francés, Gabriel Marcel, ha escrito: «Amar a alguien es decirle: tu no morirás». Esto es lo que nos dice en cada Eucaristía Aquel, que ha vencido a la muerte: Os quiero, vosotros no moriréis. Y en la comunión eucarística nos lo dice particularmente a cada uno. Que este deseo de Cristo, pronunciado y celebrado con palabras y gestos suyos en la santa Eucaristía y comunión, nos haga vivir seguros y confiados en su amor y salvación y lo hagamos vida en nosotros para gozo de la Santísima Trinidad, en la que nos sumergimos ya por la vida de Aquel, que, siendo Dios, se hizo hombre y murió por nosotros, para que todos pudiéramos vivir por la comunión eucarística la Vida, la Sabiduría y el Amor del Dios Único y Trinitario: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.

5. 10. Al comulgar, me encuentro en vivo  con todos los  dichos y hechos salvadores del Señor.  

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (n 50).

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.

       «Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sus hechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por entrega a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

       Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es “centro, fuente y culmen” de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado.

Encarnación y Eucaristía.

       La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

       Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1Cor. 10,17).

       Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque «lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la iglesia». Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del  sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son  celebrados, desde la Encarnación hasta  la subida a los cielos, especialmente el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica.

Presencia permanente.

 Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Enmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20). Es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica, sino verdadera y sustancial.

       Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cf. Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: «Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros» (Vida, 22,26). Desde esta presencia Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores.

PAN DE VIDA

Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6, 54-55).

       La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón...debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

       La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal.2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer,  pero no comulgar el cuerpo de Cristo o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios: cfr1Cor11, 18-21.

En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: “La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).

       Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémosnos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de la vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

De la Eucaristía como comunión, a la misión. 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es «podéis ir en paz», que en latín se dice: «Ite, missa est». Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante:”Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”. En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos...  amaos los unos a los otros... id al mundo entero...”

5. 11. En la Eucaristía se encuentra la fuente y la cima de todo apostolado

La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.

       En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia.

       Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la Iglesia, dado que “los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan” (PO.5; LG.10; SC.41).

       Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

20ª MEDITACIÓN: MARÍA Y LA EUCARISTÍA

       No quisiera terminar este libro sobre la oración con el Cristo de nuestros sagrarios, sin tener una mención especial para la que fue su primer sagrario en la tierra y Madre de la Eucaristía: María. Fue Ella la que en mi vida personal me llevó hasta el encuentro personal con su Hijo y todavía lo recuerdo. Me gusta ser agradecido y todavía sigue ocupando un lugar central en mi vida. En una visita a un santuario suyo muy querido, después de un largo tiempo en oración con ella, al despedirme, sentí que me decía con toda claridad en mi interior:  pasa a mi hijo, es que hasta ahora te fijas principalmente en mí y no te has dado cuenta de que le llevo aquí en mis brazos para dártelo. Y yo repetía: Pero si contigo me va bien, pero si yo amo a tu hijo… Pero ella sabía mejor que yo que había llegado el momento de ser “cristiano”, después de largo aprendizaje y encanto “mariano”.

       “Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis  Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él” (Ecclesia de Eucharistia, 53).

EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

7. 1. María y la Eucaristía

Ya la piedad cristiana unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen. Porque la Eucaristía es el alma de la Iglesia, «centro y culmen» de toda su vida. Y María fue asociada por Dios a todo el misterio del Hijo, desde su maternidad hasta la cruz. Es lógico que así sea vista también por la Iglesia. Ella es madre de la Iglesia. Y la Iglesia se construye por la Eucaristía. 

       Desde el punto de vista bíblico y eucarístico, Juan nos ha consignado dos escenas, en los cuales María tiene su parte central al lado de Jesús. Se trata del episodio de las bodas de Caná (cf. Jn 1,1-11),  que hay que unir estrechamente al de la multiplicación de los panes, en Jn 6, y del episodio del Calvario, en Jn 19. En el primero de los signos mesiánicos obrados por Jesús está clara la intervención de María, que toma la iniciativa: “no tienen vino”. Haced lo que Él os diga”. El mismo término de “mujer”, con que Jesús designa a su madre en esta ocasión, hace referencia al Génesis 2, 23, en que Dios dice a la serpiente: “Pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer. Y entre tu linaje y el suyo. Éste te aplastara la cabeza” (Gn 3,15). Tenemos, por tanto, que en primero de los signos obrados por Cristo Mesías se convierte el agua en vino por la iniciativa de María, y representa el inicio de una nueva etapa de la historia de la salvación sacramentaria, cuyo centro será la Eucaristía, realizada en pan y vino.

       En esta nueva economía, María también es llamada mujer en la figura de Eva, tipo de su maternidad. En el Génesis, al hablarnos de Eva, tipo de Maria, se dice: “formó Yahvé Dios a la mujer” (Gén 2,22). Este pasaje indica que la Virgen  nueva Eva -viene a ser cabeza- estirpe de una nueva generación, la de la comunidad eclesial, que se nutre de la sangre y del cuerpo eucarístico de Cristo: “El hombre (Adán-Cristo-nuevo-Adán) exclamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne” (v.23).

       En el Nuevo Testamento, Juan da una aportación decisiva a la dimensión eucarística de la figura de María, no sólo en el relato del primer signo mesiánico, sino también en el de la pasión, donde Jesús confía al discípulo amado a su madre y viceversa, esto es, a Juan el cuidado de su madre (cf. Jn 19,25-27). Y en ambos casos nuevamente María es designada como “mujer” por su Hijo. Es claro que al ser su propio Hijo el que la designa así, cuando lo natural hubiera sido el término “madre”, demuestra que no se trata sólo de un gesto de piedad filial por parte de Jesús, sino sobre todo de un episodio de revelación decisiva. También aquí ella es llamada mujer otra vez, como nueva Eva, para subrayar el inicio en ella de una nueva generación, la de la Iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que manaron la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia. María es constituida por Cristo en Madre de los nuevos hijos nacidos de la fe y del bautismo. 

       En San Juan, María permanece siendo la madre. Si  primero era sólo la madre del Hijo, ahora es también la madre de la Iglesia. Si primero su maternidad era física, ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús es elegida y designada la madre de los discípulos de Jesús en la figura del discípulo amado.

       Por eso la Iglesia, sacramento salvífico, además de ser esencialmente eucarística, tiene también una connotación existencial mariana. María tiene, pues, una presencia y un papel decisivo tanto en la Encarnación como en la economía salvífica-sacramentaria de la Iglesia: en las dos, ella ha dicho su “fiat” en la fe, en la esperanza y en la caridad. En ambas ella es cabeza-estirpe de una nueva generación querida por Dios: en la primera, por la generación del Hijo de Dios hecho carne en su seno; en la segunda, por la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo, que se nutre con el cuerpo y la sangre de Cristo, engendrados por María.

       La Iglesia, por eso, no celebra nunca la Eucaristía sin invocar la intercesión de la Madre del Señor. En cada Eucaristía, «María ofrece como miembro eminente de la Iglesia no sólo su consentimiento pasado en la Encarnación y en la cruz, sino también sus méritos y la presente intercesión materna y gloriosa» (Marialis cultus 20).La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).   Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

        La Iglesia así lo comprende y lo canta agradecida en la antífona del Corpus Christi: «Ave, verum corpus natum de María Virgine, vere passum, inmolatum in cruce pro homine». Últimamente el Papa Juan Pablo II se ha referido a esta relación de la Eucaristía con María en dos documentos. En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice: «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad “hasta el extremo” (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de  Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz»  (Rosarium Virginis Mariae 1).

       En otro pasaje de esta misma Carta del Rosario de la Virgen nos propone el Papa a María como modelo de contemplación cristológica, que recorre y nos ayuda a vivir la espiritualidad eucarística. Lo titula el Papa: María modelo de contemplación, y nos dice en el número 10: «La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable”. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo “envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc2,7).

       Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la <parturienta>, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fín, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu  en el día de Pentecostés (cf He 1,14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el <rosario> que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

       Ytambién ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su <papel> de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (RVM 10 y 11).

7.  2. María, «mujer eucarística»

Así llama el Papa Juan Pablo II a María en la última Carta Encíclica sobre la Eucaristía Ecclesiade eucharistía. El  capítulo sexto y último lo titulo al Papa: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía: «(María) al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente« (LG 56).

        «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61).

       «María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jo 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

       Sin el cuerpo de Cristo que «ella misma había engendrado» no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía. Por eso María es Madre de la Eucaristía,  por ser la madre de Cristo, materia y forma del Misterio eucarístico; María es arca y tienda de la Nueva Alianza, por engendrar por la potencia del Amor del Espíritu Santo la carne y la sangre de Cristo, derramada para la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres; María fue el primer sagrario de Cristo en la tierra; María fue asociada expresamente por su Hijo en el sacrificio cruento de la Eucaristía, ofreciendo su vida con Él al Padre para la salvación de los hombres, consintiendo en su ofrenda y creyendo contra toda esperanza en la Palabra de Dios, creyendo que era el redentor de los hombres el que moría en la cruz.

       Por eso y por más razones, no he querido terminar  este libro sobre la Eucaristía, sin dedicarle a María el último capítulo, como he hecho hasta ahora en mis libros publicados. Es mucho lo que Cristo confió en y a su madre y mucho lo que ella hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y unida totalmente a  su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos debemos a María  «mujer eucarística». 

       Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:   «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

       Y ahora paso ya a transcribir literalmente el capítulo sexto y último de la Encíclica Ecclesiade eucharistia, donde el Papa Juan Pablo II recoge de modo insuperable, al menos por mí, la doctrina eucarístico-mariana actual. Uno disfruta leyendo y meditando estas verdades.

CAPÍTULO VI

EN LA ESCUELA DE MARÍA, “MUJER EUCARÍSTICA”

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía (20). Efectivamente, María puede guiamos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

       A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42).

       Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir e su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. “Mysterium fidei”. Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Ultima Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: “no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”.

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

       Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

       “Feliz la que ha creído” (L 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en “ tabernáculo el primer tabernáculo de la historia” donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

       María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuandollevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle al Señor” (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una “espada” traspasaría propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el “stabat Mater” de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de “Eucaristía anticipada” se podría decir, una “comunión espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como “memorial” de la pasión.

       ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: “Éste es mi cuerpo que es entregado por nosotros”? (Lc 22, 19) Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27).  

       Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros a ejemplo de Juan a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística”.

       Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el magníficat en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo se presenta bajo la “pobreza” de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que “se derriba del trono a los poderosos  y se enaltece a los humildes” (cf. Lc1, 52). María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su “diseño” programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como María, toda ella un magnjficat !

JACULATORIA EUCARÍSTICA:

JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. TAMBIÈN YO QUIERO DARLO TODO POR TI, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS  TODO.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CREO EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CONFÍO EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS.

21ª LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN

INTRODUCCIÓN

       Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse ... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

Pues bien, de esto se trata en este libro; este libro quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, sacerdocio, apostolado, bautizados.... Quiere ser libro de vida, quiere ser un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo Eucaristía y el título podía haber sido también   EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS), porque  es el nombre, que, hace más de cuarenta años,  puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado --contemplata aliis tradere-- para anotar las ideas,  que Jesús Eucaristía me inspiraba. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías. De aquí el nombre que puse a mi primer libro: EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS).

Hay otro título, que,  en razón de la materia y del método empleados, me hubiera gustado también poner al presente libro: LA PRESENCIA EUCARÍSTICA, PRESENCIA DE AMISTAD Y SALVACIÓN PERMANENTEMENTE OFRECIDAS. Reflejaría perfectamente las intenciones de Cristo en este sacramento, que el autor ha tratado de exponer. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “yo doy la vida por mis amigos”,”Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar en este libro: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado en la eucaristía y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, -- Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que El no tenga?--, sino porque nosotros necesitamos de El, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de los abortos y demás y de equivocarse, porque nos equivocamos para siempre, para siempre, para siempre. Es que somos eternos. Mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne. Dios entrando dentro de sí mismo y viendose tan lleno de vida y de amor, creó a otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha. 

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,1-3), pero no sólo este mundo, sino la misma realidad divina, porque al contemplarse el Padre a sí mismo, en su mismo serse por sí mismo y verse tan lleno de vida, de amor, de felicidad, de hermosura,  «de túneles y cavernas insospechadas», de paisajes y felicidad y fuego de las relaciones divinas del volcán divino en eterna erupción de su esencia, se vio plenamente en su Idea y la pronunció en Palabra llena de amor para sí y se amó con fuego de su mismo Espíritu y luego la pronunció para nosotros, llena de amor en la misma Idea, Imagen y Palabra con la que se dice plenamente a Sí mismo y se dice lo grande e infinito que se es por sí mismo en gozo de amor de Espíritu Santo, y que luego la dice y la canta llena de ese mismo amor para nosotros, para toda la humanidad,  en su misma Idea y Palabra con la que se dice a sí mismo en canción eterna de amor.

¡Qué grande es ser hombre! ¡Qué suerte, qué predilección de Dios el existir, qué grandeza!  “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Ahora comprendo la Eucaristía, ahora comprendo lo que vale cada hombre, no he sido yo, ha sido Dios quien ha puesto el precio y qué alto: toda la sangre y la vida de Cristo; la Eucaristía es el precio que yo valgo, el proyecto y el amor que Dios tiene al hombre, el amor de Cristo a los suyos, todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida, en obediencia total al Padre... Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar la eucaristía, con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado la voy a tocar y  venerar en cada sagrario de la tierra.

Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencias sacerdotales de almas, seminaristas, grupos de oración ...etc, en este libro.

Supuesto el fundamento bíblico-teológico-dogmático, sobre lo que hay mucho escrito y bueno, yo he querido más bien hablar de Jesucristo Eucaristía en línea de experiencia de amistad particular con El, sentida y vivida por medio de la oración eucarística, personal y litúrgica, porque es lo que me interesa y necesitamos todos,  el mundo y la Iglesia. ¿Para qué quiero tener un doctorado en Teología, incluso en Cristología, si no tengo experiencia de Él, si no sentimos  su presencia y su amor, que nos demuestren que Cristo verdaderamente existe y es verdad, si no siento dentro de mí su misma vida y sentimientos, viviendo así en plenitud nuestra fe y cristianismo, nuestro injerto bautismal, nuestro sacerdocio, nuestro compromiso y misión,  nuestro  presente y eternidad?

Este camino tiene sus particularidades y singularidades; la mayor de todas, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con El, porque la fe es la luz de Dios, es como un rayo del sol,  dirá infinidad de veces S. Juan de la Cruz, que supera nuestro entendimiento y facultades, y si le miramos de frente, directamente, nos ciega, por la abundancia y exceso de luz.     Para la oración eucarística, como para todo camino, es bueno tener guías, que hayan hecho este recorrido verdaderamente, no sólo teóricamente, y que nos vayan orientando, especialmente en etapas de oscuridad de la fe y de la esperanza en el desierto de la vida, que necesariamente tenemos que atravesar  hasta llegar a la amistad total, a la tierra prometida;  en fín,  se trata de recorrer un camino verdadero, no meramente imaginativo, sino de fe y de vida, recorrido ya por mucha gente cristiana, desde los primeros tiempos, desde la misma presencia de Cristo en Palestina. Por eso, lo primero de todo será la fe, fe eucarística; lo será siempre, pero, sobre todo, en los comienzos de esta amistad; esta fe hay que pedirla y cultivarla mucho, hay que pasar de una fe heredada, como todos hemos recibido, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia del misterio eucarístico.

De todo esto hablo en el presente libro. Unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, principalmente, en relación con su Presencia Eucarística, dejando aparte la espiritualidad de la Eucaristía como misa y comunión, de las cuales hablaré más ampliamente en otro libro, en el que ya trabajo y cuyo título podía ser: CELEBRAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA “EN ESPÍRITU Y VERDAD”.

Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro  fueron escritas  mirando al sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así también fueran leídas o meditadas: a los pies del Maestro, como María en Betania. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza. Este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía. Si os sirven para esto, (adorado sea el santísimo sacramento del altar!

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» vivencia, que escribí junto al sagrario de mi primer destino apostólico:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres , cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque tu lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:  “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, Bla he sentido muchas veces,B  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con El  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.... y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor».  

22 MEDITACIÓN: NECESIDAD ABSOLUTA DE LA FE PARA EL ENCUENTRO EUCARÍSTICO CON CRISTO

PRIMERA PARTE

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

PARA EMPEZAR O EN LA ESCUELA PRIMARIA DE LA EUCARISTÍA

1. 1. Necesidad absoluta de la fe para el encuentro eucarístico

Queridos hermanos:  Me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice ,  «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».  Al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía que es donde está más presente  «el que nos ama» y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los sagrarios de la tierra. El sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabar a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso,«la Iglesia, apelando a su derecho de esposa», se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y  lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor. “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7, 4). El sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana, y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino.

La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a comprenderse a partir de la fe, es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras del Señor, que Él  expresó  bien claro: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...”; “el que me coma, vivirá por mí...”; “...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” ; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal hecha liturgia y vida o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer». Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el sagrario es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, sólo por la fe, dando un sí a sus palabras, por encima de toda explicación humana, es como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Fuego, Amor, Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno:  Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente divina y hasta ahí nos lleva esta agua divina: “que salta hasta la vida eterna”.

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida

 en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta viva fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche».

 (S. Juan de la Cruz)

El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo  y conversión permanente. El Señor espera de nosotros un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la fe y adoración más que por el camino de la investigación y curiosidad. La presencia de amor y de totalidad por parte de Cristo reclaman presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo de su corazón.

       La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del  Verbo de Dios, hecho pan de eucaristía, hay que subir  «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de  S. Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto tan alto, que le dí a la caza alcance».

Nuestra fe eucarística es un sí, un amén, una respuesta  a la palabra de Cristo, predicada por los Apóstoles, celebrada en la liturgia de la Iglesia, meditada por los creyentes, vivida y experimentada por los santos y anunciada a todos los hombres. La fe y la oración, fruto de la fe, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarca a nosotros y nos domina y nos desborda, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida pero no poseída, pero deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos,  la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17). A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes... y todos los amigos de Jesús, que  han vivido el evangelio y  han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta El, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

Este camino hay que recorrerlo siempre con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo y madre de la fe, llegó a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor más por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne. Y esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra, que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, que participo de ese conocimiento, no lo vea, como he dicho antes, porque no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Solo el conocimiento místico se funde en la realidad amada y la conoce. Los místicos son los exploradores que  Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las  maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminando hasta contemplarla y poseerla.

Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda de la Palabra y el Espíritu, conquistar el mundo de la razón con palabras humanas, para que el teólogo o creyente se haga creyente por entero. Por eso, la teología es un apostolado hacia dentro, que trata de evangelizar a la razón,  llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente. "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Cor 10,4s). Dios, que resucita a Cristo con el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciendola, humilde, capaz de Dios, como María, que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo desde el amor extremo de Dios al hombre.

Toda la Noche del espíritu, para S. Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con su criatura; el alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina, que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por su limitación en ver y comprender cómo Dios ve su propio Ser y Verdad;  a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que razonando, por vía de amor más que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

La teología es esclava de la fe y servidora de los fieles; no tiene que «dominar sobre la fe sino contribuir al gozo de los creyentes» (cfr 2 Cor 1,24). Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú?”. Por lo tanto, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad todo esto que hace y dice el Señor? sino que humildemente dirá: Señor ayúdanos a comprender mejor lo que nos dices y haces:“Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de la elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable,  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...[5]

San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios de Dios y de la fe, que nosotros creemos desde la Teología o celebramos en la liturgia. Para S. Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva, que hiere de mi alma en el más profundo centro...» no conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: "Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: <Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy>. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

1. 2. Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza

“Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26).

Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:“Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre.  Y  Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?.”

 No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado.....podría tal vez el Señor responderle: “pero no todos me han tocado”. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el sagrario un objeto de iglesia, una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo.

Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

En la oración eucarística, como Eucaristía continuada que es, el Señor nos dice: “Tomad y comed.. Tomad y bebed...” y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él. En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de sagrario,  Cristo no puede actuar  aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas  veces en su vida terrena “Véte, tu fe te ha salvado”.

Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.

Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida.Tocar,comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo,  a comulgarlo y recibirlo;  reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

23ª MEDITACIÓN: PARA CONOCER Y DIALOGAR CON CRISTO, EL MEJOR SITIO ES EL SAGRARIO.

3. Samaritana mía, enséñame a pedir a Cristo el agua de la fe y del amor

 “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

 Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico:“si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos  mil años lleva esperándote.

Por fín hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina....que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres! 

Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario,  Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

«He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres,  diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame,  nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

       El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y  cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el  Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra. 

No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que  conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el  gozo eterno comenzado en el tiempo.

Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo;  las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda  bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala  y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y  para nosotros.

“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3, 1-3).

           Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor , y el que vive en amor,  permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle:“Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

 Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los  afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:“Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros  pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

Señor,  tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y  la felicidad que da. Déjame, Señor,  que esta tarde, cansado del camino de la vida,  lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Contigo todo me sobra. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí.  «Solo Dios basta, quien a Dios tiene, nada le falta».

2. ,3.- Orar es también meditar

La oración cristiana tiene un itinerario  más o menos recorrido por todos, pero desde el principio siempre será amar, querer amar más, buscar amor, aunque no se sienta ni seamos conscientes de ello. Y para eso el primer paso ordinariamente podrá ser lectura de amor, sobre la cual meditamos, y luego oramos y amamos y dialogamos con el Señor. La finalidad de todo siempre será el amor, lo demás serán medios, caminos, ayudas.

Cuando yo leo el evangelio, los dichos y hechos de Jesús, yo me dejo interpelar por ellos, los medito e interiorizo, para terminar siempre hablando, dialogando sobre estos dichos y hechos de Jesús con Él mismo. Y ese amor, como somos pecadores, se manifestará desde el principio en la conversión de nuestros criterios, afectos y acciones, que deberán conformarse a  los de Cristo. Aquí me juego mi amistad con Cristo, mi oración, mi unión, mi santidad.

Otras veces puedo leer y meditar lo que otros han orado sobre estos dichos y hechos de Jesús. Te voy a poner un ejemplo con esta oración de Santa Brígida, que a mí me gusta y me ayuda a interiorizar y comprender todo el amor de Cristo en su pasión y muerte y me obliga a corresponderle.

ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA:

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

Gloria a tí, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a tí, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

Honor a tí,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a tí, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a tí, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a tí, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a tí, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tu miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén»[6].

Este es el Cristo que adoramos en el sagrario. Estos son algunos de los hechos de salvación continuamente ofrecidos al Padre para nuestra salvación. Este es el ejemplo que nos da y que debemos imitar. Ahora bien, como nos ama tanto y nuestros defectos impiden esta amistad que El quiere comunicarnos desde su presencia eucarística, después del saludo y el acto de fe casi rutinario, al cabo de algún tiempo empieza a decirnos: oye, qué contento estoy con tu fe y tu amor, con que vengas a visitarme y a contarme y a tratar de amistad,  pero no estoy conforme con tu soberbia, tienes que esforzarte más en la caridad, cuidado con el genio, la afectividad...tienes que seguir avanzando, tenemos que vernos todos los días y yo quiero seguir ayudándote.

Cualquiera que se quede junto al sagrario todos los días un cuarto de hora, empezará a escuchar estas cosas, porque para eso, para hablarnos y para ayudarnos en este camino se ha quedado en la tierra, en el pan consagrado; después de dar la vida por nosotros en cada misa, se ha quedado el Señor en el sagrario, para que hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre, como hizo Él de toda su vida, en obediencia y adoración hasta el extremo. Y todo esto nos lo quiere enseñar y comunicar. Y nosotros, si queremos ser sus amigos, tenemos que empezar a escucharlo, dialogarlo y vivirlo en nuestra propia vida. Por eso es tan importante su presencia eucarística, en la que continua ofreciendonos  todo su amor, toda su vida, toda su salvación a todos los hombres, especialmente para los que le adoran en este misterio.

24ª MEDITACIÓN: JESUCRISTO EUCARISTÍA: EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN

       El cristiano, sobre todo, si es sacerdote, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte. Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús es un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levante muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia. En Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre. En la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia y de  confianza.

Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de conversión, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con El y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3). Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

Es aquí, en la oración de conversión, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... todo nuestro ser y existir, desde el papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo:  o descubres al Señor en la eucaristía  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a El o no quieres convertirte a El y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  duro estar delante de El sin querer corregirte de tus defectos; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que El te enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente la santa misa no tendrá sentido personal si no queremos ofrecernos con El en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y salvar así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada.

Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado. Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo  apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse. Es lógico. No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, sin unión con Dios. En esto están de acuerdo todos los santos.

Ahora bien, a nadie le gusta que le señalen con el dedo, que le descubran sus pecados y esta es la razón de la dificultad de toda oración, especialmente de la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere totalmente llenar de su amor, y  nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos y por eso no la aguantamos. Y así nos va. Y así le va a la Iglesia. Y así al apostolado y a nuestras acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, porque no están hechas unidos a Cristo, con el espíritu de Cristo:“Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34) , o con S. Pablo: “ Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial.

Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Hay muchos apostolados sin Cristo, sin amor de Eucaristía, aunque se guarden las formas, pero sin conversión, como somos naturalmente pecadores, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no se a dónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos.

Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, no podremos llegar a una amistad sincera y  vivencial con El y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: 

“Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada”(Jn 15 1-5).

Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a obispo, altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que El quiere y para la que te ha llamado. Pero, eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo..., pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a El con toda la intensidad y unión queel Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por El. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo... no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo como si fuera verdad. Esta fe vale para salvarnos, pero no para contagiar pasión por Cristo.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, lo vivieron, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado.

En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de aparición corporal, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo.  “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa Nazarena, la Virgen guapa aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, «concibiendo antes en su corazón que en su cuerpo», hasta quedarse sola con El en el Calvario.

Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con El, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. El lo vio en vivencia y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir. “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”;”Para mí la vida es Cristo”. Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos lo dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe…  y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir…”  (2Cor 12,2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo,  porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza  mística, de Espíriu Santo. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio, y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

Repito: la mayor pobreza de la iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”,  pero conocimiento vivencial, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

El sagrario es Jesucristo en amistad y salvación permanentemente ofrecidas al mundo, a los hombres. Por medio de su presencia eucarística, el Señor prolonga esta tarea de evangelización,  de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial,   invitándonos, por medio de la oración y el diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres. Y nos lo dice de muchas maneras:  desde su presencia humilde y silenciosa en el sagrario, paciente de nuestros silencios y olvidos, o también a gritos, desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida: “El que me come vivirá por mí”,desde su presencia testimonial en todos los sagrarios de la tierra.

Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, que es limitado en todo y egoísta, para llenarnos del El mismo, Verbo, Palabra, Gracia   y Hermosura del Padre, hasta la  amistad transformante de vivir su misma vida.  Nuestro amor es «ego» y empieza y termina en nosotros, aunque muchas veces, por estar totalmente identificados con él,  ni nos enteramos del cariño que nos tenemos y por el que actuamos casi siempre, aún en las cosas de Dios y de los hermanos y   del apostolado, que nos sirven muchas veces de pantalla para nuestras vanidades y orgullos.

Sólo Dios puede darnos el amor con que El se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino, ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios que pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y si no nos lleva, entonces no es verdadero amor venido de la vida de Dios: “El Padre y yo somos uno.... el que me ama, vivirá por mí...” “Carísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El... (1Jn 4,7-10).

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva...si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad.... pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre el mismo Dios.

Y esto es así, aunque uno sea cardenal, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura,  porque somos así, por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupa uno en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Los que están a nuestro alrededor nos llenan ordinariamente de tantas alabanzas, sin crítica alguna, que llegamos a creernos perfectos,  que todo lo hacemos bien y que no necesitamos de conversión permanente, como todo verdadero apóstol, que para serlo con verdad y con eficacia, primero y siempre, aunque sea sacerdote u obispo,  debe seguir siendo discípulo de   Cristo, hasta la santidad, hasta la unión total con El. Discípulo permanente y apóstol.

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza;  así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón y silenciar  fallos.

Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo Profeta del Padre, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del Evangelio.  Jeremías se quejó de esto ante el Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Lo natural es rehuir, ser perseguidos y ocupar últimos  puestos. Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta  difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos,  los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, quizás cuando son más necesarios, son cada vez menos o no los colocamos  en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo  a predicar y ser testigos de la Verdad.

Esta es la causa principal de que escaseen los profetas verdaderos del Dios Vivo y de que el reino de Dios se confunda con otros reinos; han enmudecido y son pocos los profetas verdaderos, porque falta vivencia auténtica y experiencia del Dios  vivo.  Hay otras profecías y otros profetismos más aplaudidos por la masa y por el mundo. Todo se hace en principio por el evangelio, por Cristo, pero es muy diferente. El Papa nos da ejemplo a todos, habla claro y habla de aquellas cosas que nos gustan y que no nos gustan, de verdades que nos cuestan, habla de esas  páginas exigentes del Evangelio, que hoy y siempre serán absolutamente necesarias para entrar en el reino de Dios, en el reino de la amistad con Cristo, pero que se predican poco, y sin oírlas y vivirlas no podemos ser discípulos del Señor: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...quien quiera ganar su vida, la perderá...”

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de los verdaderos y evangélicos que nos hablen en nombre de Dios y nos digan con claridad no a muchas de nuestras actitudes y criterios; primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se nota y de esto se resiente luego la Iglesia.  Única medicina: la experiencia de Jesucristo vivo mediante la oración y la conversión permanente, que da fuerzas y ánimo para estas empresas.

La queja de Jeremías ante Yahvé, tiene su   respuesta en las palabras que Dios dirigió a Ezequiel; es durísima y nos debe hacer temblar a todos los bautizados, pero especialmente a los que hemos sido elegidos para esta misión profética:“A tí, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al  malvado: malvado, eres reo de muerte, y tu no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su sangre” (Ez 33,7B8). 

Desde nuestro propio nacimiento estamos tan llenos de  «amor propio», que nos preferimos al mismo Dios; tan llenos de nosotros mismos, de nuestra propia estima y deseos de gloria, que la ponemos como condición para todo, incluso para predicar el evangelio.

Por eso, este cambio, esta conversión solo  puede hacerla Dios, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta  y  hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo. Esta tarea de vaciarnos de nosotros mismos, de este querernos más que a Dios, de amarnos con todo el corazón y con toda el alma y con todas las fuerzas, esto supone la muerte del yo, la conversión total de nuestro ser, existir, amar y programar  de  nuestras vidas:“Amarás al Señor tu Dios ... con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.. y a El solo servirás...

Y esta misma conversión, en negativo, la exige el Señor, cuando nos dice: “Si alguno quiere ser discípulo mío, nieguese a sí mismo, tome su cruz - la cruz que hemos de llevar hasta el calvario personal para crucificar nuestro yo, nuestras inclinaciones al amor propio, nuestras seguridades-  y me siga”, pisando sus mismas huellas de dolor, en totalidad de entrega a la voluntad del Padre, como Cristo(Lc16,24).La conversión no es el fín, sino el medio, el camino para realizar estas exigencias evangélicas. El fín siempre es Dios amado sobre todas las cosas.

«La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, afin de que El sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior ( sin la pobreza radical,) no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que El me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con El. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mi  mismo, desde mi voluntad de poder , tanto más seré  yo mismo de El y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer ) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu»[7].

 Pablo es un libro abierto sobre su conversión interior de actitudes y sentimientos hasta configurarse con Cristo: En un primer momento: “ ¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado...?He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás.... te basta mi gracia..?”  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él. En un segundo momento percibe que para esto debe mortificar y crucificarse con Cristo, solo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi..”

Finalmente experimenta que solo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: “libenter gaudebo in infirmitatibus meis...”  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”; “ No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”.  “En lo que a mí , Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”. Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aún en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo:  

  “ ¿Quién nos separará del amor de Cristo? La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35-39). Pablo también fue profeta verdadero. Por eso fue perseguido fuera y dentro de la misma Iglesia.

Tanto miedo en corregir defectos de las ovejas, no querer complicaciones, no predicar a Cristo entero y completo, hace daño a la Iglesia y a las mismas ovejas, que vivimos con frecuencia en la mediocridad evangélica; no ser testigo verdadero de Cristo sino oficial y palaciego para evitar disgustos personales, ser cobardes en defender la gloria de Dios porque supone persecución o incomprensiones dentro y fuera de la Iglesia, hace que los mismos  sacramentos se reciban sin las condiciones debidas y no sirvan muchas veces ni para la gloria de Dios ni la santificación de los que los reciben: bautizos, bodas, primeras comuniones... muchos bautizados y pocos convertidos, mucha fiesta y pocas comuniones con Cristo, muchas bodas y pocos matrimonios...y así va la Iglesia de Dios en algunas partes de España. Pablo no se ahorró sufrimientos porque Cristo era su apoyo y su fuerza y su recompensa. Y para todo esto, la experiencia viva de Cristo por la oración es absolutamente necesaria. De otra forma no hay fuerza ni entusiasmo ni constancia.

25 MEDITACIÓN: ORACIÓN Y SANTIDAD, FUNDAMENTOS DEL APOSTOLADO, EN LA CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II  ANOVO MILLENNIO INEUNTE@

2. 7. 1. Oración y santidad, fundamentos del apostolado, en la Carta Apostólica de Juan Pablo II  Novo millennio ineunte

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía.

Insisto que el Papa, en esta carta, los que quiere es hablarnos del apostolado que debemos hacer en este nuevo milenio que empieza, y al hacerlo, espontáneamente le sale la verdad: lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad y la oración... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Qué pena tengo, pero real, que después de esta doctrina del Papa, Congresos y Convenciones, en Sínodos y reuniones pastorales, sigamos como siempre, hablando de acciones con niños, jóvenes, adultos, si tenerlas así o de la otra forma, poniendo en el modo toda la eficacia dando por supuesto lo principal: “sin mí no podéis hacer nada”; y para eso el camino más recto es la oración personal para enseñar y llevar a efecto la de los evangelizandos.

Si yo consigo que una persona ore, le he puesto en el fín de todo apostolado, en el encuentro personal con Dios, al que tratan de llevar todas las demás acciones apostólicas intermedias, en las que a veces nos pasamos años y años sin llegar a la unión con Dios, al encuentro personal y afectivo con Él.

El camino y la verdad y la vida es Cristo, y sin encuentro personal con Él no hay cristianismo, y el camino para encontrarnos con Él —ningún santo y apóstol verdadero que no lo ha dicho y hecho, es la oración: «Que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

La oración es el apostolado primero y fundamental, es empezar hablando con Él y pidiendo, para que nos diga qué y cómo llevar directamente las almas hasta Él, para no ir sin Él a la acción o las mediaciones, que a veces no llegan hasta Él; luego vendrán los medios, que son a los que únicamente llamamos y tenemos por apostolado, acciones apostólicas, que deben llegar y dirigir la mirada hasta Él, pero a veces nos entretenemos en eternos eternos apostolados de preparación para el encuentro. ¡Cuánto mejor sería llevar a las almas hasta el final, enseñarle y hacerle orar, y desde ahí recorrer el camino de santificación!

La santidad es la unión plena con Dios. Y para esta unión plena y transformante en Dios, el camino principal y fundamental y base de todos los demás es la oración contemplativa o infusa de Dios en el alma. Como por otra parte, “sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en aquel que me conforta”, resulta que quien está totalmente unido a Dios y el que más agua de gracia divina puede llevar a los surcos de la vida de los hombres y del mundo, el mejor apóstol es el más y mejor ora.

Voy a recorrer la Carta, poniendo los números pertinentes con su mismo orden y enumeracón, para que, quien quiera ampliarlos, pueda hacerlo acercándose a la Carta, porque yo sólo cito lo que considero más importante.

Insisto que al Papa, lo que más le interesa, es hablarnos del apostolado, del nuevo dinamismo apostólico que debe tener la Iglesia al empezar el Nuevo Milenio, pero al hablarnos de apostolado, quiere subrayar y recalcar, como el primero y fundamental, la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad es la oración; cuanto más elevada sea, mejor, porque indica mayor unión de transformación en Dios. Por eso nos habla de la necesidad absoluta de santidad por la oración como el alma de todo apostolado.

Paso a citar algunos de los textos de la Carta Apostólica Novo millennio ineunte donde el Papa nos habla de esta experiencia de Dios; lo hago tal cual está escrito en la Carta.

Un nuevo dinamismo

15. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

CAPÍTULO 2

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1,1).

El camino de la fe

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

La profundidad del misterio

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27[26],8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

Rostro del Resucitado

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retorna hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8).

CAPITULO 3

CAMINAR DESDE CRISTO

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

LA SANTIDAD

30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

31.- Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.

LA ORACIÓN

32.- Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC 10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

33.- La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como Aunión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.”

Primacía de la gracia

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

Escucha de la Palabra

39.- No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia.

Anuncio de la Palabra

40.- Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de a predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo.

2. 8. La peor pobreza de la iglesia es la pobreza espiritual y mística, esto es, la falta de vida según el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo

Terminado este testimonio del Papa Juan Pablo II en la Novomillennio ineunte, quisiera añadir que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración contemplativa, eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y sagrario: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que los obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el apostolado como para la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Me duele muchísimo tener que decir esto, porque puedo hacer sufrir y me harán sufrir, pero se trata del bien de los hermanos, que han de ser formados en el espíritu de Cristo. De los seminarios y casas de formación han de salir desde el Papa hasta el último ministro de la Iglesia. Y estoy hablando no de éste o aquel seminario u Obispo, que es el reponsable de su seminario, yo me estoy refiriendo a todos los seminarios y a todos los sacerdotes y a todos los Obispos. Y esta doctrina no es mía, sino del Papa y la responsabilidad  viene del Señor. Todos somos responsables y todos tenemos que formar hombre de oración encendida de amor a Cristo y a los hermanos.

Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también lo estará; y, si por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes. Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados en sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato familiar con los seminaristas, por la selección y cuidado de los formadores.

Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de toda evangelización. Para todo obispo, su seminario y los sacerdotes debe ser la ocupación y preocupación y la oración más intensa; tiene que se algo que le salga del alma, por su vivencia y convencimiento, no por guardar apariencias y comportamientos convencionales; tiene que salir de dentro, de las entrañas de su amor loco por Cristo; ahí es donde se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia.

Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona; o cuando es un trabajo más de la diócesis, un compromiso más que debe hacer, pero no ha llegado a esta a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo. Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario. Es la presencia de Cristo que más hay que cuidar después de la del Sagrario: que esté limpia, hermosa, bien cuidada. Pero tiene que salir del alma, de la unión apasionada por Cristo. De otra forma…

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre seminarios y seminarios! ¡Qué envidia santa y no sólo por el número sino por la orientación, la espiritualidad, por todo esto que dice el Papa en su Carta Apostólica NMI! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios por la participación en gracia de su misma vida en felicidad y amor? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, para la que únicamente fuimos creados, y es la razon, en definitiva, de nuestrso apostolado y tareas con niños, jóvenes y adultos, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristianas, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia el fin, hacia la meta, hacia la unión y la vida de plena glorificación en Dios?

¿La deseamos? ¿Está presente en nuestras vidas y apostolado? Para mí que estas realidades divinas solo se desean si se viven. El misterio de Dios no se comprende hasta que no se vive. Y el camino de esta unión es la oración, la oración y la oración personal en conversión permanente, que nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos sólo de Dios en nuestro ser, cuerpo y espíritu, sentidos y alma, especialmente en la liturgia, en la Eucaristía, hasta llegar a estos grados de unión y amor divinos.

Y de la relación que expreso de la experiencia de Dios con el apostolado, siempre diré que la mayor pobreza vital y apostólica de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística; quiero decir, que ahora y siempre ésta será la mayor necesidad y la mayor urgencia de la vida personal y apostólica de los bautizados y ordenados; tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas en mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; sí, sí, habrá acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero no en la fe, porque algunos expresamente afirman no tenerla y allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo… Y para hacer las acciones de Cristo, para hacer el Apostolado de Cristo hay que seguir su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el“estar con Él” es condición indispensable para hacer las cosas en el nombre y espíritu de Cristo.

26 MEDITACIÓN: BREVE ITINERARIO DE LA ORACIÓN    EUCARÍSTICA

2. 9.  Breve itinerario de oración eucarística

       Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que te dice a tí y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por tí; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Avila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucaudl...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios. La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

 La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto” (Mt 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con El, para pedirle luz y fuerzas.

La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

       Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada , porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y professional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

La oración, desde el primer día, es amor a Dios:  «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro (abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

       Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tu, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tu solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la «duda metódica» puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿habrá sido todo pura  imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que El está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

En estas etapas, que pueden durar meses y años, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

 La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero; así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que El pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia..   que se funda en la fe y nos viene de la fe en Cristo”.

San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias,  nos dirá que la contemplación,  la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender como es ésta contemplación infusa» (N II 5,1).

Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando, es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinito, es que vive y está convencida de  que ha perdido la fe, a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida, no digamos si está en un seminario o en un noviciado, piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse... ¡Qué sufrimientos de purgatorio, de verdadero infierno, qué soledad!  ¡ Dios mío ¿ pero cómo permites sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en El y por El y vivamos de El, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe y el amor a El van en relación directa con lo que estoy dispuesto a renunciar por El, a vaciarme por El.  Por eso, conviene no olvidar que creer en Dios, para no engañarse y engañarnos, es estar dispuestos a renunciar a todo y a todos y hasta a nosotros mismos, por El. La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por El. Renuncio a mucho por El, creo mucho en El y le amo mucho; renuncio a poco, creo poco en El y le amo poco. Renuncio a todo por El,  creo totalmente en El, le amo sobre todas las cosas; no renuncio a nada, no creo nada ni le amo nada, aunque predique y diga todos los días misa. Pregúntate ahora mismo: ¿A qué cosas estoy renunciando ahora mismo por Cristo?  Pues eso es lo que le amo, esa es la medida de mi amor.

Por eso, en cuanto el evangelio, Jesucristo, la Eucaristía nos empiezan a exigir para vivirlos, entonces mi yo tratará de buscar apoyos y razones y excusas para rechazar y retardar durante toda su vida esa entrega, y hay muchos que no llegan a hacerla, la harán en el purgatorio, pero  como Dios es como es, y soy yo el que tiene que cambiar, y Dios quiere que el único fundamento de la vida de los cristianos sea El, por ser quien es y porque además no puede amar de otra forma sino en sí y por sí mismo y esto es lo que me quiere comunicar y no puede haber otro, porque todo lo que no es El, no es total, ni eterno ni esencial ni puede llenar.....entonces resulta que todo se oscurece como luz para la inteligencia y como apoyo afectivo para la voluntad y como anhelo para la esperanza y es la noche, la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento,  memoria y voluntad.

       «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

Es  buscar razones y no ver nada, porque Dios  quiere que el alma no tenga otro fundamento que no sea El, y es llegar a lo esencial de la vida, del ser y existir...y entonces todo ha de ser purificado y dispuesto para una relación muy íntima con la Santísima Trinidad; si es malo, destruirlo, y si es bueno, purificarlo y  disponerlo, como el madero por el fuego:  antes de arder y convertirse en llama,  el madero, dice S. Juan de la Cruz, debe ser oscurecido primero por el mismo fuego, luego calentarse y, finalmente, arder y convertirse en llama de amor viva, pura ascua sin diferencia posible ya del fuego: Dios y alma para siempre unidos por el Amor Personal de la Stma. Trinidad, el Espíritu Santo, Beso y Abrazo eterno entre el Padre y el Hijo.

Es la noche de nuestra fe, esperanza y amor: virtudes y operaciones sobrenaturales, que, al no sentirse en el corazón, no nos ayudan aparentemente nada, es como si ya no existieran para nosotros;  además, tenemos que dejar las criaturas, que entonces resultan más necesarias, por la ausencia aparente de Dios, a quien sentíamos y nos habíamos entregado, pero ahora no lo vemos, no lo sentimos, no existe;  por otra parte y al mismo tiempo y con el mismo sentimiento, aunque nos diesen todos los placeres de las criaturas y del mundo, tampoco los querríamos, los escupiríamos, porque estamos hechos ya al sabor de Dios, al gusto y plenitud del Todo, aunque sea oscuro... total, que es un lío para la pobre alma, que lo único que tiene que hacer es aguantar, confiar y no hacer nada, y digo yo que también el demonio mete la pata y a veces se complican más las cosas.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando ademas de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, viene la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los desprecios sin fundamento alguno..., cuando no se comprenden noticias y acontecimientos del mundo, de tu misma Iglesia...de los mismos elegidos... cuando uno creía que lo tenia todo claro, y viene la muerte de  nuestros afectos carnales que quieren  preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo por encima de Ti, que debes ser nuestra única esperanza,  cuando llegue la hora de morir a mi yo que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a ti,  échanos una mano, Señor, que te veamos salir del sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda (no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga la noche, es Getsemaní, Tú lo sabes bien, Señor, es morir sin testigos ni comprensión, como Tú, sin que nadie sepa que estás muriendo, sin compañía sensible de Dios y de los hombres, sin testigos de tu esfuerzo, sino por el contrario, la incomprensión,  la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos... que entonces, Señor, veamos que sales del sagrario y nos acompañas por el camino de nuestro calvario hasta la muerte del yo para resucitar  contigo a una fe     luminosa, encendida,  a la vida nueva de amistad y experiencia gozosa de tu presencia y amor y de la Trinidad que nos habita.

Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, solo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, pero que para todos se convierte en purificación,  más o menos dolorosa en tiempo e intensidad, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

Por aquí hay que pasar, para identificarnos, para transformarnos en Cristo, muerto y resucitado:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos vamos transformando en la misma imagen de gloria, movidos por el Espíritu Santo” (2Cor 3,18). Es la gran paradoja de esta etapa de la vida espiritual: porque es precisamente el exceso de presencia y luz divina la que provoca en el alma el sentimiento de ceguedad y ausencia aparente de Dios: por deslumbramiento, por exceso de luz directa de Dios, sin medición de libros, reflexiones personales, meditación... es luz directa del rayo del Sol Dios. S. Juan de la Cruz es el maestro:  «Y que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a los principios está claro; porque como esta divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en extremo buenas y el alma, que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas miserias, también en extremos malas, de ahí es que no pudiendo dos contrarios caber en el sujeto del alma, de necesidad hayan de penar los unos contra los otros, para razón de la purgación que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace» (N II 5, 41).

Que nadie se asuste, el Dios, que nos mete en la noche de la purificación, del dolor, de la muerte al yo y a nuestros  ídolos adorados de  vanidad, soberbia, amor propio, estimación.... es un Dios todo amor, que no nos abandona sino todo lo contrario, viéndose tan lleno de amor y felicidad nos quiere llenar totalmente de El. Jamás nos abandona, no quiere el dolor por el dolor, sino el suficiente y necesario que lleva consigo el vaciarnos y poder habitarnos totalmente. Lo asegura San Pablo: “Muy a gusto, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor. 8,1).

Quizás algún lector, al llegar a este punto, coja un poco de miedo o piense que exagero. Prefiero esto segundo, porque como Dios le meta por aquí, ya no  podrá echarse para atrás, como les ha pasado a todos los santos, desde S. Pablo y S. Juan hasta la madre Teresa de Calcuta, de la cual acaban de publicar un libro sobre estas etapas de su vida, que prácticamente han durado toda su existencia; todavía no lo he leído. Porque el alma, aunque se lo explicaran todo y claro, no comprendería nada en esos momentos,  en los que no hay luz ni consuelo alguno, y parece que Dios no tiene piedad de la criatura, como en Getsemaní, con su Hijo...Pero por aquí hay que pasar para poner solo en Dios nuestro apoyo y nuestro ser y existir. El alma, a pesar de todo, tendrá fuerzas para decir con Cristo:       “ Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad , sino la tuya...

Uno no comprende muchas cosas dolorosas del evangelio, de la vida de Cristo, de la vida de los santos, de muchos hombres y mujeres, que he conocido y  que no serán canonizados, pero que son para mí verdaderos santos... en concreto, no entiendo por qué Jesús tuvo que sufrir tanto, por qué tanto dolor en el mundo, en los elegidos de Dios...por qué nos amó tanto, qué necesidad tiene de nuestro amor, qué le podemos dar los hombres que El no tenga... tendremos que esperar al cielo para que Dios nos explique todo esto. Fue y es y será todo por amor. Un amor que le hizo pasar a su propio Hijo por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y la vida, y que a nosotros nos injerta desde el bautismo en la muerte de Cristo para llevarnos a la unión total y transformante con Él.

Es la luz de la resurrección la que desde el principio está empujándonos  a la muerte y en esos momentos de nada ver y sentir es cuando está logrando su fín, destruir para vivir en la nueva luz del Resucitado, de participación en los bienes escatológicos ya en la carne mortal y finita que no aguanta los bienes infinitos y últimos que se están haciendo ya presentes: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús...». En esos momentos es cuando más resurrección está entrando en el alma, es esa luz viva de Verbo eterno, de la Luz y Esplendor de la gloria del Padre- Cristo Glorioso y Celeste la que provoca esa oscuridad y esa muerte, porque el gozo único y el cielo único es la carne de Cristo purificada en el fuego de la pasión salvadora y asumida por el Verbo, hecha ya Verbo y Palabra Salvadora de Dios y sentada con los purificados a la derecha del Padre.

Es el purgatorio anticipado, como dice San  Juan de la Cruz. Precisamente quiero terminar este tema con la introducción a la SUBIDA: «Trata de cómo podrá el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez  y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión».  

Cuando una persona lee a S. Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...  y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío,  ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva.... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, entusiasman, gustan y enamoran,  contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad.  ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión. Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios:

«De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios , y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de El recibe».

«Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en El se ame como El merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

«Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Si mismo, pues El en Sí siempre se es El mismo; pero el alma de suyo perfecta y  verdaderamente lo hace, dando todo lo que El le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma , y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis”(Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”.

ALo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

«Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella» (LL. B. 78-80)

2. 10. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 25)

Esto mismo que acabo de decir, pero con otras palabras, es lo que podemos encontrar en este pasaje evangélico:

“Por aquel tiempo, tomó Jesús la palabra y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. (Mt 11, 25-30).

Jesús,  movido de ternura y compasión hacia sus discípulos y hacia los que quieran seguirle, en todos los tiempos, nos invita a venir a él, a dialogar y encontrarse con su persona y su palabra, que nos llenan de paz y sentido, de seguridad, de certezas definitivas:“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados...”  Nos lo dice hoy y ahora mismo  este mismo Cristo, que  está cerca de nosotros aquí, en el sagrario y desde ahí nos repite estas mismas palabras de Palestina. Está tratando de consolar y de ayudar a los discípulos, que se han quedado un poco perplejos por la exigencias del reino, del seguimiento...y sin embargo, nada más decir estas palabras de consuelo, no les dice, os quito esto o aquello o no es tanto como os suponéis... sino que añade, reafirmándose: “Cargad con mi yugo....” y cuál es ese yugo “ aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

           Esto es lo que vengo diciendo repetidas veces en este libro: sin conversión no hay amistad ni discipulado ni seguimiento del Señor. Y por ese camino nos tienen que venir todas las gracias sobrenaturales, todos los conocimientos y amores a Dios y a su Hijo.“Nadie conoce al Padre sino el Hijo...” La fe no son verdades ni ritos ni ceremonias, la fe fundamentalmente es creer y aceptar a una persona y esa persona es Jesucristo. El cristianismo es fundamentalmente una persona, Jesucristo, y éste, crucificado. Somos seguidores de un crucificado

“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Entonces dijo a los discípulos: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida , la perderá; pero el que la pierde por mi, la encontrará”(Mt 16,21-25).

Quisiera resaltar que el pobre Pedro, que quiso decirle al Señor, que no se preocupase, que eso no pasaría, recibió una de las palabras más duras del evangelio.(Satanás! Y es que para Cristo, como para todos los santos, la voluntad del Padre está por encima de todo y  nadie le apartará de este camino, que les lleva a la unión suprema con Él,  aunque sea un camino lleno de sufrimientos y de cruz y dolor. A veces, este convencimiento, les hace decir a los santos ciertas frases, que suenan a puro dolorismo, de buscar el dolor por el dolor. ¡jamás las interpretéis así! No quieren el dolor por el dolor sino que están tan convencidos de que han de abrazarse con el crucificado para identificarse con Él, que identifican unión con Cristo y sufrimiento, cristianismo y dolor.

       Creer en una persona, en Jesucristo, quiere decir, aceptar su persona, su amistad, porque nos fiamos de ella y tendemos a hacernos una cosa con ella por el amor, aunque nos cueste sacrificios. Lo que se cree, en el fondo, no son verdades, ideas ni siquiera tan elevadas como el cielo, la gracia, la vida eterna, el pecado....sino que se  cree y  se fía uno de esta persona y esto es la mejor forma de amarla y honrarla.  Si fuera lo primero saber verdades, la religión sería cuestión de inteligencia y los sabios serían los preferidos en el reino. Pero bien claramente dice Jesús que no es así, que es cuestión de fiarse, de amar y confiar en su persona y, por tanto, el cristianismo es cuestión de amor, porque es cuestión de amistad. Arreglados van los que quieran encontrarse con Cristo única o principalmente por el entendimiento o las ideas o la misma teología. Jesucristo, la eucaristía, el misterio cristiano es cuestión de amor, la teología va detrás de la fe y debe ser siempre sierva respetuosa, humilde, arrodillada, sobre todo, cuando no comprenda.

Pregunten a los santos, que son los que verdaderamente han conocido a Cristo y  su evangelio y en Él encontraron el tesoro de su vida, por el cual lo dejaron todo; pregunten modernamente a Santa Teresa del Niño Jesús, beata Isabel de la Trinidad, a Teresa de Calcuta y tantos santos «ignorantes»de la teología especulativa, que viven aún  en este mundo. Todo lo aprendieron por la oración y  la amistad con Cristo Eucaristía. Entonces es cuando entran los deseos de estudiar y leer teología, mucha teología, como Teresa de Jesús.

 Por eso, Jesús anima a todos a que le busquen así, porque es la mejor y más completa forma de encontrarle: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. Y para que no quede ningún resquicio, por donde pueda escaparse el sentido que Él quiere dar a estas palabras suyas ni vengan luego los sabios con interpretaciones manipuladas,  añade:“Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Da gracias al Padre por manifestarse a los sencillos, porque el mensaje y la palabra de Cristo sobre el reino, sobre el amor del Padre y su plan de salvación, la fraternidad que Dios quiere entre todos los hombres, la verdadera justicia, la paz de la humanidad no se comprende totalmente por vía de inteligencia e ideas humanas sino por revelación de amor, que Dios concede a la gente sencilla y se niega a los sabios autosuficientes.

Los que están más vacíos de sí mismos, “los pobres en el espíritu”, los que no se fían de sí mismos son los que se abren a Dios, a su revelación en Cristo y a los mismos hermanos con mayor facilidad. Porque la fe-confianza en Dios es la que nos da acceso a este conocimiento superior de Dios, en el que sólo nos puede introducir el Hijo, que es su Palabra pronunciada con Amor-Espíritu Santo para nosotros. La verdadera teología siempre se estudiará de rodillas, es decir, dando  preferencia a la fe y al amor, pisando sus huellas, siempre será  arrodillada.

       La fe cristiana es una clase especial de conocimiento porque es Asabiduría amorosa@según S. Juan de la Cruz. Hay una base objetiva de contenido intelectual, pero que no se comprende si no se vive, si no se ama, si el Espíritu Santo no nos lleva hasta la verdad completa. Mucho sabían los discípulos sobre Cristo, incluso lo vieron resucitado, pero hasta que no vino el Espíritu Santo, no llegaron a la verdad completa, porque entonces fue cuando no solo conocieron sino que vivieron en su corazón al Señor y dieron la vida por Él. Por el Cristo simplemente conocido por la teología o una fe teórica, pocos están dispuestos a dar la vida. Buena será la teología, pero siempre llena de amor.

Fijáos qué cambio en S. Tomás de Aquino al final de su vida. Quería quemar todo lo que había escrito. Es que la teología completa, la verdad completa, como afirma el Señor, en el evangelio, pasa por el amor, por el Espíritu Santo. Preguntádselo a los mismos Apóstoles: han visto al Señor resucitado, le han tocado y siguen con miedo; desaparece el Señor, no le ven con los ojos de la carne, pero sí con los ojos del amor, porque viene el Señor a su corazón hecho fuego de Espíritu Santo y abren los cerrojos y las puertas y predican abiertamente y dan la vida por Él. San Juan de la Cruz habla de «sabiduría amorosa», «noticia amorosa», «llama de amor viva», y «aunque a V.R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan » (Prólogo C, 4).

Acabo de leer un libro de F. X. Durrwel, que termina así:  «He dicho que el misterio pascual desborda por todos lados y es imposible en pocas líneas hacer una síntesis. Sin embargo, existe una palabra capaz por sí sola de enlazar toda la gavilla:  «Lo que las inmensidades no pueden encerrar, se deja contener en lo que hay de más pequeño. Tal es exactamente el sello de los divino». San Juan nos ha proporcionado la palabra a la medida de lo inconmensurable: “Dios es amor” (Jn 4,16). El infinito no es sino Amor... Tanto para el conocimiento como para la santidad de vida “el amor es el vínculo de la perfección” (Col 3,14): he ahí el nombre de la síntesis.

Se sabe así que hay un conocimiento mucho más elevado que la ciencia teológica: “Quiero mostraros un camino mejor”, dice San Pablo (1Cor 12,31), el del amor; que conoce por comunión. La teología es sólo una aproximación; únicamente el Espíritu de amor Aintroduce en la verdad total@(Jn 16,13). Jesús es la morada de Dios entre los hombres: el misterio encarnado. Para conocer, es necesario vivir en esa morada. Jesús es la morada y es, al mismo tiempo, la puerta de entrada: “Yo soy la puerta” (Jn 10, 9). El Espíritu Santo es la llave. En la hora de la Pascua de Jesús, se ha dado vuelta a la llave de amor, y se ha abierto, ancha, la puerta; es invita a conocer amando»[8].

Creer, en definitiva, es aceptar por amor la persona de Jesucristo, reconocer al Dios de Jesucristo, optar por su evangelio, seguirle, aceptando su estilo de vida y de compromisos porque le creemos  vivo, vivo y resucitado. Y por eso Jesús se ofrece y presenta en este evangelio como el único camino, que nos puede llevar al Padre, porque es el Hijo: “Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera reveler”.

 Y si a pesar de esta reflexión evangélica, que acabo de hacer, alguno siguiera un poco asustado con todo lo dicho anteriormente sobre la conversión total y renuncia al yo que el Señor exige, quisiera con esta reflexión, que pongo a continuación,  demostrar que este es el plan de Dios al crearnos y que para esto hemos sido redimidos. Quiero animar a todos a entregarse confiadamente a Dios, que nos ama infinitamente y por eso nos purifica de todo lo que no es Él, para llenarnos plenamente de su amor. De esta forma quiero ayudar un poco a comprender el amor primero, infinito e inabarcable de Dios, que es último y eterno y definitivo. Para que nadie se eche para atrás y  superemos la muerte del yo, martirizados por el fuego abrasador del amor infinito de Dios, que quiere llevarnos a su mismo fuego de amor trinitario, pero que antes debe quemar todas nuestras impurezas, limitaciones e imperfecciones, frutos del pecado original, que nos inclina al amor propio, por encima del amor absoluto y primero a Dios.

27 MEDITACIÓN: LA PUERTA DEL SAGRARIO ES PUERTA DE CIELO Y DE  ETERNIDAD

            5. 24.  La puerta del sagrario es puerta de cielo y  eternidad

            El mismo Cristo, que sacia a los bienaventurados en el cielo y que llenó las ansias de amor y felicidad de los santos y santas, desde S. Juan, San Pablo, San Pedro, la samaritana, Zaqueo...etc hasta los últimos canonizados, es al que nosotros contemplamos y tenemos en la Custodia y en nuestros sagrarios. La Eucaristía es la entrada, la puerta del cielo, aquí abajo en la tierra.

Yo conozco hermanos y hermanas seglares como vosotros, casados y solteros, que tienen vivencia, experiencia de eucaristía y aman y se pasan horas y horas...  (tienen  llave de la iglesia) y rezan por la Iglesia, las parroquias, los sacerdotes, los enfermos, los necesitados de todo tipo, los problemas de los hombres todo el tiempo que pueden....pero es que luego son los que más y mejor me ayudan en la catequesis, en los grupos.... pero insisto que no se llega enseguida, antes hay que recorrer un camino largo y purificador de inmolación y muerte de nuestro yo, como Jesús, el camino de nuestra pascua, de nuestro desierto, del paso del pecado a la vida nueva: celebrar y participar la eucaristía es vivirla en nuestra propia carne.

¿Por qué  el mismo que sacia a los bienaventurados en el cielo no me sacia a mí? Si Cristo está ahí, ofrecido en entrega al Padre y en amistad a los hombres, ¿por que no lo siento? ¿Por qué no hay más devoción eucarística? ¿Por qué las parroquias, los jóvenes y adultos no vienen todos los días a esta fuente de amor y energía sobrenatural? Pues porque esto exige conversión, como he repetido miles de veces en este libro, y faltan también vivientes del misterio.

Al faltar vivientes, faltan también pedagogos y mistagogos eucarísticos, nos hacen falta guías experimentados, que antes hayan recorrido este camino, personas verdaderamente creyentes, exploradores como los que Moisés envió a la tierra prometida,  que luego volvieron  cargados de los frutos de ella, y entusiasmaron a los israelitas para conquistarla.

Antes de llegar a la tierra prometida, al cielo de la Eucaristía hay que pasar el mar rojo y morir al pecado, hay que vivir la gracia del bautismo y sepultar y morir al hombre viejo, y para esto, hay que atravesar  el desierto y orar mucho, hay que tener hambre del maná y del agua que brota de la piedra golpeada por Moisés, y“la piedra era Cristo”; “no como el maná que comieron vuestrso padres en el desierto…el que coma de este pan que yo le daré...vivirá por mí.

Y para eso, para poder luego enseñarlo, primero hay que vivirlo, antes hay que recorrer este camino de encuentro con el Señor en la Eucaristía, que lleva consigo aguantar mucho en humillaciones, olvidos, críticas y demostrar que estás dispuesto a quedarte solo con Él, que Él es tu único Dios y lo Absoluto de tu vida. Y repito que esto no se contagia ni se enseña ni se sabe ni siquiera  teóricamente si no se ha vivido y realizado en la propia  vida y para eso hay que matar el pecado original, que es el amor propio, el amor a nosotros mismos, que quiere imponerse por encima del amor a Dios y los hermanos, hay que derrocar todos los ídolos de la propia gloria, consumismo, criterios, para que sea Dios el único Señor de tu vida. ¿ Estás dispuesto?

“Hermanos míos; Teneos por muy dichosos, cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas. Sabed que, al ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia y si la constancia llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna” (Sant 1, 24).

De todas formas, no te asustes, porque todo esto que te digo de golpe, hay que ir haciéndolo, soportándolo, sufriéndolo poco a poco, como el Señor quiere, durante años y cómo y cuándo Él quiere y según sus planes. No olvides que cuarenta años duró la travesía del desierto hasta la tierra prometida. Y son muchísimos los que atraviesan este desierto y llagan a la amistad con Jesucristo Eucaristía. Precisamente para ayudarte  se ha quedado  Jesús en la Eucaristía,  tan cerca de nosotros, para echarnos una mano, para que aprendamos su ejemplo de humildad y de entrega en silencio, para repetirnos continuamente  todo su evangelio, así cerquita:“si quieres ser mi discípulo, si quieres seguirme, si quieres ser de verdad mi íntimo...  no tengáis miedo, Yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos.., Yo soy el camino, la verdad y la vida...” “vosotros sois mi amigos, nadie ama más que aquel que da la vida por el amado...” “No tengáis miedo a los hombres, porque no hay nada cubierto que no llegue a descubrirse, nada escondido que no llegue a saberse”; “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”.

Y si coges a S. Juan:  “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aun no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando  se  manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”; “Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,1-3;6).

Y uno empieza el camino y tropieza; otras veces se cansa y cae, pero vuelve a levantarse y siempre se levanta, aunque caiga muchas veces; es más,  cuando parece que todo se ha acabado, que ya no queda nada, que ya no hay remedio... como Jesús está tan cerca... te mira con amor y sientes su cercanía y otra vez continúas hasta que van llegando, después de años, esos momentos  en que la oración ya no es pura reflexión sino que, después de una purificación más o menos intensa ,uno empieza a sentir  la presencia y el amor de Cristo vivo, vivo, vivo...

La oración discursiva y meditativa se hace afectiva, se hace amor, y ya no tienes que reflexionar mucho para dialogar con Él y empiezas a llamarle y tratarle de tú a tú a Cristo, y en lugar de comentarios sobre sus verdades y sobre Él, te sale el diálogo directo con Él, el boca a boca, a pecho descubierto, sin intermediarios de libros y autores,  y ya sólo es cuestión de dejarse amar y sentirse amado cada día más, de formas distintas, y ya todo empieza a verse de otra forma, porque está  iluminado por la luz y la presencia del Señor, pero ya no cuesta nada sino todo lo contrario, uno se goza en la presencia del Amado, porque  hay experiencia del Dios vivo y Trino, y uno experimenta que es Verdad, que todo es Verdad, que Cristo es Verdad, es la Verdad y que existe y que todo el evangelio es Verdad y Vida y que Jesús existe  y está en el sagrario y ahora ya a vivir el cielo anticipado porque el cielo es Dios y Dios está en mi corazón y en el sagrario, aunque estamos en la tierra y no faltarán las pruebas, pero todo será desde la fe iluminada, «mística teología», «noticia amorosa».     

Y así es como el sagrario se convierte en puerta del cielo. Pero perdonad que insista, esto exige una conversión permanente, y, al menos en mí, esta no acabará sino media hora después de mi muerte, porque  hasta la media hora después de mi muerte, no habrá muerto  mi  yo, este yo que tanto quiero y mimo, más que a Dios.

En definitiva, en el pan y en el vino adoramos al Cristo glorioso, anticipo y prenda del cielo... «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de  su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura. Le diste el pan del cielo. Que contiene en sí todo deleite». De esta forma, que os he explicado, es cómo la Eucaristía se convierte para toda persona, que la adora, en puerta del cielo.

En cada comunión Cristo nos dice: Tú eres eternidad, tu vida es más que esta vida, tú vales más que este tiempo y este espacio, tú vales una eternidad, yo soy esa eternidad, que tú buscas, incrustada ahora en el tiempo por mi presencia eucarística, yo la  he merecido para tí, yo soy tu Vida, tu vida eterna ya comenzada, “vosotros y yo somos uno”, y yo soy eternidad y cielo del Padre y de todos los bienaventurados. 

Qué tiene que ver todo esto que llamas vida con lo que el Padre te ha preparado en esta mesa de la Eucaristía. Tú no la valoras porque no conoces lo que hay dentro. El hombre,  si se allege de man,  si no conoce la Eucaristía, no sabe lo que vale, porque se valora y mide sólo por el dinero y placer y éxitos de tierra; sin embargo tú vales mucho, vales infinito, te lo  lo digo yo, que he dado mi vida por tí, vales eternidad en Dios, y te lo manifiesto y demuestro con la Eucaristía, en la que he dado mi vida por tí,  tú vales la vida de un Dios encarnado y te lo ha dicho mi Padre, con mi muerte: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; tú  vales una eternidad, porque  no existe ya la muerte para tí, te lo digo en cada Eucaristía: “ el que me come vivirá eternamente”, “el que coma de este pan vivirá eternamente” y por el amor del Padre, tu historia y  tu vida,  a pesar de tus pecados y olvidos y abandonos, por mi amor manifestado especialmente en mi muerte y resurrección, presencializados y ofrecidos en la eucaristía,  tendrán un final feliz, porque los bienes escatológicos, los últimos, ya se hacen presentes en la Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR JESÚS». 

Tú vales tanto para el Padre Dios, que en Getsemaní y en mi pasión, -y siento que no hayas caído en la cuenta de ello,-  el Padre se olvidó de mí para conseguirte a tí.  “Padre, si es posible pase de mí este cáliz...” y el Padre no me hizo caso y te prefirió a tí... Y yo le decía al Padre en mi corazón, porque entonces no podía ni pronunciar palabra, Padre ¿ pero es que te has olvidado de mí, pero es que no soy tu Hijo, el Amado, el predilecto? ¿ pero es que te avergüenzas de mí? ¿Tú también me abandonas como los hombres, ya no soy tu hijo amado....? Y ni caso me hizo, porque el Padre estaba entusiasmado con los millones de hijos e hijas que iba a conseguir con mi pasión y muerte, y prefirió mi muerte para conseguiros a todos como hijos por el Hijo. Y como fuí tan obediente al Padre y Él lo que quería es recuperar vuestras eternidades, realizar el proyecto que tuvo al crearos para haceros partícipes de la misma felicidad que disfrutamos en la esencia trinitaria, os resucitó a todos en mi resurrección, porque me resucitó por amor a mí pero también me resucitó por amor a  vosotros, buscó vuestra felicidad eterna con el precio máximo de toda mi sangre y mi vida para vuestro bien, porque  la resurrección fue su respuesta a mi obediencia para todos vosotros y me hizo Señor y os sentó con  mi humanidad para siempre a su derecha.        

Pues bien, todo este misterio es lo que hago presente en cada misa, cuando por medio del sacerdote, que me presta su humanidad, sus manos y su voz, yo consagro el pan y el vino y se vuelve a hacer presente toda mi vida, desde mi Encarnación hasta mi Ascensión, todo aquello  que sufrí y merecí por ti.  Por todo esto, debes celebrar y participar con suma devoción en la misa, debes estar más atento y desde el banco no tienes que pensar en otra cosa y eso es mi paga porque os quiero infinitamente y para la eternidad y ese amor  me hace feliz en mi entrega por vosotros:“éste es el cuerpo que se entrega, ésta es la sangre que se derrama por vosotros” “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de Mí”. Gracias, porque os acordáis de mi amor y con esto glorificáis al Padre y me honráis a mí.

Querido hermano, por la Eucaristía nos sumergimos en la vida de Dios por su Verbo, nos sumergimos  en el círculo trinitario donde amarás al Padre en el Hijo por el Espíritu, en un volcán continuo de fuego y dicha y felicidad y resplandores divinos, que ya aquí abajo se barrunta y se puede experimentar, como lo han sentido infinidad de santos, místicos y almas buenas... Hace unos meses operaron de cáncer a una amiga mía. Le quitaron un pecho y le dijeron que era cáncer maligno . Al cabo de algún tiempo fuí a visitarla de nuevo.  Todavía no sabían el resultado. Al mes  volví al hospital y me dijo textualmente- éstas cosas no se olvidan- ahora me dicen los médicos que no tengo nada, que estoy totalmente curada... ¡ya que me había hecho a la idea de irme con el Señor...!

Por la Eucaristía tu historia tendrá un final feliz. Visité otra vez a una operada de cáncer a la que había quitado diversas partes del hígado, riñón... muchas cosas; al despedirme, le digo: pediré al Señor que te cures, me respondió: pídale no que me cure sino que cumpla su voluntad.... Son almas eucarísticas.

Querido hermano, da gracias, medita, alaba, bendice, adora a Jesucristo Eucaristía que trajo y realizó este proyecto del Padre  con el Espíritu Santo, Espíritu de vida, “que resucitó a Jesús de entre los muertos, el mismo Espíritu resucitará nuestros cuerpos mortals”. La adoración eucarística es alimento de vida eterna, que anticipa los bienes escatológicos descritos por Juan en el Apocalipsis. Toda la liturgia del Apocalipsis es liturgia de la Eucaristía celeste, del Viviente, del Resucitado, del Cordero degollado, en compañía de los resucitados para glorificación de la Santísima Trinidad.  Es figura de la adoración de toda la humanidad redimida por elcordero degollado ante el trono de Dios y por eso ya lo ensayamos  cantando aquí abajo el mismo canto que los bienaventurados en el cielo: SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR, LLENOS ESTÁN EL CIELO Y LA TIERRA DE SU GLORIA.

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CARTEL DE LOS CINCO MINUTOS DE ORACIÓN CON EL SEÑOR EN EL SAGRARIO

NO SE VAYA DE ESTA IGLESIA SIN HABLAR CON JESUCRISTO PRESENTE EN EL SAGRARIO.

PUEDE MIRARLE CON MIRADA DE AMOR.

PUEDE HABLARLE DE SUS COSAS Y PROBLEMAS.

PUEDE REZARLE ALGUNA DE LAS ORACIONES QUE SABE.

PUEDE COGER ALGUNA DE LAS HOJAS DE LA MESA, LEERLA Y COMENTARLACON ÉL.

PUEDE...PERO NO SE VAYA SIN DECIRLE ALGO. ÉL LLEVA DOS MIL AÑOS ESPERÁNDOLE.

CAMPAÑA DE LOS CINCO MINUTOS DIARIOS DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

28ª LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE APOSTOLADO Y VIDA CRISTIANA

4. 1. La Eucaristía, la mejor escuela de oración y santidad, se convierte en la  mejor escuela de apostolado

«Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34). Hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, una persona que ha trabajado hasta la muerte por los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos. Lo dice muy claro la Madre Teresa de Calcuta:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor».[9]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad y es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza, que el Verbo de Dios, el amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo, “ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso. En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... al comer mi carne, comes mis actitudes y sentimientos y  debes vivir en mí y   por mí y así debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos, y, estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias. Y entonces, Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros. Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica, por el sacramento del Orden: «por la imposición de las manos y de la oración consacratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15).

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre.... Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad:  “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... Aquí estoy para cumplir tu voluntad.”. Cristo se queda en el sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora. Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres; del Hijo que obedece y sigue aceptando y salvando a los hombres por la celebración de la Eucaristía; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan.    

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que, en definitiva, ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que oscuramente nos da noticias de este amor. Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta luz y tanto amor. Es el exceso de luz divina, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores, y, por eso, hay que purificar, limpiar criterios y afectos, adecuar las facultades, que diría San  Juan de la Cruz.

Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene y encierra para sí y para nosotros. Como dice San Juan de la Cruz, primero hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y sus ansias apostólicas, desde el Padre que le sigue enviando continuamente por amor y ternura eterna hacia el hombre.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.. Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él , es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» ( N II 3).

Aunque San Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico: «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (IIN 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto, y le ilumina a la vez con el fuego del amor para lanzarle a la acción. Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo:  Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: «¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia...que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[10]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: « V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R.  El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo».

 Para comprender y saber de Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad. Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, se hizo Pentecostés. Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús:  “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”. Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica, a todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes, consagrados con la fuerza del Espíritu Santo, Llama viva del Amor Trinitario.  

4. 2. La vivencia de Cristo Eucaristía, llama ardiente de caridad apostólica

 La verdad completa es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces sí que se acabó el miedo para  los apóstoles y se quitaron los cerrojos y se  abrieron las puertas y predicaron convencidos de Cristo y del Padre y del Espíritu Santo, a quienes entonces conocieron en  “verdad completa”, verdad hecha fuego y amor. Conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todas las correrías apostólicas anteriores y milagros y la misma  predicación exterior de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos, sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés. No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa, amada y vivida.

Pablo no vio ni conoció visiblemente al Cristo histórico, pero lo sintió muy dentro por la  experiencia mística, que da más certeza, amor y vivencia que cien apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros apóstoles no llegaron, aunque le habían visto y escuchado y tocado físicamente. Cuando Dios baja así y toca las almas, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles,  lo cual contrasta con tanto miedo a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Cuántas mutilaciones de la verdad y del mensaje evangélico en los diálogos y en la predicación a gente poderosa en la esfera religiosa, económica o política.

También hoy tenemos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, que viven pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos por la fuerza de la oración y del  sacrificio y comunión eucarísticas, verdaderos pastores de almas, siempre obedientes a la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, sin que se les trabe la lengua.

El profeta verdadero de Dios sabe que siempre que predique las exigencias evangélicas, que condenan a los poderosos y molestan a la masa poco exigente, sufrirá la incomprensión y hasta la muerte de su fama, estima y carrera, porque resulta  «poco prudente» para los instalados de arriba y de abajo. Pero tiene que hacerlo porque no puede traicionar al mensaje ni al que le envía; el amor a Dios y a los hermanos ha de estar sobre todas las cosas: “Si a mí me han perseguido, a vosotros también...” “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

 Y así terminó el Profeta a quien tenemos que imitar. Y  así se salvó y nos salvó. Y así hay que salvar las almas. Así las han salvado siempre los santos, los que pisaron las mismas huellas de Profeta y Sacerdote y Víctima de la misión confiada por el Padre.  Hablando así, siendo profeta verdadero, es posible que no se llegue al poder y a los puestos elevados, porque esto no agrada ni a la misma Iglesia so pretexto de prudencia- prudencia de la carne-, pero Dios es su paga en gozo, juntamente con los salvados por su profetismo verdadero.

             Si lo profetas callan, los lobos actuales: muchos políticos sin sentido del hombre y de transcendencia, el materialismo de  los medios de comunicación, de tanto cantamañanas de la tele y de los tertulianos bufones de las radios irán destruyendo la identidad cristiana, la fe en Dios y en su Hijo, único Salvador del mundo. Al mundo no le salvan los políticos ni los técnicos ni los pseudocientíficos, solo hay una Salvador, es Jesucristo. Él es el único Salvador del mundo.

 Si los profetas callan, los fieles se quedarán  sin defensa, sin ayuda y orientación,  abandonados en las fauces de estos lobos devoradores de toda bondad y  verdad  cristianas sobre el hombre, la familia, la vida; si los profetas callan, entonces los címbalos sonantes de los medios, huecos y vacíos,  se convertirán en los maestros y sacerdotes de la vida, de la moral y de la familia y no recibirán  la respuesta respetuosa y debida desde la fe y la moral y el mensaje y la sociología cristianas. El problema de la fe se ha convertido en problema moral ahora en España, no hay moral, se mata a los niños y ya todo está aceptado. De esta forma nos destruimos en todos los sentidos: humano, moral y religioso. Por culpa de tanto silencio profético, muchas ovejas, multitudes de bautizados están desorientadas y van muriendo poco a poco para la fe y para la vida de una Iglesia ridiculizada y un evangelio directamente perseguido desde estos modernos púlpitos tan poderosos.

Hay que estar más pendientes y hablar más claro a las multinacionales de la pornografía y del consumismo, a los materialistas del ateísmo práctico, de una vida sin Dios, que son los que quieren gobernar hoy y regular toda la vida de los hombres  con leyes de vida, de educación y de ética  contrarios al evangelio... que fabrican niños, jóvenes y adultos que les puedan votar según sus ideologías y les puedan comprar sus productos inmorales y consumistas fabricados por los poderosos del dinero y,  en definitiva, manipulan todo para que todos  piensen, vivan y se diviertan y se casen y practiquen el aborto y la eutanasia como ellos quieren para su fines egoístas.

Aquel niño de hace quince o veinte años es el hombre de hoy, el cristiano del divorcio y del adulterio y del aborto, del amor   libre, de las parejas de homosexuales o de hecho, de niños por encargo de laboratorio, el de los bautizos y primeras comuniones y bodas actuales sin fe en Jesucristo... Hubo muchos silencios y cobardías por parte de la Iglesia, en orientación ética y moral humana, que no era meterse en política, sino orientar sobre las consecuencias previstas de unos votos, que iban a emplearse contra la Iglesia, contra Cristo y su evangelio, contra la moral y la vida... y así muchos católicos votaron a personas que emplearon esos votos en blasfemar contra Cristo, en perseguir su religión, su evangelio, su salvación, en negar o impedir la enseñanza religiosa... Ahora ya sabemos a donde llevaron esos votos y opciones políticas de una mayoría católica. No se puede decir sí y  no a Cristo a la vez, no se puede estar con Cristo y contra Cristo a la vez,  no podemos ayudar a los que nuevamente lo han crucificado y se mofan de Él, a los que han machacado los principios morales  reguladores de la familia, del concepto del hombre y de la vida, esenciales para la fe y la vivencia del cristianismo.

Todos tenemos que hablar más claro, los seglares, los sacerdotes y  los obispos,  sin tantos documentos puramente oficiales, a veces  tan impersonales, ambiguos e insulsos que no se entienden y aburren, mientras los lobos van destrozando el rebaño de Cristo,  y las ovejas no han tenido quien las defendiera clara y abiertamente. Pero no duele Dios, no duele Cristo, no duelen las eternidades de los hermanos, no duele el proyecto del Padre, la entrega del Hijo, el Amor-gloria de nuestro Dios; duele más  no salir zarandeado en la televisión o en la prensa,  duele más  mi puesto, mi falsa prudencia, mi fama que quedaría destrozada por los lobos de turno, que dominan la tele, los medios, la prensa. Qué testimonios tan maravillosos de obispos y sacerdotes tuvimos también en aquellos comienzos de la democracia Pero fueron pocos, muy pocos. Estos sí que hablaron claro y se les entendía perfectamente lo que decían y querían expresar. Pero tristemente la mayoría fueron «prudentes» y esto ha hecho mucho daño en España.

Repito: No nos salva la técnica, ni los medios de comunicación,  ni tanto cantamañanas de la tele, ni el consumismo, ni los políticos, dueños hoy absolutos de la verdad sobre el hombre, la vida, la familia, que tanto daño han hecho con sus leyes y siguen haciendo, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Y esto hay que creerlo muy de verdad, mejor, hay que vivirlo para predicarlo. Nos hacen falta almas de oración profunda y unión verdadera con el Señor.

Y nada de extremismos de ningún tipo ni de gestos llamativos, simplemente hay que predicar el evangelio, a Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Y por favor, no llamar prudencia a la cobardía de la carne. Y hacerlo siempre con entrañas de misericordia, de perdón, de acogida, la misma que Dios emplea con nosotros, en toda la historia de la Salvación, personal y comunitaria. Para eso, hoy y siempre hay que estar dispuestos a dar la vida, hay que estar muy convencidos para predicarlo, hay que llegar a ciertos niveles de intimidad y vivencia de oración y vida espiritual,  como lo estuvieron desde Abrahán y Moisés hasta los últimos perseguidos, torturados y mártires. Todos ellos han vivido y profesado los sentimientos de San Pablo, que llegó a vivir y decir convencido: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.

San Juan de la Cruz, recogiendo sus propias vivencias y la de otros muchos, que se confiaron a él,  lo expresó repetidas veces. Para él vale la pena morir al propio yo, lleno de cobardías e imperfecciones y que busca su comodidad y el no sufrir, aunque  lo exijan Cristo y su evangelio,  vale la pena pasar por la noche de la purificación y del dolor de todo lo que no es Dios en nosotros, como lo expresa al Santo en la misma nota que pone en su libro de la Noche: « (Nota: «Noche oscura: Canciones de el alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual. Del mesmo autor)» (IN 5) . 

El apóstol identificado con JESÚS-CRISTO-VERBO atrae toda la ternura del Padre, que lo pronuncia y lo llama hijo en el Hijo, y lo recrea y se embelesa contemplándolo en su esencia-imagen, que es su Verbo- Palabra de canción eterna  silabeada y cantada con amor esencial y personal de Espíritu Santo, y lo pronuncia y lo envía eternamente presente en su Verbo eterno y  ha entrado así en el seno íntimo del Ser por sí mismo del infinito ser y amor trinitario participado.

Y por la humanidad  prestada e identificada totalmente con el Verbo-Cristo-Jesús es también “o Kyrios”  Señor, sentado a la derecha del Padre, dispuesto con entrañas de ternura y misericordia a juzgar a los que fue enviado... Quien condenará entonces?.¿ será el Padre que nos envió al que más quería?)será el Hijo que murió por amor extremo? ¿será el Cristo resucitado, eucaristía perfecta hasta la locura, hasta los extremos de la entrega total ?  ¡ Oh la gloria del apóstol en el Apóstol por su eucaristía divina, Verbo Eternamente enviado y encarnado y pronunciado con amor de Espíritu Santo en un trozo de pan...! «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús»».

          Hoy, como siempre, para ser testigo del Viviente, la Iglesia   necesita la experiencia, la vivencia del Dios vivo. Siempre la ha necesitado, pero hoy más que otras veces, por el secularismo y materialismo reinante, que destruye a Dios y la fe en El. Falta experiencia del Padre creador y origen del proyecto de amor sobre el hombre; del Cristo salvador y obediente, amante hasta el extremo de dar la vida; del Espíritu  santificador que habita y dirige las almas. Falta sentir con Cristo y debiera ser la cosa más natural, porque todos hemos sido injertados en El por el santo bautismo y llamados por tanto a esta vivencia de amistad y sentimientos con El. Y cuanto más arriba está uno en la iglesia, más necesaria es esta experiencia, porque si los montañeros que deben dirigir la escalada de la liberación de los pecados, de la vida cristiana, de la unión con Dios, de la oración, del entusiasmo por Cristo y su reino de vida humana y divina, no tienen experiencia del camino ni conocen las etapas y rutas principales del monte del amor divino, por no haberlo recorrido personalmente,  mal pueden dirigir a otros en su marcha hasta la cima, aunque lo tengan por encargo y misión. Hacia aquí debe dirigirse principalmente la formación permanente de los pastores, hacia la dimensión espiritual.

Grave sería que esto fallase en la  misma formación de los candidatos, por falta de profesores o formadores aptos, porque entonces no tendríamos esa  formación  ni siquiera teóricamente, quiero decir,  los conocimientos teóricos de oración, santidad, unión con Dios... absolutamente necesarios para recorrer este camino del envío apostólico. Y más grave  todavía, si fallan los responsables de dirigir a los mismos pastores. Me refiero a los señores  Obispos o responsables diocesanos, porque al no vivir  «estas cosas», no se ocupan ni preocupan de ellas, y envían sin provisiones de lo esencial y vital para un camino tan importante: sembrar, cultivar y recolectar eternidades, no vidas de solo cien o doscientos años, sino que han de vivir o morir eternamente; sin haberlo preparado ascéticamente les envían a un camino tan exigente: prestar a Cristo la propia humanidad; y consiguientemente tan duro, sobre todo al principio, porque ponen tareas divinas, transcendentes y eternas en hombros o vasijas de barro,  y para un camino tan largo, porque es para toda la vida.

Necesitamos maestros de oración y vida espiritual, de unión con Cristo, fundamento de todo envío y vida apostólica. Necesitamos más entusiasmo, más vida, más gozo, más experiencia de Dios en sacerdotes y obispos.

Cristo, la Iglesia que Él instituyó y quiere,  no necesita tanto de programadores pastorales ni de organigramas ni de técnicas, sino de personas que tengan su espíritu, que le amen y se hayan encontrado con Él, como Pablo, Juan, todos los Apóstoles verdaderos que a través de los siglos existieron y seguirán existiendo. Así  lo exigió  y lo predicó en su vida y  evangelio:“sin mí no podéis hacer nada... yo soy la vid, vosotros los sarmientos...el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid”.

Jesús repitió a los Apóstoles que era necesario que Él se marchase al cielo, para enviarles el Espíritu Santo, que les había de llevar hasta la verdad completa. Verdad completa es la que no se queda solo en la inteligencia sino que llega al corazón y lo quema como les pasó a ellos, que, al sentir a Cristo hecho llama y fuego el día de Pentecostés, quitaron los cerrojos y abrieron las puertas y predicaron claro y sin miedo, cosa que no hicieron incluso cuando le habían visto resucitado. Ahora lo ven no desde fuera sino desde dentro, desde la vivencia.  

Necesitamos testigos del Viviente, que  habiendo experimentado en sí mismo la liberación de sus pecados y el gozo de su encuentro, puedan luego decirnos que Cristo existe y es verdad, que el evangelio es verdad, que la vida eterna es verdad, porque la han experimentado...y luego puedan comunicarlo  por contagio, con una vida silenciosa, callada y sin grandes manifestaciones llamativas. Vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo, en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia.  Porque todo lo que es amor a Cristo y a su Iglesia, se comunica principalmente por contagio, como el fuego, con palabras y hechos contagiados de amor quemante. Y hay que contagiar mucho y quemar más de Cristo a este mundo y no quedarnos principalmente en estructuras, medios y reformas puramente externas, que si luego no van llenas de amor a Dios, no son capaces de cambiar el corazón de los hombres.

Son muchos en la Iglesia los que opinan así. Hoy que se habla tanto del compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta, que ha tocado la pobreza como pocos, que ha curado muchas heridas, que ha recogido a los niños y moribundos de las calles para que mueran con dignidad, esta nueva santa nos habla de la oración para poder realizar estos compromisos cristianamente: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración.. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo con su amor»  «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro...No les enseñó ningún método ni técnica particular. Sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[11].     

Quiero ahora citar a otro autor moderno: «En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística. Podrá una Iglesia así ofrecer el marco adecuado para que los hombres de hoy puedan tener la experiencia de Dios? Me temo que no. Y me duele tener que hacer esta constatación, porque el mundo de hoy está enfermo de ruidos y necesita urgentemente una cura de silencio, de sosiego, de retorno a los umbrales del ser. ¿Y quién mejor que la Esposa del Verbo Encarnado para enseñar a la humanidad actual los caminos de la recuperación del yo profundo?

Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá  convenir conmigo en que sobra  tecnicismo pastoral, discurso homilético y catequético y falta el fuego de la palabra ( lenguas de fuego de Pentecostés) que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.

El silencio es garantía de eficacia evangelizadora. El siglo venidero pedirá cuentas a unas iglesias que no acertaron a dar la primacía pastoral al cultivo del silencio interior, preámbulo y requisito de todo encuentro vivo con el Señor. Antes y más que los imperativos de un dogma, una moral, un culto, una disciplina, una acción social, debe hoy la iglesia educar en la vida interior, en el camino orante en el seguimiento del carisma contemplativo de Jesús de Nazaret... como la auténtica obediencia ( estar a la escucha) de la fe, para llegar así a ser instrumento válido del reino.       Nunca han faltado en la Iglesia, - ni faltan hoy las voces que, proféticamente (es decir, en nombre del Dios vivo) invitan a todos los creyentes a perderse el la aventura del silencio del corazón. Si, según la expresión de D. Bonhoeffer, «la palabra no llega al que alborota, sino al que calla», tenemos que ayudar con todos los medios a nuestro alcance al hombre de hoy ( que alborota demasiado) a que aprenda a callar, a escuchar en profundidad, a fín de que pueda ser alcanzado por la Palabra, que quiere engendrar en él vida divina... Juan de Yepes introduciría en sus Dichos de Luz y Amor, 98: «Una palabra pronunció el Padre y fue su Hijo; esa Palabra habla siempre en el eterno silencio y en silencio tiene  que ser escuchada por el alma»[12]

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En este punto,  añado unas notas de San Juan de Avila, escritas con motivo de los Concilios de su tiempo, notas muy interesantes y siempre actuales para la Iglesia Universal y Particular, en las que todo el afán o el principal es a veces reuniones y más reuniones, asambleas, sínodos para  programaciones de apostolado y poco  sobre la espiritualidad de esa misma evangelización, o muy poco  en la reforma y santidad de vida de los seminarios y evangelizadores, que nunca se logrará por decretos como San Juan de Avila  afirma en este  memorial primero al Concilio de Trento (1551).

«El camino usado de muchos para reformación de costumbres caídas suele ser hacer buenas leyes y mandar que se guarden so graves penas, lo cual hecho tienen por bien proveído el negocio. Mas  como no hay fundamento de virtud en los súbditos para cumplir estas buenas leyes, y por esto les son cargosas, han por fuerza de buscar malicias para contraminarlas, y disimuladamente huir de ellas o advertidamente quebrantarlas. Y como el castigar sea cosa molesta al que castiga y al castigado, tiene el negocio mal fin, y suele parar en lo que ahora está: que es mucha maldad con muchas y muy buenas leyes».

«Saquemos, pues, por estas experiencias en iglesias particulares lo que de estos mandamientos puede resultar en toda la Iglesia, pues que por una gota de agua se conoce el sabor de toda el agua de la mar. Y entenderemos, por lo que vemos, que aprovecha poco mandar bien si no hay virtud para ejecutar lo mandado y que todas las buenas leyes no aprovecharán más que decir el maestro a los niños: sed buenos, y dejarlos. Y esto torno a afirmar que todas las buenas leyes posibles a hacerse no serán bastantes para el remedio del hombre, pues que la de Dios no lo fue. (Gracias a Aquel que vino a trabajar para dar fuerza y ayuda para que la Ley se guardase, ganándonos con su muerte el Espíritu de la Vida, con el cual es el hombre hecho amador de la Ley y le es cosa suave cumplirla!

Si quiere, pues, el sacro Concilio que se cumplan sus buenas leyes y las pasadas, tome trabajo, aunque sea grande, para hacer que los eclesiásticos sean tales, que more en ellos la gracia de la virtud de Jesucristo, lo cual alcanzado, fácilmente cumplirán lo mandado, y aun harán más por amor que la Ley manda por fuerza. Mas aquí es el trabajo y la hora del parto, y donde yo temo nuestros pecados y la tibieza de los mayores: que, como hacer buenos hombres es negocio de muy gran trabajo, y los mayores, o no tienen ciencia para guiar esta danza, o caridad para sufrir cosa tan prolija y molesta a sus personas y haciendas, conténtanse con decir a sus inferiores: «Sed buenos, y si no, pagármelo habéis»..... provéase el Papa y los demás en criar a los clérigos, como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir, y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener buenos hijos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros».

5. 23. La eucaristía, la mejor escuela  de vida cristiana

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades, incluso en las parroquias tenemos muchas clases de biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el sagrario y punto.  Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: “sígueme”, “amáos los unos a los otros como yo os he amado”,“no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero” “.venid y os haré pescadores de hombres”,“vosotros sois mis amigos”, “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”, “ sin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros , los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...”   

¿Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas  enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con El, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré distanciado respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo. Podré incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos...que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados,  pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

MEDIOCRIDAD, NO.-Y  me pregunto cómo podré yo luego entusiasmar a la gente  con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo...si yo no lo practico ni sé cómo se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven y se conocen por la propia experiencia. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de este trato de amistad  para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré  comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad  cristiana, sacerdotal, apostólica...

Al alejarme cada día más del sagrario, me alejo a la vez de la oración , y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa. Y esto es más claro que el agua:  si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré  entusiasmar a los demás con El, no se qué apostolado pueda hacer por él, cómo contagiaré deseos de El, ni sé  como podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré  ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente  hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado,  pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a El, como los sarmientos a la vid única y verdadera,  para poder dar fruto. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que  apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.        Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice S. Juan de la Cruz.  Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica N.M.I. ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto...”.

CARA A CARA CON CRISTO. Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas,  respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote.... pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

       Sin embargo, en la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones,  es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si El lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice:  no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante El en el sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la  misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso,  si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística  luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque  la oración es el   alma de todo apostolado, como se titulaba un  libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

29ª MEDITACIÓN: ORAR ES QUERER CONVERTIRSE A DIOS EN  TODAS LAS COSAS. LA ORACIÓN PERMENTE EXIGE CONVERSIÓN PERMANENTE.

        2. 2. Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. la oración permanente exige conversión permanente

Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tampoco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

“Dios es amor”,dice San Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está condenado a amanos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos.

       Y como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar, pero el pecado nos ha tarado y  ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios. Así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle como Él se ama. Porque por su misma naturaleza, que nosotros participamos por gracia, así es cómo Dios se ama y nos ama y  no puede amar de otra forma, porque dejaría de ser y existir, dejaría de ser Dios.

Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por participación gratuita de su mismo amor a sí mismo.“Lo que era desde el principio... porque la vida se ha manifestado..., os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1-4).

Este es el gran tesoro que llevamos con nosotros mismos, la lotería que nos ha tocado a todos los hombres por el hecho de existir. Si existimos, hemos sido llamados por Él para ser sus hijos adoptivos, y Dios nos pertenece, es nuestra herencia, tengo derecho a exigírsela: Dios, Tú me perteneces.... Esto es algo inconcebible para nosotros, porque hemos sido convocados de la nada por puro amor infinito de Dios, que no necesita de nada ni de nadie para existir y ser feliz y crea al hombre por pura gratuidad, para hacerle partícipe de su misma vida, amor, felicidad, eternidad...“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos.... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

       Esta es la gran suerte de esta especie animal, tal vez más imperfecta que otras en sus genomas o evolución, pero  que, cuando Dios quiso, la amó en su inteligencia infinita y con un beso de amor le dio la suerte y el privilegio de fundirse eternamente en su mismo amor y felicidad. Y esta es la gran evolución sobrenatural, que a todos nos interesa. La otra, la natural del «homo erectus», «habilis», «sapiens», «nehandertalensis», «romaionensis, «australopithecus», que apareció hace cuatro millones de años, aunque ahora con el recién descubierto homínido del Chad, parece que los expertos opinan que apareció hace seis millones de años... que  estudien los científicos, a los que les importa poco echar millones y millones de años entre una etapa y otra;  todavía no están seguros de cómo Dios la ha dirigido, aunque algunos, al irla descubriendo, parece como si la fueran creando, y al no querer aceptar por principio al Creador del principio,  digan que todo, con millones y millones de combinaciones, se hizo por casualidad. Y en definitiva, millones más, millones menos, todo es nada comparado con lo que nos espera y ya ha comenzado: la  eternidad en Dios.

La casualidad necesita elementos previos, solo Dios es origen sin origen, tanto en lo natural como en lo sobrenatural.  Ellos que descubran el modo y admiren al Creador Primero, pero que no llamen casualidad a Dios. Millones y millones de combinaciones... y todo, por casualidad... ¡Qué trabajo llamar a las cosas por su nombre y aceptar al Dios grande y providente y todo amor generoso e infinito para el hombre, que nos desborda en el principio, en el medio y al fin de la Historia de Salvación! ¿Para qué la ciencia, los programas, los laboratorios, si todo es por casualidad o existen sin lógica ni  principio ni leyes fijas?

       A mí sólo me interesa, que he sido elegido para vivir eternamente con Dios. Ha enviado a su mismo Hijo para decírmelo y este Hijo me merece toda confianza por su vida, doctrina, milagros, muerte y resurrección. Por otra parte, esta es la gran locura del hombre, su gran tragedia, si la pierde, la mayor pérdida que puede sufrir, si no la descubre por la revelación del mismo Dios; y esta es, a la vez y por lo mismo, la gran responsabilidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, si se despistan por otros caminos que no llevan a descubrirla, predicarla, comunicarla por la Palabra hecha carne y por los sacramentos, si nos quedamos  en organigramas, en programaciones y acciones pastorales siempre horizontales sin la dirección de trascendencia y eternidad, sacramentos que se quedan y se celebran en el signo pero que no llegan a lo significado, que no llevan hasta Dios ni llegan hasta la eternidad sino sólo atienden al tiempo que pasa; reuniones, programaciones  y celebraciones que no son apostolado, si se quedan en mirar y celebrar  más al rostro transitorio de lo que hacemos o celebramos, que al alma, al espíritu, a la parte eterna, trascendente y definitiva de lo que contienen, del evangelio, del mensaje, de la liturgia....más a lo transitorio que a lo transcendente, hasta donde todo debe dirigirse, buscando  la gloria de Dios y la salvación eterna del hombre.

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque me voy a prepararos el lugar . Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Pues, para donde yo voy, ya sabéis el camino”(Jn 11,24).

Porque da la sensación a veces de que se ha perdido la orientación trascendente de la Iglesia y de su acción apostólica, que pasa también por la encarnación y lo humano, para dirigirlo y finalizarlo todo hacia lo divino, hacia Dios.  Da la sensación de que lo humano, la encarnación, ciertamente necesaria, pero nunca fin  principal y menos exclusivo de la evangelización,  es lo que más  preocupa en nuestras reuniones pastorales y hasta en la misma administración de los sacramentos, donde trabajamos y nos fatigamos en añadir ritos y ceremonias, incluso a la misma eucaristía, como si no fuera completísima en sí misma, y de lo esencial hablamos poco y  nos preocupa menos.

Y esto produce gran pobreza pastoral, cuando vemos, incluso a nuestra Iglesia y a sus ministros, más preocupados por los medios de apostolado que por el fín, más preocupados y ocupados por agradar a los hombres en la celebración de los mismos sacramentos que de buscar la verdadera eficacia sobrenatural y transcendente de los mismos así como de toda  evangelización y apostolado. En conseguir esta finalidad eterna está la gloria de Dios. «La gloria de Dios es que el hombre viva... y la vida del hombre es la visión intuitiva de Dios». (San Hilario)

¡Señor, que este niño que bautizo, que estos niños que hoy te reciben por vez primera, que estos adultos que celebran estos sacramentos, lleguen al puerto de tu amor eterno, que estos sacramentos, que esta celebración que estamos haciendo les ayude a su salvación eterna y definitiva, a conocerte y amarte más como único fin de su vida, más que simplemente les resulte divertida... Señor, que te reciban bien, que se salven eternamente, que ninguno se pierda, que tú eres Dios y lo único que importa, por encima de tantas ceremonias que a veces despistan de lo esencial !

Queridos amigos, este es el misterio de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido, este el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre, que fue enviado para hacernos partícipes de la misma felicidad del Dios trino y uno; esto es lo único que vale, que existe, lo demás es como si no existiera.

¿Qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemos empezar a gustar en Jesucristo Eucaristía? El es el pan de la vida eterna, de nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad,  nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra,  El es el pan de la vida eterna, “El que coma de este pan vivirá eternamente”.

A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de San Juan  sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6, 26).Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con El; de otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacer uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre en fuego de Espíritu Santo.

Estamos destinados, ya en la tierra, comiendo este pan de eternidad,  a  sumergirnos en este amor, porque Dios no puede amar de otra manera.Y esto es lo que nos ha encargado, y esto es el apostolado, el mismo encargo que el Hijo ha recibido del Padre. “Como el Padre me ha enviado así os envío yo”(Jn 20, 21).“Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que yo no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn  6, 38-40).  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,51).

Nos lo dice el Señor, nos lo dice San Juan, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, pero es que estoy totalmente convencido,  Dios nos ama gratuitamente, por puro amor, y nos ha creado para vivir con El eternamente felices en su infinito  abrazo y beso y amor Trinitario. Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para vuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este siglo la han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito:  ni el  ojó vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu”  (1Cor 2,7-10).

 Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser tri-unidad, unidad de los Tres  es así... amar y ser amado; no  puede ser y existir de otra manera. El hombre es un «capricho de Dios» y solo Él puede descubrirnos lo que ha soñado para el hombre. Cuando se descubre, eso es el éxtasis, la mística, la experiencia de Dios, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno.

Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en Tres Personas que se aman infinitamente y que es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y afectividad y soledad y todo...bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta... y eso es la vivencia del misterio de Dios, la experiencia de la Eucaristía, la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir; la de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Santa Catalina de Siena, San Juan de Avila, San Ignacio de Loyola, beata Isabel de la Stma. Trinidad, Teresita, Charles de Foucaud....la de todos los santos.

Por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo y por la oración, que es conocimiento por amor de esta vida, el alma vive el misterio trinitario. La meta de sus atrevidas aspiraciones es «llegar a la consumación de amor de Dios..., que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez». (Can B 38, 2).

Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien, pero qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración que estamos tratando. Y le respondo. Pues muy  sencillo. Como la oración tiene esta finalidad, la de hacernos amigos de Dios, la de llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, el camino para conseguirlo es vaciarnos de todo lo que no es Dios en nuestro corazón, para llenarnos de Él.

«Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Tí y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...

       La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el sagrario. Nos habla sin palabras, solo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo sagrario, mejor dicho, que Cristo en el sagrario.

Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración; presencia silenciosa del que es la Palabra, toda llena de hermosura y poder del Padre, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que “no tiene figura humana”, ahora ya sólo es una cosa, un poco de pan, para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde del que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni desprecios, sin exigir nada, sin imponerse...por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Dios;  presencia humilde, sin ser reconocida y venerada por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía. Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran, no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos «Santiagos», que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, dónde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vida, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

       Jesucristo en el sagrario es el corazón de la Iglesia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad permanentemente ofrecidas a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros. De su presencia debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, no está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado, nos está saliendo al encuentro, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos debemos ser visitadores del sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de la Presencia de Dios entre los hombres.

30ª MEDITACIÓN: LA ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: SENTIMIENTOS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

5. 21. La espiritualidad y vivencia de la presencia eucarística: sentimientos y actitudes que suscita y alimenta

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la eucaristía, participar en la eucaristía, adorar la eucaristía.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad : por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y  nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida,  para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

No olvidemos que  la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad  le costó y no lo comprendía. En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida:  “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”. La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

Por esto, la oración y la adoración y  todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas.

¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia  del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna,  de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística  nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, "apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle todo lo que sufrido y amado y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para ayudaros un poco a los adoradores nocturnos en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa:

A). La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual , siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 5-11).

Nuestra diálogo podría ir por esta línea: «Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones,  sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré  de nuevo y me entrego  a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido,  lo  espero confiadamente de Tí, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...».

B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5 : «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades:  «Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo para Tí, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tiene ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado...         

Tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegráos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

C). Otro  sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. «Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,   pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas,  cuánto me entregas, me regalas...  “este es mi  cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

 Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor,  por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas  hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta,  soy pura criatura, y tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo tu el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.   

D).  En el "Acordaos de mí", debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-,  porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres. 

«Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y  a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida;  estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí”.Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario,  comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Tí, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te  excluyen y tú... siempre olvidar y  perdonar,  olvidar y amar;  yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión,  que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

E). No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables:  adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas  y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida,  debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza,  porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

El adorador  no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el sagrario.

Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas,  los monjes y monjas.

Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo , por la parroquia, por  la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

Y así surgirán  nuevos adoradores y sera más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y  yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

Y el Seminario dirá que recéis,  y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán  sus necesidades espirituales y materiales.

Hay unos textos de San Juan de Avila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:

«¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. 

Conviénele  orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» [13].

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él»[14].

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no los saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir»[15].

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, )con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó»[16] .

«Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira!»[17] .

31ª MEDITACIÓN: FRUTOS Y FINES DE LA EUCARISTÍA

4. 3. 11. Frutos y fines de la Eucaristía

“Haced esto en memoria mía”

Los fines y frutos de la Eucaristía son los mismos que Cristo obtuvo al dar su vida por nosotros en su pasión, muerte y resurrección: Adorar al Padre en obediencia total, dándole gracias por todos los beneficios de la Salvación de los hombres obtenidos por su sacrificio y aceptados por la resurrección del Hijo: fín eucarístico-latréutico-impetratorio-propiciatorio.

Lógicamente estos fines y los sentimientos y actitudes se entremezclan entre sí y se complementan. Ni qué decir tiene que si estos son los deseos y súplicas e intenciones de Cristo, también deben ser los nuestros al celebrar la Eucaristía y eso son los llamados frutos y fines de la Eucaristía: dar gracias y adorar al Padre por el sacrificio de su Hijo, ofrecernos y elevar nuestras peticiones de perdón y salvación por todos los hombres y pedir a Dios en Jesucristo por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo, de vivos y difuntos y el perdón de nuestros pecados. Esto lo quiso el Señor al decirnos: “Haced esto en memoria de mí”.

La eucaristía: acción de gracias

Este sentimiento litúrgico es tan fuerte en la celebración de la Eucaristía que ha pasado a ser uno de los nombres empleados para designarla, como nos dice el Catecismo de la Iglesia, a quien voy a seguir un poco en este apartado. Los evangelios sinópticos, lo mismo que Pablo, nos cuentan que antes de consagrar el pan, Jesús lo “bendijo” (Mt 26,27; Mc 14,23; Lc22,19), y al consagrar el vino “dio gracias”. La bendición se pronunciaba sobre los alimentos con una fórmula de reconocimiento y alabanza  dirigida a Dios. Así se hacía en el pueblo judío.

       Nosotros, en la Eucaristía, damos con Cristo gracias al Padre porque aceptó el sacrificio de su Hijo como memorial de la Nueva y Eterna Alianza, celebrada en la Última Cena, y nos concedió por ella todos los dones y gracias de la Salvación. Esta acción de gracias está especialmente expresada en la liturgia de la Eucaristía por el prefacio y la PLEGARIA EUCARÍSTICA, parte esencial de la misma. Damos gracias al Padre por la acogida de la salvación de su Hijo, que se ofreció en muerte en cruz por sus hermanos los hombres y porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él”. No debiéramos olvidarlo nunca, para ser más agradecidos con este Padre tan bueno, que nos creó y nos recreó en el Hijo, y agradecer también a este Hijo, el Amado, que dio su vida por nosotros. 

       Dice el Catecismo de la Iglesia: «La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la  muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad. La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por sus beneficios... La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptadoen Él»   (1359-1361).

       Cuando la Iglesia renueva sobre el altar la Cena del Señor, quiere hacerlo en contexto pascual, participando en los  sentimientos de adoración y acción de gracias al Padre por todos los beneficios del sacrificio del Hijo. Esta acción de gracias no sólo se expresa por las palabras de Jesús sino sobre todo por su vida, que se ofrece totalmente y es aceptada por el Padre por la resurrección.

       Por eso, el homenaje de gratitud se traduce en una ofrenda completa de sí mismo. Cristo se entrega a sí mismo para agradecer al Padre su proyecto salvador. Igual tenemos que ofrecernos nosotros al Padre,  dando gracias con palabras y con obras, con nuestra persona y vida, que son aceptadas siempre, porque en el Hijo ya hemos sido aceptados por el Padre. Celebrando la Eucaristía,  agradecidos, damos gracias de todo corazón al Padre, “por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén”. 

4. 3. 12. La Eucaristía, ofrenda propiciatoria

El Concilio de Trento definió el valor propiciatorio de la Eucaristía contra los Reformadores que sostenían sólo el valor de alabanza y acción de gracias. Cristo, obedeciendo al proyecto del Padre, quiso hacer con su vida y con su muerte una Alianza nueva, que consiguiendo el perdón de todos los pecados, cuya hondura y gravedad sólo Él conocía, instaurase la paz y la unión definitiva entre Dios y los hombres. Con esta obediencia de Cristo quedan borradas y destruidas todas las desobediencia de Adán y de la humanidad entera y el Padre retira su condena, porque Cristo ha pagado el precio. Es la Redención objetiva en la cruz que tenemos que hacer nuestra por la Eucaristía, abriéndonos a su amor. El hombre, ayudado por el amor de Dios, debe cooperar a destruir el pecado en su vida y en la de los hermanos.

       En la consagración del vino el sacerdote menciona expresamente la sangre de Cristo “que será derramada para el perdón de los pecados”. El  mismo Jesús, según lo que nos dice el Evangelio de Mateo, anuncia en la Cena que el fin de su sacrificio era obtener el perdón de los pecados  para toda la humanidad. Cuando antes dice que el Hijo del hombre había venido para “dar su vida en rescate por muchos”, expresa el mismo aspecto del sacrificio. Por el sacrificio de la cruz, Cristo se entregó para libertarnos de la esclavitud del pecado.

       Es verdad que el pecado continúa haciendo estragos en el seno de la humanidad, esclavizando a las almas. “Todo aquel que comete el pecado es esclavo del pecado” (Jn 8,34)). El pecado oscurece la inteligencia y la subordina a egoísmos; debilita la voluntad haciéndola esclava de pasiones degradantes; endurece el corazón atándole y haciéndole incapaz de amar. El pecador es menos hombre después de su pecado, es menos dueño de sí mismo y se siente encadenado a satisfacciones, a placeres que le seducen y le envilecen. Al comenzar la santa Eucaristía, tanto el sacerdote que celebra la Eucaristía como los fieles que participan tenemos conciencia de nuestras obras, pensamientos y acciones manchadas; por eso comenzamos pidiendo perdón. Por eso nos unimos a Cristo en la celebración de la Eucaristía en la que Él pide y se ofrece por los pecados del mundo y cuando comulgamos, participamos en el perdón de Dios comiendo la carne “del Cordero que quita el pecado del mundo”. Todos estamos llamados a hacernos ofrenda con Cristo por los pecados de los hermanos.

       San Pablo dice que Cristo “desposeyó de su poder a los Principados y a las Potestades, y los entregó como espectáculo al mundo, poniéndoles en su cortejo triunfal” (Col 1,15). La Eucaristía renueva esta victoria. Es lo que había anunciado Jesús ya antes de su Pasión: “Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Y Yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a Mí todas las cosas” (Jn 12,32).

       Por grande que sea el poder del pecado en el mundo, la Eucaristía es la fuerza infinita del amor y perdón de Dios. El sacrificio del amor de Cristo sobrepasa infinitamente las cobardías y maldades y egoísmos de nuestros pecados y de la humanidad. Cuando sufrimos en nosotros mismos el pecado y la debilidad de la carne y la soberbia de la vida y el orgullo que se rebela, la santa Eucaristía es un refugio seguro y una medicina que nos cura todas estas maldades y heridas. Para cada uno de nosotros Cristo sigue siendo “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” .El calvario es la cima de la Alianza: nos une y restablece siempre la amistad con Dios. Por eso es la fuente del perdón y de la misericordia y de toda gracia que nos llegan por los demás sacramentos.

4. 3. 7. La Eucaristía, fuente del amor fraterno y cristiano.

La celebración de la Eucaristía es la celebración de la Nueva Alianza, que tiene dos dimensiones esenciales: una vertical, hacia Dios, y otra, horizontal, de unión con los hombres. La Eucaristía lleva por tanto  amor a Dios y a los hermanos. El amor de Cristo llega a todos los hombres en la Eucaristía; participar, por tanto,  en verdad de la Eucaristía me lleva a amar a todos como Cristo los ha amado, hasta dar la vida.

       El culto cristiano consiste en transformar la propia vida por la caridad que viene de Dios y que siempre tiene el signo de la cruz de Cristo, esto es, la verticalidad del amor obedencial al Padre y la horizontalidad del amor gratuito a los hombres.“Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto espiritual vuestro” (Rom 12,1).

       Es paradójico que el evangelio de Juan que nos habla largamente de la Última Cena no relata la institución de la Eucaristía mientras que todos los sinópticos la describen con detalle. El cuarto evangelio, sin embargo, nos trae ampliamente desarrollada la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, cosa que no hacen los otros evangelistas. Lógicamente S. Juan no pretende con esto negar la institución de la Eucaristía, porque era cosa bien conocida ya por la tradición primitiva y por el mismo S. Pablo, pero el cuarto evangelio no tiene la costumbre de repetir aquellos hechos y dichos, que ya son suficientemente conocidos por los otros Evangelios, porque los supone conocidos.

       San Juan había ya hablado largamente de la Eucaristía en el discurso sobre el pan de vida en el capítulo sexto: “El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (v 51). Por eso no insiste en este argumento en la Ultima Cena y nos narra, sin embargo, el lavatorio de los pies a los discípulos en el lugar que corresponde a la institución del sacramento eucarístico; en el lugar donde todos esperamos leer el relato de su institución, cuando hacemos referencia a la Última Cena, S. Juan nos narra el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno. No cabe duda de que el evangelista Juan lo hizo conscientemente, porque ha tenido un motivo y pretende un fin determinado.

       La opinión de varios comentaristas modernos, desde el protestante francés Cullmann, hasta el anglicano Dodd, pasando por el católico P. Tillar y otros actuales es que el cuarto evangelio supone la institución de la Eucaristía y pasa a describirnos más específica y concretamente el fruto y finalidad y espíritu de la Eucaristía: la caridad fraterna. La hipótesis es interesante. Todos sabemos que S. Juan es el evangelista místico, que, junto con S. Pablo, tiene experiencia y vivencia de los misterios de Cristo y más que los hechos y dichos externos nos quiere transmitir el espíritu y la interioridad de Cristo y la vivencia de sus misterios. Dios es amor y al amor se llega mejor y más profundamente por el fuego que por el conocimiento teórico y frío, porque éste se queda en el exterior pero el otro entra dentro y lo vive. A Cristo como a su evangelio no se les comprende hasta que no se viven. Y esto es lo que hace el evangelista Juan: vive la Eucaristía y descubre que es amor extremo a Dios y a los hermanos. A través del lavatorio de los pies, podemos descubrir que para Juan, el efecto verdadero y propio de la Eucaristía, aunque no explícitamente expresado por él, pero que podemos intuir en la narración de este hecho, es hacer ver y comprender la actitud de humildad y humillación de Jesús, su entrega total de amor y caridad y servicio, realizados en la Eucaristía y que son también  simbolizados y repetidos en el lavatorio de los pies a los discípulos.

       Por lo tanto, las palabras referidas por los sinópticos: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”, vendrían interpretadas y comentadas por estas otras palabras de Juan: “Os he dado ejemplo; haced lo que yo he hecho”. El amor fraterno es la gracia que la Eucaristía, memorial de la inmolación de Cristo por amor extremo a nosotros, debe dar y producir en nosotros. Y por eso el sentido de este ejemplo que Cristo ha querido dar a sus discípulos en la escena del lavatorio de los pies encuentra el comentario explícito y concreto a seguidas del hecho, donde nos da el mandamiento nuevo del amor como Él nos ha amado: “Un precepto nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 13,34-35); “Éste es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 1413).

       ¿Por qué llama Jesús nuevo a este mandamiento? ¿No estaba ya mandado y era un deber el amor fraterno en el seno del judaísmo? En verdad la clave de la explicación, el elemento específico que hace del amor un precepto nuevo, se encuentra en las palabras “como yo os he amado”, en clara e implícita referencia a la institución de la Eucaristia. Todo el capítulo trece de S. Juan pone explícitamente la vida y la muerte de Jesús bajo el signo de su amor extremo a los hombres cumpliendo el proyecto del Padre. Y así es como comienza el capítulo: “Antes de la fiesta de Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…” Como Jesús, también nosotros, debemos mantener siempre unidas estas dos dimensiones del amor, si queremos vivir de verdad la Nueva Alianza. Celebrar la Eucaristía es tener los mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega de Cristo a Dios y a los hombres, que Él hace presentes y vive en cada celebración eucarística, porque se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8) en este misterio. Jesús quiere meterlos dentro de nuestro espíritu por su mismo Espíritu,  invocado en la epíclesis sobre el pan y sobre la Iglesia y la asamblea, para que «fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria III).

       Esta misma doctrina, con diversos matices, vuelve Juan a proponernos en su primera Carta, bella y profunda. En algunos puntos completa su evangelio. En efecto, ella invita al cristiano a quitar de sí todo pecado, especialmente contra el amor fraterno, y vivir en conformidad con la voluntad de Dios a ejemplo del Maestro: a hacer lo que Él y como Él lo ha hecho: hay que dar la vida por los hermanos: “en esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros tenemos que dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,13). Aunque la carta no trata aquí directamente de un amor martirial, nos pide una entrega de amor que tiende de suyo a la entrega total de sí mismo. Y en este mismo sentido el texto más explícito y significativo es el siguiente: “Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2,5-6).

       Por la Eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a Él a sus sentimientos y actitudes, entre los cuales la caridad perfecta a Dios y a los hermanos es el principal y motor de toda su vida:  “Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”, “Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo”; Ahora bien, “quien permanece en él..,” quien está unido a Él, quien celebra la Eucaristía con Él, quien come su Cuerpo, come también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de misericordia y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas... “debe andar como Él anduvo”.

       La primera dimensión es esencial: recibimos el amor que procede del Padre a través del corazón de Cristo, y, como dice S Juan, no podemos amar a Dios y a los hermanos si Dios no nos hace partícipe de su Amor Personal, Espíritu Santo: no podemos amar si primero Dios no nos ama: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados...” (1Jn 4,10)). Y así lo afirma en su evangelio: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9).De aquí deriva el amor a los hermanos, el don y el servicio total de uno mismo a los hermanos, sin buscar recompensas, amando gratuitamente, como sólo Dios puede amar y nos ama y nosotros tenemos que aprender a amar en y por la Eucaristía.

       En la Eucaristía se hace presente la cruz de Cristo con ambas dimensiones, vertical y horizontal, en que fue clavado y por la que fuimos salvados. La vertical la vivió Cristo en una docilidad filial y total al Padre; la horizontal, en apertura completa a todos los hombres, aunque sean pecadores o indignos. En el centro de la cruz, para unir estas dos dimensiones está el corazón de Jesús traspasado por la lanza del amor crucificado. El fuego divino, que transformó esta muerte en sacrificio de alianza no ha sido otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo. Lo afirma S. Pablo en su carta a los Efesios: “Cristo nos ha amado (con amor de Espíritu Santo)y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). Y lo recalca la Carta a los Hebreos: “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros ...santifica a los inmundos...¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima sin defecto limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo! (Hbr 9, 13-14)

       Dice S. Agustín que el sacrificio sobre el altar de piedra va acompañado del sacrificio sobre el altar del corazón. La participación viva en la Eucaristía demuestra su fecundidad en toda obra de misericordia, en toda obra buena, en todo consejo bueno, en todos los esfuerzos por amar al hermano como Cristo; así es cómo la Eucaristía es alimento de mi vida personal, así es como Cristo quiere que el amor a Él y a los hermanos, la Eucaristía y la vida , el culto y servicio a Dios y el servicio a los hombres estén estrechamente unidos.

       La  Eucaristía acabará como signo cuando retorne Cristo para consumar la Pascua Gloriosa en un encuentro ya consumado y definitivo y bienaventurado de Dios con los hombres, que ha de progresar en profundidad y anchura toda la eternidad. Por eso en la Eucaristía la Iglesia mira siempre al futuro consumado, a la escatología, al final bienaventurado de todo y de todos en  el Amor de Dios Uno y Trino que nos llega en cada Eucaristía por el Hijo, Cristo Glorioso, que se hace presente  bajo los velos de los signos.

       Quisiera terminar este tema con el pasaje conclusivo de la carta a los Hebreos, que abundantemente venimos comentando: “El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,20-21).

       El autor pide que el Dios de la paz, el Dios de la alianza realice en nosotros lo que le agrada, lo que nos hace perfectos en el amor, que nos ha de venir necesariamente de Él. En la antigua alianza Dios prescribía lo que había que hacer mediante una ley externa. Pero eso fracasó. Ahora quiere inscribirla en el corazón de los hombres mediante su Espíritu: “Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón...” (Jer 31,31-33). Y esto lo hace por Jesucristo Eucaristía, por su cuerpo comido y su sangre derramada  en amor de Espíritu Santo. 

       Sin el Espíritu de Cristo, si el Amor de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, no podemos amar a los hermanos como Cristo, no podemos perdonar, no podemos cooperar a la salvación y la redención de los hombres: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4-5).

       Acojamos esta acción de Dios en nosotros por Jesucristo con amor y gratitud. Nosotros terminamos con el himno de alabanza dirigido a Dios por el autor de la carta a los Hebreos: “Por Él (Cristo)ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre....” “por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,15.21). Hagamos también nosotros nuestra ofrenda de alabanza al Padre por la Eucaristía, por medio de Cristo,  para  gloria  de  Dios y  salvación de los  hombres nuestros  hermanos.

4. 3. 8. La Eucaristía nos enseña  y empuja  al  perdón de nuestros  enemigos

S. Juan ha puesto de manifiesto hasta qué punto el amor del Padre se ha manifestado en la cruz del Cristo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y Pablo nos dice igualmente que Dios nos revela su Amor Personal, Amor de Espíritu Santo, a través de la muerte en cruz del Hijo Amado, que nos manifiesta su amor, muriendo por nosotros, que no éramos gratos a Él, sino pecadores: “Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Pues Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, a su tiempo murió por unos impíos. Porque a duras penas morirá uno por un justo, pues por el bueno uno se anime a morir. Más acredita Dios su amor para con nosotros, en que siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,6-8).El Padre nos muestra su amor entregando su Hijo a la muerte por nosotros y el Hijo nos revela su amor total y apasionado, dando su vida por nosotros, con amor extremo.

       Jesús ha sido el primero en poner en práctica este amor a los enemigos, impuesto a sus discípulos como mandamiento. En el Calvario manifiesta los sentimientos de indulgencia y perdón que quería tener para con sus adversarios. Pide al Padre misericordia para ellos e incluso fue la última petición que hizo a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bajo este perdón expresamente declarado en favor de los que le daban muerte, había un amor más fundamental por todos a los que el pecado les convertía en enemigos de Dios, y que ahora recibían el abrazo del Padre por la Nueva Alianza sellada en su sangre: “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

       Desde entonces, la Eucaristía, al hacer presente todos los hechos y dichos salvadores de Cristo, se presenta ante todos los participantes como un ejemplo de amor y perdón de los enemigos que nos invita a todos los cristianos a conformarnos y unirnos a los sentimientos de Cristo. La ofrenda de Cristo sobre el altar  es la expresión de un amor al prójimo que supera todas la barreras y diferencias, que sobrepasa cualquier hostilidad, que substituye la venganza por la piedad y que responde a las ofensas con una bondad mayor. Muestra que la caridad divina perdona siempre y exige del cristiano una caridad semejante: que reaccione ante las ofensas no odiando sino perdonando y amando siempre, llegando así hasta el amor a los enemigos con la fuerza de Cristo que ayuda nuestra debilidad. 

       El maestro había ya formulado la exigencia de caridad contenida en toda ofrenda:“Si cuando presentas tu ofrenda junto al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra tí, deja tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda” Mt 5,23-24). Estas palabras nos muestran las disposiciones que debe tener un cristiano cuando asiste consciente a Eucaristía. La disposición de caridad es por tanto condición impuesta por Dios para que la ofrenda le sea grata. En este ambiente de caridad fue instituida la Eucaristía y en este ambiente debe ser celebrada siempre y continuada con nuestra vida y testimonio en la calle y en la relación con los hombres “para que den gloria a vuestro Padre del cielo...”, Aen esto conocerán que sois discípulos míos en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado”. San Juan no narra la institución de la Eucaristía, según algunos autores, porque el lavatorio de los pies y el precepto del amor mutuo expresan los efectos de la misma:“Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y  Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo para que vosotros también hagáis como yo he hecho... Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13, 12-14;17).

       La Eucaristía renueva esta dimensión del amor y tiende a ensanchar el corazón de los cristianos según las dimensiones del corazón del Padre y del Hijo. Así la Eucaristía es el lugar del amor a los pecadores, a los que nos odian, a los que nos hacen mal, porque el Padre y el Hijo lo hicieron por el amor del Espíritu Santo y lo renuevan en cada Eucaristía en la ofrenda sacrificial del Hijo aceptada por el Padre.

4. 3. 13. Valor  impetratorio de la Eucaristía

La santa Eucaristía, «al ser fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia», al ser la fuente y el origen de toda gracia divina, se convierte por sí misma en el camino principal y esencial de toda gracia que viene de Dios a nosotros, porque el camino es Cristo. La Eucaristía es el medio más rápido y eficaz para obtener gracias: al poner ante los ojos del Padre celestial el sacrificio del Calvario, al ver al Amado ofrecer su vida por todos en obediencia a Él, lo predispone a la benevolencia más completa. Ninguna oración de súplica puede obtener un abogado y un defensor más poderoso y unas motivaciones más fuertes. Por eso, la santa Eucaristía es la mejor oración y ofrenda para obtener de Dios todo don y beneficio: es la mejor plegaria para pedir y obtener gracia y favores ante Dios.

       La causa de su valor propiciatorio es el amor infinito del Hijo al Padre manifestado en el sacrificio de su vida y del Padre al Hijo aceptándolo con amor infinito por ser el sacrificio del Amado, por el cual nos lo concede todo por la Nueva y Eterna Alianza de amistad en su sangre derramada. La Eucaristía es la oración más poderosa y el medio más eficaz para pedir y obtener toda gracia para vivos y difuntos, porque el Padre no puede resistirse a la súplica del Hijo, a su generosa ofrenda.

El mismo Cristo fue quien quiso que se lo pidiéramos todo al Padre por medio de Él: “En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo” (Jn 1624).

Por los vivos

A la Eucaristía se le ha reconocido desde siempre su valor impetratorio por los vivos y sus necesidades. De hecho siempre hubo Eucaristías de petición de gracias, las  “témporas”, por las cosechas, por el perdón, por la paz... Sin embargo, no puede decirse que todos los cristianos lo tengan en la conveniente estima. Aparte de las Eucaristías que encargan celebrar por sus difuntos, muchos no se preocupan de confiar a la Eucaristía, por encima de sus propias peticiones,  las intenciones a las que conceden mayor importancia, tanto personales como familiares: pedir por el aumento de la fe personal o en los hijos, la paz entre las familias desunidas, por conseguir un mayor amor a Dios, para que sus hijos vuelvan al seno de la Iglesia, por la catequesis o grupos, por la unión de los matrimonios, por la salud de los enfermos, deprimidos, perseguidos..., conscientes de que Cristo puede, con su amor y ofrenda filial, obtener todo lo que nosotros no podemos obtener, 

       Todas nuestras inquietudes y preocupaciones se las podemos confiar a Cristo que se ofrece en el altar. Él nos ama y nos quiere ayudar porque somos sus amigos.“No hay mayor amigo que el que da la vida por los amigos”. Él da su vida por nosotros, por nuestras intenciones, gozos, problemas, inquietudes espirituales y materiales.                   

       Y por encima de todas necesidades personales, siempre tenemos que pedirle por la Iglesia, por la  extensión del Reino de Dios, como Él nos enseñó en el Padre nuestro. Esta es siempre la intención primera de Cristo en la Eucaristía, porque este es el proyecto del Padre, para esto se encarnó y murió, para que todos los hombres entren dentro de la Alianza y consigan los fines de su Encarnación y redención que la Eucaristía hace presente.

Por los difuntos

Y si la Iglesia reconoció el valor impetratorio y propiciatorio de la Eucaristía aplicada por los pecados y necesidades de los humanos, más presente estuvo siempre el sufragio por los difuntos, que se remonta al siglo II. Y la razón y el motivo siempre es el mismo: porque es Cristo el que las presenta y se ofrece Él mismo, expresamente, por los pecados de todos, vivos y difuntos. Cuando ofrecemos una Eucaristía por un difunto determinado se ofrecen por él especialmente los méritos de Cristo para disminución de la pena que padece por sus pecados.

Tenemos que decir que los difuntos del Purgatorio ya están salvados, pero necesitan purificarse totalmente de las  consecuencias de haberse preferido a sí mismo a Dios y las secuelas que esto ha tenido en la vida de los demás a los que hemos servido de escándalo y mal ejemplo para sus vidas.  Nosotros tenemos la certeza de que las Eucaristías ofrecidas por ellos les ayudan a conseguir la plena identificación con Cristo muerto y resucitado y entrar así en gozo de la Stma. Trinidad. Si no conseguimos  aquí abajo la purgación plena de nuestro egoísmo, como ocurre en los santos, el purgatorio nos limpiará de toda impureza con fuego de Espíritu Santo. Y cuando el difunto por el que ofrecemos la Eucaristía ha conseguido la salvación, los frutos se aplican a otros difuntos, hasta que toda la Iglesia sea la esposa del Cordero.   

       No olvidemos que la Eucaristía hace presente la muerte y resurrección del Señor. Cristo es “o Kurios” sentado con pleno poder a la derecha del Padre. Tiene poder en el cielo y en la tierra, en este mundo y en la eternidad, porque nos hace presentes los bienes últimos, escatológicos. Por eso nosotros confiamos totalmente en Él y sabemos que su amor y su redención no terminan hasta que hayamos conseguido entrar plenamente en el Reino de Dios, en el Amor del Dios Uno y Trino.

       Independientemente del sufragio ofrecido por un difunto concreto, la Iglesia reza en la Eucaristía por todos los difuntos. Todas las almas del Purgatorio forman la comunidad purgante, que se beneficia en cada Eucaristía de la ofrenda expiatoria e impetratoria de Jesús sobre el altar, y de la oración y ofrenda de la Iglesia peregrina.

32ª LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO (TODO EN UNA MEDITACIÓN)

       Yo voy a indicar el camino, por ahí hay que ir, pero cada uno tiene que andar este camino, con su propia psicología, particularidades, gozos y tristezas. A Madrid, desde Extremadura,  se va por la nacional V, seguro, ese es el camino, pero hay que andarlo, a nadie se lo dan hecho.

       Ni un solo santo que no haya sido eucarístico. Ni uno solo que  no haya sentido necesidad de oración eucarística, que no la haya practicado. Ni uno solo. Luego, los habrá habido más o menos apostólicos, caritativos, encarnados y comprometidos de una forma o de otra, más o menos temporalistas, contemplativos...

       Y con esto ya he dicho todo lo que quería decir sobre la excelencia y necesidad absoluta de la oración eucarística. Para mí es evidente. Y no pierdo tiempo ni entiendo ni he entendido nunca la oposición entre oración y apostolado, entre verdadero amor a Dios y a los hombres, porque para nosotros todo debe venir de Dios: “queridos hermanos, amémosnos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios , porque Dios es amor” (1Jn.4,7). Véanlo y léanlo en la santa Teresa de Calcuta, que tanto se ha distinguido por su amor a los pobres. De la Eucaristía sacaba ella toda su fuerza. Dios es amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir. Por eso todo el que se acerque a Él por la oración o por los sacramentos, tiene que amar, porque eso es lo que recibe en la oración y en la Eucaristía y si no lo hace es que “no ha conocido a Dio”. Y esto lo prueba la experiencia y la historia de todos los santos que han existido y existirán. Y los santos que más se distinguieron en la caridad activa tuvieron su horno y fuente en las horas de oración ante el Señor. Otra cosa son los aficionados y los teóricos del amor a los hermanos:  ALa experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica.@(Discurso del Juan Pablo a los Servitas) 

       La oración eucarística, como toda oración, es un camino y  en todo camino, hay quienes están empezando, otros llevan ya tiempo y algunos están más avanzados: hay iniciados, proficientes y perfectos, según S. Juan de la Cruz. No exijamos la perfección de la caridad, la unidad perfecta de vida y oración ya desde los primeros pasos de oración. Primer estadio de la oración: querer amar a Dios. Piedad eucarística. Empiezo a estar cinco o diez minutos de visita con Él y no aguanto más, porque me aburro. Es lógico. No veo nada, no siento su presencia eucarística, es noche oscura. Lo hago por fe, con sacrificio, puro sacrificio, porque me lo han enseñado mis padres, mi párroco, mi catequista, lo vivimos así en mi parroquia, entre mi gente, mi confesor.  Son diez minutos, miro más al reloj que al sagrario, rezo un poco, algún Padre Nuestro, la estación.... Al cabo de algunos meses,  empiezo a estar un cuarto de hora,  miro al sagrario, repito alguna frase o jaculatoria, pido que me salgan bien los exámenes, las cosas de la vida, rezo oraciones, libros de otros..

       Pasado meses o años de fe heredada, más o menos seca, empiezo a estar bien, no me cuesta tanto,  he empezado a leer y meditar el Evangelio, otros libros en su presencia y así paso mejor el rato junto a Él. Lectura espiritual, reflexión, meditación costosa, no sé hablar con Dios todavía, aunque hable de Él todos los días, me cuesta dirigirme directamente a Él, no me salen las palabras, lo hago a través de las reflexiones o palabras y oraciones de otros, porque todavía tengo mucho yo dentro de mí que es obstáculo, muro y barrera para el diálogo directo, me apoyo todavía más en mí, en lo que siento o no que en Él, y debo destruirlo, y ahora me voy dando cuenta que ser amigo de Cristo es tratar de vivir como vivió Él, pero ya no me aburro tanto y suelo pensar y decirle cosas al Señor.

       Y así, poco a poco, sin darme mucha cuenta, empiezo, por tanto, a convertirme, tal vez de pecados serios, pero de los que no era muy consciente, pecados de soberbia, avaricia, lujuria, ira, pero no me doy todavía mucha de que estos son los verdaderos obstáculos de mi oración. Porque hasta ahora yo no hacía  oración, yo hacía la visita al Señor pero sin siquiera saludarle, sin mirarle personalmente, rezaba de memoria, sin fijarme un poco en Él y punto. No sabía todavía relacionar mi vida con la suya en la oración y la oración con mi vida. Pero ya, al cabo de un tiempo, me reviso de mis defectos y caídas todos los días ante el sagrario y como es mucho lo que hay que purificar, le pido fuerzas, luz, constancia y ya empiezo a tomarme en serio la conversión , es decir la oración, es decir, el diálogo con Jesucristo Eucaristía, y ya he comenzado, sin darme cuenta, a identificar oración con conversión y amor a Dios y a los hermanos y hablarle más largo y despacio. Ya paso ratos buenos, pido, doy gracias, alabo.

       Desde este momento, mi oración, mi conciencia, la lecturas que hago, mi director espiritual empiezan a tomar en serio mi conversión, y ya desde ese momento ya no puedo dejarlo, me confieso cada semana, hablo con mi director espiritual con frecuencia, porque  es mucho lo que hay que purificar y gordo y ahora empiezo a darme cuenta y empieza a comparar  mi vida con la de Cristo, mi entrega con la suya. Los ojos no ven por falta de fe, no hay vivencia de fe, hay cierto fervor, en el que la devoción a la Virgen influye y ayuda mucho a mi piedad y cumplimiento del deber, porque ya hay cierto esquema de vida y oración y uno procura ser fiel y va encontrando cosas y fervores nuevos.  Todavía no estoy preparado para Dios, hay que purificar más el cuerpo y el alma, los sentidos y las potencias,  la fe, la esperanza y el amor. Esto hay que repetirlo muchas veces porque es absolutamente necesario.

       Pero el camino para todo esto, para amar a Cristo Eucaristía ha comenzado, porque el orar ante Él es ya creer en Él y amarlo y querer convertirme a Él;  su presencia eucarística me dice muchas cosas de sacrificio y renuncia y amor y entrega y servicio y vida cristiana.

Me gusta ya orar, porque he empezado a amar de verdad a Cristo y voy conociendo el amor de Cristo en su evangelio, en el diálogo con Él y tengo temporadas de sentir mayor fervor, me está iniciando el Señor en la oración afectiva y ya no me canso tan pronto y siento verdadero amor a Jesucristo Eucaristía.

       (Cuánta mediocridad a veces en la Iglesia, en los elegidos, en los consagrados por falta de vivencia oracional, por falta del amor y entusiasmo debidos! Y así, casi sin darme cuenta, al cabo de un tiempo, de dos o tres  años... los que yo necesite y Dios quiera.... he llegado a descubrir, porque el Señor me lo ha enseñado- es el mejor maestro y el sagrario, la mejor escuela de oración y santidad- que son tres los verbos que tengo que conjugar y que significan lo mismo y que se conjugan igual: orar, amar y convertirse. Para tener oración eucarística permanente necesito convertirme permanentemente al Cristo vivo del sagrario. Eso precisamente indica que está vivo, que no está muerto sino que reacciona ante mi vida y me exige permanentemente mi conversión porque quiere amarme y llenarme totalmente de Él, de su misma vida y sentimientos.

Si me canso de convertirme, si no quiero convertirme, no necesito ni de oración, ni de gracia, ni de Cristo ni de Dios, porque para vivir como vivía antes, me bastaba a mí mismo, vivía para mi yo, vivía para mis intereses, y no para los de Cristo, aunque orase, comulgase y fuera a la capilla y predicase y celebrase misa etc. pura exterioridad.

       Resumiendo: la oración sólo la necesitan los que quieran amar a Dios sobre todas las cosas, sobre todos los afectos y amores, incluido el amor a uno mismo, el amor propio.

       Necesitarán Dios y  su ayuda,  mientras quieran amarle así y esta ayuda y fuerza y amor a Dios y los hombres les viene principalmente por la oración eucarística. Para vivir como Jesús, perdonar como Jesús, adorar sólo al Padre como Jesús, para ser humildes, castos , honrados, amar a los hermanos como Jesús, yo necesito siempre su ayuda permanente y, para esto, yo necesito estar en diálogo permanente de oración y súplica con Él, porque quiero siempre y en todo lugar y momento amarle a Él sobre todas la cosas  y ya la oración es presencia permanente porque la conversión es ya también permanente o si prefieres, porque el amor a Cristo es ya permanente y por eso necesito dialogar, pedir y orar permanentemente.

       Amar, orar y convertirse se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma con todo tu ser” y esto mismo en expresión negativa: “Si alguno quiere ser discípulo mío, níeguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”, para cumplir ambos mandatos necesito orar para convertirme y amar. Y una vez que la oración es una necesidad sentida y vivida, ya no necesitas que nadie te diga los que tienes que hacer, porque el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo es el mejor director, aunque si encuentras con personas que vivan este camino, te ayudarán muchísimo.

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA  DE VIDA CRISTIANA

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades, incluso en las parroquias tenemos muchas clases de biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el sagrario y punto.  Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: “sígueme.. amáos los unos a los otros como yo os he amado... no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero....venid y os haré pescadores de hombres... vosotros sois mis amigos... no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... Asin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros , los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...”

       ¿Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas  enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con El, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré distanciado respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo. Podré incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos...que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados,  pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

MEDIOCRIDAD, NO.-Y  me pregunto cómo podré yo luego entusiasmar a la gente  con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo...si yo no lo practico ni sé cómo se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven y se conocen por la propia experiencia. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco

me iré alejando de este trato de amistad  para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré  comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad  cristiana, sacerdotal, apostólica....

       Al alejarme cada día más del sagrario, me alejo a la vez de la oración , y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa. Y esto es más claro que el agua:  si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré  entusiasmar a los demás con El, no se qué apostolado pueda hacer por él, cómo contagiaré deseos de El, ni sé  como podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré  ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente  hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado,  pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

       Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a El, como los sarmientos a la vid única y verdadera,  para poder dar fruto. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que  apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.       

       Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes. Menos mal que las gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice S. Juan de la Cruz.  Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica N.M.I. ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto...”

CARA A CARA CON CRISTO. Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas,  respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote.... pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haberle escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

       Sin embargo, en la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones,  es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si El lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de

entrega, que me dice:  no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante El en el sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la  misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso,  si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística  luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque  la oración es el   alma de todo apostolado, como se titulaba un  libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

33ª MEDITACIÓN: FRUTOS Y FINES DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN

“QUIEN ME COMA VIVIRÁ POR MÍ”

       El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtiéndolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida. Porque en la comunión no se trata estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida y yo tengo que morir a la mía que está cimentada sobre el pecado, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos su misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres. 

       Si queremos transformarnos en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio. Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada Eucaristía hace presente su muerte y resurrección por nosotros. Para resucitar a su vida, primero hay que morir a la nuestra de pecado, hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él. Comulgamos con un Cristo crucificado y resucitado. Hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; Él  quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

       Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...” Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón... Esta es la verdadera comunión con el Señor. Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón...”; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él:“ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo”; a perdonar siempre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”

       Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado... a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos... a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón... es muy duro... y sin Cristo es imposible.

       Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo, comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres... me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible. Lo que pasa es que ya creo en Ti y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la Eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras verdad, como si hubieras existido, sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad... pasa como con el evangelio, sólo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Las comuniones eucarísticas me van llevando, Señor, a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú. 

       Y esta comunión vital, este proceso tiene que durar toda la vida, porque cuando ya creo que estoy purificado, que no me busco, sino que vivo tu vida... nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y la comunión litúrgica con tu muerte, resurrección y vida me descubre otros modos de preferirme a Ti,  de preferir mi vivir al tuyo, mis criterios a los tuyos, mi afectos a los tuyos, que hacen que esta comunión vital contigo no sea total, y otra vez la purificación y la necesidad de Ti... así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo hacer esta unión vital, vivir como Tú, sólo Tú sabes y puedes y entiendes... para eso comulgo con hambre todos los días, por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, sólo Tú sabes y puedes. Y esto me llena de Ti y me hace feliz y ya no me imagino la vida sin Ti.  La verdad es que ya no sé vivir sin Ti, sin comulgar y comer la Eucaristía, que eres Tú.

       El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de ti; para vivir según mis criterios, mi yo, mi soberbia, mi comodidad, mis pasiones, no tengo necesidad de comunión ni de Eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo. El mundo no tiene necesidad de Cristo, para vivir como vive, como un animalito, lleno de egoísmos y sensualismo y materialismos, se basta a sí mismo. Por eso el mundo está necesitando siempre un salvador para librarle de todos sus pecados y limitaciones de criterios y acciones, y sólo hay un salvador y éste es Jesucristo. Y las épocas históricas, y las vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matrimonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.

       Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez, de la Santísima Trinidad... de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA, una  Canción Eterna llena de Amor Personal, pronunciada a los hombres con ese mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, Vida y Amor y Alma del Padre y del Hijo. Para  eso instituyó Cristo la sagrada comunión ¡Cómo me amas, Señor, por qué me amas tanto, qué buscas en mí, qué puedo yo darte que Tú no tengas...!  ¡Cómo me ayudas y recompensas y estimulas mi apetito de Ti, mi hambre y  deseo de Ti!

       Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones... en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios y la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor. Y es que solo cuando uno a través de la comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes, es  cuando es “llagado” vitalmente por su amor, y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: “¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me los has robado,  por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura”.

       En la Iglesia y en el mundo nos faltan comuniones eucarísticas, almas eucarísticas, religiosos y sacerdotes eucarísticos, padres y madres eucarísticas, jóvenes eucarísticos ¿dónde están, con quién comulgan los jóvenes de ahora…? niñas y niños eucarísticos, es decir, cristianos identificados con Cristo por la comunión eucarística.

       Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: ¡Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, Tú el único testigo... parece que nunca va a acabar el sufrimiento, a veces años y años... Tú lo sabes! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras... Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas... ¡lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada Eucaristía, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.  Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que me pone delante del Cristo entero y completo, que muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida.

       Por eso, quien come Eucaristía, quien comulga de verdad a Cristo Eucaristía, se va haciendo poco a poco Eucaristía perfecta, muere al pecado de cualquier clase que sea y  va resucitando a la vida nueva que Cristo le comunica, va viviendo su misma vida, con sus mismos sentimientos de amor a Dios y entrega a los hombres. Quien come Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta.

       En cada comunión le decimos: Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero lo seas todo. Jesucristo Eucaritía, yo creo en Ti; Jesucristo Eucaristia, yo confío en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios.

       El alma, que llega a esta primera y perfecta comunión con Cristo en la tierra, ya sólo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás es con Él y por Él. Lo expresamos también en este canto popular de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos mis lectores, aunque a mí me falta mucho:  «Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tu amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego».

34ª MEDITACIÓN: LA EUCARISTÍA HACE LA IGLESIA: CARIDAD FRATERNA.

B/ESPIRITUALIDAD Y FRUTOS DE LA COMUNIÓN

       5. 7. La Eucaristía hace la iglesia: caridad fraterna.

La Eucaristíahace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. La comunión renueva, fortalece y profundiza la incorporación a la Iglesia realizada por el bautismo: “Puesto que todos comemos un mismo pan, formamos un solo cuerpo” (1Cor 10,17).  De aquí el fruto y la exigencia de caridad fraterna para celebrar la Eucaristía.

       En la Última Cena se manifiesta claramente que la Eucaristía en la intención de Cristo es fuente de caridad y debe fomentar el amor fraterno, porque ha sido el momento elegido por el Señor para darnos el mandato nuevo del amor fraterno. Uniendo nuestra voluntad a la de Cristo podemos esperar de Él la fuerza necesaria para el aumento de amor y la reconciliación fraterna deseada. Como comida sacrificial, la Eucaristía tiende a comunicar a los participantes el amor que inspiró el sacrificio de Cristo en obediencia al Padre por amor extremo a sus hermanos, los hombres.

       El primer efecto de la comida eucarística es una unión más íntima con Cristo, como hemos dicho. Pero por este mismo efecto, porque comemos todos el mismo Cristo, se produce inseparablemente otro efecto: la unión más profunda entre  todos los que viven la vida de Cristo, es decir, la unión de su Cuerpo Místico, la Iglesia. La Eucaristía estimula el crecimiento del Cuerpo entero, Cabeza y miembros, en fidelidad al mandato recibido y realizado por el Señor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34). La Eucaristía tiende a desarrollar todos los aspectos y todas las actitudes del amor recíproco, de tal forma que de la Cabeza, que es Cristo,“se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor” (Ef 4,16).     

       Jesús no ha hecho sólo un himno a la caridad sino que ha indicado el modelo:“como yo os he amado”; propone su vida como modelo de caridad y perdón. La comunión no termina en la unión con Cristo sino que con Él, en Él y por Él nos unimos a toda la Iglesia. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La Comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la iglesia realizada ya por el Bautismo. Por el bautismo fuimos llamados a formar un solo cuerpo en Cristo. La Comunión lo perfecciona y completa: “El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor.10, 16-7).

       «Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “amén” (es decir, <sí> <es verdad>) a lo que recibís, con lo que respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir «el Cuerpo de Cristo», y respondes <amén>. Por la tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu “amén” sea también verdadero» (S. Agustín, serm. 272).

El Vaticano II, al hablar del Obispo como sumo sacerdote de su Iglesia local, nos dice: «...en la Eucaristía que él mismo (obispo) ofrece o procura que sea ofrecida y en virtud de la cual vive y crece la Iglesia… se celebra el misterio de la cena del Señor a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad. En toda comunidad de altar, bajo el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel amor y unidad del Cuerpo Místico de Cristo sin el cual no puede haber salvación» (LG 24 ).

5. 8. La Eucaristía compromete en favor  de los pobres.

Este amor fraterno lleva consigo una predilección cristiana especial por los pobres, como en la vida de Jesús: “Lo que hicisteis con cualquiera de estos, conmigo lo hicisteis”.

Es impresionante el modo en el que S. Juan Crisóstomo advertía la plena unión entre celebración de la Eucaristía y el compromiso de caridad con los pobres. Según él, la participación en la mesa del Señor no permite incoherencias entre Eucaristía y caridad con los pobres: «¡Que ningún Judas se acerque  a la mesa!, -exclama en una homilía- ¡...porque no era de plata aquella mesa, ni de oro el cáliz, del cual Cristo dio su sangre a sus discípulos...! ¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que él esté desnudo: y no lo honres aquí en la iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que él mismo muera de frío y de desnudez. El que ha dicho: “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también: “Me habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer”, y “lo que no habéis hecho a uno de mis pequeños, no lo habéis hecho conmigo”. Aprendamos, pues, a ser sabios, y a honrar a Cristo como Él quiere, gastando las riquezas en los pobres. Dios no tiene necesidad de utensilios de oro sino del alma de oro. ¿Qué ventajas hay si su mesa está llena de cálices de oro, cuando Él mismo muere de hambre? Primero sacia el hambre del hambriento, y entonces con lo superfluo ornamenta su mesa»[18]

       Y el   mismo santo doctor comenta  en otro lugar: «¿Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano? Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso»[19].

5. 9. 1.  La Eucaristía, prenda de la gloria futura

En una antigua antífona de la fiesta del Corpus Christi rezamos: «¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!» Llamamos a la Eucaristía prenda de la gloria futura y anticipación de la vida eterna, porque nos hace partícipes del germen de nuestra resurrección, que es Cristo resucitado y glorioso, bien último y conclusivo del proyecto del Padre. La Eucaristía y la comunión son prenda del cielo: “El que coma de este pan tiene vida eterna... vivirá para siempre”. La unión con Cristo resucitado nos va transformando en cada Eucaristía en carne de resurrección. Es verdaderamente el sacramento de la esperanza cristiana.

       Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados «de gracia y bendición», la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial, puesto que recibimos al que los ángeles y los santos contemplan resplandeciente en el banquete del reino, al Cristo glorioso y resucitado.

       La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor resucitado, el Viviente, viene en la Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo», como rezamos en la Eucaristía, pidiendo además «entrar en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes» (Plegaria III).

       De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva, la de los bienes últimos escatológicos, no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio «se realiza la obra de nuestra redención» (Plegaria III) y «partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre» (S.Ignacio de Antioquia, Eph.20,2).

5. 9. 2. Dimensión escatológica.

       Ahora bien, la iglesia, que se manifiesta en un determinado lugar, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía, no está formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una iglesia invisible, la “Jerusalén celeste”, que desciende de arriba (Apo.21,2); por eso, «en la liturgia terrena pregustamos y nos unimos por el Viviente a la liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén del cielo, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero» (SC.8;50). Por la comunión eucarística, nos unimos  también a los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La comunión en la Eucaristía es el más excelente  sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias.

       Asistida por el Espíritu Santo, la iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de comer el pan y beber el cáliz, anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra: “Pues cuantas veces comáis éste pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga”  (1Cor.11,26). Bajo la acción del Espíritu Santo toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la esposa: «marana tha» . Éste es el grito de toda la asamblea cuando se hace presente el Señor por la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”.

       Un filósofo francés, Gabriel Marcel, ha escrito: «Amar a alguien es decirle: tu no morirás». Esto es lo que nos dice en cada Eucaristía Aquel, que ha vencido a la muerte: Os quiero, vosotros no moriréis. Y en la comunión eucarística nos lo dice particularmente a cada uno. Que este deseo de Cristo, pronunciado y celebrado con palabras y gestos suyos en la santa Eucaristía y comunión, nos haga vivir seguros y confiados en su amor y salvación y lo hagamos vida en nosotros para gozo de la Santísima Trinidad, en la que nos sumergimos ya por la vida de Aquel, que, siendo Dios, se hizo hombre y murió por nosotros, para que todos pudiéramos vivir por la comunión eucarística la Vida, la Sabiduría y el Amor del Dios Único y Trinitario: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.

AL COMULGAR, ME ENCUENTRO EN VIVO  CON TODOS LOS  DICHOS Y HECHOS SALVADORES DEL SEÑOR.  

5. 10. Al comulgar, me encuentro en vivo  con todos los  dichos y hechos salvadores del Señor.  

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (n 50).

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.

       «Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sus hechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por entrega a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

       Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es “centro, fuente y culmen” de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado.

Encarnación y Eucaristía.

       La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

       Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1Cor. 10,17).

       Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque «lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la iglesia». Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del  sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son  celebrados, desde la Encarnación hasta  la subida a los cielos, especialmente el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica.

Presencia permanente.

 Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Enmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20). Es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica, sino verdadera y sustancial.

       Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cf. Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: «Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros» (Vida, 22,26). Desde esta presencia Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores.

PAN DE VIDA

Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6, 54-55).

       La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón...debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

       La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal.2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer,  pero no comulgar el cuerpo de Cristo o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios: cfr1Cor11, 18-21.

En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: “La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).

       Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémosnos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de la vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

De la Eucaristía como comunión, a la misión. 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es «podéis ir en paz», que en latín se dice: «Ite, missa est». Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante:”Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”. En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos...  amaos los unos a los otros... id al mundo entero...”

5. 11. En la Eucaristía se encuentra la fuente y la cima de todo apostolado

La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.

       En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia.

       Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la Iglesia, dado que “los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan” (PO.5; LG.10; SC.41).

       Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

35ª MEDITACIÓN

LA COMUNIÓN ACRECIENTANUESTRA UNIÓN CON CRISTO.

5. 5. Frutos de la comunión eucarística. La comunión acrecienta nuestra unión y transformación en Cristo.

       En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 11391-1397.

       Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

       En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: ªPermaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:ªEl que me come vivirá por mí”. Recibir la Eucaristía como, comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

       Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: “El efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando”. Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante” (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

       Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida. Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande, tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús. El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

       La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y esto lo expresamos en el breve diálogo que mantenemos con el sacerdote que nos da la comunión: “El cuerpo de Cristo”, y respondemos: “Amén”, queriendo así reafirmar nuestra fe y fidelidad sincera a Cristo, con el que nos encontramos  en ese momento. Nuestro “amén”,  nuestro “sí” implica en nosotros una misión de caridad, de celo apostólico, de generosa obediencia y piedad filial. La comunión eucarística es  una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión realiza, fortalece y alimenta nuestra unión  espiritual y existencial con Cristo.

5. 6. La comunión perdona los pecados  veniales y preserva de los mortales.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas. Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

       Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición del Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía. Nunca  debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

       El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros” y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”.  Por eso la Eucaristía  no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados precisamente al comer su carne limpia y salvadora.

       “Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor”(1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (S. Ambrosio, sacr. 4,28).

       Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora “borra los pecados veniales” (Concilio de Trento: DS. 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios” (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

       Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo porque es la realización de la Alianza y del borrón y cuenta nueva. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía. La Eucaristía es fuente de toda gracia, también de la gracia que perdona los pecados en el sacramento de la Penitencia. Es toda la salvación y redención de Cristo que se hace presente. Es el abrazo del perdón del Padre por el Hijo. Es la Nueva Alianza. Si lo es, perdona los pecados.

       Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal.

       «El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía “antídoto”, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales» (DS 3375).

36ª  APOCALIPSIS: “MIRA QUE ESTOY A LA PUERTA LLAMANDO”(Ap 3,20)

SÍMBOLOS EUCARÍSTICOS EN EL APOCALIPSIS: LA CENA CON EL SEÑOR

       Queridos hermanos: Hoy, festividad de todos los santos, celebramos con gozo con los que han muerto y viven ya con el Señor, y con esperanza segura y confiada para los que aún peregrinamos hacia la casa del Padre, el final feliz de nuestras vidas, que terminarán en la misma felicidad eterna de la Santísima Trinidad, de nuestro Dios, que es amor y por amor nos creo para compartir con Él su misma esencia infinita, llena de luz y de amor.

       En el Apocalipsis, San Juan escribe, al final de su vida, siete cartas a siete Iglesias para animarlas en su fe y esperanza en el Señor vivo y resucitado, que es el Cordero sin mancha sentado en el trono de Dios y que recibe el canto de los ángeles y ancianos y de todos los salvados, que nadie podía enumerar, de toda lengua y nación, como nos ha dicho la primera lectura de hoy.

       La última carta del Apocalipsis va dirigida a la Iglesia de Laodicea, hoy destruida totalmente, que se  encontraba en una colina sobre el valle del río Lyco. Era una ciudad industriosa y productora de finos colirios para los ojos; pero religiosamente era una ciudad con grandes lacras morales, como podemos ver por la misma descripción que San Juan hace de sus pecados. El Apóstol la invita al arrepentimiento, que vuelva al fervor de los años mejores. Y para ello, al final de la misma, les invita a volver a la celebración de la Eucaristía, como la recibieron de los Apóstoles. Es un texto precioso con las palabras del Señor, que habéis oído muchas veces, pero que vamos a meditar sobre él, aunque a primera vista parezca que no tiene que ver mucho con la fiesta que estamos celebrando: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

       En estas palabras de Jesús, que llama a la puerta, hay en primer lugar una declaración que indica su amor para aquella Iglesia y, en definitiva, para cada fiel: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Es un gesto exquisito de búsqueda del amor de la criatura por parte de Dios en Jesús, y, a la vez, de respeto por su libertad. El mismo San Juan nos dirá en una de sus cartas “ Dios es Amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados.”  La iniciativa de amor y salvación siempre es de Dios, pero el hombre tiene que abrirle por la fe y el amor su corazón, para que Dios pueda entrar dentro de nosotros. Dios no violenta la libertad del hombre. Dios no entra en el corazón del hombre si éste no le abre. Ésta imagen de llamar a la puerta nos recuerda el simbolismo del esposo y la esposa en el Cantar de los Cantares. Allí, en el Antiguo Testamento, se aplica a Dios y a Israel; ahora se aplica a Cristo y a la Iglesia. Es Dios que solicita el amor de sus criaturas, de cada uno de los hombres a los que crea por amor y para el amor eterno del cielo.

       Y esa voz que llama es la de Jesús, la del Buen Pastor, la del Redentor, la de Cristo glorioso, la del Hijo y el Verbo encarnado primero en humanidad como la nuestra y luego, en un trozo de pan, para el banquete de la Eucaristía. Hay un soneto que nos recuerda este texto del Apocalipsis que estamos comentando y que muchos aprendimos en nuestra juventud, más eucarística y religiosa que la actual:“Qué tengo yo que mi amistad procuras?.....” Expresa admirablemente esta imagen de Cristo llamando a la puerta del alma. También el cuarto evangelio alude a la voz del novio en el último testimonio del Bautista acerca de Jesús: “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3,29).

La respuesta

       La llamada de Jesús espera una respuesta. Esta se describe en condicional: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”. La respuesta comienza con el hecho de reconocer la voz de Cristo. Pero el paso decisivo es abrirle la puerta, abrir la puerta al Redentor. Esta imagen de entrar por la puerta es la que se utiliza en los años jubilares. Y este abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo es primero por la fe, creer en Él, en su evangelio y salvación. Luego viene el amor, cumplir su voluntad, los mandamientos de Dios. Esto significa abrir la puerta de nuestra vida y existencia a Dios. Vivir teniéndolo presente, abriéndole continuamente nuestro corazón, nuestra inteligencia y voluntad. Por eso “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”…

La promesa de la Cena con el Señor

       Entonces “Entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.La promesa está expresada en futuro y con una fórmula de comunión: La primera parte de la promesa,“Entraré en su casa”, significa la venida de Jesús a la vida del creyente para tomar posesión de ella. Esta imagen nos recuerda algunos pasajes evangélicos: en el evangelio del último domingo, Jesús que entra en casa de Zaqueo para salvarle y es tal su alegría por recibir en su casa al Señor, que está dispuesto a quedarse pobre para enriquecerse sólo con su Amistad(Lc 19,1-10); también nos recuerda cuando Jesús entra en casa de Marta y María para hospedarse y cenar en amistad con los tres hermanos(Lc 10,38-42). Este es el sentido de la vida para un cristiano. Ha sido llamado al banquete y a la amistad con Dios en el cielo. La entrada de Jesús es la entrada del Redentor, del Dios Amor. Este deseo de Jesús de entrar en cada uno de nosotros nos recuerda la gran promesa de la Nueva Alianza, de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23). También aquí hay primero una condición, la misma del texto: hay que amar, cumplir la voluntad de Dios, vivir el evangelio: “si alguno me ama”… La promesa de venir a habitar en el creyente es sustancialmente la misma que encontramos en el Apocalipsis. Significa que Dios penetra en la vida del fiel y toma posesión de ella, como tomó posesión de la Tienda de la Presencia o del Encuentro en el Desierto y luego  del Templo de Jerusalén en el Antiguo Testamento y en el seno de la Virgen María, para empezar el Nuevo Testamento. Y ahora ya permanece con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sagrario.

       La segunda parte de la promesa es: “Cenaré con él y él conmigo”. Compartiremos la mesa, nos sentaremos uno junto al otro, seremos amigos, confidentes, amigos. El simbolismo de la cena entraña además una nota de sosiego, de paz, de comunión de personas. La expresión “Cenaré con él y él conmigo” es una fórmula que implica una alianza de amor, que empieza en la Eucaristía y será eterna en el cielo, en los santos y santas que ya están en el banquete eterno de la amistad con Dios Trino y Uno.

Dimensión eucarística del simbolismo de la Cena del Señor

       El simbolismo de la Cena con el Señor tiene un significado riquísimo que no pretendemos agotar ahora. Recordemos la dimensión de vida eterna que se expresa frecuentemente en la parábolas con la idea del banquete (Lc 14,15); que empezó ya en el A.T. con la Alianza, el pacto de amistad entre Dios y los israelitas y sellada con una comida de comunión, de amistad (Ex 24,11); en el Apocalipsis el banquete esponsal es signo del Reino de los cielos, de la amistad con Dios conseguida para toda la eternidad, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria por que han llegado las Bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado” (Ap 19,7). Estas bodas tienen también su banquete: “Dichosos los invitados al banquete de Bodas del Cordero” (Ap 19,9); Todos nosotros hemos sido invitados a estas bodas y nuestros santos, todos los salvados que abrieron la puerta a Cristo y por Él al Dios Uno y Trino la están celebrando. Había que meditar, rezar e invocar y pedir más la ayuda y protección de nuestros santos.

       La dimensión eucarística de éste simbolismo de la Cena con el Señor es evidente. El Nuevo Testamento habla de la Cena de Jesús como el momento de su máximo amor para con los hombres (Jn 13,1-2); Lc 22,14-15; 1 Cor 11). Por otra parte la Eucaristía es el alimento de la vida eterna simbolizada en la Cena: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesus». En el banquete de la Pascua y de la Nueva y Eterna Alianza que es La Eucaristía, el Señor nos invita y nosotros, «ven Señor Jesus» le invitamos a que venga en el pan eucarístico. Por eso la Eucaristía es mayor amistad e intimidad con el Señor en la tierra, porque se nos da en amor y amistad extrema, hasta dar la vida para vivir su amistad: “Nadie ama más, es decir, es más amigo, que aquel que da la vida por los amigos.

       Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al ponerse a cenar con ellos, al partir el pan. Es la fuerza transformadora de la Cena con el Señor: es el encuentro, la potenciación de la fe y del amor, la certeza de que Cristo está vivo y nos ama, la conversión. El contexto en que aparecen esta invitación y esta promesa en el Libro del Apocalipsis, contiene una rica descripción del proceso de la conversión hasta llegar a la comunión eucarística. Primero es escuchar la voz de Jesús en el evangelio y en la predicación de la Iglesia. Después es abrir la puerta a Cristo creyendo en él, en su divinidad y su humanidad, en su condición de Redentor. A continuación Jesús entra en la vida del creyente en un proceso de continua intimidad: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Esta intimidad se convierte en morada permanente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el corazón del creyente. La entrada de Jesús es la venida de la Trinidad a morar en el cristiano. Todo culmina en la comunión eucarística, en la Cena con el Señor. Admirablemente lo ha expresado Jesús en el Discurso Eucarístico de Cafarnaún: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,56-57). El cielo será la continuación de esa comunión eucarística, de esa morada divina: «Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado’» (Ap 21,3-4).

37º.- HOMILÍAS EUCARÍSTICAS

HOMILÍAS EUCARÍSTICAS

(Ver además TU CUERPO Y PARA TRATAR)

PRIMERA HOMILÍA

       TERCERA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es la fiesta del CUERPO Y  DE LA SANGRE DE CRISTO, la fiesta de su presencia amiga en medio de los hombres. El pueblo católico, en estos tiempos tan malos para la fe, va perdiendo poco a poco la clave de su identidad cristiana, que es Cristo Eucaristía. Por eso se secan tantas vidas de jóvenes y adultos bautizados, porque se alejan de la «fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan aunque a oscuras, porque es de noche» (por la fe).

Creo que en este día, en que vamos a llevar por nuestras calles y plazas a Jesucristo Eucaristía, nosotros, los católicos creyentes y convencidos, debemos exponer con claridad, con valentía y sin complejos, los motivos de nuestra fe y amor a la Eucaristía. Y si alguien nos preguntase por qué cantamos, adoramos y sacamos en procesión este pan consagrado, nosotros respondemos con toda claridad:

1.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

2.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!». La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

3.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...” .

       «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalacar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»» (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16).

4.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derramada en sacrificio para el perdón de nuestros pecados. «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que  el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo pr el Padre, también  el que me coma vivirá por míj». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

5.- PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha  pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre,  la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí... El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

6.- PORQUE «EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6) 

«...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens  deitas...». Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Esta presencia de Cristo no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos, sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino. “¡Es el Señor!” exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección,  mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e  iluminada por el fuego del amor,  el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional... para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana... A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”.

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y  consagra en el seno de María y en el pan y en el vino, y se nos manifiesta y revela como Palabra y Verbo de Dios, que nos revela todo el misterio de Dios. Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

SEGUNDA HOMILÍA

CUARTA HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”,   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!»

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que  hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía. En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

             LA EUCARISTÍA COMO MISA.

       Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

       Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice San Pablo.

 Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; ”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15,9). 

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra. En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por El: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivir así amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

 La Eucaristía dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin  Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia... El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

(Tantos abandonos, tantos pecados, tantas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere, llorando estoy frente a tu altar, Señor)

TERCERA HOMILÍA

QUINTA HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero su primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento:”Tomad y comed... tomad y bebed...”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... el que no come mi carne... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido de amor y con fe por todos nosotros.

LA EUCARISTÍA COMOCOMUNIÓN

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y sus dones, y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se  construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de sus planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o pero, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.     

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en sus corazones y llegar a una unión grande con ellos. Lo importante de la religión no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos, la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

Sin conversión de nuestros pecados no hay amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se ha encarnado por nosotros, que murió y resucitó, que está en el pan consagrado y por eso, comulgo.

 Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”. Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre... queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir  respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

<Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía¡>

¡Y cuántas, hermosura soberana,

<mañana le abriremos>, respondía,

para lo mismo responder mañana!

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe. Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión, qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya, la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te necesito! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

CUARTA HOMILÍA

SEXTA HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos: Estamos en la festividad del Corpus y la mejor manera de celebrar este día es mirar con amor a Cristo en su presencia eucarística, desde donde nos está expresando su amor, entregándonos su salvación y dándose permanentemente en amistad a todos los hombres. El se quedó con todo su amor; nosotros, al menos hoy, debemos corresponder a tanto amor, adorándole, venerándole, mirándole  agradecidos en su entrega hasta el extremo.

          LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA

Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el sagrario para la comunión de los enfermos y para la veneración de los fieles. Allí permanece el Señor vivo y resucitado en Eucaristía perfecta, es decir, no estáticamente, como si fuera un cuadro, una imagen, sino vivo, dinámico, ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio, un sacramento permanente de amor y salvación. Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente».

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el sagrario. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo que no podemos comprender bien en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: Lo tengo todo menos tu amor, si tú no me lo das. Y sin ti no puedo ser feliz. Vine a buscarte y quiero encontrarte para vivir una amistad eterna que empieza en el tiempo. Y es que debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros el Hijo. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Solo Dios sabe lo que vale el hombre para El: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,3).

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Ti, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Ti, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Ti, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad:

Estáte, Señor, conmigo,siempre, sin jamás partirte,                      

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin ti me quedo,

ni si tú sin mí te vas.

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es “la fuente que mana y corre”, aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que todo lo ve y nos lo comunica; el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo. Por eso no me gusta que el sagrario esté muy separado del altar y tampoco me importaría si está sobre un altar en que ordinariamente no se ofrece la misa. El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos...

Así los expresa San Juan de la Cruz:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,aunque es de noche.                                                   

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche.

(Es por la fe, que es oscura al entendimiento)

Para San Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito.  Por eso hay que ir hacia Dios  «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

Por eso, aunque nosotros no lo comprendamos, muchas de estas almas desean de verdad morir para ir a Dios, porque los bienes de esta vida no les dicen  nada. Es lo más lógico y fácil de comprender: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dáme la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es ta entero, que muero porque no muero». Solo desean el encuentro total con Cristo, a quien han llegado a descubrir en la Eucaristía y ya no quieren otra compañía. Nosotros, si tuviéramos estas vivencias, también lo desearíamos. Es cuestión de amor. Si subiéramos hasta esas cumbres, nos quemaríamos también.

Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, renunciando a nuestra soberbia, envidia, ira, lujuria..., sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin El: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?» (C.9)

¡Señor, ya que me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo!

QUINTA HOMILÍA

INTRODUCCIÓN

       Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse ... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

Pues bien, de esto se trata en este libro; este libro quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, sacerdocio, apostolado, bautizados.... Quiere ser libro de vida, quiere ser un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo Eucaristía y el título podía haber sido también   EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS), porque  es el nombre, que, hace más de cuarenta años,  puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado --contemplata aliis tradere-- para anotar las ideas,  que Jesús Eucaristía me inspiraba. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías. De aquí el nombre que puse a mi primer libro: EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS).

Hay otro título, que,  en razón de la materia y del método empleados, me hubiera gustado también poner al presente libro: LA PRESENCIA EUCARÍSTICA, PRESENCIA DE AMISTAD Y SALVACIÓN PERMANENTEMENTE OFRECIDAS. Reflejaría perfectamente las intenciones de Cristo en este sacramento, que el autor ha tratado de exponer. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “yo doy la vida por mis amigos”,”Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar en este libro: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado en la eucaristía y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, -- Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que El no tenga?--, sino porque nosotros necesitamos de El, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de los abortos y demás y de equivocarse, porque nos equivocamos para siempre, para siempre, para siempre. Es que somos eternos. Mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne. Dios entrando dentro de sí mismo y viendose tan lleno de vida y de amor, creó a otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha. 

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,1-3), pero no sólo este mundo, sino la misma realidad divina, porque al contemplarse el Padre a sí mismo, en su mismo serse por sí mismo y verse tan lleno de vida, de amor, de felicidad, de hermosura,  «de túneles y cavernas insospechadas», de paisajes y felicidad y fuego de las relaciones divinas del volcán divino en eterna erupción de su esencia, se vio plenamente en su Idea y la pronunció en Palabra llena de amor para sí y se amó con fuego de su mismo Espíritu y luego la pronunció para nosotros, llena de amor en la misma Idea, Imagen y Palabra con la que se dice plenamente a Sí mismo y se dice lo grande e infinito que se es por sí mismo en gozo de amor de Espíritu Santo, y que luego la dice y la canta llena de ese mismo amor para nosotros, para toda la humanidad,  en su misma Idea y Palabra con la que se dice a sí mismo en canción eterna de amor.

¡Qué grande es ser hombre! ¡Qué suerte, qué predilección de Dios el existir, qué grandeza!  “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Ahora comprendo la Eucaristía, ahora comprendo lo que vale cada hombre, no he sido yo, ha sido Dios quien ha puesto el precio y qué alto: toda la sangre y la vida de Cristo; la Eucaristía es el precio que yo valgo, el proyecto y el amor que Dios tiene al hombre, el amor de Cristo a los suyos, todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida, en obediencia total al Padre... Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar la eucaristía, con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado la voy a tocar y  venerar en cada sagrario de la tierra.

Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencias sacerdotales de almas, seminaristas, grupos de oración ...etc, en este libro.

Supuesto el fundamento bíblico-teológico-dogmático, sobre lo que hay mucho escrito y bueno, yo he querido más bien hablar de Jesucristo Eucaristía en línea de experiencia de amistad particular con El, sentida y vivida por medio de la oración eucarística, personal y litúrgica, porque es lo que me interesa y necesitamos todos,  el mundo y la Iglesia. ¿Para qué quiero tener un doctorado en Teología, incluso en Cristología, si no tengo experiencia de Él, si no sentimos  su presencia y su amor, que nos demuestren que Cristo verdaderamente existe y es verdad, si no siento dentro de mí su misma vida y sentimientos, viviendo así en plenitud nuestra fe y cristianismo, nuestro injerto bautismal, nuestro sacerdocio, nuestro compromiso y misión,  nuestro  presente y eternidad?

Este camino tiene sus particularidades y singularidades; la mayor de todas, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con El, porque la fe es la luz de Dios, es como un rayo del sol,  dirá infinidad de veces S. Juan de la Cruz, que supera nuestro entendimiento y facultades, y si le miramos de frente, directamente, nos ciega, por la abundancia y exceso de luz.    

Para la oración eucarística, como para todo camino, es bueno tener guías, que hayan hecho este recorrido verdaderamente, no sólo teóricamente, y que nos vayan orientando, especialmente en etapas de oscuridad de la fe y de la esperanza en el desierto de la vida, que necesariamente tenemos que atravesar  hasta llegar a la amistad total, a la tierra prometida;  en fín,  se trata de recorrer un camino verdadero, no meramente imaginativo, sino de fe y de vida, recorrido ya por mucha gente cristiana, desde los primeros tiempos, desde la misma presencia de Cristo en Palestina. Por eso, lo primero de todo será la fe, fe eucarística; lo será siempre, pero, sobre todo, en los comienzos de esta amistad; esta fe hay que pedirla y cultivarla mucho, hay que pasar de una fe heredada, como todos hemos recibido, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia del misterio eucarístico.

De todo esto hablo en el presente libro. Unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, principalmente, en relación con su Presencia Eucarística, dejando aparte la espiritualidad de la Eucaristía como misa y comunión, de las cuales hablaré más ampliamente en otro libro, en el que ya trabajo y cuyo título podía ser: CELEBRAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA “EN ESPÍRITU Y VERDAD”.

Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro  fueron escritas  mirando al sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así también fueran leídas o meditadas: a los pies del Maestro, como María en Betania. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza. Este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía. Si os sirven para esto, (adorado sea el santísimo sacramento del altar!

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» vivencia, que escribí junto al sagrario de mi primer destino apostólico:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres , cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque tu lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:  “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, Bla he sentido muchas veces,B  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con El  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.... y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor».  

SEXTA HOMILÍA

       LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, ESCUELA DE VIDA

(El periódico ALFA Y OMEGA escribjá así: El sacerdote don Gonzalo Aparicio contagia, al hablar, su celo por la Eucaristía. Los ratos libres que le deja su actividad en la parroquia de San Pedro, en Plasencia, le han permitido escribir el libro La Eucaristía, la mejor escuela de oración, santidad y apostolado. A continuación reproducimós, por su interés, un extracto del libro)

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades; incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia..., pero nuestros padres y nuestras madres no tuvieron más escuela que el sagrario, y punto. Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon — y seguimos escuchando nosotros también - a Jesis, que nos dice: “Sígueme; amaos los unos a los otros como y os he amado; no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero; venid, y os haré pescadores de hombres; vosotros sois mis amigos; no tengáis miedo, yo he vencido al mundo; sin mi no podéis hacer nada; yo soy la vid vosotros los sarmientos; el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid”. Y qué ocurre cuando yo escucho del Señor estas paiabrás? Pues que, si no aguanto estas enseñanzas, estas exigencias, este diálógo peronál con El - porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quieró rénunciar a mis bienes-, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no señale con el dedo mis defectos..., y así estaré distanciado con respecto a su presencia eucarística durante toda ini vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esto llevará consigo. Podré incluso tratar de legitimar mi actitud diciendo que Cristo está en muchos sitios: en la Palabra, en los hermanos..., que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de• brazos cruzados; peró, en el fondo, lo que pasa es que no aguantamos su presencia, que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga.

Mediocridad, no

Me pregunto cómo podré yo entusiasmar a la gente con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el Bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo..., si yo mismo no lo practico ni sé como se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos, y de que muchas partes importantes del evangelio no se conozcan ni se prediquen. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo eucarístico con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de ese trato de amistad para no escucharle, aunque las formas externas las guardaré toda la vida; es decir, seguiré comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he afirmado mi mediocridad cristiana, sacerdotal y apostólica. Al alejarme cada día más del sagrario, me alejo a la vez de la oración, y aunque Jesús me está llamando a voces todos los días - porque me quiere ayudar -, terminaré por no oírle, y todo se convertirá en pura rutina. Esto es más claro que el agua:

Si Cristo en persona me aburre en la oración, ¿cómo podré entusiasmar a los demás con El? No sabría qué apostolado hacer por El, cómo contagiar deseos de El, cómo enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré ser guía para los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente, hablaré de encuentro y amistad con Cristo, de organigramas y apostolados, pero lo haré teóricamente, como lo hacen otros muchos en laIglesia. Esta es la causa de que no toda actividad ni apostolado, tanto de seglares como de sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual hay que estar unido a Cristo como los sarmientos a la vid única y verdadera, para poder dar fruto. A veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna, o la arteria, que debe llevar la sangre desde el corazón de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico están tan obstruidos por las imperfecciones, que apenas podemos llevar unas gotas para regar las partes del cuerpó afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas de la Iglesia, de arriba y de abajo. sig.1en negras e infartadas, sin vida espiritual, ni amor ni servicio verdaderos a Dios y a los hermanos. Porque mal está que el canal obstruido sea un seglar, un catequista o una madre — con la necesidad que tenemos de madres cristianas -, pero lo grave y dañino es que esto nos suceda a los sacerdo.es. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia esta unida a la vid, que es Cristo Eucaristía, y tiene limpio el canal. Aquí, en Cristo Eucaristía, es donde está la frente que man.i y corre, aunque es de noche * es decir, por la fe vivencial — como nos dice san Juan de la Cruz. Pero, por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programas, donde - como nos ha dicho el Papa en la Carta apostólica “Novo Millennio Ineunte” ya está todo dicho. Volvamos a la Verdad, a la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: todo sarmiento que no esté unido a la vid, no puede darfruto “(Palabras de. Jesús en el Evangelio)

Cara a cara con Cristo

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directa con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. La Eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubren la realidad de ñuestra relación con Cristo. Porque en la Eucaristía tenernos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos siida tios, escucharnos al sacerdote..., pero, con tanto movimiento, a veces salimos de la iglesia sin haber escuchado a Cristo, sin haberle saludado personalmente.

Sin embargo, cí la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones; se trata de un diálogo a pecho descubierto, un tú a tú con Jesús que me habla, me enfervoriza y, tal vez, silo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega y me dice: No estoy de acuerdo con esto, corrige esta forma de actuar... Y, claro, allí, solos ante él, no hay escapatoria de cantos o respuestas; cada uno es el que tiene que dar la respuesta personal, no la litúrgica y oficial. Por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, si no aguanto este trato directo con Cristo y dejo la visita diaria, ¿cómo buscarle en otras presencias cuando allí esti más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días - aunque tarde años -, encontraré en su presencia eucarística luz, fuerza, ánimo, compañía,consuelo y gozo, que nada ni nadie podrán quitarme; y quemará de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre; lo contagiaré todo de amor y sentimiento hacia El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica, con El. Esto se llama santidad, y para esto está la Eucaristía, porque la oración es el alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística, y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

SÉPTIMA  HOMILÍA

LA CENA CONEL SEÑOR (Ap 3,20)

       Queridos hermanos: Hoy, festividad de todos los santos, celebramos con gozo con los que han muerto y viven ya con el Señor, y con esperanza segura y confiada para los que aún peregrinamos hacia la casa del Padre, el final feliz de nuestras vidas, que terminarán en la misma felicidad eterna de la Santísima Trinidad, de nuestro Dios, que es amor y por amor nos creo para compartir con Él su misma esencia infinita, llena de luz y de amor.

       En el Apocalipsis, San Juan escribe, al final de su vida, siete cartas a siete Iglesias para animarlas en su fe y esperanza en el Señor vivo y resucitado, que es el Cordero sin mancha sentado en el trono de Dios y que recibe el canto de los ángeles y ancianos y de todos los salvados, que nadie podía enumerar, de toda lengua y nación, como nos ha dicho la primera lectura de hoy.

       La última carta del Apocalipsis va dirigida a la Iglesia de Laodicea, hoy destruida totalmente, que se  encontraba en una colina sobre el valle del río Lyco. Era una ciudad industriosa y productora de finos colirios para los ojos; pero religiosamente era una ciudad con grandes lacras morales, como podemos ver por la misma descripción que San Juan hace de sus pecados. El Apóstol la invita al arrepentimiento, que vuelva al fervor de los años mejores. Y para ello, al final de la misma, les invita a volver a la celebración de la Eucaristía, como la recibieron de los Apóstoles. Es un texto precioso con las palabras del Señor, que habéis oído muchas veces, pero que vamos a meditar sobre él, aunque a primera vista parezca que no tiene que ver mucho con la fiesta que estamos celebrando: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

       En estas palabras de Jesús, que llama a la puerta, hay en primer lugar una declaración que indica su amor para aquella Iglesia y, en definitiva, para cada fiel: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Es un gesto exquisito de búsqueda del amor de la criatura por parte de Dios en Jesús, y, a la vez, de respeto por su libertad. El mismo San Juan nos dirá en una de sus cartas “ Dios es Amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados.”  La iniciativa de amor y salvación siempre es de Dios, pero el hombre tiene que abrirle por la fe y el amor su corazón, para que Dios pueda entrar dentro de nosotros. Dios no violenta la libertad del hombre. Dios no entra en el corazón del hombre si éste no le abre. Ésta imagen de llamar a la puerta nos recuerda el simbolismo del esposo y la esposa en el Cantar de los Cantares. Allí, en el Antiguo Testamento, se aplica a Dios y a Israel; ahora se aplica a Cristo y a la Iglesia. Es Dios que solicita el amor de sus criaturas, de cada uno de los hombres a los que crea por amor y para el amor eterno del cielo.

       Y esa voz que llama es la de Jesús, la del Buen Pastor, la del Redentor, la de Cristo glorioso, la del Hijo y el Verbo encarnado primero en humanidad como la nuestra y luego, en un trozo de pan, para el banquete de la Eucaristía. Hay un soneto que nos recuerda este texto del Apocalipsis que estamos comentando y que muchos aprendimos en nuestra juventud, más eucarística y religiosa que la actual:“Qué tengo yo que mi amistad procuras?.....” Expresa admirablemente esta imagen de Cristo llamando a la puerta del alma. También el cuarto evangelio alude a la voz del novio en el último testimonio del Bautista acerca de Jesús: “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3,29).

La respuesta

       La llamada de Jesús espera una respuesta. Esta se describe en condicional: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”. La respuesta comienza con el hecho de reconocer la voz de Cristo. Pero el paso decisivo es abrirle la puerta, abrir la puerta al Redentor. Esta imagen de entrar por la puerta es la que se utiliza en los años jubilares. Y este abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo es primero por la fe, creer en Él, en su evangelio y salvación. Luego viene el amor, cumplir su voluntad, los mandamientos de Dios. Esto significa abrir la puerta de nuestra vida y existencia a Dios. Vivir teniéndolo presente, abriéndole continuamente nuestro corazón, nuestra inteligencia y voluntad. Por eso “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”…

La promesa de la Cena con el Señor

       Entonces “Entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.La promesa está expresada en futuro y con una fórmula de comunión: La primera parte de la promesa,“Entraré en su casa”, significa la venida de Jesús a la vida del creyente para tomar posesión de ella. Esta imagen nos recuerda algunos pasajes evangélicos: en el evangelio del último domingo, Jesús que entra en casa de Zaqueo para salvarle y es tal su alegría por recibir en su casa al Señor, que está dispuesto a quedarse pobre para enriquecerse sólo con su Amistad(Lc 19,1-10); también nos recuerda cuando Jesús entra en casa de Marta y María para hospedarse y cenar en amistad con los tres hermanos(Lc 10,38-42). Este es el sentido de la vida para un cristiano. Ha sido llamado al banquete y a la amistad con Dios en el cielo. La entrada de Jesús es la entrada del Redentor, del Dios Amor. Este deseo de Jesús de entrar en cada uno de nosotros nos recuerda la gran promesa de la Nueva Alianza, de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23). También aquí hay primero una condición, la misma del texto: hay que amar, cumplir la voluntad de Dios, vivir el evangelio: “si alguno me ama”… La promesa de venir a habitar en el creyente es sustancialmente la misma que encontramos en el Apocalipsis. Significa que Dios penetra en la vida del fiel y toma posesión de ella, como tomó posesión de la Tienda de la Presencia o del Encuentro en el Desierto y luego  del Templo de Jerusalén en el Antiguo Testamento y en el seno de la Virgen María, para empezar el Nuevo Testamento. Y ahora ya permanece con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sagrario.

       La segunda parte de la promesa es: “Cenaré con él y él conmigo”. Compartiremos la mesa, nos sentaremos uno junto al otro, seremos amigos, confidentes, amigos. El simbolismo de la cena entraña además una nota de sosiego, de paz, de comunión de personas. La expresión “Cenaré con él y él conmigo” es una fórmula que implica una alianza de amor, que empieza en la Eucaristía y será eterna en el cielo, en los santos y santas que ya están en el banquete eterno de la amistad con Dios Trino y Uno.

Dimensión eucarística del simbolismo de la Cena del Señor

       El simbolismo de la Cena con el Señor tiene un significado riquísimo que no pretendemos agotar ahora. Recordemos la dimensión de vida eterna que se expresa frecuentemente en la parábolas con la idea del banquete (Lc 14,15); que empezó ya en el A.T. con la Alianza, el pacto de amistad entre Dios y los israelitas y sellada con una comida de comunión, de amistad (Ex 24,11); en el Apocalipsis el banquete esponsal es signo del Reino de los cielos, de la amistad con Dios conseguida para toda la eternidad, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria por que han llegado las Bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado” (Ap 19,7). Estas bodas tienen también su banquete: “Dichosos los invitados al banquete de Bodas del Cordero” (Ap 19,9); Todos nosotros hemos sido invitados a estas bodas y nuestros santos, todos los salvados que abrieron la puerta a Cristo y por Él al Dios Uno y Trino la están celebrando. Había que meditar, rezar e invocar y pedir más la ayuda y protección de nuestros santos.

       La dimensión eucarística de éste simbolismo de la Cena con el Señor es evidente. El Nuevo Testamento habla de la Cena de Jesús como el momento de su máximo amor para con los hombres (Jn 13,1-2); Lc 22,14-15; 1 Cor 11). Por otra parte la Eucaristía es el alimento de la vida eterna simbolizada en la Cena: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesus». En el banquete de la Pascua y de la Nueva y Eterna Alianza que es La Eucaristía, el Señor nos invita y nosotros, «ven Señor Jesus» le invitamos a que venga en el pan eucarístico. Por eso la Eucaristía es mayor amistad e intimidad con el Señor en la tierra, porque se nos da en amor y amistad extrema, hasta dar la vida para vivir su amistad: “Nadie ama más, es decir, es más amigo, que aquel que da la vida por los amigos.

       Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al ponerse a cenar con ellos, al partir el pan. Es la fuerza transformadora de la Cena con el Señor: es el encuentro, la potenciación de la fe y del amor, la certeza de que Cristo está vivo y nos ama, la conversión. El contexto en que aparecen esta invitación y esta promesa en el Libro del Apocalipsis, contiene una rica descripción del proceso de la conversión hasta llegar a la comunión eucarística. Primero es escuchar la voz de Jesús en el evangelio y en la predicación de la Iglesia. Después es abrir la puerta a Cristo creyendo en él, en su divinidad y su humanidad, en su condición de Redentor. A continuación Jesús entra en la vida del creyente en un proceso de continua intimidad: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Esta intimidad se convierte en morada permanente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el corazón del creyente. La entrada de Jesús es la venida de la Trinidad a morar en el cristiano. Todo culmina en la comunión eucarística, en la Cena con el Señor. Admirablemente lo ha expresado Jesús en el Discurso Eucarístico de Cafarnaún: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,56-57). El cielo será la continuación de esa comunión eucarística, de esa morada divina: «Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado’» (Ap 21,3-4).

OCTAVA HOMILÍA   (VALENCIA)

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN (Valencia)

       Todos sabemos, por clásica, la definición de santa Teresa sobre oración:
«No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5) Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado.
Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma, la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo eucaristía, transplantada a nosotros por la unión de amor y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado. Por eso este es el título que puse a uno de mis libros: LA EUCARJSTÍA LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN SANTIDAD Y APOSTOLADO.

       La Eucaristía es la mejor escuela de oración porque Jesucristo Eucaristía es el mejor maestro y la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia de amistad permanentemente ofrecida es el mejor libro. Y esto lo confirma la experiencia de la Iglesia: quien visita esta biblioteca de amor extremo, quien abre y lee con frecuencia este libro y dialoga con este maestro aprende pronto a amar; esto es, a orar con Él y como Él.

       Para amar y sentir así a Cristo vivo y resucitado, el único camino es la oración y toda oración, para ser verdadera, lleva consigo la conversión Y en esto consiste para mí la mayor dificultad en tener oración; lo demás, que si técnicas, posturas, respiraciones, incluso la misma meditación, todo ha de ser para más amar, es decir; para más convertirse a Cristo y en Cristo. La oración permanente exige conversión permanente. En la escuela de la oración eucarística hay tres verbos que se conjugan igual: orar, amar, y convertirse y el orden tampoco altera el producto. Saber Conjugar estos tres verbos es el fundamento de toda oración y la razón fundamental de que unos avancen y otros permanezcan toda la vida igual, que es lo mismo que retroceder; sin experiencia de Cristo vivo y resucitado. Si yo oro ante Jesucristo Eucaristía, el Señor me habla de su amor precisamente con su misma presencia humilde, entregada, sacrificada deseada ardientemente por Él junto a nosotros, que yo tengo que Vivir y asimilar con actitudes de perdón, de humildad, de amor generoso, y gratuito.

       La oración eucarística, desde el primer paso, desde el primer día, aunque uno no sea Consciente de ello al principio, es querer amar; querer convertirse a Dios sobre todas las cosas. Si yo oro, yo amo y me convierto; si dejo de convertirme, dejo de amar y dejo de orar, porque estoy lleno de mí mismo, del amor propio, que impide a Cristo y a su evangelio entrar dentro de mí; mi corazón está tan lleno y ocupado del ídolo del «yo» que he puesto en el centro de mi vida y a quien doy culto idolátrico desde la mañana a la noche, que me Impide adorar a Dios sobre todas las cosas; por eso no escucho al Señor que en este sacramento me habla de obediencia y entrega total como la suya al Padre y, al no querer escucharle, poco a poco abandono la presencia eucarística; si no quiero escuchar sus exigencias de amor me alejo de Él porque me echa en Cara mis defectos y sin diálogo con Él no hay oración, no hay vivencia, no hay gozo y amistad vivida.

       Por el contrario, si yo quiero amar, yo quiero orar y empiezo a convertirme, a vaciarme de mí mismo para que vaya entrando Dios; son las nadas de san Juan de la Cruz. Para llegar y llenarme del Todo, tengo que quedarme en nada de mí mismo. Y es que nos amamos mucho; nos tenemos un cariño y una ternura inmensa, y desde la mañana a la noche sólo pensamos y trabajamos para nosotros mismos, aún en las cosas de Dios. Por eso el único que puede enseñarme a orar y a convertirme es el Señor en esos ratos de diálogo silencioso con Él. Esta es la razón por la que afirmo que la oración es indispensable para la vivencia de Cristo,
aún en la misa y la comunión, porque si éstas no van envueltas en diálogo y amor, no hay encuentro personal con Cristo Eucaristía, es decir, que como a Cristo, pero no comulgo con Cristo, con sus sentimientos y actitudes, con su amor y entrega total a Dios y a los hombres.
La Eucaristía es el sacramento más importante de unión con Cristo, es «centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia» y la presencia eucarística es prolongación del amor y ofrenda de Cristo al Padre, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida en adoración al Padre y amando a los hombres, sus hermanos. Y esto es lo que quiere El enseñarnos desde su presencia eucarística y este es el sentido de su presencia en todos los sagrarios de la tierra, donde sigue en salvación y amistad
permanente ofrecidas, sin cansarse por nuestros abandonos, falta de amor y entrega, ofreciéndose pero sin imponerse con amor extremo.

       La misa y la comunión y la presencia deben ser celebrados y vividos en oración, en diálogo personal con El, porque de otra forma no hay unión personal y podemos salir de la Iglesia sin haberle ni siquiera saludado. Esta forma de celebrar y comulgar produce rutina y cansancio, tanto en los de abajo como en los de arriba.

       Sin embargo, cuando yo me pongo delante de Cristo Eucaristía, en ratos de sagrario, a pecho descubierto, de tú a tú con Él, no hay escapatoria posible: Gonzalo, me dice, muy bien por aquella acción pero no estoy de acuerdo con tu orgullo o esa crítica, cuidado con tus afectos... y entonces o me esfuerzo y empiezo a convertirme, a matar mi yo en sus múltiples manifestaciones, o no me convierto, y entonces poco a poco dejaré de orar, es decir, de amar y estar en su presencia, porque me señala con el dedo y me hecha en cara mis faltas de amor y generosidad... Si, si, yo seguiré hablando con Cristo, celebrando la Eucaristía, comiendo su cuerpo, pero no tendré experiencia de su amor y por tanto me aburrirá la oración y el sagrario, porque he dejado de intentar de amar como El ama a su Padre y a los hombres y me prefiero a mí mismo en criterios y apegos... y si soy apóstol de Cristo, ya me dirás tú cómo podré entusiarmar a la gente con Cristo, cuando a mí personalmente me aburre. Y este es el mal de muchas predicaciones de vidas sacerdotales y religiosas, que después de una entrega inicial generosa, no entusiasman porque no tienen vivencia de Cristo Eucaristía.
       Queridos amigos: sin oración no hay experiencia de Dios. La pobreza de oración es pobreza de vida mística y esta es la peor enfermedad y pobreza de la fe, de la vida y del apostolado de la Iglesia en todos los tiempos. Cuando hay oración eucarística hay fuego y santos y almas llenas de deseos de contagiar de Cristo a niños, jóvenes y adultos. Ni un solo santo que no fuera eucarístico; los habrá más contemplativos o activos, famosos o ignorados, sacerdotes o seglares, casados o solteros, seguidos o perseguidos, pero ni uno solo que no pasara largos ratos ante Jesús Sacramentado.
       Si acepto este diálogo con el Señor, empezaré a convertirme con su ayuda, a vaciarme de mí mismo y poco a poco iré sintiendo su presencia, su fuerza, me iré llenando de Él, y constataré que Dios existe y es verdad, que Cristo existe y es verdad, que el pan es pan por fuera pero por dentro es miel dulzura, gozo... es verdaderamente El, no sólo porque lo medite sino porque lo experimento, lo siento de verdad y no puedo ocultarlo, Porque esta verdad de fe ha pasado de mi inteligencia a mi corazón y me quema, porque yo no sé fabricar esos fuegos ni amores ni palabras que experimento al sentirme amado por el Dios vivo y esto ya es el cielo en la tierra. Si no lo hago, seguiré toda la vida prefiriéndorne a Cristo y no sentjré necesidad de oración ni de gracia ni de eucaristía ni de evangelio, ni de Dios, Porque para vivir como vivo me basto a mí mismo y este es el problema del mundo actual, para vivir como animalitos, no necesitan de religión ni de Dios.

       Por todo esto, un sacerdote, un religioso, un creyente no debe olvidar nunca que todo su ser y existir cristiano se lo juega en la oración; este es el camino que más debe cultivar, su mejor apostolado para encontrar a Cristo vivo y llevar a los hombres hasta Él. La Eucaristía es la mejor escuela de oración, porque orar es amar y la presencia de Jesucristo en este sacramento es el mejor libro, la palabra más bella del amor de Dios a los hombres: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo», mirando al sagrario yo aprenderé que la Eucaristía como misa es Cristo haciendo presente en el altar su pasión, muerte y resurrección en adoración obediente al Padre y por amor extremo a los hombres, sus hermanos: «Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos», «Este es mi cuerpo que se entrega... esta es mi sangre que se derrama por vosotros...»,. aprenderé que la Eucaristía como comunión es la máxima expresión de unión de amistad entre dos personas, fundiéndose en una sola realidad y vida: «El que come mi carne, habita en mí y yo en él», «El que me come vivirá por mí»; mirando al sagrario con fe caeré en la cuenta de que la Eucaristía como Presencia es Cristo ofreciéndose al Padre como sacrificio agradable y a los hombres en amistad y salvación permanentes: «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos». Pero repito, todo esto no se comprende hasta que no se vive, aunque sea doctor en teología.

       Y orar ante el sagrario es muy fácil, porque el sagrario, la Eucaristía es un volcán echando fuego y llamaradas continuas de amor y cariño y motivos y razones y vida y hechos y dichos llenos de amor divino, real y verdadero. El sagrario es el evangelio entero y completo, la salvación entera y completa, Jesucristo confidente y amigo, que siempre está en casa esperándonos y tan deseoso de hablar, de intimar, de salvamos, que se entrega por nada, por una simple mirada de fe. Jesucristo se ha quedado tan cerca de nosotros en el sagrario porque sabe que valemos mucho, que el hombre es más que hombre, más que esta tierra y este espacio, es un misterio; Él sabe lo que valemos para el Padre, porque el Padre se lo está diciendo desde toda la etemidad, por eso se ofreció El: «Padre no quieres ofrendas ni sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad» y lo ha experimentado en su propia carne: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Ho». En el sagrario nos ama el Padre en el Hijo con el Amor y la Potencia del Espíritu Santo lleno de entrega, amistad, dones de vivencia y amor. Ahí está el Hijo de Dios vivo, vivo y resucitado, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, quiero decir, que nos lo dice Él y su evangelio.

       Desde su presencia eucarística sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra:
«Vosotros sois mis amigos», «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos», «Ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer», « Yo doy la vida por mis amigos», «El les dUo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco», «Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros», «Este es mi cuerpo entregado... Esta es la sangre que se derrama por vuestros pecados... Acordaos de mi... » y al recordarlo con nosotros en la oración, la oración se convierte en memorial que hace presente lo que recordamos; «Acordaos de mi... » No nos olvidamos, Señor: ¡Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, también nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros, Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo!

FOLLETO DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

Custodía de la Parroquia de San Pedro, Plasencia, en la que el Señor es adorado todos los días, de 9 a 12,30, excepto domingos y festivos.

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA.- 1966-2018

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

INTRODUCCIÓN                        

Muy queridos hermanos sacerdotes, adoradores y adoradoras nocturnas, amigas y amigos todos, en Jesucristo Eucaristía: Recibí hace días una llamada telefónica desde Navalmoral, reconocí enseguida a David que me decía: vamos a tener una reunión de los consiliarios de Adoración Nocturna, nos gustaría que nos hablaras de la Eucaristía, y podía ser, ya que estamos finalizando el año paulino: San Pablo y la Eucaristía, está aquí Galayo, ahora se pone, y Galayo se puso y me dijo lo mismo, pero añadió que al tratarse de Adoradores Nocturnos era mejor que tratase sólo el tema de la Adoración Eucarística, porque no había tiempo para tanto; así que de San Pablo hablaré tres minutos, porque me interesa sólo decir una cosa que hemos de aprender de él y de la que he oído poco o casi nada en este año paulino que termina: que Pablo, todo Pablo, todo lo que fue e hizo, su vida y apostolado y gozo permanente en medio de luchas y noches, se lo debe a su unión total con Cristo por la oración, oración mística transformativa que le dio la experiencia de lo que hacía y decía y le hizo exclamar: “ para mí la vida es Cristo...Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí... no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”. Me gustaría que lo leyerais   en las primeras páginas de mi libro sobre San Pablo, segunda edición.

Pues bien, aquí estoy, con sumo gozo. Porque para mí, como para todos vosotros,  es gozo grande  hablar, meditar, animarnos y renovarnos en nuestra fe y amor eucarísticos, especialmente en esas horas nocturnas o diurnas de adoración, alabanza y amistad con Jesucristo Eucaristía.

El hecho de estar con el Señor Sacramentado, de buscarle y hablarle durante tantas noches y años y años, sólo ya con vuestra constancia, vosotros, adoradores y adoradoras nocturnas, le estáis diciendo: Jesucristo, Eucaristía divina, cuánto te deseamos, cómo te buscamos, con qué hambre de ti caminamos por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día y noche: Jesucristo Eucaristía, nosotros queremos verte, para tener la luz del camino, la verdad y la vida; nosotros queremos comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor; queremos que todos te conozcan y te amen,  y en tu entrega eucarística, queremos hacernos contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Queremos entrar así en el misterio de nuestro Dios Trino y Uno por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Trataremos, en primer lugar, de explicar un poco qué es la Adoración Eucarística, qué verdades o contenidos teológicos encierra: Teología de la Adoración Eucarística; luego en la segunda parte, veremos cómo propagarla: Pastoral de la Adoración Eucarística; para terminar, en la tercera parte, explicando cómo practicarla y vivirla,  que es la mejor forma de propagarla y el mejor apostolado para llegar las almas a Cristo: Espiritualidad de la Adoración Eucarística.

Pero antes de nada, antes de pasar a la primera parte, dos palabras del Catecismo de la Iglesia Católica sobre lo que es adoración:

2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).

2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.

PRIMERA PARTE

TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Para tratar de la Adoración Eucarística, primero hay que tratar de la Eucaristía, como misa, que le hace presente «porque ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía... porque la Santísima Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la Iglesia...»Vaticano II. Nosotros adoramos al Pan consagrado y adoramos y pasamos ratos de amistad con el Cristo vivo, vivo y resucitado de nuestros Sagrarios porque previamente Él ha celebrado la Pascua con nosotros por mediación del ministro sacerdotal que hace presente a Cristo presencializando todo su misterio de Salvación; y una vez terminada la celebración de la Eucaristía, el sacerdote lleva al Sagrario a este Cristo en este estado de Sacerdote y Víctima de oblación por nosotros para que puedan comulgarlo y participar de sus sentimientos nuestros enfermos y para que todos los creyente podamos hablar y estar con El, siempre que queramos y lo necesitemos; se queda en el sagrario con nosotros hasta el final de los tiempos y de sus fuerzas y de su amor, dándolo todo en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres.

Por eso, en esta reflexión eucarística no vamos a empezar adorándolo primero y luego celebrando la Eucaristía, como hacíamos en la Adoración Nocturna de nuestros primeros años de Seminario,  sino que para comprender todo el misterio de la  Adoración Eucarística, para saber quien es el Cristo que adoramos, por qué se quedó en el pan consagrado y qué vida, sentimientos y amores conserva en esa presencia de amor, vamos a hablar en primer lugar muy brevemente de la Eucaristía como misa, como Pascua, como Alianza, para comprender y adorar con más plenitud a Cristo Eucaristía como presencia permanente de este amor extremo, de esta Pascua celebrada permanentemente y de su pacto de Alianza nueva y eterna realizada y realizándose en el pan entregado y en la sangre derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.

1.1. PASCUA JUDIA. Para comprender el misterio eucarístico y todo lo que encierra de Pascua y Alianza, como de maná y agua viva brotando de la roca en la travesía del desierto,  tenemos que empezar mirando el Antiguo Testamento.  Sobre esto hablaba largamente yo en un artículo publicado el año 2000 sobre la Eucaristía, del Instituto Teológico del Seminario. Ahora solo quiero telegráficamente hacer unas afirmaciones breves, imprescindibles para comprender un poco este misterio, sin detenerme en explicarlo, porque todos vosotros lo sabéis, igual que yo, y lo único que pretendo es recordar con vosotros que:

-- Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raíz, contexto y profecía. Ya lo dijo Galbiati (L'Eucaristia nella Biblia,Milano 1969) afirmando que uno de los motivos de las dificultades y superficial entendimiento de este misterio radica en el desconocimiento del AT. Y esto lo decimos conscientes al mismo tiempo de que la Eucaristía sobrepasa de modo radical e insospechado las perspectivas mismas del Antiguo Testamento, ya que muchas de sus profecías y figuras no encuentran plenitud de sentido sino en ella misma.

-- Recordemos, pues el A.T. Vayamos al Éxodo: La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial, la sangre derramada del sacrificio...la travesía del desierto, el agua viva brotando de la roca, el maná...

-- Desde el N.T descubrimos el sentido del sacrificio del cordero, que es Cristo; cordero  sin defectos... con cuya sangre ungían las puertas para liberarse del ángel exterminador; en esa sangre hemos sido nosotros redimidos en la Pascua cristiana; luego viene la travesía del mar Rojo y del desierto, travesía por Cristo de la esclavitud del pecado a la tierra prometida de la amistad con Dios, la nueva Alianza y pacto de amor, el desierto de la fe, el agua y el maná para atravesar ese desierto: “Yo soy el agua viva, vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, yo soy el pan de vida...”. El éxodo es el evangelio del AT., la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro. Fijaos si hay aquí materia para meditar, para contemplar, para adorar, para predicar...

-- La Pascuahebrea, como acontecimiento histórico, era celebraba como memorial, todos los años, por los judíos como signo de identidad y pertenencia al pueblo de Dios y así era explicado por el anciano ante la pregunta del más pequeño de los comensales y así lo hizo el Señor, el Jueves Santo, como memorial de la Nueva Alianza y la Nueva Pascua.

-- Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos constituye el primer credo de Israel (Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés.

-- Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía (Melitón de Sardes, Homilía de Pascua, siglo II).

1.2. LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL: Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, no es un mero recuerdo de la Última Cena, sino que es memorial, que hace presente en sacramento--misterio toda la vida de Cristo, a Cristo entero y completo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, “de una vez para siempre”, como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos,   superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es siempre el mismo, en presente eterno y total y permanente en la presencia del cordero degollado ante el trono del Padre.

       Es como si en cada misa, Cristo, El Señor, especialmente en la consagración del pan y del vino, cortara con unas tijeras divinas, no solo el hecho evocado sino toda su vida hecha ofrenda agradable y satisfactoria al Padre. Es que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, mejor dicho, hace de ministro sacerdotal porque el único sacerdote es Cristo haciendo presente toda su vida que fue ofrenda al Padre por la salvación de los hombre desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciéndola así contemporánea a los testigos presentes, los adoradores o fieles,  es Cristo quien por el ministerio sacerdotal de los presbíteros consagra y presencializa toda su vida, palabra, pasión y muerte y resurrección, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo...

 Así que muchas veces le digo a nuestro Cristo cuando consagra su pan de vida: Cristo bendito, este pan tiene aroma de Pascua, olor y sabor del pan de tus manos en el Jueves santo, ya eternizado y hecho memorial, siento tus manos temblorosas, tu emoción y sentimientos que estás haciendo presentes, que me estrechan para decirme: tus pecados están perdonados, y los de mi pueblo y estrechamos la mano y la siento, haciendo un pacto eterno de perdón y alianza eterna de amistad como Moisés en el Monte Sinaí, como en los tratos de nuestra gente, de nuestros padres en tiempos pasados.

Siento vivo, como si se acabara de dármelo, su abrazo, el reclinar de Juan sobre su pecho, amigo adorado, con aroma y perfume de Pascua. Oigo a Cristo que nos dice al consagrar: os amo, doy mi vida por vosotros... y vuelvo a escuchar la despedida y oración sacerdotal completa de la Última Cena.

Queridos amigos,  la irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo. La misa no es mero recuerdo, es memorial que hace presente todo el misterio. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable del Padre y de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. No hay liturgia verdadera, irrupción de Dios en el tiempo para tocar, salvar y transformar al hombre. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

Los que tienen esta experiencia, los que no sólo creen sino que viven y sienten lo que creen y celebran en este misterio, los testigos, los sarmientos totalmente unidos a la vid, que debemos ser todos, los místicos, san Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios el mejor camino es la oración, y la oración es amor más que razón y teología, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo en una sola realidad en llamas con el. Esto es la liturgia, o tenía que ser, no correr de acá para allá, pura exterioridad sin entrar en el corazón de los signos y encontrarse con Cristo resucitado y glorioso que ha irrumpido en el tiempo para estar con nosotros, para celebrar con nosotros sus misterios, para salvarnos y ser nuestro camino, verdad   y vida de amigo.

Todo esto los místicos lo experimentan por el amor, pero todos hemos sido llamados a la mística, a la santidad, a la unión vital de los sarmientos con Cristo vid de vida, a sentir este amor, todos estamos llamados a la experiencia de la Eucaristía, a vivir lo que celebramos, eso es ser sanctus, unión total del sarmiento con la vid hasta sentir cómo la savia corre a través de nosotros a los racimos de nuestras parroquias. Para eso se quedó Cristo en el pan: “Vosotros sois mis amigos”, a vosotros no os llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dado mi Padre, os lo he dado a conocer”.

       A Cristo, como a los sacramentos o el evangelio, no se les  comprenden hasta que no se viven. Este será siempre el trabajo de la Iglesia y de cada creyente, que se convierte en problema para todo seguidor y discípulo de Cristo, sea cura, fraile o monja o bautizado, al necesitar permanentemente la conversión, la transformación de su vida en Cristo, en el Cristo que contemplamos y adoramos y comulgamos, y esto supone siempre cruz, sufrimiento de una vida que quiere ser suya, humillaciones soportadas en amor, segundos puestos, envidias perdonadas y reaccionar siempre ante las críticas o incomprensiones perdonando, amando por Cristo que va morando y viviendo cada día más su misma vida en nosotros.

       A mí me gustaría que se hablase más de estas realidades esenciales de nuestra fe en Cristo en nuestras reuniones, charlas, predicaciones, formación permanente. Aunque resulte duro y antipático escucharlas porque resulta mucho más vivirlas. Y al vivir más estos sentimientos de Cristo en mí, voy teniendo cada día más vivencia y experiencia de su persona y amor como realidad y no solo como idea o teología. Y me convierto en explorador de la tierra prometida, y voy subiendo con esfuerzo por el monte Tabor hasta verle transfigurado y poder decir con total verdad y convencimiento y vivencia: qué bien se está aquí adorando, contemplando a mi Cristo, Verbo de Dios y Hermosura del Padre y Amigo y Redentor de los hombres.

1.3. El mejor camino para encontrar a Cristo Eucaristía es la oración, hablar con Él: «Que no es otra cosa oración... tratando muchas veces a solas...»

Hasta aquí hay que llegar desde la fe heredada para hacerla personal; ya no creo por lo que otros me han dicho y enseñado, aunque sean mis padres, los catequistas, lo teólogos, sino por lo que yo he visto y palpado; hasta aquí hay que llegar desde un conocimiento puramente teórico, como el de todos, que no es vivo y directo y personal; por eso los primeros pasos de la oración, la oración meditativa, reflexiva, coger el evangelio y meditarlo, es costoso, me distraigo hasta que empieza escuchar directamente al Señor en oración afectiva, donde sin pensar mucho directamente hablo con Él, mejor, El empieza a decirme lo que tengo que corregir para ser seguidor suyo y ya hay encuentro personal, trato de amistad con el que me ama, para luego avanzando en la oración afectiva, durante años y según la generosidad de las almas, llego a la contemplativa, que muchos no llegamos, en la que ya no necesito libros para amarle y hablarle, es más, me aburren. Ya los abandono para toda mi vida como medio para encontrarme con Él. Vamos este es el camino que he visto en algunos feligreses míos. Me gustaría que fueran más.

       Por eso, si Cristo me aburre, si no he llegado a la oración afectiva, al diálogo y encuentro personal de hablarle de tú a tu, en lugar de Oh Señor, Oh Dios, si no he pasado de la oración heredada, de lo que me han dicho de Él a la oración personal, a lo que yo voy descubriendo y amando...si el sagrario no me dice nada o poco, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él, cómo voy a enseñar el camino del encuentro, cómo voy a enseñar a descubrirlo y adorarlo, si a mi personalmente  me aburre y no me ven pasar ratos junto a Él, cómo puedo conducirlos hasta Él, cómo decir que ahí está Dios, el Señor y Creador y Salvador del mundo, el principio y fin de todo cuanto existe y paso junto a Él como si el Sagrario estuviera vacío,  y después de la misa, o antes, hablo y me porto en la Iglesia como si Él no estuviera allí.

       El Cristo del Evangelio, que vino en nuestra búsqueda, está tan deseoso de nuestra amistad y a veces tan abandonado en algunos sagrarios, tan deseoso de encuentro de amistad, que se entrega por nada: por un simple gesto, por una mirada de amor. Y así empieza una amistad que no terminará ya  nunca, es eterna. Cómo me gustaría que se hablase más de este camino, de la oración propiamente eucarística, mira que los últimos papas y documentos hablan con entusiasmo hasta la saciedad de este dirigir las almas a Dios por la oración-conversión eucarística.

       Muchas acciones, y más acciones y dinámicas en nuestros apostolados, pero no todas las acciones son apostolado si no las hacemos con el Espíritu de Cristo. Muchas acciones a veces, pero pocas llegan hasta Cristo, hasta su persona, se quedan en zonas intermedias. Hablamos mucho de verdades y poco de personas divinas, término de todo apostolado. Sin embargo, en la adoración eucarística están juntos el camino y el término de toda nuestra actividad apostólica: adoración y Eucaristía; llevar las almas a Dios era la definición antes del sacerdocio y apostolado sacerdotal.

       Y orar es hablar con Cristo. Por eso, S. Teresa, S. Juan de la Cruz, madre Teresa de Calcuta, cualquiera que hace oración sabe que todo el negocio está no en pensar mucho sino en amar mucho. La oración es cuestión de amar, de querer amar más a Dios. Este camino hasta la experiencia de lo que creemos o celebramos  es la mística. Conocer y amar a Cristo, no por contemplación de ideas o teologías sino por vivencia, por sentirme realmente habitado por Él: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y viviremos en Él”.  Y entonces se van acabando las dudas, y las noches, hasta desear sufrir por Cristo como Pablo: “Estoy crucificado, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”; esta es la única razón de la adoración, de la comunión y de la misa;  esta será siempre la razón de ser de la Iglesia, de los sacramentos, de nuestro ser y existir como bautizados o sacerdotes, sobre todo como adoradores eucarísticos, llegar a ser testigo de lo que creemos, de lo que celebramos, lo he repetido muchas veces. Nos lo están repitiendo continuamente los Papas y la mayor parte de los documentos de la Iglesia: qué cantidad de ellos insistiendo continuamente en la Adoración Eucarística.

       Cómo puedo yo, Gonzalo, aunque sea sacerdote,  cómo yo adorador o adoradora nocturna, cómo voy entusiasmar a mi gente con Cristo Eucaristía si a mí personalmente me aburre y no me ven junto a El todos los días. La gente dirá: Si eso fuera verdad, se comería el Sagrario. Tengo que tener cuidado en no convertirme en un profesional de la Eucaristía, que la predico o trato como si fuera una cosa o un sistema filosófico de verdades, puramente teórico, pero no Cristo en persona, a quien hablo, trato y me tiene enamorado y seducido porque lo siento y lo vivo. 

1.4. Orar, amar y convertirse dicen lo mismo y se conjugan igual.

Para eso, sólo conozco un camino, un único camino, y estoy tan convencido de ello, que algunas veces le digo al Señor, quítame la gracia, humíllame, quítame hasta la fe, pero jamás me quites la oración-conversión, el encuentro diario contigo en el amor, porque aunque esté en el éxtasis, si dejo la oración-conversión, terminaré en el llano de la mediocridad y caeré en el cumplo y miento, en lo puramente profesional y me faltará el entusiasmo y el convencimiento de mi Cristo vivo y resucitado.

       Pero aunque esté en pecado o con fe muerta, si hago oración-conversión, dejaré el pecado, la mediocridad y por la oración, sobre todo eucarística, llegaré a sentirlo vivo y presente en mi corazón. Realmente  todo se debo a la oración, a mi encuentro diario con Cristo Eucaristía, en gracia o en pecado, en noches de fe o en resplandores de Tabor.

Y este camino de la oración, como he dicho, tiene tres nombres, que se conjugan igual, y da lo mismo el orden en que se pongan: amar, orar y convertirse; quiero amar, quiero orar y convertirme; me canso de orar, me he cansado de amar y convertirme; quiero convertirme, quiero amar y estar con el Señor. Y así es cómo ve voy vaciando de mí y llenando de Él, de su vida y sentimientos y amor a los demás y siento así su gozo y perfume y aliento y abrazo y perdón hasta decirle  estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo, porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo... y si lo siento muy vivo... puedo hasta decirle: que muero porque no muero. No lo considero nada extraordinario. Esto es para todos, todos hemos sido llamados a esta unión de amistad, a la santidad, a la unión vital y total con Cristo. Pero vamos a ver, hermanos, ¿Cristo está vivo no está, está en el pan consagrado o no está...? En mi parroquia tengo almas contemplativas y místicas, que han llegado a estas vivencias. Pero siempre por la conversión de su vida en la de Cristo.  

Amar, orar y convertirse es el único camino. Preguntárselo a los santos de todos los tiempos. Y nos hay excepciones. Luego se dedicarían a los pobres o a los ricos, a la vida activa o contemplativa, serán obispos o simples bautizado, pero el camino único para todos será la oración-conversión, la oración-vida: que no es otra cosa... ¡Cuánto me gustaría que se hablase más de todo esto! “El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo... no podéis servir a dos señores... convertíos y creed el evangelio”. La conversión es imprescindible para entrar en el reino de Dios, en la amistad con la Trinidad. La no conversión, el cansarnos de poner la cruz en nuestros sentidos, mente, corazón, porque cuesta, el terminar abandonando la conversión permanente que debe durar toda la vida porque tenemos el pecado original metido en nosotros es la causa de la falta de santidad en nuestras vidas, y lógicamente, de la falta de experiencia de lo que creemos y celebramos, porque nuestro yo le impide a Cristo entrar dentro de nosotros. Por eso nos estancamos en la vida de unión con Dios y abandonamos la oración verdadera, que lleva a vivir en Cristo; y así la oración tanto personal como litúrgica no es encuentro con Cristo sino con nosotros mismos, puro subjetivismo, donde nos encontramos solos y por eso no nos dice nada y nos aburrimos.

1.5. POR ESO, LA EUCARISTÍA ES LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO. Precisamente este es el título del primer libro que escribí sobre la Eucaristía. En la introducción decía: Todos  sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

La Eucaristíano es una tesis teológica, es una persona, una persona viva, es Cristo en persona, es el Verbo, la Hermosura del Padre, Palabra de su Amor que el Padre canta y pronuncia al Hijo en canción eterna de amor cuyo eco llega a la tierra en carne humana por el mismo Espíritu de un Padre que me quiere hijo en el Hijo, que soñó conmigo desde toda la eternidad, me creó para una eternidad de amor y felicidad con Él y me dio la vida en el sí de mis padres, y este Hijo viéndole al Padre entristecido porque este primer proyecto de amor se había roto por el hombre, le dice: “Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad...”, y viene en mi búsqueda y se hace primero hombre y luego un poco de pan para salvarme y quererme cerca, ser mi amigo, para perpetuar su Palabra, Salvación y Alianza y pacto eterno de amistad con los hombres, pero siempre y únicamente en su Espíritu de Amor, en ese mismo amor con que el Padre le ama al Hijo y el Hijo, aceptando su Espíritu de Amor le hace Padre, en el mismo Amor, no hay otro y en ese amor con que Dios me ama por su Hijo tengo que entrar yo, y para eso tengo que sacrificar, ser sacerdote y víctima y ofrenda de mi amor a mí mismo, a mi yo, para poderle amar con el amor con que El me ama  que es amor de Espíritu Santo, Amor de Pentecostés que les hizo a los Apóstoles abrir los cerrojos y las puerta cerradas por miedo a los judíos, aunque le habían visto resucitado y en apariciones a Cristo, pero hasta que no llega este mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho llama de amor viva, estando en oración con María la madre de Jesús, no sienten esa vivencia que ya no pueden callar, aunque quieran, aunque los maten y los llevará hasta la muerte por Cristo, como a los Apóstoles, porque es ya el amor infinito de Cristo en ellos dando la vida por los hermanos.

Pienso que la causa principal de no aumentar el número de Adoradores y de rutina y cansancio posibles está ciertamente hoy en la falta de fe eucarística del pueblo cristiano, pero también en la falta de entusiasmo y experiencia en nosotros, al no valorar ni comprender ni vivir ni ser testigos de todo este misterio de salvación y redención y amistad que hay en el Cristo vivo, vivo de nuestras eucaristías, hecho sacramento de perdón y amistad permanentemente ofrecida desde nuestros sagrarios, que merece toda nuestra admiración como se lo manifestaban las multitudes en Palestina, atraídas por su Verdad y Dulzura y Belleza, Hermosura del Hijo Único de Dios, que vino en nuestra búsqueda por puro amor, porque Él es Dios y no podemos darle nada que Él no tenga, excepto nuestro amor. 

SEGUNDA  PARTE

PASTORAL DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

La Iglesia Católicasiempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino eucarísticos y siempre ha inculcado su devoción. La mejor forma de predicar e inculcar la oración o adoración eucarística es vivirla. Se comunica por contagio, por ver a los adoradores junto a la Custodia santa. Si Cristo quiso encarnarse fue para que su humanidad fuera signo sensible y eficaz de su salvación y amor a sus hermanos los hombres en la tierra; al tener que subir a los cielos quiso que el signo de su presencia permanente entre nosotros fuera el el Pan Eucarístico: “Yo soy el pan de vida”. Ahí tenemos que encontrarnos con Él y con su gracia y con su vida y amor.

2.1. La Pastoral de la  Adoración Eucarística.

       La humanidad de Cristo encarnado y prepascual era personalmente el sacramento de su presencia y la salvación en el tiempo; ahora, el sacramento de la presencia del Cristo Pascual, y resucitado y sentado a la derecha del Padre es el pan y vino eucarísticos, es la Eucaristía. Y la Iglesia, por mandato de Cristo, cumple hoy el cometido de visibilizar a Cristo Pascual y eterno, a Cristo entero y completo, todo su misterio de amor y salvación, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, en la celebración de la Eucaristía, en las palabras y gestos litúrgicos.

 El pan consagrado es la visibilización del mismo que dijo “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos, habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin...del tiempo”. En cada sagrario está Cristo diciéndome: te amo, te busco, doy mi vida por ti. Esta fe la ha vivido la Iglesia especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

       Esta adoración ante el Santísimo Sacramento es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía:«¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas,

oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...» Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, ví al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía. Por esto, cuando Teresa define la oración, parece que lo hace mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama».

       Por eso, todo orante, sacerdote o seglar, ha de tener mucho cuidado con su  comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona, y si a Cristo en persona en el sagrario no lo respetamos y lo hacemos respetar, aunque muchos no lo comprendan y a nosotros nos cuesten incomprensiones y disgustos, si no lo honramos y veneramos con nuestro silencio y comportamiento, incluso externo, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo presente en persona, todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

       Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros, los adoradores o simples cristianos, no podemos  <pasar> del sagrario, como algo propio de beatos,  y muchas veces pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía como si el Señor ya no estuviera allí presente, con lo que cual nos cargamos todo lo que hemos celebrado o predicado.

       Sin embargo, todos sabemos que el cristianismo es fundamentalmente una persona, es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego digamos que le amamos y buscamos en el evangelio, en el apostolado, en los hermanos, cuando teniéndolo tan cerca, le hacemos poco caso.

       Cuidar el altar, el sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados ¡cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran! Y ¡cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, en la visita diaria oracional ante el Sagrario, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente!

       El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y ...en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades» (PO.5).

       En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

2.2. La Eucaristía, apostolado y ofrenda de oración e intercesión.

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística. Es la intersección continua y permanente que hace sentado a la derecha del Padre y que está sacramentalizada en el pan eucarístico y ofrecido en la misa.

       Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las actividades necesarias para la fe y el amor cristianos... por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

       Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

       El adorador no se encierra en su individualismo intimista, sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la iglesia y por todos los hombres, con Cristo y por Cristo, ofreciendo adoración y súplicas y acciones de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos, uniéndoos y prolongando las actitudes de Cristo en la Eucaristía y en el sagrario.

       Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, cimentada en la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas, por el seminario y sus vocaciones, por los jóvenes de nuestras comunidades, para que sean generosos en seguir la voz de Cristo en el ministerio presbiteral.

       Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así, adoración e intercesión y vida se complementan.

2. 3. Hay unos textos de S. Juan de Ávila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones, que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos: «...¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» (Cfr ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila. pgs. 143-44 del libro, Escritos Sacerdotales, de BAC minor, Madrid 1969).

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y  constituido de Dios en él» (pag. 145).

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir» (Pag.147).

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, ¡con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y, en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó!» (Pag. 149).

TERCERA PARTE

LA ESPIRITUALIDAD DELA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

3. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

       Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

       Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

       Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

       Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

       No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

       Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

        Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

       La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

       La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

       Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía

3. 2 La presencia eucarística de Cristo nos enseña a recordar y vivir su vida,   haciéndola presente: “y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

3.3. Un primer sentimiento: Yo también quiero obedecer al Padre hasta la muerte.

       Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucaristía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

       Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la presencia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

3. 4. Un segundo sentimiento: Señor, quiero hacerme ofrenda contigo al Padre                                                               

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5).

       La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad, in laudem gloriae Ejus.

       Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me

pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “ es Cristo quien vive en mí...”

       Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas injustas... “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo...”.

       Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas totalmente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

       Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

3. 5. Otro  sentimiento: “Acordaos de mi”: Señor, quiero acordarme...

Otro sentimiento que no puede faltar al adorarlo en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta  tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo el evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto nos deseas, nos regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

       Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te rebajas tanto, por qué me buscas tanto, porqué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo... Tu amor me basta.

       Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple criatura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

3. 6.  En el “acordaos de mí”..., entra el amor de Cristo a los hermanos

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

       Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

       “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavando los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

       Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

       Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

       Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

       “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la potencia del Espíritu Santo. 

       Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuando decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo, al Espíritu de amor que les une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

       ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acordaos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti, te adoro y te amo aquí presente.

       ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarística cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

3. 7.  Yo también, como Juan, quiero reclinar mi cabeza sobre tu corazón eucarístico…

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, de la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

       Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

       Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

       Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia.  Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

       Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

       En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

 “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

       “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

       “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz:

«Qué bien se yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche. (A oscuras de los sentidos, sólo por la fe)

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas

Y de esta agua se hartan, aunque oscuras,

Porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,

En este pan de vida yo la veo,

Aunque es de noche»

       Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a dirigir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo esperando nuestra presencia y amistad en todos los sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación:

       Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre y sacerdote único del Altísimo: Tú lo has dado todo por nosotros con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre en el sagrario; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!  

 ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS EL PAN CONSAGRADO?

       1. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

       2. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!» La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

       3. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Espíritu de Cristo, que es amor de Espíritu Santo, por cuyo amor, por cuya potencia de amor el pan se convierte en Cristo y Cristo se encarna en un trozo de pan para seguir amando y salvando a los hombres. Es el mismo Cristo con el mismo amor, con los mismos sentimientos, con la misma entrega, amando hasta el extremo, extremo de vida, del fuerzas, extremos de entrega.

       4. PORQUE EN ESE PAN CONSAGRADO ESTÁ el cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ningún de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...”

       «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»” (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16)».

       5. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

        «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

       6. PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre, la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí. El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

       7. Porque «… en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

       «...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.” “Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

       Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

       Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens deitas»: Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

       8. Porque esta presencia de Cristo como amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres se puede gozar ya por la fe y la oración afectiva;  sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino: «visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur: no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos», es la fe la que descubre su presencia... «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

       “¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e iluminada por el fuego del amor, el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

       Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

       9.  El SAGRARIO, MORADA DE LA TRINIDAD. Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y consagra en el seno de María y en el pan y en el vino, y se nos manifiesta y revela como Palabra y Verbo de Dios, que nos revela todo el misterio de Dios. Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.                   

INDICE                   

PARA EMPEZAR LOS EJERCICIOS EUCARÍSTICOS………………………………………….……..…..5

1ª MEDITACIÓN: “DIOS ES AMOR”……………………………………………………………………….…..10

2ª MEDITACIÓN: “Y ENTREGÓ A SU PROPIO HIJO POR NUESTROS…”………….………..19

3ª NECESIDAD DE ORAR PARA ENCONTRARNOS CON CRISTO EUCARI………….……..25

4ª ORAR ES QUERER AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS……………………….…...39

5ª A.- ITINERARIO DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA………………………………………….………42

5ª B.- UN  ITINERARIO CONCRETO DE ORACIÓN EUCARÍSTICA……………………....….53

6ª A.- LA PRESENCIA DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES……………………………………….…..71

7ª B.- MEDITACIÓN: LA PRESENCIA DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES…………….…..…80

8ª C.- LA PRESENCIA DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES…………………………………….…....87

9ª LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA PASCUA DE CRISTO: A.T…….……………..……..92

10ª LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA PASCUA DE CRISTO EN EL N.T………….…...99

11ª LA ORACIÓN EUCARÍSTICA, FUNDAMENTO DE VIDA APOSTÓLICA………….……108

12ª A.- PARTICIPACIÓN RITUAL Y ESPIRITUAL EN LA EUCARISTÍA…………….……...121

13ª B.- PARTICIPACIÓN RITUAL Y ESPIRITUAL EN LA EUCARISTÍA.…………..……….128

14ª “SE HIZO OBEDIENTE HASTA LA MUERTE”………………………………………………....…135

15ª A.- TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN……………………………...……141

16ª B.- TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN…………………………..….....146

17ª LA EUCARISTÍA, COMO MISA, COMUNIÓN Y PRESENCIA………………………..….…152

18ª ¿POR QUÉ TENEMOS QUE ADORAR EL PAN CONSAGRADO?........................161

19ª FRUTOS DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA………………………………………….………...168

20ª MARÍA Y LA EUCARISTÍA……………………………………………………………………..…..….…180

21ª LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN………………………………....….189

22ª NECESIDAD DE LA FE VIVA PARA EL ENCUENTRO EUCARÍSTICO………..……..194

23ª PARA CONOCER A CRISTO, VISITARLO EN EL SAGRARIO………..…………..……..202

24JESUCRISTO EUCARISTÍA, EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN…………………..…..210

25ª ORACIÓN Y SANTIDAD: C. A. “NOVO MILLENNIO INNEUNTE”……………….......219

26ª BREVE ITINERARIO DE ORACION EUCARÍSTICA……………………………….……......230

27ª LA PUERTA DEL SAGRARIO ES PUERTA DE ETERNIDAD Y CIELO…………..…..244

28ª LAEUCARITÍA, LA MEJOR ESCUELA DE SANTIDAD: N.M.I.........................250

29ª ORAR ES QUERER CONVERTIRSE A DIOS TOTALMENTE…………………………..…266

30ª ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA…………………………..…..…..273

31ª OTROS FRUTOS Y FINES DE LA EUCARISTÍA………………………………………...…….281

32ª LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN Y SANTIDAD…………..……293

33ª FRUTOS Y FINES DE LA EUCARISTÍA………………………………………..………..…......299

34ª LA EUCARISTÍA HACE LA IGLESIA: CARIDAD FRATERNA………..………………...303

35ª LA COMUNIÓN ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO……………….....…311

36ª LA CENA DEL APOCALIPSIS: ESTOY A LA PUERTA LLAMANDO………………..…315

37ª HOMILÍAS EUCARÍSTICAS………………………………………………..…………………….…….320

FOLLETO: ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS EL PAN CONSAGRADO?......353


[1] Homilía IV para la Semana Santa: CSCO 413/Syr.182,55) (EE. 17).

[3] Homilía sobre el Evangelio de Mateo, 50, 2-4, PG 58, c.508-509.

[4]S. Juan Crisóstomo, hom. in 1Cor,27,4.

[5] Cfr F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual, Sígueme, Salamanca  1892, pag.13).

[6] Liturgia de las Horas, III, pgs. 1391-93, De las oraciones atribuidas a Santa Brígida.

[7] ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae 2002, pag. 93-4).

[8] F.X. DURRWEL, Cristo, Nuestra Pascua,  Editorial Ciudad Nueva, MADRID  2003, pag 176.

[9] JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae  2002, p. 79)

[10] NMI 38.

[11] Ibidem ,  pag. 79)                    

[12] (ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de ti:  Sal Terrae  2002.  pag 101-102.

[13]J. ESQUERDA BIFET,  San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotales, BAC minor  Madrid 1969, pgs. 143-44.

[14] Ibid.  pag. 145.

[15] Ibid. pag.147.

[16]Ibid. pag. 149).

[17] Ibid. pag. 193.

[18] Homilía sobre el Evangelio de Mateo, 50, 2-4, PG 58, c.508-509.

[19]S. Juan Crisóstomo, hom. in 1Cor,27,4.

Viernes, 23 Abril 2021 07:40

EL CATOLICO Y LA MISA EN Y CON CRISTO

PARA VIVIR LA MISA

EN CRISTO

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA.1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

PARA VIVIR LA MISA EN CRISTO

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA.1966-2018

PRÓLOGO

            Conocí a Gonzalo cuando salí del Seminario de Sevilla; acababa de ser ordenado Sacerdote y desde entonces trabajamos juntos en la misma comunidad parroquial. Puedo deciros que toda su vida sacerdotal está apoyada en estos pilares: La Eucaristía, los Sacerdotes y el Seminario.

             Es el gran enamorado de Cristo EUCARISTIA y lo que se vive, no se puede guardar para sí. Por eso, toda su vida pastoral, está basada, de una u otra forma, en Cristo Eucaristía. Puedo afirmarlo, porque son más de treinta y seis años hablando, trabajando y conviviendo juntos, todos los días y a todas horas. Fruto de este entusiasmo son los tres libros publicados sobre este Misterio de la fe, tan apasionante para él.

            Con este cuarto libro, una vez más, mi buen amigo Gonzalo Aparicio, se ha propuesto ofrecernos un itinerario de amistad con Jesús Eucaristía; de ahí el título elegido: PARA VIVIR LA MISA EN LA COMUNIÓN CON CRISTO. Este libro quiere ser un manual, que nos ayude a vivir mejor y a dialogar con naturalidad con Jesús Eucaristía. Gonzalo no escribe de oídas; este libro es una vez más fruto de sus muchos años de oración, estudio y experiencia eucarística. En él también encontrarás pautas para conocerte mejor; superar tristezas, vivir con menos cosas y salir de la soledad; aprenderás a amar, a escuchar; y siempre con Jesucristo Eucaristía, puerta del cielo… casi nada.

            Nuestro mundo está necesitado de personas enamoradas de la Eucaristía. Solamente los que han “saboreado” a Jesucristo Eucaristía podrán transmitirlo a los demás.  Cada día son más los que descubren la necesidad de la Eucaristía para poder vivir la plenitud de la vida cristiana. El Papa actual insiste una y otra vez en el tema. Desde octubre de este año de 2004 hasta el próximo octubre ha sido declarado año de la Eucaristía. Es una gracia especial de Dios, porque la oración eucarística es el camino absolutamente necesario para llegar a la intimidad con Cristo, el mejor maestro de oración y vida cristiana. Desde la Eucaristía el Señor nos enseña a amar, a perdonar, a ser humildes, a entregarnos hasta el extremo, como Él en el Santísimo Sacramento.

            El creyente no puede vivir del consumismo del mundo, de las migajas de las criaturas; para llenar este vacío y soledad permanente, necesitamos el encuentro personal con Cristo “Camino, Verdad y Vida.” El Papa Juan Pablo II decía: «Cristo debe ser para cada uno de vosotros la razón de vivir: no temáis a Cristo, abríos a Él, entregaos a Él con toda generosidad: que Él ocupe el centro de vuestra vida, porque Cristo es la esperanza ante la angustia del mundo que nos rodea». En el fondo, los problemas y crisis del mundo actual ¿no están demostrando su lejanía de Jesús por falta del encuentro personal con Él?

            Al comienzo de este nuevo milenio, este libro pretende ser una pequeña aportación a la paz del mundo. ¿Puede existir paz en nuestra tierra si Cristo no vive en el corazón de los hombres? Cuando uno ha contemplado a Jesús, “Príncipe de la Paz”, ¿se puede potenciar la violencia? Sólo el amor de Cristo Eucaristía puede curar las heridas de este mundo, falto de amor en el matrimonio y en las familias, y lleno de divisiones, terrorismo y guerras.

            Que la Virgen María, Maestra y modelo eucarístico, a la que tanto ama el autor de este libro, nos ayude a todos a descubrir  este misterio del Amor Sacramentado. Y tú, querido lector, que disfrutes de su lectura.

                        José Muñoz Sánchez

                        Sacerdote de la Parroquia

INTRODUCCIÓN

            Hay muchas formas de participar en la santa Eucaristía, como sacrificio y comunión con Cristo, tanto por parte de la Iglesia, como del sacerdote y de los fieles. Nosotros ahora, en este libro, vamos a profundizar un poco en la participación  eucarística, que Cristo quiere y nos pide en este sacramento, y  por la que instituyó la Eucaristía.

            Cristo, en definitiva, no instituyó este sacramento para unas ceremonias y ritos correctos y bellos, llenos de simbolismos, sino de realidades maravillosas.

            Cristo sólo pretendió que  le comiéramos llenos de fe y de amor, y al comerle así, viviéramos su misma vida, con sus mismos afectos, sentimientos y actitudes de amor al Padre, de unión con  Él  y de entrega a los hombres, en el sacrificio de nuestra propia vida; Él solo pretendió y pretende de esta forma, hacernos totalmente felices y empezar el cielo, la amistad del cielo, en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios está dentro de nosotros, o mejor, nosotros dentro de Él, de su Esencia Trinitaria, por el Hijo Amado.

            En cada misa, Él vuelve a hacer presentes estos sentimientos, y hay que estar muy despiertos en la fe y en el amor, para vivirlos y sentirlos, porque allí están íntegros y completos, porque es el mismo Cristo y la misma Cena, con el mismo fuego, pasión y amor de Espíritu Santo por su Padre y por todos los hombres.

            Es el mismo Cristo vivo, vivo y resucitado, el que se hace presente, el que se ofrece en sacrificio de amor y comida de comunión y permanece en presencia de amistad eternamente ofrecida a todos los hombres.

            En la misma celebración de la Cena lo expresó bien claro el Señor: “Tomad y comed… tomad y bebed…esta es  mi sangre derramada por vosotros…” Esta fue y sigue siendo la intención primera y la gracia primera que debemos pedir, cuando comulgamos y celebramos con Cristo  su Eucaristía, su acción de gracias al Padre por todos los beneficios de su muerte y resurrrección, en concreto, poder.

            Es esto lo que tanto Él desea: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi…”  acordaos de mi adoración al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida en esta Cena, que hace presente toda mi vida vivida y anticipa todo el misterio de mañana, Viernes Santo…

            Acordaós de mi amor y entrega por vosotros, de mis deseos de amistad, de mis manos temblorosas y llenas de emoción en esta noche santa, de mis deseos de que seamos uno y vivais mi propia vida en relación con el Padre y los hombres, nuestros hermanos… En cada misa, acordaos de todo esto. No nos olvidamos, Señor. Y eso es vivir la santa misa y la comunión con Cristo.

            Por eso es un feo muy grande y falta de delicadeza y amor al Señor, que no participemos con sintonía de amor en su sacrificio, en el único que ofreció y hace presente todos los días para nosotros, los hombres del siglo XXI, o que no comulguemos con su ilusión y sentimientos en ese pan, en que nos entrega toda su persona, todo su misterio completo, haciendo presentes todos sus dichos y hechos salvadores: Encarnación, Nacimiento, Palabra predicada con fuerza, sudoroso y polvoriento por aquellos caminos de Palestina,  Lázaro, María, adúltera, leproso… y finalmente su pasión, muerte, resurrección e intercesión permanente ante el Padre en gloria y triunfo definitivo: todo está presente en la Eucaristía. 

            Para esto quiso y quiere que comamos su pan, sus mismos sentimientos y actitudes de adoración al Padre en obediencia total hasta la muerte y de amor y entrega a los hermanos para su salvación; para esto viene lleno de ilusión y se hace presente con el mismo amor de la Última Cena;  es un feo que no comulguemos acordándonos de Él y de su sentimientos de amor o que meramente comamos el pan, pero no comulguemos con su  vida: “El que me coma vivirá por mí”… Con estas palabras quiere decirnos: quiero que comais mi carne y bebais mi sangre, porque, al que me coma, le ayudaré a vivir mi misma vida de adoración total al Padre y de entrega total a los hermanos, con amor extremo, hasta dar la vida: “yo en vosotros, vosotros en mí…las palabras que yo os he hablado son espíritu y  vida…”

            Esta participación, que la celebración misma y las palabras de Cristo nos piden, es una participación plena y profunda, auténticia, una participación “en Espíritu y Verdad”, que nosotros llamamos personal y espiritual, vida según el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo.

            Jesús quiere que vivamos con Él la santa Misa y la Comunión en unidad de sentimientos y actitudes en relación con el Padre, con Él y con los hombres, nuestros hermanos.           Para esto quiere que celebremos la Eucaristía y comamos su cuerpo, “para que vivamos por Él” y podamos ofrecernos con Él en adoración total a la voluntad del Padre, y poder sentir su presencia de amigo y hermano y su gozo y sus palabras de amor y su entrega, hasta llegar a la unión e identificación total con Él, para poder decir con San Pablo: “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”; “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Dios que me amó y se entregó por mi”.

DEDICO ESTE LIBRO:

            A Jesucristo Eucaristía, confidente y amigo desde mi infancia y juventud por el amor eucarístico de mis padres Fermín y Graciana.

            A mi seminario y  superiores que me enseñaron este camino de la Eucaristia y a todos los creyentes y mis queridos feligreses de San Pedro de Plasencia, de los que he sido pastor y párroco durante cincuenta y dos años hasta mi jubilación, abriendo la Iglesia del Cristo de las Batallas a las 7 de la mañana, exponiendo al Señor en la santa Custodia a las 8, rezando Laudes con ellos a las 9, dándoles la comunión antes del trabajo, celebrando la Eucaristía a las 12, 30 y a las 7 en el Cristo y mi amigo D. José a las 7,30 en San Pedro, tres misas todos los día en mi Parroquia de 2500 habitantes y siete los domingos y fiestas y orando todos los jueves con ellos en el Cristo de las Batallas, en Adoración ante la Santa Custodia, de 5 a 7 de la tarde pidiendo por las vocaciones y santidad de los sacerdotes.

            Y a todos mis hermanos sacerdotes, ministros de la Eucaristía, a los que tanto valoro y recuerdo todos los días, con plena devoción, ante Jesús Eucaristía.

SIGLAS Y ABREVIATURAS DE DOCUMENTOS

CD = Christus Dominus. Decreto del Vaticano II sobre el      Oficio Pastoral de los Obispos.                 

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica

CIC = Código de Derecho Canónico

DD =  Dies Domini. Carta Apostólica de            Juan Pablo II sobre la Santificación del Domingo (Edibesa, Madrid 1998)

DS =  El Magisterio de la Iglesia. Denzinger

DV = Dei Verbum. Constitución del Vaticano II sobre la Divina Revelación

EE   = Ecclessia de Eucharistía. Carta Encíclica de Juan Pablo II    sobre la Eucaristía (Edibesa, Madrid 2003)

EM = Eucharisticum Mysterium. Instrucción S. C. Ritos, 25    mayo 1967

LG = Lumen Gentium. Constitución dogmática del Vaticano            II sobre la Iglesia

MC = Marialis Cultus. Exhortación Apostólica de Pablo VI.           

MS  =  Missale Romanum. El Misal Romano

OGMR = Ordenaciòn General del Misal Romano

OGLH = Ordenación General de la Liturgia de las Horas

OLM  = Ordenación de las Lecturas del Misal           

PO =  Presbyterorum Ordinis. Decreto del Vaticano II sobre            el Ministerio y Vida de los Presbíteros

RMa = Redemptoris Mater. Encíclica de Juan Pablo II sobre la Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina

RVM  = Rosarium Virginis Mariae. Carta Apostólica de Juan          Pablo II sobre el Rosario de la Virgen María.

SC = Sacrosantum Concilium. Constitución del Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia

RS  =  “Redemptionis Sacramentum”. Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, 25 de marzo 2004. (Edibesa, 2004Madrid)

ABREVIATURAS DE AUTORES

A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, El misterio de la Pascua, Desclée 1998.

ALEXANDER GERKEN, Teología de la Eucaristía. Madrid 1991.

ENRICO GALBIATI, L`Ecaristia nella Bibblia. Milano 1968.

F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual. Sígueme, Salamanca 1986.

GERHARD VON RAD, Teología del Antiguo Testamento I. Sígueme, Salamanca 1972.

J. L. ESPINEL, La Eucaristía del Nuevo Testamento.

 San Esteban-Edibesa, Salamanca 1997.

JOAQUIN JEREMÍAS, La Última Cena, Palabras de Jesús. Madrid 1986.

JOSÉ ANTONIO SAYÉS,  El Misterio Eucarístico. BAC, Madrid 1986.

JOSÉ ALDAZÁBAL, La Eucaristía. Barcelona 1999.

L. LIGIER, Il Sacramento dell` Eucaristía. Roma 1977.

SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas. BAC, Madrid 1991.

MAX THURIAN, La Eucaristía, Memorial del Señor. Sígueme, Salamanca 1967.

WALTHER EICHRODT, Teología del Antiguo Testamento. Cristiandad, Madrid 1975.

CAPÍTULO I

 EL DOMINGO CRISTIANO: ORIGEN E IMPORTANCIA

1.- SIN DOMINGO NO HAY CRISTIANISMO

El título completo que puse a una Hoja Parroquial hace más de cincuenta años fue este: Sin domingo no hay cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía y luego lo cambié: sin misa de domingo no hay cristianismo y expuse las razones que todos sabéis, porque este tema es frecuente en mis homilías y que paso a exponer un poco porque la Eucaristía dominical es para el pueblo cristiano la profesión de su fe y la celebración de su salvación.

            Por eso, disfruté mucho leyendo la Carta Apostólica que publicó el Papa Juan Pablo II sobre el DOMINGO: «DIES DOMINI». Yo hice un resumen breve para homilías y otro, pastoral y más amplio, para temas de los grupos parroquiales. Tomaré de ambos, pero antes quisiera decir lo que escribí en aquella Hoja Parroquial, tal cual, para que no pierda frescura.

            Sin domingo no hay cristianismo. El Domingo  nace de la Pascua. La Pascua es la Resurrección del Señor: fundamento de nuestra fe. El Domingo es la Pascua  semanal. La importancia que tiene el Triduo Pascual, -Jueves Santo, Viernes Santo y Pascua- en relación con el año litúrgico, la tiene el Domingo en relación al resto de la semana.

El domingo de Pascua de Resurrección es el primer domingo del año, la fiesta que da origen a todos los domingos y a todas las fiestas, el día más grande de la  historia, que recordamos y celebramos todos los domingos del año. Mirad cómo lo expresa el Vaticano II: La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón «día del Señor, o domingo».

            En este día los fieles deben reunirse a fín de que escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden  la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1P.1,3).

            Por esto, “ …el domingo es la fiesta primordial que debe    presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo  que sea también el día de alegría y de liberación del  trabajo... puesto que el domingo es el fundamento y el   núcleo del año litúrgico” (SC.106).

Aquí, en este texto, está toda la teología y espiritualidad del domingo. Jesús resucitó “el día primero de la semana”, esto es, el día siguiente al sábado, según el calendario judío; ese   día, por ser el más importante de su vida, se le llamó «día del Señor», en latín <dominica>, en español, domingo: ese es el día en que el Señor resucitó y celebró la Eucaristía con sus  discípulos, llenos de miedo, para animarles y fortalecerle en la fe.

A los ocho días volvió a aparecerse y celebró la Eucaristía y así varios domingos. Después subió al cielo y los Apóstoles y los cristianos siguieron llamándolo “día del Señor,” y celebrando la Eucaristía, como lo había hecho el Señor; y desde entonces celebramos la Eucaristía en el domingo: «Día en que Cristo resucitó y nos hizo partícipe de su resurrección», como rezamos en la Plegaria Eucarística II.

Es el Señor quién instituyó el domingo, no la Iglesia, y es Él quien quiere que todos sus discípulos nos reunamos en torno a Él para celebrar su pasión, muerte y resurrección mediante la Eucaristía, para hacer Iglesia, alimentar nuestras vidas con su presencia, con su palabra y con el pan de la vida eterna y dar las gracias y alabanzas y bendiciones a Dios por todas estas maravillas.

            La Eucaristía del domingo es el corazón de la Iglesia, es el cristianismo condensado, es Cristo compendiando en una acción sagrada toda su vida entregada y todos sus hechos salvadores, manifestando así su amor misericordioso a los hombres, por la sangre derramada y por su cuerpo entregado, aceptados por el Padre resucitándolo y poniéndole a su derecha en el cielo.

El domingo es la manifestación semanal, la parusía sacramental del mismo Jesús que se encarnó en el seno de María Virgen por el poder del Espíritu Santo, recorrió los caminos de Palestina predicando el reino de Dios y que con su pasión, muerte y resurrección se hace presente en cada Eucaristía, especialmente el domingo  renuevando el pacto y la alianza nueva y eterna de amor y de perdón del Padre Dios en favor de todos los hombres, liberándonos de todos nuestros pecados y esclavitudes y guiándonos con la palabra de la verdad.

            No debieran olvidar todo esto los que dicen ser católicos pero no practican su fe viviendo el domingo, porque su incoherencia e ignorancia quedaría superada si leyeran los evangelios y encontraran a Jesucristo resucitado celebrar la Eucaristía  con los apóstoles en su manifestación en el primer día de pascua, en el domingo primera de la historia, llamado así precisamente por esto. Creer es celebrar y dar gracias por la fe en el Resucitado, en el Viviente. Nosotros seguimos esta tradición santa, entregada por el Señor a los Apóstoles, reuniéndose en las casas y celebrando la Eucaristía cada ocho días. Y así, desde ellos, ha llegado hasta nosotros. Quien no celebra la Eucaristía el domingo no sabe de qué va el cristianismo, no es ni hace iglesia de Cristo y rompe el cuerpo de Cristo.

            Y luego seguía en esta hoja parroquial haciendo una referencia a los padres de niños de primera comunión, que piden el sacramento para sus hijos: Si tú pides el sacramento de la Eucaristía para tu hijo, debes entrar primero en tu corazón con honradez y ver si tienes fe en la Eucaristía, en Jesucristo presente y celebrante principal del sacramento que pides y si tú vives tu fe cristiana participando todos los domingos en la asamblea Santa del Señor, donde Él parte para todos el pan de la palabra y de la Eucaristía, entonces puedes con honradez pedir este sacramento.

            Si vosotros, queridos padres, no tuvierais esta fe y esta práctica, estoy seguro de que podéis ser personas buenas y honradas, pero no podéis pedir un sacramento, la Eucaristía, la primera comunión de vuestro hijo, sencillamente porque no creéis en ella y no la celebráis cada domingo y porque no debes iniciar a tu hijo en una forma de vivir el cristianismo, el amor a Cristo, que no es coherente y que le llevará a un cristianismo sociológico, vacío y muerto.

Si tú entregas a tu hijo a la parroquia para que le forme y prepare para la Primera Comunión, si vosotros, padres, no fueseis buscando sólo o principalmente la fiesta en lo que tiene de social y externo, los regalos, los banquetes... como si fuera una boda, si cuando tú llevas a tu hijo a la parroquia fueras buscando lo que debe ser, que tu hijo conozca y ame más a Jesucristo, especialmente en este sacramento, cosa que a veces ni lo buscáis ni pensáis siquiera.... entonces comprenderíais que la mejor catequesis y preparación es la Eucaristía del domingo para vosotros y para vuestros hijos. Ya sabéis lo que hago repetir continuamente a vuestros hijos: «si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas...» y esto es lo que está fallando ahora en las familias: los padres cristianos.

            Si un niño no ve rezar a sus padres, no los ve arrodillarse, no los ve en la iglesia los domingo en la Eucaristía, como su padre es el que más le quiere y desea para él lo mejor: el yudo, el inglés, el deporte, el ordenador... eso sí se lo busca y lo encuentra para él…, entonces, por lógica, la Eucaristía será abandonada en cuanto haga la Primera Comunión, por estas otras cosas más interesantes... que su padre practica.  Por eso, a los niños, desde el primer día de catequesis, les hago repetir y les explico una segunda afirmación que todos repiten muchas veces durante el año: «sin Eucaristía de domingo, no hay primera comunión», porque así lo hago en mi parroquia, de forma que los que no quieren o se van a los campos o fines de semana fuera... en mi parroquia no puedo prepararlos para un encuentro con el Señor que todos los domingos desprecian.  De aquí la tercera afirmación que repiten en Eucaristías y catequesis: «hacer la primera comunión es ser amigos de Jesús para siempre».La primera comunión no es un día, no es una fiesta, es el comienzo de una fiesta, de una amistad que debe durar toda la vida.

            Estas actitudes y comportamientos de los padres contrarios a la auténtica vida cristiana se convierten en un drama amargo y triste para los niños y para los sacerdotes, que tienen que educarlos en la verdadera fe de la Iglesia y por deber y conciencia deben exigir a los niños la Eucaristía del domingo como la mejor y principal forma de prepararse consciente y válidamente para la primera comunión.          

            El drama viene cuando los padres no practican ni quieren convertirse a la fe verdadera. Es la esquizofrenia: ¿como estar instruyendo a tu hijo en el misterio eucarístico, cómo decirle que Cristo es el Señor resucitado, el Dios infinito que nos ama y ha muerto por nosotros, para que tengamos vida buena y cristiana y para eso viene cada domingo y celebra la Eucaristía, alimentándonos con el evangelio y el pan de vida, para el cual se está preparando, y que Jesús le espera cada domingo y lo siente mucho si no está en Eucaristía con los otros niños para enseñarle cómo lo tienen que recibir y celebrar el día de su primera comunión ¿Cómo decirles que la Eucaristía del domingo es lo más grande de la Iglesia, lo que nos hace cristianos, discípulos y amigos de Jesús, nos hace su Iglesia, es el corazón de este cuerpo que somos todos, el centro y culmen y alimento de toda la vida cristiana y luego ve que sus padres no van a Eucaristía? ¿Cómo decirle al niño que estos dos o cuatro años de catequesis son para poder participar luego, como persona adulta para la Iglesia, en la Eucaristía de cada domingo que es el culmen y el centro de toda la vida cristiana y que sin Eucaristía de domingo no hay cristianismo si está viendo que sus padres no van a la Eucaristía los domingos? Repito: es la esquizofrenia religiosa, el desquiciamiento de toda su vida religiosa y el vacío de su vida cristiana. Así está la Iglesia en algunas épocas de su historia.

            “Eso no es comer la cena del Señor” habría que decir con S. Pablo. No se quejen luego de los regalos y de los trajes, porque esta forma de celebrar la Eucaristía es otro traje más llamativo, hecho a medida del consumismo de la fe. ¿Qué hacer? Pues lo que hizo Jesucristo, venir cada domingo y sentarse a la mesa con los que creen en Él y no se inventan una fe y un cristianismo a su medida consumista, y celebrar su muerte y resurrección, -su pascua-,  y en esta pascua ir poco a poco pasando a todos sus discípulos de la muerte a la vida nueva, del pecado a la gracia. Y como Jesucristo lo hizo y es el autor y garante de nuestra fe y de todos los sacramentos, no quiere cristianos sin domingo ni domingos  sin Eucaristía.

Así lo quiere Cristo: “Haced esto en memoria mía”; así lo sabemos y debemos predicarlo los sacerdotes y catequistas enviados para introducir en el misterio a los más pequeños del Reino, así debieran practicarlo los padres que piden el sacramento de la Eucaristía para sus hijos: «culmen y fuente de toda la vida cristiana»; ya me diréis qué vida cristiana en unos padres que no van a Eucaristía y en unos niños, que precisamente cuando se les está educando para el gran misterio de nuestra fe, ya están viendo y oyendo a sus padres que no hace falta ir a Eucaristía los domingos, que  harán la primera y última Comunión, y tan contentos sus padres con el consentimiento de  algunos hermanos sacerdotes que lo consienten...

 Sin Eucaristía de domingo todo lo demás es perder tiempo y traicionar el evangelio. Y el exigirlo es cooperar a que la Iglesia sea lo que Cristo quiere y para lo cual la instituyó y se encarnó y murió y resucitó. Que luego los niños y niñas dejan de venir a Eucaristía, porque sólo nos quedamos con aquellos cuyos padres practican, pues lo lamentamos y seguiremos rezando y trabajando en esta línea, pero serán menos, ya que algunos padres se van reenganchado y vuelven a la práctica dominical, y de todas formas habremos cumplido nuestra misión y el Señor hará lo que nosotros no podemos: hay que hacer lo que se pueda y lo que no, se compra hecho, esto es, se reza, se pide con lágrimas y todos los días ante el Señor por estos niños y por estos padres.

            He hablado de los niños y niñas de Primera Comunión y de sus padres y madres, porque las razones y los motivos son los mismos para todos los creyentes. Lo especifico más en ellos, para que se vea el origen, ya desde el principio, de la falta de estima por la Eucaristía en los cristianos, precisamente en el momento de iniciarse para el gran sacramento. Quiero terminar este apartado con un texto de Juan Pablo II en la carta que paso a exponer a continuación: «La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad... A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Eucaristía dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Eucaristía, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto”.

 2.  CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II DIES DOMINI SOBRE LA SANTIFICACIÓN DEL DOMINGO.

Trataré de poner lo que considero más importante de esta Carta y lo haré siguiendo los capítulos y enumeración de la misma para mayor claridad y por si algún lector quiere ampliar estos apuntes con su lectura completa. Empiezo:

1.- EL DÍA DEL SEÑOR -como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es laPascua de la semana, en la que se  celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en Él de la primera creación y el inicio de la “nueva creación” (cf 2Cor 5,17). Es el eco del gozo, primero titubeante y después arrebatador, que los apóstoles experimentaron la tarde de aquel mismo día, cuando fueron visitados por Jesús resucitado y recibieron el don de su paz y de su Espíritu (cf Jn 20,19-23).

2.- La resurrección de Jesús es el dato originario en el que se fundamenta la fe cristiana (cfr. 1Cor 15,14) Quienes han recibido la gracia de creer en el Señor resucitado pueden descubrir el significado de este día semanal con la emoción vibrante que hacia decir a San Jerónimo: “El domingo es el día de la resurrección; es el día de los cristianos; es nuestro día”.

3.- Su importancia fundamental, reconocida siempre en los dos mil años de historia, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón “día del Señor” o “domingo» (SC 106).

6.- ...Actuando así nos situamos en la perenne tradición de la Iglesia, recordada firmemente por el concilio Vaticano II al enseñar que, en el domingo, «los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (cf 1Pe 1,3).

CAPITULO I

DIES   DOMINI

CELEBRACIÓN DE LA OBRA DEL CREADOR.

“Por medio de la Palabra se hizo todo” (Jn 1,3)

  8.- En la experiencia cristiana el domingo es ...la celebración de la “nueva creación”. El Verbo... gracias a su misterio de Hijo eterno del Padre, es origen y fin del universo. Lo afirma Juan en el prólogo de su Evangelio:“Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de los que se ha hecho”

El “shabbat”: gozoso descanso del Creador.

11.- Si en la primera página del Génesis es ejemplar para el hombre el <trabajo> de Dios, lo es también su <descanso>. “Concluyó en el séptimo día su trabajo” (Gén 2,2). Aquí tenemos también un antropomorfismo lleno de un fecundo mensaje. En efecto, el <descanso> de Dios no puede interpretarse banalmente como una especie de <inactividad> de Dios. El acto creador que está en la base del mundo es permanente por su naturaleza y Dios nunca cesa de actuar... El descanso divino del séptimo día no se refiere a un Dios inactivo, sino que subraya la plenitud de la realización llevada a término y expresa el descanso de Dios frente a un trabajo “bien hecho” (Gén 1,31), salido de sus manos para dirigir al mismouna mirada llena de gozosa complacencia: una mirada <contemplativa>, que ya no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo realizado; una mirada sobre las cosas, pero de modo particular sobre el hombre, vértice de la creación.

  14.- El día del descanso es tal ante todo porque es el día <bendecido> y <santificado> por Dios, o sea, separado de los otros días para ser, entre todos, el «día del Señor».

15.- En realidad, toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como alabanza y agradecimiento al Creador. Pero la relación del hombre con Dios necesita también momentos de oración explícita, en los que dicha relación se convierte en diálogo intenso, que implica todas las dimensiones de la persona. El «día del Señor» es, por excelencia, el día de esta relación, en la que el hombre eleva a Dios su canto, haciéndose voz de toda la creación.

Del sábado al domingo

18.- En efecto, el misterio pascual es la revelación plena del misterio de los orígenes, el vértice de la historia de la salvación y la anticipación del fin escatológico del mundo. Lo que Dios obró en la creación y lo que hizo por su pueblo en el Éxodo encontró en la muerte y resurrección de Cristo su cumplimiento... A la luz de este misterio, el sentido del precepto veterotestamentario sobre el día del Señor es recuperado, integrado y revelado plenamente en la gloria que brilla en el rostro de Cristo resucitado (cf Cor 4,5). Del <sábado> se pasa al «primer día después del sábado»; del séptimo día al primer día: el “dies Domini”  se convierte en “el dies Christi”.

CAPÍTULO  II

DIES   CHRISTI

EL DÍA DEL SEÑOR RESUCITADO Y EL DON DEL   ESPÍRITU

 La Pascua semanal

19.- «Celebramos el domingo por la venerable resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, no sólo en la Pascua, sino cada semana»: así escribía, a principios del siglo V, el papa Inocencio I, testimoniando una práctica consolidada que se había ido desarrollando desde los primeros años después de la resurrección del Señor. San Basilio habla del «santo domingo, honrado por la resurrección del Señor, primicia de todos los demás días». San Agustín llama al domingo «sacramento de la Pascua».

            Esta profunda relación del domingo con la resurrección del Señor es puesta de relieve con fuerza por todas las Iglesias, tanto en Occidente como en Oriente. En la tradición de las Iglesias orientales, en particular, cada domingo, es la “anastásimos heméra”, el día de la resurrección, y precisamente por ello es el centro de todo el culto.

20.- Según el concorde testimonio evangélico, la resurrección de Jesucristo de entre los muertos tuvo lugar“el primer día después del sábado” (Mc16,2.9; Lc24,1; Jn 20,1). Aquel mismo día el Resucitado se manifestó a los dos discípulos de Emaús (cf Lc 24,13-35) y se apareció a los once apóstoles reunidos (cf Lc 24,36; Jn 20,19). Ocho días después -como testimonia el Evangelio de Juan (cf 20,26)- los discípulos estaban nuevamente reunidos cuando Jesús se les apareció y se hizo reconocer por Tomás, mostrándole las señales de la pasión. Era domingo el día de Pentecostés, primer día de la octava semana después de la pascua judía (cf Hech 2,1), cuando con la efusión del Espíritu Santo se cumplió la promesa hecha por Jesús a los apóstoles después de la resurrección (cf Lc 24,49; Hech 1,4-5). Fue el día del primer anuncio y de los primeros bautismos: Pedro proclamó a la multitud reunida que Cristo había resucitado y “los que acogieron su palabra fueron bautizados” (Hch 2,41). Fue la epifanía de la Iglesia, manifestada como pueblo en el que se congregan en unidad, más allá de toda diversidad, los hijos de Dios dispersos.

El primer día de la semana

21.-. Sobre esta base y desde los tiempos apostólicos, el primer día después del <sábado>, primero de la semana, comenzó a marcar el ritmo mismo de la vida de los discípulos de Cristo (cf 1Cor 16,2)... El libro del Apocalipsis testimonia la costumbre de llamar a este primer día de la semana el “día del Señor”. De hecho, ésta será una de las características que distinguirá a los cristianos respecto al mundo circundante. En efecto, cuando los cristianos decían «día del Señor», lo hacían dando a este término el pleno significado que deriva del mensaje pascual: “Cristo Jesús es Señor” (Flp 2,11; cf Hech2,36).

El día del don del Espíritu

28.- La luz de Cristo resucitado está íntimamente vinculada al <fuego> del Espíritu y ambas imágenes indican el sentido del domingo cristiano. Apareciéndose a los apóstoles la tarde de Pascua, Jesús sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23). La efusión del Espíritu fue el gran don del Resucitado a sus discípulos el domingo de Pascua. Era también domingo, cuando cincuenta días después de la resurrección, el Espíritu, como“viento impetuoso” y “fuego” (Hch 2,2-3), descendió con fuerza sobre los apóstoles reunidos con María... La «Pascua de la semana» se convierte así como en el «Pentecostés de la semana», donde los cristianos reviven la experiencia gozosa del encuentro de los apóstoles con el Resucitado, dejándose vivificar por el soplo de su Espíritu.

El día de la fe

Por todas estas dimensiones que lo caracterizan, el domingo es por excelencia el día de la fe. En él el Espíritu Santo, «memoria» viva de la Iglesia (cf Jn 14,26) hace la primera manifestación del Resucitado un acontecimiento que se renueva en el <hoy> de cada discípulo de Cristo. Sí, el domingo es el día de la fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical... prevé la profesión de la fe. El <Credo> recitado o cantado, pone de relieve el carácter bautismal y pascual del domingo... Acogiendo la Palabra y recibiendo el Cuerpo del Señor, contempla a Jesús resucitado, presente en los “santos signos” y confiesa con el apóstol Tomás “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

Un día irrenunciable

30.- Se comprende así por qué, incluso en el contexto de las dificultades de nuestro tiempo, la identidad de este día debe ser salvaguardada y sobre todo vivida profundamente... el día del Señor ha marcado la historia bimilenaria de la Iglesia. ¿Cómo se podría pensar que no continúe  caracterizando su futuro? En particular, la Iglesia se siente llamada a una nueva labor catequética y pastoral, para que ninguno, en las condiciones normales de vida, se vea privado del flujo abundante de gracia que lleva consigo la celebración del día del Señor.

CAPÍTULO III

DIES   ECCLESIAE

LA ASAMBLEA EUCARÍSTICA, CENTRO DEL DOMINGO.

La presencia del Resucitado

31.- “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Esta promesa de Cristo sigue siendo escuchada en la Iglesia como secreto fecundo de su vida y fuente de su esperanza. Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del resucitado en medio de los suyos.

            Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón la muerte y la resurrección de Cristo. En efecto no han sido salvados sólo individuamente sino como miembros del Cuerpo místico. Por eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado, el cual ofreció su vida“para reunir en uno a los Hijos de Dios que estaban  dispersos” (Jn 11,52).

            En la asamblea de los discípulos de Cristo se perpetúa en el tiempo la imagen de la primera comunidad cristiana, descrita como modelo por Lucas en los Hechos de los Apóstoles, cuando relata que los primeros bautizados “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42).

La asamblea eucarística

32.-. Esta realidad de la vida eclesial tiene en la Eucaristía no sólo una fuerza expresiva especial, sino su “fuente”. La Eucaristía nutre y modela a la Iglesia...

33. En efecto, precisamente en la Eucaristía dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos (cf Jn 20,19). Al volver Cristo entre ellos “ochos días más tarde” (Jn 20,26), se ve prefigurada en su origen la costumbre de la comunidad cristiana de reunirse cada octavo día, en el “día del Señor” o domingo, para profesar la fe en su resurrección y recoger los frutos. Esta íntima relación entre manifestación del Resucitado y la Eucaristía es sugerida por el Evangelio de Lucas en la narración sobre los dos discípulos de Emaús, a los que acompañó Cristo mismo, guiándolos hacia la comprensión de la Palabra y sentándose después a la mesa con ellos, que lo reconocieron cuando “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando” (24,30. Los gestos de Jesús en este relato son los mismos que Él hizo en la Última Cena, con una clara alusión a la “fracción del pan”, nombre dado a la Eucaristía en la época apostólica.

La Eucaristía dominical

34.- La Eucaristía dominical, sin embargo, con la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad que la caracterizan, precisamente porque se celebra “el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”, subraya con nuevo énfasis la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las otras celebraciones  eucarísticas. Cada comunidad, al reunir a todos sus miembros para la “fracción del pan”, se siente como el lugar en el que se realiza concretamente el misterio de la Iglesia... implorando al Padre que se acuerde “de la Iglesia extendida por toda la tierra”.

El día de la Iglesia

35.- El dies Domini se manifiesta así también como dies Ecclesiae. Se comprende entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser particularmente destacada a nivel pastoral. Como he tenido oportunidad de recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia «ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía» para «fomentar el sentido de la comunidad eclesial, que se manifiesta y alimenta especialmente en la celebración comunitaria del domingo, sea en torno al obispo, especialmente en la catedral, sea en la asamblea parroquial, cuyo pastor hace las veces del obispo».

36 La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad... A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Eucaristía dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Eucaristía, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto. A ello contribuirá también, cuando las circunstancias lo aconsejen, la celebración de Eucaristías para niños, según las varias modalidades previstas por las normas litúrgicas... En domingo, día de la asamblea no se han de fomentar las Eucaristías de grupos pequeños...

La mesa de la Palabra

39.- En la asamblea dominical, como en cada celebración eucarística, el encuentro con el Resucitado se realiza mediante la participación en la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida. La primera continúa ofreciendo la comprensión de la historia de la salvación y, particularmente, la del misterio pascual. En la segunda se hace real, sustancial y duradera la presencia del Señor Resucitado a través del memorial de su pasión y resurrección, y se ofrece el pan de vida y de la gloria futura.

El concilio Vaticano II ha recordado que «liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único acto de culto...» Naturalmente se confía mucho en la responsabilidad de quienes ejercen el ministerio de la Palabra.

La mesa del Cuerpo de Cristo

42.- En efecto, la Eucaristía es la viva actualización del sacrificio de la Cruz.Bajo las especies de pan y de vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz... «En la Eucaristía el sacrifico de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo».

Banquete pascual y encuentro fraterno

 44.- Este aspecto comunitario se manifiesta especialmente en el carácter de banquete pascual propio de la Eucaristía, en la cual Cristo mismo se hace alimento. En efecto, «Cristo entregó a la Iglesia este sacrificio para que los fieles participen de Él tanto espiritualmente por la fe y la caridad como sacramentalmente por el banquete de la sagrada comunión. Y la participación en la cena del Señor es siempre comunión con Cristo que se ofrece en sacrificio al Padre por nosotros. Por eso la Iglesia recomienda a los fieles comulgar... cuando estén en las debidas condiciones... particularmente insistente con ocasión de la Eucaristía del domingo y de los otros días festivos». Es importante, además, que se tenga conciencia clara de la íntima vinculación entre la comunión con Cristo y la comunión con los hermanos.

 De la Eucaristía a la “misión”

45.- Al recibir el pan de vida, los discípulos de Cristo se disponen a afrontar, con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu, los cometidos que les esperan en su vida ordinaria.

El precepto dominical

46.- Al ser la Eucaristía el verdadero centro del domingo, se comprende por qué, desde los primeros siglos, los Pastores no han dejado de recordar a sus fieles la necesidad de participar en la asamblea litúrgica. «Dejad todo en el día del Señor -dice, por ejemplo, el tratado del siglo III titulado Didascalia de los Apóstoles- y corred con diligencia a vuestras asambleas, porque es vuestra alabanza a Dios. Pues, ¿qué disculpa tendrán ante Dios aquellos que no se reúnen en el día del Señor para escuchar la palabra de vida y nutrirse con el alimento divino que es eterno?»  «...fueron muchos los cristianos valerosos que aceptaron la muerte con tal de no faltar a la Eucaristía dominical”. Es el caso de los mártires de Abitinia, en África proconsular, que respondieron a sus acusadores: “Sin temor alguno hemos celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley»; «nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor».

47.- La Iglesia no ha cesado de afirmar esta obligación de conciencia, basada en una exigencia interior que los cristianos de los primeros siglos sentían con tanta fuerza, aunque al principio no se consideró necesario prescribirla. Sólo más tarde, ante la tibieza y negligencia de algunos, ha debido explicitar el deber de participar en la Eucaristía dominical.

48.- Corresponde de manera particular a los obispos preocuparse de que el «domingo sea reconocido por todos los fieles, santificado y celebrado como verdadero <día del Señor>, en el que la Iglesia se reúne para renovar el recuerdo de su misterio pascual con la escucha de la Palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo».

Celebración animosa y animada por el canto

50.- A este respecto, es importante prestar atención al canto de la asamblea, porque es particularmente adecuado para expresar la alegría del corazón, pone de relieve la solemnidad y favorece la participación de la única fe y del mismo amor. Por ello, se debe favorecer su calidad, tanto por lo que se refiera a los textos como a la melodía... digno de la tradición eclesial, que tiene, en materia de música sacra, un patrimonio de valor inestimable.

CAPÍTULO  IV

DIES HOMINIS

EL DOMINGO DÍA DE LA ALEGRÍA, DESCANSO Y SOLIDARIDAD.

55.- San Agustín, haciéndose intérprete de la extendida conciencia eclesial, pone de relieve el carácter de alegría de la Pascua semanal: «Se dejan de lado los ayunos y se ora estando de pie como signo de la resurrección; por esto todos los domingos se canta el aleluya».

La observancia del sábado

63.- Cristo vino a realizar un nuevo <éxodo>, a dar la libertad a los oprimidos... Así se entiende por qué los cristianos, anunciadores de la liberación realizada por la sangre de Cristo, se sintieron autorizados a trasladar el sentido del sábado al día de la resurrección. En efecto, la Pascua de Cristo ha liberado al hombre de una esclavitud mucho más radical de la que pesaba sobre un pueblo oprimido: la esclavitud del pecado, que aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí mismo y de los demás, poniendo siempre en la historia nuevas semillas de maldad y de violencia.

Día de solidaridad

69.- El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado.

70.- De hecho, desde los tiempos apostólicos, la reunión dominical fue para los cristianos un momento para compartir fraternalmente con los más pobres.... Es más que nunca importante escuchar las severas exhortaciones de Pablo a la comunidad de Corinto, culpable de haber humillado a los pobres en el ágape fraterno que acompañaba a la «cena del Señor»:“Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O en tan poco tenéis la Iglesia de Dios, y así avergonzáis a los que no tienen?” (1Cor 11,20-22).

73.- Vivido así, no sólo la Eucaristía dominical sino todo el domingo se convierte en una gran escuela de caridad, de justicia y de paz. La presencia del Resucitado en medio de los suyos se convierte en proyecto de solidaridad, urgencia de renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de pecado en las que los individuos, las comunidades.

CAPÍTULO V

DIES DIERUM

EL DOMINGO FIESTA PRIMORDIAL REVELADORA DEL SENTIDO DEL TIEMPO.

Cristo Alfa y Omega del tiempo

74.- En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la «plenitud de los tiempos» de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y resurrección, para de este modo encontrarse de nuevo en la «plenitud de los tiempos».

75.- Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que se recuerda y se hace presente el día en el cual Cristo resucitó de entre los muertos, es también el día que revela el sentido del tiempo. El domingo prefigura el día final, el de la “Parusía”, anticipada ya de alguna manera en el acontecimiento de la Resurrección.

El domingo en el año litúrgico

76.- Si el día del Señor, con su ritmo semanal, está enraizado en la tradición más antigua de la Iglesia y es de vital importancia para el cristiano, no ha tardado en implantarse otro ritmo: el ciclo anual. Desde el siglo II, la celebración por parte de los cristianos de la Pascua anual, junto con la de la Pascua semanal, ha permitido dar mayor espacio a la meditación del misterio de Cristo muerto y resucitado. Vinculada íntimamente con el misterio pascual, adquiere un relieve especial la solemnidad de Pentecostés, en la que se celebra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos con María, y el comienzo de la misión hacia todos los pueblos.

77.- Esta lógica conmemorativa ha guiado la estructuración de todo el año litúrgico. Como recuerda el concilio Vaticano II, la Iglesia ha querido distribuir en el curso del año “todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor. Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación”.

78.- Asimismo, «en la celebración de este ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con su vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo».

                                   CONCLUSIÓN

81 Grande es ciertamente la riqueza espiritual y pastoral del domingo, tal como la tradición nos lo ha transmitido. El domingo, considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirla bien. Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical.

Si en la Eucaristía se realiza la plenitud del culto que los hombres deben a Dios y que no se puede comparar con ninguna otra experiencia religiosa, esto se manifiesta con eficacia particular precisamente en la reunión dominical de toda la comunidad, obediente a la voz del Resucitado que la convoca, para darle la luz de su Palabra y el alimento de su Cuerpo como fuente sacramental perenne de redención. La gracia que mana de esta fuente renueva a los hombres, la vida y la historia.

83.- Descubierto y vivido así, el domingo es como el alma de los otros días, y en este sentido se puede recordar la reflexión de Orígenes según el cual el cristiano perfecto «está siempre en el día del Señor, celebra siempre el domingo». El domingo es una auténtica escuela, un itinerario permanente de pedagogía eclesial.

84.- Y de domingo en domingo, la comunidad cristiana iluminada por Cristo camina hacia el domingo sin fin de la Jerusalén celestial, cuando se completará en todas sus facetas la mística Ciudad de Dios, que “no necesita ni del sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23).

85.- En esta tensión hacia la meta la Iglesia es sostenida y animada por el Espíritu. Él despierta su memoria y actualiza para cada generación de creyentes el acontecimiento de la Resurrección.

86.- Encomiendo la viva acogida de esta Carta apostólica, por parte de la comunidad cristiana, a la intercesión de la santísima Virgen. Ella, sin quitar nada al papel central de Cristo y de su Espíritu, está presente en cada domingo de la Iglesia. Lo requiere el mismo misterio de Cristo: en efecto, ¿cómo podría ella, que es laMater Domini y lamater Ecclesiae, no estar presente por un título especial, el día que es a la vez Dies Domini y Dies Ecclesiae?

Hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cfr Lc 2,19).  Con María, los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magnificat que cantan el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad.

87.- El domingo, con su solemnidad ordinaria, seguirá marcando el tiempo de la peregrinación de la Iglesia hasta el domingo sin ocaso. Esto producirá sus frutos en las comunidades cristianas y ejercerá benéficos influjos en toda sociedad civil. Que los hombres y las mujeres del tercer milenio, encontrándose con la Iglesia que cada domingo celebra gozosamente el misterio del que fluye toda su vida, puedan encontrar también al mismo Cristo Resucitado. Y que su discípulos renovándose constantemente en el memorial semana de la Pascua, sean anunciadores cada vez más creíbles del Evangelio y constructores activos de la civilización del amor.

CAPÍTULO II

 LA EUCARISTÍA COMO MISA-SACRIFICIO

2. 1.    «ÉSTE ES EL MISTERIO DE NUESTRA FE»

Así proclamamos solemnemente a la Eucaristía después de la Consagración. Este grito aclamatorio es una invitación a orar, a pedir luz y gracia al Espíritu Santo, para comprender un poco la teología del misterio eucarístico. Sólo la fe iluminada y el amor encendido nos pueden poner en contacto con esta realidad en llamas que es Cristo resucitado y glorioso, celebrando para todos nosotros su triunfo sobre el pecado y la muerte que nos separaba de Dios y vencidos por su pasión, muerte y resurrección en la Eucaristía, en la que los presencializa sobre el altar y los ofrece al Padre por amor extremo, dando la vida en sacrificio, haciendo la Nueva y Eterna Alianza con Dios en su “cuerpo entregado y su sangre derramada”.

            La Eucaristía habría que estudiarla de rodillas, habría que celebrarla de rodillas, como yo sorprendí un día a una de mis feligresas que llevaba la comunión a los enfermos: me la encontré por la calle, la acompañé y me encontré con la sorpresa; me aclaró que los sacerdotes deben hacerlo de pie pero los seglares de rodillas, porque así lo hicieron Magdalena y aquella pecadora del banquete de Mateo... porque es Cristo en persona. Desde el convencimiento de que es y seguirá siendo un misterio, de que nos quedan muchos aspectos y realidades por captar y descubrir, vamos a decir algo de la Eucaristía como Eucaristía, como sacrificio desde la teología católica.

            Creer en la Eucaristía es creer en todo el evangelio, en Cristo entero y completo, en el Credo completo. Toda la teología católica está compendiada en la Eucaristía y puesta en acción: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros... tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros, para el perdón de los pecados...”

            La celebración de la Eucaristía ha sido deseada por el mismo Jesús y entregada a la Iglesia. La víspera de la Pasión, mientras estaba a la mesa con sus discípulos, quiso que participaran vitalmente de su Pascua: en el atardecer tenso del Cenáculo, las palabras del Señor han sonado firmes y vibrantes. ¿Qué lengua de hombre o de ángel podrá comprender y alabar el designio, el misterio de amor de Cristo al instituir la Eucaristía? ¿Cómo no asombrarse del hecho de que Aquel, que es Dios, se ofrezca como alimento y bebida a quienes son sus mismas criaturas? Tanto abajamiento y humildad nos confunden. Nadie será capaz de explicar lo que ocurrió aquel primer Jueves Santo de la historia, lo que sigue ocurriendo cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración sobre un poco de pan y de vino. Sólo hay una palabra que lo toca un poco y manifiesta su asombro: «Mysterium fidei».

            La liturgia copta es más expresiva que la romana:   «Amén, es verdad, nosotros lo creemos. Creo, creo, hasta expirar mi último aliento confesaré que esto es el Cuerpo dador de vida de tu Unigénito Hijo, de nuestro Señor y Dios, de nuestro Salvador Jesucristo. El cuerpo que recibió de la Virgen María, Señora y Reina nuestra, la Madre purísima de Dios. A su divinidad unió Dios ese cuerpo, sin mezcla, confusión o cambio. Creo que la divinidad no ha estado separada ni por un momento de su humanidad. Él es quien se dió por nosotros en perdón de los pecados para traernos la vida y salvación eternas. Creo, creo, creo que todas estas cosas son así».

            Y la verdad, hermanos, que para el hombre creyente no son posibles otras palabras. La Iglesia, en los Apóstoles, recibió el tesoro, los gestos, las palabras: “Haced esto en memoria mía”, pero no posee una plena explicación y comprensión del misterio, que ha de ser tocado y aceptado y poseído sólo por la fe: “Misterio de fe”.

            El apóstol Juan, que en la Última Cena ocupó el lugar inmediato a Jesús, apoyado sobre su corazón, quedó  marcado para siempre por la experiencia de esta hora. Lo que él vivió en aquellos momentos lo expresó en estas palabras: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de sus fuerzas, hasta el extremo de su amor y de su vida, hasta el extremo del tiempo.         La Eucaristía, todo lo que ella contiene y significa es Amor infinito del Amado, de Jesucristo, al Padre y a los suyos. Es un hecho divino. Trasciende nuestras categorías humanas. Para captar y comprenderla un poco hay que captar y vivir otras verdades.

Hay que creer en Jesucristo, verdadero Dios, verdadero hombre y en todo lo que va desde su Encarnación hasta su muerte y resurrección porque la Eucaristía es creer y aceptar a Cristo entero y completo; la Eucaristía debe ser entendida desde el contexto de un Dios que me ama eternamente y no quiere vivir sin mí, que ha pronunciado mi nombre desde toda la eternidad y me ha dado la existencia para compartir conmigo una eternidad de gozo y amistad; que ha enviado a su propio Hijo para decirme todo en su Palabra, llena de Amor, de Espíritu Santo, y no sólo me ha  preferido a millones y millones de seres que no existirán y si yo existo es porque Él me ama, sino que me ha preferido a su propio Hijo, parece una blasfemia, pero es verdad, ahí están los hechos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él...”; el Padre ha hecho a su Hijo Amado carne del sacrificio redentor y de la Alianza  con el Dios Trino y Uno, alimento de vida divina, de resurrección y  vida eterna para todos los hombres. 

Por todo esto, la Eucaristía no es sólo el compendio de la fe, es también el compendio de todo el amor de Dios Trinidad a los hombres, de todo el amor que el Padre manifestó y proyectó para los hombres por su Hijo, y de todo el amor que el Hijo manifestó y realizó en obediencia y adoración al Padre, con amor extremo de Espíritu Santo,  hasta dar la vida, como víctima de la Nueva Alianza con los hombres.

La Eucaristía compendia todo el Amor Personal, Espíritu Santo, del Padre y del Hijo a los hombres. Se llama Eucaristía porque Cristo la instituyó en acción de gracias, dando alabanzas al Padre por todos los beneficios de la Redención concedidos y aceptados plenamente por el Padre mediante la resurrección y la vida nueva de plenitud filial realizados proféticamente en la Última Cena y consumados cruentamente el Viernes Santo y que ahora hacemos presente en cada Eucaristía.

            Dice el Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, 47: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, vínculo de caridad, banquete pascual: en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera».

            Antes dije que la  Eucaristía compendia toda la vida   de Cristo, toda la teología católica. Quisiera ahora  recordar algunas cosas, siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica. Quiero recordar que en la Eucaristía Cristo ofrece toda su vida al Padre y está presente todo entero y toda entera porque toda ella fue una ofrenda al Padre desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos.

El Hijo de Dios“ha bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la voluntad del que le ha enviado” (Jn 6,38), “al entrar en el mundo, dice... He aquí que vengo para hacer tu voluntad.. En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Cristo” (Hbr 10,5-10). Desde el primer instante de su Encarnación, el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora:“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 12, 34).

            Este deseo de aceptar este designio de amor en obediencia al Padre anima toda su vida porque vino para ser ofrenda del sacrificio redentor: “El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14,31). Y cuando llega su hora, la hora asignada por el Padre, dice:“Padre, líbrame de esta hora, pero si para esta hora he venido” (Jn 12,27). “El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?(Jn 18,11). “Todo se ha cumplido”, dice en la cruz. Toda la vida de Cristo expresa su misión: “servir y dar su vida en rescate por muchos”. Jesús, al aceptar libremente en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1), “porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Y todo esto lo hizo presente y memorial en la Última Cena al decir: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros... esta es mi sangre que va a ser derramada por muchos..”

            El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la  Cena al ofrecerse a sí mismo, lo acepta a continuación de  manos del Padre en su agonía de Getsemaní, haciéndose obediente hasta la muerte. Jesús ora: “Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz…”(Mt 26,39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Pero al aceptar la voluntad del Padre, la muerte de Cristo es a la vez sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva, mediante el pacto de amistad o Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres por medio del “Cordero que quita el pecado del mundo” (cfr 1Cor. 11,25), que devuelve al hombre la comunión con Dios reconciliándole con Él “por la sangre derramada por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,28).  

            El “amor hasta el extremo” (Jn 13,1) es el que confiere valor de redención y reparación, de expiación y satisfacción al sacrificio de Cristo. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas y le constituye cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos. Ningún hombre, aunque fuese el más santo, estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. Y el Padre, resucitándolo para Él y para nosotros, demuestra que acepta el sacrificio de la Nueva Alianza en su sangre, que ya estamos salvados y que es verdad todo lo que dijo e hizo.

            Cristo había salido de Dios y a Dios volvía en la Nueva Pascua, una vez realizado el pacto o la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, que presencializamos en cada Eucaristía. Por eso la Eucaristía es la Nueva y Definitiva Pascua y Alianza.

2. 2. LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA NUEVA PASCUA Y NUEVA ALIANZA EN CRISTO

Jesucristo es Dios hecho hombre, es la Revelación del Misterio de Dios en carne como la nuestra, es la realización del proyecto del Dios Trino en el Hijo, nacido de mujer por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, que es una encarnación continuada, es el resumen de todo este misterio de Dios revelado en Jesucristo, es el compendio sacramental de todo el misterio de Cristo y de la Historia de la Salvación.

Como nos dice el Catecismo de la Iglesia: «La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama: Eucaristía, porque es acción de gracias a Dios... Banquete del Señor, porque se trata la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión... Fracción del pan… Asamblea eucarística... Memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo, Santo Sacrificio... Santa y divina liturgia... Comunión... Santa Eucaristía...» (1328-1332).

            El misterio redentor de Cristo, inaugurado en el seno de la Virgen y manifestado plenamente en la cruz, penetra toda la historia y consagra la humanidad de una generación a otra. Verdaderamente la Pascua de Jesús es un hecho  histórico de eficacia perenne: cada vez que celebramos la Eucaristía  obtenemos la gracia de la redención que brota de la muerte y resurrección del Señor hasta que vuelva. De hecho, da testimonio de que Dios está con nosotros, que para nosotros y para todos: «en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, sigue ofreciéndose a la humanidad como fuente de gracia divina» (Prefacio II de Navidad).

            El misterio pascual nace en el corazón del Padre, que envía a su Hijo hecho obediente hasta la muerte y es resucitado por el Espíritu para nuestra justificación: la Eucaristía es obra de toda la Trinidad. La Eucaristía es la  Nueva Pascua instituida por Jesús en la Última Cena como memorial de su pasión, muerte y resurrección y dejada como memorial a su Iglesia: «Por eso, Señor, nosotros tus  siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la pasión gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación» (Plegaria I).

            La Pascua cristiana tiene su anticipo e imagen en la pascua hebrea. Es en el Antiguo Testamento, como hemos dicho, donde encontramos figuras y hechos, que la hacen más comprensible y que sirven de anticipo y marco al misterio eucarístico instituido por Cristo. MAX THURIAN[1] nos dirá, «que la Eucaristía sólo puede comprenderse en su significado profundo, si se la explica por la tradición litúrgica del Antiguo Testamento. Si se interpretase la comida eucarística, como un acto nuevo y totalmente independiente, no llegaríamos a sus raíces más profundas».

            Esto se comprueba cuando uno se adentra en el mundo espiritual propio del Nuevo Testamento. Toda la vida de Cristo, todos sus dichos y hechos salvadores no se pueden comprender en profundidad si se desconoce el mundo y los hechos salvadores del Antiguo Testamento. La irrupción del reinado de Dios en esta tierra abarca indisolublemente los dos mundos tan distintos al exterior como son el del Viejo y el del Nuevo Testamento.

Por eso, toda la tradición apostólica, patrística y eclesial ha relacionado siempre la Eucaristía con figuras e instituciones del Antiguo Testamento: Pascua, Alianza, Memorial... y ésta es la razón por la que comenzamos nuestra exposición con el estudio breve de estas tres realidades veterotestamentarias que le dan pié y fundamento, aunque superadas lógicamente por la realidad misma de la Eucaristía. 

            Nosotros queremos explicar fundamentalmente la santa Eucaristía tal como fue instituida por Cristo en la Última Cena, esto es, como Nueva Pascua y Nueva Alianza; así la realizó el Señor y así nos mandó celebrarla en su nombre y así la ha celebrado siempre la Iglesia, como memorial de la Nueva Pascua y de la Nueva Alianza en Cristo. Y los haremos este estudio desde una mirada y una teología eminentemente bíblica y espiritual.

Lo hago convencido de la importancia que la espiritualidad tiene para la comprensión de la verdad teológicamente estudiada, no sólo para su vivencia. «La Iglesia se ha sentido siempre apasionada por una Eucaristía comprendida, y su búsqueda, que prosigue desde hace siglos, no acabará mañana, ya que por muy penetrante que sea el pensamiento humano, no abarcará jamás la amplitud de este misterio»[2]. Para explicar mejor la Eucaristía como Pascua del Señor, podemos hacernos tres preguntas:

 Qué significó para el pueblo judío la Pascua y su celebración.

 Qué significó para Jesucristo.

 Qué debe significar para nosotros.

2.3- ANTIGUO TESTAMENTO: PASCUA HEBREA

2.3.1. EL SACRIFICIO Y LA CENA DEL CORDERO PASCUAL

La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la travesía del desierto, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial....La pascua judía, iniciada con la cena del cordero pascual y continuada con hechos extraordinarios como el maná, el agua viva brotada de la roca... es la institución veterotestamentaria que arroja más sentido y comprensión sobre el contenido, las palabras y los gestos de Cristo en la Última Cena.

            Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raíz, contexto y profecía. Diversos pasajes del Éxodo, en el capítulo 12, sobre todo, y del Deuteronomio, en el capítulo 16, nos dan a conocer elementos bien concretos del rito pascual que anticipan la Cena del Señor. La pascua es el banquete anual que el pueblo judío celebra en conmemoración de la liberación de Egipto y de los hechos que la acompañaron. Es el comienzo del éxodo, de la salida de la esclavitud, el comienzo singularísimo de la historia de Israel, en el que Yahvé interviene en favor de su pueblo cumpliendo las promesas de Abrahán, para establecer con ellos una alianza que sellará su existencia como pueblo elegido.

            “Yahvé dijo a Moisés y a Arón en tierra de Egipto: Este mes será para vosotros el comienzo del año, el mes primero del año. Hablad a toda la asamblea de Israel y decidles: El día diez de este mes tome cada uno según las casas paternas  una res menor por cada casa. Si la casa fuere menor de lo necesario para comer la res, tome a su vecino, al de la casa cercana, según el número de personas, computándolo para la res según lo que cada cual puede comer. La res será sin defecto, macho, primal, cordero o cabrito. La reservarás hasta el día catorce de este mes y toda la asamblea de Israel lo inmolará entre dos luces. Tomarán de su sangre y untarán los postes y el dintel de la casa donde se coma. Comerán la carne esa misma noche, la comerán asada al fuego, con panes ácimos y lechugas silvestres. No comerán nada de él crudo, ni cocido al agua; todo asado al fuego, cabeza, patas y entrañas. No dejaréis nada para el día siguiente; si algo quedare, lo quemaréis. Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies y el báculo en la mano y comiendo de prisa, es la Pascua de Yahvé. Esa noche pasaré yo por la tierra de Egipto y mataré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los animales, y castigaré a todos los dioses de Egipto. Yo, Yahvé. La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; yo veré la sangre y pasaré de largo, y no habrá para vosotros plaga mortal cuando yo hiera la tierra de Egipto. Este día será para vosotros memorable y lo celebraréis solemnemente en honor de Yahvé de generación en generación: será una fiesta a perpetuidad”  (Ex.12,1-14).

Es Pascua de Yahvé(v 11). La palabra pesah, (en los v.11,21,27,43,48) pasando por el arameo, ha llegado a ser en griego y en latínpascha, del verbo pesah... Podemos traducir saltar o pasar como se traduce ordinariamente este verbo: “pasar por” “pasar por encima de”... Por tanto, “este paso por encima” que exime y exceptúa a las viviendas de los Israelitas, tiene sentido de salvación. La explicación se dará más completamente en los versículos siguientes...

            Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan  preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: «Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía». 

En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia leemos estas palabras: «¡Oh misterio nuevo e inexpresable! La inmolación del cordero se convierte en salvación de Israel, la muerte del cordero en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ¿oh ángel, qué fue lo que te llenó de temor? Está claro: tú has visto el misterio del Señor cumpliéndose en el cordero, la vida del Señor en la inmolación del cordero, la figura del Señor en la muerte del cordero y por esto no has castigado a Israel»[3]. Y el PSEUDO HIPÓLITO exclama: «¿Cuál será la fuerza de la realidad cuando la simple figura de ella era causa de salvación?»[4]. Para los Padres y para la Iglesia está claro que desde la noche del éxodo Dios contemplaba ya la Eucaristía y pensaba en darnos el verdadero Cordero Salvador:“Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros y no habrá plaga exterminadora...” (Ex.12,13).

             Todo esto lo cree y lo reza la liturgia de la Iglesia en uno de sus prefacios pascuales, con mayor expresividad en su versión latina: «...pascha nostrum inmolatus est Christus: qui oblatione sui corporis, antiqua sacrificia in crucis  veritate perfecit, et seipsum pro nostra salute commendans, idem sacerdos, altare y agnus exhibuit... «Cristo, nuestra pascua, (cordero pascual) ha sido inmolado. Porque él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza y, ofreciéndose a sí mismo, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar».

            El Éxodo, pues, no es sólo el momento de partida, después de la cena del cordero, en aquella noche llena de acontecimientos, que dan fin a la esclavitud en Egipto sino que abarca también otros muchos hechos extraordinarios, mencionados anteriormente, que nos ayudan a comprender mejor el contenido del misterio eucarístico. Y si la Eucaristía contiene todo el misterio de Cristo, el éxodo pascual es el evangelio del AT y la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro.

            Así viene proclamado al comienzo del decálogo: “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de aquel lugar de esclavitud” (Ex. 20,2). Esto quedará por todos los siglos como el artículo fundamental del credo histórico de Israel: “Mi padre era un Arameo errante... Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros antepasados y el Señor escuchó nuestra voz y vio nuestra miseria, nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte  y brazo poderoso en medio de gran temor, señales y prodigios; nos condujo a este lugar y nos dio esta tierra, que mana leche y miel” (Deut. 26,5-10).

            Esta antiquísima fórmula, que acompañaba a la ofrenda sacrificial de las primicias, equivale a una profesión de fe (Deut. 17) y va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio banquete: “Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación”.

            MAX THURIAN verá una similitud litúrgica grande entre las dos alianzas por medio de la sangre: “Uno se siente inclinado a ver en este relato de la alianza del Sinaí un preliturgia cristiana: 1) Sacrificio en el que Moisés presenta a Dios la sangre de la alianza sobre el altar (5-6); 2) lectura por Moisés de la Palabra de Dios en el libro de la Alianza (7); Compromiso de obediencia por el pueblo en su responso (7b); comunicación de la sangre de la Alianza por Moisés al pueblo con las palabras: esta es la sangre de la Alianza...(8); De idéntico modo, en la nueva alianza, palabra y sacramento están estrechamente vinculados y la comunión con Dios implica obediencia a la palabra escuchada  y recepción del cuerpo y sangre de Cristo”[5].

            La alianza sinaítica  fue una etapa maravillosa de la historia de la salvación del pueblo de Dios; pero era sólo eso, una etapa, ya que la alianza de Dios había de extenderse a todos los pueblos. En los planes de Dios toda la humanidad había de formar parte de su Alianza definitiva por medio de la sangre de Cristo.

Por eso, cuando esta alianza sinaítica se rompe por la infidelidad del pueblo de Israel, Dios, por los profetas, promete una nueva y definitiva: “He aquí que vienen días (oráculo de Yahvé) en que yo pactaré con la casa de Israel y la casa de Judá, no como la alianza que hice con sus padres cuando, tomándolos de la mano, los saqué de la tierra de Egipto, pues ellos quebrantaron mi alianza y yo los rechacé -oráculo de Yahvé. Porque ésta será la alianza que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días, oráculo de Yahvé: Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo... Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados” (Jr.31, 31-34).

Todos estos hechos y profecías son implícitamente evocados por Jesús en la Última Cena, al mencionar su sangre, como sangre de la nueva alianza: “Bebed todos de él, porque ésta es la sangre de la alianza, que se derrama por muchos para el perdón de los pecados...”  (Mt. 26,27).

2.3.3 .LA PASCUA HEBREA COMO MEMORIAL: CELEBRACIÓN RITUAL

Memorial es un concepto bíblico fundamental en toda la vida de Israel y en particular en la celebración ritual de la Pascua. Asociado a un rito permanente que tiene como objeto recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y que se vuelven a poner ante los ojos de Yahvé, para que recordándolas, Dios renueve la salvación y la liberación concedidas a Israel: “Este día será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones”  (Ex.12, 14). “Dijo, pues, Moisés al pueblo. “Acordaos de este día en que salisteis de Egipto, de la casa de la servidumbre…” (Ex.13, 3-10).

En la celebración de la cena pascual, los padres tenían la obligación de dar una catequesis a los hijos más pequeños sobre el significado de aquella cena, que estaban celebrando y de sus ritos: “Cuando hayáis entrado en la tierra que el Señor os va a dar, como ha prometido, observaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: ¿qué significa este rito? responderéis: Es el sacrificio de la pascua en honor del Señor, que pasó de largo ante las casas de los israelitas de Egipto, cuando castigó a los egipcios y perdonó a nuestras familias”  (Ex.12, 25-27).

            El rito pascual celebrado de esta forma se convierte en una institución permanente, unido indisolublemente al hecho de la liberación de Egipto y es un memorial de toda la realidad del éxodo. El memorial pascual no era mera evocación y recuerdo subjetivo del pasado. Al hacer presente el rito, se quería recordar a Dios las maravillas realizadas antiguamente, para que las siguiera realizando en el presente, en favor de su pueblo. También servía para recordar al pueblo los compromisos contraídos con Dios por la Alianza, que ahora tenía que hacer actuales.

            En el lenguaje bíblico, los términos <acordarse> y <memoria> tienen un sentido más pleno que un simple recuerdo memorístico de un hecho pasado. Se podía referir tanto a Dios como al hombre. Que «Dios se acuerde de alguien» quiere decir que Dios obre en favor de él. Así en el Génesis 8,1: “Dios se acordó de Noé y de todos los animales que estaban en el arca”, expresa que Dios hizo cesar el diluvio teniendo en cuenta la promesa hecha a Noé. “Acuérdate de mí”, que tantas veces aparece en los salmos, indica que Dios tenga presente al hombre y lo salve de los peligros y dificultades. Cuando se refiere a hechos gloriosos y pasados entre Dios y el hombre, quiere decir que Dios renueve o haga activa la promesa o la realidad. En el cántico de Zacarías, que anuncia el comienzo de la era mesiánica, se pide a Dios que se acuerde de las promesas hechas en la Alianza[6].  

            Desde la Biblia, este sentido pasó a la liturgia y en el rito de la Pascua, la memoria o el recuerdo del nombre de Yahvé era inseparable de la misma, porque Dios había iniciado su intervención en favor de Israel revelando a Moisés su nombre “Yahvé” (Ex.3,14-15), que sería para siempre un memorial, esto es, el medio para invocar todos sus beneficios: “Éste es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación” (Ex.3,15).

            Por tanto, el rito memorial, por excelencia, del pueblo judío era el rito pascual. Esta memoria pascual, repetida periódicamente, provoca de una parte, el agradecimiento del pueblo a Dios por la salvación recibida, y por otra, en cuanto institución divina, obliga a Dios a <acordarse>, esto es, a revivir y renovar los prodigios hechos en favor de su pueblo, según las palabras del salmo 111,4-5: “Ha hecho maravillas memorables, el Señor es compasivo y misericordioso: Da alimento a los que le honran, acordándose siempre de su alianza”.

            La comprensión bíblica de la pascua como memorial es el sustrato que está en la base conceptual e institucional de las palabras de Jesús: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19; 1Cor 11, 24-25), que San Pablo comenta en concreto: “Así, pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga” (1Cor 11,26). La Eucaristía será para los creyentes en los siglos venideros el <memorial> de la obra redentora de Cristo. De esta forma, la categoría bíblica de <memorial>, fundiéndose con la categoría, también bíblica, del signo profético, del que  hablaremos enseguida, ayudan a comprender mejor la realidad de la Eucaristía, como memorial de la Pascua de Cristo.

            Quiero terminar este apartado añadiendo que la pascua judía no sólo era memorial de una liberación pasada que Dios hace presente, sino que después del exilio miraba cada vez más al futuro. Ello era debido a que los profetas contemplaban la venida de un  nuevo Moisés. Yahvé era la  garantía y la esperanza mesiánica en el futuro.

2.3.4 NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO, NUEVA PASCUA, NUEVA ALIANZA

Entramos ya en el Nuevo Testamento. La Eucaristía es una maravilla que podría parecer increíble si no estuviera garantizada por la transmisión fiel de los evangelios y de Pablo. Aquí están las bases de toda la comprensión del misterio eucarístico. Y lo primero será comprobar ciertamente que Cristo instituyó la Eucaristía en un contexto pascual, es más, la mayoría de los autores avalan que lo hizo en el marco de la cena pascual judía.

            Ateniéndonos a los sinópticos, Jesús celebró la Última Cena“el primer día de los Ázimos”, la noche del 14 al 15 de Nisán, al ocaso del sol; por consiguiente, fue una cena pascual judía y todos los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 14 al 15. Sin embargo, según el evangelio de Juan (Jn.13, 1. 29; 18, 28), Jesús muere el día 14, pues ese día los corderos eran inmolados en el templo y, puesto el sol, se comía la cena pascual. Según S. Juan, Jesús adelantó la cena veinticuatro horas y los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 13 al 14. Lógicamente se han dado intentos de armonización entre los sinópticos y Juan, pero no podemos detenernos mucho tiempo en este aspecto. En lo que no hay duda ni discusión alguna es que la última cena se celebró en un marco y contexto pascuales. Es más, para los sinópticos es totalmente cierto que la Última Cena fue la cena pascual judía y que en ella Cristo instituyó la Eucaristía. “El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” (Mc.14,12).

            Los días de los panes sin levadura eran siete y el primero empezaba la tarde del día 14. En aquella tarde, entre la hora 15 y la puesta del sol, debía de sacrificarse el cordero en el templo (Mt.26,17). Las expresiones de Jesús: “preparar la pascua” “comer la pascua” lo confirman: “¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”  (Mc.14,14).  Mateo subraya que las directrices del Maestro se siguieron fielmente: “Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua”  ( Mt.26,19).  No sólo el término usado «pascua» indica indudablemente la cena pascual, sino el cuidado particular, con que Jesús da las instrucciones, confirma la naturaleza pascual de la comida, corroborada por el mismo testimonio de Jesús: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer...”(Lc.22,15).

            Hay además una convergencia de detalles en la misma celebración de la cena que avalan esta afirmación explícita de los evangelios. JOAQUÍN JEREMÍAS lo demuestra con una incomparable finura de análisis y con una irrefutable abundancia de pruebas, que sólo un especialista puede elaborar gracias a su meticulosa precisión, a veces demasiado sutil, y a su extraordinario conocimiento de fuentes rabínicas. He aquí un resumen:

-- Se menciona que la Última Cena tuvo lugar en Jerusalén y sabemos que la fiesta de pascua desde el año 621 a. C. había dejado de ser una fiesta doméstica para convertirse en una fiesta de peregrinación a Jerusalén.

-- Se utiliza un local prestado (Mc.14,13-15), según la costumbre judía de ceder gratuitamente a los peregrinos ciertos locales.

-- Jesús come en esta ocasión con los Doce; la celebración de la pascua exigía la presencia, al menos, de diez personas.

-- Tiene lugar al atardecer y recostados sobre la mesa, como se hacía en aquel tiempo, y no sentados.

-- El hecho de que Jesús parta el pan durante la cena, “mientras comían” Mc.14,18-22),  es significativo,  pues en una comida ordinaria se partía al principio.

-- El vino rojo era el propio de la cena pascual.

-- El himno que se canta (Mc.14,26;Mt.26,30) era el himno Hallel, que se recitaba en la cena pascual.

-- Jesús anuncia durante la cena su pasión inminente y sabemos que la explicación de los elementos especiales de la comida era parte integrante del rito pascual.

-- Al añadir el tema del memorial:“Haced esto en memoria mía”, especifica que la cena se celebraba en el ambiente pascual, y el Maestro se ha servido de él para instituir el nuevo rito como memorial de su sacrificio[7]. No hay que maravillarse, por tanto, de que ya en el siglo IV, Efrén el Sirio, aludiendo a las notas de la cena pascual de Cristo, entonara esta bienaventuranza: “Dichosa eres tú, oh noche última, porque en ti se ha cumplido la noche de Egipto. El Señor nuestro en ti ha comido la pequeña pascua y se convierte el mismo en la gran Pascua... He aquí la pascua que pasa y la Pascua que no pasa. He aquí la figura y he aquí su cumplimiento” (Himnos sobre  los ázimos)[8].           

Para comprender mejor la institución de la Eucaristía como memorial de la Pascua de Cristo dentro de la pascua judía podríamos añadir el paralelismo entre los ritos de la pascua hebrea y los gestos de Jesús en esta noche:

-- El banquete se iniciaba con la bendición inicial: se llenaba el primer cáliz y, sobre él, el padre de familia, o el más anciano del grupo, recitaba la bendición o alabanza a Dios por la fiesta y todos bebían.

-- Después de lavarse las manos, se traían las hierbas o lechugas amargas y se mezclaban en la salsa. Se comía una parte. Entonces se traía el cordero con el pan ázimo, pero no se comía.

-- Se llenaba la segunda copa de vino y se explicaba el simbolismo de los alimentos: el cordero recordaba la liberación de Egipto; los ázimos, la prisa de la salida; las hierbas amargas, la amargura de Egipto.  Después se cantaba

la primera parte de Hallel (Salmo 112-113,8). Entonces todos  bebían.

-- Se lavaban de nuevo las manos y el padre de familia tomaba el pan y lo bendecía, lo partía y daba un trozo a cada uno de los presentes.

-- Después se comía el cordero con el pan ázimo y ya no se tomaba más alimento. Se lavaban de nuevo las manos.

-- Se llenaba luego la tercera copa, llamada de la bendición porque el padre recitaba la bendición sobre ella y se bebía.

-- Se llegaba así a la cuarta copa y se recitaba la segunda parte del Hallel (113,118). Se bebe esta copa y terminaba la cena pascual.

Este rito pascual fue seguido por Jesús en la Última Cena, como luego veremos.

2. 3. 5. LOS TEXTOS DE LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

Vamos a estudiar ahora los textos más antiguos que dan testimonio de la Eucaristía. Empezamos por el de Pablo en su carta a los Corintios.

EL TESTIMONIO DE PABLO

El testimonio más antiguo sobre la Eucaristía es el de San Pablo en su primera carta a los Corintios; la carta fue escrita en torno al año 56-57, siendo anterior a los evangelios. “Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban  a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros: Haced esto en memoria mía” (1Cor.11, 23-25).

El contenido de la acción de Jesús está perfectamente explicitado no solo por sus palabras sino también por sus gestos. El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, con un gesto profético anticipa el hecho de su muerte mediante el pan que se convierte en su cuerpo entregado por todos y repartido entre los apóstoles. El cuerpo ofrecido y la sangre derramada es la nueva alianza en su sangre, no en la del cordero. El es el nuevo cordero y la nueva alianza. Este es el significado esencial de esta cena pascual para Pablo: “Cada vez que coméis  este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1Cor. 11,26). El Señor vuelve en la resurrección, que inaugura los bienes escatológicos para todos.

            “He recibido del Señor”significa para Pablo que no depende en el origen de esta verdad de sí mismo, de su conocimiento particular, sino que ha recibido una tradición que Jesús mismo originó y realizó con sus palabras y gestos en la Última Cena. Él transmite aquella tradición a los Corintios con la plena conciencia de que el valor de la tradición estaba  garantizado no sólo por el recuerdo sino por la autoridad misma de Cristo, que había instituido la Eucaristía.

 En la misma carta, Pablo vuelve a recurrir a la autoridad de la tradición en otra verdad fundamental de la fe cristiana: la muerte y resurrección del Señor:“Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras”  (15.3-4). Para Pablo como para todo creyente, sin resurrección de Cristo no hay cristianismo.”Vana es nuestra fe” (1Cor.15, 17). Todo lo que Cristo dijo e hizo es verdad porque Él ha resucitado y la resurrección de Cristo arroja luz de verdad sobre toda su persona -hechos y dichos- desde su nacimiento hasta su muerte. Es el Hijo de Dios encarnado.

            Pues bien, Pablo quiere quedar bien claro que estas dos verdades esenciales de la fe cristiana, las ha recibido de la tradición de la Iglesia y en ella se apoya. Este apoyo en la tradición sobre la Eucaristía, lo pone directamente en el Señor: “Porque yo he recibido una  tradición, que procede  del Señor y que a mi vez os he transmitido...” (11,23); en cambio, en la resurrección, atestigua simplemente la tradición: “Porque lo  primero que yo os transmití, tal como lo había recibido...” (15,3).

            Esta orden está también recogida en el Evangelio de Lucas para la consagración del pan (Lc.22,19), mientras que en Pablo se repite en la consagración del pan y del vino. Los Apóstoles comprendieron que la intención de Jesús abarcaba tanto al pan como al vino, con la invitación de comer su cuerpo y beber su sangre. En ambas consagraciones, Jesús sigue el rito del pan y del vino de la pascua judía, pero transformando radicalmente su significado y contenido, como sabemos por la comprensión de los apóstoles. La nueva pascua se hará en conmemoración de Cristo.

2. 3. 6. SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS DE CRISTO.

Veamos ahora el significado que Cristo dio a sus palabras y gestos institucionales, primero, en sus elementos particulares y después, en su significación general.

 “Habiendo bendecido, tomó el pan en sus manos y lo partió diciendo: Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, “por vosotros”añade Pablo; “entregado”, Lucas. Si antes hemos mencionado los elementos esenciales y el rito de celebración de la pascua judía es para que ahora comprendamos mejor y en su sentido pleno los gestos y las palabras de la institución de la pascua de Cristo. Jesús toma en sus manos el pan y bendecía como hacía el padre de familia en la pascua judía. “Tomad y comed”, porque Jesús quería expresar la unión íntima entre comunión y sacrificio, quería darse como comida pascual. “Esto” (touto) referido tanto al cuerpo como a la sangre indica que El no sólo hace la ofrenda sino que es realmente la persona ofrecida. “es” (touto estín) “esto es”; esta cópula no aparece en hebreo, puesto que en esta lengua el valor copulativo está implícito.

“Mi cuerpo”: el texto griego usa el término “soma”. “Entregado” y “derramada” son participios que, según J. Jeremías, tanto en hebreo como en arameo, son intemporales, ya que su tiempo se determina por el contexto. En nuestro caso habría que traducir: es la sangre que  será derramada en la cruz. La preposiciones “por”, en griego “iper” o “peri”, es una clara alusión al sentido expiatorio que Cristo da a su muerte, como en cualquier sacrificio expiatorio de Israel.“El cual se entregó (“iper emon”) “por nosotros” a fin de rescatarnos de toda esclavitud: Tit.2, 14.

            “Esta es la sangre de la alianza”. Jesús utiliza aquí la copa tercera o copa de bendición y la pone en relación directa con su sangre, que derramará en la cruz. Se trata de la sangre que sellará la nueva y definitiva alianza en sustitución de aquella con que Moisés selló la antigua (Ex.24,8). Sobre los términos “esta”, “derramada”, remitimos a lo dicho a propósito del pan.

            “Haced esto en memoria mía”:con estas palabras Jesús expresa su clara intención de que los apóstoles y sus sucesores deben repetir este rito, este memorial eucarístico instituido por él. Estas palabras las pronunció ciertamente. Si no aparecen en Mateo y Marcos es debido al hecho mismo de estar repitiéndose continuamente lo establecido por Jesús, de estar realizándose lo que mandó Jesús.

            Llegados a este momento estamos ya en condición de entender la Eucaristía como memorial de la Nueva Pascua y de la Nueva Alianza instituida por Jesucristo. Pero sin olvidar por ello que la distancia entre el memorial del AT y del NT es infinita, como afirma DURRWELL: «Pero la diferencia es demasiado grande. Una cosa es el cordero comido y otra el  acontecimiento celebrado... el acontecimiento que se celebra es ese hombre mismo, su misterio personal, entero, el de su muerte en la que es glorificado... las dos pascuas, la judía y la cristiana, coinciden en sus dimensiones, pero en profundidad la distancia que las separa es infinita…»[9]. En la Eucaristía, Jesús sustituye el antiguo memorial por el memorial de la nueva pascua que realiza en su muerte y resurrección. Lo afirma claramente Pablo:“Porque cuantas veces comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga” (1Cor. 11,26).

2. 3.7. SIGNO PROFÉTICO Y MEMORIAL

Para comprender el significado total de lo que Cristo instituyó en la Última Cena, no basta estudiar y comprender la significación particularizada de las palabras institucionales. Hoy día se recurre frecuentemente al concepto de signo profético como clave de comprensión de lo que Jesús hizo. Cristo anticipó proféticamente sobre el pan y el vino su sacrificio en la cruz. Es un aspecto añadido al memorial: de la misma manera que el memorial veterotestamentario hacía de algún modo presente la acción salvadora de Dios en el pasado, así el Señor, que instauró la cena en el contexto pascual, anticipa el misterio de su muerte en la Ultima Cena.

            JOSÉ ESPINEL hace tres años publicó un volumen, LA EUCARISTÍA DEL NUEVO TESTAMENTO, ampliación de otro anterior, sobre la Eucaristía como acción profética. Resumiendo su pensamiento diríamos, que para comprender lo que es un signo o acción profética, empezaríamos por explicar lo que es una parábola en acción. Es un gesto que  fundamentalmente se dirige a la inteligencia para hacerle comprender lo que se anuncia y que se realizará en el futuro. Es, por ejemplo, el episodio de Saúl cuando hizo pedazos a dos bueyes y mandó estos trozos ensangrentados a todas las regiones de Israel por medio de mensajeros para decirles: «Esto les sucederá a los bueyes de todo el que no siga a Saúl y Samuel» (1Sam. 11,7).

            El signo profético, sin embargo, es mucho más porque no se mueve sólo en el nivel del conocimiento, sino en el nivel de la acción. Es un hecho o gesto que hace ya presente lo que dice, anticipa el acontecimiento y produce el juicio salvador o punitivo de Dios. Por ejemplo: cuando Jeremías pone un yugo sobre su cuello para significar que una nación extranjera se va a apoderar de Jerusalén, los falsos profetas se lo quitan inmediatamente para que no se realice la invasión. Veían en el gesto el comienzo de la tragedia.

            Después de todo lo dicho, lo que Jesús hace en la Última Cena podría bien ser calificado de gesto profético. Todo lo que sucederá el día siguiente en su persona, con su cuerpo destrozado y su sangre derramada, es anticipado por Él en aquella mesa. Las palabras que acompañan al gesto de Jesús no sólo hacen presente su muerte sino que explican su sentido salvífico. Esta muerte es la verdadera y definitiva pascua, el único y verdadero sacrificio de expiación, la nueva alianza.

            Los apóstoles, conocedores del lenguaje de los profetas, no tuvieron dificultad en entender y comprender que lo que Jesús hacía aquella noche era un gesto profético, una palabra divinamente eficaz, que realizaba lo que decía. Comprendían que el acontecimiento redentor estaba ya presente en la acción de Jesús. El signo profético y el memorial son dos conceptos correlativos: uno actualiza anticipando y el otro recordando. Jesús, en la última cena, no quiere darnos una catequesis, una enseñanza teórica, sino que anticipa verdadera y realísticamente el misterio de su pasión  y muerte. La Eucaristía, que celebra ahora la Iglesia, es el memorial, que, <recordando>, hace presente el misterio realizado por Jesús en la Cena.

            Jesús, aquella noche, no se limita a pronunciar sobre el pan y el vino la bendición sino que los pone en estrecha relación con la suerte de su cuerpo y sangre en la cruz, dándole el mismo sentido sacrificial que compete a su muerte. Cristo es, pues, la víctima pascual que sustituye al cordero inmolado en el templo. Es el nuevo Cordero en el que se realiza la nueva y definitiva pascua de liberación sobre el mundo. Y esta interpretación es la de San Pablo en 1Cor. 10,6: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso la comunión en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo?”

            Por tanto, el Señor, en el marco de la pascua judía, da a los suyos su cuerpo y su sangre: cuerpo y sangre que se inmolarán en la cruz históricamente y hará a los suyos beneficiarios de los frutos de la salvación. En consecuencia, si esta comida sacrificial encierra la presencia de la víctima, podemos y debemos entender en sentido plenamente real las palabras de Cristo:“Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre”. Es la presencia de la víctima, requerida en esta comida sacrificial, que nos hace partícipes del sacrificio de Cristo en la cruz, la que da al verbo ser toda su plenitud de sentido.

            Resumiendo: Una vez examinados los pasajes del NT sobre la Eucaristía, vemos en ella la condensación de las profecías y figuras del Antiguo. Los temas de la Alianza antigua se concentran en ella: pascua, alianza en la sangre, banquete, memorial... Todos ellos son sintetizados de forma admirable en el gesto más sencillo que se pueda imaginar: un poco de pan y de vino que Jesús pone, en el marco de la Cena Pascual, en conexión con su muerte en la cruz.

            La Eucaristía es, por tanto, la renovación del sacrificio de la cruz en el que se nos da a comer la víctima pascual en banquete de comunión. Es, asimismo, prolongación de la encarnación y prenda de resurrección en el Espíritu, pues comemos a Cristo resucitado que nos hace partícipes de los bienes escatológicos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!» La Escritura presenta la Eucaristía en toda su inabarcable riqueza; riqueza que la Tradición tendrá que ir desglosando poco a poco para poder comprenderla y asimilarla. Este misterio de la Pascua redentora de Cristo se hace presente en cada Eucaristía, en cada celebración litúrgica de la Eucaristía.

            Pero ¿cómo se hace presente? Esto es algo que el texto bíblico no precisa. Sólo afirma que allí está el cuerpo y la sangre de Cristo, Cristo mismo, inmolado y sacrificado. ¿Cómo se renueva ahora sobre el altar el sacrificio de Cristo? ¿Es renovación, representación, presencialización? Esta respuesta es ahora ocupación de la teología y la reflexión de la Iglesia y este empeño constituirá la última parte de nuestro trabajo. Para no alargarnos, no voy a enumerar aquí todas las explicaciones que se han dado a lo largo de los siglos; sólo voy a seguir la senda más recta que nos ha conducido hasta la que actualmente  considero más concorde con la tradición  bíblica, patrística y eclesial.

2. 3. 8. TEORÍA SACRAMENTAL

Decíamos que el Señor está ahí inmolado  y sacrificado por nosotros, dándose en comida para todos. Pero queremos saber: ¿Cómo está ahí presente, de qué forma podemos explicar esto? En nuestros días, la teología ha ido abandonando poco a poco el método de recurrir a una noción general de sacrificio para  aplicarla luego a la Eucaristía, para probar que es sacrificio. En los textos de teología de los años anteriores al Vaticano II se pueden ver un sinnúmero de opiniones a este respecto, que ahora ya no se exponen por considerarlas superadas.

            Conscientes de la unicidad del sacrificio de Cristo en la cruz y en la Eucaristía, provistos del mejor conocimiento de la tradición de la Iglesia y de su celebración litúrgica, los teólogos de hoy recurren a la idea fundamental de que el único sacrificio de Cristo en la cruz se hace presente <in Sacramento>, <in mysterio>. Según esto, el sacrificio eucarístico se realiza y tiene lugar en el plano de la causalidad sacramental, la cual no se limita a significar el hecho o la acción de Cristo, sino que  la hace presente en el hecho significado. La Eucaristía es el sacrificio de la cruz sacramentalmente presente en el hoy y en aquí de la Iglesia. Afirma ALEXANDER GERKEN: « En su existencia de resucitado, Cristo posee, en virtud de su obediencia, el poder sobre los tiempos, es decir, el poder de situar su inmolación en el presente de los que creen en Él»[10]. El sacrificio eucarístico no significa o hace tan sólo presente  la gracia salvadora de la cruz, sino que hace presente a Cristo sacrificado, fuente de la misma gracia.

            El sacrificio histórico de Cristo, como tal hecho histórico, tuvo lugar en unas coordenadas determinadas de tiempo y espacio que hoy se superan, afirma O.CASEL, mistéricamente, es decir, por la celebración litúrgica de los misterios cristianos[11]. Según esto, cada Eucaristía hace presente el mismo misterio de Cristo, la misma realidad y los mismos sentimientos y actitudes de entrega e inmolación que tuvo y que son irrepetibles; sólo fue crucificado y murió una y única vez, y todo esto y único es lo que Él hace presente sobre el altar, superando los límites temporales e históricos, como Señor del tiempo y eternidad. Y lo puede hacer así, porque la realidad que hace presente ya está en realidad eternizada y la hace presente no de forma temporal e histórica sino sacramental, metahistóricamente, por un sacramento que actualiza, presencializa y contiene en toda su fuerza salvadora el mismo sacrificio de la cruz, hecho presente, por cada celebración eucarística.

            Cristo, como realidad típica y primordial, trasciende ya los límites del tiempo y del espacio, y eternizado, eterno presente,  tiene el poder de hacerse presente-eterno en el hoy y el aquí de la Iglesia peregrina y escatológica a la vez. Los sacramentos no sólo producen la gracia que significan, sino que hacen presente a Cristo perdonando, bautizando, consagrando... Cristo es el que bautiza y solo Él puede perdonar los pecados. Toda la liturgia, especialmente la eucarística, hace presente en memoria-sacramento-misterio el mismo hecho ya eternizado, porque Jesús ya es el Cristo, el Señor del cosmos y sus leyes. La eternidad contiene el tiempo pero no se mueve ni existe en él sino trascendiéndolo. En cada celebración litúrgica eucarística es como si se cortase con las tijeras del poder divino no sólo el hecho evocado y significado actuando eficazmente, sino que se hace presente Cristo con toda su existencia encarnada, que fue ofrenda victimal y obedencial al Padre desde el comienzo de la misma: “Padre, no quieres ofrendas ni sacrificios... aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hbr.10,5); consumada luego en su pasión y muerte y aceptada por el Padre en la resurrección, por la consagración: “Esto es mi cuerpo entregado... esta es mi sangre derramada,” la hace contemporánea a los testigos presentes, nosotros, reproduciendo así todo su misterio existencial, significado y expresado especialmente con su muerte y resurrección.

            La Eucaristía contiene todo el misterio de Cristo, todo lo que Cristo encarnó y resucitó en vida nueva para todos, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios de su misterio salvador, de su persona, de sus sentimientos, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo... Y todo esto, porque Cristo ha transcendido ya la historia y el espacio. Es el Cristo celeste el que vive y ofrece en sacrificio eterno su inmolación pascual, que fue de toda su vida, pero significado y realizado especialmente en su pasión, muerte y resurrección. La irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eterno presente, eternidad incrustada en el tiempo. Si todo esto es cuestión de poder, Dios lo tiene. Y si lo es de amor, también lo tiene, porque es Dios Amor Eterno y Gratuito.

2. 3. 9. EL SACRIFICIO DE LA EUCARISTÍA ES EL MISMO DE LA CRUZ

 La carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio  de Cristo ha sido ofrecido“de una vez para siempre” (Hbr.10,11-14), y en esa única vez ha sido aceptado por el Padre y mantiene esa presencia única y definitiva que perdura de forma gloriosa en el cielo y se hace presente en la tierra por la consagración.

El sacrificio, ya aceptado por el Padre, mediante la resurrección y ascensión y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sacramentalmente -<in  misterio>-, sobre el altar, -no otro ni una representación del mismo- velado  sí por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único. Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica DIES DOMINI  nº 75.

            Al resucitar a su Hijo, el Padre“hace habitar en Él corporalmente toda la plenitud de la divinidad...” (Col. 1,19;2, 9) y realiza de este modo la salvación en totalidad escatológica, sin que tenga que añadirse nada en adelante para completarla. En la resurrección y en virtud de la muerte filial (Flp.2, 8ss) es donde Cristo recibe el título de Señor (Rom.10,9ss): nombre de la omnipotencia escatológica. La realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven Señor Jesús!». Por la Eucaristía viene el esjatón, el final, Cristo eterno y glorioso, consumado está viniendo... No puedo pararme por ahora más en este aspecto poco tratado. Lo haré más adelante.

            Por la Eucaristía se hace presente la escatología, el Cristo que juzga al hombre y la historia... La pascua es el día del Señorío, el de la revelación última, (Jn.8,28), el de la resurrección de los muertos (Rom.1,4), del juicio final (Fn.12,31), el de la salvación total: es el día del Señor, el último día. Todo esto hemos de tenerlo en cuenta si queremos captar el sentido pleno y total de la Eucaristía, memorial de la pascua de Cristo, que por su muerte y resurrección nos ha <pasado> ya al Padre y desde allí, por la celebración litúrgica, viene al lado de los suyos, y haciéndose  presente como realidad y salvación escatológica, comunica a los creyentes los frutos últimos y definitivos ya conseguidos que son Él mismo: El mismo y único que nació, murió y resucitó, el cordero inmolado y glorioso ante el trono de Dios Trino y Uno: El Cristo glorioso y escatológico, el VIVIENTE del Apocalipsis, que nos dice en cada Eucaristía: “No temas nada. Yo soy el primero y el último. El Viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre” (Ap.1,18).

            Esto es lo que se hace presente en la Eucaristía.  ¿Cómo? Como memorial profético, en virtud del mandato: “Haced esto en memoria de mí”. La fe me asegura que Cristo está presente en la Eucaristía, como está en la cena, está en la cruz y está en el santuario celeste. Está realizando íntegramente todo su misterio de salvación y presencializándolo en el aquí y ahora aunque no podemos explicarlo plenamente. Por la fe sé que está  y lo realiza ciertamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación en el conocimiento que Dios tiene de sí y de las cosas, y aunque yo participo de ese conocimiento, no lo puedo ver como Él. Dios me desborda en todo, en el ver y comprender.

            La vivencia, el conocimiento místico, sin embargo, tiene su fuente de conocimiento en el amor. San Juan de la Cruz afirmará muchas veces que es una forma de conocer más plena que por vía del entendimiento, porque en la “noticia amorosa”, en la «sabiduría de amor» de la vivencia, tocando y haciéndose una realidad en llamas con el objeto amado, percibe mejor la realidad y sus latidos. Los verdaderos místicos son los exploradores que Moisés envió delante a explorar la tierra prometida, para que anticipándose en su contemplación, volvieran luego cargados de frutos para explicarnos su hermosura y animarnos a conseguirla.

Es otra forma de conocer el objeto, también humana, lógica, espiritual. Dice S. Juan de la Cruz: «...pues aunque a V.R. le falte el ejercicio de la teología escolástica con que se  entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, más juntamente se gustan» (C.E.3).

            Por esto, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias; certezas contrarias, no,  pero sí distintas en su forma de verlas, en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta extenderse al terreno de la razón, a fin de que el hombre se haga creyente por entero. La teología es un apostolado hacia dentro, con una misión hacia dentro: evangelizar la razón, llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente que también conoce por el amor.

 El conocimiento a los místicos le viene por el amor que se pone en contacto directo mediante la vivencia con el objeto amado y no encuentra tantos límites como la razón para captarlo. “Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo” (2Cor.10, 4ss). Dios, que resucita a Cristo por el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica.

 El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola humilde, capaz de Dios como María, que acoge la Palabra Dios sin comprenderla. La teología es esclava de la fe y de los fieles, no señora; no tiene que «dominar sobre la fe, sino contribuir al gozo» de los creyentes (Cf.2Cor. 1,24).

            DURRWELL nos dirá «que ante los propios misterios, la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo.

Para seguir siendo discreta la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orilla del lago: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú? Ya sabían que era el Señor” (Jn. 21,12).  Por consiguiente, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad lo que dice el Señor?, sino Señor, ayúdanos a comprender mejor lo que dices»[12].

            La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi». Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica.

 Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas...

            Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:“Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy”. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez. 3,1-3).

La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse.

El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el  teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada. La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin.

Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni mejor ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado[13].

            El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección.

Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados. El sacrificio ha recibido ya la plenitud total de salvación y eficacia redentora por el Padre que ha acogido al Hijo desde el más allá y lo ha colmado de la gloria divina. Jesús había anunciado varias veces que su muerte estaba unida inseparablemente a su coronación gloriosa. El sacrificio debía ser afrontado solamente en la perspectiva de aquel final feliz. Por eso, el mensaje cristiano no puede separar nunca muerte y resurrección.

Por eso debemos admitir cierta anticipación del estado glorioso del Salvador en el momento de la celebración de la Última Cena. Juan anticipó esta gloria en la misma muerte de Cristo en la cruz. Sólo el Cristo glorioso posee el poder de renovar la ofrenda de su cuerpo y de su sangre en sacrificio.

Así se explica por qué la celebración de la Eucaristía no se realiza sólo en memoria de la pasión de  Cristo, sino también en memoria de su resurrección y ascensión. Es Cristo resucitado el que baja al altar. Y como Salvador resucitado es como se ofrece como alimento y bebida en la comida eucarística. Así lo rezamos en las Plegarias Eucarísticas.

            Es más, me atrevo a decir: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres a realizar por el Verbo: “Padre, sacrificios y ofrendas no quieres... aquí estoy para hacer tu voluntad...” (Hbr. 10,5) y se le dotó de un cuerpo humano:“... pero me has dado un cuerpo” (Ibid.) nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente -mediante el paso definitivo al Padre, a los bienes escatológicos- esjatón pascual y ya no hay más novedad posible en el mismo seno del Dios Trino y Uno (según su proyecto) y el mismo fuego de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse, lo manifestó como Hijo y lo llevó sudoroso y polvoriento por lo caminos de Palestina predicando la Buena Nueva de Salvación y Eternidad para todos los hombres hasta el testimonio martirial de su vida por ellos...  “ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros…” al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, por el mismo Espíritu Santo de donde había nacido..., perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma repetidamente la liturgia del Apocalipsis.

            Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la Eucaristía, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria: «Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la  cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora...»[14].

            Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de santa Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas, en su recuerdo: «Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión... Honor a Ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo,  que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a Ti por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a Ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas Tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen…»[15].

            Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos...de mi voz y mis manos emocionadas...

“Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”No nos olvidamos, Señor. Y todo esto se hace presente en cada Eucaristía y Jesús “se recuerda” para la Stma. Trinidad, para Él y para nosotros, haciéndolo presente. Así es como Jesucristo, proyecto salvador de los hombres, sale del Padre por el Espíritu Santo y en la Eucaristía, vuelve a Él, como proyecto final escatológico logrado por el mismo Espíritu en el Hijo-hombre, y en ella y por ella participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del  mundo al Padre, que Él, el Hijo eterno y, al mismo tiempo, verdadero hombre, hizo de una vez para siempre. Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siquiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre enviando al Hijo movido por el Espíritu Santo, unión de la Trinidad y Eucaristía.

He hablado de la Eucaristía en la medida en que he podido captarla y expresarla como creyente, no sólo como teólogo. Hay otra forma mucho mejor de presentar la Eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: «¡Este es el sacramento de nuestra fe!» Y hay una manera mejor de acogerla: es la que practicamos cuando respondemos al sacerdote en la misma fe: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!»     Quiero terminar esta sencilla lección teológica haciendo uso de la inclusión semítica en la que para subrayar la importancia de una afirmación, se repite al final del discurso: Hermanos y amigos: ¡Realmente grande es el misterio de nuestra fe!

CAPÍTULO III

LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA

3. 1. PARTICIPACIÓN RITUAL Y ESPIRITUAL  DE LA EUCARISTÍA

El sacrificio de Cristo en la cruz, anticipado en la Última Cena y presencializado como memorial en cada Eucaristía,  es un sacrificio perfecto de alabanza, adoración, satisfacción, impetración y obediencia al Padre, que no necesita  ningún otro complemento y ayuda. Según la Carta a los Hebreos, es completo en su eficacia y se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8),  no como los del AT que necesitaban ser repetidos continuamente. Sin embargo, nosotros vamos a hablar ahora de celebrar la Eucaristía como sacrificio completo, no por parte de Cristo, que siempre lo es, como acabamos de decir, sino por parte nuestra, que podemos participar más o menos plenamente en sus gracias y beneficios, identificarnos más o menos plenamente con los sentimientos y actitudes de Cristo.

            Hay  muchas formas de participar en la santa Eucaristía, en el sacrificio de Cristo, por parte de la Iglesia, del sacerdote y de los fieles. Nosotros ahora vamos a profundizar un poco en esa participación  que Cristo quiere y la celebración eucarística nos pide y que nosotros llamamos personal y espiritual: “Haced esto en memoria mía... el que me come vivirá por mí... las palabras que yo os he hablado son espíritu y  vida...”; Jesús quiere una participación “en espíritu y verdad”,  pneumatológica, en Espíritu Santo, tal como Él la  celebró, con sus mismos sentimientos y actitudes, que supere  la celebración meramente ritual o externa. La participación ritual, como su mismo nombre indica, consiste en cumplir los ritos de la Eucaristía, especialmente los de la consagración y así la Eucaristía se realiza plenamente en sí misma, presencializando todo el misterio de Cristo por el ministerio del sacerdote.

La participación espiritual, hecha con fuego y amor de Espíritu Santo, es la asimilación y participación personal y pneumatológica del misterio, que trata de conseguir la mayor unión con los sentimientos de Cristo, y de esta forma la mayor asimilación y participación personal en el misterio por parte del sacerdote y de los participantes conscientes y activos. Es una apropiación más personal y objetiva del espíritu de la santa Eucaristía.

La participación ritual se consigue por la sola  ejecución de los gestos y de las palabras requeridas para el signo sacramental, haciendo presente sobre el altar lo que significan estos gestos y palabras, esto es, de convertir el pan y el vino consagrados en una ofrenda del sacrificio de Cristo por parte de toda la Iglesia, independientemente de los sentimientos personales del sacerdote oferente y de la comunidad.

Aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o  devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaría consigo la aplicación de los méritos del calvario y de toda su vida por medio de la ofrenda del altar, prescindiendo de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

            Sin embargo, la Iglesia no se conforma con esta participación ritual y nos pide a todos una participación «consciente y activa», por medio de gestos y palabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en espíritu y verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extremo, adoración, actitudes y  entrega de Cristo al Padre y a los hombres.

La participación espiritual nos llevará a una experiencia más personal del  sacrificio de Cristo, asimilando por la gracia los sentimientos del Señor en su vida y en su sacrificio. Y ésta es la participación plena, que nos piden Cristo y la Iglesia: «Los fieles, participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (LG 11); «...por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo» ( PO 2).

            El Vaticano II lo expresa así: «La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano»,“linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (1Ptr, 2,9; cfr 2,4-5) (SC 14). «Los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (SC 11). «...la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (Eucaristía) como extraños y mudos espectadores, sino que participen consciente, piadosa y activamente en la acción  sagrada»  (SC 48).   

            Con estos términos, la liturgia de la Iglesia pretende llévanos a participar en plenitud de los fines y frutos  abundantes del misterio eucarístico mediante una  participación plenamente espiritual, en el mismo Espíritu de Cristo, no sólo en sus gestos y palabras.

            El Papa Juan Pablo II en su Encíclica Ecclesia de Eucharistia nos dice: «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor: De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz, su sangre  “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (EE.16).

            Y en el número siguiente y en relación con la  comunicación de su mismo Espíritu, añade el Papa: «Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu». Escribe San Efrén: «Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu.. y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu... Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo...»[16].

            La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la  Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo: «Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y sobre estos dones... para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo par cuantos participan de ellos» (Anáfora) (EE.17).

            Por eso, aunque el sacerdote cumpla todas sus obligaciones rituales de representar a Cristo y actuar en su nombre, si no se identifica con su Espíritu  y se ofrece unido a Él como víctima y sacerdote, no cumple íntegramente su misión sacerdotal. El oficio sacerdotal en la Nueva Alianza  lleva consigo “tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús...”, porque es en el altar, en la celebración de la  Eucaristía, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia», donde fieles y sacerdote deben asistir no como «extraños y meros espectadores» sino «consciente, activa y fructuosamente», «se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo», «ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con  ella».  Siendo Cristo vivo y resucitado el que se ofrece en la Eucaristía para la salvación y santificación de su Iglesia,  al decirnos “y cuantas veces hagáis esto acordaos de mí...”, nos pide que hagamos presente en cada uno de nosotros su emoción y amor por vosotros,  su adoración al Padre, cumpliendo su voluntad con amor extremo hasta dar la vida en el momento cumbre de su vida y de la vida de la Iglesia.

            Por tanto el sacerdote tiene una doble misión: ofrecer en nombre de Cristo y juntamente participar en estas actitudes, ofreciéndose a sí mismo en su propio nombre y en nombre de los fieles, a quienes representa. En esto no hay desdoblamiento de la actividad sacerdotal. Cierto que las dos ofrendas son distintas; un sacerdote puede ofrecer  válidamente el sacrificio en nombre de Cristo, y sin embargo, personalmente puede encerrarse en su egoísmo y no hacerse ofrenda con Cristo. La ofrenda de Cristo  nos da ejemplo de cómo tenemos que ofrecer nuestra vida  al Padre juntamente con Él, no solamente por  un mero formalismo ritual y mera pronunciación de las palabras de la Consagración.

            Los fieles también son llamados a compartir con el sacerdote la actitud de ofrenda personal. Hay una ofrenda que sólo cada uno de ellos puede y debe realizar, porque cada hombre dispone de sí mismo y nadie puede sustituir a los otros en esta ofrenda de sí mismo. Cada uno desempaña por tanto un papel esencial, cuando asiste y participa en la Eucaristía: presentar en unión con Cristo la ofrenda de su propia persona al Padre. Esta ofrenda puede realizarse de diversas maneras, y formularse de distintas formas, por ser precisamente personal, pero está claro que no consistirá nunca en los meros ritos o gestos o palabras sino  que a través de lo que dicen y significan han de entrar en el espíritu y verdad de la Eucaristía con  su cuerpo y su alma, su espíritu y su carne, su ser interior y exterior, con todo su ser y existir. Esto es lo que lleva consigo la celebración litúrgica, esta es su esencia y finalidad, así es cómo la liturgia de la Eucaristía alcanza su objetivo, no cuando simplemente asegura una participación exterior correcta, digna y piadosa a la oraciones y ceremonias sino cuando suscita en el corazón de los cristianos una auténtica entrega de sí mismos. En cada Eucaristía los cristianos son invitados por Cristo a <acordarse> de Él y de sus sentimientos para ofrecerse con Él.

            Por eso, cada Eucaristía debe ser un estímulo para renovarse en el amor a Dios y al prójimo, en medio de las pruebas y dificultades de la vida, de las cruces y sufrimientos y humillaciones, de los fallos y pecados permanentes contra esta obediencia a la voluntad del Padre y entrega a los hermanos. La santa Eucaristía nos hace aceptar estas pruebas y sufrimiento aunque sean injustos, maliciosos y de verdadera agonía como en Cristo hasta el punto de tener que decir muchas veces:“Padre, si es posible pase de mí este cáliz…”, o pensemos que Dios no se preocupa de nosotros y nos tiene abandonados, al no sentir su presencia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado...?”

            La santa  Eucaristía nos ayuda a superar las pruebas de todo tipo, uniéndonos al sacrificio de Cristo y se convierte así en la mejor y más abundante fuente de gracia, perdón, amor y generosidad, aunque a veces es a oscuras y sin arrimo alguno de consuelo aparente divino. El Espíritu Santo, espíritu de la Eucaristía, nos ayuda como a Cristo a soportarlo y ofrecerlo todo,  a ser pacientes y obedientes y  pasar por la pasión y la cruz para llegar a la resurrección y la nueva vida. En la santa Eucaristía los cristianos encuentran un estímulo y  ocasión de ofrecer su pasión y muerte al Padre que nos la acepta siempre en la del Hijo Amado. Haciéndolo así, los sufrimientos se soportan mejor con su ayuda y  suben como homenaje a Dios y llegan hasta Él como ofrenda por la salvación de nuestros hermanos.

            Así es cómo la vida cristiana tiene que convertirse en una Eucaristía perfecta. El cristianismo es una Eucaristía, es un esfuerzo de la mañana a la noche de vivir como Cristo, de hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, quitando y matando en nosotros toda soberbia, avaricia, lujuria, todo pecado contra el amor a Dios y a los hermanos, comulgando con el corazón y el alma, con los sentimientos y actitudes de Cristo; es la Eucaristía que continuamos celebrando en nuestra vida, después de haberla celebrado con Cristo sobre el altar.

La ofrenda de la Eucaristía debe brillar en todos los aspectos de la existencia cristiana, y difundir su espíritu de sacrificio libremente aceptado. En la ofrenda del pan y del vino disponemos nuestro cuerpo, espíritu y vida a ofrecemos con Cristo al Padre, en la Consagración, por obra y potencia del Espíritu Santo, quedamos consagrados, ya no nos pertenecemos, porque hemos sido consagrados, transformados en Cristo, en sus sentimientos y actitudes, y cuando salimos fuera, como ya no nos pertenecemos, tenemos que vivir esta consagración, es decir, vivir, amar y trabajar en Cristo y como Cristo. El cáliz que se levanta hacia el cielo debe suscitar promesas de entrega, propósitos de perdonar y olvidar las ofensas como Cristo, intentos de reconciliación, aceptación de la voluntad o permisión divina aunque nos sea dolorosa, todo en Cristo y por Cristo.

            Ésta es la espiritualidad de San Pablo, así vivía él la Eucaristía: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y  mientras vivo en esta carne  vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”(Gal 2,20). “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 20). “Lo que es para mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14).“No quiero saber más que de Cristo y éste, crucificado...Para mí la vida es Cristo”.

Así debemos vivir todos los que participamos de la santa Eucaristía. Este debe ser nuestro grito también al celebrarla. La Eucaristía tiene como fin el que los sentimientos de Cristo en su ofrenda se encarnen en cada uno de los asistentes para encontrarnos preparados cuando vengan y sintamos en nosotros los sufrimientos y la persecuciones de nuestra propia pasión y muerte del yo, las persecuciones y envidias de la vida, nuestra propia crucifixión. La Eucaristía nos invita a colocarnos dentro de la ofrenda de Cristo crucificado, de la corriente de amor de esta ofrenda; así la cruz se hará más soportable: «Una pena entre dos es menos pena».

            A través del pan y del vino, el discípulo se ofrece a sí mismo, dispuesto a que Cristo diga sobre su cuerpo y sobre su vida entera: “Esto es mi cuerpo entregado... ésta es mi sangre derramada...”  De esta forma, el sacrificio de la Iglesia viene integrado en el mismo sacrificio de Cristo, “para completar lo que falta a la Pasión de Cristo” (1Col 1,24). Por medio del signo sacramental, el sacrificio de la Iglesia se identifica espiritualmente con el sacrificio de Cristo y llega a formar una sola ofrenda  por el mismo Santo Espíritu.

            El sacrificio de Cristo no concluye con su muerte, es eucarístico, acción de gracias por la vida nueva que nos  consigue  y que viene del Padre,  por eso le da gracias al Padre ya en la Última Cena. Éste es el proceso que Jesús acepta, no quiere sólo “entregar su vida” sino también “tomarla de nuevo” en la resurrección para Él y para todos nosotros.

Su humanidad y la nuestra deben entrar en un nuevo orden de relación con el Padre. Lo que en Él ya es gracia conseguida y aceptada por el Padre por su resurrección, en nosotros se convierte en don escatológico que se hace presente como gracia anticipada de Alianza, en esperanza cierta y segura de la Pascua definitiva en la Eucaristía celebrada.

Y así se juntan el sacerdocio y la Eucaristía del cielo y de la tierra y así Cristo, los peregrinos y los santos la celebramos juntos y unidos por el mismo Espíritu Santo, potencia salvadora y resucitadora de Dios Uno y Trino. Y así la sacramentalidad de la Eucaristía mantiene siempre una relación estrecha de los celebrantes y participantes con la ofrenda existencial del Cristo glorioso y celeste, que abarca toda su vida, desde la Encarnación hasta la Ascensión a la derecha del Padre y tiende a comunicar al creyente el dinamismo de dicha ofrenda. Y así la Iglesia y los cristianos dan «por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Omnipotente, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén».

            Celebrada así, la Eucaristía se convierte no sólo en <culmen> de la vida cristiana, en la cima más elevada de la Iglesia junto a la Santísima Trinidad,  sino también en <fuente> de la misma vida trinitaria en nosotros:  

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

1.  Aquella eterna fonte está escondida,

qué bien sé yo dó tiene su manida,

aunque es de noche.

3. Su origen no lo sé, pues no le tiene,

mas sé que todo origen della viene,

aunque es de noche.

11.  Aquesta eterna fonte está escondida

en este vivo pan por darnos vida

aunque es de noche.

12.  Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

13.  Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo

aunque es de noche». (S. Juan de la Cruz).

3. 2. EL ESPÍRITU SANTO, FUEGO Y POTENCIA CREADORA  DE LA EUCARISTÍA

Sólo la potencia y la fuerza del Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la Eucaristía, puede transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo; sólo la potencia y el fuego de su Amor Personal Trinitario  puede transformar por dentro a los que comen este Cuerpo y esta Sangre; sólo Él puede hacer que nuestra participación sea verdadera y espiritual, según la fuerza y potencia de amor comunicada por Él, la misma  que llevó a Cristo a la obediencia y a la ofrenda total de su vida al Padre por este Amor Personal de Espíritu Santo del Hijo al Padre y del Padre al Hijo, aceptando su ofrenda mediante la resurrección.  Nosotros aquí y en el cielo no podemos entrar  en este amarse infinitamente del Dios Uno y Trino, si no es por la comunicación de su mismo Espíritu.

            Si el Espíritu Santo es el alma y vida y espíritu de Cristo, que realizó el misterio de la Encarnación, formándolo en el seno de la Virgen Madre, no queda lugar a dudas de que ese mismo amor le lleva a Cristo a ofrecerse al Padre en su pasión y muerte, y el mismo Espíritu Santo hace el misterio de la consagración del pan y del vino, y de la transformación en Cristo por ese mismo Espíritu de todos los que comen ese pan y ese vino. Es el Espíritu Santo el que inspira el proyecto del Padre, es el Espíritu Santo el que  mueve a Cristo a ofrecerse en el Consejo Trinitario ante el Padre: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...”, es el Espíritu Santo el que está presente en su bautismo de iniciación en el ministerio evangélico y le lleva lleno de fuego apostólico, sudoroso y polvoriento, por los caminos de Palestina, el que le movió a Cristo, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo,” a instituir la Eucaristía, llevándole a cumplir la voluntad del Padre, en adoración obedencial total hasta pasar por la pasión y la muerte en cruz, donde le entregó su espíritu al Padre en confianza y seguridad total de que aceptaría su sacrificio por el mismo Espíritu-Amor del Hijo al Padre y del Padre al Hijo resucitándolo de entre los muertos, para que todos tuviéramos vida eterna y fuéramos perdonados por el mismo Espíritu Misericordioso del Padre y del Hijo, que enviaría  porque Él se lo había pedido al Padre, que aceptó su ruego enviándolo en fuego y “verdad completa” en Pentecostés sobre los Apóstoles y la Iglesia, para llevarnos a todos hasta la verdad completa de la fe.             

            En el proyecto del Padre no todo estaba completo con la Encarnación y la pasión, muerte y resurrección del Señor, de hecho, incluso resucitado y viéndolo, los Apóstoles siguieron teniendo miedo; cuando vino el Espíritu Santo se acabaron los miedos y se abrieron todas las puertas y cerrojos y estaban tan convencidos que tenían gozo en dar la vida por Cristo. Sin el Espíritu de Cristo no hay Cristo, no hay Encarnación, no hay Iglesia; sin Espíritu Santo no hay santidad, no hay fuego, no hay “verdad completa”, no hay vivencia ni experiencia de lo que creemos o celebramos; sin Espíritu Santo, sin epíclesis, no hay Eucaristía.

            La Carta a los Hebreos, cuando describe este sacrificio, precisa que Cristo “por un Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14). A este Espíritu Eterno le pertenece hacer llegar al Padre la ofrenda del Hijo. Inspira la ofrenda, la hace nacer en el cuerpo y en el corazón de la Virgen, nuestra  Madre del alma, y ahora en la santa Eucaristía la hace llegar hasta el Padre, porque es el Don y el Amor de Dios en acción permanente. Ciertamente que es Cristo quien se ofrece, quien desea agradar al Padre, quien le obedece y se abandona a su voluntad paterna; es Él quien da la vida por los hombres pero todo esto lo hace por el Espíritu Santo, por Amor  Personal del Padre al Hijo, inspirándole el proyecto salvador, y del Hijo al Padre, aceptándolo y llevándolo a efecto en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y por los hermanos.

            Por todo esto el Espíritu Santo desempeña un papel principal en la ofrenda eucarística; sin la invocación y la potencia del Espíritu Santo no hay Eucaristía. Cristo se ofrece ahora de nuevo al Padre, de la misma manera que se ofreció entonces por el mismo Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo el que presenta al Padre la ofrenda de amor del Hijo. Por Él, invocado en la epíclesis sobre la materia del sacrificio, se  consagra el pan y el vino. El Espíritu Santo es también quien inspira en el corazón de los participantes a Eucaristía las disposiciones de obediencia y amor esenciales para el sacrificio.

Es Él quien suscita en los fieles la identificación con los sentimientos victimales de la oblación de Cristo, porque todo don, como todo amor, se realiza bajo la influencia del Supremo Amor  y Supremo Don. Si San Pablo pudo decir que el Espíritu grita en nuestros corazones: “Abba, Padre” (Rom 8,15), también podemos decir que este Espíritu es quien en la Eucaristía renueva nuestro corazón de hijo y nos hace levantar los ojos y llamar al Padre cuando le ofrecemos nuestra ofrenda, porque sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo.

            Por medio del Espíritu Santo, la ofrenda de la Eucaristía entra plenamente en el intercambio de amor con la Santísima Trinidad. Por su medio la Eucaristía introduce a los cristianos en la unidad del Hijo y del Padre. Por medio suyo también se realiza el sacrificio en un nivel divino. Él es quien arrastra a las almas de los fieles hasta la generosidad de Cristo para hacerlas ofrenda agradable al Padre al estar tan identificadas con el Amado por su mismo Amor Personal, que el Padre no ve diferencia entre el Hijo y los hijos en el Hijo.

            Por tanto, el Espíritu Santo es quien diviniza el sacrifico. Él es quien lo <espiritualiza>, Él es quien  tiene que espiritualizar a toda la Iglesia, a los sacerdotes, a los fieles, al pan y al vino, llenándolos de su mismo Amor a toda  la comunidad cristiana reunida para celebrar la Eucaristía, los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús...” (Fil 2,5-11).

3. 3. LA  PARTICIPACIÓN PLENA DE LA EUCARISTÍA EN NOSOTROS NOS LLENA DE CRISTO Y SU GRACIA

            En la Eucaristía Cristo hace presente su adoración al Padre, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y los hombres, nuestros hermanos.

La Eucaritía hace presente la ofrenda de Cristo al Padre en su pasión y muerte y resurrección para salvar a los hombres y es icono e imagen que debemos copiar e imitar en nuestra vida todos los participantes, sacerdotes y fieles, en la celebración de la santa Eucaristía, siguiendo sus mismas pisadas.

He rezado esta mañana el himno de  Laudes, 15 de septiembre, Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores. Ella nos sirve de madre educadora de nuestra fe y modelo en la celebración del sacrificio de Cristo. Ella contemplaba y guardaba en su corazón todo lo que veía en su Hijo. 

            En cada Eucaristía el Señor nos repite a todos lo que dijo  a la Samaritana:“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

La primera invitación del Señor es a conocer su amor, su entrega, su don, porque esto es el comienzo de toda amistad. Si no se conoce no se ama, no puede haber agradecimiento, ofrenda, alabanza, unión.. Es necesaria la meditación y la reflexión para conocer la verdad del misterio celebrado para así apreciarlo y poder luego desearlo y vivirlo.

Toda la Eucaristía tiene que ser orada,  dialogada con el Señor.  Sin oración personal la litúrgica no puede alcanzar toda su eficacia y plenitud.

Así es cómo el corazón humano se abre al amor divino, sin el cual nosotros  no podemos amar. El himno de Laudes de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, es el STABAT MATER. Y tiene bien marcados estos dos pasos que he anunciado: mirar y meditar.

La Madre piadosa estaba            ¡Oh cuán triste y aflicta

junto a la cruz y lloraba               se vio la madre bendita

mientras el Hijo pendía;             de tantos tormentos llena!

cuya alma, triste y llorosa,         Cuando triste contemplaba

traspasada y dolorosa,               y dolorosa miraba

fiero cuchillo tenía                     del Hijo amado las penas.

Y ¿cuál hombre no llorara,      Por los pecados del mundo

si a la Madre contemplara      vio a Jesús en tan profundo

de Cristo, en tanto dolor?        tormento la dulce Madre.

Y ¿quién no se entristeciera,   Vio morir al Hijo amado,

Madre piadosa, si os viera      que rindió desamparado

sujeta a tanto rigor?                el espíritu a su Padre.

Celebrar y participar en la Eucaristía  lleva consigo primero, como hemos dicho,  mirar y contemplar y meditar la cruz de Cristo, los sentimientos y actitudes de Cristo en  su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes todos los días en la santa Eucaristía. Todos los días, la celebración de la santa Eucaristía hace que adoremos al Dios Santo y Único, que merece nuestra adoración y obediencia total, aunque nos haga pasar como a Cristo por la pasión y la muerte de nuestro “yo”, para llevarnos a la resurrección de la nueva vida por Él, con Él y en Él, entrando así plenamente en el misterio y proyecto de la Santísima Trinidad. Esta contemplación de la cruz  es el primer paso para poder celebrar la Eucaristía “en espíritu y verdad”, como Él nos lo dijo, cuando nos prometió este misterio.

            Dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina... externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que  ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

            Cristo es la historia humana del Verbo encarnado, como salvación del hombre. El hombre Jesús se entregó sin reservas a Dios en nombre y en favor de todos los hombres. En virtud de su ser ontológico y existencial humano, su vida entera fue adoración existencial y cultual al Padre. Cristo realizó en toda su vida el culto supremo de adoración obedencial al Padre jamás ofrecido por hombre alguno. Con plena disponibilidad, como nos ha dicho la Carta a los Filipenses, estaba totalmente orientado hacia la voluntad del Padre, para cumplirla en adoración y obediencia total en la muerte en cruz.

            Toda su vida la consumió Cristo en obediencia total al Padre:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió”. Él vivió para realizar el proyecto que el Padre le había confiado, y siendo Dios se  hizo nada,“se anonadó”, se hizo criatura, se hizo “siervo” en la misma Encarnación, y toda su vida la vivió pendiente de los intereses del Padre,  por lo que  tuvo que sufrir muchas humillaciones durante su vida para terminar en la plenitud de su existencia, en plena juventud “haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Fue el Padre, no Jesús de Nazareth, el autor del proyecto de salvación:“Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). La Nueva Alianza fue  querida por el Padre y realizada en la sangre del Hijo en adoración obedencial.

            La adoración es una actitud religiosa del hombre frente al Dios grande e infinito, inscrita en el corazón de todo hombre, mediante la cual la criatura se vuelve agradecida hacia su Creador en manifestación de amor y dependencia total de Él: “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mt 4,10). La adoración ocupa el lugar más alto de la vida, de la oración y del culto. Por eso, esta actitud religiosa es esencial para avanzar en la vida espiritual de unión e identificación con Cristo. En lenguaje bíblico la palabra y el concepto de adoración significa el culto debido a Dios, manifestado a través de ciertas acciones, especialmente  sacrificiales, por las cuales venimos a decir: Dios, Tú eres Dios, yo soy pura criatura, haz de mí lo que quieras. Por adoración el hombre se ofrece a Dios en un acto de total sumisión y reconocimiento de su grandeza como Ser Supremo y lo significaba con la muerte de animales y ofrendas. El elemento principal de ella es la entrega interior del espíritu a Dios, significada a veces, con gestos externos. La palabra más adecuada para expresar este culto es latría, que significa propiamente este culto rendido solamente a Dios.

3.3.1 LA ADORACIÓN AL PADRE 

Nuestra adoración a Dios es la que garantiza la pureza de nuestro encuentro con Él y la verdad del culto que le tributamos. Mientras el hombre adore a Dios, se incline ante Él, como ante el ser que “es digno de recibir la potencia, el honor y la soberanía”, el hombre vive en la verdad y queda libre de toda sospecha y mentira, porque la vida es el supremo valor que tenemos y entregarla sólo se puede hacer por amor supremo. 

            Este sentido, esta actitud de adoración ante el Dios Grande hace verdadero al hombre, y lo centra y da sentido pleno a su ser y existir: por qué vivo, para qué vivo... reconoce que sólo Dios es Dios y el hombre es criatura. Se libera así de la soberbia de la vida, adoradora del propio <yo>, a quien damos culto idolátrico de la mañana a la noche: “Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por la cual viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía” (Col 3, 5-6).

            Frente al precepto bíblico“Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”, el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí mismo el instinto de adorarse a sí mismo y  preferirse a Dios. Es la tendencia natural del pecado original. Todos, por el mero hecho de nacer, venimos al mundo con esa tendencia. Podemos decir que cada uno, dentro de sí mismo, lleva un ateo, unas raíces de rebelión contra Dios, que se manifiesta en preferirnos a Dios y darnos culto sobre el culto debido a Dios, que debe ser primero y absoluto.

Mientras la cosas nos van bien, no se rebela, aunque siempre está actuando y no somos muchas veces conscientes. Pero cuando tenemos sufrimientos y cruces, cuando nos visita la enfermedad o el fracaso, nos rebelamos contra Dios: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué a mí? En el fondo siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Por eso, cuando estoy dispuesto a ofrecer el sacrificio de mí mismo en el dolor y sufrimiento, en silencio y sin reflejos de gloria, prefiero a Dios sobre todo, y Él es el bien absoluto y primero. Y esta actitud prueba la verdad de mi fe y amor a Dios sobre todas las cosas.

            Jesús había dicho:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El sacrificio es una exigencia del amor. El supremo amor es el don de sí mismo, de la propia vida por el amado. El amor que pretendiese sólo la posesión del amado no sería verdadero. Por eso, la culminación del amor se encuentra en el sacrificio de la vida  y el sufrimiento moral, que producen las renuncias más íntimas, forman parte del amor auténtico. Dios es el único que puede solicitar un amor hasta dar la vida.

            Cuando se ofrece una cosa, hay que renunciar a la posesión de la misma. Cuando  se ofrece la propia vida hay que renunciar a la soberanía sobre la propia existencia. Y este desprendimiento se expresa principalmente mediante el gesto cultual del sacrificio. Es la expresión material, visible, de una actitud del alma, por la cual el hombre se ofrece a sí mismo mediante la ofrenda de otra cosa. Para que sea verdadero tiene que partir del amor, hacerlo desde dentro.  Y esto es lo que  nos pide la celebración de la Eucaristía, unirnos al sacrificio de Cristo y hacernos con Él víctimas y ofrendas de suave olor a Dios con los sacrificios que comporta cumplir su voluntad en la relación con Él y con los hermanos.

            El cristiano, que asiste a la Eucaristía, tiene la alegría de saber que el sacrificio ofrecido sobre el altar, llega hasta Dios infaliblemente y obtiene la gracia por medio de Cristo. El Padre quiso que este sacrificio ofrecido una vez sobre el Gólgota mereciese toda la gracia para el hombre y quiere que siga renovándose todos los días sobre el altar bajo la forma ritual y sacramental de la Eucaristía. Gracias a la Eucaristía, la humanidad puede asociarse cada vez más voluntariamente al sacrificio del Salvador ratificando así su compromiso con el sacrifico de Cristo, en nombre de todos, en la cruz y sabiendo que su sacrificio en el de Cristo será siempre aceptado por el Padre.

            En la economía de la Nueva Alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual  de Cristo, “coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por  todos” (Hbr 2,9b), que constituye a su vez el centro del culto y de la vida cristiana. La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús. Por eso la Eucaristía se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu, en la adoración más perfecta, única. En la Eucaristía está el “todo honor y toda gloria” que la Iglesia puede tributar a Dios, y que tiene que pasar  «por Cristo, con Él y en Él».

            La carta a los Hebreos pone en boca del Hijo de Dios,“al entrar en este mundo” las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesión plena y radical al proyecto del Padre: “No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí” (Heb.10,5-7).       

Y esta actitud la vivió ya desde el comienzo de su vida apostólica, cuando se retira a la oración y a la soledad del desierto para prepararse a la misión que el Padre le ha confiado; ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a  él sólo darás culto” (Mt.4, 10). Sólo Dios merece adoración[17].

3. 3, 2. LA OBEDIENCIA AL PADRE

Hemos subrayado que el valor del sacrificio de Cristo no reside en la materialidad de derramar sangre, sino en la  obediencia al Padre, en adoración total, hasta dar la vida, como el Padre ha dispuesto. En el evangelio de Juan encontramos una declaración de Jesús que arroja mucha luz  sobre esta actitud de sumisión a la voluntad del Padre, que inspira toda la Pasión: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita sino que yo mismo la doy. Tengo poder para darla y poder tengo para tomarla otra vez; éste es el mandato que he recibido del Padre” (Jn 10, 17-18). En esta adoración obedencial se realiza el sacrificio del Salvador.

            San Pablo ha expuesto muy concretamente en el himno cristológico de su Carta a los Filipenses, que ya hemos mencionado varias veces, el papel de la obediencia de Cristo Jesús en la Encarnación y Pasión :“Tened en vosotros estos sentimientos de Cristo Jesús...” Este Cristo humillado, despreciado, angustiado hasta la muerte en el Huerto de los Olivos: “sentaos aquí, mientras yo voy a orar... triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí mientras yo voy a orar”,   invocando al Padre, para que le libre de  ese cáliz que está a punto de beber: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero sino como tú quieres...”, por la fuerza de la oración se ha levantado decidido, dispuesto a obedecer y someterse totalmente al proyecto del Padre:“Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme” (Mt 26,36-40). Cuando se levantó de su postración en el Huerto de los Olivos, el Salvador había renovado su sacrificio al Padre, ofrecido ya en la Cena. En su pasión y muerte no hizo más que cumplir lo que en esta obediencia había prometido y aceptado.

En la santa Eucaristía se hacen presentes todos estos sentimientos de Cristo, en los que nosotros podemos y debemos participar haciéndonos una ofrenda con Él. Los que asisten a Eucaristía deben hacer suyo el sacrificio de Cristo aceptando esta actitud fundamental de obediencia y ofrenda.            

            Penetrar en el misterio de la Eucaristía es identificarse totalmente con el misterio de Cristo y someterse sin condiciones y sin reservas a una voluntad que puede conducirnos a la cruz; es aceptar obedecer a Dios hasta el heroísmo, ayudados por su gracia y su fuerza, que nos puede hacer sentir como a Pablo y a tantos santos de la Iglesia: “Me alegro con gozo en mis debilidades, para que así habite en mí la fuerza de Cristo” “cuando soy más débil, entonces  hago vivir en mí la fuerza de Dios”  “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que amó y se entregó por mí”.

            Unidos a Cristo hacemos el don más completo de nosotros mismos en un verdadero señorío sobre todo nuestro ser y existir. De esta forma, en medio de nuestros sufrimientos y debilidades, terminaremos confiándonos totalmente al Padre: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”;  “Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para  mí” (Gal 6,14)... “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados...” (1Cor 1,23-24).

3. 4. LA “HORA” DE CRISTO: FIDELIDAD AL PADRE, HASTA LA MUERTE.

La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cf.Jn.17,4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: “para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn.14,30.31).

            En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10,17). La muerte para Cristo  es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y  acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

            En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor  de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre. (Cfr.Rom.5,19) y a la de los israelitas (3,4-7). “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor” (Hbr 5,7-8).

            La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión:“Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado “su hora”: “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora?¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte.

            “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “el amor de Dios -escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

            Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47).

 Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos: Mt.26,36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45 aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se  produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: “Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb.5,8).

            Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al Padre con inmensa angustia:“Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” El himno cristológico de Filipenses de 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

3. 5. CRISTO LLAMA “SATANÁS” A PEDRO POR QUERERLE ALEJAR DEL PROYECTO DEL PADRE

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo  a tí que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia... Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar. Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará”(Mt 16,16-25).

            En el evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Mateo: demostrar que Jesús es el Mesías que cumple la voluntad del Padre. Pero su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es una mesianismo de amor y paz y amor entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y someternos con humildad a su voluntad, aunque ésta nos lleva a la muerte del “yo”.

            En el evangelio proclamado, Pedro tiene todavía una visión mesiánica de poder y gloria humana, a pesar de haber escuchado a Cristo hablar de su misión y de cómo la va a realizar en humillación y sufrimientos; de hecho, en la  narración de Marcos, después de la predicción de su partida, el Señor los sorprende hablando de primeros y segundos puestos en el reino, que lleva también a la madre de los Zebedeo a pedir un puesto importante para sus hijos Santiago y Juan.

            De pronto, ante las palabras de Pedro, que quiere  alejar de Cristo esa sospecha de tanto sufrimiento, Jesús tiene una reacción desproporcionada: “aléjate de mí, Satanás…” Como podemos observar, el cambio ha sido radical: Pedro pasa de ser bienaventurado a ser satanás, porque sin ser consciente Pedro ha querido alejar este sufrimiento y humillación, voluntad del Padre para Cristo.

            Nosotros, siguiendo este esquema del evangelista Mateo, vamos a confesar con Pedro: “Cristo,  tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Pero hemos de tener mucho cuidado de no confundir el mesianismo de Jesús con los falsos mesianismo de entonces y de siempre: políticos, temporales, de poder y gloria humana. El Mesías auténtico reina desde la cruz. Para no recibir como Pedro recriminaciones del Señor tengamos siempre en cuenta que para el Señor:

--  Todos los que le confesamos como Mesías, no  debemos  olvidar jamás su misión, si no queremos apartarnos de Él:  “El que quiere venirse conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...” El que quiera vivir su vida, la que le pide su yo, su egoísmo, su soberbia y vanidad, la perderá, pero el que pierda su vida en servir y darse a los demás la ganará.

- En el cristianismo la salvación y la redención pasan por cumplir la voluntad del Padre, como Cristo, pisando sus mismas huellas de dolor y sufrimiento y muerte para llegar a la resurrección y a una vida nueva, muriendo al yo y al pecado.

-- El dinero, el poder y el deseo de triunfo del yo carnal es la mayor tentación para la religión cristiana siempre. Por eso, no hay cristianismo sin cruz, sin muerte del yo que se prefiere a Dios y a su voluntad, como lo vemos en la vida de todos los santos de todos los tiempos. 

-- Hay que matar el “ateo”, el “no serviré”, que llevamos todos dentro y que quiere adorarse a sí mismo más que a Dios.

3. 6. LA EUCARISTÍA ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS  POR EL ESPÍRITU SANTO EN LA DEBILIDAD DE LA CARNE.

El segundo paso, que sigue a la contemplación del sacrificio de Cristo, es la vivencia en nosotros de esas actitudes y sentimientos del Señor, que  son injertados en nuestra carne y existencia por la gracia sacramental de la celebración eucarística, especialmente, por la sagrada comunión.

Al contemplar la obediencia y los sufrimientos de Cristo, todos decimos: así tenemos  nosotros que  obedecer y amar y adorar al Padre, para cumplir y llevar a cabo el proyecto de amor que tiene sobre cada uno de  nosotros. Pero para esto necesitamos vivir y sufrir como Cristo. Y nosotros no podemos si Dios no nos da esa fuerza. Y esta fuerza y potencia nos la da Cristo por su carne llena de Espíritu  Santo, que nos lleva a sentir y vivir con Él y como Él.       Este segundo aspecto de identificación con los  sentimientos de Cristo crucificado lo refleja muy bien la segunda parte del STABAT MATER:

Hazme contigo llorar                 Virgen de vírgenes santa,

y de veras lastimar                     llore yo con ansias tantas

de sus penas mientras vivo;      que el llanto dulce me sea,

porque acompañar deseo          porque su pasión y muerte

en la cruz, donde le veo,           tenga en mi alma, de suerte

tu corazón compasivo.             que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore   Haz que me ampare la muerte

y que en ella viva y more          de Cristo, cuando en tan fuerte

de mi fe y amor indicio               trance vida y alma estén,

porque me inflame y encienda    porque cuando quede en calma

y contigo me defienda                 el cuerpo, vaya mi alma

en el día del juicio.                        a su eterna gloria. Amén.

            La adoración es la suprema manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al  Dios Supremo. Al ser lo último y más elevado de nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas  las expresiones, comunitarias o personales,  que llevan  a Dios. La adoración es el último tramo de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la Eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos. La nueva vida de amor y servicio inaugurada por Cristo y presencializada en cada Eucaristía me ayuda, me mete esta vida y este amor dentro de mí, aunque a veces sea con lágrimas y dolor.

            Por eso, toda nuestra vida debe ser un cuerpo y un espíritu, una vida y una sangre que están dispuestas a derramarse por hacer la voluntad del Padre, salvándonos y salvando así a los hermanos, los hombres. Cada Eucaristía me inyecta obediencia al Padre hasta la muerte, hasta la victimación del yo personal, de la soberbia, avaricia, egoísmo...dando muerte al hombre viejo que me empuja a preferirnos a Dios, a preferir nuestra voluntad a la suya:   “así completaré en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”

            Jesús había declarado que la prueba principal de su amor consiste en dar la vida por los que ama: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos.” Éste es el espíritu de caridad que animó el sacrificio de Cristo y se hace ahora presente en cada Eucaristía. Este amor animó toda la vida de Cristo, pero especialmente su pasión, muerte y resurrección y este amor viene a nosotros por la celebración eucarística: “El que me coma vivirá por mí”,(Jn 6,23).

            Esta Salvación por amor es permanente, porque su sacerdocio es eterno en contraposición al del AT Jesús posee un sacerdocio perpetuo y ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: “estando siempre vivo para interceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios”. (Hbr 7,25)“Se ofreció de una vez para siempre” ( Hbr 7,8). Y de esta actitud de adoración al Padre nos hace Cristo partícipes en cada Eucaristía. Por ella nosotros también miramos al Padre en total sumisión a su voluntad y esta adoración la vivimos con Cristo sacramentalmente en la Eucaristía y luego existencialmente en nuestra vida. Esta actitud de adoración es fundamental en todo hombre que busca a Dios y Cristo es el mejor camino para llegar hasta el Padre. 

            Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado al Padre y a todos los hombres, mis hermanos, hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas por el deseo de ser comido y vivir la misma vida... “Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”Sí, Cristo, quiero acordarme ahora y vivir en cada Eucaristía tus mismos sentimientos, amores  y entrega total sin reservas.

3. 7. LA EUCARISTÍA, FUENTE DEL AMOR FRATERNO Y CRISTIANO.

La celebración de la Eucaristía es la celebración de la Nueva Alianza, que tiene dos dimensiones esenciales: una vertical, hacia Dios, y otra, horizontal, de unión con los hombres. La Eucaristía lleva por tanto  amor a Dios y a los hermanos. El amor de Cristo llega a todos los hombres en la Eucaristía; participar, por tanto,  en verdad de la Eucaristía me lleva a amar a todos como Cristo los ha amado, hasta dar la vida.

            El culto cristiano consiste en transformar la propia vida por la caridad que viene de Dios y que siempre tiene el signo de la cruz de Cristo, esto es, la verticalidad del amor obedencial al Padre y la horizontalidad del amor gratuito a los hombres.“Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto espiritual vuestro” (Rom 12,1).

            Es paradójico que el evangelio de Juan que nos habla largamente de la Última Cena no relata la institución de la Eucaristía mientras que todos los sinópticos la describen con detalle. El cuarto evangelio, sin embargo, nos trae ampliamente desarrollada la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, cosa que no hacen los otros evangelistas. Lógicamente S. Juan no pretende con esto negar la institución de la Eucaristía, porque era cosa bien conocida ya por la tradición primitiva y por el mismo S. Pablo, pero el cuarto evangelio no tiene la costumbre de repetir aquellos hechos y dichos, que ya son suficientemente conocidos por los otros Evangelios, porque los supone conocidos.

            San Juan había ya hablado largamente de la Eucaristía en el discurso sobre el pan de vida en el capítulo sexto: “El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (v 51). Por eso no insiste en este argumento en la Ultima Cena y nos narra, sin embargo, el lavatorio de los pies a los discípulos en el lugar que corresponde a la institución del sacramento eucarístico; en el lugar donde todos esperamos leer el relato de su institución, cuando hacemos referencia a la Última Cena, S. Juan nos narra el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno. No cabe duda de que el evangelista Juan lo hizo conscientemente, porque ha tenido un motivo y pretende un fin determinado.

            La opinión de varios comentaristas modernos, desde el protestante francés Cullmann, hasta el anglicano Dodd, pasando por el católico P. Tillar y otros actuales es que el cuarto evangelio supone la institución de la Eucaristía y pasa a describirnos más específica y concretamente el fruto y finalidad y espíritu de la Eucaristía: la caridad fraterna. La hipótesis es interesante.

Todos sabemos que S. Juan es el evangelista místico, que, junto con S. Pablo, tiene experiencia y vivencia de los misterios de Cristo y más que los hechos y dichos externos nos quiere transmitir el espíritu y la interioridad de Cristo y la vivencia de sus misterios. Dios es amor y al amor se llega mejor y más profundamente por el fuego que por el conocimiento teórico y frío, porque éste se queda en el exterior pero el otro entra dentro y lo vive.

A Cristo como a su evangelio no se les comprende hasta que no se viven. Y esto es lo que hace el evangelista Juan: vive la Eucaristía y descubre que es amor extremo a Dios y a los hermanos. A través del lavatorio de los pies, podemos descubrir que para Juan, el efecto verdadero y propio de la Eucaristía, aunque no explícitamente expresado por él, pero que podemos intuir en la narración de este hecho, es hacer ver y comprender la actitud de humildad y humillación de Jesús, su entrega total de amor y caridad y servicio, realizados en la Eucaristía y que son también  simbolizados y repetidos en el lavatorio de los pies a los discípulos.

            Por lo tanto, las palabras referidas por los sinópticos: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”, vendrían interpretadas y comentadas por estas otras palabras de Juan: “Os he dado ejemplo; haced lo que yo he hecho”. El amor fraterno es la gracia que la Eucaristía, memorial de la inmolación de Cristo por amor extremo a nosotros, debe dar y producir en nosotros.

Y por eso el sentido de este ejemplo que Cristo ha querido dar a sus discípulos en la escena del lavatorio de los pies encuentra el comentario explícito y concreto a seguidas del hecho, donde nos da el mandamiento nuevo del amor como Él nos ha amado: “Un precepto nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 13,34-35); “Éste es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 1413).

            ¿Por qué llama Jesús nuevo a este mandamiento? ¿No estaba ya mandado y era un deber el amor fraterno en el seno del judaísmo? En verdad la clave de la explicación, el elemento específico que hace del amor un precepto nuevo, se encuentra en las palabras “como yo os he amado”, en clara e implícita referencia a la institución de la Eucaristia.

Todo el capítulo trece de S. Juan pone explícitamente la vida y la muerte de Jesús bajo el signo de su amor extremo a los hombres cumpliendo el proyecto del Padre. Y así es como comienza el capítulo: “Antes de la fiesta de Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…”

Como Jesús, también nosotros, debemos mantener siempre unidas estas dos dimensiones del amor, si queremos vivir de verdad la Nueva Alianza. Celebrar la Eucaristía es tener los mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega de Cristo a Dios y a los hombres, que Él hace presentes y vive en cada celebración eucarística, porque se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8) en este misterio. Jesús quiere meterlos dentro de nuestro espíritu por su mismo Espíritu,  invocado en la epíclesis sobre el pan y sobre la Iglesia y la asamblea, para que «fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria III).

            Esta misma doctrina, con diversos matices, vuelve Juan a proponernos en su primera Carta, bella y profunda. En algunos puntos completa su evangelio. En efecto, ella invita al cristiano a quitar de sí todo pecado, especialmente contra el amor fraterno, y vivir en conformidad con la voluntad de Dios a ejemplo del Maestro: a hacer lo que Él y como Él lo ha hecho: hay que dar la vida por los hermanos: “en esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros tenemos que dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,13).

Aunque la carta no trata aquí directamente de un amor martirial, nos pide una entrega de amor que tiende de suyo a la entrega total de sí mismo. Y en este mismo sentido el texto más explícito y significativo es el siguiente: “Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2,5-6).

            Por la Eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a Él a sus sentimientos y actitudes, entre los cuales la caridad perfecta a Dios y a los hermanos es el principal y motor de toda su vida:  “Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”, “Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo”; Ahora bien, “quien permanece en él..,” quien está unido a Él, quien celebra la Eucaristía con Él, quien come su Cuerpo, come también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de misericordia y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas... “debe andar como Él anduvo”.

            La primera dimensión es esencial: recibimos el amor que procede del Padre a través del corazón de Cristo, y, como dice S Juan, no podemos amar a Dios y a los hermanos si Dios no nos hace partícipe de su Amor Personal, Espíritu Santo: no podemos amar si primero Dios no nos ama: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados...” (1Jn 4,10)). Y así lo afirma en su evangelio: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9).De aquí deriva el amor a los hermanos, el don y el servicio total de uno mismo a los hermanos, sin buscar recompensas, amando gratuitamente, como sólo Dios puede amar y nos ama y nosotros tenemos que aprender a amar en y por la Eucaristía.

            En la Eucaristía se hace presente la cruz de Cristo con ambas dimensiones, vertical y horizontal, en que fue clavado y por la que fuimos salvados. La vertical la vivió Cristo en una docilidad filial y total al Padre; la horizontal, en apertura completa a todos los hombres, aunque sean pecadores o indignos. En el centro de la cruz, para unir estas dos dimensiones está el corazón de Jesús traspasado por la lanza del amor crucificado.

 El fuego divino, que transformó esta muerte en sacrificio de alianza no ha sido otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo. Lo afirma S. Pablo en su carta a los Efesios: “Cristo nos ha amado (con amor de Espíritu Santo)y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). Y lo recalca la Carta a los Hebreos: “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros ...santifica a los inmundos...¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima sin defecto limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo! (Hbr 9, 13-14)

            Dice S. Agustín que el sacrificio sobre el altar de piedra va acompañado del sacrificio sobre el altar del corazón. La participación viva en la Eucaristía demuestra su fecundidad en toda obra de misericordia, en toda obra buena, en todo consejo bueno, en todos los esfuerzos por amar al hermano como Cristo; así es cómo la Eucaristía es alimento de mi vida personal, así es como Cristo quiere que el amor a Él y a los hermanos, la Eucaristía y la vida , el culto y servicio a Dios y el servicio a los hombres estén estrechamente unidos.

            La  Eucaristía acabará como signo cuando retorne Cristo para consumar la Pascua Gloriosa en un encuentro ya consumado y definitivo y bienaventurado de Dios con los hombres, que ha de progresar en profundidad y anchura toda la eternidad. Por eso en la Eucaristía la Iglesia mira siempre al futuro consumado, a la escatología, al final bienaventurado de todo y de todos en  el Amor de Dios Uno y Trino que nos llega en cada Eucaristía por el Hijo, Cristo Glorioso, que se hace presente  bajo los velos de los signos.

            Quisiera terminar este tema con el pasaje conclusivo de la carta a los Hebreos, que abundantemente venimos comentando: “El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,20-21).

            El autor pide que el Dios de la paz, el Dios de la alianza realice en nosotros lo que le agrada, lo que nos hace perfectos en el amor, que nos ha de venir necesariamente de Él. En la antigua alianza Dios prescribía lo que había que hacer mediante una ley externa. Pero eso fracasó. Ahora quiere inscribirla en el corazón de los hombres mediante su Espíritu: “Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón...” (Jer 31,31-33). Y esto lo hace por Jesucristo Eucaristía, por su cuerpo comido y su sangre derramada  en amor de Espíritu Santo. 

            Sin el Espíritu de Cristo, si el Amor de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, no podemos amar a los hermanos como Cristo, no podemos perdonar, no podemos cooperar a la salvación y la redención de los hombres: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4-5).

            Acojamos esta acción de Dios en nosotros por Jesucristo con amor y gratitud. Nosotros terminamos con el himno de alabanza dirigido a Dios por el autor de la carta a los Hebreos: “Por Él (Cristo)ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre....” “por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,15.21). Hagamos también nosotros nuestra ofrenda de alabanza al Padre por la Eucaristía, por medio de Cristo,  para  gloria  de  Dios y  salvación de los  hombres nuestros  hermanos.

3. 8. LA EUCARISTÍA NOS ENSEÑA  Y EMPUJA  AL  PERDÓN DE NUESTROS  ENEMIGOS

S. Juan ha puesto de manifiesto hasta qué punto el amor del Padre se ha manifestado en la cruz del Cristo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y Pablo nos dice igualmente que Dios nos revela su Amor Personal, Amor de Espíritu Santo, a través de la muerte en cruz del Hijo Amado, que nos manifiesta su amor, muriendo por nosotros, que no éramos gratos a Él, sino pecadores: “Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Pues Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, a su tiempo murió por unos impíos. Porque a duras penas morirá uno por un justo, pues por el bueno uno se anime a morir. Más acredita Dios su amor para con nosotros, en que siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,6-8).El Padre nos muestra su amor entregando su Hijo a la muerte por nosotros y el Hijo nos revela su amor total y apasionado, dando su vida por nosotros, con amor extremo.

            Jesús ha sido el primero en poner en práctica este amor a los enemigos, impuesto a sus discípulos como mandamiento. En el Calvario manifiesta los sentimientos de indulgencia y perdón que quería tener para con sus adversarios. Pide al Padre misericordia para ellos e incluso fue la última petición que hizo a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bajo este perdón expresamente declarado en favor de los que le daban muerte, había un amor más fundamental por todos a los que el pecado les convertía en enemigos de Dios, y que ahora recibían el abrazo del Padre por la Nueva Alianza sellada en su sangre: “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

            Desde entonces, la Eucaristía, al hacer presente todos los hechos y dichos salvadores de Cristo, se presenta ante todos los participantes como un ejemplo de amor y perdón de los enemigos que nos invita a todos los cristianos a conformarnos y unirnos a los sentimientos de Cristo. La ofrenda de Cristo sobre el altar  es la expresión de un amor al prójimo que supera todas la barreras y diferencias, que sobrepasa cualquier hostilidad, que substituye la venganza por la piedad y que responde a las ofensas con una bondad mayor. Muestra que la caridad divina perdona siempre y exige del cristiano una caridad semejante: que reaccione ante las ofensas no odiando sino perdonando y amando siempre, llegando así hasta el amor a los enemigos con la fuerza de Cristo que ayuda nuestra debilidad. 

            El maestro había ya formulado la exigencia de caridad contenida en toda ofrenda:“Si cuando presentas tu ofrenda junto al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra tí, deja tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda” Mt 5,23-24). Estas palabras nos muestran las disposiciones que debe tener un cristiano cuando asiste consciente a Eucaristía. La disposición de caridad es por tanto condición impuesta por Dios para que la ofrenda le sea grata. En este ambiente de caridad fue instituida la Eucaristía y en este ambiente debe ser celebrada siempre y continuada con nuestra vida y testimonio en la calle y en la relación con los hombres “para que den gloria a vuestro Padre del cielo...”, Aen esto conocerán que sois discípulos míos en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado”. San Juan no narra la institución de la Eucaristía, según algunos autores, porque el lavatorio de los pies y el precepto del amor mutuo expresan los efectos de la misma:“Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y  Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo para que vosotros también hagáis como yo he hecho... Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13, 12-14;17).

            La Eucaristía renueva esta dimensión del amor y tiende a ensanchar el corazón de los cristianos según las dimensiones del corazón del Padre y del Hijo. Así la Eucaristía es el lugar del amor a los pecadores, a los que nos odian, a los que nos hacen mal, porque el Padre y el Hijo lo hicieron por el amor del Espíritu Santo y lo renuevan en cada Eucaristía en la ofrenda sacrificial del Hijo aceptada por el Padre.

3. 9. EL PADRE ME AMÓ MÁS EN LA SEGUNDA CREACIÓN POR EL HIJO MUERTO Y RESUCITADO

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados”(1Jn 4,10).

Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él,  en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3).

Si existo, es que Dios  me ha preferidoa millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido... Yo he sido preferido, tú has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Qué bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano ¡Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...! Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado». (G. Marcel).

Si existo, yo valgo mucho, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre, valórate! Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad. Dios  crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

            Por eso, con qué respeto, con qué cariño tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

            Desde aquí se comprende mejor lo que valemos: Jesucristo, su persona y su palabra y su pasión y muerte y resurrección son los signos claros de lo que yo valgo para el Padre y para Cristo, de lo que el Padre y el Hijo me aman.

Si existo, es que estoy llamado a ser feliz, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fin del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-4). “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

            Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn.4, 9-10).

3. 10.  “Y NOS ENVIÓ A SU HIJO COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS”

En la contemplación de la segunda parte entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados,  es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí” (Gal 2,19-20). 

            S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que  creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, por eso, el “entregó” tiene sabor de “traicionó”. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado, no puede menos de exclamar : “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

            Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que...(traicionó)”  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

            Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

            Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os  amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza.

Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” ( Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

            Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

            Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección.

Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“Siendo Dios… se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado...”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  sólo amor...

            Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no se va a conmover ante el amor tan “lastimado” de Dios, de mi Cristo... tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así... no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Ti.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

            Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, siempre que viene a mi mente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que S. Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente sólo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...”

Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él...  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo.. No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido… Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti... Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias...

            Qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio...El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: “Me amó y se entregó por mí”; “No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

            Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor... Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

             Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto, Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz?

Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo comprendo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mí, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a S. Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a “desvariar”.

            Señor, dime qué soy yo para ti, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos:  “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

            Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te diste totalmente a Él y lo abrazaste y te  empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.       Señor, si Tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores... solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi  corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso... hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.   

            Hermano, cuánto vale un hombre, cuánto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos, amén.

             Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros, sacerdotes, que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación trascendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana.

 Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

            Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros hermanos, olvidando su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y hasta un trozo de pan para buscarnos y salvarnos:“¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

            Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y nos envió por el mundo como prolongación sacramental de su persona y salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por ti y por mí y por todos los hombres.

Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que son para principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.“Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

            Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: “llevar las almas a Dios”, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

            La Iglesia tiene también dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión.

Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado... les acompañarán estos signos... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16,15-20).

            Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es su misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo). Gloria sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

            Dios me ama..., me ama..., me ama... y qué me importan entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros..., qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

            Me gustaría terminar con unas palabras de S. Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: «Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo.

Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en Ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa.  Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

            «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis? ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

            Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

            «Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio» (Can B 28). Y comenta así esta canción S. Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algopor fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (Can 28, 3).

            Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

3. 11. FRUTOS Y FINES DE LA EUCARISTÍA: “HACED ESTO EN MEMORIA MÍA”

Los fines y frutos de la Eucaristía son los mismos que Cristo obtuvo al dar su vida por nosotros en su pasión, muerte y resurrección: Adorar al Padre en obediencia total, dándole gracias por todos los beneficios de la Salvación de los hombres obtenidos por su sacrificio y aceptados por la resurrección del Hijo: fín eucarístico-latréutico-impetratorio-propiciatorio.

Lógicamente estos fines y los sentimientos y actitudes se entremezclan entre sí y se complementan. Ni qué decir tiene que si estos son los deseos y súplicas e intenciones de Cristo, también deben ser los nuestros al celebrar la Eucaristía y eso son los llamados frutos y fines de la Eucaristía: dar gracias y adorar al Padre por el sacrificio de su Hijo, ofrecernos y elevar nuestras peticiones de perdón y salvación por todos los hombres y pedir a Dios en Jesucristo por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo, de vivos y difuntos y el perdón de nuestros pecados:“Haced esto en memoria de mí”.

3. 11.-LA EUCARISTÍA: ACCIÓN DE GRACIAS

Este sentimiento litúrgico, hecho personal y sacerdotal, es tan fuerte en la celebración de la Eucaristía que ha pasado a ser uno de los nombres empleados para designarla, como nos dice el Catecismo de la Iglesia. Los evangelios sinópticos, lo mismo que Pablo, nos cuentan que antes de consagrar el pan, Jesús lo “bendijo” (Mt 26,27; Mc 14,23; Lc22,19), y al consagrar el vino “dio gracias”. La bendición se pronunciaba sobre los alimentos con una fórmula de reconocimiento y alabanza  dirigida a Dios. Así se hacía en el pueblo judío.

            Nosotros, en la Eucaristía, damos con Cristo gracias al Padre porque aceptó el sacrificio de su Hijo como memorial de la Nueva y Eterna Alianza, celebrada en la Última Cena, y nos concedió por ella todos los dones y gracias de la Salvación. Esta acción de gracias está especialmente expresada en la liturgia de la Eucaristía por el prefacio y la PLEGARIA EUCARÍSTICA, parte esencial de la misma. Damos gracias al Padre por la acogida de la salvación de su Hijo, que se ofreció en muerte en cruz por sus hermanos los hombres y porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él”. No debiéramos olvidarlo nunca, para ser más agradecidos con este Padre tan bueno, que nos creó y nos recreó en el Hijo, y agradecer también a este Hijo, el Amado, que dio su vida por nosotros. 

            Dice el Catecismo de la Iglesia: «La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la  muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad. La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por sus beneficios...

La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptadoen Él»   (1359-1361).

            Cuando la Iglesia renueva sobre el altar la Cena del Señor, quiere hacerlo en contexto pascual, participando en los  sentimientos de adoración y acción de gracias al Padre por todos los beneficios del sacrificio del Hijo. Esta acción de gracias no sólo se expresa por las palabras de Jesús sino sobre todo por su vida, que se ofrece totalmente y es aceptada por el Padre por la resurrección.

            Por eso, el homenaje de gratitud se traduce en una ofrenda completa de sí mismo. Cristo se entrega a sí mismo para agradecer al Padre su proyecto salvador. Igual tenemos que ofrecernos nosotros al Padre,  dando gracias con palabras y con obras, con nuestra persona y vida, que son aceptadas siempre, porque en el Hijo ya hemos sido aceptados por el Padre. Celebrando la Eucaristía,  agradecidos, damos gracias de todo corazón al Padre, “por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén”. 

3. 12. LA EUCARISTÍA, OFRENDA PROPICIATORIA

El Concilio de Trento definió el valor propiciatorio de la Eucaristía contra los Reformadores que sostenían sólo el valor de alabanza y acción de gracias. Cristo, obedeciendo al proyecto del Padre, quiso hacer con su vida y con su muerte una Alianza nueva, que consiguiendo el perdón de todos los pecados, cuya hondura y gravedad sólo Él conocía, instaurase la paz y la unión definitiva entre Dios y los hombres. Con esta obediencia de Cristo quedan borradas y destruidas todas las desobediencia de Adán y de la humanidad entera y el Padre retira su condena, porque Cristo ha pagado el precio. Es la Redención objetiva en la cruz que tenemos que hacer nuestra por la Eucaristía, abriéndonos a su amor. El hombre, ayudado por el amor de Dios, debe cooperar a destruir el pecado en su vida y en la de los hermanos.

            En la consagración del vino el sacerdote menciona expresamente la sangre de Cristo “que será derramada para el perdón de los pecados”. El  mismo Jesús, según lo que nos dice el Evangelio de Mateo, anuncia en la Cena que el fin de su sacrificio era obtener el perdón de los pecados  para toda la humanidad. Cuando antes dice que el Hijo del hombre había venido para “dar su vida en rescate por muchos”, expresa el mismo aspecto del sacrificio. Por el sacrificio de la cruz, Cristo se entregó para libertarnos de la esclavitud del pecado.

            Es verdad que el pecado continúa haciendo estragos en el seno de la humanidad, esclavizando a las almas. “Todo aquel que comete el pecado es esclavo del pecado” (Jn 8,34)). El pecado oscurece la inteligencia y la subordina a egoísmos; debilita la voluntad haciéndola esclava de pasiones degradantes; endurece el corazón atándole y haciéndole incapaz de amar. El pecador es menos hombre después de su pecado, es menos dueño de sí mismo y se siente encadenado a satisfacciones, a placeres que le seducen y le envilecen.

 Al comenzar la santa Eucaristía, tanto el sacerdote que celebra la Eucaristía como los fieles que participan tenemos conciencia de nuestras obras, pensamientos y acciones manchadas; por eso comenzamos pidiendo perdón. Por eso nos unimos a Cristo en la celebración de la Eucaristía en la que Él pide y se ofrece por los pecados del mundo y cuando comulgamos, participamos en el perdón de Dios comiendo la carne “del Cordero que quita el pecado del mundo”. Todos estamos llamados a hacernos ofrenda con Cristo por los pecados de los hermanos.

            San Pablo dice que Cristo “desposeyó de su poder a los Principados y a las Potestades, y los entregó como espectáculo al mundo, poniéndoles en su cortejo triunfal” (Col 1,15). La Eucaristía renueva esta victoria. Es lo que había anunciado Jesús ya antes de su Pasión: “Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Y Yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a Mí todas las cosas” (Jn 12,32).

            Por grande que sea el poder del pecado en el mundo, la Eucaristía es la fuerza infinita del amor y perdón de Dios. El sacrificio del amor de Cristo sobrepasa infinitamente las cobardías y maldades y egoísmos de nuestros pecados y de la humanidad. Cuando sufrimos en nosotros mismos el pecado y la debilidad de la carne y la soberbia de la vida y el orgullo que se rebela, la santa Eucaristía es un refugio seguro y una medicina que nos cura todas estas maldades y heridas. Para cada uno de nosotros Cristo sigue siendo “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” .El calvario es la cima de la Alianza: nos une y restablece siempre la amistad con Dios. Por eso es la fuente del perdón y de la misericordia y de toda gracia que nos llegan por los demás sacramentos.

3.  13. VALOR  IMPETRATORIO DE LA EUCARISTÍA

La santa Eucaristía, «al ser fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia», al ser la fuente y el origen de toda gracia divina, se convierte por sí misma en el camino principal y esencial de toda gracia que viene de Dios a nosotros, porque el camino es Cristo. La Eucaristía es el medio más rápido y eficaz para obtener gracias: al poner ante los ojos del Padre celestial el sacrificio del Calvario, al ver al Amado ofrecer su vida por todos en obediencia a Él, lo predispone a la benevolencia más completa.

 Ninguna oración de súplica puede obtener un abogado y un defensor más poderoso y unas motivaciones más fuertes. Por eso, la santa Eucaristía es la mejor oración y ofrenda para obtener de Dios todo don y beneficio: es la mejor plegaria para pedir y obtener gracia y favores ante Dios.

            La causa de su valor propiciatorio es el amor infinito del Hijo al Padre manifestado en el sacrificio de su vida y del Padre al Hijo aceptándolo con amor infinito por ser el sacrificio del Amado, por el cual nos lo concede todo por la Nueva y Eterna Alianza de amistad en su sangre derramada. La Eucaristía es la oración más poderosa y el medio más eficaz para pedir y obtener toda gracia para vivos y difuntos, porque el Padre no puede resistirse a la súplica del Hijo, a su generosa ofrenda.

El mismo Cristo fue quien quiso que se lo pidiéramos todo al Padre por medio de Él: “En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo” (Jn 1624).

POR LOS VIVOS

A la Eucaristía se le ha reconocido desde siempre su valor impetratorio por los vivos y sus necesidades. De hecho siempre hubo Eucaristías de petición de gracias, las  “témporas”, por las cosechas, por el perdón, por la paz... Sin embargo, no puede decirse que todos los cristianos lo tengan en la conveniente estima.

Aparte de las Eucaristías que encargan celebrar por sus difuntos, muchos no se preocupan de confiar a la Eucaristía, por encima de sus propias peticiones,  las intenciones a las que conceden mayor importancia, tanto personales como familiares: pedir por el aumento de la fe personal o en los hijos, la paz entre las familias desunidas, por conseguir un mayor amor a Dios, para que sus hijos vuelvan al seno de la Iglesia, por la catequesis o grupos, por la unión de los matrimonios, por la salud de los enfermos, deprimidos, perseguidos..., conscientes de que Cristo puede, con su amor y ofrenda filial, obtener todo lo que nosotros no podemos obtener, 

            Todas nuestras inquietudes y preocupaciones se las podemos confiar a Cristo que se ofrece en el altar. Él nos ama y nos quiere ayudar porque somos sus amigos.“No hay mayor amigo que el que da la vida por los amigos”. Él da su vida por nosotros, por nuestras intenciones, gozos, problemas, inquietudes espirituales y materiales.

            Y por encima de todas necesidades personales, siempre tenemos que pedirle por la Iglesia, por la  extensión del Reino de Dios, como Él nos enseñó en el Padre nuestro. Esta es siempre la intención primera de Cristo en la Eucaristía, porque este es el proyecto del Padre, para esto se encarnó y murió, para que todos los hombres entren dentro de la Alianza y consigan los fines de su Encarnación y redención que la Eucaristía hace presente.

POR LOS DIFUNTOS

Y si la Iglesia reconoció el valor impetratorio y propiciatorio de la Eucaristía aplicada por los pecados y necesidades de los humanos, más presente estuvo siempre el sufragio por los difuntos, que se remonta al siglo II. Y la razón y el motivo siempre es el mismo: porque es Cristo el que las presenta y se ofrece Él mismo, expresamente, por los pecados de todos, vivos y difuntos. Cuando ofrecemos una Eucaristía por un difunto determinado se ofrecen por él especialmente los méritos de Cristo para disminución de la pena que padece por sus pecados.

Tenemos que decir que los difuntos del Purgatorio ya están salvados, pero necesitan purificarse totalmente de las  consecuencias de haberse preferido a sí mismo a Dios y las secuelas que esto ha tenido en la vida de los demás a los que hemos servido de escándalo y mal ejemplo para sus vidas.

 Nosotros tenemos la certeza de que las Eucaristías ofrecidas por ellos les ayudan a conseguir la plena identificación con Cristo muerto y resucitado y entrar así en gozo de la Stma. Trinidad. Si no conseguimos  aquí abajo la purgación plena de nuestro egoísmo, como ocurre en los santos, el purgatorio nos limpiará de toda impureza con fuego de Espíritu Santo. Y cuando el difunto por el que ofrecemos la Eucaristía ha conseguido la salvación, los frutos se aplican a otros difuntos, hasta que toda la Iglesia sea la esposa del Cordero.          

            No olvidemos que la Eucaristía hace presente la muerte y resurrección del Señor. Cristo es “o Kurios” sentado con pleno poder a la derecha del Padre. Tiene poder en el cielo y en la tierra, en este mundo y en la eternidad, porque nos hace presentes los bienes últimos, escatológicos. Por eso nosotros confiamos totalmente en Él y sabemos que su amor y su redención no terminan hasta que hayamos conseguido entrar plenamente en el Reino de Dios, en el Amor del Dios Uno y Trino.

CAPÍTULO IV

ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA   EUCARÍSTICA

.1. LA ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA  ADORACIÓN EUCARÍSTICA. (Meditación dirigida a los Adoradores Nocturnos)

La presencia de Cristo en la Santa Hostia y en el Sagrario es Cristo en oblación y ofrenda  permanente al Padre por todos los hombres; es Cristo en oblación  permanente por la humanidad, es Cristo ofreciéndose y ofreciendo toda su vida y evangelio por nuestra Salvación, por eso voy a exponer un poco ahora la Espiritualidad de la Presencia Eucarística, lo que Cristo sigue ofreciendo al Padre en todos los  Sagrarios de la tierra por todos nosotros.

La Iglesia Católica siempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino eucarísticos. Esta fe la ha vivido especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

            Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento y afirmar a la vez, que la oración ante Jesús Sacramentado, es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía,  quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teología bíblica y litúrgica este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los Adoradores Nocturnos, que nos sentimos verdaderamente privilegiados, necesitados y agradecidos a Jesucristo, el Señor, confidente y amigo en todos los sagrarios de la tierra.

            «¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»

            Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, vi al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía. 

            Por esto, cuando Teresa define la oración mental, parece que lo hace como oración hecha ante el sagrario, como si estuviera mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, a mi parecer, oración, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama». Y ya la oímos decir anteriormente: «¿Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos...? ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa...? No permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado... Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable…».      

            Los adoradores, igual que los sacerdotes o cualquier cristiano, tenemos que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona y si a su persona no la respetamos, no la valoramos, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

            Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros <pasamos> del sagrario y muchas veces pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía como si el templo no estuviera habitado por Él, y la genuflexión, exceptúo imposibilidad física, ya no hace falta.

            Sin embargo, todos sabemos que el cristianismo es una persona fundamentalmente  es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego nos interesemos por sus cosas, por su evangelio, por su liturgia, por los sacramentos, por sus diversas encarnaciones en la Palabra, en los hermanos, en los pobres, porque Él sea  más conocido y amado.

            Cuidar el altar, el sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados ¡cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran! Y ¡cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente!

            Repito porque esto conviene repetirlo muchas veces, qué buen testimonio, cuánta teología y fe verdaderas hay en un silencio guardado porque Él está ahí, cuánta teología vivida en  una genuflexión bien hecha, en unos gestos conscientemente realizados en la Eucaristía; indican que hay verdadera vivencia y amistad con Jesucristo, el Viviente y Resucitado.

            Ésta es una forma muy importante de ser «testigos del Viviente», para muchos que no creen en su presencia eucarística o se olvidan de ella, dando así  pruebas con nuestra adoración personal del Señor, de que Él está allí presente, aunque no lo veamos físicamente o en una imagen.

            Es que si he celebrado y predicado la mejor homilía, aunque sea  sobre la misma Eucaristía, pero nada más terminar, hablo en la Iglesia y me comporto como si Él no estuviera presente, me he cargado todo lo que he predicado y celebrado, porque no creo o no respeto su permanencia sacramental en la presencia eucarística, es

decir, todo el misterio eucarístico completo: Eucaristía, comunión y presencia.

            Cómo educamos con nuestro silencio religioso en el templo o con la exigencia del mismo en Eucaristías y funerales o bodas... De esta forma, al no exigirse el silencio debido en el templo de Dios, no catequizamos ni educamos en la piedad eucarística y será más difícil ver a niños y mayores junto al sagrario porque actuando así lo convertimos en un trasto más de la iglesia. Así resulta que algunos sagrarios están llenos de polvo, descuido y olvido.

            Qué Eucaristías, qué evangelio, qué Cristo se habrá predicado en esas iglesias. Queridos amigos, el Señor no es una momia, está vivo, vivo y resucitado, así lo quiso Él mismo, no lo asegura la fe de la Iglesia, la experiencia de los santos y nosotros lo creemos.

            El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y ...en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades» (PO.5).

 (Nota: Para sacerdotes este tema se trata repetidas veces en la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA PASTORES DABO VOBIS DE  JUAN PABLO II, EL DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS, de la CONGREGACIÓN DEL CLERO, ALGUNAS CARTAS  del Papa Juan Pablo II  a los sacerdotes en el JUEVES SANTO y en la última Encíclica del Papa Juan Pablo II sobre la Eucaristía, que acaba de salir ECCLESIA DE EUCHARISTÍA).     

            En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

            Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas ha surgido con fuerza: las congregaciones religiosas que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento. Por todo esto, quiero deciros que vuestra Adoración Nocturna está dentro del corazón de la liturgia y de la vida de la Iglesia. Sois eternamente actuales, porque esto mismo, sólo que iluminados por la luz y los resplandores celestes del amor trinitario, constituye la gloria y felicidad del cielo. Sólo quien tenga un poco de experiencia, quien tenga algunos “fogonazos” dados gratuitamente por el Señor, después de alguna purificación y limpieza de pecados, podrá barruntar y comprobar que todo esto es verdad gozosa y consoladora.

            La renovación litúrgica, iniciada por el Concilio Vaticano II, ha llegado también tanto a la teología como a la liturgia de la Adoración Nocturna y ha puesto en su lugar correcto la adoración del Señor. Ya no se da aquel desfase,  que todos hemos conocido y practicado en los años sesenta, en los que celebrábamos la Eucaristía al final de la Vigilia, al despedirnos, con la llegada del día. Recuerdo perfectamente que empezábamos directamente con la Exposición del Señor en la Custodia y luego venían los turnos de vela. La forma actual, fruto de la teología y liturgia del Concilio Vaticano II es correcta en todos los aspectos.       

            Al principio, este reajuste ha podido parecerle a alguno, que era una pérdida para la Eucaristía como presencia y como adoración, como si la Presencia eucarística no fuese suficientemente valorada. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teológico ni pastoral, y, para que nos convenzamos de esto, conviene dar unas pequeñas nociones de los tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana.

            Veremos así que la celebración de la Eucaristía es el aspecto fundante y principal de este misterio, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia»; veremos que para que haya pascua, es decir, pasión, muerte y resurrección de Cristo presencializadas, tiene que estar lógicamente presente el Señor, y que, si el Señor se hace presente, es para ofrecer su vida al Padre y a los hombres como salvación, que conseguimos especialmente por la comunión eucarística.Después de la Eucaristía,  el cuerpo, ofrecido en sacrificio y en comunión,  se guarda para que puedan comulgarlo los que no pueden venir a la iglesia; también para que todos los creyentes, mediante la adoración y las visitas al sagrario, podamos seguir participando en su pascua, comulgando con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, presente en la Hostia santa.

            Adorándole en  la oración eucarística, nos identificamos  con los sentimientos de Cristo Eucaristía, que sigue ofreciéndose  al Padre y dándose en comida  y en amistad a los hombres. Si alguien nos pregunta qué hacemos allí parados mirando la Hostia Santa, diremos solamente: ¡ES EL SEÑOR! He aquí en síntesis la espiritualidad de la Presencia Eucarística, de la que debe vivir todo cristiano, pero especialmente todo Adorador Nocturno.

            Esta espiritualidad, orada y vivida en oración personal, podría expresarse así: Señor, te adoro aquí presente en el pan consagrado, creo que estás ahí amándome, ofreciéndote e intercediendo por todos  ante el Padre. Qué maravilla que me quieras hasta este extremo, te amo, te amo y quiero inmolarme contigo al Padre y  por los hermanos; quiero comulgar con tus sentimientos de caridad, humildad, servicio y entrega en este sacramento... quiero contemplarte para imitarte y recordarte, para aprender y recibir de Ti las fuerzas necesarias para vivir como Tú quieres, como un discípulo fiel e identificado con su maestro. Por aquí tiene que ir la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Si  nuestros adoradores viven con estas actitudes sus turnos de Vela, sus Vigilias, nos encontraremos con Cristo presente, camino, verdad y vida y nos sentiremos más animados para recorrer el camino de la santidad con su ayuda y presencia y alimento eucarístico.

 2. ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: SENTIMIENTOS Y ACTITUDES QUE SUSCITA.

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

            Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

            Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad : por quién, cómo y por qué está ahí.

            Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

            No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

            En cada Eucaristía, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

            La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

            Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

            Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda. La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

            Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para ayudaros un poco a los adoradores en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa.

 3. 1. LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO NOS RECUERDA MUCHAS COSAS:“Y CUANTAS VECES HAGAIS ESTO, ACORDAOS DE MI”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

            Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

3.2. UN SEGUNDO SENTIMIENTO

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5). 

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad.

            Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía.

            Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado.

            Tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

            Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Miradlo los humildes y alegráos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres”(69).

 3.  3. OTRO  SENTIMIENTO

Que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

            Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí...

            Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.        

 3. 4. EN EL “ACORDAOS DE MÍ…”

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

            Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

            “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

            Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

            Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

            Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

            “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María.

            Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando decidieron esta presencia tan total y real en consejo trinitario, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios, a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación,  al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

            ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico:  “Acordaos de mí...”,

            ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o decir palabras.

            Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones, empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones para finalizar en las últimas etapas, sólo amando:  oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

3. 5. YO TAMBIÉN, COMO JUAN…

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, en la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía.           

            Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia.  En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

            Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

            Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

            Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia, esta es la meta.

            Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin ellas sean lo único que descubra o lo más importante, sino que las estudio y las ejecuto sin que me esclavicen, para que me lleven a lo celebrado, al misterio: “y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”.

            En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con  potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu.

             “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

            “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

            “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta... digo yo... que si no aprovecharía más a la Iglesia y a los hombres algunos despistes de estos...

            Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de su amor, que son los signos externos, que siempre, bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el “centro y culmen”, la fuente que mana y corre, Cristo. 

3. 6. LA EUCARISTÍA COMO APOSTOLADO DE ORACIÓN Y OFRENDA DE INTERCESIÓN.

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

            Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos... por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

            Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

            El adorador no se encierra en su individualismo intimista, sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos, prolongáis las actitudes de Cristo en la Eucaristía y en el sagrario.

            Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

            Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así, adoración e intercesión y vida se complementan.

Hay unos textos de S. Juan de Avila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones, que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos: «...¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» (Cfr ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila. pgs. 143-44 del libro, Escritos Sacerdotales, de BAC minor, Madrid 1969).

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y  constituido de Dios en él» (pag. 145).

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir» (Pag.147).

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, ¡con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados» (Pag. 149).

CAPÍTULO SEXTO

EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

6. 1. MARÍA Y LA EUCARISTÍA

Ya la piedad cristiana unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen. Porque la Eucaristía es el alma de la Iglesia, «centro y culmen» de toda su vida. Y María fue asociada por Dios a todo el misterio del Hijo, desde su maternidad hasta la cruz. Es lógico que así sea vista también por la Iglesia. Ella es madre de la Iglesia. Y la Iglesia se construye por la Eucaristía. 

            Desde el punto de vista bíblico y eucarístico, Juan nos ha consignado dos escenas, en los cuales María tiene su parte central al lado de Jesús. Se trata del episodio de las bodas de Caná (cf. Jn 1,1-11),  que hay que unir estrechamente al de la multiplicación de los panes, en Jn 6, y del episodio del Calvario, en Jn 19.

En el primero de los signos mesiánicos obrados por Jesús está clara la intervención de María, que toma la iniciativa: “no tienen vino”. Haced lo que Él os diga”. El mismo término de “mujer”, con que Jesús designa a su madre en esta ocasión, hace referencia al Génesis 2, 23, en que Dios dice a la serpiente: “Pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer. Y entre tu linaje y el suyo. Éste te aplastara la cabeza” (Gn 3,15). Tenemos, por tanto, que en primero de los signos obrados por Cristo Mesías se convierte el agua en vino por la iniciativa de María, y representa el inicio de una nueva etapa de la historia de la salvación sacramentaria, cuyo centro será la Eucaristía, realizada en pan y vino.

            En esta nueva economía, María también es llamada mujer en la figura de Eva, tipo de su maternidad. En el Génesis, al hablarnos de Eva, tipo de Maria, se dice: “formó Yahvé Dios a la mujer” (Gén 2,22). Este pasaje indica que la Virgen  nueva Eva -viene a ser cabeza- estirpe de una nueva generación, la de la comunidad eclesial, que se nutre de la sangre y del cuerpo eucarístico de Cristo: “El hombre (Adán-Cristo-nuevo-Adán) exclamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne” (v.23).

            En el Nuevo Testamento, Juan da una aportación decisiva a la dimensión eucarística de la figura de María, no sólo en el relato del primer signo mesiánico, sino también en el de la pasión, donde Jesús confía al discípulo amado a su madre y viceversa, esto es, a Juan el cuidado de su madre (cf. Jn 19,25-27). Y en ambos casos nuevamente María es designada como “mujer” por su Hijo. Es claro que al ser su propio Hijo el que la designa así, cuando lo natural hubiera sido el término “madre”, demuestra que no se trata sólo de un gesto de piedad filial por parte de Jesús, sino sobre todo de un episodio de revelación decisiva.

También aquí ella es llamada mujer otra vez, como nueva Eva, para subrayar el inicio en ella de una nueva generación, la de la Iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que manaron la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia. María es constituida por Cristo en Madre de los nuevos hijos nacidos de la fe y del bautismo. 

            En San Juan, María permanece siendo la madre. Si  primero era sólo la madre del Hijo, ahora es también la madre de la Iglesia. Si primero su maternidad era física, ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús es elegida y designada la madre de los discípulos de Jesús en la figura del discípulo amado.

            Por eso la Iglesia, sacramento salvífico, además de ser esencialmente eucarística, tiene también una connotación existencial mariana. María tiene, pues, una presencia y un papel decisivo tanto en la Encarnación como en la economía salvífica-sacramentaria de la Iglesia: en las dos, ella ha dicho su “fiat” en la fe, en la esperanza y en la caridad. En ambas ella es cabeza-estirpe de una nueva generación querida por Dios: en la primera, por la generación del Hijo de Dios hecho carne en su seno; en la segunda, por la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo, que se nutre con el cuerpo y la sangre de Cristo, engendrados por María.

            La Iglesia, por eso, no celebra nunca la Eucaristía sin invocar la intercesión de la Madre del Señor. En cada Eucaristía, «María ofrece como miembro eminente de la Iglesia no sólo su consentimiento pasado en la Encarnación y en la cruz, sino también sus méritos y la presente intercesión materna y gloriosa» (Marialis cultus 20).

La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).   Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

             La Iglesia así lo comprende y lo canta agradecida en la antífona del Corpus Christi: «Ave, verum corpus natum de María Virgine, vere passum, inmolatum in cruce pro homine». Últimamente el Papa Juan Pablo II se ha referido a esta relación de la Eucaristía con María en dos documentos.

En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice: «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad “hasta el extremo” (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo.

La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de  Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz»  (Rosarium Virginis Mariae 1).

            En otro pasaje de esta misma Carta del Rosario de la Virgen nos propone el Papa a María como modelo de contemplación cristológica, que recorre y nos ayuda a vivir la espiritualidad eucarística. Lo titula el Papa: María modelo de contemplación, y nos dice en el número 10: «La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable”. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo “envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc2,7).

            Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la <parturienta>, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fín, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu  en el día de Pentecostés (cf He 1,14).

LOS RECUERDOS DE MARÍA

 María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el <rosario> que Ella ha recitado constantemente en vida terrenal.

            Ytambién ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su <papel> de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (RVM 10 y 11).

6.  2. MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

Así llama el Papa Juan Pablo II a María en la última Carta Encíclica sobre la Eucaristía Ecclesia de eucharistía. El  capítulo sexto y último lo titulo al Papa: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía: «(María) al abrazar de todo corazón y sin pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente« (LG 56).

             «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61).

            «María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jo 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

            Sin el cuerpo de Cristo que «ella misma había engendrado» no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía. Por eso María es Madre de la Eucaristía,  por ser la madre de Cristo, materia y forma del Misterio eucarístico; María es arca y tienda de la Nueva Alianza, por engendrar por la potencia del Amor del Espíritu Santo la carne y la sangre de Cristo, derramada para la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres; María fue el primer sagrario de Cristo en la tierra; María fue asociada expresamente por su Hijo en el sacrificio cruento de la Eucaristía, ofreciendo su vida con Él al Padre para la salvación de los hombres, consintiendo en su ofrenda y creyendo contra toda esperanza en la Palabra de Dios, creyendo que era el redentor de los hombres el que moría en la cruz.

            Por eso y por más razones, no he querido terminar  este libro sobre la Eucaristía, sin dedicarle a María el último capítulo, como he hecho hasta ahora en otros libro míos libros publicados. Es mucho lo que Cristo confió en y a su madre y mucho lo que ella hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y unida totalmente a  su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos debemos a María  «mujer eucarística». 

            Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:   «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

            Y ahora paso ya a transcribir literalmente el capítulo sexto y último de la Encíclica Ecclesia de eucharistia, donde el Papa Juan Pablo II recoge de modo insuperable, al menos para mí, la doctrina eucarístico-mariana actual. Uno disfruta leyendo y meditando estas verdades.

6.3. JUAN PABLO II: “ECCLESIA DE EUCHARISTIA”

CAPÍTULO VI

EN LA ESCUELA DE MARÍA, “MUJER EUCARÍSTICA”

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía (20). Efectivamente, María puede guiamos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

            A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42).

            Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir e su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. “Mysterium fidei”. Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Ultima Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: “no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”.

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

            Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

            “Feliz la que ha creído” (L 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando en la Visitación lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en “ tabernáculo el primer tabernáculo de la historia” donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

            María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle al Señor” (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una “espada” traspasaría propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el “stabat Mater” de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de “Eucaristía anticipada” se podría decir, una “comunión espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como “memorial” de la pasión.

            ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: “Éste es mi cuerpo que es entregado por nosotros”? (Lc 22, 19) Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en persona al pie de la Cruz.

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27).  

            Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros a ejemplo de Juan a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística”.

            Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el magníficat en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo se presenta bajo la “pobreza” de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que “se derriba del trono a los poderosos  y se enaltece a los humildes” (cf. Lc1, 52). María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su “diseño” programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como María, toda ella un magnjficat !

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, HIJO DE DIOS VIVO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE POR SALVACIÓN DE LOS HOMBRES¡

   ¡TÚ  LO HAS DADO TODO POR MI CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA, Y PERMANECER SIEMPRE EN EL SAGRARIO EN INTERCESIÓN Y  OBLACIÓN PERENNE AL PADRE POR LA SALVACIÓN DEL MUNDO Y EN AMISTAD ETERNA OFRECIDA A TODOS LOS HOMBRES, TUS HERMANOS¡

¡TAMBIÈN YO QUIERO DARLO TODO POR TI, Y PERMANECER CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI PARROQUIA Y SOBRE EL MUNDO  ENTERO.

QUIERO HACERME CONTIGO EN CADA MISA UNA OFRENDA  DE AMOR AGRADABLE AL PADRE POR  TODOS LOS HOMBRES MIS HERMANOS, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS  TODO¡

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACIÓN AL PADRE, YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO  DE  LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI!

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS HECHO CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA POR AMOR EXTREMO A TODOS NOSOTROS HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS¡

¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO¡

           

ÍNDICE

Prólogo……………………………………………………...…..…….5 Introducción ……………………………………………………...…..7

Siglas y abreviaturas………………………………………………..11

CAPITUO PRIMERO

EL DOMINGO CRISTIANO

 

1. Sin domingo no hay cristianismo ...................................................13

2. Carta Apostólica «DIES DÓMINI»  de Juan Pablo II ……..…….19

DIES DÓMINI

CELEBRACIÓN DE LA OBRA DEL CREADOR

Por medio de la Palabra se hizo todo ……………………………….20

El «shabbat», gozoso descanso del Creador ……………………….22

Del sábado al domingo …………………………...…………….…..24

DIES CHRISTI

EL DÍA DEL SEÑOR RESUCITADO Y EL DON DEL ESPÍRITU

La Pascua semanal .............................................................................22

El primer día de la semana  ...........................................................    24

El día del don del Espíritu ................................................................ 26

El día de la fe ...............................................................................      28

Un día irrenunciable  .....................................,....................................25

DIES ECCLESIAE

LA ASAMBLEA EUCARÍSTICA, CENTRO DEL DOMINGO

 La presencia del Resucitado ............................................................ 26

La asamblea eucaristica  ................................,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,...,,,,,, 27

La Eucaristía dominical  ................................................................... 27

El Día de la Iglesia   ...........................................................................28

La mesa de la Palabra ....................................................................... 29

La mesa del Cuerpo de Cristo .......................................................... 29

Banquete pascual y encuentro fraterno .......................................      27

El precepto dominical  .....................................................................  28

Celebración animada por el canto  ..............................................       28

DIES HOMINIS

EL DOMINGO, DÍA DE LA ALEGRÍA Y SOLIDARIDAD

La observancia del sábado ...............................................................  29

Día de solidaridad  ..................................................................... 31                                          

DIES DIERUM

EL DOMINGO, FIESTA PRIMORDIAL DEL TIEMPO

Cristo, Alfa y Omega del tiempo ....................................................  31

El domingo en el año litúrgico ......................................................... 32

Conclusión…... ...............................................................................  .34

CAPÍTULO II

TEOLOGÍA DE LA EUCARISTÍA SACRIFICIO

2,1.- La teología de la Eucaristía sacrificio……………………........35

2.2.- La Eucaristía, memorial de la Nueva  Pascua……………..… 39
2.3.- Antiguo Testamento: Pascua hebrea………………………... ..41

2.3.1.-El Sacrificio y la Cena del Cordero Pascual .......................... 42
2.3.2.-La alianza por la sangre…………………………………….. 46
2.3.3.  La Pascua hebrea como memorial: el rito celebrativo……….47

2.3.4. Nuevo Testamento: Jesucristo, nueva Pascua, nueva Alianza..49
2.3.5.- Los textos de la institución de la Eucaristía………………... 52
2.3.5.-     El testimonio de Pablo………………………………....     52

2.3.6.- Significado de las palabras de Cristo………………...………54
2.3.7.-Signo profético y memorial………………..…………… …   56
2.3.8.Teoría sacramental…............................................…………….59
2.3.9.-El sacrificio de la misa es el mismo de la cruz……………… 61

CAPÍTULO III

LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA

3,1.- Participación ritual y espiritual de la Eucaristía……………… 69

3,2.- El Espíritu Santo, potencia creadora de Eucaristía………..…  77

3,3.- La participación en la Eucaristía nos lleva a imitar a Jesús …..80

La adoración  al Padre .....................................................................  83

La obediencia .................,,,,,...............................................................86

3,4.- La “hora” de Jesús: fidelidad hasta la muerte....................... ...87

3,5.- Cristo llama “santanás” a Pedro ................................................89

3,6.- La Eucaristía es fuerza de Dios en la debilidad de la carne.......91

3,7.- La Eucaristía, fuente del amor cristiano y fraterno................ ...94

3,8.-La Eucaristía nos enseña a perdonar a  los enemigos………....100

3,9.- “En esto consiste el amor de Dios…  amó primero” ………..102

3,10.-“Y envió a su hijo en propiciación de nuestros pecados” …104

3,11.- Frutos y fines de la Eucaristía   …………………………….106

3,11.- La Eucaristía, acción de gracias…………… ....................... 117

3,12.- La Eucaristía, ofrenda propiciatoria ..................................... 119

3,13.- La Eucaristía, súplica impetratoria ........................................120

Por los vivos .................................................................................... 121

Por los difuntos ………………....................................................... 122

CAPÍTULO IV

ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

1.- Espiritualidad y pastoral de la Adoración Eucarística……….124

2.- Espiritualidad y vivencia de la Presencia Eucarístic…………130

3,1.- “Y cuantas veces hagais esto acordaos  de mí”…………….132

3, 2.- Un segundo sentimiento…………………………………. 133

3, 3.- Otro sentimiento ………………………………………..…135

3, 4.- En el “Acordaos de mí…” ………………………………. 135

3, 5.- Yo también, como Juan ………………………………….. 138

3, 6.- La Eucaristía como Apostolado de oración……………...  141

CAPÍTULO V

EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

1. María y la Eucaristía…… .......................................…………….144

2. Los recuerdos de María  ...............................................................148

3. Juan Pablo II:”Ecclesia de Eucaristia”: En la escuela de María...150

Altar, Sagrario y Expositor de mi querida parroquia de San Miguel de Jaraíz de la Vera, donde hice mi primera comunión, ayudé como monaguillo, nació y se alimentó mi vocación sacerdotal y celebré mi primera misa.

D. Gonzalo Aparicio Sánchez es párroco de San Pedro en Plasencia, profesor de Teología Espíritual en el Instituto Teológico del Seminario y Canónigo Penitenciario de la S.I. Catedral.  Hizo sus estudios en Plasencia y en Roma: Doctor en Teología, Licenciado en Teología Moral y Pastoral, Diplomado en Teología Espiritual. Su pasión desde siempre es la pastoral parroquial, donde cultiva grupos de hombres, mujeres, matrimonios y hasta niños de primera comunión, con el convencimiento de que la comunidad cristiana y humana debe ser fermentada por pequeños grupos semanales de Formación y Vida Cristiana, que se componen de tres partes principales: Escucha compartida y meditada de las Lecturas del domingo, revisión de vida personal para la  conversión permanente: oración diaria, caridad fraterna y conversión de vida, terminando con la parte doctrinal y teológica del libro pertinente meditado por cada uno de los miembros del grupo durante la semana . D. Gonzalo, como fruto principal de su vida de oración y de sus estudios así como de sus clases de Teología Espiritual en el Seminario y en sus grupos de oración de la parroquia ha publicado varios libros, preferentemente sobre la Oración y la Espiritualidad Eucarística y Sacerdotal.


[1] MAX THURIAN, La Eucaristía, Memorial del Señor, Salamanca 1967  p.28.

[2] Cfr.  DURRWELL F.X, La Eucaristía, Sacramento Pascual, pg.11).

[3]A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, ibidem, Ps. Hipólito, sobre la Pascua, 3; Sch.27, p. 121) 

[4]A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, El misterio de la Pascua, Melitón de Sardes, homilía de Pascua, 31.; Sch 123, p. 76.

[5]MAX THURIAN, o. c., pag 217

[6]Cfr. GALBIATI, o. c. pag. 137.

[7] JOAQUÍN JEREMÍAS, o. c.  pg. 42-64.

[8]Cfr  U. NERI, o. c. p.90.

[9]F. X. DURRWELL, o. c. pag 26-27.

[10]ALEXANDER GERKEN, o. c. pag 221

[11] Misterio de la Ekklesía,  p. 32-35 

[12]F.X.  DURRWELL, o. c. pag 13-20.

[13]Cf. F. X. DURRWELL. pag 3-14).

[14]  Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373 (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340).

[15]Liturgia de la Horas, IV, pp.408-410 (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628).

[16] Homilía IV para la Semana Santa: CSCO 413/Syr.182,55) (EE. 17).

[17] Cfr. CONCEPCIÓN GONZÁLEZ, La adoración eucarística,  Madrid, 1990

Viernes, 23 Abril 2021 07:39

EL CATÓLICO Y LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

Altar y Expositor de mi parroquia de San Miguel, de Jaraíz de la Vera, donde hice mi primera Comunión y nació mi vocación sacerdotal.

EL CATÓLICO Y LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

CAPÍTULO I

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN

 1. LA COMIDA  DE LA COMUNIÓN

Durante la Última Cena, la intención fundamental de Jesús fue la ofrenda sacramental de su sacrificio, la de instituir la Eucaristía como misa y como comida espiritual a través de la comida material del pan y del vino, para que todos comiéramos  su cuerpo y sangre y nos alimentáramos de su misma vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... el que me coma vivirá por mí...”.

 El Señor instituyó esta celebración de la Alianza Nueva mediante una comida, que se convertirá en los siglos venideros en el memorial de su sacrificio, siguiendo el modelo de la antigua alianza junto al monte Sinaí: sacrificio y comida. La Instrucción Redemptionis   Sacramentum nos recuerda que la Eucaristía no debe perder este carácter convivial y sacrificial ( RS 38).

            Los  relatos evangélicos nos muestran que las comidas en su vida apostólica fueron momentos siempre  de salvación: en casa de Simón, con la mujer arrepentida (Lc7, 36-50), fue, por ejemplo, comida de perdón; fue comida de salvación, con los recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mt 9, 10); encuentro de gracia, perdón y amistad con Zaqueo (Lc 19,2-10); en Betania fue  signo de amistad  con los amigos Lázaro, María y Marta, incluyendo las quejas de Marta porque María permanece a los pies del Maestro (Jn 11,1). A diferencia de Juan el Bautista que ayunaba, Jesús participaba gustoso en las comidas de sus contemporáneos: “El Hijo del hombre come y bebe” (Mt 11,19).

            Esto no era nada extraño para Jesús y los Apóstoles. En la religión hebrea, en la cual ellos nacieron y vivieron, la comida tuvo siempre un papel muy importante en las relaciones de Dios con los hombres, en la ratificación de los  pactos y alianzas, que siempre se ratificaron con una comida: mediante una comida se sellan los pactos o alianzas entre Isaac y Abimelec (cfr Gen 26,26-30), entre Jacob y su suegro Labán (cfr Gen 31,53) y en concreto, en la alianza de Dios con el pueblo de Israel, donde el texto del Éxodo nos refiere una doble tradición: una, que describe al sacrificio como rito esencial de la alianza, y otra, que muestra a la comida, como expresión de esta misma alianza.

 En lo referente a esta última tradición se nos dice que los setenta ancianos de Israel, que habían subido con Moisés al monte, contemplaron a Dios: “Y luego comieron y bebieron” (Ex 24,11). A la contemplación se une la comida que confirma la introducción en la intimidad divina. Los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario elegido por Dios, y en el mismo lugar consagrado a Dios se tenían también las comidas. Así se restañaban y se potenciaban las relaciones de Dios con los hombres: comían en su presencia.

A la primera comida, que en su tiempo ratificó la alianza establecida con Moisés y los ancianos de Israel, corresponde la última comida, la Última Cena, que sellará la conclusión de la Alianza Nueva y Eterna en fidelidad a las promesas hechas a David: “En aquel día, preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo los alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-  Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación” ( Is 25,6-9).

            La comida hará comprender todos los beneficios y todas las gracias que Dios dará a los hombres con aquella alianza. También en el libro de Enoch,  más cercano a la época de Cristo, la felicidad de la vida futura está representada por la imagen de un banquete celestial: “El Señor de los espíritus habitará con ellos y éstos comerán con el Hijo del hombre; tomarán  parte en su mesa por los siglos de los siglos” (62,14). La felicidad consistirá en sentarse a la mesa con el Mesías o Hijo del hombre, al Señor de los espíritus, es decir, a Dios.

            Naturalmente en la comida eucarística, instituida por Cristo, no es comida y bebida ordinaria lo que se come,  sino su carne gloriosa, llena de Espíritu Santo, y su sangre gloriosa, derramada por nuestros pecados. Pero el comer es esencial en toda comida, también en la eucarística: “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55), con la particularidad de que en la Eucaristía Jesús no implica sólo su cuerpo y sangre, sino que se implica Él mismo entero y completo.

            En la Última Cena Jesús inaugura la comida de la Nueva Alianza, que luego continuaría celebrando después de su resurrección con la comunidad de Jerusalén, que fueron encuentros de gozo y  reconocimiento y alegría por parte de los Apóstoles. Y así se siguió celebrando la Eucaristía como comida o cena hasta que empezaron a darse los abusos de que nos habla S. Pablo en su carta a los Corintios junto con el aumento de miembros en las comunidades. Entonces comenzaron a separarse Eucaristía y banquete o ágape, con el peligro que llevaba consigo de que la liturgia se convirtiera a veces  en un espectáculo para  ver a unos comer y a otros pasar hambre, más que en una comida familiar de encuentro en la fe y en la palabra, en comida  participada. 

            Una descripción interesante de la celebración de la comunión en el siglo IV aparece en una de las instrucciones catequéticas de Cirilo de Jerusalén: “Cuando os acerquéis, no vayáis con las manos extendidas o con los dedos separados, sin hacer con la mano izquierda un trono para la derecha, la cual recibirá al Rey, y luego poned en forma de copa vuestras manos y tomad el cuerpo de Cristo, recitando el Amén... Después, una vez que habéis participado del Cuerpo de Cristo, tomad el cáliz de la Sangre sin abrir las manos, y haced una reverencia, en postura del culto y adoración y repetid Amén y santificaos al recibir la Sangre de Cristo... Luego permaneced en oración y agradeced a Dios que os ha hecho dignos de tales misterios” (S.Cirilo, CM, V 21ss). Después del siglo XII la comunión bajo la especie de vino fue desapareciendo en la Iglesia de Occidente.

 2.  MIRADA LITÚRGICA A LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN. 

La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no es un añadido o un complemento a la Eucaristía, sino una exigencia intencional y real de las mismas palabras de Cristo, al instituirla:“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... tomad y bebed... porque ésta es mi sangre”; es decir, que, si Jesús consagró el pan y celebró la Eucaristía fue para que los comensales nos alimentásemos de su cuerpo y sangre como Él mismo había prometido varias veces durante su vida. 

Los apóstoles comieron su cuerpo, su sangre, su divinidad, sus deseos de inmolarse para obedecer al Padre y de darse en alimento a todos. No cabe, por tanto, duda de que tanto por la promesa, como por las palabras de la institución de la Eucaristía, Jesús quiso ser comido como  el nuevo cordero de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, sacrificado y comido en signo de la amistad y de pacto logrado entre Dios y los hombres por su muerte y resurrección, como era el cordero de la pascua judía: Éxodo, cap. 12. No podemos dudar de este deseo de Cristo, expresado abiertamente al empezar la Última Cena: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros, antes de padecer”, es decir, ésta es la cena de la Pascua Nueva y en esta comida el cordero sacrificado y comido soy yo, que entrego mi vida como sacrificio y alimento por todos.

            La pascua judía era la celebración de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la Alianza en la sangre de los sacrificios en la falda del monte Sinaí y de la entrada en la tierra prometida... La pascua cristiana, inaugurada por Cristo en la Última Cena, es la liberación del pecado, el paso de la muerte a la vida y la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, nuevo cordero de la Nueva Alianza. Como hemos insinuado, ya desde la noche de la pascua judía,  figura e imagen de la Nueva Pascua cristiana, Dios, nuestro Padre pensaba en darnos a su Hijo como nuevo Cordero de la nueva alianza por su sangre. 

            “Yo veré la sangre y pasaré de largo, dice Dios”. Pascua significa paso, paso de Yahvé  sobre las casas de los judíos en Egipto sin herirlos,  y ahora, en la nueva pascua, paso de la muerte de Cristo a la resurrección, que se convierte en  nuestra pascua, paso, por Cristo, del pecado y de la muerte a la salvación y a la eternidad. Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué cosa tan maravillosa vio el ángel exterminador en la sangre puesta sobre los dinteles de las casas de los judíos para pasar de largo y no hacerles daño aquella noche de la salida de la esclavitud de Egipto, en que fueron exterminados los primogénitos egipcios.

En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia, Melitón de Sardes, ponía estas palabras: «¡Oh misterio nuevo e inexpresable!  La inmolación del cordero se convierte en  salvación para Israel, la muerte del cordero se transforma en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ángel, ¿qué fue lo que te causó temor, la muerte del cordero o la vida del Señor? ¿La sangre del cordero o el Espíritu del Señor? Está claro qué fue lo que te espantó: tú has visto el misterio de Cristo en la muerte del cordero, la vida de Cristo en la inmolación del cordero, la persona de Cristo en la figura del cordero y, por eso, no has castigado a Israel. Qué cosa tan maravillosa será la fuerza de la Eucaristía, de la Pascua cristiana, cuando ya la simple figura de ella, era la causa de la salvación».

            Queridos hermanos: Cristo hizo el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, y quiso hacer a los suyos partícipes del mismo, mediante una comida, una cena, un banquete. Aquí está la razón de lo que os decía al principio. Está claro que Cristo quiere que todos los que asisten a la Eucaristía participen del banquete mediante la comunión. Si no se comulga, no hay participación plena e integral en los méritos y la ofrenda de Cristo, hecha sacrifico y comida. Cuando comulgamos, no sólo comemos el Cuerpo de Cristo, sino que comulgamos también con su obediencia al Padre hasta la muerte, con la adoración de su voluntad hasta el sacrificio: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. La redención y salvación que Jesús realiza en la Eucaristía llega a todo el mundo, a todos los hombres, vivos y difuntos, porque nos  injerta así en la vida nueva y resucitada, prenda de la gloria futura que nos comunica:“Yo soy la resurrección y la vida, el que coma de este pan vivirá eternamente”.

            Por lo tanto, el altar, en torno al cual la Iglesia se une para la celebración de la Eucaristía, representa dos aspectos del mismo misterio de Cristo: el altar de su sacrificio y la mesa de su cena: son dos realidades inseparables. Por eso, ir a Eucaristía y no comulgar es como ir a un banquete y no comer, es un feo que hacemos al que nos invita, es tanto como quedarle a Cristo con el pan en las manos y no recibirlo, es quedar a Cristo iniciando el abrazo de la unión sacramental y quedarse sentado...

Si hemos dicho que sin Eucaristía sacrificio-misa no hay cristianismo, había que decir también que sin Eucaristía-comunión no puede haber vida cristiana en plenitud:“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Sabéis que muchos se escandalizaron por esto y desde aquel momento le dejaron. Hasta sus mismos apóstoles dudaron y estuvieron a punto de irse. Tuvo que preguntarles el Señor sobre sus intenciones y provocar la respuesta de Pedro: “A quién vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna”.

            Podemos afirmar que el sacrificio nos lleva a la Comunión, y la Comunión al sacrificio. Y en esto está toda la espiritualidad de la Comunión. Por eso, el Vaticano II, en la S. C. nos dice: «Se recomienda la participación más perfecta en la Eucaristía, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, el cuerpo del Señor». Y es que por voluntad expresa del Señor, sacrificio y banquete, Eucaristía y comunión están inseparablemente unidos.

 3. FRECUENCIA DE LA COMUNIÓN

En la Iglesia primitiva se consideraba la comunión como parte integrante de la Eucaristía, en razón de las palabras de Cristo. Esta costumbre duró hasta el siglo IV aproximadamente. Durante algún tiempo fue costumbre celebrar la Eucaristía sólo el domingo. Durante este periodo los fieles podían llevar el pan consagrado a sus casas y darse ellos mismos la comunión todos los días. La comunión se tomaba antes de cualquier alimento. A partir del siglo VIII comulgar una vez al año se había convertido en una práctica acostumbrada, incluso en los conventos.

 El Concilio Lateranense IV estableció como mínimo comulgar durante el tiempo de Pascua. Al final del siglo XII una nueva ola de devoción eucarística recorrió Europa, aunque el acento se ponía en la Presencia Eucarística: mirar el Santísimo Sacramento era tan eficaz como comulgar sacramentalmente y se volvió a la comunión espiritual: comunión de deseo. El Concilio de Trento trató de reanimar la comunión frecuente pero estaba reservado al siglo XX potenciar la frecuencia de la comunión con los esfuerzos del Papa Pìo X, que impulsó esta práctica y redujo la edad de la Primera Comunión a la edad del uso de razón. El Vaticano II ha hablado mucho y bien de la Eucaristía como Eucaristía, como comunión y presencia y el domingo es el día de la Eucaristía, plenamente participada por la Comunión.

 4. ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN 

La Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía como misa y sacrificio deriva toda la espiritualidad eucarística como comunión y presencia. En la comunión eucarística,  Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres,  sus mismos sentimientos y actitudes. Por eso, lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya no son necesarias y van desapareciendo.

            Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos...

            Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria,  sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué... Esto es una comunión rutinaria, puro rito, con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús...

            Lo primero de todo es la fe, pedirla y vivirla, como lo fue con el Jesús histórico. Para creer y comulgar con Cristo-Eucaristía, necesitamos fe en su realidad eucarística, porque «este es el sacramento de nuestra fe». Cuando en Palestina le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... “Tu crees que puedo hacerlo, tú crees en mí, vosotros qué pensáis de mí..”  Y éste sigue siendo hoy el camino de encuentro con Él. A los que quieran entrar en amistad  con Él,  les  exige fe, cada vez más fe, como vemos en todos los santos, porque hay que pasar de la fe heredada a la fe personal: ¿tú qué dices de mí…?, puesto que vamos a iniciar una amistad personal íntima y profunda con Él. Todos los días hay que pedírsela: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”

            Las crisis de fe, las “noches” de S. Juan de la Cruz, son camino obligado para profundizar en esta fe, ayudan a potenciar la fe, la purifican, hacen que nos vayamos acomodando a los criterios del evangelio, que pasan a ser nuestros y todos esto es con trabajo y dolor. Las crisis de fe son buenísimas, porque el Espíritu Santo quiere purificarnos, quiere quitar los falsos conceptos que tenemos sobre Cristo, su evangelio y, al quitar estas adherencias de nuestra fe heredada, se nos va la vida... Cristo quiere escuchar de cada uno: Yo creo en Tí, Señor, porque creo en tu vida, en tu palabra, en tu persona, en tu evangelio, en tus palabras sacramentales aunque no te vea físicamente a Ti, te veo y te siento.

 Superada esta primera etapa de fe como conocimiento de su persona y palabra, vendrá o es simultánea la etapa de comunión en su vida, de convertirse a Él, de vivir su misma vida, de comulgar en serio con su obediencia al Padre, con su entrega a los hombres, viene la conversión en serio que dura toda la vida, como la misma comunión: “quien coma, vivirá por mí...”, pero ahora al principio es más dura, porque no se siente a Cristo, y hay que purificar y quitar muchas imperfecciones de carácter, críticas, comodidad; aquí es donde no jugamos la amistad con Cristo, la experiencia de Dios, la santidad de de vida, según los planes de Cristo, que ahora aprieta hasta el hondón del alma.

Para llenarnos Él, primero tiene que vaciarnos de nosotros mismos ¡Qué poco nos conocemos, Señor! ¡qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Me adoro, me doy culto y quiero que todos me lo den, sólo quiero celebrar mi liturgia y no la tuya. Y claro, no cabemos dos “yo” en la liturgia eucarística de la vida,  eres Tú al que tengo que vivir hasta decir con S. Pablo: “para mí la vida es Cristo”,  o “estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”  

            El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtiéndolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida. Porque en la comunión no se trata estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida y yo tengo que morir a la mía que está cimentada sobre el pecado, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos su misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres. 

            Si queremos transformarnos en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio.

Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada Eucaristía hace presente su muerte y resurrección por nosotros. Para resucitar a su vida, primero hay que morir a la nuestra de pecado, hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él.

 Comulgamos con un Cristo crucificado y resucitado. Hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; Él  quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

            Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...” Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón... Esta es la verdadera comunión con el Señor. Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón...” ; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él:“ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo”; a perdonar siempre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”

            Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado... a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos... a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón... es muy duro... y sin Cristo es imposible.

            Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo, comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres... me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible. Lo que pasa es que ya creo en Ti y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la Eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras verdad, como si hubieras existido, sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad... pasa como con el evangelio, sólo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Las comuniones eucarísticas me van llevando, Señor, a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú. 

            Y esta comunión vital, este proceso tiene que durar toda la vida, porque cuando ya creo que estoy purificado, que no me busco, sino que vivo tu vida... nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y la comunión litúrgica con tu muerte, resurrección y vida me descubre otros modos de preferirme a Ti,  de preferir mi vivir al tuyo, mis criterios a los tuyos, mi afectos a los tuyos, que hacen que esta comunión vital contigo no sea total, y otra vez la purificación y la necesidad de Ti... así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo hacer esta unión vital, vivir como Tú, sólo Tú sabes y puedes y entiendes... para eso comulgo con hambre todos los días, por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, sólo Tú sabes y puedes. Y esto me llena de Ti y me hace feliz y ya no me imagino la vida sin Ti.  La verdad es que ya no sé vivir sin Ti, sin comulgar y comer la Eucaristía, que eres Tú.

            El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de ti; para vivir según mis criterios, mi yo, mi soberbia, mi comodidad, mis pasiones, no tengo necesidad de comunión ni de Eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo. El mundo no tiene necesidad de Cristo, para vivir como vive, como un animalito, lleno de egoísmos y sensualismo y materialismos, se basta a sí mismo. Por eso el mundo está necesitando siempre un salvador para librarle de todos sus pecados y limitaciones de criterios y acciones, y sólo hay un salvador y éste es Jesucristo. Y las épocas históricas, y las vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matrimonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.

            Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez, de la Santísima Trinidad... de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA, una  Canción Eterna llena de Amor Personal, pronunciada a los hombres con ese mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, Vida y Amor y Alma del Padre y del Hijo. Para  eso instituyó Cristo la sagrada comunión ¡Cómo me amas, Señor, por qué me amas tanto, qué buscas en mí, qué puedo yo darte que Tú no tengas...!  ¡Cómo me ayudas y recompensas y estimulas mi apetito de Ti, mi hambre y  deseo de Ti!

            Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones... en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios y la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor. Y es que solo cuando uno a través de la comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes, es  cuando es “llagado” vitalmente por su amor, y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: “¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me los has robado,  por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura”.

            En la Iglesia y en el mundo nos faltan comuniones eucarísticas, almas eucarísticas, religiosos y sacerdotes eucarísticos, padres y madres eucarísticas, jóvenes eucarísticos ¿dónde están, con quién comulgan los jóvenes de ahora…? niñas y niños eucarísticos, es decir, cristianos que se van identificando con Cristo más cada día por la oración y la comunión eucarística.

            Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: ¡Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, Tú el único testigo... parece que nunca va a acabar el sufrimiento, a veces años y años... Tú lo sabes! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras... Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas... ¡lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada Eucaristía, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.  Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que es el Cristo entero y completo, que  nace y vive y predica y muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida, para que todos la tengamos eterna.

            Por eso, quien come Eucaristía, quien comulga de verdad a Cristo Eucaristía, se va haciendo poco a poco Eucaristía perfecta, muere al pecado de cualquier clase que sea y  va resucitando a la vida nueva que Cristo le comunica, va viviendo su misma vida, con sus mismos sentimientos de amor a Dios y entrega a los hombres. Quien come Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta.

            En cada comunión le decimos: Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero lo seas todo. Jesucristo Eucaritía, yo creo en Ti; Jesucristo Eucaristia, yo confío en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios.

            El alma, que llega a esta primera y perfecta comunión con Cristo en la tierra, ya sólo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás es con Él y por Él. Lo expresamos también en este canto popular de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos mis lectores, aunque a mí me falta mucho:  «Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tu amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego».

5. LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN Y TRANSFORMACIÓN EN CRISTO.

            En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 11391-1397.

            Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

            En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: ªPermaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:ªEl que me come vivirá por mí”. Recibir la Eucaristía como, comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

            Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: “El efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando”. Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante” (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

            Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida. Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande, tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús. El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

            La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. La comunión eucarística es  una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión realiza, fortalece y alimenta nuestra unión  espiritual y existencial con Cristo.

 6. LA COMUNIÓN PERDONA LOS PECADOS  VENIALES Y PRESERVA DE LOS MORTALES.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas. Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

            Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición del Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía. Nunca  debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

            El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros” y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”.  Por eso la Eucaristía  no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados precisamente al comer su carne limpia y salvadora.

            “Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor”(1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (S. Ambrosio, sacr. 4,28).

            Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora “borra los pecados veniales” (Concilio de Trento: DS. 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios” (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

            Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo porque es la realización de la Alianza y del borrón y cuenta nueva. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía.     Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal. El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía “antídoto”, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales» (DS 3375).

7. LA EUCARISTÍA-COMUNIÓN HACE IGLESIA: CARIDAD FRATERNA.

La Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. La comunión renueva, fortalece y profundiza la incorporación a la Iglesia realizada por el bautismo: “Puesto que todos comemos un mismo pan, formamos un solo cuerpo” (1Cor 10,17).  De aquí el fruto y la exigencia de caridad fraterna para celebrar la Eucaristía.

            En la Última Cena se manifiesta claramente que la Eucaristía en la intención de Cristo es fuente de caridad y debe fomentar el amor fraterno, porque ha sido el momento elegido por el Señor para darnos el mandato nuevo del amor fraterno. Uniendo nuestra voluntad a la de Cristo podemos esperar de Él la fuerza necesaria para el aumento de amor y la reconciliación fraterna deseada. Como comida sacrificial, la Eucaristía tiende a comunicar a los participantes el amor que inspiró el sacrificio de Cristo en obediencia al Padre por amor extremo a sus hermanos, los hombres.

            El primer efecto de la comida eucarística es una unión más íntima con Cristo, como hemos dicho. Pero por este mismo efecto, porque comemos todos el mismo Cristo, se produce inseparablemente otro efecto: la unión más profunda entre  todos los que viven la vida de Cristo, es decir, la unión de su Cuerpo Místico, la Iglesia. La Eucaristía estimula el crecimiento del Cuerpo entero, Cabeza y miembros, en fidelidad al mandato recibido y realizado por el Señor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34). La Eucaristía tiende a desarrollar todos los aspectos y todas las actitudes del amor recíproco, de tal forma que de la Cabeza, que es Cristo,“se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor” (Ef 4,16).       

            Jesús no ha hecho sólo un himno a la caridad sino que ha indicado el modelo:“como yo os he amado”; propone su vida como modelo de caridad y perdón. La comunión no termina en la unión con Cristo sino que con Él, en Él y por Él nos unimos a toda la Iglesia. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La Comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la iglesia realizada ya por el Bautismo. Por el bautismo fuimos llamados a formar un solo cuerpo en Cristo. La Comunión lo perfecciona y completa: “El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor.10, 16-7).

            «Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “amén” (es decir, <sí> <es verdad>) a lo que recibís, con lo que respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir «el Cuerpo de Cristo», y respondes <amén>. Por la tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu “amén” sea también verdadero» (S. Agustín, serm. 272).

El Vaticano II, al hablar del Obispo como sumo sacerdote de su Iglesia local, nos dice: «...en la Eucaristía que él mismo (obispo) ofrece o procura que sea ofrecida y en virtud de la cual vive y crece la Iglesia… se celebra el misterio de la cena del Señor a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad. En toda comunidad de altar, bajo el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel amor y unidad del Cuerpo Místico de Cristo sin el cual no puede haber salvación» (LG 24 ).

 8. LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA COMPROMETE EN FAVOR  DE LOS POBRES.

Este amor fraterno lleva consigo una predilección cristiana especial por los pobres, como en la vida de Jesús: “Lo que hicisteis con cualquiera de estos, conmigo lo hicisteis”.

Es impresionante el modo en el que S. Juan Crisóstomo advertía la plena unión entre celebración de la Eucaristía y el compromiso de caridad con los pobres. Según él, la participación en la mesa del Señor no permite incoherencias entre Eucaristía y caridad con los pobres: «¡Que ningún Judas se acerque  a la mesa!, -exclama en una homilía- ¡...porque no era de plata aquella mesa, ni de oro el cáliz, del cual Cristo dio su sangre a sus discípulos...! ¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que él esté desnudo: y no lo honres aquí en la iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que él mismo muera de frío y de desnudez. El que ha dicho: “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también: “Me habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer”, y “lo que no habéis hecho a uno de mis pequeños, no lo habéis hecho conmigo”. Aprendamos, pues, a ser sabios, y a honrar a Cristo como Él quiere, gastando las riquezas en los pobres. Dios no tiene necesidad de utensilios de oro sino del alma de oro. ¿Qué ventajas hay si su mesa está llena de cálices de oro, cuando Él mismo muere de hambre? Primero sacia el hambre del hambriento, y entonces con lo superfluo ornamenta su mesa»[1]

            Y el   mismo santo doctor comenta  en otro lugar: «¿Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano? Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso»[2].

9.  EL BANQUETE DE LA EUCARISTÍA, PRENDA DE LA GLORIA FUTURA

En una antigua antífona de la fiesta del Corpus Christi rezamos: «¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!» Llamamos a la Eucaristía prenda de la gloria futura y anticipación de la vida eterna, porque nos hace partícipes del germen de nuestra resurrección, que es Cristo resucitado y glorioso, bien último y conclusivo del proyecto del Padre. La Eucaristía y la comunión son prenda del cielo: “El que coma de este pan tiene vida eterna... vivirá para siempre”. La unión con Cristo resucitado nos va transformando en cada Eucaristía en carne de resurrección. Es verdaderamente el sacramento de la esperanza cristiana.

            Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados «de gracia y bendición», la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial, puesto que recibimos al que los ángeles y los santos contemplan resplandeciente en el banquete del reino, al Cristo glorioso y resucitado.

            La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor resucitado, el Viviente, viene en la Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo», como rezamos en la Eucaristía, pidiendo además «entrar en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes» (Plegaria III).

            De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva, la de los bienes últimos escatológicos, no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio «se realiza la obra de nuestra redención» (Plegaria III) y «partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre» (S.Ignacio de Antioquia, Eph.20,2).

 DIMENSIÓN ESCATOLÓGICA.

            Ahora bien, la iglesia, que se manifiesta en un determinado lugar, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía, no está formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una iglesia invisible, la “Jerusalén celeste”, que desciende de arriba (Apo.21,2); por eso, «en la liturgia terrena pregustamos y nos unimos por el Viviente a la liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén del cielo, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero» (SC.8;50). Por la comunión eucarística, nos unimos  también a los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La comunión en la Eucaristía es el más excelente  sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias.

            Asistida por el Espíritu Santo, la iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de comer el pan y beber el cáliz, anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra: “Pues cuantas veces comáis éste pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga”  (1Cor.11,26). Bajo la acción del Espíritu Santo toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la esposa: «marana tha» . Éste es el grito de toda la asamblea cuando se hace presente el Señor por la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”.

            Un filósofo francés, Gabriel Marcel, ha escrito: «Amar a alguien es decirle: tu no morirás». Esto es lo que nos dice en cada Eucaristía Aquel, que ha vencido a la muerte: Os quiero, vosotros no moriréis. Y en la comunión eucarística nos lo dice particularmente a cada uno. Que este deseo de Cristo, pronunciado y celebrado con palabras y gestos suyos en la santa Eucaristía y comunión, nos haga vivir seguros y confiados en su amor y salvación y lo hagamos vida en nosotros para gozo de la Santísima Trinidad, en la que nos sumergimos ya por la vida de Aquel, que, siendo Dios, se hizo hombre y murió por nosotros, para que todos pudiéramos vivir por la comunión eucarística la Vida, la Sabiduría y el Amor del Dios Único y Trinitario: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.

10. AL COMULGAR, ME ENCUENTRO EN VIVO  CON TODOS LOS  DICHOS Y HECHOS SALVADORES DEL SEÑOR.  

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (n 50).

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.

            «Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sus hechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por entrega a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

            Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es “centro, fuente y culmen” de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado.

10. 1.  ENCARNACIÓN Y EUCARISTÍA.

            La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

            Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1Cor. 10,17).

            Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque «lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la iglesia». Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del  sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son  celebrados, desde la Encarnación hasta  la subida a los cielos, especialmente el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica.

10.2.  PRESENCIA PERMANENTE.

 Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Enmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20). Es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica, sino verdadera y sustancial.

            Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cf. Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: «Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros» (Vida, 22,26). Desde esta presencia Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores.

10. 3.  PAN DE VIDA ETERNA

Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6, 54-55).

            La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón...debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

            La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal.2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer,  pero no comulgar el cuerpo de Cristo o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios: cfr1Cor11, 18-21.

En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: “La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).

            Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémonos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de la vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN, A LA MISIÓN. 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es «podéis ir en paz», que en latín se dice: «Ite, missa est». Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante:”Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”. En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos...  amaos los unos a los otros... id al mundo entero...”

10. 4.  EN LA EUCARISTÍA SE ENCUENTRA LA FUENTE Y LA CIMA DE TODO APOSTOLADO

La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.

            Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la Iglesia, dado que “los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan” (PO.5; LG.10; SC.41).

En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia. Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

11.- TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

Durante la Última Cena, la intención fundamental de Jesús fue la de instituir una comida espiritual a través de la comida material del pan y del vino, ofrenda sacramental de su sacrificio, para que todos comiéramos  su cuerpo y sangre y nos alimentáramos de su misma vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... el que me coma vivirá por mí...”. El Señor instituyó esta celebración de la Alianza Nueva mediante una comida, que se convertirá en los siglos venideros en el memorial de su sacrificio, siguiendo el modelo de la antigua alianza junto al monte Sinaí: sacrificio y comida.

            Los relatos evangélicos nos muestran que las comidas en su vida apostólica fueron momentos siempre  de salvación: en casa de Simón, con la mujer arrepentida (Lc 7, 36-50), fue, por ejemplo, comida de perdón; fue comida de salvación, con los recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mt 9, 10); encuentro de gracia, perdón y amistad con Zaqueo (Lc 19,2-10); en Betania fue  signo de amistad con los amigos Lázaro, María y Marta, incluyendo las quejas de Marta porque María permanece a los pies del Maestro (Jn 11,1). A diferencia de Juan el Bautista que ayunaba, Jesús participaba gustoso en la comidas de sus contemporáneos: “El Hijo del hombre come y bebe” (Mt 11,19).

            Esto no era nada extraño para Jesús y los Apóstoles. En la religión hebrea, en la cual ellos nacieron y vivieron, la comida tuvo siempre un papel muy importante en las relaciones de Dios con los hombres, en la ratificación de los  pactos y alianzas, que siempre se ratificaron con una comida: mediante una comida se sellan los pactos o alianzas entre Isaac y Abimelec (cfr Gen 26,26-30), entre Jacob y su suegro Labán (cfr Gen 31,53) y en concreto, en la alianza de Dios con el pueblo de Israel, donde el texto del Éxodo nos refiere una doble tradición: una, que describe al sacrificio como rito esencial de la alianza; y otra, que muestra a la comida, como expresión de esta misma alianza.

            En lo referente a esta última tradición se nos dice que los setenta ancianos de Israel, que habían subido con Moisés al monte, contemplaron a Dios: “Y luego comieron y bebieron” (Ex 24,11). A la contemplación se une la comida que confirma la introducción en la intimidad divina. Los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario elegido por Dios, y en el mismo lugar consagrado a Dios se tenían también las comidas. Así se restañaban y se potenciaban las relaciones de Dios con los hombres: comían en su presencia.

A la primera comida, que en su tiempo ratificó la alianza establecida con Moisés y los ancianos de Israel, corresponde la última comida, la Última Cena, que sellará la conclusión de la Alianza Nueva y Eterna en fidelidad a las promesas hechas a David: “En aquel día, preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones.Aniquilará la muerte para siempre.El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo los alejará de todo el país, -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación” (Is 25,6-9).

            La comida hará comprender todos los beneficios y todas las gracias que Dios dará a los hombres con aquella alianza. También en el libro de Enoch, cronológicamente más cercano a la época de Cristo, la felicidad de la vida futura está representada por la imagen de un banquete celestial: “El Señor de los espíritus habitará con ellos y éstos comerán con el Hijo del hombre; tomarán parte en su mesa por los siglos de los siglos” (62,14). La felicidad consistirá en sentarse a la mesa con el Mesías o Hijo del hombre, muy cercanos al Señor de los espíritus, es decir, a Dios.

            Naturalmente en la comida eucarística, instituida por Cristo, no es comida y bebida ordinaria lo que se come,  sino su carne gloriosa, llena de Espíritu Santo, y su sangre gloriosa, derramada por nuestros pecados.  Pero el comer es esencial en toda comida, también en la eucarística: “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55), con la particularidad de que en la Eucaristía Jesús no implica sólo su cuerpo y sangre, sino que se implica Él mismo entero y completo.

            En la Última Cena Jesús inaugura la comida de la Nueva Alianza, que luego continuaría celebrando después de su resurrección con la comunidad de Jerusalén, que fueron encuentros de gozo y  reconocimiento y alegría por parte de los Apóstoles. Y así se siguió celebrando la Eucaristía como comida o cena hasta que empezaron a darse los abusos de que nos habla San Pablo en su carta a los Corintios junto con el aumento de miembros en las comunidades. Entonces comenzaron a separarse Eucaristía y banquete o ágape, con el peligro que llevaba consigo de que la liturgia se  convirtiera a veces  en un espectáculo para  ver a unos comer y a otros pasar hambre, más que en una comida familiar de encuentro en la fe y en la palabra, en comida  participada. 

            Una descripción interesante de la celebración de la comunión en el siglo IV aparece en una de las instrucciones catequéticas de Cirilo de Jerusalén: «Cuando os acerquéis, no vayáis con las manos extendidas o con los dedos separados, sin hacer con la mano izquierda un trono para la derecha, la cual recibirá al Rey, y luego poned en forma de copa vuestras manos y tomad el cuerpo de Cristo, recitando el Amén. Después, una vez que habéis participado del Cuerpo de Cristo, tomad el cáliz de la Sangre sin abrir las manos, y haced una reverencia, en postura del culto y adoración y repetid Amén y santificaos al recibir la Sangre de Cristo. Luego permaneced en oración y agradeced a Dios que os ha hecho dignos de tales misterios» (S.Cirilo, CM, V 21ss). Después del siglo XII la comunión bajo la especie de vino fue desapareciendo en la Iglesia de Occidente por razones higíenicas.

12.- MIRADA LITÚRGICA A LA EUCARISTIA COMO COMUNIÓN 

Por ello, la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no es un añadido o un complemento a la Eucaristía, sino una exigencia intencional y real de las mismas palabras de Cristo, al instituirla:“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... tomad y bebed... porque ésta es mi sangre”; es decir, que si Jesús consagró el pan y celebró la Eucaristía fue para que los comensales nos alimentásemos de su cuerpo y sangre como Él mismo había prometido varias veces durante su vida.  Los apóstoles comieron su cuerpo, su sangre, su divinidad, sus deseos de inmolarse para obedecer al Padre y de darse en alimento a todos.

 No cabe, por tanto, duda de que tanto por la promesa, como por las palabras de la institución de la Eucaristía, Jesús quiso ser comido como  el nuevo cordero de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, sacrificado y comido en signo de la amistad y de pacto logrado entre Dios y los hombres por su muerte y resurrección, como era el cordero de la pascua judía: Éxodo, cap. 12.

 No podemos dudar de este deseo de Cristo, expresado abiertamente al empezar la Última Cena:  “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros, antes de padecer,” es decir, ésta es la cena de la Pascua Nueva y en esta comida el cordero sacrificado y comido soy yo, que entrego mi vida como sacrificio y alimento por todos.

            La pascua judía era la celebración de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la Alianza en la sangre de los sacrificios en la falda del monte Sinaí y de la entrada en la tierra prometida. La pascua cristiana, inaugurada por Cristo en la Última Cena, es la liberación del pecado, el paso de la muerte a la vida y la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, nuevo cordero de la Nueva Alianza. Como hemos insinuado, ya desde la noche de la pascua judía, figura e imagen de la Nueva Pascua cristiana, Dios, nuestro Padre pensaba en darnos a su Hijo como nuevo Cordero de esta nueva alianza que hacía por su sangre. 

            “Yo veré la sangre y pasaré de largo, dice Dios”.Pascua significa paso, paso de Yahvé  sobre las casas de los judíos en Egipto sin herirlos, y ahora, en la nueva pascua, paso de la muerte de Cristo a la resurrección, que se convierte en  nuestra pascua, paso, por Cristo, del pecado y de la muerte a la salvación y a la eternidad.

Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué cosa tan maravillosa vio el ángel exterminador en la sangre puesta sobre los dinteles de las casas de los judíos para pasar de largo y no hacerles daño aquella noche de la salida de la esclavitud de Egipto, en que fueron exterminados los primogénitos egipcios.

En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia, Melitón de Sardes ponía estas palabras: «¡Oh misterio nuevo e inexpresable!  La inmolación del cordero se convierte en salvación para Israel, la muerte del cordero se transforma en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ángel, ¿qué fue lo que te causó temor, la muerte del cordero o la vida del Señor? ¿La sangre del cordero o el Espíritu del Señor? Está claro qué fue lo que te espantó: tú has visto el misterio de Cristo en la muerte del cordero, la vida de Cristo en la inmolación del cordero, la persona de Cristo en la figura del cordero y, por eso, no has castigado a Israel. Qué cosa tan maravillosa será la fuerza de la Eucaristía, de la Pascua cristiana, cuando ya la simple figura de ella, era la causa de la salvación».

            Queridos hermanos: Cristo hizo el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, y quiso hacer a los suyos partícipes del mismo, mediante una comida, una cena, un banquete. Aquí está la razón de lo que os decía al principio. Está claro que Cristo quiere que todos los que asisten a la Eucaristía participen del banquete mediante la comunión. Si no se comulga, no hay participación plena e integral en los méritos y la ofrenda de Cristo, hecha sacrificio y comida. Cuando comulgamos, no sólo comemos el Cuerpo de Cristo, sino que comulgamos también con su obediencia al Padre hasta la muerte, con la adoración de su voluntad hasta el sacrificio: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. La redención y salvación que Jesús realiza en la Eucaristía llega a todo el mundo, a todos los hombres, vivos y difuntos, porque nos injerta así en la vida nueva y resucitada, prenda de la gloria futura que Él nos comunica: “Yo soy la resurrección y la vida, el que coma de este pan vivirá eternamente”.

            Por lo tanto, el altar, en torno al cual la Iglesia se une para la celebración de la Eucaristía, representa dos aspectos del mismo misterio de Cristo: el altar de su sacrificio y la mesa de su cena que son dos realidades inseparables. Por eso, ir a Eucaristía y no comulgar es como ir a un banquete y no comer, es un feo que hacemos al que nos invita, es tanto como dejarle a Cristo con el pan en las manos y no recibirlo, es quedar a Cristo iniciando el abrazo de la unión sacramental y quedarse sentado.

Si hemos dicho que sin Eucaristía-sacrifico no hay cristianismo, <<ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raiz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía>>, había que decir también que sin Eucaristía-comunión no puede haber vida cristiana en plenitud:“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Sabéis que muchos se escandalizaron por esto y desde aquel momento le dejaron. Hasta sus mismos apóstoles dudaron pero ante la pregunta del Señor respondieron con Pedro y nosotros con ellos: “A quién vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna”.

            Podemos afirmar que el sacrificio nos lleva a la Comunión, y la Comunión al sacrificio. Y en esto está toda la espiritualidad de la Comunión. Por eso, el Vaticano II, en la S. C. nos dice: «Se recomienda la participación más perfecta en la Eucaristía, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, el cuerpo del Señor». Y añade más adelante: «...que los fieles reciban la Santísima Eucaristía los domingos y festivos, aún con más frecuencia, incluso a diario», ya que por voluntad expresa del Señor, sacrificio y banquete, Eucaristía y comunión están inseparablemente unidos.

13.- ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA COMUNIÓN EUCARÌSTICA

La Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía, como misa, deriva toda la espiritualidad eucarística como comunión y presencia. En la comunión eucarística Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres, sus mismos sentimientos y actitudes. Por eso, lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya no son necesarias y van desapareciendo.

            Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. ¡Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón! Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos.

            Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria,  sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué. Esto es una  comunión rutinaria (puro rito) con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús.

            Lo primero de todo es la fe, pedirla y vivirla, como lo fue con el Jesús histórico. Para creer y comulgar con Cristo-Eucaristía, necesitamos fe en su realidad eucarística, porque «este es el sacramento de nuestra fe». Cuando en Palestina le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos. “Tu crees que puedo hacerlo, tú crees en mí, vosotros qué pensáis de mí...” y éste sigue siendo hoy el camino de encuentro con Él. A los que quieran entrar en amistad  con Él,  les  exige fe, cada vez más fe, como vemos en todos los santos, porque hay que pasar de la fe heredada a la fe personal: ¿tú qué dices de mí..?, puesto que vamos a iniciar una amistad personal íntima y profunda con Él. Todos los días hay que pedírsela: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.

            Las crisis de fe, las <noches> de San Juan de la Cruz, son camino obligado para profundizar en esta fe, ayudan a potenciar la fe, la purifican, hacen que nos vayamos acomodando a los criterios del Evangelio, que pasan a ser nuestros y todo esto es con trabajo y dolor. Las crisis de fe son medios necesarios para avanzar en el conocimiento y amor pasivos de Dios Trinidad, según la doctrina de los místicos, sobre todo de S. Juan de la Cruz, porque el Espíritu Santo quiere purificarnos, quiere quitar los falsos conceptos que tenemos sobre Cristo y su evangelio, y, al quitar estas adherencias de nuestra fe heredada, se nos va la vida. Cristo quiere escuchar de cada uno: Yo creo en Tí, Señor, porque te veo y te siento, no porque otros me lo ha dicho.

 Superada esta primera etapa de fe como conocimiento de su persona y palabra, vendrá o es simultánea la etapa de comunión en su vida, de convertirse a Él, de vivir su misma vida, de comulgar en serio con su obediencia al Padre, con su entrega a los hombres, viene la conversión en serio que dura toda la vida, como la misma comunión: “quien coma, vivirá por mí...”, pero ahora al principio es más dura, porque no se siente a Cristo, y hay que purificar y quitar muchas imperfecciones de carácter, críticas, comodidad; aquí es donde nos jugamos la amistad con Cristo, la experiencia de Dios, la santidad de vida, según los planes de Cristo, que ahora aprieta hasta el hondón del alma.

            Para llenarnos Él, primero tiene que vaciarnos de nosotros mismos ¡Qué poco nos conocemos, Señor! ¡Qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Me adoro, me doy culto y quiero que todos me lo den, sólo quiero celebrar mi liturgia y no la tuya. Y claro, no cabemos dos <yo> en la liturgia eucarística de la vida, eres Tú al que tengo que vivir hasta decir con San Pablo: “para mí la vida es Cristo,”  o “estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”.  

            El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtiéndolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida. Porque en la comunión no se trata de estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida, para vivir en mí su vida y yo tengo que morir a la mía, a mi yo que está cimentado en el pecado original, en el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos una misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres. 

            Si queremos transformarnos en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio. Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada Eucaristía hace presente su muerte y resurrección por nosotros.

 Para resucitar a su vida, primero hay que morir a la nuestra de pecado, hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él. Comulgamos con un Cristo crucificado y resucitado. Hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; Él quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

            Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...”. Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón...

 Esta es la verdadera comunión con el Señor. Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón...”; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él:“ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo;” a perdonar siempre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

            Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado, a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos, a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón, es muy duro, y sin Cristo es imposible. Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo, comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres, me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible para mí solo.

 Lo que pasa es que ya creo en Ti y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la Eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras  verdad, como si hubieras existido,  sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad, pasa como con el evangelio, sólo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Las comuniones eucarísticas me van llevando, Señor, a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú, a que Tú vivas en mí tu misma vida. 

                        El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de ti y te comeré en el pan consagrado pero no comulgaré contigo, con tu persona, con tu vida; para vivir según mis cristerios, mi yo, mi soberbia, mi comodidad, mis pasiones, no tengo necesidad de comunión ni de Eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo. El mundo no tiene necesidad de Cristo, para vivir como vive, como un animalito, lleno de egoismos y sensualismo y materialismos, se basta a sí mismo. Por eso  el mundo está necesitando siempre un salvador para librarle de todos sus pecados y limitaciones de criterios y acciones, y sólo hay un salvador y éste es Jesucristo. Y las épocas históricas, y las vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matrimonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.Y repetiré siempre: una cosa es comer el pan eucaristico y otra diferente, es comulgar con su vida y sentimientos.

            Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, para alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez, de la Santísima Trinidad, de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA.

            Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones, en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del Evangelio y de la voluntad de Dios y  la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor. Y es que sólo cuando uno a través de las comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes,  es  cuando es <llagado> vitalmente por su amor, y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: «¿Por qué pues has llagado aquesste corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura» (S. Juan de la Cruz)

            Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: ¡Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, Tú el único testigo, parece que nunca va a acabar este sufrimiento, años y años, Tú lo sabes! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras, cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas, ¡lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada Eucaristía, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.  Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que me pone delante del Cristo entero y completo, que muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida.

14.- COMULGAR CON CRISTO ES TRATAR DE VIVIR SU MISMA VIDA: “EL QUE ME COME VIVIRÁ POR MÍ”.

He dicho que lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo, y esto es lo que busca más directamente el Señor. De hecho los Apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy van desapareciendo.

Lo importante es la fe, el fuego del corazón, el amor abrasado, el deseo infinito de Dios. Y si sacramentalmente de suyo solo puedo hacerlo una vez al día, por el amor puedo comulgar todas las veces que quiera, que tenga deseos de sentir cerca su presencia y ayuda, de comer sus sentimientos de humildad y entrega, de comer sus deseos de servir y amar  a los hermanos.

A esta comunión espiritual me tiene que llevar y conducir la corporal y viceversa. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin amor, sin  hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión vital con Él, para llenarnos de su pureza, generosidad y entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Y esto es lo que nos comunica y quiere alimentar por el sacramento de la Comunión. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos. Por eso, lo más importante para comulgar es tener hambre de Cristo.

Comulgar con una persona es querer vivir su vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria. Esto es comer pero no comulgar, o si queréis, podemos llamarla comunión, pero rutinaria, con la que nunca llegamos a encontrarnos con Él ni entrar en amistad con el que ha venido a nosotros en la hostia santa. Junto al sagrario se puede comulgar  muchas veces con más fervor y fruto que con comuniones puramente materiales. Los ratos de oración ante el sagrario son ratos de hacerme Eucaristía perfecta con Él.

Lo primero de todo es la fe, como lo fue en Palestina. Cuando le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... “Tu crees que puedo hacerlo, tu crees en mí, vosotros qué pensáis de mí...”. Y hoy sigue la misma táctica: los que quieren entrar en amistad con Él,  necesitamos la fe, una fe, que pase de fe rutinaria y heredada a fe personal; para eso no bastará saberla de memoria por el estudio, catequesis o teología sino por las obras de la fe y el amor a Él y para eso nos conviene tener ratos de oración junto al sagrario, celebrar y comulgar con fe personal más viva, que nos lleve a seguirle, pisando sus mismas huellas: “si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...”.

Entonces, cada comunión  me irá vaciando de mí mismo, de mis criterios, de mis conocimientos, de mi misma vida por la de Cristo: “El que me  come vivirá por mí”, porque yo soy egoísta y mi amor no sabe de entrega total a Dios y a los hermanos;  si aguanto y cojo este camino, aunque me cueste y sufra, iré cada vez más“sintiendo con Cristo”; “para mí la vida es Cristo”; “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, y desde ese momento, ya no tengo que decirte nada, tú mismo comprobarás que el Señor existe y es verdad y está en el pan, que alimenta y fortalece, te habla y te alimenta con su fuerza  para las pruebas  necesarias que conlleva la muerte del yo, de mis afectos desordenados, soberbia, lujuria, mis seguridades, pruebas de todo tipo, internas y externas, que no hace falta que Dios nos las mande directamente porque las lleva consigo muchas veces la misma vida, sobre todo, si queremos vivirla evangélicamente, pero que tienen que ser vividas en Cristo y por Cristo, perdonando, reaccionando amando, sin ira, con humildad, confiando siempre en Dios y esperando contra toda esperanza.

Es que algunos se despistan, y piensan que amando más al Señor, todo les va a ir bien en la vida con éxitos, triunfos humanos, estimación de los demás, cargos, y como no es así, quiero advertirlo, para que nadie se sienta decepcionado.

Superada esta primera etapa de fe, que dura más o menos años, según los planes de Cristo y generosidad del alma, luego viene la conversión radical, quitar las mismas raíces del yo y del pecado original, y aquí ya sólo Dios puede hacerlo y lo hace como quiere y cuando quiere y hasta donde quiere.

 ¡Qué poco nos conocemos, Señor! ¡qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Y ya creo que estoy purificado, que no me busco, y nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y otra vez la purificación y la necesidad de Ti; así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo, sólo Tú sabes y puedes y entiendes; por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, solo Tu sabes y puedes. Y ya no quiero vivir sin Ti, porque quiero ser totalmente para Ti como Tú lo has sido todo para mí. 

Si queremos transformarnos  en el alimento  recibido por la comunión, que es Cristo, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su misma vida, si queremos construir en piedra firme y no sobre arena movediza del yo egoísta y voluble del edificio nuevo de la gracia, hay que implantar la cruz en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; para eso viene Él a nosotros, para eso quiere que comulguemos con sus actitudes y sentimientos. Él  quiere seguir salvando y ayudando por medio de nosotros, por una comunión permanente de vida a la que nos ha llevado la comunión de su cuerpo, que debe ser alimentada permanentemente por la comunión espiritual.

Y ahora me pregunto: Qué comunión puede hacer con el Señor el corazón que no perdona, aunque reciba todos los días el pan consagrado y sea sacerdote, apóstol o militante  seglar. ¡Dios mío! qué despiste en los mismos cristianos: “en esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...”.

Qué comunión de vida puede haber con Jesús en los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón, dándose todo el día culto idolátrico, y no se bajan del pedestal para que Dios sea colocado en el centro de su existencia: “Esto no es comulgar el cuerpo de Cristo, esto no es la cena del Señor”, gritaría San Pablo.

Las comuniones verdaderas nos hacen humildes. Este es el signo más claro, la señal más evidente de que vamos avanzando en la amistad con Él, en la oración, en la piedad eucarística, en la comunión con Él; si somos más humildes cada día esto indica que vamos avanzando en nuestra identificación con Cristo y que vamos muriendo a nosotros mismos. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado; a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos,  a pisar sus mismas huellas ensangrentadas por el dolor y el sacrificio de su entrega total a Dios y a los hombres. Esto es muy duro y  sin Cristo,  imposible.

 Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística, cuyo fruto principal debe ser la comunión permanente y espiritual: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor de la Santísima Trinidad... de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre cantando su Canción Personal, su Verbo, Jesucristo Celeste, con  Amor de  Espíritu Santo y desde aquí, cargados con estos dones y salvación ir en busca de los hombres para llenarlos de Dios, de gracia, de perdón de los pecados, de evangelio, de conocimiento y seguimiento de Cristo.

Para eso instituyó Cristo la sagrada comunión y, sin estas ayudas y recompensas, que estimulan más el hambre y el deseo de Él, las almas buenas, que en todas las parroquias existen y que son verdaderamente santos, no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios en grados heroicos y  la purificación de los pecados y de salvación de los hermanos.

Cuando se comulga de verdad y el corazón humano ha sido <llagado> por su amor, entonces y solo entonces ya ha empezado la amistad eterna, que no se romperá nunca. Podríamos entonces expresar sus sentimientos con estos versos de San Juan de la Cruz: «Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacerlos, y véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para tí quiero tenerlos...» (C 10).  El alma ya solo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás, que hace o desea,  es por Él y solo para Él; ha llegado la unión total, ha llegado el desposorio espiritual del alma, han llegado las nostalgias infinitas del Amado y el alma  expresa sus enojos en esta tardanza de comunión total, con estos versos del doctor místico: «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura» (C 11).

15.- LA  EUCARISTÍA NOS LLEVA SIEMPRE A VIVIR LA VIDA EN CRISTO: “VIVO YO, PERO NO SOY YO, ES CRISTO QUIEN VIVE EN MÍ”

Por favor, tengamos siempre presente: al celebrar o comulgar  en la santa misa es Cristo siempre el que quiere vivir en mí, quiere que yo me haga ofrenda con él porque esta participación nos tiene que llevar a la adoración al Padre,  en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida, como Él lo hizo y lo hace presente en cada misa y a comulgar con sus mismos sentimientos de amor a Dios, nuestro Padre, y a nuestros hermanos, los hombres.

La ofrenda de Cristo al Padre en su pasión y muerte y resurrección para salvar a los hombres es icono e imagen que debemos copiar e imitar en nuestra vida todos los participantes, sacerdotes y fieles, en la celebración de la santa Eucaristía, siguiendo sus mismas pisadas. He rezado esta mañana el himno de Laudes, 15 de septiembre, Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores. Ella nos sirve de madre educadora de nuestra fe y modelo en la celebración del sacrificio de Cristo. Ella contemplaba y guardaba en su corazón lo que veía en su Hijo. 

            En cada Eucaristía el Señor nos repite a todos lo que dijo a la Samaritana:“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”. La primera invitación del Señor es a conocer su amor, su entrega, su don, porque esto es el comienzo de toda amistad. Si no se conoce no se ama, no puede haber agradecimiento, ofrenda, alabanza, unión. Es necesaria la meditación y la reflexión para conocer la verdad del misterio celebrado para así apreciarlo y poder luego desearlo y vivirlo.

Toda la Eucaristía tiene que ser orada, dialogada con el Señor.  Sin esta unión de amor, la Liturgia no puede alcanzar toda su eficacia y plenitud. Así es cómo el corazón humano se abre al amor divino, sin el cual nosotros no podemos amar. El himno «STABAT MATER»

tiene bien marcados estos dos pasos en Laudes de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores; primero: mirar y meditar:

La madre piadosa estaba 
junto a la Cruz y lloraba, 
mientras el Hijo pendía.

Oh, cuán triste y afligida 
se vio la Madre escogida,
de tantos tormentos llena.

Cuando triste contemplaba 
y dolorosa miraba 
del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara 
si a la Madre contemplara 
de Cristo en tanto dolor?

Por los pecados del mundo 
vio Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre;

Vió morir al Hijo amado, 
que rindió, desamparado, 
el espíritu a su Padre.

Oh Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor 
para que llore contigo.

Celebrar y participar en la Eucaristía lleva consigo primero, como hemos dicho, mirar y contemplar y meditar la cruz de Cristo, los sentimientos y actitudes de Cristo en  su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes todos los días en la santa Eucaristía.

Todos los días, la celebración de la santa Eucaristía hace que adoremos al Dios Santo y Único, que merece nuestra adoración y obediencia total, aunque nos haga pasar como a Cristo por la pasión y la muerte de nuestro <yo>, para llevarnos a la resurrección de la nueva vida por Él, con Él y en Él, entrando así plenamente en elmisterio y proyecto de la Santísima Trinidad. Esta contemplación de la cruz  es el primer paso para poder celebrar la Eucaristía “en espíritu y verdad”, como Él nos lo dijo, cuando nos prometio este misterio Dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina... externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que  ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”  (Fil 2,5-11).         

            Cristo es la historia humana del Hijo de Dios en la tierra, del Verbo encarnado, como salvación del hombre. El hombre Jesús se entregó sin reservas a Dios en nombre y en favor de todos los hombres. En virtud de su ser ontológico y existencial humano, su vida entera fue adoración existencial y cultual al Padre. Cristo realizó en toda su vida el culto supremo de adoración obedencial al Padre jamás ofrecido por hombre alguno. Con plena disponibilidad, como nos ha dicho la Carta a los Filipenses, estaba totalmente orientado hacia la voluntad del Padre, para cumplirla en adoración y obediencia total en la muerte en cruz.

                        Toda su vida la consumió Cristo en obediencia total al Padre:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió”. Él vivió para realizar el proyecto que el Padre le había confiado, y siendo Dios se hizo nada,“se anonadó”, se hizo criatura, se hizo “siervo” en la misma Encarnación, y toda su vida la vivió pendiente de los intereses del Padre, por lo que  tuvo que sufrir muchas humillaciones durante su vida para terminar en la plenitud de su existencia, en plena juventud “haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Fue el Padre, no Jesús de Nazareth, el autor del proyecto de salvación:“Tanto amó Dios al mundo que entregó (tradidit suena atraición) a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). La Nueva Alianza fue querida por el Padre y realizada en la sangre del Hijo en adoración obedencial.

            La adoración es una actitud religiosa del hombre frente a Dios grande e infinito, inscrita en el corazón de todo hombre, mediante la cual la criatura se vuelve agradecida hacia su Creador en manifestación de amor y dependencia total de Él: “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mt 4,10). La adoración ocupa el lugar más alto de la vida, de la oración y del culto. Por eso, esta actitud religiosa es esencial para avanzar en la vida espiritual de unión e identificación con Cristo. En lenguaje bíblico la palabra y el concepto de adoración significa el culto debido a Dios, manifestado a través de ciertas acciones, especialmente  sacrificiales, por las cuales venimos a decir: Dios, Tú eres Dios, yo soy pura criatura, haz de mí lo que quieras. Por adoración el hombre se ofrece a Dios en un acto de total sumisión y reconocimiento de su grandeza como Ser Supremo y lo significaba con la muerte de animales y ofrendas. El elemento principal de ella es la entrega interior del espíritu a Dios, significada a veces, con gestos externos. La palabra más adecuada para expresar este culto es latría, que significa propiamente este culto rendido solamente a Dios.

ADORACIÓN AL PADRE 

Nuestra adoración a Dios es la que garantiza la pureza de nuestro encuentro con Él y la verdad del culto que le tributamos. Mientras el hombre adore a Dios, se incline ante Él, como ante el ser que “es digno de recibir la potencia, el honor y la soberanía”, el hombre vive en la verdad y queda libre de toda sospecha y mentira, porque la vida es el supremo valor que tenemos y entregarla sólo se puede hacer por amor supremo. 

            Este sentido, esta actitud de adoración ante el Dios Grande hace verdadero al hombre, y lo centra y da sentido pleno a su ser y existir: por qué vivo, para qué vivo, reconoce que sólo Dios es Dios y el hombre es criatura. Se libera así de la soberbia de la vida, del pecado del mundo de todos los tiempos, adorador del propio “yo”, a quien damos culto idolátrico de la mañana a la noche: “Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por la cual viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía” (Col 3, 5-6).

            Frente al precepto bíblico“Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto”, el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí mismo el instinto de adorarse a sí mismo y  preferirse a Dios. Es la tendencia natural del pecado original. Todos, por el mero hecho de nacer, venimos al mundo con esa tendencia. Podemos decir que cada uno, dentro de sí mismo, lleva un ateo, unas raíces de rebelión contra Dios, que se manifiesta en preferirnos a Dios y darnos culto sobre el culto debido a Dios, que debe ser primero y absoluto. Mientras lascosas nos van bien, no se rebela, aunque siempre está actuando y no somos muchas veces conscientes.

Pero cuando tenemos sufrimientos y cruces, cuando nos visita la enfermedad o el fracaso, nos rebelamos contra Dios: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué a mí? En el fondo siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Por eso, cuando estoy dispuesto a ofrecer el sacrificio de mí mismo en el dolor y sufrimiento, en silencio y sin reflejos de gloria, prefiero a Dios sobre todo, y Él es el bien absoluto y primero. Y esta actitud prueba la verdad de mi fe y amor a Dios sobre todas las cosas.

            Jesús había dicho:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El sacrificio es una exigencia del amor. El supremo amor es el don de sí mismo, de la propia vida por el amado. El amor que pretendiese sólo la posesión del amado no sería verdadero. Por eso, la culminación del amor se encuentra en el sacrificio de la vida  y el sufrimiento moral, que producen las renuncias más íntimas, forman parte del amor auténtico. Dios es el único que puede solicitar un amor hasta dar la vida.

            Cuando se ofrece una cosa, hay que renunciar a la posesión de la misma. Cuando  se ofrece la propia vida hay que renunciar a la soberanía sobre la propia existencia. Y este desprendimiento se expresa principalmente mediante el gesto cultual del sacrificio.  Es la expresión material, visible, de una actitud del alma, por la cual el hombre se ofrece a sí mismo mediante la ofrenda de otra cosa. Para que sea verdadero tiene que partir del amor, hacerlo desde dentro. Y esto es lo que  nos pide la celebración de la Eucaristía, unirnos al sacrificio de Cristo y hacernos con Él víctimas y ofrendas de suave olor a Dios con los sacrificios que  comporta cumplir su voluntad en la relación con Él y con los hermanos.

            El cristiano, que asiste a la Eucaristía,  tiene la alegría de saber que el sacrificio ofrecido sobre el altar llega hasta Dios infaliblemente y obtiene la gracia por medio de Cristo. El Padre quiso que este sacrificio ofrecido una vez sobre el Gólgota mereciese toda la gracia para el hombre y quiere que siga renovándose todos lo días sobre el altar bajo la forma ritual y sacramental de la Eucaristía.

Gracias a la Eucaristía, la humanidad puede asociarse cada vez más voluntariamente al sacrificio del Salvador ratificando así su compromiso con el sacrificio de Cristo, en nombre de todos, en la cruz y sabiendo que su sacrificio en el de Cristo será siempre aceptado por el Padre.

            En la economía de la Nueva Alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual  de Cristo, “coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por  todos” (Hbr 2,9b), que constituye a su vez el centro del culto y de la vida cristiana. La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús. Por eso la Eucaristía se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu, en la adoración más perfecta, única. En la Eucaristía está el “todo honor y toda gloria” que la Iglesia puede tributar a Dios, y que necesariamente tiene que pasar  “por Cristo, con Él y en Él”.

            La carta a los Hebreos pone en boca del Hijo de Dios,“al entrar en este mundo” las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesión plena y radical al proyecto del Padre: “No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí” (Heb.10,5-7).

            Y esta actitud la vivió en todo momento. Al comienzo de su vida apostólica, cuando se retira a la oración y a la soledad del desierto para prepararse a la misión que el Padre le ha confiado, ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: “Retírate, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a  él sólo darás culto” (Mt.4,10). Sólo Dios es Dios, sólo Dios es digno de ser adorado por ser Primero y Último, principio y fin de la creación y del hombre.

(Cfr CONCEPCIÓN GONZÁLEZ, La adoración eucarística, Madrid, 1990)

B).- LA OBEDIENCIA,- Hemos subrayado que el valor del sacrificio de Cristo no reside en la materialidad de derramar sangre, sino en la  obediencia al Padre, en adoración total, hasta dar la vida, como el Padre ha dispuesto. En el evangelio de Juan encontramos una declaración de Jesús que arroja mucha luz sobre esta actitud de sumisión a la voluntad del Padre, que inspira toda la Pasión: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita sino que yo mismo la doy. Tengo poder para darla y poder tengo para tomarla otra vez; éste es el mandato que he recibido del Padre” (Jn 10, 17-18). En esta adoración obedencial se realiza el sacrificio del Salvador.

            San Pablo ha expuesto muy concretamente en el himno cristológico de su Carta a los Filipenses, (que ya hemos mencionado varias veces), el papel de la obediencia  de Cristo Jesús en la Encarnación y Pasión:“Tened en vosotros estos sentimientos de Cristo Jesús...” Este Cristo humillado, despreciado, angustiado hasta la muerte en el Huerto de los Olivos: “... triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí mientras yo voy a orar,”  invocando al Padre, para que le libre de  ese cáliz que está a punto de beber: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero sino como tú quieres...,” por la fuerza de la oración se ha levantado decidido, dispuesto a obedecer y someterse totalmente al proyecto del Padre:“Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme” (Mt 26,36-40).

Cuando se levantó de su postración en el Huerto de los Olivos, el Salvador había renovado su sacrificio cruento al Padre, ofrecido ya incruentamente, como en todas las misas, en la Cena. En su pasión y muerte no hizo más que cumplir lo que en esta obediencia había prometido y aceptado. En la santa Eucaristía se hacen presentes todos estos sentimientos de Cristo, en los que nosotros podemos y debemos participar haciéndonos una ofrenda con Él. Los que asisten a la Eucaristía no hacen suyo el sacrificio de Cristo si no aceptan esta actitud fundamental de obediencia y ofrenda.

            Penetrar en el misterio de la Eucaristía es identificarse totalmente con el misterio de Cristo y someterse sin condiciones y sin reservas a una voluntad que puede conducirnos a la cruz; es aceptar obedecer a Dios hasta el heroísmo, ayudados por su gracia y su fuerza, que nos puede hacer sentir como a Pablo y a tantos santos de la Iglesia: “Me alegro con gozo en mis debilidades, para que así habite en mi la fuerza de Cristo”; “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Unidos a Cristo ponemos en las manos de nuestro Padre del cielo el tesoro de nuestra vida y libertad y así hacemos el don más completo de nosotros mismos en un verdadero señorío sobre todo nuestro ser y existir. De esta forma, en medio de nuestros sufrimientos y debilidades, terminaremos confiándonos totalmente al Padre: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”;  “Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para  mí” (Gal 6,14).“Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados...” (1Cor 1,23-24).

C).- LA “HORA” DE CRISTO: FIDELIDAD AL PADRE HASTA LA MUERTE.

 La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cf.Jn.17, 4), tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: “para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn.14, 30.31).

            En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10, 17). La muerte para Cristo es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

            En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre (Cfr.Rom.5, 19) y a la de los israelitas (3,4-7): “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor” (Hbr 5,7-8).

            La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión:“Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado “su hora”: “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora?¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte.

            “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “El amor de Dios -escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

            Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre:“Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47). Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos: Mt.26, 36-47; Mc.14, 32-42 y Lc.22, 40-45 aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: “Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb.5,8).

            Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos sumergen a Cristo en una espantosa soledad. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al Padre con inmensa angustia:“Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. El himno cristológico de Filipenses 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

16.- CRISTO EUCARISTÍA ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS EN LA DEBILIDAD DE LA CARNE Y DEL PAN CONSAGRADO

El segundo paso, que sigue a la contemplación del sacrificio de Cristo, es la vivencia en nosotros de esas actitudes y sentimientos del Señor, que  son injertados en nuestra carne y existencia por la gracia sacramental de la celebración eucarística, especialmente por la sagrada comunión.

Al contemplar la obediencia y los sufrimientos de Cristo, todos decimos: así tenemos  nosotros que  obedecer y amar y adorar al Padre, para cumplir y llevar a cabo el proyecto de amor que tiene sobre cada uno de  nosotros. Pero para esto necesitamos vivir y sufrir como Cristo. Y nosotros no podemos si Dios no nos da esa fuerza. Y esta fuerza y potencia nos la da Cristo por su carne llena de Espíritu  Santo, que nos lleva a sentir y vivir con Él y como Él.           

            Este segundo aspecto de identificación y vivencia de los mismos sentimientos y actitudes de Cristo crucificado lo refleja muy bien la segunda parte del STABAT MATER.

Hazme contigo llorar                 Virgen de vírgenes santa,

y de veras lastimar                     llore yo con ansias tantas

de sus penas mientras vivo;       que el llanto dulce me sea,

porque acompañar deseo            porque su pasión y muerte

en la cruz, donde le veo,             tenga en mi alma, de suerte

tu corazón compasivo.                que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore    Haz que me ampare la muerte

y que en ella viva y more           de Cristo, cuando en tan fuerte

de mi fe y amor indicio               trance vida y alma estén,

porque me inflame y encienda    porque cuando quede en calma

y contigo me defienda                   el cuerpo, vaya mi alma

en el día del juicio.                         a su eterna gloria. Amén.

La adoración es la suprema manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al  Dios Supremo. Al ser lo último y más elevado de nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas  las expresiones, comunitarias o personales,  que llevan  a Dios. La adoración es el último tramo de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la Eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos. La nueva vida de amor y servicio inaugurada por Cristo y presencializada en cada Eucaristía me ayuda, me mete esta vida y este amor dentro de mí, aunque a veces sea con lágrimas y dolor.

            Por eso, toda nuestra vida debe ser un cuerpo y un espíritu, una vida y una sangre que están dispuestas a derramarse por hacer la voluntad del Padre, salvándonos y salvando así a los hermanos, los hombres. Cada Eucaristía me inyecta obediencia al Padre hasta la muerte, hasta la victimación del yo personal, de la soberbia, avaricia, egoísmo...dando muerte al hombre viejo que me empuja a preferirnos a Dios, a preferir nuestra voluntad a la suya:   “así completaré en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”

            Jesús había declarado que la prueba principal de su amor consiste en dar la vida por los que ama: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos.” Éste es el espíritu de caridad que animó el sacrificio de Cristo y se hace ahora presente en cada Eucaristía. Este amor animó toda la vida de Cristo, pero especialmente su pasión, muerte y resurrección y este amor viene a nosotros por la celebración eucarística: “El que me coma vivirá por mí”,(Jn 6,23).

            Esta Salvación por amor es permanente, porque su sacerdocio es eterno en contraposición al del AT Jesús posee un sacerdocio perpetuo y ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: “estando siempre vivo para interceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios”. (Hbr 7,25)“Se ofreció de una vez para siempre” ( Hbr 7,8). Y de esta actitud de adoración al Padre nos hace Cristo partícipes en cada Eucaristía. Por ella nosotros también miramos al Padre en total sumisión a su voluntad y esta adoración la vivimos con Cristo sacramentalmente en la Eucaristía y luego existencialmente en nuestra vida. Esta actitud de adoración es fundamental en todo hombre que busca a Dios y Cristo es el mejor camino para llegar hasta el Padre. 

            Por ello, al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado al Padre y a todos los hombres, mis hermanos, hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas por el deseo de ser comido y vivir la misma vida... “Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”Sí, Cristo, quiero acordarme ahora y vivir en cada Eucaristía tus mismos sentimientos, emociones y entrega total sin reservas.

17.- EL PAN CONSAGRADO ES CRISTO, ALIMENTO Y PAN DE VIDA ETERNA PARA TODOS LOS HOMBRES 

La carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio  de Cristo ha sido ofrecido“de una vez para siempre” (Hbr.10,11-14), y en esa única vez ha sido aceptado por el Padre y mantiene esa presencia única, definitiva y escatológica, que perdura de forma gloriosa en el cielo y se hace presente por la consagración en la tierra.

El sacrificio, ya aceptado por el Padre mediante la resurrección y ascensión y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sobre el altar sacramentalmente -<in  misterio>-, -no otro ni una representación del mismo- velado  sí por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único. Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica DIES DOMINI  nº 75.

            El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente también el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.           

Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la Eucaristía, con Santa Gertrudis, este texto que leí en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria:

 «Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la  cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora...»[3].

            Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de santa Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas, en su recuerdo:

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión... Honor a Ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo,  que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a Ti por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a Ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas Tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen…»[4].

18.- CRISTO EUCARISTÍA ES FUENTE Y EJEMPLO DE AMOR FRATERNO A TODOS LOS HOMBRES

La celebración de la Eucaristía es la celebración de la Nueva Alianza, que tiene dos dimensiones esenciales: una vertical, hacia Dios, y otra, horizontal, de unión con los hombres. La Eucaristía lleva por tanto  amor a Dios y a los hermanos. El amor de Cristo llega a todos los hombres en la Eucaristía; participar, por tanto,  en verdad de la Eucaristía me lleva a amar a todos como Cristo los ha amado, hasta dar la vida.

            El culto cristiano consiste en transformar la propia vida por la caridad que viene de Dios y que siempre tiene el signo de la cruz de Cristo, esto es, la verticalidad del amor obediencial al Padre y la horizontalidad del amor gratuito a los hombres.“Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto espiritual vuestro” (Rom 12,1).

            Es paradójico que el evangelio de Juan que nos habla largamente de la Última Cena no relata la institución de la Eucaristía mientras que todos los sinópticos la describen con detalle. El cuarto evangelio, sin embargo, nos trae ampliamente desarrollada la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, cosa que no hacen los otros evangelistas. Lógicamente S. Juan no pretende con esto negar la institución de la Eucaristía, porque era cosa bien conocida ya por la tradición primitiva y por el mismo S. Pablo, pero el cuarto evangelio no tiene la costumbre de repetir aquellos hechos y dichos, que ya son suficientemente conocidos por los otros Evangelios, porque los supone notorios.

            San Juan había ya hablado largamente de la Eucaristía en el discurso sobre el pan de vida en el capítulo sexto: “El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (v 51). Por eso no insiste en este argumento en la Ultima Cena y nos narra, sin embargo, el lavatorio de los pies a los discípulos en el lugar que corresponde a la institución del sacramento eucarístico; en el lugar donde todos esperamos leer el relato de su institución, cuando hacemos referencia a la Última Cena, S. Juan nos narra el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno. No cabe duda de que el evangelista Juan lo hizo conscientemente, porque ha tenido un motivo y pretende un fin determinado.

            La opinión de varios comentaristas modernos, desde el protestante francés Cullmann, hasta el anglicano Dodd, pasando por el católico P. Tillard y otros actuales es que el cuarto evangelio supone la institución de la Eucaristía y pasa a describirnos más específica y concretamente el fruto, finalidad y espíritu de la Eucaristía: la caridad fraterna.

La hipótesis es interesante. Todos sabemos que S. Juan es el evangelista místico que junto con S. Pablo tiene experiencia y vivencia de los misterios de Cristo; por eso, más que los hechos y dichos externos, nos quiere transmitir el espíritu y la interioridad de Cristo y la vivencia de sus misterios.

Dios es amor y al amor se llega mejor y más profundamente por el fuego que por el conocimiento teórico y frío, porque éste se queda en el exterior pero el otro entra dentro y lo vive. A Cristo como a su evangelio no se le comprende hasta que no se vive. Y esto es lo que hace el evangelista Juan: vive la Eucaristía y descubre que es amor extremo a Dios y a los hermanos. A través del lavatorio de los pies podemos descubrir que para Juan el efecto verdadero y propio de la Eucaristía, aunque no explícitamente expresado por él, pero que podemos intuir en la narración de este hecho, es hacer ver y comprender la actitud de humildad y humillación de Jesús, su entrega total de amor y caridad y servicio, realizados en la Eucaristía y que son también  simbolizados y repetidos en el lavatorio de los pies a los discípulos.

            Por lo tanto, las palabras referidas por los sinópticos: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”, vendrían interpretadas y comentadas por estas otras palabras de Juan: “Os he dado ejemplo; haced lo que yo he hecho”. El amor fraterno es la gracia que la Eucaristía, memorial de la inmolación de Cristo por amor extremo a nosotros, debe dar y producir en nosotros. Y por eso el sentido de este ejemplo que Cristo ha querido dar a sus discípulos en la escena del lavatorio de los pies encuentra el comentario explícito y concreto a seguidas del hecho, donde nos da el mandamiento nuevo del amor como Él nos ha amado: “Un precepto nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 13,34-35); “Éste es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 1413).

            ¿Por qué llama Jesús nuevo a este mandamiento? ¿No estaba ya mandado y era un deber el amor fraterno en el seno del judaísmo? En verdad la clave de la explicación, el elemento específico que hace del amor un precepto nuevo, se encuentra en las palabras “como yo os he amado”, en clara e implícita referencia a la institución de la Eucaristia. Todo el capítulo trece de S. Juan pone explícitamente la vida y la muerte de Jesús bajo el signo de su amor extremo a los hombres cumpliendo el proyecto del Padre. Y así es como comienza el capítulo: “Antes de la fiesta de Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…” Como Jesús, también nosotros, debemos mantener siempre unidas estas dos dimensiones del amor, si queremos vivir de verdad la Nueva Alianza. Celebrar la Eucaristía es tener los mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega de Cristo a Dios y a los hombres, que Él hace presentes y vive en cada celebración eucarística, porque se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8) en este misterio. Jesús quiere meterlos dentro de nuestro espíritu por su mismo Espíritu,  invocado en la epíclesis sobre el pan y sobre la Iglesia y la asamblea, para que «fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria III).

            Esta misma doctrina, con diversos matices, vuelve Juan a proponernos en su primera Carta, bella y profunda. En algunos puntos completa su evangelio. En efecto, ella invita al cristiano a quitar de sí todo pecado, especialmente contra el amor fraterno, y vivir en conformidad con la voluntad de Dios a ejemplo del Maestro: a hacer lo que Él y como Él lo ha hecho: hay que dar la vida por los hermanos: “en esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros tenemos que dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,13). Aunque la carta no trata aquí directamente de un amor martirial, nos pide una entrega de amor que tiende de suyo a la entrega total de sí mismo. Y en este mismo sentido el texto más explícito y significativo es el siguiente: “Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2,5-6).

            Por la Eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a Él a sus sentimientos y actitudes, entre los cuales la caridad perfecta a Dios y a los hermanos es el principal y motor de toda su vida:  “Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”, “Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo”. Ahora bien, “quien permanece en él..,” quien está unido a Él, quien celebra la Eucaristía con Él, quien come su Cuerpo come también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de misericordia y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas... “debe andar como Él anduvo”.

            La primera dimensión es esencial: recibimos el amor que procede del Padre a través del corazón de Cristo, y, como dice S Juan, no podemos amar a Dios y a los hermanos si Dios no nos hace partícipe de su Amor Personal, Espíritu Santo: no podemos amar si primero Dios no nos ama: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados...” (1Jn 4,10)). Y así lo afirma en su evangelio: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9).De aquí deriva

el amor a los hermanos, el don y el servicio total de uno mismo a los hermanos, sin buscar recompensas, amando gratuitamente, como sólo Dios puede amar y nos ama y nosotros tenemos que aprender a amar en y por la Eucaristía.

            En la Eucaristía se hace presente la cruz de Cristo con ambas dimensiones, vertical y horizontal, en que fue clavado y por la que fuimos salvados. La vertical la vivió Cristo en una docilidad filial y total al Padre; la horizontal, en apertura completa a todos los hombres, aunque sean pecadores o indignos. En el centro de la cruz, para unir estas dos dimensiones está el corazón de Jesús traspasado por la lanza del amor crucificado. El fuego divino, que transformó esta muerte en sacrificio de alianza no ha sido otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo. Lo afirma S. Pablo en su carta a los Efesios: “Cristo nos ha amado (con amor de Espíritu Santo)y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). Y lo recalca la Carta a los Hebreos: “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros ...santifica a los inmundos...¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima sin defecto limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo! (Hbr 9, 13-14)

            Dice S. Agustín que el sacrificio sobre el altar de piedra va acompañado del sacrificio sobre el altar del corazón. La participación viva en la Eucaristía demuestra su fecundidad en toda obra de misericordia, en toda obra buena, en todo consejo bueno, en todos los esfuerzos por amar al hermano como Cristo; así es cómo la Eucaristía es alimento de mi vida personal, así es como Cristo quiere que el amor a Él y a los hermanos estén estrechamente unidos.

            La  Eucaristía acabará como signo cuando retorne Cristo para consumar la Pascua Gloriosa en un encuentro ya consumado y definitivo y bienaventurado de Dios con los hombres, que ha de progresar en profundidad y anchura toda la eternidad. Por eso en la Eucaristía la Iglesia mira siempre al futuro consumado, a la escatología, al final bienaventurado de todo y de todos en  el Amor de Dios Uno y Trino que nos llega en cada Eucaristía por el Hijo, Cristo Glorioso, que se hace presente  bajo los velos de los signos.

            Quisiera terminar este tema con el pasaje conclusivo de la carta a los Hebreos, que abundantemente venimos comentando: “El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,20-21).

            En la antigua alianza Dios prescribía lo que había que hacer mediante una ley externa, pero eso fracasó. Ahora quiere inscribirla en el corazón de los hombres mediante su Espíritu: “Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón...” (Jer 31,31-33). Y esto lo hace por Jesucristo Eucaristía, por su cuerpo comido y su sangre derramada  en amor de Espíritu Santo.

Sin el Espíritu de Cristo, sin el Amor de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, no podemos amar a los hermanos como Cristo, no podemos perdonar, no podemos cooperar a la salvación y la redención de los hombres como Cristo quiere y lo hizo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4-5).

            Acojamos esta acción de Dios en nosotros por Jesucristo y digamos con amor y gratitud: “Por Él (Cristo)ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre....” “por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,15.21). Hagamos también nosotros nuestra ofrenda de alabanza al Padre por la Eucaristía, por medio de Cristo,  para  gloria  de  Dios y  salvación de los  hombres nuestros  hermanos.

19.- CRISTO EUCARISTÍA NOS ENSEÑA  Y EMPUJA  AL  PERDÓN DE NUESTROS  ENEMIGOS

S. Juan ha puesto de manifiesto hasta qué punto el amor del Padre se ha manifestado en la cruz del Cristo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y Pablo nos dice igualmente que Dios nos revela su Amor Personal, Amor de Espíritu Santo, a través de la muerte en cruz del Hijo Amado, que nos manifiesta su amor, muriendo por nosotros, que no éramos gratos a Él, sino pecadores “Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Pues Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, a su tiempo murió por unos impíos. Porque a duras penas morirá uno por un justo, pues por el bueno uno se anime a morir. Más acredita Dios su amor para con nosotros, en que siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,6-8).

El Padre nos muestra su amor entregando su Hijo a la muerte por nosotros y el Hijo nos revela su amor total y apasionado, dando su vida por nosotros, “pecadores e impíos”, con amor extremo y             Jesús ha sido el primero en poner en práctica este amor a los enemigos, impuesto a sus discípulos como mandamiento.

En el Calvario manifiesta los sentimientos de indulgencia y perdón que quería tener para con sus adversarios. Pide al Padre misericordia para ellos e incluso fue la última petición que hizo a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bajo este perdón expresamente declarado en favor de los que le daban muerte, había un amor más fundamental por todos a los que el pecado les convertía en enemigos de Dios, y que ahora recibían el abrazo del Padre por la Nueva Alianza sellada en su sangre “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

            Desde entonces, la Eucaristía, al hacer presente todos los hechos y dichos y sentimientos salvadores de Cristo, se presenta ante todos los participantes como un ejemplo de amor y perdón de los enemigos que nos invita a todos los cristianos a conformarnos y unirnos a los sentimientos de Cristo. La ofrenda de Cristo sobre el altar  es la expresión de un amor al prójimo que supera todas la barreras y diferencias, que sobrepasa cualquier hostilidad, que substituye la venganza por la piedad y que responde a las ofensas con una bondad mayor. Muestra que la caridad divina perdona siempre y exige del cristiano una caridad semejante: que reaccione ante las ofensas no odiando sino perdonando y amando siempre, llegando así hasta el amor a los enemigos con la fuerza de Cristo que ayuda nuestra debilidad. 

            El maestro había ya formulado la exigencia de caridad contenida en toda ofrenda:“Si cuando presentas tu ofrenda junto al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra tí, deja tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda” Mt 5,23-24).

Estas palabras nos muestran las disposiciones que debe tener un cristiano cuando celebra o participa litúrgica y  conscientemente en la Eucaristía. La disposición de caridad es por tanto condición impuesta por Dios para que la ofrenda le sea grata. En este ambiente de caridad fue instituida la Eucaristía y en este ambiente debe ser celebrada siempre y continuada con nuestra vida y testimonio en la calle y en la relación con los hombres “para que den gloria a vuestro Padre del cielo...”, “….en esto conocerán que sois discípulos míos en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado”.

Por eso San Juan no narra la institución de la Eucaristía según algunos autores, porque el lavatorio de los pies y el precepto del amor mutuo expresan los efectos de la misma:“Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y  Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo para que vosotros también hagáis como yo he hecho... Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13, 12-14;17).

            La Eucaristía renueva esta dimensión del amor y tiende a ensanchar el corazón de los cristianos según las dimensiones del corazón del Padre y del Hijo. Así la Eucaristía es el lugar del amor a los pecadores, a los que nos odian, a los que nos hacen mal, porque el Padre y el Hijo lo hicieron por el amor del Espíritu Santo y lo renuevan en cada Eucaristía en la ofrenda sacrificial del Hijo aceptada por el Padre.

20.- LA  COMUNIÓN EUCARÍSTICA NOS AYUDA A VIVIR  CON LOS MISMOS SENTIMIENTOS DE CRISTO.

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia, sino al autor de todas las gracias y dones. No recibimos agua abundante sino  la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. 

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de su planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, no porque siento más o menos, no porque me lo paso mejor o peor, sino principalmente por Él, porque Él me lo ha dicho y lo creo y lo quiere, porque viene para eso, porque es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos criterios y opciones fundamentales, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos; porque si no, nunca entraré en el camino de la unión y de la identificación y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero. Yo soy simple criatura, invitada a este don tan grande de su amistad  esencial y trinitaria, criatura infinitamente elevada hasta Él, hasta su ser y existir trinitario por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, fiarme y esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina. Te digo: tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad; ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.Y te lo digo bien claro: la causa ordinaria de todas estas sequedades son nuestros pecados, pero no necesariamente graves sino veniales, en los que nos instalamos y nos impiden la unión total con Él, el sentir vivencialmente su amor en nosotros, porque seguimos amándonos más  a nosotros mismos; por eso seguimos sintiéndonos más que a Dios mismo.

La comunión es para eso, para coger el pico y la pala y empezar a quitar pieza a pieza el ídolo que nos hemos construido dentro de nosotros mismos, cambiándolo por Jesús, nuestro ser y existir por el suyo. Esta la razón de la comunión eucarística instituida por Jesucristo y esta es su finalidad y debe ser la nuestra. Si no vamos por aquí, no llegaremos a vivir su misma vida, y por tanto, a sentir su vida y persona dentro de nosotros.    

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad, sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y que le impedían entrar a Él. Y esto es lo que tenemos que hacer nosotros: si no siento, si sólo siento lo mío, es que estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios. Tengo que vaciarme, tengo que matar mi amor propio poco a poco, tengo que hacer la voluntad de Dios para  que poco a poco vaya entrando en mi corazón, en mi vida, en mis sentimientos y actitudes.

Lo importante de la religión, de mi relación con Dios,  no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo. Y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos. La comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

Sin conversión de nuestros pecados, no hay posibilidad de amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios por ser Dios y a los hombres por ser hijos suyos. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Jesucristo y en todo su misterio, en su doctrina, en el evangelio entero y completo; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que Él ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se encarnó por nosotros, que estuvo en Palestina, que murió y resucitó y está en el pan consagrado. Y por eso, comulgo.

 Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo: “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Le ofrecemos nuestra  fe y comulgamos por amor con sus palabras y nos alimentamos de Él.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y, por eso, comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... Si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...” Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre; queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos compadecernos de los hambrientos y necesitados como Tú, queremos acariciar y querer a los niños como Tú, queremos tener amigos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida; pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta esta vida y estos sentimientos.

Para los que no comulgan o no lo hacen  con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir  respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí!

¡que extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía!:

“Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía”.

¡Y cuántas, hermosura soberana!,

“mañana le abriremos”, respondía,

para lo mismo responder mañana.

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo. Así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona y quiero que tu presencia salvadora llegue a todos los rincones de mi ser, de mi alma, de mi vida, de mi corazón; que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos. Que todo mi ser y existir viva unido a Tí. Que no se rompa por nada esta unión.

¡Qué alegría tenerte conmigo! Tengo el cielo en la tierra, porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado, que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora;  porque el cielo es Dios; eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección; que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya: la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa. ¡Señor! que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame.

¡Jesucristo, Eucaristia divina, canción de amor del Padre, revelada en su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía, con amor de Espíritu Santo!

¡Jesucristo Eucaristía, templo, sagrario y morada de mi Dios Trino y Uno!

¡Cuánto te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la luz del camino, de la verdad y la vida.

¡Jesucristo Eucaristía, quiero adorarte, para cumplir la voluntad del Padre como Tú, con amor extremo, hasta dar la vida!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!

Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo, sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

 Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de amor del Espíritu Santo.

21. EL PAN EUCARÍSTICO ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO: “PAN DE VIDA ETERNA”

            QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

            Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

            En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo.

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. «No veas --exhorta San Cirilo de Jerusalén-- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagogicas, IV, 6:SCh 126, 138).

«Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzo loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c)

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.     

            Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

La adoración eucarística

         «La adoración del Santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

            La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

            La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.          

Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre”.

            La adoración del Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

   -la simple visita alSantísimo Sacramento reservado en el Sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.

   -adoración ante el Santísimo Sacramento expuesto según las normas litúrgicas en la Custodia o en la Píxide, de forma prolongada o breve;

   -la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

            En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención». (Directorio, nn. 164-165).

            Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo que, en el silencio del templo,  nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida:  “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi existencia una ofrenda agradable al Padre como la suya-

Necesitamos  a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, (porque yo estaré siempre pobre  y necesitado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes), si comprendo y me comprometo en  mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra.

 Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo y el alma, guiada por su Espíritu. Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del  mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén

22.- LA EUCARISTÍA, FUENTE DEL AMOR FRATERNO Y CRISTIANO.

La celebración de la Eucaristía es la celebración de la Nueva Alianza, que tiene dos dimensiones esenciales: una vertical, hacia Dios, y otra, horizontal, de unión con los hombres. La Eucaristía lleva por tanto  amor a Dios y a los hermanos. El amor de Cristo llega a todos los hombres en la Eucaristía; participar, por tanto,  en verdad de la Eucaristía me lleva a amar a todos como Cristo los ha amado, hasta dar la vida.

            El culto cristiano consiste en transformar la propia vida por la caridad que viene de Dios y que siempre tiene el signo de la cruz de Cristo, esto es, la verticalidad del amor obedencial al Padre y la horizontalidad del amor gratuito a los hombres.“Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto espiritual vuestro” (Rom 12,1).

            Es paradójico que el evangelio de Juan que nos habla largamente de la Última Cena no relata la institución de la Eucaristía mientras que todos los sinópticos la describen con detalle. El cuarto evangelio, sin embargo, nos trae ampliamente desarrollada la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, cosa que no hacen los otros evangelistas. Lógicamente S. Juan no pretende con esto negar la institución de la Eucaristía, porque era cosa bien conocida ya por la tradición primitiva y por el mismo S. Pablo, pero el cuarto evangelio no tiene la costumbre de repetir aquellos hechos y dichos, que ya son suficientemente conocidos por los otros Evangelios, porque los supone conocidos.

            San Juan había ya hablado largamente de la Eucaristía en el discurso sobre el pan de vida en el capítulo sexto: “El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (v 51). Por eso no insiste en este argumento en la Ultima Cena y nos narra, sin embargo, el lavatorio de los pies a los discípulos en el lugar que corresponde a la institución del sacramento eucarístico; en el lugar donde todos esperamos leer el relato de su institución, cuando hacemos referencia a la Última Cena, S. Juan nos narra el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno. No cabe duda de que el evangelista Juan lo hizo conscientemente, porque ha tenido un motivo y pretende un fin determinado.

            La opinión de varios comentaristas modernos, desde el protestante francés Cullmann, hasta el anglicano Dodd, pasando por el católico P. Tillar y otros actuales es que el cuarto evangelio supone la institución de la Eucaristía y pasa a describirnos más específica y concretamente el fruto y finalidad y espíritu de la Eucaristía: la caridad fraterna. La hipótesis es interesante.

Todos sabemos que S. Juan es el evangelista místico, que, junto con S. Pablo, tiene experiencia y vivencia de los misterios de Cristo y más que los hechos y dichos externos nos quiere transmitir el espíritu y la interioridad de Cristo y la vivencia de sus misterios. Dios es amor y al amor se llega mejor y más profundamente por el fuego que por el conocimiento teórico y frío, porque éste se queda en el exterior pero el otro entra dentro y lo vive.

A Cristo como a su evangelio no se les comprende hasta que no se viven. Y esto es lo que hace el evangelista Juan: vive la Eucaristía y descubre que es amor extremo a Dios y a los hermanos. A través del lavatorio de los pies, podemos descubrir que para Juan, el efecto verdadero y propio de la Eucaristía, aunque no explícitamente expresado por él, pero que podemos intuir en la narración de este hecho, es hacer ver y comprender la actitud de humildad y humillación de Jesús, su entrega total de amor y caridad y servicio, realizados en la Eucaristía y que son también  simbolizados y repetidos en el lavatorio de los pies a los discípulos.

            Por lo tanto, las palabras referidas por los sinópticos: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”, vendrían interpretadas y comentadas por estas otras palabras de Juan: “Os he dado ejemplo; haced lo que yo he hecho”. El amor fraterno es la gracia que la Eucaristía, memorial de la inmolación de Cristo por amor extremo a nosotros, debe dar y producir en nosotros.

Y por eso el sentido de este ejemplo que Cristo ha querido dar a sus discípulos en la escena del lavatorio de los pies encuentra el comentario explícito y concreto a seguidas del hecho, donde nos da el mandamiento nuevo del amor como Él nos ha amado: “Un precepto nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 13,34-35); “Éste es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 1413).

            ¿Por qué llama Jesús nuevo a este mandamiento? ¿No estaba ya mandado y era un deber el amor fraterno en el seno del judaísmo? En verdad la clave de la explicación, el elemento específico que hace del amor un precepto nuevo, se encuentra en las palabras “como yo os he amado”, en clara e implícita referencia a la institución de la Eucaristia.

Todo el capítulo trece de S. Juan pone explícitamente la vida y la muerte de Jesús bajo el signo de su amor extremo a los hombres cumpliendo el proyecto del Padre. Y así es como comienza el capítulo: “Antes de la fiesta de Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…”

Como Jesús, también nosotros, debemos mantener siempre unidas estas dos dimensiones del amor, si queremos vivir de verdad la Nueva Alianza. Celebrar la Eucaristía es tener los mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega de Cristo a Dios y a los hombres, que Él hace presentes y vive en cada celebración eucarística, porque se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8) en este misterio. Jesús quiere meterlos dentro de nuestro espíritu por su mismo Espíritu,  invocado en la epíclesis sobre el pan y sobre la Iglesia y la asamblea, para que «fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria III).

            Esta misma doctrina, con diversos matices, vuelve Juan a proponernos en su primera Carta, bella y profunda. En algunos puntos completa su evangelio. En efecto, ella invita al cristiano a quitar de sí todo pecado, especialmente contra el amor fraterno, y vivir en conformidad con la voluntad de Dios a ejemplo del Maestro: a hacer lo que Él y como Él lo ha hecho: hay que dar la vida por los hermanos: “en esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros tenemos que dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,13).

Aunque la carta no trata aquí directamente de un amor martirial, nos pide una entrega de amor que tiende de suyo a la entrega total de sí mismo. Y en este mismo sentido el texto más explícito y significativo es el siguiente: “Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2,5-6).

            Por la Eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a Él a sus sentimientos y actitudes, entre los cuales la caridad perfecta a Dios y a los hermanos es el principal y motor de toda su vida:  “Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”, “Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo”; Ahora bien, “quien permanece en él..,” quien está unido a Él, quien celebra la Eucaristía con Él, quien come su Cuerpo, come también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de misericordia y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas... “debe andar como Él anduvo”.

            La primera dimensión es esencial: recibimos el amor que procede del Padre a través del corazón de Cristo, y, como dice S Juan, no podemos amar a Dios y a los hermanos si Dios no nos hace partícipe de su Amor Personal, Espíritu Santo: no podemos amar si primero Dios no nos ama: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados...” (1Jn 4,10)). Y así lo afirma en su evangelio: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9).De aquí deriva el amor a los hermanos, el don y el servicio total de uno mismo a los hermanos, sin buscar recompensas, amando gratuitamente, como sólo Dios puede amar y nos ama y nosotros tenemos que aprender a amar en y por la Eucaristía.

            En la Eucaristía se hace presente la cruz de Cristo con ambas dimensiones, vertical y horizontal, en que fue clavado y por la que fuimos salvados. La vertical la vivió Cristo en una docilidad filial y total al Padre; la horizontal, en apertura completa a todos los hombres, aunque sean pecadores o indignos. En el centro de la cruz, para unir estas dos dimensiones está el corazón de Jesús traspasado por la lanza del amor crucificado.

 El fuego divino, que transformó esta muerte en sacrificio de alianza no ha sido otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo. Lo afirma S. Pablo en su carta a los Efesios: “Cristo nos ha amado (con amor de Espíritu Santo)y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). Y lo recalca la Carta a los Hebreos: “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros ...santifica a los inmundos...¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima sin defecto limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo! (Hbr 9, 13-14)

            Dice S. Agustín que el sacrificio sobre el altar de piedra va acompañado del sacrificio sobre el altar del corazón. La participación viva en la Eucaristía demuestra su fecundidad en toda obra de misericordia, en toda obra buena, en todo consejo bueno, en todos los esfuerzos por amar al hermano como Cristo; así es cómo la Eucaristía es alimento de mi vida personal, así es como Cristo quiere que el amor a Él y a los hermanos, la Eucaristía y la vida , el culto y servicio a Dios y el servicio a los hombres estén estrechamente unidos.

            La  Eucaristía acabará como signo cuando retorne Cristo para consumar la Pascua Gloriosa en un encuentro ya consumado y definitivo y bienaventurado de Dios con los hombres, que ha de progresar en profundidad y anchura toda la eternidad. Por eso en la Eucaristía la Iglesia mira siempre al futuro consumado, a la escatología, al final bienaventurado de todo y de todos en  el Amor de Dios Uno y Trino que nos llega en cada Eucaristía por el Hijo, Cristo Glorioso, que se hace presente  bajo los velos de los signos.

            Quisiera terminar este tema con el pasaje conclusivo de la carta a los Hebreos, que abundantemente venimos comentando: “El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,20-21).

            El autor pide que el Dios de la paz, el Dios de la alianza realice en nosotros lo que le agrada, lo que nos hace perfectos en el amor, que nos ha de venir necesariamente de Él. En la antigua alianza Dios prescribía lo que había que hacer mediante una ley externa. Pero eso fracasó. Ahora quiere inscribirla en el corazón de los hombres mediante su Espíritu: “Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón...” (Jer 31,31-33). Y esto lo hace por Jesucristo Eucaristía, por su cuerpo comido y su sangre derramada  en amor de Espíritu Santo. 

            Sin el Espíritu de Cristo, si el Amor de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, no podemos amar a los hermanos como Cristo, no podemos perdonar, no podemos cooperar a la salvación y la redención de los hombres: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4-5).

            Acojamos esta acción de Dios en nosotros por Jesucristo con amor y gratitud. Nosotros terminamos con el himno de alabanza dirigido a Dios por el autor de la carta a los Hebreos: “Por Él (Cristo)ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre....” “por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,15.21). Hagamos también nosotros nuestra ofrenda de alabanza al Padre por la Eucaristía, por medio de Cristo,  para  gloria  de  Dios y  salvación de los  hombres nuestros  hermanos.

INDICE

1. LA COMIDA  DE LA COMUNIÓN ………………………………...3

 2. MIRADA LITÚRGICA:  LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN.6

3. FRECUENCIA DE LA COMUNIÓN……………………………..…9

4. ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN..10 

5. LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN Y TRANSFORMACIÓN EN CRISTO………………………17

6. LA COMUNIÓN PERDONA LOS PECADOS  VENIALES Y PRESERVA DE LOS MORTALES………………………………...…19

7. LA EUCARISTÍA-COMUNIÓN HACE IGLESIA: CARIDAD FRATERNA………………………………………………………...….22

8. LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA COMPROMETE EN FAVOR  DE LOS POBRES…………………………………………..…………..…23

 9.  EL BANQUETE DE LA EUCARISTÍA, PRENDA DE LA GLORIA FUTURA……………………………………………………………….25

10. AL COMULGAR, ME ENCUENTRO EN VIVO  CON TODOS LOS  DICHOS Y HECHOS SALVADORES DEL SEÑOR………….27

10. 1.  ENCARNACIÓN Y EUCARISTÍA……………………….…..28

10.2.  PRESENCIA PERMANENTE………………………………….30

10. 3.  PAN DE VIDA ETERNA……………………………………...30

10. 4.  EN LA EUCARISTÍA SE ENCUENTRA LA FUENTE Y

LA CIMA DE TODO APOSTOLADO……………………………..…31

11.- TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN

       EUCARÍSTICA………………………………………………..….33

 12.- MIRADA LITÚRGICA A LA EUCARISTIA COMO

       COMUNIÓN…………………………………………………..….36

 13.- ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA COMUNIÓN

        EUCARÌSTICA ……………………………………………….…39

14.-COMULGAR CON CRISTO ES TRATAR DE VIVIR SU

     MISMA VIDA: “EL QUE ME COME VIVIRÁ POR MÍ”………….46

15.- LA  EUCARISTÍA NOS LLEVA A VIVIR LA VIDA EN CRISTO:  

    “VIVO YO, PERO NO SOY YO, ES CRISTO QUIEN VIVE EN MÍ”  …………51

16.- CRISTO EUCARISTÍA ES FUERZA Y SABIDURÍA

DE DIOS EN LA DEBILIDAD DE LA CARNE……………………..62

17.- EL PAN CONSAGRADO ES CRISTO, ALIMENTO Y PAN

       DE VIDA ETERNA PARA TODOS LOS HOMBRES………….65 

18.- CRISTO EUCARISTÍA ES FUENTE Y EJEMPLO DE

       AMOR FRATERNO A TODOS LOS HOMBRES………………67

19.- CRISTO EUCARISTÍA NOS ENSEÑA  Y EMPUJA 

       AL  PERDÓN DE NUESTROS  ENEMIGOS……………………74

20.- LA  COMUNIÓN EUCARÍSTICA NOS AYUDA A VIVIR

      CON LOS MISMOS SENTIMIENTOS DE CRISTO………….….76

21. EL PAN EUCARÍSTICO ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO:

     “PAN DE VIDA ETERNA” ……………………………………...…81

22.- LA EUCARISTÍA, FUENTE DEL AMOR FRATERNO

      Y CRISTIANO…………………………………………………....86


[1] Homilía sobre el Evangelio de Mateo, 50, 2-4, PG 58, c.508-509.

[2]S. Juan Crisóstomo, homilía. in 1Cor,27,4.

[3]  Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373 (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340).

[4]Liturgia de la Horas, IV, pp.408-410 (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628).

Viernes, 23 Abril 2021 07:39

PARA ORAR ANTE JESÚS EN EL SAGRARIO

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

Altar y Sagrario de mi querida parroquia de San Miguel, Jaraíz de la Vera, donde fuí bautizado, hice mi Primera Comunión, ayudé como monaguillo, sentí mi vocación sacerdotal y celebré mi primera misa.

PARA ORAR A JESÚS  EN ELSAGRARIO

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EN EL SAGRARIO?

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

AYUDAS PARA LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

       Esto es lo que pretendo en este libro. Quiere ser una ayuda sencilla para pasar ratos de amistad junto a Jesucristo Eucaristía. Ayuda fácil y asequible, en el fondo y en la forma, mediante la lectura meditativa, sin prisas, reflexionando, orando, hablando con Jesús en el Sagrario.

       Por eso, empieza con oraciones y cantos sencillos. Está concebido para personas que llegan a la iglesia, están ante el Señor, y, al principio, no se les ocurren muchas ideas y formas para meditar o hablar con el Señor. Son almas sencillas y buenas cristianas, pero que necesitan ayuda.

       Lo he podido comprobar en mi larga vida pastoral. En concreto, en mi parroquia, desde hace cuarenta años, en una mesa, ponía folios, revistas, homilías y meditaciones, artículos interesantes de Revistas.   

Desde hace diez años, en los bancos, ahora en una estantería colocada y «enclavada» en la pared, he puesto los evangelios y diversos libros con esta inscripción: AYUDAS PARA LA ORACION.

La gente llega, y si tiene tiempo y le apetece o lo necesita, coge el evangelio o el libro que le gusta y a leer, meditando, reflexionando. Luego, una vez terminada su oración, vuelven a colocarlo en la estantería; o lo dejan en el banco y sirve para que otros lo cojan, sin moverse. Así seguimos durante muchos años.

       Por lo tanto, tú has llegado a la iglesia, has cogido este libro o lo traes de casa, haces la señal de la cruz, y empiezas ya a meditar con la invocación al Espíritu Santo; a continuación puedes meditar o cantar mentalmente  el canto que te guste, para eso pongo varios; y luego, empiezas a leer, meditando, paras un poco, miras al Sagrario, hablando y pidiendo luz al Señor y fuerzas para realizar en tu vida lo que meditas; vuelves a leer despacio, le hablas de tus cosas y problemas, le das gracias, miras otra vez al Sagrario, hablas con tu Amigo que siempre está en casa, con los brazos abiertos, en amistad permanente, revisas tu vida, pides perdón, prometes, haces algún propósito... y así hasta cumplir el tiempo que te tienes asignado.

Eso sí, para hacer oración diaria, como camino de vida, es necesario y obligado tener un tiempo y una hora fija, de la mañana o de la tarde, y no dejarlo para cuando tengas tiempo. Porque entonces no tendrás tiempo muchas veces, te olvidarás y terminarás dejándola. Testigos, mi experiencia personal y mi vida pastoral, mis feligreses. Y antes de terminar esta introducción, quisiera decirte dos cosas sobre la adoración eucarística.

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que este camino es muy personal; hay tantos caminos como caminantes, porque «se hace camino al andar, que diría el poeta; no hay reglas fijas para recorrer el camino.

Ahora bien, así como no impongo ningún método especial para hacer oración, sin embargo, desde el primer kilómetro, hay tres verbos que deben estar siempre juntos porque se conjugan igual y no pueden separarse jamás: amar, orar y convertirse. En el momento que cualquiera de estos tres verbos falle, fallan los otros, y se acabó la oración personal verdadera; se convertirá en una práctica rutinaria, en el caso de que continúe haciéndose. Lo repetiré mil veces y siempre,  estos tres verbos amar, orar y convertirse se conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios.

       Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, de «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración, pero no es lo ordinario: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo: es la tradición: «lectio, meditatio, oratio et contemplatio».

Necesitamos la lectura, principalmente de los evangelios, de textos litúrgicos o de libros santos, escritos por hombres de oración; lógicamente el Oficio de Lectura es un camino estupendo, pero también pueden ayudar para empezar libros sencillos y comprensibles, siempre llenos de amor, sobre todo a Jesucristo Eucaristía. Pero que no sea solo lectura, sino leer, meditar, dialogar, oración personal con Cristo en el Sagrario.

La oración puede hacerse en muchos sitios, pero teniendo al Señor, deseoso de nuestra amistad, en cualquier Sagrario de la tierra, para eso se quedó con nosotros hasta el final de los tiempos, con solo mirar y ver que te está mirando, ya te sale o provoca el diálogo.

Esta ha sido mi intención al escribir este libro; sólo he pretendido que Jesús sea más conocido, amado y vivido, y, para esto, la oración ante el Sagrario es el mejor camino. Es necesario que el creyente aprenda a situarse ante Jesús Eucaristía, y si no le sale nada, que lea  libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprenda a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darle vueltas en el corazón, a dejarse interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle luz y fuerza y lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia, “en espíritu y verdad” te dirá e irá sugiriendo  muchas cosas con deseos de mayor amor y amistad.

Y te digo que procures hacer la oración particular o personal junto al Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así. No entendí nunca la oración en la habitación teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale infinitamente mejor y más cercana y amorosa y vital en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo Amado y Predilecto, junto a la Canción de Amor en la que el Padre nos canta su proyecto de Amor para el hombre, con Amor de Espíritu Santo. Estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe.  

       No lo olvides: lo importante de la oración es querer amar más a Dios; y para eso, automáticamente, necesitas orar, hablar con Él todos los días, tener el encuentro diario de amistad, como pasa en todas las amistades humanas; y finalmente, al hablar con Él “en espíritu y verdad”, irás convirtiéndote, moderando la lengua, cambiando de formas de  comportamiento, de genio, de soberbia y de todo lo que impide la amistad con Cristo: y “todo lo demás se os dará por añadidura”.

       Y jamás olvidar que sin conversión permanente no hay oración verdadera y continua. Por eso hay pocos orantes “en espíritu y verdad”. Tiene que haber conversión permanente para que haya oración permanente y encuentro cada día más amoroso y verdadero con Cristo. La oración permanente nos lleva a la conversión permanente y viceversa, la conversión permanente es la que nos lleva oración permanente, por eso, repito, hay pocos orantes, incluso en las almas consagradas, esta es la causa principal. Habrá lectura, meditación, oración vocal pero sin llegar al corazón, que al estar lleno de nosotros mismos, de nuestro yo, no hay lugar para Cristo, para su amor, su caridad fraterna… es que si no nos vaciamos de nosotros mismos por la conversión, no cabe ni Dios en nuestro corazón y menos su amor, porque el amor propio, el amor a nosotros mismos lo ocupa todo y se lo impide.

ORACIONES EUCARÍSTICAS

I

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TEMPLO, SAGRARIO Y MORADA DE MI DIOS TRINO Y UNO EN LA TIERRA!

¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y LA VIDA.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE COMO TÚ, CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!

Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.

II

       ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE. TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE SIEMPRE CONMIGO EN EL SAGRARIO EN INTERCESION Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES!

¡TAMBIÉN YO QUIERO DARLO TODO POR TI Y PERMANECER JUNTO A TI EN EL SAGRARIO IMPLORANDO E INTERCEDIENDO CONTIGO POR LA  SALVACIÓN DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO ENTERO!

¡YO QUIERO SER Y VIVIR SIEMPRE EN TI; QUIERO SER TOTALMENTE TUYO, PORQUE PARA MI TU LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS TODO!

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACION AL PADRE POR NOSOTROS, TODOS LOS HOMBRES, YO CREO EN TI!

JESUCRISTO, SACERDOTE DEL ALTÍSIMO Y SALVADOR ÚNICO DE LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI! ¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO.

*****

INVOCACIONES AL ESPÍRITU SANTO

PARA EMPEZAR LA ORACIÓN:

1.- Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Envía tu Espíritu y serán creados.

Y renovarás la faz de la tierra.

Oremos: Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos a gustar (sapere-saborear) lo que es recto según el mismo Espíritu, y gozar siempre de su consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

2. ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

(Secuencia de la misa de Pentecostés)

Ven Espíritu Divino,

manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,

Don, en tus dones espléndido.
Luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

Entra hasta el fondo del alma,

Divina Luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre

si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,

si no envías tu aliento.

Ven, Dulce Huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo.
Lava las manchas,infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones

según la fe de tus siervos.

por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno .Amén

CANTOS E HIMNOS EUCARÍSTICOS

(Para empezar la visita a Jesucristo Eucaristía. Si estás en la iglesia y hay gente, lo puedes rezar como salmos en voz baja o cantar mentalmente. Son como las escaleras diarias para llegar a la oración personal)

1. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!

¡A ti, Señor cantamos,
oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos,
oh Cristo Redentor!

2. DE RODILLAS, SEÑOR, ANTE EL SAGRARIO

De rodillas, Señor, ante el Sagrario,

que guarda cuanto queda de amor y de unidad,

Venimos con las flores de un deseo, para que nos las cambies en frutos de verdad.

Cristo en todas las almas

En el mundo la paz.(bis)

Como estás, mi Señor, en la Custodia

Igual que la palmera que alegra el arenal,

Queremos que en centro de la vida

Reine sobre las cosas tu ardiente caridad.

Cristo en todas las almas

En el mundo la paz;

Cristo en todas las almas

En el mundo la paz.

3. OH BUEN JESÚS YO CREO FIRMEMENTE

Acto de fe

¡Oh, buen Jesús! Yo creo firmemente

que por mi bien estás en el altar,

que das tu cuerpo y sangre juntamente

al alma fiel en celestial manjar,

al alma fiel en celestial manjar.

Acto de humildad

Indigno soy, confieso avergonzado,

de recibir la santa Comunión;

Jesús que ves mi nada y mi pecado,

prepara Tú mi pobre corazón. (bis)

Acto de dolor

Pequé Señor, ingrato te he ofendido;

infiel te fui, confieso mi maldad;

me pesa ya; perdón, Señor, te pido,

eres mi Dios, apelo a tu bondad. (bis)

Acto de esperanza

Espero en Ti, piadoso Jesús mío;

oigo tu voz que dice “ven a mí”,

porque eres fiel, por eso en Ti confío;

todo Señor, espérolo de Ti. (bis)

Acto de amor

¡Oh, buen pastor, amable y fino amante!

Mi corazón se abraza en santo ardor;

si te olvidé, hoy juro que constante

he de vivir tan sólo de tu amor. (bis)

Acto de deseo

Dulce maná y celestial comida,

gozo y salud de quien te come bien;

ven sin tardar, mi Dios, mi luz, mi vida,

desciende a mí, hasta mi pecho ven. (bis)

4. HIMNO EUCARÍSTICO

(Del Congreso Eucarístico de GUADALAJARA, Méjico, 2004, que cantamos todos los día, en el templo del Cristo de la Batallas, Plasencia, abierto a las 7 de la mañana, con la Exposición del Santísimo a las 8, iniciada en esa misma fecha,  para la Adoración Eucarística, de 8 a 12,30 de la mañana, con el rezo de Laudes, terminando a las 12,30 con la Hora intermedia, Bendición del Santísimo y reserva, antes de la santa misa, a las 12,30).

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios. (2)

Es memoria Jesús y presencia,

es manjar y convite divino,
es la Pascua que aquí celebramos,

mientras llega el festín prometido.

¡Oh Jesús, alianza de amor,

que has querido quedarte escondido

te adoramos, Señor de la Gloria,

corazones y voces unidos!

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios. (2)

5. CERCA DE TI, SEÑOR

Cerca de Ti Señor, quiero morar,

tu grande y tierno Amor 
quiero gozar.

Llena mi pobre ser, 
limpia mi corazón,
hazme tu rostro ver 
en la aflicción.

Pasos inciertos doy, el sol se va,
mas si contigo estoy, no temo ya.

Himnos de gratitud 
ferviente cantaré,
y fiel a Ti Jesús, siempre seré.

Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy, buscando la paz.

Mas sólo Tú Señor, 
la paz me puedes dar,

cerca de Ti Señor,
yo quiero estar.

Yo creo en Ti Señor, yo creo en Ti,
Dios vive en el altar presente en mí.

Si ciegos al mirar 
mis ojos no te ven
yo creo en Ti Señor, 
sostén mi fe. 

Espero en Ti, Señor, Dios de bondad,
mi roca en el dolor, puerto de paz.

Porque eres fiel Señor, 
porque eres la verdad,
espero en Ti Señor, 
Dios de bondad. 

6. VÉANTE MIS OJOS

    Véante mis ojos,
    dulce Jesús bueno;

    véante mis ojos,
    muérame yo luego.

Vea quién quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines,

flor de serafines;
Jesús Nazareno

véante mis ojos

muérame yo luego.

No quiero contento,
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;

Véante mis ojos,
muérame yo luego

7. ORACIÓN EUCARÍSTICA 

Sagrado banquete,

en que Cristo es nuestra comida;

se celebra el memorial de su pasión

el alma se llena de gracia,

y se nos da la prenda

de la gloria futura.

V/Le diste el pan del cielo, aleluya

R/Que contiene en sí todo deleite, aleluya.

Oremos: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas (celebrar, participar y) venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

8. HIMNO DE VÍSPERAS 

Estáte, Señor, conmigo

siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás

me causa un terrible miedo

de si yo sin Ti me quedo,

de si Tú sin mí te vas

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

pues bien sé que eres Tú

la vida del alma mía;

si Tú vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin Ti me quedo,

ni si Tú sin mí te vas.

Por eso más que la muerte, temo, Señor, tu partida,

y prefiero perder la vida, mil veces más que perderte,

pues la inmortal que tu das sé que alcanzarla no puedo

cuando yo sin Ti me quedo cuando Tú sin mi te vas.

9. HIMNO EUCARÍSTICO: Adorote, devote...

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondido bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,
pero basta con el oído para creer con firmeza.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;

haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere; que te ame.

¡Oh, memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre:
Concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, bondadoso pelícano,
límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro ya no oculto
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

10. CANTO EUCARÍSTICO: Pange, lingua..Tantum ergo..

Canta, lengua, el misterio del cuerpo glorioso y de la sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo.

Nos fue dado, nos nació de una Virgen sin mancilla; y después de pasar su vida en el mundo, una vez esparcida la semilla de su palabra, terminó el tiempo de su destierro dando una admirable disposición.

En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como alimento para los Doce.

El Verbo hecho carne convierte con su palabra el pan verdadero con su carne, y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad.

Veneremos, pues, inclinados tan gran Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la fe supla la incapacidad de los sentidos.

Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo, salud, honor, poder y bendición; una gloria igual sea dada al que de uno y de otro procede. Amén.

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

1. ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EUCARISTÍA?

   “Yo soy el pan de vida”

  1.1. PORQUE ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO

Lo dice el Señor: “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan vivirá eternamente“; luego podemos empezar ya aquí abajo la vida eterna; el cielo empieza en el Sagrario,  porque el cielo es Dios, y Dios está en el Sagrario ¡Con qué respeto y adoración hay que mirarlo, hacer la genuflexión si uno puede; es Dios, el Hijo de Dios,  el Hijo amado del Padre, nuestro cielo, la misma Santísima Trinidad presente por  el Hijo hecho hombre y pan de Eucaristía, la felicidad del Padre bueno de todos los hombres, que me soñó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán,  nos envió al Hijo Amado, primero en carne humana y luego en un trozo de pan para empezar ya el cielo en la tierra: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna... porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvar...”.

Con el mismo Amor de Espíritu Santo fue también el Hijo, el que, viéndole entristecido al Padre, porque el hombre había roto este sueño de amor eterno con la Beatífica Trinidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y vino para recuperarlo y abrirnos las puertas de la felicidad eterna, de la esencia trinitaria, en familia divina de Amor, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, por el Beso y Abrazo de Amor de Espíritu Santo, en que somos sumergidos por la adoración eucarística: “El Padre está en mí... yo en vosotros y vosotros en mí... el Padre y yo somos uno... el que me come vivirá por mí...si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”, vivirá vida personal y trinitaria.

        En el Sagrario, el pan de vida es templo, sacramento y misterio de la Santísima Trinidad, porque en él está el Padre cantando su Canción y Proyecto de Amor a los hombres en su Hijo Amado presente desde la consagración del pan por obra del Espíritu Santo, como lo hizo en el seno de María, y lo sigue haciendo presente en todos los sacramentos, porque todos son participación en la vida divina y esta vida divina siempre es trinitaria y siempre es el Amor, el Espíritu Santo quien la comunica, quien nos santifica, quien nos une a Dios Trino y Uno, y, por tanto, quien nos introduce o nos hace partícipes de la experiencia de Amor Trinitario, del Amor de Dios a los hombres, siempre por el Espíritu Santo, tanto en la acción y oración litúrgica como en la personal, que siempre están unidas o deben estarlo para ser una participación «digna, santa y consciente».

       La oración eucarística es y debe ser esencialmente adoración (orare ad) de amor a la Santísima Trinidad presente por el Hijo, Pan de Vida, en el Sagrario o en santa Custodia, y por ella somos introducidos en el misterio de Amor y Felicidad eterna, en la vida eterna y trinitaria de nuestro Dios por su Palabra hecha primero carne, y luego pan de vida siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo: “Yo soy el pan de la Vida... el que come de este pan vivirá eternamente... tiene ya la vida eterna...” No como el pan de este mundo que comemos y morimos.

El Pan de Vida es Jesucristo, vida divina y trinitaria encarnada en carne humana, triturada en la cruz en el sacrificio de amor por nosotros y hecha pan de Eucaristía: “Yo soy el pan de Vida”, Canción de Amor en la que el Padre nos canta todo su proyecto de Amor Infinito con Fuego de Espíritu Santo; y si en el primer proyecto entraba el que Dios bajara todas las tardes a hablar con nuestros primeros padres, este proyecto ha sido superado por la venida del Hijo, que se ha quedado con nosotros con los brazos abiertos en todos los Sagrarios de la tierra, en amistad permanente: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Cuando entres en una iglesia, ya sabes que Él te está esperando desde siempre; por eso, tu primera mirada, tu primer saludo, tu primer beso debe ser para el Sagrario, para Jesús Eucaristía. No lo olvides. Y hazlo ahora mismo, si no lo hiciste. Porque Él te está mirando.

1.2. PORQUE ES EL HIJO DE DIOS QUE SE HIZO CARNE HUMANA Y PAN DE EUCARISTÍA PARA ABRIRNOS LAS PUERTAS DE LA ETERNIDAD

Primero se hizo carne y luego pan de Eucaristía para abrirnos las puertas de la eternidad, que fueron cerradas por nuestros primeros padres. Él se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema, como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!». Yo creo que la Liturgia se pasa llamando feliz a la culpa, al pecado.

Ciertamente que Jesucristo y el misterio eucarístico han superado totalmente el primer proyecto; descúbrelo, medítalo, agradéceselo, ámalo, adóralo. Pide fe y amor. Adora, adora y ponte de rodillas, y sobre todo, pon de rodillas toda tu vida, en adoración permanente, que Dios Eucaristía sea el único Dios de tu vida, abajo todos los ídolos, que impiden su presencia en tu corazón. Hasta aquí debe llevar la verdadera adoración eucarística, hasta aquí deben llegar los verdaderos adoradores “en el espíritu”.

Si no te vacías de ti mismo, de tus posesiones de soberbia, avaricia, lujuria, ira, faltas de amor, de perdón, Dios no puede entrar dentro de ti, porque estás lleno de ti mismo y no cabe Dios, no adoras verdaderamente al Padre como Jesús, hasta dar la vida, no te pones de rodillas tu vida ni le adoras plenamente como criatura “espíritu y verdad”.

Ayúdame, Señor, a vaciarme de todo para poder poseerte a Ti, sólo a Ti, Tu eres Dios, y tengo hambre de Ti, porque tengo hambre de lo infinito, y no me sacian las migajas de las criaturas...lo tengo todo, y me falta el Todo, porque el Todo es Cristo, mi Cristo Eucaristía.

1. 3. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO, VIVO Y RESUCITADO, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, temblando de emoción, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del evangelio. Fue hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo.

Aquel primer Jueves Santo Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo...”, “Bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros...” Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él esto no es nada, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

       Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos.

 Este Cristo eucaristía nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros.

Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soy“el testigo fiel”, que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios”; “Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí…”dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente  los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos...

Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recodamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

1. 4. PORQUE EN LA HOSTIA SANTA ESTÁ LA CARNE DE CRISTO, TRITURADA Y RESUCITADA PARA NUESTRA SALVACIÓN.

 Está Cristo muerto y resucitado, el precio de la redención, lo que yo valgo, el sacrificio permanente de amor que Cristo ha realizado para rescatarme; y ahí está la persona que lo ha hecho, que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado con su sangre el precio por todos y cada uno de nosotros.

       Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre; la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tantos pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él, ni se han jugado nada por él; si es mujer, sólo valoran su físico y poco más, puedes verlo todos los días en la tele; y si es hombre, lo que valga su poder, su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí.

       El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía, donde Cristo hace presente en cada misa este misterio.

       Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.    

       S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero que lo vivió y sintió en su oración personal, contemplando el misterio de Cristo crucificado,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”.

 Y es, para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne humana primero y pan de Eucaristía por la potencia de Amor de tu mismo Espíritu, triturada y resucitada toda entera para vida eterna de todos los hombres.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo!

1. 5. PORQUE «…EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, nuestra pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

       «...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

       Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

       Voy a poner algunos documentos más del Vaticano II para que nos demos cuenta que es centro y fundamento y fuente de toda la vida de la Iglesia y sin misa de Domingo no hay cristianismo, porque no hay Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación:

Rv 26: [...] la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico...

M 6 c: [... la Iglesia,] como cuerpo del Verbo encarnado cI1.Ie es, se alimenta y vive de la Palabra de Dios y del Pan eucarístico.

M 39 a: [... presbíteros], por su propio ministerio—que consiste sobre todo en la Eucaristía, la cual perfecciona a la Iglesia—, comulgan con Cristo Cabeza y llevan a otros a la misma comunión...

Rv 21: La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.

VR 15 a: La vida común, a ejemplo de la Iglesia primitiva, [.1, nutrida por la doctrina evangélica, la sagrada liturgia y, señaladamente, por la Eucaristía, debe perseverar en la oración y en la comunión del mismo espíritu (cf. Act 2,42).

La Eucaristía, centro de los sacramentos y ministerios

P 5 b: [...] los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.

M 9 b: Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo, autor de la salvación.

L 10 a: [...] los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

P 5b: [...] la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el Cuerpo de Cristo.

Presencia de Cristo en la Eucaristía

L 7 a: [...] Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio dé la

Misa, sea en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz”, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas.

P 5 e: La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y se consagran los fieles y en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro, ofrecido por nosotros en el ara del sacrificio, debe estar nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades.

FS 8 a: Enséñeseles [a los seminaristas] a buscar a Cristo [...] sobre todo en la Eucaristía y el Oficio divino.

La celebración eucarística, centro de la comunidad cristiana

P 6 e: [...] ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.

O 30 f: En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana...

P 5 c: Es, [...J, la sinaxis eucarística el centro de toda la asamblea de los fieles, que preside el presbítero.

I 26 a: En ellas [las comunidades locales] se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”.

Toda Misa, acto de Cristo y de la Iglesia

P 13 c: [... la Misa], aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia.

L 27 b: Esto [la preeminencia de la celebración comunitarial vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos.

I 50 d: [.. .1 al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial...

El sacrificio eucarístico, realización redentora

P 13 c: En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza continuamente la obra de nuestra redención, y, por ende, encarecidamente se les recomienda su celebración cotidiana...

L 2: [.1 la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.

FS 4 a: [Los seminaristas] deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación, a fin de que, orando y realizando las sagradas celebraciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos.

La oblación personal en el sacrificio eucarístico

Iii a: [Los fieles,] participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella.

P 5 c: Los presbíteros, [...], enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida.

34 b: [...] las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 Petr 2,5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor.

1.6. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON LOS BRAZOS ABIERTOS PARA ABRAZARNOS A TODOS EN ETERNA AMISTAD

       La presencia Eucarística es la presencia de Cristo en amistad permanente ofrecida con amor extremo a todos los hombres, hasta el final de su vida, de sus fuerzas y del tiempo.

       Sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino: «visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur: no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos», es la fe la que descubre su presencia, hasta poder decir con san Juan de la Cruz: «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

       “¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto.

Él había reclinado su cabeza sobre su corazón en la Última Cena y sintió y consistió, sentir con, todos los latidos de su corazón. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar, por la oración personal, por la adoración eucarística; sina la fe personal e iluminada por el fuego del amor, el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia; una vida eucarística pobre indica una vida cristiana pobre y un apostolado pobre, incluso nulo.

Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y esta perla preciosa, precisamente por no haber vendido nada o poco de su tiempo y de su dedicación a comprar este tesoro; no tiene intimidad con el Señor, porque para esto hay vender mucho de nuestro tiempo, soberbia, avaricia y pecados: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

       Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 1.7. PORQUE El SAGRARIO ES TEMPLO Y  MORADA DE LA TRINIDAD EN LA TIERRA.

       El sagrario es morada de Dios Trino y Uno en la tierra porque el Pan consagrado, Cristo Eucaristía, es la Palabra que me revela el proyecto del Amor Personal de Dios Padre, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que lo acepta todo de Él y le hace Padre, aceptándolo, y es Hijo obediente hasta la muerte en el que se complace en el mismo Amor de Espíritu Santo; “el pan de vida” es Cristo Eucaristía, Palabra y Música y pentagrama de Amor en la que el Padre me canta y pronuncia su Palabra con de Amor de Espíritu Santo, por la que todo ha sido pensado y realizado: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios… En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.

       Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, sino que me voy encontrando poco a poco también con el Padre que le está enviando para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma en el seno de María y en el pan y en el vino, como Verbo que nos revela el proyecto de amor del Padre.

Venerándole, yo doy gloria al Padre, adoro su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Su Palabra pronunciada para mí con Amor personal de Espíritu Santo; y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor eucarístico,  en oración contemplativa, identificándome con Él, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

2. EL  GOZO DE CREER Y AMAR A JESUCRISTO EUCARISTÍA

       ¡Qué gozo ser católico, tener fe, poder celebrar el Corpus Christi, creer en Jesucristo Eucaristía! ¡Qué gozo haberme encontrado con Él, saber que no estoy solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo Eucaristía, me ama hasta ese extremo; hasta el extremo del tiempo, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de dar la vida por mí, hasta el extremo de ser Dios y, por amor, hacerse hombre, y venir en mi búsqueda, para abrirme las puertas de la amistad y amor de mi Dios Trino y Uno! ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en el pan consagrado, en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida!

       ¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! ¡ cómo no besarlo y abrazarlo y llevarlo sobre los hombros por calles y plazas, gritando y cantando, proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca, que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio, que soy eternidad, porque el Hijo de Dios Eterno me lo ha revelado y lo ha demostrado con su muerte y resurrección, que hace presente en la Eucaristía, donde me dice: “¡ yo soy el pan de la vida, el que coma de este pan, tiene la vida eterna”!

       ¡Cómo no proclamarlo y gritarlo cuando todo esto se cree, pero, sobre todo, se puede vivir, gustar y saborear ya aquí abajo, y empieza el cielo en la tierra, y se viven ratos de eternidad, en encuentros de amistad y de oración junto al Sagrario, donde el Padre me está diciendo su Palabra de

Amor en el Hijo, encarnado primero en carne, luego, en el pan consagrado, por la potencia de su Amor, que es Espíritu Santo!

       Jesucristo Eucaristía, desde su presencia eucarística y trinitaria, en «música callada» me está cantando, “revelando” la canción de Amor “extremo”, infinito del Padre al hombre por la potencia de Amor, Espíritu Santo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, donde el Resucitado, en Eucaristía permanente, en oblación e intercesión perenne al Padre, con Amor de Espíritu Santo nos está diciendo: no te olvido, te amo, ofrezco mi vida y amistad por ti y quiero hacerte partícipe de mi misma vida y sentimientos y gozo eterno: “a vosotros no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre, os lo he dado a conocer”.

       Cristo Eucaristía ¡qué gozo haberte conocido por la fe, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal o litúrgica, no meramente creída o celebrada! ¡Qué gozo haberme encontrado contigo por la oración personal y eucarística: «que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Parece como si la santa hubiera hecho esta definición mirando al sagrario.

       Por eso, qué necesidad absoluta tiene la Iglesia de todos los tiempos de tener, especialmente en los seminarios y noviciados y casas de formación, montañeros que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente, este camino; necesitamos exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la vivencia eucarística y puedan volver cargados de frutos, para enseñar la ruta, dejando otros caminos que no llegan hasta el corazón del pan o de los ritos sagrados, hasta las personas divinas, presentes  mistéricamente y amando..

       El camino es fácil de saber, pero exige oración personal permanente que nos lleva a la conversión permanente para llegar al amor total y permanente; hay que dejarlo todo, para llenarnos del Todo, y estamos muy llenos de nosotros mismo; tanto que no cabe Dios, el Todo; tenemos que dejar que Dios sea Dios, el Todo de nuestro ser y existir: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor”.

El Cuerpo de Cristo, el pan consagrado es Cristo entero y completo, Dios y hombre, hecho alimento de fe y amor para los que le contemplen o le coman, pero sabiendo que una cosa es comer, y otro comulgar con los sentimientos y la vida de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...  el que me coma, vivirá por mí”.

3. EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL MISMO CRISTO MISERICORDIOSO DE PALESTINA QUE CURÓ A  LA HEMORROÍSA

       Aquí, en el Sagrario, está el mismo y único Cristo de Palestina y ahora del cielo. Es el mismo Cristo, ya pleno de luz y de gloria, intercediendo por todos nosotros ante el Padre, el mismo de Palestina, el Cristo de la Hemorroísa, dispuesto a curarnos nuestras enfermedades, de cuerpo y de alma, si le tocamos, como ella, con fe y amor y esperanza convencida.

       Está ahí, esperándonos, siempre que nos acerquemos a él por la oración y se lo pidamos, aún sin pedírselo, sólo con desearlo, como la samaritana; está ahí, con los brazos abiertos, en amistad permanente para que le toquemos con fe y seamos curados de las heridas de nuestros pecados que nos

desangran y vacían de la vida de la gracia y nos debilitan y nos llevan a la muerte y el pecado.

 ¡Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza!

 “Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26) .

       Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroísa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor: “Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre. Y Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

       No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

       Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

       Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa, debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

       Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos todos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

       Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado; el Señor podría tal vez responder: pero no todos me han tocado. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa; es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto de iglesia, venerado, pero simple objeto, no la presencia plena y verdadera y realísima de Cristo.

       Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

       En la oración eucarística, como en su presencia en el Sagrario en Eucaristía continuada y permanente el Señor se sigue ofreciendo por nosotros al Padre y como alimento de vida a todos, es el “pan de vida que ha bajado de los cielos” y nos dice: “Tomad y comed... Tomad y bebed”; y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él por la oración, por la adoración, comunión espiritual.

       En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario, Cristo no puede actuar aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroísa. No puede decirnos, como dijo tantas veces en su vida terrena “Vete, tu fe te ha salvado”.

       Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.

       Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el largo y maravilloso capítulo sexto de San Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

       Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de Sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

       Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo; reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

4. CRISTO EN EL SAGRARIO NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS A PREDICAR”.

        «EUCARÍSTICAS» es el título que puse, hace más de cuarenta años, a un cuaderno de pactas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera «Eucarística» (vivencia), que escribí como ecónomo junto al Sagrario de mi primera parroquia de la bella Vera extremeña, Robledillo de la Vera:

       «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste; te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

       Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo, te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores; nosotros somos limitados en todo.

       Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

       Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros:“Padre,

no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”y la cumpliste  en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

       En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, la he sentido muchas veces, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el círculo del Amor trinitario;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario y correspondamos a la locura de tu amor.

5.  EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA A TODOS, COMO A LA SAMARITANA,  PARA EL ENCUENTRO DE AMISTAD

Me está esperando siempre, como a la Samaritana, para un diálogo  de amistad y salvación  ¡Samaritana mía, enséñame a dialogar con Cristo y pedirle    el agua de la fe y del amor!

   “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

       Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

       Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha

estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos mil años lleva esperándote.

       Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres!

       Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario, Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

       «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame, nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

        El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra.

       No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el gozo eterno comenzado en el tiempo.

       Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo; las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

  “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

       La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y para nosotros.

       “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

       “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado

lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3, 1-3).

        Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

       Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle: “Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

       Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

       Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

       Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana: “Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

       Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios.

6. EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA PARA CALMAR LAS TEMPESTADES DE LA VIDA.

       Me consuela saber, que, en medio de los peligros por los que todos tenemos que pasar, unas veces porque nos meten, otras porque nos metemos nosotros, Cristo, desde el sagrario, está siempre  pendiente de nosotros para salvarnos para decirnos: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”.

Con su presencia en el Sagrario Jesús siempre nos está ofreciendo su ayuda y amistad y si tenemos fe y venimos a su presencia, como estamos ahora, y le decimos como Pedro: “Sálvanos, Señor, que  perecemos”, Él, que es infinitamente bueno y poderoso y  nos ama y se ha quedado para eso tan cerca de nosotros “hasta el final de los tiempos”, hará que sintamos su presencia eucarística, nos quitará la soledad y el desaliento que otros tienen por no visitarlo en el Sagrario, y venceremos en todas las luchas y tempestades de la vida, tanto corporal y humana como espiritual, en las crisis de fe , de esperanza y amor, en las noches de fe en la oración y en la experiencia de Dios en nuestra vida espiritual. 

       Como Cristo desde la montaña, donde había subido a orar, contemplaba a sus pies el mar de Tiberíades y en él la barca con los doce Apóstoles, sobre todo, cuando se embraveció y surgieron las olas por el viento fuerte, así también ahora, Jesucristo, nuestro amigo Dios, nos ve, desde el Sagrario,  a nosotros en el mar de la vida y vive pendiente de nosotros. Qué consuelo cuando uno sabe y vive todo esto. Qué tranquilidad en la misma enfermedad, persecución, críticas, envidias... no estoy solo, Cristo, desde el Sagrario me ve y me acompaña y se interesa por mí.

       San Mateo  lo describe así en su evangelio: “En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados”.     

       1). Hemos de tener en cuenta que este hecho acaeció a continuación de la primera multiplicación de los panes: cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, fueron milagrosamente alimentados por Jesús: “Visto el milagro que  Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este, sin duda, es el Profeta que ha de venir al mundo. Por lo cual, conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por fuerza para hacerlo rey, huyó Él solo otra vez al monte”. (Jo 6, 14-15).

       ¡Cómo huye el Señor de ser honrado y cómo nos enseña con las obras lo que nos predica de palabra! Los discípulos, halagados quizá por el clamor popular, soñaron en puestos y honras temporales; y el Señor les hizo embarcar y salir a la mar, y se quedó Él en tierra.

       Preveía el Señor la tempestad que muy pronto se iba a desatar, y les hizo embarcar para que lucharan con ella y no pensaran que en el seguimiento del Señor tan poderoso iba a ser todo felicidad, sino que vivieran dispuestos al sacrificio. Iba además a hacerles sentir que siempre velaba por ellos, sin que fuera necesaria su presencia corporal para tener muy presentes a los suyos y librarles de todo mal.

       Él, mientras tanto, subió al monte a orar. ¡Qué modelo para nosotros!  Cuántas veces en el sagrado Evangelio se nos inculca la frecuencia con que el Señor oraba. Quiere desarrollar prácticamente la lección que después ha de exponernos teóricamente: la necesidad de la oración, sobre todo durante el ejercicio del apostolado, y al mismo tiempo el modo más perfecto de hacerla; se aparta de las gentes, sube al monte, ora de noche.

       Todo hombre, y en especial todo apóstol, debe tener continuo recurso a la oración y buscar en ella la solución de sus dudas, el remedio de sus necesidades, el esfuerzo para el trabajo, la fecundidad de sus labores.

       2). Se apartaron los Apóstoles de Jesús quizá de mala gana, pues que San Marcos (Mc., 6, 45) dice que “forzó a los discípulos a subir a la barca”; temían que sin Él pudiera sucederles cualquier contratiempo. Jesús los amaba muy de veras y, sin embargo, y aun por eso mismo permitió que fueran probados.

La tempestad significa cierta ausencia de Jesús, al menos en cuanto al socorro sensible; pero no significa abandono. Bien veía el Señor desde el monte, como ahora desde el Sagrario,  lo que a sus Apóstoles sucedía, y velaba para que no naufragaran, y les daba vigor y fuerza para que perseveraran en su trabajo remando y no cedieran vencidos al furor del viento y la mar contrarios.

¿Por qué causas permite el Señor la tempestad? Cuando no somos nosotros los que en ella nos metemos, como no fueron en esta ocasión los Apóstoles quienes se metieron por propia voluntad en el mar, para hacernos ejercitar nuestro valor y fidelidad y al mismo tiempo para hacernos sentir la necesidad de su ayuda.

       Si se trata del camino de la fe, de la oración, de nuestra unión plena y más perfecta con Él, estas crisis o noches, no sentir nada en la oración, tener pruebas de fe, sentirse solo y no poder meditar... etc. son las noche del sentido y del espíritu que san Juan de la Cruz explica muy bien y este tema lo tengo tratado en algunos de mis libros. Esta purificaciones, debido a que debo vaciarme de mí mismo en pensamientos y obras, de mis proyectos y sentimientos, para llenarme sólo de Dios, esto supone mortificación y sufrimiento, porque estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios.

       Si se trata de la vida ordinaria, mi matrimonio, sacerdocio, hijos, negocios, apostolado, mientras todo va bien es fácil cumplir la obligación y es fácil también olvidarse de acudir en demanda del socorro de lo alto; pero si esto cambia y se complica, es difícil perdonar, seguir en vida familiar o de amistad, sentimos la tentación de cambiar o dejarlo todo, y lo mejor es lo que san Ignacio nos recomienda en los Ejercicios: «en momentos de turbación y tentación no hacer mudanzas, es decir: permanecer fiel en el cumplimiento de lo prometido;  esto es: crecer en la práctica de todo bien y esforzarse en cumplir lo prometido. Es lo que hicieron los Apóstoles: “remaban muy penosamente” (Mc., 6, 48); remando con trabajo merecieron el pronto socorro de Jesús, como dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo, dando.

       3). Jesús, aunque ausente con el cuerpo, estaba muy presente con su pensamiento y amor, y seguía compasivo las vicisitudes de sus discípulos. Al ver que la tempestad arreciaba, lleno de solicitud,  acudió a su socorro: “A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar” (Mt., 14, 25). Confiemos siempre en el Señor, en el Cristo amigo de nuestros sagrarios, por mucho que la tempestad arrecie; si nosotros somos fieles, si le visitamos, si le comulgamos, Él está con nosotros y no nos abandonará. ¡Bien seguros podernos estar de ello! En el mundo y en la Iglesia necesitamos almas de Sagrario, de fe y amistad permanente con Cristo Eucaristía. ¡Es tan bueno y compasivo, tan bello y hermoso!

       “Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar”. Lo tomaron por fantasma y era realidad. Cuántas veces la pasión, el miedo o el pecado grave, nos hacen temer o despreciar como fantasmas a Jesús y su evangelio, sus enseñanzas, como si fueran para otro mundo, otra civilización. Y en esto de apariciones y visiones hemos de ser cautos y proceder con prudencia y con piedad, aplicando los criterios que la ascética y la mística nos enseñan para discernimiento de espíritus, y siendo siempre dóciles a las direcciones de los maestros de espíritu y de la santa Iglesia. a los y  mandatos de la Iglesia y  de la jerarquía católica.

       4) “Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis" (Ib., 27). No soy un fantasma, sino realidad dulcísima; soy Jesús, a quien conocéis y os ama y no os deja abandonados  ¿por qué teméis teniéndome a Mí? ¡Cuán grata sonó a los oídos de los amedrentados Apóstoles la voz conocida del Maestro en aquella hora angustiosa! Pues es el mismo, y, como entonces, si a Él venimos en su presencia permanente en el Sagrario, cosa fácil teniéndolo tan cerca, si a Él recurrimos en las horas de tempestad, en medio del fragor de la tormenta de la vida, sonará en el fondo de nuestra alma su voz tranquilizadora: “¡ No temas, soy Yo!” Y estando Jesús con nosotros, ¿a quién hemos de temer?

       Pensemos que siempre, cualquiera que sea nuestra tribulación, por grande que sea nuestra angustia, Él nos ve, se interesa por nosotros, sabe el tiempo que debe durar para nuestro bien y el momento más oportuno para socorrernos; ¡confianza! ¡Confianza! Nada puede hacernos más daño en las luchas de la vida que la desconfianza en Dios.

       Jesús, visto de lejos, para los que no creen es un fantasma que da miedo; su ley austera horroriza a la sensualidad; de cerca, cuando se tiene fe y amor y esperanza, se le gusta, nos hechiza y enamora, nos atamos a la sombra del Sagrario, y cómo nos gusta oír su voz en las pruebas de todo tipo: “Yo soy, no temáis”.

       "Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él”.  Pedro, lleno de confianza y fervoroso amor, se ofrece para la ardua tarea de pisar sobre el mar alborotado; quiere ir a Jesús sobre las aguas. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar es trabajar por vencer en la lucha contra la tentación. El trabajo del propio vencimiento, la ruda labor de resistir las hondas continuas de tentaciones de todo tipo, en el carácter, la lengua, los sentidos.

       Pensemos que Jesús, al ver nuestros buenos deseos y oír nuestras ardientes súplicas, nos dice: «¡Ven!», y nos da su luz y su gracia, y con ella lo podemos todo. Pedro, al oír el “ven” de Jesús se lanza, valiente, al mar y avanza sin hundirse, ¡gran milagro! que un miserable pescador pise en el mar como en tierra firme, que un pobrecillo pecador, triunfe, esforzado, de los más fuertes enemigos y avance hacia Jesús en medio de furiosos ataques.

       “Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". Apartó Pedro sus ojos de Jesús para fijarlos en las encrespadas ondas del mar, y sintió el rugir del viento y se vio envuelto en espuma, salpicado por las aguas, ¡y temió; su confianza no se apoyaba únicamente en la palabra divina...; se dejó dominar del temor humano y comenzó a hundirse. Cuando esforzados por el divino llamamiento y pisando sobre dificultades marchamos hacia Dios, lo único temible es el acordarnos demasiado de nosotros mismos, y apartando los ojos de Dios, fijarlos en los trabajos que nos oprimen.        Afortunadamente, Pedro, en el peligro, clamó, con angustiosa esperanza, a Jesús: “Señor, sálvame!”, y “En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Aprendamos la lección; besemos la mano amorosa que nos sostiene para que no nos ahoguemos, y trabajemos por confiar siempre en Jesús, seguros de que quien en Él confía no será confundido.

       “En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó”. ¡Qué gozo más grande tener al Señor junto a nosotros, sentir su mano, su aliento, su protección, reclinar sobre el sagrario nuestra cabeza para sentir los latidos de su corazón.¡Y cuál la admiración de Pedro al ver que los vientos y el mar se le sometieron y le obedecieron. Y con qué reverencia “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".

       Hagámoslo nosotros ahora y quedemos en contemplación de amor ante Cristo Eucaristía: «Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

7. EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ A SU HERMANO  LÁZARO Y ES EL PAN DE LA VIDA ETERNA

Vamos a profundizar en el misterio de nuestra resurrección y eternidad, porque es la razón fundamental de su misión en el mundo, la razón de su venida en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas del cielo. Para esto nos soñó el Padre y roto este proyecto del Padre, envió a su Hijo para recrearlo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

       Qué gozo y garantía de salvación y felicidad eterna tenerte aquí tan cerca en el Sagrario con amor extremo hasta dar la vida por cada uno de nosotros; tenemos aquí tan cerca ya, amándonos y perdonándonos, al mismo Cristo que nos va a juzgar en el día en que pasamos de la casa de los hombres a la casa de Dios, en el día de nuestra entrada en gozo soñado y realizado por el Hijo.

       Y lo hacemos precisamente ante Cristo Eucaristía, Pan de vida eterna. Y este Cristo que tanto me quiere y me ama, al que yo tantas veces beso y comulgo y visito en el Sagrario, ¿Este Cristo me va a condenar? Jamás lo hará... jamás...

       1) Enfermó de gravedad Lázaro, y sus hermanas enviaron a Jesús un aviso diciéndole únicamente: “Señor, al que tú amas está enfermo” (Jo., 11, 4). Qué súplica tan hermosa y llena de sentido: “Señor, está enfermo el que amas, tu amigo!” Luego Jesús tiene amigos y predilectos. ¿Lo es tuyo? Claro que sí. Por su parte no quedará...ni por la tuya, por eso estás aquí en su presencia ¿Cómo tratamos a Jesús? ¿Cómo le correspondemos? Modelo de oración el de estas hermanas, exponen con brevedad y con llaneza al Señor la necesidad; saben que les ama y juzgan que la sola exposición de la necesidad es una súplica instante. Aprendamos a repetir: “Señor, tu amigo está enfermo”.

       Y Jesús parece que no hace caso, y responde: “Esa enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que por medio de ella sea el Hijo de Dios glorificado” ¿Era que no le amaba? El Evangelio, en el versículo siguiente, dice: “Jesús amaba a Marta, y a su hermana María, y a Lázaro”. No lo olvidemos, que veces hay en que a pesar de nuestras súplicas las cosas parece que se tuercen y no vienen a medida de nuestros deseos; confiemos y recordemos que lo primero es la gloria de Dios, el «sea lo que sea, te doy gracias, porque Tú ere mi Padre», porque Tú me amas más yo mismo que me busco por caminos egoístas prefiriendo mi voluntad a la tuya.

       2) Dos días después dice Jesús a sus discípulos: “Vamos otra vez a la Judea... Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allí?” le dicen admirados los Apóstoles. Y Jesús les respondió: “Pues qué, ¿no son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz” (Ib., 9-10). Es idea por Jesús varias veces repetida casi en la misma forma (Jn 9, 4 y 12, 35-36). Tratándose de trabajar por la gloria de Dios, mientras nos cobija su protección y caminamos a su luz, podemos marchar sin miedo a tropezar, y nuestro trabajo será fecundo; en cambio, quien anda de noche y en tinieblas, sin la luz de la fe y de la gracia, cae fácilmente; ahora marcho a esa luz; pronto llegará la ocasión en que diga: “Esta es vuestra hora” y el “poder de las tinieblas” (Lc., 22, 53).

       3) Después el Señor anunció la muerte de Lázaro y les añadió: “Y me alegro por vosotros de no haberme hallado allí, a fin de que creáis. Y ahora vamos a él” (Jo., 11, 15). No quiso sanarle, como lo hubiera hecho de estar presente, para poder resucitarle; y aguardó al cuarto día para que la muerte fuese más evidente y el milagro más patente. Y les dice que se alegra por ellos, porque iba a ser causa aquel retraso de aumento de fe y de caridad en los discípulos, resultando así de la prueba dolorosa a que sometió a sus amigos de Betania gran bien para sus discípulos. Tengamos también nosotros en cuenta este comportamiento en nuestras peticiones al Señor. Hay que tener paciencia y confianza. No hace Jesús sufrir a los que ama por sólo el gusto de verlos padecer, sino por otros fines muy levantados de la gloria de Dios y la salvación de las almas. ¡No lo olvidemos!

       4) Y esto es lo que pretendía conseguir de Marta y María: antes que resucite a su hermano Lázaro pide a la una y a otra que crean, cuando les diga: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto, vivirá”. Se pone, pues, en camino, y cuando llegó a Betania “halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba »sepultado” (Jn 17).

  “Marta, luego que oyó que Jesús venía., le salió a recibir, y María se quedó en casa”. Nosotros también hemos venido a la Iglesia para hablar con Jesús. Unámonos en espíritu a Marta y a la comitiva de Jesús y escuchemos con devoto recogimiento el expresivo diálogo que Tú, Jesús Eucaristía, tuviste lleno de amor con Marta, y reflexionemos para sacar el mayor provecho de esta conversación: “Dijo, pues, Marta a Jesús; Señor, si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano”. Fe imperfecta, sin duda, pues que juzgaba necesaria la presencia de Jesús para que hiciera un milagro; cuánto más perfecta era, la del centurión (Mt., 8); miremos, sin embargo, dentro de nosotros mismos por si hemos tenido esta misma duda alguna vez; aunque es expresión real de confianza en la amistad de Jesús.

       La frase del Señor: “me alegro de no haberme hallado allí”, parece significar que de haber estado en Betania Jesús, no hubiese muerto Lázaro. Y continuó Marta: “Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieres” (ib., 22).

La queja amorosa de Marta es cierto que no contiene reproche para Jesús y que muestra que la prueba por que ha pasado no la ha hecho perder el amor y la confianza para con el Maestro; pero aunque su estima de Jesús es grande, su fe en la divinidad de Cristo, muy corta, y quiere el Señor, antes de hacer el milagro, excitar y perfeccionar la fe de aquellas buenas hermanas: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús le dijo: Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y cualquiera que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (23-26).

Tienden las palabras de Jesús a corregir la imperfecta fe de Marta acerca de su persona: “Yo soy resurrección” y no necesito impetrar de otro el poder de resucitar; Yo soy la vida, autor y fuente de toda vida sobrenatural; quien en Mí cree, aunque corporalmente muera, vive espiritualmente y alcanzará a su tiempo la resurrección de su cuerpo; y cualquiera que vive aun en el cuerpo y “cree en Mí, no morirá para siempre”, es decir, no morirá de muerte espiritual y eterna, sino que vivirá siempre en el alma y en su cuerpo resucitado en el último día, que es el día de su muerte.

¿De qué resurrección y de qué vida se trata aquí? Es cuestión no clara de decidir. Lo más conforme al contexto y al movimiento de ideas de todo el cuarto Evangelio parece entender las palabras de Jesucristo a la vez de la vida corporal y de la vida espiritual, pero con la subordinación de la vida eterna de las almas, esto es, que si en el día de nuestra muerte ciertamente nuestra alma no muere, quiere decir que todo mi yo, lo que pienso y amor, lo que soy y seré, está con el Señor.

Y al preguntar Jesús a Marta: “¿Crees tú esto?”, no se refería principalmente a la resurrección, sino a su prerrogativa propia y personal de dar la vida a los muertos y conservarla a los vivos, “Respondió Marta: ¡Oh Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que tenía que venir a este mundo!”.

 Magnífica profesión de fe que nos recuerda la que brotara de labios del Apóstol San Pedro; da Marta a Jesús sus dos nombres mesiánicos, el Cristo y el que tenía que venir. Digamos también nosotros, llenos de fe y amor, mirando a Cristo Eucaristía: ¡Creo que eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que todo lo puedes, la resurrección y vida, por la potencia de tu Amor, Espíritu Santo! Pan de vida, Eucaristía divina, Tú lo puedes todo, y en Ti confío mi eternidad que Tú viniste a conseguirnos mediante tu muerte y resurrección que se hace presente en cada misa, eso es la misa, la eucaristía, y “el que come de este pan, vivirá eternamente”.

       5) “Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «el Maestro está aquí y te llama»”. Consideremos la caridad de Jesús y su fina amistad con aquellas hermanas; decidido, por el amor que las tenía, a resucitar a su hermano, quiere que esté presente también María, y la manda llamar. María, que tan apasionadamente amaba al Señor, “apenas lo oyó, se levantó y fue donde estaba Jesús, y en viéndole se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si estuvieras aquí no hubiera muerto mi hermano»” (ib., 23).

Considera el padre La Puente que ejercitó María tres virtudes muy excelentes: «La primera, obediencia presta, puntual y amorosa, nacida de la grande estima que tenía de Cristo Nuestro Señor..., enseñándonos, la puntualidad con que hemos de acudir al llamamiento de Dios, sin hacer caso de todo lo que es carne y sangre. La segunda virtud fue el gran respeto y reverencia al Señor, porque “viéndole se echó a sus pies”; a los pies de Jesús había pasado María, en silencio, horas suavísimas de consolaciones inefables; a los pies de Jesús, en la hora de la tribulación, abre sus labios con frase delicada, de amorosa queja: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Y Jesús no la responde; pero lo que más es, se conmueve, se compadece.

A esta plegaria de María atribuye la Iglesia la resurrección de Lázaro, como rezamos en la oración de la misa del día de su fiesta el 22 de julio: «... por cuyos ruegos (Cristo) resucitaste a su hermano Lázaro».

 Cuántas resurrecciones de almas se deben a la oración de las almas buenas, fieles amantes de Jesús Eucaristía, cuantos que han vuelto a la vida después de la muerte de los pecados, cuantos hijos y amigos que han vuelto a la vida cristiana para la que estaban muerto.

Oremos nosotros ahora ante Jesús Eucaristía. Es el mismo Cristo con el mismo amor, poder, misericordia. Él resucitó a Lázaro después que sus hermanas se lo pidieran.

       6) Jesús resucita a Lázaro después de haber llorado y orado: “Jesús, al verla llorar y cómo lloraban los judíos que habían venido con ella, se conturbó lleno de emoción y dijo: «Dónde lo habéis puesto? ¡Ven a verlo, Señor!, le dijeron. Jesús lloró, y los judíos decían: ¡Mirad cuánto le amaba! Mas algunos de ellos dijeron: Y uno, que ha abierto los ojos de un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera” (ib., 33-37). Veamos de qué diversa manera se juzga de una misma acción. Aprendamos a no estimar en más de lo que valen los juicios de los hombres; ¡jamás podremos complacerlos a todos, pero siempre a Dios!

       Todavía emocionado, acercóse Jesús al sepulcro, que era una cueva cerrada con una losa, y mandó quitarla; Marta quiso estorbarlo, y le dijo: “«Señor, que ya huele mal porque lleva cuatro días»: Jesús le replicó «No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»”.

No se asusta Jesús del hedor de nuestra corrupción, que para remediarlo viene a nosotros; pero quiere que lo pongamos al descubierto quitando la losa de la hipocresía y reconociendo ante el ministro de Dios, nuestra miseria. A la objeción de Marta responde el Señor con un anuncio casi manifiesto de lo que va a hacer, y una invitación a prepararse al milagro por la fe.

“Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.

       Levantó sus ojos al cielo para indicarnos que de allí ha de venir nuestro remedio si, descubriendo nuestras miserias, sintiendo la hediondez de nuestros pecados, lo pedimos con humildad a Dios.

El Señor nos enseña también en la corta oración jaculatoria que hizo, que si deseamos recibir nuevas mercedes de Dios, hemos de comenzar por agradecer las ya recibidas. Además, todas sus obras las dirige a gloria de Dios para aumento de fe en los presentes, para salvación de todos. ¿Somos delicados con nuestro Padre Dios, principio de todo bien que tenemos, lo hacemos así nosotros, o nos mueven otros fines mas egoístas e interesados?.

       “«Y dicho esto, clamó con voz potente: Lázaro, sal fuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo andar”. ¡Qué grande eres, Señor! Tú eres Dios, Eternidad, Todo ¡Qué gran Amigo tenemos! ¡Que gozo creer en Ti y haberte sentido tan cerca tantas veces y haber resucitado del pecado y de la misma muerte!

       Cristo Eucaristía, presente aquí ahora en el Sagrario, me maravilla ver la eficacia de la oración de los justos, de tus amigos para alcanzar del Señor la  resurrección del pecado a la vida de la gracia y animarnos así a orar sin descanso, ante su presencia en el Sagrario, en oración permanente, por la conversión del mundo. ¿Y qué efecto produjo en los circunstantes maravilla tan extraordinaria? El evangelista solamente nos dice: “Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él: pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús”.

       No es difícil de entender el gozo purísimo que inundó las almas de aquellas dos santas hermanas, y cómo crecería, si posible era en ellas, el amor a Jesús, y cómo se le ofrecerían otra vez y le rogarían que tuviese por suya la casa de ellas y siguiese amándolas como las había amado, y entendería plenamente Marta las palabras que Jesús le dijo al prepararla para el milagro.

En los Apóstoles se lograría la predicción de Jesús, “me alegro por vosotros, a fin de que creáis”, y su fe se robustecería y con ella su estima y amor al Maestro. Creyeron también en Él muchos de los judíos que habían venido de Jerusalén a visitar a María y a Marta; pero “algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron las cosas que Jesús había hecho” (ib., 46). ¡Nunca faltan corazones mezquinos que convierten la verdad y el amor verdadero de Cristo y de los hombres en envidias de crítica y destrucción: Consecuencia de este milagro el decretar el sanedrín la muerte de Jesús! (ib., 47-53).

       Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron.

Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así.

Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.

Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y Tú lo puedes todo y estás aquí.

8. EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA Y PERDONÓ SUS PECADOS     

       Ahora la escena se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, quedarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley “¿Tú qué dices?”.

       Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “¿Tú qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue. Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos de los presentes... No lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado.

       Quiero recordar ahora para vosotros un hecho, que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma, en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

       ¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

       Los ojos de Cristo son lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza. “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

       Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley, Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

       Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. 

       En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”. El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados.

       Esta actitud de amigo -“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”- la mantiene el Señor, después de la misa, en el Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, y al contemplarle todos los días, vayamos teniendo un corazón misericordioso como el suyo.

       Querida hermana, querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. Para eso se queda en el Sagrario, para animarnos, ayudarnos, revisarnos y purificarnos. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

9. EN EL SAGRARIO  NOS ESPERA CRISTO COMO A TOMÁS  PARA CURAR  NUESTRAS FALTAS DE FE,

       Este mismo Cristo de nuestro Sagrario dijo a Tomás:“Dichosos los que crean  sin haber visto”. Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti; Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti; Tú eres el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo.

       Los ojos de la fe son más penetrantes que lo ojos de la carne. De niños no dudamos de lo que nos dicen nuestros padres y acertamos siempre con lo mejor para nosotros y nuestras vidas. Una madre no ha estudiado psicología o medicina y con sólo mirar al hijo sabe si sufre o si está enfermo o no. Todo por el amor. Pero vayamos al evangelio.

       La historia está motivada porque  Tomás no estaba con los discípulos cuando se les apareció el Señor, y cuando llegó se lo contaron; mas él no creyó y decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Y, obstinado, no quería creer. Ocho días después estando todos reunidos, se les volvió a aparecer Jesús, diciéndoles: “¡Paz a vosotros!”. Y dirigiéndose a Tomás, le dijo: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás, echándose a sus pies, le dijo: “!Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le dijo: "Porque me has visto has creído.

       1). Empecemos preguntándonos por qué Tomás no ha visto al Señor cuando se apareció a los discípulos.  De cuántos bienes nos privamos al dejar la comunidad de nuestros hermanos: sea la parroquia, la familia cristiana o la comunidad o grupo apostólico o de oración al que pertenecemos, no digamos la misa parroquial donde el Señor se hace presente para decirnos: os amo y doy mi vida por vosotros y rezamos juntos y nos perdonamos y nos damos la paz. En cada misa Cristo hace presente todo su misterio de amor y salvación a los hombres.

       Dios mira especialmente complacido toda comunidad cristiana. ¿Cómo no, si en medio de ella está Cristo? El lo dijo: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt., 18, 20). Y Cristo en la Eucaristía no viene con las manos vacías, sino que ahora, como cuando vivía en el mundo, de Él brota una virtud maravillosa y pasa haciendo bien.

Cuántas gracias debemos a la Comunidad, que no hubiéramos recibido aislados de ella, y cómo debemos amarla y vivir a ella unidos y no dejarla afectivamente por problemas que puedan surgir en la convivencia, sino sólo con el cuerpo, cuando la necesidad o la obediencia nos lo imponga; dejando siempre nuestro corazón en ella para reintegrarnos gozosos a ella en cuanto nos sea posible.

       Si Santo Tomás hubiera estado con los suyos, hubiera gozado, como ellos, de la alegría suavísima de la visita de Jesús. Se ausentó y perdió tal dicha.

       Mirad cómo lo dice san Juan que fue testigo del hecho: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor."  Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

       Consideremos la poca confianza y estima de Tomás respecto a los doce. Primero, en negar crédito a tantos y tan graves testigos de vista. Después, en poner condiciones tan atrevidas y aun humillantes para el Señor, para creer. ¡Presunción incalificable la que supone el exigir que se le permita meter sus dedos y su mano en las llagas abiertas por los clavos y la lanza! Como pasa hoy con tantos y tantos, incluso bautizados, que no creen y dudan de Cristo y su evangelio, no digamos de su presencia en el Sagrario. Y aunque no digan estas palabras, con su conducta, no visitando y orando ante el Señor en el Sagrario, están demostrando que no creen. Lo peor es si son catequistas o sacerdotes y luego tienen que hablar de Él.

       A juicio de Tomás, sus compañeros eran demasiado  crédulos y habían tomado por realidad lo que no era más que un fantasma de su imaginación exaltada y deseosa. Cuántos imitadores ha tenido en la sucesión de los siglos que han venido repitiendo: si no veo, no creo. Conducta no aplicable a la vida sobrenatural, a la relación con un Dios que es Espíritu Infinito. Incluso en la vida natural es absurdo y no lo estamos cumpliendo. Porque con la vida de familia, de sociedad, de comercio, de mutuas relaciones de amistad sería imposible. Temamos no se nos infiltre este espíritu soberbio de hipercrítica, que nos empuje a pedir razón y demostración palpable de todo; y procuremos, por el contrario, gran docilidad de juicio a las enseñanzas de los que Dios ha puesto en su vida y en el evangelio para guiaros y establecer relaciones de amistad con nosotros, especialmente en la Eucaristía.

       Fue esta conducta de Tomás escandalosa para sus compañeros, como puede serlo la nuestra y causar no poco daño en almas tiernas aun en la virtud; y le expuso a daño grandísimo. Porque, claro está que no tenía Jesús obligación ninguna de acceder a la atrevida demanda del Apóstol incrédulo. Y era, por el contrario, de temer que prescindiese de él, pues que tan poco asequible se mostraba a entregársele. Sólo la benignidad inagotable de Jesús pudo remediar daño tan grande como el que a Tomás amenazaba.

       2). “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente."

        Ocho días difirió el Señor la visita, tal vez para castigar la terca obstinación de Tomás. Y claro que por él sufrieron también sus compañeros; en la comunidad, las faltas de los tibios causan daños muy sensibles, y deja a veces el Señor, por ellos, de favorecer a todos con gracias extraordinarias. Hemos de temer ser por nuestra mala correspondencia y frialdad en el servicio del Señor causa de que se vea privada la familia o comunidad en que vivimos de los regalos de Jesús. Y, al contrario, las buenas obras de los fervorosos, ¡cuántas bendiciones atraen de lo alto! ¡No lo olvidemos y procuremos con todo empeño ser para todos fuente de bendición y dicha! La intercesión de María y la compañía de su comunidad apostólica le valieron a Tomás la visita de Jesús.

       Estaban reunidos los Apóstoles cuando se les apareció el Señor; no quiso hacerlo sólo a Tomás por dos causas principales: primera, para que habiendo sido público el pecado, lo reparase el Apóstol incrédulo ante sus compañeros, y como los había escandalizado con su obstinada incredulidad, los edificase con su humilde y fervorosa profesión de fe, y trocase así en legítimo gozo la pena que les había ocasionado con su pecado. Además, quiso dar a entender a Tomás que a sus compañeros debía en no pequeña parte la dicha de que se le apareciese el Señor; cosa que no hubiera logrado si, como lo hiciera antes, se apartara de ellos. Estimemos la vida de comunidad y agradezcamos al Señor mil gracias que se nos otorgan por ella.

       El Señor, al entrar en el cenáculo, ante todo se dirigió a la comunidad y la saludó con su acostumbrado: “¡Paz a vosotros!” ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al oír aquella voz tan conocida y amada, y cómo surtiría el saludo de Jesús efectos admirables en aquellos corazones! ¡ El Señor les perdonó a todos, no tuvo en cuenta la traición de Pedro y el abandono de todos, no empezó riñéndolos  en su primera visita, sino que como los amaba y nos ama de verdad, sus primeras palabras fueron para ellos y para todos los que le ofendemos a veces: Paz a vosotros.

       Pidámosle que nos dé su paz. Después se dirigió a Tomás, como el buen pastor que corre tras la oveja descarriada. Él salió a buscar al incrédulo para reducirlo al redil. ¡Y con qué caridad y suavidad lo hizo! “Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. La terca obstinación de Tomás bien merecía siquiera unas palabras de dura reprensión; pero el bondadosísimo Jesús sólo le hace un reproche lleno de caridad: “¡No seas incrédulo!” Y en cambio, como accediendo a su pretensión, le invita a que realice la prueba que exigía para quedar plenamente convencido de la verdad de la resurrección. Lección en verdad práctica para los que tienen oficio de corregir, formar y predicar y educar. El perdón y la suavidad es la mejor manera de lograr magníficos efectos entre los hermanos en la fe con la tranquila exposición y la suave admonición templada por el cariño, que hace al defectuoso o pecador ver su falta y, al mismo tiempo, el modo de enmendarla y cambiar de vida y actitudes! Así se logra que el reprendido, en vez de airarse y rebotar y rechazar, salga agradecido y acepte la reprensión con estos motivos de amor y suavidad.

       3)Grande fue la falta de Tomás, pero hay que reconocer su magnífica  reparación: “Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío”. ¿Tocó las llagas Tomás y metió su mano por el costado abierto de Jesús? No lo dice el texto sagrado; cierto que ya no lo necesitaba, pues estaba convencido; acaso Jesús, con dulce violencia le forzó a hacerlo para mayor comprobación del hecho de su gloriosa resurrección y provecho nuestro. Y dice san Gregorio en una de su homilías: «Más nos aprovechó a nosotros para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes; porque al ser reducido él a la fe tocando, nuestra mente, echada fuera toda duda, se afirma en la fe».

        Lleno de fe, de amor y de pena, se arrojó el Apóstol a los pies del Maestro, y del fondo del alma, ilustrada por el Espíritu Santo, lanzó aquel grito sublime que repetimos sin cansarnos los adoradores del Dios escondido en la Hostia santa: “¡Señor mío y Dios mío!”: Esta era la  santa costumbre que había en nuestros pueblos cristianos y que ya se ha perdido, al consagrar el sacerdote el pan y el vino.

       ¡Perdóname, Señor! ¡Quiero en adelante ser todo tuyo, reparar mi pecado con una fe doblemente fervorosa y activa. «Este es el <Toma de mí y haz lo que quieras> de un corazón fuerte, de un corazón extraviado, pero vuelto a recobrarse enteramente, que en lo sucesivo responderá con entera satisfacción a todas los pruebas, dispuesto a toda clase de luchas y sacrificios. Tomás es ya todo del Señor; será uno de los más fervorosos Apóstoles del mundo, »que extenderá el Evangelio como Pablo. Aquel “vayamos y muramos con él” que dijo con lo demás apóstoles en un momento de persecución a Jesús, tendrá en él mismo su perfecto cumplimiento. Como «la caída de Pedro, así también la incredulidad de Tomás se ha trocado en copiosa bendición, gracias a la caridad del Maestro, que aquí también ha dado maravillosa muestra de lo que debe ser la prudencia, la moderación, la bondad y el conocimiento del corazón humano de un verdadero padre espiritual.»

       Nadie hasta entonces había llamado a Jesús:
“¡Señor mío y Dios mío!”. Ciertamente puede decirse a Tomás, en esta ocasión, lo que a Pedro dijera Jesús en Cafarnaún: “Bienaventurado eres, porque esto que has dicho “no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos”. Es un desahogo del corazón inflamado súbitamente de amor y ansioso de mostrar su reconocimiento a quien tanto debe.

 «Es una declaración de la íntima experiencia sobrenatural. La resurrección causó a Tomás el efecto más principal, que es llegar al contacto con la divinidad. Experimentó íntimamente este contacto y el alma se encendió, como si le acercaran una brasa de fuego, y se exhaló toda en un acto de amor. Las palabras declararon lo que el alma sentía con más perfección. Cuando los afectos interiores son muy poderosos, las palabras siempre son cortas: ¡Señor mío!, acto de entrega total de sí mismo, reparación de tantas negaciones y resistencias pasadas. ¡Dios mío!, acto de unión con la fuente de la vida sobrenatural. Tomás es ya un hombre nuevo en Cristo, Señor y Dios»

       “Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”  El Señor no alaba la confesión de Tomás como alabara un día la de Pedro, y lo hace porque había sido tardo en creer y porque no tomasen otros ocasión de este ejemplo para pedir otro tanto, queriendo prueba de sentir y ver con los ojos de la carne para creer los misterios de Dios. Dos caminos hay para llegar a la fe: Uno, viendo, y otro, sin ver. ¿Puede llamarse cosa de fe lo que se ha visto?

San Agustín, que dijo: «Fides est credere quod non vides» : la fe es creer lo que no ves, da la solución con estas palabras: «Una cosa vio y palpó con el cuerpo Tomás, y otra »creyó con el corazón... Porque vio y tocó al Hombre o la Humanidad, y creyó en Dios o en la Divinidad  (que al presente no se puede ver). Pues diciendo ¡Señor mío! confesó la naturaleza humana, a la que se ha dado el dominio de toda criatura, y diciendo ¡Dios mío!, la divina, que todo lo creó y a uno mismo por Dios y Señor» (Tract. 121 in Joan). 
        Finalmente, notemos la alabanza que nos tributa a los que sin necesidad de ver hemos, por la misericordia de Dios, creído. Nos gustaría, claro está, verle, tocarle, adorarle, besarle en el Sagrario; y así lo hacen muchas personas, incluso corporalmente; mis niños de catequesis todos pasan por el Sagrario para besar al Señor; pero mayor mérito es creer en Él firmemente y adorarle con rendimiento. Seremos, en verdad, bienaventurados si recibimos con docilidad las enseñanzas todas de la fe y nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, que inspira a la Jerarquía eclesiástica.

4. En el sagrario, Cristo nos espera como a Tomás, con las pruebas de su cuerpo resucitado y llagado por ti.

 Nuestro amado Cristo y Redentor quiso conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Por qué y para qué? Podemos considerar algunas razones.

       A) Cristo resucitado quiso aparecerse y mostrarse con sus manos y cuerpo llagado como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para  conseguirla... Pues que tanto le costó, mucho debe de valernos  y en mucho la hemos de estimar toda la humanidad

           B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y continua  excitadora señal de su misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

       C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12).

Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe.

Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”.

Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena. Por fin, y ya inútilmente, los condenados “verán al que traspasaron” (Jn., 19, 37).

       D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

       a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”: Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

       b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

       F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

       a) Primero, dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

       b) Después, grande amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

       c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

       d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

       Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adorote devote...»: 

       « No veo las llagas como las vio Tomás,
       pero confieso que eres mi Dios;

       haz que yo crea más y más en Ti,
       que en Ti espere; que te ame».

       Digamos todos con san Pablo: “ Llevo en mi cuerpo las llagas de Cristo... no quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado... vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

10. EN EL SAGRARIO ESTÁ EL CORAZÓN QUE MÁS HA AMADO Y AMA A LOS HOMBRES

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente. Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía.

Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

        Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos:Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

        Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida.

        Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

        Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacio existencial.

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

        Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

       ¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

11. EN EL SAGRARIO TENEMOS AL MEJOR MAESTRO Y MODELO DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO

       (Todos estos títulos que siguen forman una largo retiro que di en Madrid a los Adoradores Nocturnos de toda España)

       Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”;  hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

       Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, me emociono, «me recrea y enamora», y le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

       Santa Teresa estuvo siempre muy unida a la humanidad de Cristo, en contra, incluso, de los que defendían, que en camino de la oración, a medida que se ascendía en la contemplación, había que abandonarla. Para ella era todo lo contrario: ella insistía en que el camino para la verdadera experiencia de Dios era la humanidad de Cristo: «Muchas veces lo he visto por experiencia, hámelo dicho el Señor, he visto claro que por esa puerta hemos de entrar» (Vida 22,6). En relación con la presencia de Jesús en el Sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, ¿cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras?... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado en este sacramento. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable».

       Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el Sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía.

       En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo. Debe ser porque hoy Jesucristo en el Sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está verdadera, real y sustancialmente presente, todo entero: en la Eucaristía. Y así ha sido y seguirá siendo en todos los santos. Ni uno sólo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de esta presencia, de este pan, de este tesoro escondido, ni uno sólo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total con Cristo vivo, vivo y resucitado, compañero de viaje por el sacramento.

         -- Aquí, en el Sagrario, se encuentra la mejor escuela de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad, porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Aquí se aprenden todas las virtudes, que practica Cristo en la Eucaristía: entrega silenciosa, sin ruido, sin nimbos de gloria, constancia, amor gratuito, humildad a toda prueba, perdón de todo olvido y ofensa. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la Biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces no han tenido más Biblia que el Sagrario.

  -- Necesitamos el pan de vida, como el pueblo de Dios por el desierto, para caminar, para no morir de hambre sin comer el maná bajado del cielo, anticipo de la Eucaristía. Necesitamos ese pan para superar las dificultades del camino, superar las esclavitudes de Egipto- nuestros pecados-, para superar las tentaciones del consumismo- ollas de Egipto-, para no adorar los ídolos de barro, los becerros de oro, que nos fabricamos y nos impiden el culto al Dios verdadero, en la travesía por el desierto.

-- Necesitamos el pan de vida como Eliseo, ante el peso y la fatiga de la misión evangelizadora. Necesitamos escuchar al

Señor que nos dice: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”. En la Eucaristía recuperamos las fuerzas del cansancio diario.

  -- Necesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y de la que nos habíamos alejado.

  --Necesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo es ahora pan consagrado; por eso, le decimos: “Señor, danos siempre de ese pan”.

 Quien ama la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta, se transforma en el Cristo que comulga y come y contempla: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche». 

CRISTO EUCARISTÍA, EL MEJOR LIBRO  O CAMINO DE ORACIÓN

       Queridos hermanos: me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía. Es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice, «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». Como os dije ya anteriormente, al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos encontrando con Él en la Eucaristía, que es donde está más presente «el que nos ama», y esto es en concreto la oración, la oración en general, o si queréis, la oración eucarística, que será hablar, encontrarnos, tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

       Este es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres, en todos los Sagrarios de la tierra.

       El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabarle a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y podamos contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos. Siempre es el mismo ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

  Por eso, “la Iglesia, apelando a su derecho de esposa” se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo; y lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de su fe y amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor: “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

       El Sagrario es Jesucristo vivo y resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas a los hombres, sus hermanos. Quiero decir con esto que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad o porque están muy subidos en la oración, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana y crea lo que tiene que creer y quiera ponerse en camino para recorrer de verdad las etapas necesarias de este Camino, de esta Verdad y de esta Vida de amistad, que es Jesucristo Eucaristía y que Él mismo expresó bien claro: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...” “El que me coma, vivirá por mí...” “...El agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. “Yo soy el camino...”

       La puerta para entrar en este Camino y en esta Vida y Verdad que nos conducen hasta Dios mismo, es Cristo, por medio de la oración personal, hecha liturgia y vida, o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer».

       Y para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el mejor Camino, Verdad y Vida es el Sagrario, porque es el mismo Cristo, porque es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, es sólo por la fe, que es noche y oscuridad para la razón y los sentidos, al principio, porque uno no ve nada, hasta que uno se va adecuando y acostumbrando a hablar con una persona, que no ven los ojos de la carne, por los cuales antes veía y quería ver hasta lo que le decía la fe, y ahora poco a poco es la fe la que va dominando hasta en los sentidos, cosa inaudita para ellos; y poco a poco viene el amanecer de la amistad con Cristo, por la fe, desde la fe y en la fe, que es luz del mismo Dios, más clara, luminosa y evidente que todo lo que aportan la razón y los sentidos.

       Sólo por la fe, que es participación de la verdad y del conocimiento que Dios tiene de sí mismo y que por tanto no podemos comprenderlo ni abarcarlo, hay que ir fiándose de su amor, podemos acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Amor, Alma y Vida de mi Dios Trino y Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí, en el Sagrario, está esta fuente divina y hasta ahí nos lleva este agua de la oración y del amor que “salta hasta la vida eterna”.

       El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la Teología; hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo y conversión permanente.

       La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos.

  Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos; hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y su persona, en la seguridad que nos ofrece su amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender cómo un Dios pueda amar así a sus criaturas y abajarse de esta forma.

       Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del Verbo de Dios, hecho pan de Eucaristía, hay que subir «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de San Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, Y no de esperanza falto, Volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».

       La fe, el diálogo de fe con Cristo Eucaristía, la oración en general, pero sobre todo la eucarística, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente; sino que será ella la que nos abarque a nosotros y nos desborda. Y nosotros tenemos que dejarnos dirigir y dominar por ella, porque la fe va delante, y luego sigue la razón. Nosotros pensamos sobre estos misterios, siguiendo a la fe, nunca poniéndonos delante, porque ella es la señora, es la luz de Dios y nosotros somos criaturas, tenemos que seguirla; aunque no la comprendamos, porque la fe y la oración de fe es siempre un encuentro con el Dios vivo e infinito.

       Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida; pero no poseída, aunque deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno, de la unión total con Dios, si uno es capaz de seguir hasta las cumbres de la contemplación a la que Dios nos llama, para lo cual hay que purificarse mucho, como luego diremos.

       Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos, la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma, de sus juicios, ideas, pensamientos y razones puramente humanas que no pueden comprender a Dios, tiene que ir no viendo ni sintiendo ni apoyándose nada en lo que le dicen sus criterios humanos y los sentidos: ¿Cómo puede estar el Dios infinito en un trozo de pan? ¿Un Dios tan grande, y no salen luces especiales ni resplandores del Sagrario? ¿Por qué renunciar a lo que veo y tengo por algo que no veo? ¿Cómo recorrer este camino sólo en fe? ¿Quién me lo asegura? ¿Llevo años y no siento con fuerza su presencia? ¿Cómo encontrarme con Cristo en el Sagrario, si no lo veo, no oigo, no siento?

       Estas y otras muchas cosas se nos vienen a la cabeza y San Juan de la Cruz dice que todas esas dudas y noches de fe y de amor son necesarias para purificarnos y llegar a la unión total con el Amado sólo desde la fe y por la fe, porque es la misma luz de Dios y la única que nos puede llevar hasta Él: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

       Sólo por la fe tocamos y nos unimos a Dios y a sus misterios. Como haga caso a la razón y a lo que me dicen los sentidos que no ven nada de esto, no podré dar ni el primer paso en serio: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17).

       A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes, y todos los amigos de Jesús, que han vivido el evangelio y han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

       Este camino hay que recorrerlo siempre, sobre todo al principio, con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo de fe y madre por la fe, llegó a concebir y a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne, que más le podían hacer dudar. Por ejemplo, cuando lo tenía naciendo en su seno.

       Y éste que nace en mí ha creado los cielos y la tierra, y este es Dios, y ahora nace pobre y nadie lo reconoce como Dios y todos me dirán que estoy loca si digo lo que creo, y nadie creerá que sea Dios el que nace dentro de mí y yo soy la única, pero ella creyó contra toda evidencia puramente humana; igual que en la cruz, estando allí, junto a la cruz de su Hijo, vinieron sobre su mente los pensamientos que hicieron que otros le abandonaran y le dejaran sólo a Jesús en ese momento tan importante de su vida, cuando Él más lo necesitaba, porque era también su noche de fe, porque su Divinidad no la sentía, había dejado sola a la humanidad para que pudiera sufrir y salvar a los hombres, porque así lo quería el Padre.

       María, junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios.

       Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la palabra, de la fe en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

       Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz.

       Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido corporalmente.

       Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

       Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

       La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, por vía de amor que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

       Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...

        San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con Él y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros conocemos por la Teología y celebramos mistéricamente en la Liturgia.

       Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

12.  EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MEJOR PROFESOR DE VIDA CRISTIANA, LA BIBLIOTECA ENTERA Y COMPLETA DE SU PERSONA Y MISIÓN

       Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la eucaristía, participar en la eucaristía, adorar la eucaristía.

       Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario, para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

       No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad le costó y no lo comprendía. En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”. La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

       Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas.

       ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística  no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

       La adoración eucarística debe convertirse en mistagogia del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

       Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, apelando a sus derechos de esposa, ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, para embalsamarle con el aroma de nuestras oraciones y agradecimiento por todo lo que ha sufrido y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes de Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas para ayudaros un poco a los adoradores nocturnos en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa.

13. EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO SIEMPRE INTERCEDIENDO Y OFRECIENDO SU VIDA AL PADRE POR LA SALVACIÓN DE TODOS. 

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 5-11).

       A). Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

       Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido, lo espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

       B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5: «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

       La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

  Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tiene ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado... conservas ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos de siempre, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

       Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

       C). Otro sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,  pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas... “este es mi cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

       Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y Tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tu el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. 

14. EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO DICIÉNDONOS A TODOS: “ACORDAOS DE MI”

        En el "acordaos de mí", debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

       Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus deseos y sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

       “Acordaos de mí”. Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

       Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar; yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

       No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

       Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

       Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo,  viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

       El adorador no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el Sagrario.

       Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

       Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

       Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

       Y así surgirán nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

       Y el Seminario dirá que recéis, y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán sus necesidades espirituales y materiales.

       Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:      «¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar.

       Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» [1].

       «Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él»[2].

       «...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir»[3].

       «Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó»[4] .

  «Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira![5].

15. EN EL SAGRARIO CRISTO ESTÁ DANDO SU VIDA POR NOSOTROS HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS.

       Queridas hermanas: Estos días quiero hablaros de Jesucristo Eucaristía; de Jesucristo, sacramentado por amor en el Sagrario. Este amor de Jesucristo a los hombres existió ya antes de encarnarse en el seno purísimo de la Hermosa Nazarena, de la Virgen bella, de nuestra Madre del alma: María.

       Porque Jesucristo es el Hijo de Dios y el amor de Jesucristo aquí presente y hecho sacramento de Amor es el amor que como Dios y como hombre nos tiene, o si queréis, es el amor que nos tiene desde el Seno de la Santísima Trinidad.

       Fue ese amor divino de Espíritu Santo el que le llevó a encarnarse en carne humana para salvarnos y llevarlos a la amistad total con su Padre Dios. El Hijo de Dios vio entristecido al Padre, porque el hombre había roto por el pecado de Adán el proyecto de eternidad dichosa y feliz con Dios, y por amor a su Padre y por amor a los hombres le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…” Y la voluntad del Padre es la que nos expresa muchas veces Él en el Evangelio: “Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día; Esta es la voluntad de mi Padre, que está en el cielo, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.” “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado…”

       Él sabía muy bien cuál era esta voluntad del Padre, para eso había venido a la tierra, y por eso fijaos bien, cuando Pedro quiere apartarle de esta voluntad del Padre, Cristo llama “Satanás” a Pedro por quererle alejar del proyecto del Padre, que le lleva a pasar por la pasión y la muerte para llevarnos a todos a la resurrección y la vida eterna. Son los evangelios de estos domingos 21 y 22 del ciclo A:

       “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...”

       Segunda parte: Jesús comienza a explicar a sus discípulos en qué consiste ser el Mesías liberador y salvador de los hombres, que ellos, como todo el pueblo judío, concebían un Mesías político y puramente terreno: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar. Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará” (Mt 16,16-25).

       En el Evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Mateo: demostrar que Jesús es el Mesías que

cumple la voluntad del Padre. Pero su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es una mesianismo de amor y paz y amor entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y someternos con humildad a su voluntad, aunque ésta nos lleva a la muerte del «yo».

       El proyecto del Padre, la voluntad del Padre que Jesús ha venido a realizar es “tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna… porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvar al mundo, a todos los que crean en Él.”

       Por eso, en el Sagrario, en la Eucaristía, está también el amor del Padre que nos envía al Hijo, todo el amor del Hijo que realizó su voluntad y proyecto de amor, y ese amor en mayúscula es Amor de Espíritu Santo, es el Espíritu Santo; está, por tanto, toda la Trinidad, que es Amor. Y esto no es devoción personal, esto es teológico, litúrgico y evangelio verdadero.

       Y por eso y para esto vino Cristo, y por esto se encarnó, y vivió, predicó y murió y resucitó y por eso permanece aquí en el Sagrario y en la Eucaristía como misa y comunión, para cumplir la voluntad del Padre, que es nuestra salvación y felicidad eterna.

       En la Eucaristía está Cristo entero y completo, desde que en el seno de la Trinidad con amor de Espíritu Santo le dijo al Padre que vendría a la tierra para salvar a los hombres hasta que conseguido este objetivo, que es como una nueva creación, una recreación del proyecto primero de amistad total con Dios, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre como Cordero inmolado y degollado por amor a Dios y a los hombres, lleno de gloria y adoración, por este amor extremo. Todo lo que Cristo dijo e hizo y amó, todo Cristo entero y completo, Dios y hombre, tiempo y eternidad, está aquí en el pan consagrado. Está el Cristo glorioso y triunfante del cielo, el Cristo sentado a la derecha del Padre, esto es, igual al Padre, está con su humanidad totalmente Verbalizada, identificada con el Verbo de Dios, y esa divinidad y esa humanidad es la que está ahora mismo aquí presente, en el pan bendito.

       No olvidar nunca que Jesucristo es Dios y que me amó primero como Dios que como hombre, porque se hizo hombre y predicó y murió precisamente porque me amó como Dios y esto le hizo tomar la naturaleza humana y venir a la tierra para salvar a la humanidad de la lejanía de Dios, del pecado.

       Jesucristo aquí sacramentado por amor es el Hijo de Dios, es Dios mismo, el Dios Creador y Salvador, el Dios único, principio y fin de todo lo que existe. Y San Juan nos dice de este Dios, principio y fin de todo: “Dios es amor” es decir, Dios es amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir…por eso si alguien me pregunta, os pregunta: ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios, por qué tengo que amar, adorarle y amar a a Jesús Eucaristía en el Sagrario, en la misa, en la comunión? la respuesta es fácil: porque Dios, nuestro Cristo Eucaristía, nos amó primero y dio la vida para que todos la tuviéramos eterna: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10).

16. CRISTO  EUCARISTIA LE DICE AL PADRE: “NO QUIERES OFRENDAS Y SACRIFICIOS, AQUÍ ESTOY PARA HACER TU VOLUNTAD”

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...”-- primero--, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte “y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos.   

       El sacrificio de la cruz, sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza y Amistad con Dios, que Cristo anticipó instituyéndolo proféticamente en la Última Cena y que se hace presente en cada Eucaristía y permanece en oblación perenne en la Presencia Eucarística, es la señal manifiesta del amor extremo del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a «blasfemar» en los días de la Semana Santa, exclamando: «Oh felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa. 

       Y el mismo S. Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias, por participación, de la Santísima Trinidad: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

       Sigue S. Juan: “Y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7). (Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria, y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero; y es entonces cuando nosotros podemos amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres; y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombre. Y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo que nos hace hijos en el Hijo, y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo, hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo: “Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros. En que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4,11-14).

       ¡Vaya párrafo! Como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma, cada uno de los seres creados, por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino.

       Dice S. Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios las misma aspiración divina que Dios, estando ella en Él transformada, aspira en si mismo a ella... Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la creó a su imagen y semejanza» (Can B 39, 4).

       Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la Trinidad, todo es “Porque Dios es Amor”.

       A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, de ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe desde siempre. Por eso, en esto del ser y existir como en el amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre es reflejo. No existía nada, solo Dios.

       Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder..., cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”. Su esencia es amar, si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir S. Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra Amada, en quien el Padre se complace eternamente.

       Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría, todo lo que Él se sabe y quiere que sepamos de Él por Sí mismo y a la vez es el Amado, lo que más quería. Y también nos lo entregó: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propia Hijo” porque quiere que vivamos su misma vida trinitaria de Padre y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar nosotros identificados con

su Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con Amor Personal de Espíritu Santo. Y así es como entramos nosotros en el círculo del Amor o triángulo de la Vida Trinitaria.

       Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es y subsiste, piensa desde toda la eternidad en crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él y por Él y como Él.

       El hombre ha sido soñado por el amor de Dios. Es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo por pura iniciativa suya a ser sus hijos para que la gloria de su gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

       SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en una eternidad dichosa, que ya no se acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora. “Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu, me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí.

       SI EXISTO, ES QUE DIOS ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido...Yo he sido preferido, tú has sido preferido; hermano, estímate, autovalórate, apréciate; Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Qué bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer! Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel). Para nosotros, creyentes, ser, existir es ser amados.

       SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado con su dedo creador ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre! Valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos. Todos han sido singularmente amados por Dios. No desprecies a nadie. Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no nos crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida.

       Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros, porque fíjate bien: una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno. Ya no caeré en la nada, en el vacío ¡Qué alegría existir, qué gozo ser viviente! Mueve tus dedos, tus manos; si existes, no morirás nunca. Mira bien a los que te rodean. Vivirán siempre. Somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

       Desde aquí debemos echar una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión trascendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios o sin Dios. Por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida. Desde aquí se comprende mejor lo que valemos: la pasión, muerte, sufrimientos y resurrección de Cristo.

El que se equivoque, se equivocará para siempre, para siempre, para siempre, terrible responsabilidad para cada hombre y terrible sentido y profundidad de la misión confiada a todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo. Si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres. No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado; aunque todos me dejen; aunque nadie pensara en mí; aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos, Dios me ama, me ama, me ama, y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quitarme esta gracia y este don.

       SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ ETERNAMENTE, a amar y ser amado por el Dios Trino y Uno. Éste es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna, que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-4). “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

       Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis

hermanos. Y esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. ¡Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia! No quiero ahora ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

       Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en la esperanza que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que, cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente, que paso a describir a continuación.

       Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y, por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza.

       Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos. Son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del amor de Dios, y nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación gozosa y contemplativa por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía.

       Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace S. Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad: «Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo, en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que íbamos a cometer contra ti. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita todas las iniquidades que tu criatura iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tí dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla (Oración V).

       Concluyamos creyendo y viviendo: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo primero…” (1Jn.4,9-10).

17. EN CRISTO EUCARISTÍA  “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU PROPIO HIJO PARA QUE NO PEREZCA NINGUNO DE LOS QUE CREEN EN ÉL SINO QUE TENGAN VIDA ETERNA”.

       En el Sagrario está “El pan de vida…de vida eterna”, es Jesucristo, Hijo de Dios, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Espíritu Santo, cumpliendo su voluntad con extremo, hasta dar la vida, hasta el final de los tiempos.

Ahí nos espera Jesucristo para enseñarnos a obedecer al Padre como Él hasta dar la vida:“a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna” (cf Hb 5,7-9). Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”(Hb 4, 14-16).

San Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre, hasta este extremo, por eso, el entregó tiene sabor de «traicionó».

       Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado, no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo,” llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”.

       Queridos hermanos, ¿Qué será el hombre? ¿qué encerrará en su realidad para el mismo Dios que lo crea? ¿qué seré yo? ¿Qué serás tú y todos los hombres? Pero ¿Qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora? Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros. “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Porque no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad? ¿Qué ocurre aquí? Es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre: “Tanto amó Dios al hombre, que...(traicionó) Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”. Y Cristo la dio por todos nosotros.

       Este Dios infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su amor y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefiere en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

       Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: Os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza.

       Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” (Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre...” (Ef 1,3-7).

       Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

       Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son como una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: ¿por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio...? Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

       Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores...; solamente amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros: “Siendo Dios... se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado…” En el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana a la que va a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo...etc, sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del Sagrario, en el Sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos, solo amor.

       Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas propias y ajenas ¿No se va a conmover ante el amor tan apasionado de mi Padre Dios, hasta el punto de que le «traiciona», le engaña a todo un Dios infinitamente moderado y prudente? ¿No voy a sentir ternura de amor ante el amor tan «lastimado» de mi Cristo en la cruz? ¿Tan duro va a ser para su Dios Señor y tan sensible para los amores humanos?

       Dios mío, pero ¿Quién y qué soy yo? ¿Qué es el hombre, para que le busques de esta manera? ¿Qué puede darte el hombre que Tú no tengas?¿Qué buscas en mí? ¿Qué ves en nosotros para buscarnos así? No lo comprendo, no me entra en la cabeza. Padre, “abba”, papá Dios, quiero amarte como Tú me amas; Cristo mío, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí. Señor, “Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.”

       Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, siempre que viene a mi mente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que S. Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: "Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo."

       Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado, siente sólo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según dice S. Juan. No siente ni barrunta su ser divino, es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta. No hay ni una palabra de ayuda, de consuelo, una explicación para Él.... Cristo ¡Qué pasa aquí? Cristo ¿Dónde está tu Padre? ¿No era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos? ¿No decías Tú que te quería? ¿No dijo Él que Tú eres su Hijo amado? ¿Dónde está su amor al Hijo? No te fiabas totalmente de Él... ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que ya no eres su Hijo? ¿Es que se avergüenza de Ti? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo ¿Es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias....?

       ¿Qué pasa, hermanos? ¿Cómo explicar este misterio? El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

       Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el Sagrario, quiero decir con S. Pablo desde lo más profundo de mi corazón: "Me amó y entregó por mi"; " No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado."

       DIOS ME AMA, ME AMA, ME AMA Y vuelven nuevamente a mi mente los interrogantes: pero ¿qué es el hombre? ¿Qué será el hombre para Dios? ¿Qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...! ¡Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre! ¡Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre!

        ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta: es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje! Te pregunto, Señor, ¿Me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno, que hayáis decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz eternamente sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti. Comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, esto es, hacernos tus hijos en el Hijo. Lo comprendo por la pasión de amor Personal de Espíritu Santo, volcán en infinita y eterna erupción de amor, que sientes por Él, pero no comprendo, no me entra en la cabeza lo que has hecho por el hombre, porque es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre. Es como cambiar toda la teología desde donde Dios no necesita del hombre para nada.

       Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el Sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido. Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan. Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

       Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso. Y, si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores, sólo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado; pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas, ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso,  hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

       Dios me ama, me ama, me ama... y ¿qué me importan entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros? ¿Qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios? ¿Qué importa la misma muerte, si no existe? Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

       Me gustaría terminar con unas palabras de S. Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mi porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

       «Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¿Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7). Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús: “El Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama, Dios me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

       Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo, está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino a los hombres. Que Él nos lo explique. Está aquí con nosotros la Revelación del Amor del Padre, vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte y desde aquí, desde tu amor sacramentado, un beso y abrazo a todos mis hermanos, llamados a compartir este gozo en nuestro Dios Trino y Uno.

18.- LA EUCARISTÍA ES  PRESENCIA DE AMISTAD Y SALVACIÓN  DE CRISTO HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS

Queridos hermanos: Estamos en la festividad del Corpus y la mejor manera de celebrar este día es mirar con amor a Cristo en su presencia eucarística, desde donde nos está expresando su amor, entregándonos su salvación y dándose permanentemente en amistad a todos los hombres. El se quedó con todo su amor; nosotros, al menos hoy, debemos corresponder a tanto amor, adorándole, venerándole, mirándole  agradecidos en su entrega hasta el extremo.

          LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA

Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el sagrario para la comunión de los enfermos y para la veneración de los fieles. Allí permanece el Señor vivo y resucitado en Eucaristía perfecta, es decir, no estáticamente, como si fuera un cuadro, una imagen, sino vivo, dinámico, ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio, un sacramento permanente de amor y salvación. Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente».

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el sagrario. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo que no podemos comprender bien en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: Lo tengo todo menos tu amor, si tú no me lo das. Y sin ti no puedo ser feliz. Vine a buscarte y quiero encontrarte para vivir una amistad eterna que empieza en el tiempo. Y es que debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros el Hijo. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Solo Dios sabe lo que vale el hombre para El: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,3).

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Ti, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Ti, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Ti, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad:

Estáte, Señor conmigo,siempre, sin jamás partirte,                      

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin ti me quedo,

ni si tú sin mí te vas.

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es “la fuente que mana y corre”, aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que todo lo ve y nos lo comunica; el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo. Por eso no me gusta que el sagrario esté muy separado del altar y tampoco me importaría si está sobre un altar en que ordinariamente no se ofrece la misa. El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos...

Así los expresa San Juan de la Cruz:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,aunque es de noche.                                                   

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche.

(Es por la fe, que es oscura al entendimiento)

Para San Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito.  Por eso hay que ir hacia Dios  «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

Por eso, aunque nosotros no lo comprendamos, muchas de estas almas desean de verdad morir para ir a Dios, porque los bienes de esta vida no les dicen  nada. Es lo más lógico y fácil de comprender: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dáme la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es ta entero, que muero porque no muero». Solo desean el encuentro total con Cristo, a quien han llegado a descubrir en la Eucaristía y ya no quieren otra compañía. Nosotros, si tuviéramos estas vivencias, también lo desearíamos. Es cuestión de amor. Si subiéramos hasta esas cumbres, nos quemaríamos también.

Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, renunciando a nuestra soberbia, envidia, ira, lujuria..., sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin El: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?» (C.9)

¡Señor, ya que me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo!

19.- EN LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN CRISTO NOS INVITA A VIVIR SU MISMA VIDA CON SUS MISMOS SENTIMIENTOS Y AMOR

       Comulgar con Cristo no es meramente comer su Cuerpo, es común-unión con su vida y sentimientos y entrega a Dios y a los hombres; esforzarse por ir identificándonos con su ser y existir divino y humano, con su evangelio, espíritu apostólico, humilde, servicial, entregado... con su presencia eucarística nos está  invitando a comer su carne como alimento de nuestras vidas.

       Queridos hermanos: en el Sagrario permanece el Señor invitándonos a comer y vivir sus mismos ideales, con

sus mismos sentimientos y actitudes, a realizar en el mundo y en nosotros su mismo proyecto, el del Padre. Las mismas palabras de la institución de la Eucaristía, así como el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, lo expresan claramente, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida.

       Lógicamente no es comida antropófica, sino espiritual, asimilar y comulgar su Espíritu y su Persona, sus pensamientos y sus afectos. Esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado, por la comunión eucarística. Pero su intención primera, sus primeras palabras, al consagrar el pan y el vino, es para que sean nuestro alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed...” “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... El que no come mi carne... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido por amor y con fe por todos nosotros.

La Eucaristíacomo comunión.

       La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia; sino al autor de todas las gracias y dones. No recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.

       Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas

etapas de sequedad, que entran dentro de su planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, no porque siento más o menos, no porque me lo paso mejor o peor, sino principalmente por Él, porque Él me los ha dicho y lo creo y lo quiere, porque viene para eso, porque es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos criterios y opciones fundamentales, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos más que los míos; porque si no, nunca entraré en el camino de la unión y de la identificación y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero. Yo soy simple criatura, invitada a este don tan grande de su amistad esencial y trinitaria, criatura infinitamente elevada hasta Él, hasta su ser y existir trinitario por pura gratuidad, por pura benevolencia.

       Dios es siempre Dios. Yo debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por rutina. Tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad; ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.

       Y te lo digo bien claro: la causa ordinaria de todas estas sequedades son nuestros pecados, pero no necesariamente graves, sino veniales, en los que nos instalamos y nos impiden la unión total con Él, el sentir vivencialmente su amor en nosotros, porque seguimos amándonos más a nosotros mismos; por eso seguimos sintiéndonos más que a Dios mismo.

       La comunión es para eso, para coger el pico y la pala y empezar a quitar pieza a pieza el ídolo que nos hemos construido dentro de nosotros mismos, cambiándolo por Jesús, nuestro ser y existir por el suyo. Esta es la razón de la comunión eucarística instituida por Jesucristo y esta es su finalidad y debe ser la nuestra. Si no vamos por aquí, no llegaremos a vivir su misma vida, y por tanto, a sentir su vida y persona dentro de nosotros.  

       Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad, sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y que le impedían entrar a Él. Y esto es lo que tenemos que hacer nosotros: si no siento, si sólo siento lo mío, es que estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios. Tengo que vaciarme, tengo que matar mi amor propio poco a poco, tengo que hacer la voluntad de Dios para que poco a poco vaya entrando en mi corazón, en mi vida, en mis sentimientos y actitudes.

       Lo importante de la religión, de mi relación con Dios, no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo. Y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos. La comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

       Sin conversión de nuestros pecados, no hay posibilidad de amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios por ser Dios y a los hombres por ser hijos suyos. Por eso, la noche, la cruz y la

pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

       Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Jesucristo y en todo su misterio, en su doctrina, en el evangelio entero y completo; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que Él ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se encarnó por nosotros, que estuvo en Palestina, que murió y resucitó y está en el pan consagrado. Y por eso, comulgo.

       Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo: “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos por amor con sus palabras y nos alimentamos de Él.

       Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y, por eso, comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona: “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... Si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”

       Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre; queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos compadecernos de los hambrientos y necesitados como Tú,

queremos acariciar y querer a los niños como Tú, queremos tener amigos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida; pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta esta vida y estos sentimientos.

       Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de

Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡que extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía!:

“Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía”.

¡Y cuántas, hermosura soberana!,

“mañana le abriremos”, respondía,

para lo mismo responder mañana.

      ¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más.

       Todos llenos del mismo deseo, del mismo amor de Cristo. Así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

       Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona y quiero que tu presencia salvadora llegue a todos los rincones de mi ser, de mi alma, de mi vida, de mi corazón; que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos. Que todo mi ser y existir viva unido a Tí. Que no se rompa por nada esta unión. ¡Qué alegría tenerte conmigo! Tengo el cielo en la tierra, porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado, que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios; eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección; que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya: la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa.   ¡Señor! que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame. Y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

       ¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo, cómo te necesito, cómo te busco! ¡Con qué hambre de Ti camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. Qué nostalgia de mi Dios todo el día. Tengo hambre de Ti, necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

20.- LA EUCARISTÍA COMO MISA NOS INVITA A OFRECERNOS CON CRISTO COMO VÍCTIMAS DE AMOR Y SALVACIÓN AL PADRE.

Queridos hermanos: El Jueves Santo encierra muchos y maravillosos misterios. Pero, entre todos, el más grande es la Eucaristía. “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado” 1Cor 11, 23), instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está insicrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos… (la salvación) no queda relegada al pasado, pues «todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos…» (Ecclesia de Eucharistia 11ª).

Es tan in impresionante este misterio, que la misma liturgia, extasiada en cada  Eucaristía ante la grandeza de lo que realiza, nada más terminar la consagración, por medio del sacerdote, nos invita a venerar lo que  acaba de realizarse sobre nuestros altares, diciendo: «¡Grande es el misterio de nuestra fe!» Y el pueblo, admirado por su grandeza, exclama:  «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Tengo que confesar, sin embargo, que la liturgia copta supera en esta aclamación a la liturgia romana y me impresiona su respuesta extasiada ante el misterio eucarístico, que  acaba de realizarse: «Amén, creo, hasta expirar mi último aliento confesaré que esto es el Cuerpo dador de vida de tu Unigénito Hijo, de nuestro Señor y Dios, de nuestro Salvador Jesucristo. El cuerpo que recibió de la Virgen María, Señora y Reina nuestra, la Madre purísima de Dios. A su divinidad unió Dios ese cuerpo, sin mezcla, fusión o cambio. Creo que su divinidad no ha estado separada ni por un momento de su humanidad. El es quien se dio por nosotros, en perdón de los pecados, para traernos la vida y salvación eternas. Creo, creo, creo que todas estas cosas son así».

Todavía lo recuerdo con emoción y fue hace años, en una  Eucaristía, celebrada en la cripta de los Papas en la Basílica de San Pedro en Roma, cuando pude escucharlo por vez primera; quedé admirado de sus bailes y cantos ante el Señor.

Y la verdad es, queridos hermanos, que para el hombre creyente, no son posibles otras palabras ante el misterio realizado por el amor extremo de Cristo en la noche suprema. La Iglesia, que en los Apóstoles recibió el tesoro y las palabras de Cristo, no recibió, no pudo recibir explicación plena del mismo, porque la palabra siempre será pobre para expresar el inabarcable amor divino. Heredó de Cristo gestos y palabras: “Haced esto en memoria mía”, y ella, fiel a su Señor, por la liturgia, realiza con fe inconmovible lo mandado.

       «Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y  se realiza la obra de nuestra salvación» (LG 3). «Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubíeramos estado presentes. Así todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe, de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega “hasta el extremo” (Jn 13,1), un amor que no conoce medida” (Ecclesia de Eucharistia 11b).

El apóstol Juan, que en la Última Cena ocupó el lugar inmediato a Jesús, quedó marcado profundamente por la experiencia de esta hora. Lo que vivió en aquellos momentos, lo expresó en estas palabras, que tantas veces hemos repetido:“Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Por lo tanto, para Juan y para todos nosotros, la Eucaristía es amor extremo de Jesús a su Padre y a los hombres. Durante dos mil años, los hombres han luchado, han reflexionado, han rezado para desentrañar el sentido de este misterio. Y no hay más explicación que la de Juan: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,10). Jesucristo es Amor extremo de Dios a los hombres. Por eso no dudo en expresar mi temor al tratar de explicar el contenido de lo que Cristo realizó aquella noche cargada de misterios. Lo que Jesús hizo transciende lo humano, todo este tiempo y espacio. Solo la fe y el amor pueden tocar y sentir este misterio, pero no explicarlo.

Para acercarse a la Eucaristía, como ella es todo el misterio de Dios en relación al hombre, toda la salvación, todo el evangelio, hay que creer no solo en ella, sino en todas las verdades que la preparan y preceden: hay que creer en el amor eterno y gratuito de la Santísima Trinidad, que me crea sin necesitar nada absolutamente del hombre, sino solo para hacerle compartir eternamente su misma dicha: “en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El  nos amó…”  y la lógica de sentido añade: nos amó primero, cuando nos existíamos; si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir una eternidad de gozo con Él; si existo,  es porque Él viéndome en su inteligencia infinita me amó, y con un beso de amor me dio la existencia y me prefirió a millones y millones de seres que no existirán nunca.

En segundo lugar hay que creer que, perdido este primer proyecto de amor sobre el hombre, por el pecado de Adán, Dios no sabe vivir sin él y sale en su busca por medio de Hijo; es la segunda parte del texto antes citado: “y entregó a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,9-10); “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10,5) ).  “Este aspecto de caridad universal sacrificial del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir «este es mi cuerpo», «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre», sino que añadió «entregado por vosotros… derramada por vosotros» (Lc 22,19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvacion de todos” (Ecclesia de Eucharistia 12ª).

Cristo es la manifestación del amor extremo e invisible de un Dios-Trinidad, Amor infinito que me ha llamado a compartir con Él su eternidad trinitaria de gozo y felicidad; hay que creer que Cristo me revela y me manifiesta este amor desde la Encarnación hasta la Ascensión a los cielos, para seguir adorando la voluntad del Padre y salvando a los hombres; hay que creer que la Eucaristía  es el compendio y el resumen de toda esta historia de amor y salvación que se hace presente en cada Eucaristía, en un trozo de pan; hay que creer sencillamente que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir, por eso no tiene más remedio que amarme y perdonarme, porque eso le hace ser feliz. Y ahora pregunto: ¿por qué me ama tanto, por qué me ama así? ¿qué le puedo dar yo a Dios que Él no tenga?  “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.

La Eucaristíaes amor extremo de Dios Trinidad por su criatura, algo inexplicable, incomprensible para la mente humana, pero realizado por su Hijo para salvación de todos, por obra del Espíritu Santo, para cumplir el proyecto del Padre, para alabanza de gloria de los Tres y gozo de los hombres, de aquellos que creen en Él y viven enamoradas de su presencia eucarística.

Los hechos, que ocurrieron aquella noche, todos los sabemos, porque hemos meditado en ellos muchas veces,  especialmente en estos días de la Semana Santa. Después de la cena pascual judía, Cristo ha tomado un poco de pan y ha dicho las palabras: “Tomad y comed, este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; “Tomad y bebed, esta mi sangre que se derrama por la salvación de muchos...” Y a seguidas, ha instituido el sacerdocio con el mandato de seguir celebrando estos misterios. “Haced esto en conmemoración mía”. Este Jueves Santo vamos a reflexionar un poco sobre estas palabras de Jesús  profundizando más en su contenido: “Haced esto en conmemoración mía”.

Lo primero que quiero explicar esta tarde es que la Eucaristía es memorial, no mero recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Recordar es traer a la memoria un hecho que no se hace presente y por eso lo evocamos mediante el recuerdo: por ejemplo, todos los años celebramos los cumpleaños, pero no hacemos presente el hecho de nuestro  nacimiento. Cuando digo memorial, sin embargo, quiero expresar más que esto; no es simple recuerdo sino que, al recordar, se hace presente el hecho mencionado.

Por eso, al afirmar que la Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, afirmo y creo que en cada Eucaristía se hacen  presentes, se presencializan estos hechos salvadores de la vida de Cristo, su pasión, muerte y resurrección; es más, se hace presente toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su Ascensión a los cielos. El recuerdo no hace presente el hecho y menos tal y como aconteció. El memorial sí lo hace presente, superando las dimensiones del espacio y del tiempo, hace presente a las personas y sus sentimientos; en la consagración, es como si con unas tijeras divinas se cortase toda la vida de Cristo, desde que se ofreció al Padre hasta que subió a los cielos, y se hicieran presentes sobre el altar, con las mismas palabras y gestos,  los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo.

Cuando afirmo que la Eucaristía es un memorial, afirmo que la Eucaristía hace presente a Jesús y todo lo que Él hizo y vivió y padeció y sintió. Por ella y en ella está tan real y verdaderamente presente Jesús, como lo estuvo en aquella Noche santa; en cada Eucaristía está en medio de nosotros, como lo estuvo en Palestina y ahora en el cielo. No es que vuelva a sufrir y a derramar sangre ni a repetir aquellos mismos gestos y palabras, sino que todo aquello cortado por la tijeras divinas se hace presente en cada Eucaristía, la diga el Papa o cualquier sacerdote, siempre el mismo hecho, las mismas actitudes, los mismos y únicos sentimientos, porque no hay más Eucaristía que una, la de Cristo, la que celebré aquella Noche santa y que los sacerdotes hacemos presente en cada Eucaristía, por el mandato de Cristo: “Haced esto en conmemoración mía”.

Hoy, Jueves Santo, recordamos los hechos y dichos de Jesús, que en la Eucaristía de hoy y de siempre los presencializamos. Los hacemos presentes, recordando, como en la Última Cena los hizo presentes, anticipándolos, “profetizándolos”. En cada Eucaristía me encuentro con el mismo Cristo, con el mismo amor, la misma entrega, el mismo deseo de amistad... no hay otro ni otras actitudes, ni se repiten, son la mismas y únicas del Jueves Santo y de toda su vida, única e irrepetible, que se presencializan, se hacen presentes, como aquella vez, en cada Eucaristía. Bastaría esto para quedarme en contemplación amorosa después de cada consagración, después de cada Eucaristía, hoy y todos los días.

 La Eucaristía necesita para ser comprendida ojos llenos de fe y amor, no sólo de teología seca y árida o de liturgia de meros ritos externos, que no llegan hasta el hondón del  misterio. Qué poco y qué superficialmente se contempla, se adora, se medita, se comulga, se penetra en la Eucaristía. “Cuantas veces comáis este pan y bebáis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva”. Es decir, cada vez que comulgamos, entramos en comunión con el acto único que selló la nueva Alianza, nos quiere decir San Pablo. Veneremos y adoremos este amor de Cristo presente entre nosotros no como puro recuerdo sino como aquella y única vez en que realizó estos misterios preñados de ternura y salvación para el hombre.

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación, invocando su nombre”. Este salmo nos indica cuáles deben ser nuestras disposiciones y nuestra respuesta admirativa ante este misterio. Alabar y bendecir, <benedicere>, decir cosas bellas al Señor, por tanta pasión de amor y entrega en favor nuestro.

 En primer lugar, la Eucaristía, ofrecida por Cristo al Padre en cumplimiento de su voluntad, es el sacrificio de adoración y alabanza a la Santísima Trinidad, porque en ella Cristo le entrega en obediencia lo que más vale, su vida, y hace así el acto de adoración máximo que se puede hacer. Por eso, la Eucaristía es el “sacrificium vital”, el sacrificio por excelencia. Cada vez que la celebramos, damos al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo el mayor culto y veneración posible en la Iglesia, superior a todos los demás juntos. Y por eso también, la vida y el ministerio y las ocupaciones y la profesión de cada uno de nosotros, seglares y sacerdotes, deben estar  preñadas de esta alabanza y adoración de Cristo a Dios Trino y Uno, uniéndonos a Él en una sola ofrenda,  transformándonos todos en el mismo “sacrificium crucis”, que se convierte en el sacrificio de la adoración perfecta a Dios. De aquí sacan sus deseos de victimación y alabanza y de adoración las almas eucarísticas, de aquí los santos sacerdotes, las santas y santos religiosos, madres y padres cristianos, todos los buenos cristianos que han existido y existirán, ofrecen sacrificialmente su vida con Cristo al Padre.

El memorial de la muerte y resurrección de Cristo sigue siendo, por ese amor de Cristo, obedeciendo en adoración al Padre hasta el extremo, la fuente de remisión de deudas y pecados. La Eucaristía es la fuente del perdón, tiene más poder y valor que la confesión, porque de aquí le viene a este sacramento toda su capacidad de perdonar: de la muerte y resurrección de Cristo. Este paso pascual de la muerte a la vida en ningún sacramento tiene su plenitud como en la santa Eucaristía. Aquí vuelve Dios a darnos la mano, a renovar el pacto y la amistad, la alianza que habíamos roto por nuestros pecados. No hay pecado que no pueda ser perdonado por la fuerza de la Eucaristía, aunque el canal de esta gracia la Iglesia lo administre también por el sacramento de la Penitencia.

Y como Cristo es el Amado del Padre, el Hijo predilecto, cuando queramos pedir y suplicar al Padre, por vivos y difuntos alguna gracia de cuerpo y alma, ningún mérito mayor, ninguna fuerza convincente mayor, nada mejor que ponerle al Padre, delante de nuestras peticines, al Hijo amado, por el cual nos concede todo lo que le pidamos. Que no lo olvidemos y demos esta alabanza y gozo a la Santísima Trinidad por la Eucaristía, Memorial de la Pascua de Cristo.

21.- EL GOZO DE SER SACERDOTE EN ÉL Y POR ÉL ETERNAMENTE

  Queridos amigos:

       ¡Qué gozo ser sacerdote de Cristo! ¡Qué gozo saber que el Padre nos soñó y nos creó para ser sacerdotes “in laudem gloriae ejus”, para alabanza de su gloria, en el Hijo amado y encarnado, Sacerdote Único del Altísimo, para una eternidad de felicidad pontifical con Él, como puentes entre el cielo y la tierra, para llevar los dones y la gracia de Dios a los hombres y llevar el amor y agradecimiento de los hombres hasta Dios, en el mismo ser y existir sacerdotal del Hijo ya triunfante y glorioso, “Cordero degollado ante el trono de Dios”¡

       ¡Qué gozo ser prolongación en el tiempo y en la eternidad, ante el trono del Padre, aclamado por los ancianos y los santos, del Hijo que, viendo al Padre entristecido por el pecado de Adán que nos impedía ser hijos y herederos de su misma felicidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”; y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos los hombres las puerta de la eternidad y felicidad con Dios, y fue consagrado y ungido Sacerdote del Altísimo “por obra del Espíritu Santo” en el seno de María, Madre sacerdotal de Cristo, y nos escogió a nosotros para vivir y existir y actuar siempre en Él y como Él, para hacernos en Él y con Él canales de gracia y salvación para los hombres y de amistad y amor divino por ese mismo Beso y Abrazo de Espíritu Santo en la Trinidad Divina!

       ¡Que gozo más grande haber sido elegido, preferido entre millones de hombres para ser y existir en Él, porque el pronunció mi nombre con amor divino de Espíritu Santo y en el día de mi ordenación sacerdotal me besó, me ungió, me consagró con su mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y me unió y me identificó con su ser y existir sacerdotal por la potencia de Amor de su mismo Espíritu, y se encarnó en mí y yo le presté mi humanidad para que siguiera amando, perdonando, consagrando, ya que Él resucitado y celeste, está fuera ya del tiempo y del espacio y necesita la humanidad supletoria de otros hombres para seguir salvando a nuestros hermanos, los hombres! El sacerdote es otro Cristo.

       ¡Qué gozo ser otro Cristo, presencia sacramental de Cristo, prolongación de su ser y existir sacerdotal, poseer su «exousia», poder actuar «in persona Christi», ser prolongación sacramental de su Salvación!

       Soy otro Cristo, sí, es verdad, humanidad prestada, corazón y vidas prestada para siempre, pies y manos prestadas eternamente, también en el cielo, y lo quiero ser y me esforzaré de tal forma ya en la tierra, que el Padre no encuentre diferencias entre el Hijo y los hijos, entre el Hijo Sacerdote y los hijos sacerdotes.

       Quiero ser, como Él, un cheque de salvación eterna para mis hermanos los hombres firmado por el Padre en el mismo y Único Sacerdote, nacido de mi hermosa nazarena, Virgen bella, madre sacerdotal, María, Cristo Jesús, que rompió el cheque de la deuda que teníamos contraída desde nuestros primeros padres.

       En el sacramento del Orden, por la unción de Amor del Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, nos une a Jesucristo, Único

Sacerdote del Altísimo, identificándonos en su mismo ser y existir sacerdotal, hasta tal punto que el Padre acepta nuestro sacrificio eucarístico, como realmente es, esto es, ofrecido por su Sacerdote Único identificado con los hijos sacerdotes y elegidos sacerdotes por el mismo Padre, que se siente complacido totalmente por este sacrificio porque no ve diferencias entre Cristo y los otros «cristos» que le han prestado su humanidad para que sea Él pueda seguir salvando, ya que es el único sacerdote, el único pontífice, con el cual nos identificamos, el único puente entre lo humano y lo divino, por donde nos vienen todos los bienes de la Salvación a los hombres, y por donde suben todas nuestras súplicas y alabanzas al Padre.

       Sentir y experimentar esto en la oración, en la santa misa, en el apostolado es el gozo más grande que existe en la tierra. Es el cielo en la tierra. Porque es el mismo gozo del Corazón de Cristo Sacerdote.

       Por eso oirás decir con toda naturalidad y verdad al sacerdote en las celebraciones sacramentales: “Yo te perdono..., este es mi cuerpo, esta es mi sangre”, pero no es la sangre o el cuerpo de Juan o de Antonio o de Gonzalo...sino el de Cristo que sigue perdonando y consagrando a través de nuestras humanidades prestadas eternamente. Es que realmente somos y celebramos in persona Chisti, que no significa en vez o en lugar de Cristo, sino que el sacerdote hace presente la persona de Cristo y todo su misterio de Salvación por el carácter, carisma o gracia sacerdotal, don dinámico de sacramento.

       ¡Qué maravilloso y bello y deslumbrante volcán de alabanza al Padre y amor a los hombres es el Corazón de Cristo Sacerdote en explosiones continuas y eternas llenas de verdades y resplandores y misterios de su ser sacerdotal en

los hombres sacerdotes, identificados eternamente con el Único Sacerdote del Altísimo, Cristo Jesús!

       ¡Qué grandeza, qué confianza, qué privilegio el que nos haya hecho en Él y por Él, puente de salvación de la humanidad creada y redimida! Todos los frutos de la Salvación pasan por este puente. Es que realmente somos otros Cristos, tocamos lo divino, superamos todo lo creado, somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades, que superan este espacio y este tiempo, por que son realidades infinitas, divinas y durarán siempre.

       Por otra parte ¡Qué responsabilidad más tremenda! ¡Qué misterio más grave e infinito de salvación o condenación eterna somos nosotros sacerdote, llamados a sembrar y cultivar y salvar la trascendencia, la eternidad de los seres soñados y creados por Dios para una eternidad de felicidad con Él! Porque todo es verdad, Dios es verdad, la eternidad es verdad, Dios existe y nos espera, espera a todos los hombres, es la Verdad de Jesucristo Sacerdote, del Getsemaní, del Huerto de los Olivos, donde Cristo es olvidado porque el Padre está gozoso y pensando en los hijos que le vendrán por el Hijo entregado por la salvación de sus hermanos, todos los hombres.

       Cristo ¿Dónde estaba tu Padre en tu agonía de Getsemaní? ¿no dijo que Tú eras su Hijo amado? ¿es que se avergonzaba de Ti, es que ya no te quiere...? ¿Qué pasa en cada misa, en cada consagración, memorial de tu pasión y muerte? Pasa que el Padre está tan gozoso de los hijos, de todos sus hijos del mundo entero que Tú le vas a dar, que se olvida, la Divinidad te ha dejado sólo en la pasión para que puedas sufrir y salvarnos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen Él”. En cada misa el Padre nos

dice: os amo, estáis salvados, viviremos juntos eternamente felices.

       Y esto lo hace presente el sacerdote en cada misa, en la misa, en la única que fue proféticamente celebrada por Cristo en la Última Cena antes del Viernes Santo y ahora se hace presente, en memorial, no en mero recuerdo, en cada Eucaristía. No tiene nada de particular que almas santas, hombres y mujeres con experiencia de estas grandezas se hayan quejado a Cristo de no poder ser sacerdotes y hayan besado materialmente las huellas de los Cristos en la tierra ¡Qué grandeza ser sacerdote de Cristo! Nadie me podrá ya quitar el gozo de ser sacerdote, ser y existir sacerdotalmente en Cristo, Sacerdote Único del Altísimo!

22. LA EUCARISTÍA ES EL MISMO CRISTO DEL CIELO JUNTO A NOSOTROS EN LA TIERRA

       QUERIDOS HERMANOS: El Sagrario, la presencia de Cristo en el Pan Eucarístico es la presencia de Cristo entero y completo, Dios y hombre,  Verbo de Dios e hijo de María; es la presencia de Cristo amigo siempre esperando la amistad  y el encuentro con el hombre, con cada uno de nosotros. El Sagrario es la presencia de Cristo amigo con los brazos abiertos para empezar ya el cielo en la tierra.

San Juan de Ávila, uno de los santos eucarísticos y sacerdotales más grandes de España y de la Iglesia Católica, que tuvo relación con Santa Teresa, S. Ignacio de Loyola, S. Pedro de Alcántara y otros muchos, comentando esta frase en uno de sus sermones del Jueves Santo, se dirige al Señor con estas palabras:

       «¡Qué caminos, qué sendas llevaste, Señor, desde que en este mundo entraste, tan llenos de luz, que dan sabiduría a los ignorantes y calor a los tibios! ¡Con cuánta verdad dijiste: Yo soy la luz del mundo. Luz fue tu nacimiento, luz tu circuncisión, tu huir a Egipto, tu desechar honras, y esta luz crece hasta hacerse perfecto día. El día perfecto es hoy y mañana en los cuales obras cosas tan admirables, que parezcan olvidar las pasadas; tan llenas de luz, que parezcan oscurecer las que son muy lúcidas! ¡Qué denodado estáis hoy para hacer hazañas nunca oídas ni vistas en el mundo y nunca de nadie pensadas! ¿Quién vio, quién oyó que Dios se diese en manjar a los hombres y que el Criador sea manjar de sus criaturas? ¿Quién oyó que Dios se ofreciese a ser deshonrado y atormentado hasta morir por amor de los hombres, ofensores de Él?

       Estas, Señor, son invenciones de tu amor, que hace día perfecto, pues no puede más subir el amor de lo que tú lo encumbraste hoy y mañana, dándote a comer hoy a los que con amor tienen hambre de ti y mañana padeciendo hasta hartar el hambre de la malquerencia que tienen tus enemigos de hacerte mal. Día perfecto en amar, día perfecto en padecer... de manera que no hay más que subir al amor que adonde tú los has subido. «In finem dilexit eos...» has amado a los tuyos hasta el fin, pues amaste hasta donde nadie llegó ni puede llegar».

       Queridos hermanos: no tiene nada de particular que los santos se llenen de admiración y veneración ante estos misterios del amor divino, pues hasta nosotros, que tenemos fe tan flaca y débil, barruntamos en estos días el paso encendido del Señor, al sentir y experimentar un poco estos misterios, que a ellos les hacía enloquecer de ternura y correspondencia.

       ¡Qué bueno eres, Jesús! Tú sí que me amas de verdad. Tú sí que eres sincero en tus palabras y en tu entrega hasta el fin de tus fuerzas, hasta la muerte, hasta el fin de los tiempos. Quien te encuentra ha encontrado la vida, el tesoro más grande del mundo y de la existencia humana, el mejor amigo sobre la tierra y la eternidad. Jesús, tú estás vivo para las almas que te contemplan con fe ardiente y en amor verdadero. Admíteme entre tus íntimos y amigos. Tú eres el amigo, el mejor amigo para las alegrías y las penas, que siendo el Hijo amado del Padre, siendo Dios y teniéndolo todo, quieres incomprensiblemente ser amigo de todos los hombres, especialmente de los más pobres, desarrapados, miserables, pecadores, desagradecidos.

Mi Señor Jesucristo Eucaristía, amigo del alma y de la eternidad, que siendo Dios infinito y sin necesitar nada de nadie -¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?- te abajaste y te hiciste siervo, siendo el Señor del Universo para ganarnos a todos a tu cielo y a tu misma felicidad.

       Viniste y ya no quisiste dejarnos solos, viniste y ya no te fuiste, porque viniste lleno de amor, no por puro compromiso, como quien cumple una tarea y se marcha, porque su corazón está en otro sitio. Tu Padre te mandó la tarea de salvar a los hombres, pero en el modo y la forma y la verdad te diferencias totalmente de nosotros; porque a nosotros, nuestros padres nos mandan hacer algo, y lo hacemos por compromiso y una vez terminado, nosotros volvemos a lo nuestro, si estamos en el campo, volvemos a casa. Tú, en cambio, no lo hiciste por compromiso, no te fuiste una vez terminada la obra, sino que porque nos amabas de verdad, quisiste por amor loco y apasionado, y sólo por amor, permanecer siempre entre nosotros.

       Yo creo, Señor, en tu amor verdadero, en que me amas de verdad y me buscas y te arrodillas por encontrarme como amigo, aunque yo no comprendo a veces tu amor y tu comportamiento, no lo comprendo, no lo comprendo, cuando te veo buscarme con tal pasión y empeño como si de ello dependiese tu felicidad; no comprendo cómo nos amaste hasta ese extremo, podías haber inventado otras formas menos dolorosas para ti, y nos hubieras salvado lo mismo, pero no, sino que “tanto amó Dios al mundo, que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Y todo esto es verdad, sí, es verdad que existes y me amas y me buscas así.

       Con verdadera pasión de amor te pregunto: ¿No eres Dios infinito? ¿No eres Palabra pronunciada eternamente con Amor infinito y divino de Espíritu Santo en Abrazo eterno de Amor y Felicidad Trinitaria? Tú en el sagrario siempre te estás ofreciendo en amistad permanente y verdadera... Tú no te cansas, Tú no te arrepientes de esperar, Tú no te aburres, porque estás siempre esperando, siempre amando, siempre perdonando a los hombres, siempre soñando con los hombres. Aquel cuya delicia es estar con los hijos de los hombres, lleva dos mil años esperándonos, poniendo de manifiesto que lo que dijo: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos” ; es verdad que nos quieres y buscas mi cercanía y la amistad con los hombres y no solo para salvarlos sino porque eres feliz amando así y quieres que seamos felices en tu amistad, eternamente felices e iguales a Tí en eternidad, en cielo, en Trinidad, nos quieres hacer iguales a Ti, para que vivamos tu misma vida, felicidad, amor haciéndonos hijos en el Hijo, en amados y predilectos del Padre como el Amado, para que el Padre no vea diferencia entre Tú y nosotros y ponga en nosotros todas sus complacencias como las puso en Ti. 

  Esta presencia permanente de Jesús en el sagrario hacia exclamar a Santa Teresa: «Héle aquí compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros».

       Queridos hermanos, muchas veces pienso que, aunque no se hubiera quedado con nosotros en el sagrario, bastaría con lo que hizo por todos nosotros para demostrarnos un amor extremo, para que nosotros estuviéramos para siempre agradecidos a su amor, a su proyecto, a su entrega... Así que no tiene nada de extraño que, cuando las almas llegan a tener experiencia de esto, ya no quieran separarse jamás del amor y la amistad del Señor. Jamás ha existido un santo que no fuera eucarístico, que no pasara largos ratos todos los días ante Jesús sacramentado, en oración silenciosa, adorante, transformante...

       La Eucaristía, hermanos, es también el pan que sostiene a cuantos peregrinamos en este mundo, como lo fue también para Elías en el camino hacia el monte Orbe (Cfr.1Re 19, 4-8). “Tomad y comed...” Esta verdad hace exclamar a la liturgia de la Iglesia: «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracias y se nos da la prenda de la gloria futura». Los mismos signos elegidos por el Señor, el pan y el vino, denotan el carácter de la Eucaristía como alimento estrechamente unido a nuestra vida cristiana, a nuestro desarrollo espiritual, como son la comida y la bebida naturales.

Ya lo había anunciado el mismo Cristo anticipadamente en la multiplicación de los panes y peces: “Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna” (Jn6,54-55). La Eucaristía es el alimento que necesitan para vivir en cristiano tanto los niños como los jóvenes y los adultos y cuando no se come, la debilidad de la vida cristiana, de la vida moral y religiosa se nota y llega a veces a ser extrema.  

       Uno puede estar débil, flaco, pero cuando se come con hambre el pan de la vida, crece y aumenta la fe, el amor, la esperanza, los deseos de amar a Dios y a los hombres, porque produce tal grado de unión con el corazón y los sentimientos de Cristo que nos contagiamos de Él, que vivimos como Él, como dice San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi” (Gal2,20).

       “La Sabiduría”, dice la Escritura, “ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Prov.9,2-5).

       Queridos hermanos, por amor a Cristo, no le defraudemos. Comulguemos con todo fervor. Él nos está esperando, siempre nos está esperando.

23. EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MEJOR AMIGO Y ÚNICO SALVADOR DE LOS HOMBRES.

       QUERIDOS HERMANOS:Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

       En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo.

       El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

       En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. «No veas --exhorta San Cirilo de Jerusalén-- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagogicas, IV,6:SCh 126, 138).

        «Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzo loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c)

       Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

        Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

La adoración eucarística

        «La adoración del Santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

       La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

       La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.   Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre.

       La adoración del Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular

entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

  --la simple visita al Santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.

 --adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

--la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

       En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo

que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención». (Directorio, nn. 164-165).

       Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo, que en el silencio del templo, sentados delante de Él, nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida: “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como la suya, necesitando a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, porque yo estaré siempre pobre y necesitado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

       Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo   y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa como y cuando quiere. Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén

24. EN LA EUCARISTÍA CRISTO CONTINÚA SU MISIÓN SALVADORA EN UNA ENCARNACIÓN CONTINUA.

       QUERIDOS HERMANOS Y AMIGOS: La Eucaristía es una Encarnación continuada, que prolonga no sólo la presencia sino todo el misterio vivido y realizado por Cristo, el Hijo de Dios, enviado por el Padre, por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, como la Encarnación, tienen diversas etapas y aspectos semejantes que deben ser meditados.

       En primer lugar, ambas son un don de Dios a los hombres, porque ambas son obra del Espíritu Santo, Supremo Don Divino, y son dones para la salvación de los hombres, por medio del Hijo, encarnado en naturaleza humana en una primera etapa y, luego, en un poco de pan y vino en la segunda; ambas también son una manifestación palpable del amor de Dios al hombre. Si San Juan, refiriéndose a Cristo, nos dice que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito”, esta entrega podemos interpretarla tanto en sentido de encarnación como de entrega eucarística; en ambas nos deja la presencia real del Hijo, aunque de diverso modo. De Ana de Gonzaga, princesa del Palatinado, Bossuet cita estas notas íntimas: «Si Dios llevó a cabo cosas tan maravillosas para manifestar su amor en la Encarnación, qué no habrá hecho para consumarlo en la Eucaristía, para darse no en general sino en particular a cada cristiano».

       Por parte de Jesucristo, el Hijo de Dios, el motivo esencial en ambas etapas fue siempre el amor extremo. Lo dijo muy claro él: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Y se encarnó. Y antes de la Última Cena nos dice a todos: “Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros”; “Esto es mi Cuerpo, esta es mi sangre, que se entrega por vosotros”; “Permaneceré con vosotros hasta el final de los tiempos”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

       Lo maravilloso de todo esto no es que yo ame a Cristo sino que “El me amó primero” y en esto consiste el amor verdadero y misterioso, como dice San Juan, no en que yo quiera ser amigo de Cristo, de Dios, esto es lógico para el que tenga fe, porque Dios es Dios, lo extraordinario es que Él, que es infinitamente feliz y lo tiene todo, me ame a mí que soy pura criatura, que no le puedo dar nada que Él no tenga.

       Por eso, queridos hermanos, tanto la Encarnación como la Eucaristía son iniciativas divinas. Creer esto, vivirlo, experimentarlo y sentirlo realmente... eso es la mayor felicidad que existe. Resumiendo: La Encarnación y la Eucaristía son obra del amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que se realizan por Cristo; el mismo amor que le movió a bajar a la tierra le movió también a entregarse por nosotros en la cruz y en el pan consagrado y a buscarnos ahora en cada rincón del mundo, para llenarnos de su amor y felicidad.

       La Encarnación y la Eucaristía coinciden también en el sujeto que las realiza: la presencia corporal de Cristo, aunque en diversidad de situación. Y coinciden en su finalidad: la glorificación de la Santísima Trinidad y la salvación de los hombres. Si para que haya Eucaristía se requiere la presencia sacramental de Jesucristo, para que hubiera Encarnación ésta fue esencial. Y si para realizar el sacrificio de Cristo en la cruz, para salvar a los hombres ésta fue necesaria, ahora también es necesaria su presencia para el sacrificio de la Eucaristía, para proclamar su muerte salvadora y el perdón de los pecados. Dice S. Ambrosio: «Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos la redención de los pecados. Si por la Eucaristía en todo tiempo su sangre es derramada, es derramada para perdón de los pecados».

       La Encarnación hizo que el Hijo de Dios viniera y habitara en la tierra, la Eucaristía hace que el Hijo de Dios viva y habite hasta el final de los tiempos en el mundo, allí históricamente, en espacio y tiempo, aquí más allá del espacio y del tiempo, metahistóricamente. Pero siempre el mismo Cristo. Las almas eucarísticas no distinguen en la realidad ambas presencias, quiero decir, cuando dialogan con el Señor, lo pasado lo ven como presente, como si lo estuviera realizando ahora y predicando ahora y perdonado ahora y lo viven con el Cristo del evangelio y del cielo y ahora presente en el presente del tiempo y del espacio y de siempre.

        Quiero deciros unas palabras de S. Francisco de Asís en su testamento: «El Señor me daba una fe tan profunda en las iglesias, que oraba simplemente de esta manera: Te adoro, oh Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo y te bendigo, porque has redimido al mundo entero por tu cruz. Una iglesia es la casa de Dios, más aún que la casa del pueblo cristiano».

       Por eso, incluso el templo católico más pobre está lleno de un misterio, de una presencia, que la habita, y nosotros debemos percibirla por la fe y mejor, por el amor. Toda iglesia está habitada. Posee la presencia real, corporal de Cristo; el sagrario de cada iglesia es la morada de Dios entre los hombres.

       El pan consagrado es Cristo encarnado no en carne sino en una cosa por su amor extremo al hombre, a cada hombre, también a mí. Debiera pensar cómo correspondo yo a tanto amor y generosidad de Cristo. Esta presencia de Cristo es o puede ser un reproche vivo a mi falta de fe, de amistad, de delicadeza para con Él. Cristo se ha quedado en la Eucaristía para que todo hombre, toda mujer, todo niño puedan entrar y encontrarse continuamente con Él, con el Jesús del evangelio. Todos, por grandes que sean nuestros pecados o abismal nuestra torpeza, podemos acercarnos a Él, como lo hicieron todos los hombres de su tiempo, los limpios y los pecadores, los leprosos, los tullidos, los necesitados, los ricos y los pobres.

       Cuando un cristiano sincero te pregunte qué tiene que hacer para buscar y encontrar al Señor, díle que vaya junto al sagrario, rece alguna oración, o le hable de sus cosas y problemas... o abra el evangelio y medite, o simplemente mire al sagrario, sin hacer nada más que mirar, porque eso es oración: mirar al Señor. La fiesta del Corpus Christi nos recuerda cada año esta presencia maravillosa de Cristo en amistad siempre ofrecida a todos los hombres; seamos agradecidos y visitémosle con frecuencia, todos los días; El se quedó para eso.

       El Cristo de las Batallas es un templo que siempre está abierto; qué trabajo cuesta cuando pasas por ahí, decir: el Señor está dentro, voy a entrar a visitarle, a estar un rato con Él. Qué gracias y dones recibirás. Hagamos todos la prueba.

25.  EL SAGRARIO ES CRISTO AMANDO A LOS HOMBRES “HASTA EL EXTREMO, HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS”.

       QUERIDOS AMIGOS: La Eucaristía, como todos sabemos, tiene tres aspectos principales, que son Eucaristía como Sacrificio, como Comunión y como Presencia eucarística. En esta festividad del Corpus Christi, que estamos celebrando, la liturgia de la Iglesia quiere que veneremos, adoremos y celebremos especialmente su Presencia Eucarística.

       Ya en la Iglesia primitiva había la costumbre de llevarse a Cristo a las casas, en el pan que sobraba de las celebraciones eucarísticas, primeramente, porque no había todavía templos, y segundo, para poder comulgar durante la semana, sobre todo en tiempos de persecución o tratándose de monjes anacoretas. Por Orígenes, autor del siglo II, nos consta que era tal el respeto hacia el sacramento que llevaban a sus casas, que creían pecar si algún fragmento caía por negligencia. Y Novaciano reprueba a los que «saliendo de la celebración dominical y llevando consigo, como se acostumbraba, la Eucaristía, llevan el cuerpo santo del Señor de aquí para allá sin valorarlo». Y todo esto era fruto de la fe,

de la convicción profunda que tenía la Iglesia primitiva de que en el pan eucarístico permanecía el Señor. La Iglesia siempre ha defendido y venerado la presencia de Cristo en el pan consagrado.

       Cuando entramos en una iglesia, encontramos una luz encendida junto al sagrario: esto nos recuerda que allí está presente Cristo en persona, el que vino del Padre, el que murió en la cruz por nosotros, el que vive en el cielo. Por esto, los cristianos serios y verdaderos no pueden olvidar esta presencia y se lo agradecen y corresponden con su visita y oración eucarística. Sin piedad eucarística no hay vida cristiana fervorosa, coherente y apostólica.

       Por eso, cuánto deben a esta presencia los santos y las santas de todos los tiempos, nuestros padres y madres cristianas que no tuvieron otra Biblia que el sagrario, y aquí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos, para amarse como buenos esposos para toda la vida, para sacrificarse por sus hijos y ser buenos vecinos, para amar y perdonar a todos, aquí se formaron los sacerdotes apostólicos, encendidos del fuego del amor a Dios y a los hombres, trabajando en obras de caridad y de apostolado o dedicando toda su vida a orar por los hermanos en un claustro, según los designios de Dios.

       Yo pienso, tengo la impresión a veces de que la diferencia entre una vida cristiana y otra, entre unos matrimonios y otros, entre una parroquia y otra, hasta entre un sacerdote y otro, está en esto, en su relación con Jesucristo Eucaristía, en la vivencia de este misterio. Si la Eucaristía, como dice el Concilio Vaticano II, es el centro y culmen de la vida cristiana y de la evangelización, necesariamente tiene que haber diferencia entre los que la veneran y la viven como centro y fuente de su vida y los que la tienen como una práctica más, rutinaria y sin vida; unos han encontrado al Señor, dialogan, revisan, programan y se alimentan sus sentimientos y sus actitudes comiendo a Cristo en el pan consagrado y en la oración y trato diario, recibiendo allí fuerza, vitalidad y alegría; otros no se han encontrado todavía con Él y, por tanto, no tienen ese diálogo y esa fuerza y ese aliento, que se reciben solo de Cristo Eucaristía.

       Y la razón es clara: el cristianismo esencialmente no son ritos ni palabras ni cosas, es una persona, es Jesucristo; si me encuentro con Él, puedo ser cristiano, puedo comprenderlo viviendo su misma vida, cumplir su evangelio, tratar de que otros lo conozcan y le amen y así hacerlos buenos y honrados; si no quiero visitarlo, encontrarme con Él, no puedo comprenderle ni entender su vida, porque Cristo, su evangelio, su amor y a su salvación, no se comprenden hasta que no se viven, hasta que no se experimentan.

       Por eso es absolutamente imprescindible el encuentro eucarístico con Él para llegar a la verdad completa de la Eucaristía, sólo se puede llegar por su amor, por ese mismo amor que Jesús tuvo al instituirla, que es su Espíritu Santo: “Muchas cosas me quedan por deciros ahora, pero no podéis cargar con ellas por ahora, cuando venga el Espíritu Santo, os llevará hasta la verdad completa”.

       Por eso, los que hemos estudiado teología tenemos que tener mucho cuidado de pensar que ya hemos llegado a la verdad completa de la Eucaristía, allí no se llega por ideas o inteligencia, porque entonces sería sólo patrimonio de los teólogos, sino por el Espíritu Santo, por el mismo amor divino que lo programó y lo realizó y lo realiza cada día por la epíclesis, por la invocación al Espíritu-Amor Personal de la Trinidad que nos ama.

        Dios sólo se manifiesta y se abre a los puros y sencillos de corazón: “Gracias te doy, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. De ahí la necesidad para todos, seglares y sacerdotes, de orar mucho ante ella para poder vivirla, para conocerla y amarla y vivirla en plenitud y para sentir su salvación y para salvar a los otros.

       Pablo VI confirma esta realidad: «Durante el día, los fieles no omitan el hacer la Visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, conforme a la leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo, nuestro Señor allí presente... no hay cosa más suave que esta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» (Mysterium fidei).

       Visitemos al Señor Eucaristía todos los días, pasemos un rato contándole nuestras alegrías y nuestras penas, comunicándonos con Él, y veremos cómo poco a poco vamos encontrando al amigo, al confidente, al salvador, a Dios.Contemplar a Cristo, llegar a escuchar su voz, descubrirle en el pan que lo vela a la vez que nos lo revela, se va aprendiendo poco a poco y hay que recorrer previamente un largo camino de conversión por amor, de purificación y vacío, especialmente aquellos que quieran luego dirigir o tengan que dirigir a otros en este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía. Digo yo que mal lo harán si ellos no lo han recorrido y digo también si no será éste uno de lo mayores males de la Iglesia actual, sin guías expertos en oración eucarística, con indicaciones puramente teóricas y generales, poco atractivas y liberadoras de nuestros pecados y miserias DE cuerpo y alma.          

        En este camino, según los expertos y mapas de ruta de los santos que lo han recorrido, lo primero, más o menos, son visitas breves, rutinarias, rezando oraciones... pero sin posibilidad de diálogo porque no se ha descubierto realmente el misterio, la presencia, solo hay fe, fe teórica y heredada, todavía no personal y así no hay todavía encuentro y no sale el diálogo... Luego vienen pequeños movimientos del corazón, como frases evangélicas que resuenan en tu corazón dichas por Cristo desde el sagrario, o leyéndolas y meditándolas en su presencia y, al oírlas en tu interior, empiezas a levantar la vista, mirar y dialogar y darte cuenta de que el sagrario está habitado, es El y así Cristo ha empezado a hacerse presente en nuestra vida, pero de forma directa y personal y así empieza un camino de sorpresas, sufrimientos porque hay que purificar mucho y esto duele: “Con un bautismo tengo que ser bautizado... y cuánto sufro hasta que se complete”.

       Iniciado este diálogo, automáticamente empezamos a escuchar a Cristo que en el silencio nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida: “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que El quiere, si “mi comida es hace la voluntad de mi Padre” y

empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario; si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente, permanente, permanente, toda la vida, convirtiéndome y por tanto necesitando de Cristo, de oírle y escucharle, de ofrecerme con él en la Eucaristía, siempre indigente y pobre de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

       Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo   y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz.

26. CRISTO EUCARISTÍA ES EL TESORO Y «MONTE DE PIEDAD»DE LOS CATÓLICOS

       Fue en este Cuerpo, donde el Hijo de Dios vivió en la tierra, se hizo Salvación para el mundo entero y nos reveló y manifestó el amor extremo de la Santísima Trinidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito...”. En este cuerpo y en todas sus manifestaciones se nos ha revelado el amor total del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: es Cuerpo de la Trinidad, manifestación del amor trinitario, visibilidad del Hijo, revelación del proyecto de Salvación del Padre, obra del Amor del Espíritu Santo. Este cuerpo nos pertenece totalmente: “Tanto amó Dios al mundo...” Es un cuerpo al que nos está permitido besar, adorar, tocar porque está todo lleno de vida, de paz, de entrega, de castidad, de misericordia a los pecadores, de ternura por los pobres y los desheredados, de revelación de los misterios divinos.

       Es lo que afirma San Juan en una de sus cartas: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, al Verbo de la Vida... eso es lo que os anunciamos...”. Y todo esto que contempló y palpó el apóstol Juan está ahora en la Eucaristía, ésta es la nueva encarnación de Dios, éste es el Pensamiento y la Palabra de Dios hecha visible ahora en el pan consagrado, tocada y palpada por los nosotros, que seguimos recibiendo gracias tras gracias por su mediación.

       Para esto necesitamos primeramente la fe, creer, don de Dios parar ver como Él ve y reconocerle aquí presente en el pan. Esto es precisamente lo que pedimos en la oración de este día: “Concédenos, Señor, participar con fe en el misterio de tu Cuerpo y Sangre…”. De la fe que se va haciendo vida, nacerá la necesidad de Él, de su gracia, de su ayuda, de su amistad y finalmente la necesidad de no poder vivir sin Él.

       Esta celebración litúrgica no debe ser tan sólo el recuerdo del Misterio sino recobrar para nuestra vida cristiana lo que Cristo quiso que fuera su Presencia en la Eucaristía, que no es meramente estática sino dinámica en los tres aspectos de Eucaristía, comunión y presencia. La Eucaristía fue instituida para ser pascua de salvación y liberación de los pecados del mundo, fue elaborada para ser alimento de la vida cristiana y permanece como intercesión ante el Padre y como salvación siempre ofrecida a los hombres.

       Queridos hermanos: si no adoramos la Eucaristía, es que en realidad no creemos en Cristo presente en la Hostia santa, no creemos que nos esté salvando y llamando a la amistad con Él, porque si creemos, la fe eucarística debe provocar espontáneamente sentimientos de gratitud y correspondencia, de aproximación y adoración. Si no adoramos, es que sólo creemos en un Cristo lejano, que cumplió su tarea y se marchó y ahora sólo nos quedan recuerdos, palabras, imágenes o representaciones muertas pero Él ya no permanece vivo y resucitado entre nosotros. Si creemos de verdad en su presencia eucarística, en un Dios tan cercano, tan extremado en su amor, Esto debe provocar en nosotros una respuesta de amor y correspondencia.

       La fe y el amor a Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra fe en Jesucristo, y, a la vez, «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» (por la fe) de nuestra unión con Dios, de nuestro amor y esperanza sobrenatural, de nuestra generosidad y vida cristiana, de nuestro compromiso apostólico, de nuestros deseos de redención y salvación del mundo, porque todo esto solo lo tiene Cristo, Él es la fuente y fuera de Él nada ni nadie puede darlo.

       A la luz de esta verdad examino yo todos los apostolados de la Iglesia, seglares o sacerdotales. Ponerse de rodillas ante Jesucristo y pasar largos ratos junto a Él, es la verdad que salva o critica, que evidencia la sinceridad de nuestras vidas o la condena, que testifica la sinceridad de nuestro dolor por el pecado del mundo, de nuestros hijos, de nuestra sociedad y nuestra intercesión constante ante el Señor o la superficialidad de nuestros sentimientos; aquí se mide la hondura evangélica de nuestros grupos parroquiales, de nuestras catequesis y actividades y compromisos por Cristo en el mundo, en la familia, en la profesión.

       Este día del Corpus es <cairós>, el momento y la liturgia oportuna para renovar nuestra devoción a la Eucaristía como sacrificio, como comunión y como visita. Recobremos estas prácticas, si las hubiéramos perdido y potenciemos la visitas, los jueves eucarísticos, la Adoración Nocturna... todas las instituciones que nos ayuden a encontrarnos con Jesucristo Eucaristía, fuente de toda vida cristiana y Único Salvador del mundo.

       «El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino-, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.

       Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf Jn 13,25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!» (Ecclesia de Eucharistia 25).

       Quiero terminar con una estrofa del himno «adoro te devote...» «Señor, en la Eucaristía no veo tus llagas como las vio el Apóstol santo Tomás, pero, sin embargo, aún si verlas, yo hago la misma profesión de fe que hizo él: Señor mío y Dios mío. Haz, Señor, que crea cada día más y te ame más y ponga en Ti mi única esperanza... Oh Jesús, a quien ahora veo velado por el pan, ¿cuándo se realizará esto que tanto deseo en mi corazón? Verte ya cara a cara a rostro descubierto, para ser eternamente feliz contigo en tu presencia…” Amén.

27. EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO  SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA

  QUERIDOS HERMANOS: Quiero empezar esta mañana con esa estrofa del <Pange lengua> que cantamos hoy y muchas veces en latín en nuestras Exposiciones del Santísimo, y que quiero traducirla para vosotros: “Pange lingua gloriosi corporis mysterium...”: «Que la lengua humana cante este misterio: la preciosa sangre y el precioso cuerpo». Vamos a cantar, hermanos, a este Cuerpo glorioso que nos amó y se entregó por nosotros, que nació de la Virgen María, que trabajó y se cansó como nosotros, que padeció muy joven la muerte por nosotros y que resucitó y permanece vivo y glorioso en el cielo y aquí en el pan consagrado, en el silencio de los sagrarios de nuestras iglesias; y a esta sangre que se derramó por amor al Padre y a nosotros, para hacer la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres en su sangre, el pacto de salvación que ya no se romperá nunca por parte de Dios.

       Vamos a cantar y dar gracias al Cuerpo de Cristo, del Hijo Amado del Padre, que ha sido vehículo y causa de nuestra redención. Vamos a adorarlo: “Tantum, ergo, sacramentum, veneremur cernui...” «Adoremos postrados tan grande sacramento», es el tesoro más grande y precioso que tiene la Iglesia y lo guardan en todos sus templos, porque la Iglesia es la esposa, y dice San Pablo, que “esposa es la dueña del cuerpo del esposo”, que es Jesucristo, eternamente presente y haciendo presente su amor y salvación, su entrega y su deseo de estar con los hijos de los hombres, de anticipar el cielo en la tierra para los que lo deseen, porque el cielo es Dios y Dios vivo y resucitado está en el pan consagrado.

       Fijaos bien, hermanos, en ese signo tan sencillo, en ese trozo de pan ha querido quedarse verdaderamente con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo y la Palabra eternamente pronunciada y pronunciándose por el Padre en amor de Espíritu Santo para los hombres, en un silabeo amoroso y canto eterno y eternizado de gozo y entrega total en el Hijo... Por eso dice la Biblia: “Realmente ninguna nación ha tenido a Dios tan cercano como nosotros...”.

       El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó”: “Es duro este lenguaje, ¿quién podrá escucharlo?” La Eucaristía y la cruz siempre serán piedras de tropiezo para los discípulos de todos los tiempos. Sacrificio de la cruz y Eucaristía son el mismo misterio y no cesan de ser ocasión de división; ¿también vosotros queréis marcharos? Estas palabras de Jesús resuenan a través de todos los tiempos para provocar en nosotros la respuesta de los Apóstoles: “a quién vamos a ir, solo tú tienes palabras de vida eterna”.

       Nosotros, como los Apóstoles, le decimos hoy: Señor, nos fiamos de Ti y confiamos en Ti, queremos acoger en la fe y en el amor este don de Ti mismo en la Eucaristía, especialmente en este día del Corpus Christi. En primer lugar, como sacramento de la cruz, como sacrificio permanente de tu amor, perpetuado a través de los signos y palabras de la Última Cena. Dice el Vaticano II: «Nuestro Salvador en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección...».

       Jesús dio la vida por nosotros cruentamente el Viernes Santo, pero anticipó, con su poder, esa realidad salvadora, en la Eucaristía del Jueves Santo, mediante el sacrificio eucarístico, consagrando el pan y el vino, convirtiéndolos en su cuerpo y sangre y que ahora renovamos sobre nuestros altares, para hacer presente todos los bienes de la Redención. Ante este misterio, nuestros sentimientos tienen que ser ofrecernos con Él al Padre en el ofertorio de la Eucaristía, para quedar consagrados con el pan y el vino en la Eucaristía por la invocación al Espíritu Santo en la epíclesis, y después, al salir de la iglesia, como hemos sido consagrados y ya no nos pertenecemos, vivir esa consagración a Dios, cumpliendo su voluntad en adoración y amor extremo y total hasta dar la vida por los hermanos.

       Este debe ser con Él nuestro sacrificio agradable a Dios. Esta es en síntesis la espiritualidad de la Eucaristía, lo que la Eucaristía exige y nos da al ser celebrada y comulgada; esto es participar de la Eucaristía “en espíritu y verdad”, no abrir simplemente la boca y comer pero sin comulgar con los sentimientos de Cristo. Y así es cómo el que comulga o el que contempla o celebra la Eucaristía se va haciendo Eucaristía perfecta y consumada; así es cómo la Eucaristía se convierte para nosotros, según el Vaticano II, «en fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia», «es la cumbre y, al mismo tiempo, la fuente de donde arranca toda su fuerza…»; «es todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, en persona». La Eucaristía es la presencia viva de Cristo, el Corazón de Cristo en el corazón de la Iglesia Universal, en el corazón de sus templos católicos y en el corazón de todos creyentes.

       Una vez hecho presente el sacrificio de Cristo en el altar, la Iglesia lo hace suyo para ofrecerlo y ofrecerse a sí misma con Cristo al Padre, para ganar para sí y para el mundo entero las gracias de las Salvación, que encierra este misterio. Por eso, sin Eucaristía, no hay ni puede haber cristianismo ni seguidores ni discípulos de Jesús, ni santidad, ni vida ni nada verdaderamente cristiano.

       Un segundo aspecto de la Eucaristía, absolutamente importante y querido por Cristo y consiguientemente necesario para la Iglesia, es la comunión. En la intención de Cristo, al instituir la Eucaristía como alimento y en una cena, esto era directamente pretendido por el signo y por la intención: reunir a todos los suyos en torno a la mesa, para que coman el pan de vida eterna, el pan de la vida nueva de gracia, el pan del cielo.

  La comunión eucarística nos introduce en la participación de los bienes últimos y escatológicos: «La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf 1 Cor 11,26): «…hasta que vuelvas». La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf Jn 15,11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y «prenda de la gloria futura». En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad.

       En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el «secreto» de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquia definía con acierto el Pan eucarístico «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661).

       Junto a las palabras de Cristo sobre la necesidad de comulgar para vivir su vida: “en verdad, en verdad os digo si no coméis la carne del Hijo de Hombre no tendréis vida en vosotros”, tenemos que poner la advertencia de Pablo: “Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernimiento, come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos”.

         Qué valentía la de Pablo, qué claridad... Hay flacos y débiles entre los que comulgan porque realmente no comulgan con la vida de Cristo, sino que comen tan solo su cuerpo sin querer asimilar su vida, su evangelio, sus actitudes. Tendríamos que revisar nuestras Eucaristías, nuestras comuniones a la luz de estas palabras de Pablo y examinarnos para no comer indignamente el Cuerpo de Cristo. No basta comer el cuerpo de Cristo, hay que comulgar más y mejor con su amor, con sus sentimientos y actitudes.  

       Y ya para terminar, quiero citar unas palabras de Juan Pablo II, refiriéndose a la Eucaristía como presencia: «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento de amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración».

       Queridos hermanos: Jesús es la Salvación y el Camino; todos los días debemos revisar nuestra vida a la luz de la suya para vivirla, todos los días debemos pasar a dialogar, consultar, orar y pedir ayuda, fortaleza, perdón de nuestros pecados. No concibo creer en Jesucristo y no visitarle con amor. Amor a Cristo y visita al Señor es lo mismo. En otra ocasión dirá el Papa Juan Pablo II: Poca vida eucarística equivale a poca vida cristiana, poca vida apostólica y sacerdotal, es más, vida en peligro. Lógicamente, vida eucarística abundante será vida rica en todo. Mucha vida eucarística es mucha vida cristiana, apostólica, sacerdotal. Es la que deseo y pido para vosotros y para mí. Amén.

28. JUNTO AL SAGRARIO NOS HACEMOS CONTEMPORÁNEOS DEL  CRISTO DE PALESTINA Y DEL CIELO.

       En el Sagrario está el mismo Cristo de Palestina y del Evangelio y del cielo, ya resucitado. Es siempre el mismo y eternizado Cristo, salido del Padre, encarnado en el seno de la dulce Nazarena, de la madre fiel y creyente, María; el mismo que curó y predicó y murió y está sentado a la derecha del Padre, que está cumpliendo su promesa de estar con nosotros, hasta el final de los tiempos.

       Nosotros, a veinte siglos de distancia, estamos ahora presentes y somos contemporáneos del mismo Cristo y podemos hablarle y tocarle como las turbas entusiasmadas de entonces, como la hemorroísa, para que nos cure; como la Magdalena, para que nos perdone; como el padre del aquel lunático, para que nos aumente la fe; como Zaqueo, para hospedarle en nuestra casa y sentir su amistad; como los niños y niñas de su tiempo, a los que tanto quería y abrazaba, como símbolos de la sencillez de espíritu, que debemos imitar sus seguidores, y recordando tal vez su propia infancia, tan llena de amor y ternura de José y María.

Aquí está el mismo Cristo, que se turbó y lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, con el mismo amor y compasión que tiene hoy con todos los que sufren, porque su carácter y amor  “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” no ha cambiado, a pesar de tanto desprecio y olvidos por parte de los hombres. Es que son muchos los olvidos y abandonos que recibe de los hombres, es poca la reverencia y estima hacia su persona sacramentada de los mismos creyentes, incluso de los sacerdotes, como si el Sagrario fuera un trasto más de la iglesia, sin una mirada de amor y cariño, de agradecimiento. Y así años y años como ni no tuvieran fe en lo que celebran. Menos mal que es solo a veces. Menos mal que ya no puede sufrir porque lo sufrió todo antes. Menos mal que hoy sigue teniendo también como siempre amigos que lo miran, almas verdaderamente eucarísticas, sencillas o cultas, pobres o ricos, sacerdotes o laicos, siempre fieles cristianos, que lo adoran y se atan para siempre a la sombra de su Sagrario.

       Siento sinceramente estos desprecios al Señor en el Sagrario, porque Él está vivo, vivo y no ha perdido el amor ni la capacidad ni los deseos de transfigurarse ante nosotros, como lo hizo en el Tabor ante Pedro, Santiago y Juan, y convertirse así en cielo anticipado para los que le contemplan con fe y amor.

       Cristo en el Sagrario se entrega por nada. Basta un poquito de fe, de fijarse y pararse ante Él, porque está tan deseoso de trabar amistad con cualquiera, que se vende por nada, por una simple mirada de amor, por un poco de comprensión y afecto.

       Mi primer saludo, cada mañana, cuando vaya a una iglesia o a la oración, debe ser mirarle fijamente en el Sagrario y decirle: Jesús Eucaristía, yo creo en Tí; Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios; Oh Señor, nosotros creemos en Ti, te adoramos en el pan consagrado y nos alegramos de tenerte tan cerca de nosotros. Auméntanos la fe, el amor y la esperanza, que son los únicos caminos para llegar hasta Ti y unirnos por amor directamente contigo: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

       Y cuando lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, cuando el entendimiento quiere ver y razonar por su cuenta porque en el fondo no se fía de tu palabra, y quiere probarlo todo y razonar todo: tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, incluso echar mano de exégesis y de teologías, la última palabra, el último apoyo es tu presencia eucarística, creer sin apoyos y lanzarse en pura fe, lanzarse a tus brazos sin sentirlos, porque no se ven ni se tocan ni sentimos tu aliento y cercanía, aunque Tú siempre está ahí esperándonos y nos das tu mano, porque quieres ayudarnos, porque para eso te quedaste en el Sagrario; pero en estos momentos no la sentimos, porque en esas purificaciones Tú quieres que me fíe totalmente de tu palabra, que me fíe solo de Ti: ¿Cómo Dios en un trozo de pan? ¿Y ahí el Dios creador de cielo y tierra? ¿Es razonable esto? Y Tú lo único que buscas es que me fíe solo de Ti, hasta el olvido y negación de todo lo mío y adquirido en teologías y exégesis, de todo apoyo humano y posible, de todo lo que yo vea y sienta, sin arrimos ni apoyo ni seguridades de nada ni de nadie.

       Hasta los evangelios, en esas noches de fe, no dan luz ni consuelo ni certeza ni seguridad sensible; ¿Quién me asegura que sean verdad? ¿Dónde está la inspiración? ¿Son puros escritos humanos? ¿No tienen incluso equivocaciones humanas? ¿Cristo en un trozo de pan?

Es la noche de la fe y no sentimos tu presencia eucarística, como si no hubiera nada, solamente pan, y el Sagrario, más que la morada del amigo, parece su tumba y sepulcro. Estas crisis son inevitables y no son al principio; sino cuando el Señor quiere limpiar más nuestro corazón, cuando quiere de verdad entregarse y nosotros debemos prepararnos a su amistad.

Y entonces uno que ya vivía y quería vivir para Ti, se encuentra de golpe aparentemente sin fe, esto es lo que le parece al alma. Y pierde el sentido de su vida critiana y se encuentra perdido, como si hubiera perdido el tiempo viviendo la fe, como si te hubiera perdido a Ti, como si Tú no existieras. No te digo nada si esto te ocurre en un seminario o en un noviciado: ¿qué hago yo aquí?

        Por si esto no fuera suficiente, y aquí está otra causa de la tiniebla, esta noche, estos interrogantes se plantean porque ha llegado el momento de la verdad, la hora del éxodo, de la conversión, de dejar la tierra, las posesiones, la parentela, los consumismos, los propios criterios, los afectos desordenados, los pecados, y esto cuesta sangre, porque ahora el Señor lo exige todo y lo exige de verdad, para ser sus amigos. “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24).

Hasta ahora todo había sido más o menos meditado, teórico, renuncias que debían hacerse, incluso predicadas a otros; pero ahora Cristo me exige la vida, y claro, como me amo tanto y esto me cuesta de verdad, antes de entregarme de verdad, exijo garantías: ¿Será verdad todo esto? ¿Jesucristo es Dios? ¿Dónde está Cristo ahora? ¿Llenará de verdad su evangelio y su persona? Y todo esto es sencillamente porque el Señor ha tomado parte en el asunto, quiere purificarme; pero de verdad. No como yo lo estaba haciendo hasta ahora, a temporadas y muy suavemente, sin echar sangre. Y ahora hay que derramarla como Cristo, para gloria del Padre y salvación de los hermanos.

Y entonces es cuando los dogmas teológicos se plantean de verdad, no para enseñar a otros, discurtirlos, no; sino para vivirlos, para derramar mi sangre o no, para dar la vida o no por ellos, porque los creo ¿Estoy dispuesto a renunciar a la vida presente para ganar la futura? ¿Pero existe la futura? ¿Existe Dios? Porque mientras todo esto era teoría, teología para enseñar, sacar títulos o predicar, no pasaba nada, pero en cuanto toca mi vida, igual que si toca mi dinero, entonces la cosa va en serio. Es mi vida, mi existencia.

Y por aquí hace caminar el Señor a los que verdaderamente quieren unirse a Él, quieren ser santos, quieren vivir en plenitud el evangelio, y el camino siempre es la oración, podía decir que era la Eucaristía, pero no, es la oración o si quieres la oración eucarística. Y así cómo se pasa también y a la vez de una fe heredada o puramente teórica o apoyada en razonamientos nuestros o humanos a una fe personal y viva y experimentada. Se va pasando de una fe teórica y fría a una fe viva y experimentada.

        Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, Dios permite que venga también la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, por envidia, los últimos puestos, los desprecios sin fundamento alguno.

Y uno se pregunta: ¿dónde estás, Señor? ¿Cómo es posible que Tú quieras o permitas esto? ¿Por qué todo esto, Señor...? Sal fiador de mí. Pero Tú no respondes ni das señales de estar vivo, aunque estás ahí trabajando y purificándonos, totalmente entregado a tu tarea de podar todo lo que impida la amistad y el gozo pleno contigo, porque nos has amado y nos amas hasta el extremo de tus fuerzas, del amor y de la amistad; pero nosotros no comprendemos ni sabemos que tengamos que purificarnos tanto, ni por qué ni cómo ni cuánto tiempo, porque no nos conocemos.

       Y es precisamente entonces, cuando los sentidos y las criaturas se sienten más y vuelven a darnos la lata los afectos, la carne, las pasiones personales, porque ahora les ha tocado el hacha, en su raíz; pero de verdad. Y por eso echan sangre, porque antes los teníamos, pero no nos habíamos metido en serio con ellos. Ahora lo hace el Señor directamente y sin contemplaciones, lo quiere el Padre para hacernos totalmente hijos en el Hijo y dárnoslo todo con Él; pero antes de llegar a la resurrección y a la vida nueva de amistad con Él, hay que morir, pero de verdad, nada de romanticismo y literatura.

Es el Getsemaní personal, tan verdad, tan verdad y tan duro, que muchos se despistan, les parece imposible que Dios quiera esto, y se echar para atrás, y por no encontrar a veces personas con esta experiencia, se alejan del camino que Dios les marcaba y serán buenas personas; pero no llegarán hasta estas altura que Dios les había preparado. Llegarán en el cielo, después del Purgatorio, como todos.

       Señor, échanos una mano, que nosotros no somos tan fuertes como Tú en Getsemaní, que te veamos salir del Sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda. ¡No nos dejes, Madre mía! Señor, que la lucha es dura y larga la noche, es morir sin comprensión ni testigos de tu muerte, como tú, Señor, sin que nadie sepa que estás muriendo.

Tú lo sabes bien, sin compañía sensible de Dios ni de los hombres, sin testigos del dolor y el esfuerzo; sino por el contrario, la mentira, la envidia, la persecución injustificada y sin motivos. Señor, que entonces te veamos salir del Sagrario, para acompañarnos en nuestro calvario hasta la muerte del yo, para resucitar contigo a una fe purificada, limpia de pecados y empecemos ya la vida nueva de amistad y experiencia gozosa y resucitada contigo.

Queridos amigos, es mucho lo que el Señor tiene que limpiar y purificar en nosotros, si queremos llegar a la amistad total con Él, a la unión e identificación de amor con Él. Lo único que nos pide es que nos dejemos limpiar por Él para poder tener sus mismos sentimientos y actitudes y gozo y verdad y vida. Y lo haremos, con su ayuda; aunque nos cueste, porque “los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8,18).

En estas noches y purificaciones hay que “esperar contra toda esperanza”. Y es que hay que destruir en nosotros la ley del pecado que todos sentimos: “Así experimento esta ley: Cuando quiero hacer el bien, el mal es el que me atrae. Porque me complazco ante Dios según el hombre interior, pero experimento en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que lleva a la muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 7,23-25).

       Por todo esto, la necesidad de las noches del alma y de las purificaciones del entendimiento, de sus criterios puramente humanos; de la voluntad con sus afectos radicalmente desordenados, porque se pone a sí misma como centro en lugar de Dios; de la memoria, que solo sueña con el consumismo, con vivir y darse gusto al margen de la voluntad de Dios e incluso contra su voluntad.

Es necesaria la noche y la cruz y crucificarse con Cristo para resucitar con Cristo a su vida nueva, para celebrar la pascua del Señor, la nueva alianza en su sangre y en la nuestra, el paso definitivo desde mi yo hasta Cristo, para vivir la vida nueva de amar a Dios sobre todas las cosas, de entrega a los hermanos sobre nosotros mismos, de no buscar el placer, el dinero, la soberbia, los honores y primeros puestos como razón de la propia existencia.

       Queridos hermanos, hay que purificarse mucho, Dios dirá, para llegar a la unión plena con Él, a la transformación total de nuestro ser y existir en Cristo, para que no sea yo sino Cristo el que viva en mí, para ser santos, para sentir a Cristo, para experimentarle vivo, vivo y resucitado: “Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios. Este es vuestro culto razonable. Que no os conforméis a este siglo sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta” (Rom 12,1-2).

       Cristo, por la Eucaristía, nos llama a identificarnos con Él, a tener su misma vida y hacernos con Él una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, en adoración perfecta, hasta dar la vida, con amor extremo. Esto es cristianismo, vivir por Cristo, con Él y en Él, hacerse uno con Él, vivir su misma vida, con sus mismos afectos y actitudes, y esto exige cambios y conversión radical de nuestro ser y vivir. “Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios... Quien no posee el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8,8-10). «Para llegar a tenerlo todo, no quieras tener nada, para llegar a poseer todo, no quieras poseer nada«.

Las nadas de San Juan de la Cruz no son teorías pasadas de moda. Es la actualidad de toda alma que quiera llegar a la unión perfecta y total con Cristo: «Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le puedan impedir, según mas adelante declararemos» (1S 5,2). «En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos; y si no se acaban todos de quitar, no se acaba de llegar» (1S 11,6).

 He leído muchas veces la primera carta de San Juan y me impresiona las repetidas y clarísimas veces que insiste en esto: donde hay pecado, no está ni puede estar ni vivir Dios. Por eso, la necesidad de quitar hasta las mismas raíces del pecado, para que nos llene la luz de Dios, que es vida amor:   “Todo el que permanece en Él, no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,6). Y en su evangelio Cristo nos asegura: “Yo soy la Luz” “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, por que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a lu luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas según Dios” (Jn 3 20-21).

       Ya dije anteriormente, que toda la devoción eucarística o la vida cristiana o la amistad con Cristo nos la jugamos a esta baza: la de la conversión permanente. Con otras palabras, las «noches» de San Juan de la Cruz. En cuanto yo empiezo a orar ante el Sagrario y quiero iniciar mi amistad con Jesucristo, a los pocos meses el Señor empieza a decirme lo que impide mi amistad con Él: el pecado. Tengo que mortificarlo, darle muerte en mí, se llame soberbia, envidia, genio, consumismo, castidad; si no quiero luchar o me canso, se acabó la oración, la amistad con Cristo, la vivencia eucarística, la santidad, la verdadera eficacia de mi sacerdocio o vida cristiana.

Sí, sí, si llegaré a sacerdote, tal vez más alto, pero es muy distinto todo. Cuanto más alto esté en la Iglesia, mayor será mi responsabilidad. Es muy distinto todo: su vida, su palabra, su convencimiento, su misma eficacia apostólica cuando una persona ha llegado a esta unión. Y es muy triste no ver esto en las alturas de la Iglesia ni con la debida frecuencia. No son estos los cánones de selección. En el fondo, no nos fiamos de las Palabras de Cristo. Sin embargo, el Señor lo dice muy claro: “Yo soy la vid verdadera... mi padre el viñador; a todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... permaneced en mí y yo en vosotros…sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,1-4).

  Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes, que nosotros ni entendemos ni comprendemos perfectamente, sobre todo cuando nos está pasando, sólo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

Pero lo que está claro en los evangelio es que para conocer, para llegar a un conocimiento más pleno de Dios hay que ir limpiando el alma de todo pecado: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco” y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado a él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él (1Jn 2,3-6).

29. EL CUERPO EUCARÍSTICO DE JESÚS  TIENE  PERFUME DE LA SANGRE Y CUERPO DE MARÍA AL SER CONCIBIDO EN SU SENO

       El Único y Supremo Sacerdote es Jesucristo, Hijo de Dios, que para ser el Único Sacerdote del Altísimo en la Nueva Alianza tomó la naturaleza humana y unió las dos orillas; se hizo puente único y oficial, por donde Dios vino a nosotros para salvarnos y por donde nosotros pasamos a Dios para vivir esa salvación.

María es madre sacerdote y sacerdotal de Cristo, porque María “concibió por obra del Espíritu Santo” al Sacerdote o Sacerdocio, del cual todos los sacerdotes participamos en nuestro ser y existir, por la Unción y la Consagración del Espíritu Santo; pero más plenamente María, ya que Ella lo fue en su ser y existir, por una Unción y Consagración especial de Maternidad-Sacerdotal divina, quedando configurada más totalmente a Cristo, porque lo encarnó en su mismo ser y existir: “concibió” al Hijo cooperando a su ser y existir Sacerdotal, más concretamente, dio los materiales: su cuerpo y carne, voluntad, amor, disponibilidad... “fiat”, para que el Espíritu Santo pusiera la divinidad e hiciera el puente, al pontífice-sacerdote Cristo, unión de la naturaleza divina con la humana.

Desde entonces, los hombres podemos pasar a Dios y Dios nos envía por Él los dones de la Salvación. Esto es ser sacerdote. Luego María lo fue más y mejor que nosotros; María es sacerdote de Cristo, por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, y es Madre sacerdotal  de Cristo y de todos los sacerdotes porque el Espíritu Santo consagró en su seno al Único y Eterno Sacerdote, del cual todos participamos.

María, por esta Unción y Consagración especial y única de Maternidad-Sacerdotal,  toda Ella fue configurada a Cristo, Sacerdote y Víctima, y así empezó a preparar el sacrifico de Cristo, que todo entero y completo, desde la Anunciación y Encarnación del Misterio, pasando por la pasión, muerte y resurrección, hasta la consumación por la Ascensión del “Cordero degollado sentado ante el trono de Dios”,  ya completo, se hace presente en «memorial» en cada Eucaristía, por el ministerio de los sacerdotes: “haced esto en  memoria mía”.

El sacerdote, por el carácter sacerdotal, hace presente a Cristo, que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal en los ungidos y consagrados por el Espíritu Santo, en el sacramento del Orden, para la misión presbiteral, que se actualiza en la Palabra y Guía y Sacramentos, especialmente de la Eucaristía.

Cristo, al hacerse presente en la liturgia, que es una irrupción de lo divino en el tiempo, por el ministerio sacerdotal,  hace presente  su único ser y existir de “cordero degollado” ante el trono de Dios, eternamente ya  en el cielo, y aquí en la tierra, sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo en la liturgia divina realizada por los prolongadores de su misión en la tierra, sus presencias sacramentales, que son los sacerdotes.

Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, sacramental y espiritualmente nos encontramos, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María,  “concibiendo y dando a luz”, porque Ella inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, en su seno, consagrándose como Madre sacerdote en su ser y existir, e iniciando su misión oyendo y obedeciendo la Revelación del Padre por el ángel Gabriel, su Palabra, su Hijo encarnándose, en la que nos revela su amor.

Como en la misa se hace presente Cristo entero y completo, todo su misterio, si estoy atento y entro dentro del corazón de la liturgia, de los ritos, si no me quedo en el exterior y entro en el corazón del Misterio de Cristo que se hace presente, todo entero, en la misa sorprendemos a la Virgen, meditando la Palabra y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... encontraron al niño con María, su madre...”, porque Ella es sacramento, primer sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo, en y por su mismo ser y existir, concibiendo, dando a luz y llevando al Hijo en su caminar a Belén, en la huída a Egipto...

Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir por el ser y existir de Cristo, toda ella entera es Virgen, toda para Cristo, que en esto consiste también el celibato sacerdotal, cuestión de amor total a Dios, y gratuito a los hermanos, sin compensaciones de carne, de egoísmo. Y siempre y en todos, en Ella y nosotros, sacramentalmente, por la potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

Por eso, y os lo digo con toda sinceridad,  por eso os lo comunico, siempre que celebro la Eucaristía,  la siento a Ella junto al Hijo, siento su presencia, su aroma, su perfume,: “junto a la cruz estaban su madre...”, y como la Eucaristía no es un mero recuerdo de la vida y sacrificio de Cristo, sino un «memorial» que hace presente todo el misterio de Cristo completo, resulta entonces que, en cada misa, de una forma sacramental y metahistórica, más allá del tiempo y espacio, junto “Cordero degollado ante el trono de Dios”, se hace también presente María,  como madre-sacerdote del Hijo y víctima oferente  con Él.

Jesucristo es el Único y Sumo sacerdote, que hace partícipe de su ser y existir sacerdotal, especialmente a los Obispos y presbíteros  por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, el Mismo que “cubrió con su sombra” a María y engendró en Ella este ser y existir sacerdotal de Cristo en su naturaleza humana.

En cada Eucaristía siento también su gozo de Madre Única de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdote y sacerdotal de todos los sacerdotes; siento cómo está junto a mi, como Madre sacerdote y sacerdotal, ofreciendo conmigo a su Hijo, ya triunfante y glorioso, entre los Esplendores de Alabanza y Gloria del Padre, agradecido a la «recreación» de su proyecto de Salvación por el Hijo, después de las grandes tribulaciones que ha tenido que sufrir, en las que el Hijo quiso tener junto a Él, como madre sacerdote, a su Madre.

Todo sacerdote, al ofrecer el sacrificio del Hijo, tiene también, junto a Él,  a la Madre, porque esa fue  su voluntad y deseo; en estos tiempos de persecuciones a su Hijo, a la Iglesia y a los que son presencia sacramental del Hijo y prolongadores de su ser y misión sacerdotal, necesitamos esta ayuda que el Sumo Sacerdote nos ofrece y quiso tener junto a Sí como consuelo en su victimación. Esta presencia de la Madre por el Hijo que presencializa todo su misterio de salvación en la Eucaristía, nos ayudaría también a nosotros en medio de nuestras luchas y sufrimientos actuales. Porque en todas nuestras Eucaristías además de sacerdotes, tiene que haber una víctima; y ésa somos nosotros con nuestra entrega y ofrenda en Cristo, Sacerdote y Víctima total con la que nos identificamos.

Cristo vencerá por medio de su Madre como lo ha hecho ya en innumerables etapas de la historia de la Iglesia, anunciadas ya por el Apocalipsis: “Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación,  y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. Vi y oí  la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas y de millares de millares, que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición. Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.  Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron”.

No lo dudemos. Cristo vencerá. Hace muy pocos años creía el mundo entero que el comunismo acabaría con Cristo y los cristianos. Y qué paradoja: ahora resulta que Rusia está más convertida  que Europa y su presidente va a la misa ortodoxa, mientras en la católica España, no sólo el presidente, sino los políticos, que se llaman, pero no son católicos, se avergüenzan de confesar a Cristo y sus mandamientos públicamente, no obedecen a Dios antes que a los hombres, siendo incongruentes e incumplidores de fe que dicen tener, pero no practican. 

¡Qué grande eres Cristo Sacerdote! ¡Qué cavernas y maravillas de misterios y misterios encierras para los que inclinan su cabeza sobre tu corazón como Juan en el día de su ordenación! ¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Hacer presente todo misterio del proyecto y amor trinitario en la Eucaristía por el Hijo de Dios y de María, oferente también y sacerdote de su Hijo! ¡Qué certeza y seguridad saber que Ella está a mi lado para enseñarme a celebrar el misterio que Ella vivió y que se hace presente en cada misa, “de una vez para siempre”, por el Hijo: “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”;la siento en su respirar de angustia y dolor “junto a la cruz”, porque es un memorial, no representación, es la presencia primera y única de  Cristo entero y completo, toda su vida, pasión, muerte y resurrección,  Sacerdote y Víctima de obediencia, adoración y alabanza al Padre, con María Madre de la Víctima sagrada y sacerdote oferente del Hijo. 

Es Ella; la siento y oigo en respirar doloroso de Madre en el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino» (Vaticano II, LG), que su Madre, sacerdote, ofrenda y víctima con Él agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo, hasta dar la vida, aceptada por el Padre en el Hijo, porque murió no muriendo en aquella “hora” del Hijo, “hora” suya también.

Es Ella; nadie más que Ella junto al Hijo, la que siento ya gloriosa y triunfante junto “al Cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de  los ángeles y patriarcas y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero... 

Es Ella, la que puede decir con más verdad y propiedad que ningún sacerdote fuera del Hijo: «ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS... ESTA ES MI SANGRE DERRAMADA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS»;

En la consagración y después de ella, siento su aliento y cercanía  de madre y hermana sacerdotal, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y Hermana sacerdote y me dice sin palabras, solo con su mirada: «ESTE ES MI CUERPO...», es mi cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en mi seno, hecho carne en  mi carne, en el ser y  existir de la Madre; «ESTA ES MI SANGRE...», es la  sangre  de María, la que corrió por sus venas, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados, recibió de su Madre Sacerdotal  que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso  proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado en María y en el que nos sumergen a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Sacerdote y de su  Madre sacerdotal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amor de Espíritu Santo, amor gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.

¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida; enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo.

En este año sacerdotal haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti, madre sacerdotal del Hijo, el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento de tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir todos los sacerdotes, por la Unción y Consagración sacerdotal en el sacramento del Orden por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo, porque el decírtelo, es ya haberlo conseguido, ya que eres Verdad y Vida  de Amor en y por tu Hijo Sacerdote que todo lo puede, Esplendor de la Belleza del Padre, Palabra encarnada en tu seno y revelada en Canción de Amor, canturreada, desde toda la eternidad, para todos los hombres, por el Padre, primero en tu seno, con Amor de Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo.

Esta canción, canturreada en «música callada» de eternidad por el Padre, en Única Palabra de Amor de Espíritu Santo en el seno de la Trinidad, y luego cantada en el seno de María, me dice, en  revelación encarnada del Hijo en María, que yo y tú y todos los hombres hemos sido soñados con Amor de Padre por el Padre que nos creó en el sí de amor de nuestros padres, que, perdidos por el pecado de Adán, el hijo entristecido y sacerdote de intercesión se ofreció por nosotros al Padre: “no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y  vino en mi búsqueda y me abrió las puertas de la eternidad, haciéndose sacerdote y víctima en el seno de María, que encarnó a Cristo en su ser y existir sacerdotal.

¡Cristo, Sacerdote Único del Altísimo! quiero darte gracias por haberme elegido como presencia sacramental de tu ser y existir y como prolongación de tu misión salvadora en el mundo. Quiero decirlo muy alto. Me sedujiste y me dejé seducir.

Me duelen tantas ofensas e ingratitudes hacia tu persona y sacerdotes, y me gustaría que todos te alabaran y te dijeran cosas bellas, por habernos hechos sacerdotes y habernos dado una madre tan cercana, sacerdote y  víctima y oferente contigo del único y sobreabundante sacrificio que puede salvar al mundo y a los hombres.

En este año sacerdotal, ante tanto secularismo y persecuciones a tus sacerdotes, yo veo y creo lo que nos dices: “...y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo:

No temas nada, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno”.

¡Jesucristo sacerdote, nosotros creemos en ti!

¡Jesucristo sacerdote, nosotros confiamos en ti!

¡Tú eres el único sacerdote salvador del mundo!

       ¡María: Mujer, Virgen y Madre Sacerdotal de Cristo y de todos los sacerdotes, acéptanos como hijos sacerdotes, como aceptaste a Juan! Es mandato de tu Hijo: “he ahí a tu hijo”. Enséñanos a ser sacerdotes y víctimas con tu Hijo, para la salvación del mundo, como lo hiciste con tu hijo Juan, recién ordenado sacerdote por tu Hijo y encomendado a tu cuidado ¡Hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre del alma, en Ti confiamos!

30.  CRISTO QUE TIENE CARNE Y AROMA DE MARÍA, “QUE LE DIO A LUZ…  Y ESTUVO JUNTO A LA CRUZ”, DESDE EL  SAGRARIO  NOS DICE A TODOS: “HE AHÍ A TU HIJO… HE AHÍ A TUMADRE”.

       El pan de vida del sagrario es el pan de la misa, es el pan eucarístico, Cristo entero y completo, el cuerpo de Cristo nacido de María, que se ofreció, juntamente con Él: “Estaba allí la madre de Jesús”, al Padre por nosotros, en unión de amor y salvación con el Hijo por los hijos, todos los hombres; la sangre derramada por Cristo crucificado era sangre de María, recibida de la madre.

       Ya la piedad cristiana unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen. Porque la Eucaristía es el alma de la Iglesia, «centro y culmen» de toda su vida. Y María fue asociada por Dios a todo el misterio del Hijo, desde su maternidad hasta la cruz. Es lógico que así sea vista también por la Iglesia. Ella es madre de la Iglesia. Y la Iglesia se construye por la Eucaristía. 

       En el Nuevo Testamento, Juan da una aportación decisiva a la dimensión eucarística de la figura de María, no sólo en el relato del primer signo mesiánico, sino también en el de la pasión, donde Jesús confía al discípulo amado a su madre y viceversa, esto es, a Juan el cuidado de su madre (cf. Jn 19,25-27). Y en ambos casos nuevamente María es designada como «mujer» por su Hijo.

       Es claro que al ser su propio Hijo el que la designa así, cuando lo natural hubiera sido el término «madre», demuestra que no se trata sólo de un gesto de piedad filial por parte de Jesús, sino sobre todo de un episodio de revelación decisiva. También aquí ella es llamada mujer otra vez, como nueva Eva, para subrayar el inicio en ella de una nueva generación, la de la Iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que manaron la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia. María es constituida por Cristo en Madre de los nuevos hijos nacidos de la fe y del bautismo.

       En San Juan, María permanece siendo la madre. Si primero era sólo la madre del Hijo, ahora es también la madre de la Iglesia. Si primero su maternidad era física, ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús es elegida y designada la madre de los discípulos de Jesús en la figura del discípulo amado.

       Por eso la Iglesia, sacramento salvífico, además de ser esencialmente eucarística, tiene también una connotación existencial mariana. María tiene, pues, una presencia y un papel decisivo tanto en la Encarnación como en la economía

salvífica-sacramentaria de la Iglesia: en las dos, ella ha dicho su «fiat» en la fe, en la esperanza y en la caridad.

       En ambas ella es cabeza-estirpe de una nueva generación querida por Dios: en la primera, por la generación del Hijo de Dios hecho carne en su seno; en la segunda, por la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo, que se nutre con el cuerpo y la sangre de Cristo, engendrados por María.

       La Iglesia, por eso, no celebra nunca la Eucaristía sin invocar la intercesión de la Madre del Señor. En cada Eucaristía, «María ofrece como miembro eminente de la Iglesia no sólo su consentimiento pasado en la Encarnación y en la cruz, sino también sus méritos y la presente intercesión materna y gloriosa» (Marialis cultus 20).

       La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).  Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

       La Iglesia así lo comprende y lo canta agradecida en la antífona del Corpus Christi: «Ave, verum corpus natum de María Virgine, vere passum, inmolatum in cruce pro homine». Últimamente el Papa Juan Pablo II se ha referido a

esta relación de la Eucaristía con María en dos documentos. En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice: «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad “hasta el extremo” (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo.

       La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz» (Rosarium Virginis Mariae 1).

       En otro pasaje de esta misma Carta del Rosario de la Virgen nos propone el Papa a María como modelo de contemplación cristológica, que recorre y nos ayuda a vivir la espiritualidad eucarística. Lo titula el Papa: María modelo de contemplación, y nos dice en el número 10: «La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo “envolvió en pañales y le acostó en un pesebre”» (Lc2,7).

       Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la <parturienta>, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fín, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf He 1,14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,51). Los recuerdos

de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el <rosario> que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

       Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su <papel> de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (RVM 10 y 11).

7. 2. María, «mujer  eucarística»

  Así llama el Papa Juan Pablo II a María en la última Carta Encíclica Ecclesia de eucharistía. El capítulo sexto y último lo titulo al Papa: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía: «(María) al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente« (LG 56).

        «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61).

       «María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jo 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

       Sin el cuerpo de Cristo que «ella misma había engendrado» no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía. Por eso María es Madre de la Eucaristía, por ser la madre de Cristo, materia y forma del Misterio eucarístico;

María es arca y tienda de la Nueva Alianza, por engendrar por la potencia del Amor del Espíritu Santo la carne y la sangre de Cristo, derramada para la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres; María fue el primer sagrario de Cristo en la tierra; María fue asociada expresamente por su Hijo en el sacrificio cruento de la Eucaristía, ofreciendo su vida con Él al Padre para la salvación de los hombres, consintiendo en su ofrenda y creyendo contra toda esperanza en la Palabra de Dios, creyendo que era el redentor de los hombres el que moría en la cruz.

       Por eso y por más razones, no he querido terminar este libro sobre la Eucaristía, sin dedicarle a María el último capítulo, como he hecho hasta ahora en mis libros publicados. Es mucho lo que Cristo confió en y a su madre y mucho lo que ella hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y unida totalmente a su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos debemos a María «mujer eucarística».

  Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:  «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que

lo temen”(Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

       Y ahora paso ya a transcribir literalmente el capítulo sexto y último de la Encíclica Ecclesia de eucharistia, donde el Papa Juan Pablo II recoge de modo insuperable, al menos por mí, la doctrina eucarístico-mariana actual. Uno disfruta leyendo y meditando estas verdades.

CAPÍTULO VI

31.- EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía (20). Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

 A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42).

       Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. «Mysterium fidei». Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Ultima Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que

fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”.

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

       Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

       “Feliz la que ha creído”(L 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «el primer tabernáculo de la historia» donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

       María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle al Señor” (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una “espada” traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el «stabat Mater» de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de <Eucaristía anticipada> se podría decir, una <comunión espiritual> de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como “memorial” de la pasión.

  ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: “Éste es mi cuerpo que es entregado por nosotros”? (Lc 22, 19) Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27). 

       Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros a ejemplo de Juan a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística”.

       Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el magníficat en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su “diseño” programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como María, toda ella un magnificat!

32. MARÍA ES EL PRIMER SAGRARIO DE CRISTO EN LA TIERRA, MADRE DE LA EUCARISTÍA Y ARCA DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA 

       Ahora quiero hablaros un poco del primer Sagrario de Cristo en la tierra, de la persona que tuvo el privilegio de ser elegida como madre y amarlo en su seno maternal, de su Madre María, Madre de la Jesús Eucaristía.

       No quisiera terminar esta reflexión eucarístico-mariana sobre la oración ante el Cristo de nuestros Sagrarios, sin tener una mención especial para la que fue su primer Sagrario en la tierra y Madre de la Eucaristía: María. Fue Ella la que en mi vida personal me llevó hasta el encuentro personal con su Hijo y todavía lo recuerdo.

Me gusta ser agradecido y todavía sigue ocupando un lugar central en mi vida. En una visita a un santuario suyo muy querido, después de un largo tiempo en oración con ella, al despedirme, sentí que me decía con toda claridad en mi interior: pasa a mi hijo, es que hasta ahora te fijas principalmente en mí y no te has dado cuenta de que si le llevo aquí en mis brazos es para dártelo. Y yo repetía: Pero si contigo me va bien, pero si yo amo a tu hijo… Pero ella sabía mejor que yo que había llegado el momento de ser «cristiano», después de largo aprendizaje y encanto “mariano”, en que dedicaba más tiempos y dedicación a la Madre que el hijo-Hijo..

       Ya la piedad cristiana de todos los tiempos unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen.

       Por eso, siempre que tengo problemas de cualquier tipo que sea, recurro a Maria en mi súplica, y, teniendo presente su comportamiento y eficacia en las bodas de Caná, yo sólo insisto con fuerza ante ella: «Pero díselo, díselo, díselo a tu Hijo, como lo hiciste en las bodas de Caná».

       La Encíclica «Redemptoris Mater» de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido vivida y comprendida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44). 

       Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía. Es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

       Me permito la confidencia de mostrarte, querido lector, cómo me gusta dirigirme a María como Madre sacerdotal en mi ratos de oración y conversación con Ella, bien le pida cosas o le dé gracias por las recibidas o le diga cosas bellas, porque es linda y hermosa, y todos sus hijos, especialmente los sacerdotes, se lo expresemos llenos de amor con palabras propias o con oraciones ya hechas.

       Y mientras redactaba estas líneas en mi oración matinal, no le he dicho lo que nosotros, los sacerdotes, pensamos de ella, sino que he sido un poco curioso y atrevido, y he querido saber lo que Ella piensa de nosotros, los sacerdotes.

       Teniendo presente mis también recientes bodas de
oro sacerdotales, la canté como tantas veces: Virgen sacerdotal, Madre querida, tú que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus brazos maternales, ellos serán mi blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial; luego me atreví a preguntarle ¿qué somos nosotros, sacerdotes, para Ti, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma?

       Y Ella nos dice a todos:

-- Soy tu madre sacerdotal, por mandato de Cristo en la persona de Juan; ven, te alargo mis brazos y estréchame, abrázame y siente el aliento de mi vida y de mis pechos maternales de Virgen, Mujer y Madre Sacerdotal, con toda confianza, con la misma confianza y ternura del Hijo, porque eres hijo en el Hijo por proyecto del Padre y por voluntad y deseo testamentario y lleno de amor extremo del Hijo en la cruz;

—Tú eres el encargo más gozoso y profundo y eterno que he recibido del Hijo: ser madre sacerdotal, madre de todos los sacerdotes: vosotros, tú eres su testamento, su última voluntad, que cumplo con todo amor hasta dar la vida por ti si fuera necesario, si tú lo necesitas, como lo hice entonces, junto a Él en la cruz, porque morí no muriendo, no pudiendo morir porque por encargo de mi Hijo sacerdote eternos tenía que ayudaros a vosotros los sacerdotes recién ordenados, muriendo y viéndolo y sufriéndolo todo en el Hijo Sacerdote y Víctima por toda la Iglesia, especialmente por los nuevos sacerdotes de todos los tiempos.

—Sacerdotes de mi hijo Jesús, yo soy eternamente vuestra madre sacerdotal por voluntad de mi Hijo y os quiero y me preocupo eternamente como madre sacerdotal de cada uno de vosotros, para que no  vuelva a estar entre vosotros otro “hijo de la perdición” y os espero a todos en el cielo, porque «Por encargo del Hijo desde la cruz: “he ahí a tu madre, he ahí a tu Hijo”, vosotros sois el testamento de entrega y de amor y de sangre de mi Hijo; el “hijo de la perdición” ya no existe más entre los llamados, ya que fue único y para siempre».

—Vosotros, sacerdotes, en Juan y por voluntad expresa de mi Hijo, sois mis hijos predilectos de amor y sangre y lágrimas y entrega de vida de madre por todos en el Hijo; Yo soy vuestra madre sacerdotal y vosotros sois mis hijos predilectos, tú eres mi hijo predilecto “no sin designio divino” (Concilio Vaticano 11) por voluntad del Padre en el Hijo.

—Tú eres mi hijo sacerdote en el Único Sacerdote, nacido de mis entrañas maternales-sacerdotales: tú eres mi hijo del alma, porque te identificas con mi Hijo en su ser y existir sacerdotal; no veo diferencia sacerdotal entre ti y El, sois idénticos sacerdotalmente; Él eres tú, tú eres Él: “ Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”, por eso te amo igual que a Él porque Él es el Hijo de Dios encarnado y tú eres el hijo identificado en el Hijo hasta tal punto sacerdotalmente ante el Padre y ante mí su madre, que no veo diferencias, sois idénticos sacerdotalmente, porque le amo a Él en ti y a ti en Él. Tú eres mi Hijo Jesús sacerdote, te quiero, te quiero, bésame, ven a mis brazos y amor y pechos maternales.

       Esto es lo que me dijo la Virgen. ¡!Gracias, María, Madre Sacerdotal. Por eso, todas la mañanas la rezo:

¡SALVE, MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO ME QUIERES!

CUÁNTO TE QUIERO,

¡GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO,  HIJO DE DIOS ENCARNADO Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN ÉL!

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE SACERDOTAL! MADRE  DE TODOS LOS SACERDOTES!

¡ MADRE  Y  MODELO!

¡GRACIAS

 

ÍNDICE

AYUDAS PARA LA ORACIÓN EUCARÍSTICA……………………………………………………………………………………3

1. ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EUCARISTÍA?................................... 15

1.2. PORQUE ES EL HIJO DE DIOS QUE SE HIZO CARNE HUMANA Y PAN DE EUCARISTÍA

 PARA ABRIRNOS LAS PUERTAS DE LA ETERNIDAD ……………………………………………………………....17

1. 4. PORQUE EN LA HOSTIA SANTA ESTÁ LA CARNE DE CRISTO, TRITURADA Y

RESUCITADA PARA NUESTRA SALVACIÓN………………………………………………………………………………… 20

1. 5. PORQUE «…EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL. DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, nuestra pascua y pan vivo que da la vida eterna…..…23

1.6. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON LOS BRAZO ABIERTOS…………………….….….26

1.7. PORQUE El SAGRARIO ES TEMPLO Y  MORADA DE LA TRINIDAD EN LA TIERRA………….…27

2. EL  GOZO DE CREER Y AMAR A JESUCRISTO EUCARISTÍA……………………………………………..….28

3. EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL MISMO CRISTO MISERICORDIOSO QUE

   CURÓ A  LA HEMORROÍSA………………………………………………………………………………………………..….30

4. CRISTO EN EL SAGRARIO NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOSAPREDICAR”.33

5.  EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA A TODOS, COMO A LA SAMARITANA, 

     PARA EL ENCUENTRO DE AMISTAD………………………………………………………………………………….….34

6. EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA PARA CALMAR LAS TEMPESTADES DE LA VIDA…...39

7. EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA QUE RESUCITO………..……….44

8.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA…………..…51

9.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO COMO A TOMÁS PARA DARNOS LA FE……………,.…53

10. EN EL SAGRARIO ESTÁ EL CORAZÓN QUE MÁS HA AMADO Y AMA A LOS HOMBRES…,..…61

11. EN EL SAGRARIO TENEMOS AL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN Y SANTIDAD…………,,………64

12.  EN EL SAGRARIO ES EL MEJOR PROFESOR DE VIDA CRISTIANA……………..………………,…….72

13. EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO SIEMPRE INTERCEDIENDO Y OFRECIENDO SU VIDA,…… 74

14. EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO DICIÉNDONOS A TODOS: “ACORDAOS DE MI”……………….77

15. EN EL SAGRARIO CRISTO ESTÁ DANDO SU VIDA POR NOSOTROS HASTA EL FINAL….…..81

16. CRISTO  EUCARISTIA LE DICE AL PADRE: “NO QUIERES OFRENDAS Y SACRIFICIOS,

      AQUÍ ESTOY PARA HACER TU VOLUNTAD”………………………………………………………………..……….83

17. EN CRISTO EUCARISTÍA  “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU PROPIO

HIJO PARA QUE NO PEREZCA NINGUNO DE LOS QUE CREEN EN ÉL…”……………………………..…...90

18.- LA EUCARISTÍA,  PRESENCIA DE CRISTO AMIGO HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS…...97

19.- LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN NOS INVITA A VIVIR SU MISMA VIDA…………………….101

20.- LA EUCARISTÍA COMO MISA NOS INVITA A OFRECERNOS CON CRISTO AL PADRE……..105

21.- EL GOZO DE SER SACERDOTE CON ÉL Y EN ÉL…………………………………………………….……….111

22. LA EUCARISTÍA ES EL MISMO CRISTO DEL CIELO JUNTO A NOSOTROS EN LA TIERRA…114

23. EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MEJOR AMIGO Y ÚNICO SALVADOR DE LOS HOMBRES………..118

24. EN LA EUCARISTÍA CRISTO CONTINÚA SU MISIÓN SALVADORA…..NUA…………………………321

25.  LA PRESENCIA DE CRISTO EN EL SAGRARIO ES CRISTO AMANDO“HASTA EL EXTREMO"…..124

26.- CRISTO EUCARISTIA ES EL TESORO Y “MONTE DE PIEDAD” DE LOS CATÓLICOS………..128

27. EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO  SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA….…150

28. JUNTO AL SAGRARIO NOS HACEMOS OYENTES  DEl  CRISTO EN PALESTINA…………….….154

29. EL CUERPO EUCARÍSTICO DE JESÚS  TIENE  PERFUME DE LA SANGRE DE MARÍA …….…141

30.  EL CUERPO DE CRISTO TIENE CARNE Y SABOR DE MARÍA,“QUE LE DIO A LUZ…”  Y

      DESDE EL  SAGRARIO  NOS DICE: “… HE AHÍ A TUMADRE”………………………….. ……..………147 

31.- EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»………………………………………………………152

32. MARÍA ES EL PRIMER SAGRARIO DE CRISTO EN LA TIERRA, MADRE DE LA

EUCARISTÍA Y ARCA DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA…………………………………………..…………. 155


[1]J. ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotales, BAC minor Madrid 1969, pgs. 143-44.

2Ibid. pag. 145.

3Ibid. pag.147.[1]

4 Ibid. pag. 149).

5Ibid. pag 193

[5]

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